Recuerdo de un beso
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jai33sire
mariateressina
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Recuerdo de un beso
Hola chicas ya hace mucho que no traigo ninguna novelita jajaj pero ya les hago entrega de esta adaptacion de la autora Anne Oliver esta hermosa me encanto y espero que a ustedes igual les guste gracias
RECUERDO DE UN BESO
Descubrir que su vida había sido una mentira fue el golpe más duro para Myriam Montemayor. Ahora debía reconstruir su historia y encontrar a su verdadera familia… pero un hombre se interpuso en su camino.
El guapísimo empresario Víctor García se sentía obligado a proteger a la mejor amiga de su hermana, aunque ella hubiera levantado una barrera entre los dos.
Siempre había habido una gran tensión sexual entre ellos aunque él había dejado claro que no tenía intención de sentar la cabeza. Pero Myriam acababa de descubrir que estaba embarazada.
DE REPENTE SU MUNDO SE PUSO PATAS ARRIBA
RECUERDO DE UN BESO
Descubrir que su vida había sido una mentira fue el golpe más duro para Myriam Montemayor. Ahora debía reconstruir su historia y encontrar a su verdadera familia… pero un hombre se interpuso en su camino.
El guapísimo empresario Víctor García se sentía obligado a proteger a la mejor amiga de su hermana, aunque ella hubiera levantado una barrera entre los dos.
Siempre había habido una gran tensión sexual entre ellos aunque él había dejado claro que no tenía intención de sentar la cabeza. Pero Myriam acababa de descubrir que estaba embarazada.
DE REPENTE SU MUNDO SE PUSO PATAS ARRIBA
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Recuerdo de un beso
Gracias por una nueva novelita la esperamos
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Recuerdo de un beso
Wow nueva novelita
espero el primer capitulo
Saludos!!
rodmina- VBB PLATA
- Cantidad de envíos : 433
Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: Recuerdo de un beso
que bien novelita nueva aqui estare esperando el primer cap
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Recuerdo de un beso
Buen día aquí les dejo el primer capitulo de la novelita espero que les guste y empezamos ...
CAPITULO 1
Víctor García tenía que irse a dormir. Y lo último que necesitaba después de un frustrante día investigando un problema en el sistema de seguridad de un cliente era que su eterna fantasía nocturna interrumpiera su sueño.
Pero allí estaba el Honda Civic coupé, aparcado en la puerta de la casa que compartía con su hermana Cindy. Myriam Montemayor, hija de un conocido cardiocirujano de Melbourne, el doctor Antonio Montemayor, era la mejor amiga de su hermana.
Y una experta en interrumpir su sueño.
Después de dejar su coche en el garaje, Víctor pasó por delante del deportivo, un extravagante regalo del doctor Montemayor por su veintiún cumpleaños, y volvió a arrugar el ceño, irritado por recordar ese detalle.
Apenas se había visto en los últimos tres años. Myriam había estado fuera del país con sus padres durante dieciocho meses y él solía viajar mucho. En las raras ocasiones en las que se habían encontrado ella dejaba siempre bien claro que no disfrutaba de su compañía. Pero Víctor la había visto riendo y relajada cuando no sabía que la estaba observando… y había algo en aquella chica, además del deseo que provocaba en él, que siempre lo había turbado.
Mientras metía la llave en la cerradura se recordó a sí mismo que lo turbaba porque no tenía un ápice de sentido común. Era una niña mimada y cualquier problema que tuviera siempre era resuelto por su papá.
Pero siempre podía oler la fragancia que dejaba en el aire. Francesa, imaginaba, única e irrepetible, como si la fabricaran exclusivamente para ella. Y tal vez así era. En cualquier caso, parecía meterse bajo su piel, como una picazón imposible de rascar.
Myriam y su hermana estaban charlando mientras compartían una tarta de queso, de modo que no se habían dado cuenta de su llegada y Víctor se dijo a sí mismo que debía seguir adelante, ir a su habitación, darse una ducha. Algo. Cualquier cosa.
Pero en lugar de eso se apoyó en el quicio de la puerta para observar a Myriam.
La luz de la cocina destacaba sus altos pómulos. Su pelo, castaño rojizo, cortado por la barbilla, enmarcaba un rostro ovalado y un cuerpo con todas las curvas en su sitio. La perfección total.
Pero eran sus ojos lo que más llamaban su atención. No eran verdes del todo y tampoco azules sino del color de las campánulas en un día nublado. Unos ojos que podían perseguirlo en sueños.
Si él lo permitía.
Irritado porque en demasiadas ocasiones no había sido capaz de evitarlo, Víctor se apartó de la puerta con un brusco:
-Hola.
Myriam volvió la cabeza, sorprendida.
-Hola, Víctor –lo saludó su hermana.
-¿Me dais un poco de tarta? Estoy muerto de hambre.
Como era de esperar, el brillo en los ojos de Myriam se enfrió y su postura se hizo más tensa. Pero al apartarse la cuchara de la boca dejó un trocito de queso en su labio inferior…
Incapaz de contener el deseo de molestarla un poco más, Víctor señaló su labio con el dedo y vio cómo ella sacaba la punta de la lengua para apartarlo. No dejaba de mirarlo, como un conejito asustado.
Cindy, que no se había dado cuenta de nada, saltó de la silla, su coleta oscura moviéndose de un lado a otro, para darle un beso.
-Pues claro que puedes. Esperaba que llegases antes de que Myri se fuera. Espera, voy a buscar un plato.
Myriam tenía el aspecto dulce e inocente de una niña y Víctor tuvo que luchar contra las inapropiadas imágenes que aparecían en su cerebro.
-¿Qué tal, Myriam?
-Bien…
Parecía tener problemas para encontrar la voz, pero su perfume flotaba por la cocina como una brisa de verano. Llevaba un elegante pantalón oscuro y un jersey de aspecto suave, seguramente de cachemir. En su pelo castaño había reflejos dorados, hechos en alguna cara peluquería, por supuesto.
Lo miraba arrugando el ceño pero, al mismo tiempo, irguió los hombros como preparándose para una pelea.
-Será mejor que me marche.
-No, por favor, seguid charlando. Parecía una conversación importante –Víctor seguía mirándola, preguntándose cómo sería que Myriam le sonriera algún día.
-Tarta de queso y fruta de la pasión –anunció su hermana, ofreciéndole un plato. –Tu favorita.
-Gracias.
-Y claro que la conversación es importante –dijo Cindy entonces. –Myriam quiere ir sola a Surfers Paradise el miércoles y yo estoy intentando convencerla para que no lo haga.
<Buena suerte>.
Por lo que él había visto, Myri siempre se salía con la suya. Pero estaba de acuerdo con su hermana; que una chica cruzase el continente sola no era buena idea.
Intentaba decirse a sí mismo que no era problema suyo, pero no funcionaba.
-Imagino que a tu padre no le hará ninguna gracia.
-Tengo veinticuatro años y puedo tomar mis propias decisiones –replicó ella.
Algunas personas no maduraban nunca, pensó Víctor. ¿No le importa que su madre hubiera muerto cinco semanas antes y que su padre pudiera necesitarla? La Costa Dorada de Queensland era un lugar turístico, no un sitio al que nadie fuera para contemplar su vida o curar sus heridas. Y Myriam debería quedarse allí, con su padre, no irse a la playa.
-Algunas decisiones hay que tomarlas después de tener en consideración otras cosas –había intentando que su voz sonara neutral, pero tenía la impresión de no haberlo conseguido.
Por un segundo le pareció ver un brillo de dolor en los ojos de Myriam, pero no tuvo tiempo de analizarlo porque Cindy intervino en ese momento:
-Tú sabes que Myriam lo está pasando muy mal ahora mismo. Por favor, sé amable con ella.
La mirada de Víctor se deslizó por las curvas de Myriam bajo el jersey. Que fuese amable con ella… sí, podía imaginarse a sí mismo siendo amable con ella de la manera más vívida.
-Sé que tenías pensado ir a Brisbane la semana que viene y se me ha ocurrido una idea- dijo Cindy entonces. –Si no tienes mucha prisa, tú mismo podrías llevar a Myri y cuidar de ella…
Un gemido estrangulado escapó de la garganta de Myriam, que se había quedado momentáneamente sin habla.
Como Víctor.
¿Qué cuidase de Myriam como si fuera un escolta personal? ¿Ir los dos solos hasta Queensland, presumiblemente en el deportivo de Myriam, un coche diminuto para un hombre que media más de metro ochenta y cinco?
Cindy debió intuir su respuesta porque lo miró con esa expresión con la que siempre se salía con la suyo.
-Por favor, Víctor. Iría yo misma, pero estoy intentando conseguir un ascenso y no es momento para irme de la oficina.
Víctor se volvió hacia Myriam, que parecía tan sorprendida como él, pero dirigió su pregunta a Cindy:
-¿No crees que deberías preguntarle a tu amiga qué opina sobre el asunto?
-Lo haría por mí. ¿Verdad que sí, Myri? Bueno, pues ya está.
Él dejó escapar un suspiro. Debía haber asentido con la cabeza sin darse cuenta porque su hermana lo miraba con una sonrisa en los labios. Aparentemente, todo estaba decidido.
-Es mi hermano mayor, Myri, tú sabes que puedes confiar en él. Víctor cuidará de ti, no te preocupes.
-No estoy preocupada –Myriam se aclaró la garganta, sus ojos se volvieron al azul glacial. –Gracias de todas formas, pero no necesito un pasajero que me obligue a ir charlando durante todo el camino. Y tampoco necesito que nadie me arrope por las noches.
Víctor carraspeó para aclararse la garganta.
-Yo no soy muy hablador. En cuanto al resto…
Sus ojos se encontraron y casi podría haber jurado que estaban viendo la misma imagen: dos cuerpos desnudos sobre sábanas revueltas, las largas piernas de Myriam alrededor de su cintura, suspiros impacientes llenando el aire…
Ella apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
<<No te desconcentres>>, pensó Víctor. Además, Cindy tenía razón: Myriam necesitaba un guardaespaldas.
-Tengo que instalar un sistema de seguridad en Queensland, además de ver otras cosas. Si lo que te preocupa es el espacio, yo suelo viajar ligero de equipaje. Puedo enviar el equipo que necesito por avión y… -se detuvo al oír un estruendo en el cuarto de la lavadora. -¿Qué es eso?
-Fred, mi urraca. Cindy va a cuidar de él mientras yo estoy fuera –contestó Myriam. –Y yo no voy a Brisbane, voy a la Costa Dorada de Queensland.
Él sonrió, desdeñoso.
-Tengo un horario flexible y Brisbane sólo está a una hora de Surfers.
Cindy apretó el brazo de Myriam.
-Yo dormiría más tranquila si mi hermano fuera contigo. Así sabré que estás en buenas manos.
Víctor metió las <<buenas manos>> en los bolsillos del pantalón vaquero.
-Muy bien, el miércoles entonces. Y quiero salir a las seis de la mañana –dijo Myriam.
Víctor vio muchas dudas en sus ojos, pero se limitó a asentir con la cabeza.
-Nos vemos en tu casa a las seis menos cuarto entonces. Éste es el número de mi móvil –sin dejar de mirarla sacó una tarjeta del bolsillo y la dejó sobre la mesa. –Por si cambias de planes.
Myriam se llevó una mano a la garganta, como si de repente tuviese problemas para respirar.
-Perdonad un momento…
Myriam no podía dejar de mirar a Víctor, sus pies se quedaron clavados al suelo durante lo que le pareció una eternidad antes de que pudiera escapar al refugio del baño.
Sin aliento, tuvo que apoyarse en la puerta.
Víctor García, el hermano de su mejor amiga. Peor, el hombre al que hacía lo imposible por evitar. ¿Por qué había tenido que aparecer justo en ese momento?
Desde la noche de su veintiún cumpleaños había conseguido no cruzarse con él apenas… pero no lo había olvidado nunca.
Parpadeó varias veces, pero la imagen seguía ahí: un metro ochenta y cinco de hombre, con unos vaqueros gastados y unas botas de motero.
Tenía el pelo castaño oscuro que siempre llevaba demasiado largo, los ojos marrones con puntitos dorados y la piel bronceada. Y seguía llevando aquel viejo chaleco acolchonado, una cosa negra sin forma con el logo de un concesionario de coches en la espalda.
¿No se lo quitaba nunca? No, no quería pensar en él quitándose ese chaleco porque entonces empezaría a pensar en la camisa de franela que llevada debajo y en cómo sería tocarlo… tocarlo a él, el vello oscuro que asomaba por los botones desabrochados…
Intentando contener un gemido, Myriam se inclinó sobre el lavado para mojarse la cara con agua fría. Prefería morir antes que sucumbir a la tentación.
Cuando necesitaba un acompañante para alguna función social los hombres con los que salía la trataban con respeto, dejándola en la puerta e su casa después de un casto beso en la mejilla. Como ella esperaba. Y como ella prefería.
Víctor García no se detendría en el beso. Ni en la puerta.
Y tenía la horrible sensación de que tampoco ella intentaría detenerlo.
Era un hombre… peligroso.
Su voz ronca vibraba por el pasillo hasta llegar a la puerta del baño y oyó a Cindy reír.
¿No pensaba irse nunca?
Nerviosa, se arregló un poco el pelo frente al espejo, pero evitó mirar su cara atentamente porque temía lo que podría ver… unas mejillas encendidas y unos ojos brillantes que confirmarían lo que llevaba tres años intentando negarse a sí misma: por alguna inexplicable razón, Víctor García la atraía como ningún otro hombre. Inexplicable porque no entendía que pudiera sentir se atraída por alguien que cambiaba de pareja como de camisa.
De modo que no tenía intención de dejar que la acompañase al otro lado del país. Se iría el martes, al día siguiente, en aquel mismo instante si era preciso.
-Lo siento, Cindy –murmuró. –Me da igual que tu hermano sea una persona de confianza o que tú estés preocupada por mí.
Descubrir a la auténtica Myriam y tomar el control de su vida era algo que debía hacer sola. Y también evitar a hombres guapísimos que la hicieran perder la cabeza mientras se buscaba a sí misma.
Sólo un par de estrellas brillaban en un cielo cubierto de nubes mientras guardaba la última maleta en el deportivo el martes por la mañana.
-Conejito…
Myriam giró la cabeza y se le encogió el corazón al ver a su padre en el porche, en pijama, su pelo gris despeinado.
-Papá, hace mucho frío y no llevas puesto el batín. Venga, vuelve dentro. Te dije anoche que no me iría sin despedirme.
-Pero hija…
-Vuelve dentro, iré enseguida.
Mientras lo veía entrar de nuevo en la casa se sintió culpable y casi estuvo a punto de echarse atrás. Hasta cinco semanas antes su vida había ido sobre ruedas, su mundo era seguro. Jamás hubiera imaginado que algún día dejaría el santuario de la casa de sus padres, el único hogar que había conocido, para irse a mil setecientos kilómetros de allí, a un sitio en el que no había estado nunca.
Pero ese mundo seguro se había venido abajo.
Toda su vida era mentira.
Sus padres, las personas en las que más confiaba, que le habían enseñado que la verdad era oro, le habían mentido. La habían traicionado. Habían mentido por omisión, pero era una mentira en cualquier caso y ella debía descubrir la verdad.
Lo encontró en la cocina, haciéndose un té.
-Deja que lo haga yo –murmuró, quitándole la tetera de la mano. –te he dejado comida para doce días, está todo en el congelador con su correspondiente etiqueta. He planchado tus camisas y la despensa está llena.
-Tu madre estará tan… -su padre hizo un gesto con la mano.
-No, papá –los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas mientras lo abrazaba por última vez.
Habría hecho lo que pudiera para evitarle ese dolor, pero también ella estaba sufriendo. Sufría porque aún no podía contarle la verdad sobre su marcha y sufría porque eso la hacía sentir culpable, pero tenía que hacer lo que tenía que hacer y tenía que hacerlo en ese momento.
-Cuando vuelva, hablaremos –le dijo, apartándose. –Tengo que irme temprano por el tráfico, papá. Pero tendré cuidado, te lo prometo.
-Sé que lo harás, Myri.
Parecía más convencido que ella misma y Myriam dejó escapar un suspiro de alivio antes de darle un beso en la mejilla. Estaba a punto de decirle “te quiero”, pero por alguna razón no era capaz de pronunciar unas palabras que siempre había podido pronunciar sin ningún problema.
Myriam tomó su bolso y se dirigió a la puerta, sin mirar las antigüedades, los objetos de porcelana del salón, la antigua lámpara de la entrada. Ni siquiera el sombrero de su madre en el perchero del vestíbulo. Especialmente ese sombrero… una de las pocas cosas que no había podido tirar cuando se deshizo de sus cosas.
Subió al coche, respiró profundamente y arrancó, pulsando el mando que abría la verja de la entrada.
¿Podría hacerlo?, se preguntó. ¿Podrá recorrer sola tantos kilómetros? Ella nunca había tenido que ser independiente, pero quería serlo, necesitaba serlo e iba a empezar en aquel mismo instante.
Su corazón latía como loco, pero apretó el volante con fuerza y se concentró en mirar hacia delante…
Y fue entonces cuando vio la figura de un hombre en medio del camino. A la luz de los faros vio que era un hombre alto de pelo oscuro, con vaqueros gastados… y un chaleco negro. Sonriendo, Víctor se inclinó para recoger una mochila y echársela al hombro.
Oh, no. No podía ser.
Myriam pisó el freno cuando él puso las manos en el capó del coche, unas manos grandes y fuertes. Y tuvo la extraña sensación de que Víctor García no estaba poniendo las manos sobre el capó de su coche sino sobre su propio cuerpo.
CAPITULO 1
Víctor García tenía que irse a dormir. Y lo último que necesitaba después de un frustrante día investigando un problema en el sistema de seguridad de un cliente era que su eterna fantasía nocturna interrumpiera su sueño.
Pero allí estaba el Honda Civic coupé, aparcado en la puerta de la casa que compartía con su hermana Cindy. Myriam Montemayor, hija de un conocido cardiocirujano de Melbourne, el doctor Antonio Montemayor, era la mejor amiga de su hermana.
Y una experta en interrumpir su sueño.
Después de dejar su coche en el garaje, Víctor pasó por delante del deportivo, un extravagante regalo del doctor Montemayor por su veintiún cumpleaños, y volvió a arrugar el ceño, irritado por recordar ese detalle.
Apenas se había visto en los últimos tres años. Myriam había estado fuera del país con sus padres durante dieciocho meses y él solía viajar mucho. En las raras ocasiones en las que se habían encontrado ella dejaba siempre bien claro que no disfrutaba de su compañía. Pero Víctor la había visto riendo y relajada cuando no sabía que la estaba observando… y había algo en aquella chica, además del deseo que provocaba en él, que siempre lo había turbado.
Mientras metía la llave en la cerradura se recordó a sí mismo que lo turbaba porque no tenía un ápice de sentido común. Era una niña mimada y cualquier problema que tuviera siempre era resuelto por su papá.
Pero siempre podía oler la fragancia que dejaba en el aire. Francesa, imaginaba, única e irrepetible, como si la fabricaran exclusivamente para ella. Y tal vez así era. En cualquier caso, parecía meterse bajo su piel, como una picazón imposible de rascar.
Myriam y su hermana estaban charlando mientras compartían una tarta de queso, de modo que no se habían dado cuenta de su llegada y Víctor se dijo a sí mismo que debía seguir adelante, ir a su habitación, darse una ducha. Algo. Cualquier cosa.
Pero en lugar de eso se apoyó en el quicio de la puerta para observar a Myriam.
La luz de la cocina destacaba sus altos pómulos. Su pelo, castaño rojizo, cortado por la barbilla, enmarcaba un rostro ovalado y un cuerpo con todas las curvas en su sitio. La perfección total.
Pero eran sus ojos lo que más llamaban su atención. No eran verdes del todo y tampoco azules sino del color de las campánulas en un día nublado. Unos ojos que podían perseguirlo en sueños.
Si él lo permitía.
Irritado porque en demasiadas ocasiones no había sido capaz de evitarlo, Víctor se apartó de la puerta con un brusco:
-Hola.
Myriam volvió la cabeza, sorprendida.
-Hola, Víctor –lo saludó su hermana.
-¿Me dais un poco de tarta? Estoy muerto de hambre.
Como era de esperar, el brillo en los ojos de Myriam se enfrió y su postura se hizo más tensa. Pero al apartarse la cuchara de la boca dejó un trocito de queso en su labio inferior…
Incapaz de contener el deseo de molestarla un poco más, Víctor señaló su labio con el dedo y vio cómo ella sacaba la punta de la lengua para apartarlo. No dejaba de mirarlo, como un conejito asustado.
Cindy, que no se había dado cuenta de nada, saltó de la silla, su coleta oscura moviéndose de un lado a otro, para darle un beso.
-Pues claro que puedes. Esperaba que llegases antes de que Myri se fuera. Espera, voy a buscar un plato.
Myriam tenía el aspecto dulce e inocente de una niña y Víctor tuvo que luchar contra las inapropiadas imágenes que aparecían en su cerebro.
-¿Qué tal, Myriam?
-Bien…
Parecía tener problemas para encontrar la voz, pero su perfume flotaba por la cocina como una brisa de verano. Llevaba un elegante pantalón oscuro y un jersey de aspecto suave, seguramente de cachemir. En su pelo castaño había reflejos dorados, hechos en alguna cara peluquería, por supuesto.
Lo miraba arrugando el ceño pero, al mismo tiempo, irguió los hombros como preparándose para una pelea.
-Será mejor que me marche.
-No, por favor, seguid charlando. Parecía una conversación importante –Víctor seguía mirándola, preguntándose cómo sería que Myriam le sonriera algún día.
-Tarta de queso y fruta de la pasión –anunció su hermana, ofreciéndole un plato. –Tu favorita.
-Gracias.
-Y claro que la conversación es importante –dijo Cindy entonces. –Myriam quiere ir sola a Surfers Paradise el miércoles y yo estoy intentando convencerla para que no lo haga.
<Buena suerte>.
Por lo que él había visto, Myri siempre se salía con la suya. Pero estaba de acuerdo con su hermana; que una chica cruzase el continente sola no era buena idea.
Intentaba decirse a sí mismo que no era problema suyo, pero no funcionaba.
-Imagino que a tu padre no le hará ninguna gracia.
-Tengo veinticuatro años y puedo tomar mis propias decisiones –replicó ella.
Algunas personas no maduraban nunca, pensó Víctor. ¿No le importa que su madre hubiera muerto cinco semanas antes y que su padre pudiera necesitarla? La Costa Dorada de Queensland era un lugar turístico, no un sitio al que nadie fuera para contemplar su vida o curar sus heridas. Y Myriam debería quedarse allí, con su padre, no irse a la playa.
-Algunas decisiones hay que tomarlas después de tener en consideración otras cosas –había intentando que su voz sonara neutral, pero tenía la impresión de no haberlo conseguido.
Por un segundo le pareció ver un brillo de dolor en los ojos de Myriam, pero no tuvo tiempo de analizarlo porque Cindy intervino en ese momento:
-Tú sabes que Myriam lo está pasando muy mal ahora mismo. Por favor, sé amable con ella.
La mirada de Víctor se deslizó por las curvas de Myriam bajo el jersey. Que fuese amable con ella… sí, podía imaginarse a sí mismo siendo amable con ella de la manera más vívida.
-Sé que tenías pensado ir a Brisbane la semana que viene y se me ha ocurrido una idea- dijo Cindy entonces. –Si no tienes mucha prisa, tú mismo podrías llevar a Myri y cuidar de ella…
Un gemido estrangulado escapó de la garganta de Myriam, que se había quedado momentáneamente sin habla.
Como Víctor.
¿Qué cuidase de Myriam como si fuera un escolta personal? ¿Ir los dos solos hasta Queensland, presumiblemente en el deportivo de Myriam, un coche diminuto para un hombre que media más de metro ochenta y cinco?
Cindy debió intuir su respuesta porque lo miró con esa expresión con la que siempre se salía con la suyo.
-Por favor, Víctor. Iría yo misma, pero estoy intentando conseguir un ascenso y no es momento para irme de la oficina.
Víctor se volvió hacia Myriam, que parecía tan sorprendida como él, pero dirigió su pregunta a Cindy:
-¿No crees que deberías preguntarle a tu amiga qué opina sobre el asunto?
-Lo haría por mí. ¿Verdad que sí, Myri? Bueno, pues ya está.
Él dejó escapar un suspiro. Debía haber asentido con la cabeza sin darse cuenta porque su hermana lo miraba con una sonrisa en los labios. Aparentemente, todo estaba decidido.
-Es mi hermano mayor, Myri, tú sabes que puedes confiar en él. Víctor cuidará de ti, no te preocupes.
-No estoy preocupada –Myriam se aclaró la garganta, sus ojos se volvieron al azul glacial. –Gracias de todas formas, pero no necesito un pasajero que me obligue a ir charlando durante todo el camino. Y tampoco necesito que nadie me arrope por las noches.
Víctor carraspeó para aclararse la garganta.
-Yo no soy muy hablador. En cuanto al resto…
Sus ojos se encontraron y casi podría haber jurado que estaban viendo la misma imagen: dos cuerpos desnudos sobre sábanas revueltas, las largas piernas de Myriam alrededor de su cintura, suspiros impacientes llenando el aire…
Ella apartó la mirada, mordiéndose el labio inferior.
<<No te desconcentres>>, pensó Víctor. Además, Cindy tenía razón: Myriam necesitaba un guardaespaldas.
-Tengo que instalar un sistema de seguridad en Queensland, además de ver otras cosas. Si lo que te preocupa es el espacio, yo suelo viajar ligero de equipaje. Puedo enviar el equipo que necesito por avión y… -se detuvo al oír un estruendo en el cuarto de la lavadora. -¿Qué es eso?
-Fred, mi urraca. Cindy va a cuidar de él mientras yo estoy fuera –contestó Myriam. –Y yo no voy a Brisbane, voy a la Costa Dorada de Queensland.
Él sonrió, desdeñoso.
-Tengo un horario flexible y Brisbane sólo está a una hora de Surfers.
Cindy apretó el brazo de Myriam.
-Yo dormiría más tranquila si mi hermano fuera contigo. Así sabré que estás en buenas manos.
Víctor metió las <<buenas manos>> en los bolsillos del pantalón vaquero.
-Muy bien, el miércoles entonces. Y quiero salir a las seis de la mañana –dijo Myriam.
Víctor vio muchas dudas en sus ojos, pero se limitó a asentir con la cabeza.
-Nos vemos en tu casa a las seis menos cuarto entonces. Éste es el número de mi móvil –sin dejar de mirarla sacó una tarjeta del bolsillo y la dejó sobre la mesa. –Por si cambias de planes.
Myriam se llevó una mano a la garganta, como si de repente tuviese problemas para respirar.
-Perdonad un momento…
Myriam no podía dejar de mirar a Víctor, sus pies se quedaron clavados al suelo durante lo que le pareció una eternidad antes de que pudiera escapar al refugio del baño.
Sin aliento, tuvo que apoyarse en la puerta.
Víctor García, el hermano de su mejor amiga. Peor, el hombre al que hacía lo imposible por evitar. ¿Por qué había tenido que aparecer justo en ese momento?
Desde la noche de su veintiún cumpleaños había conseguido no cruzarse con él apenas… pero no lo había olvidado nunca.
Parpadeó varias veces, pero la imagen seguía ahí: un metro ochenta y cinco de hombre, con unos vaqueros gastados y unas botas de motero.
Tenía el pelo castaño oscuro que siempre llevaba demasiado largo, los ojos marrones con puntitos dorados y la piel bronceada. Y seguía llevando aquel viejo chaleco acolchonado, una cosa negra sin forma con el logo de un concesionario de coches en la espalda.
¿No se lo quitaba nunca? No, no quería pensar en él quitándose ese chaleco porque entonces empezaría a pensar en la camisa de franela que llevada debajo y en cómo sería tocarlo… tocarlo a él, el vello oscuro que asomaba por los botones desabrochados…
Intentando contener un gemido, Myriam se inclinó sobre el lavado para mojarse la cara con agua fría. Prefería morir antes que sucumbir a la tentación.
Cuando necesitaba un acompañante para alguna función social los hombres con los que salía la trataban con respeto, dejándola en la puerta e su casa después de un casto beso en la mejilla. Como ella esperaba. Y como ella prefería.
Víctor García no se detendría en el beso. Ni en la puerta.
Y tenía la horrible sensación de que tampoco ella intentaría detenerlo.
Era un hombre… peligroso.
Su voz ronca vibraba por el pasillo hasta llegar a la puerta del baño y oyó a Cindy reír.
¿No pensaba irse nunca?
Nerviosa, se arregló un poco el pelo frente al espejo, pero evitó mirar su cara atentamente porque temía lo que podría ver… unas mejillas encendidas y unos ojos brillantes que confirmarían lo que llevaba tres años intentando negarse a sí misma: por alguna inexplicable razón, Víctor García la atraía como ningún otro hombre. Inexplicable porque no entendía que pudiera sentir se atraída por alguien que cambiaba de pareja como de camisa.
De modo que no tenía intención de dejar que la acompañase al otro lado del país. Se iría el martes, al día siguiente, en aquel mismo instante si era preciso.
