Vicco y la Viccobebe
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Simplemente un Beso...FINAL

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Mensaje  dulce_myrifan Miér Sep 24, 2008 9:49 am

Hola que tal, pues volvemos con otra novela de Beso para variar jaja pa acabo de terminar de leer y me encanto por tierna, no tiene nada pero ahora si nada de fuerte es absolutamente tiernaa Laughing pero super hermosaa, espero les guste como ami, a qui se las dejo:

Nota: Esto primero es un dialogo entre niños, hablan en su lenguaje jeje pero eso es lo que dicen jeje, espero le entiendan.

Prólogo


—¿A que son monísimos? —sonrió Samantha, señalando a los tres niños que jugaban en la arena.
La ayudante de Samantha, Marie, asintió.
—Mira cómo hablan. Es un lenguaje incomprensible, pero parece que estuvieran arreglando el mundo.
En realidad, Julia, Clara y Leonardo no estaban arreglando el mundo. Lo que hacían las dos niñas era presumir de padre.

—Mi papá me llevó al cine ayer —estaba diciendo Clara, de dieciocho meses, en ese idioma que solo los niños entienden.
—¿Y qué? —replicó Julia, de veinte meses, con expresión aburrida — . Mi papá me ha comprado una muñeca nueva que me abraza cuando le aprieto la barriga.
Las dos pequeñas miraron a Leonardo, de dos años. El niño frunció el ceño. A veces no le gustaban las chicas, especialmente las que presumían porque tenían un papá.
Leonardo se puso a jugar con su camión, intentando aparentar que no le interesaba el tema.
—Mi papá es tan fuerte que cuando me sube en brazos, puedo tocar el techo — siguió Clara.
— Pues mi padre es policía y detiene a gente mala, así que es más fuerte —replicó Julia, que no quería dejarse ganar.
Incapaz de aguantar más, Leonardo dejó a un lado su camión.
—Pues yo voy a conseguir un papá y va a ser el mejor del mundo.
Clara rió, sus preciosos ojos verdes mostrando incredulidad. Y en ese momento, Leonardo decidió que cuando se casara con una chica, tendría los ojos marrones.
—¿Y cómo vas a conseguir un papá?
—En las vacaciones. Mi mamá va a llevarme de vacaciones mañana y cuando vuelva, voy a tener un papá.
—¿Y cómo vas a hacer eso? —preguntó Julia.
—No lo sé, pero ya se me ocurrirá algo.
—Lo creeré cuando lo vea —replicó Clara, levantando la diminuta nariz.
—Pues ya lo verás. Va a ser el mejor papá de todos —insistió Leonardo. Un segundo después se volvió, al escuchar la voz de su madre.

Myriam Montemayor estaba hablando con la señorita Samantha.
Hablaban en el lenguaje de los mayores y Leonardo no entendía las palabras. Como los adultos no entendían cuando él hablaba con sus amiguitos.
—Tengo que irme —dijo el niño, levantándose—. Nos veremos cuando vuelva de vacaciones y entonces les presentaré a mi papá.
Leonardo corrió hacia su madre, que abrió los brazos para recibirlo.
—Hola, cariño. ¿Te has portado bien?
Leonardo se apretó contra su mamá, que siempre olía muy bien.
—Ha sido muy bueno —sonrió la señorita Samantha.
—Nos veremos a la vuelta de vacaciones —se despidió Myriam.
—Que lo pasen muy bien. Adiós, renacuajo. Que lo pases bien en la playa.
El niño le dijo adiós con la manita. Cuando Myriam lo llevaba hacia el coche, aparcado frente a la guardería, Leonardo enredó los brazos alrededor de su cuello.
Su madre no tenía ni idea de lo que había planeado, pero un niño no debía crecer sin un padre. De una forma o de otra, iba a conseguir uno. Y si él conseguía un papá, su madre tendría un marido… le gustase o no.
La emoción hizo que se moviera, nervioso, mientras Myriam lo colocaba en la sillita del coche.
Leonardo tenía una misión… y esa misión era conseguir un papá.


Última edición por dulce_myrifan el Lun Oct 13, 2008 4:50 pm, editado 1 vez
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Mensaje  Jenny Miér Sep 24, 2008 9:54 am

K bonitoooooooooooooooooooooo

Me gustooooooooo

Me imagine al bb!!! ahhhhhhhhhhh jajajaja

Dulce!! por fa no te tardes muchooooooooooooooooo
okiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiii

GRacias !!!

Besos
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Mensaje  alma.fra Miér Sep 24, 2008 12:19 pm

Ke padre muchas gracias y ke bonito prologo, no tardes con el siguiente capitulo.
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Mensaje  Carmen Miér Sep 24, 2008 6:32 pm

Ay hermoso... que lindo el bebé... que bueno que nos compartes una novelita nueva Dulce!... espero pronto el primer cap Very Happy

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Mensaje  dulce_myrifan Miér Sep 24, 2008 7:07 pm

Aqui les dejo el primer capi Very Happy

Capítulo 1


Pecaminoso.
Vergonzante.


Esas dos palabras pasaron por la mente de Myriam Montemayor mientras se estiraba lánguidamente sobre la toalla en la playa de Masón Bridge, Florida, a últimos del mes de junio. Tres gloriosas semanas de sol y arena.
Tres gloriosas semanas sin dar ni golpe. Myriam abrió un ojo para vigilar a su hijo. Leonardo estaba sentado a sus pies, haciendo montoncitos de arena. Su pelo castaño brillaba bajo el sol y sus diminutas facciones estaban ensombrecidas por la concentración.
El corazón de Myriam se hinchó al mirar al niño y levantó los ojos al cielo para dar gracias por aquellas vacaciones que le había regalado su abuela. Tres semanas de vacaciones con su hijo. Nada de hospital, nada de guardería…
En la distancia, podía ver las olas y a la gente colocando sombrillas y toallas sobre la arena, entre el mar y el sitio en el que estaba tumbada con el niño. Era temprano, pero la playa pronto se llenaría de bañistas.
Myriam dejó caer la cabeza y suspiró de nuevo. Aquellas eran sus primeras vacaciones en mucho tiempo. Incluso cuando estaba embarazada, había trabajado hasta un día antes de dar a luz y volvió al hospital dos semanas después del nacimiento del niño.
Pero su abuela había querido darle una sorpresa. Sin decirle nada, compró los billetes de avión, reservó la habitación en el hotel y después le presentó el asunto como un hecho consumado. Era el mejor regalo que le habían hecho en toda su vida.
Myriam se dio cuenta entonces de que Leonardo había dejado de echarle arena en los pies y se incorporó, inquieta.

— ¡Leonardo! Ven aquí, cielo —llamó a su hijo, que estaba a unos diez metros de ella. Pero el niño no le hizo caso y siguió caminando, para dejarse caer en la arena unos metros más adelante—. ¡Leonardo!
En ese momento, Myriam vio a un hombre corriendo por la playa. Corría tan rápido y tan concentrado que no parecía haber visto al niño que estaba en su camino.
El grito de Myriam rompió el aire tranquilo de la mañana. El corredor vio a Leonardo y en el último segundo intentó apartarse, pero la maniobra falló cuando el niño se levantó y pareció dirigirse directamente hacia sus piernas.
El hombre cayó al suelo. Myriam escuchó un sonido, como el de un hueso al partirse, y después un grito de dolor.
—Dios mío —murmuró, corriendo hacia el hombre que estaba tendido en el suelo con la pierna derecha colocada en un ángulo imposible. Un ángulo que, según su experiencia, evidenciaba una fractura—. Que alguien llame a una ambulancia —gritó a la gente que miraba, antes de inclinarse hacia el herido—. No se mueva. Enseguida llegará un médico.
Los ojos del hombre eran de un negro profundo junto con su piel bronceada. No se había afeitado y una sombra oscura cubría sus facciones, dándole un aspecto formidable. Myriam no sabía si era dolor o furia lo que brillaba en aquellos ojos, haciendo que el color pareciera casi de hielo.
—Ese niño ha intentado matarme —dijo el hombre, entre dientes.
Estaba furioso, pensó Myriam. Muy furioso.
—Lo siento mucho —murmuró, observando su mano derecha, que empezaba a hincharse. Al caer, había colocado la mano en mala posición y sospechaba que debía tener también un par de dedos rotos, además del hueso de la pierna.
Se sentía responsable. Era culpa suya. Debería haber estado vigilando a Leonardo con más atención.
—No se puede imaginar cuánto lo siento —añadió, compungida.
—¿Qué es lo que siente? —preguntó él, haciendo un gesto de dolor.
—Es mi hijo.
—¿Y cómo se llama, «Terminator»?
Myriam se arrodilló frente a él y cuando el hombre lanzó un gemido de dolor, se dio cuenta de que había apoyado la rodilla en su mano sana.
—Lo siento.
Cuando intentó mover la rodilla, nerviosa, lo golpeó en las costillas sin querer.
—Por favor, señora, apártese antes de que me mate.

