Un Hombre Perdido (Final)
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
gracias por el capi peroo pervertiras atodas las peques de este foro jajaj niñas tapence los ojos jajaja
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Muchas gracias por el capitulo, esta muy padre la novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
MUCHAS GRACIASSS X EL CAP....
NO SABES DEFINIR LO QUE FUE VICTOR. YO TE AYUDO FUE AMORRR PURO AMORR
NO SABES DEFINIR LO QUE FUE VICTOR. YO TE AYUDO FUE AMORRR PURO AMORR
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
VICTOR NO TE HAGAS TONTO LO QUE SIENTES ES AMOR, ¿HABER CUANTO TARDAS EN DARTE CUENTA?
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Gracias por sus mensajitos
Aqui tienen el capitulo de hoy!
Capítulo Ocho
Myriam había trabajado como una máquina esa mañana.
Sobre la mesa de la cocina había montañas de galletas, algunas envueltas en papel celofán, otras reposando en sus bandejas, otras aún sin meter en el horno…
—¿Quieres un café?
Llevaba el pelo sujeto en una coleta, las piernas al aire bajo unos vaqueros cortados y un top rojo sin mangas.
Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para no acariciar esos brazos bronceados…
—Sí, gracias.
—El café está caliente. Llevo horas despierta.
—Ya veo —murmuró Víctor, sacando una taza del armario. Aquel sitio ya le resultaba familiar. Se sentía… como en casa. O así era hasta aquella mañana. Pero todo había cambiado. Por la noche habían cruzado una línea invisible y ya nada sería igual. Ahora tenían una… no quería usar la palabra «relación», pero ¿qué otra palabra podía usar?
—¿Has dormido bien?
Víctor la miró con el rabillo del ojo. Estaba sonriendo, como siempre. Pero tenían que hablar. Tenía que hacerle entender que, a pesar de lo que había pasado por la noche, no podía haber nada entre ellos.
—Normalmente necesito más de veinte minutos de sueño para dormir bien —admitió él.
—Sí, yo también —sonrió Myriam, sacando unas galletas del horno—. Pero a pesar de la falta de sueño, me siento muy alegre esta mañana. Al contrario que otros que yo conozco.
—Necesito un poco más de cafeína.
—Como médico, ¿no deberías tener cuidado con eso?
—Como médico, sí. Como persona, para nada.
—Ah, ¿los médicos también son personas? Quién lo hubiera dicho.
—Es un secreto —sonrió Víctor, tomando un sorbo de café.
—¿Sabes una cosa? Creo que lo estamos haciendo bastante bien.
—Tú lo estás haciendo todo, yo sólo miro.
—No me refería a eso.
—¿Entonces? Víctor sabía perfectamente a qué se refería, pero no quería ser él quien empezara la conversación. ¿Por cobardía? No quería llamarlo así. Mejor pensar que era por cautela.
Myriam dejó de trabajar y se cruzó de brazos. En sus ojos había un brillo burlón.
—Tú sabes de qué estoy hablando. Estamos haciendo el «paripé de la mañana siguiente» bastante bien.
—¿Ah, sí?
—Si no hablamos de ello es como si no hubiera pasado, ¿no? Es como el elefante en la cocina.
—¿Qué?
—Un elefante metafórico. Ya sabes, el tema del que nadie quiere hablar.
—Ya veo.
—Así que, naturalmente…
—Tú vas a hablar de ello.
—Claro —asintió Myriam, con una sonrisa que despertó campanas de alarma en su cerebro y en otras partes de su cuerpo.
Víctor se tomó el resto del café de un trago, esperando que la cafeína lo espabilara. Ella llevaba horas despierta, sin duda pensando en lo que iba a decir… ¿qué esperaba que dijera él? Llevaba de pie quince minutos y sólo sabía que no estaba preparado para mantener esa conversación.
—Y no hay forma de evitarlo, ¿verdad?
—No.
—Muy bien —Víctor dejó la taza sobre la mesa y se cruzó de brazos—. Dispara.
Myriam soltó una carcajada.
—Ése no es un comienzo muy optimista.
—No lo decía literalmente.
—De todas formas. Se me da fatal disparar, por cierto. Jake me llevó una vez a un campo de tiro e hice el ridículo más absoluto.
—Estás cambiando de tema.
—Lo sé. Te estaba dando tiempo para despertarte.
—Gracias.
Con un año tendría suficiente.
—De nada —sonrió ella—. Pero ahora que estás despierto, ¿por qué no hablamos del tema? ¿Quieres hablar de tu mujer?
—No particularmente —contestó Víctor.
Hablar de Mary sólo aumentaría su sentimiento de culpa. Hablar de ella sería como darle vida y colocarla sobre la mesa, entre su amante y él. Su amante. Aquello no debería haber pasado. Debería haber mantenido las distancias.
No había tenido ningún problema evitando a las mujeres durante los últimos dos años. ¿Qué tenía Myriam Montemayor que lo había cambiado todo? ¿Por qué se había sentido atraído por ella desde el principio?
¿Y por qué la deseaba tanto en aquel momento?
—Una pena —suspiró Myriam, sin dejar de echar azúcar en las galletas—. Yo te he hablado sobre los hombres que han poblado mi triste pasado. Ahora me gustaría hablar de la mujer en la que estabas pensando mientras hacías el amor conmigo.
Víctor levantó la mirada, atónito. En los ojos miel vio una profunda tristeza… y era culpa suya. Debería haber luchado contra aquella fuerza de la naturaleza, debería haberse quedado en el hotel.
Pero ya era demasiado tarde.
—No estaba pensando en ella —dijo, entre dientes—. No estaba pensando en Mary mientras hacía el amor contigo.
Después, sí, pero no mientras hacían el amor.
—Bueno, por lo menos es algo.
—No, ése es el problema —suspiró Víctor, levantándose para volver a llenar su taza. Myriam se volvió, mirándolo con curiosidad.
—Explica eso.
Víctor se apoyó en la encimera, poniendo las manos a ambos lados de su cuerpo. Necesitaba agarrarse a algo.
—Eres la primera mujer con la que me acuesto desde…
—Ya, eso lo entendí anoche.
—Y no pensé en Mary. Ni una sola vez.
—Eso está bien.
—Depende del punto de vista.
—Sea cual sea el punto de vista, no es ningún crimen, ¿verdad? —murmuró Myriam.
Víctor la miró, su pelo castaño iluminado por los rayos de sol que entraban por la ventana. Conocía cada centímetro de su cuerpo, sabía lo que la hacía gozar, lo que la hacía temblar. Estando con ella, encontró la vida. Y le había afectado profundamente, más que nadie.
Reconocer eso era como darle una bofetada a la mujer a la que una vez había amado.
—Sí lo es, para mí. Era mi mujer. Estuvimos casados durante tres años.
—Y…
—Era una mujer dulce, amable, buena y… murió —Víctor se detuvo un momento—. Y su muerte fue culpa mía.
Myriam parpadeó.
Víctor sabía lo que debía estar pensando. Lo mismo que él: que era un canalla. Él estaba vivo, Mary estaba muerta por su culpa. Y, en lugar de respetar su memoria, había pasado la noche en la cama con una mujer preciosa.
—No te creo —dijo Myriam entonces. Víctor no se movió. Se quedó donde estaba, sujetándose a los baldosines de la encimera.
—Es verdad.
—Cuéntame qué pasó.
Los recuerdos amenazaban con tragarlo, como las aguas de un pantano cuando se abre una presa: el rostro de Mary, su sonrisa tímida, sus ojos oscuros, su cuerpo roto, su último suspiro.
Víctor levantó una mano y se la pasó por los ojos como si así pudiera olvidar al menos ese último recuerdo. Pero sabía que era inútil. Estaba grabado en su cerebro para siempre.
—¿Víctor?
Él no abrió los ojos. Si eso lo convertía en un cobarde, tendría que vivir con ello. Pero empezó a hablar, a describir la escena que había recordado al menos una vez al día durante aquellos dos años:
—Acabábamos de comprar un coche para Mary y volvíamos a casa desde el concesionario. Yo iba delante, conduciendo despacio porque Mary nunca iba a más de setenta. Le daba miedo.
Todo le daba miedo, pensó en aquel momento, saboreando la amargura de la deslealtad. Pero ella era tan delicada, tan frágil. Su obligación era cuidar de ella porque lo necesitaba. Y no había podido hacerlo. No había podido salvarla.
—Cuéntame.
La voz de Myriam lo mantenía en el presente, a pesar de los intentos de su cerebro por volver al pasado.
—Un conductor borracho se saltó el carril y venía directamente hacia mí… Yo di un volantazo, por instinto, supongo, giré el volante hacia la derecha… Luego miré por el espejo retrovisor…
—¿Y? —la voz de Myriam era ahogada, como si tuviera miedo de preguntar.
—Vi cómo chocaba contra el coche de mi mujer, de frente. Ni siquiera dio un volantazo. Pero ocurrió tan rápido que Mary no pudo apartarse. Aunque lo hubiese intentado…
¿Por qué no lo intentó? ¿Por qué no dio un volantazo? Nunca lo sabría.
—Víctor, no sabes cómo lo siento…
Víctor abrió los ojos y vio compasión en los de ella. No se la merecía.
—Es Mary quien merece tu compasión, no yo. Yo no pude salvarla, no hice lo que debía hacer.
—Eso es absurdo.
Víctor se apartó de la encimera, nervioso.
—No lo es. Soy médico, mi obligación es salvar vidas. Salvé la de Eric, mi mejor amigo, pero no pude salvar la de mi mujer.
—Fue una suerte que estuvieras con Eric, pero no es lo mismo.
—Sí lo es —insistió Víctor—. Corrí a ayudarla, pero su coche había quedado como un acordeón. El borracho estaba intentando salir del suyo, pero ni siquiera lo miré. Sólo podía pensar en Mary.
—Por supuesto…
Él no la escuchaba. Estaba de vuelta en aquella autopista, corriendo hacia el coche de su mujer.
—Había saltado el airbag, y ella seguía viva —Víctor recordaba la sangre, la agonía que veía en sus ojos, el gemido que escapó de su garganta cuando intentó ayudarla—. La saqué del coche… No debería haberla movido, pero tenía que intentarlo. Llevaba mi maletín conmigo, los médicos siempre llevan su maletín…
—Víctor…
—Pero no pude hacer nada. Estaba… rota, por dentro. Una hemorragia interna. Alguien llamó a una ambulancia… Yo lo intenté, seguí intentándolo hasta que llegó la ambulancia, pero murió de todas formas. No pude salvarla.
—No fue culpa tuya.
Él levantó la mirada, furioso.
—Claro que fue culpa mía. Si no hubiera dado un volantazo, el borracho habría chocado conmigo, no con ella. Y Mary estaría viva.
—Quizá. O quizá os habría matado a los dos.
—No —Víctor negó con la cabeza. Había revivido esos momentos tantas veces… Lo sabía, sabía que si él no hubiera dado un volantazo Mary estaría viva.
—No puedes creer eso.
—Sí lo creo.
—Es absurdo, fue un accidente… Podría haberle pasado a cualquiera.
—Cierto, pero le pasó a Mary. Y yo no pude salvarla.
—Tampoco pudo el médico que llegó con la ambulancia.
—Él llegó demasiado tarde —suspiró Víctor—. Yo debería haberla mantenido con vida —añadió, pasándose una mano por el pelo en un gesto lleno de desesperación. Pero no lo ayudó nada porque nada podía ayudarlo. El sentimiento de culpa viviría para siempre dentro de él. Como un dragón, escondido entre las sombras, que despertaba de vez en cuando para quemarlo con el recuerdo de su fracaso. Y nada cambiaría eso. Nunca. Víctor miró los árboles que separaban la casa de Myriam de la de sus padres. El viento jugaba con las hojas, meciéndolas, acunándolas.
—No tenía ni idea —murmuró ella.
—Ahora lo sabes.
—Sí, ahora lo sé —Myriam se acercó y lo tomó del brazo, mirándolo fijamente—. De haberlo sabido, te habría tratado de otra forma.
Víctor hizo una mueca. Esperaba que reaccionase así, que estuviera tan asqueada como él lo estaba consigo mismo. Pero oírlo fue más duro de lo que esperaba.
—No me sorprende.
—¿No? A mí sí. Porque sabía que eras médico, pero no sabía que fueras Dios, además.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
—¿Es que no lo entiendes? ¿No entiendes lo que te estoy diciendo?
—Mejor que tú, me parece a mí.
—Aparentemente, no.
—¿Esto es lo que Mary querría? ¿Querría que te desesperases por algo que tú no podrías haber cambiado?
—No, pero…
—Pero nada. Por favor, Víctor… Tú no puedes controlar el universo.
—Nunca he dicho que pudiera.
—Te sientes culpable por lo que fue un trágico accidente. ¿Fue culpa tuya o del conductor borracho?
—Él fue la causa, pero yo…
—¿Podrías haber hecho un milagro?
Víctor dejó escapar un suspiro. ¿Para qué seguía hablando con ella? No lo entendía, no podía entenderlo. Negó con la cabeza, negándose a aceptar el salvavidas que Myriam le tendía. ¿Cómo iba a dejar de sentirse culpable?
Estaban a unos centímetros, el aroma de su perfume mezclándose con el olor a azúcar y canela…
—No lo entiendes.
—Claro que lo entiendo —replicó Myriam—. Estás demasiado acostumbrado a castigarte a ti mismo. Eres médico e hiciste todo lo posible por salvar la vida de tu mujer, pero ella murió de todas formas… ¿No has perdido otros pacientes?
—Sí, pero…
—¿Y por qué esto es diferente? —lo interrumpió ella. Víctor abrió la boca, pero volvió a cerrarla inmediatamente—. ¿Te has quedado sin palabras?
—Era mi mujer —dijo Víctor por fin.
—Y murió.
—Por mi culpa.
—Murió porque murió, porque la vida es así de terrible a veces —insistió Myriam—. No fue culpa tuya, fue un accidente.
Él la miró, intentando leer lo que había en sus ojos. No había piedad en ellos, no había censura. Pero no podía aceptar sus palabras. No podía creerlas. Llevaba demasiado tiempo aferrado a su sentimiento de culpa como para vivir sin él. Si lo hacía, ¿no sería eso como engañar a Mary?
—No lo entiendes.
—No digas eso —insistió Myriam—. El accidente no fue culpa tuya. La muerte de Mary no fue culpa tuya.
—Tú no sabes…
—Sé que la quisiste. Y si hubieras podido salvarla, lo habrías hecho.
—Muy bien. Si no es culpa mía, ¿de quién es, de Dios?
—Fue un accidente —repitió ella—. Dios no conducía ese coche.
—Eso no me ayuda nada.
—¿Y qué te ayudaría, encerrarte en tu casa? ¿Olvidarte del mundo? ¿Negarte a vivir porque una persona querida murió a causa de un accidente?
