Vicco y la Viccobebe
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Un Beso Inolvidable...Final

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Mensaje  aNaY Lun Sep 15, 2008 9:24 pm

ayyy pero que wenos capis niñaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed Embarassed

jejejeje sorry niña !!!... tarde pero sin sueño....

gracias x los capis y esperamos muchos mas ehhh y nada de huelgas


besitosssssssssssss



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Mensaje  dulce_myrifan Mar Sep 16, 2008 8:20 pm

Listo el capi asi que What a Face What a Face affraid

Capítulo 10

—Si, también nos llevaremos ése —dijo Víctor desde la silla en la que estaba sentado mientras observaba a Myriam y saboreaba el café que la dependienta le había ofrecido.
Estaban en una de las mejores boutiques de Sydney, situada en Centrepoint Building y, naturalmente, a Víctor le habían brindado un tratamiento de primera desde que había entrado seguido de Myriam.
Myriam frunció el ceño. El vestido que se estaba probando costaba una fortuna, mucho más que el de terciopelo negro que ya había decidido comprarle Víctor. A Myriam no la preocupaba que le comprara el de terciopelo porque no era excesivamente caro y, al fin y al cabo, había sido él el que le había destrozado el vestido de seda verde. Cuando Víctor le había sugerido que se probara un conjunto de brocado dorado que estaba expuesto en el escaparate, había aceptado pensando que quería que tuviera más oportunidades entre las que elegir.
En realidad, a ella le gustaba más el segundo traje. La falda y la chaqueta le sentaban como un guante. A Myriam le había encantado hasta que en el probador se había fijado en el precio.
Sin dejar de fruncir el ceño, se acercó a donde estaba Víctor y le susurró al oído:

—Víctor... este traje es carísimo. No puedo permitir que me lo compres.
Víctor dejó la taza en el plato suspirando con paciencia.
—Claro que puedes —repuso con firmeza, pero sin levantar la voz—. Puedes hacer lo que quieras, Myriam; de hecho, tienes que hacer lo que quieras. Hoy estás viviendo como si fueras mi mujer, y yo soy un hombre rico. Sé indulgente conmigo, querida. Déjame mimarte un poco. Vestirte me produce casi tanto placer como el que me va a producir desnudarte esta noche —el último comentario lo hizo dirigiendo una mirada nada discreta al valle que se escondía entre sus senos.
Myriam se sonrojó violentamente.
—No... no deberías decirme esas cosas —le dijo, estremeciéndose por las imágenes que aquellas palabras habían evocado en su mente. Sentía en su interior un fuego que se extendía rápidamente por sus venas. El deseo se apoderó de ella a una velocidad extraordinaria.
Víctor le dirigió una sonrisa triunfante.
—Quizá no —contestó arrastrando las palabras—. Pero simplemente no he podido resistirlo. Nunca había estado con una mujer que reaccionara como lo has hecho tú. Es encantador. Tú eres encantadora, mi dulce Myriam. En todos los sentidos.
—Yo... te pedí que no me llamaras así —le dijo, intentando imprimir un tono severo a sus palabras, pero fallando miserablemente.
—¿Pero por qué, si te sienta tan bien? —sonrió y Myriam no pudo evitar brindarle otra sonrisa.
—Eres un hombre terrible, Víctor García.
—Bueno, no se puede tener todo. La riqueza y la bondad no suelen ir juntas.
Algo de lo que Myriam ya se había dado cuenta. La joven se preguntó si estaría preparando el terreno para convertirla en su amante. Quizá estuviera intentando corromperla invitándola a utilizar cosas a las que ella jamás tendría acceso pero que él podría proporcionarle si estaba dispuesta a continuar ofreciéndole lo que le iba a entregar aquella noche.
—No voy a ser tu amante, Víctor —le advirtió. Víctor pareció desconcertado.
—¿Crees que es eso lo que estoy intentando?
—¿Estoy equivocada?
—Sí, estás equivocada —contestó, sin dar ninguna explicación.
La sorpresa de Myriam se transformó inmediatamente en incredulidad.
—¿Entonces a qué viene todo esto?
—Estamos divirtiéndonos —esbozó una cautivadora, pero enigmática sonrisa—, que es lo que querías que hiciéramos hoy.
—Divirtiéndonos —repitió Myriam. Y de pronto cayó en la cuenta de lo que le quería decir. Por supuesto, ¡qué tonta había sido! A Víctor no se le había ocurrido nada tan serio como convertirla en su amante.

Aquella noche iba a ser una noche única, pero iba a disfrazarla de otra cosa. Cuando había dicho que a partir de entonces no querría estar con ningún otro hombre, se refería a eso. Aquella declaración era una muestra de su arrogancia, no encerraba ninguna promesa sobre el futuro. Lo único que pretendía decir era que jamás olvidaría aquella noche.
Pero aun así, Myriam estaba deseando que llegara aquel momento. Al mirar a Víctor, sentía deseos de suplicarle que terminara con todas aquellas tonterías y que fueran a la suite nupcial inmediatamente. No quería perder ni un segundo más jugando a disfrazarse como una muñeca Barbie o en comidas estúpidas de las que ni siquiera podía disfrutar.
—¿Y qué pasaría si te dijera que a mi esto no me parece demasiado divertido? ¿Si te dijera que yo preferiría... que preferiría... que quiero que tú...? —no fue capaz de confesar lo que realmente deseaba, pero debió dárselo a entender con sus mejillas sonrojadas y sus ojos relucientes.
Víctor se quedó mirándola fijamente por encima del borde de la taza, manteniéndola cautiva de sus ojos y emocionándola con la repentina pasión que en ellos se adivinaba. Era como si su fracasada confesión hubiera servido para eliminar la fachada bajo la que Víctor había estado escondiéndose durante todo el día y de pronto le estuviera permitiendo ver cuánto deseaba hacer el amor con ella.
—Víctor —susurró con voz sedosa, olvidándose de todo lo que los rodeaba y centrando en él toda su atención.
—Sí, lo se —dejó la taza en la mesa y, con evidente esfuerzo, apartó los ojos de Myriam y se levantó—. Las señora se va a llevar el traje puesto —le dijo a la dependienta con una voz repentinamente autoritaria.—No se va a cambiar de ropa, así que guárdele el traje naranja con el negro. Aquí tiene mi tarjeta de crédito.
Cuando se volvió de nuevo hacia la joven, ésta estaba temblando. Se había apoderado de ella una mezcla de nervios y excitación que la hacia desear de una forma casi enfermiza que llegara cuanto antes el momento. Había algo increíblemente emocionante en aquella espera de algo totalmente desconocido... y también algo aterrador.
Le dirigió a Víctor una mirada cargada de angustia. Él la agarró del brazo y la condujo fuera de la tienda.

Cinco minutos después, estaban metidos en un taxi, recorriendo él corto trayecto qué los separaba del hotel.
Víctor no dijo ni una sola palabra ni durante el viaje ni mientras subían a la suite nupcial y Myriam le agradecía infinitamente aquél silencio, consciente de qué sería incapaz de mantener una conversación sensata.
Las puertas del ascensor se abrieron y se encontraron frente a una enorme puerta de madera en la que Víctor insertó la llave. Por primera vez a Myriam se le ocurrió pensar en el aspecto que tendría la suite nupcial. No sabia muy bien lo que debía esperar después de haber visto la decoración del piso de abajo, pero desde luego no era lo que se encontró cuando Víctor empujó la puerta y la acompañó al interior.
Toda la habitación estaba decorada en tonos claros y dorados. Las paredes y los muebles eran blancos, la alfombra y las cortinas de color crema y las lámparas y los cojines dorados. El cristal también jugaba un papel importante en la decoración: los tableros de las mesas eran de cristal y en una de las paredes había unos ventanales enormes con vistas al puerto y sus alrededores.
—¡Oh! —exclamó Myriam, dejando a un lado todos sus deseos—. ¡Qué habitación tan bonita!
Pero era mucho más qué una habitación bonita. Era elegante, espaciosa y romántica. Myriam se adentró en la zona del dormitorio, que resultó ser también un sueño. Miró sorprendida la enorme cama con dosel, la colcha de satén y la multitud de cojines de encajé que la cubrían. Era una verdadera cama para una novia en su noche de bodas.
—¿Te gusta? —le preguntó Víctor, acercándose a ella y apoyando la mano en sus hombros.
—Es... maravillosa —acertó a decir con un hilo de voz. Dios mío, se lamentó, no estaba preparada para una cosa así. Había llegado a creer que lo estaba, pero no era cierto. Estaba literalmente petrificada, se sentía como una estatua.
—Intenta relajarte —le sugirió Víctor suavemente e inclinó la cabeza para darle un beso en el cuello.
Myriam se tensó todavía más.
—Necesito ir al baño —susurró.
Víctor apartó los labios de su cuello y la joven prácticamente voló hasta él baño, cerrando la puerta tras ella.