-Lo siento, Cindy –murmuró. –Me da igual que tu hermano sea una persona de confianza o que tú estés preocupada por mí.
Descubrir a la auténtica Myriam y tomar el control de su vida era algo que debía hacer sola. Y también evitar a hombres guapísimos que la hicieran perder la cabeza mientras se buscaba a sí misma.
Sólo un par de estrellas brillaban en un cielo cubierto de nubes mientras guardaba la última maleta en el deportivo el martes por la mañana.
-Conejito…
Myriam giró la cabeza y se le encogió el corazón al ver a su padre en el porche, en pijama, su pelo gris despeinado.
-Papá, hace mucho frío y no llevas puesto el batín. Venga, vuelve dentro. Te dije anoche que no me iría sin despedirme.
-Pero hija…
-Vuelve dentro, iré enseguida.
Mientras lo veía entrar de nuevo en la casa se sintió culpable y casi estuvo a punto de echarse atrás. Hasta cinco semanas antes su vida había ido sobre ruedas, su mundo era seguro. Jamás hubiera imaginado que algún día dejaría el santuario de la casa de sus padres, el único hogar que había conocido, para irse a mil setecientos kilómetros de allí, a un sitio en el que no había estado nunca.
Pero ese mundo seguro se había venido abajo.
Toda su vida era mentira.
Sus padres, las personas en las que más confiaba, que le habían enseñado que la verdad era oro, le habían mentido. La habían traicionado. Habían mentido por omisión, pero era una mentira en cualquier caso y ella debía descubrir la verdad.
Lo encontró en la cocina, haciéndose un té.
-Deja que lo haga yo –murmuró, quitándole la tetera de la mano. –te he dejado comida para doce días, está todo en el congelador con su correspondiente etiqueta. He planchado tus camisas y la despensa está llena.
-Tu madre estará tan… -su padre hizo un gesto con la mano.
-No, papá –los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas mientras lo abrazaba por última vez.
Habría hecho lo que pudiera para evitarle ese dolor, pero también ella estaba sufriendo. Sufría porque aún no podía contarle la verdad sobre su marcha y sufría porque eso la hacía sentir culpable, pero tenía que hacer lo que tenía que hacer y tenía que hacerlo en ese momento.
-Cuando vuelva, hablaremos –le dijo, apartándose. –Tengo que irme temprano por el tráfico, papá. Pero tendré cuidado, te lo prometo.
-Sé que lo harás, Myri.
Parecía más convencido que ella misma y Myriam dejó escapar un suspiro de alivio antes de darle un beso en la mejilla. Estaba a punto de decirle “te quiero”, pero por alguna razón no era capaz de pronunciar unas palabras que siempre había podido pronunciar sin ningún problema.
Myriam tomó su bolso y se dirigió a la puerta, sin mirar las antigüedades, los objetos de porcelana del salón, la antigua lámpara de la entrada. Ni siquiera el sombrero de su madre en el perchero del vestíbulo. Especialmente ese sombrero… una de las pocas cosas que no había podido tirar cuando se deshizo de sus cosas.
Subió al coche, respiró profundamente y arrancó, pulsando el mando que abría la verja de la entrada.
¿Podría hacerlo?, se preguntó. ¿Podrá recorrer sola tantos kilómetros? Ella nunca había tenido que ser independiente, pero quería serlo, necesitaba serlo e iba a empezar en aquel mismo instante.
Su corazón latía como loco, pero apretó el volante con fuerza y se concentró en mirar hacia delante…
Y fue entonces cuando vio la figura de un hombre en medio del camino. A la luz de los faros vio que era un hombre alto de pelo oscuro, con vaqueros gastados… y un chaleco negro. Sonriendo, Víctor se inclinó para recoger una mochila y echársela al hombro.
Oh, no. No podía ser.
Myriam pisó el freno cuando él puso las manos en el capó del coche, unas manos grandes y fuertes. Y tuvo la extraña sensación de que Víctor García no estaba poniendo las manos sobre el capó de su coche sino sobre su propio cuerpo.
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Recuerdo de un beso
gracias por el cap niña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
AQUI EL 2DO CAPITULO, ESPERO QUE LES ESTE GUSTANDO LA HISTORIA Y GRAXIAS X SUS COMENTARIOS
CAPITULO 2
Víctor abrió la puerta del pasajero y estaba tirando la mochila en la parte de atrás antes de que Myriam tuviera tiempo de decirle que se fuera. Apartando la chaqueta y el bolso del asiento antes de que ella pudiese recordar dónde estaba el pedal del acelerador.
-Buenos días –sonriendo, Víctor miró su reloj. –Ah, justo a tiempo. Las seis y dos minutos. Me gustan las mujeres puntuales.
-Hoy es martes.
-Ya lo sé.
-Se supone que nos íbamos el miércoles.
-Pero veo que has cambiado de idea –sin dejar de sonreír, Víctor se puso el cinturón de seguridad. –Bueno, vámonos. Cuanto antes salgamos menos tráfico encontraremos. ¿O quieres que conduzca yo?
-No, tú no vas a poner las manos en mi coche –Myriam dejó escapar un suspiro mientras pulsaba el mando para cerrar la verja de nuevo.
Víctor no volvió a decir nada y eso le dio tiempo para pensar. Tal vez era mejor así, se dijo. Ya no estaba sola y su ansiedad empezaba desaparecer. Si se mantenía en su lado y no le hablaba con esa voz tan varonil, no pasaría nada. Además, la presencia de Víctor García haría que dejase de pensar en todo lo que estaba dejando atrás.
Myriam intentaba calmarse, pero salió a la carretera con un chirrido de neumáticos.
-Cuidado…
-No me digas cómo tengo que conducir.
Víctor se mantuvo en silencio durante unos minutos.
-Sólo una observación: si quieres que lleguemos a la autopista de la costa antes del almuerzo deberías haber girado a la derecha en la intersección.
-Es por la costumbre –murmuró ella, furiosa consigo misma por haberlo olvidado y buscando la forma de dar vuelta.
-Claro, ya me imagino. Todas esas fabulosas boutiques en Toorak Road.
Myriam sintió que deslizaba la mirada por su blusa de seda color limón.
-Es el camino a la consulta de mi padre, donde yo trabajo –lo corrigió. –Pero imagino que este viaje debe ser un aburrimiento para ti. Con tanta vida social…
-No, en absoluto.
¿Estaría entre relación y relación?, se preguntó. ¿Tendría relaciones siquiera un hombre que cambiaba de novia como de camisa o serían sólo aventuras de una noche?
-¿Has acampado delante de mi casa o qué?
-No, pero tenía la impresión de que cambiarías de planes y se te olvidaría decírmelo. Raro, ¿verdad?
Myriam sentía que le ardían las mejillas y agradeció la oscuridad. Estada deseando desabrochar el primer botón de su blusa o encender el aire acondicionado, pero eso sería como admitir que la ponía nerviosa y no estaba dispuesta a hacerlo.
-Pero no se te olvidó, ¿no? –siguió Víctor. –no tenías la menor intención de llamarme.
-Ya te dije que no necesitaba pasajero. Y aún puedes tomar un avión. Puedo dejarte en el aeropuerto…
-A lo mejor tampoco yo necesito viajar con nadie –la interrumpió él. -¿Se te ha ocurrido pensar que sólo he aceptado acompañarte porque me lo ha pedido mi hermana? ¿Por qué he pensado en tu padre?
-Muy bien, de acuerdo –suspiró ella. –Lo siento. Tal vez deberías llamar a Cindy. Dile que no se preocupe, que su hermanito lo tiene todo bajo control.
-No, es muy temprano. Pero le he enviado un mensaje al móvil antes de que abrieses la verja.
-Estás muy seguro de ti mismo, ¿no?
-Mucho, sí. Mientras tú… tú no lo estás, no lo has estado nunca. Tu rostro es como un libro abierto, Myriam. Un libro muy bonito, por cierto.
Su mirada era tan potente, tan certera, que Myriam hubiera querido encogerse en el asiento. Porque tenía razón y, en lugar de usar la máscara de frialdad tras la que solía esconderse, lo miró, furiosa.
-A lo mejor yo quiero que leas el siguiente mensaje: no quiero que vengas conmigo.
-Cierto, pero entonces tendría que preguntarme ¿por qué?
-Deja que te diga porque: porque eres arrogante, insoportable y… auténtico.
Oh, no, ¿había dicho aquello en voz alta? Por el rabillo del ojo vio que Víctor sonreía. Sí, lo había dicho.
-No soy el tipo suave y delicado al que estás acostumbrada, ¿verdad, Myriam?
-No me refería a eso –murmuró ella, enfadada consigo misma. Se negaba a recordar el sueño que había tenido esa noche, en el que había manos y piernas y mucha crema corporal. Y él, Víctor. –No quiero compañía porque tengo un asunto personal y privado de que quiero encargarme.
-Yo sólo soy tu compañero de viaje –le recordó Víctor. –Y no estamos intentando batir un récord de velocidad, por cierto. Además, podrías llamar a tu padre para decirle que voy contigo. Seguro que así se quedaría más tranquilo.
¿Quién era él para recordarle sus responsabilidades? Myriam respiró profundamente, contando hasta diez.
-Pienso hacerlo en cuanto paremos un momento. ¿Se te ha olvidado que no se puede conducir y hablar por el móvil a la vez?
-No, qué va. Y hablando de cosas peligrosas e ilegales, ¿siempre conduces a esta velocidad?
-Cuando me presionan, sí.
Y, sin la menor duda, su papá pagaría las multas, claro.
Víctor la estudió, en silencio. Lo que estaba imaginando en aquel momento sí era peligroso y sin duda también ilegal. Pero esos botoncitos de la blusa parecían estar suplicando que los desabrochase hasta el ombligo. Y cuando le quitase el sujetador para explorar el resto de su anatomía estaba seguro de que ese ombligo sería tan precioso como todo en ella…
“Para ya. Sólo es tu compañera de viaje”.
Aunque si hubiera podido elegir, no lo sería.
Y ella aún no lo sabía, pero el asunto que la llevase a Surfers Paradise también era asunto suyo. Por Cindy, por Antonio y porque no confiaba en su buen juicio.
Su perfume lo envolvía en el interior de un coche tan pequeño y más cuando se inclinó un poco para encender el estéreo.
Para poner música clásica.
Debería haberlo imaginado, pero eso no auguraba un viaje muy divertido. Sintiéndose limitado, atrapado, Víctor bajó la cremallera de su chaleco y cerró los ojos.
Sí, iba a ser un viaje muy largo.
Cuando abrió los ojos de nuevo seguía sonando música clásica en el estéreo, pero Myriam había bajado el volumen. Y el paisaje había pasado de suburbano a rural. Al otro lado de la ventanilla sólo veía granjas y viñedos.
Víctor comprobó el reloj y la velocidad del coche. Si sus estimados eran correctos debían estar en el valle de Goulburn.
-Hora de desayunar –anunció, al ver un pueblo a lo lejos. –Estaba pensando en huevos revueltos con beicon, tostadas, salchichas y un par de cafés.
-Pues será mejor que pidas cita con mi padre cuando vuelvas a casa –comentó Myriam, burlona.
Se había puesto unas gafas de sol, de modo que no podía ver sus ojos.
-Yo hago mucho ejercicio. No me digas que tú eres una de esas mujeres que se saltan el desayuno.
-No, claro que no. Pero intento no comer muchas grasas y no me las podría quitar de encima sentada en un coche todo el día. Una dieta equilibrada…
-No hace falta que me des una charla –la interrumpió Víctor. Evidentemente, ella se la sabía de memoria siendo hija de eminente cardiocirujano. –Saldré a correr un rato cuando paremos por la noche.
Por la noche. Myriam y él iban a dormir… cerca.
El pensamiento era tan turbador que tal vez tendrá que correr más de lo normal esa noche.
-Veo que te gusta la música clásica –dijo entonces, para pensar en otra cosa.
-Sí –contestó ella, sin dejar de mirar la carretera.
-¿Y otro tipo de música? ¿Te gusta el rock, el country, el heavy metal?
-En casa sólo escuchamos música clásica.
-Ya, bueno, ¿pero te gusta otro tipo de música cuando estás solo?
-Mi madre decía que los clásicos… -Myriam se mordió los labios, sin terminar la frase, y apagó el estéreo para poner la radio. Pero cuando empezaron a sonar ruidos estáticos la apagó.
Vaya, culpa suya, pensó Víctor. “Por favor, que no se ponga a llorar”. Pero se daba cuenta de que estaba disgustada de verdad y lo entendía. Su propia madre había sido siempre un conflicto para él. Claro que las circunstancias eran diferentes… Marlene García había abandonado a su marido y a sus dos hijos veinte años antes, pero Víctor aún recordaba el dolor que había sentido.
-Oye… -empezó a decir, poniendo una mano en su brazo.
Pero al rozar la seda de la blusa tuvo que apartar la mano, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Bueno, decidió, eso le daba algo en lo que pensar. O no.
-Curará con el tiempo –le dijo.
La descarga seguía vibrando en su mano, en su cerebro. Sí, se sentía atraído por ella, eso ya lo sabía, pero era más potente de lo que había imaginado y había imaginado mucho. Ninguna otra mujer había conseguido… ¿Qué?
En fin ahora que lo sabía no volvería a tocarla, pensó.
-Pararemos aquí un momento y luego conduciré yo –dijo Víctor cuando llegaron a la entrada de un pueblo.
Myriam aparcó frente a la terraza de una cafetería y se sentaron bajo una sombrilla. Víctor pidió el desayuno y ella café y un cruasán relleno de ensalada.
-¿Estás bien?
-Sí, gracias –murmuró ella, sin mirarlo.
No era más de lo que Víctor había esperado, pero parecía tan frágil como Cindy le había dicho. Y no era sólo la muerte de su madre… veía algo más que eso en sus ojos. Veía furia, desilusión. Serios problemas personales.
-Si quieres contarme qué te pasa…
Myriam no se molestó en contestar.
-¿Seguro que no quieres comprar algo de comer antes de ponernos de nuevo en camino? –insistió Víctor cuando volvieron al coche.
-No.
-Bueno, pero luego no me pidas un trozo de mi chocolatina gigante –suspiró él , poniéndose las gafas de sol. –Yo conduciré.
-No, espera –Myriam se mordió los labios y pareció pensárselo un momento antes de poner las llaves en su mano. –Voy a comprar agua mineral.
Víctor la vio cruzar la calle mientras acariciada las llaves, aún calientes de su mano. Tenía un cuerpazo, pensó, observando su redondo trasero y la blusa con la que no podía dejar de fantasear.
Y todo elegantemente envuelto como el llavero que tenía en la mano.
Él estaba acostumbrado a chicas alegres, abiertas, coquetas y que sabían pasarlo bien. Chicas que entendían las reglas: nada serio. Y cuando dejaba de ser divertido para alguno de los dos era hora de seguir adelante. Pero una chica como Myriam no haría nunca algo así.
Unos minutos después, ella volvió con una bolsa en la mano y se dejó caer sobre el asiento del pasajero. Parecía diferente, más alegre quizá, como si se hubiera quitado un peso de encima. No podía ver sus ojos tras las gafas de sol, pero sus labios se curvaban en una sonrisa estilo Mona Lisa.
Tal vez se había equivocado, pensó. Tal vez Myriam no sabía pasarlo bien porque nadie le había enseñado a hacerlo.
Y estaba seguro de que el numerito de la doncella de hielo lo reservaba para él. Tal vez con otro hombre…
-¿Nos vamos?
-Sí, claro.
El cielo empezaba a encapotarse en ese momento y las ramas de los árboles eran violentamente sacudidas por el viento.
Víctor se alegraba de que Myriam no quisiera charlar. Después de todo, ¿qué tenían en común?
Salvo lo que sentían el uno por el otro, claro. Porque Myriam sentía algo, estaba seguro. Si se echaba un poco más a la derecha se saldría por la puerta.
Aunque él no estaba mirando.
Pero no tenía que mirar para saber cómo esa blusa se había pegado a sus pechos cuando levantó las manos para colocarse el pelo detrás de las orejas. Y no podía evitar escuchar sus gemidos cuando cambiaba de postura o cruzaba las piernas, con su perfume envolviéndolo como un abrazo.
Aquello era una tortura.
Pararon tarde para comer y, después, un accidente en la carretera provocó retenciones hasta que cayó la noche, como una manta sobre el paisaje.
Habían hecho turnos para conducir durante todo el día, de modo que Víctor no había tenido nada que hacer más que concentrarse en no pensar en su proximidad. Pero el silencio en el interior del coche empezaba a ponerlo nervioso. Y eran más de las diez.
-Tenemos que parar en algún sitio para dormir. ¿Se te ocurre alguno?
-No, yo pensaba seguir conduciendo todo el día.
-De eso nada, yo tengo que dormir un rato.
-Pues entonces seguiré conduciendo yo, tú puedes dormir todo lo que quieras –sin apartar los ojos de la carretera, Myriam abrió un mapa sobre sus rodillas.
-Muy bien –asistió él, cerrando los ojos.
Víctor despertó sintiéndose vagamente desorientado. Y cuando miró el reloj comprobó que había pasado más de una hora. Algo extraño ocurría… no estaban en una autopista.
-Esperaba que estuviéramos más cerca de Moree, pero… creo que tal vez hemos equivocado de dirección.
-¿Nos hemos equivocado? ¿Las condiciones de la carretera no te han dado una pista? –exclamó él, mirando por la ventanilla. -¿Por qué no me has despertado? Para un momento en el arcén.
Myriam lo hizo sin discutir y tampoco discutió cuando le quito el mapa.
-Íbamos en la dirección adecuada hasta ahora…
-No, Myriam –suspiró él, señalando el mapa. –Has debido girar en esta intersección sin darte cuenta… deja, yo conduciré. Hay que dar vuelta.
-No, de eso nada –replicó ella, arrancando de nuevo. -¿Qué es ese ruido…?
-Lo que me faltaba.
Los dos habían hablado al mismo tiempo.
-Para otra vez, por favor –suspiró Víctor.
Un viento helado golpeó su cara cuando salió del coche. Y después de confirmar el problema, asomó la cabeza en el interior para darle a Myriam la buena noticia.
-Hemos pinchado –le dijo, abrochándose el chaleco. –Menos mal que no es nada serio o estaríamos tirados aquí durante horas.
CAPITULO 2
Víctor abrió la puerta del pasajero y estaba tirando la mochila en la parte de atrás antes de que Myriam tuviera tiempo de decirle que se fuera. Apartando la chaqueta y el bolso del asiento antes de que ella pudiese recordar dónde estaba el pedal del acelerador.
-Buenos días –sonriendo, Víctor miró su reloj. –Ah, justo a tiempo. Las seis y dos minutos. Me gustan las mujeres puntuales.
-Hoy es martes.
-Ya lo sé.
-Se supone que nos íbamos el miércoles.
-Pero veo que has cambiado de idea –sin dejar de sonreír, Víctor se puso el cinturón de seguridad. –Bueno, vámonos. Cuanto antes salgamos menos tráfico encontraremos. ¿O quieres que conduzca yo?
-No, tú no vas a poner las manos en mi coche –Myriam dejó escapar un suspiro mientras pulsaba el mando para cerrar la verja de nuevo.
Víctor no volvió a decir nada y eso le dio tiempo para pensar. Tal vez era mejor así, se dijo. Ya no estaba sola y su ansiedad empezaba desaparecer. Si se mantenía en su lado y no le hablaba con esa voz tan varonil, no pasaría nada. Además, la presencia de Víctor García haría que dejase de pensar en todo lo que estaba dejando atrás.
Myriam intentaba calmarse, pero salió a la carretera con un chirrido de neumáticos.
-Cuidado…
-No me digas cómo tengo que conducir.
Víctor se mantuvo en silencio durante unos minutos.
-Sólo una observación: si quieres que lleguemos a la autopista de la costa antes del almuerzo deberías haber girado a la derecha en la intersección.
-Es por la costumbre –murmuró ella, furiosa consigo misma por haberlo olvidado y buscando la forma de dar vuelta.
-Claro, ya me imagino. Todas esas fabulosas boutiques en Toorak Road.
Myriam sintió que deslizaba la mirada por su blusa de seda color limón.
-Es el camino a la consulta de mi padre, donde yo trabajo –lo corrigió. –Pero imagino que este viaje debe ser un aburrimiento para ti. Con tanta vida social…
-No, en absoluto.
¿Estaría entre relación y relación?, se preguntó. ¿Tendría relaciones siquiera un hombre que cambiaba de novia como de camisa o serían sólo aventuras de una noche?
-¿Has acampado delante de mi casa o qué?
-No, pero tenía la impresión de que cambiarías de planes y se te olvidaría decírmelo. Raro, ¿verdad?
Myriam sentía que le ardían las mejillas y agradeció la oscuridad. Estada deseando desabrochar el primer botón de su blusa o encender el aire acondicionado, pero eso sería como admitir que la ponía nerviosa y no estaba dispuesta a hacerlo.
-Pero no se te olvidó, ¿no? –siguió Víctor. –no tenías la menor intención de llamarme.
-Ya te dije que no necesitaba pasajero. Y aún puedes tomar un avión. Puedo dejarte en el aeropuerto…
-A lo mejor tampoco yo necesito viajar con nadie –la interrumpió él. -¿Se te ha ocurrido pensar que sólo he aceptado acompañarte porque me lo ha pedido mi hermana? ¿Por qué he pensado en tu padre?
-Muy bien, de acuerdo –suspiró ella. –Lo siento. Tal vez deberías llamar a Cindy. Dile que no se preocupe, que su hermanito lo tiene todo bajo control.
-No, es muy temprano. Pero le he enviado un mensaje al móvil antes de que abrieses la verja.
-Estás muy seguro de ti mismo, ¿no?
-Mucho, sí. Mientras tú… tú no lo estás, no lo has estado nunca. Tu rostro es como un libro abierto, Myriam. Un libro muy bonito, por cierto.
Su mirada era tan potente, tan certera, que Myriam hubiera querido encogerse en el asiento. Porque tenía razón y, en lugar de usar la máscara de frialdad tras la que solía esconderse, lo miró, furiosa.
-A lo mejor yo quiero que leas el siguiente mensaje: no quiero que vengas conmigo.
-Cierto, pero entonces tendría que preguntarme ¿por qué?
-Deja que te diga porque: porque eres arrogante, insoportable y… auténtico.
Oh, no, ¿había dicho aquello en voz alta? Por el rabillo del ojo vio que Víctor sonreía. Sí, lo había dicho.
-No soy el tipo suave y delicado al que estás acostumbrada, ¿verdad, Myriam?
-No me refería a eso –murmuró ella, enfadada consigo misma. Se negaba a recordar el sueño que había tenido esa noche, en el que había manos y piernas y mucha crema corporal. Y él, Víctor. –No quiero compañía porque tengo un asunto personal y privado de que quiero encargarme.
-Yo sólo soy tu compañero de viaje –le recordó Víctor. –Y no estamos intentando batir un récord de velocidad, por cierto. Además, podrías llamar a tu padre para decirle que voy contigo. Seguro que así se quedaría más tranquilo.
¿Quién era él para recordarle sus responsabilidades? Myriam respiró profundamente, contando hasta diez.
-Pienso hacerlo en cuanto paremos un momento. ¿Se te ha olvidado que no se puede conducir y hablar por el móvil a la vez?
-No, qué va. Y hablando de cosas peligrosas e ilegales, ¿siempre conduces a esta velocidad?
-Cuando me presionan, sí.
Y, sin la menor duda, su papá pagaría las multas, claro.
Víctor la estudió, en silencio. Lo que estaba imaginando en aquel momento sí era peligroso y sin duda también ilegal. Pero esos botoncitos de la blusa parecían estar suplicando que los desabrochase hasta el ombligo. Y cuando le quitase el sujetador para explorar el resto de su anatomía estaba seguro de que ese ombligo sería tan precioso como todo en ella…
“Para ya. Sólo es tu compañera de viaje”.
Aunque si hubiera podido elegir, no lo sería.
Y ella aún no lo sabía, pero el asunto que la llevase a Surfers Paradise también era asunto suyo. Por Cindy, por Antonio y porque no confiaba en su buen juicio.
Su perfume lo envolvía en el interior de un coche tan pequeño y más cuando se inclinó un poco para encender el estéreo.
Para poner música clásica.
Debería haberlo imaginado, pero eso no auguraba un viaje muy divertido. Sintiéndose limitado, atrapado, Víctor bajó la cremallera de su chaleco y cerró los ojos.
Sí, iba a ser un viaje muy largo.
Cuando abrió los ojos de nuevo seguía sonando música clásica en el estéreo, pero Myriam había bajado el volumen. Y el paisaje había pasado de suburbano a rural. Al otro lado de la ventanilla sólo veía granjas y viñedos.
Víctor comprobó el reloj y la velocidad del coche. Si sus estimados eran correctos debían estar en el valle de Goulburn.
-Hora de desayunar –anunció, al ver un pueblo a lo lejos. –Estaba pensando en huevos revueltos con beicon, tostadas, salchichas y un par de cafés.
-Pues será mejor que pidas cita con mi padre cuando vuelvas a casa –comentó Myriam, burlona.
Se había puesto unas gafas de sol, de modo que no podía ver sus ojos.
-Yo hago mucho ejercicio. No me digas que tú eres una de esas mujeres que se saltan el desayuno.
-No, claro que no. Pero intento no comer muchas grasas y no me las podría quitar de encima sentada en un coche todo el día. Una dieta equilibrada…
-No hace falta que me des una charla –la interrumpió Víctor. Evidentemente, ella se la sabía de memoria siendo hija de eminente cardiocirujano. –Saldré a correr un rato cuando paremos por la noche.
Por la noche. Myriam y él iban a dormir… cerca.
El pensamiento era tan turbador que tal vez tendrá que correr más de lo normal esa noche.
-Veo que te gusta la música clásica –dijo entonces, para pensar en otra cosa.
-Sí –contestó ella, sin dejar de mirar la carretera.
-¿Y otro tipo de música? ¿Te gusta el rock, el country, el heavy metal?
-En casa sólo escuchamos música clásica.
-Ya, bueno, ¿pero te gusta otro tipo de música cuando estás solo?
-Mi madre decía que los clásicos… -Myriam se mordió los labios, sin terminar la frase, y apagó el estéreo para poner la radio. Pero cuando empezaron a sonar ruidos estáticos la apagó.
Vaya, culpa suya, pensó Víctor. “Por favor, que no se ponga a llorar”. Pero se daba cuenta de que estaba disgustada de verdad y lo entendía. Su propia madre había sido siempre un conflicto para él. Claro que las circunstancias eran diferentes… Marlene García había abandonado a su marido y a sus dos hijos veinte años antes, pero Víctor aún recordaba el dolor que había sentido.
-Oye… -empezó a decir, poniendo una mano en su brazo.
Pero al rozar la seda de la blusa tuvo que apartar la mano, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Bueno, decidió, eso le daba algo en lo que pensar. O no.
-Curará con el tiempo –le dijo.
La descarga seguía vibrando en su mano, en su cerebro. Sí, se sentía atraído por ella, eso ya lo sabía, pero era más potente de lo que había imaginado y había imaginado mucho. Ninguna otra mujer había conseguido… ¿Qué?
En fin ahora que lo sabía no volvería a tocarla, pensó.
-Pararemos aquí un momento y luego conduciré yo –dijo Víctor cuando llegaron a la entrada de un pueblo.
Myriam aparcó frente a la terraza de una cafetería y se sentaron bajo una sombrilla. Víctor pidió el desayuno y ella café y un cruasán relleno de ensalada.
-¿Estás bien?
-Sí, gracias –murmuró ella, sin mirarlo.
No era más de lo que Víctor había esperado, pero parecía tan frágil como Cindy le había dicho. Y no era sólo la muerte de su madre… veía algo más que eso en sus ojos. Veía furia, desilusión. Serios problemas personales.
-Si quieres contarme qué te pasa…
Myriam no se molestó en contestar.
-¿Seguro que no quieres comprar algo de comer antes de ponernos de nuevo en camino? –insistió Víctor cuando volvieron al coche.
-No.
-Bueno, pero luego no me pidas un trozo de mi chocolatina gigante –suspiró él , poniéndose las gafas de sol. –Yo conduciré.
-No, espera –Myriam se mordió los labios y pareció pensárselo un momento antes de poner las llaves en su mano. –Voy a comprar agua mineral.
Víctor la vio cruzar la calle mientras acariciada las llaves, aún calientes de su mano. Tenía un cuerpazo, pensó, observando su redondo trasero y la blusa con la que no podía dejar de fantasear.
Y todo elegantemente envuelto como el llavero que tenía en la mano.
Él estaba acostumbrado a chicas alegres, abiertas, coquetas y que sabían pasarlo bien. Chicas que entendían las reglas: nada serio. Y cuando dejaba de ser divertido para alguno de los dos era hora de seguir adelante. Pero una chica como Myriam no haría nunca algo así.
Unos minutos después, ella volvió con una bolsa en la mano y se dejó caer sobre el asiento del pasajero. Parecía diferente, más alegre quizá, como si se hubiera quitado un peso de encima. No podía ver sus ojos tras las gafas de sol, pero sus labios se curvaban en una sonrisa estilo Mona Lisa.
Tal vez se había equivocado, pensó. Tal vez Myriam no sabía pasarlo bien porque nadie le había enseñado a hacerlo.
