Un Hombre Perdido (Final)
+12
myrithalis
fresita
mats310863
myrielpasofan
Dianitha
alma.fra
Marianita
Eva_vbb
susy81
QLs
nayelive
marimyri
16 participantes
Página 1 de 4.
Página 1 de 4. • 1, 2, 3, 4
Un Hombre Perdido (Final)
esta es la primera vez que posteo una novela. He leido muuuuuuchas novelas aunque la verdad casi no he leido de Myriam y Victor asi que la verdad no se si esta novela ya la han puesto en algun otro foro de Myriam y Victor. La busque aqui y no la encontre asi que por eso me decidi a postearla. A mi la verdad me gusto mucho y ojala (si es que no la han leido ya) tambien les guste a ustedes.
Solo les pido paciencia ya que soy nueva en esto de postear novelas.
Capítulo Uno
Ninguna buena acción queda sin castigo
No había proverbio más cierto, pensó Víctor García. Y debería haberlo tenido en cuenta. Aunque no imaginaba cómo podría haber hecho las cosas de otra manera.
—Te debo una —suspiró Eric Montemayor desde el asiento del pasajero, golpeando con los nudillos la escayola que tenía en la pierna—. En realidad, te debo dos. Me salvas el pellejo y, además, me llevas a casa para que pueda casarme.
—No me debes nada —Víctor miró a su amigo con una sonrisa en los labios. El oscuro hematoma de la frente hacía contraste con su pálida piel y el pelo oscuro, siempre despeinado, era como una especie de halo alrededor de su cabeza—. Estás horrible.
—Oye, si no fuera por ti ahora mismo estaría frío y rígido en el depósito de cadáveres…
—Ya, ya —le cortó Víctor, para que no siguiera—. ¿Te encuentras bien?
—¿Preguntas como amigo o como médico?
—¿A cuál de ellos contestarás con sinceridad?
Riendo, Eric se pasó una mano por los ojos, como si quisiera despertarse.
—Estoy bien. Cansado… pero agradecido de estar vivo.
Víctor García, de treinta y cuatro años, era un hombre alto y fibroso. De pelo oscuro y ojos marron, contaba con más mujeres que hombres entre sus pacientes pero, de todas formas, en lo único que se fijaba era en sus síntomas.
Tenía un grupo muy reducido de amigos y Eric era uno de ellos, pero en las últimas semanas Eric actuaba más como un fan. Y a Víctor no se le daba bien
soportar tanta gratitud.
Si no quería eso, quizá no debería haberse hecho médico, pensó. Aunque no tuvo opción. Desde niño, lo único que le había interesado era la medicina. A los cinco años, tomó prestado el estetoscopio de su abuelo para escuchar los latidos del corazón de su perro, que le parecieron un poco erráticos. Hasta el veterinario se quedó impresionado al descubrir que tenía razón. Y ese descubrimiento había sellado su futuro.
Pero que alguien lo mirase con tanta confianza casi le daba miedo. La confianza era una carga que no quería soportar… porque era una responsabilidad demasiado grande. Un pensamiento raro para un médico. Pero allí estaba.
—No me debes nada —repitió por enésima vez—. Yo estaba en el coche, ¿qué iba a hacer, salir corriendo y dejarte allí?
Eric se encogió de hombros.
—Otros lo habrían hecho. No todo el mundo entraría en un coche en llamas para sacar a alguien —dijo, señalando el brazo vendado de Víctor—. Con un brazo herido, además.
—Es sólo un esguince de muñeca.
El vendaje era una molestia y, en su opinión, innecesaria. Pero los médicos de Urgencias habían insistido y la noche del accidente él estaba demasiado agotado como para discutir.
Todo había ocurrido en unos segundos, como a cámara lenta. Un camión se metió en su carril y Eric dio un volantazo. Luego, el chirrido de los frenos, los segundos interminables en los que el coche estuvo dando vueltas y el golpe seco contra el suelo. Él no perdió el conocimiento, pero Eric sí. Víctor, aun asustado por las llamas, tuvo presencia de ánimo para sacar a su amigo del coche. Tuvieron suerte esa noche. De no ser así, la familia de Eric estaría organizando su funeral, en lugar de su boda.
—De todas formas…
—Vale, sí, soy un héroe. Súper Víctor me llaman.
Además, si alguien estaba en deuda con el otro, ése era él. Eric Montemayor siempre había sido un buen amigo, especialmente durante los últimos años, cuando Víctor empezó a apartarse de todo. Eric se negó a abandonarlo y, por eso, se sentía en deuda con él.
De modo que allí estaban, frente a la casa de los padres de su amigo, con dos semanas por delante antes de volver a su vida normal. En circunstancias normales, habría ido a la boda el mismo día, pero Eric insistió en que lo llevara a casa y se quedase unos días con su familia. Y Víctor había tenido que aceptar.
Dos semanas de vacaciones en el norte de California, en Sunrise Beach. No le apetecía lo más mínimo, pero era un hombre de palabra y no podía echarse atrás.
La casa de la familia Montemayor tenía un jardín muy verde a pesar del calor del verano. Había maceteros con flores de todos los colores en las ventanas y, en el porche, un enorme helecho trepaba por las paredes, cubriéndolas de vegetación. La casa estaba pintada de amarillo, con una cenefa verde alrededor de puertas y ventanas. Parecía un sitio bien cuidado, agradable. La calle era silenciosa,
rodeada de árboles… y sólo estaba a cien metros de la playa.
Para cualquier otra persona, aquél habría sido un sitio estupendo para tomarse unas vacaciones. Para Víctor… él tenía la impresión de ir a la batalla desarmado.
—Vamos —dijo Eric—. Mis padres están deseando conocerte.
Víctor observó la multitud de gente que entraba en la casa, como alumnos de un instituto al oír la campana que señalaba el final del recreo.
—Quizá deberías entrar tú solo… Yo me iré al hotel y volveré mañana.
«O al día siguiente», pensó, observando el gentío en la puerta. ¿Con cuántos miembros contaba la familia Montemayor?
—De eso nada —insistió Eric, tomando las muletas del asiento trasero—. Si te dejo solo, volverás a Los Angeles.
Que su amigo lo conociera tan bien era irritante, pero Víctor se obligó a sí mismo a sonreír cuando vio que dos personas se acercaban al coche.
—¡Dios mío, Eric, tu pierna! —exclamó una mujer de pelo rubio un poco canoso, acercándose al coche. Debía ser su madre.
—Estás fatal, hijo.
—Hombre, gracias, papá —rió Eric—. Venga, échame una mano.
—Apártate, cariño —dijo el hombre, tomando las muletas con una mano y el brazo de su hijo con la otra.
Víctor no se movió, dejando que Eric besara y abrazara a su familia. Sin duda, pronto le tocaría a él, pero si se quedaba muy quieto, quizá… El ruidoso grupo no dejaba de abrazar a su amigo, celebrando su regreso a casa. Un labrador negro ladraba mientras un crío de unos seis años y una niña más pequeña bailaban alrededor del círculo de adultos, intentando llamar su atención.
Era como un anuncio navideño.
Y Víctor se sentía como un extraño.
Era un extraño y en ningún momento le había quedado más claro. Por supuesto, eso era lo que deseaba, ¿no? Él no quería ataduras, ni lazos. Los había tenido una vez y todo se derrumbó de repente, destrozándolo en el proceso.
Había aprendido de la manera más dura que los lazos humanos te hacen vulnerable. Y aunque a veces se sintiera solo, no pensaba olvidarlo. Se quedaría donde estaba hasta que los Montemayor volvieran a casa.
Pero ese alegre pensamiento duró sólo un segundo, hasta que una de las mujeres del grupo metió la cabeza por la ventanilla del coche.
—Tú debes ser Víctor.
—Seguramente —dijo él, tomándose unos segundos para mirar a la mujer, objetivamente, claro, como un amante del arte admiraría un cuadro. Era de piel clara, pero estaba bronceada por el sol. Tenía los ojos muy grandes y de color miel, el pelo castaño, sujeto en una coleta que caía sobre su hombro izquierdo.
La camiseta y los vaqueros que llevaba parecían viejos y cómodos.
—¿Tú eres…?
—Myriam —sonrió ella—. La hermana de Eric… bueno, una de ellas. Hay otra por ahí, Debbie.
Víctor miró a la otra hermana, más bajita, más gordita, que abrazaba a Eric como si quisiera estrangularlo.
—Ah, ya veo.
—Es fácil distinguirnos, ella está embarazada de seis meses y yo no.
—Me acordaré —dijo Víctor, aunque sería imposible confundir a aquella chica con ninguna otra.
—¿Vas a salir del coche o piensas quedarte ahí para siempre?
—Pues… no lo sé. La verdad es que pensaba dejar a Eric y marcharme al hotel…
—No, de eso nada —lo interrumpió ella, entrando alegremente en el coche—. Ah, esto es mucho mejor, me estaba dando tortícolis.
Víctor se quedó mirándola un momento y luego miró a Eric, que tenía un niño en brazos.
Una familia.
Una parte de él añoraba eso, el lazo que los unía. Por otro lado, sabía que esos lazos eran cadenas que, una vez cerradas, ahogaban a un hombre. Mejor evitarlas, ¿no?
—Bonito coche —dijo Myriam.
—Gracias.
¿Cómo podía pedirle que se fuera sin ser grosero?, se preguntó Víctor.
Ella sacó el CD del estéreo para echarle un vistazo.
—Rock and roll, qué bien. Me gusta la gente que aprecia los clásicos.
Aparentemente, no pensaba irse. Víctor la miró, con lo que esperaba que fuese una mirada de las que hacían salir corriendo a la gente. Tenía mucha práctica y siempre le había funcionado, pero a Myriam Montemayor no parecía asustarla en absoluto porque se echó a reír. Y no era una risa musical y femenina, no, era una sonora carcajada que lo puso nervioso.
—Perdona. ¿Ésa es la mirada «fulminante»?
—¿Qué?
—Oye, Víctor —lo llamó Eric—. Ábreme el capó, venga.
Aleluya. Lo que fuera con tal de irse al hotel. Cuando miró por el retrovisor, vio que toda la familia Montemayor parecía reunida detrás de su coche.
—Así que eres médico —dijo Myriam.
—Sí —contestó Víctor, sin dejar de observar la frenética actividad de los Montemayor.
—¿Qué especialidad? Eric no me lo ha dicho.
—Médico de familia.
—Ah, que bien. No me gustan los especialistas —sonrió Myriam.
—¿Por qué? —preguntó él, con una ceja levantada.
—No lo sé. A lo mejor es que veo demasiado la televisión, pero los especialistas parecen más interesados en las enfermedades que en los pacientes.
—No todos…
Ella agarró el retrovisor para atusarse el pelo.
—La verdad es que veo demasiada televisión. Como no tengo nada que hacer…
Eso era demasiada información, pensó Víctor. ¿Por qué no entraban en casa de una vez?
—No me haces ni caso con la esperanza de que me marche, ¿verdad?
Víctor tragó saliva.
—No, es que…
—¿Estás de mal humor?
—No.
—Otra vez me estás mirando así. Deberías haberte dado cuenta de que esa mirada no funciona conmigo.
—¿Y qué funcionaría? —preguntó él.
Myriam volvió a reír.
—Eso tendrás que averiguarlo tú sólito.
Intentar descifrar a Myriam Montemayor sería una tarea de años, pensó Víctor. Y él no estaría allí tanto tiempo. Dos semanas, se recordó a sí mismo. Dos semanas hasta la boda de Eric y luego volvería a Los Angeles, a su consulta, al bendito silencio de su dúplex.
Cuando oyó que cerraban el capó, dejó escapar un suspiro. En aquel momento, la habitación del hotel le parecía un paraíso.
—Parece que ya han terminado —dijo Myriam, abriendo la puerta. Pero luego se volvió, con una sonrisa en los labios—. Sugiero que te relajes y salgas sin protestar.
—¿Qué? —exclamó él, al ver que los Montemayor no sólo se llevaban la maleta de Eric sino la suya también—. ¡Eric! —gritó, pero nadie le hizo ni caso—. ¿Dónde van con…?
—No pensarás que mis padres iban a dejar que el hombre que salvó la vida a mi hermano se alojara en un hotel, ¿verdad?
Víctor la miró. Myriam sabía perfectamente que se sentía atrapado y no parecía importarle en absoluto.
—Bueno, doctor García, ¿va a venir de buen grado o tendré que ponerme dura?
Solo les pido paciencia ya que soy nueva en esto de postear novelas.
Capítulo Uno
Ninguna buena acción queda sin castigo
No había proverbio más cierto, pensó Víctor García. Y debería haberlo tenido en cuenta. Aunque no imaginaba cómo podría haber hecho las cosas de otra manera.
—Te debo una —suspiró Eric Montemayor desde el asiento del pasajero, golpeando con los nudillos la escayola que tenía en la pierna—. En realidad, te debo dos. Me salvas el pellejo y, además, me llevas a casa para que pueda casarme.
—No me debes nada —Víctor miró a su amigo con una sonrisa en los labios. El oscuro hematoma de la frente hacía contraste con su pálida piel y el pelo oscuro, siempre despeinado, era como una especie de halo alrededor de su cabeza—. Estás horrible.
—Oye, si no fuera por ti ahora mismo estaría frío y rígido en el depósito de cadáveres…
—Ya, ya —le cortó Víctor, para que no siguiera—. ¿Te encuentras bien?
—¿Preguntas como amigo o como médico?
—¿A cuál de ellos contestarás con sinceridad?
Riendo, Eric se pasó una mano por los ojos, como si quisiera despertarse.
—Estoy bien. Cansado… pero agradecido de estar vivo.
Víctor García, de treinta y cuatro años, era un hombre alto y fibroso. De pelo oscuro y ojos marron, contaba con más mujeres que hombres entre sus pacientes pero, de todas formas, en lo único que se fijaba era en sus síntomas.
Tenía un grupo muy reducido de amigos y Eric era uno de ellos, pero en las últimas semanas Eric actuaba más como un fan. Y a Víctor no se le daba bien
soportar tanta gratitud.
Si no quería eso, quizá no debería haberse hecho médico, pensó. Aunque no tuvo opción. Desde niño, lo único que le había interesado era la medicina. A los cinco años, tomó prestado el estetoscopio de su abuelo para escuchar los latidos del corazón de su perro, que le parecieron un poco erráticos. Hasta el veterinario se quedó impresionado al descubrir que tenía razón. Y ese descubrimiento había sellado su futuro.
Pero que alguien lo mirase con tanta confianza casi le daba miedo. La confianza era una carga que no quería soportar… porque era una responsabilidad demasiado grande. Un pensamiento raro para un médico. Pero allí estaba.
—No me debes nada —repitió por enésima vez—. Yo estaba en el coche, ¿qué iba a hacer, salir corriendo y dejarte allí?
Eric se encogió de hombros.
—Otros lo habrían hecho. No todo el mundo entraría en un coche en llamas para sacar a alguien —dijo, señalando el brazo vendado de Víctor—. Con un brazo herido, además.
—Es sólo un esguince de muñeca.
El vendaje era una molestia y, en su opinión, innecesaria. Pero los médicos de Urgencias habían insistido y la noche del accidente él estaba demasiado agotado como para discutir.