Durante unos segundos, permaneció apoyada contra la puerta con los ojos cerrados y el corazón latiéndole a toda velocidad. Cuando al final abrió los ojos, descubrió qué estaba en el baño más grande que había visto en su vida. Y él más lujoso.
Al ver los grifos de oro en forma de cupido en los que el agua salía a través de las flechas, sacudió la cabeza. Aquello era sorprendente; aparte de los lavabos, la ducha, la bañera... había todo tipo de complementos: secadores, cepillos de dientes y cualquier artículo de tocador imaginable. Al lado de uno de los lavabos había un teléfono. Tanto las toallas como los albornoces tenían pequeños cupidos bordados en las esquinas.
Aquella no era una suite nupcial para una pareja cualquiera. Era una suite nupcial para multimillonarios. Una noche allí debía de costar una fortuna.
Un nuevo ataque de nervios la obligó a permanecer durante unos minutos más en el baño y, cuando por fin salió, se sorprendió al ver a Víctor sirviendo dos copas de champán. Encima de una mesa lateral había una bonita hielera y una fuente enorme con todo tipo de frutas, quesos y aperitivos. Myriam estaba segura de que cuando habían llegado no había nada de eso allí.
¿O seria que ella no lo había visto? ¿Habría entrado tan ciega de pasión que se había olvidado de cualquier detalle? Era bastante posible. Pero a medida que había ido pasando el tiempo, los nervios y el miedo a quedar como una estúpida habían ido aplacando la pasión.
Víctor había estado con mujeres muy hermosas e, indudablemente, mucho más experimentadas que ella. Su esposa era una mujer absolutamente maravillosa, una auténtica Elizabeth Taylor: pelo negro, piel cremosa y ojos violetas. El hecho de que hubiera hecho fracasar su matrimonio no decía nada en contra de su capacidad para complacer a un hombre en la cama. Víctor no se habría casado con ella, si no hubiera estado satisfecho en ese aspecto.
—Todo esto lo han traído mientras estabas en el baño —le contentó Víctor mientras le tendía una de las copas—. Es un obsequio del hotel.
—Oh —Myriam suspiró aliviada al enterarse de que no estaba tan perdidamente apasionada como para olvidarse de algo tan evidente. Recordó entonces que Vanessa le había recomendado que tomara un par de copas de champán antes del gran acontecimiento y se adelantó para tomar la copa que Víctor le ofrecía.
Éste sonrió y se dispuso a hacer un brindis:
—Por mi hermosa novia.
Al oírlo, Myriam volvió a encogerse por dentro.
—No —susurró, bajando la mirada para impedir que Víctor viera las lágrimas que empañaban sus ojos.
—¿No qué? —le preguntó con un deje de asombro en la voz.
—No te burles de mí... de esto...
Víctor soltó un juramento y la joven alzó la mirada para encontrarse con su tormentosa expresión.
—¿Crees que sería capaz de hacer una cosa así? No hay nada de lo que burlarse en este momento. Lo único que siento es arrepentimiento por haber esperado tanto tiempo. Debería haber hecho esto hace años —musitó, pasándole la mano por el cuello y acariciándoselo con delicadeza.
Deslizó la mirada desde sus ojos hasta su trémula boca y descendió después hasta sus senos, que subían y bajaban al ritmo de su respiración.
—Dios mío —continuó diciendo mientras le quitaba a Myriam su copa—, eres increíblemente hermosa. No te merezco. Pero en este momento eso ya es algo irrelevante. Ahora, bebamos, Myriam —dio un sorbo a su copa y después la llevó hasta los labios de la joven.
Esperó a que abriera los labios y, cuando lo hizo, introdujo un poco de champán en su boca. La observó con los ojos entrecerrados mientras tragaba y sacaba la punta de la lengua para atrapar una gota que reposaba todavía en sus labios.
—Bebe más —la ordenó con voz ronca, y presionó la copa de nuevo contra sus labios. El cristal tintineó al rozar los dientes de Myriam, que alzó las manos para rodear las de Víctor y ayudarlo a introducir el burbujeante líquido en su boca.


CONTINUA ABAJO...
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Mensaje  dulce_myrifan Mar Sep 16, 2008 8:21 pm

Myriam jamás había experimentado nada tan sensual como el contacto del champán en sus labios y en su garganta. Después del primer trago, Víctor volvió a llenar su boca, acción que repitió hasta que las dos copas estuvieron vacías y Myriam empezó a sentir un ligero mareo. El champán había ido cayendo en su estómago vacío a una velocidad poco recomendable y había empezado a circular rápidamente por sus venas. Antes de que tuviera dificultades para sostenerse en pie, Víctor la levantó en brazos.
—Mi héroe —susurró Myriam y se estremeció.
Víctor no dijo una sola palabra; se limitó a llevarla hasta el dormitorio y dejarla sobre aquella colcha blanca como la nieve. Myriam cerró los ojos cuando se sentó a su lado y empezó a desnudarla. La cabeza, y también la habitación, le daban vueltas, pero no se encontraba mal. De hecho, se encontraba magníficamente y muy, pero que muy dispuesta a colaborar.
Cuando Víctor le dijo que se sentara, se sentó. Cuando le pidió que levantara el trasero, lo levantó. Cuando le dijo que volviera a tumbarse, volvió a tumbarse encantada.
Cuando ya sólo llevaba encima el sujetador y las bragas y Víctor parecía haberla abandonado, Myriam abrió los ojos. Al parecer, lo único que le había hecho detenerse a Víctor era que había empezado a quitarse su propia ropa. Ya se había librado de la chaqueta y la corbata y la camisa estaba desabrochada.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Víctor al ver que había abierto los ojos.
—No estoy segura —admitió, consciente de que la habitación todavía seguía dando vueltas.
—Te encontrarás mejor dentro de un minuto o dos. Has bebido el champán demasiado rápidamente.
—Has sido tú el que me ha hecho beberlo rápidamente —lo acusó.
—Tienes razón, Myriam. Y también te he hecho llegar muy rápidamente hasta aquí — esbozó una irónica sonrisa Y se quitó la camisa proporcionándole a la joven una vista completa del pecho que años atrás la había fascinado.
A Myriam se le secó la boca al contemplar aquellas formas y músculos perfectos. El solo hecho de pensar que al cabo de unos minutos iba a poder deslizar las manos por aquel cuerpo maravilloso la hizo estremecerse. Los pezones se irguieron de excitación, despuntando bajo el satén que los encerraba.
Víctor, que advirtió inmediatamente aquel pequeño cambio, se sentó en la cama y se apoderó de uno de los pezones, tomándolo con el dedo pulgar y el índice. Myriam abrió los ojos como platos cuando empezó a moverle el pezón de izquierda a derecha. Si el pezón hubiera estado desnudo, quizá hasta le hubiera dolido, pero con el suave satén que lo cubría, aquella caricia se convertía en una exquisita sensación. Cuando Víctor lo apretó delicadamente, Myriam descubrió el placer que le causaba con un gemido cargado de sensualidad.
Víctor deslizó la mano derecha hasta el otro pezón, mientras continuaba acariciándole el izquierdo con la otra. Myriam empezaba a tener problemas para respirar con normalidad ante aquellas delicias. Cuando Víctor deslizó los pulgares bajo el sujetador para frotarlos pezones, se arqueó contra él con los labios entreabiertos.
Él se inclinó para cubrir sus labios y deslizó entre ellos la lengua, sorprendiéndola con la urgencia de sus caricias. Hasta entonces, parecía estar dominando perfectamente la situación, pero a partir de ese momento, desapareció su capacidad de control.
La respuesta de Myriam no fue menos apasionada. Le rodeó el cuello con los brazos, manteniendo los labios unidos a los de Víctor y saboreó su lengua con ardor. Víctor continuó aquel diálogo de sus cuerpos levantándole bruscamente el sujetador sin dejar de besarla para disfrutar de la suavidad de sus senos desnudos. Myriam no quería que tuviera más delicadezas con ella. Lo deseaba salvajemente y así quería ver satisfecho su deseo.
Cuando Víctor separó su boca de la suya, Myriam gimió decepcionada. Pero su desilusión no duró mucho tiempo. Víctor trazó un camino de besos desde su cuello hasta los senos henchidos, donde acarició los ya anhelantes pezones con la punta de la lengua antes de abandonarlos para seguir su ruta por el resto del cuerpo.
Con la boca, dibujaba un sendero febrilmente tentador mientras iba haciéndole desprenderse de las bragas, un sendero que desvió deliberadamente del ardiente secreto que Myriam escondía entre sus muslos.
Pero a pesar de aquel desvío momentáneo, Myriam sabía lo que la esperaba. El recuerdo de lo que había ocurrido la noche anterior en el coche, se convirtió en una tensión casi insoportable. Un calor salvaje corría por sus venas al recordar lo que había sentido cuando Víctor había posado los labios en aquel rincón. Jamás olvidaría el placer que se había extendido hasta el último milímetro de su cuerpo mientras Víctor la acariciaba con la lengua. Deseaba desesperadamente que se repitiera aquella sensación electrizante, aquella exquisita tortura.
Víctor le quitó completamente las bragas y se dispuso a acariciarle las piernas, pero aquella vez sólo con las manos. Cuando empezó, Myriam sintió una ligera decepción, ella deseaba su boca, pero en el momento en el que Víctor alcanzó la sedosa piel del interior de sus muslos, el corazón le estaba latiendo ya a una velocidad incontrolable. Con una precisión devastadora, Víctor exploró aquel valle misterioso, excitándola y atormentándola hasta que Myriam empezó a separar las piernas suplicando que siguiera, anhelando mucho más.

