MILAGRO DE AMOR --- Final
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MILAGRO DE AMOR --- Final
Hola niñas lo prometido es deuda aqui esta el primer capitulo....
Sin previa advertencia, aquellas palabras hicieron volver a Myriam cuatro años atrás.
Para la mayoría de la gente fue el verano de la ola de calor en Inglaterra. Para Myriam fue el verano que cambió su vida.
Entonces sólo tenía veintiún años y era la típica estudiante disfrutando de las vacaciones de verano. Sus únicos planes consistían en terminar sus estudios para dedicarse a enseñar y en comprarse el coche para el que tanto tiempo llevaba ahorrando.
El trimestre anterior había sido detenida en la calle por una mujer que hacía una encuesta para un programa de televisión.
—¿Cree en el matrimonio?
—Supongo que sí.
—¿Se casaría?
—¿Yo? Oh, soy demasiado joven para pensar en eso. Quiero divertirme un poco antes.
Apenas tres meses después se casaba con un hombre al que había conocido un mes antes.
Y sí, su abuela le había advertido que no duraría, pero su oposición sólo había servido para que Myriam se afirmara en su decisión.
Sus labios se curvaron en una sonrisa autodespectiva al recordar el idílico futuro que había imaginado.
—¡Mami…!
Myriam se volvió hacia el pequeño de pelo negro y largas pestañas que alzaba algo en sus manos para enseñárselo. No todo en su matrimonio había sido negativo. Tenía a Alex; tenía a su bebé. Aunque ya no era un bebé, pensó mientras hacía los adecuados sonidos de admiración.
Mientras Alex volvía a sus juegos, Myriam golpeó con las sandalias que llevaba en la mano la mesa de hierro forjado que había en el patio.
Hacerlo no tuvo el efecto deseado. Las mujeres que se hallaban dentro estaban demasiado enfrascadas en su conversación.
¡Aquello era justo lo que necesitaba! Un asiento de primera fila para asistir a la disección de su matrimonio.
—¿Estuvieron juntos mucho tiempo? —Myriam reconoció el típico acento de Yorkshire de Ruth Simmons, una directora de colegio retirada y aficionada a observar pájaros que había alquilado la casita contigua para el verano.
—Seis meses.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de reconciliación? Tal vez, si lo hubieran intentado más tiempo… si se hubieran esforzado más…
—¿Y qué sentido habría tenido que se esforzaran más?
Myriam suspiró. Raramente estaba de acuerdo con su abuela, pero aquélla era una de las ocasiones en que sí lo estaba. Podría haberse pasado media vida tratando sin ningún éxito de ser lo que Víctor quería que fuera.
Fue él quien dio por concluido su matrimonio. Y lo hizo con brutal eficiencia. Víctor no era ningún sentimental y no le gustaba dejar cabos sueltos.
—Podrían haberlo intentado hasta el día del juicio y habría dado igual.
—Pero seis meses… pobre Myriam…
—Con esos dos sólo era cuestión de saber cuándo. Cuándo iba a cansarse él o cuándo iba a asumir ella que procedían de mundos distintos. Fue mejor que rompieran. Él sólo estaba jugando.
Tal vez la abuela tenía razón, pensó Myriam. « ¿Estabas jugando, Víctor?». A veces le habría gustado tenerlo delante durante cinco minutos para que le explicara por qué. ¿Por qué hizo lo que hizo?
—Al parecer, su primera y bella esposa no paraba. Podría haber sido una gran concertista de piano si hubiera dedicado tanta energía a estudiar como a divertirse. Lo más probable es que después del divorcio Víctor buscara una nueva esposa dispuesta a llevar una vida más tranquila… pero eligió a Myriam. Y acabó aburriéndose, claro.
Myriam no podía decir nada al respecto. Se había sentido tan patéticamente deseosa de satisfacer a su marido que le había costado mucho relajarse y ser ella misma estando con alguien a quien adoraba. Porque ella había adorado a Víctor.
—Creo que no estás siendo justa con Myriam —protestó Ruth—. Es una chica brillante e inteligente.
Myriam sonrió para sí. «Gracias, Ruth».
—Por supuesto que lo es. Pero… deja que te enseñe esto.
Myriam oyó el susurro de unas hojas de papel y supo exactamente qué estaba haciendo su abuela.
—Esto apareció en el suplemento del domingo pasado. Ese es Víctor García.
Myriam ya sabía lo que estaba viendo Ruth; había visto la revista antes de que su abuela la escondiera. En ella había una foto a doble página en la que aparecía Víctor saliendo de un coche con chofer para asistir al estreno de una película. Junto a él estaba Laura, su sofisticada y elegante ex esposa. ¿Volverían a estar juntos…? Que tuvieran suerte, pensó Myriam, irritada. Se merecían el uno al otro.
—¡Oh, oh! —oyó que exclamaba Ruth—. Es verdaderamente… sí, es muy… Dicen que los opuestos se atraen… —añadió débilmente.
«Buen intento, Ruth», pensó Myriam.
—Hay opuestos, y luego están Víctor García y mi nieta.
Myriam sonrió. Siempre se podía contar con su abuela para introducir un toque de realismo.
—Desde el principio fue una idea absurda. Myriam no iba a encajar en su mundo y no tenían nada en común, excepto posiblemente… —Ann Montemayor siguió hablando en un susurro apenas audible— el sexo. O el amor, como prefería llamarlo mi nieta. La culpa la tienen todas esas novelas románticas que leyó durante su adolescencia.
—A mí también me gustan esas novelas.
—Pero tú no eres una jovencita impresionable que espera que un caballero de brillante armadura acuda en su rescate.
—Puede que no sea joven, pero aún no he perdido del todo las esperanzas.
Myriam no llegó a escuchar la irónica respuesta de su abuela mientras sentía que los músculos de su pelvis se tensaban. Parpadeó para alejar la imagen que había pasado por su cabeza pero, como el hombre implicado en ella, no obedeció a sus deseos. Al mal, desconcertada y asustada, había perdido toda su dignidad y le había rogado que reconsiderara su decisión. Víctor no podía querer que se fuera. Eran felices; iban a tener un bebé.
—Dime qué sucede —le rogó.
Víctor no dijo nada y se limitó a mirarlas con sus ojos color medianoche, duros como diamantes.
Era extraño como una tonta decisión podía cambiar para siempre el rumbo de la vida de una persona.
En su caso, si no hubiera cedido a la insistencia de su hermanastro y no lo hubiera llevado a la playa cuando lo que le apetecía era sentarse en un sillón a terminar el libro que estaba leyendo, nunca habría conocido a Víctor.
Aunque tampoco tenía ningún sentido especular sobre lo que podría haber pasado.
Uno tenía que vivir con lo que había y Myriam pensaba modestamente que no lo estaba haciendo mal del todo. Tenía una buena profesión, pagaba el alquiler de su piso y tenía un hijo maravilloso. Una amiga soltera le había comentado hacía poco que no sabía cómo se las arreglaba estando sola para ocuparse de todo.
—No podría imaginar mi vida sin Alex; él me da la fuerza necesaria para enfrentarme a todo —contestó Myriam. Y era cierto, aunque su amiga no la había creído.
El hecho de que no hubiera un hombre en su vida era cuestión de elección. No es que hubiera descartado la posibilidad de conocer a alguien; simplemente no podía imaginarlo.
A veces lo intentaba. Trataba de imaginar a otro hombre tocándola como lo había hecho Víctor. Lo hizo en aquel momento y fue un error… pues sabía que era un error anhelar las caricias de Víctor.
Y las había anhelado mucho.
A veces se preguntaba qué clase de persona habría llegado a ser si no lo hubiera conocido. ¿Habría seguido siendo tan ingenua y confiada como aquel verano?
Pero aquellas especulaciones no tenían sentido, porque lo había conocido, y su encuentro con Víctor había quedado grabado con fuego para siempre en su cerebro.
Estaba sentada sobre una manta, leyendo el periódico a la vez que vigilaba a su hermanastro, que estaba jugando con un grupo de amigos en la playa. Lo primero que había visto habían sido sus elegantes zapatos de cuero hechos a mano y sus pantalones oscuros, caros, de buen gusto, pero totalmente inadecuados para estar en la playa. Cuando alzó el rostro para ver de quién se trataba se quedó momentáneamente sin aliento.
El dueño de los zapatos tenía las piernas realmente largas y el resto de su cuerpo era prácticamente perfecto. Para cuando alcanzó su rostro, los restos de burla que había en sus ojos color ámbar, los ojos que él había asegurado amar, se habían esfumado por completo. Estaba anonadada por la repentina visión de Víctor… y así había permanecido hasta que él le había dicho que se fuera.
—¿Que me vaya? —había preguntado, inquieta, convencida de que se trataba de un tonto error—. ¿Durante cuánto tiempo quieres que me vaya?
—Para siempre —replicó él, y a continuación se marchó.
Pero la tarde de verano que lo conoció no atisbó en él ningún indicio de la crueldad que era capaz de manifestar. Era demasiado inexperta y estaba demasiado fascinada por sus penetrantes ojos oscuros, por la sensual curva de sus labios, por su piel morena y los fuertes ángulos de su rostro. Aquel hombre era la esencia de la belleza masculina.
—Hola —saludó, y le dedicó una sonrisa maravillosa.
Su voz, con un ligero acento, también era fascinante.
Myriam tenía calor, su piel brillaba debido a la ligera capa de sudor que la cubría y la salada humedad del agua se había reunido en el inicio de sus pechos. Nerviosa, se llevó una mano al pelo y notó que estaba lleno de sal después del último baño que había lomado.
—Hola —replicó. El corazón le latía tan rápido que apenas pudo escuchar su propia voz.
Sabía que lo estaba mirando sin ningún recato, pero no podía evitarlo. ¡Hombres como aquél sólo aparecían en los libros de ficción!
¿Sería una depravación imaginar el aspecto que tendría un completo desconocido desnudo? Nunca le había sucedido aquello; ¿sería el tiempo? Había oído decir que el calor afectaba a la libido. Pero su libido nunca le había dado problemas. De hecho, a veces se preguntaba si la tendría demasiado desarrollada.
—No conozco bien la zona.
—Lo sé… —al ver que el desconocido alzaba una ceja con expresión interrogante, Myriam siguió precipitadamente—. Este es un lugar pequeño y los extranjeros… sobresalen.
—Entonces, ¿vives aquí?
«Me está hablando. Ese hombre increíble me está hablando. ¿Qué ha dicho…?».
—¿Disculpa?
—¿Vives por aquí cerca?
—Sí… no.
El hombre sonrió.
—¿Sí o no?
Myriam hizo un esfuerzo supremo por comportarse como si su coeficiente intelectual tuviera más de dos cifras.
—Pasamos las vacaciones de verano aquí. Mi… —Myriam bajó la mirada mientras reprimía el impulso de contarle la historia de su vida, aunque ésta pudiera ser resumida en un párrafo. Tan sólo había pasado una cosa que mereciera la pena en ella, ¡y ni siquiera la recordaba! Ella aún era un bebé cuando su madre huyó con un camarero griego. Desde entonces, su padre abandonado se había negado a viajar al extranjero. Por eso pasaban los veranos allí. Al principio sólo iban su padre, su abuela y ella, y más adelante se sumaron su madrastra y su hermanastro.
—¿Pero conoces la zona? ¿Sabes los sitios a los que se puede ir?
—¿Sitios…? —la desconcertada expresión de Myriam se aclaró—. Supongo que sí —estaba encantada de poder resultar útil a un hombre tan asombroso—. Pero depende.
—¿De qué?
—De si te gustan las alturas.
—Me gustan.
—A mí no —admitió Myriam con pesar—. El paseo por la reserva debe de ser maravilloso, pero si prefieres algo más suave, el sendero que cruza la marisma está muy bien marcado y hay puestos desde los que… ¿Te interesan los pájaros? Por aquí viene mucha gente aficionada a observarlos. No es la época de cría, pero…
—No soy observador de aves. Prefiero otra clase de… persecuciones.
Myriam podía imaginar perfectamente a aquel hombre practicando algún deporte extremo. La posibilidad de que pudiera romperse aquel maravilloso cuello la hizo murmurar:
—Deberías tener cuidado.
—De momento me han ordenado descansar —una lenta sonrisa curvó los labios del desconocido y Myriam sintió que le cosquilleaba toda la piel—. Y de pronto no me parece tan mala idea.
