Vicco y la Viccobebe
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

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Mensaje  cliostar Miér Ago 13, 2008 7:25 pm

Holaaa niñas =), pues aqui les traigo mas alimento para el vicio Laughing y pues ya nos acercamos aaaa..... chakachakan jeje apenas a la mitad del libro jaja si que esta largo no? bueno disfrutenlo Bye muxos besitos Atte: K@RLET Like a Star @ heaven

COMPLICACIONES

Todo el mundo nos miró cuando nos dirigimos juntos a nuestra mesa del laboratorio. Me di cuenta de que ya no orientaba la silla para sentarse todo lo lejos que le permitía la mesa. En lugar de eso, se sentaba bastante cerca de mí, nuestros brazos casi se tocaban.

El señor Banner — ¡qué hombre tan puntual!— entró a clase de espaldas llevando una gran mesa metálica de ruedas con un vídeo y un televisor tosco y anticuado. Una clase con película. El relajamiento de la atmósfera fue casi tangible.

El profesor introdujo la cinta en el terco vídeo y se dirigió hacia la pared para apagar las luces.

Entonces, cuando el aula quedó a oscuras, adquirí conciencia plena de que Victor se sentaba a menos de tres centímetros de mí. La inesperada electricidad que fluyó por mi cuerpo me dejó aturdida, sorprendida de que fuera posible estar más pendiente de él de lo que ya lo estaba. Estuve a punto de no poder controlar el loco impulso de extender la mano y tocarle,
acariciar aquel rostro perfecto en medio de la oscuridad. Crucé los brazos sobre mi pecho con fuerza, con los puños crispados.
Estaba perdiendo el juicio.

Comenzaron los créditos de inicio, que iluminaron la sala de forma simbólica. Por iniciativa propia, mis ojos se precipitaron sobre él. Sonreí tímidamente al comprender que su postura era idéntica a la mía, con los puños cerrados debajo de los brazos. Correspondió a mi sonrisa. De algún modo, sus ojos conseguían brillar incluso en la oscuridad. Desvié la mirada antes de que empezara a hiperventilar. Era absolutamente ridículo que me sintiera aturdida.

La hora se me hizo eterna. No pude concentrarme en la película, ni siquiera supe de qué tema trataba. Intenté relajarme en vano, ya que la corriente eléctrica que parecía emanar de algún lugar de su cuerpo no cesaba nunca. De forma esporádica,
me permitía alguna breve ojeada en su dirección, pero él tampoco parecía relajarse en ningún momento. El abrumador anhelo de tocarle también se negaba a desaparecer. Apreté los dedos contra las costillas hasta que me dolieron del esfuerzo.

Exhalé un suspiro de alivio cuando el señor Banner encendió las luces al final de la clase y estiré los brazos, flexionando los dedos agarrotados. A mi lado, Víctor se rió entre dientes.

—Vaya, ha sido interesante —murmuró. Su voz tenía un toque siniestro y en sus ojos brillaba la cautela.

—Humm —fue todo lo que fui capaz de responder.

— ¿Nos vamos? —preguntó mientras se levantaba ágilmente.

Casi gemí. Llegaba la hora de Educación física. Me alcé con cuidado, preocupada por la posibilidad de que esa nueva y extraña intensidad establecida entre nosotros hubiera afectado a mi sentido dl equilibrio.

Caminó silencioso a mi lado hasta la siguiente clase y se detuvo en la puerta. Me volví para despedirme. Me sorprendió la expresión desgarrada, casi dolorida, y terriblemente hermosa de su rostro, y el anhelo de tocarle se inflamó con la misma intensidad que antes. Enmudecí, mi despedida se quedó en la garganta.

Vacilante y con el debate interior reflejado en los ojos, alzó la mano y recorrió rápidamente mi pómulo con las yemas de los dedos. Su piel estaba tan fría como de costumbre, pero su roce quemaba.

Se volvió sin decir nada y se alejó rápidamente a grandes pasos.

Entré en el gimnasio, mareada y tambaleándome un poco. Me dejé ir hasta el vestuario, donde me cambié como en estado de trance, vagamente consciente de que había otras personas en torno a mí. No fui consciente del todo hasta que empuñé una raqueta. No pesaba mucho, pero la sentí insegura en mi mano. Vi a algunos chicos de clase mirarme a hurtadillas. El entrenador Clapp nos ordenó jugar por parejas.

Gracias a Dios, aún quedaban algunos rescoldos de caballerosidad en Mike, que acudió a mi lado.

— ¿Quieres formar pareja conmigo?

—Gracias, Mike... —hice un gesto de disculpa—. No tienes por qué hacerlo, ya lo sabes.

—No—te preocupes, me mantendré lejos de tu camino —dijo con una amplia sonrisa.

Algunas veces, era muy fácil que Mike me gustara.

La clase no transcurrió sin incidentes. No sé cómo, con el mismo golpe me las arreglé para dar a Mike en el hombro y golpearme la cabeza con la raqueta. Pasé el resto de la hora en el rincón de atrás de la pista, con la raqueta sujeta bien segura detrás de la espalda. A pesar de estar en desventaja por mi causa, Mike era muy bueno, y ganó él solo tres de los cuatro partidos. Gracias a él, conseguí un buen resultado inmerecido cuando el entrenador silbó dando por finalizada la clase.

—Así... —dijo cuando nos alejábamos de la pista.

—Así... ¿qué?

—Tú y García, ¿en? —preguntó con tono de rebeldía. Mi anterior sentimiento de afecto se disipó.

—No es de tu incumbencia, Mike —le avisé mientras en mi fuero interno maldecía a Jessica, enviándola al infierno.

—No me gusta —musitó en cualquier caso.

—No tiene por qué —le repliqué bruscamente.

—Te mira como si... —me ignoró y prosiguió—: Te mira como si fueras algo comestible.

Contuve la histeria que amenazaba con estallar, pero a pesar de mis esfuerzos se me escapó una risita tonta. Me miró ceñudo. Me despedí con la mano y huí al vestuario.


Me vestí a toda prisa. Un revoloteo más fuerte que el de las mariposas golpeteaba incansablemente las paredes de mi estómago al tiempo que mi discusin con Mike se convertía en un recuerdo lejano. Me preguntaba si Victor me estaría esperando o si me reuniría con él en su coche. ¿Qué iba a ocurrir si su familia estaba ahí? Me invadió una oleada de pánico.

¿Sabían que lo sabía? ¿Se suponía que sabían que lo sabía, o no?

Salí del gimnasio en ese momento. Había decidido ir a pie hasta casa sin mirar siquiera al aparcamiento, pero todas mis preocupaciones fueron innecesarias. Victor me esperaba, apoyado con indolencia contra la pared del gimnasio. Su arrebatador rostro estaba calmado. Sentí peculiar sensación de alivio mientras caminaba a su lado.

—Hola —musité mientras esbozaba una gran sonrisa.

—Hola —me correspondió con otra deslumbrante—. ¿Cómo te ha ido en gimnasia?

Mi rostro se enfrió un poco.

—Bien —mentí.

— ¿De verdad?

No estaba muy convencido. Desvió levemente la vista y miró por encima del hombro. Entrecerró los ojos. Miré hacia atrás para ver la espalda de Mike al alejarse.

— ¿Qué pasa? —exigí saber.

Aún tenso, volvió a mirarme.

—Newton me saca de mis casillas.

— ¿No habrás estado escuchando otra vez?

Me aterré. Todo atisbo de mi repentino buen humor se desvaneció.

— ¿Cómo va esa cabeza? —preguntó con inocencia.

— ¡Eres increíble!

Me di la vuelta y me alejé caminando con paso firme hacia el aparcamiento a pesar de que había descartado dirigirme hacia ese lgar.

Me dio alcance con facilidad.

—Fuiste tú quien mencionaste que nunca te había visto en clase de gimnasia. Eso despertó mi curiosidad.

No parecía arrepentido, de modo que le ignoré.
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Mensaje  cliostar Miér Ago 13, 2008 7:26 pm

Caminamos en silencio —un silencio lleno de vergüenza y furia por mi parte— hacia su coche, pero tuve que detenerme unos cuantos pasos después, ya que un gentío, todos chicos, lo rodeaban. Luego, me di cuenta de que no rodeaban al Volvo,
sino al descapotable rojo de Rosalie con un inconfundible deseo en los ojos. Ninguno alzó la vista hacia Victor cuando se deslizó entre ellos para abrir la puerta. Me encaramé rápidamente al asiento del copiloto, pasando también inadvertida.

—Ostentoso —murmuró.

— ¿Qué tipo de coche es?

—Un M3.

—No hablo jerga de Car and Driver.

—Es un BMW

Entornó los ojos sin mirarme mientras intentaba salir hacia atrás y no atropellar a ninguno de los fanáticos del automóvil.

Asentí. Había oído hablar del modelo.

— ¿Sigues enfadada? —preguntó mientras maniobraba con cuidado para salir.

—Muchísimo.

Suspiró.

— ¿Me perdonarás si te pido disculpas?

—Puede... si te disculpas de corazón —insistí—, y prometes no hacerlo otra vez.

Sus ojos brillaron con una repentina astucia.

— ¿Qué te parece si me disculpo sinceramente y accedo a dejarte conducir el sábado? —me propuso como contraoferta.

Lo sopesé y decidí que probablemente era la mejor oferta que podría conseguir, por lo que la acepté:

—Hecho.

—Entonces, lamento haberte molestado —durante un prolongado periodo de tiempo, sus ojos relucieron con sinceridad, causando estragos en mi ritmo cardiaco. Luego, se volvieron picaros—. A primera hora de la mañana del sábado estaré en el umbral de tu puerta.

—Humm... Que, sin explicación alguna, un Volvo se quede en la carretera no me va a ser de mucha ayuda con Charlie.

Esbozó una sonrisa condescendiente.

—No tengo intención de llevar el coche.

— ¿Cómo...?

—No te preocupes —me cortó—. Estaré ahí sin coche.

Lo dejé correr. Tenía una pregunta más acuciante.

— ¿Ya es «más tarde»? —pregunté de forma elocuente. El frunció el ceño.

—Supongo que sí.

Mantuve la expresión amable mientras esperaba.

Paró el motor del coche después de aparcarlo detrás del mío. Alcé la vista sorprendida: habíamos llegado a casa de Charlie, por supuesto. Resultaba más fácil montar con Victor si sólo le miraba a él hasta concluir el viaje. Cuando volví a levantar la vista, él me contemplaba, evaluándome con la mirada.

—Y aún quieres saber por qué no puedes verme cazar, ¿no? —parecía solemne, pero creí atisbar un rescoldo de humor en el fondo de sus ojos.


—Bueno —aclaré—, sobre todo me preguntaba el motivo de tu reacción.

— ¿Te asusté?

Sí. Sin duda, estaba de buen humor.

—No —le mentí, pero no picó.

—Lamento haberte asustado —persistió con una leve sonrisa, pero entonces desapareció la evidencia de toda broma—.
Fue sólo la simple idea de que estuvieras allí mientras cazábamos.

Se le tensó la mandíbula.

— ¿Estaría mal?

—En grado sumo —respondió apretando los dientes.

— ¿Por...?

Respiró hondo y contempló a través del parabrisas las espesas nubes en movimiento que descendían hasta quedarse casi al alcancede la mano.

—Nos entregamos por completo a nuestros sentidos cuando cazamos —habló despacio, a regañadientes—, nos regimos menos por nuestras mentes. Domina sobre todo el sentido del olfato. Si estuvieras en cualquier lugar cercano cuando pierdo el control de esa manera... —sacudió la cabeza mientras se demoraba contemplando malhumorado las densas nubes.

Mantuve mi expresión firmemente controlada mientras esperaba que sus ojos me mirasen para evaluar la reacción subsiguiente. Mi rostro no reveló nada.

Pero nuestros ojos se encontraron y el silencio se hizo más profundo... y todo cambió. Descargas de la electricidad que había sentido aquella tarde comenzaron a cargar el ambiente mientras Victor contemplaba mis oos de forma implacable. No me di cuenta de que no respiraba hasta que empezó a darme vueltas la cabeza. Cuando rompí a respirar agitadamente,
quebrando la quietud, cerró los ojos.

—Myri, creo que ahora deberías entrar en casa —dijo con voz ronca sin apartar la vista de las nubes.

Abrí la puerta y la ráfaga de frío polar que irrumpió en el coche me ayudó a despejar la cabeza. Como estaba medio ida,
tuve miedo de tropezar, por lo que salí del coche con sumo cuidado y cerré la puerta detrás de mí sin mirar atrás. El zumbido de la ventanilla automática al bajar me hizo darme la vuelta.

— ¿Myri? —me llamó con voz más sosegada.

Se inclinó hacia la ventana abierta con una leve sonrisa en los labios.

— ¿Sí?

—Mañana me toca a mí —afirmó.

— ¿El qué te toca?

Ensanchó la sonrisa, dejando entrever sus dientes relucientes.

—Hacer las preguntas.

Luego se marchó. El coche bajó la calle a toda velocidad y desapareció al doblar la esquina antes de que ni siquiera hubiera podido poner en oren mis ideas. Sonreí mientras caminaba hacia la casa. Cuando menos, resultaba obvio que planeaba verme mañana.

Victor protagonizó mis sueños aquella noche, como de costumbre. Pero el clima de mi inconsciencia había cambiado.
Me estremecía con la misma electricidad que había presidido la tarde, me agitaba y daba vueltas sin cesar, despertándome a menudo. Hasta bien entrada la noche no me sumí en un sueño agotado y sin sueños.

Al despertar no sólo estaba cansada, sino con los nervios a flor de piel. Me enfundé el suéter de cuello vuelto y los inevitables jeans mientras soñaba despierta con camisetas de tirantes y shorts. El desayuno fue el tranquilo y esperado suceso de siempre. Charlie se preparó unos huevos fritos y yo mi cuenco de cereales. Me preguntaba si se había olvidado de lo de este sábado, pero respondió a mi pregunta no formulada cuando se levantó para dejar su plato en el fregadero.

