Vicco y la Viccobebe
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

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Mensaje  cliostar Lun Jul 14, 2008 2:09 am

HOLA niñas pues bueno acabo de leer una novela que me gusto mucho y quisiera compartir con ustedes espero que la acepten, se llama Crepusculo y es una novela de Stephenie Meyer y pues espero les guste para seguirla poniendo solo que debo advertirles que si esta algo larga... Rolling Eyes a lo mejor ya la leyeron, pero aun asi aqui les pongo de lo que trata ok cuidense BYE Smile

Cuando Myriam Montemayor se muda a Forks, una pequeña localidad del estado de Washington en la que nunca deja de llover, piensa que es lo más aburrido que le podía haber ocurrido en la vida.
Pero su vida da un giro excitante y aterrador una vez que se encuentra con el misterioso y seductor Vctor García. Hasta ese momento, Victor se las ha arreglado para mantener en secreto su identidad vampírica, pero ahora nadie se encuentra a salvo, y sobre todo Myriam, la persona a quien más quiere Victor...


Última edición por cliostar el Sáb Ago 30, 2008 8:50 pm, editado 22 veces
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Mensaje  jai33sire Lun Jul 14, 2008 7:18 am

Vaya vaya suena genial...muchas gracias por una nueva novela esperamos el primer capitulo pronto por faaaaaa Very Happy

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Mensaje  aNaY Lun Jul 14, 2008 7:39 am

otra novelitaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

y se ve que estara muy interesanteeee, aca estaremos de latosas esperandolaaaa y mientras me voy a poner al corriente de las demas q traigo atrasadas...


saludosssssssssssssssssssssssssss y esperamos el capiiiiiiii




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Mensaje  Jenny Lun Jul 14, 2008 10:26 am

WOW suena mega genial la novela!!! k cosassssssssssss k bueno k hay nove nueva, y ps por aki estaremos al pendiente y muele y muele jajajaja para que pongas cap!!!!!

Gracias
Besos
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Mensaje  Marianita Lun Jul 14, 2008 11:17 am

¡Ayy que mello! monkey Esperamos el primer capítulo Cliostar. What a Face
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Mensaje  Carmen Lun Jul 14, 2008 4:59 pm

aaah una nueva novee!!.. que chidisimoo.. y aparte de Vampiross ahhh mas fregon Cool jajaja.. espero pronto el primer cap!!.. saluditos Very Happy

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Mensaje  Chicana_415 Lun Jul 14, 2008 5:13 pm

JAJAJAJAJAJA MI PRIMA ESTA ENAMORADA DE ESE LIBROO! Aver si me gustaa ami!

siguele prontoo
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Mensaje  cliostar Lun Jul 14, 2008 9:48 pm

Hola aqui les dejo este pedazo jaja la verdad esq creo que estan algo largos los capitulos y estoy algo maje para saer donde dividirselos pero bueno ahi esta Very Happy cuidence, besos KARLET Like a Star @ heaven

Primer encuentro
Mi madre me llevó al aeropuerto con las ventanillas del coche bajadas. En Phoenix, la temperatura era de veinticuatro grados y el cielo de un azul perfecto y despejado. Me había puesto mi blusa
favorita, sin mangas y con cierres a presión blancos;la llevaba como gesto de despedida. Mi equipaje de mano era un anorak.

En la península de Olympic, al noroeste del Estado de Washington, existe un pueblecito llamado
Forks cuyo cielo casi siempre permanece encapotado. En esta insignificante localidad llueve más
que en cualquier otro sitio de los Estados Unidos.
Mi madre se escapó conmigo de aquel lugar y de sus tenebrosas y sempiternas sombras cuando
yo apenas tenía unos meses. Me había visto obligada a pasar allí un mes cada verano hasta que
por fin me impuse al cumplir los catorce años; así que, en vez de eso, los tres últimos años, Charlie, mi padre, había pasado sus dos semanas de vacaciones conmigo en California.

Y ahora me exiliaba a Forks, un acto que me aterraba, ya que detestaba el lugar.

Adoraba Phoenix. Me encantaba el sol, el calor abrasador, y la vitalidad de una ciudad que se extendía en todas las direcciones.

—Myri—me dijo mamá por enésima vez antes de subir al avión—, no tienes por qué hacerlo.

Mi madre y yo nos parecemos mucho, salvo por el pelo corto y las arrugas de la risa. Tuve un ataque de pánico cuando contemplé sus ojos grandes e ingenuos. ¿Cómo podía permitir que se las arreglara sola, ella que era tan cariñosa, caprichosa y atolondrada? Ahora tenía a Phil, por
supuesto, por lo que probablemente se pagarían las facturas, habría comida en el frigorífico y
gasolina en el depósito del coche, y podría apelar a él cuando se encontrara perdida, pero aun así...

—Es que quiero ir —le mentí. Siempre se me ha dado muy mal eso de mentir, pero había dicho esa mentira con tanta
frecuencia en los últimos meses que ahora casi sonaba convincente.

—Saluda a Charlie de mi parte —dijo con resignación.

—Sí, lo haré.

—Te veré pronto —insistió—. Puedes regresar a casa cuando quieras. Volveré tan pronto como me necesites.

Pero en sus ojos vi el sacrificio que le suponía esa promesa.

—No te preocupes por mí —le pedí—. Todo irá estupendamente. Te quiero, mamá.

Me abrazó con fuerza durante un minuto; luego, subí al avión y ella se marchó.

Para llegar a Forks tenía por delante un vuelo de cuatro horas de Phoenix a Seattle, y desde allí a
Port Angeles una hora más en avioneta y otra más en coche. No me desagrada volar, pero me
preocupaba un poco pasar una hora en el coche con Charlie.

Lo cierto es que Charlie había llevado bastante bien todo aquello. Parecía realmente complacido
de que por primera vez fuera a vivir con él de forma más o menos permanente. Ya me había
matriculado en el instituto y me iba a ayudar a comprar un coche.

Pero estaba convencida de que iba a sentirme incómoda en su compañía. Ninguno de los dos
éramos muy habladores que se diga, y, de todos modos, tampoco tenía nada que contarle.
Sabía que mi decisión lo hacía sentirse un poco confuso, ya que, al igual que mi madre, yo nunca
había ocultado mi aversión hacia Forks.

Estaba lloviendo cuando el avión aterrizó en Port Angeles. No lo consideré un presagio,
simplemente era inevitable. Ya me había despedido del sol.

Charlie me esperaba en el coche patrulla, lo cual no me extrañó. Para las buenas gentes de Forks, Charlie es el jefe de policía Montemayor. La principal razón de querer comprarme un coche, a
pesar de lo escaso de mis ahorros, era que me negaba en redondo a que me llevara por todo el
pueblo en un coche con luces rojas y azules en el techo. No hay nada que ralentice más la
velocidad del tráfico que un poli.

Charlie me abrazó torpemente con un solo brazo cuando bajaba a trompicones la escalerilla del avión.

—Me alegro de verte, Myri —dijo con una sonrisa al mismo tiempo que me sostenía firmemente—. Apenas has cambiado. ¿Cómo está Renée?

—Mamá está bien. Yo también me alegro de verte, papá —no le podía llamar Charlie a la cara.

Traía pocas maletas. La mayoría de mi ropa de Arizona era demasiado ligera para llevarla en
Washington. Mi madre y yo habíamos hecho un fondo común con nuestros recursos para
complementar mi vestuario de invierno, pero, a pesar de todo,
era escaso. Todas cupieron fácilmente en el maletero del coche patrulla.

—He localizado un coche perfecto para ti, y muy barato —anunció una vez que nos abrochamos los cinturones de seguridad. ¿Qué tipo de coche?

