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Pasión Renovada

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Mensaje  myrithalis Sáb Nov 28, 2009 2:48 am

Ok y Gracias por el Cap. esta muy buena a novelita Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  dulce_myrifan Sáb Nov 28, 2009 1:07 pm

Cap. 11

Con un buen fuego en la chimenea y dos vasos de cremosa Guinness en la mesa de madera, Myriam y Victor se sentían como en casa en la taberna tradicional irlan­desa, dejando que la pegadiza música de la flauta y el violín los envolviera. Al entrar en el pequeño y acoge­dor Paddy's Bar las miradas de los lugareños habían sido curiosas pero no indiscretas, y la famosa reputación irlandesa de calidez y simpatía no los decepcionó.
El alto y rubicundo camarero, llamado Mike, había bromeado con Victor y le había lanzado a Myriam varias sonrisas de admiración antes de dejarlos solos junto al fuego. Los dos músicos, uno joven y el otro mayor,este último con una espesa barba, tocaban los instru­mentos con una pasión y entusiasmo que le hicieron pensar a Myriam en el baile.

Al oírla suspirar, Victor la miró preocupado desde el otro lado de la mesa.
-¿Qué ocurre?
A Myriam le parecía que Victor, que vestía un suéter azul marino y unos cómodos vaqueros negros y cuyo cabe­llo recién lavado brillaba con la luz del fuego, tenía un aspecto lo suficientemente bueno como para comér­selo. En tres años de matrimonio casi nunca lo había visto con un atuendo informal. Solía llevar inmacula­dos trajes hechos a medida, camisas impecables, corbatas de seda y caros zapatos italianos, y Myriam había sentido a menudo que la ropa definía al hombre, por­que de alguna manera parecía crear una barrera entre ellos que Myriam no tenía la suficiente valentía de sobre­pasar. ¡Cuántas veces había deseado, desordenarle el cabello antes de que dejara el apartamento por la ma­ñana, aflojarle la corbata y tal vez darle un discreto mordisquito de amor en el cuello! Había deseado ha­cerle perder ese control tan rígido que siempre tenía. Pero el único lugar en el que había conseguido hacerlo había sido en la cama, y Myriam se había sentido más que satisfecha con el resultado...
Ruborizándose ligeramente al pensar en ello, tomó un sorbo de cerveza antes de responder.
-No pasa nada, esto es maravilloso. La música me ha hecho pensar en el baile, eso es todo.
-¿Por qué lo dejaste? ¿Porque estabas embarazada? Eso no te habría impedido seguir enseñando. Y por fa­vor, no me digas que no es asunto mío, porque quiero saberlo.
-Perdí la concentración -contestó Myriam luchando contra una multitud de emociones-. Hay que estar fe­liz para bailar, ¿sabes?, y yo me sentía vacía y sin fuer­zas, sobre todo después de lo que le pasó a Gabriel... Trabajar para la tía Ruth parecía la opción más segura, y además no quería quedarme en Londres.
-¿Y ahora? -Victor levantó su vaso, tomó un sorbo de su bebida y lo volvió a dejar en la mesa, observán­dola atentamente con sus ojos negros.
-¿Ahora? No volvería a Londres ni aunque me die­ran un millón de libras.
Eso era lo que Victor suponía, y ella lo acababa de confirmar.
-¿Y la enseñanza?
-He estado pensando en buscar un empleo por la zona. Hay muchas escuelas privadas en el vecindario con montones de chicas cuyos padres quieren que aprendan ballet. No creo que tuviera muchos proble­mas para encontrar algo.
-¿Y qué pasa con la escuela que querías, la tuya propia?
-Para organizar eso se necesita mucho tiempo y di­nero, como tú bien sabes -dijo frotándose los brazos. Se sentía incómoda con el tema.
-¿Por qué no cobraste los cheques que te envié? -había mandado dos porque seis meses después del primero se había dado cuenta de que Myriam no se había molestado en cobrarlo. Con el segundo ocurrió lo mismo.
-¡Porque no quería ese dinero que me dabas para descargar tu conciencia, por eso! -Myriam logró reprimir esa oleada repentina de furia y sacudió la cabeza-. Lo siento, no debería haber dicho eso. Probablemente es­tabas intentando hacer lo correcto.
-Claro -contestó Victor con seriedad-. Como si siempre hubiera sabido cómo hacer lo correcto. ¡Si lo hubiera hecho desde el principio ahora no estaríamos en esta situación tan horrible!

El dolor y la frustración de Victor le tocaron la fibra sensible. Victor estaba haciendo todo lo posible para arreglar las cosas y ella no lo estaba ayudando mucho. Si realmente estaba cansada de echarle las culpas a él, sus palabras y reacciones tenían que reflejarlo. El hombre se merecía un descanso. Tiempo atrás él había sido todo su mundo, y Myriam no lo había olvidado, aun­que él lo hubiera hecho.
-¿Por qué no disfrutamos de la música? Es más, ¿por qué no bailamos? -los labios le temblaron un poco al terminar de hablar, pero Myriam se levantó rápi­damente y agarró a Victor de la mano para obligarlo a levantarse-. No pongas esa cara -le susurró al oído mientras lo llevaba a la pista de baile, donde había otra pareja-. No espero que bailes como un profesio­nal.
Incapaz de borrar la sonrisa que curvaba sus labios, Victor la abrazó con un gesto suave y experto. El cora­zón le latía rápidamente, porque había deseado abrazar a Myriam de esa manera desde que la vio en el museo. Al sentir el flexible cuerpo de su mujer contra el suyo, Victor pensó que ese debía de ser uno de los momentos perfectos que el universo concedía de vez en cuando a los humanos... si tenían suerte.
-No está mal -murmuró Myriam mientras él la guiaba por la pista de baile-. Para un tipo de ciudad, claro.
La mirada que él le dirigió como respuesta era puro fuego, puro deseo y, abrazándola posesivamente por la cintura, Victor le susurró al oído:
-Hay otras cosas que este tipo de la ciudad puede hacer mejor... si le das la oportunidad de demostrár­telo.

Victor estaba de pie junto al fuego, contem­plando las llamas que titilaban y crepitaban. Fuera el viento rugía y el mar invadía la playa, aunque había echado las cortinas para dejar a la noche fuera. Myriam estaba en la cocina y la oía tara­rear mientras preparaba chocolate caliente, y por primera vez desde que pudo recordar, Victor se sintió en paz. Pero sabía que ese sentimiento no podía durar porque el camino de una posible reconciliación con su encantadora mujer estaba lleno de obstáculos. Aun así, se dijo que debía disfrutar el momento. Después de todo, la vida era sólo una sucesión de momentos cuando ya se había dicho y hecho todo y no había garantías... aunque él deseaba que las hu­biera.

