Un Hombre Para una Noche Maureen Child
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
BUEN CAPÍTULO, GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
graciias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 8
Pero aquella noche no hubo ningún juego más. Víctor se quedó de pie en las escaleras del porche, escuchando cómo se cerraba la puerta tras Jeremy mientras su último adiós resonaba aún en el aire. Entonces se volvió hacia la mujer que tenía a su lado y le apartó el pelo de la cara. Ella se estremeció, agachó la cabeza y volvió a levantarla para mirarlo a los ojos.
—Gracias por haber venido hoy —dijo en voz baja— Jeremy se lo ha pasado muy bien.
—Y yo también —contestó él en voz baja también.
—Sí, y yo.
Pasaron unos segundos de silencio, el único ruido que se escuchaba era el de una segadora de césped en la distancia. Víctor la miró a los ojos y trató de pensar en algo que decir, algo que pudiera expresar lo extraño que se sentía. Pensó y pensó. Pero no se le ocurrió nada. Sin embargo poco después ella comenzó a hablar:
—Escucha Víctor —dijo Myriam echando un vistazo hacia la puerta para asegurarse de que su hijo no la estaba escuchando—este fin de semana ha sido realmente...
Su voz se fue debilitando mientras buscaba la palabra más apropiada para expresarlo, palabra que no logró encontrar.
—Sí, lo ha sido —contestó él.
Myriam asintió y respiró hondo, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y continuó:
—Pero no quiero que pienses que esperaba... o que quería... nada más. Quiero decir... —se interrumpió y sacudió la cabeza—... No sé qué es lo que quiero decir.
—Sé lo que sientes —musitó Víctor, que no sabía muy bien si el hecho de que Myriam se sintiera tan confusa como él le hacía sentirse mejor o peor.
—No estoy acostumbrada a esto, ¿sabes? —dijo ella de pronto.
—¿A esto?
—Sí, a tener... una aventura —explicó frunciendo el ceño—Escucha, eres un buen chico, y me lo he pasado increíblemente bien contigo, pero...
—¿Pero qué? —inquirió Víctor con voz tensa.
Todo era cada vez más raro. Por la mañana se había despertado en la cama de una bella mujer a la que había estado haciendo el amor durante toda la noche, después había pasado el día rodeado de chavales diciendo tonterías, había comido una horrible pizza y había perdido jugando a los bolos en una máquina. Y por último estaban a punto de darle con la puerta en las narices.
—¡Soy madre!—Exclamó Myriam levantando las manos para darle énfasis— Sencillamente no puedo hacer ese tipo de cosas.
—Pues ayer no te pareció un impedimento —le recordó Víctor—Ni esta mañana.
Myriam sintió que el rubor se le subía a las mejillas, y Víctor tuvo que admitir que le sentaba bien ese color. Hubiera apostado mucho dinero a que no quedaba una sola mujer en este mundo capaz de ruborizarse.
—Lo sé —contestó ella cruzándose de brazos—pero entonces era diferente.
—¿Cómo que era diferente?
—Sí, fue algo fuera de lo común —explicó en voz baja—Un fin de semana por completo distinto al resto de mi vida.
—Pero no tiene porqué ser cosa de un solo fin de semana.
Apenas podía creer que fuera él quien lo estuviera diciendo. Por lo general, en semejantes circunstancias, él ya habría desaparecido. Jamás habría pasado la noche entera con ella abrazándola, observándola mientras dormía. Se había engañado a sí mismo tratando de no preocuparse, porque lo cierto era que aquella vez, con aquella mujer, había sido incapaz de evitar el comportarse así.
—Sí, sí tiene que ser —objetó ella clavando los ojos en él.
Víctor sintió que algo muy profundo se retorcía en su interior. Alzó una mano y la tomó de la barbilla, y ella rozó la palma de la mano con su cara. Luego, sin embargo, dio un paso atrás y se apartó de él.
—Lo siento, Víctor. Así es como tiene que ser.
—Myriam...
—Adiós.
Y, antes de que él pudiera decir nada más, se dio la vuelta y corrió escaleras arriba hacia la casa. Cerró la puerta y lo dejó fuera. Solo, Víctor se quedó mirando la casa unos minutos. Luego se volvió hacia el coche. Frunció el ceño y se preguntó por qué no estaba celebrando su libertad. Había sido un fin de semana muy divertido, cierto. Más que divertido, había sido un fin de semana de ensueño. Pero tenía que volver al mundo real y olvidarse de aquel agradable paseo por el lado salvaje de la vida.
Myriam sintió algo cálido y delicioso recorrer su interior y se arrellanó en el asiento del coche. Era más fácil decirlo que hacerlo, reflexionó mientras el rostro de Víctor Mahoney surgía en su mente instantáneamente. Sus ojos verdes, su sonrisa, sus manos. El calor se intensificó y Myriam se vio forzada a bajar la ventanilla y sacar la cabeza. Esperaba que la brisa del océano de aquella mañana fuera suficiente para apagar el hervor de su sangre. Pero para eso habría necesitado una fuerte tormenta y, a juzgar por el azul del cielo, no había ninguna en camino.
—¡Oh, Dios...!
Se pasó una mano por el cabello y miró hacia la casa. Estaba esperando a su hijo, que siempre llegaba tarde, para llevarlo al colegio. Lunes por la mañana. Tenía clases que dar, trabajo que hacer, un hijo al que criar... lo de todos los días, la vida de siempre. ¿Por qué, sin embargo, le parecía todo tan distinto esa mañana? ¿Por qué se sentía tan distinta? ¿Por el sexo? ¿Podían de verdad un par de noches de sexo salvaje tener ese efecto sobre una persona? Bueno, era obvio que sí. Sin embargo Myriam seguía sin poder creerlo. No había sido solo sexo, había sido algo más. Tanto, que la asustaba.
Entre Víctor Mahoney y ella había una relación que no solo no deseaba, sino que además trataría por todos los medios de olvidar. ¿Por qué nunca nada le resultaba sencillo? Otras mujeres conseguían una relación breve pero satisfactoria con facilidad, sin preocuparse de responsabilidades o sentir ninguna culpabilidad. ¿Por qué no podía hacer ella lo mismo?
—¡Oh, basta ya! —Musitó mirándose por el espejo retrovisor—¡Estás armando un jaleo por nada! Víctor no se ha puesto de rodillas para prometerte amor eterno, ¡por el amor de Dios! —Continuó reprochándose, mirándose al espejo—Los dos lo habéis pasado muy bien, pero todo ha terminado, ¡así que deja ya de pensar en él!
—¿Con quién estás hablando, mamá? —preguntó Jeremy abriendo la puerta del coche. Myriam se sobresaltó y miró a su hijo.
—Con nadie. ¿Has cerrado la puerta de casa? —preguntó mientras el niño ocupaba su asiento.
—¡Ooops! —exclamó Jeremy mirándola cohibido con una expresión que le recordó a Myriam a su padre. Luego ella respiró hondo y él añadió—Enseguida vuelvo.
Jeremy corrió de vuelta a la casa. Myriam pensó en lo extraño que era que se le hubiera pasado tan pronto aquella cálida sensación interior que la embargaba cuando pensaba en Víctor. Había bastado con un recuerdo de su difunto marido. Observando a su hijo Myriam recordó cómo había sido todo con Bill al principio.
Bill había sido su primer... su único amante. Hasta ese fin de semana. Cuando la tocaba sentía la magia, la promesa de aquel nuevo amor. Era ya un débil recuerdo, pero si se esforzaba aún podía acordarse de los torpes manoseos en la oscuridad, de las respiraciones aceleradas y de la excitación y el miedo que les paralizaba el corazón. Sí, aquellas primeras veces con Bill habían estado bien porque ella lo amaba. Porque no era lo suficientemente mayor ni experta como para saber que él era un amante egoísta, un hombre egoísta. Pero pronto se quedó embarazada de Jeremy, y apenas se había hecho el test del embarazo cuando se vio forzada a casarse a toda prisa con un hombre que no hacía otra cosa que renegar por haberle «arruinado la vida» Y adiós magia.
La puerta principal de la casa se cerró de golpe borrando todas aquellas imágenes del pasado de su mente. Myriam observó a su hijo correr hacia el coche y pensó que la única razón por la que estar con Víctor le causaba tanto placer era porque era una novedad para ella. Porque hacía demasiado tiempo que no sentía nada. Pero no volvería a arriesgarse en el juego del amor. Esta vez no, porque no era ella la única que pagaría el precio. Jeremy entró en el coche, cerró la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad. Myriam se pasó una mano por el pelo y se prometió a sí misma que no haría nada que pudiera borrar esa sonrisa de sus labios. Conseguiría que Jeremy viviera feliz y seguro, aunque eso le costara estar sola el resto de su vida.
—Está bien, relájate —dijo Myriam unas cuantas horas más tarde, al ver a Jeremy moviéndose sin parar en el asiento.
—Casi llego tarde —contestó su hijo en tono de reproche, ansioso por que acelerara.
Myriam esperó a que dejaran de pasar los coches antes de torcer a la izquierda, hacia el aparcamiento de Bayside Park. Aquel había sido un día muy largo. Sus alumnos de tercero apenas se habían interesado por las tablas de multiplicar o la Historia. Deseaba disfrutar de un momento de paz y tranquilidad.
—¿Te das cuenta de que «casi tarde» equivale, poco más o menos, a «justo a tiempo?
—Maaamaaá —gruñó el niño.
¿Cómo hacían los niños para pronunciar una palabra de solo dos sílabas de modo que pareciera casi como si hubiera dicho supercalifragilísticoespiralidoso?
Myriam suspiró, aparcó en batería y apagó el motor del coche. Jeremy ya había abierto la puerta y tenía un pie fuera del coche cuando ella lo detuvo.
—¿No me das un beso? —preguntó dolida.
—Los chicos andan por ahí —musitó el niño sacudiendo la cabeza en una negativa.
—Perdón —se excusó Myriam sintiéndose adecuadamente castigada.
Era difícil acomodarse a Jeremy, que primero se comportaba como si fuera un niño pequeño y acto seguido se mostraba frío, como si fuera mayor.
—Después, ¿vale?
—Vale, después.
—Bien —contestó Jeremy saliendo del coche—¿Vas a verme jugar?
—¿Quieres que te vea?
—Supongo que sí —concedió el chico—, han venido algunas de las madres de mis compañeros.
—Bien, entonces yo también te veré —aseguró Myriam.
En realidad había planeado quedarse a ver el entrenamiento de béisbol. Tenía un montón de exámenes que calificar, y además no tenía ganas de irse a casa triste y sola. Porque, definitivamente, estaría triste y sola. Llevaba todo el día pensando en Víctor Mahoney. Ni siquiera el hecho de haber tenido que echar a un estudiante de clase había bastado para distraerla de sus pensamientos. Había hecho bien terminando con aquella relación antes incluso de comenzar, pero eso no significaba que estuviera feliz. O que no pensara en él de vez en cuando... o continuamente.
—¡Eh! —gritó Jeremy.
Myriam levantó la vista para ver qué era lo que sorprendía tanto a Jeremy, que parecía tan contento como si se hubiera encontrado un billete de diez mil pesetas, y siguió la dirección de su mirada por el campo de béisbol, en donde doce chicos y chicas se reunían en torno a los entrenadores.
¿Entrenadores? ¿Desde cuándo tenía el equipo de Jeremy más, de un entrenador oficial? Nadie se había ofrecido voluntario para ayudar a Joe Cassaccio a entrenar al equipo. ¿Pero quién era entonces el que estaba allí con ellos? Myriam comenzó a sospechar. Frunció el ceño y escrutó a los hombres reunidos con los niños. Estaba Joe, un hombre musculoso y de ojos cálidos y, junto a él... Myriam sintió que una punzada se hundía en su corazón. Era imposible.
—¡Ha venido! —Exclamó Jeremy incrédulo—. ¡Ha venido de verdad, tal como dijo! Myriam giró la cabeza lentamente para mirar a su inocente hijo.
—¿Qué quieres decir con eso de «tal como dijo»?
Jeremy brincaba sin saber si decidirse por contestar a su madre o por salir corriendo para saludar a su nuevo entrenador, Víctor Mahoney.
—Ayer, en la pizzería, le conté que al entrenador no le iría mal un poco de ayuda y que nadie quería ocupar ese puesto, y también le dije que a mí no me importaría que lo ocupara él, ya que sabe tanto sobre batear y todo eso, y luego le dije que me había ayudado mucho con el bate y que le había caído bien a los otros chicos y... —Jeremy se interrumpió al fin y tomó aliento—... pero no sabía si vendría al final. Sin embargo, ¡ahí está!
Sí, reflexionó Myriam mientras su mirada escrutaba el cuerpo del hombre que había pasado dos gloriosos días explorando. Ahí estaba.
—¿No es magnífico? —añadió Jeremy cerrando la puerta del coche y saliendo a todo correr.
—Sí, desde luego —musitó Myriam para sí misma mientras recogía sus cosas y salía del coche—Es fantástico.
Víctor levantó la vista hacia Jeremy, lo vio correr hacia él y sonrió ante su evidente nerviosismo. Cuando el chico llegó a su lado y se detuvo Víctor puso una mano sobre su hombro y lo apretó. El chico saltaba de alegría. Era estupendo saber que había sido capaz de hacer eso por él. Sí, por supuesto, jamás había planeado ser entrenador de un equipo de béisbol que jugara en la Liga Infantil, sabía tanto de béisbol como cualquier otro pero, ¿es que acaso era muy difícil?
Después su mirada se desplazó hacia la mujer que caminaba por el campo, y mientras la miraba Víctor respondió en silencio a todas las preguntas que ni siquiera se había hecho conscientemente. Incluso a aquella distancia podía notar su enfado. Bueno, en realidad no podía culparla. Pero no era cierto que hubiera accedido a convertirse en el entrenador del equipo de su hijo solo para verla. Desde luego el hecho de verla constituía un plus, pero la verdadera razón que le había llevado a tomar esa decisión era Jeremy.
El chico le recordaba demasiado a sí mismo a su edad: hijo único de madre sola, sin padre en casa, ni perspectivas de tenerlo. Recordaba demasiado bien cómo ansiaba la compañía masculina, cómo ansiaba tener un hombre al que admirar, al que copiar como modelo. Bueno, quizá él no fuera el mejor modelo a imitar en el mundo, pensó Víctor, pero tampoco era el peor. El entrenador jefe comenzó entonces a hablar y Víctor volvió la vista hacia él.
—Bien, chicos, ahora que conocéis todos a nuestro nuevo entrenador ayudante —dijo Joe—, ¿por qué no vais a calentaros un poco antes de jugar? —El grupo de chicos echó a correr y Joe gritó—: Pitchers, os quiero en la base primera. Necesitamos practicar un poco esos lanzamientos. Gracias otra vez —añadió más bajo, mirando a Víctor—Nos viene estupenda tu ayuda.
—Es un placer —respondió Víctor que para su sorpresa, comprendió en ese mismo instante que era verdad.
—Nos vemos en el campo.
Joe corrió hacia los pitchers y dejó a Jeremy a solas con Víctor por unos momentos.
—No puedo creer que hayas venido.
—Te dije que vendría, ¿no?
—Bueno, sí, pero...
—Yo cumplo mis promesas, Jeremy —añadió Víctor tirando del ala de la gorra de Jeremy y bajándosela por encima de los ojos— Por eso es por lo que me cuesta tanto hacerlas.
—Comprendo —contestó Jeremy agarrando su guante y volviendo a colocarse la gorra.
—Bien, entonces sal ahí y ponte a entrenar.
—¡Sí, señor! —exclamó el chico corriendo hacia sus compañeros justo cuando su madre llegaba junto a Víctor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella escueta.
Víctor se enderezó lentamente, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y la miró de arriba abajo antes de fijar la vista en sus ojos.
—Estoy ayudando a entrenar al equipo de béisbol.
—Eso ya lo veo.
—¿Entonces por qué preguntas? —sonrió Víctor.
—No es a eso a lo que me refiero, y tú lo sabes —contestó Myriam sin devolverle la sonrisa.
—Ángel...
—Myriam.
—Bien, Myriam.
—Víctor, ¿por qué has venido? —Volvió a preguntar ella en voz baja, a pesar de que no hubiera nadie cerca—Ayer hablamos sobre esto, te dije que no puedo... ya sabes.
—No he venido por ti, Myriam —respondió Víctor con sencillez—No se trata de nosotros.
—Entonces, ¿por qué has venido? —exigió saber ella apartándose el pelo de la cara y clavando los ojos en él.
Víctor suspiró, se volvió y señaló al grupo de chicos que corrían adelante y atrás entre la primera y la segunda base. Jeremy iba el primero, y parecía decidido a ocupar ese lugar.
—Por él.
—¿Por Jeremy?
—Exacto.
Myriam apretó el montón de papeles contra su pecho, sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la cara y dijo:
—¿Esperas que crea que te presentas voluntario a entrenar a un equipo de béisbol solo por complacer a un chico al que apenas conoces?
Víctor se pasó una mano por la nuca y se dijo a sí mismo que debía guardar la calma. Desde el principio había supuesto que aquello no la haría muy feliz. Pero a pesar de todo... ¿por qué tenía que hablar de aquel modo, como si él fuera un completo mentiroso?
—No espero que creas nada Ángel —dijo utilizando aquel nombre deliberadamente—pero, lo creas o no, Jeremy es la razón por la que he venido.
Myriam no pareció muy convencida, pero en sus ojos había algo más que ira. Había sospecha, dolor. Quizá otros hombres hubieran tratado de usar a su hijo para llegar hasta ella, pero él no estaba dispuesto a que lo condenaran por ello. Víctor bajó la voz, tomó a Myriam del brazo y la hizo girarse para ponerla de espaldas a los chicos que ocupaban el campo. Entonces, mirándola directamente a los ojos, dijo:
—Ya te he contado que cuando lo miro a él me veo a mí mismo...
—Sí, pero...
—No hay peros que valgan, Ángel —alegó Víctor tenso—. Esto no tiene nada que ver contigo, se trata de Jeremy y de mí.
Myriam escrutó sus ojos como buscando en ellos la seguridad que Víctor no podía darle. Finalmente dijo:
—Ojalá pudiera creerte.
—Haz lo que quieras, Ángel —soltó él cediendo a la ira contenida en su interior—. Yo no puedo hacer nada. Ahora mismo tengo que entrenar a la Liga Infantil.
Víctor echó a andar sin mirar atrás. No se atrevía a hacerlo. Un solo vistazo a aquellos ojos heridos hubiera bastado para ponerlo en ridículo allí mismo.
Pero aquella noche no hubo ningún juego más. Víctor se quedó de pie en las escaleras del porche, escuchando cómo se cerraba la puerta tras Jeremy mientras su último adiós resonaba aún en el aire. Entonces se volvió hacia la mujer que tenía a su lado y le apartó el pelo de la cara. Ella se estremeció, agachó la cabeza y volvió a levantarla para mirarlo a los ojos.
—Gracias por haber venido hoy —dijo en voz baja— Jeremy se lo ha pasado muy bien.
—Y yo también —contestó él en voz baja también.
—Sí, y yo.
Pasaron unos segundos de silencio, el único ruido que se escuchaba era el de una segadora de césped en la distancia. Víctor la miró a los ojos y trató de pensar en algo que decir, algo que pudiera expresar lo extraño que se sentía. Pensó y pensó. Pero no se le ocurrió nada. Sin embargo poco después ella comenzó a hablar:
—Escucha Víctor —dijo Myriam echando un vistazo hacia la puerta para asegurarse de que su hijo no la estaba escuchando—este fin de semana ha sido realmente...
Su voz se fue debilitando mientras buscaba la palabra más apropiada para expresarlo, palabra que no logró encontrar.
—Sí, lo ha sido —contestó él.
Myriam asintió y respiró hondo, se metió las manos en los bolsillos del pantalón y continuó:
—Pero no quiero que pienses que esperaba... o que quería... nada más. Quiero decir... —se interrumpió y sacudió la cabeza—... No sé qué es lo que quiero decir.
—Sé lo que sientes —musitó Víctor, que no sabía muy bien si el hecho de que Myriam se sintiera tan confusa como él le hacía sentirse mejor o peor.
—No estoy acostumbrada a esto, ¿sabes? —dijo ella de pronto.
—¿A esto?
—Sí, a tener... una aventura —explicó frunciendo el ceño—Escucha, eres un buen chico, y me lo he pasado increíblemente bien contigo, pero...
—¿Pero qué? —inquirió Víctor con voz tensa.
Todo era cada vez más raro. Por la mañana se había despertado en la cama de una bella mujer a la que había estado haciendo el amor durante toda la noche, después había pasado el día rodeado de chavales diciendo tonterías, había comido una horrible pizza y había perdido jugando a los bolos en una máquina. Y por último estaban a punto de darle con la puerta en las narices.
—¡Soy madre!—Exclamó Myriam levantando las manos para darle énfasis— Sencillamente no puedo hacer ese tipo de cosas.
—Pues ayer no te pareció un impedimento —le recordó Víctor—Ni esta mañana.
Myriam sintió que el rubor se le subía a las mejillas, y Víctor tuvo que admitir que le sentaba bien ese color. Hubiera apostado mucho dinero a que no quedaba una sola mujer en este mundo capaz de ruborizarse.
—Lo sé —contestó ella cruzándose de brazos—pero entonces era diferente.
—¿Cómo que era diferente?
—Sí, fue algo fuera de lo común —explicó en voz baja—Un fin de semana por completo distinto al resto de mi vida.
—Pero no tiene porqué ser cosa de un solo fin de semana.
Apenas podía creer que fuera él quien lo estuviera diciendo. Por lo general, en semejantes circunstancias, él ya habría desaparecido. Jamás habría pasado la noche entera con ella abrazándola, observándola mientras dormía. Se había engañado a sí mismo tratando de no preocuparse, porque lo cierto era que aquella vez, con aquella mujer, había sido incapaz de evitar el comportarse así.
—Sí, sí tiene que ser —objetó ella clavando los ojos en él.
Víctor sintió que algo muy profundo se retorcía en su interior. Alzó una mano y la tomó de la barbilla, y ella rozó la palma de la mano con su cara. Luego, sin embargo, dio un paso atrás y se apartó de él.
—Lo siento, Víctor. Así es como tiene que ser.
—Myriam...
—Adiós.
Y, antes de que él pudiera decir nada más, se dio la vuelta y corrió escaleras arriba hacia la casa. Cerró la puerta y lo dejó fuera. Solo, Víctor se quedó mirando la casa unos minutos. Luego se volvió hacia el coche. Frunció el ceño y se preguntó por qué no estaba celebrando su libertad. Había sido un fin de semana muy divertido, cierto. Más que divertido, había sido un fin de semana de ensueño. Pero tenía que volver al mundo real y olvidarse de aquel agradable paseo por el lado salvaje de la vida.
Myriam sintió algo cálido y delicioso recorrer su interior y se arrellanó en el asiento del coche. Era más fácil decirlo que hacerlo, reflexionó mientras el rostro de Víctor Mahoney surgía en su mente instantáneamente. Sus ojos verdes, su sonrisa, sus manos. El calor se intensificó y Myriam se vio forzada a bajar la ventanilla y sacar la cabeza. Esperaba que la brisa del océano de aquella mañana fuera suficiente para apagar el hervor de su sangre. Pero para eso habría necesitado una fuerte tormenta y, a juzgar por el azul del cielo, no había ninguna en camino.
—¡Oh, Dios...!
Se pasó una mano por el cabello y miró hacia la casa. Estaba esperando a su hijo, que siempre llegaba tarde, para llevarlo al colegio. Lunes por la mañana. Tenía clases que dar, trabajo que hacer, un hijo al que criar... lo de todos los días, la vida de siempre. ¿Por qué, sin embargo, le parecía todo tan distinto esa mañana? ¿Por qué se sentía tan distinta? ¿Por el sexo? ¿Podían de verdad un par de noches de sexo salvaje tener ese efecto sobre una persona? Bueno, era obvio que sí. Sin embargo Myriam seguía sin poder creerlo. No había sido solo sexo, había sido algo más. Tanto, que la asustaba.
Entre Víctor Mahoney y ella había una relación que no solo no deseaba, sino que además trataría por todos los medios de olvidar. ¿Por qué nunca nada le resultaba sencillo? Otras mujeres conseguían una relación breve pero satisfactoria con facilidad, sin preocuparse de responsabilidades o sentir ninguna culpabilidad. ¿Por qué no podía hacer ella lo mismo?
—¡Oh, basta ya! —Musitó mirándose por el espejo retrovisor—¡Estás armando un jaleo por nada! Víctor no se ha puesto de rodillas para prometerte amor eterno, ¡por el amor de Dios! —Continuó reprochándose, mirándose al espejo—Los dos lo habéis pasado muy bien, pero todo ha terminado, ¡así que deja ya de pensar en él!
—¿Con quién estás hablando, mamá? —preguntó Jeremy abriendo la puerta del coche. Myriam se sobresaltó y miró a su hijo.
—Con nadie. ¿Has cerrado la puerta de casa? —preguntó mientras el niño ocupaba su asiento.
—¡Ooops! —exclamó Jeremy mirándola cohibido con una expresión que le recordó a Myriam a su padre. Luego ella respiró hondo y él añadió—Enseguida vuelvo.
Jeremy corrió de vuelta a la casa. Myriam pensó en lo extraño que era que se le hubiera pasado tan pronto aquella cálida sensación interior que la embargaba cuando pensaba en Víctor. Había bastado con un recuerdo de su difunto marido. Observando a su hijo Myriam recordó cómo había sido todo con Bill al principio.
Bill había sido su primer... su único amante. Hasta ese fin de semana. Cuando la tocaba sentía la magia, la promesa de aquel nuevo amor. Era ya un débil recuerdo, pero si se esforzaba aún podía acordarse de los torpes manoseos en la oscuridad, de las respiraciones aceleradas y de la excitación y el miedo que les paralizaba el corazón. Sí, aquellas primeras veces con Bill habían estado bien porque ella lo amaba. Porque no era lo suficientemente mayor ni experta como para saber que él era un amante egoísta, un hombre egoísta. Pero pronto se quedó embarazada de Jeremy, y apenas se había hecho el test del embarazo cuando se vio forzada a casarse a toda prisa con un hombre que no hacía otra cosa que renegar por haberle «arruinado la vida» Y adiós magia.
