Vicco y la Viccobebe
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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 10, 2008 1:28 am

Por Siempre - Página 5 196 Por Siempre - Página 5 196 Por Siempre - Página 5 196 JENNY Por Siempre - Página 5 196 Por Siempre - Página 5 196 Por Siempre - Página 5 196
MUCHASSSS GRACIASSS X EL CAP....
PERO NOS DEBES MASSSSSSS Por Siempre - Página 5 95247 Por Siempre - Página 5 95247 X LOS DIAS
ATRASADOS ESPERO QUE ANTES DE QUE SE ACABE LA
SEMANA NOS PUEDAS PONER OTROS MAS X FISSSSSSSSS.
BYEEEEE Y NOS LEEMOS PRONTO.
Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496 Por Siempre - Página 5 400496
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Mensaje  Chicana_415 Miér Dic 10, 2008 3:01 am

Yo estoy deacuerdo..no te puedes dar por vencida Very Happy Lucha y ya veras que pronto saldras de esa Very Happy
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Mensaje  Marianita Miér Dic 10, 2008 3:15 am

Ayy qué lindo!!!! What a Face Un paseo familiar!!! cheers cheers cheers Gracias por los capis Jenny, échanos otro de regalo por la espera, ándale!!! Por Siempre - Página 5 64473
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Mensaje  panquesito Miér Dic 10, 2008 12:57 pm

GRACIAS

POR PONER CAPITULOS YA NO TARDES MIRA QUE SUFRIMOS MUCHO
CUANDO NO HAY CAPITULOS

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Mensaje  myrielpasofan Miér Dic 10, 2008 4:27 pm

grax jenny pero estan chikitos los capis....siguele...porfis
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Mensaje  ryaneth Jue Dic 11, 2008 11:06 am

Gracias x poner capitulos ya no tardes mucho Jennyyyyyyy 2x1 2x1 2x1 2x1 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473

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Mensaje  panquesito Sáb Dic 13, 2008 12:11 pm

que pasa no hay capitulos


pon porfas no seas malita pon capitulos bounce bounce

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Mensaje  Marianita Sáb Dic 13, 2008 3:56 pm

Jenny, queremos capis porfitas!!!!! Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473
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Mensaje  mats310863 Dom Dic 14, 2008 6:42 pm

SEGURAMENTE OCURRIRA UN MILAGRO Y MYRIAM SE RECUPERARA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  Eva_vbb Lun Dic 15, 2008 11:36 pm

POR FAVORRRRRRRRRRRR PON CAP....
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Mensaje  Jenny Mar Dic 16, 2008 1:23 am

Aki les dejo capi sorry por la tardansa!!!

besos

Nena TQM y nunca van a cambiar las cosas eso te lo juro!!!