Todo había ocurrido en unos segundos, como a cámara lenta. Un camión se metió en su carril y Eric dio un volantazo. Luego, el chirrido de los frenos, los segundos interminables en los que el coche estuvo dando vueltas y el golpe seco contra el suelo. Él no perdió el conocimiento, pero Eric sí. Víctor, aun asustado por las llamas, tuvo presencia de ánimo para sacar a su amigo del coche. Tuvieron suerte esa noche. De no ser así, la familia de Eric estaría organizando su funeral, en lugar de su boda.
—De todas formas…
—Vale, sí, soy un héroe. Súper Víctor me llaman.
Además, si alguien estaba en deuda con el otro, ése era él. Eric Montemayor siempre había sido un buen amigo, especialmente durante los últimos años, cuando Víctor empezó a apartarse de todo. Eric se negó a abandonarlo y, por eso, se sentía en deuda con él.
De modo que allí estaban, frente a la casa de los padres de su amigo, con dos semanas por delante antes de volver a su vida normal. En circunstancias normales, habría ido a la boda el mismo día, pero Eric insistió en que lo llevara a casa y se quedase unos días con su familia. Y Víctor había tenido que aceptar.
Dos semanas de vacaciones en el norte de California, en Sunrise Beach. No le apetecía lo más mínimo, pero era un hombre de palabra y no podía echarse atrás.
La casa de la familia Montemayor tenía un jardín muy verde a pesar del calor del verano. Había maceteros con flores de todos los colores en las ventanas y, en el porche, un enorme helecho trepaba por las paredes, cubriéndolas de vegetación. La casa estaba pintada de amarillo, con una cenefa verde alrededor de puertas y ventanas. Parecía un sitio bien cuidado, agradable. La calle era silenciosa,
rodeada de árboles… y sólo estaba a cien metros de la playa.
Para cualquier otra persona, aquél habría sido un sitio estupendo para tomarse unas vacaciones. Para Víctor… él tenía la impresión de ir a la batalla desarmado.
—Vamos —dijo Eric—. Mis padres están deseando conocerte.
Víctor observó la multitud de gente que entraba en la casa, como alumnos de un instituto al oír la campana que señalaba el final del recreo.
—Quizá deberías entrar tú solo… Yo me iré al hotel y volveré mañana.
«O al día siguiente», pensó, observando el gentío en la puerta. ¿Con cuántos miembros contaba la familia Montemayor?
—De eso nada —insistió Eric, tomando las muletas del asiento trasero—. Si te dejo solo, volverás a Los Angeles.
Que su amigo lo conociera tan bien era irritante, pero Víctor se obligó a sí mismo a sonreír cuando vio que dos personas se acercaban al coche.
—¡Dios mío, Eric, tu pierna! —exclamó una mujer de pelo rubio un poco canoso, acercándose al coche. Debía ser su madre.
—Estás fatal, hijo.
—Hombre, gracias, papá —rió Eric—. Venga, échame una mano.
—Apártate, cariño —dijo el hombre, tomando las muletas con una mano y el brazo de su hijo con la otra.
Víctor no se movió, dejando que Eric besara y abrazara a su familia. Sin duda, pronto le tocaría a él, pero si se quedaba muy quieto, quizá… El ruidoso grupo no dejaba de abrazar a su amigo, celebrando su regreso a casa. Un labrador negro ladraba mientras un crío de unos seis años y una niña más pequeña bailaban alrededor del círculo de adultos, intentando llamar su atención.
Era como un anuncio navideño.
Y Víctor se sentía como un extraño.
Era un extraño y en ningún momento le había quedado más claro. Por supuesto, eso era lo que deseaba, ¿no? Él no quería ataduras, ni lazos. Los había tenido una vez y todo se derrumbó de repente, destrozándolo en el proceso.
Había aprendido de la manera más dura que los lazos humanos te hacen vulnerable. Y aunque a veces se sintiera solo, no pensaba olvidarlo. Se quedaría donde estaba hasta que los Montemayor volvieran a casa.
Pero ese alegre pensamiento duró sólo un segundo, hasta que una de las mujeres del grupo metió la cabeza por la ventanilla del coche.
—Tú debes ser Víctor.
—Seguramente —dijo él, tomándose unos segundos para mirar a la mujer, objetivamente, claro, como un amante del arte admiraría un cuadro. Era de piel clara, pero estaba bronceada por el sol. Tenía los ojos muy grandes y de color miel, el pelo castaño, sujeto en una coleta que caía sobre su hombro izquierdo.
La camiseta y los vaqueros que llevaba parecían viejos y cómodos.
—¿Tú eres…?
—Myriam —sonrió ella—. La hermana de Eric… bueno, una de ellas. Hay otra por ahí, Debbie.
Víctor miró a la otra hermana, más bajita, más gordita, que abrazaba a Eric como si quisiera estrangularlo.
—Ah, ya veo.
—Es fácil distinguirnos, ella está embarazada de seis meses y yo no.
—Me acordaré —dijo Víctor, aunque sería imposible confundir a aquella chica con ninguna otra.
—¿Vas a salir del coche o piensas quedarte ahí para siempre?
—Pues… no lo sé. La verdad es que pensaba dejar a Eric y marcharme al hotel…
—No, de eso nada —lo interrumpió ella, entrando alegremente en el coche—. Ah, esto es mucho mejor, me estaba dando tortícolis.
Víctor se quedó mirándola un momento y luego miró a Eric, que tenía un niño en brazos.
Una familia.
Una parte de él añoraba eso, el lazo que los unía. Por otro lado, sabía que esos lazos eran cadenas que, una vez cerradas, ahogaban a un hombre. Mejor evitarlas, ¿no?
—Bonito coche —dijo Myriam.
—Gracias.
¿Cómo podía pedirle que se fuera sin ser grosero?, se preguntó Víctor.
Ella sacó el CD del estéreo para echarle un vistazo.
—Rock and roll, qué bien. Me gusta la gente que aprecia los clásicos.
Aparentemente, no pensaba irse. Víctor la miró, con lo que esperaba que fuese una mirada de las que hacían salir corriendo a la gente. Tenía mucha práctica y siempre le había funcionado, pero a Myriam Montemayor no parecía asustarla en absoluto porque se echó a reír. Y no era una risa musical y femenina, no, era una sonora carcajada que lo puso nervioso.
—Perdona. ¿Ésa es la mirada «fulminante»?
—¿Qué?
—Oye, Víctor —lo llamó Eric—. Ábreme el capó, venga.
Aleluya. Lo que fuera con tal de irse al hotel. Cuando miró por el retrovisor, vio que toda la familia Montemayor parecía reunida detrás de su coche.
—Así que eres médico —dijo Myriam.
—Sí —contestó Víctor, sin dejar de observar la frenética actividad de los Montemayor.
—¿Qué especialidad? Eric no me lo ha dicho.
—Médico de familia.
—Ah, que bien. No me gustan los especialistas —sonrió Myriam.
—¿Por qué? —preguntó él, con una ceja levantada.
—No lo sé. A lo mejor es que veo demasiado la televisión, pero los especialistas parecen más interesados en las enfermedades que en los pacientes.
—No todos…
Ella agarró el retrovisor para atusarse el pelo.
—La verdad es que veo demasiada televisión. Como no tengo nada que hacer…
Eso era demasiada información, pensó Víctor. ¿Por qué no entraban en casa de una vez?
—No me haces ni caso con la esperanza de que me marche, ¿verdad?
Víctor tragó saliva.
—No, es que…
—¿Estás de mal humor?
—No.
—Otra vez me estás mirando así. Deberías haberte dado cuenta de que esa mirada no funciona conmigo.
—¿Y qué funcionaría? —preguntó él.
Myriam volvió a reír.
—Eso tendrás que averiguarlo tú sólito.
Intentar descifrar a Myriam Montemayor sería una tarea de años, pensó Víctor. Y él no estaría allí tanto tiempo. Dos semanas, se recordó a sí mismo. Dos semanas hasta la boda de Eric y luego volvería a Los Angeles, a su consulta, al bendito silencio de su dúplex.
Cuando oyó que cerraban el capó, dejó escapar un suspiro. En aquel momento, la habitación del hotel le parecía un paraíso.
—Parece que ya han terminado —dijo Myriam, abriendo la puerta. Pero luego se volvió, con una sonrisa en los labios—. Sugiero que te relajes y salgas sin protestar.
—¿Qué? —exclamó él, al ver que los Montemayor no sólo se llevaban la maleta de Eric sino la suya también—. ¡Eric! —gritó, pero nadie le hizo ni caso—. ¿Dónde van con…?
—No pensarás que mis padres iban a dejar que el hombre que salvó la vida a mi hermano se alojara en un hotel, ¿verdad?
Víctor la miró. Myriam sabía perfectamente que se sentía atrapado y no parecía importarle en absoluto.
—Bueno, doctor García, ¿va a venir de buen grado o tendré que ponerme dura?
Última edición por marimyri el Mar Oct 20, 2009 6:12 pm, editado 9 veces
marimyri- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 591
Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
muy buena historia gracias por ponerla estare pidiendo capi jaaj
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
yupi
yujuuuuuuuuuuu me gusta me gusta!! sigueleee esas son viejas no fregaderas hahaha
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
jajajajaja me gusta "myriam" esas son viejas jajajaja...muy buena wey....jajajajajajaja que cosas jajajajajajajajjajajaja....no tienes ni idea cuanto me rei al ver el tema jajajajajajajaja....como te dije un dia estoy en shock jajajajajaja
lo malo es que te voy a estar chin.... por msn para capitulos a si que mas te vale que sea diario jajajajaja
te me cuidas muchooooo y haber que dia nos vemos jajajajajajaja no manches jajajajajajaja....pero me da muchisisisimo gusto wey que andes por aca
lo malo es que te voy a estar chin.... por msn para capitulos a si que mas te vale que sea diario jajajajaja
te me cuidas muchooooo y haber que dia nos vemos jajajajajajaja no manches jajajajajajaja....pero me da muchisisisimo gusto wey que andes por aca
susy81- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 157
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
QUE PADRE NOVELITA NUEVA NIÑA AQUI ESTAREMOS DE LATOSAS PIDIENDOTE CAP... SI NO ES DE ADIARIO DE PERDIS 3 VECES X SEMANA SIPASSS SE QUE ES LA PRIMERA VEZ QUE TE ANIMASA POSTEAR NOVELA Y QUE BUENO QUE TE ANIMASTE MAS X QUE ES DE MIS NIÑOS Y PA-CIEN-CIAAA LA TENEMOS PERO NO AGUANTAMOS MUCHO QUE NOS DEJES ABANDONADAS ASI QUE SI TE TARDAS EN POSTEAR NOS LEVANTAMOS A HUELGA NO TE CREASSSSS
PERO SIIIII PERO COMO TU VAS A SER TAN BUENA CON NOSOTRAS QUE NO VA AVER NECESIDAD DE ESO.
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Qué padre, nueva novela!!!!!! Nomás que no entedí una cosa, tú la escribiste o cómo estuvo eso??? Gracias por ponerla, síguele que está padrísima!!!!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
ke buen inio, creo ke Vic entro en panico jaja.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Gracias por su mensajitos. Quiero aclarar que la novela no es mia. es de una escritora de nombre Maureen Child. Tratare de postear lo mas seguido que pueda pero no prometo diario. Lo intentare pero todo depende de que tan pesadas esten las tareas de la uni.
y wey ya vez la gente puede cambiar
tambien me da mucho gusto verte por aca y pues ya vez aqui estare posteando capis para una novela. al rato voy a ser mas vicobebe que tu wey
ojala pronto nos veamos en el msn. por lo pronto hoy en la noche voy a estar en el msn.
aqui les dejo el capitulo de hoy
Capítulo Dos
La comida, pensó Víctor, era una señal internacional de bienvenida.
Y la familia Montemayor lo había convertido en una ciencia.
La cocina, grande y cuadrada, estaba limpísima, con los muebles brillantes. Había una mesa grande de madera bajo la ventana y el sol del atardecer se filtraba a través de las cortinas, que se movían con la brisa. Y sobre la mesa, justo bajo esos rayos del sol, había suficiente comida para un regimiento: un pavo asado, un jamón, ensaladas y todos los platos conocidos para el hombre.
La familia Montemayor estaba alrededor de la mesa, sosteniendo platos, servilletas y vasos llenos de ponche, refrescos o cerveza… y sin dejar de hablar, todos a la vez.
Víctor había sido prácticamente empujado hacia la mesa y, hambriento o no, estaba claro que esperaban verlo comer hasta que quedara inconsciente.
—Toma un poco de ensalada de pasta —dijo Debbie, la otra hermana de Eric, mientras le llenaba un plato—. Mi madre la hace de maravilla.
—Y no olvides mis mazorcas de maíz —intervino el señor Montemayor, Dan, añadiendo una bien untada de mantequilla.
—Se lo agradezco mucho, pero…
—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Eric.
—No, gracias.
El marido de Debbie, Bill, estaba llenando el plato de su hija pequeña mientras la señora Montemayor, Emma, se encargaba de alimentar a su nieto. El hermano de Eric, Jake, observaba la escena apoyado en la pared, con un vaso de cerveza en la mano. Myriam, sentada en la encimera, observaba a Víctor abrirse paso en aquel campo de minas. Encantada, claro.
«Me alegro de hacerte reír», pensó Víctor.
Como hijo único, él no estaba acostumbrado a tanto jaleo. Sus padres eran mayores y siempre lo trataron como si fuera un adulto. Lo incluían en las decisiones familiares, lo animaban a leer y lo llevaban, durante las vacaciones, a los grandes museos del mundo.
Su experiencia de la vida familiar era completamente diferente de la de los Montemayor. En casa de sus padres, las comidas eran momentos tranquilos en los que charlaban sobre asuntos de política o temas sociales.
Aquello era como un día en el circo. El ruido era increíble y las conversaciones cruzadas desafiaban cualquier intento de comprensión.
Pero ninguno de ellos parecía tener ningún problema.
—Kevin, si no comes verduras, no hay pastel —lo regañó Debbie, su madre.
—Le he puesto verduras en el plato —protestó su madre.
—Pero también tiene que comer carne. Los niños tienen que comer carne.
—Los niños pueden vivir sin carne —la desafió el patriarca—. Lo que necesitan es leche.
—No todo el mundo puede tomar leche —intervino Eric—. Pregúntaselo a Víctor. Él es médico.
—¿Habéis hablado con la empresa de catering para el banquete? —era Debbie quien hacía la pregunta, pero Víctor no sabía a quién iba dirigida.
—Pero si no tomas leche, los huesos no se hacen fuertes —siguió el padre de Eric.
—Sí, está todo controlado —contestó la novia de Eric, Jen. Víctor no sabía si hablaba del banquete, de la leche o de qué. No sabía si alguien tenía claro de qué se hablaba y, aparentemente, daba igual.
—Mira a Eric —sonrió el marido de Debbie—. Él no bebe leche y por eso se le ha partido el fémur.
—Eso fue un accidente, no tiene nada que ver con la falta de calcio —replicó Eric, levantando una muleta como para darle un golpe, que su cuñado evitó apartándose de un salto.