-Estás muy pensativo, ahí de pie. ¿Qué pasa?
Las pisadas de Myriam eran tan suaves que Victor no la había oído entrar. La observó mientras llevaba con cui­dado las bebidas y sintió que su belleza inocente le provocaba un vuelco en el corazón. El baile de la ta­berna sólo había conseguido aumentar su deseo de contacto y Victor estaba teniendo problemas para suavi­zar esa necesidad y comportarse con cautela.
Pero el comentario de Myriam le hizo sonreír.
-Siempre tuviste una imaginación muy viva.
Myriam le dio su taza y se apartó antes de que Victor pu­diera ver que se estaba sonrojando. Sus palabras le hi­cieron pensar en las noches de pasión, en las sábanas enredadas y en el amor dulce y erótico que una vez compartieron. Myriam aún lo echaba de menos, aunque se había jurado que no iba a sucumbir a la poderosa atrac­ción que sentía por su marido.
Bajo su suéter de color rosa oscuro, sus pechos se endurecieron con el recuerdo.
-Algo tenía que tener en las noches interminables y solitarias en las que no estabas en casa -contestó ella dejando su taza en la mesilla de café. Se dejó caer en el sofá, sentándose graciosamente sobre las piernas reco­gidas.
-¿De verdad crees que prefería estar en el trabajo a estar contigo? -dejando su taza en la repisa de la chi­menea, Victor se puso las manos en las caderas y suspiró profundamente-. Estaban pasando muchas cosas importantes, tenía que estar allí. Los clientes esperaban eso de mí, y también mis empleados. Eso de que cuando eres el jefe no tienes que trabajar tanto es un mito. Tienes que trabajar más aún porque la gente confía en ti. En cualquier caso, ahora todo es mucho más sencillo. Como ya te he dicho, tengo a gente muy buena trabajando para mí, personas en las que puedo confiar. No tengo que ir todos los días si no quiero ha­cerlo.
-¡Qué afortunado! -leyendo entre líneas, Myriam pensó que aún podía detectar un fuerte compromiso hacia su trabajo, y ni siquiera iba a pensar en volver con él si era así.
-¿Esa es la postura que vas a tomar? ¿El antago­nismo?
-Por supuesto que no -Myriam se pasó los dedos por el cabello-. Pero si de verdad quieres que volvamos a estar juntos, ¿qué estás dispuesto a hacer, Victor? Las ho­ras que pasabas en el trabajo eran el principal tema de discusión. ¿Qué sentido tiene estar casados si casi no nos vemos?
-Trabajaría muchas menos horas -contestó inme­diatamente-. Y sería mucho más flexible. Podríamos tener más vacaciones...
-Solamente fuimos de vacaciones una vez en tres años de matrimonio -le recordó Myriam-. Y tú volviste a Londres tres días después. Yo me quedé en Bali, uno de los lugares más hermosos del mundo... sola.
-Ojalá supieras cuánto me arrepentí de eso -Victor sacudió la cabeza y volvió a mirar el fuego. Agarró el pesado atizador y movió los troncos carbonizados, ob­servando cómo las llamas silbaban y se animaban en la chimenea-. Sólo te puedo prometer que no dejaría que eso ocurriera de nuevo -volviendo a dejar el atizador el su base de latón, se volvió hacia Myriam-. Quiero ser un buen marido para ti, Myriam... y un buen padre para nuestros hijos.
Ella sintió un nudo en la garganta.
-Es demasiado pronto para hablar de eso.
-¿Por qué?
-Porque ya es suficientemente duro hacerme a la idea de volver a estar juntos como para además pensar en tener hijos.
-¿Estás asustada? -preguntó suavemente.
-¿De qué? -el corazón de Myriam se había acelerado ante la idea de quedarse de nuevo embarazada de un hijo de Victor.
-De quedarte embarazada.

Aunque ninguno de los dos lo dijo, ambos pensaron en lo que le había ocurrido a su primer hijo. Era como una herida que nunca se cerraría y que siempre les re­cordaría lo que podía haber sido.
Inquieta y nerviosa, Myriam se levantó.
-¿Tú qué crees?
-Esta vez yo estaría siempre contigo -Victor se acercó a ella lentamente, dedicándole una sonrisa tierna y seductora-. Tendrías los mejores médicos, las mejores atenciones. No te faltaría nada.
Ella estaba deseando que la abrazara, pero no pen­saba dar el primer paso. No podía olvidar que una vez la abandonó y aún sentía rechazo. Pero necesitaba que Victor demostrara que lo decía en serio, que no era sólo un capricho. Y hasta ese momento él no había dicho nada de amor.
-No podría volver a Londres, ya lo sabes -dijo mi­rándolo con sus enormes ojos.
La sonrisa de Victor no desapareció. Alargó una mano y le acarició un mechón de cabello.
-No me importa mudarme donde vives ahora, si eso es lo que quieres. Podría viajar a Londres cuando necesitara ir a la oficina. Podríamos buscar una casa, un lugar con un jardín para que los niños tuvieran sitio para jugar.
«Oh, Victor...» Sus palabras eran como una suave lluvia sobre el alma sedienta de Myriam. Se inclinó un poco hacia él, temblándole el labio mientras intentaba con todas sus fuerzas no echarse a llorar.
-¿Me dejas que te abrace? -preguntó él en voz baja-. Sólo abrazarte.

Myriam se deslizó entre sus brazos en silencio, y Victor le puso una mano en la nuca y con la otra le rodeó la cintura. Myriam olía a flores, a los rayos de sol y a la llu­via, a todas las cosas que la naturaleza manifestaba libre y magníficamente. Victor recordó el aroma ligeramente agobiante de Amelie y supo instantáneamente cuál era el que realmente lo seducía. Myriam era total­mente natural y siempre había tenido el poder de cau­tivarlo, desde el primer momento en que la vio, sen­tada frente a él en un abarrotado vagón de metro, supuestamente absorta en una revista de baile. Pero en realidad ella no leía, le había estado lanzando mi­radas furtivas desde la estación de Oxford Circus hasta la de Victoria. Cuando él la había seguido hasta el andén, abordándola con «¿Cuál es tu comida favo­rita?», ella había respondido automáticamente «La italiana. ¿Por qué?», y Victor la había convencido de que cenara con él aquella noche en el mejor restau­rante italiano que conocía en Londres. Después de haber aceptado, Victor le había dado una tarjeta de vi­sita para que Myriam pudiera comprobar que él era quien decía ser, y después había salido del andén sintién­dose eufórico, porque sabía que ella estaría en el res­taurante.
Pero en ese momento Victor se sentía incapaz de ac­tuar con cautela, como se había prometido hacer desde que volvió a verla, porque su cuerpo tenía otras urgen­cias. Presionando los labios contra el cabello de Myriam, le acarició la espalda con ambas manos, saboreando los contornos firmes y sexys de su cuerpo, y deseó desnudarla y poseerla allí mismo, sobre la alfombra frente al fuego...

La oyó suspirar levemente y después sintió que temblaba. Incapaz de actuar de otra manera, Victor le levantó la barbilla y bebió ávidamente la luz de sus ojos rodeados de pestañas de color os­curo.
-Siempre te he deseado -dijo con voz ronca. Myriam tenía la prueba física contra su pelvis.
-El sexo sólo lo enturbiaría todo -volvió a temblar, pero no se liberó de su abrazo-. Aún no he decidido nada. Yo... necesito más tiempo.
-Pero no estoy sugiriendo que tengamos sexo -res­pondió Victor con ojos brillantes-. Estoy sugiriendo que hagamos el amor. Estarás de acuerdo en que es dife­rente, ¿no?
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Mensaje  jai33sire Sáb Nov 28, 2009 1:51 pm

Gracias señorita de los codigñlOS jijiji siguele porfaa

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Mensaje  mats310863 Sáb Nov 28, 2009 9:18 pm

QUE MYRI DIGA SI, HA HACER EL AMOR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  alma.fra Dom Nov 29, 2009 12:16 am

Yo si estoy de acuerdo jiji Laughing . Gracias por el capitulo.
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Mensaje  Dianitha Dom Nov 29, 2009 1:15 am

k padre esta esta noveliita me encanta solo espero k no tardes en postear el siiguiiente cap siip niiña k akii lo estare esperando ok niiña!!! Pasión Renovada - Página 4 95247 Pasión Renovada - Página 4 95247 Pasión Renovada - Página 4 95247
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Mensaje  Eva_vbb Lun Nov 30, 2009 12:25 am

GRACIAS X EL CAP....
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Mensaje  Geno Lun Nov 30, 2009 2:46 am

NIÑA DULCE:

HAY YA ME PUSE AL DIA, PERO YA SABES COMO ME QUEDE EHH, OSEA QUE ME TENDRAS DANDOTE LATA PARA EL CAPITULO EHHH PORQUE ESTA REBUNAS LA NOVELA.