Y estaba seguro de que el numerito de la doncella de hielo lo reservaba para él. Tal vez con otro hombre…
-¿Nos vamos?
-Sí, claro.
El cielo empezaba a encapotarse en ese momento y las ramas de los árboles eran violentamente sacudidas por el viento.
Víctor se alegraba de que Myriam no quisiera charlar. Después de todo, ¿qué tenían en común?
Salvo lo que sentían el uno por el otro, claro. Porque Myriam sentía algo, estaba seguro. Si se echaba un poco más a la derecha se saldría por la puerta.
Aunque él no estaba mirando.
Pero no tenía que mirar para saber cómo esa blusa se había pegado a sus pechos cuando levantó las manos para colocarse el pelo detrás de las orejas. Y no podía evitar escuchar sus gemidos cuando cambiaba de postura o cruzaba las piernas, con su perfume envolviéndolo como un abrazo.
Aquello era una tortura.
Pararon tarde para comer y, después, un accidente en la carretera provocó retenciones hasta que cayó la noche, como una manta sobre el paisaje.
Habían hecho turnos para conducir durante todo el día, de modo que Víctor no había tenido nada que hacer más que concentrarse en no pensar en su proximidad. Pero el silencio en el interior del coche empezaba a ponerlo nervioso. Y eran más de las diez.
-Tenemos que parar en algún sitio para dormir. ¿Se te ocurre alguno?
-No, yo pensaba seguir conduciendo todo el día.
-De eso nada, yo tengo que dormir un rato.
-Pues entonces seguiré conduciendo yo, tú puedes dormir todo lo que quieras –sin apartar los ojos de la carretera, Myriam abrió un mapa sobre sus rodillas.
-Muy bien –asistió él, cerrando los ojos.
Víctor despertó sintiéndose vagamente desorientado. Y cuando miró el reloj comprobó que había pasado más de una hora. Algo extraño ocurría… no estaban en una autopista.
-Esperaba que estuviéramos más cerca de Moree, pero… creo que tal vez hemos equivocado de dirección.
-¿Nos hemos equivocado? ¿Las condiciones de la carretera no te han dado una pista? –exclamó él, mirando por la ventanilla. -¿Por qué no me has despertado? Para un momento en el arcén.
Myriam lo hizo sin discutir y tampoco discutió cuando le quito el mapa.
-Íbamos en la dirección adecuada hasta ahora…
-No, Myriam –suspiró él, señalando el mapa. –Has debido girar en esta intersección sin darte cuenta… deja, yo conduciré. Hay que dar vuelta.
-No, de eso nada –replicó ella, arrancando de nuevo. -¿Qué es ese ruido…?
-Lo que me faltaba.
Los dos habían hablado al mismo tiempo.
-Para otra vez, por favor –suspiró Víctor.
Un viento helado golpeó su cara cuando salió del coche. Y después de confirmar el problema, asomó la cabeza en el interior para darle a Myriam la buena noticia.
-Hemos pinchado –le dijo, abrochándose el chaleco. –Menos mal que no es nada serio o estaríamos tirados aquí durante horas.
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Recuerdo de un beso
Gracias por los capítulos se lee muy buena
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Recuerdo de un beso
Hola chicas espero que la historia sea de su agrado, aqui les dejo el siguiente capitulo...
CAPITULO 3
Un pinchazo.
Una rueda pinchada.
De modo que necesitaban una rueda de recambio.
La rueda de recambio que se le había pinchado tres meses antes y de la que se había olvidado por completo.
Myriam cerró los ojos. Sentía como un agujero en el estómago y le gustaría colarse en él y desaparecer por completo. Y ella queriendo ser independiente…
-Ayúdame a sacar tus cosas del maletero y yo la cambiaré –dijo Víctor. –A lo mejor aún podemos llegar a Moree antes de la medianoche.
Myriam apagó el motor, pero se quedó donde estaba. Y cuando abrió los ojos encontró a Víctor asomado a la ventanilla, mirándola.
-Dime que llevas gato.
-Sí, lo llevo.
-Menos mal. Por un momento he pensado…
-Pero la rueda de repuesto está pinchada.
-¡La rueda de repuesto está pinchada!
-Se me olvidó cambiarla –empezó a decir Myriam. Aunque no le dijo que su padre consideraba una tarea de hombres encargarse del coche y, por lo tanto, ella no se había preocupado.
-¡Habías planeado recorrer mil setecientos kilómetros sin acordarte de la rueda de repuesto y sin llevar el coche al taller para una revisión, pero seguro que no se te ha olvidado traer tu colonia! –exclamo Víctor, apartándose del coche.
-Para tu información…
<Olvídalo, no te va a escuchar. No quiere escucharte>.
Y, además, lo que había dicho era la verdad.
Myriam vio que le hacía un gesto para que apagase los faros mientras sacaba algo del bolsillo.
¡Qué habría hecho de estar sola?, se preguntó. Exactamente lo que estaba haciendo él: pedir ayuda por el móvil.
Pero ella había jurado tomar el control de su vida, pensó, enfadada consigo misma. ¿Por qué no había empezado a hacerlo antes de emprender el viaje? Ahora estaba sola en medio de una carretera solitaria… no, peor, estaba con Víctor García, que se había hecho cargo de la situación.
No podía apartar los ojos de él. Aparte del omnipresente chaleco, ¿qué tenía aquel hombre? Ninguno la había turbado de tal manera. ¿Por qué era diferente Víctor? ¿Por qué no la trataba como la trataban los chicos con los que salía?
Myriam recordó entonces la fiesta de su veinte cumpleaños en el exclusivo club de campo de Melbourne. Cuando la mayoría de los invitados se habían ido, Víctor apareció para llevar a Cindy a casa y, no sabía cómo, se había encontrado a solas con él en el aparcamiento…
-Feliz cumpleaños.
Su voz, ronca y masculina, resonaba en los oídos de Myriam, haciendo que su sangre burbujease como el champán que había estado bebiendo toda la noche.
-Gracias –consiguió decir, hipnotizada por una sonrisa tan potente como sus intensos ojos oscuros.
Debería haber pasado a su lado, pero sus pies parecían pegados al suelo. Iba despeinado, con sombra de barba de más de tres días… y tenía una mancha de grasa en el brazo, como si hubiera estado reparando un coche. Con unos vaqueros rotos y una camiseta negra, parecía darle igual que hubiese un código de vestimenta en el club, aunque sólo hubiera ido a buscar a su hermana.
Y, sin embargo, el pulso de Myriam se aceleró. Víctor García era el tipo de hambre que ella intentaba evitar…
-Estás sensacional esta noche.
Y Myriam, con su elegante vestido de organza, se quedó aún más inmóvil, como estatua.
-Gracias otra vez –respondió, después de aclararse la garganta. –Cindy está dentro.
-Siento llegar tarde… he estado intentando arreglar el coche –Víctor pareció vacilar. -¿No me vas a dar un beso?
Cuando dio un paso adelante, Myriam notó el olor a aceite, gasolina y sudor masculino.
Y, de repente sintió pánico, no sabía por qué.
-Si me tocas, yo… -no terminó la frase. Le templaban los labios y, sin pensar, ella misma se había echado un poco hacia delante.
-¿Qué, Myriam?
Podía sentir la vibración de sus labios, su aliento, mientras cerraba los ojos para el asalto final.
Y luego… nada.
-No, mejor no –dijo Víctor. –Porque te pasarías el resto de la noche despierta y deseando algo más que un beso.
Myriam abrió los ojos. La boca de Víctor seguía a un centímetro de la suya, pero aun así no estaba lo bastante cerca.
Nunca estaría lo bastante cerca.
Le ardía las mejillas de rabia y le habría gustado darle una bofetada en ese rostro tan arrogante, pero él dio un paso atrás.
-Y te odiarías a ti misma por la mañana.
Myriam revivió esas emociones mientras lo miraba por el parabrisas. En las pocas ocasiones que habían coincidido, ninguno de los dos había vuelto a mencionar el incidente, pero siempre estaba ahí, entre ellos.
Y por eso a Víctor no le hacía la menor gracia ir con ella en ese viaje. Lo había hecho por Cindy, porque su hermana se lo había pedido.
Lo miró ahora, el viento moviendo su pelo demasiado largo…
A algunas mujeres les gustaba ese tipo de hombre. A muchas mujeres, por lo visto. Y por eso sabía que no se conformaría con un beso casto en la perta de su casa.
En cuanto al <no beso> de su cumpleaños… bueno, nunca sabría.
Myriam lo vio guardar el móvil en el bolsillo de los vaqueros y acercarse de nuevo al coche.
-Antes de nada, te pido disculpas –fue lo primero que dijo al entrar, llevando con él el frío de la noche. –No debería haber dicho eso de la colonia.
-Ya, bueno, no importa. ¿Qué pasa ahora?
-Que no hay cobertura –suspiró él. –Lo intentaré otra vez más tarde, pero necesitamos una grúa así que me temo que vamos a tener que pasar la noche aquí. A menos que pase alguien que nos eche una mano…
Myriam se dijo a sí misma que el pellizco en el estómago que acababa de sentir era porque no había cenado, que la única razón por la que sentía ese escalofrío era por el viento helado. Pero era algo más que eso.
Su irresponsabilidad los había puesto en aquel aprieto. Y ahora estaban tirados en una carretera oscura. Juntos. Solos.
-Lo siento.
-Estas cosas pasan –sonrió Víctor, tocando su hombro.
Pero Myriam estaba segura de que esas cosas no le pasaban a él.
-¿Tienes una toalla, una manta, algo para taparnos?
¿Compartir calor corporal con Víctor García? Su pulso se aceleró. Por un momento pensó decirle que no, pero eso sería tan tonto como viajar sin llevar una rueda de repuesta.
-Creo que hay una manta en el maletero –Myriam salió del coche y se dirigió a la parte de atrás, luchando contra el viento.
Víctor apareció a su lado enseguida, quitándose el chaleco.
-Toma, estás temblando.
Y antes de que ella pudiera evitarlo le puso el chaleco sobre los hombros, todavía caliente de su cuerpo.
No lo necesitaba, no quería respirar su aroma.
-No hace falta, estoy bien.
-Póntelo, yo no tengo frío –insistió él. –Y vuelve al coche, yo buscaré la manta.
Myriam hizo lo que le pedía y Víctor se reunió con ella un minuto después, manta en mano. Una manta de su dormitorio que parecía empequeñecer el interior del coche aún más.
-Echa tu asiento hacia atrás –su aliento le hacía cosquillas en la oreja y sus manos parecían tan grandes y masculinas sobre la manta color rosa mientras la colocaba sobre los dos.
Myriam se quedó completamente inmóvil y hasta su corazón pareció detenerse un momento. Era como estar tumbada en la cama con él. Sólo tendría que inclinarse un poco más para rozar sus labios y sentía la tentación de hacerlo.
-El volante te molestará –siguió él. –Y si queremos que la manta sirva de algo, lo mejor es que estemos lo más cerca posible.
-¿Más cerca? –murmuró Myriam.
Luego se dio cuenta de que Víctor esperaba que reclinase el asiento y lo hizo, quedando hombro con hombro. Sólo el freno de mano evitaba que sus piernas se rozasen, afortunadamente.
Nerviosa, cerró los ojos y empezó a contar: uno, dos, tres…
-No voy a hacerte daño –dijo Víctor.
La absoluta sinceridad que había en su tono consiguió que se relajase un poco.
-Lo sé. Eres el hermano de Cindy.
-¿Sólo me ves como el hermano de Cindy?
-Como sólo te veo cuando estoy con ella…
-Ah, qué interesante.
-¿Es así como me ves tú, como la amiga de Cindy? –cuando abrió los ojos encontró a Víctor mirándola y tuvo que tragar saliva.
-Ahora no estamos con Cindy.
El corazón de Myriam amenazada con salir de su pecho y tuvo que apartar la mirada. ¿Ésa era su respuesta?
Víctor se incorporó un poco.
-Me he preguntado muchas veces cómo es posible que mi hermana y tú os llevéis tan bien.
-Y yo me pregunto cómo es posible que Cindy y tú seáis hermanos.
Víctor sonrió… y qué sonrisa. Se le formaban arruguitas alrededor de los ojos y, teniéndolo tan cerca, podía ver un diente un poco torcido que le daba un aspecto más juvenil. Nunca se había fijado antes.
-Yo también me lo pregunto, no creas –le dijo, sacudiendo la cabeza. –A lo mejor soy adoptado.
La sonrisa de Myriam desapareció. El minuto de relajación se había roto, dejándola helada hasta los huesos. Estaba pegada a otro ser humano y, sin embargo, nunca se había sentido tan sola.
-Oye, ¿qué pasa? –también la sonrisa de Víctor había desaparecido mientras alargaba una mano para tocar su cara.
La sensación de ser tocada, de tener contacto humano, logró calmar un poco el dolor, pero Myriam se apartó, asustada de sus propias emociones. Asustada de él, de su calor, de su proximidad, de aquella potente y poca familiar masculinidad.
No quería que Víctor interrumpiera lo que tenía que hacer. No quería estar con él, punto. Sólo quería llegar a su destino.
No pasa nada, es que tengo hambre –mintió. –Voy a tener que pedirte una de esas chocolatinas que tan sensatamente compraste esta mañana.
Víctor la estudió, como intentando averiguar si había una segunda intención en esa frase.
-¿Te refieres a ésas cargadas de calorías y rellenas de caramelos? acelerado
-Sí, a ésas. Y yo tengo una botella de agua mineral, por si tienes sed.
-Trato hecho –Víctor encendió la luz del coche antes de abrir la guantera. –Habrá que guardar algo para el desayuno porque sólo quedan seis porciones. Si comemos ahora…
-¿Sólo seis? ¿Cuántas te has comido?
-Me temo que el chocolate es mi debilidad –sonrió Víctor, cortando una porción para ella. -¿La compartimos?
De repente, el aire estaba cargado con todo tipo de posibilidades. Sólo tenía que alargar la mano para tocarlo, saltar sobre Víctor y besarlo mientras él le devolvía el favor metiendo las manos en su blusa, bajo el sujetador y…
¡No!
Su pulso latía acelerado y, sin pensar, se pasó la lengua por los labios resecos.
-Has dicho que un trocito para cada uno y ahí hay dos.
-El chocolate se ha reblandecido y si lo parto mancharé la manta – la voz de Víctor era más ronca ahora. –Venga, dale un mordisco.
Myriam hizo lo que le pedía, pero estaba tan nerviosa que le resultaba casi imposible tragar.
-¿Agua?
-Sí, gracias.
Fue casi un alivio cuando él apagó la luz y se quedaron en silencio bajo la manta. Pero Myriam no pudo evitar que se le escapara un suspiro.
-¿Estás cansada? –le preguntó Víctor. –Puedes dormir un rato, yo vigilaré.
Sí, estaba cansada. Pero dudaba que pudiera pegar ojo aunque quisiera y no pensaba dormir con él mirándola.
-Estoy bien –mintió.
Aunque dormir podría ser preferible a soportar aquella tensión, pensó luego. Fuera, el viento movía las ramas de los árboles, enviando hojas a la carretera. Dentro, bajo la manta, se estaba calentito. De hecho, entre los dos se habían creado una intimidad que le daba miedo.
-Muy bien, yo he admitido la mía. ¿Cuál es tu debilidad, Myriam?
Esa pregunta la pilló por sorpresa y tardó un momento en saber a qué se refería.
-Los zapatos rojos –contestó. –Y los ositos de peluche antiguos. No puedo pasar por delante de una tienda de antigüedades sin entrar para ver si hay alguno en una caja, preguntándome quién lo habrá abandonado… -se le rompió la voz al decirlo y tuvo que mirar por la ventanilla. Eso no era algo que Víctor tuviera que saber. –Tengo sesenta y siete.
-¿Pares de zapatos u ositos de peluche?
-Ositos de peluche. Las chicas no cuentan los pares de zapatos que tienen en el armario… si lo haces le robas la alegría a ir de compras.
-Ah, ir de compras –murmuró él. No lo había dicho, pero Myriam sabía lo que pensaba: que era una niña rica y mimada.
-Es una cosa de chicas –se defendió. –Tú no lo entenderías.
-Hay algo que no entiendo, desde luego.
-¿Qué?
-Dime por qué la única hija del doctor Montemayor está tan decidida a abandonar a su padre cuando más la necesita para irse a Surfers Paradise.
Myriam tragó saliva y tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos para controlar el dolor que le producía pensar en su padre.
-Eso no es asunto tuyo.
-Llamé a tu padre la semana pasada y, aparte de su propia pena, lo noté preocupado por ti. Y no me pareció que estuviera bien de salud. Imagino que lo último que necesita ahora mismo es tener que preocuparse por tu paradero.
-Ya te he dicho que no es asunto tuyo.
-Pero es que sí es asunto mío –Víctor no parecía dispuesto a darse por vencido. –Tu padre le devolvió la vida a mi padre… y de no haber sufrido un accidente hoy seguiría vivo. Antonio no merece lo que le estás haciendo.
-Ah, ahora eres una autoridad en las vidas de otras personas, ¿no? –Myriam sacudió la cabeza, intentando controlar las lágrimas. –Tú no sabes nada.
-Entonces cuéntamelo. Explícame por qué estás tan obsesionada con comprar zapatos y osos de peluche cuando deberías estar preocupándote de tu padre.
-¡Porque mi madre me dejó! –la angustiada frase escapó de sus labios antes de que pudiese evitarlo.
-Tu madre murió, Myriam…
-¡Cállate! –golpeando el asiento con el puño, Myriam se mordió los labios, furiosa consigo misma. Pero era la verdad: Patricia Montemayor no era su madre. Le habían mentido durante veinticuatro años.
La habían mantenido en la oscuridad, la habían engañado.
De repente, el aire dentro del coche le parecía irrespirable y tuvo que abrir la puerta.
Ella no era Myriam Montemayor.
Su verdadero nombre era Mairym Green, era adoptada.
CAPITULO 3
Un pinchazo.
Una rueda pinchada.
De modo que necesitaban una rueda de recambio.
La rueda de recambio que se le había pinchado tres meses antes y de la que se había olvidado por completo.
Myriam cerró los ojos. Sentía como un agujero en el estómago y le gustaría colarse en él y desaparecer por completo. Y ella queriendo ser independiente…
-Ayúdame a sacar tus cosas del maletero y yo la cambiaré –dijo Víctor. –A lo mejor aún podemos llegar a Moree antes de la medianoche.
Myriam apagó el motor, pero se quedó donde estaba. Y cuando abrió los ojos encontró a Víctor asomado a la ventanilla, mirándola.
-Dime que llevas gato.
-Sí, lo llevo.
-Menos mal. Por un momento he pensado…
-Pero la rueda de repuesto está pinchada.
-¡La rueda de repuesto está pinchada!
-Se me olvidó cambiarla –empezó a decir Myriam. Aunque no le dijo que su padre consideraba una tarea de hombres encargarse del coche y, por lo tanto, ella no se había preocupado.
-¡Habías planeado recorrer mil setecientos kilómetros sin acordarte de la rueda de repuesto y sin llevar el coche al taller para una revisión, pero seguro que no se te ha olvidado traer tu colonia! –exclamo Víctor, apartándose del coche.
-Para tu información…
<Olvídalo, no te va a escuchar. No quiere escucharte>.
Y, además, lo que había dicho era la verdad.
Myriam vio que le hacía un gesto para que apagase los faros mientras sacaba algo del bolsillo.
¡Qué habría hecho de estar sola?, se preguntó. Exactamente lo que estaba haciendo él: pedir ayuda por el móvil.
Pero ella había jurado tomar el control de su vida, pensó, enfadada consigo misma. ¿Por qué no había empezado a hacerlo antes de emprender el viaje? Ahora estaba sola en medio de una carretera solitaria… no, peor, estaba con Víctor García, que se había hecho cargo de la situación.
No podía apartar los ojos de él. Aparte del omnipresente chaleco, ¿qué tenía aquel hombre? Ninguno la había turbado de tal manera. ¿Por qué era diferente Víctor? ¿Por qué no la trataba como la trataban los chicos con los que salía?
Myriam recordó entonces la fiesta de su veinte cumpleaños en el exclusivo club de campo de Melbourne. Cuando la mayoría de los invitados se habían ido, Víctor apareció para llevar a Cindy a casa y, no sabía cómo, se había encontrado a solas con él en el aparcamiento…
-Feliz cumpleaños.
Su voz, ronca y masculina, resonaba en los oídos de Myriam, haciendo que su sangre burbujease como el champán que había estado bebiendo toda la noche.
-Gracias –consiguió decir, hipnotizada por una sonrisa tan potente como sus intensos ojos oscuros.
Debería haber pasado a su lado, pero sus pies parecían pegados al suelo. Iba despeinado, con sombra de barba de más de tres días… y tenía una mancha de grasa en el brazo, como si hubiera estado reparando un coche. Con unos vaqueros rotos y una camiseta negra, parecía darle igual que hubiese un código de vestimenta en el club, aunque sólo hubiera ido a buscar a su hermana.
Y, sin embargo, el pulso de Myriam se aceleró. Víctor García era el tipo de hambre que ella intentaba evitar…
-Estás sensacional esta noche.
Y Myriam, con su elegante vestido de organza, se quedó aún más inmóvil, como estatua.
-Gracias otra vez –respondió, después de aclararse la garganta. –Cindy está dentro.
-Siento llegar tarde… he estado intentando arreglar el coche –Víctor pareció vacilar. -¿No me vas a dar un beso?
Cuando dio un paso adelante, Myriam notó el olor a aceite, gasolina y sudor masculino.
Y, de repente sintió pánico, no sabía por qué.
-Si me tocas, yo… -no terminó la frase. Le templaban los labios y, sin pensar, ella misma se había echado un poco hacia delante.
-¿Qué, Myriam?
Podía sentir la vibración de sus labios, su aliento, mientras cerraba los ojos para el asalto final.
Y luego… nada.
-No, mejor no –dijo Víctor. –Porque te pasarías el resto de la noche despierta y deseando algo más que un beso.
Myriam abrió los ojos. La boca de Víctor seguía a un centímetro de la suya, pero aun así no estaba lo bastante cerca.
Nunca estaría lo bastante cerca.
Le ardía las mejillas de rabia y le habría gustado darle una bofetada en ese rostro tan arrogante, pero él dio un paso atrás.
-Y te odiarías a ti misma por la mañana.
Myriam revivió esas emociones mientras lo miraba por el parabrisas. En las pocas ocasiones que habían coincidido, ninguno de los dos había vuelto a mencionar el incidente, pero siempre estaba ahí, entre ellos.
Y por eso a Víctor no le hacía la menor gracia ir con ella en ese viaje. Lo había hecho por Cindy, porque su hermana se lo había pedido.
Lo miró ahora, el viento moviendo su pelo demasiado largo…
A algunas mujeres les gustaba ese tipo de hombre. A muchas mujeres, por lo visto. Y por eso sabía que no se conformaría con un beso casto en la perta de su casa.
En cuanto al <no beso> de su cumpleaños… bueno, nunca sabría.
Myriam lo vio guardar el móvil en el bolsillo de los vaqueros y acercarse de nuevo al coche.
-Antes de nada, te pido disculpas –fue lo primero que dijo al entrar, llevando con él el frío de la noche. –No debería haber dicho eso de la colonia.
-Ya, bueno, no importa. ¿Qué pasa ahora?
-Que no hay cobertura –suspiró él. –Lo intentaré otra vez más tarde, pero necesitamos una grúa así que me temo que vamos a tener que pasar la noche aquí. A menos que pase alguien que nos eche una mano…
Myriam se dijo a sí misma que el pellizco en el estómago que acababa de sentir era porque no había cenado, que la única razón por la que sentía ese escalofrío era por el viento helado. Pero era algo más que eso.
Su irresponsabilidad los había puesto en aquel aprieto. Y ahora estaban tirados en una carretera oscura. Juntos. Solos.
-Lo siento.
-Estas cosas pasan –sonrió Víctor, tocando su hombro.
Pero Myriam estaba segura de que esas cosas no le pasaban a él.
-¿Tienes una toalla, una manta, algo para taparnos?
¿Compartir calor corporal con Víctor García? Su pulso se aceleró. Por un momento pensó decirle que no, pero eso sería tan tonto como viajar sin llevar una rueda de repuesta.
-Creo que hay una manta en el maletero –Myriam salió del coche y se dirigió a la parte de atrás, luchando contra el viento.
Víctor apareció a su lado enseguida, quitándose el chaleco.
-Toma, estás temblando.
Y antes de que ella pudiera evitarlo le puso el chaleco sobre los hombros, todavía caliente de su cuerpo.
No lo necesitaba, no quería respirar su aroma.
-No hace falta, estoy bien.
-Póntelo, yo no tengo frío –insistió él. –Y vuelve al coche, yo buscaré la manta.
Myriam hizo lo que le pedía y Víctor se reunió con ella un minuto después, manta en mano. Una manta de su dormitorio que parecía empequeñecer el interior del coche aún más.
-Echa tu asiento hacia atrás –su aliento le hacía cosquillas en la oreja y sus manos parecían tan grandes y masculinas sobre la manta color rosa mientras la colocaba sobre los dos.
Myriam se quedó completamente inmóvil y hasta su corazón pareció detenerse un momento. Era como estar tumbada en la cama con él. Sólo tendría que inclinarse un poco más para rozar sus labios y sentía la tentación de hacerlo.
-El volante te molestará –siguió él. –Y si queremos que la manta sirva de algo, lo mejor es que estemos lo más cerca posible.
-¿Más cerca? –murmuró Myriam.
Luego se dio cuenta de que Víctor esperaba que reclinase el asiento y lo hizo, quedando hombro con hombro. Sólo el freno de mano evitaba que sus piernas se rozasen, afortunadamente.
Nerviosa, cerró los ojos y empezó a contar: uno, dos, tres…
-No voy a hacerte daño –dijo Víctor.
La absoluta sinceridad que había en su tono consiguió que se relajase un poco.
-Lo sé. Eres el hermano de Cindy.
-¿Sólo me ves como el hermano de Cindy?
-Como sólo te veo cuando estoy con ella…
-Ah, qué interesante.
-¿Es así como me ves tú, como la amiga de Cindy? –cuando abrió los ojos encontró a Víctor mirándola y tuvo que tragar saliva.
-Ahora no estamos con Cindy.
El corazón de Myriam amenazada con salir de su pecho y tuvo que apartar la mirada. ¿Ésa era su respuesta?
Víctor se incorporó un poco.
-Me he preguntado muchas veces cómo es posible que mi hermana y tú os llevéis tan bien.
-Y yo me pregunto cómo es posible que Cindy y tú seáis hermanos.
Víctor sonrió… y qué sonrisa. Se le formaban arruguitas alrededor de los ojos y, teniéndolo tan cerca, podía ver un diente un poco torcido que le daba un aspecto más juvenil. Nunca se había fijado antes.
-Yo también me lo pregunto, no creas –le dijo, sacudiendo la cabeza. –A lo mejor soy adoptado.
La sonrisa de Myriam desapareció. El minuto de relajación se había roto, dejándola helada hasta los huesos. Estaba pegada a otro ser humano y, sin embargo, nunca se había sentido tan sola.
-Oye, ¿qué pasa? –también la sonrisa de Víctor había desaparecido mientras alargaba una mano para tocar su cara.
La sensación de ser tocada, de tener contacto humano, logró calmar un poco el dolor, pero Myriam se apartó, asustada de sus propias emociones. Asustada de él, de su calor, de su proximidad, de aquella potente y poca familiar masculinidad.
No quería que Víctor interrumpiera lo que tenía que hacer. No quería estar con él, punto. Sólo quería llegar a su destino.
No pasa nada, es que tengo hambre –mintió. –Voy a tener que pedirte una de esas chocolatinas que tan sensatamente compraste esta mañana.
Víctor la estudió, como intentando averiguar si había una segunda intención en esa frase.
-¿Te refieres a ésas cargadas de calorías y rellenas de caramelos? acelerado
-Sí, a ésas. Y yo tengo una botella de agua mineral, por si tienes sed.
-Trato hecho –Víctor encendió la luz del coche antes de abrir la guantera. –Habrá que guardar algo para el desayuno porque sólo quedan seis porciones. Si comemos ahora…
-¿Sólo seis? ¿Cuántas te has comido?
-Me temo que el chocolate es mi debilidad –sonrió Víctor, cortando una porción para ella. -¿La compartimos?
De repente, el aire estaba cargado con todo tipo de posibilidades. Sólo tenía que alargar la mano para tocarlo, saltar sobre Víctor y besarlo mientras él le devolvía el favor metiendo las manos en su blusa, bajo el sujetador y…
¡No!
Su pulso latía acelerado y, sin pensar, se pasó la lengua por los labios resecos.
-Has dicho que un trocito para cada uno y ahí hay dos.
-El chocolate se ha reblandecido y si lo parto mancharé la manta – la voz de Víctor era más ronca ahora. –Venga, dale un mordisco.
Myriam hizo lo que le pedía, pero estaba tan nerviosa que le resultaba casi imposible tragar.
-¿Agua?
-Sí, gracias.
Fue casi un alivio cuando él apagó la luz y se quedaron en silencio bajo la manta. Pero Myriam no pudo evitar que se le escapara un suspiro.