—Da igual —siguió Dan, el padre—. Si Eric hubiera seguido bebiendo leche, podría no tener que casarse con muletas.
Víctor miraba de unos a otros, atónito. Desde el estéreo del salón llegaba música de los cuarenta, el perro ladraba en el jardín y Eric y su hermano empezaron a discutir sobre las diferencias entre un coche deportivo y un monovolumen.
Cuando volvió la cabeza, vio que Myriam le hacía un gesto con el dedo para que la siguiera. Y él obedeció, lo cual daba la medida de su desesperación.
Ella lo llevó hasta el porche y cerró la puerta. El relativo silencio era una bendición… casi un evento espiritual.
Pero Myriam lo estropeó soltando una carcajada.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Sin dejar de reír, ella se sentó en el balancín y dio un golpecito con la mano en el cojín para que se sentara a su lado.
—Anda, relájate.
Tenía dos opciones: quedarse solo con Myriam o de vuelta a la guerra. Víctor miró hacia atrás… y sólo tardó un segundo en tomar una decisión. Dejó el plato lleno de comida y la cerveza sobre una mesita de madera y se sentó a su lado, soltando un suspiro de alivio.
—¿Son siempre así?
—¿Así de ruidosos? Sí, siempre.
—¿Y cómo se entienden?
—No sé, es como la taquigrafía —bromeó ella, empujando el balancín con la punta del pie—. Con cuatro niños en la familia, se aprende pronto que o pides lo que quieres en voz alta o te quedas sin ello.
—¿Y crees que alguien estaba escuchando?
—¡Ja! —rió Myriam—. Siempre están escuchando, créeme. Cuando era una cría, yo intentaba colar alguna frase para ver si me escuchaban…
—¿Por ejemplo?
—Pues… ¿puedo ir a la fiesta de Terry ahora que sus padres no están en casa?
—¿Y te oían?
—Claro, no se les pasa ni una. Y, por supuesto, la respuesta era no. Pero son estupendos.
Víctor miró hacia el salón. Detrás de las cortinas verdes había un territorio extraño.
—Ya me imagino, pero…
—… pero estar con ellos te hace sentir…
—¿Incómodo?
—Yo iba a decir atrapado —rió Myriam.
Víctor no había querido ofender a nadie y esperaba que el resto de la familia no fuese tan perceptivo como ella.
—Eso suena un poco fuerte.
—No había visto nunca a un hombre más necesitado de que lo rescataran.
—Quizá no un rescate, pero un respiro ha estado bien. Gracias —sonrió Víctor, tomando la cerveza.
—Oye, yo soy la primera en admitir que cuesta un poco acostumbrarse a mi familia. Especialmente, alguien nuevo.
—Gracias, eres muy comprensiva.
—De nada.
—¿Siempre eres tan agradable?
—No, casi nunca. Me has pillado en un buen día —sonrió Myriam.
—Qué suerte tengo.
—¿Es un sarcasmo o lo dices de verdad?
—Lo digo de verdad —contestó Víctor.
—Entonces, gracias.
—De nada.
—¿Lo ves? No ha sido tan difícil.
—¿Qué?
—Estamos teniendo una conversación.
—Ha terminado tan pronto que casi no me he dado cuenta —sonrió Víctor.
—Ya estás aprendiendo. ¿Quieres que volvamos a entrar?
Sus facciones debían ser un espejo de sus pensamientos porque Myriam se acercó para hablarle casi al oído:
—No hay prisa. Eres el invitado de honor, así que puedes hacer lo que quieras.
—¿Yo soy el invitado de honor? Pensé que toda esa comida era un homenaje para Eric.
—No del todo. Los héroes tienen que ser recibidos como se merecen.
Víctor se apartó unos centímetros de aquella mujer tan guapa. Aunque algo le decía que unos centímetros no serían suficiente.
—No soy un héroe.
—Eso tendrás que probárselo a mis padres. Y a la novia de Eric.
—Sencillamente, estaba en el coche, ¿Qué iba a hacer?
—Me alegro mucho de que estuvieras en el coche.
—Yo también —contestó Víctor, con sinceridad.
Luego se quedaron en un cómodo silencio. Llevaba demasiado tiempo solo como para acostumbrarse enseguida a estar rodeado de gente. Su mundo consistía en el dúplex, la autopista, la consulta, nada más. Durante los fines de semana se quedaba en la consulta arreglando papeles y por las noches hacía gimnasia o veía una película en televisión. Cuando tenía insomnio, algo que ocurría a menudo, salía al balcón para mirar las estrellas.
Víctor se movió en el asiento, un poco incómodo con tanto autoexamen. Él nunca se paraba a pensar en su vida. Pero ya que lo hacía, se preguntó si lo de estar solo había sido una decisión consciente o sencillamente había ocurrido… después de lo de Mary.
Pero su vida había cambiado por completo después de Mary. Su forma de ver las cosas, lo que pensaba, lo que sentía. Nada era como había sido antes. Durante los últimos dos años, se había encerrado en su soledad y salir de ella, aunque fuera brevemente, le resultaba tan desagradable como si lo soltaran en medio del Amazonas con un trozo de cuerda y una linterna.
—Esto no te gusta nada, ¿verdad?
La voz de Myriam interrumpió sus pensamientos.
Ella rió, mientras cruzaba las piernas sobre el balancín. Parecía absolutamente cómoda consigo misma y con lo que la rodeaba. Y Víctor envidaba eso.
—Me has oído. Sólo intentas encontrar una respuesta que no sea ofensiva.
Era molesto ser tan transparente. Como médico, Víctor se enorgullecía de su cara de póquer. No quería que sus pacientes pudieran leer el diagnóstico en su cara antes de que pudiese hablar con ellos. Y en su vida personal también intentaba mantener una expresión indescifrable para que nadie entrara en sus pensamientos, en su corazón.
Excepto con Mary.
Pero ella había sido tan diferente.
Myriam Montemayor era simplemente… bueno, la expresión diferente también podría aplicársele.
—Tu familia parece muy agradable.
—Y ruidosa.
—Eso también.
—Y pueden serlo mucho más.
—No sé cómo —murmuró Víctor.
Myriam rió de nuevo. Era un sonido sexy, muy agradable… Víctor se puso tenso.
Eso era algo que no había esperado y que no quería.
—Espera y verás —bromeó ella—. Mañana llegarán la tía Beth y el tío Jim con sus niños y luego la abuela Joan y su novio, Oliver…
—¿Tu abuela tiene novio?
—Es veinte años más joven que ella —explicó Myriam—. Y te aseguro que mi padre no se lo ha tomado nada bien. Tener un posible padrastro de tu edad debe ser un trago.
Víctor sacudió la cabeza. Debería haberle dado las gracias a sus padres cuando estaban vivos por ser tan… normales.
—Y al día siguiente, mi prima Nora con su hijo Tommy… esconde las cerillas, por cierto.
—¿Un pirómano? —preguntó Víctor, perplejo.
—Bueno, sólo tiene siete años, pero parece que ya ha elegido carrera.
—Genial.
—Y durante la semana llegarán muchos más.
¿Más parientes? ¿Cómo podía haber más? A Víctor le entraron ganas de salir corriendo. Pero no podía porque, seis meses antes, aceptó ser testigo en la boda de su amigo Eric.
—Menos mal que he reservado habitación en un hotel —murmuró para sí mismo.
Pero, aparentemente, uno no tenía que estar hablando con Myriam Montemayor para recibir contestación.
—En esta familia los hoteles no están permitidos. Mis padres acogerán a muchos parientes porque su casa es la más grande, Debbie y su marido se llevarán a unos cuantos y los solteros se quedarán en casa de Jake, pobrecillos.
Víctor hizo una mueca. No podría recordar todos los nombres. Pero como sólo iba a estar allí durante unas semanas, no era importante, pensó.
—¿Por qué pobrecillos?
—Porque la casa de Jake no es muy grande y, además, vive como un cerdo.
Aunque la verdad es que él nunca está en casa. Trabaja para el gobierno… algo que se supone que no debemos comentar. Difícil de creer porque Jake nunca ha sido capaz de guardar un secreto —le explicó Myriam—. Aunque no es asunto mío, claro.
Y tampoco suyo, pensó Víctor. Pero podría ser una excusa…
—Con toda esa gente, lo mejor será que me vaya al hotel cuanto antes…
—Buen intento, chaval.
—¿Qué?
Myriam le puso una mano en el brazo.
—De irte a un hotel, ni hablar. Ya te han asignado habitación.
—Pensé que lo decías de broma…
—No —sonrió ella, acercándose un poco más. Aquella vez, Víctor pudo oler su perfume, un aroma a flores, muy suave, muy tentador. Aquello no estaba bien.
Las sonrisas de Myriam Montemayor, el olor de su perfume, le parecían más interesantes de lo normal.
Pero no pensaba seguir pensando en ello. Conteniendo el aliento para no sentirse seducido, Víctor se concentró en lo que estaba diciendo.
—Tú vas a quedarte en mi casa.
Oh, no. Él no estaba acostumbrado a las tentaciones. Y cualquier hombre de sangre caliente se sentiría tentado por aquella mujer.
—Me parece que no.
—¿Tienes miedo? —bromeó ella.
—¿De qué?
—De mí.
—No lo creo —contestó Víctor, aunque no era cierto del todo. Tenía miedo de esos ojazos color miel y de ese perfume que parecía meterse en su cerebro.
—No ha sido idea mía, así que no tienes nada que temer. Es cosa de mis padres —le explicó Myriam—. Te están tan agradecidos por salvar a Eric que ya te consideran parte de la familia.
Él sintió un escalofrío.
—Y la familia no se aloja en un hotel —siguió Myriam, moviendo la cabeza. La coleta rebotaba de un hombro a otro—. No te preocupes, no me he enamorado locamente de ti.
Víctor nunca estaba seguro de si hablaba en serio o…
—Yo no he dicho eso.
—No, pero lo estabas pensando.
—¿Yo? No, te equivocas.
—Ah —dijo ella, levantando un dedo, como un detective en una vieja película—. Tengo tu palabra, ¿verdad?
Víctor se levantó del balancín, incómodo. De pie, mirándola desde su altura, se sentía un poco mejor.
—Mira, te agradezco mucho la oferta, pero creo que alojarme en un hotel será más conveniente para todos.
—No creo que sea más conveniente que alojarte en mi casa. Vivo ahí al lado.
—¿Qué?
—Ahí —sonrió Myriam, señalando la casa que había detrás de ellos—. Ésa es la mía. La compré hace un par de años para estar sola, pero ¿cómo iba a estar sola teniendo a mis padres tan cerca?
—No sé.
—Pues yo sí —suspiró ella—. Pero era muy barata y no quería tirar el dinero en un alquiler. Afortunadamente, mis padres no suelen aparecer sin avisar.
—Enhorabuena.
Myriam lo miró un momento, en silencio.
—Eso se te da muy bien.
—¿Qué?
—No hablar de lo que no quieres.
Víctor soltó una carcajada.
—En tu familia todo el mundo habla de lo que le parece.
—Cierto —sonrió ella, levantándose de golpe. Pero cuando el balancín le golpeó la pierna, cayó hacia delante.
Instintivamente, Víctor la sujetó, pero no había contado con que ella le echara los brazos al cuello. Ni con que ese gesto le hiciera sentir algo por dentro.No era alta, su coronilla le llegaba hasta la barbilla. Y estaba cerca, muy cerca. Víctor dio un paso atrás.
—No creo…
—Serás un héroe otra vez.
Aquella conversación era como una noria.
—Yo no soy un…
—Muy bien —lo cortó Myriam—. No te has portado como un héroe con Eric, sólo hiciste lo que tenías que hacer. Pero ahora tienes la oportunidad de ser un héroe… para mí.
Víctor suspiró, sintiendo como si algo se lo estuviera tragando, algo que no podía controlar. Myriam parecía inofensiva, de hecho era la típica chica americana: de tez blanca, guapa, alegre. Pero si a eso se añadía su habilidad para leer sus pensamientos y ver en su alma cosas que él no quería que viera nadie…
Víctor no había pensado que acabaría tan involucrado con la familia de Eric.
Pensaba asistir a la boda, ir al banquete y volver a casa. Pero eso, claramente, no iba a pasar.
Y ahora, mirándola a los ojos, supo que no debía preguntar de qué demonios estaba hablando. Pero había despertado su curiosidad.
—Me rindo. ¿Por qué me convertiría en un héroe si me alojo en tu casa?
—Si eres mi invitado, no tendré que alojar al pequeño pirómano.
—Tu primo…
—Tommy.
—Eso es.
Víctor se lo pensó un momento. Se metería en un lío si se quedaba en su casa. Aquella mujer se reía mucho, intuía mucho y lo hacia sentir… lo hacía «sentir». Pero podría aguantar dos semanas, se dijo a sí mismo. Dos semanas no eran nada. Y después podría tener paz y tranquilidad. Además, seguramente su casa era más tranquila que la de sus padres y ella estaría muy ocupada organizando la boda. Podría estar solo sin insultar a la familia Montemayor.
Podría funcionar.
—Sé un héroe —insistió Myriam—. Sálvame de un destino peor que la muerte.
Seguramente lo lamentaría, pensó Víctor, mirando aquellos ojazos miel. Él no quería ser un héroe.
Y, sin embargo, contestó:
—Muy bien, de acuerdo.
y wey ya vez la gente puede cambiar
tambien me da mucho gusto verte por aca y pues ya vez aqui estare posteando capis para una novela. al rato voy a ser mas vicobebe que tu wey
ojala pronto nos veamos en el msn. por lo pronto hoy en la noche voy a estar en el msn.
aqui les dejo el capitulo de hoy
Capítulo Dos
La comida, pensó Víctor, era una señal internacional de bienvenida.
Y la familia Montemayor lo había convertido en una ciencia.
La cocina, grande y cuadrada, estaba limpísima, con los muebles brillantes. Había una mesa grande de madera bajo la ventana y el sol del atardecer se filtraba a través de las cortinas, que se movían con la brisa. Y sobre la mesa, justo bajo esos rayos del sol, había suficiente comida para un regimiento: un pavo asado, un jamón, ensaladas y todos los platos conocidos para el hombre.
La familia Montemayor estaba alrededor de la mesa, sosteniendo platos, servilletas y vasos llenos de ponche, refrescos o cerveza… y sin dejar de hablar, todos a la vez.
Víctor había sido prácticamente empujado hacia la mesa y, hambriento o no, estaba claro que esperaban verlo comer hasta que quedara inconsciente.
—Toma un poco de ensalada de pasta —dijo Debbie, la otra hermana de Eric, mientras le llenaba un plato—. Mi madre la hace de maravilla.
—Y no olvides mis mazorcas de maíz —intervino el señor Montemayor, Dan, añadiendo una bien untada de mantequilla.
—Se lo agradezco mucho, pero…
—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Eric.
—No, gracias.
El marido de Debbie, Bill, estaba llenando el plato de su hija pequeña mientras la señora Montemayor, Emma, se encargaba de alimentar a su nieto. El hermano de Eric, Jake, observaba la escena apoyado en la pared, con un vaso de cerveza en la mano. Myriam, sentada en la encimera, observaba a Víctor abrirse paso en aquel campo de minas. Encantada, claro.
