Amor por chantaje...... Final
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FannyQ
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Re: Amor por chantaje...... Final
n ono no lo dejas en lo mas emocioannteeeeeeee pon otro hoy andale siii por fiiis !!
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
me encanta esta noveliita cada vez se pone mas iinteresante aaii esa madrastra de myriiam ya siiento que la odiio jajaja xfiis niiña no tardes con el siiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Gracias por el capituloo! se esta poniendoo muy buenooo!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Re: Amor por chantaje...... Final
Gracias por el Cap Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Muchas gracias por los capitulos, esta muy padre.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Amor por chantaje...... Final
QUIERO MAS NO TARDES
CADA VEZ MEJOR JAJAJA
rodmina- VBB PLATA
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Re: Amor por chantaje...... Final
graxias x el capitulo esta muy emocionante
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
Hola niñas aqui esta el capitulo de hoy.... gracias por todos sus cometarios
Myriam estaba profundamente dormida, inmersa en el más maravilloso sueño:
- Mmm - se deslizó lánguidamente acariciando la nuca de Víctor, sintiendo su piel y enterrando después los dedos en su pelo.
- Sabes que esto es muy peligroso, ¿verdad? - la advertía él mientras aproximaba su cuerpo al de ella.
- Me gusta el peligro... especialmente si ese peligro eres tú.
Era una delicia ver cómo la miraba con aquellos intensos ojos verdes, sentir la armonía que reinaba entre ellos... pero sobre todo el deseo y la excitación que ninguno de los dos se esforzaba en ocultar. Ella esperaba sus besos con los labios entreabiertos y después se dejaba conquistar por el éxtasis que le proporcionaban.
- ¡Víctor! - aquello no era un juego sino la búsqueda de dos seres ansiosos que unían hasta el último centímetro de piel intentando estar lo más cerca posible. Él paseaba las manos por la espalda desnuda y por los lugares más íntimos del cuerpo de Myriam, que respondía con gemidos de placer. Cada beso y cada caricia la acercaba un poco más al clímax que sabía la esperaba, pero al mismo tiempo una terrible sensación de miedo también se iba apoderando de ella con igual fuerza.
- ¡No! - gritó angustiada por el pavor a perder aquello que tanto estaba disfrutando, por perder a Víctor y su amor.
Su propio grito la sacó de golpe del sueño y, durante unos segundos, no sabía qué estaba pasando ni dónde se encontraba hasta que se incorporó, encendió la lamparita de noche y se dio cuenta de que estaba en la cama de su niñez. Pero ni siquiera eso pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta y que apenas le permitía respirar. Todo había sido un sueño, pero un sueño muy real en el que Víctor... en el que ellos...
- ¿Qué ocurre, Myriam? Te he oído gritar.
Era Víctor, que acababa de entrar alarmado en su dormitorio.
- Nada, no pasa nada - negó ella sin poder ocultar la tensión. De ningún modo podría desvelarle el contenido de su sueño.
- Pero acabas de gritar - insistió él al tiempo que se acercaba a la cama. Seguía completamente, vestido, aunque se había desabrochado algunos botones de la camisa, lo que dejaba ver su pecho ligeramente cubierto de vello.
Myriam no podía apartar la mirada de él, era incapaz de olvidar que en el sueño ella había estado acariciando aquella piel, se había tumbado completamente desnuda junto a él. Sintió un tremendo escalofrío de placer.
¿Qué le estaba pasando? Hacía años que no tenía un sueño así; probablemente desde la adolescencia, cuando solía dormir en aquella misma cama. Quizás era la influencia del dormitorio y de la casa entera porque, desde luego ya no deseaba compartir ese tipo de cosas con Víctor.
- A lo mejor deberíamos llamar al médico - sugirió él sentándose en la cama -. Antes te encontrabas mal y ahora estás temblando.
Myriam era consciente de cómo sus fuerzas comenzaban a flaquear.
- No me pasa nada. Aparte del hecho de que me están chantajeando para que me acueste con alguien a quien no amo, solo para que él pueda tener el hijo que quiere. Pero - añadió con una mezcla de sarcasmo y tristeza -, no creo que le quieras contar eso al médico. Además se te da muy bien no decirle a la gente las cosas que deberían saber.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Intenta deducirlo tú solo - lo desafió con valentía y, cuando vio que seguía mirándola con el ceño fruncido, le dio más pistas - : No sé por qué no creo que le hayas dicho a Lisa cuáles eran tus planes conmigo.
Respiró hondo antes de recordarle que también se le había olvidado contarle a ella por qué iba a casarse con ella estando enamorado de su madrastra, pero Víctor la interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
- No, no lo he hecho, ni sé por qué debería hacerlo.
¿Cómo podía tener la desfachatez de decir algo así?
- ¿Por qué? - repitió Myriam estupefacta pero sin el valor suficiente para desvelar lo que realmente estaba pensando -. Sabes que se va a enterar, Miranda se lo contará nada más verla.
Descubrió sorprendida que estaba conteniendo la respiración en espera de que le dijera que Lisa ya no significaba nada para él. ¿De verdad era tan estúpida?
- Nuestro matrimonio y nuestros planes no tienen nada que ver con Lisa.
- ¿Y no te importa lo que ella piense al respecto?
- Mi deseo de tener un hijo con los genes de tu padre no tiene por qué afectar a Lisa en absoluto.
- ¿Tampoco a tu relación con ella? - Myriam no podía hacer otra cosa que seguir insistiendo.
- Escucha, sé lo que opinas de tu madrastra, pero ahora eres una mujer adulta. Mi relación con ella, como tú dices, es la que es y no se puede cambiar; y lo que siento hacia ella tampoco ha cambiado - le explicó con la mayor suavidad posible.
Víctor observó cómo los ojos de Myriam se llenaban de angustia. Sabía lo desgraciada que su madrastra la había hecho sentir y, como acababa de decirle, a él le gustaba tan poco Lisa como cuando José Antonio se casó con ella. Para él no era más que una mujer superficial, egoísta y manipuladora; pero eso no alteraba el hecho de que, como beneficiaria del testamento del señor Montemayor, Víctor tenía la responsabilidad de que recibiera los ingresos anuales a los que tenía derecho.. No obstante, era obvio que Myriam no estaba dispuesta a aceptar tal cosa.
- Víctor, creo que te odio... No, sé que te odio - afirmó ella al darse cuenta con profundo pesar del poder que seguía teniendo aquel hombre para hacerle daño. Después de cuatro años pensando que lo había olvidado y que su amor por él había muerto igual que su confianza y su respeto.
- Puedes odiarme todo lo que quieras - contestó él mientras ella se había levantado de la cama y se encontraba al lado de la ventana dándole la espalda -. Pero aun así vas a tener un hijo mío - añadió con frialdad y, antes de que pudiera recibir ninguna respuesta, dio media vuelta y salió del dormitorio cerrando la puerta tras él.
Myriam se volvió a mirar y no la sorprendió comprobar que estaba temblando de los pies a la cabeza; pero esa vez no era de miedo sino de rabia. ¿Cómo se atrevía a decirle que quería que le diera un hijo justo después de haber admitido que había otra mujer en su vida? Y no una mujer cualquiera, sino su madrastra, ni más ni menos.
Myriam no pudo volver a quedarse dormida. Echó un vistazo al reloj mientras pensaba que Víctor debía de haberla oído llorar desde su habitación. No entendía por qué había tenido aquel sueño, ni por qué la había hecho sentir tan desgraciada el descubrimiento de que seguía queriendo a Lisa.
Cualquiera habría dicho que eso significaba que seguía enamorada de Víctor, pero no era así y ella lo sabía. ¡Por supuesto que no! Ojalá pudiera estar en Río, donde se había sentido tan segura sin pensar en él.
Una vocecita dentro de su cabeza la hizo reconocer que estaba mintiéndose a sí misma.
«Está bien, quizás pienso en él de vez en cuando».
Pero enseguida la vocecita volvió a protestar.
«De acuerdo, a veces también sueño con él», tuvo que admitir para sus adentros. Pero aquello no eran sueños sino pesadillas. Y eso no quería decir que siguiera amándolo.
- Tienes media hora para desayunar antes de que nos vayamos a Londres - anunció Víctor en cuanto la vio aparecer en el comedor a la mañana siguiente.
Al oír aquello Myriam se apresuró a pensar que quizás hubiera cambiado de opinión sobre su trato a raíz de la conversación que habían tenido en su dormitorio. Seguramente la llevaba a Londres para que pudiera tomar el primer avión a Río. Ojalá fuera así.
- Yo nunca desayuno. Subiré a hacer la maleta.
- ¿La maleta? - preguntó él sorprendido -. Amor, solo vamos a ver al abogado. No vamos a pasar allí la noche. Aunque no estaría mal que te pusieras algo más formal - añadió echando un vistazo a la indumentaria algo desgastada que llevaba puesta.
- Si no te gusta la ropa que llevo... - espetó ella a la defensiva, pero no pudo terminar de hablar.
- ¿...Puedo comprarte otra? Eso era exactamente lo que estaba pensando y es lo que voy a hacer en cuanto hayamos acabado con David. No dudo que confías en mí como yo en ti, pero se me ha ocurrido que si poníamos nuestro acuerdo legalmente por escrito, te sentirías más segura. ¿Qué es eso de que no desayunas?
La rapidez con la que había cambiado de tema la había dejado tan confundida que no sabía qué responder. Además se había distraído en cuanto había oído que quería poner aquel acuerdo por escrito... ¿Acuerdo? No, más bien debía decir chantaje.
- No me extraña que estés tan delgada. Anda, toma un poco de esto - dijo sirviéndole cereales en un tazón -. Con fruta y chocolate - le dijo sonriendo -. Eran tus preferidos.
- Eso era cuando tenía trece años - le recordó Myriam, pero él no estaba haciéndole el menor caso.
- No nos vamos a ir hasta que te lo hayas comido.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que la gente piense que estás matándome de hambre además de chantajeándome? - preguntó provocadoramente.
- ¿Chantajeándote? - no pudo decir nada más al respecto porque en ese momento sonó el teléfono -. Debe de ser la llamada de negocios que estaba esperando. Voy a contestar desde el despacho.
Cuando se hubo marchado Myriam se quedó mirando el tazón de cereales dispuesta a no probarlos siquiera, pero mientras pensaba en los niños de Brasil empezó a comer de forma distraída y, cuando quiso darse cuenta, tuvo que admitir que estaban gustándole, aunque apartó el cuenco sin terminar el contenido.
El despacho del abogado estaba en el mismo edificio en el que había estado la empresa de su padre y que ahora, obviamente, pertenecía a Víctor.
Una enorme nostalgia invadió a Myriam al recordar todas las veces que había estado allí con su padre. Todavía lo echaba mucho de menos, no con el indescriptible dolor de los primeros meses, sino con una tristeza que había llegado a ser parte inherente de su carácter.
- Llevo siglos pensando en cambiar las oficinas de edificio - le dijo Víctor mientras se dirigían hacia el ascensor.- Todavía tengo la sensación de que en cualquier momento va a aparecer tu padre. Sigo echándolo de menos, me imagino que siempre lo haré.
Lo que acababa de decir era tan parecido a lo que ella estaba pensando que Myriam no podía hablar por miedo a delatar sus emociones; lo único que podía hacer era mirar hacia otro lado para que él no viera lo que tan claramente reflejaba su rostro. ¿Cómo podía hablar así de su padre y al mismo tiempo traicionarlo enamorándose de su esposa?
En la estrechez del ascensor Víctor le rozó el brazo provocándole un calambre que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Myriam se preguntara cómo demonios iba a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la tocara. Se las había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche anterior, pero el sueño que había tenido después... Ahí no parecía que estuviera costándole ningún esfuerzo estar con él.
- ¡No! - exclamó de pronto intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó Víctor alarmado -. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente creo que deberíamos ir al médico, puede que tengas algún virus.
- Estoy bien - farfulló ella justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto le rondó por la cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a tiempo de decir que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio y entonces podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas sus fuerzas alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría perdonado a sí misma un comportamiento tan egoísta.
En la oficina del abogado los recibió una mujer que parecía conocer bien a Víctor.
- David no tardará nada - les dijo amablemente -. No quería marcharse porque sabía que ibais a venir, pero le han llamado para un caso urgente.
Se volvió sonriente hacía Myriam como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían aproximadamente la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba embarazada, lo que hizo que Myriam retirara la mirada con nerviosismo.
- ¡Aquí estás, cariño! - dijo entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un hombre-. Le estaba explicando a Víctor que habías tenido que marcharte.
Al verlos darse un beso Myriam se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que dedujo que serían marido y mujer, justo cuando Víctor los presentó como David y Charlotte Bryant.
- Encantado de conocerla, señora García - la saludó David Bryant estrechándole la mano-. He oído hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por supuesto, era muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él y de usted. Sé lo que habría significado para él saber que Víctor y usted... han decidido... que se han reconciliado - se quedó callado visiblemente incómodo por lo que acababa de decir, pero Myriam lo hizo sentir mejor al pedirle que la tuteara; aunque la fastidiaba que Víctor hubiera estado tan seguro de que iba a aceptar su plan como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía olvidar que era un experto manipulador.
- Sí - intervino Charlotte Bryant -. La madre de David habla mucho del señor Montemayor y de Víctor, le está muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible ataque cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
- Era lo mínimo que podía hacer - respondió Víctor sin mucha efusividad, como si no le apeteciera hablar del tema.
Myriam sintió un escalofrío. Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría salido Víctor tras ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que la había dejado irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había sentido aliviado, pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada en algo más?
Era obvio que Charlotte y David Bryant apreciaban mucho a Víctor, sin embargo ellos no lo conocían tan bien como ella.
- Bueno... ¿qué te parece si lo celebramos con una copa de champán? - sugirió él nada más salieron del edificio -. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la hora de la comida...
- Puede que tú tengas algo que celebrar, pero yo no - contestó Myriam airada por su ocurrencia.
- ¿Ah, no? Acabo de firmar un documento legal por el que me comprometo a donar un millón de libras a tu organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que suficiente para una celebración - le dijo Víctor mientras la agarraba del brazo.
Myriam trató de alejarse pero él no se lo permitió.
- Puede que en otras circunstancias... pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de ese dinero...
Se quedó unos segundos mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar lanzándole una advertencia.
- Tú querías mucho a tu padre, ¿verdad? - le preguntó con tristeza.
- Sabes que sí.
- Entonces, ¿qué crees que le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y los tuyos fueran a pasar a una nueva generación?
Myriam tardó unos segundos en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado aquella pregunta y, cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
- ¿Cómo puedes hacerme esto, Víctor? Cómo te atreves a utilizar a mi padre para chantajearme?
- Estás acusándome todo el tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a hacer lo mismo.
- ¿De qué me ibas a acusar tú? - lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de contestar, le dijo con calma:
- Ya que no quieres comer, podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para ti.
- No quiero ropa nueva - empezó a decir ella, pero Víctor no estaba haciéndole caso sino que estaba intentando parar un taxi.
Como todavía la tenía agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que pasara un grupo de gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al mirarlo, percibió el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era mucho más evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más miedo le daba era ella misma.
- Y recuerda una cosa - le dijo justo cuando consiguió que un taxi parara -, a partir de esta noche dormirás en mi cama.
Myriam, perdió la mirada en las calles mientras pedía al cielo que se quedara embarazada rápidamente. Ojalá bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo de tal petición no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana cuando virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado con niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para sobrevivir y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si dándole un hijo a Víctor podía salvar a uno de esos niños...
El hijo de Víctor y ella. De forma inconsciente, Myriam se volvió a mirarlo y, al igual que había hecho ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había al otro lado de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle algo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
- No, no, esto es más que suficiente - protestó Myriam desesperada al ver la cantidad de prendas que le había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al principio se había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas, ahora sentía una especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña después de comer demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su conciencia estaba haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se podrían alimentar con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en el espejo para ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le estaba explicando cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para ajustarse y resaltar las curvas femeninas y Víctor debía de estar de acuerdo porque no dejaba de mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos eran demasiado sexys para una mujer como ella.
- No me veo con ellos - murmuró ella dubitativa.
- ¿Por qué no? - le preguntó Víctor extrañado.- A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Myriam no vio en él más que un gesto de menosprecio, seguramente porque Lisa siempre vestía a la moda y con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella, que se sentía incómoda con unos simples vaqueros.
¿Pensaría que vistiéndola de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al tipo de mujeres que a él le gustaban?
Myriam nunca olvidaría los comentarios de desprecio que le había hecho Lisa el día de su boda y, quizás esos comentarios habían sido la causa de que desde entonces, siempre hubiera preferido la ropa ancha que ocultara su figura más que resaltarla.
De pronto se dio cuenta de que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Víctor nunca había mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni siquiera la había besado de verdad... Sin embargo ahora quería comprarle ropa que exaltara sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil acostarse con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Lisa?.
- No - insistió ella dirigiéndose a la dependienta -. Son demasiado caros y no creo que fuera a ponérmelos mucho.
- Nos los llevamos - intervino Víctor zanjando la cuestión -. Si es por tu conciencia social - dijo mirando a Myriam con una sonrisa en los labios -, déjame que te recuerde que es mi dinero lo que vamos a gastarnos.
- ¿Tu dinero? - repitió ella enfadada -. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo comprarme mi propia ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el trabajo que hacía.
Antes de poder oír aquello la dependienta se había alejado de ellos con total discreción.
- Ya sé que puedes hacerlo - admitió Víctor -. Pero creo que un marido puede concederle a su esposa ciertos caprichos.
- Si lo que quieres es darme un «capricho» - respondió ella con soberbia -, hay otras cosas que me harían más ilusión.
- No has cambiado nada, amor - la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia y luminosa -. Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa que se puso Lisa, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte un vestido para la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que habían dejado abandonados cerca del pueblo.
Myriam notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le había encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la insistencia de Lisa, había comprado la comida pero también un vestido horroroso lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Lisa otra vez. ¿Estaría Víctor pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía estar comprándole ropa a ella en lugar de a Myriam?
