Simplemente un Beso...FINAL
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
DIOSSSSSSSS DEMI VIDAAAA AYYY DULL POR KE LE DEJAS ALLI NOOOO NOOOO NI/AAA LE DEJASTES EN LO MERO WENOOO AYYY NOOOOOOOOO.....
ESPERO KESI ENKUENTRE VICCO A SU HIJOOO OJALA KE SIPASSS..........Y MYRII KEDATEEEE ANDALEEEE
GRASIAS POR LOS KAPIS NI/AAMUY WENA LA NOBE ME ENKANTAAA.................
ESPERO KESI ENKUENTRE VICCO A SU HIJOOO OJALA KE SIPASSS..........Y MYRII KEDATEEEE ANDALEEEE
GRASIAS POR LOS KAPIS NI/AAMUY WENA LA NOBE ME ENKANTAAA.................
Re: Simplemente un Beso...FINAL
QUE BONITO AMOR, GRACIA POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
ay que bonis...vicco...date cuenta de las cosas jeje
siguele dulce...apoco ya se acaba? ta muy bonita la nove! saludos!
atte. crazy
siguele dulce...apoco ya se acaba? ta muy bonita la nove! saludos!
atte. crazy
crazylocademica- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
gracias por los capitulos y esperamos el final
jai33sire- VBB PLATINO
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Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Hay que buena novela, muchas gracias por los capitulos niña y siguele pronto please
cliostar- VBB ORO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Ayy no!!! Ya se va a terminar!!! Gracias por el 2x1 Dulce.
Marianita- STAFF
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Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
AAAA NO QUE NOOOOO!!!!
JJAJAJA Siguele prontooooooooooooooo esta novela esta bunisimaaa uanque se termine pronto
JJAJAJA Siguele prontooooooooooooooo esta novela esta bunisimaaa uanque se termine pronto
Chicana_415- VBB PLATINO
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Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Gracias por el 2 x 1, no tardes con el proximo me encanta esta novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
buuuuuu ya se va acabar...se me hizo muy chiquita la novela jajajaja
gracias dulce por el capitulo...besos
gracias dulce por el capitulo...besos
susy81- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 157
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
andaa cues!!.. pero como le dejas ahi??.. no se vale Dulce!!.. espero pronto el siguiente cap.. que lastima que ya se termina
Carmen- VBB PLATINO
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Localización : Mazatlán
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 11
No había nada que Myriam deseara más que caer presa del hechizo que Víctor tejía con sus palabras, con sus caricias, con sus labios.
Y, por un momento, se había dejado embrujar por la pasión que despertaba. Se había quemado con las llamas de sus besos, con el fuego de sus dedos.
La noche parecía hecha para el romance, con la suave brisa que llegaba desde el mar acariciando su cuerpo. Las estrellas eran un decorado esplendoroso y los besos de Víctor eran tan ardientes que creía estar derritiéndose cada vez que él acercaba los labios.
Pero cuando lo miró a los ojos, tan cálidos, tan hermosamente oscuros, reconoció con horror que quería más que una noche con Víctor García.
Quería más de una noche, más que unas vacaciones de agradable recuerdo.
Quería toda una vida con él. De alguna forma, sin saber cómo, se había enamorado de Víctor en menos de una semana.
Myriam bajó los brazos y dio un paso atrás, asustada por lo que acababa de descubrir.
—¿Myriam? —susurró Víctor, confuso—. ¿Qué ocurre?
—Nada… Yo… —empezó a decir ella, intentando controlar su emoción.
Amaba a aquel hombre, lo amaba con todo su corazón. ¿Cómo podía haber ocurrido?
—Te he ofendido. He ido demasiado rápido —dijo Víctor—. Lo siento mucho. Es que no tengo práctica. Pensé que tú deseabas lo mismo, pero obviamente me he equivocado.
—No, no te has equivocado —murmuró ella—. Te deseo, Víctor. Nada me gustaría más que hacer el amor contigo. Te deseo como nunca había deseado a nadie.
—Entonces, no entiendo…
—Ya lo sé —lo interrumpió ella.
Myriam hubiera deseado salir corriendo. ¿Cómo podía haber pasado? ¿Cómo se había metido Víctor en su corazón?
Sin saber qué decir, se dio la vuelta, pero él la detuvo tomándola del brazo y obligándola a mirarlo.
—Myriam, espera. Dime qué pasa.
Myriam miró la cama. El edredón azul estaba arrugado y una de las almohadas seguía teniendo la marca de su cabeza.
Las sábanas olerían a él y, por un momento, se dejó llevar por una visión de Víctor y ella entre esas sábanas, sus cuerpos desnudos… Sería maravilloso estar desnuda al lado de Víctor. Myriam sabía que sería maravilloso hacer el amor con él.
Y hubiera deseado poder meterse en esa cama, olvidar el futuro y disfrutar de un momento de espléndida pasión. Pero no podía hacerlo.
Con un supremo esfuerzo, apartó los ojos de la cama y miró al hombre. Tenía que controlar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos.
—No puedo quedarme esta noche. No puedo hacer el amor contigo porque te deseo tanto que me duele. Porque ya va a ser muy difícil olvidarte.
—Pero…
De repente, Myriam estaba enfadada, no con Víctor ni tampoco consigo misma, sino enfadada con el destino.
—No debería ser así —exclamó—. No debería ser así.
Víctor la miró, sin entender.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que no debería ser así?
—Esta vez tenía que salir bien. Se supone que lo sabría en cuanto lo mirase. Yo lo sabría y él también y sería el principio de algo maravilloso.
Myriam sabía que sus palabras no tenían sentido, pero no podía parar.
—¿Qué estás diciendo?
—No es justo. Has aparecido de repente, Víctor. Me has pillado de improviso. Al principio, ni siquiera me gustabas. Y ahora me he enamorado de ti.
Ya está. Lo había dicho. Y en su corazón, había esperado que después de decir aquello, por un milagro, él la tomaría en sus brazos y le profesaría amor eterno.
Pero no ocurrió. Víctor la miraba, incrédulo y horrorizado.
—Myriam, no sé qué decir —murmuró por fin.
Cualquier esperanza que albergara su corazón murió en ese momento.
—No tienes que decir nada.
Ella salió de la habitación y Víctor la siguió, golpeando el suelo con las muletas.
—Tienes que estar equivocada. Quizá te sientes sola y yo te resulto conveniente…
Myriam se volvió para mirarlo cuando llegaron al salón.
—Ojalá estuviera equivocada. Pero esto no tiene nada que ver con que yo me sienta sola. Y no tiene nada que ver con la conveniencia —dijo, tragando saliva—. Víctor, estoy enamorada de ti.
—Pero si nos conocimos hace una semana…
—Lo sé. Y debo estar loca. No te pareces nada al hombre de mis sueños.
—Soy un gruñón.
—Y un cabezota.
— Soy muy desordenado —siguió Víctor.
—Lo sé. Y no puedo explicar por qué estoy enamorada de ti. Eres el último hombre en el mundo que yo habría elegido. Pero así es.
Su voz era firme, convencida.
Víctor la estudió un momento y, en sus ojos, Myriam creyó ver una batalla.
—Nunca funcionaría —dijo él por fin.
—¿Qué es lo que nunca funcionaría?
—Nosotros. No tenemos futuro —dijo Víctor.
Pero Myriam vio en sus ojos una ternura que le daba esperanzas.
¿Sería posible? ¿Le habría pillado a él también por sorpresa? ¿Se habría enamorado de ella? Myriam dio un paso hacia él, preguntándose si podría controlar los latidos de su corazón, el intenso anhelo que la recorría, que llenaba cada fibra de su ser.
—¿Víctor? —estaba tan cerca que podía sentir el calor del cuerpo masculino—. ¿Por qué no hay futuro para nosotros? ¿Porque no me quieres?
Los ojos del hombre se oscurecieron.
—Porque no estamos hechos el uno para el otro.
No había dicho que no la quería y la alegría la sofocaba. Conocía a Víctor lo suficiente como para saber que no mentiría, que si no la quisiera se lo diría francamente. Pero no lo había hecho.
Echándole valor, tomó la cara del hombre con las manos y lo obligó a mirarla a los ojos.
—Dime otra vez por qué no estamos hechos el uno para el otro. Se me ha olvidado.
De nuevo, una mezcla de emociones cruzó su rostro, oscureciendo aún más los ojos.
—Myriam —murmuró él, dando un paso atrás—. Creo que estamos confundiendo el deseo con el amor.
—No. Yo sé la diferencia —protestó ella—. Sé que te deseo, que deseo que me beses hasta que me de vueltas la cabeza, que me acaricies hasta que no pueda pensar. Sé que eso es deseo. Pero también sé que quiero compartir tu risa, tu pena y tu vida. Y eso no es deseo, es amor.
—Myriam, yo no puedo ser tu príncipe azul. Tú misma dijiste que el hombre de tu vida debería compartir tus sueños y tus esperanzas. Yo no tengo nada de eso.
Cuanto más lo miraba, más amaba aquellos rasgos masculinos, el hoyito en la barbilla, la sombra de barba, el color de sus ojos que variaba dependiendo de sus sentimientos.
En aquel momento, sus ojos eran de un negro profundo y Myriam no estaba segura de si estaba siendo obtuso o si de verdad creía imposible ser el hombre adecuado para ella.
—Al principio me engañaste con esa capa de cinismo — dijo, tomando su mano para llevarlo a la habitación de Alex. Una vez allí, abrió la puerta y prácticamente tuvo que empujarlo dentro—. Ahí está tu esperanza, tu sueño.
No había nada que Myriam deseara más que caer presa del hechizo que Víctor tejía con sus palabras, con sus caricias, con sus labios.
Y, por un momento, se había dejado embrujar por la pasión que despertaba. Se había quemado con las llamas de sus besos, con el fuego de sus dedos.
La noche parecía hecha para el romance, con la suave brisa que llegaba desde el mar acariciando su cuerpo. Las estrellas eran un decorado esplendoroso y los besos de Víctor eran tan ardientes que creía estar derritiéndose cada vez que él acercaba los labios.
Pero cuando lo miró a los ojos, tan cálidos, tan hermosamente oscuros, reconoció con horror que quería más que una noche con Víctor García.
Quería más de una noche, más que unas vacaciones de agradable recuerdo.
Quería toda una vida con él. De alguna forma, sin saber cómo, se había enamorado de Víctor en menos de una semana.
Myriam bajó los brazos y dio un paso atrás, asustada por lo que acababa de descubrir.