Cuando Víctor alcanzó la entrada a aquella estancia todavía sellada, Myriam apretó instintivamente las nalgas. Inmediatamente después, se arqueó ligeramente para aumentar la presión de su cuerpo contra los dedos de Víctor e invitarlo a penetrarla más profundamente. Víctor la complació sin demora y ella lo aceptó ávidamente, sin vacilar, sin sentir ninguna incomodidad o temor.
Si el día anterior sus músculos se habían negado a sus incursiones, aquella noche se abrían suavemente a aquella mucho menos dolorosa y amenazadora penetración. De hecho, todavía no tenía suficiente.
Inesperadamente, Víctor unió la boca a sus manos para acariciar con la lengua la minúscula cumbre de su deseo. Excitada por unas oleadas de placer casi salvaje, Myriam gritó, mientras movía desesperadamente la cabeza de un lado a otro de la almohada.
Aquella era la experiencia más intensa, más increíble que había sentido en su vida, pero había terminado demasiado rápido. Cuando Víctor apartó sus manos y su boca, se sintió presa de una mezcla ambivalente de sentimientos. Aunque el orgasmo había sido glorioso, no era realmente lo que deseaba. Ella quería fundirse con él, sentirlo dentro de ella, alcanzar el clímax a su lado.
Cuando Víctor se levantó, el deseo de ser una con él todavía era increíblemente fuerte. Sentía un vacío en su alma y en su cuerpo que sólo él podía llenar.
—¡No me dejes! —le gritó.
Víctor volvió a su lado para besar su temblorosa boca y se apoyó contra la almohada.
—Mi dulce Myriam —musitó—. No voy a dejarte. Sólo quiero terminar de desnudarme.
—Oh... bueno, está bien, pero no te vayas muy lejos.
—No voy a irme a ninguna parte. Mientras me esperas —añadió con una sonrisa—, ¡elige uno de estos! —sacó unos cuantos paquetitos del bolsillo del pantalón y los dejó sobre el estómago desnudo de Myriam—. No sabía cuál podría gustarte más, así que he comprado uno de cada uno.
Su naturalidad evitó cualquier posible incomodidad por parte de Myriam que tomó uno de ellos y leyó en voz alta:
—¿Sabor a fruta de la pasión?
—Parece un sabor bastante apropiado. Además, creo recordar que a ti te gustaba mucho la fruta de la pasión —comentó Víctor con una sonrisa traviesa mientras se desabrochaba los pantalones.
Aquella vez Myriam sí se sonrojó. Pero no sólo por timidez. Era consciente de que no necesitaba ningún incentivo para hacer cualquier cosa que pudiera complacerlo. No podía esperar ni un segundo más el momento de explorar su cuerpo tal como él había explorado el suyo, de besar cada centímetro de su piel, de hacerle estremecerse de deseo.
Cuando por fin estuvo completamente desnudo, dejando al descubierto su magnífico cuerpo y su intensa excitación con total desinhibición, volvió a su lado, apartó los preservativos que no iba a utilizar y se puso el elegido con una maestría que dejó a Myriam desconcertada. Pero antes de que tuviera oportunidad de pensar en nada, Víctor se inclinó sobre ella para empezar a acariciarla y besarla hasta hacerla arder de deseo por él.
—Ahora, cierra los ojos, cariño —susurró en su boca—. Quédate tumbada y piensa sólo en nosotros dos, en que estamos juntos el uno en los brazos del otro. Ambos llevamos mucho tiempo esperando este momento, y tú te mereces lo mejor.
Aquellas palabras tuvieron un efecto casi mágico sobre ella. Su amor por él se elevó hasta llenar su corazón. Alzó los brazos invitándolo a hundirse en ella.
El grito que escapó de sus labios fue de puro júbilo, a pesar del dolor. Cuando Víctor vaciló, lo abrazó con fuerza, haciéndole penetrarla cada vez más profundamente.
Permanecieron así unidos, besándose y sintiendo latir sus corazones al unísono durante un largo rato. A continuación, Víctor entrelazó los dedos con los de Myriam y le levantó los brazos mientras extendía plácidamente su cuerpo sobre el de la joven. Permanecieron así durante algunos segundos. Myriam se regocijaba al sentir el cuerpo de Víctor tan cerca del suyo.
Cuando Víctor comenzó a moverse, la joven alzó las piernas automáticamente para abrazarlo de manera que se hundiera todavía más en ella y también instintivamente comenzó a moverse con él. El ritmo de sus movimientos se transformó en un latido que primero se apoderó de su cabeza y después fue atravesando todo su cuerpo.
El latido fue haciéndose cada vez más fuerte y más rápido. Myriam sentía cada vez más calor; su cuerpo estaba cubierto de gotas de sudor. Por un momento, temió abrasarse en aquel fuego si Víctor no se detenía. Pero de pronto, algo explotó en lo más profundo de ella y desparecieron todos sus miedos.
Se aferró a él gritando y estremeciéndose por el placer más exquisito que había sentido en toda su vida y continuaron moviéndose hasta que Víctor también gritó. Myriam lo sintió estremecerse y los ojos se le llenaron de lágrimas. Quizá fueran lágrimas de liberación y alivio, pero a ella le gustaba pensar que eran lágrimas de amor. Porque amaba a Víctor de tal manera que en aquel momento le parecía imposible contemplar la vida sin él a su lado.

Las lágrimas desbordaron sus ojos y, al verlas, Víctor la acunó contra él y le cubrió el rostro de besos.
—No llores, cariño —le dijo—. Has estado maravillosa. Eres maravillosa. Dios mío, cuánto me gustaría no tener que irme a Melbourne mañana. Me encantaría poder quedarme aquí y poder seguir haciendo el amor contigo.
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Mensaje  alma.fra Mar Sep 16, 2008 11:26 pm

Ke padre capitulo, muchas gracias no tardes con el siguiente a ver ke pasa cuando Victor se valla.
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Mensaje  crazylocademica Mar Sep 16, 2008 11:46 pm

como que se va?? ay Dios..ahora que pasara.. Rolling Eyes

muy padre la nove dulce.. Razz

siguele por fas!!

atte. crazy lol!
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Mensaje  susy81 Miér Sep 17, 2008 12:10 am

se va a ir????...pobre de myri me late que ahora se va aquedar mas triste que antes

gracias por el capitulo niña....besos

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Mensaje  Chicana_415 Miér Sep 17, 2008 12:22 am

Valla forma de arruinar el momento VICTOR! hayy niñooo

Siguele protnoooo Very Happy
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Mensaje  jai33sire Miér Sep 17, 2008 8:00 pm

muchas gracias por el capitulo y siguele pronto por faaaaaaaaaaaa

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Mensaje  dulce_myrifan Jue Sep 18, 2008 9:40 am

Capítulo 11

Myriam se quedó momentáneamente helada en sus brazos antes de suspirar con resignación. Que Víctor declarara la naturaleza transitoria de su relación no debería ni sorprenderla ni angustiarla, pues la había conocido desde el principio. Pero era difícil resignarse después de lo que habían compartido. Para Myriam había sido una experiencia casi sobrenatural, tan maravillosa que había empezado a albergar otra vez estúpidas esperanzas. ¡Era una romántica incorregible!
—¿Es un suspiro de satisfacción, de cansancio o de alguna otra cosa? —le preguntó Víctor.
Myriam sonrió suavemente y le apartó un mechón de pelo de la frente.
—¿Tú que crees?
—No lo se. Por eso te lo he preguntado.
Myriam se sentía ligeramente nerviosa ante aquella pregunta. Sabía que se arriesgaría a tener una discusión con él si le explicaba cuánto lo amaba y cuánto deseaba ser parte de su vida. Si todo lo que iba a poder compartir con Víctor era aquel día, no podía decir o hacer nada que pudiera estropear aquel tiempo tan precioso.
—Supongo que es una mezcla de las tres cosas —le dijo—. Estoy muy cansada y muy satisfecha, pero también un poco desilusionada.
—¿Desilusionada?
—Si. A mí también me gustaría quedarme haciendo el amor contigo eternamente, pero si tienes que volver mañana a Melbourne, no hay nada que hacer. De todas formas, todavía nos queda el resto del día, ¿verdad? ¡Cielos, Víctor! Si hubiera sabido que el sexo era algo tan maravilloso, no habría esperado tanto tiempo. Aunque quizá haya sido el hombre con el que lo he hecho el que ha conseguido que fuera tan maravilloso. ¿Sabes que eres un amante increíble?