¿Estaba flirteando con ella? Myriam apartó aquel pensamiento incluso antes de que llegara a formarse del todo.
—En realidad me preguntaba cómo sería la vida nocturna por aquí.
—¿La vida nocturna? —repitió Myriam. El vello moreno visible a través de la camisa del desconocido estaba haciendo que tuviera verdaderas dificultades para centrarse en lo que estaba diciendo.
—Me refiero a los clubes nocturnos.
—¿Clubes nocturnos? ¿Aquí?
—No hay clubes nocturnos.
Myriam negó con la cabeza.
—¿Y restaurantes? —preguntó él con una devastadora sonrisa.
—Me temo que has acudido al lugar equivocado. Hay una tetería junto a la oficina de correos y una tienda de patatas y pescado, pero… ¿te estás riendo de mí?
—Eres encantadora.
Myriam no pudo evitar sonreír.
—Y tengo la sensación de que ésta es la primera vez que me he reído en mucho tiempo —añadió él.
Myriam se estaba preguntando qué habría querido decir con aquello cuando una pelota cayó en su regazo y la roció de arena.
—¡Jack Montemayor! —exclamó mientras veía acercarse a su hermanastro, un muchacho de unos doce años con la cara llena de pecas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jack burlonamente—. Tampoco la he tirado tan fuerte.
Chasqueando con la lengua, Myriam le lanzó la pelota a la vez que le decía que tuviera cuidado.
—Y nos vamos dentro de cinco minutos —advirtió mientras miraba su reloj—. He prometido ocuparme de la cena esta noche.
—De acuerdo, Myriam —dijo Jack antes de salir corriendo de nuevo con la pelota.
—¿Myriam…? —repitió el hombre con gesto interrogante.
Ella hizo una mueca.
—Myriam —aclaró—. Mi familia me llama Myriam. Ese es mi hermanastro.
Al volverse vio que el hombre no estaba mirando la ya distante figura de Jack, sino a ella. La sensualidad que reflejaba su mirada hizo que un secreto estremecimiento la recorriera de arriba abajo; pero no pudo hacer ningún secreto del empuje de sus excitados pezones contra la tela del sujetador de su biquini.
Apartó la mirada, ruborizada y arrepentida por haberse quitado la blusa. La tomó rápidamente y se la puso.
No iba a verlo nunca más pero, por ella, podía llamarla como quisiera.
espero sus comentarios.....
Capítulo 1
Por supuesto que sabía que no iba a durar.Sin previa advertencia, aquellas palabras hicieron volver a Myriam cuatro años atrás.
Para la mayoría de la gente fue el verano de la ola de calor en Inglaterra. Para Myriam fue el verano que cambió su vida.
Entonces sólo tenía veintiún años y era la típica estudiante disfrutando de las vacaciones de verano. Sus únicos planes consistían en terminar sus estudios para dedicarse a enseñar y en comprarse el coche para el que tanto tiempo llevaba ahorrando.
El trimestre anterior había sido detenida en la calle por una mujer que hacía una encuesta para un programa de televisión.
—¿Cree en el matrimonio?
—Supongo que sí.
—¿Se casaría?
—¿Yo? Oh, soy demasiado joven para pensar en eso. Quiero divertirme un poco antes.
Apenas tres meses después se casaba con un hombre al que había conocido un mes antes.
Y sí, su abuela le había advertido que no duraría, pero su oposición sólo había servido para que Myriam se afirmara en su decisión.
Sus labios se curvaron en una sonrisa autodespectiva al recordar el idílico futuro que había imaginado.
—¡Mami…!
Myriam se volvió hacia el pequeño de pelo negro y largas pestañas que alzaba algo en sus manos para enseñárselo. No todo en su matrimonio había sido negativo. Tenía a Alex; tenía a su bebé. Aunque ya no era un bebé, pensó mientras hacía los adecuados sonidos de admiración.
Mientras Alex volvía a sus juegos, Myriam golpeó con las sandalias que llevaba en la mano la mesa de hierro forjado que había en el patio.
Hacerlo no tuvo el efecto deseado. Las mujeres que se hallaban dentro estaban demasiado enfrascadas en su conversación.
¡Aquello era justo lo que necesitaba! Un asiento de primera fila para asistir a la disección de su matrimonio.
—¿Estuvieron juntos mucho tiempo? —Myriam reconoció el típico acento de Yorkshire de Ruth Simmons, una directora de colegio retirada y aficionada a observar pájaros que había alquilado la casita contigua para el verano.
—Seis meses.
—¿Crees que hay alguna posibilidad de reconciliación? Tal vez, si lo hubieran intentado más tiempo… si se hubieran esforzado más…
—¿Y qué sentido habría tenido que se esforzaran más?
Myriam suspiró. Raramente estaba de acuerdo con su abuela, pero aquélla era una de las ocasiones en que sí lo estaba. Podría haberse pasado media vida tratando sin ningún éxito de ser lo que Víctor quería que fuera.
Fue él quien dio por concluido su matrimonio. Y lo hizo con brutal eficiencia. Víctor no era ningún sentimental y no le gustaba dejar cabos sueltos.
—Podrían haberlo intentado hasta el día del juicio y habría dado igual.
—Pero seis meses… pobre Myriam…
—Con esos dos sólo era cuestión de saber cuándo. Cuándo iba a cansarse él o cuándo iba a asumir ella que procedían de mundos distintos. Fue mejor que rompieran. Él sólo estaba jugando.
Tal vez la abuela tenía razón, pensó Myriam. « ¿Estabas jugando, Víctor?». A veces le habría gustado tenerlo delante durante cinco minutos para que le explicara por qué. ¿Por qué hizo lo que hizo?
—Al parecer, su primera y bella esposa no paraba. Podría haber sido una gran concertista de piano si hubiera dedicado tanta energía a estudiar como a divertirse. Lo más probable es que después del divorcio Víctor buscara una nueva esposa dispuesta a llevar una vida más tranquila… pero eligió a Myriam. Y acabó aburriéndose, claro.
Myriam no podía decir nada al respecto. Se había sentido tan patéticamente deseosa de satisfacer a su marido que le había costado mucho relajarse y ser ella misma estando con alguien a quien adoraba. Porque ella había adorado a Víctor.
—Creo que no estás siendo justa con Myriam —protestó Ruth—. Es una chica brillante e inteligente.
Myriam sonrió para sí. «Gracias, Ruth».
—Por supuesto que lo es. Pero… deja que te enseñe esto.
Myriam oyó el susurro de unas hojas de papel y supo exactamente qué estaba haciendo su abuela.
—Esto apareció en el suplemento del domingo pasado. Ese es Víctor García.
Myriam ya sabía lo que estaba viendo Ruth; había visto la revista antes de que su abuela la escondiera. En ella había una foto a doble página en la que aparecía Víctor saliendo de un coche con chofer para asistir al estreno de una película. Junto a él estaba Laura, su sofisticada y elegante ex esposa. ¿Volverían a estar juntos…? Que tuvieran suerte, pensó Myriam, irritada. Se merecían el uno al otro.
—¡Oh, oh! —oyó que exclamaba Ruth—. Es verdaderamente… sí, es muy… Dicen que los opuestos se atraen… —añadió débilmente.
«Buen intento, Ruth», pensó Myriam.
—Hay opuestos, y luego están Víctor García y mi nieta.
Myriam sonrió. Siempre se podía contar con su abuela para introducir un toque de realismo.
—Desde el principio fue una idea absurda. Myriam no iba a encajar en su mundo y no tenían nada en común, excepto posiblemente… —Ann Montemayor siguió hablando en un susurro apenas audible— el sexo. O el amor, como prefería llamarlo mi nieta. La culpa la tienen todas esas novelas románticas que leyó durante su adolescencia.
—A mí también me gustan esas novelas.
—Pero tú no eres una jovencita impresionable que espera que un caballero de brillante armadura acuda en su rescate.
—Puede que no sea joven, pero aún no he perdido del todo las esperanzas.
Myriam no llegó a escuchar la irónica respuesta de su abuela mientras sentía que los músculos de su pelvis se tensaban. Parpadeó para alejar la imagen que había pasado por su cabeza pero, como el hombre implicado en ella, no obedeció a sus deseos. Al mal, desconcertada y asustada, había perdido toda su dignidad y le había rogado que reconsiderara su decisión. Víctor no podía querer que se fuera. Eran felices; iban a tener un bebé.
—Dime qué sucede —le rogó.
Víctor no dijo nada y se limitó a mirarlas con sus ojos color medianoche, duros como diamantes.
Era extraño como una tonta decisión podía cambiar para siempre el rumbo de la vida de una persona.
En su caso, si no hubiera cedido a la insistencia de su hermanastro y no lo hubiera llevado a la playa cuando lo que le apetecía era sentarse en un sillón a terminar el libro que estaba leyendo, nunca habría conocido a Víctor.
Aunque tampoco tenía ningún sentido especular sobre lo que podría haber pasado.
Uno tenía que vivir con lo que había y Myriam pensaba modestamente que no lo estaba haciendo mal del todo. Tenía una buena profesión, pagaba el alquiler de su piso y tenía un hijo maravilloso. Una amiga soltera le había comentado hacía poco que no sabía cómo se las arreglaba estando sola para ocuparse de todo.
—No podría imaginar mi vida sin Alex; él me da la fuerza necesaria para enfrentarme a todo —contestó Myriam. Y era cierto, aunque su amiga no la había creído.
El hecho de que no hubiera un hombre en su vida era cuestión de elección. No es que hubiera descartado la posibilidad de conocer a alguien; simplemente no podía imaginarlo.
A veces lo intentaba. Trataba de imaginar a otro hombre tocándola como lo había hecho Víctor. Lo hizo en aquel momento y fue un error… pues sabía que era un error anhelar las caricias de Víctor.
Y las había anhelado mucho.
A veces se preguntaba qué clase de persona habría llegado a ser si no lo hubiera conocido. ¿Habría seguido siendo tan ingenua y confiada como aquel verano?
Pero aquellas especulaciones no tenían sentido, porque lo había conocido, y su encuentro con Víctor había quedado grabado con fuego para siempre en su cerebro.
Estaba sentada sobre una manta, leyendo el periódico a la vez que vigilaba a su hermanastro, que estaba jugando con un grupo de amigos en la playa. Lo primero que había visto habían sido sus elegantes zapatos de cuero hechos a mano y sus pantalones oscuros, caros, de buen gusto, pero totalmente inadecuados para estar en la playa. Cuando alzó el rostro para ver de quién se trataba se quedó momentáneamente sin aliento.
El dueño de los zapatos tenía las piernas realmente largas y el resto de su cuerpo era prácticamente perfecto. Para cuando alcanzó su rostro, los restos de burla que había en sus ojos color ámbar, los ojos que él había asegurado amar, se habían esfumado por completo. Estaba anonadada por la repentina visión de Víctor… y así había permanecido hasta que él le había dicho que se fuera.
—¿Que me vaya? —había preguntado, inquieta, convencida de que se trataba de un tonto error—. ¿Durante cuánto tiempo quieres que me vaya?
—Para siempre —replicó él, y a continuación se marchó.
Pero la tarde de verano que lo conoció no atisbó en él ningún indicio de la crueldad que era capaz de manifestar. Era demasiado inexperta y estaba demasiado fascinada por sus penetrantes ojos oscuros, por la sensual curva de sus labios, por su piel morena y los fuertes ángulos de su rostro. Aquel hombre era la esencia de la belleza masculina.
—Hola —saludó, y le dedicó una sonrisa maravillosa.
Su voz, con un ligero acento, también era fascinante.
Myriam tenía calor, su piel brillaba debido a la ligera capa de sudor que la cubría y la salada humedad del agua se había reunido en el inicio de sus pechos. Nerviosa, se llevó una mano al pelo y notó que estaba lleno de sal después del último baño que había lomado.
—Hola —replicó. El corazón le latía tan rápido que apenas pudo escuchar su propia voz.
Sabía que lo estaba mirando sin ningún recato, pero no podía evitarlo. ¡Hombres como aquél sólo aparecían en los libros de ficción!
¿Sería una depravación imaginar el aspecto que tendría un completo desconocido desnudo? Nunca le había sucedido aquello; ¿sería el tiempo? Había oído decir que el calor afectaba a la libido. Pero su libido nunca le había dado problemas. De hecho, a veces se preguntaba si la tendría demasiado desarrollada.
—No conozco bien la zona.