Desconfié de la manera en que había dicho «un coche perfecto para ti» en lugar de simplemente
«un coche perfecto».

—Bueno, es un monovolumen, un Chevy para ser exactos.

— ¿Dónde lo encontraste?

— ¿Te acuerdas de Billy Black, el que vivía en La Push?

La Push es una pequeña reserva india situada en la costa.

—No.

—Solía venir de pesca con nosotros durante el verano —me explicó.

Por eso no me acordaba de él. Se me da bien olvidar las cosas dolorosas e innecesarias.

—Ahora está en una silla de ruedas —continuó Charlie cuando no respondí—, por lo que no puede conducir y me propuso venderme su camión por una ganga.

— ¿De qué año es?

Por la forma en que le cambió la cara, supe que era la pregunta que no deseaba oír.

—Bueno, Billy ha realizado muchos arreglos en el motor. En realidad, tampoco tiene tantos años.

Esperaba que no me tuviera en tan poca estima como para creer que iba a dejar pasar el tema así como así.

— ¿Cuándo lo compró?

—En 1984... Creo.

— ¿Y era nuevo entonces?

_En realidad, no. Creo que era nuevo a principios de los sesenta, o a lo mejor a finales de los cincuenta —confesó con timidez.

_ ¡Papá, por favor! ¡No sé nada de coches! No podría arreglarlo si se estropeara y no me puedo
permitir pagar un taller.

—Nada de eso,Myri, el trasto funciona a las mil maravillas. Hoy en día no los fabrican tan buenos.

El trasto, repetí en mi fuero interno. Al menos tenía posibilidades como apodo.

— ¿Y qué entiendes por barato?

Después de todo, ése era el punto en el que yo no iba a ceder.

—Bueno, cariño, ya te lo he comprado como regalo de bienvenida.

Charlie me miró de reojo con rostro expectante.

Vaya. Gratis.

—No tenías que hacerlo, papá. Iba a comprarme un coche.

—No me importa. Quiero que te encuentres a gusto aquí.

Charlie mantenía la vista fija en la carretera mientras hablaba. Se sentía incómodo al expresar sus emociones en voz alta.
Yo lo había heredado de él, de ahí que también mirara hacia la carretera cuando le respondí:

—Es estupendo, papá. Gracias. Te lo agradezco de veras.

Resultaba innecesario añadir que era imposible estar a gusto en Forks, pero él no tenía por qué
sufrir conmigo. Y a caballo regalado no le mires el diente, ni el motor.

—Bueno, de nada. Eres bienvenida —masculló, avergonzado por mis palabras de agradecimiento.

Intercambiamos unos pocos comentarios más sobre el tiempo, que era húmedo, y básicamente
ésa fue toda la conversación. Miramos a través de las ventanillas en silencio.

El paisaje era hermoso, por supuesto, no podía negarlo. Todo era de color verde: los árboles, los
troncos cubiertos de musgo, el dosel de ramas que colgaba de los mismos, el suelo cubierto de helechos. Incluso el aire que se filtraba entre las hojas tenía un matiz de verdor.

Era demasiado verde, un planeta alienígena.
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Mensaje  cliostar Lun Jul 14, 2008 9:52 pm

Finalmente llegamos al hogar de Charlie. Vivía en una casa pequeña de dos dormitorios que compró con mi madre durante los primeros días de su matrimonio. Ésos fueron los únicos días de
su matrimonio, los primeros. Allí, aparcado en la calle delante de una casa que nunca cambiaba, estaba mi nuevo monovolumen, bueno, nuevo para mí. El vehículo era de un rojo desvaído, con
guardabarros grandes y redondos y una cabina de aspecto bulboso. Para mi enorme sorpresa, me encantó.
No sabía si funcionaría, pero podía imaginarme al volante. Además, era uno de esos modelos de hierro sólido que jamás sufren daños, la clase de coches que ves en un accidente de tráfico con la pintura intacta y rodeado de los trozos del coche extranjero que caba de destrozar.

— ¡Caramba, papá! ¡Me encanta! ¡Gracias!

Ahora, el día de mañana parecía bastante menos terrorífico. No me vería en la tesitura de elegir entre andar tres kilómetros bajo la lluvia hasta el instituto o dejar que el jefe de poliía me llevara en
el coche patrulla.

—Me alegra que te guste —dijo Charlie con voz áspera, nuevamente avergonzado.

Subir todas mis cosas hasta el primer piso requirió un solo viaje escaleras arriba. Tenía el
dormitorio de la cara oeste, el que daba al patio delantero. Conocía bien la habitación; había sido
la mía desde que nací. El suelo de madera, las paredes pintadas de azul claro, el techo a dos aguas, las cortinas de encaje ya amarillentas flanqueando las ventanas... Todo aquello formaba parte de mi infancia. Los únicos cambios que había introducido Charlie se limitaron a sustituir la cuna por
una cama y añadir un escritorio cuando cecí. Encima de éste había ahora un ordenador de
segunda mano con el cable del módem grapado al suelo hasta la toma de teléfono más próxima.
Mi madre lo había estipulado de ese modo para que estuviéramos en contacto con facilidad.
La mecedora que tenía desde niña aún seguía en el rincón.

Sólo había un pequeño cuarto de baño en lo alto de las escaleras que debería compartir con
Charlie. Intenté no darle muchas vueltas al asunto.

Una de las cosas buenas que tiene Charlie es que no se queda revoloteando a tu alrededor.
Me dejó sola para que deshiciera mis maletas y me instalara, una hazaña que hubiera sido del
todo imposible para mi madre. Resultaba estupendo estar sola, no tener que sonreír ni poner
buena cara; fue un respiro que me permitió contemplar a través del cristal la cortina de lluvia con desaliento y derramar algunas lágrimas No estaba de humor para una gran llantina. Eso podía
esperar hasta que me acostara y me pusiera a reflexionar sobre lo que me aguardaba al día
siguiente.

El aterrador cómputo de estudiantes del instituto de Forks era de tan sólo trescientos cincuenta y siete, ahora trescientos cincuenta y ocho. Solamente en mi clase de tercer año en Phoenix había más de setecientos alumnos. Todos los jóvenes de por aquí se habían criado juntos y sus abuelos
habían aprendido a andar juntos. Yo sería la chica nueva de la gran ciudad, una curiosidad, un bicho raro.

Tal vez podría utilizar eso a mi favor si tuviera el aspecto que se espera de una chica de Phoenix, pero físicamente no encajaba en modo alguno. Debería ser alta, rubia, de tez bronceada, una jugadora de voleibol o quizá una animadora, todas esas cosas propias de quienes viven en el Valle del Sol.

Por el contrario, mi piel era blanca como el marfil a pesar de las muchas horas de sol de Arizona, sin tener siquiera la excusa de unos ojos azules. Siempre he sido delgada, pero más bien flojucha y, desde luego, no una atleta. Me faltaba la coordinación suficiente para practicar deportes sin hacer el ridículo o dañar a alguien, a mí misma o a cualquiera que estuviera demasiado cerca.

Después de colocar mi ropa en el viejo tocador de madera de pino, me llevé el neceser al cuarto de baño para asearme tras un día de viaje. Contemplé mi rostro en el espejo mientras me cepillaba el pelo enredado y húmedo. Tal vez se debiera a la luz, pero ya tenía un aspecto más cetrino y menos saludable. Puede que tenga una piel bonita, pero es muy clara, casi traslúcida,por lo que su apariencia depende del color del lugar y en Forks no había color alguno.

Mientras me enfrentaba a mi pálida imagen en el espejo, tuve que admitir que me engañaba a mí misma. Jamás encajaría, y no sólo por mis carencias físicas. Si no me había hecho un huequecito en una escuela de tres mil alumnos, ¿qué posibilidades iba a tener aquí?