—¿Myriam? —susurró Víctor, confuso—. ¿Qué ocurre?
—Nada… Yo… —empezó a decir ella, intentando controlar su emoción.
Amaba a aquel hombre, lo amaba con todo su corazón. ¿Cómo podía haber ocurrido?
—Te he ofendido. He ido demasiado rápido —dijo Víctor—. Lo siento mucho. Es que no tengo práctica. Pensé que tú deseabas lo mismo, pero obviamente me he equivocado.
—No, no te has equivocado —murmuró ella—. Te deseo, Víctor. Nada me gustaría más que hacer el amor contigo. Te deseo como nunca había deseado a nadie.
—Entonces, no entiendo…
—Ya lo sé —lo interrumpió ella.
Myriam hubiera deseado salir corriendo. ¿Cómo podía haber pasado? ¿Cómo se había metido Víctor en su corazón?
Sin saber qué decir, se dio la vuelta, pero él la detuvo tomándola del brazo y obligándola a mirarlo.
—Myriam, espera. Dime qué pasa.
Myriam miró la cama. El edredón azul estaba arrugado y una de las almohadas seguía teniendo la marca de su cabeza.
Las sábanas olerían a él y, por un momento, se dejó llevar por una visión de Víctor y ella entre esas sábanas, sus cuerpos desnudos… Sería maravilloso estar desnuda al lado de Víctor. Myriam sabía que sería maravilloso hacer el amor con él.
Y hubiera deseado poder meterse en esa cama, olvidar el futuro y disfrutar de un momento de espléndida pasión. Pero no podía hacerlo.
Con un supremo esfuerzo, apartó los ojos de la cama y miró al hombre. Tenía que controlar las lágrimas que amenazaban con asomar a sus ojos.
—No puedo quedarme esta noche. No puedo hacer el amor contigo porque te deseo tanto que me duele. Porque ya va a ser muy difícil olvidarte.
—Pero…
De repente, Myriam estaba enfadada, no con Víctor ni tampoco consigo misma, sino enfadada con el destino.
—No debería ser así —exclamó—. No debería ser así.
Víctor la miró, sin entender.
—¿De qué estás hablando? ¿Qué es lo que no debería ser así?
—Esta vez tenía que salir bien. Se supone que lo sabría en cuanto lo mirase. Yo lo sabría y él también y sería el principio de algo maravilloso.
Myriam sabía que sus palabras no tenían sentido, pero no podía parar.
—¿Qué estás diciendo?
—No es justo. Has aparecido de repente, Víctor. Me has pillado de improviso. Al principio, ni siquiera me gustabas. Y ahora me he enamorado de ti.
Ya está. Lo había dicho. Y en su corazón, había esperado que después de decir aquello, por un milagro, él la tomaría en sus brazos y le profesaría amor eterno.
Pero no ocurrió. Víctor la miraba, incrédulo y horrorizado.
—Myriam, no sé qué decir —murmuró por fin.
Cualquier esperanza que albergara su corazón murió en ese momento.
—No tienes que decir nada.
Ella salió de la habitación y Víctor la siguió, golpeando el suelo con las muletas.
—Tienes que estar equivocada. Quizá te sientes sola y yo te resulto conveniente…
Myriam se volvió para mirarlo cuando llegaron al salón.
—Ojalá estuviera equivocada. Pero esto no tiene nada que ver con que yo me sienta sola. Y no tiene nada que ver con la conveniencia —dijo, tragando saliva—. Víctor, estoy enamorada de ti.
—Pero si nos conocimos hace una semana…
—Lo sé. Y debo estar loca. No te pareces nada al hombre de mis sueños.
—Soy un gruñón.
—Y un cabezota.
— Soy muy desordenado —siguió Víctor.
—Lo sé. Y no puedo explicar por qué estoy enamorada de ti. Eres el último hombre en el mundo que yo habría elegido. Pero así es.
Su voz era firme, convencida.
Víctor la estudió un momento y, en sus ojos, Myriam creyó ver una batalla.
—Nunca funcionaría —dijo él por fin.
—¿Qué es lo que nunca funcionaría?
—Nosotros. No tenemos futuro —dijo Víctor.
Pero Myriam vio en sus ojos una ternura que le daba esperanzas.
¿Sería posible? ¿Le habría pillado a él también por sorpresa? ¿Se habría enamorado de ella? Myriam dio un paso hacia él, preguntándose si podría controlar los latidos de su corazón, el intenso anhelo que la recorría, que llenaba cada fibra de su ser.
—¿Víctor? —estaba tan cerca que podía sentir el calor del cuerpo masculino—. ¿Por qué no hay futuro para nosotros? ¿Porque no me quieres?
Los ojos del hombre se oscurecieron.
—Porque no estamos hechos el uno para el otro.
No había dicho que no la quería y la alegría la sofocaba. Conocía a Víctor lo suficiente como para saber que no mentiría, que si no la quisiera se lo diría francamente. Pero no lo había hecho.
Echándole valor, tomó la cara del hombre con las manos y lo obligó a mirarla a los ojos.
—Dime otra vez por qué no estamos hechos el uno para el otro. Se me ha olvidado.
De nuevo, una mezcla de emociones cruzó su rostro, oscureciendo aún más los ojos.
—Myriam —murmuró él, dando un paso atrás—. Creo que estamos confundiendo el deseo con el amor.
—No. Yo sé la diferencia —protestó ella—. Sé que te deseo, que deseo que me beses hasta que me de vueltas la cabeza, que me acaricies hasta que no pueda pensar. Sé que eso es deseo. Pero también sé que quiero compartir tu risa, tu pena y tu vida. Y eso no es deseo, es amor.
—Myriam, yo no puedo ser tu príncipe azul. Tú misma dijiste que el hombre de tu vida debería compartir tus sueños y tus esperanzas. Yo no tengo nada de eso.
Cuanto más lo miraba, más amaba aquellos rasgos masculinos, el hoyito en la barbilla, la sombra de barba, el color de sus ojos que variaba dependiendo de sus sentimientos.
En aquel momento, sus ojos eran de un negro profundo y Myriam no estaba segura de si estaba siendo obtuso o si de verdad creía imposible ser el hombre adecuado para ella.
—Al principio me engañaste con esa capa de cinismo — dijo, tomando su mano para llevarlo a la habitación de Alex. Una vez allí, abrió la puerta y prácticamente tuvo que empujarlo dentro—. Ahí está tu esperanza, tu sueño.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
—No sabes de qué estás hablando —replicó él, furioso.
Después, miró a Leonardo, que dormía tranquilo en su cuna, para comprobar si lo había despertado.
Víctor se dirigió al salón y Myriam lo siguió.
—Tu esperanza vive en esa habitación. Un hombre que no tiene esperanza no mantiene una habitación intacta durante cinco años. No es una obsesión insana lo que te hace comprarle juguetes en su cumpleaños. Es la esperanza de encontrar a tu hijo.
Víctor se colocó frente a la ventana, de espaldas a Myriam. Ella contuvo el aliento, esperando que sus palabras hubieran penetrado en aquella dura cabeza, rezando para que reconociera quién era en lugar de quién decía ser.
Cuando se volvió para mirarla, la luz de sus ojos había desaparecido y su rostro mostraba una desesperación que le partió el alma.
—Eso no es esperanza. Es expiación.
—¿Expiación? Pero eso significa culpa. ¿Por qué te sientes culpable?
Su expresión atormentada la hizo desear abrazarlo, consolarlo. Pero no se movió. Sabía que no era el momento.
—Debería haber querido a Sherry. Quizá entonces las cosas habrían sido diferentes. Debería haber hecho más, haber sido lo suficientemente bueno como para encontrar a mi hijo —empezó a decir Víctor, mostrando un desprecio por sí mismo que a Myriam le dolía tanto como a él—. No sé qué hice, pero debí hacer algo mal y por eso perdí a Alex — añadió, respirando con fuerza, como intentando domar los demonios que había en su interior—. El destino decidió hace cinco años que no estaba hecho para ser padre.
—El destino no decidió eso —exclamó Myriam—. Lo decidió Sherry. Y tú hiciste todo lo posible para encontrar a tu hijo. No es culpa tuya que ella fuera tan egoísta.
—Ya da igual. Aunque pudiera estar contigo, Leonardo se merece algo más de lo que yo puedo darle.
Myriam pensó en su hijo, en cómo lo había llamado «papá» desde el principio. Algo que jamás había hecho antes.
—Leonardo se enamoró de ti antes que yo —dijo suavemente—. Y ya sabes lo que dicen sobre los niños y los animales. Ellos conocen instintivamente la naturaleza de las personas…
—No sigas, Myriam.
Había un horrible tono de despedida en su voz.
Víctor se acercó y tocó su cara con los dedos, un roce que la entristeció tanto como el vacío que veía en sus ojos.
—Vuelve a casa, Myriam. Vuelve a Kansas y encuentra a tu príncipe azul. Encuentra a un hombre que pueda compartir contigo ese entusiasmo por la vida, que comparta tu fe en el amor y la felicidad.
Víctor dejó caer la mano y se dio la vuelta, dejándola más desolada de lo que se había sentido en toda su vida.
Lo más difícil que Víctor había tenido que hacer en su vida fue mirar los ojos de Myriam, acariciar su piel de seda y después darle la espalda a lo que ella le ofrecía.
¿Cómo una caída en la playa se había convertido en tal conflicto emocional? ¿Cómo su mísera y simple vida se había vuelto tan complicada?
Había sabido desde el principio que Myriam no era la clase de mujer que puede ser un barco pasando en la noche. Había reconocido la clase de mujer que era en cuanto se inclinó para ayudarlo en la playa.
Entonces, ¿por qué no había salido corriendo? Porque no podía correr. Su hijo le había roto una pierna.
El humor de aquel pensamiento no consiguió levantar su espíritu. Sabía que Myriam estaba tras él, sentía sus ojos clavados en la espalda. Cuando consiguió endurecer su expresión, Víctor se dio la vuelta.
Sabía que la luz de sus ojos avellanas lo perseguiría durante mucho tiempo. Pero también sabía que él no era el hombre de sus sueños, que nunca podría ser el hombre que se merecía.
—De modo que ya está —dijo ella entonces—. Has decidido que eres una víctima de la vida.
—Soy realista. Y no pienso arruinar tu vida formando parte de ella.
Myriam iba a decir algo, pero en lugar de hacerlo tomó su bolso del sofá y salió al pasillo.
