EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
+5
rodmina
alma.fra
mariateressina
Marianita
QLs
9 participantes
Página 1 de 1.
EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Hola niñas !! aqui les dejo otro refrito que es de mis favoritos heheheheh cuidence y disfrutenloo muchooo
El doctor Víctor García cerró del golpe las puertas del Country General Hospital de San Antonio, Texas, sintiendo cómo la ira y la frustración le hacían un nudo en la garganta. No soportaba la pérdida de un paciente. Era algo que odiaba con todas sus fuerzas.
Suponía que lo mismo le pasaba a todos los médicos, pero para él lo peor eran siempre los bebés. Y se había deshecho en lágrimas, hasta el punto que tuvieron que llamar a su médico de cabecera para que se ocupara de él. Era un hombre que quería tanto a su hijo... lástima que no todos los padres sintieran lo mismo. La furia que Víctor albergaba en su interior era tan amarga como antigua. Si alguna vez tenía hijos siempre estaría a su lado, pensó mientras cruzaba el aparcamiento hacia el Ford Explorer que había comprado mientras vivía en California.
Al ir con la cabeza gacha, no se dio cuenta de que una mujer se cruzaba en su camino hasta casi chocar con ella.
- Disculpe- automáticamente, la agarró por el codo u sólo entonces vio quién era- Myriam- dijo, sin soltarla.
Myriam Montemayor era una enfermera de pediatría con quién él había trabajado regularmente en la universidad de maternidad. Era una mujer sensata, sensible y digna de confianza, y, sin lugar a dudas, era la favorita de Víctor de todo el hospital. Tenían la costumbre de tomar café juntos una o dos veces por semana, siempre que coincidían en la cafetería o en la sala de descanso. Víctor no sabía cómo había sucedido, pero Myriam se había convertido en la única persona a la que podía confiar las decisiones vitales que con frecuencia se veía obligado a tomar. Y, de hecho, había empezado a modificar sus ratos libres para que coincidieran con los de ella.
Pero Myriam que tenía frente a él en esos momentos no era la enfermera de piel clara con todos los botones abrochados y sus rojos cabellos fuertes recogidos. No, ésta tenía una espesa melena rizada que le caía en cascada sobre los hombros y la espalda, brillando a la luz de la mañana con un destello casi antinatural. Una melena que estaba liberando de las horquillas en el momento en que casi habían chocado los dos.
- Doctor García... Víctor- dijo cuando él la apuntó con un dedo, recordándole que debía de llamarlo Víctor cuando no estuvieran de servicio-. Lo siento. Tendría que haber ido con más atención.
- Yo, eh... estaba distraído-dijo él, sin poder creerse que aquella fuera la misma mujer que él conocía-. Nunca te he visto con el pelo suelto. Lo tienes muy... abundante.
El rubor coloreó las mejillas de Myriam, que agachó la cabeza con timidez, un gesto muy característico en ella.
-Querrás decir que lo tengo hecho un desastre. He pensado en cortármelo.
El no dijo nada, pero tuvo el impulso de suplicarle que no lo hiciera, de decirle que un pelo así era la fantasía de cualquier hombre, de que podía imaginarse a sí mismo envuelto con esa preciosa melena, viéndola relucir mientras...
¿Pero en qué demonios estaba pensando? Se trataba de Myriam, por amor de dios. Era su ayudante, su amiga, su confidente.
-¿Víctor?- lo miraba atentamente, con sus hermosos ojos esmeralda abiertos de preocupación-.
¿Estas bien?- le puso una mano en el brazo-. El bebé de los Simond no ha sobrevivido, ¿verdad?
El cálido tacto de su mano devolvió a Víctor a la realidad. En silencio, negó con la cabeza, mientras le volvían a la mente las razones por su falta de concentración.
- Sabes que hiciste todo lo posible- continuó ella, acariciándole ligeramente el brazo-. Yo sabía que era un milagro que consiguiera sobrevivir una semana- soltó un suspiro-. Y tenemos que asumir que, con tantos bebés prematuros a los que vemos con problemas graves, los milagros no suceden muy a menudo.
- Aun así me ha dejado destrozado-reconoció él. Ella inclinó la cabeza y le sonrió compasivamente.
-Ésa es una de las razones por las que eres el mejor médico del hospital. Porque te preocupas de verdad por tus pacientes.
-Demasiado, a veces- se pasó una mano por la cara y se masajeó la sien. Estoy rendido. Me he pasado casi toda la noche con ese caso. Voy a intentar dormir un poco.
- Mi turno acabó a las siete- dijo ella asintiendo-. Yo también me voy a casa- dio un paso atrás, dudó y le dio un breve apretón en el hombro-. Vete a descansar. E intenta no sentirte muy mal. Ese bebé tuvo suerte de tenerte a ti como médico.
Con una última sonrisa, se subió a un pequeño Mazda rojo y salió del aparcamiento.
Víctor se quedó allí de pie, viendo cómo se perdía de vista. Un deportivo rojo... Si alguna vez hubiera pensado en el tipo de coche de Myriam, habría supuesto que sería un utilitario o un sedán discreto y de color oscuro. Era toda una sorpresa, aunque no sabía por qué. Igual que el pelo. Tal vez Myriam no era tan sensible y desapasionada como la imagen que ofrecía.
Al darse cuenta de que se estaba masajeando el hombro que ella le había tocado, dejó caer la mano y puso una mueca. Dios, ¿qué le pasaba? Nunca había sido un mujeriego y tampoco solía perder la cabeza por las enfermeras, y sin embargo allí estaba, preguntándose cómo sería ver a Myriam Montemayor acostada bajo él con su gloriosa melena extendida sobre la almohada.
Ciertamente sería algo estupendo, pensó. Como hombre, no había podido dejar de fijarse en el esbelto trasero que escondían sus pantalones de uniforme y en sus pechos generosos y redondeados, realzados por una estrecha cintura... Pero siempre se recordaba que era una amiga y nada más. A diferencia de las demás mujeres que conocía, y aun conociendo sus relaciones familiares, Myriam no quería nada de él, ni sexo, ni matrimonio, ni dinero ni prestigio. Y eso la hacía muy interesante. Era dulce y atenta, y, para ser sincero, Víctor tenía que admitir que en más de una ocasión se había preguntado si sería igual de dulce y atenta en la cama, o si por el contrario se trasformaría en una gata salvaje y...
<<Para ya>>, se recriminó a sí mismo. << Myriam se quedaría horrorizada si supiera lo que estás pensando>>.
Apartó las imágenes de su mente y se subió a su coche para dirigirse hacia la casa de su madre, en Kingston Estates, no muy lejos del hospital. Era uno de los barrios más nuevos de San Antonio, un enclave de lujo y riqueza desmedida, y la casa de su madre no era ningún excepción.
Víctor había crecido en un ambiente mucho más modesto. Su madre apenas había podido mantener a sus hijos bajo techo, y Víctor se había esforzado mucho para ingresar en la facultad de medicina, sabiendo que su única esperanza estaba en las becas y subvenciones. Y entonces, seis años atrás, su hermana descubrió que su madre no había sido del todo sincera con sus hijos.
Gabriela y él siempre habían asumido que su madre no había tenido familia, lo cual no podía ser menos cierto. Miranda tenía familia, muy numerosa, pero se había distanciado de todos ellos tras una pelea con su padre, años antes de que naciera Víctor.
Al principio, Miranda se había negado a una reconciliación, pero finalmente Gabriela consiguió que suavizara su postura. Su padre había fallecido, y su hermano, Ryan, la acogió en la familia con los brazos abiertos. Una familia, los García, que era una de las más acaudaladas de Texas.
Cuando Miranda decidió reclamar el apellido de los García, todo cambió. Habían pasado de ser un trío a formar parte de un... clan. Cierto era que el clan prodigaba la hospitalidad y el cariño, pero no por eso dejaba de ser abrumador tener un centenar de parientes en vez de dos.
Para sorpresa y desconcierto de Víctor, entrar en la familia implicaba compartir con su madre la inmensa propiedad de su abuelo. Su madre se convertía así en una de las herederas más ricas del país.
Víctor aún no estaba seguro de cómo se sentía por el dinero de los García. No envidiaba a su madre por haber vuelto a la vida de lujos en la que había nacido. Se lo merecía, después de haberlo pasado tan mal durante los años difíciles. Pero de una cosa sí estaba seguro: él no quería esa vida. Se había acostumbrado a marcarse su propio camino y no estaba dispuesto a permitir que nadie más lo hiciera por él. Aceptar dinero le parecía un acto de caridad, por mucho que su madre insistiera en que le pertenecía. No, él quería trabajar para vivir, y además, ese dinero no venía gratis. Tomarlo significaba atarse a la familia de su madre, y Víctor sabía muy bien que nadie daba nada sin esperar algo a cambio, ni siquiera los García.
De modo que lo único que aceptó de ellos fue el nombre. Y sólo porque prefería llevar el apellido del imbécil que abandonó a su madre.
Al aparcar el Explorer en el camino circular frente a la mansión de estilo mediterráneo con tejados rojos de estuco, volvió a invadirlo una profunda nostalgia. Salió del coche y, tras abrir con la llave que su madre le había dado para situaciones como ésa, se dirigió hacia la cocina.
-¡Víctor!- su madre lo vio al pasar por el comedor y se levantó-. No te esperaba- le dijo con una cálida sonrisa y un destello en sus ojos azules.
-Yo tampoco esperaba venir-dijo él parándose en la puerta-. Pero sólo tengo unas horas de descanso, y mi casa está demasiado lejos.
A pesar de que era muy temprano, de que no llevaba maquillaje y de que tenía sus negros cabellos recogidos, Miranda García seguía siendo una mujer hermosa. Había trabajado como una esclava para darles una vida digna a Víctor y a Gabriela, pero eso no le había hecho perder la elegancia propia de los García.
Los García... Su propia familia, los mismos rasgos que él mismo veía en el espejo cada vez que se afeitaba.
-¿Te importa si descanso aquí un rato?
- Pues claro que no- su madre se acercó y le dio un beso en la mejilla-. Vamos. Acuéstate. Pareces muy cansado.
Víctor se detuvo en la cocina para tomarse los restos de una ensalada de pollo, teniendo que oír las advertencias de la pequeña cocinera mexicana sobre los riesgos de engullir la comida a toda prisa. Cinco minutos después, ya en la habitación que solía usar cuando visitaba a su madre, se quitó los zapatos y se dejó caer en la cama.
Estaba sumido en un sueño profundo cuando el timbre del teléfono junto a la cama le hizo dar un respingo. Sobresaltado, y demasiado soñoliento como para pensar con coherencia, alargó una mano y agarró el articular. Seguramente sería una llamada del hospital.
Pero antes de poder contestar, una voz de hombre llamó la atención:
-... pensaba que te alegraría saber de mí, cariño.
Después de todo, soy el padre de tus hijos.
- Son sólo las ocho y media de la mañana.¿Qué quieres?- la voz de su madre sonada débil y temblorosa, lo que no era normal en ella.
-Supuse que te pillaría antes de que empezarás con tu rutina social diaria-había cierta zalamería en el tono del hombre-. Solo quiero un poquito de eso que tú tienes de sobra.
- Dinero- Miranda elevó el tono de voz, claramente enojada-. Tendría que haberlo sabido. Sólo el dinero te haría llamar, Alberto.
!Alberto! Era su padre, Alberto Carter. El hombre cuyo apellido había tenido que llevar durante casi toda su vida, a pesar de que se había marchado de casa antes de que naciera su segundo hijo.
-Recibí una carta de nuestra pequeña Gabriela, ¿sabes? Quería hacerme saber que había sido abuelo. Y la verdad es que me sorprendió mucho enterarme de que mi Randi estaba montada en el dólar. ¿Porqué nunca se te ocurrió compartir esa fortuna conmigo cuando estábamos casados?
-Eso no es asunto tuyo- Miranda intentó mostrar firmeza en su voz-. Hace treinta años que saliste de mi vida. Y no quiero que vuelvas a ella.
- Vaya, es una lástima, porque nuestra hija si que quiere. Me ha invitado a ir de visita y ver a mi nieta.
¿No es encantador?- Carter hablaba en un tono tan sensiblero que Víctor apretó los dientes. Pero entonces percibió, por detrás de la voz de su padre, un furioso susurro. Parecía una voz de mujer, pero no pudo distinguir las palabras.
-¡No te atrevas a venir aquí!- exclamó su madre-. ¡Aléjate de mí y de mis hijos! No formaste parte de su educación. NO.... no...
-Cálmate, Randi...
-¡No pienso calmarme!
-Cálmate, o pondré punto y final a esta conversación e iré directo a...
-¡No! Por favor, no se lo digas.
-Entonces cálmate , cariño. él vive en San Antonio- esa vez Víctor estuvo seguro de oír la voz de una mujer, pero fue apagada por la respiración angustiada de su madre.- He mantenido tu pequeño secreto durante mucho tiempo.¿No crees que merezco algo por ello?
-¿Cuánto, Alberto?- preguntó Miranda. Víctor jamás la había oído tan triste y derrotada-. ¿Cuánto quieres por salir otra vez de mi vida?
-Mmmm... No soy un hombre codicioso, Randi, cariño. ¿Qué tal veinticinco mil por cada gemelo? Eso me ayudaría a salir adelante.
-¿Cincuenta mil dólares?- preguntó Miranda, completamente desconcertada-. ¡No puedes hablar en serio!
- Claro que hablo en serio, cariño- le aseguró Carter soltando una carcajada-. Con todo el dinero que recibiste cuando el viejo Raúl estiró la pata, no te supondrá mucha diferencia.
-No pronuncies el nombre de mi padre, cerdo- la voz de Miranda volvía a temblar-. Mi padre era..
-Supongo que esto debe de ser un shock- la interrumpió Carter-. Te daré un tiempo para que lo pienses. Iré a San Antonio a ver a mi hija y a mi nieta, y tal vez a mi hijo. Nos vemos entonces, cariño, y podremos solucionar el trato.
- No hay ningún trato- espetó Miranda, pero sus palabras carecían de convicción.
-Oh, lo habrá- aseguró Carter-. O iré a ver a cierto magnate del petróleo y le preguntaré cómo son sus gemelos- Miranda emitió un sonido ininteligible-. Hasta la vista, Randi. Pronto tendremos una verdadera reunión familiar- y con eso, acabó la conversación.
-Oh , dios mío. Oh, dios mío. Oh, dios mío...
Víctor se dio cuenta de que su madre no había colgado. Bajo corriendo las escaleras, con un nudo en el pecho y las manos temblándole de tensión. Irrumpió en el comedor, donde su madre seguía sentada, con el teléfono en una mano y una expresión de horror en el rostro.
-Estaba escuchando- le dijo él-. ¿Qué demonios quiere ese bastardo?¿Qué quiso decir con <<los gemelos>>?
- No hables así, querido- lo reprendió su madre. Entonces, para horror de Víctor, estalló en lagrimas.
Myriam Montemayor entró en la sala de personal a las siete y media de la tarde y fue derecha a su armario. Gracias a Dios su semana de trabajo acababa tras el turno del día siguiente. Las guardias de doce horas eran agotadoras, pero nada más llegar a su casa aquella mañana había recibido una llamada urgente del director. Otra de las enfermeras se había puesto enferma con gripe.
Como Myriam vivía cerca del hospital, era a quien casi siempre llamaban cada vez que había un problema. Y normalmente no le importaba. Después de todo, su vida social no era precisamente gran cosa. Por eso, cuando recibió la llamada del director, volvió al hospital y estuvo de guardia otras doce horas. En total, casi veinticuatro horas seguidas, lo que siempre le había causado estragos en su organismo. Sólo quería irse a casa y derrumbarme en la cama.
Entonces se dio cuenta de que no estaba sola en la sala. Víctor García estaba sentado en una silla, con sus grandes y experimentadas manos colgándole entre las rodillas. Parecía mirar la vacío, y sus atractivos rasgos estaban pálidos y desencajados. Myriam ni siquiera estaba segura de que hubiera advertido su presencia.
Lentamente, se acercó a él y se sentó a su lado.
-¿Te encuentras bien?
Víctor parpadeó, como volviendo a la realidad. Pareció pensar por unos segundos y entonces se encogió de hombros.
- La verdad es que no.
-¿Sigues lamentándote por lo del bebé de los Simond?
-Es mas que eso.
-Oh...¿Quieres hablar de ello?
Víctor volvió la cabeza y la miró, y la punzada de deseo que Myriam sentía cada vez que clavaba en ella aquellos ojos oscuros la golpeó en el estómago y se propagó hacia un punto mucho más íntimo. Cielo santo, qué guapo era...
La primera vez que ella lo vio fue cuatro años atrás, en su primer día de trabajo en el hospital. Él había ido a la unidad de maternidad, y el director los había presentado. Entonces él la había mirado fijamente y le había estrechado la mano... y ella tuvo suerte de poder emitir un débil saludo, al menos.
Desde entonces no había dejado de afectarla poderosamente. Y Myriam temía que siempre fuera así. Durante el primer año había intentado convencerse de que sólo era un enamoramiento. Una enfermera joven e inexperta prendada de un médico guapo y rico. Algo muy normal y natural. Pero al acabar el segundo año, cuando descubrió que le seguía gustando por muy cansado que a veces pareciera o por muy gruñón que fuera con los empleados incompetentes, Myriam empezó a preocuparse seriamente. Y al término del tercer año, cuando descubrió que no le importaría que se quedara sin trabajo y sin un centavo, acabó aceptándolo. Víctor García era el único hombre al que le entregaría su corazón, aunque las posibilidades de que eso ocurriera eran más escasas que las de ganar un Oscar.
No iba a ocurrir. Ni ahora ni nunca. Los hombres como Víctor no iban detrás de las pelirrojas tímidas que no sabían ni maquillarse. No, iban detrás del glamour. Igual que su padre. Y el glamour era algo que ella. Myriam Montemayor Cruz, jamás tendría.
- Contártelo me llevaría toda la noche- le dijo Víctor.
A pesar de estar exhausta, el propósito de Myriam de irse a la cama se desvaneció por completo. En esos momentos Víctor necesitaba una amiga, y ella no iba a abandonarlo.
- Estoy libre durante las siguientes doce horas- le dijo-. Y sé escuchar.
Él le sonrió, rascándose la barba incipiente que le oscurecía la mandíbula.
-Sí, sabes escuchar- de repente pareció tomar una decisión-.¿Quieres comer algo?
- Claro- dijo ella, intentando ocultar la euforia que sentía. Habían charlado y tomado café muchísimas veces durante los últimos años, pero una cena después del trabajo... era algo diferente.
- En ese caso vamos a The Diner- dijo él.
- De acuerdo- The Diner era un restaurante cercano, frecuentado por el personal del hospital. Myriam se levantó y fue a colgarse la bolsa al hombro, pero Víctor se la quitó y se la colgó él mismo, junto con la suya propia-. Gracias- dijo, agradablemente sorprendida. ¿Cuántos hombres eran así de caballerosos?
- Un placer- dijo él con una sonrisa mientras le abría la puerta. Mi madre me educó para ser un caballero.
- Pues hizo un buen trabajo.
-Y tanto que sí- comentó él pensativamente mientras esperaban el ascensor-. Era una madre soltera pero se esforzó para que mi hermana y yo creciéramos con buenos modales y sentido común.
-¿Y... tu padre?- era la primera vez que le hacía una pregunta tan personal.
- Mi padre nos abandono cuando mi madre estaba embarazada de mi hermana- había tanto odio en su voz que Myriam se sobrecogió-. Yo tenía tan sólo un año.
- Eso es muy triste- dijo ella suavemente-. Pero tu padre fue el que más perdió. Al menos tu madre tenía dinero. De otro modo las cosas hubieran sido difíciles.
- Por aquel entonces no teníamos dinero- dijo él con una gélida sonrisa-. Hasta hace seis años ni siquiera sabía que mi madre era una García.
-Pero tu apellido...
-Acepte el apellido de García porque mi tío insistió, no mucho después de descubrir que pertenecía a la familia. No tenía el menor deseo de llevar el mismo apellido que un hombre que abandonó a su mujer y a sus hijos.
Myriam se preguntó si Víctor era consciente de cuánto dolor había revelado en aquel simple comentario.
- Mi padre también abandonó a mi madre- confesó. Quería hacerle saber que comprendía su angustia-. Yo tenía doce años, así que lo recuerdo muy bien.
- Al menos conociste a tu padre.
-Sí- aunque no estaba segura de que eso hubiera supuesto una diferencia, ya que, por lo visto, no lo había conocido en absoluto. Una pena demasiado familiar la asaltó. Su padre estaba muerto, de modo que jamás podrían volver a hablar ni superar el abismo que los había separado durante años.
El doctor Víctor García cerró del golpe las puertas del Country General Hospital de San Antonio, Texas, sintiendo cómo la ira y la frustración le hacían un nudo en la garganta. No soportaba la pérdida de un paciente. Era algo que odiaba con todas sus fuerzas.
Suponía que lo mismo le pasaba a todos los médicos, pero para él lo peor eran siempre los bebés. Y se había deshecho en lágrimas, hasta el punto que tuvieron que llamar a su médico de cabecera para que se ocupara de él. Era un hombre que quería tanto a su hijo... lástima que no todos los padres sintieran lo mismo. La furia que Víctor albergaba en su interior era tan amarga como antigua. Si alguna vez tenía hijos siempre estaría a su lado, pensó mientras cruzaba el aparcamiento hacia el Ford Explorer que había comprado mientras vivía en California.
Al ir con la cabeza gacha, no se dio cuenta de que una mujer se cruzaba en su camino hasta casi chocar con ella.
- Disculpe- automáticamente, la agarró por el codo u sólo entonces vio quién era- Myriam- dijo, sin soltarla.
Myriam Montemayor era una enfermera de pediatría con quién él había trabajado regularmente en la universidad de maternidad. Era una mujer sensata, sensible y digna de confianza, y, sin lugar a dudas, era la favorita de Víctor de todo el hospital. Tenían la costumbre de tomar café juntos una o dos veces por semana, siempre que coincidían en la cafetería o en la sala de descanso. Víctor no sabía cómo había sucedido, pero Myriam se había convertido en la única persona a la que podía confiar las decisiones vitales que con frecuencia se veía obligado a tomar. Y, de hecho, había empezado a modificar sus ratos libres para que coincidieran con los de ella.
Pero Myriam que tenía frente a él en esos momentos no era la enfermera de piel clara con todos los botones abrochados y sus rojos cabellos fuertes recogidos. No, ésta tenía una espesa melena rizada que le caía en cascada sobre los hombros y la espalda, brillando a la luz de la mañana con un destello casi antinatural. Una melena que estaba liberando de las horquillas en el momento en que casi habían chocado los dos.
- Doctor García... Víctor- dijo cuando él la apuntó con un dedo, recordándole que debía de llamarlo Víctor cuando no estuvieran de servicio-. Lo siento. Tendría que haber ido con más atención.
- Yo, eh... estaba distraído-dijo él, sin poder creerse que aquella fuera la misma mujer que él conocía-. Nunca te he visto con el pelo suelto. Lo tienes muy... abundante.
El rubor coloreó las mejillas de Myriam, que agachó la cabeza con timidez, un gesto muy característico en ella.
-Querrás decir que lo tengo hecho un desastre. He pensado en cortármelo.
El no dijo nada, pero tuvo el impulso de suplicarle que no lo hiciera, de decirle que un pelo así era la fantasía de cualquier hombre, de que podía imaginarse a sí mismo envuelto con esa preciosa melena, viéndola relucir mientras...
¿Pero en qué demonios estaba pensando? Se trataba de Myriam, por amor de dios. Era su ayudante, su amiga, su confidente.
-¿Víctor?- lo miraba atentamente, con sus hermosos ojos esmeralda abiertos de preocupación-.
¿Estas bien?- le puso una mano en el brazo-. El bebé de los Simond no ha sobrevivido, ¿verdad?
El cálido tacto de su mano devolvió a Víctor a la realidad. En silencio, negó con la cabeza, mientras le volvían a la mente las razones por su falta de concentración.
- Sabes que hiciste todo lo posible- continuó ella, acariciándole ligeramente el brazo-. Yo sabía que era un milagro que consiguiera sobrevivir una semana- soltó un suspiro-. Y tenemos que asumir que, con tantos bebés prematuros a los que vemos con problemas graves, los milagros no suceden muy a menudo.
- Aun así me ha dejado destrozado-reconoció él. Ella inclinó la cabeza y le sonrió compasivamente.
-Ésa es una de las razones por las que eres el mejor médico del hospital. Porque te preocupas de verdad por tus pacientes.
-Demasiado, a veces- se pasó una mano por la cara y se masajeó la sien. Estoy rendido. Me he pasado casi toda la noche con ese caso. Voy a intentar dormir un poco.
- Mi turno acabó a las siete- dijo ella asintiendo-. Yo también me voy a casa- dio un paso atrás, dudó y le dio un breve apretón en el hombro-. Vete a descansar. E intenta no sentirte muy mal. Ese bebé tuvo suerte de tenerte a ti como médico.
Con una última sonrisa, se subió a un pequeño Mazda rojo y salió del aparcamiento.
Víctor se quedó allí de pie, viendo cómo se perdía de vista. Un deportivo rojo... Si alguna vez hubiera pensado en el tipo de coche de Myriam, habría supuesto que sería un utilitario o un sedán discreto y de color oscuro. Era toda una sorpresa, aunque no sabía por qué. Igual que el pelo. Tal vez Myriam no era tan sensible y desapasionada como la imagen que ofrecía.
Al darse cuenta de que se estaba masajeando el hombro que ella le había tocado, dejó caer la mano y puso una mueca. Dios, ¿qué le pasaba? Nunca había sido un mujeriego y tampoco solía perder la cabeza por las enfermeras, y sin embargo allí estaba, preguntándose cómo sería ver a Myriam Montemayor acostada bajo él con su gloriosa melena extendida sobre la almohada.
Ciertamente sería algo estupendo, pensó. Como hombre, no había podido dejar de fijarse en el esbelto trasero que escondían sus pantalones de uniforme y en sus pechos generosos y redondeados, realzados por una estrecha cintura... Pero siempre se recordaba que era una amiga y nada más. A diferencia de las demás mujeres que conocía, y aun conociendo sus relaciones familiares, Myriam no quería nada de él, ni sexo, ni matrimonio, ni dinero ni prestigio. Y eso la hacía muy interesante. Era dulce y atenta, y, para ser sincero, Víctor tenía que admitir que en más de una ocasión se había preguntado si sería igual de dulce y atenta en la cama, o si por el contrario se trasformaría en una gata salvaje y...
<<Para ya>>, se recriminó a sí mismo. << Myriam se quedaría horrorizada si supiera lo que estás pensando>>.
Apartó las imágenes de su mente y se subió a su coche para dirigirse hacia la casa de su madre, en Kingston Estates, no muy lejos del hospital. Era uno de los barrios más nuevos de San Antonio, un enclave de lujo y riqueza desmedida, y la casa de su madre no era ningún excepción.
Víctor había crecido en un ambiente mucho más modesto. Su madre apenas había podido mantener a sus hijos bajo techo, y Víctor se había esforzado mucho para ingresar en la facultad de medicina, sabiendo que su única esperanza estaba en las becas y subvenciones. Y entonces, seis años atrás, su hermana descubrió que su madre no había sido del todo sincera con sus hijos.
Gabriela y él siempre habían asumido que su madre no había tenido familia, lo cual no podía ser menos cierto. Miranda tenía familia, muy numerosa, pero se había distanciado de todos ellos tras una pelea con su padre, años antes de que naciera Víctor.
Al principio, Miranda se había negado a una reconciliación, pero finalmente Gabriela consiguió que suavizara su postura. Su padre había fallecido, y su hermano, Ryan, la acogió en la familia con los brazos abiertos. Una familia, los García, que era una de las más acaudaladas de Texas.
Cuando Miranda decidió reclamar el apellido de los García, todo cambió. Habían pasado de ser un trío a formar parte de un... clan. Cierto era que el clan prodigaba la hospitalidad y el cariño, pero no por eso dejaba de ser abrumador tener un centenar de parientes en vez de dos.
Para sorpresa y desconcierto de Víctor, entrar en la familia implicaba compartir con su madre la inmensa propiedad de su abuelo. Su madre se convertía así en una de las herederas más ricas del país.
Víctor aún no estaba seguro de cómo se sentía por el dinero de los García. No envidiaba a su madre por haber vuelto a la vida de lujos en la que había nacido. Se lo merecía, después de haberlo pasado tan mal durante los años difíciles. Pero de una cosa sí estaba seguro: él no quería esa vida. Se había acostumbrado a marcarse su propio camino y no estaba dispuesto a permitir que nadie más lo hiciera por él. Aceptar dinero le parecía un acto de caridad, por mucho que su madre insistiera en que le pertenecía. No, él quería trabajar para vivir, y además, ese dinero no venía gratis. Tomarlo significaba atarse a la familia de su madre, y Víctor sabía muy bien que nadie daba nada sin esperar algo a cambio, ni siquiera los García.
De modo que lo único que aceptó de ellos fue el nombre. Y sólo porque prefería llevar el apellido del imbécil que abandonó a su madre.
Al aparcar el Explorer en el camino circular frente a la mansión de estilo mediterráneo con tejados rojos de estuco, volvió a invadirlo una profunda nostalgia. Salió del coche y, tras abrir con la llave que su madre le había dado para situaciones como ésa, se dirigió hacia la cocina.
-¡Víctor!- su madre lo vio al pasar por el comedor y se levantó-. No te esperaba- le dijo con una cálida sonrisa y un destello en sus ojos azules.
-Yo tampoco esperaba venir-dijo él parándose en la puerta-. Pero sólo tengo unas horas de descanso, y mi casa está demasiado lejos.
A pesar de que era muy temprano, de que no llevaba maquillaje y de que tenía sus negros cabellos recogidos, Miranda García seguía siendo una mujer hermosa. Había trabajado como una esclava para darles una vida digna a Víctor y a Gabriela, pero eso no le había hecho perder la elegancia propia de los García.
Los García... Su propia familia, los mismos rasgos que él mismo veía en el espejo cada vez que se afeitaba.
-¿Te importa si descanso aquí un rato?
- Pues claro que no- su madre se acercó y le dio un beso en la mejilla-. Vamos. Acuéstate. Pareces muy cansado.
Víctor se detuvo en la cocina para tomarse los restos de una ensalada de pollo, teniendo que oír las advertencias de la pequeña cocinera mexicana sobre los riesgos de engullir la comida a toda prisa. Cinco minutos después, ya en la habitación que solía usar cuando visitaba a su madre, se quitó los zapatos y se dejó caer en la cama.
Estaba sumido en un sueño profundo cuando el timbre del teléfono junto a la cama le hizo dar un respingo. Sobresaltado, y demasiado soñoliento como para pensar con coherencia, alargó una mano y agarró el articular. Seguramente sería una llamada del hospital.
Pero antes de poder contestar, una voz de hombre llamó la atención:
-... pensaba que te alegraría saber de mí, cariño.
Después de todo, soy el padre de tus hijos.
- Son sólo las ocho y media de la mañana.¿Qué quieres?- la voz de su madre sonada débil y temblorosa, lo que no era normal en ella.
-Supuse que te pillaría antes de que empezarás con tu rutina social diaria-había cierta zalamería en el tono del hombre-. Solo quiero un poquito de eso que tú tienes de sobra.
- Dinero- Miranda elevó el tono de voz, claramente enojada-. Tendría que haberlo sabido. Sólo el dinero te haría llamar, Alberto.
!Alberto! Era su padre, Alberto Carter. El hombre cuyo apellido había tenido que llevar durante casi toda su vida, a pesar de que se había marchado de casa antes de que naciera su segundo hijo.
-Recibí una carta de nuestra pequeña Gabriela, ¿sabes? Quería hacerme saber que había sido abuelo. Y la verdad es que me sorprendió mucho enterarme de que mi Randi estaba montada en el dólar. ¿Porqué nunca se te ocurrió compartir esa fortuna conmigo cuando estábamos casados?
-Eso no es asunto tuyo- Miranda intentó mostrar firmeza en su voz-. Hace treinta años que saliste de mi vida. Y no quiero que vuelvas a ella.
- Vaya, es una lástima, porque nuestra hija si que quiere. Me ha invitado a ir de visita y ver a mi nieta.
¿No es encantador?- Carter hablaba en un tono tan sensiblero que Víctor apretó los dientes. Pero entonces percibió, por detrás de la voz de su padre, un furioso susurro. Parecía una voz de mujer, pero no pudo distinguir las palabras.
-¡No te atrevas a venir aquí!- exclamó su madre-. ¡Aléjate de mí y de mis hijos! No formaste parte de su educación. NO.... no...
-Cálmate, Randi...
-¡No pienso calmarme!
-Cálmate, o pondré punto y final a esta conversación e iré directo a...
-¡No! Por favor, no se lo digas.
-Entonces cálmate , cariño. él vive en San Antonio- esa vez Víctor estuvo seguro de oír la voz de una mujer, pero fue apagada por la respiración angustiada de su madre.- He mantenido tu pequeño secreto durante mucho tiempo.¿No crees que merezco algo por ello?
-¿Cuánto, Alberto?- preguntó Miranda. Víctor jamás la había oído tan triste y derrotada-. ¿Cuánto quieres por salir otra vez de mi vida?
-Mmmm... No soy un hombre codicioso, Randi, cariño. ¿Qué tal veinticinco mil por cada gemelo? Eso me ayudaría a salir adelante.
-¿Cincuenta mil dólares?- preguntó Miranda, completamente desconcertada-. ¡No puedes hablar en serio!
- Claro que hablo en serio, cariño- le aseguró Carter soltando una carcajada-. Con todo el dinero que recibiste cuando el viejo Raúl estiró la pata, no te supondrá mucha diferencia.
-No pronuncies el nombre de mi padre, cerdo- la voz de Miranda volvía a temblar-. Mi padre era..
-Supongo que esto debe de ser un shock- la interrumpió Carter-. Te daré un tiempo para que lo pienses. Iré a San Antonio a ver a mi hija y a mi nieta, y tal vez a mi hijo. Nos vemos entonces, cariño, y podremos solucionar el trato.
- No hay ningún trato- espetó Miranda, pero sus palabras carecían de convicción.
-Oh, lo habrá- aseguró Carter-. O iré a ver a cierto magnate del petróleo y le preguntaré cómo son sus gemelos- Miranda emitió un sonido ininteligible-. Hasta la vista, Randi. Pronto tendremos una verdadera reunión familiar- y con eso, acabó la conversación.
-Oh , dios mío. Oh, dios mío. Oh, dios mío...
Víctor se dio cuenta de que su madre no había colgado. Bajo corriendo las escaleras, con un nudo en el pecho y las manos temblándole de tensión. Irrumpió en el comedor, donde su madre seguía sentada, con el teléfono en una mano y una expresión de horror en el rostro.
-Estaba escuchando- le dijo él-. ¿Qué demonios quiere ese bastardo?¿Qué quiso decir con <<los gemelos>>?
- No hables así, querido- lo reprendió su madre. Entonces, para horror de Víctor, estalló en lagrimas.
Myriam Montemayor entró en la sala de personal a las siete y media de la tarde y fue derecha a su armario. Gracias a Dios su semana de trabajo acababa tras el turno del día siguiente. Las guardias de doce horas eran agotadoras, pero nada más llegar a su casa aquella mañana había recibido una llamada urgente del director. Otra de las enfermeras se había puesto enferma con gripe.
Como Myriam vivía cerca del hospital, era a quien casi siempre llamaban cada vez que había un problema. Y normalmente no le importaba. Después de todo, su vida social no era precisamente gran cosa. Por eso, cuando recibió la llamada del director, volvió al hospital y estuvo de guardia otras doce horas. En total, casi veinticuatro horas seguidas, lo que siempre le había causado estragos en su organismo. Sólo quería irse a casa y derrumbarme en la cama.
Entonces se dio cuenta de que no estaba sola en la sala. Víctor García estaba sentado en una silla, con sus grandes y experimentadas manos colgándole entre las rodillas. Parecía mirar la vacío, y sus atractivos rasgos estaban pálidos y desencajados. Myriam ni siquiera estaba segura de que hubiera advertido su presencia.
Lentamente, se acercó a él y se sentó a su lado.
-¿Te encuentras bien?
Víctor parpadeó, como volviendo a la realidad. Pareció pensar por unos segundos y entonces se encogió de hombros.
- La verdad es que no.
-¿Sigues lamentándote por lo del bebé de los Simond?
-Es mas que eso.
-Oh...¿Quieres hablar de ello?
Víctor volvió la cabeza y la miró, y la punzada de deseo que Myriam sentía cada vez que clavaba en ella aquellos ojos oscuros la golpeó en el estómago y se propagó hacia un punto mucho más íntimo. Cielo santo, qué guapo era...
La primera vez que ella lo vio fue cuatro años atrás, en su primer día de trabajo en el hospital. Él había ido a la unidad de maternidad, y el director los había presentado. Entonces él la había mirado fijamente y le había estrechado la mano... y ella tuvo suerte de poder emitir un débil saludo, al menos.
Desde entonces no había dejado de afectarla poderosamente. Y Myriam temía que siempre fuera así. Durante el primer año había intentado convencerse de que sólo era un enamoramiento. Una enfermera joven e inexperta prendada de un médico guapo y rico. Algo muy normal y natural. Pero al acabar el segundo año, cuando descubrió que le seguía gustando por muy cansado que a veces pareciera o por muy gruñón que fuera con los empleados incompetentes, Myriam empezó a preocuparse seriamente. Y al término del tercer año, cuando descubrió que no le importaría que se quedara sin trabajo y sin un centavo, acabó aceptándolo. Víctor García era el único hombre al que le entregaría su corazón, aunque las posibilidades de que eso ocurriera eran más escasas que las de ganar un Oscar.
No iba a ocurrir. Ni ahora ni nunca. Los hombres como Víctor no iban detrás de las pelirrojas tímidas que no sabían ni maquillarse. No, iban detrás del glamour. Igual que su padre. Y el glamour era algo que ella. Myriam Montemayor Cruz, jamás tendría.
- Contártelo me llevaría toda la noche- le dijo Víctor.
A pesar de estar exhausta, el propósito de Myriam de irse a la cama se desvaneció por completo. En esos momentos Víctor necesitaba una amiga, y ella no iba a abandonarlo.
- Estoy libre durante las siguientes doce horas- le dijo-. Y sé escuchar.
Él le sonrió, rascándose la barba incipiente que le oscurecía la mandíbula.
-Sí, sabes escuchar- de repente pareció tomar una decisión-.¿Quieres comer algo?
- Claro- dijo ella, intentando ocultar la euforia que sentía. Habían charlado y tomado café muchísimas veces durante los últimos años, pero una cena después del trabajo... era algo diferente.
- En ese caso vamos a The Diner- dijo él.
- De acuerdo- The Diner era un restaurante cercano, frecuentado por el personal del hospital. Myriam se levantó y fue a colgarse la bolsa al hombro, pero Víctor se la quitó y se la colgó él mismo, junto con la suya propia-. Gracias- dijo, agradablemente sorprendida. ¿Cuántos hombres eran así de caballerosos?
- Un placer- dijo él con una sonrisa mientras le abría la puerta. Mi madre me educó para ser un caballero.
- Pues hizo un buen trabajo.
-Y tanto que sí- comentó él pensativamente mientras esperaban el ascensor-. Era una madre soltera pero se esforzó para que mi hermana y yo creciéramos con buenos modales y sentido común.
-¿Y... tu padre?- era la primera vez que le hacía una pregunta tan personal.
- Mi padre nos abandono cuando mi madre estaba embarazada de mi hermana- había tanto odio en su voz que Myriam se sobrecogió-. Yo tenía tan sólo un año.
- Eso es muy triste- dijo ella suavemente-. Pero tu padre fue el que más perdió. Al menos tu madre tenía dinero. De otro modo las cosas hubieran sido difíciles.
- Por aquel entonces no teníamos dinero- dijo él con una gélida sonrisa-. Hasta hace seis años ni siquiera sabía que mi madre era una García.
-Pero tu apellido...
-Acepte el apellido de García porque mi tío insistió, no mucho después de descubrir que pertenecía a la familia. No tenía el menor deseo de llevar el mismo apellido que un hombre que abandonó a su mujer y a sus hijos.
Myriam se preguntó si Víctor era consciente de cuánto dolor había revelado en aquel simple comentario.
- Mi padre también abandonó a mi madre- confesó. Quería hacerle saber que comprendía su angustia-. Yo tenía doce años, así que lo recuerdo muy bien.
- Al menos conociste a tu padre.
-Sí- aunque no estaba segura de que eso hubiera supuesto una diferencia, ya que, por lo visto, no lo había conocido en absoluto. Una pena demasiado familiar la asaltó. Su padre estaba muerto, de modo que jamás podrían volver a hablar ni superar el abismo que los había separado durante años.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Ella había perdido su oportunidad, o, para ser más exactos, había rechazado la oportunidad. Y ahora, para su pesar, era demasiado tarde.
Pero no le dijo nada de eso a Víctor. Viéndolo en aquel estado, dudaba de que pudiera decir algo que aliviara su dolor. Durante unos minutos caminaron en silencio por la acera, hasta que llegaron a The Diner y Víctor se paró y miró por la cristalera.
- Esta noche está lleno- dijo con el ceño fruncido.
-Una fiesta de cumpleaños- dijo ella-. Un técnico de Radiología cumple cuarenta.
Una esbelta enfermera morena de Oncología los vio desde el borde de la pista de baile y les hizo señas para que entraran, mirando a Víctor con una sonrisa. Myriam vio que la chica parecía animada y segura de su atractivo sexual... el tipo de mujer por la que seguramente Víctor se sentía atraído. El corazón se le encogió. Pero cuando giró la cabeza havia Víctor, lo vio negar con la cabeza.
Sintió una inmensa satisfacción de que él no estuviese de humor para una fiesta, a pesar de la descarada invitación de la chica. No quería compartirlo con nadie.
- Si no tienes ganas de entrar, podemos ir a mi casa- le dijo lentamente, preguntándose si estaría loca por hacerle una oferta semejante-. No está lejos. Podemos comprar comida china de camino.
Los ojos de Víctor seguían fijos en la multitud que abarrotaba el local.
- Pero tal vez no te interese- dijo ella torpemente, sintiendo cómo la vergüenza le ruborizaba las mejillas. Víctor García no podía estar interesado en pasar una tranquila velada con la sosa Myriam Montemayor.
Pero Víctor se volvió hacia ella con un brillo de aprobación en los ojos.
- Suena genial- dijo, y su tono revelaba sincero placer-. Aprecio mucho tu oferta ¿Qué te parece si te sigo en mi coche?
Myriam aun no podía creerse que Víctor estuviera allí. Víctor García, sentado en el sofá junto a ella, frente a los recipientes vacíos de comida china desperdigados por la mesita de centro... Y jugueteando con un mechón de sus cabellos.
- Me gusta verlo suelto- le había dicho nada más entrar en casa, y eso había bastado para que ella se lo soltara.
Víctor agarró la botella de vino y le ofreció un poco más, pero ella puso una mano sobre su copa.
- Mejor no. No soporto muy bien el alcohol.
-Oh, estupendo-dijo el con una maliciosa sonrisa-. Toma, bebe un poco más.
Ella se echó a reír y se sentó sobre una pierna para encararlo.
-Creo que no- era una idea muy tentadora, pero no había olvidado su propósito inicial de ayudarlo. Además aquello no era una cita-. Aun a riesgo de enfadarte, me gustaría oír lo que te está angustiando, si es que todavía quieres hablar de ello.
Él se puso serio de inmediato. Como ya te he dicho, es una historia muy desagradable.
-Sé escuchar, ¿recuerdas? Y además soy una buena amiga. Y para eso están los amigos, para compartir las cargas pesadas- le puso una mano en el brazo, sobre la piel desnuda, y pasó el pulgar por los músculos fibrosos, ligeramente cubiertos de vello. Víctor le puso la mano sobre la suya y la apretó.
-Eres un tesoro, Myriam. Y valoro mucho nuestra amistad.
Aquellas palabras fueron un bálsamo para el corazón hambriento de Myriam. Era lo más dulce que había oído jamás, y lo último que hubiera esperado oír. No era tan ingenua como para esperar que Víctor la amara, pero al menos estaba agradecida de tener su amistad.
Con un suspiro, él retiró la mano y apoyó la cabeza en el sofá, estirándose de tal modo que con su pierna rozó la rodilla cobre la que se había sentado Myriam.
-Esta mañana me preguntaste por el bebé de los Simond. Tenías razón. Estaba angustiado. Y furioso. Me he pasado años aprendiendo a salvar las vidas de los bebes prematuros, y fracasar es algo muy duro- intentó sonreír, sin éxito-. Supongo que quiero ser Dios, o algo así.
Myriam no dijo nada, pero mantuvo la mano sobre su brazo.
-De cualquier modo- siguió él-, decidí quedarme a dormir en casa de mi madre, ya que está mucho mas cerca del hospital que mi propia casa y sólo tenía unas cuantas horas de descanso. Pero apenas había dormido cuando una llamada de teléfono me despertó- se detuvo de golpe, repentinamente tenso y enfadado.
- Alguien que te enfureció- supuso ella.
-Más que eso, pero esa persona no se enteró de que yo estaba al teléfono. Estaba hablando con mi madre-apretó los labios e inspiró con rabia-. Era mi padre. Llevaba desaparecido treinta años, y de repente se moría por volver a vernos.
- Pero...¿por qué?
-Mi hermana- giró la cabeza y sus miradas se encontraron-. Gabriela tiene una hija y pensó que debía decírselo a su viejo padre. No tengo ni idea de cómo lo encontró, pero el caso es que lo invitó a que nos visitara- su tono volvió a endurecerse-. Sentí deseos de estrangularla por lo que había hecho, pero sé que sólo estaba siguiendo los dictados de su corazón.
Siempre ha sido muy sensible.
-¿Así que tu padre va avenir a San Antonio?
-Sí, pero eso no es lo peor-Víctor se levantó tan rápido que Myriam se echó hacia atrás, sobresaltada-. Amenazó a mi madre- dijo mientras empezaba a pasearse de un lado a otro del pequeño salón, como un tigre enjaulado-. La chantajeó.
-¿La chantajeó?- repitió ella-. ¿Qué clase de secreto podría tener tu madre como para aceptar un chantaje?
Víctor se detuvo y le clavó la mirada.
- Mi madre se fugó de casa cuando tenía diecisiete años- dijo, muy lentamente-. Nos dijo que lo hizo porque no podía entenderse con su padre, pero la verdad era que estaba embarazada. Se fue hacia California, pero fue en Nevada donde dio a luz. Tuvo gemelos... un niño y una niña.. y los dio en adopción. O más bien- añadió-, los dejó en la puerta del sheriff con unas notas sujetas en las mantas.
-Tu pobre madre...-Myriam podía imaginarse la desesperación de la mujer.
-Si. Era joven, sin un centavo, y demasiado orgullosa para ir a casa. Poco después conoció a mi padre Alberto Carter, un jinete del rodeo. Se casaron y yo nací nueve meses después. Al año, volvió a quedarse embarazada, y entonces mi padre decidió irse en busca de pastos más verdes.
A Myriam se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en la pobre mujer, embarazada por tercera vez, lamentándose por sus hijos perdidos y por sus desafortunadas decisiones. Instintivamente alargó una mano hacia Víctor y éste se la tomó por un breve instante, antes de sentarse de nuevo en el sofá.
-Carter la ha amenazado con hablarle de los gemelos al padre biológico de los mismos- dijo, con la cabeza en las manos-. Quiere que mi madre le entregue cincuenta mil dólares.
Myriam abrió la boca para proferir una exclamación, pero entonces recordó con quién estaba hablando. La madre de Víctor era millonaria.
-¿Ella tiene el dinero?
-Sí, pero no creemos que la cosa se acabe ahí- la voz le temblaba con furia contenida-. ¡Odio no ser capaz de solucionar esto!- espetó, golpeando un puño contra otro-. Toda mi vida he intentado ayudar a mi madre, ponerle las cosas fáciles... Pero esta vez no hay nada que pueda hacer.
-Oh, Víctor, estar a su lado es hacer algo- Myriam lo abrazó por los hombros y apoyó la frente en él. ¡Si ella pudiera hacer algo por aliviar su angustia!
-No sé como explicarte lo extraño que resulta saber que en alguna parte tengo un hermano y una hermana a quienes nunca he visto. Unos hermanos con quienes jamás compartiré los recuerdos de la infancia... Para mi madre es como si todo hubiera sucedido ayer. Dios, estaba tan nerviosa que tuve que sedarla.
Myriam lo acercó a ella y lo meció, mientras él enterraba la cara en su cuello y se aferraba con tanta fuerza que ella apenas pudo respirar. Durante largo rato lo mantuvo abrazado, deleitándose con la cálida respiración en su cuello y sus fuertes brazos alrededor de ella. Eso sería lo más cercano que estaría jamás del cielo, y quería memorizar cada segundo para rememorarlo en su solitario mundo particular.
Entonces Víctor se movió y ella hizo ademán de retirar los brazos. Pero antes de que pudiera hacerlo, él levantó una mano y le acarició la mejilla.
-Gracias. le susurró-. Por escucharme.
-De nada- respondió ella con un hilo de voz. Él le miraba los labios, le acarició el labio inferior con el pulgar, y entonces Myriam se dio cuenta de que iba a besarla.
Myriam estaba tan quieta como un cervatillo asustado. Su boca temblaba bajo la de Víctor, y sus labios permanecían castamente cerrados. Victor quería devorar cada palmo de su apetecible cuerpo, y tuvo que reprimirse para no sucumbir al salvaje arrebato de lujuria que lo urgía a poseerla allí mismo.
Sabía que aquello no estaba bien, que se estaba aprovechando de su amistad, y que corría el riesgo de arrepentirse para el resto de su vida. Pero no podía evitarlo. Tenía que besarla aunque fuese lo último que hiciera. Myriam era cálida, dulce, suave, y él necesitaba de su calor para llenar su gélido vacío interior, necesitaba su dulzura para paliar el amargo sabor del odio, y necesitaba su suavidad para envolverse con ella y encontrar ayuda. Deslizó la lengua por el borde de los labios, presionó un poco y, para su deleite, ella abrió lentamente la boca para recibirlo.
Lo hacía con inseguridad y timidez, apenas tocándole la lengua con la suya, y Víctor pensó que nunca le había negado nada. Aún no sabía por qué le había contado los secretos de su familia, pero sí sabía que le había gustado hacerlo. Igual que le gustaba lo que estaba haciendo ahora.
-Myriam- murmuro-. Te necesito- la rodeó con los brazos sin dejar de besarla, y se estremeció de placer cuando ella lo abrazó también le entrelazó los dedos en el pelo.
Entonces Víctor la presionó contra el sofá hasta que ella estuvo tumbada sobre los cojines. Acto seguido se acostó sobre ella y se frotó contra su muslo, mientras con una mano le tiraba de la blusa para sacársela de los pantalones. Con la palma le acarició la sedosa piel del vientre y la cresta de sus costillas, hasta que alcanzó la base de un pecho. En ese momento se detuvo de golpe, temeroso de asustarla por ir tan rápido. Pero ella no parecía en absoluto asustada, de modo que deslizó los dedos bajo el sujetador. Lentamente, se llenó la mano con aquel montículo de carne femenina, y casi soltó un gemido al notar cómo se le endurecía el pezón.
Con cuidado retiró la otra mano que aún tenía debajo de ella. Todos sus sentidos estaban ya centrados en el premio final. Se desabrochó la camisa y se la bajó por los hombros. Cuando ella le acarició con sus pequeñas manos la piel desnuda del pecho, no pudo reprimir un fuerte gemido, animándola a seguir sin tener que hablar. De todos modos, no hubiera podido articular palabra. Todo lo que podía hacer era sentir.
Myriam terminó de quitarle la camisa y la arrojó al suelo. Y entonces fue su turno. Le abrió la blusa con la misma pericia con la que se había desabrochado la suya, sin dejar de besarla y acariciarla. Ella arqueó la espalda, permitiéndole así que alcanzara el cierre del sujetador, y él dio gracias a Dios por haber perfeccionado una vieja habilidad del instituto. Con una sola mano le soltó el sujetador y tiró de ella para que pudiera deshacerse de ambas prendas. Entonces se retiró por primera vez y la devoró con la mirada.
-Eres tan hermosa...- susurró con voz ronca. Su imaginación no podría haber visualizado unos pechos semejantes-. Tan hermosa- repitió, alzando la mirada hasta sus ojos y deleitándose con el placer que vio en ellos.
Entonces bajó la cabeza y tomó con la boca una de las dos puntas rosadas que se le ofrecían. Al principio lamió con suavidad, hasta que con un jadeo entrecortado ella lo animó a intensificar la succión. Aquella muestra de aceptación lo encendió más allá de todo control. Quería más. Necesitaba tener más. Rápidamente, le desabrochó los pantalones y se los quitó junto a las braguitas de un solo tirón.
Por primera vez, ella pareció asustarse un poco, encogiéndose de una manera casi imperceptible. La mayoría de los hombres quizá no lo habrían notado, pero Víctor quería que Myriam se entregara por completo a él, que le entregara hasta la última gota de pasión que bullía en su interior. Le puso una mano sobre su vientre para tranquilizarla y volvió a persuadirla besándola en los labios. Poco a poco fue bajando la mano hasta que rozó los suaves rizos de su entrepierna.
El cuerpo entero se le tensó al tocarle el vello púbico. Quería introducirse en ella, saborear cada palmo se su fragancia y dulzura, pero sabía que ella no estaba lista para eso. Así que, simplemente, extendió un dedo a lo largo de los pliegues carnosos que protegían su paraíso secreto, y fue incrementando la presión hasta que su cuerpo se rindió y se abrió para recibirlo en aquel ardiente pozo de feminidad.
Víctor retiró la mano para desabrocharse los pantalones, y cuando volvió a caer sobre las caderas desnudas de Myriam, cuyo calor corporal era más de lo que él podía soportar, ajustó su peso sobre ella y usó las rodillas para separarle las piernas.
Entonces ella permitió que se posicionara para tomarla, con sus brazos aún rodeándole el cuello y sus cabellos enmarcándole el rostro como una alborotada aureola. Él retiro la boca al tiempo que se presionaba hacia adelante, viendo cómo sus ojos se abrían y sintiendo la húmeda y dulce bienvenida de su cuerpo. Realizó varias incursiones superficiales, respirando en entrecortados jadeos, hasta que todo su autocontrol se hizo añicos y entonces avanzó en una fuerte embestida, introduciendo completamente su miembro en ella. Myriam se retorció involuntariamente y soltó una exclamación.
Víctor se quedó helado. ¿Era... virgen? Nunca había pensado en esa posibilidad. Y, para ser sincero, tampoco podía pensar en eso ahora. Necesitaba moverse, y necesitaba que ella se moviera con él. No se sentía capaz de esperar.
-¿Te he hecho daño?- le preguntó.
Qué pregunta tan estúpida. Por supuesto que le había hecho daño. Acababa de arrebatarle su virginidad con la misma delicadeza que un toro embravecido.
Pero entonces ella se movió bajo él y le acarició los hombros.
-Quiero que.. sigas- sus palabras apenas fueron un susurro, y él se dio cuenta e que no había respondido a su pregunta. Pero su miembro erecto demandaba su completa atención, y el permiso que ella le daba era un placer afrodisíaco.
Murmurando una disculpa, agarró sus caderas y la besó con frenesí en la boca, ahogando los sonidos que ella emitía al recibir sus movimientos, cada vez más repetidos y profundos. Entonces lo rodeó con las piernas, y fue como si una tormenta estallara sobre sus cabezas. Víctor se convulsionó violentamente al sentir la liberación de su semilla, muy dentro de Myriam, y se desplomó sin aliento sobre ella tras la tempestad pasajera.
-Myriam- Víctor parecía aturdido. Yacía pesadamente sobre ella, que mantenía los brazos en torno a él, con los ojos cerrados, saboreando aquellos delicados momentos de unión física. Pero entonces, con un gruñido de frustración, él retiro su miembro de su interior y se apartó de ella.
Se quedó de pie, mirándola, y todo lo que Myriam pudo hacer fue permanecer en exhausto silencio y contemplar por primera vez su magnifico cuerpo masculino.
-¿Por qué demonios no me dijiste que ras virgen??- le preguntó con un débil gruñido. Ella lo miró a los ojos y se encogió al ver su dura mirada.
-No pensé en ello- dijo en voz baja. moviéndose un poco para aliviar la molestia que sentía entre los muslos-. Sólo estaba... sintiendo.
Víctor soltó un resoplido, pero su ceño fruncido se tornó en una expresión más suave.
-Sí- dijo-. Sé a qué te refieres- con los nudillos le acaricio la mejilla-. Pero, de haberlo sabido, habría sido más tierno.
-Estuviste perfecto- insistió ella con vehemencia-. Deja de preocuparte, ¿quieres?
-No- para asombro de Myriam, se inclinó sobre ella, le pasó los brazos por debajo y la levantó contra su pecho desnudo.. La sostuvo así un momento, examinándole el rostro, y entonces le rozó los labios con los suyos-. La próxima vez que hagamos esto, te enseñare cómo debería haberse hecho.
Ella no pudo evitar una sonrisa mientras le echaba los brazos al cuello e intensificaba el beso. Finalmente, él se retiró para permitirle respirar.
-¿Ahora?- pregunto ella.
Víctor soltó una ronca carcajada y empezó a andar hacia el vestíbulo.
-Para ser alguien que nunca había permitido que ningún hombre...
-¡Calla!- le puso una mano en la boca-. Era virgen hasta hace unos minutos, ¿recuerdas?
La sonrisa de Víctor se torció un poco.
- Nunca lo olvidaré- respondió, en un tono ligeramente adusto.
Víctor la llevó al dormitorio que ella le indicó, sorprendido de lo femenina que era la habitación. No sabía por qué lo sorprendía tanto y, al recordar cómo se había quedado estupefacto al verle el pelo suelto por primera vez, se avergonzó de haberse hecho una idea errónea sobre ella. En el hospital, Myriam era tranquila, meticulosa y eficiente. Él la había tomado como una mujer... más bien sosa, alguien que nunca había hablado de si misma y que siempre lo había animado a hablar de él. Y él se había aprovechado de esa generosidad.