-¿Estás cansada? –le preguntó Víctor. –Puedes dormir un rato, yo vigilaré.
Sí, estaba cansada. Pero dudaba que pudiera pegar ojo aunque quisiera y no pensaba dormir con él mirándola.
-Estoy bien –mintió.
Aunque dormir podría ser preferible a soportar aquella tensión, pensó luego. Fuera, el viento movía las ramas de los árboles, enviando hojas a la carretera. Dentro, bajo la manta, se estaba calentito. De hecho, entre los dos se habían creado una intimidad que le daba miedo.
-Muy bien, yo he admitido la mía. ¿Cuál es tu debilidad, Myriam?
Esa pregunta la pilló por sorpresa y tardó un momento en saber a qué se refería.
-Los zapatos rojos –contestó. –Y los ositos de peluche antiguos. No puedo pasar por delante de una tienda de antigüedades sin entrar para ver si hay alguno en una caja, preguntándome quién lo habrá abandonado… -se le rompió la voz al decirlo y tuvo que mirar por la ventanilla. Eso no era algo que Víctor tuviera que saber. –Tengo sesenta y siete.
-¿Pares de zapatos u ositos de peluche?
-Ositos de peluche. Las chicas no cuentan los pares de zapatos que tienen en el armario… si lo haces le robas la alegría a ir de compras.
-Ah, ir de compras –murmuró él. No lo había dicho, pero Myriam sabía lo que pensaba: que era una niña rica y mimada.
-Es una cosa de chicas –se defendió. –Tú no lo entenderías.
-Hay algo que no entiendo, desde luego.
-¿Qué?
-Dime por qué la única hija del doctor Montemayor está tan decidida a abandonar a su padre cuando más la necesita para irse a Surfers Paradise.
Myriam tragó saliva y tuvo que clavarse las uñas en las palmas de las manos para controlar el dolor que le producía pensar en su padre.
-Eso no es asunto tuyo.
-Llamé a tu padre la semana pasada y, aparte de su propia pena, lo noté preocupado por ti. Y no me pareció que estuviera bien de salud. Imagino que lo último que necesita ahora mismo es tener que preocuparse por tu paradero.
-Ya te he dicho que no es asunto tuyo.
-Pero es que sí es asunto mío –Víctor no parecía dispuesto a darse por vencido. –Tu padre le devolvió la vida a mi padre… y de no haber sufrido un accidente hoy seguiría vivo. Antonio no merece lo que le estás haciendo.
-Ah, ahora eres una autoridad en las vidas de otras personas, ¿no? –Myriam sacudió la cabeza, intentando controlar las lágrimas. –Tú no sabes nada.
-Entonces cuéntamelo. Explícame por qué estás tan obsesionada con comprar zapatos y osos de peluche cuando deberías estar preocupándote de tu padre.
-¡Porque mi madre me dejó! –la angustiada frase escapó de sus labios antes de que pudiese evitarlo.
-Tu madre murió, Myriam…
-¡Cállate! –golpeando el asiento con el puño, Myriam se mordió los labios, furiosa consigo misma. Pero era la verdad: Patricia Montemayor no era su madre. Le habían mentido durante veinticuatro años.
La habían mantenido en la oscuridad, la habían engañado.
De repente, el aire dentro del coche le parecía irrespirable y tuvo que abrir la puerta.
Ella no era Myriam Montemayor.
Su verdadero nombre era Mairym Green, era adoptada.
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Recuerdo de un beso
mil gracias por el cap niña esta historia esta cada vez mas interesante
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Recuerdo de un beso
bueno chicas aqui el cap 4 espero q les este gustan la historia graxias ...
CAPITULO 4
-Myriam… -Víctor intentó sujetarla, pero ya había salido del coche, quitándose el chaleco y tirándolo al suelo antes de salir corriendo.
Estaba a punto de ir tras ella, pero cuando iba a abrir la puerta lo pensó mejor. Debería darle unos minutos.
Tal vez no debería haberle dicho esas cosas, no debería haberse metido en su vida. Evidentemente estaba disgustada y era culpa suya. Pero el instintivo deseo de ayudarla ganó la batalla a otras preocupaciones, como por ejemplo que ella se resistiera.
Suspirando Víctor salió del coche y, después de recoger el chaleco, miró hacia delante. La carretera estaba oscura, pero podía verla a unos metros.
-¡Myriam, ven aquí, por favor!
-¡Déjame en paz!
No podía ver su cara, de modo que no era posible leer su expresión, pero la angustia que había en su voz era evidente.
Víctor llegó a su lado en treinta segundos y la tomó del brazo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, vulnerables pero desafiantes, despertando emociones que solía reservar para su hermana.
-Oye, espera –murmuró, volviendo a ponerle el chaleco.
-Te he dicho que me dejes…
-Y yo he dicho que no. No quiero que te pase nada.
-No me va a pasar nada. Tú eres el problema –Myriam lo empujó, furiosa. –Tú me haces decir cosas que no quiero decir.
Víctor no pudo evitar una sonrisa.
-Pues entonces, ésa es la respuesta –le dijo, subiendo la cremallera del chaleco. –Y no pienso marcharme hasta que estés bien.
Esperó hasta que Myriam dejó de luchar y luego la apretó contra su pecho, notando que dejaba escapar un suspiro. No sabía qué había dicho para provocar esa reacción y no dijo nada más mientras las ramas de los árboles susurraban a su alrededor.
Sólo Myriam podía ver la muerte de su madre como una traición, algo que no había salido como ella quería. Pero estaba dolida y haber sacado todas esas emociones a la superficie era culpa suya.
-Vamos al coche – le dijo.
Ella se echó un poco hacia atrás y el viento lanzó un mechón de pelo sobre sus labios. Víctor lo apartó, rozándola con la punta de los dedos para colocarlo detrás de su oreja.
Y luego, no sabía decir por qué, le pareció lo más natural inclinarse para rozar sus labios. Sólo quería calmarla, consolarla, pero al rozar su boca probó el sabor de sus lágrimas y fue él quien empezó a sentirse inquieto.
Aparte de relaciones informales y fines de semana con amigas, él no tenía otro tipo de relación con las mujeres. Ya no. Había aprendido de la manera más dura.
Pero, sin pensar, envolvió a Myriam en sus brazos y notó que ella ponía las manos sobre su torso mientras le devolvía el beso. Lo hacía con ansiedad, con una pasión avivada por la rabia y el dolor… y a saber qué más.
El deseo de Víctor se avivó también, no por rabia sino por el calor de su cuerpo y por esos botoncitos de su blusa, mientras la urgía a abrir la boca, a ceder ante la presión de sus labios.
Pero entonces algo cambió. Myriam no había dejado de besarlo, pero se apartó un poco como si estuviera manteniendo una guerra contra sí misma.
Víctor se quedó inmóvil, dándole la oportunidad de apartarse si eso era lo que quería. Absolutamente inmóvil porque cualquier movimiento podría causarle dolor o vergüenza… o las dos cosas.
Myriam se apartó, apretando los labios como negando lo que acababa de pasar. Pero ni siquiera las sombras de la noche podían esconder el brillo que el breve encuentro había despertado en sus ojos.
-¿Por qué me has besado? Yo no soy… yo no soy tu tipo de mujer.
No, no lo era, pero su manera de responder lo había dejado sin aliento.
-No ha sido sólo cosa mía, Myriam, tú me has devuelto el beso.
Ella dio otro paso atrás. Aunque no podía ver su expresión, sabía que estaría colorada hasta la raíz del pelo. Pero entonces, para su sorpresa, miró hacia abajo, hacía su entrepierna.
-¿Qué pensabas hacer, tirarme en medio de la carretera para hacer lo que quisieras conmigo?
Tan gráfica acusación lo dejó helado. Ni siquiera su imaginación era tan calenturienta.
-Eres una mujer muy atractiva, pero yo puedo controlarme –respondió, con voz ronca. –Y si crees que me aprovecharía de ti, es que no me conoces en absoluto.
-Yo no te conozco… salvo como hermano de Cindy.
-Ah, sí, claro –murmuró él. Y eso empezaba a irritarlo. –Porque sueles desaparecer en cuanto yo llego a casa.
-Eso no es verdad –dijo Myriam. Pero los dos sabían que lo era. –Lo siento, no debería haber dicho eso.
-No importa. Disculpas aceptadas.
-Aunque sea verdad.
Con aquella prueba bajo los vaqueros ¿qué podía decir que no hubiera dicho ya? De modo que se encogió de hombros, mirando las colinas en la distancia para intentar liberarse del hechizo de sus ojos.
-Nos hemos besado… no es tan grave. De hecho, si así te sientes mejor puedes olvidarlo.
-Ya lo he olvidado, no ha pasado nada.
<Mentirosa>, tuvo que reconocer Myriam. Sus labios seguían ardiendo después del beso y el aroma de Víctor parecía haber quedado grabado en su cerebro.
Ese beso la mantendría despierta y nerviosa durante un siglo. Como él había dicho tres años antes: <te pasarías el resto de la noche despierta y deseando algo más que un beso>.
Sí, lo recordaba, palabra por palabra. Y lo peor era que Víctor lo sabía también.
-Vuelvo al coche, aquí hace mucho frío. ¿Vienes o no?
Myriam lo vio alejarse, los faldones de su camisa volando al viento. Ni siquiera se había vuelto para ver si lo seguía. ¿Cómo podía portarse de esa manera cuando acababan de compartir un beso tan explosivo?
Pero así era Víctor García. Seguramente ya se le habría olvidado y ella no quería quedarse sola, recordando. No iba a pensar en él en absoluto.
-Chocolate.
Víctor partió lo que quedaba de la chocolatina por la mitad y le ofreció un trozo. Estaban de vuelta en la relativa comodidad del coche., él sentado tras el volante y Myriam en el asiento que había ocupado antes y que conservaba su aroma. Y eso no era bueno para su decisión de no pensar en él.
-Pensé que era para el desayuno.
-Cómete mi parte, yo ya he tomado suficiente chocolate por un día.
Myriam asistió, agradeciendo el gesto, ya que no tenían nada más que comer y, por el momento, no había pasado un solo coche por la carretera.
-Gracias.
Víctor se aclaró la garganta.
-¿Has hablado con tu padre sobre lo que sientes por la muerte de tu madre?
Su padre. Lo recordaba en el porche, en pijama. Le había parecido más pequeño, mayor, como si de repente hubiera encogido. Su padre, el hombre que salvaba vidas, el hombre que le había dado todas las oportunidades. El padre que la quería.
El padre que le había mentido.
Antonio Montemayor no era su padre.
-No.
-¿Y no crees que deberías hacerlo?
-Esto es algo muy personal. Además, ¿no crees que hablar con él del asunto empeoraría la situación?
Víctor la miró, incrédulo.
-¿Y tú no crees que irte a Surfers Paradise sola lo ha dejado preocupado?
Myriam respiró profundamente. Su hermana vivía allí. Su hermana biológica. Había tenido una hermana durante veinticuatro años y no sabía nada de ella. Y no, no iba a contarle nada a Víctor por mucho que quisiera compartir su secreto con alguien. No quería mostrarse más vulnerable aún.
-No estarás embarazada, ¿verdad?
Ella se volvió, sorprendida por la pregunta. Y cuando lo miró le pareció ver una traza de amargura en sus ojos. ¿Tendría un hijo en alguna parte?
-No es que se asunto tuyo, pero no. No lo estoy y no sería tan tonta como para quedarme embarazada. Ya hay suficientes niños abandonados en el mundo -respondió, pensando en la madre que no la había querido lo suficiente como para quedarse con ella.
¿Cómo iba a traer un niño al mundo si su vida estaba patas arriba? Pero si fuera así… tener alguien que fuera sangre de su sangre, alguien que fuera suyo de verdad.
Ella iba a recorrer Australia para encontrar esa conexión pero no se había puesto en contacto con la Mariam Seymour que había encontrado en la agencia de adopción por Internet y que trabajaba en un hotel de lujo en Surfers Paradise.
Qué ironía. No se atrevía a hacerlo, a cruzar la frontera entre Myriam y esa chica llamada Mairym.
-¿Estás diciendo que si estuvieras embarazada no tendrías al niño?
-No creo que eso sea relevante ya que no estoy embarazada –suspiro Myriam. –Pero este viaje es importante para mí, es algo que tengo que hacer.
-Y has decidido hacerlo sola. Tu padre te quiere, pero has decidido abandonarlo.
Ella cerró los ojos, abrazándose a sí misma para controlar un escalofrío.
-No te metas en mis asuntos, Víctor.
Pero él había notado la angustia en su voz y, sintiendo un abrumador deseo de protegerla, le pasó un brazo por los hombros. Ese instinto protector le había costado la felicidad una vez, pero no quería pensar en eso ahora.
Tenía que aclarar su cabeza de pasados errores y concentrase en Myriam, en la textura de su pelo, en su fragancia, en lo rígida que estaba bajo su brazo.
-Relájate, no voy a hacerte nada –le dijo. Aunque ese beso seguía en su cabeza y en otras partes de su anatomía.
-Lo sé –Myriam movió los hombros, apoyándose un poco más en su brazo, aunque su voz había sonado trémula. –Y sé lo que piensas de mí.
¿Pensar? Sentir tal vez.
-¿Y qué es lo que pienso?
-Que soy una princesita, como una de esas niñas ricas que salen en la tele quejándose cuando las pillan conduciendo borrachas y esperan que sus padres lo arreglen todo –suspiró Myriam. –Y ahora, cuando estoy intentando tomar el control de mi vida y ser independiente tienes que aparecer tú.
-No estoy intentando robarte nada, Myriam. Venir contigo fue idea de Cindy, no mía. Además, hay independencia y hay independencia. Y una chica responsable conoce la diferencia entre una y otra.
-¿Estás diciendo que soy una irresponsable?
-No, no quería decir eso. Sé que no ha sido intencionado…
-Pero estás diciendo que soy irresponsable.
-Mira, no quiero jugar a ese juego contigo –suspiró Víctor.
Le gustaría jugar un juego muy diferente con esa preciosa boca que en ese momento tenía tan cerca, una boca que quería explorar a placer…
Demonios.
Arrugando el ceño, miró su reloj. Aún quedaban muchas horas para buscar una emisora de radio que los ayudase a pasar el tiempo, pero sólo conseguía ruidos estáticos.
Myriam abrió la guantera y sacó una carpeta de CDs.
-Toma, pon alguno de éstos.
Víctor miró las carátulas: la primera reflejaba una escena de violencia callejera, y la otra un humanoide saliendo de los pétalos de una rosa de metal.
-¿Urban Plunder y Metamorphosis?
-Lo menos parecido posible a la música clásica.
-No me digas que te gusta el heavy metal.
-No mucho, pero las carátulas me han inspirado.
-¿Para hacer qué? –sonrió Víctor.
-Cambios, quiero vivir nuevas experiencias –respondió Myriam. Sin embargo, cuando empezaron a sonar los estridentes acordes de la primera canción tuvo que apagar el estéreo. –Bueno, creo que tardaré algún tiempo en acostúmbrame.
Víctor se preguntó por esas experiencias. O más concretamente, por sus relaciones con el sexo opuesto.
Dado su comportamiento con él, desinteresado, frío, incluso seco a veces, se preguntó si habría tenido algo más serio que una cita para cenar. Nunca le había preguntado a Cindy por la vida amorosa de su amiga, porque, conociendo a las chicas, sabía que Cindy se lo contaría a Myriam y le darían más importancia de la tenía.
Pero su forma de besarlo, como si no pudiera cansarse… bajo esa fachada de hielo había visto una pasión desatada.
Myriam apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Se estaba quedando dormida como una amante, el pelo rozando su mandíbula, el aliento cálido contra su pecho.
Si no estuviera apoyada en él saldría del coche y daría un largo paseo.
Pero tenía que quedarse allí, atrapado y sin el menor deseo de moverse para no molestarla, mientras el calor de su entrepierna aceleraba su pulso.
Le había prometido a Cindy que cuidaría de su amiga y eso era lo que iba a hacer. Sólo tenía que concentrase en pensar que Myriam era la mejor amiga de su hermana y no pasaría absolutamente nada.
Myriam se refugió en un sitio duro pero agradable y calentito. Víctor la había secuestrado de la casa de sus padres. Había instalado un sistema de seguridad y la había encadenado a la pared donde le había cosas inconfesables.
-Víctor, por favor… no… -Myriam se movió, excitada, sin aliento.
Y cuando abrió los ojos se encontró con esos ojos oscuros…
-Buenos días. ¿Has dormido bien?
Ella cerró los ojos, sacudiendo la cabeza para apartar de sí imágenes y sensaciones.
-Sí, bien –contestó, apartando la manta. Hacía demasiado calor.
-Debías estar soñando.
-¿Por qué crees que estaba soñando? –preguntó Myriam, despierta ahora y dispuesta a mentir todo lo que hiciera falta. -¿He dicho algo?
¿De verdad quería saber la respuesta a esa pregunta?
-No, pero había algo en tu voz…
Ella no quería saberlo, de modo que se concentró en el sol asomando entre las nubes.
-¿Qué hora es?
-Las siete.
Víctor apartó el brazo y giró el hombro varias veces, flexionando luego los dedos. Esos mismos dedos morenos con un suave vello oscuro en las falanges… no.
No iba a revivir cómo esos dedos la habían acariciado en sueños, desde el cuello a las rodillas y todo lo que había en medio.
Ese sueño era el símbolo de algo más profundo. Estaba claro, muy claro ahora, que se había sentido ahogada toda su vida, atada a unos padres mayores por obligación. Víctor, un diseñador de sistemas de seguridad con negocio propio, representaba esas mismas restricciones. No tenía nada que ver con Víctor, el hombre.
Era una campana de alarma. La muerte de su madre, el descubrimiento de su verdadera identidad y el hecho de que tuviera una hermana había liberado algo dentro de ella. Su nueva dirección, su nueva vida, acababan de empezar; tomar la decisión de embarcarse en aquel viaje, comprar esos CDs el día anterior y el sueño lo confirmaban.
No volvería a soportar cadenas ni a dejar que otras personas gobernasen su vida.
CAPITULO 4
-Myriam… -Víctor intentó sujetarla, pero ya había salido del coche, quitándose el chaleco y tirándolo al suelo antes de salir corriendo.
Estaba a punto de ir tras ella, pero cuando iba a abrir la puerta lo pensó mejor. Debería darle unos minutos.
Tal vez no debería haberle dicho esas cosas, no debería haberse metido en su vida. Evidentemente estaba disgustada y era culpa suya. Pero el instintivo deseo de ayudarla ganó la batalla a otras preocupaciones, como por ejemplo que ella se resistiera.
Suspirando Víctor salió del coche y, después de recoger el chaleco, miró hacia delante. La carretera estaba oscura, pero podía verla a unos metros.
-¡Myriam, ven aquí, por favor!
-¡Déjame en paz!
No podía ver su cara, de modo que no era posible leer su expresión, pero la angustia que había en su voz era evidente.
Víctor llegó a su lado en treinta segundos y la tomó del brazo. Sus ojos estaban llenos de lágrimas, vulnerables pero desafiantes, despertando emociones que solía reservar para su hermana.
-Oye, espera –murmuró, volviendo a ponerle el chaleco.
-Te he dicho que me dejes…
-Y yo he dicho que no. No quiero que te pase nada.
-No me va a pasar nada. Tú eres el problema –Myriam lo empujó, furiosa. –Tú me haces decir cosas que no quiero decir.
Víctor no pudo evitar una sonrisa.
-Pues entonces, ésa es la respuesta –le dijo, subiendo la cremallera del chaleco. –Y no pienso marcharme hasta que estés bien.
Esperó hasta que Myriam dejó de luchar y luego la apretó contra su pecho, notando que dejaba escapar un suspiro. No sabía qué había dicho para provocar esa reacción y no dijo nada más mientras las ramas de los árboles susurraban a su alrededor.
Sólo Myriam podía ver la muerte de su madre como una traición, algo que no había salido como ella quería. Pero estaba dolida y haber sacado todas esas emociones a la superficie era culpa suya.
-Vamos al coche – le dijo.
Ella se echó un poco hacia atrás y el viento lanzó un mechón de pelo sobre sus labios. Víctor lo apartó, rozándola con la punta de los dedos para colocarlo detrás de su oreja.
Y luego, no sabía decir por qué, le pareció lo más natural inclinarse para rozar sus labios. Sólo quería calmarla, consolarla, pero al rozar su boca probó el sabor de sus lágrimas y fue él quien empezó a sentirse inquieto.
Aparte de relaciones informales y fines de semana con amigas, él no tenía otro tipo de relación con las mujeres. Ya no. Había aprendido de la manera más dura.
Pero, sin pensar, envolvió a Myriam en sus brazos y notó que ella ponía las manos sobre su torso mientras le devolvía el beso. Lo hacía con ansiedad, con una pasión avivada por la rabia y el dolor… y a saber qué más.
El deseo de Víctor se avivó también, no por rabia sino por el calor de su cuerpo y por esos botoncitos de su blusa, mientras la urgía a abrir la boca, a ceder ante la presión de sus labios.
Pero entonces algo cambió. Myriam no había dejado de besarlo, pero se apartó un poco como si estuviera manteniendo una guerra contra sí misma.
Víctor se quedó inmóvil, dándole la oportunidad de apartarse si eso era lo que quería. Absolutamente inmóvil porque cualquier movimiento podría causarle dolor o vergüenza… o las dos cosas.
Myriam se apartó, apretando los labios como negando lo que acababa de pasar. Pero ni siquiera las sombras de la noche podían esconder el brillo que el breve encuentro había despertado en sus ojos.
-¿Por qué me has besado? Yo no soy… yo no soy tu tipo de mujer.
No, no lo era, pero su manera de responder lo había dejado sin aliento.
-No ha sido sólo cosa mía, Myriam, tú me has devuelto el beso.
Ella dio otro paso atrás. Aunque no podía ver su expresión, sabía que estaría colorada hasta la raíz del pelo. Pero entonces, para su sorpresa, miró hacia abajo, hacía su entrepierna.
-¿Qué pensabas hacer, tirarme en medio de la carretera para hacer lo que quisieras conmigo?
Tan gráfica acusación lo dejó helado. Ni siquiera su imaginación era tan calenturienta.
-Eres una mujer muy atractiva, pero yo puedo controlarme –respondió, con voz ronca. –Y si crees que me aprovecharía de ti, es que no me conoces en absoluto.
-Yo no te conozco… salvo como hermano de Cindy.
-Ah, sí, claro –murmuró él. Y eso empezaba a irritarlo. –Porque sueles desaparecer en cuanto yo llego a casa.
-Eso no es verdad –dijo Myriam. Pero los dos sabían que lo era. –Lo siento, no debería haber dicho eso.
-No importa. Disculpas aceptadas.
-Aunque sea verdad.
Con aquella prueba bajo los vaqueros ¿qué podía decir que no hubiera dicho ya? De modo que se encogió de hombros, mirando las colinas en la distancia para intentar liberarse del hechizo de sus ojos.
-Nos hemos besado… no es tan grave. De hecho, si así te sientes mejor puedes olvidarlo.
-Ya lo he olvidado, no ha pasado nada.
<Mentirosa>, tuvo que reconocer Myriam. Sus labios seguían ardiendo después del beso y el aroma de Víctor parecía haber quedado grabado en su cerebro.
Ese beso la mantendría despierta y nerviosa durante un siglo. Como él había dicho tres años antes: <te pasarías el resto de la noche despierta y deseando algo más que un beso>.
Sí, lo recordaba, palabra por palabra. Y lo peor era que Víctor lo sabía también.
-Vuelvo al coche, aquí hace mucho frío. ¿Vienes o no?
Myriam lo vio alejarse, los faldones de su camisa volando al viento. Ni siquiera se había vuelto para ver si lo seguía. ¿Cómo podía portarse de esa manera cuando acababan de compartir un beso tan explosivo?
Pero así era Víctor García. Seguramente ya se le habría olvidado y ella no quería quedarse sola, recordando. No iba a pensar en él en absoluto.
-Chocolate.
Víctor partió lo que quedaba de la chocolatina por la mitad y le ofreció un trozo. Estaban de vuelta en la relativa comodidad del coche., él sentado tras el volante y Myriam en el asiento que había ocupado antes y que conservaba su aroma. Y eso no era bueno para su decisión de no pensar en él.
-Pensé que era para el desayuno.
-Cómete mi parte, yo ya he tomado suficiente chocolate por un día.
Myriam asistió, agradeciendo el gesto, ya que no tenían nada más que comer y, por el momento, no había pasado un solo coche por la carretera.
-Gracias.
Víctor se aclaró la garganta.
-¿Has hablado con tu padre sobre lo que sientes por la muerte de tu madre?
Su padre. Lo recordaba en el porche, en pijama. Le había parecido más pequeño, mayor, como si de repente hubiera encogido. Su padre, el hombre que salvaba vidas, el hombre que le había dado todas las oportunidades. El padre que la quería.
El padre que le había mentido.
Antonio Montemayor no era su padre.
-No.
-¿Y no crees que deberías hacerlo?
-Esto es algo muy personal. Además, ¿no crees que hablar con él del asunto empeoraría la situación?
Víctor la miró, incrédulo.
-¿Y tú no crees que irte a Surfers Paradise sola lo ha dejado preocupado?
Myriam respiró profundamente. Su hermana vivía allí. Su hermana biológica. Había tenido una hermana durante veinticuatro años y no sabía nada de ella. Y no, no iba a contarle nada a Víctor por mucho que quisiera compartir su secreto con alguien. No quería mostrarse más vulnerable aún.
-No estarás embarazada, ¿verdad?
Ella se volvió, sorprendida por la pregunta. Y cuando lo miró le pareció ver una traza de amargura en sus ojos. ¿Tendría un hijo en alguna parte?
-No es que se asunto tuyo, pero no. No lo estoy y no sería tan tonta como para quedarme embarazada. Ya hay suficientes niños abandonados en el mundo -respondió, pensando en la madre que no la había querido lo suficiente como para quedarse con ella.
¿Cómo iba a traer un niño al mundo si su vida estaba patas arriba? Pero si fuera así… tener alguien que fuera sangre de su sangre, alguien que fuera suyo de verdad.
Ella iba a recorrer Australia para encontrar esa conexión pero no se había puesto en contacto con la Mariam Seymour que había encontrado en la agencia de adopción por Internet y que trabajaba en un hotel de lujo en Surfers Paradise.
Qué ironía. No se atrevía a hacerlo, a cruzar la frontera entre Myriam y esa chica llamada Mairym.
-¿Estás diciendo que si estuvieras embarazada no tendrías al niño?
-No creo que eso sea relevante ya que no estoy embarazada –suspiro Myriam. –Pero este viaje es importante para mí, es algo que tengo que hacer.
-Y has decidido hacerlo sola. Tu padre te quiere, pero has decidido abandonarlo.
Ella cerró los ojos, abrazándose a sí misma para controlar un escalofrío.
-No te metas en mis asuntos, Víctor.
Pero él había notado la angustia en su voz y, sintiendo un abrumador deseo de protegerla, le pasó un brazo por los hombros. Ese instinto protector le había costado la felicidad una vez, pero no quería pensar en eso ahora.
Tenía que aclarar su cabeza de pasados errores y concentrase en Myriam, en la textura de su pelo, en su fragancia, en lo rígida que estaba bajo su brazo.
-Relájate, no voy a hacerte nada –le dijo. Aunque ese beso seguía en su cabeza y en otras partes de su anatomía.
-Lo sé –Myriam movió los hombros, apoyándose un poco más en su brazo, aunque su voz había sonado trémula. –Y sé lo que piensas de mí.
¿Pensar? Sentir tal vez.
-¿Y qué es lo que pienso?
-Que soy una princesita, como una de esas niñas ricas que salen en la tele quejándose cuando las pillan conduciendo borrachas y esperan que sus padres lo arreglen todo –suspiró Myriam. –Y ahora, cuando estoy intentando tomar el control de mi vida y ser independiente tienes que aparecer tú.
-No estoy intentando robarte nada, Myriam. Venir contigo fue idea de Cindy, no mía. Además, hay independencia y hay independencia. Y una chica responsable conoce la diferencia entre una y otra.
-¿Estás diciendo que soy una irresponsable?
-No, no quería decir eso. Sé que no ha sido intencionado…
-Pero estás diciendo que soy irresponsable.
-Mira, no quiero jugar a ese juego contigo –suspiró Víctor.
Le gustaría jugar un juego muy diferente con esa preciosa boca que en ese momento tenía tan cerca, una boca que quería explorar a placer…
Demonios.
Arrugando el ceño, miró su reloj. Aún quedaban muchas horas para buscar una emisora de radio que los ayudase a pasar el tiempo, pero sólo conseguía ruidos estáticos.
Myriam abrió la guantera y sacó una carpeta de CDs.
-Toma, pon alguno de éstos.
Víctor miró las carátulas: la primera reflejaba una escena de violencia callejera, y la otra un humanoide saliendo de los pétalos de una rosa de metal.
-¿Urban Plunder y Metamorphosis?
-Lo menos parecido posible a la música clásica.
-No me digas que te gusta el heavy metal.
-No mucho, pero las carátulas me han inspirado.
-¿Para hacer qué? –sonrió Víctor.
