Amor por chantaje...... Final
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Amor por chantaje...... Final
Hola Chicas esta es la nueva novela que les pondre espero y les guste tanto como la anterior....
Amor por chantaje
No había nada que Myriam deseara más que convertirse en la esposa de Víctor García... pero la sorprendente noticia que recibió el día de su boda lo cambió todo. Salió corriendo de la iglesia y de la vida de su flamante marido... Después de aquello estaba convencida de que no volvería a verlo, pero cuatro años después, Myriam necesitaba dinero y el multimillonario Víctor le hizo una sorprendente proposición: un millón de libras a cambio de que volviese con él... ¡y un millón más si le daba un hijo!
Esta emocionante.... no se pierdan el comienzo de esta interesante novela.....jajajajaj
les tratare de poner un capitulo diario y talvez algunos sabados no pueda.... y otros si pero de plano el domingo no.....
Amor por chantaje
No había nada que Myriam deseara más que convertirse en la esposa de Víctor García... pero la sorprendente noticia que recibió el día de su boda lo cambió todo. Salió corriendo de la iglesia y de la vida de su flamante marido... Después de aquello estaba convencida de que no volvería a verlo, pero cuatro años después, Myriam necesitaba dinero y el multimillonario Víctor le hizo una sorprendente proposición: un millón de libras a cambio de que volviese con él... ¡y un millón más si le daba un hijo!
Esta emocionante.... no se pierdan el comienzo de esta interesante novela.....jajajajaj
les tratare de poner un capitulo diario y talvez algunos sabados no pueda.... y otros si pero de plano el domingo no.....
Última edición por laurayvictor el Dom Feb 13, 2011 1:59 am, editado 11 veces
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: Amor por chantaje...... Final
Que padre otra novelita Gracias Saludos y posteala pronto esperamos Cap. pronto Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
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Re: Amor por chantaje...... Final
Eeeehh muchas gracias por la nueva novela, estaremos pendientes.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Amor por chantaje...... Final
QUE BIEN NUEVA NOVELITA
ESPERO ANSIOSA EL PRIMER CAPITULO
SE VE BUENA NO TARDES!!!!!!!!!!
rodmina- VBB PLATA
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Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
no se preocupe srita 1!! ud cumple con los capis y a veces hasta dobles !! gracias por esta nueva historia
QLs- VBB BRONCE
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Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
hola niñas lo prometido es deuda... aqui les pongo una introducción de esta novelita espero y les guste mucho.....
- Entonces, ¿vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Víctor aunque sepas que él no te quiere?
Myriam se estremeció al oír las palabras envenenadas que acababa de pronunciar su madrastra. Estaban las dos en el dormitorio de Myriam, bueno, el que lo había sido hasta poco después de la muerte de su padre. Tras aquello Lisa había anunciado su decisión de vender la preciosa casa con jardín en la que Myriam había crecido para poder comprarse un apartamento en la pequeña ciudad en la que vivían.
- Víctor me ha pedido que reciba a sus clientes - había explicado su madrastra el día que le había comunicado sus planes de vender la casa, cosa que había dejado perpleja a Myriam -. Dice que cuando yo me hice cargo de tratar con los clientes, la empresa de tu padre empezó a ir mucho mejor. Desgraciadamente tu madre nunca entendió lo importante que era ser amable con los clientes.
En aquella ocasión Myriam había intentado que no la afectaran las palabras de su madrastra; simplemente había respondido encogiéndose de hombros en un gesto que ya era característico en ella cada vez que Lisa mencionaba a su difunta madre. Siempre sentía el impulso de defender su memoria, pero ya tenía experiencia suficiente para saber que era mejor no hacerlo. Sin embargo no había podido evitar hacer un breve comentario:
- Mamá estaba muy enferma. Si no hubiera sido así, estoy completamente segura de que habría tratado a los clientes de papá con toda amabilidad, y habría estado encantada de hacerlo.
- Sí, todos sabemos que piensas que tu madre era una santa - sus ojos se habían llenado de furia y hostilidad -. Y Víctor está de acuerdo conmigo en que, durante todos estos años, le has puesto las cosas muy difíciles a tu padre con esa manía tuya de intentar hacerlo sentir culpable por haberse enamorado de mí.
La manera en la que Lisa se vanagloriaba de aquello había hecho que a Myriam se le revolviera el estómago, y el resto de la conversación no había logrado precisamente que se encontrara mejor.
- Víctor opina que tu padre fue muy afortunado al casarse conmigo. De hecho... - había dejado de hablar para hacerle un gesto de complicidad, una complicidad que desde luego no existía entre ellas dos. Myriam solo tenía ganas de dejar de escuchar a Lisa hablar de Víctor como si tuviera una relación muy estrecha con él; le dolía aún más porque estaba profundamente enamorada de él.
Myriam nunca había conseguido entender por qué su querido padre se había enamorado de una mujer fría y manipuladora como Lisa. Tenía que admitir que también era muy bella: alta, rubia y con muy buena figura. Todo lo contrario que Myriam, que siempre había sido la viva imagen de su madre: bajita, con el pelo castaño lleno de rizos indomables y los ojos verde oscuros que, en el caso de su madre estaban permanentemente llenos de amor y ternura, mientras que los ojos azules de Lisa no transmitían nada más que frialdad.
Sin embargo quería demasiado a su padre como para decirle lo que opinaba realmente. Su madre había muerto cuando ella tenía siete años y, cuando a los catorce su padre había decidido volver a casarse, Myriam se había convencido a sí misma para aceptar a aquella mujer que se iba a convertir en su madrastra por el bien de su padre. De hecho, tenía la firme convicción de aceptar a cualquier persona que pudiera hacerlo feliz.
Pero Lisa pronto había dejado muy claro que ella no era tan generosa; tenía treinta y dos años cuando se casó con su padre y nunca demostró el más mínimo interés por los niños, y mucho menos por Myriam, a la que siempre había tratado como una adversaria, una rival con la que tenía que competir por el amor y la atención de su marido. La más obvia muestra de lo que sentía por su hijastra había tenido lugar a los tres meses de llegar a la casa, cuando había anunciado que creía que lo mejor era mandar a Myriam a un internado, en lugar de seguir viviendo allí con ellos y estudiando en el colegio privado que había elegido su madre antes de sucumbir a la terrible enfermedad degenerativa que había acabado por matarla. Entonces había sido Víctor el que había intervenido para recordarle a su padre las molestias que se había tomado su primera mujer para encontrar una escuela adecuada para su hija. También había sido Víctor el que había aparecido un día en aquel mismo colegio con la terrible noticia del accidente de su padre; y había consolado a Myriam mientras ella no había podido controlar un llanto desesperado y lleno de impotencia.
Eso había ocurrido casi doce meses antes, cuando ella tenía diecisiete años; ahora tenía dieciocho y en menos de una hora se convertiría en su esposa.
El coche que tenía que llevarla a la misma iglesia en la que se habían casado sus padres y en la que estaba enterrada su madre estaba esperándola fuera. En la habitación contigua se encontraba el viejo abogado de su padre que iba a acompañarla hasta el altar. Iba a ser una boda tranquila, como le había pedido a Víctor encarecidamente.
«¿Vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Víctor aunque sepas que él no te quiere?» Su mente volvió a repasar las palabras que su madrastra había pronunciado consciente del dolor que iban a causarle.
- Víctor dice que es por mi propio bien - respondió con voz entrecortada -... y que eso es lo que mi padre habría querido.
- Víctor dice - Lisa repitió sus palabras burlándose de ella abiertamente -. Eres tonta, Myriam. Solo hay una razón por la que Víctor quiere casarse contigo y es porque quiere tener todo el control de la empresa.
- ¡Eso no es cierto! - la joven protestó con fuerza -. Él ya dirige el negocio - le recordó a su madrastra -. Y sabe perfectamente que yo jamás querría que fuera de otra forma.
- Puede que tú no pero, ¿qué me dices del hombre con el que te casarías algún día si Víctor no se convirtiera en tu marido? - le preguntó con más suavidad -. Vamos, Myriam, ¿no creerás de verdad que Víctor está enamorado de ti? - su tono volvió a rozar la burla -. Es un hombre, para él solo eres una niña... Escucha, él mismo me ha dicho que si no fuese por la empresa, jamás se casaría contigo.
Aunque trató de contenerlo, se le escapó un grito ahogado de dolor que contrastaba con la sonrisa triunfante de Lisa. Se odió a sí misma por permitir que aquella mujer traspasara todas sus defensas.
- Víctor nunca... - empezó a decir intentando recuperar el control que ya había perdido.
- ¿Nunca qué, Myriam? - la interrumpió antes de que pudiera seguir -. ¿Nunca me confesaría algo a mí? Querida, me temo que hay muchas cosas de las que no tienes ni la menor idea. Víctor y yo... - hizo una pausa mientras se observaba las uñas con total tranquilidad -. Bueno, debería ser él el que te dijera esto y no yo, pero digamos simplemente que tenemos una relación muy especial.
Apenas podía creer lo que estaba oyendo; no era posible que algo así le estuviera ocurriendo justo el día de su boda, el día que se suponía iba a ser uno de los más felices de su vida pero que, gracias a Lisa, se estaba convirtiendo en uno de los peores.
Desde la muerte de su padre, Myriam no se había parado a pensar en las complejidades del testamento de su padre; había estado demasiado inmersa en su dolor como para considerar cómo iba a afectarla económicamente aquel fallecimiento. Por supuesto sabía que su padre había tenido mucho éxito en los negocios; José Antonio Montemayor siempre había sido un consultor financiero muy apreciado por sus clientes y por el resto de la gente con la que hacía negocios. También recordaba lo entusiasmado que se había mostrado con Víctor cuando lo contrató.
Ambos hombres se habían conocido en una conferencia que el señor Montemayor había dado en la universidad en la que estudiaba Víctor, y ya allí le había sorprendido la energía y las habilidades para negociar del joven.
Víctor había tenido una dura infancia; su padre lo había abandonado y lo habían criado multitud de parientes después de que su madre volviera a casarse y su marido se negara a aceptarlo en su casa. A pesar de tantas calamidades, Víctor había trabajado duro para pagarse los estudios y, al principio de trabajar para su padre, había vivido con ellos durante un tiempo. Él solía llevar a Myriam al colegio cuando el señor Montemayor estaba en algún viaje de negocios; también había sido él el que la había enseñado a montar en bici; y, cuando su padre lo nombró socio de la empresa, Víctor el Dragón, como ella lo llamaba en broma, había sido Myriam con la que había salido a celebrarlo a una heladería cercana.
Lo que no sabía muy bien era cuándo había cambiado su forma de ver a Víctor, cuándo había dejado de ser solo un empleado de su padre o un buen amigo suyo y había pasado a ser algo más. Recordaba un día en el que, al salir de la escuela, lo había encontrado esperándola en el pequeño coche deportivo que acababa de comprarse. Era un día soleado y Víctor había abierto la capota; se había vuelto a mirarla como si hubiera podido notar su presencia incluso antes de que estuviera a su lado, y la había observado con aquellos maravillosos ojos verdes. Aquel día había sentido que lo veía por vez primera y, su corazón había reaccionado golpeándole el pecho con fuerza.
De pronto había notado una terrible emoción al acercarse a él y, sin saber muy bien por qué, había sentido el impulso de mirarlo a la boca. Algo había cambiado dentro de su cuerpo; algo había despertado y la había hecho sonrojarse al percibir el peligro que aquello suponía, el peligro de que él pudiera adivinar lo que le estaba ocurriendo. No podía aguantar estar cerca de él y, al mismo tiempo, no podía soportar la idea de que se alejara de ella.
- Solo una chiquilla inexperta como tú podría creer que Víctor te quisiera - la voz dura y cruel de Lisa hizo que Myriam volviera de sus recuerdos -. Una mujer de verdad sabría inmediatamente que hay alguien más en su vida. ¿A que ni siquiera ha intentado llevarte a la cama? - le preguntó desafiante -. Y no finjas que no te habría encantado que lo hiciera.
De forma instintiva le dio la espalda a su madrastra para que ésta no pudiera ver la expresión de su rostro; al hacerlo se vio a sí misma en el espejo. Víctor había insistido en que se pusiera un vestido bastante clásico y de nuevo había dicho que eso era lo que le habría gustado a su padre. Era obvio que, si había algo que Víctor y ella tenían en común, era el amor por el difunto señor Montemayor.
- Él no te quiere como un hombre quiere a una mujer - insistió su madrastra sin piedad -. Estoy segura que hasta a alguien tan ajena al sexo como tú, le resultará extraño que no te haya llevado a la cama. Cualquiera habría adivinado lo que eso significaba; especialmente tratándose de un hombre tan apasionado como Víctor - añadió sonriendo -. Si lo que quieres es ser una esposa no deseada, tendrás que aprender a ocultar tus sentimientos un poco mejor. ¿No habrás creído que no ha habido otras mujeres en su vida?
Claro que sabía que había habido otras, y sabía también lo angustioso que era sentirse celosa de todas ellas porque lo había sufrido durante años. Mujeres a las que encontraba atractivas de un modo que, obviamente, ella no se lo parecía; a ellas las había tenido entre sus brazos, en la cama junto a aquel cuerpo fuerte y sexy, desnudo al lado de ellas bajo las sábanas...
Ella no era más que una niña, la hija de su socio y amigo; una chiquilla a quien protegía y trataba con cierto paternalismo, como si los separaran veinte años, en lugar de diez. Pero, ¿qué más daban esos diez años? Dentro de nada serían iguales porque serían marido y mujer. Sintió un escalofrío al pensar aquello. Durante toda su adolescencia había deseado que su sueño se hiciera realidad y Víctor correspondiera a su amor y le dijera que no podía vivir sin ella; que la deseara con todas sus fuerzas y la hiciera su esposa.
Por supuesto que una parte de ella, una vocecita que se había negado a escuchar, le aconsejaba que fuera cauta, que se preguntara por qué Víctor jamás había mencionado el amor en sus conversaciones con ella. Y, de alguna manera había conseguido no pensar en ello hasta ese momento.
En la actitud de su madrastra Myriam percibía una extraña determinación, parecía furiosa y desesperada; pero estaba demasiado debilitada por el dolor como para plantearse el motivo de tal comportamiento.
- Bueno - dijo con repentina dignidad -, el caso es que Víctor va a casarse conmigo.
- No - respondió Lisa iracunda -. Se va a casar con tu herencia. ¿Acaso no tienes orgullo? Cualquier mujer que se preciara de serlo pararía todo esto antes de que fuera demasiado tarde; se buscaría un hombre que la amara de verdad en lugar de arrastrarse ante uno que no la quiere, ¡un hombre que además ya tiene a la mujer a la que quiere!
Aquello era una pesadilla. ¿Qué mayor crueldad le tenía reservada? Fuera lo que fuera no quería oírlo. Ya era hora de marcharse de allí. Myriam echó a andar pero, al pasar junto a ella, Lisa la agarró del brazo y le dijo mientras clavaba la mirada en sus ojos:
- Sé qué es lo que esperas, pero pierdes el tiempo; Víctor jamás te amará porque ama a otra. Si no me crees pregúntale a él si hay alguna mujer a la que quiera. Y pregúntaselo hoy, antes de que se case contigo. Si te atreves pregúntale quién es esa mujer.
Mientras se acercaba hacia el altar donde la esperaba Víctor, Myriam no podía dejar de pensar en la conversación con su madrastra, sus palabras le martilleaban en la cabeza provocándole un dolor infinito. El aroma de las lilas que adornaban la iglesia era tan intenso que se sentía mareada, como si fuera a desmayarse. ¿Cómo era posible que fuera verdad lo que había dicho Lisa? ¿Cómo iba siquiera a plantearse casarse con ella estando enamorado de otra?
No, su madrastra mentía, del mismo modo que lo había hecho tantas otras veces en el pasado; solo quería hacerle daño. Y desde luego su último comentario era totalmente descabellado, había insinuado que ella era esa mujer que ocupaba el corazón de Víctor... Eso era imposible.
- Queridos hermanos...
El cuerpo de Myriam se tambaleó ligeramente, quizás no tan ligeramente porque Víctor le puso la mano en el hombro intentarlo transmitirle la fuerza que le faltaba.
A cada instante le resultaba más difícil soportar el dolor que la invadía; dolor y rabia porque aquel debería haber sido el día más feliz de su vida, al fin y al cabo estaba casándose con el hombre al que amaba, al que había amado desde el mismo momento en el que supo lo que era el amor.
- ¿Estás bien, Myriam? Hace un rato me ha parecido que ibas a desmayarte.
Intentó sonreír a su marido, que la miraba con la preocupación dibujada en el rostro. Se sentía rara, le temblaban las piernas y tenía miedo...
- Víctor, hay algo que quiero preguntarte.
Se encontraban a la puerta de la iglesia, rodeados por los invitados que los jaleaban con alegría. Víctor apenas la miraba y darse cuenta fue como una puñalada en el corazón. No tenían el menor aspecto de una pareja que acababa de casarse, no parecían un matrimonio enamorado. Antes de que el valor se desvaneciera, consiguió preguntárselo:
- ¿Tienes.. hay... hay alguna mujer a la que ames?
Ahora sí la miró, pero no del modo que ella habría esperado; tenía el ceño fruncido y los ojos clavados en los de ella. Myriam sin embargo era incapaz de sostener aquella intensa mirada.
- ¿Quién te ha dicho eso? - le preguntó furioso. El corazón se le hizo pedazos. Todo era verdad. Víctor la miró con tristeza infinita y contestó susurrando.
- Sí... es cierto. Pero...
Quería a otra. Estaba enamorado de otra mujer, pero se había casado con ella. Myriam tuvo la certeza de que todo su mundo se estaba derrumbando en ese preciso instante. ¿Dónde estaba el hombre al que adoraba, en el que confiaba, al que amaba? Parecía que ese hombre no existía realmente...
Con un grito de dolor se dio media vuelta y echó a correr tan rápido como le daban las piernas; quería huir del dolor y del triunfo de Lisa pero, sobre todo, necesitaba huir de Víctor, que la había traicionado. A su espalda pudo oírlo gritar su nombre, pero solo consiguió que corriera aún más aprisa. En la calle de detrás de la iglesia vio un taxi del que estaba bajando una persona y, sin pensarlo dos veces, se subió a él. En cualquier otro momento se habría echado a reír al ver la cara con la que la miró el taxista al entrar en el coche, pero reír era lo último que se le pasaba entonces por la cabeza...
- Rápido - le pidió con voz temblorosa -. Dese prisa por favor.
Cuando el coche se puso en movimiento miró atrás, hacia el lugar donde se encontraba la iglesia, con la esperanza de ver a Víctor corriendo tras ella, pero la calle estaba vacía.
- No me lo diga - comenzó a decir el conductor, en tono jovial, tiene que llegar a una boda a toda prisa, ¿verdad?
- No - corrigió con ímpetu -. En realidad lo que quiero es huir de una.
Se volvió a mirarla perplejo olvidándose del tráfico por un instante.
- ¿En serio? ¿Es usted una novia a la fuga? Nunca lo habría imaginado.
Myriam prefirió no contestar, simplemente le dio su dirección y volvió a pedirle que se diera prisa.
Entre tanto no había ni rastro de que alguien hubiera ido en su busca; ni su marido, ni su madrastra.
Aquel fue el trayecto más largo de su vida, hasta que al fin llegaron a la puerta de su casa Myriam tuvo las uñas clavadas en la tapicería del asiento y no pudo dejar de mirar a ver si alguien los seguía.
Después de entrar a casa a buscar dinero para pagar al taxista, se apresuró escaleras arriba mientras se iba quitando el vestido de novia con tal fuerza que acabó por desgarrar algunas costuras. De la misma manera que su madrastra y Víctor le habían desgarrado el corazón a ella.
Se puso unos vaqueros y una camiseta y cambió algunas de las cosas que había en la maleta que debía haberse llevado a la luna de miel. Todavía no había asimilado del todo lo que acababa de hacer; lo único de lo que era consciente era que tenía que alejarse de su marido tanto como le fuera necesario. Si, como le había dicho Lisa, solo quería casarse con ella para hacerse con el control de la empresa, no pararía hasta tenerlo; por lo que lo mejor era irse de allí enseguida. Myriam sabía perfectamente lo impetuoso que podía ser cuando se trataba de negocios, a veces incluso despiadado... ¡Víctor! ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Un desagradable escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar aquello; se sentía tan humillada.
Se enjuagó las lágrimas, respiró hondo y salió del dormitorio con la maleta que había comprado especialmente para la luna de miel. Dentro de esa maleta estaba su pasaporte y los cheques de viaje que Víctor le había dado el día anterior.
- Dinero para gastos - le había dicho con aquella sonrisa que siempre hacía que se le acelerara el corazón y todo su cuerpo deseara... . Bueno, todo ese dinero le iba a venir muy bien ahora, pensó amargamente sin querer detenerse en lo irónico de la situación - el dinero de la luna de miel le iba a servir para comprar un billete al lugar más lejano que pudiera encontrar.
- A ver.. Hay asientos libres en el vuelo que sale hacia Río de Janeiro dentro de media hora - le dijo la azafata de tierra sin apartar la mirada del ordenador.
