Pasión Renovada
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Pasión Renovada
Niñasss pues aqui con otra novelitaa ehh que me lei en dos dias jeje y me gusto mucho, espero a ustedes tambien les guste, es mi ultima novelita del año. Aqui les dejo el primer capitulo.
Pasión Renovada
Pasión Renovada
Cap. 1
El bebé la había distraído. El precioso bebé moreno que babeaba sentado frente a ella en el re­gazo de su madre logró que se le hiciera un nudo en el corazón. Y todo porque se llamaba Gabriel. Cuando se bajó del tren en Liverpool Street estaba a punto de llorar, y tuvo que hurgar frenéticamente en el bolso buscando unas monedas para entrar en el aseo de mujeres.
Mirándose al espejo, Myriam se limpió el rímel que se le había corrido, se puso algo más de colorete y respiró profundamente varias veces intentando tranquilizarse. Habían pasado cinco años. ¿Por qué no había conse­guido recuperarse?
Estaba cansada, nada más. Debía haberse tomado unas vacaciones hacía mucho tiempo. Pero en la tienda de antigüedades de su tía le esperaba un cajón lleno de folletos con maravillosos destinos que le recordaban que sólo tenía treinta años, con toda la vida por delante para divertirse.
-El Museo Victoria and Albert -dijo en voz alta frente al espejo. Buscó un cepillo en el bolso, se peinó el cabello que le llegaba hasta los hombros y sa­lió a la estación de Liverpool Street. Veinte minutos después, reanimada por un café con leche y sintiendo que tenía otra vez las riendas de su vida, se dirigió al metro para continuar su viaje hasta South Kensington.
En el museo hacía un calor insoportable y Myriam intentó concentrarse en lo que veía, una impresionante colección de trajes históricos europeos, la que siempre elegía para comenzar una visita. Se detuvo un instante para quitarse la chaqueta vaquera y se pasó los dedos por el cabello. Sacó la mano algo húmeda de la cabeza y entonces la sala empezó a dar vueltas.
-Oh, Dios mío -apoyó la cabeza contra una de las vitrinas y rezó para que la sensación de mareo desapa­reciera. Si se hubiera levantado unos minutos antes por la mañana no habría tenido que correr para tomar el tren y podría haber desayunado. Eso y el hecho de es­cuchar un nombre que le recordaba el pasado le estaba haciendo perder el equilibrio.
-¿Está bien, querida? -una anciana con una piel que parecía pergamino le puso una mano en el hom­bro. Myriam olió un aroma de lavanda y abrió la boca para decir que estaba bien y que sólo necesitaba sentarse un par de minutos, pero no le salieron las palabras. De re­pente sintió que caía al suelo sin elegancia.
-Myriam... Myriam, despierta. ¿Puedes oírme?
Myriam conocía esa voz. La conocía muy bien. Era como el roce del terciopelo sobre la piel o el primer sorbo de un buen brandy francés en un día frío. Los ner­vios se le pusieron de punta. Primero el bebé, y luego eso... esa voz que no había oído en cinco largos años. Tenía que ser el cansancio, esa era la única explicación.
El corazón le latía a toda velocidad cuando abrió los ojos. El techo abovedado parecía estar a kilómetros de distancia, pero lo que realmente la consumió fue la pro­funda mirada de color negro que la observaba. Sin men­cionar la cicatriz en la mandíbula y los pómulos perfec­tamente definidos en un cautivador rostro masculino.
-Victor.
Aparte de un ligero estremecimiento de la mandí­bula, Myriam no detectó ningún otro signo de respuesta. Sintió decepción, dolor y confusión.
-¿Conoce a esta joven? -dijo la mujer que olía a la­vanda.
-Sí, la conozco -dijo con un ligero acento escandi­navo-. Resulta que es mi mujer.
-Ah, bien. No creo que haya sido muy sensato dejar que anduviera sola. Me parece que está muy pálida. ¿Por qué no la ayuda a sentarse y le da algo de agua? -dijo mientras sacaba una botella pequeña de agua mi­neral de su enorme bolso.
-Estoy bien. De verdad -incorporándose, Myriam se maravilló de su coherencia cuando tenía el corazón tan acelerado. Se había desmayado, eso era evidente. Pero, ¿de dónde había salido Victor y qué estaba haciendo en el museo? Y de toda la gente que podría haber presen­ciado ese momento tan embarazoso, ¿por qué había te­nido que ser él?
-¿Has comido? -Victor abrió la botella de agua y le puso a Myriam una mano en la nuca para ayudarla a beber. Myriam bebió un sorbo de agua y cuando el líquido se deslizó por su garganta se sintió mucho mejor.
-¿Qué quieres decir con que si he comido? -se pasó la mano por la boca, resignándose a perder su pintala­bios de color lila. Los ojos negros de Victor tenían el po­der de hipnotizarla, pero al verlo de nuevo sintió una dulce agonía.
-Tiene la manía de olvidarse de comer -confesó Victor en voz alta con cierto tono de resignación-. No es la primera vez que se desmaya.
-Necesita que alguien la cuide -la mujer aceptó la botella de agua, la cerró y la volvió a meter en el bolso-. ¿Por qué no la lleva a la cafetería y le compra un sándwich?
-Gracias. Eso era precisamente lo que iba a hacer -le dedicó una sonrisa encantadora a la anciana y después se volvió lentamente para mirar a Myriam. Ella tragó saliva.
-No quiero un sándwich -resentida, Myriam se sacudió el polvo de la falda vaquera y lo miró desafiante. Se estaba encargando de ella otra vez... como siempre. ¿Cómo se atrevía? ¿Creía que podía aparecer de nuevo en su vida y continuar donde lo había dejado?
Por supuesto que no lo creía. Si fuera así, se habría puesto en contacto con ella mucho antes. Mucho antes de que ella hubiera construido una muralla alrededor de su corazón para que no la hirieran de nuevo.
-Bueno, cuídense -la anciana se despidió y se alejó de ellos.
Myriam se pasó la lengua por los labios y le echó una mirada furtiva a Victor. Era alto, de espalda ancha, cons­titución atlética y tenía un aire arrogante que siempre le había hecho sentir pequeña. Llevaba el cabello algo más largo de lo que ella recordaba pero seguía siendo liso, negro e increíblemente sexy, como si le estuviera pidiendo que ella lo acariciara... Myriam sintió que el su­dor le empezaba a recorrer la espalda.
-¿Qué estás haciendo aquí? -sabía que su voz no tenía la firmeza habitual, pero estaba decidida a man­tenerse inmune a ese hombre.
Un hoyuelo seductor apareció en la comisura de la boca de Victor mientras se estiraba los puños de la cha­queta del traje, una chaqueta muy cara.
-Buscándote. ¿Qué otra cosa podría estar ha­ciendo?
Victor la observó mientras Myriam se comía el sándwich a regañadientes. Seguía siendo igual de tozuda, pero también preciosa. Tenía el cabello café ligeramente despeinado, la piel blanca y unos impresionantes ojos de color miel.
La había echado de menos. De repente se sintió in­seguro sobre sus propias intenciones, y se dijo que te­nía que controlarse. Todo lo que tenía que hacer era decírselo y marcharse, y después no tendría que verla más. Algo dentro de él rechazó esa última afirVictorión.
-Mi tía no tenía que haberte dicho dónde podías en­contrarme. De todas formas, ¿cómo sabías dónde mi­rar?
Victor removió su café y tomó un sorbo antes de res­ponder.
-Siempre solías venir aquí primero, ¿recuerdas? Te encanta ver los vestidos.
Era verdad. Y más de una vez había llevado a Victor con ella, prometiéndole que iría con él a una de sus aburridas cenas de negocios si la acompañaba a ver los trajes.
Le dio otro bocado al sándwich sin distinguir el re­lleno de atún y mayonesa. Sus papilas gustativas ha­bían dejado de funcionar y su estómago funcionaba como una lavadora, todo porque Victor, el hombre a quien ella había entregado su corazón, estaba sentado frente a ella como si nunca se hubiera marchado. Pero su mirada no era cálida. Estaba serio e indiferente como una estatua de mármol, tan distante como lo ha­bía estado durante los últimos seis meses que habían estado juntos. Habían sido los meses más largos, duros y solitarios de la vida de Myriam, cuando casi no se habla­ban y buscaban alivio y refugio en otra parte. Victor en su trabajo y Myriam en el baile.
-Bueno, teniendo en cuenta todo el trabajo que te has tomado en buscarme, será mejor que me digas lo que quieres -él no era el único que podía parecer indi­ferente, pensó Myriam desafiante. No quería que Victor cre­yera que todavía lo echaba de menos, pero al verlo se habían despertado muchas emociones: amor, miedo, amargura y arrepentimiento, sentimientos que había intentado dejar atrás sin conseguirlo.
-¿Qué es lo que quiero? -un músculo se contrajo levemente en un lado de la mandíbula de Victor. Myriam se dio cuenta de que seguía usando la misma loción para el afeitado, una fragancia clásica y sexy que ella siem­pre asociaba con Victor-. Quiero el divorcio, Myriam. Eso es lo que quiero.