—Respecto a este sábado... —comenzó mientras cruzaba la cocina y abría el grifo.

Me encogí.

— ¿Sí, papá?

— ¿Sigues empeñada en ir a Seattle?

—Ese era el plan.

Hice una mueca mientras deseaba que no lo hubiera mencionado para no tener que componer cuidadosas medias verdades.

Esparció un poco de jabón sobre el plato y lo extendió con el cepillo.

— ¿Estás segura de que no puedes estar de vuelta a tiempo para el baile?

—No voy a ir al baile, papá.

Le fulminé con la mirada.
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Mensaje  cliostar Miér Ago 13, 2008 7:27 pm

— ¿No te lo ha pedido nadie? —preguntó al tiempo que ocultaba su consternación concentrándose en enjuagar el plato.

Esquivé el campo de minas.

—Es la chica quien elige.

—Ah.

Frunció el ceño mientras secaba el plato.

Sentía simpatía hacia él. Debe de ser duro ser padre y vivir con el miedo a que tu hija encuentre al chico que le gusta,
pero aún más duro el estar preocupado de que no sea así. Qué horrible sería, pensé con estremecimiento, si Charlie tuviera la más remota idea de qué era exactamente lo que me gustaba.

Entonces, Charlie se marchó, se despidió con un movimiento de la mano y yo subí las escaleras para cepillarme los dientes y recoger mis libros. Cuando oí alejarse el coche patrulla, sólo fui capaz de esperar unos segundos antes de echar un vistazo por la ventana. El coche plateado ya estaba ahí, en la entrada de coches de la casa.


Bajé las escaleras y salí por la puerta delantera, preguntándome cuánto tiempo duraría aquella extraña rutina. No quería que acabara jamás.

Me aguardaba en el coche sin aparentar mirarme cuando cerré la puerta de la casa sin molestarme en echar el pestillo.
Me encaminé hacia el coche, me detuve con timidez antes de abrir la puerta y entré. Estaba sonriente, relajado y, como siempre,
perfecto e insoportablemente guapo.

—Buenos días —me saludó con voz aterciopelada—. ¿Cómo estás hoy?

Me recorrió el rostro con la vista, como si su pregunta fuera algo más que una mera cortesía.

—Bien, gracias.

Siempre estaba bien, mucho mejor que bien, cuando me hallaba cerca de él. Su mirada se detuvo en mis ojeras.

—Pareces cansada.

—No pude dormir —confesé, y de inmediato me removí la melena sobre el hombro preparando alguna medida para ganar tiempo.

—Yo tampoco —bromeó mientras encendía el motor.

Me estaba acostumbrando a ese silencioso ronroneo. Estaba convencida de que me asustaría el rugido del monovolumen, siempre que llegara a conducirlo de nuevo.

—Eso es cierto —me reí—. Supongo que he dormido un poquito más que tú.

—Apostaría a que sí.

— ¿Qué hiciste la noche pasada?

—No te escapes —rió entre dientes—. Hoy me toca hacer las preguntas a mí.

—Ah, es cierto. ¿Qué quieres saber?

Torcí el gesto. No lograba imaginar que hubiera nada en mi vida que le pudiera resultar interesante.

— ¿Cuál es tu color favorito? —preguntó con rostro grave.

Puse los ojos en blanco.

—Depende del día.

— ¿Cuál es tu color favorito hoy? —seguía muy solemne.

—El marrón, probablemente.

Solía vestirme en función de mi estado de ánimo. Victor resopló y abandonó su expresión seria.

— ¿El marrón? —inquirió con escepticismo.

—Seguro. El marrón significa calor. Echo de menos el marrón. Aquí —me quejé—, una sustancia verde, blanda y mullida cubre todo lo que se suponía que debía ser marrón, los troncos de los árboles, las rocas, la tierra.

Mi pequeño delirio pareció fascinarle. Lo estuvo pensando un momento sin dejar de mirarme a los ojos.

—Tienes razón —decidió, serio de nuevo—. El marrón significa calor.

Rápidamente, aunque con cierta vacilación, extendió la mano y me apartó el pelo del hombro.

Para ese momento ya estábamos en el instituto. Se volvió de espaldas a mí mientras aparcaba.

— ¿Qué CD has puesto en tu equipo de música? —tenía el rostro tan sombrío como si me exigiera una confesión de asesinato.

Me di cuenta de que no había quitado el CD que me había regalado Phil. Esbozó una sonrisa traviesa y un brillo peculiar iluminó sus ojos cuando le dije el nombre del grupo. Tiró de un saliente hasta abrir el compartimiento de debajo del reproductor de CD del coche, extrajo uno de los treinta discos que guardaba apretujados en aquel pequeño espacio y me lo entregó.

— ¿De Debussy a esto? —enarcó una ceja. Era el mismo CD. Examiné la familiar carátula con la mirada gacha.

El resto del día siguió de forma similar. Me estuvo preguntando cada insignificante detalle de mi existencia mientras me acompañaba a Lengua, cuando nos reunimos después de Español, toda la hora del almuerzo. Las películas que me gustaban y las que aborrecía; los pocos lugares que había visitado; los muchos sitios que deseaba visitar; y libros, libros sin descanso.

No recordaba la última vez que había hablado tanto. La mayoría de las veces me sentía cohibida, con la certeza de resultarle aburrida, pero el completo ensimismamiento de su rostro y el interminable diluvio de preguntas me compelían a continuar. La mayoría eran fáciles, sólo unas pocas provocaron queme sonrojara, pero cuando esto ocurría, se iniciaba toda una nueva ronda de preguntas. Me había estado lanzando las preguntas con tanta rapidez que me sentía como si estuviera completando uno de esos test de Psiquatría en los que tienes que contestar con la primera palabra que acude a tu mente. Estoy segura de que habría seguido con esa lista, cualquiera que fuera, que tenía en la cabeza de no ser porque se percató de mi repentino rubor.

Cuando me preguntó cuál era mi gema predilecta, sin pensar, me precipité a contestarle que el topacio. Enrojecí porque,
hasta hacía poco, mi favorita era el granate. Era imposible olvidar la razón del cambio mientras sus ojos me devolvían la mirada y, naturalmente, no descansaría hasta que admitiera la razón de mi sonrojo.

—Dímelo —ordenó al final, una vez que la persuasión había fracasado, porque yo había hurtado los ojos a su mirada.

—Es el color de tus ojos hoy —musité, rindiéndome y mirándome las manos mientras jugueteaba con un mechón de mi cabello—. Supongo que te diría el ónice si me lo preguntaras dentro de dos semanas.

Le había dado más información de la necesaria en mi involuntaria honestidad, y me preocupaba haber provocado esa extraña ira que estallaba cada vez que cedía y revelaba con demasiada claridad lo obsesionda que estaba.

Pero su pausa fue muy corta y lanzó la siguiente pregunta:

— ¿Cuáles son tus flores favoritas?

Suspiré aliviada y proseguí con el psicoanálisis.

Biología volvió a ser un engorro. Victor había continuado con su cuestionario hasta que el señor Banner entró en el aula arrastrando otra vez el equipo audiovisal. Cuando el profesor se aproximó al interruptor, me percaté de que Victor


alejaba levemente su silla de la mía. No sirvió de nada. Saltó la misma chispa eléctrica y el mismo e incesante anhelo de tocarlo,
como el día anterior, en cuanto la habitación se quedó a oscuras.
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Mensaje  cliostar Miér Ago 13, 2008 7:29 pm


Me recliné en la mesa y apoyé el mentón sobre los brazos doblados. Los dedos ocultos aferraban el borde de la mesa mientras luchaba por ignorar el estúpido deseo que me desquiciaba.

No le miraba, temerosa de que fuera mucho más difícil mantener el autocontrol si él me miraba. Intenté seguir la película con todas mis fuerzas, pero al final de la hora no tenía ni idea de lo que acababa de ver. Suspiré aliviada cuando el señor Banner encendió las luces y por fin miré a Victor, que me estaba contemplando con unos ojos que no supe interpretar.

Se levantó en silencio y se detuvo, esperándome. Caminamos hacia el gimnasio sin decir palabra, como el día anterior, y también me acarició, esta vez con la palma de su gélida mano, desde la sien a la mandíbula sin despegar los labios... antes de darse la vuelta y alejarse.

La clase de Educación física pasó rápidamente mientras contemplaba el espectáculo del equipo unipersonal de bádminton de Mike, que hoy no me dirigía la palabra, ya fuera como reacción a mi expresión ausente o porque aún seguía enfadado por nuestra disputa del día anterior. Me sentí mal por ello en algún rincón de la mente, pero no me podía ocupar de él en ese momento.

Después, me apresuré a cambiarme, incómoda, sabiendo que cuanto más rápido me moviera, más pronto estaría con Victor. La precipitación me volvió más torpe de lo habitual, pero al fin salí por la puerta; sentí el mismo alivio al verle esperándome ahí y una amplia sonrisa se extendió por mi rostro. Respondió con otra antes de lanzarse a nuevas preguntas.

Ahora eran diferentes, aunque no tan fáciles de responder. Quería saber qué echaba de menos de Phoenix, insistiendo en las descripciones de cualquier cosa que desconociera. Nos sentamos frente a la casa de Charlie durante horas mientras el cielo oscurecía y nos cayó a plomo un repentino aguacero.

Intenté describir cosas imposibles como el aroma de la creosota —amargo, ligeramente resinoso, pero aun así agradable—, el canto fuerte y lastimero de las cigarras en julio, la liviana desnudez de los árboles, las propias dimensiones del cielo, cuyo azul se extendía de uno a otro confín en el horizonte sin otras interrupciones que las montañas bajas cubiertas de purpúras rocas volcánicas.

Lo más arduo de explicar fue por qué me resultaba tan hermoso aquel lugar y también justificar una belleza que no dependía de l vegetación espinosa y dispersa, que a menudo parecía muerta, sino que tenía más que ver con la silueta de la tierra, las cuencas poco profundas de los valles entre colinas escarpadas y la forma en que conservaban la luz del sol. Me encontré gesticulando con las manos mientras se lo intentaba describir.

Sus preguntas discretas y perspicaces me dejaron explayarme a gusto y olvidar a la lúgubre luz de la tormenta la vergüenza por onopolizar la conversación. Al final, cuando hube acabado dé detallar mi desordenada habitación en Phoenix,
hizo una pausa en lugar de responder con otra cuestión.

— ¿Has terminado? —pregunté con alivio.

—Ni por asomo, pero tu padre estará pronto en casa.

— ¡Charlie! —de repente, recordé su existencia y suspiré. Estudié el cielo oscurecido por la lluvia, pero no me reveló nada—. ¿Es muy tarde? —me pregunté en voz alta al tiempo que miraba el reloj. La hora me había pillado por sorpresa. Charlie ya debería de estar conduciendo de vuelta a casa.

—Es la hora del crepúsculo —murmuró Victor al mirar el horizonte de poniente, oscurecido como estaba por las nubes.

Habló de forma pensativa, como si su mente estuviera en otro lugar lejano. Le contemplé mientras miraba fijamente a través del parabrisas. Seguía observándole cuando de repente sus ojos se volvieron hacia los míos.

—Es la hora más segura para nosotros —me explicó en respuesta a la pregunta no formulada de mi mirada—. El momento más fácil, pero también el más triste, en cierto modo... el fin de otro día, el regreso de la noche —sonrió con añoranza—. La oscuridad es demasiado predecible, ¿no crees?

—Me gusta la noche. Jamás veríamos las estrellas sin la oscuridad —fruncí el entrecejo—. No es que aquí se vean mucho.

Se rió, y repentinamente su estado de ánimo mejoró.

—Charlie estará aquí en cuestión de minutos, por lo que a menos que quieras decirle que vas a pasar conmigo el sábado...

Enarcó una ceja.

—Gracias, pero no —reuní mis libros mientras me daba cuenta de que me había quedado entumecida al permanecer sentada y quieta durante tanto tiempo. Entonces, ¿mañana me toca a mí?

— ¡Desde luego que no! —Exclamó con fingida indignación—. No te he dicho que haya terminado, ¿verdad?

— ¿Qué más queda?

—Lo averiguarás mañana.

Extendió una mano para abrirme la puerta y su súbita cercanía hizo palpitar alocadamente mi corazón.

Pero su mano se paralizó en la manija.

—Mal asunto —murmuró.

— ¿Qué ocurre?

Me sorprendió verle con la mandíbula apretada y los ojos turbados. Me miró por un instante y me dijo con desánimo:

—Otra complicación.

Abrió la puerta de golpe con un rápido movimiento y, casi encogido, se apartó de mí con igual velocidad.

El destello de los faros a través de la lluvia atrajo mi atención mientras a escasos metros un coche negro subía el bordillo, dirigiéndose hacia nosotros.

—Charlie ha doblado la esquina —me avisó mientras vigilaba atentamente al otro vehículo a través del aguacero.


A pesar de la confusión y la curiosidad, bajé de un salto. El estrépito de la lluvia era mayor al rebotarme sobre la cazadora.

Quise identificar las figuras del asiento delantero del otro vehículo, pero estaba demasiado oscuro. Pude ver a Victor a la luz de los faros del otro coche. Aún miraba al frente, con la vista fija en algo o en alguien a quien yo no podía ver. Su expresión era una extraña mezcla de frustración y desafío.

Aceleró el motor en punto muerto y los neumáticos chirriaron sobre el húmedo pavimento. El Volvo desapareció de la vista en cuestión de segundos.

—Hola, Myri —llamó una ronca voz familiar desde el asiento del conductor del pequeño coche negro.

— ¿Jacob? —pregunté, parpadeando bajo la lluvia.

Sólo entonces dobló la esquina el coche patrulla de Charlie y las luces del mismo alumbraron a los ocupantes del coche que tení enfrente de mí.

