Vicco y la Viccobebe
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

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Mensaje  cliostar Vie Ago 01, 2008 2:41 pm

Entonces entró en clase el señor Banner y llamó al orden a los alumnos. Hacía equilibrios para sostener en brazos unas cajitas de cartón. Las soltó encima de la mesa de Mike y le dijo que comenzara a distribuirlas por la clase.

—De acuerdo, chicos, quiero que todos toméis un objeto de las cajas.

El sonido estridente de los guantes de goma contra sus muñecas se me antojó de mal augurio.

—El primero contiene una tarjeta de identificación del grupo sanguíneo —continuó mientras tomaba una tarjeta blanca con las cuatro esquinas marcadas y la exhibía—. En segundo lugar, tenemos un aplacador de cuatro puntas —sostuvo en alto algo similar a un peine sin dientes—. El tercer objeto es una micro—lanceta esterilizada —alzó una minúscula pieza de plástico azul y la abrió. La aguja de la lanceta era invisible a esa distancia, pero se me revolvió estómago.

—Voy a pasar con un cuentagotas con suero para preparar vuestras tarjetas, de modo que, por favor, no empecéis hasta que pase yo... —comenzó de nuevo por la mesa de Mike, depositando con esmero una gota de agua en cada una de las cuatro esquinas—. Luego, con cuidado, quiero que os pinchéis un dedo con la lanceta.

Tomó la mano de Mike y le punzó la yema del dedo corazón con la punta de la lanceta. Oh, no. Un sudor viscoso me cubrió la frente.

—Depositad una gotita de sangre en cada una de las puntas —hizo una demostración. Apretó el dedo de Mike hasta que fluyó la sangre. Tragué de forma convulsiva, el estómago se revolvió aún más—. Entonces las aplicáis a la tarjeta del test —
concluyó.

Sostuvo en alto la goteante tarjeta roja delante de nosotros para que la viéramos. Cerré los ojos, intenté oír por encima del pitido de mis oídos.

—El próximo fin de semana, la Cruz Roja se detiene en Port Angeles para recoger donaciones de sangre, por lo que he pensado que todos vosotros deberíais conocer vuestro grupo sanguíneo —parecía orgulloso de sí mismo—. Los menores de dieciocho años vais a necesitar un permiso de vuestros padres... Hay hojas de autorización encima de mi mesa.

Siguió cruzando la clase con el cuentagotas. Descansé la mejilla contra la fría y oscura superficie de la mesa, intentando mantenerme consciente. Todo lo que oía a mí alrededor eran chillidos, quejas y risitas cuando se ensartaban los dedos con la lanceta. Inspiré y expiré de forma acompasada por la boca.

—Myri, ¿te encuentras bien? —preguntó el señor Banner. Su voz sonaba muy cerca de mi cabeza. Parecía alarmado.

—Ya sé cuál es mi grupo sanguíneo, señor Banner —dije con voz débil. No me atrevía a levantar la cabeza.

— ¿Te sientes débil?

—Sí, señor —murmuré mientras en mi fuero interno me daba de bofetadas por no haber hecho novillos cuando tuve la ocasión.

—Por favor, ¿alguien puede llevar a Myriam a la enfermería? —pidió en voz alta.

No tuve que alzar la vista para saber que Mike se ofrecería voluntario.

— ¿Puedes caminar? —preguntó el señor Banner.

—Sí —susurré. Limítate a dejarme salir de aquí, pensé. Me arrastraré.

Mike parecía ansioso cuando me rodeó la cintura con el brazo y puso mi brazo sobre su hombro. Me apoyé pesadamente sobre él mientras salía de clase.

Muy despacio, crucé el campus a remolque de Mike. Cuando doblamos la esquina de la cafetería y estuvimos fuera del campo de visión del edificio cuatro —en el caso de que el profesor Banner estuviera mirando—, me detuve.

— ¿Me dejas sentarme un minuto, por favor? —supliqué.

Me ayudó a sentarme al borde del paseo.

—Y, hagas lo que hagas, ocúpate de tus asuntos —le avisé.

Aún seguía muy confusa. Me tumbé sobre un costado, puse la mejilla sobre el cemento húmedo y gélido de la acera y cerré los ojos. Eso pareció ayudar un poco.

—Vaya, te has puesto verde —comentó Mike, bastante nervioso.

— ¿Myri? —me llamó otra voz a lo lejos.

¡No! Por favor, que esa voz tan terriblemente familiar sea sólo una imaginación.

— ¿Qué le sucede? ¿Está herida?

Ahora la voz sonó más cerca, y parecía preocupada. No me lo estaba imaginando. Apreté los párpados con fuerza, me quería morir o, como mínimo, no vomitar.

Mike parecía tenso.

—Creo que se ha desmayado. No sé qué ha pasado, no ha movido ni un dedo.

—Myriam—la voz de Victor sonó a mi lado. Ahora parecía aliviado—. ¿Me oyes?

—No —gemí—. Vete.

Se rió por lo bajo.

—La llevaba a la enfermería —explicó Mike a la defensiva—, pero no quiso avanzar más.

—Yo me encargo de ella —dijo Victor. Intuí su sonrisa en el tono de su voz—. Puedes volver a clase.

—No —protestó Mike—. Se supone que he de hacerlo yo.

De repente, la acera se desvaneció debajo de mi cuerpo. Abrí los ojos, sorprendida. Estaba en brazos de Victor, que me había levantado en vilo, y me llevaba con la misma facilidad que si pesara cinco kilos en lugar de cincuenta.

— ¡Bájame!

Por favor, por favor, que no le vomite encima. Empezó a caminar antes de que terminara de hablar.

— ¡Eh! —gritó Mike, que ya se hallaba a diez pasos detrás de nosotros.

Victor lo ignoró.

—Tienes un aspecto espantoso —me dijo al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa.

— ¡Déjame otra vez en la acera! —protesté.


El bamboleo de su caminar no ayudaba. Me sostenía con cuidado lejos de su cuerpo, soportando todo mi peso sólo con los brazos, sin que eso pareciera afectarle.

— ¿De modo que te desmayas al ver sangre? —preguntó. Aquello parecía divertirle.

No le contesté. Cerré los ojos, apreté los labios y luché contra las náuseas con todas mis fuerzas.

—Y ni siquiera era la visión de tu propia sangre —continuó regodeándose.

No sé cómo abrió la puerta mientras me llevaba en brazos, pero de repente hacía calor, por lo que supe que habíamos entrado.

—Oh, Dios mío —dijo de forma entrecortada una voz de mujer.

—Se desmayó en Biología —le explicó Victor.

Abrí los ojos. Estaba en la oficina.Victor me llevaba dando zancadas delante del mostrador frontal en dirección a la puerta de la enfermería. La señora Cope, la recepcionista de rostro rubicundo, corrió delante de él para mantener la puerta abierta. La atónita enfermera, una dulce abuelita, levantó los ojos de la novela que leía mientras Vidtor me llevaba en volandas dentro de la habitación y me depositaba con suavdad encima del crujiente papel que cubría el colchón de vinilo marrón del único catre. Luego se colocó contra la pared, tan lejos como lo permitía la angosta habitación, con los ojos brillantes, excitados.

—Ha sufrido un leve desmayo —tranquilizó a la sobresaltada enfermera—. En Biología están haciendo la prueba del Rh.

La enfermera asintió sabiamente.

—Siempre le ocurre a alguien.

Victor se rió con disimulo.

—Quédate tendida un minutito, cielo. Se pasará.

—Lo sé —dije con un suspiro. Las náuseas ya empezaban a remitir.

— ¿Te sucede muy a menudo? —preguntó ella.

—A veces —admití. Victor tosió para ocultar otra carcajada.

—Puedes regresar a clase —le dijo la enfermera.

—Se supone que me tengo que quedar con ella —le contestó con aquel tono suyo tan autoritario que la enfermera,
aunque frunció los labios, no discutió más.

—Voy a traerte un poco de hielo para la frente, cariño —me dijo, y luego salió bulliciosamente de la habitación.

—Tenías razón —me quejé, dejando que mis ojos se cerraran.

—Suelo tenerla, ¿sobre qué tema en particular en esta ocasión?

—Hacer novillos es saludable.

Respiré de forma acompasada.

—Ahí fuera hubo un momento en que me asustaste —admitió después de hacer una pausa. La voz sonaba como si confesara una humillante debilidad—. Creí que Newton arrastraba tu cadáver para enterrarlo en los bosques.

—Ja, ja.

Continué con los ojos cerrados, pero cada vez me encontraba más entonada.

—Lo cierto es que he visto cadáveres con mejor aspecto. Me preocupaba que tuviera que vengar tu asesinato.

—Pobre Mike. Apuesto a que se ha enfadado.

—Me aborrece por completo —dijo Victor jovialmente.

—No lo puedes saber —disentí, pero de repente me pregunté si a lo mejor sí que podía.

—Vi su rostro... Te lo aseguro.

— ¿Cómo es que me viste? Creí que te habías ido.

Ya me encontraba prácticamente recuperada. Las náuseas se hubieran pasado con mayor rapidez de haber comido algo durante el almuerzo, aunque, por otra parte, tal vez era afortunada por haber tenido el estómago vacío.

—Estaba en mi coche escuchando un CD.

Aquella respuesta tan sencilla me sorprendió. Oí la puerta y abrí los ojos para ver a la enfermera con una compresa fría en la mano.

—Aquí tienes, cariño —la colocó sobre mi frente y añadió—: Tienes mejor aspecto.

—Creo que ya estoy bien —dije mientras me incorporaba lentamente.

Me pitaban un poco los oídos, pero no tenía mareos. Las paredes de color menta no daban vueltas.

Pude ver que me iba a obligar a acostarme de nuevo, pero en ese preciso momento la puerta se abrió y la señora Cope se golpeó la cabeza contra la misma.

—Ahí viene otro —avisó.

Me bajé de un salto para dejar libre el camastro para el siguiente inválido. Devolví la compresa a la enfermera.

—Tome, ya no la necesito.

Entonces, Mike cruzó la puerta tambaleándose. Ahora sostenía a Lee Stephens, otro chico de nuestra clase de Biología,
que tenía el rostro amarillento. Victor y yo retrocedimos hacia la pared para hacerles sitio.

—Oh, no —murmuró Victor—. Vamonos fuera de aquí, Myri.

Aturdida, le busqué con la mirada.

—Confía en mí... Vamos.

Di media vuelta y me aferré a la puerta antes de que se cerrara para salir disparada de la enfermería. Sentí que Victor me seguía.

—Por una vez me has hecho caso.

Estaba sorprendido.

—Olí la sangre —le dije, arrugando la nariz. Lee no se ha puesto malo por ver la sangre de otros, como yo.


—La gente no puede oler la sangre —me contradijo.

—Bueno, yo sí. Eso es lo que me pone mala. Huele a óxido... y a sal.

Se me quedó mirando con una expresión insondable.

— ¿Qué? —le pregunté.

—No es nada.

Entonces, Mike cruzó la puerta, sus ojos iban de Victor a mí. La mirada que le dedicó a Victor me confirmó lo que éste me había dicho, que Mike lo aborrecía. Volvió a mirarme con gesto malhumorado.

—Tienes mejor aspecto —me acusó.

—Ocúpate de tus asuntos —volví a avisarle.

—Ya no sangra nadie más —murmuró—. ¿Vas a volver a clase?

— ¿Bromeas? Tendría que dar media vuelta y volver aquí.

—Sí, supongo que sí. ¿Vas a venir este fin de semana a la playa?

Mientras hablaba, lanzó otra mirada fugaz hacia Victor, que se apoyaba con gesto ausente contra el desordenado mostrador, inmóvil como una estatua. Intenté que pareciera lo más amigable posible:

—Claro. Te dije que iría.

—Nos reuniremos en la tienda de mi padre a las diez.

Su mirada se posó en Victor otra vez, preguntándose si no estaría dando demasiada información. Su lenguaje corporal evidenciaba que no era una invitación abierta.

—Allí estaré —prometí.

—Entonces, te veré en clase de gimnasia —dijo, dirigiéndose con inseguridad hacia la puerta.

—Hasta la vista —repliqué.

Me miró una vez más con la contrariedad escrita en su rostro redondeado y se encorvó mientras cruzaba lentamente la puerta. Me invadió una oleada de compasión. Sopesé el hecho de ver su rostro desencantado otra vez en clase de Educación física.

—Gimnasia —gemí.

—Puedo hacerme cargo de eso —no me había percatado de que Victor se había acercado, pero me habló al oído—. Ve a sentarte e intenta parecer paliducha —murmuró.

Esto no suponía un gran cambio. Siempre estaba pálida, y mi reciente desmayo había dejado una ligera capa de sudor sobre mi rostro. Me senté en una de las crujientes sillas plegables acolchadas y descansé la cabeza contra la pared con los ojos cerrados. Los desmayos siempre me dejaban agotada.

Oí a Victor hablar con voz suave en el mostrador.

— ¿Señora Cope?

— ¿Sí?

No la había oído regresar a su mesa.

—Myriam tiene gimnasia la próxima hora y creo que no se encuentra del todo bien. ¿Cree que podría dispensarla de asistir a esa clase? —su voz era aterciopelada. Pude imaginar lo convincentes que estaban resultando sus ojos.

—Victor —dijo la señora Cope sin dejar de ir y venir. ¿Por qué no era yo capaz de hacer lo mismo?—, ¿necesitas también que te dispense a ti?

—No. Tengo clase con la señora Goff. A ella no le importará.

—De acuerdo, no te preocupes de nada. Que te mejores, Myriam —me deseó en voz alta. Asentí débilmente con la cabeza,
sobreactuando un poquito.

— ¿Puedes caminar o quieres que te lleve en brazos otra vez?

De espaldas a la recepcionista, su expresión se tornó sarcástica.

—Caminaré.

Me levanté con cuidado, seguía sintiéndome bien. Mantuvo la puerta abierta para mí, con la amabilidad en los labios y la burla en los ojos. Salí hacia la fría llovizna que empezaba a caer. Agradecí que se llevara el sudor pegajoso de mi rostro. Era la primera vez que disfrutaba de la perenne humedad que emanaba del cielo.

—Gracias —le dije cuando me siguió—. Merecía la pena seguir enferma para perderse la clase de gimnasia.

—Sin duda.

Me miró directamente, con los ojos entornados bajo la lluvia.

—De modo que vas a ir... Este sábado, quiero decir.
Esperaba que él viniera, aunque parecía improbable. No me lo imaginaba poniéndose de acuerdo con el resto de los chicos del instituto para ir en coche a algún sitio. No pertenecía al mismo mundo, pero la sola esperanza de que pudiera suceder me dio la primera punzada de entusiasmo que había sentido por ir a la excursión.

— ¿Adonde vais a ir exactamente? —seguía mirando al frente, inexpresivo.

—A La Push, al puerto.

Estudié su rostro, intentando leer en el mismo. Sus ojos parecieron entrecerrarse un poco más. Me lanzó una mirada con el rabillo del ojo y sonrió secamente.

—En verdad, no creo que me hayan invitado.

Suspiré.

—Acabo de invitarte.

—No avasallemos más entre los dos al pobre Mike esta semana, no sea que se vaya a romper.

Sus ojos centellearon. Disfrutaba de la idea más de lo normal.


—El blandengue de Mike... —murmuré, preocupada por la forma en que había dicho «entre los dos». Me gustaba más de lo conveniente.
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 3 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  cliostar Vie Ago 01, 2008 2:42 pm

Ahora estábamos cerca del aparcamiento. Me desvié a la izquierda, hacia el monovolumen. Algo me agarró de la cazadora y me hizo retroceder.

— ¿Adonde te crees que vas? —preguntó ofendido.

Victor me aferraba de la misma con una sola mano. Estaba perpleja.

—Me voy a casa.

— ¿Acaso no me has oído decir que te iba a dejar a salvo en casa? ¿Crees que te voy a permitir que conduzcas en tu estado?

— ¿En qué estado? ¿Y qué va a pasar con mi coche? ——me quejé.

—Se lo tendré que dejar a Alice después de la escuela.

Me arrastró de la ropa hacia su coche. Todo lo que podía hacer era intentar no caerme, aunque, de todos modos, lo más probable es que me sujetara si perdía el equilibrio.

— ¡Déjame! —insistí.

Me ignoró. Anduve haciendo eses sobre las aceras empapadas hasta llegar a su Volvo. Entonces, me soltó al fin. Me tropecé contra la puerta del copiloto.

— ¡Eres tan insistente!—refunfuñé.

—Está abierto —se limitó a responder. Entró en el coche por el lado del conductor.

—Soy perfectamente capaz de conducir hasta casa.

Permanecí junto al Volvo echando chispas. Ahora llovía con más fuerza y el pelo goteaba sobre mi espalda al no haberme puesto la capucha. Bajó el cristal de la ventanilla automática y se inclinó sobre el asiento del copiloto:

—Entra, Myriam.

No le respondí. Estaba calculando las oportunidades que tenía de alcanzar el monovolumen antes de que él me atrapara, y tenía que admitir que no eran demasiadas.

—Te arrastraría de vuelta aquí —me amenazó, adivinando mi plan.

Intenté mantener toda la dignidad que me fue posible al entrar en el Volvo. No tuve mucho éxito. Parecía un gato empapado y las botas crujían continuamente.