No sintonizaba bien con la gente de mi edad. Bueno, lo cierto es que no sintonizaba bien con la gente.
Punto. Ni siquiera mi madre, la persona con quien mantenía mayor proximidad, estaba en armonía conmigo; no íbamos por el mismo carril. A veces me preguntaba si veía las cosas igual que el resto del mundo. Tal vez la cabeza no me funcionara como es debido.

Pero la causa no importaba, sólo contaba el efecto. Y mañana no sería más que el comienzo.

Aquella noche no dormí bien, ni siquiera cuando dejé de llorar. El siseo constante de la lluvia y el viento sobre el techo no aminoraba jamás, hasta convertirse en un ruido de fondo. Me tapé la cabeza con la vieja y descolorida colcha y luego añadí la almohada, pero no conseguí conciliar el sueño antes de medianoche, cuando al fin la lluvia se convirtió en un fino sirimiri.

A la mañana siguiente, lo único que veía a través de la ventana era una densa niebla y sentí que la claustrofobia se apoderaba de mí. Aquí nunca se podía ver el cielo, parecía una jaula.

El desayuno con Charlie se desarrolló en silencio. Me deseó suerte en la escuela y le di las gracias, aun sabiendo que sus esperanzas eran vanas. La buena suerte solía esquivarme. Charlie se marchó primero, directo a la comisaría, que era su esposa y su familia. Examiné la cocina después de que se fuera, todavía sentada en una de las tres sillas, ninguna de ellas a juego, junto a la vieja mesa cuadrada de roble.
La cocina era pequeña, con paneles oscuros en las paredes, armarios amarillo chillón y un suelo de linóleo blanco. Nada había cambiado. Hacía dieciocho años, mi madre había pintado los armarios con la esperanza de introducir un poco de luz solar en la casa. Había una hilera de fotos encima del pequeño
hogar del cuarto de estar, que colindaba con la cocina y era del tamaño de una caja de zapatos. La primera foto era de la boda de Charlie con mi madre en Las Vegas, y luego la que nos tomó a los tres una amable enfermera del hospital donde nací, seguida por una sucesión de mis fotografías escolares hasta el año pasado. Verlas me resultaba muy embarazoso. Tenía que convencer a Charlie de que las pusiera en otro sitio, al menos mientras yo viviera aquí.

Era imposible permanecer en aquella casa y no darse cuenta de que Charlie no se había repuesto de la marcha de mi madre. Eso me hizo sentir incómoda.

No quería llegar demasiado pronto al instituto, pero no podía permanecer en la casa más tiempo, por lo que me puse el anorak, tan grueso que recordaba a uno de esos trajes empleados en caso de peligro biológico, y me encaminé hacia la llovizna.

Aún chispeaba, pero no lo bastante para que me calara mientras buscaba la llave de la casa, que siempre estaba escondida debajo del alero que había junto a la puerta, y cerrara. El ruido de mis botas de agua nuevas resultaba enervante.
Añoraba el crujido habitual de la grava al andar. No pude detenerme a admirar de nuevo el vehículo, como deseaba, y me apresuré a escapar de la húmeda neblina que se arremolinaba sobre mi cabeza y se agarraba al pelo por debajo de la capuch.

Dentro del monovolumen estaba cómoda y a cubierto. Era obvio que Charlie o Billy debían de haberlo
limpiado, pero la tapicería marrón de los asientos aún olía tenuemente a tabaco, gasolina y menta. El coche arrancó a la primera, con gran alivio por mi parte, aunque en medio de un gran estruendo, y luego hizo mucho ruido mientras avanzaba al ralentí. Bueno, un monovolumen tan antiguo debía de tener algún defecto. La anticuada radio funcionaba, un añadido que no me esperaba.

Fue fácil localizar el instituto pese a no haber estado antes. El edificio se hallaba, como casi todo lo demás en el pueblo,junto a la carretera. No resultaba obvio que fuera una escuela, sólo me detuve gracias al cartel que indicaba que se trataba del instituto de Forks. Se parecía a un conjunto de esas casas de intercambio en época de vacaciones construidas con ladrillos de color granate. Había tantos árboles y arbustos que a
primera vista no podía verlo en su totalidad. ¿Dónde estaba el ambiente de un instituto?, me pregunté con nostalgia. ¿Dónde estaban las alambradas y los detectores de metales?
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Mensaje  jai33sire Lun Jul 14, 2008 11:26 pm

gracias por el capitulo...se lee muy interesante y siguele por fa Very Happy

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Mensaje  Carmen Mar Jul 15, 2008 12:16 am

gracias por el capituloo!!.. estuvo interesantee!!.. espero pronto el proximo!! Very Happy saluditos

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Mensaje  BRENY Mar Jul 15, 2008 2:36 am

Estuvo muyy bueno el primer capi, me gustaaa cheers siguele porfisss

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Mensaje  Chicana_415 Mar Jul 15, 2008 6:19 pm

Pinta para buena. siguelee
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Mensaje  mali07 Miér Jul 16, 2008 1:44 am

SIGELEEE NI/A ESTA MUY WENO EL PRIMER KAPIS SIGELEEEEEE.............LUEGO ME KUENTAS KOMO TE JUE ALLA OK cheers cheers WENOOO AKI SIGO ESPERANDO MAS KAPISSSS JEJEJE...............KE WENO KE SIEMPRE SI TE DESISDISTES A PONER LA NOBE .................... lol! lol! lol!
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Mensaje  Marianita Jue Jul 17, 2008 2:03 am

Ayy así me gustan los caps, super largos. Muchas gracias cliostar!!! cheers
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Mensaje  cliostar Jue Jul 17, 2008 2:53 am

Hola niñas perdon por la tardanza esq se me perdio el link de la pag y no la encontraba lo que es ser dispersa jaja bueno pues ahi les va otro pedazo del capitulo, pero antes queria pedirles un favor podrian regalarme un voto porfavor no les quita ni un minuto de su tiempo gracias. Karlet [url]]http://www.tvazteca.com/laacademia/aspirante/karla-leticia-corona-perez[/url]

Aparqué frente al primer edificio, encima de cuya entrada había un cartelito que rezaba «Oficina
principal». No vi otros coches aparcados allí, por lo que estuve segura de que estaba en zona prohibida, pero decidí que iba a pedir indicaciones en lugar de dar vueltas bajo la lluvia como una tonta. De mala
gana salí de la cabina calentita del monovolumen y recorrí un sendero de piedra flanqueado por setos
oscuros. Respiré hondo antes de abrir la puerta.

En el interior había más luz y se estaba más caliente de lo que esperaba. La oficina era pequeña: una
salita de espera con sillas plegables acolchadas, una basta alfombra con motas anaranjadas, noticias y
premios pegados sin orden ni concierto en las paredes y un gran reloj que hacía tictac de forma
ostensible. Las plantas crecían por doquier en sus macetas de plástico, por si no hubiera suficiente
vegetación fuera.

Un mostrador alargado dividía la habitación en dos, con cestas metálicas llenas de papeles sobre la
encimera y anuncios de colores chillones pegados en el frontal. Detrás del mostrador había tres
escritorios. Una pelirroja regordeta con gafas se sentaba en uno de ellos. Llevaba una camiseta de color púrpura que, de inmediato, me hizo sentir que yo iba demasiado elegante.


La mujer pelirroja alzó la vista.

— ¿Te puedo ayudar en algo?

—Soy Myriam Montemayor —le informé, y de inmediato advertí en su mirada un atisbo de reconocimiento. Me esperaban. Sin duda,
había sido el centro de los cotilleos. La hija de la caprichosa ex mujer del jefe de policía al fin regresaba a casa.