Los pensamientos de Myriam se vieron interrumpidos repentinamente.
-¿Quieres decir que te vas a casar otra vez? -no se le ocurría ninguna otra razón por la que le estuviera pi­diendo algo que habían evitado durante los últimos cinco años. Victor no contestó inmediatamente y Myriam, sintiendo los latidos del corazón en los oídos, contem­pló a la gente que entraba y salía de la cafetería para ganar algo de tiempo. Intentó creer que él no le había pedido lo que acababa de oír.
-He conocido a alguien.
Por supuesto. Victor siempre atraía a las mujeres, como un tarro de miel a las abejas. Pero siempre se ha­bía tomado la molestia de asegurarle a Myriam que sólo tenía ojos para ella.
-Me sorprende que no me lo hayas pedido antes.
Apartó el plato con el sándwich casi intacto y se mordió el labio inferior para evitar que se le salierann las lágrimas. No se iba a desmoronar delante de él.
Victor vio que se ponía pálida y se preguntó por qué. Hacía mucho tiempo que estaban separados y no podía pillarle por sorpresa. De hecho, se había sorprendido al ver que ella no se había puesto en contacto con él. Es­taba tan seguro de que algún hombre la cautivaría que durante el primer año de separados había temido con­testar el teléfono o abrir el correo electrónico por miedo a que fuera Myriam pidiéndole el divorcio.
-Hasta ahora no tenía mucho sentido -se pasó los dedos por el cabello y Myriam miró sorprendida el anillo de platino que todavía llevaba. Después bajó la mirada hacia el suyo propio y se apresuró a cruzar las manos en el regazo.
-¿Cómo es ella? -«no te hagas esto, Myriam, no te atormentes»-. ¿Una mujer de carrera decidida, adicta al trabajo y con el armario lleno de ropa de diseño?
-Deberías terminarte el sándwich y no arriesgarte a desmayarte de nuevo. La próxima vez no estaré cerca para ayudarte.
-¿No era ese el problema, Victor? Nunca estabas cuando te necesitaba, el trabajo siempre era lo pri­mero. Bueno, espero que te haya dado todo el éxito con el que soñabas.
-Nunca negué que fuera ambicioso, lo sabías desde el principio. Pero trabajé duro para los dos, Myriam, no soy el bastardo egoísta que piensas.
-No. Siempre fuiste generoso. Con el dinero y con todos esos regalos caros, pero no con tu tiempo.
Él aceptó en silencio la verdad de esa afirmación. Se había arrepentido una y otra vez cuando la había fa­llado, al cancelar una cita para cenar, una sesión de te­atro que habían planeado durante mucho tiempo o al mandarla sola de vacaciones porque había surgido algo importante a última hora. Así era el inmundo de la publicidad. Nadie podía esperar, porque siempre había otra agencia dispuesta a hacerlo más rápido o más ba­rato. Había trabajado mucho para conseguir que su agencia fuera una de las mejores y de mayor éxito, pero había pagado un precio muy alto. Algunos dirían que demasiado alto.
-¿Por qué te fuiste de Londres para vivir con tu tía?
-¡Eso no es asunto tuyo!
-Me dijo que habías dejado de enseñar para ayu­darla en la tienda. Es una pena, el baile te apasionaba.
-La tía Ruth te ha contado demasiadas cosas. Y es típico de ti que deduzcas inmediatamente que la deci­sión que he tomado es la equivocada.
-¿Yo hago eso? -sorprendido, Victor sacudió la ca­beza-. No es esa la imagen que quería dar. Sólo me sorprende que hayas dejado algo que te gustaba tanto.
-Bueno, sí. Pero dime, ¿por qué has decidido inten­tarlo otra vez? El matrimonio, quiero decir. La última vez que estuvimos juntos me gritaste que era el mayor error de tu vida.
El dolor que Myriam sentía le impedía hablar con nor­malidad. Él la había herido profundamente con esas palabras crueles y después se había ido sin darle una oportunidad para arreglar las cosas. Al día siguiente llamó para decir que se marchaba. Fue a la casa por la noche para hacer las maletas y destrozó a Myriam cuando salió tranquilamente por la puerta. Unos días después le envió un cheque por una cantidad escandalosa junto con una tarjeta con un cuadro de Monet, el de los ne­núfares. Ella rompió las dos cosas y las tiró a la ba­sura.
-Mi padre murió el año pasado de cáncer -Victor es­taba midiendo las palabras, pero Myriam pudo ver el dolor en sus ojos. Ella nunca había conocido a sus padres, Victor siempre había estado demasiado ocupado para or­ganizar un encuentro-. Algo como eso... la muerte de un padre, te hace pensar en tu propia mortalidad.
Tengo treinta y ocho años, Myriam, y quiero tener un hijo. Quiero tener la oportunidad de ser padre.
-¿Es eso cierto? -Victor se dio cuenta de que estaba visiblemente afectada. Frunció el ceño mientras re­cordaba algo. Debía haber elegido sus palabras con más cuidado-. Tengo que irme -Myriam recogió la cha­queta de la silla vacía que había entre los dos y se puso de pie rápidamente-. Acabo de recordar que tengo varias cosas que hacer, no puedo quedarme a charlar. Te voy a conceder el divorcio, Victor. Ya sabes dónde vivo, así que envíame los papeles y los firmaré. Buena suerte.
-¡Myriam!
La siguió desde la cafetería hasta un largo pasillo con bustos de mármol. Cuando la alcanzó le dio la vuelta para mirarla y vio que estaba llorando. Con un gesto impaciente, ella se limpió las lágrimas.
-¿Y ahora qué? Ya tienes lo que querías. ¿Qué más quieres?
-Quiero saber por qué estás llorando -le agarró un brazo y notó que estaba temblando.
-Has dicho que querías tener un hijo, que querías ser padre -cansada y furiosa y sin importarle que es­taba a punto de desnudarle su alma, Myriam levantó la ca­beza y lo miró a los ojos-. Te supliqué que tuviéramos un bebé... ¿Lo recuerdas?
Lo recordaba. Recordaba una noche en la que ha­bían hecho el amor de la manera más dulce y erótica, después de otra de sus amargas peleas, cuando aún el deseo y la atracción mutua eran más fuertes que el en­fado. Esa noche Myriam había apoyado la cabeza en su pecho y le había preguntado si sabía qué era lo que ella más quería en este mundo. De repente Victor sintió que le costaba respirar.
-Lo recuerdo -se sonrojó ligeramente y soltó el brazo de Myriam.
-Cuando rompimos yo estaba embarazada.
-Yo no lo... ¿Por qué no me lo dijiste?
-¿Por qué debería haberlo hecho? Te fuiste. Nues­tro matrimonio había terminado y, de todas formas, tú no querías tener hijos. Ni siquiera sabías si serías un buen padre, ¿no fue eso lo que dijiste? El trabajo te exigía demasiado, siempre estabas ocupado «salva­guardando» nuestro futuro.
-Myriam, yo... -aflojándose la corbata, Victor se pasó unos dedos temblorosos por el cabello-. ¿Qué pasó?
El miedo se reflejó en sus ojos negros y durante un momento Myriam pensó en ser más benévola. No sabía cómo hacerlo, pero lo habría hecho de haber podido. No era una persona cruel.
-El bebé murió en mi vientre a los seis meses -el labio superior le temblaba.
-¡Dios mío! -exclamó Victor. Se apartó de ella sacu­diendo la cabeza y mirando al suelo, como si no qui­siera oír nada más.
-Era un niño. Teníamos un hijo, Victor, un pe­queño -con esas palabras echó a correr por el pasillo, buscando desesperadamente la salida. Los tacones de sus sandalias resonaban como cañones en sus oídos.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
eh novela nueva
me gusto el primer capitulo asi ke aki estare dando lata pidiendo capitulo
me gusto el primer capitulo asi ke aki estare dando lata pidiendo capitulo
marimyri- VBB ORO
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Re: Pasión Renovada
Hola niña que bien que ya nos pusiste otra novelita esta intersante y espramos los demas Cap. con ansia saludos y gracias por la novelita bye atte:Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
gracias por una nueva novelita...siguele pronto por faaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
WOW SIGUELE DUL SE VE QUE ESTA MUY BUENA
SALUDOS
SALUDOS
fresita- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
orale que buenas novelas postearon el dia de hoy...me gusto el primer capitulo...buenisimo
muchas gracias dulce
muchas gracias dulce
susy81- VBB CRISTAL
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Re: Pasión Renovada
Muchas gracias por la nueva novela, ke bueno ke te decidiste y estaremos pendientes.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Pasión Renovada
GRACIASSSSS DULCINEA
MUY BUEN PRIMER CAPITULO NIÑA TE ESPERAMOS CON EL QUE SIGUE NO TARDES
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Pasión Renovada
QUE TRISTEZA LO DEL BEBE, ESPERO QUE TENGAN UNA SEGUNDA OPORTUNIDAD, NUNCA ES TARDE PARA CORREGIR LOS ERRORES DEL PASADO.