Jacob ya había bajado. Su amplia sonrisa era visible incluso en la oscuridad. En el asiento del copiloto se sentaba un hombre mucho mayor, corpulento y de rostro memorable..., un rostro que se desbordaba, las mejillas llegaban casi hasta los hombros, las arrugas surcaban la piel rojiza como las de una vieja chaqueta de cuero. Los ojos, sorprendentemente familiares,
parecían al mismo tiempo demasiado jóvenes y demasiado viejos para aquel ancho rostro. Era el padre de Jacob, Billy Black. Lo supe inmediatamente a pesar de que en los cinco años transcurridos desde que lo había visto por última vez me las había arrglado para olvidar su nombre hasta que Charlie lo mencionó el día de mi llegada. Me miraba fijamente, escrutando mi cara,
por lo que le sonreí con timidez. Tenía los ojos desorbitados por la sorpresa o el pánico y resoplaba por la ancha nariz. Mi sonrisa se desvaneció.

«Otra complicación», había dicho Victor.

Billy seguía mirándome con intensa ansiedad. Gemí en mi fuero interno. ¿Había reconocido Billy a Victor con tanta facilidad? ¿Creía en las leyendas inverosímiles de las que se había mofado su hijo?

La respuesta estaba clara en los ojos de Billy. Sí, así era.
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Mensaje  mats310863 Miér Ago 13, 2008 8:29 pm

MUY BUEN CAPÍTULO, SALUDOS

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Mensaje  Carmen Miér Ago 13, 2008 8:38 pm

mil graciaaas por el cap niña!! Very Happy

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Mensaje  jai33sire Miér Ago 13, 2008 8:42 pm

muchas gracias por el capitulo esta buenisma la novela

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Mensaje  Marianita Miér Ago 13, 2008 10:28 pm

Muchas gracias por los caps Cliostar. pirat Esperamos los próximos. Cool
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  Jenny Jue Ago 14, 2008 9:51 am

Como que la dejas ahiiiiiiiiiiii nooooooooooooooooooooooooo por favor continualaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

te lo suplicooooooooooooooooooooooo

Gracias
Besos
Jenny
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Mensaje  cliostar Jue Ago 14, 2008 9:57 pm

HOLA NIÑAS =) eh aqui otro capitulo, nos leemos luego BYe
JUEGOS MALABARES

— ¡Billy! —le llamó Charlie tan pronto como se bajó del coche.

Me volví hacia la casa y, una vez me hube guarecido debajo del porche, hice señales a Jacob para que entrase. Oí a Charlie saludarlos efusivamente a mis espaldas.

—Jake, voy a hacer como que no te he visto al volante —dijo con desaprobación.

—En la reserva conseguimos muy pronto los permisos de conducir —replicó Jacob mientras yo abría la puerta y encendía la luz del porche.

—Seguro que sí —se rió Charlie.

—De alguna manera he de dar una vuelta.

A pesar de los años transcurridos, reconocí con facilidad la voz retumbante de Billy. Su sonido me hizo sentir repentinamente más joven, una niña.

Entré en la casa, dejando abierta la puerta detrás de mí, y fui encendiendo las luces antes de colgar mi cazadora. Luego,
permanecí en la puerta, contemplando con ansiedad cómo Charlie y Jacob ayudaban a Billy a salir del coche y a sentarse en la silla de ruedas.

Me aparté del camino mientras entraban a toda prisa sacudiéndose la lluvia.

—Menuda sorpresa —estaba diciendo Charlie.

—Hace ya mucho tiempo que no nos vemos. Confío en que no sea un mal momento —respondió Billy, cuyos inescrutables ojos oscuros volvieron a fijarse en mí.

—No, es magnífico. Espero que os podáis quedar para el partido.

Jacob mostró una gran sonrisa.

—Creo que ése es el plan... Nuestra televisión se estropeó la semana pasada.

Billy le dirigió una mueca a su hijo y añadió:

—Y, por supuesto, Jacob deseaba volver a ver a Myri.

Jacob frunció el ceño y agachó la cabeza mientras yo reprimía una oleada de remordimiento. Tal vez había sido demasiado convincente en la playa.

— ¿Tenéis hambre? —pregunté mientras me dirigía hacia la cocina, deseosa de escaparme de la inquisitiva mirada de Billy.

—No, cenamos antes de venir —respondió Jacob.

— ¿Y tú, Charlie? —le pregunté de refilón al tiempo que doblaba la esquina a toda prisa para escabullirme.

—Claro —replicó. Su voz se desplazó hacia la habitación de en frente, hacia el televisor. Oí cómo le seguía la silla de Billy.

Los sandwiches de queso se estaban tostando en la sartén mientras cortaba en rodajas un tomate cuando sentí que había alguien amis espaldas.

—Bueno, ¿cómo te va todo? —inquirió Jacob.

—Bastante bien —sonreí. Era difícil resistirse a su entusiasmo—. ¿Y a ti? ¿Terminaste el coche?

—No —arrugó la frente—. Aún necesito piezas. Hemos pedido prestado ése —comentó mientras señalaba con el pulgar en dirección al patio delantero.

—Lo siento, pero no he visto ninguna pieza. ¿Qué es lo que estáis buscando?

—Un cilindro maestro —sonrió de oreja a oreja y de repente añadió—: ¿Hay algo que no funcione en el monovolumen?

—Ah. Me lo preguntaba al ver que no lo conducías.

Mantuve la vista fija en la sartén mientras levantaba el extremo de un sándwich para comprobar la parte inferior.

—Di un paseo con un amigo.

—Un buen coche —comentó con admiración—, aunque no reconocí al conductor. Creía conocer a la mayoría de los chicos de por aquí.

Asentí sin comprometerme ni alzar los ojos mientras daba la vuelta a los sandwiches.

—Papá parecía conocerle de alguna parte.

—Jacob, ¿me puedes pasar algunos platos? Están en el armario de encima del fregadero.

—Claro.

Tomó los platos en silencio. Esperaba que dejara el asunto.

— ¿Quién es? —preguntó mientras situaba dos platos sobre la encimera, cerca de mí. Suspiré derrotada.

—Víctor García.

Para mi sorpresa, rompió a reír. Alcé la vista hacia él, que parecía un poco avergonzado.

—Entonces, supongo que eso lo explica todo —comentó—. Me preguntaba por qué papá se comportaba de un modo tan extraño.

—Es cierto —simulé una expresión inocente—. No le gustan los García.

—Viejo supersticioso —murmuró en un susurro.


—No crees que se lo vaya a decir a Charlie, ¿verdad? —no pude evitar el preguntárselo. Las palabras, pronunciadas en voz baja, salieron precipitadamente de mis labios.

—Lo dudo —respondió finalmente—. Creo que Charlie le soltó una buena reprimenda la última vez, y desde entonces no han hablado mucho. Me parece que esta noche es una especie de reencuentro, por lo que no creo que papá lo vuelva a mencionar.

—Ah —dije, intentando parecer indiferente.

Me quedé en el cuarto de estar después de llevarle a Charlie la cena, fingiendo ver el partido mientras Jacob charlaba conmigo; pero, en realidad, estaba escuchando la conversación de los dos hombres, atenta a cualquier indicio de algo sospechoso y buscando la forma de detener a Billy llegado el momento.

Fue una larga noche. Tenía muchos deberes sin hacer, pero temía dejar a Billy a solas con Charlie. Finalmente, el partido terminó.

— ¿Vais a regresar pronto tus amigos y tú a la playa? —preguntó Jacob mientras empujaba la silla de su padre fuera del umbral.

—No estoy segura —contesté con evasivas.

—Ha sido divertido, Charlie ——dijo Billy.

—Acércate a ver el próximo partido —le animó Charlie.

—Seguro, seguro —dijo Billy—. Aquí estaremos. Que paséis una buena noche —sus ojos me enfocaron y su sonrisa desapareció al agregar con gesto serio—: Cuídate, Myri.

—Gracias —musité desviando la mirada.

Me dirigí hacia las escaleras mientras Charlie se despedía con la mano desde la entrada.

—Aguarda, Myri —me pidió.

Me encogí. ¿Le había dicho Billy algo antes de que me reuniera con ellos en el cuarto de estar?

Pero Charlie aún seguía relajado y sonriente a causa de la inesperada visita.

—No he tenido ocasión de hablar contigo esta noche. ¿Qué tal te ha ido el día?

—Bien —vacilé, con un pie en el primer escalón, en busca de detalles que pudiera compartir con él sin comprometerme—. Mi equipo de bádminton ganó los cuatro partidos.

— ¡Vaya! No sabía que supieras jugar al bádminton.

—Bueno, lo cierto es que no, pero mi compañero es realmente bueno —admití.

— ¿Quién es? —inquirió en señal de interés.

—Eh... Mike Newton —le revelé a regañadientes.

—Ah, sí. Me comentaste que eras amiga del chico de los Newton —se animó—. Una buena familia —musitó para sí durante un minuto—. ¿Por qué no le pides que te lleve al baile este fin de semana?

— ¡Papá! —gemí—. Está saliendo con mi amiga Jessica. Además, sabes que no sé bailar.

—Ah, sí—murmuró. Entonces me sonrió con un gesto de disculpa—. Bueno, supongo que es mejor que te vayas el sábado. .. Había planeado ir de pesca con los chicos de la comisaría. Parece que va a hacer calor de verdad, pero me puedo quedar en casa si quieres posponer tu viaje hasta que alguien te pueda acompañar. Sé que te dejo aquí sola mucho tiempo.

—Papá, lo estás haciendo fenomenal —le sonreí con la esperanza de ocultar mi alivio—. Nunca me ha preocupado estar sola, en eso me parezco mucho a ti.

Le guiñé un ojo, y al sonreírme le salieron arrugas alrededor de los ojos.

Esa noche dormí mejor porque me encontraba demasiado cansada para soñar de nuevo. Estaba de buen humor cuando el gris perla de la mañana me despertó. La tensa velada con Billy y Jacob ahora me parecía inofensiva y decidí olvidarla por completo. Me descubrí silbando mientras me recogía el pelo con un pasador. Luego, bajé las escaleras dando saltos. Charlie, que desayunaba sentado a la mesa, se dio cuenta y comentó:

—Estás muy alegre esta mañana.

Me encogí de hombros.

—Es viernes.

Me di mucha prisa para salir en cuanto se fuera Charlie. Había preparado la mochila, me había calzado los zapatos y cepillado los dientes, pero Víctor fue más rápido a pesar de que salí disparada por la puerta en cuanto me aseguré de que Charlie se había perdido devista. Me esperaba en su flamante coche con las ventanillas bajadas y el motor apagado.
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Mensaje  cliostar Jue Ago 14, 2008 10:00 pm

Esta vez no vacilé en subirme al asiento del copiloto lo más rápidamente posible para verle el rostro. Me dedicó esa sonrisa traviesa y abierta que me hacía contener el aliento y me paralizaba el corazón. No podía concebir que un ángel fuera más espléndido. No había nada en Víctor que se pudiera mejorar.

— ¿Cómo has dormido? —me preguntó. ¿Sabía lo atrayente que resultaba su voz?

—Bien. ¿Qué tal tu noche?

—Placentera.

Una sonrisa divertida curvó sus labios. Me pareció que me estaba perdiendo una broma privada.

— ¿Puedo preguntarte qué hiciste?

—No —volvió a sonreír—, el día de hoy sigue siendo mío.

Quería saber cosas sobre la gente, sobre Renée, sus aficiones, qué hacíamos juntas en nuestro tiempo libre, y luego sobre la única abuela a la que había conocido, mis pocos amigos del colegio y... me puse colorada cuando me preguntó por los chicos con los que había tenido citas. Me aliviaba que en realidad nunca hubiera salido con ninguno, por lo que la conversación sobre ese tema en particular no fue demasiado larga. Pareció tan sorprendido como Jessica y Angela por mi escasa vida romántica.

— ¿Nunca has conocido a nadie que te haya gustado? —me preguntó con un tono tan serio que me hizo preguntarme qué estaría pensando al respecto.


De mala gana, fui sincera:

—En Phoenix, no.

Frunció los labios con fuerza.

Para entonces, nos hallábamos ya en la cafetería. El día había transcurrido rápidamente en medio de ese borrón que se estaba convirtiendo en rutina. Aproveché la breve pausa para dar un mordisco a mi rosquilla.

—Hoy debería haberte dejado que condujeras —anunció sin venir a cuento mientras masticaba.

— ¿Por qué? —quise saber.

—Me voy a ir con Alice después del almuerzo.

—Vaya —parpadeé, confusa y desencantada—. Está bien, no está demasiado lejos para un paseo.

Me miró con impaciencia.

—No te voy a hacer ir a casa andando. Tomaremos tu coche y lo dejaremos aquí para ti.

—No llevo la llave encima —musité—. No me importa caminar, de verdad.

Lo que me importaba era disponer de menos tiempo en su compañía.

Negó con la cabeza.

—Tu monovolumen estará aquí y la llave en el contacto, a menos que temas que alguien te lo pueda robar.

Se rió sólo de pensarlo.

—De acuerdo —acepté con los labios apretados.

Estaba casi segura de que tenía la llave en el bolsillo de los vaqueros que había llevado el miércoles, debajo de una pila de ropa en el lavadero.

Jamás la encontraría, aunque irrumpiera en mi casa o cualquier otra cosa que estuviera planeando. Pareció percatarse del desafío implícito en mi aceptación, pero sonrió burlón, demasiado seguro de sí mismo.

— ¿Adonde vas a ir? —pregunté de la forma más natural que fui capaz.

—De caza —replicó secamente—. Si voy a estar a solas contigo mañana, voy a tomar todas las precauciones posibles —
su rostro se hizo más taciturno y suplicante—. Siempre lo puedes cancelar, ya sabes.

Bajé la vista, temerosa del persuasivo poder de sus ojos. Me negué a dejarme convencer de que le temiera, sin importar lo real que pudiera ser el peligro. No importa, me repetí en la mente.

—No —susurré mientras le miraba a la cara—. No puedo.

—Tal vez tengas razón —murmuró sombríamente.

El color de sus ojos parecía oscurecerse conforme lo miraba.

Cambié de tema.

— ¿A qué hora te veré mañana? —quise saber, ya deprimida por la idea de tener que dejarle ahora.