Víctor suspiró, aliviado. Si hubiera permanecido allí un minuto más, con aquellos enormes ojos llenos de amor, podría haber hecho una estupidez. Podría haberse dejado atrapar por las fantasías, por los sueños que ella despertaba, en los que casi le hacía creer.
Un momento después apareció con Leonardo en los brazos, aún dormido.
— Supongo que esto es un adiós.
— Supongo que sí —dijo él.
Víctor la miró durante largó rato, intentando memorizar todos sus rasgos… su barbilla de punta, aquellos preciosos ojos que brillaban como estrellas.
Si hubiera podido contentarse con la pasión, con el deseo. Si hubiera querido acostarse con él, sin compromisos, sin ataduras. Sin los riesgos del amor y sus expectativas. Él no podría estar a la altura de esas expectativas.
—Espero que todo te vaya bien, Víctor —dijo Myriam, antes de volverse hacia la puerta—. Espero que encuentres a Alex y que los dos construyan una maravillosa vida juntos.
Antes de que pudiera replicar, Myriam había desaparecido.
Hubiera deseado ir tras ella, pero luchó contra ese impulso, sabiendo que, al final, los dos acabarían con el corazón roto.
Víctor volvió a la terraza. Myriam lo amaba. ¿Cómo era posible? ¿Cómo una mujer como ella podía haberse enamorado de un hombre como él?
El destino tenía sentido del humor. Un sentido del humor enfermizo y patético.
Y lo peor de todo era que él también amaba a Myriam.
Víctor cerró los ojos y dejó que ese amor lo llenara por un momento. Le encantaba el tacto de su piel, la suavidad de su pelo. Pero su amor iba mucho más allá. Amaba su ingenio, su sentido del humor, la dulzura de su carácter, la candidez de su corazón.
Pero si empezaban una relación, si se casaban, ¿cuánto tiempo tardaría Myriam en perder el optimismo que había guiado su vida? ¿Cuánto tiempo antes de que sus ojos perdieran el brillo por vivir con un hombre cínico y amargado como él?
¿Y Leonardo? El niño se merecía un padre con el corazón entero. Y el suyo no lo estaba.
Víctor se quedó mirando las olas. Era mejor así. Myriam estaba mucho mejor sin él.
Algún día encontraría a su príncipe azul, un hombre que creería en las mismas cosas que ella, un hombre que podría amar a Leonardo sin dolor.
Víctor frunció el ceño al notar que su corazón latía a un ritmo extraño.
Latía arrepentido.
Dos capis pal finalll
Después, miró a Leonardo, que dormía tranquilo en su cuna, para comprobar si lo había despertado.
Víctor se dirigió al salón y Myriam lo siguió.
—Tu esperanza vive en esa habitación. Un hombre que no tiene esperanza no mantiene una habitación intacta durante cinco años. No es una obsesión insana lo que te hace comprarle juguetes en su cumpleaños. Es la esperanza de encontrar a tu hijo.
Víctor se colocó frente a la ventana, de espaldas a Myriam. Ella contuvo el aliento, esperando que sus palabras hubieran penetrado en aquella dura cabeza, rezando para que reconociera quién era en lugar de quién decía ser.
Cuando se volvió para mirarla, la luz de sus ojos había desaparecido y su rostro mostraba una desesperación que le partió el alma.
—Eso no es esperanza. Es expiación.
—¿Expiación? Pero eso significa culpa. ¿Por qué te sientes culpable?
Su expresión atormentada la hizo desear abrazarlo, consolarlo. Pero no se movió. Sabía que no era el momento.
—Debería haber querido a Sherry. Quizá entonces las cosas habrían sido diferentes. Debería haber hecho más, haber sido lo suficientemente bueno como para encontrar a mi hijo —empezó a decir Víctor, mostrando un desprecio por sí mismo que a Myriam le dolía tanto como a él—. No sé qué hice, pero debí hacer algo mal y por eso perdí a Alex — añadió, respirando con fuerza, como intentando domar los demonios que había en su interior—. El destino decidió hace cinco años que no estaba hecho para ser padre.
—El destino no decidió eso —exclamó Myriam—. Lo decidió Sherry. Y tú hiciste todo lo posible para encontrar a tu hijo. No es culpa tuya que ella fuera tan egoísta.
—Ya da igual. Aunque pudiera estar contigo, Leonardo se merece algo más de lo que yo puedo darle.
Myriam pensó en su hijo, en cómo lo había llamado «papá» desde el principio. Algo que jamás había hecho antes.
—Leonardo se enamoró de ti antes que yo —dijo suavemente—. Y ya sabes lo que dicen sobre los niños y los animales. Ellos conocen instintivamente la naturaleza de las personas…
—No sigas, Myriam.
Había un horrible tono de despedida en su voz.
Víctor se acercó y tocó su cara con los dedos, un roce que la entristeció tanto como el vacío que veía en sus ojos.
—Vuelve a casa, Myriam. Vuelve a Kansas y encuentra a tu príncipe azul. Encuentra a un hombre que pueda compartir contigo ese entusiasmo por la vida, que comparta tu fe en el amor y la felicidad.
Víctor dejó caer la mano y se dio la vuelta, dejándola más desolada de lo que se había sentido en toda su vida.
Lo más difícil que Víctor había tenido que hacer en su vida fue mirar los ojos de Myriam, acariciar su piel de seda y después darle la espalda a lo que ella le ofrecía.
¿Cómo una caída en la playa se había convertido en tal conflicto emocional? ¿Cómo su mísera y simple vida se había vuelto tan complicada?
Había sabido desde el principio que Myriam no era la clase de mujer que puede ser un barco pasando en la noche. Había reconocido la clase de mujer que era en cuanto se inclinó para ayudarlo en la playa.
Entonces, ¿por qué no había salido corriendo? Porque no podía correr. Su hijo le había roto una pierna.
El humor de aquel pensamiento no consiguió levantar su espíritu. Sabía que Myriam estaba tras él, sentía sus ojos clavados en la espalda. Cuando consiguió endurecer su expresión, Víctor se dio la vuelta.
Sabía que la luz de sus ojos avellanas lo perseguiría durante mucho tiempo. Pero también sabía que él no era el hombre de sus sueños, que nunca podría ser el hombre que se merecía.
—De modo que ya está —dijo ella entonces—. Has decidido que eres una víctima de la vida.
—Soy realista. Y no pienso arruinar tu vida formando parte de ella.
Myriam iba a decir algo, pero en lugar de hacerlo tomó su bolso del sofá y salió al pasillo.
Víctor suspiró, aliviado. Si hubiera permanecido allí un minuto más, con aquellos enormes ojos llenos de amor, podría haber hecho una estupidez. Podría haberse dejado atrapar por las fantasías, por los sueños que ella despertaba, en los que casi le hacía creer.
Un momento después apareció con Leonardo en los brazos, aún dormido.
— Supongo que esto es un adiós.
— Supongo que sí —dijo él.
Víctor la miró durante largó rato, intentando memorizar todos sus rasgos… su barbilla de punta, aquellos preciosos ojos que brillaban como estrellas.
Si hubiera podido contentarse con la pasión, con el deseo. Si hubiera querido acostarse con él, sin compromisos, sin ataduras. Sin los riesgos del amor y sus expectativas. Él no podría estar a la altura de esas expectativas.
—Espero que todo te vaya bien, Víctor —dijo Myriam, antes de volverse hacia la puerta—. Espero que encuentres a Alex y que los dos construyan una maravillosa vida juntos.
Antes de que pudiera replicar, Myriam había desaparecido.
Hubiera deseado ir tras ella, pero luchó contra ese impulso, sabiendo que, al final, los dos acabarían con el corazón roto.
Víctor volvió a la terraza. Myriam lo amaba. ¿Cómo era posible? ¿Cómo una mujer como ella podía haberse enamorado de un hombre como él?
El destino tenía sentido del humor. Un sentido del humor enfermizo y patético.
Y lo peor de todo era que él también amaba a Myriam.
Víctor cerró los ojos y dejó que ese amor lo llenara por un momento. Le encantaba el tacto de su piel, la suavidad de su pelo. Pero su amor iba mucho más allá. Amaba su ingenio, su sentido del humor, la dulzura de su carácter, la candidez de su corazón.
Pero si empezaban una relación, si se casaban, ¿cuánto tiempo tardaría Myriam en perder el optimismo que había guiado su vida? ¿Cuánto tiempo antes de que sus ojos perdieran el brillo por vivir con un hombre cínico y amargado como él?
¿Y Leonardo? El niño se merecía un padre con el corazón entero. Y el suyo no lo estaba.
Víctor se quedó mirando las olas. Era mejor así. Myriam estaba mucho mejor sin él.
Algún día encontraría a su príncipe azul, un hombre que creería en las mismas cosas que ella, un hombre que podría amar a Leonardo sin dolor.
Víctor frunció el ceño al notar que su corazón latía a un ritmo extraño.
Latía arrepentido.
Dos capis pal finalll
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Ayy Víctor si serás tonto!!!!!!!! No quiero que se acabe!!!! Gracias por los capis Dulce.
Marianita- STAFF
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
ay vicco!! ve por ella!!
siguele dulce! esta muy padre! no me gusta que ya se vaya a acabar jeje..pero bueno..
saludos!
atte. crazy
siguele dulce! esta muy padre! no me gusta que ya se vaya a acabar jeje..pero bueno..
saludos!
atte. crazy
crazylocademica- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Hay si sera si seraaaaaaa yo lo matooooooo, muchas Gracias por el capitulo niña siguele pronto, y yo tampoko quiero que se acabe =( jajaj pero si quiero ya leer el final Bueno en fin Gracias
cliostar- VBB ORO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
OJALA VICTOR RECAPACITE Y BUSQUE A MYRIAM, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Como aquí somos parejos, pues también a Dulce le pediré mi calaverita, digo, mi regalo jajajaja!!! Un 2x1 ándale Dulce ¿sí?
Marianita- STAFF
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
a que guey el Victor perder todo por nada en fin siguele por faaaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Marianita escribió:Como aquí somos parejos, pues también a Dulce le pediré mi calaverita, digo, mi regalo jajajaja!!! Un 2x1 ándale Dulce ¿sí?
SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII UN 2X1 UNOOOOOOOOOOO! ANDALEEEEEEEEEEEEEE ESTAMOS DE FIESTAA
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Chicana_415 escribió:Marianita escribió:Como aquí somos parejos, pues también a Dulce le pediré mi calaverita, digo, mi regalo jajajaja!!! Un 2x1 ándale Dulce ¿sí?
SIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII UN 2X1 UNOOOOOOOOOOO! ANDALEEEEEEEEEEEEEE ESTAMOS DE FIESTAA
SIPASSS DULLL UN 2X1 ANDALEE NI/AAAA.....
ESTA MUY WENA LA NOBEEE VICCO ANDALEE BE POR ELLOSSS DELE KE TU TAMIEN ESTAS MUY MUY MUY ENAMORADO ANDALEEEE KE ESPERASSS............
DULL MAS MAS MAS KAPISSS KAPIS NI/AA ANDALEEE 2X1 2X1
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Irelas armaron Complot y quieren mas capis ehh pero pss les dejare estos por k lo que sigue es el Final, asi que disfruten, chao.
Capítulo 12
Myriam intentó disfrutar del resto de sus vacaciones, pero dos días después de haber abandonado la casa de Víctor, se dio cuenta de que no era capaz.
El sol de Florida le recordaba el calor de sus besos, el cielo sobre su cabeza, le recordaba sus ojos. El ruido de las olas parecía el sonido de su voz… Myriam supo que debía dejar Masón Bridge, dejar Florida y sus vacaciones atrás.
Necesitaba volver al trabajo, llenar sus días de cosas que hacer para caer en la cama demasiado rendida como para soñar.
Leonardo también estaba inquieto y lloraba por cualquier cosa. Myriam se preguntó si el niño se daría cuenta de su pena o si él mismo echaba de menos a Víctor.
Al día siguiente, Leonardo y ella subían a un avión que los devolvería a casa. Afortunadamente, el niño se quedó dormido en cuanto el avión despegó.
Myriam se quedó mirando por la ventanilla, sintiendo un peso en el corazón. Lo más difícil de aceptar era que Víctor la amaba, pero había decidido darle la espalda a su amor.
Hubiera sido maravilloso que su amor fuera suficiente para curar las heridas que le habían hecho Sherry y Alex, pero sus heridas eran demasiado profundas.
Si quisiera reconocer que necesitaba amar y ser amado, que creer en la felicidad no era una debilidad ni un defecto, sino algo de lo que sentirse orgulloso…
Era fácil creer en los finales felices cuando todo iba bien. La auténtica prueba era creer en ellos cuando las cosas iban mal.
Los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas que le impedían ver las nubes, pero las secó con la mano. Se negaba a llorar por Víctor García. Durante los últimos tres días había conseguido no llorar y no pensaba hacerlo en aquel momento.
Se decía a sí misma que no merecía la pena llorar por Víctor. Él había elegido un camino muy triste y no se merecía una emoción tan profunda como las lágrimas.
Su abuela los estaba esperando en el aeropuerto de Kansas. Al ver a la delgada mujer de cabello gris, Myriam sonrió, contenta. Cuando su madre murió había dejado a un lado su propio dolor por la pérdida de una hija y le había abierto casa y corazón a sus nietas. Desde aquel momento, Belle había sido un ejemplo para ella, una fuente de sabiduría y de paz.
—Aquí están mis dos amores —exclamó la mujer al ver a Myriam con Leonardo en los brazos. Como cualquier abuela, le quitó al niño y lo llenó de besos y abrazos, que Leonardo devolvió, encantado.
—Hola, abuela.
—¿Te encuentras bien, nena?
—Sí —contestó ella, intentando sonreír—. Lo hemos pasado muy bien —añadió, mientras iban a buscar las maletas.
—Si lo has pasado tan bien, ¿qué haces en Kansas con una semana de antelación?
Los ojos de su abuela se clavaron en los suyos, como si quisiera leer sus pensamientos.
Myriam se encogió de hombros.
—Nos cansamos de tanta playa. La verdad es que me apetecía volver a casa.
Belle miró a Myriam durante unos segundos más y después hizo un gesto de incredulidad.
—Supongo que me contarás lo que ha pasado cuando quieras hacerlo.
—No hay nada que contar, abuela —protestó ella, pero las palabras sonaban falsas. Y lo eran.
Tardaron casi veinte minutos en localizar sus maletas y entrar en el coche de Belle. Y, por fin, tomaron el camino hacia su casa.
Mientras su abuela conducía por la autopista que llevaba al norte de la ciudad, Myriam no podía dejar de pensar en Víctor.
¿Qué estaría haciendo en aquel momento? ¿La echaría de menos? ¿Lo habría afectado en absoluto? Y la pregunta más importante de todas, ¿cuándo tardaría ella en olvidarlo? ¿Podría olvidarlo algún día?
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Belle, rompiendo el silencio.
—¿Y por qué crees que hay algo de qué hablar?
Su abuela sonrió.
—Te conozco muy bien, cariño. Y en tus ojos hay una sombra que no estaba cuando te fuiste.
Myriam miró por la ventanilla. Aún no podía hablar de Víctor. Solo aquel nombre evocaba un tremendo dolor en su corazón.
—Cuando conociste al abuelo… ¿fue amor a primera vista? —preguntó, de repente.
— Oh, cielos, no —contestó Belle, riendo —. Cuando conocí a tu abuelo, pensé que era el tipo más arrogante del mundo. Pero durante la tercera cita, descubrí que era el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida.
Myriam frunció el ceño, pensativa.
—Yo siempre había pensado que el día que conociera al hombre de mis sueños, sabría inmediatamente que era él. Y que el sentimiento sería mutuo.
—Esa es una fantasía muy bonita, hija. Pero si fuera verdad, no habría canciones sobre corazones rotos y amores desesperados.
Myriam suspiró.
—Supongo que es verdad.
—Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Un corazón roto? —preguntó Belle. Las lágrimas empezaban a quemar los ojos de Myriam, que asintió sin decir nada—. ¿Algún guapito de playa se ha aprovechado de ti?
—No, nada de eso —intentó sonreír Myriam—. La verdad es que Leonardo le rompió la pierna.
—¿Qué? —exclamó Belle, mientras aparcaba el coche frente a la casa de su nieta—. Espera. Vamos dentro. Quiero que me lo cuentes todo.
Quince minutos después, con Leonardo sentado tranquilamente en el parque, y un par de tazas de café sobre la mesa, Myriam se encontró a sí misma contándole a su abuela la historia de Víctor García.
Le contó el primer encuentro y su catastrófico resultado, le habló sobre el tiempo que habían pasado juntos y le habló del pasado de Víctor.
Myriam había esperado que contándolo en voz alta se daría cuenta de que había sido una locura enamorarse así de alguien a quien apenas conocía. Pero hablar de ello no borraba el dolor, todo lo contrario. Lo hacía más intenso, más desolador.
—Sé que parece una locura. Solo nos vimos durante una semana.
Belle sonrió.
—El amor no sabe nada de horas. Puede ocurrir en un parpadeo o puede crecer lentamente durante años.
—Lo más difícil de aceptar es que sé que Víctor estaba enamorándose de mí —dijo Myriam, recordando los besos, la ternura en los ojos del hombre—. Pero tenía miedo de confiar en esa emoción. Tenía miedo de confiar en el amor.
Belle tomó la mano de su nieta y le dio un golpecito.
—Cariño, no se puede hacer creer a un hombre que ha perdido la fe.
Ella asintió. Sabía que su abuela tenía razón. Y se decía a sí misma que estaba mejor sin Víctor. Aun así, anhelaba desesperadamente que su corazón escuchara a su cabeza.
Durante cuatro días, Víctor paseó por su casa como si fuera un prisionero. Su humor, peor que el de un oso al que hubieran despertado de su sueño invernal.
Estaba seguro de haber hecho lo mejor al dejar que Myriam y Leonardo salieran de su vida, pero no podía apartar el arrepentimiento de su cabeza. Y tampoco de su corazón.
Aunque la había empujado a marcharse, ella seguía en cada habitación de la casa. El sonido de su risa sonaba cada mañana mientras tomaba café. La visión de su expresivo rostro bailaba frente a su cara mientras hacía el almuerzo. Víctor imaginaba que olía su perfume cada noche, dando vueltas en la cama.
Y no solo era el recuerdo de Myriam el que lo perseguía. También el de Leonardo. Los ojos avellanas del niño y su preciosa sonrisa se negaban a abandonar su memoria.
Cuando estaban vigilando a Samuel Jacobson y tuvo a Leonardo en los brazos, había sentido una paz que no había sentido desde que Alex desapareció de su vida.
En aquel momento, de pie en la terraza, con una taza de café en la mano, observaba el sol levantándose en el horizonte sobre la playa. Incluso allí, bajo el sol, oliendo a mar, la sombra de Myriam lo llenaba de una sensación de soledad que nunca antes había experimentado.
Nunca podría recuperar los años perdidos con Alex. Aunque Barbara Klein lo llamase al día siguiente para decir que habían encontrado a su hijo, los cinco años anteriores se habrían perdido para siempre.
Era curioso que Nate tuviera casi la misma edad que Alex cuando Sherry se lo había llevado. Era casi como si el destino le estuviera dando una segunda oportunidad.
Y a Myriam. También era una segunda oportunidad para ella en el amor.
Myriam Montemayor era la primera mujer que le había importado de verdad. Sentía pasión por ella… sentía amor.
Mientras tomaba un sorbo de café, observó a una gaviota lanzarse de cabeza al agua para buscar su comida y volar después hasta el cielo. Eso era lo que Myriam había hecho por él. Lo había sacado de las profundidades de su infierno y lo había llevado arriba, al cielo, hacia la esperanza.
Y eso lo había asustado de muerte. ¿Víctima o superviviente? La pregunta que ella le había hecho seguía dando vueltas en su cabeza.
Víctor se volvió al escuchar el timbre. Unos segundos después, apoyándose en una muleta, abrió la puerta. Era María.
—Hoy no es día de limpieza, ¿no? —preguntó, sorprendido.
—No, pero he venido a decirte que no puedo limpiar tu casa la semana que viene —dijo la mujer, pasando a su lado con una sonrisa.
—¿Por qué no? —preguntó Víctor, siguiéndola.
María se dejó caer en el sofá, con la gracia de una reina.
—Porque la próxima semana, mi marido y yo nos vamos al Caribe.
Él la miró, incrédulo.
—María, ya te he dicho muchas veces que esa propaganda que echan en los buzones sobre cruceros baratísimos es un robo.
—No estoy hablando de eso —replicó la mujer, con los ojos brillantes—. Es que ha pasado por fin.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Víctor, atónito.
—¡La lotería! —exclamó ella, sacando un billete del bolso—. Sabía que algún día tendría suerte y por fin, la he tenido. Cinco números de seis. ¡Diez mil dólares!