—Esto es totalmente innecesario —dije secamente.

No me respondió. Manipuló los mandos, subió la calefacción y bajó la música. Cuando salió del aparcamiento, me preparaba para castigarle con mi silencio —poniendo un mohín de total enfado—, pero entonces reconocí la música que sonaba y la curiosidad prevaleció sobre la intención.

— ¿Claro de luna?—pregunté sorprendida.

— ¿Conoces a Debussy? —él también parecía estar sorprendido.

—No mucho —admití—. Mi madre pone mucha música clásica en casa, pero sólo conozco a mis favoritos.

—También es uno de mis favoritos.

Siguió mirando al frente, a través de la lluvia, sumido en sus pensamientos.

Escuché la música mientras me relajaba contra la suave tapicería de cuero gris. Era imposible no reaccionar ante la conocida y relajante melodía. La lluvia emborronaba todo el paisaje más allá de la ventanilla hasta convertirlo en una mancha de tonalidades grises y verdes Comencé a darme cuenta de lo rápido que íbamos, pero, no obstante, el coche se movía con tal firmeza y estabilidad que no notaba la velocidad, salvo por lo deprisa que dejábamos atrás el pueblo.

— ¿Cómo es tu madre? —me preguntó de repente.

Lo miré de refilón, con curiosidad.

—Se parece mucho a mí, pero es más guapa —respondí. Alzó las cejas—; he heredado muchos rasgos de Charlie. Es más sociable y atrevida que yo. También es irresponsable y un poco excéntrica, y una cocinera impredecible. Es mi mejor amiga —me callé. Hablar de ella me había deprimido.

—Myri, ¿cuántos años tienes?

Por alguna razón que no conseguía comprender, la voz de Victor
contenía un tono de frustración. Detuvo el coche y entonces comprendí que habíamos llegado ya a la casa de Charlie. Llovía con tanta fuerza que apenas conseguía ver la vivienda.
Parecía que el coche estuviera en el lecho de un río.

—Diecisiete —respondí un poco confusa.

—No los aparentas —dijo con un tono de reproche que me hizo reír.

— ¿Qué pasa? —inquirió, curioso de nuevo.

—Mi madre siempre dice que nací con treinta y cinco años y que cada año me vuelvo más madura —me reí y luego suspiré—. En fin, una de las dos debía ser adulta —me callé durante un segundo—. Tampoco tú te pareces mucho a un adolescente de instituto.

Torció el gesto y cambió de tema.

—En ese caso, ¿por qué se casó tu madre con Phil?

Me sorprendió que recordara el nombre. Sólo lo había mencionado una vez hacía dos meses. Necesité unos momentos para responder.

—Mi madre tiene... un espíritu muy joven para su edad. Creo que Phil hace que se sienta aún más joven. En cualquier caso, ella está loca por él —sacudí la cabeza. Aquella atracción suponía un misterio para mí.

— ¿Lo apruebas?

— ¿Importa? —le repliqué—. Quiero que sea feliz, y Phil es lo que ella quiere.

—Eso es muy generoso por tu parte... Me pregunto... —murmuró, reflexivo.


— ¿El qué?

— ¿Tendría ella esa misma cortesía contigo, sin importarle tu elección?

De repente, prestaba una gran atención. Nuestras miradas se encontraron.

—E—eso c—creo —tartamudeé—, pero, después de todo, ella es la madre. Es un poquito diferente.

—Entonces, nadie que asuste demasiado —se burló.

Le respondí con una gran sonrisa.

— ¿A qué te refieres con que asuste demasiado? ¿Múltiples piercings en el rostro y grandes tatuajes?

—Supongo que ésa es una posible definición.

— ¿Cuál es la tuya?

Pero ignoró mi pregunta y respondió con otra.

— ¿Crees que puedo asustar?

Enarcó una ceja. El tenue rastro de una sonrisa iluminó su rostro.

—Eh... Creo que puedes hacerlo si te lo propones.

— ¿Te doy miedo ahora?

La sonrisa desapareció del rostro de Victor y su rostro divino se puso repentinamente serio, pero yo respondí rápidamente—

—No.

La sonrisa reapareció.

—Bueno, ¿vas a contarme algo de tu familia? —pregunté para distraerle—. Debe de ser una historia mucho más interesante que la mía.

Se puso en guardia de inmediato.

— ¿Qué es lo que quieres saber?

— ¿Te adoptaron los García? —pregunté para comprobar el hecho.

—Sí.

Vacilé unos momentos. — ¿Qué les ocurrió a tu padres?

—Murieron hace muchos años —contestó con toda naturalidad.

—Lo siento —murmuré.

—En realidad, los recuerdo de forma confusa. Carlisle y Esme llevan siendo mis padres desde hace mucho tiempo.

—Y tú los quieres —no era una pregunta. Resultaba obvio por el modo en que hablaba de ellos.

—Sí —sonrió—. No puedo concebir a dos personas mejores que ellos.

—Eres muy afortunado.

—Sé que lo soy.

— ¿Y tu hermano y tu hermana? Lanzó una mirada al reloj del salpicadero.

—A propósito, mi hermano, mi hermana, así como Jasper y Rosalie se van a disgustar bastante si tienen que esperarme bajo la lluvia.

—Oh, lo siento. Supongo que debes irte.

Yo no quería salir del coche.

—Y tú probablemente quieres recuperar el coche antes de que el jefe de policía Montemayor vuelva a casa para no tener que contarle el ncidente de Biología.

Me sonrió.

—Estoy segura de que ya se ha enterado. En Forks no existen los secretos —suspiré.

Rompió a reír.

—Diviértete en la playa... Que tengáis buen tiempo para tomar el sol —me deseó mientras miraba las cortinas de lluvia.

— ¿No te voy a ver mañana?

—No. Emmett y yo vamos a adelantar el fin de semana.

— ¿Qué es lo que vais a hacer?

Una amiga puede preguntar ese tipo de cosas, ¿no? Esperaba que mi voz no dejara traslucir el desencanto.

—Nos vamos de excursión al bosque de Goat Rocks, al sur del monte Rainier.

—Ah, vaya, diviértete —intenté simular entusiasmo, aunque dudo que lo lograse. Una sonrisa curvó las comisuras de sus labios. Se giró para mirarme de frente, empleando todo el poder de sus ardientes ojos dorados.

— ¿Querrías hacer algo por mí este fin de semana?

Asentí desvalida.

—No te ofendas, pero pareces ser una de esas personas que atraen los accidentes como un imán. Así que..., intenta no caerte al océano, dejar que te atropellen, ni nada por el estilo... ¿De acuerdo?

Esbozó una sonrisa malévola. Mi desvalimiento desapareció mientras hablaba. Le miré fijamente.

—Veré qué puedo hacer —contesté bruscamente, mientras salía del volvo bajo la lluvia de un salto. Cerré la puerta de un portazo. Victor aún seguía sonriendo cuando se alejó al volante de su coche.

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Mensaje  Marianita Vie Ago 01, 2008 3:37 pm

Eahh eahh 3x1!!! cheers Muchas gracias Cliostar. lol!
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Mensaje  Carmen Vie Ago 01, 2008 5:04 pm

aaaah comoo me gustaaa!!!... jajajaja.. quee cosaass... yoo aquiii de viciiaas Cool ... mil graciaas por los caapss.. saluditooosss Razz

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Mensaje  jai33sire Sáb Ago 02, 2008 1:53 pm

muchas gracias por el capitulo y siguele por fa que esta buenisima prometiste poner casi todos los dias capitulos por faaaaaaaaa Smile

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Mensaje  cliostar Dom Ago 03, 2008 12:31 am

Hola niñas aqui les dejo otros caps ahh como me gusta esta historia espero que a ustedes tambn bueno ciao bye kisses

CUENTOS DE MIEDO



En realidad, cuando me senté en mi habitación e intenté concentrarme en la lectura del tercer acto de Macbeth, estaba atenta a ver si oía el motor de mi coche. Pensaba que podría escuchar el rugido del motor por encima del tamborileo de la lluvia, pero, cuando aparté la cortina para mirar de nuevo, apareció allí de repente.

No esperaba el viernes con especial interés, sólo consistía en reasumir mi vida sin expectativas. Hubo unos pocos comentarios, por supuesto. Jessica parecía tener un interés especial por comentar el tema, pero, por fortuna, Mike había mantenido el pico cerrado y nadie parecía saber nada de la participación de Edward. No obstante, Jessica me formuló un montón de preguntas acerca de mi almuerzo y en clase de Trigonometría me dijo:

— ¿Qué quería ayer Victor García?

—No lo sé —respondí con sinceridad—. En realidad, no fue al grano.

—Parecías como enfadada —comentó a ver si me sonsacaba algo.

— ¿Sí? — mantuve el rostro inexpresivo.

—Ya sabes, nunca antes le había visto sentarse con nadie que no fuera su familia. Era extraño.

—Extraño en verdad —coincidí.

Parecía asombrada. Se alisó sus rizos oscuros con impaciencia. Supuse que esperaba escuchar cualquier cosa que le pareciera una buena historia que contar.

Lo peor del viernes fue que, a pesar de saber que él no iba a estar presente, aún albergaba esperanzas. Cuando entré en la cafetería en compañía de Jessica y Mike, no pude evitar mirar la mesa en la que Rosalie, Alice y Jasper se sentaban a hablar con las cabezas juntas. No pude contener la melancolía que me abrumó al comprender que no sabía cuánto tiempo tendría que esperar antes de volverlo a er.

En mi mesa de siempre no hacían más que hablar de los planes para el día siguiente. Mike volvía a estar animado,
depositaba mucha fe en el hombre del tiempo, que vaticinaba sol para el sábado. Tenía que verlo para creerlo, pero hoy hacía más calor, casi doce grados. Puede que la excursión no fuera del todo espantosa.

Intercepté unas cuantas miradas poco amistosas por parte de Lauren durante el almuerzo, hecho que no comprendí hasta que salimos juntas del comedor. Estaba justo detrás de ella, a un solo pie de su pelo rubio, lacio y brillante, y no se dio cuenta, desde luego, cuando oí que le murmuraba a Mike:

—No sé por qué Myriam —sonrió con desprecio al pronunciar mi nombre— no se sienta con los García de ahora en adelante.

Hasta ese momento no me había percatado de la voz tan nasal y estridente que tenía, y me sorprendió la malicia que destilaba. En realidad, no la conocía muy bien; sin duda, no lo suficiente para que me detestara..., o eso había pensado.

—Es mi amiga, se sienta con nosotros —le replicó en susurros Mike, con mucha lealtad, pero también de forma un poquito posesiva. Me detuve para permitir que Jessica y Angela me adelantaran. No quería oír nada más.

Durante la cena de aquella noche, Charlie parecía entusiasmado por mi viaje a La Push del día siguiente. Sospecho que se sentía culpable por dejarme sola en casa los fines de semana, pero había pasado demasiados años forjando unos hábitos para romperlos ahora. Conocía los nombres de todos los chicos que iban, por supuesto, y los de sus padres y, probablemente,
también los de sus tatarabuelos. Parecía aprobar la excursión. Me pregunté si aprobaría mi plan de ir en coche a Seattle con Victor Garcia. Tampoco se lo iba a decir.

—Papá —pregunté como por casualidad—, ¿conoces un lugar llamado Goat Rocks, o algo parecido? Creo que está al sur del monte Rainier.

—Sí... ¿Por qué?

Me encogí de hombros.

—Algunos chicos comentaron la posibilidad de acampar allí.

—No es buen lugar para acampar —parecía sorprendido—. Hay demasiados osos. La mayoría de la gente acude allí durante la temporada de caza.

—Oh —murmuré—, tal vez haya entendido mal el nombre.

Pretendía dormir hasta tarde, pero un insólito brillo me despertó. Abrí los ojos y vi entrar a chorros por la ventana una límpida luz amarilla. No me lo podía creer. Me apresuré a ir a la ventana para comprobarlo, y efectivamente, allí estaba el sol.
Ocupaba un lugar equivocado en el cielo, demasiado bajo, y no parecía tan cercano como de costumbre, pero era el sol, sin duda. Las nubes se congregaban en el horizonte, pero en el medio del cielo se veía una gran área azul. Me demoré en la ventana todo lo que pude, temerosa de que el azul del cielo volviera a desaparecer en cuanto me fuera.

La tienda de artículos deportivos olímpicos de Newton se situaba al extremo norte del pueblo. La había visto con anterioridad, pero nunca me había detenido allí al no necesitar ningún artículo para estar al aire libre durante mucho tiempo.
En el aparcamiento reconocí el Suburban de Mike y el Sentra de Tyler. Vi al grupo alrededor de la parte delantera del Suburban mientras aparcaba junto a ambos vehículos. Eric estaba allí en compañía de otros dos chicos con los que compartía clases; estaba casi segura de que se llamaban Ben y Conner. Jess también estaba, flanqueada por Angela y Lauren. Las acompañaban otras tres


chicas, incluyendo una a la que recordaba haberle caído encima durante la clase de gimnasia del viernes. Esta me dirigió una mirada asesina cuando bajé del coche, y le susurró algo a Lauren, que se sacudió la dorada melena y me miró con desdén.

De modo que aquél iba a ser uno de esos días.

Al menos Mike se alegraba de verme.

— ¡Has venido! —gritó encantado—. ¿No te dije que hoy iba a ser un día soleado?

—Y yo te dije que iba a venir —le recordé.

—Sólo nos queda esperar a Lee y a Samantha, a menos que tú hayas invitado a alguien —agregó.

—No —mentí con desenvoltura mientras esperaba que no me descubriera y deseando al mismo tiempo que ocurriese un milagro y apareciera Victor.

Mike pareció satisfecho.

— ¿Montarás en mi coche? Es eso o la minifurgoneta de la madre de Lee.

—Claro.

Sonrió gozoso. ¡Qué fácil era hacer feliz a Mike!

—Podrás sentarte junto a la ventanilla —me prometió. Oculté mi mortificación. No resultaba tan sencillo hacer felices a Mike y a Jessica al mismo tiempo. Ya la veía mirándonos ceñuda.

No obstante, el número jugaba a mi favor. Lee trajo a otras dos personas más y de repente se necesitaron todos los asientos. Me las arreglé para situar a Jessica en el asiento delantero del Suburban, entre Mike y yo. Mike podía haberse comportado con más elegancia, pero al menos Jess parecía aplacada.

Entre La Push y Forks había menos de veinticinco kilómetros de densos y vistosos bosques verdes que bordeaban la carretera. Debajo de los mismos serpenteaba el caudaloso río Quillayute. Me alegré de tener el asiento de la ventanilla. Giré la manivela para bajar el cristal —el Suburban resultaba un poco claustrofóbico con nueve personas dentro— e intenté absorber tanta luz solar como me fue posible.

Había visto las playas que rodeaban La Push muchas veces durante mis vacaciones en Forks con Charlie, por lo que ya me había familiarizado con la playa en forma de media luna de más de kilómetro y medio de First Beach. Seguía siendo impresionante. El agua de un color gris oscuro, incluso cuando la bañaba la luz del sol, aparecería coronada de espuma blanca mientras se mecía pesadamente hacia la rocosa orilla gris. Las paredes de los escarpados acantilados de las islas se alzaban sobre las aguas del malecón metálico. Estos alcanzaban alturas desiguales y estaban coronados por austeros abetos que se elevaban hacia el cielo. La playa sólo tenía una estrecha franja de auténtica arena al borde del agua, detrás de la cual se acumulaban miles y miles de rocas grandes y lisas que, a lo lejos, parecían de un gris uniforme, pero de cerca tenían todos los matices posibles de una piedra: terracota, verdemar, lavanda, celeste grisáceo, dorado mate. La marca que dejaba la marea en la playa estaba sembrada de árboles de color ahuesado —a causa de la salinidad marina— arrojados a la costa por las olas.

Una fuerte brisa soplaba desde el mar, frío y salado. Los pelícanos flotaban sobre las ondulaciones de la marea mientras las gaviotas y un águila solitaria las sobrevolaban en círclos. Las nubes seguían trazando un círculo en el firmamento,
amenazando con invadirlo de un momento a otro, pero, por ahora, el sol seguía brillando espléndido con su halo luminoso en el azul del cielo.

Elegimos un camino para bajar a la playa. Mike nos condujo hacia un círculo de lefios arrojados a la playa por la marea.
Era obvio que los habían utilizado antes para acampadas como la nuestra. En el lugar ya se veía el redondel de una fogata cubierto con cenizas negras. Eric y el chico que, según creía, se llamaba Ben recogieron ramas rotas de los montones más secos que se apilaban al borde del bosque, y pronto tuvimos una fogata con forma de tipi encima de los viejos rescoldos.

— ¿Has visto alguna vez una fogata de madera varada en la playa? —me preguntó Mike.
Me sentaba en un banco de color blanquecino. En el otro extremo se congregaban las demás chicas, que chismorreaban animadamente. Mike se arrodilló junto a la hoguera y encendió una rama pequeña con un mechero.

—No —reconocí mientras él lanzaba con precaución la rama en llamas contra el tipi.

—Entonces, te va a gustar... Observa los colores.

Prendió otra ramita y la depositó junto a la primera. Las llamas comenzaron a lamer con rapidez la lefia seca.

— ¡Es azul! —exclamé sorprendida.

—Es a causa de la sal. ¿Precioso, verdad?