No pudieron seguir hablando porque una ambulancia apareció en la playa en ese momento. Unos segundos después, los enfermeros colocaban al hombre en una camilla.
Myriam guardó sus cosas a toda prisa y siguió a la ambulancia en el coche que había alquilado para las vacaciones.
—No puedo creer que haya pasado esto —murmuraba para sí misma mientras seguía al vehículo.
¿Cómo era posible que la mañana hubiera empezado tan bien y, de repente, todo se hubiera estropeado de esa forma?
Leonardo parecía completamente ajeno al caos que él mismo había organizado. El niño hablaba consigo mismo, en ese lenguaje incomprensible suyo, sonriendo como si le divirtiera todo aquello.
Pero Myriam no se estaba divirtiendo. Estaba aterrada. ¿Y si era algo peor que una pierna rota? Aunque una pierna rota ya era suficientemente horrible. ¿Y si aquel hombre decidía demandarla? Si quisiera, podría dejarla en la ruina.
Myriam sonrió al pensar aquello. Ella no tenía nada, de modo que la ruina no sería tan horrible. En su cuenta corriente no había más de doscientos dólares, la casa en la que vivía era alquilada y tendría suerte si su viejo cacharro aguantaba cien kilómetros más.
La sonrisa desapareció de sus labios cuando pensó en el hombre de los ojos negros. ¿Y si era un corredor profesional de maratón? Sería imposible que siguiera entrenando con una escayola en la pierna.
O quizá era un bailarín que trabajaba en uno de los muchos locales nocturnos de la zona. Podría serlo perfectamente, a juzgar por su aspecto físico.
Con una pierna y varios dedos rotos, hiciera lo que hiciera para ganarse la vida, sería un grave problema. Estaría incapacitado durante meses.
Si ella hubiera estado vigilando a Leonardo… si no hubiera cerrado los ojos durante unos segundos… Poco después, la ambulancia se dirigía hacia la zona de urgencias y Myriam buscó aparcamiento. Antes de entrar en el hospital, se puso un pareo sobre el bikini y sacó a Leonardo de su sillita.
Cuando entró en urgencias, los enfermeros habían sentado al hombre en una silla de ruedas y lo empujaban hacia la consulta.
Curiosamente, la sala de espera estaba vacía. Con Leonardo en brazos, Myriam se dejó caer sobre una silla. No sabía bien qué iba a hacer allí, pero tenía que asegurarse de que el hombre estaba bien y quería disculparse de nuevo por el accidente.
Quizá debería ofrecerse a pagar los gastos de hospital. Su corazón se encogió al pensarlo. Si la factura era muy elevada, tendría que pedir dinero prestado. Y no quería tener que pedírselo a su abuela, que había sido más que generosa regalándole aquellas vacaciones.
Myriam se pasó la mano por el cabello, intentando no pensar en eso. Como madre soltera, el dinero siempre era un problema para ella.
Angustiada, apretó a Leonardo entre sus brazos, intentando convencerse a sí misma de que encontraría la forma de solucionar la situación para quedar bien con el hombre al que, por accidente, su hijo había hecho tropezar.

Víctor García hizo una mueca de dolor cuando el doctor Edmundo Hall empezó a escayolar los cuatro dedos rotos de la mano derecha. Su pierna ya estaba escayolada hasta el muslo.
No podía creer que le hubiera pasado aquello. Como siempre, el destino le había dado una patada en el trasero. Debería estar acostumbrado.
—¿Vas a contarme cómo te has hecho esto? — preguntó Edmundo.
—No te lo creerías —contestó Víctor.
—Te sorprendería lo que estoy dispuesto a creer —rió Edmundo. Los dos hombres eran buenos amigos—. Deja que lo adivine. Estabas vigilando a la esposa perversa de algún cliente y ella te dio una paliza con el bolso.
—Qué va —rió Víctor.
—Vale. Entonces, estabas borracho y no te acordaste de los escalones que hay en el porche de tu casa.
—Yo no me emborracho —replicó Víctor, ofendido.
Edmundo hizo un gesto de incredulidad.
—Dirás que nunca estás sobrio del todo.
—No tienes ni idea —protestó Víctor, irritado—. Llevo un año sin probar el alcohol. Y ya que tienes tanto interés, te diré que estaba corriendo por la playa cuando un niño me agarró la pierna. Me caí, apoyé mal la mano y aquí estoy.
—¿Cuántos años tenía el niño?
Víctor se encogió de hombros y después hizo una mueca de sufrimiento. Le dolía todo el cuerpo.
—Era un niño mayor… como de cinco o seis años —contestó. Después de decirlo, se puso colorado. No podía contarle a Edmund que el niño era tan pequeño como un cacahuete—. ¿Has terminado?
El médico asintió.
—¿Quieres que te recete algún analgésico?
—No.
—Víctor, no te hagas el fuerte. Va a dolerte.
—No pasa nada.
—Eres muy cabezota, Víctor García —suspiró su amigo—. Te he puesto una escayola con la que podrás caminar, pero tendrás que usar muletas durante unos días. Voy a buscarlas.
Cuando Edmundo salió de la consulta, Víctor se quedó mirando la escayola. Estupendo. Aquello era simplemente estupendo. Justo cuando tenía más casos que nunca en toda su vida como detective privado. ¿Cómo iba a poder vigilar a nadie con aquella enorme cosa blanca en la pierna?
El accidente había sido muy raro. Víctor podría jurar que el niño se le había echado encima, como si quisiera tirarlo al suelo.
El rostro de la madre del niño apareció en su mente entonces. Un par de asustados ojos avellanas, una nube de cabellos castaños y un cuerpo esbelto con un bikini azul… era como un ángel. Con un hijo que era un demonio, pensó, irritado.
—Aquí están —dijo Edmundo, entrando de nuevo con un par de muletas en la mano—. ¿Quieres que te enseñe a usarlas?
— Supongo que puedo imaginármelo —replicó Víctor, sarcástico. Usar unas muletas no podía ser tan difícil.
—Necesitarás ayuda durante unos días. Es difícil moverse con una pierna rota. Y con una sola mano te va a resultar más difícil aún. ¿María sigue limpiando tu casa?
—Sí. ¿Por qué?
Los dos hombres salieron de la consulta. Víctor, caminando con dificultad mientras intentaba acostumbrarse a las muletas.
—Podrías pedirle que se quedara unos días, hasta que puedas manejarte solo.
—De eso nada. María cree que soy el demonio reencarnado y solo me limpia la casa porque le pago un dineral. Además, no me cae bien.
Edmund soltó una carcajada.
—A ti nadie te cae bien, Víctor. Bueno, tengo que irme. Pide cita en mi consulta dentro de un par de días para que pueda echarte un vistazo —se despidió, dándole un golpecito en la espalda.

Víctor lo observó alejarse. El dolor en su pierna aumentaba cada minuto. Suspirando, se apoyó en las muletas y se dirigió hacia la puerta del pasillo, que tuvo que abrir con el hombro, mascullando varias palabrotas.
Al otro lado de la puerta estaban la mujer y el niño de la playa. Ella se levantó al verlo y el crío empezó a dar palmas, tan contento.
—¿Qué está haciendo aquí?
Como si no hubieran hecho ya suficiente. El niño lo había tirado al suelo y después su madre se había lanzado sobre él para rematarlo.
—No sabe cómo siento lo que ha pasado. Me gustaría poder hacer algo por usted… pagar los gastos del hospital, por ejemplo.
—No hace falta. Tengo un seguro —murmuró Víctor, irritado.
Además, ella no tenía aspecto de poder pagar nada. Sus sandalias parecían muy usadas y el pareo que llevaba sobre el bikini había perdido el color, seguramente tras multitud de lavados.
No era la típica turista que iba a Florida a pasear por la playa con bikinis de diseño y que cenaba en los mejores restaurantes, con joyas que podrían dar de comer a una familia entera.
Víctor era investigador privado y, por costumbre, la examinó con ojo profesional. Pero cuando la miró como hombre, se percató de que su pelo parecía tan suave como la seda. Era muy guapa y el pareo no podía disimular sus curvas.
Víctor sintió un extraño calor en el estómago. Y eso lo irritaba. En aquel momento, todo lo irritaba.
—Tiene que haber algo que pueda hacer por usted, señor García.
—¿Cómo sabe mi nombre?
—Me lo dijo una de las enfermeras —contestó ella, incómoda—. Me siento responsable del accidente. Tiene que dejarme hacer algo para reparar el daño.
—Mire, señora, ya no puede hacer nada. Si hubiera estado vigilando a su hijo, esto no habría ocurrido —replicó Víctor, dando un par de pasos hacia la puerta.
Myriam se adelantó e intentó abrirla, pero con tan mala suerte que lo golpeó en la pierna sana.
—Ay, perdone —murmuró, horrorizada.
Víctor miró al cielo, exasperado.
—Tengo que pasar un millón de informes al ordenador, lo cual es estupendo considerando que solo tengo cinco dedos sanos. Estoy intentando resolver casos que me exigen ir de un lado a otro y no hay nada que usted pueda hacer para solucionarlo, a menos que ocurra un milagro.
Cada palabra salía de su boca como una bala.
—Yo sé usar un ordenador.
Él se volvió para mirarla.
—Pues me alegro por usted.
—Podría escribir esos informes.
Myriam se colocó a su lado, con el niño de la mano. Olía bien, a flores. Y él sintió de nuevo aquel calor en el estómago.
—No, gracias. Seguramente se cargaría mi ordenador.
—¿Cómo va a llegar a su casa?
La pregunta hizo que Víctor se quedase parado. Había ido corriendo a la playa desde su casa, pero en aquellas circunstancias no había forma de volver andando.
—Llamaré a un taxi.
—Yo tengo el coche aquí mismo y me gustaría llevarlo a casa si no le importa. Por favor, deje que al menos haga eso por usted.
Víctor estaba demasiado cansado y dolorido como para discutir. Lo único que deseaba hacer era llegar a su casa y tumbarse en la cama.
—Muy bien —dijo por fin. Después, miró al niño con el ceño fruncido—. Siempre que mantenga a ese pequeño monstruo lejos de mí.
Ella apretó la manita del niño, con expresión airada.
—No es ningún monstruo. Es un niño muy bueno.
—Sí, eso solían decir de Jack, El Destripador — replicó él, irónico.
La joven se puso colorada, pero no replicó.
—Mi coche está en el aparcamiento. Espéreme aquí un momento.