—Lo sé… —al ver que el desconocido alzaba una ceja con expresión interrogante, Myriam siguió precipitadamente—. Este es un lugar pequeño y los extranjeros… sobresalen.
—Entonces, ¿vives aquí?
«Me está hablando. Ese hombre increíble me está hablando. ¿Qué ha dicho…?».
—¿Disculpa?
—¿Vives por aquí cerca?
—Sí… no.
El hombre sonrió.
—¿Sí o no?
Myriam hizo un esfuerzo supremo por comportarse como si su coeficiente intelectual tuviera más de dos cifras.
—Pasamos las vacaciones de verano aquí. Mi… —Myriam bajó la mirada mientras reprimía el impulso de contarle la historia de su vida, aunque ésta pudiera ser resumida en un párrafo. Tan sólo había pasado una cosa que mereciera la pena en ella, ¡y ni siquiera la recordaba! Ella aún era un bebé cuando su madre huyó con un camarero griego. Desde entonces, su padre abandonado se había negado a viajar al extranjero. Por eso pasaban los veranos allí. Al principio sólo iban su padre, su abuela y ella, y más adelante se sumaron su madrastra y su hermanastro.
—¿Pero conoces la zona? ¿Sabes los sitios a los que se puede ir?
—¿Sitios…? —la desconcertada expresión de Myriam se aclaró—. Supongo que sí —estaba encantada de poder resultar útil a un hombre tan asombroso—. Pero depende.
—¿De qué?
—De si te gustan las alturas.
—Me gustan.
—A mí no —admitió Myriam con pesar—. El paseo por la reserva debe de ser maravilloso, pero si prefieres algo más suave, el sendero que cruza la marisma está muy bien marcado y hay puestos desde los que… ¿Te interesan los pájaros? Por aquí viene mucha gente aficionada a observarlos. No es la época de cría, pero…
—No soy observador de aves. Prefiero otra clase de… persecuciones.
Myriam podía imaginar perfectamente a aquel hombre practicando algún deporte extremo. La posibilidad de que pudiera romperse aquel maravilloso cuello la hizo murmurar:
—Deberías tener cuidado.
—De momento me han ordenado descansar —una lenta sonrisa curvó los labios del desconocido y Myriam sintió que le cosquilleaba toda la piel—. Y de pronto no me parece tan mala idea.
¿Estaba flirteando con ella? Myriam apartó aquel pensamiento incluso antes de que llegara a formarse del todo.
—En realidad me preguntaba cómo sería la vida nocturna por aquí.
—¿La vida nocturna? —repitió Myriam. El vello moreno visible a través de la camisa del desconocido estaba haciendo que tuviera verdaderas dificultades para centrarse en lo que estaba diciendo.
—Me refiero a los clubes nocturnos.
—¿Clubes nocturnos? ¿Aquí?
—No hay clubes nocturnos.
Myriam negó con la cabeza.
—¿Y restaurantes? —preguntó él con una devastadora sonrisa.
—Me temo que has acudido al lugar equivocado. Hay una tetería junto a la oficina de correos y una tienda de patatas y pescado, pero… ¿te estás riendo de mí?
—Eres encantadora.
Myriam no pudo evitar sonreír.
—Y tengo la sensación de que ésta es la primera vez que me he reído en mucho tiempo —añadió él.
Myriam se estaba preguntando qué habría querido decir con aquello cuando una pelota cayó en su regazo y la roció de arena.
—¡Jack Montemayor! —exclamó mientras veía acercarse a su hermanastro, un muchacho de unos doce años con la cara llena de pecas.
—¿Qué te pasa? —preguntó Jack burlonamente—. Tampoco la he tirado tan fuerte.
Chasqueando con la lengua, Myriam le lanzó la pelota a la vez que le decía que tuviera cuidado.
—Y nos vamos dentro de cinco minutos —advirtió mientras miraba su reloj—. He prometido ocuparme de la cena esta noche.
—De acuerdo, Myriam —dijo Jack antes de salir corriendo de nuevo con la pelota.
—¿Myriam…? —repitió el hombre con gesto interrogante.
Ella hizo una mueca.
—Myriam —aclaró—. Mi familia me llama Myriam. Ese es mi hermanastro.
Al volverse vio que el hombre no estaba mirando la ya distante figura de Jack, sino a ella. La sensualidad que reflejaba su mirada hizo que un secreto estremecimiento la recorriera de arriba abajo; pero no pudo hacer ningún secreto del empuje de sus excitados pezones contra la tela del sujetador de su biquini.
Apartó la mirada, ruborizada y arrepentida por haberse quitado la blusa. La tomó rápidamente y se la puso.
No iba a verlo nunca más pero, por ella, podía llamarla como quisiera.
espero sus comentarios.....
Última edición por laurayvictor el Sáb Feb 26, 2011 2:29 pm, editado 12 veces
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
que biien noveliita nueva graciias por el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
gracias por una nueva novelita siguele por fa pronto
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Muchas gracias por esta nuva novela, se lee muy padre.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
OTRA NOVELITA QUE BIEN
GRACIAS POR EL 1 CAPITULO
NO TARDES
rodmina- VBB PLATA
- Cantidad de envíos : 433
Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Aqui esta el siguiente capitulo niñas....
—¿CUÁNTOS años tienes, Myriam?
Myriam estuvo a punto de contestar que los suficientes, pero se contuvo.
—Veintiuno —respondió.
—¿Quieres venir a cenar conmigo?
Myriam abrió los ojos de par en par.
—¿Yo… tú…?
—Esa era la idea.
Myriam miró al hombre con suspicacia.
—Supongo que no hablas en serio.
—¿Y por qué no? Eres la mujer más atractiva de la playa.
—Soy la única que tiene menos de sesenta y que no está casada y tiene niños, así que trataré de no emocionarme demasiado con el cumplido.
¿A quién trataba de engañar? Siempre se había considerado una chica muy normalita, y de pronto aparecía aquel hombre increíble y se dedicaba a mirarla como si fuera una mujer realmente deseable.
Trató de adoptar una expresión divertida.
—Ni siquiera sé cómo te llamas —protestó.
Él sonrió con una arrogancia que debía de ser totalmente natural en alguien como él. ¿Y por qué no iba a serlo?, pensó Myriam cuatro años después. Víctor García estaba acostumbrado a conseguir lo que quería; era comprensible un poco de complacencia cuando las mujeres no habían dejado de caer embelesadas ante él desde que era un adolescente.
—Esa no es una barrera insuperable, y además yo ya conozco el tuyo, Myriam.
Myriam lo miró con ojos soñadores. Tan sólo se trataba de una cena.
—Tan sólo se trata de una cena —dijo él, como si hubiera leído su mente.
Myriam abrió la boca fue para decir «sí», pero su padre no la había educado para ser una imprudente. En el último instante, la cautela hizo su aparición.
—Gracias, pero no puedo —aquel hombre era un completo desconocido. Podía tratarse de un psicópata, o incluso de un psicópata casado—. No puedo —repitió—. A mi novio no le gustaría.
En otras circunstancias, la expresión decepcionada del atractivo rostro del desconocido la habría hecho reír. Pero Myriam no tenía ganas de reír.
—¿Estás diciendo que no?
Myriam percibió el asombro de su tono y comprendió que en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera a rechazar su invitación.
Asintió.
—Como quieras.
La evidente irritación del desconocido hizo que Myriam se sintiera un poco mejor. ¿Por qué había asumido que iba a aceptar su invitación? Probablemente había sido bastante obvia en su interés, pero una chica podía mirar sin necesariamente querer tocar…
Le dedicó una semi–sonrisa de disculpa mientras se decía que lo que quería era marcharse de allí cuanto antes sin hacer aún más el tonto.
Mientras guardaba rápidamente las cosas en su bolso notó que él la miraba, lo que hizo que sus movimientos se volvieran especialmente patosos.
—¡Jack! —exclamó mientras cerraba la cremallera con más energía de la necesaria.
—Has olvidado esto.
Myriam se volvió a medias y vio que el hombre sostenía un tubo de crema protectora.
Extendió la mano.
—Gracias —el contacto de sus dedos apenas duró un segundo pero bastó para hacer que le cosquilleara todo el cuerpo. Cuando miró al hombre supo que sabía exactamente cómo se sentía.
Sin esperar a comprobar si su incordiante hermano la seguía, se alejó rápidamente de él.
Un sonido infantil hizo regresar a Myriam al presente. Hizo los admirativos sonidos de rigor mientras su hijo le enseñaba orgulloso la pequeña pila de piedras que había amontonado en el patio.
Era extraño, pensó, nuevamente distraída. Después de aquellos años sentía que apenas tenía ya nada que ver con la chica que había huido asustada aquel día de la playa y, sin embargo, la casa de la playa y el pueblo apenas habían cambiado. Era como si aquel lugar estuviera inmerso en un bucle temporal.
El pueblo seguía tan pasado de moda como siempre. No había elegantes marisquerías ni grandes olas que pudieran atraer a la fraternidad de surfistas, pero ella seguía sintiendo debilidad por aquel lugar. Se frotó las arenosas manos en el pantalón y aceptó la venera que le entregó Alex.
Aquélla era la primera vez que regresaba a la casa de la playa desde aquel verano fatal. Había acudido allí en parte para alejar los fantasmas del pasado, y también porque no podía permitirse otra clase de vacaciones para Alex.
Aspiró profundamente el aire salado del mar y, de pronto, un nuevo recuerdo invadió sus pensamientos.
Tenía el pie sobre el regazo de Víctor, que le estaba quitando la arena que tenía entre los dedos. El roce de éstos estaba haciendo que una serie de deliciosos estremecimientos recorrieran su cuerpo. Él lo notó y alzó el rostro para mirarla. Luego, sin apartar los ojos de ella se llevó su pie a la boca y le succionó el dedo gordo.
Myriam dio un gritito ahogado.
—¡No puedes hacer eso! —exclamó a la vez que retiraba el pie y doblaba las rodillas hasta la barbilla.
—¿Por qué? —preguntó Víctor.
—Porque me estás matando —confesó ella en un susurro.
La depredadora mirada de deseo que le dedicó Víctor hizo que Myriam se derritiera por dentro.
—Ya falta poco, yineka mou —le recordó él—. Mañana seremos marido y mujer.
De vuelta al presente, Myriam abrió los puños, suspiró y se frotó las manos en los pantalones. ¿Sería capaz alguna vez de pensar en su marido sin sufrir un ataque de pánico?
—Apenas podían mantener las manos quietas —seguía hablando su abuela—. No soy ninguna mojigata, pero lo cierto es que Myriam no era capaz de mantener las manos alejadas de él…
A pesar de lo humillante del comentario de su abuela, Myriam tuvo que admitir que era esencialmente cierto.
Cuando conoció a Víctor no estaba preparada para las primitivas emociones que despertó en ella.
—Mi hijo y yo no estamos de acuerdo en casi nada, pero opinábamos lo mismo respecto a ese tema. Antonio solía decirle: «Acuéstate con él si quieres, incluso vive con él, ¡pero casarte con él sería una locura!».
—Una locura que todos hemos experimentado —contestó Ruth.
—La chica ha cosechado las consecuencias de su estupidez.
Myriam se ruborizó al escuchar las desdeñosas palabras de su abuela. Había cometido un grave error y estaba dispuesta a enmendarlo, pero a veces temía que su familia no fuera a dejar de reprochárselo nunca.
—Era muy joven.
—Era joven y se creía que lo sabía todo.
—Eso les sucede a todos los jóvenes. Él… el hombre de la foto… parecía mayor.
—Creo que tenía treinta y dos cuando se casaron. Myriam era muy inmadura para su edad, muy ingenua, y él ya era un hombre de mundo… y un diablo muy atractivo, desde luego. No me extraña que se enamorara de él.
Oír decir aquello a su abuela asombró a Myriam; jamás se había mostrado tan comprensiva ante ella.
—¿Crees que se aprovechó?
—¿Tú qué crees? Ya se había divorciado una vez y además es griego. En cuanto lo vi supe que no era de fiar. Se lo dije a Myriam pero no quiso escucharme.
—De todos modos deberías estar orgullosa por cómo ha rehecho su vida. Y tiene un niño encantador.
—Un niño que nunca ha visto a su padre.
—¿Nunca?
—Se negó en redondo a verlo. Víctor García dejó muy claro que no quería saber nada de su hijo. Y ningún miembro de su familia se ha molestado en conocerlo. Si te digo la verdad, me alegro de ello.