Encendió otra más y la colocó allí donde el fuego no había prendido y luego vino a sentarse a mi lado. Por fortuna,
Jessica estaba junto a él, al otro lado. Se volvió hacia Mike y reclamó su atención. Contemplé las fascinantes llamas verdes y azules que chisporroteaban hacia el cielo.

Después de media hora de cháchara, algunos chicos quisieron dar una caminata hasta las marismas cercanas. Era un dilema. Por una parte, me encantan las pozas que se forman durante la bajamar. Me han fascinado desde niña; era una de las pocas cosas que me hacían ilusión cuando debía venir a Forks, pero, por otra, también me caía dentro un montón de veces. No es un buen trago cuando se tiene siete años y estás con tu padre. Eso me recordó la petición de Victor, de que no me cayera al mar.

Lauren fue quien decidió por mí. No quería caminar, ya que calzaba unos zapatos nada adecuados para hacerlo. La mayoría de las otras chicas, incluidas Jessica y Angela, decidieron quedarse también en la playa. Esperé a que Tyler y Eric se hubieran comprometido a acompañarlas antes de levantarme con sigilo para unirme al grupo de caminntes. Mike me dedicó una enorme sonrisa cuando vio que también iba.

La caminata no fue demasiado larga, aunque me fastidiaba perder de vista el cielo al entrar en el bosque. La luz verde de éste difícilmente podía encajar con las risas juveniles, era demasiado oscuro y aterrador para estar en armonía con las pequeñas bromas que se gastaban a mí alrededor. Debía vigilar cada paso que daba con sumo cuidado para evitar las raíces del suelo y las ramas que había sobre mi cabeza, por lo que no tardé en rezagarme. Al final me adentré en los confines esmeraldas de la foresta y encontré de nuevo la rocosa orilla. Había bajado la marea y un río fluía a nuestro lado de camino hacia el mar. A


lo largo de sus orillas sembradas de guijarros había pozas poco profundas que jamás se secaban del todo. Eran un hervidero de vida.

Tuve buen cuidado de no inclinarme demasiado sobre aquellas lagunas naturales. Los otros fueron más intrépidos,
brincaron sobre las rocas y se encaramaron a los bordes de forma precaria. Localicé una piedra de apariencia bastante estable en los aledaños de una de las lagunas más grandes y me senté con cautela, fascinada por el acuario natural que había a mis pies.
Ramilletes de brillantes anémonas se ondulaban sin cesar al compás de la corriente invisible. Conchas en espiral rodaban sobre los repliegues en cuyo interior se ocultaban los cangrejos. Una estrella de mar inmóvil se aferraba a las rocas, mientras una rezagada anguila pequeña de estrías blancas zigzagueaba entre los relucientes juncos verdes a la espera de la plemar. Me quedé completamente absorta, a excepción de una pequeña parte de mi mente, que se preguntaba qué estaría haciendo ahora Victor e intentaba imaginar lo que diría de estar aquí conmigo.

Finalmente, los muchachos sintieron apetito y me levanté con rigidez para seguirlos de vuelta a la playa. En esta ocasión intenté seguirles el ritmo a través del bosque, por lo que me caí unas cuantas veces, cómo no. Me hice algunos rasguños poco profundos en las palmas de las manos, y las rodillas de mis vaqueros se riñeron de verdín, pero podía haber sido peor.

Cuando regresamos a First Beach, el grupo que habíamos dejado se había multiplicado. Al acercarnos pude ver el lacio y reluciente pelo negro y la piel cobriza de los recién llegados, unos adolescentes de la reserva que habían acudido para hacer un poco de vida social.

La comida ya había empezado a repartirse, y los chicos se apresuraron para pedir que la compartieran mientras Eric nos presentaba al entrar en el círculo de la fogata. Angela y yo fuimos las últimas en llegar y me di cuenta de que el más joven de los recién llegados, sentado sobre las piedras cerca del fuego, alzó la vista para mirarme con interés cuando Eric pronunció nuestros nombres. Me senté junto a Angela, y Mike nos trajo unos sandwiches y una selección de refrescos para que eligiéramos mientras el chico que tenía aspecto de ser l mayor de los visitantes pronunciaba los nombres de los otros siete jóvenes que lo acompañaban. Todo lo que pude comprender es que una de las chicas también se llamaba Jessica y que el muchacho cuya atención había despertao respondía al nombre de Jacob.

Resultaba relajante sentarse con Angela, era una de esas personas sosegadas que no sentían la necesidad de llenar todos los silencios con cotorreos. Me dejó cavilar tranquilamente sin molestarme mientras comíamos. Pensaba de qué forma tan deshilvanada transcurría el tiempo en Forks; a veces pasaba como en una nebulosa, con unas imágenes únicas que sobresalían con mayor claridad que el resto, mientras que en otras ocasiones cada segundo era relevante y se grababa en mi mente. Sabía con exactitud qué causaba la diferencia y eso me perturbaba.

Las nubes comenzaron a avanzar durante el almuerzo. Se deslizaban por el cielo azul y ocultaban de forma fugaz y momentánea el sol, proyectando sombras alargadas sobre la playa y oscureciendo las olas. Los chicos comenzaron a alejarse en duetos y tríos cuando terminaron de comer. Algunos descendieron hasta el borde del mar para jugar a la cabrilla lanzando piedras sobre la superficie agitada del mismo. Otros se congregaron para efectuar una segunda expedición a las pozas. Mike,
con Jessica convertida en su sombra, encabezó otra a la tienda de la aldea. Algunos de los nativos los acompañaron y otros se fueron a pasear. Para cuando se hubieron dispersado todos, me había quedado sentada sola sobre un leño, con Lauren y Tyler muy ocupados con un reproductor de CD que alguien había tenido la ocurrencia de traer, y tres adolescentes de la reserva situados alrededor del fuego, incluyendo al jovencito llamado Jacob y al más adulto, el que había actuado de portavoz
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 3 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  cliostar Dom Ago 03, 2008 12:37 am

A los pocos minutos, Angela se fue con los paseantes y Jacob acudió andando despacio para sentarse en el sitio libre que aquélla había dejado a mi ado. A juzgar por su aspecto debería tener catorce, tal vez quince años. Llevaba el brillante pelo largo recogido con una goma elástica en la nuca. Tenía una preciosa piel sedosa de color rojizo y ojos oscuros sobre los pómulos pronunciados. Aún quedaba un ápice de la redondez de la infancia alrededor de su mentón. En suma, tenía un rostro muy bonito. Sin embargo, sus primeras palabras estropearon aquella impresión positiva.

—Tú eres Myriam Montemayor, ¿verdad?

Aquello era como empezar otra vez el primer día del instituto.

—Myri —dije con un suspiro.

—Me llamo Jacob Black —me tendió la mano con gesto amistoso—. Tú compraste el coche de mi papá.

—Oh—dije aliviada mientras le estrechaba la suave mano—. Eres el hijo de Billy. Probablemente debería acordarme de ti.

—No, soy el benjamín... Deberías acordarte de mis hermanas mayores.

—Rachel y Rebecca —recordé de pronto.

Charlie y Billy nos habían abandonado juntas muchas veces para mantenernos ocupadas mientras pescaban. Todas éramos demasiado tímidas para hacer muchos progresos como amigas. Por supuesto, había montado las suficientes rabietas para terminar con las excursiones de pesca cuando tuve once años.

— ¿Han venido? —inquirí mientras examinaba a las chicas que estaban al borde del mar preguntándome si sería capaz;
de reconocerlas ahora.

—No —Jacob negó con la cabeza—. Rachel tiene una beca del Estado de Washington y Rebecca se casó con un surfista samoano. Ahora vive en Hawai.

— ¿Está casada? Vaya —estaba atónita. Las gemelas apenas tenían un año más que yo.

— ¿Qué tal te funciona el monovolumen? —preguntó.

—Me encanta, y va muy bien.

—Sí, pero es muy lento —se rió—. Respiré aliviado cuando Charlie lo compró. Papá no me hubiera dejado ponerme a trabajar en la construcción de otro coche mientras tuviéramos uno en perfectas condiciones

—No es tan lento —objeté.

— ¿Has intentado pasar de sesenta?

—No.


—Bien. No lo hagas.

Esbozó una amplia sonrisa y no pude evitar devolvérsela.

—Eso lo mejora en caso de accidente —alegué en defensa de mi automóvil.

—Dudo que un tanque pudiera con ese viejo dinosaurio —admitió entre risas.

—Así que fabricas coches... —comenté, impresionada.

—Cuando dispongo de tiempo libre y de piezas. ¿No sabrás por un casual dónde puedo adquirir un cilindro maestro para un Volkswagen Rabbit del ochenta y seis? —añadió jocosamente. Tenía una voz amable y ronca.

—Lo siento —me eché a reír—. No he visto ninguno últimamente, pero estaré ojo avizor para avisarte.

Como si yo supiera qué era eso. Era muy fácil conversar con él. Exhibió una sonrisa radiante y me contempló en señal de apreciación, de una forma que había aprendido a reconocer. No fui la única que se dio cuenta.

— ¿Conoces a Myri, Jacob? —preguntó Lauren desde el otro lado del fuego con un tono que yo imaginé como insolente.

—En cierto modo, hemos sabido el uno del otro desde que nací —contestó entre risas, y volvió a sonreírme.

— ¡Qué bien!

No parecía que fuera eso lo que pensara, y entrecerró sus pálidos ojos de besugo.

Myri—me llamó de nuevo mientras estudiaba con atención mi rostro—, le estaba diciendo a Tyler que es una pena que ninguno de los García haya venido hoy. ¿Nadie se ha acordado de invitarlos?

Su expresión preocupada no era demasiado convincente.

— ¿Te refieres a la familia del doctor Carlisle García? —preguntó el mayor de los chicos de la reserva antes de que yo pudiera responder, para gran irritación de Lauren. En realidad, tenía más de hombre que de niño y su voz era muy grave.

—Sí, ¿los conoces? —preguntó con gesto condescendiente, volviéndose en parte hacia él.

—Los García no vienen aquí —respondió en un tono que daba el tema por zanjado e ignorando la pregunta de Lauren.

Tyler le preguntó a Lauren qué le parecía el CD que sostenía en un intento de recuperar su atención. Ella se distrajo.

Contemplé al desconcertante joven de voz profunda, pero él miraba a lo lejos, hacia el bosque umbrío que teníamos detrás de nosotros. Había dicho que los García no venían aquí, pero el tono empleado dejaba entrever algo más, que no se les permitía, que lo tenían prohibido. Su actitud me causó una extraña impresión que intenté ignorar sin éxito. Jacob interrumpió el hilo de mis cavilaciones.

— ¿Aún te sigue volviendo loca Forks?

—Bueno, yo diría que eso es un eufemismo —hice una mueca y él sonrió con comprensión.

Le seguía dando vueltas al breve comentario sobre los Garcia y de repente tuve una inspiración. Era un plan estúpido,
pero no se me ocurría nada mejor. Albergaba la esperanza de que el joven Jacob aún fuera inexperto con las chicas, por lo que no vería lo penoso de mis intentos de flirteo.

— ¿Quieres bajar a dar un paseo por la playa conmigo? —le pregunté mientras intentaba imitar la forma en que Victor me miraba a través de los párpados. No iba a causar el mismo efecto, estaba segura, pero Jacob se incorporó de un salto con bastante predisposición.

Las nubes terminaron por cerrar filas en el cielo, oscureciendo las aguas del océano y haciendo descender la temperatura, mientras nos dirigíamos hacia el norte entre rocas de múltiples tonalidades, en dirección al espigón de madera.
Metí las manos en los bolsillos de mi chaquetón.

—De modo que tienes... ¿dieciséis años? —le pregunté al tiempo que intentaba no parecer una idiota cuando parpadeé como había visto hacer a las chicas en la televisión.

—Acabo de cumplir quince —confesó adulado.

— ¿De verdad? —mi rostro se llenó de una falsa expresión de sorpresa—. Hubiera jurado que eras mayor.

—Soy alto para mi edad —explicó.

— ¿Subes mucho a Forks? —pregunté con malicia, simulando esperar un sí por respuesta. Me vi como una tonta y temí que, disgustado, se diera la vuelta tras acusarme de ser una farsante, pero aún parecía adulado.

—No demasiado —admitió con gesto de disgusto—, pero podré ir las veces que quiera en cuanto haya terminado el coche. .. y tenga el carné —añadió.

— ¿Quién era ese otro chico con el que hablaba Lauren? Parecía un poco viejo para andar con nosotros —me incluí a propósito entre los más jóvenes en un intento de dejarle claro que le prefería a él.

—Es Sam y tiene diecinueve años —me informó Jacob.

— ¿Qué era lo que decía sobre la familia del doctor? —pregunté con toda inocencia.

— ¿Los Garcia? Se supone que no se acercan a la reserva.

Desvió la mirada hacia la Isla de James mientras confirmaba lo que creía haber oído de labios de Sam.

— ¿Por qué no?

Me devolvió la mirada y se mordió el labio.

—Vaya. Se supone que no debo decir nada.

—Oh, no se lo voy a contar a nadie. Sólo siento curiosidad.

Probé a esbozar una sonrisa tentadora al tiempo que me preguntaba si no me estaba pasando un poco, aunque él me devolvió la sonrisa y pareció tentado. Luego enarcó una ceja y su voz fue más ronca cuando me preguntó con tono agorero:

¿—Te gustan las historias de miedo?

—Me encantan —repliqué con entusiasmo, esforzándome para engatusarlo.

Jacob paseó hasta un árbol cercano varado en la playa cuyas raíces sobresalían como las patas de una gran araña blancuzca. Se apoyó levemente sobre una de las raíces retorcidas mientras me sentaba a sus pies, apoyándome sobre el tronco.
Contempló las rocas. Una sonrisa pendía de las comisuras de sus labios carnosos y supe que iba a intentar hacerlo lo mejor que pudiera. Me esforcé para que se notara en mis ojos el vivo interés que yo sentía.


¿—Conoces alguna de nuestras leyendas ancestrales? —comenzó—. Me refiero a nuestro origen, el de los quileutes.

—En realidad, no —admití.

—Bueno, existen muchas leyendas. Se afirma que algunas se remontan al Diluvio. Supuestamente, los antiguos quileutes amarraron sus canoas a lo alto de los árboles más grandes de las montañas para sobrevivir, igual que Noé y el arca —
me sonrió para demostrarme el poco crédito que daba a esas historias—. Otra leyenda afirma que descendemos de los lobos, y que éstos siguen siendo nuestros hermanos. La ley de la tribu prohíbe matarlos.

»Y luego están las historias sobre los fríos.

— ¿Los fríos? —pregunté sin esconder mi curiosidad.

—Sí. Las historias de los fríos son tan antiguas como las de los lobos, y algunas son mucho más recientes. De acuerdo con la leyenda, mi propio tatarabuelo conoció a algunos de ellos. Fue él quien selló el trato que los mantiene alejados de nuestras tierras.

Entornó los ojos.

— ¿Tu tatarabuelo? —le animé.

—Era el jefe de la tribu, como mi padre. Ya sabes, los fríos son los enemigos naturales de los lobos, bueno, no de los lobos en realidad, sino de los lobos que se convierten en hombres, como nuestros ancestros. Tú los llamarías licántropos.

— ¿Tienen enemigos los hombres lobo?

—Sólo uno.

Lo miré con avidez, confiando en hacer pasar mi impaciencia por admiración. Jacob prosiguió:

—Ya sabes, los fríos han sido tradicionalmente enemigos nuestros, pero el grupo que llegó a nuestro territorio en la época de mi tatarabuelo era diferente. No cazaban como lo hacían los demás y no debían de ser un peligro para la tribu, por lo que mi antepasado llegó a un acuerdo con ellos. No los delataríamos a los rostros pálidos si prometían mantenerse lejos de nuestras tierras.

Me guiñó un ojo.

—Si no eran peligrosos, ¿por qué...? —intenté comprender al tiempo que me esforzaba por ocultarle lo seriamente que me estaba tomando esta historia de fantasmas.

—Siempre existe un riesgo para los humanos que están cerca de los fríos, incluso si son civilizados como ocurría con este clan —instiló un evidente tono de amenaza en su voz de forma deliberada—. Nunca se sabe cuándo van a tener demasiada sed como para soportarla.

— ¿A qué te refieres con eso de «civilizados»?

—Sostienen que no cazan hombres. Supuestamente son capaces de sustituir a los animales como presas en lugar de hombres.

Intenté conferir a mi voz un tono lo más casual posible.

— ¿Y cómo encajan los García en todo esto? ¿Se parecen a los fríos que conoció tu tatarabuelo?

—No —hizo una pausa dramática—. Son los mismos.

Debió de creer que la expresión de mi rostro estaba provocada por el pánico causado por su historia. Sonrió complacido y continuó:

—Ahora son más, otro macho y una hembra nueva, pero el resto son los mismos. La tribu ya conocía a su líder, Carlisle,
en tiempos de mi antepasado. Iba y venía por estas tierras incluso antes de que llegara tu gente.

Reprimió una sonrisa.

— ¿Y qué son? ¿Qué son los fríos?

Sonrió sombríamente.

—Bebedores de sangre —replicó con voz estremecedora—. Tu gente los llama vampiros.

Permanecí contemplando el mar encrespado, no muy segura de lo que reflejaba mi rostro.