María saltó del sofá y se puso a bailar por el sa¬lón.
A pesar de su mal humor, Víctor soltó una carcajada. La alegría de la mujer era contagiosa.
— Me alegro mucho por ti, de verdad —dijo, abrazándola.
—No es una fortuna, pero es una ayuda. Y cuando vuelva de mi viaje, un día te limpiaré la casa gratis.
—No tienes que hacer eso —dijo Víctor, mientras la acompañaba a la puerta—. Te pago lo que vales. Bueno, en realidad, te pago mucho más —añadió, de broma.
María dejó de sonreír y lo miró muy seria.
—Esa chica es buena para ti, Víctor. Las sombras han desaparecido de tus ojos. Ella y ese niño pequeño son tu billete de lotería.
Víctor no se molestó en decirle que había sido un loco y había tirado su billete de lotería a la basura. Cuando María se despidió y Víctor cerró la puerta, de nuevo el arrepentimiento se apoderó de él.
Imágenes de Myriam y Leonardo pasaban por su cabeza, llenándolo de un doloroso anhelo por lo que habría podido ser y no había sido.
¿Víctima o superviviente? Las palabras de Myriam se repetían en su cabeza.
¿Estaría de luto toda su vida por lo que no había podido ser, en lugar de abrazar lo que podía ser su futuro? ¿Dejaría que sus recuerdos se interpusieran en el camino de la felicidad?
Su eterna tristeza tenía la comodidad de ser algo familiar, algo a lo que se había acostumbrado. Pero la tristeza que sentía en aquel momento al pensar en una vida sin Myriam era… insoportable.
Él era el único que podía decidir cuál era su papel en la vida. Solo él podía controlar su futuro y tenía que decidir si quería permanecer solo con sus recuerdos o construir un futuro con la mujer y el niño a los que amaba.
De repente, se sintió lleno de energía. Y de miedo a la vez. Porque empezó a temer haber recuperado el sentido común demasiado tarde.
Víctor se movió tan rápido como pudo hacia la puerta.
—¡María! ¡María! —gritó, cuando salió al porche. La mujer estaba a punto de arrancar la furgoneta y lo miró, sorprendida—. Necesito que me hagas un favor.
Ella sonrió.
—Pues va a costarte.
Víctor soltó una carcajada, sintiéndose más alegre y libre que nunca.
—Créeme, cueste lo que cueste valdrá la pena.
Capítulo 12
Myriam intentó disfrutar del resto de sus vacaciones, pero dos días después de haber abandonado la casa de Víctor, se dio cuenta de que no era capaz.
El sol de Florida le recordaba el calor de sus besos, el cielo sobre su cabeza, le recordaba sus ojos. El ruido de las olas parecía el sonido de su voz… Myriam supo que debía dejar Masón Bridge, dejar Florida y sus vacaciones atrás.
Necesitaba volver al trabajo, llenar sus días de cosas que hacer para caer en la cama demasiado rendida como para soñar.
Leonardo también estaba inquieto y lloraba por cualquier cosa. Myriam se preguntó si el niño se daría cuenta de su pena o si él mismo echaba de menos a Víctor.
Al día siguiente, Leonardo y ella subían a un avión que los devolvería a casa. Afortunadamente, el niño se quedó dormido en cuanto el avión despegó.
Myriam se quedó mirando por la ventanilla, sintiendo un peso en el corazón. Lo más difícil de aceptar era que Víctor la amaba, pero había decidido darle la espalda a su amor.
Hubiera sido maravilloso que su amor fuera suficiente para curar las heridas que le habían hecho Sherry y Alex, pero sus heridas eran demasiado profundas.
Si quisiera reconocer que necesitaba amar y ser amado, que creer en la felicidad no era una debilidad ni un defecto, sino algo de lo que sentirse orgulloso…
Era fácil creer en los finales felices cuando todo iba bien. La auténtica prueba era creer en ellos cuando las cosas iban mal.
Los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas que le impedían ver las nubes, pero las secó con la mano. Se negaba a llorar por Víctor García. Durante los últimos tres días había conseguido no llorar y no pensaba hacerlo en aquel momento.
Se decía a sí misma que no merecía la pena llorar por Víctor. Él había elegido un camino muy triste y no se merecía una emoción tan profunda como las lágrimas.
Su abuela los estaba esperando en el aeropuerto de Kansas. Al ver a la delgada mujer de cabello gris, Myriam sonrió, contenta. Cuando su madre murió había dejado a un lado su propio dolor por la pérdida de una hija y le había abierto casa y corazón a sus nietas. Desde aquel momento, Belle había sido un ejemplo para ella, una fuente de sabiduría y de paz.
—Aquí están mis dos amores —exclamó la mujer al ver a Myriam con Leonardo en los brazos. Como cualquier abuela, le quitó al niño y lo llenó de besos y abrazos, que Leonardo devolvió, encantado.
—Hola, abuela.
—¿Te encuentras bien, nena?
—Sí —contestó ella, intentando sonreír—. Lo hemos pasado muy bien —añadió, mientras iban a buscar las maletas.
—Si lo has pasado tan bien, ¿qué haces en Kansas con una semana de antelación?
Los ojos de su abuela se clavaron en los suyos, como si quisiera leer sus pensamientos.
Myriam se encogió de hombros.
—Nos cansamos de tanta playa. La verdad es que me apetecía volver a casa.
Belle miró a Myriam durante unos segundos más y después hizo un gesto de incredulidad.
—Supongo que me contarás lo que ha pasado cuando quieras hacerlo.
—No hay nada que contar, abuela —protestó ella, pero las palabras sonaban falsas. Y lo eran.
Tardaron casi veinte minutos en localizar sus maletas y entrar en el coche de Belle. Y, por fin, tomaron el camino hacia su casa.
Mientras su abuela conducía por la autopista que llevaba al norte de la ciudad, Myriam no podía dejar de pensar en Víctor.
¿Qué estaría haciendo en aquel momento? ¿La echaría de menos? ¿Lo habría afectado en absoluto? Y la pregunta más importante de todas, ¿cuándo tardaría ella en olvidarlo? ¿Podría olvidarlo algún día?
—¿Quieres hablar de ello? —preguntó Belle, rompiendo el silencio.
—¿Y por qué crees que hay algo de qué hablar?
Su abuela sonrió.
—Te conozco muy bien, cariño. Y en tus ojos hay una sombra que no estaba cuando te fuiste.
Myriam miró por la ventanilla. Aún no podía hablar de Víctor. Solo aquel nombre evocaba un tremendo dolor en su corazón.
—Cuando conociste al abuelo… ¿fue amor a primera vista? —preguntó, de repente.
— Oh, cielos, no —contestó Belle, riendo —. Cuando conocí a tu abuelo, pensé que era el tipo más arrogante del mundo. Pero durante la tercera cita, descubrí que era el hombre con el que quería pasar el resto de mi vida.
Myriam frunció el ceño, pensativa.
—Yo siempre había pensado que el día que conociera al hombre de mis sueños, sabría inmediatamente que era él. Y que el sentimiento sería mutuo.
—Esa es una fantasía muy bonita, hija. Pero si fuera verdad, no habría canciones sobre corazones rotos y amores desesperados.
Myriam suspiró.
—Supongo que es verdad.
—Entonces, ¿qué ha pasado? ¿Un corazón roto? —preguntó Belle. Las lágrimas empezaban a quemar los ojos de Myriam, que asintió sin decir nada—. ¿Algún guapito de playa se ha aprovechado de ti?
—No, nada de eso —intentó sonreír Myriam—. La verdad es que Leonardo le rompió la pierna.
—¿Qué? —exclamó Belle, mientras aparcaba el coche frente a la casa de su nieta—. Espera. Vamos dentro. Quiero que me lo cuentes todo.
Quince minutos después, con Leonardo sentado tranquilamente en el parque, y un par de tazas de café sobre la mesa, Myriam se encontró a sí misma contándole a su abuela la historia de Víctor García.
Le contó el primer encuentro y su catastrófico resultado, le habló sobre el tiempo que habían pasado juntos y le habló del pasado de Víctor.
Myriam había esperado que contándolo en voz alta se daría cuenta de que había sido una locura enamorarse así de alguien a quien apenas conocía. Pero hablar de ello no borraba el dolor, todo lo contrario. Lo hacía más intenso, más desolador.
—Sé que parece una locura. Solo nos vimos durante una semana.
Belle sonrió.
—El amor no sabe nada de horas. Puede ocurrir en un parpadeo o puede crecer lentamente durante años.
—Lo más difícil de aceptar es que sé que Víctor estaba enamorándose de mí —dijo Myriam, recordando los besos, la ternura en los ojos del hombre—. Pero tenía miedo de confiar en esa emoción. Tenía miedo de confiar en el amor.
Belle tomó la mano de su nieta y le dio un golpecito.
—Cariño, no se puede hacer creer a un hombre que ha perdido la fe.
Ella asintió. Sabía que su abuela tenía razón. Y se decía a sí misma que estaba mejor sin Víctor. Aun así, anhelaba desesperadamente que su corazón escuchara a su cabeza.
Durante cuatro días, Víctor paseó por su casa como si fuera un prisionero. Su humor, peor que el de un oso al que hubieran despertado de su sueño invernal.
Estaba seguro de haber hecho lo mejor al dejar que Myriam y Leonardo salieran de su vida, pero no podía apartar el arrepentimiento de su cabeza. Y tampoco de su corazón.
Aunque la había empujado a marcharse, ella seguía en cada habitación de la casa. El sonido de su risa sonaba cada mañana mientras tomaba café. La visión de su expresivo rostro bailaba frente a su cara mientras hacía el almuerzo. Víctor imaginaba que olía su perfume cada noche, dando vueltas en la cama.
Y no solo era el recuerdo de Myriam el que lo perseguía. También el de Leonardo. Los ojos avellanas del niño y su preciosa sonrisa se negaban a abandonar su memoria.
Cuando estaban vigilando a Samuel Jacobson y tuvo a Leonardo en los brazos, había sentido una paz que no había sentido desde que Alex desapareció de su vida.
En aquel momento, de pie en la terraza, con una taza de café en la mano, observaba el sol levantándose en el horizonte sobre la playa. Incluso allí, bajo el sol, oliendo a mar, la sombra de Myriam lo llenaba de una sensación de soledad que nunca antes había experimentado.