Víctor asintió y se apoyó en la pared del edificio, preguntándose si aquella chica podría llevarlo a casa sin que ocurriera una catástrofe.
No sabía por qué, pero tenía el presentimiento de que algo terrible iba a pasar.
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Mensaje  Chicana_415 Miér Sep 24, 2008 7:44 pm

jaja Se nota que estara muy divertidaaaa
Siguele prontooo
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Mensaje  jai33sire Miér Sep 24, 2008 7:49 pm

Wink gracias por una nueva novelita y siguele por faaaaaaa Very Happy

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Mensaje  alma.fra Miér Sep 24, 2008 10:42 pm

Gracias por el capitulo, esta muy padre.
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Mensaje  mali07 Miér Sep 24, 2008 11:34 pm

cheers AYYYYYYY SEBE KE VA TAR MUY LINDAA LA NOBEE DULLL AYY EL NI/OOOO JAJAJA LEBASER MUCHAS TRAVESURAS AVICCO JAJAJA AYY MI VIDOOO.........YA KIERO EL KAPI KE SIGE NI/AAA ANDALEEEEE MAS KAPIS MAS KAPISS............. lol! lol! lol!
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Mensaje  susy81 Jue Sep 25, 2008 12:42 am

orale hay otra novela...cuero niñoo!!!..asi o mas lindo el bb aaaay me dio una ternuraaaa jajajaja

gracias por el capitulo dulce...siguelee...besos

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Mensaje  Jenny Jue Sep 25, 2008 10:03 am

Muchas Gracias por el cap!!!

Me gusta mucho!!!

Esperemos k no nos hagas sufrir mucho eh!!! jajaja pon capis seguidos!!!

Gracias!!!

Besos
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Mensaje  cliostar Jue Sep 25, 2008 3:24 pm

Very Happy Por Dios esta genialisima tu nove niña, pobresito Víctor jeje, siguele pronto por fas =)
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Mensaje  Carmen Jue Sep 25, 2008 4:52 pm

Ay que lindo el niño jajajaja.. mil gracias por el cap dulce

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Mensaje  mats310863 Jue Sep 25, 2008 10:07 pm

ESTA NOVELA ESTA MUY DIVERTIDA Y CREO QUE LEONARDO PROVOCARA MUCHAS TRAVESURAS A VICTOR, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  dulce_myrifan Jue Sep 25, 2008 11:15 pm

Capítulo 2

Myriam tardó dos minutos en hacer sitio para Víctor en el coche. Después de colocar la bolsa de los pañales a los pies de Leonardo, echó el asiento del pasajero tan atrás como le fue posible para que pudiera sentarse con la pierna estirada. Víctor García era un hombre alto que necesitaba mucho espacio.
Un momento después, salía del aparcamiento y paraba frente a la puerta del hospital. Myriam saltó del coche para ayudarlo, pero él la detuvo con un gesto.

—No hace falta. Prefiero entrar en el coche sin su ayuda. Es más seguro.
Víctor se dejó caer en el asiento, haciendo un gesto de dolor mientras metía la pierna.
—¿Se encuentra bien? —preguntó Myriam, intranquila. Incluso con aquella expresión de enfado, Víctor García era un hombre guapísimo. Su aroma llenaba el interior del coche, un aroma muy masculino que era a la vez atractivo e inquietante.
—Lléveme a casa, por favor —dijo él. El asiento estaba tan reclinado hacia atrás que su cabeza estaba casi a la altura de la de Leonardo—. El niño está atado, ¿verdad?
—Claro que sí —contestó ella, mientras arrancaba el coche—. Tendrá que decirme cómo llegar a su casa.
—A la salida del hospital, gire a la izquierda — dijo Víctor, con los ojos cerrados.
—Por cierto, me llamo Myriam Montemayor. Y el niño que está en la sillita es mi hijo, Leonardo.
—Yo prefiero pensar en usted y su hijo como en una pesadilla —replicó él, sin abrir los ojos.
Myriam apretó los labios, pero se recordó a sí misma que la actitud grosera del hombre era debida al dolor.
—¿Está casado? ¿Hay alguien que pueda cuidar de usted?
Víctor abrió los ojos.
—Una esposa sería otra pesadilla. Llevo cinco años solo y así es como me gusta estar. Lléveme a casa y no se preocupe por mí.
De modo que no estaba casado y no tenía novia. Myriam frunció el ceño, preguntándose si aquel hombre sabría cómo una pierna y varios dedos rotos podían hacer que incluso la tarea más sencilla pareciera imposible.
—Ha dicho antes que tenía que pasar unos informes al ordenador y encargarse de varios casos. ¿A qué se dedica, señor García? —preguntó, para romper el silencio.
—Soy bailarín de ballet. ¿Cree que podré ponerme los leotardos sobre la escayola?
—No tiene por qué ponerse sarcástico.
Víctor se pasó una mano por la frente.
— Soy investigador privado.
—¿De verdad? ¿Y es bueno?
Los ojos del hombre se iluminaron e incluso esbozó algo parecido a una sonrisa. Una sonrisa muy bonita.
—Soy el mejor.

Un segundo después, la sonrisa había desaparecido, dejando en su lugar una expresión tan amenazadora que Myriam decidió no volver a hablar del tema.
Durante los minutos siguientes, él solo abrió la boca para darle indicaciones. Cuando le dijo que tomara una estrecha carretera rodeada de árboles, Myriam empezó a inquietarse. No había ninguna casa, ninguna tienda. Nada. Unos minutos después, vio un cartel que decía «No pasar».
¿Querría llevarla a algún lugar solitario para estrangularla? Myriam no sabía nada de él, excepto su nombre. Quizá quería romperle una pierna para darle una lección.
Pero cuando lo miró por el rabillo del ojo, se relajó. Si intentaba atacarla, saldría corriendo. Incluso con Leonardo en brazos, podría correr más rápido que cualquier maníaco con una pierna escayolada. Además, estaba muy pálido y parecía incapaz de realizar el más mínimo esfuerzo.
La carretera terminaba en una playa privada, el océano Atlántico una enorme mancha azul a su izquierda.
Víctor señaló la única casa que había, un edificio con el porche acristalado.
Myriam salió del coche para ayudarlo a bajar.
—Me gustaría decir que ha sido un placer, pero no puedo —dijo Víctor, mientras se colocaba las muletas. Sin decir nada más, empezó a caminar hacia la casa, pero se quedó parado al ver los escalones.
—Será mejor que lo ayude. Puede apoyarse en mí —se ofreció Myriam. Él vaciló un momento, mirándola con desconfianza—. O puede hacerlo usted solo. Y, si se cae, esta vez la culpa será suya —añadió ella, impaciente.
A regañadientes, Víctor le dio una muleta y le pasó un brazo por los hombros mientras ella lo sujetaba por la espalda. A pesar de su preocupación, Myriam sintió una punzada de placer al tocar aquella espalda musculosa.
—¿No tiene miedo de que «Billy el niño» arranque el coche mientras usted está ayudándome? — preguntó él con expresión jocosa mientras subían los escalones.
—No sea ridículo. Leonardo solo tiene dos años y no es ningún delincuente.
—Ah, la madre siempre es la última en admitir que su hijo tiene problemas.
Myriam se quedó parada.
—Señor García, usted no parece un idiota. Pero es increíblemente estúpido hablar mal de un niño pequeño cuando su madre lo está ayudando a subir una escalera.
Víctor la miró, sorprendido.
—Touché.