—Tú no…
—Sí, a mí no me ha pasado, así que quizá no puedo opinar —lo interrumpió Myriam—. Pero sé una cosa: si todo lo que has aprendido de amar a Mary es a encerrarte en ti mismo, te has perdido lo más importante.
Luego se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Cuando se apartó, Víctor tuvo que agarrarse a la mesa para no perder el equilibrio.
—Porque no es eso lo que el amor debe enseñarnos.
Aqui tienen el capitulo de hoy!
Capítulo Ocho
Myriam había trabajado como una máquina esa mañana.
Sobre la mesa de la cocina había montañas de galletas, algunas envueltas en papel celofán, otras reposando en sus bandejas, otras aún sin meter en el horno…
—¿Quieres un café?
Llevaba el pelo sujeto en una coleta, las piernas al aire bajo unos vaqueros cortados y un top rojo sin mangas.
Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para no acariciar esos brazos bronceados…
—Sí, gracias.
—El café está caliente. Llevo horas despierta.
—Ya veo —murmuró Víctor, sacando una taza del armario. Aquel sitio ya le resultaba familiar. Se sentía… como en casa. O así era hasta aquella mañana. Pero todo había cambiado. Por la noche habían cruzado una línea invisible y ya nada sería igual. Ahora tenían una… no quería usar la palabra «relación», pero ¿qué otra palabra podía usar?
—¿Has dormido bien?
Víctor la miró con el rabillo del ojo. Estaba sonriendo, como siempre. Pero tenían que hablar. Tenía que hacerle entender que, a pesar de lo que había pasado por la noche, no podía haber nada entre ellos.
—Normalmente necesito más de veinte minutos de sueño para dormir bien —admitió él.
—Sí, yo también —sonrió Myriam, sacando unas galletas del horno—. Pero a pesar de la falta de sueño, me siento muy alegre esta mañana. Al contrario que otros que yo conozco.
—Necesito un poco más de cafeína.
—Como médico, ¿no deberías tener cuidado con eso?
—Como médico, sí. Como persona, para nada.
—Ah, ¿los médicos también son personas? Quién lo hubiera dicho.
—Es un secreto —sonrió Víctor, tomando un sorbo de café.
—¿Sabes una cosa? Creo que lo estamos haciendo bastante bien.
—Tú lo estás haciendo todo, yo sólo miro.
—No me refería a eso.
—¿Entonces? Víctor sabía perfectamente a qué se refería, pero no quería ser él quien empezara la conversación. ¿Por cobardía? No quería llamarlo así. Mejor pensar que era por cautela.
Myriam dejó de trabajar y se cruzó de brazos. En sus ojos había un brillo burlón.
—Tú sabes de qué estoy hablando. Estamos haciendo el «paripé de la mañana siguiente» bastante bien.
—¿Ah, sí?
—Si no hablamos de ello es como si no hubiera pasado, ¿no? Es como el elefante en la cocina.
—¿Qué?
—Un elefante metafórico. Ya sabes, el tema del que nadie quiere hablar.
—Ya veo.
—Así que, naturalmente…
—Tú vas a hablar de ello.
—Claro —asintió Myriam, con una sonrisa que despertó campanas de alarma en su cerebro y en otras partes de su cuerpo.
Víctor se tomó el resto del café de un trago, esperando que la cafeína lo espabilara. Ella llevaba horas despierta, sin duda pensando en lo que iba a decir… ¿qué esperaba que dijera él? Llevaba de pie quince minutos y sólo sabía que no estaba preparado para mantener esa conversación.
—Y no hay forma de evitarlo, ¿verdad?
—No.
—Muy bien —Víctor dejó la taza sobre la mesa y se cruzó de brazos—. Dispara.
Myriam soltó una carcajada.
—Ése no es un comienzo muy optimista.
—No lo decía literalmente.
—De todas formas. Se me da fatal disparar, por cierto. Jake me llevó una vez a un campo de tiro e hice el ridículo más absoluto.
—Estás cambiando de tema.
—Lo sé. Te estaba dando tiempo para despertarte.
—Gracias.
Con un año tendría suficiente.
—De nada —sonrió ella—. Pero ahora que estás despierto, ¿por qué no hablamos del tema? ¿Quieres hablar de tu mujer?
—No particularmente —contestó Víctor.
Hablar de Mary sólo aumentaría su sentimiento de culpa. Hablar de ella sería como darle vida y colocarla sobre la mesa, entre su amante y él. Su amante. Aquello no debería haber pasado. Debería haber mantenido las distancias.
No había tenido ningún problema evitando a las mujeres durante los últimos dos años. ¿Qué tenía Myriam Montemayor que lo había cambiado todo? ¿Por qué se había sentido atraído por ella desde el principio?
¿Y por qué la deseaba tanto en aquel momento?
—Una pena —suspiró Myriam, sin dejar de echar azúcar en las galletas—. Yo te he hablado sobre los hombres que han poblado mi triste pasado. Ahora me gustaría hablar de la mujer en la que estabas pensando mientras hacías el amor conmigo.
Víctor levantó la mirada, atónito. En los ojos miel vio una profunda tristeza… y era culpa suya. Debería haber luchado contra aquella fuerza de la naturaleza, debería haberse quedado en el hotel.
Pero ya era demasiado tarde.
—No estaba pensando en ella —dijo, entre dientes—. No estaba pensando en Mary mientras hacía el amor contigo.
Después, sí, pero no mientras hacían el amor.
—Bueno, por lo menos es algo.
—No, ése es el problema —suspiró Víctor, levantándose para volver a llenar su taza. Myriam se volvió, mirándolo con curiosidad.
—Explica eso.
Víctor se apoyó en la encimera, poniendo las manos a ambos lados de su cuerpo. Necesitaba agarrarse a algo.
—Eres la primera mujer con la que me acuesto desde…
—Ya, eso lo entendí anoche.
—Y no pensé en Mary. Ni una sola vez.
—Eso está bien.
—Depende del punto de vista.
—Sea cual sea el punto de vista, no es ningún crimen, ¿verdad? —murmuró Myriam.
Víctor la miró, su pelo castaño iluminado por los rayos de sol que entraban por la ventana. Conocía cada centímetro de su cuerpo, sabía lo que la hacía gozar, lo que la hacía temblar. Estando con ella, encontró la vida. Y le había afectado profundamente, más que nadie.
Reconocer eso era como darle una bofetada a la mujer a la que una vez había amado.
—Sí lo es, para mí. Era mi mujer. Estuvimos casados durante tres años.
—Y…
—Era una mujer dulce, amable, buena y… murió —Víctor se detuvo un momento—. Y su muerte fue culpa mía.
Myriam parpadeó.
Víctor sabía lo que debía estar pensando. Lo mismo que él: que era un canalla. Él estaba vivo, Mary estaba muerta por su culpa. Y, en lugar de respetar su memoria, había pasado la noche en la cama con una mujer preciosa.
—No te creo —dijo Myriam entonces. Víctor no se movió. Se quedó donde estaba, sujetándose a los baldosines de la encimera.
—Es verdad.
—Cuéntame qué pasó.
Los recuerdos amenazaban con tragarlo, como las aguas de un pantano cuando se abre una presa: el rostro de Mary, su sonrisa tímida, sus ojos oscuros, su cuerpo roto, su último suspiro.
Víctor levantó una mano y se la pasó por los ojos como si así pudiera olvidar al menos ese último recuerdo. Pero sabía que era inútil. Estaba grabado en su cerebro para siempre.
—¿Víctor?
Él no abrió los ojos. Si eso lo convertía en un cobarde, tendría que vivir con ello. Pero empezó a hablar, a describir la escena que había recordado al menos una vez al día durante aquellos dos años:
—Acabábamos de comprar un coche para Mary y volvíamos a casa desde el concesionario. Yo iba delante, conduciendo despacio porque Mary nunca iba a más de setenta. Le daba miedo.
Todo le daba miedo, pensó en aquel momento, saboreando la amargura de la deslealtad. Pero ella era tan delicada, tan frágil. Su obligación era cuidar de ella porque lo necesitaba. Y no había podido hacerlo. No había podido salvarla.
—Cuéntame.
La voz de Myriam lo mantenía en el presente, a pesar de los intentos de su cerebro por volver al pasado.
—Un conductor borracho se saltó el carril y venía directamente hacia mí… Yo di un volantazo, por instinto, supongo, giré el volante hacia la derecha… Luego miré por el espejo retrovisor…
—¿Y? —la voz de Myriam era ahogada, como si tuviera miedo de preguntar.
—Vi cómo chocaba contra el coche de mi mujer, de frente. Ni siquiera dio un volantazo. Pero ocurrió tan rápido que Mary no pudo apartarse. Aunque lo hubiese intentado…
¿Por qué no lo intentó? ¿Por qué no dio un volantazo? Nunca lo sabría.
—Víctor, no sabes cómo lo siento…
Víctor abrió los ojos y vio compasión en los de ella. No se la merecía.
—Es Mary quien merece tu compasión, no yo. Yo no pude salvarla, no hice lo que debía hacer.
—Eso es absurdo.
Víctor se apartó de la encimera, nervioso.
—No lo es. Soy médico, mi obligación es salvar vidas. Salvé la de Eric, mi mejor amigo, pero no pude salvar la de mi mujer.
—Fue una suerte que estuvieras con Eric, pero no es lo mismo.
—Sí lo es —insistió Víctor—. Corrí a ayudarla, pero su coche había quedado como un acordeón. El borracho estaba intentando salir del suyo, pero ni siquiera lo miré. Sólo podía pensar en Mary.
—Por supuesto…
Él no la escuchaba. Estaba de vuelta en aquella autopista, corriendo hacia el coche de su mujer.
—Había saltado el airbag, y ella seguía viva —Víctor recordaba la sangre, la agonía que veía en sus ojos, el gemido que escapó de su garganta cuando intentó ayudarla—. La saqué del coche… No debería haberla movido, pero tenía que intentarlo. Llevaba mi maletín conmigo, los médicos siempre llevan su maletín…
—Víctor…
—Pero no pude hacer nada. Estaba… rota, por dentro. Una hemorragia interna. Alguien llamó a una ambulancia… Yo lo intenté, seguí intentándolo hasta que llegó la ambulancia, pero murió de todas formas. No pude salvarla.
—No fue culpa tuya.
Él levantó la mirada, furioso.
—Claro que fue culpa mía. Si no hubiera dado un volantazo, el borracho habría chocado conmigo, no con ella. Y Mary estaría viva.
—Quizá. O quizá os habría matado a los dos.
—No —Víctor negó con la cabeza. Había revivido esos momentos tantas veces… Lo sabía, sabía que si él no hubiera dado un volantazo Mary estaría viva.
—No puedes creer eso.
—Sí lo creo.
—Es absurdo, fue un accidente… Podría haberle pasado a cualquiera.
—Cierto, pero le pasó a Mary. Y yo no pude salvarla.
—Tampoco pudo el médico que llegó con la ambulancia.
—Él llegó demasiado tarde —suspiró Víctor—. Yo debería haberla mantenido con vida —añadió, pasándose una mano por el pelo en un gesto lleno de desesperación. Pero no lo ayudó nada porque nada podía ayudarlo. El sentimiento de culpa viviría para siempre dentro de él. Como un dragón, escondido entre las sombras, que despertaba de vez en cuando para quemarlo con el recuerdo de su fracaso. Y nada cambiaría eso. Nunca. Víctor miró los árboles que separaban la casa de Myriam de la de sus padres. El viento jugaba con las hojas, meciéndolas, acunándolas.
—No tenía ni idea —murmuró ella.
—Ahora lo sabes.
—Sí, ahora lo sé —Myriam se acercó y lo tomó del brazo, mirándolo fijamente—. De haberlo sabido, te habría tratado de otra forma.
Víctor hizo una mueca. Esperaba que reaccionase así, que estuviera tan asqueada como él lo estaba consigo mismo. Pero oírlo fue más duro de lo que esperaba.
—No me sorprende.
—¿No? A mí sí. Porque sabía que eras médico, pero no sabía que fueras Dios, además.
—¿Qué?
—Ya me has oído.
—¿Es que no lo entiendes? ¿No entiendes lo que te estoy diciendo?
—Mejor que tú, me parece a mí.
—Aparentemente, no.
—¿Esto es lo que Mary querría? ¿Querría que te desesperases por algo que tú no podrías haber cambiado?
—No, pero…
—Pero nada. Por favor, Víctor… Tú no puedes controlar el universo.
—Nunca he dicho que pudiera.
—Te sientes culpable por lo que fue un trágico accidente. ¿Fue culpa tuya o del conductor borracho?
—Él fue la causa, pero yo…
—¿Podrías haber hecho un milagro?
Víctor dejó escapar un suspiro. ¿Para qué seguía hablando con ella? No lo entendía, no podía entenderlo. Negó con la cabeza, negándose a aceptar el salvavidas que Myriam le tendía. ¿Cómo iba a dejar de sentirse culpable?
Estaban a unos centímetros, el aroma de su perfume mezclándose con el olor a azúcar y canela…
—No lo entiendes.
—Claro que lo entiendo —replicó Myriam—. Estás demasiado acostumbrado a castigarte a ti mismo. Eres médico e hiciste todo lo posible por salvar la vida de tu mujer, pero ella murió de todas formas… ¿No has perdido otros pacientes?
—Sí, pero…
—¿Y por qué esto es diferente? —lo interrumpió ella. Víctor abrió la boca, pero volvió a cerrarla inmediatamente—. ¿Te has quedado sin palabras?
—Era mi mujer —dijo Víctor por fin.
—Y murió.
—Por mi culpa.
—Murió porque murió, porque la vida es así de terrible a veces —insistió Myriam—. No fue culpa tuya, fue un accidente.
Él la miró, intentando leer lo que había en sus ojos. No había piedad en ellos, no había censura. Pero no podía aceptar sus palabras. No podía creerlas. Llevaba demasiado tiempo aferrado a su sentimiento de culpa como para vivir sin él. Si lo hacía, ¿no sería eso como engañar a Mary?
—No lo entiendes.
—No digas eso —insistió Myriam—. El accidente no fue culpa tuya. La muerte de Mary no fue culpa tuya.
—Tú no sabes…
—Sé que la quisiste. Y si hubieras podido salvarla, lo habrías hecho.
—Muy bien. Si no es culpa mía, ¿de quién es, de Dios?
—Fue un accidente —repitió ella—. Dios no conducía ese coche.
—Eso no me ayuda nada.
—¿Y qué te ayudaría, encerrarte en tu casa? ¿Olvidarte del mundo? ¿Negarte a vivir porque una persona querida murió a causa de un accidente?
—Tú no…
—Sí, a mí no me ha pasado, así que quizá no puedo opinar —lo interrumpió Myriam—. Pero sé una cosa: si todo lo que has aprendido de amar a Mary es a encerrarte en ti mismo, te has perdido lo más importante.