- De todas maneras - dijo antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo-, no sería muy lógico comprar ahora toda esta ropa - Víctor la miró confundido y ella se sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación -. Estas cosas son bastante ajustadas y.. bueno... probablemente dentro de nada tenga que buscar prendas un poco más anchas - al ver que su sonrisa al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo, Myriam se sintió aún más incómoda.
- Si te refieres a que pronto necesitarás ropa de maternidad, tienes razón - asintió sin ocultar cuánto se estaba divirtiendo -. Pero creo que nuestra reconciliación ya va a ocasionar suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada - entonces la miró de soslayo y añadió con dulzura: - He de decir que me has sorprendido; no pensaba que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
- ¡No es eso lo que quería decir! - protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer que se atreviera a bromear con ese tema -. Es solo que no quiero ver cómo tiras el dinero en ropa que...
- ¿Te sentirás mejor si te digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese refugio?
Myriam se quedó boquiabierta pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel modo, no quería recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado que era.
- Eso es soborno - dijo para paliar su momentánea debilidad.
- Bueno, tú decides - respondió él sin darle mayor importancia -. Pero piensa que cuanto menos te gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría algo que no fuera capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era que, al salir de la tienda, Myriam tenía un vestuario totalmente renovado y un increíble sentimiento de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños brasileños iban a disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
- Me imagino que tampoco ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda Fountain - mencionó Víctor nada más salir de la boutique.
Por alguna razón, el mero hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces había ido con su padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad de la calle. Solo por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Víctor y ella estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese hijo que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había surgido entre ellos.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que olvidara la traición de la que había sido víctima? No podía ser cierto que fuera una mujer tan débil y vulnerable.
Levantó la cabeza llena de orgullo y respondió con una sonrisa:
- La verdad es que no creo que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan ajustada que acabamos de comprar.
- Sin embargo yo creo que no te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por supuesto que pensaba eso! Lisa era mucho más voluptuosa que ella.
- Bueno, si te sales con la tuya, lo haré pronto - respondió Myriam y, acto seguido empezó a arderle la cara por el rubor.
Víctor la miró durante unos segundos esbozando una pícara sonrisa.
- Si eso es una sugerencia...
Myriam lo interrumpió al instante negando con la cabeza.
- El día que te sugiera que me lleves a la cama - le dijo con furia -, será...
- Ten cuidado - respondió él suavemente. Ya te he advertido del peligro de ponerme a prueba.
esta emocionante verdad...
Capítulo 4
Myriam estaba profundamente dormida, inmersa en el más maravilloso sueño:
- Mmm - se deslizó lánguidamente acariciando la nuca de Víctor, sintiendo su piel y enterrando después los dedos en su pelo.
- Sabes que esto es muy peligroso, ¿verdad? - la advertía él mientras aproximaba su cuerpo al de ella.
- Me gusta el peligro... especialmente si ese peligro eres tú.
Era una delicia ver cómo la miraba con aquellos intensos ojos verdes, sentir la armonía que reinaba entre ellos... pero sobre todo el deseo y la excitación que ninguno de los dos se esforzaba en ocultar. Ella esperaba sus besos con los labios entreabiertos y después se dejaba conquistar por el éxtasis que le proporcionaban.
- ¡Víctor! - aquello no era un juego sino la búsqueda de dos seres ansiosos que unían hasta el último centímetro de piel intentando estar lo más cerca posible. Él paseaba las manos por la espalda desnuda y por los lugares más íntimos del cuerpo de Myriam, que respondía con gemidos de placer. Cada beso y cada caricia la acercaba un poco más al clímax que sabía la esperaba, pero al mismo tiempo una terrible sensación de miedo también se iba apoderando de ella con igual fuerza.
- ¡No! - gritó angustiada por el pavor a perder aquello que tanto estaba disfrutando, por perder a Víctor y su amor.
Su propio grito la sacó de golpe del sueño y, durante unos segundos, no sabía qué estaba pasando ni dónde se encontraba hasta que se incorporó, encendió la lamparita de noche y se dio cuenta de que estaba en la cama de su niñez. Pero ni siquiera eso pudo deshacer el nudo que tenía en la garganta y que apenas le permitía respirar. Todo había sido un sueño, pero un sueño muy real en el que Víctor... en el que ellos...
- ¿Qué ocurre, Myriam? Te he oído gritar.
Era Víctor, que acababa de entrar alarmado en su dormitorio.
- Nada, no pasa nada - negó ella sin poder ocultar la tensión. De ningún modo podría desvelarle el contenido de su sueño.
- Pero acabas de gritar - insistió él al tiempo que se acercaba a la cama. Seguía completamente, vestido, aunque se había desabrochado algunos botones de la camisa, lo que dejaba ver su pecho ligeramente cubierto de vello.
Myriam no podía apartar la mirada de él, era incapaz de olvidar que en el sueño ella había estado acariciando aquella piel, se había tumbado completamente desnuda junto a él. Sintió un tremendo escalofrío de placer.
¿Qué le estaba pasando? Hacía años que no tenía un sueño así; probablemente desde la adolescencia, cuando solía dormir en aquella misma cama. Quizás era la influencia del dormitorio y de la casa entera porque, desde luego ya no deseaba compartir ese tipo de cosas con Víctor.
- A lo mejor deberíamos llamar al médico - sugirió él sentándose en la cama -. Antes te encontrabas mal y ahora estás temblando.
Myriam era consciente de cómo sus fuerzas comenzaban a flaquear.
- No me pasa nada. Aparte del hecho de que me están chantajeando para que me acueste con alguien a quien no amo, solo para que él pueda tener el hijo que quiere. Pero - añadió con una mezcla de sarcasmo y tristeza -, no creo que le quieras contar eso al médico. Además se te da muy bien no decirle a la gente las cosas que deberían saber.
- ¿Qué quieres decir con eso?
- Intenta deducirlo tú solo - lo desafió con valentía y, cuando vio que seguía mirándola con el ceño fruncido, le dio más pistas - : No sé por qué no creo que le hayas dicho a Lisa cuáles eran tus planes conmigo.
Respiró hondo antes de recordarle que también se le había olvidado contarle a ella por qué iba a casarse con ella estando enamorado de su madrastra, pero Víctor la interrumpió antes de que pudiera hacerlo.
- No, no lo he hecho, ni sé por qué debería hacerlo.
¿Cómo podía tener la desfachatez de decir algo así?
- ¿Por qué? - repitió Myriam estupefacta pero sin el valor suficiente para desvelar lo que realmente estaba pensando -. Sabes que se va a enterar, Miranda se lo contará nada más verla.
Descubrió sorprendida que estaba conteniendo la respiración en espera de que le dijera que Lisa ya no significaba nada para él. ¿De verdad era tan estúpida?
- Nuestro matrimonio y nuestros planes no tienen nada que ver con Lisa.
- ¿Y no te importa lo que ella piense al respecto?
- Mi deseo de tener un hijo con los genes de tu padre no tiene por qué afectar a Lisa en absoluto.
- ¿Tampoco a tu relación con ella? - Myriam no podía hacer otra cosa que seguir insistiendo.
- Escucha, sé lo que opinas de tu madrastra, pero ahora eres una mujer adulta. Mi relación con ella, como tú dices, es la que es y no se puede cambiar; y lo que siento hacia ella tampoco ha cambiado - le explicó con la mayor suavidad posible.
Víctor observó cómo los ojos de Myriam se llenaban de angustia. Sabía lo desgraciada que su madrastra la había hecho sentir y, como acababa de decirle, a él le gustaba tan poco Lisa como cuando José Antonio se casó con ella. Para él no era más que una mujer superficial, egoísta y manipuladora; pero eso no alteraba el hecho de que, como beneficiaria del testamento del señor Montemayor, Víctor tenía la responsabilidad de que recibiera los ingresos anuales a los que tenía derecho.. No obstante, era obvio que Myriam no estaba dispuesta a aceptar tal cosa.
- Víctor, creo que te odio... No, sé que te odio - afirmó ella al darse cuenta con profundo pesar del poder que seguía teniendo aquel hombre para hacerle daño. Después de cuatro años pensando que lo había olvidado y que su amor por él había muerto igual que su confianza y su respeto.
- Puedes odiarme todo lo que quieras - contestó él mientras ella se había levantado de la cama y se encontraba al lado de la ventana dándole la espalda -. Pero aun así vas a tener un hijo mío - añadió con frialdad y, antes de que pudiera recibir ninguna respuesta, dio media vuelta y salió del dormitorio cerrando la puerta tras él.
Myriam se volvió a mirar y no la sorprendió comprobar que estaba temblando de los pies a la cabeza; pero esa vez no era de miedo sino de rabia. ¿Cómo se atrevía a decirle que quería que le diera un hijo justo después de haber admitido que había otra mujer en su vida? Y no una mujer cualquiera, sino su madrastra, ni más ni menos.
Myriam no pudo volver a quedarse dormida. Echó un vistazo al reloj mientras pensaba que Víctor debía de haberla oído llorar desde su habitación. No entendía por qué había tenido aquel sueño, ni por qué la había hecho sentir tan desgraciada el descubrimiento de que seguía queriendo a Lisa.
Cualquiera habría dicho que eso significaba que seguía enamorada de Víctor, pero no era así y ella lo sabía. ¡Por supuesto que no! Ojalá pudiera estar en Río, donde se había sentido tan segura sin pensar en él.
Una vocecita dentro de su cabeza la hizo reconocer que estaba mintiéndose a sí misma.
«Está bien, quizás pienso en él de vez en cuando».
Pero enseguida la vocecita volvió a protestar.
«De acuerdo, a veces también sueño con él», tuvo que admitir para sus adentros. Pero aquello no eran sueños sino pesadillas. Y eso no quería decir que siguiera amándolo.
- Tienes media hora para desayunar antes de que nos vayamos a Londres - anunció Víctor en cuanto la vio aparecer en el comedor a la mañana siguiente.
Al oír aquello Myriam se apresuró a pensar que quizás hubiera cambiado de opinión sobre su trato a raíz de la conversación que habían tenido en su dormitorio. Seguramente la llevaba a Londres para que pudiera tomar el primer avión a Río. Ojalá fuera así.
- Yo nunca desayuno. Subiré a hacer la maleta.
- ¿La maleta? - preguntó él sorprendido -. Amor, solo vamos a ver al abogado. No vamos a pasar allí la noche. Aunque no estaría mal que te pusieras algo más formal - añadió echando un vistazo a la indumentaria algo desgastada que llevaba puesta.
- Si no te gusta la ropa que llevo... - espetó ella a la defensiva, pero no pudo terminar de hablar.
- ¿...Puedo comprarte otra? Eso era exactamente lo que estaba pensando y es lo que voy a hacer en cuanto hayamos acabado con David. No dudo que confías en mí como yo en ti, pero se me ha ocurrido que si poníamos nuestro acuerdo legalmente por escrito, te sentirías más segura. ¿Qué es eso de que no desayunas?
La rapidez con la que había cambiado de tema la había dejado tan confundida que no sabía qué responder. Además se había distraído en cuanto había oído que quería poner aquel acuerdo por escrito... ¿Acuerdo? No, más bien debía decir chantaje.
- No me extraña que estés tan delgada. Anda, toma un poco de esto - dijo sirviéndole cereales en un tazón -. Con fruta y chocolate - le dijo sonriendo -. Eran tus preferidos.
- Eso era cuando tenía trece años - le recordó Myriam, pero él no estaba haciéndole el menor caso.
- No nos vamos a ir hasta que te lo hayas comido.
- ¿Por qué? ¿Tienes miedo de que la gente piense que estás matándome de hambre además de chantajeándome? - preguntó provocadoramente.
- ¿Chantajeándote? - no pudo decir nada más al respecto porque en ese momento sonó el teléfono -. Debe de ser la llamada de negocios que estaba esperando. Voy a contestar desde el despacho.
Cuando se hubo marchado Myriam se quedó mirando el tazón de cereales dispuesta a no probarlos siquiera, pero mientras pensaba en los niños de Brasil empezó a comer de forma distraída y, cuando quiso darse cuenta, tuvo que admitir que estaban gustándole, aunque apartó el cuenco sin terminar el contenido.
El despacho del abogado estaba en el mismo edificio en el que había estado la empresa de su padre y que ahora, obviamente, pertenecía a Víctor.
Una enorme nostalgia invadió a Myriam al recordar todas las veces que había estado allí con su padre. Todavía lo echaba mucho de menos, no con el indescriptible dolor de los primeros meses, sino con una tristeza que había llegado a ser parte inherente de su carácter.
- Llevo siglos pensando en cambiar las oficinas de edificio - le dijo Víctor mientras se dirigían hacia el ascensor.- Todavía tengo la sensación de que en cualquier momento va a aparecer tu padre. Sigo echándolo de menos, me imagino que siempre lo haré.
Lo que acababa de decir era tan parecido a lo que ella estaba pensando que Myriam no podía hablar por miedo a delatar sus emociones; lo único que podía hacer era mirar hacia otro lado para que él no viera lo que tan claramente reflejaba su rostro. ¿Cómo podía hablar así de su padre y al mismo tiempo traicionarlo enamorándose de su esposa?
En la estrechez del ascensor Víctor le rozó el brazo provocándole un calambre que recorrió su cuerpo de arriba abajo. Aquello hizo que Myriam se preguntara cómo demonios iba a engendrar un hijo con él cuando ni siquiera soportaba que la tocara. Se las había arreglado para aguantar el beso que le había dado la noche anterior, pero el sueño que había tenido después... Ahí no parecía que estuviera costándole ningún esfuerzo estar con él.
- ¡No! - exclamó de pronto intentando alejar aquellos pensamientos de su cabeza.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó Víctor alarmado -. ¿Te encuentras mal otra vez? Realmente creo que deberíamos ir al médico, puede que tengas algún virus.
- Estoy bien - farfulló ella justo cuando se abrían las puertas del ascensor. De pronto le rondó por la cabeza la posibilidad de cambiar de opinión; todavía estaba a tiempo de decir que no era lo bastante fuerte para llevar a cabo ese sacrificio y entonces podría volver a Río. Sin embargo, aunque habría deseado con todas sus fuerzas alejarse de allí en ese mismo momento, sabía que nunca se habría perdonado a sí misma un comportamiento tan egoísta.
En la oficina del abogado los recibió una mujer que parecía conocer bien a Víctor.
- David no tardará nada - les dijo amablemente -. No quería marcharse porque sabía que ibais a venir, pero le han llamado para un caso urgente.
Se volvió sonriente hacía Myriam como si estuviera disculpándose. Ambas mujeres tendrían aproximadamente la misma edad; la recepcionista tenía el pelo castaño y estaba embarazada, lo que hizo que Myriam retirara la mirada con nerviosismo.
- ¡Aquí estás, cariño! - dijo entonces la mujer cuando se abrió la puerta y apareció un hombre-. Le estaba explicando a Víctor que habías tenido que marcharte.
Al verlos darse un beso Myriam se fijó en que ambos llevaban anillo de casados, así que dedujo que serían marido y mujer, justo cuando Víctor los presentó como David y Charlotte Bryant.
- Encantado de conocerla, señora García - la saludó David Bryant estrechándole la mano-. He oído hablar muchísimo de usted. Mi tío Henry la quería mucho y, por supuesto, era muy amigo de su padre. Mi madre me ha contado muchas cosas de él y de usted. Sé lo que habría significado para él saber que Víctor y usted... han decidido... que se han reconciliado - se quedó callado visiblemente incómodo por lo que acababa de decir, pero Myriam lo hizo sentir mejor al pedirle que la tuteara; aunque la fastidiaba que Víctor hubiera estado tan seguro de que iba a aceptar su plan como para contarle a su abogado que se habían «reconciliado».
No debía olvidar que era un experto manipulador.
- Sí - intervino Charlotte Bryant -. La madre de David habla mucho del señor Montemayor y de Víctor, le está muy agradecida por todo lo que hizo cuando Henry tuvo aquel terrible ataque cardiaco y estuvo tantas horas en el hospital junto a él.
- Era lo mínimo que podía hacer - respondió Víctor sin mucha efusividad, como si no le apeteciera hablar del tema.
Myriam sintió un escalofrío. Si Henry no hubiera tenido ese ataque al corazón, ¿habría salido Víctor tras ella para evitar que se marchara? Siempre había pensado que la había dejado irse porque su marcha le era indiferente, o incluso se había sentido aliviado, pero ahora parecía que estaba equivocada. ¿Estaría equivocada en algo más?
Era obvio que Charlotte y David Bryant apreciaban mucho a Víctor, sin embargo ellos no lo conocían tan bien como ella.
- Bueno... ¿qué te parece si lo celebramos con una copa de champán? - sugirió él nada más salieron del edificio -. No estamos lejos de un restaurante estupendo, y es la hora de la comida...
- Puede que tú tengas algo que celebrar, pero yo no - contestó Myriam airada por su ocurrencia.
- ¿Ah, no? Acabo de firmar un documento legal por el que me comprometo a donar un millón de libras a tu organización benéfica, yo creo que ese es motivo más que suficiente para una celebración - le dijo Víctor mientras la agarraba del brazo.
Myriam trató de alejarse pero él no se lo permitió.
- Puede que en otras circunstancias... pero dado que acabo de venderte mi cuerpo a cambio de ese dinero...
Se quedó unos segundos mirándola sin decir nada pero con esa mirada parecía estar lanzándole una advertencia.
- Tú querías mucho a tu padre, ¿verdad? - le preguntó con tristeza.
- Sabes que sí.
- Entonces, ¿qué crees que le habría parecido la idea de que, sus genes, los de tu madre y los tuyos fueran a pasar a una nueva generación?
Myriam tardó unos segundos en sobreponerse a la extraña emoción que le había provocado aquella pregunta y, cuando lo hizo, su voz sonó temblorosa y entrecortada.
- ¿Cómo puedes hacerme esto, Víctor? Cómo te atreves a utilizar a mi padre para chantajearme?