Una sonrisa iluminó el rostro masculino y ella se quedó sin aliento.
Sin la sombra de barba y sin la expresión de dolor en sus facciones, Víctor García podría robar muchos corazones.
Con aquellos labios tan sensuales, podía hacer que cualquier mujer pensara en sábanas de raso, noches calientes y brazos y piernas entrelazados…
Myriam frunció el ceño, preguntándose si habría tomado demasiado el sol. Esa era la única explicación posible para tales pensamientos.
Continuaron el arduo ascenso y cuando llegaron al porche, le devolvió la muleta.
—¿De verdad puede arreglárselas solo?
Él estaba muy pálido y su frente se había cubierto de sudor.
—Ya le he dicho que sí.
Después de eso, entró en la casa y prácticamente le dio con la puerta en las narices.
Myriam tuvo que controlar el impulso de llamar a la puerta y decirle que era un grosero. Pero se recordó a sí misma que, a veces, el dolor convertía en monstruos a los seres humanos.
En su trabajo como auxiliar de clínica, había visto muchas personas agradables convertirse en criaturas histéricas.
Suspirando, entró en el coche, sonriendo al mirar a su hijo por el retrovisor.
—Le he ofrecido ayuda, pero no la quiere. Así que ya está, no tenemos más responsabilidad.
Leonardo rió, con aquella risita infantil que le calentaba el corazón. Mientras se alejaba de la casa de Víctor García, Myriam se preguntaba si Carlos pensaría en ella alguna vez, si alguna vez se habría preguntado por su hijo. Si sabría cuántas cosas se había perdido cuando decidió abandonarlos.
Myriam solo se dio cuenta de lo inmaduro y egoísta que era cuando quedó embarazada y Carlos salió corriendo. Ella no necesitaba un niño asustado en su vida y Leonardo no necesitaba un niño asustado como padre.
Para eso, mejor no tener padre. Ella misma había crecido con un padre inmaduro, incapaz de hacer frente a las responsabilidades.
Su padre desaparecía de su vida y, de repente, volvía a aparecer cuando menos se lo esperaba, con caros regalos que Myriam no necesitaba, llevándola a restaurantes a los que no quería ir, dándole cosas cuando todo lo que ella necesitaba era su cariño.
Su padre, como Carlos, había pasado a ocupar el archivo de «no merece la pena pensar en ellos». Y en aquel momento, tenía un tercer nombre que añadir a la lista: Víctor García.
Pero Víctor no parecía resignarse a quedar archivado. Mientras Leonardo y ella cenaban en un restaurante cercano al hotel, Myriam se preguntó qué estaría cenando, si habría podido hacerse algo de cena… Con una mano escayolada, incluso preparar un bocadillo le habría resultado difícil.
Pero ese no era su problema, se recordó a sí misma. Al fin y al cabo, le había ofrecido su ayuda y él la había rechazado. Apenas lo había visto unos minutos, pero tenía la impresión de que Víctor García era un hombre incapaz de pedir ayuda, incluso en los peores momentos.
Más tarde, ya en la cama, con Leonardo durmiendo en la cuna que los empleados del hotel habían colocado en la habitación, Myriam volvió a pensar en Víctor.
No podía evitar sentirse responsable por el accidente. ¿Y si intentaba bajar los escalones del porche y se caía? En una casa tan solitaria, pasarían días hasta que alguien lo encontrara.
Cuando por fin pudo quedarse dormida, tuvo una pesadilla en la que Víctor García corría tras ella por la playa, pero en su sueño era ella la que tenía una pierna escayolada. Leonardo estaba sentado en la arena, dando palmaditas y riendo alegremente mientras Víctor intentaba atraparla.
Myriam se despertó, sobresaltada, poco después de amanecer. La pesadilla había hecho que tomara una decisión: no podía seguir adelante con sus vacaciones sabiendo que un hombre sufría a causa de un accidente que, sin querer, su hijo había provocado. Su conciencia no se lo permitiría.

A las nueve, Leonardo y ella estaban vestidos y de camino a casa de Víctor García. En una bolsa en el asiento de atrás, llevaba todo lo necesario para preparar un buen desayuno. No había hombre en la tierra que pudiera decir que no a un buen plato de huevos con beicon.
Cuando paró frente a la casa, se sorprendió al ver una vieja furgoneta y dudó un momento antes de salir del coche. Después de todo, la furgoneta indicaba que Víctor no estaba solo.
Mientras intentaba decidirse, la puerta se abrió y una mujer gruesa de pelo gris salió de la casa con expresión malhumorada. Estaba bajando los escalo¬nes cuando Víctor apareció en el porche.
—No vuelvas por aquí, María. ¡Estás despedida! —le gritó, haciendo que varias gaviotas que paseaban por la arena levantaran el vuelo.
—Muy bien. Estoy despedida —dijo la mujer, como si no le importara lo más mínimo. Víctor cerró de un portazo y María se acercó al coche con una sonrisa en los labios—. Tenga cuidado con él. Esta mañana está insoportable.
—Gracias —dijo Myriam, sorprendida. Después de colocarse a Leonardo en un brazo y las bolsas en el otro, empezó a subir los escalones—. Pues como esté muy insoportable, me voy con el desayuno a otra parte —murmuró para sí misma.
Cuando llegó frente a la puerta, dejó las bolsas en el suelo y llamó al timbre.
— ¡Vete! —escuchó la voz de Víctor—. ¡He dicho que estás despedida!
Myriam respiró profundamente para darse valor.
—¿Señor García? Soy Myriam Montemayor.
— ¿Qué demonios hace aquí? —preguntó él, abriendo la puerta de golpe.
Estaba claro que no había pasado buena noche. Tenía el pelo revuelto, grandes ojeras y la barba del día anterior le había crecido aún más. Su aspecto hizo que Myriam sintiera compasión.
—He venido a prepararle el desayuno —le explicó. Víctor la miró como si estuviera loca—. He traído todo lo necesario.
Leonardo se movió en sus brazos, señalando a Víctor.
—¿Qué ha traído? —gruñó él.
—Beicon y huevos.
Víctor dudó un momento y después se apartó.
—Pase.

Myriam se quedó fascinada al entrar en el salón, que tenía una pared acristalada desde la que podía verse el mar.
Pero tras un segundo vistazo, se quedó aún más sorprendida. Aquella habitación era un caos. La mesa de café estaba cubierta de periódicos, botes de refresco vacíos y cajas de pizza.
La mesa del ordenador, en una esquina del salón, estaba igual que la de café. Latas, contenedores de comida rápida y montones de papeles por todas partes. La moqueta necesitaba que alguien pasara la aspiradora y los muebles de madera, un trapo del polvo.
—No se preocupe por el estado de la casa —dijo Víctor, dejándose caer en el sofá—. Acabo de despedir a la señora de la limpieza.
—Lo sé. La conocí antes de entrar —dijo Myriam.
—Se supone que debía limpiar hoy, pero solo había pasado por aquí para decirme que se va al bingo con su hermana. Según ella, es vidente y le ha dicho que hoy es su día de suerte.
—Pues que te despidan no es tener mucha suerte — sonrió Myriam—. Aunque ella no parecía preocupada.
Víctor suspiró, pasándose la mano por el pelo.
—Claro que no. Lo hace a propósito. Me hace estas cosas para que la despida porque sabe que luego tendré que llamarla otra vez. Entonces, se niega a volver y yo tengo que aumentarle el sueldo.
—Qué lista.
Podía estar insoportable, pero al menos hablaba más que el día anterior, pensó Myriam.
—Ya veo que ha traído al escuadrón de la muerte —dijo Víctor entonces, señalando a Leonardo—. ¿No tiene un marido que lo vigile mientras usted se dedica a hacer de ángel de la guarda?
—Pues no —contestó Myriam, que no pensaba darle más explicaciones—. ¿Por qué no se tumba un rato? Mientras tanto, yo haré el desayuno.
Él asintió, con cara de pocos amigos.
Myriam contuvo un grito cuando entró en la cocina. Aunque era espaciosa, en aquel momento no lo parecía. El fregadero estaba lleno de vasos sucios y la repisa, abarrotada de bandejas y platos de días anteriores.
Víctor García era un cerdo, pensó. Tanta suciedad no era el resultado de una noche, por mucha pierna y mano escayolada que tuviera. Aquello no se había hecho en veinticuatro horas.
Después de dejar a Leonardo en el suelo, Myriam le dio unas cucharas de madera para entretenerlo y se dispuso a trabajar.
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Mensaje  dulce_myrifan Jue Sep 25, 2008 11:15 pm

Víctor había pasado la peor noche de su vida. No se le daba bien estar enfermo.
Edmundo le había dicho una vez que era el peor paciente del mundo, pero no podía evitarlo. No soportaba sentirse débil, inútil. Víctor cerró los ojos, el ruido que le llegaba desde la cocina era extrañamente reconfortante.
Había estado a punto de echar a Myriam de su casa cuando la vio en la puerta. Solo había ido a visitarlo porque se sentía responsable de su situación. Y debía sentirse culpable.
Ese hijo suyo lo había hecho caer al suelo a propósito.
Pero ese primer impulso de decirle que se fuera, se había disipado cuando ella ofreció hacerle el desayuno. No había comido nada desde que volvió del hospital y estaba hambriento.
Myriam había dicho que no tenía marido. Entonces, ¿dónde estaba el padre del niño? Aunque eso a él le daba igual. No quería saberlo. Víctor miró hacia la cocina. Quizá debería ir allí a supervisar.
Después de tomar la decisión, se incorporó y fue hasta la cocina apoyándose en las muletas. Myriam estaba lavando los platos y el niño, en el suelo, seguramente pensando en su próxima víctima.
Ella se volvió al oírlo entrar.