Luego se puso de puntillas y le dio un beso en los labios. Cuando se apartó, Víctor tuvo que agarrarse a la mesa para no perder el equilibrio.
—Porque no es eso lo que el amor debe enseñarnos.
marimyri- VBB ORO
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Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
GRACIAS POR EL CAPI
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
grax x el capi...
plis mas grandes o un 2 x 1 plis!!!! c me van como agua!!!
saluidos
plis mas grandes o un 2 x 1 plis!!!! c me van como agua!!!
saluidos
Peke- VBB CRISTAL
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
hasta que esta abriendo los ojos este muchachoo !!!
gracias por el capitulo !!
cuidate !!
gracias por el capitulo !!
cuidate !!
QLs- VBB BRONCE
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Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
MUCHAS GRACIASSSS X EL CAP....
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Muchas gracias por el capitulo, ojala Myri logre kitarle esas ideas a Vic.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Niña Gracias Poe El Cap. De Hoy Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
graciias x el cap niiña solo espero k myriiam pueda ayudar a viictor para k deje de sentirse culpable xfiitas no tardes con e siiguiiente cap siip y k te parece sii nos pones un 2X1 siii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
Ya andaba muy atrasada tocayita, gracias por los capis!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
Porque ustedes lo pidieron hoy les dejo un 2x1!
Capítulo Nueve
Víctor estuvo todo el día yendo de acá para allá, comprando bebidas, encargando adornos para la boda y cargando sillas de alquiler en la camioneta de Jake. Después de cuidar de los niños de Debbie mientras ella se echaba una siesta, ayudó a Dan a recortar el aligustre del jardín para que estuviese perfecto…
Y estaba tan cansado que sólo quería sentarse en algún sitio y cerrar los ojos.
Pero, al menos, había estado haciendo cosas.
Tantas como para olvidar la conversación que había mantenido con Myriam por la mañana. Mejor, pensó. No tenía sentido recordarla. No tenía sentido pensar que quizá, sólo quizá, ella tenía razón. No podía creerlo, no debía creerlo.
Cuando aquellas vacaciones terminasen, volvería a Los Angeles, al mundo en el que sus únicos compañeros eran los recuerdos de Mary y su propio fracaso. Una sensación helada se instaló entonces en su estómago. Cuando llegó a Sunrise Beach sólo pensaba en escapar, ahora quería lo contrario.
Víctor se colocó en medio del jardín y dejó que la brisa del mar lo acariciase. Desde la casa le llegaban las voces de los Montemayor, las risas de los niños.
Todo era tan… normal y, sin embargo, tan extraordinario. Quizá lo extraordinario era tomarse tiempo para darse cuenta de esas cosas, para ver que lo normal era un pequeño milagro. Que las familias se quisieran, que compartieran sus vidas era lo más parecido a un milagro, desde luego.
—Llevo demasiado tiempo aquí —murmuró para sí mismo, mirando el cielo. Un par de nubes blancas se movían con el viento y, por un momento, deseó que ese viento fuera suficientemente fuerte como para llevárselo de allí, como para devolverlo a su casa, donde sabía cómo comportarse, lo que se esperaba de él, donde conocía las reglas.
Pero entonces se dio cuenta de que ya no estaba tan seguro de dónde estaba ese sitio.
La puerta del porche se abrió y cuando vio a Myriam, se le encogió el corazón.
—Hola —dijo ella, con una sonrisa imposible en los labios. No habían vuelto a hablar del accidente.
Ella no había insistido como, Víctor tuvo que admitir, habría hecho Mary.
Mirando la sonrisa de Myriam, vio en cambio a Mary, su expresión dolida, mordiéndose los labios mientras las lagrimas rodaban por sus mejillas. Recordaba la sensación de culpabilidad cada vez que una discusión se convertía en una guerra fría. A Mary no le gustaba discutir y, simplemente, se encerraba en un obstinado silencio. Era frustrante ver cómo la mujer que amaba se apartaba de él en lugar de solucionar los problemas…
Víctor sacudió la cabeza. ¿Frustrante? Mary había sido una mujer frágil y tierna. No era como Myriam, que siempre llevaba la voz cantante. Ella necesitaba que la cuidasen, necesitaba… demasiadas cosas.
¿De dónde había salido eso?
¿Qué le estaba pasando?
—¡Víctor!
El grito de Myriam interrumpió sus pensamientos. En jarras, lo miraba desde el porche, con el pelo al viento, las piernas bronceadas, los ojos brillantes… y a él se le quedaba la boca seca. Incluso a distancia lo afectaba como no le había afectado nadie.
—¿Sí?
—Ah, estás despierto —dijo ella entonces, bajando del porche con un movimiento de caderas que aumentó su temperatura—. Pensé que estabas dormido.
—No, estoy despierto —contestó Víctor.
—¿Despierto y enfadado? —sonrió Myriam. Pero no le dejó contestar—. Eso da igual, has sido elegido y yo me he presentado voluntaria para la siguiente tarea —añadió, tomándolo del brazo.
Víctor sintió un escalofrío. Ella parecía electrizarlo cada vez que lo tocaba. Y siempre le estaba tocando… el brazo, la frente, la mano, apoyándose en su pecho. Mary no estaba acostumbrada a esas muestras de afecto en público, era demasiado tímida.
¿Por qué estaba comparándolas otra vez?, se preguntó, irritado consigo mismo.
—¿Dónde vamos? —preguntó, apartándose.
—Deja de hacer preguntas y confía en mí —sonrió Myriam.
—¿Debería hacerlo?
—Absolutamente, doctor García. A mí no me das miedo y uno siempre debe confiar en una persona que no tiene miedo de…
—¿Insultarte?
—Eso es —rió ella, poniéndose de puntillas para darle un beso en la comisura de los labios.
—¿Vas a decirme dónde vamos?
—A buscar la cena —contestó Myriam, abriendo la puerta del coche.
—No estarás enfadada, ¿verdad?
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Por qué? ¿Por lo de esta mañana?
—Sí.
—¿Por qué iba a enfadarme? Cada uno tiene su opinión.
—Ya.
—Pero no he dicho que no vaya a haber una segunda parte: Discusión, el retorno.
Víctor soltó una carcajada.
—Mira que eres rara.
—¿Eso es un cumplido? —rió Myriam.
—Sí.
—Pues sigue así, me gustan los cumplidos. Aunque podría acostumbrarme, te lo advierto.
Ése era el problema, que también él podría acostumbrarse. A Myriam, a su familia, al mundo que había descubierto recientemente.
Pero daría igual porque en menos de una semana estaría de vuelta en casa y Myriam estaría discutiendo con otro.
Mientras se ponía el cinturón de seguridad, Víctor intentó convencerse de que no le importaba.
Pero ya no podía creerlo.
—¡Duele! —gritaba Katie, su voz llegando a unas notas tan altas que sólo los perros podrían oírlas.
Víctor intentaba sujetar la rodilla de la niña, pero Katie estaba dando tales patadas que era como intentar sujetar un cable eléctrico. En una de ésas estuvo a punto de darle en la entrepierna…
Como médico, estaba más que acostumbrado a lidiar con niños, pero hacerlo en un cuarto de baño, con su madre embarazada, su padre, su hermano, sus abuelos, sus tíos y su ruidosa tía era algo completamente nuevo para él.
Por no hablar de los consejos.
—¿Tienes que darle puntos? —preguntó Debbie.
—Deberíamos haberla llevado al hospital —murmuraba Jake.
—Víctor puede hacerlo perfectamente —decía Myriam, inclinándose hasta que su cara quedó a la altura de la de Víctor.
—¿Va a seguir sangrando? —preguntó Kevin, el hermano de Katie, mirando la gasa sanguinolenta con expresión emocionada.
—Deja de tocar eso —lo regañó su madre, llevándose una mano al abdomen—. Creo que voy a vomitar.
—No puedes, no hay sitio —le advirtió Eric.
—Pon la cabeza entre las rodillas —le aconsejó su madre.
—¿Las rodillas? Hace meses que no me las veo.
—Si el doctor Parker siguiera en activo podríamos ir a pedirle consejo —murmuró el padre de Myriam.
—Pero no lo está. Y es una pena que una consulta tan bonita quede vacía —dijo su madre, tocando el hombro de Víctor—. Sería una consulta estupenda para un médico recién casado. Con la familia cerca…
—Mama, por favor, qué sutil eres —rió Eric. Un segundo después sonó un golpe seguido de un «¡Ay!»
—¿Va a seguir saliendo sangre o no? —insistió Kevin, indignado.
—¿Queréis callaros de una vez?
Todos se quedaron en silencio y Víctor suspiró. Él no solía gritar, pero no había otra forma de conseguir la atención de la familia Montemayor.
—Bien hecho, doctor García—rió Myriam—. Eres mi héroe.
Víctor tuvo que sonreír. Pero debía concentrarse en la estrella del espectáculo: Katie, la única que no había obedecido la orden de callarse. Cuando vio los ojitos llorosos de la niña se le encogió el corazón.
—¿Tienes que pincharme con una aguja? —preguntó, con cara de miedo.
Víctor miró a su madre.
—¿Le han puesto la inyección del tétano recientemente?
—Sí —contestó Debbie, intentando no mirar la gasa llena de sangre—. El año pasado.
—Entonces, no tengo que ponerte una inyección —sonrió Víctor, ganándose para siempre el amor de Katie.
—Pero va a seguir sangrando, ¿verdad? —insistió Kevin.
—Ay, por favor —gimió Debbie.
—Se acabó —dijo la madre de Myriam, llevándosela del cuarto de baño—. Venga, aquí no puedes hacer nada, hija.
—¿Por qué no le gusta la sangre? —preguntó Kevin, atónito—. Mola un montón y…
—Ya está bien —lo interrumpió su abuelo—. ¿Qué eres, un vampiro?
—Venga, Katie, no llores —la animó Jake.
—Las niñas pueden llorar —protestó ella.
—Las que yo conozco no paran —dijo Eric, recibiendo otro golpe, esta vez de su prometida—. Jolín, ¿es que no puedo decir nada?
—¿Por qué no bajáis todos al salón? —suspiró Víctor—. Katie y yo iremos enseguida. Aunque protestando, todos salieron del baño. Todos menos Myriam, pero él no había esperado que se fuera. Además, ella podría distraer a Katie mientras le vendaba la rodilla.
—Soy valiente, ¿verdad? —preguntó la niña, con los labios temblorosos.
—Claro que sí —asintió Víctor, sacando algo de su maletín—. Pero hasta a las niñas más valientes les gustan los caramelos, ¿no?
—Sí —Katie le arrebató el caramelo a la velocidad del rayo y, mientras quitaba el envoltorio, Víctor siguió con la cura—. ¡Ay, me duele!
—Pero no mucho, ¿verdad?
—No —admitió la cría.
—Katie, cuando Víctor haya terminado iremos a buscar a Sheba —dijo Myriam entonces.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Sheba, la reina de la jungla? —bromeó Víctor.
—Ésa es Sheena —le corrigió Myriam.
—Ah.
—Sheba no es una reina —le informó Katie—. Es un cachorro, el cachorro de la tía Myriam.
—¿Un cachorro?
—Llevo semanas esperando que me lo den —contestó Myriam—. ¿Quieres ir conmigo a buscarla, Katie?
—Pero sólo yo, sin Kevin.
Víctor soltó una carcajada. Nada como una pequeña rivalidad fraternal para olvidarse del dolor.
Myriam rió también, un sonido musical que parecía envolverlo. Estaba despeinada, tenía la nariz roja del sol y una mancha de algo que parecía ketchup en la camiseta. Nunca había visto una mujer más bella.
—Claro. Sólo el doctor García, tú y yo.
—¿Yo también? —preguntó Víctor.
—¿No quieres venir?
Si seguía sonriéndole así, pensó Víctor, probablemente iría con ella al fin del mundo.
Ese pensamiento lo dejó estupefacto.
—¿Qué dices?
Víctor tragó saliva, mientras seguía concentrándose en poner antiséptico en la rodilla de la niña.
—No sé…
—¿No te gustan los cachorros? —preguntó Katie.
—Sí, claro, pero…
—¿No te gustamos nosotras? —preguntó Myriam.
—Sí, pero…
—A mí me gustas —dijo Katie entonces, haciendo pucheros.
—A mí también me gustas tú. Víctor miró a Myriam y vio un brillo de humor en sus ojos… naturalmente, también estaba haciendo pucheros. Y, como cualquier hombre inteligente, Víctor sabía cuando lo habían vencido.
—Muy bien, iré.
—Estupendo —rió Myriam, haciéndole un guiño a su sobrina.
—Pero antes… mi muñeca también se ha caído —dijo Katie, mostrándole una muñeca medio calva—. Arréglala.
Pacientemente, Víctor le puso una venda en la pierna de trapo y, cuando terminó, Katie le echó los bracitos al cuello y lo apretó con todas sus fuerzas.
Víctor miró a Myriam por encima del hombro de la niña. Estaba sonriendo y él disfrutó de esa sonrisa como un hombre hambriento. La anhelaba con todas sus fuerzas, el olor de su perfume parecía llamarlo, sus ojos lo calentaban por dentro.
Y, a medida que pasaban los minutos, sentía que iba cayendo en el pozo sin fondo que era Myriam Montemayor.
Capítulo Nueve
Víctor estuvo todo el día yendo de acá para allá, comprando bebidas, encargando adornos para la boda y cargando sillas de alquiler en la camioneta de Jake. Después de cuidar de los niños de Debbie mientras ella se echaba una siesta, ayudó a Dan a recortar el aligustre del jardín para que estuviese perfecto…
Y estaba tan cansado que sólo quería sentarse en algún sitio y cerrar los ojos.
Pero, al menos, había estado haciendo cosas.
Tantas como para olvidar la conversación que había mantenido con Myriam por la mañana. Mejor, pensó. No tenía sentido recordarla. No tenía sentido pensar que quizá, sólo quizá, ella tenía razón. No podía creerlo, no debía creerlo.
Cuando aquellas vacaciones terminasen, volvería a Los Angeles, al mundo en el que sus únicos compañeros eran los recuerdos de Mary y su propio fracaso. Una sensación helada se instaló entonces en su estómago. Cuando llegó a Sunrise Beach sólo pensaba en escapar, ahora quería lo contrario.
Víctor se colocó en medio del jardín y dejó que la brisa del mar lo acariciase. Desde la casa le llegaban las voces de los Montemayor, las risas de los niños.
Todo era tan… normal y, sin embargo, tan extraordinario. Quizá lo extraordinario era tomarse tiempo para darse cuenta de esas cosas, para ver que lo normal era un pequeño milagro. Que las familias se quisieran, que compartieran sus vidas era lo más parecido a un milagro, desde luego.