Mientras la escuchaba Myriam no podía dejar de mirar por encima del hombro, seguía esperando ver la imagen de Víctor aparecer por algún lugar.
Ya era demasiado tarde, había reservado plaza en el avión a Río.
Adiós al hogar, adiós al amor que tanto había esperado disfrutar el resto de su vida...
¡Adiós, Víctor!
Espero sus comentarios......
Introducción
- Entonces, ¿vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Víctor aunque sepas que él no te quiere?
Myriam se estremeció al oír las palabras envenenadas que acababa de pronunciar su madrastra. Estaban las dos en el dormitorio de Myriam, bueno, el que lo había sido hasta poco después de la muerte de su padre. Tras aquello Lisa había anunciado su decisión de vender la preciosa casa con jardín en la que Myriam había crecido para poder comprarse un apartamento en la pequeña ciudad en la que vivían.
- Víctor me ha pedido que reciba a sus clientes - había explicado su madrastra el día que le había comunicado sus planes de vender la casa, cosa que había dejado perpleja a Myriam -. Dice que cuando yo me hice cargo de tratar con los clientes, la empresa de tu padre empezó a ir mucho mejor. Desgraciadamente tu madre nunca entendió lo importante que era ser amable con los clientes.
En aquella ocasión Myriam había intentado que no la afectaran las palabras de su madrastra; simplemente había respondido encogiéndose de hombros en un gesto que ya era característico en ella cada vez que Lisa mencionaba a su difunta madre. Siempre sentía el impulso de defender su memoria, pero ya tenía experiencia suficiente para saber que era mejor no hacerlo. Sin embargo no había podido evitar hacer un breve comentario:
- Mamá estaba muy enferma. Si no hubiera sido así, estoy completamente segura de que habría tratado a los clientes de papá con toda amabilidad, y habría estado encantada de hacerlo.
- Sí, todos sabemos que piensas que tu madre era una santa - sus ojos se habían llenado de furia y hostilidad -. Y Víctor está de acuerdo conmigo en que, durante todos estos años, le has puesto las cosas muy difíciles a tu padre con esa manía tuya de intentar hacerlo sentir culpable por haberse enamorado de mí.
La manera en la que Lisa se vanagloriaba de aquello había hecho que a Myriam se le revolviera el estómago, y el resto de la conversación no había logrado precisamente que se encontrara mejor.
- Víctor opina que tu padre fue muy afortunado al casarse conmigo. De hecho... - había dejado de hablar para hacerle un gesto de complicidad, una complicidad que desde luego no existía entre ellas dos. Myriam solo tenía ganas de dejar de escuchar a Lisa hablar de Víctor como si tuviera una relación muy estrecha con él; le dolía aún más porque estaba profundamente enamorada de él.
Myriam nunca había conseguido entender por qué su querido padre se había enamorado de una mujer fría y manipuladora como Lisa. Tenía que admitir que también era muy bella: alta, rubia y con muy buena figura. Todo lo contrario que Myriam, que siempre había sido la viva imagen de su madre: bajita, con el pelo castaño lleno de rizos indomables y los ojos verde oscuros que, en el caso de su madre estaban permanentemente llenos de amor y ternura, mientras que los ojos azules de Lisa no transmitían nada más que frialdad.
Sin embargo quería demasiado a su padre como para decirle lo que opinaba realmente. Su madre había muerto cuando ella tenía siete años y, cuando a los catorce su padre había decidido volver a casarse, Myriam se había convencido a sí misma para aceptar a aquella mujer que se iba a convertir en su madrastra por el bien de su padre. De hecho, tenía la firme convicción de aceptar a cualquier persona que pudiera hacerlo feliz.
Pero Lisa pronto había dejado muy claro que ella no era tan generosa; tenía treinta y dos años cuando se casó con su padre y nunca demostró el más mínimo interés por los niños, y mucho menos por Myriam, a la que siempre había tratado como una adversaria, una rival con la que tenía que competir por el amor y la atención de su marido. La más obvia muestra de lo que sentía por su hijastra había tenido lugar a los tres meses de llegar a la casa, cuando había anunciado que creía que lo mejor era mandar a Myriam a un internado, en lugar de seguir viviendo allí con ellos y estudiando en el colegio privado que había elegido su madre antes de sucumbir a la terrible enfermedad degenerativa que había acabado por matarla. Entonces había sido Víctor el que había intervenido para recordarle a su padre las molestias que se había tomado su primera mujer para encontrar una escuela adecuada para su hija. También había sido Víctor el que había aparecido un día en aquel mismo colegio con la terrible noticia del accidente de su padre; y había consolado a Myriam mientras ella no había podido controlar un llanto desesperado y lleno de impotencia.
Eso había ocurrido casi doce meses antes, cuando ella tenía diecisiete años; ahora tenía dieciocho y en menos de una hora se convertiría en su esposa.
El coche que tenía que llevarla a la misma iglesia en la que se habían casado sus padres y en la que estaba enterrada su madre estaba esperándola fuera. En la habitación contigua se encontraba el viejo abogado de su padre que iba a acompañarla hasta el altar. Iba a ser una boda tranquila, como le había pedido a Víctor encarecidamente.
«¿Vas a seguir adelante con todo esto? ¿Te vas a casar con Víctor aunque sepas que él no te quiere?» Su mente volvió a repasar las palabras que su madrastra había pronunciado consciente del dolor que iban a causarle.
- Víctor dice que es por mi propio bien - respondió con voz entrecortada -... y que eso es lo que mi padre habría querido.
- Víctor dice - Lisa repitió sus palabras burlándose de ella abiertamente -. Eres tonta, Myriam. Solo hay una razón por la que Víctor quiere casarse contigo y es porque quiere tener todo el control de la empresa.
- ¡Eso no es cierto! - la joven protestó con fuerza -. Él ya dirige el negocio - le recordó a su madrastra -. Y sabe perfectamente que yo jamás querría que fuera de otra forma.
- Puede que tú no pero, ¿qué me dices del hombre con el que te casarías algún día si Víctor no se convirtiera en tu marido? - le preguntó con más suavidad -. Vamos, Myriam, ¿no creerás de verdad que Víctor está enamorado de ti? - su tono volvió a rozar la burla -. Es un hombre, para él solo eres una niña... Escucha, él mismo me ha dicho que si no fuese por la empresa, jamás se casaría contigo.
Aunque trató de contenerlo, se le escapó un grito ahogado de dolor que contrastaba con la sonrisa triunfante de Lisa. Se odió a sí misma por permitir que aquella mujer traspasara todas sus defensas.
- Víctor nunca... - empezó a decir intentando recuperar el control que ya había perdido.
- ¿Nunca qué, Myriam? - la interrumpió antes de que pudiera seguir -. ¿Nunca me confesaría algo a mí? Querida, me temo que hay muchas cosas de las que no tienes ni la menor idea. Víctor y yo... - hizo una pausa mientras se observaba las uñas con total tranquilidad -. Bueno, debería ser él el que te dijera esto y no yo, pero digamos simplemente que tenemos una relación muy especial.
Apenas podía creer lo que estaba oyendo; no era posible que algo así le estuviera ocurriendo justo el día de su boda, el día que se suponía iba a ser uno de los más felices de su vida pero que, gracias a Lisa, se estaba convirtiendo en uno de los peores.
Desde la muerte de su padre, Myriam no se había parado a pensar en las complejidades del testamento de su padre; había estado demasiado inmersa en su dolor como para considerar cómo iba a afectarla económicamente aquel fallecimiento. Por supuesto sabía que su padre había tenido mucho éxito en los negocios; José Antonio Montemayor siempre había sido un consultor financiero muy apreciado por sus clientes y por el resto de la gente con la que hacía negocios. También recordaba lo entusiasmado que se había mostrado con Víctor cuando lo contrató.
Ambos hombres se habían conocido en una conferencia que el señor Montemayor había dado en la universidad en la que estudiaba Víctor, y ya allí le había sorprendido la energía y las habilidades para negociar del joven.
Víctor había tenido una dura infancia; su padre lo había abandonado y lo habían criado multitud de parientes después de que su madre volviera a casarse y su marido se negara a aceptarlo en su casa. A pesar de tantas calamidades, Víctor había trabajado duro para pagarse los estudios y, al principio de trabajar para su padre, había vivido con ellos durante un tiempo. Él solía llevar a Myriam al colegio cuando el señor Montemayor estaba en algún viaje de negocios; también había sido él el que la había enseñado a montar en bici; y, cuando su padre lo nombró socio de la empresa, Víctor el Dragón, como ella lo llamaba en broma, había sido Myriam con la que había salido a celebrarlo a una heladería cercana.
Lo que no sabía muy bien era cuándo había cambiado su forma de ver a Víctor, cuándo había dejado de ser solo un empleado de su padre o un buen amigo suyo y había pasado a ser algo más. Recordaba un día en el que, al salir de la escuela, lo había encontrado esperándola en el pequeño coche deportivo que acababa de comprarse. Era un día soleado y Víctor había abierto la capota; se había vuelto a mirarla como si hubiera podido notar su presencia incluso antes de que estuviera a su lado, y la había observado con aquellos maravillosos ojos verdes. Aquel día había sentido que lo veía por vez primera y, su corazón había reaccionado golpeándole el pecho con fuerza.
De pronto había notado una terrible emoción al acercarse a él y, sin saber muy bien por qué, había sentido el impulso de mirarlo a la boca. Algo había cambiado dentro de su cuerpo; algo había despertado y la había hecho sonrojarse al percibir el peligro que aquello suponía, el peligro de que él pudiera adivinar lo que le estaba ocurriendo. No podía aguantar estar cerca de él y, al mismo tiempo, no podía soportar la idea de que se alejara de ella.
- Solo una chiquilla inexperta como tú podría creer que Víctor te quisiera - la voz dura y cruel de Lisa hizo que Myriam volviera de sus recuerdos -. Una mujer de verdad sabría inmediatamente que hay alguien más en su vida. ¿A que ni siquiera ha intentado llevarte a la cama? - le preguntó desafiante -. Y no finjas que no te habría encantado que lo hiciera.
De forma instintiva le dio la espalda a su madrastra para que ésta no pudiera ver la expresión de su rostro; al hacerlo se vio a sí misma en el espejo. Víctor había insistido en que se pusiera un vestido bastante clásico y de nuevo había dicho que eso era lo que le habría gustado a su padre. Era obvio que, si había algo que Víctor y ella tenían en común, era el amor por el difunto señor Montemayor.
- Él no te quiere como un hombre quiere a una mujer - insistió su madrastra sin piedad -. Estoy segura que hasta a alguien tan ajena al sexo como tú, le resultará extraño que no te haya llevado a la cama. Cualquiera habría adivinado lo que eso significaba; especialmente tratándose de un hombre tan apasionado como Víctor - añadió sonriendo -. Si lo que quieres es ser una esposa no deseada, tendrás que aprender a ocultar tus sentimientos un poco mejor. ¿No habrás creído que no ha habido otras mujeres en su vida?
Claro que sabía que había habido otras, y sabía también lo angustioso que era sentirse celosa de todas ellas porque lo había sufrido durante años. Mujeres a las que encontraba atractivas de un modo que, obviamente, ella no se lo parecía; a ellas las había tenido entre sus brazos, en la cama junto a aquel cuerpo fuerte y sexy, desnudo al lado de ellas bajo las sábanas...
Ella no era más que una niña, la hija de su socio y amigo; una chiquilla a quien protegía y trataba con cierto paternalismo, como si los separaran veinte años, en lugar de diez. Pero, ¿qué más daban esos diez años? Dentro de nada serían iguales porque serían marido y mujer. Sintió un escalofrío al pensar aquello. Durante toda su adolescencia había deseado que su sueño se hiciera realidad y Víctor correspondiera a su amor y le dijera que no podía vivir sin ella; que la deseara con todas sus fuerzas y la hiciera su esposa.
Por supuesto que una parte de ella, una vocecita que se había negado a escuchar, le aconsejaba que fuera cauta, que se preguntara por qué Víctor jamás había mencionado el amor en sus conversaciones con ella. Y, de alguna manera había conseguido no pensar en ello hasta ese momento.
En la actitud de su madrastra Myriam percibía una extraña determinación, parecía furiosa y desesperada; pero estaba demasiado debilitada por el dolor como para plantearse el motivo de tal comportamiento.
- Bueno - dijo con repentina dignidad -, el caso es que Víctor va a casarse conmigo.
- No - respondió Lisa iracunda -. Se va a casar con tu herencia. ¿Acaso no tienes orgullo? Cualquier mujer que se preciara de serlo pararía todo esto antes de que fuera demasiado tarde; se buscaría un hombre que la amara de verdad en lugar de arrastrarse ante uno que no la quiere, ¡un hombre que además ya tiene a la mujer a la que quiere!
Aquello era una pesadilla. ¿Qué mayor crueldad le tenía reservada? Fuera lo que fuera no quería oírlo. Ya era hora de marcharse de allí. Myriam echó a andar pero, al pasar junto a ella, Lisa la agarró del brazo y le dijo mientras clavaba la mirada en sus ojos:
- Sé qué es lo que esperas, pero pierdes el tiempo; Víctor jamás te amará porque ama a otra. Si no me crees pregúntale a él si hay alguna mujer a la que quiera. Y pregúntaselo hoy, antes de que se case contigo. Si te atreves pregúntale quién es esa mujer.
Mientras se acercaba hacia el altar donde la esperaba Víctor, Myriam no podía dejar de pensar en la conversación con su madrastra, sus palabras le martilleaban en la cabeza provocándole un dolor infinito. El aroma de las lilas que adornaban la iglesia era tan intenso que se sentía mareada, como si fuera a desmayarse. ¿Cómo era posible que fuera verdad lo que había dicho Lisa? ¿Cómo iba siquiera a plantearse casarse con ella estando enamorado de otra?
No, su madrastra mentía, del mismo modo que lo había hecho tantas otras veces en el pasado; solo quería hacerle daño. Y desde luego su último comentario era totalmente descabellado, había insinuado que ella era esa mujer que ocupaba el corazón de Víctor... Eso era imposible.
- Queridos hermanos...
El cuerpo de Myriam se tambaleó ligeramente, quizás no tan ligeramente porque Víctor le puso la mano en el hombro intentarlo transmitirle la fuerza que le faltaba.
A cada instante le resultaba más difícil soportar el dolor que la invadía; dolor y rabia porque aquel debería haber sido el día más feliz de su vida, al fin y al cabo estaba casándose con el hombre al que amaba, al que había amado desde el mismo momento en el que supo lo que era el amor.
- ¿Estás bien, Myriam? Hace un rato me ha parecido que ibas a desmayarte.
Intentó sonreír a su marido, que la miraba con la preocupación dibujada en el rostro. Se sentía rara, le temblaban las piernas y tenía miedo...
- Víctor, hay algo que quiero preguntarte.
Se encontraban a la puerta de la iglesia, rodeados por los invitados que los jaleaban con alegría. Víctor apenas la miraba y darse cuenta fue como una puñalada en el corazón. No tenían el menor aspecto de una pareja que acababa de casarse, no parecían un matrimonio enamorado. Antes de que el valor se desvaneciera, consiguió preguntárselo:
- ¿Tienes.. hay... hay alguna mujer a la que ames?
Ahora sí la miró, pero no del modo que ella habría esperado; tenía el ceño fruncido y los ojos clavados en los de ella. Myriam sin embargo era incapaz de sostener aquella intensa mirada.
- ¿Quién te ha dicho eso? - le preguntó furioso. El corazón se le hizo pedazos. Todo era verdad. Víctor la miró con tristeza infinita y contestó susurrando.
- Sí... es cierto. Pero...
Quería a otra. Estaba enamorado de otra mujer, pero se había casado con ella. Myriam tuvo la certeza de que todo su mundo se estaba derrumbando en ese preciso instante. ¿Dónde estaba el hombre al que adoraba, en el que confiaba, al que amaba? Parecía que ese hombre no existía realmente...
Con un grito de dolor se dio media vuelta y echó a correr tan rápido como le daban las piernas; quería huir del dolor y del triunfo de Lisa pero, sobre todo, necesitaba huir de Víctor, que la había traicionado. A su espalda pudo oírlo gritar su nombre, pero solo consiguió que corriera aún más aprisa. En la calle de detrás de la iglesia vio un taxi del que estaba bajando una persona y, sin pensarlo dos veces, se subió a él. En cualquier otro momento se habría echado a reír al ver la cara con la que la miró el taxista al entrar en el coche, pero reír era lo último que se le pasaba entonces por la cabeza...
- Rápido - le pidió con voz temblorosa -. Dese prisa por favor.
Cuando el coche se puso en movimiento miró atrás, hacia el lugar donde se encontraba la iglesia, con la esperanza de ver a Víctor corriendo tras ella, pero la calle estaba vacía.
- No me lo diga - comenzó a decir el conductor, en tono jovial, tiene que llegar a una boda a toda prisa, ¿verdad?
- No - corrigió con ímpetu -. En realidad lo que quiero es huir de una.
Se volvió a mirarla perplejo olvidándose del tráfico por un instante.
- ¿En serio? ¿Es usted una novia a la fuga? Nunca lo habría imaginado.
Myriam prefirió no contestar, simplemente le dio su dirección y volvió a pedirle que se diera prisa.
Entre tanto no había ni rastro de que alguien hubiera ido en su busca; ni su marido, ni su madrastra.
Aquel fue el trayecto más largo de su vida, hasta que al fin llegaron a la puerta de su casa Myriam tuvo las uñas clavadas en la tapicería del asiento y no pudo dejar de mirar a ver si alguien los seguía.
Después de entrar a casa a buscar dinero para pagar al taxista, se apresuró escaleras arriba mientras se iba quitando el vestido de novia con tal fuerza que acabó por desgarrar algunas costuras. De la misma manera que su madrastra y Víctor le habían desgarrado el corazón a ella.
Se puso unos vaqueros y una camiseta y cambió algunas de las cosas que había en la maleta que debía haberse llevado a la luna de miel. Todavía no había asimilado del todo lo que acababa de hacer; lo único de lo que era consciente era que tenía que alejarse de su marido tanto como le fuera necesario. Si, como le había dicho Lisa, solo quería casarse con ella para hacerse con el control de la empresa, no pararía hasta tenerlo; por lo que lo mejor era irse de allí enseguida. Myriam sabía perfectamente lo impetuoso que podía ser cuando se trataba de negocios, a veces incluso despiadado... ¡Víctor! ¿Cómo podía haberle hecho algo así? Un desagradable escalofrío le recorrió el cuerpo al pensar aquello; se sentía tan humillada.
Se enjuagó las lágrimas, respiró hondo y salió del dormitorio con la maleta que había comprado especialmente para la luna de miel. Dentro de esa maleta estaba su pasaporte y los cheques de viaje que Víctor le había dado el día anterior.
- Dinero para gastos - le había dicho con aquella sonrisa que siempre hacía que se le acelerara el corazón y todo su cuerpo deseara... . Bueno, todo ese dinero le iba a venir muy bien ahora, pensó amargamente sin querer detenerse en lo irónico de la situación - el dinero de la luna de miel le iba a servir para comprar un billete al lugar más lejano que pudiera encontrar.
- A ver.. Hay asientos libres en el vuelo que sale hacia Río de Janeiro dentro de media hora - le dijo la azafata de tierra sin apartar la mirada del ordenador.
Mientras la escuchaba Myriam no podía dejar de mirar por encima del hombro, seguía esperando ver la imagen de Víctor aparecer por algún lugar.
Ya era demasiado tarde, había reservado plaza en el avión a Río.
Adiós al hogar, adiós al amor que tanto había esperado disfrutar el resto de su vida...
¡Adiós, Víctor!
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laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: Amor por chantaje...... Final
EAHEAHHEAHH SE VE QUE VA A ESTAR MUY BUENA TU NOVELA GRAXIAS
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
aaay !! hasta la pansa me dolio de la tensiooon !! sigue y gracias !!
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
aaaaaaaaaa que biien noveliita nueva y me encanto jajaja aquii estare esperando el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Santo Dios, está muy buena, muchas gracias niña por regalarnos otra novela, esperamos el primer capi!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Amor por chantaje...... Final
Hola chicas les pongo el primer capitulo porque yo tambien me pico y quisiera leer mas y mas, por eso les pongo este capitulo... jajajaj
Cuatro años más tarde
Myriam se había pasado todo el vuelo desde Río ensayando qué iba a decir y cómo iba a hacerlo. Se recordó una y otra vez que ya no era una chiquilla ingenua de dieciocho años que no sabía nada, ni había visto el lado oscuro de la vida. Ahora era una mujer de veintidós años que sabía perfectamente lo que era sufrir, pero que no había perdido las ganas de amar, de compartir.
Al pensar en los últimos cuatro años le parecía imposible haber sido alguna vez aquella niña que había huido de su propia boda; ya no tenía nada en común con ella. Myriam cerró los ojos y se recostó en el asiento de clase turista, aunque podría haberse permitido un billete de primera clase, pero una persona que había pasado esos años ayudando a los huérfanos no habría sido capaz de gastar el dinero en un lujo como ese. Ahora, gracias a la organización benéfica para la que trabajaba, muchos de esos niños habían dejado de luchar a muerte por un miserable trozo de pan y podían disfrutar de un hogar, una educación y, lo más importante de todo, tenían amor.
