Amor de Fantasia FINAL!!!!
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
—Es difícil saberlo —empezó a decir, intentando recordar lo que había leído sobre el equipo de baseball de Houston—. Los Astros nunca terminan la temporada como piensas que van a terminar.
—Sí, creo que es verdad —dijo Víctor, suspirando.
Al parecer, su comentario no debió ser muy desacertado. Myriam se sintió más confiada.
—¿Eres aficionado al baseball? ¿Te has comprado un abono para este año?
—En la oficina tenemos una televisión —dijo Víctor—. Cada vez que puedo veo un partido. Pero el problema es que está allí para los clientes. Lo que hago algunas veces es ir al estadio a verlo en directo, y así de paso me olvido un poco del trabajo.
—Yo nunca he ido a ver un partido al estadio de los Astros —dijo Myriam, pero nada más decirlo se arrepintió. A lo mejor pensaba que le estaba pidiendo que la invitara a ir con él—. Pero la verdad es que no me gusta mucho el deporte.
—¿No? —preguntó él, sonrió y siguió comiendo.
¿Por qué le habría dicho eso? De entrada, ya había aniquilado un tema de conversación. La verdad es que tampoco podría aportar mucho más. Pero, al hacer aquel comentario, era posible que él se hubiera sentido criticado.
—Lo que quería decir —añadió, intentando salvar el tema de conversación—, era que los verdaderos aficionados siempre apoyan a sus equipos, tanto si ganan como si pierden. Y a mí sólo me gusta verlos cuando ganan.
Víctor hizo un chasquido con la boca.
—Y como los Astros casi nunca ganan... ¿no? Eso no es cierto. Casi siempre están cerca de conseguirlo, lo que pasa es que pierden los partidos más importantes. Siempre consiguen una ventaja y luego, empiezan a tratar de no perder—contestó, apoyando los codos en la mesa y mirándola con intensidad—. Y hay que hacer lo contrario. Cuando llevas ventaja, es cuando hay que empezar a jugar con más agresividad, porque es justo en ese momento en el que el otro equipo va a intentar ganarte. En ese momento, ellos son los que pueden ganar el partido y tú perderlo.
Aquello le pareció a Myriam algo muy profundo.
—¿Estás diciendo eso por experiencia propia? —le preguntó Myriam.
Víctor se encogió de hombros y siguió con la comida.
—Le he pegado a la pelota una o dos veces, cuando iba al colegio.
Lo cual era posible que quisiera decir que había sido un jugador famoso, que ella no había oído nombrar. Myriam dio vueltas con el tenedor a sus fetuccine, sin importarle si se manchaba con la salsa o no se manchaba.
—El entrenador siempre nos decía que los que quieren ganar nunca abandonan y los que abandonan nunca ganan. Yo siempre he intentado tener en cuenta esa frase —levantó la cabeza, para mirarla—. ¿Y tú, qué frase tienes en cuenta?
“Que algún día llegará el príncipe azul”, estuvo a punto de contestarle, Pero pensó que no era lo más apropiado en aquel momento.
—Haz todos los días una buena acción.
Víctor empezó a reírse a carcajadas.
—Eso parece sacado de los boyscouts.
—Es posible. Yo era una girlscout.
—Entonces, la buena acción que has hecho hoy ha sido devolverme mi agenda. Te estoy muy agradecido.
—De nada —a Myriam no se le ocurría nada más que decir.
Era muy difícil decir cosas inteligentes y con gracia. Ella no era capaz de hacerlo. No podía contar nada de su vida que pudiera interesar a Víctor García. Ni siquiera a ella le parecía interesante. A lo mejor debería volver a su plan original, que era el de pedirle algunos consejos para hacer publicidad de la tienda.
El silencio que se produjo empezaba a ser un poco incómodo. Myriam se metió el tenedor en la boca, dándose cuenta de que no estaba aportando nada a aquella conversación. Tenía que pensar en algún tema interesante.
Pero tuvo que ser Víctor el que lo sacara.
—Bueno, ¿y tú cómo pasas tu tiempo, Myriam?
Era una pregunta a la que no se podía responder con un sí o con un no. Levantó el vaso de agua.
—Tengo una boutique en la zona de Village —boutique sonaba mejor que una tienda de ropa de segunda mano o una tienda de alquiler de ropa.
—Conozco esa zona —le dijo él, con un cierto interés en su mirada—. Rice Village, ¿no?
Myriam asintió.
—Estoy dando un curso de técnicas comerciales en la universidad de Rice, los jueves por la noche.
Lo cual explicaba que en su agenda no tuviera citas apuntadas los jueves por la tarde. Myriam decidió en aquel mismo instante matricularse en la universidad de Rice.
—Debes de ser un hombre muy ocupado —le dijo ella, como si no lo supiera.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... tu agencia de publicidad tiene mucho éxito. En las paredes de tu oficina había carteles de campañas publicitarias muy conocidas.
—Yo digo que es que hemos tenido suerte, pero la verdad es que Robert y yo hemos trabajado mucho para conseguir llegar donde hemos llegado —le dijo, sonriéndole, al tiempo que asentía, cuando el camarero le ofreció más té helado.
A Myriam le impresionaron bastante las palabras de Víctor. Ella también había trabajado mucho, para levantar su tienda. Y muchas veces había atribuido su éxito a la suerte.
—¿Creasteis tu socio y tú la empresa?
—Sí. Empezamos desde cero. Tuvimos que pedir dinero prestado a la familia y a nuestros amigos.
Mientras Víctor le estaba contando la época en la que Robert Bernard y él empezaron la empresa, Myriam comprobaba cómo su admiración por él iba en aumento. Era un hombre que había creído en sí mismo y se había arriesgado. Y nunca había dejado de trabajar para conseguirlo. Al recordar lo que la señora Donahue le había contado de él, pensó que a lo mejor trabajaba demasiado.
“Los ganadores nunca abandonan y los que abandonan nunca ganan”.
Myriam, tanto en su vida profesional como personal, se había mantenido a la espera. Algún día llegaría el príncipe azul. Nunca había querido invertir más en la tienda, porque en el fondo pensaba que algún día encontraría un hombre que la iba a sacar de allí. Pero, ¿cómo iba a conocerla ese príncipe, si se pasaba los días encerrada en aquel agujero?
Víctor la había encontrado, o mejor dicho ella había encontrado a Víctor. Tendría que esforzarse por mantener su interés. Empezó a pensar. En la conversación, Víctor siempre hacía preguntas muy incisivas. Si quería que él no pensara que ella era una mujer normal y corriente, mejor sería empezar a actuar cuanto antes.
Él había estado hablando de los resultados conseguidos en algunas campañas publicitarias. A lo mejor podría hacer algún comentario sobre algún aspecto de su trabajo.
—Yo creo que para vender algo a la gente hay que saber algo de psicología —se aventuró a decir Myriam, intentando hacer un paralelismo entre su modesta experiencia y la de él—. Muchas veces las mujeres no sólo compran un vestido, están comprando la persona que a ellas les gustaría ser cuando lo llevan puesto.
—¡Exacto! —por primera vez en toda la comida, Víctor pareció realmente interesado en el tema que Myriam había sacado. Ella saboreó aquella situación con satisfacción—. Lo primero que hay que hacer es venderles la idea de felicidad, diversión, alegría o lo que sea y luego, venderles el producto. Fíjate, por ejemplo, en nuestra campaña sobre los cascos Vanguard para bicicletas.
Víctor pareció iluminado por un fuego interno. Tenía una expresión muy intensa, con una voz muy atractiva y firme. Mientras hablaba, gesticulaba con las manos, puntualizando sus palabras. Myriam se lo imaginó planificando una campaña publicitaria. No era de extrañar que hubieran conseguido tanto éxito.
—A los chicos no les importa para nada su seguridad, pero a sus padres sí —estaba diciendo Víctor—. Si los chicos piensan que están ridículos con casco, no se lo van a comprar y no creo que los padres estén dispuestos a correr tras de ellos por las calles para que lleven el casco puesto —le dijo, al tiempo que se inclinaba hacia delante. Myriam se dio cuenta de que hacía ese gesto, como si se estuviera preparando a decir algo muy importante—. Rob y yo hemos ideado una campaña para que piensen que con casco tienen un aspecto más interesante.
—Y no sólo los críos —dijo Myriam—. Porque yo también tengo un casco Vanguard.
—¿De verdad? —le preguntó—. ¿Y por qué te lo compraste de esa marca?
—Por los colores —confesó ella, un poco avergonzada al admitir que el diseño había sido más importante que su seguridad, al elegir uno.
—Los cascos Vanguard no tenían esos colores hasta que yo se lo propuse –dijo Víctor sonriendo, y Myriam le devolvió la sonrisa—. Y no es que el diseño sea lo único en esos cascos. Esos cascos son un buen producto. Si no lo fueran, no habríamos aceptado hacer la campaña. Intentamos no vender algo en lo que no creemos.
—Eso es digno de admirar —comentó Myriam, aunque nunca habría pensado otra cosa de Víctor.
—También es un buen negocio —hizo una pausa, para dar un sorbo a su vaso de té—. Yo creo, que de alguna manera, nuestra honestidad se refleja en nuestros anuncios, y por eso son más convincentes.
Después, la conversación fluyó con más facilidad, aunque Myriam no se sintiera en ningún momento muy relajada, al tener que luchar con sus fetuccine, por lo que, al cabo de un rato, dejó que el camarero retirara su plato.
—¿Quieres un café? —le preguntó Víctor.
A Myriam no le hubiera importado prolongar aquella comida, pero había visto que Víctor de vez en cuando se miraba discretamente a su reloj. Era un hombre muy ocupado. Y ella también tenía ciertas obligaciones aquella misma tarde. No podía apartarle de su trabajo por más tiempo, aunque ella, en un principio, había esperado que él se quedara tan fascinado que perdiera el concepto del tiempo. Al darse cuenta de que para fascinar a Víctor había que ser una persona dinámica y erudita, empezó a esforzarse para convertirse en esa clase de persona.
—No, gracias —dijo, rehusando el ofrecimiento—. Los dos tenemos cosas que hacer.
Sabía que había tomado la mejor decisión, cuando comprobó que Víctor, sin hacer otro comentario, firmó la factura y los dos se dirigieron a la puerta del restaurante, donde, al cabo de un momento, el portero le trajo su BMW.
Debía tener cuenta en aquel restaurante, porque ella nunca había visto a nadie que pagara poniendo su nombre en una factura. Además, Víctor no había tenido que hablar con nadie para que le llevaran el coche a la puerta.
Así era la vida para la gente importante, pensó Myriam, mientras se acomodaba en su asiento de cuero. Había otros que se encargaban de los pequeños detalles.
—¿Y dónde vas, cuando vas a comprar la ropa para tu boutique? —le preguntó Víctor, cuando ya estaban en pleno tráfico,
—Oh, a muchos sitios —Myriam sintió una punzada. A ella le gustaba mucho viajar y ver mundo, pero nunca lo había hecho. Estaba claro que Víctor pensaba que tenía una tienda más importante de lo que realmente era—. Los viajes de negocios son menos interesantes de lo que la gente cree —añadió, confiando en que Víctor no siguiera con ese tema.
Y no era que le diera vergüenza de su tienda. Lo que pasaba era que, por el momento, no quería que se enterara de las circunstancias tan modestas en las que vivía.
—La publicidad tampoco es tan interesante como la gente piensa —comentó Víctor—. Pero claro, todo se basa en las apariencias, ¿no crees?
—Supongo —asintió Myriam, preguntándose si Víctor pensaba que era algo negativo.
Estaban hablando de los anuncios en televisión, cuando Myriam se acordó de su coche. Había ido en uno ya muy pasado de moda, con la pintura hecha polvo por los años que había pasado aparcando debajo de los álamos.
Si Víctor veía su destartalado coche, toda su imagen se iría al garete. ¿Qué podría hacer?
En aquel preciso momento estaba entre Post Oak y Westheimer, muy cerca de la Galleria. Desde allí se veía la oficina de Víctor. El corazón le empezó a latir con fuerza. Seguro que Víctor la llevaría a su coche, ya que no había ninguna razón para que ella subiera a su oficina.
—¿En qué piso has aparcado?
Myriam intentó desesperadamente pensar en algo, para que la dejara en cualquier parte. Toda aquella zona estaba plagada de tiendas muy importantes, pero en aquel instante no se le ocurría el nombre de ninguna.
—En el tercero.
Había respondido lo primero que se le vino a la mente, porque la verdad era que no se acordaba.
Cuando llegaron al garaje, Víctor saludó con la mano al portero, que levantó la barrera y les dejó entrar.
Empezaron a subir el tramo en espiral del aparcamiento y Myriam empezó a sudar. Cuando llegaron al tercer piso, Myriam vio su coche. Los dos coches que había al lado eran coches de importación.
—¿Cuál es tu coche? ...
—Sí, creo que es verdad —dijo Víctor, suspirando.
Al parecer, su comentario no debió ser muy desacertado. Myriam se sintió más confiada.
—¿Eres aficionado al baseball? ¿Te has comprado un abono para este año?
—En la oficina tenemos una televisión —dijo Víctor—. Cada vez que puedo veo un partido. Pero el problema es que está allí para los clientes. Lo que hago algunas veces es ir al estadio a verlo en directo, y así de paso me olvido un poco del trabajo.
—Yo nunca he ido a ver un partido al estadio de los Astros —dijo Myriam, pero nada más decirlo se arrepintió. A lo mejor pensaba que le estaba pidiendo que la invitara a ir con él—. Pero la verdad es que no me gusta mucho el deporte.
—¿No? —preguntó él, sonrió y siguió comiendo.