—Llevo demasiado tiempo aquí —murmuró para sí mismo, mirando el cielo. Un par de nubes blancas se movían con el viento y, por un momento, deseó que ese viento fuera suficientemente fuerte como para llevárselo de allí, como para devolverlo a su casa, donde sabía cómo comportarse, lo que se esperaba de él, donde conocía las reglas.
Pero entonces se dio cuenta de que ya no estaba tan seguro de dónde estaba ese sitio.
La puerta del porche se abrió y cuando vio a Myriam, se le encogió el corazón.
—Hola —dijo ella, con una sonrisa imposible en los labios. No habían vuelto a hablar del accidente.
Ella no había insistido como, Víctor tuvo que admitir, habría hecho Mary.
Mirando la sonrisa de Myriam, vio en cambio a Mary, su expresión dolida, mordiéndose los labios mientras las lagrimas rodaban por sus mejillas. Recordaba la sensación de culpabilidad cada vez que una discusión se convertía en una guerra fría. A Mary no le gustaba discutir y, simplemente, se encerraba en un obstinado silencio. Era frustrante ver cómo la mujer que amaba se apartaba de él en lugar de solucionar los problemas…
Víctor sacudió la cabeza. ¿Frustrante? Mary había sido una mujer frágil y tierna. No era como Myriam, que siempre llevaba la voz cantante. Ella necesitaba que la cuidasen, necesitaba… demasiadas cosas.
¿De dónde había salido eso?
¿Qué le estaba pasando?
—¡Víctor!
El grito de Myriam interrumpió sus pensamientos. En jarras, lo miraba desde el porche, con el pelo al viento, las piernas bronceadas, los ojos brillantes… y a él se le quedaba la boca seca. Incluso a distancia lo afectaba como no le había afectado nadie.
—¿Sí?
—Ah, estás despierto —dijo ella entonces, bajando del porche con un movimiento de caderas que aumentó su temperatura—. Pensé que estabas dormido.
—No, estoy despierto —contestó Víctor.
—¿Despierto y enfadado? —sonrió Myriam. Pero no le dejó contestar—. Eso da igual, has sido elegido y yo me he presentado voluntaria para la siguiente tarea —añadió, tomándolo del brazo.
Víctor sintió un escalofrío. Ella parecía electrizarlo cada vez que lo tocaba. Y siempre le estaba tocando… el brazo, la frente, la mano, apoyándose en su pecho. Mary no estaba acostumbrada a esas muestras de afecto en público, era demasiado tímida.
¿Por qué estaba comparándolas otra vez?, se preguntó, irritado consigo mismo.
—¿Dónde vamos? —preguntó, apartándose.
—Deja de hacer preguntas y confía en mí —sonrió Myriam.
—¿Debería hacerlo?
—Absolutamente, doctor García. A mí no me das miedo y uno siempre debe confiar en una persona que no tiene miedo de…
—¿Insultarte?
—Eso es —rió ella, poniéndose de puntillas para darle un beso en la comisura de los labios.
—¿Vas a decirme dónde vamos?
—A buscar la cena —contestó Myriam, abriendo la puerta del coche.
—No estarás enfadada, ¿verdad?
Ella lo miró, sorprendida.
—¿Por qué? ¿Por lo de esta mañana?
—Sí.
—¿Por qué iba a enfadarme? Cada uno tiene su opinión.
—Ya.
—Pero no he dicho que no vaya a haber una segunda parte: Discusión, el retorno.
Víctor soltó una carcajada.
—Mira que eres rara.
—¿Eso es un cumplido? —rió Myriam.
—Sí.
—Pues sigue así, me gustan los cumplidos. Aunque podría acostumbrarme, te lo advierto.
Ése era el problema, que también él podría acostumbrarse. A Myriam, a su familia, al mundo que había descubierto recientemente.
Pero daría igual porque en menos de una semana estaría de vuelta en casa y Myriam estaría discutiendo con otro.
Mientras se ponía el cinturón de seguridad, Víctor intentó convencerse de que no le importaba.
Pero ya no podía creerlo.
—¡Duele! —gritaba Katie, su voz llegando a unas notas tan altas que sólo los perros podrían oírlas.
Víctor intentaba sujetar la rodilla de la niña, pero Katie estaba dando tales patadas que era como intentar sujetar un cable eléctrico. En una de ésas estuvo a punto de darle en la entrepierna…
Como médico, estaba más que acostumbrado a lidiar con niños, pero hacerlo en un cuarto de baño, con su madre embarazada, su padre, su hermano, sus abuelos, sus tíos y su ruidosa tía era algo completamente nuevo para él.
Por no hablar de los consejos.
—¿Tienes que darle puntos? —preguntó Debbie.
—Deberíamos haberla llevado al hospital —murmuraba Jake.
—Víctor puede hacerlo perfectamente —decía Myriam, inclinándose hasta que su cara quedó a la altura de la de Víctor.
—¿Va a seguir sangrando? —preguntó Kevin, el hermano de Katie, mirando la gasa sanguinolenta con expresión emocionada.
—Deja de tocar eso —lo regañó su madre, llevándose una mano al abdomen—. Creo que voy a vomitar.
—No puedes, no hay sitio —le advirtió Eric.
—Pon la cabeza entre las rodillas —le aconsejó su madre.
—¿Las rodillas? Hace meses que no me las veo.
—Si el doctor Parker siguiera en activo podríamos ir a pedirle consejo —murmuró el padre de Myriam.
—Pero no lo está. Y es una pena que una consulta tan bonita quede vacía —dijo su madre, tocando el hombro de Víctor—. Sería una consulta estupenda para un médico recién casado. Con la familia cerca…
—Mama, por favor, qué sutil eres —rió Eric. Un segundo después sonó un golpe seguido de un «¡Ay!»
—¿Va a seguir saliendo sangre o no? —insistió Kevin, indignado.
—¿Queréis callaros de una vez?
Todos se quedaron en silencio y Víctor suspiró. Él no solía gritar, pero no había otra forma de conseguir la atención de la familia Montemayor.
—Bien hecho, doctor García—rió Myriam—. Eres mi héroe.
Víctor tuvo que sonreír. Pero debía concentrarse en la estrella del espectáculo: Katie, la única que no había obedecido la orden de callarse. Cuando vio los ojitos llorosos de la niña se le encogió el corazón.
—¿Tienes que pincharme con una aguja? —preguntó, con cara de miedo.
Víctor miró a su madre.
—¿Le han puesto la inyección del tétano recientemente?
—Sí —contestó Debbie, intentando no mirar la gasa llena de sangre—. El año pasado.
—Entonces, no tengo que ponerte una inyección —sonrió Víctor, ganándose para siempre el amor de Katie.
—Pero va a seguir sangrando, ¿verdad? —insistió Kevin.
—Ay, por favor —gimió Debbie.
—Se acabó —dijo la madre de Myriam, llevándosela del cuarto de baño—. Venga, aquí no puedes hacer nada, hija.
—¿Por qué no le gusta la sangre? —preguntó Kevin, atónito—. Mola un montón y…
—Ya está bien —lo interrumpió su abuelo—. ¿Qué eres, un vampiro?
—Venga, Katie, no llores —la animó Jake.
—Las niñas pueden llorar —protestó ella.
—Las que yo conozco no paran —dijo Eric, recibiendo otro golpe, esta vez de su prometida—. Jolín, ¿es que no puedo decir nada?
—¿Por qué no bajáis todos al salón? —suspiró Víctor—. Katie y yo iremos enseguida. Aunque protestando, todos salieron del baño. Todos menos Myriam, pero él no había esperado que se fuera. Además, ella podría distraer a Katie mientras le vendaba la rodilla.
—Soy valiente, ¿verdad? —preguntó la niña, con los labios temblorosos.
—Claro que sí —asintió Víctor, sacando algo de su maletín—. Pero hasta a las niñas más valientes les gustan los caramelos, ¿no?
—Sí —Katie le arrebató el caramelo a la velocidad del rayo y, mientras quitaba el envoltorio, Víctor siguió con la cura—. ¡Ay, me duele!
—Pero no mucho, ¿verdad?
—No —admitió la cría.
—Katie, cuando Víctor haya terminado iremos a buscar a Sheba —dijo Myriam entonces.
—¿De verdad?
—De verdad.
—¿Sheba, la reina de la jungla? —bromeó Víctor.
—Ésa es Sheena —le corrigió Myriam.
—Ah.
—Sheba no es una reina —le informó Katie—. Es un cachorro, el cachorro de la tía Myriam.
—¿Un cachorro?
—Llevo semanas esperando que me lo den —contestó Myriam—. ¿Quieres ir conmigo a buscarla, Katie?
—Pero sólo yo, sin Kevin.
Víctor soltó una carcajada. Nada como una pequeña rivalidad fraternal para olvidarse del dolor.
Myriam rió también, un sonido musical que parecía envolverlo. Estaba despeinada, tenía la nariz roja del sol y una mancha de algo que parecía ketchup en la camiseta. Nunca había visto una mujer más bella.
—Claro. Sólo el doctor García, tú y yo.
—¿Yo también? —preguntó Víctor.
—¿No quieres venir?
Si seguía sonriéndole así, pensó Víctor, probablemente iría con ella al fin del mundo.
Ese pensamiento lo dejó estupefacto.
—¿Qué dices?
Víctor tragó saliva, mientras seguía concentrándose en poner antiséptico en la rodilla de la niña.
—No sé…
—¿No te gustan los cachorros? —preguntó Katie.
—Sí, claro, pero…
—¿No te gustamos nosotras? —preguntó Myriam.
—Sí, pero…
—A mí me gustas —dijo Katie entonces, haciendo pucheros.
—A mí también me gustas tú. Víctor miró a Myriam y vio un brillo de humor en sus ojos… naturalmente, también estaba haciendo pucheros. Y, como cualquier hombre inteligente, Víctor sabía cuando lo habían vencido.
—Muy bien, iré.
—Estupendo —rió Myriam, haciéndole un guiño a su sobrina.
—Pero antes… mi muñeca también se ha caído —dijo Katie, mostrándole una muñeca medio calva—. Arréglala.
Pacientemente, Víctor le puso una venda en la pierna de trapo y, cuando terminó, Katie le echó los bracitos al cuello y lo apretó con todas sus fuerzas.
Víctor miró a Myriam por encima del hombro de la niña. Estaba sonriendo y él disfrutó de esa sonrisa como un hombre hambriento. La anhelaba con todas sus fuerzas, el olor de su perfume parecía llamarlo, sus ojos lo calentaban por dentro.
Y, a medida que pasaban los minutos, sentía que iba cayendo en el pozo sin fondo que era Myriam Montemayor.
marimyri- VBB ORO
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
Capítulo Diez
Víctor estaba tumbado en la cama, mirando las extrañas figuras que la luz de la luna iba formando en el techo. Una suave brisa movía las cortinas, haciendo bailar las sombras en la pared.
Llevaba una hora mirando esas sombras. No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía la cara de Myriam y le resultaba imposible relajarse.
Nervioso, apartó las sábanas y se levantó de un salto, sin saber qué hacer.
Desnudo, paseó un rato por la habitación antes de detenerse frente a la ventana… Entonces oyó un gemido y miró por encima de su hombro. Sheba, la cachorrilla de Myriam, lloraba desde el cuarto de baño. Aparentemente, no le gustaba su nuevo dormitorio.
Un segundo después, oyó a Myriam murmurando palabras tranquilizadoras y tuvo que sonreír. La imaginaba acariciando a la perrita, diciéndole ternuras… Ojalá pudiera reunirse con ella, pensó. Ojalá pudiera estar a su lado para ayudarla con la cachorrilla a la que no tendría tiempo de ver crecer.
Sheba era una nueva adición a la familia Montemayor y ya se sentía como en casa. Myriam y Katie la habían llenado de besos pero, naturalmente, la perrita negra decidió que le gustaba Víctor, la única persona que no le hacía caricias.
Myriam incluso recurrió al soborno, dándole galletas y juguetes, pero Sheba había elegido a su humano favorito. Y él no había podido hacer nada. Sheba era tan testaruda como su dueña y se le había metido en el corazón de la misma forma.
Él nunca había tenido mascotas. A sus padres no les gustaban porque, según ellos, eran «fábricas de parásitos». Y Mary era alérgica, o eso decía, aunque él siempre pensó que era su forma de evitar una discusión sobre el tema.
Víctor hizo una mueca. Últimamente recordaba a Mary sin la dulzura acostumbrada. ¿Por qué?, se preguntó.
Pero la respuesta estaba clara: niños, perros, Myriam… todo aquello le estaba volviendo loco.
La vida vibraba a su alrededor y le resultaba imposible alejarse cuando con solo mirar a Myriam recordaba que estaba vivo… y solo.
No estaba visitando viejos recuerdos, estaba creando recuerdos nuevos, lo quisiera o no.
Y sabía bien que, cuando se fuera de Sunrise Beach, cuando volviera a su antigua vida, recordaría a Myriam, a los niños, a la perrita, a toda la familia Montemayor.
Llevaba dos años solo, alejado de todos y de todo lo que antes le importaba. Había querido castigarse a sí mismo y lo había hecho muy bien, pero en los últimos días era como si alguien lo estuviera empujando hacia la vida.
Pero la boda de Eric tendría lugar en unos días después y luego volvería al frío silencio de su mundo…
Esa idea lo ahogaba. ¿Cómo iba a volver a esa vida? Después de estar allí, con Myriam, ¿cómo iba a volver a una soledad que, de repente, le parecía intolerable?
¿Y cómo no iba a hacerlo?
—¿Víctor? —oyó la voz de Myriam—. ¿Estás despierto?
Su corazón se desbocó, como cada vez que ella estaba cerca. Tomando los vaqueros que había colgado en la silla, se los puso, pero no se molestó en abrocharlos antes de abrir la puerta.
Myriam estaba en el pasillo. Llevaba un camisón de color albaricoque, con un escotado corpiño de encaje. Era una prenda de aspecto suave, sedoso, tentador.
Como Myriam. ¿Por qué había ido a verlo cuando su resistencia estaba a punto de ceder?
—Estás despierto.
—O sonámbulo.
—¿Con los ojos abiertos?
Víctor sonrió.
—Así es más fácil.
—¿Me estás viendo? —preguntó ella, moviendo la mano delante de su cara.
—Sí, claro —contestó Víctor, con voz ronca porque tenía el corazón en la garganta.
—¿Y qué ves?
Veía imágenes de lo que podría haber sido, de la vida que podría haber sido suya si las cosas fueran diferentes. Vio todo lo que nunca hasta entonces había sabido que deseaba. Y mucho más.
—Myriam…
—Dime.
No podía. No podía decirle eso porque no tenía derecho a hacerlo. Él había decidido no vivir y aunque quisiera, no sabía si podría hacerlo.
—Una mujer preciosa.
—¿Nada más?
—¿No es suficiente?
—No.
—¿Qué quieres oír?
Ella inclinó a un lado la cabeza.
