Un Hombre Para una Noche Maureen Child
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Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Argumento:
Al encontrarse con la mirada del sargento de primera Víctor Mahoney, Myriam Santini se envalentonó y olvidó toda precaución. Hacía mucho tiempo que no la besaban, que no la abrazaban, que no la tocaban… ¿Cómo iba a saber una mujer solitaria como ella que una noche de pasión con aquel imponente marine jamás sería suficiente?
Víctor Mahoney conocía los peligros que conllevaba acercarse demasiado a aquella mujer, pero él era un soltero convencido y nada le haría cambiar su idea de llevar una vida solitaria. Claro que no contaba con la posibilidad de enamorarse...
Es la tercera novelita de la serie ¿se las pongo?
Al encontrarse con la mirada del sargento de primera Víctor Mahoney, Myriam Santini se envalentonó y olvidó toda precaución. Hacía mucho tiempo que no la besaban, que no la abrazaban, que no la tocaban… ¿Cómo iba a saber una mujer solitaria como ella que una noche de pasión con aquel imponente marine jamás sería suficiente?
Víctor Mahoney conocía los peligros que conllevaba acercarse demasiado a aquella mujer, pero él era un soltero convencido y nada le haría cambiar su idea de llevar una vida solitaria. Claro que no contaba con la posibilidad de enamorarse...
Es la tercera novelita de la serie ¿se las pongo?
jai33sire- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
siiiiiiiiiiiiiiiii niña claro que siiiiiiiiiii y que quede claro que no estoy desesperada eee
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Ke padre ke vas a poner esta historia tambien, te esperamos con el primer capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 1
—Ningún hombre tiene derecho a ser tan atractivo —dijo Myriam Santini Jackson asintiendo y señalando hacia un oficial de pie al otro lado de la habitación.
Su hermana Marie Garvey se inclinó hacia ella y susurró:
—Es un tipo impresionante, ¿verdad?
La expresión «tipo impresionante» apenas alcanzaba a describirlo. Aquel hombre debía medir casi dos metros, y era puro músculo. Tenía los pómulos tan marcados que te cortaba la respiración, y sus ojos eran de un verde pálido muy brillante, contrastando con la piel morena. Era el modelo perfecto sobre el que colgar un cartel que dijera «no dejes que tu hija se acerque a él». Myriam sonrió para sí misma. Entonces él miró en su dirección y los ojos de ambos se encontraron. Violenta, Myriam se dio cuenta enseguida de que tenía ante sí una elección: desviar la mirada inmediatamente fingiendo no darse cuenta de lo que sucedía o... o mirarlo directamente a la cara y negarse a ceder.
Myriam se decidió por la última opción. Después de todo aquel era un mundo libre. Las mujeres tenían derecho a mirar donde quisieran, ¿no? Pasaron un par de largos minutos observándose. Alrededor de ellos la gente vagaba de un lado a otro del comedor del Bayside Crab Shack. La cena de recepción de su hermana pequeña estaba a punto de terminar, y todos, los invitados a la boda y los novios, tendrían tiempo para charlar. Myriam escuchó retazos de conversaciones, pero no prestó atención. Sabía que su hermana Marie le estaba hablando pero su voz sonaba más como un ruido de fondo que como otra cosa.
Lo único que veía, la única persona en la que tenía centrada toda su atención, era él. Sus ojos. La forma en que estaba ahí, de pie, en el centro del salón, y no obstante separado de la gente. Era como si no estuviera allí, como si estuviera en su propio mundo y quisiera atraerla a ella hacia él. Myriam se movió en su asiento y luchó contra el repentino calor que la embargó, pero no pudo apartar la mirada. Era como si formaran parte de una de esas películas antiguas, en las que el héroe y la heroína intercambian miradas desde los extremos opuestos de una habitación abarrotada de gente, y en la que todo se va nublando mientras el director enfoca a las estrellas.
Aquel alocado pensamiento fue suficiente para romper el hechizo que la mantenía prisionera. Myriam sonrió para sí misma y los labios de él dibujaron una ligerísima curva mientras levantaba la cerveza en un saludo mudo, como diciendo «empate». Myriam tragó fuerte, asintió con elegancia y, cuando él miró a otro lado, volvió la vista hacia su hermana, que le daba codazos en las costillas.
— ¿Qué estás haciendo?
— ¡Es gracioso! Yo iba a preguntarte exactamente lo mismo —contestó Marie mirando hacia el otro extremo del salón, hacia el hombre alto que charlaba con Nick, el novio de Gina.
— ¿De qué estás hablando? —volvió a preguntar Myriam tomando una tarjeta con el nombre de un invitado y usándola como abanico.
— ¿Qué estabais haciendo tú y Don Maravilloso exactamente?
Myriam dejó caer la tarjeta sobre la mesa y se enderezó en su silla.
—No estábamos haciendo nada —dijo a pesar de que ni ella misma lo creía.
Durante aquellos instantes en los que se habían estado mirando había sentido algo como... eléctrico. Myriam invocó a Dios en silencio y alcanzó su copa de vino. Dio un sorbo y dejó que el líquido bajara por su garganta esperando que su frescor aligerara el calor que bullía en su interior.
—Pues desde donde yo estaba no era eso lo que parecía —musitó Marie.
—Entonces cámbiate de sitio —respondió Myriam escuetamente. Luego como si quisiera cambiar de conversación, señaló a su hermana menor y dijo—: Mírala, está radiante.
Gina Santini sonrió mirando para arriba, hacia el hombre que al día siguiente, a esa misma hora sería su marido. Nick Paretti se inclinó y reclamó un beso.
—Es feliz —contestó Marie con sencillez.
—Pues espero que siga así —susurró Myriam más para sí misma que para su hermana. Luego añadió, en voz más alta—Aún me cuesta creer que Gina se case. ¡Ha sido todo tan repentino!
—Quizá sea contagioso —musitó Marie alzando la mano izquierda para contemplar su anillo de boda de oro blanco—Primero yo, luego Gina y luego... —calló sin terminar la frase, mirando a la mujer que tenía a su lado.
—Oh, no, de eso nada —contestó Myriam levantando ambas manos y cruzando los dedos índices como si tratara de alejar de ella a un vampiro—Se me ocurre otra frase: «yo ya he estado allí, ya lo he hecho».
—Por el amor de Dios, Myri, por el hecho de que la primera vez escogieras un amargo limón del jardín del amor no puedes asegurar que la segunda vaya a pasarte lo mismo.
—Muchas gracias por tu consejo —agradeció Myriam asintiendo—pero si no te importa, por el momento voy a mantenerme alejada de ese jardín en particular.
Aquel era el viejo argumento de siempre, pensó Myriam. Un argumento que aquella noche, precisamente, no tenía ganas de repetir. Si sus hermanas querían casarse les desearía toda la felicidad del mundo, rogaría a Dios para que sus matrimonios salieran mejor que el suyo. Los recuerdos comenzaron a surgir en su mente, pero Myriam trató de apartarlos, de arrinconarlos en el oscuro agujero en el que por lo general permanecían. Aquel no era un buen momento para recordar el dolor y el sufrimiento de su experiencia matrimonial, aquella noche debía rogar para que la unión de Gina fuera tan feliz como parecía serlo la de Marie.
— ¡Oh! —Exclamó Marie al escuchar por los altavoces discretamente escondidos en las cuatro esquinas del salón una vieja balada muy conocida—me encanta esta canción. Creo que voy a buscar a mi maravilloso marido para que baile conmigo.
Sola, Myriam se inclinó de nuevo sobre el respaldo del asiento y dio otro sorbo de vino. En momentos como aquel era cuando más lamentaba estar sola. A su alrededor todo eran parejas hablando, bailando o riendo. Hasta su hijo de ocho años, Jeremy, estaba ocupado hablando con la única niña que había en todo el salón, una niña muy pequeña a la que, en otras circunstancias, hubiera evitado como la peste.
—Para quién será esa sonrisa, me pregunto... —dijo una voz profunda desde detrás de ella.
Myriam se sobresaltó, levantó la vista y vio unos ojos verdes que le resultaron familiares. Una cosa era quedársele mirando desde la seguridad de la distancia del salón y otra muy distinta tenerlo cerca, tan cerca que podía oler su colonia. Y, desde luego, olía bien. Myriam se enderezó en la silla y se aclaró la garganta como si tratara de borrar todo pensamiento de su mente. Como si él pudiera leer en sus ojos lo que estaba pensando.
—Para mi hijo —contestó señalando al niño que cerca de ellos, aburría con sus explicaciones a una pobre niña.
—Parece un buen chico.
—Gracias —contestó ella levantándose para evitar tener que mirar hacia arriba.
Una vez en pie Myriam levantó la cabeza más, y más, y más... tratando de mirarlo a los ojos. Era imposible.
—Tú eres Myriam, ¿verdad? —inquirió él volviendo a mirarla y sonriendo de medio lado. Myriam asintió y notó como si se le hiciera un agujero en el estómago. Él sabía su nombre. Pero, ¿cómo?, ¿a quién se lo había preguntado?—Yo soy Víctor. Víctor Mahoney.
—Hola —saludó felicitándose en silencio por ser tan parca en palabras y tener tanta habilidad social.
—Trabajo con Nick —continuó él.
—Así que eres un marine.
— ¿No lo somos todos aquí? —sonrió él haciéndola estremecerse.
—Si, casi todos los de este salón —concedió ella.
Por supuesto, era de esperar cuando Nick el novio, era sargento de artillería. Demonios, si hasta sus hermanos, Sam y John, que habían venido desde lejos para la ceremonia, eran marines. Y el padre de Nick era un ex marine, si es que se podía ser algo así, cosa bastante dudosa. Aquellos chicos parecían llevarlo dentro.
Myriam desvió la vista hacia los hermanos Paretti. Tres hermanos de pelo negro, ojos azul pálido y más músculos de los que jamás pudiera soñarse. Y ninguno de ellos la conmovía lo más mínimo.
— ¿Myriam? —la llamó Víctor. Ella volvió de nuevo la atención sobre el hombre que tenía de pie a su lado, peligrosamente cerca. Ese hombre, por el contrario, sí parecía afectar extrañamente su sistema nervioso—. ¿Quieres bailar?
— ¿Bailar?
—Sí —afirmó él con aquella sonrisa firmemente adherida al rostro—. Ya sabes, moverse en pareja de un lado a otro al ritmo de la música.
Bien hecho. ¿Por qué se comportaba de un modo tan estúpido? ¿Había pasado quizá demasiado tiempo desde que había hablado por última vez con un hombre? ¡Por Dios! ¿Sería posible que viviera tan encerrada en sí misma que el mero hecho de conversar con un hombre atractivo la paralizara? Eso parecía. Myriam tragó fuerte, respiró hondo y se esforzó por contestar:
—Me encantaría.
—Estupendo —respondió él tomando su mano y guiándola hacia el suelo de madera que hacía las veces de pista de baile.
Myriam se concentró en la sensación que le producía tener su mano en la de él. ¡Guau! Era una sensación increíble. Carne contra carne. Unos dedos cálidos y fuertes agarraban los suyos. Ni siquiera se había dado cuenta de que estuviera tan hambrienta de un simple contacto. Y, cuando por fin lo comprendía, otras partes de su cuerpo comenzaban también a requerir cierta atención. Aquella idea la sobresaltó.
En medio de la pista, entre otros bailarines, Víctor la atrajo a sus brazos y comenzó a balancearse al ritmo de la música. Sostenía su mano derecha con la izquierda, manteniéndolas ambas junto a su pecho. Myriam podía sentir los latidos de su corazón bajo la mano. Aquellos latidos serenos la calmaban al tiempo que la excitaban. Había pasado demasiado tiempo, pensó comenzando a relajarse y a seguir los pasos de él. Demasiado tiempo desde la última vez que había bailado con alguien que no fuera su hijo Jeremy, demasiado tiempo desde la última vez que alguien la había agarrado por la cintura, que alguien había presionado su cuerpo contra el de ella.
—Bailas muy bien —dijo él en un susurro, dejando que su aliento rozase la oreja de Myriam mientras su voz le producía temblores en la espalda.
—Gracias —respondió Myriam apartando la cabeza en un intento de defenderse. Él estaba demasiado cerca como para sentirse cómoda—Eres un buen mentiroso.
—Está bien —rió él—ninguno de los dos somos Fred Astaire.
No, aquellas lentas vueltas en círculo apenas podían calificarse de baile, pero a Myriam no le importaba. Era más de lo que había tenido en años.
—No importa, es agradable.
—Sí —confirmó él en voz baja, dejando que su mano derecha subiera y bajara por la espalda de ella—Lo es.
Myriam se estremeció y sus ojos se cerraron mientras saboreaba las sensaciones que él le procuraba. ¡Oh, Dios! Quizá no hubiera sido tan buena idea vivir como una reclusa durante tres años. Estaba reaccionando de un modo exagerado a aquella situación.
—Eres muy bella —dijo él.
Myriam abrió los ojos y se quedó mirando los de él, de un verde luminoso. Si era esa su forma habitual de ligar desde luego era efectiva, pero de ningún modo dejaría que se diera cuenta de que estaba a punto de caer.
—Tal y como ya te he dicho antes eres un buen mentiroso.
—Esta vez no señorita —susurró él.
Myriam sintió que el corazón le daba un vuelco y que la boca se le secaba. Algo estaba ocurriendo, algo oscuro y potente. Su lado racional y sereno, el lado que la había tenido dominada durante los últimos tres años, le aconsejaba echar a correr, cuanto más mejor. Su lado oscuro, en cambio, la urgía a aproximarse más a él, a disfrutar de aquel momento.
— ¿Me permites que te robe a mi hermana por un momento?
Ambos se volvieron hacia quien hablaba, y Myriam consideró por un instante la posibilidad de mandar a su hermana al infierno. Sin embargo algo en la expresión de Gina la detuvo. Myriam se soltó reacia de los brazos de Víctor Mahoney y dijo:
—Gracias por el baile.
—El placer ha sido mío, madam —respondió él guiñándole un ojo y dirigiéndose hacia un grupo de marines.
Myriam suspiró por la oportunidad perdida y se volvió hacia su hermana preguntando:
—Muy bien, hermanita, ¿qué ocurre?
—Por ahora nada, supongo —musitó Gina mirando por encima del hombro a Víctor.
— ¿De qué estás hablando? —inquirió una vez más Myriam, molesta a pesar de querer mucho a su hermana.
—Aléjate de ese tipo —soltó por fin Gina.
— ¿Cómo dices? —preguntó Myriam incrédula.
— ¡Oh, vamos! —musitó su hermana menor agarrándola del brazo y arrastrándola hacia las puertas dobles abiertas, que daban al patio de ladrillo.
Una fresca y suave brisa del océano entraba por el patio, en donde el aire resultaba agradable frente al calor del abarrotado salón. Myriam salió afuera y alzó la vista al cielo estrellado. Respiró hondo y miró a Gina.
—Será mejor que tengas una buena razón.
—Nick dice que deberías mantenerte alejada de él.
—Ah así que lo dice Nick —asintió Myriam con un gesto de las manos—Bueno, eso es otra cosa, ¿cómo no lo habías dicho?
—Myri, Nick dice que Víctor es un buen chico, pero que es del tipo de hombres al que solo les interesa tener aventuras de una noche —alegó Gina sacudiendo la cabeza—No es bueno para ti, y tú lo sabes.
Increíble. Su hermana menor le daba consejos sobre hombres. ¡Por el amor de Dios! Aunque tenía que admitir que probablemente Gina y Nick supieran de qué estaban hablando. Después de todo ella misma había llegado a sospechar, mientras bailaban, que Víctor Mahoney hablaba con excesiva ligereza. Sin embargo el hecho de que ella lo escuchara no les incumbía.
— ¿Y qué os parecería si me dejarais decidir eso a mí?
Gina se apartó el pelo de la cara, hizo una mueca extraña, como si supiera que se había metido donde no la llamaban, y trató de salvar la situación:
—Nadie te está diciendo lo que tienes que hacer.
—Tú me lo estás diciendo —le recordó Myriam—Me has dicho que me aleje de ese tipo.
—Está bien, no debí decírtelo así, solo pretendía que tuvieras cuidado...
¿Cuidado? Durante los últimos tres años no había tenido una sola cita, de hecho apenas había hablado con un hombre. ¿Se podía tener más cuidado? Por primera vez en un siglo bailaba con un hombre atractivo, volvía a sentir aquellas sensaciones que tan vagamente recordaba, ¿y qué pasaba? Que su familia la controlaba como si fuera una virgen vestal a la que hubieran programado para un sacrificio. Si deseaba hacer algo atrevido... algo fuera de lo común... algo «peligroso»... ¿acaso no era lo suficientemente mayorcita como para decidir por sí misma?
—Gina...
—Myriam —la interrumpió su hermana—todos hemos tratado, durante años, de que volvieras a la vida, de que tuvieras citas, pero no queremos ver cómo te hundes la primera vez que sales.
La ira de Myriam se disolvió ante la sincera preocupación de Gina. Myriam alargó un brazo y atrajo a su hermana hacia sí, dándole un fuerte abrazo.
—Está bien, gritaré si veo que comienza la cuenta atrás, te lo juro. ¿De acuerdo?
Lo cierto era que en aquel momento, hundirse en los ojos verdes de Víctor Mahoney no le parecía tan mala idea.
—Ningún hombre tiene derecho a ser tan atractivo —dijo Myriam Santini Jackson asintiendo y señalando hacia un oficial de pie al otro lado de la habitación.
Su hermana Marie Garvey se inclinó hacia ella y susurró:
—Es un tipo impresionante, ¿verdad?
La expresión «tipo impresionante» apenas alcanzaba a describirlo. Aquel hombre debía medir casi dos metros, y era puro músculo. Tenía los pómulos tan marcados que te cortaba la respiración, y sus ojos eran de un verde pálido muy brillante, contrastando con la piel morena. Era el modelo perfecto sobre el que colgar un cartel que dijera «no dejes que tu hija se acerque a él». Myriam sonrió para sí misma. Entonces él miró en su dirección y los ojos de ambos se encontraron. Violenta, Myriam se dio cuenta enseguida de que tenía ante sí una elección: desviar la mirada inmediatamente fingiendo no darse cuenta de lo que sucedía o... o mirarlo directamente a la cara y negarse a ceder.
Myriam se decidió por la última opción. Después de todo aquel era un mundo libre. Las mujeres tenían derecho a mirar donde quisieran, ¿no? Pasaron un par de largos minutos observándose. Alrededor de ellos la gente vagaba de un lado a otro del comedor del Bayside Crab Shack. La cena de recepción de su hermana pequeña estaba a punto de terminar, y todos, los invitados a la boda y los novios, tendrían tiempo para charlar. Myriam escuchó retazos de conversaciones, pero no prestó atención. Sabía que su hermana Marie le estaba hablando pero su voz sonaba más como un ruido de fondo que como otra cosa.
Lo único que veía, la única persona en la que tenía centrada toda su atención, era él. Sus ojos. La forma en que estaba ahí, de pie, en el centro del salón, y no obstante separado de la gente. Era como si no estuviera allí, como si estuviera en su propio mundo y quisiera atraerla a ella hacia él. Myriam se movió en su asiento y luchó contra el repentino calor que la embargó, pero no pudo apartar la mirada. Era como si formaran parte de una de esas películas antiguas, en las que el héroe y la heroína intercambian miradas desde los extremos opuestos de una habitación abarrotada de gente, y en la que todo se va nublando mientras el director enfoca a las estrellas.
Aquel alocado pensamiento fue suficiente para romper el hechizo que la mantenía prisionera. Myriam sonrió para sí misma y los labios de él dibujaron una ligerísima curva mientras levantaba la cerveza en un saludo mudo, como diciendo «empate». Myriam tragó fuerte, asintió con elegancia y, cuando él miró a otro lado, volvió la vista hacia su hermana, que le daba codazos en las costillas.
— ¿Qué estás haciendo?
— ¡Es gracioso! Yo iba a preguntarte exactamente lo mismo —contestó Marie mirando hacia el otro extremo del salón, hacia el hombre alto que charlaba con Nick, el novio de Gina.
— ¿De qué estás hablando? —volvió a preguntar Myriam tomando una tarjeta con el nombre de un invitado y usándola como abanico.
— ¿Qué estabais haciendo tú y Don Maravilloso exactamente?
Myriam dejó caer la tarjeta sobre la mesa y se enderezó en su silla.
—No estábamos haciendo nada —dijo a pesar de que ni ella misma lo creía.
Durante aquellos instantes en los que se habían estado mirando había sentido algo como... eléctrico. Myriam invocó a Dios en silencio y alcanzó su copa de vino. Dio un sorbo y dejó que el líquido bajara por su garganta esperando que su frescor aligerara el calor que bullía en su interior.
—Pues desde donde yo estaba no era eso lo que parecía —musitó Marie.
—Entonces cámbiate de sitio —respondió Myriam escuetamente. Luego como si quisiera cambiar de conversación, señaló a su hermana menor y dijo—: Mírala, está radiante.
Gina Santini sonrió mirando para arriba, hacia el hombre que al día siguiente, a esa misma hora sería su marido. Nick Paretti se inclinó y reclamó un beso.
—Es feliz —contestó Marie con sencillez.
—Pues espero que siga así —susurró Myriam más para sí misma que para su hermana. Luego añadió, en voz más alta—Aún me cuesta creer que Gina se case. ¡Ha sido todo tan repentino!
—Quizá sea contagioso —musitó Marie alzando la mano izquierda para contemplar su anillo de boda de oro blanco—Primero yo, luego Gina y luego... —calló sin terminar la frase, mirando a la mujer que tenía a su lado.
—Oh, no, de eso nada —contestó Myriam levantando ambas manos y cruzando los dedos índices como si tratara de alejar de ella a un vampiro—Se me ocurre otra frase: «yo ya he estado allí, ya lo he hecho».
—Por el amor de Dios, Myri, por el hecho de que la primera vez escogieras un amargo limón del jardín del amor no puedes asegurar que la segunda vaya a pasarte lo mismo.
—Muchas gracias por tu consejo —agradeció Myriam asintiendo—pero si no te importa, por el momento voy a mantenerme alejada de ese jardín en particular.
Aquel era el viejo argumento de siempre, pensó Myriam. Un argumento que aquella noche, precisamente, no tenía ganas de repetir. Si sus hermanas querían casarse les desearía toda la felicidad del mundo, rogaría a Dios para que sus matrimonios salieran mejor que el suyo. Los recuerdos comenzaron a surgir en su mente, pero Myriam trató de apartarlos, de arrinconarlos en el oscuro agujero en el que por lo general permanecían. Aquel no era un buen momento para recordar el dolor y el sufrimiento de su experiencia matrimonial, aquella noche debía rogar para que la unión de Gina fuera tan feliz como parecía serlo la de Marie.
— ¡Oh! —Exclamó Marie al escuchar por los altavoces discretamente escondidos en las cuatro esquinas del salón una vieja balada muy conocida—me encanta esta canción. Creo que voy a buscar a mi maravilloso marido para que baile conmigo.
Sola, Myriam se inclinó de nuevo sobre el respaldo del asiento y dio otro sorbo de vino. En momentos como aquel era cuando más lamentaba estar sola. A su alrededor todo eran parejas hablando, bailando o riendo. Hasta su hijo de ocho años, Jeremy, estaba ocupado hablando con la única niña que había en todo el salón, una niña muy pequeña a la que, en otras circunstancias, hubiera evitado como la peste.
—Para quién será esa sonrisa, me pregunto... —dijo una voz profunda desde detrás de ella.
Myriam se sobresaltó, levantó la vista y vio unos ojos verdes que le resultaron familiares. Una cosa era quedársele mirando desde la seguridad de la distancia del salón y otra muy distinta tenerlo cerca, tan cerca que podía oler su colonia. Y, desde luego, olía bien. Myriam se enderezó en la silla y se aclaró la garganta como si tratara de borrar todo pensamiento de su mente. Como si él pudiera leer en sus ojos lo que estaba pensando.
—Para mi hijo —contestó señalando al niño que cerca de ellos, aburría con sus explicaciones a una pobre niña.
—Parece un buen chico.
—Gracias —contestó ella levantándose para evitar tener que mirar hacia arriba.
Una vez en pie Myriam levantó la cabeza más, y más, y más... tratando de mirarlo a los ojos. Era imposible.
—Tú eres Myriam, ¿verdad? —inquirió él volviendo a mirarla y sonriendo de medio lado. Myriam asintió y notó como si se le hiciera un agujero en el estómago. Él sabía su nombre. Pero, ¿cómo?, ¿a quién se lo había preguntado?—Yo soy Víctor. Víctor Mahoney.
—Hola —saludó felicitándose en silencio por ser tan parca en palabras y tener tanta habilidad social.
—Trabajo con Nick —continuó él.
—Así que eres un marine.
— ¿No lo somos todos aquí? —sonrió él haciéndola estremecerse.
—Si, casi todos los de este salón —concedió ella.
Por supuesto, era de esperar cuando Nick el novio, era sargento de artillería. Demonios, si hasta sus hermanos, Sam y John, que habían venido desde lejos para la ceremonia, eran marines. Y el padre de Nick era un ex marine, si es que se podía ser algo así, cosa bastante dudosa. Aquellos chicos parecían llevarlo dentro.
Myriam desvió la vista hacia los hermanos Paretti. Tres hermanos de pelo negro, ojos azul pálido y más músculos de los que jamás pudiera soñarse. Y ninguno de ellos la conmovía lo más mínimo.
— ¿Myriam? —la llamó Víctor. Ella volvió de nuevo la atención sobre el hombre que tenía de pie a su lado, peligrosamente cerca. Ese hombre, por el contrario, sí parecía afectar extrañamente su sistema nervioso—. ¿Quieres bailar?
— ¿Bailar?
—Sí —afirmó él con aquella sonrisa firmemente adherida al rostro—. Ya sabes, moverse en pareja de un lado a otro al ritmo de la música.
Bien hecho. ¿Por qué se comportaba de un modo tan estúpido? ¿Había pasado quizá demasiado tiempo desde que había hablado por última vez con un hombre? ¡Por Dios! ¿Sería posible que viviera tan encerrada en sí misma que el mero hecho de conversar con un hombre atractivo la paralizara? Eso parecía. Myriam tragó fuerte, respiró hondo y se esforzó por contestar:
—Me encantaría.
—Estupendo —respondió él tomando su mano y guiándola hacia el suelo de madera que hacía las veces de pista de baile.
Myriam se concentró en la sensación que le producía tener su mano en la de él. ¡Guau! Era una sensación increíble. Carne contra carne. Unos dedos cálidos y fuertes agarraban los suyos. Ni siquiera se había dado cuenta de que estuviera tan hambrienta de un simple contacto. Y, cuando por fin lo comprendía, otras partes de su cuerpo comenzaban también a requerir cierta atención. Aquella idea la sobresaltó.
En medio de la pista, entre otros bailarines, Víctor la atrajo a sus brazos y comenzó a balancearse al ritmo de la música. Sostenía su mano derecha con la izquierda, manteniéndolas ambas junto a su pecho. Myriam podía sentir los latidos de su corazón bajo la mano. Aquellos latidos serenos la calmaban al tiempo que la excitaban. Había pasado demasiado tiempo, pensó comenzando a relajarse y a seguir los pasos de él. Demasiado tiempo desde la última vez que había bailado con alguien que no fuera su hijo Jeremy, demasiado tiempo desde la última vez que alguien la había agarrado por la cintura, que alguien había presionado su cuerpo contra el de ella.
—Bailas muy bien —dijo él en un susurro, dejando que su aliento rozase la oreja de Myriam mientras su voz le producía temblores en la espalda.
—Gracias —respondió Myriam apartando la cabeza en un intento de defenderse. Él estaba demasiado cerca como para sentirse cómoda—Eres un buen mentiroso.
—Está bien —rió él—ninguno de los dos somos Fred Astaire.
No, aquellas lentas vueltas en círculo apenas podían calificarse de baile, pero a Myriam no le importaba. Era más de lo que había tenido en años.
—No importa, es agradable.
—Sí —confirmó él en voz baja, dejando que su mano derecha subiera y bajara por la espalda de ella—Lo es.
Myriam se estremeció y sus ojos se cerraron mientras saboreaba las sensaciones que él le procuraba. ¡Oh, Dios! Quizá no hubiera sido tan buena idea vivir como una reclusa durante tres años. Estaba reaccionando de un modo exagerado a aquella situación.
—Eres muy bella —dijo él.
Myriam abrió los ojos y se quedó mirando los de él, de un verde luminoso. Si era esa su forma habitual de ligar desde luego era efectiva, pero de ningún modo dejaría que se diera cuenta de que estaba a punto de caer.
—Tal y como ya te he dicho antes eres un buen mentiroso.
—Esta vez no señorita —susurró él.
Myriam sintió que el corazón le daba un vuelco y que la boca se le secaba. Algo estaba ocurriendo, algo oscuro y potente. Su lado racional y sereno, el lado que la había tenido dominada durante los últimos tres años, le aconsejaba echar a correr, cuanto más mejor. Su lado oscuro, en cambio, la urgía a aproximarse más a él, a disfrutar de aquel momento.
— ¿Me permites que te robe a mi hermana por un momento?
Ambos se volvieron hacia quien hablaba, y Myriam consideró por un instante la posibilidad de mandar a su hermana al infierno. Sin embargo algo en la expresión de Gina la detuvo. Myriam se soltó reacia de los brazos de Víctor Mahoney y dijo:
—Gracias por el baile.
—El placer ha sido mío, madam —respondió él guiñándole un ojo y dirigiéndose hacia un grupo de marines.
Myriam suspiró por la oportunidad perdida y se volvió hacia su hermana preguntando:
—Muy bien, hermanita, ¿qué ocurre?
—Por ahora nada, supongo —musitó Gina mirando por encima del hombro a Víctor.
— ¿De qué estás hablando? —inquirió una vez más Myriam, molesta a pesar de querer mucho a su hermana.
—Aléjate de ese tipo —soltó por fin Gina.
— ¿Cómo dices? —preguntó Myriam incrédula.
— ¡Oh, vamos! —musitó su hermana menor agarrándola del brazo y arrastrándola hacia las puertas dobles abiertas, que daban al patio de ladrillo.
Una fresca y suave brisa del océano entraba por el patio, en donde el aire resultaba agradable frente al calor del abarrotado salón. Myriam salió afuera y alzó la vista al cielo estrellado. Respiró hondo y miró a Gina.
—Será mejor que tengas una buena razón.
—Nick dice que deberías mantenerte alejada de él.
—Ah así que lo dice Nick —asintió Myriam con un gesto de las manos—Bueno, eso es otra cosa, ¿cómo no lo habías dicho?
—Myri, Nick dice que Víctor es un buen chico, pero que es del tipo de hombres al que solo les interesa tener aventuras de una noche —alegó Gina sacudiendo la cabeza—No es bueno para ti, y tú lo sabes.
Increíble. Su hermana menor le daba consejos sobre hombres. ¡Por el amor de Dios! Aunque tenía que admitir que probablemente Gina y Nick supieran de qué estaban hablando. Después de todo ella misma había llegado a sospechar, mientras bailaban, que Víctor Mahoney hablaba con excesiva ligereza. Sin embargo el hecho de que ella lo escuchara no les incumbía.
— ¿Y qué os parecería si me dejarais decidir eso a mí?
Gina se apartó el pelo de la cara, hizo una mueca extraña, como si supiera que se había metido donde no la llamaban, y trató de salvar la situación:
—Nadie te está diciendo lo que tienes que hacer.
—Tú me lo estás diciendo —le recordó Myriam—Me has dicho que me aleje de ese tipo.
—Está bien, no debí decírtelo así, solo pretendía que tuvieras cuidado...
¿Cuidado? Durante los últimos tres años no había tenido una sola cita, de hecho apenas había hablado con un hombre. ¿Se podía tener más cuidado? Por primera vez en un siglo bailaba con un hombre atractivo, volvía a sentir aquellas sensaciones que tan vagamente recordaba, ¿y qué pasaba? Que su familia la controlaba como si fuera una virgen vestal a la que hubieran programado para un sacrificio. Si deseaba hacer algo atrevido... algo fuera de lo común... algo «peligroso»... ¿acaso no era lo suficientemente mayorcita como para decidir por sí misma?