¿Por qué le habría dicho eso? De entrada, ya había aniquilado un tema de conversación. La verdad es que tampoco podría aportar mucho más. Pero, al hacer aquel comentario, era posible que él se hubiera sentido criticado.
—Lo que quería decir —añadió, intentando salvar el tema de conversación—, era que los verdaderos aficionados siempre apoyan a sus equipos, tanto si ganan como si pierden. Y a mí sólo me gusta verlos cuando ganan.
Víctor hizo un chasquido con la boca.
—Y como los Astros casi nunca ganan... ¿no? Eso no es cierto. Casi siempre están cerca de conseguirlo, lo que pasa es que pierden los partidos más importantes. Siempre consiguen una ventaja y luego, empiezan a tratar de no perder—contestó, apoyando los codos en la mesa y mirándola con intensidad—. Y hay que hacer lo contrario. Cuando llevas ventaja, es cuando hay que empezar a jugar con más agresividad, porque es justo en ese momento en el que el otro equipo va a intentar ganarte. En ese momento, ellos son los que pueden ganar el partido y tú perderlo.
Aquello le pareció a Myriam algo muy profundo.
—¿Estás diciendo eso por experiencia propia? —le preguntó Myriam.
Víctor se encogió de hombros y siguió con la comida.
—Le he pegado a la pelota una o dos veces, cuando iba al colegio.
Lo cual era posible que quisiera decir que había sido un jugador famoso, que ella no había oído nombrar. Myriam dio vueltas con el tenedor a sus fetuccine, sin importarle si se manchaba con la salsa o no se manchaba.
—El entrenador siempre nos decía que los que quieren ganar nunca abandonan y los que abandonan nunca ganan. Yo siempre he intentado tener en cuenta esa frase —levantó la cabeza, para mirarla—. ¿Y tú, qué frase tienes en cuenta?
“Que algún día llegará el príncipe azul”, estuvo a punto de contestarle, Pero pensó que no era lo más apropiado en aquel momento.
—Haz todos los días una buena acción.
Víctor empezó a reírse a carcajadas.
—Eso parece sacado de los boyscouts.
—Es posible. Yo era una girlscout.
—Entonces, la buena acción que has hecho hoy ha sido devolverme mi agenda. Te estoy muy agradecido.
—De nada —a Myriam no se le ocurría nada más que decir.
Era muy difícil decir cosas inteligentes y con gracia. Ella no era capaz de hacerlo. No podía contar nada de su vida que pudiera interesar a Víctor García. Ni siquiera a ella le parecía interesante. A lo mejor debería volver a su plan original, que era el de pedirle algunos consejos para hacer publicidad de la tienda.
El silencio que se produjo empezaba a ser un poco incómodo. Myriam se metió el tenedor en la boca, dándose cuenta de que no estaba aportando nada a aquella conversación. Tenía que pensar en algún tema interesante.
Pero tuvo que ser Víctor el que lo sacara.
—Bueno, ¿y tú cómo pasas tu tiempo, Myriam?
Era una pregunta a la que no se podía responder con un sí o con un no. Levantó el vaso de agua.
—Tengo una boutique en la zona de Village —boutique sonaba mejor que una tienda de ropa de segunda mano o una tienda de alquiler de ropa.
—Conozco esa zona —le dijo él, con un cierto interés en su mirada—. Rice Village, ¿no?
Myriam asintió.
—Estoy dando un curso de técnicas comerciales en la universidad de Rice, los jueves por la noche.
Lo cual explicaba que en su agenda no tuviera citas apuntadas los jueves por la tarde. Myriam decidió en aquel mismo instante matricularse en la universidad de Rice.
—Debes de ser un hombre muy ocupado —le dijo ella, como si no lo supiera.
—¿Qué quieres decir?
—Bueno... tu agencia de publicidad tiene mucho éxito. En las paredes de tu oficina había carteles de campañas publicitarias muy conocidas.
—Yo digo que es que hemos tenido suerte, pero la verdad es que Robert y yo hemos trabajado mucho para conseguir llegar donde hemos llegado —le dijo, sonriéndole, al tiempo que asentía, cuando el camarero le ofreció más té helado.
A Myriam le impresionaron bastante las palabras de Víctor. Ella también había trabajado mucho, para levantar su tienda. Y muchas veces había atribuido su éxito a la suerte.
—¿Creasteis tu socio y tú la empresa?
—Sí. Empezamos desde cero. Tuvimos que pedir dinero prestado a la familia y a nuestros amigos.
Mientras Víctor le estaba contando la época en la que Robert Bernard y él empezaron la empresa, Myriam comprobaba cómo su admiración por él iba en aumento. Era un hombre que había creído en sí mismo y se había arriesgado. Y nunca había dejado de trabajar para conseguirlo. Al recordar lo que la señora Donahue le había contado de él, pensó que a lo mejor trabajaba demasiado.
“Los ganadores nunca abandonan y los que abandonan nunca ganan”.
Myriam, tanto en su vida profesional como personal, se había mantenido a la espera. Algún día llegaría el príncipe azul. Nunca había querido invertir más en la tienda, porque en el fondo pensaba que algún día encontraría un hombre que la iba a sacar de allí. Pero, ¿cómo iba a conocerla ese príncipe, si se pasaba los días encerrada en aquel agujero?
Víctor la había encontrado, o mejor dicho ella había encontrado a Víctor. Tendría que esforzarse por mantener su interés. Empezó a pensar. En la conversación, Víctor siempre hacía preguntas muy incisivas. Si quería que él no pensara que ella era una mujer normal y corriente, mejor sería empezar a actuar cuanto antes.
Él había estado hablando de los resultados conseguidos en algunas campañas publicitarias. A lo mejor podría hacer algún comentario sobre algún aspecto de su trabajo.
—Yo creo que para vender algo a la gente hay que saber algo de psicología —se aventuró a decir Myriam, intentando hacer un paralelismo entre su modesta experiencia y la de él—. Muchas veces las mujeres no sólo compran un vestido, están comprando la persona que a ellas les gustaría ser cuando lo llevan puesto.
—¡Exacto! —por primera vez en toda la comida, Víctor pareció realmente interesado en el tema que Myriam había sacado. Ella saboreó aquella situación con satisfacción—. Lo primero que hay que hacer es venderles la idea de felicidad, diversión, alegría o lo que sea y luego, venderles el producto. Fíjate, por ejemplo, en nuestra campaña sobre los cascos Vanguard para bicicletas.
Víctor pareció iluminado por un fuego interno. Tenía una expresión muy intensa, con una voz muy atractiva y firme. Mientras hablaba, gesticulaba con las manos, puntualizando sus palabras. Myriam se lo imaginó planificando una campaña publicitaria. No era de extrañar que hubieran conseguido tanto éxito.
—A los chicos no les importa para nada su seguridad, pero a sus padres sí —estaba diciendo Víctor—. Si los chicos piensan que están ridículos con casco, no se lo van a comprar y no creo que los padres estén dispuestos a correr tras de ellos por las calles para que lleven el casco puesto —le dijo, al tiempo que se inclinaba hacia delante. Myriam se dio cuenta de que hacía ese gesto, como si se estuviera preparando a decir algo muy importante—. Rob y yo hemos ideado una campaña para que piensen que con casco tienen un aspecto más interesante.
—Y no sólo los críos —dijo Myriam—. Porque yo también tengo un casco Vanguard.
—¿De verdad? —le preguntó—. ¿Y por qué te lo compraste de esa marca?
—Por los colores —confesó ella, un poco avergonzada al admitir que el diseño había sido más importante que su seguridad, al elegir uno.
—Los cascos Vanguard no tenían esos colores hasta que yo se lo propuse –dijo Víctor sonriendo, y Myriam le devolvió la sonrisa—. Y no es que el diseño sea lo único en esos cascos. Esos cascos son un buen producto. Si no lo fueran, no habríamos aceptado hacer la campaña. Intentamos no vender algo en lo que no creemos.
—Eso es digno de admirar —comentó Myriam, aunque nunca habría pensado otra cosa de Víctor.
—También es un buen negocio —hizo una pausa, para dar un sorbo a su vaso de té—. Yo creo, que de alguna manera, nuestra honestidad se refleja en nuestros anuncios, y por eso son más convincentes.
Después, la conversación fluyó con más facilidad, aunque Myriam no se sintiera en ningún momento muy relajada, al tener que luchar con sus fetuccine, por lo que, al cabo de un rato, dejó que el camarero retirara su plato.
—¿Quieres un café? —le preguntó Víctor.
A Myriam no le hubiera importado prolongar aquella comida, pero había visto que Víctor de vez en cuando se miraba discretamente a su reloj. Era un hombre muy ocupado. Y ella también tenía ciertas obligaciones aquella misma tarde. No podía apartarle de su trabajo por más tiempo, aunque ella, en un principio, había esperado que él se quedara tan fascinado que perdiera el concepto del tiempo. Al darse cuenta de que para fascinar a Víctor había que ser una persona dinámica y erudita, empezó a esforzarse para convertirse en esa clase de persona.
—No, gracias —dijo, rehusando el ofrecimiento—. Los dos tenemos cosas que hacer.
Sabía que había tomado la mejor decisión, cuando comprobó que Víctor, sin hacer otro comentario, firmó la factura y los dos se dirigieron a la puerta del restaurante, donde, al cabo de un momento, el portero le trajo su BMW.
Debía tener cuenta en aquel restaurante, porque ella nunca había visto a nadie que pagara poniendo su nombre en una factura. Además, Víctor no había tenido que hablar con nadie para que le llevaran el coche a la puerta.
Así era la vida para la gente importante, pensó Myriam, mientras se acomodaba en su asiento de cuero. Había otros que se encargaban de los pequeños detalles.
—¿Y dónde vas, cuando vas a comprar la ropa para tu boutique? —le preguntó Víctor, cuando ya estaban en pleno tráfico,
—Oh, a muchos sitios —Myriam sintió una punzada. A ella le gustaba mucho viajar y ver mundo, pero nunca lo había hecho. Estaba claro que Víctor pensaba que tenía una tienda más importante de lo que realmente era—. Los viajes de negocios son menos interesantes de lo que la gente cree —añadió, confiando en que Víctor no siguiera con ese tema.
Y no era que le diera vergüenza de su tienda. Lo que pasaba era que, por el momento, no quería que se enterara de las circunstancias tan modestas en las que vivía.
—La publicidad tampoco es tan interesante como la gente piensa —comentó Víctor—. Pero claro, todo se basa en las apariencias, ¿no crees?
—Supongo —asintió Myriam, preguntándose si Víctor pensaba que era algo negativo.
Estaban hablando de los anuncios en televisión, cuando Myriam se acordó de su coche. Había ido en uno ya muy pasado de moda, con la pintura hecha polvo por los años que había pasado aparcando debajo de los álamos.
Si Víctor veía su destartalado coche, toda su imagen se iría al garete. ¿Qué podría hacer?
En aquel preciso momento estaba entre Post Oak y Westheimer, muy cerca de la Galleria. Desde allí se veía la oficina de Víctor. El corazón le empezó a latir con fuerza. Seguro que Víctor la llevaría a su coche, ya que no había ninguna razón para que ella subiera a su oficina.
—¿En qué piso has aparcado?
Myriam intentó desesperadamente pensar en algo, para que la dejara en cualquier parte. Toda aquella zona estaba plagada de tiendas muy importantes, pero en aquel instante no se le ocurría el nombre de ninguna.
—En el tercero.
Había respondido lo primero que se le vino a la mente, porque la verdad era que no se acordaba.
Cuando llegaron al garaje, Víctor saludó con la mano al portero, que levantó la barrera y les dejó entrar.
Empezaron a subir el tramo en espiral del aparcamiento y Myriam empezó a sudar. Cuando llegaron al tercer piso, Myriam vio su coche. Los dos coches que había al lado eran coches de importación.
—¿Cuál es tu coche? ...
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
OH OH! Algo me dice que lo que empiesa con mentiras no va aterminar tan bien que digamos! Hay Myris en los lios que te metes!
Siguele prontooo ojkala y puedas postear un capitulo mañana !
Siguele prontooo ojkala y puedas postear un capitulo mañana !
Chicana_415- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1282
Edad : 34
Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
niñaaaa que noticiaaaaa????
sera que ya encontraste algo????
aaaghhhhh cuenta cuentaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
aqui esperooo
besitosssss
sera que ya encontraste algo????
aaaghhhhh cuenta cuentaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa
aqui esperooo
besitosssss
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
jejejejeje..... pero niñaaa no me distraiga con otras noticias ehhh...
que aqui a lo que vengo es a reclamar por el capiiii vamos vamossss ayer no pero hoy toca q no??????
anda niñaa aca te esperamosssssssssssssssssssssssssss
capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo capitulo
que aqui a lo que vengo es a reclamar por el capiiii vamos vamossss ayer no pero hoy toca q no??????
anda niñaa aca te esperamosssssssssssssssssssssssssss
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Ya me puse al corriente con la nove, ke cooosas con myri siguele porfissss
Salu2
Salu2
BRENY- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 605
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
niñaaa:
espero q las lokera de ayer (jejejeje) te animen y nos pongas muchos muchos capis ehhh.... andaleee recuerda que estas en deuda ehhh...
besoss
aNa
pd. por cierto hoy no hay nadaaa y dijiste CAPI DIARIO EHHH
espero q las lokera de ayer (jejejeje) te animen y nos pongas muchos muchos capis ehhh.... andaleee recuerda que estas en deuda ehhh...
besoss
aNa
pd. por cierto hoy no hay nadaaa y dijiste CAPI DIARIO EHHH
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Hola chiks buenos dias como tan??? ps io super contenta por varias cosas k hice ayer jajajaja sobre todo tambien por k ya tengo trabajo, entoncs ahora siles prometo k cap diarioooooooooooo pero acuerdense k es de lunes a Viernes jajajaj Sabados y Domingos noop por k tengo muchas cositas k hacer jahjahjaja no se crean, es por k a verces se me olvida, a demas de que es dia de descanso jajajajaja
+Besos
Espero k les gusten y quiero ver mensajitos ok!!!