—¿Tiene miedo de que me lleve la plata, señor García? —preguntó, con una sonrisa.
—No —contestó él, dejándose caer sobre una silla—. Además, si está buscando objetos de plata, este es el sitio equivocado. Solo he venido para comprobar que «Billy el niño» no le prende fuego a la casa.
Leonardo empezó a golpear una cacerola con una cuchara de madera. La golpeó varias veces y después sonrió a Víctor, como esperando que el hombre lo felicitara por su sentido del ritmo.
Víctor miró a la mujer que estaba lavando los platos.
—No tiene que limpiar toda la casa solo para preparar un desayuno.
Myriam se volvió, sonriendo de nuevo.
—No me importa. Además, me siento un poco responsable de que haya despedido a su señora de la limpieza.
—¿Porqué?
—No la habría despedido si esta mañana no se sintiera particularmente irritable. Supongo que no ha dormido bien.
Víctor la miró, sorprendido de que tuviera valor para decirle que estaba irritable.
—Eso es ridículo. No estoy más irritable esta mañana que cualquier otro día. Además, esta es la sexta vez que despido a María en los últimos tres años. Me saca de quicio. La mayoría de la gente me saca de quicio.
—Sigo sintiéndome parcialmente responsable —repitió ella, dándose la vuelta. Después, sirvió una taza de café recién hecho y lo puso sobre la mesa—. Tome. A lo mejor el café lo anima un poco.
—No tengo que animarme. Me gusta estar enfadado.
—Fadado —dijo Leonardo entonces, mostrando unos dientes diminutos. El niño parecía muy contento. Claro, él no tenía una pierna rota.
Víctor tomó un sorbo de café mientras observaba a Myriam. Llevaba unos vaqueros cortos y una camisa azul. El color oscuro de la camisa contrastaba con el castaño de su cabello y con el sol entrando por la ventana, el pelo parecía un halo alrededor de su cabeza.
Un ángel.
Un ángel de la guarda con un demonio a su lado, pensó Víctor. Pero debía admitir que el niño no estaba molestando. No abría los armarios, ni se subía a las mesas como harían otros críos. Parecía muy contento en el suelo, jugando con los utensilios de cocina.
—¿Vive por aquí? —preguntó entonces.
Masón Bridge era un pueblo pequeño y Víctor creía conocer a todos los habitantes, aunque solo fuera de vista.
—No. Estoy de vacaciones. Somos de Kansas —contestó Myriam, sin volverse.
—¿Y por qué ha venido precisamente a Masón Bridge? La mayoría de la gente suele ir a Miami o a playas más conocidas. Este es un sitio muy pequeño.
—Fue idea de mi abuela. Vino aquí de vacaciones una vez y le gustó —explicó ella—. Llegamos ayer. La verdad es acababa de tumbarme en la playa cuando ocurrió el accidente.
—Querrá decir cuando ese hijo suyo intentó matarme.
Myriam se volvió entonces, con los ojos brillantes de furia.
— Mi hijo no es «Billy el niño» ni es ningún monstruo. Se llama Leonardo Montemayor. Y es infantil por su parte culpar a un crío de dos años de algo que solo fue un accidente.
Estaba muy guapa cuando se enfadaba, con los ojos brillantes y las mejillas rojas. Víctor se preguntó si sus ojos brillarían tanto cuando la besaban. Un segundo después, se irguió en la silla, preguntándose de dónde había salido aquel pensamiento.
Él no tenía intención de besar a Myriam. No tenía intención de besar a nadie. Le gustaba vivir la vida sin complicaciones… y las mujeres eran inevitablemente una complicación.
Pero, aunque no tenía intención de besarla, no podía dejar de admirar sus piernas y el redondo tra¬sero, que se movía tentadoramente mientras batía los huevos para echarlos en la sartén.
—¿Leonardo? ¿Qué clase de nombre es ese? — preguntó Víctor entonces.
Parecía estar buscando pelea, pero no le importaba. Podía permitírselo. Además, prefería eso antes que la punzada de deseo que se había despertado en su interior.
—Es un nombre muy bonito. Se lo puse por Leonardo Da Vinci, el pintor —replicó ella, poniendo un plato de huevos con beicon sobre la mesa. Estaba sonriendo y en esa sonrisa, Víctor vio un cierto reto—. Al menos, es más original que Víctor. ¿No le parece?
Víctor soltó una carcajada.
—Tiene usted genio.
—¿No me diga?
—Le digo.
—Pues no sea tan impertinente y cómase el desayuno antes de que se enfríe —dijo Myriam, señalando el plato. Después de servirle otra taza de café, tomó a Leonardo en brazos y lo sentó en una silla—. Espero que no le moleste si le doy el desayuno a mi hijo. Es un niño muy sociable. Si vea alguien comiendo, él también quiere comer.

Víctor se encogió de hombros, observando cómo sacaba un cinturón de la bolsa y lo ataba a la cintura del niño para que no se cayera de la silla.
Después, le dio una tostada, se sirvió una taza de café y se sentó a su lado.
Víctor se concentró en el desayuno, manejando torpemente el tenedor con la mano izquierda. A menudo había pensado lo cómodo que sería ser ambidextro. Y nunca más que en aquel momento.
Se relajó un poco al comprobar que ella no lo es¬taba observando, demasiado ocupada dándole huevos revueltos al niño.
Durante unos minutos, el único sonido era la charla incomprensible de Leonardo entre bocado y bocado. Víctor intentaba no mirar a aquel renacuajo de enormes ojos avellanas, pero eso lo obligaba a no quitarle ojo a Myriam.
Estaba tan cerca que podía ver las pecas que tenía en la nariz y que le daban un aspecto muy juvenil.
Myriam Montemayor no era su tipo en absoluto. Aunque debía admitir que había pasado tanto tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer que ya no recordaba cuál era su tipo.
Aun así, lo intrigaba que sus gruñidos no parecie¬ran afectarla lo más mínimo. De hecho, ella era la única persona, junto con Edmund, que parecía no hacerle ni caso cuando se ponía como un ogro.
—¿Y qué hace en Kansas? —preguntó abruptamente.
Imaginaba que lo mínimo que podía hacer a cambio del desayuno era darle un poco de conversación.
—¿Quiere decir que hago cuando no estoy cuidando de «Billy el niño»? —preguntó ella, con una sonrisa—. Soy auxiliar de clínica.
—¿Auxiliar de clínica?
Víctor sacudió la cabeza al recordar como había aplastado su mano sana con la rodilla y cómo luego le había dado un golpe en las costillas. Pobres de sus pacientes.
—Ya me imagino lo que está pensando, pero soy muy buena en mí trabajo —dijo ella levantando la barbilla con expresión retadora.
—No sé si eso es verdad, pero sí sé que es usted una cocinera fabulosa —suspiró Víctor, apartando el plato.
—Gracias. Me gusta cocinar, aunque no lo hago muy a menudo. Solo para mí y para Leonardo…
—¿Desde cuándo está divorciada?
—No estoy divorciada.
—Ah, es usted viuda. Lo siento.
Myriam se puso colorada.
—No he estado casada.
—Ah, pensé… —empezó a decir Víctor, cortado.
—Es normal —sonrió ella. Y la sonrisa, de nuevo, consiguió calentarlo por dentro—. No estoy particularmente orgullosa de ser madre soltera, pero tampoco me avergüenza. Me quedé embarazada y pensé que mi novio estaría tan contento como yo. Pero la idea de ser padre hizo que saliera corriendo despavorido.
No había ninguna amargura en su voz, pero a Víctor le pareció tremendo. No había nada que odiase más que a los hombres que huían de sus responsabilidades… a menos que fuera a las mujeres que no permitían a esos hombres disfrutar de su derecho como padres.
Víctor apartó de sí el recuerdo de un niño no mucho mayor que Leonardo… un niño con el pelo oscuro y los ojos negros… un niño al que no había visto en cinco largos años. No podía permitirse pensar en él, no podía soportar el dolor que eso le producía.
En lugar de hacerlo, se concentró de nuevo en Myriam. La sonriente Myriam, con pecas en la nariz.
—Supongo que la experiencia con su novio ha hecho que odie a todos los hombres. ¿No es eso lo que suele pasar?
Ella rió, un sonido alegre y musical que despertó el deseo en Víctor.
—No sé si eso es lo que suele pasar, pero yo no odio a los hombres —dijo Myriam, soltando el cinturón y dejando a Leonardo en el suelo. Cuando volvió a mirar a Víctor, sus ojos eran de un color brillante, como un cielo en primavera—. Soy una mujer optimista y creo en el amor verdadero y en las promesas eternas. Pero tengo que encontrar a mi príncipe azul.
Víctor sonrió cínicamente. Él no creía en ninguna de esas cosas. Ya no.
—¿Y si nunca encuentra a su príncipe azul?
Myriam empezó a apartar los platos del desayuno.
—Lo encontraré. O él me encontrará a mí. Y en cuanto nos miremos a los ojos, sabremos que estamos hechos el uno para el otro.
El color de sus ojos se intensificó y una sonrisa iluminó el rostro femenino.
Víctor apartó la mirada, incómodo.
—No creerá todas esas tonterías, ¿verdad?
—Claro que sí —replicó ella, colocando los pla¬tos en el fregadero—. ¿Y en qué cree Víctor García?
—En nada. Absolutamente en nada —contestó él. Pero su voz había sonado hueca, vacía. Y, de repente, se sintió abrumado de cansancio. Sin decir nada más, se levantó pesadamente de la silla—. Voy a tumbarme un rato, así que puede marcharse cuando quiera. Y gracias por el desayuno.