- Estás acusándome todo el tiempo, deberías tener cuidado para que yo no empiece a hacer lo mismo.
- ¿De qué me ibas a acusar tú? - lo desafió ella sin miedo alguno, pero en lugar de contestar, le dijo con calma:
- Ya que no quieres comer, podríamos ir de compras a ver si encontramos algo de ropa para ti.
- No quiero ropa nueva - empezó a decir ella, pero Víctor no estaba haciéndole caso sino que estaba intentando parar un taxi.
Como todavía la tenía agarrada del brazo, tuvo que acercarse a él para dejar que pasara un grupo de gente; al hacerlo pudo sentir la suavidad de su traje y, al mirarlo, percibió el aura de poder que siempre había tenido, pero que ahora era mucho más evidente. Era un poder que le daba cierto miedo, aunque lo que más miedo le daba era ella misma.
- Y recuerda una cosa - le dijo justo cuando consiguió que un taxi parara -, a partir de esta noche dormirás en mi cama.
Myriam, perdió la mirada en las calles mientras pedía al cielo que se quedara embarazada rápidamente. Ojalá bastara con acostarse con él una sola vez.
El motivo de tal petición no era que le diera miedo el sexo; no estaba en la época victoriana cuando virginidad era sinónimo de desconocimiento. Además, en Río había hablado con niños y niñas que se habían visto obligados a vender su cuerpo para sobrevivir y que le habían contado explícitamente lo que solían pedirles. Si dándole un hijo a Víctor podía salvar a uno de esos niños...
El hijo de Víctor y ella. De forma inconsciente, Myriam se volvió a mirarlo y, al igual que había hecho ella solo unos segundos antes, estaba concentrado en lo que había al otro lado de la ventanilla del coche. Se aclaró la garganta para decirle algo, pero no tuvo oportunidad de hacerlo porque habían llegado a su destino.
- No, no, esto es más que suficiente - protestó Myriam desesperada al ver la cantidad de prendas que le había traído la dependienta de la boutique.
Aunque al principio se había visto tentada por el diseño y la abundancia de prendas, ahora sentía una especie de náusea que le recordaba a lo que sentía de niña después de comer demasiado helado. Por muy bonito que fuese todo aquello, su conciencia estaba haciéndola sentir culpable al pensar en la de niños que se podrían alimentar con el dinero que se iba a gastar allí.
Se miró en el espejo para ver los vaqueros que acababa de ponerse. La dependienta le estaba explicando cómo el diseño de aquellos pantalones estaba pensado para ajustarse y resaltar las curvas femeninas y Víctor debía de estar de acuerdo porque no dejaba de mirarla; o quizás estuviera pensando que aquellos tejanos eran demasiado sexys para una mujer como ella.
- No me veo con ellos - murmuró ella dubitativa.
- ¿Por qué no? - le preguntó Víctor extrañado.- A mí me parece que te quedan muy bien.
Pero Myriam no vio en él más que un gesto de menosprecio, seguramente porque Lisa siempre vestía a la moda y con ropa muy sexy; debía de estar comparándola con ella, que se sentía incómoda con unos simples vaqueros.
¿Pensaría que vistiéndola de aquel modo iba a resultarle más atractiva más parecida al tipo de mujeres que a él le gustaban?
Myriam nunca olvidaría los comentarios de desprecio que le había hecho Lisa el día de su boda y, quizás esos comentarios habían sido la causa de que desde entonces, siempre hubiera preferido la ropa ancha que ocultara su figura más que resaltarla.
De pronto se dio cuenta de que, hasta que decidió que quería tener un hijo con ella, Víctor nunca había mostrado el menor interés físico por ella. Antes de su boda ni siquiera la había besado de verdad... Sin embargo ahora quería comprarle ropa que exaltara sus cualidades femeninas. ¿Por qué? ¿Por qué así le sería más fácil acostarse con ella? ¿Por qué la haría parecerse más a Lisa?.
- No - insistió ella dirigiéndose a la dependienta -. Son demasiado caros y no creo que fuera a ponérmelos mucho.
- Nos los llevamos - intervino Víctor zanjando la cuestión -. Si es por tu conciencia social - dijo mirando a Myriam con una sonrisa en los labios -, déjame que te recuerde que es mi dinero lo que vamos a gastarnos.
- ¿Tu dinero? - repitió ella enfadada -. Pues déjame que te recuerde yo a ti que puedo comprarme mi propia ropa. Aunque no era mucho, en Río recibía un sueldo por el trabajo que hacía.
Antes de poder oír aquello la dependienta se había alejado de ellos con total discreción.
- Ya sé que puedes hacerlo - admitió Víctor -. Pero creo que un marido puede concederle a su esposa ciertos caprichos.
- Si lo que quieres es darme un «capricho» - respondió ella con soberbia -, hay otras cosas que me harían más ilusión.
- No has cambiado nada, amor - la sonrisa que había en sus labios se hizo aún más amplia y luminosa -. Me acuerdo de lo sorprendido que se quedó tu padre, y lo furiosa que se puso Lisa, aquella vez que insististe en que, en lugar de comprarte un vestido para la fiesta de Navidad, comprara comida para unos caballitos que habían dejado abandonados cerca del pueblo.
Myriam notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas al recordar aquello. A su padre le había encantado que se preocupara tanto por esos animales y al final, ante la insistencia de Lisa, había comprado la comida pero también un vestido horroroso lleno de lazos rosas que había elegido su madrastra sin darse cuenta, o sin querer darse cuenta, de que ya era una adolescente.
Lisa otra vez. ¿Estaría Víctor pensando en ella en ese mismo instante? ¿Desearía estar comprándole ropa a ella en lugar de a Myriam?
- De todas maneras - dijo antes de que sus pensamientos se apoderaran de ella por completo-, no sería muy lógico comprar ahora toda esta ropa - Víctor la miró confundido y ella se sonrojó ante la idea de tener que darle aquella explicación -. Estas cosas son bastante ajustadas y.. bueno... probablemente dentro de nada tenga que buscar prendas un poco más anchas - al ver que su sonrisa al darse cuenta de a qué se estaba refiriendo, Myriam se sintió aún más incómoda.
- Si te refieres a que pronto necesitarás ropa de maternidad, tienes razón - asintió sin ocultar cuánto se estaba divirtiendo -. Pero creo que nuestra reconciliación ya va a ocasionar suficiente curiosidad sin que parezca que estás embarazada - entonces la miró de soslayo y añadió con dulzura: - He de decir que me has sorprendido; no pensaba que te apeteciera tanto llevar a cabo nuestro acuerdo.
- ¡No es eso lo que quería decir! - protestó ella tan rápido como pudo. No podía creer que se atreviera a bromear con ese tema -. Es solo que no quiero ver cómo tiras el dinero en ropa que...
- ¿Te sentirás mejor si te digo que por cada libra que gastes, daré otra a ese refugio?
Myriam se quedó boquiabierta pero reaccionó inmediatamente. No quería verlo de aquel modo, no quería recordar lo maravilloso y especial que una vez había pensado que era.
- Eso es soborno - dijo para paliar su momentánea debilidad.
- Bueno, tú decides - respondió él sin darle mayor importancia -. Pero piensa que cuanto menos te gastes en ti, menos recibirán esos niños.
¿Habría algo que no fuera capaz de hacer con tal de salirse con la suya? El caso era que, al salir de la tienda, Myriam tenía un vestuario totalmente renovado y un increíble sentimiento de culpabilidad; aunque también pensó en que los niños brasileños iban a disfrutar de una buena cantidad de dinero extra.
- Me imagino que tampoco ahora querrás celebrar nuestras adquisiciones en Soda Fountain - mencionó Víctor nada más salir de la boutique.
Por alguna razón, el mero hecho de escuchar el nombre de aquel lugar al que tantas veces había ido con su padre la llenó de una emoción tal que la dejó parada en mitad de la calle. Solo por un instante deseó que las cosas fueran diferentes: que Víctor y ella estuvieran haciendo un verdadero esfuerzo por empezar de nuevo y que ese hijo que planeaban tener fuera el fruto del amor y el entendimiento que había surgido entre ellos.
¿Qué diablos le pasaba? ¿Es que la sola mención de Soda Fountain bastaba para que olvidara la traición de la que había sido víctima? No podía ser cierto que fuera una mujer tan débil y vulnerable.
Levantó la cabeza llena de orgullo y respondió con una sonrisa:
- La verdad es que no creo que un tentempié lleno de calorías vaya bien con la ropa tan ajustada que acabamos de comprar.
- Sin embargo yo creo que no te vendría nada mal engordar un poco.
¡Por supuesto que pensaba eso! Lisa era mucho más voluptuosa que ella.
- Bueno, si te sales con la tuya, lo haré pronto - respondió Myriam y, acto seguido empezó a arderle la cara por el rubor.
Víctor la miró durante unos segundos esbozando una pícara sonrisa.
- Si eso es una sugerencia...
Myriam lo interrumpió al instante negando con la cabeza.
- El día que te sugiera que me lleves a la cama - le dijo con furia -, será...
- Ten cuidado - respondió él suavemente. Ya te he advertido del peligro de ponerme a prueba.
esta emocionante verdad...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: Amor por chantaje...... Final
hahahaha se va a quemar por andar jugando con fuego hahaha grx
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
que buena esta siguele
no tardes
rodmina- VBB PLATA
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Re: Amor por chantaje...... Final
Si niña esta muy emcionante la novela Gacias Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Ayy nanita, no lo reten porque se atreve jajaja!!! Gracias por el capítulo niña, esperamos el siguiente!!!
Marianita- STAFF
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Re: Amor por chantaje...... Final
graciias x el cap niiña me encanto xfiis no tardes con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
jajaja graxias x el capitulo
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
aqui hace falta capii donde esta el capi jjaa esque esta muy buena la nove estaremos esperando saludos
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
gracias por una nueva novelita...siguele por fa pronto
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Amor por chantaje...... Final
Hola niñas una disculpa por no poner capitulos este fin de semana pero sali fuera de la ciudad y a donde fui no hay internet, aunque me lleve mi compu pues no pude.
Pero para compensarlas hoy les pondre dos capitulos uno ahorita y el otro por la tarde....
En un gesto casi infantil, Myriam se empeñó en mantener los ojos cerrados a pesar de que llevaba despierta más de diez minutos, porque sabía lo que encontraría a su lado.
En el jardín se oía el canto de un mirlo y eso la ayudó a olvidarse un poco del nudo que tenía en el estómago y abrir los ojos. Pero en el otro lado de la cama no estaba quien ella temía; miró la almohada donde debería haber estado la huella de la cabeza de Víctor y comprobó que allí no había dormido nadie.
Ya hacía cinco días desde que habían vuelto de Londres y todavía no había ocurrido nada; Víctor y ella aún no habían...
También era cierto que él había estado de viaje tres de esos cinco días, pero Myriam se había trasladado al dormitorio principal al llegar de sus compras, y lo había hecho llena de nerviosismo. Aun así Víctor había preferido dormir en el sofá de abajo; había asegurado que el motivo eran unas llamadas desde Estados Unidos que esperaba recibir para zanjar un importante negocio.
- Es una tontería que te moleste en mitad de la noche cada vez que tenga que entrar o salir - le había explicado al verlo después de la primera noche que había pasado sola en aquella enorme cama -. Espero que no estés decepcionada.
Myriam no había sabido qué responder y se había asegurado a sí misma que se alegraba de que fuera a marcharse durante unos cuantos días; pero lo cierto era que en su ausencia, probablemente porque no estaba acostumbrada a tener tanto tiempo para pensar, no había podido evitar preguntarse por qué no había hecho el menor intento de acercamiento. Al fin y al cabo, el único motivo para que ella estuviera allí era que le diera un hijo.
El día anterior cuando había regresado sin previo aviso, ella había dado por hecho que había llegado el momento que tanto temía; pero una vez más Víctor la había dejado dormir sola.
¿Sería que no la deseaba lo suficiente? ¿Por qué en realidad ella no era la mujer con la que quería acostarse y solo lo hacía para concebir ese niño?
Myriam se enjuagó las lágrimas mientras afirmaba que le daba igual que Víctor quisiera a Lisa. ¡No iba a llorar por eso! En lugar de llorar tendría que preguntarse por qué era tan insensata, más bien tendría que sentirse contenta de no tener que dormir con él.
Una vez se hubo duchado y vestido, bajó las escaleras acariciando los animalillos de madera que había labrados en el pasamano. Cuántas veces se los había enseñado su madre. Mientras ella estaba viva aquella casa había sido un verdadero hogar rebosante de amor, pero con la llegada de Lisa, Myriam había tenido que aprender a buscar refugio en otro sitio. Un refugio que había encontrado en Víctor la mayoría de las veces...
Al no verlo por ningún lado, fue hasta su despacho. La puerta estaba cerrada así que respiró hondo y la abrió con cuidado. La única luz que allí había era la que salía de la pantalla del ordenador; se dirigió a la ventana para ventilar un poco y dejar que entrara la luz del sol, pero de pronto se quedó inmóvil al descubrir a Víctor profundamente dormido en el sofá.
Seguía llevando la ropa del día anterior; la chaqueta del traje descansaba en el respaldo de una silla y se había desabrochado los botones de la camisa. Los ojos de Myriam se detuvieron en el pecho descubierto, en el estómago que, incluso relajado, se veía fuerte y musculoso. Notó una especie de calambre mientras lo observaba y, de forma inconsciente, dio un paso hacia él, tras el cual se quedó paralizada.
En Río, cada vez que se había encontrado pensando en Víctor, fantaseando con su cuerpo y su rostro, se había apresurado a decirse que lo que veía era producto de su imaginación, de la idealización de una adolescente que no tenía nada que ver con la realidad. Se había asegurado a sí misma que los años habrían deteriorado su aspecto y lo habrían hecho perder gran parte de su atractivo.
Pero se había equivocado, reconoció Myriam sin poder apartar los ojos de aquel cuerpo casi perfecto.
- ¿Myriam?
Al oír su nombre pegó un salto como si la hubiera picado algo. ¿Cuánto tiempo llevaba viendo cómo ella lo observaba?
- No... no estaba segura de si estabas aquí - dijo tartamudeando.
- Tenía trabajo que hacer - respondió él incorporándose y con una tenue sonrisa en los labios-. Recuerdo que estaba muy cansado.
- No creo que ese sofá sea muy cómodo.
Apenas sabía lo que estaba diciendo; lo único en lo que podía pensar era en la cantidad de sensaciones que le había provocado la visión de su cuerpo.
- Bueno... podría haber sido peor - respondió Víctor sin dejar de mirarla a los ojos.
Myriam se ruborizó aún más, si eso era posible. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Que dormir en el sofá era preferible a tener que dormir con ella? Era él el que había insistido en no anular el matrimonio. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
- Si quieres, luego podemos ir en coche hasta la playa - sugirió él cuando estaba a punto de salir del despacho.
En otra época aquella invitación la habría llenado de felicidad y nada habría impedido que aceptara. Quizás porque recordaba perfectamente aquella sensación de alegría, sintió que debía castigarse por haber sido tan ingenua. No sabía por qué, pero en su voz se reflejó el dolor y la rabia acumulados durante tantos años.
- No, no quiero. Solo estoy aquí por un motivo, Víctor, y no tiene nada que ver con paseos a la playa.
Myriam había desaparecido antes de que él pudiera contraatacar.
Una mañana en completa soledad, seguida de una tarde arreglando los rosales del jardín no hicieron nada por mejorar su estado de ánimo.
- Myriam - oyó la voz desde lo alto de la escalera en cuanto entró al vestíbulo.
Se quedó totalmente helada al levantar la vista y encontrarse a Víctor prácticamente desnudo. Llevaba solo una toalla atada a la cintura y se estaba frotando el pelo con otra.
- Te he visto entrar del jardín desde la ventana del dormitorio - empezó a decir -. Y se me ha ocurrido que...
- ¿Que debías avisarme que estabas paseándote por la casa medio desnudo? - le preguntó en tono sarcástico -. Te recuerdo que eres tú el que amenazó con seducirme, no yo.
- Bueno, en realidad te iba a decir que estaba pensando que vas a necesitar un coche... A lo mejor uno de esos cuatro por cuatro que llevan todas las madres... - su voz se fue convirtiendo en un susurro que consiguió ponerle a Myriam los pelos de punta como si la hubiera tocado con sus propias manos -. Pero, ya que has sacado el tema...
- Yo no he sacado ningún tema - protestó ella inmediatamente.
- ¿Y no querrías sacarlo ahora? - insistió Víctor con la mirada de un lobo a punto de atacar a su presa.
- Te recuerdo que fuiste tú el que no quiso que solicitáramos la nulidad matrimonial. Y el que quería que... que tuviéramos un hijo - respondió ella enfadada.
- Y si no recuerdo mal, fuiste tú la que aseguró que no serviría de nada que intentara seducirte. Pero, si lo que quieres decirme es que has cambiado de opinión...
¿Cambiar de opinión? ¡Jamás! Moriría antes de hacer algo así. Pero, por algún motivo le resultó imposible decir en voz alta lo que estaba pensando. Quizás porque estaba demasiado centrada en la precariedad del atuendo de Víctor. La toalla estaba atada a su cintura tan floja qué...
No podía dejar de mirarlo. Por mucho que quisiera poner objeciones a lo que había dicho, no conseguía hacerlo.
- Myriam.
Había sensualidad y ternura en la forma en la que dijo su nombre. Una especie de magia que la dejó paralizada hasta que él estuvo a su lado y le rodeó la cintura con los brazos mientras la acercaba aún más a él.
- Hueles a aire fresco y a rosas - susurró oliéndole el cabello.
- Tú hueles a... a ti - murmuró ella rindiéndose. La mirada de Víctor se hizo aún más intensa al oír aquellas palabras.
- ¿Tienes idea de lo provocativo que es eso que has dicho? - le preguntó con una dulzura que provocó una verdadera descarga eléctrica en ella -. ¿No sabes lo que siente un hombre cuando una mujer le dice que recuerda su olor? ¿Quieres que te lo explique... que te lo demuestre?