Myriam no sabía exactamente cuándo había empezado a arrepentirse de haber renunciado a su herencia; y no lo hacía por sí misma, sino por lo que ese dinero habría supuesto para aquellos niños, con él habría podido ayudarlos mucho más. Quizás lo que la había hecho darse cuenta del valor de la herencia había sido la cara de felicidad de la hermana María el día que había anunciado, que la recaudación de fondos en la que tanto habían trabajado había conseguido reunir una cantidad que no era ni una décima parte de los ingresos que habría recibido Myriam de no haber rechazado lo que le correspondía de acuerdo con el testamento de su padre.
También entonces había empezado a preguntarse qué pensarían de ella sus compañeros si se enteraran de todo el dinero al que había renunciado solo por orgullo. Esas y otras cuestiones la habían llevado a tomar una decisión que deseaba haber tomado mucho tiempo antes. Las monjas con las que trabajaba eran tan buenas y tan generosas que jamás habrían criticado o juzgado nada que ella hiciera, pero era ella misma la que criticaba su comportamiento.
Durante los años que había pasado en Río, Myriam se había acostumbrado a proteger su intimidad a cal y canto y, con su actitud había conseguido que nunca le hicieran preguntas sobre su pasado, que se había convertido en algo que no compartía con nadie. Por supuesto que tenía amigos, pero con todos ellos mantenía cierta distancia, especialmente con los hombres. Enamorarse era una palabra que ya no entraba en su vocabulario; era una experiencia demasiado dolorosa como para volver a pasar por ella.
No después de Víctor. Todavía seguía soñando con él de vez en cuando y, después de esos sueños, pasaba varios días afectada y extrañamente sensible.
No quería confesar a nadie lo sola y abandonada que se había sentido nada más llegar a Brasil; cuántas veces había estado tentada de volver a casa, pero su orgullo se lo había impedido... eso y la carta que le había mandado al abogado de su padre a los pocos días de estar allí; en ella lo informaba de que renunciaba a su herencia. De esa manera había pretendido que la dejaran empezar una nueva vida y, para ello había dejado muy claro que no quería tener el menor contacto con su madrastra o con Víctor.
Después de aquello había buscado trabajo como intérprete y profesora y, por medio de ese empleo, había llegado a las monjas y a su organización benéfica para niños.
Todavía recordaba la cara de sorpresa de la hermana María cuando, nada más decidir reclamar el dinero que le correspondía por derecho, le había contado toda la verdad de su pasado y el motivo que la había llevado hasta allí. La pobre no podía dar crédito a que Myriam no fuera realmente la joven de clase humilde que ellas habían creído.
Myriam pensaba que sería suficiente con escribir al abogado y comunicarle que había cambiado de idea y que deseaba recibir los ingresos de la herencia; sin embargo unos días después de mandar aquella carta, le llegó la respuesta de un tal David Bryant que, según le explicaba, era el sobrino y sucesor de Henry Fairburn, el abogado de su padre, que había muerto.
El nuevo letrado le explicó que la situación era demasiado complicada como para solucionarla por correo y que, por tanto lo más conveniente era que fuera a Inglaterra a tratarlo personalmente; además le aconsejaba que lo hiciera lo antes posible.
Hasta aquel momento siempre había eludido la idea de volver a su país, pero ahora se daba cuenta de que lo único que temía era su propio miedo. Desde luego ya no tenía por qué temer volver a ver a Víctor ya que lo que había sentido por él había muerto hacía mucho tiempo.
Entre ellos dos no había habido ningún contacto y, por lo que a ella respectaba, Lisa y él podían estar viviendo los dos juntos en amor y compañía. Lo cierto era que eran tal para cual; igual de fríos y manipuladores.
Era una verdadera pena que su padre hubiera creído oportuno nombrar a Víctor albacea de su testamento y que Henry, el otro albacea, hubiera muerto. Aquello hacía que las cosas fueran mucho más difíciles para Myriam, que no estaba segura de cuál era ahora su posición en relación a la herencia; pero confiaba en que ese David Bryant pudiera asesorarla al respecto.
Había otra cuestión que también la tenía algo preocupada y era el hecho de que Víctor y ella todavía estaban legalmente casados.
Para su sorpresa, lo único que la hermana María había comentado al oír la historia de su pasado, había sido que los votos matrimoniales eran para siempre. Eso la había hecho darse cuenta de lo tonta que había sido todos aquellos años por no molestarse en pedir la nulidad matrimonial. Seguramente al principio había tenido miedo de que Víctor intentara hacerla volver.
Ese miedo ya no existía, tampoco tenía ninguna necesidad imperiosa de volver a ser legalmente soltera, salvo para establecer una buena base para un futuro de independencia. En realidad lo que más deseaba era poder escribir pronto a la hermana María para decirle que todo iba bien y que enseguida estaría de vuelta en Río.
Cuando el avión tomó tierra en suelo inglés se le hizo un nudo en la garganta, pero se esforzó por convencerse a sí misma de que era un sentimiento perfectamente comprensible.
La mujer que había tomado el avión en aquel mismo aeropuerto cuatro años antes era una chiquilla guapa pero quizás ligeramente carente de personalidad; sin embargo nadie habría calificado de insípida a la mujer que ahora llegaba a Londres. El trabajo duro y la dedicación a los demás habían hecho que los rasgos de Myriam se perfilaran en su perfección y su figura se estilizara sin perder las curvas. En sus ojos verdes había una luminosidad que parecía casi espiritual y que hacía que mucha gente se volviera a mirarla.
Iba vestida con unos pantalones anchos color crema y una insulsa camisa blanca de algodón, pero toda mujer que hubiera vivido en Río absorbía algo de la sensualidad propia del pueblo brasileño que tanto veneraba el cuerpo femenino. A pesar de la sencillez de su ropa, se podía adivinar la delicadeza de su cintura, la curva que dibujaban sus pechos...
Myriam salió del aeropuerto, se retiró el pelo de la cara con un pañuelo de seda blanca, respiró hondo y paró un taxi para que la llevara a la dirección que le había dado el abogado cuando le pidió que le recomendara un sitio barato en el que alojarse.
Para su sorpresa, David Bryant no solo le había mandado el nombre de un lugar cercano a su oficina, sino también un cheque para correr con los gastos de alojamiento, así como un billete de primera clase que había decidido no utilizar.
A medida que el taxi se iba acercando a su destino Myriam estaba más convencida de que había habido un malentendido, ya que el barrio de Londres por el que iban era una zona moderna, llena de coches caros, y gente vestida con ropa de diseño. Su sensación aumentó cuando vio que el taxista paraba a la entrada de un lujoso bloque de apartamentos. No obstante, pagó y salió del coche con decisión. De camino a la puerta del edificio vio de reojo que un enorme coche negro estaba aparcando en el hueco que había dejado su taxi, pero estaba demasiado ocupada en asegurarse de que aquella era realmente la dirección a la que tenía que dirigirse, por eso ni siquiera se volvió a mirar.
Sí, eran las mismas señas. Entró al vestíbulo pero, nada más hacerlo, se quedó paralizada como si algo la hubiera detenido. Sin saber por qué sintió la necesidad de volverse a mirar qué, o quién, había a su espalda. Al reconocer al hombre que la observaba detenidamente se le cortó la respiración.
- ¡Hola! He ido al aeropuerto a buscarte, pero te me has escapado.
- ¡Víctor!
Su voz sonó floja y temblorosa, como la de una niña... Se aclaró la garganta al tiempo que se recordaba que era una persona adulta, pero ni su cuerpo ni su cerebro respondían a sus órdenes porque ambos estaban demasiado centrados en Víctor.
Aquellos cuatro años no lo habían cambiado tanto como a ella; pero claro, él ya era un adulto cuando ella se marchó. Para su pesar, Víctor seguía teniendo ese magnetismo sexual que tanto había recordado; sin embargo, viéndolo ahora desde la perspectiva de una mujer hecha y derecha, ese atractivo le parecía aún más poderoso. Era como si lo que había visto hacía tantos años hubiera sido solo una imagen borrosa que ahora veía con total definición.
Quizás había olvidado lo increíblemente sexy que era, o a lo mejor había sido demasiado joven e ingenua para apreciarlo en su totalidad. Fuera lo que fuera, ahora podía percibirlo con total claridad.
Llevaba el pelo más corto que antes, lo que le daba un toque de dureza; y también sus ojos parecían más duros y fríos.
- No has venido en primera clase.
- ¿Sabías que venía? - por mucho que lo intentara no podía evitar que se notara su sorpresa.
- Claro. Te recuerdo que soy tu albacea y, dado que el motivo de tu visita es hablar de la herencia...
¡Su albacea! Claro que lo sabía, pero había dado por hecho que sería David Bryant con el que tendría que tratar el tema, y que él actuaría como intermediario entre Víctor y ella. Lo que menos necesitaba en esos momentos era tener que hacer frente a esa situación, porque ya estaba suficientemente nerviosa.
- Me sorprende que Lisa no esté contigo - dijo intentando recuperar el control de la situación.
- ¿Lisa? - por la expresión de su rostro era obvio que aquel comentario no le había hecho ninguna gracia -. Esto no tiene nada que ver con Lisa - añadió fríamente.
Por supuesto, allí estaba él para proteger a su amante. Con dolor se dio cuenta de que deseaba con todas sus fuerzas echarle en cara acusaciones que había creído olvidadas, pero el modo en el que la había mirado al recordarle que era su albacea parecía decirle que tuviera cuidado. Después de todo quizás no le resultara tan sencillo reclamar aquel dinero. Claro que, si hubiera algún impedimento, el sector Bryant la habría avisado en sus cartas, en lugar de animarla a que fuera a Inglaterra.
Lo cierto era que, en lo que se refería al dinero de la herencia, se sentía bastante segura de sus argumentos; al fin y al cabo, dado que Víctor se había casado con ella para disponer del control de la empresa, lo lógico era que no pusiera ningún impedimento a garantizarle ciertos ingresos a cambio de mantener las acciones del negocio. Él debía tener en cuenta que Myriam también podría vender esas acciones en el mercado, donde quizás obtuviera una cantidad mayor. El saber de su poder en ese aspecto le dio algo más de seguridad.
Víctor se puso a su lado y ella se dio cuenta de que había algo más que no había cambiado: todavía tenía que alzar bastante la cabeza para mirarlo a los ojos. Ya era demasiado tarde para arrepentirse de las cómodas zapatillas sin tacón que había decidido ponerse.
- Vamos - le dijo poniéndole la mano en la espalda, momento en el que Myriam comprobó que el mero roce seguía provocando en ella un deseo irrefrenable.
¿Qué demonios le ocurría? Sabía perfectamente que no podía dejarse llevar por ese deseo sexual que Víctor despertaba en ella como no lo había hecho ningún otro hombre. El problema era que, hasta solo unos minutos antes, Myriam había estado convencida de que su vulnerabilidad hacia aquel hombre era asunto concluido y ahora estaba claro que no era así, ni mucho menos.
Estaba confundida, era incapaz de pensar con lógica o de mirar a algo que no fuera él.
- Es por aquí.
Lo siguió de manera automática hasta el ascensor de cristal donde el ascensorista lo saludó amablemente.
- Buenas tardes, Bates - contestó Víctor cordialmente -. ¿La familia bien?
- Sí, muy bien, señor García. Mi hijo Robert está encantado con ese trabajo que usted le buscó.
Se limitó a responder con una sonrisa que a Myriam le recordó el modo en el que solía sonreírle a ella y sintió un dolor tan intenso que la hizo tambalearse ligeramente.
- ¿Te sigue dando miedo la altura? No mires hacia abajo - le recomendó con frialdad -. Por alguna razón, todos los arquitectos de la ciudad se han puesto de acuerdo en que están de moda los ascensores de cristal.
Su voz era extremadamente neutra; claro que tampoco había ningún motivo por el que tuviera que mostrar simpatía alguna hacia ella. ¿O sí? Al fin y al cabo le había ahorrado la molestia de fingir ser un marido feliz, o que ella le importaba lo más mínimo y, al mismo tiempo, le había dado exactamente lo que quería. En la misma carta en la que había renunciado a su herencia, Myriam le había otorgado poder absoluto sobre las acciones de la empresa.
Pero no lo había hecho por él, lo había hecho por su padre - porque sabía que Víctor llevaría el negocio hasta lo más alto. Al menos en eso estaba segura de poder confiar en él.
Había cerrado los ojos nada más ponerse en marcha el ascensor, pero los recuerdos y las imágenes que le venían a la cabeza eran mucho peores que unos cuantos metros de altura. Nunca perdonaría a Víctor por lo que había intentado hacer con ella, por haber intentado manipularla de aquel modo y por abusar de la confianza que su padre había depositado en él.
El ascensor se detuvo.
- Ya puedes abrir los ojos.
Nada más poner un pie en el pasillo Myriam vio que estaban en el ático, la parte más lujosa de cualquier edificio de apartamentos. Aquello debía de ser muy caro.
- Le pedí a David Bryant qué me buscara un sitio barato y cerca de su oficina - murmuró mientras Víctor abría la puerta.
- Pues ha cumplido ambos requisitos: su despacho está bastante cerca, y aquí eres mi invitada.
- ¿Tu invitada? - se quedó helada en el umbral de la puerta, mirándolo con los ojos abiertos de par en par -. ¿Este es tu apartamento?
- Sí - confirmó él -. Cuando David me dijo que querías quedarte en algún sitio cerca de la oficina, pensé que lo mejor era que te quedaras aquí conmigo. Al fin y al cabo tenemos un montón de cosas de las que hablar, y no solo sobre la herencia.
Myriam comprobó que estaba mirando fijamente a su mano izquierda; la misma mano de la que se había quitado el anillo de boda que él le había puesto cuatro años antes. Aquella alianza había volado por la ventana del taxi cuando se dirigía al aeropuerto el mismo día de la boda.
- ¿Quieres decir... - le costaba demasiado hablar sabiendo que los ojos de Víctor estaban clavados en ella - ...de nuestro matrimonio?
- Exactamente - afirmó él sin dejar de mirarla -. ¿Sabes? Para alguien que sigue siendo virgen...,tienes un aspecto muy poco virginal.
- ¿Y tú... cómo lo sabes? - le preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que acababa de oír.
- ¿Que cómo sé que todavía eres virgen? - dijo él levantando su maleta del suelo -. Lo sé todo sobre ti. Hola... sigues siendo mi mujer.
¡Su mujer!
Tenía la sensación de estar a punto de vomitar y un sudor frío le empapaba el cuerpo. Eso no era lo que había esperado, no estaba preparada para enfrentarse a algo así.
Durante el vuelo desde Río había luchado por deshacerse del temor que la había tenido tan inquieta día y noche durante las semanas previas al viaje. Temor a que, si volvía a ver a Víctor, descubriera que parte de ese amor infantil que había sentido por él no había muerto, sino que estaba allí esperando a estallar como una bomba que destruiría su nueva vida y la estabilidad emocional que tanto le había costado alcanzar. Pero lo que estaba sintiendo, ahora que lo tenía delante no era amor, más bien era una mezcla de hostilidad y rabia.
Bueno, sí, seguía siendo virgen. ¿Qué tenía eso de malo?
- No tienes ningún derecho a espiarme y meterte en mi vida - empezó a decirle llena de furia, pero Víctor no la dejó continuar.
- Seguimos estando casados. Sigo siendo tu marido y tú sigues siendo mi esposa - señaló, fríamente. Quizás estuvieran casados para la iglesia, pero no para la ley puesto que ese matrimonio no había sido consumado. De cualquier modo, eso no le daba derecho a inmiscuirse en su vida y hablarle como si... como si... Bueno, tenía que controlar su mente, porque era obvio que solo eran imaginaciones suyas que Víctor la hubiera hablado en tono posesivo.
Aquellas palabras la habían dejado perpleja. ¿Por qué no se habría olvidado de su matrimonio?. Se suponía que estaba enamorado de otra mujer… ¡de su madrastra nada menos!
Aun después de tantos años seguía sintiendo un profundo asco con solo imaginar a Víctor y a Lisa juntos. La mujer de su padre y el hombre en el que tanto había confiado. De pronto se le pasó por la cabeza si Víctor y Lisa se habrían acostado juntos antes de la muerte de su padre. Era como si todas las preguntas que se había negado a plantearse durante tanto tiempo se agolparan ahora en su cabeza.
El la había convencido de que se casaba con ella para protegerla, cuando lo único que quería proteger eran sus propios intereses.
Cerró los ojos exhausta de tanto pensar; había viajado hasta Inglaterra con un solo propósito y eso era en lo que tenía que centrarse, en eso y en nada más...
- Mira, no he venido para hablar de nuestro matrimonio - atajó Myriam drásticamente antes de que la conversación siguiera por esos derroteros -. Ya le dije a David Bryant cuál era el objetivo de mi viaje.
- Sí - la interrumpió con cierta tristeza -. Darle toda tu herencia a no sé qué organización benéfica. No, Hola. Como albacea no sería ético permitirte hacer eso. Y como marido...
Deseaba responderle con todas sus fuerzas, preguntarle cuándo le había importado lo más mínimo lo que era ético y lo que no; pero algo dentro de ella le advirtió que era mejor no decir nada.
- El dinero es mío legalmente - le recordó después de contar hasta diez para calmarse.
- «Era» tuyo - corrigió Víctor duramente -. Tú misma insististe en renunciar a él, y lo hiciste por escrito. ¿Te acuerdas?
Myriam volvió a respirar hondo. La situación se estaba poniendo más difícil de lo que había esperado.
- Es cierto que escribí a Henry - convino ella con calma -. Por cierto, ¿cuándo murió? No tenía ni idea.
Víctor le estaba dando la espalda y, por un momento pensó que no la había oído o no tenía intención de contestar; pero entonces, sin volverse a mirarla, dijo con extrema frialdad:
- Tuvo un ataque cardiaco poco después de... bueno, fue el día de nuestra boda.
Myriam lo miró horrorizada.
- Por lo visto se había encontrado mal durante la ceremonia - continuó explicándole -. Y después se derrumbó en la puerta de la iglesia. Fui con él al hospital... pero no pudieron hacer nada.
- ¿Fue... - estaba demasiado destrozada como para no expresar sus pensamientos en voz alta- fue por mi culpa?
- Llevaba tiempo sufriendo mucha presión - contestó sin responder a su pregunta -. La muerte de tu padre le había afectado enormemente, además de darle una increíble cantidad de trabajo. Parece ser que los médicos ya le habían avisado de que su corazón no estaba muy fuerte, pero él no había hecho ni caso de las advertencias - entonces hizo una pausa y la miró con pesar -. Me pidió que te dijera lo orgulloso que se había sentido de acompañarte hasta el altar.
Los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas al recordar al viejo abogado la mañana de la boda. En el trayecto hacia la iglesia le había tomado la mano con algo de timidez, pero intentando transmitirle el cariño de un padre, intentando hacer lo que habría hecho su padre de haber estado allí, porque sabía que Myriam lo echaba mucho de menos en esos momentos.
- Si te vas a regodear en ese absurdo sentimiento de culpabilidad... - advirtió Víctor ásperamente -. Henry tenía el corazón muy delicado y aquello habría ocurrido aunque tú hubieras estado allí.
Por algún motivo sus palabras solo consiguieron hacerla sentir peor en lugar de consolarla.
- No quiero discutir contigo - dijo Myriam cambiando de tema radicalmente -. Tú eres muy rico sin necesidad de ese dinero. Si pudieras ver a esos niños...
- Me parece una buenísima causa. Mi gente me ha dicho que...
- ¿Tu gente? - aquello era sencillamente increíble -. No tienes ningún derecho.
- No creerías que iba a dejar que desaparecieras así como así. Aunque solo fuera por tu padre... se lo debía.
- Lo que no puedo creer es que puedas haber caído tan bajo, incluso para alguien como tú, hacer que me espiaran es...
- Estás exagerando - le dijo algo condescendiente -. Es cierto que hice ciertas averiguaciones para saber dónde estabas y qué hacías... y con quién - admitió con más suavidad -. Cualquiera habría hecho lo mismo; eras demasiado joven e ingenua. Podría haberte pasado cualquier cosa.
Myriam intentó deshacerse inmediatamente de la sensación que le provocaba pensar que en algún momento hubiera estado realmente preocupado por ella.
- No me importa lo que digas, Víctor. No voy a darme por vencida - aseguró con determinación -. El refugio necesita dinero y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
El silencio que siguió a su estallido provocó en Myriam un intenso escalofrío, especialmente al notar que Víctor la miraba como si... como si...
¿Cómo era posible que nunca se hubiera percatado del poder de aquella mirada? Agitó la cabeza y le echó la culpa al cambio horario.
- Bueno, dado que ahora ya eres una mujer, sabrás muy bien que todo en esta vida tiene un precio. Me cediste tu dinero libremente y ahora quieres que te devuelva no solo lo que tus acciones han reportado, sino también los futuros beneficios de la empresa.
- Me pertenece - insistió ella -. De acuerdo con el testamento de mi padre, ese dinero sería mío cuando cumpliera treinta años, o cuando me casara, lo que ocurriera antes.