Víctor la estaba mirando con el ceño fruncido y la joven se preguntó si habría dicho algo incorrecto, Víctor musitó algo, se levantó bruscamente y se metió en el baño. La desolación se apoderó inmediatamente del vacío que al separarse de su lado dejó no sólo en el cuerpo, sino también en el alma de Myriam.
Era evidente que había dicho algo que lo había ofendido, ¿pero qué?
Cuando Víctor apareció desnudo en el marco de la puerta, Myriam lo estaba esperando sentada en la cama.
—¿Qué he hecho? —le preguntó nada más verlo—. ¿Por qué estás enfadado conmigo?
—Me alegro de que me lo preguntes — gruñó Víctor, se acercó a la cama y la levantó sin ningún tipo de ceremonia, de la misma forma que podría haber levantado un saco de patatas—. Vamos a darnos un buen baño juntos, Myriam Montemayor, y mientras, vamos a hablar de unas cuantas cosas.
—¿A hablar?
—Si, a hablar —repuso mientras la metía en el baño—. ¿Tú qué te creías? ¿Que íbamos a probar una nueva forma de hacer el amor? A lo mejor quieres añadir a tu lista de experiencias del día el hacerlo también en la ducha, o en el suelo, o contra el tocador, si lo prefieres. Los espejos pueden añadir una nueva dimensión al sexo. Ah, sí, se me olvidaba, todavía tenemos pendiente la experiencia de la fruta de la pasión...
—¿Por qué...? —empezó a golpearle la espalda con los puños para que la soltara—. Tendrás que enterarte de que yo... —pero se interrumpió y soltó un chillido cuando Víctor la metió de pronto en la bañera, que había llenado de agua y burbujas.
—¿De qué tengo que enterarme? —le preguntó de malhumor, mientras se metía en la bañera, a una distancia prudente de ella, y se cruzaba de brazos.
Myriam lo miró enfadada.
—Eres un maldito hipócrita, Víctor García —le espetó Myriam levantando la barbilla con indignación—. Has disfrutado libremente de todo lo que has querido durante toda tu vida y a mí se me ocurre disfrutar un solo día y me lo echas en cara.
—Es cierto. Porque tú no eres como yo. Tú eres mi dulce Myriam, y quiero que sigas siéndolo.
—¡Paparruchas!
—¿Paparruchas?
—Sí, paparruchas —repitió cruzándose de brazos—. No había oído tantas tonterías en toda mi vida. Has hecho todo lo posible para traerme aquí y hacerme perder la virginidad, Víctor, y ahora, porque me ha gustado y quiero seguir disfrutando de lo que he descubierto, te pones todo estirado. ¿Qué pasa? ¿De pronto te pesa la conciencia? ¿O quizá temes volver a Melbourne y que otro hombre pueda beneficiarse de tu espléndida iniciación?
—¡No vas a acostarte con ningún otro hombre! ¡Jamás!
—¿De verdad? ¿Y se puede saber cómo vas a impedírmelo?
—¡Convirtiéndote en mi esposa!

Myriam se quedó totalmente asombrada, tanto por lo inesperado de aquel anuncio como por el rechazo que le producía aquella idea.
—¿Y por qué piensas que voy a considerar siquiera la idea de casarme contigo?
—¡Porque todavía me amas!
Pero por supuesto, no mencionó su posible amor por ella, pensó Myriam con amargura.
Seguramente porque no la amaba, le susurró aquella exasperante vocecilla interior. La única razón por la que quería casarse con ella era que quería tenerla en su cama. Exclusivamente.
Myriam respondió a su arrogancia con una carcajada burlona.
—Debes de estar bromeando. Te repito lo que te dije anoche, Víctor, ¿cómo voy a amar a un hombre al que ni siquiera conozco? Hace mucho tiempo estuve enamorada de ti, y todavía sigue funcionando la química entre nosotros. Pero eso no es amor.
—¿Quién ha dicho que no es amor?
—Bueno, aunque realmente pudiera ser una forma de amor, cosa que yo cuestiono, no es un amor que perdure. Y desde luego, no es la mejor forma de amor para fundar un matrimonio.
—¿Esa es tu última respuesta?
¿Lo era? Sintió una oleada de pánico al darse cuenta de lo que estaba haciendo. El hombre al que amaba acababa de pedirle que se casara con él y ella lo había rechazado. Su indecisión se transformó en angustia. ¿Cómo iba a decidirse a pasar la vida con un hombre al que realmente no conocía?
Reuniendo todo el sentido común y el coraje de que fue capaz, contestó:
—Por ahora sí.
—¿Y en el futuro?
—Eso depende de ti, Víctor. Puedes intentar ganarte mi amor y dejar que llegue a conocerte mejor. Estoy segura de que lo que siento por ti podría llegar a convertirse en amor si le diera una oportunidad.
—Ya veo —contestó Víctor con expresión pensativa.
—¿Tú me amas? —le preguntó ella de pronto y contuvo la respiración, esperando la respuesta.
El semblante de Víctor se endureció.
—No tengo la costumbre de decirle a una mujer que la amo cuando ella acaba de rechazarme.
—Pero yo no te he rechazado. Sólo te he dicho que procures ganarte mi amor si realmente me quieres. Tu problema Víctor, es que quieres que todo te lo sirvan en bandeja de plata. Alguna vez tendrás que aprender que no todo se consigue tan fácilmente.
—Hoy me ha resultado muy fácil conseguir tenerte aquí.
—Lo mismo digo.
Se quedaron mirándose en silencio hasta que una sonrisa curvó los labios de Víctor.
—¿Sabes? Te has convertido en un hueso algo difícil de roer.
—No, Víctor, simplemente he crecido.
—Y de una forma que me encanta —repuso Víctor fijando la mirada en sus senos, que no estaban del todo cubiertos por las burbujas.
Myriam sintió con irritación que sus pezones se erguían. Al momento, Víctor acortó la poca distancia que los separaba y le pasó la mano por el cuello para acercar sus bocas.
—¿Qué... qué crees que estás haciendo? —le preguntó con voz trémula.
—Lo que tú misma me has dicho. Tratar de conquistar tu amor.
—¿Y crees que esta es la forma más indicada?
—Demonios, Myriam, en una situación como ésta, un hombre tiene que utilizar los pocos talentos que tenga. Tú misma has dicho que era un amante increíble. Supongo que tengo que creerte, porque mi Myriam nunca miente. Es la persona más sincera que conozco.
Continuó acariciándole el cuello y ejerciendo al mismo tiempo una ligera presión para poder alcanzar su boca. Su intento terminó con un beso irritantemente efectivo. Myriam echó la cabeza hacia atrás y Víctor soltó una carcajada.
—Creo que hoy va a ser un día muy largo, porque estoy viendo que todavía me quedan muchas cosas por conseguir...