A pesar del tiempo transcurrido, la verdad aún dolía. Myriam miró a su pequeño y el amor que sentía por él desde que abrazó por primera vez su deslizante cuerpecito hizo que se le encogiera el corazón. Había imaginado que compartiría el momento mágico de su nacimiento con Víctor, pero no fue así.
Dio a luz sola. Su marido no la acompañó y no tuvo a nadie con quien compartir aquel momento.
Víctor se había desenamorado de ella… aunque lo más probable era que nunca hubiera estado realmente enamorado. De lo contrario no la habría tratado como lo hizo.
Había llegado a aceptar aquella dura realidad, o al menos eso creía.
¿Pero cómo había sido Víctor capaz de repudiar al hijo que habían tenido juntos? ¿Cómo podía un padre no amar a su hijo?
—Es una suerte que su familia estuviera aquí para recoger los pedazos.
—Es una pena —dijo Ruth con evidente pesar—. ¿Cómo es posible que un hombre no quiera ver a su hijo?
—No lo sé. Lo único que sé es que no le ha dado a Myriam ni un penique y que ella es demasiado testaruda como para reclamar sus derechos. Le he dicho que debería solicitar el divorcio y sacarle todo el dinero que pueda. No hubo acuerdo prenupcial, pero me temo que Myriam es tan poco práctica como su madre.
Myriam se preguntó qué pensaría su abuela si supiera que tenía una cuenta en la que Víctor ingresaba una generosa cantidad de dinero todos los meses. ¡Pondría el grito en el cielo si se enterara de que no había tocado ni un penique!
A aquellas alturas ya debía de haber una fuerte suma acumulada.
—Mami, tengo sed.
Myriam se acuclilló con una sonrisa y apartó un oscuro rizo del acalorado rostro de su hijo. Nunca lograría olvidar el de Víctor; veía a diario una versión en miniatura del suyo.
—Yo también, cariño —dijo, en tono lo suficientemente alto como para que su abuela notara su presencia—. Vamos a ver si a la abuela le apetece un poco de limonada, ¿de acuerdo?
espero muchos comentarios.....
Capítulo 2
—¿CUÁNTOS años tienes, Myriam?
Myriam estuvo a punto de contestar que los suficientes, pero se contuvo.
—Veintiuno —respondió.
—¿Quieres venir a cenar conmigo?
Myriam abrió los ojos de par en par.
—¿Yo… tú…?
—Esa era la idea.
Myriam miró al hombre con suspicacia.
—Supongo que no hablas en serio.
—¿Y por qué no? Eres la mujer más atractiva de la playa.
—Soy la única que tiene menos de sesenta y que no está casada y tiene niños, así que trataré de no emocionarme demasiado con el cumplido.
¿A quién trataba de engañar? Siempre se había considerado una chica muy normalita, y de pronto aparecía aquel hombre increíble y se dedicaba a mirarla como si fuera una mujer realmente deseable.
Trató de adoptar una expresión divertida.
—Ni siquiera sé cómo te llamas —protestó.
Él sonrió con una arrogancia que debía de ser totalmente natural en alguien como él. ¿Y por qué no iba a serlo?, pensó Myriam cuatro años después. Víctor García estaba acostumbrado a conseguir lo que quería; era comprensible un poco de complacencia cuando las mujeres no habían dejado de caer embelesadas ante él desde que era un adolescente.
—Esa no es una barrera insuperable, y además yo ya conozco el tuyo, Myriam.
Myriam lo miró con ojos soñadores. Tan sólo se trataba de una cena.
—Tan sólo se trata de una cena —dijo él, como si hubiera leído su mente.
Myriam abrió la boca fue para decir «sí», pero su padre no la había educado para ser una imprudente. En el último instante, la cautela hizo su aparición.
—Gracias, pero no puedo —aquel hombre era un completo desconocido. Podía tratarse de un psicópata, o incluso de un psicópata casado—. No puedo —repitió—. A mi novio no le gustaría.
En otras circunstancias, la expresión decepcionada del atractivo rostro del desconocido la habría hecho reír. Pero Myriam no tenía ganas de reír.
—¿Estás diciendo que no?
Myriam percibió el asombro de su tono y comprendió que en ningún momento se le había pasado por la cabeza que fuera a rechazar su invitación.
Asintió.
—Como quieras.
La evidente irritación del desconocido hizo que Myriam se sintiera un poco mejor. ¿Por qué había asumido que iba a aceptar su invitación? Probablemente había sido bastante obvia en su interés, pero una chica podía mirar sin necesariamente querer tocar…
Le dedicó una semi–sonrisa de disculpa mientras se decía que lo que quería era marcharse de allí cuanto antes sin hacer aún más el tonto.
Mientras guardaba rápidamente las cosas en su bolso notó que él la miraba, lo que hizo que sus movimientos se volvieran especialmente patosos.
—¡Jack! —exclamó mientras cerraba la cremallera con más energía de la necesaria.
—Has olvidado esto.
Myriam se volvió a medias y vio que el hombre sostenía un tubo de crema protectora.
Extendió la mano.
—Gracias —el contacto de sus dedos apenas duró un segundo pero bastó para hacer que le cosquilleara todo el cuerpo. Cuando miró al hombre supo que sabía exactamente cómo se sentía.
Sin esperar a comprobar si su incordiante hermano la seguía, se alejó rápidamente de él.
Un sonido infantil hizo regresar a Myriam al presente. Hizo los admirativos sonidos de rigor mientras su hijo le enseñaba orgulloso la pequeña pila de piedras que había amontonado en el patio.
Era extraño, pensó, nuevamente distraída. Después de aquellos años sentía que apenas tenía ya nada que ver con la chica que había huido asustada aquel día de la playa y, sin embargo, la casa de la playa y el pueblo apenas habían cambiado. Era como si aquel lugar estuviera inmerso en un bucle temporal.
El pueblo seguía tan pasado de moda como siempre. No había elegantes marisquerías ni grandes olas que pudieran atraer a la fraternidad de surfistas, pero ella seguía sintiendo debilidad por aquel lugar. Se frotó las arenosas manos en el pantalón y aceptó la venera que le entregó Alex.
Aquélla era la primera vez que regresaba a la casa de la playa desde aquel verano fatal. Había acudido allí en parte para alejar los fantasmas del pasado, y también porque no podía permitirse otra clase de vacaciones para Alex.
Aspiró profundamente el aire salado del mar y, de pronto, un nuevo recuerdo invadió sus pensamientos.
Tenía el pie sobre el regazo de Víctor, que le estaba quitando la arena que tenía entre los dedos. El roce de éstos estaba haciendo que una serie de deliciosos estremecimientos recorrieran su cuerpo. Él lo notó y alzó el rostro para mirarla. Luego, sin apartar los ojos de ella se llevó su pie a la boca y le succionó el dedo gordo.
Myriam dio un gritito ahogado.
—¡No puedes hacer eso! —exclamó a la vez que retiraba el pie y doblaba las rodillas hasta la barbilla.
—¿Por qué? —preguntó Víctor.
—Porque me estás matando —confesó ella en un susurro.
La depredadora mirada de deseo que le dedicó Víctor hizo que Myriam se derritiera por dentro.
—Ya falta poco, yineka mou —le recordó él—. Mañana seremos marido y mujer.
De vuelta al presente, Myriam abrió los puños, suspiró y se frotó las manos en los pantalones. ¿Sería capaz alguna vez de pensar en su marido sin sufrir un ataque de pánico?
—Apenas podían mantener las manos quietas —seguía hablando su abuela—. No soy ninguna mojigata, pero lo cierto es que Myriam no era capaz de mantener las manos alejadas de él…
A pesar de lo humillante del comentario de su abuela, Myriam tuvo que admitir que era esencialmente cierto.
Cuando conoció a Víctor no estaba preparada para las primitivas emociones que despertó en ella.
—Mi hijo y yo no estamos de acuerdo en casi nada, pero opinábamos lo mismo respecto a ese tema. Antonio solía decirle: «Acuéstate con él si quieres, incluso vive con él, ¡pero casarte con él sería una locura!».
—Una locura que todos hemos experimentado —contestó Ruth.
—La chica ha cosechado las consecuencias de su estupidez.
Myriam se ruborizó al escuchar las desdeñosas palabras de su abuela. Había cometido un grave error y estaba dispuesta a enmendarlo, pero a veces temía que su familia no fuera a dejar de reprochárselo nunca.
—Era muy joven.
—Era joven y se creía que lo sabía todo.
—Eso les sucede a todos los jóvenes. Él… el hombre de la foto… parecía mayor.
—Creo que tenía treinta y dos cuando se casaron. Myriam era muy inmadura para su edad, muy ingenua, y él ya era un hombre de mundo… y un diablo muy atractivo, desde luego. No me extraña que se enamorara de él.
Oír decir aquello a su abuela asombró a Myriam; jamás se había mostrado tan comprensiva ante ella.
—¿Crees que se aprovechó?
—¿Tú qué crees? Ya se había divorciado una vez y además es griego. En cuanto lo vi supe que no era de fiar. Se lo dije a Myriam pero no quiso escucharme.
—De todos modos deberías estar orgullosa por cómo ha rehecho su vida. Y tiene un niño encantador.
—Un niño que nunca ha visto a su padre.
—¿Nunca?
—Se negó en redondo a verlo. Víctor García dejó muy claro que no quería saber nada de su hijo. Y ningún miembro de su familia se ha molestado en conocerlo. Si te digo la verdad, me alegro de ello.
A pesar del tiempo transcurrido, la verdad aún dolía. Myriam miró a su pequeño y el amor que sentía por él desde que abrazó por primera vez su deslizante cuerpecito hizo que se le encogiera el corazón. Había imaginado que compartiría el momento mágico de su nacimiento con Víctor, pero no fue así.
Dio a luz sola. Su marido no la acompañó y no tuvo a nadie con quien compartir aquel momento.
Víctor se había desenamorado de ella… aunque lo más probable era que nunca hubiera estado realmente enamorado. De lo contrario no la habría tratado como lo hizo.
Había llegado a aceptar aquella dura realidad, o al menos eso creía.
¿Pero cómo había sido Víctor capaz de repudiar al hijo que habían tenido juntos? ¿Cómo podía un padre no amar a su hijo?
—Es una suerte que su familia estuviera aquí para recoger los pedazos.
—Es una pena —dijo Ruth con evidente pesar—. ¿Cómo es posible que un hombre no quiera ver a su hijo?
—No lo sé. Lo único que sé es que no le ha dado a Myriam ni un penique y que ella es demasiado testaruda como para reclamar sus derechos. Le he dicho que debería solicitar el divorcio y sacarle todo el dinero que pueda. No hubo acuerdo prenupcial, pero me temo que Myriam es tan poco práctica como su madre.
Myriam se preguntó qué pensaría su abuela si supiera que tenía una cuenta en la que Víctor ingresaba una generosa cantidad de dinero todos los meses. ¡Pondría el grito en el cielo si se enterara de que no había tocado ni un penique!
A aquellas alturas ya debía de haber una fuerte suma acumulada.
—Mami, tengo sed.
Myriam se acuclilló con una sonrisa y apartó un oscuro rizo del acalorado rostro de su hijo. Nunca lograría olvidar el de Víctor; veía a diario una versión en miniatura del suyo.
—Yo también, cariño —dijo, en tono lo suficientemente alto como para que su abuela notara su presencia—. Vamos a ver si a la abuela le apetece un poco de limonada, ¿de acuerdo?
espero muchos comentarios.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
aii graciias x el cap niiña esto se pone cada vez mejor xfa no tardes con el siiguiiente sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
siguele ss que padre tan canijo le toco sss mas capis plis jaja
nayelive- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Gracias por los capitulosss!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
¿QUE O QUIÉN SERÁ EL CULPABLE DE ESE COMPORTAMIENTO DE VÍCTOR?, POBRE MYRIAM SER RECHAZADA POR EL HOMBRE AMADO DEBE SER MUY DURO.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
gracias por el capitulo y siguele por faaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Gracias por el Cap. Que chidooooooo nueva novela Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
hola niñas el siguiente cpaitulo.....
Capítulo 3
LA REALEZA asistía a la función benéfica y los medios de comunicación habían acudido en masa para retransmitir el acontecimiento.
El vestíbulo estaba lleno de sonrientes famosos con sus mejores galas. A pesar de que casi todos los hombres presentes iban vestidos de negro, Raúl no tuvo dificultad para localizar a la persona a la que estaba buscando.