La puerta principal de la casa se cerró de golpe borrando todas aquellas imágenes del pasado de su mente. Myriam observó a su hijo correr hacia el coche y pensó que la única razón por la que estar con Víctor le causaba tanto placer era porque era una novedad para ella. Porque hacía demasiado tiempo que no sentía nada. Pero no volvería a arriesgarse en el juego del amor. Esta vez no, porque no era ella la única que pagaría el precio. Jeremy entró en el coche, cerró la puerta y se abrochó el cinturón de seguridad. Myriam se pasó una mano por el pelo y se prometió a sí misma que no haría nada que pudiera borrar esa sonrisa de sus labios. Conseguiría que Jeremy viviera feliz y seguro, aunque eso le costara estar sola el resto de su vida.
—Está bien, relájate —dijo Myriam unas cuantas horas más tarde, al ver a Jeremy moviéndose sin parar en el asiento.
—Casi llego tarde —contestó su hijo en tono de reproche, ansioso por que acelerara.
Myriam esperó a que dejaran de pasar los coches antes de torcer a la izquierda, hacia el aparcamiento de Bayside Park. Aquel había sido un día muy largo. Sus alumnos de tercero apenas se habían interesado por las tablas de multiplicar o la Historia. Deseaba disfrutar de un momento de paz y tranquilidad.
—¿Te das cuenta de que «casi tarde» equivale, poco más o menos, a «justo a tiempo?
—Maaamaaá —gruñó el niño.
¿Cómo hacían los niños para pronunciar una palabra de solo dos sílabas de modo que pareciera casi como si hubiera dicho supercalifragilísticoespiralidoso?
Myriam suspiró, aparcó en batería y apagó el motor del coche. Jeremy ya había abierto la puerta y tenía un pie fuera del coche cuando ella lo detuvo.
—¿No me das un beso? —preguntó dolida.
—Los chicos andan por ahí —musitó el niño sacudiendo la cabeza en una negativa.
—Perdón —se excusó Myriam sintiéndose adecuadamente castigada.
Era difícil acomodarse a Jeremy, que primero se comportaba como si fuera un niño pequeño y acto seguido se mostraba frío, como si fuera mayor.
—Después, ¿vale?
—Vale, después.
—Bien —contestó Jeremy saliendo del coche—¿Vas a verme jugar?
—¿Quieres que te vea?
—Supongo que sí —concedió el chico—, han venido algunas de las madres de mis compañeros.
—Bien, entonces yo también te veré —aseguró Myriam.
En realidad había planeado quedarse a ver el entrenamiento de béisbol. Tenía un montón de exámenes que calificar, y además no tenía ganas de irse a casa triste y sola. Porque, definitivamente, estaría triste y sola. Llevaba todo el día pensando en Víctor Mahoney. Ni siquiera el hecho de haber tenido que echar a un estudiante de clase había bastado para distraerla de sus pensamientos. Había hecho bien terminando con aquella relación antes incluso de comenzar, pero eso no significaba que estuviera feliz. O que no pensara en él de vez en cuando... o continuamente.
—¡Eh! —gritó Jeremy.
Myriam levantó la vista para ver qué era lo que sorprendía tanto a Jeremy, que parecía tan contento como si se hubiera encontrado un billete de diez mil pesetas, y siguió la dirección de su mirada por el campo de béisbol, en donde doce chicos y chicas se reunían en torno a los entrenadores.
¿Entrenadores? ¿Desde cuándo tenía el equipo de Jeremy más, de un entrenador oficial? Nadie se había ofrecido voluntario para ayudar a Joe Cassaccio a entrenar al equipo. ¿Pero quién era entonces el que estaba allí con ellos? Myriam comenzó a sospechar. Frunció el ceño y escrutó a los hombres reunidos con los niños. Estaba Joe, un hombre musculoso y de ojos cálidos y, junto a él... Myriam sintió que una punzada se hundía en su corazón. Era imposible.
—¡Ha venido! —Exclamó Jeremy incrédulo—. ¡Ha venido de verdad, tal como dijo! Myriam giró la cabeza lentamente para mirar a su inocente hijo.
—¿Qué quieres decir con eso de «tal como dijo»?
Jeremy brincaba sin saber si decidirse por contestar a su madre o por salir corriendo para saludar a su nuevo entrenador, Víctor Mahoney.
—Ayer, en la pizzería, le conté que al entrenador no le iría mal un poco de ayuda y que nadie quería ocupar ese puesto, y también le dije que a mí no me importaría que lo ocupara él, ya que sabe tanto sobre batear y todo eso, y luego le dije que me había ayudado mucho con el bate y que le había caído bien a los otros chicos y... —Jeremy se interrumpió al fin y tomó aliento—... pero no sabía si vendría al final. Sin embargo, ¡ahí está!
Sí, reflexionó Myriam mientras su mirada escrutaba el cuerpo del hombre que había pasado dos gloriosos días explorando. Ahí estaba.
—¿No es magnífico? —añadió Jeremy cerrando la puerta del coche y saliendo a todo correr.
—Sí, desde luego —musitó Myriam para sí misma mientras recogía sus cosas y salía del coche—Es fantástico.
Víctor levantó la vista hacia Jeremy, lo vio correr hacia él y sonrió ante su evidente nerviosismo. Cuando el chico llegó a su lado y se detuvo Víctor puso una mano sobre su hombro y lo apretó. El chico saltaba de alegría. Era estupendo saber que había sido capaz de hacer eso por él. Sí, por supuesto, jamás había planeado ser entrenador de un equipo de béisbol que jugara en la Liga Infantil, sabía tanto de béisbol como cualquier otro pero, ¿es que acaso era muy difícil?
Después su mirada se desplazó hacia la mujer que caminaba por el campo, y mientras la miraba Víctor respondió en silencio a todas las preguntas que ni siquiera se había hecho conscientemente. Incluso a aquella distancia podía notar su enfado. Bueno, en realidad no podía culparla. Pero no era cierto que hubiera accedido a convertirse en el entrenador del equipo de su hijo solo para verla. Desde luego el hecho de verla constituía un plus, pero la verdadera razón que le había llevado a tomar esa decisión era Jeremy.
El chico le recordaba demasiado a sí mismo a su edad: hijo único de madre sola, sin padre en casa, ni perspectivas de tenerlo. Recordaba demasiado bien cómo ansiaba la compañía masculina, cómo ansiaba tener un hombre al que admirar, al que copiar como modelo. Bueno, quizá él no fuera el mejor modelo a imitar en el mundo, pensó Víctor, pero tampoco era el peor. El entrenador jefe comenzó entonces a hablar y Víctor volvió la vista hacia él.
—Bien, chicos, ahora que conocéis todos a nuestro nuevo entrenador ayudante —dijo Joe—, ¿por qué no vais a calentaros un poco antes de jugar? —El grupo de chicos echó a correr y Joe gritó—: Pitchers, os quiero en la base primera. Necesitamos practicar un poco esos lanzamientos. Gracias otra vez —añadió más bajo, mirando a Víctor—Nos viene estupenda tu ayuda.
—Es un placer —respondió Víctor que para su sorpresa, comprendió en ese mismo instante que era verdad.
—Nos vemos en el campo.
Joe corrió hacia los pitchers y dejó a Jeremy a solas con Víctor por unos momentos.
—No puedo creer que hayas venido.
—Te dije que vendría, ¿no?
—Bueno, sí, pero...
—Yo cumplo mis promesas, Jeremy —añadió Víctor tirando del ala de la gorra de Jeremy y bajándosela por encima de los ojos— Por eso es por lo que me cuesta tanto hacerlas.
—Comprendo —contestó Jeremy agarrando su guante y volviendo a colocarse la gorra.
—Bien, entonces sal ahí y ponte a entrenar.
—¡Sí, señor! —exclamó el chico corriendo hacia sus compañeros justo cuando su madre llegaba junto a Víctor.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó ella escueta.
Víctor se enderezó lentamente, se metió las manos en los bolsillos de los vaqueros y la miró de arriba abajo antes de fijar la vista en sus ojos.
—Estoy ayudando a entrenar al equipo de béisbol.
—Eso ya lo veo.
—¿Entonces por qué preguntas? —sonrió Víctor.
—No es a eso a lo que me refiero, y tú lo sabes —contestó Myriam sin devolverle la sonrisa.
—Ángel...
—Myriam.
—Bien, Myriam.
—Víctor, ¿por qué has venido? —Volvió a preguntar ella en voz baja, a pesar de que no hubiera nadie cerca—Ayer hablamos sobre esto, te dije que no puedo... ya sabes.
—No he venido por ti, Myriam —respondió Víctor con sencillez—No se trata de nosotros.
—Entonces, ¿por qué has venido? —exigió saber ella apartándose el pelo de la cara y clavando los ojos en él.
Víctor suspiró, se volvió y señaló al grupo de chicos que corrían adelante y atrás entre la primera y la segunda base. Jeremy iba el primero, y parecía decidido a ocupar ese lugar.
—Por él.
—¿Por Jeremy?
—Exacto.
Myriam apretó el montón de papeles contra su pecho, sacudió la cabeza para apartarse el pelo de la cara y dijo:
—¿Esperas que crea que te presentas voluntario a entrenar a un equipo de béisbol solo por complacer a un chico al que apenas conoces?
Víctor se pasó una mano por la nuca y se dijo a sí mismo que debía guardar la calma. Desde el principio había supuesto que aquello no la haría muy feliz. Pero a pesar de todo... ¿por qué tenía que hablar de aquel modo, como si él fuera un completo mentiroso?
—No espero que creas nada Ángel —dijo utilizando aquel nombre deliberadamente—pero, lo creas o no, Jeremy es la razón por la que he venido.
Myriam no pareció muy convencida, pero en sus ojos había algo más que ira. Había sospecha, dolor. Quizá otros hombres hubieran tratado de usar a su hijo para llegar hasta ella, pero él no estaba dispuesto a que lo condenaran por ello. Víctor bajó la voz, tomó a Myriam del brazo y la hizo girarse para ponerla de espaldas a los chicos que ocupaban el campo. Entonces, mirándola directamente a los ojos, dijo:
—Ya te he contado que cuando lo miro a él me veo a mí mismo...
—Sí, pero...
—No hay peros que valgan, Ángel —alegó Víctor tenso—. Esto no tiene nada que ver contigo, se trata de Jeremy y de mí.
Myriam escrutó sus ojos como buscando en ellos la seguridad que Víctor no podía darle. Finalmente dijo:
—Ojalá pudiera creerte.
—Haz lo que quieras, Ángel —soltó él cediendo a la ira contenida en su interior—. Yo no puedo hacer nada. Ahora mismo tengo que entrenar a la Liga Infantil.
Víctor echó a andar sin mirar atrás. No se atrevía a hacerlo. Un solo vistazo a aquellos ojos heridos hubiera bastado para ponerlo en ridículo allí mismo.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
gracias por el cap niña esto esta cada cap mas interesante xfa no tardes con el siguiente
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
CADA VEZ SE PONE MEJOR, GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Muchas gracias por los capitulos, ke padre ke Vic se lleve bien con el hijo de Myri.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 9
Myriam se sentó en las gradas, pero aunque trató de corregir los exámenes de horrible letra que tenía en el regazo la vista se le iba hacia el campo de béisbol continuamente. Durante dos horas los entrenadores hicieron trabajar a los niños con el bate, recogiendo pelotas y corriendo. Hicieron carreras, e incluso, gracias al marine Víctor, ejercicios de culturismo. Y a los chicos les encantó. Especialmente a su hijo, reflexionó Myriam.
Myriam desvió la vista hacia donde su hijo entrenaba con el bate junto a Víctor. La expresión de Jeremy no tenía precio, era exuberante. Miraba a Víctor como si fuera una mezcla de Babe Ruth, Santa Claus y Dios. Myriam suspiró pesadamente y pensó que, ocurriera lo que ocurriera desde ese momento en adelante, su hijo al final lo pasaría mal. Por el momento, sin embargo, Jeremy se sentía como en el cielo. Víctor levantó la vista y sus miradas se encontraron, y por un momento Myriam sintió un calor penetrarla hasta lo más hondo de su ser. Una sola mirada, reflexionó. Una sola mirada de aquellos ojos verdes y su cuerpo se derretiría.
—¡Mamá!
Myriam parpadeó y alejó aquellos pensamientos de su mente. Miró en la dirección de donde procedía la voz y vio a Jeremy agarrado a la valla metálica, presionando la cara contra ella.
—¿Qué? —preguntó medio riendo. —¿Puede venir Víctor a cenar con nosotros? —preguntó el niño. Antes de que ella pudiera decir «no» él rogó—: ¡Por favor!
Myriam levantó la vista hacia el hombre que esperaba de pie, al lado del chico. Víctor levantaba las dos manos y sacudía la cabeza como denegando cualquier responsabilidad. Como si ella fuera a creerlo.
—Vamos, mamá —rogó de nuevo Jeremy—, ha dicho que me iba a enseñar el tiro con el bate de Pete Rose.
Víctor se encogió de hombros y esbozó una media sonrisa. Myriam suspiró y miró de nuevo a su hijo. Estaba acorralada, y lo sabía. No podía mirar aquellos ojos esperanzados y decir que no igual que no podía salir volando. Simplemente porque no tenía alas.
—El tiro de Pete Rose, ¿eh? —repitió seria—Pero bueno, ¿cómo no lo habías dicho antes? En ese caso por supuesto que puede venir a cenar.
Jeremy, naturalmente, no notó el sarcasmo de sus palabras, pero era evidente, por su expresión, que Víctor sí. Bien. Quizá de ese modo declinara la invitación y les ahorrara a todos un sufrimiento, reflexionó Myriam. Hubiera debido de pensarlo mejor.
—Es una invitación tan amable que acepto —dijo él con una sonrisa que le provocó a Myriam un vuelco en el corazón.
—¡Estupendo! —gritó Jeremy corriendo a unirse a los otros chicos.
—¡Yupi! —musitó Myriam sin que nadie la escuchara.
Y así fue pasando el tiempo. A la semana siguiente, cada vez que Myriam se daba la vuelta, se encontraba con Víctor. En los entrenamientos, en casa, sentado en la mesa de la cocina, riéndose con su hijo, convirtiéndose en parte de la vida de su hijo... y de la de ella. Myriam sabía que tenía que hacer algo, y rápido. Tenía que detenerlo antes de que las cosas llegaran demasiado lejos. El problema era que las cosas habían ido ya demasiado lejos, tanto para ella como para Jeremy. Myriam se había sorprendido a sí misma contemplando a Víctor en el campo de béisbol, escuchando el sonido de su voz, cocinando las cosas que le gustaban, anhelando estar aunque solo fuera una hora con él para volver a recordar aquellas sensaciones que habían experimentado juntos una semana antes...
Su cuerpo deseaba aquel contacto, y sus sueños se poblaban de vividas imágenes de él. De algún modo la inofensiva idea de pasar una noche con un hombre sexy se había convertido en... ¿en qué? Ese era el otro problema. Myriam no estaba muy segura de qué había entre ella y Víctor Mahoney. La madre de Myriam seguía de crucero, y mientras tanto Víctor, Jeremy y ella se habían acostumbrado a una cómoda rutina que acabaría por ser traicionera en cuanto las cosas volvieran a su curso. Y Myriam sabía que eso sucedería antes o después. Víctor Mahoney, el mujeriego, acabaría por desaparecer. Esa fue la razón que llevó a Myriam a hablar con él esa noche.
Jeremy había estado charlando durante toda la cena, y Myriam no podía sino sentirse agradecida por ello. Tras sobrevivir a aquella experiencia, que se le hizo eterna, Myriam se demoró en la cocina el doble de lo habitual. Sin embargo, cuando todo estuvo limpio y brillante, Myriam comprendió que no podía retrasar más el momento. Dejó el paño de cocina sobre la encimera, apagó la luz y entró en el salón.
La estancia tenía un aspecto familiar, distinto de lo habitual, reflexionó Myriam haciendo una pausa y apoyándose sobre el dintel de la puerta. Por lo general era un lugar acogedor, con sus sillas y sofás a juego, sus revistas amontonadas en la mesita del café y sus amplias ventanas que daban al jardín de atrás. Sin embargo, durante la semana anterior, aquel salón le había parecido diferente con Víctor. Con un hombre con el que había dormido, con el que había hecho el amor... y al que aún deseaba, que Dios la ayudara.
Jeremy y Víctor reían delante de la televisión junto a un plato de pastas, y apenas se dieron cuenta cuando ella entró por detrás. Su hijo parecía inmensamente feliz de contar con toda la atención de aquel simpático hombre. ¿De verdad se había sentido tan carente de compañía masculina?, se preguntó Myriam. Bien, si era así tendría que ocuparse de que los maridos de Marie y Gina pasaran más tiempo con él, porque después de la conversación que iba a tener aquella noche con Víctor lo más seguro era que no volvieran a verlo.
—Hora de irse a la cama —dijo ella posando ambas manos sobre el respaldo del sofá.
—¡Oh, mamá! —gruñó Jeremy mirándola con ojos suplicantes.
—Olvídalo —negó ella sacudiendo la cabeza—esta noche no haré ninguna concesión. Mañana por la mañana tienes que ir al colegio, y eso significa que necesitas dormir.
—¡Mamá...!
—Ya has oído a tu madre recluta —dijo Víctor con una sonrisa—Vamos, muévete.
—Ya voy, ya voy, sargento de primera —contestó Jeremy a modo de saludo.
Luego se levantó del sofá, dio la vuelta y le dio un beso a su madre. Myriam le devolvió el beso y le susurró:
—Enseguida subo a darte las buenas noches.
Hacía mucho tiempo que Jeremy había aceptado sin rechistar que tenía que irse a la cama, pero para Myriam no resultaba agradable saber que, si aquella semana lo había hecho de buen grado, no era por su autoridad, sino por influencia de Víctor. Aquello no servía más que para subrayar aún más la importancia de la charla que iba a tener con él, con un hombre que la miraba con ojos ávidos de deseo. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta y respiró hondo tratando de calmarse. Pero no funcionó. Tenía la sensación de que nada podría aliviarla. Sin embargo eso no alteraba en nada lo que tenía que decir. Víctor se estaba convirtiendo en parte de sus vidas, estaba comenzando a ser parte de su rutina diaria. Y ella no podía dejar que sucediera una cosa así.
—La cena estaba muy buena —dijo él en voz baja.
—Gracias —susurró Myriam mirando de reojo a ver si su hijo se había marchado.
—¿Por qué no vienes a sentarte un minuto? —preguntó Víctor dando un golpecito en el sofá a su lado.
¿Acurrucarse los dos en el sofá, solos y a la escasa luz de la estancia? Sí, lo deseaba. Desesperadamente. Llevaba una semana soñando con el contacto de su mano, con un simple beso en la mejilla. Víctor se había marchado todos los días justo después de que Jeremy se fuera a la cama, como si no deseara comenzar algo que, sabía, no podría terminar con su hijo en casa. Y ella se había sentido agradecida, aunque también torturada. Myriam sabía que si se sentaba con él en el sofá su voluntad se derretiría en un abrir y cerrar de ojos. Recordó el contacto de sus manos y de sus labios sobre la piel, tragó fuerte y, sacudiendo la cabeza, contestó:
—No creo que sea una buena idea.
—No muerdo —contestó él con una sonrisa, poniéndose en pie y dando la vuelta al sofá para acercarse a ella.
—No es eso lo que yo recuerdo —susurró Myriam, que enseguida se dio cuenta de que lo había dicho en voz demasiado alta, porque Víctor sonrió.
—Bueno, ¿y qué importan un mordisco o dos entre amigos? —alegó él en voz baja.
—¡Oh, Dios! —exclamó ella sintiendo un vuelco en el corazón. Myriam lo miró a los ojos y luchó contra aquella sensación, haciendo caso omiso de su deseo de reclinarse sobre él. Miró hacia el pasillo una vez más para asegurarse de que Jeremy no la oía y añadió—: Jeremy...
—Está en su habitación —dijo Víctor en voz baja, alzando una mano para acariciar su brazo.
Myriam se echó a temblar y dio un paso atrás mientras decía:
—No, no, no puedo hacerlo.
—No estamos haciendo nada —dijo él. Su voz sonaba como un murmullo en la estancia en penumbra— Ni yo lo intentaría. No con tu hijo en casa.
Eso, sin embargo, no cambiaba el hecho de que ella lo deseara, reflexionó apartándose y tratando de reunir coraje.
—Víctor, tienes que marcharte.
—Está bien —asintió él respirando hondo.
—Y no puedes volver.
—Escucha, Ángel —dijo él mirándola, después de quedarse helado—, ya sé que es extraño el hecho de que pase aquí tanto tiempo y todo eso, pero...
—Ese no es el problema —dijo ella dando un paso atrás, tratando de mantener la distancia.
Víctor frunció el ceño, se cruzó de brazos, plantó los pies con firmeza en el suelo y ladeó la cabeza para observarla.
—Está bien. Vamos a ver, entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Por dónde empiezo? —susurró ella más para sí misma que para él.
—¿Qué te parece si empezaras por el principio?
El principio. La recepción nupcial, nada más conocerlo. Tramar un plan ridículo para seducirlo y utilizarlo, eso lo primero, y después volver a su vida enclaustrada de siempre. No, no iba a empezar por ahí. Myriam se pasó ambas manos por el cabello resistiéndose a la tentación de aplastarse el cráneo con ellas. Andarse con rodeos no iba a servirle de nada. Tenía que soltarlo, directamente.
—Sabes muy bien cuál es el problema.
—No, no lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? —inquirió Víctor con una tensión que Myriam no pudo evitar notar.
Bueno, bien. Era mejor para los dos que la ira sustituyese al deseo.
—El hecho de que vengas aquí —dijo Myriam recordándose a sí misma que no debía gritar—de que seas el entrenador de Jeremy, de que vengas a cenar con nosotros, de que crees esas pequeñas escenas íntimas...
La voz de Myriam se desvaneció.
—¿Escenas íntimas? —Repitió él mientras Myriam veía cómo se nublaban sus ojos— ¿Crees que todo esto lo he preparado yo? ¿Como si fuera una especie de juego?
—No —contestó ella molesta ante su incapacidad para expresarse con claridad.
No era muy hábil a la hora de enfrentarse a otras personas, no tenía demasiada práctica. Y eso se notaba. No le iba demasiado bien en la discusión. Y la culpa era solo suya. Sin duda había empezado por donde no debía. Después de todo, ¿qué había hecho él, que fuera tan terrible?; ¿ser amable con su hijo?, ¿proporcionarle a ella los recuerdos más apasionados que jamás tendría en su vida? Sí, pensó irónica. Había sido un mal chico.
Víctor estaba hablando de nuevo, y Myriam se esforzó por prestarle atención.
—Barato vendes a tu hijo si crees que lo estoy utilizando para llegar hasta ti.
—Yo no he dicho eso —contraatacó Myriam.
En realidad nunca lo había creído, aunque la idea se le había pasado por la cabeza.
—Pero lo estabas pensando.
—¿Sabes leer en las mentes de los demás? —Soltó ella haciendo caso omiso de su sentimiento de culpabilidad—Debe de ser muy útil cuando vas por ahí conquistando otros países.
Víctor se dio un golpecito en lo alto de la cabeza, respiró hondo y miró a la mujer que a su vez lo miraba a él. Ella era cabezota. Myriam inclinó la cabeza, frunció el ceño, y Víctor se preparó para lo que se le avecinaba. Bueno, quizá no debiera culparla, pero no estaba dispuesto a que lo acusara de utilizar a Jeremy. Myriam hubiera debido de descubrir más cosas sobre él durante aquella semana.
—No quiero que Jeremy resulte herido.
—¿De verdad crees que haría algo que pudiera herirlo? —inquirió él atónito.
Myriam parpadeó sobresaltada ante su tono agresivo.
—No, deliberadamente no, desde luego.
—Eso es un consuelo, supongo —susurró Víctor más para sí mismo que para Myriam. Luego, mirándola directamente a los ojos, hizo un último intento por conservar la paciencia y añadió— Ya te lo he dicho, Myriam, esto no tiene relación alguna con nosotros, se trata de Jeremy.
—Es mi hijo —le recordó ella—. Todo lo que le concierne a él me concierne a mí.
—Lo sé —contestó él tratando de controlar la frustración que bullía en su interior.
Myriam tenía razón, y nadie lo sabía mejor que él. ¿Acaso no había sobrevivido a duras penas a la larga lista de hombres que habían pasado por la vida de su madre? ¿Acaso no los había odiado a todos? Por supuesto que Myriam se preocupaba por su hijo, y eso era, precisamente, lo que más le gustaba de ella. Víctor se restregó la nuca y la miró. Se había metido en un terreno que no dominaba, y él lo sabía. Jamás había previsto que sucediera lo que estaba sucediendo, ni había pensado que llegaría a preocuparse realmente por ella o por Jeremy.
Y, cuando por fin comprendía cuánto lo preocupaban, no sabía muy bien qué hacer. ¿Qué le ocurría? Llevaba una semana apresurándose con las tareas de la base para correr a entrenar a un equipo de la Liga Infantil, esperando con ansiedad la hora de la cena familiar y de ver la televisión. Los amigos con los que jugaba al póquer tres veces por semana lo creían muerto, y hasta el coronel había comentado que últimamente parecía distraído. Pero decir sencillamente que parecía distraído era hacerse ilusiones.
Myriam Santini Jackson no hubiera debido ser más que un cuerpo caliente en una noche fría. Él no había esperado nada más, y quizá fuera esa la razón por la que le había sorprendido encontrar mucho más. Y quizá fuera esa, también, la razón por la que la sola idea de marcharse lo destrozaba. Myriam dejó de dar golpes con el pie sobre la alfombra y se hizo el silencio. Respiró hondo y lo miró a los ojos.
—Ya sé que tu intención es buena.
—Menos mal —contraatacó él con sarcasmo— Gracias.
—Pero no quiero que lo que hay entre tú y yo afecte a mi hijo —continuó Myriam sin hacer caso de sus palabras.
—No tiene por qué afectarle.
—¿Te parece? —exigió saber ella—¿Crees que no le ha afectado ya? ¡Pero si ha conseguido que seas su entrenador en la liga, por el amor de Dios!