Besos
Jenny
—¿Cuál es tu coche? —Víctor le preguntó. Myriam no podía despegar su lengua del paladar. Víctor pasó al lado de su coche rojo.
—Ése —Myriam apuntó con el dedo al Mercedes de color gris—. Déjame aquí, si quieres —sonriendo abrió su puerta—. Seguro que tienes mucho trabajo, déjame aquí ya. Muchas gracias por la comida. Y encantada de conocerte.
Víctor puso su brazo en el respaldo del asiento de al lado.
—Espera, yo...
Myriam salió del coche, lo rodeó y se fue a la puerta del conductor. Se agachó para mirar por la ventanilla y le dijo de nuevo:
—Gracias, de nuevo. No te entretengo más —retrocedió y se despidió con la mano.
—Al menos déjame que vea que estás segura en tu coche —protestó Víctor.
—No seas tonto —dijo ella, riéndose a carcajadas.
Pero él siguió mirándola, sin hacer ningún movimiento. Ella se acercó al Mercedes y fingió buscar la llave dentro del bolso. Lo miró de nuevo y se despidió otra vez con la mano. Pero él no se movió. Desesperada, no tuvo más remedio que decir:
—Vete por favor. Conduzco fatal y no quiero sentirme humillada demostrándote lo mal que salgo de los aparcamientos —le dijo, haciéndole un gesto con la mano para que se fuera.
Víctor empezó a reír.
—Debí imaginármelo —la saludó, giró el volante y se fue hasta al aparcamiento de arriba.
El forro de su elegantísimo traje estaba empapado de sudor, pero poco a poco empezó a sentirse más tranquila. Por muy poco, pero había conseguido escapar. Respiró hondo y se dirigió hacia su coche. De todas formas, podía considerar que la comida había sido un éxito. Al parecer, Víctor no se había aburrido del todo. Myriam había logrado sacar uno o dos temas que él consideró interesantes.
Abrió su coche, y pensó que tendría que averiguar mejor qué cosas le interesaban. A lo mejor tendría que ir a la biblioteca y consultar algunos libros. En algún sitio había leído que se había abierto el plazo de matriculación en la universidad de Rice. A lo mejor no era una mala idea matricularse en el curso de los jueves por la tarde. Pero no para asistir a clases de técnicas comerciales. Podría parecer que le estaba intentando echar el guante.
Myriam se acomodó en el asiento de plástico cuarteado y cerró la puerta de un portazo. Después de haber subido al coche de Víctor, aquello sonaba a lata. Giró la llave de contacto varias veces y no arrancó. La giró otra vez y pisó el acelerador a fondo. Por el tubo de escape empezó a salir humo blanco, pero al fin arrancó.
Metió la marcha atrás y condujo hacia la salida, justo en el momento en que vio a Víctor entrar en el elegante edificio de oficinas.
Suspiró y se quedó mirando. Era posible que no lo volviera a ver otra vez. Se preguntó si la iba a llamar. Tendría que decírselo a Connie, por si...
De pronto sintió como si alguien le hubiera pegado un puñetazo en el estómago. No le había dado a Víctor García su número de teléfono, y él tampoco se lo había pedido. Podría haberla llamado a la tienda, si hubiera sabido el nombre. Pero tampoco le había dicho cómo se llamaba la tienda. Lo único que sabía Víctor García de ella era que era amiga de los Donahues y que tenía una boutique en Village.
¿Y si llamaba a la señora Donahue y le preguntaba quién era Myriam Montemayor? Descubriría que ella no había sido invitada a la boda. Y se daría cuenta de que ella no era nadie. Que era una farsante.
No necesariamente. Pero, de pronto, se le ocurrió que si Víctor le preguntaba a la señora Donahue su relación con Myriam, seguro que ella no se lo iba a contar.
Pero, por otra parte, se sintió un tanto descorazonada, porque sabía que Víctor no iba a llamar ni a ella, ni a la familia Donahue. Si la hubiera querido ver otra vez, la habría pedido su número de teléfono. Y no lo había hecho.
La Myriam anterior habría ido a la tienda, pensando en lo bonito que hubiera sido, si sus sueños se hubiera hecho realidad. La nueva Myriam, estacionó el coche y ni siquiera se cambió de ropa. Se metió en la tienda y se puso a estudiar las notas de la agenda de Víctor.
Tenía que pensar en alguna forma de poder verlo otra vez. Y, cuando lo lograra, seguro que ya tendría preparado el tema de conversación. Era evidente que Víctor no se había dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.
—Connie, he vuelto —le dijo a su ayudante.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó Connie, apoyándose en la puerta del despacho de Myriam—. ¿Te los has devorado?
—El traje fue perfecto —le contestó Myriam.
—¿Y qué tal el peinado?
Myriam se acordó de cómo la había tratado la recepcionista.
—Muy bien —contestó—. La próxima vez llevaré algo menos atrevido.
Connie enarcó las cejas.
—¿Va a haber una próxima vez?
Myriam clavó la mirada en los papeles sobre su mesa.
—Claro que va a haber una próxima vez —lo único que tenía que pensar era cuándo y cómo.
Y lo más probable era que se encontraran en el gimnasio donde iba él. Había mucha gente que iba a hacer deporte. Bien podría encontrárselo cuando Víctor fuera a jugar un partido de tenis. O mejor aún, cuando él saliera de jugar al frontón, lo cual sería más natural. Pensándolo bien, lo mejor era hacerse la encontradiza, cuando él saliera de la pista. El ejercicio despejaba la mente. Estaría cansado y alerta. Le invitaría a un zumo en el bar. Y, en aquel momento, él se daría cuenta de que ella era la mujer de sus sueños. Seguro que se daría cuenta de que era la mujer que estaba buscando. A lo mejor, hasta la invitaba a cenar. Una cena romántica en la que él se declararía. Ella le sonreiría y aceptaría su proposición de matrimonio. Suspiró.
El miércoles por la mañana estaba en el gimnasio. Era un gimnasio que ocupaba toda una planta del hotel Post Oak, un edificio muy moderno que estaba muy cerca de la oficina de Víctor. El hotel formaba parte de un complejo de instalaciones que se utilizaba como centro de conferencias. A pocos metros de allí, pasaba una de las calles más transitadas de todo Tejas, pero las frondosas ramas de los robles, servían de barrera acústica y visual. No era de extrañar que Víctor fuera socio de un sitio así. Un hombre con tanta energía necesitaba relajarse y recargar las pilas. Incluso ella se sintió más relajada.
Pero muy pronto Myriam descubrió que aquellos entornos tan fragantes no eran nada baratos. De hecho, tenían un precio exorbitante.
—¿Cinco mil dólares? —le preguntó al joven con uniforme blanco, cuando le dijo lo que costaba pertenecer a aquel gimnasio.
—Eso es sólo la primera cuota —le respondió Jon, que era el nombre que se veía en la tarjeta que llevaba colocada en la solapa—. La cuota anual es de treinta y cinco mil dólares.
Myriam tragó saliva.
—¿Y no te puedes inscribir por menos de un año? Un mes por ejemplo, para saber si te gustan las instalaciones.
—No —le dijo, dejando de sonreír—. Aunque los socios pueden invitar a algún amigo.
En otras palabras, Myriam tendría que conseguir que alguien la invitara. A lo mejor si se lo pedía a Víctor... Sería una buena excusa para poder verlo otra vez. El problema era que, para llevar a cabo su plan, tendría que ser socia del gimnasio.
—Aunque he de comunicarle que hay una lista de espera.
¿Cómo podría ser que con esos precios, hubiera gente que estuviera dispuesta a pagarlos, sólo para ir a sudar allí?
Mientras Myriam estaba conversando con el portero, una pareja se acercó a ellos y dejó una llave en el mostrador. El chico miró el ordenador y tecleó algo.
—¿Se lo cargo a la cuenta de su habitación? —los dos asintieron y Jon pulsó una tecla y sonrió—. Está bien, espero que les guste el gimnasio.
—¿Los que se alojan en el hotel, pueden utilizar las instalaciones? —preguntó Myriam; empezándose a formar un plan de acción.
—Sí... ¿está usted alojada en el hotel?
Justo en ese momento, el teléfono empezó a sonar y Jon respondió la llamada.
“Todavía no”, pensó Myriam.
Se fue hacia la puerta del gimnasio y se fijó en lo que la gente llevaba puesto. Suspiró. En su tienda no había ropa deportiva, así que se tendría que comprar todo lo necesario.
Lo cual hizo, después de reservar una habitación en el hotel Post Oak, para el día siguiente por la noche.
EL JUEVES, Myriam arregló todo para que, cuando Víctor llegara al gimnasio, ella estuviera en los aparatos, haciendo ejercicio. Después de pensárselo mucho, había decidido que lo mejor era abordarle cuando él ya hubiera terminado de jugar el partido. Tendría sed y le invitaría a un zumo en el bar. El único problema era que no sabía cuánto duraba un partido de frontón.
Como tampoco sabía lo cara que era la ropa deportiva. Myriam cerró los ojos al recordar lo que se había gastado en aquella ropa de color rosa. La verdad era que no le gustaba mucho aquel color, pero se sentía guapa con él. Debía ser porque estaba teñida de rubio.
Incluso se compró una botella de agua Evian, que pensaba rellenar con agua del grifo. Tenía que ahorrar, de alguna manera.
Dinero. Había reservado incluso una habitación en el hotel, para poder utilizar las instalaciones. Mejor no pensar en ello. Mejor no pensar lo que costaba la habitación de aquel hotel. Mejor no pensar que Connie se quedaba al cargo de la tienda.
Pero no podía evitarlo. De forma constante. A pesar de que intentara convencerse de que era una inversión de futuro.
Myriam se dirigió hacia la bicicleta estática. El manillar estaba lleno de pequeños dispositivos, imposibles de saber para qué servían. Una de las pantallas estaba intermitente, preguntándole su peso, lo cual Myriam no tenía intención de especificar. Debajo de esa función, había una en la que te decía las calorías que ibas gastando. Qué importaba.
Myriam se subió a la bicicleta y empezó a pedalear. Los pedales se movían como si estuviera subiendo una montaña. Tenía que haber alguna forma de cambiar aquello.
Después de probar con varios controles, que más parecían ser los de un avión que los de una simple bicicleta, Myriam consiguió que los pedales le ofrecieran menor resistencia, momento en el que acomodó en el sillín. La bicicleta que había a su lado estaba vacía, pero las demás estaban ocupadas. Se fijó en un tipo, que miraba al vacío mientras pedaleaba. Dos de las mujeres, se entretenían leyendo un libro.
Myriam se puso a observar a la gente que estaba utilizando los aparatos, para aprender cómo funcionaban. Los instructores la ayudarían gustosos si se lo pidiera, pero no quería hacerse notar. Quería pasar por allí totalmente desapercibida, para dar la impresión de que ella era socia de aquel club. Seguro que algún día lo conseguiría.
A las cuatro y veinticinco, Myriam dirigió su mirada al vestuario de los hombres. No sabía dónde estaban las pistas de frontón, pero seguro que Víctor iría allí a cambiarse.
A las cuatro y media, se dirigió a un aparato que parecía estar concebido para torturarte los pectorales. Estaba intentando con todas sus fuerzas levantar aquel peso, cuando apareció Víctor, acompañado de un amigo.
Myriam trató de ocultarse inmediatamente. Si la veía, todo su plan se vendría abajo.
Víctor llevaba unos pantalones cortos de color azul marino. Tenía unas piernas fuertes y musculosas, brazos y hombros potentes y pecho amplio. Se movía con la gracia de un atleta. Se paraba de vez en cuando y se golpeaba el talón con la raqueta, mientras respondía con una carcajada a algo que le había dicho su compañero.
Hasta ese momento, Víctor García había representado un ideal para ella, el príncipe de sus sueños. Cuando Myriam soñaba por el día con él, siempre se imaginaba su cara, con aquella mandíbula tan fuerte y sus relucientes dientes, sus ojos azules tan penetrantes y su nariz bien formada. La cara de Víctor había sido una constante en sus fantasías y nunca se había fijado en su cuerpo.
Pero estaba dispuesta a cambiar. Myriam Montemayor se acababa de dar un baño de realidad. Víctor García estaba como un tren.
Se olvidó por un instante de lo que estaba haciendo y el aparato le echó los brazos para atrás. Myriam no pudo volverlos a juntar. Víctor estaba como un tren y ella como una foca.
—¿Quiere que le cambie el peso? —le preguntó un compañero de ejercicio, que estaba en el aparato de al lado.
Myriam se volvió para mirarlo. Tenía unos hombros tan fuertes que casi no tenía cuello.
—No, gracias. Creo que hoy ya lo voy a dejar —y mañana, y al otro también.
—La próxima vez, tienes que poner menos peso. No puedes pretender ponerte en forma en sólo una sesión —y habiendo hecho aquel comentario, el hombre la saludó y se marchó.
A Myriam no se le había ocurrido pensar que ella no estuviera en forma, aunque la verdad era que dependía demasiado de lo que hacían las pastillas adelgazantes en su figura.
De pronto observó que Víctor y su amigo se metían por una puerta, que había al final de un pasillo. Las pistas debían estar allí.