SALUDOS
SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
Cap. 2
-¿Dónde vamos a cenar hoy, cariño? -Amelie Du­vall terminó de maquillarse, se miró en uno de los es­pejos de los armarios y alargó un brazo hacia el bolso negro con lentejuelas para sacar el perfume. Se lo puso detrás de las orejas, de las rodillas y de las muñecas, luego volvió a meter el perfume en el bolso y lo arrojó sobre la cama-. ¿Victor? Te he hecho una pregunta.
Descalza, la chica francesa entró en el salón, dete­niéndose en seco al ver a Victor sentado en el sofá y con una copa de brandy en la mano. Se había quitado la corbata, tenía el cabello desordenado y la expresión de su rostro era bastante desalentadora.
-Pero ni siquiera estás listo para salir -Amelie no pudo ocultar su decepción. Le encantaba tener la opor­tunidad de arreglarse y salir a cenar acompañada de ese hombre tan atractivo. Sabía que eran una pareja muy llamativa. Ella era una belleza morena que com­plementaba perfectamente el aspecto de de Victor. No sabía lo que lo había puesto de mal hu­mor, pero pensó que su obligación era sacarlo de ese estado.
-No tengo ganas de salir a cenar esta noche -Victor finalmente la miró sin detenerse a observar su belleza. Después apuró el contenido de la copa de un solo trago.
-Pero dijiste por teléfono...
-¡Olvida lo que dije! -se levantó y comenzó a ca­minar por la habitación. Después se detuvo junto a la ventana panorámica observando las luces de Londres.
-Cariño, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo en el trabajo? ¿Algún trato no ha salido bien? Por favor, no pienses en ello, chéri, mañana será otro día y te senti­rás mejor.
Victor notó que se acercaba a él por detrás y de re­pente se sintió colérico. El caro perfume francés le pa­reció agobiante, y lo único que quería era decirle que lo dejara solo. Pero no iba a dejarse llevar por la furia cuando lo que necesitaba era mantenerse despejado. Y ser sincero. Terminar con esa charada antes de que otra relación terminara en la basura. Desde el momento en que vio a Myriam, e incluso antes de que ella le hablara del bebé, su hijo, supo que no quería casarse con Ame­lie.
-Mira... Ya sé que hablamos de la posibilidad de casarnos, pero después de pensarlo bien... Sincera­mente, no creo que funcionara.
-¿Quieres decir que tu mujer no te va a conceder el divorcio?
Esa respuesta era típica de Amelie. Solía echar la culpa a alguien más de las decisiones que tomaba Victor.
Victor suspiró y siguió mirando por la ventana. Pensó en el bebé y en Myriam afrontando un embarazo del que pensaba que él no quería ser parte. Pensó en Myriam perdiendo al niño de la forma más horrenda... El estó­mago se le encogió al sentir mareo y arrepentimiento.
-Mi decisión no tiene nada que ver con eso. Haría cualquier cosa para que no te sintieras herida y decep­cionada, Amelie, pero es mejor que ahora se termine todo y que no nos embarquemos en un matrimonio que sería pura ficción. Estoy seguro de que si eres total­mente sincera contigo misma verás que tú tampoco quieres casarte conmigo -se volvió lentamente para mirarla.
Amelie lo miraba con sus ojos marrones como si se hubiera vuelto loco.
-Pues claro que quiero casarme contigo. ¿Estás loco? ¡Te quiero!
-¿De verdad? -ella se ruborizó y Victor siguió ha­blando con una sonrisa burlona-. Lo que quieres es mi dinero, chérie, y todo lo que te puedo comprar: ropa, joyas, perfume... -de repente recordó algo que casi lo dejó helado: el perfume de Myriam, un aroma sutil de ma­dreselva y vainilla. Lo había olido ese mismo día y no había podido ignorarlo. Su cuerpo se endureció casi al instante-. Este matrimonio no nos conviene a ninguno de los dos. Tú eres demasiado joven y hermosa para atarte a un solo hombre y yo... bueno, hasta ahora el trabajo ha sido mi vida, pero ya estoy preparado para tener una familia. Quiero tener hijos. No me interesa cenar cada noche en los mejores restaurantes o volar a Nueva York o a París por un capricho para que mi no­via pueda ir de compras. Quiero una vida hogareña de verdad.
La chica francesa se sorbió la nariz con elegancia, como hacía todo lo demás.
-Me haces parecer muy superficial, Victor. Me duele mucho que no quieras casarte conmigo. Yo te da­ría niños... montones de niños -pero al decirlo su cuerpo se tensó ligeramente y Victor supo que estaba mintiendo. En realidad Amelie detestaba la idea de ser madre. Él no había sacado el tema antes, pero en ese momento supo que estaba haciendo lo correcto al ter­minar la relación.
-Te entiendo mejor de lo que tú crees -sonrió y la abrazó, pero el beso que le dio junto a su boca perfec­tamente maquillada fue sólo paternal-. No te preocu­pes, no te voy a dejar con las manos vacías. Te daré más que suficiente para que te mantengas hasta que aparezca el siguiente pretendiente rico...
-¿Myriam? ¿Qué haces ahí sentada con las luces apa­gadas?
Parpadeando ante el resplandor repentino que llenó la habitación, Myriam forzó una sonrisa. Si cometía el menor error y dejaba que su tía supiera cómo se sen­tía realmente, Ruth caería sobre ella como un león so­bre un filete crudo preguntándole qué podía hacer para arreglar las cosas. Y lo haría con toda la buena inten­ción, pero su ayuda sería en vano. Ni siquiera su tía se­ría capaz de arreglar esa situación.
-Me he quedado dormida -mintió-. Cerré abajo, preparé la cena y después vine aquí para relajarme.
-¿Has visto a Victor? -tiró las llaves en la antigua mesita que había junto a la puerta y se quedó de pie con los brazos en jarras.
-Sí -contestó sujetándose un mechón de pelo detrás de la oreja-. ¿Por qué le dijiste dónde estaba?
-Porque fue encantador, educado y parecía preocu­pado, y porque creo que ya es hora de que hablen, aunque gran parte de la culpa la tenga él -Ruth, alta, delgada, de cincuenta y tantos años, pelirroja y con un gran carácter, se quitó la chaqueta azul marino del traje y la dejó con cuidado en el res­paldo de una elegante silla eduardiana.
-Hace cinco años que no sé nada de él, Ruth, así que creo que has malinterpretado lo de «preocupado».
Y en cuanto a lo de hablar, ¿no crees que es un poco tarde para eso?
-Nunca es tarde para hablar, querida. Su situa­ción es ridícula, estan casados pero no estan casados. Tienen que arreglarlo.
Myriam respiró profundamente y se levantó.
-Ya está arreglado. Me ha pedido el divorcio.
-Oh -durante uno o dos segundos Ruth se quedó atónita, y eso era realmente raro en su tía. Nadie, abso­lutamente nadie, pillaba a Ruth por sorpresa-. ¿Y qué contestaste? -de nuevo a la carga, Ruth jugueteó con el collar de exquisitas perlas que llevaba puesto.
Myriam sintió un nudo en la garganta. Se dijo que era normal que Victor hubiera encontrado a alguien más, pero una parte tozuda, esperanzada e ilógica de Myriam siempre se había agarrado a la creencia de que algún día él volvería. Pero ese mismo día esa creencia se ha­bía desvanecido.
-Le dije que sí, por supuesto. ¿Qué otra cosa podía decir?
-¿Qué otra cosa...? Supongo que le hablarías del bebé...
-Ha encontrado a alguien, quiere casarse otra vez y formar una familia. Pero sí, le hablé del bebé. Y en cierto sentido desearía no haberlo hecho.
Myriam desvió la mirada y se dirigió a la puerta. Algu­nos la llamarían cobarde, pero en ese momento no po­día seguir con el interrogatorio. Lo único que quería hacer era darse un largo baño caliente y perfumado y llorar por Victor en privado.
-¿Por qué? ¡Se merece saber la agonía por la que te hizo pasar!
-Se quedó deshecho, Ruth, lo vi en sus ojos. ¿Qué sentido hay en que los dos suframos?
Por una vez Ruth no supo cómo contestar a su so­brina. Chasqueó la lengua, recogió su chaqueta y le apartó a Myriam el flequillo de los ojos.
-Eres una mujer hermosa, querida, no mereces ser tan desgraciada. A tu edad deberías ser feliz, en vez de estar encerrada trabajando en una tienda de antigüeda­des con una vieja como yo.
Myriam sonrió. Su corazón estaba lleno de cariño por esa tía que no había dudado en ofrecerle un sitio donde refugiarse cuando Victor la abandonó. Una tía que ade­más le había dado un trabajo y que había estad a su lado en los momentos más difíciles, dándole la mano aquella horrible noche en el hospital y llorando con ella cuando Myriam finalmente perdió el bebé.