Sus cuerpos estaban completamente pegados y las manos de Víctor estaban recorriendo con suavidad el cuello y la nuca de Myriam, que estaba como hipnotizada. Podía sentir el calor que desprendía, la excitación masculina perfectamente visible bajo la toalla.
- No - respondió ella con debilidad, pero sus ojos decían otra cosa y su boca también. Algo que él entendió a la perfección y a lo que respondió con un beso breve pero tan impetuoso que la hizo perder el sentido por completo.
- ¿Más? ¿Quieres más? - oyó decir a Víctor, aunque ella habría jurado que no había dicho nada. Quizás había sido su cuerpo el que había respondido desatándola -. ¿Así, Myri? - hablaba tan bajo que Myriam tenía que esforzarse por oírlo, del mismo modo que se esforzaba por alcanzar su boca, por fundirse en ella por completo -. Pareces más una hechicera que una muchacha virginal. ¿Eres una hechicera, amor?
Myriam trataba de escuchar lo que estaba diciendo, pero notaba en su cuerpo que llamaba más su atención; debajo de la finísima camisa podía notar los pezones endurecidos por el deseo y pidiéndole a gritos que saciara ese deseo, necesitaba que Víctor los acariciara, los besara, los chupara.
De pronto tenía la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, como si, de alguna manera, estuviera sintiendo todo lo que la había hecho despertarse como mujer siendo solo una adolescente, pero ahora lo hacía con la fuerza y la pasión de una mujer de verdad.
Y parecía que su cuerpo consideraba a Víctor como su compañero natural, un compañero del que llevaba demasiado tiempo separada. ¡Llevaba demasiado tiempo negándolo!
Impulsada por la ansiedad, Myriam le echó los brazos alrededor del cuello.
- ¿Me deseas, Myriam?
- Sí - respondió casi sin aliento -. Sí, te deseo aquí y ahora - repitió justo antes de ponerse de puntillas y besarlo con toda la pasión que llevaba dentro. Durante un largo segundo no recibió ninguna respuesta, pero después Víctor abrió la boca contra la de ella y su lengua empezó a moverse con la maestría que daba la experiencia y encargándose de dejar corta cualquier fantasía que hubiera tenido sobre cómo debía ser un beso.
Era como sumergirse en algo esponjoso y su cuerpo respondía con un ansia que solo él podía satisfacer. Bajo las manos podía notar la cálida fuerza de su piel, la anchura de sus hombros y su cintura... donde seguía estando la toalla frustrando la unión total que ella tanto anhelaba. Aquello la hizo emitir un pequeño gemido de protesta.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó Víctor soltándola inmediatamente, su mirada estaba borrosa, cegada por la pasión -. ¿Es demasiado? ¿Vamos demasiado rápido?
Le tenía agarrada una mano y, al ver que ella miraba para otro lado incapaz de contestar, la apretó con fuerza.
- Eso no quiere decir que no quieras que ocurra, amor - le dijo en un susurro mientras su otra mano recorría la curva de su pecho, deteniéndose en el pezón, que recibía la caricia con un placer casi doloroso.
Sin esperar su contestación, dio media vuelta y la llevó hasta el dormitorio ella lo siguió sin poder resistirse, sin querer resistirse.
La habitación estaba sumergida en el sol del crepúsculo que le daba una luz tenue y acogedora. Myriam se alegró de que aquel dormitorio no hubiera existido en la casa original, así no tenía ningún recuerdo doloroso ligado a él.
- Esta habitación te va muy bien - susurró Víctor mientras acariciaba la cara interna de sus brazos, con un efecto tan erótico que Myriam difícilmente podía atender a lo que estaba diciéndole -. El color crema es tu color… crema y oro - se inclinó sobre ella para besarle el cuello mientras sus manos se encargaban de quitarle la camisa. Sus besos continuaron por toda la piel que había ocultado la prenda de la que acababa de despojarse. Era como si un millón de pequeños calambres estuvieran recorriéndole el cuerpo. Pudo escuchar el sonido de sus propios gemidos llenando la habitación -. Eres dulce y cálida como la miel.
Sus palabras eran música, una música que sintió aún con más deleite cuando aquellos dedos maravillosos liberaron sus pechos de la cárcel en la que se había convertido el sujetador.
- Eres preciosa - exclamó observando su desnudez con deleite -. Aún más bonita de lo que nunca imaginé... tanto que casi no puedo mirarte.
Myriam se sorprendió y se emocionó al ver la expresión que reflejaba la profundidad de sus ojos. Víctor la deseaba; podía verlo con total claridad, se notaba en su cuerpo y en su voz.
Eso era lo último que necesitaba para desinhibirse por completo y ser la mujer que siempre había anhelado ser junto a él.
Cuando sus manos le desabrocharon el pantalón e hicieron que cayera hasta los tobillos, Myriam sintió todavía una ráfaga de timidez; aún no se atrevía a mirar detenidamente el cuerpo de Víctor, que, a pesar de seguir parcialmente cubierto por la toalla, no ocultaba en absoluto la excitación que sentía. Víctor la levantó del suelo para deshacerse por completo de los vaqueros y la mantuvo pegada contra él unos segundos mientras la besaba en la boca una y otra vez.
Myriam se moría de ganas por abrir las piernas y rodearlo con ellas, habría hecho cualquier cosa por que él tomara lo que estaba deseosa de entregarle. La mera idea de que él estuviera dentro de ella la colmaba de placer.
¿Cómo había aguantado tanto tiempo sin experimentar aquello? Ahora ni siquiera podía hacerse a la idea de estar sin lo que estaba sintiendo.
La dejó en el suelo con delicadeza, lo que arrancó de ella un quejido. No se veía capaz de aguantar que siguiera excitándola de tal modo sin satisfacer el ansía que la devoraba por dentro. Para demostrárselo se agarró con fuerza a la toalla pero sin quitársela.
- Amor... ¿estás segura de que esto es lo que quieres? Porque si no lo es y no me lo dices ahora mismo...
¿Cómo podía dudar siquiera de lo que quería? ¿Acaso no podía verlo... y sentirlo?
- Te quiero a ti, Víctor, y te quiero ahora.
Era mucho más de lo que jamás se había atrevido a desear o a imaginar. Dos lágrimas de emoción salieron de sus ojos al sentir la mirada de Víctor sobre su cuerpo desnudo mientras la tumbaba sobre la cama, era una mirada llena de pasión y de erotismo.
Fue besándole los pechos, luego el vientre hasta llegar al ombligo, donde su lengua se entretuvo provocando en ella tremendos gemidos de éxtasis.
Nunca habría pensado que podría llegar a esa unión con él, ni que sería él el que reclamara su cercanía con el ímpetu de una fiera. Ella también necesitaba tenerlo más cerca. Cuando notó que se iba acercando a su sexo, Myriam dejó de pensar y lo olvidó todo excepto el deseo que sentía.
Se movía por instintos que ni siquiera sabía que poseía, instintos que le decían que lo que estaban haciendo los dedos de Víctor no era suficiente, aunque la hacían temblar de la cabeza a los pies.
- Víctor - dijo suplicante.
- ¿Qué ocurre? - preguntó mirándola a los ojos -. ¿Quieres que pare?
- No, no es eso - negó ella inmediatamente -. Yo... te quiero dentro de mí.
Por un momento se sintió confundida por la expresión triunfal de su rostro. Fue como si le hubiera dicho o dado algo que había anhelado durante mucho tiempo. Pero era demasiado tarde para analizar sus pensamientos o sus actos... Víctor la tenía rodeada entre sus brazos, se movía sobre ella para finalmente entrar en ella y obsequiarle el mayor de los gozos.
El volumen de los gemidos de Myriam se fundió con los jadeos de Víctor. Sus cuerpos se movían al unísono, de una forma tan natural, tan espontánea que Myriam tuvo la sensación de acabar de encontrar algo esencial que faltaba en su vida.
Después no hubo nada más que pensar, solo podía sentir su cuerpo dentro de ella llevándolos a un lugar que habría muerto de no alcanzar.
Pero lo alcanzó, y de qué modo. Al llegar al clímax todo su ser estalló en un millón de partículas que la dejaron aliviada y exhausta... Estaba mareada de placer y cansancio... hasta que cayó en un profundo sueño entre los brazos protectores de Víctor.
espero sus cometarios niñas.....
Pero para compensarlas hoy les pondre dos capitulos uno ahorita y el otro por la tarde....
Capítulo 5
En un gesto casi infantil, Myriam se empeñó en mantener los ojos cerrados a pesar de que llevaba despierta más de diez minutos, porque sabía lo que encontraría a su lado.
En el jardín se oía el canto de un mirlo y eso la ayudó a olvidarse un poco del nudo que tenía en el estómago y abrir los ojos. Pero en el otro lado de la cama no estaba quien ella temía; miró la almohada donde debería haber estado la huella de la cabeza de Víctor y comprobó que allí no había dormido nadie.
Ya hacía cinco días desde que habían vuelto de Londres y todavía no había ocurrido nada; Víctor y ella aún no habían...
También era cierto que él había estado de viaje tres de esos cinco días, pero Myriam se había trasladado al dormitorio principal al llegar de sus compras, y lo había hecho llena de nerviosismo. Aun así Víctor había preferido dormir en el sofá de abajo; había asegurado que el motivo eran unas llamadas desde Estados Unidos que esperaba recibir para zanjar un importante negocio.
- Es una tontería que te moleste en mitad de la noche cada vez que tenga que entrar o salir - le había explicado al verlo después de la primera noche que había pasado sola en aquella enorme cama -. Espero que no estés decepcionada.
Myriam no había sabido qué responder y se había asegurado a sí misma que se alegraba de que fuera a marcharse durante unos cuantos días; pero lo cierto era que en su ausencia, probablemente porque no estaba acostumbrada a tener tanto tiempo para pensar, no había podido evitar preguntarse por qué no había hecho el menor intento de acercamiento. Al fin y al cabo, el único motivo para que ella estuviera allí era que le diera un hijo.
El día anterior cuando había regresado sin previo aviso, ella había dado por hecho que había llegado el momento que tanto temía; pero una vez más Víctor la había dejado dormir sola.
¿Sería que no la deseaba lo suficiente? ¿Por qué en realidad ella no era la mujer con la que quería acostarse y solo lo hacía para concebir ese niño?
Myriam se enjuagó las lágrimas mientras afirmaba que le daba igual que Víctor quisiera a Lisa. ¡No iba a llorar por eso! En lugar de llorar tendría que preguntarse por qué era tan insensata, más bien tendría que sentirse contenta de no tener que dormir con él.
Una vez se hubo duchado y vestido, bajó las escaleras acariciando los animalillos de madera que había labrados en el pasamano. Cuántas veces se los había enseñado su madre. Mientras ella estaba viva aquella casa había sido un verdadero hogar rebosante de amor, pero con la llegada de Lisa, Myriam había tenido que aprender a buscar refugio en otro sitio. Un refugio que había encontrado en Víctor la mayoría de las veces...
Al no verlo por ningún lado, fue hasta su despacho. La puerta estaba cerrada así que respiró hondo y la abrió con cuidado. La única luz que allí había era la que salía de la pantalla del ordenador; se dirigió a la ventana para ventilar un poco y dejar que entrara la luz del sol, pero de pronto se quedó inmóvil al descubrir a Víctor profundamente dormido en el sofá.
Seguía llevando la ropa del día anterior; la chaqueta del traje descansaba en el respaldo de una silla y se había desabrochado los botones de la camisa. Los ojos de Myriam se detuvieron en el pecho descubierto, en el estómago que, incluso relajado, se veía fuerte y musculoso. Notó una especie de calambre mientras lo observaba y, de forma inconsciente, dio un paso hacia él, tras el cual se quedó paralizada.
En Río, cada vez que se había encontrado pensando en Víctor, fantaseando con su cuerpo y su rostro, se había apresurado a decirse que lo que veía era producto de su imaginación, de la idealización de una adolescente que no tenía nada que ver con la realidad. Se había asegurado a sí misma que los años habrían deteriorado su aspecto y lo habrían hecho perder gran parte de su atractivo.
Pero se había equivocado, reconoció Myriam sin poder apartar los ojos de aquel cuerpo casi perfecto.
- ¿Myriam?
Al oír su nombre pegó un salto como si la hubiera picado algo. ¿Cuánto tiempo llevaba viendo cómo ella lo observaba?
- No... no estaba segura de si estabas aquí - dijo tartamudeando.
- Tenía trabajo que hacer - respondió él incorporándose y con una tenue sonrisa en los labios-. Recuerdo que estaba muy cansado.
- No creo que ese sofá sea muy cómodo.
Apenas sabía lo que estaba diciendo; lo único en lo que podía pensar era en la cantidad de sensaciones que le había provocado la visión de su cuerpo.
- Bueno... podría haber sido peor - respondió Víctor sin dejar de mirarla a los ojos.
Myriam se ruborizó aún más, si eso era posible. ¿Qué había querido decir con eso? ¿Que dormir en el sofá era preferible a tener que dormir con ella? Era él el que había insistido en no anular el matrimonio. Se dio media vuelta y se dirigió hacia la puerta.
- Si quieres, luego podemos ir en coche hasta la playa - sugirió él cuando estaba a punto de salir del despacho.
En otra época aquella invitación la habría llenado de felicidad y nada habría impedido que aceptara. Quizás porque recordaba perfectamente aquella sensación de alegría, sintió que debía castigarse por haber sido tan ingenua. No sabía por qué, pero en su voz se reflejó el dolor y la rabia acumulados durante tantos años.
- No, no quiero. Solo estoy aquí por un motivo, Víctor, y no tiene nada que ver con paseos a la playa.
Myriam había desaparecido antes de que él pudiera contraatacar.
Una mañana en completa soledad, seguida de una tarde arreglando los rosales del jardín no hicieron nada por mejorar su estado de ánimo.
- Myriam - oyó la voz desde lo alto de la escalera en cuanto entró al vestíbulo.
Se quedó totalmente helada al levantar la vista y encontrarse a Víctor prácticamente desnudo. Llevaba solo una toalla atada a la cintura y se estaba frotando el pelo con otra.
- Te he visto entrar del jardín desde la ventana del dormitorio - empezó a decir -. Y se me ha ocurrido que...
- ¿Que debías avisarme que estabas paseándote por la casa medio desnudo? - le preguntó en tono sarcástico -. Te recuerdo que eres tú el que amenazó con seducirme, no yo.
- Bueno, en realidad te iba a decir que estaba pensando que vas a necesitar un coche... A lo mejor uno de esos cuatro por cuatro que llevan todas las madres... - su voz se fue convirtiendo en un susurro que consiguió ponerle a Myriam los pelos de punta como si la hubiera tocado con sus propias manos -. Pero, ya que has sacado el tema...
- Yo no he sacado ningún tema - protestó ella inmediatamente.
- ¿Y no querrías sacarlo ahora? - insistió Víctor con la mirada de un lobo a punto de atacar a su presa.
- Te recuerdo que fuiste tú el que no quiso que solicitáramos la nulidad matrimonial. Y el que quería que... que tuviéramos un hijo - respondió ella enfadada.
- Y si no recuerdo mal, fuiste tú la que aseguró que no serviría de nada que intentara seducirte. Pero, si lo que quieres decirme es que has cambiado de opinión...
¿Cambiar de opinión? ¡Jamás! Moriría antes de hacer algo así. Pero, por algún motivo le resultó imposible decir en voz alta lo que estaba pensando. Quizás porque estaba demasiado centrada en la precariedad del atuendo de Víctor. La toalla estaba atada a su cintura tan floja qué...
No podía dejar de mirarlo. Por mucho que quisiera poner objeciones a lo que había dicho, no conseguía hacerlo.
- Myriam.
Había sensualidad y ternura en la forma en la que dijo su nombre. Una especie de magia que la dejó paralizada hasta que él estuvo a su lado y le rodeó la cintura con los brazos mientras la acercaba aún más a él.
- Hueles a aire fresco y a rosas - susurró oliéndole el cabello.
- Tú hueles a... a ti - murmuró ella rindiéndose. La mirada de Víctor se hizo aún más intensa al oír aquellas palabras.
- ¿Tienes idea de lo provocativo que es eso que has dicho? - le preguntó con una dulzura que provocó una verdadera descarga eléctrica en ella -. ¿No sabes lo que siente un hombre cuando una mujer le dice que recuerda su olor? ¿Quieres que te lo explique... que te lo demuestre?
Sus cuerpos estaban completamente pegados y las manos de Víctor estaban recorriendo con suavidad el cuello y la nuca de Myriam, que estaba como hipnotizada. Podía sentir el calor que desprendía, la excitación masculina perfectamente visible bajo la toalla.
- No - respondió ella con debilidad, pero sus ojos decían otra cosa y su boca también. Algo que él entendió a la perfección y a lo que respondió con un beso breve pero tan impetuoso que la hizo perder el sentido por completo.
- ¿Más? ¿Quieres más? - oyó decir a Víctor, aunque ella habría jurado que no había dicho nada. Quizás había sido su cuerpo el que había respondido desatándola -. ¿Así, Myri? - hablaba tan bajo que Myriam tenía que esforzarse por oírlo, del mismo modo que se esforzaba por alcanzar su boca, por fundirse en ella por completo -. Pareces más una hechicera que una muchacha virginal. ¿Eres una hechicera, amor?
Myriam trataba de escuchar lo que estaba diciendo, pero notaba en su cuerpo que llamaba más su atención; debajo de la finísima camisa podía notar los pezones endurecidos por el deseo y pidiéndole a gritos que saciara ese deseo, necesitaba que Víctor los acariciara, los besara, los chupara.
De pronto tenía la sensación de que el tiempo se hubiera detenido, como si, de alguna manera, estuviera sintiendo todo lo que la había hecho despertarse como mujer siendo solo una adolescente, pero ahora lo hacía con la fuerza y la pasión de una mujer de verdad.