-Cambios, quiero vivir nuevas experiencias –respondió Myriam. Sin embargo, cuando empezaron a sonar los estridentes acordes de la primera canción tuvo que apagar el estéreo. –Bueno, creo que tardaré algún tiempo en acostúmbrame.
Víctor se preguntó por esas experiencias. O más concretamente, por sus relaciones con el sexo opuesto.
Dado su comportamiento con él, desinteresado, frío, incluso seco a veces, se preguntó si habría tenido algo más serio que una cita para cenar. Nunca le había preguntado a Cindy por la vida amorosa de su amiga, porque, conociendo a las chicas, sabía que Cindy se lo contaría a Myriam y le darían más importancia de la tenía.
Pero su forma de besarlo, como si no pudiera cansarse… bajo esa fachada de hielo había visto una pasión desatada.
Myriam apoyó la cabeza en su hombro y cerró los ojos. Se estaba quedando dormida como una amante, el pelo rozando su mandíbula, el aliento cálido contra su pecho.
Si no estuviera apoyada en él saldría del coche y daría un largo paseo.
Pero tenía que quedarse allí, atrapado y sin el menor deseo de moverse para no molestarla, mientras el calor de su entrepierna aceleraba su pulso.
Le había prometido a Cindy que cuidaría de su amiga y eso era lo que iba a hacer. Sólo tenía que concentrase en pensar que Myriam era la mejor amiga de su hermana y no pasaría absolutamente nada.
Myriam se refugió en un sitio duro pero agradable y calentito. Víctor la había secuestrado de la casa de sus padres. Había instalado un sistema de seguridad y la había encadenado a la pared donde le había cosas inconfesables.
-Víctor, por favor… no… -Myriam se movió, excitada, sin aliento.
Y cuando abrió los ojos se encontró con esos ojos oscuros…
-Buenos días. ¿Has dormido bien?
Ella cerró los ojos, sacudiendo la cabeza para apartar de sí imágenes y sensaciones.
-Sí, bien –contestó, apartando la manta. Hacía demasiado calor.
-Debías estar soñando.
-¿Por qué crees que estaba soñando? –preguntó Myriam, despierta ahora y dispuesta a mentir todo lo que hiciera falta. -¿He dicho algo?
¿De verdad quería saber la respuesta a esa pregunta?
-No, pero había algo en tu voz…
Ella no quería saberlo, de modo que se concentró en el sol asomando entre las nubes.
-¿Qué hora es?
-Las siete.
Víctor apartó el brazo y giró el hombro varias veces, flexionando luego los dedos. Esos mismos dedos morenos con un suave vello oscuro en las falanges… no.
No iba a revivir cómo esos dedos la habían acariciado en sueños, desde el cuello a las rodillas y todo lo que había en medio.
Ese sueño era el símbolo de algo más profundo. Estaba claro, muy claro ahora, que se había sentido ahogada toda su vida, atada a unos padres mayores por obligación. Víctor, un diseñador de sistemas de seguridad con negocio propio, representaba esas mismas restricciones. No tenía nada que ver con Víctor, el hombre.
Era una campana de alarma. La muerte de su madre, el descubrimiento de su verdadera identidad y el hecho de que tuviera una hermana había liberado algo dentro de ella. Su nueva dirección, su nueva vida, acababan de empezar; tomar la decisión de embarcarse en aquel viaje, comprar esos CDs el día anterior y el sueño lo confirmaban.
No volvería a soportar cadenas ni a dejar que otras personas gobernasen su vida.
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Recuerdo de un beso
Gracias por los capitulos siguele por fa que esta buenisima la novelita
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
graciias por el cap niña woow!! cuanta quimica tienen estos niiños xfa no tardes con el siguiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
Buenas tardes aqui el siguiente capitulo chicas espero q sea e su agrado
CAPITULO 5
A media mañana una grúa los había llevado a Moree, cerca del límite de Nueva Gales del Sur de Queensland, gracias a un granjero que los había vistos tirados en la carretera. Y ahora estaban tomando un tardío desayuno mientras les arreglaban el neumático pinchado en un taller cercano.
La camarera, Darlene, una rubia pechugona de unos treinta años hacía lo que podía para convencer a Víctor de que probase sus famosos “bollos” recién salidos del horno. Pero, considerando que acababa de tomar un desayuno que incluía salchichas, patatas, huevos revueltos con beicon y dos cafés, Myriam estaba segura de que la chica no tenía muchas posibilidades.
Claro que cuando volvió del lavabo, donde apenas había estado cinco minutos, descubrió que Darlene ya sabía que Víctor era soltero, que tenía una empresa de seguridad y que “sólo viajaba con ella para hacerle un favor porque era la mejor amiga de su hermana”.
De modo que no se sorprendió cuando le dijo a la camarera que probará sus bollos. Lo que si le sorprendió fue su propia reacción a ese tonto flirteo.
Cuando lo vio admirando el movimiento de sus caderas mientras se alejaba hacia la barra, Myriam sintió que las tortitas que acababa de comer se convertían en una bola dentro de su estómago. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello porque Víctor se inclinó un poco hacia adelante.
-Antes de que volvieras, Darlene estaba intentando venderme el spa de Moree: manantiales naturales de aguas cristalinas. ¿Te apetece darte un baño antes de volver a la carretera?
-¿No le has dicho a Darlene que tenemos un horario muy ajustado porque hemos perdido toda una noche? Además, lo único que me apetece es darme una ducha y dormir unas cuantas horas.
-Sólo estaba intentando darnos la bienvenida a Moree, Myri –sonrió Víctor. –Se está portando tan bien como el rudo granjero de esta mañana.
-Pero él no tonteó conmigo.
-Si no te diste cuenta es que no estabas prestando atención… o que sencillamente no ves esas cosas –Víctor se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. –Pero no sabía que tuviéramos un horario ajustado. ¿No necesitamos tiempo para pensar?
Sí, pero no en una piscina con Víctor. No con él a su lado medio desnudo, con su piel bronceada y sus músculos a la vista. Porque sería en eso en lo que pensara entonces.
-Pensaré lo que tenga que pensar cuando llegue a mi destino. Y no me llames Myri.
-Cindy te llama Myri y es más corto que Myriam.
-Cindy es mi amiga –le recordó ella.
“Y tú no”, pensó Myriam, mirando su taza de café. “Y nunca podrás serlo”.
-¿Quieren algo más? Les preguntó Darlene, dejando dos bollos rellemos de crema sobre la mesa.
-No, gracias, nada más –sonrió Víctor.
Myriam apretó los dientes.
No, nunca podría ser su amigo. En aquella relación había demasiadas hormonas, demasiadas emociones. Y un corazón que proteger. Porque la noche anterior, cuando se besaron, había ocurrido algo. Algo había despertado dentro de ella y sabía que no volvería a ser la misma otra vez.
Y eso le daba pánico.
Por eso decidió en ese momento que su relación con Víctor sería cordial y lo más distante posible hasta que llegaran a Surfers. Al menos allí tendría su propio espacio, su cama… y no tendría que dormir apoyada en su hombro.
Y él se habría ido.
-De modo que no confías en mí –dijo Víctor cuando Darlene se alejó.
-Que hayamos compartido un beso… -Myriam no terminó la frase, sintiendo que le ardían las mejillas.
-Yo no estaba hablando del beso –dijo él. –Pero si cambias de opinión sobre lo que sea que te molesta, aquí estoy. Puedes contar conmigo para lo que quieras.
-Gracias.
Con un poco de suerte aquella situación terminaría en unas horas. Ella se iría al apartamento que había alquilado, se despediría de Víctor y él se marcharía a Brisbane. Y no tendrá que volver a verlo hasta que los dos estuvieran de vuelta en Melbourne. Y una vez allí no sería un problema.
Llevaba una hora en el coche cuando tuvieron que parar porque a Myriam le había dado un tirón en la pierna.
-¿Qué ocurre? –Víctor, medio dormido, alargó una mano para buscar sus gafas de sol.
-Nada, no te preocupes, es que necesitaba estirar un poco las piernas –Myriam abrió la puerta del coche y salió al arcén, donde la fresca brisa y el calor del sol la animaron un poco. Pero un movimiento en la hierba, frente a ella, llamó su atención. –Oh, no…
-¿Qué?
-Hay algo en la base de ese árbol. Algo pequeño y peludo, creo que es un animal enfermo.
Víctor se encogió de hombros.
-¿Y qué puedes hacer tú?
-Algo –contestó Myriam, metiendo medio cuerpo en el coche para tomar su chaqueta, un jersey de cachemira y una toalla. –Creo que es un koala.
-Ten cuidado –Víctor salió del coche para echarle una mano. –No son criaturitas encantadoras como en las películas. Tienen dientes y garras.
-Ya lo sé –murmuró ella mientras se envolvía las manos en la toalla. –Toma, tírale el jersey encima.
-¿Un jersey de cachemir? Pero se va a estropear…
-¿Alguna otra sugerencia?
Encogiéndose de hombros, Víctor atrapó al animal con el jersey y lo levantó, mirándolo con cara de sorpresa. El pobre emitía un sonido similar al llanto de un niño.
-Debe tener unos siete mese y probablemente sigue necesitando la leche de su madre –dijo Myriam.
-¿Cómo lo sabes?
-He trabajado en santuarios de fauna salvaje. Espera un momento… -Myriam se puso la chaqueta y, después de quitarle el bulto de las manos, se lo colocó en el pecho. –Necesita calor. Tenemos que buscar un veterinario, venga conduce tú.
-Ah, veo que no son sólo los ositos de peluche lo que no puedes abandonar –bromeó él.
-A veces pienso que me llevo mejor con los animales que con las personas –Myriam levantó una mano para taparse la nariz porque el pobre animal apestaba a orina. –Cuando estuvimos en Namibia el año pasado me hice voluntaria de un programa que intentaba salvar a los cheetas. Era un trabajo duro y sucio, pero a mí me encantaba. Fueron las mejores vacaciones de mi vida.
-¿En serio?
-Pues claro. ¿Qué crees, que mi idea de unas vacaciones es tumbarme en la playa de Waikiki? Bueno, la verdad es que también eso me gusta.
-¿Fred, tu urraca, también es una de tus mascotas recogidas?
-Sí, por supuesto. Algún día te lo presentaré. No puede volar, pero tiene mucha personalidad.
-Ah, muy bien. Me gustaría conocerlo.
Myriam se dio cuenta de que también a ella le gustaría presentárselo porque durante aquel viaje estaba empezando a nacer entre ellos algo parecido a la camaradería.
Amigos.
Sólo amigos, se dijo a sí misma, sorprendida por ese repentino cambio de opinión. Cualquier otra cosa sería imposible.
Sin dejar de mirar la carretera, Víctor alargó una mano para acariciar el bulto bajo su chaqueta y cuando sus dedos rozaron los de Myriam, su pulso se aceleró.
Afortunadamente, él no se dio cuenta. O tal vez sí porque le pareció que apretaba el volante con más fuerza que antes. Bonitas manos, pensó. Anchas, fuertes, sensuales. Se preguntó cómo sería ver esas manos sobre su cuerpo…
Tuvo que apartar la mirada, nerviosa. Cuando creía que empezaba a gustarle eso de que fueran amigos…
-Te gustan las causas solidarias –dijo Víctor unos minutos después. –Salvar a las ballenas, evitar la tala de árboles.
-Más bien es una pasión.
-¿No se te ocurrió estudiar Biología o hacerte veterinaria?
Myriam se encogió de hombros.
-Mis padres esperaban que algún día estudiase Medicina.
-¿Por eso ayudas a tu padre en la consulta y eres voluntaria en la unidad de cardiología?
Donde había conocido a Cindy cuando su padre sufrió el trasplante.
-Sí.
-Pero no es lo que tú quieres.
-Sí, claro que sí –Myriam intentó dotar a su tomo de convicción, pero sacudió la cabeza cuando fracasó estrepitosamente. –No, la verdad es que quiero ser veterinaria. Iba a empezar a estudiar hace cinco años, en la Universidad de Sidney, pero mi madre se puso enferma…
No le contó que su madre se ponía enferma cada vez que sugería que se iba de casa. O cuando estaba fuera más de dos semana. Desde la muerte de su madre se había sentido culpable al pensar que tal vez de verdad estaba enferma en todas esas ocasiones, que no estaba intentando evitar que fuera una persona independiente.
-Aún tienes tiempo de estudiar –dijo él, al tiempo que entraban a una pequeña comunidad. –Mira, ahí hay una clínica veterinaria.
-Menos mal –suspiró Myriam.
-Una pena lo de tu blusa… -Víctor acarició la cara seda entre sus dedos. –¡Seguro que vale un dineral –añadió, aunque parecía estar pensando algo completamente diferente y que, Myriam estaba segura, habría hecho que se ruborizase.
Mientras salían del pueblo Víctor bajó la ventanilla, pero no sirvió de nada.
-Siento mucho ser yo quien te lo diga, pero…
-Sí, lo sé, tengo que tirar la blusa –sonrió Myriam. –Huele fatal.
Víctor pensó en ofrecerle su ayuda para hacerlo, pero sabía que no debía. Ni siquiera de broma.
-Si quieres cambiarte, hemos pasado por un servicio público hace un momento.
-Sí, por favor.
Cuando salió del edificio llevaba vaqueros y una camiseta de color lila que despertó una fantasía diferente, pero igualmente entretenida.
Pero en lugar de dirigirse hacia la puerta del pasajero dio la vuelta al coche y se quedó frente a la del conductor, con las manos en las caderas. Aunque no eran sus manos lo que Víctor estaba mirando sino sus pechos, marcados bajo la ajustada camiseta.
Y mientras los miraba notó que sus pezones despertaban a la vida, tal vez debido a la fresca brisa, marcándose bajo la tela. Y prácticamente empezó a salivar. Estando tan cerca casi le parecía ver el color más oscuro… le pareció porque apartó la mirada un segundo después.
-Es la primera vez que te veo en vaqueros.
-Me toca conducir a mí –dijo Myriam, abriendo la puerta.
-Como quieras –suspiró él.
Cuando salió del coche sus brazos se rozaron y le pareció notar un olor a pelo de animal…
-No lo digas, ya lo sé. Cuanto antes lleguemos a nuestro destino antes podré darme una ducha.
-¿Alguna recomendación de amigos o parientes para encontrar alojamiento en Surfers Paradise?
¿El palazzo Versace tal vez? Víctor sintió la tentación de reservar dos habitaciones allí, o una suite con dos dormitorios, sólo por hacer una extravagancia.
Así Myriam podría quitarse el olor a koala a lo grande. Una imagen apareció en su cerebro y no parecía querer irse de allí: una bañera enorme llena de espuma, dos copas de champán y Myriam…
-No sé qué vas a hacer tú, pero yo he alquilado un apartamento –dijo ella entonces, destruyendo su maravillosa visión.
-¿Un apartamento?
-No sé cuánto tiempo voy a quedarme allí, pero está amueblado.
-¿Cómo se llama el edificio? –preguntó Víctor, sacando su móvil del bolsillo.
-Apartamentos Pacific Paradise.
Víctor llamó a Información para pedir el teléfono de la empresa, mirándola de soslayo. Estaba decidido a alquilar un apartamento, si fuera posible al lado del de Myriam.
Las gafas de sol escondía sus ojos, pero nada lo impedía mirar los diminutos diamantes que llevaba en las orejas y que, de repente, le gustaría morder. O sus largos dedos sobre el volante, con las uñas cortas y pintadas con laca transparente, y preguntarse cómo sería una caricia suya…
Víctor cerró los ojos, intentando contener la tentación, mientras hablaba con la agencia encargada de alquilar los apartamentos Pacific Paradise.
-Lo hemos conseguido –dijo Myriam una hora después, en el aparcamiento del edificio.
Víctor se sorprendió al ver que estaba sonriendo, una sonrisa auténtica, desenfadada.
-¿Lo dudabas? Tengo un gran sentido de la orientación.
-Has usado el GPS del móvil y no el mapa –le recordó Myriam. –Ha sido mi experiencia como conductora lo que nos ha traído hasta aquí antes de lo esperado.
-Eso es verdad –dijo él, incapaz de apartar los ojos de sus labios. –Absolutamente cierto.
Quería que disfrutase de esa sensación de éxito, de haber conseguido algo, porque tenía la impresión de que no le ocurría a menudo.
Ella movió los hombros, como intentando relajarse, como diciéndose a sí misma que a partir de aquel momento todo sería facilísimo.
-Bueno, vamos –murmuró, saliendo del coche.
Víctor hizo lo propio, respirando la fresca brisa del océano Pacífico.
-Yo me encargo del equipaje. Si quieres ir a decir que hemos llegado…
Pero cuando se encontraron en el vestíbulo, el conserje les dijo que había un problema con el apartamento de Víctor y que tendría que solucionarlo e ir a buscar la llave a la agencia.
-Bueno, primero vamos a instalarte, Myriam.
Ella arrugó la nariz en cuanto abrió la puerta. El apartamento olía a cerrado y no se parecía nada a lo que había imaginado, pero cuando lo reservó no pensaba con claridad. Las ventanas del salón daban a la piscina del edificio y a la zona de la barbacoa, rodeada de follaje tropical.
-¿Tienes a mano todo lo que necesitas para esta noche? –preguntó Víctor, dejando las maletas en el pasillo. Estaban tan cerca que podía oler su colonia y recordó la noche anterior…
Ninguno de los dos dijo nada y el silencio estaba cargado de posibilidades. Como si eso hiciera falta.
-Lo tengo todo controlado, gracias.
-Imagino que querrás cenar algo después de darte una ducha.
Sí, claro que le gustaría. La idea de estar sola en aquel sitio que no conocía y que le resultaba tan poco familiar no era precisamente agradable. En lugar de disfrutar de la libertad que siempre había anhelado, ahora quería compañía. Incluso la compañía de Víctor. Especialmente la compañía de Víctor, pensó, sintiendo que su pulso se aceleraba.
Y por eso le dijo:
-No, no lo creo. Seguramente después de darme una ducha me iré a la cama. Pero gracias por todo.
Víctor levantó una mano para tocar su cara y al notar el roce de sus dedos sintió el absurdo deseo de cubrirlos con los suyos, de decirle que había cambiado de opinión sobre la cena…
-Entonces nos vemos por la mañana –dijo él, volviéndose para señalar la cadena de la puerta. –Échala cuando me vaya.
En cuanto la puerta se cerró, Myriam se dejó caer sobre una de las maletas. “Échala cuando me vaya”. ¿Qué había querido decir, que necesitaba una cadena para alejarse de ella?
“Por amor de Dios, no pienses tonterías. Es un experto en seguridad, nada más”.
Myriam echó la cadena en cualquier caso. Seguramente Víctor se alegraba de que no hubiera aceptado cenar con él porque así tendría la oportunidad de salir a tomar una copa. Conociéndolo, no le sorprendería nada que conociese a una chica esa misma noche. Y no pensaba examinar lo que sentía al pensar que eso pudiera ocurrir.
CAPITULO 5
A media mañana una grúa los había llevado a Moree, cerca del límite de Nueva Gales del Sur de Queensland, gracias a un granjero que los había vistos tirados en la carretera. Y ahora estaban tomando un tardío desayuno mientras les arreglaban el neumático pinchado en un taller cercano.
La camarera, Darlene, una rubia pechugona de unos treinta años hacía lo que podía para convencer a Víctor de que probase sus famosos “bollos” recién salidos del horno. Pero, considerando que acababa de tomar un desayuno que incluía salchichas, patatas, huevos revueltos con beicon y dos cafés, Myriam estaba segura de que la chica no tenía muchas posibilidades.
Claro que cuando volvió del lavabo, donde apenas había estado cinco minutos, descubrió que Darlene ya sabía que Víctor era soltero, que tenía una empresa de seguridad y que “sólo viajaba con ella para hacerle un favor porque era la mejor amiga de su hermana”.
De modo que no se sorprendió cuando le dijo a la camarera que probará sus bollos. Lo que si le sorprendió fue su propia reacción a ese tonto flirteo.
Cuando lo vio admirando el movimiento de sus caderas mientras se alejaba hacia la barra, Myriam sintió que las tortitas que acababa de comer se convertían en una bola dentro de su estómago. Pero no tuvo tiempo de pensar en ello porque Víctor se inclinó un poco hacia adelante.
-Antes de que volvieras, Darlene estaba intentando venderme el spa de Moree: manantiales naturales de aguas cristalinas. ¿Te apetece darte un baño antes de volver a la carretera?
-¿No le has dicho a Darlene que tenemos un horario muy ajustado porque hemos perdido toda una noche? Además, lo único que me apetece es darme una ducha y dormir unas cuantas horas.
-Sólo estaba intentando darnos la bienvenida a Moree, Myri –sonrió Víctor. –Se está portando tan bien como el rudo granjero de esta mañana.
-Pero él no tonteó conmigo.
-Si no te diste cuenta es que no estabas prestando atención… o que sencillamente no ves esas cosas –Víctor se encogió de hombros, sin dejar de sonreír. –Pero no sabía que tuviéramos un horario ajustado. ¿No necesitamos tiempo para pensar?
Sí, pero no en una piscina con Víctor. No con él a su lado medio desnudo, con su piel bronceada y sus músculos a la vista. Porque sería en eso en lo que pensara entonces.
-Pensaré lo que tenga que pensar cuando llegue a mi destino. Y no me llames Myri.
-Cindy te llama Myri y es más corto que Myriam.
-Cindy es mi amiga –le recordó ella.
“Y tú no”, pensó Myriam, mirando su taza de café. “Y nunca podrás serlo”.
-¿Quieren algo más? Les preguntó Darlene, dejando dos bollos rellemos de crema sobre la mesa.
-No, gracias, nada más –sonrió Víctor.
Myriam apretó los dientes.
No, nunca podría ser su amigo. En aquella relación había demasiadas hormonas, demasiadas emociones. Y un corazón que proteger. Porque la noche anterior, cuando se besaron, había ocurrido algo. Algo había despertado dentro de ella y sabía que no volvería a ser la misma otra vez.
Y eso le daba pánico.
Por eso decidió en ese momento que su relación con Víctor sería cordial y lo más distante posible hasta que llegaran a Surfers. Al menos allí tendría su propio espacio, su cama… y no tendría que dormir apoyada en su hombro.
Y él se habría ido.
-De modo que no confías en mí –dijo Víctor cuando Darlene se alejó.
-Que hayamos compartido un beso… -Myriam no terminó la frase, sintiendo que le ardían las mejillas.
-Yo no estaba hablando del beso –dijo él. –Pero si cambias de opinión sobre lo que sea que te molesta, aquí estoy. Puedes contar conmigo para lo que quieras.
-Gracias.
Con un poco de suerte aquella situación terminaría en unas horas. Ella se iría al apartamento que había alquilado, se despediría de Víctor y él se marcharía a Brisbane. Y no tendrá que volver a verlo hasta que los dos estuvieran de vuelta en Melbourne. Y una vez allí no sería un problema.
Llevaba una hora en el coche cuando tuvieron que parar porque a Myriam le había dado un tirón en la pierna.
-¿Qué ocurre? –Víctor, medio dormido, alargó una mano para buscar sus gafas de sol.
-Nada, no te preocupes, es que necesitaba estirar un poco las piernas –Myriam abrió la puerta del coche y salió al arcén, donde la fresca brisa y el calor del sol la animaron un poco. Pero un movimiento en la hierba, frente a ella, llamó su atención. –Oh, no…
-¿Qué?
-Hay algo en la base de ese árbol. Algo pequeño y peludo, creo que es un animal enfermo.
Víctor se encogió de hombros.
-¿Y qué puedes hacer tú?
-Algo –contestó Myriam, metiendo medio cuerpo en el coche para tomar su chaqueta, un jersey de cachemira y una toalla. –Creo que es un koala.
-Ten cuidado –Víctor salió del coche para echarle una mano. –No son criaturitas encantadoras como en las películas. Tienen dientes y garras.
-Ya lo sé –murmuró ella mientras se envolvía las manos en la toalla. –Toma, tírale el jersey encima.
-¿Un jersey de cachemir? Pero se va a estropear…
-¿Alguna otra sugerencia?
Encogiéndose de hombros, Víctor atrapó al animal con el jersey y lo levantó, mirándolo con cara de sorpresa. El pobre emitía un sonido similar al llanto de un niño.
-Debe tener unos siete mese y probablemente sigue necesitando la leche de su madre –dijo Myriam.
-¿Cómo lo sabes?
-He trabajado en santuarios de fauna salvaje. Espera un momento… -Myriam se puso la chaqueta y, después de quitarle el bulto de las manos, se lo colocó en el pecho. –Necesita calor. Tenemos que buscar un veterinario, venga conduce tú.
-Ah, veo que no son sólo los ositos de peluche lo que no puedes abandonar –bromeó él.
-A veces pienso que me llevo mejor con los animales que con las personas –Myriam levantó una mano para taparse la nariz porque el pobre animal apestaba a orina. –Cuando estuvimos en Namibia el año pasado me hice voluntaria de un programa que intentaba salvar a los cheetas. Era un trabajo duro y sucio, pero a mí me encantaba. Fueron las mejores vacaciones de mi vida.
-¿En serio?
-Pues claro. ¿Qué crees, que mi idea de unas vacaciones es tumbarme en la playa de Waikiki? Bueno, la verdad es que también eso me gusta.
-¿Fred, tu urraca, también es una de tus mascotas recogidas?
-Sí, por supuesto. Algún día te lo presentaré. No puede volar, pero tiene mucha personalidad.
-Ah, muy bien. Me gustaría conocerlo.
Myriam se dio cuenta de que también a ella le gustaría presentárselo porque durante aquel viaje estaba empezando a nacer entre ellos algo parecido a la camaradería.
Amigos.
Sólo amigos, se dijo a sí misma, sorprendida por ese repentino cambio de opinión. Cualquier otra cosa sería imposible.
Sin dejar de mirar la carretera, Víctor alargó una mano para acariciar el bulto bajo su chaqueta y cuando sus dedos rozaron los de Myriam, su pulso se aceleró.
Afortunadamente, él no se dio cuenta. O tal vez sí porque le pareció que apretaba el volante con más fuerza que antes. Bonitas manos, pensó. Anchas, fuertes, sensuales. Se preguntó cómo sería ver esas manos sobre su cuerpo…
Tuvo que apartar la mirada, nerviosa. Cuando creía que empezaba a gustarle eso de que fueran amigos…
-Te gustan las causas solidarias –dijo Víctor unos minutos después. –Salvar a las ballenas, evitar la tala de árboles.
-Más bien es una pasión.
-¿No se te ocurrió estudiar Biología o hacerte veterinaria?
Myriam se encogió de hombros.
-Mis padres esperaban que algún día estudiase Medicina.
-¿Por eso ayudas a tu padre en la consulta y eres voluntaria en la unidad de cardiología?
Donde había conocido a Cindy cuando su padre sufrió el trasplante.
-Sí.
-Pero no es lo que tú quieres.
-Sí, claro que sí –Myriam intentó dotar a su tomo de convicción, pero sacudió la cabeza cuando fracasó estrepitosamente. –No, la verdad es que quiero ser veterinaria. Iba a empezar a estudiar hace cinco años, en la Universidad de Sidney, pero mi madre se puso enferma…
No le contó que su madre se ponía enferma cada vez que sugería que se iba de casa. O cuando estaba fuera más de dos semana. Desde la muerte de su madre se había sentido culpable al pensar que tal vez de verdad estaba enferma en todas esas ocasiones, que no estaba intentando evitar que fuera una persona independiente.
-Aún tienes tiempo de estudiar –dijo él, al tiempo que entraban a una pequeña comunidad. –Mira, ahí hay una clínica veterinaria.
-Menos mal –suspiró Myriam.
-Una pena lo de tu blusa… -Víctor acarició la cara seda entre sus dedos. –¡Seguro que vale un dineral –añadió, aunque parecía estar pensando algo completamente diferente y que, Myriam estaba segura, habría hecho que se ruborizase.
Mientras salían del pueblo Víctor bajó la ventanilla, pero no sirvió de nada.
-Siento mucho ser yo quien te lo diga, pero…
-Sí, lo sé, tengo que tirar la blusa –sonrió Myriam. –Huele fatal.
Víctor pensó en ofrecerle su ayuda para hacerlo, pero sabía que no debía. Ni siquiera de broma.
-Si quieres cambiarte, hemos pasado por un servicio público hace un momento.
-Sí, por favor.
Cuando salió del edificio llevaba vaqueros y una camiseta de color lila que despertó una fantasía diferente, pero igualmente entretenida.
Pero en lugar de dirigirse hacia la puerta del pasajero dio la vuelta al coche y se quedó frente a la del conductor, con las manos en las caderas. Aunque no eran sus manos lo que Víctor estaba mirando sino sus pechos, marcados bajo la ajustada camiseta.
Y mientras los miraba notó que sus pezones despertaban a la vida, tal vez debido a la fresca brisa, marcándose bajo la tela. Y prácticamente empezó a salivar. Estando tan cerca casi le parecía ver el color más oscuro… le pareció porque apartó la mirada un segundo después.
-Es la primera vez que te veo en vaqueros.
-Me toca conducir a mí –dijo Myriam, abriendo la puerta.
-Como quieras –suspiró él.