Nunca podría recuperar los años perdidos con Alex. Aunque Barbara Klein lo llamase al día siguiente para decir que habían encontrado a su hijo, los cinco años anteriores se habrían perdido para siempre.
Era curioso que Nate tuviera casi la misma edad que Alex cuando Sherry se lo había llevado. Era casi como si el destino le estuviera dando una segunda oportunidad.
Y a Myriam. También era una segunda oportunidad para ella en el amor.
Myriam Montemayor era la primera mujer que le había importado de verdad. Sentía pasión por ella… sentía amor.
Mientras tomaba un sorbo de café, observó a una gaviota lanzarse de cabeza al agua para buscar su comida y volar después hasta el cielo. Eso era lo que Myriam había hecho por él. Lo había sacado de las profundidades de su infierno y lo había llevado arriba, al cielo, hacia la esperanza.
Y eso lo había asustado de muerte. ¿Víctima o superviviente? La pregunta que ella le había hecho seguía dando vueltas en su cabeza.
Víctor se volvió al escuchar el timbre. Unos segundos después, apoyándose en una muleta, abrió la puerta. Era María.
—Hoy no es día de limpieza, ¿no? —preguntó, sorprendido.
—No, pero he venido a decirte que no puedo limpiar tu casa la semana que viene —dijo la mujer, pasando a su lado con una sonrisa.
—¿Por qué no? —preguntó Víctor, siguiéndola.
María se dejó caer en el sofá, con la gracia de una reina.
—Porque la próxima semana, mi marido y yo nos vamos al Caribe.
Él la miró, incrédulo.
—María, ya te he dicho muchas veces que esa propaganda que echan en los buzones sobre cruceros baratísimos es un robo.
—No estoy hablando de eso —replicó la mujer, con los ojos brillantes—. Es que ha pasado por fin.
—¿Qué ha pasado? —preguntó Víctor, atónito.
—¡La lotería! —exclamó ella, sacando un billete del bolso—. Sabía que algún día tendría suerte y por fin, la he tenido. Cinco números de seis. ¡Diez mil dólares!
María saltó del sofá y se puso a bailar por el sa¬lón.
A pesar de su mal humor, Víctor soltó una carcajada. La alegría de la mujer era contagiosa.
— Me alegro mucho por ti, de verdad —dijo, abrazándola.
—No es una fortuna, pero es una ayuda. Y cuando vuelva de mi viaje, un día te limpiaré la casa gratis.
—No tienes que hacer eso —dijo Víctor, mientras la acompañaba a la puerta—. Te pago lo que vales. Bueno, en realidad, te pago mucho más —añadió, de broma.
María dejó de sonreír y lo miró muy seria.
—Esa chica es buena para ti, Víctor. Las sombras han desaparecido de tus ojos. Ella y ese niño pequeño son tu billete de lotería.
Víctor no se molestó en decirle que había sido un loco y había tirado su billete de lotería a la basura. Cuando María se despidió y Víctor cerró la puerta, de nuevo el arrepentimiento se apoderó de él.
Imágenes de Myriam y Leonardo pasaban por su cabeza, llenándolo de un doloroso anhelo por lo que habría podido ser y no había sido.
¿Víctima o superviviente? Las palabras de Myriam se repetían en su cabeza.
¿Estaría de luto toda su vida por lo que no había podido ser, en lugar de abrazar lo que podía ser su futuro? ¿Dejaría que sus recuerdos se interpusieran en el camino de la felicidad?
Su eterna tristeza tenía la comodidad de ser algo familiar, algo a lo que se había acostumbrado. Pero la tristeza que sentía en aquel momento al pensar en una vida sin Myriam era… insoportable.
Él era el único que podía decidir cuál era su papel en la vida. Solo él podía controlar su futuro y tenía que decidir si quería permanecer solo con sus recuerdos o construir un futuro con la mujer y el niño a los que amaba.
De repente, se sintió lleno de energía. Y de miedo a la vez. Porque empezó a temer haber recuperado el sentido común demasiado tarde.
Víctor se movió tan rápido como pudo hacia la puerta.
—¡María! ¡María! —gritó, cuando salió al porche. La mujer estaba a punto de arrancar la furgoneta y lo miró, sorprendida—. Necesito que me hagas un favor.
Ella sonrió.
—Pues va a costarte.
Víctor soltó una carcajada, sintiéndose más alegre y libre que nunca.
—Créeme, cueste lo que cueste valdrá la pena.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 13
—El señor Johnson, de la habitación doscientos cuarenta y uno quiere que vayas a verlo —le dijo Roberta Stamm—. ¿Te importaría ir a echarle un vistazo? Sé que estabas a punto de irte a casa, pero…
—Claro que no —la interrumpió Myriam, saliendo al pasillo.
Era su primer día de trabajo. Su abuela había in¬tentado convencerla de que se quedara en casa aquella semana para disfrutar de sus vacaciones, pero ella había querido volver al trabajo inmediatamente tras su regreso de Masón Bridge.
Necesitaba tener alrededor gente realmente enferma, gente que necesitara consuelo para no pensar en su corazón roto. Necesitaba hacer cosas para no pensar en Víctor García.
Y aquel día no había parado. Desgraciadamente, Myriam había descubierto que, hiciera lo que hiciera, por mucho que se concentrara en una tarea, no podía dejar de pensar en él.
Cuando entró en la doscientos cuarenta y uno, sonrió al hombre de cabello gris que estaba tumbado en la cama.
—Hola, señor Johnson. La enfermera Stamm me ha dicho que quería verme.
—Preferiría ver las cuatro paredes de mi casa — replicó el hombre, con sequedad.
—No tardará mucho en irse a casa —lo tranquilizó Myriam. El señor Johnson había sufrido una neumonía, pero estaba a punto de ser dado de alta—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Esta mañana, me colocó las almohadas muy bien y me gustaría que volviera a hacerlo.
—Eso no es difícil —sonrió Myriam, tomando una de las almohadas y colocándola a gusto del paciente. Después, hizo lo mismo con la otra—. ¿Ahora está mejor?
El señor Johnson se echó hacia atrás y cerró los ojos.
—Mucho mejor —contestó, con una sonrisa tímida.
—Ahora tengo que irme a casa, pero Polly Manson está de guardia y a ella se le da muy bien colocar almohadas.
El hombre asintió.
—Que pase una buena noche. Ojalá yo estuviera en mi casa.
Myriam sonrió de nuevo.
—Estará de vuelta en casa antes de que se de cuenta, ya verá.
Después de despedirse, salió de la habitación y volvió a la sala de enfermeras para buscar su bolso.
Temía la noche que se avecinaba porque Leonardo estaba muy inquieto desde que volvieron de Masón Bridge. Era absurdo pensarlo, pero parecía echar de menos a Víctor tanto como ella.
—Myriam Montemayor a la unidad de urgencias.
Myriam se quedó inmóvil. Por un momento, la voz que salía por el megáfono le había parecido la voz de… de Víctor García. Pero eso era imposible.
Víctor estaba en Florida. Víctor la había echado de su vida.
Mientras pulsaba el botón del ascensor para bajar a urgencias, se preguntaba si le pedirían que hiciera una guardia aquella noche. Aunque no era normal que la avisaran cuando estaba a punto de marcharse a casa. Y aquella noche no podría quedarse porque tenía que ir a buscar a Leonardo a la guardería.
Desde que volvió de Florida, estaba muy cansada y sabía bien que era un cansancio nacido de la depresión. Echaba de menos a Víctor.
Tiempo, se recordó a sí misma. Solo el tiempo cura lo que está roto.
Myriam escuchó sonido de voces airadas antes de entrar en la sala de urgencias,
—Señor, no puede usar el megáfono —estaba diciendo Nancy Noland, una de las enfermeras.
—Es un asunto de vida o muerte. No sea tan mojigata y déjeme usar el micrófono otra vez.
Myriam se quedó inmóvil al otro lado de la puerta. Víctor. Nadie más tenía aquel tono exasperado. Nadie más podía ser tan gruñón.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Para qué había ido al hospital?
No tenía ni idea. Pero estaba a punto de averiguarlo.
Temblando, empujó la puerta. Y allí estaba, en la sala de enfermeras. Víctor. Con la pierna y los dedos de la mano escayolados y la misma expresión hosca de siempre.
—Solo déjeme llamar otra vez.
Nancy negó con la cabeza.
—¿Por qué no se sienta un poco y se tranquiliza?
—No puedo tranquilizarme —contestó él.
—¿Víctor? —lo llamó Myriam. No sabía quién se alegraba más de verla, Nancy o él.
—¡Ah, por fin, gracias a Dios!
Víctor dio un paso hacia ella.
—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —preguntó Myriam, haciendo un esfuerzo para no echarse en sus brazos.
—¿Tienes idea de cuántos hospitales hay en Kansas?
—Pues no —contestó ella, atónita.
—Muchos. Llevo dos días buscándote.
—¿Cómo has llegado aquí?
—María me llevó al aeropuerto y desde que llegué a Kansas he estado sacando de quicio a los taxistas intentando encontrarte —contestó él.
—¿Y para qué querías encontrarme?
Myriam no quería tener esperanzas. Quizá él había tenido que ir a Kansas para resolver un caso y había aprovechado para saludarla.
Víctor miró a las enfermeras, todas muy interesadas en la conversación, y tomando a Myriam del brazo, la llevó hasta la puerta.
—Cuando te fuiste, te llevaste algo mío.
Ella lo miró, incrédula. ¿Creía que le había robado algo? Era increíble.
—¿Y qué crees que me he llevado? ¿Una maleta llena de cajas de pizza vacías?
Víctor levantó las cejas, sorprendido. Y entonces soltó una carcajada. La risa del hombre la envolvió como un abrazo.
—Estoy llevando esto fatal —sonrió, tomando su mano—. Myriam, yo quería que fueras uno de esos barcos que pasan en la noche, que pasaras por mi vida sin hacer olas.
—Lo sé —murmuró ella.
—Pero has hecho olas. Muchas, Myriam. Y cuando te fuiste, te llevaste mi incredulidad, mi cinismo y… mi corazón.
Por primera vez, Myriam se permitió un pequeño rayo de esperanza.
—¿Víctima o superviviente? Eso es lo que tú me preguntaste la última noche. He sido una víctima durante cinco años, pero ya no lo soy. De algún modo, me he convertido en un superviviente que ha pasado por el infierno y ha salido de él creyendo que la felicidad es posible, que el amor es posible… que lo nuestro es posible.
Víctor había tenido que gritar la última frase para hacerse oír a causa del ruido de una ambulancia que llegaba a la entrada de urgencias.