—Gina...
—Myriam —la interrumpió su hermana—todos hemos tratado, durante años, de que volvieras a la vida, de que tuvieras citas, pero no queremos ver cómo te hundes la primera vez que sales.
La ira de Myriam se disolvió ante la sincera preocupación de Gina. Myriam alargó un brazo y atrajo a su hermana hacia sí, dándole un fuerte abrazo.
—Está bien, gritaré si veo que comienza la cuenta atrás, te lo juro. ¿De acuerdo?
Lo cierto era que en aquel momento, hundirse en los ojos verdes de Víctor Mahoney no le parecía tan mala idea.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
graciias por el cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 2
—Deberíamos salir juntos —dijo Sam Paretti—. El hermano del novio y la hermana de la novia... ¿no es perfecto?
Myriam lo miró y sonrió. No pudo evitarlo. Tras conocer a los dos hermanos de Nick, Sam y John, estaba dispuesta a admitir que los Paretti no solo eran guapos, sino además encantadores. Dios había hecho verdaderamente un buen trabajo dando vida a los tres hermanos.
—Es perfecto es cierto —respondió ella—¡Demonios, es casi casi una novela romántica!
—Ahí lo tienes —dijo Sam señalando a los novios—Parecen felices, ¿a que sí?
—Sí, así es —sonrió Myriam observando a su hermana menor bailar con su nuevo marido.
El vestido de novia se arremolinaba en torno a ella con sus tules y encajes, y la sonrisa de su rostro era tan amplia que hubiera podido iluminar todo el salón. El hombre que la guiaba orgullosamente por la pista estaba muy guapo con su uniforme azul. Formaban una pareja de cuento de hadas. Myriam sintió en el corazón un pinchazo amargo y dulce al mismo tiempo. Tanta esperanza, tanto amor... rogó para que Gina y Nick fueran siempre tan felices como parecían serlo en ese instante.
El equipo estereofónico colocado en el escenario hacía sonar una vieja balada tras otra, la sala estaba decorada con globos rosas y blancos, y había un cesto de flores frescas sobre cada una de las mesas dispuestas para la cena. Un servicio de catering se había encargado de todo, pero la cena había terminado. Era la hora de que los invitados charlaran y disfrutaran de la boda de Gina y Nick, Todo estaba cambiando extraordinariamente deprisa. Unos pocos meses antes las Santini compartían aún la casa familiar, y de pronto se quedaban solos mamá, Jeremy y Myriam. Sus hermanas habían pasado a formar parte oficialmente de una pareja casada. Marie y Davis. Gina y Nick
Myriam y... Myriam dio un trago de champán y apartó los ojos de la feliz pareja. No tenía sentido seguir torturándose. Además, tampoco ella deseaba tener marido. Otra vez no. Sencillamente no quería acabar vieja y sola, hablando con los gatos y agobiando a su hijo único para que le llevara a su nieto a verla más a menudo. Sí, pensó seria. Debía tomar más champán, eso la ayudaría a cambiar de actitud.
—Así que... —dijo Sam reclamando de nuevo su atención—... ¿qué me dices, quieres bailar con un marine solitario?
¿Solitario? Myriam tenía la sensación de que Sam Paretti no había sido un solitario jamás en la vida.
—Claro —contestó—voy a...
—Lo siento, marine —dijo una voz profunda desde detrás de Myriam—. Este baile me lo había prometido a mí.
Myriam sintió que se le cortaba la respiración, que el corazón le daba un vuelco.
— ¿Es eso cierto? —preguntó Sam mirándola.
—Ah... —Myriam se aclaró la garganta, tragó fuerte y preguntó—. ¿Te importa?
Ambos hombres se miraron un instante, y finalmente Sam asintió.
—Entonces te veré más tarde, Myriam.
—Gracias —contestó ella mientras Sam se volvía y la dejaba a solas, entre la gente con el hombre al que había estado observando desde lejos todo el día.
—He estado buscándote —dijo él en un susurro y con una voz muy profunda que le produjo un estremecimiento.
Una corriente de excitación la embargó al darse la vuelta para mirar a Víctor a la cara. Habían estado ambos tan ocupados con la celebración de la boda que no habían tenido tiempo de hablar desde que los interrumpieran mientras bailaban el día anterior. Bueno, pero juntos habían hecho algo más que bailar y hablar, a juzgar por los sueños de Myriam. Sin embargo aquello no contaba, ya que él, desde luego, no lo sabía.
— ¿Tan difícil soy de encontrar? —inquirió ella.
—Para mí no —contestó él apoyando una mano sobre la pared, al lado de su cabeza, e inclinándose hacia ella—Yo solía estar en el equipo de reconocimiento. Es el equipo que se adelanta, hace lo que tenga que hacer y se marcha.
Víctor se acercó otro poco más a ella, y Myriam sintió su aliento contra la mejilla. O quizá fuera su propia sangre hirviendo, la que le hacía arder la cara.
—Debes saber que me han advertido contra ti —dijo Myriam levantando la vista hacia aquellos ojos verdes que la habían perseguido en sueños durante toda la noche.
— ¿Contra mí? —Preguntó Víctor con aquella lenta y maliciosa sonrisa capaz de acabar con todas sus defensas— ¡Pero si soy inofensivo, señorita!
Sí, de eso estaba segura. Como el chocolate, que no tenía calorías si se comía a media noche. Myriam dio otro sorbo de champán y se recordó a sí misma el objetivo que se había marcado: nada de corazones rotos, sí al riesgo y al peligro. Solo por una noche.
En realidad la advertencia de Gina de la noche anterior había sido un factor decisivo en todo aquello. Saber que Víctor no se interesaba más que por las aventuras de una sola noche había contribuido a facilitar su decisión. Tras aquellos largos años de sequía podía disfrutar de una noche de magia sin causar el menor daño a nadie. Bueno, excepto por el sentimiento de culpabilidad que, de hecho, estaba ya experimentando. Sinceramente, nadie hubiera podido creer que le iba a resultar tan difícil, a una viuda de veintiocho años, seducir a un hombre. Myriam dio otro trago más de champán, y una voz en su mente le recordó que quería desinhibirse, no quedarse inconsciente. ¡Pero demonios!, ¿quién podía culparla por tratar de sacar algo de coraje del alcohol? Tampoco hacía aquello cada noche.
—Así que inofensivo, ¿eh? —preguntó con una sonrisa que esperaba resultara sexy. Había pasado tanto tiempo que ya ni siquiera estaba segura—Pues no es eso lo que he oído.
— ¿Quién te lo ha dicho?
Aquella sonrisa podía clasificarse de arma letal. Era capaz de hacerle perder el equilibrio a cualquier mujer.
— ¿Quién no? —contestó ella con otra pregunta
— ¿Y crees siempre lo que te dicen? —volvió a preguntar él dejando que sus ojos vagaran lenta, deliberadamente, por su cuerpo, sin darle importancia.
Dios aquel tipo era mejor de lo que Myriam había supuesto. Estaba completamente tensa, y algunas partes de su cuerpo que creía atrofiadas habían recobrado la vida. Todo estaba sucediendo tan deprisa que apenas podía mantenerse en pie. Myriam se tomó unos instantes para calmarse y miró a su alrededor en la habitación... miró a todas partes menos a esos ojos verdes. Escrutó los rostros que la rodeaban, familiares y extraños al mismo tiempo. Docenas de marines se repartían por entre la gente. Tenía que admitir que el uniforme azul les confería algo especial a los hombres. En realidad era una ventaja injusta. Ninguna mujer de sangre caliente podía resistirse, especialmente si había vivido durante más de tres años en el más estricto celibato. Y la pura verdad era que Myriam no deseaba resistirse. Había tomado una decisión en el mismo instante en que su hermana Gina le había dicho que en la base, Víctor tenía reputación de mujeriego. Y no iba a acobardarse.
— ¿Quieres que terminemos nuestro baile? —preguntó Víctor interrumpiendo el torbellino de pensamientos de su cerebro.
Myriam respiró hondo y giró la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Eso para empezar —dijo escuetamente, observando el deseo en lo más profundo de los ojos verdes de Víctor.
Luego se volvió para dejar la copa de champán en la mesa más cercana, y Víctor la tomó de la mano y la guió por entre la multitud. Los ojos de Myriam se fijaron en su ancha espalda, en sus estrechas caderas y en sus largas piernas. Una ola de excitación la embargó anticipándose a lo que ocurriría, la boca se le secó. No había podido dejar de pensar en él desde la noche anterior. Sí, era alto, moreno y guapo, pero también lo eran la mayor parte de los hombres de la sala. Sin embargo el sargento de primera Mahoney tenía algo que le hacía hervir la sangre, algo que alteraba su carácter, cauteloso y sereno por lo general, haciendo que deseara echar a volar. Y aunque solo fuera por esa noche Myriam iba a dejarlo volar.
Al llegar al centro de la pista la música cambió. Del rápido rock pasaron a una pieza lenta de Frank Sinatra. La voz de aquel veterano cantante de ojos azules penetró en la sala cosechando la bienvenida de un antiguo amigo. Hubiera jurado que Víctor lo había planeado a propósito, pero sabía que no era así.
Víctor la atrajo a sus brazos y la presionó contra su cuerpo. Myriam sintió que se le secaba la boca, que la cabeza le daba vueltas. No sabía si estaba mareada por culpa de las cuatro o cinco copas de champán que había bebido o porque la embargaba la sensación de sentirse abrazada por un hombre. Pero no importaba le bastaba con volver a sentirlo, con experimentar aquella suave sacudida de deseo, con sentir las llamas que ardían en el centro de su cuerpo, el calor que amenazaba con doblar sus rodillas y robarle el aliento.
Víctor dejó que su mano derecha se posara sobre la curva de su trasero mientras la hacía girar por la pista abarrotada. Muy sutilmente la atrajo más cerca de sí. Fuerte y duro, el cuerpo de Víctor se presionó contra el suyo haciéndola saber lo que le estaba ocurriendo. Una ola de seguridad en sí misma embargó a Myriam. Aún era capaz de atraer a un hombre, de excitarlo. Según parecía aquellos tres años de monja y madre no le habían robado toda su habilidad como mujer.
Myriam se aferraba a su chaqueta con la mano izquierda. Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y luchó por seguir respirando mientras él la estrechaba contra sí.
—Espero haberte interpretado bien —dijo Víctor mirando para abajo, hacia la mujer a la que en ese momento deseaba más aún que respirar.
Myriam tragó fuerte, soltó la chaqueta y bajó la mano por la espalda de él.
—Confía en mí, si no me hubieras interpretado bien a estas alturas ya lo sabrías.
—Queda claro pero —contestó él asintiendo— solo para estar seguro, lo diré de un modo más directo. Con un sencillo no, ahora mismo, se termina todo.
Myriam se quedó mirándolo, y él vio su propio reflejo en los ojos color chocolate de ella.
— ¿Y a dónde me llevaría exactamente un sí?
El cuerpo de Víctor se tensó aún más, más de lo que él hubiera creído posible unos instantes antes. El juró en silencio. No había esperado aquello. Asistir a la boda de un amigo y acabar acostándose con la cuñada del novio.
—Señorita —dijo él exhalando lentamente— un sí te llevará a donde quieras.
Myriam sonrió muy despacio, encendiendo la mecha que esperaba, dispuesta a arder, en el interior de él.
—Eso abarca mucho campo, sargento de primera.
—Sí, madam —reconoció él mientras su cerebro se llenaba con las imágenes de la noche que lo esperaba—Desde luego que sí.
—Bien —contestó ella acercándose otro poco más, robándole el escaso aliento que le quedaba—Entonces, ¿es una cita? ¿Nos vemos cuando se hayan marchado los novios?
—Si es que puedo esperar... —contestó él.
—La espera merecerá la pena —aseguró ella soltándose de sus brazos mientras la balada llegaba a su fin.
—Perfecto.
Víctor la observó cruzar la sala abarrotada y dirigirse hacia su hermana. Sus cabellos castaños, que le llegaban hasta los hombros, se curvaban hacia adentro por las puntas y se balanceaban suavemente a cada paso que daba. Myriam llevaba un vestido rosa oscuro de dama de honor, con cuello alto, manga larga y falda hasta los pies que rozaba el suelo y crujía haciendo ruido al moverse. Y le sentaba tan bien que Víctor se preguntó si no habría modo de convencer a Nick y a Gina de que partieran inmediatamente de luna de miel.
— ¿Estás segura, cariño? —Preguntó Maryann Santini por quinta vez en el espacio de diez minutos—Es que no me parece justo que nos vayamos todos al mismo tiempo y te dejemos sola. Bueno, Nick y Gina deben marcharse de luna de miel, desde luego, pero no me parece bien irme yo de crucero justo ahora.
— ¡Pero si Margaret y tú lleváis semanas planeándolo! —le recordó Myriam a su madre con paciencia.
—Sí pero justo ahora se va Jeremy, e incluso Marie y Davis se marchan de la ciudad.
Myriam sonrió al pensar en su hijo de ocho años. Por mucho que lo quisiera se alegraba de que le hubiera pedido permiso para pasar fuera el fin de semana. Sobre todo en ese momento. La casa no era un buen sitio para él, teniendo en cuenta sus planes para esa noche.
—Tranquila, mamá —respondió abrazando con fuerza a su madre—Soy mayorcita, ¿recuerdas? No necesito ninguna niñera. En realidad estaba esperando ansiosa una oportunidad para estar un tiempo a solas.
No completamente sola, por supuesto, pero eso su madre no tenía por qué saberlo.
—Entonces... bueno —dijo la mujer no del todo convencida—solo serán diez días, y...
El resto de las palabras de su madre se confundieron con el ruido de fondo de la sala, de la que iban saliendo los últimos invitados. La fiesta había transcurrido muy lentamente para Myriam, sobre todo al final. Solo había sido capaz de pensar en que iba a estar a solas con Víctor Mahoney. Había transcurrido demasiado tiempo. Demasiado tiempo desde la última vez en que alguien la habían abrazado, besado o tocado. Su cuerpo ardía con una intensidad que nunca antes había conocido. Cada centímetro de su piel parecía revivir con una nueva sensación, como si pudiera sentir las manos de Víctor sobre ella.
— ¿Me estás escuchando? —preguntó su madre poniendo una mano sobre su antebrazo.
Myriam se sobresaltó, pero trató de disimular.
—Lo siento, creo que estoy muy cansada.
—Pues la verdad es que pareces enfebrecida, tienes los ojos colorados —dijo su madre frunciendo el ceño—. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
Desde luego que estaba enfebrecida, pero no era nada que pudiera curarse con una aspirina.
—Estoy bien, mamá —contestó ella observando un coche que se detenía al otro lado de la calzada—Mira, ahí está Margaret. Será mejor que te des prisa si no quieres perder el avión.
—Entonces, de acuerdo —dijo su madre cediendo a la excitación del viaje—. Cuídate, y asegúrate de que dejas la casa bien cerrada y...
— ¡Por el amor de Dios, mamá, vete ya! —exclamó Myriam impaciente.
—Está bien, ya me voy —respondió su madre sacudiendo la cabeza y apresurándose hacia el coche de su amiga.
Luego, saludándola con la mano, Margaret hizo sonar la bocina, y ambas se marcharon.
Myriam respiró hondo. Sola. Por fin estaba sola. Jeremy se había marchado a casa de su amigo Mike a pasar el fin de semana, y su madre por fin se había ido. Margaret cuidaría de ella. Eso significaba que, por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, Myriam Santini Jackson, madre, hija, hermana y viuda, podría volver a ser, sencillamente, Myriam. Por una noche. Myriam se dirigió al aparcamiento y sintió de pronto que las piernas le temblaban. El estómago le daba vueltas, su mente corría acelerada preguntándose si estaría haciendo lo correcto. Era terriblemente impropio de ella. Ella no era de ese tipo de mujeres que tienen aventuras de una sola noche.
Dio la vuelta al viejo edificio de ladrillo y metió la mano en el bolso para buscar las llaves. Cuando levantó la vista de nuevo vio a Víctor Mahoney a la luz de una farola del aparcamiento, apoyado negligentemente sobre el capó de su coche. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los pies cruzados también a la altura de los tobillos, y la miraba insistentemente. Incluso a aquella distancia Myriam podía sentir el poder, la ansiedad de su mirada.
El corazón se le aceleró, y aquellas partes de su cuerpo que habían vuelto a la vida redoblaron el ritmo de su pulso eléctrico. Myriam se detuvo solo un instante, y luego comenzó a caminar hacia él. Sus tacones golpeaban el asfalto ruidosamente, al ritmo de los latidos de su corazón. Tenía el coche aparcado a solo un par de huecos del de él. Myriam se detuvo al llegar a la puerta, la abrió y luego lo miró.
Él se enderezó, se acercó al coche de ella y posó los codos sobre el techo.
—Así que, Myriam —comenzó a decir en voz baja, mientras aquel susurro le recorría la espalda—, ¿aún tenemos una cita?
Ella cerró brevemente los ojos y después volvió a mirarlo. Si decía que no él se marcharía, y nadie saldría herido. Ahí estaba, su última oportunidad, se dijo en silencio. Era la última oportunidad que le quedaba de echarse atrás, de olvidar la locura de lo que había estado planeando y volver sola a casa.
Podía tirar la caja de preservativos que había comprado la noche anterior y deslizarse sola en su cama vacía. Podía soñar lo que deseara y pasar el resto de su vida sin el contacto de unas suaves manos de hombre por su piel. Y en lugar de sentir los brazos de un hombre a su alrededor podía sentarse en la oscuridad y lamentar el hecho de no haber tenido el coraje suficiente como para lanzarse sobre lo que deseaba. Anteponer, por primera vez, sus necesidades a las de los demás.
El aire helado y húmedo sopló a su alrededor. Entre aquellas ráfagas de bruma que surgían del océano Víctor parecía casi de otro mundo, como si fuera solo la imagen soñada de un hombre. Pero Myriam sabía que era muy real, y eso era exactamente lo que necesitaba. Lo que deseaba. No había marcha atrás.
Aquella noche no. Myriam tragó fuerte y contestó escueta:
—No he cambiado de opinión.
—Yo tampoco —aseguró él.
¡Oh, Dios! Un relámpago de deseo cruzó los ojos de él soltando chispas que ardieron en su interior. El corazón le martilleaba en el pecho. Myriam respiró hondo antes de abrir la puerta del coche con manos temblorosas. Luego lo miró directamente a los ojos, a aquellos asombrosos ojos, y dijo:
—Sígueme hasta mi casa.
Víctor sonrió lentamente y asintió:
—Te seguiré de cerca.
—Deberíamos salir juntos —dijo Sam Paretti—. El hermano del novio y la hermana de la novia... ¿no es perfecto?
Myriam lo miró y sonrió. No pudo evitarlo. Tras conocer a los dos hermanos de Nick, Sam y John, estaba dispuesta a admitir que los Paretti no solo eran guapos, sino además encantadores. Dios había hecho verdaderamente un buen trabajo dando vida a los tres hermanos.
—Es perfecto es cierto —respondió ella—¡Demonios, es casi casi una novela romántica!
—Ahí lo tienes —dijo Sam señalando a los novios—Parecen felices, ¿a que sí?
—Sí, así es —sonrió Myriam observando a su hermana menor bailar con su nuevo marido.
El vestido de novia se arremolinaba en torno a ella con sus tules y encajes, y la sonrisa de su rostro era tan amplia que hubiera podido iluminar todo el salón. El hombre que la guiaba orgullosamente por la pista estaba muy guapo con su uniforme azul. Formaban una pareja de cuento de hadas. Myriam sintió en el corazón un pinchazo amargo y dulce al mismo tiempo. Tanta esperanza, tanto amor... rogó para que Gina y Nick fueran siempre tan felices como parecían serlo en ese instante.
El equipo estereofónico colocado en el escenario hacía sonar una vieja balada tras otra, la sala estaba decorada con globos rosas y blancos, y había un cesto de flores frescas sobre cada una de las mesas dispuestas para la cena. Un servicio de catering se había encargado de todo, pero la cena había terminado. Era la hora de que los invitados charlaran y disfrutaran de la boda de Gina y Nick, Todo estaba cambiando extraordinariamente deprisa. Unos pocos meses antes las Santini compartían aún la casa familiar, y de pronto se quedaban solos mamá, Jeremy y Myriam. Sus hermanas habían pasado a formar parte oficialmente de una pareja casada. Marie y Davis. Gina y Nick
Myriam y... Myriam dio un trago de champán y apartó los ojos de la feliz pareja. No tenía sentido seguir torturándose. Además, tampoco ella deseaba tener marido. Otra vez no. Sencillamente no quería acabar vieja y sola, hablando con los gatos y agobiando a su hijo único para que le llevara a su nieto a verla más a menudo. Sí, pensó seria. Debía tomar más champán, eso la ayudaría a cambiar de actitud.
—Así que... —dijo Sam reclamando de nuevo su atención—... ¿qué me dices, quieres bailar con un marine solitario?
¿Solitario? Myriam tenía la sensación de que Sam Paretti no había sido un solitario jamás en la vida.
—Claro —contestó—voy a...
—Lo siento, marine —dijo una voz profunda desde detrás de Myriam—. Este baile me lo había prometido a mí.
Myriam sintió que se le cortaba la respiración, que el corazón le daba un vuelco.
— ¿Es eso cierto? —preguntó Sam mirándola.
—Ah... —Myriam se aclaró la garganta, tragó fuerte y preguntó—. ¿Te importa?
Ambos hombres se miraron un instante, y finalmente Sam asintió.
—Entonces te veré más tarde, Myriam.
—Gracias —contestó ella mientras Sam se volvía y la dejaba a solas, entre la gente con el hombre al que había estado observando desde lejos todo el día.
—He estado buscándote —dijo él en un susurro y con una voz muy profunda que le produjo un estremecimiento.
Una corriente de excitación la embargó al darse la vuelta para mirar a Víctor a la cara. Habían estado ambos tan ocupados con la celebración de la boda que no habían tenido tiempo de hablar desde que los interrumpieran mientras bailaban el día anterior. Bueno, pero juntos habían hecho algo más que bailar y hablar, a juzgar por los sueños de Myriam. Sin embargo aquello no contaba, ya que él, desde luego, no lo sabía.
— ¿Tan difícil soy de encontrar? —inquirió ella.
—Para mí no —contestó él apoyando una mano sobre la pared, al lado de su cabeza, e inclinándose hacia ella—Yo solía estar en el equipo de reconocimiento. Es el equipo que se adelanta, hace lo que tenga que hacer y se marcha.
Víctor se acercó otro poco más a ella, y Myriam sintió su aliento contra la mejilla. O quizá fuera su propia sangre hirviendo, la que le hacía arder la cara.
—Debes saber que me han advertido contra ti —dijo Myriam levantando la vista hacia aquellos ojos verdes que la habían perseguido en sueños durante toda la noche.
— ¿Contra mí? —Preguntó Víctor con aquella lenta y maliciosa sonrisa capaz de acabar con todas sus defensas— ¡Pero si soy inofensivo, señorita!
Sí, de eso estaba segura. Como el chocolate, que no tenía calorías si se comía a media noche. Myriam dio otro sorbo de champán y se recordó a sí misma el objetivo que se había marcado: nada de corazones rotos, sí al riesgo y al peligro. Solo por una noche.
En realidad la advertencia de Gina de la noche anterior había sido un factor decisivo en todo aquello. Saber que Víctor no se interesaba más que por las aventuras de una sola noche había contribuido a facilitar su decisión. Tras aquellos largos años de sequía podía disfrutar de una noche de magia sin causar el menor daño a nadie. Bueno, excepto por el sentimiento de culpabilidad que, de hecho, estaba ya experimentando. Sinceramente, nadie hubiera podido creer que le iba a resultar tan difícil, a una viuda de veintiocho años, seducir a un hombre. Myriam dio otro trago más de champán, y una voz en su mente le recordó que quería desinhibirse, no quedarse inconsciente. ¡Pero demonios!, ¿quién podía culparla por tratar de sacar algo de coraje del alcohol? Tampoco hacía aquello cada noche.
—Así que inofensivo, ¿eh? —preguntó con una sonrisa que esperaba resultara sexy. Había pasado tanto tiempo que ya ni siquiera estaba segura—Pues no es eso lo que he oído.
— ¿Quién te lo ha dicho?
Aquella sonrisa podía clasificarse de arma letal. Era capaz de hacerle perder el equilibrio a cualquier mujer.
— ¿Quién no? —contestó ella con otra pregunta
— ¿Y crees siempre lo que te dicen? —volvió a preguntar él dejando que sus ojos vagaran lenta, deliberadamente, por su cuerpo, sin darle importancia.
Dios aquel tipo era mejor de lo que Myriam había supuesto. Estaba completamente tensa, y algunas partes de su cuerpo que creía atrofiadas habían recobrado la vida. Todo estaba sucediendo tan deprisa que apenas podía mantenerse en pie. Myriam se tomó unos instantes para calmarse y miró a su alrededor en la habitación... miró a todas partes menos a esos ojos verdes. Escrutó los rostros que la rodeaban, familiares y extraños al mismo tiempo. Docenas de marines se repartían por entre la gente. Tenía que admitir que el uniforme azul les confería algo especial a los hombres. En realidad era una ventaja injusta. Ninguna mujer de sangre caliente podía resistirse, especialmente si había vivido durante más de tres años en el más estricto celibato. Y la pura verdad era que Myriam no deseaba resistirse. Había tomado una decisión en el mismo instante en que su hermana Gina le había dicho que en la base, Víctor tenía reputación de mujeriego. Y no iba a acobardarse.
— ¿Quieres que terminemos nuestro baile? —preguntó Víctor interrumpiendo el torbellino de pensamientos de su cerebro.
Myriam respiró hondo y giró la cabeza para mirarlo a los ojos.
—Eso para empezar —dijo escuetamente, observando el deseo en lo más profundo de los ojos verdes de Víctor.
Luego se volvió para dejar la copa de champán en la mesa más cercana, y Víctor la tomó de la mano y la guió por entre la multitud. Los ojos de Myriam se fijaron en su ancha espalda, en sus estrechas caderas y en sus largas piernas. Una ola de excitación la embargó anticipándose a lo que ocurriría, la boca se le secó. No había podido dejar de pensar en él desde la noche anterior. Sí, era alto, moreno y guapo, pero también lo eran la mayor parte de los hombres de la sala. Sin embargo el sargento de primera Mahoney tenía algo que le hacía hervir la sangre, algo que alteraba su carácter, cauteloso y sereno por lo general, haciendo que deseara echar a volar. Y aunque solo fuera por esa noche Myriam iba a dejarlo volar.
Al llegar al centro de la pista la música cambió. Del rápido rock pasaron a una pieza lenta de Frank Sinatra. La voz de aquel veterano cantante de ojos azules penetró en la sala cosechando la bienvenida de un antiguo amigo. Hubiera jurado que Víctor lo había planeado a propósito, pero sabía que no era así.
Víctor la atrajo a sus brazos y la presionó contra su cuerpo. Myriam sintió que se le secaba la boca, que la cabeza le daba vueltas. No sabía si estaba mareada por culpa de las cuatro o cinco copas de champán que había bebido o porque la embargaba la sensación de sentirse abrazada por un hombre. Pero no importaba le bastaba con volver a sentirlo, con experimentar aquella suave sacudida de deseo, con sentir las llamas que ardían en el centro de su cuerpo, el calor que amenazaba con doblar sus rodillas y robarle el aliento.
Víctor dejó que su mano derecha se posara sobre la curva de su trasero mientras la hacía girar por la pista abarrotada. Muy sutilmente la atrajo más cerca de sí. Fuerte y duro, el cuerpo de Víctor se presionó contra el suyo haciéndola saber lo que le estaba ocurriendo. Una ola de seguridad en sí misma embargó a Myriam. Aún era capaz de atraer a un hombre, de excitarlo. Según parecía aquellos tres años de monja y madre no le habían robado toda su habilidad como mujer.
Myriam se aferraba a su chaqueta con la mano izquierda. Inclinó la cabeza hacia atrás para mirarlo a la cara y luchó por seguir respirando mientras él la estrechaba contra sí.
—Espero haberte interpretado bien —dijo Víctor mirando para abajo, hacia la mujer a la que en ese momento deseaba más aún que respirar.
Myriam tragó fuerte, soltó la chaqueta y bajó la mano por la espalda de él.
—Confía en mí, si no me hubieras interpretado bien a estas alturas ya lo sabrías.
—Queda claro pero —contestó él asintiendo— solo para estar seguro, lo diré de un modo más directo. Con un sencillo no, ahora mismo, se termina todo.
Myriam se quedó mirándolo, y él vio su propio reflejo en los ojos color chocolate de ella.
— ¿Y a dónde me llevaría exactamente un sí?
El cuerpo de Víctor se tensó aún más, más de lo que él hubiera creído posible unos instantes antes. El juró en silencio. No había esperado aquello. Asistir a la boda de un amigo y acabar acostándose con la cuñada del novio.
—Señorita —dijo él exhalando lentamente— un sí te llevará a donde quieras.
Myriam sonrió muy despacio, encendiendo la mecha que esperaba, dispuesta a arder, en el interior de él.
—Eso abarca mucho campo, sargento de primera.
—Sí, madam —reconoció él mientras su cerebro se llenaba con las imágenes de la noche que lo esperaba—Desde luego que sí.
—Bien —contestó ella acercándose otro poco más, robándole el escaso aliento que le quedaba—Entonces, ¿es una cita? ¿Nos vemos cuando se hayan marchado los novios?
—Si es que puedo esperar... —contestó él.
—La espera merecerá la pena —aseguró ella soltándose de sus brazos mientras la balada llegaba a su fin.
—Perfecto.
Víctor la observó cruzar la sala abarrotada y dirigirse hacia su hermana. Sus cabellos castaños, que le llegaban hasta los hombros, se curvaban hacia adentro por las puntas y se balanceaban suavemente a cada paso que daba. Myriam llevaba un vestido rosa oscuro de dama de honor, con cuello alto, manga larga y falda hasta los pies que rozaba el suelo y crujía haciendo ruido al moverse. Y le sentaba tan bien que Víctor se preguntó si no habría modo de convencer a Nick y a Gina de que partieran inmediatamente de luna de miel.
— ¿Estás segura, cariño? —Preguntó Maryann Santini por quinta vez en el espacio de diez minutos—Es que no me parece justo que nos vayamos todos al mismo tiempo y te dejemos sola. Bueno, Nick y Gina deben marcharse de luna de miel, desde luego, pero no me parece bien irme yo de crucero justo ahora.
— ¡Pero si Margaret y tú lleváis semanas planeándolo! —le recordó Myriam a su madre con paciencia.
—Sí pero justo ahora se va Jeremy, e incluso Marie y Davis se marchan de la ciudad.
Myriam sonrió al pensar en su hijo de ocho años. Por mucho que lo quisiera se alegraba de que le hubiera pedido permiso para pasar fuera el fin de semana. Sobre todo en ese momento. La casa no era un buen sitio para él, teniendo en cuenta sus planes para esa noche.
—Tranquila, mamá —respondió abrazando con fuerza a su madre—Soy mayorcita, ¿recuerdas? No necesito ninguna niñera. En realidad estaba esperando ansiosa una oportunidad para estar un tiempo a solas.
No completamente sola, por supuesto, pero eso su madre no tenía por qué saberlo.
—Entonces... bueno —dijo la mujer no del todo convencida—solo serán diez días, y...
El resto de las palabras de su madre se confundieron con el ruido de fondo de la sala, de la que iban saliendo los últimos invitados. La fiesta había transcurrido muy lentamente para Myriam, sobre todo al final. Solo había sido capaz de pensar en que iba a estar a solas con Víctor Mahoney. Había transcurrido demasiado tiempo. Demasiado tiempo desde la última vez en que alguien la habían abrazado, besado o tocado. Su cuerpo ardía con una intensidad que nunca antes había conocido. Cada centímetro de su piel parecía revivir con una nueva sensación, como si pudiera sentir las manos de Víctor sobre ella.