—Esa ha sido una decisión mía.
Por supuesto, había sido una decisión tomada apenas sin pensar, mientras contemplaba los ojos y la sonrisa del chico. Pero desde entonces se lo había pasado fenomenal.
—Y Jeremy está disfrutando tanto... —Myriam se cruzó de brazos—. ¿Pero es que no lo ves? No quiero que cuente contigo, no estaría bien. No es justo para él.
Myriam quería que se marchara. Que desapareciera como si jamás los hubiera conocido. Y quizá fuera eso lo que hubiera debido hacer. Pero, desde luego, no sería lo que haría.
—Hice una promesa —dijo él con sencillez.
—Puedo explicarle que...
—¿Qué? —la interrumpió él, cediendo a la ira.
—Baja la voz —aconsejó ella echando un vistazo al pasillo.
—¿Qué vas a explicarle Ángel? —Continuó Víctor en voz más baja—¿Que el hombre que él creía su amigo no valora su palabra lo suficiente como para mantenerla?
—Lo comprenderá —alegó Myriam no demasiado convencida.
—No, no lo comprenderá —contestó Víctor dando un paso adelante. Myriam deseó apartarse, Víctor pudo verlo en sus ojos. Sin embargo no lo hizo, y aquello la elevó en su opinión. Él hubiera hecho lo mismo—. ¿Y sabes cómo lo sé? —Inquirió Víctor bajando tanto la cabeza que casi estuvieron los dos a la misma altura—. Porque yo era como él. Yo era igual que él. Un chico sin padre. Un chico que colecciona promesas rotas de los hombres que pasan por la vida de su madre.
Los recuerdos invadieron su mente, pero Víctor trató de luchar contra ellos. Sin embargo eso no evitó que volviera a sentir el dolor y los viejos miedos sacudiéndose en su interior. Víctor se preguntó cuántas veces habría oído a su madre decirle: «Los hombres son unos desgraciados, hijo. Y tú también lo serás, algún día. No podrás evitarlo. Antes o después terminarás por hacerle daño a la persona que amas».
Esa era la principal razón por la que había evitado siempre todo compromiso, la razón por la que se había relacionado siempre con mujeres a las que no les interesaba el mañana, igual que a él. Tiempo atrás se había prometido a sí mismo que jamás sería como su padre. Y, no obstante, en ese momento corría el peligro de serlo. Víctor tomó a Myriam de los brazos, la atrajo hacia sí y la obligó a mirarlo a los ojos. Al contemplar aquellos dulces ojos marrones sintió que algo muy hondo se tensaba en él.
—Escucha, Ángel —dijo en voz baja—Puede que hayas intentado comprenderlo por todos los medios, pero no sabes lo que es. No sabes lo que es esperar a alguien que jamás aparece, no sabes lo que significa dejar de creer.
—Sí, lo sé —contestó ella posando las palmas de las manos sobre su pecho—El padre de Jeremy jamás cumplió una sola de sus promesas. Ni las que le hizo a Jeremy ni las que me hizo a mí. Sé exactamente lo que se siente cuando esperas, cuando piensas que te han olvidado.
—¿Y cómo puedes pensar entonces que voy a hacerle yo eso a tu hijo?
Myriam se apartó de él enfadada, dio un paso atrás y se apartó el pelo de la cara.
—No quiero que le hagas daño.
—Ni yo —dijo Víctor serio, con sinceridad, comprendiendo que quería al niño— Y no seré yo quien se lo haga rompiendo una promesa simplemente para que tú te sientas más cómoda.
—No eres tú quien debe decidir eso, señor don todopoderoso —alegó Myriam señalándolo con el dedo índice y continuando casi en un susurro—Cuando nos conocimos te dije que no estaba buscando a un caballero de brillante armadura. No necesito que vengas aquí a decirnos cómo debemos vivir.
—Señorita, eres increíble —murmuró Víctor. Myriam se cruzó de brazos adoptando la clásica postura a la defensiva—Yo no soy ningún caballero, ni pretendo matar los dragones que te amenazan —declaró dando un paso adelante, obligándola a levantar la cabeza para mirarlo—. Pero tampoco doy mi palabra así como así, Ángel. Y, cuando la doy, la cumplo.
Un largo, tenso silencio transcurrió antes de que ella se pasara una mano por los cabellos y musitara:
—Esto no debería de haber ocurrido.
—¿Cómo dices?
—Nosotros —explicó ella con expresión de reproche, mirándolo como si le echara la culpa de todo—Se suponía que iba a ser una aventura de una noche.
—¿Qué quieres decir? —inquirió él, seguro de que no iba a gustarle la respuesta.
—Todo el mundo me dijo que eras de esos que solo quieren pasar el rato con una chica, y por eso pensé que... me figuré que...
Víctor respiró hondo. Aquellas palabras parecían haberle sentado como un tiro.
—Te figuraste que nos lo pasaríamos bien y luego desaparecería.
—Pues... sí —terminó por confesar Myriam soltando el aire largamente contenido.
—Pues siento desilusionarte —contestó Víctor sintiendo que un dolor agudo lo embargaba.
¿Por qué habían de herirle sus palabras? Víctor no podía explicárselo. En realidad no decía más que la verdad, eso era lo que había estado haciendo durante años. El hecho de que la única vez en que él esperaba más de una mujer fuera precisamente la ocasión en la que ella no estaba interesada en él no era más que una especie de extraña justicia kármica. Víctor sintió que algo duro, frío y pesado se posaba en su corazón. Pero estaba acostumbrado a esa sensación.
—¡Yo no esperaba esto! —musitó Myriam furiosa.
—No, claro —respondió Víctor escueto—Ni yo.
—Víctor...
—No, tienes razón —la interrumpió Víctor sin esperar a saber qué iba a decir—Esto no debería de haber ocurrido, no debería haberlo permitido.
—La culpa es de los dos, ¿sabes? —le recordó ella.
Pero Víctor no hizo caso de sus palabras. Era culpa suya. No debía haberse quedado con ella, ni debía haberse permitido sentir algo por ella. Víctor volvió a mirarla a los ojos y comprendió que, por mucho que viviera, siempre recordaría aquellos ojos y vería en ellos la sombra de lo que pudo haber sido. Pero la realidad era como un puñetazo en el estómago, y Víctor no tuvo más remedio que reaccionar ante ella. La única forma de proteger a Myriam de él era marcharse. Cuanto antes, mientras aún pudiera soportar el dolor.
—Me preocupo por ti, por eso es por lo que me voy —dijo él tenso.
—¿Qué?
—Es mejor así —continuó recogiendo su chaqueta de encima del sofá y metiendo los brazos por las mangas—Mi madre tenía razón. Al final me he convertido en el desgraciado que estaba destinado a ser. No quiero hacerte daño, pero seguramente ya te lo he hecho.
—¿De qué estás hablando?
Víctor sonrió brevemente y sacudió la cabeza.
—No importa, es historia. Como nosotros.
Entonces caminó hacia la puerta, la abrió y salió. Cruzó el porche y bajó las escaleras. Y mientras se internaba en la oscuridad comprendió que dejaba atrás la única luz verdadera que jamás había conocido.
Myriam se sentó en las gradas, pero aunque trató de corregir los exámenes de horrible letra que tenía en el regazo la vista se le iba hacia el campo de béisbol continuamente. Durante dos horas los entrenadores hicieron trabajar a los niños con el bate, recogiendo pelotas y corriendo. Hicieron carreras, e incluso, gracias al marine Víctor, ejercicios de culturismo. Y a los chicos les encantó. Especialmente a su hijo, reflexionó Myriam.
Myriam desvió la vista hacia donde su hijo entrenaba con el bate junto a Víctor. La expresión de Jeremy no tenía precio, era exuberante. Miraba a Víctor como si fuera una mezcla de Babe Ruth, Santa Claus y Dios. Myriam suspiró pesadamente y pensó que, ocurriera lo que ocurriera desde ese momento en adelante, su hijo al final lo pasaría mal. Por el momento, sin embargo, Jeremy se sentía como en el cielo. Víctor levantó la vista y sus miradas se encontraron, y por un momento Myriam sintió un calor penetrarla hasta lo más hondo de su ser. Una sola mirada, reflexionó. Una sola mirada de aquellos ojos verdes y su cuerpo se derretiría.
—¡Mamá!
Myriam parpadeó y alejó aquellos pensamientos de su mente. Miró en la dirección de donde procedía la voz y vio a Jeremy agarrado a la valla metálica, presionando la cara contra ella.
—¿Qué? —preguntó medio riendo. —¿Puede venir Víctor a cenar con nosotros? —preguntó el niño. Antes de que ella pudiera decir «no» él rogó—: ¡Por favor!
Myriam levantó la vista hacia el hombre que esperaba de pie, al lado del chico. Víctor levantaba las dos manos y sacudía la cabeza como denegando cualquier responsabilidad. Como si ella fuera a creerlo.
—Vamos, mamá —rogó de nuevo Jeremy—, ha dicho que me iba a enseñar el tiro con el bate de Pete Rose.
Víctor se encogió de hombros y esbozó una media sonrisa. Myriam suspiró y miró de nuevo a su hijo. Estaba acorralada, y lo sabía. No podía mirar aquellos ojos esperanzados y decir que no igual que no podía salir volando. Simplemente porque no tenía alas.
—El tiro de Pete Rose, ¿eh? —repitió seria—Pero bueno, ¿cómo no lo habías dicho antes? En ese caso por supuesto que puede venir a cenar.
Jeremy, naturalmente, no notó el sarcasmo de sus palabras, pero era evidente, por su expresión, que Víctor sí. Bien. Quizá de ese modo declinara la invitación y les ahorrara a todos un sufrimiento, reflexionó Myriam. Hubiera debido de pensarlo mejor.
—Es una invitación tan amable que acepto —dijo él con una sonrisa que le provocó a Myriam un vuelco en el corazón.
—¡Estupendo! —gritó Jeremy corriendo a unirse a los otros chicos.
—¡Yupi! —musitó Myriam sin que nadie la escuchara.
Y así fue pasando el tiempo. A la semana siguiente, cada vez que Myriam se daba la vuelta, se encontraba con Víctor. En los entrenamientos, en casa, sentado en la mesa de la cocina, riéndose con su hijo, convirtiéndose en parte de la vida de su hijo... y de la de ella. Myriam sabía que tenía que hacer algo, y rápido. Tenía que detenerlo antes de que las cosas llegaran demasiado lejos. El problema era que las cosas habían ido ya demasiado lejos, tanto para ella como para Jeremy. Myriam se había sorprendido a sí misma contemplando a Víctor en el campo de béisbol, escuchando el sonido de su voz, cocinando las cosas que le gustaban, anhelando estar aunque solo fuera una hora con él para volver a recordar aquellas sensaciones que habían experimentado juntos una semana antes...
Su cuerpo deseaba aquel contacto, y sus sueños se poblaban de vividas imágenes de él. De algún modo la inofensiva idea de pasar una noche con un hombre sexy se había convertido en... ¿en qué? Ese era el otro problema. Myriam no estaba muy segura de qué había entre ella y Víctor Mahoney. La madre de Myriam seguía de crucero, y mientras tanto Víctor, Jeremy y ella se habían acostumbrado a una cómoda rutina que acabaría por ser traicionera en cuanto las cosas volvieran a su curso. Y Myriam sabía que eso sucedería antes o después. Víctor Mahoney, el mujeriego, acabaría por desaparecer. Esa fue la razón que llevó a Myriam a hablar con él esa noche.
Jeremy había estado charlando durante toda la cena, y Myriam no podía sino sentirse agradecida por ello. Tras sobrevivir a aquella experiencia, que se le hizo eterna, Myriam se demoró en la cocina el doble de lo habitual. Sin embargo, cuando todo estuvo limpio y brillante, Myriam comprendió que no podía retrasar más el momento. Dejó el paño de cocina sobre la encimera, apagó la luz y entró en el salón.
La estancia tenía un aspecto familiar, distinto de lo habitual, reflexionó Myriam haciendo una pausa y apoyándose sobre el dintel de la puerta. Por lo general era un lugar acogedor, con sus sillas y sofás a juego, sus revistas amontonadas en la mesita del café y sus amplias ventanas que daban al jardín de atrás. Sin embargo, durante la semana anterior, aquel salón le había parecido diferente con Víctor. Con un hombre con el que había dormido, con el que había hecho el amor... y al que aún deseaba, que Dios la ayudara.
Jeremy y Víctor reían delante de la televisión junto a un plato de pastas, y apenas se dieron cuenta cuando ella entró por detrás. Su hijo parecía inmensamente feliz de contar con toda la atención de aquel simpático hombre. ¿De verdad se había sentido tan carente de compañía masculina?, se preguntó Myriam. Bien, si era así tendría que ocuparse de que los maridos de Marie y Gina pasaran más tiempo con él, porque después de la conversación que iba a tener aquella noche con Víctor lo más seguro era que no volvieran a verlo.
—Hora de irse a la cama —dijo ella posando ambas manos sobre el respaldo del sofá.
—¡Oh, mamá! —gruñó Jeremy mirándola con ojos suplicantes.
—Olvídalo —negó ella sacudiendo la cabeza—esta noche no haré ninguna concesión. Mañana por la mañana tienes que ir al colegio, y eso significa que necesitas dormir.
—¡Mamá...!
—Ya has oído a tu madre recluta —dijo Víctor con una sonrisa—Vamos, muévete.
—Ya voy, ya voy, sargento de primera —contestó Jeremy a modo de saludo.
Luego se levantó del sofá, dio la vuelta y le dio un beso a su madre. Myriam le devolvió el beso y le susurró:
—Enseguida subo a darte las buenas noches.
Hacía mucho tiempo que Jeremy había aceptado sin rechistar que tenía que irse a la cama, pero para Myriam no resultaba agradable saber que, si aquella semana lo había hecho de buen grado, no era por su autoridad, sino por influencia de Víctor. Aquello no servía más que para subrayar aún más la importancia de la charla que iba a tener con él, con un hombre que la miraba con ojos ávidos de deseo. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta y respiró hondo tratando de calmarse. Pero no funcionó. Tenía la sensación de que nada podría aliviarla. Sin embargo eso no alteraba en nada lo que tenía que decir. Víctor se estaba convirtiendo en parte de sus vidas, estaba comenzando a ser parte de su rutina diaria. Y ella no podía dejar que sucediera una cosa así.
—La cena estaba muy buena —dijo él en voz baja.
—Gracias —susurró Myriam mirando de reojo a ver si su hijo se había marchado.
—¿Por qué no vienes a sentarte un minuto? —preguntó Víctor dando un golpecito en el sofá a su lado.
¿Acurrucarse los dos en el sofá, solos y a la escasa luz de la estancia? Sí, lo deseaba. Desesperadamente. Llevaba una semana soñando con el contacto de su mano, con un simple beso en la mejilla. Víctor se había marchado todos los días justo después de que Jeremy se fuera a la cama, como si no deseara comenzar algo que, sabía, no podría terminar con su hijo en casa. Y ella se había sentido agradecida, aunque también torturada. Myriam sabía que si se sentaba con él en el sofá su voluntad se derretiría en un abrir y cerrar de ojos. Recordó el contacto de sus manos y de sus labios sobre la piel, tragó fuerte y, sacudiendo la cabeza, contestó:
—No creo que sea una buena idea.
—No muerdo —contestó él con una sonrisa, poniéndose en pie y dando la vuelta al sofá para acercarse a ella.
—No es eso lo que yo recuerdo —susurró Myriam, que enseguida se dio cuenta de que lo había dicho en voz demasiado alta, porque Víctor sonrió.
—Bueno, ¿y qué importan un mordisco o dos entre amigos? —alegó él en voz baja.
—¡Oh, Dios! —exclamó ella sintiendo un vuelco en el corazón. Myriam lo miró a los ojos y luchó contra aquella sensación, haciendo caso omiso de su deseo de reclinarse sobre él. Miró hacia el pasillo una vez más para asegurarse de que Jeremy no la oía y añadió—: Jeremy...
—Está en su habitación —dijo Víctor en voz baja, alzando una mano para acariciar su brazo.
Myriam se echó a temblar y dio un paso atrás mientras decía:
—No, no, no puedo hacerlo.
—No estamos haciendo nada —dijo él. Su voz sonaba como un murmullo en la estancia en penumbra— Ni yo lo intentaría. No con tu hijo en casa.
Eso, sin embargo, no cambiaba el hecho de que ella lo deseara, reflexionó apartándose y tratando de reunir coraje.
—Víctor, tienes que marcharte.
—Está bien —asintió él respirando hondo.
—Y no puedes volver.
—Escucha, Ángel —dijo él mirándola, después de quedarse helado—, ya sé que es extraño el hecho de que pase aquí tanto tiempo y todo eso, pero...
—Ese no es el problema —dijo ella dando un paso atrás, tratando de mantener la distancia.
Víctor frunció el ceño, se cruzó de brazos, plantó los pies con firmeza en el suelo y ladeó la cabeza para observarla.
—Está bien. Vamos a ver, entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Por dónde empiezo? —susurró ella más para sí misma que para él.
—¿Qué te parece si empezaras por el principio?
El principio. La recepción nupcial, nada más conocerlo. Tramar un plan ridículo para seducirlo y utilizarlo, eso lo primero, y después volver a su vida enclaustrada de siempre. No, no iba a empezar por ahí. Myriam se pasó ambas manos por el cabello resistiéndose a la tentación de aplastarse el cráneo con ellas. Andarse con rodeos no iba a servirle de nada. Tenía que soltarlo, directamente.
—Sabes muy bien cuál es el problema.
—No, no lo sé. ¿Por qué no me lo dices tú? —inquirió Víctor con una tensión que Myriam no pudo evitar notar.
Bueno, bien. Era mejor para los dos que la ira sustituyese al deseo.
—El hecho de que vengas aquí —dijo Myriam recordándose a sí misma que no debía gritar—de que seas el entrenador de Jeremy, de que vengas a cenar con nosotros, de que crees esas pequeñas escenas íntimas...
La voz de Myriam se desvaneció.
—¿Escenas íntimas? —Repitió él mientras Myriam veía cómo se nublaban sus ojos— ¿Crees que todo esto lo he preparado yo? ¿Como si fuera una especie de juego?
—No —contestó ella molesta ante su incapacidad para expresarse con claridad.
No era muy hábil a la hora de enfrentarse a otras personas, no tenía demasiada práctica. Y eso se notaba. No le iba demasiado bien en la discusión. Y la culpa era solo suya. Sin duda había empezado por donde no debía. Después de todo, ¿qué había hecho él, que fuera tan terrible?; ¿ser amable con su hijo?, ¿proporcionarle a ella los recuerdos más apasionados que jamás tendría en su vida? Sí, pensó irónica. Había sido un mal chico.
Víctor estaba hablando de nuevo, y Myriam se esforzó por prestarle atención.
—Barato vendes a tu hijo si crees que lo estoy utilizando para llegar hasta ti.
—Yo no he dicho eso —contraatacó Myriam.
En realidad nunca lo había creído, aunque la idea se le había pasado por la cabeza.
—Pero lo estabas pensando.
—¿Sabes leer en las mentes de los demás? —Soltó ella haciendo caso omiso de su sentimiento de culpabilidad—Debe de ser muy útil cuando vas por ahí conquistando otros países.
Víctor se dio un golpecito en lo alto de la cabeza, respiró hondo y miró a la mujer que a su vez lo miraba a él. Ella era cabezota. Myriam inclinó la cabeza, frunció el ceño, y Víctor se preparó para lo que se le avecinaba. Bueno, quizá no debiera culparla, pero no estaba dispuesto a que lo acusara de utilizar a Jeremy. Myriam hubiera debido de descubrir más cosas sobre él durante aquella semana.
—No quiero que Jeremy resulte herido.
—¿De verdad crees que haría algo que pudiera herirlo? —inquirió él atónito.
Myriam parpadeó sobresaltada ante su tono agresivo.
—No, deliberadamente no, desde luego.
—Eso es un consuelo, supongo —susurró Víctor más para sí mismo que para Myriam. Luego, mirándola directamente a los ojos, hizo un último intento por conservar la paciencia y añadió— Ya te lo he dicho, Myriam, esto no tiene relación alguna con nosotros, se trata de Jeremy.
—Es mi hijo —le recordó ella—. Todo lo que le concierne a él me concierne a mí.
—Lo sé —contestó él tratando de controlar la frustración que bullía en su interior.
Myriam tenía razón, y nadie lo sabía mejor que él. ¿Acaso no había sobrevivido a duras penas a la larga lista de hombres que habían pasado por la vida de su madre? ¿Acaso no los había odiado a todos? Por supuesto que Myriam se preocupaba por su hijo, y eso era, precisamente, lo que más le gustaba de ella. Víctor se restregó la nuca y la miró. Se había metido en un terreno que no dominaba, y él lo sabía. Jamás había previsto que sucediera lo que estaba sucediendo, ni había pensado que llegaría a preocuparse realmente por ella o por Jeremy.
Y, cuando por fin comprendía cuánto lo preocupaban, no sabía muy bien qué hacer. ¿Qué le ocurría? Llevaba una semana apresurándose con las tareas de la base para correr a entrenar a un equipo de la Liga Infantil, esperando con ansiedad la hora de la cena familiar y de ver la televisión. Los amigos con los que jugaba al póquer tres veces por semana lo creían muerto, y hasta el coronel había comentado que últimamente parecía distraído. Pero decir sencillamente que parecía distraído era hacerse ilusiones.
Myriam Santini Jackson no hubiera debido ser más que un cuerpo caliente en una noche fría. Él no había esperado nada más, y quizá fuera esa la razón por la que le había sorprendido encontrar mucho más. Y quizá fuera esa, también, la razón por la que la sola idea de marcharse lo destrozaba. Myriam dejó de dar golpes con el pie sobre la alfombra y se hizo el silencio. Respiró hondo y lo miró a los ojos.
—Ya sé que tu intención es buena.
—Menos mal —contraatacó él con sarcasmo— Gracias.
—Pero no quiero que lo que hay entre tú y yo afecte a mi hijo —continuó Myriam sin hacer caso de sus palabras.
—No tiene por qué afectarle.
—¿Te parece? —exigió saber ella—¿Crees que no le ha afectado ya? ¡Pero si ha conseguido que seas su entrenador en la liga, por el amor de Dios!
—Esa ha sido una decisión mía.
Por supuesto, había sido una decisión tomada apenas sin pensar, mientras contemplaba los ojos y la sonrisa del chico. Pero desde entonces se lo había pasado fenomenal.
—Y Jeremy está disfrutando tanto... —Myriam se cruzó de brazos—. ¿Pero es que no lo ves? No quiero que cuente contigo, no estaría bien. No es justo para él.
Myriam quería que se marchara. Que desapareciera como si jamás los hubiera conocido. Y quizá fuera eso lo que hubiera debido hacer. Pero, desde luego, no sería lo que haría.
—Hice una promesa —dijo él con sencillez.
—Puedo explicarle que...
—¿Qué? —la interrumpió él, cediendo a la ira.
—Baja la voz —aconsejó ella echando un vistazo al pasillo.
—¿Qué vas a explicarle Ángel? —Continuó Víctor en voz más baja—¿Que el hombre que él creía su amigo no valora su palabra lo suficiente como para mantenerla?
—Lo comprenderá —alegó Myriam no demasiado convencida.
—No, no lo comprenderá —contestó Víctor dando un paso adelante. Myriam deseó apartarse, Víctor pudo verlo en sus ojos. Sin embargo no lo hizo, y aquello la elevó en su opinión. Él hubiera hecho lo mismo—. ¿Y sabes cómo lo sé? —Inquirió Víctor bajando tanto la cabeza que casi estuvieron los dos a la misma altura—. Porque yo era como él. Yo era igual que él. Un chico sin padre. Un chico que colecciona promesas rotas de los hombres que pasan por la vida de su madre.
Los recuerdos invadieron su mente, pero Víctor trató de luchar contra ellos. Sin embargo eso no evitó que volviera a sentir el dolor y los viejos miedos sacudiéndose en su interior. Víctor se preguntó cuántas veces habría oído a su madre decirle: «Los hombres son unos desgraciados, hijo. Y tú también lo serás, algún día. No podrás evitarlo. Antes o después terminarás por hacerle daño a la persona que amas».
Esa era la principal razón por la que había evitado siempre todo compromiso, la razón por la que se había relacionado siempre con mujeres a las que no les interesaba el mañana, igual que a él. Tiempo atrás se había prometido a sí mismo que jamás sería como su padre. Y, no obstante, en ese momento corría el peligro de serlo. Víctor tomó a Myriam de los brazos, la atrajo hacia sí y la obligó a mirarlo a los ojos. Al contemplar aquellos dulces ojos marrones sintió que algo muy hondo se tensaba en él.
—Escucha, Ángel —dijo en voz baja—Puede que hayas intentado comprenderlo por todos los medios, pero no sabes lo que es. No sabes lo que es esperar a alguien que jamás aparece, no sabes lo que significa dejar de creer.
—Sí, lo sé —contestó ella posando las palmas de las manos sobre su pecho—El padre de Jeremy jamás cumplió una sola de sus promesas. Ni las que le hizo a Jeremy ni las que me hizo a mí. Sé exactamente lo que se siente cuando esperas, cuando piensas que te han olvidado.
—¿Y cómo puedes pensar entonces que voy a hacerle yo eso a tu hijo?
Myriam se apartó de él enfadada, dio un paso atrás y se apartó el pelo de la cara.
—No quiero que le hagas daño.
—Ni yo —dijo Víctor serio, con sinceridad, comprendiendo que quería al niño— Y no seré yo quien se lo haga rompiendo una promesa simplemente para que tú te sientas más cómoda.
—No eres tú quien debe decidir eso, señor don todopoderoso —alegó Myriam señalándolo con el dedo índice y continuando casi en un susurro—Cuando nos conocimos te dije que no estaba buscando a un caballero de brillante armadura. No necesito que vengas aquí a decirnos cómo debemos vivir.
—Señorita, eres increíble —murmuró Víctor. Myriam se cruzó de brazos adoptando la clásica postura a la defensiva—Yo no soy ningún caballero, ni pretendo matar los dragones que te amenazan —declaró dando un paso adelante, obligándola a levantar la cabeza para mirarlo—. Pero tampoco doy mi palabra así como así, Ángel. Y, cuando la doy, la cumplo.