Myriam permanecía tumbada en la cama, observando cómo subía y bajaba el pecho de Víctor al ritmo de su respiración. Suspiró. La luz que se filtraba a través de las cortinas anunciaba que faltaba ya poco para el amanecer.
—Bueno, Víctor —musitó para no despertarlo—. Has ganado. Ahora se que no puedo correr el riesgo de que te vayas a Melbourne sin mí, no puedo arriesgarme tampoco a que no vuelvas a pedirme nunca más que me case contigo, no quiero arriesgarme a que esta sea la última vez que puedo estar así contigo.
Suspiró de nuevo y se tumbó de espaldas, pensando en el futuro que la esperaba si se casaba con el hombre que estaba a su lado. ¿Le sería fiel? ¿Sería un buen padre? ¿Sería capaz de compartir toda su vida con ella, como habían hecho sus propios padres?
Porque eso era exactamente lo que ella quería. No quería el típico matrimonio de la alta sociedad, donde las esposas terminaban convertidas en una especie de anfitrionas profesionales. Ella quería estar siempre al lado de sus hijos, quería que su marido durmiera todas las noches en casa y no tuviera que viajar constantemente por culpa de supuestos negocios.
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Mensaje  dulce_myrifan Jue Sep 18, 2008 9:40 am

Myriam comprendió con tristeza que jamás podría tener todo aquello que deseaba si llegaba a convertirse en la señora García. El matrimonio que Víctor le estaba ofreciendo sería probablemente un infierno. Pero ella misma se condenarla a un infierno mucho peor si decidía no ser su esposa.
Cerró los ojos y se imaginó un futuro en el que jamás podría sentir sus brazos a su alrededor, en el que no podría recibir sus besos, en el que no oiría las dulces palabras que aquel día le había susurrado Víctor al oído... en el que sus cuerpos no volverían a fundirse.
—Eres tan maravilloso... te adoro... Siempre te he adorado, siempre te he deseado... Estoy loca por ti...
Indudablemente, Víctor había hecho aflorar aquellos sentimientos cada vez que habían hecho el amor durante aquel largo día... No había puesto límite a sus juegos y caricias para asegurarse de que ella estaba tan excitada como él y estaría de acuerdo en cualquiera de sus propuestas. Cuando se habían terminado los preservativos, no había dejado de hacer el amor con ella, simplemente había renunciado a buscar su propia satisfacción. Parecía encontrar el mismo placer en verla llegar al clímax. Pero Myriam se temía que toda aquella dedicación era su modo de intentar someterla a su voluntad, su forma de seducirla.
Y desde luego, había tenido éxito, admitió con un sentimiento agridulce. Estando en la bañera, Myriam le había dicho que algunas cosas no se conseguían fácilmente. Se reía de sí misma al pensarlo; por supuesto, en aquel momento no había pensado en su propia debilidad.

El sonido del teléfono la sobresaltó. ¿Quién podría ser? La única persona que sabía donde estaba era Vanessa. Myriam había llamado a su compañera de piso para decirle dónde estaba y advertirle que iba a pasar la noche allí. Vanessa no habla parecido muy sorprendida y, para alivio de Myriam, estaba a punto de salir de casa y no tenía mucho tiempo para preguntas.
—Contesta tú —balbuceó Víctor—. Quizá esté ardiendo el hotel.
—¿Sí? —preguntó Myriam intrigada en cuanto descolgó el teléfono.
—¿Eres tú, Myriam?
¡David! Myriam cubrió el teléfono con la mano y gimió.
—¿Quién es? —le preguntó inmediatamente Víctor, incorporándose sobre un codo.
—David —fue lo único que pudo decir, pero el juramento que soltó Víctor a continuación lo dijo todo.
Myriam tragó saliva y levantó la mano del auricular.
—Sí, soy yo.
—Caray, Myriam. Cuando Vanessa me ha dicho dónde estabas y con quién no me lo podía creer. No te imaginas hasta qué punto me has decepcionado y lo enfadado que estoy con Víctor.
La cabeza de Myriam empezó a funcionar a toda prisa. Vanessa jamás le habría dicho a David donde estaba, a menos que hubiera alguna emergencia. Habría inventado cualquier excusa para protegerla.
—Ahora déjate de regañinas —le dijo a su hermano con impaciencia—. ¿Qué ha pasado, David? ¿Por qué me llamas a estas horas?
—Mamá ha tenido un ataque al corazón.
Hasta el último músculo de Myriam se tensó de la impresión. ¿Que su madre había tenido un ataque al corazón? ¡Pero si sólo tenía cuarenta y ocho años! Le parecía imposible.
—Pero... no ha muerto, ¿verdad? Oh, David, no me digas que ha muerto.
—No, no ha muerto, pero está en el hospital. Papá dice que la situación sigue siendo muy delicada.
Myriam rompió a llorar y Víctor le quitó inmediatamente el auricular.
—Soy Víctor, David. Myriam está demasiado afectada para hablar. ¿Qué ha pasado?
Myriam todavía no se lo podía creer. ¿Qué pasaría si su madre muriera? ¿Qué haría David? ¿Y su padre? Oh, Dios, su padre no sería capaz de soportarlo. No, a su edad no podía morir. Era demasiado pronto.
—Por el amor de Dios, David, madura y aprende a poner en orden tus prioridades —estalló Víctor—. ¿Qué demonios importa que Myriam y yo hayamos pasado la noche juntos cuando tu madre podría haber muerto? Lo que tienes que hacer es montarte en el coche e irte directamente al hospital. ¡Y no vayas demasiado rápido! No creo que a tu padre le sentara nada bien que terminaras estrellado contra un árbol —se interrumpió durante unos segundos y continuó—. No, no pierdas el tiempo viniendo hasta aquí a recoger a Myriam —le advirtió con la misma autoridad—. Ya la llevaré yo. Y te aconsejo que no hagas ningún comentario sobre lo que ha pasado entre Myriam y yo. Como les digas una sola a palabra sobre nosotros a tus padres, te desollaré vivo. Has estado poniendo a prueba nuestra amistad durante todo este fin de semana y ya no estoy dispuesto a soportarlo ni un minuto más.
Se inclinó por encima de Myriam y colgó el teléfono. En cuanto se fijó en las lágrimas que cubrían el rostro de la joven, desapareció su dura expresión.
—Mi pobre Myriam —ronroneó y la acunó cariñosamente en sus brazos—. Sé lo que tu madre significa para ti... para todos nosotros. Es una gran mujer.
A Myriam le conmovió su compasión, y tuvo que hacer un esfuerzo casi sobrehumano para no estallar en sollozos. Poco a poco y con mucha desgana, comenzó a separarse de su abrazo.
—Víctor... ¿de verdad me vas a llevar al hospital? — le preguntó—. ¿No tienes que volver hoy a Melbourne?
—Debería, pero no voy a ir. ¿Cómo voy a dejarte en un momento como éste? Ahora me necesitas, Myriam.
A Myriam volvieron a llenársele los ojos de lágrimas.
—Sí, Víctor, te necesito. Yo...
—No —la interrumpió bruscamente—. No digas nada más, este no es el momento oportuno. Ahora estás muy conmovida y tus sentimientos están muy condicionados. Lo que tienes que hacer es levantarte rápidamente y ducharte mientras yo pido el desayuno. Supongo que querrás pasar por tu casa para ir a buscar algo de ropa, así que date prisa. En estas situaciones el tiempo es algo esencial.

La última frase de Víctor hizo volar la mente de Myriam hasta su madre. Se la imaginaba tumbada y posiblemente agonizando en el hospital. El pensar que quizá no volviera a verla con vida, le hizo levantarse corriendo de la cama y meterse en el baño.
Menos de una hora después, llegaba a su casa. En el momento en el que estaba entrando en la sala, el reloj marcaba las seis menos veinticinco.
—¿Eres tú, Myriam? —la llamó Vanessa desde el dormitorio.
—Sí, soy yo. Estoy sola.
Entonces salió Vanessa poniéndose una bata y con ojos de cansancio.
—Espero que no estés enfadada conmigo —le dijo preocupada—. No quería decirle a tu hermano dónde estabas, pero cuando me contó lo de tu madre comprendí que tenía que hacerlo.
—Hiciste bien, Vanessa.
—¿Dónde está Víctor?
—Está esperándome en el coche. Me va a llevar a verla.
—Supongo que este no es el mejor momento de preguntarte cómo te ha ido.
—No —le contestó Myriam con evidente tensión—. No es el momento.
Vanessa asintió.
—Myriam, ¿hay algo que pueda hacer por ti?
—No, nada.
—Espero que tu madre supere esta crisis —comentó Vanessa, mientras la seguía al dormitorio en el que Myriam estaba empezando a ponerse ya unos pantalones y una camiseta a rayas blancas y negras.
—Yo también lo espero —respondió mientras se ponía las sandalias.
—Siempre me ha parecido muy amable cuando he hablando con ella por teléfono.
—Y lo es.
—Mi madre es una auténtica bruja, y aun así la adoro.
Myriam estaba ya a punto de llorar y su amiga se acercó a ella y la abrazó.
—No importa cariño, llora. Conmigo no tienes que hacerte la valiente.
Y Myriam lloró.
Diez minutos después, se dirigía con Víctor hacia el norte a toda velocidad.
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Mensaje  crazylocademica Jue Sep 18, 2008 11:19 am

dulce!! esta genial la nove!

y ya se les armo con David pero esperemos que lo de la mama de Myris no sea nada grave.. Crying or Very sad

saludos y mil gracias por el capi!! Very Happy

atte. crazy lol!
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Mensaje  Chicana_415 Jue Sep 18, 2008 12:33 pm