«Me alegro de hacerte reír», pensó Víctor.
Como hijo único, él no estaba acostumbrado a tanto jaleo. Sus padres eran mayores y siempre lo trataron como si fuera un adulto. Lo incluían en las decisiones familiares, lo animaban a leer y lo llevaban, durante las vacaciones, a los grandes museos del mundo.
Su experiencia de la vida familiar era completamente diferente de la de los Montemayor. En casa de sus padres, las comidas eran momentos tranquilos en los que charlaban sobre asuntos de política o temas sociales.
Aquello era como un día en el circo. El ruido era increíble y las conversaciones cruzadas desafiaban cualquier intento de comprensión.
Pero ninguno de ellos parecía tener ningún problema.
—Kevin, si no comes verduras, no hay pastel —lo regañó Debbie, su madre.
—Le he puesto verduras en el plato —protestó su madre.
—Pero también tiene que comer carne. Los niños tienen que comer carne.
—Los niños pueden vivir sin carne —la desafió el patriarca—. Lo que necesitan es leche.
—No todo el mundo puede tomar leche —intervino Eric—. Pregúntaselo a Víctor. Él es médico.
—¿Habéis hablado con la empresa de catering para el banquete? —era Debbie quien hacía la pregunta, pero Víctor no sabía a quién iba dirigida.
—Pero si no tomas leche, los huesos no se hacen fuertes —siguió el padre de Eric.
—Sí, está todo controlado —contestó la novia de Eric, Jen. Víctor no sabía si hablaba del banquete, de la leche o de qué. No sabía si alguien tenía claro de qué se hablaba y, aparentemente, daba igual.
—Mira a Eric —sonrió el marido de Debbie—. Él no bebe leche y por eso se le ha partido el fémur.
—Eso fue un accidente, no tiene nada que ver con la falta de calcio —replicó Eric, levantando una muleta como para darle un golpe, que su cuñado evitó apartándose de un salto.
—Da igual —siguió Dan, el padre—. Si Eric hubiera seguido bebiendo leche, podría no tener que casarse con muletas.
Víctor miraba de unos a otros, atónito. Desde el estéreo del salón llegaba música de los cuarenta, el perro ladraba en el jardín y Eric y su hermano empezaron a discutir sobre las diferencias entre un coche deportivo y un monovolumen.
Cuando volvió la cabeza, vio que Myriam le hacía un gesto con el dedo para que la siguiera. Y él obedeció, lo cual daba la medida de su desesperación.
Ella lo llevó hasta el porche y cerró la puerta. El relativo silencio era una bendición… casi un evento espiritual.
Pero Myriam lo estropeó soltando una carcajada.
—¿Qué te hace tanta gracia?
Sin dejar de reír, ella se sentó en el balancín y dio un golpecito con la mano en el cojín para que se sentara a su lado.
—Anda, relájate.
Tenía dos opciones: quedarse solo con Myriam o de vuelta a la guerra. Víctor miró hacia atrás… y sólo tardó un segundo en tomar una decisión. Dejó el plato lleno de comida y la cerveza sobre una mesita de madera y se sentó a su lado, soltando un suspiro de alivio.
—¿Son siempre así?
—¿Así de ruidosos? Sí, siempre.
—¿Y cómo se entienden?
—No sé, es como la taquigrafía —bromeó ella, empujando el balancín con la punta del pie—. Con cuatro niños en la familia, se aprende pronto que o pides lo que quieres en voz alta o te quedas sin ello.
—¿Y crees que alguien estaba escuchando?
—¡Ja! —rió Myriam—. Siempre están escuchando, créeme. Cuando era una cría, yo intentaba colar alguna frase para ver si me escuchaban…
—¿Por ejemplo?
—Pues… ¿puedo ir a la fiesta de Terry ahora que sus padres no están en casa?
—¿Y te oían?
—Claro, no se les pasa ni una. Y, por supuesto, la respuesta era no. Pero son estupendos.
Víctor miró hacia el salón. Detrás de las cortinas verdes había un territorio extraño.
—Ya me imagino, pero…
—… pero estar con ellos te hace sentir…
—¿Incómodo?
—Yo iba a decir atrapado —rió Myriam.
Víctor no había querido ofender a nadie y esperaba que el resto de la familia no fuese tan perceptivo como ella.
—Eso suena un poco fuerte.
—No había visto nunca a un hombre más necesitado de que lo rescataran.
—Quizá no un rescate, pero un respiro ha estado bien. Gracias —sonrió Víctor, tomando la cerveza.
—Oye, yo soy la primera en admitir que cuesta un poco acostumbrarse a mi familia. Especialmente, alguien nuevo.
—Gracias, eres muy comprensiva.
—De nada.
—¿Siempre eres tan agradable?
—No, casi nunca. Me has pillado en un buen día —sonrió Myriam.
—Qué suerte tengo.
—¿Es un sarcasmo o lo dices de verdad?
—Lo digo de verdad —contestó Víctor.
—Entonces, gracias.
—De nada.
—¿Lo ves? No ha sido tan difícil.
—¿Qué?
—Estamos teniendo una conversación.
—Ha terminado tan pronto que casi no me he dado cuenta —sonrió Víctor.
—Ya estás aprendiendo. ¿Quieres que volvamos a entrar?
Sus facciones debían ser un espejo de sus pensamientos porque Myriam se acercó para hablarle casi al oído:
—No hay prisa. Eres el invitado de honor, así que puedes hacer lo que quieras.
—¿Yo soy el invitado de honor? Pensé que toda esa comida era un homenaje para Eric.
—No del todo. Los héroes tienen que ser recibidos como se merecen.
Víctor se apartó unos centímetros de aquella mujer tan guapa. Aunque algo le decía que unos centímetros no serían suficiente.
—No soy un héroe.
—Eso tendrás que probárselo a mis padres. Y a la novia de Eric.
—Sencillamente, estaba en el coche, ¿Qué iba a hacer?
—Me alegro mucho de que estuvieras en el coche.
—Yo también —contestó Víctor, con sinceridad.
Luego se quedaron en un cómodo silencio. Llevaba demasiado tiempo solo como para acostumbrarse enseguida a estar rodeado de gente. Su mundo consistía en el dúplex, la autopista, la consulta, nada más. Durante los fines de semana se quedaba en la consulta arreglando papeles y por las noches hacía gimnasia o veía una película en televisión. Cuando tenía insomnio, algo que ocurría a menudo, salía al balcón para mirar las estrellas.
Víctor se movió en el asiento, un poco incómodo con tanto autoexamen. Él nunca se paraba a pensar en su vida. Pero ya que lo hacía, se preguntó si lo de estar solo había sido una decisión consciente o sencillamente había ocurrido… después de lo de Mary.
Pero su vida había cambiado por completo después de Mary. Su forma de ver las cosas, lo que pensaba, lo que sentía. Nada era como había sido antes. Durante los últimos dos años, se había encerrado en su soledad y salir de ella, aunque fuera brevemente, le resultaba tan desagradable como si lo soltaran en medio del Amazonas con un trozo de cuerda y una linterna.
—Esto no te gusta nada, ¿verdad?
La voz de Myriam interrumpió sus pensamientos.
Ella rió, mientras cruzaba las piernas sobre el balancín. Parecía absolutamente cómoda consigo misma y con lo que la rodeaba. Y Víctor envidaba eso.
—Me has oído. Sólo intentas encontrar una respuesta que no sea ofensiva.
Era molesto ser tan transparente. Como médico, Víctor se enorgullecía de su cara de póquer. No quería que sus pacientes pudieran leer el diagnóstico en su cara antes de que pudiese hablar con ellos. Y en su vida personal también intentaba mantener una expresión indescifrable para que nadie entrara en sus pensamientos, en su corazón.
Excepto con Mary.
Pero ella había sido tan diferente.
Myriam Montemayor era simplemente… bueno, la expresión diferente también podría aplicársele.
—Tu familia parece muy agradable.
—Y ruidosa.
—Eso también.
—Y pueden serlo mucho más.
—No sé cómo —murmuró Víctor.
Myriam rió de nuevo. Era un sonido sexy, muy agradable… Víctor se puso tenso.
Eso era algo que no había esperado y que no quería.
—Espera y verás —bromeó ella—. Mañana llegarán la tía Beth y el tío Jim con sus niños y luego la abuela Joan y su novio, Oliver…
—¿Tu abuela tiene novio?
—Es veinte años más joven que ella —explicó Myriam—. Y te aseguro que mi padre no se lo ha tomado nada bien. Tener un posible padrastro de tu edad debe ser un trago.
Víctor sacudió la cabeza. Debería haberle dado las gracias a sus padres cuando estaban vivos por ser tan… normales.
—Y al día siguiente, mi prima Nora con su hijo Tommy… esconde las cerillas, por cierto.
—¿Un pirómano? —preguntó Víctor, perplejo.
—Bueno, sólo tiene siete años, pero parece que ya ha elegido carrera.
—Genial.
—Y durante la semana llegarán muchos más.
¿Más parientes? ¿Cómo podía haber más? A Víctor le entraron ganas de salir corriendo. Pero no podía porque, seis meses antes, aceptó ser testigo en la boda de su amigo Eric.
—Menos mal que he reservado habitación en un hotel —murmuró para sí mismo.
Pero, aparentemente, uno no tenía que estar hablando con Myriam Montemayor para recibir contestación.
—En esta familia los hoteles no están permitidos. Mis padres acogerán a muchos parientes porque su casa es la más grande, Debbie y su marido se llevarán a unos cuantos y los solteros se quedarán en casa de Jake, pobrecillos.
Víctor hizo una mueca. No podría recordar todos los nombres. Pero como sólo iba a estar allí durante unas semanas, no era importante, pensó.
—¿Por qué pobrecillos?
—Porque la casa de Jake no es muy grande y, además, vive como un cerdo.
Aunque la verdad es que él nunca está en casa. Trabaja para el gobierno… algo que se supone que no debemos comentar. Difícil de creer porque Jake nunca ha sido capaz de guardar un secreto —le explicó Myriam—. Aunque no es asunto mío, claro.
Y tampoco suyo, pensó Víctor. Pero podría ser una excusa…
—Con toda esa gente, lo mejor será que me vaya al hotel cuanto antes…
—Buen intento, chaval.
—¿Qué?
Myriam le puso una mano en el brazo.
—De irte a un hotel, ni hablar. Ya te han asignado habitación.
—Pensé que lo decías de broma…
—No —sonrió ella, acercándose un poco más. Aquella vez, Víctor pudo oler su perfume, un aroma a flores, muy suave, muy tentador. Aquello no estaba bien.
Las sonrisas de Myriam Montemayor, el olor de su perfume, le parecían más interesantes de lo normal.
Pero no pensaba seguir pensando en ello. Conteniendo el aliento para no sentirse seducido, Víctor se concentró en lo que estaba diciendo.
—Tú vas a quedarte en mi casa.
Oh, no. Él no estaba acostumbrado a las tentaciones. Y cualquier hombre de sangre caliente se sentiría tentado por aquella mujer.
—Me parece que no.
—¿Tienes miedo? —bromeó ella.
—¿De qué?
—De mí.
—No lo creo —contestó Víctor, aunque no era cierto del todo. Tenía miedo de esos ojazos color miel y de ese perfume que parecía meterse en su cerebro.
—No ha sido idea mía, así que no tienes nada que temer. Es cosa de mis padres —le explicó Myriam—. Te están tan agradecidos por salvar a Eric que ya te consideran parte de la familia.
Él sintió un escalofrío.
—Y la familia no se aloja en un hotel —siguió Myriam, moviendo la cabeza. La coleta rebotaba de un hombro a otro—. No te preocupes, no me he enamorado locamente de ti.
Víctor nunca estaba seguro de si hablaba en serio o…
—Yo no he dicho eso.
—No, pero lo estabas pensando.
—¿Yo? No, te equivocas.
—Ah —dijo ella, levantando un dedo, como un detective en una vieja película—. Tengo tu palabra, ¿verdad?
Víctor se levantó del balancín, incómodo. De pie, mirándola desde su altura, se sentía un poco mejor.
—Mira, te agradezco mucho la oferta, pero creo que alojarme en un hotel será más conveniente para todos.
—No creo que sea más conveniente que alojarte en mi casa. Vivo ahí al lado.
—¿Qué?
—Ahí —sonrió Myriam, señalando la casa que había detrás de ellos—. Ésa es la mía. La compré hace un par de años para estar sola, pero ¿cómo iba a estar sola teniendo a mis padres tan cerca?
—No sé.
—Pues yo sí —suspiró ella—. Pero era muy barata y no quería tirar el dinero en un alquiler. Afortunadamente, mis padres no suelen aparecer sin avisar.
—Enhorabuena.
Myriam lo miró un momento, en silencio.
—Eso se te da muy bien.
—¿Qué?
—No hablar de lo que no quieres.
Víctor soltó una carcajada.
—En tu familia todo el mundo habla de lo que le parece.
—Cierto —sonrió ella, levantándose de golpe. Pero cuando el balancín le golpeó la pierna, cayó hacia delante.
Instintivamente, Víctor la sujetó, pero no había contado con que ella le echara los brazos al cuello. Ni con que ese gesto le hiciera sentir algo por dentro.No era alta, su coronilla le llegaba hasta la barbilla. Y estaba cerca, muy cerca. Víctor dio un paso atrás.
—No creo…
—Serás un héroe otra vez.
Aquella conversación era como una noria.
—Yo no soy un…
—Muy bien —lo cortó Myriam—. No te has portado como un héroe con Eric, sólo hiciste lo que tenías que hacer. Pero ahora tienes la oportunidad de ser un héroe… para mí.
Víctor suspiró, sintiendo como si algo se lo estuviera tragando, algo que no podía controlar. Myriam parecía inofensiva, de hecho era la típica chica americana: de tez blanca, guapa, alegre. Pero si a eso se añadía su habilidad para leer sus pensamientos y ver en su alma cosas que él no quería que viera nadie…
Víctor no había pensado que acabaría tan involucrado con la familia de Eric.
Pensaba asistir a la boda, ir al banquete y volver a casa. Pero eso, claramente, no iba a pasar.
Y ahora, mirándola a los ojos, supo que no debía preguntar de qué demonios estaba hablando. Pero había despertado su curiosidad.
—Me rindo. ¿Por qué me convertiría en un héroe si me alojo en tu casa?
—Si eres mi invitado, no tendré que alojar al pequeño pirómano.
—Tu primo…
—Tommy.
—Eso es.
Víctor se lo pensó un momento. Se metería en un lío si se quedaba en su casa. Aquella mujer se reía mucho, intuía mucho y lo hacia sentir… lo hacía «sentir». Pero podría aguantar dos semanas, se dijo a sí mismo. Dos semanas no eran nada. Y después podría tener paz y tranquilidad. Además, seguramente su casa era más tranquila que la de sus padres y ella estaría muy ocupada organizando la boda. Podría estar solo sin insultar a la familia Montemayor.
Podría funcionar.
—Sé un héroe —insistió Myriam—. Sálvame de un destino peor que la muerte.
Seguramente lo lamentaría, pensó Víctor, mirando aquellos ojazos miel. Él no quería ser un héroe.