—Quiero oír que, cuando me miras, quieres hacerme el amor, que yo soy la razón por la que estás despierto.
—Así es —dijo Víctor—. Tú eres la razón por la que estoy despierto.
Myriam sonrió.
—Pero no ibas a decirlo.
—No.
—Qué interesante.
—Me alegro de que te lo parezca.
Víctor no podía pensar. La luz de la luna se colaba por las cortinas, iluminando a Myriam como un halo. Parecía una actriz en un escenario vacío, un sueño, una visión que aparecía para tentar a un hombre solitario.
Y esperaba que no desapareciera nunca.
—Te has portado muy bien con Katie. Le gustas mucho.
—Ya —murmuró él, confuso. Como siempre, Myriam cambiaba de tema cuando menos se esperaba.
Había que concentrarse para hablar con ella.
—Ya mí también me gustas mucho.
Víctor se cruzó de brazos, para ver si esa postura defensiva lo distanciaba de ella. ¿Qué tenía aquella mujer que lo volvía loco?
—Muy bien, gracias.
Myriam se volvió hacia la ventana. La brisa que movía las cortinas jugaba con su camisón y Víctor tragó saliva, rezando para no abrazarla, para no llevarla a su cama.
—Sheba estaba llorando hace un momento.
—La he oído —dijo él. De nuevo, cambiaban de tema.
Ella se volvió entonces, su silueta recortada contra la ventana.
—Ahora ya no llora.
—Ya.
—Es que se sentía sola. Pero le he dado un muñeco de peluche y se ha dormido.
—¿Ah, sí?
—Y estaba pensando… —Myriam empezó a levantar el bajo de su camisón, despacito, centímetro a centímetro.
—¿Qué? —Víctor no podía decir nada más. Sólo podía mirar aquel camisón que, poco a poco, iba subiendo por sus piernas.
—Que a lo mejor es lo que necesitamos todos, no estar solos, tener a alguien a quien abrazar por la noche.
Él sacudió la cabeza.
—¿Quieres un muñeco de peluche?
Myriam rió, con esa risa que hacía eco en su corazón.
—No exactamente. Te quiero a ti.
Luego se quitó el camisón. La prenda voló en el aire como un paracaídas antes de tocar el suelo.
Bella, gloriosamente desnuda, su piel parecía absorber la luz de la luna.
Víctor contuvo el aliento, pero sabía que eso no iba a servir de nada. Era como si una mano gigante apretara sus pulmones. Su corazón latía con fuerza y le sudaban las manos.
—Myriam…
Ella se acercó sin vacilar, sin timidez, y le echó los brazos al cuello.
—Si no me deseas, dilo —murmuró, poniéndose de puntillas—. Si me deseas, bésame.
Temblando de deseo, Víctor se olvidó de todo excepto de aquel momento. Estaba de vuelta en sus brazos, donde había pensado que no volvería a tenerla jamás. Era toda risas, toda calor, toda vida, y él la deseaba más de lo que había deseado a nadie.
Apretándola contra su pecho, la besó con un ansia que los enloqueció a los dos. Myriam se restregaba contra él, sin falsas vergüenzas, pidiendo lo que quería. Víctor la llevó al dormitorio y la tumbó sobre la cama. Después de quitarse los vaqueros, clavó la rodilla en el colchón y la acarició de arriba abajo, explorando cada rincón de su piel.
Sus pechos se convirtieron en una fiesta. Los besó, los acarició, torturándolos con la lengua y los labios. Y ella le exigía más. Lo besaba en el cuello, le mordía.
Víctor intentaba memorizarlo todo, cómo enredaba las piernas alrededor de su cintura, la humedad de su cueva cuando introdujo un dedo y luego otro.
Ella suspiró y el suspiro fue como música para sus oídos. Susurró su nombre y fue como un regalo para su corazón.
—Víctor —lo llamó, mientras él seguía torturándola con sus dedos—. Víctor, te necesito dentro de mí.
—Sí, sí —dijo él, sin dejar de acariciarla. No se cansaba de ella. Quería más, lo quería todo.
Myriam levantó las caderas para ofrecerse por completo cuando él encontró el capullo escondido.
—Víctor, lo digo en serio, ahora.
Él también la necesitaba, pero no quería ir deprisa. Lo que quería era prolongar el momento hasta lo imposible. En lugar de penetrarla, introdujo otro dedo, acariciando, frotando, hasta que ella empezó a jadear con fuerza, moviendo frenéticamente las caderas.
—Primero tú —dijo con voz ronca—. Primero tú, luego nosotros.
—No es justo —susurró Myriam, sin abrir los ojos—. Esto ha sido idea mía… No puedes cambiar las reglas.
—No hay reglas. Esta noche, no.
Ella sonrió.
—Víctor, eres… asombroso.
—Déjate ir, Myriam —dijo él en voz baja—. Deja que te vea.
—No puedo… no puedo… espera, para.
Cuando empezaron los primeros espasmos, Víctor la besó en la boca. Se tragaba sus suspiros, sus jadeos y, antes de que terminase, se colocó entre sus muslos y empujó para perderse en ella.
Myriam estaba más que preparada y le echó los brazos al cuello, recibiéndolo con entusiasmo. El baile era tan antiguo como el tiempo. Juntos, encontraron un ritmo propio, único.
Víctor nunca se había sentido tan completo, nunca había sentido tal intimidad con otro ser humano. No quería que terminase nunca. Podría haberse quedado así para siempre, pero empezaba a perder el control. Entonces recordó…
—Un preservativo.
—Porras. En mi habitación —murmuró Myriam.
Víctor intentó apartarse.
—No, no te muevas.
—Tengo que…
—No, llévame contigo.
—Nunca dejarás de sorprenderme —rió Víctor.
Ella sonrió mientras enredaba las piernas en su cintura. Víctor se levantó de la cama, sin soltarla, y así fueron a su habitación. Con manos temblorosas, abrió el cajón donde estaban los preservativos y se puso uno.
—Date prisa —susurró Myriam, impaciente, cuando él se vio obligado a apartarse un momento.
—Eso hago —sólo fueron unos segundos, pero le pareció una eternidad. Y luego estaba dentro de ella otra vez, empujando, ensartándola.
—Bienvenido a casa.
—Me alegro de estar aquí.
Después, las llamas del deseo los consumieron. Y juntos encontraron los fuegos artificiales.
Más tarde, cuando pudieron separarse, Víctor se dejó caer sobre el colchón, con Myriam a su lado. Ella le pasó una pierna por encima y apoyó la cara en su pecho, suspirando. Víctor volvió la cabeza para admirarla, saciada, iluminada por la luz de la luna.
Había muchas emociones en los ojos miel, pero pasaban tan deprisa que no podría identificarlas. Y, no por primera vez, deseó saber lo que estaba pensando, lo que sentía.
Un momento después, se dio cuenta de que nunca tendría que adivinar qué estaba pensando Myriam. Porque, si esperaba un poco, ella misma se lo diría:
—Para ser un tipo tan gruñón, yo diría que esto se te da muy bien.
Víctor rió, a pesar de la situación. No recordaba haberse reído nunca mientras estaba en la cama con una mujer.
—Gracias.
Myriam se apoyó en un codo para mirarlo. Estaba despeinada, con los ojos brillantes. Era bellísima.
—Pero la cosa es…
Él levantó una ceja.
—¿Algún problema?
—Algo así. Es que no quiero que pienses lo que no es…
—¿Sobre qué?
—Sobre mí.
—¿A qué te refieres? —preguntó Víctor, sorprendido al ver que Myriam apartaba la mirada—. ¿Qué te pasa?
—Es una tontería, pero no quiero que pienses que hago esto con todo el mundo.
—¿Eh?
—Esto, ya sabes. Venir aquí, seducirte y todo lo demás…
—¿Seducirme? —sonrió Víctor.
—Sí.
—¿De verdad crees que si yo no hubiera querido que esto pasara habría pasado sólo porque tú lo habías decidido así?
Myriam hizo una mueca de horror.
—¿Qué has dicho?
—Vaya, creo que llevo aquí demasiado tiempo. Empiezo a hablar como tú.
—Hombre, gracias —protestó ella—. Pero es que a algunos hombres no les gustan las mujeres que toman la iniciativa y…
—¿A qué hombre no le gustaría lo que acaba de pasar?
—Por ejemplo, a mi ex novio. A él no le gustaba que yo diera el primer paso.
—Pues era un idiota. No cambies, Myriam. Eres… refrescante.
—¿Refrescante? —rió ella—. Parece un anuncio.
—Estar contigo es…
—¿Asombroso, maravilloso, ideal?
—Sí, todo eso —sonrió Víctor, preguntándose cómo había terminado con aquella maravillosa mujer.
¿Qué habría visto en él? ¿Y cómo iba a vivir sin ella el resto de su vida?
—Gracias.
—Tu ex novio habría sido el hombre perfecto para Mary —dijo Víctor entonces, sin pensar.
—¿Qué?
—No puedo creer que haya dicho eso. No quería…
—Yo te he hablado de mi pasado… no hay razón para que tú no me hables del tuyo.
Él la miró, pensativo. Acababa de meter a su difunta mujer en la cama con él y con Myriam y ni siquiera estaba enfadado consigo mismo.
—Es que Mary era muy tímida, muy frágil.
—Ya.
Víctor miró alrededor y luego volvió a mirarla a ella, desnuda, complemente desinhibida.
—Mary quería que apagase la luz cuando hacíamos el amor. Incluso puso cortinas oscuras para que no se viera nada.
—Vaya.
—No debería…
—Oye, a mucha gente le gusta la oscuridad.
—A Mary, por ejemplo. Hasta que una noche, acabó con un ojo morado.
—¿Qué? —rió Myriam.
Víctor carraspeó, irritado consigo mismo por hablar de esas cosas.
—No tuvo gracia. Es que…
—No, claro que no —dijo ella, tapándose la boca con la mano.
—No deberías reírte…
—Lo sé, lo sé. Es que… ¿un ojo morado? Víctor, por favor, qué horror.
—Desde luego que sí —suspiró él, recordando lo mal que se había sentido… y lo mal que Mary le había hecho sentir.
Le había hecho pagar por ese pequeño accidente durante semanas. ¿Por qué nunca se acordaba de eso?, se preguntó. ¿Por qué había olvidado que Mary no era perfecta, que su matrimonio no había sido un lecho de rosas?
Myriam seguía sonriendo. En realidad, la cosa tenía gracia. Además, no le había hecho mucho daño a Mary. Pero como ella se empeñaba en apagar todas las luces, le dio con el codo en un ojo sin querer…
Entonces se preguntó qué habría pasado de haber sido Myriam. Ella habría llevado ese ojo morado como una medalla, seguro.
Sí, eran dos mujeres completamente diferentes.
—Pobre Mary —dijo ella por fin—. No debería haberme reído, pero es que a mí me pasan esas cosas todo el tiempo. Una noche casi mato a uno de mis novios al darle un codazo en la frente. El pobre cayó al suelo como un tronco.
Víctor soltó una carcajada. Le gustaba reírse, le gustaba estar con una mujer que podía volverle loco y hacerle reír al mismo tiempo.
—Me alegro de no estar sola en el mundo de los accidentes domésticos.
—No, no lo estás.
—Y ahora que estamos compartiendo recuerdos, quiero decirte que yo soy una mujer muy exigente, Víctor. Sólo he estado con otros dos hombres y los dos significaron algo para mí. No me tomo estas cosas a la ligera.
Él lo había sabido desde el principio. Y por eso había intentado mantener las distancias. Aunque no había servido de nada.
—Lo sé —dijo, mirándola a los ojos.
Esa imagen, Myriam a la luz de la luna, se quedaría con él para siempre. En veinte años, sería capaz de recordar el brillo de sus ojos, el color de su pelo, su olor, todo.
—¿Lo sabes?
—Sé exactamente qué clase de mujer eres, Myriam.
Ella lo estudió durante un minuto, pensativa.
—Me alegro —sonrió, apoyando la cabeza en su pecho—. Y hay algo más que debes saber.
—¿Qué? —preguntó él, aunque tenía miedo de la respuesta.
—Los he visto esta noche.
A Víctor se le paró el corazón. Porque, sin saber cómo, intuía a qué se refería. Y no sabía cómo responder. Naturalmente, Myriam no le dio tiempo de pensar antes de seguir hablando:
—Los fuegos artificiales de los que te hablé… los he visto esta noche, contigo.
Víctor estaba tumbado en la cama, mirando las extrañas figuras que la luz de la luna iba formando en el techo. Una suave brisa movía las cortinas, haciendo bailar las sombras en la pared.
Llevaba una hora mirando esas sombras. No podía dormir. Cada vez que cerraba los ojos, veía la cara de Myriam y le resultaba imposible relajarse.
Nervioso, apartó las sábanas y se levantó de un salto, sin saber qué hacer.
Desnudo, paseó un rato por la habitación antes de detenerse frente a la ventana… Entonces oyó un gemido y miró por encima de su hombro. Sheba, la cachorrilla de Myriam, lloraba desde el cuarto de baño. Aparentemente, no le gustaba su nuevo dormitorio.
Un segundo después, oyó a Myriam murmurando palabras tranquilizadoras y tuvo que sonreír. La imaginaba acariciando a la perrita, diciéndole ternuras… Ojalá pudiera reunirse con ella, pensó. Ojalá pudiera estar a su lado para ayudarla con la cachorrilla a la que no tendría tiempo de ver crecer.
Sheba era una nueva adición a la familia Montemayor y ya se sentía como en casa. Myriam y Katie la habían llenado de besos pero, naturalmente, la perrita negra decidió que le gustaba Víctor, la única persona que no le hacía caricias.
Myriam incluso recurrió al soborno, dándole galletas y juguetes, pero Sheba había elegido a su humano favorito. Y él no había podido hacer nada. Sheba era tan testaruda como su dueña y se le había metido en el corazón de la misma forma.
Él nunca había tenido mascotas. A sus padres no les gustaban porque, según ellos, eran «fábricas de parásitos». Y Mary era alérgica, o eso decía, aunque él siempre pensó que era su forma de evitar una discusión sobre el tema.
Víctor hizo una mueca. Últimamente recordaba a Mary sin la dulzura acostumbrada. ¿Por qué?, se preguntó.
Pero la respuesta estaba clara: niños, perros, Myriam… todo aquello le estaba volviendo loco.
La vida vibraba a su alrededor y le resultaba imposible alejarse cuando con solo mirar a Myriam recordaba que estaba vivo… y solo.
No estaba visitando viejos recuerdos, estaba creando recuerdos nuevos, lo quisiera o no.
Y sabía bien que, cuando se fuera de Sunrise Beach, cuando volviera a su antigua vida, recordaría a Myriam, a los niños, a la perrita, a toda la familia Montemayor.