Víctor García sobresalía entre la multitud, y no sólo por su aspecto y altura, sino especialmente por su presencia.
—¿Víctor…? —dijo, aliviado.
Víctor, que iba acompañado por una elegante morena cargada de joyas, se volvió al oír su nombre. Al ver a Raúl sonrió.
—¡Raúl! —dijo a la vez que extendía su mano—. No sabía que fueras aficionado a la ópera.
—No lo soy… y aunque lo fuera no creo que hubiera podido asistir a esta —admitió Raúl con franqueza—. He logrado llegar hasta aquí porque he dicho que era tu médico personal.
Víctor frunció el ceño.
—Buena idea —dijo a la vez que miraba a su alrededor—. ¿Y dónde está la encantadora Miranda?
Raúl Radcliff contempló el moreno rostro del amigo que conocía desde sus días de universidad.
—Mirrie no ha venido.
—Creía que estabais unidos por la cadera.
—Le ha subido un poco la tensión… nada serio —añadió Raúl rápidamente.
Víctor se palmeó la frente con la mano.
—¡Lo había olvidado! —admitió con una mueca de pesar—. ¿Cuándo nace mi ahijado?
—La próxima semana.
Víctor asintió, sonriente.
—Ya falta muy poco.
—Tienes buen aspecto, Víctor —dijo Raúl. Nadie que hubiera mirado a su amigo en aquellos momentos habría podido imaginar que su vida había estado en peligro unos años antes. Él era una de las pocas personas que lo sabía… ¡y apenas podía creerlo!
—Siempre el doctor, ¿eh, Raúl? —bromeó burlonamente Víctor.
—Y el amigo, espero —contestó Raúl. A fin de cuentas, aquél era el motivo por el que estaba allí… además de por la insistencia de su esposa.
—Tiene derecho a saberlo —le había repetido Miranda una y otra vez.
Él habría preferido dejar las cosas como estaban, pero a las esposas embarazadas de muchos meses había que seguirles la corriente. Miranda lo había acuciado para que hablara con Víctor cuanto antes y le había recalcado que aquél no era un tema que pudiera tratarse por teléfono.
De manera que allí estaba, aunque habría preferido no tener que acudir.
Los oscuros rasgos de Víctor se distendieron en una sonrisa encantadora.
—Y el amigo, por supuesto —asintió—. ¿Sucede algo, Raúl? —añadió, más serio.
—No sucede nada —replicó Raúl, incómodo.
Víctor no se molestó en ocultar su escepticismo.
—No me vengas con ésas. Si no fuera algo serio no habrías dejado a Miranda en estos momentos.
Así era Víctor; lógico hasta la médula… excepto en lo referente a su esposa. En lo que a Myriam se refería siempre se ponía muy «griego» e impredecible.
—Es ella la que me ha hecho venir —admitió Raúl.
—Y yo me alegro de que lo haya hecho. Me habría sentido ofendido si no hubieras acudido a mí con tu problema. Espera un segundo y enseguida estoy contigo.
—¿Mi problema? Pero yo no… —Raúl se interrumpió mientras su amigo se volvía hacia la morena, que no pareció especialmente feliz con lo que le dijo. Un momento después estaba de nuevo con él.
—Salgamos de aquí —sugirió Víctor—. Hay un bar en la esquina donde podemos hablar.
En cuanto pidieron las bebidas, Raúl dijo:
—No he venido a pedirte un préstamo.
—Sé que no todos los problemas se resuelven con dinero, Raúl, pero si lo necesitas pienso dártelo quieras o no —Víctor sonrió cálidamente antes de añadir—: A fin de cuentas, de no ser por ti yo no estaría aquí.
—Tonterías.
—Tu modestia británica raya en lo ridículo —Víctor apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia su amigo con expresión atenta—. Y ahora, ¿cuál es el problema?
—Yo no diría que es un problema exactamente. El doctor Monroe se ha retirado y nosotros nos ocupamos ahora de sus pacientes. Mi socio tuvo que acudir ayer a una emergencia y atendía a algunos de los nuevos pacientes —Raúl carraspeó antes de añadir—: Myriam era uno de ellos.
La expresión de Víctor no cambió, pero sus movimientos al tomar su vaso para beber resultaron extrañamente mecánicos.
—¿Está enferma?
—No.
Los hombros de Víctor se relajaron de un modo casi imperceptible.
—Lo cierto es que tenía un aspecto fantástico… un poco delgada, tal vez —dijo Raúl—. Siempre tuvo unos huesos magníficos.
—No siento el más mínimo interés por su aspecto —la mandíbula de Víctor se tensó visiblemente—. Y no recuerdo que me mencionaras sus magníficos huesos cuando me dijiste que casarme con ella sería el mayor error de mi vida.
—Creía que…
—¿Que había perdido la cabeza? —sugirió Víctor al ver que su amigo dudaba—. Tal y como salieron las cosas, tenías razón en todo. ¿Te ha pedido que intercedas ante mí? Pensaba que tenías más sentido común.
Raúl no ocultó su indignación.
—Por si te interesa saberlo, me dio la impresión de que eres la última persona de la tierra a la que querría ver.
—¡No me digas! —replicó Víctor con evidente ironía.
—Se sorprendió mucho al verme. De hecho, por un momento pensé que iba a salir corriendo de la consulta. Y cuando mencioné tu nombre no pareció precisamente feliz.
Víctor se cruzó de brazos.
—Sin embargo estás aquí.
—Así es —Raúl se pasó una mano por la mandíbula—. Esto resulta duro. Mirrie sabe hacer este tipo de cosas mejor que yo… El caso es que trajo al niño, Víctor. ¿Lo has visto alguna vez?
—No, nunca lo he visto —respondió Víctor en tono glacial.
—Es un buen chico y no esta nada malcriado. Myriam ha hecho un buen trabajo, aunque me dio la impresión de que anda un poco corta de dinero.
Los labios de Víctor se curvaron en una mueca de desprecio.
—De manera que se trata de eso; ahora se está haciendo la pobre. Ingreso mensualmente en el banco una cantidad adecuada para las necesidades del niño. Pero si Myriam se ha vuelto codiciosa, si tiene esperanzas de sacarme más dinero, ya puede ir olvidándose. Ya me tomó por tonto una vez…
—Lo cierto es que no mencionó el dinero, Víctor, pero si quisiera exprimirte… ¿Has visto lo que han hecho pagar a esa estrella de rock que negó su paternidad cuando la madre lo llevó a juicio? Las pruebas de ADN…
—Las pruebas de ADN han privado a Myriam de la oportunidad de hacer pasar ese niño por mío. Si está tan desesperada siempre podría vender su historia a alguna revista de cotilleos —irritado, Víctor tamborileó impaciente con los dedos sobre la mesa—. Ese es su estilo.
—¿Y no crees que si quisiera ya lo habría hecho a estas alturas? Y si quisiera dinero, supongo que las condiciones del divorcio serían bastante generosas para ella.
—Por encima de mi cadáver.
—Tengo la sensación de que lo dices literalmente.
—Espero no llegar a eso —replicó Víctor—. Pero me parece que estamos divagando, Raúl.
—Sí, bueno, se trata… del asunto del ADN…
—¿Del asunto del ADN?
—¿Estás totalmente seguro de que el resultado sería negativo?
—¿Seguro? —Víctor miró a su amigo con expresión incrédula—. ¿Cómo puedes preguntarme precisamente tú eso? La quimio me salvó la vida, pero pagué un precio por ello; me quedé estéril. Mi única oportunidad de tener un hijo está a buen recaudo en un congelador.
—Tuviste mala suerte.
—¿Mala suerte? Sí, supongo que fue mala suerte. De todos modos, teniendo en cuenta que ni siquiera estaría aquí sin el tratamiento, y sobre todo sin tu temprano diagnóstico, me considero bastante afortunado.
—Pero eso no es algo que se asimila fácilmente.
—Intelectualmente no tengo ningún problema con la situación, pero a veces, por mucho que me diga que la masculinidad de un hombre no sólo tiene que ver con su recuento de esperma, me siento… —Víctor sonrió burlonamente y miró a su amigo—. Puede que Myriam tuviera razón respecto a eso. Supongo que en el fondo soy un machista sin remedio.
—¿Ha habido alguna vez alguna duda?
La respuesta de Raúl hizo sonreír a Víctor.
—¿Fue ése el motivo por el que no le hablaste nunca del cáncer y de la quimio? —continuó Raúl—. ¿Temías que pensara…? —se interrumpió, ligeramente avergonzado—. Lo siento, no debería…
—¿Quieres saber si temía que fuera a considerarme menos hombre por ello? ¿Tú qué crees, Raúl?
—Creo que si supiera lo que pasa por tu cabeza sería la única persona del mundo —replicó Raúl sinceramente—. A la hora de responder preguntas eres peor que el más escurridizo de los políticos. Si quieres mi opinión, hiciste mal en no decírselo. Sé que Myriam era joven, pero siempre me pareció bastante madura…
—Lo suficientemente madura como para engañar y tratar de hacer pasar por mío el resultado de sus aventuras amorosas.
—Respecto a eso, Víctor…
—¿Quieres hablar sobre las infidelidades de mi mujer?
—Por supuesto que no.
—Si has descubierto quién era su amante… —Myriam se había negado hasta el final a admitir su culpabilidad y a revelar el nombre de su amante. Aunque Víctor sabía quién era—. Ya no estoy interesado.
—¿Y si no hubo ningún amante?
Víctor sonrió despectivamente.
—¿Qué estás sugiriendo? ¿La inmaculada concepción?
Raúl alzó una mano.
—Escucha, Víctor. Sé que la clase de quimioterapia que recibiste suele causar infertilidad, pero hay excepciones. No te hiciste ninguna prueba después ni…
—Ni asistí a terapia psicológica, que por lo visto me habría servido para sentirme bien a pesar de ser menos hombre.
—Sí, ya dejaste bien clara en su momento tu opinión sobre la terapia.
—No se puede alterar lo sucedido. Sólo hay que aceptarlo.
—Es un punto de vista muy fatalista.
—Los griegos somos fatalistas.
—Eres la persona menos fatalista que he conocido. Y a veces ayuda hablar… pero no he venido aquí para hablar de los beneficios de la terapia.
—¿Piensas decirme a qué has venido antes de que llegue la Navidad?
—El niño es tuyo.
Raúl vio que su amigo palidecía y a continuación respiraba profundamente varias veces.
—No esperaba esto de ti, Raúl —murmuró, haciendo evidentes esfuerzos por controlar su tono de voz.
—Sé que podrías aplastarme, pero pienso decir lo que he venido a decir. El niño es tu viva imagen, Víctor. Y no me refiero a que se parezca un poco; es una versión tuya en miniatura. No tengo la más mínima duda. Alex es tu hijo.
—¿Es esto alguna clase de broma, Raúl?
—Tengo un sentido del humor bastante retorcido, Víctor, pero no soy cruel. Si no me crees, sugiero que vayas a comprobarlo tú mismo. Están en la casa de la playa.
—No tengo la más mínima intención de acercarme a esa mujer.
—Eso es cosa tuya, pero si yo estuviera en tu lugar…
Los ojos de Víctor destellaron.
—Pero no lo estás. Tú tienes una esposa esperándote en casa; pronto tendrás a tu hijo en brazos… —Víctor vio la conmoción del rostro de Raúl—. Lo cierto es que te envidio —añadió en tono más moderado—. Nunca des por sentado lo que tienes.
me gustan muchos sus cometarios y esta novela los va a tener jajajajaj.....
Capítulo 3
LA REALEZA asistía a la función benéfica y los medios de comunicación habían acudido en masa para retransmitir el acontecimiento.
El vestíbulo estaba lleno de sonrientes famosos con sus mejores galas. A pesar de que casi todos los hombres presentes iban vestidos de negro, Raúl no tuvo dificultad para localizar a la persona a la que estaba buscando.
Víctor García sobresalía entre la multitud, y no sólo por su aspecto y altura, sino especialmente por su presencia.
—¿Víctor…? —dijo, aliviado.
Víctor, que iba acompañado por una elegante morena cargada de joyas, se volvió al oír su nombre. Al ver a Raúl sonrió.
—¡Raúl! —dijo a la vez que extendía su mano—. No sabía que fueras aficionado a la ópera.
—No lo soy… y aunque lo fuera no creo que hubiera podido asistir a esta —admitió Raúl con franqueza—. He logrado llegar hasta aquí porque he dicho que era tu médico personal.