BESITOS

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Mensaje  dulce_myrifan Lun Nov 30, 2009 1:47 pm

Cap. 12

Como había hecho ese mismo día por la mañana, le cubrió uno de los pechos por encima del suéter de lana. Jugueteó con el pezón y pudo sentir cómo se en­durecía. El vientre de Myriam respondió a la caricia con una profunda contracción, mientras sentía oleadas de deseo por todo su cuerpo. Myriam le puso una mano en el rostro y lo besó en la boca y, al sentir el contacto, separó los labios casi inmediatamente, dejando que el calor sensual de la lengua de Victor la invadiera. El sa­bor le ofreció una avalancha de recuerdos apasionados y se dejó llevar por ellos. Ningún otro hombre sabía como Victor. Aunque él había sido su único amante, no podía imaginarse a ningún otro hombre que la encen­diera tanto.
Victor deslizó una mano por su espalda hasta cubrirle el trasero. Recordó que al estar desnuda esa parte de su cuerpo era suave como el terciopelo. Profundizó el beso y le separó los muslos con la rodilla, sintiendo que su sexo se endurecía hasta casi hacerle sentir do­lor.

-¿Le hiciste el amor a Amelie o fue solamente sexo?
Con el corazón latiéndole a toda velocidad, Victor soltó a Myriam y después dio unos pasos atrás, refleján­dose la furia en su rostro.
-Tú sí que sabes cómo enfriar el ambiente. ¿Les haces esto a todos los hombres o es una tortura reservada especialmente para mí?
Afligida, Myriam se pasó los dedos por el cabello.
-No ha habido ningún otro hombre después de ti -Myriam se derrumbó, intentando desesperadamente re­componer sus defensas. La pregunta sobre Amelie ha­bía salido de la nada, tomándola también a ella por sorpresa. Myriam se preguntaba cómo había sido esa Amelie, si se habría quedado destrozada cuando las cosas no le habían funcionado con Victor, igual que le había pasado a ella.
Aunque estaba furioso con ella, Victor se sintió satis­fecho con la respuesta. Ni siquiera sabía cómo habría sobrellevado el hecho de que ella se hubiera acostado con otros hombres, aunque dadas las circunstancias te­nía todo el derecho.

-Vivió conmigo durante seis meses, pero teníamos relaciones íntimas muy esporádicamente, casi nunca. Amelie era una mujer muy maniática, siempre estaba preocupada por su aspecto. No sé si sabes lo que quiero decir.
Myriam lo sabía, y se maldijo por haber roto el mo­mento por Victor. ¿En qué había estado pensando?
-Lo siento... tenía que preguntarlo.
-¿Sientes que mi vida amorosa no fuera todo lo que podía haber sido o sientes que ella no la disfrutara?
Myriam se ruborizó violentamente, incapaz de mirarlo a la cara.
-Estás enfadado.
-¡Sí, estoy enfadado! Tienes todo el derecho a sen­tirte ofendida por lo que te hice, Myriam, pero tampoco tienes que torturarme. El fuego está bajo. Esperaré a que casi se haya apagado y después lo volveré a encen­der. Mientras tanto, creo que necesito algo un poco más fuerte que este chocolate -se llevó su taza a la co­cina, mientras Myriam deseaba poder volver atrás en el tiempo, antes de haber hecho esa pregunta tan grosera.

Ella lo deseaba. La necesidad se había convertido en un dolor físico que le hacía retorcerse y dar vueltas en la enorme cama de matrimonio. Los sueños eróticos con Victor la habían atormentado durante horas. Apartó el edredón, echó los pies al suelo y se pasó las manos por el cabello mientras contemplaba el alba aún gris que se filtraba a través de las cortinas. Se puso su bata de seda de color aguamarina y salió descalza al pasillo. En algún lugar de la casa un reloj dio la hora y al final del pasillo vio brillar una suave luz roja frente a un re­trato de Jesucristo, el famoso «Sagrado Corazón» del que Ruth le había dicho en una ocasión que brillaba en casi todos los hogares de Irlanda.
Respirando profundamente, intentó recordar cuál era la habitación de Victor. Había cuatro puertas en el pasillo, dos a la izquierda y dos a la derecha, y una era la del dormitorio de Myriam. Se asomó a tres de ellas, y se le hizo un nudo en la garganta al ver que Victor no es­taba en ninguna.
¿Se había enfadado tanto con ella que había deci­dido volver solo a Londres? Él no haría eso... ¿o sí? Paralizada por el miedo y las dudas, apartó ese pensa­miento de su mente y entró lentamente en el salón, quedándose quieta al ver el musculoso cuerpo de Victor tendido en el sofá. Se había llevado un cubrecama de su dormitorio y en algún momento de la noche se ha­bía tapado con él, pero en ese momento la prenda es­taba en el suelo. Myriam tembló violentamente, y no sólo por el frío. Se acercó a él silenciosamente.

Victor todavía llevaba el suéter y los vaqueros. Myriam observó su rostro dormido, estudiando las arrugas de la frente y las que tenía junto a los ojos. Sintió dolor al pensar en él trabajando tanto tiempo sin descanso y de­seó, y no por primera vez, que Victor no se hubiera casti­gado tanto. Ya tenía un negocio exitoso y próspero, no tenía que demostrárselo a nadie, y menos a ella. Myriam sólo había mostrado intolerancia ante el trabajo de Victor y su ambición. Era gracioso que pudiera verlo tan claramente, como si alguien le hubiera encendido una bombilla en el cerebro. Con las manos temblorosas agarró el material sedoso de la bata, como si quisiera impedirse a sí misma acercarse a él y tocarlo. El deseo la estaba consumiendo.
Finalmente, con el pulso acelerado, le puso una mano en el pecho. Victor abrió los ojos y, sin decir una palabra, la agarró por la cintura y la acercó a él. Myriam perdió el equilibrio y cayó encima de él. Tenía la respi­ración entrecortada. Un instante después él la estaba besando, haciéndole el amor con la boca mientras le recorría el cuerpo con las manos acariciándola, hasta que Myriam se sintió demasiado débil para luchar contra el deseo en el que los dos estaban envueltos. Se apartó un poco para mirarlo y cuando él protestó Myriam le puso un dedo en los labios, pidiéndole con ese gesto que no hablara, que sólo sintiera. Dejando caer la cabeza en el cojín que tenía detrás, Victor contuvo la respiración mientras las manos de Myriam se deslizaban hacia su pel­vis, acariciaban la dura protuberancia bajo la bragueta y bajaban lentamente la cremallera. Victor gimió y ha­bría alargado las manos para agarrarla, pero ella le es­taba bajando los vaqueros hasta las rodillas, haciendo después lo mismo con los boxers de seda negra. Victor sintió la boca seca cuando Myriam se sentó a horcajadas sobre él y lenta pero hábilmente lo guió a su interior, cada vez más profundamente, comenzando después a mecerse suavemente hacia delante y hacia atrás. Luego se inclinó hacia él para besarlo y Victor alargó las manos, acariciándole los pezones sedosos a través de la camisa de dormir, apretándolos y cubriéndolos. Cuando ella volvió a sentarse Victor le cubrió los pechos con la boca haciendo que Myriam gritara de placer, susu­rrando su nombre.

Los recuerdos se agolparon en la memoria de Myriam. No había ni una sola superficie en el apartamento en la que no hubieran hecho el amor. Siempre habían estado ávidos el uno del otro, como si nunca hubieran tenido suficiente. Obligándose a concentrarse en el presente, Myriam suspiró, sintiendo el placer a través de todo su cuerpo como si fuera una corriente de alto voltaje. Con cada movimiento de su pelvis Victor entraba en ella más profundamente, hasta que el placer fue demasiado in­tenso. Unas exquisitas sensaciones de calor explotaron dentro de Myriam, y gritó entrecortadamente mientras sus paredes húmedas se contraían alrededor del miembro endurecido de Victor, hasta que finalmente sintió el or­gasmo de su marido. Respirando con dificultad, Victor le agarró firmemente las caderas durante un momento antes de dejar que se separara. Cuando abrió los ojos, sus labios se curvaron en una sonrisa devastadora y Myriam, sintiendo que se estaba ahogando en la pasión, le devolvió la sonrisa.

