Vicco y la Viccobebe
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Pasión Renovada

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Mensaje  fresita Jue Nov 19, 2009 3:08 pm

hay muy buena la nove gracias dul y si coincido con el comentario de la coincidencia de maldita luna


saludos
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Mensaje  Eva_vbb Jue Nov 19, 2009 10:40 pm

DULCINEAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA

lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol! lol!
ANONE ESTA EL CAP... DE HOY??????????

Pasión Renovada - Página 2 149909 QUEREMOS CAP... Pasión Renovada - Página 2 149909 QUEREMOS CAP... Pasión Renovada - Página 2 149909 QUEREMOS CAP...
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Mensaje  dulce_myrifan Vie Nov 20, 2009 10:04 pm

Mañana les pongo el capi que les deboo Pasión Renovada - Página 2 Icon_smile

Cap. 4

Myriam se preguntó si no se había imaginado lo que acababa de oír. Mientras se dirigía al hotel se había sentido aterrada y excitada pensando que lo iba a ver de nuevo, aceptando que su encuentro en el museo había despertado muchos sueños y espe­ranzas que debía haber abandonado mucho tiempo atrás. Sobre todo después de lo que había pasado... Pero en ese momento, mirando a Victor, recordó que los sentimientos que debería tener hacia él eran ambiva­lentes en el mejor de los casos, y hostiles en el peor.
-¿Es una broma pesada? Porque si lo es, no me hace ninguna gracia. Primero me dices que has cono­cido a alguien y que quieres el divorcio, y después... ¿Qué está pasando, Victor?

Victor pensó que tenía que llevar las cosas con calma, o de otra manera podría asustarla y perderla. Después de haberla visto de nuevo sabía que estaba haciendo lo correcto. De hecho, le sorprendía que hubiera podido sobrevivir tanto tiempo sin ella. ¿Cómo podía haber pensado en casarse con alguien como Amelie? La chica francesa ni siquiera se relajaba en la cama; es­taba demasiado obsesionada con su aspecto, era dema­siado fría. Victor sólo tenía que mirar el color en las mejillas de Myriam para recordar lo cálida que había sido su mujer en ese aspecto... una revelación erótica de fuego y pasión.

-No es una broma, Myriam. Amelie y yo hemos roto.
Myriam sintió una punzada de celos al oír el nombre de su novia. Antes de tener un nombre la mujer había sido sólo algo borroso. Pero «Amelie» la hacía de carne y hueso, y eso dolía.
-¿Y yo qué soy? ¿Un puerto al que acudir en mitad de la tormenta?
-Por supuesto que no -Victor parecía ofendido. Myriam pensó que era una mala señal que él no se preocupara por lo que le podía hacer daño-. Una vez nos llevamos bien -continuó Victor deslizando una mano en el bolsi­llo de su traje oscuro-. ¿Es una locura pensar que tal vez podamos hacerlo de nuevo?
-Lo estás diciendo en serio, ¿verdad? -el corazón de Myriam latía a toda velocidad. De entre todas las razo­nes que podía tener Victor para verla de nuevo, una re­conciliación era la última en la que ella habría pen­sado. Se preguntó qué era lo que había detrás y por qué Victor la estaba torturando de esa manera.
-Tan en serio que me he tomado un mes libre.
-¡Debe de ser la primera vez! ¿Estás seguro de que pueden pasar sin ti? Creí que eras indispensable.
Para su sorpresa, una sonrisa de desaprobación curvó la boca perfecta de Victor.
-Yo también, pero evidentemente no es así. Afortu­nadamente tengo a buena gente trabajando para mí, gente que hará un buen trabajo. La verdad es que no me preocupa estar fuera durante un mes.
-¿Y qué vas a hacer con todo ese tiempo libre? -preguntó Myriam sujetándose un mechón detrás de la oreja-. ¿Tal vez alguna terapia?
-¿Terapia?
-Para tu adicción al trabajo... ¿o todavía lo niegas? Victor pudo sentir el dolor y la rabia que había en esa acusación, y se arrepintió por todo el daño que pudo haberle causado durante todo el tiempo que antepuso su trabajo a la relación entre los dos. Suspirando pro­fundamente, miró el mostrador de información, donde una morena los miraba con atención, pretendiendo estudiar de repente unos papeles.
-Aquí no podemos hablar. ¿Por qué no vamos a otro sitio?
-¿Qué sugieres? ¿La tienda de mi tía Ruth? ¿Tu ha­bitación, tal vez? -con una mirada despectiva Myriam desdobló su chaqueta y se la puso. Después se mordió el labio para que dejara de temblar-. Estoy segura de que podrás arreglar las cosas con tu novia. Siempre se te dieron bien las mujeres, ¿no, Victor?
-¿Qué significa eso?
-Tal vez no estabas siempre trabajando cuando de­cías que lo estabas. Tal vez estabas viendo a alguien más cuando me dejaste aquella noche...
Victor se puso furioso. Nunca había engañado a Myriam, ni siquiera había querido hacerlo. Era cierto que las mujeres se pegaban a él, pero nunca había sido pro­miscuo, y cuando le había dicho a Myriam que tenía que quedarse hasta tarde trabajando en la oficina, eso era precisamente lo que había hecho.
-Primero me acusas de adicto al trabajo, y eso lo acepto, porque es verdad. Pero al acusarme de tener aventuras con otras mujeres has ido demasiado lejos. ¿Qué motivo habría podido tener? Siempre fuiste más que suficiente para mí, Myriam... no finjas que no lo re­cuerdas...
Esas palabras, unidas a la mirada ardiente de Victor, hicieron que Myriam sintiera un deseo tan fuerte que casi le fallaron las piernas.
-Bueno, ¡he cambiado! Ya no... ya no estoy interesada en esas cosas -se ruborizó violentamente y deseó que se la tragara la tierra-. Tengo otras cosas más im­portantes en las que pensar, tengo un trabajo con la tía Ruth con el que me siento realizada, tengo...
-¿Por qué dejaste el baile, por cierto?
En ese momento la respuesta era un misterio in­cluso para Myriam, así que se cruzó de brazos y miró a Victor con enfado.
-¡Eso no es asunto tuyo! Soy libre y no tengo que darte explicaciones. Después de cinco años yo...
-Todavía eres mi mujer -dijo con tono serio, casi posesivo. Myriam sintió un escalofrío.
-Eso podemos arreglarlo fácilmente. Ahora tienes mucho tiempo... ¿por qué no buscas un abogado y pre­paras los papeles? A menos que ya lo hayas hecho, claro.
-Ya te lo he dicho, Myriam, no quiero el divorcio. Quiero que nos reconciliemos. Comprendo que necesi­tes algún tiempo para pensarlo pero, como bien has di­cho, ahora tengo tiempo, así que puedo dedicarte toda mi atención. ¿Por qué no empezamos cenando juntos esta noche?
-No puedo. Tengo una cita -echó la cabeza hacia atrás mientras sus ojos brillaban triunfantes.
-¿Una cita?
-Con un hombre.
-¿Estás viendo a alguien? -uno de los músculos del pómulo de Victor tembló de forma reveladora.
-¿Es tan difícil de creer?