—Por supuesto —dijo.

Rebuscó entre los documentos precariamente apilados hasta encontrar los que buscaba.

—Precisamente aquí tengo el horario de tus clases y un plano de la escuela.

Trajo varias cuartillas al mostrador para enseñármelas. Repasó todas mis clases y marcó el camino más
idóneo para cada una en el plano; luego, me entregó el comprobante de asistencia para que lo firmara
cada profesor y se lo devolviera al finalizar las clases. Me dedicó una sonrisa y, al igual que Charlie, me
dijo que esperaba que me gustara Forks. Le devolví la sonrisa más convincente posible.

Los demás estudiantes comenzaban a llegar cuando regresé al monovolumen. Los seguí, me uní a la cola de coches y conduje hasta el otro lado de la escuela. Supuso un alivio comprobar que casi todos los vehículos tenían aún más años que el mío, ninguno era ostentoso. En Phoenix, vivía en uno de los pocos
barrios pobres del distrito Paradise Valley. Era habitual ver un Mercedes nuevo o un Porsche en el aparcamiento de los estudiantes. El mejor coche de los que allí había era un flamante Volvo, y destacaba. Aun así, apagué el motor en cuanto aparqué en una plaza libre para que el estruendo no atrajera la atención de los demás sobre mí.

Examiné el plano en el monovolumen, intentando memorizarlo con la esperanza de no tener que andar consultándolo todo el día. Lo guardé en la mochila, me la eché al hombro y respiré hondo. Puedo
hacerlo, me mentí sin mucha convicción. Nadie me va a morder. Al final, suspiré y salí del coche.

Mantuve la cara escondida bajo la capucha y anduve hasta la acera abarrotada de jóvenes. Observé con alivio que mi sencilla chaqueta negra no llamaba la atención.

Una vez pasada la cafetería, el edificio número tres resultaba fácil de localizar, ya que había un gran «3» pintado en negro sobre un fondo blanco con forma de cuadrado en la esquina del lado este. Noté que mi respiración se acercaba a hiperventilación al aproximarme a la puerta. Para paliarla, contuve el aliento y entré detrás de dos personas que llevaban impermeables de estilo unisex.

El aula era pequeña. Los alumnos que tenía delante se detenían en la entrada para colgar sus abrigos en unas perchas;
había varias. Los imité. Se trataba de dos chicas, una rubia de tez clara como la porcelana y otra, también pálida, de pelo castaño claro. Al menos, mi piel no sería nada excepcional aquí.

Entregué el comprobante al profesor, un hombre alto y calvo al que la placa que descansaba sobre su
escritorio lo identificaba como Sr. Masón. Se quedó mirándome embobado al ver mi nombre, pero no
me dedicó ninguna palabra de aliento,
y yo, por supuesto, me puse colorada como un tomate. Pero al menos me envió a un pupitre vacío al
fondo de la clase sin presentarme al resto de los compañeros. A éstos les resultaba difícil mirarme al estar sentada en la última fila, pero se las arreglaron para conseguirlo. Mantuve la vista clavada en la lista de lecturas que me había entregado el profesor. Era bastante básica: Bronté, Shakespeare, Chaucer, Faulkner. Los había leído a todos, lo cual era cómodo... y aburrido. Me pregunté si mi madre me enviaría la
carpeta con los antiguos trabajos de clase o si creería que la estaba engañando. Recreé nuestra
discusión mientras el profesor continuaba con su perorata.

Cuando sonó el zumbido casi nasal del timbre, un chico flacucho, con acné y pelo grasiento, se ladeó desde un pupitre al otro lado del pasillo para hablar conmigo.

—Tú eres Myriam Montemayor, ¿verdad?

Parecía demasiado amable, el típico miembro de un club de ajedrez.

—Myri —le corregí. En un radio de tres sillas, todos se volvieron para mirarme.

— ¿Dónde tienes la siguiente clase? —preguntó. Tuve que comprobarlo con el programa que tenía en la mochila.

—Eh... Historia, con Jefferson, en el edificio seis.

Mirase donde mirase, había ojos curiosos por doquier.

—Voy al edificio cuatro, podría mostrarte el camino —demasiado amable, sin duda—. Me llamo Eric —añadió.

Sonreí con timidez.

—Gracias.

Recogimos nuestros abrigos y nos adentramos en la lluvia, que caía con más fuerza. Hubiera jurado que varias personas nos seguían lo bastante cerca para escuchar a hurtadillas. Esperaba no estar volviéndome paranoica.

—Bueno, es muy distinto de Phoenix, ¿eh? —preguntó.

—Mucho.

—Allí no llueve a menudo, ¿verdad?

—Tres o cuatro veces al año.

—Vaya, no me lo puedo ni imaginar.

—Hace mucho sol —le expliqué.

—No se te ve muy bronceada.

—Es la sangre albina de mi madre.

Me miró con aprensión. Suspiré. No parecía que las nubes y el sentido del humor encajaran demasiado bien. Después de estar varios meses aquí, habría olvidado cómo emplear el sarcasmo.

Pasamos junto a la cafetería de camino hacia los edificios de la zona sur, cerca del gimnasio. Eric me acompañó hasta la puerta, aunque la podía identificar perfectamente.

—En fin, suerte —dijo cuando rocé el picaporte—. Tal vez coincidamos en alguna otra clase.

Parecía esperanzado. Le dediqué una sonrisa que no comprometía a nada y entré.

El resto de la mañana transcurrió de forma similar. Mi profesor de Trigonometría, el señor Varner, a quien habría odiado de todos modos por la asignatura que enseñaba, fue el único que me obligó a permanecer delante de toda la clase para presentarme a mis compañeros. Balbuceé, me sonrojé y tropecé con mis propias botas al volver a mi pupitre.

Después de dos clases, empecé a reconocer varias caras en cada asignatura. Siempre había alguien con más coraje que los demás que se presentaba y me preguntaba si me gustaba Forks. Procuré actuar con
diplomacia, pero por lo general mentí mucho. Al menos, no necesité el plano.

Una chica se sentó a mi lado tanto en clase de Trigonometría como de español, y me acompañó a la cafetería para almorzar. Era muy pequeña, varios centímetros por debajo de mi uno sesenta, pero casi alcanzaba mi estatura gracias a su oscura melena de rizos alborotados. No me acordaba de su nombre, por lo que me limité a sonreír mientras parloteaba sobre los profesores y las clases. Tampoco intenté comprenderlo todo.

Nos sentamos al final de una larga mesa con varias de sus amigas a quienes me presentó. Se me olvidaron los nombres de todas en cuanto los pronunció. Parecían orgullosas por tener el coraje de hablar
conmigo. El chico de la clase de Lengua y Literatura, Eric, me saludó desde el otro lado de la sala.

Y allí estaba, sentada en el comedor, intentando entablar conversación con siete desconocidas llenas de curiosidad,
cuando los vi por primera vez.


Última edición por cliostar el Jue Jul 17, 2008 3:02 am, editado 1 vez
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  cliostar Jue Jul 17, 2008 3:01 am

Se sentaban en un rincón de la cafetería, en la otra punta de donde yo me encontraba. Eran cinco. No
conversaban ni comían pese a que todos tenían delante una bandeja de comida. No me miraban de
forma estúpida como casi todos los demás,por lo que no había peligro: podía estudiarlos sin temor a
encontrarme con un par de ojos excesivamente interesados. Pero no fue eso lo que atrajo mi atención.

No se parecían lo más mínimo a ningún otro estudiante. De los tres chicos, uno era fuerte, tan musculoso que parecía un verdadero levantador de pesas, y de pelo claro y rizado. Otro, más alto y delgado, era igualmente musculoso y tenía el cabello negro. El último era desgarbado, menos corpulento, y llevaba despeinado el pelo castaño dorado. Tenía un aspecto más juvenil que los otros dos, que podrían estar en la universidad o incluso ser profesores aquí en vez de estudiantes.