Pero ahora, miró con interés a su alrededor para absorber el ambiente y empaparse de la verdadera mujer que tenía en brazos. Myriam se apretaba contra su pecho, totalmente entregada a él, y Víctor sólo podía pensar en que ojala aquella noche no acabara nunca.
Pero tenía que pensar en otra cosa. Myriam había sido virgen. Y él había estado tan obsesionado con poseerla que no le ocurrio pensar en usar protección hasta que fue demasiado tarde. ¿Y si hubiera creado una nueva vida?
Un hijo. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Siempre había querido tener hijos; hijos a quienes pudiera darles la infancia que él nunca tuvo. Pero lo que sintiera no importaba. Él era un caballero, tal y como lo había educado su madre, y, como todos los García, con un fuerte sentido de la responsabilidad.
Pensó en su madre, una adolescente con dos hijos gemelos, totalmente sola en una ciudad desconocida. Mucha gente tal vez pensara que al abandonar a sus hijos estaba eludiendo sus responsabilidades, pero él no lo veía así. De hecho, fue un acto de honor, pues su madre sabía que no podría cuidar de ellos y esperaba que fueran adoptados por una buena familia. Una familia con los recursos de los que ella carecía.
Bueno, él tenía recursos de cobra, por lo que ningún hijo suyo sufriría carencias de ningún tipo. La mujer que llevaba en brazos tal vez se quedara embarazada de él, así que se casaría con ella. ¡Así de simple! Se casarían tan pronto como fuera posible.
No estaba dispuesto a que la gente se pusiera a hacer cuentas y a sacar conclusiones equivocadas. De un modo u otro no iba a permitir que a su hijo le pasara lo mismo.
<<No tienes padre, ¿verdad? Apuesto a que tu madre nunca estuvo casada>>. Pensamientos como ése empezaron a acosarlo. No, su hijo jamás escucharía ese tipo de cosas.
Mientras miraba Myriam, se dio cuenta de que era una solución estupenda. Ni siquiera podía imaginarse las razones por las que se había mantenido virgen tanto tiempo, pero no podía tomarse su entrega a la ligera. No, si Myriam había decidido hacerle ese regalo a él, y sólo a él, tenía la obligación de tratar ese regalo como el tesoro que había sido.
Además, tenía treinta años. Nada complacería más a su madre que verlo casado y que le diera nietos a los que mimar.
Y seguro que a su madre le gustaría Myriam. Bastaba con una mirada para apreciar su bondad. Era la mujer perfecta para compartir su vida, pensó lleno de satisfacción. Y también sería una madre maravillosa para sus hijos. Ya había visto lo fantástica que era con los recién nacidos en el hospital. Dulce, tranquila y aún así competente.
Se removió en sus brazos y él volvió a la realidad.
Vio cómo tragaba saliva, y cómo la aprensión se reflejaba en su mirada.
- Gracias- dijo, acariciándole la mejilla-. No... no pretendo que esto sea más de lo que es. No quiero que te sientas obligado ni incómodo.
-¿En serio?. le preguntó él con una ceja arqueada.
- No- se apresuró a decir-. No es que...
-Myriam
Ella se interrumpió y lo miró a los ojos.
- Es una lástima que no quieras que me sienta obligado, porque es así como yo quiero que tú te sientas.
-¿Que quieres decir?
-¿Quiero decir que quiero casarme contigo.
-¿Qué?- úso una expresión tan horrorizada que Víctor casi se echó a reír.
-Cásate conmigo
Pero no le dijo nada de eso a Víctor. Viéndolo en aquel estado, dudaba de que pudiera decir algo que aliviara su dolor. Durante unos minutos caminaron en silencio por la acera, hasta que llegaron a The Diner y Víctor se paró y miró por la cristalera.
- Esta noche está lleno- dijo con el ceño fruncido.
-Una fiesta de cumpleaños- dijo ella-. Un técnico de Radiología cumple cuarenta.
Una esbelta enfermera morena de Oncología los vio desde el borde de la pista de baile y les hizo señas para que entraran, mirando a Víctor con una sonrisa. Myriam vio que la chica parecía animada y segura de su atractivo sexual... el tipo de mujer por la que seguramente Víctor se sentía atraído. El corazón se le encogió. Pero cuando giró la cabeza havia Víctor, lo vio negar con la cabeza.
Sintió una inmensa satisfacción de que él no estuviese de humor para una fiesta, a pesar de la descarada invitación de la chica. No quería compartirlo con nadie.
- Si no tienes ganas de entrar, podemos ir a mi casa- le dijo lentamente, preguntándose si estaría loca por hacerle una oferta semejante-. No está lejos. Podemos comprar comida china de camino.
Los ojos de Víctor seguían fijos en la multitud que abarrotaba el local.
- Pero tal vez no te interese- dijo ella torpemente, sintiendo cómo la vergüenza le ruborizaba las mejillas. Víctor García no podía estar interesado en pasar una tranquila velada con la sosa Myriam Montemayor.
Pero Víctor se volvió hacia ella con un brillo de aprobación en los ojos.
- Suena genial- dijo, y su tono revelaba sincero placer-. Aprecio mucho tu oferta ¿Qué te parece si te sigo en mi coche?
Myriam aun no podía creerse que Víctor estuviera allí. Víctor García, sentado en el sofá junto a ella, frente a los recipientes vacíos de comida china desperdigados por la mesita de centro... Y jugueteando con un mechón de sus cabellos.
- Me gusta verlo suelto- le había dicho nada más entrar en casa, y eso había bastado para que ella se lo soltara.
Víctor agarró la botella de vino y le ofreció un poco más, pero ella puso una mano sobre su copa.
- Mejor no. No soporto muy bien el alcohol.
-Oh, estupendo-dijo el con una maliciosa sonrisa-. Toma, bebe un poco más.
Ella se echó a reír y se sentó sobre una pierna para encararlo.
-Creo que no- era una idea muy tentadora, pero no había olvidado su propósito inicial de ayudarlo. Además aquello no era una cita-. Aun a riesgo de enfadarte, me gustaría oír lo que te está angustiando, si es que todavía quieres hablar de ello.
Él se puso serio de inmediato. Como ya te he dicho, es una historia muy desagradable.
-Sé escuchar, ¿recuerdas? Y además soy una buena amiga. Y para eso están los amigos, para compartir las cargas pesadas- le puso una mano en el brazo, sobre la piel desnuda, y pasó el pulgar por los músculos fibrosos, ligeramente cubiertos de vello. Víctor le puso la mano sobre la suya y la apretó.
-Eres un tesoro, Myriam. Y valoro mucho nuestra amistad.
Aquellas palabras fueron un bálsamo para el corazón hambriento de Myriam. Era lo más dulce que había oído jamás, y lo último que hubiera esperado oír. No era tan ingenua como para esperar que Víctor la amara, pero al menos estaba agradecida de tener su amistad.
Con un suspiro, él retiró la mano y apoyó la cabeza en el sofá, estirándose de tal modo que con su pierna rozó la rodilla cobre la que se había sentado Myriam.
-Esta mañana me preguntaste por el bebé de los Simond. Tenías razón. Estaba angustiado. Y furioso. Me he pasado años aprendiendo a salvar las vidas de los bebes prematuros, y fracasar es algo muy duro- intentó sonreír, sin éxito-. Supongo que quiero ser Dios, o algo así.
Myriam no dijo nada, pero mantuvo la mano sobre su brazo.
-De cualquier modo- siguió él-, decidí quedarme a dormir en casa de mi madre, ya que está mucho mas cerca del hospital que mi propia casa y sólo tenía unas cuantas horas de descanso. Pero apenas había dormido cuando una llamada de teléfono me despertó- se detuvo de golpe, repentinamente tenso y enfadado.
- Alguien que te enfureció- supuso ella.
-Más que eso, pero esa persona no se enteró de que yo estaba al teléfono. Estaba hablando con mi madre-apretó los labios e inspiró con rabia-. Era mi padre. Llevaba desaparecido treinta años, y de repente se moría por volver a vernos.
- Pero...¿por qué?
-Mi hermana- giró la cabeza y sus miradas se encontraron-. Gabriela tiene una hija y pensó que debía decírselo a su viejo padre. No tengo ni idea de cómo lo encontró, pero el caso es que lo invitó a que nos visitara- su tono volvió a endurecerse-. Sentí deseos de estrangularla por lo que había hecho, pero sé que sólo estaba siguiendo los dictados de su corazón.
Siempre ha sido muy sensible.
-¿Así que tu padre va avenir a San Antonio?
-Sí, pero eso no es lo peor-Víctor se levantó tan rápido que Myriam se echó hacia atrás, sobresaltada-. Amenazó a mi madre- dijo mientras empezaba a pasearse de un lado a otro del pequeño salón, como un tigre enjaulado-. La chantajeó.
-¿La chantajeó?- repitió ella-. ¿Qué clase de secreto podría tener tu madre como para aceptar un chantaje?
Víctor se detuvo y le clavó la mirada.
- Mi madre se fugó de casa cuando tenía diecisiete años- dijo, muy lentamente-. Nos dijo que lo hizo porque no podía entenderse con su padre, pero la verdad era que estaba embarazada. Se fue hacia California, pero fue en Nevada donde dio a luz. Tuvo gemelos... un niño y una niña.. y los dio en adopción. O más bien- añadió-, los dejó en la puerta del sheriff con unas notas sujetas en las mantas.
-Tu pobre madre...-Myriam podía imaginarse la desesperación de la mujer.
-Si. Era joven, sin un centavo, y demasiado orgullosa para ir a casa. Poco después conoció a mi padre Alberto Carter, un jinete del rodeo. Se casaron y yo nací nueve meses después. Al año, volvió a quedarse embarazada, y entonces mi padre decidió irse en busca de pastos más verdes.
A Myriam se le llenaron los ojos de lágrimas al pensar en la pobre mujer, embarazada por tercera vez, lamentándose por sus hijos perdidos y por sus desafortunadas decisiones. Instintivamente alargó una mano hacia Víctor y éste se la tomó por un breve instante, antes de sentarse de nuevo en el sofá.
-Carter la ha amenazado con hablarle de los gemelos al padre biológico de los mismos- dijo, con la cabeza en las manos-. Quiere que mi madre le entregue cincuenta mil dólares.
Myriam abrió la boca para proferir una exclamación, pero entonces recordó con quién estaba hablando. La madre de Víctor era millonaria.
-¿Ella tiene el dinero?
-Sí, pero no creemos que la cosa se acabe ahí- la voz le temblaba con furia contenida-. ¡Odio no ser capaz de solucionar esto!- espetó, golpeando un puño contra otro-. Toda mi vida he intentado ayudar a mi madre, ponerle las cosas fáciles... Pero esta vez no hay nada que pueda hacer.
-Oh, Víctor, estar a su lado es hacer algo- Myriam lo abrazó por los hombros y apoyó la frente en él. ¡Si ella pudiera hacer algo por aliviar su angustia!
-No sé como explicarte lo extraño que resulta saber que en alguna parte tengo un hermano y una hermana a quienes nunca he visto. Unos hermanos con quienes jamás compartiré los recuerdos de la infancia... Para mi madre es como si todo hubiera sucedido ayer. Dios, estaba tan nerviosa que tuve que sedarla.
Myriam lo acercó a ella y lo meció, mientras él enterraba la cara en su cuello y se aferraba con tanta fuerza que ella apenas pudo respirar. Durante largo rato lo mantuvo abrazado, deleitándose con la cálida respiración en su cuello y sus fuertes brazos alrededor de ella. Eso sería lo más cercano que estaría jamás del cielo, y quería memorizar cada segundo para rememorarlo en su solitario mundo particular.
Entonces Víctor se movió y ella hizo ademán de retirar los brazos. Pero antes de que pudiera hacerlo, él levantó una mano y le acarició la mejilla.
-Gracias. le susurró-. Por escucharme.
-De nada- respondió ella con un hilo de voz. Él le miraba los labios, le acarició el labio inferior con el pulgar, y entonces Myriam se dio cuenta de que iba a besarla.
Myriam estaba tan quieta como un cervatillo asustado. Su boca temblaba bajo la de Víctor, y sus labios permanecían castamente cerrados. Victor quería devorar cada palmo de su apetecible cuerpo, y tuvo que reprimirse para no sucumbir al salvaje arrebato de lujuria que lo urgía a poseerla allí mismo.
Sabía que aquello no estaba bien, que se estaba aprovechando de su amistad, y que corría el riesgo de arrepentirse para el resto de su vida. Pero no podía evitarlo. Tenía que besarla aunque fuese lo último que hiciera. Myriam era cálida, dulce, suave, y él necesitaba de su calor para llenar su gélido vacío interior, necesitaba su dulzura para paliar el amargo sabor del odio, y necesitaba su suavidad para envolverse con ella y encontrar ayuda. Deslizó la lengua por el borde de los labios, presionó un poco y, para su deleite, ella abrió lentamente la boca para recibirlo.
Lo hacía con inseguridad y timidez, apenas tocándole la lengua con la suya, y Víctor pensó que nunca le había negado nada. Aún no sabía por qué le había contado los secretos de su familia, pero sí sabía que le había gustado hacerlo. Igual que le gustaba lo que estaba haciendo ahora.
-Myriam- murmuro-. Te necesito- la rodeó con los brazos sin dejar de besarla, y se estremeció de placer cuando ella lo abrazó también le entrelazó los dedos en el pelo.
Entonces Víctor la presionó contra el sofá hasta que ella estuvo tumbada sobre los cojines. Acto seguido se acostó sobre ella y se frotó contra su muslo, mientras con una mano le tiraba de la blusa para sacársela de los pantalones. Con la palma le acarició la sedosa piel del vientre y la cresta de sus costillas, hasta que alcanzó la base de un pecho. En ese momento se detuvo de golpe, temeroso de asustarla por ir tan rápido. Pero ella no parecía en absoluto asustada, de modo que deslizó los dedos bajo el sujetador. Lentamente, se llenó la mano con aquel montículo de carne femenina, y casi soltó un gemido al notar cómo se le endurecía el pezón.
Con cuidado retiró la otra mano que aún tenía debajo de ella. Todos sus sentidos estaban ya centrados en el premio final. Se desabrochó la camisa y se la bajó por los hombros. Cuando ella le acarició con sus pequeñas manos la piel desnuda del pecho, no pudo reprimir un fuerte gemido, animándola a seguir sin tener que hablar. De todos modos, no hubiera podido articular palabra. Todo lo que podía hacer era sentir.
Myriam terminó de quitarle la camisa y la arrojó al suelo. Y entonces fue su turno. Le abrió la blusa con la misma pericia con la que se había desabrochado la suya, sin dejar de besarla y acariciarla. Ella arqueó la espalda, permitiéndole así que alcanzara el cierre del sujetador, y él dio gracias a Dios por haber perfeccionado una vieja habilidad del instituto. Con una sola mano le soltó el sujetador y tiró de ella para que pudiera deshacerse de ambas prendas. Entonces se retiró por primera vez y la devoró con la mirada.
-Eres tan hermosa...- susurró con voz ronca. Su imaginación no podría haber visualizado unos pechos semejantes-. Tan hermosa- repitió, alzando la mirada hasta sus ojos y deleitándose con el placer que vio en ellos.
Entonces bajó la cabeza y tomó con la boca una de las dos puntas rosadas que se le ofrecían. Al principio lamió con suavidad, hasta que con un jadeo entrecortado ella lo animó a intensificar la succión. Aquella muestra de aceptación lo encendió más allá de todo control. Quería más. Necesitaba tener más. Rápidamente, le desabrochó los pantalones y se los quitó junto a las braguitas de un solo tirón.
Por primera vez, ella pareció asustarse un poco, encogiéndose de una manera casi imperceptible. La mayoría de los hombres quizá no lo habrían notado, pero Víctor quería que Myriam se entregara por completo a él, que le entregara hasta la última gota de pasión que bullía en su interior. Le puso una mano sobre su vientre para tranquilizarla y volvió a persuadirla besándola en los labios. Poco a poco fue bajando la mano hasta que rozó los suaves rizos de su entrepierna.
El cuerpo entero se le tensó al tocarle el vello púbico. Quería introducirse en ella, saborear cada palmo se su fragancia y dulzura, pero sabía que ella no estaba lista para eso. Así que, simplemente, extendió un dedo a lo largo de los pliegues carnosos que protegían su paraíso secreto, y fue incrementando la presión hasta que su cuerpo se rindió y se abrió para recibirlo en aquel ardiente pozo de feminidad.
Víctor retiró la mano para desabrocharse los pantalones, y cuando volvió a caer sobre las caderas desnudas de Myriam, cuyo calor corporal era más de lo que él podía soportar, ajustó su peso sobre ella y usó las rodillas para separarle las piernas.
Entonces ella permitió que se posicionara para tomarla, con sus brazos aún rodeándole el cuello y sus cabellos enmarcándole el rostro como una alborotada aureola. Él retiro la boca al tiempo que se presionaba hacia adelante, viendo cómo sus ojos se abrían y sintiendo la húmeda y dulce bienvenida de su cuerpo. Realizó varias incursiones superficiales, respirando en entrecortados jadeos, hasta que todo su autocontrol se hizo añicos y entonces avanzó en una fuerte embestida, introduciendo completamente su miembro en ella. Myriam se retorció involuntariamente y soltó una exclamación.
Víctor se quedó helado. ¿Era... virgen? Nunca había pensado en esa posibilidad. Y, para ser sincero, tampoco podía pensar en eso ahora. Necesitaba moverse, y necesitaba que ella se moviera con él. No se sentía capaz de esperar.
-¿Te he hecho daño?- le preguntó.
Qué pregunta tan estúpida. Por supuesto que le había hecho daño. Acababa de arrebatarle su virginidad con la misma delicadeza que un toro embravecido.
Pero entonces ella se movió bajo él y le acarició los hombros.
-Quiero que.. sigas- sus palabras apenas fueron un susurro, y él se dio cuenta e que no había respondido a su pregunta. Pero su miembro erecto demandaba su completa atención, y el permiso que ella le daba era un placer afrodisíaco.
Murmurando una disculpa, agarró sus caderas y la besó con frenesí en la boca, ahogando los sonidos que ella emitía al recibir sus movimientos, cada vez más repetidos y profundos. Entonces lo rodeó con las piernas, y fue como si una tormenta estallara sobre sus cabezas. Víctor se convulsionó violentamente al sentir la liberación de su semilla, muy dentro de Myriam, y se desplomó sin aliento sobre ella tras la tempestad pasajera.
-Myriam- Víctor parecía aturdido. Yacía pesadamente sobre ella, que mantenía los brazos en torno a él, con los ojos cerrados, saboreando aquellos delicados momentos de unión física. Pero entonces, con un gruñido de frustración, él retiro su miembro de su interior y se apartó de ella.
Se quedó de pie, mirándola, y todo lo que Myriam pudo hacer fue permanecer en exhausto silencio y contemplar por primera vez su magnifico cuerpo masculino.
-¿Por qué demonios no me dijiste que ras virgen??- le preguntó con un débil gruñido. Ella lo miró a los ojos y se encogió al ver su dura mirada.
-No pensé en ello- dijo en voz baja. moviéndose un poco para aliviar la molestia que sentía entre los muslos-. Sólo estaba... sintiendo.
Víctor soltó un resoplido, pero su ceño fruncido se tornó en una expresión más suave.
-Sí- dijo-. Sé a qué te refieres- con los nudillos le acaricio la mejilla-. Pero, de haberlo sabido, habría sido más tierno.
-Estuviste perfecto- insistió ella con vehemencia-. Deja de preocuparte, ¿quieres?
-No- para asombro de Myriam, se inclinó sobre ella, le pasó los brazos por debajo y la levantó contra su pecho desnudo.. La sostuvo así un momento, examinándole el rostro, y entonces le rozó los labios con los suyos-. La próxima vez que hagamos esto, te enseñare cómo debería haberse hecho.
Ella no pudo evitar una sonrisa mientras le echaba los brazos al cuello e intensificaba el beso. Finalmente, él se retiró para permitirle respirar.
-¿Ahora?- pregunto ella.
Víctor soltó una ronca carcajada y empezó a andar hacia el vestíbulo.
-Para ser alguien que nunca había permitido que ningún hombre...
-¡Calla!- le puso una mano en la boca-. Era virgen hasta hace unos minutos, ¿recuerdas?
La sonrisa de Víctor se torció un poco.
- Nunca lo olvidaré- respondió, en un tono ligeramente adusto.
Víctor la llevó al dormitorio que ella le indicó, sorprendido de lo femenina que era la habitación. No sabía por qué lo sorprendía tanto y, al recordar cómo se había quedado estupefacto al verle el pelo suelto por primera vez, se avergonzó de haberse hecho una idea errónea sobre ella. En el hospital, Myriam era tranquila, meticulosa y eficiente. Él la había tomado como una mujer... más bien sosa, alguien que nunca había hablado de si misma y que siempre lo había animado a hablar de él. Y él se había aprovechado de esa generosidad.
Pero ahora, miró con interés a su alrededor para absorber el ambiente y empaparse de la verdadera mujer que tenía en brazos. Myriam se apretaba contra su pecho, totalmente entregada a él, y Víctor sólo podía pensar en que ojala aquella noche no acabara nunca.
Pero tenía que pensar en otra cosa. Myriam había sido virgen. Y él había estado tan obsesionado con poseerla que no le ocurrio pensar en usar protección hasta que fue demasiado tarde. ¿Y si hubiera creado una nueva vida?
Un hijo. No estaba seguro de cómo se sentía al respecto. Siempre había querido tener hijos; hijos a quienes pudiera darles la infancia que él nunca tuvo. Pero lo que sintiera no importaba. Él era un caballero, tal y como lo había educado su madre, y, como todos los García, con un fuerte sentido de la responsabilidad.
Pensó en su madre, una adolescente con dos hijos gemelos, totalmente sola en una ciudad desconocida. Mucha gente tal vez pensara que al abandonar a sus hijos estaba eludiendo sus responsabilidades, pero él no lo veía así. De hecho, fue un acto de honor, pues su madre sabía que no podría cuidar de ellos y esperaba que fueran adoptados por una buena familia. Una familia con los recursos de los que ella carecía.
Bueno, él tenía recursos de cobra, por lo que ningún hijo suyo sufriría carencias de ningún tipo. La mujer que llevaba en brazos tal vez se quedara embarazada de él, así que se casaría con ella. ¡Así de simple! Se casarían tan pronto como fuera posible.
No estaba dispuesto a que la gente se pusiera a hacer cuentas y a sacar conclusiones equivocadas. De un modo u otro no iba a permitir que a su hijo le pasara lo mismo.
<<No tienes padre, ¿verdad? Apuesto a que tu madre nunca estuvo casada>>. Pensamientos como ése empezaron a acosarlo. No, su hijo jamás escucharía ese tipo de cosas.
Mientras miraba Myriam, se dio cuenta de que era una solución estupenda. Ni siquiera podía imaginarse las razones por las que se había mantenido virgen tanto tiempo, pero no podía tomarse su entrega a la ligera. No, si Myriam había decidido hacerle ese regalo a él, y sólo a él, tenía la obligación de tratar ese regalo como el tesoro que había sido.
Además, tenía treinta años. Nada complacería más a su madre que verlo casado y que le diera nietos a los que mimar.
Y seguro que a su madre le gustaría Myriam. Bastaba con una mirada para apreciar su bondad. Era la mujer perfecta para compartir su vida, pensó lleno de satisfacción. Y también sería una madre maravillosa para sus hijos. Ya había visto lo fantástica que era con los recién nacidos en el hospital. Dulce, tranquila y aún así competente.
Se removió en sus brazos y él volvió a la realidad.
Vio cómo tragaba saliva, y cómo la aprensión se reflejaba en su mirada.
- Gracias- dijo, acariciándole la mejilla-. No... no pretendo que esto sea más de lo que es. No quiero que te sientas obligado ni incómodo.
-¿En serio?. le preguntó él con una ceja arqueada.
- No- se apresuró a decir-. No es que...
-Myriam
Ella se interrumpió y lo miró a los ojos.
- Es una lástima que no quieras que me sienta obligado, porque es así como yo quiero que tú te sientas.
-¿Que quieres decir?
-¿Quiero decir que quiero casarme contigo.
-¿Qué?- úso una expresión tan horrorizada que Víctor casi se echó a reír.
-Cásate conmigo
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Myriam empezó a retorcerse en sus brazos mientras él se sentaba en el borde de la cama, sujetándola en us regazo hasta que dejó de moverse y volvió a apoyar la cabeza en su hombro.
-Esta noche... le dijo-, no ha sido algo casual para ti. Y no hemos usado protección. Es probable que te haya dejado embarazada.
-Pero... pero no tienes que... ¿No puedes casarte conmigo!- parecía completamente aterrorizada, tensa y rígida contra él.
-Sé que no tengo que hacerlo, pero quiero hacerlo- inclinó la cabeza y buscó la boca para darle un beso tan intenso como apaciguador. Cuando ella se relajó un poco, él volvió a apartarse-. Di que sí.
Ella lo miró durante unos momentos y cerró los ojos.
- Estás loco. No soporterías estar casado conmigo.
La certeza con la que lo dijo lo desconcertó, pero entonces se dio cuenta de que no había dicho que fuera ella la que no soportaría estar casada con él.
- Lo he pensado- le dijo, , cubriéndole un pecho con la mano-, y creo que nos llevaríamos muy bien. En la cama nos compenetramos a las mil maravillas, y fuera también.
Myriam se puso colorada.
-Ésas no son razones de peso para casarse- declaró, pero sin apartarle la mano.
-Es mejor que nada. Piénsalo y verás que tengo razón. ¿Con cuántos hombres has hablado como conmigo?
-Con ninguno. Pero, Víctor, creo que no lo has pensado bien. Tú eres un García.
-¿Y a quién le importa cuál sea mi apellido?- maldita sea, ¿qué problema tenía? Debía casarse con él-. Di que sí- insistió, masajeándole el pezón con los dedos-. Estaremos muy bien juntos. Y si estás embarazada, me darás una gran alegría.
Myriam volvió a cerrar los ojos y respiró hondo.
- Sí.
Por el tono de la respuesta, a Victor le pareció que estaba accediendo más a una ejecución que a una boda, pero el alivio que sintió fue tan grande que no hizo ningún comentario. Se levantó, con ella abrazada a él, y se dio la vuelta para tumbarse en la cama. Le esparció el pelo en la almohada y entró en el cuarto de baño a agarrar una toalla y empaparla de agua caliente.
Al volver al dormitorio, lo divirtió encontrar cómo se había cubierto con una sábana y aún más que protestara cuando él se la quitó y empezó a lavarla.
- Voy a verte cada dia- le dijo-. Así que ya puedes ir olvidándote de tanta modestia.
-No puedo- dijo ella, cubriéndose la cara con las manos. Él se echó a reír y dejó la toalla a un lado.
-No puedo creer que me hayas ocultado este pelo durante cuatro años- murmuró, tumbándose junto a ela y hundiendo la cara en la fragante melena.
Myriam no dijo nada, pero él sintió que estaba sonriendo. Había hablado muy poco desde que se levantaron del sofá, y Victor tuvo un momento de pánico al pensar que tal vez le hubiera hecho daño. Se inclinó sobre ella y le tomó el pecho en la mano.
-¿Estás segura de que estas bien? He sido demasiado duro.
-Estoy bien- dijo ella, y una vez más se puso colorada.
-¿Por qué te ruborizas tanto?- le preguntó con una sonrisa.
-No lo sé- respondió sin mirarlo a los ojos
-¿Sabes? Hay muchas cosas que podríamos hacer si de verdad quieres ruborizarte...
Habia esperado que con aquel comentario ella ocualtara el rostro y se riera, pero Myriam le clavó la mirada, con sus mielosos ojos verdes brillando de deseo.
-Muéstramelas.
A Victor le vibró todo el cuerpo de anticipación, y sintió un tremendo alivio al darse cuenta de que no le había hecho daño ni la habia asustado. Pero esa vez se aseguraría de que compartieran todo el placer. Sería él quien lo hiciera todo por ella.
Y así lo hizo, La presionó de espaldas contra la almohada y la besó desde el lóbulo de la oreja hasta las uñas de los pies, succionando, mordisqueando y pellizcando, pasándole la lengua por la parte trasera de las rodillas y luego masajeándole y lamiéndole sus hermosos pechos. A continuación, entrelazó los dedos con los suyos y le sujetó ambas manos sobre la cabeza, para seguir explorando su cuerpo con la otra mano. Al cabo de un rato, se arrodilló a sus pies y le separo las piernas, sin hacer caso de su débil murmullo de protesta. Pronto ella empezó a jadear y él fue subiendo con besos por la cara de interna del muslo, deleitándose con cada centímetro de piel desnuda, hasta que su boca llegó hasta el mismo centro de su su escencia femenina. Allí, su lengua buscó ávidamente la fuente de humedad, escondida entre los rizos, y la saboreó con extremo cuidado hasta que ella se retorció bajo su boca. Entonces Victor incrementó el ritmo, y ella se arqueó y gritó al sentir las colvulsiones de su propia liberación.
Él dejó que se recuperara , y entonces la acurrucó entre sus brazos.
- Asi es como debería haberse hecho en tu primera vez- ya no podía cambiarlo, pero la idea de que aquella mujer tan dulce, responsable e increíblemente apasionada estuviera cada noche en su cama lo unundó de placer.
-Ha sido... maravilloso- susurró ella, poniéndole la mano en el pecho-. Pero tú no has... necesitas...- se interrumpió, y él penso que se habia vuelto a ruborizar.
-Cualquier hombre que te diga que lo necesitar es un condenado mentiroso.
Ella se echo a reír, como él esperaba. Pero entonces se puso sería y con los dedos le trazó pequeños círculos alrededor del obligo.
-Ahora te toca a ti.
Él respiro hondo y le retiró la mano.
- No puedo- dijo-. No soy el tipo de hombre que lleva preservativos en la cartera. Ya nos hemos arriesgado una vez...
-Creo que no estoy en el mejor momento para concebir- dijo ella-. Además, no pasaría nada malo por tener un bebé.
A Victor le dio u vuelco el corazón al opir aquellas palabras, pero aun así dudó. No quería abrumarla, a pesar de que su cuerpo pedía otra cosa.
- No sé si puedo...
-¿Y quú pasa si yo quiero hacerlo?- lo preguntó con tanta timidez y lo tocó con tanta suavidad que Victor no pudo reprimir un gemido.
-Mi madre me educó para ser caballero- le recordó-. No puedo negarme a la petición de una dama.
-Cielos, qué duro, ¿no?- dijo ella con una risita.
-No- se tumbo de espaldas y la hizo acostarse a su lado-. Esto es duro- le puso una mano encima de la suya y le enseño cómo acariciarlo, cuál debía ser la presión y la velocidad en los movimientos. Y, tras unos momentos de indecisión, Myriam aprendió a hacerlo con tanta pericia que él tuvo que detenerla para no perderse por completo.
-Espera- le dijo con voz ahogada.
-¿Por qué?- preguntó ella con aprensión, deteniendo la mano.
-Porque si sigues voy a explotar antes de tiempo.
Ella retiro la mano y él casi soltó un gemido por el cese de aquel ardiente y dulce placer. Era deliciosamente tímida, pensó Victor, pasándole un dedo por la mandíbula e inclinándose para darle un beso en los labios. En esa ocasión no tuvo que hacer nada para que separara las piernas. La miró fijamente a los ojos mientras introducía su endurecido miembro en su receptivo interior. Y le mantuvo la mirada durante todo el acto, hasta que su porpio cuerpo empezó a vibrar por los temblores del orgasmo. Entonces bajó una mano entre ellos y le frotó el sexo con los dos dedos. Ella abrió desmesuradamente los ojos y dejó escapar un grito, justo cuando ambos alcanzaron los momentos finales del clímax. Victor le cubrío la boca con la suya y absorbió los dulces gemidos de sus labios.
El despertador de Myriam sonó al amanecer. Ella había dormido toda la noche entre los brazos de Victor, quien se despertó varias veces por la novedosa sensación de estar durmiendo con alguien. Era algo sorprendentemente agradable, a pesar de no ser algo a lo que estuviera acostumbrado. Un médico no tenía mucho tiempo para dormir, y mucho menos para pensar en el sexo.
Pero en esos momentos estaba pensando precisamente en eso.
Myriam se movió y alargó una mano para pagar el despertador. Aun medio dormido, él le puso una mano en el hombro desnudo y la hizo volverse, se colocó encima y la penetro con facilidad. Su cuerpo femenino le dio una cálida y húmeda bienvenida. Las caderas empezaron a moverse a un ritmo tranquilo, que, sin embargo, bastó para encender el fuego interno de Victor. Le agarró las piernas y se las pasó alrededor de la cintura, colocándola de tal modo que con cada ligera sacudida la excitaba más y más. Y cuando ella empezó a gemir con fuerza, él se rindió a un intenso y prolongado orgasmo que derritió sus huesos en un torrente de pasión y que lo hizo desplomarse sobre ella, igualmente exhausta.
-Buenos días- la saludó al oído cuando recuperó el aire.
-Bueno dias- respondió ella con un cierto deje en la voz
- Hoy voy a empezar a usar protección- dijo él.
Ella le sonrió mientras le masajeaba el cuello.
-¿Y de qué sirve cerrar la puerta del establo cuando el caballo se ha escapado?- preguntó, pero entonces miró el despertador y empezó a empujarlo por los hombros-. ¡Levanta, voy a llegar tarde! Hoy tengo turno de día.
Él se tumbó de costado y permaneció así mientras ella se levantaba y se duchaba. A cintinuación se duchó él, y cuando volvió al dormitorio ella ya se había vestido y se estaba cepillando el pelo con rapidez. Mientras se lo recogía en su peinado habitual, él se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros, mirándola a los ojos en el espejo.
-¿Lista para irte?
Ella asintió mientras se ponías las horquillas.
-Casi.
-Me gusta que vayas así al trabajo- le dijo-. No quiero que nadie vea todo este pelo suelto y empiece a tener ideas.
Las manos de Myriam se detuvieron y se volvió a mirarlo, claramente asombrada. Demonios, Victor podía imaginarse lo que estaba sintiendo. Una voz maliciosa había pronunciado esas palabras sin que él pudiera evitarlo.
Carraspeó torpemente para aclararse la graganta.
-Es hora de irse.
Myriam completó su turno como si estuviera volando con el piloto automático. Realizó sus tareas habituales con su eficiencia de siempre, pero su cabeza seguía en el dormitorio.
< Quiero que te cases conmigo>
Cuando fue al almacén en busca de una cosa, se tuvo que pellizcar para convencerse de que aquello era real.
El día anterior, había sido una enfermera soltera y sosa, virgen y desesperadamente enamorada del médico más arrebatador del hospital. Hoy... ya no era virgen, e iba a casarse con él.
Durante muchos años el celibato había sido su elección. Quería casarse y entregarle a su marido el regalo de su cuerpo. Pero los años habían pasado y el amor no la había encontrado. Hasta que llegó Victor. Y aunque no habpia sabido que acabarían casándose, se había dado cuenta, al sentir sus caricias, que aquel hombre era lo que había deseado durante todo ese tiempo. Victor le había hecho el amor. A ella. Y no sólo eso. Se había preocupado de que experimentara tanto placer como él, y para ellos le había hecho cosas tan maravillosas que nunca podría olvidar.
El mundo estaba loco. Y ella tampoco estaba muy cuerda, fantaseando con una boda y una vida junto a un hombre como Victor García. Un miembro de la familia García.
Victor no iba a casarse con ella. Se había mostrado muy seco al encontrarse en el aparcamiento antes de estrar juntos en el hospital. Seguramente ya se estaba arrepintiendo por haberle hecho esa proposición.
Bueno, ¿Y qué? Ella se comportaría como si lo hubiera hecho de broma. De ese modo no lo perdería como amigo. No podría soportar que la evitara y que no quisiera conservar la amistad. No después de haber intimado tanto.
Más tarde, cuando estaba en la sala de descanso buscando alguna bebida en la nevera, Victor entró por la puerta. Parecía agotado, como si no hubiera dormido bastante, y eso había sido culpa de ella...
-Hola, ¿acabas a las siete?- le preguntó mientras se servía una taza de café.
- Sí- respondió ella, preparándose para el inevitable y doloroso momento.
- Esta noche voy acabar nyt tarde, pero si mañana estás libre podríamos ir por los anillos- hablaba con despreocupación, pero mientras daba un sorbo la miró con ojos entrecerrados por encima de la taza. Ya fuera por el humo o por el horrible sabor del café, Myriam no supo el motivo.
- Empieza mi fin de semana- dijo, pero entonces se percató de lo que él había dicho-.¿Anillos? ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Victor, sabes que no espero de ti que te cases conmigo sólo porque pueda estar... embarazada. ¿Porqué no esperamos unas semanas y vemos qué pasa? Tal vez no haya ninguna motivo para casarnos.
-Oh, sí que hay un motivo- dijo él. Dejó la taza y cruzó la sala hacia ella. Myriam- le puso las amnos en las caderas y tiró de ella hacia él, te conozco. Si has sido virgen hasta los... a propósti, ¿cuántos años tienes?
-Veintiséis.
- Si has sido virgen hasta los veimteseis, es que tenías un motivo. No me diste a mí ese regalo porque sí- la acercó más y su voz se hizo más profunda-. Te comprometiste conmigo en cuanto estuve dentro de ti por pirmera vez sin que ninguno de los usara protección. La segunda vez, y la tercrera, tan sólo añadieron un poco de peso- la rodeó con los brazos y le hizo presionsar las acderas contra él. Myriam se estremeció con el contacto-. Lo único que tienes que elegir es si quieres usar protección de ahora en adelante en caso de que no vayamos a ser padres de inmediato.
Hablaba en serio. Y aunque ella comprendía ahora que la infancia sin padre de Victor debía de haverlo convencido de no cometer el mismo error con un hijo propio, le costó respirar, invadida por una ola de calo. Victor quería casarse con ella. ¡Con ella!
Lo miró a sus bonitos ojos dorados y se atrevió a pasarle las manos por los hombros.
- De acuerdo- dijo, y respiró hondo-.Tal vez deberíamos usar protección al principio. Podemos decidir más tarde cuándo queremos tener hijos.. si es que la diosa de la fertilidad no lo ha decidido ya por nosotros.
-Por mí, estupendo- dijo él, y se inclinó para besarla.
En ese preciso momento, al puerta de la sala se abrió y entraron dos enfermeras.
-¡Oh Dios mío!- exclamó una de ellas.
La otra se limitó a sonreír, con las cejas alzadas en un gesto de sorpresa.
- Hola, doctor García, ¿donde podémos conseguir número para eso?
-Lo siento, nada de numeros- dijo Victor, sonriéndoles a las dos. Sus dedos se clavaron en las costillas de Myriam, y sus brazos la retuvieron pegadas a él como gruesas cadenas de acero.-. Pero pueden ser las primeras en felicitarnos por nuestro compromiso.
Myriam se hubiera echado a reír al ver las caras de sus colegas de no haberse puesto como un tomate.
-¡Victor!
-¿Qué?, su expresión era de pura inocencia-. Cuando lleves un anillo en el dedo, ¿no crees que la gente empezara a hacerse preguntas?
Las dos enfermeras se habían quedado boquiabiertas. Myriam sólo podía imaginarse lo que estaban pensando. Seguramente se estaban haciendo la misma pregunta que a ella la torturaba: ¿Qué hace un hombre como el doctor García con una sosa como Myriam Montemayor?
Las mujeres murmuraron unas palabras de enhorabuena y salieron de la sala sin haber llegado a entrar. Victor esperó a que la puerta se cerrará tras ellas para soltar a Myriam.
- Supongo que éste no es el lugar ni el momento para una aventura- volvió a donde había dejado la taza y la levantó-. Te recogeré cuando acabe tu turno y nos iremos a mi casa. Me gustaría que la vieras, que decidas si te va bien o si deberíamos buscar otro sitio.
Antes de que ella pudiera decir nada, Victor se acercó, le dio un beso en la naríz y salió de la sala. Myriam se quedó mirándolo, alzando una mano para tocarse la nariz.¿Quién de los dos estaba más loco?
-¿Qué vas a que?- los hermosos ojos de su madre casi se salieron de sus orbitas.
Victor soltó un resoplido al ver su evidente shock.
-Voy a casarme, ¿te sorprende?
Miranda negó lentamente con la cabeza y esbozó una irónica sonrisa.
-La verdad es que no. Siempre has mantenido en secreto tus planes importantes hasta que los has hecho.
-¿Como que?- preguntó él. ¿Sería eso cierto?
Su madre se puso a enumerar con los dedos.
-Como cuando tenías catorce años y empezaste a ahorrar dinero cortando el césped porque querías ir a la universidad a estudiar medicina. Me enteré cuando el banco llamó para pedir que un tutor adulto se hiciera cargo de tu cuenta. O como cuando tenías dieciséis años y te presentaste al programa de voluntariado del hospital porque querías hacer méritos para tu currículum. Me lo contaste después de haberte inscrito. O como cuando solicitaste el ingreso en la facultad de medicina y nadie supo nada hasta que te hubieron aceptado.
-De acuerdo, entendido- dijo él alzando una mano. Una inexplicable punzada de culpa lo traspasó. Nunca había considerado sus acciones desde el punto de vista de su madre. Simplemente, no soportaba la idea del fracaso, y por eso preferían no contarle a nadie sus sueños y esperanzas. Y, además, su madre ya había tenido demasiados problemas en la vida como para que la atosigaran con los suyos propios.
Pero la verdad era que nunca se le había ocurrido confiar en los demás. Salvo en Myriam. Aún se sorprendía de la facilidad con la que ella había entrado en su vida, y se moría de impaciencia por verse casados.
- Háblame de ella- le pisió su madre.
-Es pelirroja, y tiene los ojos mielosos.
Su madre puso mueca de exasperación.
-Sinceramente, Victor, ¡a veces no me puedo creer que seas hijo mío! ¿Dónde la has conocido? ¿Y cuándo?
-Su nombre es Myriam. Myriam Montemayor. Es enfermera. La conocí hace cuatro años cuando empezó a trabajar en la unidad de pediatría del Country Hospital. Desde entonces hemos sido amigos, pero hasta hace muy poco no fui lo bastante listo como para declararme- bueno, la menos eso era cierto-. Es tranquila, muy dulce, algo tímida. Te encantará.
-¿Es de San Antonio?
-Sí- o al menos eso creía.
-¿Tiene familia aqui?
-No, no estaba seguro, pero ella nunca le había hablado de su familia. De hecho, casi no le había contado nada de sí misma.
Eso es porqué siempre estás muy ocupado hablando se ti mismo, ¿o no?, pensó, sintiéndose incómodo.
-Mira- dijo, impaciente por distraer a su amdre-, sale de trabajar a las siete y vamos acenar en mi casa. ¿Que te parece si la traigo un ratito alrededor de las nueve para que la conozcas?
Victor estaba de pie en la cocina, con una copa de vino en la mano. Después de visitar a su amdre, había recogido a Myriam y la había llevado a casa, y ahora estaba esperando a que se cambiara de ropa. Se preguntó si volvería a dejarse el pelo suelto. Si no lo hacía, iba a ser él quien lo hiciera por ella.
Arrepentido, nego con la cabeza. ¿Cómo demonios podía estar tan obsesionado con una mujer y su pelo? A cada segundo le costaba más no recordar cómo se había sentido entre sus muslos, los ruiditos que hacía al llegar al orgasmo y el tacto de sus manos en su...
No, definitivamente la cocica no era el lugar adecuado para esa clase de reacción corporal. Aquello debía acabar. Y pronto. En cuanto se desvaneciera el arrebato inicial de intimidad sexual. Aunque, en esos momentos, le resultaba imposible imaginarse que pudiera llegar a ser inmune a sus encantos, o que pudiera hacerle el amor de una forma menos apasionada.
¿Por qué lo afectaba tanto? No era unabelleza despampanante, pero sí irradiaba una apacible dulzura y un destello de calor y humor que lo volvían loco. Pensándolo bien, se dio cuenta de que Myriam tenía una discreta clase de belleza que él había pasado por alto durante todos esos años.
-Esta noche... le dijo-, no ha sido algo casual para ti. Y no hemos usado protección. Es probable que te haya dejado embarazada.
-Pero... pero no tienes que... ¿No puedes casarte conmigo!- parecía completamente aterrorizada, tensa y rígida contra él.
-Sé que no tengo que hacerlo, pero quiero hacerlo- inclinó la cabeza y buscó la boca para darle un beso tan intenso como apaciguador. Cuando ella se relajó un poco, él volvió a apartarse-. Di que sí.
Ella lo miró durante unos momentos y cerró los ojos.
- Estás loco. No soporterías estar casado conmigo.
La certeza con la que lo dijo lo desconcertó, pero entonces se dio cuenta de que no había dicho que fuera ella la que no soportaría estar casada con él.
- Lo he pensado- le dijo, , cubriéndole un pecho con la mano-, y creo que nos llevaríamos muy bien. En la cama nos compenetramos a las mil maravillas, y fuera también.
Myriam se puso colorada.
-Ésas no son razones de peso para casarse- declaró, pero sin apartarle la mano.
-Es mejor que nada. Piénsalo y verás que tengo razón. ¿Con cuántos hombres has hablado como conmigo?
-Con ninguno. Pero, Víctor, creo que no lo has pensado bien. Tú eres un García.
-¿Y a quién le importa cuál sea mi apellido?- maldita sea, ¿qué problema tenía? Debía casarse con él-. Di que sí- insistió, masajeándole el pezón con los dedos-. Estaremos muy bien juntos. Y si estás embarazada, me darás una gran alegría.
Myriam volvió a cerrar los ojos y respiró hondo.
- Sí.
Por el tono de la respuesta, a Victor le pareció que estaba accediendo más a una ejecución que a una boda, pero el alivio que sintió fue tan grande que no hizo ningún comentario. Se levantó, con ella abrazada a él, y se dio la vuelta para tumbarse en la cama. Le esparció el pelo en la almohada y entró en el cuarto de baño a agarrar una toalla y empaparla de agua caliente.
Al volver al dormitorio, lo divirtió encontrar cómo se había cubierto con una sábana y aún más que protestara cuando él se la quitó y empezó a lavarla.
- Voy a verte cada dia- le dijo-. Así que ya puedes ir olvidándote de tanta modestia.
-No puedo- dijo ella, cubriéndose la cara con las manos. Él se echó a reír y dejó la toalla a un lado.
-No puedo creer que me hayas ocultado este pelo durante cuatro años- murmuró, tumbándose junto a ela y hundiendo la cara en la fragante melena.
Myriam no dijo nada, pero él sintió que estaba sonriendo. Había hablado muy poco desde que se levantaron del sofá, y Victor tuvo un momento de pánico al pensar que tal vez le hubiera hecho daño. Se inclinó sobre ella y le tomó el pecho en la mano.
-¿Estás segura de que estas bien? He sido demasiado duro.
-Estoy bien- dijo ella, y una vez más se puso colorada.
-¿Por qué te ruborizas tanto?- le preguntó con una sonrisa.
-No lo sé- respondió sin mirarlo a los ojos
-¿Sabes? Hay muchas cosas que podríamos hacer si de verdad quieres ruborizarte...
Habia esperado que con aquel comentario ella ocualtara el rostro y se riera, pero Myriam le clavó la mirada, con sus mielosos ojos verdes brillando de deseo.
-Muéstramelas.
A Victor le vibró todo el cuerpo de anticipación, y sintió un tremendo alivio al darse cuenta de que no le había hecho daño ni la habia asustado. Pero esa vez se aseguraría de que compartieran todo el placer. Sería él quien lo hiciera todo por ella.
Y así lo hizo, La presionó de espaldas contra la almohada y la besó desde el lóbulo de la oreja hasta las uñas de los pies, succionando, mordisqueando y pellizcando, pasándole la lengua por la parte trasera de las rodillas y luego masajeándole y lamiéndole sus hermosos pechos. A continuación, entrelazó los dedos con los suyos y le sujetó ambas manos sobre la cabeza, para seguir explorando su cuerpo con la otra mano. Al cabo de un rato, se arrodilló a sus pies y le separo las piernas, sin hacer caso de su débil murmullo de protesta. Pronto ella empezó a jadear y él fue subiendo con besos por la cara de interna del muslo, deleitándose con cada centímetro de piel desnuda, hasta que su boca llegó hasta el mismo centro de su su escencia femenina. Allí, su lengua buscó ávidamente la fuente de humedad, escondida entre los rizos, y la saboreó con extremo cuidado hasta que ella se retorció bajo su boca. Entonces Victor incrementó el ritmo, y ella se arqueó y gritó al sentir las colvulsiones de su propia liberación.
Él dejó que se recuperara , y entonces la acurrucó entre sus brazos.
- Asi es como debería haberse hecho en tu primera vez- ya no podía cambiarlo, pero la idea de que aquella mujer tan dulce, responsable e increíblemente apasionada estuviera cada noche en su cama lo unundó de placer.
-Ha sido... maravilloso- susurró ella, poniéndole la mano en el pecho-. Pero tú no has... necesitas...- se interrumpió, y él penso que se habia vuelto a ruborizar.
-Cualquier hombre que te diga que lo necesitar es un condenado mentiroso.
Ella se echo a reír, como él esperaba. Pero entonces se puso sería y con los dedos le trazó pequeños círculos alrededor del obligo.
-Ahora te toca a ti.
Él respiro hondo y le retiró la mano.
- No puedo- dijo-. No soy el tipo de hombre que lleva preservativos en la cartera. Ya nos hemos arriesgado una vez...
-Creo que no estoy en el mejor momento para concebir- dijo ella-. Además, no pasaría nada malo por tener un bebé.
A Victor le dio u vuelco el corazón al opir aquellas palabras, pero aun así dudó. No quería abrumarla, a pesar de que su cuerpo pedía otra cosa.
- No sé si puedo...
-¿Y quú pasa si yo quiero hacerlo?- lo preguntó con tanta timidez y lo tocó con tanta suavidad que Victor no pudo reprimir un gemido.
-Mi madre me educó para ser caballero- le recordó-. No puedo negarme a la petición de una dama.
-Cielos, qué duro, ¿no?- dijo ella con una risita.
-No- se tumbo de espaldas y la hizo acostarse a su lado-. Esto es duro- le puso una mano encima de la suya y le enseño cómo acariciarlo, cuál debía ser la presión y la velocidad en los movimientos. Y, tras unos momentos de indecisión, Myriam aprendió a hacerlo con tanta pericia que él tuvo que detenerla para no perderse por completo.
-Espera- le dijo con voz ahogada.
-¿Por qué?- preguntó ella con aprensión, deteniendo la mano.
-Porque si sigues voy a explotar antes de tiempo.
Ella retiro la mano y él casi soltó un gemido por el cese de aquel ardiente y dulce placer. Era deliciosamente tímida, pensó Victor, pasándole un dedo por la mandíbula e inclinándose para darle un beso en los labios. En esa ocasión no tuvo que hacer nada para que separara las piernas. La miró fijamente a los ojos mientras introducía su endurecido miembro en su receptivo interior. Y le mantuvo la mirada durante todo el acto, hasta que su porpio cuerpo empezó a vibrar por los temblores del orgasmo. Entonces bajó una mano entre ellos y le frotó el sexo con los dos dedos. Ella abrió desmesuradamente los ojos y dejó escapar un grito, justo cuando ambos alcanzaron los momentos finales del clímax. Victor le cubrío la boca con la suya y absorbió los dulces gemidos de sus labios.
El despertador de Myriam sonó al amanecer. Ella había dormido toda la noche entre los brazos de Victor, quien se despertó varias veces por la novedosa sensación de estar durmiendo con alguien. Era algo sorprendentemente agradable, a pesar de no ser algo a lo que estuviera acostumbrado. Un médico no tenía mucho tiempo para dormir, y mucho menos para pensar en el sexo.
Pero en esos momentos estaba pensando precisamente en eso.
Myriam se movió y alargó una mano para pagar el despertador. Aun medio dormido, él le puso una mano en el hombro desnudo y la hizo volverse, se colocó encima y la penetro con facilidad. Su cuerpo femenino le dio una cálida y húmeda bienvenida. Las caderas empezaron a moverse a un ritmo tranquilo, que, sin embargo, bastó para encender el fuego interno de Victor. Le agarró las piernas y se las pasó alrededor de la cintura, colocándola de tal modo que con cada ligera sacudida la excitaba más y más. Y cuando ella empezó a gemir con fuerza, él se rindió a un intenso y prolongado orgasmo que derritió sus huesos en un torrente de pasión y que lo hizo desplomarse sobre ella, igualmente exhausta.
-Buenos días- la saludó al oído cuando recuperó el aire.
-Bueno dias- respondió ella con un cierto deje en la voz
- Hoy voy a empezar a usar protección- dijo él.
Ella le sonrió mientras le masajeaba el cuello.
-¿Y de qué sirve cerrar la puerta del establo cuando el caballo se ha escapado?- preguntó, pero entonces miró el despertador y empezó a empujarlo por los hombros-. ¡Levanta, voy a llegar tarde! Hoy tengo turno de día.
Él se tumbó de costado y permaneció así mientras ella se levantaba y se duchaba. A cintinuación se duchó él, y cuando volvió al dormitorio ella ya se había vestido y se estaba cepillando el pelo con rapidez. Mientras se lo recogía en su peinado habitual, él se acercó por detrás y le puso las manos en los hombros, mirándola a los ojos en el espejo.
-¿Lista para irte?
Ella asintió mientras se ponías las horquillas.
-Casi.
-Me gusta que vayas así al trabajo- le dijo-. No quiero que nadie vea todo este pelo suelto y empiece a tener ideas.
Las manos de Myriam se detuvieron y se volvió a mirarlo, claramente asombrada. Demonios, Victor podía imaginarse lo que estaba sintiendo. Una voz maliciosa había pronunciado esas palabras sin que él pudiera evitarlo.
Carraspeó torpemente para aclararse la graganta.
-Es hora de irse.
Myriam completó su turno como si estuviera volando con el piloto automático. Realizó sus tareas habituales con su eficiencia de siempre, pero su cabeza seguía en el dormitorio.
< Quiero que te cases conmigo>
Cuando fue al almacén en busca de una cosa, se tuvo que pellizcar para convencerse de que aquello era real.
El día anterior, había sido una enfermera soltera y sosa, virgen y desesperadamente enamorada del médico más arrebatador del hospital. Hoy... ya no era virgen, e iba a casarse con él.
Durante muchos años el celibato había sido su elección. Quería casarse y entregarle a su marido el regalo de su cuerpo. Pero los años habían pasado y el amor no la había encontrado. Hasta que llegó Victor. Y aunque no habpia sabido que acabarían casándose, se había dado cuenta, al sentir sus caricias, que aquel hombre era lo que había deseado durante todo ese tiempo. Victor le había hecho el amor. A ella. Y no sólo eso. Se había preocupado de que experimentara tanto placer como él, y para ellos le había hecho cosas tan maravillosas que nunca podría olvidar.
El mundo estaba loco. Y ella tampoco estaba muy cuerda, fantaseando con una boda y una vida junto a un hombre como Victor García. Un miembro de la familia García.
Victor no iba a casarse con ella. Se había mostrado muy seco al encontrarse en el aparcamiento antes de estrar juntos en el hospital. Seguramente ya se estaba arrepintiendo por haberle hecho esa proposición.
Bueno, ¿Y qué? Ella se comportaría como si lo hubiera hecho de broma. De ese modo no lo perdería como amigo. No podría soportar que la evitara y que no quisiera conservar la amistad. No después de haber intimado tanto.
Más tarde, cuando estaba en la sala de descanso buscando alguna bebida en la nevera, Victor entró por la puerta. Parecía agotado, como si no hubiera dormido bastante, y eso había sido culpa de ella...
-Hola, ¿acabas a las siete?- le preguntó mientras se servía una taza de café.
- Sí- respondió ella, preparándose para el inevitable y doloroso momento.
- Esta noche voy acabar nyt tarde, pero si mañana estás libre podríamos ir por los anillos- hablaba con despreocupación, pero mientras daba un sorbo la miró con ojos entrecerrados por encima de la taza. Ya fuera por el humo o por el horrible sabor del café, Myriam no supo el motivo.
- Empieza mi fin de semana- dijo, pero entonces se percató de lo que él había dicho-.¿Anillos? ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Victor, sabes que no espero de ti que te cases conmigo sólo porque pueda estar... embarazada. ¿Porqué no esperamos unas semanas y vemos qué pasa? Tal vez no haya ninguna motivo para casarnos.
-Oh, sí que hay un motivo- dijo él. Dejó la taza y cruzó la sala hacia ella. Myriam- le puso las amnos en las caderas y tiró de ella hacia él, te conozco. Si has sido virgen hasta los... a propósti, ¿cuántos años tienes?
-Veintiséis.
- Si has sido virgen hasta los veimteseis, es que tenías un motivo. No me diste a mí ese regalo porque sí- la acercó más y su voz se hizo más profunda-. Te comprometiste conmigo en cuanto estuve dentro de ti por pirmera vez sin que ninguno de los usara protección. La segunda vez, y la tercrera, tan sólo añadieron un poco de peso- la rodeó con los brazos y le hizo presionsar las acderas contra él. Myriam se estremeció con el contacto-. Lo único que tienes que elegir es si quieres usar protección de ahora en adelante en caso de que no vayamos a ser padres de inmediato.
Hablaba en serio. Y aunque ella comprendía ahora que la infancia sin padre de Victor debía de haverlo convencido de no cometer el mismo error con un hijo propio, le costó respirar, invadida por una ola de calo. Victor quería casarse con ella. ¡Con ella!
Lo miró a sus bonitos ojos dorados y se atrevió a pasarle las manos por los hombros.
- De acuerdo- dijo, y respiró hondo-.Tal vez deberíamos usar protección al principio. Podemos decidir más tarde cuándo queremos tener hijos.. si es que la diosa de la fertilidad no lo ha decidido ya por nosotros.