Jenny



NAPÓLES era una ciudad preciosa a cual-quier hora del día, pero tuvieron suerte de llegar al atardecer, cuando estaba ilumi¬nada por un sol rojo como el fuego.
Se alojaron en el lujoso hotel Excelsior, desde cuyos balcones podían ver el Vesubio, y después de ponerse zapatos cómodos salieron a explorar las viejas calles de la ciudad como miles de turis¬tas.
Víctor era un apasionado de Napóles y le en¬cantaba hacer de guía turístico. Su difunta madre era napolitana y él había visitado mucho a sus abuelos maternos y a sus tíos en la costa de Amalfi.
Con las niñas cómodamente sentadas en los co-checitos, Víctor y Myriam visitaron algunas de las iglesias más famosas antes de explorar Castel Nuovo, una fortaleza del siglo Xlll que se convir¬tió en el palacio real durante el siglo XV.
Era lógico que Ñapóles fuese llamada «la co¬rona más hermosa», pensó Myriam cuando salían del palacio real. Había tanta cultura allí... Restos griegos, romanos, obras maestras. Y una gran abundancia de belleza natural.
Pero el paseo había agotado a las niñas e in¬cluso ella estaba deseando tumbarse un rato antes de cenar.
Víctor había reservado una suite de dos habita-ciones y Myriam metió a las niñas en la cama antes de reunirse con él en el salón.
-No sabía que tú también querrías acostarte. Vete al dormitorio, yo me tumbaré un rato aquí.
-No vas a dormir en un sofá cuando eres tú quien paga el hotel.
-El dinero no tiene importancia -replicó él, impaciente-. ¿Por qué dices eso? ¿Por qué men¬cionas el dinero? El dinero puede comprar mu¬chas cosas, pero no puede comprar la felicidad. Ni la calma. Y eso es lo más necesitamos ahora mismo: calma. Y una semana de descanso con las niñas.
Cuando decidía algo, nadie podía compararse con él. Aquel era el Víctor en el que Myriam con¬fiaba.
-Estoy de acuerdo.
-¿Cuándo vas a contarle a las niñas lo que pasa? -preguntó él entonces, dejándose caer en un sillón.
-No lo sé.
-No puedes dejarlas aquí sin explicar por qué te vas. No sería justo.
-No voy a decirles que estoy enferma. No quiero contarles que tengo la enfermedad que mató a mi madre. Ellas saben lo que pasó y no quiero que se asusten.
-Pero se asustarán de todas formas cuando te vayas a San Francisco.
-Por eso necesito que cuides de ellas, que les des todo tu cariño y toda tu atención. Sé que ahora mismo tienes mucho trabajo y que yo estoy aña¬diendo una carga más...
-¡Myriam, por favor! -la interrumpió Víctor-. ¿Qué clase de monstruo crees que soy? Las niñas no son una carga para mí. Nunca lo han sido y tú tampoco.
Ella lo miró, sorprendida.
-¿No?
-Nuestro matrimonio no fue la gran tragedia que tú imaginas. Para mí, casarme contigo no fue algo negativo. Se hizo difícil después, pero no al principio. Me casé porque quise hacerlo.
-Pero...
-Pero nada. No me habría casado si no sintiera algo por ti, Myriam. No me habría casado solo por¬que estabas embarazada.
Myriam parpadeó, sin saber si reír o llorar. Sen-tía algo cuando se casó con ella. ¿Eso era bueno o malo? Y si los sentimientos eran auténticos, ¿por qué no había durado su matrimonio?
-Has hecho un buen trabajo con las niñas -aña-dió Víctor entonces-. Son estupendas y están muy bien educadas. Te echarán de menos si las dejas en Milán.
-Yo también las echaré de menos, pero creo que es mejor que no estén conmigo durante el tra¬tamiento. Creo que es mejor que no me vean su¬frir.
Víctor se quedó callado durante unos segun¬dos.
-Voy a posponer la boda -dijo por fin.
-¡No!
-No puedo irme de luna de miel, Myriam. Mis hijas me necesitan y Marilena es una mujer adulta. Entiende las complicaciones de esta nueva situación. Las niñas, no. Y lo que me preocupa son ellas. Tú estás enferma y todo lo demás es in¬significante.
-Al menos deberías hablar con Marilena antes de tomar esa decisión.
-Ya está tomada. Las niñas son mi prioridad. Myriam sonrió.
-Habrías sido un gran emperador en la antigua Roma.
-Lo sé -rio Víctor, haciendo una pose de Cé¬sar-. Y ahora vete a dormir. Debes descansar mientras las niñas están durmiendo. Y no te preo¬cupes por mí. Estoy bien. Además, tengo mucho trabajo.
Myriam entró en la habitación y cerró la puerta. Cuando se tumbó en la cama le dolía el corazón, le dolía la cabeza. Cada vez le resultaba más difí¬cil estar con Víctor, mantener las cosas en pers-pectiva, no hacerse ilusiones...
Aunque le resultaría muy duro dejar a las ni¬ñas, todo sería más fácil cuando dejase de ver a su ex marido.
Víctor seguía afectándole de una forma tre¬menda. Era horrible jugar a aquel juego, esconder sus sentimientos, aplastarlos hasta que le dolía el corazón.
Había pasado menos de una semana desde que llegó de Milán y ya estaba agotada. Cada vez era más difícil comportarse con naturalidad.
Odiaba tener que aparentar que no lo seguía queriendo, que no sentía nada al oír su voz, sus pasos.
¿Cómo podía ignorar los saltos que daba su co-razón? ¿Cómo podía fingir que no le importaba que Víctor fuese de otra mujer? Porque le impor¬taba. Mucho. Amaba a Víctor, pero no había olvi¬dado el fracaso de su matrimonio.
Pensando en todo aquello, Myriam no podía dormir y, por fin, salió al balcón para disfrutar del hermoso anochecer napolitano.
Víctor tampoco estaba dormido y pidió una bo-tella de vino y una bandeja de quesos, que ense¬guida subieron a la habitación.
-¿Qué estamos celebrando? -preguntó Myriam cuando abría la botella.
-Que estamos juntos, con nuestras hijas.
Si no lo conociera bien, diría que estaba siendo romántico; que estaba preparando una escena de seducción. Pero lo conocía y sabía que no alber¬gaba sentimientos románticos por ella.
Estaban los dos en el balcón del hotel, viendo cómo el sol se ocultaba tras el horizonte. Era un momento de tranquilidad, pensó. Hacía tiempo que no se sentía en paz. Tenía tantas preocupacio¬nes...
-Qué bien se está aquí -murmuró, apoyándose en la barandilla.
-Sí, es verdad.
Sin embargo, cuando los últimos rayos del sol desaparecían en el horizonte, Myriam no pudo evi¬tar una sensación de pena. No le quedaba mucho tiempo con las niñas. Se marcharía de Italia en una semana y sus hijas se acostumbrarían a estar sin ella...
¿Cómo podría soportar volver a una casa vacía día tras día? No habría nadie que la hiciera levan¬tarse por la mañana, nadie a quien darle un beso de buenas noches.
-Qué suspiro tan profundo -dijo Víctor, la brisa nocturna moviendo su pelo.
-He estado pensando en mi vida últimamente, en todos los errores que he cometido. He come¬tido muchos, Víctor.
-¿Y quién no?
-No estoy hablando de trabajo.