Víctor frunció el ceño.
—Buena idea —dijo a la vez que miraba a su alrededor—. ¿Y dónde está la encantadora Miranda?
Raúl Radcliff contempló el moreno rostro del amigo que conocía desde sus días de universidad.
—Mirrie no ha venido.
—Creía que estabais unidos por la cadera.
—Le ha subido un poco la tensión… nada serio —añadió Raúl rápidamente.
Víctor se palmeó la frente con la mano.
—¡Lo había olvidado! —admitió con una mueca de pesar—. ¿Cuándo nace mi ahijado?
—La próxima semana.
Víctor asintió, sonriente.
—Ya falta muy poco.
—Tienes buen aspecto, Víctor —dijo Raúl. Nadie que hubiera mirado a su amigo en aquellos momentos habría podido imaginar que su vida había estado en peligro unos años antes. Él era una de las pocas personas que lo sabía… ¡y apenas podía creerlo!
—Siempre el doctor, ¿eh, Raúl? —bromeó burlonamente Víctor.
—Y el amigo, espero —contestó Raúl. A fin de cuentas, aquél era el motivo por el que estaba allí… además de por la insistencia de su esposa.
—Tiene derecho a saberlo —le había repetido Miranda una y otra vez.
Él habría preferido dejar las cosas como estaban, pero a las esposas embarazadas de muchos meses había que seguirles la corriente. Miranda lo había acuciado para que hablara con Víctor cuanto antes y le había recalcado que aquél no era un tema que pudiera tratarse por teléfono.
De manera que allí estaba, aunque habría preferido no tener que acudir.
Los oscuros rasgos de Víctor se distendieron en una sonrisa encantadora.
—Y el amigo, por supuesto —asintió—. ¿Sucede algo, Raúl? —añadió, más serio.
—No sucede nada —replicó Raúl, incómodo.
Víctor no se molestó en ocultar su escepticismo.
—No me vengas con ésas. Si no fuera algo serio no habrías dejado a Miranda en estos momentos.
Así era Víctor; lógico hasta la médula… excepto en lo referente a su esposa. En lo que a Myriam se refería siempre se ponía muy «griego» e impredecible.
—Es ella la que me ha hecho venir —admitió Raúl.
—Y yo me alegro de que lo haya hecho. Me habría sentido ofendido si no hubieras acudido a mí con tu problema. Espera un segundo y enseguida estoy contigo.
—¿Mi problema? Pero yo no… —Raúl se interrumpió mientras su amigo se volvía hacia la morena, que no pareció especialmente feliz con lo que le dijo. Un momento después estaba de nuevo con él.
—Salgamos de aquí —sugirió Víctor—. Hay un bar en la esquina donde podemos hablar.
En cuanto pidieron las bebidas, Raúl dijo:
—No he venido a pedirte un préstamo.
—Sé que no todos los problemas se resuelven con dinero, Raúl, pero si lo necesitas pienso dártelo quieras o no —Víctor sonrió cálidamente antes de añadir—: A fin de cuentas, de no ser por ti yo no estaría aquí.
—Tonterías.
—Tu modestia británica raya en lo ridículo —Víctor apoyó los codos en la mesa y se inclinó hacia su amigo con expresión atenta—. Y ahora, ¿cuál es el problema?
—Yo no diría que es un problema exactamente. El doctor Monroe se ha retirado y nosotros nos ocupamos ahora de sus pacientes. Mi socio tuvo que acudir ayer a una emergencia y atendía a algunos de los nuevos pacientes —Raúl carraspeó antes de añadir—: Myriam era uno de ellos.
La expresión de Víctor no cambió, pero sus movimientos al tomar su vaso para beber resultaron extrañamente mecánicos.
—¿Está enferma?
—No.
Los hombros de Víctor se relajaron de un modo casi imperceptible.
—Lo cierto es que tenía un aspecto fantástico… un poco delgada, tal vez —dijo Raúl—. Siempre tuvo unos huesos magníficos.
—No siento el más mínimo interés por su aspecto —la mandíbula de Víctor se tensó visiblemente—. Y no recuerdo que me mencionaras sus magníficos huesos cuando me dijiste que casarme con ella sería el mayor error de mi vida.
—Creía que…
—¿Que había perdido la cabeza? —sugirió Víctor al ver que su amigo dudaba—. Tal y como salieron las cosas, tenías razón en todo. ¿Te ha pedido que intercedas ante mí? Pensaba que tenías más sentido común.
Raúl no ocultó su indignación.
—Por si te interesa saberlo, me dio la impresión de que eres la última persona de la tierra a la que querría ver.
—¡No me digas! —replicó Víctor con evidente ironía.
—Se sorprendió mucho al verme. De hecho, por un momento pensé que iba a salir corriendo de la consulta. Y cuando mencioné tu nombre no pareció precisamente feliz.
Víctor se cruzó de brazos.
—Sin embargo estás aquí.
—Así es —Raúl se pasó una mano por la mandíbula—. Esto resulta duro. Mirrie sabe hacer este tipo de cosas mejor que yo… El caso es que trajo al niño, Víctor. ¿Lo has visto alguna vez?
—No, nunca lo he visto —respondió Víctor en tono glacial.
—Es un buen chico y no esta nada malcriado. Myriam ha hecho un buen trabajo, aunque me dio la impresión de que anda un poco corta de dinero.
Los labios de Víctor se curvaron en una mueca de desprecio.
—De manera que se trata de eso; ahora se está haciendo la pobre. Ingreso mensualmente en el banco una cantidad adecuada para las necesidades del niño. Pero si Myriam se ha vuelto codiciosa, si tiene esperanzas de sacarme más dinero, ya puede ir olvidándose. Ya me tomó por tonto una vez…
—Lo cierto es que no mencionó el dinero, Víctor, pero si quisiera exprimirte… ¿Has visto lo que han hecho pagar a esa estrella de rock que negó su paternidad cuando la madre lo llevó a juicio? Las pruebas de ADN…
—Las pruebas de ADN han privado a Myriam de la oportunidad de hacer pasar ese niño por mío. Si está tan desesperada siempre podría vender su historia a alguna revista de cotilleos —irritado, Víctor tamborileó impaciente con los dedos sobre la mesa—. Ese es su estilo.
—¿Y no crees que si quisiera ya lo habría hecho a estas alturas? Y si quisiera dinero, supongo que las condiciones del divorcio serían bastante generosas para ella.
—Por encima de mi cadáver.
—Tengo la sensación de que lo dices literalmente.
—Espero no llegar a eso —replicó Víctor—. Pero me parece que estamos divagando, Raúl.
—Sí, bueno, se trata… del asunto del ADN…
—¿Del asunto del ADN?
—¿Estás totalmente seguro de que el resultado sería negativo?
—¿Seguro? —Víctor miró a su amigo con expresión incrédula—. ¿Cómo puedes preguntarme precisamente tú eso? La quimio me salvó la vida, pero pagué un precio por ello; me quedé estéril. Mi única oportunidad de tener un hijo está a buen recaudo en un congelador.
—Tuviste mala suerte.
—¿Mala suerte? Sí, supongo que fue mala suerte. De todos modos, teniendo en cuenta que ni siquiera estaría aquí sin el tratamiento, y sobre todo sin tu temprano diagnóstico, me considero bastante afortunado.
—Pero eso no es algo que se asimila fácilmente.
—Intelectualmente no tengo ningún problema con la situación, pero a veces, por mucho que me diga que la masculinidad de un hombre no sólo tiene que ver con su recuento de esperma, me siento… —Víctor sonrió burlonamente y miró a su amigo—. Puede que Myriam tuviera razón respecto a eso. Supongo que en el fondo soy un machista sin remedio.
—¿Ha habido alguna vez alguna duda?
La respuesta de Raúl hizo sonreír a Víctor.
—¿Fue ése el motivo por el que no le hablaste nunca del cáncer y de la quimio? —continuó Raúl—. ¿Temías que pensara…? —se interrumpió, ligeramente avergonzado—. Lo siento, no debería…
—¿Quieres saber si temía que fuera a considerarme menos hombre por ello? ¿Tú qué crees, Raúl?
—Creo que si supiera lo que pasa por tu cabeza sería la única persona del mundo —replicó Raúl sinceramente—. A la hora de responder preguntas eres peor que el más escurridizo de los políticos. Si quieres mi opinión, hiciste mal en no decírselo. Sé que Myriam era joven, pero siempre me pareció bastante madura…
—Lo suficientemente madura como para engañar y tratar de hacer pasar por mío el resultado de sus aventuras amorosas.
—Respecto a eso, Víctor…
—¿Quieres hablar sobre las infidelidades de mi mujer?
—Por supuesto que no.
—Si has descubierto quién era su amante… —Myriam se había negado hasta el final a admitir su culpabilidad y a revelar el nombre de su amante. Aunque Víctor sabía quién era—. Ya no estoy interesado.
—¿Y si no hubo ningún amante?
Víctor sonrió despectivamente.
—¿Qué estás sugiriendo? ¿La inmaculada concepción?
Raúl alzó una mano.
—Escucha, Víctor. Sé que la clase de quimioterapia que recibiste suele causar infertilidad, pero hay excepciones. No te hiciste ninguna prueba después ni…
—Ni asistí a terapia psicológica, que por lo visto me habría servido para sentirme bien a pesar de ser menos hombre.
—Sí, ya dejaste bien clara en su momento tu opinión sobre la terapia.
—No se puede alterar lo sucedido. Sólo hay que aceptarlo.
—Es un punto de vista muy fatalista.
—Los griegos somos fatalistas.
—Eres la persona menos fatalista que he conocido. Y a veces ayuda hablar… pero no he venido aquí para hablar de los beneficios de la terapia.
—¿Piensas decirme a qué has venido antes de que llegue la Navidad?
—El niño es tuyo.
Raúl vio que su amigo palidecía y a continuación respiraba profundamente varias veces.
—No esperaba esto de ti, Raúl —murmuró, haciendo evidentes esfuerzos por controlar su tono de voz.
—Sé que podrías aplastarme, pero pienso decir lo que he venido a decir. El niño es tu viva imagen, Víctor. Y no me refiero a que se parezca un poco; es una versión tuya en miniatura. No tengo la más mínima duda. Alex es tu hijo.
—¿Es esto alguna clase de broma, Raúl?
—Tengo un sentido del humor bastante retorcido, Víctor, pero no soy cruel. Si no me crees, sugiero que vayas a comprobarlo tú mismo. Están en la casa de la playa.
—No tengo la más mínima intención de acercarme a esa mujer.
—Eso es cosa tuya, pero si yo estuviera en tu lugar…
Los ojos de Víctor destellaron.
—Pero no lo estás. Tú tienes una esposa esperándote en casa; pronto tendrás a tu hijo en brazos… —Víctor vio la conmoción del rostro de Raúl—. Lo cierto es que te envidio —añadió en tono más moderado—. Nunca des por sentado lo que tienes.
me gustan muchos sus cometarios y esta novela los va a tener jajajajaj.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
woow graciias x el cap niiña esto se esta poniendo cada vez mas emociionante xfiis no tardes con el siiguiiente y un poco mas largo siii que te parece es una buena idea no
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
a que buena esta amiga siguele por faaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
anda la osa sss asi o mas bruto pues jajja gracias por el capi siguele jaja
nayelive- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
OJALA RAÚL CONVENZA A VÍCTOR DE QUE CONOZCA A ALEX, PARA QUE COMPRUEBE QUE ES SU HIJO.
GRACIA POR EL CAPÍTULO
GRACIA POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Gracias por el Cap. Cada vez se ponen mas interesantes las novelas que chidooooooooooo Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Gracias por el capituloo!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Muchas gracias por el capitulo, ke el necio de Vic vaya a ver a su hijo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
Ah que Victor tan necio jaja
Gracias por el capitulo
rodmina- VBB PLATA
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Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
hola chicas veo que les gusta mucho la novela..... y cada vez se poco mejor ...jajajajajaj
Capítulo 4
TODO seguía igual que como lo recordaba, decidió Víctor tras salir del Mercedes y echar un vistazo a la playa. El siglo XXI aún no había llegado a aquel lugar.
A pesar de que el sol estaba oculto por unas nubes de aspecto amenazador, aún había algunas personas bañándose.
No tenía ningún plan específico. Sabía que Raúl estaba equivocado; había hecho aquel viaje para acabar definitivamente con cualquier posible duda.