Victor le echó un vistazo a su reloj, se estiró los pu­ños de las mangas y sonrió seductoramente. Myriam con­tuvo la respiración mientras cada célula de su cuerpo parecía latir con fuerza.
-Esa pregunta no merece respuesta. Cancela la cita y dile a tu «amigo» que vas a cenar con tu marido.
-¡No pienso hacerlo!
-Entonces dame su teléfono, yo lo llamaré.
-¡No seas ridículo!
-Entonces hablaré con Ruth... tal vez ella me lo dé.
-Ruth no haría eso. Mira, Victor, ¡esto es una locura! Hemos estado separados demasiado tiempo, no so­mos las mismas personas que entonces -angustiada, Myriam respiró profundamente y bajó la vista. Cuando hubo recuperado un poco la calma, levantó la cabeza y lo miró suplicante-. Vuelve a Londres. Llama a Amelie. Créeme, Victor, nuestra reconciliación no fun­cionaría.
-¿Y si te digo que quiero que intentemos tener otro bebé?
Dando un grito ahogado, Myriam se dio la vuelta y sa­lió del hotel.

Victor se metió en el Mercedes y empezó a conducir. No sabía dónde iba, pero tampoco le importaba. Lo único que sabía era que necesitaba respirar, pensar y aclararse las ideas sobre Myriam. No debería haber dicho lo del bebé, eso era evidente, y no podía culpar a Myriam por su reacción. El único que había actuado como un idiota egoísta era él, y posiblemente en ese momento ella se estaría preguntando a qué demonios estaba ju­gando.
-Muy bien -dijo en voz alta mientras encendía la radio-. Quiero que vuelva, y no me importa lo que tenga que hacer para conseguirlo. Quiero tener ni­ños... muchos niños, y que vivamos felizmente en al­gún lugar que ella elija. Quiero... -la letra de la can­ción que sonaba en la radio penetró de repente en su cerebro. «Es demasiado tarde, cariño», decía el cantante. Victor levantó el pie del acelerador y soltó una pa­labrota.
Apagó la radio y miró el paisaje a través de la venta­nilla sin demasiado placer. El era un hombre de ciudad y el campo le parecía demasiado tranquilo, dema­siado... verde. En cualquier caso, le hacía ser introspec­tivo y en ese momento a Victor no le gustaba lo que es­taba descubriendo de sí mismo. Tenía treinta y ocho años y era el propietario y el director de una de las agencias de publicidad con más éxito de Londres. Pero en ninguna otra faceta de su vida había tenido éxito, y se sentía un fracasado. Era un adicto al trabajo, le había dado más importancia a la ambición que al amor y en cinco años no había tenido ningún contacto con su mu­jer porque sabía que el haberla dejado cuando ella que­ría desesperadamente resolver los problemas, cuando lo había necesitado más que nunca, era imperdonable. Y más aún después de haberse enterado de lo del bebé...

Media hora después, agotado emocionalmente, Victor se detuvo en un área señalada como de gran belleza natu­ral, salió del coche y empezó a caminar. A su izquierda había una zona boscosa que, iluminada por los rayos del sol, parecía un centinela, y el cielo era de un profundo color azul. Mientras caminaba con el sol a sus espaldas se sorprendió al sentir que la paz comenzaba a invadirlo. Se quitó la: chaqueta y la corbata y siguió andando sin mirar atrás. Siempre había creído que no le gustaba el campo, pero tuvo que admitir que sentía cierto placer con esa incursión en territorio desconocido.
-¿Hay algún mensaje?
La recepcionista morena levantó la mirada hacia el impresionante hombre que acababa de entrar y casi se ahogó con la galleta. Ruborizándose violenta­mente, miró a Victor, que la observaba divertido.
-Lo siento, señor García, estaba tomando el té. Ha estado disfrutando del aire fresco, ¿verdad?
Se había desabrochado los primeros botones de su inmaculada camisa blanca, llevaba la chaqueta en una mano y tenía un par de briznas de hierba en el cabello. Eileen sintió calor de repente y se abanicó con el dorso de la mano.
-La verdad es que el paisaje es muy bonito -con­testó Victor sonriendo.
Eileen se aclaró la garganta.
-Hay muchos turistas que únicamente vienen bus­cando paz y tranquilidad -consiguió decir antes de volver a sonrojarse.
-Ahora ya sé por qué. Entonces, ¿no hay ningún mensaje para mí? -dudaba que hubiera alguno, pero no había ningún mal en comprobarlo.
-Hay uno -Eileen se volvió hacia los casilleros a sus espaldas y sacó un papel doblado de uno de ellos-. Es de una mujer llamada Myriam. Espero que entienda mi letra.
Al desdoblar el papel Victor sintió una oleada de es­peranza mientras lo leía.