Víctor iba a dar un paso hacia el salón, pero se vio detenido por Leonardo que, repentinamente, se abrazó a la pierna escayolada. Myriam estaba llenando el fregadero de agua y no se percató.
—Suéltame, niño.
—No —sonrió Leonardo, mostrando sus blancos y diminutos dientes. Aunque no le estaba haciendo daño, Víctor tenía miedo de dar un paso con el crío enganchado a la escayola.
— Suéltame —repitió, irritado. Pero el niño no le soltó. Se limitó a fruncir el ceño, como si intentara imitarlo.
Myriam se volvió entonces y ahogó una exclama¬ción.
—¡Leonardo! Cariño, suelta al señor García.
—Papá —dijo el niño entonces, apretándose con fuerza contra la escayola.
Esa palabra, pronunciada por aquella vocecita infantil, fue como un cuchillo en el corazón de Víctor. Intentando apartar de sí el dolor, dio rienda suelta a la furia que utilizaba siempre como escudo.
—¿Quiere apartar a este niño de mi pierna?
—Lo estoy intentando —dijo Myriam, abochornada. Intentaba apartar los bracitos de su hijo, pero Leonardo se negaba a soltar la escayola—. Quizá si usted lo toma en brazos…
—Zí —exclamó el niño, mirándolo con sus ojitos redondos.
Víctor no quería tomarlo en brazos. No quería sentir el cuerpecillo de aquel crío entre sus manos. Pero tampoco quería pasar el resto de su vida atrapado en la cocina.
Suspirando, se inclinó y lo tomó por la cintura, haciendo un gesto de dolor cuando intentó cerrar la mano izquierda. Leonardo soltó la escayola inmediatamente y le rodeó el cuello con los bracitos.
Víctor intentó no sentir nada, intentó no experimentar la sensación de estar abrazando a un niño pequeño. Pero era imposible no oler la colonia infantil, imposible no sentir que su corazón se calentaba al tocar aquel cuerpo diminuto.
—Tome al niño —le dijo a Myriam—. Tómelo y váyase.
—Pero los platos… —empezó a protestar ella, mientras intentaba quitarle a Leonardo de las manos.
Estaba tan cerca que Víctor podía respirar su olor. Si quisiera, podría inclinarse y besar su nariz. Si quisiera, podría tomar aquella boca entreabierta. Pero, por supuesto, eso era lo último que deseaba.
—Ya ha hecho más que suficiente. Yo limpiaré los platos.
Quería que se fuera. Y, sobre todo, quería que se fuera el niño. No había sitio en su vida para alguien con tantos sueños idealistas.
Había algo en Myriam que lo hacía pensar en besos apasionados y dulces. Había algo en Myriam y su hijo que lo hacía recordar viejas esperanzas, sueños casi olvidados.
—¿Seguro que puede hacerlo usted? —preguntó Myriam, levantando la voz para hacerse oír entre los gritos de Leonardo.
—Claro que sí. Voy a echarme un rato y después llamaré a María para que vuelva. No pasa nada, estoy bien.
Myriam buscó las llaves del coche en su bolso.
—Estamos en el hotel Masón Bridge, si necesita alguna cosa. Por favor, no dude en llamar si puedo hacer algo para que la convalecencia le resulte más agradable.
Víctor asintió. Lo mejor que podía hacer era desaparecer de su vida.
—Adiós, Myriam. Que sea feliz —dijo, entre dientes. Cuando ella desapareció, dejó escapar un suspiro—. Por fin.
Cuando iba a servirse otra taza de café, vio la bolsa de los pañales de Leonardo sobre una silla. Myriam se había olvidado de ella.
Pero volvería a buscarla. Estaba seguro.
Víctor lanzó un gemido. No sabía cuándo, pero es¬taba seguro de que «Miss Alegría de vivir» y su hijo, el delincuente juvenil, volverían.
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Mensaje  susy81 Jue Sep 25, 2008 11:48 pm

jajajaja ps el niño ya escogio papa...haber quien gana si vico o leonardito jajajaja...y vaya vico tiene un hijo...por que no podra verlo???

muchas gracias dulce por el capitulo...besos

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Mensaje  alma.fra Jue Sep 25, 2008 11:50 pm

Ke lindo capitulo, no tardes con e siguiente.
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Mensaje  Chicana_415 Jue Sep 25, 2008 11:52 pm

Y volveran para quedarseee jajajajaja

Sigueleeeee prontooo esta myy divertidaaa
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Mensaje  mali07 Vie Sep 26, 2008 3:57 am

AYYY LEONARDOO ME ENKANTAAA AYY KE LINDO NI/OOOO LE DIJIO PAPA A VICCO Laughing Laughing KELINDO KAPII DULL MUCHAS GRASIAS Y YA KELLO LEER EL KE SIGEEE SIGELEE PLEASEE SIGELEEEEEEEE.............. lol! lol! lol!
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Mensaje  jai33sire Vie Sep 26, 2008 7:55 am

gracias por el capitulo estuvo excelente

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Mensaje  Eva_vbb Vie Sep 26, 2008 6:52 pm

GRACIAS X EL CAP....
SIGUELE ESTA MUY BUENA...
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Mensaje  dulce_myrifan Vie Sep 26, 2008 10:58 pm

Capítulo 3

Myriam descubrió que se había dejado la bolsa de los pañales una hora más tarde, cuando se disponía a cambiar a Leonardo. Pensó en volver inmediatamente a casa de Víctor, pero al recordar que él iba a echarse un poco decidió esperar.
Después de sacar un pañal de la maleta, cambió al niño, que parecía estar intranquilo desde que habían vuelto al hotel.

—¿Qué te pasa, cielo?
Por supuesto, Leonardo no respondió y se limitó a sentarse en el suelo para jugar con sus juguetes.
Myriam se acercó a la ventana. Podrían bajar a la playa, pensó. Pero la idea del sol y la arena no le apetecía demasiado. Quizá podría echarse un rato. Leonardo estaba tan inquieto que una siesta le iría bien. Además, tampoco ella había podido dormir bien la noche anterior y estaba cansada.
Después de tomar la decisión, se tumbó en la cama con el niño, que protestó airadamente. Myriam empezó a acariciar su cabecita para calmarlo y unos minutos después, Leonardo cerraba los ojos y su respiración se volvía regular.
Mientras dormía, Myriam estudió a su hijo, encantada con cada uno de sus diminutos rasgos. Era un auténtico Montemayor, con la carita redonda, la piel muy blanca y el pelo castaño. Era como si la naturaleza, siempre tan sabia, hubiera decidido no otorgarle ninguno de los rasgos de Carlos.
Mientras miraba el techo, sus pensamientos iban de su hijo a Víctor García. Desde luego, a Víctor el niño no parecía gustarle nada. Nunca había visto a un hombre más incómodo en presencia de un niño pequeño.
Myriam tuvo que tragarse una risita al recordar cómo Leonardo se abrazaba a la escayola y después a su cuello, haciendo que aquel hombre tan grande pusiera cara de pánico.
Víctor García la intrigaba. Era antipático, impaciente y grosero, pero detrás de esa fachada, sentía que había una gran vulnerabilidad, un temor a compartir sus sentimientos por miedo a… ¿miedo a qué?
Pero estaba dejando volar su imaginación, se dijo. Ella no sabía absolutamente nada sobre Víctor García y no tenía ningún deseo de conocerlo mejor.
Myriam intentó apartar aquellos pensamientos, pero no funcionó. Los ojos marrones del hombre, tan fríos cuando estaba enfadado, pero tan cálidos las pocas veces que sonreía, eran difíciles de olvidar. Y su sonrisa… poseía una cierta perversidad que hacía que su temperatura aumentase.
Aun así, no se parecía nada al que ella imaginaba su hombre perfecto. Myriam cerró los ojos y luchó por recrear la imagen de su príncipe azul.
En realidad, no tenía una imagen concreta, pero sabía que tendría una sonrisa tímida y ojos suaves. Sería un hombre callado, con los mismos ideales que ella. Serían como dos mitades de un todo, dos almas gemelas.
Ese hombre adoraría a Leonardo. No lo llamaría «Billy el niño», ni «Terminator» y sus facciones no mostrarían pánico cada vez que su hijo se acercara.
Tenía la impresión de que Víctor no era el alma gemela de nadie. Obviamente, había nacido para ser soltero y se compadecía de cualquier mujer que intentara cambiarlo.

Eran casi las tres de la tarde cuando Leonardo la despertó, intentando soltarse de sus brazos. Myriam lo sujetó cuando estaba a punto de caer de cabeza al suelo.
—Oye, niñato, ¿dónde crees que vas? —sonrió, haciéndole cosquillas en la pancita. Leonardo empezó a reír como un loco—. ¿Quieres salir a dar un paseo?
—Pazeo —repitió el niño, señalando la puerta de la habitación.
Myriam soltó una carcajada.
—Espera un momento, renacuajo. Antes hay que bañarse y arreglarse un poco.
Su plan era ir a casa de Víctor para rescatar la bolsa de los pañales y después, Leonardo y ella irían a dar un paseo en coche y buscarían un agradable restaurante al aire libre para cenar.
Eran casi las cinco cuando aparcó frente a la casa de Víctor García. La playa era una delicia a aquella hora. Durante un momento, Myriam se quedó apoyada en la puerta del coche, disfrutando de la belleza del paisaje. Las olas golpeaban suavemente la playa y el sonido era muy relajante.
Víctor debía haber pagado una fortuna por aquella casa a la orilla del mar, pensó. Ser detective privado debía ser un buen negocio.
Mientras subía las escaleras del porche con Leonardo en brazos, rezaba para que Víctor hubiera dormido un poco. Tenía cara de cansancio mientras desayunaban y si no había dormido estaría de mal humor. De peor humor. Si eso era posible.
Entraría y saldría, se dijo a sí misma mientras llamaba a la puerta. No había razón para quedarse. Tomaría la bolsa de los pañales y se marcharía.