Cuando salió del coche sus brazos se rozaron y le pareció notar un olor a pelo de animal…
-No lo digas, ya lo sé. Cuanto antes lleguemos a nuestro destino antes podré darme una ducha.
-¿Alguna recomendación de amigos o parientes para encontrar alojamiento en Surfers Paradise?
¿El palazzo Versace tal vez? Víctor sintió la tentación de reservar dos habitaciones allí, o una suite con dos dormitorios, sólo por hacer una extravagancia.
Así Myriam podría quitarse el olor a koala a lo grande. Una imagen apareció en su cerebro y no parecía querer irse de allí: una bañera enorme llena de espuma, dos copas de champán y Myriam…
-No sé qué vas a hacer tú, pero yo he alquilado un apartamento –dijo ella entonces, destruyendo su maravillosa visión.
-¿Un apartamento?
-No sé cuánto tiempo voy a quedarme allí, pero está amueblado.
-¿Cómo se llama el edificio? –preguntó Víctor, sacando su móvil del bolsillo.
-Apartamentos Pacific Paradise.
Víctor llamó a Información para pedir el teléfono de la empresa, mirándola de soslayo. Estaba decidido a alquilar un apartamento, si fuera posible al lado del de Myriam.
Las gafas de sol escondía sus ojos, pero nada lo impedía mirar los diminutos diamantes que llevaba en las orejas y que, de repente, le gustaría morder. O sus largos dedos sobre el volante, con las uñas cortas y pintadas con laca transparente, y preguntarse cómo sería una caricia suya…
Víctor cerró los ojos, intentando contener la tentación, mientras hablaba con la agencia encargada de alquilar los apartamentos Pacific Paradise.
-Lo hemos conseguido –dijo Myriam una hora después, en el aparcamiento del edificio.
Víctor se sorprendió al ver que estaba sonriendo, una sonrisa auténtica, desenfadada.
-¿Lo dudabas? Tengo un gran sentido de la orientación.
-Has usado el GPS del móvil y no el mapa –le recordó Myriam. –Ha sido mi experiencia como conductora lo que nos ha traído hasta aquí antes de lo esperado.
-Eso es verdad –dijo él, incapaz de apartar los ojos de sus labios. –Absolutamente cierto.
Quería que disfrutase de esa sensación de éxito, de haber conseguido algo, porque tenía la impresión de que no le ocurría a menudo.
Ella movió los hombros, como intentando relajarse, como diciéndose a sí misma que a partir de aquel momento todo sería facilísimo.
-Bueno, vamos –murmuró, saliendo del coche.
Víctor hizo lo propio, respirando la fresca brisa del océano Pacífico.
-Yo me encargo del equipaje. Si quieres ir a decir que hemos llegado…
Pero cuando se encontraron en el vestíbulo, el conserje les dijo que había un problema con el apartamento de Víctor y que tendría que solucionarlo e ir a buscar la llave a la agencia.
-Bueno, primero vamos a instalarte, Myriam.
Ella arrugó la nariz en cuanto abrió la puerta. El apartamento olía a cerrado y no se parecía nada a lo que había imaginado, pero cuando lo reservó no pensaba con claridad. Las ventanas del salón daban a la piscina del edificio y a la zona de la barbacoa, rodeada de follaje tropical.
-¿Tienes a mano todo lo que necesitas para esta noche? –preguntó Víctor, dejando las maletas en el pasillo. Estaban tan cerca que podía oler su colonia y recordó la noche anterior…
Ninguno de los dos dijo nada y el silencio estaba cargado de posibilidades. Como si eso hiciera falta.
-Lo tengo todo controlado, gracias.
-Imagino que querrás cenar algo después de darte una ducha.
Sí, claro que le gustaría. La idea de estar sola en aquel sitio que no conocía y que le resultaba tan poco familiar no era precisamente agradable. En lugar de disfrutar de la libertad que siempre había anhelado, ahora quería compañía. Incluso la compañía de Víctor. Especialmente la compañía de Víctor, pensó, sintiendo que su pulso se aceleraba.
Y por eso le dijo:
-No, no lo creo. Seguramente después de darme una ducha me iré a la cama. Pero gracias por todo.
Víctor levantó una mano para tocar su cara y al notar el roce de sus dedos sintió el absurdo deseo de cubrirlos con los suyos, de decirle que había cambiado de opinión sobre la cena…
-Entonces nos vemos por la mañana –dijo él, volviéndose para señalar la cadena de la puerta. –Échala cuando me vaya.
En cuanto la puerta se cerró, Myriam se dejó caer sobre una de las maletas. “Échala cuando me vaya”. ¿Qué había querido decir, que necesitaba una cadena para alejarse de ella?
“Por amor de Dios, no pienses tonterías. Es un experto en seguridad, nada más”.
Myriam echó la cadena en cualquier caso. Seguramente Víctor se alegraba de que no hubiera aceptado cenar con él porque así tendría la oportunidad de salir a tomar una copa. Conociéndolo, no le sorprendería nada que conociese a una chica esa misma noche. Y no pensaba examinar lo que sentía al pensar que eso pudiera ocurrir.
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Re: Recuerdo de un beso
chicas aqui el capitulo de hoy graxias.
CAPITULO 6
Otra vez.
Myriam levantó los ojos al cielo cuando el ritmo de los golpes en la pared se incrementó. Evidentemente, sus vecinos lo pasaban muy bien haciendo el amor porque aquélla era la tercera vez que la despertaban.
Ella nunca lo había experimentado de primera mano, pero se puso colorada cuando unos suspiros femeninos se unieron al coro de golpes.
Apartándose el pelo de la cara, miró el reloj: las siete y media de la mañana. Cerrando los ojos, se preguntó cómo sería despertar al lado de un hombre… en todos los sentidos. Y ese hombre tendría el pelo oscuro, el flequillo sobre la cara cuando se inclinara para darle un beso de buenos días. Sus ojos serían castaños con puntitos dorados…
Cuando oyó que se cerraba la puerta del apartamento de al lado suspiró, mirando al techo, inquieta e insatisfecha.
Porque aquel hombre había vuelto a colarse en sus sueños otra vez…
Myriam golpeó el colchón con las manos. En realidad, llevaba tres años colándose en sus sueños. Y cuando lo veía perdía la calma, se ponía colorada y se portaba como una adolescente.
De modo que debería sentirse contenta esa mañana. Había logrado sobre vivir dos días y una noche con su dignidad intacta. Incluso había descubierto que podía mantener una conversación civilizada con él. Y apenas se había puesto colorada el día anterior.
Eran algo así como amigos, lo cual era una sorpresa. ¿Lo habría juzgado mal durante todos esos años? ¿Sería de verdad tan encantador como lo había sido con ella durante esos dos días? No, imposible.
Pero era algo más que el principio de una buena amistad. La chispa que había entre ellos se había convertido en un incendio. Ella lo sabía, Víctor lo sabía. Lo había visto en sus ojos más de una vez.
Tal vez siempre había estado allí, pero nunca se había atrevido a mirarlo de cerca.
O tal vez estaba viendo lo que quería ver. Imaginando que ese beso era algo más de lo que había sido.
Dejar que Víctor García entrase en su vida sería un terrible error. Para empezar, no podía imaginarlo sentado en las incómodas sillas del salón de su casa, tomando un té en las frágiles tazas de porcelana de su madre. O soportando una de esas cenas benéficas del hospital en las que servían vinos europeos y sándwiches diminutos.
Pero nada de eso importaba porque su vida estaba a punto de dar un giro de cientos ochenta grados y sólo esperaba tener cierto control sobre ella cuando volviera a casa.
Y estar con Víctor haría que eso fuera imposible.
Al oír el timbre saltó de la cama y buscó algo para taparse. Pero la noche anterior, después de ducharse, sólo había tenido tiempo de llamar a su padre y no había deshecho la maleta, de modo que no tenía nada a mano.
-¡Ya voy! –gritó, envolviéndose en una manta.
Cuando abrió la puerta Víctor estaba al otro lado.
Con sus vaqueros de siempre, una camiseta negra y una bolsa en la mano… y su corazón dio un vuelco. Se le olvidaron las razones por las que debía mantenerlo a distancia. Quería estar cerca. Lo bastante cerca como para tocar esa barba de dos días…
-Hola.
-¿Siempre abres la puerta de esa guisa?
Myriam se dio cuenta de que, aunque iba tapada por arriba, sus piernas quedaban al descubierto.
-Estoy tapada –murmuró, poniéndose colorada.
-Sí, bueno, eso también, pero lo que quería decir es si abres la puerta sin preguntar quién está al otro lado. ¿No te dije que echaras la cadena?
-Se me olvidó. Pero no ha pasado nada y ahora es de día.
-Sí, claro. Además, veo que has traído el desayuno… voy a ponerme algo de ropa.
Mientras iba la dormitorio, Víctor intentó respirar, pero estaba sudando como si hubiera corrido una maratón.
¿Cómo era posible que nunca se hubiera fijado en sus piernas? Una larga y suave carretera hasta el paraíso.
Y había abierto la puerta como si no tuviera una sola preocupación en el mundo; una invitación para cualquier extraño. Víctor apretó la bolsa que llevaba en la mano, enfadado consigo mismo. Lo que hiciera Myriam con su vida no debería importarle.
Y, sin embargo, no podía dejar de recordar su cara, su cabello despeinado, el rostro sin gota de maquillaje. Se olvidaría de las hamburguesas con beicon y las salchichas durante un mes si a cambio consiguiera un beso suyo.
Frank dejó la bolsa sobre la mesa y buscó platos en los armarios de la cocina. Si tuviera un poco de sentido común se olvidaría del desayuno y bajaría a correr por la playa… o mejor, hasta Melbourne.
Y si Myriam tuviera un poco de sentido común, aún sería posible.
-Debo tener hambre porque huele fenomenal –la oyó decir, a su espalda.
Víctor se quedó inmóvil. Llevaba otra de esas camisetas ajustadas, como la del día anterior.
Y nada debajo.
Tragando saliva, tomó dos platos del armario y se sentó a la mesa para disimular.
-He traído ensalada de fruta, dos hamburguesas, salchichas y café –murmuró, abriendo la bolsa.
-¿No has dormido bien? –preguntó Myriam.
-He dormido perfectamente.
Hasta que despertó de madrugada con una erección imposible y sabiendo que con lo único que iba a tener intimidad era una ducha fría. Se preguntaba cómo estaría Myriam tres plantas más abajo, maldiciendo la ineptitud del conserje y esperando poder dormir mejor esa noche, cuando estuviera en el departamento de al lado.
-¿Y tú?
-Genial –dijo ella. Si Víctor no hubiese levantado la mirada se habría perdido aquel brillo en sus ojos verdes. -¿Te marchas hoy a Brisbane?
-No, voy a quedarme unos días por aquí –contestó él. –Pero no te preocupes, no voy a molestarte.
-Ya.
-Mira, Myriam, será mejor que lo sepas ahora: no voy a irme de Surfers Paradise hasta que haya comprobado que estás bien. ¿Por qué no me cuentas cuáles son tus planes?
-¿Por qué no me dejas en paz? –murmuró ella, quitando la tapa de la ensalada de fruta.
-No, lo siento.
-Aún no sé lo que voy a hacer.
-O sea, qué has venido para tomar el sol e ir de compras –Víctor sacudió la cabeza. –De verdad, eres increíble.
No, no era eso y le gustaría que lo supiera. Tenía que reunir valor para buscar a su hermana, pero no podía explicárselo y tal vez era mejor así. Que siguiera pensando lo peor de ella y la dejase en paz.
-Pues entonces márchate.
Víctor dejó la hamburguesa sobre el plato y se levantó, enfadado.
-Muy bien, me voy.
-¿No vas a comer más?
-¿Eso es todo lo que te preocupa? Guarda el resto en la nevera y cómetelo en el almuerzo –comentó él, dirigiéndose a la puerta. –Que lo pases bien.
Myriam se quedó mirando la puerta largo rato después de que se hubiera ido. Cinco minutos después tiró el resto del café al fregadero y arrugó el ceño mientras miraba por la ventana. Había conseguido lo que quería, ¿no? Víctor estaba fuera de su vida.
Pero eso no la hacía sentir feliz o aliviada.
Esa tarde, Myriam volvió al apartamento y, después de guardar en la nevera las cosas que había comprado, se hizo una tila. ¿Por qué había comprado tila cuando ella no la tomaba nunca?, no tenía idea. Pero esperó que hiciera efecto mientras miraba la guía local en busca de un restaurante decente.
Había pasado el día paseando, pensando, reflexionando. Y fuera donde fuera no dejaba de buscar a su hermana. Se encontró a sí misma mirando a la gente para encontrar algo familiar, algún parecido… en los ojos, en el pelo, en la estructura ósea.
¿Recordaría Mariam a su madre? ¿También a ella le dolería haber sido abandonada? Myriam se dejó caer frente a la mesa, preguntándose qué clase de infancia habría tenido su hermana y cómo habría terminado en Surfers Paradise trabajando en un hotel.
Por supuesto, esos pensamientos la llevaron a los padres que conocía. Sí, echaba de menos a su madre y su padre… se sentía tan culpable por lo que estaba haciendo. Intentaba aliviar la culpa llamándolo a menudo, pero sólo con escuchar su voz…
Suspirando, se acercó a la ventana para ver cómo el cielo pasaba del rosa a lavanda mientras las luces de la ciudad empezaban a encenderse.
Y se quedó de piedra. Víctor no se había ido de Surfers, como esperaba. Allí estaba, apoyado en el coche, con su inseparable chaleco, hablando por el móvil. Su corazón dio un salto acrobático, como era su costumbre, mientras lo estudiaba escondiéndose tras la cortina.
¿Quién mejor para dejar impreso su trasero en el coche que Víctor García?
Pero era absurdo pensar esas cosas, una estupidez. Después de la conversación de aquella mañana, Víctor le había perdido el respeto del todo… aunque no se había equivocado sobre el brillo de deseo en sus ojos, de eso estaba segura.
Él guardo el móvil en el bolsillo y se dirigió hacia el portal, pero no llamó a su puerta como había esperado. Pasó frente a ella y lo oyó abrir la puerta de al lado…
El apartamento de al lado.
El dormitorio donde tenía lugar la “acción”.
El hombre con el que había fantaseado, aunque la hubiera tenido despierta la mitad de la noche, era Víctor.
Myriam sintió que ardía de la cabeza a los pies, pero era un calor diferente, un calor horrible y nauseabundo. Apoyada en la pared, se paso las manos por la cara. Claro que era Víctor. ¿Qué había esperado, que dejase de acostarse con mujeres sólo porque la había acompañado a Surfers Paradise? Evidentemente, no había cambiado nada.
Pero ahora sabía cómo besaba, cómo abrazaba, conocía el calor de sus manos y sus labios…
El sonido del móvil interrumpió sus pensamientos, pero dejó que sonara hasta que saltó el buzón de voz. Era Víctor.
Seguramente llamaría a la puerta en cualquier momento, pero no podía dejar que la viera así. Y tampoco quería hablar con él, de modo que se concentró en colocar un pie detrás de otro para llegar al dormitorio.
Eligió un vestido de seda con estampado azul y negro, se puso unos zapatos de tacón y tomó su bolso para salir a dar un paseo.
Diez minutos después estaba rodeada de gente en la avenida Cavill. Allí era donde quería estar, en la calle, lejos de sus problemas y del hombre en el que no quería pensar.
Todas las luces estaban encendidas, pero era demasiado temprano para la gente que salía a cenar, de modo que entró en un bar, el primero que encontró. A esa hora de la tarde no estaba muy lleno y se sentó en un taburete frente a la barra.
Una hora después, aún con la primera copa en la mano, comparaba notas con Simone, una chica de Sidney, y charlaba con una camarera que por las noches era bailarina exótica.
Más tarde, un chico muy simpático llamado Randy, jefe de casting en san Francisco, la invitó a un cóctel de color azul con una piel de limón sobre el borde de la copa.
Para entonces se sentía cómoda y contenta, aunque un poco mareada, y cuando sonó su móvil contestó inmediatamente.
-¿Dónde demonios estás? –oyó una voz que ya le era muy familiar.
-Hola, Víctor –sonrió Myriam.
-¿No has oído mis mensajes? Te he llamado seis veces. He reservado mesa en un restaurante.
-Estoy en un bar… no había oído el móvil. Y no sabía que fuésemos a cenar juntos.
-¿En un bar? ¿Estás sola?
-¿Y tú? –replicó ella.
-Dime dónde estás e iré a buscarte.
-En la avenida Cavill –Myriam buscó a Randy con la mirada y cuando lo vio haciéndole un guiño y riéndose con unos amigos ya no le pareció tan agradable.
-¿Cómo se llama?
-No me he fijado, pero tiene un neón con una copa de cóctel verde en la puerta.
-No te muevas de ahí.
Víctor cortó la comunicación y Myriam dejó escapar un suspiro, intentando colocarse bien en el taburete. Pero, de repente, todo parecía moverse a su alrededor…
***
Frank guardó el móvil en el bolsillo del pantalón y corrió hacia la avenida Cavill, abriéndose paso entre los turistas y la gente que salía a cenar mientras buscaba con la mirada un neón con una copa de cóctel.
Qué típico de Myriam ser tan egoísta y tan irresponsable. Siempre hacía lo que le daba la gana sin pensar en los demás. Ni siquiera se había molestado en contestar a sus mensajes.
Debería haberse ido directamente a Brisbane y ahora mismo estaría con sus clientes y no cuidando de una niña mimada que se negaba a crecer.
Cuando por fin encontró el bar dejó escapar un suspiro de alivio, pero enseguida tuvo que apretar los dientes. Myriam llevaba un discreto vestido con estampado azul y negro, pero al sentarse en el taburete sus muslos quedaban al descubierto.
Aquella pálida Myriam no era la chica que había dejado esa mañana y tuvo que luchar contra el absurdo impulso de abrazarla y protegerla.
-¡Víctor!
-Hola, princesa –bromeó él, señalando la puerta. –Vamos, el carruaje nos espera.
Myriam inclinó la cabeza para apoyarla en su hombro y suspiró, un sonido que parecía salir de lo más profundo de su alma.
-Cuánto me alegro de que hayas venido –susurró, bajando del taburete y echándole los brazo al cuello. –Por favor, llévame a casa. Quiero irme a la cama.
Víctor la tomó en brazos, preocupado. Era evidente que había bebido demasiado y la cuestión era ¿en qué cama iba a meterla?
CAPITULO 6
Otra vez.
Myriam levantó los ojos al cielo cuando el ritmo de los golpes en la pared se incrementó. Evidentemente, sus vecinos lo pasaban muy bien haciendo el amor porque aquélla era la tercera vez que la despertaban.
Ella nunca lo había experimentado de primera mano, pero se puso colorada cuando unos suspiros femeninos se unieron al coro de golpes.
Apartándose el pelo de la cara, miró el reloj: las siete y media de la mañana. Cerrando los ojos, se preguntó cómo sería despertar al lado de un hombre… en todos los sentidos. Y ese hombre tendría el pelo oscuro, el flequillo sobre la cara cuando se inclinara para darle un beso de buenos días. Sus ojos serían castaños con puntitos dorados…
Cuando oyó que se cerraba la puerta del apartamento de al lado suspiró, mirando al techo, inquieta e insatisfecha.
Porque aquel hombre había vuelto a colarse en sus sueños otra vez…
Myriam golpeó el colchón con las manos. En realidad, llevaba tres años colándose en sus sueños. Y cuando lo veía perdía la calma, se ponía colorada y se portaba como una adolescente.
De modo que debería sentirse contenta esa mañana. Había logrado sobre vivir dos días y una noche con su dignidad intacta. Incluso había descubierto que podía mantener una conversación civilizada con él. Y apenas se había puesto colorada el día anterior.
Eran algo así como amigos, lo cual era una sorpresa. ¿Lo habría juzgado mal durante todos esos años? ¿Sería de verdad tan encantador como lo había sido con ella durante esos dos días? No, imposible.
Pero era algo más que el principio de una buena amistad. La chispa que había entre ellos se había convertido en un incendio. Ella lo sabía, Víctor lo sabía. Lo había visto en sus ojos más de una vez.
Tal vez siempre había estado allí, pero nunca se había atrevido a mirarlo de cerca.
O tal vez estaba viendo lo que quería ver. Imaginando que ese beso era algo más de lo que había sido.
Dejar que Víctor García entrase en su vida sería un terrible error. Para empezar, no podía imaginarlo sentado en las incómodas sillas del salón de su casa, tomando un té en las frágiles tazas de porcelana de su madre. O soportando una de esas cenas benéficas del hospital en las que servían vinos europeos y sándwiches diminutos.
Pero nada de eso importaba porque su vida estaba a punto de dar un giro de cientos ochenta grados y sólo esperaba tener cierto control sobre ella cuando volviera a casa.
Y estar con Víctor haría que eso fuera imposible.
Al oír el timbre saltó de la cama y buscó algo para taparse. Pero la noche anterior, después de ducharse, sólo había tenido tiempo de llamar a su padre y no había deshecho la maleta, de modo que no tenía nada a mano.
-¡Ya voy! –gritó, envolviéndose en una manta.
Cuando abrió la puerta Víctor estaba al otro lado.
Con sus vaqueros de siempre, una camiseta negra y una bolsa en la mano… y su corazón dio un vuelco. Se le olvidaron las razones por las que debía mantenerlo a distancia. Quería estar cerca. Lo bastante cerca como para tocar esa barba de dos días…
-Hola.
-¿Siempre abres la puerta de esa guisa?
Myriam se dio cuenta de que, aunque iba tapada por arriba, sus piernas quedaban al descubierto.
-Estoy tapada –murmuró, poniéndose colorada.
-Sí, bueno, eso también, pero lo que quería decir es si abres la puerta sin preguntar quién está al otro lado. ¿No te dije que echaras la cadena?
-Se me olvidó. Pero no ha pasado nada y ahora es de día.
-Sí, claro. Además, veo que has traído el desayuno… voy a ponerme algo de ropa.
Mientras iba la dormitorio, Víctor intentó respirar, pero estaba sudando como si hubiera corrido una maratón.
¿Cómo era posible que nunca se hubiera fijado en sus piernas? Una larga y suave carretera hasta el paraíso.
Y había abierto la puerta como si no tuviera una sola preocupación en el mundo; una invitación para cualquier extraño. Víctor apretó la bolsa que llevaba en la mano, enfadado consigo mismo. Lo que hiciera Myriam con su vida no debería importarle.
Y, sin embargo, no podía dejar de recordar su cara, su cabello despeinado, el rostro sin gota de maquillaje. Se olvidaría de las hamburguesas con beicon y las salchichas durante un mes si a cambio consiguiera un beso suyo.
Frank dejó la bolsa sobre la mesa y buscó platos en los armarios de la cocina. Si tuviera un poco de sentido común se olvidaría del desayuno y bajaría a correr por la playa… o mejor, hasta Melbourne.
Y si Myriam tuviera un poco de sentido común, aún sería posible.
-Debo tener hambre porque huele fenomenal –la oyó decir, a su espalda.
Víctor se quedó inmóvil. Llevaba otra de esas camisetas ajustadas, como la del día anterior.
Y nada debajo.
Tragando saliva, tomó dos platos del armario y se sentó a la mesa para disimular.
-He traído ensalada de fruta, dos hamburguesas, salchichas y café –murmuró, abriendo la bolsa.
-¿No has dormido bien? –preguntó Myriam.
-He dormido perfectamente.
Hasta que despertó de madrugada con una erección imposible y sabiendo que con lo único que iba a tener intimidad era una ducha fría. Se preguntaba cómo estaría Myriam tres plantas más abajo, maldiciendo la ineptitud del conserje y esperando poder dormir mejor esa noche, cuando estuviera en el departamento de al lado.
-¿Y tú?
-Genial –dijo ella. Si Víctor no hubiese levantado la mirada se habría perdido aquel brillo en sus ojos verdes. -¿Te marchas hoy a Brisbane?
-No, voy a quedarme unos días por aquí –contestó él. –Pero no te preocupes, no voy a molestarte.
-Ya.
-Mira, Myriam, será mejor que lo sepas ahora: no voy a irme de Surfers Paradise hasta que haya comprobado que estás bien. ¿Por qué no me cuentas cuáles son tus planes?
-¿Por qué no me dejas en paz? –murmuró ella, quitando la tapa de la ensalada de fruta.
-No, lo siento.
-Aún no sé lo que voy a hacer.
-O sea, qué has venido para tomar el sol e ir de compras –Víctor sacudió la cabeza. –De verdad, eres increíble.
No, no era eso y le gustaría que lo supiera. Tenía que reunir valor para buscar a su hermana, pero no podía explicárselo y tal vez era mejor así. Que siguiera pensando lo peor de ella y la dejase en paz.
-Pues entonces márchate.
Víctor dejó la hamburguesa sobre el plato y se levantó, enfadado.
-Muy bien, me voy.
-¿No vas a comer más?
-¿Eso es todo lo que te preocupa? Guarda el resto en la nevera y cómetelo en el almuerzo –comentó él, dirigiéndose a la puerta. –Que lo pases bien.
Myriam se quedó mirando la puerta largo rato después de que se hubiera ido. Cinco minutos después tiró el resto del café al fregadero y arrugó el ceño mientras miraba por la ventana. Había conseguido lo que quería, ¿no? Víctor estaba fuera de su vida.
Pero eso no la hacía sentir feliz o aliviada.
Esa tarde, Myriam volvió al apartamento y, después de guardar en la nevera las cosas que había comprado, se hizo una tila. ¿Por qué había comprado tila cuando ella no la tomaba nunca?, no tenía idea. Pero esperó que hiciera efecto mientras miraba la guía local en busca de un restaurante decente.
Había pasado el día paseando, pensando, reflexionando. Y fuera donde fuera no dejaba de buscar a su hermana. Se encontró a sí misma mirando a la gente para encontrar algo familiar, algún parecido… en los ojos, en el pelo, en la estructura ósea.
¿Recordaría Mariam a su madre? ¿También a ella le dolería haber sido abandonada? Myriam se dejó caer frente a la mesa, preguntándose qué clase de infancia habría tenido su hermana y cómo habría terminado en Surfers Paradise trabajando en un hotel.
Por supuesto, esos pensamientos la llevaron a los padres que conocía. Sí, echaba de menos a su madre y su padre… se sentía tan culpable por lo que estaba haciendo. Intentaba aliviar la culpa llamándolo a menudo, pero sólo con escuchar su voz…
Suspirando, se acercó a la ventana para ver cómo el cielo pasaba del rosa a lavanda mientras las luces de la ciudad empezaban a encenderse.
Y se quedó de piedra. Víctor no se había ido de Surfers, como esperaba. Allí estaba, apoyado en el coche, con su inseparable chaleco, hablando por el móvil. Su corazón dio un salto acrobático, como era su costumbre, mientras lo estudiaba escondiéndose tras la cortina.
¿Quién mejor para dejar impreso su trasero en el coche que Víctor García?
Pero era absurdo pensar esas cosas, una estupidez. Después de la conversación de aquella mañana, Víctor le había perdido el respeto del todo… aunque no se había equivocado sobre el brillo de deseo en sus ojos, de eso estaba segura.
Él guardo el móvil en el bolsillo y se dirigió hacia el portal, pero no llamó a su puerta como había esperado. Pasó frente a ella y lo oyó abrir la puerta de al lado…
El apartamento de al lado.
El dormitorio donde tenía lugar la “acción”.
El hombre con el que había fantaseado, aunque la hubiera tenido despierta la mitad de la noche, era Víctor.
Myriam sintió que ardía de la cabeza a los pies, pero era un calor diferente, un calor horrible y nauseabundo. Apoyada en la pared, se paso las manos por la cara. Claro que era Víctor. ¿Qué había esperado, que dejase de acostarse con mujeres sólo porque la había acompañado a Surfers Paradise? Evidentemente, no había cambiado nada.
Pero ahora sabía cómo besaba, cómo abrazaba, conocía el calor de sus manos y sus labios…
El sonido del móvil interrumpió sus pensamientos, pero dejó que sonara hasta que saltó el buzón de voz. Era Víctor.
Seguramente llamaría a la puerta en cualquier momento, pero no podía dejar que la viera así. Y tampoco quería hablar con él, de modo que se concentró en colocar un pie detrás de otro para llegar al dormitorio.
Eligió un vestido de seda con estampado azul y negro, se puso unos zapatos de tacón y tomó su bolso para salir a dar un paseo.
Diez minutos después estaba rodeada de gente en la avenida Cavill. Allí era donde quería estar, en la calle, lejos de sus problemas y del hombre en el que no quería pensar.
Todas las luces estaban encendidas, pero era demasiado temprano para la gente que salía a cenar, de modo que entró en un bar, el primero que encontró. A esa hora de la tarde no estaba muy lleno y se sentó en un taburete frente a la barra.
Una hora después, aún con la primera copa en la mano, comparaba notas con Simone, una chica de Sidney, y charlaba con una camarera que por las noches era bailarina exótica.
Más tarde, un chico muy simpático llamado Randy, jefe de casting en san Francisco, la invitó a un cóctel de color azul con una piel de limón sobre el borde de la copa.
Para entonces se sentía cómoda y contenta, aunque un poco mareada, y cuando sonó su móvil contestó inmediatamente.