Y parecía que su cuerpo consideraba a Víctor como su compañero natural, un compañero del que llevaba demasiado tiempo separada. ¡Llevaba demasiado tiempo negándolo!
Impulsada por la ansiedad, Myriam le echó los brazos alrededor del cuello.
- ¿Me deseas, Myriam?
- Sí - respondió casi sin aliento -. Sí, te deseo aquí y ahora - repitió justo antes de ponerse de puntillas y besarlo con toda la pasión que llevaba dentro. Durante un largo segundo no recibió ninguna respuesta, pero después Víctor abrió la boca contra la de ella y su lengua empezó a moverse con la maestría que daba la experiencia y encargándose de dejar corta cualquier fantasía que hubiera tenido sobre cómo debía ser un beso.
Era como sumergirse en algo esponjoso y su cuerpo respondía con un ansia que solo él podía satisfacer. Bajo las manos podía notar la cálida fuerza de su piel, la anchura de sus hombros y su cintura... donde seguía estando la toalla frustrando la unión total que ella tanto anhelaba. Aquello la hizo emitir un pequeño gemido de protesta.
- ¿Qué ocurre? - le preguntó Víctor soltándola inmediatamente, su mirada estaba borrosa, cegada por la pasión -. ¿Es demasiado? ¿Vamos demasiado rápido?
Le tenía agarrada una mano y, al ver que ella miraba para otro lado incapaz de contestar, la apretó con fuerza.
- Eso no quiere decir que no quieras que ocurra, amor - le dijo en un susurro mientras su otra mano recorría la curva de su pecho, deteniéndose en el pezón, que recibía la caricia con un placer casi doloroso.
Sin esperar su contestación, dio media vuelta y la llevó hasta el dormitorio ella lo siguió sin poder resistirse, sin querer resistirse.
La habitación estaba sumergida en el sol del crepúsculo que le daba una luz tenue y acogedora. Myriam se alegró de que aquel dormitorio no hubiera existido en la casa original, así no tenía ningún recuerdo doloroso ligado a él.
- Esta habitación te va muy bien - susurró Víctor mientras acariciaba la cara interna de sus brazos, con un efecto tan erótico que Myriam difícilmente podía atender a lo que estaba diciéndole -. El color crema es tu color… crema y oro - se inclinó sobre ella para besarle el cuello mientras sus manos se encargaban de quitarle la camisa. Sus besos continuaron por toda la piel que había ocultado la prenda de la que acababa de despojarse. Era como si un millón de pequeños calambres estuvieran recorriéndole el cuerpo. Pudo escuchar el sonido de sus propios gemidos llenando la habitación -. Eres dulce y cálida como la miel.
Sus palabras eran música, una música que sintió aún con más deleite cuando aquellos dedos maravillosos liberaron sus pechos de la cárcel en la que se había convertido el sujetador.
- Eres preciosa - exclamó observando su desnudez con deleite -. Aún más bonita de lo que nunca imaginé... tanto que casi no puedo mirarte.
Myriam se sorprendió y se emocionó al ver la expresión que reflejaba la profundidad de sus ojos. Víctor la deseaba; podía verlo con total claridad, se notaba en su cuerpo y en su voz.
Eso era lo último que necesitaba para desinhibirse por completo y ser la mujer que siempre había anhelado ser junto a él.
Cuando sus manos le desabrocharon el pantalón e hicieron que cayera hasta los tobillos, Myriam sintió todavía una ráfaga de timidez; aún no se atrevía a mirar detenidamente el cuerpo de Víctor, que, a pesar de seguir parcialmente cubierto por la toalla, no ocultaba en absoluto la excitación que sentía. Víctor la levantó del suelo para deshacerse por completo de los vaqueros y la mantuvo pegada contra él unos segundos mientras la besaba en la boca una y otra vez.
Myriam se moría de ganas por abrir las piernas y rodearlo con ellas, habría hecho cualquier cosa por que él tomara lo que estaba deseosa de entregarle. La mera idea de que él estuviera dentro de ella la colmaba de placer.
¿Cómo había aguantado tanto tiempo sin experimentar aquello? Ahora ni siquiera podía hacerse a la idea de estar sin lo que estaba sintiendo.
La dejó en el suelo con delicadeza, lo que arrancó de ella un quejido. No se veía capaz de aguantar que siguiera excitándola de tal modo sin satisfacer el ansía que la devoraba por dentro. Para demostrárselo se agarró con fuerza a la toalla pero sin quitársela.
- Amor... ¿estás segura de que esto es lo que quieres? Porque si no lo es y no me lo dices ahora mismo...
¿Cómo podía dudar siquiera de lo que quería? ¿Acaso no podía verlo... y sentirlo?
- Te quiero a ti, Víctor, y te quiero ahora.
Era mucho más de lo que jamás se había atrevido a desear o a imaginar. Dos lágrimas de emoción salieron de sus ojos al sentir la mirada de Víctor sobre su cuerpo desnudo mientras la tumbaba sobre la cama, era una mirada llena de pasión y de erotismo.
Fue besándole los pechos, luego el vientre hasta llegar al ombligo, donde su lengua se entretuvo provocando en ella tremendos gemidos de éxtasis.
Nunca habría pensado que podría llegar a esa unión con él, ni que sería él el que reclamara su cercanía con el ímpetu de una fiera. Ella también necesitaba tenerlo más cerca. Cuando notó que se iba acercando a su sexo, Myriam dejó de pensar y lo olvidó todo excepto el deseo que sentía.
Se movía por instintos que ni siquiera sabía que poseía, instintos que le decían que lo que estaban haciendo los dedos de Víctor no era suficiente, aunque la hacían temblar de la cabeza a los pies.
- Víctor - dijo suplicante.
- ¿Qué ocurre? - preguntó mirándola a los ojos -. ¿Quieres que pare?
- No, no es eso - negó ella inmediatamente -. Yo... te quiero dentro de mí.
Por un momento se sintió confundida por la expresión triunfal de su rostro. Fue como si le hubiera dicho o dado algo que había anhelado durante mucho tiempo. Pero era demasiado tarde para analizar sus pensamientos o sus actos... Víctor la tenía rodeada entre sus brazos, se movía sobre ella para finalmente entrar en ella y obsequiarle el mayor de los gozos.
El volumen de los gemidos de Myriam se fundió con los jadeos de Víctor. Sus cuerpos se movían al unísono, de una forma tan natural, tan espontánea que Myriam tuvo la sensación de acabar de encontrar algo esencial que faltaba en su vida.
Después no hubo nada más que pensar, solo podía sentir su cuerpo dentro de ella llevándolos a un lugar que habría muerto de no alcanzar.
Pero lo alcanzó, y de qué modo. Al llegar al clímax todo su ser estalló en un millón de partículas que la dejaron aliviada y exhausta... Estaba mareada de placer y cansancio... hasta que cayó en un profundo sueño entre los brazos protectores de Víctor.
espero sus cometarios niñas.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: Amor por chantaje...... Final
QUIERO MAS QUIERO MAS QUIERO MAS
QUE LINDO CAPITULO
ESPERO EL SIGUIENTE CAPITULO
rodmina- VBB PLATA
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Re: Amor por chantaje...... Final
WORALE GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
graaaaaaaaaaaaaaaaaaaaacias !!
QLs- VBB BRONCE
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Re: Amor por chantaje...... Final
wooow graciias x el cap niiña!!!
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
Aqui esta es capitulo que les prometi.....
Myriam abrió los ojos y se estiró a sus anchas.
Quizás Víctor ya no estuviera en la cama junto a ella, pero seguía percibiendo su olor en las sábanas y en su propio cuerpo, del mismo modo que seguía notando dentro de ella el lugar secreto donde él había estado.
Sin perder la sonrisa que le iluminaba el rostro miró hacia la ventana y vio el cielo azul que se extendía al otro lado del cristal. Hacía un día maravilloso. No podía ser de otro modo. Los descubrimientos de la noche anterior seguían alegrándole el corazón con la misma intensidad. Todo lo que sentía había sido suavizado por el filtro del amor, el amor, que había hallado entre los brazos de Víctor mientras él la estrechaba contra su cuerpo, acariciándola por dentro y por fuera.
Quizás no habían hablado de amor, pero eso era lo que se respiraba en el aire, era lo que habían compartido. De eso estaba totalmente segura.
Tenía tantos planes para el futuro, un futuro que pensaba vivir junto a él. Después de mucho tiempo, lo único que sentía en ese momento era alegría y esperanza. No quería analizar la naturaleza de esos sentimientos, ni pensar en el pasado; solo quería disfrutar sin que nada pudiera estropear los recuerdos maravillosos que Víctor y ella iban a crear a partir de entonces.
Incluso era posible que no fueran recuerdos todo lo que habían creado la noche anterior.
Una profunda emoción le estremeció el cuerpo. Un hijo...
Él le había dicho que quería tener un nieto de su padre, y ahora el cuerpo de Myriam le decía que ella quería tener un hijo de Víctor.
En algún lugar lejos de la placidez de aquella cama y de aquel dormitorio, había elementos de la dura realidad, pero no estaba dispuesta a hacerles el menor caso. Nada importaba después de lo que había ocurrido allí mismo solo unas horas antes. Qué podía importar más que lo que había descubierto junto a Víctor.
El amor que llevaba tanto tiempo negando había vuelto a ella más fuerte que nunca.
Amaba a Víctor con todo su corazón. No podría haber compartido aquello si no lo quisiera como lo quería. Y él tampoco habría podido acariciarla, excitarla y satisfacerla de la manera que lo había hecho si no sintiera algo por ella. ¿La amaba él del mismo modo?
Amor. Era una palabra tan corta para abarcar todo lo que abarcaba. ¿Sabía ella realmente lo que significaba amar? Había pasado de estar enamorada de Víctor a odiarlo profundamente, hasta la noche anterior. Respiró hondo tratando de pensar con lógica, pero no había manera. Cada vez que lo intentaba aparecía ante ella la imagen de Víctor, sus caricias eran lo único que podía sentir y su respiración lo único que podía oír.
Tenía veintidós años y, aunque virgen, sabía perfectamente que el sexo, por muy bueno que fuera, no era lo mismo que el amor. Pero su corazón se negaba a admitir que lo que había ocurrido entre ellos fuera solo sexo, era algo que iba mucho más allá. No solo se habían tocado el cuerpo el uno al otro sino que habían llegado a tocarse el alma.
Myriam sonrió atolondrada. Víctor y ella tenían mucho de qué hablar, del pasado en común y de todo lo que les había pasado estando separados. Los dos eran lo bastante maduros para enfrentarse a todo lo ocurrido, para poder empezar a vivir el presente y el futuro sin miedo.
Era hora de levantarse, de encontrarse con el día... y con Víctor.
Desde lo alto de la escalera Myriam vio la puerta del que una vez había sido el despacho de su padre y ahora lo era de su marido. ¡Su marido! Solo pensar aquellas palabras le proporcionaba una increíble sensación de bienestar. Víctor era su marido y sería el padre de su hijo.
De pronto se dio cuenta de que no podía aguantar más tiempo sin verlo, sin estar con él y sentir aquellos labios sobre los suyos.
Bajó los escalones casi corriendo.
La puerta del despacho estaba cerrada, así que se dispuso a empuñarla con cierto nerviosismo. Le palpitaban las sienes y casi podía notar las motas de polvo flotando en el aire. La importancia de aquel momento y de lo que podía significar hizo que el corazón empezara a latirle con fuerza dentro del pecho. Al otro lado de esa puerta no estaba solo Víctor, sino su futuro, el futuro de su relación y quizás el de su hijo.
Se sobresaltó al ver que la puerta se abría antes de que ella la hubiera tocado. Al otro lado apareció, Víctor, que la miraba con el ceño fruncido.
- Myriam
Incluso la forma de decir su nombre transmitía frialdad. Observándolo con más detenimiento se dio cuenta de que llevaba un traje extremadamente formal y no paraba de mirar el reloj. No había que ser un experto en lenguaje corporal para darse cuenta de que estaba impaciente por algo.
- Pareces muy ocupado. Tenía la esperanza de que pudiéramos hablar - empezó a decirle ella.
- ¿Hablar? ¿De qué?
Tenía que admitir que eso no era precisamente lo que había esperado escuchar, pero Myriam ya no era una adolescente que lo miraba con adoración. Ahora Víctor y ella eran iguales.
- De lo que ocurrió anoche, de nosotros - respondió ella con toda tranquilidad.
- ¿De anoche?
Por imposible que pareciera su voz le resultaba aún más dura, parecía tan distante que tuvo la sensación de que le estaba advirtiendo que estaba entrando en terreno peligroso. Pero, como había descubierto durante los años que había pasado fuera, ella poseía una fuerza y una valentía que iba a ayudarla en aquella situación.
- Sí, Víctor, de anoche - susurró acercándose a él -. Te acuerdas de lo que ocurrió anoche, ¿verdad?. El tono burlón de sus palabras fue dejando paso a la ternura - : Anoche, cuando hicimos el amor.. ¿Te acuerdas? - siguió bromeando ella.
- Yo solo recuerdo sexo, no amor.
La brutalidad de aquellas palabras cortó de cuajo todas las esperanzas y los sueños de Myriam.
- Víctor - le dijo al ver que él ya estaba dando media vuelta para marcharse. Necesitaba que le asegurara que no pensaba lo que había dicho -. No fue solo sexo. Fue... - se dio cuenta con desesperación que no encontraba fuerzas para pronunciar la palabra «amor», después del dolor que acababan de infligirle sus palabras -. Fue algo más.
- Era sexo, myriam - insistió Víctor sin piedad con un desaliento en la voz que indicaba que estaba deseando que la conversación acabara cuanto antes -. Ni más ni menos que sexo, eso es todo.
Sin embargo ella estaba empezada en no rendirse y eso hizo que toda la energía de su carácter estallara como un huracán dentro de ella. Estaba segura de lo que sentía, por mucho que Víctor no lo estuviera, e iba a luchar para demostrárselo.
- Tengo veintidós años, Víctor; soy independiente desde hace cuatro años. Puede que me recuerdes como una adolescente ingenua, pero la mujer que estrechabas anoche en tus brazos, la mujer con la que hiciste el amor.
- Era virgen e ingenua - dijo él interrumpiendo su apasionado discurso. Esperó a ver cómo reaccionaba con la misma indiferencia con la que un médico examinaba a su paciente -. Pero es cierto que te recuerdo como una niña, Myriam. Una jovencita inmadura e increíblemente romántica que había idealizado la relación entre un hombre y una mujer, y que solo podría admitir esa relación si no estaba motivada por el amor. Dices que has madurado, pero alguien maduro no se habría aferrado a su virginidad durante tanto tiempo.
La crueldad de aquel análisis le cortó la respiración. Era como si se hubiera empeñado en despojar de todo sentimiento lo que habían compartido la noche anterior y convertirlo en un acto frío y carente de todo significado.
- Para ti el simple hecho de acostarte conmigo... y además disfrutarlo, te obliga a convencerte a ti misma de que el deseo y la excitación que sentías eran producto del «amor». Myriam, para amar a alguien tienes que conocerlo bien, aceptar cómo es y valorarlo por eso. Tú y yo no...
Myriam no estaba preparada para escuchar nada más. Le puso la mano en el hombro para que dejara de hablar y, al hacerlo sintió que sus músculos se ponían en tensión.
- Mira, tengo una reunión muy importante y ya llego tarde.
Sin pensarlo dos veces, Myriam se inclinó hacia él con la esperanza de derrumbar la enorme barrera que había levantado contra ella.
- Víctor, por favor… estoy segura que lo de ayer tuvo que significar algo para ti.
- Significó mucho - a sus ojos se agolparon lágrimas de agradecimiento porque por fin hubiera entrado en razón; pero esa satisfacción duró poco -. Quiero decir que, con un poco de suerte, puede que dentro de nueve meses tengamos un hijo. Tendré un hijo, o una hija, que lleve la sangre de tu padre; que era al fin y al cabo de lo que se trataba.
No podría haber explicado con mayor claridad lo poco que ella significaba para él, admitió Myriam para sí misma mientras veía cómo Víctor se acercaba a la puerta. En un acto reflejo miró las escaleras por las que había bajado hacía menos de media hora, llena de esperanzas y de seguridad en sí misma.
- Y.. ¿si no hubo suerte? - le preguntó justo cuando estaba a punto de salir.
Hubo una pequeña pausa antes de que Víctor contestara con total calma.
- En ese caso tendríamos que intentarlo de nuevo.
Al mismo tiempo que él abría la puerta y salía de la casa, Myriam sintió una puñalada que le desgarraba el corazón. ¿Cómo iba a soportar aquello?
Myriam no lloró. ¡No podía llorar! El dolor era como una herida en lo más profundo de su cuerpo, una herida que destrozaba por dentro, pero que no dejaba ninguna marca en el exterior.
Tan pronto como se encontró en la carretera principal Víctor se dio cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Ahora que había dejado que todas sus emociones se desataran era un peligro para los demás y para su propia persona.
Maldiciéndose a sí mismo por lo que había hecho, se salió de la carretera y paró el coche en el arcén.
Había mentido sobre la urgencia de esa reunión. Era cierto que tenía que encontrarse con alguien, pero ese alguien era David Bryant y todavía quedaba bastante tiempo para que llegara la hora de su cita con él. El motivo de tal reunión era firmar el nuevo acuerdo que lo había hecho redactar.
-¿Quieres nombrar a Myriam y cualquier hijo que tenga como únicos herederos de todas tus propiedades? - le había preguntado sorprendido nada más enterarse de sus planes -. Estamos hablando de una cuantiosa herencia. ¿Estás seguro de que quieres que Myriam tenga control absoluto sobre ella? Lo normal en cantidades así es nombrar varios albaceas o establecer un fondo de fideicomiso.