-Recordé que es así como te gusta que te despierten -dijo con voz sedosa.
-Ha dado en el clavo, señora García -respondió con voz ronca, sabiendo que el hecho de llamarla así le hacía creer que ella sólo le pertenecía a él. Ella se son­rojó como una colegiala y Victor sintió que la sangre le hervía en las venas. La deseaba de nuevo. Ella intentó apartarse, pero él la mantuvo en el mismo sitio con ma­nos firmes, con los ojos oscurecidos por el deseo.
Myriam se mordió el labio inferior sorprendida, pero se quedó obedientemente donde estaba, dejando que Victor le quitara la bata y le desabrochara los botones de la camisa de dormir, hasta que se quedó desnuda.
-Eres tan hermosa, cariño -dijo con voz ronca mientras le acariciaba el ombligo perfecto y sexy, an­tes de hacer lo mismo con sus pechos-. Y si crees que te vas a apartar de mí pronto, estás equivocada, porque tengo planes para ti.
-¿Planes?
-Si. Unos planes que nos van a tener aquí toda la mañana -Victor se quitó el suéter dejando al descubierto sus magníficos hombros y su estómago duro y liso, e invirtió la postura hábilmente, de manera que Myriam ter­minó tumbada de espaldas debajo de él-. Ahora te tengo justo donde quiero, y a menos que haya un terre­moto o algo así, no te vas a mover hasta que te haya demostrado que estamos haciendo el amor, que esto no es sólo sexo. ¿Has entendido?
Myriam deslizó una mano por su espalda, deleitándose con el tacto de los músculos bajo sus dedos, y esbozó una sonrisa temblorosa.
-¿Tengo pinta de salir corriendo?

Algo más tarde Myriam paseaba por la playa. Había dejado a Victor leyendo un libro de cocina, y se había sentido sorprendida e intrigada cuando él había insis­tido en cocinar algo para comer. Envolviéndose en uno de los suéteres de Victor, inhaló la fragancia masculina y sexy y se estremeció de placer. No había ni un solo lu­gar de su cuerpo que no hubiera recibido los cuidados de su marido, sus miembros tenían la consistencia de la sémola y los pechos aún vibraban por las insaciables demandas de la boca de Victor. Su marido tenía razón: lo que había habido entre ellos no había sido solamente sexo, habían hecho el amor de verdad.
Myriam se giró para mirar la casa en la colina y el cora­zón le dio un vuelco al pensar en vivir con Victor de nuevo. ¿Era eso lo que había querido decir al sugerir que podían buscar una casa en la ciudad donde ella vi­vía? ¿Sería esa pequeña localidad suficiente para un hombre tan acostumbrado a la gran ciudad? Tal vez se cansaría pronto del lugar... o de ella. ¿Y podía arries­garse a que el corazón se le rompiera de nuevo si él se marchaba?
Una gaviota graznó sobre ella, captando su aten­ción. Protegiéndose los ojos del sol, Myriam miró hacia arriba y sintió una nostalgia que no podía explicar, pero se dio cuenta de que tenía que ver con la libertad. ¿Cómo era el dicho? «Si amas a alguien, déjalo libre». La devoción de Victor por su trabajo había tenido mucho que ver en su ruptura, ¿pero había tenido Myriam derecho a restringir su ambición y su pasión? Si realmente lo hubiera querido no habría intentado contener su deseo de conseguir que el negocio fuera próspero. Muchas veces no había estado con ella porque lo necesitaban en el trabajo, pero ella tampoco había estado con él siempre que Victor se lo había pedido. Había habido in­numerables reuniones y cenas a las que ella también había sido invitada, incluyendo dos galas cuando la compañía de Victor había ganado prestigiosos premios, pero Myriam había preferido quedarse enfurruñada y sola en el apartamento, sintiéndose ofendida. Y Victor ni si­quiera se lo había echado en cara.
Bajó la mirada para observar la arena blanca. Soplaba una ligera brisa marina que le agitaba el cabello. Apartándoselo de los ojos, se dio cuenta de que se sen­tía confusa sobre un montón de cosas. Lo único que podía hacer era dar un pequeño paso cada vez.
Jugueteó con el anillo de platino que llevaba en uno de sus dedos. No sabía si esas vacaciones conducirían a un compromiso permanente, pero había una cosa clara: su amor por Victor no había disminuido ni un ápice desde que se separaron. Esa era la única razón por la que no le había pedido el divorcio.
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Mensaje  jai33sire Lun Nov 30, 2009 10:28 pm

muchas gracias por el capitulo

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Mensaje  myrithalis Lun Nov 30, 2009 11:39 pm

Gracias por el Cap. que padre estuvo ojala ya se reconcilien Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  vicbrenda Mar Dic 01, 2009 12:19 am

esta mjy chida grax por compartirla
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Mensaje  Eva_vbb Mar Dic 01, 2009 12:41 am

GRACIAS X EL CAP... DUL Pasión Renovada - Página 4 388331 Pasión Renovada - Página 4 388331 Pasión Renovada - Página 4 388331 TE LEEO MAÑANA CON EL SIGUIENTE
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Mensaje  alma.fra Mar Dic 01, 2009 12:55 am

Estuvo muy padre el capitulo, muchas gracias.
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Mensaje  mats310863 Mar Dic 01, 2009 9:02 am

VAN EN VÍAS DE COMPRENDERSE Y RECONCILIARSE, OJALA PUEDAN SUPERAR TODO LO PASADO, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  dulce_myrifan Mar Dic 01, 2009 1:02 pm

Cap. 13

Victor estaba luchando para mantenerse des­pierto, y no era sólo el calor del fuego lo que lo adormecía. Estaba notando los años en los que había dormido muy poco debido a su trabajo, no­ches enteras preparando campañas, intentando encontrar una idea original que le encantara al cliente, ade­más de los problemas de personal y los dolores de cabeza que implicaba tener un negocio propio.
Ahogando otro bostezo, estiró sus largas piernas hacia el fuego, se puso las manos detrás de la cabeza y se reclinó contra el sofá. Desde algún lugar de la casa le llegaban las reconfortantes notas de un piano. No reconocía al compositor, pero sabía que Myriam estaba usando la música como acompañamiento para sus ejercicios de ballet. Sus labios se curvaron en una sonrisa cuando pensó en lo indignada que se había sentido cuando él le había preguntado si se podía quedar para mirar. Los dos sabían que no era una buena idea. El hecho de que ella llevaba unas mallas negras ajustadas y un pequeño body que era como una se­gunda piel, y de que estaría adoptando todo tipo de posturas imposibles sería una tentación que Victor no podría aguantar. Pero no había nada que le impidiera imaginársela. Habían pasado toda la mañana haciendo el amor, «recuperando el tiempo perdido», había di­cho él, y su cuerpo seguía en un constante estado de excitación si ella estaba cerca. ¿Cómo había sido tan estúpido de pensar que una mujer como Amelie podría satisfacer una pasión salvaje como la suya, una pasión que sólo Myriam podía igualar? Si su padre no hu­biera muerto tan inesperadamente y él no hubiera sen­tido esa necesidad de tener hijos, no habría sugerido la posibilidad de casarse con esa mujer. Era cierto que Amelie había impresionado a sus clientes cuando ha­bían salido a cenar juntos, pero algunos habían sido tan superficiales como ella, más preocupados por las casas, los coches y la ropa que por las cosas realmente importantes. Como tener un compañero sentimental, un hogar e hijos, cosas que Victor deseaba con todo su corazón. Se preguntó casi sin darse cuenta si Myriam se quedaría embarazada pronto. Se dijo que las posibili­dades eran altas, ya que habían abandonado los anti­conceptivos.
Cuando el teléfono que había sobre el aparador de roble comenzó a sonar rompiendo el silencio, Victor lo miró asombrado, como si fuera una bomba. Se levantó a regañadientes para contestar.