- Mmmm - se quedó pensativo unos segundos después de los cuales la miró con una expresión que Myriam no supo identificar -. Ya me has dicho lo que quieres que te dé, pero no has dicho nada de lo que estás dispuesta a dar tú a cambio. Suponiendo, por supuesto, que yo estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo.
Lo miró confundida. ¿Qué diablos querría que le diera?
- Como ya te he dicho - continuó él -, seguimos estando casados. Nunca solicitamos la nulidad.
Entonces lo entendió todo.
- Quieres la nulidad matrimonial - afirmó sin querer hacer caso de la punzada que había sentido en el corazón al decir aquello -. Por supuesto.
- No, no es eso lo que quiero - la interrumpió inmediatamente -. Ni mucho menos.
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Capítulo 1
Cuatro años más tarde
Myriam se había pasado todo el vuelo desde Río ensayando qué iba a decir y cómo iba a hacerlo. Se recordó una y otra vez que ya no era una chiquilla ingenua de dieciocho años que no sabía nada, ni había visto el lado oscuro de la vida. Ahora era una mujer de veintidós años que sabía perfectamente lo que era sufrir, pero que no había perdido las ganas de amar, de compartir.
Al pensar en los últimos cuatro años le parecía imposible haber sido alguna vez aquella niña que había huido de su propia boda; ya no tenía nada en común con ella. Myriam cerró los ojos y se recostó en el asiento de clase turista, aunque podría haberse permitido un billete de primera clase, pero una persona que había pasado esos años ayudando a los huérfanos no habría sido capaz de gastar el dinero en un lujo como ese. Ahora, gracias a la organización benéfica para la que trabajaba, muchos de esos niños habían dejado de luchar a muerte por un miserable trozo de pan y podían disfrutar de un hogar, una educación y, lo más importante de todo, tenían amor.
Myriam no sabía exactamente cuándo había empezado a arrepentirse de haber renunciado a su herencia; y no lo hacía por sí misma, sino por lo que ese dinero habría supuesto para aquellos niños, con él habría podido ayudarlos mucho más. Quizás lo que la había hecho darse cuenta del valor de la herencia había sido la cara de felicidad de la hermana María el día que había anunciado, que la recaudación de fondos en la que tanto habían trabajado había conseguido reunir una cantidad que no era ni una décima parte de los ingresos que habría recibido Myriam de no haber rechazado lo que le correspondía de acuerdo con el testamento de su padre.
También entonces había empezado a preguntarse qué pensarían de ella sus compañeros si se enteraran de todo el dinero al que había renunciado solo por orgullo. Esas y otras cuestiones la habían llevado a tomar una decisión que deseaba haber tomado mucho tiempo antes. Las monjas con las que trabajaba eran tan buenas y tan generosas que jamás habrían criticado o juzgado nada que ella hiciera, pero era ella misma la que criticaba su comportamiento.
Durante los años que había pasado en Río, Myriam se había acostumbrado a proteger su intimidad a cal y canto y, con su actitud había conseguido que nunca le hicieran preguntas sobre su pasado, que se había convertido en algo que no compartía con nadie. Por supuesto que tenía amigos, pero con todos ellos mantenía cierta distancia, especialmente con los hombres. Enamorarse era una palabra que ya no entraba en su vocabulario; era una experiencia demasiado dolorosa como para volver a pasar por ella.
No después de Víctor. Todavía seguía soñando con él de vez en cuando y, después de esos sueños, pasaba varios días afectada y extrañamente sensible.
No quería confesar a nadie lo sola y abandonada que se había sentido nada más llegar a Brasil; cuántas veces había estado tentada de volver a casa, pero su orgullo se lo había impedido... eso y la carta que le había mandado al abogado de su padre a los pocos días de estar allí; en ella lo informaba de que renunciaba a su herencia. De esa manera había pretendido que la dejaran empezar una nueva vida y, para ello había dejado muy claro que no quería tener el menor contacto con su madrastra o con Víctor.
Después de aquello había buscado trabajo como intérprete y profesora y, por medio de ese empleo, había llegado a las monjas y a su organización benéfica para niños.
Todavía recordaba la cara de sorpresa de la hermana María cuando, nada más decidir reclamar el dinero que le correspondía por derecho, le había contado toda la verdad de su pasado y el motivo que la había llevado hasta allí. La pobre no podía dar crédito a que Myriam no fuera realmente la joven de clase humilde que ellas habían creído.
Myriam pensaba que sería suficiente con escribir al abogado y comunicarle que había cambiado de idea y que deseaba recibir los ingresos de la herencia; sin embargo unos días después de mandar aquella carta, le llegó la respuesta de un tal David Bryant que, según le explicaba, era el sobrino y sucesor de Henry Fairburn, el abogado de su padre, que había muerto.
El nuevo letrado le explicó que la situación era demasiado complicada como para solucionarla por correo y que, por tanto lo más conveniente era que fuera a Inglaterra a tratarlo personalmente; además le aconsejaba que lo hiciera lo antes posible.
Hasta aquel momento siempre había eludido la idea de volver a su país, pero ahora se daba cuenta de que lo único que temía era su propio miedo. Desde luego ya no tenía por qué temer volver a ver a Víctor ya que lo que había sentido por él había muerto hacía mucho tiempo.
Entre ellos dos no había habido ningún contacto y, por lo que a ella respectaba, Lisa y él podían estar viviendo los dos juntos en amor y compañía. Lo cierto era que eran tal para cual; igual de fríos y manipuladores.
Era una verdadera pena que su padre hubiera creído oportuno nombrar a Víctor albacea de su testamento y que Henry, el otro albacea, hubiera muerto. Aquello hacía que las cosas fueran mucho más difíciles para Myriam, que no estaba segura de cuál era ahora su posición en relación a la herencia; pero confiaba en que ese David Bryant pudiera asesorarla al respecto.
Había otra cuestión que también la tenía algo preocupada y era el hecho de que Víctor y ella todavía estaban legalmente casados.
Para su sorpresa, lo único que la hermana María había comentado al oír la historia de su pasado, había sido que los votos matrimoniales eran para siempre. Eso la había hecho darse cuenta de lo tonta que había sido todos aquellos años por no molestarse en pedir la nulidad matrimonial. Seguramente al principio había tenido miedo de que Víctor intentara hacerla volver.
Ese miedo ya no existía, tampoco tenía ninguna necesidad imperiosa de volver a ser legalmente soltera, salvo para establecer una buena base para un futuro de independencia. En realidad lo que más deseaba era poder escribir pronto a la hermana María para decirle que todo iba bien y que enseguida estaría de vuelta en Río.
Cuando el avión tomó tierra en suelo inglés se le hizo un nudo en la garganta, pero se esforzó por convencerse a sí misma de que era un sentimiento perfectamente comprensible.
La mujer que había tomado el avión en aquel mismo aeropuerto cuatro años antes era una chiquilla guapa pero quizás ligeramente carente de personalidad; sin embargo nadie habría calificado de insípida a la mujer que ahora llegaba a Londres. El trabajo duro y la dedicación a los demás habían hecho que los rasgos de Myriam se perfilaran en su perfección y su figura se estilizara sin perder las curvas. En sus ojos verdes había una luminosidad que parecía casi espiritual y que hacía que mucha gente se volviera a mirarla.
Iba vestida con unos pantalones anchos color crema y una insulsa camisa blanca de algodón, pero toda mujer que hubiera vivido en Río absorbía algo de la sensualidad propia del pueblo brasileño que tanto veneraba el cuerpo femenino. A pesar de la sencillez de su ropa, se podía adivinar la delicadeza de su cintura, la curva que dibujaban sus pechos...
Myriam salió del aeropuerto, se retiró el pelo de la cara con un pañuelo de seda blanca, respiró hondo y paró un taxi para que la llevara a la dirección que le había dado el abogado cuando le pidió que le recomendara un sitio barato en el que alojarse.
Para su sorpresa, David Bryant no solo le había mandado el nombre de un lugar cercano a su oficina, sino también un cheque para correr con los gastos de alojamiento, así como un billete de primera clase que había decidido no utilizar.
A medida que el taxi se iba acercando a su destino Myriam estaba más convencida de que había habido un malentendido, ya que el barrio de Londres por el que iban era una zona moderna, llena de coches caros, y gente vestida con ropa de diseño. Su sensación aumentó cuando vio que el taxista paraba a la entrada de un lujoso bloque de apartamentos. No obstante, pagó y salió del coche con decisión. De camino a la puerta del edificio vio de reojo que un enorme coche negro estaba aparcando en el hueco que había dejado su taxi, pero estaba demasiado ocupada en asegurarse de que aquella era realmente la dirección a la que tenía que dirigirse, por eso ni siquiera se volvió a mirar.
Sí, eran las mismas señas. Entró al vestíbulo pero, nada más hacerlo, se quedó paralizada como si algo la hubiera detenido. Sin saber por qué sintió la necesidad de volverse a mirar qué, o quién, había a su espalda. Al reconocer al hombre que la observaba detenidamente se le cortó la respiración.
- ¡Hola! He ido al aeropuerto a buscarte, pero te me has escapado.
- ¡Víctor!
Su voz sonó floja y temblorosa, como la de una niña... Se aclaró la garganta al tiempo que se recordaba que era una persona adulta, pero ni su cuerpo ni su cerebro respondían a sus órdenes porque ambos estaban demasiado centrados en Víctor.
Aquellos cuatro años no lo habían cambiado tanto como a ella; pero claro, él ya era un adulto cuando ella se marchó. Para su pesar, Víctor seguía teniendo ese magnetismo sexual que tanto había recordado; sin embargo, viéndolo ahora desde la perspectiva de una mujer hecha y derecha, ese atractivo le parecía aún más poderoso. Era como si lo que había visto hacía tantos años hubiera sido solo una imagen borrosa que ahora veía con total definición.
Quizás había olvidado lo increíblemente sexy que era, o a lo mejor había sido demasiado joven e ingenua para apreciarlo en su totalidad. Fuera lo que fuera, ahora podía percibirlo con total claridad.
Llevaba el pelo más corto que antes, lo que le daba un toque de dureza; y también sus ojos parecían más duros y fríos.
- No has venido en primera clase.
- ¿Sabías que venía? - por mucho que lo intentara no podía evitar que se notara su sorpresa.
- Claro. Te recuerdo que soy tu albacea y, dado que el motivo de tu visita es hablar de la herencia...
¡Su albacea! Claro que lo sabía, pero había dado por hecho que sería David Bryant con el que tendría que tratar el tema, y que él actuaría como intermediario entre Víctor y ella. Lo que menos necesitaba en esos momentos era tener que hacer frente a esa situación, porque ya estaba suficientemente nerviosa.
- Me sorprende que Lisa no esté contigo - dijo intentando recuperar el control de la situación.
- ¿Lisa? - por la expresión de su rostro era obvio que aquel comentario no le había hecho ninguna gracia -. Esto no tiene nada que ver con Lisa - añadió fríamente.
Por supuesto, allí estaba él para proteger a su amante. Con dolor se dio cuenta de que deseaba con todas sus fuerzas echarle en cara acusaciones que había creído olvidadas, pero el modo en el que la había mirado al recordarle que era su albacea parecía decirle que tuviera cuidado. Después de todo quizás no le resultara tan sencillo reclamar aquel dinero. Claro que, si hubiera algún impedimento, el sector Bryant la habría avisado en sus cartas, en lugar de animarla a que fuera a Inglaterra.
Lo cierto era que, en lo que se refería al dinero de la herencia, se sentía bastante segura de sus argumentos; al fin y al cabo, dado que Víctor se había casado con ella para disponer del control de la empresa, lo lógico era que no pusiera ningún impedimento a garantizarle ciertos ingresos a cambio de mantener las acciones del negocio. Él debía tener en cuenta que Myriam también podría vender esas acciones en el mercado, donde quizás obtuviera una cantidad mayor. El saber de su poder en ese aspecto le dio algo más de seguridad.
Víctor se puso a su lado y ella se dio cuenta de que había algo más que no había cambiado: todavía tenía que alzar bastante la cabeza para mirarlo a los ojos. Ya era demasiado tarde para arrepentirse de las cómodas zapatillas sin tacón que había decidido ponerse.
- Vamos - le dijo poniéndole la mano en la espalda, momento en el que Myriam comprobó que el mero roce seguía provocando en ella un deseo irrefrenable.
¿Qué demonios le ocurría? Sabía perfectamente que no podía dejarse llevar por ese deseo sexual que Víctor despertaba en ella como no lo había hecho ningún otro hombre. El problema era que, hasta solo unos minutos antes, Myriam había estado convencida de que su vulnerabilidad hacia aquel hombre era asunto concluido y ahora estaba claro que no era así, ni mucho menos.
Estaba confundida, era incapaz de pensar con lógica o de mirar a algo que no fuera él.
- Es por aquí.
Lo siguió de manera automática hasta el ascensor de cristal donde el ascensorista lo saludó amablemente.
- Buenas tardes, Bates - contestó Víctor cordialmente -. ¿La familia bien?
- Sí, muy bien, señor García. Mi hijo Robert está encantado con ese trabajo que usted le buscó.
Se limitó a responder con una sonrisa que a Myriam le recordó el modo en el que solía sonreírle a ella y sintió un dolor tan intenso que la hizo tambalearse ligeramente.
- ¿Te sigue dando miedo la altura? No mires hacia abajo - le recomendó con frialdad -. Por alguna razón, todos los arquitectos de la ciudad se han puesto de acuerdo en que están de moda los ascensores de cristal.
Su voz era extremadamente neutra; claro que tampoco había ningún motivo por el que tuviera que mostrar simpatía alguna hacia ella. ¿O sí? Al fin y al cabo le había ahorrado la molestia de fingir ser un marido feliz, o que ella le importaba lo más mínimo y, al mismo tiempo, le había dado exactamente lo que quería. En la misma carta en la que había renunciado a su herencia, Myriam le había otorgado poder absoluto sobre las acciones de la empresa.
Pero no lo había hecho por él, lo había hecho por su padre - porque sabía que Víctor llevaría el negocio hasta lo más alto. Al menos en eso estaba segura de poder confiar en él.
Había cerrado los ojos nada más ponerse en marcha el ascensor, pero los recuerdos y las imágenes que le venían a la cabeza eran mucho peores que unos cuantos metros de altura. Nunca perdonaría a Víctor por lo que había intentado hacer con ella, por haber intentado manipularla de aquel modo y por abusar de la confianza que su padre había depositado en él.
El ascensor se detuvo.
- Ya puedes abrir los ojos.
Nada más poner un pie en el pasillo Myriam vio que estaban en el ático, la parte más lujosa de cualquier edificio de apartamentos. Aquello debía de ser muy caro.
- Le pedí a David Bryant qué me buscara un sitio barato y cerca de su oficina - murmuró mientras Víctor abría la puerta.
- Pues ha cumplido ambos requisitos: su despacho está bastante cerca, y aquí eres mi invitada.
- ¿Tu invitada? - se quedó helada en el umbral de la puerta, mirándolo con los ojos abiertos de par en par -. ¿Este es tu apartamento?
- Sí - confirmó él -. Cuando David me dijo que querías quedarte en algún sitio cerca de la oficina, pensé que lo mejor era que te quedaras aquí conmigo. Al fin y al cabo tenemos un montón de cosas de las que hablar, y no solo sobre la herencia.
Myriam comprobó que estaba mirando fijamente a su mano izquierda; la misma mano de la que se había quitado el anillo de boda que él le había puesto cuatro años antes. Aquella alianza había volado por la ventana del taxi cuando se dirigía al aeropuerto el mismo día de la boda.
- ¿Quieres decir... - le costaba demasiado hablar sabiendo que los ojos de Víctor estaban clavados en ella - ...de nuestro matrimonio?
- Exactamente - afirmó él sin dejar de mirarla -. ¿Sabes? Para alguien que sigue siendo virgen...,tienes un aspecto muy poco virginal.
- ¿Y tú... cómo lo sabes? - le preguntó con voz temblorosa sin dar crédito a lo que acababa de oír.
- ¿Que cómo sé que todavía eres virgen? - dijo él levantando su maleta del suelo -. Lo sé todo sobre ti. Hola... sigues siendo mi mujer.
¡Su mujer!
Tenía la sensación de estar a punto de vomitar y un sudor frío le empapaba el cuerpo. Eso no era lo que había esperado, no estaba preparada para enfrentarse a algo así.
Durante el vuelo desde Río había luchado por deshacerse del temor que la había tenido tan inquieta día y noche durante las semanas previas al viaje. Temor a que, si volvía a ver a Víctor, descubriera que parte de ese amor infantil que había sentido por él no había muerto, sino que estaba allí esperando a estallar como una bomba que destruiría su nueva vida y la estabilidad emocional que tanto le había costado alcanzar. Pero lo que estaba sintiendo, ahora que lo tenía delante no era amor, más bien era una mezcla de hostilidad y rabia.
Bueno, sí, seguía siendo virgen. ¿Qué tenía eso de malo?
- No tienes ningún derecho a espiarme y meterte en mi vida - empezó a decirle llena de furia, pero Víctor no la dejó continuar.
- Seguimos estando casados. Sigo siendo tu marido y tú sigues siendo mi esposa - señaló, fríamente. Quizás estuvieran casados para la iglesia, pero no para la ley puesto que ese matrimonio no había sido consumado. De cualquier modo, eso no le daba derecho a inmiscuirse en su vida y hablarle como si... como si... Bueno, tenía que controlar su mente, porque era obvio que solo eran imaginaciones suyas que Víctor la hubiera hablado en tono posesivo.
Aquellas palabras la habían dejado perpleja. ¿Por qué no se habría olvidado de su matrimonio?. Se suponía que estaba enamorado de otra mujer… ¡de su madrastra nada menos!
Aun después de tantos años seguía sintiendo un profundo asco con solo imaginar a Víctor y a Lisa juntos. La mujer de su padre y el hombre en el que tanto había confiado. De pronto se le pasó por la cabeza si Víctor y Lisa se habrían acostado juntos antes de la muerte de su padre. Era como si todas las preguntas que se había negado a plantearse durante tanto tiempo se agolparan ahora en su cabeza.
El la había convencido de que se casaba con ella para protegerla, cuando lo único que quería proteger eran sus propios intereses.
Cerró los ojos exhausta de tanto pensar; había viajado hasta Inglaterra con un solo propósito y eso era en lo que tenía que centrarse, en eso y en nada más...
- Mira, no he venido para hablar de nuestro matrimonio - atajó Myriam drásticamente antes de que la conversación siguiera por esos derroteros -. Ya le dije a David Bryant cuál era el objetivo de mi viaje.
- Sí - la interrumpió con cierta tristeza -. Darle toda tu herencia a no sé qué organización benéfica. No, Hola. Como albacea no sería ético permitirte hacer eso. Y como marido...
Deseaba responderle con todas sus fuerzas, preguntarle cuándo le había importado lo más mínimo lo que era ético y lo que no; pero algo dentro de ella le advirtió que era mejor no decir nada.
- El dinero es mío legalmente - le recordó después de contar hasta diez para calmarse.
- «Era» tuyo - corrigió Víctor duramente -. Tú misma insististe en renunciar a él, y lo hiciste por escrito. ¿Te acuerdas?
Myriam volvió a respirar hondo. La situación se estaba poniendo más difícil de lo que había esperado.
- Es cierto que escribí a Henry - convino ella con calma -. Por cierto, ¿cuándo murió? No tenía ni idea.
Víctor le estaba dando la espalda y, por un momento pensó que no la había oído o no tenía intención de contestar; pero entonces, sin volverse a mirarla, dijo con extrema frialdad:
- Tuvo un ataque cardiaco poco después de... bueno, fue el día de nuestra boda.
Myriam lo miró horrorizada.
- Por lo visto se había encontrado mal durante la ceremonia - continuó explicándole -. Y después se derrumbó en la puerta de la iglesia. Fui con él al hospital... pero no pudieron hacer nada.
- ¿Fue... - estaba demasiado destrozada como para no expresar sus pensamientos en voz alta- fue por mi culpa?
- Llevaba tiempo sufriendo mucha presión - contestó sin responder a su pregunta -. La muerte de tu padre le había afectado enormemente, además de darle una increíble cantidad de trabajo. Parece ser que los médicos ya le habían avisado de que su corazón no estaba muy fuerte, pero él no había hecho ni caso de las advertencias - entonces hizo una pausa y la miró con pesar -. Me pidió que te dijera lo orgulloso que se había sentido de acompañarte hasta el altar.
Los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas al recordar al viejo abogado la mañana de la boda. En el trayecto hacia la iglesia le había tomado la mano con algo de timidez, pero intentando transmitirle el cariño de un padre, intentando hacer lo que habría hecho su padre de haber estado allí, porque sabía que Myriam lo echaba mucho de menos en esos momentos.
- Si te vas a regodear en ese absurdo sentimiento de culpabilidad... - advirtió Víctor ásperamente -. Henry tenía el corazón muy delicado y aquello habría ocurrido aunque tú hubieras estado allí.
Por algún motivo sus palabras solo consiguieron hacerla sentir peor en lugar de consolarla.
- No quiero discutir contigo - dijo Myriam cambiando de tema radicalmente -. Tú eres muy rico sin necesidad de ese dinero. Si pudieras ver a esos niños...