— ¡Entre! —escuchó la voz de Víctor.
Myriam abrió la puerta y lo vio delante del ordenador. Llevaba unos pantalones cortos de color azul y una camiseta gris y cuando se volvió para mirarla, vio que se había afeitado.
—Hola.
—Ya me imaginaba que sería usted.
— Sí, soy yo —murmuró Myriam. Sin la sombra de barba, era mucho más guapo de lo que había imaginado. El vello facial ocultaba sus pómulos altos y escondía completamente el hoyito que tenía en la barbilla.
— ¿Qué está mirando? —preguntó él, con tono malhumorado.
—Nada…yo… —empezó a decir Myriam, poniéndose colorada—. Se ha afeitado.
Víctor se pasó una mano por el mentón.
— Sí. Y también me he dado un baño, si quiere llamarlo así. He descubierto que una escayola es un obstáculo imposible para bañarse.
—Pues tiene usted muy buen aspecto.
Él la miró, sorprendido.
—Gracias —murmuró, volviéndose hacia el ordenador—. Su bolsa está en la cocina.
Leonardo se removió, incómodo.
—Zuelo —ordenó.
—No, Leonardo —dijo Myriam, sujetándolo. Fue a la cocina, tomó la bolsa y volvió al salón. Víctor estaba escribiendo en el teclado con un solo dedo—. ¿Ha llamado a María?
De nuevo, él se volvió para mirarla.
—He intentado llamarla, pero no está en casa. Estará en el bingo, supongo. La llamaré mañana.
—¿Ha dormido algo?
— Sí. He dormido un par de horas.
—Leonardo y yo vamos a ir a cenar a alguna parte. ¿Le apetece venir con nosotros?
La invitación había salido de sus labios antes de que pudiera evitarlo.
—No puedo —contestó Víctor con cara de pocos amigos, una expresión que a Myriam empezaba a re¬sultarle familiar—. Tengo que terminar estos informes para mañana por la mañana y al paso que voy tendré que estar delante del ordenador toda la noche.
—Me ofrecí a ayudarlo. ¿Recuerda?
— Sí, ya —murmuró él, estudiándola con atención—. ¿El ofrecimiento sigue en pie?
La pregunta había sido hecha con lentitud, como si le costara un mundo admitir que necesitaba ayuda.
—Claro que sí.
Sus planes de cenar en alguna terraza agradable se iban por la ventana, pensó.
—Tengo que pasar al ordenador varios informes.
—No me importa hacerlo, Víctor —dijo entonces ella, tuteándolo por primera vez—. Dime lo que necesitas y te echaré una mano.
—Podría pedir una pizza para cenar —sugirió él.
—Muy bien —asintió Myriam, dejando a Leonardo en el suelo con uno de sus juguetes favoritos—. ¿Por qué no me dices qué es lo que tengo que hacer?
—Tengo el borrador de los informes escrito a mano —dijo Víctor, señalando un montón de papeles sobre la mesa. Myriam se inclinó para echarles un vistazo.
Estaba suficientemente cerca como para que pudiera oler su colonia, un aroma fresco y masculino.
Víctor pulsó el ratón del ordenador.
—Este es el formato que uso para los informes. Es muy sencillo.
—A ver…

Myriam se inclinó un poco más para ver la pantalla, tanto que podía sentir el calor que irradiaba el cuerpo del hombre. De nuevo, se sintió abrumada por su potente masculinidad.
Intentaba concentrarse en la explicación, pero no podía dejar de mirar aquella mano fuerte, los antebrazos musculosos, el bulto de los bíceps bajo la camiseta…
Víctor García parecía estar en muy buena forma física y Myriam recordó entonces los cinco kilos que le sobraban y que no había podido quitarse desde que nació Leonardo. Cinco kilos que se negaban a despegarse de su cuerpo.
—¿Crees que podrás hacerlo? —preguntó Víctor, volviéndose. Sus caras estaban muy cerca, sus labios casi rozándose… Myriam se quedó sin aire.
Los profundos ojos negros del hombre se hicieron más oscuros, casi como el de una piscina en la que ella hubiera querido ahogarse.
—Claro que podré hacerlo —contestó. Su voz sonaba como si llegara de muy lejos.
—Muy bien. Solo tengo una pregunta más.
—¿Qué?
—¿De qué te gusta la pizza?
—¿Pizza? —murmuró Myriam, como si no supiera de qué estaban hablando—. Ah, me da igual. De cualquier cosa.
—De cualquier cosa —repitió Víctor.
Myriam se había puesto colorada y disimuló, apartándose para que él pudiera levantarse de la silla. ¿Qué pensaba, que iba a preguntarle si podía besarla?
¿Por qué iba a querer que Víctor García la besara? El no era nada más que la desgraciada víctima de un accidente, nada más que un hombre muy desagradable que el destino había puesto en su vida durante unos días.
—Tendrás que echarle un ojo a Leonardo. No puedo trabajar y vigilarlo al mismo tiempo.
—¿No podemos atarlo? —preguntó él, de broma. Antes de que Myriam replicase como se merecía, Víctor levantó una mano—. Vale, vale. Ya veo que eso está fuera de cuestión. Yo lo vigilaré, pero como se acerque a mí llevando en la mano algo que se parezca remotamente a un arma, llamo a la policía.
Myriam soltó una carcajada. Bajo esa fachada antipática y huraña, había un sentido del humor que estaba empezando a gustarle.
Pero debía ponerse a trabajar. Sería mejor concentrarse en el ordenador y poner la mayor distancia posible entre ella y Víctor García.
Debía admitir que lo encontraba muy atractivo. Y también podría admitir que había cierta tensión sexual cuando estaban juntos. Pero desde luego, Víctor no era la clase de hombre que quería en su vida.
Su relación con Carlos había sido un error. Y tener una relación con Víctor sería una locura.
Myriam sonrió para sus adentros, sorprendida de que una sencilla mirada pudiera despertar tales consideraciones.
Pasaría los informes al ordenador, compartirían la pizza y después retomaría sus vacaciones como si nada hubiera pasado. Con aquello en mente, puso las manos sobre el teclado y empezó a trabajar.

Víctor se echó hacia atrás en el sofá y estiró las piernas por debajo de la mesa, tarea difícil porque para hacerlo tenía que apartar primero con el pie la basura que había en el suelo.
No había querido pedirle a Myriam que lo ayudara, pero después de una hora intentando pasar los informes, estaba desesperado.
Cuando Leonardo se acercó con un camión en la mano, Víctor frunció el ceño. Afortunadamente, era de plástico. Si hubiera sido de metal, se habría preocupado.
—Tamión —le dijo el niño, ofreciéndole el juguete.
—Sí —murmuró Víctor, mirando a la mujer que estaba sentada frente a su ordenador.
Un momento antes, cuando ella se había inclinado para ver la pantalla, estaban tan juntos que en lo único que pensaba era en besarla. Había sido un lapsus momentáneo y, afortunadamente, no había seguido su impulso.
Aun así, lo que ese impulso le había hecho pensar era en la vida de monje que llevaba desde unos años atrás.
Lo que necesitaba era encontrar una mujer que creyera en las mismas cosas que él: nada de compromisos, nada de relaciones estables, solo pasar buenos ratos juntos, sexo y nada más.
Víctor sabía bien que Myriam Montemayor no entendería esas reglas. Ella no solo esperaría, sino que exigiría un compromiso. Además, solo estaría en Florida durante unas semanas antes de volver a Kansas para seguir buscando a su príncipe azul.
Con un poco de suerte, podría manipular su sentimiento de culpabilidad por el accidente para que le hiciera un par de comidas antes de que volviera a casa. Pero nada más.
Pensando en eso, tomó el teléfono y marcó el número del restaurante italiano. Dos minutos más tarde, había pedido su pizza favorita, la que llevaba de todo. Después de colgar, se sobresaltó al ver que Leonardo había saltado al sofá y estaba mirándolo con sus ojitos.
—Tamión —repitió el niño, ofreciéndole el juguete de nuevo. Sus ojos sostenían los de Víctor sin parpadear, completamente concentrado como solo podía estarlo un niño pequeño.
Con un suspiro de resignación, luchando contra lejanos recuerdos que le hacían sentir alegría y dolor al mismo tiempo, Víctor tomó el camión.
Leonardo sonrió.
— ¡Mami! —gritó, señalando a Myriam.
— Sí, ya lo sé. Es tu mamá — asintió Víctor. Habían pasado casi cinco años desde la última vez que tuvo cerca a un niño de la edad de Leonardo.
Y durante ese tiempo, había tomado la decisión de no relacionarse con niños nunca más. No comía en restaurantes familiares, no iba al zoo ni al parque de atracciones y no solía ir al cine cuando la película era para menores de dieciocho años. Pero no había forma de evitar a aquel crío que parecía decidido a conectar con él de cualquier forma.
—Lus —dijo Leonardo entonces, señalando la lámpara.
—Luz —asintió Víctor, preguntándose si iba a tener que repasar el repertorio completo de vocabulario mientras el crío señalaba cada objeto.
Leonardo se puso de pie en el sofá y se apoyó sobre su pecho.
—Papá —dijo el niño entonces.