Con la piel brillante por el sudor y los músculos li­geramente doloridos, Myriam se asomó al salón de ca­mino a la ducha para sugerir a Victor que abrieran una botella de vino. Con una toalla blanca y limpia echada sobre los hombros, abrió la puerta y oyó su voz. Le llevó unos instantes darse cuenta de que estaba ha­blando por teléfono. Le había dicho que nadie más sa­bía que estaba allí. Myriam frunció el ceño y pensó que tal vez era alguien que se había equivocado. Mientras entraba en la habitación Victor se dio la vuelta para mirarla y la expresión ligeramente apenada de su rostro le con­firmó que no era una llamada equivocada.
Victor colgó y durante un momento no dijo nada. Se quedó de pie junto al aparador, rascándose la cabeza. Los músculos del estómago de Myriam se contrajeron por la inquietud.

-¿Quién era? -su voz sonó demasiado alta en la ha­bitación silenciosa.
-Mitch Williams.
-¿El propietario de la casa?
-Eso es.
Entonces por supuesto que sabía que Victor estaba allí. Myriam se sintió aliviada.
-Mitch es mi mano derecha -continuó Victor-. Él...
-¿Quieres decir que trabaja contigo? -desconfiada, Myriam le lanzó una mirada acusadora a su marido-. An­tes era Graham Radlett... ¿Qué pasó con él?
-Se fue. A España.
-No podía aguantar el ritmo, ¿eh?
-Algo así.
-Es algo sobre el trabajo, ¿no? ¿Quieren que vuel­vas?
-Hay un problema -con voz tensa, Victor miró preo­cupado a Myriam, intentando no darse cuenta de que es­taba espléndida con esa ropa-. Uno de nuestros mejo­res clientes va a demandarnos a menos que vaya personalmente a tranquilizarlo. Si fuera cualquier otra cosa, le diría a Mitch que se encargara, te lo juro. Todo lo que necesito es una tarde para verlo en su hotel... Si tomo un avión por la mañana puedo estar de vuelta mañana por la noche.
-¡Pero acabamos de llegar! -furiosa y decepcio­nada, Myriam se quitó la toalla de alrededor del cuello y se la llevó a la frente-. Entonces deberías llamar a la compañía aérea -dijo con ligereza, fingiendo despreo­cupación. «¡No era justo!», se dijo. Ya lo estaba per­diendo de nuevo, el trabajo ya estaba saboteando cualquier posibilidad de tener un futuro juntos-. Necesito una ducha, discúlpame.
-¡Myriam, espera!
Ignorándolo, ella salió de la habitación.

A la mañana siguiente, acurrucada en una chaqueta de color marfil forrada de piel de cordero, Myriam ob­servó a Victor mientras recogía su tarjeta de embarque en el aeropuerto. Le había asegurado que estaría fuera un día, pero ella sabía que sería más tiempo. Incluso era posible que no regresara.
-Me quedan diez minutos antes de ir a la puerta de embarque. Sentémonos -incapaz de mirarlo, la mirada de Myriam vagó por las pantallas de información de los vuelos-. Myriam.
-¿Qué? -le dedicó una mirada impaciente y el cora­zón le dio un vuelco al ver esos ojos. ¿Por qué se le había puesto la piel de ga­llina cuando los hombros de Victor la habían rozado al sentarse?
-Todo va a salir bien. Confía en mí.
-¿De verdad? -Myriam desvió la mirada rápidamente al sentir que las lágrimas se le agolpaban en los ojos-. ¿Crees que no le gustamos a alguien allá arriba?
-Creo que alguien allá arriba nos está dando una oportunidad para arreglar las cosas -le tomó una mano y sonrió-. ¿Qué le pasó a ese famoso optimismo que tenías?
-Lo perdí la noche que te fuiste, ¿no lo sabías?
Victor tardó un par de segundos en recuperarse del dolor que sintió en el pecho. Sus dedos se curvaron al­rededor de la mano pequeña y pálida de Myriam.
-No quise hacerte daño. Probablemente fue una de las peores decisiones que he tomado, ahora lo sé.
-Vuelve pronto... por favor -una sola lágrima se deslizó por su mejilla y ella la enjugó rápidamente.
-Te prometo que me reuniré con el cliente, arre­glaré las cosas y tomaré un avión lo más pronto que pueda. Tengo el número de Mitch, así que te llamaré. ¿Vendrás a buscarme en el aeropuerto?
Ella asintió mientras sacaba del bolsillo las llaves del coche.
-Si no vengo tendrás que caminar cuarenta kilóme­tros en la oscuridad... podrías llegar a la casa en Navi­dad.
Victor sonrió y Myriam sintió la fuerza de su sonrisa. Las cosas que ese hombre podía hacerle sólo sonriendo...

Pasó la mayor parte del día en la casa. Encendió la radio para tener algo de compañía y escuchó con pla­cer una selección de canciones irlandesas. Pensaba en Victor la mayor parte del tiempo, pero intentó mante­nerse ocupada para evitar la desesperación. Después de haber pasado la aspiradora a todas las habitaciones, limpiado el polvo a todas las superficies y dejado la cocina como los chorros del oro, decidió cocinar algo. Inventó una versión improvisada de guiso irlandés y dejó la olla cociendo al fuego mientras horneaba una tanda de bollitos de frutas. Después de terminar con sus actividades culinarias, de fregar y de barrer el suelo de la cocina por segunda vez, sólo eran las tres de la tarde y no sabía nada de Victor.
Myriam se acercó al enorme ventanal del salón y con­templó la playa. Se cruzó de brazos y se giró para mi­rar el teléfono silencioso. Se fue a buscar su imperme­able, se puso las botas y se dirigió a la playa. En cuanto el aire fresco le llegó a los pulmones sintió que las tensiones del día se desvanecían. Se dijo a sí misma que estaría fuera una hora, y después seguramente Victor llamaría.
Pero a las ocho de la tarde Myriam aún no sabía nada de él. Se obligó a comer algo del guiso que había pre­parado y encendió la televisión para distraerse. Final­mente, habiendo perdido la paciencia con el programa que había elegido, una discusión demasiado intelectual sobre el arte, descolgó el teléfono y marcó el número de su tía.

-Me preguntaba cuándo iba a saber algo de ti -dijo Ruth cautelosamente después de escuchar el saludo de su sobrina-. ¿Qué tal va todo? ¿Victor y tú se llevan bien?
Al recordar la mañana de pasión del día anterior, seguida de una noche similar, Myriam se ruborizó violen­tamente.
-Nos estamos llevando bien. Y este es un país her­mosísimo, tan verde que te hace daño a la vista. La casa en la que estamos tiene unas vistas del mar espec­taculares.
-Ya lo sé, querida.Todavía tengo primos en el pueblo donde crecieron. Pero estoy mucho más interesada en ti y en Victor. No sé muy bien cómo me siento al saber que estás sola con él.
Myriam no creyó necesario preocupar aún más a su tía diciéndole que Victor había regresado a Londres por ne­gocios. Tampoco se paró a pensar por qué lo estaba protegiendo. Sujetándose un mechón de cabello detrás de la oreja, suspiró en el auricular.
-Tú fuiste quien dijo que teníamos que hablar, ¿re­cuerdas? Bien, pues estamos hablando -entre otras co­sas.
-¿Y de qué estan hablando exactamente? ¿Todavía estan tratando el tema del divorcio?
-Habrías sido un buen fichaje para la Gestapo, ¿lo sabías?
-Querida, el hecho de que no me quieras contar nada me hace pensar que todavía estás confusa. No de­jes que Victor te convenza de tomar cualquier decisión para la que no estés preparada, ¿me oyes?
-Sí, tía -contestó poniendo los ojos en blanco.
-Y no me llames «tía» de esa manera. ¡Me hace sentir como una cosa vieja caducada!
-¿Cuándo se te va a meter en la cabeza que no eres vieja? -sonriendo con cariño, Myriam desvió su atención hacia la televisión, en la que la tediosa discusión ya se estaba terminando. Empezando a sentirse nerviosa al pensar que tal vez Victor estaba intentando llamarla, quiso terminar la conversación-. Bueno, tengo que de­jarte; sólo quería charlar un rato y ahora me parece que oigo a Victor llamándome -mintió cruzando los dedos.
-Llámame en cuanto sepas cuándo vuelves. Echo de menos no tenerte cerca.
-Si necesitas compañía, ¿por qué no le dices a Peter, el del otro lado de la calle, que te invite a un café? Sé que tiene debilidad por ti y tal vez descubras que tienen más cosas en común de lo que crees.
-Libros antiguos y muebles antiguos. Haríamos una pareja estupenda, ¿no crees? Querida, cuando esté tan desesperada será el momento de que me marche a una residencia. Dame tu número por si me apetece charlar -Myriam se lo dio de buen grado-. Cuídate... y llama pronto.
Dos horas después Myriam no había recibido ninguna llamada de Victor y tuvo que resignarse al hecho de que probablemente no llamaría. Al menos no esa noche.
Sintiéndose a la vez furiosa y desesperada, apagó to­das las luces del salón y se dirigió a la cama.
¿Era una tonta por confiar en él otra vez después del daño que le había hecho? Ese fue el último pensa­miento que cruzó su cabeza antes de quedarse dor­mida.
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Mensaje  alma.fra Mar Dic 01, 2009 9:59 pm