—Se te ha puesto la carne de gallina —rió encantado.

—Eres un estupendo narrador de historias —le felicité sin apartar la vista del oleaje.

—El tema es un poco fantasioso, ¿no? Me pregunto por qué papá no quiere que hablemos con nadie del asunto.

Aún no lograba controlar la expresión del rostro lo suficiente como para mirarle.

—No te preocupes. No te voy a delatar.

—Supongo que acabo de violar el tratado —se rió.

—Me llevaré el secreto a la tumba —le prometí, y entonces me estremecí.

En serio, no le digas nada a Charlie. Se puso hecho una furia con mi padre cuando descubrió que algunos de nosotros no íbamos al hospital desde que el doctor García comenzó a trabajar allí.

—No lo haré, por supuesto que no.

— ¿Qué? ¿Crees que somos un puñado de nativos supersticiosos? —preguntó con voz juguetona, pero con un deje de precaución. Yo aún no había apartado los ojos del mar, por lo que me giré y le sonreí con la mayor normalidad posible.

—No. Creo que eres muy bueno contando historias de miedo. Aún tengo los pelos de punta.

—Genial.

Sonrió. Entonces el entrechocar de los guijarros nos alertó de que alguien se acercaba. Giramos las cabezas al mismo tiempo para ver a Mike y a Jessica caminando en nuestra dirección a unos cuarenta y cinco metros.

—Ah, estás ahí, Myri —gritó Mike aliviado mientras movía el brazo por encima de su cabeza.

— ¿Es ése tu novio? —preguntó Jacob, alertado por los celos de la voz de Mike. Me sorprendió que resultase tan obvio.

—No, definitivamente no —susurré.

Le estaba tremendamente agradecida a Jacob y deseosa de hacerle lo más feliz posible. Le guiñé el ojo, girándome de espaldas con cuidado antes de hacerlo. El sonrió, alborozado por mi torpe flirteo.


—Cuando tenga el carné... —comenzó.

—Tienes que venir a verme a Forks. Podríamos salir alguna vez —me sentí culpable al decir esto, sabiendo que lo había utilizado, pero Jacob me gustaba de verdad. Era alguien de quien podía ser amiga con facilidad.

Mike llegó a nuestra altura, con Jessica aún a pocos pasos detrás. Vi cómo evaluaba a Jacob con la mirada y pareció satisfecho ante su evidente juventud.

— ¿Dónde has estado? —me preguntó pese a tener la respuesta delante de él.

—Jacob me acaba de contar algunas historias locales —le dije voluntariamente—. Ha sido muy interesante.

Sonreí a Jacob con afecto y él me devolvió la sonrisa.

—Bueno —Mike hizo una pausa, reevaluando la situación al comprobar nuestra complicidad——. Estamos recogiendo.
Parece que pronto va a empezar a llover.

Todos alzamos la mirada al cielo encapotado. Sin duda, estaba a punto de llover.

—De acuerdo —me levanté de un salto—, voy.

—Ha sido un placer volver a verte —dijo Jacob, mofándose un poco de Mike.

—La verdad es que sí. La próxima vez que Charlie baje a ver a Billy, yo también vendré —prometí.

Su sonrisa se ensanchó.

—Eso sería estupendo.

—Y gracias —añadí de corazón.

Me calé la capucha en cuanto empezamos a andar con paso firme entre las rocas hacia el aparcamiento. Habían comenzado a caer unas cuantas gotas, formando marcas oscuras sobre las rocas en las que impactaban. Cuando llegamos al coche de Mike, los otros ya regresaban de vuelta, cargando con todo. Me deslicé al asiento trasero junto a Angela y Tyler,
anunciando que ya había gozado de mi turno junto a la ventanilla. Angela se limitó a mirar por la ventana a la creciente tormenta y Lauren se removió en el asiento del centro para copar la ateción de Tyler, por lo que sólo pude reclinar la cabeza sobre el asiento, cerrar los ojos e intentar no pensar con todas mis fuerzas.  
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Mensaje  Marianita Dom Ago 03, 2008 12:53 am

Claro que nos gusta la nove Cliostar!!! cheers Gracias por los capis. alien
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Mensaje  jai33sire Dom Ago 03, 2008 9:07 am

muchisimas gracias por el capitulo y por fa siguele que esta buenisima

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Mensaje  mali07 Dom Ago 03, 2008 2:36 pm

AYYYY NI/AAAA SIKE ESTA WENA LA NOBEELAAAA SIGELEEE AMI SIME GUSTAAA SIGELEEEEEEE..............ESPERO MIRARTE EN EL MSN SALE KUIDATEE BYEEEEEEEEE........ lol! lol! lol!
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Mensaje  Jenny Lun Ago 04, 2008 9:47 am

Muchas Gracias por el capppppppppppp es Geniallllllllllllll Espero el otroooooooooooooo

Besos
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Mensaje  cliostar Mar Ago 05, 2008 9:10 pm

Hola niñas perdón por la tardanza aqui les dejo otro cap =) cuidense
Bye Besos Atte: K@rlet Very Happy
P.D perdón si se me va cambiar algun nombre esq estoy medio ciega Rolling Eyes jaa bye


PESADILLA

Le dije a Charlie que tenía un montón de deberes pendientes y ningún apetito. Había un partido de baloncesto que lo tenía entusiasmado, aunque, por supuesto, yo no tenía ni idea de por qué era especial, así que no se percató de nada inusual en mi rostro o en mi voz.

Una vez en mi habitación, cerré la puerta. Registré el escritorio hasta encontrar mis viejos cascos y los conecté a mi pequeño reproductor de CD. Elegí un disco que Phil me había regalado por Navidad. Era uno de sus grupos predilectos,
aunque, para mi gusto, gritaban demasiado y abusaba un poco del bajo. Lo introduje en el reproductor y me tendí en la cama.
Me puse los auriculares, pulsé el botón play y subí el volumen hasta que me dolieron los oídos. Cerré los ojos, pero la luz aún me molestaba, por lo que me puse una almohada encima del rostro. Me concentré con mucha atención en la música, intentando comprender las letras, desenredarlas entre el complicado golpeteo de la batería. La tercera vez que escuché el CD entero, me sabía al menos la letra entera de los estribillos. Me sorprendió descubrir que, después de todo, una vez que conseguí superar el ruido atronador, el grupo me gustaba. Tenía que volver a darle las gracias a Phil.

Y funcionó. Los demoledores golpes me impedían pensar, que era el objetivo final del asunto. Escuché el CD una y otra vez hasta que canté de cabo a rabo todas las canciones y al fin me dormí.

Abrí los ojos en un lugar conocido. En un rincón de mi conciencia sabía que estaba soñando. Reconocí el verde fulgor del bosque y oí las olas batiendo las rocas en algún lugar cercano. Sabía que podría ver el sol si encontraba el océano. Intenté seguir el sonido del mar, pero entonces Jacob Black estaba allí, tiraba de mi mano, haciéndome retroceder hacia la parte más sombría del bosque.

— ¿Jacob? ¿Qué pasa? —pregunté. Había pánico en su rostro mientras tiraba de mí con todas sus fuerzas para vencer mi resistencia, pero yo no quería entrar en la negrura.

— ¡Corre, Myri, tienes que correr! —susurró aterrado.

— ¡Por aquí, Myri! ——reconocí la voz que me llamaba desde el lúgubre corazón del bosque; era la de Mike, aunque no podía verlo.

— ¿Por qué? —pregunté mientras seguía resistiéndome a la sujeción de Jacob, desesperada por encontrar el sol.

Pero Jacob, que de repente se convulsionó, soltó mi mano y profirió un grito para luego caer sobre el suelo del bosque oscuro. Se retorció bruscamente sobre la tierra mientras yo lo contemplaba aterrada.

— ¡Jacob! —chillé.

Pero él había desaparecido y lo había sustituido un gran lobo de ojos negros y pelaje de color marrón rojizo. El lobo me dio la espalda y se alejó, encaminándose hacia la costa con el pelo del dorso erizado, gruñendo por lo bajo y enseñando los colmillos.

— ¡Corre, Myri! —volvió a gritar Mike a mis espaldas, pero no me di la vuelta. Estaba contemplando una luz que venía hacia mí desde la playa.

Y en ese momento Victor apareció caminando muy deprisa de entre los árboles, con la piel brillando tenuemente y los ojos negros, peligrosos. Alzó una mano y me hizo señas para que me acercara a él. El lobo gruñó a mis pies.

Di un paso adelante, hacia Victor. Entonces, él sonrió. Tenía dientes afilados y puntiagudos.

—Confía en mí —ronroneó.

Avancé un paso más.

El lobo recorrió de un salto el espacio que mediaba entre el vampiro y yo, buscando la yugular con los colmillos.

— ¡No! —grité, levantando de un empujón la ropa de la cama.

El repentino movimiento hizo que los cascos tiraran el reproductor de CD de encima de la mesilla. Resonó sobre el suelo de madera.

La luz seguía encendida. Totalmente vestida y con los zapatos puestos, me senté sobre la cama. Desorientada, eché un vistazo al reloj de la cómoda. Eran las cinco y media de la madrugada.

Gemí, me dejé caer de espaldas y rodé de frente. Me quité las botas a puntapiés, aunque me sentía demasiado incómoda para conseguir dormirme. Volví a dar otra vuelta y desabotoné los vaqueros, sacándomelos a tirones mientras intentaba permanecer en posición horizontal. Sentía la trenza del pelo en la parte posterior de la cabeza, por lo que me ladeé, solté la goma y la deshice rápidamente con los dedos. Me puse la almohada encima de los ojos.

No sirvió de nada, por supuesto. Mi subconsciente había sacado a relucir exactamente las imágenes que había intentado evitar con tanta desesperación. Ahora iba a tener que enfrentarme a ellas.

Me incorporé, la cabeza me dio vueltas durante un minuto mientras la circulación fluía hacia abajo. Lo primero es lo primero, me dije a mí misma, feliz de retrasar el asunto lo máximo posible. Tomé mi neceser.

Sin embargo, la ducha no duró tanto como yo esperaba. Pronto no tuve nada que hacer en el cuarto de baño, incluso a pesar de haberme tomado mi tiempo para secarme el pelo con el secador. Crucé las escaleras de vuelta a mi habitación envuelta en una toalla. No sabía si Charlie aún dormía o si se había marchado ya. Fui a la ventana a echar un vistazo y vi que el coche patrulla no estaba. Se había ido a pescar otra vez.

Me puse lentamente el chándal más cómodo que tenía y luego arreglé la cama, algo que no hacía jamás. Ya no podía aplazarlo más, por lo que me dirigí al escritorio y encendí el viejo ordenador.

Odiaba utilizar Internet en Forks. El módem estaba muy anticuado, tenía un servicio gratuito muy inferior al de Phoenix, de modo que, viendo que tardaba tanto en conectarse, decidí servirme un cuenco de cereales entretanto.

Comí despacio, masticando cada bocado con lentitud. Al terminar, lavé el cuenco y la cuchara, los sequé y los guardé.
Arrastré los pies escaleras arriba y lo primero de todo recogí del suelo el reproductor de CD y lo situé en el mismo centro dela mesa. Desconecté los cascos y los guardé en un cajón del escritorio. Luego volví a poner el mismo disco a un volumen lo bastante bajo para que sólo fuera música de fondo.

Me volví hacia el ordenador con otro suspiro. La pantalla estaba llena de popups de anuncios y comencé a cerrar todas las ventanitas. Al final me fui a mi buscador favorito, cerré unos cuantos popups más, y tecleé una única palabra.

Vampiro.

Fue de una lentitud que me sacó de quicio, por supuesto. Había mucho que cribar cuando aparecieron los resultados.
Todo cuanto concernía a películas, series televisivas, juegos de rol, música undergroundy compañías de productos cosméticos góticos. Entonces encontré un sitio prometedor: «Vampiros, de la A a la Z». Esperé con impaciencia a que el navegador cargara la página, haciendo clic rápidamente en cada anuncio que surgía en la pantalla para cerrarlo. Finalmente, la pantalla estuvo completa: era una página simple con fondo blanco y texto negro, de aspecto académico. La página de inicio me recibió con dos citas.

No hay en todo el vasto y oscuro mundo de espectros y demonios ninguna criatura tan terrible, ninguna tan temida y aborrecida, y aun así aureolada por una aterradora fascinación, como el vampiro, que en sí mismo no es espectro ni demonio,
pero comparte con ellos su naturaleza oscura y posee las misteriosas y terribles cualidades de ambos.

Reverendo Montague Summers

Si hay en este mundo un hecho bien autenticado, ése es el de los vampiros. No le falta de nada: informes oficiales,
declaraciones juradas de personajes famosos, cirujanos, sacerdotes y magistrados. Las pruebas judiciales son de lo más completas, y aun así, ¿hay alguien que crea en vampiros?

Rousseau

El resto del sitio consistía en un listado alfabético de los diferentes mitos de los vampiros por todo el mundo. El primero en el que hice clic fue el danag, un vampiro filipino a quien se suponía responsable de la plantación de taro en las islas mucho tiempo atrás. El mito aseguraba que los danag trabajaron con los hombres durante muchos años, pero la colaboración finalizó el día en que una mujer se cortó el dedo y un danag lamió la herida, ya que disfrutó tanto del sabor de la sangre que la desangró por completo.

Leí con atención las descripciones en busca de algo que me resultara familiar, dejando sólo lo verosímil. Parecía que la mayoría de los mitos sobre los vampiros se concentraban en reflejar a hermosas mujeres como demonios y a los nios como víctimas. También parecían estructuras creadas para explicar la alta tasa de mortalidad infantil y proporcionar a los hombres una coartaa para la infidelidad. En muchas de las historias se mezclaban espíritus incorpóreos y admoniciones contra los entierros realizados incorrectamente. No había mucho que guardara parecido con las películas que había visto, y sólo a unos pocos, como el estrie hebreo y el upier polaco, les preocupaba el beber sangre.

Sólo tres entradas atrajeron de verdad mi atención: el rumano varacolaci, un poderoso no muerto que podía aparecerse como un hermoso humano de piel pálida, el eslovaco nelapsi, una criatura de tal fuerza y rapidez que era capaz de masacrar toda una aldea en una sola hora después de la medianoche, y otro más, el stregoni benefici.

Sobre este último había una única afirmación.

Stregoni benefici: vampiro italiano que afirmaba estar del lado del bien; era enemigo mortal de todos los vampiros diabólicos.

Aquella pequeña entrada constituía un alivio, era el único entre cientos de mitos que aseguraba la existencia de vampiros buenos.

Sin embargo, en conjunto, había pocos que coincidieran con la historia de Jacob o mis propias observaciones. Había realizado mentalmente un pequeño catálogo y lo comparaba cuidadosamente con cada mito mientras iba leyendo. Velocidad,
fuerza, belleza, tez pálida, ojos que cambiaban de color, y luego los criterios de Jacob: bebedores de sangre, enemigos de los hombres lobo, piel fría, inmortalidad. Había muy pocos mitos en los que encajara al menos un factor.

Y había otro problema adicional a raíz de lo que recordaba de las pocas películas de terror que había visto y que se reforzaba on aquellas lecturas: los vampiros no podían salir durante el día porque el sol los quemaría hasta reducirlos a cenizas. Dormían en ataúdes todo el día y sólo salían de noche.

Exasperada, apagué el botón de encendido del ordenador sin esperar a cerrar el sistema operativo correctamente. Sentí una turbación aplastante a pesar de toda mi irritación. ¡Todo aquello era tan estúpido! Estaba sentada en mi cuarto rastreando información sobre vampiros. ¿Qué era lo que me sucedía? Decidí que la mayor parte de la culpa estaba fuera del umbral de mi puerta, en el pueblo de Forks y, por extensión, en la húmeda península de Olympic.

Tenía que salir de la casa, pero no había ningún lugar al que quisiera ir que no implicara conducir durante tres días.
Volví a calzarme las botas, sin tener muy claro adonde dirigirme, y bajé las escaleras. Me envolví en mi impermeable sin comprobar qué tiempo hacía y salí por la puerta pisando fuerte.
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Mensaje  Marianita Mar Ago 05, 2008 9:18 pm

Muchas gracias por el capítulo Cliostar!!! Cool
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Mensaje  cliostar Mar Ago 05, 2008 9:20 pm

Estaba nublado, pero aún no llovía. Ignoré el coche y empecé a caminar hacia el este, cruzando el patio de la casa de Charlie en dirección al bosque.

No transcurrió mucho tiempo antes de que me hubiera adentrado en él lo suficiente para que la casa y la carretera desapareciera de la vista y el único sonido audible fuera el de la tierra húmeda al succionar mis botas y los súbitos silbos de los arrendajs.

La estrecha franja de un sendero discurría a lo largo del bosque; de lo contrario no me hubiera arriesgado a vagabundear de aquella manera por mis propios medios, ya que carecía de sentido de la orientación y era perfectamente capaz de perderme en parajes mucho menos alambicados. El sendero se adentraba más y más en el corazón del bosque, incluso puedo


aventurar que casi siempre rumbo Este. Serpenteaba entre los abetos y las cicutas, entre los tejos y los arces. Tenía leves nociones de los árboles que había a mi alrededor, y todo cuanto sabía se lo debía a Charlie, que me había ido enseñando sus nombres desde la ventana del coche patrulla cuando yo era pequeña. A muchos no los identificaba y de otros no estaba del todo segura porque estaban casi cubiertos por parásitos verdes.