—Eso depende... Es sábado. ¿No quieres dormir hasta tarde? —me ofreció.

—No —respondí a toda prisa. Contuvo una sonrisa.

—Entonces, a la misma hora de siempre —decidió—. ¿Estará Charlie ahí?

—No, mañana se va a pescar.

Sonreí abiertamente ante el recuerdo de la forma tan conveniente con que se habían solucionado las cosas.

— ¿Y qué pensará si no vuelves? —inquirió con la voz cortante.

—No tengo ni idea —repliqué con frialdad—. Sabe que tengo intención de hacer la colada. Tal vez crea que me he caído dentro de la lavadora.

Me miró con el ceño enfurruñado y yo hice lo mismo. Su rabia fue mucho más impresionante que la mía.

— ¿Qué vas a cazar esta noche? —le pregunté cuando estuve segura de haber perdido el concurso de ceños.

—Cualquier cosa que encontremos en el parque —parecía divertido por mi informal referencia a sus actividades secretas—. No vamos a ir lejos.

— ¿Por qué vas con Alice? —me extrañé.

—Alice es la más... compasiva.

Frunció el ceño al hablar.

— ¿Y los otros? —Pregunté con timidez—. ¿Cómo se lo toman?

Arrugó la frente durante unos momentos.

—La mayoría con incredulidad.

Miré a hurtadillas y con rapidez a su familia. Permanecían sentados con la mirada perdida en diferentes direcciones, del mismo modo que la primera vez que los vi. Sólo que ahora eran cuatro, su hermoso hermano con pelo de bronce se sentaba frente a mí con los dorados ojos turbados.

—No les gusto —supuse.

—No es eso —disintió, pero sus ojos eran demasiado inocentes para mentir—. No comprenden por qué no te puedo dejar sola.

Sonreí de oreja a oreja.

—Yo tampoco, si vamos al caso.

Víctor movió la cabeza lentamente y luego miró al techo antes de que nuestras miradas volvieran a encontrarse.

—Te lo dije, no te ves a ti misma con ninguna claridad. No te pareces a nadie que haya conocido. Me fascinas.

Le dirigí una mirada de furia, segura de que hablaba en broma. Víctor sonrió al descifrar mi expresión.

—Al tener las ventajas que tengo —murmuró mientras se tocaba la frente con discreción—, disfruto de una superior comprensión de la naturaleza humana. Las personas son predecibles, pero tú nunca haces lo que espero. Siempre me pillas desprevenido.


Desvié la mirada y mis ojos volvieron a vagar de vuelta a su familia, avergonzada y decepcionada. Sus palabras me hacían sentir como una cobaya. Quise reírme de mí misma por haber esperado otra cosa.

—Esa parte resulta bastante fácil de explicar —continuó. Aunque todavía no era capaz de mirarle, sentí sus ojos fijos en mi rostro—, pero hay más, y no es tan sencillo expresarlo con palabras...
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Mensaje  cliostar Jue Ago 14, 2008 10:02 pm


Seguía mirando fijamente a los García mientras él hablaba. De repente, Rosalie, su rubia e impresionante hermana, se volvió para echarme un vistazo. No, no para echarme un vistazo. Para atraparme en una mirada feroz con sus ojos fríos y oscuros. Hasta que Víctor se interrumpió a mitad de frase y emitió un bufido muy bajo. Fue casi un siseo.

Rosalie giró la cabeza y me liberé. Volví a mirar a Víctor, y supe que podía ver la confusión y el miedo que me había hecho abrir tanto los ojos. Su rostro se tensó mientras se explicaba:

—Lo lamento. Ella sólo está preocupada. Ya ves... Después de haber pasado tanto tiempo en público contigo no es sólo peligroso para mí si... —bajó la vista.

— ¿Si...?

—Si las cosas van mal.

Dejó caer la cabeza entre las manos, como aquella noche en Port Angeles. Su angustia era evidente. Anhelaba confortarle, pero estaba muy perdida para saber cómo hacerlo. Extendí la mano hacia él involuntariamente, aunque rápidamente la dejé caer sobre la mesa, ante el temor de que mi caricia empeorase las cosas. Lentamente comprendía que sus palabras deberían asustarme. Esperé a que el miedo llegara, pero todo lo que sentía era dolor por su pesar.

Y frustración... Frustración porque Rosalie hubiera interrumpido fuera lo que fuera lo que estuviese a punto de decir.
No sabía cómo sacarlo a colación de nuevo. Seguía con la cabeza entre las manos. Intenté hablar con un tono de voz normal:

— ¿Tienes que irte ahora?

—Sí —alzó el rostro, por un momento estuvo serio, pero luego cambió de estado de ánimo y sonrió—. Probablemente sea lo mejor. En Biología aún nos quedan por soportar quince minutos de esa espantosa película. No creo que lo aguante más.

Me llevé un susto. De repente, Alice se encontraba en pie detrás del hombro de Víctor. Su pelo corto y de punta, negro como la tinta, rodeaba su exquisita, delicada y pequeña faz como un halo impreciso. Su delgada figura era esbelta y grácil incluso en aquella absoluta inmovilidad. Víctor la saludó sin desviar la mirada de mí.

—Alice.

—Víctor —respondió ella. Su aguda voz de soprano era casi tan atrayente como la de su hermano.

—Alice, te presento a Myri... Myri, ésta es Alice —nos presentó haciendo un gesto informal con la mano y una seca sonrisa en el rostro.

—Hola, Myri —sus brillantes ojos de color obsidiana eran inescrutables, pero la sonrisa era cordial—. Es un placer conocerte al fin.

Víctor le dirigió una mirada sombría.

—Hola, Alice —musité con timidez.

— ¿Estás preparado? —le preguntó.

—Casi —replicó Víctor con voz distante—. Me reuniré contigo en el coche.

Alice se alejó sin decir nada más. Su andar era tan flexible y sinuoso que sentí una aguda punzada de celos.

—Debería decir «que te diviertas», ¿o es el sentimiento equivocado? —le pregunté volviéndome hacia él.

—No, «que te diviertas» es tan bueno como cualquier otro.

Esbozó una amplia sonrisa.

—En tal caso, que te diviertas.

Me esforcé en parecer sincera, pero, por supuesto, no le engañé.

—Lo intentaré —seguía sonriendo—. Y tú, intenta mantenerte a salvo, por favor.

—A salvo en Forks... ¡Menudo reto!

—Para ti lo es —el rostro se endureció—. Prométemelo.

—Prometo que intentaré mantenerme ilesa —declamé—. Esta noche haré la colada... Una tarea que no debería entrañar demasiado peligro.

—No te caigas dentro de la lavadora —se mofó.

—Haré lo que pueda.

Se puso en pie y yo también me levanté.

—Te veré mañana —musité.

—Te parece mucho tiempo, ¿verdad? —murmuró.

Asentí con desánimo.

—Por la mañana, allí estaré —me prometió esbozando su sonrisa picara.

Extendió la mano a través de la mesa para acariciarme la cara, me rozó levemente los pómulos y luego se dio la vuelta y se alejó. Clavé mis ojos en él hasta que se marchó.

Sentí la enorme tentación de hacer novillos el resto del día, faltar al menos a clase de Educación física, pero mi instinto me detuvo. Sabía que Mike y los demás darían por supuesto que estaba con Víctor si desaparecía ahora, y a él le preocupaba el tiempo que pasábamos juntos en público por si las cosas no salían bien. Me negué a entretenerme con ese último pensamiento y en vez de eso, concentré mi atención en hacer que las cosas fueran más seguras para él.

Intuitivamente, sabía —y me daba cuenta de que él también lo creía así— que mañana iba a ser un momento crucial.
Nuestra relación no podía continuar en el filo de la navaja. Caeríamos a uno u otro lado, dependiendo por completo de su elección o de sus instintos. Había tomado mi decisión, lo había hecho incluso antes de haber sido consciente de la misma y me comprometí a llevarla a cabo hasta el final, porque para mí no había nada más terrible e insoportable que la idea de separarme de él. Me resultaba imposible.


Resignada, me dirigí a clase. Para ser sincera, no sé qué sucedió en Biología, estaba demasiado preocupada con los pensamientos de lo que sucedería al día siguiente. En la clase de gimnasia, Mike volvía a dirigirme la palabra otra vez. Me deseó que tuviera buen tiempo en Seattle. Le expliqué con detalle que, preocupada por el coche, había cancelado mi viaje.

— ¿Vas a ir al baile con García? —preguntó, repentinamente mohíno.

—No, no voy a ir con nadie.

—Entonces, ¿qué vas a hacer? —inquirió con demasiado interés.

Mi reacción instintiva fue decirle que dejara de entrometerse, pero en lugar de eso le mentí alegremente.

—La colada, y he de estudiar para el examen de Trigonometría o voy a suspender.

— ¿Te está ayudando García con los estudios?

—Víctor —enfaticé— no me va ayudar con los estudios. Se va a no sé dónde durante el fin de semana.

Noté con sorpresa que las mentiras me salían con mayor naturalidad que de costumbre.

—Ah —se animó—. Ya sabes, de todos modos, puedes venir al baile con nuestro grupo. Estaría bien. Todos bailaríamos contigo —prometió.

La imagen mental del rostro de Jessica hizo que el tono de mi voz fuera más cortante de lo necesario.

—Mike, no voy a ir al baile, ¿de acuerdo?

—Vale —se enfurruñó otra vez—. Sólo era una oferta.

Cuando al fin terminaron las clases, me dirigí al aparcamiento sin entusiasmo. No me apetecía especialmente ir a casa a pie, pero no veía la forma de recuperar el monovolumen. Entonces, comencé a creer una vez más que no había nada imposible para él. Este último instinto demostró ser correcto: mi coche estaba en la misma plaza en la que él había aparcado el Volvo por la mañana. Incrédula, sacudí la cabeza mientras abría la puerta —no estaba echado el pestillo— y vi las llaves en el bombín de la puesta en marcha.

Había un pedazo de papel blanco doblado sobre mi asiento. Lo tomé y cerré la puerta antes de desdoblarlo. Había escrito dos palabras con su elegante letra: «Sé prudente».

El sonido del motor al arrancar me asustó. Me reí de mí misma.

El pomo de la puerta estaba cerrado y el pestillo sin echar, tal y como se había quedado por la mañana. Una vez dentro,
me fui directa al lavadero. Parecía que todo seguía igual. Hurgué entre la ropa en busca de mis vaqueros y revisé los bolsillos una vez que los hube encontrado. Vacíos. Quizás las hubiera dejado colgando dentro del coche, pensé sacudiendo la cabeza.

Siguiendo el mismo instinto que me había movido a mentir a Mike, telefoneé a Jessica so pretexto de desearle suerte en el baile. Cuando ella me deseó lo mismo para mi día con Víctor, le hablé de la cancelación. Parecía más desencantada de lo realmente necesario para ser una observadora imparcial. Después de eso, me despedí rápidamente.

Charlie estuvo distraído durante la cena, supuse que le preocupaba algo relacionado con el trabajo, o tal vez con el partido de baloncesto, o puede que le hubiera gustado de verdad la lasaña. Con Charlie, era difícil saberlo.

— ¿Sabes, papá? —comencé, interrumpiendo su meditación.

— ¿Qué pasa, Myri?

—Creo que tienes razón en lo del viaje a Seattle. Me parece que voy a esperar hasta que Jessica o algún otro me puedan acompañar.

—Ah —dijo sorprendido—. De acuerdo. Bueno, ¿quieres que me quede en casa?

—No, papá, no cambies de planes. Tengo un millón de cosas que hacer: los deberes, la colada, necesito ir a la biblioteca y al supermercado. Estaré entrando y saliendo todo el día. Ve y diviértete.

— ¿Estás segura?

—Totalmente, papá. Además, el nivel de pescado del congelador está bajando peligrosamente... Hemos descendido hasta tener reservas sólo para dos o tres años.

Me sonrió.

—Resulta muy fácil vivir contigo, Myri.

—Podría decir lo mismo de ti —contesté entre risas demasiado apagadas, pero no pareció notarlo. Me sentí culpable por hacerle creer aquello, y estuve a punto de seguir el consejo de Víctor y decirle dónde iba a estar. A punto.

Después de la cena, doblé la ropa y puse otra colada en la secadora. Por desgracia, era la clase de trabajo que sólo mantiene ocupadas las manos y mi mente tuvo demasiado tiempo libre, sin duda, y debido a eso perdí el control. Fluctuaba entre una ilusión tan intensa que se acercaba al dolor y un miedo insidioso que minaba mi resolución. Tuve que seguir recordándome que ya había elegido y que no había vuelta atrás. Saqué del bolsillo la nota de Víctor dedicando mucho más esfuerzo del necesario para embeberme con las dos simples palabras qu había escrito. El quería que estuviera a salvo, me dije una y otra vez. Sólo podía aferrarme a la confianza de que al fin ese deseo prevaleciera sobre los demás. ¿Qué otra alternativa tenía? ¿Apartarle de mi vida? Intolerable. Además, en realidad, parecía que toda mi vida girase en torno a él desde que vine a Forks.

Una vocecita preocupada en el fondo de mi mente se preguntaba cuánto dolería en el caso de que las cosas terminaran mal.

Me sentí aliviada cuando se hizo lo bastante tarde para acostarme. Sabía de sobra que estaba demasiado estresada para dormir, por lo que hice algo que nunca había hecho antes: tomar sin necesidad y de forma consciente una medicina para el resfriado, de esas que me dejaban grogui durante unas ocho horas. Normalmente no hubiera justificado esa clase de comportamiento en mí misma, pero el día siguiente ya iba a ser bastante complicado como para añadirle que estuviera atolondrada por no haber pegado ojo. Me sequé el pelo hasta que estuvo totalmente liso y me ocupé de la ropa que llevaría al día siguiente mientras aguardaba a quehiciera efecto el fármaco.