Victor.

Si tu oferta de cenar esta noche sigue en pie, te iré a buscar al hotel a las ocho.

Myriam.

-Gracias -se metió el papel en el bolsillo trasero, le dirigió otra mirada a Eileen y subió los escalones de dos en dos.
-Gracias a usted... -Eileen sonrió antes de darle otro bocado a la galleta.
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Mensaje  jai33sire Vie Nov 20, 2009 11:38 pm

gracias por el capitulo me encanta la novelita siguele por faaaa

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Mensaje  myrithalis Sáb Nov 21, 2009 12:07 am

Gracias niña or el Cap y no tardes en poner el siguiente por fa Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  susy81 Sáb Nov 21, 2009 12:10 am

muchas gracias por el capitulo dulce...esta muy buena la novela

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Mensaje  alma.fra Sáb Nov 21, 2009 12:36 am

Bueno pues Victor va a tener ke hacer muuuchos meritos. Muchas gracias por el capitulo y te esperamos mañana.
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Mensaje  Eva_vbb Sáb Nov 21, 2009 2:17 am

DUL... GRACIAS X EL CAP... Y TE ESPERAMOS CON EL SIGUIENTE
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Mensaje  marimyri Sáb Nov 21, 2009 1:51 pm

Pobre recepcionista ya se estaba ahogando Pasión Renovada - Página 2 Icon_lol

Gracias por el capitulo Pasión Renovada - Página 2 Icon_biggrin
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Mensaje  dulce_myrifan Sáb Nov 21, 2009 10:46 pm

Cap. 5

-¡Hey! ¿Vas a algún sitio en especial? -Ruth asomó la cabeza al dormitorio de su sobrina y sonrió al ver el montón de ropa que había sobre la cama.
Myriam estaba de pie frente al armario abierto, con un vestido de algodón indio que le hacía parecer como si acabara de salir de las páginas de El sueño de una no­che de verano. Se acababa de lavar el pelo y su rostro aún estaba rojo por el calor del secador.
-Voy a cenar con Victor -pensando que era mejor no volverse para ver la expresión de su tía, Myriam estudió el contenido del armario, dudando del vestido que había elegido.
-¿De verdad?
-Sí.
-¿De qué va todo esto? Juraste que no lo ibas a vol­ver a ver cuando volviste a la tienda esta tarde. ¿Te hizo o no te hizo llorar?

Myriam se giró lentamente. Ruth parecía desconcertada y preocupada. Myriam suspiró. «Quiero que intentemos tener otro bebé», había dicho Victor fríamente. Ella, sin embargo, se sentía como si el corazón se le fuera a sa­lir del pecho.
-Ahora mismo estoy bastante alterada, y no sé muy bien lo que está pasando con Victor. Pero tenemos algu­nas cosas pendientes de las que hablar, por eso vamos a cenar esta noche.
-¿Y esas «cosas pendientes» tienen algo que ver con el divorcio?
Volviéndose otra vez hacia el armario, Myriam suspiró de nuevo.
-Probablemente.
-¿Probablemente?
-Es mejor que lo digas, Ruth. Piensas que soy una tonta por verlo de nuevo y crees que me va a romper el corazón. Bueno, pues que sepas que mi corazón no se ha recompuesto en este tiempo, así que estoy a salvo de ese dolor -los ojos se le llenaron de lágrimas y Myriam las apartó bruscamente con la mano. Probablemente era un gran error ver a Victor, pero tenía que saber lo que estaba pasando.
-Ese hombre ya te ha hecho mucho daño. Cuando se fue lo abandonaste todo, el baile, tus salidas, tu vida... ¡Por el amor de Dios! Dejaste todo lo que te gustaba porque te sentías herida. No digo que sea una mala persona, Myriam, porque no lo es. Pero los hombres como Victor no saben cómo hacer que una relación fun­cione. Es más, no tienen tiempo para hacer que fun­cione. Sal y cena con él. Dile que quieres el divorcio y que lo quieres ya, después deja que se vaya y sigue con tu vida. Y si eso significa que tienes que irte de aquí a otro lugar donde puedas enseñar a bailar, ¡hazlo!
Con las mejillas sonrojadas por la pasión de sus pa­labras, Ruth se dio la vuelta y salió de la habitación.
Myriam se dejó caer sobre la cama, consciente de que su tía le había dicho la verdad. Cuando ya se habían agotado todas las posibilidades, Myriam confiaba en Ruth. Cuando la madre de Myriam murió diez años atrás y su padre se volvió a casar, Ruth había hecho el papel de madre, hermana y amiga. Era evidente que su tía la apreciaba mucho pero, hasta donde ella sabía, no podía decir lo mismo de Victor.