Haaayyy Victor, todo iba tan bien. . . . Ojala regrese pronto si no va a ser dificil ke Myri lo perdone.
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Mensaje  vicbrenda Mar Dic 01, 2009 10:08 pm

muy interesante sigue contando por is
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Mensaje  myrithalis Mar Dic 01, 2009 11:54 pm

Noooooooooo que regrese ya Victor apenas se estan contentando no puede ser por que Espero que llegue Pronto Saludos y gracias por el Cap. Atte: Iliana
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Mensaje  dulce_myrifan Miér Dic 02, 2009 10:57 pm

Cap. 14

¡Nunca más! Nunca volvería Victor a pasarlo tan mal para apaciguar a un cliente rico y petulante. Lo único que lo alegraba, aparte de haber evitado un juicio, era que después de un día enervante y tedioso iba a volver a la casa donde debería haber estado con Myriam. Por lo menos había tenido la satisfacción de decirle al cliente que la próxima vez debería llevarse su negocio a otro sitio, porque él no estaba dispuesto a aguantar más problemas. Para su sorpresa, el cliente había dado mar­cha atrás rápidamente, asegurándole que ni siquiera se le ocurriría trabajar con otra agencia, porque siempre había estado muy satisfecho.
Victor se despidió del taxista con una propina más que generosa, agarró la bolsa de viaje de color azul marino que se había llevado y empezó a subir los escalones de la casa. Todas las luces estaban apagadas, excepto la del porche. Buscó la llave de repuesto que, según Match, estaría debajo del felpudo, y entró silenciosa­mente.

Estaba ansioso por volver y no se había molestado en llamar a Myriam antes. Además, eran más de las tres de la mañana y no había querido despertarla. Pero sobre todo no había querido que condujera en la oscuridad al aeropuerto para recogerlo. Tomar un taxi había sido lo más sensato.
Victor dejó la chaqueta y la bolsa en una silla de la entrada, se quitó los zapatos y avanzó por el pasillo ha­cia la habitación de Myriam. No había echado las cortinas y la luz de la luna se colaba en el interior, iluminando el cuarto débilmente. Myriam estaba tumbada boca abajo, con los brazos sobre la almohada blanca.
Inclinándose hasta estar a su altura, le apartó el ca­bello del rostro, sintiendo la calidez de su respiración contra la muñeca. No quería despertarla, sólo delei­tarse mirándola unos momentos. Aunque había estado fuera menos de veinticuatro horas, la había echado de menos.

-¿Victor? -Myriam se dio la vuelta y se incorporó hasta quedar sentada, mirándolo con sus somnolientos ojos.
-He vuelto, cariño.
-¡Bastardo!
Por un instante Victor se quedó tan sorprendido por el golpe que sintió en el hombro que ni siquiera se defen­dió. Pero cuando Myriam lo golpeó de nuevo, y luego una tercera vez, le agarró las muñecas y la miró incrédulo.
-¿A qué viene eso? -preguntó furioso.
-¡Me mentiste!
-No te mentí, yo...
-No importa cómo lo digas, Victor. ¡Ni siquiera tu­viste el detalle de llamarme para decir que ibas a llegar tarde! -intentó soltarse pero Victor le agarraba las muñe­cas con firmeza.
-¡Escúchame! La reunión se alargó y el cliente llegó un par de horas tarde. Tuve que invitarlo a cenar y después meterlo en un taxi para que se fuera a casa. Después de eso, de ponerme al día con Mitch y de lla­mar a la compañía aérea, ya eran las nueve de la no­che. El primer vuelo que pude encontrar no salía hasta después de medianoche. No te llamé porque no quería que condujeras hasta el aeropuerto tan tarde, pensé que sería más fácil tomar un taxi... y darte una sorpresa.
Luchando todavía por liberarse, Myriam dijo enfadada:
-Es como en los viejos tiempos, ¿verdad, Victor? Me haces una promesa y después no la cumples. No ha cambiado nada.
El abatimiento que había en su voz lo desarmó. Lu­chando contra la furia que sentía al haber sido malin­terpretado cuando sólo estaba haciendo lo que pensaba que era lo mejor, Victor murmuró un improperio y la soltó.
-Todo ha cambiado, Myriam. A pesar de lo que puedas pensar, el trabajo ya no es lo primero para mí. Esta era una situación especial y para resolverla se necesitaba mi pericia. Te guste o no, todavía tengo responsabili­dades con la gente que trabaja para mí. Sus puestos de trabajo dependen de si la agencia prospera. No podría dejarlos en la estacada.
-No. Tú no harías eso, Victor -la invadió una oleada de vergüenza mientras se frotaba las muñecas dolori­das. Al no telefonearla, ella había creído lo peor. Había creído que no era lo suficientemente importante como para que volviera a la mínima oportunidad para estar con ella. Pero al oír la frustración y el dolor en la voz de Victor se sintió castigada, porque sabía que era un hombre íntegro que hacía todo lo posible por no de­fraudar a la gente. Y eso la incluía a ella-. Lo siento.
-No hay nada que debas sentir, yo soy el único que debe disculparse. La próxima vez te llamaré antes -se levantó y se frotó los ojos-. Vuelve a dormirte. Buenas noches, Myriam.
Presa del pánico, Myriam se pasó una mano temblorosa por el cabello.
-¿Dónde vas?
La mirada de Victor parecía muy distante.
-A la cama. Estoy derrotado.
-¿Quieres beber algo? ¿Tienes hambre? -preguntó poniendo los pies en el suelo y levantándose.
Aunque Victor se sintió atraído por ella en cuanto la vio con una camisa de dormir de color rosa que dejaba distinguir las curvas de su cuerpo, estaba demasiado cansado.
-Estoy bien. Tomé un sándwich y algo de café. Ahora lo único que quiero es dormir.
Esbozó una ligera sonrisa más parecida a una mueca y dejó allí a Myriam, antes de cerrar la puerta de­trás de él.

Cuando Myriam entró en la cocina a la mañana si­guiente no había rastro de Victor, pero encontró una nota sobre la mesa. Le decía que se había ido a dar un paseo por la playa y que desayunara sin él.
¿Cómo podía comer cuando se sentía tan agitada? Mordiéndose el labio inferior, Myriam buscó su imperme­able y se apresuró a salir de la casa para bajar a la playa.
Lo encontró haciendo rebotar piedrecitas en el mar.
-Tienes que aprender a confiar en mí, Myriam. Si no, esto no va a funcionar -después de mirarla breve­mente, siguió lanzando piedras.