—¿Lo nuestro? —repitió ella. ¿Lo había oído bien?
Dejaron de hablar cuando los enfermeros sacaron a una mujer de pelo gris en una camilla.
—Le dije que solo eran gases, que no era el corazón, pero él no me quiso escuchar —estaba protestando la mujer—. Nunca me escucha.
Víctor se volvió hacia Myriam.
—Cásate conmigo.
Ella lo miró, atónita.
—¿Cómo?
Se preguntaba si el ruido de la sirena había destrozado sus tímpanos. Podría jurar que Víctor acababa de pedirle que se casara con él.
La anciana los miró entonces.
—Si lo quieres, cásate con él. La vida es corta y antes de que te des cuenta, estarás en el hospital por comer algo picante.
Myriam se volvió para mirar a Víctor de nuevo. Pero él no le dio oportunidad de decir una palabra. La abrazó con fuerza y enterró la cara en su pelo durante unos segundos.
—Supe que serías un problema desde que te vi en la playa —dijo con voz ronca—. Esos cabellos tuyos brillaban bajo el sol y verte con ese bikini azul me hizo olvidar el dolor durante unos segundos. Te amo, Myriam. Te deseo… te necesito en mi vida. Cásate conmigo. Por favor, ¿quieres decir que sí?
Estaba desnudo frente a ella y Myriam veía una gran vulnerabilidad en sus ojos marrones.
La esperanza que no había querido sentir por miedo a que fuera falsa, afloraba dentro de ella. Las palabras de Víctor corrían por sus venas como el alcohol, haciendo latir su corazón con fuerza. Aun así, vaciló.
—Antes de contestar, tengo que saber algo, Víctor.
Temblaba ante la importancia de la pregunta. Aunque lo amaba, sacrificaría su amor si la respuesta no era la que esperaba.
—Tengo que saber si podrías querer a Leonardo, si lo querrías por él mismo, no porque es un niño que reemplaza a Alex —dijo después, con lágrimas en los ojos —. Leonardo no puede ser el hijo que perdiste, Víctor. Sería una carga demasiado grande para él.
Víctor sonrió, una sonrisa tierna que la tranquilizó un poco.
—Tengo que ser sincero contigo, Myriam —dijo, acariciando su cara—. Siempre habrá un sitio en mi corazón que le pertenece solo a Alex. Pero tengo un corazón grande y en él hay sitio suficiente para un pequeño «Terminator». Quiero a Nate y te quiero a ti.
Por un momento, Myriam no pudo decir nada. Lágrimas de alegría llenaban sus ojos y enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, llorando y riendo al mismo tiempo.
—¡Eh! —los llamó la mujer del pelo gris desde el pasillo—. ¿Vas a casarte con él o no?
Víctor apretó a Myriam entre sus brazos, como si tuviera miedo de su respuesta. Ella miró sus ojos… los ojos del hombre que amaba, los preciosos ojos del hombre que había estado siempre en sus sueños.
—Sí —contestó—. Voy a casarme con él.
Antes de que pudiera decir otra palabra, Víctor selló aquella frase con un beso.
Un beso lleno de intensa, casi desesperada pasión, de amor y todas sus interminables posibilidades y sueños. Aquel beso la llenaba de calor, como si se hubiera tragado el sol. Y supo entonces que aquel era el hombre de su vida.
Cuando Víctor se apartó, la anciana había desapa¬recido en la consulta de urgencias.
—Cariño…
—Sigo sin poder creer que tú has resultado ser mi príncipe azul.
Él sonrió, con los ojos llenos de amor.
—Ahora ya no importa, ¿no crees? Lo único importante es que soy el hombre de tu vida y tú la mujer de la mía. Y que vamos a vivir juntos para siempre.
—Para siempre.
De nuevo, volvieron a besarse.
—Y hablando de «Terminator», ¿dónde está?
—En la guardería —contestó Myriam, mirando su reloj —. Tengo que ir a buscarlo ahora mismo.
—Pues vamos —dijo Víctor. Se dirigieron al aparcamiento de la mano. Él seguía utilizando una muleta, pero parecía defenderse mejor—. Pensarás que estoy loco, pero sigo pensando que aquella mañana, en la playa… no me tropecé con Nate. Yo creo que se puso en mi camino a propósito.
—Si eso es cierto, deberíamos darle las gracias —rió ella—. Si no te hubiera hecho tropezar, ahora solo serías un hombre que pasó corriendo por la playa.
Víctor se inclinó para besar su cuello.
—Es verdad. Recuérdame que le compre un buen regalo de cumpleaños.
Myriam sintió un escalofrío de placer.
—Yo creo que el mejor regalo eres tú.
Él la miró, emocionado.
—Te amo, Myriam. Y merece la pena haberme roto una pierna por ti. Y ahora, vamos a buscar a nuestro hijo.
Myriam salió del aparcamiento del hospital y se dirigió hacia… la felicidad eterna.
Leonardo estaba deprimido. Llevaba deprimido desde que volvió de Florida, pero aquel era el peor día de todos porque había tenido que enfrentarse con las fastidiosas Clara y Julia en la guardería.
Llevaban todo el día tomándole el pelo porque había vuelto de la playa sin un papá, como les había prometido. Leonardo había pasado casi todo el día en una esquina, jugando solo e intentando no prestar atención a sus torturadoras.
No lo entendía. Había hecho todo lo posible para que Víctor fuera su papá. Sabía que a su madre le gustaba Víctor y pensaba que a él también le gustaba ella. No entendía cómo los adultos podían estropearlo todo de esa forma.
Aquella noche, su mamá estaría tan triste como lo estaba todos los días desde que volvieron de la playa. Ella intentaba disimular, pero Leonardo sabía que estaba triste. Echaba de manos a Papá Víctor y él también.
Mientras ponía un bloque rojo encima de otro azul, Leonardo se preguntaba si tendría tiempo de construir un edificio antes de que su madre fuera a buscarlo.
—Hola, Leo.
La voz le resultaba familiar. Leonardo levantó los ojos y vio a Papá Víctor con su madre, en la puerta.
Inmediatamente, se puso de pie, con expresión de felicidad… una felicidad más grande que un pirulí, más grande que un camión rojo con las ruedas brillantes.
—¿Papá?
Cuando dio un paso hacia Víctor y vio la cara de felicidad de su madre, entendió que su sueño se había hecho realidad. Víctor abrió los brazos y Leonardo corrió hacia él.
De repente, estaba en los fuertes brazos de Papá Víctor, que lo levantaba hacia el cielo.
—¡Papá! —gritó el niño, feliz.
—Eso es, cariño. Voy a ser tu papá para siempre.
Leonardo enredó los bracitos alrededor de su cuello, pensando en todas las cosas maravillosas que iban a compartir. Papá Víctor le pasó una mano a su mamá por encima del hombro.
—Vámonos. Tenemos que planear el futuro.
Leonardo miró por encima de su hombro a Julia y Clara, que lo observaban, atónitas.
El niño sonrió y les dijo adiós con la manita mientras salía con su papá de la guardería.
—El señor Johnson, de la habitación doscientos cuarenta y uno quiere que vayas a verlo —le dijo Roberta Stamm—. ¿Te importaría ir a echarle un vistazo? Sé que estabas a punto de irte a casa, pero…
—Claro que no —la interrumpió Myriam, saliendo al pasillo.
Era su primer día de trabajo. Su abuela había in¬tentado convencerla de que se quedara en casa aquella semana para disfrutar de sus vacaciones, pero ella había querido volver al trabajo inmediatamente tras su regreso de Masón Bridge.
Necesitaba tener alrededor gente realmente enferma, gente que necesitara consuelo para no pensar en su corazón roto. Necesitaba hacer cosas para no pensar en Víctor García.
Y aquel día no había parado. Desgraciadamente, Myriam había descubierto que, hiciera lo que hiciera, por mucho que se concentrara en una tarea, no podía dejar de pensar en él.
Cuando entró en la doscientos cuarenta y uno, sonrió al hombre de cabello gris que estaba tumbado en la cama.
—Hola, señor Johnson. La enfermera Stamm me ha dicho que quería verme.
—Preferiría ver las cuatro paredes de mi casa — replicó el hombre, con sequedad.
—No tardará mucho en irse a casa —lo tranquilizó Myriam. El señor Johnson había sufrido una neumonía, pero estaba a punto de ser dado de alta—. ¿Qué puedo hacer por usted?
—Esta mañana, me colocó las almohadas muy bien y me gustaría que volviera a hacerlo.
—Eso no es difícil —sonrió Myriam, tomando una de las almohadas y colocándola a gusto del paciente. Después, hizo lo mismo con la otra—. ¿Ahora está mejor?
El señor Johnson se echó hacia atrás y cerró los ojos.
—Mucho mejor —contestó, con una sonrisa tímida.
—Ahora tengo que irme a casa, pero Polly Manson está de guardia y a ella se le da muy bien colocar almohadas.
El hombre asintió.
—Que pase una buena noche. Ojalá yo estuviera en mi casa.
Myriam sonrió de nuevo.
—Estará de vuelta en casa antes de que se de cuenta, ya verá.
Después de despedirse, salió de la habitación y volvió a la sala de enfermeras para buscar su bolso.
Temía la noche que se avecinaba porque Leonardo estaba muy inquieto desde que volvieron de Masón Bridge. Era absurdo pensarlo, pero parecía echar de menos a Víctor tanto como ella.
—Myriam Montemayor a la unidad de urgencias.
Myriam se quedó inmóvil. Por un momento, la voz que salía por el megáfono le había parecido la voz de… de Víctor García. Pero eso era imposible.
Víctor estaba en Florida. Víctor la había echado de su vida.
Mientras pulsaba el botón del ascensor para bajar a urgencias, se preguntaba si le pedirían que hiciera una guardia aquella noche. Aunque no era normal que la avisaran cuando estaba a punto de marcharse a casa. Y aquella noche no podría quedarse porque tenía que ir a buscar a Leonardo a la guardería.
Desde que volvió de Florida, estaba muy cansada y sabía bien que era un cansancio nacido de la depresión. Echaba de menos a Víctor.
Tiempo, se recordó a sí misma. Solo el tiempo cura lo que está roto.
Myriam escuchó sonido de voces airadas antes de entrar en la sala de urgencias,
—Señor, no puede usar el megáfono —estaba diciendo Nancy Noland, una de las enfermeras.
—Es un asunto de vida o muerte. No sea tan mojigata y déjeme usar el micrófono otra vez.