-No eres vieja, Ruth, de ninguna manera. Y en cuanto a lo de ser feliz, bueno... -ruborizándose, Myriam olvidó por un momento los malos recuerdos-. -Creo que lo fui los primeros dos años y medio que estuve con Victor.
-¡Ese hombre es un idiota! -dijo Ruth indignada-. Lo dije en su momento y lo vuelvo a decir ahora. Me pregunto si tenía la más mínima idea de lo que hacía al dejarte.
-¿Dónde vamos a cenar hoy, cariño? -Amelie Du­vall terminó de maquillarse, se miró en uno de los es­pejos de los armarios y alargó un brazo hacia el bolso negro con lentejuelas para sacar el perfume. Se lo puso detrás de las orejas, de las rodillas y de las muñecas, luego volvió a meter el perfume en el bolso y lo arrojó sobre la cama-. ¿Victor? Te he hecho una pregunta.
Descalza, la chica francesa entró en el salón, dete­niéndose en seco al ver a Victor sentado en el sofá y con una copa de brandy en la mano. Se había quitado la corbata, tenía el cabello desordenado y la expresión de su rostro era bastante desalentadora.
-Pero ni siquiera estás listo para salir -Amelie no pudo ocultar su decepción. Le encantaba tener la opor­tunidad de arreglarse y salir a cenar acompañada de ese hombre tan atractivo. Sabía que eran una pareja muy llamativa. Ella era una belleza morena que com­plementaba perfectamente el aspecto de de Victor. No sabía lo que lo había puesto de mal hu­mor, pero pensó que su obligación era sacarlo de ese estado.
-No tengo ganas de salir a cenar esta noche -Victor finalmente la miró sin detenerse a observar su belleza. Después apuró el contenido de la copa de un solo trago.
-Pero dijiste por teléfono...
-¡Olvida lo que dije! -se levantó y comenzó a ca­minar por la habitación. Después se detuvo junto a la ventana panorámica observando las luces de Londres.
-Cariño, ¿qué ocurre? ¿Ha pasado algo malo en el trabajo? ¿Algún trato no ha salido bien? Por favor, no pienses en ello, chéri, mañana será otro día y te senti­rás mejor.
Victor notó que se acercaba a él por detrás y de re­pente se sintió colérico. El caro perfume francés le pa­reció agobiante, y lo único que quería era decirle que lo dejara solo. Pero no iba a dejarse llevar por la furia cuando lo que necesitaba era mantenerse despejado. Y ser sincero. Terminar con esa charada antes de que otra relación terminara en la basura. Desde el momento en que vio a Myriam, e incluso antes de que ella le hablara del bebé, su hijo, supo que no quería casarse con Ame­lie.
-Mira... Ya sé que hablamos de la posibilidad de casarnos, pero después de pensarlo bien... Sincera­mente, no creo que funcionara.
-¿Quieres decir que tu mujer no te va a conceder el divorcio?
Esa respuesta era típica de Amelie. Solía echar la culpa a alguien más de las decisiones que tomaba Victor.
Victor suspiró y siguió mirando por la ventana. Pensó en el bebé y en Myriam afrontando un embarazo del que pensaba que él no quería ser parte. Pensó en Myriam perdiendo al niño de la forma más horrenda... El estó­mago se le encogió al sentir mareo y arrepentimiento.
-Mi decisión no tiene nada que ver con eso. Haría cualquier cosa para que no te sintieras herida y decep­cionada, Amelie, pero es mejor que ahora se termine todo y que no nos embarquemos en un matrimonio que sería pura ficción. Estoy seguro de que si eres total­mente sincera contigo misma verás que tú tampoco quieres casarte conmigo -se volvió lentamente para mirarla.
Amelie lo miraba con sus ojos marrones como si se hubiera vuelto loco.
-Pues claro que quiero casarme contigo. ¿Estás loco? ¡Te quiero!
-¿De verdad? -ella se ruborizó y Victor siguió ha­blando con una sonrisa burlona-. Lo que quieres es mi dinero, chérie, y todo lo que te puedo comprar: ropa, joyas, perfume... -de repente recordó algo que casi lo dejó helado: el perfume de Myriam, un aroma sutil de ma­dreselva y vainilla. Lo había olido ese mismo día y no había podido ignorarlo. Su cuerpo se endureció casi al instante-. Este matrimonio no nos conviene a ninguno de los dos. Tú eres demasiado joven y hermosa para atarte a un solo hombre y yo... bueno, hasta ahora el trabajo ha sido mi vida, pero ya estoy preparado para tener una familia. Quiero tener hijos. No me interesa cenar cada noche en los mejores restaurantes o volar a Nueva York o a París por un capricho para que mi no­via pueda ir de compras. Quiero una vida hogareña de verdad.
La chica francesa se sorbió la nariz con elegancia, como hacía todo lo demás.
-Me haces parecer muy superficial, Victor. Me duele mucho que no quieras casarte conmigo. Yo te da­ría niños... montones de niños -pero al decirlo su cuerpo se tensó ligeramente y Victor supo que estaba mintiendo. En realidad Amelie detestaba la idea de ser madre. Él no había sacado el tema antes, pero en ese momento supo que estaba haciendo lo correcto al ter­minar la relación.
-Te entiendo mejor de lo que tú crees -sonrió y la abrazó, pero el beso que le dio junto a su boca perfec­tamente maquillada fue sólo paternal-. No te preocu­pes, no te voy a dejar con las manos vacías. Te daré más que suficiente para que te mantengas hasta que aparezca el siguiente pretendiente rico...
-¿Myriam? ¿Qué haces ahí sentada con las luces apa­gadas?
Parpadeando ante el resplandor repentino que llenó la habitación, Myriam forzó una sonrisa. Si cometía el menor error y dejaba que su tía supiera cómo se sen­tía realmente, Ruth caería sobre ella como un león so­bre un filete crudo preguntándole qué podía hacer para arreglar las cosas. Y lo haría con toda la buena inten­ción, pero su ayuda sería en vano. Ni siquiera su tía se­ría capaz de arreglar esa situación.
-Me he quedado dormida -mintió-. Cerré abajo, preparé la cena y después vine aquí para relajarme.
-¿Has visto a Victor? -tiró las llaves en la antigua mesita que había junto a la puerta y se quedó de pie con los brazos en jarras.
-Sí -contestó sujetándose un mechón de pelo detrás de la oreja-. ¿Por qué le dijiste dónde estaba?
-Porque fue encantador, educado y parecía preocu­pado, y porque creo que ya es hora de que hablen, aunque gran parte de la culpa la tenga él -Ruth, alta, delgada, de cincuenta y tantos años, pelirroja y con un gran carácter, se quitó la chaqueta azul marino del traje y la dejó con cuidado en el res­paldo de una elegante silla eduardiana.
-Hace cinco años que no sé nada de él, Ruth, así que creo que has malinterpretado lo de «preocupado».
Y en cuanto a lo de hablar, ¿no crees que es un poco tarde para eso?
-Nunca es tarde para hablar, querida. Su situa­ción es ridícula, estan casados pero no estan casados. Tienen que arreglarlo.
Myriam respiró profundamente y se levantó.
-Ya está arreglado. Me ha pedido el divorcio.
-Oh -durante uno o dos segundos Ruth se quedó atónita, y eso era realmente raro en su tía. Nadie, abso­lutamente nadie, pillaba a Ruth por sorpresa-. ¿Y qué contestaste? -de nuevo a la carga, Ruth jugueteó con el collar de exquisitas perlas que llevaba puesto.
Myriam sintió un nudo en la garganta. Se dijo que era normal que Victor hubiera encontrado a alguien más, pero una parte tozuda, esperanzada e ilógica de Myriam siempre se había agarrado a la creencia de que algún día él volvería. Pero ese mismo día esa creencia se ha­bía desvanecido.
-Le dije que sí, por supuesto. ¿Qué otra cosa podía decir?
-¿Qué otra cosa...? Supongo que le hablarías del bebé...
-Ha encontrado a alguien, quiere casarse otra vez y formar una familia. Pero sí, le hablé del bebé. Y en cierto sentido desearía no haberlo hecho.
Myriam desvió la mirada y se dirigió a la puerta. Algu­nos la llamarían cobarde, pero en ese momento no po­día seguir con el interrogatorio. Lo único que quería hacer era darse un largo baño caliente y perfumado y llorar por Victor en privado.
-¿Por qué? ¡Se merece saber la agonía por la que te hizo pasar!
-Se quedó deshecho, Ruth, lo vi en sus ojos. ¿Qué sentido hay en que los dos suframos?
Por una vez Ruth no supo cómo contestar a su so­brina. Chasqueó la lengua, recogió su chaqueta y le apartó a Myriam el flequillo de los ojos.
-Eres una mujer hermosa, querida, no mereces ser tan desgraciada. A tu edad deberías ser feliz, en vez de estar encerrada trabajando en una tienda de antigüeda­des con una vieja como yo.