Eso si que nadien se lo esperabaaaa! Menos yooo

Espero que su mama se recupere pronto! A y que se casen tmb jajaja
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Mensaje  jai33sire Jue Sep 18, 2008 8:46 pm

gracias por el capitulo

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Mensaje  alma.fra Jue Sep 18, 2008 9:47 pm

Ooarleee, pero ke buenp ke no se fue.
Gracias por el capitulo.
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Mensaje  dulce_myrifan Sáb Sep 20, 2008 2:37 pm

Capítulo 12

—¿A qué te dedicas, Víctor?
Víctor se volvió hacia ella al oír la pregunta. Llevaban casi una hora viajando en un silencio total. Lo único que se oía en el coche era la música de la radio.
—No hace falta que hables por hablar —le contestó Víctor, volviendo a prestar atención a la carretera.
—Ya lo se. Pero quiero saberlo. David me comentó en una ocasión que trabajabas en el sector de exportaciones de Industrias García. ¿Pero qué es lo que haces exactamente?
—¿Entonces no lo sabes?
—¿Qué es lo que tengo que saber?
—Ascendí de puesto hace doce meses. Ahora soy el presidente de la compañía.
Myriam pestañeó asombrada.
—No, no lo sabía. Pensaba que era tu padre el que ocupaba ese puesto.
—Y lo hacía, teóricamente. Desgraciadamente, hacía años que no se ocupaba del trabajo directamente y la compañía estaba empezando a notarlo. La decisión que tomó de irse a vivir a Sydney no fue la más oportuna, teniendo en cuenta que en Melbourne están las principales oficinas de todas las empresas. Pero mi madre se negaba a vivir en Melbourne y, cuando mi madre quiere algo, lo consigue. En el momento en el que tomé las riendas de la compañía, la negligencia de mi padre más la última crisis habían hecho que empezáramos a tener problemas en algunos sectores. Afortunadamente, conseguí dar la vuelta a la situación y en este momento nos encontramos en un período de crecimiento.
Myriam estaba muy impresionada.
—¿Y cómo es que te hiciste tú cargo de la empresa? ¿Hablaste con tu padre para que se retirara?
—No. Mi padre murió.
Myriam contuvo la respiración.
—Apareció en la prensa, en la sección de negocios.
— No suelo leer esa sección —musitó.
—No sabía que no estabas enterada. David lo sabía y me llamó para darme el pésame. Pensé que te lo habría dicho.
—No, no me lo dijo. Estoy segura de que ni lo mencionó. Oh, Dios, cuánto lo siento, Víctor. Debe haberte parecido muy mal que no te diera el pésame. ¿Cómo murió? ¿Estaba enfermo? —Myriam recordaba al hombre alto y atractivo que había visto el día de su boda.
—Sí, muy enfermo. Tenía cáncer de páncreas e hígado. Los médicos no pudieron hacer nada. Murió tres meses después de que se lo diagnosticaran.
—Debió de ser terrible. Tu pobre madre debe de estar desolada.
—Oh, absolutamente —contestó con sarcasmo—, tan desolada que se fue a dar la vuelta al mundo un día después del funeral. El mes pasado pasó a ser la señora de Winthrop. Afortunadamente para mí, el señor Winthrop vive en Texas y tiene una extraña enfermedad que le impide viajar. Tengo la sensación de que la próxima vez que voy a ver a mi madre será el día del funeral de mi padrastro. Aunque quizá no —añadió—. Seguro que si llego un minuto después, ya se habrá ido.

Myriam estaba a punto de defender a la madre de Víctor, pero decidió no hacerlo. No le gustaba aquella mujer y no culpaba a Víctor por albergar aquellos sentimientos hacia ella. Había sido una madre fría y poco cariñosa y, al parecer, también una mala esposa; una mujer dura cuya única prioridad en la vida era el dinero y el nivel social.
—Ya entiendo —fue lo único que le dijo.
—Si, se que lo entiendes —dijo Víctor con una nota de admiración en la voz—. Muchas mujeres habrían hecho algún comentario estúpidamente compasivo sin entender nada en absoluto. Eres hija de tu madre y no tienes ni idea de cuánto lo aprecio. Estando a tu lado cualquier hombre sabe a lo que puede atenerse. Contigo no hay engaños, ni mentiras.
A Myriam le conmovieron y perturbaron al mismo tiempo sus cumplidos. Lo que ella quería de Víctor era exactamente eso: ni engaños ni mentiras.
—Y ahora dime qué es lo que haces, Víctor —insistió—, cuéntame cómo es un día normal, o mejor una semana en la vida de Víctor García.
Víctor sonrió con ironía.
—Eso suena como si la consejera y psicóloga Myriam Montemayor se estuviera poniendo en funcionamiento. Así es como intentas conocer a tus pacientes, ¿verdad? Haciendo que te hablen sobre ellos mismos. Quizá debería parar el coche y tumbarme en el asiento de atrás, como si fuera un diván.
—Y quizá deberías seguir conduciendo y contestar a mi pregunta.
Víctor suspiró.
—A lo peor no te gusta mi respuesta.
—Me arriesgaré.
Y la verdad es que no le gustó en absoluto. El horario normal de Víctor era horroroso. Trabajaba ocho horas diarias durante la semana, con lo cual no le quedaba tiempo para nada y los fines de semana continuaba trabajando, aunque fuera a jugar al golf o asistiera alguna cena. Siempre salía por compromisos de trabajo. Empezaba a comprender por qué había fracasado su matrimonio, y así se lo dijo.
—Pero olvidas algo —le discutió Víctor—. Durante los primeros tres años, yo no ocupaba este puesto tan agotador. Tenía prácticamente todo el tiempo que quería para dedicarlo a mi matrimonio y a mi vida. Durante los primeros dos años, cada vez que salía de viaje, Helen venía conmigo.
Myriam ignoró la punzada de celos provocada por aquella declaración y se concentró en lo que Víctor le estaba contando.
—Pero cuando mi padre murió, mi matrimonio ya estaba destrozado. Helen se negaba a acompañarme a ninguna parte y empezaba a no querer acostarse conmigo. Tenía su propia vida.
—Para ser sincera contigo —le comentó Myriam—, tu actual estilo de vida difícilmente puede conducir a un matrimonio feliz, por mucho que te quiera tu esposa.
—¿Ahora está hablando la psicóloga o es Myriam la que está analizando mi propuesta de matrimonio?
—Estamos hablando las dos.
—¿Entonces no crees que haya ninguna esperanza para nosotros si continúo siendo el director de Industrias García?
—Yo... no quiero casarme con un hombre así —dijo con firmeza.
Víctor debió de advertir la convicción de su voz porque soltó un juramento.
—¿Y estarías dispuesta a convertirte en su amante? —le preguntó bruscamente.
Myriam no se había sentido más turbada en su vida. Y tampoco más desilusionada. Debería haberse imaginado que aquel sería el siguiente movimiento de Víctor. Al final, su objetivo no era convertirla en su esposa, sino en su compañera de cama.
—¿Y bien? ¿Estarías dispuesta?
Myriam tragó saliva.
—Sí, probablemente sí —confesó con amarga sinceridad. Pero se negaba a mirarlo a los ojos.