Un largo, tenso silencio transcurrió antes de que ella se pasara una mano por los cabellos y musitara:
—Esto no debería de haber ocurrido.
—¿Cómo dices?
—Nosotros —explicó ella con expresión de reproche, mirándolo como si le echara la culpa de todo—Se suponía que iba a ser una aventura de una noche.
—¿Qué quieres decir? —inquirió él, seguro de que no iba a gustarle la respuesta.
—Todo el mundo me dijo que eras de esos que solo quieren pasar el rato con una chica, y por eso pensé que... me figuré que...
Víctor respiró hondo. Aquellas palabras parecían haberle sentado como un tiro.
—Te figuraste que nos lo pasaríamos bien y luego desaparecería.
—Pues... sí —terminó por confesar Myriam soltando el aire largamente contenido.
—Pues siento desilusionarte —contestó Víctor sintiendo que un dolor agudo lo embargaba.
¿Por qué habían de herirle sus palabras? Víctor no podía explicárselo. En realidad no decía más que la verdad, eso era lo que había estado haciendo durante años. El hecho de que la única vez en que él esperaba más de una mujer fuera precisamente la ocasión en la que ella no estaba interesada en él no era más que una especie de extraña justicia kármica. Víctor sintió que algo duro, frío y pesado se posaba en su corazón. Pero estaba acostumbrado a esa sensación.
—¡Yo no esperaba esto! —musitó Myriam furiosa.
—No, claro —respondió Víctor escueto—Ni yo.
—Víctor...
—No, tienes razón —la interrumpió Víctor sin esperar a saber qué iba a decir—Esto no debería de haber ocurrido, no debería haberlo permitido.
—La culpa es de los dos, ¿sabes? —le recordó ella.
Pero Víctor no hizo caso de sus palabras. Era culpa suya. No debía haberse quedado con ella, ni debía haberse permitido sentir algo por ella. Víctor volvió a mirarla a los ojos y comprendió que, por mucho que viviera, siempre recordaría aquellos ojos y vería en ellos la sombra de lo que pudo haber sido. Pero la realidad era como un puñetazo en el estómago, y Víctor no tuvo más remedio que reaccionar ante ella. La única forma de proteger a Myriam de él era marcharse. Cuanto antes, mientras aún pudiera soportar el dolor.
—Me preocupo por ti, por eso es por lo que me voy —dijo él tenso.
—¿Qué?
—Es mejor así —continuó recogiendo su chaqueta de encima del sofá y metiendo los brazos por las mangas—Mi madre tenía razón. Al final me he convertido en el desgraciado que estaba destinado a ser. No quiero hacerte daño, pero seguramente ya te lo he hecho.
—¿De qué estás hablando?
Víctor sonrió brevemente y sacudió la cabeza.
—No importa, es historia. Como nosotros.
Entonces caminó hacia la puerta, la abrió y salió. Cruzó el porche y bajó las escaleras. Y mientras se internaba en la oscuridad comprendió que dejaba atrás la única luz verdadera que jamás había conocido.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
OJALA VÍCTO NO SE VAYA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
MUCHAS GRACIAS POR EL CAPITULO.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
MIL GRACIAS POR EL CAP
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 10
Al oír el teléfono Myriam estuvo a punto de gruñir. No estaba de buen humor después de una noche casi sin dormir. Levantó la cabeza de la almohada, echó un vistazo hacia la ventana y se quedó mirando el aparato, que no dejaba de sonar.
Le picaban los ojos por falta de sueño, y su mente seguía repasando el barullo de sentimientos que le había producido la marcha de Víctor de su casa la noche anterior. Myriam recordó el «clic» de la puerta al cerrarse y el terrible vacío que se había producido entonces en su vida. Le había hecho daño a Víctor. Lo sabía, sabía que se lo había hecho, pero no había sido esa su intención. La expresión de dolor de sus ojos había sido inconfundible. Aunque probablemente solo ella la hubiera visto. Los marines solían entrenarse para ocultar el dolor. O quizá fuera esa la forma en que Víctor se defendía... se protegía a sí mismo de ella. Por mucho que ella hubiera querido evitarlo. Él se había marchado. Para protegerla.
Myriam se restregó los ojos y se preguntó cómo era posible que todo aquello se le hubiera escapado de las manos. Tan deprisa. Cuando el teléfono sonó por cuarta vez Myriam decidió contestar. Aunque solo fuera para hacerlo callar.
—¿Dígame?
—Hola, buenos días —respondió una voz familiar.
—Ah eres tú —contestó Myriam incorporándose y apoyándose sobre la almohada.
—Ya veo que me has echado de menos —dijo su hermana Marie medio riendo— ¡Qué conmovedora bienvenida!
Desde que había descubierto que estaba embarazada Marie saltaba de alegría y felicidad.
—Claro que te he echado de menos —respondió Myriam mirando el reloj de la mesilla y comprendiendo que contaba con escasos minutos para hablar antes de ir a despertar a Jeremy— ¿Cómo es que te levantas al amanecer, cuando acabas de llegar de vacaciones?
—Bueno, los coches se amontonan en el garaje. Tengo que trabajar mientras pueda, luego, quizá, mi estómago no me permita acercarme a ellos.
—¿Y qué tal va el bebé?
—Creciendo —respondió Marie riendo—Te juro, Myri, que para cuando dé a luz este niño será enorme.
Los recuerdos embargaron a Myriam. Recordaba vívidamente cada patada, cada movimiento de Jeremy mientras lo llevaba en su vientre. Y lo mucho que lo había disfrutado. Por aquel entonces era aún tan joven que creía que Bill llegaría a acostumbrarse al matrimonio, que desearía tener más hijos con ella. Un viejo dolor volvió a renacer en su interior.
—¿Myriam?
—¿Mmmm?
—¿Qué ocurre? —Inquirió Marie— ¿Se trata de Jeremy? ¿Se encuentra bien?
—No, claro que no —se apresuró Myriam a contestar.
—Entonces, ¿qué pasa? No pareces la misma de siempre.
—Nada, es solo que es muy pronto, me has despertado.
—No es eso, y tú lo sabes.
—Déjalo, Marie.
—De ningún modo —dijo su hermana— ¿Te digo qué? Te veré esta tarde en la Liga Infantil de béisbol y hablaremos.
—Marie... —dijo Myriam alzando la voz.
Sin embargo era demasiado tarde. Su hermana había colgado. Bien, perfecto, reflexionó Myriam. Primero tendría que explicarle a Jeremy por qué Víctor no aparecía por el campo, pues estaba convencida de que sería así después de la discusión de la noche anterior. Y en segundo lugar, encima, su hermana pequeña la regañaría. Cuando el día comenzaba así lo único que podía ocurrir era que fuera para mejor.
—¿Por qué no va a venir? —Exigió saber Jeremy— ¡Es mi entrenador!
—Solo es uno de tus entrenadores, cariño —respondió Myriam mientras entraba con el coche en el aparcamiento—. Joe sí que vendrá.
Jeremy se mordió el labio inferior y volvió la cabeza para mirar por la ventana. Sabía que su hijo se sentía herido, desilusionado, pero no podía hacer nada al respecto.
—Me prometió enseñarme a ser un buen cátcher —susurró Jeremy con voz tensa.
Myriam sintió un nudo en la garganta y se preguntó una vez más en aquel día si había hecho bien dejando que Víctor se marchara para salir definitivamente de sus vidas. ¿Tenía de verdad derecho a privar a su hijo de la amistad de un hombre al que, obviamente, admiraba? Demasiado tarde, se dijo en silencio. Demasiado tarde para echarse atrás. El mal estaba hecho. Víctor se había ido. Tendrían que seguir viviendo sin él. Habían sido felices antes de conocer a Víctor Mahoney, así que seguramente encontrarían el modo de volver a serlo. Sin embargo Myriam no tenía más remedio que preguntarse a sí misma si corría el peligro de hacer con su hijo lo que la madre de Víctor había hecho con él. ¿Sería posible que el miedo le impidiera a Jeremy encontrar la felicidad cuando creciera? ¿No les habría privado a ambos, a Jeremy y a Víctor, de una oportunidad para ser felices?
—Mamá —la llamó Jeremy impaciente— ¿Qué te parecería si ella me enseñara a ser cátcher?
—Tu tía Marie solía jugar como cátcher en el equipo de béisbol del instituto —dijo Myriam suspirando, deseosa de arrancarle a su hijo al menos una sonrisa.
—La tía Marie es fantástica, pero a pesar de todo es una chica —musitó el niño ocultando la cara bajo la gorra— Además, ahora está embarazada, así que ya no podrá jugar de cátcher.
Myriam suspiró, aparcó y apagó el motor. Se quitó el cinturón de seguridad y volvió la vista hacia su hijo. Entonces alargó una mano y alzó su barbilla.
—Cariño, Víctor está ocupado. Es un marine, tiene cosas que hacer.
Aquello le hacía sentirse fatal. Inventar excusas sobre Víctor para contárselas a Jeremy cuando sabía que toda la culpa era suya le hacía sentirse muy mal. Si Víctor no se hubiera inquietado por la relación que mantenía con ella aquel día habría estado allí, esperando a Jeremy para enseñarle los misterios del béisbol.
—¡Pero él me lo prometió! —insistió Jeremy cabezota.
—Lo sé, cariño —contestó Myriam recordando las palabras de Víctor de la noche anterior sobre las promesas que los mayores habían roto cuando él era niño—Pero a veces, por mucho que queramos guardar nuestras promesas, sencillamente no podemos. Ocurren cosas.
—Sí, ya lo sé —contestó Jeremy mirando de reojo a su madre—, cuando sea mayor lo entenderé.
Jeremy abrió la puerta del coche, salió y volvió a cerrarla. Myriam suspiró y salió también, y luego lo siguió. El chico caminaba con la cabeza gacha, y a cada paso que daba Myriam sentía como si se condenara. Su corazón rebosaba sentimientos de culpabilidad. Era como si él supiera que era ella la culpable, como si se lo estuviera haciendo pagar, cuando lo único que había deseado era protegerlo. Evitar la desilusión. No obstante ahí estaba Jeremy, tan apesadumbrado que parecía como si su mundo se hubiera terminado. ¿Qué había conseguido al final? Nada.
—¡Eh!
—¿Qué ocurre? —inquirió Myriam olvidando sus negros pensamientos.
Jeremy se volvió, sonrió y señaló hacia el campo.
—¡Mira, es Víctor! ¡Ha venido!
—¿Cómo? —preguntó Myriam parpadeando y mirando varias veces hacia el campo para estar segura.
Era cierto. Ahí estaba Víctor Mahoney, apoyado contra las gradas, hablando y riendo con Marie como si no hubiera pasado nada la noche anterior, como si todo siguiera igual. No podía creerlo. Había mantenido la palabra qué le había dado a su hijo a pesar de lo sucedido entre ellos dos. Un halo de ternura invadió su corazón.
—Te lo dije —dijo Jeremy con una sonrisa victoriosa—, ¡te dije que Víctor no rompería jamás su promesa! —exclamó corriendo hacia su héroe.
Víctor giró la cabeza y vio a Jeremy corriendo hacia él y, a pesar del dolor de cabeza y de las miles de emociones que lo embargaron, sonrió.
—¡Víctor! —Gritó el chico— ¡Sabía que vendrías!
—¿Y por qué no iba a venir? —inquirió él alzando la cara un minuto para ver a Myriam.
—¿Y a mí qué, no vas a decirme hola? —preguntó Marie abriendo los brazos para recibir a Jeremy.
—Claro —dijo el chico apresurándose a abrazarla para que sus compañeros de béisbol no pudieran verlo— Víctor es mi entrenador.
—Sí, eso me ha dicho. ¿Y es bueno?
—No tan bueno como tú —declaró Jeremy tras una pausa.
Marie se echó a reír y sacudió la visera de su gorra.
—Qué chico tan inteligente, qué barbaridad —rió.
Víctor apenas escuchó aquella conversación. Solo tenía ojos para Myriam. Y solo podía pensar en lo difícil que todo aquello le iba a resultar. Volver a verla y no volver a tenerla. Entonces Jeremy le tiró de la camiseta y Víctor miró aquellos ojos marrones que tanto se parecían a los de Myriam.
—Mamá dijo que no ibas a seguir siendo mi entrenador. Dijo que estabas muy ocupado.
Víctor miró una vez más a Myriam y vio la sorpresa en sus ojos. Era evidente que no esperaba volver a verlo allí.
—Jamás estoy demasiado ocupado como para no cumplir una promesa —contestó sin dejar de mirar a Myriam.
Ella se ruborizó, y Víctor comprendió que había dado en el clavo.
—Eso es justamente lo que yo le dije —contestó Jeremy sacudiendo la cabeza.
Myriam seguía mirándolo, y Víctor se vio obligado a apartar los ojos de ella. Lo que deseaba era abrazarla, besarla hasta que perdiera el sentido y buscar un lugar en el césped donde pudiera tumbarla. Víctor sintió como si todos sus músculos se tensaran, hasta respirar se convirtió en una ardua tarea. Pero la noche anterior había hecho lo correcto. Era doloroso, pero podía soportar el dolor. Podía enfrentarse al dolor. Era mejor olvidarse de Myriam y concentrarse en el chico. Víctor lo miró y dijo:
—¿Qué te parece si vamos practicar un poco antes de que lleguen los demás?
—Sí —respondió el chico con entusiasmo—. ¿Me enseñarás cómo hay que tirar la pelota para que describa una curva?
—No hasta que no seas un poco mayor —dijo Víctor girando hacia el campo junto a Jeremy—Te harías daño en el codo.
—¡Ah! —exclamó Jeremy solemne—. ¿Ves? Ese es el tipo de cosas que las chicas no saben.
—Me alegro de haber vuelto a verte —sonrió Víctor mirando a Marie.
—Igualmente —respondió ella.
Luego Víctor siguió a Jeremy al campo. Al pasar al lado de Myriam su sonrisa había desaparecido pero hizo un gesto con la cabeza. Era un saludo cortés, pero no amistoso. Myriam hizo una mueca. Víctor no podía haberse expresado con más claridad. Estaba allí únicamente por su hijo. Y eso era bueno. ¿O no? Myriam los miró a los dos por encima del nombro y suspiró. Luego se volvió y comenzó a subir por las gradas. Se sentó junto a su hermana y apoyó los codos sobre las piernas y la cabeza sobre las manos.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Marie.
—Es una larga historia.
Marie alargó la mano y le dio a su hermana unas palmaditas en la espalda.
—Entonces será mejor que empieces cuanto antes.
Bueno, lo esperaba. Las Santini exigían siempre conocer todos los detalles. Media hora más tarde Marie asintió y miró al hombre que llevaba la voz cantante en los entrenamientos.
—Así que... lo que tenemos aquí es a un hombre muy atractivo al que le gustas...
—Le gustaba —la corrigió Myriam—En pasado.
—Uh...huh —asintió Marie— y además le gusta tu hijo lo suficiente como para concederle el poco tiempo libre que tiene y venir aquí a entrenar a la Liga Infantil —continuó volviéndose hacia su hermana— Sí señor, eso es darte coba.
El viento sopló sobre el campo de béisbol volándole el pelo, metiéndosele en los ojos. Myriam se encogió en la sudadera y pensó en qué decir. Tenía que defender su posición, una posición que, sabía, estaba de hecho perdida.
—No lo comprendo... —comenzó a decir Myriam.
Sin embargo su hermana pronto la interrumpió. Sinceramente, había olvidado lo insistente que podía llegar a ser Marie.
—Lo sé, Bill era un desgraciado.
—Yo jamás dije eso —contestó Myriam sacudiendo la cabeza y enderezándose en el asiento. O al menos nunca lo había dicho en voz alta— Era el padre de Jeremy... y jamás diría una cosa así de él.
—Quizá tú no —admitió Marie—, pero los demás sí.
—Muchas gracias.
—No te pongas así, sabes muy bien que es la verdad.
—Sí, y ya sabes que siempre es fácil escuchar la verdad —contestó Myriam sarcástica.
—Sí, es mucho más fácil escuchar mentiras.
Myriam abrió la boca para decir algo, pero luego lo pensó mejor y la cerró. Marie se frotó el vientre pensativa y continuó:
—Myri, llevas tres años viviendo como una monja.
—Lo sé —contestó Myriam—pero la primera vez que me descontrolo, mira lo que pasa —sacudió la cabeza— No, yo debo seguir viviendo encerrada como una ostra.
—¡Oh, qué idea tan brillante! —soltó su hermana.
—Bueno, ¿y qué otra cosa puedo hacer?
—¡Concederte una oportunidad, por el amor de Dios! Vivir un poco. Ese hombre parece un buen chico...
—... ¿quién fue la que me dijo la primera noche, cuando nos conocimos, que él no estaba buscando entablar una relación larga?
—Las cosas cambian —alegó Marie mirando su vientre abultado—. Hace unos meses yo no sabía que Davis Garvey existía —añadió pensativa—Y ahora lo amo más de lo que jamás pensé que pudiera amar a nadie, y estoy embarazada de él.
Myriam suspiró, alargó una mano y tocó el vientre de Marie.
—Y yo me alegro mucho por ti, cariño. Pero para mí es diferente. Yo tengo que pensar en Jeremy.
—Sí, tienes que pensar en él —convino Marie alargando una mano para señalarlo, jugando en el campo—. Pero míralo, está como en el cielo. Admira a Víctor.
—Lo sé —confirmó Myriam con un gemido—Por eso me resulta tan difícil.
—No —contraatacó Marie— eres «tú» quien lo hace todo más difícil. Sinceramente, Myri, es como si alguien te diera un millón de pesetas y tú le dijeras que no, gracias, que los billetes no están perfectamente bien doblados.
—Eso no es cierto.
—Quizá, pero es bastante exacto.
—Tú no sabes...
—Lo sé, no lo creas. Lo veo en tus ojos —la interrumpió Marie siguiendo la dirección de su mirada, hacia el campo— Cuando lo miras es como si se encendiera una luz en tu interior. Como si brillaras o algo así.
—Quizá sea tu propia luz la que ves —alegó Myriam buscando un argumento para seguir discutiendo.
—El embarazo no es contagioso —contraatacó Marie. Luego hizo una pausa y preguntó— ¿O sí?
Sí, claro. Justo lo que necesitaba, otra complicación más. En parte seguía ansiosa por tener más hijos, pero sabía muy bien que no estaba en posición de tenerlos.
—No soy tonta, Marie. Tuvimos precaución.
—Vale, muy bien. Bueno, eso creo. Quiero decir que, por lo menos, si estuvieras embarazada te verías obligada a hablar con él.
—¡Ah, qué idea más estupenda! Quedarse embarazada para poder mantener una conversación con él. Sinceramente, creía que era Gina la hermana más alocada.
Marie rió, y Myriam la miró con un gesto de reproche.
—Gina ya no es una alocada. Pregúntale a su nuevo marido, sino.
—¿Cuándo vuelven de luna de miel? —preguntó Myriam fingiendo inocencia, tratando de cambiar de conversación.
—El sábado por la noche, como tú muy bien sabes —contestó Marie—. Sé lo que tratas de hacer, pero aún no hemos terminado de hablar de tu sargento de primera.
—No es mi sargento de primera, y yo sí he terminado.
—Conmovedor, conmovedor.
Myriam levantó la vista al cielo y exclamó:
—¿Por qué no sería yo hija única?
—Tuviste suerte, supongo —contestó Marie dándole un puñetazo en el brazo.
—Sí, supongo —admitió Myriam rodeando a su hermana por los hombros.
Lo cierto era que no podía imaginarse su vida sin Marie y sin Gina, aunque precisamente en ese momento hubiera podido arreglárselas perfectamente sin interferencias familiares.
—Bueno, y ahora que vuelves a ser mi amiga tengo una pregunta que hacerte.
—¿Solo una?
Marie miró hacia Víctor y luego se volvió hacia su hermana.
—Tienes que contarme una cosa sobre ese fin de semana tan mágico.
—¿Qué cosa? —preguntó Myriam.
—¿Estuvo bien?
¿Bien? Bien era poco. Las imágenes comenzaron a surgir en la mente de Myriam. Las manos de Víctor, su boca, su lengua, su propio cuerpo elevándose hacia él, arqueándose. El cuerpo de Víctor penetrándola, reclamándola, llevándola hacia lo más alto, hacia alturas jamás experimentadas, volando cada vez más arriba. El corazón se le aceleró y la boca se le secó. De no haber estado sentada sus rodillas habrían fallado. Un calor inmenso comenzó a emanar de su interior. Myriam se movió incómoda en el asiento.
—¡Guau! —exclamó Marie en un susurro.
—¿Qué? —Preguntó Myriam— ¡Pero si aún no te he contestado!
Marie miró el rostro ruborizado y el brillo de los ojos de su hermana y sonrió para sí misma.
—¡Claro que me has contestado, Myri!
Unos cuantos días más tarde la madre de Myriam llegó a casa de sus vacaciones y preparó una gran cena para celebrar que estuvieran todos otra vez juntos. La cocina olía de maravilla, y las ventanas estaban llenas de vaho del vapor de la pasta cociendo. En el aspecto familiar la vida de Myriam parecía volver a la normalidad. Los últimos días habían sido terribles. Ver a Víctor en el campo de béisbol, observarlo cerca de su hijo y apartándose de ella había sido terrible. Sin embargo eso era lo que ella deseaba, ¿no era así? Permanecer a salvo, protegida de modo que le fuera imposible volver a cometer el mismo error que con Bill. Con el corazón a buen recaudo. Así era como se había mantenido. Pero además de estar a salvo su corazón estaba vacío.
—Myriam —la llamó su madre— préstame atención. Van a venir Gina y Nick, Marie y Davis, por supuesto... —Myriam asintió mirando la lista de la compra, sin escucharla apenas. ¿Qué tenía aquello de especial? Todos sabían cuántos eran de familia—... luego estamos tú, Jeremy y Víctor...
¡Qué!
—¿Cómo dices? —Preguntó Myriam soltando el bolígrafo sobre la encimera de la cocina y mirando a su madre—. ¿Quién más has dicho?
—Tú y yo, Jeremy y Víctor.
—Eso es, a eso me refería. ¿Víctor? ¿Por qué vas a invitar a Víctor a una cena familiar?
—Porque Jeremy me lo ha pedido —contestó su madre, claramente sorprendida ante la reacción de su hija.
—Bueno, pues dile que no.
—Imposible —dijo su madre cruzándose de brazos—Jeremy me lo pidió ayer, durante los entrenamientos, y Víctor aceptó. Va a venir.
—Nadie me lo había dicho- ¿De qué iba todo aquello? ¿Se trataba de una conspiración?
—Lo siento, cariño, no sabía que tenía que hablar primero contigo.
En algunas ocasiones su madre sabía decir sarcasmos mejor aún que Marie. Sin embargo Myriam no estaba dispuesta a rendirse. ¿No bastaba con que se vieran y se hicieran caso omiso el uno al otro en el campo de béisbol? ¿Por qué tenían que repetir lo mismo en casa, sentados a la mesa?
—¿Has invitado a un extraño a cenar? —la madre de Myriam frunció el ceño ante aquella pregunta que, evidentemente, no le gustó. Myriam hizo caso omiso y continuó—: ¡Pero si ni siquiera lo conoces!
—No es un extraño, es el entrenador de Jeremy, y es amigo de Nick —alegó su madre— Estaba en su boda, tú lo conociste.
Desde luego que sí, reflexionó Myriam preguntándose si su madre se mostraría igual de cabezota de saber hasta qué punto aquel hombre conocía a una de sus hijas.
—¿Es que hay algo que debas contarme? —preguntó su madre.
—No, nada —se apresuró a responder Myriam, bajando la mirada. De ningún modo estaba dispuesta a confesarle a su madre que había tenido una aventura, aunque fuera el único modo de evitar aquella cena. Myriam, no obstante, hizo otro intento—Si quieres invitar a un extraño a cenar en familia es asunto tuyo, pero no creo que se sienta muy cómodo.
—Bueno gracias, cariño, ya veo que confías en mi criterio.
—¡Qué gracia!
—Eso mismo pienso yo.
Myriam frunció el ceño, miró la lista de la compra y se colgó el bolso al hombro.
—Volveré dentro de una hora, más o menos.
—Aquí estaré —respondió su madre—. Bueno, al menos hasta las seis.
—¿Y qué ocurre a las seis? —inquirió Myriam deteniéndose, de camino a la puerta.
Su madre hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Voy a salir a cenar —explicó—La pasta es para Jeremy y para ti.
—¿Que vas a salir a cenar? ¿Es que te vas con Margaret a llorar porque se os ha acabado el viaje?
—Mmmm...
Myriam sacudió la cabeza y sacó las llaves del coche. Y mientras se dirigía hacia el vehículo se preguntó por qué todo le parecía diferente, incluso su madre. ¿Qué había ocurrido en su pequeño mundo?
Al oír el teléfono Myriam estuvo a punto de gruñir. No estaba de buen humor después de una noche casi sin dormir. Levantó la cabeza de la almohada, echó un vistazo hacia la ventana y se quedó mirando el aparato, que no dejaba de sonar.
Le picaban los ojos por falta de sueño, y su mente seguía repasando el barullo de sentimientos que le había producido la marcha de Víctor de su casa la noche anterior. Myriam recordó el «clic» de la puerta al cerrarse y el terrible vacío que se había producido entonces en su vida. Le había hecho daño a Víctor. Lo sabía, sabía que se lo había hecho, pero no había sido esa su intención. La expresión de dolor de sus ojos había sido inconfundible. Aunque probablemente solo ella la hubiera visto. Los marines solían entrenarse para ocultar el dolor. O quizá fuera esa la forma en que Víctor se defendía... se protegía a sí mismo de ella. Por mucho que ella hubiera querido evitarlo. Él se había marchado. Para protegerla.
Myriam se restregó los ojos y se preguntó cómo era posible que todo aquello se le hubiera escapado de las manos. Tan deprisa. Cuando el teléfono sonó por cuarta vez Myriam decidió contestar. Aunque solo fuera para hacerlo callar.
—¿Dígame?
—Hola, buenos días —respondió una voz familiar.
—Ah eres tú —contestó Myriam incorporándose y apoyándose sobre la almohada.