Aunque sintió un deseo inmenso de levantarse y salir corriendo detrás de él, Myriam se entretuvo en la sala de musculación, levantando alguna polea que otra, haciendo algún abdominal, para que nadie se diera cuenta de que estaba siguiendo a Víctor. Cuando llegó a los aparatos que estaban más cerca de la puerta, casi no podía dar un paso más. Casi ni podía abrir la puerta.
De alguna manera, consiguió llegar hasta el pasillo y se dirigió hacia las paredes acristaladas de las pistas de frontón. Había una puerta de acceso por el otro lado, pero Myriam no le hizo ni caso, cuando localizó a Víctor y a su amigo jugando.
Ambos estaban muy concentrados, sudando a chorros.
Myriam sintió la boca seca. Nunca antes el sudor le había parecido algo tan atractivo. Los músculos del brazo de Víctor estaban en tensión y brillantes. El pelo mojado se le pegaba a la frente y hacía gestos con la cara, cada vez que golpeaba la pelota.
+Besos
Espero k les gusten y quiero ver mensajitos ok!!!
Besos
Jenny
—¿Cuál es tu coche? —Víctor le preguntó. Myriam no podía despegar su lengua del paladar. Víctor pasó al lado de su coche rojo.
—Ése —Myriam apuntó con el dedo al Mercedes de color gris—. Déjame aquí, si quieres —sonriendo abrió su puerta—. Seguro que tienes mucho trabajo, déjame aquí ya. Muchas gracias por la comida. Y encantada de conocerte.
Víctor puso su brazo en el respaldo del asiento de al lado.
—Espera, yo...
Myriam salió del coche, lo rodeó y se fue a la puerta del conductor. Se agachó para mirar por la ventanilla y le dijo de nuevo:
—Gracias, de nuevo. No te entretengo más —retrocedió y se despidió con la mano.
—Al menos déjame que vea que estás segura en tu coche —protestó Víctor.
—No seas tonto —dijo ella, riéndose a carcajadas.
Pero él siguió mirándola, sin hacer ningún movimiento. Ella se acercó al Mercedes y fingió buscar la llave dentro del bolso. Lo miró de nuevo y se despidió otra vez con la mano. Pero él no se movió. Desesperada, no tuvo más remedio que decir:
—Vete por favor. Conduzco fatal y no quiero sentirme humillada demostrándote lo mal que salgo de los aparcamientos —le dijo, haciéndole un gesto con la mano para que se fuera.
Víctor empezó a reír.
—Debí imaginármelo —la saludó, giró el volante y se fue hasta al aparcamiento de arriba.
El forro de su elegantísimo traje estaba empapado de sudor, pero poco a poco empezó a sentirse más tranquila. Por muy poco, pero había conseguido escapar. Respiró hondo y se dirigió hacia su coche. De todas formas, podía considerar que la comida había sido un éxito. Al parecer, Víctor no se había aburrido del todo. Myriam había logrado sacar uno o dos temas que él consideró interesantes.
Abrió su coche, y pensó que tendría que averiguar mejor qué cosas le interesaban. A lo mejor tendría que ir a la biblioteca y consultar algunos libros. En algún sitio había leído que se había abierto el plazo de matriculación en la universidad de Rice. A lo mejor no era una mala idea matricularse en el curso de los jueves por la tarde. Pero no para asistir a clases de técnicas comerciales. Podría parecer que le estaba intentando echar el guante.
Myriam se acomodó en el asiento de plástico cuarteado y cerró la puerta de un portazo. Después de haber subido al coche de Víctor, aquello sonaba a lata. Giró la llave de contacto varias veces y no arrancó. La giró otra vez y pisó el acelerador a fondo. Por el tubo de escape empezó a salir humo blanco, pero al fin arrancó.
Metió la marcha atrás y condujo hacia la salida, justo en el momento en que vio a Víctor entrar en el elegante edificio de oficinas.
Suspiró y se quedó mirando. Era posible que no lo volviera a ver otra vez. Se preguntó si la iba a llamar. Tendría que decírselo a Connie, por si...
De pronto sintió como si alguien le hubiera pegado un puñetazo en el estómago. No le había dado a Víctor García su número de teléfono, y él tampoco se lo había pedido. Podría haberla llamado a la tienda, si hubiera sabido el nombre. Pero tampoco le había dicho cómo se llamaba la tienda. Lo único que sabía Víctor García de ella era que era amiga de los Donahues y que tenía una boutique en Village.
¿Y si llamaba a la señora Donahue y le preguntaba quién era Myriam Montemayor? Descubriría que ella no había sido invitada a la boda. Y se daría cuenta de que ella no era nadie. Que era una farsante.
No necesariamente. Pero, de pronto, se le ocurrió que si Víctor le preguntaba a la señora Donahue su relación con Myriam, seguro que ella no se lo iba a contar.
Pero, por otra parte, se sintió un tanto descorazonada, porque sabía que Víctor no iba a llamar ni a ella, ni a la familia Donahue. Si la hubiera querido ver otra vez, la habría pedido su número de teléfono. Y no lo había hecho.
La Myriam anterior habría ido a la tienda, pensando en lo bonito que hubiera sido, si sus sueños se hubiera hecho realidad. La nueva Myriam, estacionó el coche y ni siquiera se cambió de ropa. Se metió en la tienda y se puso a estudiar las notas de la agenda de Víctor.
Tenía que pensar en alguna forma de poder verlo otra vez. Y, cuando lo lograra, seguro que ya tendría preparado el tema de conversación. Era evidente que Víctor no se había dado cuenta de que estaban hechos el uno para el otro.
—Connie, he vuelto —le dijo a su ayudante.
—¿Qué tal te ha ido? —le preguntó Connie, apoyándose en la puerta del despacho de Myriam—. ¿Te los has devorado?
—El traje fue perfecto —le contestó Myriam.
—¿Y qué tal el peinado?
Myriam se acordó de cómo la había tratado la recepcionista.
—Muy bien —contestó—. La próxima vez llevaré algo menos atrevido.
Connie enarcó las cejas.
—¿Va a haber una próxima vez?
Myriam clavó la mirada en los papeles sobre su mesa.
—Claro que va a haber una próxima vez —lo único que tenía que pensar era cuándo y cómo.
Y lo más probable era que se encontraran en el gimnasio donde iba él. Había mucha gente que iba a hacer deporte. Bien podría encontrárselo cuando Víctor fuera a jugar un partido de tenis. O mejor aún, cuando él saliera de jugar al frontón, lo cual sería más natural. Pensándolo bien, lo mejor era hacerse la encontradiza, cuando él saliera de la pista. El ejercicio despejaba la mente. Estaría cansado y alerta. Le invitaría a un zumo en el bar. Y, en aquel momento, él se daría cuenta de que ella era la mujer de sus sueños. Seguro que se daría cuenta de que era la mujer que estaba buscando. A lo mejor, hasta la invitaba a cenar. Una cena romántica en la que él se declararía. Ella le sonreiría y aceptaría su proposición de matrimonio. Suspiró.
El miércoles por la mañana estaba en el gimnasio. Era un gimnasio que ocupaba toda una planta del hotel Post Oak, un edificio muy moderno que estaba muy cerca de la oficina de Víctor. El hotel formaba parte de un complejo de instalaciones que se utilizaba como centro de conferencias. A pocos metros de allí, pasaba una de las calles más transitadas de todo Tejas, pero las frondosas ramas de los robles, servían de barrera acústica y visual. No era de extrañar que Víctor fuera socio de un sitio así. Un hombre con tanta energía necesitaba relajarse y recargar las pilas. Incluso ella se sintió más relajada.
Pero muy pronto Myriam descubrió que aquellos entornos tan fragantes no eran nada baratos. De hecho, tenían un precio exorbitante.
—¿Cinco mil dólares? —le preguntó al joven con uniforme blanco, cuando le dijo lo que costaba pertenecer a aquel gimnasio.
—Eso es sólo la primera cuota —le respondió Jon, que era el nombre que se veía en la tarjeta que llevaba colocada en la solapa—. La cuota anual es de treinta y cinco mil dólares.
Myriam tragó saliva.
—¿Y no te puedes inscribir por menos de un año? Un mes por ejemplo, para saber si te gustan las instalaciones.
—No —le dijo, dejando de sonreír—. Aunque los socios pueden invitar a algún amigo.
En otras palabras, Myriam tendría que conseguir que alguien la invitara. A lo mejor si se lo pedía a Víctor... Sería una buena excusa para poder verlo otra vez. El problema era que, para llevar a cabo su plan, tendría que ser socia del gimnasio.
—Aunque he de comunicarle que hay una lista de espera.
¿Cómo podría ser que con esos precios, hubiera gente que estuviera dispuesta a pagarlos, sólo para ir a sudar allí?
Mientras Myriam estaba conversando con el portero, una pareja se acercó a ellos y dejó una llave en el mostrador. El chico miró el ordenador y tecleó algo.
—¿Se lo cargo a la cuenta de su habitación? —los dos asintieron y Jon pulsó una tecla y sonrió—. Está bien, espero que les guste el gimnasio.
—¿Los que se alojan en el hotel, pueden utilizar las instalaciones? —preguntó Myriam; empezándose a formar un plan de acción.
—Sí... ¿está usted alojada en el hotel?
Justo en ese momento, el teléfono empezó a sonar y Jon respondió la llamada.
“Todavía no”, pensó Myriam.
Se fue hacia la puerta del gimnasio y se fijó en lo que la gente llevaba puesto. Suspiró. En su tienda no había ropa deportiva, así que se tendría que comprar todo lo necesario.
Lo cual hizo, después de reservar una habitación en el hotel Post Oak, para el día siguiente por la noche.
EL JUEVES, Myriam arregló todo para que, cuando Víctor llegara al gimnasio, ella estuviera en los aparatos, haciendo ejercicio. Después de pensárselo mucho, había decidido que lo mejor era abordarle cuando él ya hubiera terminado de jugar el partido. Tendría sed y le invitaría a un zumo en el bar. El único problema era que no sabía cuánto duraba un partido de frontón.
Como tampoco sabía lo cara que era la ropa deportiva. Myriam cerró los ojos al recordar lo que se había gastado en aquella ropa de color rosa. La verdad era que no le gustaba mucho aquel color, pero se sentía guapa con él. Debía ser porque estaba teñida de rubio.
Incluso se compró una botella de agua Evian, que pensaba rellenar con agua del grifo. Tenía que ahorrar, de alguna manera.
Dinero. Había reservado incluso una habitación en el hotel, para poder utilizar las instalaciones. Mejor no pensar en ello. Mejor no pensar lo que costaba la habitación de aquel hotel. Mejor no pensar que Connie se quedaba al cargo de la tienda.
Pero no podía evitarlo. De forma constante. A pesar de que intentara convencerse de que era una inversión de futuro.
Myriam se dirigió hacia la bicicleta estática. El manillar estaba lleno de pequeños dispositivos, imposibles de saber para qué servían. Una de las pantallas estaba intermitente, preguntándole su peso, lo cual Myriam no tenía intención de especificar. Debajo de esa función, había una en la que te decía las calorías que ibas gastando. Qué importaba.
Myriam se subió a la bicicleta y empezó a pedalear. Los pedales se movían como si estuviera subiendo una montaña. Tenía que haber alguna forma de cambiar aquello.
Después de probar con varios controles, que más parecían ser los de un avión que los de una simple bicicleta, Myriam consiguió que los pedales le ofrecieran menor resistencia, momento en el que acomodó en el sillín. La bicicleta que había a su lado estaba vacía, pero las demás estaban ocupadas. Se fijó en un tipo, que miraba al vacío mientras pedaleaba. Dos de las mujeres, se entretenían leyendo un libro.
Myriam se puso a observar a la gente que estaba utilizando los aparatos, para aprender cómo funcionaban. Los instructores la ayudarían gustosos si se lo pidiera, pero no quería hacerse notar. Quería pasar por allí totalmente desapercibida, para dar la impresión de que ella era socia de aquel club. Seguro que algún día lo conseguiría.
A las cuatro y veinticinco, Myriam dirigió su mirada al vestuario de los hombres. No sabía dónde estaban las pistas de frontón, pero seguro que Víctor iría allí a cambiarse.
A las cuatro y media, se dirigió a un aparato que parecía estar concebido para torturarte los pectorales. Estaba intentando con todas sus fuerzas levantar aquel peso, cuando apareció Víctor, acompañado de un amigo.
Myriam trató de ocultarse inmediatamente. Si la veía, todo su plan se vendría abajo.
Víctor llevaba unos pantalones cortos de color azul marino. Tenía unas piernas fuertes y musculosas, brazos y hombros potentes y pecho amplio. Se movía con la gracia de un atleta. Se paraba de vez en cuando y se golpeaba el talón con la raqueta, mientras respondía con una carcajada a algo que le había dicho su compañero.
Hasta ese momento, Víctor García había representado un ideal para ella, el príncipe de sus sueños. Cuando Myriam soñaba por el día con él, siempre se imaginaba su cara, con aquella mandíbula tan fuerte y sus relucientes dientes, sus ojos azules tan penetrantes y su nariz bien formada. La cara de Víctor había sido una constante en sus fantasías y nunca se había fijado en su cuerpo.
Pero estaba dispuesta a cambiar. Myriam Montemayor se acababa de dar un baño de realidad. Víctor García estaba como un tren.
Se olvidó por un instante de lo que estaba haciendo y el aparato le echó los brazos para atrás. Myriam no pudo volverlos a juntar. Víctor estaba como un tren y ella como una foca.
—¿Quiere que le cambie el peso? —le preguntó un compañero de ejercicio, que estaba en el aparato de al lado.
Myriam se volvió para mirarlo. Tenía unos hombros tan fuertes que casi no tenía cuello.
—No, gracias. Creo que hoy ya lo voy a dejar —y mañana, y al otro también.