Y, sin embargo, contestó:
—Muy bien, de acuerdo.
marimyri- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 591
Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
poco a poco caeraa!! y ni cuenta se va a dar hahahaha
m. gracias!!
m. gracias!!
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
gracias por el capi caera redondito jaja muy buena nove
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
graciias niiña x compartiir esta nov con nosotras me encanta creo k viictor esta apunto de caer jajaja x mas k iintenta todo lo contrariio no puede eviitar estar cerca de myriiam xfiitas niiña no tardes en ponernos otro cap siip k me encanto esta noveliita
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Ke padre novela, el Vic no keriendo pero ya va a caer. Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
oooh wow jajajaja no la habia leido pero ya me eche los primeros dos capis y esta padre....me gusta siguele
Re: Un Hombre Perdido (Final)
GRACIASSSSS X EL CAP...
ANDALE VICTOR NO SEAS REGUEGO MIRA QUE SI TE GUSTO LA IDEA DE QUEDARTE EN LA CASA DE LA NIÑA VAS A VER POCO A POCO VAS A CAERR Y YA NO TE VAS A SENTIR ATRAPADO ES MAS NI TE VAS A QUERER IR VAS A QUERER ESTAR TODO EL TIEMPO CON MYRIAM
ANDALE VICTOR NO SEAS REGUEGO MIRA QUE SI TE GUSTO LA IDEA DE QUEDARTE EN LA CASA DE LA NIÑA VAS A VER POCO A POCO VAS A CAERR Y YA NO TE VAS A SENTIR ATRAPADO ES MAS NI TE VAS A QUERER IR VAS A QUERER ESTAR TODO EL TIEMPO CON MYRIAM
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Muchas gracias por el capi niña y por aclararme la duda!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
gracias por sus mensajes
hoy les voy a dejar un 2x1
por cierto tengo una duda ya que no estoy segura de la reglas veran esta novela tiene algunas escenas medio explicitas por decirlo de algun modo (osea medio hot ). Todavia no empiezan las escenas (creo que empiezan en el capitulo 5 o 6) pero el caso es que no se si esta permitido ese tipo de novelas. no quiero decir que la novela sea XXX pero comparado a las novelas que he alcanzado a leer en este foro pues si esta un poco mas fuerte, aunque solo sea unas escenas. ojala y puedan aclarar mi duda y si no estan permitidas este tipo de "escenas" pues tratare de editarla.
bueno ahora si los capitulos de hoy
Capítulo Tres
El aroma a canela y café recibió a Víctor la primera mañana en casa de Myriam. Sentado en la cama, por un momento no supo dónde estaba.
Entonces recordó que se había instalado en casa de la alegre mujer… En ese momento, no recordaba por qué, pero eso no parecía importante. Cuando miró alrededor, pensó que podría estar tranquilamente en una habitación de hotel. Pero no, estaba durmiendo en una habitación pintada de color lavanda, que olía a canela, sobre una cama con elaborado cabecero de hierro forjado.
Apartando el edredón, de flores, Víctor saltó de la cama. En las ventanas, cortinas blancas de lino, que bailaban suavemente con la brisa. Frente a él, una antigua cómoda de nogal y, al otro lado, una estantería con una televisión y un montón de novelas de misterio. Víctor sonrió. Antes de irse a dormir había echado un vistazo. A pesar de haber hecho las prácticas en urgencias, algunas de las portadas de esas novelas le habrían revuelto el estómago a cualquiera.
Una mujer intrigante, Myriam Montemayor, pensó. Por un lado tan romántica como para pintar una habitación de color lavanda, por otro una fan de las novelas de crímenes. ¿Qué decía eso de su personalidad?
¿Y por qué le importaba a él?
Después de darse una ducha en un antiguo y diminuto cuarto de baño, Víctor bajó a la cocina. Le dolía el codo porque se había chocado varias veces con la pared de la ducha y el cuello por haber tenido que inclinarse para recibir el agua en la cara. Pero estaba despierto. Y se había quitado el vendaje de la muñeca, por fin. No era nada, sólo un esguince, ya se lo advirtió a los médicos.
Al atravesar el salón, agradeció que Myriam no fuera una de esas personas que enciende la televisión para oír malas noticias a primera hora de la mañana.
Era un salón grande, acogedor, con dos mullidos sofás que prácticamente te invitaban a tumbarte. Sobre la chimenea de ladrillo, montones de fotografías de su familia en marcos de colores. Cuando llegó a la cocina, apoyó un hombro en el quicio de la puerta y se quedó mirando a Myriam.
Ella estaba de espaldas. Su pelo, sujeto en una trenza, brillaba como el oro. Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros cortados que dejaban al descubierto unas largas y bronceadas piernas. Iba descalza y estaba bailoteando al ritmo de la música que salía de la radio mientras sacaba algo del horno. Detrás de ella, en la mesa de la cocina, varias bandejas con galletas en forma de copa de champán o de… ¿de jarra de cerveza?
Víctor intentó recordar las cosas que Eric le había contado sobre su familia. Pero eran tantos nombres que nunca había prestado mucha atención. Mal hecho por su parte, desde luego.
Cuando Myriam empezó a cantar una canción de Elvis, Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada.
—Yo que tú me dedicaría a las galletas. ¿El público puede tomar café?
Ella se volvió, sorprendida, con una mano manchada de harina sobre el corazón.
—No te había oído. Eres tan silencioso como un ladrón.
—Y tú cantas como una panadera —bromeó él. Estaba guapa por la mañana. Algo en lo que no debería fijarse, pero como hombre que era, resultaba inevitable.
—No quería asustarte.
—Bueno, ahora que mi corazón vuelve a latir otra vez, estás perdonado.
—¿Tanto como para invitarme a un café?
—Nunca le quitaría el café a nadie, es inhumano —sonrió ella—. Si quieres estropear mi maravillosa mezcla de cafés colombianos, en la nevera hay leche y el azúcar está en la despensa.
Él negó con la cabeza.
—Lo tomo solo.
Myriam sonrió.
—Ah, mi tipo de hombre.
La mayoría de los hombres se habría tomado esa frase como una invitación para coquetear, pero Víctor decidió resistir la tentación. No estaba allí para tontear con la hermana de Eric. No quería una aventura de dos semanas y si la quisiera no sería con una mujer como Myriam. Ella no era de ese tipo. Tenía la palabra «formal» prácticamente escrita en la frente. Ella era de las que se casaban, tenían niños y organizaban enormes cenas familiares.
En otras palabras, todo lo que Víctor no era.
—No estés tan segura.
Myriam soltó una carcajada.
—He dicho que eras mi tipo de hombre, no «mi hombre». Así que ya puedes borrar esa expresión de susto de tu cara.
Víctor sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que leyera sus pensamientos?
—En serio —insistió Myriam, señalándolo con el rodillo— tienes que relajarte. Tu virtud está a salvo conmigo.
A Víctor le molestó un poquito ese rechazo. Muy bien, él tampoco estaba interesado pero, por alguna razón, le molestaba la indiferencia de una mujer tan guapa.
—¿Por qué?
Ella sonrió, una sonrisa que era como el primer rayo de sol por la mañana.
—Porque no quiero saber nada de los hombres. ¿No te lo ha contado Eric?
—¿Por qué iba a contármelo?
Myriam se encogió de hombros.
—Porque toda mi familia está preocupada por mí. Creen que estoy deprimida o algo así.
—¿Tú? —exclamó Víctor, sorprendido. ¿Cómo podía nadie pensar que una mujer que prácticamente sonreía las veinticuatro horas del día estaba deprimida?
—Gracias —sonrió ella, echando harina en la masa—. Adoro a mi familia, pero intenta convencerlos de algo.
—¿Y por qué se supone que estás deprimida, según ellos?
Myriam suspiró dramáticamente, llevándose una mano al corazón como una gran trágica.
—Porque me dejó un hombre.
Víctor la miró, sorprendido. Para dejar a una mujer como Myriam había que ser idiota. Bueno, al menos que hubiera sido sometido a una sesión familiar.
—Eric no me ha dicho nada.
Al menos, eso creía. Pero a menudo, cuando su amigo le estaba contando algo de su familia, se ponía a pensar en otra cosa. Quizá Eric había mencionado el asunto, pero Víctor estaba demasiado concentrado en su propia tristeza como para prestar mucha atención al resto del mundo.
Y, por primera vez, eso lo hizo sentir culpable.
—Mejor —dijo Myriam—. No pasa nada, al final he decidido aceptar mi destino.
—¿Y cuál es tu destino?
Ella se puso en jarras. Como tenía las manos llenas de harina se manchó el pantalón, pero no pareció importarle en absoluto.
—No tengo suerte con los hombres, así que he decidido pasar de ellos. A partir de ahora, sólo tendré relaciones con el azúcar.
Víctor sonrió.
—Pues parece que el azúcar y tú vais muy en serio.
—Desde luego que sí. El azúcar nunca me abandonará. Puede que produzca caries y engorde, pero siempre estará ahí. Pase lo que pase.
—¿Y eso es lo importante?
—¿Qué si no?
¿Qué si no?, desde luego.
Víctor volvió a mirar las bandejas que había sobre la mesa. Olían de maravilla. Pero allí había galletas para un batallón.
—¿Por qué haces galletas con forma de jarra y de copa de champán?
—Otra cosa buena del azúcar. Puedes hacer galletas con la forma que quieras —sonrió Myriam—. Éstas me las ha pedido mi madre. Algunas son para la despedida de soltero, otras para la despedida de soltera. Adivina cuáles van dónde.
—No es muy difícil. Pero creo que nunca he comido galletas en una despedida de soltero.
—En ésta lo harás.
—¿Están tan ricas como parecen?
—Dímelo tú —contestó ella, ofreciéndole una con forma de jarra.
Víctor le dio un mordisco. Estaba riquísima; dulce, pero no exageradamente. Y tenía un sabor… que no podría definir.
—¿Te gusta?
—Mucho, está buenísima.
—Gracias.
—¿A qué saben?
—Es un secreto familiar.
—No, en serio.
—Lo digo en serio.
—Pero tus padres me ven como alguien de la familia.
Myriam lo miró en silencio durante unos segundos y Víctor sintió que una nueva tensión se instalaba entre ellos.
—Pero no eres de la familia.
—No vas a decírmelo, ¿verdad?
—Oye, si fuera por ahí contándole mis secretos a todo el mundo me quedaría sin negocio.
—¿Éste es tu negocio? —preguntó Víctor.
—Claro, soy la chica de las galletas.
—¿Qué?
Myriam suspiró, apartándose un mechón de pelo de la frente.
—Muy bien, no has oído hablar de mí. Aún no soy muy conocida, pero lo seré. Hago pasteles para fiestas y eventos promocionales. En un mes, pienso abrir una pastelería.
—¿En serio? —sonrió Víctor. Intrigado por su entusiasmo, se sentó en una silla y tomó otra galleta mientras ella le hablaba de sus planes.
Myriam lo miraba de una forma que habría hecho temblar a otro hombre, pero no a Víctor. Él llevaba dos años sin mirar a una chica guapa y Myriam no iba a ser una excepción.
No mucho.
—He encontrado un local estupendo, con un escaparate grandísimo, estanterías de madera y un horno bastante moderno. Mi negocio crece más deprisa de lo que yo había pensado, así que ya no puedo seguir trabajando en casa.
—¿Eso es lo que quieres?
—¿Eh?
Víctor se levantó para servirse otro café.
—El sueño de mucha gente es trabajar en casa.
—Sí, trabajar en casa es muy cómodo. Además, el alquiler de la tienda cuesta dinero y tendré que contratar a alguien que me ayude, pero así mis productos podrán llegar a más gente.
Víctor no recordaba cuándo había estado tan entusiasmado por algo. Pero Myriam lo estaba, lo veía en sus ojos. Y se dio cuenta de que echaba de menos esa sensación de reto, de apostar por uno mismo, de arriesgarse.
—Empezaré a montarla dos semanas después de la boda, así mi familia podrá echarme una mano.
—Pasas mucho tiempo con tu familia, ¿verdad?
—Es que vivimos muy cerca —contestó ella. Víctor no dijo nada—. Somos demasiado para usted, ¿verdad, doctor Gruñón?
—No soy gruñón.
—Bueno, por ahora no, pero el día acaba de empezar.
—Vaya, gracias —sonrió Víctor, apoyándose en la pared.
Podía oler su perfume, mezclada con el olor a vainilla y canela. Myriam tenía las manos muy bonitas y parecía sonreír continuamente, como si supiera algo que él no sabía. No llevaba anillos, pero sí unos pendientes de aro que bailaban con cada movimiento…
Estaba mirando demasiado a la chica de las galletas, se dijo.
Víctor decidió sentarse, pensando que un poco de distancia calmaría el extraño anhelo que estaba sintiendo y que no podría explicar.
—¿Ya se te ha curado el brazo? —preguntó ella.
—Sí, sólo era un esguince.
—Me alegro. Entonces, ¿puedes ayudarme con la barbacoa?
—¿Qué? —la habilidad de Myriam para cambiar de tema lo hacía sentir como si tuviera que ir corriendo para seguirla.
—En casa de Debbie. Va a hacer una barbacoa y tenemos que ir para ayudarla a poner la mesa y esas cosas.
—Sí, claro.
Más familia, pensó. Aunque aún no podía recordar los nombres de los que le habían presentado el día anterior.
—No pasa nada, no muerden. Bueno, Katie muerde algunas veces…
—¿Qué?
—Es la hija pequeña de Debbie. Pero no te preocupes, está vacunada.
—Genial.
Katie no le mordió, pero se sentó en sus rodillas. Nada más verlo, pareció decidir que era su persona favorita en la fiesta. Víctor no tenía nada en contra de los niños, pero su única experiencia con ellos era en la consulta.
La niña era una monada, desde luego. Llevaba dos coletas y lo miraba con un brillo de coquetería en sus ojitos azules. De mayor, sería una rompecorazones, pensó. Tenía cuatro años, dos menos que su hermano Kevin, y estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana.
Los únicos niños a los que Víctor veía regularmente eran sus pacientes. Y ninguno de ellos iba de buen grado a la consulta por culpa de las vacunas, las inyecciones y esas cosas que tanto asustaban a los niños. Caerle bien a una cría era algo completamente nuevo para él.
Sentada sobre sus rodillas, Katie abrió un libro de cuentos y sonrió. Un arma poderosa esa sonrisa infantil. Y ella lo sabía. Víctor tuvo que sonreír también.
—Deberías hacer eso más a menudo —oyó la voz de Myriam a sus espaldas.
—¿Hacer qué?
—Sonreír —contestó ella.
—Yo suelo sonreír.
—Sí, seguro —dijo Myriam, sentándose a su lado en el banco.
—Me conociste ayer y te he sonreído esta mañana.
—Sí, pero sé que no sonríes a menudo. Lo intuyo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque no tienes esa expresión.
—¿Qué expresión?
—La de una persona feliz —contestó Myriam, sin dejar de sonreír. Aquella mujer era un misterio para Víctor, tanto como los libros que solía leer. Cada vez que volvía la cabeza, allí estaba. Incluso mientras colocaban las mesas en el jardín, había conseguido estar siempre a menos de un metro de él.