Una vez que lo tuve todo listo para el día siguiente, me tendí al fin en la cama. Estaba agitada, sin poder parar de dar vueltas. Me levanté y revolví la caja de zapatos con los CD hasta encontrar una recopilación de los nocturnos de Chopin.
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Mensaje  cliostar Jue Ago 14, 2008 10:11 pm

Lo puse a un volumen muy bajo y volví a tumbarme, concentrándome en ir relajando cada parte de mi cuerpo. En algún momento de ese ejercicio, hicieron efecto las pastillas contra el resfriado y, por suerte, me quedé dormida.

Me desperté a primera hora después de haber dormido a pierna suelta y sin pesadillas gracias al innecesario uso de los fármacos Aun así, salté de la cama con el mismo frenesí de la noche anterior. Me vestí rápidamente, me ajusté el cuello alrededor de la garganta y seguí forcejeando con el suéter de color canela hasta colocarlo por encima de ls vaqueros. Con disimulo, eché un rápido vistazo por la ventana para verificar que Charlie se había marchado ya. Una fina y algodonosa capa de nubes cubría el cielo, pero no parecía que fuera a durar mucho. Desayuné sin saborear lo que comía y me apresuré a fregar los platos en cuanto hube terminado. Volví a echar un vistazo por la ventana, pero no se había producido cambio alguno. Apenas había terminado de cepillarme los dientes y me disponía a bajar las escaleras cuando una sigilosa llamada de nudillos povocó un sordo golpeteo de mi corazón contra las costillas.

Fui corriendo hacia la entrada. Tuve un pequeño problema con el pestillo, pero al fin conseguí abrir la puerta de un tirón y allí estaba él. Se desvaneció toda la agitación y recuperé la calma en cuanto vi su rostro.

Al principio no estaba sonriente, sino sombrío, pero su expresión se alegró en cuanto se fijó en mí, y se rió entre dientes.

—Buenos días.

— ¿Qué ocurre?

Eché un vistazo hacia abajo para asegurarme de que no me había olvidado de ponerme nada importante, como los zapatos o los pantalones.

—Vamos a juego.

Se volvió a reír. Me di cuenta de que él llevaba un gran suéter ligero del mismo color que el mío, cuyo cuello a la caja dejaba al descubierto el de la camisa blanca que llevaba debajo, y unos vaqueros azules. Me uní a sus risas al tiempo que ocultaba una secreta punzada de arrepentimiento... ¿Por qué tenía él que parecer un modelo de pasarela y yo no?

Cerré la puerta al salir mientras él se dirigía al monovolumen. Aguardó junto a la puerta del copiloto con una expresión resignada y perfectamente comprensible.

—Hicimos un trato —le recordé con aire de suficiencia mientras me encaramaba al asiento del conductor y me estiraba para abrirle la puerta.

— ¿Adonde? —le pregunté.

—Ponte el cinturón... Ya estoy nervioso.

Le dirigí una mirada envenenada mientras le obedecía.

— ¿Adonde? —repetí suspirando.

—Toma la 101 hacia el norte —ordenó.

Era sorprendentemente difícil concentrarse en la carretera al mismo tiempo que sentía sus ojos clavados en mi rostro. Lo compensé conduciendo con más cuidado del habitual mientras cruzaba las calles del pueblo, aún dormido.

— ¿Tienes intención de salir de Forks antes del anochecer?

—Un poco de respeto —le recriminé—, este trasto tiene los suficientes años para ser el abuelo de tu coche.

A pesar de su comentario recriminatorio, pronto atisbamos los límites del pueblo. Una maleza espesa y una ringlera de troncos verdes reemplazaron las casas y el césped.

—Gira a la derecha para tomar la 101 —me indicó cuando estaba a punto de preguntárselo. Obedecía en silencio.

—Ahora, avanzaremos hasta que se acabe el asfalto.

Detecté cierta sorna en su voz, pero tenía demasiado miedo a salirme de la carretera como para mirarle y asegurarme de que estaba en lo cierto.

— ¿Qué hay allí, donde se acaba el asfalto?

—Una senda.

— ¿Vamos de caminata? —pregunté preocupada. Gracias a Dios, me había puesto las zapatillas de tenis.

— ¿Supone algún problema?

Lo dijo como si esperara que fuera así.

—No.

Intenté que la mentira pareciera convincente, pero si pensaba que el monovolumen era lento, tenía que esperar a verme a mí...

—No te preocupes, sólo son unos ocho kilómetros y no iremos deprisa.

¡Ocho kilómetros! No le respondí para que no notara cómo el pánico quebraba mi voz. Ocho kilómetros de raíces traicioneras y piedras sueltas que intentarían torcerme el tobillo o incapacitarme de alguna otra maera. Aquello iba a resultar humillante.

Avanzamos en silencio durante un buen rato mientras yo sentía pavor ante la perspectiva de nuestra llegada.

— ¿En qué piensas? —preguntó con impaciencia.

—Sólo me preguntaba adonde nos dirigimos —volví a mentirle.

—Es un lugar al que me gusta mucho ir cuando hace buen tiempo.

Luego, ambos nos pusimos a mirar por las ventanillas a las nubes, que comenzaban a diluirse en el firmamento.

—Charlie dijo que hoy haría buen tiempo.

— ¿Le dijiste lo que te proponías?

—No.

—Pero Jessica cree que vamos a Seattle juntos... —la idea parecía de su agrado—. — ¿No?

—No, le dije que habías suspendido el viaje... cosa que es cierta.

— ¿Nadie sabe que estás conmigo? —inquirió, ahora con enfado.

—Eso depende... ¿He de suponer que se lo has contado a Alice?


—Eso es de mucha ayuda, Myri —dijo bruscamente.

Fingí no haberle oído, pero volvió a la carga y preguntó:

— ¿Te deprime tanto Forks que estás preparando tu suicidio?

—Dijiste que un exceso de publicidad sobre nosotros podría ocasionarte problemas —le recordé.

— ¿Y a ti te preocupan mis posibles problemas? —El tono de su voz era de enfado y amargo sarcasmo—. ¿Y si no regresas?

Negué con la cabeza sin apartar la vista de la carretera. Murmuró algo en voz baja, pero habló tan deprisa que no le comprendí.

Nos mantuvimos en silencio el resto del trayecto en el coche. Noté que en su interior se alzaban oleadas de rabiosa desaprobación, pero no se me ocurría nada que decir.

Entonces se terminó la carretera, que se redujo hasta convertirse en una senda de menos de medio metro de ancho jalonada de pequeños indicadores de madera. Aparqué sobre el estrecho arcén y salí sin atreverme a fijar mi vista en él puesto que se había enfadado conmigo, y tampoco tenía ninguna excusa para mirarle. Hacía calor, mucho más del que había hecho en Forks desde el día de mi llegada, y a causa de las nubes hacía casi bochorno. Me quité el suéter y lo anudé en torno a mi cintura,
contenta de haberme puesto una camiseta liviana y sin mangas, sobre todo si me esperaban ocho kilómetros a pie.

Le oí dar un portazo y pude comprobar que también él se había desprendido del suéter. Permanecía cerca del coche, de espaldas a mí, encarándose con el bosque primigenio.

—Por aquí —indicó, girando la cabeza y con expresión aún molesta. Comenzó a adentrarse en el sombrío bosque.

— ¿Y la senda?

El pánico se manifestó en mi voz mientras rodeaba el vehículo para darle alcance.

—Dije que al final de la carretera había un sendero, no que lo fuéramos a seguir.

— ¡¿No iremos por la senda?! —pregunté con desesperación.

—No voy a dejar que te pierdas.

Se dio la vuelta al hablar, sonriendo con mofa, y contuve un gemido. Llevaba desabotonada la camiseta blanca sin mangas, por lo que la suave superficie de su piel se veía desde el cuello hasta los marmóreos contornos de su pecho, sin que su perfecta musculatura quedara oculta debajo de la ropa. La desesperación me hirió en lo más hondo al comprender que era demasiado perfecto. No había manera de que aquella criatura celestial estuviera hecha para mí.

Desconcertado por mi expresión torturada, Víctor me miró fijamente.

— ¿Quieres volver a casa? —dijo con un hilo de voz. Un dolor de diferente naturaleza al mío impregnaba su voz.

Me adelanté hasta llegar a su altura, ansiosa por no desperdiciar ni un segundo del tiempo que pudiera estar en su compañía.

— ¿Qué va mal? —preguntó con amabilidad.

—No soy una buena senderista —le expliqué con desánimo—. Tendrás que tener paciencia conmigo.

—Puedo ser paciente si hago un gran esfuerzo.

Me sonrió y sostuvo mi mirada en un intento de levantarme el ánimo, súbita e inexplicablemente alicaído. Intenté devolverle la sonrisa, pero no fue convincente. Estudió mi rostro.

—Te llevaré de vuelta a casa —prometió.

No supe determinar si la promesa se refería al final de la jornada o a una marcha inmediata. Sabía que él creía que era el miedo lo que me turbaba, y de nuevo agradecí ser yo la única persona a la que no le pudiera leer el pensamiento.

—Si quieres que recorra ocho kilómetros a través de la selva antes del atardecer, será mejor que empieces a indicarme el camino —le repliqué con acritud.

Torció el gesto mientras se esforzaba por comprender mi tono y la expresión de mis facciones. Después de unos momentos, se rindió y encabezó la marcha hacia el bosque.

No resultó tan duro como me había temido. El camino era plano la mayor parte del tiempo y estuvo a mi lado para sostenerme al pasar por los húmedos heléchos y los mosaios de musgo. Cuando teníamos que sortear árboles caídos o pedruscos, me ayudaba, levantándome por el codo y soltándome en cuanto la senda se despejaba. El toque gélido de su piel sobre la mía hacía palpitar mi corazón invariablemente. Las dos veces en que esto sucedió miré de reojo su rostro, estaba segura de que, no sabía cómo, él oía mis latidos.

Intenté mantener los ojos lejos de su cuerpo perfecto tanto como me fue posible, pero a menudo no podía resistir la tentación de mirarle, y su hermosura me sumía en la tristeza.

Recorrimos en silencio la mayor parte del trayecto. De vez en cuando, Víctor formulaba una pregunta al azar, una de las que no me había hecho en los dos días anteriores de interrogatorio. Me interrogó sobre mis cumpleaños, los profesores en la escuela primaria y las mascotas de mi infancia... Tuve que admitir que había renunciado a ellas después de que se murieran tres peces de forma seguida. Rompió a reír al oírlo con más fuerza de lo que me tenía acostumbrada... De los bosques desiertos se levantó un eco similar al tañido de las campanas.

La caminata me llevó la mayor parte de la mañana, pero él no mostró signo alguno de impaciencia. El bosque se extendía a nuestro alrededor en un interminable laberinto de viejos árboles, y la idea de que no encontráramos la salida comenzó a ponerme nerviosa. Víctor se encontraba muy a gusto y cómodo en aquel dédalo de color verde, y nunca pareció dudar sobre qué dirección tomar.

Después de varias horas, la luz pasó de un tenebroso tono oliváceo a otro jade más brillante al filtrarse a través del dosel de ramas. El día se había vuelto soleado, tal y como él había predicho. Comencé a sentir un estremecimiento de entusiasmo por primera vez desde que entré en el bosque, sensación que rápidamente se convirtió en impaciencia.

— ¿Aún no hemos llegado? —le pinché, fingiendo fruncir el ceño.

—Casi —sonrió ante el cambio de mi estado de ánimo—. ¿Ves ese fulgor de ahí delante?


—Humm —miré atentamente a través del denso follaje del bosque—. ¿Debería verlo?

Esbozó una sonrisa burlona.

—Puede que sea un poco pronto para tus ojos.

—Tendré que pedir hora para visitar al oculista —murmuré.

Su sonrisa de mofa se hizo más pronunciada.

Pero entonces, después de recorrer otros cien metros, pude ver sin ningún género de duda una luminosidad en los árboles que se hallaban delante de mí, un brillo que era amarillo en lugar de verde. Apreté el paso, mi avidez crecía conforme avanzaba. Víctor me dejó que yo fuera delante y me siguió en silencio.

Alcancé el borde de aquel remanso de luz y atravesé la última franja de helecho para entrar en el lugar más maravilloso que haba visto en mi vida. La pradera era un pequeño círculo perfecto lleno de flores silvestres: violetas, amarillas y de tenue blanco. Podía oír el burbujeo musical de un arroyo que fluía en algún lugar cercano. El sol estaba directamente en lo alto,
colmando el redondel de una blanquecina calima luminosa. Pasmada, caminé sobre la mullida hierba en medio de las flores,
balanceándose al cálido aire dorado. Me di media vuelta para compartir con él todo aquello, pero Víctor no estaba detrás de mí, como creía. Repentinamente alarmada, giré a mí alrededor en su busca. Finalmente, lo localicé, inmóvil debajo de la densa sombra del dosel de ramas, en el mismo borde del claro, mientras me contemplaba con ojos cautelosos. Sólo entonces recordé lo que la belleza del prado me había hecho olvidar: el enigma de Víctor y el sol, lo que me había prometido mostrarme hoy.

Di un paso hacia él, con los ojos relucientes de curiosidad. Los suyos en cambio se mostraban recelosos. Le sonreí para infundirle valor y le hice señas para que se reuniera conmigo, acercándome un poco más. Alzó una mano en señal de aviso y yo vacilé, y retrocedí un paso.

Víctor pareció inspirar hondo y entonces salió al brillante resplandor del mediodía.


Que pasara con Vicco?? confused
Se derretira?? Sad No
Se quemara? Suspect
ahi nanita que le pasara scratch
jeje mañana les traigo otro capitulito ¬¬ jaja bye CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 400496
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Mensaje  Marianita Vie Ago 15, 2008 12:03 am

Ayy pobrecito lo achicharrarán!!!!! CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 95247 Gracias por los caps Cliostar. flower
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Mensaje  mali07 Vie Ago 15, 2008 2:51 am

MUCHAS GRASIAS POR EL KAPI ESTUBO MUY WENOOO AY YA KIERO SABER KE BA PASARRRRR ME MUEROOO DIOOOSSSSSSS SIGELEEEEE SIGELEEEEEEEEEE.................... lol! lol! lol!
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Mensaje  Jenny Vie Ago 15, 2008 10:42 am

Que le pasaraaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Por Fa pon capitulooooooooooo no nos dejes asiiiiiiiiiiiiiiii

Gracias por el cap!!!