Myriam sonrió. Su corazón estaba lleno de cariño por esa tía que no había dudado en ofrecerle un sitio donde refugiarse cuando Victor la abandonó. Una tía que ade­más le había dado un trabajo y que había estad a su lado en los momentos más difíciles, dándole la mano aquella horrible noche en el hospital y llorando con ella cuando Myriam finalmente perdió el bebé.
-No eres vieja, Ruth, de ninguna manera. Y en cuanto a lo de ser feliz, bueno... -ruborizándose, Myriam olvidó por un momento los malos recuerdos-. -Creo que lo fui los primeros dos años y medio que estuve con Victor.
-¡Ese hombre es un idiota! -dijo Ruth indignada-. Lo dije en su momento y lo vuelvo a decir ahora. Me pregunto si tenía la más mínima idea de lo que hacía al dejarte.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
Ohhh Noo!! No me digan que volvi a los codigos jajajaj osea en la novelaa ayyy no ni cuenta en el otro capii pero ashhh sepa porque sera, en fin ya me volvi la reyna de los codigosss
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
Gracias por el capitulo y no te apures por lo de los codigos que al cabo se entiende
marimyri- VBB ORO
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Re: Pasión Renovada
Muchas gracias REYNA de los CODIGOS por el capitulo...siguele que me encanta tu novelita
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
GRACIAS X EL CAP.....
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Pasión Renovada
Muchas gracias por el capitulo. A ke codigos tan necios jiji .
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Pasión Renovada
Hola niña no te motifiques nosotras entendemos yGracias por el Cap. de ahora hasta mañana atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
ESPERO QUE VÍCTOR INTENTE RECONQUISTAR A MYRIAM, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Pasión Renovada
Cap. 3
Victor detuvo el coche en un área de descanse para estudiar el mapa una vez más. Satisfecho al ver que es­taba en el buen camino, bajó la ventanilla para respirar un poco de aire fresco del campo. Casi había llega ado el otoño y el caluroso verano que había durado hasta la primera semana de septiembre por fin estaba dando muestras de desaparecer. Las hojas se habían caído al suelo y había un aroma de madera quemada en el aire, La temperatura había bajado, y Victor lo agradeció. El aire fresco lo ayudaba a pensar, y Dios sabía que había pensado bastante durante las últimas tres noches, las ojeras lo confirmaban. Abrió la guantera y sacó una fo­tografía de Myriam, de pie junto a la Torre de Londres, que él le había sacado cuando se conocieron. Myriam, sonriente, estaba totalmente deslumbrante, con los ojos brillantes y un vestido de verano que se le ajus­taba al cuerpo. Victor no había podido dejar de mirarla, y ella había sido tan dulce, insistiendo en pagar la co­mida cuando los dos sabían que el más solvente era él. Pero pronto había descubierto que Myriam era así: gene­rosa y cariñosa hasta el límite. Victor se había deleitado en todo ello, en sus atenciones y su cariño, como un hombre que hubiera vivido bajo tierra hasta el mo­mento de conocerla. Ella le había dado luz, alegría y risas, y el día que Victor se fue había sido el peor de su vida. Hasta que Myriam le había hablado del bebé...
Al pensar en ello sintió como si un cuchillo le atra­vesara el pecho. Respirando profundamente, Victor dejó la fotografía en el asiento del copiloto y arrancó el co­che. Tenía el ceño fruncido cuando miró por el retrovi­sor y se metió con el Mercedes en la carretera para continuar su viaje. Si había calculado bien la distancia, debería llegar a la pequeña ciudad de Myriam a la hora de comer. Había reservado plaza en un hotel y había sa­lido en busca de la tienda de antigüedades de Ruth, Objetos para el Recuerdo. Le gustara o no a Myriam, los dos tenían que hablar. Lo único que esperaba era que ni ella ni su tía le cerraran la puerta en las nari­ces negándole la oportunidad de hacerlo.
-Puedes darme la lata todo lo que quieras, Victor García, pero no pienso decirte dónde está Myriam. Cometí el error de decírtelo hace unos días, y ha cam­biado desde que se vieron el otro día. Le costó mucho recuperarse de la separación... de la pérdida del bebé...
-¡Maldita sea, Ruth! ¿Por qué nadie me dijo que es­taba embarazada? ¡Soy su marido y tenía derecho a sa­berlo! -Victor estaba a punto de explotar. Podía aceptar que se había equivocado, no era tan arrogante como para culpar a Myriam de querer llevar el embarazo ella sola. No cuando él se había marchado y cuando había afirmado que no estaba preparado para ser padre. Pero pensaba que la familia de Myriam era culpable de no ha­berse puesto en contacto con él... especialmente cuando ella lo necesitaba.
Ruth se enfureció. Sus largos pendientes de topacio se agitaron cuando cruzó los brazos, mi­rando imperturbable a ese hombre con traje de diseño y unos ojos negros que deslumbrarían a una mujer me­nos inmune. Pero Ruth se enorgullecía de ser más fuerte. El bienestar de su sobrina era su prioridad y nada podía hacerle cambiar de opinión. Myriam tenía que mantenerse alejada de ese hombre.
-Te recuerdo que renunciaste a todos tus derechos de marido cuando dejaste fríamente a mi sobrina. Pu­siste los negocios y tu ambición por encima de ella, y eso es un hecho. ¡Es una pena que engañaras a Myriam casándote con ella!
-¿Engañarla?
-¡Sí! ¡Tú no querías una mujer! Debías haber sa­bido que no estabas realmente interesado en el matri­monio, cuando era evidente que lo primero era tu tra­bajo. Engañaste a Myriam al decirle que lo estabas haciendo por ella. Ella es muy confiada, Victor, creyó todo lo que le dijiste. No importaba cuántas veces la decepcionaras, y créeme, sé que fueron muchas, por­que me llamaba por teléfono y lloraba, ella te seguía dando el beneficio de la duda. «Algún día no tendrá que trabajar tanto», me decía. «Algún día podremos te­ner unas vacaciones de verdad en algún sitio maravi­lloso». Veneraba la tierra que pisabas, ¿y tú que hiciste a cambio? -Ruth hizo una pausa para recuperar el aliento-. Te marchaste sin ni siquiera darle la oportuni­dad de una reconciliación. No conozco todos los deta­lles, pero le rompiste el corazón. Y cuando Myriam perdió ese bebé tan deseado... se lo rompiste de nuevo. Creo que lo mejor es que te vayas. Después de todo, eso lo sabes hacer muy bien, ¿no?
Victor se dijo que se merecía la bronca que Ruth le ha­bía echado, pero se sintió furioso porque ella parecía pensar que el hecho de dejar a Myriam había sido algo pre­meditado y frío. Nada más lejos de la realidad. Se había sentido angustiado durante días al ver a su bella esposa tan infeliz. Entonces, Victor no tenía ni idea de cómo arreglar las cosas, parecían querer cosas diferentes y la distancia entre los dos iba aumentando. Las exigencias de su trabajo le llevaban la mayor parte del tiempo, un hecho del que se arrepentía. Debería haberle prestado más atención a su mujer. De alguna manera se había es­tado engañando al pensar que ella esperaría a que Victor asegurara su futuro; se había engañado al creer que ella entendería por qué no era sensato tener hijos en aquel momento. Se había prometido a sí mismo que algún día se lo daría todo... Había hecho una fortuna, pero había perdido a la mujer que amaba.
-El matrimonio no viene con un manual de instruc­ciones, ¿sabes? -suspirando profundamente, Victor miró a Ruth y se pasó los dedos por el cabello-. Lo eché todo a perder, ya lo sé. El problema era... que nos faltaba comunicación -frunció el ceño y algo se derritió dentro de Ruth-. Yo dejé de escuchar. Es un milagro que Myriam hubiera aguantado todo ese tiempo. En cuanto al bebé... ¿Pensaba que la abandonaría sa­biendo que estaba embarazada?
Ruth observó los dos anillos de oro que llevaba puestos y sacudió la cabeza.
-Tal vez le preocupaba que pensaras que estaba in­tentando atraparte. No lo sé, pero conociendo a Myriam, yo diría que tuvo algo que ver con eso. Me ha dicho que quieres el divorcio... ¿Vas a casarte otra vez?
-No -Victor le echó un vistazo a la fila de relojes de pie que, detrás de Ruth, comenzaron a dar la hora con una algarabía de campanas y gongs-. Amelie y yo he­mos roto.
-Entiendo.
-No era la mujer apropiada para mí.
-Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, Victor? ¿Por qué quieres ver a Myriam?
-¿Está saliendo con alguien? -no pudo evitar pre­guntarlo, necesitaba hacer la pregunta que lo había es­tado preocupando desde que vio a Myriam en el museo. No tenía sentido que una mujer atractiva hubiera pa­sado cinco años sola, pero se sentía celoso al pensar que podía estar con alguien.