-Por mí, estupendo- dijo él, y se inclinó para besarla.
En ese preciso momento, al puerta de la sala se abrió y entraron dos enfermeras.
-¡Oh Dios mío!- exclamó una de ellas.
La otra se limitó a sonreír, con las cejas alzadas en un gesto de sorpresa.
- Hola, doctor García, ¿donde podémos conseguir número para eso?
-Lo siento, nada de numeros- dijo Victor, sonriéndoles a las dos. Sus dedos se clavaron en las costillas de Myriam, y sus brazos la retuvieron pegadas a él como gruesas cadenas de acero.-. Pero pueden ser las primeras en felicitarnos por nuestro compromiso.
Myriam se hubiera echado a reír al ver las caras de sus colegas de no haberse puesto como un tomate.
-¡Victor!
-¿Qué?, su expresión era de pura inocencia-. Cuando lleves un anillo en el dedo, ¿no crees que la gente empezara a hacerse preguntas?
Las dos enfermeras se habían quedado boquiabiertas. Myriam sólo podía imaginarse lo que estaban pensando. Seguramente se estaban haciendo la misma pregunta que a ella la torturaba: ¿Qué hace un hombre como el doctor García con una sosa como Myriam Montemayor?
Las mujeres murmuraron unas palabras de enhorabuena y salieron de la sala sin haber llegado a entrar. Victor esperó a que la puerta se cerrará tras ellas para soltar a Myriam.
- Supongo que éste no es el lugar ni el momento para una aventura- volvió a donde había dejado la taza y la levantó-. Te recogeré cuando acabe tu turno y nos iremos a mi casa. Me gustaría que la vieras, que decidas si te va bien o si deberíamos buscar otro sitio.
Antes de que ella pudiera decir nada, Victor se acercó, le dio un beso en la naríz y salió de la sala. Myriam se quedó mirándolo, alzando una mano para tocarse la nariz.¿Quién de los dos estaba más loco?
-¿Qué vas a que?- los hermosos ojos de su madre casi se salieron de sus orbitas.
Victor soltó un resoplido al ver su evidente shock.
-Voy a casarme, ¿te sorprende?
Miranda negó lentamente con la cabeza y esbozó una irónica sonrisa.
-La verdad es que no. Siempre has mantenido en secreto tus planes importantes hasta que los has hecho.
-¿Como que?- preguntó él. ¿Sería eso cierto?
Su madre se puso a enumerar con los dedos.
-Como cuando tenías catorce años y empezaste a ahorrar dinero cortando el césped porque querías ir a la universidad a estudiar medicina. Me enteré cuando el banco llamó para pedir que un tutor adulto se hiciera cargo de tu cuenta. O como cuando tenías dieciséis años y te presentaste al programa de voluntariado del hospital porque querías hacer méritos para tu currículum. Me lo contaste después de haberte inscrito. O como cuando solicitaste el ingreso en la facultad de medicina y nadie supo nada hasta que te hubieron aceptado.
-De acuerdo, entendido- dijo él alzando una mano. Una inexplicable punzada de culpa lo traspasó. Nunca había considerado sus acciones desde el punto de vista de su madre. Simplemente, no soportaba la idea del fracaso, y por eso preferían no contarle a nadie sus sueños y esperanzas. Y, además, su madre ya había tenido demasiados problemas en la vida como para que la atosigaran con los suyos propios.
Pero la verdad era que nunca se le había ocurrido confiar en los demás. Salvo en Myriam. Aún se sorprendía de la facilidad con la que ella había entrado en su vida, y se moría de impaciencia por verse casados.
- Háblame de ella- le pisió su madre.
-Es pelirroja, y tiene los ojos mielosos.
Su madre puso mueca de exasperación.
-Sinceramente, Victor, ¡a veces no me puedo creer que seas hijo mío! ¿Dónde la has conocido? ¿Y cuándo?
-Su nombre es Myriam. Myriam Montemayor. Es enfermera. La conocí hace cuatro años cuando empezó a trabajar en la unidad de pediatría del Country Hospital. Desde entonces hemos sido amigos, pero hasta hace muy poco no fui lo bastante listo como para declararme- bueno, la menos eso era cierto-. Es tranquila, muy dulce, algo tímida. Te encantará.
-¿Es de San Antonio?
-Sí- o al menos eso creía.
-¿Tiene familia aqui?
-No, no estaba seguro, pero ella nunca le había hablado de su familia. De hecho, casi no le había contado nada de sí misma.
Eso es porqué siempre estás muy ocupado hablando se ti mismo, ¿o no?, pensó, sintiéndose incómodo.
-Mira- dijo, impaciente por distraer a su amdre-, sale de trabajar a las siete y vamos acenar en mi casa. ¿Que te parece si la traigo un ratito alrededor de las nueve para que la conozcas?
Victor estaba de pie en la cocina, con una copa de vino en la mano. Después de visitar a su amdre, había recogido a Myriam y la había llevado a casa, y ahora estaba esperando a que se cambiara de ropa. Se preguntó si volvería a dejarse el pelo suelto. Si no lo hacía, iba a ser él quien lo hiciera por ella.
Arrepentido, nego con la cabeza. ¿Cómo demonios podía estar tan obsesionado con una mujer y su pelo? A cada segundo le costaba más no recordar cómo se había sentido entre sus muslos, los ruiditos que hacía al llegar al orgasmo y el tacto de sus manos en su...
No, definitivamente la cocica no era el lugar adecuado para esa clase de reacción corporal. Aquello debía acabar. Y pronto. En cuanto se desvaneciera el arrebato inicial de intimidad sexual. Aunque, en esos momentos, le resultaba imposible imaginarse que pudiera llegar a ser inmune a sus encantos, o que pudiera hacerle el amor de una forma menos apasionada.
¿Por qué lo afectaba tanto? No era unabelleza despampanante, pero sí irradiaba una apacible dulzura y un destello de calor y humor que lo volvían loco. Pensándolo bien, se dio cuenta de que Myriam tenía una discreta clase de belleza que él había pasado por alto durante todos esos años.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Pero, ¿cómo no había podido fijarse antes en ese delicado perfil, en esa pequeña nariz, en esa piel suave y satinada, en esas cejar arqueadas y srprendentemente oscuras para una pelirroja?¿Y esos ojos, los más grandes y mielosos que había visto jamas, con un borde oscuro alrededor del iris que enfatizaba su mágico color?¿Y esa sonrisa...?
Sinceramente, no sabía cómo nunca antes se había fijado en todo eso, aun no siendo ella su tipo.
Pero entonces ella entró en al cocina y él lo supo.
Myriam se había hecho invisible. Tranquila, reservada, humilde.. unas cualidades que había llevado al extremo de la descreción. Y eso mismo había hecho que él se sintiera a gusto en su presencia, que encontraba tan apacible y relajante. Siempre que pasaba unos minutos con ella en la cafetería, salía de mejor humor.
Pero quella obsesión tenía que acabar.
-Estás preciosa- le dijo, deleitándose con la vista de sus piernas bajo la falda blanca y la curva de sus pechos bajo el top rosa a juego con el color de sus mejillas. Aunque la ropa no era especialmente porvocativa, Victor sintió que su interés crecía aún más-.
He pensado que después de cenar podría llevarte a conocer a mi madre.
-¡A tu madre!- exclamó ella, mirándolo con ojos muy abiertos-. No voy vestida para conocer a tu madre. ¿Es absolutamente necesario?
Victor se echó a reír. Myriam parecía sinceramente asustada.
-Sí, lo es. No te preocupes. Hoy he ido a verla y le he dicho que voy a casarme. Me matará si no te presento enseguida.
-Oh, bueno, en ese caso...-miró alrededor, sin saber que decir.
-¿Qué te parece mi casa? Sé que no tiene muchos muebles, pero ese tendrá pronta solución. El prestamo de la universidad ya está pagado, y mi unica deuda es la hipoteca- esperó; no quería reconocer el interés que tenía en la reacción de Myriam.
Tal vez a ella no le gustara a su casa. Era una estancia tremendamente austera, y no sólo por falta de dinero. A Victor nunca se le había ocurrido decorar su lugar de residencia. Después de todo, ¿quién iba averlo además de él?
Myriam pasó la vista por la cocina y se acercó a las puertas francesas, que daban a un patio con una poscina al fondo. Se volvió hacia él con ojos brillantes.
-Me encanta, Victor. Tu casa es preciosa, con o sin muebles.
-Estupendo- dijoél, ignorando el alivio que su aprobación le había producido-. Colaboré con el arquitecto en el proyecto, y me quedé satisfecho con el resultado. Hay cinco dormitorios además del principal, de modo que tenemos sitio de sobra para los niños.
La mención de los niños hizo que el rubor volviera a las mejillas de Myriam. Era algo encantador. Adorable. Y Victor deseó que jamas llegara el día en que no puediera hacer que se ruborizara.
-Niños- dijo ella, y él se preguntó si era conciente del deseo que transmitía su voz-. Todavía no puedo creerme esto.
-Tal vez te resulte más facil creértelo dentro de nueve meses.
-Sería curioso llevar dentro un bebé sano- dijo-. Estoy demasiado acostumbrada a los prematuros.
-Lo sé. ¿Alguna vez has pensaod en cuántos hijos te gustaría tener?
-Uno por cada dormitorio, al emnos- respondió ella, con una soñadora sonrisa.
Victor se estremeció al pensar en el tiempo que pasarían concibiendo cinco hijos. Se acercó a ella y le tendió una copa de vino. Acto seguido. le deslizó los dedos entre su espesa mata de pelo y le hizo acercar la cara.
-Ésos son muchos hijos.
-¿Muchos¡?- arrugó la frente y lo miró a los ojos con expresión abatida-. Tienes razón. Yo...
Él la hizo callar cubriéndole la boca con la suya e introduciéndole la lengua entre los labios. Ella se apretó contra él, rodeándolo con su brazo libre, y los dos gimieron al sentir el tacto de sus cuerpos.
-No he dicho que no quiera un montón de críos- aclaró él, separándose unos centímetros-. Creo que una casa llena de ellos sería fantástica.
Los ojos de Myriam centellearon de felicidad.
-No tienes que trabajar mañana, ¿verdad?- le preguntó él, acariciandole las caderas.
-No- respondió,. mirándolo fijamente a los ojos-. Estoy libre los tres próximos días.
-Estupendo- la besó una vez más antes de soltarla-. Esta noche te quedarás aqí. Mañana empezaremos a trasladar tus cosas.
-No te gusta ir despacio, ¿verdad?- le dijo, arqueando las cejas.
-No hay ningún motivo para esperar- repusó él encogiéndose de hombros.
-Ni tampoco te gusta preguntar la opinión de los demás- añadió con una sonrisa.
-Lo siento .Supongo que es una costumbre adquirida por tantos años dando órdenes médicas.
-Claro... A mí no me engañas. Has nacido para dar órdenes.
-Creo que vas a llevarte muy bien con mi hermana- dijo él con una mueca.
-¿También voy a conocerla a ella esta noche? - preguntó, otra vez llena de pánico.
-No, sólo a mi madre. Dejaremos a mi hermana para otro día.
-¿Cómo vas a explicar esto'
-¿Explicar que?- ella lo miraba con preocupación, y él sintio el impulso de tomarla entre sus brazos.
-Ya sabes. Esto...- hablaba con lentitud, como si él se hubiera olvidado de algo importante. Esto... nosotros.
-¿De qué estas hablando?
-Victor, ¿de verdad eres tan obtuso?- dejo escapar un suspiro-. Eres un hombre encantador y muy atractivo. Un médico. Un miembro de los García. Nadie se creerá que soy la ujer con que vas a casarte. Yo soy...- hizo un gesto de impotencia-. No soy una modelo ni una actriz ni una persona que frecuente fiestas. Sencillamente, no soy la mujer especial- intentó apartarse, pero él la agarró de la cintura- intentó apartarse , pero él la agarró de la cintura y la obligó a encararlo. Aún así, ella desvió la mirada. Durante un minuto, ninguno de los dos supo que décir.
-¿Crees que porque mi apellido es García tengo que casarme con una mujer que sea.. que sea famosa o algo así?
-No- dijo él en un tono que no admitía interrupción-. No lo sé. Mi madre tuvo que trabajar como camarera durante veinte años. Mi primo se casó con la hija del ama de llavez de mi tío. Mi hermana se casó con un policía. Bueno, con un sheriff, que es casi lo mismo- la agarró de la barbilla y la obligó a mirarlo-. Hablas como si fueras una especie de esnob.
-¿No lo soy!
Victor tuvo que reírse ante la vehemencia de su declaración.
-Si lo eres, nunca lo he visto- dijo con calma-. He visto a una mujer que brilla con luz propia. Una mujer con unos ojos preciosos y una sonrisa que haría sentirse a un hombre como lo más importante de la tierra...
-Has trabajado durante cuatro años conmigo sin apenas darte cuenta que ha sido por tomar alguna clase de estúpidas pastillas- murmuró él, frustrado por no sentirse capaz de hacérselo comprender.
Fue un comentario bastante torpe, pero los ojos de Myriam se iluminaron, y su vacilante sonrisa se ensanchó de tal modo como si él hubiera cantado una oda a su belleza.
-Esto es Melrose Manor- anunció Victor, deteniéndose frente a una hermosa mansión.
-¿Melrose Manor? Estás de guasa... ¿La misma casa que salió por la televisión hace unos años?
-Mi madre tiene un extraño sentido de humor - dijo él asintiendo.
Caminaron por el ancho sendero de piedra hacia la puerta, pero antes de que Victor pudiera alcanzar el pomo, las dobles hojas se abrieron
-¡Ya era hora de que llegaran!
Una mujer esbelta y morena apareció en el umbral. Parecpia demasiado joven para ser la amdre de Victor, pero el parecido entre ambos era muy grande.
-Madre, quiero presentarte a Myriam Montemayor, mi novia.
Myriam le ofreció la mano, que fue rápidamente agarrada entre dos cálidas plamas.
-Hola, Myriam. Encantada de conocerte. Yo soy Miranda. Por favor, pasa- la condujo a través de un amplió vestíbulo hacia un bonito salón, donde se volvió y abrazo a Victor-. Gracias por haberla traído. Ahora vete para que podamos hablar.
-Querrás decir para que puedas interrogarla- dijo él con una sonrisa-. Pues de eso nada- tomó a Myriam de la mano-. Tiene veintiséis años, una dentadura sana y voy a casarme con ella antes de que puedas asustarla. Es todo lo que necesitas saber.
Todos se echaron a reir, se sentaron y Miranda les ofreció algo de beber. Era encantadora, y tan modesta que Myriam no se podía creer que fuera una de las mujeres más ricas del país.
Perom tras unos minutos de charla introductoria, Victor carraspeó y se dirigió a su madre:
-¿Has sabido algo más de Carter?
-Eh... no- Miranda parecía atónita, y Myriam supuso que era porque Victor había sacado el tema familiar delante de una desconocida.
-¿Podrías decirme sónde está el cuarto de baño?- se levantó, pero Victor la agarró de la mano y la hizo volver a sentarse junto a él.
-Madre, ella sabe lo de la... llamada.
Miranda lo miró con ojos muy abiertos y luego se volvió hacia Myriam.
-Por favor, tienes que entender lo importante que es mantener esto...
-No se lo habría contado si fuese una cotilla, madre- intervino Victor. Se levantó y puso una mano sobre el hombro de Myriam-. No tenemos secretos, pero no tienes que preocuparte. Nadie se enterara de nada por Myriam.
Myriam bajó la mirada. No , no tenían secretos. Mentalmente, cerró el requicio de la puerta de su pasado. No había nada que recordar. Nada.
-Debes de estar muy unida a Victor- le dijo Miranda-. ¡No puedo creer que em hayas ocultado a esta chica hasta haberse comprometido!. le criticó a su hijo-. Podríamos haber ido conociéndonos.
Myriam se removió incómoda mientras le sonreía a la madre de Victor. pero, antes de que pudiera hablar, Victor volvió a intervenir.
-Sabes que nunca me ha gustado compartir. El tiempo que pasamos juntos es muy escaso debido a nuestros horarios de trabajo, y me gusta tenerla para mí solito.
Antes de que pudiera seguir hablando, Myriam le puso una mano en el brazo y se dirigió a Miranda García.
-Lamento oir sus problemas. ¿Has decidido yo lo que vas a hacer?
Miranda soltó un suspiro, abatida, y juntó las manos.
-Mantengo la esperanza de que si ignori este asunto, acabará pasando- hizo una pausa y miró a Myriam-. ¿Victor te lo ha contado todo?
Victor asintió antes de que Myriam pudiera responder. Una lágrima se deslizó por la mejilla de su madre.
-No quería que nadie supiera jamás.
-Dudo que ignorarlo vaya a ser la solución- dijo Victor con dureza, apretando la mano de Myriam-. ¿Has hablado con el tío Ryan?
-No- a Miranda se le saltaron las lágrimas-. No soporto pensar en ello, y mucho menos hablarlo. Estoy segura de que conoce al padre de los gemelos. Se quedará horrorizado.
-Tienes que hacerlo- le dijo Victor firmemente, aunque él parecía tan trastornado como ella-. Y luego tienes que hablar con la policía. El chantaje es ilegal.
Myriam se quedó conmocionada al pensar que el antiguo amante de Miranda tal vez siguiera viviendo por allí.
-¡No! No podemos involucrar a la policía. Ya he manchado bastante el nombre de los García; no los arrastraré a la publicidad que esto podría generar- alzó las manos en un gesto de desesperación-. Supongo que tendré que pagarle a Alberto. Si me movió automáticamente, rodeándola con los brazos-. Y yo no podría verlo. Él nunca me perdonaría.
-Si no quieres que mi madre se entrometa en los planes de boda, dímelo ahora- le dijo Victor más tarde, mientras volvían a casa.
-No, no- se apresuró a decir ella-. Me encantaría contar con la ayuda de tu madre.
-¿Y tu madre no querrá participar?
La pregunta la pilló desprevenida.
-Mi madre murió.
-Lo siento- dijo él tras un breve silencio-. No lo sabía.
-No te preocupes- se esforzó por amntener una voz firme-. Tenía problemas de salud, y hace un par de años contrajo neumonía en el hospital.
-Es la desgracía de la profesión médica- dijo él con una mueca-. Mandar a las personas al hospital para qye sanen, y allí contraen la neumonia.
-Exacto- corroboró ella. Se produjo otro silencio-. De verdad me gustaría contar con la ayuda de tu madre- dijo finalmente, para evitar más preguntas sobre su familia.
-Ayuda... repitió él con tono sarcástico-. Será como si nosotros fuéramos el asfalto y mi madre la apisonadora. Estaremos en el altar antes de saber lo que se te viene encima
En el altar... Myriam aún no podía creerse que Victor fuera a casarse con ella. Aquello no le podía estar sucediendo.
Pero así era. Y en cuanto llegaron a casa, Victor se encargó de demostrarle lo real que era. La llevó directamente al dormitorio y allí le quitó las horquillas del pelo, la desnudó y la tumbó sobre la cama. A continuación se desnudó él mismo y se acostó sobre ella, tras ponerse la protección que finalmente había comprado esa tarde.
Myriam lo rodeó con piernas y brazos mientras él la penetraba con rapidez. Y todas sus preguntas se transformaron en el más puro éxtasis al entregarse por completo a sus exigencias. Victor parecía arder de frenética necesidad, y en pocos minutos ambos encontraron una sublime satisfacción. Pero entonces, a diferencia de la primera noche, Victor se apartó de ella inmediatamente y se tumbó de espaldas cubriéndose los ojos con un brazo.
Aquel movimiento austó a Myriam. Era como si se hubiera colgado el letrero de "No molestar". Ella se sintió incómodamente desnuda y expuesta, así que se cubrio con la sabana y se quedó en silencio a su lado, preguntándose qué hacer o qué decir. ¿Habría hecho algo mal? ¿O acaso él ya se estaba aburriendo con ella? Se respiraba una tensión palpable en el ambiente, y aunque ella deseaba preguntarle qué pasaba, estaba claro que él no quería hablar. La situación se hizo de lo más incómoda, hasta que Myriam pensó que se pondría a gritar si el silencio no se rompía enseguida.
Finalmente, Victor soltó un prolongado suspiro y se apartó el brazo de los ojos. Tiró de Myriam hacia él, y pareció sorprenderse de encontrar la sábana entre ellos.
-Duérmete- le dijo con un gruñido.
Myriam sentía que algo iba mal, pero como él la estaba abrazando se relajó contra su voluntad. Estaba agotada después de trabajar cuatro días seguidos, así que, antes de que se diera cuenta, los párpados se le cerraron y se durmió.
Victor yacía en la oscuridad, dominado por una sensación cercana a la desesperación. La pequeña mujer que dormía en sus brazos lo estaba volviendo loco. ¿Qué tenía que no podía dejar de pensar en ella? La había sacado muy pronto de casa de su madre porque no podía esperar para volver a poseerla, y nada más cruzar la puerta se había abalanzado sobre ella como un lobo hambriento sobre su presa. Aquel insaciable apetitto sexual era algo que nunca antes había experimentado. No era un sentimiento cómodo, y no le gustaba. No le gustaba en absoluto. De haber estado en casa de Myriam, se habría levantado y marchado, para así recuperar el espacio vital que parecía haber perdido.
La miró, dormida entre sus brazos con los cabellos derramados sobre él, encadenándolo a la cama, y al percibir su olor a jabón y a fragancia sexual sintió que volvía a excitarse.
Pero no se movió ni la reclamó, como deseaba hacer. Decían que el rechazo era bueno para el alma, y haría bien en seguir el consejo, ya que no iba a dejar que lo gobernaran sus hormonas ni su entrepierna. Desde niño había sido em miembro fuerte de la familia, aquél en quien los demás se habían apoyado.
No aquél que necesitaba apoyarse en los demás. Gabriela había dependido de él para que cuidara de lla después del colegio, hasta que su madre volvía acasa después del trabajo. Victor había encontrado un trabajo a tiempo parcial, para que su madre no tuviera que preocuparse por los gastos de su educación universitaria. Su madre, aun después de decidir mudarse a San Antonio para estar cerca de Gabriela, de su marido, y de su nueva hija, no habia querido mudarse sin él. No porque no pudiera cuidar de sí misma, sino proque se había convertido en una costumbre consultar a Victor antes de tomar una decisión importante. Y así, Victor se construyó una casa lo bastante cerca de ella, pero lo suficientemente apartada para preservar su independecia.
Nunca había necesitado que nadie lo cuidara. Y aunque se sentía muy cómodo con las atenciones y preocupaciones de Myriam, no significaba que fuera a cambiar de actitud. Se despreciaba a sí mismo por la debilidad que habría mostrado,contándole sus problemas familiares, y estaba decidido a no volver a hacerlo.
A la mañana siguiente, se fue al hospital y dejó a Myriam durmiendo.
Se sintió extraño al salir de casa sabiendo que ella se quedaba en su cama, recordando su pelo sobre la almohada y sus labios ligeramente entreabiertos. Antes de salir se había acercado para despedirse, una mera cortesía para hacerle saber que se iba. Pero cuando se sentó en el borde de la cama, ella estiró los brazos hacia él y la sabana se deslizó por sus pechos. Victor se encontró a sí mismo presionándola contra la almohada y acariciándole la piel. Durante un minuto estuvo debatiéndose entre si hacerle el amor o marcharse, pero entonces recordó su decisión de no dejarse gobernar por sus hormonas, y salió a toda prisa de allí, antes de cometer otra estupidez.
Fue un día tranquilo en el hospital. Acabó temprano por la tarde y volvió a casa, donde Myriam le preparó un rápido almuerzo. Luego, la llevó a una joyería en el North Star Mall. Su prima Vanesa se la había recomendado años atrás, cuando él le compro a su amdre un collar para navidad.
Myriam se mostró vacilante a la hora de elegir los anillos, pero cuando él le hizo probarse unos cuantos, acabó eligiendo un solitario clásico y elegante que se ajustaba perfectamente a su dedo. Victor se imaginó aquellos dedos sobre su cuerpo, haciendo las cosas que él había enseñado. Su respuesta corporal fue inmediata, y se obligó a no pensar mas en el sexo durante aquél día.
Pra él, Myriam compró un anillo sencillo de oro. Luego, volvieron a su apartamento y empezaron a empaquetar las cosas para trasladarlas a casa de Victor. Ella se mostró reacia a que la ayudara, pero cuando vio que se iba a marchar, le dijo que empezara con las cosas del salón mientras ella se ocupaba de la ropa.
Victor empaquetó sus CD´S y su equipo estéreo, sonriendo al ver los clásicos del rock and roll. Luego, empezó a guardar los libros de las estanterías, de nuevo se sorprendio por los titulos que Myriam había elegido. Parecía gustarle mucho la ciencia ficción, además de libros de enfermería y la historia de la Guerra Civil. Victor empezaba a darse cuenta de lo compleja que era su novia, pero aún no tenía ni idea de lo que la movía.
¿Por qué se esforzaba tanto por pasar desapercibida? Bajo su discreta apariencia, se ocultaba una mujer a la que le gustaba soltarse el pelo, que conducía un deportivo rojo y que disfrutaba con música rock y con novelas fantásticas. Una mujer que respondía apasionandamnete a su tacto, que a Victor le resultaba difícil pensar que le había mantenido oculta su sensualidad durante cuatro años.
Con cuidado, envolvió una colección de más de dos docenas de gatos de cristal, realizados por un famoso joyero especializado en miniaturas. Cuando fue a la cocina para beber algo, sostuvo una de las figuras en alto.
-Menuda colección. ¿Llebas mcuho tiempo haciéndola?
-Oh, sí- respondío ella mientras se ponía de puntillas para agarrar dos vasos-. Una por cada año de mi vida.
-¿Son regalos?
Ella asintió, concentrada en llenar los dos vasos de hielo y agua.
-Mi padre compró la primera el día que nací. Cada año me daba una por mi cumpleaños.
Había dicho que sus padres estaban divorciados, y él tenía la impresión de que su padre había desaparecido de su vida. Pero seguro que estaba equivocado. Su apdre debía de haberse preocupado mucho por ella, para haber mantenido una colección así durante tantos años.
Suguió envolviendo las figuras y entonces descubrió las fotos. Estaban en una caja de zapatos al fondo del aparador del comedor, tras un bonito juego de copas antiguas. Al verla, la sacó para meterla en una caja amyor, y distraídamente abrió la tapa para ver su contenido.
Fotos. Pulcramente apiladas boca abajo con pequeñas etiquetas indicando la fecha. Se remontaban hasta el año de su nacimiento, y Victor no pudo resistir echarles un vistazo.
Allí estaba ella, una niña mofletuda sentada en una cesta de manzanas, riendo de alegría. Era condenadamente linda. ¿Serían así sus hijos?
Otra la mostraba en brazos de una mujer que debía ser su madre. El parecido era asombroso. Su madre tenía la misma mata de pelo que Myriam, y su aspecto era despreocupado y atrayente. Seguro que si Myriam se relajara, tenfría el mismo aspecto que su amdre, epnsó Victor, dándole la vuelta a la foto y leyendo la nota : Claudia con Myriam, 1 año.
En otra foto se veía a su madre con un vaquero ataviado con un sombrero de color claro. Lo miraba con verdadera adoración. El hombre miraba sonriente a la cámara, muy seguro de sí mismo. Tenía un brazo alrededor de su mujer, que se abrazaba a su cintura, y el dedo pulghar enganchado en el bolsillo del pantalón, en una pose muy presuntuosa. Algo en él molestó a Victor, aunque no supo que. Aquel tipo parecía muy arrogante, y Victor se preguntó si sería el padre de Myriam. Parecía serlo, pero en el dorso de la foto no había nada escrito.
Otras fotos mostraban la infancia y el crecimiento de Myriam. Su primer dia de colegio, el dia em que mostró orgullosa un nuevo hueco en su dentadura, en otra posando con un enorme perro blanco... Foto tras foto, la preciosa niña se iba convirtiendo en una hermosa joven. Pero entonces, justo al llegar a la adolescencia, las fotos se acabaron de golpe. Lo unico que seguía eran los retratos convencionales de la escuela y varios recortes de periódicos, prueba de que había estado en la lista de honor del instituto.
Incluso entonces se había recogido el pelo. En los recortes se le veía de pie en la segunda o tercer fila, semioculta por los otros estudiantes, y mientras todos los demás miraban sonrientes a la cámara, Myriam tenía la cabeza agachada, como si estuviera mirabdo al suelo. Haciéndose invisible. ¿Porqué? Ella le había dicho que sus padres se habían divorciado cuando tenía doce años, y Victor se dio cuenta de que las fotos se acababan justo a esa edad.
¿Que había pasado entre sus padres para transformar a una niña alegre y risueña en una adulta seria y humilde?
Estaba tan absorto con las fotos que no la oyó entrara en la habitación.
-Vaya, veo que has empaque..- la voz se le rasgó al ver lo que estaba mirando-. Has descubierto mi turbulento pasado, ¿eh?- intentó sonreir, pero la sonrisa no alcanzó a sus ojos. Rápidamente, fue hacia él y empezó a meter las fotos en la caja.
-¿Son tus padres?- le mostró la foto del hombre y la mujer que había visto antes.
-sÍ- se limitó a decir sin ni siquiera mirar la foto.
-Entonces tenemos algo en común- le dijo-. Mi padre era un vaquero. Aunque era más un jinete de rodeos.
-Mi padre, Antonio, trabajaba en un rancho cerca de Abilene, donde yo crecí.
Así que había crecido cerca de Abilene. Era más de lo que había sabido antes.
-¿Dónde está ahora tu padre?- le preguntó, entrecerrando los ojos al ver cómo le temblaban las manos.
-Murió hace ocho meses- respondió sin mirarlo. Ocho meses. Y su madre había muerto hacía pocos años... Y ella nunca le había dicho una palabra sobre ellos.
Le quitó la caja de las manos y colocó la tapa.
-¿No me habías dicho que se separaron cuando tú tenías doce años?
-Yo.. sí, tenía doce años. Fue hace mucho tiempo- la voz le temblaba, y él quiso abrazarla y ofrecerle consuelo, pero sintió que ella no lo aceptaría en esos momentos.
-Tuvo que ser muy duro- repuso con calma. Ésa era la clave. La clave para comprender a su Myriam, tan precavida, tan prudente y tan discreta.
Pero no quería preocuparla para que no se apartara de él. Por el modo tan asustadizo con que se comportaba, podría llegar a romper el compromiso si la presionaba demasiado. Victor no sabía por qué estaba tan seguro de que el divorcio de sus padres la había convertido en la mujer que era. Y tenía intención de averiguarlo.
Pero aquel día no. Rápidamente, selló la caja y la puso en lo alto de la pila que esperaba junto a la puerta. Myriam estaba de espaldas a él. Se acercó y la rodeó con los brazos, inclinándose para rozarle el cuello.
-¿Lista para llevar todo esto a tu nueva casa?- su intención era que las caricias fueran reconfortantes, pero cuando ella suspiró y se relajó contra él, el interés sexual despertó los sentidos de Victor.
-Su.. supongo- dijo ella. Inclinó la cabeza para ofrecerle mejor acceso, y él deslizó las palmas hasta cubrirle los pechos, palpando los endurecidos pezones bajo la camisa.
Esperó que le dijera que se detuviera, que tenían trabajo que hacer, pero cuando ella presionó su pequeño y duro trasero contra él y lo agarró por los antebrazos, dejó escapar un gemido y, deslizando una mano por su cuerpo, le levantó la falda hasta sentir la piel satinada de su vientre. Entonces metió la mano por adentro de sus braguitas y encontró para su deleite que estaba humeda y preparada. De un tirón hizo que ambos estuvieran tumbados en la moqueta. Ella separó las piernas para recibirlo, mientras él intentaba liberarse de los pantalones y se ponía el preservativo que llevaba en la cartera. Cuando la penetró, ella arqueó la espalda y soltó ese ruidito que Victor empezaba a reconocer. Entonces empezaron a moverse al compás, cada vez más rapido, hasta alcanzar las cotas más elevadas y ardientes de la pasión.
No fue hasta mucho después cuando él recordó que se había jurado no pensar más en el sexo aquel día.
Los días siguientes pasaron muy deprisa. Victor convenció a su madre de que querían una ceremonia pequeña y privada, de modo que, para asombro de Myriam, todo se organizó para que la boda tuviera lugar un domingo por la tarde,a poco más de una semana.
Sobre todo, se quedó maravillada cuando Miranda le dijo que habia reservado la pequeña iglesia de La Villita. Casarse en La Villita era uno de los pocos sueños que Myriam se había atrevido a formular en voz alta. Muchas novias de San Antonio aspiraban a casarse allí, pero muy pocas lo conseguían. Seguramente, su futura suegra había sobornado a alguien.
Cuando acabó de trasladar sus cosas a casa de Victor, contrataron a un equipo de mudanzas para transportar los muebles. Éstos habían sido de su madre, y aunque no eran nuevos, tenían intención de usarlos hasta que presentaran desperfectos.
Luego, tuvo que trabajar otros cuatro días seguidos en el hospital, y se sorprendió cuando las otras enfermeras le organizarón una despedida de soltera en su último dia de trabajo antes de la boda. Aunque Victor no había sido invitado ala fiesta sólo para chicas, entró a la sala cuando se estaba repartiendo el pastel.
-Vaya- dijo cuando alguien le ofreció un trozo-, parece que llego en el momento oportuno.
-Cielos, chica- dijo la especialista en sistema respiratorio, que estaba sentada a la izquierda de Myriam, abanicándose mientras Victor le sonreía a una enfermera-, si alguna vez te hace falta ayuda con este hombre, no dudes en llamarme.
-Lo tendré en cuenta- dijo, forzando una carcajada.
-Mire, doctor García- dijo una de las enfermeras más animadas, mostrándole una camisa negra con un liguero y medias de encaje-. ¡También tenemos un regalo para usted!
Victor sonrió y se volvió para clavarle la mirada a Myriam.
-Será un placer desenvolverlo.
Se produjo un incómodo silencio. Myriam sintió cómo las mejillas le ardían de verguenza.
-¿Oh, Dios mío!- murmuró alguien-. ¿Dónde se metió este hombre cuando yo esaba buscando marido?- todas las demás estallaron en risas.
Pero ella no había estado buscando marido, pensó Myriam un cuarto de hora más tarde, cuando la fiesta acabó. Todo aquello parecía una fantasía, un sueño... y ella vivía con el temor permanente de despertarse en cualquier momento.
Antes de que Myriam se diera cuenta, llegó la víspera de la boda. No habían planeado ningún ensayo, puesto que la ceremonia iba a ser muy corta. Sólo asistirían la madre de Victor, su tío Roman y su mujer, y su hermana con su marido, pero Miranda había insistido en dar una pequeña fiesta la noche antes. Había animado a Myriam a que invitara a sus amigas a la boda, pero ella había declinado amablemente la oferta. No podía invitar a unas cuantas compañeras del hospital sin ofender a las otras. Y no conocía a nadie más. Tras el divorcio de sus padres, había llegado a estar tan unida a su madre que no había tenido necesidad de hacer amigos. Al morir, su naturaleza solitaria ya se había formado, y le resultó muy fácil mantenerse a distancia de las personas.
A pesar de los pocos invitados a la cena, Myriam estaba muy nerviosa ante la ides de conocer a más miembros de los García, especialmente a Roman García el famoso cabeza de la familia. Y se puso aún más nerviosa cuando Victor llamó el día de la cena para decirle que retrasaría y que la vería allí. Una mujer presentaba dificultades en el parto e iban a tener que practicarle una cesárea. Myriam tuvo pues que ir sola a casa de Miranda García, con los nervios a flro de piel.
El coche de Victor no se veía por ninguna parte cuando llegó. Myriam soltó un suspiro y se obligó a salir. Vio otros dos coches aparcados en el camino de entrada; un Ferrari azul y un Lexus dorado.
"Empieza el calvario", pensó. . Justo en ese momento Miranda salió de la casa y corrió hacia ella con los brazos extendidos. Llevaba una túnica larga sobre los pantalones, lo que la asemejaba a un ave exótica.
-Hola querida- la saludó-. Victor ha llamado y me ha dicho que llegaría tarde. Yo no quería que tuvieras que venir sola.
Myriam sintió un profundo arrebato de afecto hacia su futura suegra.
-Gracias. Tengo que confesar que estoy un poco nerviosa.
-No tienes porqué estarlo, en serio- la tomó del brazo y la condujo hacia la casa-. Estás muy guapa.
Myriam pasó una mano sobre la chaqueta de seda de color aguamarina que le cubría un vestido de fiesta del mismo tono. Victor se lo había llevado dos días antes u le había pedido que se lo pusiera aquella noche.
-Victor eligió el vestido- dijo. No sólo eso. Había examinado su vestuario para comprobar las tallas, y el vestido le quedaba como guante-. Normalmente no suelo ponerme unos colores tan llamativos.
-Pues este color te queda muy bien. Deberías vestirlo más a menudo- Miranda abrió la puerta e hizo entrar a Myriam en el imenso vestíbulo. Pero, en vez de dirigirse hacia la pequeña sala donde solían recibir a las visitas, la llevó al salón con la chimenea de mámol, las alfombras orientales y los sillones tapizados de seda.
Un hombre alto y moreno vestido con un traje de lino estaba cerca de la chimenea. Hablaba con Raúl el cuñado de Victor, que tenía la chaqueta colgada al hombro. En un sofá cercano había una mujer mayor y muy elegante, con el pelo recogido de una forma similar a Myriam, que estaba hablando Gabriela.
-Ha llegado Myriam- anunció Miranda. La escoltó hacia los hombres, deteniéndose primero junto al mayor-. Éste es mi hermano Roman García, y ya conoces a Raúl. Roman, ésta es la novia de Victor, Myriam Montemayor.
Raúl asintió y esbozó una ligera sonrisa. Roman García también sonrió y le ofreció la mano. Sus ojos eran cálidos y amables.
-Es un palcer conocerte, Myriam. Miranda lleva una semana alabando tus virtudes, y ahora veo que no ha exagerado.
Myriam sonrió, sin saber que decir. Aquel hombre tan atractivo, junto con su hermana Miranda y los hijos de su hermano Cameron, era el heredero de una de las mayores fortunas de Texas. Los García eran el equivalente a los Kennedy de Massachussets o a los Windsor de Inglaterra. Myriam los había visto en la televisión y en los periodicos, y se sentía como si hubiera entrado en un cuento de hadas.
Miranda tiró de ella hacia donde estaban sentadas Gabriela y la mujer de Roman.
-Lily, ésta es Myriam.
Las dos mujeres se levantaron y Lily dio un paso adelante para darle un beso en la mejilla.
-Bienvenida a la familia, querida- le dijo, con un brillo en sus ojos oscuros.
-Gracias
-Miranda nos ha dicho que Victor va a retrasarse- dijo Lily manteniendole la mirada-. Supongo que es algo inevitable en la vida de un médico.
-Eso es precisamente la vida de un médico- respondió Myriam con una sonrisa.
En ese momento se oyó el ruido de un motor.
-Ése debe ser él- dijo Myriam-. Disculpenme- se apresuró a salir del salón, y llegó a la puerta justo cuando Victor entraba. Aún se estaba haciendo el nudo de la corbata y parecía muy cansado.
Entonces levantó la mirada y se detuvo en seco al verla.
Sinceramente, no sabía cómo nunca antes se había fijado en todo eso, aun no siendo ella su tipo.
Pero entonces ella entró en al cocina y él lo supo.
Myriam se había hecho invisible. Tranquila, reservada, humilde.. unas cualidades que había llevado al extremo de la descreción. Y eso mismo había hecho que él se sintiera a gusto en su presencia, que encontraba tan apacible y relajante. Siempre que pasaba unos minutos con ella en la cafetería, salía de mejor humor.
Pero quella obsesión tenía que acabar.
-Estás preciosa- le dijo, deleitándose con la vista de sus piernas bajo la falda blanca y la curva de sus pechos bajo el top rosa a juego con el color de sus mejillas. Aunque la ropa no era especialmente porvocativa, Victor sintió que su interés crecía aún más-.
He pensado que después de cenar podría llevarte a conocer a mi madre.
-¡A tu madre!- exclamó ella, mirándolo con ojos muy abiertos-. No voy vestida para conocer a tu madre. ¿Es absolutamente necesario?
Victor se echó a reír. Myriam parecía sinceramente asustada.
-Sí, lo es. No te preocupes. Hoy he ido a verla y le he dicho que voy a casarme. Me matará si no te presento enseguida.
-Oh, bueno, en ese caso...-miró alrededor, sin saber que decir.
-¿Qué te parece mi casa? Sé que no tiene muchos muebles, pero ese tendrá pronta solución. El prestamo de la universidad ya está pagado, y mi unica deuda es la hipoteca- esperó; no quería reconocer el interés que tenía en la reacción de Myriam.
Tal vez a ella no le gustara a su casa. Era una estancia tremendamente austera, y no sólo por falta de dinero. A Victor nunca se le había ocurrido decorar su lugar de residencia. Después de todo, ¿quién iba averlo además de él?
Myriam pasó la vista por la cocina y se acercó a las puertas francesas, que daban a un patio con una poscina al fondo. Se volvió hacia él con ojos brillantes.
-Me encanta, Victor. Tu casa es preciosa, con o sin muebles.
-Estupendo- dijoél, ignorando el alivio que su aprobación le había producido-. Colaboré con el arquitecto en el proyecto, y me quedé satisfecho con el resultado. Hay cinco dormitorios además del principal, de modo que tenemos sitio de sobra para los niños.
La mención de los niños hizo que el rubor volviera a las mejillas de Myriam. Era algo encantador. Adorable. Y Victor deseó que jamas llegara el día en que no puediera hacer que se ruborizara.
-Niños- dijo ella, y él se preguntó si era conciente del deseo que transmitía su voz-. Todavía no puedo creerme esto.
-Tal vez te resulte más facil creértelo dentro de nueve meses.
-Sería curioso llevar dentro un bebé sano- dijo-. Estoy demasiado acostumbrada a los prematuros.
-Lo sé. ¿Alguna vez has pensaod en cuántos hijos te gustaría tener?
-Uno por cada dormitorio, al emnos- respondió ella, con una soñadora sonrisa.
Victor se estremeció al pensar en el tiempo que pasarían concibiendo cinco hijos. Se acercó a ella y le tendió una copa de vino. Acto seguido. le deslizó los dedos entre su espesa mata de pelo y le hizo acercar la cara.
-Ésos son muchos hijos.
-¿Muchos¡?- arrugó la frente y lo miró a los ojos con expresión abatida-. Tienes razón. Yo...
Él la hizo callar cubriéndole la boca con la suya e introduciéndole la lengua entre los labios. Ella se apretó contra él, rodeándolo con su brazo libre, y los dos gimieron al sentir el tacto de sus cuerpos.
-No he dicho que no quiera un montón de críos- aclaró él, separándose unos centímetros-. Creo que una casa llena de ellos sería fantástica.
Los ojos de Myriam centellearon de felicidad.
-No tienes que trabajar mañana, ¿verdad?- le preguntó él, acariciandole las caderas.
-No- respondió,. mirándolo fijamente a los ojos-. Estoy libre los tres próximos días.
-Estupendo- la besó una vez más antes de soltarla-. Esta noche te quedarás aqí. Mañana empezaremos a trasladar tus cosas.
-No te gusta ir despacio, ¿verdad?- le dijo, arqueando las cejas.
-No hay ningún motivo para esperar- repusó él encogiéndose de hombros.
-Ni tampoco te gusta preguntar la opinión de los demás- añadió con una sonrisa.
-Lo siento .Supongo que es una costumbre adquirida por tantos años dando órdenes médicas.
-Claro... A mí no me engañas. Has nacido para dar órdenes.
-Creo que vas a llevarte muy bien con mi hermana- dijo él con una mueca.
-¿También voy a conocerla a ella esta noche? - preguntó, otra vez llena de pánico.
-No, sólo a mi madre. Dejaremos a mi hermana para otro día.
-¿Cómo vas a explicar esto'
-¿Explicar que?- ella lo miraba con preocupación, y él sintio el impulso de tomarla entre sus brazos.
-Ya sabes. Esto...- hablaba con lentitud, como si él se hubiera olvidado de algo importante. Esto... nosotros.
-¿De qué estas hablando?
-Victor, ¿de verdad eres tan obtuso?- dejo escapar un suspiro-. Eres un hombre encantador y muy atractivo. Un médico. Un miembro de los García. Nadie se creerá que soy la ujer con que vas a casarte. Yo soy...- hizo un gesto de impotencia-. No soy una modelo ni una actriz ni una persona que frecuente fiestas. Sencillamente, no soy la mujer especial- intentó apartarse, pero él la agarró de la cintura- intentó apartarse , pero él la agarró de la cintura y la obligó a encararlo. Aún así, ella desvió la mirada. Durante un minuto, ninguno de los dos supo que décir.
-¿Crees que porque mi apellido es García tengo que casarme con una mujer que sea.. que sea famosa o algo así?
-No- dijo él en un tono que no admitía interrupción-. No lo sé. Mi madre tuvo que trabajar como camarera durante veinte años. Mi primo se casó con la hija del ama de llavez de mi tío. Mi hermana se casó con un policía. Bueno, con un sheriff, que es casi lo mismo- la agarró de la barbilla y la obligó a mirarlo-. Hablas como si fueras una especie de esnob.
-¿No lo soy!
Victor tuvo que reírse ante la vehemencia de su declaración.
-Si lo eres, nunca lo he visto- dijo con calma-. He visto a una mujer que brilla con luz propia. Una mujer con unos ojos preciosos y una sonrisa que haría sentirse a un hombre como lo más importante de la tierra...
-Has trabajado durante cuatro años conmigo sin apenas darte cuenta que ha sido por tomar alguna clase de estúpidas pastillas- murmuró él, frustrado por no sentirse capaz de hacérselo comprender.
Fue un comentario bastante torpe, pero los ojos de Myriam se iluminaron, y su vacilante sonrisa se ensanchó de tal modo como si él hubiera cantado una oda a su belleza.
-Esto es Melrose Manor- anunció Victor, deteniéndose frente a una hermosa mansión.
-¿Melrose Manor? Estás de guasa... ¿La misma casa que salió por la televisión hace unos años?
-Mi madre tiene un extraño sentido de humor - dijo él asintiendo.
Caminaron por el ancho sendero de piedra hacia la puerta, pero antes de que Victor pudiera alcanzar el pomo, las dobles hojas se abrieron
-¡Ya era hora de que llegaran!
Una mujer esbelta y morena apareció en el umbral. Parecpia demasiado joven para ser la amdre de Victor, pero el parecido entre ambos era muy grande.
-Madre, quiero presentarte a Myriam Montemayor, mi novia.
Myriam le ofreció la mano, que fue rápidamente agarrada entre dos cálidas plamas.
-Hola, Myriam. Encantada de conocerte. Yo soy Miranda. Por favor, pasa- la condujo a través de un amplió vestíbulo hacia un bonito salón, donde se volvió y abrazo a Victor-. Gracias por haberla traído. Ahora vete para que podamos hablar.
-Querrás decir para que puedas interrogarla- dijo él con una sonrisa-. Pues de eso nada- tomó a Myriam de la mano-. Tiene veintiséis años, una dentadura sana y voy a casarme con ella antes de que puedas asustarla. Es todo lo que necesitas saber.
Todos se echaron a reir, se sentaron y Miranda les ofreció algo de beber. Era encantadora, y tan modesta que Myriam no se podía creer que fuera una de las mujeres más ricas del país.
Perom tras unos minutos de charla introductoria, Victor carraspeó y se dirigió a su madre:
-¿Has sabido algo más de Carter?
-Eh... no- Miranda parecía atónita, y Myriam supuso que era porque Victor había sacado el tema familiar delante de una desconocida.
-¿Podrías decirme sónde está el cuarto de baño?- se levantó, pero Victor la agarró de la mano y la hizo volver a sentarse junto a él.
-Madre, ella sabe lo de la... llamada.
Miranda lo miró con ojos muy abiertos y luego se volvió hacia Myriam.
-Por favor, tienes que entender lo importante que es mantener esto...
-No se lo habría contado si fuese una cotilla, madre- intervino Victor. Se levantó y puso una mano sobre el hombro de Myriam-. No tenemos secretos, pero no tienes que preocuparte. Nadie se enterara de nada por Myriam.
Myriam bajó la mirada. No , no tenían secretos. Mentalmente, cerró el requicio de la puerta de su pasado. No había nada que recordar. Nada.
-Debes de estar muy unida a Victor- le dijo Miranda-. ¡No puedo creer que em hayas ocultado a esta chica hasta haberse comprometido!. le criticó a su hijo-. Podríamos haber ido conociéndonos.
Myriam se removió incómoda mientras le sonreía a la madre de Victor. pero, antes de que pudiera hablar, Victor volvió a intervenir.
-Sabes que nunca me ha gustado compartir. El tiempo que pasamos juntos es muy escaso debido a nuestros horarios de trabajo, y me gusta tenerla para mí solito.
Antes de que pudiera seguir hablando, Myriam le puso una mano en el brazo y se dirigió a Miranda García.
-Lamento oir sus problemas. ¿Has decidido yo lo que vas a hacer?
Miranda soltó un suspiro, abatida, y juntó las manos.
-Mantengo la esperanza de que si ignori este asunto, acabará pasando- hizo una pausa y miró a Myriam-. ¿Victor te lo ha contado todo?
Victor asintió antes de que Myriam pudiera responder. Una lágrima se deslizó por la mejilla de su madre.
-No quería que nadie supiera jamás.
-Dudo que ignorarlo vaya a ser la solución- dijo Victor con dureza, apretando la mano de Myriam-. ¿Has hablado con el tío Ryan?
-No- a Miranda se le saltaron las lágrimas-. No soporto pensar en ello, y mucho menos hablarlo. Estoy segura de que conoce al padre de los gemelos. Se quedará horrorizado.
-Tienes que hacerlo- le dijo Victor firmemente, aunque él parecía tan trastornado como ella-. Y luego tienes que hablar con la policía. El chantaje es ilegal.
Myriam se quedó conmocionada al pensar que el antiguo amante de Miranda tal vez siguiera viviendo por allí.
-¡No! No podemos involucrar a la policía. Ya he manchado bastante el nombre de los García; no los arrastraré a la publicidad que esto podría generar- alzó las manos en un gesto de desesperación-. Supongo que tendré que pagarle a Alberto. Si me movió automáticamente, rodeándola con los brazos-. Y yo no podría verlo. Él nunca me perdonaría.
-Si no quieres que mi madre se entrometa en los planes de boda, dímelo ahora- le dijo Victor más tarde, mientras volvían a casa.
-No, no- se apresuró a decir ella-. Me encantaría contar con la ayuda de tu madre.
-¿Y tu madre no querrá participar?
La pregunta la pilló desprevenida.
-Mi madre murió.
-Lo siento- dijo él tras un breve silencio-. No lo sabía.
-No te preocupes- se esforzó por amntener una voz firme-. Tenía problemas de salud, y hace un par de años contrajo neumonía en el hospital.
-Es la desgracía de la profesión médica- dijo él con una mueca-. Mandar a las personas al hospital para qye sanen, y allí contraen la neumonia.
-Exacto- corroboró ella. Se produjo otro silencio-. De verdad me gustaría contar con la ayuda de tu madre- dijo finalmente, para evitar más preguntas sobre su familia.
-Ayuda... repitió él con tono sarcástico-. Será como si nosotros fuéramos el asfalto y mi madre la apisonadora. Estaremos en el altar antes de saber lo que se te viene encima
En el altar... Myriam aún no podía creerse que Victor fuera a casarse con ella. Aquello no le podía estar sucediendo.
Pero así era. Y en cuanto llegaron a casa, Victor se encargó de demostrarle lo real que era. La llevó directamente al dormitorio y allí le quitó las horquillas del pelo, la desnudó y la tumbó sobre la cama. A continuación se desnudó él mismo y se acostó sobre ella, tras ponerse la protección que finalmente había comprado esa tarde.
Myriam lo rodeó con piernas y brazos mientras él la penetraba con rapidez. Y todas sus preguntas se transformaron en el más puro éxtasis al entregarse por completo a sus exigencias. Victor parecía arder de frenética necesidad, y en pocos minutos ambos encontraron una sublime satisfacción. Pero entonces, a diferencia de la primera noche, Victor se apartó de ella inmediatamente y se tumbó de espaldas cubriéndose los ojos con un brazo.
Aquel movimiento austó a Myriam. Era como si se hubiera colgado el letrero de "No molestar". Ella se sintió incómodamente desnuda y expuesta, así que se cubrio con la sabana y se quedó en silencio a su lado, preguntándose qué hacer o qué decir. ¿Habría hecho algo mal? ¿O acaso él ya se estaba aburriendo con ella? Se respiraba una tensión palpable en el ambiente, y aunque ella deseaba preguntarle qué pasaba, estaba claro que él no quería hablar. La situación se hizo de lo más incómoda, hasta que Myriam pensó que se pondría a gritar si el silencio no se rompía enseguida.
Finalmente, Victor soltó un prolongado suspiro y se apartó el brazo de los ojos. Tiró de Myriam hacia él, y pareció sorprenderse de encontrar la sábana entre ellos.
-Duérmete- le dijo con un gruñido.
Myriam sentía que algo iba mal, pero como él la estaba abrazando se relajó contra su voluntad. Estaba agotada después de trabajar cuatro días seguidos, así que, antes de que se diera cuenta, los párpados se le cerraron y se durmió.
Victor yacía en la oscuridad, dominado por una sensación cercana a la desesperación. La pequeña mujer que dormía en sus brazos lo estaba volviendo loco. ¿Qué tenía que no podía dejar de pensar en ella? La había sacado muy pronto de casa de su madre porque no podía esperar para volver a poseerla, y nada más cruzar la puerta se había abalanzado sobre ella como un lobo hambriento sobre su presa. Aquel insaciable apetitto sexual era algo que nunca antes había experimentado. No era un sentimiento cómodo, y no le gustaba. No le gustaba en absoluto. De haber estado en casa de Myriam, se habría levantado y marchado, para así recuperar el espacio vital que parecía haber perdido.
La miró, dormida entre sus brazos con los cabellos derramados sobre él, encadenándolo a la cama, y al percibir su olor a jabón y a fragancia sexual sintió que volvía a excitarse.
Pero no se movió ni la reclamó, como deseaba hacer. Decían que el rechazo era bueno para el alma, y haría bien en seguir el consejo, ya que no iba a dejar que lo gobernaran sus hormonas ni su entrepierna. Desde niño había sido em miembro fuerte de la familia, aquél en quien los demás se habían apoyado.
No aquél que necesitaba apoyarse en los demás. Gabriela había dependido de él para que cuidara de lla después del colegio, hasta que su madre volvía acasa después del trabajo. Victor había encontrado un trabajo a tiempo parcial, para que su madre no tuviera que preocuparse por los gastos de su educación universitaria. Su madre, aun después de decidir mudarse a San Antonio para estar cerca de Gabriela, de su marido, y de su nueva hija, no habia querido mudarse sin él. No porque no pudiera cuidar de sí misma, sino proque se había convertido en una costumbre consultar a Victor antes de tomar una decisión importante. Y así, Victor se construyó una casa lo bastante cerca de ella, pero lo suficientemente apartada para preservar su independecia.
Nunca había necesitado que nadie lo cuidara. Y aunque se sentía muy cómodo con las atenciones y preocupaciones de Myriam, no significaba que fuera a cambiar de actitud. Se despreciaba a sí mismo por la debilidad que habría mostrado,contándole sus problemas familiares, y estaba decidido a no volver a hacerlo.
A la mañana siguiente, se fue al hospital y dejó a Myriam durmiendo.
Se sintió extraño al salir de casa sabiendo que ella se quedaba en su cama, recordando su pelo sobre la almohada y sus labios ligeramente entreabiertos. Antes de salir se había acercado para despedirse, una mera cortesía para hacerle saber que se iba. Pero cuando se sentó en el borde de la cama, ella estiró los brazos hacia él y la sabana se deslizó por sus pechos. Victor se encontró a sí mismo presionándola contra la almohada y acariciándole la piel. Durante un minuto estuvo debatiéndose entre si hacerle el amor o marcharse, pero entonces recordó su decisión de no dejarse gobernar por sus hormonas, y salió a toda prisa de allí, antes de cometer otra estupidez.
Fue un día tranquilo en el hospital. Acabó temprano por la tarde y volvió a casa, donde Myriam le preparó un rápido almuerzo. Luego, la llevó a una joyería en el North Star Mall. Su prima Vanesa se la había recomendado años atrás, cuando él le compro a su amdre un collar para navidad.
Myriam se mostró vacilante a la hora de elegir los anillos, pero cuando él le hizo probarse unos cuantos, acabó eligiendo un solitario clásico y elegante que se ajustaba perfectamente a su dedo. Victor se imaginó aquellos dedos sobre su cuerpo, haciendo las cosas que él había enseñado. Su respuesta corporal fue inmediata, y se obligó a no pensar mas en el sexo durante aquél día.
Pra él, Myriam compró un anillo sencillo de oro. Luego, volvieron a su apartamento y empezaron a empaquetar las cosas para trasladarlas a casa de Victor. Ella se mostró reacia a que la ayudara, pero cuando vio que se iba a marchar, le dijo que empezara con las cosas del salón mientras ella se ocupaba de la ropa.
Victor empaquetó sus CD´S y su equipo estéreo, sonriendo al ver los clásicos del rock and roll. Luego, empezó a guardar los libros de las estanterías, de nuevo se sorprendio por los titulos que Myriam había elegido. Parecía gustarle mucho la ciencia ficción, además de libros de enfermería y la historia de la Guerra Civil. Victor empezaba a darse cuenta de lo compleja que era su novia, pero aún no tenía ni idea de lo que la movía.
¿Por qué se esforzaba tanto por pasar desapercibida? Bajo su discreta apariencia, se ocultaba una mujer a la que le gustaba soltarse el pelo, que conducía un deportivo rojo y que disfrutaba con música rock y con novelas fantásticas. Una mujer que respondía apasionandamnete a su tacto, que a Victor le resultaba difícil pensar que le había mantenido oculta su sensualidad durante cuatro años.