Besos
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Mensaje  Carmen Vie Ago 15, 2008 4:26 pm

Ah pues lo que va a pasar es queee.. aaaaahh jajaja que dijistee jajaja!!..
graciiaaas por el caaap niñaaaaa Cool .. Saluditooooss Razz

Carmen
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Mensaje  jai33sire Sáb Ago 16, 2008 8:55 am

Orale que buen capitulo muchas gracias y siguele pronto por faaaaa Smile

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Mensaje  cliostar Dom Ago 17, 2008 12:52 am

Hola Niñas perdón por la tardanza, pero ya ven uno que tiene cerebro de teflón jeje Bueno aqui les dejo el siguiente capitulo ahh que le pasara a mi ceja con patas No (mi Vicco), Bueno ps leanlo por ustedes mismas Ciao Bstos Atte: K@RLISss*
CONFESIONES

A la luz del sol, Víctor resultaba chocante. No me hubiera acostumbrado ni aunque le hubiera estado mirando toda la tarde. A pesar de un tenue rubor, producido a raíz de su salida de caza durante la tarde del día anterior, su piel centelleaba literalmente como si tuviera miles de nimios diamantes incrustados en ella. Yacía completamente inmóvil en la hierba, con la camiseta abierta sobre su escultural pecho incandescente y los brazos desnudos centelleando al sol. Mantenía cerrados los deslumbrantes párpados de suave azul lavanda, aunque no dormía, por supuesto. Parecía una estatua perfecta, tallada en algún tipo de piedra ignota, lisa como el mármol, reluciente como el cristal.

Movía los labios de vez en cuando con tal rapidez que parecían temblar, pero me dijo que estaba cantando para sí mismo cuando le pregunté al respecto. Lo hacía en voz demasiado baja para que le oyera.

También yo disfruté del sol, aunque el aire no era lo bastante seco para mi gusto. Me hubiera gustado recostarme como él y dejar que el sol bañara mi cara, pero permanecí avovillada, con el mentón descansando sobre las rodillas, poco dispuesta a apartar la vista de él. Soplaba una brisa suave que enredaba mis cabellos y alborotaba la hierba que se mecía alrededor de su figura inmóvil.

La pradera, que en un principio me había parecido espectacular, palidecía al lado de la magnificencia de Víctor.

Siempre con miedo, incluso ahora, a que desapareciera como un espejismo demasiado hermoso para ser real, extendí un dedo con indecisión y acaricié el dorso de su mano reluciente, que descansaba sobre el césped al alcance de la mía. Otra vez me maravillé de la textura perfecta de suave satén, fría como la piedra. Cuando alcé la vista, había abierto los ojos y me miraba.
Una rápida sonrisa curvó las comisuras de sus labios sin mácula.

— ¿No te asusto? —preguntó con despreocupación, aunque identifiqué una curiosidad real en el tono de su suave voz.

—No más que de costumbre.

Su sonrisa se hizo más amplia y sus dientes refulgieron al sol.

Poco a poco, me acerqué más y extendí toda la mano para trazar los contornos de su antebrazo con las yemas de los dedos. Contemplé el temblor de mis dedos y supe que el detalle no le pasaría desapercibido.

— ¿Te molesta? —pregunté, ya que había vuelto a cerrar los ojos.

—No—respondió sin abrirlos—, no te puedes ni imaginar cómo se siente eso.

Suspiró.

Siguiendo el suave trazado de las venas azules del pliegue de su codo, mi mano avanzó con suavidad sobre los perfectos músculos de su brazo. Estiré la otra mano para darle la vuelta a la de Víctor. Al comprender mi pretensión, dio la vuelta a su mano con uno de esos desconcertantes y fulgurantes movimientos suyos. Esto me sobresaltó; mis dedos se paralizaron en su brazo por un breve segundo.

—Lo siento —murmuró. Le busqué con la vista a tiempo de verle cerrar los ojos de nuevo—. Contigo, resulta demasiado fácil ser yo mismo.

Alcé su mano y la volví a un lado y al otro mientras contemplaba el brillo del sol sobre la palma. La sostuve cerca de mi rostro en un intento de descubrir las facetas ocultas de su piel.

—Dime qué piensas —susurró. Al mirarle descubrí que me estaba observando con repentina atención—. Me sigue resultando extraño no saberlo.

—Bueno, ya sabes, el resto nos sentimos así todo el tiempo.

—Es una vida dura — ¿me imaginé el matiz de pesar en su voz?—. Aún no me has contestado.

—Deseaba poder saber qué pensabas tú —vacilé— y...

— ¿Y?

—Quería poder creer que eres real. Y deseaba no tener miedo.

—No quiero que estés asustada.

La voz de Víctor era apenas un murmullo suave. Escuché lo que en realidad no podía decir sinceramente, que no debía tener miedo, que no había nada de qué asustarse.

—Bueno, no me refería exactamente a esa clase de miedo, aunque, sin duda, es algo sobre lo que debo pensar.

Se movió tan deprisa que ni lo vi. Se sentó en el suelo, apoyado sobre el brazo derecho, y con la mano izquierda aún en las mías. Su rostro angelical estaba a escasos centímetros del mío. Podría haber retrocedido, debería haberlo hecho, ante esa inesperada proximidad, pero era incapaz de moverme. Sus ojos dorados me habían hipnotizado.

—Entonces, ¿de qué tienes miedo? —murmuró mirándome con atención.

Pero no pude contestarle. Olí su gélida respiración en mi cara como sólo lo había hecho una vez. Me derretía ante ese aroma dulce y delicioso. De forma instintiva y sin pensar, me incliné más cerca para aspirarlo.

Entonces, Víctor desapareció. Su mano se desasió de la mía y se colocó a seis metros de distancia en el tiempo que me llevó enfocar la vista. Permanecía en el borde de la pequeña pradera, a la oscura sombra de un abeto enorme. Me miraba fijamente con expresión inescrutable y los ojos oscuros ocultos por las sombras.


Sentí la herida y la conmoción en mi rostro. Me picaban las manos vacías.

—Lo... lo siento, Víctor —susurré. Sabía que podía escucharme.

—Concédeme un momento —replicó al volumen justo para que mis pocos sensitivos oídos lo oyeran. Me senté totalmente inmóvil.

Después de diez segundos, increíblemente largos, regresó, lentamente tratándose de él. Se detuvo a pocos metros y se dejó caer ágilmente al suelo para luego entrecruzar las piernas, sin apartar sus ojos de los míos ni un segundo. Suspiró profundamente dos veces y luego me sonrió disculpándose.

—Lo siento mucho —vaciló—. ¿Comprenderías a qué me refiero si te dijera que sólo soy un hombre?

Asentí una sola vez, incapaz de reírle la gracia. La adrenalina corrió por mis venas conforme fui comprendiendo poco a poco el peligro. Desde su posición, él lo olió y su sonrisa se hizo burlona.

—Soy el mejor depredador del mundo, ¿no es cierto? Todo cuanto me rodea te invita a venir a mí: la voz, el rostro,
incluso mi olor. ¡Como si los necesitase!

Se incorporó de forma inesperada, alejándose hasta perderse de vista para reaparecer detrás del mismo abeto de antes después de haber circunvalado la pradera enmedio segundo.

— ¡Como si pudieras huir de mí!

Rió con amargura, extendió una mano y arrancó del tronco del abeto una rama de un poco más de medio metro de grosor sin esfuerzo alguno en mediode un chasquido estremecedor. Con la misma mano, la hizo girar en el aire durante unos instantes y la arrojó a una velocidad de vértigo para estrellarla contra otro árbol enore, que se agitó y tembló ante el golpe.

Y estuvo otra vez en frente de mí, a medio metro, inmóvil como una estatua.

— ¡Como si pudieras derrotarme! —dijo en voz baja.

Permanecí sentada sin moverme, temiéndolo como no lo había temido nunca. Nunca lo había visto tan completamente libre de esa fachada edificada con tanto cuidado. Nunca había sido menos humano ni más hermoso. Con el rostro ceniciento y los ojos abiertos como platos, estaba sentada como un pájaro atrapado por los ojos de la serpiente.

Un arrebato frenético parecía relucir en los adorables ojos de Víctor. Luego, conforme pasaron los segundos, se apagaron y lentamente su expresión volvió a su antigua máscara de dolor.

—No temas —murmuró con voz aterciopelada e involuntariamente seductora—. Te prometo... —vaciló—, te. juro que no te haré daño.

Parecía más preocupado de convencerse a sí mismo que a mí.

—No temas —repitió en un susurro mientras se acercaba con exagerada lentitud. Serpenteó con movimientos deliberadamente lentos para sentarse hasta que nuestros rostros se encontraron a la misma altura, a treinta centímetros.

—Perdóname, por favor —pidió ceremoniosamente—. Puedo controlarme. Me has pillado desprevenido, pero ahora me comportaré mejor.

Esperó, pero yo todavía era incapaz de hablar.

—Hoy no tengo sed —me guiñó el ojo—. De verdad.

Ante eso, no me quedó otro remedio que reírme, aunque el sonido fue tembloroso y jadeante.

— ¿Estás bien? —preguntó tiernamente, extendiendo el brazo lenta y cuidadosamente para volver a poner su mano de mármol en la mía.

Miré primero su fría y lisa mano, luego, sus ojos, laxos, arrepentidos; y después, otra vez la mano. Entonces,
pausadamente volví a seguir las líneas de su mano con las yemas de los dedos. Alcé la vista y sonreí con timidez.

—Bueno, ¿por dónde íbamos antes de que me comportara con tanta rudeza? —preguntó con las amables cadencias de principios del siglo pasado.

—La verdad es que no lo recuerdo.

Sonrió, pero estaba avergonzado.

—Creo que estábamos hablando de por qué estabas asustada, además del motivo obvio.

—Ah, sí.

— ¿Y bien?

Miré su mano y recorrí sin rumbo fijo la lisa e iridiscente palma. Los segundos pasaban.

— ¡Con qué facilidad me frustro! —musitó.

Estudié sus ojos y de repente comprendí que todo aquello era casi tan nuevo para él como para mí. A él también le resultaba difícil a pesar de los muchos años de inconmensurable experiencia. Ese pensamiento me infundió coraje.
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Mensaje  cliostar Dom Ago 17, 2008 12:56 am

—Tengo miedo, además de por los motivos evidentes, porque no puedo estar contigo, y porque me gustaría estarlo más de lo que debería.

Mantuve los ojos fijos en sus manos mientras decía aquello en voz baja porque me resultaba difícil confesarlo.

—Sí —admitió lentamente—, es un motivo para estar asustado, desde luego. ¡Querer estar conmigo! En verdad, no te conviene nada.

—Lo sé. Supongo que podría intentar no desearlo, pero dudo que funcionara.

—Deseo ayudarte, de verdad que sí —no había el menor rastro de falsedad en sus ojos límpidos—. Debería haberme alejado hace mucho, debería hacerlo ahora, pero no sé si soy capaz.

—No quiero que te vayas —farfullé patéticamente, mirándolo fijamente hasta lograr que apartara la vista.

—Irme, eso es exactamente lo que debería hacer, pero no temas, soy una criatura esencialmente egoísta. Ansió demasiado tu compañía para hacer lo correcto.

—Me alegro.


— ¡No lo hagas! —retiró su mano, esta vez con mayor delicadeza. La voz de Víctor era más áspera de lo habitual.
Áspera para él, aunque más hermosa que cualquier voz humana. Resultaba difícil tratar con él, ya que sus continuos y repentinos cambios de humor siempre me producían desconcierto.

— ¡No es sólo tu compañía lo que anhelo! Nunca lo olvides. Nunca olvides que soy más peligroso para ti de lo que soy para cualquier otra persona.

Enmudeció y le vi contemplar con ojos ausentes el bosque.

Medité sus palabras durante unos instantes.

—Creo que no comprendo exactamente a qué te refieres... Al menos la última parte.

Víctor me miró de nuevo y sonrió con picardía. Su humor volvía a cambiar.

— ¿Cómo te explicaría? —musitó—. Y sin aterrorizarte de nuevo...

Volvió a poner su mano sobre la mía, al parecer de forma inconsciente, y la sujeté con fuerza entre las mías. Miró nuestras manos y suspiró.

—Esto es asombrosamente placentero... el calor.

Transcurrió un momento hasta que puso en orden sus ideas y continuó:

—Sabes que todos disfrutamos de diferentes sabores. Algunos prefieren el helado de chocolate y otros el de fresa.

Asentí.

—Lamento emplear la analogía de la comida, pero no se me ocurre otra forma de explicártelo.

Le dediqué una sonrisa y él me la devolvió con pesar.

—Verás, cada persona huele diferente, tiene una esencia distinta. Si encierras a un alcohólico en una habitación repleta de cerveza rancia, se la beberá alegremente, pero si ha superado el alcoholismo y lo desea, podría resistirse.

«Supongamos ahora que ponemos en esa habitación una botella de brandy añejo, de cien años, el coñac más raro y exquisito y llenamos la habitación de su cálido aroma... En tal caso, ¿cómo crees que le iría?

Permanecimos sentados en silencio, mirándonos a los ojos el uno al otro en un intento de descifrarnos mutuamente el pensamiento.

Víctor fue el primero en romper el silencio.

—Tal vez no sea la comparación adecuada. Puede que sea muy fácil rehusar el brandy. Quizás debería haber empleado un heroinómano en vez de un alcohólico para el ejemplo.

—Bueno, ¿estás diciendo que soy tu marca de heroína? —le pregunté para tomarle el pelo y animarle.

Sonrió de inmediato, pareciendo apreciar mi esfuerzo.

—Sí, tú eres exactamente mi marca de heroína.

— ¿Sucede eso con frecuencia?

Miró hacia las copas de los árboles mientras pensaba la respuesta.