Myriam no había comido nada. Durante unos segundos más Victor vio cómo removía la comida en el plato y después se inclinó hacia delante y le tomó la mano con la que agarraba el tenedor.
-Creo que lo que tienes que hacer es pinchar la co­mida con el tenedor y después llevártela a la boca.
Sorprendida por el contacto, por los ardientes ojos negros de Victor, Myriam se quedó boquiabierta. Victor pin­chó un poco de comida con el tenedor y lo llevó a los labios de Myriam.
-Eso es -dijo suavemente mientras ella empezaba a masticar-. Ahora dime por qué no comes. Espero que no estés haciendo alguna tontería como intentar perder peso.
Ella sintió un dolor en la garganta que casi le impi­dió tragar el bocado. Mirando a los otros comensales del restaurante francés, Myriam deseó poder sentirse tan alegre como todos parecían estar. Ella, sin embargo, se sentía tensa y aprensiva.
-Claro que no estoy a dieta. La comida está deli­ciosa, pero...
-¿Pero?
-Me resulta difícil comer cuando no estoy rela­jada... cuando estoy preocupada o tensa.
-Sí, lo recuerdo -Victor se llevó la servilleta a los la­bios y se recostó en su silla para estudiarla-. Siento mucho que estés tensa, pero esto no es ningún juego, Myriam. Quiero que volvamos a estar juntos y que esta vez consigamos que funcione.
-Lo dices como si fuera uno de tus proyectos. ¿Es eso lo que vas a hacer, Victor? ¿Tratarme como a uno de tus informes? ¿Me vas a asignar cierta cantidad de tiempo para conseguir lo que quieres? -apartó el plato amargamente, levantó su copa de vino y bebió. Tenía razón al enfadarse. ¿Por qué Victor parecía tan frío y arrogante cuando ella sentía que todas sus emociones se acumulaban como un ciclón en su interior? ¿Es que esperaba que lo recibiera con los brazos abiertos des­pués de lo que había hecho?
Jugueteando con el colgante de perla que llevaba alrededor del cuello, Myriam entrecerró los ojos.

-No tiene ningún sentido que volvamos a estar jun­tos, Victor. Tú me dejaste, ¿recuerdas? Hace un par de días viniste a buscarme para pedirme el divorcio. Ahora me dices que tu relación con Emíly, o como se llame, se ha terminado, y que después de todo has de­cidido que me quieres. La próxima semana segura­mente volverás a cambiar de opinión. No tengo ni idea de lo que estás pensando pero tampoco me importa mucho. Déjame tranquila, Victor. Déjame sola y vete a Londres.
Myriam se levantó de la mesa y Victor se inclinó hacia delante rápidamente para agarrarla de la mano.
-Siéntate, Myriam, esto aún no se ha terminado.
-¡Claro que sí! -sin importarle cuánta gente se ha­bía girado para mirarla, Myriam se volvió a sentar-. Esto es cruel. Deberíamos habernos divorciado en su mo­mento, romper definitivamente. No deberíamos ha­berlo alargado durante cinco años... ¿En qué estába­mos pensando?
Volviendo él también a su silla, Victor la miró desde el otro lado de la mesa. Un camarero se detuvo a su lado para preguntarles si todo estaba bien,
-Estamos bien -respondió Victor lacónicamente sin dejar de mirar a Myriam-. Y tal vez esa sea una pregunta que tenemos que analizar, Myriam.

Mientras observaba sus rasgos uno por uno y se de­tenía en los labios carnosos humedecidos por el vino, sintió una oleada de deseo. Myriam nunca tenía que hacer o decir nada especial para encender la pasión de Victor.
Todo en ella era inexplicablemente erótico, desde su dulce sonrisa hasta la forma de caminar. Incluso cuando estaba furiosa con él, con el labio superior tembloroso y sus enormes ojos lanzándole chispas de fuego, Victor se volvía loco de deseo por ella.

-¿Qué estás diciendo? -dijo Myriam con voz ronca mientras se apartaba el cabello del rostro.
-Digo que probablemente aún tenemos mucho más en común de lo que piensas. Siempre hubo un aspecto de nuestro matrimonio en el que no tuvimos ningún problema.
Myriam no podía creer que Victor estuviera sonriendo. Sintió que le fallaban las rodillas y que lo deseaba de la manera más carnal, pero no podía creer que estu­viera siendo tan arrogante. Sólo porque Victor supiera que ella tampoco era inmune a la química sexual que había entre los dos no tenía derecho a pensar que es­taba ganando. Dios santo, ella se había mantenido cé­libe desde que Victor se marchó. Había permanecido así durante cinco años sin sucumbir a ese tipo de tenta­ción.
-El sexo no es una razón sólida en la que basar el matrimonio -dijo ella de mal humor, deseando no estar hablando como una mojigata.
-Estoy de acuerdo -le dedicó una sonrisa devasta­dora y Myriam juntó las piernas fuertemente para evitar que le temblaran.
-Pero el gran sexo, el sexo alucinante, el que te hace temblar las rodillas y que dura toda la noche, ese es otra cosa, ¿no? ¿No estás de acuerdo?
-Si eso es todo lo que buscas en un matrimonio, en­tonces puedes pagar a una prostituta. Seguro que pue­des permitírtelo. Sería perfecto, sin ataduras y sin exi­gencias de tu precioso tiempo.
En cuanto hubo pronunciado esas palabras se arre­pintió, pero si había ofendido a Victor él no dijo nada.
-Ya te he dicho lo que quiero, Myriam. Quiero una es­posa, hijos; quiero que seamos una familia de verdad. ¿No quieres eso tú también? Antes decías que sí.
-Pero tú eras el que no estabas interesado en tener una familia. ¡Tú fuiste quien se marchó cuando estaba embarazada!
-Debiste habérmelo dicho.
-Claro, y te habrías quedado por el bebé. Prefería haberlo criado yo sola, porque tú, ¿cuándo ibas a ser un padre para él? Te ibas por las mañanas cuando aún no había amanecido y regresabas cuando ya era de no­che. Sin mencionar el hecho de que también trabajabas la mayoría de los fines de semana. ¿Cuándo habrías visto a nuestro hijo, Victor? ¿Cuándo tuviera veintiún años?
Victor la observó y ella se sorprendió al descubrir que tenía la mirada sombría.
-Háblame de él. Háblame del bebé.