Desde la conversación de por la mañana, cuando él se había sentido… demasiado cómodo, Víctor intentaba mantener las distancias. Pero, aparentemente, Myriam estaba dispuesta a todo lo contrario.
Con el codo apoyado en el respaldo del banco, lo miraba directamente, con el mayor descaro. Su pelo brillaba bajo el sol y, a esa distancia, podía ver las pecas que tenía en la nariz. Su expresión era inocente, pero Víctor no lo creyó ni por un segundo. Myriam Montemayor sabía que intentaba apartarse de ella y hacía todo lo posible por evitarlo.
Katie, irritada por su falta de interés, agarró el cuello de su polo verde y le dio un tirón.
—¡Léeme un cuento!
—Bueno, bueno, no más interrupciones —murmuró él.
—Eso —dijo la niña.
—Eso —repitió Myriam—. No más interrupciones.
—¿No tienes que ir a algún sitio? —pregunto Víctor.
—No, estoy descansado.
—¿Y tienes que descansar aquí?
Ella parecía comodísima, precisamente porque sabía que lo hacía sentir incómodo.
—Katie quiere que esté aquí, ¿verdad, cariño?
—La tía Myri me lee cuentos.
—¿Lo ves? —sonrió Myriam, mirando a la niña como si hubieran ensayado la escena.
—En este cuento no hay sangre ni vísceras —le advirtió Víctor.
—Oye, la variedad es la sal de la vida.
Y en la vida había muchos tipos de variedad, pensó él. El problema era que cuando la mujer que olía a flores estaba muy cerca, su cerebro se llenaba de visiones en tecnicolor sobre la cantidad de «variedades» que dos personas podían descubrir.
hoy les voy a dejar un 2x1
por cierto tengo una duda ya que no estoy segura de la reglas veran esta novela tiene algunas escenas medio explicitas por decirlo de algun modo (osea medio hot ). Todavia no empiezan las escenas (creo que empiezan en el capitulo 5 o 6) pero el caso es que no se si esta permitido ese tipo de novelas. no quiero decir que la novela sea XXX pero comparado a las novelas que he alcanzado a leer en este foro pues si esta un poco mas fuerte, aunque solo sea unas escenas. ojala y puedan aclarar mi duda y si no estan permitidas este tipo de "escenas" pues tratare de editarla.
bueno ahora si los capitulos de hoy
Capítulo Tres
El aroma a canela y café recibió a Víctor la primera mañana en casa de Myriam. Sentado en la cama, por un momento no supo dónde estaba.
Entonces recordó que se había instalado en casa de la alegre mujer… En ese momento, no recordaba por qué, pero eso no parecía importante. Cuando miró alrededor, pensó que podría estar tranquilamente en una habitación de hotel. Pero no, estaba durmiendo en una habitación pintada de color lavanda, que olía a canela, sobre una cama con elaborado cabecero de hierro forjado.
Apartando el edredón, de flores, Víctor saltó de la cama. En las ventanas, cortinas blancas de lino, que bailaban suavemente con la brisa. Frente a él, una antigua cómoda de nogal y, al otro lado, una estantería con una televisión y un montón de novelas de misterio. Víctor sonrió. Antes de irse a dormir había echado un vistazo. A pesar de haber hecho las prácticas en urgencias, algunas de las portadas de esas novelas le habrían revuelto el estómago a cualquiera.
Una mujer intrigante, Myriam Montemayor, pensó. Por un lado tan romántica como para pintar una habitación de color lavanda, por otro una fan de las novelas de crímenes. ¿Qué decía eso de su personalidad?
¿Y por qué le importaba a él?
Después de darse una ducha en un antiguo y diminuto cuarto de baño, Víctor bajó a la cocina. Le dolía el codo porque se había chocado varias veces con la pared de la ducha y el cuello por haber tenido que inclinarse para recibir el agua en la cara. Pero estaba despierto. Y se había quitado el vendaje de la muñeca, por fin. No era nada, sólo un esguince, ya se lo advirtió a los médicos.
Al atravesar el salón, agradeció que Myriam no fuera una de esas personas que enciende la televisión para oír malas noticias a primera hora de la mañana.
Era un salón grande, acogedor, con dos mullidos sofás que prácticamente te invitaban a tumbarte. Sobre la chimenea de ladrillo, montones de fotografías de su familia en marcos de colores. Cuando llegó a la cocina, apoyó un hombro en el quicio de la puerta y se quedó mirando a Myriam.
Ella estaba de espaldas. Su pelo, sujeto en una trenza, brillaba como el oro. Llevaba una camiseta gris y unos vaqueros cortados que dejaban al descubierto unas largas y bronceadas piernas. Iba descalza y estaba bailoteando al ritmo de la música que salía de la radio mientras sacaba algo del horno. Detrás de ella, en la mesa de la cocina, varias bandejas con galletas en forma de copa de champán o de… ¿de jarra de cerveza?
Víctor intentó recordar las cosas que Eric le había contado sobre su familia. Pero eran tantos nombres que nunca había prestado mucha atención. Mal hecho por su parte, desde luego.
Cuando Myriam empezó a cantar una canción de Elvis, Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar una carcajada.
—Yo que tú me dedicaría a las galletas. ¿El público puede tomar café?
Ella se volvió, sorprendida, con una mano manchada de harina sobre el corazón.
—No te había oído. Eres tan silencioso como un ladrón.
—Y tú cantas como una panadera —bromeó él. Estaba guapa por la mañana. Algo en lo que no debería fijarse, pero como hombre que era, resultaba inevitable.
—No quería asustarte.
—Bueno, ahora que mi corazón vuelve a latir otra vez, estás perdonado.
—¿Tanto como para invitarme a un café?
—Nunca le quitaría el café a nadie, es inhumano —sonrió ella—. Si quieres estropear mi maravillosa mezcla de cafés colombianos, en la nevera hay leche y el azúcar está en la despensa.
Él negó con la cabeza.
—Lo tomo solo.
Myriam sonrió.
—Ah, mi tipo de hombre.
La mayoría de los hombres se habría tomado esa frase como una invitación para coquetear, pero Víctor decidió resistir la tentación. No estaba allí para tontear con la hermana de Eric. No quería una aventura de dos semanas y si la quisiera no sería con una mujer como Myriam. Ella no era de ese tipo. Tenía la palabra «formal» prácticamente escrita en la frente. Ella era de las que se casaban, tenían niños y organizaban enormes cenas familiares.
En otras palabras, todo lo que Víctor no era.
—No estés tan segura.
Myriam soltó una carcajada.
—He dicho que eras mi tipo de hombre, no «mi hombre». Así que ya puedes borrar esa expresión de susto de tu cara.
Víctor sacudió la cabeza. ¿Cómo era posible que leyera sus pensamientos?
—En serio —insistió Myriam, señalándolo con el rodillo— tienes que relajarte. Tu virtud está a salvo conmigo.
A Víctor le molestó un poquito ese rechazo. Muy bien, él tampoco estaba interesado pero, por alguna razón, le molestaba la indiferencia de una mujer tan guapa.
—¿Por qué?
Ella sonrió, una sonrisa que era como el primer rayo de sol por la mañana.
—Porque no quiero saber nada de los hombres. ¿No te lo ha contado Eric?
—¿Por qué iba a contármelo?
Myriam se encogió de hombros.
—Porque toda mi familia está preocupada por mí. Creen que estoy deprimida o algo así.
—¿Tú? —exclamó Víctor, sorprendido. ¿Cómo podía nadie pensar que una mujer que prácticamente sonreía las veinticuatro horas del día estaba deprimida?
—Gracias —sonrió ella, echando harina en la masa—. Adoro a mi familia, pero intenta convencerlos de algo.
—¿Y por qué se supone que estás deprimida, según ellos?
Myriam suspiró dramáticamente, llevándose una mano al corazón como una gran trágica.
—Porque me dejó un hombre.
Víctor la miró, sorprendido. Para dejar a una mujer como Myriam había que ser idiota. Bueno, al menos que hubiera sido sometido a una sesión familiar.
—Eric no me ha dicho nada.
Al menos, eso creía. Pero a menudo, cuando su amigo le estaba contando algo de su familia, se ponía a pensar en otra cosa. Quizá Eric había mencionado el asunto, pero Víctor estaba demasiado concentrado en su propia tristeza como para prestar mucha atención al resto del mundo.
Y, por primera vez, eso lo hizo sentir culpable.
—Mejor —dijo Myriam—. No pasa nada, al final he decidido aceptar mi destino.
—¿Y cuál es tu destino?
Ella se puso en jarras. Como tenía las manos llenas de harina se manchó el pantalón, pero no pareció importarle en absoluto.
—No tengo suerte con los hombres, así que he decidido pasar de ellos. A partir de ahora, sólo tendré relaciones con el azúcar.
Víctor sonrió.
—Pues parece que el azúcar y tú vais muy en serio.
—Desde luego que sí. El azúcar nunca me abandonará. Puede que produzca caries y engorde, pero siempre estará ahí. Pase lo que pase.
—¿Y eso es lo importante?
—¿Qué si no?
¿Qué si no?, desde luego.
Víctor volvió a mirar las bandejas que había sobre la mesa. Olían de maravilla. Pero allí había galletas para un batallón.
—¿Por qué haces galletas con forma de jarra y de copa de champán?
—Otra cosa buena del azúcar. Puedes hacer galletas con la forma que quieras —sonrió Myriam—. Éstas me las ha pedido mi madre. Algunas son para la despedida de soltero, otras para la despedida de soltera. Adivina cuáles van dónde.
—No es muy difícil. Pero creo que nunca he comido galletas en una despedida de soltero.
—En ésta lo harás.
—¿Están tan ricas como parecen?
—Dímelo tú —contestó ella, ofreciéndole una con forma de jarra.
Víctor le dio un mordisco. Estaba riquísima; dulce, pero no exageradamente. Y tenía un sabor… que no podría definir.
—¿Te gusta?
—Mucho, está buenísima.
—Gracias.
—¿A qué saben?
—Es un secreto familiar.
—No, en serio.
—Lo digo en serio.
—Pero tus padres me ven como alguien de la familia.
Myriam lo miró en silencio durante unos segundos y Víctor sintió que una nueva tensión se instalaba entre ellos.
—Pero no eres de la familia.
—No vas a decírmelo, ¿verdad?
—Oye, si fuera por ahí contándole mis secretos a todo el mundo me quedaría sin negocio.
—¿Éste es tu negocio? —preguntó Víctor.
—Claro, soy la chica de las galletas.
—¿Qué?
Myriam suspiró, apartándose un mechón de pelo de la frente.
—Muy bien, no has oído hablar de mí. Aún no soy muy conocida, pero lo seré. Hago pasteles para fiestas y eventos promocionales. En un mes, pienso abrir una pastelería.
—¿En serio? —sonrió Víctor. Intrigado por su entusiasmo, se sentó en una silla y tomó otra galleta mientras ella le hablaba de sus planes.
Myriam lo miraba de una forma que habría hecho temblar a otro hombre, pero no a Víctor. Él llevaba dos años sin mirar a una chica guapa y Myriam no iba a ser una excepción.
No mucho.
—He encontrado un local estupendo, con un escaparate grandísimo, estanterías de madera y un horno bastante moderno. Mi negocio crece más deprisa de lo que yo había pensado, así que ya no puedo seguir trabajando en casa.
—¿Eso es lo que quieres?
—¿Eh?
Víctor se levantó para servirse otro café.
—El sueño de mucha gente es trabajar en casa.
—Sí, trabajar en casa es muy cómodo. Además, el alquiler de la tienda cuesta dinero y tendré que contratar a alguien que me ayude, pero así mis productos podrán llegar a más gente.
Víctor no recordaba cuándo había estado tan entusiasmado por algo. Pero Myriam lo estaba, lo veía en sus ojos. Y se dio cuenta de que echaba de menos esa sensación de reto, de apostar por uno mismo, de arriesgarse.
—Empezaré a montarla dos semanas después de la boda, así mi familia podrá echarme una mano.
—Pasas mucho tiempo con tu familia, ¿verdad?
—Es que vivimos muy cerca —contestó ella. Víctor no dijo nada—. Somos demasiado para usted, ¿verdad, doctor Gruñón?
—No soy gruñón.
—Bueno, por ahora no, pero el día acaba de empezar.
—Vaya, gracias —sonrió Víctor, apoyándose en la pared.
Podía oler su perfume, mezclada con el olor a vainilla y canela. Myriam tenía las manos muy bonitas y parecía sonreír continuamente, como si supiera algo que él no sabía. No llevaba anillos, pero sí unos pendientes de aro que bailaban con cada movimiento…
Estaba mirando demasiado a la chica de las galletas, se dijo.
Víctor decidió sentarse, pensando que un poco de distancia calmaría el extraño anhelo que estaba sintiendo y que no podría explicar.
—¿Ya se te ha curado el brazo? —preguntó ella.
—Sí, sólo era un esguince.
—Me alegro. Entonces, ¿puedes ayudarme con la barbacoa?
—¿Qué? —la habilidad de Myriam para cambiar de tema lo hacía sentir como si tuviera que ir corriendo para seguirla.
—En casa de Debbie. Va a hacer una barbacoa y tenemos que ir para ayudarla a poner la mesa y esas cosas.
—Sí, claro.
Más familia, pensó. Aunque aún no podía recordar los nombres de los que le habían presentado el día anterior.
—No pasa nada, no muerden. Bueno, Katie muerde algunas veces…
—¿Qué?
—Es la hija pequeña de Debbie. Pero no te preocupes, está vacunada.
—Genial.
Katie no le mordió, pero se sentó en sus rodillas. Nada más verlo, pareció decidir que era su persona favorita en la fiesta. Víctor no tenía nada en contra de los niños, pero su única experiencia con ellos era en la consulta.
La niña era una monada, desde luego. Llevaba dos coletas y lo miraba con un brillo de coquetería en sus ojitos azules. De mayor, sería una rompecorazones, pensó. Tenía cuatro años, dos menos que su hermano Kevin, y estaba acostumbrada a hacer lo que le daba la gana.
Los únicos niños a los que Víctor veía regularmente eran sus pacientes. Y ninguno de ellos iba de buen grado a la consulta por culpa de las vacunas, las inyecciones y esas cosas que tanto asustaban a los niños. Caerle bien a una cría era algo completamente nuevo para él.
Sentada sobre sus rodillas, Katie abrió un libro de cuentos y sonrió. Un arma poderosa esa sonrisa infantil. Y ella lo sabía. Víctor tuvo que sonreír también.
—Deberías hacer eso más a menudo —oyó la voz de Myriam a sus espaldas.
—¿Hacer qué?
—Sonreír —contestó ella.
—Yo suelo sonreír.
—Sí, seguro —dijo Myriam, sentándose a su lado en el banco.
—Me conociste ayer y te he sonreído esta mañana.
—Sí, pero sé que no sonríes a menudo. Lo intuyo.
—¿Ah, sí? ¿Por qué?
—Porque no tienes esa expresión.
—¿Qué expresión?