Para ser la amante de un hombre, lo único que se necesitaba era deseo, no amor. No era una relación real. Víctor le estaba ofreciendo sexo, nada más. El amor no entraba en sus cálculos.
Pero el amor sería lo único que podría llevarla a ella a asumir ese papel. Un amor que se negaba a morir. Un amor capaz de hacerla traicionarse a sí misma y a los valores en los que había sido educada.
Se hizo en el coche el más terrible de los silencios.
Myriam no volvió a mirarlo. Pararon una sola vez y fue una parada corta. Víctor continuaba avanzando, siempre al límite de la velocidad permitida. El paisaje era cada vez más árido y Myriam pudo comprobar de cerca los efectos de la sequía de la que su padre se había estado quejando durante todo el año.
Antonio Montemayor era un buen granjero; había reunido dinero suficiente para enviar a sus dos hijos a la universidad, pero aunque había sido capaz de proteger sus cultivos de todo tipo de enfermedades, era poco lo que podía hacer contra la falta de lluvia. Afortunadamente, la granja estaba situada a un lado del río, pero el cauce del agua había bajado considerablemente.
En ese momento su padre no debía de estar muy preocupado por sus cosechas, pensó Myriam con tristeza. Su preocupación era otra mucho más importante, la misma que mantenía en vilo al resto de la familia.
—¿Quieres que te lleve a casa? —le preguntó Víctor cuando llegaron a la carretera de Wilga—. ¿O prefieres que vayamos directamente al hospital?
—Vamos al hospital. Es posible que no haya nadie en casa.
—¿Y por dónde se va?
Myriam le indicó la dirección y, al poco rato, estaban aparcando ya en el hospital. Cuando abrieron la puerta, la joven sintió una bofetada de calor, que ponía también en evidencia la excelente calidad del aire acondicionado del coche. Afortunadamente, también había aire acondicionado en el hospital.
El hospital era un moderno edificio que había sido remodelado y ampliado dos años atrás, no tanto porque Wilga hubiera crecido, sino porque atendía a una zona bastante amplia.
—Allí está el coche de David —señaló Myriam—. ¡Oh! Y el de mi padre —no estaba segura de que aquello fuera una buena noticia. ¿Estarían allí porque su madre seguía al borde de la muerte, o porque se encontraba mejor y por fin podían hablar con ella? En cualquier caso, parecía bastante probable que Nora continuara viva. Myriam lo deseaba desesperadamente.
Víctor posó la mano en su hombro para mostrarle apoyo mientras cruzaban las enormes puertas del hospital para dirigirse a la zona de recepción.
—Tu madre es una luchadora —le dijo suavemente—. Estoy seguro de que se pondrá bien.
Pero Myriam estaba muy preocupada. Aunque su madre superara aquel ataque, era posible que se encontrara con problemas de salud más adelante. El médico le había dicho años atrás que procurara adelgazar porque tenía problemas de tensión alta, pero Nora no había sido capaz de renunciar a la comida. Myriam estaba segura de que ese habla sido uno de los factores que había contribuido a su enfermedad, pero también de que su madre no haría ningún caso si le ordenaban que siguiera una dieta.
Se dirigió a la enfermera de recepción con voz tem¬blorosa:
—Señora Nora Montemayor—repitió—. Ha tenido un ataque al corazón. Yo soy su hija.
La sonrisa de la enfermera le infundió cierta confianza.
—Ah, si. Su hermano y su padre han pasado por aquí hace unos minutos. La señora Montemayor ha sido trasladada de la Unidad de Cuidados Intensivos a una zona de aten¬ción general; puedes considerarlo una buena noticia. Está en la sección C, en el tercer piso.
El alivio de Myriam fue tal que estuvo a punto de echarse a llorar. De alguna manera consiguió dominarse, pero casi no pudo darle las gracias y, mientras se dirigían hacia el ascensor, tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.
Nora tenía una habitación para ella sola. Cuando Myriam entró en la habitación, parecía estar dormida; su semblante había adquirido un tono grisáceo. Su padre estaba sentado a su lado, sosteniéndole la mano y David permanecía al lado de la ventana, mirando hacia fuera; ambos se volvieron hacia Myriam en cuanto entró. Su padre con una mirada radiante; la de David estaba cargada de reproches.
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Mensaje  jai33sire Sáb Sep 20, 2008 5:07 pm

muchas gracias por el capitulo y por fa sigueleeeeee

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Mensaje  Chicana_415 Sáb Sep 20, 2008 9:04 pm

Gracias po el capitulo! Espero otro muy pronto Very Happy
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Mensaje  dulce_myrifan Sáb Sep 20, 2008 10:36 pm

Capitulo 13

—Ha venido Myriam —le susurró Antonio Montemayor a su esposa y ésta abrió los ojos.
—Myriam —la llamó ella con una voz tan roca y trémula que la joven estuvo a punto de derrumbarse. Cuando su madre le tendió las manos, sucumbió a las lágrimas que durante tanto tiempo había estado conteniendo y se arrojó a sus brazos.
—Tranquila Myriam, tranquila —ronroneó su madre, acariciándole el pelo—. Estoy bien. Hace falta algo más que una estúpida palpitación para acabar conmigo.
—¡Una estúpida palpitación! Lo que hay que oír —la regañó cariñosamente su esposo—. Podrías haber muerto si no te hubiera traído tan rápidamente hasta aquí.
—Qué exagerado es tu padre, Myriam —repuso Nora, haciéndole levantar el rostro a su hija y secándole las lágrimas con la sábana—. Lo único que he tenido ha sido un pequeño coágulo en un lugar inapropiado. El médico dice que no me van a quedar secuelas.
—Pero también ha dicho que si no se toma lo de la dieta en serio, quizá la próxima vez no tenga tanta suerte.
—Dieta, dieta, dieta —suspiró Nora—. No he oído otra cosa desde que me he despertado. Creo que es la palabra más ofensiva que se ha inventado.
—Muerte es peor —gruñó David—. Por el amor de Dios, tienes que hacer lo que te diga el médico. Hacer una dieta no significa morirse de hambre, sólo tendrás que comer cosas diferentes, eso es todo.
—¡Paparruchas!
—Así que es aquí donde ha aprendido esa palabra... —susurró Víctor, desde donde estaba.
Nora Montemayor se fijó entonces en él.
—Bueno, bueno, si no lo conociera, diría que está aquí el mismísimo Víctor García. Myriam, dime que no estoy viendo visiones.
Myriam se enderezó en la cama y se volvió sonriente hacia Víctor.
—Me temo que tienes razón, mamá. Víctor está aquí; fue a Sydney para asistir a la fiesta de cumpleaños de David y todavía estaba allí cuando nos dieron la noticia de tu ataque. Ha sido muy amable al traerme hasta aquí —si a alguno se le ocurría preguntarle cómo se había enterado Víctor de la noticia a esas horas de la madrugada, se habría muerto de vergüenza.
—Vaya, vaya —comentó su madre en voz tan baja que sólo Myriam pudo oírla. Miró a Víctor fijamente, se volvió hacia la sonrojada Myriam y miró de nuevo a Víctor—. Ha sido un gesto extraordinariamente amable por tu par¬te, Víctor. Ahora ven aquí y dale a tu segunda novia un abrazo.
Víctor soltó una carcajada e hizo lo que le pedía.
—Hola, señora Montemayor —la saludó con calor—. Me alegro de comprobar que no ha cambiado.
—No se puede decir lo mismo de ti, muchacho. Pareces un hombre importante. Pero creo que no te vendría mal dormir tranquilo y un poco de aire fresco. ¿Por qué no te quedas con Antonio en la granja unos cuantos días?
—Me encantaría, señora Montemayor, pero tengo que volver mañana mismo a Melbourne para atender unos asuntos urgentes que no pueden esperar. Pensaba haber salido hoy en coche para allá, pero lo que voy a hacer es ir mañana en avión.
Myriam contempló la posibilidad de contarles a sus padres lo de la muerte de su padre, pero decidió que no era el momento más oportuno.
—Es una pena —dijo Nora—. La gente joven no se da cuenta de lo corta que es la vida. No deben perder la única vida que tienen haciendo cosas que no los hacen felices, y tampoco sigan aplazando cosas que deberían haber hecho hace años.
Quizá fueran imaginaciones suyas, pero Myriam tenía la sensación de que las últimas palabras iban directamente dirigidas a Víctor.
—Sustos como el que yo acabo de llevarme te hacen valorar de nuevo la vida —continuó diciendo—. Antonio y yo hemos decidido que vamos a tomamos por fin las vacaciones que hemos estado aplazando durante tanto tiempo, ¿verdad?
—Desde luego.