— ¿Me estás escuchando? —preguntó su madre poniendo una mano sobre su antebrazo.
Myriam se sobresaltó, pero trató de disimular.
—Lo siento, creo que estoy muy cansada.
—Pues la verdad es que pareces enfebrecida, tienes los ojos colorados —dijo su madre frunciendo el ceño—. ¿Estás segura de que te encuentras bien?
Desde luego que estaba enfebrecida, pero no era nada que pudiera curarse con una aspirina.
—Estoy bien, mamá —contestó ella observando un coche que se detenía al otro lado de la calzada—Mira, ahí está Margaret. Será mejor que te des prisa si no quieres perder el avión.
—Entonces, de acuerdo —dijo su madre cediendo a la excitación del viaje—. Cuídate, y asegúrate de que dejas la casa bien cerrada y...
— ¡Por el amor de Dios, mamá, vete ya! —exclamó Myriam impaciente.
—Está bien, ya me voy —respondió su madre sacudiendo la cabeza y apresurándose hacia el coche de su amiga.
Luego, saludándola con la mano, Margaret hizo sonar la bocina, y ambas se marcharon.
Myriam respiró hondo. Sola. Por fin estaba sola. Jeremy se había marchado a casa de su amigo Mike a pasar el fin de semana, y su madre por fin se había ido. Margaret cuidaría de ella. Eso significaba que, por primera vez en mucho, muchísimo tiempo, Myriam Santini Jackson, madre, hija, hermana y viuda, podría volver a ser, sencillamente, Myriam. Por una noche. Myriam se dirigió al aparcamiento y sintió de pronto que las piernas le temblaban. El estómago le daba vueltas, su mente corría acelerada preguntándose si estaría haciendo lo correcto. Era terriblemente impropio de ella. Ella no era de ese tipo de mujeres que tienen aventuras de una sola noche.
Dio la vuelta al viejo edificio de ladrillo y metió la mano en el bolso para buscar las llaves. Cuando levantó la vista de nuevo vio a Víctor Mahoney a la luz de una farola del aparcamiento, apoyado negligentemente sobre el capó de su coche. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y los pies cruzados también a la altura de los tobillos, y la miraba insistentemente. Incluso a aquella distancia Myriam podía sentir el poder, la ansiedad de su mirada.
El corazón se le aceleró, y aquellas partes de su cuerpo que habían vuelto a la vida redoblaron el ritmo de su pulso eléctrico. Myriam se detuvo solo un instante, y luego comenzó a caminar hacia él. Sus tacones golpeaban el asfalto ruidosamente, al ritmo de los latidos de su corazón. Tenía el coche aparcado a solo un par de huecos del de él. Myriam se detuvo al llegar a la puerta, la abrió y luego lo miró.
Él se enderezó, se acercó al coche de ella y posó los codos sobre el techo.
—Así que, Myriam —comenzó a decir en voz baja, mientras aquel susurro le recorría la espalda—, ¿aún tenemos una cita?
Ella cerró brevemente los ojos y después volvió a mirarlo. Si decía que no él se marcharía, y nadie saldría herido. Ahí estaba, su última oportunidad, se dijo en silencio. Era la última oportunidad que le quedaba de echarse atrás, de olvidar la locura de lo que había estado planeando y volver sola a casa.
Podía tirar la caja de preservativos que había comprado la noche anterior y deslizarse sola en su cama vacía. Podía soñar lo que deseara y pasar el resto de su vida sin el contacto de unas suaves manos de hombre por su piel. Y en lugar de sentir los brazos de un hombre a su alrededor podía sentarse en la oscuridad y lamentar el hecho de no haber tenido el coraje suficiente como para lanzarse sobre lo que deseaba. Anteponer, por primera vez, sus necesidades a las de los demás.
El aire helado y húmedo sopló a su alrededor. Entre aquellas ráfagas de bruma que surgían del océano Víctor parecía casi de otro mundo, como si fuera solo la imagen soñada de un hombre. Pero Myriam sabía que era muy real, y eso era exactamente lo que necesitaba. Lo que deseaba. No había marcha atrás.
Aquella noche no. Myriam tragó fuerte y contestó escueta:
—No he cambiado de opinión.
—Yo tampoco —aseguró él.
¡Oh, Dios! Un relámpago de deseo cruzó los ojos de él soltando chispas que ardieron en su interior. El corazón le martilleaba en el pecho. Myriam respiró hondo antes de abrir la puerta del coche con manos temblorosas. Luego lo miró directamente a los ojos, a aquellos asombrosos ojos, y dijo:
—Sígueme hasta mi casa.
Víctor sonrió lentamente y asintió:
—Te seguiré de cerca.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
miil gracias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
BUEN CAPÍTULO, MUCHAS GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 3
Víctor juró en silencio. Se sentía tan agarrotado como un adolescente en el asiento trasero del coche de su padre. Ella condujo por calles tranquilas hasta su casa, y él mantuvo los ojos fijos en sus faros traseros. Myriam torció a la izquierda y entró en una zona residencial que incluso en la oscuridad, parecía silenciosa y acogedora. Un vecindario en el que todos se conocían, la típica zona de la que él saldría huyendo en la dirección opuesta. Pero no aquella noche. Aquella noche no quería estar en ningún otro lugar. Myriam Jackson había invadido su mente y lo perseguía desde el instante mismo de conocerla. Tenía que poseerla. Si ella lo hubiera rechazado habría gritado. Su cuerpo estaba tan anhelante de ella que un no hubiera podido matarlo.
Podía notar en su interior el susurro de la expectación. Su cuerpo, tenso y duro, se excitó aún más al señalar ella hacia la derecha. Víctor miró el búngalo de estilo californiano al pasar. Luego, haciendo un giro completo, volvió hacia la casa y aparcó en la curva. Apagó el motor y se tomó un instante para escuchar el profundo silencio. Ladeó lentamente la cabeza y observó a Myriam salir del coche. Veía su silueta dibujada contra la escasa luz del porche. No podía ver su rostro, pero podía leer la tensión en cada línea de su cuerpo. Su figura alta y esbelta oscilaba ligeramente, y la falda hasta los tobillos se arremolinaba en torno suyo.
Víctor agarró las llaves y salió del coche, y luego cerró la puerta con un sonido seco y sólido que pareció resonar como el eco en las silenciosas casas de alrededor. Dio la vuelta al coche y se dirigió hacia ella. Myriam no se movió, simplemente se quedó ahí, de pie, esperándolo.
El corazón le martilleaba en el pecho, y cuando por fin llegó lo suficientemente cerca de ella como para ver su expresión se le aceleró aún más. En sus ojos brillaba el deseo, la necesidad, la pasión, y todas esas emociones alimentaban las suyas hasta casi ahogarlo. Él alzó una mano y la posó sobre la frente de ella. Myriam tembló. Fuera por nerviosismo o por las dudas, eso Víctor no supo adivinarlo. Necesitaba satisfacer al caballero que aún vivía en su interior rendido ante la bestia, así que se esforzó por decir, en voz baja:
—Myriam, si no deseas que lo hagamos dilo simplemente.
Myriam se rió ligeramente y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
— ¿Si no lo deseo? —repitió ella con voz ronca y espesa—Víctor, lo deseo tanto que me asusta.
Eso era todo lo que necesitaba saber. Víctor la hizo volverse y la guió hasta la casa y el porche iluminado. Subieron juntos las escaleras moviéndose como si fueran uno solo, estableciendo un ritmo inconsciente. Ella revolvió las llaves, y finalmente se le cayeron. Víctor se inclinó a recogerlas.
—Es esa —dijo ella.
El asintió, la metió en la cerradura y la giró. La puerta se abrió y él la hizo pasar. Víctor entró inmediatamente detrás, cerró la puerta y se volvió para mirarla.
Sus ojos se encontraron. Pasó un segundo, luego otro. Myriam dejó caer el bolso.
Víctor dejó caer las llaves al suelo. Y de pronto ella estaba en sus brazos. Víctor no supo bien cómo había llegado hasta allí. No recordaba haber dado ningún paso hacia ella. No sabía cómo habían llegado a estar juntos, pero no le importaba. Solo sabía que por mucho que apretara jamás sentiría que estaba lo suficientemente cerca de ella.
Tomó su boca, la saqueó, abrió sus labios con la lengua, barrió cualquier defensa que ella hubiera podido levantar si hubiera tenido tiempo de pensarlo. Reclamó su boca con fiereza, por completo. Una y otra vez su lengua se unió a la de ella revolviéndose, retorciéndose, explorando y saboreando. Buscó sus tesoros, sus secretos, y, una vez que los hubo encontrado, continuó buscando. Sus manos se movían arriba y abajo por la espalda de Myriam, sobre la curva de su trasero donde, por fin, sus dedos se asieron para apretar y estrujar, para atraerla más fuertemente hacia sí.
Presionó a Myriam contra su cuerpo tenso y excitado, contra aquella parte de sí que había estado torturándolo durante toda la noche con olas de placer tan profundo y rico que casi le habían hecho tambalearse. Deseaba más, lo deseaba todo. Puso las manos sobre la parte delantera del vestido de Myriam y las fue levantando, rozó sus pechos y continuó hacia arriba, hacia los excitantes huecos que formaba su cuello al unirse con los hombros. Deslizó los dedos por su piel y sonrió para sí mismo al sentir que ella temblaba con aquel contacto.
Apartó los labios de ella, y mientras Myriam luchaba por recobrar el aliento inclinó la cabeza para besar la curva de su cuello, para saborear la calidez de su piel, para torturarla igual que había hecho ella con él.
— ¡Oh, Dios! —Suspiró ella inclinando la cabeza hacia un lado—eso me hace sentirme tan...
—Tan bien —terminó por ella.
—Mejor que bien —aseguró Myriam inclinándose sobre él, presionando sus pechos contra el torso de él.
—Quiero sentirte —dijo él dejando que sus manos se deslizaran hasta la cremallera de su vestido, en la parte de atrás.
—Oh, sí —musitó ella—eso sería fantástico.
Víctor sonrió y alcanzó la cremallera, que bajó dejando que sus dedos rozaran toda la piel expuesta a lo largo. Myriam se estremeció, y él gimió. Ella no llevaba sujetador, y eso encendió aún más el deseo de Víctor. Nada se interponía entre él y los pechos de Myriam, desnudos sobre las palmas de sus manos. La cremallera bajaba y bajaba hasta la curva de su trasero. Aquella piel recientemente descubierta reclamaba su contacto, pero Víctor no se olvidó de cumplir. Recorrió su espalda arriba y abajo con la palma de la mano, le quitó el vestido y lo dejó caer a sus pies.
Myriam dio un paso para salir de él y lo retiró de una patada. El aire helado de la habitación arañaba su cuerpo, pero ella apenas lo sentía. Su sangre ardía, y con eso bastaba para mantenerla caliente. Myriam observó a Víctor contemplándola, y por primera vez en años se inquietó por las cicatrices de su vientre, no del todo plano.
Después de todo no era exactamente una modelo de portada. Sin embargo, cuando él levantó las manos y abrazó sus pechos, Myriam dejó de pensar. ¿Quién iba a preocuparse por una cicatriz cuando Víctor acariciaba sus pezones duros con los dedos?
Myriam se sacudió, de pie con los zapatos de tacón, y cerró los ojos. Las sensaciones se sucedían unas a otras en su interior. Desde lo alto de la cabeza hasta las puntas de los pies su cuerpo, repleto de sensaciones, se vanagloriaba lleno de placer. Hacía mucho tiempo, demasiado tiempo desde que un hombre la tocara por última vez.
Abrió los ojos y buscó la mirada ardiente de Víctor. Según parecía la misma pasión voraz que la embargaba a ella se había apoderado de él. Levantó una mano sin disimulo y luchó contra la botonadura metálica de la chaqueta de su uniforme. Se lamió los labios y respiró agitada hasta que consiguió soltarlos y abrir el cinturón. La chaqueta azul por fin colgaba abierta de sus hombros. Myriam puso las manos sobre la camisa blanca y sintió los latidos de su corazón. Entonces él gimió... gimió realmente... y tiró de ella para atraerla hacia sí. El resto de la ropa desapareció en cuestión de segundos, arrojada a un lado, y Myriam se vio presionada contra su cuerpo cálido, desnudo y musculoso.
Las manos de Víctor acariciaban su espalda arriba y abajo, luego subían y giraban y acariciaban una vez más sus pechos. Cada centímetro de su piel estaba electrificado, cada nervio de su cuerpo estaba a punto de estallar. Un deseo desesperado crecía dentro de ella, aumentando e incrementándose hasta el punto de que Myriam llegó a creer que la consumiría... pero seguía deseando más.
Myriam cayó al suelo. Víctor puso un brazo sobre su cabeza para servirle de almohada, y con el otro acarició su cuerpo arriba y abajo hasta dar con el centro de sus muslos. Ella contuvo el aliento, arqueó la espalda y levantó las caderas anticipándose al momento. Los dedos de Víctor se hundieron en su humedad, en su calidez, y el cuerpo de Myriam estalló.
— ¡Víctor! —gritó abrazándose y colgándose de él mientras un estremecimiento salvaje atravesaba todo su cuerpo.
Una tras otra, agolpándose la una sobre la otra, sin concederle un segundo ni para recobrar el aliento, diminutas explosiones sensibles la invadieron por entero. Víctor la sostuvo en sus brazos mientras aquel inesperado clímax reclamaba todo su cuerpo. Myriam sacudió las caderas contra su mano, enterró el rostro en su cuello y cabalgó sobre aquella ola de sensación que la llevó a un lugar que apenas recordaba. Y cuando todo terminó y el último temblor agitó su cuerpo levantó la vista y lo miró. Apenas habían comenzado, y sin embargo ella ya había terminado. ¿No resultaba de lo más mortificante?
—Hace mucho tiempo. Siento mucho que todo haya sucedido tan deprisa —se disculpó con voz rota.
Víctor sacudió la cabeza y sonrió, y después se inclinó sobre ella y la besó en los labios.
—No lo lamentes. Yo no lo lamento.
Entonces alargó una mano hacia atrás buscando sus pantalones y rebuscó por uno de los bolsillos. Sacó un preservativo bien envuelto y la miró.
—No me vendría mal que me ayudaras, ya que solo tengo una mano libre.
Sin dejar de mirarlo Myriam alcanzó el preservativo y lo abrió. Luego se lo puso lentamente. Víctor cerró los ojos al sentir aquel contacto y se acercó más a ella. Myriam rodeó su masculinidad con una mano y lo acarició delicadamente pero con resolución. Él se arqueó en cuestión de segundos, y la respiración de Myriam se aceleró. El deseo volvía a invadirla. Myriam se sacudió contra él, instándolo a penetrarla. A llenarla.
— ¡Es suficiente! —musitó él con voz espesa.
De pronto Víctor se cambió de posición colocándose entre los muslos de ella. Myriam se quedó mirándolo mientras sus dedos jugaban y la acariciaban tocando, explorando. Ella se debatió y retorció ante su contacto, entregándose por entero a lo que estaba ocurriendo. A la escasa luz del vestíbulo observó sus ojos oscurecerse llenos de deseo y necesidad. Myriam colocó con firmeza las plantas de los pies sobre el suelo de madera y levantó las caderas preparándose para la primera embestida.
Al sentir la intrusión jadeó, pero en cuestión de un segundo su cuerpo se ajustó a aquella nueva presencia. Una y otra vez él se movió dentro de ella iniciando un ritmo salvaje y fiero que ella se apresuró a seguir. Myriam levantó las piernas para abrazarlo con ellas por las caderas, estrechándolo fuertemente contra sí de manera que él pudiera ahondar en la penetración. Cada vez que él se retiraba ella sentía deseos de llorar por la pérdida, y cada vez que sus cuerpos volvían a unirse Myriam deseaba gritar lo bien que aquello le hacía sentirse.
Víctor se inclinó sobre ella soportando el peso de su cuerpo sobre las manos. Ambos sostuvieron sus miradas y entonces él comenzó a moverse a un ritmo demoledor. Aquello terminó en un clímax tan potente e increíble que Myriam solo pudo soportarlo rogándole a Dios por poder sobrevivir a aquella experiencia. Y cuando por fin escuchó a Víctor gritar lo abrazó y amortiguó su caída. Pasaron minutos... o quizá horas, antes de que ninguno de los dos se moviera. Por fin Víctor se echó a un lado llevándosela con él y reclinando su cabeza sobre su hombro.
—Ha sido increíble —dijo ella.
Él rió, y el ruido de su risa resonó en todo su pecho.
—«Increíble» es una buena palabra para definirlo —admitió él acariciando su brazo arriba y abajo.
—Bueno, supongo que podríamos levantarnos del suelo, ¿no? —continuó ella disfrutando aún de los últimos estremecimientos de placer.
— ¿Qué prisa corre?
Myriam ladeó la cabeza sobre su hombro y miró sus apasionados ojos verdes.
— ¿Prisa? —repitió en un susurro, para aclararse la garganta y volver a intentarlo después—. No, no corre ninguna prisa, pero... bueno, ya hemos terminado, y...
— ¿Terminado? —Preguntó él sacudiendo la cabeza—. ¡Pero si acabamos de comenzar!
— ¿En serio? —inquirió Myriam segura de que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro
—Desde luego —confirmó Víctor moviéndose ligeramente para levantar un brazo. Luego recorrió con los dedos su cuerpo desde el pecho hasta las caderas y sonrió ante la estela de estremecimientos que la sacudieron—Esta vez nos lo tomaremos con más calma.
— ¿Esta vez? —repitió ella.
¡Pero si aún no se había recobrado de la primera! ¡Ni del segundo y ensordecedor clímax! Se había consumido allí mismo, sobre el suelo del vestíbulo de la casa de su madre. Y jamás volvería a pasar por allí tan tranquila, sin pensar en ello.
—Sí, esta vez —repitió él haciéndola rodar sobre el estómago antes de que ella pudiera poner ninguna objeción.
La fría madera del suelo resultó ser un contacto erótico y excitante. Nunca se hubiera imaginado a sí misma tumbada boca abajo, de piernas abierta», en el suelo del vestíbulo. Y sin embargo ahí estaba, desnuda y ansiosa, esperando el segundo encuentro. Entonces sintió la boca de Víctor sobre la base de la espina dorsal. Los labios y la lengua de Víctor comenzaron a moverse por su piel y Myriam tembló, apretando los puños y volviendo a abrirlos con furia, buscando inútilmente algo a lo que agarrarse. Él habló, y su aliento le rozó la piel.
—Esta vez voy a empezar por la espalda, Ángel. La espalda está conectada directamente con el cerebro. Porque esta vez voy a hacerle el amor a tu mente además de a tu cuerpo.
Myriam cerró los ojos y clamó al cielo en silencio. Víctor la besó, sus labios y su lengua recorrieron toda su espalda saboreándola, aprendiéndose cada curva, cada línea. Desde el principio la había deseado tanto que, una vez que la tenía, que podía disfrutar de ella, que podía mecer su cuerpo sobre el de ella, nada le parecía suficiente. Quería más, y era la primera vez que le ocurría.
Por lo general, una vez saciada la primera ola de deseo, Víctor se sentía satisfecho y dispuesto a marcharse. No deseaba comprometerse. No deseaba entablar largas relaciones. En aquel momento, sin embargo, con aquella mujer, Víctor solo podía pensar en que deseaba más. Más de ella. Más de ambos unidos.
Sus manos recorrieron la carne de Myriam, y cuando ella se sacudió bajo él Víctor supo que su cuerpo había vuelto a la vida como el de él. Había vuelto al deseo. Besó y lamió su cuello hasta que una ola de estremecimientos sacudieron su espalda y sus hombros. Ella se agitaba bajo él, pero Víctor no trató en ningún momento de reconfortarla. En lugar de ello intentaba incrementar ese deseo. Con una caricia tras otra, con un beso tras otro, alimentó las llamas que los consumían a ambos esperando poder ser consumido de verdad al final. Y cuando por fin seguir acariciándola no fue suficiente Víctor la hizo girar, la atrajo a sus brazos y le preguntó:
— ¿Y el dormitorio?
—Subiendo las escaleras —susurró ella abrazándolo con fuerza por el cuello e inclinando la cabeza sobre su pecho—. Date prisa.
—Puedes apostar a que sí —contestó él subiendo los escalones de dos en dos.
—Es la segunda puerta.
—Bien.
Víctor subió las escaleras y entró en una fría habitación verde menta con una colcha de encaje sobre la cama y más encaje cubriendo la ventana, una habitación en la que la luz de la luna trataba de entrar a través de los dibujos de la cortina. Se dirigió directamente hacia la cama, agarró la colcha con una mano y la retiró hasta los pies. Entonces dejó a Myriam sobre las sábanas verdes y se tumbó junto a ella. Hundió la cabeza entre sus pechos y tomó primero un pezón con la boca y después el otro.
Myriam cerró los puños con fuerza en torno a los cabellos de Víctor y lo sujetó contra sí. Su lengua le lamía los pezones saboreándolos ambos hasta que se sintió saciado. Hasta que ella gimió y se sacudió bajo él. Y entonces comenzó de nuevo.
—Víctor... —susurró ella arqueándose, volviéndose hacia él—. Te necesito. Ahora.
—Esta vez lo haremos despacio, Ángel. Despacio para los dos.
Lo destrozaba tener que mantener el control, pero quería que aquello durara. Quería que aquella unión fuera aún más completa que la anterior. Myriam rió ronca y sacudió la cabeza.
—No creo que pueda soportar hacerlo tan despacio.
Él sonrió contra su pecho y acarició con una mano su cuerpo hasta descender al mismo centro de su ser. Ella jadeó, Víctor abrazó su trasero y levantó sus caderas para tocarla.
—Oh, ahora «sé» que no podré esperar mucho más —añadió ella.
—Es mejor —aseguró él.
—Imposible —murmuró Myriam retorciendo las caderas a su contacto.
—Confía en mí —dijo él moviéndose de arriba abajo a lo largo de su cuerpo, posando húmedos besos y promesas silenciosas a su paso.
Víctor miró para arriba y vio que ella se aferraba a las sábanas con fuerza. Y sonrió para sí mismo, orgulloso de saber que podía llevarla hasta ese extremo de placer poco después de haber compartido con ella un clímax paralizador.
— ¡Víctor!... ¡Víctor! —gritó ella su nombre entre gemidos, con la respiración acelerada.
Myriam se lamió los labios húmedos y movió la cabeza de un lado a otro sobre la almohada mientras trataba de buscar el alivio que solo él podía ofrecerle.
El se colocó entre sus muslos y, arrodillándose, la levantó de la cama agarrándola firme y suavemente. Sus dedos se hundieron en la carne tierna mientras la levantaba más y más y se inclinaba para saborearla. Myriam gritó y lo miró. Miró cómo su boca tomaba lugares desconocidos para ella hasta ese momento, lugares que ni siquiera había soñado que existieran. Ningún hombre le había hecho nunca eso. Y jamás hubiera creído que no solo iba a dejárselo hacer, sino que además disfrutaría de las sensaciones que le producía.
Víctor tenía razón. No estaba reclamando su cuerpo solamente, sino también su mente, en esa ocasión. La cabeza le daba vueltas, el corazón le latía ensordecedoramente en los oídos. Myriam trató de agarrarse a la única porción de sensatez que le quedaba mientras el resto de su cuerpo se aceleraba hacia el alivio del clímax que la aguardaba. La boca y la lengua de Víctor la torturaron con exquisita deliberación. Su aliento chocaba contra la carne tierna mientras él la llevaba aún más alto, tan alto que Myriam sintió que el aire era irrespirable. Y justo cuando pensaba que no iba a poder soportarlo más un último e íntimo beso le robó el resto de sensatez para dejarla inconsciente.
Unos segundos después el cuerpo de Víctor se introdujo en el de ella. Myriam sintió unas cuantas embestidas rápidas y fuertes, y enseguida Víctor encontró una satisfacción inigualable. Y, mientras se quedaba colapsado sobre el cuerpo de Myriam, justo en ese instante y lugar, en aquella casa acogedora y silenciosa, Víctor se dio cuenta de que la había hecho suya y de que, al mismo tiempo, había caído en una trampa que ni siquiera había visto venir.
Víctor juró en silencio. Se sentía tan agarrotado como un adolescente en el asiento trasero del coche de su padre. Ella condujo por calles tranquilas hasta su casa, y él mantuvo los ojos fijos en sus faros traseros. Myriam torció a la izquierda y entró en una zona residencial que incluso en la oscuridad, parecía silenciosa y acogedora. Un vecindario en el que todos se conocían, la típica zona de la que él saldría huyendo en la dirección opuesta. Pero no aquella noche. Aquella noche no quería estar en ningún otro lugar. Myriam Jackson había invadido su mente y lo perseguía desde el instante mismo de conocerla. Tenía que poseerla. Si ella lo hubiera rechazado habría gritado. Su cuerpo estaba tan anhelante de ella que un no hubiera podido matarlo.
Podía notar en su interior el susurro de la expectación. Su cuerpo, tenso y duro, se excitó aún más al señalar ella hacia la derecha. Víctor miró el búngalo de estilo californiano al pasar. Luego, haciendo un giro completo, volvió hacia la casa y aparcó en la curva. Apagó el motor y se tomó un instante para escuchar el profundo silencio. Ladeó lentamente la cabeza y observó a Myriam salir del coche. Veía su silueta dibujada contra la escasa luz del porche. No podía ver su rostro, pero podía leer la tensión en cada línea de su cuerpo. Su figura alta y esbelta oscilaba ligeramente, y la falda hasta los tobillos se arremolinaba en torno suyo.
Víctor agarró las llaves y salió del coche, y luego cerró la puerta con un sonido seco y sólido que pareció resonar como el eco en las silenciosas casas de alrededor. Dio la vuelta al coche y se dirigió hacia ella. Myriam no se movió, simplemente se quedó ahí, de pie, esperándolo.
El corazón le martilleaba en el pecho, y cuando por fin llegó lo suficientemente cerca de ella como para ver su expresión se le aceleró aún más. En sus ojos brillaba el deseo, la necesidad, la pasión, y todas esas emociones alimentaban las suyas hasta casi ahogarlo. Él alzó una mano y la posó sobre la frente de ella. Myriam tembló. Fuera por nerviosismo o por las dudas, eso Víctor no supo adivinarlo. Necesitaba satisfacer al caballero que aún vivía en su interior rendido ante la bestia, así que se esforzó por decir, en voz baja:
—Myriam, si no deseas que lo hagamos dilo simplemente.
Myriam se rió ligeramente y echó la cabeza hacia atrás para mirarlo.
— ¿Si no lo deseo? —repitió ella con voz ronca y espesa—Víctor, lo deseo tanto que me asusta.
Eso era todo lo que necesitaba saber. Víctor la hizo volverse y la guió hasta la casa y el porche iluminado. Subieron juntos las escaleras moviéndose como si fueran uno solo, estableciendo un ritmo inconsciente. Ella revolvió las llaves, y finalmente se le cayeron. Víctor se inclinó a recogerlas.
—Es esa —dijo ella.
El asintió, la metió en la cerradura y la giró. La puerta se abrió y él la hizo pasar. Víctor entró inmediatamente detrás, cerró la puerta y se volvió para mirarla.
Sus ojos se encontraron. Pasó un segundo, luego otro. Myriam dejó caer el bolso.
Víctor dejó caer las llaves al suelo. Y de pronto ella estaba en sus brazos. Víctor no supo bien cómo había llegado hasta allí. No recordaba haber dado ningún paso hacia ella. No sabía cómo habían llegado a estar juntos, pero no le importaba. Solo sabía que por mucho que apretara jamás sentiría que estaba lo suficientemente cerca de ella.
Tomó su boca, la saqueó, abrió sus labios con la lengua, barrió cualquier defensa que ella hubiera podido levantar si hubiera tenido tiempo de pensarlo. Reclamó su boca con fiereza, por completo. Una y otra vez su lengua se unió a la de ella revolviéndose, retorciéndose, explorando y saboreando. Buscó sus tesoros, sus secretos, y, una vez que los hubo encontrado, continuó buscando. Sus manos se movían arriba y abajo por la espalda de Myriam, sobre la curva de su trasero donde, por fin, sus dedos se asieron para apretar y estrujar, para atraerla más fuertemente hacia sí.
Presionó a Myriam contra su cuerpo tenso y excitado, contra aquella parte de sí que había estado torturándolo durante toda la noche con olas de placer tan profundo y rico que casi le habían hecho tambalearse. Deseaba más, lo deseaba todo. Puso las manos sobre la parte delantera del vestido de Myriam y las fue levantando, rozó sus pechos y continuó hacia arriba, hacia los excitantes huecos que formaba su cuello al unirse con los hombros. Deslizó los dedos por su piel y sonrió para sí mismo al sentir que ella temblaba con aquel contacto.
Apartó los labios de ella, y mientras Myriam luchaba por recobrar el aliento inclinó la cabeza para besar la curva de su cuello, para saborear la calidez de su piel, para torturarla igual que había hecho ella con él.
— ¡Oh, Dios! —Suspiró ella inclinando la cabeza hacia un lado—eso me hace sentirme tan...
—Tan bien —terminó por ella.
—Mejor que bien —aseguró Myriam inclinándose sobre él, presionando sus pechos contra el torso de él.
—Quiero sentirte —dijo él dejando que sus manos se deslizaran hasta la cremallera de su vestido, en la parte de atrás.
—Oh, sí —musitó ella—eso sería fantástico.
Víctor sonrió y alcanzó la cremallera, que bajó dejando que sus dedos rozaran toda la piel expuesta a lo largo. Myriam se estremeció, y él gimió. Ella no llevaba sujetador, y eso encendió aún más el deseo de Víctor. Nada se interponía entre él y los pechos de Myriam, desnudos sobre las palmas de sus manos. La cremallera bajaba y bajaba hasta la curva de su trasero. Aquella piel recientemente descubierta reclamaba su contacto, pero Víctor no se olvidó de cumplir. Recorrió su espalda arriba y abajo con la palma de la mano, le quitó el vestido y lo dejó caer a sus pies.
Myriam dio un paso para salir de él y lo retiró de una patada. El aire helado de la habitación arañaba su cuerpo, pero ella apenas lo sentía. Su sangre ardía, y con eso bastaba para mantenerla caliente. Myriam observó a Víctor contemplándola, y por primera vez en años se inquietó por las cicatrices de su vientre, no del todo plano.
Después de todo no era exactamente una modelo de portada. Sin embargo, cuando él levantó las manos y abrazó sus pechos, Myriam dejó de pensar. ¿Quién iba a preocuparse por una cicatriz cuando Víctor acariciaba sus pezones duros con los dedos?
Myriam se sacudió, de pie con los zapatos de tacón, y cerró los ojos. Las sensaciones se sucedían unas a otras en su interior. Desde lo alto de la cabeza hasta las puntas de los pies su cuerpo, repleto de sensaciones, se vanagloriaba lleno de placer. Hacía mucho tiempo, demasiado tiempo desde que un hombre la tocara por última vez.
Abrió los ojos y buscó la mirada ardiente de Víctor. Según parecía la misma pasión voraz que la embargaba a ella se había apoderado de él. Levantó una mano sin disimulo y luchó contra la botonadura metálica de la chaqueta de su uniforme. Se lamió los labios y respiró agitada hasta que consiguió soltarlos y abrir el cinturón. La chaqueta azul por fin colgaba abierta de sus hombros. Myriam puso las manos sobre la camisa blanca y sintió los latidos de su corazón. Entonces él gimió... gimió realmente... y tiró de ella para atraerla hacia sí. El resto de la ropa desapareció en cuestión de segundos, arrojada a un lado, y Myriam se vio presionada contra su cuerpo cálido, desnudo y musculoso.
Las manos de Víctor acariciaban su espalda arriba y abajo, luego subían y giraban y acariciaban una vez más sus pechos. Cada centímetro de su piel estaba electrificado, cada nervio de su cuerpo estaba a punto de estallar. Un deseo desesperado crecía dentro de ella, aumentando e incrementándose hasta el punto de que Myriam llegó a creer que la consumiría... pero seguía deseando más.