Seguí el sendero impulsada por mi enfado conmigo misma. Una vez que éste empezó a desaparecer, aflojé el paso. Unas gotas de agua cayeron desde el dosel de ramas de las alturas, pero no estaba segura de si empezaba a llover o si se trataba de los restos de la lluvia del día anterior, acumulada sobre el haz de las hojas, y que ahora goteaba lentamente en el suelo. Un árbol caído recientemente —sabía que esto era así porque no estaba totalmente cubierto de musgo— descansaba sobre el tronco de uno de sus hermanos, cuyo resultado era la formación de una especie de banco no muy alto a pocos —y seguros— pasos del sendero. Llegué hasta él saltando con precaución por encima de los heléchos y me senté colocando la chaqueta de modo que estuviera entr el húmedo asiento y mi ropa. Apoyé la cabeza, cubierta por la capucha, contra el árbol vivo.

Aquél era el peor lugar al que podía haber acudido, debería de haberlo sabido, pero ¿a qué otro sitio podía ir? El bosque, de un verde intenso, se parecía demasiado al escenario del sueño de la última noche para alcanzar la paz de espíritu.
Ahora que ya no oía el sonido de mis pasos sobre el barro, el silencio era penetrante. Los pájaros también permanecían callados y aumentó la frecuencia de las gotas, lo que parecía confirmar que allí arriba, en el cielo, estaba lloviendo. Ahora que me había sentado, la altura de los heléchos sobrepasaba la de mi cabeza, por lo que cualquiera hubiera podido caminar por la senda a tres pies de distancia sin verme.

Allí, entre los árboles, resultaba mucho más fácil creer en los disparates de los que me avergonzaba dentro de la casa.
Nada había cambiado en aquel bosque durante miles de años, y todos los mitos y leyendas de mil países diferentes me parecían mucho más verosímiles en medio de aquella calima verde que e mi despejado dormitorio.

Me obligué a concentrarme en las dos preguntas vitales que debía contestar, pero lo hice a regañadientes.

Primero tenía que decidir si podía ser cierto lo que Jacob me había dicho sobre los García.

Mi mente respondió de inmediato con una rotunda negativa. Resultaba estúpido y mórbido entretenerse con unas ideas tan ridículas. Pero, en ese caso, ¿qué pasaba?, me pregunté. No había una explicación racional a por qué seguía viva en aquel momento. Hice recuento mental de lo que había observado con mis propios ojos: lo inverosímil de su fortaleza y velocidad, el color cambiante de los ojos, del negro al dorado y viceversa, la belleza sobrehumana, la piel fría y pálida, y otros pequeños detalles de los que había tomado nota poco a poco: no parecía comer jamás y se movía con una gracia turbadora. Y luego estaba la forma en que hablaba a veces, con cadencias poco habituales y frases que encajaban mejor con el estilo de una novela de finales del siglo XIX que de una clae del siglo XXI. Había hecho novillos el día que hicimos la prueba del grupo sanguíneo,
tampoco se negó a ir de camping a la playa hasta que supo adonde íbamos a ir, y parecía saber lo que pensaban cuantos le rodeaban, salvo yo. Me había dicho que era el malo de la película, peligroso...

¿Podían ser vampiros los García?

Bueno, eran algo. Y lo que empezaba a tomar forma delante de mis ojos incrédulos excedía la posibilidad de una explicación racional. Ya fuera uno de los fríos o se cumpliera mi teoría del superhéroe, Victor García no era... humano. Era algo más.

Así pues... tal vez. Ésa iba a ser mi respuesta por el momento.

Y luego estaba la pregunta más importante. ¿Qué iba a hacer si resultaba ser cierto?

¿Qué haría si Victor fuera... un vampiro? Apenas podía obligarme a pensar esas palabras. Involucrar a nadie más estaba fuera de lugar. Ni siquiera yo misma me lo creía, quedaría en ridículo ante cualquiera a quien se lo dijera.

Sólo dos alternativas parecían prácticas. La primera era aceptar su aviso: ser lista y evitarle todo lo posible, cancelar nuestros planes y volver a ignorarlo tanto como fuera capaz, fingir que entre nosotros existía un grueso e impenetrable muro de cristal en la única clase que estábamos obligados a compartr, decirle que se alejara de mí... y esta vez en serio.

Me invadió de repente una desesperación tan agónica cuando consideré esa opción que el mecanismo de mi mente de rechazar el dolr provocó que pasara rápidamente a la siguiente alternativa.

No hacer nada diferente. Después de todo, hasta la fecha, no me había causado daño alguno aunque fuera algo...
siniestro. De hecho, sería poco más que una abolladura en el guardabarros de Tyler si él no hubiera actuado con tanta rapidez.
Tanta, me dije a mí misma, que podría haber sido puro reflejo: ¿Cómo puede ser malo si tiene reflejos para salvar vidas?, pensé. No hacía más que darle vueltas sin obtener respuestas.

Había una cosa de la que estaba segura, si es que estaba segura de algo: el oscuro Edward del sueño de la pasada noche sólo era una reacción de mi miedo ante el mundo del que había hablado Jacob, no del propio Victor. Aun así, cuando chillé de pánico ante el ataque del hombre lobo, no fue el miedo al licántropo lo que arrancó de mis labios ese grito de « ¡no!», sino a que él resultara herido. A pesar de que me había llamado con los colmillos afilados, temía por él.

Y supe que tenía mi respuesta. Ignoraba si en realidad había tenido elección alguna vez. Ya me había involucrado demasiado en el asunto. Ahora que lo sabía, si es que lo sabía, no podía hacer nada con mi aterrador secreto, ya que cuando pensaba en él, en su voz, sus ojos hipnóticos y la magnética fuerza de su personalidad, no quería otra cosa que estar con él de inmediato, incluso si... Pero no podía pensar en ello, no aquí, sola en la penumbra del bosque, no mientras la lluvia lo hiciera tan sombrío como el crepúsculo debajo del dosel de ramas y disperso como huellas en un suelo nmarañado de tierra. Me estremecí y me levanté deprisa de mi escondite, preocupada porque la lluvia hubiera borrado la senda.

Pero ésta permanecía allí, nítida y sinuosa, para que saliera del goteante laberinto verde. La seguí de forma apresurada,
con la capucha bien calada sobre la cabeza, sin dejar de sorprenderme, mientras pasaba entre los árboles casi a la carrera, de lo lejos que había llegado. Empecé a preguntarme si me dirigía a alguna salida o si la senda llevaría hasta más allá de los confines del bosque. Atisbé algunos claros a través de la maraña de ramas antes de que me entrara demasiado pánico, y luego oí un coche pasar por la carretera, y allí estaba el jardín de Charlie que se extendía delante de mí, y la casa, que me llamaba y me prometía calor y calcetines secos.


Apenas era mediodía cuando entré. Subí las escaleras y me puse ropa de estar por casa, unos vaqueros y una camiseta,
ya que no iba a salir. No me costó mucho esfuerzo concentrarme en la tarea para ese día, un trabajo sobre Macbeth que debía entregar el miércoles. Pergeñé un primer borrador del trabajo con una satisfacción y serenidad que no sentía desde... Bueno,
para ser sincera, desde el jueves.

Esa había sido siempre mi forma de ser. Adoptar decisiones era la parte que más me dolía, la que me llevaba por la calle de la amargura. Pero una vez que tomaba la decisión, me limitaba a seguirla... Por lo general, con el alivio que daba el haberla tomado. A veces, el alivio se teñía de desesperación, como cuando resolví venir a Forks, pero seguía siendo mejor que pelear con las alternativas.

Era ridículamente fácil vivir con esta decisión. Peligrosamente fácil.

De ese modo, el día fue tranquilo y productivo. Terminé mi trabajo antes de las ocho. Charlie volvió a casa con abundante pesca, lo que me llevó a pensar en adquirir un libro de recetas para pescado cuando estuviera en Seattle la semana siguiente. Los escalofríos que corrían por mi espalda cada vez que pensaba en ese viaje no diferían de los que sentía antes de mi paseo cn Jacob Black. Creía que serían distintos. Deberían serlo, ¡deberían serlo! Sabía que debería estar asustada, pero lo que sentía no era miedo exactamente.

Dormí sin sueños aquella noche, rendida como estaba por haberme levantado el domingo tan temprano y haber descansando tan poco la noche anterior. Por segunda vez desde mi llegada a Forks, me despertó la brillante luz de un día soleado.

Me levanté de un salto y corrí hacia la ventana; comprobé con asombro que apenas había nubes en el cielo, y las pocas que había sólo eran pequeños jirones algodonosos de color blanco que posiblemente no trajeran lluvia alguna. Abrí la ventana y me sorprendió que se abriera sin ruido ni esfuerzo alguno a pesar de que no se había abierto en quién sabe cántos años, y aspiré el aire, relativamente seco. Casi hacía calor y apenas soplaba viento. Por mis venas corría la adrenalina.

Charlie estaba terminando de desayunar cuando bajé las escaleras y de inmediato se apercibió de mi estado de ánimo.

—Ahí fuera hace un día estupendo —comentó.

—Sí —coincidí con una gran sonrisa.

Me devolvió la sonrisa. La piel se arrugó alrededor de sus ojos castaños. Resultaba fácil ver por qué mi madre y él se habían lanzado alegremente a un matrimonio tan prematuro cuando Charlie sonreía. Gran parte del joven romántico que fue en aquellos días se había desvanecido antes de que yo le conociera, cuando su rizado pelo castaño —del mismo color que el mío,
aunque de diferente textura— comenzaba a escasear y revelaba lentamente cada vez más y más la piel brillante de la frente.
Pero cuando sonreía, podía atisbar un poco del hombre que se había fugado con Renée cuando ésta sólo tenía dos años más que yo ahora.

Desayuné animadamente mientras contemplaba revolotear las motas de polvo en los chorros de luz que se filtraban por la ventana rasera. Charlie me deseó un buen día en voz alta y luego oí que el coche patrulla se alejaba. Vacilé al salir de casa,
impermeable en mano. No llevarlo equivaldría a tentar al destino. Lo doblé sobre el brazo con un suspiro y salí caminando bajo la luz más brillante que había visto en meses.

A fuerza de emplear a fondo los codos, fui capaz de bajar del todo los dos cristales de las ventanillas del monovolumen.
Fui una de las primeras en llegar al instituto. No había comprobado la hora con las prisas de salir al aire libre. Aparqué y me dirigí hacia los bancos del lado sur de la cafetería, que de vez en cuando se usaban para algún picnic. Los bancos estaban todavía un poco húmedos, por lo que me senté sobre el impermeable, contenta de poder darle un uso. Había terminado los deberes,
fruto de una escasa vida social, pero había unos cuantos problemas de Trigonometría que no estaba segura de haber resuelto bien. Abrí el libro aplicadamente, pero me puse a soñar despierta a la mitad de la revisión del primer problema. Garabateé distraídamente unos bocetos en los márgenes de los deberes. Después de algunos minutos, de repente me percaté de que había dibujado cinco pares de ojos negros que me miraban fijamente desde el folio. Los borré con la goma.

— ¡Myri! —oí gritar a alguien, y parecía la voz de Mike.
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Mensaje  cliostar Mar Ago 05, 2008 9:23 pm

Al mirar a mi alrededor comprendí que la escuela se había ido llenando de gente mientras estaba allí sentada, distraída.
Todo el mundo llevaba camisetas, algunos incluso vestían shorts a pesar de que la temperatura no debería sobrepasar los doce grados. Mike se acercaba saludando con el brazo, lucía unos shorts de color caqui y una camiseta a rayas de rugby.

Se sentó a mi lado con una sonrisa de oreja a oreja y las cuidadas puntas del pelo reluciendo a la luz del sol. Estaba tan encantado de verme que no pude evitar sentirme satisfecha.

—No me había dado cuenta antes de que tu pelo tiene reflejos rojos —comentó mientras atrapaba entre los dedos un mechón que flotaba con la ligera brisa.

—Sólo al sol.

Me sentí incómoda cuando colocó el mechón detrás de mi oreja.

—Hace un día estupendo, ¿eh?

—La clase de días que me gustan —dije mostrando mi acuerdo.

— ¿Qué hiciste ayer?

El tono de su voz era demasiado posesivo.

—Me dediqué sobre todo al trabajo de Literatura.

No añadí que lo había terminado, no era necesario parecer pagada de mí misma. Se golpeó la frente con la base de la mano.

—Ah, sí... Hay que entregarlo el jueves, ¿verdad?

—Esto... Creo que el miércoles.

— ¿El miércoles? —Frunció el ceño—. Mal asunto. ¿Sobre qué has escrito el tuyo?

—Acerca de la posible misoginia de Shakespeare en el tratamiento de los personajes femeninos.

Me contempló como si le hubiera hablado en chino.


—Supongo que voy a tener que ponerme a trabajar en eso esta noche —dijo desanimado—. Te iba a preguntar si querías salir.

—Ah.

Me había pillado con la guardia bajada. ¿Por qué ya no podía mantener una conversación agradable con Mike sin que acabara volviéndose incómoda?

—Bueno, podíamos ir a cenar o algo así... Puedo trabajar más tarde.

Me sonrió lleno de esperanza.

—Mike... —odiaba que me pusieran en un aprieto—. Creo que no es una buena idea.

Se le descompuso el rostro.

— ¿Por qué? —preguntó con mirada cautelosa. Mis pensamientos volaron hacia Victor, preguntándome si también Mike pensaba lo mismo.

—Creo, y te voy dar una buena tunda sin remordimiento alguno como repitas una sola palabra de lo que voy a decir —
le amenacé—, que eso heriría los sentimientos de Jessica.

Se quedó aturdido. Era obvio que no pensaba en esa dirección de ningún modo.

—Jessica?

—De verdad, Mike, ¿estás ciego?

—Vaya —exhaló claramente confuso.

Aproveché la ventaja para escabullirme.

—Es hora de entrar en clase, y no puedo llegar tarde.

Recogí los libros y los introduje en mi mochila.

Caminamos en silencio hacia el edificio tres. Mike iba con expresión distraída. Esperaba que, cualesquiera que fueran los pensamientos en los que estuviera inmerso, éstos le condujeran en la dirección correcta.

Cuando vi a Jessica en Trigonometría, desbordaba entusiasmo. Ella, Angela y Lauren iban a ir de compras a Port Angeles esa tarde para buscar vestidos para el baile y quería que yo también fuera a pesar de que no necesitaba ninguno.
Estaba indecisa. Sería agradable salir del pueblo con algunas amigas, pero Lauren estaría allí y quién sabía qué podía hacer esa tarde... Pero ése era definitivamente el camino erróneo para dejar correr mi imaginación...

De modo que le respondí que tal vez, explicándole que primero tenía que hablar con Charlie.

No habló de otra cosa que del baile durante todo el trayecto hasta clase de Español y continuó, como si no hubiera habido interrupción alguna, cuando la clase terminó al fin, cinco minutos más tarde de la hora, y mientras nos dirigíamos a almorzar. Estaba demasiado perdida en el propio frenesí de mis expectativas como para comprender casi nada de lo que decía.
Estaba dolorosamente ávida de ver no sólo a Victor sino a todos los Garcia, con el fin de poder contrastar en ellos las nuevas sospechas que llenaban mi mente. Al cruzar el umbral de la cafetería, sentí deslizarse por la espalda y anidar en mi estómago el primer ramalazo de pánico. ¿Serían capaces de saber lo que pensaba? Luego me sobresaltó un sentimiento distinto. ¿Estaría esperándome Victor para sentarse conmigo otra vez?

Fiel a mi costumbre, miré primero hacia la mesa de los García. Un estremecimiento de pánico sacudió mi vientre al percatarme de que estaba vacía. Con menor esperanza, recorrí la cafetería con la mirada, esperando encontrarle solo,
esperándome. El lugar estaba casi lleno —la clase de Español nos había retrasado—, pero no había rastro de Victor ni de su familia. El desconsuelo hizo mella en mí con una fuerza agobiante.

Anduve vacilante detrás de Jessica, sin molestarme en fingir por más tiempo que la escuchaba.

Habíamos llegado lo bastante tarde para que todo el mundo se hubiera sentado ya en nuestra mesa. Esquivé la silla vacía junto a Mike a favor de otra al lado de Angela. Fui vagamente consciente de que Mike ofrecía amablemente la silla a Jessica, y de que el rostro de ésta se iluminaba como respuesta.

Angela me hizo unas cuantas preguntas en voz baja sobre el trabajo de Macbeth, a las que respondí con la mayor naturalidad posible mientras me hundía en las espirales de la miseria. También ella me invitó a acompañarlas por la tarde, y ahora acepté, agarrándome a cualquier cosa que me distrajera.

Comprendí que me había aferrado al último jirón de esperanza cuando vi el asiento contiguo vacío al entrar en Biología,
y sentí una nueva oleada de desencanto.

El resto del día transcurrió lentamente, con desconsuelo. En Educación física tuvimos una clase teórica sobre las reglas del bádminton, la siguiente tortura que ponían en mi camino, pero al menos eso significó que pude estar sentada escuchando en lugar de ir dando tumbos por la pista. Lo mejor de todo es que el entrenador no terminó, por lo que tendría otra jornada sin ejercicio al día siguiente. No importaba que me entregaran una raqueta antes de dejarme libre el resto de la clase.