—La de una persona feliz —contestó Myriam, sin dejar de sonreír. Aquella mujer era un misterio para Víctor, tanto como los libros que solía leer. Cada vez que volvía la cabeza, allí estaba. Incluso mientras colocaban las mesas en el jardín, había conseguido estar siempre a menos de un metro de él.
Desde la conversación de por la mañana, cuando él se había sentido… demasiado cómodo, Víctor intentaba mantener las distancias. Pero, aparentemente, Myriam estaba dispuesta a todo lo contrario.
Con el codo apoyado en el respaldo del banco, lo miraba directamente, con el mayor descaro. Su pelo brillaba bajo el sol y, a esa distancia, podía ver las pecas que tenía en la nariz. Su expresión era inocente, pero Víctor no lo creyó ni por un segundo. Myriam Montemayor sabía que intentaba apartarse de ella y hacía todo lo posible por evitarlo.
Katie, irritada por su falta de interés, agarró el cuello de su polo verde y le dio un tirón.
—¡Léeme un cuento!
—Bueno, bueno, no más interrupciones —murmuró él.
—Eso —dijo la niña.
—Eso —repitió Myriam—. No más interrupciones.
—¿No tienes que ir a algún sitio? —pregunto Víctor.
—No, estoy descansado.
—¿Y tienes que descansar aquí?
Ella parecía comodísima, precisamente porque sabía que lo hacía sentir incómodo.
—Katie quiere que esté aquí, ¿verdad, cariño?
—La tía Myri me lee cuentos.
—¿Lo ves? —sonrió Myriam, mirando a la niña como si hubieran ensayado la escena.
—En este cuento no hay sangre ni vísceras —le advirtió Víctor.
—Oye, la variedad es la sal de la vida.
Y en la vida había muchos tipos de variedad, pensó él. El problema era que cuando la mujer que olía a flores estaba muy cerca, su cerebro se llenaba de visiones en tecnicolor sobre la cantidad de «variedades» que dos personas podían descubrir.
marimyri- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 591
Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Capítulo Cuatro
Eric estaba cómodamente sentado en una silla de resina verde bajo la sombra de un olmo. La brisa movía sus ramas haciendo que la luz del sol se filtrara entre ellas y bailase sobre la hierba.
Le dolía la pierna derecha y estaba tan cansado que le costaba trabajo mantener los ojos abiertos. Pero, a pesar de todo, se sentía feliz y agradecido de estar vivo.
Quisiera admitirlo Víctor o no, le debía la vida. Estar allí, disfrutando de la confusión que sólo su familia podía crear, era un regalo en el que no había pensado de verdad hasta aquel momento.
Pero esa deuda no impedía que se preocupara por lo que estaba pasando entre Víctor y Myriam.
Eric miró a su amigo, su hermana y su sobrina, sentados en aquel banco. No podía oír lo que decían pero, a juzgar por la sonrisa de Myriam, allí pasaba algo. Aunque no sabía qué.
No le había contado mucho sobre su hermana, sabiendo que Víctor estaba demasiado perdido en sus propios recuerdos como para mostrarse interesado. Pero ahora que los veía juntos, tuvo que preguntarse si había sido buena idea llevarlo a su casa. Myriam acababa de pasar por una ruptura sentimental y, aunque no lo admitiría ni bajo tortura, él sabía que lo había pasado mal.
Myriam siempre había tenido la cabeza muy dura y el corazón muy blando. Hacía lo que quería, decía lo que le daba la gana y, normalmente, acababa lamentándolo. Tenía la mala costumbre de salir con tipos que no le llegaban ni a la suela de los zapatos y siempre acababa con el corazón roto.
Y nadie podía decirle nada, claro. Podía ser tan cabezota que era capaz de salir con alguien contra quien le habían advertido, sólo para probar que ella tomaba sus propias decisiones.
De modo que si le decía que se alejara de Víctor, seguramente lo encontraría fascinante. Era como colocar un vaso de whisky delante de un alcohólico.
Eric se lo pensó un momento. Quizá esta vez, Myriam no saltaría de cabeza sin mirar antes. Y aunque lo hiciera, Víctor al menos era una buena persona. Sólo era un hombre que había estado solo durante tanto tiempo que ya ni se acordaba de cómo era antes. En los últimos dos años, Eric había visto cómo su amigo se apartaba de todo lo que antes le importaba.
La mayoría de sus amigos se habían alejado, pero él se quedó a su lado. Intentó devolverle al mundo de los vivos, pero sin éxito. Víctor estaba decidido a seguir sufriendo, a seguir aislado de todo y de todos.
Ahora, aunque parecía muy incómodo, al menos estaba en una fiesta, rodeado de gente. Sentado al lado de una mujer que era exactamente lo contrario que él.
Eric se inclinó para tomar su vaso de cerveza y, al incorporarse, se fijó en Myriam y en cómo miraba a Víctor. En realidad, no sabía por quién estaba más preocupado, por su amigo o por su hermana.
Pero la verdad era que, si Myriam decidía enamorarse de Víctor García, no habría manera de hacerla cambiar de opinión. ¿Lo haría si pudiera?, se preguntó. No estaba seguro. A Myriam le habían roto el corazón otras veces y siempre había salido adelante. Además, ella disfrutaba la vida y quizá eso era lo que Víctor necesitaba.
¿Qué debía hacer?, se preguntó. ¿Sentarse a esperar para ver si ocurría algo entre ellos?
—¿Qué sabemos de él?
—¡Jake, qué susto me has dado! —exclamó Eric, que no había oído llegar a su hermano—. ¿Quieres matarme?
Jake sacudió la cabeza.
—Demasiado fácil. No eres un reto, estás inválido.
—Gracias, eso me hace sentir muy bien. ¿Qué has dicho antes?
—¿Qué sabemos de Víctor? —repitió Jake.
—Que es mi amigo.
—¿Y qué más? —preguntó su hermano, sentándose en la hierba.
Aparentemente, el radar de Jake también estaba en alerta.
—Es médico, viudo, un buen tipo.
—Ya. ¿Suficientemente bueno para Myri?
—¿Lo es alguien?
Jake soltó una carcajada.
—Sí, es verdad… Bill tampoco era suficientemente bueno para Debbie y ya van por el tercer niño.
Eric tomó un sorbo de cerveza.
—No creo que haya que preocuparse por Víctor. Él es…
—¿Gay?
—¿Qué? De eso nada.
—¿Ciego?
—No.
—Tendría que serlo para no fijarse en Myriam.
Ciego o enterrado en vida, pensó Eric. Pero no lo dijo. Jake era su hermano, pero le debía lealtad a su amigo y eso incluía no contarle a nadie sus problemas.
—Sólo va a estar aquí dos semanas —murmuró. Aunque no sabía a quién quería convencer, a su hermano o a él mismo—. ¿Qué puede pasar en dos semanas?
Jake se levantó.
—Lo dirás de broma, ¿no?
Eric arrugó el ceño. Tenía razón. Dos semanas era tiempo más que suficiente para que dos corazones conectasen… o se rompiesen.
—¿Qué estáis tramando vosotros dos?
Jen, su prometida, se sentó en la hierba, a su lado.
—¿Yo? —sonrió Jake—. Yo ya me iba.
—¿De qué hablabais? —preguntó Jen cuando se quedaron solos.
—Cosas de familia —sonrió Eric, acariciando su pelo. Quizá debería hablar de aquello con su prometida, pero seguramente Jen pensaría que estaba loco por preocuparse de algo así—. ¿Por qué crees que estábamos tramando algo?
—Porque te conozco bien. Ahora mismo, te estás preguntando si deberías rescatar a Myriam de Víctor… o a Víctor de Myriam.
No debería sorprenderlo. Jen y él se conocían desde pequeños, empezaron a salir en el instituto y siguieron saliendo cuando él se marchó a Los Angeles. Jen había sido su chica desde siempre y lo conocía muy bien.
—Qué lista eres.
—La esposa de un hombre lo ve y lo sabe todo —rió ella.
—Aún no eres mi esposa.
—Lo seré dentro de dos semanas —sonrió Jen, apretando su mano.
Eric sonrió también. Jen lo era todo para él. Cuando la miró a los ojos, vio la promesa de una vida entera en ellos. Vio su futuro, el futuro de los dos, y le parecía precioso.
Entonces respiró profundamente. Si Víctor no hubiera estado con él en el coche cuando tuvieron el accidente, si no hubiera podido sacarlo de entre las llamas… Se habría perdido tantas cosas.
Emocionado, tuvo que carraspear para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—Te quiero —dijo entonces.
—Yo también —sonrió Jen. Estaba sonriendo, pero apretaba su mano con fuerza, con emoción contenida. Y Eric supo que también ella sabía lo cerca que habían estado de perderlo todo. Luego volvió la cabeza y miró hacia el banco donde estaban Myriam y Víctor—. Bueno, ¿y qué habéis decidido hacer con ellos?
—Jake no sé, yo voy a permanecer neutral, al menos por ahora.
—Buena idea.
—¿Tú crees?
—Los Montemayor sois estupendos, con eso de todos para uno y uno para todos… Pero creo que con Myriam estáis equivocados.
—¿En qué sentido?
—No es una niña frágil que necesita vuestra protección, Eric. Ella sabe lo que hace.
—En la vida profesional, desde luego. Pero, ¿y los hombres?
Jen soltó una carcajada.
—Myriam no es un pajarito herido, te lo aseguro.
Eric miró de nuevo a su hermana y no pudo evitar un suspiro de preocupación.
—Espero que tengas razón.
—Una vez casados, querido, descubrirás que yo siempre tengo razón —le prometió Jen.
Una hora después, Víctor se percató de que lo estaba pasando bien. No había esperado que fuera así. De hecho, esperaba estar mesándose los cabellos. Pero, en lugar de hacerlo, se dejó envolver por la ruidosa familia Montemayor. Eran ruidosos, sí, y divertidos. Y resultaba imposible sentirse solo a su lado. Un hombre solitario no tenía nada que hacer con aquel grupo. Su hospitalidad lo envolvía como una manta en una noche fría.
Los niños corrían por el jardín y jugaban con el perro, que parecía estar deseando esconderse en algún sitio. Los adultos charlaban y el sol brillaba en el cielo, anunciando el comienzo del verano.
Víctor miró los rostros que empezaban a resultarle familiares. Los recién llegados eran Nora, una mujer de pelo corto y sonrisa alegre, y su hijo, Tommy, el pirómano. Víctor lo vigiló mientras jugaba con Katie y Kevin. Estaba sorprendido por aquel repentino instinto protector, pero lo que realmente le sorprendía era que el resto de los adultos no pareciesen en absoluto preocupados. Incluso Myriam estaba sentada en una manta, entre su embarazada hermana y su madre, sin preocuparse por el desastre que podría causar un niño con afición a las cerillas.
Víctor debía admitir que Tommy no parecía un pirómano. El niño tenía la cara llena de pecas y le faltaba un diente… Parecía un crío normal, incluso encantador.
Mientras el patriarca de la familia se disponía a preparar la barbacoa, las conversaciones del resto eran como las ondas que se crean en un lago cuando alguien tira una piedra. Víctor sólo podía oír fragmentos.
—¿Fútbol? ¿Cómo puedes pensar en el fútbol en medio de la temporada de baloncesto?
—El hockey sí que es un deporte masculino.
—Y el tenis.
Eso lo había dicho un primo adolescente y todos se quedaron en silencio.
—Era una broma —añadió luego, cortado.
—No les hagas caso —le aconsejó Dan Montemayor—. Discuten sobre cualquier cosa sólo por discutir.
Víctor sacudió la cabeza.
—Yo creo que a Eric ni siquiera le gusta el fútbol.
—Probablemente no, pero lo que cuenta es la discusión —sonrió el hombre.
—Muy interesante —sonrió Víctor, tomando un trago de cerveza.
Hacía mucho tiempo que no pasaba un día sin hacer nada. De hecho, no recordaba la última vez que se había tomado un día libre.
—Te agradecemos mucho que hayas traído a Eric.
—No es nada.
—Queríamos ir a Los Angeles después del accidente, pero Eric no nos dejó. No quería que su madre lo viera en el hospital.
Víctor asintió.
—La verdad es que no estaba en buena forma.
—Aún no está bien —suspiró Dan, mirando a su hijo con cara de preocupación.
—Los moretones desaparecen, los huesos sueldan —intentó tranquilizarlo Víctor. Aunque entendía su preocupación. Como entendía el deseo de Eric de no tener gente a su alrededor en aquel momento. Él había pasado por eso dos años antes y no fue nada agradable.
Básicamente, cuando uno está hecho polvo, lo único que quiere es estar solo. Lo último que necesita es un grupo de gente continuamente preguntando qué quieres o si estás bien. Y, como médico, había podido asegurarle a los Montemayor que Eric iba a recuperarse sin ningún problema.
—Lo sé —suspiró Dan—. Pero ha sido muy duro.
—Eric está bien, no se preocupe.
Dan lo estudió durante unos segundos y luego asintió con la cabeza.
—Si tú lo dices… Y gracias por todo.
—De nada.
—Las reuniones familiares no son lo tuyo, ¿verdad? —dijo entonces el padre de Eric.
—¿Perdone?
—Supongo que, al principio, somos un poco abrumadores.
—Yo no…
—No es culpa tuya —lo interrumpió el hombre—. Pero lo hemos notado, es normal.
—Las reuniones familiares no son lo mío, no —suspiró Víctor, mirando la botella de cerveza, sin saber qué decir.
Evidentemente, su cara de póquer no servía de nada con los Montemayor. No sólo Myriam podía leer sus pensamientos, aparentemente el resto de la familia también.
Seguramente, llevaba demasiado tiempo sin relacionarse con nadie, pensó. Había olvidado lo agradable que era tumbarse al sol, simplemente disfrutando de estar vivo…
Ese pensamiento lo sorprendió. Él no había querido convertirse en un ermitaño. No había querido volverse raro. Pero, sin darse cuenta, eso era exactamente lo que había pasado.
Dan le dio un golpecito en el hombro.
—No te preocupes, ya te acostumbrarás. Myriam te echará una mano.
Antes de que Víctor pudiera preguntarle qué quería decir, Dan Montemayor se había dado la vuelta y estaba buscando a alguien con la mirada.
—¡Tommy!
—¿Qué?
—¡Ven aquí si quieres encender la barbacoa!
Víctor lo miró, sorprendido.
—¿Qué va a hacer?
—Es una pequeña tradición familiar. A Tommy le gusta encender la barbacoa. Es nuestro pequeño chef, ¿verdad, hijo? —sonrió Dan, revolviéndole el pelo.
—Sí.
Cuando el niño encendió la cerilla y la echó sobre los carbones, todo el mundo empezó a aplaudir. Luego Tommy salió corriendo para seguir jugando con sus primos.
Un pirómano, ya. Víctor se sentía como un idiota.
Había estado vigilando al niño, esperando que hiciese alguna trastada…
Pero la experta en trastadas era Myriam. Víctor la buscó con la mirada y, como si lo hubiera intuido, ella volvió la cabeza. Sus miradas se encontraron y fue como una colisión.
El enfado desapareció. Era como si estuvieran solos los dos, unidos por un hilo invisible…
Víctor sacudió la cabeza. No necesitaba aquello, pensó. Aunque no podía hacer nada para evitarlo.
saludos!