- No hay nadie en quien confíe más que en Myriam - le había respondido Víctor con firmeza. Ella nunca podría imaginar lo que la noche anterior había provocado en él, el insoportable sentimiento de culpabilidad y los remordimientos que le había ocasionado... ¡y el placer! Un placer tan inmenso que le resultaba imposible medirlo. ¿Cómo podría medir algo que había anhelado durante tanto tiempo? Después de toda la noche sin pegar ojo, con las primeras luces de la mañana se había incorporado en la cama para observar a aquella bella durmiente. Aun durmiendo su rostro resplandecía con una leve sonrisa dibujada en los labios. Las lágrimas de satisfacción habían desaparecido, pero se podía apreciar el rastro de las mismas en sus mejillas. Debajo de las sábanas descansaba su cuerpo desnudo, y Víctor había tenido que resistir la tentación de levantarlas y acariciar aquella piel tersa y suave, solo por el placer de comprobar que estaba allí, a su lado.
Sabía que la había hecho disfrutar tanto como lo había hecho él; lo habría sabido aunque no hubiera derramado aquellas lágrimas ni se lo hubiera dicho entre gemidos, porque el modo en el que su cuerpo había respondido ante él hablaba por sí solo.
En realidad siempre había tenido la total seguridad de que habría mucho placer entre ellos; lo había sabido nada más ver a la increíble mujer en la que se había convertido la jovencita a la que tanto había recordado en esos cuatro años. Myriam lo había deseado siendo solo una adolescente, y lo había hecho con la inocencia y el ansia de alguien que se encontraba en pleno despertar sexual y él había sido consciente de ello, del mismo modo que lo había sido del hecho de que él también se sentía enormemente atraído por ella. Pero entonces Víctor ya era un adulto mientras que ella era poco más que una niña.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Lo que le había dicho sobre querer tener un hijo por cuyas venas corriera la sangre del padre de Myriam era cierto, pero era solo una pequeña parte de la verdad.
José Antonio Montemayor había sido un padre bueno y cariñoso, y también un hombre muy astuto que no había tardado en darse cuenta de la naturaleza de los sentimientos de su hija hacia Víctor.
- Cree que está enamorada de ti - le había dicho José Antonio en una sincera conversación de hombre a hombre que habían tenido poco tiempo antes de que Myriam cumpliera los dieciséis años.
- Lo sé - había coincidido Víctor -. Yo la quiero, José Antonio, pero sé que es demasiado joven como para...
- Víctor - lo había interrumpido su buen amigo inmediatamente -, no dudo de tus sentimientos pero, como padre de Myriam, quiero pedirte que me des tu palabra de que vas a darle el tiempo necesario para que crezca y viva lo suficiente antes de decirle que la quieres. Si de verdad la amas entenderás por qué te pido esto.
Por supuesto que lo había comprendido, aunque lo destrozaba la idea de tener que apartarse y ver cómo la chica que amaba se convertía en mujer junto a otro.
- Si Myriam y tú alguna vez os convertís en pareja - había continuado diciendo José Antonio Montemayor emocionado -, y puedo prometerte que no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz, tendría que ser como iguales; dos adultos que deciden libremente estar juntos. Y, por ahora, mi hija no tiene esa madurez, por mucho que crea estar locamente enamorada. Sé lo duro que va a ser para ti hacer lo que te pido, pero por el bien de Myriam y del amor que quizás compartáis algún día, ¿me prometes no decirle nada de lo que sientes hasta que cumpla veintiún años?
¡Para eso quedaban cinco años! Pero Víctor había comprendido perfectamente el motivo de tal petición, por eso había aceptado, sabiendo que él habría hecho lo mismo de estar en la situación de José Antonio.
Después de su muerte había decidido que tenía que proteger a su única hija porque se lo debía al que había sido su mentor además de su amigo. Al final las circunstancias no le habían dejado otra opción que la de casarse con Myriam.
Tras una verdadera agonía de indecisión, había optado por pedirle consejo a Henry Fairburn, el abogado de José Antonio Montemayor. Éste le dijo que no podía romper la promesa que le había hecho al padre de Myriam y que de algún modo, tendría que encontrar las fuerzas para hacer creer que su matrimonio con ella era solo por cuestiones económicas y así ella siguiera teniendo la libertad de elegir con quién quería estar.
Pero entonces, al salir de la iglesia, cuando ella le había preguntado si estaba enamorado de alguien, Víctor se había dado cuenta de que Myriam había descubierto la verdad, sus ojos le habían dicho que sabía perfectamente cuál era la respuesta a su pregunta. La forma en la que había reaccionado le había dejado muy claro lo que sentía al respecto. No había una manera más obvia de expresar su rechazo hacia él que salir huyendo.
Lisa se había encargado de hostigarle por su decisión diciéndole que debía haberla dejado que jugara al amor con alguien de su edad porque seguramente acostarse con un hombre de verdad la había aterrado.
- Un hombre de verdad necesita una mujer de verdad - le había dicho poniéndole la mano en el hombro - de manera sugerente. Pero Víctor se había apartado de ella sin poder ocultar ni su desprecio por aquella mujer ni el dolor de haber perdido a Myriam.
El sentimiento de culpabilidad había sido lo único que le había impedido ir en su busca y hacerla volver. ¿Cómo podría obligarla a aceptar un amor que no deseaba y que la quería?
Cuando David Bryant le había hablado de la carta que había recibido, y aunque no tenía demasiadas esperanzas de que aquello pudiera salir bien, Víctor había empezado a hacer planes para...
¿Para qué? ¿Es que ni siquiera podía admitir ante sí mismo lo que había hecho? Quizás ya iba siendo hora de que lo hiciese. Había manipulado a Myriam de una manera maquiavélica para conseguir que volviera a su lado. El caso era que el resultado había excedido con mucho a las expectativas más optimistas que hubiera tenido en sus largas noches de soledad.
Cuando la había oído hablar de amor hacía solo unos minutos había sentido el impulso de estrecharla entre sus brazos y demostrarle que lo de la noche anterior no había sido más que una pequeña muestra de hasta dónde podían llegar los dos juntos. Pero lo que quería de ella era algo más que aquella declaración de amor inducida por el reciente placer físico. Lo que deseaba era su amor, un amor como él suyo propio, un amor que iba mucho más allá del mero acto sexual. Por supuesto era gratificante saber que ella también lo encontraba sexualmente atractivo, pero a la vez resultaba algo amargo porque no era su cuerpo lo que él quería sino su alma.. ¿Cómo iba a ganársela después de lo que había hecho?
Ni siquiera en la soledad podía encontrar una explicación a su forma de reaccionar cuando el primer día ella había creído que Víctor quería el divorcio.
Claro que quería tener un hijo, y que ese hijo lo emparentara con José Antonio Montemayor, pero había sido enormemente mezquino al utilizar eso como excusa para consumar su matrimonio...
No sabía qué había ocurrido, de repente todo se le había escapado de las manos y le había resultado mucho más difícil de lo previsto controlar sus sentimientos. El tener que enfrentarse a una mujer hecha y derecha en lugar de a una jovencita lo había hecho ver lo vulnerable que era. Por eso había tratado de mantener la mayor distancia posible; pasando mucho tiempo fuera de casa, durmiendo en su despacho... Pero la noche anterior había tirado por la borda todos aquellos intentos, acompañados de su autocontrol: había hecho justo lo que había prometido tantas veces que jamás haría.
Y ahora Myriam le decía que lo amaba pero no porque lo hiciera, desgraciadamente, sino porque él había sido su primer amante y para una mujer tan idealista y romántica como ella, eso significaba que tenía que convencerse a sí misma de que lo quería para justificar lo que le había entregado. Sin embargo, no había estado enamorada de él cuando había huido el día de su boda.
Víctor había visto el dolor en sus ojos hacía solo unos minutos y habría deseado abrazarla y confesarle lo que sentía por ella... No sabía qué era más doloroso si el amor o los remordimientos.
Abrió los ojos sin saber cuánto tiempo llevaba sentado allí, en el arcén de la carretera, pero tampoco le importaba. Si volvía a cerrarlos su mente se trasladaba inmediatamente al despacho de José Antonio Montemayor, que ahora era el suyo. Era el día en el que Myriam cumplía los diecisiete años, aquella mañana al verlo llegar había bajado las escaleras corriendo y, llena de timidez, le había pedido un beso como regalo de cumpleaños; en ese momento Víctor se había dado cuenta de que iba a tener que pedir ayuda a José Antonio para que lo eximiera del cumplimiento de su promesa.
- Sé lo duro que es - le había dicho el señor Montemayor después de que Víctor le explicara la situación -. Pero solo tiene diecisiete años.
- Es que no lo parece - había protestado él desesperado -. A veces me mira con los ojos de una mujer experimentada, sin embargo otras veces me mira con la inocencia de una niña.
- Y es esa inocencia la que te pido que protejas y respetes - le había dicho el padre de Myriam con ternura -. Si la quieres, desearás que te dé su amor como mujer, no como una chiquilla ingenua.
Víctor no había podido rebatir aquellas palabras porque sabía que eran ciertas.
- Nada podría cambiar lo que siento por ella - había asegurado con firmeza -. Por su bien haré lo que me pides.
- Te prometo que para mí es casi tan difícil como para ti - su tono de voz reflejaba la sinceridad con la que hablaba -. Cuando te digo que te quiero como a un hijo no exagero lo más mínimo; por eso nada me ocasionaría más placer que el verte casado con mi hija... y que me dierais un nieto. Pero Myriam es demasiado joven para verse cargada con el amor de un hombre, necesita tiempo y espacio para crecer como es debido.
Después de tanto tiempo, ahora Víctor se odiaba por lo que había hecho la noche anterior. Era como si sus propios sentimientos lo hubieran corrompido por dentro; el amor y el deseo incesante de estar con Myriam se habían contaminado al dejarse llevar de aquel modo. Sabía que aquel dolor nunca se apartaría de él, del mismo modo que sabía que nunca dejaría de amarla.
Llevaba más de una hora metido en el coche, tenía que llamar a David Bryant para decirle que iba a llegar un poco tarde a su cita.
Mientras arrancaba las ortigas que crecían entre los rosales, Myriam no podía dejar de recordar a su madre plantándolos. Tampoco podía dejar de pensar en la forma en la que la había rechazado Víctor y el desdén que había mostrado al hacerlo.
Sin embargo, en lugar de hacerla replantearse lo que sentía por él, su reacción había tenido el efecto contrario; había hecho que surgiera en ella una determinación y una fuerza que ni siquiera sabía que tenía.
¿Cómo se atrevía a decirle que no sabía lo que era el amor? ¿Cómo podía insinuar que no era más que una boba que, por el mero hecho de acostarse con alguien, creía estar enamorada?
En cuanto a los comentarios que había hecho en relación a su virginidad... Bueno, daba la casualidad de que si ella nunca había... si todavía era... era sencillamente porque no había encontrado ningún hombre al que deseara lo suficiente, y no tenía nada que ver con la ingenuidad o la timidez.
- ¡Ay! - se quejó en voz alta al notar el picor que le estaban provocando las ortigas a pesar de los guantes que llevaba.
Como Víctor, aquellas plantas la habían pillado desprevenida y el resultado era el mismo: dolor. Al menos con las ortigas podía defenderse, pensó mientras arrancaba unas cuantas llena de rabia.
- ¡A ver qué te parece esto! - dijo en tono triunfal.
- Disculpe.
Una voz masculina hizo que se diera la vuelta, sonrojada porque alguien la hubiera oído hablar con las plantas.
- Es que he tocado una ortiga - explicó sin demasiada convicción al hombre que se encontraba de pie a solo unos metros de ella.
- Mi mujer las odia - respondió él con amabilidad -. Pero eso es porque sus hermanos la tiraron encima de unas cuando era pequeña.
- ¡Qué brutos!
- Mucho me temo que se lo había buscado - empezó a contarle con dulzura -. Por lo visto ella había metido todos sus soldados de juguete en un montón de cemento fresco.. Bueno - cortó la anécdota al darse cuenta de que no era eso a lo que había ido -, estaba buscando a Víctor. He llamado al timbre pero nadie ha contestado, entonces la he visto aquí. Usted debe de ser su mujer.
- Sí - respondió Myriam confundida al no saber quién era aquel hombre que estaba al tanto de que Víctor estaba casado.
- Soy Robert Bates - se presentó como si hubiera podido leer sus pensamientos -. Trabajo para Víctor. Dejó un mensaje en mi oficina diciendo que... que se había casado y pidiéndome que le trajera unos papeles que necesitaba.
- ¿Y solo por eso ha deducido que yo era su esposa? - le preguntó Myriam bromeando.
- Por eso y porque tiene una foto suya encima de la mesa de su despacho. La he reconocido al instante. Fue su padre el que creó la empresa, ¿no es así? Víctor me ha hablado de él.
Myriam se había quedado perpleja. ¿Víctor tenía una foto suya en su despacho? Recordó que su padre tenía una de cuando ella tenía diecisiete años; debía haberla heredado de él. Pero antes de que pudiera responder, el señor Bates empezó a decir algo que la sorprendió aún más:
- Sé que fue él el que creó la empresa, pero fue Víctor el que la convirtió en el éxito que es hoy en día - se notaba la admiración con la que hablaba de él -. Cuando me contrató apenas podía creer la suerte que tenía. Yo no tenía la formación ni la experiencia adecuadas - admitió con algo de rubor en el rostro mientras Myriam lo escuchaba en silencio -. La verdad es que no merecía la confianza que depositó en mí. La noche que nos conocimos yo estaba en un bar, empapando en alcohol mi desesperación. Natasha, mi mujer, era entonces mi novia y acababa de decirme que sus padres la habían amenazado con desheredarla si insistía en casarse conmigo. Los dos estábamos muy enamorados, aunque yo siempre supe que no era digno de ella, que pertenece a una familia rica y llena de ambiciones para ella - siguió relatando con cierta amargura -. Por supuesto esas ambiciones no incluían que se casara con un don nadie. Tasha decía una y otra vez que no importaba pero claro que importaba. Yo nunca podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, ni el futuro que merecía. Si ni siquiera era capaz de encontrar un empleo... hasta que conocí a Víctor. Él me dio trabajo y me dejó tiempo libre para que pudiera hacer un máster; nos dejó, a Tasha y a mí, vivir en un apartamento en el edificio de las oficinas sin pagar alquiler alguno. Incluso fue a hablar con los padres de Tasha y, no sé qué les diría pero... - en ese momento se quedó callado y miró a Myriam avergonzado -. No sé por qué le estoy contando todo esto. Al fin y al cabo usted sabrá mejor que nadie qué tipo de persona es Víctor.
Hizo una pausa durante la cual ella no pudo decir ni palabra porque no conseguía salir del asombro.
- Una vez le pregunté por qué me había ayudado y me dijo que yo le recordaba cómo había sido él en otro tiempo, y todo lo que el señor Montemayor había hecho por él. Dijo que quería imitar aquella buena obra en memoria de su padre, señora García, y para demostrar lo agradecido que le estaba. Siempre decía que José Antonio Montemayor le había enseñado el significado de la generosidad y el respeto por uno mismo.
Myriam notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
- Yo le daré a Víctor esos papeles, si le parece bien - le prometió, cuando estuvo segura de haber controlado el inminente llanto -. Pero antes le ofrezco que se tome un té conmigo.
- Muchísimas gracias, pero me temo que le he prometido a Tasha que estaría pronto en casa. Hoy es nuestro aniversario y ¡vamos a salir a cenar con sus padres!
Cuando el inesperado visitante se hubo marchado Myriam se quedó pensando en lo que le había contado. Le resultaba muy difícil odiar a Víctor después de haber visto ese lado compasivo que ella desconocía por completo.
Deseó con todas sus fuerzas que su padre pudiera estar allí para ayudarla y reconfortarla en aquellos momentos. Sabía cuánto había apreciado a Víctor, y la alta estima en que lo tenía en el terreno profesional.
De repente le vino a la cabeza la duda de si se habría quedado embarazada y de qué pasaría si no era así. Con un escalofrío tuvo que admitir que la idea de repetir lo sucedido la noche anterior no le provocaba ninguna repulsión. Ni mucho menos. Pero Víctor no la amaba y, según él, era imposible que ella lo amara a él.
Entonces... ¿en quién había estado pensando mientras acariciaba su cuerpo y lo poseía con innegable placer?
Volvió a notar cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos y volvió a luchar contra ellas.
De niña había llorado la pérdida del amor de su padre cuando él se había casado con Lisa. Ya de mujer, se negaba a volver a llorar la pérdida del amor de Víctor, que se lo iba a entregar a la misma mujer. ¡Ni hablar!
La sobresaltó el insistente sonido del timbre de la puerta. Estaba claro que aquel era el día de las visitas.
Abrió la puerta para encontrar al otro lado los rasgos de un visitante nada deseado.
- ¡Lisa! - exclamó sin poder ocultar la sorpresa.
Su madrastra iba vestida de blanco de la cabeza a los pies, lo que sobresaltaba el bronceado caribeño de su piel. Sin saludar siquiera, pero sin dejar de mirarla, entró al vestíbulo.
- ¿Dónde está Víctor? Necesito hablar con él. ¿Está en su despacho? - preguntó encaminándose hacia dicha habitación.
- No, no está allí - respondió Myriam intentando mantener la calma aunque lo cierto era que el mero hecho de ver a su madrastra en aquella casa la llenaba de rabia y tristeza.
- ¿Dónde está entonces? - le preguntó con impaciencia.
- Ha ido a una cita de negocios - habría preferido no tener que contestar, de hecho le habría gustado saber que contaba con el apoyo de Víctor y haber echado a Lisa de su casa.
- ¿Quieres decir que pasará la noche en Londres porque no soporta la idea de tener que dormir contigo? - intentó provocarla con su agresividad característica -. Es una pena que siempre me hayas tenido esa estúpida manía; de no haber sido así, podrías haber aprendido un par de cosas de mí. Como por ejemplo que no hay nada que odien más los hombres que una mujer que no sabe aceptar con dignidad que no la quieran. Y a ti Víctor no te quiere, Myriam; nunca te ha querido ni te ha deseado. Lo que sí quería era la empresa y, claro, ¿quién podría culparlo por ello? Desde luego yo no. Ya me advirtió Miranda que habías vuelto a él arrastrándote y lo cierto es que no me sorprendió. No te va a hacer ningún bien, lo sabes, ¿no?