Myriam cayó al suelo. Víctor puso un brazo sobre su cabeza para servirle de almohada, y con el otro acarició su cuerpo arriba y abajo hasta dar con el centro de sus muslos. Ella contuvo el aliento, arqueó la espalda y levantó las caderas anticipándose al momento. Los dedos de Víctor se hundieron en su humedad, en su calidez, y el cuerpo de Myriam estalló.
— ¡Víctor! —gritó abrazándose y colgándose de él mientras un estremecimiento salvaje atravesaba todo su cuerpo.
Una tras otra, agolpándose la una sobre la otra, sin concederle un segundo ni para recobrar el aliento, diminutas explosiones sensibles la invadieron por entero. Víctor la sostuvo en sus brazos mientras aquel inesperado clímax reclamaba todo su cuerpo. Myriam sacudió las caderas contra su mano, enterró el rostro en su cuello y cabalgó sobre aquella ola de sensación que la llevó a un lugar que apenas recordaba. Y cuando todo terminó y el último temblor agitó su cuerpo levantó la vista y lo miró. Apenas habían comenzado, y sin embargo ella ya había terminado. ¿No resultaba de lo más mortificante?
—Hace mucho tiempo. Siento mucho que todo haya sucedido tan deprisa —se disculpó con voz rota.
Víctor sacudió la cabeza y sonrió, y después se inclinó sobre ella y la besó en los labios.
—No lo lamentes. Yo no lo lamento.
Entonces alargó una mano hacia atrás buscando sus pantalones y rebuscó por uno de los bolsillos. Sacó un preservativo bien envuelto y la miró.
—No me vendría mal que me ayudaras, ya que solo tengo una mano libre.
Sin dejar de mirarlo Myriam alcanzó el preservativo y lo abrió. Luego se lo puso lentamente. Víctor cerró los ojos al sentir aquel contacto y se acercó más a ella. Myriam rodeó su masculinidad con una mano y lo acarició delicadamente pero con resolución. Él se arqueó en cuestión de segundos, y la respiración de Myriam se aceleró. El deseo volvía a invadirla. Myriam se sacudió contra él, instándolo a penetrarla. A llenarla.
— ¡Es suficiente! —musitó él con voz espesa.
De pronto Víctor se cambió de posición colocándose entre los muslos de ella. Myriam se quedó mirándolo mientras sus dedos jugaban y la acariciaban tocando, explorando. Ella se debatió y retorció ante su contacto, entregándose por entero a lo que estaba ocurriendo. A la escasa luz del vestíbulo observó sus ojos oscurecerse llenos de deseo y necesidad. Myriam colocó con firmeza las plantas de los pies sobre el suelo de madera y levantó las caderas preparándose para la primera embestida.
Al sentir la intrusión jadeó, pero en cuestión de un segundo su cuerpo se ajustó a aquella nueva presencia. Una y otra vez él se movió dentro de ella iniciando un ritmo salvaje y fiero que ella se apresuró a seguir. Myriam levantó las piernas para abrazarlo con ellas por las caderas, estrechándolo fuertemente contra sí de manera que él pudiera ahondar en la penetración. Cada vez que él se retiraba ella sentía deseos de llorar por la pérdida, y cada vez que sus cuerpos volvían a unirse Myriam deseaba gritar lo bien que aquello le hacía sentirse.
Víctor se inclinó sobre ella soportando el peso de su cuerpo sobre las manos. Ambos sostuvieron sus miradas y entonces él comenzó a moverse a un ritmo demoledor. Aquello terminó en un clímax tan potente e increíble que Myriam solo pudo soportarlo rogándole a Dios por poder sobrevivir a aquella experiencia. Y cuando por fin escuchó a Víctor gritar lo abrazó y amortiguó su caída. Pasaron minutos... o quizá horas, antes de que ninguno de los dos se moviera. Por fin Víctor se echó a un lado llevándosela con él y reclinando su cabeza sobre su hombro.
—Ha sido increíble —dijo ella.
Él rió, y el ruido de su risa resonó en todo su pecho.
—«Increíble» es una buena palabra para definirlo —admitió él acariciando su brazo arriba y abajo.
—Bueno, supongo que podríamos levantarnos del suelo, ¿no? —continuó ella disfrutando aún de los últimos estremecimientos de placer.
— ¿Qué prisa corre?
Myriam ladeó la cabeza sobre su hombro y miró sus apasionados ojos verdes.
— ¿Prisa? —repitió en un susurro, para aclararse la garganta y volver a intentarlo después—. No, no corre ninguna prisa, pero... bueno, ya hemos terminado, y...
— ¿Terminado? —Preguntó él sacudiendo la cabeza—. ¡Pero si acabamos de comenzar!
— ¿En serio? —inquirió Myriam segura de que el corazón se le saldría del pecho de un momento a otro
—Desde luego —confirmó Víctor moviéndose ligeramente para levantar un brazo. Luego recorrió con los dedos su cuerpo desde el pecho hasta las caderas y sonrió ante la estela de estremecimientos que la sacudieron—Esta vez nos lo tomaremos con más calma.
— ¿Esta vez? —repitió ella.
¡Pero si aún no se había recobrado de la primera! ¡Ni del segundo y ensordecedor clímax! Se había consumido allí mismo, sobre el suelo del vestíbulo de la casa de su madre. Y jamás volvería a pasar por allí tan tranquila, sin pensar en ello.
—Sí, esta vez —repitió él haciéndola rodar sobre el estómago antes de que ella pudiera poner ninguna objeción.
La fría madera del suelo resultó ser un contacto erótico y excitante. Nunca se hubiera imaginado a sí misma tumbada boca abajo, de piernas abierta», en el suelo del vestíbulo. Y sin embargo ahí estaba, desnuda y ansiosa, esperando el segundo encuentro. Entonces sintió la boca de Víctor sobre la base de la espina dorsal. Los labios y la lengua de Víctor comenzaron a moverse por su piel y Myriam tembló, apretando los puños y volviendo a abrirlos con furia, buscando inútilmente algo a lo que agarrarse. Él habló, y su aliento le rozó la piel.
—Esta vez voy a empezar por la espalda, Ángel. La espalda está conectada directamente con el cerebro. Porque esta vez voy a hacerle el amor a tu mente además de a tu cuerpo.
Myriam cerró los ojos y clamó al cielo en silencio. Víctor la besó, sus labios y su lengua recorrieron toda su espalda saboreándola, aprendiéndose cada curva, cada línea. Desde el principio la había deseado tanto que, una vez que la tenía, que podía disfrutar de ella, que podía mecer su cuerpo sobre el de ella, nada le parecía suficiente. Quería más, y era la primera vez que le ocurría.
Por lo general, una vez saciada la primera ola de deseo, Víctor se sentía satisfecho y dispuesto a marcharse. No deseaba comprometerse. No deseaba entablar largas relaciones. En aquel momento, sin embargo, con aquella mujer, Víctor solo podía pensar en que deseaba más. Más de ella. Más de ambos unidos.
Sus manos recorrieron la carne de Myriam, y cuando ella se sacudió bajo él Víctor supo que su cuerpo había vuelto a la vida como el de él. Había vuelto al deseo. Besó y lamió su cuello hasta que una ola de estremecimientos sacudieron su espalda y sus hombros. Ella se agitaba bajo él, pero Víctor no trató en ningún momento de reconfortarla. En lugar de ello intentaba incrementar ese deseo. Con una caricia tras otra, con un beso tras otro, alimentó las llamas que los consumían a ambos esperando poder ser consumido de verdad al final. Y cuando por fin seguir acariciándola no fue suficiente Víctor la hizo girar, la atrajo a sus brazos y le preguntó:
— ¿Y el dormitorio?
—Subiendo las escaleras —susurró ella abrazándolo con fuerza por el cuello e inclinando la cabeza sobre su pecho—. Date prisa.
—Puedes apostar a que sí —contestó él subiendo los escalones de dos en dos.
—Es la segunda puerta.
—Bien.
Víctor subió las escaleras y entró en una fría habitación verde menta con una colcha de encaje sobre la cama y más encaje cubriendo la ventana, una habitación en la que la luz de la luna trataba de entrar a través de los dibujos de la cortina. Se dirigió directamente hacia la cama, agarró la colcha con una mano y la retiró hasta los pies. Entonces dejó a Myriam sobre las sábanas verdes y se tumbó junto a ella. Hundió la cabeza entre sus pechos y tomó primero un pezón con la boca y después el otro.
Myriam cerró los puños con fuerza en torno a los cabellos de Víctor y lo sujetó contra sí. Su lengua le lamía los pezones saboreándolos ambos hasta que se sintió saciado. Hasta que ella gimió y se sacudió bajo él. Y entonces comenzó de nuevo.
—Víctor... —susurró ella arqueándose, volviéndose hacia él—. Te necesito. Ahora.
—Esta vez lo haremos despacio, Ángel. Despacio para los dos.
Lo destrozaba tener que mantener el control, pero quería que aquello durara. Quería que aquella unión fuera aún más completa que la anterior. Myriam rió ronca y sacudió la cabeza.
—No creo que pueda soportar hacerlo tan despacio.
Él sonrió contra su pecho y acarició con una mano su cuerpo hasta descender al mismo centro de su ser. Ella jadeó, Víctor abrazó su trasero y levantó sus caderas para tocarla.
—Oh, ahora «sé» que no podré esperar mucho más —añadió ella.
—Es mejor —aseguró él.
—Imposible —murmuró Myriam retorciendo las caderas a su contacto.
—Confía en mí —dijo él moviéndose de arriba abajo a lo largo de su cuerpo, posando húmedos besos y promesas silenciosas a su paso.
Víctor miró para arriba y vio que ella se aferraba a las sábanas con fuerza. Y sonrió para sí mismo, orgulloso de saber que podía llevarla hasta ese extremo de placer poco después de haber compartido con ella un clímax paralizador.
— ¡Víctor!... ¡Víctor! —gritó ella su nombre entre gemidos, con la respiración acelerada.
Myriam se lamió los labios húmedos y movió la cabeza de un lado a otro sobre la almohada mientras trataba de buscar el alivio que solo él podía ofrecerle.
El se colocó entre sus muslos y, arrodillándose, la levantó de la cama agarrándola firme y suavemente. Sus dedos se hundieron en la carne tierna mientras la levantaba más y más y se inclinaba para saborearla. Myriam gritó y lo miró. Miró cómo su boca tomaba lugares desconocidos para ella hasta ese momento, lugares que ni siquiera había soñado que existieran. Ningún hombre le había hecho nunca eso. Y jamás hubiera creído que no solo iba a dejárselo hacer, sino que además disfrutaría de las sensaciones que le producía.
Víctor tenía razón. No estaba reclamando su cuerpo solamente, sino también su mente, en esa ocasión. La cabeza le daba vueltas, el corazón le latía ensordecedoramente en los oídos. Myriam trató de agarrarse a la única porción de sensatez que le quedaba mientras el resto de su cuerpo se aceleraba hacia el alivio del clímax que la aguardaba. La boca y la lengua de Víctor la torturaron con exquisita deliberación. Su aliento chocaba contra la carne tierna mientras él la llevaba aún más alto, tan alto que Myriam sintió que el aire era irrespirable. Y justo cuando pensaba que no iba a poder soportarlo más un último e íntimo beso le robó el resto de sensatez para dejarla inconsciente.
Unos segundos después el cuerpo de Víctor se introdujo en el de ella. Myriam sintió unas cuantas embestidas rápidas y fuertes, y enseguida Víctor encontró una satisfacción inigualable. Y, mientras se quedaba colapsado sobre el cuerpo de Myriam, justo en ese instante y lugar, en aquella casa acogedora y silenciosa, Víctor se dio cuenta de que la había hecho suya y de que, al mismo tiempo, había caído en una trampa que ni siquiera había visto venir.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Muchas gracias por los capitulo, esta muy buena esta novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
GRACIAS POR EL CAPÍTULO, MUY BUENO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
graciias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 4
Myriam se quedó dormida un rato, y cuando se despertó lo primero que oyó fue a su estómago rugir. Había estado tan nerviosa tratando de seducir a Víctor Mahoney que apenas había comido nada en todo el día.
—Tienes hambre, ¿verdad? —preguntó él volviendo la cabeza sobre la almohada para mirarla.
Myriam se presionó el estómago con una mano como si fuera a conseguir con ello que sus tripas dejaran de retumbar. Al ver que continuaba sonrió a medias y dijo:
—Eso parece, sí.
—Yo también, así que... —sugirió Víctor poniéndose en pie y saliendo de la cama—... vamos a echar un vistazo a tu cocina.
No era mala idea, pensó Myriam. Si es que podía moverse. Le dolían unos cuantos músculos que no había usado en años. Era un dolor agotador, pero también estimulante. Myriam miró a Víctor y pensó que él comprendía lo que le ocurría. Víctor sonrió a medias, alargó una mano y dijo:
—Vamos, te ayudaré a levantarte.
—Uh...
Una cosa era compartir una experiencia sexual tremendamente gratificante y otra muy distinta vagar por la casa desnuda.
— ¿Podrías pasarme la bata primero, por favor? Está ahí, sobre la silla, detrás de ti.
Víctor miró la bata y sacudió la cabeza.
— ¿Te sientes cohibida de pronto?
Myriam respiró hondo.
—No, no es que me sienta cohibida, es solo que...
Ridículo, se dijo a sí misma. Aquel hombre se había pasado la última hora explorando su cuerpo entero, íntima y personalmente. Era un poco tarde para tratar de cubrir sus vergüenzas.
—Vamos, Ángel —dijo él tomándola de la mano y levantándola de la cama.
Ángel. Jamás nadie había acortado así su nombre, al menos desde la infancia. Solían llamarla Myriam, o mamá, o, raramente, Myri. Pero Ángel jamás. Myriam contempló aquellos ojos verdes devastadores y dejó que Víctor tirara de ella hasta ponerse en pie. Una vez que estuvo frente a él se vio obligada a inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. Era mucho menos peligroso que mirar a cualquier otro lado.
—No hay ninguna razón para sentirse cohibida, aquí no hay nadie aparte de ti y de mí —alegó él mientras alzaba una mano para abrazar uno de sus pechos.
Myriam sintió que las rodillas le temblaban, pero trató de mantenerse firme. Víctor acarició su pezón con el dedo pulgar. Ella tembló. Y aquel temblor pareció transmitirse inmediata y directamente a él. Víctor dejó escapar el aire de sus pulmones, dejó caer la mano a un lado y por último plantó un rápido y fuerte beso sobre sus labios. Myriam estaba saboreando aún su sabor en los labios cuando él dijo:
—Comer. Hay que conservar las fuerzas.
—Fuerzas —murmuró ella con voz trémula— Necesitamos recuperar las fuerzas. Eso es bueno.
—Oh, sí —musitó él con voz espesa.
—Mmmm...
Myriam se tambaleó mientras lo seguía saliendo de la habitación y bajando las escaleras. Los pies descalzos hacían sonar sus pisadas sobre la alfombra de la escalera. Las sombras los alcanzaban, los envolvían en un pequeño mundo escasamente iluminado en el que no importaba ni el pasado ni el mañana. Solo existía el presente, el presente en toda su gloria.
La bombilla de la cocina iluminaba pálida y extrañamente la estancia, pero ninguno de los dos encendió la luz. Víctor se dirigió a la nevera mientras Myriam rebuscaba por la panera de madera que había sobre la encimera.
— ¿Pavo? —preguntó él levantando la cabeza para mirarla.
—Bueno, suena bien —contestó ella sacando el pan, platos y un par de cuchillos.
Víctor sacó los ingredientes del sándwich y un par de botellas de agua, y Myriam lo colocó todo sobre la mesa.
—No comí demasiado en la boda —comentó más por romper el silencio que por cualquier otra razón.
Por supuesto no iba a admitir que él era la causa por la que no había sido capaz de comer nada. No había podido hacer nada excepto pensar en seducir al hombre que en ese momento tenía de pie ante sí. ¡Oh, cielos! ¡Estaba desnuda, en medio de la cocina de su madre! Al ir a alcanzar la mostaza las manos le temblaron.
—Yo tampoco —admitió él mirándola—Estaba demasiado ocupado observándote. Pero todo parecía muy rico —añadió.
—Sí que lo parecía, ¿verdad? —Confirmó Myriam que, orgullosa, añadió—: Lo preparó todo Gina, ya ves.
— ¿Ella cocinó toda esa comida?
Myriam rió al escuchar aquella pregunta atónita. Gina no habría tenido tiempo de hacerlo todo, pero lo habría hecho de haber podido, reflexionó.
—No, ella decoró la sala y contrató a los del catering. Incluso convenció a una amiga de mamá para que preparara una tonelada de lasaña.
—Mmm —musitó Víctor—Eso sí que estaría bien ahora, ¿no crees?
Desde luego, pero...
—Lo siento —contestó Myriam tomando el sándwich—pero tendrás que conformarte con esto.
Víctor la miró. Ella dio un bocado y él dijo:
—Me gusta más el ambiente que se respira aquí.
¿Cómo esperaba Víctor que pudiera comerse el sándwich si no dejaba de halagarla y de decir cosas que la hacían atragantarse? Myriam dio un trago de agua y se volvió hacia la mesa. Se sentó y silbó al sentir el contacto frío de la madera helada.
— ¿Frío? —inquirió él sentándose a su lado.
—Nunca antes me había sentado desnuda en la cocina.
—Bueno, pues es una vergüenza. La desnudez te sienta muy bien —contestó él con una sonrisa.
Otra vez. Imposible tragar. Myriam se aclaró la garganta y trató de conversar. Cualquier cosa con tal de apartar la mente del hecho de que estaba sentada en la cocina, desnuda, junto a un hombre con el que había estado haciendo el amor apasionadamente.
—Así que... ¿desde cuándo conoces a Nick?
Perfecto. Hablar de su hermana y de su nuevo cuñado debía ser, sin duda, suficiente para mantener a raya sus hormonas.
—Desde hace un par de años —contestó él dejando que un dedo acariciase descuidadamente sus muslos.
Myriam respiró hondo, sin alterarse. Sus hormonas estaban a pleno rendimiento y, según parecía, era imposible pararlas.
—Parece un buen chico —dijo ella.
—Es un buen chico.
Brillante conversación, pensó Myriam mientras daba otro bocado del sándwich de pavo y se devanaba los sesos buscando algo que decir, algo que pudiera explicarle por qué estaba ella allí, con él, desnuda. Era extraño, pero no hacía más que pensar en la palabra «desnuda».
—Sabes —dijo Myriam moviéndose ligeramente para evitar que él siguiera tocándole el muslo—quiero que entiendas que esto no es algo que me ocurra muy a menudo.
—¿Te refieres a comer sándwiches de pavo a media noche? —preguntó él sonriendo.
—No —señaló ella—Me refiero a comer sándwiches de pavo en mitad de la noche junto a un hombre desnudo.
—Ahh... —asintió él arqueando una ceja.
—Quiero decir...
¿Qué era exactamente lo que quería decir?, se preguntó Myriam. No le debía ninguna explicación, ¿o sí? ¿No era suficiente con saber que eran dos adultos que podían pasar una noche juntos sin ningún impedimento? No, aparentemente no.
—Lo que quiero decir es que... —continuó ella dejando el sándwich sobre el plato y volviéndose hacia el—... que no soy de ese tipo de mujeres que...
—Que se acuesta normalmente con desconocidos, ¿es eso? —terminó Víctor por ella.
—Sí —respondió ella, a pesar de que aquella forma de decirlo la hacía sentirse un poco como una cualquiera.
¿En qué había estado pensando?, se preguntó en tono de reproche.
—Ya lo sé —dijo él en voz baja, profunda e íntima.
—¿Lo sabes?
—Sí, lo sé.
Víctor la escrutó a la pálida y suave luz de la cocina y la encontró más guapa aún de lo que la había encontrado nada más verla. Los cabellos, que le llegaban hasta los hombros, flotaban revueltos alrededor de su rostro como un halo. Tenía los labios hinchados y suaves debido a sus besos, y sus ojos marrones parecían tan profundos y grandes como el cielo por la noche. Una ola de deseo fresco pulsó en él mientras sus ojos vagaban por el cuerpo de Myriam, desde la larga línea de su cuello y abultados pechos hasta los rígidos pezones que parecían reconocer su tacto.
Myriam no se parecía en nada a las dulces muchachitas con las que, por lo general, se citaba, con sus cuerpos excesivamente delgados a veces y su actitud agresiva, más dispuesta a matar que a hacer prisioneros. Sin embargo hasta aquella noche siempre se había sentido feliz, jamás había pensado que le faltara algo. Y, aunque con buenas razones, su plan siempre había consistido en disfrutar de una noche placentera y marcharse. Volver a su casa tras el placer, a donde podía estar solo. Nunca había sido de esos a los que les gustaba quedarse después en la cama a charlar y darse besos y abrazos. Sin embargo con Myriam... ella era una verdadera mujer. En todos los sentidos de la palabra. Su cuerpo era redondeado, generoso y lujurioso, y mostraba las marcas de haber dado a luz a un niño. Y para Víctor aquella cicatriz resultaba increíblemente erótica. Myriam le resultaba increíblemente erótica. Desde la forma en que se apartaba el pelo de la cara hasta la forma en que se lamía los labios tras beber agua.
Y además ella era inconsciente de todo. Ni siquiera trataba de ser seductora. Sencillamente lo era. Desde el primer momento, nada más tocarla aquella noche, había comprendido que Myriam llevaba mucho tiempo sin estar con nadie. Ella misma lo había admitido tras la primera explosión de su cuerpo, al primer contacto. Su tímida impaciencia, sus leves suspiros, todo en ella alimentaba el fuego que ardía en su interior y que incluso en ese momento estaba volviendo a la vida.
—Escucha, Ángel —dijo Víctor al verla agitarse una vez más bajo su serena mirada—, esta noche estamos juntos, por la razón que sea. Estamos juntos. Esta noche. Dejemos que con eso nos baste por ahora, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió ella tras pensarlo durante unos instantes.
—Bien —confirmó él acercándose lo suficiente como para que su mano volviera a acariciar su muslo una vez más. Ella no se apartó en esa ocasión. Víctor sonrió para sus adentros y preguntó—: Así que, ¿a qué te dedicas? Me refiero al trabajo.
—Enseño. Soy profesora —contestó ella tras lamerse los labios, en un susurro—. Doy clase a tercero de primaria.
—Pues no recuerdo haber tenido nunca profesoras tan guapas como tú cuando era niño —sonrió Víctor.
—Gracias —respondió ella tragando saliva.
—Claro, que yo iba a un colegio de curas —continuó él.
—¿Tú también? —inquirió Myriam riendo.
—Soy un superviviente de una escuela católica —explicó él.
—¿Cuántos años fuiste?
—Ocho.
—¡Bah! —Rió ella triunfante—, yo estuve doce años.
—Me ganas. Yo me cambié a un instituto público.
—Tuviste suerte —declaró Myriam sacudiendo la cabeza—. Las Santini llevamos uniformes y escarpines durante todo el bachiller, hasta la graduación.
—Entonces eres más valiente que yo —concedió Víctor—. Y te advierto que soy soldado profesional.
—¡Soldados! —Rió Myriam—. Conozco a unas cuantas monjas que podrían hacer picadillo a todo un equipo de marines.
—Y yo —rió él—De hecho aún tengo alguna que otra pesadilla con la hermana Alphonsus. He estado en primera línea de combate, pero te aseguro que jamás he tenido tanto miedo como en su clase de álgebra —musitó sacudiendo la cabeza y riendo.
De nuevo se hizo el silencio, pero en esa ocasión pareció más llevadero, más amistoso.
—¿Tienes hermanos y hermanas? —preguntó Myriam poco después.
—Una hermana —contestó él sonriendo al pensar en Melissa—. Está casada con un entrenador de fútbol, y tiene tres hijas. Vive en Wyoming.
—¿Y tus padres?
—Muy bien. Mi madre se retiró a vivir a Florida hace unos cuantos años —explicó Víctor—. ¿Y tu padre?
—Murió hace dos años —contestó Myriam sonriendo débilmente.
Víctor asintió y luego, tras vacilar, se atrevió a preguntar debido al interés que el tema le suscitaba:
—¿Y tu marido?
Myriam se puso ligeramente tensa, y Víctor comprendió que el instinto no le había fallado. Nunca hubiera debido preguntar por él.
—Murió hace tres años.
—Lo siento.
—Gracias —contestó ella dejando lo que le quedaba del sándwich en el centro de la mesa—pero de eso hace mucho tiempo.
—Lo que siento es haberlo mencionado.
—No lo sientas, estoy bien.
Pero no era cierto. Víctor podía ver la tensión en su forma de levantar el mentón, en la rigidez de sus hombros. Sin embargo sí podía hacer algo al respecto. Cualesquiera que fueran esos recuerdos que nublaban en ese momento sus ojos y le hacían fruncir el ceño él podía hacerla olvidar.
—Sabes —dijo ella—, es terriblemente tarde, y...
Víctor la besó. No le concedió la oportunidad de pedirle que se marchara, no le concedió la oportunidad de ocultar lo sucedido entre ellos bajo la manta del olvido. No le concedió la oportunidad de echar el cierre y dejarlo a él fuera.
Movió los labios sobre la boca de Myriam durante unos segundos antes de sentir que ella comenzaba a dar además de a tomar, su rendición fue dulce y suave. Al unirse sus bocas ella se acercó a él, amoldó sus pechos al torso de él, apretó su cuerpo contra el de él hasta que Víctor estuvo duro y preparado, casi desesperadamente rebosante de deseo.
Las manos de Myriam acariciaron su espalda arriba y abajo, sus dedos jugaron con la columna vertebral de él, y Víctor sintió cada contacto como si fuera una pequeña llama ardiente. Era como si fueran docenas de cerillas que se encendieran produciendo calor en su piel y en su alma. Víctor la estrechó fuertemente, atrayéndola hacia sí, pero aquello seguía sin ser suficiente. Aparte los labios de ella, luchó por respirar y musitó:
—Ahora.
Ella asintió frenética, y sus cabellos volaron tapando su rostro y sus ojos. Entonces volvió a mover la cabeza para retirárselos.
—Sí, ahora —confirmó con voz espesa.
El dormitorio estaba demasiado lejos. Incluso la escalera que llevaba a la segunda planta estaba demasiado lejos. Víctor no podía esperar. La necesitaba. Más de lo que recordaba haber necesitado a nadie en la vida. La hizo darse la vuelta, la agarró de la cintura y la levantó para sentarla sobre la encimera de la cocina. Myriam gritó al sentir la mesa fría, pero tras un instante envolvió a Víctor con las piernas por las caderas y lo atrajo hacia sí. Pero entonces Víctor recuperó el sentido común por un instante y se detuvo en seco.
—No podemos —aseguró—Aquí no. Los preservativos están arriba, maldita sea.
Myriam tiró de su cabeza hacia ella y lo besó larga, lenta y profundamente. Luego levantó la cabeza y la sacudió:
—Eso no es problema, siempre y cuando tú estés...
—¿Sano? —inquirió él.
—Sí —respondió ella apenas sin aliento, lamiéndose los labios con una lengua que él inmediatamente deseó morder.
—Lo estoy.
—¡Gracias a Dios!
La presión de la sangre continuaba en aumento, pero sin embargo necesitaba asegurarse.
—¿Entonces todo va bien? ¿Es seguro?
—Tomo la píldora —susurró ella reclamando un beso entre una palabra y otra—. Llevo años tomándola,
—¡Gracias a Dios! —repitió él dándole el beso que ella exigía mientras la penetraba de una sola y suave embestida que les robó a ambos el aliento.
Myriam se echó hacia adelante sobre la encimera de la cocina y tiró más profundamente de él para que la penetrara más hondo. Las manos de Víctor abrazaban su trasero sujetándolo, sus dedos se clavaban en su carne.
Víctor la penetró y se retiró una y otra vez. El único ruido que se oía en la casa eran sus jadeos, sus gemidos y sus suspiros. El cuerpo de Myriam acunaba el de él en un abrazo suave. Víctor la tomó y sintió que ella lo tomaba a él. Dar y recibir. Él tenía la mente en blanco, el cuerpo sobreexcitado. Myriam sostenía su cabeza entre las palmas de las manos, abrió los labios y tomó de él el poco aliento que le quedaba. Y cuando el fulgurante clímax les llegó a los dos, Myriam se aferró a él como si fuera el único punto estable de su universo repentinamente tambaleante.
Víctor inclinó la cabeza hacia la de ella y esperó a que los latidos de su corazón se serenaran y volvieran a recuperar un ritmo normal. Ella lo abrazó, y él la estrechó también con fuerza. Y un minuto o dos más tarde, aún agarrados, Víctor la levantó y la sacó de la cocina a través de las sombras llevándola hasta el dormitorio. Entonces, juntos, cayeron sobre la cama y se rindieron al vacío.
Myriam se quedó dormida un rato, y cuando se despertó lo primero que oyó fue a su estómago rugir. Había estado tan nerviosa tratando de seducir a Víctor Mahoney que apenas había comido nada en todo el día.
—Tienes hambre, ¿verdad? —preguntó él volviendo la cabeza sobre la almohada para mirarla.
Myriam se presionó el estómago con una mano como si fuera a conseguir con ello que sus tripas dejaran de retumbar. Al ver que continuaba sonrió a medias y dijo:
—Eso parece, sí.
—Yo también, así que... —sugirió Víctor poniéndose en pie y saliendo de la cama—... vamos a echar un vistazo a tu cocina.
No era mala idea, pensó Myriam. Si es que podía moverse. Le dolían unos cuantos músculos que no había usado en años. Era un dolor agotador, pero también estimulante. Myriam miró a Víctor y pensó que él comprendía lo que le ocurría. Víctor sonrió a medias, alargó una mano y dijo:
—Vamos, te ayudaré a levantarte.
—Uh...
Una cosa era compartir una experiencia sexual tremendamente gratificante y otra muy distinta vagar por la casa desnuda.
— ¿Podrías pasarme la bata primero, por favor? Está ahí, sobre la silla, detrás de ti.
Víctor miró la bata y sacudió la cabeza.
— ¿Te sientes cohibida de pronto?
Myriam respiró hondo.
—No, no es que me sienta cohibida, es solo que...
Ridículo, se dijo a sí misma. Aquel hombre se había pasado la última hora explorando su cuerpo entero, íntima y personalmente. Era un poco tarde para tratar de cubrir sus vergüenzas.
—Vamos, Ángel —dijo él tomándola de la mano y levantándola de la cama.
Ángel. Jamás nadie había acortado así su nombre, al menos desde la infancia. Solían llamarla Myriam, o mamá, o, raramente, Myri. Pero Ángel jamás. Myriam contempló aquellos ojos verdes devastadores y dejó que Víctor tirara de ella hasta ponerse en pie. Una vez que estuvo frente a él se vio obligada a inclinar la cabeza hacia atrás para poder mirarlo a los ojos. Era mucho menos peligroso que mirar a cualquier otro lado.
—No hay ninguna razón para sentirse cohibida, aquí no hay nadie aparte de ti y de mí —alegó él mientras alzaba una mano para abrazar uno de sus pechos.
Myriam sintió que las rodillas le temblaban, pero trató de mantenerse firme. Víctor acarició su pezón con el dedo pulgar. Ella tembló. Y aquel temblor pareció transmitirse inmediata y directamente a él. Víctor dejó escapar el aire de sus pulmones, dejó caer la mano a un lado y por último plantó un rápido y fuerte beso sobre sus labios. Myriam estaba saboreando aún su sabor en los labios cuando él dijo:
—Comer. Hay que conservar las fuerzas.
—Fuerzas —murmuró ella con voz trémula— Necesitamos recuperar las fuerzas. Eso es bueno.
—Oh, sí —musitó él con voz espesa.
—Mmmm...
Myriam se tambaleó mientras lo seguía saliendo de la habitación y bajando las escaleras. Los pies descalzos hacían sonar sus pisadas sobre la alfombra de la escalera. Las sombras los alcanzaban, los envolvían en un pequeño mundo escasamente iluminado en el que no importaba ni el pasado ni el mañana. Solo existía el presente, el presente en toda su gloria.