Llevaba dos años solo, alejado de todos y de todo lo que antes le importaba. Había querido castigarse a sí mismo y lo había hecho muy bien, pero en los últimos días era como si alguien lo estuviera empujando hacia la vida.
Pero la boda de Eric tendría lugar en unos días después y luego volvería al frío silencio de su mundo…
Esa idea lo ahogaba. ¿Cómo iba a volver a esa vida? Después de estar allí, con Myriam, ¿cómo iba a volver a una soledad que, de repente, le parecía intolerable?
¿Y cómo no iba a hacerlo?
—¿Víctor? —oyó la voz de Myriam—. ¿Estás despierto?
Su corazón se desbocó, como cada vez que ella estaba cerca. Tomando los vaqueros que había colgado en la silla, se los puso, pero no se molestó en abrocharlos antes de abrir la puerta.
Myriam estaba en el pasillo. Llevaba un camisón de color albaricoque, con un escotado corpiño de encaje. Era una prenda de aspecto suave, sedoso, tentador.
Como Myriam. ¿Por qué había ido a verlo cuando su resistencia estaba a punto de ceder?
—Estás despierto.
—O sonámbulo.
—¿Con los ojos abiertos?
Víctor sonrió.
—Así es más fácil.
—¿Me estás viendo? —preguntó ella, moviendo la mano delante de su cara.
—Sí, claro —contestó Víctor, con voz ronca porque tenía el corazón en la garganta.
—¿Y qué ves?
Veía imágenes de lo que podría haber sido, de la vida que podría haber sido suya si las cosas fueran diferentes. Vio todo lo que nunca hasta entonces había sabido que deseaba. Y mucho más.
—Myriam…
—Dime.
No podía. No podía decirle eso porque no tenía derecho a hacerlo. Él había decidido no vivir y aunque quisiera, no sabía si podría hacerlo.
—Una mujer preciosa.
—¿Nada más?
—¿No es suficiente?
—No.
—¿Qué quieres oír?
Ella inclinó a un lado la cabeza.
—Quiero oír que, cuando me miras, quieres hacerme el amor, que yo soy la razón por la que estás despierto.
—Así es —dijo Víctor—. Tú eres la razón por la que estoy despierto.
Myriam sonrió.
—Pero no ibas a decirlo.
—No.
—Qué interesante.
—Me alegro de que te lo parezca.
Víctor no podía pensar. La luz de la luna se colaba por las cortinas, iluminando a Myriam como un halo. Parecía una actriz en un escenario vacío, un sueño, una visión que aparecía para tentar a un hombre solitario.
Y esperaba que no desapareciera nunca.
—Te has portado muy bien con Katie. Le gustas mucho.
—Ya —murmuró él, confuso. Como siempre, Myriam cambiaba de tema cuando menos se esperaba.
Había que concentrarse para hablar con ella.
—Ya mí también me gustas mucho.
Víctor se cruzó de brazos, para ver si esa postura defensiva lo distanciaba de ella. ¿Qué tenía aquella mujer que lo volvía loco?
—Muy bien, gracias.
Myriam se volvió hacia la ventana. La brisa que movía las cortinas jugaba con su camisón y Víctor tragó saliva, rezando para no abrazarla, para no llevarla a su cama.
—Sheba estaba llorando hace un momento.
—La he oído —dijo él. De nuevo, cambiaban de tema.
Ella se volvió entonces, su silueta recortada contra la ventana.
—Ahora ya no llora.
—Ya.
—Es que se sentía sola. Pero le he dado un muñeco de peluche y se ha dormido.
—¿Ah, sí?
—Y estaba pensando… —Myriam empezó a levantar el bajo de su camisón, despacito, centímetro a centímetro.
—¿Qué? —Víctor no podía decir nada más. Sólo podía mirar aquel camisón que, poco a poco, iba subiendo por sus piernas.
—Que a lo mejor es lo que necesitamos todos, no estar solos, tener a alguien a quien abrazar por la noche.
Él sacudió la cabeza.
—¿Quieres un muñeco de peluche?
Myriam rió, con esa risa que hacía eco en su corazón.
—No exactamente. Te quiero a ti.
Luego se quitó el camisón. La prenda voló en el aire como un paracaídas antes de tocar el suelo.
Bella, gloriosamente desnuda, su piel parecía absorber la luz de la luna.
Víctor contuvo el aliento, pero sabía que eso no iba a servir de nada. Era como si una mano gigante apretara sus pulmones. Su corazón latía con fuerza y le sudaban las manos.
—Myriam…
Ella se acercó sin vacilar, sin timidez, y le echó los brazos al cuello.
—Si no me deseas, dilo —murmuró, poniéndose de puntillas—. Si me deseas, bésame.
Temblando de deseo, Víctor se olvidó de todo excepto de aquel momento. Estaba de vuelta en sus brazos, donde había pensado que no volvería a tenerla jamás. Era toda risas, toda calor, toda vida, y él la deseaba más de lo que había deseado a nadie.
Apretándola contra su pecho, la besó con un ansia que los enloqueció a los dos. Myriam se restregaba contra él, sin falsas vergüenzas, pidiendo lo que quería. Víctor la llevó al dormitorio y la tumbó sobre la cama. Después de quitarse los vaqueros, clavó la rodilla en el colchón y la acarició de arriba abajo, explorando cada rincón de su piel.
Sus pechos se convirtieron en una fiesta. Los besó, los acarició, torturándolos con la lengua y los labios. Y ella le exigía más. Lo besaba en el cuello, le mordía.
Víctor intentaba memorizarlo todo, cómo enredaba las piernas alrededor de su cintura, la humedad de su cueva cuando introdujo un dedo y luego otro.
Ella suspiró y el suspiro fue como música para sus oídos. Susurró su nombre y fue como un regalo para su corazón.
—Víctor —lo llamó, mientras él seguía torturándola con sus dedos—. Víctor, te necesito dentro de mí.
—Sí, sí —dijo él, sin dejar de acariciarla. No se cansaba de ella. Quería más, lo quería todo.
Myriam levantó las caderas para ofrecerse por completo cuando él encontró el capullo escondido.
—Víctor, lo digo en serio, ahora.
Él también la necesitaba, pero no quería ir deprisa. Lo que quería era prolongar el momento hasta lo imposible. En lugar de penetrarla, introdujo otro dedo, acariciando, frotando, hasta que ella empezó a jadear con fuerza, moviendo frenéticamente las caderas.
—Primero tú —dijo con voz ronca—. Primero tú, luego nosotros.
—No es justo —susurró Myriam, sin abrir los ojos—. Esto ha sido idea mía… No puedes cambiar las reglas.
—No hay reglas. Esta noche, no.
Ella sonrió.
—Víctor, eres… asombroso.
—Déjate ir, Myriam —dijo él en voz baja—. Deja que te vea.
—No puedo… no puedo… espera, para.
Cuando empezaron los primeros espasmos, Víctor la besó en la boca. Se tragaba sus suspiros, sus jadeos y, antes de que terminase, se colocó entre sus muslos y empujó para perderse en ella.
Myriam estaba más que preparada y le echó los brazos al cuello, recibiéndolo con entusiasmo. El baile era tan antiguo como el tiempo. Juntos, encontraron un ritmo propio, único.
Víctor nunca se había sentido tan completo, nunca había sentido tal intimidad con otro ser humano. No quería que terminase nunca. Podría haberse quedado así para siempre, pero empezaba a perder el control. Entonces recordó…
—Un preservativo.
—Porras. En mi habitación —murmuró Myriam.
Víctor intentó apartarse.
—No, no te muevas.
—Tengo que…
—No, llévame contigo.
—Nunca dejarás de sorprenderme —rió Víctor.
Ella sonrió mientras enredaba las piernas en su cintura. Víctor se levantó de la cama, sin soltarla, y así fueron a su habitación. Con manos temblorosas, abrió el cajón donde estaban los preservativos y se puso uno.
—Date prisa —susurró Myriam, impaciente, cuando él se vio obligado a apartarse un momento.
—Eso hago —sólo fueron unos segundos, pero le pareció una eternidad. Y luego estaba dentro de ella otra vez, empujando, ensartándola.
—Bienvenido a casa.
—Me alegro de estar aquí.
Después, las llamas del deseo los consumieron. Y juntos encontraron los fuegos artificiales.
Más tarde, cuando pudieron separarse, Víctor se dejó caer sobre el colchón, con Myriam a su lado. Ella le pasó una pierna por encima y apoyó la cara en su pecho, suspirando. Víctor volvió la cabeza para admirarla, saciada, iluminada por la luz de la luna.
Había muchas emociones en los ojos miel, pero pasaban tan deprisa que no podría identificarlas. Y, no por primera vez, deseó saber lo que estaba pensando, lo que sentía.
Un momento después, se dio cuenta de que nunca tendría que adivinar qué estaba pensando Myriam. Porque, si esperaba un poco, ella misma se lo diría:
—Para ser un tipo tan gruñón, yo diría que esto se te da muy bien.
Víctor rió, a pesar de la situación. No recordaba haberse reído nunca mientras estaba en la cama con una mujer.
—Gracias.
Myriam se apoyó en un codo para mirarlo. Estaba despeinada, con los ojos brillantes. Era bellísima.
—Pero la cosa es…
Él levantó una ceja.
—¿Algún problema?
—Algo así. Es que no quiero que pienses lo que no es…
—¿Sobre qué?
—Sobre mí.
—¿A qué te refieres? —preguntó Víctor, sorprendido al ver que Myriam apartaba la mirada—. ¿Qué te pasa?
—Es una tontería, pero no quiero que pienses que hago esto con todo el mundo.
—¿Eh?
—Esto, ya sabes. Venir aquí, seducirte y todo lo demás…
—¿Seducirme? —sonrió Víctor.
—Sí.
—¿De verdad crees que si yo no hubiera querido que esto pasara habría pasado sólo porque tú lo habías decidido así?
Myriam hizo una mueca de horror.
—¿Qué has dicho?
—Vaya, creo que llevo aquí demasiado tiempo. Empiezo a hablar como tú.
—Hombre, gracias —protestó ella—. Pero es que a algunos hombres no les gustan las mujeres que toman la iniciativa y…
—¿A qué hombre no le gustaría lo que acaba de pasar?
—Por ejemplo, a mi ex novio. A él no le gustaba que yo diera el primer paso.
—Pues era un idiota. No cambies, Myriam. Eres… refrescante.
—¿Refrescante? —rió ella—. Parece un anuncio.
—Estar contigo es…
—¿Asombroso, maravilloso, ideal?
—Sí, todo eso —sonrió Víctor, preguntándose cómo había terminado con aquella maravillosa mujer.
¿Qué habría visto en él? ¿Y cómo iba a vivir sin ella el resto de su vida?
—Gracias.
—Tu ex novio habría sido el hombre perfecto para Mary —dijo Víctor entonces, sin pensar.
—¿Qué?
—No puedo creer que haya dicho eso. No quería…
—Yo te he hablado de mi pasado… no hay razón para que tú no me hables del tuyo.
Él la miró, pensativo. Acababa de meter a su difunta mujer en la cama con él y con Myriam y ni siquiera estaba enfadado consigo mismo.
—Es que Mary era muy tímida, muy frágil.
—Ya.
Víctor miró alrededor y luego volvió a mirarla a ella, desnuda, complemente desinhibida.
—Mary quería que apagase la luz cuando hacíamos el amor. Incluso puso cortinas oscuras para que no se viera nada.
—Vaya.
—No debería…
—Oye, a mucha gente le gusta la oscuridad.
—A Mary, por ejemplo. Hasta que una noche, acabó con un ojo morado.
—¿Qué? —rió Myriam.
Víctor carraspeó, irritado consigo mismo por hablar de esas cosas.
—No tuvo gracia. Es que…
—No, claro que no —dijo ella, tapándose la boca con la mano.
—No deberías reírte…
—Lo sé, lo sé. Es que… ¿un ojo morado? Víctor, por favor, qué horror.
—Desde luego que sí —suspiró él, recordando lo mal que se había sentido… y lo mal que Mary le había hecho sentir.
Le había hecho pagar por ese pequeño accidente durante semanas. ¿Por qué nunca se acordaba de eso?, se preguntó. ¿Por qué había olvidado que Mary no era perfecta, que su matrimonio no había sido un lecho de rosas?
Myriam seguía sonriendo. En realidad, la cosa tenía gracia. Además, no le había hecho mucho daño a Mary. Pero como ella se empeñaba en apagar todas las luces, le dio con el codo en un ojo sin querer…
Entonces se preguntó qué habría pasado de haber sido Myriam. Ella habría llevado ese ojo morado como una medalla, seguro.
Sí, eran dos mujeres completamente diferentes.
—Pobre Mary —dijo ella por fin—. No debería haberme reído, pero es que a mí me pasan esas cosas todo el tiempo. Una noche casi mato a uno de mis novios al darle un codazo en la frente. El pobre cayó al suelo como un tronco.
Víctor soltó una carcajada. Le gustaba reírse, le gustaba estar con una mujer que podía volverle loco y hacerle reír al mismo tiempo.
—Me alegro de no estar sola en el mundo de los accidentes domésticos.
—No, no lo estás.
—Y ahora que estamos compartiendo recuerdos, quiero decirte que yo soy una mujer muy exigente, Víctor. Sólo he estado con otros dos hombres y los dos significaron algo para mí. No me tomo estas cosas a la ligera.
Él lo había sabido desde el principio. Y por eso había intentado mantener las distancias. Aunque no había servido de nada.
—Lo sé —dijo, mirándola a los ojos.
Esa imagen, Myriam a la luz de la luna, se quedaría con él para siempre. En veinte años, sería capaz de recordar el brillo de sus ojos, el color de su pelo, su olor, todo.
—¿Lo sabes?
—Sé exactamente qué clase de mujer eres, Myriam.
Ella lo estudió durante un minuto, pensativa.
—Me alegro —sonrió, apoyando la cabeza en su pecho—. Y hay algo más que debes saber.
—¿Qué? —preguntó él, aunque tenía miedo de la respuesta.
—Los he visto esta noche.
A Víctor se le paró el corazón. Porque, sin saber cómo, intuía a qué se refería. Y no sabía cómo responder. Naturalmente, Myriam no le dio tiempo de pensar antes de seguir hablando:
—Los fuegos artificiales de los que te hablé… los he visto esta noche, contigo.
marimyri- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 591
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Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Eres mi idola Muchas gracias por el 2 x 1, me encanta esta novela. ojala ke Vic no se valla.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
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Re: Un Hombre Perdido (Final)
oraleeeees muchas grax por el 2x1....tocayita esta bien chida...y lo dejaste en lo mejors..
Re: Un Hombre Perdido (Final)
mis respetoos milll mil gracias x el 2x1
x fin myri vio sus fuegos artificiales
saludos
p.d. pliss no tardes!!!