- Me parece una buenísima causa. Mi gente me ha dicho que...
- ¿Tu gente? - aquello era sencillamente increíble -. No tienes ningún derecho.
- No creerías que iba a dejar que desaparecieras así como así. Aunque solo fuera por tu padre... se lo debía.
- Lo que no puedo creer es que puedas haber caído tan bajo, incluso para alguien como tú, hacer que me espiaran es...
- Estás exagerando - le dijo algo condescendiente -. Es cierto que hice ciertas averiguaciones para saber dónde estabas y qué hacías... y con quién - admitió con más suavidad -. Cualquiera habría hecho lo mismo; eras demasiado joven e ingenua. Podría haberte pasado cualquier cosa.
Myriam intentó deshacerse inmediatamente de la sensación que le provocaba pensar que en algún momento hubiera estado realmente preocupado por ella.
- No me importa lo que digas, Víctor. No voy a darme por vencida - aseguró con determinación -. El refugio necesita dinero y estoy dispuesta a hacer cualquier cosa para conseguirlo.
El silencio que siguió a su estallido provocó en Myriam un intenso escalofrío, especialmente al notar que Víctor la miraba como si... como si...
¿Cómo era posible que nunca se hubiera percatado del poder de aquella mirada? Agitó la cabeza y le echó la culpa al cambio horario.
- Bueno, dado que ahora ya eres una mujer, sabrás muy bien que todo en esta vida tiene un precio. Me cediste tu dinero libremente y ahora quieres que te devuelva no solo lo que tus acciones han reportado, sino también los futuros beneficios de la empresa.
- Me pertenece - insistió ella -. De acuerdo con el testamento de mi padre, ese dinero sería mío cuando cumpliera treinta años, o cuando me casara, lo que ocurriera antes.
- Mmmm - se quedó pensativo unos segundos después de los cuales la miró con una expresión que Myriam no supo identificar -. Ya me has dicho lo que quieres que te dé, pero no has dicho nada de lo que estás dispuesta a dar tú a cambio. Suponiendo, por supuesto, que yo estuviera dispuesto a llegar a un acuerdo.
Lo miró confundida. ¿Qué diablos querría que le diera?
- Como ya te he dicho - continuó él -, seguimos estando casados. Nunca solicitamos la nulidad.
Entonces lo entendió todo.
- Quieres la nulidad matrimonial - afirmó sin querer hacer caso de la punzada que había sentido en el corazón al decir aquello -. Por supuesto.
- No, no es eso lo que quiero - la interrumpió inmediatamente -. Ni mucho menos.
espero sus comentarios
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: Amor por chantaje...... Final
otroooo otrooooooo otrooooo thnks
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
wooow que emociinante!!!! esta la noveliita xfiis niiña no tardes con el siiguiiente cap sii que me muero x saber que es lo que va a pasar ahora que myriiam regreso
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Gracias por el Cap. La novela esta muy interesante no tardes con el siguiente Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
grcias x el capitulo
me gusta quiero mas no tardes
rodmina- VBB PLATA
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Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
WORALEAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Capitulo 2
Hola niñas aqui esta el capitulo de hoy, me da gusto leer sus comentarios y ver que les gusta la novelita...
-¿No quieres la nulidad? - Myriam lo miró fijamente como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar -. ¿Qué... qué significa eso?
Se podía percibir el nerviosismo en su voz y se odió por ello; pero se odió aún más porque no podía evitar cierta emoción al pensar que, por algún motivo incomprensible, Víctor quería seguir casado con ella.
Él también la observó detenidamente. Como albacea suyo sentía la obligación moral de hacerse merecedor de la confianza que su padre había depositado en él, y eso era exactamente lo que pretendía hacer. Y si, al mismo tiempo que la ayudaba, podía conseguir algo para sí mismo, mucho mejor. En cuanto a decirle la verdadera razón... no... ni hablar. El destino le había puesto ciertas cartas en la mano y tenía la intención de jugarlas lo mejor posible.
Myriam estaba impaciente por oír su respuesta, ya que su rostro era totalmente indescifrable.
- Creo que no hace falta que te recuerde lo que tu padre era para mí - empezó a decir de pronto.
- Sé que te casaste conmigo por su testamento - con aquellas palabras deseaba demostrarle que ya no era la niña confiada de hacía cuatro años, pero la sorprendió ver la reacción que provocaron en él.
- ¿Qué demonios se supone que significa eso? - le preguntó con los ojos llenos de furia.
Myriam tomó aire dispuesta a no dejarse intimidar. Esa vez había demasiado en juego, tenía que luchar por los que dependían de su ayuda.
- Víctor, yo era muy joven cuando me casé contigo - habló con toda la tranquilidad de la que era capaz -. Como ambos sabemos, el testamento de mi padre estipulaba que tendría el control de mis acciones tan pronto como me casara. Naturalmente yo te habría transferido a ti dicho control; por tanto tú te habrías hecho con el control casi absoluto de la empresa... y, con las ganancias que generara. Por supuesto, si tú hubieras decidido vender el negocio y utilizar los beneficios en tu propio provecho...
- ¿Qué? - por un instante Víctor la miró como si realmente lo hubiera sorprendido -. Si estás insinuando que me casé contigo para obtener algún tipo de beneficio económico, déjame que te diga que te estás excediendo. De hecho, te diré que ahora mismo soy más rico de lo que jamás fue tu padre; admito que es, en gran parte, gracias a todo lo que él me enseñó.
Le hablaba como se le hablaba a un niño al que había que regañar, y eso estaba poniéndola muy furiosa.
- ¿Entonces por qué te casaste conmigo si puede saberse?
- Ya sabes por qué - se dio la vuelta para que ella no pudiera verle la cara, pero su voz era aún más cortante.
Myriam se dio cuenta de que su pregunta lo había hecho sentir incómodo. Quizás se sentía culpable... Bueno, no sería de extrañar.
- Sí, sí que lo sé - respondió ella con mordacidad -. Mi padre...
- Tu padre era el hombre al que más he admirado en toda mi vida - la interrumpió impetuosamente, dándole a entender que no debía poner en duda lo que estaba a punto de decir -. Tanto que, al principio de conocerlo, deseé muchas veces que fuera mi padre. Myriam, nunca he topado con un hombre al que haya respetado y querido tanto como quería a José Antonio Montemayor. Me sentía muy orgulloso de tener su amistad y su confianza. Él era todo lo que yo aspiraba a ser.. Y era todo lo que mi padre nunca fue.
Hizo una pausa durante la cual Myriam trató de deshacer el nudo de emoción que se le había formado en la garganta.
El padre de Víctor había abandonado a su mujer cuando él era solo un bebé; era un mujeriego borracho que había aparecido muerto después de una reyerta cuando Víctor tenía trece años.
- Nunca he dejado de sentir esa admiración ni ese amor que sentía por tu padre. Siempre quise tener con él algún tipo de lazo familiar - volvió a detenerse, haciendo que Myriam se sintiera aún más impaciente.
Era consciente de que, fueran cuales fueran las condiciones que impusiera para recibir su herencia, tendría que cumplirlas porque ahora sabía que no podía traicionar a los niños del refugio, ni a las monjas que tan bien se habían portado con ella.
- Tu padre nunca podría ser mi padre; pero sí podía ser el abuelo de mi hijo... de nuestro hijo.
Myriam lo miró boquiabierta. No era posible que hubiera dicho lo que le había parecido oír.
- ¡No! - protestó enérgicamente -. No puede ser que estés hablando en serio.
Pero por la expresión de su rostro supo que sí lo decía en serio. Su corazón reaccionó botándole dentro del pecho con fuerza inaudita.
- ¡No! ¡No puedo y no quiero! Víctor, esto es chantaje - lo acusó enfadada -. Si tanto quieres un hijo...
- No quiero «un» hijo - volvió a interrumpirla con fuerza -. ¿Es que no has oído lo que te he dicho? Lo que quiero es el nieto de tu padre, y eso solo tú puedes dármelo.
- Te has vuelto loco - dijo Myriam, que se había quedado casi sin habla -. Debes de creer que estamos en la Edad Media. Es... es... ¡No voy a hacer algo así! - añadió ofendida.
- Entonces no te daré tu dinero.
- Tendrás que hacerlo o.. te llevaré a los tribunales.
- No creo que un juez te diera la razón. Sobre todo si tiene en cuenta que tu padre hizo ese testamento porque no te creía lo bastante hábil en los negocios como para velar por tus propios intereses.
- ¡No te atreverás! - Myriam le lanzó una mirada iracunda, pero él le respondió con una sonrisa burlona.
- Ponme a prueba.
¿Cómo podía haber amado alguna vez a aquel hombre? En ese momento lo único que sentía por él era odio por estar intentando manipularla de aquel modo.
- No puedes hacerme eso - protestó impotente -. Si pudieras ver a esos niños, Víctor. No tienen nada, menos que eso. ¡Necesitan ayuda urgentemente!
- Y la tendrán - respondió con dulzura -. Pero no de tu herencia. Como albacea tuyo no puedo permitirte que hagas eso, pero... - hizo una pausa sin apartar la mirada de ella para evitar que ella dejara de mirarlo a él -. Pero... como marido te prometo donar un millón de libras al refugio, y un millón más cuando des a luz a nuestro hijo.
Aquello era cruel. ¡Dos millones de libras! Sí debía de ser muy rico si podía permitirse deshacerse de tal cantidad de dinero solo para... Sabía que quería mucho a su padre pero, ¿por qué iba a querer tener un hijo que llevase su misma sangre? Era una idea descabellada contando con que Víctor pretendía obligarla a hacer el amor con él sabiendo que él no la quería. Sí, definitivamente lo odiaba.
- Yo... necesito tiempo para pensarlo - le dijo en tono desafiante.
- Para pensar.. ¿o para huir otra vez? Pensé que esa obra benéfica era importante para ti, pero parece que...
- ¡Calla! - no estaba dispuesta a seguir soportando su crueldad.
Aunque lo cierto era que no podía evitar pensar en lo que ese dinero supondría para los niños de la calle de Río, sabía que no era justo poner sus necesidades por encima de las de ellos.
- Entonces, ¿hay trato? ¿Dos millones para tus niños brasileños y para mí una esposa y, con un poco de suerte el nieto de tu padre?
De alguna manera Myriam se las arregló para ocultar lo tentada que estaba de aceptar aquella proposición. Pero después de unos segundos, tomó aire y habló:
- De acuerdo.
Myriam perdió la mirada en el paisaje que había al otro lado de la ventanilla del BMW de Víctor, que se deslizaba a toda velocidad atravesando la campiña inglesa. No le había preguntado adónde se dirigían, de hecho no le había dirigido la palabra desde que se habían despertado en su apartamento. En su casa pero, afortunadamente, no en su cama; al menos hasta el momento se había librado de eso.
No sabía adónde iban ni tenía la menor intención de preguntar. La única información que le había dado después de que ella aceptara el trato con tristeza había sido que iba a llevarla a la que iba a ser su casa.
- ¿Por qué no dejas de comportarte como una reina del melodrama? - le dijo de pronto con la misma dureza con la que le había hablado desde su llegada -. No te pega y además no tienes motivos.
- ¿Que no tengo motivos... después de lo que me has hecho? - Myriam explotó con furia.
- ¿De lo que te he hecho? - preguntó sorprendido -. Lo único que he hecho ha sido ofrecerte un trato.
- ¡Un trato! - su indignación iba en aumento -. Me estás haciendo chantaje para que tenga un hijo tuyo - giró la cabeza para que no pudiera ver que era incapaz de controlar sus emociones y estaba a punto de echarse a llorar - ¿Y qué pasará cuando tengas a tu hijo?
- ¿Tú qué crees que pasará? - respondió él en tono desafiante -. Nunca permitiré que un hijo mío sufra el abandono de su padre o de su madre.
- ¿Entonces esperas que siga casada contigo?
- Lo que espero es que sigamos casados tanto tiempo como nuestro hijo nos necesite. ¿Qué creías? - parecía estar en una reunión de negocios.
Myriam no quería que se diera cuenta de lo aliviada que se sentía al comprobar que no tenía intención de separarla de su hijo una vez que hubiera nacido. Porque no importaba lo que sintiera por Víctor ni cuánto llegara a odiarlo; de lo que estaba segura era de que jamás podría abandonar a su pequeño.
Frunció el ceño al darse cuenta de pronto por dónde iban; el corazón se le aceleraba a medida que Víctor se introducía en el pueblo en el que Myriam había crecido. A pesar de no haber vuelto allí desde hacía cuatro años recordaba con total claridad todas y cada una de las calles por las que pasaban. Eran las calles que había recorrido tantas y tantas veces de vuelta del colegio, cuando Víctor iba a buscarla; como el día que fue a decirle que su padre había muerto, o el día de su boda.
- Has comprado nuestra antigua casa - no era una pregunta sino una afirmación, y lo dijo con voz neutra, intentando ahogar la intensidad de sus emociones.
- Ya había empezado a negociarlo antes de nuestra boda - Víctor contestó con la misma aparente falta de sentimiento -. Se suponía que iba a ser un regalo sorpresa. Sabía cuánto te afectó cuando Lisa decidió venderla. Cuando fue obvio que no ibas a estar para recibir tus regalos de boda ya era demasiado tarde para echarme atrás en la compra - al añadir aquello se encogió de hombros como quitándole importancia -. Me imagino que también podría haber vuelto a ponerla en venta, pero...
Al llegar a la entrada de la casa y oír el sonido de las ruedas aplastando la arena del camino, Myriam tuvo la sensación de que, si cerraba los ojos, al volver a abrirlos vería a su padre que salía a recibirlos.
Pero su padre estaba muerto y algo dentro de ella había muerto con él.
- Está igual de siempre - dijo ella en tono distante una vez hubieron bajado del coche. No podía hablarle de otro modo, para ella no era más que un desconocido. Sin embargo esa misma noche...
Mientras luchaba contra el miedo Víctor abrió la puerta principal.
- Bueno, en realidad ha habido algunos cambios. El despacho de tu padre lo he dejado como estaba, pero... - le dio la espalda, pero su voz parecía entrecortada por la tristeza -. La verdad es que no vengo por aquí a menudo... Pero sí he cambiado ciertas cosas en las otras habitaciones.
Myriam lo miró intrigada.
- Pensé que ninguno de los dos querría utilizar la habitación que había sido de tus padres, así que hice un nuevo dormitorio principal. Y el invernadero que siempre quiso tu madre, y que tu padre no tuvo fuerzas para hacer después de que ella muriera... se me ocurrió que... - hizo una pausa mientras le cedía el paso para entrar en la casa; estaba claro que había preferido no decirle lo que le estaba pasando por la cabeza.
Myriam se dio cuenta de que estaba temblando como una hoja a punto de caer. Aquellas eran las mismas escaleras por las que había corrido para dirigirse a su boda con el corazón destrozado por las palabras de su madrastra; y también las que había subido a toda prisa, deseosa de alejarse de Víctor y de su matrimonio.
En cuanto consiguió hacer desaparecer aquellos dolorosos recuerdos se dio cuenta de que la casa estaba bastante abandonada; seguía teniendo la mayoría de los muebles que había elegido su madre hacía tanto tiempo, y todos ellos estaban cubiertos por una considerable capa de polvo. Por mucho que le molestara, lo cierto era que empezaba a sentir el impulso de volver a darle vida a todo aquello, llenándolo del amor que siempre había habido en aquel hogar. Confundida por lo que estaba sintiendo, se volvió hacia Víctor con los ojos llenos de rabia:
- ¿Se puede saber para qué me has traído aquí exactamente? Aparte de la razón más obvia, por supuesto - añadió con mordacidad -. Me sorprende que no quieras concebir a tu hijo en la cama de mi padre.
Al ver la cara con la que la estaba mirando Víctor se quedó callada; la expresión de su rostro era más elocuente que cualquier amenaza.
- Te he traído porque esta va a ser tu casa de aquí en adelante - respondió después de un tenso silencio.
- Pero tú no vives aquí - dedujo por el estado en el que se encontraba el lugar.
- Hasta ahora no, porque no tenía ningún motivo. Pero... no creo que un apartamento sea el lugar adecuado para que crezca un niño.
- Pero... seguirás teniendo que pasar bastante tiempo en Londres, ¿no? - Myriam estaba tanteando con la esperanza de que contestara que sí, que no iría por allí muy a menudo, lo que significaría que no tendrían que dormir juntos con mucha frecuencia.
- ¿Qué es exactamente lo que te da tanto miedo del sexo? - le preguntó él con suavidad, pero la pilló totalmente por sorpresa.
- ¡Nada! - negó tan pronto como pudo, consciente de haberse sonrojado visiblemente -. No tiene nada que ver con el sexo, sino contigo... y con la manera en la que...
- No te creo - aseguró Víctor lleno de seguridad -. El hecho de que una mujer de tu edad siga siendo virgen sugiere que...
- ¿Qué? - Myriam lo interrumpió desafiante -. ¿Que soy exigente con la persona a quien le voy a dar mi... - estuvo a punto de decir mi amor, pero enseguida se corrigió -... a quien me voy a entregar?
- No, sugiere que hay algo que te da miedo - continuó él con calma -. ¿Es así? ¿Tienes miedo de algo?
- No - negó enérgicamente aunque sabía que estaba mintiendo. Claro que tenía miedo, y mucho. Para ella el sexo era algo que estaba necesariamente ligado al amor, y tenía un miedo terrible de... de que...
¿De qué? ¿Le daba miedo que, al verse obligada a acostarse con Víctor para darle un hijo, también se viera obligada de algún modo a amarlo de nuevo?
La noche anterior, mientras estaba tumbada en el cuarto de invitados de su apartamento, había estado pensando en la poca importancia de lo que iba a sacrificar comparado con el bien que iba a poder hacerles a los pobres niños de la calle. Pero, por muy lógica que intentara ser, no podía dejar de sentir unas terribles punzadas en el corazón cada vez que pensaba en lo que iba a hacer.
Se alejó de Víctor y comenzó a avanzar por el pasillo dándose cuenta de que su instinto la llevaba directamente al despacho de su padre.
- He pedido a los que vienen a limpiar que llenaran el frigorífico - la informó él de pronto -. Pero, por si lo habían hecho con la misma eficiencia con la que limpian, he reservado mesa en Emporio. Espero que te siga gustando la comida italiana.
- ¿Vas a llevarme a cenar? - Myriam no pudo reprimir el cinismo de sus palabras -. ¿Por qué no mejor me llevas directamente a la cama? ¿Por qué perder el tiempo... y el dinero?
- ¡Déjalo ya!
Myriam observó boquiabierta cómo Víctor se acercaba a ella y la agarraba por los hombros mientras le decía enfurecido:
- ¡Eres mi mujer, no una ramera! Y, si he elegido cortejarte...
- ¡Cortejarme! - repitió ella a punto de echarse a reír de lo nerviosa que estaba -. ¿Por qué ibas a hacer algo así? - lo desafió mirándolo a los ojos -. ¡Lo único que quieres es un hijo, el nieto de mi padre! Eso puedes conseguirlo sin tomarte la molestia de invitarme a cenar. Al fin y al cabo, parece que no te importa lo más mínimo lo que yo sienta.
La soltó con tal rapidez que Myriam sintió una especie de abandono; por un momento su cuerpo recordó la época en la que agradecía el contacto de sus manos... más que agradecerlo, se moría por él, lo anhelaba desesperadamente. De pronto volvió a la realidad al notar el desdén con que la estaba mirando.
- Lo que quiero es que ese niño, «nuestro» hijo, nazca, sino como fruto del amor, al menos sí del placer.
Aquella afirmación dejó a Myriam totalmente desorientada... y la hizo sentir algo demasiado peligroso. No obstante, se apresuró a contestarle con la misma furia con la que había hablado él:
- ¿Y cómo demonios piensas conseguirlo? Porque no hay la menor posibilidad de que yo sienta ningún deseo hacia ti.
Casi podía oír los latidos de su corazón en mitad del silencio ensordecedor. Estaba mirándola de tal modo que parecía estar tocándola realmente.
- No puedes hacer nada para que me sienta atraída por ti - insistió de nuevo -. ¿Entiendes, Víctor? - le dio miedo su propia agresividad, pero se negó a admitir ese miedo, o la locura que se estaba apoderando de ella.
- ¿Me estás desafiando, Myriam? - le preguntó él con más suavidad -. Porque si lo que quieres es que te demuestre que estás muy equivocada, yo lo estoy deseando... de hecho estaría más que encantado de hacerlo - añadió con énfasis.
De repente era como si sus cinco sentidos hubieran vuelto a la vida después de un prolongado letargo; podía oler el polvo que permanecía suspendido en el aire, sentía la calidez de los rayos de sol colándose por las ventanas... un sol que no alcanzaba a tener la intensidad de los ojos de Víctor.
- ¡No! - respondió con un débil susurro porque no tenía fuerzas para más. «¡No!», era agua pasada... Ya no quería a Víctor y no iba a permitirse volver a enamorarse de él jamás -. No podrías hacerlo.