—He hablado con mis hermanos al respecto —prosiguió con la vista fija en la lejanía—. Para Jasper, todos los humanos sois más de lo mismo. El es el miembro más reciente de nuestra familia y ha de esforzarse mucho para conseguir una abstinencia completa. No ha dispuesto de tiempo para hacerse más sensible a las diferencias de olor, de sabor —súbitamente me miró con gesto de disculpa—. Lo siento.

—No me molesta. Por favor, no te preocupes por ofenderme o asustarme o lo que sea... Es así como piensas. Te entiendo, o al menos puedo intentarlo. Explícate como mejor puedas.

—De modo que Jasper no está seguro de si alguna vez se ha cruzado con alguien tan... —Víctor titubeó, en busca de la palabra adecuada—, tan apetecible como tú me resultas a mí. Eso me hizo reflexionar mucho. Emmett es el que hace más tiempo que ha dejado de beber, por decirlo de alguna manera, y comprende lo que quiero decir. Dice que le sucedió dos veces,
una con más intensidad que otra.

— ¿Y a ti?

—Jamás.

La palabra quedó flotando en la cálida brisa durante unos momentos.

— ¿Qué hizo Emmett? —le pregunté para romper el silencio.

Era la pregunta equivocada. Su rostro se ensombreció y sus manos se crisparon entre las mías. Aguardé, pero no me iba a contestar.

—Creo saberlo —dije al fin.

Alzó la vista. Tenía una expresión melancólica, suplicante.

—Hasta el más fuerte de nosotros recae en la bebida, ¿verdad?

— ¿Qué me pides? ¿Mi permiso? —mi voz sonó más mordaz de lo que pretendía. Intenté modular un tono más amable. Suponía que aquella sinceridad le estaba costando mucho esfuerzo—. Quiero decir, entonces, ¿no hay esperanza?

¡Con cuánta calma podía discutir sobre mi propia muerte!

— ¡No, no! —Se compungió casi al momento—. ¡Por supuesto que hay esperanza! Me refiero a que..., por supuesto que no voy a... —dejó la frase en el aire. Mis ojos inflamaban las llamaradas de los suyos—. Es diferente para nosotros. En cuanto a Emmett y esos dos desconocidos con los que se cruzó... Eso sucedió hace mucho tiempo y él no era tan experto y cuidadoso como lo es ahora.

Se sumió en el silencio y me miró intensamente.

—De modo que si nos hubiéramos encontrado... en... un callejón oscuro o algo parecido... —mi voz se fue apagando.

—Necesité todo mi autocontrol para no abalanzarme sobre ti en medio de esa clase llena de niños y... —enmudeció bruscamente y desvió la mirada—. Cuando pasaste a mi lado, podía haber arruinado en el acto todo lo que Carlisle ha construido para nosotros. No hubiera sido capaz de refrenarme si no hubiera estado controlando mi sed durante los últimos...
bueno, demasiados años.


Se detuvo a contemplar los árboles. Me lanzó una mirada sombría mientras los dos lo recordábamos.

—Debiste de pensar que estaba loco.

—No comprendí el motivo. ¿Cómo podías odiarme con tanta rapidez...?

—Para mí, parecías una especie de demonio convocado directamente desde mi infierno particular para arruinarme.
La fragancia procedente de tu piel... El primer día creí que me iba a trastornar. En esa única hora, ideé cien formas diferentes de engatusarte para que salieras de clase conmigo y tenerte a solas. Las rechacé todas al pensar en mi familia, en lo que podía hacerles. Tenía que huir, alejarme antes de pronunciar las palabras que te harían seguirme...

Entonces, buscó con la mirada mi rostro asombrado mientras yo intentaba asimilar sus amargos recuerdos. Debajo de sus pestañas, sus ojos dorados ardían, hipnóticos, letales.

—Y tú hubieras acudido —me aseguró.

Intenté hablar con serenidad.

—Sin duda.

Torció el gesto y me miró las manos, liberándome así de la fuerza de su mirada.

—Luego intenté cambiar la hora de mi programa en un estéril intento de evitarte y de repente ahí estabas tú, en esa oficina pequeña y caliente, y el aroma resultaba enloquecedor. Estuve a punto de tomarte en ese momento. Sólo había otra frágil humana... cuya muerte era fácil de arreglar.

Temblé a pesar de estar al sol cuando de nuevo reaparecieron mis recuerdos desde su punto de vista, sólo ahora me percataba del peligro. ¡Pobre señora Cope! Me estremecí al pensar lo cerca que había estado de ser la responsable de su muerte sin saberlo.

—No sé cómo, pero resistí. Me obligué a no esperarte ni a seguirte desde el instituto. Fuera, donde ya no te podía oler,
resultó más fácil pensar con claridad y adoptar la decisión correcta. Dejé a mis hermanos cerca de casa. Estaba demasiado avergonzado para confesarles mi debilidad, sólo sabían que algo iba mal... Entonces me fui directo al hospital para ver a Carlisle y decirle que me marchaba.

Lo miré fijamente, sorprendida.
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Mensaje  cliostar Dom Ago 17, 2008 12:58 am

—Intercambiamos nuestros coches, ya que el suyo tenía el depósito lleno y yo no quería detenerme. No me atrevía a ir a casa y enfrentarme a Esme. Ella no me hubiera dejado ir sin montarme una escenita, hubiera intentado convencerme de que no era necesario... A la mañana siguiente estaba en Alaska —parecía avergonzado, como si estuviera admitiendo una gran cobardía—. Pasé allí dos días con unos viejos conocidos, pero sentí nostalgia de mi hogar. Detestaba saber que había defraudado a Esme y a los demás, mi familia adoptiva. Resultaba difícil creer que eras tan irresistible respirando el aire puro de las montañas. Me convencí de que había sido débil al escapar. Me había enfrentado antes a la tentación, pero no de aquella magnitud, no se acercaba ni por asomo, pero yo era fuerte, ¿y quién eras tú? ¡Una chiquilla insignificante! —de repente sonrió de oreja a oreja—. ¿Quién eras tú para echarme del lugar donde quería estar? De modo que regresé...

Miró al infinito. Yo no podía hablar.

—Tomé precauciones, cacé y me alimenté más de lo acostumbrado antes de volver a verte. Estaba decidido a ser lo bastante fuerte para tratarte como a cualquier otro humano. Fui muy arrogante en ese punto. Existía la incuestionable complicación de que no podía leerte los pensamientos para saber cuál era tu reacción hacia mí. No estaba acostumbrado a tener que dar tantos rodeos. Tuve que escuchar tus palabras en la mente de Jessica, que, por cierto, no es muy original, y resultaba un fastidio tener que detenerme ahí, sin saber si realmente querías decir lo que decías. Todo era extremadamente irritante.

Torció el gesto al recordarlo.

—Quise que, de ser posible, olvidaras mi conducta del primer día, por lo que intenté hablar contigo como con cualquier otra persona. De hecho, estaba ilusionado con la esperanza de descifrar algunos de tus pensamientos. Pero tú resultaste demasiado interesante, y me vi atrapado por tus expresiones... Y de vez en cuando alargabas la mano o movías el pelo..., y el aroma me aturdía otra vez.

»Entonces estuviste a punto de morir aplastada ante mis propios ojos. Más tarde pensé en una excusa excelente para justificar por qué había actuado así en ese momento, ya que tu sangre se hubiera derramado delante de mí de no haberte salvado y no hubiera sido capaz de contenerme y revelar a toos lo que éramos. Pero me inventé esa excusa más tarde. En ese momento, todo lo que pensé fue: «Ella, no».

Cerró los ojos, ensimismado en su agónica confesión. Yo le escuchaba con más deseo de lo racional. El sentido común me decía que debería estar aterrada. En lugar de eso, me sentía aliviada al comprenderlo todo por fin. Y me sentía llena de compasión por lo que Víctor había sufrido, incluso ahora, cuando había confesado el ansia de tomar mi vida.

Finalmente, fui capaz de hablar, aunque mi voz era débil:

— ¿Y en el hospital?

Sus ojos se clavaron en los míos.

—Estaba horrorizado. Después de todo, no podía creer que hubiera puesto a toda la familia en peligro y yo mismo hubiera quedado a tu merced... De entre todos, tenías que ser tú. Como si necesitara otro motivo para matarte —ambos nos acobardamos cuando se le escapó esa frase—. Pero tuvo el efecto contrario —continuó apresuradamente—, y me enfrenté con Rosalie, Emmett y Jasper cuando sugirieron que te había llegado la hora... Fue la peor discusión que hemos tenido nunca.
Carlisle se puso de mi lado, y Alice —hizo una mueca cuando pronunció su nombre, no imaginé la razón—. Esme dijo que hiciera lo que tuviera que hacer para quedarme.

Víctor sacudió la cabeza con indulgencia.

—Me pasé todo el día siguiente fisgando en las mentes de todos con quienes habías hablado, sorprendido de que hubieras cumplido tu palabra. No te comprendí en absoluto, pero sabía que no me podía implicar más contigo. Hice todo lo que estuvo en mi mano para permanecer lo más lejos de ti. Y todos los días el aroma de tu piel, tu respiración, tu pelo... me golpeaba con la misma fuerza del primer día.


Nuestras miradas se encontraron otra vez. Los ojos de Víctor eran sorprendentemente tiernos.

—Y por todo eso —prosiguió—, hubiera preferido delatarnos en aquel primer momento que herirte aquí, ahora, sin testigos ni nada que me detenga.

Era lo bastante humana como para tener preguntar:

— ¿Por qué?

—IsaMyri —pronunció mi nombre completo con cuidado al tiempo que me despeinaba el pelo con la mano libre; un estremecimiento recorrió mi cuerpo ante ese roce fortuito—. No podría vivir en paz conmigo mismo si te causara daño alguno —fijó su mirada en el suelo, nuevamente avergonzado—. La idea de verte inmóvil, pálida, helada... No volver a ver cómo te ruborizas, no ver jamás esa chispa de intuición en los ojos cuando sospechas mis intenciones... Sería insoportable —clavó sus hermosos y torturados ojos en los míos—. Ahora eres lo más importante para mí, lo más importante que he tenido nunca.

La cabeza empezó a darme vueltas ante el rápido giro que había dado nuestra conversación. Desde el alegre tema de mi inminente muerte de repente nos estábamos declarando. Aguardó, y supe que sus ojos no se apartaban de mí a pesar de fijar los míos en nuestras manos. Al final, dije:

—Ya conoces mis sentimientos, por supuesto. Estoy aquí, lo que, burdamente traducido, significa que preferiría morir antes que alejarme de ti —hice una mueca—. Soy idiota.

—Eres idiota —aceptó con una risa.

Nuestras miradas se encontraron y también me reí. Nos reímos juntos de lo absurdo y estúpido de la situación.

—Y de ese modo el león se enamoró de la oveja... —murmuró. Desvié la vista para ocultar mis ojos mientras me estremecía al oírle pronunciar la palabra.

— ¡Qué oveja tan estúpida! —musité.

— ¡Qué león tan morboso y masoquista!

Su mirada se perdió en el bosque y me pregunté dónde estarían ahora sus pensamientos.

— ¿Por qué...? —comencé, pero luego me detuve al no estar segura de cómo proseguir.

Víctor me miró y sonrió. El sol arrancó un destello a su cara, a sus dientes.

— ¿Sí?

—Dime por qué huiste antes.

Su sonrisa se desvaneció.

—Sabes el porqué.

—No, lo que quería decir exactamente es ¿qué hice mal? Ya sabes, voy a tener que estar en guardia, por lo que será mejor aprender qué es lo que no debería hacer. Esto, por ejemplo —le acaricié la base de la mano—, parece que no te hace mal.

Volvió a sonreír.

—Myri, no hiciste nada mal. Fue culpa mía.

—Pero quiero ayudar si está en mi mano, hacértelo más llevadero.

—Bueno... —meditó durante unos instantes—. Sólo fue lo cerca que estuviste. Por instinto, la mayoría de los hombres nos rehuyen repelidos por nuestra diferenciación... No esperaba que te acercaras tanto, y el olor de tu garganta...

Se calló ipso facto mirándome para ver si me había asustado.

—De acuerdo, entonces —respondí con displicencia en un intento de aliviar la atmósfera, repentinamente tensa, y me tapé el cuello—, nada de exponer la garganta.

Funcionó. Rompió a reír.

—No, en realidad, fue más la sorpresa que cualquier otra cosa.

Alzó la mano libre y la depositó con suavidad en un lado de mi garganta. Me quedé inmóvil. El frío de su tacto era un aviso natural, un indicio de que debería estar aterrada, pero no era miedo lo que sentía, aunque, sin embargo, había otros sentimientos...

—Ya lo ves. Todo está en orden.

Se me aceleró el pulso, y deseé poder refrenarlo al presentir que eso, los latidos en mis venas, lo iba a dificultar todo un poco más. Lo más seguro es que él pudiera oírlo.

—El rubor de tus mejillas es adorable —murmuró.

Liberó con suavidad la otra mano. Mis manos cayeron flácidas sobre mi vientre. Me acarició la mejilla con suavidad para luego sostener mi rostro entre sus manos de mármol.

—Quédate muy quieta —susurró. ¡Como si no estuviera ya petrificada!

Lentamente, sin apartar sus ojos de los míos, se inclinó hacia mí. Luego, de forma sorprendente pero suave, apoyó su mejilla contra la base de mi garganta. Apenas era capaz de moverme, incluso aunque hubiera querido. Oí el sonido de su acompasada respiración mientras contemplaba cómo el sol y la brisa jugaban con su pelo de color bronce, la parte más humana de Víctor.

Me estremecí cuando sus manos se deslizaron cuello abajo con deliberada lentitud. Le oí contener el aliento, pero las manos no se detuvieron y suavemente siguieron su descenso hasta llegar a mis hombros, y entonces se detuvieron.

Dejó resbalar el rostro por un lado de mi cuello, con la nariz rozando mi clavícula. A continuación, reclinó la cara y apretó la cabeza tiernamente contra mi pecho...... escuchando los latidos de mi corazón.

—Ah.

Suspiró.