—Ya veo que me has echado de menos —dijo su hermana Marie medio riendo— ¡Qué conmovedora bienvenida!
Desde que había descubierto que estaba embarazada Marie saltaba de alegría y felicidad.
—Claro que te he echado de menos —respondió Myriam mirando el reloj de la mesilla y comprendiendo que contaba con escasos minutos para hablar antes de ir a despertar a Jeremy— ¿Cómo es que te levantas al amanecer, cuando acabas de llegar de vacaciones?
—Bueno, los coches se amontonan en el garaje. Tengo que trabajar mientras pueda, luego, quizá, mi estómago no me permita acercarme a ellos.
—¿Y qué tal va el bebé?
—Creciendo —respondió Marie riendo—Te juro, Myri, que para cuando dé a luz este niño será enorme.
Los recuerdos embargaron a Myriam. Recordaba vívidamente cada patada, cada movimiento de Jeremy mientras lo llevaba en su vientre. Y lo mucho que lo había disfrutado. Por aquel entonces era aún tan joven que creía que Bill llegaría a acostumbrarse al matrimonio, que desearía tener más hijos con ella. Un viejo dolor volvió a renacer en su interior.
—¿Myriam?
—¿Mmmm?
—¿Qué ocurre? —Inquirió Marie— ¿Se trata de Jeremy? ¿Se encuentra bien?
—No, claro que no —se apresuró Myriam a contestar.
—Entonces, ¿qué pasa? No pareces la misma de siempre.
—Nada, es solo que es muy pronto, me has despertado.
—No es eso, y tú lo sabes.
—Déjalo, Marie.
—De ningún modo —dijo su hermana— ¿Te digo qué? Te veré esta tarde en la Liga Infantil de béisbol y hablaremos.
—Marie... —dijo Myriam alzando la voz.
Sin embargo era demasiado tarde. Su hermana había colgado. Bien, perfecto, reflexionó Myriam. Primero tendría que explicarle a Jeremy por qué Víctor no aparecía por el campo, pues estaba convencida de que sería así después de la discusión de la noche anterior. Y en segundo lugar, encima, su hermana pequeña la regañaría. Cuando el día comenzaba así lo único que podía ocurrir era que fuera para mejor.
—¿Por qué no va a venir? —Exigió saber Jeremy— ¡Es mi entrenador!
—Solo es uno de tus entrenadores, cariño —respondió Myriam mientras entraba con el coche en el aparcamiento—. Joe sí que vendrá.
Jeremy se mordió el labio inferior y volvió la cabeza para mirar por la ventana. Sabía que su hijo se sentía herido, desilusionado, pero no podía hacer nada al respecto.
—Me prometió enseñarme a ser un buen cátcher —susurró Jeremy con voz tensa.
Myriam sintió un nudo en la garganta y se preguntó una vez más en aquel día si había hecho bien dejando que Víctor se marchara para salir definitivamente de sus vidas. ¿Tenía de verdad derecho a privar a su hijo de la amistad de un hombre al que, obviamente, admiraba? Demasiado tarde, se dijo en silencio. Demasiado tarde para echarse atrás. El mal estaba hecho. Víctor se había ido. Tendrían que seguir viviendo sin él. Habían sido felices antes de conocer a Víctor Mahoney, así que seguramente encontrarían el modo de volver a serlo. Sin embargo Myriam no tenía más remedio que preguntarse a sí misma si corría el peligro de hacer con su hijo lo que la madre de Víctor había hecho con él. ¿Sería posible que el miedo le impidiera a Jeremy encontrar la felicidad cuando creciera? ¿No les habría privado a ambos, a Jeremy y a Víctor, de una oportunidad para ser felices?
—Mamá —la llamó Jeremy impaciente— ¿Qué te parecería si ella me enseñara a ser cátcher?
—Tu tía Marie solía jugar como cátcher en el equipo de béisbol del instituto —dijo Myriam suspirando, deseosa de arrancarle a su hijo al menos una sonrisa.
—La tía Marie es fantástica, pero a pesar de todo es una chica —musitó el niño ocultando la cara bajo la gorra— Además, ahora está embarazada, así que ya no podrá jugar de cátcher.
Myriam suspiró, aparcó y apagó el motor. Se quitó el cinturón de seguridad y volvió la vista hacia su hijo. Entonces alargó una mano y alzó su barbilla.
—Cariño, Víctor está ocupado. Es un marine, tiene cosas que hacer.
Aquello le hacía sentirse fatal. Inventar excusas sobre Víctor para contárselas a Jeremy cuando sabía que toda la culpa era suya le hacía sentirse muy mal. Si Víctor no se hubiera inquietado por la relación que mantenía con ella aquel día habría estado allí, esperando a Jeremy para enseñarle los misterios del béisbol.
—¡Pero él me lo prometió! —insistió Jeremy cabezota.
—Lo sé, cariño —contestó Myriam recordando las palabras de Víctor de la noche anterior sobre las promesas que los mayores habían roto cuando él era niño—Pero a veces, por mucho que queramos guardar nuestras promesas, sencillamente no podemos. Ocurren cosas.
—Sí, ya lo sé —contestó Jeremy mirando de reojo a su madre—, cuando sea mayor lo entenderé.
Jeremy abrió la puerta del coche, salió y volvió a cerrarla. Myriam suspiró y salió también, y luego lo siguió. El chico caminaba con la cabeza gacha, y a cada paso que daba Myriam sentía como si se condenara. Su corazón rebosaba sentimientos de culpabilidad. Era como si él supiera que era ella la culpable, como si se lo estuviera haciendo pagar, cuando lo único que había deseado era protegerlo. Evitar la desilusión. No obstante ahí estaba Jeremy, tan apesadumbrado que parecía como si su mundo se hubiera terminado. ¿Qué había conseguido al final? Nada.
—¡Eh!
—¿Qué ocurre? —inquirió Myriam olvidando sus negros pensamientos.
Jeremy se volvió, sonrió y señaló hacia el campo.
—¡Mira, es Víctor! ¡Ha venido!
—¿Cómo? —preguntó Myriam parpadeando y mirando varias veces hacia el campo para estar segura.
Era cierto. Ahí estaba Víctor Mahoney, apoyado contra las gradas, hablando y riendo con Marie como si no hubiera pasado nada la noche anterior, como si todo siguiera igual. No podía creerlo. Había mantenido la palabra qué le había dado a su hijo a pesar de lo sucedido entre ellos dos. Un halo de ternura invadió su corazón.
—Te lo dije —dijo Jeremy con una sonrisa victoriosa—, ¡te dije que Víctor no rompería jamás su promesa! —exclamó corriendo hacia su héroe.
Víctor giró la cabeza y vio a Jeremy corriendo hacia él y, a pesar del dolor de cabeza y de las miles de emociones que lo embargaron, sonrió.
—¡Víctor! —Gritó el chico— ¡Sabía que vendrías!
—¿Y por qué no iba a venir? —inquirió él alzando la cara un minuto para ver a Myriam.
—¿Y a mí qué, no vas a decirme hola? —preguntó Marie abriendo los brazos para recibir a Jeremy.
—Claro —dijo el chico apresurándose a abrazarla para que sus compañeros de béisbol no pudieran verlo— Víctor es mi entrenador.
—Sí, eso me ha dicho. ¿Y es bueno?
—No tan bueno como tú —declaró Jeremy tras una pausa.
Marie se echó a reír y sacudió la visera de su gorra.
—Qué chico tan inteligente, qué barbaridad —rió.
Víctor apenas escuchó aquella conversación. Solo tenía ojos para Myriam. Y solo podía pensar en lo difícil que todo aquello le iba a resultar. Volver a verla y no volver a tenerla. Entonces Jeremy le tiró de la camiseta y Víctor miró aquellos ojos marrones que tanto se parecían a los de Myriam.
—Mamá dijo que no ibas a seguir siendo mi entrenador. Dijo que estabas muy ocupado.
Víctor miró una vez más a Myriam y vio la sorpresa en sus ojos. Era evidente que no esperaba volver a verlo allí.
—Jamás estoy demasiado ocupado como para no cumplir una promesa —contestó sin dejar de mirar a Myriam.
Ella se ruborizó, y Víctor comprendió que había dado en el clavo.
—Eso es justamente lo que yo le dije —contestó Jeremy sacudiendo la cabeza.
Myriam seguía mirándolo, y Víctor se vio obligado a apartar los ojos de ella. Lo que deseaba era abrazarla, besarla hasta que perdiera el sentido y buscar un lugar en el césped donde pudiera tumbarla. Víctor sintió como si todos sus músculos se tensaran, hasta respirar se convirtió en una ardua tarea. Pero la noche anterior había hecho lo correcto. Era doloroso, pero podía soportar el dolor. Podía enfrentarse al dolor. Era mejor olvidarse de Myriam y concentrarse en el chico. Víctor lo miró y dijo:
—¿Qué te parece si vamos practicar un poco antes de que lleguen los demás?
—Sí —respondió el chico con entusiasmo—. ¿Me enseñarás cómo hay que tirar la pelota para que describa una curva?
—No hasta que no seas un poco mayor —dijo Víctor girando hacia el campo junto a Jeremy—Te harías daño en el codo.
—¡Ah! —exclamó Jeremy solemne—. ¿Ves? Ese es el tipo de cosas que las chicas no saben.
—Me alegro de haber vuelto a verte —sonrió Víctor mirando a Marie.
—Igualmente —respondió ella.
Luego Víctor siguió a Jeremy al campo. Al pasar al lado de Myriam su sonrisa había desaparecido pero hizo un gesto con la cabeza. Era un saludo cortés, pero no amistoso. Myriam hizo una mueca. Víctor no podía haberse expresado con más claridad. Estaba allí únicamente por su hijo. Y eso era bueno. ¿O no? Myriam los miró a los dos por encima del nombro y suspiró. Luego se volvió y comenzó a subir por las gradas. Se sentó junto a su hermana y apoyó los codos sobre las piernas y la cabeza sobre las manos.
—¿De qué va todo esto? —preguntó Marie.
—Es una larga historia.
Marie alargó la mano y le dio a su hermana unas palmaditas en la espalda.
—Entonces será mejor que empieces cuanto antes.
Bueno, lo esperaba. Las Santini exigían siempre conocer todos los detalles. Media hora más tarde Marie asintió y miró al hombre que llevaba la voz cantante en los entrenamientos.
—Así que... lo que tenemos aquí es a un hombre muy atractivo al que le gustas...
—Le gustaba —la corrigió Myriam—En pasado.
—Uh...huh —asintió Marie— y además le gusta tu hijo lo suficiente como para concederle el poco tiempo libre que tiene y venir aquí a entrenar a la Liga Infantil —continuó volviéndose hacia su hermana— Sí señor, eso es darte coba.
El viento sopló sobre el campo de béisbol volándole el pelo, metiéndosele en los ojos. Myriam se encogió en la sudadera y pensó en qué decir. Tenía que defender su posición, una posición que, sabía, estaba de hecho perdida.
—No lo comprendo... —comenzó a decir Myriam.
Sin embargo su hermana pronto la interrumpió. Sinceramente, había olvidado lo insistente que podía llegar a ser Marie.
—Lo sé, Bill era un desgraciado.
—Yo jamás dije eso —contestó Myriam sacudiendo la cabeza y enderezándose en el asiento. O al menos nunca lo había dicho en voz alta— Era el padre de Jeremy... y jamás diría una cosa así de él.
—Quizá tú no —admitió Marie—, pero los demás sí.
—Muchas gracias.
—No te pongas así, sabes muy bien que es la verdad.
—Sí, y ya sabes que siempre es fácil escuchar la verdad —contestó Myriam sarcástica.
—Sí, es mucho más fácil escuchar mentiras.
Myriam abrió la boca para decir algo, pero luego lo pensó mejor y la cerró. Marie se frotó el vientre pensativa y continuó:
—Myri, llevas tres años viviendo como una monja.
—Lo sé —contestó Myriam—pero la primera vez que me descontrolo, mira lo que pasa —sacudió la cabeza— No, yo debo seguir viviendo encerrada como una ostra.
—¡Oh, qué idea tan brillante! —soltó su hermana.
—Bueno, ¿y qué otra cosa puedo hacer?
—¡Concederte una oportunidad, por el amor de Dios! Vivir un poco. Ese hombre parece un buen chico...
—... ¿quién fue la que me dijo la primera noche, cuando nos conocimos, que él no estaba buscando entablar una relación larga?
—Las cosas cambian —alegó Marie mirando su vientre abultado—. Hace unos meses yo no sabía que Davis Garvey existía —añadió pensativa—Y ahora lo amo más de lo que jamás pensé que pudiera amar a nadie, y estoy embarazada de él.
Myriam suspiró, alargó una mano y tocó el vientre de Marie.
—Y yo me alegro mucho por ti, cariño. Pero para mí es diferente. Yo tengo que pensar en Jeremy.
—Sí, tienes que pensar en él —convino Marie alargando una mano para señalarlo, jugando en el campo—. Pero míralo, está como en el cielo. Admira a Víctor.
—Lo sé —confirmó Myriam con un gemido—Por eso me resulta tan difícil.
—No —contraatacó Marie— eres «tú» quien lo hace todo más difícil. Sinceramente, Myri, es como si alguien te diera un millón de pesetas y tú le dijeras que no, gracias, que los billetes no están perfectamente bien doblados.
—Eso no es cierto.
—Quizá, pero es bastante exacto.
—Tú no sabes...
—Lo sé, no lo creas. Lo veo en tus ojos —la interrumpió Marie siguiendo la dirección de su mirada, hacia el campo— Cuando lo miras es como si se encendiera una luz en tu interior. Como si brillaras o algo así.
—Quizá sea tu propia luz la que ves —alegó Myriam buscando un argumento para seguir discutiendo.
—El embarazo no es contagioso —contraatacó Marie. Luego hizo una pausa y preguntó— ¿O sí?
Sí, claro. Justo lo que necesitaba, otra complicación más. En parte seguía ansiosa por tener más hijos, pero sabía muy bien que no estaba en posición de tenerlos.
—No soy tonta, Marie. Tuvimos precaución.
—Vale, muy bien. Bueno, eso creo. Quiero decir que, por lo menos, si estuvieras embarazada te verías obligada a hablar con él.
—¡Ah, qué idea más estupenda! Quedarse embarazada para poder mantener una conversación con él. Sinceramente, creía que era Gina la hermana más alocada.
Marie rió, y Myriam la miró con un gesto de reproche.
—Gina ya no es una alocada. Pregúntale a su nuevo marido, sino.
—¿Cuándo vuelven de luna de miel? —preguntó Myriam fingiendo inocencia, tratando de cambiar de conversación.
—El sábado por la noche, como tú muy bien sabes —contestó Marie—. Sé lo que tratas de hacer, pero aún no hemos terminado de hablar de tu sargento de primera.
—No es mi sargento de primera, y yo sí he terminado.
—Conmovedor, conmovedor.
Myriam levantó la vista al cielo y exclamó:
—¿Por qué no sería yo hija única?
—Tuviste suerte, supongo —contestó Marie dándole un puñetazo en el brazo.
—Sí, supongo —admitió Myriam rodeando a su hermana por los hombros.
Lo cierto era que no podía imaginarse su vida sin Marie y sin Gina, aunque precisamente en ese momento hubiera podido arreglárselas perfectamente sin interferencias familiares.
—Bueno, y ahora que vuelves a ser mi amiga tengo una pregunta que hacerte.
—¿Solo una?
Marie miró hacia Víctor y luego se volvió hacia su hermana.
—Tienes que contarme una cosa sobre ese fin de semana tan mágico.
—¿Qué cosa? —preguntó Myriam.
—¿Estuvo bien?
¿Bien? Bien era poco. Las imágenes comenzaron a surgir en la mente de Myriam. Las manos de Víctor, su boca, su lengua, su propio cuerpo elevándose hacia él, arqueándose. El cuerpo de Víctor penetrándola, reclamándola, llevándola hacia lo más alto, hacia alturas jamás experimentadas, volando cada vez más arriba. El corazón se le aceleró y la boca se le secó. De no haber estado sentada sus rodillas habrían fallado. Un calor inmenso comenzó a emanar de su interior. Myriam se movió incómoda en el asiento.
—¡Guau! —exclamó Marie en un susurro.
—¿Qué? —Preguntó Myriam— ¡Pero si aún no te he contestado!
Marie miró el rostro ruborizado y el brillo de los ojos de su hermana y sonrió para sí misma.
—¡Claro que me has contestado, Myri!
Unos cuantos días más tarde la madre de Myriam llegó a casa de sus vacaciones y preparó una gran cena para celebrar que estuvieran todos otra vez juntos. La cocina olía de maravilla, y las ventanas estaban llenas de vaho del vapor de la pasta cociendo. En el aspecto familiar la vida de Myriam parecía volver a la normalidad. Los últimos días habían sido terribles. Ver a Víctor en el campo de béisbol, observarlo cerca de su hijo y apartándose de ella había sido terrible. Sin embargo eso era lo que ella deseaba, ¿no era así? Permanecer a salvo, protegida de modo que le fuera imposible volver a cometer el mismo error que con Bill. Con el corazón a buen recaudo. Así era como se había mantenido. Pero además de estar a salvo su corazón estaba vacío.
—Myriam —la llamó su madre— préstame atención. Van a venir Gina y Nick, Marie y Davis, por supuesto... —Myriam asintió mirando la lista de la compra, sin escucharla apenas. ¿Qué tenía aquello de especial? Todos sabían cuántos eran de familia—... luego estamos tú, Jeremy y Víctor...
¡Qué!
—¿Cómo dices? —Preguntó Myriam soltando el bolígrafo sobre la encimera de la cocina y mirando a su madre—. ¿Quién más has dicho?
—Tú y yo, Jeremy y Víctor.
—Eso es, a eso me refería. ¿Víctor? ¿Por qué vas a invitar a Víctor a una cena familiar?
—Porque Jeremy me lo ha pedido —contestó su madre, claramente sorprendida ante la reacción de su hija.
—Bueno, pues dile que no.
—Imposible —dijo su madre cruzándose de brazos—Jeremy me lo pidió ayer, durante los entrenamientos, y Víctor aceptó. Va a venir.
—Nadie me lo había dicho- ¿De qué iba todo aquello? ¿Se trataba de una conspiración?
—Lo siento, cariño, no sabía que tenía que hablar primero contigo.
En algunas ocasiones su madre sabía decir sarcasmos mejor aún que Marie. Sin embargo Myriam no estaba dispuesta a rendirse. ¿No bastaba con que se vieran y se hicieran caso omiso el uno al otro en el campo de béisbol? ¿Por qué tenían que repetir lo mismo en casa, sentados a la mesa?
—¿Has invitado a un extraño a cenar? —la madre de Myriam frunció el ceño ante aquella pregunta que, evidentemente, no le gustó. Myriam hizo caso omiso y continuó—: ¡Pero si ni siquiera lo conoces!
—No es un extraño, es el entrenador de Jeremy, y es amigo de Nick —alegó su madre— Estaba en su boda, tú lo conociste.
Desde luego que sí, reflexionó Myriam preguntándose si su madre se mostraría igual de cabezota de saber hasta qué punto aquel hombre conocía a una de sus hijas.
—¿Es que hay algo que debas contarme? —preguntó su madre.
—No, nada —se apresuró a responder Myriam, bajando la mirada. De ningún modo estaba dispuesta a confesarle a su madre que había tenido una aventura, aunque fuera el único modo de evitar aquella cena. Myriam, no obstante, hizo otro intento—Si quieres invitar a un extraño a cenar en familia es asunto tuyo, pero no creo que se sienta muy cómodo.
—Bueno gracias, cariño, ya veo que confías en mi criterio.
—¡Qué gracia!
—Eso mismo pienso yo.
Myriam frunció el ceño, miró la lista de la compra y se colgó el bolso al hombro.
—Volveré dentro de una hora, más o menos.
—Aquí estaré —respondió su madre—. Bueno, al menos hasta las seis.
—¿Y qué ocurre a las seis? —inquirió Myriam deteniéndose, de camino a la puerta.
Su madre hizo un gesto con la mano, restándole importancia.
—Voy a salir a cenar —explicó—La pasta es para Jeremy y para ti.
—¿Que vas a salir a cenar? ¿Es que te vas con Margaret a llorar porque se os ha acabado el viaje?
—Mmmm...
Myriam sacudió la cabeza y sacó las llaves del coche. Y mientras se dirigía hacia el vehículo se preguntó por qué todo le parecía diferente, incluso su madre. ¿Qué había ocurrido en su pequeño mundo?
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
mil graciias por el cap niña
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 11
Todo fue bien para ser una cena familiar. Víctor se quedó en un rincón del salón mientras su vista recorría la pequeña reunión. Jeremy, las Santini y los dos marines emparentados con la familia por matrimonio, todos parecían cómodos y contentos, amables los unos con los otros. Víctor los envidió y se sintió, más que nunca, como un extraño. Ni siquiera sabía por qué había aceptado la invitación de Jeremy. Sin embargo, nada más terminar de pensarlo, Víctor se dio cuenta de que era mentira. Sus ojos se desviaron hacia la mujer en la que no había dejado de pensar en toda la semana. Había aceptado aquella invitación a cenar para verla, porque mirarla solo de lejos, en el campo de béisbol, no era suficiente. Pero quizá hubiera sido un error. En aquella casa, rodeada de toda su familia, Myriam le parecía aún más distante que nunca.
—Qué cara más seria, sargento —dijo una voz cerca de él.
Víctor volvió el rostro y miró a Maryann Santini a los ojos, enormes y marrones.
—Estaba reflexionando, madam.
Ella asintió pensativa y miró al otro extremo de la habitación, hacia su hija mayor.
—Reflexionando sobre qué, me pregunto yo... —luego, volviendo la vista hacia él, continuó—Mahoney es un nombre irlandés, ¿verdad?
—Sí, madam, lo es —contestó Víctor preguntándose a dónde querría ir a parar.
—Así que no eres italiano, ¿verdad? —Musitó Maryann— ¿Eres católico?
—Lo era —contestó Víctor recordando las misas a las que había asistido de niño. Había pasado mucho tiempo desde que no había pisado una iglesia. Víctor agarró la botella de cerveza con firmeza, se aclaró la garganta y preguntó—¿Importa mucho eso?
—No, en realidad no —contestó Maryann dándole un golpecito suave— Mi nieto dice que eres un buen hombre, eso es lo más importante.
Un buen hombre. Hacía mucho tiempo que nadie decía eso de él. Le gustaba saber que, al menos, había una persona en la habitación que pensaba bien de él. Sin embargo Víctor tenía la clara sensación de que la señora Santini no le estaba haciendo esas preguntas en vano, algo le rondaba por la cabeza. Maryann continuó contándole cosas de la familia y, en concreto, de Myriam, y Víctor no pudo evitar que sus ojos se desviasen hacia ella una vez más, hacia la mujer cuya imagen jamás abandonaba su mente.
—¿Tiene alguien una manguera? —preguntó Gina en voz alta.
Nick, su marido, se acercó a ella y la rodeó por el cuello estrechándola contra sí.
—¿Para qué? ¿Estás planeando una guerra de agua? —inquirió inclinando el rostro para besarla en la mejilla.
—No, solo pensaba regar a mi hermana y al hombre que le está prendiendo fuego con la mirada.
—¿Qué?
—Así que tú también te has dado cuenta, ¿eh? —inquirió Marie acercándose a su hermana menor.
—¿Darme cuenta? —repitió Gina riendo—Hasta un ciego se daría cuenta.
—¿De qué? —preguntó Davis, el marido de Marie, uniéndose a ellos.
—Eso mismo iba a preguntar yo —aseguró Nick.
—Está bien, me corrijo —dijo Gina— Hasta una mujer ciega se daría cuenta.
—¿Has ido al oculista últimamente, marine? —inquirió Marie mirando a su marido.
—Dime qué debo buscar y yo te diré si lo veo —contestó Davis bajando inconscientemente un brazo hasta el vientre de su mujer para acariciarlo.
—Está bien, chicos —contestó Marie mirando a su marido y luego a su cuñado—. Echadles un vistazo a Víctor y a Myriam. Y prestad mucha atención al ambiente que los rodea. Parece electrificado, y sale humo de la cabeza de Víctor.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Nick.
Gina echó la cabeza atrás para mirar a su marido.
—Sinceramente cariño, está diciendo que en este momento Víctor está desnudando a Myriam con la mirada.
—Mmmm... —murmuró Davis frunciendo el ceño y observando alternativamente a uno y a otro.
—¿Qué ocurre aquí? —inquirió Nick.
—Creo que hay otra Santini dispuesta a tomar el relevo —rió Gina.
—Pues no lo creo —confirmó su marido—. ¿Recuerdas que te dije que previnieras a Myriam el día de nuestra boda? Víctor no es de los que se casan.
Marie y Gina se miraron la una a la otra y se echaron a reír. Luego Marie dijo:
—Nick cuando conociste a Gina, ¿estabas buscando esposa?
Nick la miró confuso.
—No —contestó Gina por él— Si no recuerdo mal lo único que quería entonces era aprender a...
—A cocinar —la interrumpió Nick terminando la frase por ella, poco dispuesto a confesar que había ido a clases de baile.
—Exacto —dijo su esposa sonriendo cómplice.
—¿Pero qué hace tu madre? —preguntó Davis observando a Maryann hablando con Víctor.
—¿Te digo lo que yo creo? Me parece que está haciéndole las mismas preguntas que te hizo a ti, cariño. ¿Eres italiano?, ¿católico?
—¡Oh, Dios...! —Sacudió la cabeza Davis recordando e identificándose con Víctor—Así que está embaucando a otro yerno.
—¿A Víctor? —Preguntó Nick burlándose de la idea—. Imposible.
—Cosas más extrañas se han visto —susurró Gina.
Y en eso, Nick tuvo que estar de acuerdo. Sin embargo, a pesar de todo, Nick estaba decidido a tener una pequeña charla con su amigo.
Myriam se movió incómoda en el sofá. Aquella, probablemente, fuera la noche más larga de su vida. Ahí sentada, en medio de su familia, cerca del hombre que conocía su cuerpo más íntimamente que nadie en el mundo... Myriam desvió la vista hacia él y lo pilló mirándola. La sangre le ardía en las venas, esa era la única explicación posible ante la repentina ola de calor que la invadía de la cabeza a los pies. El aire parecía demasiado espeso como para respirar, y su corazón latía tan deprisa que le retumbaba en los oídos. Ni siquiera podía oír las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor.