Me alegré de abandonar el campus. De esa forma podría poner mala cara y deprimirme antes de salir con Jessica y compañía, pero apenas había traspasado el umbral de la casa de Charlie, Jessica me telefoneó para cancelar nuestros planes.
Intenté mostrarme encantada de que Mike la hubiera invitado a cenar, aunque lo que en realidad me aliviaba era que al fin él parecía que iba a tener éxito, pero ese entusiasmo me sonó falso hasta a mí. Ella reprogramó nuestro viaje de compras a la tarde noche del día siguiente.

Aquello me dejaba con poco que hacer para distraerme. Había pescado en adobo, con una ensalada y pan que había sobrado la noche anterior, por lo que no quedaba nada que preparar. Me mantuve concentrada en los deberes, pero los terminé a la media hora. Revisé el correo electrónico y leí los mails atrasados de mi madre, que eran cada vez más apremiantes conforme se acercaban a la actualidad. Suspiré y tecleé una rápida respuesta.

Mamá:

Lo siento. He estado fuera. Me fui a la playa con algunos amigos y luego tuve que escribir un trabajo para el instituto.

Mis excusas eran patéticas, por lo que renuncié a intentar justificarme.


Hoy hace un día soleado. Lo sé, yo también estoy muy sorprendida, por lo que me voy a ir al aire libre para empaparme de toda la vitamina D que pueda. Te quiero.

Myriam

Decidí matar una hora con alguna lectura que no estuviera relacionada con las clases. Tenía una pequeña colección de libros que me había traído a Forks. El más gastado por el uso era una recopilación de obras de Jane Austen. Lo seleccioné y me dirigí al patio trasero. Al bajar las escaleras tomé un viejo edredón roto del armario de la ropa blanca.

Ya fuera, en. el pequeño patio cuadrado de Charlie, doblé el edredón por la mitad, lejos del alcance de la sombra de los árboles, sobre el césped, que iba a permanecer húmedo sin importar durante cuánto tiempo brillara el sol. Me tumbé bocabajo,
con los tobillos entrecruzados al aire, hojeando las diferentes novelas del libro mientras intentaba decidir cuál ocuparía mi mente a fondo. Mis favoritas eran Orgullo y prejuicio y Sentido y sensibilidad. Había leído la primera recientemente, por lo que comencé Sentido y sensibilidad, sólo para recordar al comienzo del capítulo tres que el protagonista de la historia se llamaba Victor. Enfadada, me puse a leer Mansfield Park, pero el héroe del texto se llamaba Edmund, y se parecía demasiado. ¿No había a finales del siglo XVIII más nombres? Aturdida, cerré el libro de golpe y me di la vuelta para tumbarme de espaldas. Me arremangué la blusa lo máximo posible y cerré los ojos. No quería pensar en otra cosa que no fuera el calor del sol sobre mi piel,
me dije a mí misma. La brisa seguía siendo suave, pero su soplo lanzaba mechones de pelo sobre mi rostro, haciéndome cosquillas. Me recogí el pelo detrás de la cabeza, dejándolo extendido en forma de abanico sobre el edredón, y me concentré de nuevo en el calor que me acariciaba los párpados, los pómulos, la nariz, los labios, los antebrazos, el cuello y calentaba mi blusa ligera.

Lo próximo de lo que fui consciente fue el sonido del coche patrulla de Charlie al girar sobre las losas de la acera. Me incorporé sorprendida al comprender que la luz ya se había ocultado detrás de los árboles y que me había dormido. Miré a mi alrededor, hecha un lío, con la repentina sensación de no estar sola.

— ¿Charlie? —pregunté, pero sólo oí cerrarse de un portazo la puerta de su coche frente a la casa.

Me incorporé de un salto, con los nervios a flor de piel sin ningún motivo, para recoger el edredón, ahora empapado, y el libro. Corrí dentro para echar algo de gasóleo a la estufa al tiempo que me daba cuenta de que la cena se iba a retrasar.
Charlie estaba colgando el cinto con la pistola y quitándose las botas cuando entré.

—Lo siento, papá, la cena aún no está preparada. Me quedé dormida ahí fuera —dije reprimiendo un bostezo.

—No te preocupes ——contestó—. De todos modos, quería enterarme del resultado del partido.

Vi la televisión con Charlie después de la cena, por hacer algo. No había ningún programa que quisiera ver, pero él sabía que no me gustaba el baloncesto, por lo que puso una estúpida comedia de situación que no disfrutamos ninguno de los dos. No obstante, parecía feliz de que hiciéramos algo juntos. A pesar de mi tristeza, me sentí bien por complacerle.

—Papá —dije durante los anuncios—, Jessica y Angela van a ir a mirar vestidos para el baile mañana por la tarde a Port Angeles y quieren que las ayude a elegir. ¿Te importa que las acompañe?

—Jessica Stanley? —preguntó.

—Y Angela Weber.

Suspiré mientras le daba todos los detalles.

—Pero tú no vas a asistir al baile, ¿no? —comentó. No lo entendía.

—No, papá, pero las voy a ayudar a elegir los vestidos —no tendría que explicarle esto a una mujer—. Ya sabes, aportar una crítica constructiva.

—Bueno, de acuerdo —pareció comprender que aquellos temas de chicas se le escapaban—. Aunque, ¿no hay colegio por la tarde?

—Saldremos en cuanto acabe el instituto, por lo que podremos regresar temprano. Te dejaré lista la cena, ¿vale?

—Myri, me he alimentado durante diecisiete años antes de que tú vinieras —me recordó.

—Y no sé cómo has sobrevivido —dije entre dientes para luego añadir con mayor claridad—: Te voy a dejar algo de comida fría en el frigorífico para que te prepares un par de sandwiches, ¿de acuerdo? En la parte de arriba.

Me dedicó una divertida mirada de tolerancia.

Al día siguiente, la mañana amaneció soleada. Me desperté con esperanzas renovadas que intenté suprimir con denuedo. Como el día era más templado, me puse una blusa escotada de color azul oscuro, una prenda que hubiera llevado en Phoenix durante lo más crudo del invierno.

Había planeado llegar al colegio justo para no tener que esperar a entrar en clase. Desmoralizada, di una vuelta completa al aparcamiento en busca de un espacio al tiempo que buscaba también el Volvo plateado, que, claramente, no estaba allí. Aparqué en la última fila y me apresuré a clase de Lengua, llegando sin aliento ni brío, pero antes de que sonara el timbre.

Ocurrió lo mismo que el día anterior. No pude evitar tener ciertas esperanzas que se disiparon dolorosamente cuando en vano recorrí con la mirada el comedor y comprbé que seguía vacío el asiento contiguo al mío de la mesa de Biología.

El plan de ir a Port Angeles por la tarde regresó con mayor atractivo al tener Lauren otros compromisos. Estaba ansiosa por salir del pueblo, para poder dejar de mirar por encima del hombro, con la esperanza de verlo aparecer de la nada como siempre hacía. Me prometí a mí misma que iba a estar de buen humor para no arruinar a Angela ni a Jessica el placer de la caza de vestidos. Puede que también yo hiciera algunas pequeñas compras. Me negaba a creer que esta semana podría ir de compras sola en Seattle porque Victor ya no estuviera interesado en nuestro pla. Seguramente no lo cancelaría sin decírmelo al menos.

Jessica me siguió hasta casa en su viejo Mercury blanco después de clase para que pudiera dejar los libros y mi coche.
Me cepillé el pelo a toda prisa mientras estaba dentro, sintiendo resurgir una leve excitación ante la expectativa de salir de Forks. Sobre la mesa, dejé una nota para Charlie en la que le volvía a explicar dónde encontrar la cena, cambié mi desaliñada mochila escolar por un bolso que utilizaba muy de tarde en tarde y corrí a reunirme con Jessica. A continuación fuimos a casa de Angela, que nos estaba esperando. Mi excitación crecía exponencialmente conforme el coche se alejaba de los límites del pueblo.

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Mensaje  Marianita Mar Ago 05, 2008 9:34 pm

Sorry, me adelanté en el mensaje, pero de nueva cuenta, muchas gracias por la nove, está padrísima!!!! cheers
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Mensaje  mali07 Miér Ago 06, 2008 12:04 am

AYYYYYYY LE DEJASTESSS MUY WENA KELLO MAS KAPIS ANDALEEE NOSEAS PLEASEEEEEE Cool Cool SIGELEEEEEEEEEEEEEEEEE................... lol! lol! lol!
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Mensaje  jai33sire Miér Ago 06, 2008 7:31 am

gracias por el capitulo y siguele por faaaaaaa Smile

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Mensaje  Jenny Miér Ago 06, 2008 10:16 am

Muchas Gracias por los capssssssssssssssssssssssssssss

Esperamos pronto el otro!!!! verdad chavas??!!!
jajaja

Besos
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Mensaje  mats310863 Miér Ago 06, 2008 12:54 pm

QUE BUENA NOVELA, YA ME ENGANCHE CON ELLA, SALUDOS

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Mensaje  Carmen Jue Ago 07, 2008 6:10 pm

niña mil gracias por los capps!!.. yaa sabes que siempre digo lo mismoo peroo pues es que la novee me encantaa!! Very Happy ... Saluditos Razz

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Mensaje  cliostar Sáb Ago 09, 2008 12:52 am

Hola niñas aqui otro capitulito Smile , Bueno pues cuidence bye What a Face Atte K@RLET Like a Star @ heaven
PORT ANGELES

Jessica conducía aún más deprisa que Charlie, por lo que estuvimos en Port Angeles a eso de las cuatro. Hacía bastante tiempo que no había tenido una salida nocturna sólo de chicas; el subidón del estrógeno resultó vigorizante. Escuchamos canciones de rock mientras Jessica hablaba sobre los chicos con los que solíamos estar. Su cena con Mike había ido muy bien y esperaba que el sábado por la noche hubieran progresado hasta llegar a la etapa del primr beso. Sonreí para mis adentros,
complacida. Angela estaba feliz de asistir al baile aunque en realidad no le interesaba Eric. Jess intentó hacerle confesar cuál era su tipo de chico, pero la interrumpí con una pregunta sobre vestidos poco después, para distraerla. Angela me dedicó una mirada de agradecimiento.

Port Angeles era una hermosa trampa para turistas, mucho más elegante y encantadora que Forks, pero Jessica y Angela la conocían bien, por lo que no planeaban desperdiciar el tiempo en el pintoresco paseo marítimo cerca de la bahía.
Jessica condujo directamente hasta una de las grandes tiendas de la ciudad, situada a unas pocas calles del área turística de la bahía.

Se había anunciado que el baile sería de media etiqueta y ninguna de nosotras sabía con exactitud qué significaba aquello. Jessica y Angela parecieron sorprendidas y casi no se lo creyeron cuando les dije que nunca había ido a ningún baile en Phoenix.

— ¿Ni siquiera has tenido un novio ni nada por el estilo? —me preguntó Jess dubitativa mientras cruzábamos las puertas frontales de la tienda.

—De verdad —intentaba convencerla sin querer confesar mis problemas con el baile—. Nunca he tenido un novio ni nada que se le parezca. No salía mucho en Phoenix.

— ¿Por qué no? —quiso saber Jessica.

—Nadie me lo pidió —respondí con franqueza.

Parecía escéptica.

—Aquí te lo han pedido —me recordó—, y te has negado.

En ese momento estábamos en la sección de ropa juvenil, examinando las perchas con vestidos de gala.

—Bueno, excepto con Tyler —me corrigió Angela con voz suave.

— ¿Perdón? —me quedé boquiabierta—. ¿Qué dices?

—Tyler le ha dicho a todo el mundo que te va a llevar al baile de la promoción —me informó Jessica con suspicacia.

— ¿Que dice el qué?

Parecía que me estaba ahogando.

—Te dije que no era cierto —susurró Angela a Jessica.

Permanecí callada, aún en estado de shock, que rápidamente se convirtió en irritación. Pero ya habíamos encontrado la sección de vestidos y ahora teníamos trabajo por delante.

—Por eso no le caes bien a Lauren —comentó entre risitas Jessica mientras toqueteábamos la ropa.

Me rechinaron los dientes.

— ¿Crees que Tyler dejaría de sentirse culpable si lo atropellara con el monovolumen, que eso le haría perder el interés en disculparse y quedaríamos en paz?

—Puede —Jess se rió con disimulo—, si es que lo está haciendo por ese motivo.

La elección de los vestidos no fue larga, pero ambas encontraron unos cuantos que probarse. Me senté en una silla baja dentro del probador, junto a los tres paneles del espejo, intentando controlar mi rabia.

Jess se mostraba indecisa entre dos. Uno era un modelo sencillo, largo y sin tirantes; el otro, un vestido de color azul,
con tirantes finos, que le llegaba hasta la rodilla. Angela eligió un vestido color rosa claro cuyos pliegues realzaban su alta figura y resaltaban los tonos dorados de su pelo cataño claro. Las felicité a ambas con profusión y las ayudé a colocar en las perchas los modelos descartados.

Nos dirigimos a por los zapatos y otros complementos. Me limité a observar y criticar mientras ellas se probaban varios pares, porque, aunque necesitaba unos zapatos nuevos, no estaba de humor para comprarme nada. La tarde noche de chicas siguió a la estela de mi enfado con Tyler, que poco a poco fue dejando espacio a la melancolía.

— ¿Angela? —comencé titubeante mientras ella intentaba calzarse un par de zapatos rosas con tacones y tiras. Estaba alborozada de tener una cita con un chico lo bastante alto como para poder llevar tacones. Jessica se había dirigido hacia el mostrador de la joyería y estábamos las dos solas.

Extendió la pierna y torció el tobillo para conseguir la mejor vista posible del zapato.

Me acobardé y dije:

—Me gustan.

—Creo que me los voy a llevar, aunque sólo van a hacer juego con este vestido —musitó.

—Venga, adelante. Están en venta —la animé.

Ella sonrió mientras volvía a colocar la tapa de una caja que contenía unos zapatos de color blanco y aspecto más práctico. Lo intenté otra vez.

—Esto... Angela... —la aludida alzó los ojos con curiosidad.


— ¿Es normal que los García falten mucho a clase?
Mantuvo los ojos fijos en los zapatos. Fracasé miserablemente en mi intento de parecer indiferente.

—Sí, cuando el tiempo es bueno agarran las mochilas y se van de excursión varios días, incluso el doctor —me contestó en voz baja y sin dejar de mirar a los zapatos—. Les encanta vivir al aire libre.

No me formuló ni una pregunta en lugar de las miles que hubiera provocado la mía en los labios de Jessica. Angela estaba empezando a caerme realmente bien.

—Vaya.

Zanjé el tema cuando Jessica regresó para mostrarnos un diamante de imitación que había encontrado en la joyería a juego con su zapatos plateados.

Habíamos planeado ir a cenar a un pequeño restaurante italiano junto al paseo marítimo, pero la compra de la ropa nos había llevado menos tiempo del esperado. Jess y Angela fueron a dejar las compras en el coche y entonces bajamos dando un paseo hacia la bahía. Les dije que me reuniría con ellas en el restaurante en una hora, ya que quería buscar una librería. Ambas se mostraron deseosas de acompañarme, pero las animé a que se divirtieran. Ignoraban lo mucho que me podía abstraer cuando estaba rodeada de libros, era algo que prefería hacer sola. Se alejaron del coche charlando animadamente y yo me encaminé en la dirección indicada por Jess.

No hubo problema en encontrar la librería, pero no tenían lo que buscaba. Los escaparates estaban llenos de vasos de cristal, dreamcatchers2 y libros sobre sanación espiritual. Ni siquiera entré. Desde fuera vi a una mujer de cincuenta años con una melena gris que le caía sobre la espalda. Lucía un vestido de los años sesenta y sonreía cordialmente detrás de un mostrador.
Decidí que era una conversación que me podía evitar. Tenía que haber una librería normal en la ciudad.

Anduve entre las calles, llenas por el tráfico propio del final de la jornada laboral, con la esperanza de dirigirme hacia el centro. Caminaba sin saber adonde iba porque luchaba contra la desesperación, intentaba no pensar en él con todas mis fuerzas y, por encima de todo, pretendía acabar con mis esperanzas para el viaje del sábado, temiendo una decepción aún más dolorosa que el resto. Cuando alcé los ojos y vi un Volvo plateado aparcado en la calle todo se me vino encima. Vampiro estúpido y voluble,
pensé.

Avancé pisando fuerte en dirección sur, hacia algunas tiendas de escaparates de apariencia prometedora, pero cuando llegué al lugar, sólo se trataba de un establecimiento de reparaciones y otro que estaba desocupado. Aún me quedaba mucho tiempo para ir en busca de Jess y Angela, y necesitaba recuperar el ánimo antes de reunirme con ellas. Después de mesarme los cabellos un par de veces al tiempo que suspiraba profundamente, continué para doblar la esquina.