La bombilla de la cocina iluminaba pálida y extrañamente la estancia, pero ninguno de los dos encendió la luz. Víctor se dirigió a la nevera mientras Myriam rebuscaba por la panera de madera que había sobre la encimera.
— ¿Pavo? —preguntó él levantando la cabeza para mirarla.
—Bueno, suena bien —contestó ella sacando el pan, platos y un par de cuchillos.
Víctor sacó los ingredientes del sándwich y un par de botellas de agua, y Myriam lo colocó todo sobre la mesa.
—No comí demasiado en la boda —comentó más por romper el silencio que por cualquier otra razón.
Por supuesto no iba a admitir que él era la causa por la que no había sido capaz de comer nada. No había podido hacer nada excepto pensar en seducir al hombre que en ese momento tenía de pie ante sí. ¡Oh, cielos! ¡Estaba desnuda, en medio de la cocina de su madre! Al ir a alcanzar la mostaza las manos le temblaron.
—Yo tampoco —admitió él mirándola—Estaba demasiado ocupado observándote. Pero todo parecía muy rico —añadió.
—Sí que lo parecía, ¿verdad? —Confirmó Myriam que, orgullosa, añadió—: Lo preparó todo Gina, ya ves.
— ¿Ella cocinó toda esa comida?
Myriam rió al escuchar aquella pregunta atónita. Gina no habría tenido tiempo de hacerlo todo, pero lo habría hecho de haber podido, reflexionó.
—No, ella decoró la sala y contrató a los del catering. Incluso convenció a una amiga de mamá para que preparara una tonelada de lasaña.
—Mmm —musitó Víctor—Eso sí que estaría bien ahora, ¿no crees?
Desde luego, pero...
—Lo siento —contestó Myriam tomando el sándwich—pero tendrás que conformarte con esto.
Víctor la miró. Ella dio un bocado y él dijo:
—Me gusta más el ambiente que se respira aquí.
¿Cómo esperaba Víctor que pudiera comerse el sándwich si no dejaba de halagarla y de decir cosas que la hacían atragantarse? Myriam dio un trago de agua y se volvió hacia la mesa. Se sentó y silbó al sentir el contacto frío de la madera helada.
— ¿Frío? —inquirió él sentándose a su lado.
—Nunca antes me había sentado desnuda en la cocina.
—Bueno, pues es una vergüenza. La desnudez te sienta muy bien —contestó él con una sonrisa.
Otra vez. Imposible tragar. Myriam se aclaró la garganta y trató de conversar. Cualquier cosa con tal de apartar la mente del hecho de que estaba sentada en la cocina, desnuda, junto a un hombre con el que había estado haciendo el amor apasionadamente.
—Así que... ¿desde cuándo conoces a Nick?
Perfecto. Hablar de su hermana y de su nuevo cuñado debía ser, sin duda, suficiente para mantener a raya sus hormonas.
—Desde hace un par de años —contestó él dejando que un dedo acariciase descuidadamente sus muslos.
Myriam respiró hondo, sin alterarse. Sus hormonas estaban a pleno rendimiento y, según parecía, era imposible pararlas.
—Parece un buen chico —dijo ella.
—Es un buen chico.
Brillante conversación, pensó Myriam mientras daba otro bocado del sándwich de pavo y se devanaba los sesos buscando algo que decir, algo que pudiera explicarle por qué estaba ella allí, con él, desnuda. Era extraño, pero no hacía más que pensar en la palabra «desnuda».
—Sabes —dijo Myriam moviéndose ligeramente para evitar que él siguiera tocándole el muslo—quiero que entiendas que esto no es algo que me ocurra muy a menudo.
—¿Te refieres a comer sándwiches de pavo a media noche? —preguntó él sonriendo.
—No —señaló ella—Me refiero a comer sándwiches de pavo en mitad de la noche junto a un hombre desnudo.
—Ahh... —asintió él arqueando una ceja.
—Quiero decir...
¿Qué era exactamente lo que quería decir?, se preguntó Myriam. No le debía ninguna explicación, ¿o sí? ¿No era suficiente con saber que eran dos adultos que podían pasar una noche juntos sin ningún impedimento? No, aparentemente no.
—Lo que quiero decir es que... —continuó ella dejando el sándwich sobre el plato y volviéndose hacia el—... que no soy de ese tipo de mujeres que...
—Que se acuesta normalmente con desconocidos, ¿es eso? —terminó Víctor por ella.
—Sí —respondió ella, a pesar de que aquella forma de decirlo la hacía sentirse un poco como una cualquiera.
¿En qué había estado pensando?, se preguntó en tono de reproche.
—Ya lo sé —dijo él en voz baja, profunda e íntima.
—¿Lo sabes?
—Sí, lo sé.
Víctor la escrutó a la pálida y suave luz de la cocina y la encontró más guapa aún de lo que la había encontrado nada más verla. Los cabellos, que le llegaban hasta los hombros, flotaban revueltos alrededor de su rostro como un halo. Tenía los labios hinchados y suaves debido a sus besos, y sus ojos marrones parecían tan profundos y grandes como el cielo por la noche. Una ola de deseo fresco pulsó en él mientras sus ojos vagaban por el cuerpo de Myriam, desde la larga línea de su cuello y abultados pechos hasta los rígidos pezones que parecían reconocer su tacto.
Myriam no se parecía en nada a las dulces muchachitas con las que, por lo general, se citaba, con sus cuerpos excesivamente delgados a veces y su actitud agresiva, más dispuesta a matar que a hacer prisioneros. Sin embargo hasta aquella noche siempre se había sentido feliz, jamás había pensado que le faltara algo. Y, aunque con buenas razones, su plan siempre había consistido en disfrutar de una noche placentera y marcharse. Volver a su casa tras el placer, a donde podía estar solo. Nunca había sido de esos a los que les gustaba quedarse después en la cama a charlar y darse besos y abrazos. Sin embargo con Myriam... ella era una verdadera mujer. En todos los sentidos de la palabra. Su cuerpo era redondeado, generoso y lujurioso, y mostraba las marcas de haber dado a luz a un niño. Y para Víctor aquella cicatriz resultaba increíblemente erótica. Myriam le resultaba increíblemente erótica. Desde la forma en que se apartaba el pelo de la cara hasta la forma en que se lamía los labios tras beber agua.
Y además ella era inconsciente de todo. Ni siquiera trataba de ser seductora. Sencillamente lo era. Desde el primer momento, nada más tocarla aquella noche, había comprendido que Myriam llevaba mucho tiempo sin estar con nadie. Ella misma lo había admitido tras la primera explosión de su cuerpo, al primer contacto. Su tímida impaciencia, sus leves suspiros, todo en ella alimentaba el fuego que ardía en su interior y que incluso en ese momento estaba volviendo a la vida.
—Escucha, Ángel —dijo Víctor al verla agitarse una vez más bajo su serena mirada—, esta noche estamos juntos, por la razón que sea. Estamos juntos. Esta noche. Dejemos que con eso nos baste por ahora, ¿de acuerdo?
—De acuerdo —asintió ella tras pensarlo durante unos instantes.
—Bien —confirmó él acercándose lo suficiente como para que su mano volviera a acariciar su muslo una vez más. Ella no se apartó en esa ocasión. Víctor sonrió para sus adentros y preguntó—: Así que, ¿a qué te dedicas? Me refiero al trabajo.
—Enseño. Soy profesora —contestó ella tras lamerse los labios, en un susurro—. Doy clase a tercero de primaria.
—Pues no recuerdo haber tenido nunca profesoras tan guapas como tú cuando era niño —sonrió Víctor.
—Gracias —respondió ella tragando saliva.
—Claro, que yo iba a un colegio de curas —continuó él.
—¿Tú también? —inquirió Myriam riendo.
—Soy un superviviente de una escuela católica —explicó él.
—¿Cuántos años fuiste?
—Ocho.
—¡Bah! —Rió ella triunfante—, yo estuve doce años.
—Me ganas. Yo me cambié a un instituto público.
—Tuviste suerte —declaró Myriam sacudiendo la cabeza—. Las Santini llevamos uniformes y escarpines durante todo el bachiller, hasta la graduación.
—Entonces eres más valiente que yo —concedió Víctor—. Y te advierto que soy soldado profesional.
—¡Soldados! —Rió Myriam—. Conozco a unas cuantas monjas que podrían hacer picadillo a todo un equipo de marines.
—Y yo —rió él—De hecho aún tengo alguna que otra pesadilla con la hermana Alphonsus. He estado en primera línea de combate, pero te aseguro que jamás he tenido tanto miedo como en su clase de álgebra —musitó sacudiendo la cabeza y riendo.
De nuevo se hizo el silencio, pero en esa ocasión pareció más llevadero, más amistoso.
—¿Tienes hermanos y hermanas? —preguntó Myriam poco después.
—Una hermana —contestó él sonriendo al pensar en Melissa—. Está casada con un entrenador de fútbol, y tiene tres hijas. Vive en Wyoming.
—¿Y tus padres?
—Muy bien. Mi madre se retiró a vivir a Florida hace unos cuantos años —explicó Víctor—. ¿Y tu padre?
—Murió hace dos años —contestó Myriam sonriendo débilmente.
Víctor asintió y luego, tras vacilar, se atrevió a preguntar debido al interés que el tema le suscitaba:
—¿Y tu marido?
Myriam se puso ligeramente tensa, y Víctor comprendió que el instinto no le había fallado. Nunca hubiera debido preguntar por él.
—Murió hace tres años.
—Lo siento.
—Gracias —contestó ella dejando lo que le quedaba del sándwich en el centro de la mesa—pero de eso hace mucho tiempo.
—Lo que siento es haberlo mencionado.
—No lo sientas, estoy bien.
Pero no era cierto. Víctor podía ver la tensión en su forma de levantar el mentón, en la rigidez de sus hombros. Sin embargo sí podía hacer algo al respecto. Cualesquiera que fueran esos recuerdos que nublaban en ese momento sus ojos y le hacían fruncir el ceño él podía hacerla olvidar.
—Sabes —dijo ella—, es terriblemente tarde, y...
Víctor la besó. No le concedió la oportunidad de pedirle que se marchara, no le concedió la oportunidad de ocultar lo sucedido entre ellos bajo la manta del olvido. No le concedió la oportunidad de echar el cierre y dejarlo a él fuera.
Movió los labios sobre la boca de Myriam durante unos segundos antes de sentir que ella comenzaba a dar además de a tomar, su rendición fue dulce y suave. Al unirse sus bocas ella se acercó a él, amoldó sus pechos al torso de él, apretó su cuerpo contra el de él hasta que Víctor estuvo duro y preparado, casi desesperadamente rebosante de deseo.
Las manos de Myriam acariciaron su espalda arriba y abajo, sus dedos jugaron con la columna vertebral de él, y Víctor sintió cada contacto como si fuera una pequeña llama ardiente. Era como si fueran docenas de cerillas que se encendieran produciendo calor en su piel y en su alma. Víctor la estrechó fuertemente, atrayéndola hacia sí, pero aquello seguía sin ser suficiente. Aparte los labios de ella, luchó por respirar y musitó:
—Ahora.
Ella asintió frenética, y sus cabellos volaron tapando su rostro y sus ojos. Entonces volvió a mover la cabeza para retirárselos.
—Sí, ahora —confirmó con voz espesa.
El dormitorio estaba demasiado lejos. Incluso la escalera que llevaba a la segunda planta estaba demasiado lejos. Víctor no podía esperar. La necesitaba. Más de lo que recordaba haber necesitado a nadie en la vida. La hizo darse la vuelta, la agarró de la cintura y la levantó para sentarla sobre la encimera de la cocina. Myriam gritó al sentir la mesa fría, pero tras un instante envolvió a Víctor con las piernas por las caderas y lo atrajo hacia sí. Pero entonces Víctor recuperó el sentido común por un instante y se detuvo en seco.
—No podemos —aseguró—Aquí no. Los preservativos están arriba, maldita sea.
Myriam tiró de su cabeza hacia ella y lo besó larga, lenta y profundamente. Luego levantó la cabeza y la sacudió:
—Eso no es problema, siempre y cuando tú estés...
—¿Sano? —inquirió él.
—Sí —respondió ella apenas sin aliento, lamiéndose los labios con una lengua que él inmediatamente deseó morder.
—Lo estoy.
—¡Gracias a Dios!
La presión de la sangre continuaba en aumento, pero sin embargo necesitaba asegurarse.
—¿Entonces todo va bien? ¿Es seguro?
—Tomo la píldora —susurró ella reclamando un beso entre una palabra y otra—. Llevo años tomándola,
—¡Gracias a Dios! —repitió él dándole el beso que ella exigía mientras la penetraba de una sola y suave embestida que les robó a ambos el aliento.
Myriam se echó hacia adelante sobre la encimera de la cocina y tiró más profundamente de él para que la penetrara más hondo. Las manos de Víctor abrazaban su trasero sujetándolo, sus dedos se clavaban en su carne.
Víctor la penetró y se retiró una y otra vez. El único ruido que se oía en la casa eran sus jadeos, sus gemidos y sus suspiros. El cuerpo de Myriam acunaba el de él en un abrazo suave. Víctor la tomó y sintió que ella lo tomaba a él. Dar y recibir. Él tenía la mente en blanco, el cuerpo sobreexcitado. Myriam sostenía su cabeza entre las palmas de las manos, abrió los labios y tomó de él el poco aliento que le quedaba. Y cuando el fulgurante clímax les llegó a los dos, Myriam se aferró a él como si fuera el único punto estable de su universo repentinamente tambaleante.
Víctor inclinó la cabeza hacia la de ella y esperó a que los latidos de su corazón se serenaran y volvieran a recuperar un ritmo normal. Ella lo abrazó, y él la estrechó también con fuerza. Y un minuto o dos más tarde, aún agarrados, Víctor la levantó y la sacó de la cocina a través de las sombras llevándola hasta el dormitorio. Entonces, juntos, cayeron sobre la cama y se rindieron al vacío.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
BUEN CAPÍTULO, GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
graciias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 5
Apenas podía reconocerse a sí misma. ¿Era la misma mujer que había vivido castamente, como una monja, durante los últimos tres años?, ¿la misma que apenas había mostrado interés por las torpes atenciones que su marido le había procurado en aquellas raras noches en que por fin se había percatado de su existencia? ¿Era aquella la profesora de tercero de primaria?, ¿la presidenta del Comité para los Carnavales?, ¿la serena viuda y madre de un niño de ocho años?
No, pensó mientras se estiraba como un gato satisfecho sobre las sábanas revueltas. Aquella era una persona enteramente diferente. Un espíritu libre, salvaje, sexy y, aparentemente, insaciable. Y había disfrutado de cada minuto. A pesar de todo, se dijo a sí misma mientras la luz del amanecer iba iluminando el cielo a través de la ventana frente a su cama, hasta Cenicienta se había visto obligada a marcharse del baile. Myriam volvió la cabeza sobre la almohada para contemplar al hombre tumbado junto a ella. Una ola de excitación rápida y traviesa invadió su cuerpo, y de nuevo se asombró de sí misma. Jamás había sospechado que pudiera ser una criatura tan sensual.
El sexo, para ella, no había sido nunca más que un ejercicio agradable para contentar a su marido. Hasta los últimos tres años, por supuesto, en que se había pasado sin él. Sin embargo no había dejado de repetirse a sí misma que lo que en realidad echaba de menos era la proximidad de otro cuerpo, la sensación de ser abrazada, de sentir el peso sólido de otra persona sobre sí. Había esperado pasárselo bien con Víctor, pero no disfrutar tanto. Así de simple. Aquello había sido sencillamente... mágico.
Pero nada más pensar en ello se dijo a sí misma que debía parar el carro. Ni Cenicienta ni la magia tenían nada que ver con su vida. La noche había tocado a su fin, y de nuevo tenía que volver a la realidad. Myriam alargó un brazo y tocó la mejilla de Víctor.
—Hora de levantarse, Víctor —dijo en voz baja, sonriendo al ver que él abría los ojos instantáneamente para mirarla.
—¿Qué hora es? —musitó Víctor apoyándose en un codo.
—Casi las seis —contestó ella sentándose y tirando de la sábana para taparse los pechos desnudos.
No tenía sentido cubrirse los pechos ante él, que la había explorado milímetro a milímetro, pero Myriam seguía haciéndolo, obstinada.
—¿Ya? —musitó él.
—Sí —sonrió Myriam—Y, antes de que te vayas, quisiera decirte... gracias. No me había sentido tan bien en años.
—¿Antes de que me vaya? —repitió él centrándose solo en una parte de la frase de Myriam.
—Pues sí, ya es por la mañana.
—¿Y? —inquirió Víctor esbozando una media sonrisa que inquietó a Myriam.
—Y nuestra noche juntos se ha terminado —continuó ella con más calma.
Víctor miró por la ventana hacia la luz pálida que comenzaba a extenderse por el cielo, luego asintió y se pasó una mano por la cara.
—Sí, supongo que se ha terminado —dijo mirándola de nuevo—. ¿Tienes algún plan para esta mañana?
—¿Plan?
—Sí, ya sabes, cosas que hacer —explicó él sonriendo ampliamente y haciéndola estremecerse.
—No—admitió Myriam recordo que su hijo Jeremy estaría fuera todo el fin de semana— De hecho tengo la casa para mí sola durante dos días.
—¿Entonces no tenemos prisa? —preguntó él en voz baja.
—No, supongo que no —respondió Myriam.
Aunque, por supuesto, siempre era más fácil mostrarse juguetona y fogosa en la oscuridad que a plena luz del día.
—Entonces, ¿qué te parece si tomamos una ducha y un café?
Aquello parecía razonable, se dijo Myriam observándolo rodar por la cama y dirigirse al baño. Sus ojos se fijaron en la ancha espalda, en las estrechas caderas y en el trasero prieto. Y no pudo por menos de suspirar en silencio al sentir una ola de calor ya familiar correr por sus venas. Víctor se detuvo delante de la puerta del baño, se volvió a medias, la miró y le tendió una mano invitándola. Sonrió, y preguntó:
—Ducharse con un amigo ahorra agua, ¿no crees?
Bueno, ella era tan ecologista como cualquier otra persona. Además, ¿qué mujer podía rechazar una invitación como esa? Myriam salió de la cama y, a la escasa luz del amanecer, caminó desnuda por el dormitorio, agarró a Víctor de la mano y le concedió un último baile a Cenicienta.
Un montón de gotas de agua caliente como agujas comenzaron a caerles encima, y el chorro fue creciendo hasta empañar lo espejos de niebla. Tras la cortina de plástico de color crema Víctor se enjabonó las manos y después le enjabonó a Myriam la espalda y los hombros, subiendo y bajando con caricias a todo lo largo.
Le resultaba imposible sentirse saciado. Cada vez que ella suspiraba el sonido se derramaba en su interior sacudiéndolo hasta hacerle perder el poco control sobre sí mismo que le restaba, la poca compostura que le quedaba. Víctor se dijo a sí mismo que se trataba únicamente de sexo. Era lo de siempre, ni más ni menos, lo mismo de lo que había disfrutado con otras muchas mujeres en otros momentos. Sin embargo ni él mismo lo creía. Se trataba de algo más. ¿Cuánto más? Ni siquiera él lo sabía. No quería saberlo.
—Jamás había hecho esto —dijo ella en voz baja, apenas audible por el ruido del agua—Me refiero a tomar una ducha con un hombre.
—¿Ni siquiera con tu marido? —inquirió él preguntándose con qué clase de idiota se había casado.
—¡Por Dios, no! —rió ella y gimió al sentir que él le restregaba la espalda.
—Bueno, pues me alegro de ser yo el hombre que te introduzca en estos placeres —contestó Víctor deslizando las manos enjabonadas por la redondeada curva de su trasero.
Myriam se echó a temblar y él sonrió para sí mismo. Sus cabellos flotaban alrededor de su rostro y hombros. Víctor la atrajo hacia sí, de espaldas a él, dejando que se apoyara pesadamente sobre su cuerpo para acariciar sus pechos y luego más abajo.
—Mmm... —Murmuró ella—, es maravilloso...
Myriam gimió en voz alta al sentir los dedos de Víctor introducirse en su interior, jugar con su cuerpo con la tierna y deliberada habilidad de un maestro. Apoyó la mano derecha contra la pared y abrió bien los ojos. Los movimientos rápidos y resbaladizos de los dedos de Víctor le produjeron un éxtasis tal que gritó su nombre una y otra vez. Y cuando los últimos temblores cesaron Myriam gritó y sacudió la cabeza diciendo:
—Jamás sobreviviré a esto...
El sonrió y la ayudó a enderezarse bajo el chorro de agua, que caía como una cascada por su cabeza.
—Ángel, soy un marine. Confía en mí. Conseguirás superarlo.
Una hora más tarde, más o menos, Myriam se dirigía hacia su coche felicitándose a sí misma de poder caminar. Tenía las piernas débiles, como espaguetis. Estaba cansada, dolorida incluso y, además, jamás se había sentido mejor. En años. Myriam se metió las manos en los bolsillos delanteros del vaquero y caminó descalza por el césped, aún mojado por el rocío. Echó la cabeza hacia atrás para observar el cielo y sonrió para sí misma mirando de reojo al hombre que tenía a su lado. A la luz del amanecer Víctor estaba tan guapo con su uniforme azul de gala como al anochecer. Una ola de algo cálido y sedoso la invadió. Myriam se paró al borde de la carretera y trató de detener el acelerado ritmo de sus hormonas. Víctor abrió la puerta del coche, miró a su alrededor, a las casas del vecindario que en ese momento parecían despertar, e inclinó ambos brazos sobre el techo del vehículo mientras la observaba.
—Anoche fue increíble —dijo él.
Myriam sintió un vuelco en el corazón. «Increíble» era una palabra que describía bien lo sucedido. Y lo ocurrido por la mañana tampoco había quedado deslucido.
—Sí, lo fue —contestó ella con un hilo de voz.
—Dijiste que no tenías ningún plan para este fin de semana, ¿no?
—Sí—Víctor sonrió, y Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—Bueno, entonces, ¿qué te parece si vamos al cine esta noche? —inquirió él.
¿Esa misma noche? La mente de Myriam comenzó a dar vueltas. No había planeado nada así. Había imaginado que... no, «contaba» con la reputación de Víctor de nombre mujeriego. ¿Por qué de pronto deseaba él prolongar el tiempo juntos más allá de lo esperado?
—Quieres decir, ¿una cita? —preguntó Myriam sacándose las manos de los bolsillos y cruzándose de brazos para evitar el aire helado de la mañana.
—¿Y por qué no? —volvió a preguntar él.
—Bueno, no sé si es una buena idea —respondió ella sacudiendo la cabeza.
Ninguna aventura salía bien cuando se prolongaba durante una segunda noche, ¿no era así?
—Es solo una película —dijo él encogiéndose de hombros.
Myriam suspiró y apartó los ojos de él para observar la calle. La señora Johnson salía del porche delantero de su casa para ir a por el periódico. Jamie Hall cerraba de golpe la puerta principal para salir a hacer jogging. Francine Kramer comenzaba su ritual matinal llamando a su gato. Aquel grito «Fluffy... Fluffy» resonaba en el aire helado. Myriam sacudió la cabeza.
Todo seguía exactamente igual, y sin embargo ella era diferente. Sencillamente había pasado una noche gloriosa, salvaje y completamente satisfactoria, con un hombre que era, prácticamente, un extraño. ¿Qué tendrían que decir a eso los vecinos?, se preguntó Myriam. Porque no le cabía la menor duda de que cada una de las personas que lo hubieran visto abandonar la casa al filo de la madrugada tendrían algo que decir al respecto, hablarían de ello ese mismo día. Era una suerte que no la obligaran a salir de paseo con una enorme letra «A» en rojo cosida a la camisa. Aunque en realidad la «A» de «adúltera» no encajaba exactamente con su situación. Quizá encajara mejor una enorme «Z» de «zorra»...
—¿Myriam?
La voz de Víctor la devolvió a la realidad. Myriam se quedó mirando sus ojos verdes. Aquello era un error, se dijo. Un tremendo error. Y sin embargo, aun sabiéndolo, Myriam se escuchó a sí misma decir:
—Está bien, iremos al cine —luego, pensando que era mejor que quedara claro desde el principio que su memorable viaje por el lado salvaje de la vida había tocado, oficialmente, a su fin, añadió—: pero solo al cine, ¿de acuerdo?
—Claro, solo al cine. Nos vemos esta noche.
—Hasta esta noche.
Víctor subió al coche y encendió el motor, y Myriam se mordió el labio inferior. Esa noche todo volvería a estar oscuro, y ella seguiría estando sola en casa. No, aquella no era, en absoluto, una buena idea. Sin embargo Víctor ya había arrancado y acelerado, y su Chevy Blazer negro giraba en la curva. Era demasiado tarde para llamarlo. Demasiado tarde para decirle que había cambiado de opinión. Demasiado tarde para acobardarse. Aunque lo deseara.
La película era una de esas comedias románticas que por lo general hacen llorar a las mujeres mientras sonríen en su interior y dejan a los hombres mirando la pantalla negra durante un buen rato, preguntándose de qué demonios iba todo. Las luces se encendieron y la gente comenzó a caminar hacia la salida. Víctor volvió la cabeza para mirar a la mujer que tenía a su lado. Myriam se secó los ojos con un pañuelo de papel y sonrió al pillarlo mirándola. Se encogió de hombros, y dijo:
—Los finales felices siempre me hacen llorar.
Aquello resultaba conmovedor. A la escasa luz de la sala los ojos de Myriam brillaban, y su sonrisa le llegaba al alma. Sí, se encontraba potencialmente ante un enorme peligro. En realidad lo sabía, llevaba todo el día pensándolo. Apenas recordaba qué había hecho en el trabajo. De algún modo había conseguido enfrentarse a los problemas diarios que surgían continuamente en la base militar y, sin embargo, no pensar en nada más que en Myriam.
Aquello no era normal. No en él. Por lo general él siempre separaba su vida laboral de su vida personal. Jamás había topado con una mujer que permaneciera en su pensamiento mucho tiempo después de haber pasado una noche entera con ella. Y jamás había sentido... demonios, ni siquiera sabía qué sentía. Lo único que sabía era que jamás había experimentado eso antes, y eso le preocupaba. Y, sin embargo, a pesar de todo, no había sido capaz de alejarse de ella. No podía arriesgarse a sentir... para después fracasar. Unas pocas horas antes, cuando ella le había abierto la puerta de su casa, apenas había podido resistirse a abrazarla y besarla. Víctor respiró hondo y trató de apartar aquella idea de su mente.
—Los finales felices, ¿eh? El amor puede con todo, ¿no? Por siempre jamás.
Myriam metió el pañuelo de papel en el cucurucho de las palomitas y lo tiró.
—Sí, así la película es mejor.
—¿Y la vida real no?
—Hace mucho tiempo que dejé de esperar a que un caballero de brillante armadura viniera a salvarme —dijo Myriam sonriendo y sacudiendo la cabeza.
Inteligente, pensó Víctor. Sin embargo enseguida captó un ligero brillo de desencanto en sus ojos. Y, la verdad, no pudo evitar preguntarse por qué Myriam había dejado de esperar un final feliz en su vida. Solo que luego tuvo que preguntarse por qué eso le preocupaba tanto.
Si le hubiera quedado algún resto de sensatez la habría llevado a su casa a marchas forzadas y habría salido corriendo. Se habría olvidado de aquel fin de semana, de aquella mujer y de sus dulces ojos marrones y deliciosas curvas. Habría dejado que Myriam Jackson formara parte de su pasado. Porque no quería hacerle daño. Y si se quedaba... se lo haría. Víctor apartó ese pensamiento de su mente, se puso en pie y le tendió una mano. Cuando ella lo agarró tiró de ella y dijo:
—Bueno, yo no soy un caballero con armadura —sonrió—. Y tú tampoco tienes aspecto de necesitar que te salven pero, ¿qué te parece si un marine te invita a un helado?
Myriam sacudió brevemente la cabeza, se soltó la mano y miró para arriba.
—Escucha, Víctor, no es que no aprecie tu gesto, pero...
—Lo sé —la interrumpió él—. Dijimos que solo una película —añadió alzando una mano para apartarle un mechón de pelo de la cara—. Pero se trata solo de un helado, Ángel. Después te llevaré a casa directamente.
Myriam escrutó su rostro durante un largo rato, y luego asintió.
—Está bien.
—Bien.
Víctor volvió a tomar su mano y luego la guió por la fila de asientos y por las escaleras hacia la salida.
Myriam caminó por el muelle junto a Víctor disfrutando de su compañía casi tanto como del helado de chocolate. Las noches veraniegas de California atraían a una enorme cantidad de gente. Hacía el frío suficiente como para necesitar un fino suéter, pero Myriam no llevaba ninguno, porque no había pensado que pasearían por el muelle ni que lo necesitaría. Sin embargo sí hacía el suficiente calor como para que la gente, hambrienta del sol del verano, saliera a la calle.
Una luz amarillenta y nebulosa iluminaba a trozos el viejo muelle de madera creando zonas de claridad dentro de las sombras. La gente, joven y vieja, caminaba arriba y abajo a lo largo del muelle hablando, riendo y observando a los surfistas, que se lanzaban por entre la gente con la gracia de un bailarín. Las parejas caminaban de la mano, inconscientes de la gente que los rodeaba, y grupos de chicas adolescentes charlaban y reían mirando de reojo a las bandas de chicos que, a su vez, fingían no verlas.
Una combinación de olores a océano, a hamburguesa y a pescado, se mezclaban en el aire produciendo al final una fragancia familiar, acogedora incluso. La luz de la luna y de las farolas se reflejaba en la superficie del océano, y las largas nubes formaban figuras fantasmales en el cielo. Myriam tembló de frío. En el muelle soplaba un aire húmedo y pegajoso.
—¿Frío? —preguntó Víctor quitándose la sudadera azul oscuro.
—Un poco —confesó ella sonriendo al sentir que él le echaba la prenda por encima de los hombros—. Gracias.
—Es lo menos que puede hacer un caballero.
—Así que un caballero, ¿eh? —Inquirió ella acercándose a uno de los bordes del muelle y dio la vuelta a un banco de cemento para apoyarse sobre la barandilla con ambos codos—. ¿Es eso lo que son los marines de hoy en día?, ¿caballeros modernos?
Víctor se encogió de hombros, se acercó a su lado y se quedó mirando su helado.
—Somos lo que haga falta.
Myriam posó la mirada sobre un puñado de surfistas mojados, con trajes especiales, que estaban sentados sobre sus tablas más abajo, en la playa.
—¿Vaqueros?
—Claro.
—¿Piratas?
—Si es necesario —rió Víctor.
—Héroes para todas las estaciones, ¿no es eso? —lo miró Myriam.
—Sí —sonrió y asintió Víctor—. Héroes profesionales. Ese soy yo.
Era extraño, pero Myriam no tenía ningún problema en encajar esa descripción con la imagen que tenía de él. Alto, fuerte, amable y sin embargo apasionado, Víctor era realmente el prototipo de héroe de Hollywood. Pero ella no estaba buscando ningún héroe. Víctor dio un mordisco a su helado, y cuando se lamió los labios Myriam suspiró y apartó la vista. Por su propio bien. Su mirada fue a dar con una pareja, un padre y un hijo que pescaban a pocos pasos de ellos.
El chico debía tener la misma edad de Jeremy, y estaba tremendamente nervioso y excitado. Su padre había lanzado una luz por encima de la barandilla del muelle y le estaba explicando que los peces, posiblemente, se sintieran intrigados por aquella luz y fueran a investigarla. Entonces, con un poco de suerte, quizá mordieran el anzuelo que les había preparado. Myriam sonrió para sí misma mientras los observaba. Pensaba en Jeremy y en cuánto le habría gustado pescar en el muelle.
—Es un chico precioso —dijo Víctor susurrando muy cerca de su oído.
—Sí —contestó ella sin girar la cabeza siquiera para mirarlo.
—Tu hijo, Jeremy, debe tener más o menos la misma edad, ¿no?
—Sí, más o menos.
—Parece un buen chico —añadió Víctor. Myriam se dio la vuelta y lo miró—. Lo digo por lo poco que pude ver en la cena de recepción y en la boda.