—La próxima vez, tienes que poner menos peso. No puedes pretender ponerte en forma en sólo una sesión —y habiendo hecho aquel comentario, el hombre la saludó y se marchó.
A Myriam no se le había ocurrido pensar que ella no estuviera en forma, aunque la verdad era que dependía demasiado de lo que hacían las pastillas adelgazantes en su figura.
De pronto observó que Víctor y su amigo se metían por una puerta, que había al final de un pasillo. Las pistas debían estar allí.
Aunque sintió un deseo inmenso de levantarse y salir corriendo detrás de él, Myriam se entretuvo en la sala de musculación, levantando alguna polea que otra, haciendo algún abdominal, para que nadie se diera cuenta de que estaba siguiendo a Víctor. Cuando llegó a los aparatos que estaban más cerca de la puerta, casi no podía dar un paso más. Casi ni podía abrir la puerta.
De alguna manera, consiguió llegar hasta el pasillo y se dirigió hacia las paredes acristaladas de las pistas de frontón. Había una puerta de acceso por el otro lado, pero Myriam no le hizo ni caso, cuando localizó a Víctor y a su amigo jugando.
Ambos estaban muy concentrados, sudando a chorros.
Myriam sintió la boca seca. Nunca antes el sudor le había parecido algo tan atractivo. Los músculos del brazo de Víctor estaban en tensión y brillantes. El pelo mojado se le pegaba a la frente y hacía gestos con la cara, cada vez que golpeaba la pelota.
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Aunque no se les oía a través del cristal, se podían distinguir los golpes que daban a la pelota con la raqueta. También se oían los chirridos que hacían sus zapatillas en el suelo. Y algunos gritos de vez en cuando. Las otras pistas también estaban ocupadas, pero Myriam se quedó observando a Víctor y a su compañero.
Ni siquiera se había fijado en él. Era rubio y muy pálido. Estaba empapado en sudor, pero no le sentaba tan bien como a Víctor. Era un hombre que la hipnotizaba. Cada vez que golpeaba la pelota, se fijaba en los músculos de su espalda. Era un hombre en un estado físico perfecto. Estaba claro que le gustaba el deporte y, si quería causarle una buena impresión, mejor sería que empezara a hacer deporte cuanto antes. Podría apuntarse a una sala de musculación. Porque dar vueltas en bicicleta por su barrio, no iba a ser suficiente.
Víctor pegó un grito cuando intentó devolver una pelota que rebotó en el techo. Aquel movimiento le llevó hasta la pared de cristal desde el que Myriam los estaba observando. Ella se echó para atrás, de forma involuntaria, cuando Víctor se cayó, se levantó en seguida y se preparó para devolver otra vez la pelota.
Por fortuna, no se había dado cuenta de su presencia. Myriam se alegró. Quería que salieran las cosas como las había pensado, no estaba dispuesta a dejar nada al azar.
Ojalá tuviera alguna amiga a la que pudiera pedir consejo. Con la cantidad de horas que se pasaba encerrada en la tienda, no le quedaba tiempo para salir. Además, la mayoría de sus amigas ya se habían casado y tenían niños. Connie era casi la única amiga que le quedaba. Pero Connie era estudiante y, además, su empleada. Myriam no quería enturbiar la relación, pidiéndole consejos sobre hombres, aunque Connie se hubiera imaginado que Myriam estaba detrás de alguno.
Víctor no pudo devolver una pelota, hizo un gesto de disgusto con la cara y miró hacia arriba. Pero, por la cara que le puso a su compañero, era evidente que no estaba enfadado.
—¡Buen golpe! —oyó Myriam, a través del cristal.
Un buen deportista. Trabajador. Guapo. Con éxito. Respetado. Con bastante dinero, a juzgar por lo que costaba pertenecer a aquel club. Myriam suspiró. ¿Quién no se enamoraría de un tipo así?
Y ella no estaba inmunizada, aunque se dio cuenta de que conocer la vida de Víctor no era lo mismo que conocerlo a él personalmente. Y eso era algo a lo que estaba dispuesta a poner remedio aquella misma tarde.
Le dirigió una última mirada y se fue otra vez a la sala de musculación, para sudar un poco.
Tendría que conseguirlo. Mark le había hecho un peinado que él decía que era perfecto para ir al gimnasio. Se lo había recogido en una coleta. Poco a poco, las gotas de sudor empezaron a recorrerle la espalda. Pensó en seguir haciendo un poco más de ejercicio, para que pareciera que se había dado un buen tute, pero de pronto vio que la puerta de la pista se abría y por ella salían Víctor y su amigo.
El corazón empezó a latirle con fuerza, como si hubiera estado horas haciendo ejercicio. Se levantó y se fue hacia la puerta. Mientras caminaba, rezó para que fuera él el que la viera. Para que fuera él el que iniciara la conversación, que se alegrara de verla. Que la invitara a tomar algo, para que no fuera ella la que lo tuviera que proponer.
Mientras hablaba con su compañero, Víctor se pasaba la toalla por la cara.
El destino la había llevado a conocer a Víctor, pero no le estaba facilitando las cosas demasiado. Tendría que ser ella la que diera el primer paso.
—¿Víctor? —Myriam había estado practicando como pronunciar su nombre, con la dosis justa de sorpresa.
Él la miró, con la cara pálida.
—¡Hola! —dijo sonriendo. También había estado practicando eso.
Víctor parpadeó, sin responder a su sonrisa, y de pronto Myriam se sintió como si le hubieran echado un jarro de agua fría. “Ni siquiera se acuerda de quién soy” pensó. “Ni siquiera me reconoce”.
Myriam había pensado en todo, menos en aquello. ¿Cómo era posible de que se hubiera olvidado de ella? ¡Habían comido juntos hacía sólo dos días!
Por un momento sintió deseos de desvanecerse, de que la tragara la tierra, de salir corriendo y esconderse. Pero lo que hizo fue darse unos golpecitos en el estómago, para ver si se acordaba.
De pronto pareció acordarse.
—¡Robert! —le dijo a su compañero—. Éste es el ángel que encontró mi agenda.
Un ángel olvidado. No sólo no se acordaba de ella, sino que además se había olvidado de su nombre.
De lo cual también se dio cuenta el hombre que estaba a su lado.
—Hola, soy Robert Bernard —dijo el compañero de Víctor, ofreciéndole la mano.
—Myriam Montemayor —dijo Myriam alto y claro.
—Muchas gracias por recuperar la agenda de Víctor —dijo Robert, mientras lo miraba de reojo—. Estuve a punto de comprarle un billete de avión para que se fuera de viaje.
—Tampoco fue para tanto, Robert —le dijo Víctor.
—Te pusiste insoportable —le respondió Robert—. Voy a ducharme. Encantado de conocerte, Myriam.
Por lo menos su amigo se acordaba de su nombre.
—Y yo iba al bar, a tomar un zumo —dijo Myriam, antes de que Víctor lo siguiera—. ¿Quieres venir? —sin darle tiempo a pensárselo y, antes de que pudiera rechazar su invitación, Myriam empezó a caminar.
¡Más valía que la siguiera! Se había teñido el pelo por él. Había tenido que lidiar con aquellos fetuccine por él. Se había gastado cerca de trescientos dólares sólo para verlo. No podía rechazar aquella invitación. Cuando él se colocó a su lado le dijo:
—No te he visto nunca por aquí —comentó, mientras se colocaba la toalla alrededor del cuello.
Seguro que, si hubiera ido diariamente allí, él ni siquiera habría notado su presencia. Myriam se recuperó de lo primero que sintió al verlo. Estaba furiosa, pero no estaba dispuesta a analizar si aquel sentimiento tenía una justificación o no. Víctor se había olvidado de ella porque no pensaba verla otra vez.
—Es la primera vez que vengo —le informó—. Me estoy hospedando en el hotel, porque estoy haciendo obras en la tienda —la verdad era que Connie estaba cambiando el escaparate. Pero, obra era al fin y al cabo.
—Ya —dijo, mientras se sentaba en una banqueta giratoria y asentía a la camarera detrás del mostrador. La chica sacó un vaso y empezó a echar cosas en él—. La verdad es que no te reconocí cuando te vi —le dijo sonriendo, de forma tan encantadora, que Myriam le perdonó al instante—. Pero es que tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—Ahora que ya tienes la agenda, no tendrás que acordarte de tantas.
—Sí, es cierto. Pero estos días tenemos problemas con un cliente muy importante.
Myriam abrió la boca, para preguntarle algo, pero justo en ese momento apareció la camarera.
—¿Qué le pongo?
Myriam dudó. ¿Qué bebía la gente en aquel sitio? No había ningún cartel que lo indicara.
—Lisa sabe que siempre bebo lo mismo —dijo Víctor.
—Pues yo también —dijo Myriam, coleando sobre el mostrador la tarjeta con el número de su habitación.
—Te vas a arrepentir —murmuró Víctor.
—¿Por qué? ¿Qué bebes?
—Zumo de piña, zanahoria y hierba.
Myriam estuvo a punto de mentirle y decir que seguro que estaba muy bueno.
—¿Hierba? —y lo había dicho en serio, porque Lisa abrió un cajón donde crecía la hierba. La chica empezó a recortarla y echarla en la coctelera.
Ni siquiera se había fijado en él. Era rubio y muy pálido. Estaba empapado en sudor, pero no le sentaba tan bien como a Víctor. Era un hombre que la hipnotizaba. Cada vez que golpeaba la pelota, se fijaba en los músculos de su espalda. Era un hombre en un estado físico perfecto. Estaba claro que le gustaba el deporte y, si quería causarle una buena impresión, mejor sería que empezara a hacer deporte cuanto antes. Podría apuntarse a una sala de musculación. Porque dar vueltas en bicicleta por su barrio, no iba a ser suficiente.
Víctor pegó un grito cuando intentó devolver una pelota que rebotó en el techo. Aquel movimiento le llevó hasta la pared de cristal desde el que Myriam los estaba observando. Ella se echó para atrás, de forma involuntaria, cuando Víctor se cayó, se levantó en seguida y se preparó para devolver otra vez la pelota.
Por fortuna, no se había dado cuenta de su presencia. Myriam se alegró. Quería que salieran las cosas como las había pensado, no estaba dispuesta a dejar nada al azar.
Ojalá tuviera alguna amiga a la que pudiera pedir consejo. Con la cantidad de horas que se pasaba encerrada en la tienda, no le quedaba tiempo para salir. Además, la mayoría de sus amigas ya se habían casado y tenían niños. Connie era casi la única amiga que le quedaba. Pero Connie era estudiante y, además, su empleada. Myriam no quería enturbiar la relación, pidiéndole consejos sobre hombres, aunque Connie se hubiera imaginado que Myriam estaba detrás de alguno.
Víctor no pudo devolver una pelota, hizo un gesto de disgusto con la cara y miró hacia arriba. Pero, por la cara que le puso a su compañero, era evidente que no estaba enfadado.
—¡Buen golpe! —oyó Myriam, a través del cristal.
Un buen deportista. Trabajador. Guapo. Con éxito. Respetado. Con bastante dinero, a juzgar por lo que costaba pertenecer a aquel club. Myriam suspiró. ¿Quién no se enamoraría de un tipo así?
Y ella no estaba inmunizada, aunque se dio cuenta de que conocer la vida de Víctor no era lo mismo que conocerlo a él personalmente. Y eso era algo a lo que estaba dispuesta a poner remedio aquella misma tarde.
Le dirigió una última mirada y se fue otra vez a la sala de musculación, para sudar un poco.
Tendría que conseguirlo. Mark le había hecho un peinado que él decía que era perfecto para ir al gimnasio. Se lo había recogido en una coleta. Poco a poco, las gotas de sudor empezaron a recorrerle la espalda. Pensó en seguir haciendo un poco más de ejercicio, para que pareciera que se había dado un buen tute, pero de pronto vio que la puerta de la pista se abría y por ella salían Víctor y su amigo.
El corazón empezó a latirle con fuerza, como si hubiera estado horas haciendo ejercicio. Se levantó y se fue hacia la puerta. Mientras caminaba, rezó para que fuera él el que la viera. Para que fuera él el que iniciara la conversación, que se alegrara de verla. Que la invitara a tomar algo, para que no fuera ella la que lo tuviera que proponer.
Mientras hablaba con su compañero, Víctor se pasaba la toalla por la cara.
El destino la había llevado a conocer a Víctor, pero no le estaba facilitando las cosas demasiado. Tendría que ser ella la que diera el primer paso.
—¿Víctor? —Myriam había estado practicando como pronunciar su nombre, con la dosis justa de sorpresa.
Él la miró, con la cara pálida.
—¡Hola! —dijo sonriendo. También había estado practicando eso.
Víctor parpadeó, sin responder a su sonrisa, y de pronto Myriam se sintió como si le hubieran echado un jarro de agua fría. “Ni siquiera se acuerda de quién soy” pensó. “Ni siquiera me reconoce”.
Myriam había pensado en todo, menos en aquello. ¿Cómo era posible de que se hubiera olvidado de ella? ¡Habían comido juntos hacía sólo dos días!
Por un momento sintió deseos de desvanecerse, de que la tragara la tierra, de salir corriendo y esconderse. Pero lo que hizo fue darse unos golpecitos en el estómago, para ver si se acordaba.
De pronto pareció acordarse.
—¡Robert! —le dijo a su compañero—. Éste es el ángel que encontró mi agenda.
Un ángel olvidado. No sólo no se acordaba de ella, sino que además se había olvidado de su nombre.
De lo cual también se dio cuenta el hombre que estaba a su lado.
—Hola, soy Robert Bernard —dijo el compañero de Víctor, ofreciéndole la mano.