Al cruzar otra calle comencé a darme cuenta de que iba en la dirección equivocada. Los pocos viandantes que había visto se dirigían hacia el norte y la mayoría de los edificios de la zona parecían almacenes. Decidí dirigirme al este en la siguiente esquina y luego dar la vuelta detrás de unos bloques de edificios para probar suerte n otra calle y regresar al paseo marítimo.
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Mensaje  cliostar Sáb Ago 09, 2008 12:53 am

Un grupo de cuatro hombres doblaron la esquina a la que me dirigía. Yo vestía de manera demasiado informal para ser alguien que volvía a casa después de la oficina, pero ellos iban demasiado sucios para ser turistas. Me percaté de que no debían de tener muchos más años que yo conforme se fueron aproximando. Iban bromeando entre ellos en voz alta, riéndose escandalosamente y dándose codazos unos a otros. Salí pitando lo más lejos posible de la parte interior de la acera para dejarles vía libre, caminé rápidamente mirando hacia la esquina, detrás de ellos.

— ¡Eh, ahí! —dijo uno al pasar.

Debía de estar refiriéndose a mí, ya que no había nadie más por los alrededores. Alcé la vista de inmediato. Dos de ellos se habían detenido y los otros habían disminuido el paso. El más próximo, un tipo corpulento, de cabello oscuro y poco más de veinte años, era el que parecía haber hablado. Llevaba una camisa de franela abierta sobre una camiseta sucia, unos vaqueros con desgarrones y sandalias. Avanzó medio paso hacia mí.

— ¡Pero bueno! —murmuré de forma instintiva.

Entonces desvié la vista y caminé más rápido hacia la esquina. Les podía oír reírse estrepitosamente detrás de mí.

— ¡Eh, espera! —gritó uno de ellos a mis espaldas, pero mantuve la cabeza gacha y doblé la esquina con un suspiro de alivio. Aún les oía reírse ahogadamente a mis espaldas.

Me encontré andando sobre una acera que pasaba junto a la parte posterior de varios almacenes de colores sombríos,
cada uno con grandes puertas en saliente para descargar camiones, cerradas con candados durante la noche. La parte sur de la calle carecía de acera, consistía en una cerca de malla metálica rematada en alambre de púas por la parte superior con el fin de proteger algún tipo d piezas mecánicas en un patio de almacenaje. En mi vagabundeo había pasado de largo por la parte de Port Angeles que tenía intención de ver como turista. Descubrí que anochecía cuando las nubes regresaron, arracimándose en el horizonte de poniente, creando un ocaso prematuro. Al oeste, el cielo seguía siendo claro, pero, rasgado por rayas naranjas y rosáceas, comenzaba a agrisarse. Me había dejado la cazadora en el coche y un repentino escalofrío hizo que me abrazara con fuerza el torso. Una única furgoneta pasó a mi lado y luego la carretera se quedó vacía.


De repente, el cielo se oscureció más y al mirar por encima del hombro para localizar a la nube causante de esa penumbra, me asusté al darme cuenta de que dos hombres me seguían sigilosamente a seis metros.

Formaban parte del mismo grupo que había dejado atrás en la esquina, aunque ninguno de los dos era el moreno que se había dirigido a mí. De inmediato, miré hacia delante y aceleré el paso. Un escalofrío que nada tenía que ver con el tiempo me recorrió la espalda. Llevaba el bolso en el hombro, colgando de la correa cruzada alrededor del pecho, como se suponía que tenía que llevarlo para evitar que me lo quitaran de un tirón. Sabía exactamente dónde estaba mi aerosol de autodefensa, en el talego de debajo de la cama que nunca había llegado a desempaquetar. No llevaba mucho dinero encima, sólo veintitantos dólares, pero pensé en arrojar «accidentalmente» el bolso y alejarme andando. Mas una vocecita asustada en el fondo de mi mente me previno que podrían ser algo peor que ladrones.

Escuché con atención los silenciosos pasos, mucho más si se los comparaba con el bullicio que estaban armando antes.
No parecía que estuvieran apretando el paso ni que se encontraran más cerca. Respira, tuve que recordarme. No sabes si te están siguiendo. Continué andando lo más deprisa posible sin llegar a correr, concentrándome en el giro que había a mano derecha, a pocos metros. Podía oírlos a la misma distancia a la que se encontraban antes. Procedente de la parte sur de la ciudad, un coche azul giró en la calle y pasó velozmente a mi lado. Pensé en plantarme de un salto delante de él, pero dudé, inhibida al no saber si realmente me seguían, y entonces fue demasiado tarde.

Llegué a la esquina, pero una rápida ojeada me mostró un callejón sin salida que daba a la parte posterior de otro edificio. En previsión, ya me había dado media vuelta. Debía rectificar a toda prisa, cruzar como un bólido el estrecho paseo y volver a la acera. La calle finalizaba en la próxima esquina, donde había una señal de stop. Me concentré en los débiles pasos que me seguían mientras decidía si echar a correr o no. Sonaban un poco más lejanos, aunque sabía que, en cualquier caso, me podían alcanzar si corrían. Estaba segura de que tropezaría y me caería de ir más deprisa. Las pisadas sonaban más lejos, sin duda, y por eso me arriesgué a echar una ojeada rápida por encima del hombro. Vi con alivio que ahora estaban a doce metros de mí, pero ambos me miraban fijamente.

El tiempo que me costó llegar a la esquina se me antojó una eternidad. Mantuve un ritmo vivo, hasta el punto de rezagarlos un poco más con cada paso que daba. Quizás hubieran comprendido que me habían asustado y lo lamentaban. Vi cruzar la intersección a dos automóviles que se dirigieron hacia el norte. Estaba a punto de llegar, y suspiré aliviada. En cuanto hubiera dejado aquella calle desierta habría más personas a mí alrededor. En un momento doblé la esquina con un suspiro de agradecimiento.

Y me deslicé hasta el stop.

A ambos lados de la calle se alineaban unos muros blancos sin ventanas. A lo lejos podía ver dos intersecciones, farolas,
automóviles y más peatones, pero todos ellos estaban demasiado lejos, ya que los otros dos hombres del grupo estaban en mitad de la calle, apoyados contra un edificio situado al oeste, mirándome con unas sonrisas de excitación que me dejaron petrificada en la acera. Súbitamente comprendí que no me habían estado siguiendo.

Me habían estado conduciendo como al ganado.

Me detuve por unos breves instantes, aunque me pareció mucho tiempo. Di media vuelta y me lancé como una flecha hacia el otro lado dé la acera. Tuve la funesta premonición de que era un intento estéril. Las pisadas que me seguían se oían más fuertes.

— ¡Ahí está!

La voz atronadora del tipo rechoncho de pelo negro rompió la intensa quietud y me hizo saltar. En la creciente oscuridad parecía que iba a pasar de largo.

— ¡Sí! —Gritó una voz a mis espaldas, haciéndome dar otro salto mientras intentaba correr calle abajo—. Apenas nos hemos desviado.

Ahora debía andar despacio. Estaba acortando con demasiada rapidez la distancia respecto a los dos que esperaban apoyados en la pared. Era capaz de chillar con mucha potencia e inspiré aire, preparándome para proferir un grito, pero tenía la garganta demasiado seca para estar segura del volumen que podría generar. Con un rápido movimiento deslicé el bolso por encima de la cabeza y aferré la correa con una mano, lista para dárselo o usarlo como arma, según lo dictasen las circunstancias.

El gordo, ya lejos del muro, se encogió de hombros cuando me detuve con cautela y caminó lentamente por la calle.

—Apártese de mí —le previne con voz que se suponía debía sonar fuerte y sin miedo, pero tenía razón en lo de la garganta seca, y salió... sin volumen.

—No seas así, ricura —gritó, y una risa ronca estalló detrás de mí.

Separé los pies, me aseguré en el suelo e intenté recordar, a pesar del pánico, lo poco de autodefensa que sabía. La base de la mano hacia arriba para romperle la nariz, con suerte, o incrustándosela en el cerebro. Introducir los dedos en la cuenca del ojo, intentando engancharlos alrededor del hueso para sacarle el ojo. Y el habitual rodillazo a la ingle, por supuesto. Esa misma vocecita pesimista habló de nuevo para recordarme que probablemente no tendría ninguna oportunidad contra uno, y eran cuatro. « ¡Cállate!», le ordené a la voz antes de que el pánico me incapacitara. No iba a caer sin llevarme a alguno conmigo.
Intenté tragar saliva para ser capaz de proferir un grito aceptable.

Súbitamente, unos faros aparecieron a la vuelta de la esquina. El coche casi atropello al gordo, obligándole a retroceder hacia la acera de un salto. Me lancé al medio de la carretera. Ese auto iba a pararse o tendría que atropellarme, pero, de forma totalmente inesperada, el coche plateado derrapó hasta detenerse con la puerta del copiloto abierta a menos de un metro.

—Entra —ordenó una voz furiosa.
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Mensaje  cliostar Sáb Ago 09, 2008 12:55 am

Fue sorprendente cómo ese miedo asfixiante se desvaneció al momento, y sorprendente también la repentina sensación de seguridad que me invadió, incluso antes de abandonar la calle, en cuanto oí su voz. Salté al asiento y cerré la puerta de un portazo.

El interior del coche estaba a oscuras, la puerta abierta no había proyectado ninguna luz, por lo que a duras penas conseguí verle el rostro gracias a las luces del salpicadero. Los neumáticos chirriaron cuando rápidamente aceleró y dio un


volantazo que hizo girar el vehículo hacia los atónitos hombres de la calle antes de dirigirse al norte de la ciudad. Los vi de refilón cuando se arrojaron al suelo mientras salíamos a toda velocidad en dirección al puerto.

—Ponte el cinturón de seguridad —me ordenó; entonces comprendí que me estaba aferrando al asiento con las dos manos.

Le obedecí rápidamente. El chasquido al enganchar el cinturón sonó con fuerza en la penumbra. Se desvió a la izquierda para avanzar a toda velocidad, saltándose varias señales de stop sin detenerse.

Pero me sentía totalmente segura y, por el momento, daba igual adonde fuéramos. Le miré con profundo alivio, un alivio que iba más allá de mi repentina liberación. Estudié las facciones perfectas del rostro de Victor a la escasa luz del salpicadero, esperando a recuperar el aliento, hasta que me pareció que su expresión reflejaba una ira homicida.

— ¿Estás enfadado conmigo? —le pregunté, sorprendida de lo ronca que sonó mi voz.

—No —respondió tajante, pero su tono era de furia.

Me quedé en silencio, contemplando su cara mientras él miraba al frente con unos ojos rojos como brasas, hasta que el coche se detuvo de repente. Miré alrededor, pero estaba demasiado oscuro para ver otra cosa que no fuera la vaga silueta de los árboles en la cuneta de la carretera. Ya no estábamos en la ciudad.

— ¿Myri? —preguntó con voz tensa y mesurada.

— ¿Sí?

Mi voz aún sonaba ronca. Intenté aclararme la garganta en silencio.

— ¿Estás bien?

Aún no me había mirado, pero la rabia de su cara era evidente.

—Sí —contesté con voz ronca.

—Distráeme, por favor —ordenó.

—Perdona, ¿qué?

Suspiró con acritud.

—Limítate a charlar de cualquier cosa insustancial hasta que me calme —aclaró mientras cerraba los ojos y se pellizcaba el puente de la nariz con los dedos pulgar e índice.

—Eh... —me estrujé los sesos en busca de alguna trivialidad—. Mañana antes de clase voy a atropellar a Tyler Crowley.

Victor siguió con los ojos cerrados, pero curvó la comisura de los labios.

— ¿Por qué?

—Va diciendo por ahí que me va a llevar al baile de promoción... O está loco o intenta hacer olvidar que casi me mata cuando... Bueno, tú lo recuerdas, y cree que la promoción es la forma adecuada de hacerlo. Estaremos en paz si pongo en peligro su vida y ya no podrá seguir intentando enmendarlo. No necesito enemigos, y puede que Lauren se apacigüe si Tyler me deja tranquila. Aunque también podría destrozarle el Sentra. No podrá llevar a nadie al baile de fin de curso si no tiene coche... —proseguí.

—Estaba enterado —sonó algo más sosegado.

— ¿Sí? —pregunté incrédula; mi irritación previa se enardeció—. Si está paralítico del cuello para abajo, tampoco podrá ir al baile de fin de curso —musité, refinando mi plan.

Victor suspiró y al fin abrió los ojos.

— ¿Estás bien?

—En realidad, no.

Esperé, pero no volvió a hablar. Reclinó la cabeza contra el asiento y miró el techo del Volvo. Tenía el rostro rígido.

— ¿Qué es lo que pasa? —inquirí con un hilo de voz.

—A veces tengo problemas con mi genio, Myri.

También él susurraba, y no dejaba de mirar por la ventana mientras lo hacía, con los ojos entrecerrados.

—Pero no me conviene dar media vuelta y dar caza a esos... —no terminó la frase, desvió la mirada y volvió a luchar por controlar la rabia. Luego, continuó—: Al menos, eso es de lo que me intento convencer.

—Ah.

La palabra parecía inadecuada, pero no se me ocurría una respuesta mejor. De nuevo permanecimos sentados en silencio. Miré el reloj del salpicadero, que marcaba las seis y media pasadas.

—Jessica y Angela se van a preocupar —murmuré—. Iba a reunirme con ellas.

Arrancó el motor sin decir nada más, girando con suavidad y regresando rápidamente hacia la ciudad. Siguió conduciendo a gran velocidad cuando estuvimos bajo las lámparas, sorteando con facilidad los vehículos más lentos que cruzaban el paseo marítimo. Aparcó en paralelo al bordillo en un espacio que yo habría considerado demasiado pequeño para el Volvo, pero él lo encajó sin esfuerzo al primer intento. Miré por la ventana en busca de las luces de La Bella Italia. Jess y Angela acababan de salir y se alejaban caminando con rapidez.

— ¿Cómo sabías dónde...? —comencé, pero luego me limité a sacudir la cabeza. Oí abrirse la puerta y me giré para verle salir.

— ¿Qué haces?

—Llevarte a cenar.

Sonrió levemente, pero la mirada continuaba siendo severa. Se alejó del coche y cerró de un portazo. Me peleé con el cinturón de seguridad y me apresuré a salir también del coche. Me esperaba en la acera y habló antes de que pudiera despegar los labios.

—Detén a Jessica y Angela antes de que también deba buscarlas a ellas. Dudo que pudiera volver a contenerme si me tropiezo otra vez con tus amigos.

Me estremecí ante el tono amenazador de su voz.


— ¡Jess, Angela! —les grité, saludando con el brazo cuando se volvieron. Se apresuraron a regresar. El manifiesto alivio de sus rostros se convirtió en sorpresa cuando vieron quién estaba a mi lado. A unos metros de nosotros, vacilaron.

— ¿Dónde has estado? —preguntó Jessica con suspicacia.

—Me perdí —admití con timidez—, y luego me encontré con Victor.

Le señalé con un gesto.

— ¿Os importaría que me uniera a vosotras? —preguntó con voz sedosa e irresistible. Por sus rostros estupefactos supe que él nunca antes había empleado a fondo sus talentos con ellas.

—Eh, sí, claro —musitó Jessica.

—De hecho —confesó Angela—, Myri, lo cierto es que ya hemos cenado mientras te esperábamos... Perdona.

—No pasa nada —me encogí de hombros—. No tengo hambre.

—Creo que deberías comer algo —intervino Victor en voz baja, pero autoritaria. Buscó a Jessica con la mirada y le habló un poco más alto—: ¿Os importa que lleve a Myri a casa esta noche? Así, no tendréis que esperar mientras cena.

—Eh, supongo que no... hay problema...

Jess se mordió el labio en un intento de deducir por mi expresión si era eso lo que yo quería. Le guiñé un ojo. Nada deseaba más que estar a solas con mi perpetuo salvador. Había tantas preguntas con las que no le podía bombardear mientras no estuviéramos solos...

—De acuerdo —Angela fue más rápida que Jessica—. Os vemos mañana, Myriam, Victor...

Tomó la mano de Jessica y la arrastró hacia el coche, que pude ver un poco más lejos, aparcado en First Street. Cuando entraron, Jess se volvió y me saludó con la mano. Por su rostro supe que se moría de curiosidad. Le devolví el saludo y esperé a que se alejaran antes de volverme hacia Victor.

—De verdad, no tengo hambre —insistí mientras alzaba la mirada para estudiar su rostro. Su expresión era inescrutable.

—Compláceme.

Se dirigió hasta la puerta del restaurante y la mantuvo abierta con gesto obstinado. Evidentemente, no había discusión posible. Pasé a su lado y entré con un suspiro de resignación.

Era temporada baja para el turismo en Port Angeles, por lo que el restaurante no estaba lleno. Comprendí el brillo de los ojos de nuestra anfitriona mientras evaluaba a Victor. Le dio la bienvenida con un poco más de entusiasmo del necesario. Me sorprendió lo mucho que me molestó. Me sacaba varios centímetros y era rubia de bote.

— ¿Tienen una mesa para dos? —preguntó Victor con voz tentadora, lo pretendiese o no.

Vi cómo los ojos de la rubia se posaban en mí y luego se desviaban, satisfecha por mi evidente normalidad y la falta de contacto entre Victory yo. Nos condujo a una gran mesa para cuatro en el centro de la zona más concurrida del comedor.

Estaba a punto de sentarme cuando Victor me indicó lo contrario con la cabeza.

— ¿Tiene, tal vez, algo más privado? —insistió con voz suave a la anfitriona. No estaba segura, pero me pareció que le entregaba discretamente una propina. No había visto a nadie rechazar una mesa salvo en las viejas películas.