En ese momento entró una adusta enfermera para ordenar que se fueran todas las visitas, poniendo fin a todo tipo de conversación sobre unas posibles vacaciones o la forma en la que los jóvenes desperdician su vida.
—El doctor ha dicho que la señora Montemayor tiene que descansar —insistió con una firmeza marcial ante las protestas de Myriam y de su padre—. Y también usted, señor Montemayor, no le vendría nada mal relajarse un poco.
—Además, los perros tendrán que comer —le recordó Nora—. ¿Te veré esta noche, Antonio? —preguntó, mirando a la enfermera para pedirle permiso.
Aquel gesto bastó para que Myriam fuera consciente de hasta qué punto había mellado aquel ataque la confianza de Nora. En condiciones normales, jamás habría mirado a nadie para pedir permiso. En cualquier caso, se dijo, aquella enfermera tendría ese efecto sobre cualquiera.
—Supongo que podrá tener alguna visita esta noche. Pero sólo durante una hora.
Myriam odiaba tener que despedirse de su madre habiendo estado tan poco con ella. Tampoco le gustaba dejarla en manos de aquella tirana, pero se daba cuenta de que lo más sensato era que su madre descansara. Su padre también parecía cansado. Seguramente no habría comido nada desde el ataque de su madre, y era importante que él también se cuidara.
Decidió entonces que no volvería a Sydney con Víctor al día siguiente. Se quedaría por allí unos cuantos días para atender a su padre. En aquella época del año, no causaría muchos trastornos que no fuera al colegio durante una semana; faltaba ya muy poco para las vacaciones de verano.
Tendría que volver la semana siguiente para arreglar algunas cosas. Y también para ir acostumbrándose a todo lo que suponía su nueva relación con Víctor. Myriam pensaba que convertirse en su amante significaría tener que trasladarse a Melbourne. Aunque ella no tenía ninguna gana de cambiar de ciudad, había llegado a un punto en el que ese tipo de consideraciones ya no importaban. Iría con Víctor a donde quiera que estuviera para estar con él todo el tiempo posible. Y ya no había nada más que decir.
—¿Por qué no te llevas a papá a casa? —le sugirió a su hermano mientras cruzaban el pasillo para dirigirse a los ascensores—. Víctor y yo iremos a comprar algo para la comida.
—Procura comprar comida suficiente —fue la cortante respuesta de su hermano antes de que se separaran—, estoy terriblemente hambriento —no hacia falta ser muy intuitivo para darse cuenta de que todavía no les había perdonado la terrible trasgresión de haberse convertido en amantes.
—Yo hablaré con él —le dijo Víctor cuando David y su padre se marcharon en uno de los ascensores.
Myriam sacudió la cabeza y suspiró.
—No creo que sirva de nada. Está muy enfadado conmigo.
—No, está enfadado conmigo. Y tiene razones para estarlo.
Myriam se detuvo bruscamente y lo miró con expresión interrogante.
—Aquel verano —le explicó Víctor con un suspiro de cansancio—, cuando volvimos a la universidad, David reveló algunas fotos que nos había tomado en la granja. Y al verlas descubrió algo en lo que no había reparado hasta entonces: lo que sentíamos tú y yo. Me acusó de haberte seducido. Yo le aseguré que no era cierto, pero no había forma de sacárselo de la cabeza. Me dijo que, si alguna vez se me ocurría tocarte, me mataría. Me señaló lo joven e inocente que eras y me hizo ver que te merecías algo mejor que un sinvergüenza como yo. Francamente, Myriam, yo estaba de acuerdo con él. Todavía lo estoy. Y tú también. Por eso no quieres casarte conmigo.
Myriam sacudió la cabeza, intentando no ceder al llanto. Así que eso era lo que había sucedido durante aquellos nueve años...
—Pero no soy tan malo como David piensa —añadió con pesar—. Creo que incluso podría cambiar. Sólo espero que no sea demasiado tarde.
Myriam lo miró con el ceño fruncido, no comprendía el significado de aquella última frase.
—¿Demasiado tarde para qué?
—Demasiado tarde para conseguir lo que quiero —le dijo con voz seductora. La sombra del deseo oscureció sus ojos—. A ti, Myriam, te quiero a ti —y la besó.

Myriam retrocedió en cuanto terminó el beso, asustada por el poder que aquel hombre tenia sobre ella. Le había bastado un beso para hacer que lo deseara con todas sus fuerzas. ¿Cómo era posible que sintiera algo así en un lugar como aquél y estando su madre gravemente enferma? Y sabiendo a demás que lo único que Víctor podía ofrecerle realmente eran problemas y un montón de promesas vacías.
Un hombre como él no podía cambiar. De hecho, ya había decidido que al día siguiente se iría a Melbourne. Los sentimientos que ella le inspiraba no habían sido suficientemente fuertes para retenerlo a su lado.
Seguramente volvería a buscarla. Quizá ni siquiera hiciera falta que se trasladara a Melbourne permanentemente. Víctor le enviaría un billete de avión para los fines de semana, reservaría alguna habitación en un hotel y ella acudiría a su lado para dejarse utilizar vergonzosamente. Pero hasta aquel sórdido proyecto era capaz de conmoverla.
Soltó una extraña risa, mezcla de nervios y amargura.
—Y tendrás lo que quieres, Víctor. Estoy de acuerdo en ser tu amante.
—Será un acuerdo en el que nunca te dejaré echarte atrás —gimió Víctor, estrechándola entre sus brazos—. Pase lo que pase.
Aquella vez le dio un beso del que no había forma de escapar. La devoraba y la dominaba como si quisiera mostrarle cuál iba a ser su futuro. En el momento en el que la soltó, Myriam estaba temblando, y no precisamente de deseo.
Dios, había cometido una locura al aceptar aquel tipo de relación con Víctor. No le había dicho abiertamente que lo amaba, pero estaba segura de que él lo sabía: todo lo que hacia y decía lo demostraba. Deseaba gritar, echarse a llorar, pero lo único que pudo hacer fue rodearle el cuello con los brazos e invitarlo a acercar su boca a la suya para besarlo con el mismo apasionamiento con que la había besado él a ella.
—No pienses que el que haya aceptado ser tu amante te da derecho a tratarme de cualquier forma, Víctor –le advirtió —. Tendrás que respetarme, si no quieres que te mande al infierno.
—Si alguna vez dejo de respetarte, me iré yo mismo al infierno.
Myriam se quedó totalmente desconcertada ante la fuerza de su afirmación. Si hubiera sido más ingenua, habría llegado a pensar que verdaderamente la amaba. Sin embargo, el sentido común le decía que Víctor no tenía capacidad para ese tipo de amor. El hecho de que la deseara no significaba que la amara.
Pero ella podía hacerse la ilusión. Fingiría que la amaba tanto como ella lo amaba a él. Al fin y al cabo, sabía que, a su modo, le importaba. Y además la deseaba, de eso podía dar fe después de la noche anterior.
Al pensar en lo que hablan compartido se puso nerviosa y se volvió para seguir avanzando por el pasillo del hospital.
Víctor la siguió.
—Me pregunto si sólo vamos a ir comprar algo de comida, o estamos buscando algo más íntimo —comentó con un deje de diversión.
Myriam se detuvo y se volvió hacia él con las mejillas sonrojadas y la boca semiabierta, dispuesta ya a soltarle un torrente de recriminaciones por aquellas palabras. Pero el elevar el rostro hacia él, sus ojos se quedaron clavados en la maravillosa boca de Víctor y en lo único en lo que fue capaz de pensar fue en las delicias que podía ofrecerle.
Endureció rápidamente su expresión, enfadada con¬sigo misma por aquellos pensamientos.
—No dejes que ese beso te confunda. Sólo estaba devolviéndote el que tú me has dado.
—Y lo has hecho maravillosamente.
—Así que deja de provocarme.
—No estaba provocándote, simplemente ha pensado que un toque de humor ayudaría a aliviar la tensión que se respira por aquí.
—¡Pues no lo has conseguido!
—Ya lo veo.
—Estoy empezando a desear que no me hubieras traído tú aquí.
—De eso también me he dado cuenta.
—Y no quiero que vuelvas a besarme aquí.
—Yo tampoco quiero que vuelvas a besarme tú. El lugar me resulta un poco incómodo.
—No lo haré, no te preocupes por eso.
—Bien, entonces vámonos.
Víctor empezó a caminar dando tales zancadas que Myriam prácticamente tenía que correr para mantenerse a su lado.
—Ve más despacio —le pidió entre dientes.
—Lo siento. Ya he perdido demasiado tiempo —con¬testó él, y siguió andando a la misma velocidad.
Myriam lo siguió aturdida. ¿Qué habría querido decir? ¿Que había perdido demasiado tiempo en ella?
Le habría gustado habérselo preguntado, pero su expresión se lo impidió. Además, podía no gustarle la respuesta. En ese momento, tomó la decisión de no hacer demasiadas preguntas a Víctor. Tenía la sensación de que no le iban a gustar ni sus respuestas ni las mentiras que podía verse obligado a contar.
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Mensaje  alma.fra Lun Sep 22, 2008 2:17 pm

Gracias por los capitulo, me encanta esta novela. Laughing
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Mensaje  Chicana_415 Lun Sep 22, 2008 4:04 pm

A mi tmb me encantaaaa Very Happy

SIGUELEEEE
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Mensaje  jai33sire Lun Sep 22, 2008 7:21 pm

gracias por el capitulo

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Mensaje  Eva_vbb Mar Sep 23, 2008 7:07 pm

GRACIAS X EL CAP.. SIGUELE ME ENCANTA...
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Mensaje  myrielpasofan Mar Sep 23, 2008 8:27 pm

graxxx
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Mensaje  mats310863 Mar Sep 23, 2008 9:34 pm

ME GUSTO EL CAÍTULO, GRACIAS

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Mensaje  mali07 Miér Sep 24, 2008 2:11 am

cheers AYYY DULLL ME ENKANTAA TU NOBEE NI/AAA SIGELEEEE SIGELEE GRASIAS POR EL KAPIII NI/AA SIGELEEEEEEEEEEEEE.................. lol! lol! lol!
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