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Mensaje  dulce_myrifan Vie Sep 26, 2008 10:58 pm

Sin previo aviso, apretó la nariz de Víctor. Las diminutas uñas eran como pinzas de cangrejo y Víctor soltó un grito de protesta.
—¡Suéltame!
— ¡Papá! —gritó Leonardo, sin soltar su presa. Myriam se volvió y al descubrir la escena, se puso la mano en la boca.
— ¡Leonardo, suéltalo! —gritó, levantándose de la silla.
Leonardo le ofreció una sonrisa angelical.
—Papá.
—Víctor no es tu papá, cielo —dijo ella, inclinándose para soltar la manita del niño.
Víctor sintió como una corriente eléctrica cuando los pechos de Myriam rozaron su cara. Casi podría creer que merecía la pena perder la nariz si podía disfrutar de aquel momento de placer.
Cuando consiguió apartar al niño, lo puso en el suelo y lo miró muy seria.
—Eso no está bien, Leonardo —lo regañó, antes de mirar a Víctor—. ¿Te ha hecho daño?
De nuevo, se inclinó sobre él para inspeccionar la nariz. Estaba tan cerca que podía ver los puntitos dorados en sus ojos avellanas. Sus labios estaban entreabiertos, como esperando el beso de un amante, y podía sentir la calidez de su aliento en la cara.
De repente, estaba demasiado cerca. Y era demasiado atractiva.
—Estoy bien —dijo Víctor, apartando la mirada—. A menos que necesite la inyección del tétanos.
—No creo que sea necesario —replicó Myriam, incapaz de disimular una sonrisa.
—Pues será mejor que encuentres a tu príncipe azul cuanto antes. Ese niño tiene una fijación con su padre.
—Papá —repitió Leonardo entonces, señalando a Víctor.
—Debe haberlo aprendido en la guardería —dijo entonces Myriam, con expresión preocupada—. Es la primera vez que lo hace.
Antes de que pudiera seguir hablando, alguien llamó a la puerta.
—Debe de ser la pizza —dijo Víctor, sacando un billete de veinte dólares de la cartera—. ¿Te importa? —preguntó, ofreciéndole el dinero.
—Claro que no —contestó ella, tomando el bille¬te. Unos segundos después, volvía con la pizza—. ¿Dónde quieres cenar, aquí o en la cocina?
—¿Por qué no cenamos en la terraza?
Aún podía sentir el roce de sus pechos en la cara, seguía oliendo su perfume. Dentro de la casa hacía demasiado calor y le parecía, de repente, demasiado pequeña. Necesitaba salir, respirar aire fresco.
—¿Una terraza? —repitió Myriam, mirando a Leonardo—. No querrás llevarnos a la terraza por alguna razón especial, ¿no?
—Te prometo que no tiraré al niño al mar —rió Víctor—. Además, la terraza no tiene barrotes, así que no puede caerse.
—Ah, bueno. En ese caso…
—¿Por qué no llevas a Leo y vuelves después por la pizza? —sugirió Víctor—. La terraza está en uno de los dormitorios.
—¿Cuántos dormitorios tiene la casa? —preguntó Myriam, mientras lo seguía por el pasillo.
—Tres.

Pasaron delante de dos puertas cerradas y luego entraron en lo que debía ser su dormitorio. Era una habitación grande con una terraza de puertas correderas desde la que se veía el mar.
Víctor solía sentarse allí, viendo cómo la tarde oscurecía el cielo azul, luchando para no quedarse dormido porque a menudo sus sueños estaban llenos de pesadillas.
Aunque la cama no estaba hecha, la habitación parecía relativamente limpia. No había signos de visitas femeninas, ni nada por el estilo.
—Es precioso —exclamó Myriam cuando salie¬ron a la terraza—. Tiene una vista maravillosa.
—En Kansas no hay nada así, ¿eh?
Ella sonrió, mientras dejaba a Leonardo en el suelo.
—Desgraciadamente, no. ¿Por qué no te pones cómodo mientras yo voy a buscar la pizza y algo de beber?
—Cerveza para mí. Si tú no quieres cerveza, seguro que hay algún refresco en la nevera —dijo Víctor, sentándose en una de las sillas.
Había sido buena idea cenar en la terraza. Allí no podría oler el perfume de Myriam. La brisa llevaba hasta su nariz el olor del mar y esperaba que el aire fresco hiciera desaparecer la repentina oleada de deseo que había sentido unos momentos antes.
Leonardo se puso el dedo en la nariz.
—Nadiz.
—Sí, nariz. Pero no vuelvas a intentar rompérmela.
—Odeja —dijo el niño, tocándose la suya.
—¿Qué estás haciendo? ¿Intentando demostrarme lo listo que eres?
Antes de que Víctor pudiera evitarlo, una imagen apareció en su mente… la visión de otro niño de ojos negros.
Alex. Su hijo. Alex también jugaba a aquel juego. Se señalaba la barriga y decía: Badiga, levantándose la camiseta para mostrar una oronda barriguita. Esa era la señal para que Víctor empezara a hacerle cosquillas con las que el niño no podía parar de reír.
La emoción surgió de forma inevitable, haciendo que Víctor sintiera un nudo en la garganta. Intentando disimular, miró hacia la playa, con los ojos humedecidos.
Leonardo se acercó entonces. El pequeño apoyó la cabeza en su costado y dio un golpecito en la escayola, como si hubiera sentido que estaba triste, como si quisiera consolarlo.
Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse. Hubiera querido apartar a Leo para escapar de las emociones que lo embargaban. Y a la vez, hubiera deseado tomarlo en sus brazos, respirar su olor a niño, perderse en las emociones que explotaban en su interior.
Con una mano, acarició el pelito suave del crío, intentando controlar el dolor que rompía su corazón.
Bobby… Bobby, ¿dónde estás? La pregunta salía de su alma.
—Aquí estoy.

La voz de Myriam sacó a Víctor del abismo de dolor en el que se había hundido. Abriendo los ojos de golpe, apartó la mano con la que estaba acariciando al niño.
—Justo a tiempo —dijo, su voz más ronca de lo normal.
Myriam llevaba en una mano la pizza y en la otra una bandeja sobre la que había dos botellas de cerve¬za, dos vasos vacíos y un vaso de zumo para el niño.
—¿Te ha hecho daño en la pierna? —preguntó, dejándolo todo sobre la mesa.
—Aún no, pero no se rinde.
Víctor suspiró, aliviado, cuando Myriam sentó al niño en el suelo y después de cortar la pizza, le ofreció un trocito sobre una servilleta.
Nate se dedicó a ponerse perdido de tomate, mientras Myriam se sentaba y abría las cervezas.
—¿En botella o en vaso?
Él la miró, irónico.
—¿Tú crees que yo tomaría una cerveza en vaso?
Tomaron la pizza en silencio. El único sonido, el de las olas que llegaban a la playa rítmicamente y el grito de alguna gaviota.
Víctor fue relajándose poco a poco, ganando distancia al pasado.
La pizza estaba caliente, la cerveza fría y, por el momento, no le dolía la pierna.
—¿Llevas mucho tiempo viviendo aquí? —pregunto Myriam.
—Mis padres compraron esta casa cuando yo era pequeño. Solíamos pasar aquí los veranos y hace ocho años me instalé aquí definitivamente.
—¿Siempre has sido investigador privado?
—No. Fui policía durante cinco años y hace otros cinco dejé el cuerpo y me hice investigador privado.
Myriam lo miró con curiosidad.
—¿Y por qué hiciste eso?
Víctor volvió la cara para mirar la playa.
—Porque me apetecía —contestó, con más sequedad de la que pretendía. Pero no se disculpó. Había cosas que no debían tocarse. Y su pasado era una de ellas.
—Creo que será mejor que siga con los informes —dijo Myriam, levantándose—. Lamento mucho haber preguntado. No quería meterme en tu vida privada.
Víctor frunció el ceño. La disculpa lo hacía sentir como un ogro.
—No. Soy yo quien debe disculparse. Es que no estoy acostumbrado a hablar sobre mí mismo. Si lo haces, la gente se toma confianzas y eso suele llevar a complicaciones que no me interesan.
Myriam lo miró, incrédula.
—¿No pensarás que voy a enamorarme de ti? — preguntó, riendo.
—Pues yo no le veo la gracia —replicó Víctor, indignado.
—No tienes por qué preocuparte, Víctor. Tú no te pareces nada al hombre del que yo podría enamorarme. En este momento, me parece que ni siquiera me caes bien.
Aún riéndose, tomó a Leonardo en brazos y entró en la habitación.
Víctor se quedó mirándola, preguntándose por qué lo irritaba que una mujer a la que apenas conocía estuviera tan segura de que nunca podría enamorarse de él.
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Mensaje  mats310863 Vie Sep 26, 2008 11:06 pm

QUE TERNURA DE NIÑO, YA ELIGIO PAPÁ Y NADIE PODRA EVITAR QUE LO CONSIGA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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