Bueno, ya era más que suficiente. Myriam había dejado de ser la jovencita tímida que creía que tenía que ser educada con los mayores por muy ofensivos que estos fueran con ella. Ya era hora de que probara su propia medicina y desde luego Myriam estaba encantada de servírsela personalmente. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder? Víctor ya le había asegurado que no la amaba. ¡Lo suyo era solo sexo!
Si castigando a Lisa también lo castigaba a él, pues mucho mejor. Se lo merecía, los dos lo merecían. No recordaba haberse sentido tan furiosa y tan dispuesta a atacar en toda su vida.
- En realidad fue Víctor y no yo el que insistió en darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio - empezó a decirle con fingida dulzura. Tenía que admitir que era un verdadero placer observar la expresión del rostro de Lisa a medida que le iba diciendo aquello -. Y no son solo mis acciones de la empresa lo que él quiere - continuó sin piedad, pero consciente de lo peligroso que podía llegar a ser el sentimiento de euforia que aquella venganza le estaba provocando.
- ¡Pues no creo que sea tu cuerpo! - contraatacó Lisa sin amilanarse -. Si así fuera, ahora mismo estaría aquí contigo.
- Quizás deba ser él el que te cuente qué es lo que espera de nuestro matrimonio - sugirió Myriam sin perder la serenidad mientras observabas su madrastra mirándola como si la estuviera viendo por primera vez.
- Víctor y yo jamás hablamos de ti o de vuestro matrimonio, tenemos cosas mucho más importantes de las que hablar.
Sintió cómo la abandonaba el autocontrol y la euforia se desvanecía dejando en su lugar un rastro de dolor.
- Ya - asintió amargamente -. Como por ejemplo la manera en la que ambos engañasteis a mi padre.
- Estás haciendo acusaciones que no puedes demostrar.
- No tengo por qué demostrar nada - espetó Myriam -. Víctor y tú ya os habéis encargado de hacerme ver lo ciertas que son. Vuestra relación...
- ¿Te ha dicho Víctor que tenemos una relación? - la interrumpió Lisa que, por algún motivo parecía sorprendida, como si no pudiera creer lo que oía. Pero de pronto esbozó una sonrisa, quizás se alegrara de que alguien le reconociera haber sido la responsable de la ruptura de aquel matrimonio.
- No era necesario que me lo dijera, ya lo hiciste tú... el día de mi boda - le recordó Myriam llena de tristeza.
La sonrisa de Lisa se hizo aún más amplia.
- Es cierto. Pobrecita Myriam; eras tan ingenua, y tan tonta... Bueno, si Víctor está en la oficina, será mejor que vaya allí a verlo. Estoy segura de que se alegrará de verme en un sitio más íntimo - susurró provocadoramente -. Hace casi un mes que no me ve, y eso, para un hombre del apetito sexual de Víctor, es muchísimo tiempo. No lo espere despierta, señora García.
Había salido triunfal por la puerta antes de que Myriam pudiera encontrar algo que responder.
Así que era cierto. Víctor seguía viéndose con Lisa. Todavía la amaba.
No iba a llorar, se dijo a sí misma con determinación. ¡No iba a llorar!
mañana les pongo el siguente capitulo... y ya solo faltan dos capitulos para el final...
Capítulo 6
Myriam abrió los ojos y se estiró a sus anchas.
Quizás Víctor ya no estuviera en la cama junto a ella, pero seguía percibiendo su olor en las sábanas y en su propio cuerpo, del mismo modo que seguía notando dentro de ella el lugar secreto donde él había estado.
Sin perder la sonrisa que le iluminaba el rostro miró hacia la ventana y vio el cielo azul que se extendía al otro lado del cristal. Hacía un día maravilloso. No podía ser de otro modo. Los descubrimientos de la noche anterior seguían alegrándole el corazón con la misma intensidad. Todo lo que sentía había sido suavizado por el filtro del amor, el amor, que había hallado entre los brazos de Víctor mientras él la estrechaba contra su cuerpo, acariciándola por dentro y por fuera.
Quizás no habían hablado de amor, pero eso era lo que se respiraba en el aire, era lo que habían compartido. De eso estaba totalmente segura.
Tenía tantos planes para el futuro, un futuro que pensaba vivir junto a él. Después de mucho tiempo, lo único que sentía en ese momento era alegría y esperanza. No quería analizar la naturaleza de esos sentimientos, ni pensar en el pasado; solo quería disfrutar sin que nada pudiera estropear los recuerdos maravillosos que Víctor y ella iban a crear a partir de entonces.
Incluso era posible que no fueran recuerdos todo lo que habían creado la noche anterior.
Una profunda emoción le estremeció el cuerpo. Un hijo...
Él le había dicho que quería tener un nieto de su padre, y ahora el cuerpo de Myriam le decía que ella quería tener un hijo de Víctor.
En algún lugar lejos de la placidez de aquella cama y de aquel dormitorio, había elementos de la dura realidad, pero no estaba dispuesta a hacerles el menor caso. Nada importaba después de lo que había ocurrido allí mismo solo unas horas antes. Qué podía importar más que lo que había descubierto junto a Víctor.
El amor que llevaba tanto tiempo negando había vuelto a ella más fuerte que nunca.
Amaba a Víctor con todo su corazón. No podría haber compartido aquello si no lo quisiera como lo quería. Y él tampoco habría podido acariciarla, excitarla y satisfacerla de la manera que lo había hecho si no sintiera algo por ella. ¿La amaba él del mismo modo?
Amor. Era una palabra tan corta para abarcar todo lo que abarcaba. ¿Sabía ella realmente lo que significaba amar? Había pasado de estar enamorada de Víctor a odiarlo profundamente, hasta la noche anterior. Respiró hondo tratando de pensar con lógica, pero no había manera. Cada vez que lo intentaba aparecía ante ella la imagen de Víctor, sus caricias eran lo único que podía sentir y su respiración lo único que podía oír.
Tenía veintidós años y, aunque virgen, sabía perfectamente que el sexo, por muy bueno que fuera, no era lo mismo que el amor. Pero su corazón se negaba a admitir que lo que había ocurrido entre ellos fuera solo sexo, era algo que iba mucho más allá. No solo se habían tocado el cuerpo el uno al otro sino que habían llegado a tocarse el alma.
Myriam sonrió atolondrada. Víctor y ella tenían mucho de qué hablar, del pasado en común y de todo lo que les había pasado estando separados. Los dos eran lo bastante maduros para enfrentarse a todo lo ocurrido, para poder empezar a vivir el presente y el futuro sin miedo.
Era hora de levantarse, de encontrarse con el día... y con Víctor.
Desde lo alto de la escalera Myriam vio la puerta del que una vez había sido el despacho de su padre y ahora lo era de su marido. ¡Su marido! Solo pensar aquellas palabras le proporcionaba una increíble sensación de bienestar. Víctor era su marido y sería el padre de su hijo.
De pronto se dio cuenta de que no podía aguantar más tiempo sin verlo, sin estar con él y sentir aquellos labios sobre los suyos.
Bajó los escalones casi corriendo.
La puerta del despacho estaba cerrada, así que se dispuso a empuñarla con cierto nerviosismo. Le palpitaban las sienes y casi podía notar las motas de polvo flotando en el aire. La importancia de aquel momento y de lo que podía significar hizo que el corazón empezara a latirle con fuerza dentro del pecho. Al otro lado de esa puerta no estaba solo Víctor, sino su futuro, el futuro de su relación y quizás el de su hijo.
Se sobresaltó al ver que la puerta se abría antes de que ella la hubiera tocado. Al otro lado apareció, Víctor, que la miraba con el ceño fruncido.
- Myriam
Incluso la forma de decir su nombre transmitía frialdad. Observándolo con más detenimiento se dio cuenta de que llevaba un traje extremadamente formal y no paraba de mirar el reloj. No había que ser un experto en lenguaje corporal para darse cuenta de que estaba impaciente por algo.
- Pareces muy ocupado. Tenía la esperanza de que pudiéramos hablar - empezó a decirle ella.
- ¿Hablar? ¿De qué?
Tenía que admitir que eso no era precisamente lo que había esperado escuchar, pero Myriam ya no era una adolescente que lo miraba con adoración. Ahora Víctor y ella eran iguales.
- De lo que ocurrió anoche, de nosotros - respondió ella con toda tranquilidad.
- ¿De anoche?
Por imposible que pareciera su voz le resultaba aún más dura, parecía tan distante que tuvo la sensación de que le estaba advirtiendo que estaba entrando en terreno peligroso. Pero, como había descubierto durante los años que había pasado fuera, ella poseía una fuerza y una valentía que iba a ayudarla en aquella situación.
- Sí, Víctor, de anoche - susurró acercándose a él -. Te acuerdas de lo que ocurrió anoche, ¿verdad?. El tono burlón de sus palabras fue dejando paso a la ternura - : Anoche, cuando hicimos el amor.. ¿Te acuerdas? - siguió bromeando ella.
- Yo solo recuerdo sexo, no amor.
La brutalidad de aquellas palabras cortó de cuajo todas las esperanzas y los sueños de Myriam.
- Víctor - le dijo al ver que él ya estaba dando media vuelta para marcharse. Necesitaba que le asegurara que no pensaba lo que había dicho -. No fue solo sexo. Fue... - se dio cuenta con desesperación que no encontraba fuerzas para pronunciar la palabra «amor», después del dolor que acababan de infligirle sus palabras -. Fue algo más.
- Era sexo, myriam - insistió Víctor sin piedad con un desaliento en la voz que indicaba que estaba deseando que la conversación acabara cuanto antes -. Ni más ni menos que sexo, eso es todo.
Sin embargo ella estaba empezada en no rendirse y eso hizo que toda la energía de su carácter estallara como un huracán dentro de ella. Estaba segura de lo que sentía, por mucho que Víctor no lo estuviera, e iba a luchar para demostrárselo.
- Tengo veintidós años, Víctor; soy independiente desde hace cuatro años. Puede que me recuerdes como una adolescente ingenua, pero la mujer que estrechabas anoche en tus brazos, la mujer con la que hiciste el amor.
- Era virgen e ingenua - dijo él interrumpiendo su apasionado discurso. Esperó a ver cómo reaccionaba con la misma indiferencia con la que un médico examinaba a su paciente -. Pero es cierto que te recuerdo como una niña, Myriam. Una jovencita inmadura e increíblemente romántica que había idealizado la relación entre un hombre y una mujer, y que solo podría admitir esa relación si no estaba motivada por el amor. Dices que has madurado, pero alguien maduro no se habría aferrado a su virginidad durante tanto tiempo.
La crueldad de aquel análisis le cortó la respiración. Era como si se hubiera empeñado en despojar de todo sentimiento lo que habían compartido la noche anterior y convertirlo en un acto frío y carente de todo significado.
- Para ti el simple hecho de acostarte conmigo... y además disfrutarlo, te obliga a convencerte a ti misma de que el deseo y la excitación que sentías eran producto del «amor». Myriam, para amar a alguien tienes que conocerlo bien, aceptar cómo es y valorarlo por eso. Tú y yo no...
Myriam no estaba preparada para escuchar nada más. Le puso la mano en el hombro para que dejara de hablar y, al hacerlo sintió que sus músculos se ponían en tensión.
- Mira, tengo una reunión muy importante y ya llego tarde.
Sin pensarlo dos veces, Myriam se inclinó hacia él con la esperanza de derrumbar la enorme barrera que había levantado contra ella.
- Víctor, por favor… estoy segura que lo de ayer tuvo que significar algo para ti.
- Significó mucho - a sus ojos se agolparon lágrimas de agradecimiento porque por fin hubiera entrado en razón; pero esa satisfacción duró poco -. Quiero decir que, con un poco de suerte, puede que dentro de nueve meses tengamos un hijo. Tendré un hijo, o una hija, que lleve la sangre de tu padre; que era al fin y al cabo de lo que se trataba.
No podría haber explicado con mayor claridad lo poco que ella significaba para él, admitió Myriam para sí misma mientras veía cómo Víctor se acercaba a la puerta. En un acto reflejo miró las escaleras por las que había bajado hacía menos de media hora, llena de esperanzas y de seguridad en sí misma.
- Y.. ¿si no hubo suerte? - le preguntó justo cuando estaba a punto de salir.
Hubo una pequeña pausa antes de que Víctor contestara con total calma.
- En ese caso tendríamos que intentarlo de nuevo.
Al mismo tiempo que él abría la puerta y salía de la casa, Myriam sintió una puñalada que le desgarraba el corazón. ¿Cómo iba a soportar aquello?
Myriam no lloró. ¡No podía llorar! El dolor era como una herida en lo más profundo de su cuerpo, una herida que destrozaba por dentro, pero que no dejaba ninguna marca en el exterior.
Tan pronto como se encontró en la carretera principal Víctor se dio cuenta de que no estaba en condiciones de conducir. Ahora que había dejado que todas sus emociones se desataran era un peligro para los demás y para su propia persona.
Maldiciéndose a sí mismo por lo que había hecho, se salió de la carretera y paró el coche en el arcén.
Había mentido sobre la urgencia de esa reunión. Era cierto que tenía que encontrarse con alguien, pero ese alguien era David Bryant y todavía quedaba bastante tiempo para que llegara la hora de su cita con él. El motivo de tal reunión era firmar el nuevo acuerdo que lo había hecho redactar.
-¿Quieres nombrar a Myriam y cualquier hijo que tenga como únicos herederos de todas tus propiedades? - le había preguntado sorprendido nada más enterarse de sus planes -. Estamos hablando de una cuantiosa herencia. ¿Estás seguro de que quieres que Myriam tenga control absoluto sobre ella? Lo normal en cantidades así es nombrar varios albaceas o establecer un fondo de fideicomiso.
- No hay nadie en quien confíe más que en Myriam - le había respondido Víctor con firmeza. Ella nunca podría imaginar lo que la noche anterior había provocado en él, el insoportable sentimiento de culpabilidad y los remordimientos que le había ocasionado... ¡y el placer! Un placer tan inmenso que le resultaba imposible medirlo. ¿Cómo podría medir algo que había anhelado durante tanto tiempo? Después de toda la noche sin pegar ojo, con las primeras luces de la mañana se había incorporado en la cama para observar a aquella bella durmiente. Aun durmiendo su rostro resplandecía con una leve sonrisa dibujada en los labios. Las lágrimas de satisfacción habían desaparecido, pero se podía apreciar el rastro de las mismas en sus mejillas. Debajo de las sábanas descansaba su cuerpo desnudo, y Víctor había tenido que resistir la tentación de levantarlas y acariciar aquella piel tersa y suave, solo por el placer de comprobar que estaba allí, a su lado.
Sabía que la había hecho disfrutar tanto como lo había hecho él; lo habría sabido aunque no hubiera derramado aquellas lágrimas ni se lo hubiera dicho entre gemidos, porque el modo en el que su cuerpo había respondido ante él hablaba por sí solo.
En realidad siempre había tenido la total seguridad de que habría mucho placer entre ellos; lo había sabido nada más ver a la increíble mujer en la que se había convertido la jovencita a la que tanto había recordado en esos cuatro años. Myriam lo había deseado siendo solo una adolescente, y lo había hecho con la inocencia y el ansia de alguien que se encontraba en pleno despertar sexual y él había sido consciente de ello, del mismo modo que lo había sido del hecho de que él también se sentía enormemente atraído por ella. Pero entonces Víctor ya era un adulto mientras que ella era poco más que una niña.
Cerró los ojos y respiró hondo.
Lo que le había dicho sobre querer tener un hijo por cuyas venas corriera la sangre del padre de Myriam era cierto, pero era solo una pequeña parte de la verdad.
José Antonio Montemayor había sido un padre bueno y cariñoso, y también un hombre muy astuto que no había tardado en darse cuenta de la naturaleza de los sentimientos de su hija hacia Víctor.
- Cree que está enamorada de ti - le había dicho José Antonio en una sincera conversación de hombre a hombre que habían tenido poco tiempo antes de que Myriam cumpliera los dieciséis años.
- Lo sé - había coincidido Víctor -. Yo la quiero, José Antonio, pero sé que es demasiado joven como para...
- Víctor - lo había interrumpido su buen amigo inmediatamente -, no dudo de tus sentimientos pero, como padre de Myriam, quiero pedirte que me des tu palabra de que vas a darle el tiempo necesario para que crezca y viva lo suficiente antes de decirle que la quieres. Si de verdad la amas entenderás por qué te pido esto.
Por supuesto que lo había comprendido, aunque lo destrozaba la idea de tener que apartarse y ver cómo la chica que amaba se convertía en mujer junto a otro.
- Si Myriam y tú alguna vez os convertís en pareja - había continuado diciendo José Antonio Montemayor emocionado -, y puedo prometerte que no habría nada en el mundo que me hiciera más feliz, tendría que ser como iguales; dos adultos que deciden libremente estar juntos. Y, por ahora, mi hija no tiene esa madurez, por mucho que crea estar locamente enamorada. Sé lo duro que va a ser para ti hacer lo que te pido, pero por el bien de Myriam y del amor que quizás compartáis algún día, ¿me prometes no decirle nada de lo que sientes hasta que cumpla veintiún años?
¡Para eso quedaban cinco años! Pero Víctor había comprendido perfectamente el motivo de tal petición, por eso había aceptado, sabiendo que él habría hecho lo mismo de estar en la situación de José Antonio.
Después de su muerte había decidido que tenía que proteger a su única hija porque se lo debía al que había sido su mentor además de su amigo. Al final las circunstancias no le habían dejado otra opción que la de casarse con Myriam.
Tras una verdadera agonía de indecisión, había optado por pedirle consejo a Henry Fairburn, el abogado de José Antonio Montemayor. Éste le dijo que no podía romper la promesa que le había hecho al padre de Myriam y que de algún modo, tendría que encontrar las fuerzas para hacer creer que su matrimonio con ella era solo por cuestiones económicas y así ella siguiera teniendo la libertad de elegir con quién quería estar.