-Ni yo tampoco -dijo él, llenando las copas-. ¿Quieres hablar de errores? Yo no debería haber dejado que te fueras a California con las niñas. Fue lo peor que pude hacer. Las echaba tanto de menos que me dolía. Y visitaros era todavía peor. Cada vez que tomaba el avión de vuelta a Milán no podía respirar. Era como... como si estuviera enterrado vivo.
-Por eso dejaste de ir a verlas.
-Era mejor no hacerlo que despedirme una y otra vez. Pero les he fallado. Y a ti también. Lo siento.Seguía pensando en esa extraña disculpa cuando entraron en la habitación para vestirse antes de ce¬nar. Myriam eligió pantalones blancos y una blusa campesina de color turquesa con mangas muy an¬chas.
Aunque no habían reservado mesa, el maitre re¬conoció a Víctor y les dio una cerca del ventanal. Situado en el último piso del hotel, La Terrazza te¬nía una hermosa vista de la ciudad, el puerto y la montaña. Las niñas estuvieron muy entretenidas durante la cena viendo pasar ¡os barcos.
-Lo que vamos a hacer es lo mejor -dijo Víctor de repente, tomando su mano.
-¿A qué te refieres?
-A olvidar nuestras diferencias. Si tienes al¬guna duda, mira lo contentas que están las niñas.
Era cierto. Y Víctor había entendido lo que quería de él mucho mejor de lo que esperaba.
Pero cuando se llevó su mano a los labios, Myriam sintió un escalofrío que no tenía nada que ver con la devoción maternal o el instinto protector.
A pesar de todo seguía siendo una mujer y en los últimos dos años no había habido nadie en su vida. Nadie que la tocase, nadie que la amase. Ella no quería a nadie más que Víctor y, sin em¬bargo, no podía tenerlo.
-Capri es justo lo que necesitas -murmuró él, besando sus dedos-. Y puede que sea lo que yo necesito.
Myriam llevaba tanto tiempo escondiendo sus sentimientos, ahogando sus emociones, que con ese simple gesto Víctor consiguió que le tembla¬ran las piernas.
«Apártate», se dijo a sí misma, cuando el calor de sus labios amenazaba con hacerle perder la ca¬beza.
Y, de alguna forma, lo consiguió.
Por la mañana, cuando se iban del hotel, sonó el móvil de Víctor.
-Hola, Marilena.
Se había alejado unos pasos y Myriam se quedó con las niñas en el vestíbulo, esperando el taxi que los llevaría al puerto.
No quería oír la conversación, pero Víctor la mi-raba mientras hablaba con Marilena sobre la fiesta que se había perdido la noche anterior.
-Todo el mundo me preguntó por ti -le contó la princesa-. Te echaban de menos.
-Volveré dentro de una semana -dijo Víctor, preguntándose por qué ese comentario lo había irritado tanto. Marilena y él eran la pareja de moda en Milán.
-¿Qué tal va todo? ¿Qué tal la noche en Ñapóles?
-Las niñas lo han pasado bien. Cenamos en La Terrazza.
-¿Llevaste a tus hijas a La Terrazza? Pero cielo, ese no es un restaurante para niños.
-Pues se portaron estupendamente -dijo Víctor. En ese momento el taxi paraba frente al hotel-. Lo siento, tengo que irme.
-Muy bien, amore. Llámame luego.
Llegaron al puerto justo a tiempo para tomar el ferry. Afortunadamente para las niñas, solo era un trayecto de cincuenta minutos. Cientos de turistas hacían el viaje de ida y vuelta en verano.
Myriam observó las colinas mientras el barco se deslizaba por el agua. Napóles era, desde luego, una ciudad espectacular.
Recordó entonces el sueño que tenía desde la época del instituto. El sueño era ir a Italia para ver las catedrales y los museos de la antigua Roma. Quería alquilar un apartamento en Milán y estu¬diar diseño con los grandes creadores de moda. Quería tomar café en las típicas terrazas y ver cómo se levantaba el sol en la tierra donde habían nacido tantos artistas.
Y su sueño se hizo realidad. ¿O no?
Una hora más tarde llegaban a Capri. Cuando el ferry estaba atracando, Víctor le dio un beso en la frente.
-Pareces feliz. Me alegra verte sonreír.
Myriam se puso colorada. No había esperado aquella caricia. Y tampoco esperaba que su ex ma¬rido se inclinase de nuevo para besarla en el cuello.
Respiró el familiar aroma de su colonia, su propia fragancia: «Víctor», que se vendía muchí¬simo en Estados Unidos.
Aquello le parecía irreal. Era curioso cómo todo era diferente, pero nada había cambiado.
Víctor no era suyo. Aunque hubiese pospuesto la boda, seguía prometido con otra mujer. Seguía siendo de otra mujer.
Habían pasado dos años desde el divorcio. Ha-bía tenido dos años para aceptar la realidad.
Entonces, ¿por qué no podía hacerlo? ¿Por qué no podía aceptar que ya no había futuro con Víctor? ¿Y por qué el deseo, el anhelo, el dolor, no desaparecían?
-¿Qué ocurre?
-Nada -contestó ella.
No podía seguir así, no podía albergar aquellos sentimientos. Había intentado controlar sus emo¬ciones, esconder lo que sentía... pero estar a su lado era un peligro.
Solo había un hombre para ella: Víctor. Pero Víctor no era una opción.
Su casa no estaba realmente en Capri, sino en Anacapri, al otro lado de la montaña. Estaba cons¬truida en una cuesta, dividida en varias terrazas desde las que podía verse el mar. Las flores caían en cascada desde los balcones hasta la piscina.
Con Sofi en un brazo y Vicky en otro, Víctor le enseñó la casa que había sido de su madre. A pe¬sar de estar cerca del puerto, era muy silenciosa, muy tranquila.
Cuando llegaron al dormitorio de las niñas, abrió el balcón y respiró exageradamente. Las ge¬melas se partían de risa.
-Papá es tonto -dijo Vicky.
-Respirad el aire fresco. Sentid el sol. ¿No es estupendo?
Myriam no podía apartar los ojos de él. Era ma-ravilloso. Era maravilloso y terrible y no sabía cómo iba a sobrevivir a aquellos días sola con él.
Estaban con las niñas, pero eso lo hacía más di-fícil. Vicky y Sofi eran un recordatorio constante de que Víctor y ella una vez estuvieron muy cerca el uno del otro. Que hacían el amor...
Myriam cerró los ojos, intentando controlarse. No podía pensar en eso, no podía recordar lo ma¬ravilloso que era Víctor como amante.
Sabía cómo tocarla, cómo hacerle perder la ca-beza. Sus amigas le habían contado que la pri¬mera vez no era agradable, que hacía falta prác¬tica, experiencia, para disfrutar del sexo.
Pero no fue así con Víctor. La primera vez fue increíble. Myriam gritó cuando entró en ella y gritó de nuevo cuando la llevó al orgasmo. Supo enton¬ces, a pesar de su limitada experiencia, que nadie más volvería a hacerla sentir de ese modo. Y deci¬dió que si no podía estar con Víctor García no estaría con ningún otro hombre.
-Esto es una maravilla -sonrió, intentando es¬conder su pena.
-Es una isla mágica. Tiene el poder de curar. A Myriam se le encogió el corazón.
-¿Lo suficiente como para hacer un milagro?
-Sin ninguna duda -contestó Víctor.
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Mensaje  Jenny Mar Dic 16, 2008 1:24 am