-¿Dónde demonios estás? –oyó una voz que ya le era muy familiar.
-Hola, Víctor –sonrió Myriam.
-¿No has oído mis mensajes? Te he llamado seis veces. He reservado mesa en un restaurante.
-Estoy en un bar… no había oído el móvil. Y no sabía que fuésemos a cenar juntos.
-¿En un bar? ¿Estás sola?
-¿Y tú? –replicó ella.
-Dime dónde estás e iré a buscarte.
-En la avenida Cavill –Myriam buscó a Randy con la mirada y cuando lo vio haciéndole un guiño y riéndose con unos amigos ya no le pareció tan agradable.
-¿Cómo se llama?
-No me he fijado, pero tiene un neón con una copa de cóctel verde en la puerta.
-No te muevas de ahí.
Víctor cortó la comunicación y Myriam dejó escapar un suspiro, intentando colocarse bien en el taburete. Pero, de repente, todo parecía moverse a su alrededor…
***
Frank guardó el móvil en el bolsillo del pantalón y corrió hacia la avenida Cavill, abriéndose paso entre los turistas y la gente que salía a cenar mientras buscaba con la mirada un neón con una copa de cóctel.
Qué típico de Myriam ser tan egoísta y tan irresponsable. Siempre hacía lo que le daba la gana sin pensar en los demás. Ni siquiera se había molestado en contestar a sus mensajes.
Debería haberse ido directamente a Brisbane y ahora mismo estaría con sus clientes y no cuidando de una niña mimada que se negaba a crecer.
Cuando por fin encontró el bar dejó escapar un suspiro de alivio, pero enseguida tuvo que apretar los dientes. Myriam llevaba un discreto vestido con estampado azul y negro, pero al sentarse en el taburete sus muslos quedaban al descubierto.
Aquella pálida Myriam no era la chica que había dejado esa mañana y tuvo que luchar contra el absurdo impulso de abrazarla y protegerla.
-¡Víctor!
-Hola, princesa –bromeó él, señalando la puerta. –Vamos, el carruaje nos espera.
Myriam inclinó la cabeza para apoyarla en su hombro y suspiró, un sonido que parecía salir de lo más profundo de su alma.
-Cuánto me alegro de que hayas venido –susurró, bajando del taburete y echándole los brazo al cuello. –Por favor, llévame a casa. Quiero irme a la cama.
Víctor la tomó en brazos, preocupado. Era evidente que había bebido demasiado y la cuestión era ¿en qué cama iba a meterla?
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
miil graciias por los cap me ancanta la novelita xfa no tardes con el siguiente cap sii que estos niños no tardan en caer jaja
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
Gracias por los capitulos y siguele por fa que esta rebuena la novelita
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
Buen dia nuñas q tengan un excelente inicio de semana aqqui les dejo el capitulo de hoy...
CAPITULO 7
Víctor paró un taxi y depositó a Myriam en el asiento trasero. Olía a alcohol y no estaba en condiciones de hacer las maletas y mudarse a la suite del hotel que había reservado para los dos, pero al menos podría dejarla en el apartamento. A salvo.
Como le había asegurado a Antonio por teléfono.
Lo había llamado sólo para decirle que todo iba bien porque su irresponsable hija seguramente habría olvidado hacerlo pero, aparentemente, Myriam lo había llamado dos veces.
-Ahora sé porque está en Surfers Paradise –le había dicho Antonio. –Mi hija no sabe que he descubierto la razón y yo prefiero ser discreto por el momento, pero entiendo que haya ido allí. La culpa es mía, pero es su historia y si Myriam quiere contártela lo hará. No sabes cuánto te agradezco que estés con ella, así que me quedo tranquilo.
De modo que, por el momento, Víctor parecía haber heredado la responsabilidad de protegerla. Y era un alivio saber que no era la niña egoísta y absurda que había pensado. Según Antonio, había una razón para ese viaje, aunque ella no quisiera contársela.
Y si a Antonio le parecía bien, él tenía que aceptar su palabra.
Unos minutos después apoyaba a Myriam contra la puerta de su apartamento, pero se le doblaban las rodillas como una muñeca de trapo y tuvo que sujetarla.
-¿Dónde tienes la llave?
-En el bolso.
Suspirando Víctor abrió el bolso para localizaras. Era una escena a la que estaba tristemente acostumbrado: mujeres que bebían más de la cuenta y usaban eso para meterse en su cama. Aunque normalmente no tenía que llevarlas en brazos.
Cuando Myriam apoyó la cabeza en su hombro, Víctor intentó no imaginar la escena en diferentes circunstancias: tumbándola sobre el colchón, viendo un brillo de pasión en sus ojos mientras él se tumbaba a su lado y la acariciaba por todas partes…
Afortunadamente, Myriam tenía los ojos cerrados.
-Bueno, hora de irse a dormir.
Víctor intentó no pensar en nada mientras le quitaba los zapatos.
-Me siento… mal.
-Así aprenderás a no beber demasiado.
-Una copa…
Sí, una copa, seguro.
-No lo creo. Seguro que has perdido la cuenta.
-No –Myriam abrió los ojos. –Sólo una copa y el cóctel al que me ha invitado Randy…
-¿Randy? ¿Quién es Randy?
-Pues es… no me acuerdo.
Víctor encendió la lamparita de la mesilla y apartó un mechón de pelo de su cara.
-¿Te has tomado todo el cóctel?
-Sólo un par de tragos. Era muy bonito, pero no me gusto el sabor.
-Voy a hacer un café –suspiró él. –Y luego voy a quedarme contigo hasta que te duermas, ¿de acuerdo?
Myriam murmuró algo ininteligible antes de cerrar los ojos de nuevo y Víctor fue a la cocina para hacer el café, intentando recordar las caras de la gente que había visto en el bar.
“Lo mató”, pensaba. Claro que no había esperanza alguna de encontrarlo. El canalla había querido aprovecharse de una chica que estaba sola…
La encontró como la había dejado, en la cama con los ojos cerrados. Pero tenía que despertarla para que tomase el café.
-Myriam, despierta –murmuró, pasándole un brazo por los hombros para ayudarla a incorporarse. –Venga, tienes que tomarte esto.
-No tienes que… quedarte –murmuró ella. –Si tienes algo que hacer… si has quedado con alguien…
-¿De qué estás hablando? Si te hubieras molestado en escuchar mis seis mensajes sabrías que tenía intención de cenar contigo.
-¿Tú y yo?
-Venga, tómate el café y luego podrás dormir.
-Hay luces alrededor de tu cara… como un halo.
Víctor miró las luces de la tienda de enfrente.
-Los ángeles de la guarda siempre tienen halo –bromeó, incómodo. Nunca se había sentido menos como un ángel de la guarda y en aquel momento la deseaba de la manera menos angelical posible.
Cuando Myriam terminó el café, dejó la taza sobre la mesilla.
-Será mejor que te quites el vestido.
-No –dijo ella.
-¿Por qué no dejas que baje la cremallera? Luego me daré la vuelta para que te lo quites tú solita.
Myriam se mordió los labios, nerviosa.
-Bueno.
Sus ojos se encontraron mientras se acercaba y se volvieron de color esmeralda cuando se inclinó un poco hacia ella.
Torturado por no poder besarla, torturado cuando rozó su espalda con la mano, con el sonido de la cremallera, cuando rozó el sujetador…
Quería poner los labios sobre la suave piel de su espalda, bajar las tiras del sujetador y saborear la dulzura de sus pechos. Pero se apartó, mirando esa frágil belleza.
Y el brillo vulnerable de sus ojos.
Eso lo cambió todo. Myriam necesitaba un amigo, no un amante.
-Tú puedes hacer el resto, creo –dijo con voz ronca.
A pesar del fiero control que ejercía sobre sus deseos, algunas partes de su cuerpo había despertado a la vida al oír el frufrú de la tela. Pero se concentró en mirar las luces de la tienda de enfrente durante unos minutos.
Cuando se dio la vuelta, Myriam estaba tumbada de lado, tapada con el edredón.
-Gracias –murmuró. –Ya estoy mejor.
Un segundo después se había quedado dormida.
Víctor siguió mirándola. No estaba mejor, pensó. A saber lo que habría echado ese hombre en su bebida.
Le había prometido a Cindy y a Antonio que cuidaría de ella y no estaba haciendo un buen trabajo precisamente.
Suspirando, apagó la lamparita de la mesilla y se quitó los zapatos y el chaleco antes de tumbarse a su lado, intentando no despertarla, intentando no respirar el aroma de su perfume, intentando imaginar que apartaba el edredón y la tocaba.
Pero tenía que hacer de niñera, de modo que apretó los dientes, intentando pensar en otra cosa. En un sitio frío y desolado en alguna parte, muy lejos.
En cuanto despertó supo que algo había cambiado. Notó el sonido de una respiración a su lado y giró la cabeza, sorprendida.
Víctor estaba en la cama, con una mano bajo la mejilla…
Myriam se llevó una mano al corazón. No sabía si se podía sentir pánico y alivio al mismo tiempo.
Nunca había despertado al lado de un hombre… bueno, nunca había dormido con un hombre. Pero Víctor García, inspirador de tantos sueños, estaba a unos centímetros de ella. En su cama, respirando el mismo aire.
Y con el mismo aspecto que tenía en sus fantasías: la sombra de barba que le daba aspecto de pirata, el pelo sobre la frente, la luz de la mañana iluminando su anguloso rostro.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que ella estaba debajo del edredón y él encima. Y que estaba vestido.
Y ella no.
“Ay, Dios mío, ¿qué he hecho? ¿Qué hemos hecho?”
Entonces recordó lo que había pasado por la noche. Víctor no había hecho nada mientras la llevaba a la cama, no la había besado siquiera. Se había portado como un perfecto caballero, aunque ella siempre había pensado que las palabras “Víctor” y “caballero” se excluían la una de la otra.
Sí, se había portado bien la noche anterior, pero con otras mujeres… Víctor era el amante ideal para muchas mujeres, pero no para ella.
Entonces suspiró, diciéndose a sí misma que no quería que Víctor fuera su amante. No, ella tenía cosas más importantes que hacer en Surfers Paradise, por ejemplo encontrar a su hermana.
Víctor se movió entonces, pasándole un brazo por encima. Y el corazón de Myriam se volvió loco. Un segundo después, unos ojos castaños se clavaron en los suyos.
-¿Cómo estás?
-Bien –contestó ella. Aunque no era verdad del todo.
-En ese caso, buenos días, princesa –su voz, más ronca que nunca, parecía vibrar por todo su cuerpo.
-Buenos días.
Víctor no se apartó, ni siquiera se molestó en apartar la pierna. Parecía contento así, mirándola mientras el sol empezaba a levantarse en el horizonte.
-Entonces a lo mejor ahora me puedes explicar porque ayer me distes plantón.
-Pensé que preferirías la compañía de tu amiga, ya que lo habías pasado tan bien con ella la noche anterior –contestó Myriam, apartando la mirada.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué amiga?
-La habitación del apartamento de al lado tiene una pared que conecta con mi dormitorio, no te hagas tonto. Los muelles del colchón crujen… no sé si me entiendes.
Víctor soltó la carcajada que hizo eco por toda la habitación y Myriam apretó los labios, dolida.
-No era yo.
-Si eras tú, te oí entrar en ese apartamento ayer…
-Sí, ayer por la tarde, pero antes estaba en unas tres plantas más arriba. Aún no he dormido en mi nuevo apartamento.
-Ah.
Entonces no era él. Qué tonta, pensó. Sin embargo, ni siquiera esa noticia la hacía sentir mejor. Seguía queriendo taparse la cabeza con el edredón, avergonzada.
-Myri… -Víctor alargó una mano para tocar sus labios, despertando miedo y anhelo al mismo tiempo.
Luego se incorporó un poco, poniendo las manos a cada lado de su cuerpo, atrapándola bajo el edredón. La miraba como diciendo: ”quiero besarte y esta vez no quiero que te apartes”.
Myriam había fantaseado con él mirándola de esa manera. No como la amiga de su hermana, no como a una niña mimada.
Sino como una mujer deseable.
Él se inclinó hacia delante para buscar sus labios y Myriam se dejó llevar, cerrando los ojos para recibir aquel beso que parecía durar para siempre. Víctor llenaba su boca, invitándola a unirse a él en aquel placer que no había experimentado con ningún otro hombre.
Cuando se apartó tuvo que controlar un suspiro de desilusión, pero él no había terminado. Siguió besando su cara, su cuello, su garganta… besos suaves, húmedos, que la dejaban temblando de placer.
Y luego siguió hacia abajo: sus hombros, su cuello, hasta llegar al sujetador. Apartó el edredón e inclinó la cabeza para besar sus pechos, cerrando los labios sobre una aureola por encima del encaje negro.
El pezón se endureció ante el suave tirón de sus labios y Myriam sintió que se quedaba sin aire en los pulmones.
Estaba asustada.
Asustada porque era como si le robase la voluntad. Y ése era el peligro que siempre había supuesto Víctor para ella. Durante unos segundos lo deseó más que nada, tanto que le dolía.
-No, espera –dijo sin embargo cuando Víctor intentaba apartar el edredón.
Myriam quería olvidarse de todo y, por una vez, vivir peligrosamente.
¿Pero sería en sus propios términos o en los de Víctor? Allí, en un paraíso de arena y sol y noches tropicales, un romance podía lanzarte a la deriva.
-No he venido aquí para eso –le dijo.
-No pasa nada –Víctor la tapó de nuevo con el edredón. –Debo haberme equivocado. Pensé que era lo que tú querías.
“Lo es”, hubiera querido gritar ella. “Te he deseado durante tanto tiempo que no sé si este momento es real o es otro de mis sueños”.
-Sólo somos amigos, ¿recuerdas? –murmuró, con voz estrangulada.
-Amigos –repitió él.
-Si no te importa, quiero darme una ducha… -Myriam parpadeó para apartar de sí la imagen de los dos desnudos y mojados.
Víctor la miró un momento, en silencio, y después asistió con la cabeza.
-Nos vamos de aquí esta misma mañana. He reservado habitación en un hotel.
-¿Y por qué has tomado esa decisión sin consultarme?
-Cálmate, princesa. Es una suite de dos habitaciones.
-Márchate tú, si quieres. Yo ya he reservado habitación en un hotel. Y no me llames princesa.
Víctor saltó de la cama para ponerse el chaleco y las botas.
-¿Por qué no? Te portas como si lo fueras… una princesita mimada además. Y será mejor que me digas a que hotel piensas ir, lo descubriré me lo cuentes tú o no.
Myriam no tenía la menor duda y en aquel momento no le importada.
-Un hotel que le llama Centro Capricornio.
-Muy bien, cambiaré la reserva entonces.
CAPITULO 7
Víctor paró un taxi y depositó a Myriam en el asiento trasero. Olía a alcohol y no estaba en condiciones de hacer las maletas y mudarse a la suite del hotel que había reservado para los dos, pero al menos podría dejarla en el apartamento. A salvo.
Como le había asegurado a Antonio por teléfono.
Lo había llamado sólo para decirle que todo iba bien porque su irresponsable hija seguramente habría olvidado hacerlo pero, aparentemente, Myriam lo había llamado dos veces.
-Ahora sé porque está en Surfers Paradise –le había dicho Antonio. –Mi hija no sabe que he descubierto la razón y yo prefiero ser discreto por el momento, pero entiendo que haya ido allí. La culpa es mía, pero es su historia y si Myriam quiere contártela lo hará. No sabes cuánto te agradezco que estés con ella, así que me quedo tranquilo.
De modo que, por el momento, Víctor parecía haber heredado la responsabilidad de protegerla. Y era un alivio saber que no era la niña egoísta y absurda que había pensado. Según Antonio, había una razón para ese viaje, aunque ella no quisiera contársela.
Y si a Antonio le parecía bien, él tenía que aceptar su palabra.
Unos minutos después apoyaba a Myriam contra la puerta de su apartamento, pero se le doblaban las rodillas como una muñeca de trapo y tuvo que sujetarla.
-¿Dónde tienes la llave?
-En el bolso.
Suspirando Víctor abrió el bolso para localizaras. Era una escena a la que estaba tristemente acostumbrado: mujeres que bebían más de la cuenta y usaban eso para meterse en su cama. Aunque normalmente no tenía que llevarlas en brazos.
Cuando Myriam apoyó la cabeza en su hombro, Víctor intentó no imaginar la escena en diferentes circunstancias: tumbándola sobre el colchón, viendo un brillo de pasión en sus ojos mientras él se tumbaba a su lado y la acariciaba por todas partes…
Afortunadamente, Myriam tenía los ojos cerrados.
-Bueno, hora de irse a dormir.
Víctor intentó no pensar en nada mientras le quitaba los zapatos.
-Me siento… mal.
-Así aprenderás a no beber demasiado.
-Una copa…
Sí, una copa, seguro.
-No lo creo. Seguro que has perdido la cuenta.
-No –Myriam abrió los ojos. –Sólo una copa y el cóctel al que me ha invitado Randy…
-¿Randy? ¿Quién es Randy?
-Pues es… no me acuerdo.
Víctor encendió la lamparita de la mesilla y apartó un mechón de pelo de su cara.
-¿Te has tomado todo el cóctel?
-Sólo un par de tragos. Era muy bonito, pero no me gusto el sabor.
-Voy a hacer un café –suspiró él. –Y luego voy a quedarme contigo hasta que te duermas, ¿de acuerdo?
Myriam murmuró algo ininteligible antes de cerrar los ojos de nuevo y Víctor fue a la cocina para hacer el café, intentando recordar las caras de la gente que había visto en el bar.
“Lo mató”, pensaba. Claro que no había esperanza alguna de encontrarlo. El canalla había querido aprovecharse de una chica que estaba sola…
La encontró como la había dejado, en la cama con los ojos cerrados. Pero tenía que despertarla para que tomase el café.
-Myriam, despierta –murmuró, pasándole un brazo por los hombros para ayudarla a incorporarse. –Venga, tienes que tomarte esto.
-No tienes que… quedarte –murmuró ella. –Si tienes algo que hacer… si has quedado con alguien…
-¿De qué estás hablando? Si te hubieras molestado en escuchar mis seis mensajes sabrías que tenía intención de cenar contigo.
-¿Tú y yo?
-Venga, tómate el café y luego podrás dormir.
-Hay luces alrededor de tu cara… como un halo.
Víctor miró las luces de la tienda de enfrente.
-Los ángeles de la guarda siempre tienen halo –bromeó, incómodo. Nunca se había sentido menos como un ángel de la guarda y en aquel momento la deseaba de la manera menos angelical posible.
Cuando Myriam terminó el café, dejó la taza sobre la mesilla.
-Será mejor que te quites el vestido.
-No –dijo ella.
-¿Por qué no dejas que baje la cremallera? Luego me daré la vuelta para que te lo quites tú solita.
Myriam se mordió los labios, nerviosa.
-Bueno.
Sus ojos se encontraron mientras se acercaba y se volvieron de color esmeralda cuando se inclinó un poco hacia ella.
Torturado por no poder besarla, torturado cuando rozó su espalda con la mano, con el sonido de la cremallera, cuando rozó el sujetador…
Quería poner los labios sobre la suave piel de su espalda, bajar las tiras del sujetador y saborear la dulzura de sus pechos. Pero se apartó, mirando esa frágil belleza.
Y el brillo vulnerable de sus ojos.
Eso lo cambió todo. Myriam necesitaba un amigo, no un amante.
-Tú puedes hacer el resto, creo –dijo con voz ronca.
A pesar del fiero control que ejercía sobre sus deseos, algunas partes de su cuerpo había despertado a la vida al oír el frufrú de la tela. Pero se concentró en mirar las luces de la tienda de enfrente durante unos minutos.
Cuando se dio la vuelta, Myriam estaba tumbada de lado, tapada con el edredón.
-Gracias –murmuró. –Ya estoy mejor.
Un segundo después se había quedado dormida.
Víctor siguió mirándola. No estaba mejor, pensó. A saber lo que habría echado ese hombre en su bebida.
Le había prometido a Cindy y a Antonio que cuidaría de ella y no estaba haciendo un buen trabajo precisamente.
Suspirando, apagó la lamparita de la mesilla y se quitó los zapatos y el chaleco antes de tumbarse a su lado, intentando no despertarla, intentando no respirar el aroma de su perfume, intentando imaginar que apartaba el edredón y la tocaba.
Pero tenía que hacer de niñera, de modo que apretó los dientes, intentando pensar en otra cosa. En un sitio frío y desolado en alguna parte, muy lejos.
En cuanto despertó supo que algo había cambiado. Notó el sonido de una respiración a su lado y giró la cabeza, sorprendida.
Víctor estaba en la cama, con una mano bajo la mejilla…
Myriam se llevó una mano al corazón. No sabía si se podía sentir pánico y alivio al mismo tiempo.
Nunca había despertado al lado de un hombre… bueno, nunca había dormido con un hombre. Pero Víctor García, inspirador de tantos sueños, estaba a unos centímetros de ella. En su cama, respirando el mismo aire.
Y con el mismo aspecto que tenía en sus fantasías: la sombra de barba que le daba aspecto de pirata, el pelo sobre la frente, la luz de la mañana iluminando su anguloso rostro.
Tardó unos segundos en darse cuenta de que ella estaba debajo del edredón y él encima. Y que estaba vestido.
Y ella no.
“Ay, Dios mío, ¿qué he hecho? ¿Qué hemos hecho?”
Entonces recordó lo que había pasado por la noche. Víctor no había hecho nada mientras la llevaba a la cama, no la había besado siquiera. Se había portado como un perfecto caballero, aunque ella siempre había pensado que las palabras “Víctor” y “caballero” se excluían la una de la otra.
Sí, se había portado bien la noche anterior, pero con otras mujeres… Víctor era el amante ideal para muchas mujeres, pero no para ella.
Entonces suspiró, diciéndose a sí misma que no quería que Víctor fuera su amante. No, ella tenía cosas más importantes que hacer en Surfers Paradise, por ejemplo encontrar a su hermana.
Víctor se movió entonces, pasándole un brazo por encima. Y el corazón de Myriam se volvió loco. Un segundo después, unos ojos castaños se clavaron en los suyos.
-¿Cómo estás?
-Bien –contestó ella. Aunque no era verdad del todo.
-En ese caso, buenos días, princesa –su voz, más ronca que nunca, parecía vibrar por todo su cuerpo.
-Buenos días.
Víctor no se apartó, ni siquiera se molestó en apartar la pierna. Parecía contento así, mirándola mientras el sol empezaba a levantarse en el horizonte.
-Entonces a lo mejor ahora me puedes explicar porque ayer me distes plantón.
-Pensé que preferirías la compañía de tu amiga, ya que lo habías pasado tan bien con ella la noche anterior –contestó Myriam, apartando la mirada.
-¿De qué estás hablando? ¿Qué amiga?
-La habitación del apartamento de al lado tiene una pared que conecta con mi dormitorio, no te hagas tonto. Los muelles del colchón crujen… no sé si me entiendes.
Víctor soltó la carcajada que hizo eco por toda la habitación y Myriam apretó los labios, dolida.
-No era yo.
-Si eras tú, te oí entrar en ese apartamento ayer…
-Sí, ayer por la tarde, pero antes estaba en unas tres plantas más arriba. Aún no he dormido en mi nuevo apartamento.
-Ah.
Entonces no era él. Qué tonta, pensó. Sin embargo, ni siquiera esa noticia la hacía sentir mejor. Seguía queriendo taparse la cabeza con el edredón, avergonzada.
-Myri… -Víctor alargó una mano para tocar sus labios, despertando miedo y anhelo al mismo tiempo.
Luego se incorporó un poco, poniendo las manos a cada lado de su cuerpo, atrapándola bajo el edredón. La miraba como diciendo: ”quiero besarte y esta vez no quiero que te apartes”.
Myriam había fantaseado con él mirándola de esa manera. No como la amiga de su hermana, no como a una niña mimada.
Sino como una mujer deseable.
Él se inclinó hacia delante para buscar sus labios y Myriam se dejó llevar, cerrando los ojos para recibir aquel beso que parecía durar para siempre. Víctor llenaba su boca, invitándola a unirse a él en aquel placer que no había experimentado con ningún otro hombre.
Cuando se apartó tuvo que controlar un suspiro de desilusión, pero él no había terminado. Siguió besando su cara, su cuello, su garganta… besos suaves, húmedos, que la dejaban temblando de placer.
Y luego siguió hacia abajo: sus hombros, su cuello, hasta llegar al sujetador. Apartó el edredón e inclinó la cabeza para besar sus pechos, cerrando los labios sobre una aureola por encima del encaje negro.
El pezón se endureció ante el suave tirón de sus labios y Myriam sintió que se quedaba sin aire en los pulmones.
Estaba asustada.
Asustada porque era como si le robase la voluntad. Y ése era el peligro que siempre había supuesto Víctor para ella. Durante unos segundos lo deseó más que nada, tanto que le dolía.
-No, espera –dijo sin embargo cuando Víctor intentaba apartar el edredón.
Myriam quería olvidarse de todo y, por una vez, vivir peligrosamente.
¿Pero sería en sus propios términos o en los de Víctor? Allí, en un paraíso de arena y sol y noches tropicales, un romance podía lanzarte a la deriva.
-No he venido aquí para eso –le dijo.
-No pasa nada –Víctor la tapó de nuevo con el edredón. –Debo haberme equivocado. Pensé que era lo que tú querías.
“Lo es”, hubiera querido gritar ella. “Te he deseado durante tanto tiempo que no sé si este momento es real o es otro de mis sueños”.
-Sólo somos amigos, ¿recuerdas? –murmuró, con voz estrangulada.
-Amigos –repitió él.
-Si no te importa, quiero darme una ducha… -Myriam parpadeó para apartar de sí la imagen de los dos desnudos y mojados.
Víctor la miró un momento, en silencio, y después asistió con la cabeza.
-Nos vamos de aquí esta misma mañana. He reservado habitación en un hotel.
-¿Y por qué has tomado esa decisión sin consultarme?
-Cálmate, princesa. Es una suite de dos habitaciones.
-Márchate tú, si quieres. Yo ya he reservado habitación en un hotel. Y no me llames princesa.
Víctor saltó de la cama para ponerse el chaleco y las botas.
-¿Por qué no? Te portas como si lo fueras… una princesita mimada además. Y será mejor que me digas a que hotel piensas ir, lo descubriré me lo cuentes tú o no.
Myriam no tenía la menor duda y en aquel momento no le importada.
-Un hotel que le llama Centro Capricornio.
-Muy bien, cambiaré la reserva entonces.
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
CAPITULO 8
A media mañana Víctor estaba en el balcón de la suite del Centro Capricornio con una lata de refresco en la mano. Era un edificio más bien pequeño, uno de ésos que ahora llamaban “hoteles boutique”, con todos los lujos que se pudiera imaginar.
Uno podía pedir cualquier capricho y eso, por supuesto, era perfecto para Myriam. Podía ir de compras, nadar, comer y recibir masajes sin salir del hotel. Con servicio de la habitación las veinticuatro horas, uno podía hacer prácticamente todo lo que quisiera en la suite.
Y eso estaba haciendo en aquel momento: bañarse en un jacuzzi para dos. Pero sola.
Víctor levantó la cabeza para recibir el sol en la cara, escuchar el sonido de las olas y sentir la fresca brisa, sin pensar en Myriam en el jacuzzi-
Pero no se le escapaba que si fuera cualquier otra mujer estaría con ella.
Sandy… ¿o era Suzy? y él habían pasado las vacaciones de Semana Santa en uno de los hoteles más exclusivos de Sidney y la vista desde el spa era asombrosa. La vista en el spa también había sido fantástica, claro. Cuatro días de buena comida, buen vino y buen sexo sin ataduras.
No habías visto a Suzy o Sandy desde entonces.
Y ésa era la mejor manera, la única manera. Así nadie resultaba herido.
Y eso lo llevó de vuelta a Myriam. Intentaba decirse a sí mismo que le había pasado alguna vez con otra mujer y sin duda volvería a pasarle. Pero Myriam era la única a la que no podía olvidar y haber dormido a su lado por la noche, separados sólo por el edredón, sin poder tocarla había sido un infierno.
Su pulso se aceleró y tuvo que aferrarse a la barandilla de metal sólo con pensar en ella. Pero si se dejaba llevar sabía que habría consecuencias.
Tendría que seguir viéndola porque era amiga de su hermana… pero había otra, más inquietante, conclusión, una en la que no quería ni pensar: que con Myriam eso no sería suficiente.
Víctor sacudió la cabeza, golpeando la barandilla con la mano. Sería mucho peor que eso. Myriam despertaba viejas heridas, viejos recuerdos. Y no pensaba volver a pasar por ahí.
Aquella chica despertaba sentimientos que nadie había despertado en mucho tiempo, ocho años en concreto. Y que Víctor no había querido que despertaran jamás.
Caitlyn. Una rubia bajita de ojos azules y aspecto ingenuo que hacía que uno quisiera protegerla de todos los males del mundo. La clase de mujer a la que uno quería abrazar y no soltar nunca. Alguien que lo había hecho creer que un hogar y una familia eran una posibilidad, aunque esa noción era casi imposible para él desde que su madre se marchó, abandonando a su marido y a sus hijos por un hombre rico al que había conocido en Internet.