- ¿Ah, no? - dijo con una sonrisilla malévola -. Acuérdate de tus palabras, porque te las recordaré cuando estemos en la cama, cuando te tenga desnuda entre mis brazos y me pidas que te haga mía.
esta buenisma o no
Capítulo 2
-¿No quieres la nulidad? - Myriam lo miró fijamente como si no pudiera creer lo que acababa de escuchar -. ¿Qué... qué significa eso?
Se podía percibir el nerviosismo en su voz y se odió por ello; pero se odió aún más porque no podía evitar cierta emoción al pensar que, por algún motivo incomprensible, Víctor quería seguir casado con ella.
Él también la observó detenidamente. Como albacea suyo sentía la obligación moral de hacerse merecedor de la confianza que su padre había depositado en él, y eso era exactamente lo que pretendía hacer. Y si, al mismo tiempo que la ayudaba, podía conseguir algo para sí mismo, mucho mejor. En cuanto a decirle la verdadera razón... no... ni hablar. El destino le había puesto ciertas cartas en la mano y tenía la intención de jugarlas lo mejor posible.
Myriam estaba impaciente por oír su respuesta, ya que su rostro era totalmente indescifrable.
- Creo que no hace falta que te recuerde lo que tu padre era para mí - empezó a decir de pronto.
- Sé que te casaste conmigo por su testamento - con aquellas palabras deseaba demostrarle que ya no era la niña confiada de hacía cuatro años, pero la sorprendió ver la reacción que provocaron en él.
- ¿Qué demonios se supone que significa eso? - le preguntó con los ojos llenos de furia.
Myriam tomó aire dispuesta a no dejarse intimidar. Esa vez había demasiado en juego, tenía que luchar por los que dependían de su ayuda.
- Víctor, yo era muy joven cuando me casé contigo - habló con toda la tranquilidad de la que era capaz -. Como ambos sabemos, el testamento de mi padre estipulaba que tendría el control de mis acciones tan pronto como me casara. Naturalmente yo te habría transferido a ti dicho control; por tanto tú te habrías hecho con el control casi absoluto de la empresa... y, con las ganancias que generara. Por supuesto, si tú hubieras decidido vender el negocio y utilizar los beneficios en tu propio provecho...
- ¿Qué? - por un instante Víctor la miró como si realmente lo hubiera sorprendido -. Si estás insinuando que me casé contigo para obtener algún tipo de beneficio económico, déjame que te diga que te estás excediendo. De hecho, te diré que ahora mismo soy más rico de lo que jamás fue tu padre; admito que es, en gran parte, gracias a todo lo que él me enseñó.
Le hablaba como se le hablaba a un niño al que había que regañar, y eso estaba poniéndola muy furiosa.
- ¿Entonces por qué te casaste conmigo si puede saberse?
- Ya sabes por qué - se dio la vuelta para que ella no pudiera verle la cara, pero su voz era aún más cortante.
Myriam se dio cuenta de que su pregunta lo había hecho sentir incómodo. Quizás se sentía culpable... Bueno, no sería de extrañar.
- Sí, sí que lo sé - respondió ella con mordacidad -. Mi padre...
- Tu padre era el hombre al que más he admirado en toda mi vida - la interrumpió impetuosamente, dándole a entender que no debía poner en duda lo que estaba a punto de decir -. Tanto que, al principio de conocerlo, deseé muchas veces que fuera mi padre. Myriam, nunca he topado con un hombre al que haya respetado y querido tanto como quería a José Antonio Montemayor. Me sentía muy orgulloso de tener su amistad y su confianza. Él era todo lo que yo aspiraba a ser.. Y era todo lo que mi padre nunca fue.
Hizo una pausa durante la cual Myriam trató de deshacer el nudo de emoción que se le había formado en la garganta.
El padre de Víctor había abandonado a su mujer cuando él era solo un bebé; era un mujeriego borracho que había aparecido muerto después de una reyerta cuando Víctor tenía trece años.
- Nunca he dejado de sentir esa admiración ni ese amor que sentía por tu padre. Siempre quise tener con él algún tipo de lazo familiar - volvió a detenerse, haciendo que Myriam se sintiera aún más impaciente.
Era consciente de que, fueran cuales fueran las condiciones que impusiera para recibir su herencia, tendría que cumplirlas porque ahora sabía que no podía traicionar a los niños del refugio, ni a las monjas que tan bien se habían portado con ella.
- Tu padre nunca podría ser mi padre; pero sí podía ser el abuelo de mi hijo... de nuestro hijo.
Myriam lo miró boquiabierta. No era posible que hubiera dicho lo que le había parecido oír.
- ¡No! - protestó enérgicamente -. No puede ser que estés hablando en serio.
Pero por la expresión de su rostro supo que sí lo decía en serio. Su corazón reaccionó botándole dentro del pecho con fuerza inaudita.
- ¡No! ¡No puedo y no quiero! Víctor, esto es chantaje - lo acusó enfadada -. Si tanto quieres un hijo...
- No quiero «un» hijo - volvió a interrumpirla con fuerza -. ¿Es que no has oído lo que te he dicho? Lo que quiero es el nieto de tu padre, y eso solo tú puedes dármelo.
- Te has vuelto loco - dijo Myriam, que se había quedado casi sin habla -. Debes de creer que estamos en la Edad Media. Es... es... ¡No voy a hacer algo así! - añadió ofendida.
- Entonces no te daré tu dinero.
- Tendrás que hacerlo o.. te llevaré a los tribunales.
- No creo que un juez te diera la razón. Sobre todo si tiene en cuenta que tu padre hizo ese testamento porque no te creía lo bastante hábil en los negocios como para velar por tus propios intereses.
- ¡No te atreverás! - Myriam le lanzó una mirada iracunda, pero él le respondió con una sonrisa burlona.
- Ponme a prueba.
¿Cómo podía haber amado alguna vez a aquel hombre? En ese momento lo único que sentía por él era odio por estar intentando manipularla de aquel modo.
- No puedes hacerme eso - protestó impotente -. Si pudieras ver a esos niños, Víctor. No tienen nada, menos que eso. ¡Necesitan ayuda urgentemente!
- Y la tendrán - respondió con dulzura -. Pero no de tu herencia. Como albacea tuyo no puedo permitirte que hagas eso, pero... - hizo una pausa sin apartar la mirada de ella para evitar que ella dejara de mirarlo a él -. Pero... como marido te prometo donar un millón de libras al refugio, y un millón más cuando des a luz a nuestro hijo.
Aquello era cruel. ¡Dos millones de libras! Sí debía de ser muy rico si podía permitirse deshacerse de tal cantidad de dinero solo para... Sabía que quería mucho a su padre pero, ¿por qué iba a querer tener un hijo que llevase su misma sangre? Era una idea descabellada contando con que Víctor pretendía obligarla a hacer el amor con él sabiendo que él no la quería. Sí, definitivamente lo odiaba.
- Yo... necesito tiempo para pensarlo - le dijo en tono desafiante.
- Para pensar.. ¿o para huir otra vez? Pensé que esa obra benéfica era importante para ti, pero parece que...
- ¡Calla! - no estaba dispuesta a seguir soportando su crueldad.
Aunque lo cierto era que no podía evitar pensar en lo que ese dinero supondría para los niños de la calle de Río, sabía que no era justo poner sus necesidades por encima de las de ellos.
- Entonces, ¿hay trato? ¿Dos millones para tus niños brasileños y para mí una esposa y, con un poco de suerte el nieto de tu padre?
De alguna manera Myriam se las arregló para ocultar lo tentada que estaba de aceptar aquella proposición. Pero después de unos segundos, tomó aire y habló:
- De acuerdo.
Myriam perdió la mirada en el paisaje que había al otro lado de la ventanilla del BMW de Víctor, que se deslizaba a toda velocidad atravesando la campiña inglesa. No le había preguntado adónde se dirigían, de hecho no le había dirigido la palabra desde que se habían despertado en su apartamento. En su casa pero, afortunadamente, no en su cama; al menos hasta el momento se había librado de eso.
No sabía adónde iban ni tenía la menor intención de preguntar. La única información que le había dado después de que ella aceptara el trato con tristeza había sido que iba a llevarla a la que iba a ser su casa.
- ¿Por qué no dejas de comportarte como una reina del melodrama? - le dijo de pronto con la misma dureza con la que le había hablado desde su llegada -. No te pega y además no tienes motivos.
- ¿Que no tengo motivos... después de lo que me has hecho? - Myriam explotó con furia.
- ¿De lo que te he hecho? - preguntó sorprendido -. Lo único que he hecho ha sido ofrecerte un trato.
- ¡Un trato! - su indignación iba en aumento -. Me estás haciendo chantaje para que tenga un hijo tuyo - giró la cabeza para que no pudiera ver que era incapaz de controlar sus emociones y estaba a punto de echarse a llorar - ¿Y qué pasará cuando tengas a tu hijo?
- ¿Tú qué crees que pasará? - respondió él en tono desafiante -. Nunca permitiré que un hijo mío sufra el abandono de su padre o de su madre.
- ¿Entonces esperas que siga casada contigo?
- Lo que espero es que sigamos casados tanto tiempo como nuestro hijo nos necesite. ¿Qué creías? - parecía estar en una reunión de negocios.
Myriam no quería que se diera cuenta de lo aliviada que se sentía al comprobar que no tenía intención de separarla de su hijo una vez que hubiera nacido. Porque no importaba lo que sintiera por Víctor ni cuánto llegara a odiarlo; de lo que estaba segura era de que jamás podría abandonar a su pequeño.
Frunció el ceño al darse cuenta de pronto por dónde iban; el corazón se le aceleraba a medida que Víctor se introducía en el pueblo en el que Myriam había crecido. A pesar de no haber vuelto allí desde hacía cuatro años recordaba con total claridad todas y cada una de las calles por las que pasaban. Eran las calles que había recorrido tantas y tantas veces de vuelta del colegio, cuando Víctor iba a buscarla; como el día que fue a decirle que su padre había muerto, o el día de su boda.
- Has comprado nuestra antigua casa - no era una pregunta sino una afirmación, y lo dijo con voz neutra, intentando ahogar la intensidad de sus emociones.
- Ya había empezado a negociarlo antes de nuestra boda - Víctor contestó con la misma aparente falta de sentimiento -. Se suponía que iba a ser un regalo sorpresa. Sabía cuánto te afectó cuando Lisa decidió venderla. Cuando fue obvio que no ibas a estar para recibir tus regalos de boda ya era demasiado tarde para echarme atrás en la compra - al añadir aquello se encogió de hombros como quitándole importancia -. Me imagino que también podría haber vuelto a ponerla en venta, pero...
Al llegar a la entrada de la casa y oír el sonido de las ruedas aplastando la arena del camino, Myriam tuvo la sensación de que, si cerraba los ojos, al volver a abrirlos vería a su padre que salía a recibirlos.
Pero su padre estaba muerto y algo dentro de ella había muerto con él.
- Está igual de siempre - dijo ella en tono distante una vez hubieron bajado del coche. No podía hablarle de otro modo, para ella no era más que un desconocido. Sin embargo esa misma noche...
Mientras luchaba contra el miedo Víctor abrió la puerta principal.
- Bueno, en realidad ha habido algunos cambios. El despacho de tu padre lo he dejado como estaba, pero... - le dio la espalda, pero su voz parecía entrecortada por la tristeza -. La verdad es que no vengo por aquí a menudo... Pero sí he cambiado ciertas cosas en las otras habitaciones.
Myriam lo miró intrigada.
- Pensé que ninguno de los dos querría utilizar la habitación que había sido de tus padres, así que hice un nuevo dormitorio principal. Y el invernadero que siempre quiso tu madre, y que tu padre no tuvo fuerzas para hacer después de que ella muriera... se me ocurrió que... - hizo una pausa mientras le cedía el paso para entrar en la casa; estaba claro que había preferido no decirle lo que le estaba pasando por la cabeza.
Myriam se dio cuenta de que estaba temblando como una hoja a punto de caer. Aquellas eran las mismas escaleras por las que había corrido para dirigirse a su boda con el corazón destrozado por las palabras de su madrastra; y también las que había subido a toda prisa, deseosa de alejarse de Víctor y de su matrimonio.
En cuanto consiguió hacer desaparecer aquellos dolorosos recuerdos se dio cuenta de que la casa estaba bastante abandonada; seguía teniendo la mayoría de los muebles que había elegido su madre hacía tanto tiempo, y todos ellos estaban cubiertos por una considerable capa de polvo. Por mucho que le molestara, lo cierto era que empezaba a sentir el impulso de volver a darle vida a todo aquello, llenándolo del amor que siempre había habido en aquel hogar. Confundida por lo que estaba sintiendo, se volvió hacia Víctor con los ojos llenos de rabia:
- ¿Se puede saber para qué me has traído aquí exactamente? Aparte de la razón más obvia, por supuesto - añadió con mordacidad -. Me sorprende que no quieras concebir a tu hijo en la cama de mi padre.
Al ver la cara con la que la estaba mirando Víctor se quedó callada; la expresión de su rostro era más elocuente que cualquier amenaza.
- Te he traído porque esta va a ser tu casa de aquí en adelante - respondió después de un tenso silencio.
- Pero tú no vives aquí - dedujo por el estado en el que se encontraba el lugar.
- Hasta ahora no, porque no tenía ningún motivo. Pero... no creo que un apartamento sea el lugar adecuado para que crezca un niño.
- Pero... seguirás teniendo que pasar bastante tiempo en Londres, ¿no? - Myriam estaba tanteando con la esperanza de que contestara que sí, que no iría por allí muy a menudo, lo que significaría que no tendrían que dormir juntos con mucha frecuencia.
- ¿Qué es exactamente lo que te da tanto miedo del sexo? - le preguntó él con suavidad, pero la pilló totalmente por sorpresa.
- ¡Nada! - negó tan pronto como pudo, consciente de haberse sonrojado visiblemente -. No tiene nada que ver con el sexo, sino contigo... y con la manera en la que...
- No te creo - aseguró Víctor lleno de seguridad -. El hecho de que una mujer de tu edad siga siendo virgen sugiere que...
- ¿Qué? - Myriam lo interrumpió desafiante -. ¿Que soy exigente con la persona a quien le voy a dar mi... - estuvo a punto de decir mi amor, pero enseguida se corrigió -... a quien me voy a entregar?
- No, sugiere que hay algo que te da miedo - continuó él con calma -. ¿Es así? ¿Tienes miedo de algo?
- No - negó enérgicamente aunque sabía que estaba mintiendo. Claro que tenía miedo, y mucho. Para ella el sexo era algo que estaba necesariamente ligado al amor, y tenía un miedo terrible de... de que...
¿De qué? ¿Le daba miedo que, al verse obligada a acostarse con Víctor para darle un hijo, también se viera obligada de algún modo a amarlo de nuevo?
La noche anterior, mientras estaba tumbada en el cuarto de invitados de su apartamento, había estado pensando en la poca importancia de lo que iba a sacrificar comparado con el bien que iba a poder hacerles a los pobres niños de la calle. Pero, por muy lógica que intentara ser, no podía dejar de sentir unas terribles punzadas en el corazón cada vez que pensaba en lo que iba a hacer.
Se alejó de Víctor y comenzó a avanzar por el pasillo dándose cuenta de que su instinto la llevaba directamente al despacho de su padre.
- He pedido a los que vienen a limpiar que llenaran el frigorífico - la informó él de pronto -. Pero, por si lo habían hecho con la misma eficiencia con la que limpian, he reservado mesa en Emporio. Espero que te siga gustando la comida italiana.
- ¿Vas a llevarme a cenar? - Myriam no pudo reprimir el cinismo de sus palabras -. ¿Por qué no mejor me llevas directamente a la cama? ¿Por qué perder el tiempo... y el dinero?
- ¡Déjalo ya!
Myriam observó boquiabierta cómo Víctor se acercaba a ella y la agarraba por los hombros mientras le decía enfurecido:
- ¡Eres mi mujer, no una ramera! Y, si he elegido cortejarte...
- ¡Cortejarme! - repitió ella a punto de echarse a reír de lo nerviosa que estaba -. ¿Por qué ibas a hacer algo así? - lo desafió mirándolo a los ojos -. ¡Lo único que quieres es un hijo, el nieto de mi padre! Eso puedes conseguirlo sin tomarte la molestia de invitarme a cenar. Al fin y al cabo, parece que no te importa lo más mínimo lo que yo sienta.
La soltó con tal rapidez que Myriam sintió una especie de abandono; por un momento su cuerpo recordó la época en la que agradecía el contacto de sus manos... más que agradecerlo, se moría por él, lo anhelaba desesperadamente. De pronto volvió a la realidad al notar el desdén con que la estaba mirando.
- Lo que quiero es que ese niño, «nuestro» hijo, nazca, sino como fruto del amor, al menos sí del placer.
Aquella afirmación dejó a Myriam totalmente desorientada... y la hizo sentir algo demasiado peligroso. No obstante, se apresuró a contestarle con la misma furia con la que había hablado él:
- ¿Y cómo demonios piensas conseguirlo? Porque no hay la menor posibilidad de que yo sienta ningún deseo hacia ti.
Casi podía oír los latidos de su corazón en mitad del silencio ensordecedor. Estaba mirándola de tal modo que parecía estar tocándola realmente.
- No puedes hacer nada para que me sienta atraída por ti - insistió de nuevo -. ¿Entiendes, Víctor? - le dio miedo su propia agresividad, pero se negó a admitir ese miedo, o la locura que se estaba apoderando de ella.
- ¿Me estás desafiando, Myriam? - le preguntó él con más suavidad -. Porque si lo que quieres es que te demuestre que estás muy equivocada, yo lo estoy deseando... de hecho estaría más que encantado de hacerlo - añadió con énfasis.
De repente era como si sus cinco sentidos hubieran vuelto a la vida después de un prolongado letargo; podía oler el polvo que permanecía suspendido en el aire, sentía la calidez de los rayos de sol colándose por las ventanas... un sol que no alcanzaba a tener la intensidad de los ojos de Víctor.
- ¡No! - respondió con un débil susurro porque no tenía fuerzas para más. «¡No!», era agua pasada... Ya no quería a Víctor y no iba a permitirse volver a enamorarse de él jamás -. No podrías hacerlo.
- ¿Ah, no? - dijo con una sonrisilla malévola -. Acuérdate de tus palabras, porque te las recordaré cuando estemos en la cama, cuando te tenga desnuda entre mis brazos y me pidas que te haga mía.
esta buenisma o no
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Amor por chantaje...... Final
I´m lovin it!!
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
:O sigueeleee esta buenisimooo! gracias por el capituloo!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
woow esto esta cada vez mejor graciias x el cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
Y Que Me Quedo Callada jajajaja Gracias por el Cap. Siguele Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
buenisimaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!!!!
gracias por el capitulo
espero el siguiente
gracias por el capitulo
espero el siguiente
Última edición por rodmina el Jue Feb 03, 2011 2:00 pm, editado 1 vez
rodmina- VBB PLATA
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Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
Santa Cachucha, qué fuertes declaraciones!!! Gracias por el capítulo y síguele por favor que está muy bueno este asunto!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
Hola chicas sigue el capitulo 3 esta buenisima la novelita.... cada capitulo se pone mejor....
Myriam apartó los ojos de la ventana del dormitorio de su niñez y miró la hora.
Las siete y media; pronto tendría que bajar para salir a cenar con Víctor, que la había avisado que, si no bajaba por su propio pie antes de las ocho, subiría a buscarla.
- ¿Por qué haces todo esto? - le había preguntado ella desesperada.
- ¿Y tú?
- Sabes perfectamente por qué. No tengo elección.
- Claro que la tienes - había respondido Víctor fríamente -. Podrías perfectamente dar media vuelta y largarte.
- El refugio necesita ese dinero... ya lo sabes.
Eso era cierto, también era cierto que Myriam era consciente de que no podría vivir consigo misma si no hacía todo lo posible para ayudar a aquellos niños. Pero dejar que Víctor consumara el matrimonio, ¡y tener un hijo suyo!. Volvió a perder la mirada en el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana mientras se preguntaba si tendría el valor suficiente para seguir adelante.
Desde aquella ventana era desde donde solía esperar impaciente la llegada de su padre, momento en el que corría a recibirlo. Nunca, ni siquiera en los peores momentos de la enfermedad de su madre, había olvidado dedicarle a Myriam el tiempo y el cariño necesarios.
Después había llegado su matrimonio con Lisa, cuando la joven había empezado a recurrir a Víctor; entonces era él al que esperaba ver llegar desde la ventana de su dormitorio, que en aquella época se había convertido en un verdadero refugio.
Su padre había sentido un cariño muy especial por aquella casa, había afirmado multitud de veces que para él representaba todo lo que debía ser un hogar familiar.
- Algún día traerás aquí a tus hijos a verme - le había dicho a menudo. Siempre había deseado convertirse en abuelo.
Un niño, pensó Myriam con los ojos borrosos por la fuerza de aquellos recuerdos. Un niño que fuera parte de Víctor y de ella, a su padre le habría encantado y lo habría querido con todo su corazón.
El hijo de Víctor. Cuántas veces se habría sentado allí mismo, ella y habría fantaseado con la posibilidad de que aquello ocurriera. Pero su fantasía era que Víctor la amara y ese niño fuera el fruto de su mutuo amor, y eso no era lo que estaba pasando. Tuvo que admitirlo con lágrimas en los ojos, él no la amaba, solo quería tener un hijo que llevara su sangre porque era la sangre de su padre.