-Siempre ha tenido un montón de hombres intere­sados haciendo cola en la puerta para pedirle salir. ¿Tú qué crees, Victor?
Victor tenía miedo de creer algo. Había muchas cosas que no sabía de la chica con la que se había casado, y sólo podía intentar adivinar qué clase de persona era en ese momento. Pero lo único que tenía Victor eran re­cuerdos... y esperanza.
-Creo que la población masculina de esta ciudad tendría que estar ciega para no interesarse en Myriam. Pero no me has contestado, Ruth. ¿Tiene alguna rela­ción seria?
-¿Por eso estás aquí, Victor? ¿Para intentar volver con ella? -ladeando la cabeza, Ruth interpretó el silen­cio que se escondía detrás de los ojos negros de Victor.
El puso una mano en una mesa de comedor victo­riana que estaba justo a su izquierda, frente al escrito­rio de Ruth.
-Tienes algunas cosas muy bonitas -comentó mi­rando a su alrededor. Pensó en Myriam trabajando en ese lugar, en esa tienda tan pequeña, día tras día... cuando en realidad debería estar bailando, tal vez dando clases en su propia academia. Algunos años atrás ese había sido su sueño, y Victor sea había jurado que la ayudaría a conseguirlo. Frunció el ceño al recordarlo-. ¿A qué hora volverá?
Ruth abrió la enorme agenda que tenía sobre el es­critorio, aunque tenía la mirada perdida.
-No volverá hasta por la noche, va a pasar todo el día fuera. Dijo que no estaba segura de a qué hora re­gresaría. Tal vez deberías volver otro día.
-No -lo que tenía que decirle a Myriam no podía espe­rar, ya habían pasado cinco años de más-. Aquí es donde me voy a alojar -sacó una tarjeta de visita del bolsillo de la chaqueta y la dejó sobre la agenda-. Me he tomado un mes libre, así que no tengo prisa por vol­ver a Londres, si es eso en lo que estás pensando. Por favor, dile a Myriam que he venido y que me gustaría verla. ¿Harás eso por mí, Ruth?
Parecía tan sincero y tan serio que la mujer se ablandó. Deseó estar haciendo lo correcto.
-Se lo diré, Victor. Pero no te puedo prometer que ella se pondrá en contacto contigo. Tienes que aceptar el hecho de que tal vez no quiera volver a hablar con­tigo nunca más.
-Tú sólo dale el mensaje... eso es todo lo que te pido. Nos veremos Ruth... y gracias.
Cerró la puerta detrás de él y comenzó a andar por la calle. Ruth tomó la tarjeta que le había dejado. Es­taba grabada con letras doradas y tenía el nombre del mejor hotel de la ciudad. Durante un par de segundos la apretó contra su pecho.
-Oh, Myriam -suspiró.
-La película ha estado genial, ¿verdad?
Sin querer quitarle la ilusión, aunque las películas de acción con gente y edificios saltando por los aires cada dos por tres no eran las que más le gustaban, Myriam sonrió al atractivo joven que la había llevado al cine. Rúben era el hijo adorado de los propietarios del estanco del barrio de Myriam, y de vez en cuando los dos salían juntos, aunque su relación era estrictamente amistosa, como les convenía a ambos. Después de Victor, Myriam no había querido tener ninguna relación seria, y Rúben estaba prometido a una chica que le habían elegido sus padres para una boda concertada. Se celebraría tres semanas más tarde, en Navidad, y toda la familia se dirigiría a Kerala, en la India, para formar parte de una ceremonia tradicional hindú. Rúben era un joven muy occidentalizado, pero en las cuestio­nes de matrimonio estaba dispuesto a acatar los deseos más tradicionales de su familia.
-Vamos por una pizza, ¿de acuerdo?
-¿Por qué tienes que ser tú la que elija? ¡Sabes que prefiero las hamburguesas!
-Pero tú has elegido la película -le dijo por encima del hombro mientras salía.
-Eres una mandona, ¿lo sabías? -Rúben corrió para al­canzarla mientras Myriam se abría camino entre el montón de gente que salía a Leicester Square, y le pidió a Dios que su prometida tuviera al menos la mitad de chispa que Myriam. Lo último que quería era una mujer sumisa sin opiniones.
-La pizza y después a casa -dijo Rúben con firmeza, sabiendo que Myriam ignoraría el tono autoritario de su voz-. Le prometí a tu tía que no te llevaría tarde a casa.
Myriam se detuvo de repente y se giró para mirarlo, con los brazos en jarras.
-¡Pues has sido un tonto, Rúben Singh, porque quiero ir a bailar!
-¿De verdad?
-Sí -aunque sonreía y estaba dispuesta a pasárselo bien, sintió dolor al recordar que Victor nunca la había llevado, ni una sola vez, a un club nocturno a bailar.
-Creo que eso es todo. Si se te ocurre algo más, llá­mame -habiendo cerrado el negocio, Victor colgó el te­léfono y estiró las piernas sobre la cama. Agarró el li­bro de pasta dura que tenía en la mesilla de noche y lo abrió por la página que había marcado con un doblez.
Se colocó bien las almohadas detrás de la cabeza y se dispuso a seguir leyendo donde lo había dejado.
Cinco minutos más tarde, después de haber leído las mismas dos frases al menos diez veces, dejó el li­bro a su lado y con un silbido de exasperación hundió las dos manos en el cabello negro. No estaba acostum­brado a tener tiempo libre, tiempo para relajarse y dis­frutar, y pensó que era muy triste no acordarse cómo hacer cualquiera de esas dos cosas. Estaba tan acos­tumbrado a trabajar doce o catorce horas al día que su cuerpo parecía haber perdido la capacidad de relajarse. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, apar­tando la cortina verde para mirar al exterior. La calle estaba desierta y la fila de casas estilo Tudor le hizo pensar en lo histórica que era esa pequeña ciudad. Se­guramente era muy atrayente para los turistas, pero aún estaban a mitad de la tarde y la ciudad estaba muy tranquila... demasiado tranquila. ¿Cómo podía aguan­tarlo Myriam? ¿No había nada de Londres que echara de menos? Aparte del Museo Victoria and Albert, claro. La capital era muy ruidosa, siempre llena de atascos y de contaminación, pero Victor tuvo que admitir que le encantaba, y la echaba de menos. En los primeros días de su matrimonio, Myriam había hablado a menudo de mudarse al campo, pero Victor siempre había aplazado la conversación, diciéndole que lo comentarían «algún día», cuando no estuviera tan ocupado. Contrataría a alguien para que llevara la agencia por él, le había di­cho, y entonces no importaría si él no vivía cerca; po­dría mantenerse en contacto por teléfono o por fax y aparecer sólo para las cosas importantes. Su ambición había sido como una droga, ahora se daba cuenta. Lo había cegado y no había visto que su mujer también te­nía necesidades. Cerró los ojos al recordarlo. En la me­sita de noche, el sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos.
-¿Sí?
-¿Señor García? Hay una señora García en el vestíbulo que quiere verlo.
Una vena le latió con fuerza en la sien. Había em­pezado a pensar que Myriam no se iba a poner en con­tacto. Durante todo el día se había resistido al impulso de volver a la tienda para ver si estaba allí, para averi­guar si lo estaba evitando deliberadamente. De todas formas, no iba a dejar que un pequeño obstáculo como ese se interpusiera en su camino. Hacía falta mucho más para que abandonara.
-Dígale que enseguida bajo.
Mientras bajaba por la escalera alfombrada Victor se arregló la corbata, se pasó una mano por la mandíbula afeitada y pensó que era una buena señal que Myriam si­guiera usando su apellido de casada, cuando podría fá­cilmente haber vuelto a su nombre de soltera. ¿Quién la habría culpado por ello, dadas las circunstancias? No pudo evitar la oleada de placer que lo inundó cuando la vio sentada en el sofá del vestibulo. Llevaba unos vaqueros de color azul claro y una blusa blanca, y tenía una chaqueta marrón doblada en el regazo. Tenía un aspecto fresco y cuando dirigió hacia él sus ojos miel Victor sintió un deseo casi irresistible de estar con ella a solas, en la situación más íntima posible.
Ella se levantó cuando Victor llegó al vestíbulo, y el perfume de Myriam lo envolvió, despertándole recuerdos eróticos.
-Recibí tu mensaje. No puedo quedarme mucho, estoy ayudando a Ruth a hacer el inventario. ¿Qué pasa, Victor? ¿Qué es tan urgente que no puedes contár­melo por teléfono?
-He decidido que no quiero el divorcio -dijo sin al­terarse.
-¿Ah, no? -con los ojos como platos, Myriam lo miró con recelo-. Entonces, ¿qué es lo que quieres?
-Te quiero a ti, Myriam... Quiero que vuelvas a mi vida. Quiero que tengamos un matrimonio de verdad.