DURANTE los primeros días se portaron como si fueran típicos turistas, visitando los sitios más populares de la isla.
Pero, por fin, Víctor se cansó de europeos y americanos y sugirió una merienda en las colinas, alejados de todo.
Ante el alborozo de las niñas, alquilaron un co-che de caballos para ir a Villa Damecuta, que ha-bía sido una de las villas imperiales de Tiberio y de la que ya solo quedaban ruinas. Sin embargo, desde allí había una vista espectacular.
Myriam colocó el mantel sobre la hierba. Ha¬bían llevado bocadillos y limonada y después de comer algo las gemelas se dedicaron a explorar.
Cuando estaba cansada, Myriam se dejó caer so¬bre las ruinas de una antigua pared. Víctor se sentó a su lado.
-Hace un día precioso, ¿verdad? Llevaba una camiseta azul marino y pantalones vaqueros. Estaba muy guapo, como siempre.
-Yo creo que el Cielo debe de parecerse a esto -dijo Myriam entonces mirando a sus hijas, que es¬taban saltando entre las piedras-. Las niñas son muy felices aquí. Tienes que traerlas otra vez. Prométemelo.
-Claro que sí. Capri es mi segundo hogar. La casa que tenemos aquí lleva generaciones en mi familia -dijo Víctor, alargando la mano para colo¬carle el sombrero-. No sueles hablar de tu madre, ¿verdad?
-Me resulta difícil.
Y también le resultaba difícil aquel nuevo Víctor, tan atento, tan cariñoso.
-Murió de cáncer, ¿no?
Hablar de su madre no era mucho más fácil que contemplar el futuro, pero Víctor tenía que saber esas cosas. Alguien debía hablarle a las niñas de la familia de su mamá.
-La quería mucho. Estábamos muy unidas. Ya sabes que mi padre nos abandonó cuando yo era muy pequeña, así que me crio sola.
-¿No volviste a saber nada de tu padre? Myriam se encogió de hombros.
-Una vez envió una postal de Navidad para de-cir que iba a casarse de nuevo. No volvimos a sa-ber nada de él.
-Tengo la impresión de que tu madre estaría orgullosa de ti. Siento mucho no haberla cono¬cido, de verdad. Creo que me habría caído bien.
-Te habría vuelto loco.
-Como tú -dijo Víctor entonces, apretando su mano.
-Yo no te volvía loco. Apenas me prestabas atención.
No debería haber dicho eso, pensó Myriam. Él la miraba, dolido.
-Me alegro de tenerte a ti y a las niñas de vuelta en casa -dijo con voz ronca, inclinándose para besarla en la mejilla.
Myriam sintió una punzada de deseo al tenerlo tan cerca. Era casi imposible de resistir.
-No podemos hacer esto -murmuró, poniendo una mano en su torso.
Pero al hacerlo, al tocarlo, al sentir el calor de su cuerpo, no pudo apartarse. Era Víctor, su Víctor. El Víctor al que tanto había echado de menos.
-¿Por qué no?
-Marilena. Tienes que pensar en Marilena. Víctor la miró a los ojos.
-Muy bien. Cortaré con ella.
A Myriam se le puso el corazón en la garganta.
-No puedes hacer eso. No puedes hacerle eso otra vez...
Víctor inclinó la cabeza y cubrió su boca con un beso.
Ella resistió por instinto, pero sus labios eran cálidos, persuasivos. Era imposible negar el deseo que sentía y mucho menos la atracción. Su piel, su aliento... todo era tan familiar y, sin embargo, tan extraño, tan maravilloso.
Nadie la había hecho sentir como Víctor y, sin embargo, aquel hombre no era suyo. Aquel beso, como todo lo que había entre ellos, era robado. Cuando volvieran a Milán estaría sola de nuevo. Intentando reunir los pedazos de su vida.Myriam intentó controlar sus emociones, pero era como si Víctor conociera esa lucha y estu¬viese decidido a probar que su deseo era más fuerte que el sentido común.
Sin dejar de besarla, empezó a acariciar sus pe-chos por encima del vestido. Myriam dejó escapar un gemido al sentir los dedos del hombre rozando el sensible pezón. Le hacía desear cosas, la hacía soñar, pero era imposible. No podía ocurrir. Los dos debían controlarse.
-Por favor, Víctor -murmuró-. Esto no está bien. Tú lo sabes igual que yo.
Víctor levantó la cara. Respiraba con dificultad y le brillaban los ojos.
-Entonces quizá ha llegado el momento de ha-cer algunos cambios..
-No he venido para interferir con tu boda, con tus planes... Lo hemos intentado y no funcionó. Nos divorciamos.
-Solo porque tú me pediste el divorcio.
-Te dije que pediría el divorcio si no podías quererme y tú dijiste... dijiste que lo nuestro había sido un error -replicó Myriam, con voz entrecor¬tada-. Un error de una noche. ¿O no recuerdas eso?
Por supuesto que recordaba esas palabras. Ha-bían sido terriblemente crueles.
-Te mentí.
Había intentado hacerle daño. Su infelicidad lo volvía loco. Nada de lo que hacía estaba bien. Nada era lo suficientemente bueno para ella.
-Mentí -repitió Víctor, percatándose de que había estado mintiéndose a sí mismo desde enton¬ces-. Nunca fuiste un revolcón de una noche. Y lo nuestro no fue un error.
-No...
-Fue algo inevitable. Tenía que ocurrir, Myriam.
Víctor había esperado poder controlar el nego-cio desde Capri, pero demasiados asuntos reque¬rían su atención. Podía hacer que le enviasen muestras de tejidos, pero no podía dar el visto bueno las pruebas ni entrevistar a las modelos.
-Me voy a Milán -anunció a la mañana si-guiente-. Volveré mañana por la tarde, pero le diré a Pietra que venga hoy mismo para que no es¬téis solas.
Eran casi las doce cuando llegó a Milán, pero en lugar de ir a García, le dijo a su chófer que lo llevara a casa de Marilena.
-Me alegro de verte -lo saludó la princesa-. Te he echado de menos.
Pero Víctor no la había echado de menos. De hecho, ni siquiera había pensado en ella.
Esa era la verdad.
Y tenía que hacer lo que era mejor para todos: romper el compromiso. Solo había amado a una mujer en su vida y esa era la pelirroja que lo espe¬raba en Capri.
Víctor esperó que Marilena se sentara para darle la noticia. Era una mujer muy elegante, muy compuesta, incluso demasiado. Y aquel día Víctor supo sin duda que su relación estaba rota.
Todo había terminado. La princesa era una mu-jer bellísima, pero no era la mujer de su vida. Du-rante los últimos dos años había sido como un hombre que caminaba en sueños y, de repente, es¬taba despierto otra vez.
Afortunadamente, Myriam había llegado a tiempo. Afortunadamente, no se había casado con Marilena.
-Tenemos que hablar.
Nunca la había querido. Le gustaba la idea de casarse con una mujer tan bella; la idea de que una princesa lo quisiera. Pero nunca la había amado. Al menos, no como amaba a Myriam.
Cuando se lo dijo, la compostura de Marilena empezó a resquebrajarse.
-Dijiste que no se interpondría entre nosotros, que no arruinaría nuestra boda. Víctor, no dejes que nos haga esto.
-No es ella la que...
-¿Cómo puedes decir eso? Todo iba perfecta¬mente hasta que Myriam llegó.
-Las cosas no iban bien -suspiró Víctor-. No¬sotros quisimos creer que era así.
-Te quiero y sé que podríamos ser muy felices juntos. Somos muy parecidos, nos entendemos. ¿Cómo puedes olvidar todo lo que hemos com¬partido durante estos últimos dos años?
-Lo hemos pasado bien -asintió él. Los dos amaban la ópera, los viajes a París, las escapadas a Roma para cenar-. Pero no es suficiente.
-¿Cómo puedes decir eso?
-Porque es cierto, Marilena. Además, tengo que pensar en las niñas. Tú misma has dicho que serían una responsabilidad demasiado grande, que no son tus hijas...
Marilena se levantó y escondió la cara para que no viese que estaba llorando.
-Lo lamentarás. Lamentarás esta decisión cuando te des cuenta de que ha vuelto a engañarte.
-Myriam no es así...
-¡Eres un tonto! Claro que es así. Es una mani-puladora. Solo ha venido a Milán al saber que ibas a casarte de nuevo. Ha venido para romper nuestro compromiso y lo ha conseguido. Te tiene como siempre, comiendo en la palma de su mano.
-No la conoces.
La expresión de la princesa se oscureció.
-¿No habrás...? ¿No te habrás acostado con ella?
-No.
-¿Y se supone que debo creerte? La pregunta ofendió a Víctor. Nunca la había visto así, tan furiosa, tan fuera de sí.
-Debes creerme porque es verdad. Cuídate, Ma¬rilena. Espero que algún día podamos ser amigos.
Myriam y las niñas pasaron el día en la piscina. Nadaron, comieron en la terraza y después se ba-ñaron de nuevo antes de la siesta. Pietra llegó por la tarde para hacerles compañía.
El día anterior fue muy agradable, pero a la mañana siguiente Myriam se sentía inquieta. Con Víctor a su lado no le daba tantas vueltas a todo, pero estando sola con las niñas...
Era difícil creer que tenía cáncer.
Sabía cómo sería el tratamiento, sabía los pa¬sos que debía dar. Había pasado por ello dos ve¬ces. Primero con su tía, después con su madre.
Myriam respiró profundamente, intentando creer que, en su caso, el resultado sería positivo. Tenía que serlo.
Todo iba a salir bien. Y si no era así... las niñas vivirían con su padre.
Eso era algo positivo.
Pero pensar en positivo no disminuía sus mie-dos. Echaba de menos a Víctor. Mucho. Echaba de menos su cara, su voz, su sonrisa. Echaba de menos verlo entrar en una habitación. Pero eso hacía sonar una campana de alarma.
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Mensaje  Marianita Mar Dic 16, 2008 2:25 am