Sin embargo, al mirar al camino que llevaba hasta la puerta de la casa, podía imaginarse perfectamente a los tres paseando tranquilamente: Víctor, ella y el pequeño de pelo negro y ojos azules y la misma tierna sonrisa de su abuelo.
«Estoy loca», se dijo en tono reprobatorio mientras salía de la habitación para dirigirse al encuentro de su marido.
Nunca podría desear hacer lo que él estaba obligándola a hacer pero, tenía que admitir que tampoco podía negar el fuerte instinto maternal que le provocaba la sola idea de tener ese hijo que había evocado su imaginación.
Al bajar al cuarto de estar comprobó que, a diferencia de ella, Víctor se había cambiado de ropa y se había puesto un atuendo más informal que el traje que había llevado por la mañana.
Debía de estar haciendo muy buen tiempo aquel verano, pensó Myriam al ver el bronceado que lucía él en los brazos. Siempre había encontrado algo extraordinario en aquellos brazos sutilmente musculados, algo que la hacía sentir un sensual escalofrío que le recorría la piel palmo a palmo. Había habido un tiempo en el que solo la idea de que aquellos brazos la rodearan con fuerza había hecho que sintiera un ardor en lo más profundo de su cuerpo adolescente.
Más tarde, a medida que había ido creciendo, había empezado a fantasear con sus manos más que con sus brazos; soñaba que aquellos dedos la acariciaban, excitándole de un modo que, con solo imaginarlo en la soledad de su dormitorio, la hacía sonrojarse llena de deseo.
El hecho de que se hubiera duchado y cambiado de ropa la hizo sentir incómoda porque ella seguía llevando la misma indumentaria con la que había viajado desde Río. Se había negado a cambiarse para demostrarle lo poco que le importaba lo que pensara de ella o el aspecto que tenía cuando estaba en su compañía. Sin embargo ahora lo único que sentía era incomodidad.
- ¿Estabas demasiado ocupada para cambiarte? No te preocupes, estoy seguro de que Luigi lo entenderá - la disculpó Víctor nada más verla.
- ¿Le has dicho a Luigi que... que nosotros?
- Le he dicho que íbamos a ir a cenar - confirmó él -. Espero que te siga gustando la tarta de pera y almendra y el helado de miel.
Sin querer fijarse en que recordaba perfectamente su postre preferido, Myriam le dijo secamente:
- ¿Y qué más le has dicho?
- Nada - respondió encogiéndose de hombros.
Tuvo que preguntarse a sí misma por qué en lugar de sentirse aliviada, lo que sentía era una especie de rabia de que él no hubiera hecho público su reencuentro.
- Pues tendrás que decir algo, ¿no? No podemos empezar de repente a vivir juntos como un matrimonio.
- Entonces tendremos que decirle a la gente lo que quieren oír - respondió Víctor con naturalidad.
- ¿Y qué es eso exactamente?
- Pues que ha habido un acercamiento entre nosotros y hemos decidido darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio.
- ¿Una segunda oportunidad? - la pregunta se le escapó de los labios y, en cuanto vio el modo en que la miraba Víctor, se arrepintió de haberlo dicho.
- No creo que nadie piense que no éramos amantes antes de casamos y, no sé por qué, pero me imagino que no querrás que la gente sepa que sigues siendo virgen.
- No te hagas ilusiones de que mi virginidad tenga nada que ver contigo - espetó Myriam ofendida -. El que yo no... bueno, es asunto mío y, de nadie más.
Mientras ella hablaba Víctor había comenzado a andar hacia la puerta y ella lo había seguido sin pensar.
- Espera un momento - dijo él justo antes de abrir la puerta y, acto seguido sacó una cajita del bolsillo del pantalón -. Creo que te vendrá bien llevar esto - afirmó con extrema frialdad -. Me he fijado que no llevas el original. Este no tiene la bendición de un cura - y he tenido que adivinar el tamaño; espero haber acertado... no pensé que fueras a estar tan delgada.
A Myriam le sorprendió ver la similitud de aquel anillo con su verdadera alianza de boda, pero lo que hizo que le diera un vuelco el corazón fue el otro objeto que había en la cajita, algo que se había arrepentido todos aquellos años de haber dejado atrás: su anillo de compromiso, en el que entonces Víctor había mandado engarzar los tres diamantes que antes habían pertenecido al anillo de compromiso de su madre. Aquellas piedras significaban tanto para ella que al verlas se le llenaron los ojos de lágrimas.
- Mi anillo - dijo en un susurro.
- A lo mejor te está grande - respondió él tomando su mano entre las suyas.
Myriam no pudo hacer nada para que su cuerpo entero no empezara a temblar y su mente no volviera al momento en el que, cuatro años antes, Víctor le había puesto otro anillo. Y recordó exactamente lo que había sentido entonces; la fuerza con la que había deseado que aquel matrimonio significara para él algo más que un negocio.
Efectivamente el anillo le estaba un poco grande, pensó con agitación mientras él lo deslizaba con suavidad por su dedo. De pronto le resultaba increíblemente difícil respirar con normalidad; tenía la sensación de que las costillas le oprimían los pulmones. Notó que Víctor estaba mirándola. Y como si estuviera ocurriendo a cámara lenta, vio cómo se disponía a besarle la mano al igual que había hecho el día de su boda.
- No.
Retiró la mano asustada por el nudo que se le había hecho en la garganta al predecir lo que aquel beso la habría hecho sentir. Hacía cuatro años, cuando había hecho lo mismo en la iglesia, todo su cuerpo había empezado a temblar llenándola de confusión; entonces había sabido que debía hacerle aquella pregunta. Ahora no podía evitar imaginar qué habría pasado si aquellas palabras nunca hubieran salido de su boca... No, era mejor no torturarse pensando qué habría pasado si... Tenía muy claro que no le habría gustado vivir en la ignorancia. No, así tampoco habría sido feliz.
Sin darse la vuelta para mirar a Víctor salió de la casa y se dejó embriagar por el aroma de las rosas que flanqueaban la entrada. Aquellos rosales los había plantado su madre... ¡Dios! La casa entera estaba llena de recuerdos de tiempos felices. De repente se encontró pensando en su futuro hijo, lo imaginó creciendo allí.
- Si has cambiado de opinión, quizás no deberíamos...
Era obvio que Víctor deseaba tener aquel niño a toda costa porque en sus palabras le había parecido adivinar verdadera aprensión. A lo mejor era por eso por lo que no se había casado con Lisa, porque no había querido tener un hijo con ella. Lo cierto era que la mera posibilidad de que hubiera sido así llenó a Myriam de satisfacción.
- No has cambiado nada. Eso sí, estás aún más guapa que nunca. ¡Bella, bellísima! - le dijo Luigi mientras los acompañaba hasta su mesa.
- Pero Luigi, si no ha cambiado, ¿cómo puede estar más guapa? - bromeó Víctor.
- Porque antes era una chiquilla muy guapa - empezó a explicar el dueño del restaurante sin dejarse intimidar -, pero ahora - continuó mirando a Myriam con admiración - ¡Ahora es una mujer hermosísima! Y tú tienes mucha suerte de tener una esposa tan espléndida.
Parecía que Luigi recordaba perfectamente que estaban casados.
- Menos mal que no se le quedó el aspecto que tenía después de una de tus lecciones de comer espaguetis - a pesar de que su voz era seria, en los ojos de Víctor al mirar a Myriam había un brillo tan sorprendente que ella fue incapaz de dejar de mirarlos durante varios segundos. Aquel rostro guardaba un peligroso parecido con el del joven que recordaba de su adolescencia: los mismos ojos llenos de brillo burlón, la misma boca siempre a punto de sonreír. Además aquel siempre había sido el restaurante preferido de Myriam, un lugar que asociaba con muchos momentos felices de su vida.
- Os he guardado una mesa muy especial les dijo mientras cruzaban el comedor abarrotado de gente hasta llegar a su mesa de siempre, que también había sido la preferida del señor Montemayor.
Siguiendo un impulso, Myriam se acercó a Luigi y le agradeció el detalle con un sincero abrazo y, al principio él respondió del mismo modo, pero de repente la soltó y dio un paso atrás sin dejar de mirar a Víctor.
- Se me olvidaba que ya no eres una chiquilla sino una mujer casada - dijo en tono de disculpa.
En cuanto se quedaron solos, ya sentados a la mesa, Víctor la miró muy serio y le dijo:
- Preferiría que no coquetearas con otros hombres.
- ¿Coquetear? - preguntó ella asombrada -. No estaba coqueteando, solo estaba... - se quedó callada al darse cuenta de que no tenía por qué defenderse; no había hecho nada malo y aquella acusación era una ridiculez.
- Puede que sigas siendo virgen - continuó diciéndole Víctor apoyado en la mesa para acercarse a ella y que nadie pudiera oír su conversación - pero eso no quiere decir que sigas siendo una jovencita ingenua. Ahora eres una mujer casada... eres mi esposa.
- No puedo creer lo que estoy oyendo - lo interrumpió Myriam tan pronto como pudo reaccionar -. Solo le he dado un abrazo.
- Puede que para ti no tenga ninguna importancia - continuó él con repentina tristeza -. Pero es mucho más de lo que me has dado a mí.
- Eso es muy diferente.
- Claro que es diferente. Yo soy tu marido - respondió con verdadero pesar en el rostro -. Espero que lleves tus cosas al dormitorio principal cuanto antes.
Myriam se preguntó si tendría la menor idea del efecto que aquellas palabras tenían en ella; lo sorprendida y, sí, lo asustada que la hacían sentir.
- A eso se le llama seducir a alguien de forma sutil - dijo ella con sarcasmo y, haciendo un verdadero esfuerzo por no revelar sus emociones, ocultó su rostro detrás de la carta.
Al ver que no había respuesta a sus palabras, bajó la carta y observó en sus ojos que parecía haber llegado a su sensibilidad, atravesando esa coraza que tenía la virtud de haberla repelido y atraído desde el mismo momento en que conoció a Víctor. Pero entonces su expresión cambió y ella comenzó a temblar.
- Voy a ser mucho menos sutil. Te prometo que voy a hacer que grites mi nombre de placer bajo las sábanas, querrás que...
- ¡No!
La respuesta de Myriam salió de sus labios como una explosión justo en el momento en el que llegaba el camarero para ver si estaban listos para pedir.
¿Cómo era posible que Víctor pudiera decir algo como lo que acababa de decir y, al instante siguiente, estar hablando con el camarero sobre los platos especiales del día y el vino adecuado para acompañarlos?
- Te va a encantar este vino, amor - le dijo cuando volvieron a quedarse solos -. A mí me lo enseño tu padre. Esta cosecha es del mismo año en el que tú naciste. Y al igual que tú... - su voz se había ido convirtiendo en un sensual susurro que acariciaba las palabras mientras que la imaginación traicionera de Myriam se entretenía en preguntarse si su lengua le acariciaría la piel del mismo modo.
- No, no te voy a decir todavía las características que tenéis en común.
Myriam había pedido los mejillones en salsa que tanto había recordado durante aquellos años y los disfrutó con un placer casi infantil, sin darse cuenta de que Víctor la observaba maravillado mientras se los comía.
Al mirarla se preguntó cómo reaccionaba ella si supiera lo que estaba pensando, y lo que estaba sintiendo... y deseando. Bebió un buen trago de vino y decidió que seguramente era mejor que no tuviera la menor idea de lo que le estaba pasando por la cabeza; si lo hubiera sabido habría salido corriendo y no habría parado hasta llegar a Río.
Lo cierto era que, si ella no hubiera regresado, él habría ido a buscarla como llevaba tiempo planeando. Y ahora que estaba en casa tenía que asegurarse de que no volvía a marcharse.
En ese momento Myriam levantó la mirada como si hubiera notado los ojos de Víctor clavados en ella, pero inmediatamente él se concentró en su plato y ella se sintió estúpida por haber creído que estaba observándola a ella.
- ¡Víctor y Myriam! Me pareció que erais vosotros - una voz interrumpió sus pensamientos de repente -. ¡Qué sorpresa!
Myriam se quedó desorientada al ver aquella cara tan familiar; era una de las mejores amigas de su madrastra, por la que tampoco había sentido nunca excesiva simpatía. Le resultaba muy chocante ver a alguien conocido cuando llevaba tan poco tiempo allí, pero era comprensible ya que Emporio siempre había sido el restaurante más concurrido de la ciudad.
Podía sentir la curiosidad de Miranda, que estaba de pie al lado de su mesa mientras su marido la esperaba visiblemente impaciente por marcharse.
- ¿Hemos de entender que estáis juntos otra vez? - les dijo con una actitud tan directa que le dio náuseas -. La verdad es que siempre me pareció que habías sido demasiado impetuosa al marcharte de aquella manera el mismo día de tu boda - afirmó riéndose con falsedad -. Estoy deseando contárselo a Lisa.
Al ver que ninguno de los dos decía nada, ella continuó hablando.
- Porque no lo sabe todavía, ¿o sí? ¡Madre mía! No creo que vaya a hacerle mucha gracia. Está en el Caribe y no vuelve hasta la próxima semana, ¿no es así? - preguntó dirigiéndose a Víctor.
- Disculpadme - sin esperar a oír la respuesta, Myriam se puso en pie y se dirigió al servicio.
Sabía que era una estupidez que aquello la sorprendiera tanto, se suponía que no debía importarle lo más mínimo la relación que Víctor tuviera con su madrastra. Después de todo, ella estaba allí solo para conseguir el dinero para los niños brasileños, no era porque deseara volver con su marido. Del mismo modo que Víctor solo quería estar con ella para conseguir ese hijo, por eso y por nada más.
Aun así no podía dejar de pensar que las palabras de Miranda habían dejado bien claro lo que seguía habiendo entre Lisa y Víctor. ¿Le habría dicho a ella cuáles eran sus planes con Myriam? Por algún motivo, ella sospechaba que no.
Se secó las manos y la cara, respiró hondo y volvió al comedor con fuerzas renovadas. Cuando llegó a la mesa no había señal de Miranda, así que se sentó sin decir nada. Había empezado a dolerle la cabeza enormemente y tuvo la sensación de estar incubando una gripe o algo así; tenía el estómago revuelto y le dolían los músculos de todo el cuerpo.
- ¿Te encuentras bien?
- La verdad es que no - respondió algo confundida -. Estoy un poco mareada.
Víctor se levantó y fue hasta ella con cara de preocupación.
- Vamos afuera, el aire fresco te vendrá bien.
Al ver que se acercaba a ella, Myriam se apartó de manera instintiva; tenía que huir de aquellas manos que también habían tocado a Lisa, su enemigo; de aquella voz que ahora demostraba preocupación por ella, pero que seguramente habría pronunciado apasionadas palabras de deseo dirigidas a su madrastra. El acto de procreación que iba a compartir con ella como un mero trámite con Lisa habría sido algo más íntimo y placentero para él... Myriam comenzó a temblar incapaz de soportar las náuseas que estaba sintiendo.
Su rostro debía de estar reflejando sus pensamientos porque Víctor se dio cuenta del rechazo que sentía en aquel momento hacia él.
- Se supone que estamos dándole una segunda oportunidad a nuestro matrimonio - le susurró mientras se dirigían a la puerta del restaurante.
- Tú no quieres dar ninguna oportunidad a nuestro matrimonio - contraatacó Myriam con debilidad -. Tú lo único que quieres es... - al notar la brisa en la cara se quedó callada pensando mejor lo que iba a decir.
- ¿Me puedes decir qué demonios te ocurre?
- Nada, ya te lo he dicho, estoy un poco mareada. Claro que no es de extrañar en estas circunstancias... Nada ha cambiado, ¿verdad, Víctor? - le preguntó en tono desafiante.
- ¿Es que esperabas que lo hubiera hecho? Eso es un poco ingenuo, ¿no crees?
¡Dios! No se avergonzaba lo más mínimo de lo que estaba haciendo ni de lo que había hecho en el pasado.
- No me habías dicho que Lisa siguiera viviendo por aquí - le dijo con amargura, pero él simplemente se encogió de hombros dando a entender que aquel enfado le parecía totalmente irrelevante -. Lisa estuvo casada con mi padre, es...
- Ya sé quién es Lisa - la interrumpió drásticamente.
- Lo sabes pero no te importa, ¿verdad? - ahora que había empezado no podía dejar de decir lo que pensaba.
Víctor murmuró algo antes de contestar.
- Siempre fuiste demasiado sensible. Y demasiado... - fuera lo que fuera lo que iba a decir se perdió en el aire cuando otra pareja salió del restaurante y notaron que se quedaban mirándolos algo sorprendidos -. Este no es el lugar más apropiado para tener esta conversación - dijo él entonces agarrándola del brazo mientras comenzaba a andar hacia el coche.
- Suéltame - le pidió Myriam muy alterada -. No soporto que me toques, ni ahora ni nunca...
Era consciente de que él no era el responsable de que Miranda hubiera aparecido en el restaurante, pero sí que lo era de haber traicionado la confianza de su padre y la suya. Lo odiaba, lo despreciaba y lo aborrecía con todas sus fuerzas.
Estaba tan inmersa en su preocupación porque Víctor siguiera teniendo tanto poder sobre ella que no se dio cuenta de que habían llegado a casa hasta que vio que él estaba abriéndole la puerta desde fuera. Al salir se encontró con el cuerpo de Víctor demasiado cerca, tanto que toda ella reaccionó ante su proximidad: podía percibir su olor, tan peligrosamente masculino que hizo que se le pusiera el vello de punta; más aún cuando, al rozarle el brazo notó que se le endurecían los pezones y se le sonrojaba el rostro.
Sin mirarlo a la cara ni un segundo, se apresuró a la puerta pero, una vez allí tuvo que esperarlo porque no tenía llaves. Un inmenso pánico la invadió al observar su rostro mientras se acercaba a ella.
- Myri - susurró poniéndole ambas manos en los hombros.
- ¡No te atrevas a tocarme! - exclamó sin conseguir que la soltara.
- Escúchame.
- No.
Solo vio la furia que transmitían sus ojos durante un instante antes de que su rostro estuviera demasiado encima como para poder distinguir nada.
- Muy bien, parece que esta va a ser la única manera de comunicarme contigo.
Myriam emitió un leve grito de protesta, pero enseguida se olvidó del odio que sentía hacia él porque lo que estaba ocurriéndole era mucho más poderoso y todo su cuerpo estaba concentrado en la explosión de sensaciones que aquel beso estaba provocando.
Fue como sumergir una bola de helado en chocolate caliente: hasta el último centímetro de su piel se estaba derritiendo por él. Era mucho más intenso de lo que jamás habría podido imaginar, y eso que había imaginado aquello millones de veces.
De algún modo, la ira de Víctor se había convertido en una sensualidad en la que no solo estaban participando sus labios sino también sus lenguas, y sus manos. Los movimientos de ambos eran solo un pequeño indicio de toda la pasión contenida que existía entre ellos.
- Me has besado como si llevaras años deseando hacerlo - oyó las palabras de Víctor, mientras todavía podía sentir sus manos pasearse por su espalda y provocándole un millón de escalofríos tan fuertes como descargas eléctricas. Sin embargo, consiguió asimilar lo que quería decir aquella afirmación y, al hacerlo, se alejó de él consciente de lo que acababa de hacer.
- No deseaba nada de esto - aseguró impetuosamente -. Lo único que quiero es recuperar el dinero para ayudar a esos niños, eso es por lo que estoy aquí, acuérdate.
Se quedó mirándolo aunque, en la penumbra en la que se encontraban, no podía ver muy bien la expresión de su rostro, solo notaba que la observaba mientras ella esperaba una respuesta que preveía tajante y fría; pero en lugar de responder, se limitó a abrir la puerta y dejarla entrar en la casa. Myriam cruzó el umbral sin mirarlo siquiera y subió las escaleras, segura de que intentaría detenerla o al menos la llamaría antes de llegar arriba. Pero no fue así y ella no se atrevió a darse la vuelta.
Espero los comentarios niñas.....
Capítulo 3
Myriam apartó los ojos de la ventana del dormitorio de su niñez y miró la hora.
Las siete y media; pronto tendría que bajar para salir a cenar con Víctor, que la había avisado que, si no bajaba por su propio pie antes de las ocho, subiría a buscarla.
- ¿Por qué haces todo esto? - le había preguntado ella desesperada.
- ¿Y tú?
- Sabes perfectamente por qué. No tengo elección.
- Claro que la tienes - había respondido Víctor fríamente -. Podrías perfectamente dar media vuelta y largarte.
- El refugio necesita ese dinero... ya lo sabes.
Eso era cierto, también era cierto que Myriam era consciente de que no podría vivir consigo misma si no hacía todo lo posible para ayudar a aquellos niños. Pero dejar que Víctor consumara el matrimonio, ¡y tener un hijo suyo!. Volvió a perder la mirada en el paisaje que se extendía al otro lado de la ventana mientras se preguntaba si tendría el valor suficiente para seguir adelante.