Victor detuvo el coche en un área de descanse para estudiar el mapa una vez más. Satisfecho al ver que es­taba en el buen camino, bajó la ventanilla para respirar un poco de aire fresco del campo. Casi había llega ado el otoño y el caluroso verano que había durado hasta la primera semana de septiembre por fin estaba dando muestras de desaparecer. Las hojas se habían caído al suelo y había un aroma de madera quemada en el aire, La temperatura había bajado, y Victor lo agradeció. El aire fresco lo ayudaba a pensar, y Dios sabía que había pensado bastante durante las últimas tres noches, las ojeras lo confirmaban. Abrió la guantera y sacó una fo­tografía de Myriam, de pie junto a la Torre de Londres, que él le había sacado cuando se conocieron. Myriam, sonriente, estaba totalmente deslumbrante, con los ojos brillantes y un vestido de verano que se le ajus­taba al cuerpo. Victor no había podido dejar de mirarla, y ella había sido tan dulce, insistiendo en pagar la co­mida cuando los dos sabían que el más solvente era él. Pero pronto había descubierto que Myriam era así: gene­rosa y cariñosa hasta el límite. Victor se había deleitado en todo ello, en sus atenciones y su cariño, como un hombre que hubiera vivido bajo tierra hasta el mo­mento de conocerla. Ella le había dado luz, alegría y risas, y el día que Victor se fue había sido el peor de su vida. Hasta que Myriam le había hablado del bebé...
Al pensar en ello sintió como si un cuchillo le atra­vesara el pecho. Respirando profundamente, Victor dejó la fotografía en el asiento del copiloto y arrancó el co­che. Tenía el ceño fruncido cuando miró por el retrovi­sor y se metió con el Mercedes en la carretera para continuar su viaje. Si había calculado bien la distancia, debería llegar a la pequeña ciudad de Myriam a la hora de comer. Había reservado plaza en un hotel y había sa­lido en busca de la tienda de antigüedades de Ruth, Objetos para el Recuerdo. Le gustara o no a Myriam, los dos tenían que hablar. Lo único que esperaba era que ni ella ni su tía le cerraran la puerta en las nari­ces negándole la oportunidad de hacerlo.
-Puedes darme la lata todo lo que quieras, Victor García, pero no pienso decirte dónde está Myriam. Cometí el error de decírtelo hace unos días, y ha cam­biado desde que se vieron el otro día. Le costó mucho recuperarse de la separación... de la pérdida del bebé...
-¡Maldita sea, Ruth! ¿Por qué nadie me dijo que es­taba embarazada? ¡Soy su marido y tenía derecho a sa­berlo! -Victor estaba a punto de explotar. Podía aceptar que se había equivocado, no era tan arrogante como para culpar a Myriam de querer llevar el embarazo ella sola. No cuando él se había marchado y cuando había afirmado que no estaba preparado para ser padre. Pero pensaba que la familia de Myriam era culpable de no ha­berse puesto en contacto con él... especialmente cuando ella lo necesitaba.
Ruth se enfureció. Sus largos pendientes de topacio se agitaron cuando cruzó los brazos, mi­rando imperturbable a ese hombre con traje de diseño y unos ojos negros que deslumbrarían a una mujer me­nos inmune. Pero Ruth se enorgullecía de ser más fuerte. El bienestar de su sobrina era su prioridad y nada podía hacerle cambiar de opinión. Myriam tenía que mantenerse alejada de ese hombre.
-Te recuerdo que renunciaste a todos tus derechos de marido cuando dejaste fríamente a mi sobrina. Pu­siste los negocios y tu ambición por encima de ella, y eso es un hecho. ¡Es una pena que engañaras a Myriam casándote con ella!
-¿Engañarla?
-¡Sí! ¡Tú no querías una mujer! Debías haber sa­bido que no estabas realmente interesado en el matri­monio, cuando era evidente que lo primero era tu tra­bajo. Engañaste a Myriam al decirle que lo estabas haciendo por ella. Ella es muy confiada, Victor, creyó todo lo que le dijiste. No importaba cuántas veces la decepcionaras, y créeme, sé que fueron muchas, por­que me llamaba por teléfono y lloraba, ella te seguía dando el beneficio de la duda. «Algún día no tendrá que trabajar tanto», me decía. «Algún día podremos te­ner unas vacaciones de verdad en algún sitio maravi­lloso». Veneraba la tierra que pisabas, ¿y tú que hiciste a cambio? -Ruth hizo una pausa para recuperar el aliento-. Te marchaste sin ni siquiera darle la oportuni­dad de una reconciliación. No conozco todos los deta­lles, pero le rompiste el corazón. Y cuando Myriam perdió ese bebé tan deseado... se lo rompiste de nuevo. Creo que lo mejor es que te vayas. Después de todo, eso lo sabes hacer muy bien, ¿no?
Victor se dijo que se merecía la bronca que Ruth le ha­bía echado, pero se sintió furioso porque ella parecía pensar que el hecho de dejar a Myriam había sido algo pre­meditado y frío. Nada más lejos de la realidad. Se había sentido angustiado durante días al ver a su bella esposa tan infeliz. Entonces, Victor no tenía ni idea de cómo arreglar las cosas, parecían querer cosas diferentes y la distancia entre los dos iba aumentando. Las exigencias de su trabajo le llevaban la mayor parte del tiempo, un hecho del que se arrepentía. Debería haberle prestado más atención a su mujer. De alguna manera se había es­tado engañando al pensar que ella esperaría a que Victor asegurara su futuro; se había engañado al creer que ella entendería por qué no era sensato tener hijos en aquel momento. Se había prometido a sí mismo que algún día se lo daría todo... Había hecho una fortuna, pero había perdido a la mujer que amaba.
-El matrimonio no viene con un manual de instruc­ciones, ¿sabes? -suspirando profundamente, Victor miró a Ruth y se pasó los dedos por el cabello-. Lo eché todo a perder, ya lo sé. El problema era... que nos faltaba comunicación -frunció el ceño y algo se derritió dentro de Ruth-. Yo dejé de escuchar. Es un milagro que Myriam hubiera aguantado todo ese tiempo. En cuanto al bebé... ¿Pensaba que la abandonaría sa­biendo que estaba embarazada?
Ruth observó los dos anillos de oro que llevaba puestos y sacudió la cabeza.
-Tal vez le preocupaba que pensaras que estaba in­tentando atraparte. No lo sé, pero conociendo a Myriam, yo diría que tuvo algo que ver con eso. Me ha dicho que quieres el divorcio... ¿Vas a casarte otra vez?
-No -Victor le echó un vistazo a la fila de relojes de pie que, detrás de Ruth, comenzaron a dar la hora con una algarabía de campanas y gongs-. Amelie y yo he­mos roto.
-Entiendo.
-No era la mujer apropiada para mí.
-Entonces, ¿qué estás haciendo aquí, Victor? ¿Por qué quieres ver a Myriam?
-¿Está saliendo con alguien? -no pudo evitar pre­guntarlo, necesitaba hacer la pregunta que lo había es­tado preocupando desde que vio a Myriam en el museo. No tenía sentido que una mujer atractiva hubiera pa­sado cinco años sola, pero se sentía celoso al pensar que podía estar con alguien.
-Siempre ha tenido un montón de hombres intere­sados haciendo cola en la puerta para pedirle salir. ¿Tú qué crees, Victor?
Victor tenía miedo de creer algo. Había muchas cosas que no sabía de la chica con la que se había casado, y sólo podía intentar adivinar qué clase de persona era en ese momento. Pero lo único que tenía Victor eran re­cuerdos... y esperanza.
-Creo que la población masculina de esta ciudad tendría que estar ciega para no interesarse en Myriam. Pero no me has contestado, Ruth. ¿Tiene alguna rela­ción seria?
-¿Por eso estás aquí, Victor? ¿Para intentar volver con ella? -ladeando la cabeza, Ruth interpretó el silen­cio que se escondía detrás de los ojos negros de Victor.
El puso una mano en una mesa de comedor victo­riana que estaba justo a su izquierda, frente al escrito­rio de Ruth.
-Tienes algunas cosas muy bonitas -comentó mi­rando a su alrededor. Pensó en Myriam trabajando en ese lugar, en esa tienda tan pequeña, día tras día... cuando en realidad debería estar bailando, tal vez dando clases en su propia academia. Algunos años atrás ese había sido su sueño, y Victor sea había jurado que la ayudaría a conseguirlo. Frunció el ceño al recordarlo-. ¿A qué hora volverá?
Ruth abrió la enorme agenda que tenía sobre el es­critorio, aunque tenía la mirada perdida.
-No volverá hasta por la noche, va a pasar todo el día fuera. Dijo que no estaba segura de a qué hora re­gresaría. Tal vez deberías volver otro día.
-No -lo que tenía que decirle a Myriam no podía espe­rar, ya habían pasado cinco años de más-. Aquí es donde me voy a alojar -sacó una tarjeta de visita del bolsillo de la chaqueta y la dejó sobre la agenda-. Me he tomado un mes libre, así que no tengo prisa por vol­ver a Londres, si es eso en lo que estás pensando. Por favor, dile a Myriam que he venido y que me gustaría verla. ¿Harás eso por mí, Ruth?