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Mensaje  mats310863 Dom Nov 22, 2009 12:10 am

ESPERO QUE MYRIAM HAGA QUE VÍCTOR SE ESFUERZE EN RECUPERAR SU AMOR.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  alma.fra Dom Nov 22, 2009 12:34 am

Muchas gracias por el capitulo, ese Victor lo dice como si fuera tan facil para la pobre Myri.
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Mensaje  myrithalis Dom Nov 22, 2009 4:35 am

Gracias niña por el Cap. nos vemos el lunes bye Atte: Iliana
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Mensaje  jai33sire Dom Nov 22, 2009 11:30 am

gracias por el capitulo y nos vemos el lunes

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Mensaje  Eva_vbb Dom Nov 22, 2009 10:06 pm

GRACIAS X EL CAP...
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Mensaje  dulce_myrifan Lun Nov 23, 2009 1:24 pm

Cap. 6

Era precioso... perfecto... aunque fuera tan pe­queñito. Lo envolvieron en una manta y me de­jaron tomarlo en brazos. Parecía dormido -alargando la mano hacia su copa de vino, Myriam bebió un gran sorbo. Victor vio que le temblaban las manos y los ojos se le llenaban de lágrimas, y deseó que estuvieran solos para poder tomarla en brazos y conso­larla. Él también sentía dolor. Había estado conven­cido de que estaba haciendo lo mejor cuando se marchó, porque Myriam cada vez se sentía más infeliz a su lado. Comprendía que a ella le hubiera molestado que dedicara tanto tiempo a su trabajo, pero se sentía frustrado y furioso porque Myriam nunca lo había mirado desde su punto de vista, a pesar de que él le había di­cho muchas veces que trabajaba tanto para los dos. Pero en ese preciso momento esas palabras le parecie­ron huecas.

-¿Cuánto tiempo estuviste en el hospital? -hacía calor y Victor se aflojó la corbata, desabrochándose tam­bién el primer botón de la camisa.
-Una noche y un día. Mira, Victor, no quiero hablar de esto ahora -Myriam se llevó unas verduras a la boca y se obligó a masticarlas. Muchas veces había imagi­nado que le hablaba del bebé. Lo había llamado Ga­briel por el arcángel que tenía una fuerte relación con el embarazo y el nacimiento y cuyo nombre signifi­caba «Dios es mi fuerza». Había necesitado mucho de eso después de que Victor se marchara. Cada noche ha­bía llorado hasta quedarse dormida, preguntándose qué estaba haciendo y si había encontrado a alguien más, alguien que no lo censurara tanto por el trabajo y que lo apreciara más. Lo único que había ayudado a Myriam a seguir adelante era que llevaba el bebé de Victor en sus entrañas, y al perderlo se había preguntado cómo iba a vivir el resto de su vida sin volverse loca. Si no hubiera sido por el amor y el cariño de su tía Ruth, tal vez en ese momento no estaría viva para ha­blar con Victor.
-Quiero arreglarlo, Myriam. ¿Me vas a dejar que lo in­tente?
-No puedes hacer que vuelva nuestro bebé.
-No -sin estremecerse por la acusación que leía en los ojos de Myriam, Victor aceptó su castigo. Al fin y al cabo, se lo merecía. Había leído que para las mujeres embarazadas y sus bebés era mejor si tenían un am­biente estable emocionalmente. Myriam se quedó angus­tiada cuando él se marchó, y pensó que tal vez había sido culpa suya que ella perdiera el bebé.
-Deberíamos olvidar el pasado. Eso es lo que yo estoy intentando hacer -Myriam logró esbozar una sonrisa y se levantó. Ya no quería seguir culpándolo, para eso se requería mucha energía y en realidad le hacía sentirse mal. Además, podía darse cuenta de que Victor tampoco estaba bien, y parecía bastante mayor que an­tes. Tenía pequeñas arruguitas junto a los ojos y en las comisuras de la boca se apreciaban las señales de la tensión.
-¿Dónde vas?
-Estoy cansada. Llevo todo el día de pie en el tra­bajo y necesito descansar. ¿Te importa?
-¿Estás segura de que no te vas para ver a alguien?
-¿A alguien? -Myriam estaba realmente sorprendida.
-Antes dijiste que tenías una cita.
-Y también te dije cuando quedamos para cenar que él la canceló a última hora.
-No te creo.
Myriam suspiró. Tenía todo el derecho a no creerla, porque estaba mintiendo. No había ninguna cita y ni siquiera se le ocurría utilizar a Rúben como excusa.
-En realidad no tenía ninguna cita, Victor. Sólo es­taba intentando evitar no verte. Lo siento.
-Déjame que pague y te llevaré a casa.
-No es necesario.
-He dicho que te llevaré a casa. Espera sólo un mi­nuto -Victor le hizo señas al camarero para que se acer­cara. Myriam recogió la chaqueta y el bolso y se dirigió a la puerta para esperarlo.