—Myriam Montemayor —dijo Myriam alto y claro.
—Muchas gracias por recuperar la agenda de Víctor —dijo Robert, mientras lo miraba de reojo—. Estuve a punto de comprarle un billete de avión para que se fuera de viaje.
—Tampoco fue para tanto, Robert —le dijo Víctor.
—Te pusiste insoportable —le respondió Robert—. Voy a ducharme. Encantado de conocerte, Myriam.
Por lo menos su amigo se acordaba de su nombre.
—Y yo iba al bar, a tomar un zumo —dijo Myriam, antes de que Víctor lo siguiera—. ¿Quieres venir? —sin darle tiempo a pensárselo y, antes de que pudiera rechazar su invitación, Myriam empezó a caminar.
¡Más valía que la siguiera! Se había teñido el pelo por él. Había tenido que lidiar con aquellos fetuccine por él. Se había gastado cerca de trescientos dólares sólo para verlo. No podía rechazar aquella invitación. Cuando él se colocó a su lado le dijo:
—No te he visto nunca por aquí —comentó, mientras se colocaba la toalla alrededor del cuello.
Seguro que, si hubiera ido diariamente allí, él ni siquiera habría notado su presencia. Myriam se recuperó de lo primero que sintió al verlo. Estaba furiosa, pero no estaba dispuesta a analizar si aquel sentimiento tenía una justificación o no. Víctor se había olvidado de ella porque no pensaba verla otra vez.
—Es la primera vez que vengo —le informó—. Me estoy hospedando en el hotel, porque estoy haciendo obras en la tienda —la verdad era que Connie estaba cambiando el escaparate. Pero, obra era al fin y al cabo.
—Ya —dijo, mientras se sentaba en una banqueta giratoria y asentía a la camarera detrás del mostrador. La chica sacó un vaso y empezó a echar cosas en él—. La verdad es que no te reconocí cuando te vi —le dijo sonriendo, de forma tan encantadora, que Myriam le perdonó al instante—. Pero es que tengo demasiadas cosas en la cabeza.
—Ahora que ya tienes la agenda, no tendrás que acordarte de tantas.
—Sí, es cierto. Pero estos días tenemos problemas con un cliente muy importante.
Myriam abrió la boca, para preguntarle algo, pero justo en ese momento apareció la camarera.
—¿Qué le pongo?
Myriam dudó. ¿Qué bebía la gente en aquel sitio? No había ningún cartel que lo indicara.
—Lisa sabe que siempre bebo lo mismo —dijo Víctor.
—Pues yo también —dijo Myriam, coleando sobre el mostrador la tarjeta con el número de su habitación.
—Te vas a arrepentir —murmuró Víctor.
—¿Por qué? ¿Qué bebes?
—Zumo de piña, zanahoria y hierba.
Myriam estuvo a punto de mentirle y decir que seguro que estaba muy bueno.
—¿Hierba? —y lo había dicho en serio, porque Lisa abrió un cajón donde crecía la hierba. La chica empezó a recortarla y echarla en la coctelera.
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
ewwww yo no tomaria eso jajaja Mejor pide un jugo de naranja!!!
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Aki les dejo el siguiente cap espero sus mensajitos ok!!!
Besos
Jenny
Myriam miró a Víctor, asombrada.
—Yo he estado a punto de decirle que no me la pusiera, pero es que es muy sano.
—Siempre he pensado —dijo Myriam—, que lo que es bueno para el cuerpo, sabe asqueroso.
—Eres una mujer muy lista, Myriam —dijo Víctor, mientras Lisa colocaba dos vasos frente a ellos.
Myriam dio unos golpecitos a la tarjeta de su habitación, para que la camarera se diera cuenta de que quería que le cargara las consumiciones en su cuenta. Cuando estaba en la sala de musculación había observado a varias personas consumiendo en la barra, y ninguna había sacado dinero para pagar. Myriam confió en que haber acertado en sus deducciones.
Y así fue. A los pocos segundos, Lisa le ofreció una nota para que la firmara. Myriam la firmó, de la misma manera que había visto a Víctor hacer en el restaurante. Lo único que no hizo fue fijarse a cuánto ascendía la cuenta. No obstante, un zumo de zanahorias y hierba no podía costar muy caro. Qué más daba. Las cosas estaban saliendo como ella las había pensado. Todo estaba bajo control.
—Gracias —Víctor levantó su vaso y dio un trago.
Myriam, sintiéndose cosmopolita, levantó el suyo, cruzó las piernas y dio un sorbo.
—¡Esto huele a abono! —y sabía peor.
—Lo sé —dijo Víctor.
—Debe ser buenísimo para el cuerpo.
—Eso espero —respiró y se bebió el resto.
Cómo podía hacerlo sin devolver, pensó Myriam. Dejaba un sabor nada corriente en la boca, nada corriente, porque ella no estaba acostumbrada a comer hierba. Miró a la barra, para ver si veía cacahuetes, patatas, o algo para acompañar. No había nada.
—No sabe tan mal como huele —le dijo Víctor.
Myriam le ofreció su vaso.
—Entonces, bébete el mío, si quieres. Lisa, un zumo de naranja, por favor.
Víctor soltó una carcajada y dejó el vaso en el mostrador.
Que se ría, que se ría, pensó Myriam. A lo mejor el zumo de naranja era algo plebeyo, pero por lo menos sabía a zumo de naranja.
—Lisa —dijo Víctor, todavía riéndose—. Que sean dos zumos de naranja.
Le había hecho reírse. Aquello era una buena señal, decidió Myriam. Pero tenía que conseguir que siguiera hablando él.
—Bueno, cuéntame algo sobre ese cliente que te está quitando el sueño—le dijo, cuando Lisa les trajo los zumos.
—No quiero aburrirte —le dijo Víctor.
—No, de verdad, me interesa —protestó Myriam—. Quiero saber qué empresa no está dispuesta a conseguir el éxito con las campañas publicitarias de García and Bernard.
Víctor apoyó los brazos en el mostrador y miró su vaso.
—Bread Basket Foods.
—¿La cadena de comestibles?
Víctor asintió.
—¿Compras allí?
—No.
—Nadie compra allí —le dijo, suspirando—. Y no sé por qué. Los precios son más bajos que los de sus competidores. Todo el mundo dice que va a comprar a un sitio porque es más barato. Bread Basket es el sitio más barato y, sin embargo, no va nadie.
—A lo mejor es que tienes que anunciarlos de forma diferente —sugirió Myriam, sintiendo al instante que había hecho un comentario bastante tonto.
¿Qué sabría ella? Ella no profesional de la publicidad.
—Ya lo hice —contestó Víctor, pasándose la toalla por la cara—. Les convencí para que doblaran el presupuesto. Iniciamos otra campaña, pero no venden más.
Myriam pensó en el inmenso supermercado que estaba no muy lejos de su tienda. Cuando lo construyeron, hacía siete años, la gente había protestado, porque era un edificio que no se integraba en el estilo de la zona. Después de una dura negociación, Bread Basket aceptó quitar sus llamativos luminosos. Pero, sin embargo, las banderas de plástico y la música a todo volumen, seguía siendo una molestia para los residentes.
—La verdad, a mí no me importaría que Bread Basket se arruinara.
—¿Por qué? —preguntó Víctor, sorprendido.
—Yo estaba en la junta directiva de comerciantes, cuando Bread Basket construyó en la zona. Impusieron sus condiciones a todo el mundo. Nadie que vivía cerca estaría dispuesto a apoyarlos. Pero casi todos hemos entrado alguna vez que otra. ¿No crees que si fuera todo lo maravilloso que dices que es, la gente compraría allí?
—¿Crees que es un boicot? —le preguntó, dispuesto a dar batalla.
—Nada oficial. Pero todo el mundo está contra ellos.
Antes de responder, Víctor dio un trago de su zumo.
—A pesar de ello, no puedo creerme que la gente no esté dispuesta a ahorrarse unos dólares.
—¿Tú compras en Bread Basket?
Víctor negó con la cabeza.
—Yo no compro en ningún sitio.
—¿Porqué?
—Porque no tengo tiempo para cocinar.
—Pero cuando cocinas, ¿compras en Bread Basket?
–No —dijo, frunciendo el ceño—. Sé dónde quieres ir a parar, pero yo no soy el típico cliente de Bread Basket. Además, no hay ninguna tienda cerca de mi casa.
—¿Y los precios de la tienda donde compras, cuando cocinas, son más caros o más baratos que los de Bread Basket?
Víctor se movió, incómodo en su banqueta y la miró con cara de irritación. Myriam sonrió.
—Son un poco más caros —admitió Víctor a regañadientes—. Ya te he dicho que Bread Basket tiene los mejores precios de la ciudad.
—Sí y que, de acuerdo con tus estudios de mercado, el precio es lo más importante...
—Está bien, ya te he dicho que tenemos problemas con ese cliente —protestó y se bebió lo que le quedaba de zumo—. Y no estoy acostumbrado a admitir un fracaso.
Myriam se dio cuenta de que aquello le dolía.
—No creo que sea fallo tuyo. Es fallo de Bread Basket.
—¿Qué quieres decir?
—He visto el anuncio y creo que incluso podría tararear la canción —y empezó a silbarla, ganándose una sonrisa de Víctor—. La verdad es que para mí es un problema comprar allí.
—¿Por qué? —Víctor se había vuelto y la estaba mirando con intensidad.
Estaba escuchando lo que ella le estaba diciendo y, de pronto, se sintió más confiada. Ella le estaba dando un consejo a Víctor García. ¿Quién lo habría pensado?
—Bread Basket puede mantener esos precios porque vende al por mayor. Y yo no puedo comprar esas cantidades. ¿Dónde voy a guardar toda una caja de toallitas de papel, o de rollos de papel higiénico? Yo vivo sola. ¿Para qué quiero comprar veinticinco kilos de detergente? Y si entras a comprar algo pequeño, tardas una eternidad. La leche está al fondo. El pan al otro extremo. Y entre medias hay todo un campo de fútbol con estanterías llenas de pañales.
—Eso es una estrategia comercial. Cuando más tiempo estén los clientes en la tienda, más posibilidades hay de que compren algo.
—Es posible —dijo Myriam—. Pero yo sé que, después de un día de trabajo, lo único que quiero es comprar lo que necesito e irme a casa. Yo compro en Sheffield que está cerca de mi... boutique.
—Sheffield es una tienda vieja y pasada de moda. Y es mucho más cara. Llevan años estancados.
—Pero tardo cinco minutos en comprar lo que quiero.
Víctor guardó silencio, mientras pensaba lo que acababa de decir.
—Está bien, es posible que sea más cómodo para gente soltera, como nosotros —señaló—. Pero Bread Basket está pensado para las familias.
Hasta que él no lo mencionó, la posibilidad de que Víctor estuviera casado no se le había pasado por la imaginación. Lo único que pensó fue que el destino no le habría podido enviar un hombre que ella no pudiera conseguir.
—Si lo que quiere Bread Basket es que compren las familias en sus tiendas, lo acepto. Pero, ¿por qué se instalan entonces en una zona universitaria? Allí viven los estudiantes. El que eligió aquel sitio, desde luego, se lució.
—Tienes razón —dijo Víctor, levantando los brazos—. Y creo que también tienes razón en lo demás. De hecho, yo les dije lo mismo. El problema es que, antes de venir a nosotros, ya les habían hecho las campañas publicitarias otras empresas. Pero Robert y yo pensamos que era como un reto —dijo riéndose, pero de una forma un tanto triste—. Podíamos ver incluso los titulares —dijo, extendiendo sus manos—. García and Bemard consiguen lo imposible. Una agencia de publicidad local salva una cadena de alimentación.
Víctor parecía sentirse cómodo hablando con ella y Myriam quiso alentar ese sentimiento. Pero sabía que no tenía mucho tiempo. Según la agenda, los jueves por la tarde tenía que ir a dar clase a la universidad a las siete y media. Iban a dar las seis y todavía se tenía que duchar y cambiar de ropa, cenar y llegar a Rice. Si le interesaba la conversación, a lo mejor la invitaba a cenar.
Se devanó el cerebro, para ver si se le ocurría algo y le preguntó:
—¿Crees que es posible que Bread Basket cambie de estrategia?
—No —dijo Víctor, negando con la cabeza—. Lo que hacen es cambiar de agencia. Y todos se van a alegrar de que García and Bemard no haya podido anotarse el tanto.
Otra vez una metáfora deportiva. Definitivamente, tendría que ponerse al día en deportes.
—Todas las agencias de Houston se van a alegrar —añadió, claramente enfadado por la posibilidad de perder un cliente.
—¿Cuántas tiendas más de Bread Basket hay en Houston?
—Tres. Querían ampliar el negocio, cuando éstas empezaran a dar beneficios. Y eso parece imposible, trabajen con la agencia que trabajen.
A Myriam se le ocurrió una idea. No podía creerse que ella fuera la que iba a ayudar a Víctor a sacar a flote aquella tan odiada tienda que había sido durante cinco años un verdadero adefesio para el paisaje, pero si ello significaba poder estar a su lado, estaba dispuesta a ello.
—Yo puedo ayudarte con la tienda en Village —le pilló mirándose el reloj.
—¿Cómo? —preguntó, un tanto escéptico.
Aquel toque de escepticismo le dolió. No era una profesional de la publicidad, pero había pasado toda su vida viviendo y trabajando en Village. Bread Basket había sido el tema de conversación en las reuniones de pequeños comerciantes de la zona.
—Ese almacén tiene que abrirse más a los vecinos. Diles que quiten esas horribles banderas y que dejen de poner música en el aparcamiento.
Aquello pareció interesarle, porque se echó mano al bolsillo y buscó algo.
—Eso tengo que anotarlo.