Qué bueno que Víctor dejó a la princesa!!!!! cheers Ojalá que Myriam se recupere pronto para que vuelvan a ser la familia feliz que eran!!! Por Siempre - Página 5 388331 Muchas gracias por el 2x1 Jenny, ya no nos abandones!!! Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473 Por Siempre - Página 5 64473
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Mensaje  myrielpasofan Mar Dic 16, 2008 3:57 am

grax jenny....por el 2x1...siguele prontito....
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Mensaje  mats310863 Mar Dic 16, 2008 8:51 am

¡QUE NERVIOS!, ESPERO QUE MYRIAM SE RECUPERE, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  jai33sire Mar Dic 16, 2008 1:23 pm

GRACIAS POR EL CAPITULO ESTUVO BUENISIMO Y SIGUELE POR FAAAAA

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Mensaje  Chicana_415 Mar Dic 16, 2008 9:26 pm

Queee buenooo que rompioo el compromisooo! Very Happy

Ahora solo espero que Myriam se cure!
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Mensaje  Chicana_415 Mar Dic 16, 2008 9:28 pm

Queee buenooo que rompioo el compromisooo! Very Happy

Ahora solo espero que Myriam se cure!
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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 17, 2008 12:38 am

MUCHAS GRACIAS X EL CAP...
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QUE BUENO QUE VICTOR YA TERMINO CON LA MENTADA
PRINCESA....
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Mensaje  alma.fra Miér Dic 17, 2008 1:01 am

Muchas gracias por el capitulo.