—Gracias —dijo Myriam llenándose de orgullo, como siempre que pensaba en su hijo—. Eso creo yo también, pero...
—¿Pero...?
Myriam sacudió la cabeza y volvió la vista una vez más hacia el padre y el hijo.
—A veces me preocupa —confesó en voz baja—. Sabes, un chico de su edad necesita un padre y...
—Yo no tuve ninguno —contestó Víctor.
—¿En serio? —Inquirió ella girando la cabeza de nuevo hacia él—. ¿Qué ocurrió? —se apresuró a preguntar. Luego, pensándolo mejor, se arrepintió de haber preguntado—. No, no importa. Lo siento, no es asunto mío.
Víctor rió y dio otro mordisco a su helado antes de contestar:
—Relájate, Ángel, no tiene importancia. Fue hace mucho tiempo.
Era demasiado tarde, y estaba demasiado oscuro como para leer en su mirada, pero la expresión de Víctor parecía del todo normal, así que Myriam pensó que quizá no le importara hablar de ello.
—Entonces, si no te importa...
—Mi padre nos abandonó —confesó Víctor dejando que su vista vagara por mar abierto—. Yo tenía unos siete años, supongo. Después de eso mi madre y yo estuvimos ya solos para siempre.
Víctor sintió que Myriam lo miraba, de modo que trató de ocultar sus sentimientos y sus recuerdos.
—Entonces, ¿no te importó? —inquirió ella. La preocupación era evidente en su voz—. ¿No echabas de menos tener un padre?
No, pensó Víctor. Lo que sí le había importado había sido la reacción de su madre, la forma en que había guardado luto, por decirlo de alguna manera, por el hombre que los había abandonado. Durante años había buscado una carta suya en el buzón, una carta del hombre que le había destrozado el corazón. Había estado esperándolo y esperándolo, esperando a que su marido volviera a casa. Esperando que le dijera que había sido un error, que lo lamentaba. Pero los años habían ido pasando, y su madre había acabado por aceptar la verdad. Ella jamás había desperdiciado la ocasión de decirle a su único hijo que en realidad la culpa no era de su padre, que en realidad todos los hombres eran unos bastardos, y que incluso el mejor de ellos acabaría por hacerle daño a la persona que más amara. Y que algún día él, Víctor, crecería y haría exactamente lo mismo que su padre. Aún podía escucharla decir que él haría lo mismo, que no podría remediarlo. Las cosas eran así, sencillamente, y si quería portarse bien lo único que podía hacer era no hacer promesas que luego no fuera a cumplir.
—¿Víctor?
La voz de Myriam sonó cerca, cerró la puerta de los recuerdos. Víctor trató de apartar de su mente todo aquello, trató de recordar de qué estaban hablando y buscó una respuesta. Respiró hondo y contestó:
—Por supuesto que se echa de menos a un padre, pero se aprende a vivir sin él.
—Sí, me lo imagino —respondió ella no muy convencida.
—Además Jeremy tiene ahora a Nick. Es su tío, se ocupará de él —añadió Víctor tratando de resultar convincente.
—Es cierto, ¿verdad? —contestó Myriam volviéndose para observar a la pareja de padre e hijo que hablaba y reía—. Los maridos de mis hermanas pueden ser el modelo de hombre que él necesita.
—Claro, ¿por qué no? Otros dos héroes profesionales. Ningún sustituto de un padre podría ser mejor.
—¿Caballeros con armadura color caqui?
—Eso es —confirmó Víctor sonriendo y contemplando aquellos ojos color chocolate.
Apenas podía reconocerse a sí misma. ¿Era la misma mujer que había vivido castamente, como una monja, durante los últimos tres años?, ¿la misma que apenas había mostrado interés por las torpes atenciones que su marido le había procurado en aquellas raras noches en que por fin se había percatado de su existencia? ¿Era aquella la profesora de tercero de primaria?, ¿la presidenta del Comité para los Carnavales?, ¿la serena viuda y madre de un niño de ocho años?
No, pensó mientras se estiraba como un gato satisfecho sobre las sábanas revueltas. Aquella era una persona enteramente diferente. Un espíritu libre, salvaje, sexy y, aparentemente, insaciable. Y había disfrutado de cada minuto. A pesar de todo, se dijo a sí misma mientras la luz del amanecer iba iluminando el cielo a través de la ventana frente a su cama, hasta Cenicienta se había visto obligada a marcharse del baile. Myriam volvió la cabeza sobre la almohada para contemplar al hombre tumbado junto a ella. Una ola de excitación rápida y traviesa invadió su cuerpo, y de nuevo se asombró de sí misma. Jamás había sospechado que pudiera ser una criatura tan sensual.
El sexo, para ella, no había sido nunca más que un ejercicio agradable para contentar a su marido. Hasta los últimos tres años, por supuesto, en que se había pasado sin él. Sin embargo no había dejado de repetirse a sí misma que lo que en realidad echaba de menos era la proximidad de otro cuerpo, la sensación de ser abrazada, de sentir el peso sólido de otra persona sobre sí. Había esperado pasárselo bien con Víctor, pero no disfrutar tanto. Así de simple. Aquello había sido sencillamente... mágico.
Pero nada más pensar en ello se dijo a sí misma que debía parar el carro. Ni Cenicienta ni la magia tenían nada que ver con su vida. La noche había tocado a su fin, y de nuevo tenía que volver a la realidad. Myriam alargó un brazo y tocó la mejilla de Víctor.
—Hora de levantarse, Víctor —dijo en voz baja, sonriendo al ver que él abría los ojos instantáneamente para mirarla.
—¿Qué hora es? —musitó Víctor apoyándose en un codo.
—Casi las seis —contestó ella sentándose y tirando de la sábana para taparse los pechos desnudos.
No tenía sentido cubrirse los pechos ante él, que la había explorado milímetro a milímetro, pero Myriam seguía haciéndolo, obstinada.
—¿Ya? —musitó él.
—Sí —sonrió Myriam—Y, antes de que te vayas, quisiera decirte... gracias. No me había sentido tan bien en años.
—¿Antes de que me vaya? —repitió él centrándose solo en una parte de la frase de Myriam.
—Pues sí, ya es por la mañana.
—¿Y? —inquirió Víctor esbozando una media sonrisa que inquietó a Myriam.
—Y nuestra noche juntos se ha terminado —continuó ella con más calma.
Víctor miró por la ventana hacia la luz pálida que comenzaba a extenderse por el cielo, luego asintió y se pasó una mano por la cara.
—Sí, supongo que se ha terminado —dijo mirándola de nuevo—. ¿Tienes algún plan para esta mañana?
—¿Plan?
—Sí, ya sabes, cosas que hacer —explicó él sonriendo ampliamente y haciéndola estremecerse.
—No—admitió Myriam recordo que su hijo Jeremy estaría fuera todo el fin de semana— De hecho tengo la casa para mí sola durante dos días.
—¿Entonces no tenemos prisa? —preguntó él en voz baja.
—No, supongo que no —respondió Myriam.
Aunque, por supuesto, siempre era más fácil mostrarse juguetona y fogosa en la oscuridad que a plena luz del día.
—Entonces, ¿qué te parece si tomamos una ducha y un café?
Aquello parecía razonable, se dijo Myriam observándolo rodar por la cama y dirigirse al baño. Sus ojos se fijaron en la ancha espalda, en las estrechas caderas y en el trasero prieto. Y no pudo por menos de suspirar en silencio al sentir una ola de calor ya familiar correr por sus venas. Víctor se detuvo delante de la puerta del baño, se volvió a medias, la miró y le tendió una mano invitándola. Sonrió, y preguntó:
—Ducharse con un amigo ahorra agua, ¿no crees?
Bueno, ella era tan ecologista como cualquier otra persona. Además, ¿qué mujer podía rechazar una invitación como esa? Myriam salió de la cama y, a la escasa luz del amanecer, caminó desnuda por el dormitorio, agarró a Víctor de la mano y le concedió un último baile a Cenicienta.
Un montón de gotas de agua caliente como agujas comenzaron a caerles encima, y el chorro fue creciendo hasta empañar lo espejos de niebla. Tras la cortina de plástico de color crema Víctor se enjabonó las manos y después le enjabonó a Myriam la espalda y los hombros, subiendo y bajando con caricias a todo lo largo.
Le resultaba imposible sentirse saciado. Cada vez que ella suspiraba el sonido se derramaba en su interior sacudiéndolo hasta hacerle perder el poco control sobre sí mismo que le restaba, la poca compostura que le quedaba. Víctor se dijo a sí mismo que se trataba únicamente de sexo. Era lo de siempre, ni más ni menos, lo mismo de lo que había disfrutado con otras muchas mujeres en otros momentos. Sin embargo ni él mismo lo creía. Se trataba de algo más. ¿Cuánto más? Ni siquiera él lo sabía. No quería saberlo.
—Jamás había hecho esto —dijo ella en voz baja, apenas audible por el ruido del agua—Me refiero a tomar una ducha con un hombre.
—¿Ni siquiera con tu marido? —inquirió él preguntándose con qué clase de idiota se había casado.
—¡Por Dios, no! —rió ella y gimió al sentir que él le restregaba la espalda.
—Bueno, pues me alegro de ser yo el hombre que te introduzca en estos placeres —contestó Víctor deslizando las manos enjabonadas por la redondeada curva de su trasero.
Myriam se echó a temblar y él sonrió para sí mismo. Sus cabellos flotaban alrededor de su rostro y hombros. Víctor la atrajo hacia sí, de espaldas a él, dejando que se apoyara pesadamente sobre su cuerpo para acariciar sus pechos y luego más abajo.
—Mmm... —Murmuró ella—, es maravilloso...
Myriam gimió en voz alta al sentir los dedos de Víctor introducirse en su interior, jugar con su cuerpo con la tierna y deliberada habilidad de un maestro. Apoyó la mano derecha contra la pared y abrió bien los ojos. Los movimientos rápidos y resbaladizos de los dedos de Víctor le produjeron un éxtasis tal que gritó su nombre una y otra vez. Y cuando los últimos temblores cesaron Myriam gritó y sacudió la cabeza diciendo:
—Jamás sobreviviré a esto...
El sonrió y la ayudó a enderezarse bajo el chorro de agua, que caía como una cascada por su cabeza.
—Ángel, soy un marine. Confía en mí. Conseguirás superarlo.
Una hora más tarde, más o menos, Myriam se dirigía hacia su coche felicitándose a sí misma de poder caminar. Tenía las piernas débiles, como espaguetis. Estaba cansada, dolorida incluso y, además, jamás se había sentido mejor. En años. Myriam se metió las manos en los bolsillos delanteros del vaquero y caminó descalza por el césped, aún mojado por el rocío. Echó la cabeza hacia atrás para observar el cielo y sonrió para sí misma mirando de reojo al hombre que tenía a su lado. A la luz del amanecer Víctor estaba tan guapo con su uniforme azul de gala como al anochecer. Una ola de algo cálido y sedoso la invadió. Myriam se paró al borde de la carretera y trató de detener el acelerado ritmo de sus hormonas. Víctor abrió la puerta del coche, miró a su alrededor, a las casas del vecindario que en ese momento parecían despertar, e inclinó ambos brazos sobre el techo del vehículo mientras la observaba.
—Anoche fue increíble —dijo él.
Myriam sintió un vuelco en el corazón. «Increíble» era una palabra que describía bien lo sucedido. Y lo ocurrido por la mañana tampoco había quedado deslucido.
—Sí, lo fue —contestó ella con un hilo de voz.
—Dijiste que no tenías ningún plan para este fin de semana, ¿no?
—Sí—Víctor sonrió, y Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—Bueno, entonces, ¿qué te parece si vamos al cine esta noche? —inquirió él.
¿Esa misma noche? La mente de Myriam comenzó a dar vueltas. No había planeado nada así. Había imaginado que... no, «contaba» con la reputación de Víctor de nombre mujeriego. ¿Por qué de pronto deseaba él prolongar el tiempo juntos más allá de lo esperado?
—Quieres decir, ¿una cita? —preguntó Myriam sacándose las manos de los bolsillos y cruzándose de brazos para evitar el aire helado de la mañana.
—¿Y por qué no? —volvió a preguntar él.
—Bueno, no sé si es una buena idea —respondió ella sacudiendo la cabeza.
Ninguna aventura salía bien cuando se prolongaba durante una segunda noche, ¿no era así?
—Es solo una película —dijo él encogiéndose de hombros.
Myriam suspiró y apartó los ojos de él para observar la calle. La señora Johnson salía del porche delantero de su casa para ir a por el periódico. Jamie Hall cerraba de golpe la puerta principal para salir a hacer jogging. Francine Kramer comenzaba su ritual matinal llamando a su gato. Aquel grito «Fluffy... Fluffy» resonaba en el aire helado. Myriam sacudió la cabeza.
Todo seguía exactamente igual, y sin embargo ella era diferente. Sencillamente había pasado una noche gloriosa, salvaje y completamente satisfactoria, con un hombre que era, prácticamente, un extraño. ¿Qué tendrían que decir a eso los vecinos?, se preguntó Myriam. Porque no le cabía la menor duda de que cada una de las personas que lo hubieran visto abandonar la casa al filo de la madrugada tendrían algo que decir al respecto, hablarían de ello ese mismo día. Era una suerte que no la obligaran a salir de paseo con una enorme letra «A» en rojo cosida a la camisa. Aunque en realidad la «A» de «adúltera» no encajaba exactamente con su situación. Quizá encajara mejor una enorme «Z» de «zorra»...
—¿Myriam?
La voz de Víctor la devolvió a la realidad. Myriam se quedó mirando sus ojos verdes. Aquello era un error, se dijo. Un tremendo error. Y sin embargo, aun sabiéndolo, Myriam se escuchó a sí misma decir:
—Está bien, iremos al cine —luego, pensando que era mejor que quedara claro desde el principio que su memorable viaje por el lado salvaje de la vida había tocado, oficialmente, a su fin, añadió—: pero solo al cine, ¿de acuerdo?
—Claro, solo al cine. Nos vemos esta noche.
—Hasta esta noche.
Víctor subió al coche y encendió el motor, y Myriam se mordió el labio inferior. Esa noche todo volvería a estar oscuro, y ella seguiría estando sola en casa. No, aquella no era, en absoluto, una buena idea. Sin embargo Víctor ya había arrancado y acelerado, y su Chevy Blazer negro giraba en la curva. Era demasiado tarde para llamarlo. Demasiado tarde para decirle que había cambiado de opinión. Demasiado tarde para acobardarse. Aunque lo deseara.
La película era una de esas comedias románticas que por lo general hacen llorar a las mujeres mientras sonríen en su interior y dejan a los hombres mirando la pantalla negra durante un buen rato, preguntándose de qué demonios iba todo. Las luces se encendieron y la gente comenzó a caminar hacia la salida. Víctor volvió la cabeza para mirar a la mujer que tenía a su lado. Myriam se secó los ojos con un pañuelo de papel y sonrió al pillarlo mirándola. Se encogió de hombros, y dijo:
—Los finales felices siempre me hacen llorar.
Aquello resultaba conmovedor. A la escasa luz de la sala los ojos de Myriam brillaban, y su sonrisa le llegaba al alma. Sí, se encontraba potencialmente ante un enorme peligro. En realidad lo sabía, llevaba todo el día pensándolo. Apenas recordaba qué había hecho en el trabajo. De algún modo había conseguido enfrentarse a los problemas diarios que surgían continuamente en la base militar y, sin embargo, no pensar en nada más que en Myriam.
Aquello no era normal. No en él. Por lo general él siempre separaba su vida laboral de su vida personal. Jamás había topado con una mujer que permaneciera en su pensamiento mucho tiempo después de haber pasado una noche entera con ella. Y jamás había sentido... demonios, ni siquiera sabía qué sentía. Lo único que sabía era que jamás había experimentado eso antes, y eso le preocupaba. Y, sin embargo, a pesar de todo, no había sido capaz de alejarse de ella. No podía arriesgarse a sentir... para después fracasar. Unas pocas horas antes, cuando ella le había abierto la puerta de su casa, apenas había podido resistirse a abrazarla y besarla. Víctor respiró hondo y trató de apartar aquella idea de su mente.
—Los finales felices, ¿eh? El amor puede con todo, ¿no? Por siempre jamás.
Myriam metió el pañuelo de papel en el cucurucho de las palomitas y lo tiró.
—Sí, así la película es mejor.
—¿Y la vida real no?
—Hace mucho tiempo que dejé de esperar a que un caballero de brillante armadura viniera a salvarme —dijo Myriam sonriendo y sacudiendo la cabeza.
Inteligente, pensó Víctor. Sin embargo enseguida captó un ligero brillo de desencanto en sus ojos. Y, la verdad, no pudo evitar preguntarse por qué Myriam había dejado de esperar un final feliz en su vida. Solo que luego tuvo que preguntarse por qué eso le preocupaba tanto.
Si le hubiera quedado algún resto de sensatez la habría llevado a su casa a marchas forzadas y habría salido corriendo. Se habría olvidado de aquel fin de semana, de aquella mujer y de sus dulces ojos marrones y deliciosas curvas. Habría dejado que Myriam Jackson formara parte de su pasado. Porque no quería hacerle daño. Y si se quedaba... se lo haría. Víctor apartó ese pensamiento de su mente, se puso en pie y le tendió una mano. Cuando ella lo agarró tiró de ella y dijo:
—Bueno, yo no soy un caballero con armadura —sonrió—. Y tú tampoco tienes aspecto de necesitar que te salven pero, ¿qué te parece si un marine te invita a un helado?
Myriam sacudió brevemente la cabeza, se soltó la mano y miró para arriba.
—Escucha, Víctor, no es que no aprecie tu gesto, pero...
—Lo sé —la interrumpió él—. Dijimos que solo una película —añadió alzando una mano para apartarle un mechón de pelo de la cara—. Pero se trata solo de un helado, Ángel. Después te llevaré a casa directamente.
Myriam escrutó su rostro durante un largo rato, y luego asintió.
—Está bien.
—Bien.
Víctor volvió a tomar su mano y luego la guió por la fila de asientos y por las escaleras hacia la salida.
Myriam caminó por el muelle junto a Víctor disfrutando de su compañía casi tanto como del helado de chocolate. Las noches veraniegas de California atraían a una enorme cantidad de gente. Hacía el frío suficiente como para necesitar un fino suéter, pero Myriam no llevaba ninguno, porque no había pensado que pasearían por el muelle ni que lo necesitaría. Sin embargo sí hacía el suficiente calor como para que la gente, hambrienta del sol del verano, saliera a la calle.
Una luz amarillenta y nebulosa iluminaba a trozos el viejo muelle de madera creando zonas de claridad dentro de las sombras. La gente, joven y vieja, caminaba arriba y abajo a lo largo del muelle hablando, riendo y observando a los surfistas, que se lanzaban por entre la gente con la gracia de un bailarín. Las parejas caminaban de la mano, inconscientes de la gente que los rodeaba, y grupos de chicas adolescentes charlaban y reían mirando de reojo a las bandas de chicos que, a su vez, fingían no verlas.
Una combinación de olores a océano, a hamburguesa y a pescado, se mezclaban en el aire produciendo al final una fragancia familiar, acogedora incluso. La luz de la luna y de las farolas se reflejaba en la superficie del océano, y las largas nubes formaban figuras fantasmales en el cielo. Myriam tembló de frío. En el muelle soplaba un aire húmedo y pegajoso.
—¿Frío? —preguntó Víctor quitándose la sudadera azul oscuro.
—Un poco —confesó ella sonriendo al sentir que él le echaba la prenda por encima de los hombros—. Gracias.
—Es lo menos que puede hacer un caballero.
—Así que un caballero, ¿eh? —Inquirió ella acercándose a uno de los bordes del muelle y dio la vuelta a un banco de cemento para apoyarse sobre la barandilla con ambos codos—. ¿Es eso lo que son los marines de hoy en día?, ¿caballeros modernos?
Víctor se encogió de hombros, se acercó a su lado y se quedó mirando su helado.
—Somos lo que haga falta.
Myriam posó la mirada sobre un puñado de surfistas mojados, con trajes especiales, que estaban sentados sobre sus tablas más abajo, en la playa.
—¿Vaqueros?
—Claro.
—¿Piratas?
—Si es necesario —rió Víctor.
—Héroes para todas las estaciones, ¿no es eso? —lo miró Myriam.
—Sí —sonrió y asintió Víctor—. Héroes profesionales. Ese soy yo.
Era extraño, pero Myriam no tenía ningún problema en encajar esa descripción con la imagen que tenía de él. Alto, fuerte, amable y sin embargo apasionado, Víctor era realmente el prototipo de héroe de Hollywood. Pero ella no estaba buscando ningún héroe. Víctor dio un mordisco a su helado, y cuando se lamió los labios Myriam suspiró y apartó la vista. Por su propio bien. Su mirada fue a dar con una pareja, un padre y un hijo que pescaban a pocos pasos de ellos.
El chico debía tener la misma edad de Jeremy, y estaba tremendamente nervioso y excitado. Su padre había lanzado una luz por encima de la barandilla del muelle y le estaba explicando que los peces, posiblemente, se sintieran intrigados por aquella luz y fueran a investigarla. Entonces, con un poco de suerte, quizá mordieran el anzuelo que les había preparado. Myriam sonrió para sí misma mientras los observaba. Pensaba en Jeremy y en cuánto le habría gustado pescar en el muelle.
—Es un chico precioso —dijo Víctor susurrando muy cerca de su oído.
—Sí —contestó ella sin girar la cabeza siquiera para mirarlo.
—Tu hijo, Jeremy, debe tener más o menos la misma edad, ¿no?
—Sí, más o menos.
—Parece un buen chico —añadió Víctor. Myriam se dio la vuelta y lo miró—. Lo digo por lo poco que pude ver en la cena de recepción y en la boda.
—Gracias —dijo Myriam llenándose de orgullo, como siempre que pensaba en su hijo—. Eso creo yo también, pero...
—¿Pero...?
Myriam sacudió la cabeza y volvió la vista una vez más hacia el padre y el hijo.
—A veces me preocupa —confesó en voz baja—. Sabes, un chico de su edad necesita un padre y...
—Yo no tuve ninguno —contestó Víctor.
—¿En serio? —Inquirió ella girando la cabeza de nuevo hacia él—. ¿Qué ocurrió? —se apresuró a preguntar. Luego, pensándolo mejor, se arrepintió de haber preguntado—. No, no importa. Lo siento, no es asunto mío.
Víctor rió y dio otro mordisco a su helado antes de contestar:
—Relájate, Ángel, no tiene importancia. Fue hace mucho tiempo.
Era demasiado tarde, y estaba demasiado oscuro como para leer en su mirada, pero la expresión de Víctor parecía del todo normal, así que Myriam pensó que quizá no le importara hablar de ello.
—Entonces, si no te importa...
—Mi padre nos abandonó —confesó Víctor dejando que su vista vagara por mar abierto—. Yo tenía unos siete años, supongo. Después de eso mi madre y yo estuvimos ya solos para siempre.
Víctor sintió que Myriam lo miraba, de modo que trató de ocultar sus sentimientos y sus recuerdos.
—Entonces, ¿no te importó? —inquirió ella. La preocupación era evidente en su voz—. ¿No echabas de menos tener un padre?
No, pensó Víctor. Lo que sí le había importado había sido la reacción de su madre, la forma en que había guardado luto, por decirlo de alguna manera, por el hombre que los había abandonado. Durante años había buscado una carta suya en el buzón, una carta del hombre que le había destrozado el corazón. Había estado esperándolo y esperándolo, esperando a que su marido volviera a casa. Esperando que le dijera que había sido un error, que lo lamentaba. Pero los años habían ido pasando, y su madre había acabado por aceptar la verdad. Ella jamás había desperdiciado la ocasión de decirle a su único hijo que en realidad la culpa no era de su padre, que en realidad todos los hombres eran unos bastardos, y que incluso el mejor de ellos acabaría por hacerle daño a la persona que más amara. Y que algún día él, Víctor, crecería y haría exactamente lo mismo que su padre. Aún podía escucharla decir que él haría lo mismo, que no podría remediarlo. Las cosas eran así, sencillamente, y si quería portarse bien lo único que podía hacer era no hacer promesas que luego no fuera a cumplir.
—¿Víctor?
La voz de Myriam sonó cerca, cerró la puerta de los recuerdos. Víctor trató de apartar de su mente todo aquello, trató de recordar de qué estaban hablando y buscó una respuesta. Respiró hondo y contestó:
—Por supuesto que se echa de menos a un padre, pero se aprende a vivir sin él.
—Sí, me lo imagino —respondió ella no muy convencida.
—Además Jeremy tiene ahora a Nick. Es su tío, se ocupará de él —añadió Víctor tratando de resultar convincente.
—Es cierto, ¿verdad? —contestó Myriam volviéndose para observar a la pareja de padre e hijo que hablaba y reía—. Los maridos de mis hermanas pueden ser el modelo de hombre que él necesita.
—Claro, ¿por qué no? Otros dos héroes profesionales. Ningún sustituto de un padre podría ser mejor.
—¿Caballeros con armadura color caqui?
—Eso es —confirmó Víctor sonriendo y contemplando aquellos ojos color chocolate.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
gracias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
MUCHAS GRACIAS POR EL BUEN CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 6
Pasearon juntos por el muelle, y Myriam se maravilló de lo fácil que era mantener una conversación con Víctor. Él le hizo reír con sus historias de marines y luego le hizo preguntas sobre su vida como si tuviera un verdadero interés en ella. Era una experiencia poco corriente teniendo en cuenta que cuando aún vivía su marido, Bill, apenas le preguntaba su opinión sobre nada.
Durante sus tres años de viudez había llegado a apreciar el silencio de sus propios pensamientos. No le interesaba encontrar otro hombre. Había evitado las trampas de las citas a ciegas o por lástima, y había hecho caso omiso cuando sus amigos le habían dicho que ya era hora de moverse, de reiniciar su vida y encontrar a otra persona, de buscar a alguien que la amara y que se mereciera su amor. Porque no podía arriesgarse. No podía arriesgarse a cometer otro error. No era solo su corazón el que estaba en juego en esa ocasión... también lo estaba el de Jeremy. Y, sin embargo, ahí estaba, paseando a la luz de la luna con un hombre que le producía demasiadas emociones.
—Bajemos —dijo Víctor.
—¿Qué?
—Bajemos a la arena —explicó él señalando el pedazo de playa casi vacío bajo ellos.
—Pero no voy precisamente vestida para pasear por la playa —objetó Myriam haciendo un gesto con la mano para señalar su falda azul pálida y sus zapatos de tacón a juego.
—Quítatelo —sonrió él.
—¿Cómo dices?
—Que te quites los zapatos, Ángel. Solo los zapatos —sonrió él aún más ampliamente.
—¡Ah! —exclamó ella sintiéndose como una tonta.
—No espero que te desnudes en la playa por ley menos hasta el mes de julio —continuó él bromeando divertido ante su timidez—. Ahora hace demasiado frío.
—Bueno, gracias —sacudió ella la cabeza.
—Entonces, ¿qué dices?
¿Qué podía decir? No, para ser exactos, ¿qué quería hacer?
—Claro, ¿por qué no?
Víctor tomó su mano y la guió hasta el final del muelle, desde donde unas escaleras bajaban hasta la playa. Al llegar allí él vio unos cristales rotos a propósito para despistados y se volvió hacia ella. Pero antes de que Myriam pudiera preguntarse qué estaba haciendo Víctor la tomó en brazos y caminó con ella por la arena.
—Eh, que sé caminar sólita.
—Sí, lo sé, pero así es más divertido. ¿Divertido? Ella no era un peso pluma precisamente, aunque tampoco fuera un peso pesado. Víctor no cedió, continuó caminando por la playa hacia la orilla. Era ridículo sentirse impresionada, y sin embargo...
—Quítate los zapatos —dijo él. Ella obedeció. Entonces él la dejó en el suelo y Myriam gritó al sentir el frío contacto de la arena mojada—Frío, ¿eh?
—Sí —contestó ella encogiéndose de hombros—Pero es precioso —añadió volviéndose hacia alta mar.
Hacía mucho tiempo que no paseaba por el muelle. La luna colgaba llena en el cielo negro, rodeada de brillantes estrellas. Una ancha estela plateada se dibujaba sobre la superficie del agua negra llegando hasta el horizonte o aún más allá, directamente al cielo. Allí en ese lugar, el resto del mundo parecía muy lejos. Era como si Víctor y ella estuvieran solos al borde del universo. Ni siquiera las luces ni los ruidos sordos del muelle podían enturbiar la paz de aquel momento íntimo.
—Me encanta este lugar —musitó ella—Casi había olvidado cuánto me gusta.
—Bella —dijo él en voz muy baja, apenas audible por encima del rugir de las olas.
—Sí lo es —contestó ella respirando hondo—No estaba hablando del mar. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Miró a Víctor de reojo. Él no dejaba de mirarla, y Myriam supo que mientras ella contemplaba el mar él la había estado contemplando a ella. Y, aunque aquello hubiera debido de preocuparla, una ola de satisfacción se extendió por todo su cuerpo compitiendo con el aire helado—Víctor...
—Eres bella —repitió él alzando una mano para retirarle un mechón de cabello de la frente. Sus dedos rozaron levemente la mejilla de Myriam que en respuesta cerró los ojos— ¿Preferirías que no lo dijera?
—No, yo...
No sabía qué prefería. Ese era el problema. En principio solo había deseado pasar con él una noche. Una noche para olvidar su vida diaria, su mundo de todos los días. Pero aquello se estaba convirtiendo en algo más, y Myriam no estaba muy segura de qué sentía al respecto. Frustrada ante su propia indecisión, se dio la vuelta para mirar al mar y añadió:
—No lo sé.
Víctor se acercó a ella y posó las manos sobre sus hombros. Ella sintió la dureza y solidez de su cuerpo junto al de ella, y supo que aquel día, con Víctor, nada le resultaría fácil.
—No quiero otro marido —soltó de pronto haciendo una mueca al escuchar sus propias palabras.
Víctor le apretó los hombros antes de contestar:
—Ni yo estoy tratando de solicitar la plaza.
—Ya lo sé —contestó ella molesta—solo quería que supieras cómo me siento. No estoy buscando ningún chico para hacer de novio...
—Yo no soy ningún chico —le recordó él.
Nadie lo sabía mejor que ella, pensó Myriam sin dejar de contemplar el mar, como buscando ayuda para salir del atolladero en el que se había metido. Sin embargo era inútil
—Todo esto es muy extraño, pero lo que quería era que supieras que no me interesa mantener una relación.
—Bien —contestó él envolviéndola con ambos brazos y dejando que su mandíbula descansara sobre lo alto de la cabeza de Myriam mientras contemplaban el océano a la luz de la luna—Ahora ya lo sé.
—Sí.
Eso era lo que deseaba, ¿no era cierto?, se preguntó Myriam.
—Tú también deberías saber algo.
—Muy bien —contestó Myriam preparándose para recibir la noticia.
—Quiero hacerte el amor otra vez. Ahora.
Si no hubiera estado inclinada sobre él probablemente se habría caído al suelo redonda. Myriam tragó fuerte y trató de contestar a pesar de la ola de deseo que la invadía amenazando con estallar.
—Víctor, te he dicho que no quiero mantener ninguna relación...
—Sí, ¿y qué?
—Pues... que tampoco soy una de esas mujeres que tienen amantes —terminó por decir Myriam tras levantar las manos y suspirar. Necesitaba decirlo. Víctor rió, y Myriam sintió su aliento en lo alto de la cabeza—. ¿Qué es lo que te resulta tan divertido?
—Esta conversación —contestó Víctor haciéndola girar, pero sin soltarla y esperando a que ella levantara la vista para mirarlo a los ojos—Tienes un amante. Yo. Desde anoche.
Sí, eso era cierto. Su cuerpo aún temblaba solo de pensar en las manos de Víctor y en su lengua acariciando su piel.
—Sí, lo sé, pero eso fue algo que solo debía ocurrir una vez, y... bueno...
Víctor sacudió la cabeza y tomó la de Myriam con las palmas de las manos para decir:
—No es algo que deba ocurrir una sola vez, Ángel. Puede que no sea para siempre, pero te juro por Dios que es para más de una noche.