Necesitaba distraerse, se dijo en silencio. Pensar en otra cosa. En cualquier cosa. Sus ojos se desviaron hacia su madre. ¿Qué le estaría diciendo a Víctor? Sí, desde luego, eso era motivo suficiente de preocupación. Mientras los observaba Jeremy se acercó a ellos y abrazó a Víctor por la cintura con toda naturalidad.
Víctor, absorto, sin darse bien cuenta de lo que hacía, lo abrazó brevemente, con fuerza. Jeremy jamás había hecho eso, reflexionó Myriam sintiendo cómo las lágrimas invadían sus ojos. Su hijo jamás había ofrecido afecto a un hombre. Su padre no se había interesado por él, y Jeremy había aprendido calladamente la lección. En los últimos tiempos disfrutaba de la compañía de Nick y de Davis, pero era evidente que había establecido un lazo más fuerte con Víctor.
A pesar de que su padre lo hubiera herido y defraudado Jeremy asumía el riesgo. Era evidente que le había ofrecido todo su corazón a aquel marine que se había introducido en sus vidas. Y, a su lado, ella parecía una cobarde. Myriam miró a Víctor una vez más y se preguntó si estaría cometiendo un error al huir de lo que sentía. Víctor era fuerte, amable y apasionado, el tipo de hombre con el que soñaban muchas mujeres. ¿Pero podía confiar en él, en que no le haría daño? ¿No era mejor aislarse, encerrarse en su pequeño mundo, que arriesgarse a perderlo todo otra vez?
Myriam observó el mismo anhelo en los ojos de Víctor, la misma confusión que, sabía, había en su interior. En parte deseaba acercarse a él y a su hijo, unirse a aquella pequeña reunión. De pronto ese deseo fue tan fuerte, tan repentino que, en lugar de dejarse llevar, Myriam abandonó la habitación y se dirigió a la cocina a comprobar cómo iba la cena.
—Está bien —dijo Víctor entrando en el garaje a oscuras— ¿qué es eso tan importante que no puede esperar hasta mañana en la base?
Nick encendió la luz. Víctor lo miró y se preguntó si no sería mejor buscar un lugar en el que esconderse. Jamás había huido ante nada en la vida, y no iba a comenzar a hacerlo precisamente ante un amigo.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —exigió saber Nick.
Víctor se cruzó de brazos, plantó los pies en el suelo con firmeza y contestó:
—Bueno, eso depende de a qué te refieras.
—Estoy hablando de Myriam —contestó Nick señalándolo con el dedo. Víctor respiró hondo, largamente. De ningún modo estaba dispuesto a disculparse a propósito de lo ocurrido con Myriam—Ahora ella es de mi familia, maldita sea, y nadie viene a enredarse con mi familia, ni siquiera tú.
Era agradable conocer la opinión de los amigos sobre uno, reflexionó Víctor dando un paso adelante y contestando entre dientes.
—¿Es eso lo que crees que estoy haciendo? ¿Pasar el tiempo con ella?
—Los dos conocemos tu reputación, Víctor —respondió Nick con una carcajada.
Bien, quizá se lo mereciera. Víctor se pasó una mano por la cara y miró serio al otro marine.
—Esto es diferente.
—¿Sí? —preguntó Nick poco convencido—. ¿Y cómo es eso?
¿Como era posible, verdaderamente? Ni siquiera él lo sabía. Durante los últimos tiempos no sabía siquiera si iba o venía. Víctor sacudió la cabeza y contestó lo único que se le ocurrió:
—Bueno, de todos modos ahora ya no importa. Todo se ha terminado.
—Pues a mí no me lo ha parecido —alegó Nick en un tono menos beligerante.
Prefería su ira a su compasión, así que se volvió y miró a otro lado, a la casa. Salía luz de ella, derramándose a pedazos hacia fuera. Y risas femeninas. Se veían sombras de personas dentro, tras las cortinas, preparando la cena, charlando. Y, por primera vez en su vida, Víctor Mahoney quiso pertenecer a ese lugar. Quería formar parte de ese mundo. Ansiaba poder incluirse en esa risa fácil, en aquella cómoda conversación. Deseaba desesperadamente entrar en el calor de aquel hogar, con Myriam y Jeremy a su lado. Deseaba... no, necesitaba, necesitaba a aquella mujer más que respirar. Pero no podía tenerla.
—Yo no lo creo —volvió a afirmar Nick.
—¿Y ahora qué? —preguntó Víctor sin apartar la vista de la ventana iluminada.
—¡Víctor Mahoney, el rey de los donjuanes, enamorado!
—Cállate nadie ha dicho nada de amor.
Nick se echó a reír y le dio una palmadita en la espalda.
—¡Bienvenido a la familia, hombre!
Víctor se encogió de hombros para deshacerse de la mano de su amigo y sacudió la cabeza.
—Te lo he dicho, todo terminó.
—¿Pero por qué?—Preguntó Nick con un tono de voz sospechosamente beligerante de nuevo— ¿Es que no te interesan las familias ya hechas?
—No es eso, maldita sea —soltó Víctor respondiendo con ira— Hay que estar loco para no querer por hijo a un chico como Jeremy.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Ahora mismo? Tú. ¿Por qué te metes donde no te llaman?
—Ya te lo he dicho, Myriam es mi familia.
—Estupendo, pues ya has cumplido con tu deber. Te he dicho que todo terminó. Después de esta noche desapareceré. Quiero decir de la vida de Myriam, por supuesto. Le prometí a Jeremy que entrenaría a su equipo, y te aseguro que voy a hacerlo, te guste o no.
—¿En serio?
—En serio, recluta.
Con eso debía bastar, pensó Víctor. Recordarle a Nick el escalafón era como decirle que tuviera cuidado con el terreno que pisaba. Por supuesto que eran amigos, pero no estaba dispuesto a soportar una conversación como aquella durante mucho más tiempo, y cuanto antes lo supiera Nick, mejor.
—¿Es que vas a sacar a colación ahora tu escalafón? —Preguntó Nick—. Es un modo un poco cobarde de ganar una discusión, sargento de primera.
—Bien, dejemos el escalafón, pero retira tus palabras.
Pasó un minuto de silencio y, tras él, Nick por fin dijo:
—Tengo que decir que me sorprende.
—¿Cómo es eso? —preguntó Víctor sin prestar gran atención.
—Jamás te había visto rendirte antes.
Víctor respiró hondo. Sería una vergüenza tener que pelearse con Nick en aquel garaje, pero si era lo que quería...
—Escucha, no estoy de humor para esto y, ya que vamos a dejar de lado el escalafón, te lo advierto: será mejor que dejes de hablar así si no quieres acabar con un ojo morado. De inmediato.
—¿Es que vas a pelearte conmigo y a rendirte ante Myriam?
—Te estoy avisando, Nick...
—No tiene sentido. Quiero decir... te he visto destrozado y, sin embargo, seguir adelante. Te he visto ayudando a otros a evitar un peligro del que no se habían dado cuenta sin pensar en tu propio riesgo, te he visto...
—No hace falta que sigas, te comprendo —soltó Víctor interrumpiendo la lista de sus méritos—. Me has visto.
—Lo que no comprendo es por qué estás tan dispuesto a rendirte ante una mujer, ante una Santini. Déjame que te diga una cosa... ellas merecen la pena —sonrió Nick.
Víctor, sin embargo, no le devolvió la sonrisa. Las intenciones de su amigo eran buenas, pero no comprendía a dónde quería llegar.
—No quiero hacerle daño —confesó Víctor no muy seguro de por qué lo decía.
Quizá necesitara que alguien le dijera que estaba haciendo bien. Víctor apartó la vista de su amigo y contempló una vez más la casa.
—Pues a juzgar por lo que me han dicho mi mujer y mi cuñada ya le has hecho daño.
—Pero ella no estaba interesada en mantener una relación conmigo más allá de un fin de semana.
—Eso no suena muy propio de Myriam —contestó Nick.
No, era cierto. ¿Acaso sí le importaba? Le hubiera gustado pensar que él le importaba tanto como ella le importaba a él. Pero, aun así, nada cambiaría.
—Es mejor sufrir ahora un poco que sufrir mucho después.
—¿Y por qué estás tan seguro de que la harás sufrir?
Víctor respiró hondo y soltó el aire de golpe.
—Lo sé porque soy el hijo de mi padre, soy igual que él. Hasta mi madre me dijo que cuando creciera haría desgraciada a alguna mujer. Mi padre se fue, y eso estuvo a punto de matar a mi madre. Yo no estoy dispuesto a hacer lo mismo con Myriam.
Nick dio unos cuantos pasos hasta colocarse frente a frente con Víctor, y luego dijo:
—Así que lo que piensas es: primero me caso con ella, y luego la abandono.
—Yo no he dicho eso.
—¿Y te figuras que Myriam es tan débil que eso la destrozaría y no volvería a ser la misma?
—No, Myriam no es tan débil —contestó Víctor. Su madre había tenido un amante detrás de otro, había buscado siempre el apoyo de un hombre que la salvara, que la rescatara. Myriam, en cambio, era capaz de salvarse a sí misma—Es más fuerte que muchos de los marines de la base, ha criado ella sola a un chico estupendo. ¡Sola! Es profesora. Y es divertida, amable, generosa...
—Pero tú no la amas, ¿no?
—¿Quién eres tú? ¿La querida Abby?
Nick soltó una carcajada y dio una fuerte palmada a Víctor en la espalda.
—¿Pero es que no lo comprendes, tonto? Si tanto te preocupa hacerles daño a Myriam y a Jeremy es porque no eres como tu padre —alegó Nick. Una débil, diminuta luz apareció en el vacío corazón de Víctor—. ¡Demonios, marine! —Continuó Nick sacudiendo la cabeza—. ¿Te has rendido alguna vez? —No, reflexionó Víctor. Jamás. Nick, no obstante, siguió echando leña al fuego—: Además, ¿ha habido alguna vez algo más importante en tu vida que Myriam?
—No —contestó Víctor en voz alta, sintiendo que aquella chispa comenzaba a arder con fuerza.
Nick tenía razón, reflexionó mientras se preguntaba cómo era posible que él mismo no hubiera caído en la cuenta. Él no era un cobarde, jamás había huido si se trataba de algo importante.
—Entonces ¿cuál es el problema?
El problema, reflexionó, era que se había pasado la mayor parte de su vida reflexionando sobre algo que no tenía porqué ocurrir. Podía ser el hombre que deseara ser, no el hombre que, supuestamente, estaba destinado a ser. Una débil luz comenzó a arder en su corazón, y por primera vez en días Víctor respiró tranquilo. De pronto, ante él, se abrían distintas posibilidades, y no podía por menos de desear que Myriam y él tuvieran un futuro juntos.
Víctor se echó a reír y todos sus pensamientos parecieron girar con él.
—¿Aparte de tener un amigo tan escandaloso?
—Chico, no tienes ni idea de lo que es el escándalo hasta que no te casas con una Santini —declaró Nick dándole vueltas a su anillo de bodas y sonriendo para sí mismo—Estas mujeres te comprenden y saben todo lo que sientes y lo que piensas, y no te dejan salirte con la tuya jamás.
—Ya ti te encanta.
—Exacto, maldita sea —sonrió Nick— Veras que bien vas a encajar.
—Uuurraaah —musitó Víctor pensando que lo único que tenía que hacer era olvidarse de toda una vida de miedos y apostar por una vez por el amor.
Ningún problema.
—Parece un buen chico —dijo Maryann removiendo la salsa con la cuchara—. Me gusta.
—Bueno, es un alivio —respondió Myriam tensa.
—A mí también me gusta —soltó Gina— Es guapo.
—Eso siempre es importante —musitó Myriam colocando los tenedores y los cuchillos junto a los platos.
—Es amigo de Nick, así que debe de ser buen chico —añadió Marie.
—Bueno, ¿y a qué estáis esperando? Reservad hora en la iglesia —dijo Myriam.
Las dos hermanas menores la miraron como si estuviera loca, pero a Myriam no le importó. Ninguna de las dos había estado casada con Bill. Ninguna de ellas había visto morir sus esperanzas, sus sueños o su amor a fuerza de negligencia y desinterés. Maryann dejó la cuchara y se volvió hacia su hija mayor y, haciendo caso omiso de las otras dos, puso los brazos en jarras y dijo:
—Entonces, ¿qué tiene de malo? ¿Es que no lo encuentras atractivo?
¿Atractivo? ¿Contaba el hecho de que lo único en lo que podía pensar era en rasgarle la camisa con los dientes? Myriam sintió que el calor la invadía. Tuvo que respirar hondo antes de contestar con naturalidad:
—Por supuesto que lo encuentro atractivo.
Gina bufó. Myriam la miró con expresión de reproche. Las hormonas de Gina siempre habían sido demasiado activas.
—Además es bueno con Jeremy —añadió su madre.
—Jeremy está loco por él —admitió Myriam.
—Pues por tu forma de mirarlo me sorprende que el pobre no haya salido ardiendo en llamas.
—¡Mamá! —exclamó Myriam sorprendida.
Hasta sus hermanas se volvieron asombradas, Maryann Santini las miró sucesivamente a las tres, y luego dijo molesta:
—¿Qué? ¿Es que creéis que nací con cincuenta años?, ¿que no sé lo que es el deseo? ¿Creéis que no sé lo que significa desear a alguien hasta la desesperación?
—¡Oh! —exclamó Myriam sacando una silla y derrumbándose en ella—. ¡Es todo tan extraño!
—Cariño —dijo Maryann acercándose a su lado y apoyando una mano sobre su hombro— la vida ya es lo suficientemente difícil. No le des la espalda al amor si te cruzas con él. El amor es un regalo, es lo que hace que todo lo demás merezca la pena.
Myriam hubiera deseado poder creerlo, pero sabía por experiencia que el amor no siempre era la respuesta para todo.
—Esto no puede ser amor —susurró más para sí misma que para los demás, añadiendo otro argumento más— Solo lo conozco desde hace unas pocas semanas.
—Tonterías —dijo Maryann sacando una silla para sentarse al lado de su hija.
—¿Tonterías? —repitió ella riendo.
Aquella noche su madre estaba llena de sorpresas.
—El amor no tiene nada que ver con el calendario, Myriam —alegó Maryann tomando su mano entre las de ella—. Yo conocí a vuestro padre, que en paz descanse, diez días antes de que nos casáramos, y jamás lo lamenté. Ni un solo segundo.
—Y míranos a Davis y a mí —intervino Marie—Ya Gina y a Nick.
—Sí —confirmó Gina— Las Santini no somos conocidas precisamente por nuestros largos noviazgos, ¿verdad?
—Pues yo conocía a Bill desde hacía años, y fíjate lo mal que salió —argumentó Myriam.
—Razón de más en favor de los noviazgos cortos, ¿no crees?
Myriam sonrió, pero luego sacudió la cabeza.
—No, otra vez no. Yo tengo que pensar en Jeremy.
—Jeremy es importante —convino su madre— pero tú también lo eres. Y si tú no eres feliz, ¿crees que te será fácil hacerle feliz a él?
—No, pero...
—Exacto —alegó Maryann—. No hay pero que valga.
—No es tan sencillo —dijo Myriam— Quiero decir, Víctor parece sincero pero...
—Quizá sea sincero —intervino Marie.
Myriam miró los rostros de las mujeres a las que amaba y se preguntó si tendrían razón. Aún así...
—De todos modos, aunque quisiera, Víctor terminó conmigo hace unos días —confesó sacudiendo la cabeza—. Ya no le intereso. Ya no.
—¿Cómo es que ya no vienes a casa? —preguntó Jeremy.
—Eso es un poco complicado de explicar —respondió Víctor.
Myriam contuvo el aliento y permaneció inmóvil. Víctor y su hijo estaban de pie en el jardín de atrás, a la escasa luz del porche. Todos se habían marchado, hasta su madre se había ido a una misteriosa «cita». Myriam esperaba poder charlar con Víctor, hablar con él, quizá, de lo que había ocurrido entre ellos. Pero según parecía Jeremy se le había adelantado.
—¿Es que ya no te gustamos? —preguntó su hijo.
Myriam escuchó a Víctor suspirar, pero no supo interpretar el gesto.
—Claro que sí, pero...
«Pero». Aquello no podía ser buena señal.
—Entonces creo que deberías casarte con mi madre.
Lo que faltaba. Myriam se llevó una mano a la frente. Bien, primero su madre y después su hijo, los dos trataban de arreglar su boda. ¿Se podía empeorar aún más aquella situación? Myriam rió en silencio. ¡Por supuesto que sí! Víctor siempre podía contestar: «Gracias, pero no». De pronto Myriam comprendió que no deseaba oírle decir eso, supo que no deseaba vivir el resto de su vida sin Víctor. Contuvo el aliento, puso la oreja sobre la puerta y esperó.
—Bueno, Jeremy —contestó Víctor en voz baja, tan baja que ella apenas pudo escuchar todo lo que dijo— casarse es como hacer una promesa.
—¿En serio?
—Y ya sabes que yo solo hago promesas que sé que puedo cumplir.
Myriam se apartó de la puerta reprochándose a sí misma el haber estado escuchando. ¿Qué significaba aquello?
Todo fue bien para ser una cena familiar. Víctor se quedó en un rincón del salón mientras su vista recorría la pequeña reunión. Jeremy, las Santini y los dos marines emparentados con la familia por matrimonio, todos parecían cómodos y contentos, amables los unos con los otros. Víctor los envidió y se sintió, más que nunca, como un extraño. Ni siquiera sabía por qué había aceptado la invitación de Jeremy. Sin embargo, nada más terminar de pensarlo, Víctor se dio cuenta de que era mentira. Sus ojos se desviaron hacia la mujer en la que no había dejado de pensar en toda la semana. Había aceptado aquella invitación a cenar para verla, porque mirarla solo de lejos, en el campo de béisbol, no era suficiente. Pero quizá hubiera sido un error. En aquella casa, rodeada de toda su familia, Myriam le parecía aún más distante que nunca.
—Qué cara más seria, sargento —dijo una voz cerca de él.
Víctor volvió el rostro y miró a Maryann Santini a los ojos, enormes y marrones.
—Estaba reflexionando, madam.
Ella asintió pensativa y miró al otro extremo de la habitación, hacia su hija mayor.
—Reflexionando sobre qué, me pregunto yo... —luego, volviendo la vista hacia él, continuó—Mahoney es un nombre irlandés, ¿verdad?
—Sí, madam, lo es —contestó Víctor preguntándose a dónde querría ir a parar.
—Así que no eres italiano, ¿verdad? —Musitó Maryann— ¿Eres católico?
—Lo era —contestó Víctor recordando las misas a las que había asistido de niño. Había pasado mucho tiempo desde que no había pisado una iglesia. Víctor agarró la botella de cerveza con firmeza, se aclaró la garganta y preguntó—¿Importa mucho eso?
—No, en realidad no —contestó Maryann dándole un golpecito suave— Mi nieto dice que eres un buen hombre, eso es lo más importante.
Un buen hombre. Hacía mucho tiempo que nadie decía eso de él. Le gustaba saber que, al menos, había una persona en la habitación que pensaba bien de él. Sin embargo Víctor tenía la clara sensación de que la señora Santini no le estaba haciendo esas preguntas en vano, algo le rondaba por la cabeza. Maryann continuó contándole cosas de la familia y, en concreto, de Myriam, y Víctor no pudo evitar que sus ojos se desviasen hacia ella una vez más, hacia la mujer cuya imagen jamás abandonaba su mente.
—¿Tiene alguien una manguera? —preguntó Gina en voz alta.
Nick, su marido, se acercó a ella y la rodeó por el cuello estrechándola contra sí.
—¿Para qué? ¿Estás planeando una guerra de agua? —inquirió inclinando el rostro para besarla en la mejilla.
—No, solo pensaba regar a mi hermana y al hombre que le está prendiendo fuego con la mirada.
—¿Qué?
—Así que tú también te has dado cuenta, ¿eh? —inquirió Marie acercándose a su hermana menor.
—¿Darme cuenta? —repitió Gina riendo—Hasta un ciego se daría cuenta.
—¿De qué? —preguntó Davis, el marido de Marie, uniéndose a ellos.
—Eso mismo iba a preguntar yo —aseguró Nick.
—Está bien, me corrijo —dijo Gina— Hasta una mujer ciega se daría cuenta.
—¿Has ido al oculista últimamente, marine? —inquirió Marie mirando a su marido.
—Dime qué debo buscar y yo te diré si lo veo —contestó Davis bajando inconscientemente un brazo hasta el vientre de su mujer para acariciarlo.
—Está bien, chicos —contestó Marie mirando a su marido y luego a su cuñado—. Echadles un vistazo a Víctor y a Myriam. Y prestad mucha atención al ambiente que los rodea. Parece electrificado, y sale humo de la cabeza de Víctor.
—¿De qué estás hablando? —preguntó Nick.
Gina echó la cabeza atrás para mirar a su marido.
—Sinceramente cariño, está diciendo que en este momento Víctor está desnudando a Myriam con la mirada.
—Mmmm... —murmuró Davis frunciendo el ceño y observando alternativamente a uno y a otro.
—¿Qué ocurre aquí? —inquirió Nick.
—Creo que hay otra Santini dispuesta a tomar el relevo —rió Gina.
—Pues no lo creo —confirmó su marido—. ¿Recuerdas que te dije que previnieras a Myriam el día de nuestra boda? Víctor no es de los que se casan.
Marie y Gina se miraron la una a la otra y se echaron a reír. Luego Marie dijo:
—Nick cuando conociste a Gina, ¿estabas buscando esposa?
Nick la miró confuso.
—No —contestó Gina por él— Si no recuerdo mal lo único que quería entonces era aprender a...
—A cocinar —la interrumpió Nick terminando la frase por ella, poco dispuesto a confesar que había ido a clases de baile.
—Exacto —dijo su esposa sonriendo cómplice.
—¿Pero qué hace tu madre? —preguntó Davis observando a Maryann hablando con Víctor.
—¿Te digo lo que yo creo? Me parece que está haciéndole las mismas preguntas que te hizo a ti, cariño. ¿Eres italiano?, ¿católico?
—¡Oh, Dios...! —Sacudió la cabeza Davis recordando e identificándose con Víctor—Así que está embaucando a otro yerno.
—¿A Víctor? —Preguntó Nick burlándose de la idea—. Imposible.
—Cosas más extrañas se han visto —susurró Gina.
Y en eso, Nick tuvo que estar de acuerdo. Sin embargo, a pesar de todo, Nick estaba decidido a tener una pequeña charla con su amigo.
Myriam se movió incómoda en el sofá. Aquella, probablemente, fuera la noche más larga de su vida. Ahí sentada, en medio de su familia, cerca del hombre que conocía su cuerpo más íntimamente que nadie en el mundo... Myriam desvió la vista hacia él y lo pilló mirándola. La sangre le ardía en las venas, esa era la única explicación posible ante la repentina ola de calor que la invadía de la cabeza a los pies. El aire parecía demasiado espeso como para respirar, y su corazón latía tan deprisa que le retumbaba en los oídos. Ni siquiera podía oír las conversaciones que se desarrollaban a su alrededor.
Necesitaba distraerse, se dijo en silencio. Pensar en otra cosa. En cualquier cosa. Sus ojos se desviaron hacia su madre. ¿Qué le estaría diciendo a Víctor? Sí, desde luego, eso era motivo suficiente de preocupación. Mientras los observaba Jeremy se acercó a ellos y abrazó a Víctor por la cintura con toda naturalidad.
Víctor, absorto, sin darse bien cuenta de lo que hacía, lo abrazó brevemente, con fuerza. Jeremy jamás había hecho eso, reflexionó Myriam sintiendo cómo las lágrimas invadían sus ojos. Su hijo jamás había ofrecido afecto a un hombre. Su padre no se había interesado por él, y Jeremy había aprendido calladamente la lección. En los últimos tiempos disfrutaba de la compañía de Nick y de Davis, pero era evidente que había establecido un lazo más fuerte con Víctor.
A pesar de que su padre lo hubiera herido y defraudado Jeremy asumía el riesgo. Era evidente que le había ofrecido todo su corazón a aquel marine que se había introducido en sus vidas. Y, a su lado, ella parecía una cobarde. Myriam miró a Víctor una vez más y se preguntó si estaría cometiendo un error al huir de lo que sentía. Víctor era fuerte, amable y apasionado, el tipo de hombre con el que soñaban muchas mujeres. ¿Pero podía confiar en él, en que no le haría daño? ¿No era mejor aislarse, encerrarse en su pequeño mundo, que arriesgarse a perderlo todo otra vez?
Myriam observó el mismo anhelo en los ojos de Víctor, la misma confusión que, sabía, había en su interior. En parte deseaba acercarse a él y a su hijo, unirse a aquella pequeña reunión. De pronto ese deseo fue tan fuerte, tan repentino que, en lugar de dejarse llevar, Myriam abandonó la habitación y se dirigió a la cocina a comprobar cómo iba la cena.
—Está bien —dijo Víctor entrando en el garaje a oscuras— ¿qué es eso tan importante que no puede esperar hasta mañana en la base?
Nick encendió la luz. Víctor lo miró y se preguntó si no sería mejor buscar un lugar en el que esconderse. Jamás había huido ante nada en la vida, y no iba a comenzar a hacerlo precisamente ante un amigo.
—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —exigió saber Nick.
Víctor se cruzó de brazos, plantó los pies en el suelo con firmeza y contestó:
—Bueno, eso depende de a qué te refieras.
—Estoy hablando de Myriam —contestó Nick señalándolo con el dedo. Víctor respiró hondo, largamente. De ningún modo estaba dispuesto a disculparse a propósito de lo ocurrido con Myriam—Ahora ella es de mi familia, maldita sea, y nadie viene a enredarse con mi familia, ni siquiera tú.
Era agradable conocer la opinión de los amigos sobre uno, reflexionó Víctor dando un paso adelante y contestando entre dientes.
—¿Es eso lo que crees que estoy haciendo? ¿Pasar el tiempo con ella?
—Los dos conocemos tu reputación, Víctor —respondió Nick con una carcajada.
Bien, quizá se lo mereciera. Víctor se pasó una mano por la cara y miró serio al otro marine.