El día no podía ser más gris, pensó Myriam mientras dejaba de sacarle brillo a un aparador victoriano y mi­raba a través del escaparate de la tienda. Llovía inten­samente y algunos compradores intrépidos se dispersa­ban para resguardarse de la lluvia. Peter Trent, el librero de en frente, acababa de tapar la exposición ex­terior con una lona. El pobre hombre apenas sacaba beneficios del negocio, y ese día no iba a tener mejor suerte.
Frotándose la sien donde una jaqueca amenazaba con estallar, Myriam se preguntó qué estaría haciendo Victor. Habían pasado dos días desde que cenaron y no había sabido nada de él. «Te veré pronto», había dicho él al dejarla en casa, pero su expresión distante no le había inspirado mucha confianza y después él se había sumergido en la noche como si sus hombros soportaran todas las preocupaciones del mundo. Ella habría hecho cualquier cosa por suavizar esas preocupaciones. Trabajaba demasiado y se estaba empezando a no­tar. Cuando un hombre como él pensaba que relajarse era ir al gimnasio y correr en la cinta o levantar pesas, significaba algo. Ella había intentado enseñarle los po­deres reconstituyentes del campo, pero Victor siempre estaba de mal humor y no respondía, así que Myriam ha­bía terminado por ir sola. Así había hecho la mayor parte de las cosas en su matrimonio... sola.
Observando la lluvia, Myriam se preguntó si Victor había regresado a Londres. Tal vez ya no estaba interesado en reconciliarse. El corazón le dio un vuelco.
Eso sería lo mejor, se dijo duramente. No funcionó la primera vez; ¿por qué iba a funcionar después? Y ella no estaba dispuesta a volver a la situación de an­tes, con Victor trabajando todo el día mientras ella lo es­peraba en casa sola e infeliz. Estaba mucho mejor con Ruth. La ciudad era muy pequeña comparada con Lon­dres, pero Victor se podía quedar con ese montón de contaminación donde ni siquiera tenían oportunidad de conocer a los vecinos porque estaban trabajando todo el día.

-¡Qué tiempo tan espantoso! -la pesada puerta de roble al fondo de la sala se abrió y apareció Ruth, que llevaba una pequeña bandeja con dos tazas de color púrpura. Al detectar el delicioso aroma de café francés, Myriam dejó el trapo del polvo sobre el aparador y se acercó a su tía.
-Gracias. Parece que me hayas leído los pensa­mientos.
-El café no es muy bueno para la jaqueca.
-¿Cómo sabes que tengo jaqueca?
Dejando la bandeja vacía en una silla, Ruth apartó unos papeles de su escritorio y se sentó en el borde. Tomó un sorbo de café y sonrió a su sobrina.
-Porque estás frunciendo el ceño y siempre haces eso cuando te estás intentando concentrar. ¿Por qué no vas a la cocina y te tomas una aspirina?
Myriam se encogió de hombros.
-Estoy bien, no te preocupes.
-Pero sí que me preocupo por ti, querida, y sabes por qué. ¿Sabes algo de Victor?
-No -tomando la taza de café con las dos manos, Myriam se esforzó por mantener una expresión lo más in­diferente posible-. Por lo que sé, tal vez se haya ido a Londres.
-Eso es muy improbable, querida, sé lo decidido que puede ser tu marido cuando quiere algo. ¿Recuer­das ese contrato con una empresa de productos de con­fitería por el que todo el mundo competía hace unos seis años? Victor hizo frente a todos los competidores hasta conseguirlo, y no fue precisamente por su cara bonita. Trabajó día y noche para...
-Ya lo sé, Ruth. Yo estaba allí, ¿recuerdas? -Myriam sintió una punzada de dolor. Durante esa campaña Victor no había ido a casa algunas noches, se había que­dado a dormir en el sofá de la oficina para poder estar «a mano» si ocurría algo importante. Para verlo Myriam casi había tenido que pedir cita con su secretaria, una mujer que le hacía sentir como si estuviera molestando a Victor. Al recordar esos días supo por qué era imposi­ble volver con él. Se había tomado un mes de vacacio­nes para intentar la reconciliación, pero Myriam pensaba que el trabajo seguía siendo su prioridad.
-Y no es mi marido... al menos no en el sentido que importa -irritada, Myriam se frotó la sien al sentir que el dolor de cabeza aumentaba-. Creo que me tomaré esa aspirina.
-Yo no iría ahora si fuera tú -dijo Ruth mirando ha­cia la entrada de la tienda. Victor estaba en la puerta, lle­nando el pequeño espacio con sus amplios hombros y su gran altura. Llevaba un elegante impermeable gris y sacudió un paraguas negro antes de entrar. El negro ca­bello se metía por el cuello del impermeable y las gotas de lluvia hacían brillar sus rasgos fascinantes. A Myriam le pareció que el tiempo se detenía, y no se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración hasta que finalmente dio un profundo suspiro. Agarró la taza de café con más fuerza y se limpió la mano li­bre en los vaqueros.