—¡No sé qué quieres de mí! —exclamó ella disfrutando del contacto de sus manos sobre las mejillas, de las caricias de sus dedos en los pómulos.
—No quiero nada de ti, Ángel. Sencillamente te quiero a ti.
La potencia de aquellas palabras retumbó en su interior. Myriam se preguntó cuánto tiempo hacía que no oía algo semejante. Ni siquiera su marido la había deseado así. Para él había sido más que nada, una cuestión de mera conveniencia. Ella cocinaba, limpiaba y cargaba con sus frustraciones dejando que él abusara verbalmente cuanto quisiera.
Pero en el fondo no la había deseado. No como la deseaba aquel hombre. No en la forma en que ella deseaba. Myriam no podía dejar de pensar en aquellos ojos verdes que la hacían temblar. Estaba hundiéndose profundamente en un verdadero problema. Sin duda alguna a la mañana siguiente se lamentaría no haber girado sobre sus talones en ese mismo instante para correr en pos de su salvación. Sin embargo aquella noche no quería ni correr ni salvarse de él. Deseaba correr hacia él.
Entonces Víctor la besó y la atrajo hacia sí. Ella inclinó la cabeza y los labios de Víctor rozaron los suyos. Olas de expectación se derramaron por su cuerpo. Los labios de Víctor lamieron y besaron los suyos suavemente al principio, pero en cuestión de segundos aquel beso se hizo más profundo, más serio. Myriam dejó caer los zapatos sobre la arena y envolvió los brazos en el cuello de Víctor para ponerse de puntillas y llegar mejor hasta él. La sangre le hervía, el corazón le retumbaba en los oídos. Myriam abrió los labios para sentir la dulce invasión de la lengua de Víctor, y cuando notó su calor suspiró dentro de su boca ofreciéndole su propio aliento al mismo tiempo que su pasión.
Víctor la sostuvo con fuerza, con firmeza, sus brazos la enlazaban como cinturones de acero. Los pechos de Myriam se aplastaban contra el torso de él, y sus pezones se tensaban ansiosos de un placer que solo él podía procurarle. Una ola de agua fría llegó entonces por la arena hasta sus tobillos, y Myriam gimió al sentir otra nueva sensación. Víctor interrumpió el beso, sonrió y preguntó:
—¿Vamos a tu casa antes de que la marea nos alcance y nos barra de la playa?
Aún tenía los labios húmedos de su beso y la respiración entrecortada por la excitación. Myriam desconectó su mente y dejó que fueran las sensaciones las que se hicieran cargo esa noche de la situación. Ya habría tiempo para las lamentaciones, pensó mientras asentía y susurraba:
—Vamos.
Víctor recogió sus zapatos, la tomó en brazos y prácticamente corrió por las escaleras del muelle. La risa de Myriam flotó como una estela tras ellos y se disolvió en el aire helado del océano.
Un brillante y cálido rayo de sol cruzó por delante de los ojos de Myriam, que hubiera preferido quedarse dormida en lugar de despertar. Se estiró despacio, lánguidamente, y sintió la fatiga de cada uno de sus músculos mientras sonreía para sí misma al recordar cómo se había ganado a pulso aquel agotamiento. Hasta ese momento no había tenido ni idea de que el sexo pudiera ser tan... divertido. Tenso, apasionado, seguro... sí pero, ¿divertido? Las imágenes de la noche anterior cruzaron bailando su mente: las risas, las cosquillas, la lucha libre que casi había ganado. Estaba dispuesta a apostar a que ninguno de los dos, ni Víctor ni ella, habían dormido más de una hora esa noche.
¡Guau! Sonriente aún, giró la cabeza en la almohada y abrió los ojos para contemplar al hombre que dormía junto a ella. Su aspecto, incluso dormido, era formidable. Sacó una mano y acarició suavemente con los dedos su mejilla. Cuando él, repentinamente, abrió los ojos, se sobresaltó.
—Buenos días —murmuró él con una voz que recorrió su espalda haciéndole cosquillas.
—Buenos días —contestó ella sorprendida al sentir que de nuevo, el deseo volvía a invadirla.
Una sola noche de pasión y de pronto se había convertido en un monstruo. Myriam Santini Jackson, la Reina de la Lujuria. ¿No resultaba de lo más violento?
Víctor levantó una mano para acariciar su brazo a todo lo largo, y Myriam no deseó otra cosa que acercarse y disfrutar de aquel contacto. Sin embargo, luchando contra esos instintos, respiró hondo y rodó por la cama hasta el extremo opuesto. Su noche de pasión se había prolongado durante dos noches, y si no tenía cuidado acabaría por prolongarse otro día más. Ninguna de sus hermanas podría creerlo si lo viera, pensó. Myriam miró el reloj de la mesilla y se sobresaltó al comprobar la hora que era.
—¡Las nueve y media! —Gritó saliendo de la cama a toda prisa, desnuda, para sacar algo de ropa de una cómoda alta de cajones—Tienes que levantarte. Y vestirte —ordenó mirando a Víctor de reojo.
Víctor se apoyó sobre un codo, se pasó una mano por la cara y preguntó:
—¿Qué prisa hay?
—¿Prisa? —rió Myriam mientras sacaba ropa interior de un cajón y se la ponía—. Bueno, Jeremy llegará en cualquier momento, y supongo que espera que le sirva su desayuno de siempre antes de marcharse a jugar el partido.
—¡Ah! —Asintió Víctor callándose y sacando las piernas de la cama—¿Me da tiempo a ducharme?
¿Ducharse?, reflexionó Myriam mirando de nuevo el reloj.
—¡Con un poco de suerte te da tiempo a vestirte! —exclamó inclinándose para recoger los vaqueros de Víctor del suelo, donde habían caído la noche anterior, y tirárselos—Date prisa, no quiero que mi hijo nos vea... bueno, que se haga preguntas... —se interrumpió llevándose una mano a la frente y musitando—. ¡Oh, Dios, soy una idiota, es horrible! Soy una mala madre, debería estar...
—Sí —se apresuró a confirmar Víctor mientras se vestía—Sí eres de lo peor de esta sociedad... —Myriam lo miró—Estaba bromeando —añadió él levantando las manos.
—No es momento para bromas —soltó ella agarrando una camiseta amarilla cualquiera del cajón.
—Ya me hago idea —contestó Víctor, que se vistió tan deprisa que terminó antes que ella.
Myriam se calzó unos mocasines y se cepilló el pelo enredado sin vacilar a pesar de los tirones. Creía merecer el daño que aquella operación le estaba causando.
—¿Cómo haces eso? —musitó después—. ¿Lo hacéis así siempre los marines? ¿Os vestís y preparáis para salir en cuestión de segundos?
—Sí, y hoy ha sido muy útil —comentó él.
—Desde luego —confirmó Myriam apresurándose a entrar en el baño.
—¿Qué te parecería si bajara a preparar un poco de café? —gritó él.
Myriam asomó la cabeza por la puerta, la sacudió en una negativa y trató de contestar, a pesar de tener la boca llena de pasta de dientes:
—No, vete ya...
—¿Cómo?
Se estaba burlando de ella. Era evidente que le divertía verla muerta de pánico.
—Que te vayas —trató de ordenar Myriam una vez más, sacudiendo una mano para darle más énfasis—. Yo te llamaré.
Víctor se rió al ver la expresión de frustración del rostro de Myriam.
—Supongo que eso quiere decir que me llamarás por teléfono.
Myriam asintió y volvió a meterse en el baño.
—Sí —dijo con toda claridad segundos después—Pero ahora vete ya, deprisa.
Bien, se dijo Víctor a sí mismo. No iba a ponerla en un compromiso delante de su hijo. Pero desde luego iba a volver. Sin duda. A pesar de que su instinto le dijera que era mejor desaparecer para siempre de allí. A pesar del hecho de que ninguno de los dos deseaba del otro nada más que una noche de magia. Volvería porque no se sentía preparado para despedirse de Myriam. Aún no. Y eso lo asustaba infinitamente. Pero no lo suficiente como para mantener las distancias. Aquello era muy extraño, Víctor no sabía siquiera cómo interpretarlo.
Acababa de cerrar la puerta de la casa cuando un coche se detuvo justo delante y de él salió un chico de unos ocho años, lleno de energía. Jeremy saludó a su amigo con la mano y se apresuró hacia el porche, pero se detuvo en seco al ver a Víctor.
—¡Eh! —Exclamó el chico señalándolo—yo te conozco. Tú eres amigo de mi tío Nick.
—Exacto —dijo Víctor sonriendo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Jeremy ladeando la cabeza y mirándolo.
—Pues...
Tenía que pensar algo, y rápido. Entonces se abrió la puerta principal, y Myriam salió con una sonrisa de bienvenida en el rostro. Sin embargo al ver a Víctor, esa sonrisa se ensombreció ligeramente.
—Hola, mamá —saludó Jeremy subiendo las escaleras del porche—Está aquí el amigo de Nick. Estaba a punto de llamar a la puerta cuando llegué yo. Qué casualidad, ¿verdad?
—Sí —respondió Myriam—Es una verdadera coincidencia —continuó alargando una mano para estrechar la de Víctor como si fueran dos extraños—Te llamas Víctor, ¿verdad?
—Exacto —contestó él dispuesto a seguirle la corriente.
Víctor le estrechó la mano arreglándoselas para acariciarle la palma con el dedo índice al mismo tiempo. Myriam se sacudió y se soltó como si hubiera recibido una corriente eléctrica.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó Jeremy apartándose el pelo de la cara.
—Bueno... —comenzó a decir Myriam despacio, buscando, evidentemente, una respuesta.
Bastaba con cualquier respuesta, cualquiera que pudiera explicar la presencia de Víctor en su casa a esas horas.
—En realidad —intervino Víctor aprisa, nada más ocurrírsele la idea—durante la boda, tu madre me estuvo contando que te encanta jugar con el balón, y como yo soy un gran aficionado al béisbol pensé que...
Jeremy dio un paso hacia él y esbozó una enorme sonrisa de dientes blancos.
—¿Quieres decir que quieres venir a ver cómo juego?
Víctor desvió la vista desde Jeremy, excitado y nervioso, hasta Myriam, de pie justo detrás de él. Ella le hizo un gesto con las manos mientras pronunciaba con la boca un «no» mudo. Y tenía razón, por supuesto. No era necesario que ninguno de los dos, ni Víctor ni Myriam, arrastrasen al chico hasta la arena, fuera lo que fuera lo que estuviera sucediendo entre ellos dos. Lo mejor hubiera sido marcharse, tal y como había planeado hacer de no haberlo pillado Jeremy en la puerta. Y Víctor tenía intención de hacer exactamente lo que ella decía.
Hasta que volvió la vista una vez más hacia Jeremy y vio la expresión de sus ojos. Entonces fue incapaz de hacerlo. Recordaba demasiado bien cómo se había sentido de niño, siendo el único chaval del equipo de béisbol cuyo padre no acudía a los partidos. Su padre los había abandonado, y su madre jamás había considerado que la Liga Infantil de béisbol mereciera su atención.
Aunque, por supuesto, Myriam sí iría a ver jugar a su hijo. Pero si el chico se sentía mejor sabiendo que había alguien más en las estradas apoyándolo entonces, sin ninguna duda, se quedaría. No solo por el bien de Jeremy, sino por su propio bien. Por el recuerdo de haber visto a otros chavales de su edad reír y hablar con sus padres cuando era niño. Quizá fuera una estupidez. Bien, era una estupidez. Lo sabía. Pero también sabía que eso era lo que iba a hacer. Fuera como fuera.
—Claro que sí —contestó mirando a Myriam por el rabillo del ojo y viendo cómo se desinflaba.
—¡Estupendo! —gritó su hijo, en cambio.
Víctor sonrió y se encogió de hombros mirando a la mujer que le clavaba metafóricamente puñales con la mirada.
—Jeremy —dijo ella poniendo una mano sobre su hombro—, ¿por qué no vas adentro a ponerte el uniforme antes del desayuno?
—Bueno —respondió el chico echándole otra miradita a Víctor—Mamá siempre me prepara un desayuno de campeón antes de los partidos. ¿Tienes hambre?
El chico agarró a Víctor de la mano y lo arrastró por la puerta. El miró hacia atrás por encima del hombro a la mujer que seguía de pie en el porche y, echándole un vistazo de arriba abajo, contestó:
—Chico, estoy hambriento.
Pasearon juntos por el muelle, y Myriam se maravilló de lo fácil que era mantener una conversación con Víctor. Él le hizo reír con sus historias de marines y luego le hizo preguntas sobre su vida como si tuviera un verdadero interés en ella. Era una experiencia poco corriente teniendo en cuenta que cuando aún vivía su marido, Bill, apenas le preguntaba su opinión sobre nada.
Durante sus tres años de viudez había llegado a apreciar el silencio de sus propios pensamientos. No le interesaba encontrar otro hombre. Había evitado las trampas de las citas a ciegas o por lástima, y había hecho caso omiso cuando sus amigos le habían dicho que ya era hora de moverse, de reiniciar su vida y encontrar a otra persona, de buscar a alguien que la amara y que se mereciera su amor. Porque no podía arriesgarse. No podía arriesgarse a cometer otro error. No era solo su corazón el que estaba en juego en esa ocasión... también lo estaba el de Jeremy. Y, sin embargo, ahí estaba, paseando a la luz de la luna con un hombre que le producía demasiadas emociones.
—Bajemos —dijo Víctor.
—¿Qué?
—Bajemos a la arena —explicó él señalando el pedazo de playa casi vacío bajo ellos.
—Pero no voy precisamente vestida para pasear por la playa —objetó Myriam haciendo un gesto con la mano para señalar su falda azul pálida y sus zapatos de tacón a juego.
—Quítatelo —sonrió él.
—¿Cómo dices?
—Que te quites los zapatos, Ángel. Solo los zapatos —sonrió él aún más ampliamente.
—¡Ah! —exclamó ella sintiéndose como una tonta.
—No espero que te desnudes en la playa por ley menos hasta el mes de julio —continuó él bromeando divertido ante su timidez—. Ahora hace demasiado frío.
—Bueno, gracias —sacudió ella la cabeza.
—Entonces, ¿qué dices?
¿Qué podía decir? No, para ser exactos, ¿qué quería hacer?
—Claro, ¿por qué no?
Víctor tomó su mano y la guió hasta el final del muelle, desde donde unas escaleras bajaban hasta la playa. Al llegar allí él vio unos cristales rotos a propósito para despistados y se volvió hacia ella. Pero antes de que Myriam pudiera preguntarse qué estaba haciendo Víctor la tomó en brazos y caminó con ella por la arena.
—Eh, que sé caminar sólita.
—Sí, lo sé, pero así es más divertido. ¿Divertido? Ella no era un peso pluma precisamente, aunque tampoco fuera un peso pesado. Víctor no cedió, continuó caminando por la playa hacia la orilla. Era ridículo sentirse impresionada, y sin embargo...
—Quítate los zapatos —dijo él. Ella obedeció. Entonces él la dejó en el suelo y Myriam gritó al sentir el frío contacto de la arena mojada—Frío, ¿eh?
—Sí —contestó ella encogiéndose de hombros—Pero es precioso —añadió volviéndose hacia alta mar.
Hacía mucho tiempo que no paseaba por el muelle. La luna colgaba llena en el cielo negro, rodeada de brillantes estrellas. Una ancha estela plateada se dibujaba sobre la superficie del agua negra llegando hasta el horizonte o aún más allá, directamente al cielo. Allí en ese lugar, el resto del mundo parecía muy lejos. Era como si Víctor y ella estuvieran solos al borde del universo. Ni siquiera las luces ni los ruidos sordos del muelle podían enturbiar la paz de aquel momento íntimo.
—Me encanta este lugar —musitó ella—Casi había olvidado cuánto me gusta.
—Bella —dijo él en voz muy baja, apenas audible por encima del rugir de las olas.
—Sí lo es —contestó ella respirando hondo—No estaba hablando del mar. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta. Miró a Víctor de reojo. Él no dejaba de mirarla, y Myriam supo que mientras ella contemplaba el mar él la había estado contemplando a ella. Y, aunque aquello hubiera debido de preocuparla, una ola de satisfacción se extendió por todo su cuerpo compitiendo con el aire helado—Víctor...
—Eres bella —repitió él alzando una mano para retirarle un mechón de cabello de la frente. Sus dedos rozaron levemente la mejilla de Myriam que en respuesta cerró los ojos— ¿Preferirías que no lo dijera?
—No, yo...
No sabía qué prefería. Ese era el problema. En principio solo había deseado pasar con él una noche. Una noche para olvidar su vida diaria, su mundo de todos los días. Pero aquello se estaba convirtiendo en algo más, y Myriam no estaba muy segura de qué sentía al respecto. Frustrada ante su propia indecisión, se dio la vuelta para mirar al mar y añadió:
—No lo sé.
Víctor se acercó a ella y posó las manos sobre sus hombros. Ella sintió la dureza y solidez de su cuerpo junto al de ella, y supo que aquel día, con Víctor, nada le resultaría fácil.
—No quiero otro marido —soltó de pronto haciendo una mueca al escuchar sus propias palabras.
Víctor le apretó los hombros antes de contestar:
—Ni yo estoy tratando de solicitar la plaza.
—Ya lo sé —contestó ella molesta—solo quería que supieras cómo me siento. No estoy buscando ningún chico para hacer de novio...
—Yo no soy ningún chico —le recordó él.
Nadie lo sabía mejor que ella, pensó Myriam sin dejar de contemplar el mar, como buscando ayuda para salir del atolladero en el que se había metido. Sin embargo era inútil
—Todo esto es muy extraño, pero lo que quería era que supieras que no me interesa mantener una relación.
—Bien —contestó él envolviéndola con ambos brazos y dejando que su mandíbula descansara sobre lo alto de la cabeza de Myriam mientras contemplaban el océano a la luz de la luna—Ahora ya lo sé.
—Sí.
Eso era lo que deseaba, ¿no era cierto?, se preguntó Myriam.
—Tú también deberías saber algo.
—Muy bien —contestó Myriam preparándose para recibir la noticia.
—Quiero hacerte el amor otra vez. Ahora.
Si no hubiera estado inclinada sobre él probablemente se habría caído al suelo redonda. Myriam tragó fuerte y trató de contestar a pesar de la ola de deseo que la invadía amenazando con estallar.
—Víctor, te he dicho que no quiero mantener ninguna relación...
—Sí, ¿y qué?
—Pues... que tampoco soy una de esas mujeres que tienen amantes —terminó por decir Myriam tras levantar las manos y suspirar. Necesitaba decirlo. Víctor rió, y Myriam sintió su aliento en lo alto de la cabeza—. ¿Qué es lo que te resulta tan divertido?
—Esta conversación —contestó Víctor haciéndola girar, pero sin soltarla y esperando a que ella levantara la vista para mirarlo a los ojos—Tienes un amante. Yo. Desde anoche.
Sí, eso era cierto. Su cuerpo aún temblaba solo de pensar en las manos de Víctor y en su lengua acariciando su piel.
—Sí, lo sé, pero eso fue algo que solo debía ocurrir una vez, y... bueno...
Víctor sacudió la cabeza y tomó la de Myriam con las palmas de las manos para decir:
—No es algo que deba ocurrir una sola vez, Ángel. Puede que no sea para siempre, pero te juro por Dios que es para más de una noche.
—¡No sé qué quieres de mí! —exclamó ella disfrutando del contacto de sus manos sobre las mejillas, de las caricias de sus dedos en los pómulos.
—No quiero nada de ti, Ángel. Sencillamente te quiero a ti.
La potencia de aquellas palabras retumbó en su interior. Myriam se preguntó cuánto tiempo hacía que no oía algo semejante. Ni siquiera su marido la había deseado así. Para él había sido más que nada, una cuestión de mera conveniencia. Ella cocinaba, limpiaba y cargaba con sus frustraciones dejando que él abusara verbalmente cuanto quisiera.
Pero en el fondo no la había deseado. No como la deseaba aquel hombre. No en la forma en que ella deseaba. Myriam no podía dejar de pensar en aquellos ojos verdes que la hacían temblar. Estaba hundiéndose profundamente en un verdadero problema. Sin duda alguna a la mañana siguiente se lamentaría no haber girado sobre sus talones en ese mismo instante para correr en pos de su salvación. Sin embargo aquella noche no quería ni correr ni salvarse de él. Deseaba correr hacia él.
Entonces Víctor la besó y la atrajo hacia sí. Ella inclinó la cabeza y los labios de Víctor rozaron los suyos. Olas de expectación se derramaron por su cuerpo. Los labios de Víctor lamieron y besaron los suyos suavemente al principio, pero en cuestión de segundos aquel beso se hizo más profundo, más serio. Myriam dejó caer los zapatos sobre la arena y envolvió los brazos en el cuello de Víctor para ponerse de puntillas y llegar mejor hasta él. La sangre le hervía, el corazón le retumbaba en los oídos. Myriam abrió los labios para sentir la dulce invasión de la lengua de Víctor, y cuando notó su calor suspiró dentro de su boca ofreciéndole su propio aliento al mismo tiempo que su pasión.
Víctor la sostuvo con fuerza, con firmeza, sus brazos la enlazaban como cinturones de acero. Los pechos de Myriam se aplastaban contra el torso de él, y sus pezones se tensaban ansiosos de un placer que solo él podía procurarle. Una ola de agua fría llegó entonces por la arena hasta sus tobillos, y Myriam gimió al sentir otra nueva sensación. Víctor interrumpió el beso, sonrió y preguntó:
—¿Vamos a tu casa antes de que la marea nos alcance y nos barra de la playa?
Aún tenía los labios húmedos de su beso y la respiración entrecortada por la excitación. Myriam desconectó su mente y dejó que fueran las sensaciones las que se hicieran cargo esa noche de la situación. Ya habría tiempo para las lamentaciones, pensó mientras asentía y susurraba:
—Vamos.
Víctor recogió sus zapatos, la tomó en brazos y prácticamente corrió por las escaleras del muelle. La risa de Myriam flotó como una estela tras ellos y se disolvió en el aire helado del océano.
Un brillante y cálido rayo de sol cruzó por delante de los ojos de Myriam, que hubiera preferido quedarse dormida en lugar de despertar. Se estiró despacio, lánguidamente, y sintió la fatiga de cada uno de sus músculos mientras sonreía para sí misma al recordar cómo se había ganado a pulso aquel agotamiento. Hasta ese momento no había tenido ni idea de que el sexo pudiera ser tan... divertido. Tenso, apasionado, seguro... sí pero, ¿divertido? Las imágenes de la noche anterior cruzaron bailando su mente: las risas, las cosquillas, la lucha libre que casi había ganado. Estaba dispuesta a apostar a que ninguno de los dos, ni Víctor ni ella, habían dormido más de una hora esa noche.
¡Guau! Sonriente aún, giró la cabeza en la almohada y abrió los ojos para contemplar al hombre que dormía junto a ella. Su aspecto, incluso dormido, era formidable. Sacó una mano y acarició suavemente con los dedos su mejilla. Cuando él, repentinamente, abrió los ojos, se sobresaltó.
—Buenos días —murmuró él con una voz que recorrió su espalda haciéndole cosquillas.
—Buenos días —contestó ella sorprendida al sentir que de nuevo, el deseo volvía a invadirla.
Una sola noche de pasión y de pronto se había convertido en un monstruo. Myriam Santini Jackson, la Reina de la Lujuria. ¿No resultaba de lo más violento?
Víctor levantó una mano para acariciar su brazo a todo lo largo, y Myriam no deseó otra cosa que acercarse y disfrutar de aquel contacto. Sin embargo, luchando contra esos instintos, respiró hondo y rodó por la cama hasta el extremo opuesto. Su noche de pasión se había prolongado durante dos noches, y si no tenía cuidado acabaría por prolongarse otro día más. Ninguna de sus hermanas podría creerlo si lo viera, pensó. Myriam miró el reloj de la mesilla y se sobresaltó al comprobar la hora que era.
—¡Las nueve y media! —Gritó saliendo de la cama a toda prisa, desnuda, para sacar algo de ropa de una cómoda alta de cajones—Tienes que levantarte. Y vestirte —ordenó mirando a Víctor de reojo.
Víctor se apoyó sobre un codo, se pasó una mano por la cara y preguntó:
—¿Qué prisa hay?
—¿Prisa? —rió Myriam mientras sacaba ropa interior de un cajón y se la ponía—. Bueno, Jeremy llegará en cualquier momento, y supongo que espera que le sirva su desayuno de siempre antes de marcharse a jugar el partido.
—¡Ah! —Asintió Víctor callándose y sacando las piernas de la cama—¿Me da tiempo a ducharme?
¿Ducharse?, reflexionó Myriam mirando de nuevo el reloj.
—¡Con un poco de suerte te da tiempo a vestirte! —exclamó inclinándose para recoger los vaqueros de Víctor del suelo, donde habían caído la noche anterior, y tirárselos—Date prisa, no quiero que mi hijo nos vea... bueno, que se haga preguntas... —se interrumpió llevándose una mano a la frente y musitando—. ¡Oh, Dios, soy una idiota, es horrible! Soy una mala madre, debería estar...
—Sí —se apresuró a confirmar Víctor mientras se vestía—Sí eres de lo peor de esta sociedad... —Myriam lo miró—Estaba bromeando —añadió él levantando las manos.
—No es momento para bromas —soltó ella agarrando una camiseta amarilla cualquiera del cajón.
—Ya me hago idea —contestó Víctor, que se vistió tan deprisa que terminó antes que ella.
Myriam se calzó unos mocasines y se cepilló el pelo enredado sin vacilar a pesar de los tirones. Creía merecer el daño que aquella operación le estaba causando.
—¿Cómo haces eso? —musitó después—. ¿Lo hacéis así siempre los marines? ¿Os vestís y preparáis para salir en cuestión de segundos?
—Sí, y hoy ha sido muy útil —comentó él.
—Desde luego —confirmó Myriam apresurándose a entrar en el baño.
—¿Qué te parecería si bajara a preparar un poco de café? —gritó él.
Myriam asomó la cabeza por la puerta, la sacudió en una negativa y trató de contestar, a pesar de tener la boca llena de pasta de dientes:
—No, vete ya...
—¿Cómo?
Se estaba burlando de ella. Era evidente que le divertía verla muerta de pánico.
—Que te vayas —trató de ordenar Myriam una vez más, sacudiendo una mano para darle más énfasis—. Yo te llamaré.
Víctor se rió al ver la expresión de frustración del rostro de Myriam.
—Supongo que eso quiere decir que me llamarás por teléfono.
Myriam asintió y volvió a meterse en el baño.
—Sí —dijo con toda claridad segundos después—Pero ahora vete ya, deprisa.
Bien, se dijo Víctor a sí mismo. No iba a ponerla en un compromiso delante de su hijo. Pero desde luego iba a volver. Sin duda. A pesar de que su instinto le dijera que era mejor desaparecer para siempre de allí. A pesar del hecho de que ninguno de los dos deseaba del otro nada más que una noche de magia. Volvería porque no se sentía preparado para despedirse de Myriam. Aún no. Y eso lo asustaba infinitamente. Pero no lo suficiente como para mantener las distancias. Aquello era muy extraño, Víctor no sabía siquiera cómo interpretarlo.
Acababa de cerrar la puerta de la casa cuando un coche se detuvo justo delante y de él salió un chico de unos ocho años, lleno de energía. Jeremy saludó a su amigo con la mano y se apresuró hacia el porche, pero se detuvo en seco al ver a Víctor.
—¡Eh! —Exclamó el chico señalándolo—yo te conozco. Tú eres amigo de mi tío Nick.
—Exacto —dijo Víctor sonriendo.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó Jeremy ladeando la cabeza y mirándolo.
—Pues...
Tenía que pensar algo, y rápido. Entonces se abrió la puerta principal, y Myriam salió con una sonrisa de bienvenida en el rostro. Sin embargo al ver a Víctor, esa sonrisa se ensombreció ligeramente.
—Hola, mamá —saludó Jeremy subiendo las escaleras del porche—Está aquí el amigo de Nick. Estaba a punto de llamar a la puerta cuando llegué yo. Qué casualidad, ¿verdad?
—Sí —respondió Myriam—Es una verdadera coincidencia —continuó alargando una mano para estrechar la de Víctor como si fueran dos extraños—Te llamas Víctor, ¿verdad?
—Exacto —contestó él dispuesto a seguirle la corriente.
Víctor le estrechó la mano arreglándoselas para acariciarle la palma con el dedo índice al mismo tiempo. Myriam se sacudió y se soltó como si hubiera recibido una corriente eléctrica.
—¿Qué hace él aquí? —preguntó Jeremy apartándose el pelo de la cara.
—Bueno... —comenzó a decir Myriam despacio, buscando, evidentemente, una respuesta.
Bastaba con cualquier respuesta, cualquiera que pudiera explicar la presencia de Víctor en su casa a esas horas.
—En realidad —intervino Víctor aprisa, nada más ocurrírsele la idea—durante la boda, tu madre me estuvo contando que te encanta jugar con el balón, y como yo soy un gran aficionado al béisbol pensé que...
Jeremy dio un paso hacia él y esbozó una enorme sonrisa de dientes blancos.
—¿Quieres decir que quieres venir a ver cómo juego?
Víctor desvió la vista desde Jeremy, excitado y nervioso, hasta Myriam, de pie justo detrás de él. Ella le hizo un gesto con las manos mientras pronunciaba con la boca un «no» mudo. Y tenía razón, por supuesto. No era necesario que ninguno de los dos, ni Víctor ni Myriam, arrastrasen al chico hasta la arena, fuera lo que fuera lo que estuviera sucediendo entre ellos dos. Lo mejor hubiera sido marcharse, tal y como había planeado hacer de no haberlo pillado Jeremy en la puerta. Y Víctor tenía intención de hacer exactamente lo que ella decía.
Hasta que volvió la vista una vez más hacia Jeremy y vio la expresión de sus ojos. Entonces fue incapaz de hacerlo. Recordaba demasiado bien cómo se había sentido de niño, siendo el único chaval del equipo de béisbol cuyo padre no acudía a los partidos. Su padre los había abandonado, y su madre jamás había considerado que la Liga Infantil de béisbol mereciera su atención.
Aunque, por supuesto, Myriam sí iría a ver jugar a su hijo. Pero si el chico se sentía mejor sabiendo que había alguien más en las estradas apoyándolo entonces, sin ninguna duda, se quedaría. No solo por el bien de Jeremy, sino por su propio bien. Por el recuerdo de haber visto a otros chavales de su edad reír y hablar con sus padres cuando era niño. Quizá fuera una estupidez. Bien, era una estupidez. Lo sabía. Pero también sabía que eso era lo que iba a hacer. Fuera como fuera.
—Claro que sí —contestó mirando a Myriam por el rabillo del ojo y viendo cómo se desinflaba.
—¡Estupendo! —gritó su hijo, en cambio.
Víctor sonrió y se encogió de hombros mirando a la mujer que le clavaba metafóricamente puñales con la mirada.
—Jeremy —dijo ella poniendo una mano sobre su hombro—, ¿por qué no vas adentro a ponerte el uniforme antes del desayuno?
—Bueno —respondió el chico echándole otra miradita a Víctor—Mamá siempre me prepara un desayuno de campeón antes de los partidos. ¿Tienes hambre?
El chico agarró a Víctor de la mano y lo arrastró por la puerta. El miró hacia atrás por encima del hombro a la mujer que seguía de pie en el porche y, echándole un vistazo de arriba abajo, contestó:
—Chico, estoy hambriento.
jai33sire- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
MUCHAS GRACIAS POR EL CAPITULO, MYRI SE VA A ENOJA JEJE.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 7
Myriam tomó otro puñado de palomitas y miró disimuladamente al hombre que tenía a su lado. Parecía perfectamente tranquilo y cómodo, como en su propia casa. Observaba el juego con las piernas extendidas bajo el banco delantero y los codos apoyados en el de detrás. Al principio le había sentado mal que él hubiera hecho trampa para conseguir una invitación de Jeremy a pasar el día con ellos, sencillamente estaba convencida de que estaba utilizando a su hijo para llegar hasta ella. Sin embargo Víctor no intentó nada durante toda la mañana. Bueno, excepto por unas cuantas miraditas picantes, y tampoco podía echarle la culpa por que su cuerpo reaccionara exageradamente ante él.