Ke bueno ke Vicor ya dejo a su novia y ojala ke Yri se cure.
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Mensaje  panquesito Miér Dic 17, 2008 10:53 am

gracias por el capitulo Very Happy Laughing esperemos el otro

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Mensaje  panquesito Vie Dic 19, 2008 10:55 am

que pasa por que no hay capitulo

capitulo capitulo capitulo capitulo

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Mensaje  Marianita Vie Dic 19, 2008 4:51 pm

Ayy Jenny, no seas mala y regálanos capis!!!!!! Por Siempre - Página 5 4037 Por Siempre - Página 5 4037 Por Siempre - Página 5 4037
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:04 pm

Hola chiks aki les dejo capis mil disculpas por abandonarlas pero ya regrese

Espero les gusten!!!

Dejen sus mensajes okis!!

Besos
Jenny


Estaba demasiado apegada a él. Estaba enamo¬rándose de su ex marido otra vez.
Nada bueno podía salir de aquello, se dijo. Víctor no era suyo. Ella no era su tipo. ¿No había aprendido nada?
Con lágrimas en los ojos, Myriam se hizo una coleta y metió las llaves y el monedero en el bolso. Afortunadamente tenía a las niñas. Habían sido una bendición. Adoraba sus risas, su alegría, su sentido del humor. Como a ella, les encantaban las aventuras.
-Mamá -dijo Sofi, tomando su mano.
-Dime, cariño.
-¿Adonde vamos?
-De compras -contestó Myriam, mirando las hojas de los árboles, de un verde brillante bajo el sol.
Aquello era maravilloso. Las niñas, ella, el sol. ¿Qué más se podía pedir?
Vivir.
-¿Solo eso? -insistió Sofi.
-Bueno, también podemos ir a la peluquería -contestó Myriam, apartando la mirada-. Y luego tomaremos un helado.
-¿Vamos a cortarnos el pelo? -preguntó Vicky. No era nada importante. En realidad, el pelo solo era un detalle.
-No, vosotras no. Mamá se lo va a cortar.
-¿Por qué?
-Pues... porque me apetece tenerlo corto para el invierno.
Vicky miró el cielo, con el ceño fruncido.
-Pero si no es invierno, mamá.
-No, pero lo será y, además, los cambios son buenos.
A pesar de su sonrisa, las niñas la miraron como si intuyesen algo.
-¿Igual que la abuela? -preguntó Vicky.
-Hay otros estilos más modernos, ¿no crees?
-Pero a mí me encanta tu pelo, mamá -protestó Sofi-. Es muy bonito.
-Gracias, cariño. Tú también tienes un pelo precioso.
Myriam abrazó a sus hijas, con el corazón enco-gido.
No quería hacerlo, pero era mejor cortarse el pelo que ver cómo se le caía a mechones con la quimioterapia. Y era mejor que las niñas la viesen con el pelo corto en Italia, en lugar de llevarse la sorpresa cuando volvieran a verse.
Si volvían a verse.
-Vosotras me ayudaréis a elegir el estilo. Se¬réis mis consejeras, ¿de acuerdo?
Las niñas asintieron, pero habían perdido parte de su alegría. Sofi apretaba la mano de su madre y Vicky la miraba con curiosidad.
-¿Te volverá a crecer el pelo, mamá?
-Sí, claro.
Poco después cruzaban la preciosa plaza del pueblo. Había flores por todas partes; todo pare¬cía lleno de color, de alegría.
Estaban a una manzana de la peluquería cuando Sofi soltó su mano.
-¡Mira, es papá! ¡Ha vuelto!
A Myriam se le aceleró el corazón.
-No te esperábamos hasta la noche.
-He terminado de hacer las cosas antes de lo que esperaba -sonrió él, tomando a las niñas en brazos. Se inclinó para besar a Myriam en los la¬bios pero ella, nerviosa, movió la cara para ofre¬cerle la mejilla.
-¿Adonde ibais?
-Estábamos haciendo unos recados -contestó Myriam, esperando que las niñas no dijeran nada sobre el pelo. Sabía que a Víctor le encantaba su me¬lena, pero no sería él quien tuviera que verla caerse a mechones-. Y después vamos a tomar un helado.
-¿Os gustan los helados? -sonrió Víctor.
-¡Sí! -gritaron las dos niñas a la vez.
-Mamá va a cortarse el pelo -anunció Sofi en¬tonces.
Myriam escondió su frustración detrás de una sonrisa, pero Víctor la miró, perplejo.
-¿Ah,sí?
-Se lo va a cortar muy corto -lo informó Vicky.
-A mí no me gusta el pelo corto. Me gusta mamá con el pelo largo -dijo Sofi. Víctor dejó a las niñas en el suelo.
-Entonces quizá no debería cortarse el pelo.
Myriam levantó la cabeza y lo miró directa¬mente a los ojos. Aquello era asunto suyo. El cán¬cer era suyo, de nadie más. Y el tratamiento tam¬bién. Era ella quien estaba enferma.
-Tengo hora en la peluquería y no puedo can-celar...
-Claro que puedes. La cancelaré yo por ti y de-jaré una buena propina. Lo entenderán, seguro.
-Víctor...
-Estamos de vacaciones. Puedes hacerlo en otro momento. De hecho, sería mejor que lo hicie¬ras en otro momento.
Debería enfadarse con él. Debería recordarle que era independiente y capaz de tomar sus pro¬pias decisiones, pero no quería disgustar a las ni¬ñas.
De modo que Víctor canceló la cita en la pelu-quería y se fueron de compras por el pueblo.
Y Víctor García se tomaba las cosas muy en serio. Leyó las etiquetas de todas las cremas sola-res, miró veinte pares de sandalias, aunque al final las gemelas eligieron las que ellas querían, y le probó a Myriam un montón de sombreros hasta que encontró el que, según él, le quedaba perfecto.
Evidentemente, lo estaba pasando bien.
-¿Necesitamos alguna cosa más? -preguntó, después de comprar un regalo para Pietra.
-No.
-¡Entonces, vamos a tomar un helado!
-¡Sí! -gritaron las niñas. Eligieron una heladería en la plaza, con aire acondicionado.
-Ah, qué bien se está aquí -suspiró Myriam.
-Fuera no hace tanto calor.
-Recuerda que yo soy de San Francisco. Cuando no estoy trabajando, vivo en pantalón corto.
-Eres tan glamurosa, nena.
Myriam soltó una carcajada. Le gustaba bro¬mear con Víctor. Le gustaba sentir que eran ami¬gos.
-No puedo evitar que mis antepasados fueran nórdicos y estuvieran siempre rodeados de hielo.
-Afortunadamente, no corre hielo por tus ve¬nas. Eres tan caliente como una italiana. Ella se puso como un tomate.
-No digas esas cosas -lo regañó en voz baja, señalando a las niñas.
-Las niñas están muy ocupadas con el helado -rio Víctor.
-Aun así.
-¿Por qué?
-Porque no.
C
Víctor tomó una cucharada de su helado.
-¿Por qué no voy a decirlo? -preguntó, mirán¬dola a los ojos-. Es verdad.
CUANDO volvieron del pueblo se dieron un baño. Después, Pietra se llevó a las niñas a la habitación para dormir la siesta y ellos se quedaron en la piscina.
Víctor se tumbó sobre una toalla y Myriam en una hamaca, con un libro en las manos. Pero no podía concentrarse en la lectura. Había leído un párrafo tres veces cuando decidió que era mejor dejarlo.
Un pensamiento la sorprendió entonces: estaba tan preocupada por el bienestar de las niñas que se había olvidado de sí misma. Había olvidado sus deseos, sus necesidades.
Y estar con Víctor le hacía recordar todo lo que deseaba, todo lo que quería. Por primera vez en mucho tiempo volvió a sentir aquel fuego, aquel deseo que solo había sentido con él.
Pensaba que el viaje a Italia la dejaría agotada. Esperaba enfadarse con Víctor, pelearse con él. Pero no había esperado sentir lo que sentía. No había esperado encontrarse a gusto, contenta, se¬gura. Quizá esa sensación no duraría, pero le ca-lentaba el corazón por el momento.
Era maravilloso sentir eso otra vez.
-Empieza a hacer calor -dijo Víctor, levantán¬dose.
Tenía los abdominales marcados y Myriam sin-tió una oleada de deseo, una atracción que no era solo física sino emocional. Aunque quisiera igno¬rarlo, no podía. Se sentía conectada con él.
Y deseaba tocarlo. Tanto que la intensidad de sus sentimientos la asustaba.
Víctor se tiró al agua y ella lo observó nadar. Era un buen nadador y cruzaba la piscina con poderosas brazadas. Unas cuantas vueltas después, sacó medio cuerpo del agua para apoyarse en el borde.
-¿Por qué pensabas cortarte el pelo?
-Tengo que hacerlo tarde o temprano.
-¿Pero por qué delante de las niñas?
-¿Por qué no? Siempre van conmigo a la pelu-quería.
-Sí, pero dejártelo muy corto... Un poco drás¬tico, ¿no?
-La quimioterapia es drástica, Víctor.
-No conozco a nadie que haya pasado por eso. Myriam dejó escapar un suspiro.
-Yo he visto demasiado, más de lo que me gus-taría ver. Te puede salvar la vida, pero es muy duro. A mi madre se le caía el pelo a mechones. Un día empezó a caérsele y, al final de la semana, tuvo que afeitarse la cabeza.
-Y habías pensado que si te lo cortabas ahora no sería una impresión tan grande para las niñas, ¿no?
-Algo así. Víctor asintió.
-Estos próximos meses no van a ser fáciles para ti, ¿verdad?
-No.
-Entonces, yo diría que debemos disfrutar todo lo que podamos ahora. Así volverás a casa lleván¬dote un buen recuerdo.
A Payíon se le encogió el corazón. Quizá le quedaba poco tiempo...
-Buena idea.
-Empezaremos por cenar esta noche en Capri. Reservaré mesa en un restaurante que conozco. Pero esta noche será solo para los dos.
Víctor esperaba en el taxi mientras Myriam se despedía de las niñas. Las gemelas se abrazaban a ella diciéndole cosas. La adoraban. Y Myriam era una buena madre. Era firme y divertida al mismo tiempo. Sabía cómo controlar a Vicky y cómo ani-mar a Sofi.
«Por favor, Dios mío, que no le pase nada», pensó entonces.
Víctor admiró su elegante porte. Llevaba un top blanco con lentejuelas negras y pantalones de terciopelo negro, bajos de cadera. En los pies, sandalias de tacón. Parecía una modelo.
Tenía un estilo increíble. Marilena sabía vestir, pero Myriam tenía estilo propio.
Sin embargo, cuando entró en el taxi, vio que tenía los ojos húmedos.
-¿Qué ha pasado?
Myriam intentó sonreír, pero no podía esconder la emoción.
-Nada. Es que no puedo dejar de darle vueltas. Las niñas estaban diciéndole adiós desde la puerta y Myriam sacó la mano por la ventanilla.
-Me gustaría estar con ellas para siempre. Me gustaría estar bien...
Víctor le pasó un brazo por los hombros.
-Te pondrás bien, ya lo verás.
-¿Y si la quimioterapia no funciona? ¿Y si no estoy cuando se hagan mayores? No puedo sopor¬tarlo, Víctor. No puedo.
-Cariño...
-Lo siento -suspiró Myriam, volviendo la cara-. No quiero que me vean llorar. Él estaba callado, muy serio.
-No sé por qué me he puesto así precisamente ahora. Todo va bien. La verdad es que me sentía muy feliz.
-Vas a ganar la partida, Myriam -dijo Víctor entonces-. Eres fuerte. Mucho más fuerte de lo que crees.
-Pero si no es así, sé que las niñas estarán bien contigo.
Él apretó su mano.
-Te necesitan a ti. Siempre te necesitarán a ti. Así que tienes que luchar, cariño. Tienes que ga¬nar.
-Pienso intentarlo.
El restaurante estaba en medio del pueblo, al lado de la Piazzetta. El maitre los sentó en un pre¬cioso patio con columnas que estaba muy ani¬mado.
La carta era un sueño para alguien a quien le gustara la pasta: Ravioli all'Annibale, rellenos de queso y servidos con mantequilla, Penne alia Cantinela, pasta con berenjenas, tomate y mozzarella...
-Esta noche tengo mucha hambre -sonrió Myriam cerrando la carta-. Quiero probarlo todo.
-Adelante -sonrió Víctor.
-Vas a tener que sacarme de aquí rodando.
-¿Y qué? Al menos lo habrás pasado bien.
El brillo de sus ojos la dejó sin aliento. Si hu¬biera sido así cuando estaban casados... Si hubie¬ran podido ser amigos antes de ser amantes...
-Gracias, Víctor.
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:06 pm