—Esto es diferente.
—¿Sí? —preguntó Nick poco convencido—. ¿Y cómo es eso?
¿Como era posible, verdaderamente? Ni siquiera él lo sabía. Durante los últimos tiempos no sabía siquiera si iba o venía. Víctor sacudió la cabeza y contestó lo único que se le ocurrió:
—Bueno, de todos modos ahora ya no importa. Todo se ha terminado.
—Pues a mí no me lo ha parecido —alegó Nick en un tono menos beligerante.
Prefería su ira a su compasión, así que se volvió y miró a otro lado, a la casa. Salía luz de ella, derramándose a pedazos hacia fuera. Y risas femeninas. Se veían sombras de personas dentro, tras las cortinas, preparando la cena, charlando. Y, por primera vez en su vida, Víctor Mahoney quiso pertenecer a ese lugar. Quería formar parte de ese mundo. Ansiaba poder incluirse en esa risa fácil, en aquella cómoda conversación. Deseaba desesperadamente entrar en el calor de aquel hogar, con Myriam y Jeremy a su lado. Deseaba... no, necesitaba, necesitaba a aquella mujer más que respirar. Pero no podía tenerla.
—Yo no lo creo —volvió a afirmar Nick.
—¿Y ahora qué? —preguntó Víctor sin apartar la vista de la ventana iluminada.
—¡Víctor Mahoney, el rey de los donjuanes, enamorado!
—Cállate nadie ha dicho nada de amor.
Nick se echó a reír y le dio una palmadita en la espalda.
—¡Bienvenido a la familia, hombre!
Víctor se encogió de hombros para deshacerse de la mano de su amigo y sacudió la cabeza.
—Te lo he dicho, todo terminó.
—¿Pero por qué?—Preguntó Nick con un tono de voz sospechosamente beligerante de nuevo— ¿Es que no te interesan las familias ya hechas?
—No es eso, maldita sea —soltó Víctor respondiendo con ira— Hay que estar loco para no querer por hijo a un chico como Jeremy.
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—¿Ahora mismo? Tú. ¿Por qué te metes donde no te llaman?
—Ya te lo he dicho, Myriam es mi familia.
—Estupendo, pues ya has cumplido con tu deber. Te he dicho que todo terminó. Después de esta noche desapareceré. Quiero decir de la vida de Myriam, por supuesto. Le prometí a Jeremy que entrenaría a su equipo, y te aseguro que voy a hacerlo, te guste o no.
—¿En serio?
—En serio, recluta.
Con eso debía bastar, pensó Víctor. Recordarle a Nick el escalafón era como decirle que tuviera cuidado con el terreno que pisaba. Por supuesto que eran amigos, pero no estaba dispuesto a soportar una conversación como aquella durante mucho más tiempo, y cuanto antes lo supiera Nick, mejor.
—¿Es que vas a sacar a colación ahora tu escalafón? —Preguntó Nick—. Es un modo un poco cobarde de ganar una discusión, sargento de primera.
—Bien, dejemos el escalafón, pero retira tus palabras.
Pasó un minuto de silencio y, tras él, Nick por fin dijo:
—Tengo que decir que me sorprende.
—¿Cómo es eso? —preguntó Víctor sin prestar gran atención.
—Jamás te había visto rendirte antes.
Víctor respiró hondo. Sería una vergüenza tener que pelearse con Nick en aquel garaje, pero si era lo que quería...
—Escucha, no estoy de humor para esto y, ya que vamos a dejar de lado el escalafón, te lo advierto: será mejor que dejes de hablar así si no quieres acabar con un ojo morado. De inmediato.
—¿Es que vas a pelearte conmigo y a rendirte ante Myriam?
—Te estoy avisando, Nick...
—No tiene sentido. Quiero decir... te he visto destrozado y, sin embargo, seguir adelante. Te he visto ayudando a otros a evitar un peligro del que no se habían dado cuenta sin pensar en tu propio riesgo, te he visto...
—No hace falta que sigas, te comprendo —soltó Víctor interrumpiendo la lista de sus méritos—. Me has visto.
—Lo que no comprendo es por qué estás tan dispuesto a rendirte ante una mujer, ante una Santini. Déjame que te diga una cosa... ellas merecen la pena —sonrió Nick.
Víctor, sin embargo, no le devolvió la sonrisa. Las intenciones de su amigo eran buenas, pero no comprendía a dónde quería llegar.
—No quiero hacerle daño —confesó Víctor no muy seguro de por qué lo decía.
Quizá necesitara que alguien le dijera que estaba haciendo bien. Víctor apartó la vista de su amigo y contempló una vez más la casa.
—Pues a juzgar por lo que me han dicho mi mujer y mi cuñada ya le has hecho daño.
—Pero ella no estaba interesada en mantener una relación conmigo más allá de un fin de semana.
—Eso no suena muy propio de Myriam —contestó Nick.
No, era cierto. ¿Acaso sí le importaba? Le hubiera gustado pensar que él le importaba tanto como ella le importaba a él. Pero, aun así, nada cambiaría.
—Es mejor sufrir ahora un poco que sufrir mucho después.
—¿Y por qué estás tan seguro de que la harás sufrir?
Víctor respiró hondo y soltó el aire de golpe.
—Lo sé porque soy el hijo de mi padre, soy igual que él. Hasta mi madre me dijo que cuando creciera haría desgraciada a alguna mujer. Mi padre se fue, y eso estuvo a punto de matar a mi madre. Yo no estoy dispuesto a hacer lo mismo con Myriam.
Nick dio unos cuantos pasos hasta colocarse frente a frente con Víctor, y luego dijo:
—Así que lo que piensas es: primero me caso con ella, y luego la abandono.
—Yo no he dicho eso.
—¿Y te figuras que Myriam es tan débil que eso la destrozaría y no volvería a ser la misma?
—No, Myriam no es tan débil —contestó Víctor. Su madre había tenido un amante detrás de otro, había buscado siempre el apoyo de un hombre que la salvara, que la rescatara. Myriam, en cambio, era capaz de salvarse a sí misma—Es más fuerte que muchos de los marines de la base, ha criado ella sola a un chico estupendo. ¡Sola! Es profesora. Y es divertida, amable, generosa...
—Pero tú no la amas, ¿no?
—¿Quién eres tú? ¿La querida Abby?
Nick soltó una carcajada y dio una fuerte palmada a Víctor en la espalda.
—¿Pero es que no lo comprendes, tonto? Si tanto te preocupa hacerles daño a Myriam y a Jeremy es porque no eres como tu padre —alegó Nick. Una débil, diminuta luz apareció en el vacío corazón de Víctor—. ¡Demonios, marine! —Continuó Nick sacudiendo la cabeza—. ¿Te has rendido alguna vez? —No, reflexionó Víctor. Jamás. Nick, no obstante, siguió echando leña al fuego—: Además, ¿ha habido alguna vez algo más importante en tu vida que Myriam?
—No —contestó Víctor en voz alta, sintiendo que aquella chispa comenzaba a arder con fuerza.
Nick tenía razón, reflexionó mientras se preguntaba cómo era posible que él mismo no hubiera caído en la cuenta. Él no era un cobarde, jamás había huido si se trataba de algo importante.
—Entonces ¿cuál es el problema?
El problema, reflexionó, era que se había pasado la mayor parte de su vida reflexionando sobre algo que no tenía porqué ocurrir. Podía ser el hombre que deseara ser, no el hombre que, supuestamente, estaba destinado a ser. Una débil luz comenzó a arder en su corazón, y por primera vez en días Víctor respiró tranquilo. De pronto, ante él, se abrían distintas posibilidades, y no podía por menos de desear que Myriam y él tuvieran un futuro juntos.
Víctor se echó a reír y todos sus pensamientos parecieron girar con él.
—¿Aparte de tener un amigo tan escandaloso?
—Chico, no tienes ni idea de lo que es el escándalo hasta que no te casas con una Santini —declaró Nick dándole vueltas a su anillo de bodas y sonriendo para sí mismo—Estas mujeres te comprenden y saben todo lo que sientes y lo que piensas, y no te dejan salirte con la tuya jamás.
—Ya ti te encanta.
—Exacto, maldita sea —sonrió Nick— Veras que bien vas a encajar.
—Uuurraaah —musitó Víctor pensando que lo único que tenía que hacer era olvidarse de toda una vida de miedos y apostar por una vez por el amor.
Ningún problema.
—Parece un buen chico —dijo Maryann removiendo la salsa con la cuchara—. Me gusta.
—Bueno, es un alivio —respondió Myriam tensa.
—A mí también me gusta —soltó Gina— Es guapo.
—Eso siempre es importante —musitó Myriam colocando los tenedores y los cuchillos junto a los platos.
—Es amigo de Nick, así que debe de ser buen chico —añadió Marie.
—Bueno, ¿y a qué estáis esperando? Reservad hora en la iglesia —dijo Myriam.
Las dos hermanas menores la miraron como si estuviera loca, pero a Myriam no le importó. Ninguna de las dos había estado casada con Bill. Ninguna de ellas había visto morir sus esperanzas, sus sueños o su amor a fuerza de negligencia y desinterés. Maryann dejó la cuchara y se volvió hacia su hija mayor y, haciendo caso omiso de las otras dos, puso los brazos en jarras y dijo:
—Entonces, ¿qué tiene de malo? ¿Es que no lo encuentras atractivo?
¿Atractivo? ¿Contaba el hecho de que lo único en lo que podía pensar era en rasgarle la camisa con los dientes? Myriam sintió que el calor la invadía. Tuvo que respirar hondo antes de contestar con naturalidad:
—Por supuesto que lo encuentro atractivo.
Gina bufó. Myriam la miró con expresión de reproche. Las hormonas de Gina siempre habían sido demasiado activas.
—Además es bueno con Jeremy —añadió su madre.
—Jeremy está loco por él —admitió Myriam.
—Pues por tu forma de mirarlo me sorprende que el pobre no haya salido ardiendo en llamas.
—¡Mamá! —exclamó Myriam sorprendida.
Hasta sus hermanas se volvieron asombradas, Maryann Santini las miró sucesivamente a las tres, y luego dijo molesta:
—¿Qué? ¿Es que creéis que nací con cincuenta años?, ¿que no sé lo que es el deseo? ¿Creéis que no sé lo que significa desear a alguien hasta la desesperación?
—¡Oh! —exclamó Myriam sacando una silla y derrumbándose en ella—. ¡Es todo tan extraño!
—Cariño —dijo Maryann acercándose a su lado y apoyando una mano sobre su hombro— la vida ya es lo suficientemente difícil. No le des la espalda al amor si te cruzas con él. El amor es un regalo, es lo que hace que todo lo demás merezca la pena.
Myriam hubiera deseado poder creerlo, pero sabía por experiencia que el amor no siempre era la respuesta para todo.
—Esto no puede ser amor —susurró más para sí misma que para los demás, añadiendo otro argumento más— Solo lo conozco desde hace unas pocas semanas.
—Tonterías —dijo Maryann sacando una silla para sentarse al lado de su hija.
—¿Tonterías? —repitió ella riendo.
Aquella noche su madre estaba llena de sorpresas.
—El amor no tiene nada que ver con el calendario, Myriam —alegó Maryann tomando su mano entre las de ella—. Yo conocí a vuestro padre, que en paz descanse, diez días antes de que nos casáramos, y jamás lo lamenté. Ni un solo segundo.
—Y míranos a Davis y a mí —intervino Marie—Ya Gina y a Nick.
—Sí —confirmó Gina— Las Santini no somos conocidas precisamente por nuestros largos noviazgos, ¿verdad?
—Pues yo conocía a Bill desde hacía años, y fíjate lo mal que salió —argumentó Myriam.
—Razón de más en favor de los noviazgos cortos, ¿no crees?
Myriam sonrió, pero luego sacudió la cabeza.
—No, otra vez no. Yo tengo que pensar en Jeremy.
—Jeremy es importante —convino su madre— pero tú también lo eres. Y si tú no eres feliz, ¿crees que te será fácil hacerle feliz a él?
—No, pero...
—Exacto —alegó Maryann—. No hay pero que valga.
—No es tan sencillo —dijo Myriam— Quiero decir, Víctor parece sincero pero...
—Quizá sea sincero —intervino Marie.
Myriam miró los rostros de las mujeres a las que amaba y se preguntó si tendrían razón. Aún así...
—De todos modos, aunque quisiera, Víctor terminó conmigo hace unos días —confesó sacudiendo la cabeza—. Ya no le intereso. Ya no.
—¿Cómo es que ya no vienes a casa? —preguntó Jeremy.
—Eso es un poco complicado de explicar —respondió Víctor.
Myriam contuvo el aliento y permaneció inmóvil. Víctor y su hijo estaban de pie en el jardín de atrás, a la escasa luz del porche. Todos se habían marchado, hasta su madre se había ido a una misteriosa «cita». Myriam esperaba poder charlar con Víctor, hablar con él, quizá, de lo que había ocurrido entre ellos. Pero según parecía Jeremy se le había adelantado.
—¿Es que ya no te gustamos? —preguntó su hijo.
Myriam escuchó a Víctor suspirar, pero no supo interpretar el gesto.
—Claro que sí, pero...
«Pero». Aquello no podía ser buena señal.
—Entonces creo que deberías casarte con mi madre.
Lo que faltaba. Myriam se llevó una mano a la frente. Bien, primero su madre y después su hijo, los dos trataban de arreglar su boda. ¿Se podía empeorar aún más aquella situación? Myriam rió en silencio. ¡Por supuesto que sí! Víctor siempre podía contestar: «Gracias, pero no». De pronto Myriam comprendió que no deseaba oírle decir eso, supo que no deseaba vivir el resto de su vida sin Víctor. Contuvo el aliento, puso la oreja sobre la puerta y esperó.
—Bueno, Jeremy —contestó Víctor en voz baja, tan baja que ella apenas pudo escuchar todo lo que dijo— casarse es como hacer una promesa.
—¿En serio?
—Y ya sabes que yo solo hago promesas que sé que puedo cumplir.
Myriam se apartó de la puerta reprochándose a sí misma el haber estado escuchando. ¿Qué significaba aquello?
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
miil graciias por el cap me encanto que toda la familia de myriam se dio cuenta de que entre ella y viictor pasa algo xfiis niiña no tardes con el siguiente cap si
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
miil graciias por el cap me encanto que toda la familia de myriam se dio cuenta de que entre ella y viictor pasa algo xfiis niiña no tardes con el siguiente cap si
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Muchas gracias por los capitulos, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Capítulo 12
El colegio de Bayside Elementary llevaba cincuenta años funcionando, y en sus paredes, que eran como amigos para los niños, resonaban sus risas y gritos como un eco. Durante el recreo de la mañana Myriam deambuló por entre las hordas de niños que corrían hacia el patio. Soplaba un viento fresco de primavera procedente del océano que llevaba la humedad y la sal del mar por los espacios abiertos y arrastraba nubes altas por un cielo tan azul que parecía pintado al óleo.
Durante los recreos la mayor parte de los profesores o bien se quedaban en sus clases o bien se reunían en la sala de profesores, pero Myriam decidió salir a tomar el aire. Necesitaba moverse. Sus pensamientos corrían más aprisa que los miles de piececitos cuyas pisadas resonaban a su alrededor.
—Señorita Jackson —gritó una niña—, ¡míreme!
Myriam se volvió y observó a Marci Evans saltar por las barras paralelas y sonreír.
—Estupendo, cariño —gritó Myriam sin dejar de caminar, con la mente ocupada en otros asuntos.
Desde la cena familiar, dos días antes, había estado pensando. Pensando sobre su vida. Sobre su hijo. Sobre Víctor. Myriam alzó una mano y se pellizcó el puente de la nariz esperando aliviar el dolor de cabeza. Inútil. No era de extrañar, apenas había dormido más de dos horas durante el último par de días.
Le resultaba difícil dormir cuando no podía apartar de su mente la imagen de Víctor. Difícil, cuando su cuerpo ardía en deseos de que él la tocara y su alma anhelaba algo que le daba miedo pedir. Difícil, cuando su corazón estaba herido. Myriam suspiró y dejó que su mirada vagara sin rumbo fijo por el jardín hasta que sus ojos tropezaron con un niño solitario, de pie junto a la verja metálica que rodeaba el colegio. Jeremy se agarraba a ella y miraba el aparcamiento. Myriam frunció el ceño, se acercó a él y lo llamó. Jeremy volvió la cabeza. Incluso a aquella distancia podía leerse la desilusión dibujada en su rostro. Luego el chico se giró de nuevo y su vista volvió a fijarse en el aparcamiento.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Myriam acercándose a su lado y poniendo una mano sobre su hombro.
—No ha venido —musitó Jeremy sacudiendo la cabeza.
—¿Quién no ha venido?
—Víctor —contestó Jeremy tenso, apoyando la frente sobre la verja—Dijo que vendría hoy al juego de «Mostrar y Contar», pero es casi la hora, y aún no ha llegado.
Myriam echó un rápido vistazo al aparcamiento pensando en que quizá Jeremy pudiera haber dejado pasar el coche de Víctor, pero un instante después se encogió de hombros.
—Cariño, es medio día, estoy segura de que Víctor tiene cosas que hacer a estas horas en la base.
Jeremy sacudió la cabeza y se mordió el labio inferior.
—No, dijo que vendría, dijo que podía venir. Y no ha venido.
Aquello apenas tenía importancia, ningún adulto se la habría dado, pero para un niño constituía toda una desilusión. Sin duda Jeremy le habría contado a toda su clase que iba a asistir un marine, y cuando vieran que no aparecía comenzarían a gastarle bromas.
¿Pero por qué no iba a asistir?, se preguntó Myriam. Víctor había cumplido todas las promesas que le había hecho a su hijo. Había continuado entrenando a la Liga Infantil aun después de decidir alejarse de ella, y le había asegurado a su hijo una y otra vez que jamás hacía promesas que no pensara cumplir. Tenía que haber una razón para su ausencia, reflexionó Myriam sorprendiéndose a sí misma ante su fe en Víctor. De algún modo, durante las dos últimas semanas, Víctor Mahoney le había enseñado a confiar de nuevo. Él le había demostrado que se podía confiar en él, había probado su lealtad ante su hijo. Le había demostrado que era un hombre honrado. El agudo dolor que llevaba en su corazón desde hacía días pareció aligerarse un poco, y una diminuta sonrisa curvó sus labios. Myriam agarró al niño del corazón roto y lo obligó a girarse hacia ella, tomó sus manos entre las de ella y lo miró a los ojos.
—Víctor te prometió que vendría, ¿no es así?
—Sí —asintió el niño.
—Entonces vendrá —dijo ella con firmeza.
—Pero...
—No hay peros que valgan —interrumpió Myriam riéndose interiormente y pensando en cuánto se parecía a su madre—. Cuando Víctor hace una promesa siempre la cumple, ¿no es así?
—Sí... —contestó Jeremy poco convencido, aunque esperanzado.
—Entonces vendrá.
—¿Tú crees?
—Lo sé —sacudió Myriam la cabeza—, y si lo piensas bien, tú también.
Jeremy se sorbió la nariz, frunció el ceño y meditó las palabras de su madre para, finalmente, asentir.
—Tienes razón, mamá, vendrá.
Myriam apretó las manos de su hijo y se puso en pie, y Jeremy, aun a riesgo de ser humillado por sus compañeros más tarde, abrazó con fuerza a su madre. Luego la miró, sonrió y se marchó a jugar. Ya no necesitaba quedarse observando junto a la verja. Myriam miró hacia el aparcamiento.
—Vendrá —dijo en voz alta, maravillándose de la seguridad que se reflejaba en su actitud.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo no había comprendido que Víctor Mahoney era un hombre en el que se podía confiar, un hombre para el que el honor lo era todo? ¿Cómo no había caído en la cuenta de que era el tipo de marido con el que siempre había soñado, el padre que Jeremy se merecía, el hombre al que siempre amaría?
—Así que viene al juego de «Mostrar y Contar», ¿eh? —susurró comenzando a caminar hacia el colegio.
Quizá ella pudiera interceptarlo cuando saliera de la clase de Jeremy para «mostrarle y contarle» unas cuantas cosas, reflexionó. Media hora más tarde Myriam estaba delante de la pizarra anotando unos cuantos problemas de matemáticas cuando escuchó un ruido poco familiar. Hizo una pausa y escuchó con más atención.
Tenía la puerta de la clase abierta. Aquel ruido del pasillo fue aumentando de volumen hasta que se hizo evidente que estaba cerca. Myriam dejó la tiza, salió de detrás de la mesa e hizo un gesto con la mano a la clase para que permanecieran callados. Entonces caminó hasta la puerta y asomó la cabeza.
—¡Oh, Dios mío...! —murmuró atónita.
Por el centro del pasillo, marcando el paso, caminaba el marine más vistoso que jamás hubiera visto. Perecía un anuncio de reclutamiento. Llevaba el uniforme azul completo, con espada y todo, y se movía con la precisión de un desfile. Jeremy iba a su lado sonriendo, con los ojos muy abiertos, y tras ellos un grupo de oficinistas sonrientes y de profesoras. Myriam sintió que se le secaba la boca y se le hacía un nudo en la garganta. Víctor no estaba haciendo todo aquello como demostración del juego de «Mostrar y Contar» para la clase de segundo, reflexionó. Se trataba de algo más. Mucho más. Myriam retrocedió hasta su clase e hizo caso omiso del revuelo y de la curiosidad que todo aquello despertó en su clase de tercero. Fijó la vista en la puerta abierta, trató de concentrarse en respirar y sintió que a cada segundo le costaba más. Y siguió retrocediendo y retrocediendo hasta que se dio contra la mesa.
En ese instante Víctor hizo un brusco giro a la derecha. Sus tacones chocaron con estruendo antes de entrar en la clase de Myriam y cruzar el espacio que los separaba. Myriam escuchó cómo sus alumnos contenían el aliento sin ni siquiera percatarse de ello.
—Tenías razón, mamá —gritó Jeremy con voz dulce, que ella apenas oyó—. Víctor vino, tal y como tú decías. Y me ha sacado de clase, porque dice que tengo que estar aquí delante cuando hable contigo —explicó el chico mirando a sus compañeros con aire de superioridad.
—Espero que no le importe, señorita Jackson —intervino la profesora de Jeremy, que estaba detrás de Víctor—, pero pensé que era mejor acompañar a Jeremy...
Bueno, no había sido por miedo por el chico precisamente por lo que Donna Jarvis había salido de su clase. Se trataba, sencillamente, de curiosidad. Pero a Myriam no le importó. De hecho, excepto por su hijo, la clase hubiera podido estar vacía.
Myriam se quedó mirando a Víctor en silencio, tratando de calmarse. Lo observó alargar una mano, quitarse el impecable guante blanco y guardárselo bajo el brazo. Luego sus miradas se encontraron, y ella vio el amor, la esperanza y la promesa escritos en sus preciosos ojos verdes.
—Myriam —dijo él con una voz que retumbó en la habitación y que obligó a todos a callarse— soy tu caballero con armadura de marine.
Myriam sonrió para sí misma. Sus rodillas comenzaron a temblar. Entonces él hizo una floritura y, con la mano derecha, sacó la espada de su funda, colgada a la izquierda de su torso. El lustroso acero emitió un timbre que causó la admiración general, brillando y reflejando los rayos de sol que entraban por la ventana. Víctor levantó la espada y la sujetó con firmeza con la punta hacia arriba, junto a su torso y su rostro. Todos los ojos estaban clavados en él.
Myriam sintió que el corazón le latía agitadamente en el pecho, sintió las lágrimas agolparse en sus ojos. Entonces, lentamente, manteniendo la espalda completamente erguida, Víctor se puso de rodillas ante ella. Myriam respiró hondo, profundamente. Casi tenía miedo de respirar. Él bajó la espada a su lado, clavó la vista en ella y dijo en voz alta:
—Quiero matar a tus dragones.
Una de las profesoras suspiró pesadamente, pero Myriam no la oyó. Lo único que oía era la voz de Víctor diciéndole todas las cosas que ella siempre había deseado escuchar. Víctor la miraba solo a ella, como si estuvieran solos en la habitación. Myriam estaba completamente hipnotizada.
—Quiero ser el padre de tu hijo y de los hijos que tengamos juntos. Quiero amarte para siempre. Quiero ser el hombre al que tú ames.
—Víctor... —logró pronunciar ella en un susurro, a pesar del nudo de su garganta, mientras él se ponía en pie y ella buscaba algo más que decir.
Víctor deslizó la espada en su lugar en silencio y se metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Cuando volvió a sacarla y a alargarla hacia ella llevaba una pequeña caja de terciopelo azul en la mano.
—Cásate conmigo, Ángel —dijo con voz más íntima, más suave y más baja.
Una lágrima escapó de los ojos de Myriam resbalando por su mejilla. La imagen de Víctor comenzó a nublarse, y ella parpadeó. Víctor alargó la mano izquierda y abrió la cajita para enseñarle el anillo que había escogido para ella. Era un rubí con forma de corazón, rodeado de diamantes, que brillaba tentándola a ponérselo. Víctor inclinó la cabeza hacia ella y susurró:
—Es mi corazón, Ángel. Te lo doy. Y te prometo amarte para siempre.
Myriam levantó la vista y lo miró a los ojos.
—¿Lo prometes? —susurró.
Víctor esbozó una media sonrisa y contestó:
—Te lo prometo. Y tú sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
—Yo también, marine —contestó Myriam alargando la mano izquierda hacia él—. Y te prometo amarte y corresponderte.
Algo brilló en los ojos de Víctor, que sacó el anillo de la caja y se lo colocó en el dedo. Luego alzó la mano de ella con el anillo y la rozó contra sus labios. El peso frío de aquel anillo pareció encajar en su dedo perfectamente.
—Entonces, ¿nos casamos? —preguntó Jeremy en voz alta, excitado.
Víctor sonrió una vez más y volvió la vista hacia el niño que, desde ese momento y en adelante, sería su hijo.
—Si a ti te parece bien, nos casamos.
—¿Que si me parece bien? —Rió Jeremy— ¡Pero si ha sido idea mía!
—Así es, hijo —rió Víctor volviéndose de nuevo hacia la mujer que lo había salvado cuando ni él mismo sabía que lo necesitara.