Tragando saliva con dificultad, Myriam hundió las ma­nos en los enormes bolsillos de la chaqueta. La noche anterior se había angustiado al pensar que podría per­derlo otra vez. Al ver que no la llamaba casi se había vuelto loca pensando en lo peor, como qué ocurriría si el avión se estrellara y él muriera antes de haberle po­dido decir que lo amaba, que siempre lo había amado.
Por eso había tenido esa reacción cuando él apareció finalmente.
-La confianza es un salto de fe para mí -confesó Myriam.
-Lo sé -limpiándose las manos en los vaqueros, Victor acortó la distancia que los separaba-. Por eso te estoy dando todo el tiempo del mundo. Ahora lo único que quiero es estar contigo, y haré todo lo necesario para ganarme tu confianza. Lo prometo.
Myriam sintió en su interior algo luminoso y bueno, como si alguien hubiera encendido una luz en la oscu­ridad. Sin decir nada lo abrazó, saboreando el aroma de mar que se había aferrado a él, mezclándose con su propio olor. Hundió el rostro en la lana gruesa del sué­ter de Victor.
-¿Tienes hambre? -lo miró con una expresión feliz.
-De ti... no de comida -contestó Victor mientras le ponía las manos en las caderas.
-Bueno, tal vez pueda tentarte con un poco de cada -le puso las manos en el pecho para apartarlo y echó a correr por la playa-. ¡Pero antes tienes que alcan­zarme! ¿Crees que podrás hacerlo?
-¡Cariño, si tú eres el premio podría incluso ganar las Olimpiadas!

Echó a correr siguiéndola, acortando la distancia mucho más rápido de lo que había pensado. Cuando Myriam se giró para ver por dónde iba y se dio cuenta de que la estaba alcanzando, se echó a reír y se detuvo.
-¡Guau! -tenía los ojos brillantes cuando él llegó a su lado-. Seguro que has estado entrenando, ¡eso ha sido impresionante!
-Ni la mitad de impresionante de lo que voy a estar en el dormitorio, señora García.
Victor la tomó en brazos, sintiendo cómo la sangre se le agolpaba entre las piernas cuando ella lo abrazó ale­gremente.
-Promesas, promesas.
-¿Qué? ¿Crees que no lo voy a conseguir? Ignorando la insinuación, Myriam suspiró y lo miró. -Creo que puedes conseguir todo lo que te propon­gas, Victor... en serio.

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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 02, 2009 11:31 pm

GRACIAS X EL CAP....
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Mensaje  myrithalis Miér Dic 02, 2009 11:44 pm

Gracias niña por el Cap de ahora y esperamos con ansia el de mañana perdón los de mañana Pasión Renovada - Página 4 146353 Pasión Renovada - Página 4 146353 Pasión Renovada - Página 4 146353 Pasión Renovada - Página 4 146353 Pasión Renovada - Página 4 146353 Gracias bye Atte: Iliana
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Mensaje  alma.fra Jue Dic 03, 2009 1:07 am

Muchas gracias por el capitulo ke bueno ke Vic ya regreso, ya kiero ke sea mañana para el 2 x 1.
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Mensaje  mats310863 Jue Dic 03, 2009 9:06 am

QUE SUSTO, PENSE QUE SE IBAN A SEPARAR DE NUEVO, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  dulce_myrifan Jue Dic 03, 2009 12:41 pm

Cap 15

Despues de haber conducido durante algún tiempo, Victor detuvo el coche en una zona im­presionante, llamada Burren, compuesta de mesetas rocosas bajo un cielo azul y frío de invierno. Después de contemplar el paisaje con satisfacción du­rante unos segundos, se giró bruscamente hacia Myriam.

-Muy bien, dame el mapa.
-¡No! Yo puedo leerlo.
-Sé una buena chica y dame el mapa, Myriam.
-¡He dicho que no! ¡Y por favor, no me trates con ese tono condescendiente que empleas con tus secreta­rias! Sé lo que estoy haciendo, empecé a leer mapas cuando era una niña.
-¿Entonces puedes explicarme por qué nos hemos perdido? -Victor sonrió, pensando que nunca se habría cre­ído tan paciente, pero Myriam estaba tan decidida a hacerse cargo de su pequeña excursión que lo único que podía hacer era quedarse sentado admirándola y disfrutando.
Irritada al no poder localizar en el mapa el sitio en el que estaban, Myriam se rascó la cabeza y miró al hom­bre atractivo que se sentaba a su lado.
-Odiaría trabajar para ti, ¿lo sabías?
-Yo también odiaría que trabajaras para mí -ella frunció el ceño, Victor se rió y le acarició la mejilla con un dedo-. Eres una distracción constante, no podría trabajar.
Myriam se apoyó contra él, deslizando deliberada­mente una mano por uno de los muslos de Victor.
-¿Eso sería algo bueno o malo? ¿Tú qué crees?
-Creo... -le dio pequeños besos en los labios-... que deberías reservar todas tus habilidades para leer ese mapa... antes de que yo tenga que recurrir a la pri­mera norma de supervivencia cuando se está perdido en terreno desconocido.
-¿Oh? -con la respiración entrecortada por los be­sos de Victor, cada vez más exigentes, Myriam miró a Victor-. ¿Cuál es?
-Buscar heridas -dijo con voz ronca mientras desli­zaba una mano por debajo del suéter de ella, sintiendo la curva femenina de sus pechos.
-Pero... ninguno de los dos está herido.
-¿No cuentan las marcas hechas con los dientes?

Con un ligero gruñido, Victor deslizó los dientes por un lado de su cuello. Ella sintió una oleada de placer cuando él mordisqueó la piel sensible, mientras al mismo tiempo le acariciaba los pezones. Deslizó una mano por su mandíbula, saboreando ese tacto que le había sido negado durante cinco largos años. ¿Cómo había vivido sin él durante todo ese tiempo? Sintió que unas lágrimas calientes se le agolpaban en los ojos, y la intensidad de los sentimientos por ese hombre, cuyo bebé había llevado en las entrañas, la invadieron sin piedad.
Victor sabía cuándo Myriam estaba pensando en otra cosa, así que apartó la mano de su pecho y le colocó el suéter. Después se apartó y descubrió las lágrimas. Se le hizo un nudo en el estómago.

-¿Y esto por qué es, hmm? -levantándole la barbi­lla, le acarició el rostro.
-Siento no haberte dicho nada del bebé, Victor. Siento haber pensado que no te importaría. ¿Podrás perdonarme?
Tragando saliva con dificultad al oírla, Victor nece­sitó un par de segundos para recuperar la calma. En su interior estaba intentando asumir la muerte del bebé, diciéndose que si de su unión nacían más hijos él esta­ría siempre allí. Myriam no tendría más razones para du­dar de él... nunca más.
-Claro que te perdono. Los dos cometimos errores, pero no creo que ninguno quisiera herir al otro delibe­radamente. Han pasado muchas cosas, Myriam. No pode­mos volver donde lo dejamos, pero podemos empezar de cero.
-Todavía no lo sé, Victor -lo tomó de la mano y con­siguió sonreír-. No sé lo que quiero. Es decir... te quiero a ti, pero... -«estoy aterrorizada», reconoció en silencio. «Aterrorizada al pensar que todo puede ir mal, que tal vez no pueda soportar el dolor si te vas otra vez...»
-Está bien, cariño, no tienes que tomar ninguna de­cisión ahora. Iremos poco a poco y veremos qué tal nos va -le costó mucho permanecer tan calmado, cuando sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Algún día, de alguna manera, iba a conseguir que ella volviera con él o moriría en el intento. Le dio un pe­queño beso en los labios y se reclinó en su asiento para disfrutar el efecto: ojos llorosos, mejillas sonrojadas y labios húmedos, por no hablar del movimiento temblo­roso de sus pechos-. Si tienes en cuenta que he sido in­capaz de mantenerme apartado de ti durante estas va­caciones y que todavía no me has desterrado a la mazmorra más próxima, creo que tenemos posibilida­des de arreglar las cosas, ¿no te parece?
Myriam suspiró. Ese hombre era irresistible y la verdad era que ella no quería resistirse. Algo avergonzada por la mirada vigilante de Victor, intentó alisar el mapa arru­gado y, triunfante, señaló un lugar con el dedo.