Parecía tan sincero y tan serio que la mujer se ablandó. Deseó estar haciendo lo correcto.
-Se lo diré, Victor. Pero no te puedo prometer que ella se pondrá en contacto contigo. Tienes que aceptar el hecho de que tal vez no quiera volver a hablar con­tigo nunca más.
-Tú sólo dale el mensaje... eso es todo lo que te pido. Nos veremos Ruth... y gracias.
Cerró la puerta detrás de él y comenzó a andar por la calle. Ruth tomó la tarjeta que le había dejado. Es­taba grabada con letras doradas y tenía el nombre del mejor hotel de la ciudad. Durante un par de segundos la apretó contra su pecho.
-Oh, Myriam -suspiró.
-La película ha estado genial, ¿verdad?
Sin querer quitarle la ilusión, aunque las películas de acción con gente y edificios saltando por los aires cada dos por tres no eran las que más le gustaban, Myriam sonrió al atractivo joven que la había llevado al cine. Rúben era el hijo adorado de los propietarios del estanco del barrio de Myriam, y de vez en cuando los dos salían juntos, aunque su relación era estrictamente amistosa, como les convenía a ambos. Después de Victor, Myriam no había querido tener ninguna relación seria, y Rúben estaba prometido a una chica que le habían elegido sus padres para una boda concertada. Se celebraría tres semanas más tarde, en Navidad, y toda la familia se dirigiría a Kerala, en la India, para formar parte de una ceremonia tradicional hindú. Rúben era un joven muy occidentalizado, pero en las cuestio­nes de matrimonio estaba dispuesto a acatar los deseos más tradicionales de su familia.
-Vamos por una pizza, ¿de acuerdo?
-¿Por qué tienes que ser tú la que elija? ¡Sabes que prefiero las hamburguesas!
-Pero tú has elegido la película -le dijo por encima del hombro mientras salía.
-Eres una mandona, ¿lo sabías? -Rúben corrió para al­canzarla mientras Myriam se abría camino entre el montón de gente que salía a Leicester Square, y le pidió a Dios que su prometida tuviera al menos la mitad de chispa que Myriam. Lo último que quería era una mujer sumisa sin opiniones.
-La pizza y después a casa -dijo Rúben con firmeza, sabiendo que Myriam ignoraría el tono autoritario de su voz-. Le prometí a tu tía que no te llevaría tarde a casa.
Myriam se detuvo de repente y se giró para mirarlo, con los brazos en jarras.
-¡Pues has sido un tonto, Rúben Singh, porque quiero ir a bailar!
-¿De verdad?
-Sí -aunque sonreía y estaba dispuesta a pasárselo bien, sintió dolor al recordar que Victor nunca la había llevado, ni una sola vez, a un club nocturno a bailar.
-Creo que eso es todo. Si se te ocurre algo más, llá­mame -habiendo cerrado el negocio, Victor colgó el te­léfono y estiró las piernas sobre la cama. Agarró el li­bro de pasta dura que tenía en la mesilla de noche y lo abrió por la página que había marcado con un doblez.
Se colocó bien las almohadas detrás de la cabeza y se dispuso a seguir leyendo donde lo había dejado.
Cinco minutos más tarde, después de haber leído las mismas dos frases al menos diez veces, dejó el li­bro a su lado y con un silbido de exasperación hundió las dos manos en el cabello negro. No estaba acostum­brado a tener tiempo libre, tiempo para relajarse y dis­frutar, y pensó que era muy triste no acordarse cómo hacer cualquiera de esas dos cosas. Estaba tan acos­tumbrado a trabajar doce o catorce horas al día que su cuerpo parecía haber perdido la capacidad de relajarse. Se levantó de la cama y se acercó a la ventana, apar­tando la cortina verde para mirar al exterior. La calle estaba desierta y la fila de casas estilo Tudor le hizo pensar en lo histórica que era esa pequeña ciudad. Se­guramente era muy atrayente para los turistas, pero aún estaban a mitad de la tarde y la ciudad estaba muy tranquila... demasiado tranquila. ¿Cómo podía aguan­tarlo Myriam? ¿No había nada de Londres que echara de menos? Aparte del Museo Victoria and Albert, claro. La capital era muy ruidosa, siempre llena de atascos y de contaminación, pero Victor tuvo que admitir que le encantaba, y la echaba de menos. En los primeros días de su matrimonio, Myriam había hablado a menudo de mudarse al campo, pero Victor siempre había aplazado la conversación, diciéndole que lo comentarían «algún día», cuando no estuviera tan ocupado. Contrataría a alguien para que llevara la agencia por él, le había di­cho, y entonces no importaría si él no vivía cerca; po­dría mantenerse en contacto por teléfono o por fax y aparecer sólo para las cosas importantes. Su ambición había sido como una droga, ahora se daba cuenta. Lo había cegado y no había visto que su mujer también te­nía necesidades. Cerró los ojos al recordarlo. En la me­sita de noche, el sonido del teléfono lo sacó de sus pensamientos.
-¿Sí?
-¿Señor García? Hay una señora García en el vestíbulo que quiere verlo.
Una vena le latió con fuerza en la sien. Había em­pezado a pensar que Myriam no se iba a poner en con­tacto. Durante todo el día se había resistido al impulso de volver a la tienda para ver si estaba allí, para averi­guar si lo estaba evitando deliberadamente. De todas formas, no iba a dejar que un pequeño obstáculo como ese se interpusiera en su camino. Hacía falta mucho más para que abandonara.
-Dígale que enseguida bajo.
Mientras bajaba por la escalera alfombrada Victor se arregló la corbata, se pasó una mano por la mandíbula afeitada y pensó que era una buena señal que Myriam si­guiera usando su apellido de casada, cuando podría fá­cilmente haber vuelto a su nombre de soltera. ¿Quién la habría culpado por ello, dadas las circunstancias? No pudo evitar la oleada de placer que lo inundó cuando la vio sentada en el sofá del vestibulo. Llevaba unos vaqueros de color azul claro y una blusa blanca, y tenía una chaqueta marrón doblada en el regazo. Tenía un aspecto fresco y cuando dirigió hacia él sus ojos miel Victor sintió un deseo casi irresistible de estar con ella a solas, en la situación más íntima posible.
Ella se levantó cuando Victor llegó al vestíbulo, y el perfume de Myriam lo envolvió, despertándole recuerdos eróticos.
-Recibí tu mensaje. No puedo quedarme mucho, estoy ayudando a Ruth a hacer el inventario. ¿Qué pasa, Victor? ¿Qué es tan urgente que no puedes contár­melo por teléfono?
-He decidido que no quiero el divorcio -dijo sin al­terarse.
-¿Ah, no? -con los ojos como platos, Myriam lo miró con recelo-. Entonces, ¿qué es lo que quieres?
-Te quiero a ti, Myriam... Quiero que vuelvas a mi vida. Quiero que tengamos un matrimonio de verdad.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Pasión Renovada
Muchas gracias por el capitulo.
Cada capitulo que leo me recuerda maldita luna
Tal vez por el hecho que Victor puso primero su carrera y perdio a Myriam y en la vida real Victor ha dicho que Maldita Luna habla de que por querer seguir un sueno dejas a tu pareja y cuando quieres regresar ya es muy tarde.
Cada capitulo que leo me recuerda maldita luna
Tal vez por el hecho que Victor puso primero su carrera y perdio a Myriam y en la vida real Victor ha dicho que Maldita Luna habla de que por querer seguir un sueno dejas a tu pareja y cuando quieres regresar ya es muy tarde.
marimyri- VBB ORO
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Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Pasión Renovada
awww grx ninia por tu novelitaaaaa
girl190183- VBB BRONCE
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Edad : 40
Fecha de inscripción : 05/12/2008
Re: Pasión Renovada
Si Myriam otra oportnidad, otra oportunidad por fa no seas cruel ponlo a prueba tienen un mes para reconciliarse jijijijiji Niña Gracias por el Cap. Saludos Atte:Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Pasión Renovada
gracias REYNA de los codigos me encanta la novelita siguele por faaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Pasión Renovada
MUCHAS GRACIASSS DUL.....
P,D:A VER COMO REACCIONA MYRIAM DESPUES DE LO QUE VICTOR QUIERE AHORA AUNQUE CREO QUE LE VA COSTAR TIENE QUE VOLVER A CONQUISTARLA
P,D:A VER COMO REACCIONA MYRIAM DESPUES DE LO QUE VICTOR QUIERE AHORA AUNQUE CREO QUE LE VA COSTAR TIENE QUE VOLVER A CONQUISTARLA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Pasión Renovada
Muchas gracias por el capitulo, haber ke hace Vic.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Pasión Renovada
ME PARECE QUE VÍCTOR SE PASO DE MANDON, DEBE RECONQUISTAR A MYRIAM, NO SOLO DECIRLE QUE QUIERE QUE VUELVA CON ÉL. GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
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