Desde aquella ventana era desde donde solía esperar impaciente la llegada de su padre, momento en el que corría a recibirlo. Nunca, ni siquiera en los peores momentos de la enfermedad de su madre, había olvidado dedicarle a Myriam el tiempo y el cariño necesarios.
Después había llegado su matrimonio con Lisa, cuando la joven había empezado a recurrir a Víctor; entonces era él al que esperaba ver llegar desde la ventana de su dormitorio, que en aquella época se había convertido en un verdadero refugio.
Su padre había sentido un cariño muy especial por aquella casa, había afirmado multitud de veces que para él representaba todo lo que debía ser un hogar familiar.
- Algún día traerás aquí a tus hijos a verme - le había dicho a menudo. Siempre había deseado convertirse en abuelo.
Un niño, pensó Myriam con los ojos borrosos por la fuerza de aquellos recuerdos. Un niño que fuera parte de Víctor y de ella, a su padre le habría encantado y lo habría querido con todo su corazón.
El hijo de Víctor. Cuántas veces se habría sentado allí mismo, ella y habría fantaseado con la posibilidad de que aquello ocurriera. Pero su fantasía era que Víctor la amara y ese niño fuera el fruto de su mutuo amor, y eso no era lo que estaba pasando. Tuvo que admitirlo con lágrimas en los ojos, él no la amaba, solo quería tener un hijo que llevara su sangre porque era la sangre de su padre.
Sin embargo, al mirar al camino que llevaba hasta la puerta de la casa, podía imaginarse perfectamente a los tres paseando tranquilamente: Víctor, ella y el pequeño de pelo negro y ojos azules y la misma tierna sonrisa de su abuelo.
«Estoy loca», se dijo en tono reprobatorio mientras salía de la habitación para dirigirse al encuentro de su marido.
Nunca podría desear hacer lo que él estaba obligándola a hacer pero, tenía que admitir que tampoco podía negar el fuerte instinto maternal que le provocaba la sola idea de tener ese hijo que había evocado su imaginación.
Al bajar al cuarto de estar comprobó que, a diferencia de ella, Víctor se había cambiado de ropa y se había puesto un atuendo más informal que el traje que había llevado por la mañana.
Debía de estar haciendo muy buen tiempo aquel verano, pensó Myriam al ver el bronceado que lucía él en los brazos. Siempre había encontrado algo extraordinario en aquellos brazos sutilmente musculados, algo que la hacía sentir un sensual escalofrío que le recorría la piel palmo a palmo. Había habido un tiempo en el que solo la idea de que aquellos brazos la rodearan con fuerza había hecho que sintiera un ardor en lo más profundo de su cuerpo adolescente.
Más tarde, a medida que había ido creciendo, había empezado a fantasear con sus manos más que con sus brazos; soñaba que aquellos dedos la acariciaban, excitándole de un modo que, con solo imaginarlo en la soledad de su dormitorio, la hacía sonrojarse llena de deseo.
El hecho de que se hubiera duchado y cambiado de ropa la hizo sentir incómoda porque ella seguía llevando la misma indumentaria con la que había viajado desde Río. Se había negado a cambiarse para demostrarle lo poco que le importaba lo que pensara de ella o el aspecto que tenía cuando estaba en su compañía. Sin embargo ahora lo único que sentía era incomodidad.
- ¿Estabas demasiado ocupada para cambiarte? No te preocupes, estoy seguro de que Luigi lo entenderá - la disculpó Víctor nada más verla.
- ¿Le has dicho a Luigi que... que nosotros?
- Le he dicho que íbamos a ir a cenar - confirmó él -. Espero que te siga gustando la tarta de pera y almendra y el helado de miel.
Sin querer fijarse en que recordaba perfectamente su postre preferido, Myriam le dijo secamente:
- ¿Y qué más le has dicho?
- Nada - respondió encogiéndose de hombros.
Tuvo que preguntarse a sí misma por qué en lugar de sentirse aliviada, lo que sentía era una especie de rabia de que él no hubiera hecho público su reencuentro.
- Pues tendrás que decir algo, ¿no? No podemos empezar de repente a vivir juntos como un matrimonio.
- Entonces tendremos que decirle a la gente lo que quieren oír - respondió Víctor con naturalidad.
- ¿Y qué es eso exactamente?
- Pues que ha habido un acercamiento entre nosotros y hemos decidido darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio.
- ¿Una segunda oportunidad? - la pregunta se le escapó de los labios y, en cuanto vio el modo en que la miraba Víctor, se arrepintió de haberlo dicho.
- No creo que nadie piense que no éramos amantes antes de casamos y, no sé por qué, pero me imagino que no querrás que la gente sepa que sigues siendo virgen.
- No te hagas ilusiones de que mi virginidad tenga nada que ver contigo - espetó Myriam ofendida -. El que yo no... bueno, es asunto mío y, de nadie más.
Mientras ella hablaba Víctor había comenzado a andar hacia la puerta y ella lo había seguido sin pensar.
- Espera un momento - dijo él justo antes de abrir la puerta y, acto seguido sacó una cajita del bolsillo del pantalón -. Creo que te vendrá bien llevar esto - afirmó con extrema frialdad -. Me he fijado que no llevas el original. Este no tiene la bendición de un cura - y he tenido que adivinar el tamaño; espero haber acertado... no pensé que fueras a estar tan delgada.
A Myriam le sorprendió ver la similitud de aquel anillo con su verdadera alianza de boda, pero lo que hizo que le diera un vuelco el corazón fue el otro objeto que había en la cajita, algo que se había arrepentido todos aquellos años de haber dejado atrás: su anillo de compromiso, en el que entonces Víctor había mandado engarzar los tres diamantes que antes habían pertenecido al anillo de compromiso de su madre. Aquellas piedras significaban tanto para ella que al verlas se le llenaron los ojos de lágrimas.
- Mi anillo - dijo en un susurro.
- A lo mejor te está grande - respondió él tomando su mano entre las suyas.
Myriam no pudo hacer nada para que su cuerpo entero no empezara a temblar y su mente no volviera al momento en el que, cuatro años antes, Víctor le había puesto otro anillo. Y recordó exactamente lo que había sentido entonces; la fuerza con la que había deseado que aquel matrimonio significara para él algo más que un negocio.
Efectivamente el anillo le estaba un poco grande, pensó con agitación mientras él lo deslizaba con suavidad por su dedo. De pronto le resultaba increíblemente difícil respirar con normalidad; tenía la sensación de que las costillas le oprimían los pulmones. Notó que Víctor estaba mirándola. Y como si estuviera ocurriendo a cámara lenta, vio cómo se disponía a besarle la mano al igual que había hecho el día de su boda.
- No.
Retiró la mano asustada por el nudo que se le había hecho en la garganta al predecir lo que aquel beso la habría hecho sentir. Hacía cuatro años, cuando había hecho lo mismo en la iglesia, todo su cuerpo había empezado a temblar llenándola de confusión; entonces había sabido que debía hacerle aquella pregunta. Ahora no podía evitar imaginar qué habría pasado si aquellas palabras nunca hubieran salido de su boca... No, era mejor no torturarse pensando qué habría pasado si... Tenía muy claro que no le habría gustado vivir en la ignorancia. No, así tampoco habría sido feliz.
Sin darse la vuelta para mirar a Víctor salió de la casa y se dejó embriagar por el aroma de las rosas que flanqueaban la entrada. Aquellos rosales los había plantado su madre... ¡Dios! La casa entera estaba llena de recuerdos de tiempos felices. De repente se encontró pensando en su futuro hijo, lo imaginó creciendo allí.
- Si has cambiado de opinión, quizás no deberíamos...
Era obvio que Víctor deseaba tener aquel niño a toda costa porque en sus palabras le había parecido adivinar verdadera aprensión. A lo mejor era por eso por lo que no se había casado con Lisa, porque no había querido tener un hijo con ella. Lo cierto era que la mera posibilidad de que hubiera sido así llenó a Myriam de satisfacción.
- No has cambiado nada. Eso sí, estás aún más guapa que nunca. ¡Bella, bellísima! - le dijo Luigi mientras los acompañaba hasta su mesa.
- Pero Luigi, si no ha cambiado, ¿cómo puede estar más guapa? - bromeó Víctor.
- Porque antes era una chiquilla muy guapa - empezó a explicar el dueño del restaurante sin dejarse intimidar -, pero ahora - continuó mirando a Myriam con admiración - ¡Ahora es una mujer hermosísima! Y tú tienes mucha suerte de tener una esposa tan espléndida.
Parecía que Luigi recordaba perfectamente que estaban casados.
- Menos mal que no se le quedó el aspecto que tenía después de una de tus lecciones de comer espaguetis - a pesar de que su voz era seria, en los ojos de Víctor al mirar a Myriam había un brillo tan sorprendente que ella fue incapaz de dejar de mirarlos durante varios segundos. Aquel rostro guardaba un peligroso parecido con el del joven que recordaba de su adolescencia: los mismos ojos llenos de brillo burlón, la misma boca siempre a punto de sonreír. Además aquel siempre había sido el restaurante preferido de Myriam, un lugar que asociaba con muchos momentos felices de su vida.
- Os he guardado una mesa muy especial les dijo mientras cruzaban el comedor abarrotado de gente hasta llegar a su mesa de siempre, que también había sido la preferida del señor Montemayor.
Siguiendo un impulso, Myriam se acercó a Luigi y le agradeció el detalle con un sincero abrazo y, al principio él respondió del mismo modo, pero de repente la soltó y dio un paso atrás sin dejar de mirar a Víctor.
- Se me olvidaba que ya no eres una chiquilla sino una mujer casada - dijo en tono de disculpa.
En cuanto se quedaron solos, ya sentados a la mesa, Víctor la miró muy serio y le dijo:
- Preferiría que no coquetearas con otros hombres.
- ¿Coquetear? - preguntó ella asombrada -. No estaba coqueteando, solo estaba... - se quedó callada al darse cuenta de que no tenía por qué defenderse; no había hecho nada malo y aquella acusación era una ridiculez.
- Puede que sigas siendo virgen - continuó diciéndole Víctor apoyado en la mesa para acercarse a ella y que nadie pudiera oír su conversación - pero eso no quiere decir que sigas siendo una jovencita ingenua. Ahora eres una mujer casada... eres mi esposa.
- No puedo creer lo que estoy oyendo - lo interrumpió Myriam tan pronto como pudo reaccionar -. Solo le he dado un abrazo.
- Puede que para ti no tenga ninguna importancia - continuó él con repentina tristeza -. Pero es mucho más de lo que me has dado a mí.
- Eso es muy diferente.
- Claro que es diferente. Yo soy tu marido - respondió con verdadero pesar en el rostro -. Espero que lleves tus cosas al dormitorio principal cuanto antes.
Myriam se preguntó si tendría la menor idea del efecto que aquellas palabras tenían en ella; lo sorprendida y, sí, lo asustada que la hacían sentir.
- A eso se le llama seducir a alguien de forma sutil - dijo ella con sarcasmo y, haciendo un verdadero esfuerzo por no revelar sus emociones, ocultó su rostro detrás de la carta.
Al ver que no había respuesta a sus palabras, bajó la carta y observó en sus ojos que parecía haber llegado a su sensibilidad, atravesando esa coraza que tenía la virtud de haberla repelido y atraído desde el mismo momento en que conoció a Víctor. Pero entonces su expresión cambió y ella comenzó a temblar.
- Voy a ser mucho menos sutil. Te prometo que voy a hacer que grites mi nombre de placer bajo las sábanas, querrás que...
- ¡No!
La respuesta de Myriam salió de sus labios como una explosión justo en el momento en el que llegaba el camarero para ver si estaban listos para pedir.
¿Cómo era posible que Víctor pudiera decir algo como lo que acababa de decir y, al instante siguiente, estar hablando con el camarero sobre los platos especiales del día y el vino adecuado para acompañarlos?
- Te va a encantar este vino, amor - le dijo cuando volvieron a quedarse solos -. A mí me lo enseño tu padre. Esta cosecha es del mismo año en el que tú naciste. Y al igual que tú... - su voz se había ido convirtiendo en un sensual susurro que acariciaba las palabras mientras que la imaginación traicionera de Myriam se entretenía en preguntarse si su lengua le acariciaría la piel del mismo modo.
- No, no te voy a decir todavía las características que tenéis en común.
Myriam había pedido los mejillones en salsa que tanto había recordado durante aquellos años y los disfrutó con un placer casi infantil, sin darse cuenta de que Víctor la observaba maravillado mientras se los comía.
Al mirarla se preguntó cómo reaccionaba ella si supiera lo que estaba pensando, y lo que estaba sintiendo... y deseando. Bebió un buen trago de vino y decidió que seguramente era mejor que no tuviera la menor idea de lo que le estaba pasando por la cabeza; si lo hubiera sabido habría salido corriendo y no habría parado hasta llegar a Río.
Lo cierto era que, si ella no hubiera regresado, él habría ido a buscarla como llevaba tiempo planeando. Y ahora que estaba en casa tenía que asegurarse de que no volvía a marcharse.
En ese momento Myriam levantó la mirada como si hubiera notado los ojos de Víctor clavados en ella, pero inmediatamente él se concentró en su plato y ella se sintió estúpida por haber creído que estaba observándola a ella.
- ¡Víctor y Myriam! Me pareció que erais vosotros - una voz interrumpió sus pensamientos de repente -. ¡Qué sorpresa!
Myriam se quedó desorientada al ver aquella cara tan familiar; era una de las mejores amigas de su madrastra, por la que tampoco había sentido nunca excesiva simpatía. Le resultaba muy chocante ver a alguien conocido cuando llevaba tan poco tiempo allí, pero era comprensible ya que Emporio siempre había sido el restaurante más concurrido de la ciudad.
Podía sentir la curiosidad de Miranda, que estaba de pie al lado de su mesa mientras su marido la esperaba visiblemente impaciente por marcharse.
- ¿Hemos de entender que estáis juntos otra vez? - les dijo con una actitud tan directa que le dio náuseas -. La verdad es que siempre me pareció que habías sido demasiado impetuosa al marcharte de aquella manera el mismo día de tu boda - afirmó riéndose con falsedad -. Estoy deseando contárselo a Lisa.
Al ver que ninguno de los dos decía nada, ella continuó hablando.
- Porque no lo sabe todavía, ¿o sí? ¡Madre mía! No creo que vaya a hacerle mucha gracia. Está en el Caribe y no vuelve hasta la próxima semana, ¿no es así? - preguntó dirigiéndose a Víctor.
- Disculpadme - sin esperar a oír la respuesta, Myriam se puso en pie y se dirigió al servicio.
Sabía que era una estupidez que aquello la sorprendiera tanto, se suponía que no debía importarle lo más mínimo la relación que Víctor tuviera con su madrastra. Después de todo, ella estaba allí solo para conseguir el dinero para los niños brasileños, no era porque deseara volver con su marido. Del mismo modo que Víctor solo quería estar con ella para conseguir ese hijo, por eso y por nada más.
Aun así no podía dejar de pensar que las palabras de Miranda habían dejado bien claro lo que seguía habiendo entre Lisa y Víctor. ¿Le habría dicho a ella cuáles eran sus planes con Myriam? Por algún motivo, ella sospechaba que no.
Se secó las manos y la cara, respiró hondo y volvió al comedor con fuerzas renovadas. Cuando llegó a la mesa no había señal de Miranda, así que se sentó sin decir nada. Había empezado a dolerle la cabeza enormemente y tuvo la sensación de estar incubando una gripe o algo así; tenía el estómago revuelto y le dolían los músculos de todo el cuerpo.
- ¿Te encuentras bien?
- La verdad es que no - respondió algo confundida -. Estoy un poco mareada.
Víctor se levantó y fue hasta ella con cara de preocupación.
- Vamos afuera, el aire fresco te vendrá bien.
Al ver que se acercaba a ella, Myriam se apartó de manera instintiva; tenía que huir de aquellas manos que también habían tocado a Lisa, su enemigo; de aquella voz que ahora demostraba preocupación por ella, pero que seguramente habría pronunciado apasionadas palabras de deseo dirigidas a su madrastra. El acto de procreación que iba a compartir con ella como un mero trámite con Lisa habría sido algo más íntimo y placentero para él... Myriam comenzó a temblar incapaz de soportar las náuseas que estaba sintiendo.
Su rostro debía de estar reflejando sus pensamientos porque Víctor se dio cuenta del rechazo que sentía en aquel momento hacia él.
- Se supone que estamos dándole una segunda oportunidad a nuestro matrimonio - le susurró mientras se dirigían a la puerta del restaurante.
- Tú no quieres dar ninguna oportunidad a nuestro matrimonio - contraatacó Myriam con debilidad -. Tú lo único que quieres es... - al notar la brisa en la cara se quedó callada pensando mejor lo que iba a decir.
- ¿Me puedes decir qué demonios te ocurre?
- Nada, ya te lo he dicho, estoy un poco mareada. Claro que no es de extrañar en estas circunstancias... Nada ha cambiado, ¿verdad, Víctor? - le preguntó en tono desafiante.
- ¿Es que esperabas que lo hubiera hecho? Eso es un poco ingenuo, ¿no crees?
¡Dios! No se avergonzaba lo más mínimo de lo que estaba haciendo ni de lo que había hecho en el pasado.
- No me habías dicho que Lisa siguiera viviendo por aquí - le dijo con amargura, pero él simplemente se encogió de hombros dando a entender que aquel enfado le parecía totalmente irrelevante -. Lisa estuvo casada con mi padre, es...
- Ya sé quién es Lisa - la interrumpió drásticamente.
- Lo sabes pero no te importa, ¿verdad? - ahora que había empezado no podía dejar de decir lo que pensaba.
Víctor murmuró algo antes de contestar.
- Siempre fuiste demasiado sensible. Y demasiado... - fuera lo que fuera lo que iba a decir se perdió en el aire cuando otra pareja salió del restaurante y notaron que se quedaban mirándolos algo sorprendidos -. Este no es el lugar más apropiado para tener esta conversación - dijo él entonces agarrándola del brazo mientras comenzaba a andar hacia el coche.
- Suéltame - le pidió Myriam muy alterada -. No soporto que me toques, ni ahora ni nunca...
Era consciente de que él no era el responsable de que Miranda hubiera aparecido en el restaurante, pero sí que lo era de haber traicionado la confianza de su padre y la suya. Lo odiaba, lo despreciaba y lo aborrecía con todas sus fuerzas.
Estaba tan inmersa en su preocupación porque Víctor siguiera teniendo tanto poder sobre ella que no se dio cuenta de que habían llegado a casa hasta que vio que él estaba abriéndole la puerta desde fuera. Al salir se encontró con el cuerpo de Víctor demasiado cerca, tanto que toda ella reaccionó ante su proximidad: podía percibir su olor, tan peligrosamente masculino que hizo que se le pusiera el vello de punta; más aún cuando, al rozarle el brazo notó que se le endurecían los pezones y se le sonrojaba el rostro.
Sin mirarlo a la cara ni un segundo, se apresuró a la puerta pero, una vez allí tuvo que esperarlo porque no tenía llaves. Un inmenso pánico la invadió al observar su rostro mientras se acercaba a ella.
- Myri - susurró poniéndole ambas manos en los hombros.
- ¡No te atrevas a tocarme! - exclamó sin conseguir que la soltara.
- Escúchame.
- No.
Solo vio la furia que transmitían sus ojos durante un instante antes de que su rostro estuviera demasiado encima como para poder distinguir nada.
- Muy bien, parece que esta va a ser la única manera de comunicarme contigo.
Myriam emitió un leve grito de protesta, pero enseguida se olvidó del odio que sentía hacia él porque lo que estaba ocurriéndole era mucho más poderoso y todo su cuerpo estaba concentrado en la explosión de sensaciones que aquel beso estaba provocando.
Fue como sumergir una bola de helado en chocolate caliente: hasta el último centímetro de su piel se estaba derritiendo por él. Era mucho más intenso de lo que jamás habría podido imaginar, y eso que había imaginado aquello millones de veces.
De algún modo, la ira de Víctor se había convertido en una sensualidad en la que no solo estaban participando sus labios sino también sus lenguas, y sus manos. Los movimientos de ambos eran solo un pequeño indicio de toda la pasión contenida que existía entre ellos.
- Me has besado como si llevaras años deseando hacerlo - oyó las palabras de Víctor, mientras todavía podía sentir sus manos pasearse por su espalda y provocándole un millón de escalofríos tan fuertes como descargas eléctricas. Sin embargo, consiguió asimilar lo que quería decir aquella afirmación y, al hacerlo, se alejó de él consciente de lo que acababa de hacer.
- No deseaba nada de esto - aseguró impetuosamente -. Lo único que quiero es recuperar el dinero para ayudar a esos niños, eso es por lo que estoy aquí, acuérdate.
Se quedó mirándolo aunque, en la penumbra en la que se encontraban, no podía ver muy bien la expresión de su rostro, solo notaba que la observaba mientras ella esperaba una respuesta que preveía tajante y fría; pero en lugar de responder, se limitó a abrir la puerta y dejarla entrar en la casa. Myriam cruzó el umbral sin mirarlo siquiera y subió las escaleras, segura de que intentaría detenerla o al menos la llamaría antes de llegar arriba. Pero no fue así y ella no se atrevió a darse la vuelta.
Espero los comentarios niñas.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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