Peke- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 152
Fecha de inscripción : 15/08/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Grcias niña por este 2 x1 que estuvo genial Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Muy bien, tocaya, muy bien!!!!! Gracias por ese 2 x 1!!!!!! Te luciste, esperamos el siguiente capi!!!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
gracias por esta novelita siguele por faaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
MUCHAS GRACIASSS X LOS CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
muchas gracias por sus mensajitos.
Cuando lei esta novela se me vino mucho a la mente la cancion de Luis Fonsi de "Aqui estoy yo". En especifico en una parte de este capitulo pienso en esta cancion.
Capítulo Once
A Víctor le dolía todo, el cuerpo, el alma. Era como tener un miembro dormido, con los consiguientes calambres. Un dolor imposible de ignorar. Como la angustia que atenazaba su corazón. Sabía lo que Myriam quería oír, pero no podía decirlo.
—Myriam, yo…
—Es curioso —lo interrumpió ella—. Te pasas toda la vida esperando algo y luego, cuando por fin aparece, no puedes tenerlo.
Víctor tragó saliva.
Estaba diciendo que lo amaba.
Lo sabía.
Y él no podía decir nada.
Él no era el hombre que esperaba, el hombre que sería su marido y el padre de sus hijos. Myriam se merecía lo mejor, un hombre que no hubiese dejado de soñar con esas cosas y él…
No. Él había fracasado una vez, no podría soportar otro fracaso.
—No pasa nada —sonrió ella, acariciando su cara—. No espero nada de ti.
—Pues deberías —dijo Víctor, sintiendo de repente un cansancio inmenso—. Maldita sea, Myriam, tienes derecho a esperarlo todo de un hombre. Absolutamente todo.
—Víctor…
—Yo…
—Tranquilo —lo interrumpió ella—. Si temes que te pida que te cases conmigo…
—No es eso.
—¿Cómo que no? He visto un brillo de pánico en tus ojos.
Víctor apretó su mano. Había perdido a Mary, no había podido salvarla. Y ahora estaba haciéndole daño a Myriam, perdiéndola también. Sí, era un genio, desde luego. Lo único que podía hacer era ayudarla a ver que estaba mejor sin él.
—Ojalá…
—No te estoy pidiendo que me quieras, Víctor —lo interrumpió ella—. Pero te pido que ames a alguien.
Él se quedó muy quieto. Casi habría podido jurar que su corazón se había parado un momento.
—No voy a ser yo, eso lo entiendo —siguió Myriam—. Sabía que ibas a marcharte. De hecho, aunque ahora mismo estamos juntos, ya siento que te estás apartando de mí.
—No, eso no es verdad —suspiró Víctor.
Pero así era. ¿Cómo podía Myriam leer sus pensamientos, entenderlo mejor de lo que él se entendía a sí mismo? ¿Cómo podía mirarlo y ver más allá de la fachada que presentaba ante los demás? ¿Cómo podía conocerlo tan bien y quererlo de todas formas?
—Yo no puedo ser el hombre que quieres.
Ella inclinó a un lado la cabeza para estudiarlo detenidamente.
—¿Y cómo sabes lo que yo quiero?
—Supe la clase de mujer que eras en cuanto te vi —sonrió Víctor, con tristeza—. Tú eres de las que quiere una casita, niños, un perro, de las que hacen galletas y barbacoas los domingos. Eso eres, Myriam.
Todo lo que él deseaba y no podía tener.
—Es posible. Pero yo también sé algo sobre ti, Víctor —dijo ella entonces, mirándolo a los ojos.
—¿Qué?
—Que te has rendido demasiado pronto. Te has apartado de todo cuando deberías haberlo intentado otra vez. Y ahora, no te queda nada. Hasta que vuelvas a amar, seguirás muerto por dentro —murmuró Myriam, dándole un beso en los labios—. Y si eso es todo lo que quieres de la vida, deberían haberte enterrado en la tumba, con Mary.
Tres días después, Víctor seguía furioso. Se agarraba a esa furia como un niño se agarra a la cuerda de un globo. Pero cuanto más lo intentaba, más parecía escaparse esa cuerda. Era difícil permanecer indignado cuando uno sospechaba que la persona culpable de esa indignación estaba en lo cierto.
Naturalmente, Myriam actuaba como si no hubiera pasado nada. Como si no lo hubiera obligado a mirarse al espejo, como si sólo fueran amigos.
Seguían compartiendo la casa, trabajaban juntos e incluso lo había llevado a ver el local donde pondría su negocio de repostería. La había visto jugar con la perrita, reír con su familia… sabía que recordaría todo eso a diario cuando volviese a Los Angeles.
Y, por la noche, la echaba de menos cuando se metía en la cama.
Ella lo trataba como trataría a cualquier invitado y eso lo ponía enfermo. Habría preferido discutir o que lo hubiera echado de su casa. Pero Myriam, por supuesto, nunca hacía lo que se esperaba de ella.
Víctor no podía admitir que tenía razón, eso era pedir demasiado, pero una vocecita empezaba a recordarle que debía pensar en ello.
Había estado como muerto durante dos años. Se había escondido tras el fracaso de perder a Mary porque eso era más fácil que seguir intentándolo, que enfrentarse con el mundo. El sentimiento de culpa, la tristeza, se habían convertido en una segunda naturaleza para él y ya no sabía si podría cambiar. O si quería intentarlo.
Si pudiera, pensó, y volviera a fracasar, ¿entonces qué? Entonces se sentiría doblemente culpable y, además, habría destrozado la vida de Myriam.
¿De verdad quería arriesgarse?
Las últimas dos semanas habían sido sólo un respiro momentáneo. La familia Montemayor lo había sacado de entre las sombras, le habían dado la bienvenida y lo trataban como si fuera uno de ellos.
Myriam lo había hecho desear vivir otra vez.
Pero él no creía merecerlo.
Víctor se pasó una mano por la cara, intentando apartar de sí aquellos pensamientos, pero sin éxito. No volvería a ser tan fácil, pensó, observando la actividad que bullía a su alrededor.
La boda había sido como debía ser una boda. Nada elegante, nada lujosa, todo muy familiar. Sólo amigos y parientes y un banquete que, seguramente, duraría toda la noche.
Estaba en una mesa medio escondida entre los árboles y desde allí veía la fiesta. Entonces se dio cuenta de que empezaba a ser un extraño otra vez.
Y lo hacía voluntariamente.
La música estaba a todo volumen y había parejas bailando sobre la hierba con la misma habilidad que si lo hicieran en una pista de baile. Los niños corrían entre ellos, riendo y peleándose por la tarta. Por supuesto, había montañas de comida y, en la barra en la que servían margaritas, la gente tenía que abrirse paso a codazos.
Víctor era claramente el único que no lo estaba pasando bien.
—¿Qué tal?
Sorprendido, Víctor levantó la cabeza. Era el novio.
—Bien. Una boda estupenda.
—Ah, sí, te creo —rió Eric, soltando las muletas para sentarse al lado de su amigo—. He venido a decirte que los otros invitados han empezado a quejarse. Lo estás pasando demasiado bien y se te nota.
—Muy gracioso.
Al fin y al cabo, había ido a la boda, ¿no? Se había quedado en Sunrise Beach cuando lo que deseaba era escapar. Vivía en casa de Myriam… sin tocarla, torturándose a sí mismo para no defraudar a Eric.
—Bueno, ¿estás enamorado de mi hermana o no?
—¿Qué?
Víctor se puso nervioso. No había esperado esa pregunta… Ya debería saber que los Montemayor siempre hacían y decían lo más inesperado, pero no podía contarle a Eric la verdad sin haber hablado con Myriam.
—Me has oído perfectamente.
—No.
Era mentira, lo supo nada más pronunciar el monosílabo. ¿Amor? ¿De verdad la amaba? Y si era así… ¿eso lo cambiaba todo?
No.
—Entonces, eres idiota.
—No te metas en esto, Eric.
—Tengo que hacerlo.
—Me marcho mañana —dijo Víctor—. Problema resuelto.
—Eso crees, ¿verdad?
Eric miró por encima de su hombro y Víctor siguió la dirección de su mirada. Myriam estaba bailando con un hombre mayor, riendo y haciendo una especie de fox trot sólo para alegrarle la vida. Ella era así, estaba en su naturaleza. Víctor tuvo que sonreír. Su pelo brillaba bajo la luz de las lamparitas que había por todo el jardín y el vestido verde oscuro de dama de honor se pegaba a sus curvas de una forma deliciosa. Estaba más guapa que nunca.
Myriam estaba riendo en ese momento y algo le dijo que durante el resto de su vida estaría esperando oír esa risa, que estaría buscándola entra la gente.
—Sí, un idiota —insistió Eric.
—Vete, anda.
Víctor quería una copa, pero decidió tomar otro café. Había decidido irse a Los Angeles después del banquete, así que no podía ahogar sus penas en un cubo de margaritas… por mucho que le apeteciera.
—Me voy —suspiró Eric, apoyándose en las muletas—. Debería haberte advertido que no le hicieras daño a mi hermana. Ahora es demasiado tarde.
El sentimiento de culpa, ese viejo amigo de Víctor, apareció de nuevo.
—No quería hacerle daño, te lo juro. Pero cuando me vaya se le pasará.
Eric negó con la cabeza, entristecido.
—Desde luego, eres un idiota.
Un par de horas después, la gente empezó a despedirse. Eric y Jen se habían marchado para empezar su luna de miel y, mientras los camareros recogían las mesas, los invitados que quedaban se distribuían en pequeños grupos por el jardín.
Víctor no dejaba de mirar a Myriam y ella debió notarlo porque se volvió, con una sonrisa en los labios, y dejó a sus amigas para acercarse a la mesa. Como si fuera un imán, Víctor se levantó para encontrarse con ella.
El aroma de su perfume le llegó enseguida y respiró profundamente, sabiendo que pronto eso sería lo único que le quedaría de ella. Esa noche, ese recuerdo, ese frágil aroma que se le había metido en el corazón.
—Ha sido una boda preciosa, ¿verdad? —sonrió Myriam.
—Sí, preciosa.
Ella suspiró, agotada.
—Y un banquete magnífico.
—Sí, estupendo.
—Jen estaba muy guapa, ¿verdad?
—¿Ah, sí? Apenas me he fijado, estaba mirándote a ti.
«Estúpido», se regañó a sí mismo. No lo hagas más difícil. Pero no podía evitarlo. Estar a su lado era más embriagador que un litro de alcohol.
Pero Myriam perdió la sonrisa.
—Te marchas, ¿verdad?
—Esta noche.
Ella respiró profundamente.
—Vaya.
—Tengo que volver a mi consulta.
—La consulta del doctor Parker está en venta. Hace falta un médico en Sunrise Beach.
—Lo sé, tu madre me ha dado el número de teléfono.
—Entonces, ya sabes que te echaremos de menos.
Nadie desde Mary lo había echado de menos. Y saber que los Montemayor lo harían… que Myriam lo echaría de menos, hacía que su partida fuese aún más difícil.
—Sí, lo sé.
—Pero te vas.
—Es mejor para los dos.
Ella se apartó el pelo de la cara.
—¿Sabes lo que es realmente triste? Que lo creas de verdad.
Alguien puso una canción romántica en el estéreo. La melodía parecía colarse entre la brisa, acercándolos…
(aqui es donde iria la cancion jeje)
—Lo creo de verdad.
—Víctor…
—Baila conmigo —dijo él entonces. Si tenía que irse, al menos quería tenerla entre sus brazos una vez más. ¿Era mucho pedir? ¿Era mucho desear? Myriam le puso la mano izquierda sobre el hombro y dejó que tomara su mano derecha. Apenas se movían, pero daba igual.
Víctor, perdido en sus ojos, casi podía sentir el corazón de Myriam latiendo al mismo ritmo que el suyo. Y supo que la echaría de menos el resto de su vida.
—Estás pensando otra vez.
—Sí, supongo que sí.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—Vas a echarme de menos.
—Sí, creo que sí.
—Vas a lamentar haberte ido.
A Víctor se le encogió el corazón. Pero aun así, se obligó a sí mismo a sonreír.
—Seguramente.
—Me quieres.
Él dejó de bailar, pero no la soltó. No dijo nada, no sería capaz de articular palabra aunque lo intentase.
—Ah, esta vez no hay respuesta —sonrió Myriam.
—Ojalá fuese de otra manera…
—Podría serlo. Si tú quisieras.
Víctor quería creerlo, pero había pasado demasiado tiempo. Dos semanas de felicidad no eran suficiente para hacerle olvidar dos años de tristeza. ¿Y cómo podía creer en el futuro cuando estaba atado al pasado?
Ella dio un paso atrás, pero no se alejó demasiado.
—Te he mentido, Víctor.
—¿Qué?
—Cuando te dije que no esperaba que me amases, pero que debías amar a alguien —murmuró Myriam, acariciando su cara—. Yo quiero ser ese alguien.
—Myriam…
—No te estoy pidiendo que dejes de querer a Mary. Siempre la querrás y me parece muy bien. Pero deseo que me quieras a mí también.
Hacía que todo pareciese tan sencillo… Pero él sabía que no lo era. No podía ser tan sencillo dejar una vida y empezar otra. ¿O sí?
Myriam tenía los ojos brillantes y Víctor rezaba para que no se pusiera a llorar. Porque eso lo mataría.
—Lo siento.
—Sí, lo sé —murmuró ella—. Pero te quiero de todas formas.
—Lo sé —dijo Víctor. Y luego, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se alejó.
por si no saben cual es la Cancion de Aqui estoy yo aqui les dejo la letra
Aquí estoy yo
para hacerte reir cada vez mas
confia en mi, deja tus miedos atrás y ya veras
aquí estoy yo con un beso quemandome los labios
es para ti, puede tu vida cambiar dejame entrar
Le pido al sol que una estrella azul
viaje hasta a ti y te enamore su luz
"Coro"
Aqui estoy yo
abriendote mi corazon
llenando tu falta de amor
cerrandole el paso al dolor
no temas yo te cuidare
solo aceptame
Aqui estoy para darte mi fuerza y mi aliento…
y ayudarte a pintar mariposas en la oscurdad
seran de verdad
Quiero ser yo quien despierte en ti nuevos sentimientos
y te enseña a querer y entregarte otra vez sin medir
los abrasos que des........
Le pido a Dios
un toque de inspiración
para desir
lo que tu esperas oir de mi
Aquí estoy yo
abriendote mi corazón
llenando tu falta de amor
cerrandole el paso al dolor
no temas yo te cuidare
solo aceptame
Dame tus alas mas las voy a curar
y de mi mano te invito a volar…..
Aquí estoy yo (y aquí estoy yo)
abriendote mi corazón (mi corazon)
llenando tu falta de amor (falta de amor)
cerrándole el paso al dolor (cerrándole el paso al dolor)
no temas yo te cuidaré (te cuidaré)
solo aceptame (aceptame)
Aquí estoy yo
abriendote mi corazón
llenando tu falta de amor
cerréndole el paso al dolor
no temas yo te cuidaré
siempre te amaré
el capitulo que sigue es el final.