El hecho de que el hijo de Myriam se pareciera a él no demostraba nada. Lo sorprendía que Raúl pudiera enfocar el tema desde un punto de vista tan poco científico.
Tenía que estar equivocado.
Entonces, ¿por qué había ido allí?
Porque necesitaba ver al niño en persona para asegurarse. No quería vivir con aquella duda… con aquella esperanza.
Alzó la mirada y divisó a lo lejos el campanario de la iglesia. Sabía que si se encaminaba en aquella dirección acabaría donde quería.
Aunque, dadas las circunstancias, «querer» no era precisamente la palabra más adecuada.
Finalmente decidió ir por la playa, que era el camino más directo a la casa. Cuanto antes acabara con aquella tontería, mejor. No tenía tiempo que perder.
Víctor no era un hombre al que le gustara vivir el pasado, pero, dadas las circunstancias le resultó imposible evitar que sus pensamientos regresaran a la primera ocasión en que caminó por aquella playa.
Estaba eufórico tras haber recibido el alta definitiva del hospital aquella mañana. Su primer pensamiento fue acudir a la costa a compartir la buena noticia con el amigo al que le debía la vida. Si Raúl no hubiera captado aquellos síntomas y no lo hubiera engatusado para que se hiciera un análisis de sangre que reveló su problema, lo más probable habría sido que ya no estuviera allí.
Pero su plan se vio frustrado porque Raúl y Miranda no estaban en casa. En el camino de regreso, algo lo impulso a detener el coche junto a la playa.
El aire salino invadió sus pulmones; el sol calentó su rostro; se sintió vivo… estaba vivo.
No había nada como estar cerca de la muerte para apreciar cosas que uno normalmente no habría apreciado, pero Víctor estaba convencido de que se habría fijado en ella de todos modos. Pero aún seguía siendo un misterio por qué había atraído su atención aquella chica bonita en particular habiendo tantas chicas bonitas en el mundo.
Tal vez, el hecho de que rechazara su impulsiva invitación a cenar fue lo que hizo que aquella chica inglesa de ojos dorados permaneciera en su mente durante el resto del día.
Y tal vez fue una coincidencia lo que lo hizo regresar a la playa aquella tarde a última hora, pero Víctor se sentía más inclinado a considerarlo cosa del destino.
Y el destino no siempre era amable.
Cuando volvió a casa de Raúl y Mirrie éstos ya habían llegado. Abrieron una botella de champaña para celebrar el acontecimiento y Raúl insistió en que Víctor se quedara a pasar la noche. A pesar de estar entre amigos, Víctor se sentía extrañamente inquieto y, cuando anunció su intención de dar un paseo por la playa su comprensivo anfitrión le entregó una llave para que pudiera entrar si llegaba tarde.
Mientras caminaba a lo largo de la playa de guijarros no apreció de inmediato que el bañista que se encontraba entre las olas tenía problemas. Suponiendo que estaba jugando, o que había bebido, hizo caso omiso de sus gritos.
Pero cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo reaccionó de inmediato. Se quitó rápidamente la chaqueta y los zapatos y se lanzó al agua. Era un buen nadador y tardó poco en recorrer los cien metros que lo separaban del bañista. Cuando lo alcanzó, éste se aferró a él como una lapa, arrastrándolo hacia el fondo. Mientras se afanaba por soltarse Víctor se dio cuenta de que se trataba de una mujer. Por fortuna acabó rápidamente agotada de luchar con él y pudo llevarla hasta la playa, aunque tuvo que luchar denodadamente contra la resaca para lograrlo.
Experimentó un intenso alivio al llegar a la costa.
Hasta que no la dejó en la arena no la reconoció. A sus pies se hallaba la joven de ojos dorados que había conocido aquella mañana.
Un intenso enfado se apoderó de él al pensar que alguien tan joven pudiera haber puesto en peligro su vida de una forma tan tonta. La experiencia por la que acababa de pasar él con su enfermedad le había hecho comprender lo frágil y preciosa que era la vida.
Tras arrodillarse junto a ella, tomó su ovalado rostro entre las manos y apartó los empapados mechones de pelo que lo cubrían. Los tensos pechos de la joven ascendieron mientras trataba de aportar oxígeno a sus hambrientos pulmones. El bañador negro que llevaba puesto se ciñó a su joven cuerpo como una segunda piel, una piel increíblemente clara que en aquellos momentos estaba muy fría.
El cuerpo de Víctor reaccionó de inmediato al recuerdo, endureciéndose.
—¿Cómo has podido ser tan estúpida? —preguntó entonces, a la vez que la zarandeaba para que abriera los ojos. Myriam manifestaba los síntomas clásicos de una conmoción, pero Víctor no estaba de humor.
—No creía que… yo…
—¿Acaso querías matarte?
—Por… supuesto que no.
—Has estado a punto de conseguir que nos ahogáramos los dos. ¿Qué diablos estabas haciendo?
—Nadar.
—¡No, te estabas hundiendo!
Víctor vio el temblor del labio inferior de Myriam y, sin pensárselo dos veces, la besó en la boca.
Aún recordaba su gritito de sorpresa, el sabor salado de sus labios, que se entreabrieron dulcemente bajo los suyos. Nunca olvidaría el estremecimiento que recorrió su cuerpo.
De algún lugar extrajo la fuerza necesaria para apartarse, cuando todo lo que quería era seguir explorando con su lengua aquella deliciosa boca. El gemido de protesta de Myriam cuando se apartó le hizo olvidar por unos segundos por qué no era buena idea seguir allí.
Los tenaces dedos que ella enlazó con su pelo resultaron mucho más difíciles de resistir que la marejada que había estado a punto de arrastrarlos al fondo del mar.
Víctor tomó ambas manos de Myriam y se las colocó por encima de la cabeza para evitar que siguiera tocándolo.
—No quieres hacerlo —dijo.
—Estás loco —murmuró ella, temblorosa.
—Desde luego —asintió Víctor. El esbelto cuerpo que tenía debajo del suyo estaba ardiendo. Podía sentir el calor que emanaba de él a través de la ropa mojada que los separaba.
—¡No pares! —la ronca orden hizo peligrar el ya escaso autocontrol de Víctor.
Hacía casi un año que no abrazaba a una mujer, y hacía aún más que no tenía relaciones sexuales.
Al principio, cuando le diagnosticaron el cáncer, reaccionó tratando de olvidar por todos los medios y lanzándose a llevar una vida totalmente desenfrenada. Una semana después despertó junto a una mujer de la que ni siquiera recordaba el nombre.
Aquello fue un aviso. Nunca había evitado una lucha en su vida, pero entonces comprendió que aquello era lo que había estado haciendo.
Nunca había sido un santo, pero las aventuras de una noche tampoco habían estado nunca en su agenda. Comprendió que debía dejar a un lado la autocompasión y enfrentarse como un hombre a su problema. Más adelante, por supuesto, cuando el tratamiento llevó a su cuerpo a los límites del aguante, evadirse con el sexo desenfrenado ni siquiera era una opción. No tenía la fuerza necesaria y tampoco sentía deseos de hacerlo.
Aquella tarde en la playa fue la primera vez en meses que sentía que su sexo despertaba… y tener entre sus brazos el objeto de su fantasía, medio desnuda y rogándole que la besara, lo transformó en un hombre hambriento de sexo.
Pero debió de conservar cierto grado de cordura porque trató de detenerse y le soltó las manos… aunque acabó con una de las suyas sobre la delicada curva de un pecho pequeño y perfecto.
El aire vibró de pronto con la tensión sexual que había entre ellos. Víctor se había visto en su mente apartando la tela del bañador para dejar expuesto el excitado pezón que había debajo y también se había visto deslizando la lengua por él…
Casi hipnotizado, Víctor vio que Myriam se arqueaba bajo su mano.
—Soy tuya —murmuró ella a la vez que deslizaba una ansiosa mano bajo la mojada camisa de Víctor para acariciar su piel.
Sintiendo que perdía el control, él deslizó un dedo por sus carnosos labios.
—Tienes una boca preciosa —dijo con voz ronca—. Y unos ojos maravillosos… ojos de tigre.
—Tú sí que eres maravilloso.
Sin poder contenerse, Víctor la besó e introdujo la lengua en su boca sin preámbulos. Tumbado sobre ella, Víctor sintió la oleada de deseo que recorrió el cuerpo de Myriam a través de las húmedas ropas que los separaban. Lo rodeó con las piernas por las caderas y un gemido escapó de su garganta cuando sintió la presión de su poderosa erección entre las piernas.
Víctor quería hundirse en su dulzura aún más de lo que deseaba suspirar. Y tal vez lo habría hecho si el cielo nocturno no se hubiera visto repentinamente iluminado por un rayo. Un rayo tan fuerte que casi pudo ver a través de sus párpados cerrados.
Se apartó de ella con un gruñido y mientras yacía jadeante sobre la arena un trueno estalló directamente sobre sus cabezas. A continuación comenzó a llover copiosamente.
Ella le tocó el hombro y él movió la cabeza.
—Casi pierdo el control…
—Y yo —Myriam suspiró—. Qué bien, ¿verdad…? Pero no tienes por qué preocuparte. No me dan miedo los truenos, y en cuanto a mi novio… te había mentido. No tengo novio. Y no espero…
Víctor volvió la cabeza.
—¿Qué es lo que no esperas?
—No espero que sea… ya sabes… la primera vez…
Víctor se quedó helado al escuchar aquella ronca confidencia.
—¡Cielo santo! ¿Pero es cierto…’? —miró atentamente el rostro de Myriam y lo supo—. Dios mío, lo es.
Víctor solía enorgullecerse de su capacidad de control y no podía creer lo que había estado a punto de hacer. De no haber sido por la tormenta…
Ella alargó una mano hacia él y pareció dolida cuando Víctor se apartó.
Víctor nunca había deseado a una mujer más en su vida.
—¿Estás enfadado conmigo?
Al ver las lágrimas que asomaron a los ojos de Myriam, Víctor se maldijo en silencio mientras se ponía en pie.
—No, estoy enfadado conmigo mismo —dijo, y se agachó para tomarla en brazos.
Ella se dejó llevar por la arena hasta donde Víctor tenía aparcado su coche. Mientras él la dejaba en el asiento delantero notó que el lugar estaba totalmente desierto.
—¿Me estás secuestrando? —preguntó sin ningún miedo.
—No. Quiero que entres en calor —Víctor encendió el motor y subió la calefacción al máximo.
—Tal vez debería quitarme la ropa mojada…
La única ropa mojada que llevaba Myriam era su bañador negro con una cremallera delantera.
—Tal vez no deberías quitártela —Víctor trató de no imaginar lo fácil que sería bajar aquella cremallera.
—Creo que no debería haberme metido en un coche con un desconocido —comentó Myriam distraídamente mientras Víctor le echaba su chaqueta sobre los hombros.
—No te has metido tú. Te he metido yo.
—Es cierto. Ahora tengo más calor —Myriam suspiró—. Tengo la sensación de no ser yo misma.
—Has estado a punto de ahogarte.
Myriam estaba a punto de cerrar los ojos pero los abrió de repente y miró a Víctor.
—Me has besado —se llevó una mano a los labios—. Me ha gustado.
—Lo he notado —dijo él, tan tenso que no se atrevía ni a moverse.
Myriam alzó una mano y la deslizó por su mejilla.
—¿Vas a hacerlo de nuevo?
—Estás conmocionada.
—Estoy… algo, pero no eso. Creo que me has salvado la vida. ¿Cómo puedo agradecértelo?
Víctor tomó la mano de Myriam y la retiró de su rostro.
—Puedes empezar por dejar de hacer eso.
Myriam estremeció visiblemente ante la cortante respuesta. Luego se ruborizó.
—No me mires así —dijo él roncamente.
Ella se mordió el labio inferior.
—Lo… lo siento. No sé… qué me ha pasado.
—Lo mismo digo. ¿Dónde vives? Voy a llevarte a casa.
Y después se alejaría a toda prisa en dirección contraria, decidió Víctor.
No tenía por costumbre dedicarse a las vírgenes
espero muchos comentarios y aver si puedo poner por la tarde otro capitulo
Capítulo 4
TODO seguía igual que como lo recordaba, decidió Víctor tras salir del Mercedes y echar un vistazo a la playa. El siglo XXI aún no había llegado a aquel lugar.
A pesar de que el sol estaba oculto por unas nubes de aspecto amenazador, aún había algunas personas bañándose.