Con cuidado, envolvió una colección de más de dos docenas de gatos de cristal, realizados por un famoso joyero especializado en miniaturas. Cuando fue a la cocina para beber algo, sostuvo una de las figuras en alto.
-Menuda colección. ¿Llebas mcuho tiempo haciéndola?
-Oh, sí- respondío ella mientras se ponía de puntillas para agarrar dos vasos-. Una por cada año de mi vida.
-¿Son regalos?
Ella asintió, concentrada en llenar los dos vasos de hielo y agua.
-Mi padre compró la primera el día que nací. Cada año me daba una por mi cumpleaños.
Había dicho que sus padres estaban divorciados, y él tenía la impresión de que su padre había desaparecido de su vida. Pero seguro que estaba equivocado. Su apdre debía de haberse preocupado mucho por ella, para haber mantenido una colección así durante tantos años.
Suguió envolviendo las figuras y entonces descubrió las fotos. Estaban en una caja de zapatos al fondo del aparador del comedor, tras un bonito juego de copas antiguas. Al verla, la sacó para meterla en una caja amyor, y distraídamente abrió la tapa para ver su contenido.
Fotos. Pulcramente apiladas boca abajo con pequeñas etiquetas indicando la fecha. Se remontaban hasta el año de su nacimiento, y Victor no pudo resistir echarles un vistazo.
Allí estaba ella, una niña mofletuda sentada en una cesta de manzanas, riendo de alegría. Era condenadamente linda. ¿Serían así sus hijos?
Otra la mostraba en brazos de una mujer que debía ser su madre. El parecido era asombroso. Su madre tenía la misma mata de pelo que Myriam, y su aspecto era despreocupado y atrayente. Seguro que si Myriam se relajara, tenfría el mismo aspecto que su amdre, epnsó Victor, dándole la vuelta a la foto y leyendo la nota : Claudia con Myriam, 1 año.
En otra foto se veía a su madre con un vaquero ataviado con un sombrero de color claro. Lo miraba con verdadera adoración. El hombre miraba sonriente a la cámara, muy seguro de sí mismo. Tenía un brazo alrededor de su mujer, que se abrazaba a su cintura, y el dedo pulghar enganchado en el bolsillo del pantalón, en una pose muy presuntuosa. Algo en él molestó a Victor, aunque no supo que. Aquel tipo parecía muy arrogante, y Victor se preguntó si sería el padre de Myriam. Parecía serlo, pero en el dorso de la foto no había nada escrito.
Otras fotos mostraban la infancia y el crecimiento de Myriam. Su primer dia de colegio, el dia em que mostró orgullosa un nuevo hueco en su dentadura, en otra posando con un enorme perro blanco... Foto tras foto, la preciosa niña se iba convirtiendo en una hermosa joven. Pero entonces, justo al llegar a la adolescencia, las fotos se acabaron de golpe. Lo unico que seguía eran los retratos convencionales de la escuela y varios recortes de periódicos, prueba de que había estado en la lista de honor del instituto.
Incluso entonces se había recogido el pelo. En los recortes se le veía de pie en la segunda o tercer fila, semioculta por los otros estudiantes, y mientras todos los demás miraban sonrientes a la cámara, Myriam tenía la cabeza agachada, como si estuviera mirabdo al suelo. Haciéndose invisible. ¿Porqué? Ella le había dicho que sus padres se habían divorciado cuando tenía doce años, y Victor se dio cuenta de que las fotos se acababan justo a esa edad.
¿Que había pasado entre sus padres para transformar a una niña alegre y risueña en una adulta seria y humilde?
Estaba tan absorto con las fotos que no la oyó entrara en la habitación.
-Vaya, veo que has empaque..- la voz se le rasgó al ver lo que estaba mirando-. Has descubierto mi turbulento pasado, ¿eh?- intentó sonreir, pero la sonrisa no alcanzó a sus ojos. Rápidamente, fue hacia él y empezó a meter las fotos en la caja.
-¿Son tus padres?- le mostró la foto del hombre y la mujer que había visto antes.
-sÍ- se limitó a decir sin ni siquiera mirar la foto.
-Entonces tenemos algo en común- le dijo-. Mi padre era un vaquero. Aunque era más un jinete de rodeos.
-Mi padre, Antonio, trabajaba en un rancho cerca de Abilene, donde yo crecí.
Así que había crecido cerca de Abilene. Era más de lo que había sabido antes.
-¿Dónde está ahora tu padre?- le preguntó, entrecerrando los ojos al ver cómo le temblaban las manos.
-Murió hace ocho meses- respondió sin mirarlo. Ocho meses. Y su madre había muerto hacía pocos años... Y ella nunca le había dicho una palabra sobre ellos.
Le quitó la caja de las manos y colocó la tapa.
-¿No me habías dicho que se separaron cuando tú tenías doce años?
-Yo.. sí, tenía doce años. Fue hace mucho tiempo- la voz le temblaba, y él quiso abrazarla y ofrecerle consuelo, pero sintió que ella no lo aceptaría en esos momentos.
-Tuvo que ser muy duro- repuso con calma. Ésa era la clave. La clave para comprender a su Myriam, tan precavida, tan prudente y tan discreta.
Pero no quería preocuparla para que no se apartara de él. Por el modo tan asustadizo con que se comportaba, podría llegar a romper el compromiso si la presionaba demasiado. Victor no sabía por qué estaba tan seguro de que el divorcio de sus padres la había convertido en la mujer que era. Y tenía intención de averiguarlo.
Pero aquel día no. Rápidamente, selló la caja y la puso en lo alto de la pila que esperaba junto a la puerta. Myriam estaba de espaldas a él. Se acercó y la rodeó con los brazos, inclinándose para rozarle el cuello.
-¿Lista para llevar todo esto a tu nueva casa?- su intención era que las caricias fueran reconfortantes, pero cuando ella suspiró y se relajó contra él, el interés sexual despertó los sentidos de Victor.
-Su.. supongo- dijo ella. Inclinó la cabeza para ofrecerle mejor acceso, y él deslizó las palmas hasta cubrirle los pechos, palpando los endurecidos pezones bajo la camisa.
Esperó que le dijera que se detuviera, que tenían trabajo que hacer, pero cuando ella presionó su pequeño y duro trasero contra él y lo agarró por los antebrazos, dejó escapar un gemido y, deslizando una mano por su cuerpo, le levantó la falda hasta sentir la piel satinada de su vientre. Entonces metió la mano por adentro de sus braguitas y encontró para su deleite que estaba humeda y preparada. De un tirón hizo que ambos estuvieran tumbados en la moqueta. Ella separó las piernas para recibirlo, mientras él intentaba liberarse de los pantalones y se ponía el preservativo que llevaba en la cartera. Cuando la penetró, ella arqueó la espalda y soltó ese ruidito que Victor empezaba a reconocer. Entonces empezaron a moverse al compás, cada vez más rapido, hasta alcanzar las cotas más elevadas y ardientes de la pasión.
No fue hasta mucho después cuando él recordó que se había jurado no pensar más en el sexo aquel día.
Los días siguientes pasaron muy deprisa. Victor convenció a su madre de que querían una ceremonia pequeña y privada, de modo que, para asombro de Myriam, todo se organizó para que la boda tuviera lugar un domingo por la tarde,a poco más de una semana.
Sobre todo, se quedó maravillada cuando Miranda le dijo que habia reservado la pequeña iglesia de La Villita. Casarse en La Villita era uno de los pocos sueños que Myriam se había atrevido a formular en voz alta. Muchas novias de San Antonio aspiraban a casarse allí, pero muy pocas lo conseguían. Seguramente, su futura suegra había sobornado a alguien.
Cuando acabó de trasladar sus cosas a casa de Victor, contrataron a un equipo de mudanzas para transportar los muebles. Éstos habían sido de su madre, y aunque no eran nuevos, tenían intención de usarlos hasta que presentaran desperfectos.
Luego, tuvo que trabajar otros cuatro días seguidos en el hospital, y se sorprendió cuando las otras enfermeras le organizarón una despedida de soltera en su último dia de trabajo antes de la boda. Aunque Victor no había sido invitado ala fiesta sólo para chicas, entró a la sala cuando se estaba repartiendo el pastel.
-Vaya- dijo cuando alguien le ofreció un trozo-, parece que llego en el momento oportuno.
-Cielos, chica- dijo la especialista en sistema respiratorio, que estaba sentada a la izquierda de Myriam, abanicándose mientras Victor le sonreía a una enfermera-, si alguna vez te hace falta ayuda con este hombre, no dudes en llamarme.
-Lo tendré en cuenta- dijo, forzando una carcajada.
-Mire, doctor García- dijo una de las enfermeras más animadas, mostrándole una camisa negra con un liguero y medias de encaje-. ¡También tenemos un regalo para usted!
Victor sonrió y se volvió para clavarle la mirada a Myriam.
-Será un placer desenvolverlo.
Se produjo un incómodo silencio. Myriam sintió cómo las mejillas le ardían de verguenza.
-¿Oh, Dios mío!- murmuró alguien-. ¿Dónde se metió este hombre cuando yo esaba buscando marido?- todas las demás estallaron en risas.
Pero ella no había estado buscando marido, pensó Myriam un cuarto de hora más tarde, cuando la fiesta acabó. Todo aquello parecía una fantasía, un sueño... y ella vivía con el temor permanente de despertarse en cualquier momento.
Antes de que Myriam se diera cuenta, llegó la víspera de la boda. No habían planeado ningún ensayo, puesto que la ceremonia iba a ser muy corta. Sólo asistirían la madre de Victor, su tío Roman y su mujer, y su hermana con su marido, pero Miranda había insistido en dar una pequeña fiesta la noche antes. Había animado a Myriam a que invitara a sus amigas a la boda, pero ella había declinado amablemente la oferta. No podía invitar a unas cuantas compañeras del hospital sin ofender a las otras. Y no conocía a nadie más. Tras el divorcio de sus padres, había llegado a estar tan unida a su madre que no había tenido necesidad de hacer amigos. Al morir, su naturaleza solitaria ya se había formado, y le resultó muy fácil mantenerse a distancia de las personas.
A pesar de los pocos invitados a la cena, Myriam estaba muy nerviosa ante la ides de conocer a más miembros de los García, especialmente a Roman García el famoso cabeza de la familia. Y se puso aún más nerviosa cuando Victor llamó el día de la cena para decirle que retrasaría y que la vería allí. Una mujer presentaba dificultades en el parto e iban a tener que practicarle una cesárea. Myriam tuvo pues que ir sola a casa de Miranda García, con los nervios a flro de piel.
El coche de Victor no se veía por ninguna parte cuando llegó. Myriam soltó un suspiro y se obligó a salir. Vio otros dos coches aparcados en el camino de entrada; un Ferrari azul y un Lexus dorado.
"Empieza el calvario", pensó. . Justo en ese momento Miranda salió de la casa y corrió hacia ella con los brazos extendidos. Llevaba una túnica larga sobre los pantalones, lo que la asemejaba a un ave exótica.
-Hola querida- la saludó-. Victor ha llamado y me ha dicho que llegaría tarde. Yo no quería que tuvieras que venir sola.
Myriam sintió un profundo arrebato de afecto hacia su futura suegra.
-Gracias. Tengo que confesar que estoy un poco nerviosa.
-No tienes porqué estarlo, en serio- la tomó del brazo y la condujo hacia la casa-. Estás muy guapa.
Myriam pasó una mano sobre la chaqueta de seda de color aguamarina que le cubría un vestido de fiesta del mismo tono. Victor se lo había llevado dos días antes u le había pedido que se lo pusiera aquella noche.
-Victor eligió el vestido- dijo. No sólo eso. Había examinado su vestuario para comprobar las tallas, y el vestido le quedaba como guante-. Normalmente no suelo ponerme unos colores tan llamativos.
-Pues este color te queda muy bien. Deberías vestirlo más a menudo- Miranda abrió la puerta e hizo entrar a Myriam en el imenso vestíbulo. Pero, en vez de dirigirse hacia la pequeña sala donde solían recibir a las visitas, la llevó al salón con la chimenea de mámol, las alfombras orientales y los sillones tapizados de seda.
Un hombre alto y moreno vestido con un traje de lino estaba cerca de la chimenea. Hablaba con Raúl el cuñado de Victor, que tenía la chaqueta colgada al hombro. En un sofá cercano había una mujer mayor y muy elegante, con el pelo recogido de una forma similar a Myriam, que estaba hablando Gabriela.
-Ha llegado Myriam- anunció Miranda. La escoltó hacia los hombres, deteniéndose primero junto al mayor-. Éste es mi hermano Roman García, y ya conoces a Raúl. Roman, ésta es la novia de Victor, Myriam Montemayor.
Raúl asintió y esbozó una ligera sonrisa. Roman García también sonrió y le ofreció la mano. Sus ojos eran cálidos y amables.
-Es un palcer conocerte, Myriam. Miranda lleva una semana alabando tus virtudes, y ahora veo que no ha exagerado.
Myriam sonrió, sin saber que decir. Aquel hombre tan atractivo, junto con su hermana Miranda y los hijos de su hermano Cameron, era el heredero de una de las mayores fortunas de Texas. Los García eran el equivalente a los Kennedy de Massachussets o a los Windsor de Inglaterra. Myriam los había visto en la televisión y en los periodicos, y se sentía como si hubiera entrado en un cuento de hadas.
Miranda tiró de ella hacia donde estaban sentadas Gabriela y la mujer de Roman.
-Lily, ésta es Myriam.
Las dos mujeres se levantaron y Lily dio un paso adelante para darle un beso en la mejilla.
-Bienvenida a la familia, querida- le dijo, con un brillo en sus ojos oscuros.
-Gracias
-Miranda nos ha dicho que Victor va a retrasarse- dijo Lily manteniendole la mirada-. Supongo que es algo inevitable en la vida de un médico.
-Eso es precisamente la vida de un médico- respondió Myriam con una sonrisa.
En ese momento se oyó el ruido de un motor.
-Ése debe ser él- dijo Myriam-. Disculpenme- se apresuró a salir del salón, y llegó a la puerta justo cuando Victor entraba. Aún se estaba haciendo el nudo de la corbata y parecía muy cansado.
Entonces levantó la mirada y se detuvo en seco al verla.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
-Estas... - le recorrió el cuerpo con la mirada- tan maravillosa como imaginé que estarías con ese vestido. Pero hay algo que falla.
-¿El que?- el placer inicial que había sentido se rtansformó en preocupación.
-Esto- avanzó hacia ella y empezó a quitarle las horquillas del pelo.
-¿Victor! ¡Estate quieto!- lo agarró de las muñecas, pero él era más fuerte y siguió soltansole el pelo, hasta deshacerle por completo el recogido.
-Así está mucho mejor- murmuró, entrelazando los dedos en su melena.
Su boca buscó la suya y con los dedos le sujetó la mandíbula, y ella se olvidó de todo excepto del hombre que la tenía entre sus brazos. Lo amaba con todo su ser. Lo rodeó por la cintura y se apretó contra su cuerpo. Él intensificó el beso, jugando y saboreando con la lengua, pero finalmente se apartó y la miró a los ojos, encendidos de deseo.
-Ésto tendrá que esperar hasta más tarde- dijo en voz baja.
Y no fue hasta que ella dio un paso atrás cuando se dio cuenta de que Miranda, Roman, Lily, Gabriela y Raúl estaban agolpados en la puerta, observándolos con ojos divertidos. La mirada de Raúl estaba fija en la emlena suelta de Myriam.
-Es algo... extraordinario- dijo, a nadie en particular. Su esposa le dio un codazo en las costillas.
-Deja de babear, querido- le dijo, y Roman soltó una estruendosa carcajada mientras Myriam se ruborizaba hasta las orejas.
Victor miró a su familia reunida. Vio que su hermana intercambiaba un guiño de satisfacción con su marido. Cuando ella se giró y lo vio mirándola con ojos entrecerrados, se echó areír.
-¡Hola, Victor! Ahora que has terminado de saludar a Myriam, tal vez tengas tiempo para el resto de la familia.
Victor soltó un gruñido de burla, pero deslizó un brazo por la cintura de Myriam y la llevó hasta su hermana.
-Hola, mocosa. Será mejor que seas amableo no te invitaré mañana a la boda.
-Si no me invitas, no podrás ver a Patricia- replicó ella. Patricia era la sobrina de Victor, la pequeña hija de Raúl y Gabriela.
Victor miró a Myriam, que se estaba riendo por aquel intercambio de amenazas. ¿Alguna vez la había visto reír asi? Dios, qué hermosa era cuando dejaba ver su deslumbrante personalidad. No veía el momento de llevarla a casa, de hacerla suya, de casarse con ella al día siguiente, para que nada ni nadie pudiera arrebatársela jamás...
Al darse cuenta de lo que estaba pensando, se apartó un paso de ello. No iba a necesitar a Myriam, ni a nadie, hasta tal punto de no poder vivir sin ella. Él tenía una vida propia y una maravillosa familia a la que aún estaba conociendo después de seis años. Pero durante casi toda su vida sólo había tenido a su madre y a su hermana, y no estaba dispuesto a depender de nadie. Ni siquiera había permitido que los García se hicieran cargo de él. No necesitaba a nadie y así iba aseguir. De ese modo no habría sufrimiento.
-¿Qué pasa?- Myriam se había acercado a él y le acariciaba la mano-. ¿Tan mal te ha ido hoy?
-No, no pasa nada- sintió cómo la tensión lo abandonaba ante la sincera preocupación de Myriam. Era la mejor compañía que había conocido jamás.
Por eso le resultaba tan difícil apartarse de ella. Iba a ser muy duro explicarle tras la boda que necesitaba espacio.
Myriam lo miró sorprendida cuando él retiro la mano, pero no intento tocarlo de nuevo. Esa reacción irritó a Victor, y fue él quien la tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Ella no lo miró, pero se aferró a su contacto ya se sentía mejor. ¿Qué tenía eso de malo?
Su madre los llamó para cenar y todos se dirigieron hacia el comedor. El rostro de Miranda se iluminó cuando los vio agarrados de la mano.
- De haber sabido que tendría tanto efecto en ti, habría salido a buscarla hace años - le dijo a su hijo con una radiante sonrisa.
Victor frunció el seño, pero antes de que pudiera replicar, su madre ya estaba repartiendo las copas de champán.
-¿Quieres hacer el brindis, Roman?
Durante la comida, Myriam se fue relajando y todos parecieron encantados con ella. En un extremo de la mesa, Miranda hablaba animadamente con Lily sobre los últimos detalles de la boda. Al verla mover las manos de un modo casi frenético, Victor notó que le volvía la tensión.
Miranda se había lanzado de lleno a organizar la boda, y él era consciente de que su madre necesitaba mantenerse ocupada en esos momentos. En su rostro empezaba a ser evidente la preocupación por la siguiente jugada de su ex marido. Pero, si Myriam se quedaba embarazada, tendría un motivo mucho más poderoso para no angustiarse.
La mera posibilidad le provocó un estremecimiento de emoción. ¿Cómo sería tener un hijo propio en sus brazos, saber que alguien lo necesitaba más que a nada en el mundo? Él no habia tenido un padre en quien apoyarse, pero estaba decidido a que un hijo suyo nunca jamás se dormiría por las noches preguntándose qué clase de hombre sería capaz de abandonar a su familia.
Y si Myriam se quedaba embarazada, no lo abandonaría. A Victor no se le había pasado por alto que ella no estaba entusiasmada por casarse con él, ya que en más de una ocasión había expresado sus dudas al respecto. Pero la conocía demasiado bien para saber que si tenían un hijo, nunca se iría.
No era que la necesitara, se recordó a sí mismo mientras levantaba una mano y le acariciaba el pelo por detrás. Tan sólo era que le gustaba llegar a casa y saber que lo estaba esperando. Le gustaba cómo conseguía animarlo en los días amlos con sus caricias y sus palabras. Le gustaba cómo levantaba el rostro para besarlo, cómo su cuerpo se suavisaba contra el suyo en la cama, los ruiditos que hacía cuando la penetraba...
Ella giró la cabeza y le sonrió, y con la mano le apretó el muslo bajo la mesa.
-No empieces lo que no estés preparada para acabar- le susurró él al oído.
-No voy a empezar nada- respondió ella, ruborizándose al tiempo que lo apartaba con una mano en el pecho-. ¡Ya me has avergonzado bastante delante de tu familia!
Él se sorprendió a sí mismo sonriendo como un idiota, pero en cuanto vio que su hermana lo miraba pensativamente, adoptó una expresión despreocupada. Por supuesto que no necesitaba a Myriam, pero no había nada de malo en que le gustara cómo animaba su vida.
La cena fue un éxito. Su hermana, su amdre y tía Lily incluyeron a Myriam en sus conversaciones, como si hubiera pertenecido a la familia desde siempre. La acosaron con preguntas sobre su trabajo y el hospital, y Victor pudo ver cómo ella se desprendía de su coraza al hablar de su profesión. Durante el postre, vio que Raúl contemplaba sus cabellos sobre la mesa y le dedicó una cortante sonrisa
-Céntrate en tu propia esposa. Ésta es mía.
Raúl se limitó a sonreír mientras Roman soltaba una risita.
-Que yo adore a mi esposa no significa que esté ciego- le replicó con una ceja arqueada-. Pero tú quizá lo estás. ¿Dijiste que la conoces desde hace cuatro años?
-Nadie ha sido tan rápido como tú y Gabriela- intervino Roman-. Incluso a mí me costó mucho tiempo descubrir que Lily era lo que faltaba en mi vida.
La conversación siguió, pero Victor se mantuvo en silencio. Era cierto, había conocido a Myriam mucho antes de quererla como esposa. Y si quería casarse con ella era sólo porque le había arrebatado su virginidad en uno de los peores momentos de su vida. Pero ahora, mientras pensaba en ello, se daba cuenta de que una parte de él valoraba a Myriam desde mucho tiempo atrás.
Se había convencido a sí mismo de que era sólo una amistad profesional, pero la verdad era que cada vez había buscado su compañía con más insistencia. Incluso había sentido que ella siempre estaría esperándolo, Y se había aprovechado de ello, absorbiéndola e impidiéndole que se relacionara con otras personas.
De pronto se le vino a la memoria una conversación mantenida con otro médico un año atras. Una conversación que creía haber olvidado. Un día estaba con Myriam en la cafetería, cuando otro médico se les unió en la misma mesa. Myriam lo había tratado con su cortesía habitual, y en cuestión de minutos el tipo la estaba haciendo reír sin parar.
Cuando ella había mirado el reloj y se había levantado, el médico habia hecho ademán de acompañarla, pero Victor lo había detenido con una palabra cortante y había regresado con ella a la unidad de cuidados intensivos. Horas más tarde, se tropezó de nuevo con el médico en cuestión.
-Eh, García- le había dicho-. ¿Sales con Myriam Montemayor?- Victor se limitó a mirarlo-. Porque si no es así, voy a invitarla al cine o a salir por ahí.
Victor se había quedado mirándolo, sintiendo sómo la furia lo abrasaba por dentro. Tuvo que recordarse que Myriam no era suya. Sólo eran amigos. Aún así aquel tipo no era lo bastante bueno para ella. Era muy agradable, pero el largo historial de corazones rotos que había dejado en el hospital era prueba suficiente para Victor. Myriam merecía a alguien que la tratara como si fuera lo más preciado del mundo.
-Aléjate de Myriam- le había dicho finalmente, sin poder contenerse.
Su tono fue tan brusco que el otro hombre arqueó las cejas y se encogió de hombros.
-Eh, chico, no pretendía entrometerme en tu camino.- le dijo.
No se había entrometido en su camino, se dijo Victor. Pero no quería ver cómo a Myriam la tomaba alguien que no reconocía su valor.
El día de la boda amaneció soleado, y al mediodía la temperatura era muy agradable para ser finales de enero. Un día perfecto para una boda.
Poco antes de las once, tomaron la carretera interestatal hacia River Walk y el histórico distrito de La Villita, rodeado por King Phillip Walk, Villita Street y Alamo Street. La pequeña iglesia estaba entre una joyería y una galería de arte, y detrás del patio trasero había una hilera de pequeños comercios.
Miranda, Roman y Lily estaban ya en el interior cuando llegaron Victor y Myriam. Miranda y Lily se llevaron a la novia aparte mientras Roman subía con Victor los escalones hacia el arco de la entrada.
-Toma, querida- Lily le entregó a Myriam un hermoso ramo de lilas y rosas. A Miranda le endosó un ramillete a juego y luego se fue con un puñado de rosas en busca de los hombres.
-Estás preciosa- le dijo Miranda con los ojos llenos de lágrimas.
-Es el vestido- respondió Myriam pasando la mano por la tela blanca-. Sin tu ayuda no habría encontrado algo tan bonito- Miranda la había llevado a comprarse el vestido de novia, ignorando sus protestas de que con un simple traje bastaría. Victor le había dicho que quería a Myriam de blanco, y no había más que hablar.
-No es el vestido- replicó con una sonrisa-. Aunque realmente es preciodo. Eres tú, querida. Eres tú quien brilla con luz propia- miró hacia el fondo de la iglesia, donde Victor y Roman estaban hablando con Lily y el párroco. El altar de madera estaba adornado con gladiolos blancos y rosados, mientras que las velas de los candelabros laterales estaban entrelazadas con hiedras y rosas. Sobre el altar, la vidriera relucía como un conglomerado de joyas azules-. ¿No te parece que la iglesia está preciosa?
-Lo está- dijo con un tono reverencial-. Aún no me puedo creer que vaya a casarme aquí- no pudo evitar una risita-. La verdad es que aún no me puedo creer que vaya a casarme, punto.
-Pues vas a hacerlo- le dijo Miranda-. Y enseguida. Victor no puede dejarte escapar- su expresión se suavizó al isntante-. Siempre me ha preocupado mucho. Las pocas mujeres con las que salió eran superficiales y egoístas, más centradas en su propia imagen que en Victor. Empezaba a temer que elegía a esa clase de mujeres a propósito. Mi hijo es un hombre muy solitario, y una mujer así no amenazaría su soledad- hizo una pausa-. Pero tú... tú no podrías ser más diferente. Desde que está contigo lo veo más abierto y feliz que nunca. Y creo que se deb a que tú lo amas.
-Lo amo desde que lo vi por primera vez- confesó Myriam con una temblorosa sonrisa. Deseaba que las palabras de Miranda fueran ciertas, pero ella no había visto que hiciera especialmente feliz a Victor, slavo en la cama. De hecho, parecía más malhumorado e introvertido que antes-. Pero nunca imaginé que se fijaría en mí.
-¡Bueno, doy gracias al cielo de que lo ahya hecho!
Myriam podría haberle replicado, pero no tenía sentido enturbiar su alegría.
Miranda se volvió y de una bolsa sacó un gran velo de encaje español.
-Aquí está el velo que te prometí- dijo, mostrando la delicada prenda-. Pertenecio a Rosita Pérez el ama de llaves que me crío a mí y a mis hermanos. Muchas novias de las familias García y Pérez lo han llevado, y significa mucho para Roman.
-Es precioso- Myriam permaneció inmóvil meintras Miranda se lo colocaba sobre el pelo-. Gracias por compartirlo conmigo.
-Es un placer. Yo nunca lo llevé- dijo tristemente-
-Aún hay tiempo apra eso. Nunca se cabe. Puede que tu principe azul esté esperando tras la esquina. Miranda no sonrió.
-Conocí a mi principe azul hace mucho, y lo perdí. Desde entonces no he querido besar más ranas. Si puedo pasar el resto de mi vida sin perder nada de lo que tengo, me daré por satisfecha.
-La satisfacción no es lo mismo que la felicidad. Creo que deberías intentar ser infeliz- Myriam le puso una amno en el hombro y decidió cambiar de tema- : Quiero darte las gracias por haber hecho tan especial este día. Lo único que podría mejorarlo es que mi madre estuviera aquí.
-Yo tambien lo deseo, querida. Estoy segura de que es igual que tú- la voz de tembló y ambas mujeres sorbieron por la nariz para evitar las lágrimas-. Victor me matará si te hago llorar- le dijo riendo.
-Muy bien, ¡creo que estamos listas!- dijo Lily, que volvía por el pasillo con una radiante sonrisa-. Gabriela y Raúl acaban de llegar- se detuvo a medio metro de Myriam-. Oh, cariño, estás preciosa. Tu - pelo y ese velo... y el vestido... - los ojos le brillaron-.
¡Victor va a caerse de espaldad cuando te vea!- le dio un suave abrazo y la besó en la mejilla-. Buena suerte, querida.
Roamn se acercó en ese momento por la alfombra roja.
-Bueno, Myriam ¿lista! Victor dice que tenemos que empezar a movernos- hizo una pausa y la recorrió con la mirada-, Estás arrebatadora- a continuación le ofreció el brazo a su hermana-. Vamos, Miranda. Es hora de sentarse.
La escoltó hasta la primera fila y luego volvió para ofrecerle el brazo a Myriam.
-Gracias- dijo ella, un poco sobrecogida. ¿Cómo era posible que Roman García la llevara al altar? Entonces sintió una punzada de tristeza, Aun estando vivo, su padre nunca habría estado allí, interpretando la tradición.Ocho meses atrás no había estado preparada para perdonarlo. No, se habría regodeado en su merecido desprecio y no le habría permitido acompañarla por el pasillo de la iglesia. Aquel pensamiento hizo que las lágrimas que creía reprimidas afluyeran a sus ojos, y tuvo que elvar la vista al techo y parpadear con fuerza para apartarlas.
-Es un placer, querida-. Creí que ya no volvería a hacer algo así, puesto que Vanesa, Victoria y Gabriela están casadas. Realmente es un placer.
Se volvió y le asintió al organista que aguradaba pacientemente junto al órgano. Mientras los acordes de la marcha nupcial de Lohengrin llenaban la iglesia, Roamn se inclinó sobre Myriam y la besó en la frente.
-Bienvenida a la familia.
La ceremonia fue corta y convencional, pero, gracias a Miranda, trancurrió a la perfección. Myriam caminó por el pasillo central del brazo de Roman, entre los bancos de reluciente madera tallada, con la vista fija en Victor. Se lo veía serio, pero el brillo de sus ojos convenció a Myriam de que le gustana su atuendo. Un intenso arrebato de felicidad la invadió cuando la tomó del brazo de Roman quien fue a sentarse entre Miranda y Lily. Gabriela y Raul estaban al otro lado del pasillo con Patricia.
Como no había ningún familiar de Myriam, prescindieron dela cto de entrega de la novia. Antes de que se diera cuentam estaba repitiendo los votos a Victor con voz tranquila y serena. Entonces él pronunció los suyos, mirándola fijamente a los ojos. Myriam fue consciente de que Miranda estaba llorando, mientras su corazón atesoraba cada palabra que oía de labios de Victor. Se intercambiaron los anillos y, tras una escueta bendición, el párroco los proclamó marido y mujer ante los aplausos de la familia.
Después de la ceremonia, Miranda los condujo al patio trasero, donde un fotógrafo les tomó varias fitis en los escalones de la fuente de piedra. Mientras recibía una instantánea tras otra, Myriam se preguntó si el amor que sentía por el hombre que tenía al lado se reflejaría en su rostro cuando se revelaran las fotos.
El banquete de bodas que su madre había organizado en un hotel cercano pareció eternizante. Victor apenas podía reprimir su impaciencia, aunque sabía que aquella comida complacía mucho a su madre.
Su esposa... Nunca había pensado que aquellas palabras le gustaran tanto. Cuando el camarero pasó por la mesa ofreciendo café, Victor decidió que ya ahbía aguantado bastante. Era el momento de pasar a la mejor parte.
Se puso de pie, sosteniendo la mano de Myriam. Ella tambien se levantó, con una expresión de desconcierto en su adorable rostro.
-Tenemos que irnos ya- le dijo él.
-Oh- parecía un poco intranquila-. Pero los invitados...
-Pueden entretenerse ellos solos- la interrumpió-. Nosotros tenemos una suite de luna de miel que nos está esperando.
-¡Una suite!- su cara se iluminó con una radiante sonrisa-. Pero dijiste que no teníamos tiempo para una luna de miel.
Él sonrío, contento de haberla sorprendido.
-Bueno, no tenemos tiempo. Pero pensé que deberíamos hacer algo especial en nuestra noche de bodas. He reservado una suite en La Mansión del Río.
-¡La Mansión!- exclamó Myriam-. ¡Oh, Victor!
La Mansión era uno de los mejores hoteles de River Walk, un antiguo colegio universitario con unas vistas preciosas sobre el río. También era uno de los hoteles mas caros de San Antonio. Victor nunca había tenido ocasión de pernoctar allí, pero había oído que, a pesar de su discreta fachada, por dentro era increíble. No podía haber pensado en un lugar mejor, y cuando Myriam lo abrazó y lo besó mientras la familia se echaba a reír, decidió que su novia estaba de acuerdo.
-¿Estás seguro?- le preguntó ella-. Sé que tienes que trabajar.
-Estoy seguro- dijo él-. He llamado a la doctora Jimenez y ha accedido a sustituirme hoy si yo la cubro mañana por la noche. De hecho, estaba encantada de ayudar y me ha pedido que te trnsmita su enhorabuena.
-De acuerdo. Pero antes tengo que ir a casa a...
-Ya está todo arreglado. Esta mañana le di al ama de llaves una lista. La bolsa está en el maletero de mi coche- le sonrió, impaciente por estar a solas con ella-. Vamos, esposa mía. Nuestra luna de miel espera.
El personal del hotel los recibió con mucha amabilidad y los condujeron a la suite reservada. Victor se dio cuenta de que con Myriam aún vistiendo el traje de novia, su nuevo estatus era más que evidente.
La habitación era encantadora, decorada en estilo colonial español. El botones subió su única maleta y entonces los dos se quedaron solos por fin. El señor y la señora Garcia. A Victor le gustaba cómo sonaba. Y le gustaba pensar que Myriam estaría siempre con él.
Ella había salido al balcón con vistas al río mientras él le daba la propina al botones. Victor también salió y se apoyó en la barandilla, contemplando el hermoso paisaje.
-Gracias- le dijo ella.
-De nada- sólo por estar a su lado, viendo cómo los pechos le subían y bajaban al respirar, y sintiendo el calor que irradiaba, Victor se moría de deseo con los brazos-. ¿Qué tengo que hacer para quitarte esre vestido?- le preguntó mientras cerraba con el pie la puerta del balcón.
-Es fácil- dijo ella con una sonrisa-. Hay una cremallera en la espalda. Tu madre quería sistituirla por un milllón de botoncitos... Fue una de las pocas cosas en las que me mostré inflexible.
Él encontró rápidamente la cremallera, y en cuestión de segundos el vestido formó un charco blanco a sus pies. Entonces la miró boquiabierto.
-¿De dónde has sacado... esto?
Myriam llevaba un picardías rojo pasión que realzaba sus pechos sin apenas ocultar sus pezones. El encaje se ceñía a la curva de su cintura y se ensanchaba hasta sus caderas, dejando ver el minúsculo triangulo de unas braguitas rojas. Un liguero sujetaba la prenda a un par de diáfanas medias de seda, que terminaban en los zapatos blancos de tacón que aún llevaba puestos. Victor no puso resistirse y se arrodilló para besarla en la porción de muslo descubierta.
-Tu hermana me lo dio anoche- dijo ella, entrelazándole los dedos en el pelo-. Me hizo prometer que me los pondría hoy.
-Recuérdame que le dé las gracias. Menos mal que no he sabido antes que llevabas una cosa así bajo el vestido... o tal vez no habríamos llegado al altar.
En ese momento se oyó un fuerte golpe en la puerta.
-¡Cielos!- exclamó Myriam-. ¡Quién puede ser?
Victor se levantó con un suspiro.
-No te muevas- fue hacia la puerta y sacó unas monedas del bolsillo. Un camarero esperaba con un pequeño carrito. Victor firmó la cuenta y metió el carrito él mismo.
-Champán y canapés- anunció-. He pensado que deberíamos empezar bien el matrimonio.
-Es muy... considerado por tu parte- sus ojos estaban tan abiertos y brillantes que Victor sintió una púnzada de culpa. Myriam no había tenido muchos motivos para esperar detalles románticos de él desde que habían decidido casarse.
-Quería que fuera especial para ti- se acercó a ella y la tomó de la mano para llevarla hasta el carrito.
-¡Victor!- dijo, mirándose y poniéndose colorada-. ¡No puedo andar por ahi así!
-¿Porqué no? Sólo te estoy viendo yo- vio su reflejo en el gran espejo de la apred y descubrió que las braguitas eran en realidad una tanga-. Y menuda vista ofreces...- llevó una mano hasta sus nalgas desnudas y enseguida la retiró con una risita-. Tal vez el champán no haya sido buena idea. No estoy seguro de que pueda apartar las manos de ti el tiempo suficiente para abrir la botella.
-Ha sido una magnifica idea- susurró ella-. No esperaba que pudieras librarte del trabajo, pero me alegra que lo hayas hecho.
Su gratitud lo hizo sentirse incómodo. ¿Por qué se había resistido a la idea de una luna de miel? Le había dicho que no podía tomarse una semana libre, cuando en realidad no se había tomado unas vacaciones en el hospital.
Pero también era cierto que Myriam nunca intentaría apartarlo de sus obligaciones. Al contrario, le ofrecía todo su apoyo sin esperar nada a cambio.
Avergonzado y arrepentido, se prometió a sí mismo que lo haría mejor en el futuro. Le demostraría a Myriam lo encantado que estaba con el cambio que ella había supuesto en su vida.
Resistiéndose a la tentadora belleza que tenía a escasos centímetros, se giró hacia el carrrito y tomó la botella de champán. Retiró el papel de plata y la descorchó con pericia.
-Lo haces como un experto- observó a Myriam con una sonrisa.
-Me gustan los vinos- dijo mientras le tendía una copa burbujeante-. Por eso aprendí- le paso un brazo por los hombros y alzó ligeramente la copa-. Brindemos- ella levantó su copa mirándolo a los ojos-. Por placeres del matrimonio.
-Por los placeres del matrimonio- respondió ella.
Entrechocaron las copas y tomaron un pequeño sorbo.
Pero Victor el brindis le pareció muy pobre y superficial, de modo que volvió a levantar la copa.
-Y por mi hermosa mujer y todos los años de felicidad que compartiremos.
Los ojos de Myriam se llenaron al isntante de lágrimas.
-Por los años de felicidad- susurró.
Volvieron a beber y entonces Victor dejó su copa y le quitó a Myriam la suya.
-Me estoy volviendo loco- gruño-. Iba a llevarte a River Walk, pero...
-Míranos- le ordeno, empujando cada vez con más fuerza. Ella obedeció y soltó un prolongado gemido ante lña erótica visión.
Al oírla, Victor no pudo contenerse más e incremento la velocidad de sus arremetidas, hasta uqe, a los pocos segundos, todo su cuerpo se tensó y fue como si se deshiciera en mil pedazos. Al mismo tiempo, ella se retorció, apretándolo entre sus muslos y acompañándolo en el glorioso clímax. Tras la explosión del orgasmo, Victor enterró la cabeza en su cuello y permaneció inmóvil hasta que recuperó la respiración. Entonces miró alrededor y se echo a reír.
-Vaya. La cama está ahi.
Ella endureció las piernas y también rió. -Pero...- ella se apretó contra él-. Siempre podremos ir a River Walk, pero aqui sólo estaremos esta noche- su voz se redujo a un tentador susurro-. Tal vez deberiamos establecer nuestras prioridades.
Él soltó una risita ronca.
-Estoy de acuerdo- dijo,y se inclinó para tomar posesión de su boca. Ella respondió de inmediato liberando su pasión contenida, y a punto estuvo de quemarlo vivo cuando le echó los brazos al cuello y entrelazó los dedos en sus cabellos.
A Victor se le aceleró salvajemente el pulso y, apartándose de ella, tiró del picardías hacia abajo, soltando un gruñido de aprobación al ver sus pechos.
-Mía-dijo, tomando uno de los senos-. Eres mia- se agachó para atrapar el pezón con la copa y presiono con fuerza.
Ella dejo escapar un grito y se aferró a los cabellos de Victor, pero enseguida bajó los brazos y le abrió freneticamente la camisa. Le deslizó las palmas por el pecho desnudo y fue bajando hasta la cintura. Le tocó el miembro a través del pantalón, y él no pudo resistirse; se desabrochó el pantalón con una mano mientras con la otra buscaba el preservativo que llevaba en el bolsillo.
- Mira- le dijo ella.
Él bajo la mirada y vio cómo sus esbeltos dedos soltaban la sujeción de la tanga a la cadera. La minúscula prenda cayó al suelo, dejándola tan sólo con el picardias, las medias de seda y los altos tacones.
-Si estás tratando de volverme loco, lo estás onsiguiendo- su voz sonaba áspera y profunda. La agarró por las caderas y la levantó, apoyándola contra la pared.
Ella lo rodeó con las piernas, presionando su centro húmedo contra el miembro erecto, y entonces la penetró. Sintió cómo un tacón se le clavaba en el glúteo, algo que le resulto increíblemente excitante.
-Bueno, podemos probarla más tarde.
-¿Más tarde? ¿porque no ahora?
-¿Ahora?- preguntó, sorprendida-. Pensé que necesitarías tiempo...
Él le propino una fuerte embestida, demostrándole que el acto reciente no había hecho sino intensificar su deseo. La sujetó firmemente por las nalgas y se dirigió hacia la cama.
-Por cierto- dijo ella mientras pasaban junto al amplio escritorio-, la cama está demasiado lejos. ¿Crees que podrás llegar?
Él se volvió y se entó en la mesa. Dejó que Myriam descargara todo su cuerpo sobre su miembro, y empezó a moverse arriba y abajo a un ritmo suave.
-Oh, podría intentarlo- dijo-, pero mejor luego.
El resto del día fue perfecto. Antes de la cena, fueron a dar un paseo por River Walk, y en ningún momento Victor la solto de la mano, acariciándole el anillo con el pulgar.
La cena fue en un lujoso restaurant con vistas al rio. Una botella de chapán y un bonito ramo de rosas los esperaban en la mesa. Myriam sintió cómo las lágrimas afluían a sus ojo y se puso de puntillas para darle a Victor un beso en la mejilla.
-Gracias- le dijo-, por hacer esto tan especial.
-Quería que fuera especial- respondió él-. Es el primer día de nuestra vida juntos. Tiene que ser memorable, algo que podamos contarles a nuestros hijos- añadió con un sonrisa.
Hijos... La felicidad se Myriam se nubló un poco. En los últimos días llevaba sintiendo las molestias del síndrome premestrual. Dudaba de que tuvieran que preocuparse por un embarazo imprevisto. Y aunque eso debería complacerla, la verdad era que deseaba desesperadamente tener un hijo de Victor...
-¿Qué pasa?- le preguntó él, tomándole las manos sobre la mesa.
-Nada- dijo ella forzando una sonrisa-. Estaba pensando en lo maravillosa que fue la ceremonia.
Él acepto su respuesta y siguieron conversando tranquilamente mientras esperaban la comida. En un momento dado, ella sacó el pie de la sandalia y le rascó la pierna distraídamente. Él dio un brinco y la miró con el ceño fruncido.
-Deja de hacer eso o voy a tener problemas para levantarme- le advirtió.
Ella soltó una risita y volvió a meter el pie en la sandalia.
Al acabar la cena, el camarero les llevó una porción de tarta de limón. Myriam se quedó asombrada. Victor ya había descubierto que la tarta de limón era su debilidad Para ser un hombre que no tenía tiempo para irse de luna de miel, había puesto mucho empeño en que aquella velada fuera inolvidable.
Antes de salir, victor envolvió las rosas en papel y se las ofreció. Pero la velada no acababa allí, puesto que a continuación la llevó hasta el embarcadero y pagó un extra para que ambos pudieran montarse solos en una de las barcas. Se sentaron bajo los faroles del dosel y dejaron que el agua los meciera.
"No improta lo que nos depare el futuro", pensó Myriam apoyando la cabeza en el hombro de Victor.
Notó cómo él se movía y se apartó para mirarlo.
En respuesta, Victor sacó del bolsillo un pequeño paquete envuelto de papel de regalo y se lo puso en el regazo.
-¿Qué es esto?- preguntó ella tocando la brillante cinta.
-Un regalo para mi mujer- dijo él, acariciándole el hombro. Sus ojos irradiaban más calor que nunca.
-¡Pero yo no te he comprado nada!- exclamó ella, consternada. No se esperaba eso.
-Myriam- la tomó de la barbilla y le hizo mirarlo a los ojos-, ¿acaso no sabes que tú eres el mejor regalo que podría recibir jamás?- ella trago saliva, conmovida por esas palabras-. Ahora, abrelo- levantó la caja y se la sostuvo bajo la nariz-. ¿No sientes una mínima curiosidad?
Muy lentamente, Myriam desató la cinta y rasgó el papel de regalo. Al abrir la caja vio un objeto envuelto en papel de seda sobre un colchón de terciopelo azul. Con cuidado retiró el papel...
Y allí, brillando en su palma, había un gatito de cristal en miniatura. Estaba en posición juguetona, envuelto por las hebras de una bola labrada en oro.
Myriam ahogó un grito y entonces rompio a llorar.
-¿Qué pasa?- Victor le quitó la figura de la mano y, tras colocarla de nuevo en la caja, apretó a Myriam contra su pecho-. ¿No te gusta?¿Quieres que lo devuelva?
-No, no es eso- dijo ella entre sollozos-. Es precioso. Es sólo que... me has recordado mi colección. Este año ha sido el primero de vida en el que no he recibido un gatito por mi cumpleaños. No importaba donde estuviera o con quién estuviera casado; mi padre jamás lo olvidaba. Y tampoco le importaba que yo le respondiera simplemente con una nota de frío agradecimiento- suspiró y acarició la figura con un dedo-. Ha sido un gesto preciodo, Victor. Y no te imaginas cuánto significa para mí. Gracias.
-De nada- respondió él besándola en la frente-. Pero míralo de esta manera: tu padre le ha pasado el testigo a tu marido. Los gatitos de cristal son una tradición que deben mantener los hombres de tu vida.
Ella no pudo contener un sollozo, lamentándose por los años que le había negado a su padre. Victor percibió su angustia y la estrechó entre sus brazos.
-Él lo sabe, Myriam. Aunque no esté aquí, sabe que te importa.
-Eso espero- respondió ella, apretándose contra su pecho.
Los dos gurdaron un placentero silencio mientras la barca se deslizaba sobre las aguas del río. Myriam metió la figura en la caja, y Victor se la guardó en el bolsillo.
-Solía jugar con los gatitos cuendo era pequeña. Mi madre siempre me regañaba, supongo que porque temía que los rompiera. Pero después de que mi padre se marchara, dejó de preocuparse por las figuras.
-¿Demasiado ocupada tratando de llegar a fin de mes?
-No, mi padre tnedría sus defectos, pero nunca dejó de apoyarnos económicamente- se encogió de hombros-. Después de su marcha, mi madre no se movió de la cama. A veces se levantaba para preparar la cena, pero casi siempre lo olvidaba. Ahora sé que estaba deprimida, pero entonces sólo podía pensar en que mi padre tenía la culpa.
-Tuvo que ser horrible- dijo él acariciándole el brazo.
-Lo fue. Con el tiempo mi madre fue mejorando, pero nunca volvió a ser la misma- hizo un esfuerzo por animarse y no estropear la maravillosa tarde que Victor había planeado-. Pero todo eso pasó hace mucho, y ahora tú me has hecho más feliz de lo que nunca creí posible.
-Estupendo- dijo él, y la besó con pasión-. Quiero que seas feliz.
Dejaron el bote donde lo habían tomado, y caminaron por la orilla en silencio, agarrados de la mano. Al llegar a los exuberantes jardines del hotel, Victor la levantó en brazos y la llevó así hasta la habitación, ignorando las protestas de Myriam, que, muerta de verguenza, fue encapaz de mirar a nadie.
De vuelta en la suite, Victor volvió a hacerle el amor una y otra vez, y en cada ocasión lo hacía como si fuera la primera.
Finalmente, Myriam se quedó dormida entre los brazos de su marido. A la mañana siguiente, Victor se introdujo lentamente en ella, despertándola con un delicioso clímax que se acompasó a la perfección con el suyo propio. Luego, se ducharon juntos y pidieron el desayuno al servivio de habitaciones, antes de volver a casa.
Dos días después, se pasaron por la casa de Miranda para devolver el velo. Myriam sentía un hormigueo en el estómago cada vez que pensaba que ahora era una García.
-¿Les gustaría quedarse a cenar?- les ofreció Miranda-. Pero no se sientan obligados si tienen otros planes o si quieren estar solos- tomó las manos de Myriam-. Te prometo que no seré una de esas suegras entrometidas que no dejan escapar a sus hijos.
-¡La verdad es que esa imagen no encaja contigo ni con Victor!
Tomaron una cena ligera en la cocina, mientras Miranda les pedía todos los detalles de la luna de miel. Myriam dejó que hablara Victor, consciente de que ella sólo conseguiría ruborizarse si pensaba esas veinticuatro horas mágicas en las que Victor había parecido ser un hombre que amaba a su esposa.
Estaban acabando de comer cuando se oyó el timbre de la puerta.
-No esperaba a nadie- dijo Miranda, sorprendida. Hizo ademán de levantarse, pero Victor se levantó primero y la detuvo.
-No te muevas, madre. Yo abriré.
Fue hacia el vestíbulo y abrió con decisión la puerta. Dos personas esperaban en la entrada; un hombre con un elegante sombrero vaquero de color marfil, y una mujer aferrada a su brazo, con un vestido rosa corto, muy corto, y ajustado.
-Buenas tardes. ¿En que puedo ayudarlos?
-He venido a ver a Miranda García- la voz del hombre era profunda y ligeramente temblorosa. A Victor le resultó familiar, pero, como médico, sabía que no debía sacar conclusiones precipitadas. Sin embargo, algo en aquel hombre lo escamaba.
-La señora García no puede recibirlos en este momento- respondió con tranquilidad-. Les sugiero que llamen mañana para pedir una cita.
Empezó a cerrar la puerta, pero la mujer avanzó y lo agarró del brazo.
-Seguro que la señora García querrá vernos, señor.
-Calla, Lucrecia- el hombre tiró de ella hacia atrás y puso una bota en la puerta antes de que Victor la cerrara-. ¿Le importaría avisar a Miranda, señor? Será sólo un minuto.
-Escuche, vaquero- dijo victor en un tono amenazadoramente tranquilo-. Pueden irse de aquí por las buenas o...
-¿Victor?- su madre apareció tras él-. ¿Quién es?
El vaquero puso una expresión de seguridad en sí mientras clavaba la vista en Miranda.
-¡Randi! Acabo de llegar a la ciudad y quería pasar a saludarte- se volvió y miró con apreciación a Victor-. Así que tú eres Victor. Siempre me pregunté en qué clase de hombre te habrías convertido.
-Alberto- Miranda dio un paso adelante, y Victor la rodeó instintivamente con un brazo. La cabeza le daba vueltas de puro desconcierto.
Aquel hombre con el rostro deteriorado y una encantadora sonrisa era su padre. El hombre que no se había molestado en ponerse en contacto con su familia desde que Victor tenía un año.
-Vaya, que sorpresa- dijo Alberto Carter sonriéndole a su hijo-. Tienes muy buen aspecto, chico.
-Para ti sólo soy el doctor García- Victor tuvo que hacer un esfuerzo por relajar las manos, que había apretado en puños.
-¿Doctor? ¿Eres un doctor? ¡Eso sí que es algo!- su expresión se ensombreció al instante-. ¿Has adoptado el apellido García?
Victor ignoró la pregunta. Mantuvo la presión en la puerta, reprimiéndose para no cerrarla en las narices del vaquero.
-Me imagino lo que quieres.
-Seguro que sí- dijo la mujer con el vestido rosa-. Un hombre guapo y listo como tú...
-¿Esta es mi mujer, Lucrecia- la interrumpió Alberto-.
Nosotros, eh, nosotros...- se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente con un pañuelo blanco-. Hemos venido a hablar con tu madre sobre un asunto que traté con ella por teléfono hace unas semanas.
-Supongo que te refieres a tus chantajes- dijo Victor entre dientes.
-Esto no te concierne, hijo- dijo Alberto-. Es algo privado entre tu madre y yo.
-Mi hijo y yo no tenemos secretos- declaró Miranda. Le tiró a su hijo de la manga para qué abriera la puerta-. Ven a mi estudio y háblanos de tus exigencias.
Condujo a sus indeseados invitados al interior de la casa, y entonces llegó Myriam.
-¿Qué ocurre, Victor?
-Mi padre está aquí- la tomó de los hombros y se la llevó al comedor-. Confía en mí, es mejor que no lo conozcas. Acabaremos en unos minutos- dejó escapar un resoplido de frustración-. Y si oyes gritos, es que estoy matando a ese bastardo.
Myriam lo agarrró de los brazos, mirándolo con preocupación.
-No pierdas la cabeza- le dijo, y se marchó.
Victor entró en el estudio, donde su madre se había sentado tras el elegante escritorio.
-¿Esa pelirroja es tu mujer?- le preguntó Alberto mientras se sentaba es un sillón sin ser invitado- Su esposa hizo lo mismo.
-¿Porqué lo quieres saber?- replicó Victor.
-Por nada- repusó su padre-. Sólo quería saber si eres feliz.
-Es un poco tarde para que te preocupes por mí.
Miranda carraspeó para interrumpirlos.
-Dinos lo que quieres, Alberto.
-¡Oh, por amor de Dios, ya sabe lo que queremos!- la estridente voz de Lucrecia le puso a Victor los nervios de punta.
-Yo, eh, he traído cierta información...- empezó a decir Alberto.
-Ni se te ocurra enseñarla hasta que no consigas el dinero- lo interrumpió su mujer.
Alberto dejó de buscar en sus bolsillos. Se hizo un incómodo silencio.
-Alberto, ¿porqué me haces esto?- le preguntó Miranda-. ¿Qué te he hecho para merecer algo así?
-Randi...
-Tiene usted mucho dinero,señora- dijo Lucrecia-. Y no es cuestión de atracar su banco.
-Estoy hablando con Alberto- replicó Miranda en tono tranquilo pero autoritario, sin ni siquiera mirar a la mujer. Lucrecia soltó un resoplido y se hundió en el sillón.
-La vida te ha tratado mejor que a mí, Randi- dijo Alberto con voz débil-. Gané algo de dinero, pero las cosas se han puesto difíciles- frunció el ceño y adoptó un tono agresivo-. Hace un par de años invertí en una empresa de ganado de Phoenix. Parecía un buen negocio, pero entonces tu hermano se quedó con el contrato que yo perseguía y antes de que me diera cuenta mis acciones no valían nada. Tuve que volver a los rodeos para pagar mis deudas.
Y todavía debo dinero.
-Sí, y tenemos el mismo derecho que cualquiera a vivir dignamente- intervino su mujer-. Cincuenta mil dólares es puro calderilla- miró ceñuda a Alberto-.
-¿El que?- el placer inicial que había sentido se rtansformó en preocupación.
-Esto- avanzó hacia ella y empezó a quitarle las horquillas del pelo.
-¿Victor! ¡Estate quieto!- lo agarró de las muñecas, pero él era más fuerte y siguió soltansole el pelo, hasta deshacerle por completo el recogido.
-Así está mucho mejor- murmuró, entrelazando los dedos en su melena.
Su boca buscó la suya y con los dedos le sujetó la mandíbula, y ella se olvidó de todo excepto del hombre que la tenía entre sus brazos. Lo amaba con todo su ser. Lo rodeó por la cintura y se apretó contra su cuerpo. Él intensificó el beso, jugando y saboreando con la lengua, pero finalmente se apartó y la miró a los ojos, encendidos de deseo.
-Ésto tendrá que esperar hasta más tarde- dijo en voz baja.
Y no fue hasta que ella dio un paso atrás cuando se dio cuenta de que Miranda, Roman, Lily, Gabriela y Raúl estaban agolpados en la puerta, observándolos con ojos divertidos. La mirada de Raúl estaba fija en la emlena suelta de Myriam.
-Es algo... extraordinario- dijo, a nadie en particular. Su esposa le dio un codazo en las costillas.
-Deja de babear, querido- le dijo, y Roman soltó una estruendosa carcajada mientras Myriam se ruborizaba hasta las orejas.
Victor miró a su familia reunida. Vio que su hermana intercambiaba un guiño de satisfacción con su marido. Cuando ella se giró y lo vio mirándola con ojos entrecerrados, se echó areír.
-¡Hola, Victor! Ahora que has terminado de saludar a Myriam, tal vez tengas tiempo para el resto de la familia.
Victor soltó un gruñido de burla, pero deslizó un brazo por la cintura de Myriam y la llevó hasta su hermana.
-Hola, mocosa. Será mejor que seas amableo no te invitaré mañana a la boda.
-Si no me invitas, no podrás ver a Patricia- replicó ella. Patricia era la sobrina de Victor, la pequeña hija de Raúl y Gabriela.
Victor miró a Myriam, que se estaba riendo por aquel intercambio de amenazas. ¿Alguna vez la había visto reír asi? Dios, qué hermosa era cuando dejaba ver su deslumbrante personalidad. No veía el momento de llevarla a casa, de hacerla suya, de casarse con ella al día siguiente, para que nada ni nadie pudiera arrebatársela jamás...
Al darse cuenta de lo que estaba pensando, se apartó un paso de ello. No iba a necesitar a Myriam, ni a nadie, hasta tal punto de no poder vivir sin ella. Él tenía una vida propia y una maravillosa familia a la que aún estaba conociendo después de seis años. Pero durante casi toda su vida sólo había tenido a su madre y a su hermana, y no estaba dispuesto a depender de nadie. Ni siquiera había permitido que los García se hicieran cargo de él. No necesitaba a nadie y así iba aseguir. De ese modo no habría sufrimiento.
-¿Qué pasa?- Myriam se había acercado a él y le acariciaba la mano-. ¿Tan mal te ha ido hoy?
-No, no pasa nada- sintió cómo la tensión lo abandonaba ante la sincera preocupación de Myriam. Era la mejor compañía que había conocido jamás.