Las chicas eran dos polos opuestos. La más alta era escultural. Tenía una figura preciosa, del tipo que se ve en la portada del número dedicado a trajes de baño de la revista Sports Illustrated, y con el que todas las chicas pierden buena parte de su autoestima sólo por estar cerca. Su pelo rubio caía en cascada hasta la mitad de la espalda. La chica baja tenía aspecto de duendecillo de facciones finas, un fideo. Su pelo
corto era rebelde, con cada punta señalando en una dirección, y de un negro intenso.

Aun así, todos se parecían muchísimo. Eran los estudiantes más pálidos de cuantos vivían en aquel
pueblo sin sol. Más pálidos que yoincluso. Todos tenían ojos muy oscuros, a pesar de la diferente gama de colores de los cabellos, y ojeras malvas, similares al morado de los hematomas. Era como si todos padecieran de insomnio o se estuvieran recuperando de una rotura de nariz, aunque sus narices, al igual que el resto de sus facciones, eran rectas, perfectas, simétricas.

Pero nada de eso era el motivo por el que no conseguía apartar la mirada.

Continué mirándolos porque sus rostros, tan diferentes y tan similares al mismo tiempo, eran de una belleza inhumana y devastadora. Eran rostros como nunca esperas ver, excepto tal vez en las páginas retocadas de una revista de moda. O pintadas por un artista antiguo, como el semblante de un ángel. Resultaba difícil decidir quién era más bello, tal vez la chica rubia perfecta o el joven de pelo castaño dorado.

Los cinco desviaban la mirada los unos de los otros, también del resto de los estudiantes y de cualquier cosa hasta donde pude colegir. La chica más pequeña se levantó con la bandeja —el refresco sin abrir, la manzana sin morder— y se alejó con un trote grácil, veloz, propio de un corcel desbocado. Asombrada por sus pasos de ágil bailarina, la contemplé vaciar su bandeja y deslizarse por la puerta trasera a una velocidad superior a lo que habría considerado posible Miré rápidamente a los otros, que permanecían sentados, inmóviles.

— ¿Quiénes son ésos?—pregunté a la chica de la clase de Español, cuyo nombre se me había olvidado.

Y de repente, mientras ella alzaba los ojos para ver a quiénes me refería, aunque probablemente ya lo supiera por la entonación de mi voz, el más delgado y de aspecto más juvenil, la miró. Durante una fracción de segundo se fijó en mi vecina, y después sus ojos oscuros se posaron sobre los míos.

Él desvió la mirada rápidamente, aún más deprisa que yo, ruborizada de vergüenza. Su rostro no denotaba interés alguno en esa mirada furtiva, era como si mi compañera hubiera pronunciado su nombre y él, pese a haber decidido no reaccionar previamente, hubiera levantado los ojos en una involuntaria respuesta.

Avergonzada, la chica que estaba a mi lado se rió tontamente y fijó la vista en la mesa, igual que yo.

—Son Victor y Emmett Garcia, y Rosalie y Jasper Hale. La que se acaba de marchar se llama Alice
Garcia; todos viven con el doctor Garcia y su esposa —me respondió con un hilo de voz.

Miré de soslayo al chico guapo, que ahora contemplaba su bandeja mientras desmigajaba una
rosquilla con sus largos y níveos dedos. Movía la boca muy deprisa, sin abrir apenas sus labios
perfectos. Los otros tres continuaron con la mirada perdida, y, aun así, creí que hablaba en voz
baja con ellos.

¡Qué nombres tan raros y anticuados!, pensé. Era la clase de nombres que tenían nuestros abuelos, pero tal vez estuvieran de moda aquí, quizá fueran los nombres propios de un pueblo pequeño. Entonces recordé que mi vecina se llamaba Jessica, un nombre perfectamente normal. Había dos chicas con ese nombre en mi clase de Historia en Phoenix.

—Son... guapos.

Me costó encontrar un término mesurado.

— ¡Ya te digo! —Jessica asintió mientras soltaba otra risita tonta—. Pero están juntos. Me refiero a Emmett y Rosalie, y a Jasper y Alice, y viven juntos.

Su voz resonó con toda la conmoción y reprobación de un pueblo pequeño, pero, para ser sincera, he de confesar que aquello daría pie a grandes cotilleos incluso en Phoenix.

— ¿Quiénes son los Garcia? —pregunté—. No parecen parientes...

—Claro que no. El doctor Garcia es muy joven, tendrá entre veinte y muchos y treinta y pocos. Todos son adoptados.
Los Hale, los rubios, son hermanos gemelos, y los Garcia son su familia de acogida.

—Parecen un poco mayores para estar con una familia de acogida.

—Ahora sí, Jasper y Rosalie tienen dieciocho años, pero han vivido con la señora Garcia desde los
ocho. Es su tía o algo parecido.

—Es muy generoso por parte de los Garcia cuidar de todos esos niños siendo tan jóvenes.

—Supongo que sí —admitió Jessica muy a su pesar. Me dio la impresión de que, por algún motivo, el médico y su
mujer no le caían bien. Por las miradas que lanzaba en dirección a sus hijos adoptivos, supuse que eran celos; luego, como si con eso disminuyera la bondad del matrimonio,
agregó
—: Aunque tengo entendido que la señora Garcia no puede tener hijos.

Mientras manteníamos esta conversación, dirigía miradas furtivas una y otra vez hacia donde se sentaba aquella extraña familia. Continuaban mirando las paredes y no habían probado bocado.

— ¿Siempre han vivido en Forks? —pregunté. De ser así, seguro que los habría visto en alguna de mis visitas durante las vacaciones de verano.

—No —dijo con una voz que daba a entender que tenía que ser obvio, incluso para una recién llegada como yo—. Se mudaron aquí hace dos años, vinieron desde algún lugar de Alaska.

Experimenté una punzada de compasión y alivio. Compasión porque, a pesar de su belleza, eran extranjeros y resultaba evidente que no se les admitía. Alivio por no ser la única recién llegada y, desde luego, no la más interesante.

Uno de los Garcia, el más joven, levantó la vista mientras yo los estudiaba y nuestras miradas se encontraron, en esta ocasión con una manifiesta curiosidad. Cuando desvié los ojos, me pareció que en los suyos brillaba una expectación insatisfecha.

— ¿Quién es el chico de pelo negro? —pregunté.

Lo miré de refilón. Seguía observándome, pero no con la boca abierta, a diferencia del resto de los estudiantes. Su rostro reflejó una ligera contrariedad. Volví a desviar la vista.

—Se llama Victor. Es guapísimo, por supuesto, pero no pierdas el tiempo con él. No sale con nadie.
Quizá ninguna de las chicas del instituto le parece lo bastante guapa
—dijo con desdén, en una muestra clara de despecho. Me pregunté cuándo la habría rechazado.

Me mordí el labio para ocultar una sonrisa. Entonces lo miré de nuevo. Había vuelto el rostro, pero me pareció ver estirada la piel de sus mejillas, como si también estuviera sonriendo.

Los cuatro abandonaron la mesa al mismo tiempo, escasos minutos después. Todos se movían con mucha elegancia,
incluso el forzudo. Me desconcertó verlos. El que respondía al nombre de Victor no me miró de
nuevo.

Permanecí en la mesa con Jessica y sus amigas más tiempo del que me hubiera quedado de haber estado sola. No quería llegar tarde a mis clases el primer día. Una de mis nuevas amigas, que tuvo
la consideración de recordarme que se llamaba Angela, tenía, como yo, clase de segundo de
Biología a la hora siguiente. Nos dirigimos juntas al aula en silencio. También era tímida.