-Buenos días -dijo Ruth alegremente... Demasiado alegremente para el gusto de Myriam-. Llegas a tiempo para tomar un café. Sin leche ni azúcar, ¿no es así?
Victor frunció el ceño con sorpresa mientras pasaba junto al aparador victoriano y una chaise longue roja y dorada que claramente necesitaba una restauración.
-Me halaga que te acuerdes.
-Recuerdo muchas cosas de ti, Victor García. Algunas buenas y otras no tan buenas -dijo Ruth antes de desaparecer tras la chirriante puerta de roble, de­jando a Myriam a solas con él.
Durante unos segundos ninguno de los dos habló. Por su parte, Victor la observaba encantado. Myriam llevaba unos vaqueros de color azul claro, un suéter de cache­mir verde y unos pequeños aretes de oro en las orejas. Tenía un aspecto joven y hermoso, y estaba especial­mente atractiva en un día otoñal en el que Victor se pre­guntaba con pesimismo si la reconciliación no sería una causa perdida.
-¿Cómo te sientes hoy? -preguntó él.
-Estoy bien -mintió, deseando que se le pasara el dolor de cabeza-. Pensé que tal vez habrías vuelto a Londres.
-¿Por qué iba a hacer algo así?
-¿Síndrome de abstinencia por no estar en el tra­bajo? -Myriam enarcó una ceja desconcertada al verlo sonreír.
-Eso duele.
-Lo dudo -por alguna extraña razón, Myriam le devol­vió la sonrisa y Victor, parpadeando incrédulo, se quedó sin aliento. Verla sonreír era como ver que un lago he­lado empezaba a derretirse, y supo que había alguna esperanza.
-He venido con la esperanza de que quieras salir conmigo esta tarde.
-¿Dónde? -Myriam apretó aún con más fuerza la taza de color púrpura. Debería haberle dicho directamente que no, pero seguía haciendo un tiempo espantoso y algo en su interior deseaba que ocurriera algo bueno. Decidió no analizar en ese momento por qué había asociado a Victor con algo bueno.
-Hay un buen gimnasio con balneario a unos quince kilómetros. Pensé que podría usar el gimnasio y darme un masaje después. ¿Te apuntas?
«Oh, Dios... » Había algo extremadamente erótico en imaginarse a Victor mientras le daban un masaje.
-Tú sí que sabes cómo tentar a una chica -respon­dió ella intentando mantener la calma. Pero no era fá­cil cuando Victor la estaba mirando fijamente.
-Solía hacerlo -dijo en voz baja. Myriam lo miró dese­ando quitarle el impermeable y cualquier otra cosa que llevara debajo-. Entonces... ¿vienes conmigo?
-Antes tengo que hablar con Ruth.
-¿Sobre qué, querida? -preguntó su tía apareciendo con otra taza de café en las manos.
-Victor me ha invitado a salir esta tarde... a un balne­ario. ¿Puedes pasar sin mí?
Ruth puso los ojos en blanco.
-¿Te parece que los clientes se están amontonando en la puerta para entrar? Claro que puedo pasar sin ti, sal y diviértete. ¿Has dicho un balneario? ¡Tienes que estar loca para haber aceptado esa invitación!
-Gracias, Ruth.
-Puede que sea bueno para tu dolor de cabeza.
-¿Dolor de cabeza? -la mirada de Victor pasó de Ruth a Myriam.
-Ya casi se me ha pasado -contestó ella ruborizán­dose.
-Tómate una aspirina antes de irnos. Supongo que habrás comido algo esta mañana...
-Dijo que no tenía hambre -Ruth frunció el ceño.
-No nos iremos hasta que te hayas tomado un sánd­wich por lo menos, ¡y me voy a sentar aquí para asegu­rarme de que te lo comes! -contestó Victor con firmeza.

Por una vez, Ruth estuvo de acuerdo con él, última­mente su sobrina estaba más delgada y no quería que siguiera perdiendo peso. Ruth era de las que pensaban que una mujer con curvas era mucho más atractiva, y estaba segura de que la mayoría de los hombres tam­bién lo creía.
-Vamos a la cocina -sugirió Ruth sonriendo-. Toma tu café, Victor. Cerraré la tienda durante media hora.
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Mensaje  marimyri Lun Nov 23, 2009 2:53 pm

muchas gracias por los capitulos (el de ayer y el de hoy Pasión Renovada - Página 2 Icon_lol )

Andale Victor poco a poco a reconquistar a Myriam Pasión Renovada - Página 2 Icon_lol
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Mensaje  jai33sire Lun Nov 23, 2009 10:22 pm

muchas gracias por el capitulo

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Mensaje  myrithalis Mar Nov 24, 2009 12:03 am

Gracias niña por el Cap. de ahora hasta mañana Saludos Bye Atte: Iliana
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Mensaje  alma.fra Mar Nov 24, 2009 12:16 am

Muchas gracias por el capitulo, te esperamos mañana.
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Mensaje  Eva_vbb Mar Nov 24, 2009 1:15 am

GRACIAS X EL CAP.... TE LEEO MAÑANA CON EL SIGUIENTE
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Mensaje  mats310863 Mar Nov 24, 2009 9:40 am

ESPERO QUE LA IDEA DE VÍCTOR SEA POCO A POCO RECONQUISTAR A MYRIAM, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  dulce_myrifan Mar Nov 24, 2009 12:36 pm

Cap. 7

Un par de horas después, envuelta en un suave al­bornoz blanco después de haber disfrutado de un ma­saje relajante, Myriam se sentó en la sala comunitaria para invitados «Camino al Paraíso», sorbiendo un exótico cóctel de jugo de frutas y preguntándose qué había hecho para merecer tal bendición. Victor todavía no ha­bía terminado con su masaje, así que Myriam pudo admi­rar todo lo que la rodeaba, las paredes de color azul cielo y los exóticos arbustos, mientras sentía el aroma de los aceites esenciales.
Se inclinó sobre una mesita de ratán para dejar su bebida y tomó una revista, sumergiéndose en las dietas de moda de algunas actrices. Era gracioso que estu­viera haciendo eso, porque normalmente no tenía tiempo para relajarse. Casi siempre estaba de pie tra­bajando, y su manera favorita de relajarse era caminar por el campo con una mochila a la espalda, un mapa y una brújula para guiarse y el placer de tomarse su tiempo para llegar a donde se dirigiera, sabiendo que lo importante era el viaje, y no el destino. Le hubiera gustado convencer a Victor de los placeres de esa activi­dad, pero nunca había conseguido que se ausentara del trabajo el tiempo suficiente. Myriam sabía que después de media hora caminando todos sus problemas habían de­saparecido, incluidos los peores. La naturaleza era una maravillosa curandera y Myriam estaba convencida de que viviendo allí, a sólo unos minutos de uno de los paisa­jes más hermosos e impresionantes, nunca querría vi­vir de nuevo en una gran ciudad.