Por eso le resultaba tan difícil apartarse de ella. Iba a ser muy duro explicarle tras la boda que necesitaba espacio.
Myriam lo miró sorprendida cuando él retiro la mano, pero no intento tocarlo de nuevo. Esa reacción irritó a Victor, y fue él quien la tomó de la mano y entrelazó los dedos con los suyos. Ella no lo miró, pero se aferró a su contacto ya se sentía mejor. ¿Qué tenía eso de malo?
Su madre los llamó para cenar y todos se dirigieron hacia el comedor. El rostro de Miranda se iluminó cuando los vio agarrados de la mano.
- De haber sabido que tendría tanto efecto en ti, habría salido a buscarla hace años - le dijo a su hijo con una radiante sonrisa.
Victor frunció el seño, pero antes de que pudiera replicar, su madre ya estaba repartiendo las copas de champán.
-¿Quieres hacer el brindis, Roman?
Durante la comida, Myriam se fue relajando y todos parecieron encantados con ella. En un extremo de la mesa, Miranda hablaba animadamente con Lily sobre los últimos detalles de la boda. Al verla mover las manos de un modo casi frenético, Victor notó que le volvía la tensión.
Miranda se había lanzado de lleno a organizar la boda, y él era consciente de que su madre necesitaba mantenerse ocupada en esos momentos. En su rostro empezaba a ser evidente la preocupación por la siguiente jugada de su ex marido. Pero, si Myriam se quedaba embarazada, tendría un motivo mucho más poderoso para no angustiarse.
La mera posibilidad le provocó un estremecimiento de emoción. ¿Cómo sería tener un hijo propio en sus brazos, saber que alguien lo necesitaba más que a nada en el mundo? Él no habia tenido un padre en quien apoyarse, pero estaba decidido a que un hijo suyo nunca jamás se dormiría por las noches preguntándose qué clase de hombre sería capaz de abandonar a su familia.
Y si Myriam se quedaba embarazada, no lo abandonaría. A Victor no se le había pasado por alto que ella no estaba entusiasmada por casarse con él, ya que en más de una ocasión había expresado sus dudas al respecto. Pero la conocía demasiado bien para saber que si tenían un hijo, nunca se iría.
No era que la necesitara, se recordó a sí mismo mientras levantaba una mano y le acariciaba el pelo por detrás. Tan sólo era que le gustaba llegar a casa y saber que lo estaba esperando. Le gustaba cómo conseguía animarlo en los días amlos con sus caricias y sus palabras. Le gustaba cómo levantaba el rostro para besarlo, cómo su cuerpo se suavisaba contra el suyo en la cama, los ruiditos que hacía cuando la penetraba...
Ella giró la cabeza y le sonrió, y con la mano le apretó el muslo bajo la mesa.
-No empieces lo que no estés preparada para acabar- le susurró él al oído.
-No voy a empezar nada- respondió ella, ruborizándose al tiempo que lo apartaba con una mano en el pecho-. ¡Ya me has avergonzado bastante delante de tu familia!
Él se sorprendió a sí mismo sonriendo como un idiota, pero en cuanto vio que su hermana lo miraba pensativamente, adoptó una expresión despreocupada. Por supuesto que no necesitaba a Myriam, pero no había nada de malo en que le gustara cómo animaba su vida.
La cena fue un éxito. Su hermana, su amdre y tía Lily incluyeron a Myriam en sus conversaciones, como si hubiera pertenecido a la familia desde siempre. La acosaron con preguntas sobre su trabajo y el hospital, y Victor pudo ver cómo ella se desprendía de su coraza al hablar de su profesión. Durante el postre, vio que Raúl contemplaba sus cabellos sobre la mesa y le dedicó una cortante sonrisa
-Céntrate en tu propia esposa. Ésta es mía.
Raúl se limitó a sonreír mientras Roman soltaba una risita.
-Que yo adore a mi esposa no significa que esté ciego- le replicó con una ceja arqueada-. Pero tú quizá lo estás. ¿Dijiste que la conoces desde hace cuatro años?
-Nadie ha sido tan rápido como tú y Gabriela- intervino Roman-. Incluso a mí me costó mucho tiempo descubrir que Lily era lo que faltaba en mi vida.
La conversación siguió, pero Victor se mantuvo en silencio. Era cierto, había conocido a Myriam mucho antes de quererla como esposa. Y si quería casarse con ella era sólo porque le había arrebatado su virginidad en uno de los peores momentos de su vida. Pero ahora, mientras pensaba en ello, se daba cuenta de que una parte de él valoraba a Myriam desde mucho tiempo atrás.
Se había convencido a sí mismo de que era sólo una amistad profesional, pero la verdad era que cada vez había buscado su compañía con más insistencia. Incluso había sentido que ella siempre estaría esperándolo, Y se había aprovechado de ello, absorbiéndola e impidiéndole que se relacionara con otras personas.
De pronto se le vino a la memoria una conversación mantenida con otro médico un año atras. Una conversación que creía haber olvidado. Un día estaba con Myriam en la cafetería, cuando otro médico se les unió en la misma mesa. Myriam lo había tratado con su cortesía habitual, y en cuestión de minutos el tipo la estaba haciendo reír sin parar.
Cuando ella había mirado el reloj y se había levantado, el médico habia hecho ademán de acompañarla, pero Victor lo había detenido con una palabra cortante y había regresado con ella a la unidad de cuidados intensivos. Horas más tarde, se tropezó de nuevo con el médico en cuestión.
-Eh, García- le había dicho-. ¿Sales con Myriam Montemayor?- Victor se limitó a mirarlo-. Porque si no es así, voy a invitarla al cine o a salir por ahí.
Victor se había quedado mirándolo, sintiendo sómo la furia lo abrasaba por dentro. Tuvo que recordarse que Myriam no era suya. Sólo eran amigos. Aún así aquel tipo no era lo bastante bueno para ella. Era muy agradable, pero el largo historial de corazones rotos que había dejado en el hospital era prueba suficiente para Victor. Myriam merecía a alguien que la tratara como si fuera lo más preciado del mundo.
-Aléjate de Myriam- le había dicho finalmente, sin poder contenerse.
Su tono fue tan brusco que el otro hombre arqueó las cejas y se encogió de hombros.
-Eh, chico, no pretendía entrometerme en tu camino.- le dijo.
No se había entrometido en su camino, se dijo Victor. Pero no quería ver cómo a Myriam la tomaba alguien que no reconocía su valor.
El día de la boda amaneció soleado, y al mediodía la temperatura era muy agradable para ser finales de enero. Un día perfecto para una boda.
Poco antes de las once, tomaron la carretera interestatal hacia River Walk y el histórico distrito de La Villita, rodeado por King Phillip Walk, Villita Street y Alamo Street. La pequeña iglesia estaba entre una joyería y una galería de arte, y detrás del patio trasero había una hilera de pequeños comercios.
Miranda, Roman y Lily estaban ya en el interior cuando llegaron Victor y Myriam. Miranda y Lily se llevaron a la novia aparte mientras Roman subía con Victor los escalones hacia el arco de la entrada.
-Toma, querida- Lily le entregó a Myriam un hermoso ramo de lilas y rosas. A Miranda le endosó un ramillete a juego y luego se fue con un puñado de rosas en busca de los hombres.
-Estás preciosa- le dijo Miranda con los ojos llenos de lágrimas.
-Es el vestido- respondió Myriam pasando la mano por la tela blanca-. Sin tu ayuda no habría encontrado algo tan bonito- Miranda la había llevado a comprarse el vestido de novia, ignorando sus protestas de que con un simple traje bastaría. Victor le había dicho que quería a Myriam de blanco, y no había más que hablar.
-No es el vestido- replicó con una sonrisa-. Aunque realmente es preciodo. Eres tú, querida. Eres tú quien brilla con luz propia- miró hacia el fondo de la iglesia, donde Victor y Roman estaban hablando con Lily y el párroco. El altar de madera estaba adornado con gladiolos blancos y rosados, mientras que las velas de los candelabros laterales estaban entrelazadas con hiedras y rosas. Sobre el altar, la vidriera relucía como un conglomerado de joyas azules-. ¿No te parece que la iglesia está preciosa?
-Lo está- dijo con un tono reverencial-. Aún no me puedo creer que vaya a casarme aquí- no pudo evitar una risita-. La verdad es que aún no me puedo creer que vaya a casarme, punto.
-Pues vas a hacerlo- le dijo Miranda-. Y enseguida. Victor no puede dejarte escapar- su expresión se suavizó al isntante-. Siempre me ha preocupado mucho. Las pocas mujeres con las que salió eran superficiales y egoístas, más centradas en su propia imagen que en Victor. Empezaba a temer que elegía a esa clase de mujeres a propósito. Mi hijo es un hombre muy solitario, y una mujer así no amenazaría su soledad- hizo una pausa-. Pero tú... tú no podrías ser más diferente. Desde que está contigo lo veo más abierto y feliz que nunca. Y creo que se deb a que tú lo amas.
-Lo amo desde que lo vi por primera vez- confesó Myriam con una temblorosa sonrisa. Deseaba que las palabras de Miranda fueran ciertas, pero ella no había visto que hiciera especialmente feliz a Victor, slavo en la cama. De hecho, parecía más malhumorado e introvertido que antes-. Pero nunca imaginé que se fijaría en mí.
-¡Bueno, doy gracias al cielo de que lo ahya hecho!
Myriam podría haberle replicado, pero no tenía sentido enturbiar su alegría.
Miranda se volvió y de una bolsa sacó un gran velo de encaje español.
-Aquí está el velo que te prometí- dijo, mostrando la delicada prenda-. Pertenecio a Rosita Pérez el ama de llaves que me crío a mí y a mis hermanos. Muchas novias de las familias García y Pérez lo han llevado, y significa mucho para Roman.
-Es precioso- Myriam permaneció inmóvil meintras Miranda se lo colocaba sobre el pelo-. Gracias por compartirlo conmigo.
-Es un placer. Yo nunca lo llevé- dijo tristemente-
-Aún hay tiempo apra eso. Nunca se cabe. Puede que tu principe azul esté esperando tras la esquina. Miranda no sonrió.
-Conocí a mi principe azul hace mucho, y lo perdí. Desde entonces no he querido besar más ranas. Si puedo pasar el resto de mi vida sin perder nada de lo que tengo, me daré por satisfecha.
-La satisfacción no es lo mismo que la felicidad. Creo que deberías intentar ser infeliz- Myriam le puso una amno en el hombro y decidió cambiar de tema- : Quiero darte las gracias por haber hecho tan especial este día. Lo único que podría mejorarlo es que mi madre estuviera aquí.
-Yo tambien lo deseo, querida. Estoy segura de que es igual que tú- la voz de tembló y ambas mujeres sorbieron por la nariz para evitar las lágrimas-. Victor me matará si te hago llorar- le dijo riendo.
-Muy bien, ¡creo que estamos listas!- dijo Lily, que volvía por el pasillo con una radiante sonrisa-. Gabriela y Raúl acaban de llegar- se detuvo a medio metro de Myriam-. Oh, cariño, estás preciosa. Tu - pelo y ese velo... y el vestido... - los ojos le brillaron-.
¡Victor va a caerse de espaldad cuando te vea!- le dio un suave abrazo y la besó en la mejilla-. Buena suerte, querida.
Roamn se acercó en ese momento por la alfombra roja.
-Bueno, Myriam ¿lista! Victor dice que tenemos que empezar a movernos- hizo una pausa y la recorrió con la mirada-, Estás arrebatadora- a continuación le ofreció el brazo a su hermana-. Vamos, Miranda. Es hora de sentarse.
La escoltó hasta la primera fila y luego volvió para ofrecerle el brazo a Myriam.
-Gracias- dijo ella, un poco sobrecogida. ¿Cómo era posible que Roman García la llevara al altar? Entonces sintió una punzada de tristeza, Aun estando vivo, su padre nunca habría estado allí, interpretando la tradición.Ocho meses atrás no había estado preparada para perdonarlo. No, se habría regodeado en su merecido desprecio y no le habría permitido acompañarla por el pasillo de la iglesia. Aquel pensamiento hizo que las lágrimas que creía reprimidas afluyeran a sus ojos, y tuvo que elvar la vista al techo y parpadear con fuerza para apartarlas.
-Es un placer, querida-. Creí que ya no volvería a hacer algo así, puesto que Vanesa, Victoria y Gabriela están casadas. Realmente es un placer.
Se volvió y le asintió al organista que aguradaba pacientemente junto al órgano. Mientras los acordes de la marcha nupcial de Lohengrin llenaban la iglesia, Roamn se inclinó sobre Myriam y la besó en la frente.
-Bienvenida a la familia.
La ceremonia fue corta y convencional, pero, gracias a Miranda, trancurrió a la perfección. Myriam caminó por el pasillo central del brazo de Roman, entre los bancos de reluciente madera tallada, con la vista fija en Victor. Se lo veía serio, pero el brillo de sus ojos convenció a Myriam de que le gustana su atuendo. Un intenso arrebato de felicidad la invadió cuando la tomó del brazo de Roman quien fue a sentarse entre Miranda y Lily. Gabriela y Raul estaban al otro lado del pasillo con Patricia.
Como no había ningún familiar de Myriam, prescindieron dela cto de entrega de la novia. Antes de que se diera cuentam estaba repitiendo los votos a Victor con voz tranquila y serena. Entonces él pronunció los suyos, mirándola fijamente a los ojos. Myriam fue consciente de que Miranda estaba llorando, mientras su corazón atesoraba cada palabra que oía de labios de Victor. Se intercambiaron los anillos y, tras una escueta bendición, el párroco los proclamó marido y mujer ante los aplausos de la familia.
Después de la ceremonia, Miranda los condujo al patio trasero, donde un fotógrafo les tomó varias fitis en los escalones de la fuente de piedra. Mientras recibía una instantánea tras otra, Myriam se preguntó si el amor que sentía por el hombre que tenía al lado se reflejaría en su rostro cuando se revelaran las fotos.
El banquete de bodas que su madre había organizado en un hotel cercano pareció eternizante. Victor apenas podía reprimir su impaciencia, aunque sabía que aquella comida complacía mucho a su madre.
Su esposa... Nunca había pensado que aquellas palabras le gustaran tanto. Cuando el camarero pasó por la mesa ofreciendo café, Victor decidió que ya ahbía aguantado bastante. Era el momento de pasar a la mejor parte.
Se puso de pie, sosteniendo la mano de Myriam. Ella tambien se levantó, con una expresión de desconcierto en su adorable rostro.
-Tenemos que irnos ya- le dijo él.
-Oh- parecía un poco intranquila-. Pero los invitados...
-Pueden entretenerse ellos solos- la interrumpió-. Nosotros tenemos una suite de luna de miel que nos está esperando.
-¡Una suite!- su cara se iluminó con una radiante sonrisa-. Pero dijiste que no teníamos tiempo para una luna de miel.
Él sonrío, contento de haberla sorprendido.
-Bueno, no tenemos tiempo. Pero pensé que deberíamos hacer algo especial en nuestra noche de bodas. He reservado una suite en La Mansión del Río.
-¡La Mansión!- exclamó Myriam-. ¡Oh, Victor!
La Mansión era uno de los mejores hoteles de River Walk, un antiguo colegio universitario con unas vistas preciosas sobre el río. También era uno de los hoteles mas caros de San Antonio. Victor nunca había tenido ocasión de pernoctar allí, pero había oído que, a pesar de su discreta fachada, por dentro era increíble. No podía haber pensado en un lugar mejor, y cuando Myriam lo abrazó y lo besó mientras la familia se echaba a reír, decidió que su novia estaba de acuerdo.
-¿Estás seguro?- le preguntó ella-. Sé que tienes que trabajar.
-Estoy seguro- dijo él-. He llamado a la doctora Jimenez y ha accedido a sustituirme hoy si yo la cubro mañana por la noche. De hecho, estaba encantada de ayudar y me ha pedido que te trnsmita su enhorabuena.
-De acuerdo. Pero antes tengo que ir a casa a...
-Ya está todo arreglado. Esta mañana le di al ama de llaves una lista. La bolsa está en el maletero de mi coche- le sonrió, impaciente por estar a solas con ella-. Vamos, esposa mía. Nuestra luna de miel espera.
El personal del hotel los recibió con mucha amabilidad y los condujeron a la suite reservada. Victor se dio cuenta de que con Myriam aún vistiendo el traje de novia, su nuevo estatus era más que evidente.
La habitación era encantadora, decorada en estilo colonial español. El botones subió su única maleta y entonces los dos se quedaron solos por fin. El señor y la señora Garcia. A Victor le gustaba cómo sonaba. Y le gustaba pensar que Myriam estaría siempre con él.
Ella había salido al balcón con vistas al río mientras él le daba la propina al botones. Victor también salió y se apoyó en la barandilla, contemplando el hermoso paisaje.
-Gracias- le dijo ella.
-De nada- sólo por estar a su lado, viendo cómo los pechos le subían y bajaban al respirar, y sintiendo el calor que irradiaba, Victor se moría de deseo con los brazos-. ¿Qué tengo que hacer para quitarte esre vestido?- le preguntó mientras cerraba con el pie la puerta del balcón.
-Es fácil- dijo ella con una sonrisa-. Hay una cremallera en la espalda. Tu madre quería sistituirla por un milllón de botoncitos... Fue una de las pocas cosas en las que me mostré inflexible.
Él encontró rápidamente la cremallera, y en cuestión de segundos el vestido formó un charco blanco a sus pies. Entonces la miró boquiabierto.
-¿De dónde has sacado... esto?
Myriam llevaba un picardías rojo pasión que realzaba sus pechos sin apenas ocultar sus pezones. El encaje se ceñía a la curva de su cintura y se ensanchaba hasta sus caderas, dejando ver el minúsculo triangulo de unas braguitas rojas. Un liguero sujetaba la prenda a un par de diáfanas medias de seda, que terminaban en los zapatos blancos de tacón que aún llevaba puestos. Victor no puso resistirse y se arrodilló para besarla en la porción de muslo descubierta.
-Tu hermana me lo dio anoche- dijo ella, entrelazándole los dedos en el pelo-. Me hizo prometer que me los pondría hoy.
-Recuérdame que le dé las gracias. Menos mal que no he sabido antes que llevabas una cosa así bajo el vestido... o tal vez no habríamos llegado al altar.
En ese momento se oyó un fuerte golpe en la puerta.
-¡Cielos!- exclamó Myriam-. ¡Quién puede ser?
Victor se levantó con un suspiro.
-No te muevas- fue hacia la puerta y sacó unas monedas del bolsillo. Un camarero esperaba con un pequeño carrito. Victor firmó la cuenta y metió el carrito él mismo.
-Champán y canapés- anunció-. He pensado que deberíamos empezar bien el matrimonio.
-Es muy... considerado por tu parte- sus ojos estaban tan abiertos y brillantes que Victor sintió una púnzada de culpa. Myriam no había tenido muchos motivos para esperar detalles románticos de él desde que habían decidido casarse.
-Quería que fuera especial para ti- se acercó a ella y la tomó de la mano para llevarla hasta el carrito.
-¡Victor!- dijo, mirándose y poniéndose colorada-. ¡No puedo andar por ahi así!
-¿Porqué no? Sólo te estoy viendo yo- vio su reflejo en el gran espejo de la apred y descubrió que las braguitas eran en realidad una tanga-. Y menuda vista ofreces...- llevó una mano hasta sus nalgas desnudas y enseguida la retiró con una risita-. Tal vez el champán no haya sido buena idea. No estoy seguro de que pueda apartar las manos de ti el tiempo suficiente para abrir la botella.
-Ha sido una magnifica idea- susurró ella-. No esperaba que pudieras librarte del trabajo, pero me alegra que lo hayas hecho.
Su gratitud lo hizo sentirse incómodo. ¿Por qué se había resistido a la idea de una luna de miel? Le había dicho que no podía tomarse una semana libre, cuando en realidad no se había tomado unas vacaciones en el hospital.
Pero también era cierto que Myriam nunca intentaría apartarlo de sus obligaciones. Al contrario, le ofrecía todo su apoyo sin esperar nada a cambio.
Avergonzado y arrepentido, se prometió a sí mismo que lo haría mejor en el futuro. Le demostraría a Myriam lo encantado que estaba con el cambio que ella había supuesto en su vida.
Resistiéndose a la tentadora belleza que tenía a escasos centímetros, se giró hacia el carrrito y tomó la botella de champán. Retiró el papel de plata y la descorchó con pericia.
-Lo haces como un experto- observó a Myriam con una sonrisa.
-Me gustan los vinos- dijo mientras le tendía una copa burbujeante-. Por eso aprendí- le paso un brazo por los hombros y alzó ligeramente la copa-. Brindemos- ella levantó su copa mirándolo a los ojos-. Por placeres del matrimonio.
-Por los placeres del matrimonio- respondió ella.
Entrechocaron las copas y tomaron un pequeño sorbo.
Pero Victor el brindis le pareció muy pobre y superficial, de modo que volvió a levantar la copa.
-Y por mi hermosa mujer y todos los años de felicidad que compartiremos.
Los ojos de Myriam se llenaron al isntante de lágrimas.
-Por los años de felicidad- susurró.
Volvieron a beber y entonces Victor dejó su copa y le quitó a Myriam la suya.
-Me estoy volviendo loco- gruño-. Iba a llevarte a River Walk, pero...
-Míranos- le ordeno, empujando cada vez con más fuerza. Ella obedeció y soltó un prolongado gemido ante lña erótica visión.
Al oírla, Victor no pudo contenerse más e incremento la velocidad de sus arremetidas, hasta uqe, a los pocos segundos, todo su cuerpo se tensó y fue como si se deshiciera en mil pedazos. Al mismo tiempo, ella se retorció, apretándolo entre sus muslos y acompañándolo en el glorioso clímax. Tras la explosión del orgasmo, Victor enterró la cabeza en su cuello y permaneció inmóvil hasta que recuperó la respiración. Entonces miró alrededor y se echo a reír.
-Vaya. La cama está ahi.
Ella endureció las piernas y también rió. -Pero...- ella se apretó contra él-. Siempre podremos ir a River Walk, pero aqui sólo estaremos esta noche- su voz se redujo a un tentador susurro-. Tal vez deberiamos establecer nuestras prioridades.
Él soltó una risita ronca.
-Estoy de acuerdo- dijo,y se inclinó para tomar posesión de su boca. Ella respondió de inmediato liberando su pasión contenida, y a punto estuvo de quemarlo vivo cuando le echó los brazos al cuello y entrelazó los dedos en sus cabellos.
A Victor se le aceleró salvajemente el pulso y, apartándose de ella, tiró del picardías hacia abajo, soltando un gruñido de aprobación al ver sus pechos.
-Mía-dijo, tomando uno de los senos-. Eres mia- se agachó para atrapar el pezón con la copa y presiono con fuerza.
Ella dejo escapar un grito y se aferró a los cabellos de Victor, pero enseguida bajó los brazos y le abrió freneticamente la camisa. Le deslizó las palmas por el pecho desnudo y fue bajando hasta la cintura. Le tocó el miembro a través del pantalón, y él no pudo resistirse; se desabrochó el pantalón con una mano mientras con la otra buscaba el preservativo que llevaba en el bolsillo.
- Mira- le dijo ella.
Él bajo la mirada y vio cómo sus esbeltos dedos soltaban la sujeción de la tanga a la cadera. La minúscula prenda cayó al suelo, dejándola tan sólo con el picardias, las medias de seda y los altos tacones.
-Si estás tratando de volverme loco, lo estás onsiguiendo- su voz sonaba áspera y profunda. La agarró por las caderas y la levantó, apoyándola contra la pared.
Ella lo rodeó con las piernas, presionando su centro húmedo contra el miembro erecto, y entonces la penetró. Sintió cómo un tacón se le clavaba en el glúteo, algo que le resulto increíblemente excitante.
-Bueno, podemos probarla más tarde.
-¿Más tarde? ¿porque no ahora?
-¿Ahora?- preguntó, sorprendida-. Pensé que necesitarías tiempo...
Él le propino una fuerte embestida, demostrándole que el acto reciente no había hecho sino intensificar su deseo. La sujetó firmemente por las nalgas y se dirigió hacia la cama.
-Por cierto- dijo ella mientras pasaban junto al amplio escritorio-, la cama está demasiado lejos. ¿Crees que podrás llegar?
Él se volvió y se entó en la mesa. Dejó que Myriam descargara todo su cuerpo sobre su miembro, y empezó a moverse arriba y abajo a un ritmo suave.
-Oh, podría intentarlo- dijo-, pero mejor luego.
El resto del día fue perfecto. Antes de la cena, fueron a dar un paseo por River Walk, y en ningún momento Victor la solto de la mano, acariciándole el anillo con el pulgar.
La cena fue en un lujoso restaurant con vistas al rio. Una botella de chapán y un bonito ramo de rosas los esperaban en la mesa. Myriam sintió cómo las lágrimas afluían a sus ojo y se puso de puntillas para darle a Victor un beso en la mejilla.
-Gracias- le dijo-, por hacer esto tan especial.
-Quería que fuera especial- respondió él-. Es el primer día de nuestra vida juntos. Tiene que ser memorable, algo que podamos contarles a nuestros hijos- añadió con un sonrisa.
Hijos... La felicidad se Myriam se nubló un poco. En los últimos días llevaba sintiendo las molestias del síndrome premestrual. Dudaba de que tuvieran que preocuparse por un embarazo imprevisto. Y aunque eso debería complacerla, la verdad era que deseaba desesperadamente tener un hijo de Victor...
-¿Qué pasa?- le preguntó él, tomándole las manos sobre la mesa.
-Nada- dijo ella forzando una sonrisa-. Estaba pensando en lo maravillosa que fue la ceremonia.
Él acepto su respuesta y siguieron conversando tranquilamente mientras esperaban la comida. En un momento dado, ella sacó el pie de la sandalia y le rascó la pierna distraídamente. Él dio un brinco y la miró con el ceño fruncido.
-Deja de hacer eso o voy a tener problemas para levantarme- le advirtió.
Ella soltó una risita y volvió a meter el pie en la sandalia.
Al acabar la cena, el camarero les llevó una porción de tarta de limón. Myriam se quedó asombrada. Victor ya había descubierto que la tarta de limón era su debilidad Para ser un hombre que no tenía tiempo para irse de luna de miel, había puesto mucho empeño en que aquella velada fuera inolvidable.
Antes de salir, victor envolvió las rosas en papel y se las ofreció. Pero la velada no acababa allí, puesto que a continuación la llevó hasta el embarcadero y pagó un extra para que ambos pudieran montarse solos en una de las barcas. Se sentaron bajo los faroles del dosel y dejaron que el agua los meciera.
"No improta lo que nos depare el futuro", pensó Myriam apoyando la cabeza en el hombro de Victor.
Notó cómo él se movía y se apartó para mirarlo.
En respuesta, Victor sacó del bolsillo un pequeño paquete envuelto de papel de regalo y se lo puso en el regazo.
-¿Qué es esto?- preguntó ella tocando la brillante cinta.
-Un regalo para mi mujer- dijo él, acariciándole el hombro. Sus ojos irradiaban más calor que nunca.
-¡Pero yo no te he comprado nada!- exclamó ella, consternada. No se esperaba eso.
-Myriam- la tomó de la barbilla y le hizo mirarlo a los ojos-, ¿acaso no sabes que tú eres el mejor regalo que podría recibir jamás?- ella trago saliva, conmovida por esas palabras-. Ahora, abrelo- levantó la caja y se la sostuvo bajo la nariz-. ¿No sientes una mínima curiosidad?
Muy lentamente, Myriam desató la cinta y rasgó el papel de regalo. Al abrir la caja vio un objeto envuelto en papel de seda sobre un colchón de terciopelo azul. Con cuidado retiró el papel...
Y allí, brillando en su palma, había un gatito de cristal en miniatura. Estaba en posición juguetona, envuelto por las hebras de una bola labrada en oro.
Myriam ahogó un grito y entonces rompio a llorar.
-¿Qué pasa?- Victor le quitó la figura de la mano y, tras colocarla de nuevo en la caja, apretó a Myriam contra su pecho-. ¿No te gusta?¿Quieres que lo devuelva?
-No, no es eso- dijo ella entre sollozos-. Es precioso. Es sólo que... me has recordado mi colección. Este año ha sido el primero de vida en el que no he recibido un gatito por mi cumpleaños. No importaba donde estuviera o con quién estuviera casado; mi padre jamás lo olvidaba. Y tampoco le importaba que yo le respondiera simplemente con una nota de frío agradecimiento- suspiró y acarició la figura con un dedo-. Ha sido un gesto preciodo, Victor. Y no te imaginas cuánto significa para mí. Gracias.
-De nada- respondió él besándola en la frente-. Pero míralo de esta manera: tu padre le ha pasado el testigo a tu marido. Los gatitos de cristal son una tradición que deben mantener los hombres de tu vida.
Ella no pudo contener un sollozo, lamentándose por los años que le había negado a su padre. Victor percibió su angustia y la estrechó entre sus brazos.
-Él lo sabe, Myriam. Aunque no esté aquí, sabe que te importa.
-Eso espero- respondió ella, apretándose contra su pecho.
Los dos gurdaron un placentero silencio mientras la barca se deslizaba sobre las aguas del río. Myriam metió la figura en la caja, y Victor se la guardó en el bolsillo.
-Solía jugar con los gatitos cuendo era pequeña. Mi madre siempre me regañaba, supongo que porque temía que los rompiera. Pero después de que mi padre se marchara, dejó de preocuparse por las figuras.
-¿Demasiado ocupada tratando de llegar a fin de mes?
-No, mi padre tnedría sus defectos, pero nunca dejó de apoyarnos económicamente- se encogió de hombros-. Después de su marcha, mi madre no se movió de la cama. A veces se levantaba para preparar la cena, pero casi siempre lo olvidaba. Ahora sé que estaba deprimida, pero entonces sólo podía pensar en que mi padre tenía la culpa.
-Tuvo que ser horrible- dijo él acariciándole el brazo.
-Lo fue. Con el tiempo mi madre fue mejorando, pero nunca volvió a ser la misma- hizo un esfuerzo por animarse y no estropear la maravillosa tarde que Victor había planeado-. Pero todo eso pasó hace mucho, y ahora tú me has hecho más feliz de lo que nunca creí posible.
-Estupendo- dijo él, y la besó con pasión-. Quiero que seas feliz.
Dejaron el bote donde lo habían tomado, y caminaron por la orilla en silencio, agarrados de la mano. Al llegar a los exuberantes jardines del hotel, Victor la levantó en brazos y la llevó así hasta la habitación, ignorando las protestas de Myriam, que, muerta de verguenza, fue encapaz de mirar a nadie.
De vuelta en la suite, Victor volvió a hacerle el amor una y otra vez, y en cada ocasión lo hacía como si fuera la primera.
Finalmente, Myriam se quedó dormida entre los brazos de su marido. A la mañana siguiente, Victor se introdujo lentamente en ella, despertándola con un delicioso clímax que se acompasó a la perfección con el suyo propio. Luego, se ducharon juntos y pidieron el desayuno al servivio de habitaciones, antes de volver a casa.
Dos días después, se pasaron por la casa de Miranda para devolver el velo. Myriam sentía un hormigueo en el estómago cada vez que pensaba que ahora era una García.
-¿Les gustaría quedarse a cenar?- les ofreció Miranda-. Pero no se sientan obligados si tienen otros planes o si quieren estar solos- tomó las manos de Myriam-. Te prometo que no seré una de esas suegras entrometidas que no dejan escapar a sus hijos.
-¡La verdad es que esa imagen no encaja contigo ni con Victor!
Tomaron una cena ligera en la cocina, mientras Miranda les pedía todos los detalles de la luna de miel. Myriam dejó que hablara Victor, consciente de que ella sólo conseguiría ruborizarse si pensaba esas veinticuatro horas mágicas en las que Victor había parecido ser un hombre que amaba a su esposa.
Estaban acabando de comer cuando se oyó el timbre de la puerta.
-No esperaba a nadie- dijo Miranda, sorprendida. Hizo ademán de levantarse, pero Victor se levantó primero y la detuvo.
-No te muevas, madre. Yo abriré.
Fue hacia el vestíbulo y abrió con decisión la puerta. Dos personas esperaban en la entrada; un hombre con un elegante sombrero vaquero de color marfil, y una mujer aferrada a su brazo, con un vestido rosa corto, muy corto, y ajustado.
-Buenas tardes. ¿En que puedo ayudarlos?
-He venido a ver a Miranda García- la voz del hombre era profunda y ligeramente temblorosa. A Victor le resultó familiar, pero, como médico, sabía que no debía sacar conclusiones precipitadas. Sin embargo, algo en aquel hombre lo escamaba.
-La señora García no puede recibirlos en este momento- respondió con tranquilidad-. Les sugiero que llamen mañana para pedir una cita.
Empezó a cerrar la puerta, pero la mujer avanzó y lo agarró del brazo.
-Seguro que la señora García querrá vernos, señor.
-Calla, Lucrecia- el hombre tiró de ella hacia atrás y puso una bota en la puerta antes de que Victor la cerrara-. ¿Le importaría avisar a Miranda, señor? Será sólo un minuto.
-Escuche, vaquero- dijo victor en un tono amenazadoramente tranquilo-. Pueden irse de aquí por las buenas o...
-¿Victor?- su madre apareció tras él-. ¿Quién es?
El vaquero puso una expresión de seguridad en sí mientras clavaba la vista en Miranda.
-¡Randi! Acabo de llegar a la ciudad y quería pasar a saludarte- se volvió y miró con apreciación a Victor-. Así que tú eres Victor. Siempre me pregunté en qué clase de hombre te habrías convertido.
-Alberto- Miranda dio un paso adelante, y Victor la rodeó instintivamente con un brazo. La cabeza le daba vueltas de puro desconcierto.
Aquel hombre con el rostro deteriorado y una encantadora sonrisa era su padre. El hombre que no se había molestado en ponerse en contacto con su familia desde que Victor tenía un año.
-Vaya, que sorpresa- dijo Alberto Carter sonriéndole a su hijo-. Tienes muy buen aspecto, chico.
-Para ti sólo soy el doctor García- Victor tuvo que hacer un esfuerzo por relajar las manos, que había apretado en puños.
-¿Doctor? ¿Eres un doctor? ¡Eso sí que es algo!- su expresión se ensombreció al instante-. ¿Has adoptado el apellido García?
Victor ignoró la pregunta. Mantuvo la presión en la puerta, reprimiéndose para no cerrarla en las narices del vaquero.
-Me imagino lo que quieres.
-Seguro que sí- dijo la mujer con el vestido rosa-. Un hombre guapo y listo como tú...
-¿Esta es mi mujer, Lucrecia- la interrumpió Alberto-.
Nosotros, eh, nosotros...- se quitó el sombrero y se secó el sudor de la frente con un pañuelo blanco-. Hemos venido a hablar con tu madre sobre un asunto que traté con ella por teléfono hace unas semanas.
-Supongo que te refieres a tus chantajes- dijo Victor entre dientes.
-Esto no te concierne, hijo- dijo Alberto-. Es algo privado entre tu madre y yo.
-Mi hijo y yo no tenemos secretos- declaró Miranda. Le tiró a su hijo de la manga para qué abriera la puerta-. Ven a mi estudio y háblanos de tus exigencias.
Condujo a sus indeseados invitados al interior de la casa, y entonces llegó Myriam.
-¿Qué ocurre, Victor?
-Mi padre está aquí- la tomó de los hombros y se la llevó al comedor-. Confía en mí, es mejor que no lo conozcas. Acabaremos en unos minutos- dejó escapar un resoplido de frustración-. Y si oyes gritos, es que estoy matando a ese bastardo.
Myriam lo agarrró de los brazos, mirándolo con preocupación.
-No pierdas la cabeza- le dijo, y se marchó.
Victor entró en el estudio, donde su madre se había sentado tras el elegante escritorio.
-¿Esa pelirroja es tu mujer?- le preguntó Alberto mientras se sentaba es un sillón sin ser invitado- Su esposa hizo lo mismo.
-¿Porqué lo quieres saber?- replicó Victor.
-Por nada- repusó su padre-. Sólo quería saber si eres feliz.
-Es un poco tarde para que te preocupes por mí.
Miranda carraspeó para interrumpirlos.
-Dinos lo que quieres, Alberto.
-¡Oh, por amor de Dios, ya sabe lo que queremos!- la estridente voz de Lucrecia le puso a Victor los nervios de punta.
-Yo, eh, he traído cierta información...- empezó a decir Alberto.
-Ni se te ocurra enseñarla hasta que no consigas el dinero- lo interrumpió su mujer.
Alberto dejó de buscar en sus bolsillos. Se hizo un incómodo silencio.
-Alberto, ¿porqué me haces esto?- le preguntó Miranda-. ¿Qué te he hecho para merecer algo así?
-Randi...
-Tiene usted mucho dinero,señora- dijo Lucrecia-. Y no es cuestión de atracar su banco.
-Estoy hablando con Alberto- replicó Miranda en tono tranquilo pero autoritario, sin ni siquiera mirar a la mujer. Lucrecia soltó un resoplido y se hundió en el sillón.
-La vida te ha tratado mejor que a mí, Randi- dijo Alberto con voz débil-. Gané algo de dinero, pero las cosas se han puesto difíciles- frunció el ceño y adoptó un tono agresivo-. Hace un par de años invertí en una empresa de ganado de Phoenix. Parecía un buen negocio, pero entonces tu hermano se quedó con el contrato que yo perseguía y antes de que me diera cuenta mis acciones no valían nada. Tuve que volver a los rodeos para pagar mis deudas.
Y todavía debo dinero.
-Sí, y tenemos el mismo derecho que cualquiera a vivir dignamente- intervino su mujer-. Cincuenta mil dólares es puro calderilla- miró ceñuda a Alberto-.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
¡Te dije que tendríamos que haber pedido un millón!
-Cincuenta mil es todo lo que necesitamos- dijo Alberto aprentando la mandíbula.
-El chantaje y la estorsión no son los medios mas respetables para conseguir dinero- dijo Miranda-. Si te lo doy, ¿cómo sabré que no volverás a pedirme más el mes que viene a cambio de silencio?
-Te doy mi palabra de que no lo haré- dijo Alberto levantando la mano derecha.
Victor ni siquiera se molestó en reprimir la risa burlona.
-Ahórrate tu palabra de honor. Todos sabemos lo fielmente que mantuviste tus promesas matrimoniales.
Alberto se puso rojo como la grana y se volvió hacia su hijo.
-No sabes cómo fue, hijo, así que no te precipites en tus conclusiones- miró otra vez a Miranda-. Ojalá pudieras volver atrás. Sé que no les fuí de mucho apoyo, pero tú sabes que tenía que montar en los rodeos. ¡No fue culpa mía que las cosas no salieran como yo esperaba!
-¡No les debes ninguna disculpa, Alberto!- exclamó Lucrecia-. Sólo hemos venido a que nos den el dinero.
-Tendrás que aceptar mi palabra- le dijo a Miranda-, Es todo lo que puedo darte.
Miranda se recostó en el sillón y se cruzó de brazos.
-De acuerdo. Dime qué información es ésa que tienes.
Victor estaba fascinado por lo que veía. Se dio cuenta de que su padre era un hombre débil; guapo y encantador, pero sin suerte en la vida. Estaba dominado por su esposa, y seguramente la personalidad de Miranda también le había parecido mucho más fuerte que la suya propia. Obedientemente, empezó a relatar la información que su ex mujer le había pedido.
-Nosotros... ,bueno, eh, yo contraté a un detective privado para que buscara a los gemelos- esbozó una débil sonrisa, claramente orgulloso de sí mismo-. Su nombre es Félix, Arturo Félix. A su padre lo ayudó el tuyo hace años, de modo que se mostró encantado de hacerle un favor a los García.
-¿Ese Félix cree que estás actuando a petición de los García?
-Supuse que no querías que nadie supiera la verdad, así que le dije que representaba a la familia García.
-¿Y?
-Los encontró.
Miranda aguardó en silencio, aferrada con fuerza a los brazos del sillón. Victor estaba orgulloso de ella. El día de la llamada se había derrumbado, pero desde entonces se había mantenido firme.
-Fueron criados por separado- siguió Alberto-. En orfanatos, porque no podían darse en adopción.
-¿Qué quieres decir con eso?. aquella noticia inquietó a Miranda. Victor le puso una mano en el hombro, dándose cuenta de que era el mismo gesto tranquilizador que Myriam empleaba en él.
-El estado dijo que nunca firmaste ningún documento de renuncia, así que nadie podía adoptarlos- aquella parte no interesaba mucho a Alberto, porque siguió hablando sin detenerse-: El chico se llama David y la chica...
-Emma- murmuró Miranda-. Conservaron el nombre que yo les puse.
-Correcto. Emma. Su apellido es Contreras.
-¿Qué?¡porqué no tienen el mismo apellido?
-Cosas de los asistentes sociales- dijo Alberto encogiéndose de hombros. Dejó una carpeta sobre la mesa-. Son fotos actuales.
-¿Los... los has visto?- la voz de Miranda era firme, pero Victor sintió que estaba temblando.
-No, no había motivos para eso- sacó otra hoja-. Aquí está el número de Félix. Va a ponerse en contacto con ellos. Está esperando mis noticias, pero cuando vuelva a hablar con él, le daré tú número.
Miranda abrió el cajón del escritorio y sacó un talonario de cheques. Firmó uno, lo metió en un sobre y lo dejó sobre la mesa.
-Aquí esta tu dinero. Ahora sal de mi casa- se levantó y salió de la habitación con la cabeza alta.
-Ha sido estupendo volver a verte...
-Largo de aquí- espetó Victor señalando la puerta-.
Ahora. Y si te atreves a volver me encargaré personalmente de que lo lamentes.
Alberto y Lucrecia se pusieron rápidamente en pie, reconociendo la amenaza. Pero cuando se dirigían hacia la puerta, Alberto se volvió hacia Victor.
-Siento que te tomes esto como algo personal.
Son sólo negocios- había una nota de súplica en su voz-. Siempre he soñado conque algún día nos conoceríamos Y...
-¡Fuera!
Myriam estaba de pie frente a la chimenea de la salita, abrazada a sí misma. Aunque no hacía nada de frío, sentía un escalofrío por todo el cuerpo.
Oyó que la puerta principal se abría y cerraba, y oyó también la voz de Victor, cortante y furiosa.
No podía permanecer allí por más tiempo. Se giró para salir, pero en ese momento entró Miranda.
Myriam se quedó petrificada. El rostro de su suegra estaba pálido y cubierto de lágrimas. Instintivamente, la estrechó entre sus brazos y Miranda siguió sollozando contra su hombro. Enseguida apareció Victor, con aspecto furioso. Myriam quiso abrazarlo a él también, pero en esos momentos Miranda necesitaba más consuelo. La llevó hasta el sillón próximo a la chimenea y Victor se ocupó de ponerle un vaso en la chimenea, tras servirse él mismo otro vaso en el bar y apurarlo de un solo trago.
-Toma- le dijo con un gruñido-. Bebe.
Miranda recuperó rápidamente la compostura. Dio un pequeño sorbo y se estremeció al sabor del alcohol.
-¡Puaj! Whisky..- dejó el vaso a un lado-. No estoy tan mal, Victor- dijo, intentando sonreír.
Myriam acercó un alzapié y se sentó frente a Miranda.
-¿Estás mejor?
-Estoy todo lo mejor que puedo estar, supongo - el dolo reflejado en sus ojos negros golpeó a Myriam como un puño-. Tengo las fotos de los hijos a los que abandone y el nombre del detective que va a encontrarse con ellos.
Myriam alrgó una mano y le dió una palmadita en la rodilla.
-Eras prásticamente una niña. Abandonarlos no tuvo por que ser la decisión equicocada, Tal vez gracias a ellos hayan tenido una vida mejor.
-O peor- dijo Miranda-. Por lo visto, nadie pudo adoptarlos porque yo no firmé ningún documento renunciando a mis derechos como madre.
-Y supongo que la presgunta es- dijo Victor-: ¿Quieres verlos?
-Sí- respondió su madre con total convicción-. Son parte de la familia García y tiene derecho a compartir mi riqueza- le lanzó a su hijo una mirada de disculpa-. Espero que no...
-Sabes que nunca he querido el dinero de la familia- la interrumpió él-. Por lo que a mi respecta, puedes reártirlo todo entre Gabriela y esos gemelos.
-Sí, pero algún día tendrás hijos y puede que entonces opines de otra manera- replicó Miranda con una débil sonrisa-. En cualquier caso, creo que la elección dede ser de ellos. Cuando este detective, Arturo Félix, los encuentre, me gustaría invitarlos a venir. Pero si ellos no quieren vernos, respetaré su decisión. Después de todo, tal vez tengan familias a las que no les gustaría que de repente establecieran lazos con sus parientes biológicos. O, simplemente, tal vez no quieran saber nada de mí.
-¿Que vas a decirle al tío Roman?
-No lo sé- respondió su madre encogiéndose de hombros-. Si ninguno de los gemelos quiere verme, no le contare nada- los ojos se le llenaron de lágrimas-. Ya me preocupare por Roman en otro momento.
Victor llevó a Myriam a casa poco después. Le relató brevemente la reunión con su padre., y luego le hizo el amor con la misma pasión que siempre. Pero ella sintió que una parte de él estaba ausente. Después, por primera vez desde que empezaron a dormir juntos, no la estrechó entre sus brazosm sino que se levantó de la cama.
-Me voy un rato abajo.
-¿Estás bien?- le preguntó ella, sentándose y mirándolo mientras él se abrochaba la pijama.
-Sí. Sólo estoy furioso. Ojalá ese cretino hubiera muerto hace años.
-No- dijo ella, alarmada-. Seguro que no deseas eso.
-Lo deseo- declaró él-. No sabes lo que ha sido ver a mi madre negociando con esos dos.
-Aun así, no puedes desearle la muerte a alguien. Una vez que se ha ido, jamás volverá.
-Exacto- salió de la habitación y ella cayó sumida en un sueño inquieto. Horas más tarde se despertó cuando Victor volvió a la cama. Pero entonces él la estrechó entre sus brazos, como siempre lo hacía, y ella pudo respirar finalmente sintiéndose segura.
Al día siguiente por la tarde le llegó a Myriam el periodo.
Victor había ido al hospital, y ella estaba sola en casa. Estaba recogiendo la ropa sucia cuando los familiares pinchazos la alertaron. Lentamente, salió del baño y se sentó en la cama. Debería sentirse aliviada de no estar embarazada.
Pero... no sentía ningún alivio. Cerró los ojos y presionó las manos contra los párpados, negándose a llorar. Si hubiera estado embarazada, habría tenido la certeza de que Victor jamás la abandonaría. Se hubieran acabado sus temores y dudas por que aquel matrimonio acabara. Pero sin un hijo que los uniera, no había razón para permanecer juntos. No importaba lo atento que hubiera sido Victor el día anterior. Ella sabía que no podrías mantener para siempre el interés de su marido. En cuanto dejara de encontrarla atractiva y se desvaneciera el deseo sexual, todo habría acabado.
"Estas dramatizando como una estúpida", se recriminó a sí misma. "Sólo porque tu padre se comportara así no significa que Victor vaya a ser igual".
Pero por muy optimista que intentara ser, la duda persistía. Si su encantadora madre no había sido capaz de mantener enamorado a un hombre, ¿como iba a hacerlo ella, la sosa y discreta Myriam Montemayor?
El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos y la hizo levantarse.
-Residencia García. Myriam al habla- aquellas palabras aún la hacían estremecerse.
-Buenas tardes. Soy Alberto Carter. ¿Puedo hablar con Victor?
Myriam estuvo a punto de dejar el articular al darse cuenta de que estaba hablando con el padre de Victor.
-Lo siento, señor Carter. Victor no se encuentra aquí en estos momentos.
-¿Eres su mujer?
-Sí, señor. ¿Puede dejarle un mensaje?
-Bueno... -Carter dudó unos segundos-. Puedes decirle que he llamado y que espero que me devuelva la llamada. Dile que me gustaría quedar con él para comer y así poder hablar.
-Gracias, señor Carter. Me aseguraré de que reciba el mensaje- aunque se imaginaba cuál sería la reacción de Victor.
-Sería un placer que nos acompañaras- dijo Carter con voz más amable-. Me encantaría conocer a la mujer de mi hijo.
-Se lo diré a Victor- dijo ella, sin saber qué más decir-. ¿A qué numero debe llamarlo?
Apuntó el número que Carter le daba, preguntándose si habría alguna posibilidad de que Victor quisiera hablar con su padre. El señor Carter parecía sincero. Y aunque ella aborrecía el chantaje, había opido las dudas que Victor tenía sobre el papel que la señora Carter jugaba en todo aquello. ¿Sería posible que Alberto Carter hubiera sido manipulado?¿Y qué razón habría tenido para abandonar a su familia?
Ella sabía mejor que nadie lo dañino que era albergar el rencor y la furia en vez de intentar olvidar el pasado. Siguiendo un impulso, sacó la caja con las fotos familiares y observó el rostro de su padre en una de ellas. En numerosas ocasiones había intentado hablar con ella para explicarle porqué se marchó, pero ella nunca se lo permitió. No se dio cuenta de hasta qué punto necesitaba perdonar a su padre hasta que éste murió.
Sintió que el dolor la traspasaba y que un torrente de abrasadoras lágrimas afluía a sus ojos. Tal vez pudiera demostrarle a Victor lo inútil que era el odio hacia su padre. Tal vez pudiera ayudarlo a evitar ese arrepentimiento que ella siempre llevaría.
Victor entró silenciosamente en casa, pensando que Myriam estaría ya dormida. Se había quedado más tiempo del necesario en el hospital, con la esperanza de no verla aquella noche. Su mujer era demasiado tentadora.
Era rídiculo desear a una mujer como éñ deseaba a Myriam. Podía olerla cada vez que respiraba, oír su voz en todo momento, y un hormigueo le recorría los dedos cada vez que pensaba en acariciar su piel.
El cuerpo empezó a responderle ante la mera idea de abrazarla, cuando entró en el dormitorio estaba sudando. Irritado, evitó mirar hacia la cama mientras se vaciaba los bolsillos y se desnudaba.
-Llegas tarde- la tranquila voz de Myriam lo sobresaltó al acostarse.
-Soy médico- gruñó, enojado por la acusación-. Debo atender a los pacientes que necesitan mi ayuda.
Sintió que Myriam tiraba de la sábana, retrocediendo ante su brusco tono.
-No quería decir...
-Cuando te casaste conmigo sabías que no era un hombre con un horario estable- la cortó él. Se produjo un largo silencio. Ella no se movió, y él empezó a sentir cómo la irritación dejaba paso a la culpa.
-Lo siento- dijo ella finalmente-. Estaba preocupada de que hubieras tenido un mal día, y pensé que tal vez necesitaras hablar..
Demonios, había malinterpretado sus palabras. ¿Qué se suponía que debía decir? Entonces la oyó sorber por la nariz. ¿Estaba llorando? Resistiéndose al impulso de tomarla entre sus brazos, soltó un suspiró y dijo:
-Yo también lo siento. He tenido un día duro, pero no hay motivo para pagarlo contigo- se obligó a darse vuelta, dándole la espalda-. Buenas noches.
-Buenas noches- estaba llorando, aunque por su suidadosa respiración era evidente que no quería que él lo supiera.
Victor permaneció rígido hasta que Myriam se durmió. Le había costado toda su fuerza de voluntad no abrazarla. ¿Qué había esperado exactamente de aquel matrimonio? No lo sabía, pero desde luego no esperaba una lucha constante consigo mismo.
Cuando despertó al día siguiente, Myriam ya llevaba horas levantada y vestida.
-Buenos días- lo saludó cuando él bajo a la cocina-. ¿Te apetecen unos huevos?
Al recordar el pésimo humor que había demostrado la noche anterior, no podía creerse que Myriam se dignara a hablarle, y mucho menos sonreírle.
-Sí, gracias- se sirvió una taza de café y entonces vio la caja de fotos-.¿Qué estás haciendo?
-Clasificar esas fotos. Quiero ponerlas en un álbum- le respondió mientras buscaba algo en el refrigerador-. Eh... ¿Victor?
-¿Mmmm?- tomó una de las fotos y miró la fecha del dorso.
-Ayer me vino el periodo. No vamos a ser padres.
Lentamente, Victor dejó la foto y se volvió hacia ella, pero Myriam estaba de espaldas a él, cascando los huevos en el sartén.
-Bueno, ésas son buenas noticias- ¿o no? Necesitaban tiempo para ellos mismos antes de tener hijos. Después de lo de la noche anterior, eso tendría que haber quedado bastante claro. Sin embargo, un ligero pesar lo sorpendió. ¿Había deseado que Myriam se quedara embarazada? La respuesta era demasiado compleja para pensar en ella por la mañana.
-Voy a tomar la píldora- dijo ellla, sin mirarlo.
Él guardó silencio unos momentos. En teoría, era lo mejor, y a él le evitaría la molestia de ponerse un preservativo antes de hacer el amor. Pero...
-Déjame pensar en ello. No hagas nada todavía- miró fijamente la taza del café, como si allí fuera a encontrar las respuestas-. Hablaremos de los hijos más tarde, ¿de acuerdo?
Ella asintió, y durante unos segundos sólo se oyó el chisporroteo del beicon en la sartén.
-Anoche llamaron y dejaron un mensaje para ri- dijo ella finalmente-. Lo he apuntado en esa hoja que hay sobre la mesa.
-¿Quién llamó?- le preguntó él, tomando el trozo de papel amarillo.
Tu padre.
-¿Qué?- soltó el papel como si estuviera ardiendo-. ¿Qué demonios quería ese bastardo chantajista?
Myriam se volvió hacia él con los ojos muy abiertos.
-Sólo quería hablar contigo. Te ha invitado..., a nosotros dos, de hecho, a comer. Creo que quiere llegar a conocerte.
Victor masculló lo que su padre podía hacer con su invitación.
-De ningún modo vamos a verlo. Sabe dios lo que se guarda en la manga.
-Dijiste que no estabas seguro de que la idea del chantaje fuera suya- le recordó Myriam-. ¿Y qué daño haría verlo una sola vez? Es el único padre que tienes.
-No. Me crié muy bien sin él. Y voy a seguir sin padre. No quiero que forme parte de mi vida. Si vuelve a llamar, cuelga. No quiero que hables con él- se sentó y tomó un sorbo de café, dando a entender que el asunto estaba zanjado. Levantó al azar una de las fotos, más para distraer a Myriam que por genuino interés-. Esta mujer que aparece junto a tu padre no es tu madre. ¿Se volvio a casar?
-Sí. Ésa es su segunda esposa- le sirvió los huevos con beicon mientras él observaba detenidamente la fotografía.
-¿Cuántas esposas tuvo?
-Iba por la cuarta cuando murió- dijo ella con una voz desprovista de toda emoción.
-¿Cuándo dices que tus padres se separaron?
-Nos abandonó cuando yo tenía doce años.
"Nos abandono". No "me abandono", ni "abandono a mi madre". Un pensamiento empezó a formarse en la mente de Victor, pero aún era demasiado difuso para enfocarlo.
-¿Y qué pensaste de sus otras mujeres?
-Nunca conocí a ninguna excepto a la última - respondió Myriam encogiéndose de hombros-. Hablé con su última mujer en el funeral. Parecía... decente. Me invitó a ir a su casa. Insistió en que me quedara con cualquier cosa de mi padre que quisiera.
-¿Por qué no conociste a las otras? ¿Ya te habías independizado cuando se volvió a casar?
-No. Se casó por segunda vez una semana después de divorciarse de mi madre. Vimos la noticia en el periódico. Ese matrimonio duró un año, hasta que se separó y se volvió a casar. Ese otro duró más tiempo, pero hace ocho años también se rompió- esbozó una irónica sonrisa-. Gracioso, ¿verdad?
-Trsite- dijo Victor negando con la cabeza-. ¿Cuándo conoció a la última?
-No estoy segura. Me dio la impresión de que no habían estado casados mucho tiempo. En realidad, ni siquiera sé si antes estuvo con otras. También supuse que había vivido siempre en San Antonio, pero pude estar equivocada.
-¿Y no mantuviste elcontacro después de su marcha?
-No- respondió con un suspiro.
Su voz estaba cargada de pena y desesperanza que Victor la tomó de la mano a apesar de su resolución a no tocarla sin necesidad.
-¿Te hubiera gustado mantenerlo?
-No, por aquel entonces no- se aferró fuertemente a sus dedos-. En los años siguienetes a su marcha se puso en contacto conmig varias veces, pero yo siempre me negaba a habalr con él. Lo volvió a intentar después de que me graduara en el instituto. Dijo que le gustaría conocerme mejor, disculparse por lo que hizo, intentar explicarse. Pero yo... me negué. Nunca le di una oportunidad. Ni la más mínima.
Y sin embargo había atesorado los gatitos de cristal que su padre le regalaba. Tal vez no hubiera sido capaz de perdonarlo, pero estaba claro que le improtaba.
Ella se soltó de sus dedos y juntó las manos.
-Ahora me arrepiento de haber sido tan testaruda.
-¿Porqué?
-Fue el único padre que tuve. Y no tengo ni idea de cuáles fueron las razones para hacer lo que hizo. Pero lo que sí creo es que estaba realmente interesado en restablecer los lazos conmigo. Y murió antes de que yo pudiera superar mi rencor.
-¿Cómo murió?
-De repente. Sufrió un ataque al corazón.
-Lo siento- se sentía torpe e incómodo. ¿Cómo debía responder? Myriam no estaba siendo muy delicada. Estaba intentando que él le tendiera un lazo a su padre, pero sus situaciones habían sido diferentes. Alberto Carter y él no tenian nada de qué habalr. Y si su padre moría al dia siguiente, él no lo lamentaría.
Agarró el tenedor y empezó a comer, evitando la mirada de Myriam. El sielncio se hizo opresivo, y él percibió su reproche. La había decepcionado.
Bueno, no era asunto de ella. Y sin embargo... no podía soportar la idea de preocuparla. Myriam siempre había estado dispuesta a ayudarlo y consolarlo. Y era inquietante reconocer lo mucho que él necesitaba su aprobación.