Eric estaba cómodamente sentado en una silla de resina verde bajo la sombra de un olmo. La brisa movía sus ramas haciendo que la luz del sol se filtrara entre ellas y bailase sobre la hierba.
Le dolía la pierna derecha y estaba tan cansado que le costaba trabajo mantener los ojos abiertos. Pero, a pesar de todo, se sentía feliz y agradecido de estar vivo.
Quisiera admitirlo Víctor o no, le debía la vida. Estar allí, disfrutando de la confusión que sólo su familia podía crear, era un regalo en el que no había pensado de verdad hasta aquel momento.
Pero esa deuda no impedía que se preocupara por lo que estaba pasando entre Víctor y Myriam.
Eric miró a su amigo, su hermana y su sobrina, sentados en aquel banco. No podía oír lo que decían pero, a juzgar por la sonrisa de Myriam, allí pasaba algo. Aunque no sabía qué.
No le había contado mucho sobre su hermana, sabiendo que Víctor estaba demasiado perdido en sus propios recuerdos como para mostrarse interesado. Pero ahora que los veía juntos, tuvo que preguntarse si había sido buena idea llevarlo a su casa. Myriam acababa de pasar por una ruptura sentimental y, aunque no lo admitiría ni bajo tortura, él sabía que lo había pasado mal.
Myriam siempre había tenido la cabeza muy dura y el corazón muy blando. Hacía lo que quería, decía lo que le daba la gana y, normalmente, acababa lamentándolo. Tenía la mala costumbre de salir con tipos que no le llegaban ni a la suela de los zapatos y siempre acababa con el corazón roto.
Y nadie podía decirle nada, claro. Podía ser tan cabezota que era capaz de salir con alguien contra quien le habían advertido, sólo para probar que ella tomaba sus propias decisiones.
De modo que si le decía que se alejara de Víctor, seguramente lo encontraría fascinante. Era como colocar un vaso de whisky delante de un alcohólico.
Eric se lo pensó un momento. Quizá esta vez, Myriam no saltaría de cabeza sin mirar antes. Y aunque lo hiciera, Víctor al menos era una buena persona. Sólo era un hombre que había estado solo durante tanto tiempo que ya ni se acordaba de cómo era antes. En los últimos dos años, Eric había visto cómo su amigo se apartaba de todo lo que antes le importaba.
La mayoría de sus amigos se habían alejado, pero él se quedó a su lado. Intentó devolverle al mundo de los vivos, pero sin éxito. Víctor estaba decidido a seguir sufriendo, a seguir aislado de todo y de todos.
Ahora, aunque parecía muy incómodo, al menos estaba en una fiesta, rodeado de gente. Sentado al lado de una mujer que era exactamente lo contrario que él.
Eric se inclinó para tomar su vaso de cerveza y, al incorporarse, se fijó en Myriam y en cómo miraba a Víctor. En realidad, no sabía por quién estaba más preocupado, por su amigo o por su hermana.
Pero la verdad era que, si Myriam decidía enamorarse de Víctor García, no habría manera de hacerla cambiar de opinión. ¿Lo haría si pudiera?, se preguntó. No estaba seguro. A Myriam le habían roto el corazón otras veces y siempre había salido adelante. Además, ella disfrutaba la vida y quizá eso era lo que Víctor necesitaba.
¿Qué debía hacer?, se preguntó. ¿Sentarse a esperar para ver si ocurría algo entre ellos?
—¿Qué sabemos de él?
—¡Jake, qué susto me has dado! —exclamó Eric, que no había oído llegar a su hermano—. ¿Quieres matarme?
Jake sacudió la cabeza.
—Demasiado fácil. No eres un reto, estás inválido.
—Gracias, eso me hace sentir muy bien. ¿Qué has dicho antes?
—¿Qué sabemos de Víctor? —repitió Jake.
—Que es mi amigo.
—¿Y qué más? —preguntó su hermano, sentándose en la hierba.
Aparentemente, el radar de Jake también estaba en alerta.
—Es médico, viudo, un buen tipo.
—Ya. ¿Suficientemente bueno para Myri?
—¿Lo es alguien?
Jake soltó una carcajada.
—Sí, es verdad… Bill tampoco era suficientemente bueno para Debbie y ya van por el tercer niño.
Eric tomó un sorbo de cerveza.
—No creo que haya que preocuparse por Víctor. Él es…
—¿Gay?
—¿Qué? De eso nada.
—¿Ciego?
—No.
—Tendría que serlo para no fijarse en Myriam.
Ciego o enterrado en vida, pensó Eric. Pero no lo dijo. Jake era su hermano, pero le debía lealtad a su amigo y eso incluía no contarle a nadie sus problemas.
—Sólo va a estar aquí dos semanas —murmuró. Aunque no sabía a quién quería convencer, a su hermano o a él mismo—. ¿Qué puede pasar en dos semanas?
Jake se levantó.
—Lo dirás de broma, ¿no?
Eric arrugó el ceño. Tenía razón. Dos semanas era tiempo más que suficiente para que dos corazones conectasen… o se rompiesen.
—¿Qué estáis tramando vosotros dos?
Jen, su prometida, se sentó en la hierba, a su lado.
—¿Yo? —sonrió Jake—. Yo ya me iba.
—¿De qué hablabais? —preguntó Jen cuando se quedaron solos.
—Cosas de familia —sonrió Eric, acariciando su pelo. Quizá debería hablar de aquello con su prometida, pero seguramente Jen pensaría que estaba loco por preocuparse de algo así—. ¿Por qué crees que estábamos tramando algo?
—Porque te conozco bien. Ahora mismo, te estás preguntando si deberías rescatar a Myriam de Víctor… o a Víctor de Myriam.
No debería sorprenderlo. Jen y él se conocían desde pequeños, empezaron a salir en el instituto y siguieron saliendo cuando él se marchó a Los Angeles. Jen había sido su chica desde siempre y lo conocía muy bien.
—Qué lista eres.
—La esposa de un hombre lo ve y lo sabe todo —rió ella.
—Aún no eres mi esposa.
—Lo seré dentro de dos semanas —sonrió Jen, apretando su mano.
Eric sonrió también. Jen lo era todo para él. Cuando la miró a los ojos, vio la promesa de una vida entera en ellos. Vio su futuro, el futuro de los dos, y le parecía precioso.
Entonces respiró profundamente. Si Víctor no hubiera estado con él en el coche cuando tuvieron el accidente, si no hubiera podido sacarlo de entre las llamas… Se habría perdido tantas cosas.
Emocionado, tuvo que carraspear para deshacer el nudo que tenía en la garganta.
—Te quiero —dijo entonces.
—Yo también —sonrió Jen. Estaba sonriendo, pero apretaba su mano con fuerza, con emoción contenida. Y Eric supo que también ella sabía lo cerca que habían estado de perderlo todo. Luego volvió la cabeza y miró hacia el banco donde estaban Myriam y Víctor—. Bueno, ¿y qué habéis decidido hacer con ellos?
—Jake no sé, yo voy a permanecer neutral, al menos por ahora.
—Buena idea.
—¿Tú crees?
—Los Montemayor sois estupendos, con eso de todos para uno y uno para todos… Pero creo que con Myriam estáis equivocados.
—¿En qué sentido?
—No es una niña frágil que necesita vuestra protección, Eric. Ella sabe lo que hace.
—En la vida profesional, desde luego. Pero, ¿y los hombres?
Jen soltó una carcajada.
—Myriam no es un pajarito herido, te lo aseguro.
Eric miró de nuevo a su hermana y no pudo evitar un suspiro de preocupación.
—Espero que tengas razón.
—Una vez casados, querido, descubrirás que yo siempre tengo razón —le prometió Jen.
Una hora después, Víctor se percató de que lo estaba pasando bien. No había esperado que fuera así. De hecho, esperaba estar mesándose los cabellos. Pero, en lugar de hacerlo, se dejó envolver por la ruidosa familia Montemayor. Eran ruidosos, sí, y divertidos. Y resultaba imposible sentirse solo a su lado. Un hombre solitario no tenía nada que hacer con aquel grupo. Su hospitalidad lo envolvía como una manta en una noche fría.
Los niños corrían por el jardín y jugaban con el perro, que parecía estar deseando esconderse en algún sitio. Los adultos charlaban y el sol brillaba en el cielo, anunciando el comienzo del verano.
Víctor miró los rostros que empezaban a resultarle familiares. Los recién llegados eran Nora, una mujer de pelo corto y sonrisa alegre, y su hijo, Tommy, el pirómano. Víctor lo vigiló mientras jugaba con Katie y Kevin. Estaba sorprendido por aquel repentino instinto protector, pero lo que realmente le sorprendía era que el resto de los adultos no pareciesen en absoluto preocupados. Incluso Myriam estaba sentada en una manta, entre su embarazada hermana y su madre, sin preocuparse por el desastre que podría causar un niño con afición a las cerillas.
Víctor debía admitir que Tommy no parecía un pirómano. El niño tenía la cara llena de pecas y le faltaba un diente… Parecía un crío normal, incluso encantador.
Mientras el patriarca de la familia se disponía a preparar la barbacoa, las conversaciones del resto eran como las ondas que se crean en un lago cuando alguien tira una piedra. Víctor sólo podía oír fragmentos.
—¿Fútbol? ¿Cómo puedes pensar en el fútbol en medio de la temporada de baloncesto?
—El hockey sí que es un deporte masculino.
—Y el tenis.
Eso lo había dicho un primo adolescente y todos se quedaron en silencio.
—Era una broma —añadió luego, cortado.
—No les hagas caso —le aconsejó Dan Montemayor—. Discuten sobre cualquier cosa sólo por discutir.
Víctor sacudió la cabeza.
—Yo creo que a Eric ni siquiera le gusta el fútbol.
—Probablemente no, pero lo que cuenta es la discusión —sonrió el hombre.
—Muy interesante —sonrió Víctor, tomando un trago de cerveza.
Hacía mucho tiempo que no pasaba un día sin hacer nada. De hecho, no recordaba la última vez que se había tomado un día libre.
—Te agradecemos mucho que hayas traído a Eric.
—No es nada.
—Queríamos ir a Los Angeles después del accidente, pero Eric no nos dejó. No quería que su madre lo viera en el hospital.
Víctor asintió.
—La verdad es que no estaba en buena forma.
—Aún no está bien —suspiró Dan, mirando a su hijo con cara de preocupación.
—Los moretones desaparecen, los huesos sueldan —intentó tranquilizarlo Víctor. Aunque entendía su preocupación. Como entendía el deseo de Eric de no tener gente a su alrededor en aquel momento. Él había pasado por eso dos años antes y no fue nada agradable.
Básicamente, cuando uno está hecho polvo, lo único que quiere es estar solo. Lo último que necesita es un grupo de gente continuamente preguntando qué quieres o si estás bien. Y, como médico, había podido asegurarle a los Montemayor que Eric iba a recuperarse sin ningún problema.
—Lo sé —suspiró Dan—. Pero ha sido muy duro.
—Eric está bien, no se preocupe.
Dan lo estudió durante unos segundos y luego asintió con la cabeza.
—Si tú lo dices… Y gracias por todo.
—De nada.
—Las reuniones familiares no son lo tuyo, ¿verdad? —dijo entonces el padre de Eric.
—¿Perdone?
—Supongo que, al principio, somos un poco abrumadores.
—Yo no…
—No es culpa tuya —lo interrumpió el hombre—. Pero lo hemos notado, es normal.
—Las reuniones familiares no son lo mío, no —suspiró Víctor, mirando la botella de cerveza, sin saber qué decir.
Evidentemente, su cara de póquer no servía de nada con los Montemayor. No sólo Myriam podía leer sus pensamientos, aparentemente el resto de la familia también.
Seguramente, llevaba demasiado tiempo sin relacionarse con nadie, pensó. Había olvidado lo agradable que era tumbarse al sol, simplemente disfrutando de estar vivo…
Ese pensamiento lo sorprendió. Él no había querido convertirse en un ermitaño. No había querido volverse raro. Pero, sin darse cuenta, eso era exactamente lo que había pasado.
Dan le dio un golpecito en el hombro.
—No te preocupes, ya te acostumbrarás. Myriam te echará una mano.
Antes de que Víctor pudiera preguntarle qué quería decir, Dan Montemayor se había dado la vuelta y estaba buscando a alguien con la mirada.
—¡Tommy!
—¿Qué?
—¡Ven aquí si quieres encender la barbacoa!
Víctor lo miró, sorprendido.
—¿Qué va a hacer?
—Es una pequeña tradición familiar. A Tommy le gusta encender la barbacoa. Es nuestro pequeño chef, ¿verdad, hijo? —sonrió Dan, revolviéndole el pelo.
—Sí.
Cuando el niño encendió la cerilla y la echó sobre los carbones, todo el mundo empezó a aplaudir. Luego Tommy salió corriendo para seguir jugando con sus primos.
Un pirómano, ya. Víctor se sentía como un idiota.
Había estado vigilando al niño, esperando que hiciese alguna trastada…
Pero la experta en trastadas era Myriam. Víctor la buscó con la mirada y, como si lo hubiera intuido, ella volvió la cabeza. Sus miradas se encontraron y fue como una colisión.
El enfado desapareció. Era como si estuvieran solos los dos, unidos por un hilo invisible…
Víctor sacudió la cabeza. No necesitaba aquello, pensó. Aunque no podía hacer nada para evitarlo.
saludos!
marimyri- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 591
Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
me encantaron los cap jajaja xfiitas no tardes con el siiguiiente cap siip k me muero x saber k es lo k les espera a estos dos niiños sip
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Gracias por los capis niña, ojalá que te puedan ayudar las jefazas con eso de los capis hot!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
alguien se esta metiendo en saco de 11 varas!! hahahaha sigue !!
gracias por darnos un poc de tu tiempo !!
cuidate
gracias por darnos un poc de tu tiempo !!
cuidate
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Un Hombre Perdido (Final)
poco a poco vico vas a ver que vas a terminar cayendo jajajaja...y oyeme no ponla completa asi le quitas lo bueno wey jajajajajaja que chiste jajajajajaja ntc
sigueleeeee primaaa....te cuidas....bye
sigueleeeee primaaa....te cuidas....bye
susy81- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 157
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
DEFINITIVAMENTE ESTOS DOS NACIERON PARA ESTAR JUNTOS, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
Muchisimas gracias por los capitulos, Myri le va a kitar lo ermitaño a Vic , yo opino ke la pongas completa jajaja no le kites la emocion
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Un Hombre Perdido (Final)
gracias por los capis y dejala completa bueno si las jefas dan su permiso , si la mochas en lo mas interesante ya no tendra chiste , total que las menores de 22 jaajjaja no la lean o que la lean acompañadas de un adulto
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Página 1 de 4. • 1, 2, 3, 4
Temas similares
» El hombre Perfecto
» EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
» Idea para El hombre perfecto
» Víctor García, de macho a hombre
» Un Hombre Para una Noche Maureen Child
» EL HOMBRE MAS DESEABLE ((completa))
» Idea para El hombre perfecto
» Víctor García, de macho a hombre
» Un Hombre Para una Noche Maureen Child
Página 1 de 4.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.