-¿Por qué? ¿Qué he hecho?
-Por esto -contestó Myriam señalando alrede¬dor. La noche, las luces, la atmósfera festiva-. Esto es maravilloso. Es muy especial. Estar aquí contigo, con las niñas, me ayuda mucho más de lo que crees.
-Yo creo que eres maravillosa...
-No.
-Lo eres. Tienes una actitud asombrosa, Myriam. Y un corazón muy grande. Y, además, consi¬gues tener un aspecto radiante.
A Myriam se le hizo un nudo en la garganta. Cuando la miraba de esa forma se ponía nerviosa, se derretía por dentro. Se sentía ridiculamente feliz, casi como la noche de Trussardi, cuando le pi¬dió bailar.
La noche de Trussardi había sido igual de má¬gica. Después de bailar salieron al jardín para to¬mar una copa y estuvieron charlando durante una hora.
Cuando Víctor se ofreció para llevarla a casa, lo aceptó sin vacilar. Nunca se le había ocurrido que podría seducirlo. Ni siquiera que fueran a be¬sarse.
Pero él la besó en la puerta del hostal en el que se hospedaba. Había polillas revoloteando alrede¬dor de la lámpara del vestíbulo y Víctor inclinó la cabeza para buscar sus labios. Nunca olvidaría ese momento.
No había sido solo un beso, sino «el Beso». El beso de toda una vida.
Incluso entonces recordaba lo natural que ha¬bía sido todo. No hubo dudas, ni preguntas. Solo quería estar con él.
Aquella noche, en sus brazos, experimentó algo nuevo, algo tan profundó que, desde enton¬ces, no hubo ninguna duda: nunca habría otro hombre para ella.
-Myriam.
-¿Perdona?
-Te he preguntado si querías más vino.
-Ah, no, gracias.
Si hubieran podido arreglar sus diferencias, si hubieran conseguido que aquel matrimonio fun¬cionase...
-Yo diría que la cena ha sido un éxito -sonrió Víctor, mientras pagaba la cuenta.
-No nos ha ido mal sin nuestras dos pequeñas carabinas.
-No soy yo quien necesita carabina -dijo él en-tonces.
-¿Crees que yo sí?
-Sí -contestó Víctor, mirando sus labios. Myriam sintió mariposas en el estómago.
-¿Por qué dices eso?
Su ex marido la miró durante largo rato antes de contestar:
-¿Crees que soy inmune a tus encantos? ¿Crees que ya no te encuentro atractiva?
-No lo sé...
-Para tu información, esa misteriosa atracción que sentí por ti desde el primer día no ha dismi¬nuido. Nunca.
Solo eran palabras, se dijo Myriam. Sin em¬bargo, no sabía si era el vino o la cálida noche, pero le gustaba oírlo. Le gustaba que la mirase así, que la pusiera nerviosa.
-No creo que sea muy sensato...
-¿Cuándo hemos sido sensatos tú y yo?
-Por eso debemos tener cuidado. ¿No crees?
-Quizá sí, quizá no. Depende de cómo se mire. Efectivamente. Debía mantener la perspectiva, se dijo Myriam. No quería sufrir más.
Tenía que pensar en las niñas. Y en Marilena. Tenía que actuar con responsabilidad.
-Se está haciendo tarde. Quizá deberíamos volver antes de que Pietra se asuste.
-No se asustará. Además, preferirá que este¬mos fuera toda la noche. Le hace falta el dinero.
-Pero deberíamos decirle que todo está bien. Voy a llamarla...
-Toma, usa mi teléfono.
Víctor sabía que no tenía que llamar. Sabía que solo intentaba alejarse para mantener las distan¬cias.
-Quizá más tarde.
-Cuando tú quieras.
Myriam vio deseo en sus ojos. No se molestaba en disimularlo. Quería llevarla a casa, desnudarla, hacerle todo lo que no le había hecho en dos años.
-No te pongas nerviosa.
-¿Quién está nerviosa?
-Te conozco, cielo. Nos conocemos suficiente-mente bien como para soltarnos un poco el pelo. ¿Ya se te ha olvidado cómo pasarlo bien?
-Claro que no.
-Entonces vamos a disfrutar. La noche es jo¬ven, tú estás guapísima y yo creo que deberíamos ir a bailar.
Cruzaron la plaza y tomaron una calle donde había mucha gente joven. Enseguida encontraron la discoteca, pero había demasiada gente espe¬rando para entrar.
-Vaya, parece que no vamos a poder bailar -dijo Myriam, aliviada.
-Eso es lo que tú te crees -replicó Víctor, to¬mando su mano.
Tenía razón. No tuvieron que esperar. El encargado lo reconoció enseguida y los dejó pasar sin cobrarles la entrada. Lo de llamarse Víctor García era una ventaja, desde luego.
Encontraron una mesa en una esquina, pero la música estaba tan alta que resultaba difícil con¬versar. El camarero apareció entonces con dos co¬pas de cóctel. El contenido era de color azul mar, como las paredes de la discoteca.
-Cortesía de la señorita que esta ahí sentada -dijo el hombre. Una joven de pelo rubio levantó su copa para saludarlos.
Myriam se quedó helada. La «señorita» era una famosa estrella de cine.
-¿Conoces a Lyssa Harper? -preguntó, gri¬tando para hacerse oír. Intentaba no mirar a Lyssa, pero la actriz le estaba tirando besos a Víctor. O había bebido mucho o estaba loca por él.
Víctor se encogió de hombros.
-La vestí en los Osear de este año. ¿Quieres to-mar esto o te apetece algo menos fuerte?
-¿Por qué iba a querer algo menos fuerte?
-No sé si estás preparada para un Lengua en la cueva.
-¿Cómo?
-Lengua en la cueva -repitió él-. Es el cóctel de la casa. Se llama así por la famosa cueva Azzu-rra. La cueva azul atrae a miles de turistas cada año.
Lengua en la cueva. Menudo nombre.
-No hemos estado allí, ¿no?
-No, pero es un sitio al que me gustaría ir con¬tigo.
Y por su travieso guiño, tenía muy malas inten-ciones.
Myriam intentó tomar el cóctel, pero cada vez que se llevaba el líquido azul a los labios imagi¬naba actividades eróticas que no tenían nada que ver con la exploración de una cueva.
-No te gusta -dijo Víctor.
-La verdad es que no me apetece beber nada más.
-¿Quieres que bailemos?
Habían pasado años desde la última vez que bailaron y era algo que a los dos les encantaba ha¬cer. Además, bailar tenía que ser más seguro que tomar potentes cócteles.
-Por favor.
Cuando llegaron a la pista la gente se apartó. Lo conocían. Todo el mundo en Italia conocía a Víctor García. Y más en Capri, donde su fami¬lia tenía una casa. Sus antepasados tuvieron algo que ver con la historia de la isla, además.
En ese momento pusieron una canción lenta y Víctor la tomó por la cintura. Le gustaba verlo bailar... y le gustaba estar entre sus brazos. Tenía gracia, fuerza y la elegancia de un atleta.
Mientras bailaban, Víctor se llevó su mano a los labios. Después, besó la muñeca suavemente.
-Creo que esto es exactamente lo que necesi¬tas. Y yo también -dijo en voz baja-. Quiero ha¬certe una promesa, Myriam. En lo que sea a lo que tengas que enfrentarte... no estarás sola.
-No tienes por qué...
-Lo sé, pero quiero hacerlo. Estaré contigo. Estaremos juntos. Pase lo que pase, estaré a tu lado.
Le quemaban los ojos, pero Myriam no pensaba ponerse a llorar.
-Marilena es muy generosa, pero no creo que le haga ninguna gracia esa promesa.
-No es decisión de Marilena, es mía. Ven, va¬mos a la calle. Creo que necesitas un poco de aire.
Fuera se estaba considerablemente más fresco y Myriam respiró la brisa del mar.
-Tenemos que hablar de Marilena. Tenemos que hablar de muchas cosas.