Aquel día Victor la llevó de compras. Myriam protestó, alegando que mo mecesitaba nada, pero él quería que se sintiera segura de sí misma cuando tuvieran que asistir a cualquier acontecimiento familiar o social.
Cuando iban por McCullough Avenue hacia el aparcamiento de North Star Mall, Myriam chasqueó con los dedos.
-He olvidado decirte que tu madre también llamó anoche. Dijo que no pasaba nada, pero su voz sonaba extraña. Quizá deberías ir a verla.
-Tal vez nos pasemos cuando acabemos de comprar- dijo él-. A menos que seas una compradora compulsiva, creo que habremos terminado en un par de horas.
Y no se equivocó. De hecho, hicieron todas las compras en el centro comercial, excepto una rápida visita a una zapatería especializada. Un vestido de noche, dos trajes de falda, dos de pantalón y un sensual vestido largo que encantó a Victor, ya que con sólo desabrochar unos pocos botones la tendría desnuda.
Luego, fueron a casa de su madre. Aunque Miranda era la mujer más fuerte que conocía, Victor estaba preocupado de los estragos que podía haberle causado la reunión con su ex marido.
Miranda los recibió en la puerta y Victor comprobó que no había tenido razón para preocuparse. Las mejillas de su madre estaban sonrosadas y sus ojos relucientes.
-¡Hola, queridos mios! ¿Pueden quedarse un rato?
-Sólo tenemos unos minutos- respondió él-. Los dos tenemos que trabajar hoy.
-No conozco a nadie que trabaje más que ustedes- dijo Miranda poniendo una mueca-. La medicina es un campo muy exigente, ¿verdad?
-Me encanta mi trabajo- dijo Myriam-, pero las guardias largas son agotadoras.
-Espera a tener hijos-comentó su suegra-. Entonces estarás de servicio veinticuatro horas al día... Eso sí que es agotador- le sonrió a su hijo-. Pero tendrás a Victor para que te ayude.
Hubo un breve e incomodo silencio. Miranda no podría haber sacado un tema peor.
-Myriam me ha dicho que llamaste ayer- dijo Victor.
-En efecto- corroboró su madre con una sonrisa-. Tengo noticas de los gemelos- hizo una pausa para respirar hondo-. El detective privado los va a traer a San Antonio el próximo fin de semana. Los he invitado a quedrase aquí.
Victor sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Una cosa era saber que tenía hermanos, pero otra muy distinta era verlos cara a cara. Su primer impulso fue protestar, pero el segundo fue reír por dentro.
-El señor Félix tiene que llamarme hoy- siguió diciendo su madre-. Les avisare en cuanto organicemos el encuentro. Sé que quieren conocerlos.
Era la primera vez que Miranda se equivocaba completamente respecto a los deseos de su hijo.
-Oh, casi se me olvidaba- añadió-. Le he hablado de los gemelos al tío Roman y de su inminente visita.
-¿Qué te ha dicho?- Victor volció a tener la sensación de que todo se escapaba a su control. Si su madre estaba compartiendo esa información con los otros García, los gemelos entrarían sin remedio en la familia.
-Ha sido muy... comprensivo- los ojos de Miranda se llenaron de lágrimas-. No se lo dirá al resto de la familia hasta que los hayamos conocido. Quién sabe, quizá no haya necesidad de decirle nada a nadie.
La semana pasó con mucha rapidez para Victor. El sábado por la mañana se levantó antes de que amaneciera y estuvo haciendo ejercicio durante una hora. Cuando subió a ducharse, Myriam seguía durmiendo.
Aquel día ella tenía que trabajar, así que él tendría que enfrentarse solo a la visita. Una parte de él quería echar a correr y esconder la cabeza en la arena. Pero tra parte le decía que se tomara con calma la repentina aparición de sus hermanos. Después de todo, ¿qué eran dos parientes más comparados con todos los que había conocido ya? Pero no,ellos no eran simples parientes. Eran sus hermanastros. Los hijos de su amdre. Tal vez lo que le pasaba era que estaba celoso, preocupado de que pudieran robarle el afecto de su amdre. Como si fuera un estúpido crío.
¿Porqué debía angustiarse? Hacía mucho que no estaba pegado a las faldas de su madre, y ahora tenía una esposa en la que pensar.
Se miró ceñudo al espoejo mientras se afeitaba. Durante la semana había trabajado más horas de las que le correspondían, intentando llegar exhausto a casa lo más tarde posible. De acuerdo a sus cálculos, Myriam tendría que haber pasado ya la menstruación, pero no había vuelto a hacer el amor con ella.
No la necesitaba, se dijo así mismo por millonésima vez. Era muy agradable estar casado con ella, pero no eso no significaba que no pudiera vivir son ella.
Entonces, ¿porqué se lo estaba negando continuamente?
Por pura atracción física, se recordó. Mucho más fuerte de la que había sentido por cualquier otra mujer, pero sólo era atracción física. Nda que no pudiera controlar.
En ese momento se abrió la puerta del baño y entró Myriam, con sus cabellos rodeándole la cabeza , derramándose sobre las tiras del camisón negro.
-Oh, lo siento- dijo ella-. Buenos días. Creía que estabas abajo- le dedicó una soñolienta sonrisa meintras agarraba una toallita para levarse la cara-. Tengo que ducharme, pero puedo esperar a que acabes.
Se dio la vuelta para marcharse, pero esa sonrisa habia sido demasiado para el pobre autocontrol de Victor.
Ella se giró hacia él con las cejas arqueadas. De un fuerte tirón, Victor la tuvo entre sus brazos y la sujetó con firmeza.
-Puedes ducharte conmigo- le dijo con voz áspera y profunda.
El rostro de Myriam se iluminó con una radiante sonrisa mientras le rodeaba el cuello con los brazos-
-Como tú digas, doctor.
El agua de la ducha le quemaba la espalda. Myriam se retorcía entre sus brazos, sujeta entre los fríos azulejos de la pared y el cuerpo de Victor. Él consiguió retrasar su orgasmo hasta que ella se estremeció con violencia, y entonces se descargó en su interior gimiendo fuertemente mientras vaciaba su semilla en ella y...
-Oh, demonios- exclamó-. ¿Sabes lo que hemos hecho?
-No hace falta pensar mucho para saberlo- dijo ella con una risita.
-Muy graciosa. Me refiero a la protección.
Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos brillantes.
-No estoy en período fértil- se apretó contra él y dejó escapar un suspiro de satisfacción-. Y es mucho más agradable así ¿no te parece?
-Desde luego- sacó un brazo de la ducha para agarrar dos toallas-.Voto porque lo aplacemos hasta el dormitorio.
-De acuerdo- dijo ella con una sonrisa, y salió antes que él del cuarto de baño. Pero cuando llegaron a la cama, Victor vio la hora que marcaba el despertador.
-¡Maldita sea!- Vas a llegar tarde al trabajo.
-No- dejó caer la toalla al suelo y presionó su cuerpo desnudo contra él-. Ayer cambié mi turno para ir esta noche. Pensé que hoy te haría falta un poco de apoyo moral- él se quedo petrificado mientras absorbía sus palabras, y ella se retiró y lo miró dudosa-. Pero si prefieres ir solo, lo entiendo. Sólo críe que...
-Gracias- la interrumpió él tirando de ella-. Me gustaría tenerte a mi lado- le pareció que sonaba muy necesario, y se obligó a esbozar una maliciosa sonrisa antes de reclamar sus labios-. Sólo por si acaso necesito hacer esto de nuevo.
Cuando el sedán ocuro entró en Melrose Manor, Myriam pensó que podría cortarse la tensión que se respiraba en el ambiente. Estaban en el porche de piedra para recibir a los invitados, pero el silencio no parecía muy acogedor.
Miró a Miranda, quien no dejaba de mover las manos y morderse el labio. Por el contrario, Victor y su hermana estaban muy quietos y serios. Myriam pensó que seguramente se sentirían amenazados por todo aquello, aun siendo ya adultos responsables. Debía de ser inquietante descubrir que el cariño de una madre iba a ser compartido, de ahora en adelante, con un par de desconocidos.
El sedán se detuvo frente a la entrada y se abrió la puerta del conductor. Un hombre moreno salió y rodeó el coche con la mano extendida.
-¿Señora García? Soy Arturo Felix. Me alegro de haber ayudado a hacer posible esta reunión.
Miranda le estrechó la mano, pero su atención se centró en el otro hombre que estaba saliendo del coche. Alto, de pelo negro, vestido elegantemente, todo en él irradiaba éxito y seguridad. Recorrió al grupo con una mirada de sus penetrantes ojos negros, pero los ognoró en cuanto le ofrecio la mano a la mujer que salía tras él. Era muy bajita, de pelo oscuro como su hermano, aunque sus cabellos eran rizados y le llegaban hasta los hombros. Levaba unas sandalias y un discreto y vaporoso vestido de gasa. Se apartó del coche y Myriam oyó que Miranda ahogaba un grito. La joven estaba embarazada.
Felix, el detective privado a quien Alberto Carter había contratado bajo falsos pretextos, hizo avanzar a la chica hacia Miranda.
-Señora arcía, ésta es Emma Contreras.
La mujer embarazada dio un paso adelante. Miranda le tendió automáticamente los brazos, pero la la joven se apresuró a extenderle la mano.
-Es...- habló con voz vacilante- un placer conocerla, señora García- esbozó una sonrisa torcida, que reveló un hoyuelo en su mejilla izquierda.
Tal vez fuera por su padre, pensó Myriam. Los gemelos compartían mucho más que aquel hoyuelo. Aunque David era más alta que Emma, había un asombroso perecido en los rasgos, sobre todo en los ojos... Unos ojos parecidos a los de Miranda. Ni Victor ni Gabriela habían heredado ese color y, sin embargo, los cuatro hermanos ofrecían una semejanza familiar.
-Miranda. Por favor, llámame Miranda- sus ojos estaban inundados de lágrimas.
-Éste es David Bustamante- dijo Emma, vlviéndose y señalando al hombre que tenía detrás.
Miranda recuperó rápidamente la compostura y le dio a David un breve apretón de manos.
-Es un placer conocerlos a los dos- dijo. Se giró hacia el trío expectante-. Éstos son mi hija Gabriela Sandoval, mi hijo Victor García y su esposa Myriam.
Hubo otra ronda de apretones de manos y murmullos corteses. Al acabar, todos miraron de nuevo a Miranda, que volvió a morderse el labio.
-¿Qué les perece si entramos y seguimos hablando mientras tomamos algo?
El grupo entero entró en silencio. Myriam notó que Emma miraba sobrecogida a su alrededor. era obvio que no estaba acostumbrada a tanto lujo y riqueza. Davis, en cambio, no parecía tan impresionado. Miranda los condujo hacia la terraza, donde se había servido un ligero bufé. Más alla , las azules aguas de la píscinarelucían bajo el cálidosol de Texas.
Miranda repartió las bebidas mientras Arturo Felix hablaba en voz baja con ella. Gabriela estaba aferrada al codo de su hermano. Los gemelos caminaron juntos hacia la piscina. Myriam pensó que debían de haberse conocido antes, puesto que parecían muy cómodos el uno con el otro... y muy incómodos con la idea de tener una familia tan numerosa como desconocida.
Agarró un vaso de limonada y se acercó a ellos.
-Bienvenidos a San Antonio- dijo-. Él tiempo no puede ser mejor en esta época del año.
-Es muy distinto a Pennylvania- dijo David..
-Lo imagino. Tienen que ir al centro. San Antonio es una ciudad maravillosa.
-Dudo que tenga tiempo para hacer turismo- respondió David llevándose su bebida alos labios-. Mi vuelo sale mañana.
-Eso es muy pronto- dijo Victor, que se había aproximado a ellos-. Esperábamos que se quedaran unos días.
-Los negocios mandan-dijo David negando con la cabeza.
"Y es una buena excusa", pensó Myriam, aunque supuso que no debía culparlo.
-Esto debe de ser un shock, encontrar no sólo a tu madre, sino a una gemela y a un montón de parientes.
-Y además famosos- intervino Emma.
-Si te sirve de consuelo- le dijo Myriam con una sonrisa, te entiendo muy bien. Victor y yo nos casamos hace una semana, tan sólo, y aún me siento sobrecogida por la familia García. Sin mencionar toda su riqueza...
-Puede ser abrumador- afirmó victor,asintiendo.
-Pero tú debes de estar acostumbrado- dijo Emma-. Eres uno de ellos... un García.
-Ahora tú también eres una de ellos- dijo Victor riendo. Parecía sentirse cómodo, pero, al estar pegada a él, Myriam sintió que estaba temblando-. Y no, no estoy acostumbrado. Hasta hace unos años, yo tampoco supe que era un García.
-¿Qué significa eso?- preguntó Davis, que aún no había sonreído ni una sola vez.
-Significa exactamente lo que oyes- respondió Victor con tranquilidad-. Nuestra madre se separó de la familia siendo adolescente. Gabriela y yo crecimos sin saber nada de su parentesco con los García. De hecho, sólo hace seis años fuimos recibidos en la familia- volvió a sonreír-. Será divertido ver a alguien más entrando en este clan de locos.
-Eso suponiendo que decidamos entrar en la familia- dijo David.
-Cierto- la sonrisa de Victor se desvaneció-. Aunque espero que le den una oportunidad a mamá. Que le permitan explicarles las circunstancias de su nacimiento.
-Estoy deseando escucharla- dijo David asintiendo. Su expresión era indescifrable.
-Así que David es de Pennsylvania- dijo Myriam, intentando aliviar la tensión. Miranda se acercaba a ellos, y no sería conveniente que los oyera discutir-. ¿Y tú, Emma?
-He estado viviendo en Nuevo México- la joven se pasó una mano por la prominente gbarriga-. Pero jamás volveré allí.
-¿Oh? ¿Y adónde irás?- preguntó Miranda, que en ese momento llegaba junto a ellos.
-Aún no lo he decidido- respondió Emma en tono inseguro.
-Pero debes de tener planes. ¿Qué quiere hacer tu marido? Dentro de poco darás a luz.
-No hay marido- la facilidad con la que lo dijo dejó maravillada a Myriam-. Aún tengo tiempo para hacer planes.
-No esperes demasiado- dijo Victor-. Los bebés no son muy predecibles.
Emma lo miró asombrada.
-Victor es médico- explicó Myriam-. Especialista en bebés prematuros.
-Entonces estoy en buenas manos si doy a luz hoy, ¿mmm?- dijo Emma con una amplia sonrisa.
Victor puso una exagerada mueca de horror.
-Espero que eso no ocurra. Pero, de ser así, estás en las mejores manos posibles. Myriam es enfermera de pediatría. Nos conocimos en el hospital.
-Oh, tuvo que ser muy romántico.
Victor miro divertido a Myriam, que le sonrió Ciertamente, era díficil aplicar el término "romántico" a un montón de incubadoras y conductos intravenosos.
-¿Entonces no tienes planes definitivos, Emma? preguntó Miranda-. porque si tienes tiempo y te apetece, me encantaría que te quedaras aquí todo el tiempo que quieras.
Myriam vio cómo el rechazo se reflejaba en el rostro de la joven.
-No lo decidas ahora- se apresuró a intervenir-. Tómate tu tiempo para pensarlo- se volvió hacia Miranda-. Creo que Emma debe protegerse de este sol. ¿Porqué no comemos?
La comida transcurrió más relajadamente de lo que ella había esperado. Victor se puso a contar historias del hospita, Gabriela le enseñó fotografías a su hermana, y Arturo Felix respondió pacientemente a las preguntas sobre el arte de la investigación. Fue una conversación superficial, pero Myriam supo que era precisamente lo que los gemelos necesitaban mientras asimilaban el impacto de su nueva situación.
Finalmente, Victor se puso de pie y miró hacia la puerta. Myriam captó el mensaje y también se levantó.
-Gracias por la comida, madre- dijó él besando a Miranda en la mejilla-. Tenemos que irnos. Los días libres de Myriam no suelen soincidir con los míos, y por eso tenemos cosas de las que ocuparnos.
David y Arturo se levantaron, y lo mismo intentó hacer Emma, pero Victor le puso las manos en los hombros y se lo impidió con delicadeza.
-No, no te levantes- se inclinó y la besó en la mejilla-. Ha sido fantástico conocerte.
Emma alzó las manos y se aferró a las de Victor, que aún estaban en sus hombros.
-Gracias. Has hecho que sea mucho más fácil de lo que esperaba.
Victor estrechó la mano a los hombros mientras que Myriam se despedía. minutos más tarde, estaban en el Explorer de camino a casa. Él no parecía querer hablar, y ella respetó su silencio.
Al llegar a casa, él se tumbó en una butaca y ella fue a la cocina a preparar café para ambos. Tras ponerle la taza en las manos, rodeó el asiento y empezó a masajearle los hombros y el cuello.
-Pareces estar hecho de cemento- le dijo mientras le hundía los pulgares en los agarrotados músculos. Lentamente, consiguió relajarlo y Victor se inclinó hacia adelante para permitirle un mejor acceso a su espalda. incluso se quitó la camisa para que sus manos se extendieran sobre la piel desnuda.
Ella se sentó en uno de los brazos del sillón y siguió masajeándolo. Entrelazó los dedos entre su pelo y le frotó el cuero cabelludo. Luego, le hizo suaves círculos en las sienes antes de volver a la espalda.
Era maravilloso sentir el tacto de Victor bajo sus manos, Tanto, que su propio cuerpo empezó a responder de deseo y excitación. Se moría por apretarse contra él, pero no opdía iniciar un acto amoroso. no soportaría que él la rechazara.
Entonces Victor soltó un ronco gemido y se puso en pie, la agarró y la apretó contra él. Los dos gimieron al mismo tiempo.
-Gracias. Ha sido genial- su respiración era acelerada-. Pero esto es aún mejor- sus manos se movieron hacia botones del vestido de Myriam, y en pocos segundos la prenda caía a sus pies. No llevaba sujetador, y Victor sintió la llama del deseo mientras tomaba en sus manos aquellos hermosos pechos.
Rápidamente, se desabrochó el pantalón y la presionó contra su miembro endurecido.
-Te deseo- murmuró, llevándola hacia el sofá.
Momentos después los dos cabalgaban hacia la cima del orgasmo. Tras alcanzar el éxtasis, Myriam agachó la cabeza y apoyó la frente contra en cuello de Victor, mientras los dos recuperaban el aliento. Pero entonces él la sujetó por la nuca, le hizo mirarlo y la besó. Fue un beso sorprendentemente tierno e íntimo, como nunca la había besado antes. myriam no podía explicarlo con palabras, pero sentía que era distinto. Entonces él se retitó unos centímetros y levantó la cabeza.
-Myriam...- pareció dudar un instante.
-¿Sí?- se sentía como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento sorprendente.
-Tú me quieres, ¿verdad?- sus ojos brillaban como llamas verdes, fijos en ella.
Myriam cerró los ojos y sintió que caía por el precipicio en cuyo borde se había estado balanceando. ¿Se enfadaría Victor si le decía que sí? Se preguntó como podría suavizar la situación. ¿Le había dicho que lo quería durante el acto? No lo recordaba.
-¿Myriam?- la sacudió ligeramente y ella abrió los ojos. Él estaba sonriendo, con expresión retraída-. ¿Me quieres?
-Yo... - la sonrisa de Victor selló su destino y barrió su sentido común-. Sí- respondió en un débil susurro.
-Dilo.
-Te quiero- lo miró a los ojos, preguntándose qué estaría pensando, pero todo lo que vio fue un placer y satisfacción.
-Estupendo- dijo él-. Eso creía- la volvió a apretar contra su pecho y soltó un bostezo-. Me alegro.
-Cincuenta mil es todo lo que necesitamos- dijo Alberto aprentando la mandíbula.
-El chantaje y la estorsión no son los medios mas respetables para conseguir dinero- dijo Miranda-. Si te lo doy, ¿cómo sabré que no volverás a pedirme más el mes que viene a cambio de silencio?
-Te doy mi palabra de que no lo haré- dijo Alberto levantando la mano derecha.
Victor ni siquiera se molestó en reprimir la risa burlona.
-Ahórrate tu palabra de honor. Todos sabemos lo fielmente que mantuviste tus promesas matrimoniales.
Alberto se puso rojo como la grana y se volvió hacia su hijo.
-No sabes cómo fue, hijo, así que no te precipites en tus conclusiones- miró otra vez a Miranda-. Ojalá pudieras volver atrás. Sé que no les fuí de mucho apoyo, pero tú sabes que tenía que montar en los rodeos. ¡No fue culpa mía que las cosas no salieran como yo esperaba!
-¡No les debes ninguna disculpa, Alberto!- exclamó Lucrecia-. Sólo hemos venido a que nos den el dinero.
-Tendrás que aceptar mi palabra- le dijo a Miranda-, Es todo lo que puedo darte.
Miranda se recostó en el sillón y se cruzó de brazos.
-De acuerdo. Dime qué información es ésa que tienes.
Victor estaba fascinado por lo que veía. Se dio cuenta de que su padre era un hombre débil; guapo y encantador, pero sin suerte en la vida. Estaba dominado por su esposa, y seguramente la personalidad de Miranda también le había parecido mucho más fuerte que la suya propia. Obedientemente, empezó a relatar la información que su ex mujer le había pedido.
-Nosotros... ,bueno, eh, yo contraté a un detective privado para que buscara a los gemelos- esbozó una débil sonrisa, claramente orgulloso de sí mismo-. Su nombre es Félix, Arturo Félix. A su padre lo ayudó el tuyo hace años, de modo que se mostró encantado de hacerle un favor a los García.
-¿Ese Félix cree que estás actuando a petición de los García?
-Supuse que no querías que nadie supiera la verdad, así que le dije que representaba a la familia García.
-¿Y?
-Los encontró.
Miranda aguardó en silencio, aferrada con fuerza a los brazos del sillón. Victor estaba orgulloso de ella. El día de la llamada se había derrumbado, pero desde entonces se había mantenido firme.
-Fueron criados por separado- siguió Alberto-. En orfanatos, porque no podían darse en adopción.
-¿Qué quieres decir con eso?. aquella noticia inquietó a Miranda. Victor le puso una mano en el hombro, dándose cuenta de que era el mismo gesto tranquilizador que Myriam empleaba en él.
-El estado dijo que nunca firmaste ningún documento de renuncia, así que nadie podía adoptarlos- aquella parte no interesaba mucho a Alberto, porque siguió hablando sin detenerse-: El chico se llama David y la chica...
-Emma- murmuró Miranda-. Conservaron el nombre que yo les puse.
-Correcto. Emma. Su apellido es Contreras.
-¿Qué?¡porqué no tienen el mismo apellido?
-Cosas de los asistentes sociales- dijo Alberto encogiéndose de hombros. Dejó una carpeta sobre la mesa-. Son fotos actuales.
-¿Los... los has visto?- la voz de Miranda era firme, pero Victor sintió que estaba temblando.
-No, no había motivos para eso- sacó otra hoja-. Aquí está el número de Félix. Va a ponerse en contacto con ellos. Está esperando mis noticias, pero cuando vuelva a hablar con él, le daré tú número.
Miranda abrió el cajón del escritorio y sacó un talonario de cheques. Firmó uno, lo metió en un sobre y lo dejó sobre la mesa.
-Aquí esta tu dinero. Ahora sal de mi casa- se levantó y salió de la habitación con la cabeza alta.
-Ha sido estupendo volver a verte...
-Largo de aquí- espetó Victor señalando la puerta-.
Ahora. Y si te atreves a volver me encargaré personalmente de que lo lamentes.
Alberto y Lucrecia se pusieron rápidamente en pie, reconociendo la amenaza. Pero cuando se dirigían hacia la puerta, Alberto se volvió hacia Victor.
-Siento que te tomes esto como algo personal.
Son sólo negocios- había una nota de súplica en su voz-. Siempre he soñado conque algún día nos conoceríamos Y...
-¡Fuera!
Myriam estaba de pie frente a la chimenea de la salita, abrazada a sí misma. Aunque no hacía nada de frío, sentía un escalofrío por todo el cuerpo.
Oyó que la puerta principal se abría y cerraba, y oyó también la voz de Victor, cortante y furiosa.
No podía permanecer allí por más tiempo. Se giró para salir, pero en ese momento entró Miranda.
Myriam se quedó petrificada. El rostro de su suegra estaba pálido y cubierto de lágrimas. Instintivamente, la estrechó entre sus brazos y Miranda siguió sollozando contra su hombro. Enseguida apareció Victor, con aspecto furioso. Myriam quiso abrazarlo a él también, pero en esos momentos Miranda necesitaba más consuelo. La llevó hasta el sillón próximo a la chimenea y Victor se ocupó de ponerle un vaso en la chimenea, tras servirse él mismo otro vaso en el bar y apurarlo de un solo trago.
-Toma- le dijo con un gruñido-. Bebe.
Miranda recuperó rápidamente la compostura. Dio un pequeño sorbo y se estremeció al sabor del alcohol.
-¡Puaj! Whisky..- dejó el vaso a un lado-. No estoy tan mal, Victor- dijo, intentando sonreír.
Myriam acercó un alzapié y se sentó frente a Miranda.
-¿Estás mejor?
-Estoy todo lo mejor que puedo estar, supongo - el dolo reflejado en sus ojos negros golpeó a Myriam como un puño-. Tengo las fotos de los hijos a los que abandone y el nombre del detective que va a encontrarse con ellos.
Myriam alrgó una mano y le dió una palmadita en la rodilla.
-Eras prásticamente una niña. Abandonarlos no tuvo por que ser la decisión equicocada, Tal vez gracias a ellos hayan tenido una vida mejor.
-O peor- dijo Miranda-. Por lo visto, nadie pudo adoptarlos porque yo no firmé ningún documento renunciando a mis derechos como madre.
-Y supongo que la presgunta es- dijo Victor-: ¿Quieres verlos?
-Sí- respondió su madre con total convicción-. Son parte de la familia García y tiene derecho a compartir mi riqueza- le lanzó a su hijo una mirada de disculpa-. Espero que no...
-Sabes que nunca he querido el dinero de la familia- la interrumpió él-. Por lo que a mi respecta, puedes reártirlo todo entre Gabriela y esos gemelos.
-Sí, pero algún día tendrás hijos y puede que entonces opines de otra manera- replicó Miranda con una débil sonrisa-. En cualquier caso, creo que la elección dede ser de ellos. Cuando este detective, Arturo Félix, los encuentre, me gustaría invitarlos a venir. Pero si ellos no quieren vernos, respetaré su decisión. Después de todo, tal vez tengan familias a las que no les gustaría que de repente establecieran lazos con sus parientes biológicos. O, simplemente, tal vez no quieran saber nada de mí.
-¿Que vas a decirle al tío Roman?
-No lo sé- respondió su madre encogiéndose de hombros-. Si ninguno de los gemelos quiere verme, no le contare nada- los ojos se le llenaron de lágrimas-. Ya me preocupare por Roman en otro momento.
Victor llevó a Myriam a casa poco después. Le relató brevemente la reunión con su padre., y luego le hizo el amor con la misma pasión que siempre. Pero ella sintió que una parte de él estaba ausente. Después, por primera vez desde que empezaron a dormir juntos, no la estrechó entre sus brazosm sino que se levantó de la cama.
-Me voy un rato abajo.
-¿Estás bien?- le preguntó ella, sentándose y mirándolo mientras él se abrochaba la pijama.
-Sí. Sólo estoy furioso. Ojalá ese cretino hubiera muerto hace años.
-No- dijo ella, alarmada-. Seguro que no deseas eso.
-Lo deseo- declaró él-. No sabes lo que ha sido ver a mi madre negociando con esos dos.
-Aun así, no puedes desearle la muerte a alguien. Una vez que se ha ido, jamás volverá.
-Exacto- salió de la habitación y ella cayó sumida en un sueño inquieto. Horas más tarde se despertó cuando Victor volvió a la cama. Pero entonces él la estrechó entre sus brazos, como siempre lo hacía, y ella pudo respirar finalmente sintiéndose segura.
Al día siguiente por la tarde le llegó a Myriam el periodo.
Victor había ido al hospital, y ella estaba sola en casa. Estaba recogiendo la ropa sucia cuando los familiares pinchazos la alertaron. Lentamente, salió del baño y se sentó en la cama. Debería sentirse aliviada de no estar embarazada.
Pero... no sentía ningún alivio. Cerró los ojos y presionó las manos contra los párpados, negándose a llorar. Si hubiera estado embarazada, habría tenido la certeza de que Victor jamás la abandonaría. Se hubieran acabado sus temores y dudas por que aquel matrimonio acabara. Pero sin un hijo que los uniera, no había razón para permanecer juntos. No importaba lo atento que hubiera sido Victor el día anterior. Ella sabía que no podrías mantener para siempre el interés de su marido. En cuanto dejara de encontrarla atractiva y se desvaneciera el deseo sexual, todo habría acabado.
"Estas dramatizando como una estúpida", se recriminó a sí misma. "Sólo porque tu padre se comportara así no significa que Victor vaya a ser igual".
Pero por muy optimista que intentara ser, la duda persistía. Si su encantadora madre no había sido capaz de mantener enamorado a un hombre, ¿como iba a hacerlo ella, la sosa y discreta Myriam Montemayor?
El sonido del teléfono la sacó de sus pensamientos y la hizo levantarse.
-Residencia García. Myriam al habla- aquellas palabras aún la hacían estremecerse.
-Buenas tardes. Soy Alberto Carter. ¿Puedo hablar con Victor?
Myriam estuvo a punto de dejar el articular al darse cuenta de que estaba hablando con el padre de Victor.
-Lo siento, señor Carter. Victor no se encuentra aquí en estos momentos.
-¿Eres su mujer?
-Sí, señor. ¿Puede dejarle un mensaje?
-Bueno... -Carter dudó unos segundos-. Puedes decirle que he llamado y que espero que me devuelva la llamada. Dile que me gustaría quedar con él para comer y así poder hablar.
-Gracias, señor Carter. Me aseguraré de que reciba el mensaje- aunque se imaginaba cuál sería la reacción de Victor.
-Sería un placer que nos acompañaras- dijo Carter con voz más amable-. Me encantaría conocer a la mujer de mi hijo.
-Se lo diré a Victor- dijo ella, sin saber qué más decir-. ¿A qué numero debe llamarlo?
Apuntó el número que Carter le daba, preguntándose si habría alguna posibilidad de que Victor quisiera hablar con su padre. El señor Carter parecía sincero. Y aunque ella aborrecía el chantaje, había opido las dudas que Victor tenía sobre el papel que la señora Carter jugaba en todo aquello. ¿Sería posible que Alberto Carter hubiera sido manipulado?¿Y qué razón habría tenido para abandonar a su familia?
Ella sabía mejor que nadie lo dañino que era albergar el rencor y la furia en vez de intentar olvidar el pasado. Siguiendo un impulso, sacó la caja con las fotos familiares y observó el rostro de su padre en una de ellas. En numerosas ocasiones había intentado hablar con ella para explicarle porqué se marchó, pero ella nunca se lo permitió. No se dio cuenta de hasta qué punto necesitaba perdonar a su padre hasta que éste murió.
Sintió que el dolor la traspasaba y que un torrente de abrasadoras lágrimas afluía a sus ojos. Tal vez pudiera demostrarle a Victor lo inútil que era el odio hacia su padre. Tal vez pudiera ayudarlo a evitar ese arrepentimiento que ella siempre llevaría.
Victor entró silenciosamente en casa, pensando que Myriam estaría ya dormida. Se había quedado más tiempo del necesario en el hospital, con la esperanza de no verla aquella noche. Su mujer era demasiado tentadora.
Era rídiculo desear a una mujer como éñ deseaba a Myriam. Podía olerla cada vez que respiraba, oír su voz en todo momento, y un hormigueo le recorría los dedos cada vez que pensaba en acariciar su piel.
El cuerpo empezó a responderle ante la mera idea de abrazarla, cuando entró en el dormitorio estaba sudando. Irritado, evitó mirar hacia la cama mientras se vaciaba los bolsillos y se desnudaba.
-Llegas tarde- la tranquila voz de Myriam lo sobresaltó al acostarse.
-Soy médico- gruñó, enojado por la acusación-. Debo atender a los pacientes que necesitan mi ayuda.
Sintió que Myriam tiraba de la sábana, retrocediendo ante su brusco tono.
-No quería decir...
-Cuando te casaste conmigo sabías que no era un hombre con un horario estable- la cortó él. Se produjo un largo silencio. Ella no se movió, y él empezó a sentir cómo la irritación dejaba paso a la culpa.
-Lo siento- dijo ella finalmente-. Estaba preocupada de que hubieras tenido un mal día, y pensé que tal vez necesitaras hablar..
Demonios, había malinterpretado sus palabras. ¿Qué se suponía que debía decir? Entonces la oyó sorber por la nariz. ¿Estaba llorando? Resistiéndose al impulso de tomarla entre sus brazos, soltó un suspiró y dijo:
-Yo también lo siento. He tenido un día duro, pero no hay motivo para pagarlo contigo- se obligó a darse vuelta, dándole la espalda-. Buenas noches.
-Buenas noches- estaba llorando, aunque por su suidadosa respiración era evidente que no quería que él lo supiera.
Victor permaneció rígido hasta que Myriam se durmió. Le había costado toda su fuerza de voluntad no abrazarla. ¿Qué había esperado exactamente de aquel matrimonio? No lo sabía, pero desde luego no esperaba una lucha constante consigo mismo.
Cuando despertó al día siguiente, Myriam ya llevaba horas levantada y vestida.
-Buenos días- lo saludó cuando él bajo a la cocina-. ¿Te apetecen unos huevos?
Al recordar el pésimo humor que había demostrado la noche anterior, no podía creerse que Myriam se dignara a hablarle, y mucho menos sonreírle.
-Sí, gracias- se sirvió una taza de café y entonces vio la caja de fotos-.¿Qué estás haciendo?
-Clasificar esas fotos. Quiero ponerlas en un álbum- le respondió mientras buscaba algo en el refrigerador-. Eh... ¿Victor?
-¿Mmmm?- tomó una de las fotos y miró la fecha del dorso.
-Ayer me vino el periodo. No vamos a ser padres.
Lentamente, Victor dejó la foto y se volvió hacia ella, pero Myriam estaba de espaldas a él, cascando los huevos en el sartén.
-Bueno, ésas son buenas noticias- ¿o no? Necesitaban tiempo para ellos mismos antes de tener hijos. Después de lo de la noche anterior, eso tendría que haber quedado bastante claro. Sin embargo, un ligero pesar lo sorpendió. ¿Había deseado que Myriam se quedara embarazada? La respuesta era demasiado compleja para pensar en ella por la mañana.
-Voy a tomar la píldora- dijo ellla, sin mirarlo.
Él guardó silencio unos momentos. En teoría, era lo mejor, y a él le evitaría la molestia de ponerse un preservativo antes de hacer el amor. Pero...
-Déjame pensar en ello. No hagas nada todavía- miró fijamente la taza del café, como si allí fuera a encontrar las respuestas-. Hablaremos de los hijos más tarde, ¿de acuerdo?
Ella asintió, y durante unos segundos sólo se oyó el chisporroteo del beicon en la sartén.
-Anoche llamaron y dejaron un mensaje para ri- dijo ella finalmente-. Lo he apuntado en esa hoja que hay sobre la mesa.
-¿Quién llamó?- le preguntó él, tomando el trozo de papel amarillo.
Tu padre.
-¿Qué?- soltó el papel como si estuviera ardiendo-. ¿Qué demonios quería ese bastardo chantajista?
Myriam se volvió hacia él con los ojos muy abiertos.
-Sólo quería hablar contigo. Te ha invitado..., a nosotros dos, de hecho, a comer. Creo que quiere llegar a conocerte.
Victor masculló lo que su padre podía hacer con su invitación.
-De ningún modo vamos a verlo. Sabe dios lo que se guarda en la manga.
-Dijiste que no estabas seguro de que la idea del chantaje fuera suya- le recordó Myriam-. ¿Y qué daño haría verlo una sola vez? Es el único padre que tienes.
-No. Me crié muy bien sin él. Y voy a seguir sin padre. No quiero que forme parte de mi vida. Si vuelve a llamar, cuelga. No quiero que hables con él- se sentó y tomó un sorbo de café, dando a entender que el asunto estaba zanjado. Levantó al azar una de las fotos, más para distraer a Myriam que por genuino interés-. Esta mujer que aparece junto a tu padre no es tu madre. ¿Se volvio a casar?
-Sí. Ésa es su segunda esposa- le sirvió los huevos con beicon mientras él observaba detenidamente la fotografía.
-¿Cuántas esposas tuvo?
-Iba por la cuarta cuando murió- dijo ella con una voz desprovista de toda emoción.
-¿Cuándo dices que tus padres se separaron?
-Nos abandonó cuando yo tenía doce años.
"Nos abandono". No "me abandono", ni "abandono a mi madre". Un pensamiento empezó a formarse en la mente de Victor, pero aún era demasiado difuso para enfocarlo.
-¿Y qué pensaste de sus otras mujeres?
-Nunca conocí a ninguna excepto a la última - respondió Myriam encogiéndose de hombros-. Hablé con su última mujer en el funeral. Parecía... decente. Me invitó a ir a su casa. Insistió en que me quedara con cualquier cosa de mi padre que quisiera.
-¿Por qué no conociste a las otras? ¿Ya te habías independizado cuando se volvió a casar?
-No. Se casó por segunda vez una semana después de divorciarse de mi madre. Vimos la noticia en el periódico. Ese matrimonio duró un año, hasta que se separó y se volvió a casar. Ese otro duró más tiempo, pero hace ocho años también se rompió- esbozó una irónica sonrisa-. Gracioso, ¿verdad?
-Trsite- dijo Victor negando con la cabeza-. ¿Cuándo conoció a la última?
-No estoy segura. Me dio la impresión de que no habían estado casados mucho tiempo. En realidad, ni siquiera sé si antes estuvo con otras. También supuse que había vivido siempre en San Antonio, pero pude estar equivocada.
-¿Y no mantuviste elcontacro después de su marcha?
-No- respondió con un suspiro.
Su voz estaba cargada de pena y desesperanza que Victor la tomó de la mano a apesar de su resolución a no tocarla sin necesidad.
-¿Te hubiera gustado mantenerlo?
-No, por aquel entonces no- se aferró fuertemente a sus dedos-. En los años siguienetes a su marcha se puso en contacto conmig varias veces, pero yo siempre me negaba a habalr con él. Lo volvió a intentar después de que me graduara en el instituto. Dijo que le gustaría conocerme mejor, disculparse por lo que hizo, intentar explicarse. Pero yo... me negué. Nunca le di una oportunidad. Ni la más mínima.
Y sin embargo había atesorado los gatitos de cristal que su padre le regalaba. Tal vez no hubiera sido capaz de perdonarlo, pero estaba claro que le improtaba.
Ella se soltó de sus dedos y juntó las manos.
-Ahora me arrepiento de haber sido tan testaruda.
-¿Porqué?
-Fue el único padre que tuve. Y no tengo ni idea de cuáles fueron las razones para hacer lo que hizo. Pero lo que sí creo es que estaba realmente interesado en restablecer los lazos conmigo. Y murió antes de que yo pudiera superar mi rencor.
-¿Cómo murió?
-De repente. Sufrió un ataque al corazón.
-Lo siento- se sentía torpe e incómodo. ¿Cómo debía responder? Myriam no estaba siendo muy delicada. Estaba intentando que él le tendiera un lazo a su padre, pero sus situaciones habían sido diferentes. Alberto Carter y él no tenian nada de qué habalr. Y si su padre moría al dia siguiente, él no lo lamentaría.
Agarró el tenedor y empezó a comer, evitando la mirada de Myriam. El sielncio se hizo opresivo, y él percibió su reproche. La había decepcionado.
Bueno, no era asunto de ella. Y sin embargo... no podía soportar la idea de preocuparla. Myriam siempre había estado dispuesta a ayudarlo y consolarlo. Y era inquietante reconocer lo mucho que él necesitaba su aprobación.
Aquel día Victor la llevó de compras. Myriam protestó, alegando que mo mecesitaba nada, pero él quería que se sintiera segura de sí misma cuando tuvieran que asistir a cualquier acontecimiento familiar o social.
Cuando iban por McCullough Avenue hacia el aparcamiento de North Star Mall, Myriam chasqueó con los dedos.
-He olvidado decirte que tu madre también llamó anoche. Dijo que no pasaba nada, pero su voz sonaba extraña. Quizá deberías ir a verla.
-Tal vez nos pasemos cuando acabemos de comprar- dijo él-. A menos que seas una compradora compulsiva, creo que habremos terminado en un par de horas.
Y no se equivocó. De hecho, hicieron todas las compras en el centro comercial, excepto una rápida visita a una zapatería especializada. Un vestido de noche, dos trajes de falda, dos de pantalón y un sensual vestido largo que encantó a Victor, ya que con sólo desabrochar unos pocos botones la tendría desnuda.
Luego, fueron a casa de su madre. Aunque Miranda era la mujer más fuerte que conocía, Victor estaba preocupado de los estragos que podía haberle causado la reunión con su ex marido.
Miranda los recibió en la puerta y Victor comprobó que no había tenido razón para preocuparse. Las mejillas de su madre estaban sonrosadas y sus ojos relucientes.
-¡Hola, queridos mios! ¿Pueden quedarse un rato?
-Sólo tenemos unos minutos- respondió él-. Los dos tenemos que trabajar hoy.
-No conozco a nadie que trabaje más que ustedes- dijo Miranda poniendo una mueca-. La medicina es un campo muy exigente, ¿verdad?
-Me encanta mi trabajo- dijo Myriam-, pero las guardias largas son agotadoras.
-Espera a tener hijos-comentó su suegra-. Entonces estarás de servicio veinticuatro horas al día... Eso sí que es agotador- le sonrió a su hijo-. Pero tendrás a Victor para que te ayude.
Hubo un breve e incomodo silencio. Miranda no podría haber sacado un tema peor.
-Myriam me ha dicho que llamaste ayer- dijo Victor.
-En efecto- corroboró su madre con una sonrisa-. Tengo noticas de los gemelos- hizo una pausa para respirar hondo-. El detective privado los va a traer a San Antonio el próximo fin de semana. Los he invitado a quedrase aquí.
Victor sintió que se le hacía un nudo en el estómago. Una cosa era saber que tenía hermanos, pero otra muy distinta era verlos cara a cara. Su primer impulso fue protestar, pero el segundo fue reír por dentro.
-El señor Félix tiene que llamarme hoy- siguió diciendo su madre-. Les avisare en cuanto organicemos el encuentro. Sé que quieren conocerlos.
Era la primera vez que Miranda se equivocaba completamente respecto a los deseos de su hijo.
-Oh, casi se me olvidaba- añadió-. Le he hablado de los gemelos al tío Roman y de su inminente visita.
-¿Qué te ha dicho?- Victor volció a tener la sensación de que todo se escapaba a su control. Si su madre estaba compartiendo esa información con los otros García, los gemelos entrarían sin remedio en la familia.
-Ha sido muy... comprensivo- los ojos de Miranda se llenaron de lágrimas-. No se lo dirá al resto de la familia hasta que los hayamos conocido. Quién sabe, quizá no haya necesidad de decirle nada a nadie.
La semana pasó con mucha rapidez para Victor. El sábado por la mañana se levantó antes de que amaneciera y estuvo haciendo ejercicio durante una hora. Cuando subió a ducharse, Myriam seguía durmiendo.
Aquel día ella tenía que trabajar, así que él tendría que enfrentarse solo a la visita. Una parte de él quería echar a correr y esconder la cabeza en la arena. Pero tra parte le decía que se tomara con calma la repentina aparición de sus hermanos. Después de todo, ¿qué eran dos parientes más comparados con todos los que había conocido ya? Pero no,ellos no eran simples parientes. Eran sus hermanastros. Los hijos de su amdre. Tal vez lo que le pasaba era que estaba celoso, preocupado de que pudieran robarle el afecto de su amdre. Como si fuera un estúpido crío.
¿Porqué debía angustiarse? Hacía mucho que no estaba pegado a las faldas de su madre, y ahora tenía una esposa en la que pensar.
Se miró ceñudo al espoejo mientras se afeitaba. Durante la semana había trabajado más horas de las que le correspondían, intentando llegar exhausto a casa lo más tarde posible. De acuerdo a sus cálculos, Myriam tendría que haber pasado ya la menstruación, pero no había vuelto a hacer el amor con ella.
No la necesitaba, se dijo así mismo por millonésima vez. Era muy agradable estar casado con ella, pero no eso no significaba que no pudiera vivir son ella.
Entonces, ¿porqué se lo estaba negando continuamente?
Por pura atracción física, se recordó. Mucho más fuerte de la que había sentido por cualquier otra mujer, pero sólo era atracción física. Nda que no pudiera controlar.
En ese momento se abrió la puerta del baño y entró Myriam, con sus cabellos rodeándole la cabeza , derramándose sobre las tiras del camisón negro.
-Oh, lo siento- dijo ella-. Buenos días. Creía que estabas abajo- le dedicó una soñolienta sonrisa meintras agarraba una toallita para levarse la cara-. Tengo que ducharme, pero puedo esperar a que acabes.
Se dio la vuelta para marcharse, pero esa sonrisa habia sido demasiado para el pobre autocontrol de Victor.
Ella se giró hacia él con las cejas arqueadas. De un fuerte tirón, Victor la tuvo entre sus brazos y la sujetó con firmeza.
-Puedes ducharte conmigo- le dijo con voz áspera y profunda.
El rostro de Myriam se iluminó con una radiante sonrisa mientras le rodeaba el cuello con los brazos-
-Como tú digas, doctor.
El agua de la ducha le quemaba la espalda. Myriam se retorcía entre sus brazos, sujeta entre los fríos azulejos de la pared y el cuerpo de Victor. Él consiguió retrasar su orgasmo hasta que ella se estremeció con violencia, y entonces se descargó en su interior gimiendo fuertemente mientras vaciaba su semilla en ella y...
-Oh, demonios- exclamó-. ¿Sabes lo que hemos hecho?
-No hace falta pensar mucho para saberlo- dijo ella con una risita.
-Muy graciosa. Me refiero a la protección.
Ella levantó la cabeza y lo miró con ojos brillantes.
-No estoy en período fértil- se apretó contra él y dejó escapar un suspiro de satisfacción-. Y es mucho más agradable así ¿no te parece?
-Desde luego- sacó un brazo de la ducha para agarrar dos toallas-.Voto porque lo aplacemos hasta el dormitorio.
-De acuerdo- dijo ella con una sonrisa, y salió antes que él del cuarto de baño. Pero cuando llegaron a la cama, Victor vio la hora que marcaba el despertador.
-¡Maldita sea!- Vas a llegar tarde al trabajo.
-No- dejó caer la toalla al suelo y presionó su cuerpo desnudo contra él-. Ayer cambié mi turno para ir esta noche. Pensé que hoy te haría falta un poco de apoyo moral- él se quedo petrificado mientras absorbía sus palabras, y ella se retiró y lo miró dudosa-. Pero si prefieres ir solo, lo entiendo. Sólo críe que...
-Gracias- la interrumpió él tirando de ella-. Me gustaría tenerte a mi lado- le pareció que sonaba muy necesario, y se obligó a esbozar una maliciosa sonrisa antes de reclamar sus labios-. Sólo por si acaso necesito hacer esto de nuevo.
Cuando el sedán ocuro entró en Melrose Manor, Myriam pensó que podría cortarse la tensión que se respiraba en el ambiente. Estaban en el porche de piedra para recibir a los invitados, pero el silencio no parecía muy acogedor.
Miró a Miranda, quien no dejaba de mover las manos y morderse el labio. Por el contrario, Victor y su hermana estaban muy quietos y serios. Myriam pensó que seguramente se sentirían amenazados por todo aquello, aun siendo ya adultos responsables. Debía de ser inquietante descubrir que el cariño de una madre iba a ser compartido, de ahora en adelante, con un par de desconocidos.
El sedán se detuvo frente a la entrada y se abrió la puerta del conductor. Un hombre moreno salió y rodeó el coche con la mano extendida.
-¿Señora García? Soy Arturo Felix. Me alegro de haber ayudado a hacer posible esta reunión.
Miranda le estrechó la mano, pero su atención se centró en el otro hombre que estaba saliendo del coche. Alto, de pelo negro, vestido elegantemente, todo en él irradiaba éxito y seguridad. Recorrió al grupo con una mirada de sus penetrantes ojos negros, pero los ognoró en cuanto le ofrecio la mano a la mujer que salía tras él. Era muy bajita, de pelo oscuro como su hermano, aunque sus cabellos eran rizados y le llegaban hasta los hombros. Levaba unas sandalias y un discreto y vaporoso vestido de gasa. Se apartó del coche y Myriam oyó que Miranda ahogaba un grito. La joven estaba embarazada.
Felix, el detective privado a quien Alberto Carter había contratado bajo falsos pretextos, hizo avanzar a la chica hacia Miranda.
-Señora arcía, ésta es Emma Contreras.
La mujer embarazada dio un paso adelante. Miranda le tendió automáticamente los brazos, pero la la joven se apresuró a extenderle la mano.
-Es...- habló con voz vacilante- un placer conocerla, señora García- esbozó una sonrisa torcida, que reveló un hoyuelo en su mejilla izquierda.
Tal vez fuera por su padre, pensó Myriam. Los gemelos compartían mucho más que aquel hoyuelo. Aunque David era más alta que Emma, había un asombroso perecido en los rasgos, sobre todo en los ojos... Unos ojos parecidos a los de Miranda. Ni Victor ni Gabriela habían heredado ese color y, sin embargo, los cuatro hermanos ofrecían una semejanza familiar.
-Miranda. Por favor, llámame Miranda- sus ojos estaban inundados de lágrimas.
-Éste es David Bustamante- dijo Emma, vlviéndose y señalando al hombre que tenía detrás.
Miranda recuperó rápidamente la compostura y le dio a David un breve apretón de manos.
-Es un placer conocerlos a los dos- dijo. Se giró hacia el trío expectante-. Éstos son mi hija Gabriela Sandoval, mi hijo Victor García y su esposa Myriam.
Hubo otra ronda de apretones de manos y murmullos corteses. Al acabar, todos miraron de nuevo a Miranda, que volvió a morderse el labio.
-¿Qué les perece si entramos y seguimos hablando mientras tomamos algo?
El grupo entero entró en silencio. Myriam notó que Emma miraba sobrecogida a su alrededor. era obvio que no estaba acostumbrada a tanto lujo y riqueza. Davis, en cambio, no parecía tan impresionado. Miranda los condujo hacia la terraza, donde se había servido un ligero bufé. Más alla , las azules aguas de la píscinarelucían bajo el cálidosol de Texas.
Miranda repartió las bebidas mientras Arturo Felix hablaba en voz baja con ella. Gabriela estaba aferrada al codo de su hermano. Los gemelos caminaron juntos hacia la piscina. Myriam pensó que debían de haberse conocido antes, puesto que parecían muy cómodos el uno con el otro... y muy incómodos con la idea de tener una familia tan numerosa como desconocida.
Agarró un vaso de limonada y se acercó a ellos.
-Bienvenidos a San Antonio- dijo-. Él tiempo no puede ser mejor en esta época del año.
-Es muy distinto a Pennylvania- dijo David..
-Lo imagino. Tienen que ir al centro. San Antonio es una ciudad maravillosa.
-Dudo que tenga tiempo para hacer turismo- respondió David llevándose su bebida alos labios-. Mi vuelo sale mañana.
-Eso es muy pronto- dijo Victor, que se había aproximado a ellos-. Esperábamos que se quedaran unos días.
-Los negocios mandan-dijo David negando con la cabeza.
"Y es una buena excusa", pensó Myriam, aunque supuso que no debía culparlo.
-Esto debe de ser un shock, encontrar no sólo a tu madre, sino a una gemela y a un montón de parientes.
-Y además famosos- intervino Emma.
-Si te sirve de consuelo- le dijo Myriam con una sonrisa, te entiendo muy bien. Victor y yo nos casamos hace una semana, tan sólo, y aún me siento sobrecogida por la familia García. Sin mencionar toda su riqueza...
-Puede ser abrumador- afirmó victor,asintiendo.
-Pero tú debes de estar acostumbrado- dijo Emma-. Eres uno de ellos... un García.
-Ahora tú también eres una de ellos- dijo Victor riendo. Parecía sentirse cómodo, pero, al estar pegada a él, Myriam sintió que estaba temblando-. Y no, no estoy acostumbrado. Hasta hace unos años, yo tampoco supe que era un García.
-¿Qué significa eso?- preguntó Davis, que aún no había sonreído ni una sola vez.
-Significa exactamente lo que oyes- respondió Victor con tranquilidad-. Nuestra madre se separó de la familia siendo adolescente. Gabriela y yo crecimos sin saber nada de su parentesco con los García. De hecho, sólo hace seis años fuimos recibidos en la familia- volvió a sonreír-. Será divertido ver a alguien más entrando en este clan de locos.
-Eso suponiendo que decidamos entrar en la familia- dijo David.
-Cierto- la sonrisa de Victor se desvaneció-. Aunque espero que le den una oportunidad a mamá. Que le permitan explicarles las circunstancias de su nacimiento.
-Estoy deseando escucharla- dijo David asintiendo. Su expresión era indescifrable.
-Así que David es de Pennsylvania- dijo Myriam, intentando aliviar la tensión. Miranda se acercaba a ellos, y no sería conveniente que los oyera discutir-. ¿Y tú, Emma?
-He estado viviendo en Nuevo México- la joven se pasó una mano por la prominente gbarriga-. Pero jamás volveré allí.
-¿Oh? ¿Y adónde irás?- preguntó Miranda, que en ese momento llegaba junto a ellos.
-Aún no lo he decidido- respondió Emma en tono inseguro.
-Pero debes de tener planes. ¿Qué quiere hacer tu marido? Dentro de poco darás a luz.
-No hay marido- la facilidad con la que lo dijo dejó maravillada a Myriam-. Aún tengo tiempo para hacer planes.
-No esperes demasiado- dijo Victor-. Los bebés no son muy predecibles.
Emma lo miró asombrada.
-Victor es médico- explicó Myriam-. Especialista en bebés prematuros.
-Entonces estoy en buenas manos si doy a luz hoy, ¿mmm?- dijo Emma con una amplia sonrisa.
Victor puso una exagerada mueca de horror.
-Espero que eso no ocurra. Pero, de ser así, estás en las mejores manos posibles. Myriam es enfermera de pediatría. Nos conocimos en el hospital.
-Oh, tuvo que ser muy romántico.
Victor miro divertido a Myriam, que le sonrió Ciertamente, era díficil aplicar el término "romántico" a un montón de incubadoras y conductos intravenosos.
-¿Entonces no tienes planes definitivos, Emma? preguntó Miranda-. porque si tienes tiempo y te apetece, me encantaría que te quedaras aquí todo el tiempo que quieras.
Myriam vio cómo el rechazo se reflejaba en el rostro de la joven.
-No lo decidas ahora- se apresuró a intervenir-. Tómate tu tiempo para pensarlo- se volvió hacia Miranda-. Creo que Emma debe protegerse de este sol. ¿Porqué no comemos?
La comida transcurrió más relajadamente de lo que ella había esperado. Victor se puso a contar historias del hospita, Gabriela le enseñó fotografías a su hermana, y Arturo Felix respondió pacientemente a las preguntas sobre el arte de la investigación. Fue una conversación superficial, pero Myriam supo que era precisamente lo que los gemelos necesitaban mientras asimilaban el impacto de su nueva situación.
Finalmente, Victor se puso de pie y miró hacia la puerta. Myriam captó el mensaje y también se levantó.
-Gracias por la comida, madre- dijó él besando a Miranda en la mejilla-. Tenemos que irnos. Los días libres de Myriam no suelen soincidir con los míos, y por eso tenemos cosas de las que ocuparnos.
David y Arturo se levantaron, y lo mismo intentó hacer Emma, pero Victor le puso las manos en los hombros y se lo impidió con delicadeza.
-No, no te levantes- se inclinó y la besó en la mejilla-. Ha sido fantástico conocerte.
Emma alzó las manos y se aferró a las de Victor, que aún estaban en sus hombros.
-Gracias. Has hecho que sea mucho más fácil de lo que esperaba.
Victor estrechó la mano a los hombros mientras que Myriam se despedía. minutos más tarde, estaban en el Explorer de camino a casa. Él no parecía querer hablar, y ella respetó su silencio.
Al llegar a casa, él se tumbó en una butaca y ella fue a la cocina a preparar café para ambos. Tras ponerle la taza en las manos, rodeó el asiento y empezó a masajearle los hombros y el cuello.
-Pareces estar hecho de cemento- le dijo mientras le hundía los pulgares en los agarrotados músculos. Lentamente, consiguió relajarlo y Victor se inclinó hacia adelante para permitirle un mejor acceso a su espalda. incluso se quitó la camisa para que sus manos se extendieran sobre la piel desnuda.
Ella se sentó en uno de los brazos del sillón y siguió masajeándolo. Entrelazó los dedos entre su pelo y le frotó el cuero cabelludo. Luego, le hizo suaves círculos en las sienes antes de volver a la espalda.
Era maravilloso sentir el tacto de Victor bajo sus manos, Tanto, que su propio cuerpo empezó a responder de deseo y excitación. Se moría por apretarse contra él, pero no opdía iniciar un acto amoroso. no soportaría que él la rechazara.
Entonces Victor soltó un ronco gemido y se puso en pie, la agarró y la apretó contra él. Los dos gimieron al mismo tiempo.
-Gracias. Ha sido genial- su respiración era acelerada-. Pero esto es aún mejor- sus manos se movieron hacia botones del vestido de Myriam, y en pocos segundos la prenda caía a sus pies. No llevaba sujetador, y Victor sintió la llama del deseo mientras tomaba en sus manos aquellos hermosos pechos.
Rápidamente, se desabrochó el pantalón y la presionó contra su miembro endurecido.
-Te deseo- murmuró, llevándola hacia el sofá.