En aquellos ojos marrones Víctor vio reflejado su futuro, su felicidad y la vida que jamás había esperado tener.
—Este ha sido un ejercicio de «Mostrar y Contar» —dijo Myriam mientras la audiencia aplaudía.
—Ángel —murmuró Víctor estrechándola contra sí— aún no has visto nada.
Y entonces la besó.
Epílogo
Tres semanas después
—Yo os declaro marido y mujer.
Por fin, pensó Myriam. Volvía a ser una mujer casada. Y, en esa ocasión, todo iría bien. Lo sabía. Hasta la boda había sido perfecta. Nada de ceremonias apresuradas para Víctor Mahoney. La boda se celebró en una iglesia, junto a la familia y los amigos. Con Víctor todo se convertía en una cuestión de tradición, de honor y de todas las maravillosas cosas en las que siempre había creído.
Myriam sonrió al párroco y se volvió a medias hacia su nuevo marido. Víctor ya estaba tirando de ella, estrechándola y reclamando su primer beso como marido y mujer. Myriam inclinó la cabeza hacia atrás y contempló los preciosos ojos verdes de él, viendo reflejada en sus profundidades la felicidad que ella misma sentía cantar en sus venas.
—Hola, esposa mía —murmuró él.
—Hola, marido —susurró ella.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás hoy? —inquirió Víctor mirándola de arriba abajo.
—Acabas de hacerlo —respondió ella.
Se sentía bella con aquel vestido de novia de color marfil que le llegaba hasta los pies, adornado de encaje en el escote y el borde.
—Te prometo que siempre te amaré —dijo Víctor atrayéndola a sus brazos e inclinando la cabeza hacia ella.
—Yo también te amo —contestó Myriam poniéndose de puntillas.
Los labios de Víctor se acercaron lentamente, con reverencia, a los de ella. Luego los segundos comenzaron a pasar y pasar. Víctor la estrechó de la cintura cada vez con más fuerza, profundizando en el beso hasta inclinarla hacia atrás como en los besos de las películas de los años treinta. La audiencia aplaudió, y las piedras de la iglesia retumbaron con el ruido. Cuando Víctor terminó de besarla y la dejó en el suelo Myriam se calmó y luchó por respirar.
Marie, la dama de honor, le devolvió el bouquet de flores a Myriam y Víctor la agarró del brazo. Juntos miraron el mar de sonrisas que los contemplaban. Y mientras tanto una corta fila de marines, vestidos con su uniforme azul, se volvieron elegantemente y marcharon en desfile saliendo de la iglesia. Sus tacones retumbaron rítmicamente sobre el suelo. Todas las cabezas se volvieron para mirar. Fuera, los marines ocuparon sus puestos a ambos lados de la puerta doble de la iglesia y, con precisión coreográfica, elevaron sus espadas formando un arco brillante que relucía al sol. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta, que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—¡Eh! —gritó Jeremy en medio del silencio que el espectáculo causó.
Myriam parpadeó y miró a su hijo, tan pequeño y tan crecido, con su primer traje de etiqueta.
—¿Qué ocurre, hijo? —preguntó Víctor poniendo una mano sobre su nombro.
—¿Podemos comer tarta ya?
Un murmullo de risas resonó en la iglesia. Víctor sonrió y miró al niño que era por fin su hijo. Su familia.
—Es una idea excelente, Jeremy —contestó volviéndose hacia su mujer—. ¿Salimos?
—Sí, sargento de primera —respondió Myriam con entusiasmo.
—Venga, vamos —dijo Víctor bajando del altar y dirigiéndose a la calle.
Los amigos y la familia los siguieron de cerca. No querían perderse el ritual a las puertas de la iglesia, cuando los novios pasaran por debajo del arco formado por las espadas de los militares. Caminando bajo ellas Myriam sintió el orgullo de Víctor, el orgullo de pertenecer al cuerpo de la armada, y algo muy dentro de ella se conmovió. Víctor le ofrecía eso también, ese sentimiento de pertenecer a algo más grande que ellos. Al terminar de pasar bajo el arco de acero el último de los marines, el que estaba situado a la derecha, bajó la espada hasta el suelo y dijo:
—Bienvenida a la Armada, señora Mahoney.
Su voz profunda se escuchó por encima de los murmullos de la gente reunida. Myriam se estremeció. Víctor le había avisado con tiempo de aquel ritual en particular, pero a pesar de todo la pilló por sorpresa. Miró al marine, y llegó justo a tiempo de verlo sonreír. Luego, como si fueran uno solo, los marines gritaron:
—¡ Uuurraaahhh!
Y al mismo tiempo sus espadas chocaron y el metal resonó. Entonces aquella guardia privada rompió filas y sus componentes se unieron al resto de los congregados que rodeaban a los novios. Los rayos de un sol primaveral caían sobre ellos bajo el cielo azul. La brisa del mar sopló volándole el velo a Myriam, y mientras los invitados los rodeaban Víctor la tomó por la cintura y la levantó en el aire.
Myriam apoyó las manos sobre sus hombros y miró su rostro sonriente lanzando una rápida y ferviente plegaria a Dios a modo de agradecimiento.
—¡La última de las novias Santini muerde el polvo! —exclamó Gina.
—¿La última? —Preguntó Maryann mientras Víctor volvía a poner a Myriam sobre el suelo—. No lo creo.
—¿De qué estás hablando, mamá? —inquirió Marie por encima de las voces de la gente.
—De esto —contestó su madre alzando la mano izquierda para enseñar un anillo de compromiso con un enorme brillante.
—¿Qué? —Preguntó Myriam mirando alternativamente al anillo y a su madre—. ¿Qué ocurre?
—¡Salvatore! —gritó Maryann Santini.
Salvatore Mazzeo, bien conocido en el vecindario, era un hombre alto, de pelo cano y ojos negros. Llegó al lado de Maryann y la agarró del brazo posesivamente.
—¡Mamá! —gritó Myriam suspicaz.
Maryann se encogió de hombros, sonrió y contestó, sencillamente:
—Todo empezó en el crucero, y ahora Salvatore y yo... bueno, niñas, deberíais saber que seré la próxima Santini que se case.
Mientras las hermanas y cuñados de Myriam se arremolinaban en torno a la nueva pareja Víctor tiró de Myriam, aún sorprendida, y la llevó aparte.
—¿Te molesta lo de tu madre? —preguntó Víctor.
Myriam reflexionó por un momento, pero luego sacudió la cabeza y miró a su marido.
—No, no me molesta. Quizá me habría molestado si hubiera ocurrido antes de que tú y yo nos conociéramos, pero hoy solo deseo que todo el mundo sea tan feliz como yo.
Víctor alargó una mano y la tomó de la barbilla.
—Siempre trataré de que seas así de feliz —declaró mientras contemplaba su rostro acariciándola con los ojos.
—Tú sigue amándome así —dijo ella—, y ya verás cómo lo soy.
Entonces Myriam giró el rostro para besar la palma de la mano de Víctor.
—Te lo prometo —susurró Víctor guiñando un ojo y sonriendo—. Y tú sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
Fin.
El colegio de Bayside Elementary llevaba cincuenta años funcionando, y en sus paredes, que eran como amigos para los niños, resonaban sus risas y gritos como un eco. Durante el recreo de la mañana Myriam deambuló por entre las hordas de niños que corrían hacia el patio. Soplaba un viento fresco de primavera procedente del océano que llevaba la humedad y la sal del mar por los espacios abiertos y arrastraba nubes altas por un cielo tan azul que parecía pintado al óleo.
Durante los recreos la mayor parte de los profesores o bien se quedaban en sus clases o bien se reunían en la sala de profesores, pero Myriam decidió salir a tomar el aire. Necesitaba moverse. Sus pensamientos corrían más aprisa que los miles de piececitos cuyas pisadas resonaban a su alrededor.
—Señorita Jackson —gritó una niña—, ¡míreme!
Myriam se volvió y observó a Marci Evans saltar por las barras paralelas y sonreír.
—Estupendo, cariño —gritó Myriam sin dejar de caminar, con la mente ocupada en otros asuntos.
Desde la cena familiar, dos días antes, había estado pensando. Pensando sobre su vida. Sobre su hijo. Sobre Víctor. Myriam alzó una mano y se pellizcó el puente de la nariz esperando aliviar el dolor de cabeza. Inútil. No era de extrañar, apenas había dormido más de dos horas durante el último par de días.
Le resultaba difícil dormir cuando no podía apartar de su mente la imagen de Víctor. Difícil, cuando su cuerpo ardía en deseos de que él la tocara y su alma anhelaba algo que le daba miedo pedir. Difícil, cuando su corazón estaba herido. Myriam suspiró y dejó que su mirada vagara sin rumbo fijo por el jardín hasta que sus ojos tropezaron con un niño solitario, de pie junto a la verja metálica que rodeaba el colegio. Jeremy se agarraba a ella y miraba el aparcamiento. Myriam frunció el ceño, se acercó a él y lo llamó. Jeremy volvió la cabeza. Incluso a aquella distancia podía leerse la desilusión dibujada en su rostro. Luego el chico se giró de nuevo y su vista volvió a fijarse en el aparcamiento.
—¿Qué estás haciendo? —le preguntó Myriam acercándose a su lado y poniendo una mano sobre su hombro.
—No ha venido —musitó Jeremy sacudiendo la cabeza.
—¿Quién no ha venido?
—Víctor —contestó Jeremy tenso, apoyando la frente sobre la verja—Dijo que vendría hoy al juego de «Mostrar y Contar», pero es casi la hora, y aún no ha llegado.
Myriam echó un rápido vistazo al aparcamiento pensando en que quizá Jeremy pudiera haber dejado pasar el coche de Víctor, pero un instante después se encogió de hombros.
—Cariño, es medio día, estoy segura de que Víctor tiene cosas que hacer a estas horas en la base.
Jeremy sacudió la cabeza y se mordió el labio inferior.
—No, dijo que vendría, dijo que podía venir. Y no ha venido.
Aquello apenas tenía importancia, ningún adulto se la habría dado, pero para un niño constituía toda una desilusión. Sin duda Jeremy le habría contado a toda su clase que iba a asistir un marine, y cuando vieran que no aparecía comenzarían a gastarle bromas.
¿Pero por qué no iba a asistir?, se preguntó Myriam. Víctor había cumplido todas las promesas que le había hecho a su hijo. Había continuado entrenando a la Liga Infantil aun después de decidir alejarse de ella, y le había asegurado a su hijo una y otra vez que jamás hacía promesas que no pensara cumplir. Tenía que haber una razón para su ausencia, reflexionó Myriam sorprendiéndose a sí misma ante su fe en Víctor. De algún modo, durante las dos últimas semanas, Víctor Mahoney le había enseñado a confiar de nuevo. Él le había demostrado que se podía confiar en él, había probado su lealtad ante su hijo. Le había demostrado que era un hombre honrado. El agudo dolor que llevaba en su corazón desde hacía días pareció aligerarse un poco, y una diminuta sonrisa curvó sus labios. Myriam agarró al niño del corazón roto y lo obligó a girarse hacia ella, tomó sus manos entre las de ella y lo miró a los ojos.
—Víctor te prometió que vendría, ¿no es así?
—Sí —asintió el niño.
—Entonces vendrá —dijo ella con firmeza.
—Pero...
—No hay peros que valgan —interrumpió Myriam riéndose interiormente y pensando en cuánto se parecía a su madre—. Cuando Víctor hace una promesa siempre la cumple, ¿no es así?
—Sí... —contestó Jeremy poco convencido, aunque esperanzado.
—Entonces vendrá.
—¿Tú crees?
—Lo sé —sacudió Myriam la cabeza—, y si lo piensas bien, tú también.
Jeremy se sorbió la nariz, frunció el ceño y meditó las palabras de su madre para, finalmente, asentir.
—Tienes razón, mamá, vendrá.
Myriam apretó las manos de su hijo y se puso en pie, y Jeremy, aun a riesgo de ser humillado por sus compañeros más tarde, abrazó con fuerza a su madre. Luego la miró, sonrió y se marchó a jugar. Ya no necesitaba quedarse observando junto a la verja. Myriam miró hacia el aparcamiento.
—Vendrá —dijo en voz alta, maravillándose de la seguridad que se reflejaba en su actitud.
¿Cómo no se había dado cuenta antes? ¿Cómo no había comprendido que Víctor Mahoney era un hombre en el que se podía confiar, un hombre para el que el honor lo era todo? ¿Cómo no había caído en la cuenta de que era el tipo de marido con el que siempre había soñado, el padre que Jeremy se merecía, el hombre al que siempre amaría?
—Así que viene al juego de «Mostrar y Contar», ¿eh? —susurró comenzando a caminar hacia el colegio.
Quizá ella pudiera interceptarlo cuando saliera de la clase de Jeremy para «mostrarle y contarle» unas cuantas cosas, reflexionó. Media hora más tarde Myriam estaba delante de la pizarra anotando unos cuantos problemas de matemáticas cuando escuchó un ruido poco familiar. Hizo una pausa y escuchó con más atención.
Tenía la puerta de la clase abierta. Aquel ruido del pasillo fue aumentando de volumen hasta que se hizo evidente que estaba cerca. Myriam dejó la tiza, salió de detrás de la mesa e hizo un gesto con la mano a la clase para que permanecieran callados. Entonces caminó hasta la puerta y asomó la cabeza.
—¡Oh, Dios mío...! —murmuró atónita.
Por el centro del pasillo, marcando el paso, caminaba el marine más vistoso que jamás hubiera visto. Perecía un anuncio de reclutamiento. Llevaba el uniforme azul completo, con espada y todo, y se movía con la precisión de un desfile. Jeremy iba a su lado sonriendo, con los ojos muy abiertos, y tras ellos un grupo de oficinistas sonrientes y de profesoras. Myriam sintió que se le secaba la boca y se le hacía un nudo en la garganta. Víctor no estaba haciendo todo aquello como demostración del juego de «Mostrar y Contar» para la clase de segundo, reflexionó. Se trataba de algo más. Mucho más. Myriam retrocedió hasta su clase e hizo caso omiso del revuelo y de la curiosidad que todo aquello despertó en su clase de tercero. Fijó la vista en la puerta abierta, trató de concentrarse en respirar y sintió que a cada segundo le costaba más. Y siguió retrocediendo y retrocediendo hasta que se dio contra la mesa.
En ese instante Víctor hizo un brusco giro a la derecha. Sus tacones chocaron con estruendo antes de entrar en la clase de Myriam y cruzar el espacio que los separaba. Myriam escuchó cómo sus alumnos contenían el aliento sin ni siquiera percatarse de ello.
—Tenías razón, mamá —gritó Jeremy con voz dulce, que ella apenas oyó—. Víctor vino, tal y como tú decías. Y me ha sacado de clase, porque dice que tengo que estar aquí delante cuando hable contigo —explicó el chico mirando a sus compañeros con aire de superioridad.
—Espero que no le importe, señorita Jackson —intervino la profesora de Jeremy, que estaba detrás de Víctor—, pero pensé que era mejor acompañar a Jeremy...
Bueno, no había sido por miedo por el chico precisamente por lo que Donna Jarvis había salido de su clase. Se trataba, sencillamente, de curiosidad. Pero a Myriam no le importó. De hecho, excepto por su hijo, la clase hubiera podido estar vacía.
Myriam se quedó mirando a Víctor en silencio, tratando de calmarse. Lo observó alargar una mano, quitarse el impecable guante blanco y guardárselo bajo el brazo. Luego sus miradas se encontraron, y ella vio el amor, la esperanza y la promesa escritos en sus preciosos ojos verdes.
—Myriam —dijo él con una voz que retumbó en la habitación y que obligó a todos a callarse— soy tu caballero con armadura de marine.
Myriam sonrió para sí misma. Sus rodillas comenzaron a temblar. Entonces él hizo una floritura y, con la mano derecha, sacó la espada de su funda, colgada a la izquierda de su torso. El lustroso acero emitió un timbre que causó la admiración general, brillando y reflejando los rayos de sol que entraban por la ventana. Víctor levantó la espada y la sujetó con firmeza con la punta hacia arriba, junto a su torso y su rostro. Todos los ojos estaban clavados en él.
Myriam sintió que el corazón le latía agitadamente en el pecho, sintió las lágrimas agolparse en sus ojos. Entonces, lentamente, manteniendo la espalda completamente erguida, Víctor se puso de rodillas ante ella. Myriam respiró hondo, profundamente. Casi tenía miedo de respirar. Él bajó la espada a su lado, clavó la vista en ella y dijo en voz alta:
—Quiero matar a tus dragones.
Una de las profesoras suspiró pesadamente, pero Myriam no la oyó. Lo único que oía era la voz de Víctor diciéndole todas las cosas que ella siempre había deseado escuchar. Víctor la miraba solo a ella, como si estuvieran solos en la habitación. Myriam estaba completamente hipnotizada.
—Quiero ser el padre de tu hijo y de los hijos que tengamos juntos. Quiero amarte para siempre. Quiero ser el hombre al que tú ames.
—Víctor... —logró pronunciar ella en un susurro, a pesar del nudo de su garganta, mientras él se ponía en pie y ella buscaba algo más que decir.
Víctor deslizó la espada en su lugar en silencio y se metió la mano derecha en el bolsillo de la chaqueta. Cuando volvió a sacarla y a alargarla hacia ella llevaba una pequeña caja de terciopelo azul en la mano.
—Cásate conmigo, Ángel —dijo con voz más íntima, más suave y más baja.
Una lágrima escapó de los ojos de Myriam resbalando por su mejilla. La imagen de Víctor comenzó a nublarse, y ella parpadeó. Víctor alargó la mano izquierda y abrió la cajita para enseñarle el anillo que había escogido para ella. Era un rubí con forma de corazón, rodeado de diamantes, que brillaba tentándola a ponérselo. Víctor inclinó la cabeza hacia ella y susurró:
—Es mi corazón, Ángel. Te lo doy. Y te prometo amarte para siempre.
Myriam levantó la vista y lo miró a los ojos.
—¿Lo prometes? —susurró.
Víctor esbozó una media sonrisa y contestó:
—Te lo prometo. Y tú sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
—Yo también, marine —contestó Myriam alargando la mano izquierda hacia él—. Y te prometo amarte y corresponderte.
Algo brilló en los ojos de Víctor, que sacó el anillo de la caja y se lo colocó en el dedo. Luego alzó la mano de ella con el anillo y la rozó contra sus labios. El peso frío de aquel anillo pareció encajar en su dedo perfectamente.
—Entonces, ¿nos casamos? —preguntó Jeremy en voz alta, excitado.
Víctor sonrió una vez más y volvió la vista hacia el niño que, desde ese momento y en adelante, sería su hijo.
—Si a ti te parece bien, nos casamos.
—¿Que si me parece bien? —Rió Jeremy— ¡Pero si ha sido idea mía!
—Así es, hijo —rió Víctor volviéndose de nuevo hacia la mujer que lo había salvado cuando ni él mismo sabía que lo necesitara.
En aquellos ojos marrones Víctor vio reflejado su futuro, su felicidad y la vida que jamás había esperado tener.
—Este ha sido un ejercicio de «Mostrar y Contar» —dijo Myriam mientras la audiencia aplaudía.
—Ángel —murmuró Víctor estrechándola contra sí— aún no has visto nada.
Y entonces la besó.
Epílogo
Tres semanas después
—Yo os declaro marido y mujer.
Por fin, pensó Myriam. Volvía a ser una mujer casada. Y, en esa ocasión, todo iría bien. Lo sabía. Hasta la boda había sido perfecta. Nada de ceremonias apresuradas para Víctor Mahoney. La boda se celebró en una iglesia, junto a la familia y los amigos. Con Víctor todo se convertía en una cuestión de tradición, de honor y de todas las maravillosas cosas en las que siempre había creído.
Myriam sonrió al párroco y se volvió a medias hacia su nuevo marido. Víctor ya estaba tirando de ella, estrechándola y reclamando su primer beso como marido y mujer. Myriam inclinó la cabeza hacia atrás y contempló los preciosos ojos verdes de él, viendo reflejada en sus profundidades la felicidad que ella misma sentía cantar en sus venas.
—Hola, esposa mía —murmuró él.
—Hola, marido —susurró ella.
—¿Te he dicho ya lo guapa que estás hoy? —inquirió Víctor mirándola de arriba abajo.
—Acabas de hacerlo —respondió ella.
Se sentía bella con aquel vestido de novia de color marfil que le llegaba hasta los pies, adornado de encaje en el escote y el borde.
—Te prometo que siempre te amaré —dijo Víctor atrayéndola a sus brazos e inclinando la cabeza hacia ella.
—Yo también te amo —contestó Myriam poniéndose de puntillas.
Los labios de Víctor se acercaron lentamente, con reverencia, a los de ella. Luego los segundos comenzaron a pasar y pasar. Víctor la estrechó de la cintura cada vez con más fuerza, profundizando en el beso hasta inclinarla hacia atrás como en los besos de las películas de los años treinta. La audiencia aplaudió, y las piedras de la iglesia retumbaron con el ruido. Cuando Víctor terminó de besarla y la dejó en el suelo Myriam se calmó y luchó por respirar.
Marie, la dama de honor, le devolvió el bouquet de flores a Myriam y Víctor la agarró del brazo. Juntos miraron el mar de sonrisas que los contemplaban. Y mientras tanto una corta fila de marines, vestidos con su uniforme azul, se volvieron elegantemente y marcharon en desfile saliendo de la iglesia. Sus tacones retumbaron rítmicamente sobre el suelo. Todas las cabezas se volvieron para mirar. Fuera, los marines ocuparon sus puestos a ambos lados de la puerta doble de la iglesia y, con precisión coreográfica, elevaron sus espadas formando un arco brillante que relucía al sol. Myriam sintió que se le hacía un nudo en la garganta, que sus ojos se llenaban de lágrimas.
—¡Eh! —gritó Jeremy en medio del silencio que el espectáculo causó.
Myriam parpadeó y miró a su hijo, tan pequeño y tan crecido, con su primer traje de etiqueta.
—¿Qué ocurre, hijo? —preguntó Víctor poniendo una mano sobre su nombro.
—¿Podemos comer tarta ya?
Un murmullo de risas resonó en la iglesia. Víctor sonrió y miró al niño que era por fin su hijo. Su familia.
—Es una idea excelente, Jeremy —contestó volviéndose hacia su mujer—. ¿Salimos?
—Sí, sargento de primera —respondió Myriam con entusiasmo.
—Venga, vamos —dijo Víctor bajando del altar y dirigiéndose a la calle.
Los amigos y la familia los siguieron de cerca. No querían perderse el ritual a las puertas de la iglesia, cuando los novios pasaran por debajo del arco formado por las espadas de los militares. Caminando bajo ellas Myriam sintió el orgullo de Víctor, el orgullo de pertenecer al cuerpo de la armada, y algo muy dentro de ella se conmovió. Víctor le ofrecía eso también, ese sentimiento de pertenecer a algo más grande que ellos. Al terminar de pasar bajo el arco de acero el último de los marines, el que estaba situado a la derecha, bajó la espada hasta el suelo y dijo:
—Bienvenida a la Armada, señora Mahoney.
Su voz profunda se escuchó por encima de los murmullos de la gente reunida. Myriam se estremeció. Víctor le había avisado con tiempo de aquel ritual en particular, pero a pesar de todo la pilló por sorpresa. Miró al marine, y llegó justo a tiempo de verlo sonreír. Luego, como si fueran uno solo, los marines gritaron:
—¡ Uuurraaahhh!
Y al mismo tiempo sus espadas chocaron y el metal resonó. Entonces aquella guardia privada rompió filas y sus componentes se unieron al resto de los congregados que rodeaban a los novios. Los rayos de un sol primaveral caían sobre ellos bajo el cielo azul. La brisa del mar sopló volándole el velo a Myriam, y mientras los invitados los rodeaban Víctor la tomó por la cintura y la levantó en el aire.
Myriam apoyó las manos sobre sus hombros y miró su rostro sonriente lanzando una rápida y ferviente plegaria a Dios a modo de agradecimiento.
—¡La última de las novias Santini muerde el polvo! —exclamó Gina.
—¿La última? —Preguntó Maryann mientras Víctor volvía a poner a Myriam sobre el suelo—. No lo creo.
—¿De qué estás hablando, mamá? —inquirió Marie por encima de las voces de la gente.
—De esto —contestó su madre alzando la mano izquierda para enseñar un anillo de compromiso con un enorme brillante.
—¿Qué? —Preguntó Myriam mirando alternativamente al anillo y a su madre—. ¿Qué ocurre?
—¡Salvatore! —gritó Maryann Santini.
Salvatore Mazzeo, bien conocido en el vecindario, era un hombre alto, de pelo cano y ojos negros. Llegó al lado de Maryann y la agarró del brazo posesivamente.
—¡Mamá! —gritó Myriam suspicaz.
Maryann se encogió de hombros, sonrió y contestó, sencillamente:
—Todo empezó en el crucero, y ahora Salvatore y yo... bueno, niñas, deberíais saber que seré la próxima Santini que se case.
Mientras las hermanas y cuñados de Myriam se arremolinaban en torno a la nueva pareja Víctor tiró de Myriam, aún sorprendida, y la llevó aparte.
—¿Te molesta lo de tu madre? —preguntó Víctor.
Myriam reflexionó por un momento, pero luego sacudió la cabeza y miró a su marido.
—No, no me molesta. Quizá me habría molestado si hubiera ocurrido antes de que tú y yo nos conociéramos, pero hoy solo deseo que todo el mundo sea tan feliz como yo.
Víctor alargó una mano y la tomó de la barbilla.
—Siempre trataré de que seas así de feliz —declaró mientras contemplaba su rostro acariciándola con los ojos.
—Tú sigue amándome así —dijo ella—, y ya verás cómo lo soy.
Entonces Myriam giró el rostro para besar la palma de la mano de Víctor.
—Te lo prometo —susurró Víctor guiñando un ojo y sonriendo—. Y tú sabes que yo siempre cumplo mis promesas.
Fin.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
miil graciias por la novelita niña me encanto de principio a fin
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
MUY BUENA NOVELA, MUCHAS GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Muchas gracias por la novela, me encanto, ke lindo Vic jeje. Te esperamos con otra.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Un Hombre Para una Noche Maureen Child
GRACIAS POR LA NOVELA
dany- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
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