-Quizá porque nunca hemos hablado de ver¬dad. Aquella noche en Trussardi creo que nos sal¬tamos muchos escalones -murmuró ella-. Por ejemplo, una conversación.
-Una conversación no parecía tan interesante como otras actividades.
-Sí, y mira los problemas que han creado esas actividades -bromeó Myriam.
No sabía si reír o llorar. Su relación había sido un desastre de principio a fin.
Una camarera salió para preguntarles si que¬rían algo y Víctor pidió dos botellas de agua mi¬neral.
-Supongo que no querrás otro cóctel.
-Especialmente si su nombre tiene unas conno-taciones tan sugerentes.
-¿Connotaciones sugerentes? Pensé que era un homenaje a los tesoros naturales de Capri -sonrió Víctor.
-Sí, claro.
Él rio suavemente.
-Lo he pasado bien esta noche.
Había luna llena y el cielo estaba cubierto de estrellas. Era una noche preciosa. Y Víctor había sido buena compañía.
-Yo también.
Se quedaron un momento en silencio, escu¬chando la música que llegaba de la discoteca y el ruido de las olas rompiendo en la playa.
-Si hubiéramos hablado más, ¿tú crees que po-dríamos haber solucionado lo nuestro?
NO ESTABAN tocándose, pero Myriam sen¬tía como si lo estuvieran haciendo. -No lo sé. Seguramente habríamos termi-•nado separándonos de todas formas, pero quizá habría sido menos doloroso.
-No me gusta hacer tantas preguntas, pero es-toy intentando entender. Lo dices como si nuestra separación hubiera sido inevitable. ¿Por qué?
Myriam frunció el ceño. Había razones, había muchas razones, pero en aquel momento no se le ocurría ninguna.
-No lo sé. Pero no creo que pudiéramos haber solucionado nuestras diferencias.
-¿Por qué no? Tú eres una buena persona y yo también. Además, tenemos muchas cosas en co-mún.
Su persistencia la estaba volviendo loca. ¿Qué quería decirle? ¿Qué respuesta estaba buscando?
-Yo no soy una experta en relaciones amoro-sas. Salir con chicos no fue parte de mi educación.
-Pero supongo que tendrías algún novio.
-Amigos, pero nada de novios. Nunca. Tú fuiste el primero.
-El primer amante.
-El primer todo -contestó Myriam-. Cuando mis padres se separaron fue muy doloroso para mí, quizá por eso no tuve relaciones. Y, desde luego, no pensaba casarme nunca.
-Pero yo insistí.
-Pensabas que era lo mejor para las niñas.
-Y lo habría sido. En un mundo ideal.
Myriam se mordió los labios. Casarse con un hombre como Víctor fue abrumador para ella. Era como participar en carreras locales y acabar en los Juegos Olímpicos. Víctor no era un hombre nor¬mal y corriente y la vida con él tampoco lo fue.
-No te gustaba estar casada conmigo. Y eso me dolía tanto que una vez te insulté.
Ella asintió con la cabeza. Fue su última pelea, antes de que Víctor se fuera de casa.
-Me llamaste «desagradecida americana». Él hizo una mueca.
-Qué horror.
Myriam recordaba claramente la pelea y los me¬ses que siguieron. Meses de lágrimas, de soledad. Meses en los que lloraba desconsolada porque lo echaba de menos. Lo amaba, pero su matrimonio era un desastre.
-Es cierto, no me gustaba estar casada contigo. Un mes después de casarnos tú te fuiste de casa...
En realidad, Víctor no había roto el contacto. Fue ella quien no podía verlo después de que se fuera. Era ella la que estaba furiosa, la que tenía el corazón roto.
¿Habrían dejado que una pelea se convirtiera en una guerra? ¿Habría temido ella que su matri¬monio acabase como el de sus padres y por eso no quiso arriesgarse?
-¿Qué quieres decir?
Myriam sacudió la cabeza. No sabía cómo ex¬plicárselo.
La camarera volvió entonces con las botellas de agua que Víctor insistió en pagar.
-¿Por qué no te gustaba estar casada conmigo? Eso era lo que querías, ¿no?
-¿Qué conseguí al casarme contigo? Desde luego, no tu compañía.
-¿Querías mi compañía?
-Oh, Víctor, ¿tú qué crees?
-Pensé que querías... casarte con Víctor García.
-¿Por tu posición, tu fortuna? Por favor... yo nunca quise eso. Además, siempre he sabido cui¬dar de mí misma.
-Y lo has hecho estupendamente estos dos últi-mos años.
-Hasta que me dieron el diagnóstico -suspiró Myriam.
Volvieron en silencio a la villa, pero no podía dejar de darle vueltas a la cabeza. En parte se sen¬tía abrumada por los recuerdos, en parte aliviada.
Se despidieron en la puerta del dormitorio y cuando Víctor se daba la vuelta, Myriam lo sujetó del brazo.
-Durante una de nuestras peleas, antes de divorciamos, dijiste que solo estaba interesada en tu apellido; nuestra conversación de hoy me lo ha re¬cordado.
-Entonces dijimos muchas cosas...
-Lo sé, pero es importante para mí que sepas esto. Yo estaba fascinada por el apellido García. Sigo estándolo, pero no por la razón que crees. No me importan ni el dinero ni la celebri¬dad. Tu padre y tú me parecisteis interesantes por¬que amabais vuestro trabajo.
Se sentía atraída no por su cara o su apellido, sino por todo en él. La atraía su energía, su visión del negocio.
Lo amaba. Era así de simple.
Y así de complicado.
Víctor se quitó la camisa, los pantalones y los calzoncillos de seda y se metió bajo la ducha, in¬tentando relajarse. Pero no podía.
Myriam.
Le seguía importando mucho y se preguntó qué había hecho durante aquellos dos años, en qué ha¬bía estado pensando.
Marilena y él no estaban hechos el uno para el otro y, sin embargo, estaba dispuesto a casarse con ella por una absurda noción de... ¿de qué? La imagen, seguramente.
¿Por qué Marilena le parecía mejor opción que Myriam? Marilena no lo emocionaba como su ex mujer. Con Marilena lo controlaba todo, con Ma¬rilena podía suprimir las emociones.
Con Myriam sentía intensamente. Apasionada¬mente.
Víctor cerró el grifo de la ducha. ¿Cuál era el problema? ¿Myriam lo hacía sentir y eso le daba miedo?
Pensativo, se secó con la toalla y se puso unos pantalones de algodón egipcio que él mismo ha¬bía diseñado. Eran de color canela, bajos de cin¬tura, muy cómodos para dormir.
Pero no se metió en la cama. Fue a la habita¬ción de Myriam.
-¿Qué ocurre?
Ella también se había duchado y con aquel pi¬jama blanco y negro parecía una niña. Entonces se le ocurrió pensar que era muy joven. Cuando se casaron solo tenía veintitrés años, de modo que pronto cumpliría veintisiete. Él tenía doce años más que ella y mucha más experiencia. Pero ¿lo había demostrado? ¿Había actuado de forma ma¬dura?
Víctor vio inocencia en sus ojos azules. No se había permitido a sí mismo mirarla de cerca en mucho tiempo. No quería reconocer que le quitó algo la noche que perdió su virginidad.
No quiso ninguna responsabilidad emocional, pero le había hecho daño. Myriam era una ingenua y él se había aprovechado. Sencillamente.
No podía cambiar el pasado, pero sí el futuro.
-Si supieras que solo te quedan cuatro días de vida, ¿qué harías? Ella lo miró, atónita.
-Pasaría todo el tiempo posible con mis hijas.
-¿Con nadie más?
-No -contestó Myriam, mordiéndose los la¬bios-. También querría estar contigo.
-Sabía que dirías eso.
-¿Tan previsible soy?
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