Con ella se había comportado como un perfecto caballero, mientras que al mismo tiempo había estado amable con Jeremy en todo momento: escuchándolo, dándole consejos. Era difícil mostrarse enfadada con un hombre que era tan simpático con su hijo. Jeremy, por su parte, parecía recibir aquella atención como agua de mayo. Myriam sentía que se le rompía el corazón al verlo tan deseoso de tener relaciones masculinas.
Pero aun así. Aquello no podía salir bien. No podía funcionar. Tenía que hacerle saber, con total claridad, que, fuera lo que fuera lo que hubieran compartido aquel fin de semana, todo había terminado. No era ni justo ni seguro para Víctor que aquello continuara. Ella no estaba interesada en mantener relaciones con un hombre, en tener a un hombre en su vida. Tenía a Jeremy, y con eso era suficiente. Juntos formaban un equipo maravilloso, y deseaba que todo siguiera igual. Por fin sus hermanas se habían casado, y sus maridos podían desempeñar perfectamente el papel de modelo masculino que Jeremy echaba tanto en falta. Eso sería suficiente para su hijo, y en cuanto a la vida amorosa... bueno, ya antes había vivido una vida de celibato, así que podía volver a hacerlo.
Aunque lo cierto era que nunca le había importado mantener el celibato porque jamás había disfrutado del sexo, reflexionó Myriam frunciendo el ceño. Hasta ese momento. De pronto, gracias a aquel fin de semana loco y maravilloso, veía el sexo desde otro punto de vista. Y vivir sin él no iba a ser tan fácil como hasta entonces.
El primer equipo en batear corrió su última carrera, y los padres diseminados por las gradas gritaron aquí y allá sacando a Myriam de sus pensamientos. Pero no importaba, se dijo a sí misma. No tenía sentido deprimirse por algo que era imposible cambiar. El equipo de Jeremy salió del campo y se refugió en el banquillo esperando su turno para batear. Víctor se levantó y aplaudió la actuación del equipo de primaria junto al resto del público. Corría una suave brisa procedente del océano trayendo nubes blancas que giraban por el cielo. Los gritos de los niños llenaban el ambiente. Era justo el tipo de día del que Myriam disfrutaba más. Por lo general, en circunstancias normales, reflexionó mirando de reojo al hombre que tenía al lado.
—¡Eh, mamá!
Myriam apartó aquellos pensamientos de su mente y buscó a su hijo con la mirada. Él la miraba desde detrás de una verja metálica.
—¡Hola, cariño! —gritó mordiéndose la lengua al ver la mueca de su hijo, a quien le avergonzaban aquellas muestras públicas de cariño.
—Estoy el segundo —dijo el chico subiéndose la visera de la enorme gorra.
—Eso es estupendo, Jer —contestó ella levantando los dedos pulgares—Te estaré observando.
—¡Eh, Jeremy! —lo llamó Víctor.
—¿Sí?
—Puede que quieras ensayar un poco con el bate —Myriam lo miró, pero Víctor no le prestaba atención a ella, solo a su hijo—¿Sabes? si tomas el bate desde más arriba tu tiro será más corto. Y más potente.
Jeremy frunció el ceño y cambió la posición de las manos.
—¿Te refieres así?
—Casi... —rió Víctor—... deja que te lo demuestre.
Víctor se puso en pie, cruzó las gradas y entró en el banquillo. Myriam los observó a ambos y cayó en la cuenta de que exceptuando una vez o dos en que Davis, el marido de Marie, había acudido al campo a verlo, aquella era la primera vez que un hombre le explicaba a Jeremy los secretos del béisbol transmitidos de generación en generación. Myriam los observó atentamente. Víctor estaba de pie junto a Jeremy, explicándole cómo debía colocarse, ajustando la posición de las manos, la inclinación de la cabeza. Y su hijo, el mismo que no hacía sino poner pegas cada vez que ella le daba un consejo, atendía y asimilaba aquellas recomendaciones como si fuera una esponja. Víctor era muy amable ayudo a su hijo de esa forma, pero le preocupaba que Jeremy estableciera con él un lazo demasiado fuerte y demasiado deprisa. Eso no podía ser bueno para su hijo, porque Víctor no se quedaría mucho tiempo.
Myriam sintió un dolor punzante en el corazón y deseó una vez más, que Jeremy tuviera el padre que se merecía. Pero antes incluso de morir, Bill había dejado bien claro que no le interesaba establecer ningún lazo demasiado estrecho con su hijo. Bill jamás había deseado tener hijos, se arrepentía de haber tenido a Jeremy. Y a pesar de tener solo cinco años, Jeremy había sido perfectamente consciente de ello. Hubiera sido difícil no haberse dado cuenta, cuando a cada cosa que le decía Bill le hacía un desaire.
Myriam sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos y trató de contenerlas. Aquello ya había pasado. Para ella y para Jeremy. Y los dos habían sobrevivido. Habían seguido adelante. Y eran felices, por supuesto. Observando a Víctor, un hombre fuerte y seguro de sí que había crecido solo con su madre, Myriam pensó que su hijo también podría crecer sin un padre en su vida. Un rato después Víctor le dio a Jeremy un golpecito en la gorra, le dijo algo que le hizo reír y volvió a las gradas. Luego, sentado una vez más a su lado, dijo:
—En serio que es un chico estupendo, Ángel.
—Lo sé —contestó ella con voz trémula;
—¿Ocurre algo? —inquirió Víctor volviéndose hacia ella.
—No —comenzó Myriam a decir. Luego se corrigió y acabó por confesar lo que había estado pensando—Es que no creo que sea muy buena idea que te hagas tan amigo de Jeremy.
—¿Y por qué no? —preguntó él arqueando una ceja.
Fantástico. Lo había ofendido. Bueno, habría ofendido al papa de haber sido necesario, con tal de proteger a su hijo.
—Porque no quiero que crea que vas a quedarte por aquí mucho tiempo. No quiero que piense que tú y yo somos...
—¿Qué, amigos? —inquirió Víctor tenso, enfadado de pronto.
Myriam se echó a reír lo miró de reojo y echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie iba a escuchar lo que tenía que decir:
—¿Es eso lo que somos, amigos?
Víctor suspiró y Myriam notó cómo la tensión iba desapareciendo de su rostro. No estaba acostumbrada a eso. Cada vez que Bill se enfadaba conservaba su mal humor durante horas, convertía toda la casa en un infierno, y jamás tenía prisa por ponerse de buen humor. Según parecía también en eso Víctor era diferente. Víctor tomó su mano y la apretó, pero enseguida volvió a soltarla.
—Quizá seamos algo más que amigos —admitió en voz baja— pero desde luego, no somos menos que eso, ¿no crees?
Las imágenes comenzaron a invadir su mente: recuerdos de risas, de pasión, de placer. Conocía a aquel hombre desde hacía menos de una semana, y sin embargo se sentía más cerca de él de lo que se había sentido del hombre con el que había estado casada.
No, no quería mantener ninguna relación con ningún hombre pero, ¿era la amistad una relación tan perjudicial? ¿Sería peligroso desarrollar una amistad con alguien que no solo parecía preocuparse por ella, sino también por su hijo? Jeremy estaba ansioso por compartir cosas sencillas con un padre, reflexionó mirando en su dirección. Su hijo practicaba con el bate tal y como Víctor le había enseñado.
—No —dijo más para sí misma que para Víctor—al menos somos amigos.
Víctor sonrió y sus ojos verdes brillaron cálidos. Myriam sintió que el corazón le daba un vuelco. Jamás había tenido un amigo que le provocara esas reacciones, y por eso sabía que no eran simplemente amigos. Qué eran exactamente, eso no lo sabía. Pero aquel no era el mejor momento para pensar en ello, se dijo resuelta apartando la vista de Víctor. Era el momento de animar a su hijo.
Jeremy caminó a grandes zancadas hasta alcanzar la base desde donde batear. Llevaba el bate sobre los hombros y la visera se le caía continuamente sobre los ojos. Sus piernas eran tan diminutas que parecían nadar dentro del pantalón, pero levantaba la barbilla con agresividad. Aquel era su hijo, pensó Myriam con orgullo. Por muy mal que le hubieran ido las cosas con Bill. Por muy infelices que se hubieran hecho el uno al otro siempre le estaría agradecido por haberle dado aquel niño.
Jeremy se detuvo en la base, plantó los pies en el lugar correspondiente y se preparó. E, igual que otras veces, en circunstancias semejantes, Myriam juntó las manos en el regazo y dijo una plegaria: «Por favor, Dios, no dejes que yerre el tiro. Deja que le dé a la pelota. Solo por esta vez, ¿de acuerdo?»
—Te toca, Jeremy —gritó Víctor a su lado riendo y alargando una mano para apretar las de ella, aún enlazadas en el regazo.
—Puedes hacerlo, cariño —gritó Myriam elevando la voz por encima de otros gritos.
Jeremy falló. No le dio a la pelota. Myriam gruñó y apretó con fuerza la mano de Víctor.
—Tranquilo, chico —volvió a gritar Víctor—le darás a la próxima.
El chico asintió sonriente, plantó los pies con más firmeza sobre la base polvorienta y esperó a que le tiraran la bola.
—Dios, no puedo soportarlo —musitó Myriam con voz espesa.
Era terrible. ¿Cómo podía ejercerse tan tremenda presión sobre un chico tan pequeño? No era justo.
—¿Vas a cerrar los ojos? —inquirió Víctor.
—Desearía hacerlo —admitió ella sacudiendo la cabeza al ver que su hijo volvía a fallar y a tomar posiciones para intentarlo por tercera vez—Oh, Dios.—musitó pensando en lo decepcionado que se sentiría su hijo después.
—Tienes que relajarte, mami —rió Víctor.
—Eso es fácil de decir.
—Jeremy puede hacerlo —aseguró Víctor convencido.
—Ya lo sé, y tú también lo sabes pero, ¿lo sabe él? —contestó Myriam centrando la atención sobre su hijo, que estaba a punto de batear.
El pitcher se levantó, giró y lanzó la pelota. Myriam la siguió con la mirada. Jeremy movió el bate hacia atrás y después hacia delante con fuerza. Y un «crack» estalló en el aire al golpear el bate a la bola mandándola hacia la izquierda del campo.
—¡Whoooo—hooo! —gritó Myriam saltando sobre las gradas, sacudiendo la mano de Víctor y observando a su hijo correr hacia la primera base.
Jeremy llegó a la primera base, la pisó y corrió hacia la segunda mientras el chico del otro equipo que perseguía la pelota finalmente tiraba el guante y se rendía. Jeremy alcanzó la segunda base y, una vez seguro en ella, Myriam se volvió hacia Víctor dio saltos. Lo abrazó con fuerza y después alzó la cabeza para mirarlo a los ojos:
—¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha conseguido!
—¡Desde luego que lo ha conseguido! —exclamó Víctor alzando una mano para saludar al campeón.
—Gracias —dijo Myriam abrazada aún a él.
—Me gusta ayudar a mis amigos —contestó él.
Myriam asintió sin apartar la vista de él.
—Amigos —repitió preguntándose cuántas amistades habían comenzado en la cama.
La pizzería estaba llena hasta los topes de jugadores de béisbol de la Liga Infantil. Víctor dio un mordisco a la peor pizza de pimientos que hubiera probado en su vida mientras observaba el restaurante repleto. Con las carcajadas y los gritos de los jugadores había más ruido que en el campo, eso por no mencionar la irritante música de fondo procedente de una pantalla de vídeo gigante de un rincón y a la gente que cantaba acompañándola. De pronto, desde las arcadas de la pared en las que se situaban las máquinas de juegos, irrumpían unos cuantos silbidos y campanadas a intervalos regulares. Y, desde algún lugar del restaurante, tres camareras cantaban «Cumpleaños feliz».
Aquello hubiera bastado para acabar con la paciencia del padre más santo. Sin embargo Víctor jamás se lo había pasado tan bien desde que había sido instructor militar. Frente a él el equipo de Jeremy, victorioso, comía aquella detestable pizza o pollo asado y bebía refrescos que sus madres, orgullosas, les servían. Se sentían sucios, cansados y con tanta energía como para acabar con un equipo de marines. El mero hecho de observarlos agotó a Víctor, que desvió la vista hacia Jeremy justo a tiempo para ver cómo recibía otra palmadita de felicitación más. El chico había conseguido batear magníficamente la pelota en tres ocasiones, y estaba pletórico de orgullo.
—Terrible, ¿verdad? —gritó Myriam pasando por encima del banco y sentándose junto a Víctor.
—¿El qué?
—La pizza —gritó ella—Es de lo peor.
—Horrorosa —convino Víctor dejándola sobre el plato y apartando este a un lado. Luego, apoyando un codo sobre la mesa y la cabeza sobre él, se volvió hacia Myriam y añadió—Pero entonces, ¿por qué hemos venido?
Myriam rió y Víctor sintió que el corazón le daba un vuelco. Era muy bella. Desde los cabellos castaños hasta los insondables ojos marrones.
—Es la tradición. Sea mala o no, siempre se ha venido aquí después de los partidos.
Nadie comprendía mejor la tradición que un marine. Víctor asintió mirando hacia la mesa de enfrente y dijo:
—Pues Jeremy parece estar pasándoselo muy bien.
—¿Estás de guasa? —Inquirió Myriam poniendo una mano sobre su brazo—¡Está en el séptimo cielo! Gracias a ti —añadió dándole un golpecito.
—¿A mí?
—Tú le has enseñado a batear —explicó Myriam inclinándose sobre él y besándolo en la mejilla—Gracias.
Víctor sintió que la piel le ardía ante aquel contacto. Aquel ligerísimo beso no hubiera debido de afectarlo así. Pero se trataba de algo más que del beso, y él lo sabía. Aquella mujer tenía algo que jamás había visto en nadie más. Sin embargo Víctor no deseaba su gratitud. Deseaba... Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que deseaba. Lo cual lo convertía en todo un chiflado.
—No ha sido nada —contestó sin darle importancia.
—Para él sí —continuó Myriam—Y para mí.
Bien, por fin había conseguido que se sintiera incómodo.
—¡Eh! —gritó Jeremy, que de algún modo se había acercado a ellos y tiraba a Víctor de la manga.
—¡Eh, tú! —contestó Víctor echándose a reír después al ver la cara sucia de Jeremy y su expresión impaciente.
—¿Quieres jugar a un juego? —preguntó el chico sonriendo y enseñando el agujero de la encía que le había dejado la caída de un diente.
—Jeremy! —Exclamó Myriam a voz en grito para que la oyera—, ¿por qué no vas a jugar con tus amigos?
Su hijo la miró como diciendo «esto es cosa de hombres». Luego se volvió hacia Víctor y preguntó:
—¿Te gusta jugar a los bolos? ¿Sabes jugar en esas máquinas en las que tiras la pelota y te dan puntos?
—No creo que haya jugado en una máquina de esas nunca —contestó Víctor sonriendo y mirando a Myriam.
—¡No me lo creo! —exclamó el chico atónito—. Es fantástico, y puedes ganar un montón de puntos. Vamos, te enseñaré.
—No hace falta que vayas —intervino Myriam disculpándose a medias al verlo ponerse en pie.
—Lo sé —contestó él—, pero quiero.
Y, mientras seguía al chico, pasando por entre los demás chavales vestidos de béisbol, Víctor se dio cuenta de que era la verdad. ¿Quién hubiera podido pensar que Víctor Mahoney, el hombre que jamás había querido atarse a nadie, iba a pasárselo en grande jugando con un chaval? Víctor miró rápidamente hacia Myriam, y sus miradas se encontraron. Y entonces supo, aun sin pronunciar palabra, que aquella noche jugaría a otro juego diferente. Uno de adultos.
Myriam tomó otro puñado de palomitas y miró disimuladamente al hombre que tenía a su lado. Parecía perfectamente tranquilo y cómodo, como en su propia casa. Observaba el juego con las piernas extendidas bajo el banco delantero y los codos apoyados en el de detrás. Al principio le había sentado mal que él hubiera hecho trampa para conseguir una invitación de Jeremy a pasar el día con ellos, sencillamente estaba convencida de que estaba utilizando a su hijo para llegar hasta ella. Sin embargo Víctor no intentó nada durante toda la mañana. Bueno, excepto por unas cuantas miraditas picantes, y tampoco podía echarle la culpa por que su cuerpo reaccionara exageradamente ante él.
Con ella se había comportado como un perfecto caballero, mientras que al mismo tiempo había estado amable con Jeremy en todo momento: escuchándolo, dándole consejos. Era difícil mostrarse enfadada con un hombre que era tan simpático con su hijo. Jeremy, por su parte, parecía recibir aquella atención como agua de mayo. Myriam sentía que se le rompía el corazón al verlo tan deseoso de tener relaciones masculinas.
Pero aun así. Aquello no podía salir bien. No podía funcionar. Tenía que hacerle saber, con total claridad, que, fuera lo que fuera lo que hubieran compartido aquel fin de semana, todo había terminado. No era ni justo ni seguro para Víctor que aquello continuara. Ella no estaba interesada en mantener relaciones con un hombre, en tener a un hombre en su vida. Tenía a Jeremy, y con eso era suficiente. Juntos formaban un equipo maravilloso, y deseaba que todo siguiera igual. Por fin sus hermanas se habían casado, y sus maridos podían desempeñar perfectamente el papel de modelo masculino que Jeremy echaba tanto en falta. Eso sería suficiente para su hijo, y en cuanto a la vida amorosa... bueno, ya antes había vivido una vida de celibato, así que podía volver a hacerlo.
Aunque lo cierto era que nunca le había importado mantener el celibato porque jamás había disfrutado del sexo, reflexionó Myriam frunciendo el ceño. Hasta ese momento. De pronto, gracias a aquel fin de semana loco y maravilloso, veía el sexo desde otro punto de vista. Y vivir sin él no iba a ser tan fácil como hasta entonces.
El primer equipo en batear corrió su última carrera, y los padres diseminados por las gradas gritaron aquí y allá sacando a Myriam de sus pensamientos. Pero no importaba, se dijo a sí misma. No tenía sentido deprimirse por algo que era imposible cambiar. El equipo de Jeremy salió del campo y se refugió en el banquillo esperando su turno para batear. Víctor se levantó y aplaudió la actuación del equipo de primaria junto al resto del público. Corría una suave brisa procedente del océano trayendo nubes blancas que giraban por el cielo. Los gritos de los niños llenaban el ambiente. Era justo el tipo de día del que Myriam disfrutaba más. Por lo general, en circunstancias normales, reflexionó mirando de reojo al hombre que tenía al lado.
—¡Eh, mamá!
Myriam apartó aquellos pensamientos de su mente y buscó a su hijo con la mirada. Él la miraba desde detrás de una verja metálica.
—¡Hola, cariño! —gritó mordiéndose la lengua al ver la mueca de su hijo, a quien le avergonzaban aquellas muestras públicas de cariño.
—Estoy el segundo —dijo el chico subiéndose la visera de la enorme gorra.
—Eso es estupendo, Jer —contestó ella levantando los dedos pulgares—Te estaré observando.
—¡Eh, Jeremy! —lo llamó Víctor.
—¿Sí?
—Puede que quieras ensayar un poco con el bate —Myriam lo miró, pero Víctor no le prestaba atención a ella, solo a su hijo—¿Sabes? si tomas el bate desde más arriba tu tiro será más corto. Y más potente.
Jeremy frunció el ceño y cambió la posición de las manos.
—¿Te refieres así?
—Casi... —rió Víctor—... deja que te lo demuestre.
Víctor se puso en pie, cruzó las gradas y entró en el banquillo. Myriam los observó a ambos y cayó en la cuenta de que exceptuando una vez o dos en que Davis, el marido de Marie, había acudido al campo a verlo, aquella era la primera vez que un hombre le explicaba a Jeremy los secretos del béisbol transmitidos de generación en generación. Myriam los observó atentamente. Víctor estaba de pie junto a Jeremy, explicándole cómo debía colocarse, ajustando la posición de las manos, la inclinación de la cabeza. Y su hijo, el mismo que no hacía sino poner pegas cada vez que ella le daba un consejo, atendía y asimilaba aquellas recomendaciones como si fuera una esponja. Víctor era muy amable ayudo a su hijo de esa forma, pero le preocupaba que Jeremy estableciera con él un lazo demasiado fuerte y demasiado deprisa. Eso no podía ser bueno para su hijo, porque Víctor no se quedaría mucho tiempo.
Myriam sintió un dolor punzante en el corazón y deseó una vez más, que Jeremy tuviera el padre que se merecía. Pero antes incluso de morir, Bill había dejado bien claro que no le interesaba establecer ningún lazo demasiado estrecho con su hijo. Bill jamás había deseado tener hijos, se arrepentía de haber tenido a Jeremy. Y a pesar de tener solo cinco años, Jeremy había sido perfectamente consciente de ello. Hubiera sido difícil no haberse dado cuenta, cuando a cada cosa que le decía Bill le hacía un desaire.
Myriam sintió que las lágrimas se agolpaban en sus ojos y trató de contenerlas. Aquello ya había pasado. Para ella y para Jeremy. Y los dos habían sobrevivido. Habían seguido adelante. Y eran felices, por supuesto. Observando a Víctor, un hombre fuerte y seguro de sí que había crecido solo con su madre, Myriam pensó que su hijo también podría crecer sin un padre en su vida. Un rato después Víctor le dio a Jeremy un golpecito en la gorra, le dijo algo que le hizo reír y volvió a las gradas. Luego, sentado una vez más a su lado, dijo:
—En serio que es un chico estupendo, Ángel.
—Lo sé —contestó ella con voz trémula;
—¿Ocurre algo? —inquirió Víctor volviéndose hacia ella.
—No —comenzó Myriam a decir. Luego se corrigió y acabó por confesar lo que había estado pensando—Es que no creo que sea muy buena idea que te hagas tan amigo de Jeremy.
—¿Y por qué no? —preguntó él arqueando una ceja.
Fantástico. Lo había ofendido. Bueno, habría ofendido al papa de haber sido necesario, con tal de proteger a su hijo.
—Porque no quiero que crea que vas a quedarte por aquí mucho tiempo. No quiero que piense que tú y yo somos...
—¿Qué, amigos? —inquirió Víctor tenso, enfadado de pronto.
Myriam se echó a reír lo miró de reojo y echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie iba a escuchar lo que tenía que decir:
—¿Es eso lo que somos, amigos?
Víctor suspiró y Myriam notó cómo la tensión iba desapareciendo de su rostro. No estaba acostumbrada a eso. Cada vez que Bill se enfadaba conservaba su mal humor durante horas, convertía toda la casa en un infierno, y jamás tenía prisa por ponerse de buen humor. Según parecía también en eso Víctor era diferente. Víctor tomó su mano y la apretó, pero enseguida volvió a soltarla.
—Quizá seamos algo más que amigos —admitió en voz baja— pero desde luego, no somos menos que eso, ¿no crees?
Las imágenes comenzaron a invadir su mente: recuerdos de risas, de pasión, de placer. Conocía a aquel hombre desde hacía menos de una semana, y sin embargo se sentía más cerca de él de lo que se había sentido del hombre con el que había estado casada.
No, no quería mantener ninguna relación con ningún hombre pero, ¿era la amistad una relación tan perjudicial? ¿Sería peligroso desarrollar una amistad con alguien que no solo parecía preocuparse por ella, sino también por su hijo? Jeremy estaba ansioso por compartir cosas sencillas con un padre, reflexionó mirando en su dirección. Su hijo practicaba con el bate tal y como Víctor le había enseñado.
—No —dijo más para sí misma que para Víctor—al menos somos amigos.
Víctor sonrió y sus ojos verdes brillaron cálidos. Myriam sintió que el corazón le daba un vuelco. Jamás había tenido un amigo que le provocara esas reacciones, y por eso sabía que no eran simplemente amigos. Qué eran exactamente, eso no lo sabía. Pero aquel no era el mejor momento para pensar en ello, se dijo resuelta apartando la vista de Víctor. Era el momento de animar a su hijo.
Jeremy caminó a grandes zancadas hasta alcanzar la base desde donde batear. Llevaba el bate sobre los hombros y la visera se le caía continuamente sobre los ojos. Sus piernas eran tan diminutas que parecían nadar dentro del pantalón, pero levantaba la barbilla con agresividad. Aquel era su hijo, pensó Myriam con orgullo. Por muy mal que le hubieran ido las cosas con Bill. Por muy infelices que se hubieran hecho el uno al otro siempre le estaría agradecido por haberle dado aquel niño.
Jeremy se detuvo en la base, plantó los pies en el lugar correspondiente y se preparó. E, igual que otras veces, en circunstancias semejantes, Myriam juntó las manos en el regazo y dijo una plegaria: «Por favor, Dios, no dejes que yerre el tiro. Deja que le dé a la pelota. Solo por esta vez, ¿de acuerdo?»
—Te toca, Jeremy —gritó Víctor a su lado riendo y alargando una mano para apretar las de ella, aún enlazadas en el regazo.
—Puedes hacerlo, cariño —gritó Myriam elevando la voz por encima de otros gritos.
Jeremy falló. No le dio a la pelota. Myriam gruñó y apretó con fuerza la mano de Víctor.
—Tranquilo, chico —volvió a gritar Víctor—le darás a la próxima.
El chico asintió sonriente, plantó los pies con más firmeza sobre la base polvorienta y esperó a que le tiraran la bola.
—Dios, no puedo soportarlo —musitó Myriam con voz espesa.
Era terrible. ¿Cómo podía ejercerse tan tremenda presión sobre un chico tan pequeño? No era justo.
—¿Vas a cerrar los ojos? —inquirió Víctor.
—Desearía hacerlo —admitió ella sacudiendo la cabeza al ver que su hijo volvía a fallar y a tomar posiciones para intentarlo por tercera vez—Oh, Dios.—musitó pensando en lo decepcionado que se sentiría su hijo después.
—Tienes que relajarte, mami —rió Víctor.
—Eso es fácil de decir.
—Jeremy puede hacerlo —aseguró Víctor convencido.
—Ya lo sé, y tú también lo sabes pero, ¿lo sabe él? —contestó Myriam centrando la atención sobre su hijo, que estaba a punto de batear.
El pitcher se levantó, giró y lanzó la pelota. Myriam la siguió con la mirada. Jeremy movió el bate hacia atrás y después hacia delante con fuerza. Y un «crack» estalló en el aire al golpear el bate a la bola mandándola hacia la izquierda del campo.
—¡Whoooo—hooo! —gritó Myriam saltando sobre las gradas, sacudiendo la mano de Víctor y observando a su hijo correr hacia la primera base.
Jeremy llegó a la primera base, la pisó y corrió hacia la segunda mientras el chico del otro equipo que perseguía la pelota finalmente tiraba el guante y se rendía. Jeremy alcanzó la segunda base y, una vez seguro en ella, Myriam se volvió hacia Víctor dio saltos. Lo abrazó con fuerza y después alzó la cabeza para mirarlo a los ojos:
—¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha conseguido!
—¡Desde luego que lo ha conseguido! —exclamó Víctor alzando una mano para saludar al campeón.
—Gracias —dijo Myriam abrazada aún a él.
—Me gusta ayudar a mis amigos —contestó él.
Myriam asintió sin apartar la vista de él.
—Amigos —repitió preguntándose cuántas amistades habían comenzado en la cama.
La pizzería estaba llena hasta los topes de jugadores de béisbol de la Liga Infantil. Víctor dio un mordisco a la peor pizza de pimientos que hubiera probado en su vida mientras observaba el restaurante repleto. Con las carcajadas y los gritos de los jugadores había más ruido que en el campo, eso por no mencionar la irritante música de fondo procedente de una pantalla de vídeo gigante de un rincón y a la gente que cantaba acompañándola. De pronto, desde las arcadas de la pared en las que se situaban las máquinas de juegos, irrumpían unos cuantos silbidos y campanadas a intervalos regulares. Y, desde algún lugar del restaurante, tres camareras cantaban «Cumpleaños feliz».
Aquello hubiera bastado para acabar con la paciencia del padre más santo. Sin embargo Víctor jamás se lo había pasado tan bien desde que había sido instructor militar. Frente a él el equipo de Jeremy, victorioso, comía aquella detestable pizza o pollo asado y bebía refrescos que sus madres, orgullosas, les servían. Se sentían sucios, cansados y con tanta energía como para acabar con un equipo de marines. El mero hecho de observarlos agotó a Víctor, que desvió la vista hacia Jeremy justo a tiempo para ver cómo recibía otra palmadita de felicitación más. El chico había conseguido batear magníficamente la pelota en tres ocasiones, y estaba pletórico de orgullo.
—Terrible, ¿verdad? —gritó Myriam pasando por encima del banco y sentándose junto a Víctor.
—¿El qué?
—La pizza —gritó ella—Es de lo peor.
—Horrorosa —convino Víctor dejándola sobre el plato y apartando este a un lado. Luego, apoyando un codo sobre la mesa y la cabeza sobre él, se volvió hacia Myriam y añadió—Pero entonces, ¿por qué hemos venido?
Myriam rió y Víctor sintió que el corazón le daba un vuelco. Era muy bella. Desde los cabellos castaños hasta los insondables ojos marrones.
—Es la tradición. Sea mala o no, siempre se ha venido aquí después de los partidos.
Nadie comprendía mejor la tradición que un marine. Víctor asintió mirando hacia la mesa de enfrente y dijo:
—Pues Jeremy parece estar pasándoselo muy bien.
—¿Estás de guasa? —Inquirió Myriam poniendo una mano sobre su brazo—¡Está en el séptimo cielo! Gracias a ti —añadió dándole un golpecito.
—¿A mí?
—Tú le has enseñado a batear —explicó Myriam inclinándose sobre él y besándolo en la mejilla—Gracias.
Víctor sintió que la piel le ardía ante aquel contacto. Aquel ligerísimo beso no hubiera debido de afectarlo así. Pero se trataba de algo más que del beso, y él lo sabía. Aquella mujer tenía algo que jamás había visto en nadie más. Sin embargo Víctor no deseaba su gratitud. Deseaba... Ni siquiera estaba seguro de qué era lo que deseaba. Lo cual lo convertía en todo un chiflado.
—No ha sido nada —contestó sin darle importancia.
—Para él sí —continuó Myriam—Y para mí.
Bien, por fin había conseguido que se sintiera incómodo.
—¡Eh! —gritó Jeremy, que de algún modo se había acercado a ellos y tiraba a Víctor de la manga.
—¡Eh, tú! —contestó Víctor echándose a reír después al ver la cara sucia de Jeremy y su expresión impaciente.
—¿Quieres jugar a un juego? —preguntó el chico sonriendo y enseñando el agujero de la encía que le había dejado la caída de un diente.
—Jeremy! —Exclamó Myriam a voz en grito para que la oyera—, ¿por qué no vas a jugar con tus amigos?
Su hijo la miró como diciendo «esto es cosa de hombres». Luego se volvió hacia Víctor y preguntó:
—¿Te gusta jugar a los bolos? ¿Sabes jugar en esas máquinas en las que tiras la pelota y te dan puntos?
—No creo que haya jugado en una máquina de esas nunca —contestó Víctor sonriendo y mirando a Myriam.
—¡No me lo creo! —exclamó el chico atónito—. Es fantástico, y puedes ganar un montón de puntos. Vamos, te enseñaré.
—No hace falta que vayas —intervino Myriam disculpándose a medias al verlo ponerse en pie.
—Lo sé —contestó él—, pero quiero.
Y, mientras seguía al chico, pasando por entre los demás chavales vestidos de béisbol, Víctor se dio cuenta de que era la verdad. ¿Quién hubiera podido pensar que Víctor Mahoney, el hombre que jamás había querido atarse a nadie, iba a pasárselo en grande jugando con un chaval? Víctor miró rápidamente hacia Myriam, y sus miradas se encontraron. Y entonces supo, aun sin pronunciar palabra, que aquella noche jugaría a otro juego diferente. Uno de adultos.
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