Cuando lei esta novela se me vino mucho a la mente la cancion de Luis Fonsi de "Aqui estoy yo". En especifico en una parte de este capitulo pienso en esta cancion.
Capítulo Once
A Víctor le dolía todo, el cuerpo, el alma. Era como tener un miembro dormido, con los consiguientes calambres. Un dolor imposible de ignorar. Como la angustia que atenazaba su corazón. Sabía lo que Myriam quería oír, pero no podía decirlo.
—Myriam, yo…
—Es curioso —lo interrumpió ella—. Te pasas toda la vida esperando algo y luego, cuando por fin aparece, no puedes tenerlo.
Víctor tragó saliva.
Estaba diciendo que lo amaba.
Lo sabía.
Y él no podía decir nada.
Él no era el hombre que esperaba, el hombre que sería su marido y el padre de sus hijos. Myriam se merecía lo mejor, un hombre que no hubiese dejado de soñar con esas cosas y él…
No. Él había fracasado una vez, no podría soportar otro fracaso.
—No pasa nada —sonrió ella, acariciando su cara—. No espero nada de ti.
—Pues deberías —dijo Víctor, sintiendo de repente un cansancio inmenso—. Maldita sea, Myriam, tienes derecho a esperarlo todo de un hombre. Absolutamente todo.
—Víctor…
—Yo…
—Tranquilo —lo interrumpió ella—. Si temes que te pida que te cases conmigo…
—No es eso.
—¿Cómo que no? He visto un brillo de pánico en tus ojos.
Víctor apretó su mano. Había perdido a Mary, no había podido salvarla. Y ahora estaba haciéndole daño a Myriam, perdiéndola también. Sí, era un genio, desde luego. Lo único que podía hacer era ayudarla a ver que estaba mejor sin él.
—Ojalá…
—No te estoy pidiendo que me quieras, Víctor —lo interrumpió ella—. Pero te pido que ames a alguien.
Él se quedó muy quieto. Casi habría podido jurar que su corazón se había parado un momento.
—No voy a ser yo, eso lo entiendo —siguió Myriam—. Sabía que ibas a marcharte. De hecho, aunque ahora mismo estamos juntos, ya siento que te estás apartando de mí.
—No, eso no es verdad —suspiró Víctor.
Pero así era. ¿Cómo podía Myriam leer sus pensamientos, entenderlo mejor de lo que él se entendía a sí mismo? ¿Cómo podía mirarlo y ver más allá de la fachada que presentaba ante los demás? ¿Cómo podía conocerlo tan bien y quererlo de todas formas?
—Yo no puedo ser el hombre que quieres.
Ella inclinó a un lado la cabeza para estudiarlo detenidamente.
—¿Y cómo sabes lo que yo quiero?
—Supe la clase de mujer que eras en cuanto te vi —sonrió Víctor, con tristeza—. Tú eres de las que quiere una casita, niños, un perro, de las que hacen galletas y barbacoas los domingos. Eso eres, Myriam.
Todo lo que él deseaba y no podía tener.
—Es posible. Pero yo también sé algo sobre ti, Víctor —dijo ella entonces, mirándolo a los ojos.
—¿Qué?
—Que te has rendido demasiado pronto. Te has apartado de todo cuando deberías haberlo intentado otra vez. Y ahora, no te queda nada. Hasta que vuelvas a amar, seguirás muerto por dentro —murmuró Myriam, dándole un beso en los labios—. Y si eso es todo lo que quieres de la vida, deberían haberte enterrado en la tumba, con Mary.
Tres días después, Víctor seguía furioso. Se agarraba a esa furia como un niño se agarra a la cuerda de un globo. Pero cuanto más lo intentaba, más parecía escaparse esa cuerda. Era difícil permanecer indignado cuando uno sospechaba que la persona culpable de esa indignación estaba en lo cierto.
Naturalmente, Myriam actuaba como si no hubiera pasado nada. Como si no lo hubiera obligado a mirarse al espejo, como si sólo fueran amigos.
Seguían compartiendo la casa, trabajaban juntos e incluso lo había llevado a ver el local donde pondría su negocio de repostería. La había visto jugar con la perrita, reír con su familia… sabía que recordaría todo eso a diario cuando volviese a Los Angeles.
Y, por la noche, la echaba de menos cuando se metía en la cama.
Ella lo trataba como trataría a cualquier invitado y eso lo ponía enfermo. Habría preferido discutir o que lo hubiera echado de su casa. Pero Myriam, por supuesto, nunca hacía lo que se esperaba de ella.
Víctor no podía admitir que tenía razón, eso era pedir demasiado, pero una vocecita empezaba a recordarle que debía pensar en ello.
Había estado como muerto durante dos años. Se había escondido tras el fracaso de perder a Mary porque eso era más fácil que seguir intentándolo, que enfrentarse con el mundo. El sentimiento de culpa, la tristeza, se habían convertido en una segunda naturaleza para él y ya no sabía si podría cambiar. O si quería intentarlo.
Si pudiera, pensó, y volviera a fracasar, ¿entonces qué? Entonces se sentiría doblemente culpable y, además, habría destrozado la vida de Myriam.
¿De verdad quería arriesgarse?
Las últimas dos semanas habían sido sólo un respiro momentáneo. La familia Montemayor lo había sacado de entre las sombras, le habían dado la bienvenida y lo trataban como si fuera uno de ellos.
Myriam lo había hecho desear vivir otra vez.
Pero él no creía merecerlo.
Víctor se pasó una mano por la cara, intentando apartar de sí aquellos pensamientos, pero sin éxito. No volvería a ser tan fácil, pensó, observando la actividad que bullía a su alrededor.
La boda había sido como debía ser una boda. Nada elegante, nada lujosa, todo muy familiar. Sólo amigos y parientes y un banquete que, seguramente, duraría toda la noche.
Estaba en una mesa medio escondida entre los árboles y desde allí veía la fiesta. Entonces se dio cuenta de que empezaba a ser un extraño otra vez.
Y lo hacía voluntariamente.
La música estaba a todo volumen y había parejas bailando sobre la hierba con la misma habilidad que si lo hicieran en una pista de baile. Los niños corrían entre ellos, riendo y peleándose por la tarta. Por supuesto, había montañas de comida y, en la barra en la que servían margaritas, la gente tenía que abrirse paso a codazos.
Víctor era claramente el único que no lo estaba pasando bien.
—¿Qué tal?
Sorprendido, Víctor levantó la cabeza. Era el novio.
—Bien. Una boda estupenda.
—Ah, sí, te creo —rió Eric, soltando las muletas para sentarse al lado de su amigo—. He venido a decirte que los otros invitados han empezado a quejarse. Lo estás pasando demasiado bien y se te nota.
—Muy gracioso.
Al fin y al cabo, había ido a la boda, ¿no? Se había quedado en Sunrise Beach cuando lo que deseaba era escapar. Vivía en casa de Myriam… sin tocarla, torturándose a sí mismo para no defraudar a Eric.
—Bueno, ¿estás enamorado de mi hermana o no?
—¿Qué?
Víctor se puso nervioso. No había esperado esa pregunta… Ya debería saber que los Montemayor siempre hacían y decían lo más inesperado, pero no podía contarle a Eric la verdad sin haber hablado con Myriam.
—Me has oído perfectamente.
—No.
Era mentira, lo supo nada más pronunciar el monosílabo. ¿Amor? ¿De verdad la amaba? Y si era así… ¿eso lo cambiaba todo?
No.
—Entonces, eres idiota.
—No te metas en esto, Eric.
—Tengo que hacerlo.
—Me marcho mañana —dijo Víctor—. Problema resuelto.
—Eso crees, ¿verdad?
Eric miró por encima de su hombro y Víctor siguió la dirección de su mirada. Myriam estaba bailando con un hombre mayor, riendo y haciendo una especie de fox trot sólo para alegrarle la vida. Ella era así, estaba en su naturaleza. Víctor tuvo que sonreír. Su pelo brillaba bajo la luz de las lamparitas que había por todo el jardín y el vestido verde oscuro de dama de honor se pegaba a sus curvas de una forma deliciosa. Estaba más guapa que nunca.
Myriam estaba riendo en ese momento y algo le dijo que durante el resto de su vida estaría esperando oír esa risa, que estaría buscándola entra la gente.
—Sí, un idiota —insistió Eric.
—Vete, anda.
Víctor quería una copa, pero decidió tomar otro café. Había decidido irse a Los Angeles después del banquete, así que no podía ahogar sus penas en un cubo de margaritas… por mucho que le apeteciera.
—Me voy —suspiró Eric, apoyándose en las muletas—. Debería haberte advertido que no le hicieras daño a mi hermana. Ahora es demasiado tarde.
El sentimiento de culpa, ese viejo amigo de Víctor, apareció de nuevo.
—No quería hacerle daño, te lo juro. Pero cuando me vaya se le pasará.
Eric negó con la cabeza, entristecido.
—Desde luego, eres un idiota.
Un par de horas después, la gente empezó a despedirse. Eric y Jen se habían marchado para empezar su luna de miel y, mientras los camareros recogían las mesas, los invitados que quedaban se distribuían en pequeños grupos por el jardín.
Víctor no dejaba de mirar a Myriam y ella debió notarlo porque se volvió, con una sonrisa en los labios, y dejó a sus amigas para acercarse a la mesa. Como si fuera un imán, Víctor se levantó para encontrarse con ella.
El aroma de su perfume le llegó enseguida y respiró profundamente, sabiendo que pronto eso sería lo único que le quedaría de ella. Esa noche, ese recuerdo, ese frágil aroma que se le había metido en el corazón.
—Ha sido una boda preciosa, ¿verdad? —sonrió Myriam.
—Sí, preciosa.
Ella suspiró, agotada.
—Y un banquete magnífico.
—Sí, estupendo.
—Jen estaba muy guapa, ¿verdad?
—¿Ah, sí? Apenas me he fijado, estaba mirándote a ti.
«Estúpido», se regañó a sí mismo. No lo hagas más difícil. Pero no podía evitarlo. Estar a su lado era más embriagador que un litro de alcohol.
Pero Myriam perdió la sonrisa.
—Te marchas, ¿verdad?
—Esta noche.
Ella respiró profundamente.
—Vaya.
—Tengo que volver a mi consulta.
—La consulta del doctor Parker está en venta. Hace falta un médico en Sunrise Beach.
—Lo sé, tu madre me ha dado el número de teléfono.
—Entonces, ya sabes que te echaremos de menos.
Nadie desde Mary lo había echado de menos. Y saber que los Montemayor lo harían… que Myriam lo echaría de menos, hacía que su partida fuese aún más difícil.
—Sí, lo sé.
—Pero te vas.
—Es mejor para los dos.
Ella se apartó el pelo de la cara.
—¿Sabes lo que es realmente triste? Que lo creas de verdad.
Alguien puso una canción romántica en el estéreo. La melodía parecía colarse entre la brisa, acercándolos…
(aqui es donde iria la cancion jeje)
—Lo creo de verdad.
—Víctor…
—Baila conmigo —dijo él entonces. Si tenía que irse, al menos quería tenerla entre sus brazos una vez más. ¿Era mucho pedir? ¿Era mucho desear? Myriam le puso la mano izquierda sobre el hombro y dejó que tomara su mano derecha. Apenas se movían, pero daba igual.
Víctor, perdido en sus ojos, casi podía sentir el corazón de Myriam latiendo al mismo ritmo que el suyo. Y supo que la echaría de menos el resto de su vida.
—Estás pensando otra vez.
—Sí, supongo que sí.
Ella echó la cabeza hacia atrás para mirarlo a los ojos.
—Vas a echarme de menos.
—Sí, creo que sí.
—Vas a lamentar haberte ido.
A Víctor se le encogió el corazón. Pero aun así, se obligó a sí mismo a sonreír.
—Seguramente.
—Me quieres.
Él dejó de bailar, pero no la soltó. No dijo nada, no sería capaz de articular palabra aunque lo intentase.
—Ah, esta vez no hay respuesta —sonrió Myriam.
—Ojalá fuese de otra manera…
—Podría serlo. Si tú quisieras.
Víctor quería creerlo, pero había pasado demasiado tiempo. Dos semanas de felicidad no eran suficiente para hacerle olvidar dos años de tristeza. ¿Y cómo podía creer en el futuro cuando estaba atado al pasado?
Ella dio un paso atrás, pero no se alejó demasiado.
—Te he mentido, Víctor.
—¿Qué?
—Cuando te dije que no esperaba que me amases, pero que debías amar a alguien —murmuró Myriam, acariciando su cara—. Yo quiero ser ese alguien.
—Myriam…
—No te estoy pidiendo que dejes de querer a Mary. Siempre la querrás y me parece muy bien. Pero deseo que me quieras a mí también.
Hacía que todo pareciese tan sencillo… Pero él sabía que no lo era. No podía ser tan sencillo dejar una vida y empezar otra. ¿O sí?
Myriam tenía los ojos brillantes y Víctor rezaba para que no se pusiera a llorar. Porque eso lo mataría.
—Lo siento.
—Sí, lo sé —murmuró ella—. Pero te quiero de todas formas.
—Lo sé —dijo Víctor. Y luego, haciendo un esfuerzo sobrehumano, se alejó.
por si no saben cual es la Cancion de Aqui estoy yo aqui les dejo la letra
Aquí estoy yo
para hacerte reir cada vez mas
confia en mi, deja tus miedos atrás y ya veras
aquí estoy yo con un beso quemandome los labios
es para ti, puede tu vida cambiar dejame entrar
Le pido al sol que una estrella azul
viaje hasta a ti y te enamore su luz
"Coro"
Aqui estoy yo
abriendote mi corazon
llenando tu falta de amor
cerrandole el paso al dolor
no temas yo te cuidare
solo aceptame
Aqui estoy para darte mi fuerza y mi aliento…
y ayudarte a pintar mariposas en la oscurdad
seran de verdad
Quiero ser yo quien despierte en ti nuevos sentimientos
y te enseña a querer y entregarte otra vez sin medir
los abrasos que des........
Le pido a Dios
un toque de inspiración
para desir
lo que tu esperas oir de mi
Aquí estoy yo
abriendote mi corazón
llenando tu falta de amor
cerrandole el paso al dolor
no temas yo te cuidare
solo aceptame
Dame tus alas mas las voy a curar
y de mi mano te invito a volar…..
Aquí estoy yo (y aquí estoy yo)
abriendote mi corazón (mi corazon)
llenando tu falta de amor (falta de amor)
cerrándole el paso al dolor (cerrándole el paso al dolor)
no temas yo te cuidaré (te cuidaré)
solo aceptame (aceptame)
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cerréndole el paso al dolor
no temas yo te cuidaré
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