Myriam se quedó inmóvil al otro lado de la puerta. Víctor. Nadie más tenía aquel tono exasperado. Nadie más podía ser tan gruñón.
¿Qué estaba haciendo allí? ¿Para qué había ido al hospital?
No tenía ni idea. Pero estaba a punto de averiguarlo.
Temblando, empujó la puerta. Y allí estaba, en la sala de enfermeras. Víctor. Con la pierna y los dedos de la mano escayolados y la misma expresión hosca de siempre.
—Solo déjeme llamar otra vez.
Nancy negó con la cabeza.
—¿Por qué no se sienta un poco y se tranquiliza?
—No puedo tranquilizarme —contestó él.
—¿Víctor? —lo llamó Myriam. No sabía quién se alegraba más de verla, Nancy o él.
—¡Ah, por fin, gracias a Dios!
Víctor dio un paso hacia ella.
—¿Qué… qué estás haciendo aquí? —preguntó Myriam, haciendo un esfuerzo para no echarse en sus brazos.
—¿Tienes idea de cuántos hospitales hay en Kansas?
—Pues no —contestó ella, atónita.
—Muchos. Llevo dos días buscándote.
—¿Cómo has llegado aquí?
—María me llevó al aeropuerto y desde que llegué a Kansas he estado sacando de quicio a los taxistas intentando encontrarte —contestó él.
—¿Y para qué querías encontrarme?
Myriam no quería tener esperanzas. Quizá él había tenido que ir a Kansas para resolver un caso y había aprovechado para saludarla.
Víctor miró a las enfermeras, todas muy interesadas en la conversación, y tomando a Myriam del brazo, la llevó hasta la puerta.
—Cuando te fuiste, te llevaste algo mío.
Ella lo miró, incrédula. ¿Creía que le había robado algo? Era increíble.
—¿Y qué crees que me he llevado? ¿Una maleta llena de cajas de pizza vacías?
Víctor levantó las cejas, sorprendido. Y entonces soltó una carcajada. La risa del hombre la envolvió como un abrazo.
—Estoy llevando esto fatal —sonrió, tomando su mano—. Myriam, yo quería que fueras uno de esos barcos que pasan en la noche, que pasaras por mi vida sin hacer olas.
—Lo sé —murmuró ella.
—Pero has hecho olas. Muchas, Myriam. Y cuando te fuiste, te llevaste mi incredulidad, mi cinismo y… mi corazón.
Por primera vez, Myriam se permitió un pequeño rayo de esperanza.
—¿Víctima o superviviente? Eso es lo que tú me preguntaste la última noche. He sido una víctima durante cinco años, pero ya no lo soy. De algún modo, me he convertido en un superviviente que ha pasado por el infierno y ha salido de él creyendo que la felicidad es posible, que el amor es posible… que lo nuestro es posible.
Víctor había tenido que gritar la última frase para hacerse oír a causa del ruido de una ambulancia que llegaba a la entrada de urgencias.
—¿Lo nuestro? —repitió ella. ¿Lo había oído bien?
Dejaron de hablar cuando los enfermeros sacaron a una mujer de pelo gris en una camilla.
—Le dije que solo eran gases, que no era el corazón, pero él no me quiso escuchar —estaba protestando la mujer—. Nunca me escucha.
Víctor se volvió hacia Myriam.
—Cásate conmigo.
Ella lo miró, atónita.
—¿Cómo?
Se preguntaba si el ruido de la sirena había destrozado sus tímpanos. Podría jurar que Víctor acababa de pedirle que se casara con él.
La anciana los miró entonces.
—Si lo quieres, cásate con él. La vida es corta y antes de que te des cuenta, estarás en el hospital por comer algo picante.
Myriam se volvió para mirar a Víctor de nuevo. Pero él no le dio oportunidad de decir una palabra. La abrazó con fuerza y enterró la cara en su pelo durante unos segundos.
—Supe que serías un problema desde que te vi en la playa —dijo con voz ronca—. Esos cabellos tuyos brillaban bajo el sol y verte con ese bikini azul me hizo olvidar el dolor durante unos segundos. Te amo, Myriam. Te deseo… te necesito en mi vida. Cásate conmigo. Por favor, ¿quieres decir que sí?
Estaba desnudo frente a ella y Myriam veía una gran vulnerabilidad en sus ojos marrones.
La esperanza que no había querido sentir por miedo a que fuera falsa, afloraba dentro de ella. Las palabras de Víctor corrían por sus venas como el alcohol, haciendo latir su corazón con fuerza. Aun así, vaciló.
—Antes de contestar, tengo que saber algo, Víctor.
Temblaba ante la importancia de la pregunta. Aunque lo amaba, sacrificaría su amor si la respuesta no era la que esperaba.
—Tengo que saber si podrías querer a Leonardo, si lo querrías por él mismo, no porque es un niño que reemplaza a Alex —dijo después, con lágrimas en los ojos —. Leonardo no puede ser el hijo que perdiste, Víctor. Sería una carga demasiado grande para él.
Víctor sonrió, una sonrisa tierna que la tranquilizó un poco.
—Tengo que ser sincero contigo, Myriam —dijo, acariciando su cara—. Siempre habrá un sitio en mi corazón que le pertenece solo a Alex. Pero tengo un corazón grande y en él hay sitio suficiente para un pequeño «Terminator». Quiero a Nate y te quiero a ti.
Por un momento, Myriam no pudo decir nada. Lágrimas de alegría llenaban sus ojos y enredó los brazos alrededor del cuello del hombre, llorando y riendo al mismo tiempo.
—¡Eh! —los llamó la mujer del pelo gris desde el pasillo—. ¿Vas a casarte con él o no?
Víctor apretó a Myriam entre sus brazos, como si tuviera miedo de su respuesta. Ella miró sus ojos… los ojos del hombre que amaba, los preciosos ojos del hombre que había estado siempre en sus sueños.
—Sí —contestó—. Voy a casarme con él.
Antes de que pudiera decir otra palabra, Víctor selló aquella frase con un beso.
Un beso lleno de intensa, casi desesperada pasión, de amor y todas sus interminables posibilidades y sueños. Aquel beso la llenaba de calor, como si se hubiera tragado el sol. Y supo entonces que aquel era el hombre de su vida.
Cuando Víctor se apartó, la anciana había desapa¬recido en la consulta de urgencias.
—Cariño…
—Sigo sin poder creer que tú has resultado ser mi príncipe azul.
Él sonrió, con los ojos llenos de amor.
—Ahora ya no importa, ¿no crees? Lo único importante es que soy el hombre de tu vida y tú la mujer de la mía. Y que vamos a vivir juntos para siempre.
—Para siempre.
De nuevo, volvieron a besarse.
—Y hablando de «Terminator», ¿dónde está?
—En la guardería —contestó Myriam, mirando su reloj —. Tengo que ir a buscarlo ahora mismo.
—Pues vamos —dijo Víctor. Se dirigieron al aparcamiento de la mano. Él seguía utilizando una muleta, pero parecía defenderse mejor—. Pensarás que estoy loco, pero sigo pensando que aquella mañana, en la playa… no me tropecé con Nate. Yo creo que se puso en mi camino a propósito.
—Si eso es cierto, deberíamos darle las gracias —rió ella—. Si no te hubiera hecho tropezar, ahora solo serías un hombre que pasó corriendo por la playa.
Víctor se inclinó para besar su cuello.
—Es verdad. Recuérdame que le compre un buen regalo de cumpleaños.
Myriam sintió un escalofrío de placer.
—Yo creo que el mejor regalo eres tú.
Él la miró, emocionado.
—Te amo, Myriam. Y merece la pena haberme roto una pierna por ti. Y ahora, vamos a buscar a nuestro hijo.
Myriam salió del aparcamiento del hospital y se dirigió hacia… la felicidad eterna.
Leonardo estaba deprimido. Llevaba deprimido desde que volvió de Florida, pero aquel era el peor día de todos porque había tenido que enfrentarse con las fastidiosas Clara y Julia en la guardería.
Llevaban todo el día tomándole el pelo porque había vuelto de la playa sin un papá, como les había prometido. Leonardo había pasado casi todo el día en una esquina, jugando solo e intentando no prestar atención a sus torturadoras.
No lo entendía. Había hecho todo lo posible para que Víctor fuera su papá. Sabía que a su madre le gustaba Víctor y pensaba que a él también le gustaba ella. No entendía cómo los adultos podían estropearlo todo de esa forma.
Aquella noche, su mamá estaría tan triste como lo estaba todos los días desde que volvieron de la playa. Ella intentaba disimular, pero Leonardo sabía que estaba triste. Echaba de manos a Papá Víctor y él también.
Mientras ponía un bloque rojo encima de otro azul, Leonardo se preguntaba si tendría tiempo de construir un edificio antes de que su madre fuera a buscarlo.
—Hola, Leo.
La voz le resultaba familiar. Leonardo levantó los ojos y vio a Papá Víctor con su madre, en la puerta.
Inmediatamente, se puso de pie, con expresión de felicidad… una felicidad más grande que un pirulí, más grande que un camión rojo con las ruedas brillantes.
—¿Papá?
Cuando dio un paso hacia Víctor y vio la cara de felicidad de su madre, entendió que su sueño se había hecho realidad. Víctor abrió los brazos y Leonardo corrió hacia él.
De repente, estaba en los fuertes brazos de Papá Víctor, que lo levantaba hacia el cielo.
—¡Papá! —gritó el niño, feliz.
—Eso es, cariño. Voy a ser tu papá para siempre.
Leonardo enredó los bracitos alrededor de su cuello, pensando en todas las cosas maravillosas que iban a compartir. Papá Víctor le pasó una mano a su mamá por encima del hombro.
—Vámonos. Tenemos que planear el futuro.
Leonardo miró por encima de su hombro a Julia y Clara, que lo observaban, atónitas.
El niño sonrió y les dijo adiós con la manita mientras salía con su papá de la guardería.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Edad : 40
Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
ay que bello!!! jejejeje... amo a ese leo! jejeje
y ya tiene a su papa y myris ya acepto casarse con victor!!!
me encanta esta nove...esta hermosa la nove! gracias por los capis!
espero el final!
saludos!!
atte. crazy
y ya tiene a su papa y myris ya acepto casarse con victor!!!
me encanta esta nove...esta hermosa la nove! gracias por los capis!
espero el final!
saludos!!
atte. crazy
crazylocademica- VBB PLATINO
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Edad : 35
Fecha de inscripción : 25/05/2008
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