Momentos después los dos cabalgaban hacia la cima del orgasmo. Tras alcanzar el éxtasis, Myriam agachó la cabeza y apoyó la frente contra en cuello de Victor, mientras los dos recuperaban el aliento. Pero entonces él la sujetó por la nuca, le hizo mirarlo y la besó. Fue un beso sorprendentemente tierno e íntimo, como nunca la había besado antes. myriam no podía explicarlo con palabras, pero sentía que era distinto. Entonces él se retitó unos centímetros y levantó la cabeza.
-Myriam...- pareció dudar un instante.
-¿Sí?- se sentía como si estuviera a punto de hacer un descubrimiento sorprendente.
-Tú me quieres, ¿verdad?- sus ojos brillaban como llamas verdes, fijos en ella.
Myriam cerró los ojos y sintió que caía por el precipicio en cuyo borde se había estado balanceando. ¿Se enfadaría Victor si le decía que sí? Se preguntó como podría suavizar la situación. ¿Le había dicho que lo quería durante el acto? No lo recordaba.
-¿Myriam?- la sacudió ligeramente y ella abrió los ojos. Él estaba sonriendo, con expresión retraída-. ¿Me quieres?
-Yo... - la sonrisa de Victor selló su destino y barrió su sentido común-. Sí- respondió en un débil susurro.
-Dilo.
-Te quiero- lo miró a los ojos, preguntándose qué estaría pensando, pero todo lo que vio fue un placer y satisfacción.
-Estupendo- dijo él-. Eso creía- la volvió a apretar contra su pecho y soltó un bostezo-. Me alegro.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Ninguno de los dos habló durante un largo rato. Ella no había esperado oír de él que la amaba, así que no estaba decepcionada... o al menos eso intentaba creerse. Tendría que bastarle con que él aceptaba su amor. Después de todo, nunca se había imaginado que fuera a casarse, por lo que aquella nueva intimidad era un regalo inesperado. por supuesto que lo era.
Cuando Victor volvió abrir los ojos, Myriam seguía acurrucada en sus brazos y él tenia su miembro introcido en ella, Movió ligeramente las caderas y fue recompensando con la presión de los muslos de Myriam. ¿Cómo demonios podía estar tan excitado si acababan de hacer el amor?
-¿Ha sido eso una invitación?- le preguntó ella, y le dio un beso en el pecho.
Él se echó a reír sin poder evitarlo, no podía negar que Myriam lo hacía feliz. ¿Por qué no se había casado con ella antes?¿Y porqué seguía luchando contra sí mismo?
-Sí- le respondió-. Es una invitación a pasar el resto del día en la cama.
Ella se sentó y se echó el pelo hacia atrás.
-De acuerdo. Pero tendrás que alimentarme.
-No te preocupes- dijo él, mordisqueándole el labio inferior, enrojecido e hinchado-. Te alimentaré.
Al caer la tarde, los dos estaban demasiado agotados como para moverse. Los restos de un sánwich de pavo estaban desperdigados cobre un plato en la mesita de noche. Victor estaba tumbado de espaldas, con Myriam acurrucada a su lado.
-M epregunto su podré caminar mañana- dijo él-. Si mis rodillas flaquean en la sala de partos, van a pensar que es por la visión de la sangre.
-Mejor que piensen eso a aotra cosa- observó Myriam.
Él sonrió y le pasó una mano por los rizos.
-No te he dado las gracias por lo de hoy. realmente tienes un don para hacer que los demás se sientan cómodos. tu presencia ha ayudado mucho a que esta primera reunión haya sido un éxito.
-Espero que haya ido bien- dijo ella, pensativa-. Sé que ha sido muy díficil para ti.
-Al principio me sentí celoso- confesó él- Un poso. Ells es mi madre, y me irritó que estuviera tan entusiasmada por conocer a dos extraños. Sé que no tienesentido, pero...
-No serías humano si no te sintieras un poco amenzado- apoyó los antebrazos en su pecho y dejó que el pelo cayera en cascada sobre ambos-. ¿Qué pensas de ellos?
-Me gustan- respondió lentamente-. No estaba seguro de que así fuera, pero una vez que los conocí... me sentí bien.
-Son muy diferentes- dijo ella-. Emma parece un espirítu libre, mientras David no parece ser capaz de relajarse.
-Estaba muy tenso- corroboró Victor-. Me hubiera gustado hablar con él de su trabajo, pero se mostró muy distante.
-Dale tiempo. Espero que Emma decida quedarse con Miranda. O al menos, quedarse en San Antonio. A tu madre le encantaría.
-Mi madre se muere de impaciencia por tener un nieto. dijo él secamente-. Espero que los dos le den una oportunidad.
Volvieron a quedarse en silencio. Ella deslizó los brazos a los costados, y él rodeó con los suyos.
Era una sensación exquisita, pensó Victor. Y no era la primerz vez que se sentía así. Cierto era que nunca había aceptado con facilidad a las personas, y que había creído que el amor que profesaba a su hermana y a su madre era suficiente. Sin amor, no había dolor.
Pero con Myriam se había convertido en una persona diferente. Le había dicho cosas que nunca le había dicho a nadie. Sentía que podía depender de ella. Lo amaba y lo le haría daño. Se estremecio de felicidad al recordar a su dulce voz repitiéndole esas palabras una y otra vez mientras hacían el amor. No. Myriam jamás le haría daño. Y no pasaba nada por necesitarla. Podía aceptar su amor y hacer todo lo que estuviera en su mano para que ella jamás se arrepintiera de haberse casado.
Se dijo que no importaba no haber respondido a su declaración. El amor no había formado parte de su acuerdo. Amar a Myriam parecía mucho más aterrador que reconocer que la necesitaba. Y, por mucho que lo lamentara, sabía que no podría decirle esas dos palabras mágicas.
A la tercera semana de su boda, Victor recibió una llamada del hospital sólo momentos después de que Myriam llegara a casa por la noche. Decepcionada por no poder estar juntos, se sentó en el sofá y hojeó la guía de televición.
De haberse quedado victor en casa, la velada habría sido perfecta. Con o sin champán, ella habría acabado donde quería estar, en los brazos de su marido.
Frunció ligeramente el ceño. Tal vez debería decirque hacría sido "casi" perfecta. En un mundo perfecto, Victor la amaría tanto como ella lo amaba a él.
Desde la noche en la que le había declarado su amor, Victor se había vuelto mucho menos distante y mucho más afectuoso. Era como si hubiera derribado una barrera invisible que hubiera mantenido entre ellos. La tomaba de la mano, jugueteaba con su pelo, le daba un beso antes de irse... Y le hacía el amor mucho más a menudo que antes.
Pero no daba muestra alguna de que sintiera lo mismo que ella. myriam se decía una y otra vez que no era justo esperar más. Había sabido lo que podría esperar de él cuando se casaron. Y sin embargo...
El teléfono la sacó de sus pensamientos. Ansiosa, alargó la mano hacia el articular. Cada vez que recibía una llamada cuando Victor estaba fuera deseaba que fuera él. Pero casi nunca lo era. Algunas cosas no habían cambiado... como el hecho de que él no pensara en ella cuando no estaban juntos.
-¿Myriam? Soy Miranda.
-Hola, ¿cómo estas?- su suegra estaba en una nube desde que Emma había aceptado quedarse temporalmente con ella.
-Muy bien, querida. Y Emma también, aunque está rendida. Hoy hemos ido de compras. Toda su ropa le quedaba demasiado apretada.
-¿Ha ido ya al ginecólogo?- Victor y ella habían insistido en que Emma la viera inmediatamente un especialista. Habíand visto demasiados bebés prematuros como consecuencia de la falta de cuidados durante el embarazo.
-Ha pedido cita para mañana por la mañana. Si me deja, pienso ir con ella
-Estupendo- era un alivio.
-¿Está Victor en casa? Tengo que hablar con él.
-No, ha recibido una llamada del hospital y ha tenido que marcharse antes de lo previsto. ¿Quieres que le deje un mensaje?
Miranda dudó por un momento.
-No, sólo dile que venga a verme o que me llame lo antes posible.
Tras despedirse, Myriam colgó pensativa el teléfono. Su suegra estaba claramente angustiada por algo.
Nada más dejar el articular, el teléfono sonó otra vez, sobresaltándola.
-Residencia García. Myriam al habla.
-Myriam, soy Alberto, ¿te acuerdas? Alberto Carter, el padre de Victor.
-Hola, señor Carter. Si, lo recuerdo. Lo siento, pero Victor no está aquí. ¿Quiere que le deje un mensaje?
-¿Le dijiste que lo llame?¿Qué dijo?
Myriam dudó. El ansia que mostraba el hombre era patética, y ella no estaba dispuesta a transmitirle las palabras de Victor.
-Se lo dije- respondió con amabilidad-. Señor Carter, Victor no está interesado en hablar con usted en estos momentos- cruzó los dedos por la pequeña mentira.
-Lo sé- Alberto parecía hundido-. De verdad quiero... quiero explicale por qué me marché. Sé que estuvo mal, pero deseo que me dé otra oportunidad.
-También está el asunto de los gemelos y del dinero- no podía pronunciar la palabra "chantaje"- Victor está... eh, bastante preocupado por eso.
-Maldita sea. Le dije a Lucrecia que era una mala idea- una nota de ira que le quebró la voz-. El dinero no significa tanto para mí. He pasado por dificultades otras veces, y siempre he salido adelante. Y de un modo legal- enfatizó-. Myriam, tienes que ayudarme.
-¿Yo?- se quedó perpleja.
-Tú eres su mujer. Lo conoces mejor que nadie. Si alguien tiene que escuchar es ati.
Myriam quisó negarse, explicarle que Victor no tenía por qué escucharla, pero Carter siguió hablando.
-¿Podemos vernos en algún sitio? Déjame explicártelo a ti, y así tal vez puedas hablar con él y calmarlo un poco. No quiero pasar el resto de mis días sin conocer a mi hijo.
Myriam guardó silencio. El sentido común le decía que no se implicara entre Victor y su padre...
-Por favor- le pidió Carter en tono suplicante.
-Esta bien- dijo ella, reacia. No quería hacer nada a espaldas de Victor, pero... se trataba de su padre. Y ella sabía que Victor se arrepentiría toda su vida por no haberle dado una oportunidad-. Sólo por unos minutos. Hay un restaurante cerca del Country Hospital. The Diner. Podemos vernos allí pasado mañana.
-¡Gracias!- exclamó el hombre de todo corazón.
Rápidamente, Myriam le dio la dirección y quedaron a una hora. Cuando colgó, los alborozados agradecimientos de Alberto Carter aún resonaban en sus oídos.
Al día siguiente, Myriam llegó a casa dos horas más tarde que de costumbre. Se encontró a Victor en la puerta, mirándola con ojos interrogantes.
-El hijo de los Castillo ha tenido una hernia diafragmática. Cooper lo ha operado. Seguía en el quirófano cuando me fui, y dudo que pase de esta noche.
Los Castillo no habían sido pacientes de Victor, pero los había asistido en el parto y conocía su caso. Suspiró y sacudió la cabeza.
-Pobrecito. Espero que sobreviva- le quitó el bolso y la chaqueta y los dejó sobre una silla-. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que caliente unos tacos?
-No, gracias, tomé un sándwich hace un par de horas, por suerte para mí.
-De acuerdo- Victor tenía una expresión extraña, como si ocultara algo.
-¿Qué pasa?- le preguntó con el ceño fruncido.
-¿Qué te hace pensar que pasa algo?- replicó él con una sonrisa.
-No sabía que fueras tan malo guardando un secreto- dijo ella, sonriéndole también.
-Pero no has descubierto cuál es, ¿verdad?
-¿Vas a mantenerme con incertidumbre?
-No por mucho más tiempo- sacó una servilleta blanca de un cajón y la dobló en triángulo-. Tengo que vendarte los ojos- le ató la servillera por detrás de la cabeza y le puso las manos en lso hombros-. Espera aquí un momento.
Myriam escuchó cómo cruzaba rápidamente la cocina y abría la puerta del lavadero.
-¿Preparada?- le preguntó él, al regresar. Ella asintió-. ¿Adivinas lo que es?
-Joyas.
-No.
-Ropa.
-No. Extiende las manos.
Ella obedeció, cuando sintió un bulto de pelo sontó un chillido.
-¡Victor!¡Quítame esta servilleta! ¿Qué es?
Victor se echó a reír mientras le destapaba los ojos.
Era un gatito. De pelo gris largo y suave, con ojos azules. Abrió su diminuta boca rosaba y se estiró, sacudiendo su cola como si fuera una pluma.
Myriam no sabía que decir. No podía articular palabra. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta.
Victor la miró y se puso tenso.
-¿Qué pasa? ¿No te gustan los gatos? Puedo devolverlo. Pensé que como tienes una colección de cristal, tal vez te gustaría uno de verdad, pero si no lo quieres, lo...
-¡No!- exclamó ella-. Me encanta- apretó al gatito bajo su barbilla, intentando recuperar el control de sus emociones-. ¿Es gato o gata?
-Gata. Una Ragdoll. Era la más pequeña de la camada, pero también la más amistosa- con un dedo le rascó la diminuta cabecita. La gata empezó a ronronear.
-Es... preciosa- acarició la mejilla contra el pelaje-. Gracias. Nunca había tenido una mascota.
-De nada- la rodeó por la cintura y las abrazó a las dos-. De niño, siempre tuve un gato o dos. Quería un perro, pero mi madre no podía permitírselo.
-Yo siempre quise tener un gato de verdad, pero mi madre nunca me lo permitió- su sonrisa se desvaneció-.¿Tú preferirías tener un perro?
-Siempre estás pensando en las preferencias de los demás antes que en las tuyas- dijo él, sonriendo-.
Tal vez algún día, después de tener hijos, y si pasas más tiempo en casa, hablemos de tener un perro. Pero por ahora, y debido a nuestros horarios, un gato es mucho más apropiado.
-Tienes razón. ¿Cómo te gustaría llamarla?
-¿Yo? No, es tuya. Haz tú el honor.
Myriam pensó por un moemnto.
-¿Qué te parece Luck, puesto que ahora es una García?
-Luck, perfecto- dijo él sonriendo-. Tal vez nos traiga suerte.
Eso mismo esperaba ella, pensó, recordando la conversación con Alberto Carter. ¿Cómo iba a contárselo a Victor? Le haría falta algo más que suerte para hacérselo entender.
Pero a medida que avanzaba la tarde, no pudo encontrar el moemnto adecuado para sacar el tema. Estuvieron jugando con la gatita y fueron a la tienda para comprarle comida y accesorios. Finalmente, llegó la hora de acostarse.
Victor encerró a Luck en el cuarto de baño mientras le hacía el amor a Myriam, pero después ella se durmió con un suave ronroneo junto a la oreja, con la gatita acurrucada en la almohada.
Momentos antes de cerrar los ojos, se juró a sí misma que se lo diría a la mañana siguiente. Pero a las cuatro de la madrugada, Victor recibió un aviso de urgencia en el busca y tuvo que marcharse al hospital.
Mientras Myriam se vestía para ir a trabajar, con la gata jugando con los cordones de sus zapatos, dijo en voz alta:
-Se lo diré esta noche, después de haber visto a su padre.
Luck dejó de jugar con los cordones y miró a su ama, como esperando que repitiera su decisión.
Myriam vio a Alberto Carter en cuanto entró en el restaurante. Notó cierto parecido con Victor, espercialmente en los ojos, pero su parde no tenía la fuerza y arrogancia de los García. Victor podía parecer amenazante, pero nadie podría asustarse de Alberto.
Al ver acercarse, se levantó y le ofreció cortesmente una silla.
-Gracias por haber venido- le dijo, tomándola de la mano-. ¿Quieres comer algo?
-Sólo un café, gracias.
Una vez que la camarera les tomó nota, la conversación fue forzada e incómoda, y Myriam miró su reloj preguntándose cómo irse son parecer descotés. Pero entonces el padre de Victor empezó a hablar sobre lo ocurrido treinta años antes, y ella dejó de pensar en marcharse.
-Dejé los estudios en el instituto- le contó-. Me hice jinete de rodeos porque no sabía hacer otra cosa, y tampoco quería trabajar en un rancho. todos los vaqueros sueñan con participar en rodeos improtantes- se echó a reír y los ojos le brillaron-. Todo el mundo cree que es fascinante.
Myriam tuvo que admitir que Alberto tenía su encanto masculino. Si hubiera sido más joven, y ella no hubiera sabido nada de él, tal vez lo hubiera encontrado atractivo.
-Pero no es un mundo sucio y lleno de riesgos, y siempre estás con magulladuras y huesos rotos... Y eso es lo de menos. No ganas dinero a menos que seas uno de los grandes- bajó la miradea a la mesa-. Durante un tiempo lo hice bastante bien. Conseguí vivir de ello, y fue entonces cuando conocí a Randi- sacudió la cabeza y miró al vacío-. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Asistió a un rodeo y yo la vi. tenía el cabello largo, como el tuyo.
-Y se casaron.
Alberto asintió.
-Ella acababa de abandonar a los gemelos, aunque no me lo contó enseguida. Siempre estaba un poco triste, y lloraba cuando creía que nadie la miraba. Finalmente me contó la verdad. Yo sólo quería hacerla feliz de nuevo, así que nos casamos y viajamos juntos de un lado para otro- volvió a sacudir la cabeza-. Cuando pienso en cómo vivíamos, y en el estilo de vida al que ella estaba acostumbrada...
-Así que se fue a viajar con usted de un lado para otro- lo interrumpió Myriam. No quería que se desviara del tema.
-Sí. Durante un tiempo estuvimos muy bien. Y entonces se quedó embarazada- sus dedos empezaron a tamborilear nerviosamente en la mesa-. Yo acababa de tener una mala actuación y tenía la rodilla muy mal, de modo que no podía tranajar. Estábamos en California, y allí nos quedamos. Ella se puso a trabajar de camarera, lo dejó brevemente cuando nació Victor, y luego siguió haciéndolo.
-¿Qué hacía con Victor mientras trabajaba?
-Yo me ocupaba de él- un destello de orgullo le iluminó el rostro. Myriam se echó hacia atrás, atónita-. Era un buen chico. Lo llevaba a subastas de ganado y cosas así. Cuando mi rodilla sanó me dispuse a volver a los rodeos, pero entonces Randi volvió a quedarse embarazada, y eso la hizo cambiar por completo- dijo tristemente-. Quería que buscara un trabajo, y no le gustó nada que le propusiera otra vez ir de rodeo en rodeo. Quería establecerse. Discutimos mucho, y finalmente me dijo que no me necesitaba y que podía irme... - hizo una breve pausa-. Estuvo muy bien sin mí.
Juntó las manos y Myriam vio que le temblaban los dedos. Un sentimiento de compasión empezó a crecer en ella.
-Así que me marché- dijo él tranquilamente-. No estoy orgulloso de haberlo hecho. Me marché y punto, aunque siempre tuve intención de volver- añadió en tono defensivo-. Pero un año siguió a otro, y cuando decidí regresar, Randi se había marchado. No supe si mi segundo hijo era niño o niña hasta que recibí la carta de Gabriela.
-Y fue entonces cuando descubrió que Miranda era una García.
-No debería haberme sorprendido tanto- Yo solía llamarla "princesa" por sus buenos modales y su forma de hablar, como si hubiera recibido una educación privilegiada.
-Sí quería reunirse con sus hijos, ¿por qué le hizo chantaje a Miranda?- le preguntó Myriam con calma-. Seguro que se imaginaba que ni Victor ni a Gabriela les gustaría.
-No fue idea mía- respondió él-. Hace un año le hablé de los gemelos a Lucrecia, y ella tuvo la brillante idea de buscarlos.
Myriam pensó en decirle que podría haberse negado, pero habría sido inútil. Aquel hombre no tenía tanta seguridad en sí mismo, y seguramente no habría durado mucho más con Miranda. Miranda era una mujer dinámica y activa, y necesitaba a su lado un hombre igualmente fuerte
-Gracias por contarme todo esto- le dijo a Alberto-. No puedo prometerle nada...
-Pero sé que lo intentarás- dijo él recuperando la sonrisa. Parecía tener el don de ignorar la realidad cuando ésta no le gustaba.
-Tengo que irme ya- dijo ella, levantándose. Él hizo lo mismo.
-Gracias de nuevo por dejarme explicártelo. Si Victor pudiera entenderlo...
Myriam asintió sin decir nada y se alejó de la mesa. Al salir del restaurante, miró por la ventana y vio al padre de Victor sentado solo en el rincón , con la vista fija en su taza de café. Parecía tan triste que ella tuvo que reprimir el impulso de volver a entrar.
Sólo quería llegar a casa, pensó Victor mientras entraba en la propiedad de su madre. Podría haberle puesto cualquier excusa, pero su madre lo había llamado al hospital y había insistido en que fuera a verla.
Entró sin llamar, tras ver que el coche de su tío Roman estaba aparcado afuera.
Cuando Victor volvió abrir los ojos, Myriam seguía acurrucada en sus brazos y él tenia su miembro introcido en ella, Movió ligeramente las caderas y fue recompensando con la presión de los muslos de Myriam. ¿Cómo demonios podía estar tan excitado si acababan de hacer el amor?
-¿Ha sido eso una invitación?- le preguntó ella, y le dio un beso en el pecho.
Él se echó a reír sin poder evitarlo, no podía negar que Myriam lo hacía feliz. ¿Por qué no se había casado con ella antes?¿Y porqué seguía luchando contra sí mismo?
-Sí- le respondió-. Es una invitación a pasar el resto del día en la cama.
Ella se sentó y se echó el pelo hacia atrás.
-De acuerdo. Pero tendrás que alimentarme.
-No te preocupes- dijo él, mordisqueándole el labio inferior, enrojecido e hinchado-. Te alimentaré.
Al caer la tarde, los dos estaban demasiado agotados como para moverse. Los restos de un sánwich de pavo estaban desperdigados cobre un plato en la mesita de noche. Victor estaba tumbado de espaldas, con Myriam acurrucada a su lado.
-M epregunto su podré caminar mañana- dijo él-. Si mis rodillas flaquean en la sala de partos, van a pensar que es por la visión de la sangre.
-Mejor que piensen eso a aotra cosa- observó Myriam.
Él sonrió y le pasó una mano por los rizos.
-No te he dado las gracias por lo de hoy. realmente tienes un don para hacer que los demás se sientan cómodos. tu presencia ha ayudado mucho a que esta primera reunión haya sido un éxito.
-Espero que haya ido bien- dijo ella, pensativa-. Sé que ha sido muy díficil para ti.
-Al principio me sentí celoso- confesó él- Un poso. Ells es mi madre, y me irritó que estuviera tan entusiasmada por conocer a dos extraños. Sé que no tienesentido, pero...
-No serías humano si no te sintieras un poco amenzado- apoyó los antebrazos en su pecho y dejó que el pelo cayera en cascada sobre ambos-. ¿Qué pensas de ellos?
-Me gustan- respondió lentamente-. No estaba seguro de que así fuera, pero una vez que los conocí... me sentí bien.
-Son muy diferentes- dijo ella-. Emma parece un espirítu libre, mientras David no parece ser capaz de relajarse.
-Estaba muy tenso- corroboró Victor-. Me hubiera gustado hablar con él de su trabajo, pero se mostró muy distante.
-Dale tiempo. Espero que Emma decida quedarse con Miranda. O al menos, quedarse en San Antonio. A tu madre le encantaría.
-Mi madre se muere de impaciencia por tener un nieto. dijo él secamente-. Espero que los dos le den una oportunidad.
Volvieron a quedarse en silencio. Ella deslizó los brazos a los costados, y él rodeó con los suyos.
Era una sensación exquisita, pensó Victor. Y no era la primerz vez que se sentía así. Cierto era que nunca había aceptado con facilidad a las personas, y que había creído que el amor que profesaba a su hermana y a su madre era suficiente. Sin amor, no había dolor.
Pero con Myriam se había convertido en una persona diferente. Le había dicho cosas que nunca le había dicho a nadie. Sentía que podía depender de ella. Lo amaba y lo le haría daño. Se estremecio de felicidad al recordar a su dulce voz repitiéndole esas palabras una y otra vez mientras hacían el amor. No. Myriam jamás le haría daño. Y no pasaba nada por necesitarla. Podía aceptar su amor y hacer todo lo que estuviera en su mano para que ella jamás se arrepintiera de haberse casado.
Se dijo que no importaba no haber respondido a su declaración. El amor no había formado parte de su acuerdo. Amar a Myriam parecía mucho más aterrador que reconocer que la necesitaba. Y, por mucho que lo lamentara, sabía que no podría decirle esas dos palabras mágicas.
A la tercera semana de su boda, Victor recibió una llamada del hospital sólo momentos después de que Myriam llegara a casa por la noche. Decepcionada por no poder estar juntos, se sentó en el sofá y hojeó la guía de televición.
De haberse quedado victor en casa, la velada habría sido perfecta. Con o sin champán, ella habría acabado donde quería estar, en los brazos de su marido.
Frunció ligeramente el ceño. Tal vez debería decirque hacría sido "casi" perfecta. En un mundo perfecto, Victor la amaría tanto como ella lo amaba a él.
Desde la noche en la que le había declarado su amor, Victor se había vuelto mucho menos distante y mucho más afectuoso. Era como si hubiera derribado una barrera invisible que hubiera mantenido entre ellos. La tomaba de la mano, jugueteaba con su pelo, le daba un beso antes de irse... Y le hacía el amor mucho más a menudo que antes.
Pero no daba muestra alguna de que sintiera lo mismo que ella. myriam se decía una y otra vez que no era justo esperar más. Había sabido lo que podría esperar de él cuando se casaron. Y sin embargo...
El teléfono la sacó de sus pensamientos. Ansiosa, alargó la mano hacia el articular. Cada vez que recibía una llamada cuando Victor estaba fuera deseaba que fuera él. Pero casi nunca lo era. Algunas cosas no habían cambiado... como el hecho de que él no pensara en ella cuando no estaban juntos.
-¿Myriam? Soy Miranda.
-Hola, ¿cómo estas?- su suegra estaba en una nube desde que Emma había aceptado quedarse temporalmente con ella.
-Muy bien, querida. Y Emma también, aunque está rendida. Hoy hemos ido de compras. Toda su ropa le quedaba demasiado apretada.
-¿Ha ido ya al ginecólogo?- Victor y ella habían insistido en que Emma la viera inmediatamente un especialista. Habíand visto demasiados bebés prematuros como consecuencia de la falta de cuidados durante el embarazo.
-Ha pedido cita para mañana por la mañana. Si me deja, pienso ir con ella
-Estupendo- era un alivio.
-¿Está Victor en casa? Tengo que hablar con él.
-No, ha recibido una llamada del hospital y ha tenido que marcharse antes de lo previsto. ¿Quieres que le deje un mensaje?
Miranda dudó por un momento.
-No, sólo dile que venga a verme o que me llame lo antes posible.
Tras despedirse, Myriam colgó pensativa el teléfono. Su suegra estaba claramente angustiada por algo.
Nada más dejar el articular, el teléfono sonó otra vez, sobresaltándola.
-Residencia García. Myriam al habla.
-Myriam, soy Alberto, ¿te acuerdas? Alberto Carter, el padre de Victor.
-Hola, señor Carter. Si, lo recuerdo. Lo siento, pero Victor no está aquí. ¿Quiere que le deje un mensaje?
-¿Le dijiste que lo llame?¿Qué dijo?
Myriam dudó. El ansia que mostraba el hombre era patética, y ella no estaba dispuesta a transmitirle las palabras de Victor.
-Se lo dije- respondió con amabilidad-. Señor Carter, Victor no está interesado en hablar con usted en estos momentos- cruzó los dedos por la pequeña mentira.
-Lo sé- Alberto parecía hundido-. De verdad quiero... quiero explicale por qué me marché. Sé que estuvo mal, pero deseo que me dé otra oportunidad.
-También está el asunto de los gemelos y del dinero- no podía pronunciar la palabra "chantaje"- Victor está... eh, bastante preocupado por eso.
-Maldita sea. Le dije a Lucrecia que era una mala idea- una nota de ira que le quebró la voz-. El dinero no significa tanto para mí. He pasado por dificultades otras veces, y siempre he salido adelante. Y de un modo legal- enfatizó-. Myriam, tienes que ayudarme.
-¿Yo?- se quedó perpleja.
-Tú eres su mujer. Lo conoces mejor que nadie. Si alguien tiene que escuchar es ati.
Myriam quisó negarse, explicarle que Victor no tenía por qué escucharla, pero Carter siguió hablando.
-¿Podemos vernos en algún sitio? Déjame explicártelo a ti, y así tal vez puedas hablar con él y calmarlo un poco. No quiero pasar el resto de mis días sin conocer a mi hijo.
Myriam guardó silencio. El sentido común le decía que no se implicara entre Victor y su padre...
-Por favor- le pidió Carter en tono suplicante.
-Esta bien- dijo ella, reacia. No quería hacer nada a espaldas de Victor, pero... se trataba de su padre. Y ella sabía que Victor se arrepentiría toda su vida por no haberle dado una oportunidad-. Sólo por unos minutos. Hay un restaurante cerca del Country Hospital. The Diner. Podemos vernos allí pasado mañana.
-¡Gracias!- exclamó el hombre de todo corazón.
Rápidamente, Myriam le dio la dirección y quedaron a una hora. Cuando colgó, los alborozados agradecimientos de Alberto Carter aún resonaban en sus oídos.
Al día siguiente, Myriam llegó a casa dos horas más tarde que de costumbre. Se encontró a Victor en la puerta, mirándola con ojos interrogantes.
-El hijo de los Castillo ha tenido una hernia diafragmática. Cooper lo ha operado. Seguía en el quirófano cuando me fui, y dudo que pase de esta noche.
Los Castillo no habían sido pacientes de Victor, pero los había asistido en el parto y conocía su caso. Suspiró y sacudió la cabeza.
-Pobrecito. Espero que sobreviva- le quitó el bolso y la chaqueta y los dejó sobre una silla-. ¿Tienes hambre? ¿Quieres que caliente unos tacos?
-No, gracias, tomé un sándwich hace un par de horas, por suerte para mí.
-De acuerdo- Victor tenía una expresión extraña, como si ocultara algo.
-¿Qué pasa?- le preguntó con el ceño fruncido.
-¿Qué te hace pensar que pasa algo?- replicó él con una sonrisa.
-No sabía que fueras tan malo guardando un secreto- dijo ella, sonriéndole también.
-Pero no has descubierto cuál es, ¿verdad?
-¿Vas a mantenerme con incertidumbre?
-No por mucho más tiempo- sacó una servilleta blanca de un cajón y la dobló en triángulo-. Tengo que vendarte los ojos- le ató la servillera por detrás de la cabeza y le puso las manos en lso hombros-. Espera aquí un momento.
Myriam escuchó cómo cruzaba rápidamente la cocina y abría la puerta del lavadero.
-¿Preparada?- le preguntó él, al regresar. Ella asintió-. ¿Adivinas lo que es?
-Joyas.
-No.
-Ropa.
-No. Extiende las manos.
Ella obedeció, cuando sintió un bulto de pelo sontó un chillido.
-¡Victor!¡Quítame esta servilleta! ¿Qué es?
Victor se echó a reír mientras le destapaba los ojos.
Era un gatito. De pelo gris largo y suave, con ojos azules. Abrió su diminuta boca rosaba y se estiró, sacudiendo su cola como si fuera una pluma.
Myriam no sabía que decir. No podía articular palabra. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se le hizo un nudo en la garganta.
Victor la miró y se puso tenso.
-¿Qué pasa? ¿No te gustan los gatos? Puedo devolverlo. Pensé que como tienes una colección de cristal, tal vez te gustaría uno de verdad, pero si no lo quieres, lo...
-¡No!- exclamó ella-. Me encanta- apretó al gatito bajo su barbilla, intentando recuperar el control de sus emociones-. ¿Es gato o gata?
-Gata. Una Ragdoll. Era la más pequeña de la camada, pero también la más amistosa- con un dedo le rascó la diminuta cabecita. La gata empezó a ronronear.
-Es... preciosa- acarició la mejilla contra el pelaje-. Gracias. Nunca había tenido una mascota.
-De nada- la rodeó por la cintura y las abrazó a las dos-. De niño, siempre tuve un gato o dos. Quería un perro, pero mi madre no podía permitírselo.
-Yo siempre quise tener un gato de verdad, pero mi madre nunca me lo permitió- su sonrisa se desvaneció-.¿Tú preferirías tener un perro?
-Siempre estás pensando en las preferencias de los demás antes que en las tuyas- dijo él, sonriendo-.
Tal vez algún día, después de tener hijos, y si pasas más tiempo en casa, hablemos de tener un perro. Pero por ahora, y debido a nuestros horarios, un gato es mucho más apropiado.
-Tienes razón. ¿Cómo te gustaría llamarla?
-¿Yo? No, es tuya. Haz tú el honor.
Myriam pensó por un moemnto.
-¿Qué te parece Luck, puesto que ahora es una García?
-Luck, perfecto- dijo él sonriendo-. Tal vez nos traiga suerte.
Eso mismo esperaba ella, pensó, recordando la conversación con Alberto Carter. ¿Cómo iba a contárselo a Victor? Le haría falta algo más que suerte para hacérselo entender.
Pero a medida que avanzaba la tarde, no pudo encontrar el moemnto adecuado para sacar el tema. Estuvieron jugando con la gatita y fueron a la tienda para comprarle comida y accesorios. Finalmente, llegó la hora de acostarse.
Victor encerró a Luck en el cuarto de baño mientras le hacía el amor a Myriam, pero después ella se durmió con un suave ronroneo junto a la oreja, con la gatita acurrucada en la almohada.
Momentos antes de cerrar los ojos, se juró a sí misma que se lo diría a la mañana siguiente. Pero a las cuatro de la madrugada, Victor recibió un aviso de urgencia en el busca y tuvo que marcharse al hospital.
Mientras Myriam se vestía para ir a trabajar, con la gata jugando con los cordones de sus zapatos, dijo en voz alta:
-Se lo diré esta noche, después de haber visto a su padre.
Luck dejó de jugar con los cordones y miró a su ama, como esperando que repitiera su decisión.
Myriam vio a Alberto Carter en cuanto entró en el restaurante. Notó cierto parecido con Victor, espercialmente en los ojos, pero su parde no tenía la fuerza y arrogancia de los García. Victor podía parecer amenazante, pero nadie podría asustarse de Alberto.
Al ver acercarse, se levantó y le ofreció cortesmente una silla.
-Gracias por haber venido- le dijo, tomándola de la mano-. ¿Quieres comer algo?
-Sólo un café, gracias.
Una vez que la camarera les tomó nota, la conversación fue forzada e incómoda, y Myriam miró su reloj preguntándose cómo irse son parecer descotés. Pero entonces el padre de Victor empezó a hablar sobre lo ocurrido treinta años antes, y ella dejó de pensar en marcharse.
-Dejé los estudios en el instituto- le contó-. Me hice jinete de rodeos porque no sabía hacer otra cosa, y tampoco quería trabajar en un rancho. todos los vaqueros sueñan con participar en rodeos improtantes- se echó a reír y los ojos le brillaron-. Todo el mundo cree que es fascinante.
Myriam tuvo que admitir que Alberto tenía su encanto masculino. Si hubiera sido más joven, y ella no hubiera sabido nada de él, tal vez lo hubiera encontrado atractivo.
-Pero no es un mundo sucio y lleno de riesgos, y siempre estás con magulladuras y huesos rotos... Y eso es lo de menos. No ganas dinero a menos que seas uno de los grandes- bajó la miradea a la mesa-. Durante un tiempo lo hice bastante bien. Conseguí vivir de ello, y fue entonces cuando conocí a Randi- sacudió la cabeza y miró al vacío-. Era la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Asistió a un rodeo y yo la vi. tenía el cabello largo, como el tuyo.
-Y se casaron.
Alberto asintió.
-Ella acababa de abandonar a los gemelos, aunque no me lo contó enseguida. Siempre estaba un poco triste, y lloraba cuando creía que nadie la miraba. Finalmente me contó la verdad. Yo sólo quería hacerla feliz de nuevo, así que nos casamos y viajamos juntos de un lado para otro- volvió a sacudir la cabeza-. Cuando pienso en cómo vivíamos, y en el estilo de vida al que ella estaba acostumbrada...
-Así que se fue a viajar con usted de un lado para otro- lo interrumpió Myriam. No quería que se desviara del tema.
-Sí. Durante un tiempo estuvimos muy bien. Y entonces se quedó embarazada- sus dedos empezaron a tamborilear nerviosamente en la mesa-. Yo acababa de tener una mala actuación y tenía la rodilla muy mal, de modo que no podía tranajar. Estábamos en California, y allí nos quedamos. Ella se puso a trabajar de camarera, lo dejó brevemente cuando nació Victor, y luego siguió haciéndolo.
-¿Qué hacía con Victor mientras trabajaba?
-Yo me ocupaba de él- un destello de orgullo le iluminó el rostro. Myriam se echó hacia atrás, atónita-. Era un buen chico. Lo llevaba a subastas de ganado y cosas así. Cuando mi rodilla sanó me dispuse a volver a los rodeos, pero entonces Randi volvió a quedarse embarazada, y eso la hizo cambiar por completo- dijo tristemente-. Quería que buscara un trabajo, y no le gustó nada que le propusiera otra vez ir de rodeo en rodeo. Quería establecerse. Discutimos mucho, y finalmente me dijo que no me necesitaba y que podía irme... - hizo una breve pausa-. Estuvo muy bien sin mí.
Juntó las manos y Myriam vio que le temblaban los dedos. Un sentimiento de compasión empezó a crecer en ella.
-Así que me marché- dijo él tranquilamente-. No estoy orgulloso de haberlo hecho. Me marché y punto, aunque siempre tuve intención de volver- añadió en tono defensivo-. Pero un año siguió a otro, y cuando decidí regresar, Randi se había marchado. No supe si mi segundo hijo era niño o niña hasta que recibí la carta de Gabriela.
-Y fue entonces cuando descubrió que Miranda era una García.
-No debería haberme sorprendido tanto- Yo solía llamarla "princesa" por sus buenos modales y su forma de hablar, como si hubiera recibido una educación privilegiada.
-Sí quería reunirse con sus hijos, ¿por qué le hizo chantaje a Miranda?- le preguntó Myriam con calma-. Seguro que se imaginaba que ni Victor ni a Gabriela les gustaría.
-No fue idea mía- respondió él-. Hace un año le hablé de los gemelos a Lucrecia, y ella tuvo la brillante idea de buscarlos.
Myriam pensó en decirle que podría haberse negado, pero habría sido inútil. Aquel hombre no tenía tanta seguridad en sí mismo, y seguramente no habría durado mucho más con Miranda. Miranda era una mujer dinámica y activa, y necesitaba a su lado un hombre igualmente fuerte
-Gracias por contarme todo esto- le dijo a Alberto-. No puedo prometerle nada...
-Pero sé que lo intentarás- dijo él recuperando la sonrisa. Parecía tener el don de ignorar la realidad cuando ésta no le gustaba.
-Tengo que irme ya- dijo ella, levantándose. Él hizo lo mismo.
-Gracias de nuevo por dejarme explicártelo. Si Victor pudiera entenderlo...
Myriam asintió sin decir nada y se alejó de la mesa. Al salir del restaurante, miró por la ventana y vio al padre de Victor sentado solo en el rincón , con la vista fija en su taza de café. Parecía tan triste que ella tuvo que reprimir el impulso de volver a entrar.
Sólo quería llegar a casa, pensó Victor mientras entraba en la propiedad de su madre. Podría haberle puesto cualquier excusa, pero su madre lo había llamado al hospital y había insistido en que fuera a verla.
Entró sin llamar, tras ver que el coche de su tío Roman estaba aparcado afuera.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
-¿Madre?¿Emma? Ya estoy aquí.
-Victor- Emma salió del estudio y se acercó a él con una sonrisa en el rostro. El parecido con su madre sorprendía a Victor cada vez que la veía, pero empezaba a acostumbrarse. Pero también había diferencias. Después de todo, su madre no estaba embarazada.
Emma parecía gozar de buena salud. Tal vez deberían dejar los métodos anticonceptivos y probar suerte.
Tomó a Emma de las manos y le dio un beso en la mejilla.
-Si todas las mujeres embarazadas tuvieran tu aspecto, no habría mujer que no quisiera tener hijos- le dijo con una sonrisa.
-Gracias- a su hermana se le iluminó el rostro aún más-. Si tuviera dinero, te pagaría para que me siguieras a todas partes y me dijeras cosas como ésas- apuntó hacia el estudio-. Miranda y Roman están en el estudio. ¿Porqué no entras?
-¿Qué ocurre?
La sonrisa de Emma se desvaneció.
-Creo que será mejor que te lo expliquen ellos.
Victor la siguió al estudio. Por detrás, su hermana ni siquiera parecía estar embarazada. Había llegado a conocerla un poco mejor, y había descubierto en ella a una persona alegre y amistosa, alguien que siempre veía el vaso medio lleno. Pero seguro que había pasado por serias dificultades, aunque era muy buena en evitar las preguntas sobre sí misma.
La puerta del estudio estaban entreabiertas. Su madre estaba sentada en un sillón y Roman caminaba de un lado para otro frente a la pequeña chimenea. El ambiente cargado de tensión y furia golpeó a Victor en cuantó entró en la habitación. Instintivamente, se preparó para recibir malas noticias.
-Madre- se inclinó para besarla y asintió a su tío-. Roman. ¿Qué ocurre?
-Tú padre y su encantadora esposa han estado muy ocupados- le dijo su madre en tono amargo-. Contrataron a Felix para que investigara el pasado de tu tío Cameron. No me preguntes cómo, pero han encontrado a tres personas que supuestamente son hijos suyos, ilegítimos.
-Es del todo posible- intervino Roman-. Cameron no le era... muy fiel a su esposa.
Cameron García, el hermano mayor de Roman y Miranda, había muerto en un accidente de coche en el que también había muerto su joven secretaria y supuesta amante. Por lo visto, Cameron había dejado una serie de aventuras extramatrimoniales a lo largo de los años. Roman tenía razón. Era muy posible que tuviera tres hijos ilegítimos.
-Deja que lo adivine- dijo, sintiendo cómo la ira empezaba a crecer en su interior-. Mi querido padre quiere una "pequeña suma" antes de darnos los detalles.
-Ya le hemos pagado- dijo Miranda-. Veinticinco mil dólares. Tenemos los nombres y direcciones de esas personas, y Arturo está esperando nuestro aviso para informarlos de su herencia, igual que hizo con Emma y David.
-Si ésa es su intención, no hay mejor hombre para hacerlo- dijo Emma-. Es el más adecuado para hablarle a una persona de su familia biológica.
-¿Cómo saben que Carter no se lo ha inventado?- preguntó Victor-. Esas personas podrían ser cualquiera. Sólo la prueba de ADN puede confirmarlo.
-Te olvidas de la marca de nacimiento- Miranda señaló a Emma, a Roman y al propio Victor-. Todos los miembros de nuestra familia tienen esa marca en forma de corona en la cadera- levantó un fajo de papeles que tenía en el regazo-. Arturo se ha encargado ya de comprobarlo. No quiero ni pensar en cómo ha accedido a los archivos del hospital, pero éstos muestran que estas tres personas tienen la marca en cuestión.
-Maldita sea- Victor se dejó caer en un sillón.
-Y que lo digas- dijo Roman, intentando sonreír-.
Me he pasado toda mi vida limpiando los escándalos de Carter. Era mucho esperar que todo quedara arreglado.
-Míralo por el lado bueno- dijo Emma-. La familia va a ganar tres nuevos miembros.
-Tiens razón- dijo Miranda, levantándose con decisión-. ¿Por qué deberíamos recibirlos como hicimos contigo? No supone ninguna diferencia cómo nos hayamos enterado de su existencia- frunció el ceño-. Pero no he acabado con Alberto. Si nos tiene reservadas más sorpresas, quiero saberlas.
-Entonces, ¿estamos de acuerdo en decirle a Arturo que hable con ellos?- preguntó Roman-. Hasta que recibamos su respuesta, nodeberíamos decirle nada al resto de la familia.
-Será lo mejor- dijo Victor asintiendo.
-Ya sé- dijo Miranda haciendo chasquear los dedos-. Organicemos una reunión familiar. Puede ser en el Double Crown, Roman. Les diremos a todos que queremos presentar a los nuevos miembros de la familia, es decir, a Emma, y a David. Y también a Myriam, puesto que no conoce a la mayoría. Podemos invitar a los hijos de Cameron, y si aceptan, los presentaremos también.
-Sí- dijo Victor en tono sarcástico-. Y de ese modo también podremos invitar a todos los miembros que mi querdio padre se encargue de descubrir.
-Dudo que haya más- repuso Roman-. Estoy francamente sorprendido de que Cameron tuviera a esos tres hijos además de los otros tres que tuvo con su esposa. Maria Elena va a quedarse destrozada- añadió,refiriéndose a la viuda de Cameron, que se había vuelto a casar unos años atrás.
Victor pensó que Maria Elena no se quedaría precisamente "destrozada". Toda la familia conocía los desvaríos amorosos de Cameron. Incluso sus propios hijos reconocían los defectos de su padre.
-¿Y bien?- preguntó Emma-. ¿Qué se sabe acerca de esos tres miembros?
-Dos hombres y una mujer- respondió Miranda-.
El mayor, Samuel Fuentes, es un marine y nació... consultó el fajo de papeles-. ¡el mismo año en que Cameron se casó con Maria Elena!- con un esfuerzo consiguió calmarse y siguió leyendo-. Jonas Cantú es tres años más joven y vive en San Francisco. Trabaja en importaciones internacionales. La mujer es un poco más joven. Se llama Rocio Armenta y tiene la edad de Gabriela. Es de Texas pero ahora vive en...
¡Santo Dios! En Alaska. Es propietaria de una tienda en un pequeño pueblo.
Roman agarró el teléfono que había enb el escritorio de Miranda.
-Voy a avisar a Arturo. Va a tener que volar lejos esta semana.
Victor condujo hacia su casa con el peor humor que podía recordar en años. Apenas podía contener la furia, y cuando llegó a su camino de entrada, cerró de un fuerte portazo la puerta del Explorer. Ojalá nunca hubiera oído el nombre de Carter. Ese hombre era pura escoria. ¿Cómo podía vender a sus parientes de sangre como si éstos tuvieran un valor asignado más allá del cual no importaran?
Muy fácil. Para él mismo la relación de sangre no había significado hasta que adquirió un valor económico. Había visto claramente la intención de su padre de reclamar el parentesco en cuanto lo vio. Él y Gabriela ahora valían la pena puesto que eran unos García.
Estaba oscureciendo cuando desactivó el sistema de seguridad y entró en la casa.
-¿Myriam?- la necesitaba urgentemente.
Su mujer apareció en el vestíbulo. Llevaba un camisón azul transparente con una bata de seda que mostraba sus largas y esbeltas piernas.
-Bienvenido a casa- llevaba una copa de vino en la mano y se la ofreció-. Me siento como si no te hubiera visto en años.
Él acepto la copa sin decir nada y la dejó sobre la mesa del vestíbulo.
-Te necesito- murmuró, abrazándola y cubriéndole la boca con la suya-. Dime que me quieres- le susurró contra los labios.
-Te quiero- dijo con un suave ronroneo-. Te quiero.
Él la beso ávidamente en el cuello. Olía a frescor y humedad, como si acabara de darse una ducha.
-Vamos arriba- dijo al tiempo que la levantaba en brazos. Ella siempre protestaba, pero a él le gustaba llevarla en brazos.
Pero esa noche ella no protestó.
-No tenemos que ir arriba- le dijó, echándole los brazos al cuello-. Hay habitaciones aquí abajo que aún no hemos estrenado.
Sus palabra le encendieron aún más el deseo a Victor, y en vez de dirigirse a las escaleras entró en la cocina.
-Tienes razón- la sentó en el borde de la encimera, colocándose entre sus muslos, y se desabrochó rápidamente los pantalones. Soltó un gemido cuando ella lo ayudó a liberarse. El tacto de sus manos le hervía la sangre. Deslizó las manos por debajo de su camisón y descubrió con deleite que no llevaba nada bajo la seda azul.
Se arrodilló delante de ella y presionó la boca contra los suaves rizos de su entre pierna. Ella gimió y se removió agitadamente. Con mucha lentitud, él trazó un sendero con la lengua a lo largo de sus pliegues semiocultos, haciendo que se abriera un poco más con cada caricia. Su sabor era picante y deliciosamente femenino. Cuando encontró el pequeño botón escondido, ella dejó escapar un grito ahogado y se arqueó con violencia.
Él quería llevarla al orgasmo, pero también era egoísta. Quería estar dentro de ella cuando alcanzara el clímax. La sola idea era demasiado erótica para resistirse. Rápidamente, se levantó y se colocó entre sus piernas.
Entonces se detuvo y lanzó una maldición.
-No estoy usando protección.
-No, la verdad es que no- dijo ella, sonriendo como una gata satisfecha. Le atrapó con los muslos el extremo del miembro, haciéndolo gemir.
-¿Quieres que pare?- le preguntó él.
-No- le sujetó las caderas con las manos para mantenerlo pegado a ella.
-¿Te importaría si concibiéramos un hijo esta noche?
-No me importaría- le rodeó el miembro con la mano y empezó a acariciarlo-. Quiero tener un hijo tuyo.
La caricia de sus dedos le hizo apretar los dientes, pero no podía detenerla.
-Y yo quiero que tengas un hijo mío- consiguió decir-. Lo que tenga que ser, será.
La abrazó con firmeza para penetrarla en profundidad. Enseguida empezó a moverse a un ritmo rápido y frenético, manteniéndola sujeta por las nalgas hasta que juntos alcanzaron la cima del placer.
Ls dos quedaron jadeantes, sin aliento. A Victor le temblaban las piernas, pero consiguó llegar hasta el salón en brazos y derrumbarse en el sofá.
La amaba con todas sus fuerzas, amaba a esa pequeña y tranquila mujer que nunca le había pedido nada, que se había casado con él y le había cambiado la vida sin pedirle nada a cambio.
Entonces se dio cuenta de lo que acababa de admitirse a sí mismo. ¡La amaba! Pues claro que la amaba. Resistirse era una batalla perdida.
Apoyó la frente en la suya y la besó tiernamente. Los dos respiraban con dificultad. Victor sonrió. En cuanto recuperara el aire, le diría lo que sentía por ella.
-¿Dónde está la gata? - le preguntó.
-Arriba, durmiendo en mi almohada.
-Bien- volvió a besarla-. Habría sufrido un daño psicológico irreversible de haber visto lo que acabamos de hacer.
El teléfono sonó en ese momento, haciéndoles dar un respingo a ambos.
-Será mejor que contestes tú- dijo él con una sonrisa-. Por el modo en que respiro, quin quiera que llame sabrá lo que hemos estado haciendo- alargó una mano y pulsó la función de manos libres.
-Residencia García. Myriam al habla- respondió ella.
-Hola, Myriam- una animada voz masculina llenó la habitación, y Myriam se quedó horrorizada al reconocerla-. Sólo quería darte las gracias y decirte que fue estupendo verte la otra tarde. Sé que harás lo que esté en tus manos para hacer que Victor vea la verdad. Por cierto, soy Alberto- añadió tardíamente.
Myriam se había quedado rígido nada más oírlo. Y Victor se dio cuenta de que ella habia sabido enseguida quién era. Le clavó una penetrante mirada y vio cómo se ponía pálida.
-Yo, eh...
-Me gustaría que volviéramos a vernos un día de éstos- siguió hablando Alberto-. La próxima ves, seré yo quien te escuche- soltó una risita-. Bueno, gracias. Eres la única esperanza que tengo de que mi hijo y yo...
-No, Carter- dijo Victor, levantándose del sofá-. No hay la menor esperanza de que tú y yo volvamos a etsar otra vez bajo el mismo techo, y mucho menso de que volvamos a hablar. Deja en paz a mi mujer y no intentes ponerte en contacto con ella nunca más.
-¿Victor?- Carter parecía horrorizado-. Victor, yo...
Victor apagó el teléfono y miró a su esposa.
Con dedos temblorosos, Myriam se cubrió con el paño del dofá. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro desprovisto de todo color.
-Maldita seas- le espetó él-. ¿Cuánto tiempo llevas viéndolo a mis espaldad?
-Sólo lo he visto una vez- respondió con un hilo de voz. Sabía que se había equivocado. Victor se enfureció aún más. Había confiado siempre en ella, había llegado a necesitarla, a creer en su habilidad para hacerlo feliz. ¡Había estado a punto de decirle que la amaba!
-Había llamado dos veces. La primera quería hablar contifo. La segunda...
-No me importa la segunda- se apartó de ella, demasiado furioso para mirarla, y se abrochó los pantalones mientras hablaba-. Sabías lo que pensaba de él. Sabías que no quería darle nada de mi familia. ¡Lo sabías! Confiaba en tí, y me has engañado a mis espaldas, viendo al hombre que destrozó a mi familia.
-Le das demasiada importancia- argumentó Myriam-. Y mira cuál ha sido el resultado. Incluso si tu padre actuó por egoísmo, aún tienes a Emma y a David.
-Y estoy a punto de conocer a tres nuevos primos- espetó él. Ella lo miró sin comprender-. Oh, ¿no se le olvido contártelo? Mi querido padre ha descubierto a tres hijos ilegítimos de mi tío Cameron, y por una "pequeña cantidad" ha tenido la gentileza de compartir la información con nosotros.
-¿Cuándo... cómo...? - balbuceó ella.
-Mi madre me llamó hoy. Me pasé por su casa. ¡Ese... ese cerdo está arruinando a mi familia!- era una exageración, desde luego, pero en cierto modo era sí como se sentía.
-Victor, ya sé que tu padre tiene defectos- dijo ella, retorciendo el paño entre sus dedos-. Pero creo que es sincero cuando dice que quiere conocerte...
-Demonios, claro que es sincero- gritó él-. Ahora soy un García. Eso es lo que me da valor a sus ojos.
Si se llevara bein conmigo, podría vivir a costa de mi familia- se dio vuelta y se dirigió hacia la cocina-.
¡No quiero tener nada que ver con él y tú lo sabías!
-Lo sabía- repitió ella, siguiéndolo a la cocina-. Pero pensé que estabas equivocado. Y lo sigo pensando- la voz le temblaba, pero consiguió mantenerse firme.
Para Victor fue un shock que Myriam lo desafiara de aquella manera. estaba acostumbrado a que fuera una compañía tranquila, relajante, un oasis de calma, No podía recordar ninguna discusión entre ellos. Por primera vez, se dio cuenta de que bajo la amable y gentil apariencia de su mujer había un corazón de hierro. Aquel descubrimiento sólo le sirvio para ponerlo más furioso.
-Me da igual lo que pienses- le espetó brutalmente.
-Desprecias a tu padre- siguió ella, impertérrita-. Ni siquiera le das la oportunidad de hablar contigo.
-Ya tuvo su oportunidad- exclamó él-. ¡Pero estaba demasiado ocupado chantajeando a mi familia! Y animando a mi propia esposa a mentirme.
-¡Jamás te he mentido!- declaró ella con vehemencia.
-Tal vez no con palabras. Pero callarse la verdad es también una mentira. Por lo que sé, lo estás ayudando con sus tretas.
Ella ahogó un grito y él pudo ver cómo retrocedía ante sus duras palabras.
-Eso es ridículo.
-¿Lo es?- por supuesto que lo era, pero él sabía que eso le haría daño a Myriam. ¡Y él quería hacerle daño! Quería que sintiera lo mismo que él al descubrir lo que había hecho-. ¿Qué mas no me has contado sobre sus planes para mi familia?
-Él es parte de tu familia- el dolor se reflejaba en sus ojos, pero su voz era firme-. Algún día será demasiado tarde para que vuelvas a hablarle. Y me das pena, Victor, si permites que el pasado te impida acercarte a él. Yo perdí la oportunidad con mi padre, y me arrepentiré de ello toda la vida.
Él no podía mirarla; estaba demasiado furioso. Mantuvo la vista fija en la piscina, cuyas aguas reflejaban la luz de la luna.
-Nunca te perdonaré por esto.
Una hora más tarde, Victor estaba apoyado con los codos en el borde de la piscina.
El terrible impacto de saber que su padre había hablado con Myriam había pasado. L que más lo angustiaba ahora era el recuerdo de sus propias palabras y la expresión dolida de Myriam.
"Nunca te perdonaré por esto". No la había mirado al decirle aquello, pero había oído su respiración entrecortada, como su la hubiera afofeteado. Luego, la oyó salir de la cocina y subir las escaleras, y fue entonces cuando él abrió las puertas francesas y salió al patio.
Ahora, fisicamente agotado por el ejercicio físico, la rabia se había diluido en el agua y se sentía... vacío. Vacío y culpable. ¿Podría tener razón Myriam? Él no creía que pudiera perdonar a su padre, y sin embargo...
Lo primero era arreglar las cosas con ella. Raramente permitía que su temperamento lo dominara, y esa vez no iba aser la excepción. Sabía que Myriam nunca conspiraría contra él. Porque lo amaba.
¿Qué podría decirle para aliviar el dolor afligido?
Muy poco. Salió de la piscina y se dirigió hacia la casa, Todo lo que podía hacer era suplicarle que lo perdonara.
Unos minutos después, abrió la puerta del garage y se le encogió el corazón al ver que el coche de Myriam había desaparecido.
Nada más entrar en la casa, había subido al dormitorio para hablar con ella, pero no la vio allí. Tampoco estaban sus cosas de aseo ni la novela de amor que estaba leyendo y que dejaba en la mesita de noche. Sólo había dejado a la gatita, plácidamente dormida en la cama. Y entonces lo asaltó el pánico.
Lo había abandonado. Dio, nunca imaginó que eso fuera posible. Habían tenido una discusión, eso era todo. Pero estaba claro que para ella había sido algo más.
Debía de haberse marchado mientra él estaba nadando. El ruido de los chapoteos le había impedido oír cómo arrancaba el coche o cómo se abría la puerta del garage.
Entonces recordó que aún no le había dicho que la amaba. Myriam ni siquiera tenía eso para consolarse. No era extraño que pensara que él ya no la deseaba más.