Pero entonces, al salir de la iglesia, cuando ella le había preguntado si estaba enamorado de alguien, Víctor se había dado cuenta de que Myriam había descubierto la verdad, sus ojos le habían dicho que sabía perfectamente cuál era la respuesta a su pregunta. La forma en la que había reaccionado le había dejado muy claro lo que sentía al respecto. No había una manera más obvia de expresar su rechazo hacia él que salir huyendo.
Lisa se había encargado de hostigarle por su decisión diciéndole que debía haberla dejado que jugara al amor con alguien de su edad porque seguramente acostarse con un hombre de verdad la había aterrado.
- Un hombre de verdad necesita una mujer de verdad - le había dicho poniéndole la mano en el hombro - de manera sugerente. Pero Víctor se había apartado de ella sin poder ocultar ni su desprecio por aquella mujer ni el dolor de haber perdido a Myriam.
El sentimiento de culpabilidad había sido lo único que le había impedido ir en su busca y hacerla volver. ¿Cómo podría obligarla a aceptar un amor que no deseaba y que la quería?
Cuando David Bryant le había hablado de la carta que había recibido, y aunque no tenía demasiadas esperanzas de que aquello pudiera salir bien, Víctor había empezado a hacer planes para...
¿Para qué? ¿Es que ni siquiera podía admitir ante sí mismo lo que había hecho? Quizás ya iba siendo hora de que lo hiciese. Había manipulado a Myriam de una manera maquiavélica para conseguir que volviera a su lado. El caso era que el resultado había excedido con mucho a las expectativas más optimistas que hubiera tenido en sus largas noches de soledad.
Cuando la había oído hablar de amor hacía solo unos minutos había sentido el impulso de estrecharla entre sus brazos y demostrarle que lo de la noche anterior no había sido más que una pequeña muestra de hasta dónde podían llegar los dos juntos. Pero lo que quería de ella era algo más que aquella declaración de amor inducida por el reciente placer físico. Lo que deseaba era su amor, un amor como él suyo propio, un amor que iba mucho más allá del mero acto sexual. Por supuesto era gratificante saber que ella también lo encontraba sexualmente atractivo, pero a la vez resultaba algo amargo porque no era su cuerpo lo que él quería sino su alma.. ¿Cómo iba a ganársela después de lo que había hecho?
Ni siquiera en la soledad podía encontrar una explicación a su forma de reaccionar cuando el primer día ella había creído que Víctor quería el divorcio.
Claro que quería tener un hijo, y que ese hijo lo emparentara con José Antonio Montemayor, pero había sido enormemente mezquino al utilizar eso como excusa para consumar su matrimonio...
No sabía qué había ocurrido, de repente todo se le había escapado de las manos y le había resultado mucho más difícil de lo previsto controlar sus sentimientos. El tener que enfrentarse a una mujer hecha y derecha en lugar de a una jovencita lo había hecho ver lo vulnerable que era. Por eso había tratado de mantener la mayor distancia posible; pasando mucho tiempo fuera de casa, durmiendo en su despacho... Pero la noche anterior había tirado por la borda todos aquellos intentos, acompañados de su autocontrol: había hecho justo lo que había prometido tantas veces que jamás haría.
Y ahora Myriam le decía que lo amaba pero no porque lo hiciera, desgraciadamente, sino porque él había sido su primer amante y para una mujer tan idealista y romántica como ella, eso significaba que tenía que convencerse a sí misma de que lo quería para justificar lo que le había entregado. Sin embargo, no había estado enamorada de él cuando había huido el día de su boda.
Víctor había visto el dolor en sus ojos hacía solo unos minutos y habría deseado abrazarla y confesarle lo que sentía por ella... No sabía qué era más doloroso si el amor o los remordimientos.
Abrió los ojos sin saber cuánto tiempo llevaba sentado allí, en el arcén de la carretera, pero tampoco le importaba. Si volvía a cerrarlos su mente se trasladaba inmediatamente al despacho de José Antonio Montemayor, que ahora era el suyo. Era el día en el que Myriam cumplía los diecisiete años, aquella mañana al verlo llegar había bajado las escaleras corriendo y, llena de timidez, le había pedido un beso como regalo de cumpleaños; en ese momento Víctor se había dado cuenta de que iba a tener que pedir ayuda a José Antonio para que lo eximiera del cumplimiento de su promesa.
- Sé lo duro que es - le había dicho el señor Montemayor después de que Víctor le explicara la situación -. Pero solo tiene diecisiete años.
- Es que no lo parece - había protestado él desesperado -. A veces me mira con los ojos de una mujer experimentada, sin embargo otras veces me mira con la inocencia de una niña.
- Y es esa inocencia la que te pido que protejas y respetes - le había dicho el padre de Myriam con ternura -. Si la quieres, desearás que te dé su amor como mujer, no como una chiquilla ingenua.
Víctor no había podido rebatir aquellas palabras porque sabía que eran ciertas.
- Nada podría cambiar lo que siento por ella - había asegurado con firmeza -. Por su bien haré lo que me pides.
- Te prometo que para mí es casi tan difícil como para ti - su tono de voz reflejaba la sinceridad con la que hablaba -. Cuando te digo que te quiero como a un hijo no exagero lo más mínimo; por eso nada me ocasionaría más placer que el verte casado con mi hija... y que me dierais un nieto. Pero Myriam es demasiado joven para verse cargada con el amor de un hombre, necesita tiempo y espacio para crecer como es debido.
Después de tanto tiempo, ahora Víctor se odiaba por lo que había hecho la noche anterior. Era como si sus propios sentimientos lo hubieran corrompido por dentro; el amor y el deseo incesante de estar con Myriam se habían contaminado al dejarse llevar de aquel modo. Sabía que aquel dolor nunca se apartaría de él, del mismo modo que sabía que nunca dejaría de amarla.
Llevaba más de una hora metido en el coche, tenía que llamar a David Bryant para decirle que iba a llegar un poco tarde a su cita.
Mientras arrancaba las ortigas que crecían entre los rosales, Myriam no podía dejar de recordar a su madre plantándolos. Tampoco podía dejar de pensar en la forma en la que la había rechazado Víctor y el desdén que había mostrado al hacerlo.
Sin embargo, en lugar de hacerla replantearse lo que sentía por él, su reacción había tenido el efecto contrario; había hecho que surgiera en ella una determinación y una fuerza que ni siquiera sabía que tenía.
¿Cómo se atrevía a decirle que no sabía lo que era el amor? ¿Cómo podía insinuar que no era más que una boba que, por el mero hecho de acostarse con alguien, creía estar enamorada?
En cuanto a los comentarios que había hecho en relación a su virginidad... Bueno, daba la casualidad de que si ella nunca había... si todavía era... era sencillamente porque no había encontrado ningún hombre al que deseara lo suficiente, y no tenía nada que ver con la ingenuidad o la timidez.
- ¡Ay! - se quejó en voz alta al notar el picor que le estaban provocando las ortigas a pesar de los guantes que llevaba.
Como Víctor, aquellas plantas la habían pillado desprevenida y el resultado era el mismo: dolor. Al menos con las ortigas podía defenderse, pensó mientras arrancaba unas cuantas llena de rabia.
- ¡A ver qué te parece esto! - dijo en tono triunfal.
- Disculpe.
Una voz masculina hizo que se diera la vuelta, sonrojada porque alguien la hubiera oído hablar con las plantas.
- Es que he tocado una ortiga - explicó sin demasiada convicción al hombre que se encontraba de pie a solo unos metros de ella.
- Mi mujer las odia - respondió él con amabilidad -. Pero eso es porque sus hermanos la tiraron encima de unas cuando era pequeña.
- ¡Qué brutos!
- Mucho me temo que se lo había buscado - empezó a contarle con dulzura -. Por lo visto ella había metido todos sus soldados de juguete en un montón de cemento fresco.. Bueno - cortó la anécdota al darse cuenta de que no era eso a lo que había ido -, estaba buscando a Víctor. He llamado al timbre pero nadie ha contestado, entonces la he visto aquí. Usted debe de ser su mujer.
- Sí - respondió Myriam confundida al no saber quién era aquel hombre que estaba al tanto de que Víctor estaba casado.
- Soy Robert Bates - se presentó como si hubiera podido leer sus pensamientos -. Trabajo para Víctor. Dejó un mensaje en mi oficina diciendo que... que se había casado y pidiéndome que le trajera unos papeles que necesitaba.
- ¿Y solo por eso ha deducido que yo era su esposa? - le preguntó Myriam bromeando.
- Por eso y porque tiene una foto suya encima de la mesa de su despacho. La he reconocido al instante. Fue su padre el que creó la empresa, ¿no es así? Víctor me ha hablado de él.
Myriam se había quedado perpleja. ¿Víctor tenía una foto suya en su despacho? Recordó que su padre tenía una de cuando ella tenía diecisiete años; debía haberla heredado de él. Pero antes de que pudiera responder, el señor Bates empezó a decir algo que la sorprendió aún más:
- Sé que fue él el que creó la empresa, pero fue Víctor el que la convirtió en el éxito que es hoy en día - se notaba la admiración con la que hablaba de él -. Cuando me contrató apenas podía creer la suerte que tenía. Yo no tenía la formación ni la experiencia adecuadas - admitió con algo de rubor en el rostro mientras Myriam lo escuchaba en silencio -. La verdad es que no merecía la confianza que depositó en mí. La noche que nos conocimos yo estaba en un bar, empapando en alcohol mi desesperación. Natasha, mi mujer, era entonces mi novia y acababa de decirme que sus padres la habían amenazado con desheredarla si insistía en casarse conmigo. Los dos estábamos muy enamorados, aunque yo siempre supe que no era digno de ella, que pertenece a una familia rica y llena de ambiciones para ella - siguió relatando con cierta amargura -. Por supuesto esas ambiciones no incluían que se casara con un don nadie. Tasha decía una y otra vez que no importaba pero claro que importaba. Yo nunca podría darle la vida a la que estaba acostumbrada, ni el futuro que merecía. Si ni siquiera era capaz de encontrar un empleo... hasta que conocí a Víctor. Él me dio trabajo y me dejó tiempo libre para que pudiera hacer un máster; nos dejó, a Tasha y a mí, vivir en un apartamento en el edificio de las oficinas sin pagar alquiler alguno. Incluso fue a hablar con los padres de Tasha y, no sé qué les diría pero... - en ese momento se quedó callado y miró a Myriam avergonzado -. No sé por qué le estoy contando todo esto. Al fin y al cabo usted sabrá mejor que nadie qué tipo de persona es Víctor.
Hizo una pausa durante la cual ella no pudo decir ni palabra porque no conseguía salir del asombro.
- Una vez le pregunté por qué me había ayudado y me dijo que yo le recordaba cómo había sido él en otro tiempo, y todo lo que el señor Montemayor había hecho por él. Dijo que quería imitar aquella buena obra en memoria de su padre, señora García, y para demostrar lo agradecido que le estaba. Siempre decía que José Antonio Montemayor le había enseñado el significado de la generosidad y el respeto por uno mismo.
Myriam notó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas que amenazaban con desbordarse.
- Yo le daré a Víctor esos papeles, si le parece bien - le prometió, cuando estuvo segura de haber controlado el inminente llanto -. Pero antes le ofrezco que se tome un té conmigo.
- Muchísimas gracias, pero me temo que le he prometido a Tasha que estaría pronto en casa. Hoy es nuestro aniversario y ¡vamos a salir a cenar con sus padres!
Cuando el inesperado visitante se hubo marchado Myriam se quedó pensando en lo que le había contado. Le resultaba muy difícil odiar a Víctor después de haber visto ese lado compasivo que ella desconocía por completo.
Deseó con todas sus fuerzas que su padre pudiera estar allí para ayudarla y reconfortarla en aquellos momentos. Sabía cuánto había apreciado a Víctor, y la alta estima en que lo tenía en el terreno profesional.
De repente le vino a la cabeza la duda de si se habría quedado embarazada y de qué pasaría si no era así. Con un escalofrío tuvo que admitir que la idea de repetir lo sucedido la noche anterior no le provocaba ninguna repulsión. Ni mucho menos. Pero Víctor no la amaba y, según él, era imposible que ella lo amara a él.
Entonces... ¿en quién había estado pensando mientras acariciaba su cuerpo y lo poseía con innegable placer?
Volvió a notar cómo las lágrimas se agolpaban en sus ojos y volvió a luchar contra ellas.
De niña había llorado la pérdida del amor de su padre cuando él se había casado con Lisa. Ya de mujer, se negaba a volver a llorar la pérdida del amor de Víctor, que se lo iba a entregar a la misma mujer. ¡Ni hablar!
La sobresaltó el insistente sonido del timbre de la puerta. Estaba claro que aquel era el día de las visitas.
Abrió la puerta para encontrar al otro lado los rasgos de un visitante nada deseado.
- ¡Lisa! - exclamó sin poder ocultar la sorpresa.
Su madrastra iba vestida de blanco de la cabeza a los pies, lo que sobresaltaba el bronceado caribeño de su piel. Sin saludar siquiera, pero sin dejar de mirarla, entró al vestíbulo.
- ¿Dónde está Víctor? Necesito hablar con él. ¿Está en su despacho? - preguntó encaminándose hacia dicha habitación.
- No, no está allí - respondió Myriam intentando mantener la calma aunque lo cierto era que el mero hecho de ver a su madrastra en aquella casa la llenaba de rabia y tristeza.
- ¿Dónde está entonces? - le preguntó con impaciencia.
- Ha ido a una cita de negocios - habría preferido no tener que contestar, de hecho le habría gustado saber que contaba con el apoyo de Víctor y haber echado a Lisa de su casa.
- ¿Quieres decir que pasará la noche en Londres porque no soporta la idea de tener que dormir contigo? - intentó provocarla con su agresividad característica -. Es una pena que siempre me hayas tenido esa estúpida manía; de no haber sido así, podrías haber aprendido un par de cosas de mí. Como por ejemplo que no hay nada que odien más los hombres que una mujer que no sabe aceptar con dignidad que no la quieran. Y a ti Víctor no te quiere, Myriam; nunca te ha querido ni te ha deseado. Lo que sí quería era la empresa y, claro, ¿quién podría culparlo por ello? Desde luego yo no. Ya me advirtió Miranda que habías vuelto a él arrastrándote y lo cierto es que no me sorprendió. No te va a hacer ningún bien, lo sabes, ¿no?
Bueno, ya era más que suficiente. Myriam había dejado de ser la jovencita tímida que creía que tenía que ser educada con los mayores por muy ofensivos que estos fueran con ella. Ya era hora de que probara su propia medicina y desde luego Myriam estaba encantada de servírsela personalmente. Al fin y al cabo, ¿qué tenía que perder? Víctor ya le había asegurado que no la amaba. ¡Lo suyo era solo sexo!
Si castigando a Lisa también lo castigaba a él, pues mucho mejor. Se lo merecía, los dos lo merecían. No recordaba haberse sentido tan furiosa y tan dispuesta a atacar en toda su vida.
- En realidad fue Víctor y no yo el que insistió en darle una segunda oportunidad a nuestro matrimonio - empezó a decirle con fingida dulzura. Tenía que admitir que era un verdadero placer observar la expresión del rostro de Lisa a medida que le iba diciendo aquello -. Y no son solo mis acciones de la empresa lo que él quiere - continuó sin piedad, pero consciente de lo peligroso que podía llegar a ser el sentimiento de euforia que aquella venganza le estaba provocando.
- ¡Pues no creo que sea tu cuerpo! - contraatacó Lisa sin amilanarse -. Si así fuera, ahora mismo estaría aquí contigo.
- Quizás deba ser él el que te cuente qué es lo que espera de nuestro matrimonio - sugirió Myriam sin perder la serenidad mientras observabas su madrastra mirándola como si la estuviera viendo por primera vez.
- Víctor y yo jamás hablamos de ti o de vuestro matrimonio, tenemos cosas mucho más importantes de las que hablar.
Sintió cómo la abandonaba el autocontrol y la euforia se desvanecía dejando en su lugar un rastro de dolor.
- Ya - asintió amargamente -. Como por ejemplo la manera en la que ambos engañasteis a mi padre.
- Estás haciendo acusaciones que no puedes demostrar.
- No tengo por qué demostrar nada - espetó Myriam -. Víctor y tú ya os habéis encargado de hacerme ver lo ciertas que son. Vuestra relación...
- ¿Te ha dicho Víctor que tenemos una relación? - la interrumpió Lisa que, por algún motivo parecía sorprendida, como si no pudiera creer lo que oía. Pero de pronto esbozó una sonrisa, quizás se alegrara de que alguien le reconociera haber sido la responsable de la ruptura de aquel matrimonio.
- No era necesario que me lo dijera, ya lo hiciste tú... el día de mi boda - le recordó Myriam llena de tristeza.
La sonrisa de Lisa se hizo aún más amplia.
- Es cierto. Pobrecita Myriam; eras tan ingenua, y tan tonta... Bueno, si Víctor está en la oficina, será mejor que vaya allí a verlo. Estoy segura de que se alegrará de verme en un sitio más íntimo - susurró provocadoramente -. Hace casi un mes que no me ve, y eso, para un hombre del apetito sexual de Víctor, es muchísimo tiempo. No lo espere despierta, señora García.
Había salido triunfal por la puerta antes de que Myriam pudiera encontrar algo que responder.
Así que era cierto. Víctor seguía viéndose con Lisa. Todavía la amaba.
No iba a llorar, se dijo a sí misma con determinación. ¡No iba a llorar!
mañana les pongo el siguente capitulo... y ya solo faltan dos capitulos para el final...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: Amor por chantaje...... Final
inguesuuu q rapidooo gracias por cumplir hehehe
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: Amor por chantaje...... Final
Wooooralee. muchas gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Amor por chantaje...... Final
que buen capitulo
mmm espero el siguiente con mucha ansia jaja
rodmina- VBB PLATA
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Fecha de inscripción : 28/05/2008
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