-¿Cómo va tu jaqueca?
Levantó la mirada sorprendida para encontrarse con Victor. Él también llevaba un albornoz blanco y en los lugares en donde se le veía la piel ésta brillaba con los aceites del masaje. Tenía el cabello echado hacia atrás y algunas arrugas se habían suavizado bastante, ha­ciéndolo parecer mucho más joven. Myriam sintió que el corazón le daba un vuelco.
-¿Qué jaqueca?
-Entonces ha merecido la pena venir aquí, ¿no?
-Definitivamente.
-Bien -Victor acercó una silla de ratán y se sentó, mirándola fijamente a los ojos-. Creo que no te mimas lo suficiente.
-Mira quién fue a hablar.
Sus tímidos ojos provocaron todo tipo de respuestas deliciosas en el relajado cuerpo de Victor. Él se preguntó si debajo del albornoz estaría desnuda y pensó que le encantaría ver a su mujer sin ropa una vez más. Bueno... no solamente una vez más. «Hasta que la muerte nos separe», como había prometido en sus votos al casarse. Ningún éxito en el trabajo podía com­pararse con cómo se sentía cuando estaba con Myriam. Al principio de estar juntos ella había hecho de él un hombre mejor, un buen hombre. ¿Cómo había perdido de vista eso y muchas otras cosas para concentrarse en su carrera? En el negocio de publicidad lo llamaban «el Mago», porque tenía fama de conseguir que hasta los proyectos más difíciles fueran un éxito. Las cam­pañas de publicidad de las que se encargaba eran inno­vadoras e inteligentes, «obras de arte», según había co­mentado en un periódico un analista de negocios. Pero en lo que se refería a su matrimonio, Victor no iba a nin­guna parte siendo un mago.
Se había quedado muy callado y Myriam sentía curiosi­dad por saber por qué. Le pareció ver inquietud en sus ojos, y antes de que pudiera pensarlo mejor le puso una mano en la rodilla.

-Estás frunciendo el ceño -dijo Myriam-. ¿Qué pasa, Victor? ¿En qué piensas?
Mirando la delgada y pálida mano que estaba sobre su rodilla, Victor tragó saliva. Myriam no tenía ni idea de que su contacto lo abrasaba, de que le causaba un do­lor que no cesaría... no hasta que lo hubiera tocado más, hasta que estuvieran desnudos en la cama. No hasta que hubiera recuperado los cinco años de separa­ción. Sólo así se sentiría lleno de nuevo.
-Estaba pensando en irme por una temporada. To­marme unas vacaciones.
-Oh -Myriam retiró repentinamente la mano. Sintió decepción y daño y, para ocultar su confusión, co­menzó a pasar las páginas de la revista que tenía en el regazo.
«Demasiado para volver juntos...»
-Me gustaría que vinieras conmigo.
El corazón comenzó a latirle con rapidez. -¿De vacaciones? ¿Dónde?
-A Irlanda. Un amigo mío tiene una casa allí, a sólo unos metros del mar. No te puedo prometer que el cielo estará azul y soleado, pero tendremos mucho tiempo para hablar, pasear por la playa y conocernos otra vez.
Sus intensos ojos eran el único centro de atención de Myriam.
-¿Cuándo pensabas irte?
En su fuero interno Victor suspiró aliviado. No le ha­bía dado un «no» rotundo, así que tenía alguna posibi­lidad.
-Mañana o pasado mañana -cuanto antes mejor, en lo que a él respectaba.
-¿Y por cuánto tiempo? -Myriam comenzó a darle vueltas con el dedo a un mechón de pelo y lo volvió a soltar.
-Por el tiempo que queramos. La casa estará vacía hasta Navidad.
-Oh, Victor -inquieta, Myriam se levantó, dio unos pa­sos por la sala y se volvió para mirarlo, dándole la es­palda a un conjunto de palmeras en miniatura -. ¿Por qué no dejamos de torturarnos y nos divorciamos? ¡Nos estamos engañando si pensamos que podemos hacer que funcione otra vez!
Victor también se levantó.
-¿Cómo puedes saberlo si no nos hemos dado una oportunidad? Todavía me importas, Myriam. ¿Por qué si no querría intentarlo de nuevo?
Cruzada de brazos, Myriam se sorprendió por la since­ridad que había en su voz cautivadora.
-Pero te ibas a casar con otra persona -le recordó.
-No. Estoy seguro de que me habría dado cuenta antes, el matrimonio no va con Amelie.
-¿Y contigo sí?
La pregunta quedó suspendida entre los dos, como un hacha a punto de partir un tronco en dos, Victor bajó la cabeza.
-Lo fastidié todo, Myriam, ¿pero es que la gente no puede cometer errores en ese mundo perfecto en el que vives?
Avergonzada, ella asintió con la cabeza. Por su­puesto que sí, ella misma había cometido montones de errores. Levantó la barbilla.
-Muy bien, iré a Irlanda. Hablaremos y pasaremos algún tiempo juntos... pero no te prometo nada, y voy a insistir en tener habitaciones separadas.
-¿Esa es tu única condición? -Victor intentó borrar la sonrisa que comenzaba a curvar su boca, pero no lo consiguió. La había convencido de que fuera a Irlanda con él... ¿Era tan difícil creer que también podría convencerla de que se acostara con él al llegar allí? Myriam se estaba engañando si pensaba que ya no había química entre ellos.
-¡Debo de estar loca! -dirigiéndole una mirada desdeñosa a Victor, Myriam se dio la vuelta y atravesó las puertas de vaivén que conducían a los vestuarios fe­meninos.
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Mensaje  fresita Mar Nov 24, 2009 6:26 pm

GRAX DUL `POR LOS CAPIS MUY BUENA LA NOVE GRAX
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Mensaje  marimyri Mar Nov 24, 2009 8:16 pm

Andale Myriam sirve que aprovechan que esta frio y se hacen calor entre ustedes Laughing (creo no? mi geografia es mala Embarassed pero creo que Irlanda es un pais frio Rolling Eyes Laughing )

Gracias por el capitulo Very Happy
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