Nada más entrar en clase, Angela fue a sentarse a una mesa con dos sillas y un tablero de
laboratorio con la parte superior de color negro, exactamente igual a las de Phoenix. Ya compartía la mesa con otro estudiante. De hecho, todas las mesas estaban ocupadas, salvo una. Reconocí a
VictorGarcía, que estaba sentado cerca del pasillo central junto a la única silla vacante, por lo poco común de su cabello.

Lo miré de forma furtiva mientras avanzaba por el pasillo para presentarme al profesor y que éste me firmara el comprobante de sistencia. Entonces, justo cuando yo pasaba, se puso rígido en la
silla. Volvió a mirarme fijamente y nuestras miradas se encontraron. La expresión de su rostro era de lo más extraña, hostil, airada. Pasmada, aparté la vista y me sonrojé otra vez. Tropecé con un
libro que había en el suelo y me tuve que aferrar al borde de una mesa. La chica que se sentaba allí soltó una risita.

Me había dado cuenta de que tenía los ojos negros, negros como carbón.

El señor Banner me firmó el comprobante y me entregó un libro, ahorrándose toda esa tontería de la
presentación. Supe que íbamos a caernos bien. Por supuesto, no le quedaba otro remedio que
mandarme a la única silla vacante en el centro del aula. Mantuve la mirada fija en el suelo
mientras iba a sentarme junto a él, ya que la hostilidad de su mirada aún me tenía aturdida.

No alcé la vista cuando deposité el libro sobre la mesa y me senté, pero lo vi cambiar de postura al mirar de reojo. Se inclinó en la dirección opuesta, sentándose al borde de la silla. Apartó el rostro como si algo apestara. Olí mi pelo con disimulo.
Olía a fresas, el aroma de mi champú favorito. Me pareció un aroma bastante inocente. Dejé caer mi
pelo sobre el hombro derecho para crear una pantalla oscura entre nosotros e intenté prestar atención al profesor

Por desgracia, la clase versó sobre la anatomía celular, un tema que ya había estudiado. De todos modos, tomé apuntes con cuidado, sin apartar la vista del cuaderno.

No me podía controlar y de vez en cuando echaba un vistazo través del pelo al extraño chico que tenía a mi lado. Éste no relajó aquella postura envarada —sentado al borde de la silla, lo más lejos posible de mí
durante toda la clase. La mano izquierda, crispada en un puño, descansaba sobre el muslo. Se había
arremangado la camisa hasta los codos. Debajo de su piel palidapodía verle el antebrazo, sorprendentemente duro y musculoso.
No era de complexión tan liviana como parecía al lado del más fornido de sus hermanos.

La lección parecía prolongarse mucho más que las otras. ¿Se debía a que las clases estaban a punto de acabar o porque estaba esperando a que abriera el puño que cerraba con tanta fuerz? No lo abrió.
Continuó sentado, tan inmóvil que parecía no respirar.


¿Qué le pasaba? ¿Se comportaba de esa forma habitualmente? Cuestioné mi opinión sobre la acritud de Jessica durante el almuerzo. Quizá no era tan resentida como había pensado.

No podía tener nada que ver conmigo. No me conocía de nada.

Me atreví a mirarle a hurtadillas una vez más y lo lamenté. Me estaba mirando otra vez con esos ojos negros suyos llenos de repugnancia. Mientras me apartaba de él, cruzó por mi mente una frase: «Si las miradas matasen...».

El timbre sonó en ese momento. Yo di un salto al oírlo y Victor Garcia abandonó su asiento. Se levantó con garbo de espaldas a mí —era mucho más alto de lo que pensaba— y cruzó la puerta del aula antes de que nadie se hubiera levantado de su silla.

Me quedé petrificada en la silla, contemplando con la mirada perdida cómo se iba. Era realmente
mezquino. No había derecho. Empecé a recoger los bártulos muy despacio mientras intentaba reprimir
la ira que me embargaba, con miedo a que se me llenaran los ojos de lágrimas. Solía llorar cuando me
enfadaba, una costumbre humillante.

—Eres Myriam Montemayor, ¿no? —me preguntó una voz masculina.

Al alzar la vista me encontré con un chico guapo, de rostro aniñado y el pelo rubio en punta cuidadosamente arreglado con gel. Me dirigió una sonrisa amable. Obviamente, no parecía creer que yo oliera mal.

—Myri —le corregí, con una sonrisa.

—Me llamo Mike.

—Hola, Mike.

— ¿Necesitas que te ayude a encontrar la siguiente clase?

—Voy al gimnasio, y creo que lo puedo encontrar.

—Es también mi siguiente clase.

Parecía emocionado, aunque no era una gran coincidencia en una escuela tan pequeña.

Fuimos juntos. Hablaba por los codos e hizo el gasto de casi toda la conversación, lo cual fue un alivio. Había vivido en California hasta los diez años, por eso entendía cómo me sentía ante la ausencia del sol. Resultó ser la persona más agradable que había conocido aquel día.

Pero cuando íbamos a entrar al gimnasio me preguntó:

—Oye, ¿le clavaste un lápiz a Victor Garcia, o qué? Jamás lo había visto comportarse de ese modo.

Tierra, trágame, pensé. Al menos no era la única persona que lo había notado y, al parecer, aquél no era el comportamiento habitual de Victor Garcia. Decidí hacerme la tonta.
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Mensaje  cliostar Jue Jul 17, 2008 3:11 am

— ¿Te refieres al chico que se sentaba a mi lado en Biología? pregunté sin malicia.

—Sí —respondió—. Tenía cara de dolor o algo parecido. —No lo sé —le respondí—. No he hablado con él. —Es un tipo raro —Mike se demoró a mi lado en lugar de dirigirse al vestuario—. Si hubiera tenido la suerte de sentarme a tu lado, yo sí hubiera hablado contigo.

Le sonreí antes de cruzar la puerta del vestuario de las chicas. Era amable y estaba claramente interesado, pero eso no bastó para disminuir mi enfado.

El entrenador Clapp, el profesor de Educación física, me consiguió un uniforme, pero no me obligó a vestirlo para la clase de aquel día. En Phoenix, sólo teníamos que asistir dos años a Educación física. Aquí era una asignatura obligatoria los cuatro años. Forks era mi infierno personal en la tierra en el más literal de los sentidos.

Contemplé los cuatro partidillos de voleibol que se jugaban de forma simultánea. Me dieron náuseas al
verlos y recordar los muchos golpes que había dado, y recibido, cuando jugaba al voleibol.

Al fin sonó la campana que indicaba el final de las clases. Me dirigí lentamente a la oficina para entregar el comprobante con las firmas. Había dejado de llover, pero el viento era más frío y soplaba con fuerza. Me envolví con mis propios brazos para protegerme.

Estuve a punto de dar media vuelta e irme cuando entré en la cálida oficina. VictorGarcía se encontraba de pie,enfrente del escritorio. Lo reconocí de nuevo por el desgreñado pelo castaño dorado. Al parecer, no me había oído entrar. Me apoyé contra la pared del fondo, a la espera de que la recepcionista pudiera atenderme.

Estaba discutiendo con ella con voz profunda y agradable. Intentaba cambiar la clase de Biología de la sexta hora a otra hora, a cualquier otra.

No me podía creer que eso fuera por mi culpa. Debía de ser otra cosa, algo que había sucedido antes de que yo entrara en el laboratorio de Biología. La causa de su aspecto contrariado debía de ser otro lío totalmente diferente. Era imposible que aquel desconocido sintiera una aversión tan intensa y repentina hacia mí.