No tenía ningún plan específico. Sabía que Raúl estaba equivocado; había hecho aquel viaje para acabar definitivamente con cualquier posible duda.
El hecho de que el hijo de Myriam se pareciera a él no demostraba nada. Lo sorprendía que Raúl pudiera enfocar el tema desde un punto de vista tan poco científico.
Tenía que estar equivocado.
Entonces, ¿por qué había ido allí?
Porque necesitaba ver al niño en persona para asegurarse. No quería vivir con aquella duda… con aquella esperanza.
Alzó la mirada y divisó a lo lejos el campanario de la iglesia. Sabía que si se encaminaba en aquella dirección acabaría donde quería.
Aunque, dadas las circunstancias, «querer» no era precisamente la palabra más adecuada.
Finalmente decidió ir por la playa, que era el camino más directo a la casa. Cuanto antes acabara con aquella tontería, mejor. No tenía tiempo que perder.
Víctor no era un hombre al que le gustara vivir el pasado, pero, dadas las circunstancias le resultó imposible evitar que sus pensamientos regresaran a la primera ocasión en que caminó por aquella playa.
Estaba eufórico tras haber recibido el alta definitiva del hospital aquella mañana. Su primer pensamiento fue acudir a la costa a compartir la buena noticia con el amigo al que le debía la vida. Si Raúl no hubiera captado aquellos síntomas y no lo hubiera engatusado para que se hiciera un análisis de sangre que reveló su problema, lo más probable habría sido que ya no estuviera allí.
Pero su plan se vio frustrado porque Raúl y Miranda no estaban en casa. En el camino de regreso, algo lo impulso a detener el coche junto a la playa.
El aire salino invadió sus pulmones; el sol calentó su rostro; se sintió vivo… estaba vivo.
No había nada como estar cerca de la muerte para apreciar cosas que uno normalmente no habría apreciado, pero Víctor estaba convencido de que se habría fijado en ella de todos modos. Pero aún seguía siendo un misterio por qué había atraído su atención aquella chica bonita en particular habiendo tantas chicas bonitas en el mundo.
Tal vez, el hecho de que rechazara su impulsiva invitación a cenar fue lo que hizo que aquella chica inglesa de ojos dorados permaneciera en su mente durante el resto del día.
Y tal vez fue una coincidencia lo que lo hizo regresar a la playa aquella tarde a última hora, pero Víctor se sentía más inclinado a considerarlo cosa del destino.
Y el destino no siempre era amable.
Cuando volvió a casa de Raúl y Mirrie éstos ya habían llegado. Abrieron una botella de champaña para celebrar el acontecimiento y Raúl insistió en que Víctor se quedara a pasar la noche. A pesar de estar entre amigos, Víctor se sentía extrañamente inquieto y, cuando anunció su intención de dar un paseo por la playa su comprensivo anfitrión le entregó una llave para que pudiera entrar si llegaba tarde.
Mientras caminaba a lo largo de la playa de guijarros no apreció de inmediato que el bañista que se encontraba entre las olas tenía problemas. Suponiendo que estaba jugando, o que había bebido, hizo caso omiso de sus gritos.
Pero cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo reaccionó de inmediato. Se quitó rápidamente la chaqueta y los zapatos y se lanzó al agua. Era un buen nadador y tardó poco en recorrer los cien metros que lo separaban del bañista. Cuando lo alcanzó, éste se aferró a él como una lapa, arrastrándolo hacia el fondo. Mientras se afanaba por soltarse Víctor se dio cuenta de que se trataba de una mujer. Por fortuna acabó rápidamente agotada de luchar con él y pudo llevarla hasta la playa, aunque tuvo que luchar denodadamente contra la resaca para lograrlo.
Experimentó un intenso alivio al llegar a la costa.
Hasta que no la dejó en la arena no la reconoció. A sus pies se hallaba la joven de ojos dorados que había conocido aquella mañana.
Un intenso enfado se apoderó de él al pensar que alguien tan joven pudiera haber puesto en peligro su vida de una forma tan tonta. La experiencia por la que acababa de pasar él con su enfermedad le había hecho comprender lo frágil y preciosa que era la vida.
Tras arrodillarse junto a ella, tomó su ovalado rostro entre las manos y apartó los empapados mechones de pelo que lo cubrían. Los tensos pechos de la joven ascendieron mientras trataba de aportar oxígeno a sus hambrientos pulmones. El bañador negro que llevaba puesto se ciñó a su joven cuerpo como una segunda piel, una piel increíblemente clara que en aquellos momentos estaba muy fría.
El cuerpo de Víctor reaccionó de inmediato al recuerdo, endureciéndose.
—¿Cómo has podido ser tan estúpida? —preguntó entonces, a la vez que la zarandeaba para que abriera los ojos. Myriam manifestaba los síntomas clásicos de una conmoción, pero Víctor no estaba de humor.
—No creía que… yo…
—¿Acaso querías matarte?
—Por… supuesto que no.
—Has estado a punto de conseguir que nos ahogáramos los dos. ¿Qué diablos estabas haciendo?
—Nadar.
—¡No, te estabas hundiendo!
Víctor vio el temblor del labio inferior de Myriam y, sin pensárselo dos veces, la besó en la boca.
Aún recordaba su gritito de sorpresa, el sabor salado de sus labios, que se entreabrieron dulcemente bajo los suyos. Nunca olvidaría el estremecimiento que recorrió su cuerpo.
De algún lugar extrajo la fuerza necesaria para apartarse, cuando todo lo que quería era seguir explorando con su lengua aquella deliciosa boca. El gemido de protesta de Myriam cuando se apartó le hizo olvidar por unos segundos por qué no era buena idea seguir allí.
Los tenaces dedos que ella enlazó con su pelo resultaron mucho más difíciles de resistir que la marejada que había estado a punto de arrastrarlos al fondo del mar.
Víctor tomó ambas manos de Myriam y se las colocó por encima de la cabeza para evitar que siguiera tocándolo.
—No quieres hacerlo —dijo.
—Estás loco —murmuró ella, temblorosa.
—Desde luego —asintió Víctor. El esbelto cuerpo que tenía debajo del suyo estaba ardiendo. Podía sentir el calor que emanaba de él a través de la ropa mojada que los separaba.
—¡No pares! —la ronca orden hizo peligrar el ya escaso autocontrol de Víctor.
Hacía casi un año que no abrazaba a una mujer, y hacía aún más que no tenía relaciones sexuales.
Al principio, cuando le diagnosticaron el cáncer, reaccionó tratando de olvidar por todos los medios y lanzándose a llevar una vida totalmente desenfrenada. Una semana después despertó junto a una mujer de la que ni siquiera recordaba el nombre.
Aquello fue un aviso. Nunca había evitado una lucha en su vida, pero entonces comprendió que aquello era lo que había estado haciendo.
Nunca había sido un santo, pero las aventuras de una noche tampoco habían estado nunca en su agenda. Comprendió que debía dejar a un lado la autocompasión y enfrentarse como un hombre a su problema. Más adelante, por supuesto, cuando el tratamiento llevó a su cuerpo a los límites del aguante, evadirse con el sexo desenfrenado ni siquiera era una opción. No tenía la fuerza necesaria y tampoco sentía deseos de hacerlo.
Aquella tarde en la playa fue la primera vez en meses que sentía que su sexo despertaba… y tener entre sus brazos el objeto de su fantasía, medio desnuda y rogándole que la besara, lo transformó en un hombre hambriento de sexo.
Pero debió de conservar cierto grado de cordura porque trató de detenerse y le soltó las manos… aunque acabó con una de las suyas sobre la delicada curva de un pecho pequeño y perfecto.
El aire vibró de pronto con la tensión sexual que había entre ellos. Víctor se había visto en su mente apartando la tela del bañador para dejar expuesto el excitado pezón que había debajo y también se había visto deslizando la lengua por él…
Casi hipnotizado, Víctor vio que Myriam se arqueaba bajo su mano.
—Soy tuya —murmuró ella a la vez que deslizaba una ansiosa mano bajo la mojada camisa de Víctor para acariciar su piel.
Sintiendo que perdía el control, él deslizó un dedo por sus carnosos labios.
—Tienes una boca preciosa —dijo con voz ronca—. Y unos ojos maravillosos… ojos de tigre.
—Tú sí que eres maravilloso.
Sin poder contenerse, Víctor la besó e introdujo la lengua en su boca sin preámbulos. Tumbado sobre ella, Víctor sintió la oleada de deseo que recorrió el cuerpo de Myriam a través de las húmedas ropas que los separaban. Lo rodeó con las piernas por las caderas y un gemido escapó de su garganta cuando sintió la presión de su poderosa erección entre las piernas.
Víctor quería hundirse en su dulzura aún más de lo que deseaba suspirar. Y tal vez lo habría hecho si el cielo nocturno no se hubiera visto repentinamente iluminado por un rayo. Un rayo tan fuerte que casi pudo ver a través de sus párpados cerrados.
Se apartó de ella con un gruñido y mientras yacía jadeante sobre la arena un trueno estalló directamente sobre sus cabezas. A continuación comenzó a llover copiosamente.
Ella le tocó el hombro y él movió la cabeza.
—Casi pierdo el control…
—Y yo —Myriam suspiró—. Qué bien, ¿verdad…? Pero no tienes por qué preocuparte. No me dan miedo los truenos, y en cuanto a mi novio… te había mentido. No tengo novio. Y no espero…
Víctor volvió la cabeza.
—¿Qué es lo que no esperas?
—No espero que sea… ya sabes… la primera vez…
Víctor se quedó helado al escuchar aquella ronca confidencia.
—¡Cielo santo! ¿Pero es cierto…’? —miró atentamente el rostro de Myriam y lo supo—. Dios mío, lo es.
Víctor solía enorgullecerse de su capacidad de control y no podía creer lo que había estado a punto de hacer. De no haber sido por la tormenta…
Ella alargó una mano hacia él y pareció dolida cuando Víctor se apartó.
Víctor nunca había deseado a una mujer más en su vida.
—¿Estás enfadado conmigo?
Al ver las lágrimas que asomaron a los ojos de Myriam, Víctor se maldijo en silencio mientras se ponía en pie.
—No, estoy enfadado conmigo mismo —dijo, y se agachó para tomarla en brazos.
Ella se dejó llevar por la arena hasta donde Víctor tenía aparcado su coche. Mientras él la dejaba en el asiento delantero notó que el lugar estaba totalmente desierto.
—¿Me estás secuestrando? —preguntó sin ningún miedo.
—No. Quiero que entres en calor —Víctor encendió el motor y subió la calefacción al máximo.
—Tal vez debería quitarme la ropa mojada…
La única ropa mojada que llevaba Myriam era su bañador negro con una cremallera delantera.
—Tal vez no deberías quitártela —Víctor trató de no imaginar lo fácil que sería bajar aquella cremallera.
—Creo que no debería haberme metido en un coche con un desconocido —comentó Myriam distraídamente mientras Víctor le echaba su chaqueta sobre los hombros.
—No te has metido tú. Te he metido yo.
—Es cierto. Ahora tengo más calor —Myriam suspiró—. Tengo la sensación de no ser yo misma.
—Has estado a punto de ahogarte.
Myriam estaba a punto de cerrar los ojos pero los abrió de repente y miró a Víctor.
—Me has besado —se llevó una mano a los labios—. Me ha gustado.
—Lo he notado —dijo él, tan tenso que no se atrevía ni a moverse.
Myriam alzó una mano y la deslizó por su mejilla.
—¿Vas a hacerlo de nuevo?
—Estás conmocionada.
—Estoy… algo, pero no eso. Creo que me has salvado la vida. ¿Cómo puedo agradecértelo?
Víctor tomó la mano de Myriam y la retiró de su rostro.
—Puedes empezar por dejar de hacer eso.
Myriam estremeció visiblemente ante la cortante respuesta. Luego se ruborizó.
—No me mires así —dijo él roncamente.
Ella se mordió el labio inferior.
—Lo… lo siento. No sé… qué me ha pasado.
—Lo mismo digo. ¿Dónde vives? Voy a llevarte a casa.
Y después se alejaría a toda prisa en dirección contraria, decidió Víctor.
No tenía por costumbre dedicarse a las vírgenes
espero muchos comentarios y aver si puedo poner por la tarde otro capitulo
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: MILAGRO DE AMOR --- Final
graciias x el cap
Dianitha- VBB PLATINO
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