—No te preocupes —le dijo Myriam, feliz al comprobar que aceptaba sus sugerencias—. Yo no las olvidaré. Nos hemos estado peleando cinco años con la dirección del centro comercial para conseguirlo.
—¿Crees de verdad que sólo con eso va a cambiar algo?
—Además, tienen algo que la asociación de vecinos necesita. Tienen espacio. Diles que quiten una de esas estanterías cargadas de pañales y que construyan una sala para que se reúnan los vecinos.
—No van a querer —dijo Víctor, pero lo anotó—. Eso supondría un recorte de beneficios por metro cuadrado.
—Y diles además que construyan una zona para pequeños comerciantes —Myriam ya se imaginaba el almacén de sus sueños. Leche, pan, lechugas y chocolatinas, al alcance de la mano. Comidas congeladas en sitios accesibles—. Que pongan los productos básicos en un sitio en concreto. Que los pongan al lado de la sala de reuniones.
Víctor se quedó mirándola.
—Porque, si van al centro comercial a reunirse, seguro que compran allí lo que se les haya olvidado cuando salgan.
—Exacto.
—Myriam, eres maravillosa. No sé si van a hacerlo, pero estarían locos si no lo hicieran. Yo mismo se lo voy a proponer –le dijo, bajándose de la banqueta—. Es una idea estupenda. Tú eres estupenda —se inclinó y, antes de que Myriam pudiera evitarlo, Víctor la besó en la mejilla—. Ya son dos veces que me has ayudado a salir del atolladero. Pero esta vez no sé cómo te voy a pagar —pero antes de que Myriam pudiera sugerirle que la invitara a cenar, él se miró el reloj—. Tengo clase esta noche. Escucha —le dijo, mientras se marchaba—. ¡Te llamaré... pronto! —le lanzó un beso y se metió en el vestuario.
Myriam se sintió ebria de satisfacción. Había valido la pena cada penique que había invertido en aquel encuentro.
¡Víctor le había dado un beso! ¡La iba a llamar!
El problema era que seguía sin tener su número de teléfono.
Besos
Jenny
Myriam miró a Víctor, asombrada.
—Yo he estado a punto de decirle que no me la pusiera, pero es que es muy sano.
—Siempre he pensado —dijo Myriam—, que lo que es bueno para el cuerpo, sabe asqueroso.
—Eres una mujer muy lista, Myriam —dijo Víctor, mientras Lisa colocaba dos vasos frente a ellos.
Myriam dio unos golpecitos a la tarjeta de su habitación, para que la camarera se diera cuenta de que quería que le cargara las consumiciones en su cuenta. Cuando estaba en la sala de musculación había observado a varias personas consumiendo en la barra, y ninguna había sacado dinero para pagar. Myriam confió en que haber acertado en sus deducciones.
Y así fue. A los pocos segundos, Lisa le ofreció una nota para que la firmara. Myriam la firmó, de la misma manera que había visto a Víctor hacer en el restaurante. Lo único que no hizo fue fijarse a cuánto ascendía la cuenta. No obstante, un zumo de zanahorias y hierba no podía costar muy caro. Qué más daba. Las cosas estaban saliendo como ella las había pensado. Todo estaba bajo control.
—Gracias —Víctor levantó su vaso y dio un trago.
Myriam, sintiéndose cosmopolita, levantó el suyo, cruzó las piernas y dio un sorbo.
—¡Esto huele a abono! —y sabía peor.
—Lo sé —dijo Víctor.
—Debe ser buenísimo para el cuerpo.
—Eso espero —respiró y se bebió el resto.
Cómo podía hacerlo sin devolver, pensó Myriam. Dejaba un sabor nada corriente en la boca, nada corriente, porque ella no estaba acostumbrada a comer hierba. Miró a la barra, para ver si veía cacahuetes, patatas, o algo para acompañar. No había nada.
—No sabe tan mal como huele —le dijo Víctor.
Myriam le ofreció su vaso.
—Entonces, bébete el mío, si quieres. Lisa, un zumo de naranja, por favor.
Víctor soltó una carcajada y dejó el vaso en el mostrador.
Que se ría, que se ría, pensó Myriam. A lo mejor el zumo de naranja era algo plebeyo, pero por lo menos sabía a zumo de naranja.
—Lisa —dijo Víctor, todavía riéndose—. Que sean dos zumos de naranja.
Le había hecho reírse. Aquello era una buena señal, decidió Myriam. Pero tenía que conseguir que siguiera hablando él.
—Bueno, cuéntame algo sobre ese cliente que te está quitando el sueño—le dijo, cuando Lisa les trajo los zumos.
—No quiero aburrirte —le dijo Víctor.
—No, de verdad, me interesa —protestó Myriam—. Quiero saber qué empresa no está dispuesta a conseguir el éxito con las campañas publicitarias de García and Bernard.
Víctor apoyó los brazos en el mostrador y miró su vaso.
—Bread Basket Foods.
—¿La cadena de comestibles?
Víctor asintió.
—¿Compras allí?
—No.
—Nadie compra allí —le dijo, suspirando—. Y no sé por qué. Los precios son más bajos que los de sus competidores. Todo el mundo dice que va a comprar a un sitio porque es más barato. Bread Basket es el sitio más barato y, sin embargo, no va nadie.
—A lo mejor es que tienes que anunciarlos de forma diferente —sugirió Myriam, sintiendo al instante que había hecho un comentario bastante tonto.
¿Qué sabría ella? Ella no profesional de la publicidad.
—Ya lo hice —contestó Víctor, pasándose la toalla por la cara—. Les convencí para que doblaran el presupuesto. Iniciamos otra campaña, pero no venden más.
Myriam pensó en el inmenso supermercado que estaba no muy lejos de su tienda. Cuando lo construyeron, hacía siete años, la gente había protestado, porque era un edificio que no se integraba en el estilo de la zona. Después de una dura negociación, Bread Basket aceptó quitar sus llamativos luminosos. Pero, sin embargo, las banderas de plástico y la música a todo volumen, seguía siendo una molestia para los residentes.
—La verdad, a mí no me importaría que Bread Basket se arruinara.
—¿Por qué? —preguntó Víctor, sorprendido.
—Yo estaba en la junta directiva de comerciantes, cuando Bread Basket construyó en la zona. Impusieron sus condiciones a todo el mundo. Nadie que vivía cerca estaría dispuesto a apoyarlos. Pero casi todos hemos entrado alguna vez que otra. ¿No crees que si fuera todo lo maravilloso que dices que es, la gente compraría allí?
—¿Crees que es un boicot? —le preguntó, dispuesto a dar batalla.
—Nada oficial. Pero todo el mundo está contra ellos.
Antes de responder, Víctor dio un trago de su zumo.
—A pesar de ello, no puedo creerme que la gente no esté dispuesta a ahorrarse unos dólares.
—¿Tú compras en Bread Basket?
Víctor negó con la cabeza.
—Yo no compro en ningún sitio.
—¿Porqué?
—Porque no tengo tiempo para cocinar.
—Pero cuando cocinas, ¿compras en Bread Basket?
–No —dijo, frunciendo el ceño—. Sé dónde quieres ir a parar, pero yo no soy el típico cliente de Bread Basket. Además, no hay ninguna tienda cerca de mi casa.
—¿Y los precios de la tienda donde compras, cuando cocinas, son más caros o más baratos que los de Bread Basket?
Víctor se movió, incómodo en su banqueta y la miró con cara de irritación. Myriam sonrió.
—Son un poco más caros —admitió Víctor a regañadientes—. Ya te he dicho que Bread Basket tiene los mejores precios de la ciudad.
—Sí y que, de acuerdo con tus estudios de mercado, el precio es lo más importante...
—Está bien, ya te he dicho que tenemos problemas con ese cliente —protestó y se bebió lo que le quedaba de zumo—. Y no estoy acostumbrado a admitir un fracaso.
Myriam se dio cuenta de que aquello le dolía.
—No creo que sea fallo tuyo. Es fallo de Bread Basket.
—¿Qué quieres decir?
—He visto el anuncio y creo que incluso podría tararear la canción —y empezó a silbarla, ganándose una sonrisa de Víctor—. La verdad es que para mí es un problema comprar allí.
—¿Por qué? —Víctor se había vuelto y la estaba mirando con intensidad.
Estaba escuchando lo que ella le estaba diciendo y, de pronto, se sintió más confiada. Ella le estaba dando un consejo a Víctor García. ¿Quién lo habría pensado?
—Bread Basket puede mantener esos precios porque vende al por mayor. Y yo no puedo comprar esas cantidades. ¿Dónde voy a guardar toda una caja de toallitas de papel, o de rollos de papel higiénico? Yo vivo sola. ¿Para qué quiero comprar veinticinco kilos de detergente? Y si entras a comprar algo pequeño, tardas una eternidad. La leche está al fondo. El pan al otro extremo. Y entre medias hay todo un campo de fútbol con estanterías llenas de pañales.
—Eso es una estrategia comercial. Cuando más tiempo estén los clientes en la tienda, más posibilidades hay de que compren algo.
—Es posible —dijo Myriam—. Pero yo sé que, después de un día de trabajo, lo único que quiero es comprar lo que necesito e irme a casa. Yo compro en Sheffield que está cerca de mi... boutique.
—Sheffield es una tienda vieja y pasada de moda. Y es mucho más cara. Llevan años estancados.
—Pero tardo cinco minutos en comprar lo que quiero.
Víctor guardó silencio, mientras pensaba lo que acababa de decir.
—Está bien, es posible que sea más cómodo para gente soltera, como nosotros —señaló—. Pero Bread Basket está pensado para las familias.
Hasta que él no lo mencionó, la posibilidad de que Víctor estuviera casado no se le había pasado por la imaginación. Lo único que pensó fue que el destino no le habría podido enviar un hombre que ella no pudiera conseguir.
—Si lo que quiere Bread Basket es que compren las familias en sus tiendas, lo acepto. Pero, ¿por qué se instalan entonces en una zona universitaria? Allí viven los estudiantes. El que eligió aquel sitio, desde luego, se lució.
—Tienes razón —dijo Víctor, levantando los brazos—. Y creo que también tienes razón en lo demás. De hecho, yo les dije lo mismo. El problema es que, antes de venir a nosotros, ya les habían hecho las campañas publicitarias otras empresas. Pero Robert y yo pensamos que era como un reto —dijo riéndose, pero de una forma un tanto triste—. Podíamos ver incluso los titulares —dijo, extendiendo sus manos—. García and Bemard consiguen lo imposible. Una agencia de publicidad local salva una cadena de alimentación.
Víctor parecía sentirse cómodo hablando con ella y Myriam quiso alentar ese sentimiento. Pero sabía que no tenía mucho tiempo. Según la agenda, los jueves por la tarde tenía que ir a dar clase a la universidad a las siete y media. Iban a dar las seis y todavía se tenía que duchar y cambiar de ropa, cenar y llegar a Rice. Si le interesaba la conversación, a lo mejor la invitaba a cenar.
Se devanó el cerebro, para ver si se le ocurría algo y le preguntó:
—¿Crees que es posible que Bread Basket cambie de estrategia?
—No —dijo Víctor, negando con la cabeza—. Lo que hacen es cambiar de agencia. Y todos se van a alegrar de que García and Bemard no haya podido anotarse el tanto.
Otra vez una metáfora deportiva. Definitivamente, tendría que ponerse al día en deportes.
—Todas las agencias de Houston se van a alegrar —añadió, claramente enfadado por la posibilidad de perder un cliente.
—¿Cuántas tiendas más de Bread Basket hay en Houston?
—Tres. Querían ampliar el negocio, cuando éstas empezaran a dar beneficios. Y eso parece imposible, trabajen con la agencia que trabajen.
A Myriam se le ocurrió una idea. No podía creerse que ella fuera la que iba a ayudar a Víctor a sacar a flote aquella tan odiada tienda que había sido durante cinco años un verdadero adefesio para el paisaje, pero si ello significaba poder estar a su lado, estaba dispuesta a ello.
—Yo puedo ayudarte con la tienda en Village —le pilló mirándose el reloj.
—¿Cómo? —preguntó, un tanto escéptico.
Aquel toque de escepticismo le dolió. No era una profesional de la publicidad, pero había pasado toda su vida viviendo y trabajando en Village. Bread Basket había sido el tema de conversación en las reuniones de pequeños comerciantes de la zona.
—Ese almacén tiene que abrirse más a los vecinos. Diles que quiten esas horribles banderas y que dejen de poner música en el aparcamiento.
Aquello pareció interesarle, porque se echó mano al bolsillo y buscó algo.
—Eso tengo que anotarlo.
—No te preocupes —le dijo Myriam, feliz al comprobar que aceptaba sus sugerencias—. Yo no las olvidaré. Nos hemos estado peleando cinco años con la dirección del centro comercial para conseguirlo.
—¿Crees de verdad que sólo con eso va a cambiar algo?
—Además, tienen algo que la asociación de vecinos necesita. Tienen espacio. Diles que quiten una de esas estanterías cargadas de pañales y que construyan una sala para que se reúnan los vecinos.
—No van a querer —dijo Víctor, pero lo anotó—. Eso supondría un recorte de beneficios por metro cuadrado.
—Y diles además que construyan una zona para pequeños comerciantes —Myriam ya se imaginaba el almacén de sus sueños. Leche, pan, lechugas y chocolatinas, al alcance de la mano. Comidas congeladas en sitios accesibles—. Que pongan los productos básicos en un sitio en concreto. Que los pongan al lado de la sala de reuniones.
Víctor se quedó mirándola.
—Porque, si van al centro comercial a reunirse, seguro que compran allí lo que se les haya olvidado cuando salgan.
—Exacto.