La puerta se abrió de nuevo y una súbita corriente de viento helado hizo susurrar los papeles que había sobre la mesa y me albootó los cabellos sobre la cara.
La recién llegada se limitó a andar hasta el escritorio, depositó una nota sobre el cesto de papeles y salió, pero Victro Garcia se envaró y se giró —su agraciado rostro parecía ridículo— para traspasarme con sus penetrantes ojos llenos de odio. Durante un instante sentí un estremecimiento de verdadero pánico, hasta se me erizó el vello de los brazos. La mirada no duró más de un segundo, pero me heló la sangre en las venas más que el gélido viento. Se giró hacia la recepcionista y rápidamente dijo con voz aterciopelada:

—Bueno, no importa. Ya veo que es imposible. Muchas gracias por su ayuda.

Giró sobre sí mismo sin mirarme y desapareció por la puerta.

Me dirigí con timidez hacia el escritorio —por una vez con el rostro lívido en lugar de colorado— y le entregué el comprobante de asistencia con todas las firmas.

— ¿Cómo te ha ido el primer día, cielo? —me preguntó de de forma maternal.

—Bien —mentí con voz débil.

No pareció muy convencida.
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Mensaje  mali07 Jue Jul 17, 2008 3:51 am

Very Happy Very Happy AYYYYYYYYY DIOSSSS LE DEJASTES MUY WENA LA NOBEEE NI/AAA KIERO MAS KAPISSS Y ESE VICCO KE TRAIRA PORKE SE PORTA ASI Y MYRI ENSANDO KE SE KAMBIA DE KLASE POR SU KULPA O PORKE GUELE MAL ELLA Laughing SIGELEEEEEEEEEEEE MAS KAPIS SIGELEEEEEEEEEEE..................... lol! lol! lol!
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Mensaje  jai33sire Jue Jul 17, 2008 4:19 am

muchas gracias por el capitulo y siguele pronto por fa

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Mensaje  Marianita Jue Jul 17, 2008 10:08 am

Gracias por los caps. Está super padre la nove. What a Face
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Mensaje  Jenny Jue Jul 17, 2008 10:11 am

Muchas Gracias por el capituloooooooooooooooooooooo Que cosas!!!

Besos
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Mensaje  Carmen Jue Jul 17, 2008 8:07 pm

aaah!!.. miraa que interesantee la novee!!.. gracias por los caps!1 Very Happy

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Mensaje  cliostar Vie Jul 18, 2008 11:49 pm

Hola aqui les dejo otros caps =) y les paso mi msn para quien quiera agregarme karlet_star@hotmail.com, ok se cuidan besos

LIBRO ABIERTO



El día siguiente fue mejor... y peor.

Fue mejor porque no llovió, aunque persistió la nubosidad densa y oscura; y más fácil, porque sabía qué podía esperar del día. Mike se acercó para sentarse a mi lado durante l
a clase de Lengua y me acompañó hasta la clase siguiente mientras Eric, el que parecía miembro de un club de ajedrez, lo fulminaba con la mirada. Me sentí halagada.
Nadie me observaba tanto como el día anterior. Durante el almuerzo me senté con
un gran grupo que incluía a Mike, Eric, Jessica y otros cuantos cuyos nombres y caras ya recordaba. Empecé a sentirme como si flotara en el agua en vez de ahogarme.

Fue peor porque estaba agotada. El ulular del viento alrededor de la casa no me había dejado dormir. También fue peor porque el Sr. Varner me llamó en la clase de Trigonometría, aun cuando no había levantado la mano, y di una respuesta equivocada. Rayó en lo espantoso porque tuve que jugar al voleibol y la única vez que no me aparté de la trayectoria de la pelota y la goleé, ésta impactó en la cabeza de un compañero de equipo. Y fue peor porque Victor Garcia no apareció por la escuela, ni por la mañana ni por la tarde.

Que llegara la hora del almuerzo —y con ella las coléricas miradas de Garcia— me estuvo aterrorizando durante toda la mañana. Por un lado, deseaba plantarle cara y exigirle una explicación. Mientras permanecía insomne en la cama llegué a imaginar incluso lo que le diría, pero me conocía demasiado bien para creer que de verdad tendría el coraje de hacerlo. En comparación conmigo, el león cobardica de El mago de Oz era Terminator.

Sin embargo, cuando entré en la cafetería junto a Jessica —intenté contenerme y no recorrer la sala con la mirada para buscarle, aunque fracasé estrepitosamente— vi a sus cuatro hermanos, por llamarlos de alguna manera, sentados en la misma mesa, pero él no los acompañaba.

Mike nos interceptó en el camino y nos desvió hacia su mesa. Jessica parecía eufórica por la atención, y sus amigas pronto se reunieron con nosotros. Pero estaba incomodísima mientras escuchaba su despreocupada conversación, a la espera de que él acudiese. Deseaba que se limitara a ignorarme cuando llegara, y demostrar de ese modo que mis suposiciones eran infundadas.

Pero no llegó, y me fui poniendo más y más tensa conforme pasaba el tiempo.

Cuando al final del almuerzo no se presentó, me dirigí hacia la clase de Biología con más confianza. Mike, que empezaba a asumir todas las características de los perros golden retriever, me siguió fielmente de camino a clase. Contuve el aliento en la puerta, pero Victor Garcia tampoco estaba en el aula. Suspiré y me dirigí a mi asiento. Mike me siguió sin dejar de hablarme de un próximo viaje a la playa y se quedó junto a mi mesa hasta que sonó el timbre. Entonces me sonrió apesadumbrado y se fue a sentar al lado de una chica con un aparato ortopédico en los dientes y una horrend permanente. Al parecer, iba a tener que hacer algo con Mike, y no iba a ser fácil.
La diplomacia resultaba vital en un pueblecito como éste,donde todos vivían pegados los unos a los otros. Tener tacto no era lo mío, y carecía de experiencia a la hora de tratar con chicos que fueran más amables de la cuenta.
El tener la mesa para mí sola y la ausencia de Victor supuso un gran alivio. Me lo repetí hasta la saciedad, pero no lograba quitarme de la cabeza la sospecha de que yo era el motivo de su ausencia. Resultaba ridículo y egotista creer que yo fuera capaz de afectar tanto a alguien. Era imposible. Y aun así la posibilidad de que fuera cierto no dejaba de inquietarme.

Cuando al fin concluyeron las clases y hubo desaparecido mi sonrojo por el incidente del partido de voleibol, me enfundé los vaqueros y un jersey azul marino y me apresuré a salir del vestuario, feliz de esquivar por el momento a mi amigo,
el golden retriever. Me dirigí a toda prisa al aparcamiento, ahora atestado de estudiantes que salían a la carrera. Me subí al coche y busqué en mi bolsa para cerciorarme de que tenía todo lo necesario.

La noche pasada había descubierto que Charlie era incapaz de cocinar otra cosa que huevos fritos y beicon, por lo que le pedí que me dejara encargarme de las comidas mientras durara mi estancia. El se mostró dispuesto a cederme las llaves de la sala de banquetes. También me percaté de que no había comida en casa, por lo que preparé la lista de la compra, tomé el dinero de un jarrón del aparador que llevaba la etiqueta «dinero para la comida» y ahora iba de camino hacia el supermercado Thriftway.

Puse en marcha aquel motor ensordecedor, hice caso omiso a los rostros que se volvieron en mi dirección y di marcha atrás con mucho cuidado al ponerme en la cola de cohes que aguardaban para salir del aparcamiento.
Mientras esperaba,intenté fingir que era otro coche el que producía tan ensordecedor estruendo. Vi que los dos Garcia y los gemelos Hale se subían a su coche. El flamante Volvo, por supuesto. Me habían fascinado tanto sus rostros que no había reparado antes en el atuendo; pero ahora que me fijaba, era obvio que todos iban magníficamente vestidos, de forma sencilla, pero con una ropa que parecía hecha por modistos. Con aquella hermosura y gracia de movimientos, podrían llevar harapos y parecer guapos.
El tener tanto belleza como dinero era pasarse de la raya, pero hasta donde alcanzaba
a comprender, la vida, por lo general, solía ser así.
No parecía que la posesión de ambas cosas les hubiera dado cierta aceptación en el pueblo.