"Nunca te perdonaré por esto". Una punzada de culpa volvió a traspasarlo. Sabía cómo le había cambiado la vida a Myriam después de que su padre se marchara, y podía imaginarse lo que había sido vivir con una madre deprimida.
Myriam se había escondido tras una sosa apariencia porque había visto lo poco que significaba la belleza exterior en sus propios padres. Durante años había ocultado su pasión natural, evitando que una relación pudiera destruirla como a su madre.
Pero él había visto su interior. Myriam era un tesoro, y él había tenido una suerte increíble de casarse con ella antes de que lo hiciera todo.
Sin embargo, para Myriam ni siquiera el matrimonio garantizaba un compromiso para siempre. Ella había crecido con la convicción de que los matrimonios no duraban, y había interceptado sus duras palabras como el final del suyo.
La mano le temblaba al agarrar el teléfono. Primero llamó al hospital. Después de una interminable espera, le dijeron que no se encontraba allí. Luego, llamó a su hermana. Gabriela y Myriam se habían hecho muy buenas amigas. Pero Gabriela tampoco sabía nada.
-Victor- Emma salió del estudio y se acercó a él con una sonrisa en el rostro. El parecido con su madre sorprendía a Victor cada vez que la veía, pero empezaba a acostumbrarse. Pero también había diferencias. Después de todo, su madre no estaba embarazada.
Emma parecía gozar de buena salud. Tal vez deberían dejar los métodos anticonceptivos y probar suerte.
Tomó a Emma de las manos y le dio un beso en la mejilla.
-Si todas las mujeres embarazadas tuvieran tu aspecto, no habría mujer que no quisiera tener hijos- le dijo con una sonrisa.
-Gracias- a su hermana se le iluminó el rostro aún más-. Si tuviera dinero, te pagaría para que me siguieras a todas partes y me dijeras cosas como ésas- apuntó hacia el estudio-. Miranda y Roman están en el estudio. ¿Porqué no entras?
-¿Qué ocurre?
La sonrisa de Emma se desvaneció.
-Creo que será mejor que te lo expliquen ellos.
Victor la siguió al estudio. Por detrás, su hermana ni siquiera parecía estar embarazada. Había llegado a conocerla un poco mejor, y había descubierto en ella a una persona alegre y amistosa, alguien que siempre veía el vaso medio lleno. Pero seguro que había pasado por serias dificultades, aunque era muy buena en evitar las preguntas sobre sí misma.
La puerta del estudio estaban entreabiertas. Su madre estaba sentada en un sillón y Roman caminaba de un lado para otro frente a la pequeña chimenea. El ambiente cargado de tensión y furia golpeó a Victor en cuantó entró en la habitación. Instintivamente, se preparó para recibir malas noticias.
-Madre- se inclinó para besarla y asintió a su tío-. Roman. ¿Qué ocurre?
-Tú padre y su encantadora esposa han estado muy ocupados- le dijo su madre en tono amargo-. Contrataron a Felix para que investigara el pasado de tu tío Cameron. No me preguntes cómo, pero han encontrado a tres personas que supuestamente son hijos suyos, ilegítimos.
-Es del todo posible- intervino Roman-. Cameron no le era... muy fiel a su esposa.
Cameron García, el hermano mayor de Roman y Miranda, había muerto en un accidente de coche en el que también había muerto su joven secretaria y supuesta amante. Por lo visto, Cameron había dejado una serie de aventuras extramatrimoniales a lo largo de los años. Roman tenía razón. Era muy posible que tuviera tres hijos ilegítimos.
-Deja que lo adivine- dijo, sintiendo cómo la ira empezaba a crecer en su interior-. Mi querido padre quiere una "pequeña suma" antes de darnos los detalles.
-Ya le hemos pagado- dijo Miranda-. Veinticinco mil dólares. Tenemos los nombres y direcciones de esas personas, y Arturo está esperando nuestro aviso para informarlos de su herencia, igual que hizo con Emma y David.
-Si ésa es su intención, no hay mejor hombre para hacerlo- dijo Emma-. Es el más adecuado para hablarle a una persona de su familia biológica.
-¿Cómo saben que Carter no se lo ha inventado?- preguntó Victor-. Esas personas podrían ser cualquiera. Sólo la prueba de ADN puede confirmarlo.
-Te olvidas de la marca de nacimiento- Miranda señaló a Emma, a Roman y al propio Victor-. Todos los miembros de nuestra familia tienen esa marca en forma de corona en la cadera- levantó un fajo de papeles que tenía en el regazo-. Arturo se ha encargado ya de comprobarlo. No quiero ni pensar en cómo ha accedido a los archivos del hospital, pero éstos muestran que estas tres personas tienen la marca en cuestión.
-Maldita sea- Victor se dejó caer en un sillón.
-Y que lo digas- dijo Roman, intentando sonreír-.
Me he pasado toda mi vida limpiando los escándalos de Carter. Era mucho esperar que todo quedara arreglado.
-Míralo por el lado bueno- dijo Emma-. La familia va a ganar tres nuevos miembros.
-Tiens razón- dijo Miranda, levantándose con decisión-. ¿Por qué deberíamos recibirlos como hicimos contigo? No supone ninguna diferencia cómo nos hayamos enterado de su existencia- frunció el ceño-. Pero no he acabado con Alberto. Si nos tiene reservadas más sorpresas, quiero saberlas.
-Entonces, ¿estamos de acuerdo en decirle a Arturo que hable con ellos?- preguntó Roman-. Hasta que recibamos su respuesta, nodeberíamos decirle nada al resto de la familia.
-Será lo mejor- dijo Victor asintiendo.
-Ya sé- dijo Miranda haciendo chasquear los dedos-. Organicemos una reunión familiar. Puede ser en el Double Crown, Roman. Les diremos a todos que queremos presentar a los nuevos miembros de la familia, es decir, a Emma, y a David. Y también a Myriam, puesto que no conoce a la mayoría. Podemos invitar a los hijos de Cameron, y si aceptan, los presentaremos también.
-Sí- dijo Victor en tono sarcástico-. Y de ese modo también podremos invitar a todos los miembros que mi querdio padre se encargue de descubrir.
-Dudo que haya más- repuso Roman-. Estoy francamente sorprendido de que Cameron tuviera a esos tres hijos además de los otros tres que tuvo con su esposa. Maria Elena va a quedarse destrozada- añadió,refiriéndose a la viuda de Cameron, que se había vuelto a casar unos años atrás.
Victor pensó que Maria Elena no se quedaría precisamente "destrozada". Toda la familia conocía los desvaríos amorosos de Cameron. Incluso sus propios hijos reconocían los defectos de su padre.
-¿Y bien?- preguntó Emma-. ¿Qué se sabe acerca de esos tres miembros?
-Dos hombres y una mujer- respondió Miranda-.
El mayor, Samuel Fuentes, es un marine y nació... consultó el fajo de papeles-. ¡el mismo año en que Cameron se casó con Maria Elena!- con un esfuerzo consiguió calmarse y siguió leyendo-. Jonas Cantú es tres años más joven y vive en San Francisco. Trabaja en importaciones internacionales. La mujer es un poco más joven. Se llama Rocio Armenta y tiene la edad de Gabriela. Es de Texas pero ahora vive en...
¡Santo Dios! En Alaska. Es propietaria de una tienda en un pequeño pueblo.
Roman agarró el teléfono que había enb el escritorio de Miranda.
-Voy a avisar a Arturo. Va a tener que volar lejos esta semana.
Victor condujo hacia su casa con el peor humor que podía recordar en años. Apenas podía contener la furia, y cuando llegó a su camino de entrada, cerró de un fuerte portazo la puerta del Explorer. Ojalá nunca hubiera oído el nombre de Carter. Ese hombre era pura escoria. ¿Cómo podía vender a sus parientes de sangre como si éstos tuvieran un valor asignado más allá del cual no importaran?
Muy fácil. Para él mismo la relación de sangre no había significado hasta que adquirió un valor económico. Había visto claramente la intención de su padre de reclamar el parentesco en cuanto lo vio. Él y Gabriela ahora valían la pena puesto que eran unos García.
Estaba oscureciendo cuando desactivó el sistema de seguridad y entró en la casa.
-¿Myriam?- la necesitaba urgentemente.
Su mujer apareció en el vestíbulo. Llevaba un camisón azul transparente con una bata de seda que mostraba sus largas y esbeltas piernas.
-Bienvenido a casa- llevaba una copa de vino en la mano y se la ofreció-. Me siento como si no te hubiera visto en años.
Él acepto la copa sin decir nada y la dejó sobre la mesa del vestíbulo.
-Te necesito- murmuró, abrazándola y cubriéndole la boca con la suya-. Dime que me quieres- le susurró contra los labios.
-Te quiero- dijo con un suave ronroneo-. Te quiero.
Él la beso ávidamente en el cuello. Olía a frescor y humedad, como si acabara de darse una ducha.
-Vamos arriba- dijo al tiempo que la levantaba en brazos. Ella siempre protestaba, pero a él le gustaba llevarla en brazos.
Pero esa noche ella no protestó.
-No tenemos que ir arriba- le dijó, echándole los brazos al cuello-. Hay habitaciones aquí abajo que aún no hemos estrenado.
Sus palabra le encendieron aún más el deseo a Victor, y en vez de dirigirse a las escaleras entró en la cocina.
-Tienes razón- la sentó en el borde de la encimera, colocándose entre sus muslos, y se desabrochó rápidamente los pantalones. Soltó un gemido cuando ella lo ayudó a liberarse. El tacto de sus manos le hervía la sangre. Deslizó las manos por debajo de su camisón y descubrió con deleite que no llevaba nada bajo la seda azul.
Se arrodilló delante de ella y presionó la boca contra los suaves rizos de su entre pierna. Ella gimió y se removió agitadamente. Con mucha lentitud, él trazó un sendero con la lengua a lo largo de sus pliegues semiocultos, haciendo que se abriera un poco más con cada caricia. Su sabor era picante y deliciosamente femenino. Cuando encontró el pequeño botón escondido, ella dejó escapar un grito ahogado y se arqueó con violencia.
Él quería llevarla al orgasmo, pero también era egoísta. Quería estar dentro de ella cuando alcanzara el clímax. La sola idea era demasiado erótica para resistirse. Rápidamente, se levantó y se colocó entre sus piernas.
Entonces se detuvo y lanzó una maldición.
-No estoy usando protección.
-No, la verdad es que no- dijo ella, sonriendo como una gata satisfecha. Le atrapó con los muslos el extremo del miembro, haciéndolo gemir.
-¿Quieres que pare?- le preguntó él.
-No- le sujetó las caderas con las manos para mantenerlo pegado a ella.
-¿Te importaría si concibiéramos un hijo esta noche?
-No me importaría- le rodeó el miembro con la mano y empezó a acariciarlo-. Quiero tener un hijo tuyo.
La caricia de sus dedos le hizo apretar los dientes, pero no podía detenerla.
-Y yo quiero que tengas un hijo mío- consiguió decir-. Lo que tenga que ser, será.
La abrazó con firmeza para penetrarla en profundidad. Enseguida empezó a moverse a un ritmo rápido y frenético, manteniéndola sujeta por las nalgas hasta que juntos alcanzaron la cima del placer.
Ls dos quedaron jadeantes, sin aliento. A Victor le temblaban las piernas, pero consiguó llegar hasta el salón en brazos y derrumbarse en el sofá.
La amaba con todas sus fuerzas, amaba a esa pequeña y tranquila mujer que nunca le había pedido nada, que se había casado con él y le había cambiado la vida sin pedirle nada a cambio.
Entonces se dio cuenta de lo que acababa de admitirse a sí mismo. ¡La amaba! Pues claro que la amaba. Resistirse era una batalla perdida.
Apoyó la frente en la suya y la besó tiernamente. Los dos respiraban con dificultad. Victor sonrió. En cuanto recuperara el aire, le diría lo que sentía por ella.
-¿Dónde está la gata? - le preguntó.
-Arriba, durmiendo en mi almohada.
-Bien- volvió a besarla-. Habría sufrido un daño psicológico irreversible de haber visto lo que acabamos de hacer.
El teléfono sonó en ese momento, haciéndoles dar un respingo a ambos.
-Será mejor que contestes tú- dijo él con una sonrisa-. Por el modo en que respiro, quin quiera que llame sabrá lo que hemos estado haciendo- alargó una mano y pulsó la función de manos libres.
-Residencia García. Myriam al habla- respondió ella.
-Hola, Myriam- una animada voz masculina llenó la habitación, y Myriam se quedó horrorizada al reconocerla-. Sólo quería darte las gracias y decirte que fue estupendo verte la otra tarde. Sé que harás lo que esté en tus manos para hacer que Victor vea la verdad. Por cierto, soy Alberto- añadió tardíamente.
Myriam se había quedado rígido nada más oírlo. Y Victor se dio cuenta de que ella habia sabido enseguida quién era. Le clavó una penetrante mirada y vio cómo se ponía pálida.
-Yo, eh...
-Me gustaría que volviéramos a vernos un día de éstos- siguió hablando Alberto-. La próxima ves, seré yo quien te escuche- soltó una risita-. Bueno, gracias. Eres la única esperanza que tengo de que mi hijo y yo...
-No, Carter- dijo Victor, levantándose del sofá-. No hay la menor esperanza de que tú y yo volvamos a etsar otra vez bajo el mismo techo, y mucho menso de que volvamos a hablar. Deja en paz a mi mujer y no intentes ponerte en contacto con ella nunca más.
-¿Victor?- Carter parecía horrorizado-. Victor, yo...
Victor apagó el teléfono y miró a su esposa.
Con dedos temblorosos, Myriam se cubrió con el paño del dofá. Tenía los ojos muy abiertos y el rostro desprovisto de todo color.
-Maldita seas- le espetó él-. ¿Cuánto tiempo llevas viéndolo a mis espaldad?
-Sólo lo he visto una vez- respondió con un hilo de voz. Sabía que se había equivocado. Victor se enfureció aún más. Había confiado siempre en ella, había llegado a necesitarla, a creer en su habilidad para hacerlo feliz. ¡Había estado a punto de decirle que la amaba!
-Había llamado dos veces. La primera quería hablar contifo. La segunda...
-No me importa la segunda- se apartó de ella, demasiado furioso para mirarla, y se abrochó los pantalones mientras hablaba-. Sabías lo que pensaba de él. Sabías que no quería darle nada de mi familia. ¡Lo sabías! Confiaba en tí, y me has engañado a mis espaldas, viendo al hombre que destrozó a mi familia.
-Le das demasiada importancia- argumentó Myriam-. Y mira cuál ha sido el resultado. Incluso si tu padre actuó por egoísmo, aún tienes a Emma y a David.
-Y estoy a punto de conocer a tres nuevos primos- espetó él. Ella lo miró sin comprender-. Oh, ¿no se le olvido contártelo? Mi querido padre ha descubierto a tres hijos ilegítimos de mi tío Cameron, y por una "pequeña cantidad" ha tenido la gentileza de compartir la información con nosotros.
-¿Cuándo... cómo...? - balbuceó ella.
-Mi madre me llamó hoy. Me pasé por su casa. ¡Ese... ese cerdo está arruinando a mi familia!- era una exageración, desde luego, pero en cierto modo era sí como se sentía.
-Victor, ya sé que tu padre tiene defectos- dijo ella, retorciendo el paño entre sus dedos-. Pero creo que es sincero cuando dice que quiere conocerte...
-Demonios, claro que es sincero- gritó él-. Ahora soy un García. Eso es lo que me da valor a sus ojos.
Si se llevara bein conmigo, podría vivir a costa de mi familia- se dio vuelta y se dirigió hacia la cocina-.
¡No quiero tener nada que ver con él y tú lo sabías!
-Lo sabía- repitió ella, siguiéndolo a la cocina-. Pero pensé que estabas equivocado. Y lo sigo pensando- la voz le temblaba, pero consiguió mantenerse firme.
Para Victor fue un shock que Myriam lo desafiara de aquella manera. estaba acostumbrado a que fuera una compañía tranquila, relajante, un oasis de calma, No podía recordar ninguna discusión entre ellos. Por primera vez, se dio cuenta de que bajo la amable y gentil apariencia de su mujer había un corazón de hierro. Aquel descubrimiento sólo le sirvio para ponerlo más furioso.
-Me da igual lo que pienses- le espetó brutalmente.
-Desprecias a tu padre- siguió ella, impertérrita-. Ni siquiera le das la oportunidad de hablar contigo.
-Ya tuvo su oportunidad- exclamó él-. ¡Pero estaba demasiado ocupado chantajeando a mi familia! Y animando a mi propia esposa a mentirme.
-¡Jamás te he mentido!- declaró ella con vehemencia.
-Tal vez no con palabras. Pero callarse la verdad es también una mentira. Por lo que sé, lo estás ayudando con sus tretas.
Ella ahogó un grito y él pudo ver cómo retrocedía ante sus duras palabras.
-Eso es ridículo.
-¿Lo es?- por supuesto que lo era, pero él sabía que eso le haría daño a Myriam. ¡Y él quería hacerle daño! Quería que sintiera lo mismo que él al descubrir lo que había hecho-. ¿Qué mas no me has contado sobre sus planes para mi familia?
-Él es parte de tu familia- el dolor se reflejaba en sus ojos, pero su voz era firme-. Algún día será demasiado tarde para que vuelvas a hablarle. Y me das pena, Victor, si permites que el pasado te impida acercarte a él. Yo perdí la oportunidad con mi padre, y me arrepentiré de ello toda la vida.
Él no podía mirarla; estaba demasiado furioso. Mantuvo la vista fija en la piscina, cuyas aguas reflejaban la luz de la luna.
-Nunca te perdonaré por esto.
Una hora más tarde, Victor estaba apoyado con los codos en el borde de la piscina.
El terrible impacto de saber que su padre había hablado con Myriam había pasado. L que más lo angustiaba ahora era el recuerdo de sus propias palabras y la expresión dolida de Myriam.
"Nunca te perdonaré por esto". No la había mirado al decirle aquello, pero había oído su respiración entrecortada, como su la hubiera afofeteado. Luego, la oyó salir de la cocina y subir las escaleras, y fue entonces cuando él abrió las puertas francesas y salió al patio.
Ahora, fisicamente agotado por el ejercicio físico, la rabia se había diluido en el agua y se sentía... vacío. Vacío y culpable. ¿Podría tener razón Myriam? Él no creía que pudiera perdonar a su padre, y sin embargo...
Lo primero era arreglar las cosas con ella. Raramente permitía que su temperamento lo dominara, y esa vez no iba aser la excepción. Sabía que Myriam nunca conspiraría contra él. Porque lo amaba.
¿Qué podría decirle para aliviar el dolor afligido?
Muy poco. Salió de la piscina y se dirigió hacia la casa, Todo lo que podía hacer era suplicarle que lo perdonara.
Unos minutos después, abrió la puerta del garage y se le encogió el corazón al ver que el coche de Myriam había desaparecido.
Nada más entrar en la casa, había subido al dormitorio para hablar con ella, pero no la vio allí. Tampoco estaban sus cosas de aseo ni la novela de amor que estaba leyendo y que dejaba en la mesita de noche. Sólo había dejado a la gatita, plácidamente dormida en la cama. Y entonces lo asaltó el pánico.
Lo había abandonado. Dio, nunca imaginó que eso fuera posible. Habían tenido una discusión, eso era todo. Pero estaba claro que para ella había sido algo más.
Debía de haberse marchado mientra él estaba nadando. El ruido de los chapoteos le había impedido oír cómo arrancaba el coche o cómo se abría la puerta del garage.
Entonces recordó que aún no le había dicho que la amaba. Myriam ni siquiera tenía eso para consolarse. No era extraño que pensara que él ya no la deseaba más.
"Nunca te perdonaré por esto". Una punzada de culpa volvió a traspasarlo. Sabía cómo le había cambiado la vida a Myriam después de que su padre se marchara, y podía imaginarse lo que había sido vivir con una madre deprimida.
Myriam se había escondido tras una sosa apariencia porque había visto lo poco que significaba la belleza exterior en sus propios padres. Durante años había ocultado su pasión natural, evitando que una relación pudiera destruirla como a su madre.
Pero él había visto su interior. Myriam era un tesoro, y él había tenido una suerte increíble de casarse con ella antes de que lo hiciera todo.
Sin embargo, para Myriam ni siquiera el matrimonio garantizaba un compromiso para siempre. Ella había crecido con la convicción de que los matrimonios no duraban, y había interceptado sus duras palabras como el final del suyo.
La mano le temblaba al agarrar el teléfono. Primero llamó al hospital. Después de una interminable espera, le dijeron que no se encontraba allí. Luego, llamó a su hermana. Gabriela y Myriam se habían hecho muy buenas amigas. Pero Gabriela tampoco sabía nada.
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
La siguiente llamada fue a casa de su madre. Odiaba confesarle que se había ido, pero el orgullo no le servía de nada si no podía tener a su mujer.
-Alberto le pidió a Myriam que lo ayudara a acercarse a mí. Cuando me enteré... no me lo tomé muy bien. No le encontré ningún sentido a lo que había hecho.
-Yo sí le encuentro sentido- respondió su madre-. Myriam es una conciliadora, Victor. Tú lo sabes. Y su máxima aspiración es hacerte feliz.
-Su padre y ella no se hablaban- admitió él-. Y él murió antes de que ella pudiera perdonarlo. No quería que yo pasara por lo mismo.
-Ella te quiere de verdad, Victor- dijo su madre con calma.
Victor puso una mueca de dolor.
-Le dije que mi padre sólo quería acercarse a mí debido a la riqueza de mi familia.
Su madre suspiro al otro lado de la línea.
-Puede que no sea así. Alberto parece sinceramente preocupado por haber dejado pasar tantos años. Al menos deberías escucharlo.
-No creo que pueda hacer eso. Si tiene un mínimo de decencia, ¿cómo pudo chantajearte?
-Alberto... era un hombre bueno y decente cuando nos casamos. Y me ayudó muchísimo en el peor momento de mi vida. Yo no era entonces la mujer que soy ahora, Era una adolescente desgraciada y muerta de miedo que necesitaba desesperadamente a alguien. Pero cuando recuperé la confianza en mí misma, las cosas empezaron a cambiar- emitió un sonido de desagrado-. El Alberto que viste el día que vino a casa no es el mismo que yo conocí. Éste parece estar...- dudó un momento, como eligiendo con cuidado las palabras- dominado por su mujer.
-Eso mismo creo yo- sólo de pensar en aquella mujer sentía un escalofrío. Vivir con ella a diario debía de ser una verdadera tortura. Un matrimonio que en nada podía compararse al suyo con Myriam, Casi sintió compasión por su padre.
Sin embargo, hablar con él no era la primera de sus prioridades. Le pidió a su madre que llamara a toda la familia por si alguien sabía algo de Myriam. Y entonces se le ocurrió que...
Reació, sacó su cartera y extrajó un pedazo de papel. El número de su padre. Lo habia tomado del escritorio de su madre después de la primera reunión, ya que temía que tendía que seguirle el rastro.
-¿Diga?
-¿Carter? Soy Victor- cerró los ojos, intentando dominar las emociones.
-¿Victor? Me alegro de oírte... Espero no haberles causado ningún problema a ti y a Myriam. Es una mujer muy especial.
-Sí, lo es- se aclaró la garganta-. Eh... no la has visto, ¿verdad?
Se produjo un silencio sepulcral.
-Ah, demonios- masculló su padre, abatido-.
Todo es culpa mías. No, lamento decirte que la he visto. Pero te avisaré si la veo.
-Gracias- no sabía qué más decir.
-Victor respiró hondo-. Te prometo que no volveré a intentar que me aceptes, y jamás volveré a pedirles dinero.
-Quiero creelo- dijo Victor, y dudó un instante-. Tal vez pueda llamarte algún día- no sabía si podría perdonar a su padre,pero por Myriam debía intentarlo.
-Eso sería estupendo- Alberto parecía tan patéticamente esperanzado que Victor puso una mueca de dolor-. Ahora, ve en busca de tu mujer.
El problema era que no tenía ni idea de dónde buscarla. No se había puesto en contacto con nadie de la familia ni estaba en el hospital. Y, si tenía alguna amiga íntima, él no lo sabía. Pero, claro, ¿cómo iba a saberlo si casi siempre habían hablado de él? Myriam era una experta en desviar la conversación hacia cualquier tema que no fuera ella misma.
Se apoyó en la encimera de la cocina y miró el teléfono. ¿Dónde estaba y cúando lo llamaría?
No pensaba llamar a Victor por nada del mundo, pensó Myriam al día siguiente mientras contemplaba el minusculo salón, Varias veces durante la noche había estado a punto de hacerlo, tan sólo para oír su amada voz.
Pero no lo hizo. No podía. Su matrimonio había sido un error, una mentira en la que ella había sido la única en demostrar amor y afecto...
Eso no era totalmente cierto, se acordó. En las últimas semanas, Victor se había mostrado mucho más afectuoso e incluso parecía haberla necesitado como ella a él. Pero la necesidad y el amor eran dos cosas distintas. Y ella no podía vivir sin amor.
No sabía cuándo se había dado cuenta de eso, pero así era. Amaba tanto a Victor que haría cualquier cosa por él. Amaba tanto a Victor que haría cualquier cosa por él, pero a su cambio necesitaba su amor. Merecía su amor.
Había mantenido la esperanza de que algún día él le dijera esas palabras mágicas, y durante un tiempo pareció que iba a hacerlo. Pero la reacción del día anterior le había demostrado lo vanas que eran sus esperanzas.
"Nunca te perdonaré por esto". Jamás recibiría su perdón... ni su amor.
Por eso se había marchado. Empezaría de nuevo en otra parte, sola, Pero en esa ocasión no esperaría encontrar el amor. Ya había visto lo que el amor les hacía a las personas, a su madre y a ella, y no tenía intención de volver a sentirlo.
Tal vez algún día, cuando el dolor se hubiera aliviado, buscaría la amistad y la clase de relación que podía compartir para el resto de su vida. Tal vez no fuera amor, pero su matrimonio con Victor le había demostrado qu no quería pasar el resto de su vida en soledad. Quería una familia. Alguien con quien reír y compartir los pequeños detalles de cada día. Hijos a quienes cuidar y mimar.
-¿Señorita Montemayor?- le había dado a la casera su nombre de soltera, ya que pronto lo recuperaría.
-Es perfecto- respondió, y le entregó a la mujer un cheque por la fianza y el alquiler de un mes. Le bastaba aquel lugar hasta que decidiera lo que iba a hacer y adónde ir.
Adónde ir... Se iría de San Antonio, de eso estaba segura. No tenía familia ni lazos con la ciudad, nada que la retuviera allí. Pensó con dolor en Miranda, en Emma, en Gabriela, en Roman, en Lily... No, era la familia de Victor, no la suya.
No podía vivir en un sitio donde los periódicos hablaban todos los días de los García, ni podía trabajar en el mismo hospital que Victor. Aquel pensamiento volvió a llenarle los ojos de lágrimas. No, no quería ver a Victor nunca más.
No fue fácil instalarse en el modesto y diminuto apartamento. Myriam había llevado muy poco con ella. Los dos días siguientes los tenía libres, y pasó mucho tiempo navegando por internet en la biblioteca pública, buscando hospitales y lugares donde vivir.
Al tercer día, tras otra noche en vela, se vistió y condujo hacia el hospital.
Tenía los nervios a flor de piel, y a cada segundo se ponía peor. ¿Vería a Victor? ¿Qué haría él? Tal vez nada. Se habia alegrado de que ella se marchara, de eso no había duda.
Estaba caminando hacia el mostrador cuando él salió del ascensor. Miró a ambos lados, y cuando la vio, una gran sonrisa torció ligeramente sus labios.
-Esposa.
Ella estuvo a punto de llorar al sentir una ola de pena. Victor parecía cansado, pero su aspecto era tan arrebatador como siempre.
-¿Dónde has estado?- se había detenido delante de ella, y sus ojos era tan fieron como su tono de voz.
-He encontrado un sitio para vivir- respondió con toda la tranquilidad que pudo.
-Ya tienes un sitio para vivir, por si lo has olvidado- bajó la voz mientras una enfermera pasaba junto a ellos-. Tenemos que hablar.
-Ahora no- dijo ella negando con la cabeza, luchando con todas sus fuerzas para mantener la compostura.
-¿Cuándo?
-Doctor García a Urgencias. Doctor García a Urgencias- dijo una voz por el altavoz que estaba justo sobre la cabeza de Myriam.
-¡Maldita sea!- maldijo Victor consultando su busca-. Tengo que irme. No te vayas del hospital sin mí, a menos que vayas a casa.
Myriam se quedó mirándolo. ¿A casa? Pero, antes de que pudiera pensar nada más, apareció la enfermera jefe por el pasillo.
-Acompañé al doctor García a Urgencias- le dijo-. Tenemos a una madre con trillizos prematuros y hemorragia.
Myriam puso los ojos como platos. Inmediatamente, los problemas personales quedaron relegados por detrás de su empeño profesional. Sin decir palabra, se volvió y se dirigió hacia el ascensor, pero Victor la tocó en el brazo y le señaló el letrero luminoso de salida.
-Por las escaleras será más rápido.
Ella asintió y lo siguió por los escalones a toda prisa. La mujer estaba en una camilla, mientras el personal se ponía las batas y las máscaras. Em cuestión de minutos, el ambiente fue una mezcla de tensión y profesionalidad.
El ginecólogo había llegado unos momentos antes, y decidió practicar una cesárea en cuanto vio los primeros signos de peligro. A Myriam se le encogió el corazón cuando oyó que los bebés sólo llevaban veintisiete semanas de gestación. De todas partes del hospital llegó más personal con suministros: un niño muy pequeño que no respiraba, una niña algo mayor que sí lo hacía, y otra niña, aún más pequeña que el primero, que también presentaba problemas respiratorios. Victor se hizo cargo del niño y supervisó a los dos pediatras que se ocuparon de las niñas. La mayor fue estabilizada y llevaba a la unidad de pediatría, pero la otro siguió presentando complicaciones.
Dos horas después, consiguieron estabilizar a la pequeña, pero su estado era precario y nada mpas podían hacer salvo observar y esperar. Myriam vio la preocupación en los ojos de Victor, pero él seguía esforzándose por salvar al niño. Tres horas más tarde, el bebé estaba tan estable como era posible, dada su condición. Victor estaba exhausto y con expresión adusta, y Myriam vio cómo se amrchaba a hablar con los padres, decaído y rendido. Era obvio su temor de que al menos unos de los bebés no sobreviviera.
Myriam fue a lavarse y a recoger sus cosas, completamente agotada. Pensó con vehemencia que nadie podría haber luchado mas por esos bebés. Nadie. El pecho le dolía por los sollozos reprimidos.
En cuanro se hubo arreglado, fue a la oficina de persona. Había sido un día horrible, y no sólo por las complicaciones del parto. Ese día se había dado cuenta de que no podía trabajar con Victor. Estar tan cerca de él, sentir su dolor y no poder consolarlo... la mataría.
El jefe de personal de sorprendió cuando ella le pidió el traslado a otra unidad. Una de las enfermeras de la unidad de oncología infantil iba a darse de baja por amternidad,, y aunque sólo sería una sustitución temporal, le iría bien a Myriam. En seis semanas podría encontrar otro sitio, y , de cualquier modo, se marcharía de San Antonio.
Después de darle las gracias al jefe de personal, se encaminó hacia su coche. El sol se estaba ocultando, y la creciente oscuridad invernal encajaba muy bien con su estado ánimo.
Entonces vio a Victor, apoyado contra su pequeño coche rojo, y ralentizó aún más el paso. Él no levantó la vista; se quedó inmóvil, con las manos en lso bolsillos, hasta que llegó a su lado.
-Hola- lo saludó con suavidad.
-Hola- respondió él sin levantar la mirada. El canancio y la derrota se marcaban en sus rasgos.
Ella conocía, sabía cómo debía de sentirse tras un día así, y no pudo evitar acercarse y ponerle una mano en el antebrazo. Quizá él no la quisiera como esposa, pero habían sido amigos una vez, capaces de compartir sus sentimientos por ese trabajo que amaban y a veces odiaban, Y ella amaba a Victor; tanto, que le partía el corazón verlo sufrir.
-¿Estás bien?
-No,- la miró por fin, y el dolor que se reflejaba en sus ojos dorados la golpeó como un puño-. No, no estoy bien. Hoy he tenido que decirles a unos padres,en dos ocasiones, que sus hijos estaban en estado crítico, y que aun en el caso de que sobrevivieran tendrían serias complicaciones. Ha sido un infierno. Todo lo que podía pensar era en cómo me sentiría su eso le pasara a un hijo nuestro.
Ella le acarició el brazo a través de la manga.
-No es...
-Vas a decirme que no es culpa mía- la interrumpió él, apartándole la mano-. Y tienes razón. Pero sí es culpa mía que me hayas dejado- la agarró antes de que ella pudiera evitarlo-. Lo siento. Por favor vuelve a casa.
-Victor, yo...
-No hables- la apretó contra su pecho y, tras unos segundos de resistencia, ella dejó de luchar. Él le hizo apoyar la cabeza contra su hombro, y ella respiró la fragancia de su loción, mezclada con su puro olor masculino. Era como estar en el cielo, y al mismo tiempo, en el infierno. ¿Cómo podría soportar abandonarlo?-. Lo siento- volvió a decir él-. No debería haber dicjo las cosas que te dije sobre mi padre.
-Tenías razón- dijo ella, apretada contra su pecho-. No tenía ningún derecho a hablar con él.
-No, no tenía razón- la sujetó con más fuerza-.
Lo llamé después de darme cuenta de que te habías marchado, y tuvimos una... conversación civilizada.
-Me alegro- dijo con voz temblorosa. Le costaba controlar sus emociones. Oír que Victor había hablado con su padre era lo último que esperaba. Aspiró hondo, llenándose los pulmones una vez más con su fragancia masculina, y sintió que le corazón se le partía en dos. Que Dios la ayudara, pero no quería marcharse...
-No me has respondido- dijo él.
-¿Mmmm?
-Te he pedido que vuelvas a casa.
¿Podría quedarse con él y amarlo como lo amaba, aun sabiendo que el sentimiento no era mutuo?
Victor se retiró unos centimetros, y le hizo alzar el rostro para poder ver su expresión. Myriam se sorprendió de ver la vulnerabilidad en sus ojos, y se dio cuenta de que él tenía miedo de que ella fuera a rechazarlo.
¿Podría quedarse con él? ¿Podría amarlo sabiendo que no la amaba? La respuesta era clara. Ella lo amaba. Sintiera o no él lo mismo, ella no podía alejarse como tampoco podía extirpar el amor que colmaba su corazón. Tal vez no la quisiera, pero ella no podía megarle lo que él necesitaba, y la necesitaba a ella.
Esbozó una sonrisa, invadida por una inmensa ola de alivio. Una corriente de tristeza aún fluía en su interior, pero due enterraza por al convicción de que aquello era lo mejor para ambos.
-No me lo has pedido. Ha sido una orden.
-Te lo pregunto ahora- le sujetó el rostro entre las amnos-. Myriam, te amo. Debería habértelo dicho antes. Por favor, ¿Volveras a casa conmigo?
-Yo... yo...- la voz se le quebró y se hizo un breve silencio-. ¿Qué?
-Te amo- repitió él-. No quiero volver a pasar una noche sin ti en mis brazos- le escrutó el rostro, y las arrrugas de tensión que se habían suavizado volvieron a marcarse-. Te lo ruego. Me ha costado mucho tiempo admitir que te amo.
-Me amas- dijo ella. Sintió que las rodillas le tamblaban y tuvo que aferrarse a las muñecas de Victor para no caer al asfalto.
-Te amo- volvió a decir-. Iba a decírtelo antes de... de que mi apdre llamara. Después... te fuiste y pensé que no volvería a tener la ocasión- dudó un momento, mirandola intensamente. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz vascilante, sin su seguridad habitual-: Dijiste que me amabas. ¿Sigues sintiendo lo mismo?
-¿Sigo...?. sacudió la cabeza, maravillada. ¡Él la amaba!-. No te das cuenta, ¿verdad?
-¿Darme cuenta de qué?- no la soltó, pero su expresión era de sospecha.
-¡Te he querido desde el primer día en que me sonreíste, estúpido!- lo agarró de la camisa y lo zarandeó, aunque era como intentar mover un muro-. Te he querdio cuando has sido un gruñon en el trabajo, cuando has estado demasiado distraído para recordar mi nombre, cuando me has tratado como... como un viejo zapato. Myriam, la buena amiga- hizo un gesto de exasperación-. He soñado contigo durante años.
-¿Porqué nunca me lo dijiste?- Victor no sonreía, pero en sus ojos brillaba una luz que unos moemntos antes no se veía.
-¿Qué iba a decirte?- extendió las palmas hacia arriba-. Aquí tiene el instrumento que ha pedido, doctor García. Y, oh, a propósito, lo amo- al instante se puso seria-. No... no pensaba que me encontrabas atractiva.
Victor soltó un resoplido.
-¿Cómo iba asaberlo? Te has esforzado porque nadie advirtiera tu presencia- sacudió la cabeza-. Aún recuerdo cómo me sentí el día en que salí a este aparcamiento y te vi el pelo cuelto por primera vez.
-¿Te fijaste en mí?- le preguntó arqueando las cejas-. ¿Cómo te sentiste?
El volvió a rodearla con los brazos y se inclinó para besarla. Myriam perdió el equilibrio y le echó los brazos al cuello, mientras separaba los labios para que él la invadiera con se lengua. La besó intensamente, dejándola respirar sólo cuando a él mismo le dolió el pecho por falta de aire.
-Estaba aterrorizado de que me hubieras dejado para siempre- susurró, apoyando la frente sontra la suya.
-Lo había hecho- dijo ella-. Creía que jamás llegaría a significar para ti lo que tú significas para mi.
Él volvió a rozarla con los labios y a apretarla con fuerza.
-Significas más para mí de lo que puedo expresar con palabras- y se lo demostró con otro beso arrebatador y a pasionado que no dejaba lugar para la duda.
-¿Es esto un espectáculo gratis?- preguntó una voz femenina en tono burlón, Era la misma enfermera que los había interrumpido en la sala de descanso semana atrás.
Y, como lo había hecho entonces, Myriam intenó soltarse de los brazos de Victor, sólo para descubrir que él no tenía intención de soltarla.
-Será mejor que se vayan a casa a hacerlo en privado- aconsehó la sonriente enfermera-. O vamos a leer en periódico que se ha arestado a ciertos miembros de la familia García por escándolo público.
-O algo peor- dijo Victor, riendo. Soltó a Myriam y se llevó de la mano hasta su coche-. Vamos a casa. Recogeremos tu coche mañana.
-Podríamos volver a recogerlo hoy mismo, más tarde- dijo ella.
Pero él negó con la cabeza mientras la metía en el asiento y se inclinaba para besarla otra vez.
-Tengo planes el resto del día. Y te garantizo que no incluyen venir a recoger el coche.
FIN
-Alberto le pidió a Myriam que lo ayudara a acercarse a mí. Cuando me enteré... no me lo tomé muy bien. No le encontré ningún sentido a lo que había hecho.
-Yo sí le encuentro sentido- respondió su madre-. Myriam es una conciliadora, Victor. Tú lo sabes. Y su máxima aspiración es hacerte feliz.
-Su padre y ella no se hablaban- admitió él-. Y él murió antes de que ella pudiera perdonarlo. No quería que yo pasara por lo mismo.
-Ella te quiere de verdad, Victor- dijo su madre con calma.
Victor puso una mueca de dolor.
-Le dije que mi padre sólo quería acercarse a mí debido a la riqueza de mi familia.
Su madre suspiro al otro lado de la línea.
-Puede que no sea así. Alberto parece sinceramente preocupado por haber dejado pasar tantos años. Al menos deberías escucharlo.
-No creo que pueda hacer eso. Si tiene un mínimo de decencia, ¿cómo pudo chantajearte?
-Alberto... era un hombre bueno y decente cuando nos casamos. Y me ayudó muchísimo en el peor momento de mi vida. Yo no era entonces la mujer que soy ahora, Era una adolescente desgraciada y muerta de miedo que necesitaba desesperadamente a alguien. Pero cuando recuperé la confianza en mí misma, las cosas empezaron a cambiar- emitió un sonido de desagrado-. El Alberto que viste el día que vino a casa no es el mismo que yo conocí. Éste parece estar...- dudó un momento, como eligiendo con cuidado las palabras- dominado por su mujer.
-Eso mismo creo yo- sólo de pensar en aquella mujer sentía un escalofrío. Vivir con ella a diario debía de ser una verdadera tortura. Un matrimonio que en nada podía compararse al suyo con Myriam, Casi sintió compasión por su padre.
Sin embargo, hablar con él no era la primera de sus prioridades. Le pidió a su madre que llamara a toda la familia por si alguien sabía algo de Myriam. Y entonces se le ocurrió que...
Reació, sacó su cartera y extrajó un pedazo de papel. El número de su padre. Lo habia tomado del escritorio de su madre después de la primera reunión, ya que temía que tendía que seguirle el rastro.
-¿Diga?
-¿Carter? Soy Victor- cerró los ojos, intentando dominar las emociones.
-¿Victor? Me alegro de oírte... Espero no haberles causado ningún problema a ti y a Myriam. Es una mujer muy especial.
-Sí, lo es- se aclaró la garganta-. Eh... no la has visto, ¿verdad?
Se produjo un silencio sepulcral.
-Ah, demonios- masculló su padre, abatido-.
Todo es culpa mías. No, lamento decirte que la he visto. Pero te avisaré si la veo.
-Gracias- no sabía qué más decir.
-Victor respiró hondo-. Te prometo que no volveré a intentar que me aceptes, y jamás volveré a pedirles dinero.
-Quiero creelo- dijo Victor, y dudó un instante-. Tal vez pueda llamarte algún día- no sabía si podría perdonar a su padre,pero por Myriam debía intentarlo.
-Eso sería estupendo- Alberto parecía tan patéticamente esperanzado que Victor puso una mueca de dolor-. Ahora, ve en busca de tu mujer.
El problema era que no tenía ni idea de dónde buscarla. No se había puesto en contacto con nadie de la familia ni estaba en el hospital. Y, si tenía alguna amiga íntima, él no lo sabía. Pero, claro, ¿cómo iba a saberlo si casi siempre habían hablado de él? Myriam era una experta en desviar la conversación hacia cualquier tema que no fuera ella misma.
Se apoyó en la encimera de la cocina y miró el teléfono. ¿Dónde estaba y cúando lo llamaría?
No pensaba llamar a Victor por nada del mundo, pensó Myriam al día siguiente mientras contemplaba el minusculo salón, Varias veces durante la noche había estado a punto de hacerlo, tan sólo para oír su amada voz.
Pero no lo hizo. No podía. Su matrimonio había sido un error, una mentira en la que ella había sido la única en demostrar amor y afecto...
Eso no era totalmente cierto, se acordó. En las últimas semanas, Victor se había mostrado mucho más afectuoso e incluso parecía haberla necesitado como ella a él. Pero la necesidad y el amor eran dos cosas distintas. Y ella no podía vivir sin amor.
No sabía cuándo se había dado cuenta de eso, pero así era. Amaba tanto a Victor que haría cualquier cosa por él. Amaba tanto a Victor que haría cualquier cosa por él, pero a su cambio necesitaba su amor. Merecía su amor.
Había mantenido la esperanza de que algún día él le dijera esas palabras mágicas, y durante un tiempo pareció que iba a hacerlo. Pero la reacción del día anterior le había demostrado lo vanas que eran sus esperanzas.
"Nunca te perdonaré por esto". Jamás recibiría su perdón... ni su amor.
Por eso se había marchado. Empezaría de nuevo en otra parte, sola, Pero en esa ocasión no esperaría encontrar el amor. Ya había visto lo que el amor les hacía a las personas, a su madre y a ella, y no tenía intención de volver a sentirlo.
Tal vez algún día, cuando el dolor se hubiera aliviado, buscaría la amistad y la clase de relación que podía compartir para el resto de su vida. Tal vez no fuera amor, pero su matrimonio con Victor le había demostrado qu no quería pasar el resto de su vida en soledad. Quería una familia. Alguien con quien reír y compartir los pequeños detalles de cada día. Hijos a quienes cuidar y mimar.
-¿Señorita Montemayor?- le había dado a la casera su nombre de soltera, ya que pronto lo recuperaría.
-Es perfecto- respondió, y le entregó a la mujer un cheque por la fianza y el alquiler de un mes. Le bastaba aquel lugar hasta que decidiera lo que iba a hacer y adónde ir.
Adónde ir... Se iría de San Antonio, de eso estaba segura. No tenía familia ni lazos con la ciudad, nada que la retuviera allí. Pensó con dolor en Miranda, en Emma, en Gabriela, en Roman, en Lily... No, era la familia de Victor, no la suya.
No podía vivir en un sitio donde los periódicos hablaban todos los días de los García, ni podía trabajar en el mismo hospital que Victor. Aquel pensamiento volvió a llenarle los ojos de lágrimas. No, no quería ver a Victor nunca más.
No fue fácil instalarse en el modesto y diminuto apartamento. Myriam había llevado muy poco con ella. Los dos días siguientes los tenía libres, y pasó mucho tiempo navegando por internet en la biblioteca pública, buscando hospitales y lugares donde vivir.
Al tercer día, tras otra noche en vela, se vistió y condujo hacia el hospital.
Tenía los nervios a flor de piel, y a cada segundo se ponía peor. ¿Vería a Victor? ¿Qué haría él? Tal vez nada. Se habia alegrado de que ella se marchara, de eso no había duda.
Estaba caminando hacia el mostrador cuando él salió del ascensor. Miró a ambos lados, y cuando la vio, una gran sonrisa torció ligeramente sus labios.
-Esposa.
Ella estuvo a punto de llorar al sentir una ola de pena. Victor parecía cansado, pero su aspecto era tan arrebatador como siempre.
-¿Dónde has estado?- se había detenido delante de ella, y sus ojos era tan fieron como su tono de voz.
-He encontrado un sitio para vivir- respondió con toda la tranquilidad que pudo.
-Ya tienes un sitio para vivir, por si lo has olvidado- bajó la voz mientras una enfermera pasaba junto a ellos-. Tenemos que hablar.
-Ahora no- dijo ella negando con la cabeza, luchando con todas sus fuerzas para mantener la compostura.
-¿Cuándo?
-Doctor García a Urgencias. Doctor García a Urgencias- dijo una voz por el altavoz que estaba justo sobre la cabeza de Myriam.
-¡Maldita sea!- maldijo Victor consultando su busca-. Tengo que irme. No te vayas del hospital sin mí, a menos que vayas a casa.
Myriam se quedó mirándolo. ¿A casa? Pero, antes de que pudiera pensar nada más, apareció la enfermera jefe por el pasillo.
-Acompañé al doctor García a Urgencias- le dijo-. Tenemos a una madre con trillizos prematuros y hemorragia.
Myriam puso los ojos como platos. Inmediatamente, los problemas personales quedaron relegados por detrás de su empeño profesional. Sin decir palabra, se volvió y se dirigió hacia el ascensor, pero Victor la tocó en el brazo y le señaló el letrero luminoso de salida.
-Por las escaleras será más rápido.
Ella asintió y lo siguió por los escalones a toda prisa. La mujer estaba en una camilla, mientras el personal se ponía las batas y las máscaras. Em cuestión de minutos, el ambiente fue una mezcla de tensión y profesionalidad.
El ginecólogo había llegado unos momentos antes, y decidió practicar una cesárea en cuanto vio los primeros signos de peligro. A Myriam se le encogió el corazón cuando oyó que los bebés sólo llevaban veintisiete semanas de gestación. De todas partes del hospital llegó más personal con suministros: un niño muy pequeño que no respiraba, una niña algo mayor que sí lo hacía, y otra niña, aún más pequeña que el primero, que también presentaba problemas respiratorios. Victor se hizo cargo del niño y supervisó a los dos pediatras que se ocuparon de las niñas. La mayor fue estabilizada y llevaba a la unidad de pediatría, pero la otro siguió presentando complicaciones.
Dos horas después, consiguieron estabilizar a la pequeña, pero su estado era precario y nada mpas podían hacer salvo observar y esperar. Myriam vio la preocupación en los ojos de Victor, pero él seguía esforzándose por salvar al niño. Tres horas más tarde, el bebé estaba tan estable como era posible, dada su condición. Victor estaba exhausto y con expresión adusta, y Myriam vio cómo se amrchaba a hablar con los padres, decaído y rendido. Era obvio su temor de que al menos unos de los bebés no sobreviviera.
Myriam fue a lavarse y a recoger sus cosas, completamente agotada. Pensó con vehemencia que nadie podría haber luchado mas por esos bebés. Nadie. El pecho le dolía por los sollozos reprimidos.
En cuanro se hubo arreglado, fue a la oficina de persona. Había sido un día horrible, y no sólo por las complicaciones del parto. Ese día se había dado cuenta de que no podía trabajar con Victor. Estar tan cerca de él, sentir su dolor y no poder consolarlo... la mataría.
El jefe de personal de sorprendió cuando ella le pidió el traslado a otra unidad. Una de las enfermeras de la unidad de oncología infantil iba a darse de baja por amternidad,, y aunque sólo sería una sustitución temporal, le iría bien a Myriam. En seis semanas podría encontrar otro sitio, y , de cualquier modo, se marcharía de San Antonio.
Después de darle las gracias al jefe de personal, se encaminó hacia su coche. El sol se estaba ocultando, y la creciente oscuridad invernal encajaba muy bien con su estado ánimo.
Entonces vio a Victor, apoyado contra su pequeño coche rojo, y ralentizó aún más el paso. Él no levantó la vista; se quedó inmóvil, con las manos en lso bolsillos, hasta que llegó a su lado.
-Hola- lo saludó con suavidad.
-Hola- respondió él sin levantar la mirada. El canancio y la derrota se marcaban en sus rasgos.
Ella conocía, sabía cómo debía de sentirse tras un día así, y no pudo evitar acercarse y ponerle una mano en el antebrazo. Quizá él no la quisiera como esposa, pero habían sido amigos una vez, capaces de compartir sus sentimientos por ese trabajo que amaban y a veces odiaban, Y ella amaba a Victor; tanto, que le partía el corazón verlo sufrir.
-¿Estás bien?
-No,- la miró por fin, y el dolor que se reflejaba en sus ojos dorados la golpeó como un puño-. No, no estoy bien. Hoy he tenido que decirles a unos padres,en dos ocasiones, que sus hijos estaban en estado crítico, y que aun en el caso de que sobrevivieran tendrían serias complicaciones. Ha sido un infierno. Todo lo que podía pensar era en cómo me sentiría su eso le pasara a un hijo nuestro.
Ella le acarició el brazo a través de la manga.
-No es...
-Vas a decirme que no es culpa mía- la interrumpió él, apartándole la mano-. Y tienes razón. Pero sí es culpa mía que me hayas dejado- la agarró antes de que ella pudiera evitarlo-. Lo siento. Por favor vuelve a casa.
-Victor, yo...
-No hables- la apretó contra su pecho y, tras unos segundos de resistencia, ella dejó de luchar. Él le hizo apoyar la cabeza contra su hombro, y ella respiró la fragancia de su loción, mezclada con su puro olor masculino. Era como estar en el cielo, y al mismo tiempo, en el infierno. ¿Cómo podría soportar abandonarlo?-. Lo siento- volvió a decir él-. No debería haber dicjo las cosas que te dije sobre mi padre.
-Tenías razón- dijo ella, apretada contra su pecho-. No tenía ningún derecho a hablar con él.
-No, no tenía razón- la sujetó con más fuerza-.
Lo llamé después de darme cuenta de que te habías marchado, y tuvimos una... conversación civilizada.
-Me alegro- dijo con voz temblorosa. Le costaba controlar sus emociones. Oír que Victor había hablado con su padre era lo último que esperaba. Aspiró hondo, llenándose los pulmones una vez más con su fragancia masculina, y sintió que le corazón se le partía en dos. Que Dios la ayudara, pero no quería marcharse...
-No me has respondido- dijo él.
-¿Mmmm?
-Te he pedido que vuelvas a casa.
¿Podría quedarse con él y amarlo como lo amaba, aun sabiendo que el sentimiento no era mutuo?
Victor se retiró unos centimetros, y le hizo alzar el rostro para poder ver su expresión. Myriam se sorprendió de ver la vulnerabilidad en sus ojos, y se dio cuenta de que él tenía miedo de que ella fuera a rechazarlo.
¿Podría quedarse con él? ¿Podría amarlo sabiendo que no la amaba? La respuesta era clara. Ella lo amaba. Sintiera o no él lo mismo, ella no podía alejarse como tampoco podía extirpar el amor que colmaba su corazón. Tal vez no la quisiera, pero ella no podía megarle lo que él necesitaba, y la necesitaba a ella.
Esbozó una sonrisa, invadida por una inmensa ola de alivio. Una corriente de tristeza aún fluía en su interior, pero due enterraza por al convicción de que aquello era lo mejor para ambos.
-No me lo has pedido. Ha sido una orden.
-Te lo pregunto ahora- le sujetó el rostro entre las amnos-. Myriam, te amo. Debería habértelo dicho antes. Por favor, ¿Volveras a casa conmigo?
-Yo... yo...- la voz se le quebró y se hizo un breve silencio-. ¿Qué?
-Te amo- repitió él-. No quiero volver a pasar una noche sin ti en mis brazos- le escrutó el rostro, y las arrrugas de tensión que se habían suavizado volvieron a marcarse-. Te lo ruego. Me ha costado mucho tiempo admitir que te amo.
-Me amas- dijo ella. Sintió que las rodillas le tamblaban y tuvo que aferrarse a las muñecas de Victor para no caer al asfalto.
-Te amo- volvió a decir-. Iba a decírtelo antes de... de que mi apdre llamara. Después... te fuiste y pensé que no volvería a tener la ocasión- dudó un momento, mirandola intensamente. Cuando volvió a hablar, lo hizo con voz vascilante, sin su seguridad habitual-: Dijiste que me amabas. ¿Sigues sintiendo lo mismo?
-¿Sigo...?. sacudió la cabeza, maravillada. ¡Él la amaba!-. No te das cuenta, ¿verdad?
-¿Darme cuenta de qué?- no la soltó, pero su expresión era de sospecha.
-¡Te he querido desde el primer día en que me sonreíste, estúpido!- lo agarró de la camisa y lo zarandeó, aunque era como intentar mover un muro-. Te he querdio cuando has sido un gruñon en el trabajo, cuando has estado demasiado distraído para recordar mi nombre, cuando me has tratado como... como un viejo zapato. Myriam, la buena amiga- hizo un gesto de exasperación-. He soñado contigo durante años.
-¿Porqué nunca me lo dijiste?- Victor no sonreía, pero en sus ojos brillaba una luz que unos moemntos antes no se veía.
-¿Qué iba a decirte?- extendió las palmas hacia arriba-. Aquí tiene el instrumento que ha pedido, doctor García. Y, oh, a propósito, lo amo- al instante se puso seria-. No... no pensaba que me encontrabas atractiva.
Victor soltó un resoplido.
-¿Cómo iba asaberlo? Te has esforzado porque nadie advirtiera tu presencia- sacudió la cabeza-. Aún recuerdo cómo me sentí el día en que salí a este aparcamiento y te vi el pelo cuelto por primera vez.
-¿Te fijaste en mí?- le preguntó arqueando las cejas-. ¿Cómo te sentiste?
El volvió a rodearla con los brazos y se inclinó para besarla. Myriam perdió el equilibrio y le echó los brazos al cuello, mientras separaba los labios para que él la invadiera con se lengua. La besó intensamente, dejándola respirar sólo cuando a él mismo le dolió el pecho por falta de aire.
-Estaba aterrorizado de que me hubieras dejado para siempre- susurró, apoyando la frente sontra la suya.
-Lo había hecho- dijo ella-. Creía que jamás llegaría a significar para ti lo que tú significas para mi.
Él volvió a rozarla con los labios y a apretarla con fuerza.
-Significas más para mí de lo que puedo expresar con palabras- y se lo demostró con otro beso arrebatador y a pasionado que no dejaba lugar para la duda.
-¿Es esto un espectáculo gratis?- preguntó una voz femenina en tono burlón, Era la misma enfermera que los había interrumpido en la sala de descanso semana atrás.
Y, como lo había hecho entonces, Myriam intenó soltarse de los brazos de Victor, sólo para descubrir que él no tenía intención de soltarla.
-Será mejor que se vayan a casa a hacerlo en privado- aconsehó la sonriente enfermera-. O vamos a leer en periódico que se ha arestado a ciertos miembros de la familia García por escándolo público.
-O algo peor- dijo Victor, riendo. Soltó a Myriam y se llevó de la mano hasta su coche-. Vamos a casa. Recogeremos tu coche mañana.
-Podríamos volver a recogerlo hoy mismo, más tarde- dijo ella.
Pero él negó con la cabeza mientras la metía en el asiento y se inclinaba para besarla otra vez.
-Tengo planes el resto del día. Y te garantizo que no incluyen venir a recoger el coche.
FIN
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Niña muchísimas gracias por la novela, espero que nos sigas poniendo más, ya sabes que somos adictas!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
worale una historia muy hermosa graxias
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Muchas gracias por la novela, es una de mis favoritas.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
HAY GRACIAS POR PONER ESTA LINDA NOVELA
ME ENCANTA
rodmina- VBB PLATA
- Cantidad de envíos : 433
Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
me encanto!!!! miil graciias por compartiir tan liinda noveliita
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
Gracias por la novelitaaa!!
FannyQ- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 1511
Edad : 32
Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
GRACIAS POR LA NOVELA
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
GRACIAS ME GUSTO MUCHO LA HISTORIA
Ale- STAFF
- Cantidad de envíos : 158
Fecha de inscripción : 05/03/2008
Temas similares
» El hombre Perfecto
» Un Hombre Perdido (Final)
» Víctor García, de macho a hombre
» Idea para El hombre perfecto
» Un Hombre Para una Noche Maureen Child
» Un Hombre Perdido (Final)
» Víctor García, de macho a hombre
» Idea para El hombre perfecto
» Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Página 1 de 1.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.