—Myriam, eres maravillosa. No sé si van a hacerlo, pero estarían locos si no lo hicieran. Yo mismo se lo voy a proponer –le dijo, bajándose de la banqueta—. Es una idea estupenda. Tú eres estupenda —se inclinó y, antes de que Myriam pudiera evitarlo, Víctor la besó en la mejilla—. Ya son dos veces que me has ayudado a salir del atolladero. Pero esta vez no sé cómo te voy a pagar —pero antes de que Myriam pudiera sugerirle que la invitara a cenar, él se miró el reloj—. Tengo clase esta noche. Escucha —le dijo, mientras se marchaba—. ¡Te llamaré... pronto! —le lanzó un beso y se metió en el vestuario.
Myriam se sintió ebria de satisfacción. Había valido la pena cada penique que había invertido en aquel encuentro.
¡Víctor le había dado un beso! ¡La iba a llamar!
El problema era que seguía sin tener su número de teléfono.
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Pues ni modo ahora hay que dejar que el la busque a ella! Vas a espantarlo Myris si sigues aparenciendote asi sin mas :p Ve habla con su secretaria y haz la cita para promocionar a tuuuuu tiendaa!
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
jajaja esta novela es genial, hace todo para conseguir toparse con el jaja y a la burris siempre se le olvida darle el telefono jajaja GRACIAS por el capitulo
cliostar- VBB ORO
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Hola chikas aki esta el sigueinte cap espero k les guste!!!!
Besos
Jenny
Pd. Como casi no hay mensajitos los cap van a ser chikis
¿CÓMO la iba a llamar Víctor si no tenía su número? Myriam sólo podía darle un número de teléfono y era el de su tienda. Nunca se había molestado en poner una línea de teléfono propia. Vivía en el apartamento que había arriba y tenía una extensión de ese mismo teléfono en su habitación. Recibía pocas llamadas de tipo personal, por lo que no estaba justificada instalar otra línea.
Entonces, Myriam se dio cuenta de que Víctor pensaría que tendría que llamarla allí, al hotel. Le había dicho que se estaba hospedando allí, mientras le estaban haciendo unas obras en casa. Jamás llegaría a pensar que sólo se iba a quedar una noche.
También podría llamar a su oficina y dejar el número de teléfono de la tienda, pero decidió no hacerlo. Después de todas aquellas maniobras, Víctor era el que tendría que hacer un esfuerzo. Por el momento, le concedía el beneficio de la duda.
Lisa pasó la bayeta por el espacio vacío que había dejado Víctor a su lado.
—¿Quiere algo más? —cuando Myriam negó con la cabeza, Lisa dejó de manera muy discreta la factura por los dos zumos de naranja al lado del vaso vacío.
Myriam estampó su firma y se quedó boquiabierta al ver la cantidad. Cada vaso de zumo costaba cuatro dólares y cincuenta peniques.
Le quedaba toda la tarde por delante. ¿Qué podría hacer? Cenar sola no le apetecía lo más mínimo. Decidió que meterse en la ducha o en un buen baño de agua caliente con mucho jabón, eran las mejores opciones. Se bajó de la banqueta del bar y se fue hacia su habitación.
Se duchó y se envolvió en el albornoz del hotel, de color blanco, se puso las gafas, sacó las notas que había copiado de la agenda de Víctor y las extendió en la cama. Sacó una manzana del frigorífico, le pegó un mordisco y empezó a estudiar el programa semanal de Víctor. ¿Cuándo la podría llamar?
Los jueves los tenía completos con el frontón y la clase que daba. Decidió llamar al día siguiente a Rice y ver si podía matricularse en algún curso los jueves por la tarde.
En los viernes no había ninguna anotación, salvo algunas iniciales, de vez en cuando. Citas, pensó Myriam. Se devanó los sesos, tratando de averiguar a qué nombres del listín telefónico correspondían aquellas iniciales. Patricia Stevens. Kay Hawthorne. Jeanette Deeves. Mary Ellen Bail. Myriam había copiado incluso las fechas que aparecían al lado de algunos de esos nombres. Cinco de diciembre, le gustan las rosas. Fitzdonald and Byers, extensión 587.
Aquellas personas eran personas vivas. Myriam, por capricho, incluyó su nombre y número de teléfono en el listín, poniendo al lado una nota. Tiene un vestido de novia y se quiere casar.
Ver su nombre y solitario número de teléfono al lado de los demás era bastante deprimente. Myriam dejó de jugar al juego de las iniciales y se concentró en las actividades del sábado. Vio que había una nota en la que ponía Con. (S. Rod), 8:15. Ese sábado iba a un concierto a las ocho y cuarto de la tarde.
Besos
Jenny
Pd. Como casi no hay mensajitos los cap van a ser chikis
¿CÓMO la iba a llamar Víctor si no tenía su número? Myriam sólo podía darle un número de teléfono y era el de su tienda. Nunca se había molestado en poner una línea de teléfono propia. Vivía en el apartamento que había arriba y tenía una extensión de ese mismo teléfono en su habitación. Recibía pocas llamadas de tipo personal, por lo que no estaba justificada instalar otra línea.
Entonces, Myriam se dio cuenta de que Víctor pensaría que tendría que llamarla allí, al hotel. Le había dicho que se estaba hospedando allí, mientras le estaban haciendo unas obras en casa. Jamás llegaría a pensar que sólo se iba a quedar una noche.
También podría llamar a su oficina y dejar el número de teléfono de la tienda, pero decidió no hacerlo. Después de todas aquellas maniobras, Víctor era el que tendría que hacer un esfuerzo. Por el momento, le concedía el beneficio de la duda.
Lisa pasó la bayeta por el espacio vacío que había dejado Víctor a su lado.
—¿Quiere algo más? —cuando Myriam negó con la cabeza, Lisa dejó de manera muy discreta la factura por los dos zumos de naranja al lado del vaso vacío.
Myriam estampó su firma y se quedó boquiabierta al ver la cantidad. Cada vaso de zumo costaba cuatro dólares y cincuenta peniques.
Le quedaba toda la tarde por delante. ¿Qué podría hacer? Cenar sola no le apetecía lo más mínimo. Decidió que meterse en la ducha o en un buen baño de agua caliente con mucho jabón, eran las mejores opciones. Se bajó de la banqueta del bar y se fue hacia su habitación.
Se duchó y se envolvió en el albornoz del hotel, de color blanco, se puso las gafas, sacó las notas que había copiado de la agenda de Víctor y las extendió en la cama. Sacó una manzana del frigorífico, le pegó un mordisco y empezó a estudiar el programa semanal de Víctor. ¿Cuándo la podría llamar?
Los jueves los tenía completos con el frontón y la clase que daba. Decidió llamar al día siguiente a Rice y ver si podía matricularse en algún curso los jueves por la tarde.
En los viernes no había ninguna anotación, salvo algunas iniciales, de vez en cuando. Citas, pensó Myriam. Se devanó los sesos, tratando de averiguar a qué nombres del listín telefónico correspondían aquellas iniciales. Patricia Stevens. Kay Hawthorne. Jeanette Deeves. Mary Ellen Bail. Myriam había copiado incluso las fechas que aparecían al lado de algunos de esos nombres. Cinco de diciembre, le gustan las rosas. Fitzdonald and Byers, extensión 587.
Aquellas personas eran personas vivas. Myriam, por capricho, incluyó su nombre y número de teléfono en el listín, poniendo al lado una nota. Tiene un vestido de novia y se quiere casar.
Ver su nombre y solitario número de teléfono al lado de los demás era bastante deprimente. Myriam dejó de jugar al juego de las iniciales y se concentró en las actividades del sábado. Vio que había una nota en la que ponía Con. (S. Rod), 8:15. Ese sábado iba a un concierto a las ocho y cuarto de la tarde.
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
muchas gracias por el capitulo a mi no me importa si es chico o grande el cap. con tal de que no dejes de escribir por faaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Jajajaj ay como me hace reir myri con las cosas ke hace siguele porfisss
Salu2
Salu2
BRENY- VBB ORO
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Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
No, chiquitos no porfa!!! Y felicidades por tu chamba Jenny.
Marianita- STAFF
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Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Hola chiks aki les dejo el siguiente cap espero k les guste!!!!
Marianita muchas gracias
Besos
Jenny
Se estiró y agarró el periódico que había en la mesilla de noche. Empezó a buscar la sección de ocio algún concierto del pianista Santiago Rodríguez. Sin dudarlo un instante, Myriam levantó el teléfono y llamó a la taquilla del teatro.
Recibió una noticia buena y otra mala. La buena noticia era que todavía quedaban entradas para el concierto del sábado por la noche. La mala era que las que quedaban eran de las más caras. Myriam decidió que su cuerpo pasara hambre las siguientes dos semanas, pero alimentar su alma ese sábado.
Iba a ir al concierto. Nunca había estado en uno, pero sabía que toda la gente elegante, como Víctor, asistía a ellos. Cuando acabó de recitar el número de su tarjeta de crédito, Myriam sintió que también ella pertenecía a ese mundo.
Pero, ¿qué iba a ponerse?
—Un vestido negro —le dijeron Connie y Mark al unísono.
Myriam miró dubitativa el vestido que Connie le estaba enseñando.
—Negro no está mal, pero un negro diferente.
—Este negro —insistió Connie.
—Te haré un peinado tipo francés —dijo Mark—. Muy sofisticado, con algún toque para que resalte tu estructura ósea.
Myriam jamás pensó que ella tuviera una estructura ósea digna de ser resaltada. Se tocó los pómulos.
—Además, este vestido es para alquilar. Así que no podrás sentirte culpable —dijo Connie, sacando el vestido de la funda de plástico.
—Pero es que es como ir desnuda, ¿no crees? —dijo Myriam, señalando el amplio escote.
—No seas mojigata, Myriam —Connie la empujó para que se fuese a cambiar, de la misma manera que había hecho cuando quedó por primera vez con Víctor—. Pruébatelo.
Esa escena había ocurrido el viernes, día en que Myriam fue a la tienda. Era sábado y estaba mirándose en el espejo de la habitación del hotel.
Pensó que a lo mejor Víctor la iba a llamar allí, pero no lo hizo. Al día siguiente, tendría que irse del hotel, ocurriera lo que ocurriera. Pero, hasta que llegara ese momento, iba a ir a un concierto, con la esperanza de encontrarse con él.
Probablemente no la iba a reconocer. La verdad era que ni ella misma se reconocería. Mark le había hecho un peinado bastante clásico. Llevaba unos pendientes de cristal, muy relucientes y el vestido le quedaba justo por encima de las rodillas.
Marianita muchas gracias
Besos
Jenny
Se estiró y agarró el periódico que había en la mesilla de noche. Empezó a buscar la sección de ocio algún concierto del pianista Santiago Rodríguez. Sin dudarlo un instante, Myriam levantó el teléfono y llamó a la taquilla del teatro.
Recibió una noticia buena y otra mala. La buena noticia era que todavía quedaban entradas para el concierto del sábado por la noche. La mala era que las que quedaban eran de las más caras. Myriam decidió que su cuerpo pasara hambre las siguientes dos semanas, pero alimentar su alma ese sábado.
Iba a ir al concierto. Nunca había estado en uno, pero sabía que toda la gente elegante, como Víctor, asistía a ellos. Cuando acabó de recitar el número de su tarjeta de crédito, Myriam sintió que también ella pertenecía a ese mundo.
Pero, ¿qué iba a ponerse?
—Un vestido negro —le dijeron Connie y Mark al unísono.
Myriam miró dubitativa el vestido que Connie le estaba enseñando.
—Negro no está mal, pero un negro diferente.
—Este negro —insistió Connie.
—Te haré un peinado tipo francés —dijo Mark—. Muy sofisticado, con algún toque para que resalte tu estructura ósea.
Myriam jamás pensó que ella tuviera una estructura ósea digna de ser resaltada. Se tocó los pómulos.
—Además, este vestido es para alquilar. Así que no podrás sentirte culpable —dijo Connie, sacando el vestido de la funda de plástico.
—Pero es que es como ir desnuda, ¿no crees? —dijo Myriam, señalando el amplio escote.
—No seas mojigata, Myriam —Connie la empujó para que se fuese a cambiar, de la misma manera que había hecho cuando quedó por primera vez con Víctor—. Pruébatelo.
Esa escena había ocurrido el viernes, día en que Myriam fue a la tienda. Era sábado y estaba mirándose en el espejo de la habitación del hotel.
Pensó que a lo mejor Víctor la iba a llamar allí, pero no lo hizo. Al día siguiente, tendría que irse del hotel, ocurriera lo que ocurriera. Pero, hasta que llegara ese momento, iba a ir a un concierto, con la esperanza de encontrarse con él.
Probablemente no la iba a reconocer. La verdad era que ni ella misma se reconocería. Mark le había hecho un peinado bastante clásico. Llevaba unos pendientes de cristal, muy relucientes y el vestido le quedaba justo por encima de las rodillas.
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
No es justo que castigues a las que leen tu novela y dejan mensajoitos porque las otra no los dejen QUIERO CAPS MAS LARGOSSSS
Chicana_415- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1282
Edad : 34
Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
muchas gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Gracias por el capitulo
cliostar- VBB ORO
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Localización : Algún lugar del mundo =)
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
grax..jenny me akabo de poner al corriente...esperare el siguente..sale...esta super tu novela...
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Muxas gracias por el capi niña siguele porfisss
Salu2
Salu2
BRENY- VBB ORO
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Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
QUE NOVELA TAN DIVERTIDA, ESTA MYRIAM SI QUE ES GENIAL, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
siguele me gusta me gusta
chikitita- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 95
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Amor de Fantasia FINAL!!!!
Yo también quiero caps más largos!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
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