No, no creía que fuera de ese modo. En absoluto. Ese aislamiento debía de ser voluntario, no lograba imaginar ninguna puerta cerrada ante tanta belleza.

Contemplaron mi ruidoso monovolumen cuando les pasé, como el resto, pero continué mirando al frente y experimenté un gran alivio cuando estuve fuera del campus.

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Mensaje  cliostar Vie Jul 18, 2008 11:58 pm

El Thriftway no estaba muy lejos de la escuela, unas pocas calles más al sur, junto a la carretera. Me sentí muy a gusto dentro del supermercado, me pareció normal. En Phoenix era yo quien hacía la compra, por lo que asumí con gusto el hábito de ocuparme de las tareas familiares. El mercado era lo bastante grande como para que no oyera el tamborileo de la lluvia sobre el tejado y me recordara dónde me enontraba.

Al llegar a casa, saqué los comestibles y los metí allí donde encontré un hueco libre. Esperaba que a Charlie no le importara. Envolví las patatas en papel de aluminio y las puse en el horno para hacer patatas asadas, dejé en adobo un filete y lo coloqué sobre una caja de huevos en el frigorífico.

Subí a mi habitación con la mochila después de hacer todo eso. Antes de ponerme con los deberes, me puse un chándal seco, me recogí la melena en una coleta y abrí el mail por vez primera. Tenía tres mensajes. Mi madre me había escrito.

Myri:
Escríbeme en cuanto llegues y cuéntame cómo te ha ido el vuelo. ¿Llueve? Ya te echo de menos. Casi he terminado de hacer las maletas para ir a Florida, pero no encuentro mi blusa rosa. ¿Sabes dónde la puse? Phil te manda saludos.

Mamá

Suspiré y leí el siguiente mensaje. Lo había enviado ocho horas después del primero. Decía:

¿Por qué no me has contestado? ¿A qué esperas? Mamá.

El último era de esa mañana.

Myriam:

Si no me has contestado a las 17:30, voy a llamar a Charlie.

Miré el reloj. Aún quedaba una hora, pero mi madre solía adelantarse a los acontecimientos.

Mamá:

Tranquila. Ahora te escribo. No cometas ninguna imprudencia.
Myri
Envié el mail empecé a escribir otra vez.

Mamá:

Todo va fenomenal. Llueve, por supuesto. He esperado a escribirte cuando tuviera algo que contarte. La escuela no es mala, sólo un poco repetitiva. He conocido a unos cuantos compañeros muy amables que se sientan conmigo durante el almuerzo.

Tu blusa está en la tintorería. Se supone que la ibas a recoger el viernes.

Charlie me ha comprado un monovolumen. ¿Te lo puedes creer? Me encanta. Es un poco antiguo, pero muy sólido, y eso me conviene, ya me conoces.

Yo también te echo de menos. Pronto volveré a escribir, pero no voy a estar revisando el correo electrónico cada cinco minutos.
Respira hondo y relájate. Te quiero.

Myriam

Había decidido volver a leer Cumbres borrascosas por placer —era la novela que estábamos estudiando en clase de Literatura—, y en ello estaba cuando Charlie llegó a casa. Había perdido la noción del tiempo, por lo que me apresuré a bajar las escaleras, sacar del horno las patatas y meter el filete para asarlo.

— ¿Myri? —gritó mi padre al oírme en la escalera.

¿Quién iba a ser si no?, me pregunté.

—Hola, papá, bienvenido a casa.

—Gracias.

Colgó el cinturón con la pistola y se quitó las botas mientras yo trajinaba en la cocina. Que yo supiera, jamás había disparado en acto de servicio. Pero siempre la mantenía preparada. De niña, cuando yo venía, le quitaba las balas al llegar a casa. Imagino que ahora me consideraba lo bastante madura como para no matarme por accidente, y no lo bastante deprimida como para suicidarme.

— ¿Qué vamos a comer? —preguntó con recelo.

Mi madre solía practicar la cocina creativa, y sus experimentos culinarios no siempre resultaban comestibles. Me sorprendió, y entristeció, que todavía se acordara.

—Filete con patatas —contesté para tranquilizarlo.

Parecía encontrarse fuera de lugar en la cocina, de pie y sin hacer nada, por lo que se marchó con pasos torpes al cuarto de estar para ver la tele mientras yo cocinaba. Preparé una ensalada al mismo tiempo que se hacía el filete y puse la mesa.

Lo llamé cuando estuvo lista la cena y olfateó en señal de apreciación al entrar en la cocina.

—Huele bien, Myri.

—Gracias.

Comimos en silencio durante varios minutos, lo cual no resultaba nada incómodo. A ninguno de los dos nos disgustaba el silencio. En cierto modo, teníamos caracteres compatibles para vivir juntos.

—Y bien, ¿qué tal el instituto? ¿Has hecho alguna amiga? —me preguntó mientras se echaba más.


—Tengo unas cuantas clases con una chica que se llama Jessica y me siento con sus amigas durante el almuerzo. Y hay un chico, Mike, que es muy amable. Todos parecen buena gente.

Con una notable excepción.

—Debe de ser Mike Newton. Un buen chico y una buena familia. Su padre es el dueño de una tienda de artículos deportivos a las afueras del pueblo. Se gana bien la vida gracias a los excursionistas que pasan por aquí.

— ¿Conoces a la familia Garcia? —pregunté vacilante.

— ¿La familia del doctor Garcia? Claro. El doctor Garcia es un gran hombre.

—Los hijos... son un poco diferentes. No parece que en el instituto caigan demasiado bien.

El aspecto enojado de Charlie me sorprendió.

— ¡Cómo es la gente de este pueblo! —murmuró—. El doctor Garcia es un eminente cirujano que podría trabajar en cualquier hospital del mundo y ganaría diez veces más que aquí—continuó en voz más alta—. Tenemos suerte de que vivan acá, de que su mujer quiera quedarse en un pueblecito. Es muy valioso para la comunidad, y esos chicos se comportan bien y son muy educados. Albergué ciertas dudas cuando llegaron con tantos hijos adoptivos. Pensé que habría problemas, pero son muy maduros y no me han dado el más mínimo problema. Y no puedo decir lo mismo de los hijos de algunas familias que han vivido en este pueblo desde hace generaciones. Se mantienen unidos, como debe hacer una familia, se van de camping cada tres fines de semana... La gente tiene que hablar sólo porque son recién llegados.

Era el discurso más largo que había oído pronunciar a Charlie. Debía de molestarle mucho lo que decía la gente.

Di marcha atrás.

—Me parecen bastante agradables, aunque he notado que son muy reservados. Y todos son muy guapos —añadí para hacerles un cumplido.

—Tendrías que ver al doctor —dijo Charlie, y se rió—. Por fortuna, está felizmente casado. A muchas de las enfermeras del hospital les cuesta concentrarse en su tarea cuando él anda cerca.

Nos quedamos callados y terminamos de cenar. Recogió la mesa mientras me ponía a fregar los platos. Regresó al cuarto de estar para ver la tele. Cuando terminé de fregar —no había lavavajillas—, subí con desgana a hacer los deberes de Matemáticas. Sentí que lo hacía por hábito. Esa noche fue silenciosa, por fin. Agotada, me dormí enseguida.
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