—Naturalmente —parecía tan sorprendida como yo. Se giró y nos condujo alrededor de una mampara hasta llegar a una sala de reservados—. ¿Algo como esto?

—Perfecto.

Le dedicó una centelleante sonrisa a la dueña, dejándola momentáneamente deslumbrada.

—Esto... —sacudió la cabeza, bizqueando—. Ahora mismo les atiendo.

Se alejó caminando con paso vacilante.

—De veras, no deberías hacerle eso a la gente —le critiqué—. Es muy poco cortés.

— ¿Hacer qué?

—Deslumbrarla... Probablemente, ahora está en la cocina hiperventilando.

Pareció confuso.

—Oh, venga —le dije un poco dubitativa—. Tienes que saber el efecto que produces en los demás.

Ladeó la cabeza con los ojos llenos de curiosidad.

— ¿Los deslumbro?

— ¿No te has dado cuenta? ¿Crees que todos ceden con tanta facilidad?

Ignoró mis preguntas.

— ¿Te deslumbro a ti?
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 3 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  cliostar Sáb Ago 09, 2008 12:56 am

—Con frecuencia —admití.

Entonces llegó la camarera, con rostro expectante. La anfitriona había hecho mutis por el foro definitivamente, y la nueva chica no parecía decepcionada. Se echó un mechón de su cabello negro detrás de la oreja, y sonrió con innecesaria calidez.

—Hola. Me llamo Amber y voy a atenderles esta noche. ¿Qué les pongo de beber?

No pasé por alto que sólo se dirigía a él. Victor me miró.

—Voy a tomar una CocaCola.

Pareció una pregunta.

—Dos —dijo él.

—Enseguida las traigo —le aseguró con otra sonrisa innecesaria, pero él no lo vio, porque me miraba a mí.

— ¿Qué pasa? —le pregunté cuando se fue la camarera. Tenía la mirada fija en mi rostro.

— ¿Cómo te sientes?

—Estoy bien —contesté, sorprendida por la intensidad.

— ¿No tienes mareos, ni frío, ni malestar...? y


— ¿Debería?

Se rió entre dientes ante la perplejidad de mi respuesta.

—Bueno, de hecho esperaba que entraras en estado de shock.

Su rostro se contrajo al esbozar aquella perfecta sonrisa de picardía.

—Dudo que eso vaya a suceder —respondí después de tomar aliento—. Siempre se me ha dado muy bien reprimir las cosas desagradables.

—Da igual, me sentiré mejor cuando hayas tomado algo de glucosa y comida.

La camarera apareció con nuestras bebidas y una cesta de colines en ese preciso momento. Permaneció de espaldas a mí mientras las colocaba sobre la mesa.

— ¿Han decidido qué van a pedir? —preguntó a Victor.

— ¿Myri? —inquirió él.

Ella se volvió hacia mí a regañadientes. Elegí lo primero que vi en el menú.

—Eh... Tomaré el ravioli de setas.

— ¿Y usted?

Se volvió hacia Victor con una sonrisa.

—Nada para mí —contestó.

No, por supuesto que no.

—Si cambia de opinión, hágamelo saber.

La sonrisa coqueta seguía ahí, pero él no la miraba y la camarera se marchó descontenta.

—Bebe —me ordenó.

Al principio, di unos sorbitos a mi refresco obedientemente; luego, bebí a tragos más largos, sorprendida de la sed que tenía. Comprendí que me la había terminado toda cuando Victor empujó su vaso hacia mí.

—Gracias —murmuré, aún sedienta.

El frío del refresco se extendió por mi pecho y me estremecí.

— ¿Tienes frío?

—Es sólo la Coca—Cola —le expliqué mientras volvía a estremecerme.

— ¿No tienes una cazadora? —me reprochó.

—Sí —miré a la vacía silla contigua y caí en la cuenta—. Vaya, me la he dejado en el coche de Jessica.

Victor se quitó la suya. No podía apartar los ojos de su rostro, simplemente. Me concentré para obligarme a hacerlo en ese momento. Se estaba quitando su cazadora de cueto beis debajo de la cual llevaba un suéter de cuello vuelto que se ajustaba muy bien, resaltando lo musculoso que era su pecho.

Me entregó su cazadora y me interrumpió mientras me lo comía con los ojos.

—Gracias —dije nuevamente mientas deslizaba los brazos en su cazadora.

La prenda estaba helada, igual que cuando me ponía mi ropa a primera hora de la mañana, colgada en el vestíbulo, en el que hay mucha corriente de aire. Tirité otra vez. Tenía un olor asombroso. Lo olisqueé en un intento de identificar aquel delicioso aroma, que no se parecía a ninguna colonia. Las mangas eran demasiado largas y las eché hacia atrás para tener libres las manos.

—Tu piel tiene un aspecto encantador con ese color azul —observó mientras me miraba. Me sorprendió y bajé la vista,
sonrojada, por supuesto.

Empujó la cesta con los colines hacia mí.

—No voy a entrar en estado de shock, de verdad —protesté.

—Pues deberías, una persona normal lo haría, y tú ni siquiera pareces alterada.

Daba la impresión de estar desconcertado. Me miró a los ojos y vi que los suyos eran claros, más claros de lo que anteriormente los había visto, de ese tono dorado que tiene el sirope de caramelo.

—Me siento segura contigo —confesé, impelida a decir de nuevo la verdad. ,

Aquello le desagradó y frunció su frente de alabastro. Ceñudo, sacudió la cabeza y murmuró para sí:

—Esto es más complicado de lo que pensaba.

Tomé un colín y comencé a mordisquearlo por un extremo, evaluando su expresión. Me pregunté cuándo sería el momento oportuno para empezar a interrogarle.

—Normalmente estás de mejor humor cuando tus ojos brillan —comenté, intentando distraerle de cualquiera que fuera el pensamiento que le había dejado triste y sombrío. Atónito, me miró.

— ¿Qué?

—Estás de mal humor cuando tienes los ojos negros. Entonces, me lo veo venir —continué—. Tengo una teoría al respecto.

Entrecerró los ojos y dijo:

— ¿Más teorías?

—Aja.

Mastiqué un colín al tiempo que intentaba parecer indiferente.

—Espero que esta vez seas más creativa, ¿o sigues tomando ideas de los tebeos?

La imperceptible sonrisa era burlona, pero la mirada se mantuvo severa.

—Bueno, no. No la he sacado de un tebeo, pero tampoco me la he inventado—confesé.

— ¿Y? —me incitó a seguir, pero en ese momento la camarera apareció detrás de la mampara con mi comida.


Me di cuenta de que, inconscientemente, nos habíamos ido inclinando cada vez más cerca uno del otro, ya que ambos nos erguimos cuando se aproximó. Dejó el plato delante de mí —tenía buena pinta— y rápidamente se volvió hacia Victor para preguntarle:

— ¿Ha cambiado de idea? ¿No hay nada que le pueda ofrecer?

Capté el doble significado de sus palabras.

—No, gracias, pero estaría bien que nos trajera algo más de beber.

Él señaló los vasos vacíos que yo tenía delante con su larga mano blanca.

—Claro.

Quitó los vasos vacíos y se marchó.

— ¿Qué decías?

—Te lo diré en el coche. Si... —hice una pausa.

— ¿Hay condiciones?

Su voz sonó ominosa. Enarcó una ceja.

—Tengo unas cuantas preguntas, por supuesto.

—Por supuesto.

La camarera regresó con dos vasos de CocaCola. Los dejó sobre la mesa sin decir nada y se marchó de nuevo. Tomé un sorbito.

—Bueno, adelante —me instó, aún con voz dura.

Comencé por la pregunta menos exigente. O eso creía.

— ¿Por qué estás en Port Angeles?

Bajó la vista y cruzó las manos alargadas sobre la mesa muy despacio para luego mirarme a través de las pestañas mientras apareía en su rostro el indicio de una sonrisa afectada.

—Siguiente pregunta.

—Pero ésa es la más fácil —objeté.

—La siguiente —repitió.

Frustrada, bajé los ojos. Moví los platos, tomé el tenedor, pinché con cuidado un ravioli y me lo llevé a la boca con deliberada lentitud, pensando al tiempo que masticaba. Las setas estaban muy ricas. Tragué y bebí otro sorbo de mi refresco antes de levantar la vista.

—En tal caso, de acuerdo —le miré y proseguí lentamente—. Supongamos que, hipotéticamente, alguien es capaz de...
saber qué piensa la gente, de leer sus mentes, ya sabes, salvo unas cuantas excepciones.

—Sólo una excepción —me corrigió—, hipotéticamente.

—De acuerdo entonces, una sola excepción.

Me estremecí cuando me siguió el juego, pero intenté parecer despreocupada.

— ¿Cómo funciona? ¿Qué limitaciones tiene? ¿Cómo podría ese alguien... encontrar a otra persona en el momento adecuado? ¿Cómo sabría que ella está en un apuro?

— ¿Hipotéticamente?

—Bueno, si... ese alguien...

—Supongamos que se llama Joe —sugerí.

Esbozó una sonrisa seca.

—En ese caso, Joe. Si Joe hubiera estado atento, la sincronización no tendría por qué haber sido tan exacta —negó con la cabeza y puso los ojos en blanco——. Sólo tú podrías meterte en líos en un sitio tan pequeño. Destrozarías las estadísticas de delincuencia para una década, ya sabes.

—Estamos hablando de un caso hipotético —le recordé con frialdad.

Se rió de mí con ojos tiernos.

—Sí, cierto —aceptó—. ¿Qué tal si la llamamos Jane?

¿—Cómo lo supiste? —pregunté, incapaz de refrenar mi ansiedad. Comprendí que volvía a inclinarme hacia él.

Pareció titubear, dividido por algún dilema interno. Nuestras miradas se encontraron e intuí que en ese preciso instante estaba tomando la decisión de si decir o no la verdad.

—Puedes confiar en mí, ya lo sabes —murmuré.

Sin pensarlo, estiré el brazo para tocarle las manos cruzadas, pero Victor las retiró levemente y yo hice lo propio con las mías.

—No sé si tengo otra alternativa —su voz era un susurro—. Me equivoqué. Eres mucho más observadora de lo que pensaba.

—Creí que siempre tenías razón.

—Así era —sacudió la cabeza otra vez—. Hay otra cosa en la que también me equivoqué contigo. No eres un imán para los accidentes... Esa no es una clasificación lo suficientemente extensa. Eres un imán para los problemas. Si hay algo peligroso en un radio de quince kilómetros, inexorablemente te encontrará. — ¿Te incluyes en esa categoría? —Sin ninguna duda.

Su rostro se volvió frío e inexpresivo. Volví a estirar la mano por la mesa, ignorando cuando él retiró levemente las suyas, para tocar tímidamente el dorso de sus manos con las yemas de los dedos. Tenía la piel fría y dura como una piedra.

—Gracias —musité con ferviente gratitud—. Es la segunda vez.

Su rostro se suavizó.

—No dejarás que haya una tercera, ¿de acuerdo?

Fruncí el ceño, pero asentí con la cabeza. Apartó su mano de debajo de la mía y puso ambas sobre la mesa, pero se inclinó hacia mí.


—Te seguí a Port Angeles —admitió, hablando muy deprisa—. Nunca antes había intentado mantener con vida a alguien en concreto, y es mucho más problemático de lo que creía, pero eso tal vez se deba a que se trata de ti. La gente normal parece capaz de pasar el día sin tantas catástrofes.

Hizo una pausa. Me pregunté si debía preocuparme el hecho de que me siguiera, pero en lugar de eso, sentí un extraño espasmo de satisfacción. Me miró fijamente, preguntándose tal vez por qué mis labios se curvaban en una involuntaria sonrisa.

— ¿Crees que me había llegado la hora la primera vez, cuando ocurrió lo de la furgoneta, y que has interferido en el destino? —especulé para distraerme.

—Esa no fue la primera vez —replicó con dureza. Lo miré sorprendida, pero él miraba al suelo—. La primera fue cuando te conocí.

Sentí un escalofrío al oír sus palabras y recordar bruscamente la furibunda mirada de sus ojos negros aquel primer día,
pero lo ahogó la abrumadora sensación de seguridad que sentía en presencia de Victor.

— ¿Lo recuerdas? —inquirió con su rostro de ángel muy serio.

—Sí —respondí con serenidad.

—Y aun así estás aquí sentada —comentó con un deje de incredulidad en su voz y enarcó una cejaz

—Sí, estoy aquí... gracias a ti —me callé y luego le incité—. Porque de alguna manera has sabido encontrarme hoy.

Frunció los labios y me miró con los ojos entrecerrados mientras volvía a cavilar. Lanzó una mirada a mi plato, casi intacto, y luego a mí.

—Tú comes y yo hablo —me propuso.

Rápidamente saqué del plato otro ravioli con el tenedor, lo hice estallar en mi boca y mastiqué de forma apresurada.

—Seguirte el rastro es más difícil de lo habitual. Normalmente puedo hallar a alguien con suma facilidad siempre que haya «oído» su mente antes —me miró con ansiedad y comprendí que me había quedado helada. Me obligué a tragar, pinché otro ravioli y me lo metí en la boca.

—Vigilaba a Jessica sin mucha atención... Como te dije, sólo tú puedes meterte en líos en Port Angeles. Al principio no me di cuenta de que te habías ido por tu cuenta y luego, cuando comprendí que ya no estabas con ellas, fui a buscarte a la librería que vislumbré en la mente de Jessica. Te puedo decir que sé que no llegaste a entrar y que te dirigiste al sur. Sabía que tendrías que dar la vuelta pronto, por lo que me limité a esperarte, investigando al azar en los pensamientos de los viandantes para saber si alguno se había fijado en ti, y saber de ese modo dónde estabas. No tenía razones para preocuparme, pero estaba extrañamente ansioso...

Se sumió en sus pensamientos, mirando fijamente a la nada, viendo cosas que yo no conseguía imaginar.

—Comencé a conducir en círculos, seguía alerta. El sol se puso al fin y estaba a punto de salir y seguirte a pie cuando...
—enmudeció, rechinando los dientes con súbita ira. Se esforzó en calmarse.

— ¿Qué pasó entonces? —susurré. Victor seguía mirando al vacío por encima de mi cabeza.

—Oí lo que pensaban —gruñó; al torcer el gesto, el labio superior se curvó mostrando sus dientes—, y vi tu rostro en sus mentes.

De repente, se inclinó hacia delante, con el codo apoyado en la mesa y la mano sobre los ojos. El movimiento fue tan rápido que me sobresaltó.

—Resultó duro, no sabes cuánto, dejarlos... vivos —el brazo amortiguaba la voz—. Te podía haber dejado ir con Jessica y Angela, pero temía —admitió con un hilo de voz— que, si me dejabas solo, iría a por ellos.

Permanecí sentada en silencio, confusa, llena de pensamientos incoherentes, con las manos cruzadas sobre el vientre y recostada lánguidamente contra el respaldo de la silla. El seguía con la mano en el rostro, tan inmóvil que parecía una estatua tallada.

Finalmente alzó la vista y sus ojos buscaron los míos, rebosando sus propios interrogantes.

— ¿Estás lista para ir a casa? —preguntó.

—Lo estoy para salir de aquí —precisé, inmensamente agradecida de que nos quedara una hora larga de coche antes de llegar a casa juntos. No estaba preparada para despedirme de él.

La camarera apareció como si la hubiera llamado, o estuviera observando.

— ¿Qué tal todo? —preguntó a Victor.

—Dispuestos para pagar la cuenta, gracias.

Su voz era contenida pero más ronca, aún reflejaba la tensión de nuestra conversación. Aquello pareció acallarla.
Victor alzó la vista, aguardando.

—Claro —tartamudeó—. Aquí la tiene.

La camarera extrajo una carpetita de cuero del bolsillo delantero de su delantal negro y se la entregó.

Victor ya sostenía un billete en la mano. Lo deslizó dentro de la carpetita y se la devolvió de inmediato.

—Quédese con el cambio.

Sonrió, se puso de pie y le imité con torpeza. Ella volvió a dirigirle una sonrisa insinuante.

—Que tengan una buena noche.

Victor no apartó los ojos de mí mientras le daba las gracias. Reprimí una sonrisa.

Caminó muy cerca de mí hasta la puerta, pero siguió poniendo mucho cuidado en no tocarme. Recordé lo que Jessica había dicho de su relación con Mike, y cómo casi habían avanzado hasta la fase del primer beso. Suspiré. Victor me oyó, y me miró con curiosidad. Yo clavé la mirada en la acera, muy agradecida de que pareciera incapaz de saber lo que pensaba.

Abrió la puerta del copiloto y la sostuvo hasta que entré. Luego, la cerró detrás de mí con suavidad. Le contemplé dar la vuelta por la parte delantera del coche, de nuevo sorprendida por el garbo con que se movía. Probablemente debería haberme habituado a estas alturas, pero no era así. Tenía la sensación de que Victor no era la clase de persona a la que alguien pueda acostumbrarse.


Una vez dentro, arrancó y puso al máximo la calefacción. Había refrescado mucho y supuse que el buen tiempo se había terminado, aunque estaba bien caliente con su cazadora, oliendo su aroma cuando creía que no me veía.

Se metió entre el tráfico, aparentemente sin mirar, y fue esquivando coches en dirección a la autopista.

—Ahora —dijo de forma elocuente—, te toca a ti.

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