-¡Lo encontré! Hemos pasado por este lugar hace cinco minutos. Calculo que estaremos a unos tres kiló­metros de las cuevas. Si seguimos un poco más por esta carretera, seguro que encontramos una indicación.
Fingiendo decepción, Victor bostezó y se incorporó.
-¿Quieres decir que tengo que conducir otra vez?
Desviando la mirada de los ojos abrasadores de Victor, Myriam observó el paisaje.
-¡Claro que tienes que conducir! Hay mucho que ver. Y después de visitar las cuevas de Ailwee quiero ir a ver los Acantilados de Moher. Dicen que son espec­taculares y tengo un montón de carretes fotográficos que quiero usar.
-¿Y después? -preguntó Victor mientras sus manos se curvaban alrededor del volante.
-Después... -Myriam sabía que si en ese momento es­tuvieran en la cama iba a ser realmente salvaje. Acla­rándose la garganta, miró al frente-. Encontraremos algo que nos entretenga a los dos.
Victor encendió el motor mientras sentía una oleada de calor.
-Me encanta cuando dices cochinadas -dijo con voz ronca mientras el coche se empezaba a mover.

De pie sobre un estrecho puente de hierro con una caída vertiginosa, Myriam se agarraba al brazo de Victor atreviéndose a mirar hacia abajo mientras un alegre guía irlandés les explicaba la diferencia entre estalactitas y estalagmitas. Las cuevas tenían dos millones de años y eran espectaculares, y el interior débilmente iluminado y el olor frío y húmedo de las rocas antiguas les transportaba a un mundo subterráneo que era difícil de imaginar.
-¿No es increíble? -susurró Victor mientras avanza­ban con los turistas que seguían al guía.
-Tengo que recordarte algo de mí -contestó Myriam agarrando firmemente el brazo musculoso de Victor.
-¿El qué?
-No me gustan las alturas. Tengo vértigo incluso cuando subo dos peldaños de una escalera.
-Ahora que lo dices, recuerdo que no quisiste subir en el ascensor de cristal de Lloyd's cuando nos invita­ron a un cóctel, ¿te acuerdas?
-Recuerdo que agradecí tener los músculos de las piernas bien desarrollados, porque subir todas esas es­caleras fue como escalar el K2.

Quince minutos más tarde, después del aviso del guía, la cueva se sumió en la oscuridad, para demostrar a los turistas cómo eran las cuevas sin luz. Myriam agra­deció que los cálidos dedos de Victor se entrelazaran con los suyos, porque la oscuridad era otra de sus fobias.
Él se acercó más, acariciándole la mejilla con la otra mano.
-¿Estás bien? Sé que no te gusta la oscuridad.
-Estoy siendo valiente, ¿eh?
-La mujer más valiente que conozco -le susurró al oído. Myriam no supo si fue su imaginación, pero sintió un suave beso en el lóbulo de la oreja.
Se sentía llena de alegría, por no hablar de deseo. Aliviada cuando volvieron las luces, que iluminaron todos los rincones transformando las cuevas en una gruta mágica, Myriam sonrió a Victor. Se emocionó ante la idea de que se estaban conociendo otra vez, y se pre­guntó si Victor también lo sentía.
Apretándole la mano, Victor se dirigió hacia la salida, siguiendo a la fila de turistas.
-Me siento bien -confesó Myriam, sorprendida al ver que era verdad.
-Yo también -se detuvo para tocarle la punta de la nariz, sonriendo-. Ahora vamos a jugar a los turistas y a asaltar la tienda.

Eligiendo entre todos los peluches, Victor le compró un encantador gato negro con ojos de color esmeralda y un lacito a juego, además de una enorme camiseta con un slogan publicitario en la parte delantera. Al comprarla, le dijo a la sonriente dependienta que era para que lo llevara en la cama.
Myriam le compró un bonito libro de tapas duras con fotografías a todo color del condado, y se lo dio cuando estuvieron de vuelta en el coche, listos para di­rigirse a los majestuosos Acantilados de Moher.
Visiblemente emocionado, Victor empezó a ojearlo con cuidado e interés.
-¿Me lo firmas? -sacó una pluma dorada del bolsillo interior de su chaqueta y se la dio a Myriam, junto con el libro.
-Claro -algo avergonzada, Myriam lo abrió por la pri­mera página y escribió con una mano ligeramente tem­blorosa: Victor, gracias por un día maravilloso. Con ca­riño, Myriam.
Estuvo a punto de añadir varias «x» para simbolizar besos, pero se contuvo y, ruborizada, cerró el libro, de­volviéndoselo a Victor junto con la pluma.
-Gracias.
-De nada -Myriam miró al frente sin atreverse a mirar a Victor, porque estaba necesitando todo su autocontrol para no lanzarse a sus brazos.
-¿Quieres ir a casa?
-¿Por qué? -giró la cabeza y se sorprendió al des­cubrir la mirada de deseo en los ojos de Victor.
-¿Necesitas preguntarlo?
-¿Y los Acantilados de Moher? Victor se reclinó en su asiento y se echó a reír.
-Cariño, han estado ahí durante miles de años, creo que seguirán estando mañana o pasado mañana si queremos volver a verlos.
Myriam se ruborizó.
-Muy gracioso. Me alegro de que... -pero se quedó a media frase cuando Victor abrió la puerta del coche de repente y corrió por el asfalto hacia un niño pequeño que atravesaba el aparcamiento. El niño estaba muy afligido y, tomándolo en brazos, Victor lo apretó contra su pecho hablándole y reconfortándolo. Myriam sintió que el corazón se le paraba. La vida era injusta. Victor podría haber sido el padre más maravilloso del mundo, tal vez todavía podía serlo. Myriam salió del coche con el pulso acelerado y esbozó una sonrisa comprensiva al ver a la madre del niño, que llegaba donde estaba y abrazaba a su hijo.
-Estaba en la tienda -dijo llorando-. Sólo le solte la mano durante un segundo. ¡Oh, Dios mío! ¿Qué puedo decir? Gracias, gracias -apretó al niño contra su pecho mientras sonreía a Victor-. Que Dios lo bendiga. qué habría hecho si llega a perderse...
-No pasa nada -contestó Victor mientras alborotaba el pelo negro y rizado del niño-. Probablemente queria explorar y no se dio cuenta de que la había perdido hasta hace un minuto. Mire, está sonriendo -el giró la cabeza para sonreír a Victor, como si lo conociera desde siempre. Myriam se acercó y Victor la miro abrazó-. Mi esposa -le dijo a la mujer, sin disimular el orgullo que sentía.
-Encantada de conocerla. ¿Ustedes tienen hijos?
-No -Myriam escuchó los fuertes latidos de Victor mien­tras respondía con voz grave-. No, no tenemos hijos.
Myriam levantó la cabeza y miró a Victor a los ojos.
-Pero esperamos tenerlos. Muy pronto.
-Te cambian la vida, pero no podrías estar sin ellos -la mujer jugueteó con su hijo sonriéndole.
-Eso he oído -Victor tomó a Myriam de la mano y la acercó aún más a él, con una expresión llena de espe­ranza, necesidad y deseo que no podía ocultar.
-Bueno, suerte a los dos. Hacen una pareja encanta­dora... Estoy segura de que serán unos padres estupen­dos. Vamos, Michael, mamá te va a comprar un cara­melo.
-¡Cuídese! -le dijo Myriam.
-¿A casa? -sugirió Victor.
-A casa -contestó guiándolo con urgencia al coche.

Chicas en la noche les pongo el otro capi, tengo que terminar esta novela antes del domingo porque me voy de vacaciones ehh y pues no le falta mucho pero por eso me ando apurando, nos vemos en la nochee!!
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