No sé cuánto tiempo estuvimos sentados sin movernos. Pudieron ser horas. Al final, mi pulso se sosegó, pero Víctor no se movió ni me dirigió la palabra mientras me sostuvo. Sabía que en cualquier momento él podría no contenerse y mi vida terminaría tan deprisa que ni siquiera me daría cuenta, aunque eso no me asustó. No podía pensar en nada, excepto en que él me tocaba.


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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  cliostar Dom Ago 17, 2008 1:00 am

Luego, demasiado pronto, me liberó.

Sus ojos estaban llenos de paz cuando dijo con satisfacción:

—No volverá a ser tan arduo.

— ¿Te ha resultado difícil?

—No ha sido tan difícil como había supuesto. ¿Y a ti?

—No, para mí no lo ha sido en absoluto.

Sonrió ante mi entonación.

—Sabes a qué me refiero.

Le sonreí.

—Toca —tomó mi mano y la situó sobre su mejilla—. ¿Notas qué caliente está?

Su piel habitualmente gélida estaba casi caliente, pero apenas lo noté, ya que estaba tocando su rostro, algo con lo que llevaba soñando desde el primer día que le vi.

—No te muevas —susurré.

Nadie podía permanecer tan inmóvil como Víctor. Cerró los ojos y se quedó tan quieto como una piedra, una estatua debajo de mi mano.

Me moví incluso más lentamente que él, teniendo cuidado de no hacer ningún movimiento inesperado. Rocé su mejilla, acaricié con delicadeza sus párpados y la sombra púrpura de las ojeras. Tuve sus labios entreabiertos debajo de mi mano y sentí su fría respiración en las yemas de los dedos. Quise inclinarme para inhalar su aroma, pero dejé caer la mano y me alejé, sin querer llevarle demasiado lejos.

Abrió los ojos, y había hambre en ellos. No la suficiente para atemorizarme, pero lo bastante para que se me hiciera un nudo en el estómago y el pulso se me acelerara mientras la sangre de mis venas no csaba de martillar.

—Querría —susurró—, querría que pudieras sentir la complejidad... la confusión que yo siento, que pudieras entenderlo.

Llevó la mano a mi pelo y luego recorrió mi rostro.

—Dímelo —musité.

—Dudo que sea capaz. Por una parte, ya te he hablado del hambre..., la sed, y te he dicho la criatura deplorable que soy y lo que siento por ti. Creo que, por extensión, lo puedes comprender, aunque —prosiguió con una media sonrisa—
probablemente no puedas identificarte por completo al no ser adicta a ninguna droga. Pero hay otros apetitos... —me hizo estremecer de nuevo al tocarme los labios con sus dedos—, apetitos que ni siquiera entiendo, que me son ajenos.

—Puede que lo entienda mejor de lo que crees.

—No estoy acostumbrado a tener apetitos tan humanos. ¿Siempre es así?

—No lo sé —me detuve—. Para mí también es la primera vez.

Sostuvo mis manos entre las suyas, tan débiles en su hercúlea fortaleza.

—No sé lo cerca que puedo estar de ti —admitió—. No sé si podré...

Me incliné hacia delante muy despacio, avisándole con la mirada. Apoyé la mejilla contra su pecho de piedra. Sólo podía oír su respiración, nada más.

—Esto basta.

Cerré los ojos y suspiré. En un gesto muy humano, me rodeó con los brazos y hundió el rostro en mi pelo.

—Se te da mejor de lo que tú mismo crees —apunté.

—Tengo instintos humanos. Puede que estén enterrados muy hondo, pero están ahí.

Permanecimos sentados durante otro periodo de tiempo inmensurable. Me preguntaba si le apetecería moverse tan poco como a mí, pero podía ver declinar la luz y la sombra del bosque comenzaba a alcanzarnos. Suspiré.

—Tienes que irte.

—Creía que no podías leer mi mente —le acusé.

—Cada vez resulta más fácil.

Noté un atisbo de humor en el tono de su voz. Me tomó por los hombros y le miré a la cara. En un arranque de repentino entusiasmo, me preguntó:

— ¿Te puedo enseñar algo?

— ¿El qué?

—Te voy a enseñar cómo viajo por el bosque —vio mi expresión aterrada—. No te preocupes, vas a estar a salvo, y llegaremos al coche mucho antes.

Sus labios se curvaron en una de esas sonrisas traviesas tan hermosas que casi detenían el latir de mi corazón.

— ¿Te vas a convertir en murciélago? —pregunté con recelo.

Rompió a reír con más fuerza de la que le había oído jamás.

— ¡Como si no hubiera oído eso antes!

—Vale, ya veo que no voy a conseguir quedarme contigo.

—Vamos, pequeña cobarde, súbete a mi espalda.

Aguardé a ver si bromeaba, pero al parecer lo decía en serio. Me dirigió una sonrisa al leer mi vacilación y extendió los brazos hacia mí. Mi corazón reaccionó. Aunque Víctor no pudiera leer mi mente, el pulso siempre me delataba. Procedió a ponerme sobre su espalda, con poco esfuerzo por mi parte, aunque, cuando ya estuve acomodada, lo rodeé con brazos y piernas con tal fuerza que hubiera estrangulado a una persona normal. Era como agarrarse a una roca.

—Peso un poco más de la media de las mochilas que sueles llevar —le avisé.

— ¡Bahh.! —resopló. Casi pude imaginarle poniendo los ojos en blanco. Nunca antes le había visto tan animado.


Me sobrecogió cuando de forma inesperada me aferró la mano y presionó la palma sobre el rostro para inhalar profundamente.

—Cada vez más fácil —musitó.

Y entonces echó a correr.

Si en alguna ocasión había tenido miedo en su presencia, aquello no era nada en comparación con cómo me sentí en ese momento.

Cruzó como una bala, como un espectro, la oscura y densa masa de maleza del bosque sin hacer ruido, sin evidencia alguna de que sus pies rozaran el suelo. Su respiración no se alteró en ningún momento, jamás dio muestras de esforzarse, pero los árboles pasaban volando a mi lado a una velocidad vertiginosa, no golpeándonos por centímetros.

Estaba demasiado aterrada para cerrar los ojos, aunque el frío aire del bosque me azotaba el rostro hasta escocerme.
Me sentí como si en un acto de estupidez hubiera sacado la cabeza por la ventanilla de un avión en pleno vuelo, y experimenté el acelerado desfallecimiento del mareo.

Entonces, terminó. Aquella mañana habíamos caminado durante horas para alcanzar el prado de Víctor, y ahora, en cuestión de minutos, estábamos de regreso junto al monovolumen.

—Estimulante, ¿verdad? —dijo entusiasmado y con voz aguda.

Se quedó inmóvil, a la espera de que me bajara. Lo intenté, pero no me respondían los músculos. Me mantuve aferrada a él con brazos y piernas mientras la cabeza no dejaba de darme vueltas.

— ¿Myri? —preguntó, ahora inquieto.

—Creo que necesito tumbarme —respondí jadeante.

—Ah, perdona —me esperó, pero aun así no me pude mover.

—Creo que necesito ayuda —admití.

Se rió quedamente y deshizo suavemente mi presa alrededor de su cuello. No había forma de resistir la fuerza de hierro de sus manos. Luego, me dio la vuelta y quedé frente a él, y me acunó en sus brazos como si fuera una niña pequeña. Me sostuvo en vilo un momento para luego depositarme sobre los mullidos helechos.

— ¿Qué tal te encuentras?

No estaba muy segura de cómo me sentía, ya que la cabeza me daba vueltas de forma enloquecida.

—Mareada, creo.

—Pon la cabeza entre las rodillas.

Intenté lo que me indicaba, y ayudó un poco. Inspiré y espiré lentamente sin mover la cabeza. Me percaté de que se sentaba a mi lado. Pasado el mal trago, pude alzar la cabeza. Me pitaban los oídos.

—Supongo que no fue una buena idea —musitó.

Intenté mostrarme positiva, pero mi voz sonó débil cuando respondí:

—No, ha sido muy interesante.

— ¡Vaya! Estás blanca como un fantasma, tan blanca como yo mismo.

—Creo que debería haber cerrado los ojos.

—Recuérdalo la próxima vez.

— ¡¿La próxima vez?! —gemí.

Víctor se rió, seguía de un humor excelente.

—Fanfarrón —musité.

—Myri, abre los ojos —rogó con voz suave.

Y ahí estaba él, con el rostro demasiado cerca del mío. Su belleza aturdió mi mente... Era demasiada, un exceso al que no conseguía acostumbrarme.

—Mientras corría, he estado pensando...

— En no estrellarnos contra los árboles, espero.

—Tonta Myri —rió entre dientes—. Correr es mi segunda naturaleza, no es algo en lo que tenga que pensar.

—Fanfarrón —repetí. Víctor sonrió.

—No. He pensado que había algo que quería intentar.

Y volvió a tomar mi cabeza entre sus manos. No pude respirar.

Vaciló... No de la forma habitual, no de una forma humana, no de la manera en que un hombre podría vacilar antes de besar a una mujer para calibrar su reacción e intuir cómo le recibirí. Tal vez vacilaría para prolongar el momento, ese momento ideal previo, muchas veces mejor que el beso mismo.

Víctor se detuvo vacilante para probarse a sí mismo y ver si era seguro, para cerciorarse de que aún mantenía bajo control su necesidad.

Entonces sus fríos labios de mármol presionaron muy suavemente los míos.

Para lo que ninguno de los dos estaba preparado era para mi respuesta.

La sangre me hervía bajo la piel quemándome los labios. Mi respiración se convirtió en un violento jadeo. Aferré su pelo con los dedos, atrayéndolo hacia mí, con los labios entreabiertos para respirar su aliento embriagador. Inmediatamente,
sentí que sus labios se convertían en piedra. Sus manos gentilmente pero con fuerza, apartaron mi cara. Abrí los ojos y vi su expresión vigilante.

— ¡Huy! —musité.

—Eso es quedarse corto.

Sus ojos eran feroces y apretaba la mandíbula para controlarse, sin que todavía se descompusiera su perfecta expresión. Sostuvo mi rostro a escasos centímetros del suyo, aturdiéndome.

— ¿Debería...?


Intenté desasirme para concederle cierto espacio, pero sus manos no me permitieron alejarme más de un centímetro.

—No. Es soportable. Aguarda un momento, por favor —pidió con voz amable, controlada.

Mantuve la vista fija en sus ojos, contemplé como la excitación que lucía en ellos se sosegaba. Entonces, me dedicó una sonrisa sorprendentemente traviesa.

— ¡Listo! —exclamó, complacido consigo mismo.

— ¿Soportable? —pregunté.

—Soy más fuerte de lo que pensaba —rió con fuerza—. Bueno es saberlo.

—Desearía poder decir lo mismo. Lo siento. —Después de todo, sólo eres humana.

—Muchas gracias —repliqué mordazmente.

Se puso de pie con uno de sus movimientos ágiles, rápidos, casi invisibles. Me tendió su mano, un gesto inesperado,
ya que estaba demasiado acostumbrada a nuestro habitual comportamiento de nulo contacto. Tomé su mano helada, ya que necesitaba ese apoyo más de lo que creía. Aún no había recuperado el equilibrio.

— ¿Sigues estando débil a causa de la carrera? ¿O ha sido mi pericia al besar?

¡Qué desenfadado y humano parecía su angelical y apacible rostro cuando se reía! Era un Víctor diferente al que yo conocía, y estaba loca por él. Ahora, separarme me iba a causar un dolor físico.

—No puedo estar segura, aún sigo grogui —conseguí responderle—. Creo que es un poco de ambas cosas.

—Tal vez deberías dejarme conducir.

— ¿Estás loco? —protesté.

—Conduzco mejor que tú en tu mejor día —se burló—. Tus reflejos son mucho más lentos.

—Estoy segura de eso, pero creo que ni mis nervios ni mi coche seríamos capaces de soportarlo.

—Un poco de confianza, Myri, por favor.

Tenía la mano en el bolsillo, crispada sobre las llaves. Fruncí los labios con gesto pensativo y sacudí la cabeza firmemente.

—No. Ni en broma.

Arqueó las cejas con incredulidad.

Comencé a dar un rodeo a su lado para dirigirme al asiento del conductor. Puede que me hubiera dejado pasar si no me hubiese tambaleado ligeramente. Puede que no.

—Myri, llegados a este punto, ya he invertido un enorme esfuerzo personal en mantenerte viva. No voy a dejar que te pongas detrás del volante de un coche cuando ni siquiera puedes caminar en línea recta. Además, no hay que dejar que los amigos conduzcan borrachos —citó con una risita mientras su brazo creaba una trampa ineludible alrededor de mi cintura.

—No puedo rebatirlo —dije con un suspiro. No había forma de sortearlo ni podía resistirme a él. Alcé las llaves y las dejé caer, observando que su mano, veloz como el rayo, las atrapaba sin hacer ruido—. Con calma... Mi monovolumen es un señor mayor.

—Muy sensata —aprobó.

— ¿Y tú no estás afectado por mi presencia? ——pregunté con enojo.

Sus facciones sufrieron otra transformación, su expresión se hizo suave y cálida. Al principio, no me respondió; se limitó a inclinar su rostro sobre el mío y deslizar sus labios lentamente a lo largo de mi mandíbula, desde la oreja al mentón, de un lado a otro. Me estremecí.

—Pase lo que pase —murmuró finalmente—, tengo mejores reflejos.
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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  Marianita Dom Ago 17, 2008 2:21 am

Mil gracias por los caps Cliostar!!!! What a Face What a Face What a Face
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Mensaje  jai33sire Dom Ago 17, 2008 9:47 am

muchas gracias por el cpaitulo estuvo fabuloso y por fa sigueleeeeee

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CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje) - Página 5 Empty Re: CREPUSCULO ¡!¡! FIN ¡!¡!¡!(por fin jeje)

Mensaje  mats310863 Dom Ago 17, 2008 7:39 pm

POR FIN SE BESARON, ESTA MUY, PERO MUY BUENA ESTA NOVELA, GRACIAS

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