Caitlyn no era como su madre. Ellos no tenían mucho dinero, pero se tenían el uno al otro, ¿no? Víctor dejó escapar una risa sarcástica. No podía haber estado más equivocado.
Lo que Caitlyn le había hecho aún podía enfurecerlo y sin darse cuenta, aplastó la lata que tenía en la mano. A veces la vida era un asco.
Pero no todo era malo. Aún tenía a su hermana. Su padre había muerto un par de años antes, de modo que Cindy era todo lo que le quedaba. A veces se preguntaba si la protegía demasiado, pero era difícil olvidar ciertas costumbres.
Había cuidado de ella durante casi toda su vida y por eso mantenía la casa familiar, para darle estabilidad en un mundo loco en el que los valores familiares ya no parecían importar un bledo.
Víctor respiró profundamente, recordándose a sí mismo que un hogar, una esposa y una familia eran objetivos demasiado difíciles de conseguir y no merecía la pena intentarlo, de modo que no entraba en sus planes.
Myriam salió entonces a la terraza, una tentación vestida de amarillo y pies descalzos, su pelo castaño con reflejos dorados bajo el sol.
No se parecía nada a Caitlyn. Era alta, de pelo oscuro y esbelta. No le pedía con los ojos que la protegiera, al contrario, siempre había en ellos algo oscuro, reservado. Víctor sintió que algo le apretaba el pecho hasta que no había sitio más que para el pánico.
-No sabía que estuvieras aquí, pero me apetecía tomar un poco de sol –le dijo, dejándose caer sobre una tumbona.
<<Aparte la mirada, por Dios>>, pensó Víctor. Pero uno no podía hacerlo.
-¿Lo has pasado bien en el jacuzzi?
La pregunta había sonado irónica aunque Myriam no se lo merecía. Afortunadamente, ella decidió no hacer caso.
-Pues sí, muy bien. Ahora me siento casi humana otra vez.
Víctor sacó el móvil del bolsillo para llamar a unos clientes y unos minutos después se dejó caer sobre la silla, satisfecho. Quedarse al lado de Myriam no era buena idea y había prometido dejarla en paz para que hiciese lo que había ido a hacer a la costa Dorada de Queensland.
-Me voy a Brisbane dentro de una hora.
-No sabía que tuvieras que irte a trabajar tan pronto –dijo ella. Parecía decepcionada, pero no podía ver sus ojos porque se había puesto gafas de sol.
-Lo de hoy es sólo una reunión para conocer a unos clientes, el trabajo de verdad empieza mañana, peo sólo estaré fuera un par de horas. ¿Qué tenías planeado?
Myriam se encogió de hombros.
-No lo sé, saldré a dar un paseo o a explorar el centro. O a lo mejor me doy un masaje.
Víctor arrugó el ceño.
-Si piensas quedarte aquí mucho rato deberías ponerte crema solar.
Ella se incorporó, bajando las gafas de sol por el puente de la nariz.
-No he elegido este hotel así porque sí. Tengo planes… pero necesito tiempo.
-Muy bien, como quieras. Yo tengo que ducharme.
Una vez duchado se puso un pantalón y una camisa blanca recién planchada por el servicio de habitaciones. Pero tendría que comprar ropa si iba a quedarse allí más días de lo esperado. Y ésa era la cuestión: ¿cuánto tiempo pensaba quedarse allí Myriam? ¿Y cuáles eran esos planes de los que hablaba y que Antonio entendía? Porque dejarla sola en Surfers no era una opción.
-Bueno, me voy.
Cuando salió al balcón Myriam se había quedado dormida en la tumbona, con una revista sobre la cara. Pero ahora sólo llevaba un bikini estampado en azul y verde.
Él era un hombre y ella una mujer y estaba medio desnuda. ¿Qué haría cualquier hombre normal?, se preguntó. Además, Myriam sabía que podía aparecer en cualquier momento.
Pero no hizo nada. No eran esas fabulosas piernas lo que lo dejó clavado al suelo, ni la estrecha cintura o el generoso escote. Ni el ombligo con el que siempre había fantaseado.
Era el tatuaje.
O lo que podía ver de él.
De modo que Myriam Montemayor, la niña buena, tenía más de un secreto.
Sólo era parcialmente visible por debajo del bikini y, aunque sentía la tentación de bajar un poco la prenda para descubrirlo, se contuvo.
Apretando los puños, miró el océano Pacífico delante de él mientras todas las células de su cuerpo le pedían que volviese a mirar. Le había parecido una especie de símbolo chino, pero no podía estar seguro.
Víctor siguió mirando el mar durante unos segundos hasta que se calmó un poco.
-Myriam –empezó a decir, aclarándose la garganta –ha venido el coche a buscarme. Nos vemos luego.
-¿Eh? –ella apartó la revista, mirándolo con cara de sorpresa. –Perdona, he debido quedarme dormida.
-Sí, ya lo veo.
Menos mal que tenía algo en lo que ocupar la tarde, pensó.
-Entonces nos vemos luego.
Myriam dejó escapar un suspiro. Víctor con esa camisa blanca, con esos pantalones bien planchados… había tenido que hacer un esfuerzo para disimular. Pero suspiró de nuevo, aliviada porque se iba.
Antes de que volviera tenía intención de explorar las tiendas del hotel para averiguar algo sobre Mariam Seymour.
Pero el sol empezaba a quemar de verdad y se obligó a sí misma a entrar en la habitación. Después de ducharse, volvió a ponerse el vestido amarillo y unas sandalias blancas de tacón… más un sombrero y unas gafas de sol.
Seguramente parecía una famosa intentando escapar de la prensa, pero se sentía más segura con ese disfraz. Una vez en el vestíbulo, miró unos folletos del hotel mientras reunía valor para hablar con uno de los empleados. Le temblaban las manos y tuvo que agarrarse al bolso como si fuera un salvavidas. Nunca se había sentido menos preparada para algo en toda su vida.
<<Cálmate>>, se dijo a sí misma. Tal vez Mariam no trabajaba aquel día. Y en cualquier caso, no tenía por qué decirle quién era. Podría estudiar la situación antes, incluso irse sin decir nada.
Pensando eso se dirigió al empleado que estaba detrás del mostrador.
-Perdone…
-Dígame.
-Me gustaría saber dónde puedo encontrar a Mariam Seymour. Creó que trabaja aquí, pero no sé si en las oficinas o en alguna tienda…
-Mary y Zak Forrester son los propietarios del hotel –contestó el joven. –Me temo que ahora mismo están de luna de miel, pero volverán dentro de unos días.
-Ah –Myriam asistió con la cabeza. Mary, su hermana se llamaba Mary. Y era la propietaria del hotel.
-¿Quiere dejarle un mensaje?
-No, gracias. Hablaré con ella cuando vuelva.
Myriam se dio la vuelta para salir a la calle. Los nervios parecían haberla dejado sin fuerza, pero consiguió llegar hasta un banco a la sombra.
Sólo era un respiro momentáneo y durante los días siguientes tendría que reunir fuerzas para hablar con su hermana. ¿Pero qué iba a contarle a Víctor? Además, mientras tanto tendría que seguir compartiendo la suite. Podía verla como una niña mimada, pero la atracción que sentía el uno por el otro era cada día más evidente…
Su móvil sonó en ese momento. Hablando del ruin de Roma…
-Hola.
-Myri –su voz era como el terciopelo. –Mi cliente ha organizado un cóctel para esa noche y quiere que vayamos. ¿Puedes estar lista en una hora?
-¿Quieres que vaya yo?
-Por lo visto, todo el mundo va a ir en pareja.
-Pero yo no soy… tú y yo no…
-Les he dicho que he venido a Queensland con alguien y esperan que acudas. No estarás muy lejos del hotel, ¿verdad?
-No, pero tú estás en Brisbane y yo estoy aquí.
-Llegaré al hotel en diez minutos y volveremos a Brisbane en helicóptero.
-¿Y sólo tengo una hora?
Una hora para encontrar un vestido adecuado, arreglarse el pelo, maquillarse…
-Podemos llegar un poco tarde. Dime que sí, Myri.
En un cóctel podría olvidar sus problemas personales, pensó. Víctor se había portado muy bien y, además, quería estar con él.
<<Di que sí antes de que cambies de opinión. Antes de que Víctor cambie de opinión>>.
-Muy bien, de acuerdo.
-Estupendo. Te veo dentro de un rato.
Myriam guardó el teléfono, insegura de repente. ¿Querría pasar la noche con ella? ¿O de verdad era idea de sus clientes y se había visto obligado?
En cualquier caso, no iba a decir que no después de haber aceptado. Suspirando, se levantó para volver al hotel. Había visto un vestido precioso en una de las boutiques de la primera planta y si lo tenían en su talla…
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
mil gracias por los cap niña pero x que tan chiquitos jaja
y quien demonios es esa tal Caitlyn y que fue lo que hubo entre ella y victor xfa no tardes con el siguiente cap que esto esta muy interesante
y quien demonios es esa tal Caitlyn y que fue lo que hubo entre ella y victor xfa no tardes con el siguiente cap que esto esta muy interesante
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
aki les dejo el capitulo de hoy
CAPITULO 9
Myriam estaba acostumbrada a ese tipo de reunión social porque había ayudado a organizar eventos benéficos para el hospital en el que trabajaba su padre, de modo que no tenía ninguna dificultad para hablar con gente a la que no conocía.
La única persona con la que tenía dificultades era Víctor García, pero eso empezaba a cambiar.
Con su nuevo vestido de cóctel, una túnica de seda rosa con lentejuelas en el corpiño que brillaban bajo la luz de las lámparas, se sentía mejor que en mucho tiempo. El forro de satén dorado, acariciaba su piel con cada paso. El único problema era que las tiras del vestido le hacían daño porque se había quemado los hombros con el sol.
Tomando un sorbo de su cóctel de champán miró a Víctor, que estaba charlando con uno de sus clientes frente a las puertas que daban al jardín. Con su traje de chaqueta gris y la corbata plateada parecía un hombre de negocios; el serio empresario que nunca hasta entonces había visto.
Y era impresionante.
Él le devolvió la mirada, como si siempre supiera dónde estaba, levantando su copa a modo de saludo.
Parecía comérsela con los ojos… o tal vez eran cosas suyas.
-¿Myriam? ¿Myriam Montemayor?
Ella giró la cabeza, sorprendida. A su lado había un hombre de unos cuarenta años, atractivo y bronceado.
-Sí, soy yo
-Soy Dan Stewart.
-Encantada e conocerte, Dan ¿Eres cliente de Víctor?
-Trabajo en la empresa James Browning y soy auditor –contestó él. –Pero desde que Víctor nos dijo que salía con la hija del Doctor Antonio Montemayor estaba deseando conocerte.
-Ah, ya Myriam tragó saliva. ¿Víctor le había dicho que salían juntos? lo miró entonces por el rabillo del ojo. ¿Cómo sería salir con él, ser su novia?, se preguntó. -¿Cuándo te lo ha contado?
-Esta mañana, cuando nos vimos?
-¿Y dices que conoces a mi padre?
-Operó a mi abuela hace años, cuando estábamos en Melbourne. Tu padre siempre hablaba de <<su Myri>> y me alegro de conocerte por fin. Has heredado sus ojos.
Myriam tragó salida. Unas semanas antes ese comentario le habría hecho sonreír, aquella noche la ponía triste.
-No, no es verdad.
-Lo siento, no quería ofenderte.
-No, claro que no –Myriam intentó arreglarlo con una sonrisa. –Creo que el cóctel se me ha subido a la cabeza. Es que no he comido mucho.
-Entonces lo que necesitas es un vaso de agua –Dan la tomó del brazo para llevarla hacia la mesa.
-Gracias.
-Y un poco de aire fresco. ¿Quieres que salgamos un rato?
-Sí, muy bien.
Salieron al jardín y se sentaron en un banco, bajo una frondosa palmera.
-No sé cuándo van a servir la cena. No deberían de servir bebidas sin poner algo de aperitivo –sonrió Dan.
-Desde luego –Myriam hizo una mueca cuando la tira del vestido rozó su hombro quemado.
-Ah, es lógico que estés un poco mareada. Estás deshidratada por el sol. Volveré enseguida y…
-Dan ¿verdad?
Myriam levantó la mirada al oír la voz de Víctor.
Estaba inmóvil, pero sentía como si su presencia se acrecentase hasta convertirse en la sombra de una montaña. Una sombra porque no podía ver su expresión en la oscuridad. El aire, fragante de aromas tropicales, estaba cargado de tensión y nerviosa, apretó la copa entre los dedos.
-Sí –contestó Dan. –Estaba diciéndole a Myri que se ha quemado, por eso está un poco mareada.
-No lo dudo –dijo Víctor. –Ha estado tomando el sol sin ponerse crema protectora. ¿Verdad, Myri?
A ella no le pasó desapercibido el tono burlón.
-Sí, me temo que sí. Es que vengo de Melbourne y allí hace frío… así que quería aprovechar el sol.
Víctor sabía que no debería haberla seguido, pero cuando la vio salir al jardín con Dan algo en su interior había estallado.
-Gracias, Dan. No te preocupes por ella, yo la cuidaré. Ahora mismo tengo que presentarle a un cliente.
-Muy bien, os dejo solos entonces –el hombre carraspeó, cortado. –Encantado de conocerte, Myriam. Saluda a tu padre de mi parte.
-Sí, claro, lo haré –sonrió ella. -¿Se puede saber qué te pasa? –le preguntó a Víctor cuando Dan desapareció.
Víctor no estaba seguro. Sabía que su reacción había sido exagerada, pero…
-Parece que haces amigos a toda velocidad.
-Si quieres saber porque Dan me llama Myri es porque conoce a mi padre. Y he salido un momento con él porque no había comido nada y me estaba mareando.
-Bueno, da igual. Quiero presentarte a… -Víctor no terminó la frase porque al poner una mano sobre su hombro notó que daba un respingo. –Vaya, así que de verdad te has quemado con el sol.
-Pues sí –replicó Myriam. -¿Y cómo que da igual?
Eres un arrogante.
-No quería decir eso, perdona. Quiero presentarte a una persona y luego, si te apetece, iremos a algún otro sitio para discutir esto en privado.
-¿Y cómo vas a presentarme? Porque según Dan le has dicho a todo el mundo que estamos saliendo juntos.
-Yo no he dicho eso.
-Eso me ha dicho Dan –insistió ella. –Es más, por lo visto has mencionado el nombre de mi padre. ¿Por qué Víctor? ¿Es bueno para tu negocio
-Yo no necesito a tu padre para llevar mi negocio –replicó él, enfadado. –Bueno, vamos a entrar. Luego seguiremos con esta conversación.
Eran casi las once cuando volvieron al Centro Capricornio, aunque apenas se habían dirigido la palabra.
Pero debía admitir que Myriam sabía hacer su papel. Se había ganado a sus clientes con su sonrisa y su alegre conversación. Nadie hubiera imaginado la tensión que había entre los dos. Nadie salvo el piloto del helicóptero que los había llevado de vuelta a Surfers en completo silencio.
Subieron en el ascensor sin decir una palabra y, después de colgar la chaqueta en el respaldo de una silla, Víctor se dio la vuelta.
-Myri…
-Lo sé –lo interrumpió ella, sus ojos esa interesante mezcla de verde y azul que tanto lo intrigaba. –Pero antes tengo que quitarme el vestido. Me hace daño.
Una pena, pensó él. Podría no hablarse, pero le encantaba verla con ese vestido rosa.
-¿Quieres una copa?
-Agua mineral, por favor.
Agua no sería suficiente para él esa noche, de modo que se sirvió un coñac. Pero cuando abrió el mini-bar para buscar la botella de agua encontró una ensalada de pepino que Myriam debía haber encargado al servicio de habitaciones y decidió utilizarla.
Dan Stewart había creído que estaba saliendo con ella, pensó, mientras abría la puerta de la terraza para dejar entrar la brisa.
Eso lo había molestado durante toda la noche. No podía negar que sentía algo por ella y tal vez, sin darse cuenta, él mismo había propagado esa idea…
¿Qué pensaría Myriam? Cuando se lo dijo parecía enfadadísima.
¿Y cómo sería verla todos los días?, se preguntó entonces. ¿Ser amigos o amantes?
No tuvo tiempo de responder a esas preguntas porque oyó que cerraba la puerta del dormitorio u, unos segundos después, estaba a su lado, con un chaleco y un pantalón corto de color blanco.
¿Hielo sería la clave esa noche?, se preguntó. Porque no quería que esos ojos lo dejasen helado. Necesitaba su calor y compañía, aunque no se hubiera dado cuenta hasta aquel momento. No tenía a nadie con quien compartir el éxito de esa noche salvo Myriam y la necesitaba desesperadamente.
¿Amigos o amantes?
Víctor señaló la mesita de cristal en la que había dejado el agua y la ensalada y se sentó, esperando que ella hiciera lo propio. Olía tan bien, esa fragancia suya empezaba a ser aditiva.
-No debería…
-Yo no quería…
Habían empezado a habla al mismo tiempo y cuando se miraron, Víctor descubrió que no podía apartar la mirada. Y que no quería hacerlo. Con unos brazos que parecían pesar una tonelada, tomó su cara entre las manos.
-Myri… -sus labios eran rosados, generosos y con un poco de brillo mientras se inclinada para buscarlos.
Quería que fuera un beso suave, ni siquiera un beso, sólo una caricia, pero ella entreabrió los labios como una invitación. Sabía a la crema y la canela de los profiteroles que habían tomado en la cena… y a algo más profundo, más rico, que parecía calentar su sangre. Era como encontrar agua en medio del desierto.
Podía sentir su pulso latiendo bajo la delicada piel de su cuello y su propio pulso se aceleró cuando Myriam apoyó las manos en sus antebrazos, haciendo sensuales círculos con las uñas.
Víctor sintió que estaba flotando…
Pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, se apartó.
-Llevo toda la noche queriendo hacerlo.
<<Todo el año. Toda mi vida>>.
Ella parpadeó.
-Yo no soy tu tipo y tú no eres el mío. Y sin embargo… -Myriam parpadeó de nuevo. Y Víctor nunca se había sentido tan excitado por un simple parpadeo.
-¿Y sin embargo? –repitió.
-Nada, nada. No debería haberte acusado de usar el nombre de mi padre.
-¿Qué tal si nos olvidamos del asunto? –suspiró él. –He sacado esta ensalada de la nevera porque tiene pepino y el pepino es muy bueno para las quemaduras.
Myriam miró el plato y tuvo que sonreír.
-Y yo pensando que querías seducirme con comida.
<<No me tientes>>.
-Si quisiera seducirte con comida buscaría algo más elegante que unas rodajas de pepino. Venga, cierra los ojos –Víctor puso unas rodajas de pepino en su frente, sobre sus párpados, en el escote y sobre sus hombros. No tenía suficiente pepino para ponerlo en sus piernas y, además, empezaba a darse cuenta de que no era buena idea. –Llamaré al servicio de habitaciones para ver si pueden traernos una crema para las quemaduras del sol.
Myriam hizo un gesto con las manos.
-No, yo tengo. Es que no quería ponérmela porque no quería oler a crema toda la noche. Pero dime, por curiosidad, ¿qué harías para seducir a una mujer?
Él la miró, sorprendido. No podía ver sus ojos porque estaban ocultos bajo las rodajas de pepino.
-Yo no seduzco a las mujeres, al menos no como tú pareces creer. Es una decisión mutua.
-Sí, seguro.
-Myri… -Víctor le quitó las rodajas de pepino de los párpados. ¿Por qué siempre se había mostrado tan fría con él? ¿por qué siempre intentaba distanciarse? Myriam lo deseaba tanto como la deseaba él. Pero era demasiado complicado. –Yo no intento seducir a las mujeres y tú y yo somos amigos. Tú misma lo dijiste.
-¿Pero y si…?
¿Y si fueran amantes? Víctor intentó apartar de sí ese pensamiento.
-¿Qué tal si mañana salimos a cenar? Nunca hemos salido a cenar juntos.
-¿Cómo una cita?
Parecía tan joven, tan atractiva en ese momento, con las mejillas ardiendo y los ojos brillantes…
-Muy bien, llámalo una cita.
Y esta vez la sonrisa sí llegó a los ojos de Myriam. Aleluya.
Pero se levantó del sofá antes de decir, o hacer, algo que pudiera lamentar después. Como por ejemplo besarla hasta que los dos perdieran el sentido.
-Necesito dormir un poco, pero nos vemos mañana a las nueve. Es una cita.
CAPITULO 9
Myriam estaba acostumbrada a ese tipo de reunión social porque había ayudado a organizar eventos benéficos para el hospital en el que trabajaba su padre, de modo que no tenía ninguna dificultad para hablar con gente a la que no conocía.
La única persona con la que tenía dificultades era Víctor García, pero eso empezaba a cambiar.
Con su nuevo vestido de cóctel, una túnica de seda rosa con lentejuelas en el corpiño que brillaban bajo la luz de las lámparas, se sentía mejor que en mucho tiempo. El forro de satén dorado, acariciaba su piel con cada paso. El único problema era que las tiras del vestido le hacían daño porque se había quemado los hombros con el sol.
Tomando un sorbo de su cóctel de champán miró a Víctor, que estaba charlando con uno de sus clientes frente a las puertas que daban al jardín. Con su traje de chaqueta gris y la corbata plateada parecía un hombre de negocios; el serio empresario que nunca hasta entonces había visto.
Y era impresionante.
Él le devolvió la mirada, como si siempre supiera dónde estaba, levantando su copa a modo de saludo.
Parecía comérsela con los ojos… o tal vez eran cosas suyas.
-¿Myriam? ¿Myriam Montemayor?
Ella giró la cabeza, sorprendida. A su lado había un hombre de unos cuarenta años, atractivo y bronceado.
-Sí, soy yo
-Soy Dan Stewart.
-Encantada e conocerte, Dan ¿Eres cliente de Víctor?
-Trabajo en la empresa James Browning y soy auditor –contestó él. –Pero desde que Víctor nos dijo que salía con la hija del Doctor Antonio Montemayor estaba deseando conocerte.
-Ah, ya Myriam tragó saliva. ¿Víctor le había dicho que salían juntos? lo miró entonces por el rabillo del ojo. ¿Cómo sería salir con él, ser su novia?, se preguntó. -¿Cuándo te lo ha contado?
-Esta mañana, cuando nos vimos?
-¿Y dices que conoces a mi padre?
-Operó a mi abuela hace años, cuando estábamos en Melbourne. Tu padre siempre hablaba de <<su Myri>> y me alegro de conocerte por fin. Has heredado sus ojos.
Myriam tragó salida. Unas semanas antes ese comentario le habría hecho sonreír, aquella noche la ponía triste.
-No, no es verdad.
-Lo siento, no quería ofenderte.
-No, claro que no –Myriam intentó arreglarlo con una sonrisa. –Creo que el cóctel se me ha subido a la cabeza. Es que no he comido mucho.
-Entonces lo que necesitas es un vaso de agua –Dan la tomó del brazo para llevarla hacia la mesa.
-Gracias.
-Y un poco de aire fresco. ¿Quieres que salgamos un rato?
-Sí, muy bien.
Salieron al jardín y se sentaron en un banco, bajo una frondosa palmera.
-No sé cuándo van a servir la cena. No deberían de servir bebidas sin poner algo de aperitivo –sonrió Dan.
-Desde luego –Myriam hizo una mueca cuando la tira del vestido rozó su hombro quemado.
-Ah, es lógico que estés un poco mareada. Estás deshidratada por el sol. Volveré enseguida y…
-Dan ¿verdad?
Myriam levantó la mirada al oír la voz de Víctor.
Estaba inmóvil, pero sentía como si su presencia se acrecentase hasta convertirse en la sombra de una montaña. Una sombra porque no podía ver su expresión en la oscuridad. El aire, fragante de aromas tropicales, estaba cargado de tensión y nerviosa, apretó la copa entre los dedos.
-Sí –contestó Dan. –Estaba diciéndole a Myri que se ha quemado, por eso está un poco mareada.
-No lo dudo –dijo Víctor. –Ha estado tomando el sol sin ponerse crema protectora. ¿Verdad, Myri?
A ella no le pasó desapercibido el tono burlón.
-Sí, me temo que sí. Es que vengo de Melbourne y allí hace frío… así que quería aprovechar el sol.
Víctor sabía que no debería haberla seguido, pero cuando la vio salir al jardín con Dan algo en su interior había estallado.
-Gracias, Dan. No te preocupes por ella, yo la cuidaré. Ahora mismo tengo que presentarle a un cliente.
-Muy bien, os dejo solos entonces –el hombre carraspeó, cortado. –Encantado de conocerte, Myriam. Saluda a tu padre de mi parte.
-Sí, claro, lo haré –sonrió ella. -¿Se puede saber qué te pasa? –le preguntó a Víctor cuando Dan desapareció.
Víctor no estaba seguro. Sabía que su reacción había sido exagerada, pero…
-Parece que haces amigos a toda velocidad.
-Si quieres saber porque Dan me llama Myri es porque conoce a mi padre. Y he salido un momento con él porque no había comido nada y me estaba mareando.
-Bueno, da igual. Quiero presentarte a… -Víctor no terminó la frase porque al poner una mano sobre su hombro notó que daba un respingo. –Vaya, así que de verdad te has quemado con el sol.
-Pues sí –replicó Myriam. -¿Y cómo que da igual?
Eres un arrogante.
-No quería decir eso, perdona. Quiero presentarte a una persona y luego, si te apetece, iremos a algún otro sitio para discutir esto en privado.
-¿Y cómo vas a presentarme? Porque según Dan le has dicho a todo el mundo que estamos saliendo juntos.
-Yo no he dicho eso.
-Eso me ha dicho Dan –insistió ella. –Es más, por lo visto has mencionado el nombre de mi padre. ¿Por qué Víctor? ¿Es bueno para tu negocio
-Yo no necesito a tu padre para llevar mi negocio –replicó él, enfadado. –Bueno, vamos a entrar. Luego seguiremos con esta conversación.
Eran casi las once cuando volvieron al Centro Capricornio, aunque apenas se habían dirigido la palabra.
Pero debía admitir que Myriam sabía hacer su papel. Se había ganado a sus clientes con su sonrisa y su alegre conversación. Nadie hubiera imaginado la tensión que había entre los dos. Nadie salvo el piloto del helicóptero que los había llevado de vuelta a Surfers en completo silencio.
Subieron en el ascensor sin decir una palabra y, después de colgar la chaqueta en el respaldo de una silla, Víctor se dio la vuelta.
-Myri…
-Lo sé –lo interrumpió ella, sus ojos esa interesante mezcla de verde y azul que tanto lo intrigaba. –Pero antes tengo que quitarme el vestido. Me hace daño.
Una pena, pensó él. Podría no hablarse, pero le encantaba verla con ese vestido rosa.
-¿Quieres una copa?
-Agua mineral, por favor.
Agua no sería suficiente para él esa noche, de modo que se sirvió un coñac. Pero cuando abrió el mini-bar para buscar la botella de agua encontró una ensalada de pepino que Myriam debía haber encargado al servicio de habitaciones y decidió utilizarla.
Dan Stewart había creído que estaba saliendo con ella, pensó, mientras abría la puerta de la terraza para dejar entrar la brisa.
Eso lo había molestado durante toda la noche. No podía negar que sentía algo por ella y tal vez, sin darse cuenta, él mismo había propagado esa idea…
¿Qué pensaría Myriam? Cuando se lo dijo parecía enfadadísima.
¿Y cómo sería verla todos los días?, se preguntó entonces. ¿Ser amigos o amantes?
No tuvo tiempo de responder a esas preguntas porque oyó que cerraba la puerta del dormitorio u, unos segundos después, estaba a su lado, con un chaleco y un pantalón corto de color blanco.
¿Hielo sería la clave esa noche?, se preguntó. Porque no quería que esos ojos lo dejasen helado. Necesitaba su calor y compañía, aunque no se hubiera dado cuenta hasta aquel momento. No tenía a nadie con quien compartir el éxito de esa noche salvo Myriam y la necesitaba desesperadamente.
¿Amigos o amantes?
Víctor señaló la mesita de cristal en la que había dejado el agua y la ensalada y se sentó, esperando que ella hiciera lo propio. Olía tan bien, esa fragancia suya empezaba a ser aditiva.
-No debería…
-Yo no quería…
Habían empezado a habla al mismo tiempo y cuando se miraron, Víctor descubrió que no podía apartar la mirada. Y que no quería hacerlo. Con unos brazos que parecían pesar una tonelada, tomó su cara entre las manos.
-Myri… -sus labios eran rosados, generosos y con un poco de brillo mientras se inclinada para buscarlos.
Quería que fuera un beso suave, ni siquiera un beso, sólo una caricia, pero ella entreabrió los labios como una invitación. Sabía a la crema y la canela de los profiteroles que habían tomado en la cena… y a algo más profundo, más rico, que parecía calentar su sangre. Era como encontrar agua en medio del desierto.
Podía sentir su pulso latiendo bajo la delicada piel de su cuello y su propio pulso se aceleró cuando Myriam apoyó las manos en sus antebrazos, haciendo sensuales círculos con las uñas.
Víctor sintió que estaba flotando…
Pero haciendo un esfuerzo sobrehumano, se apartó.
-Llevo toda la noche queriendo hacerlo.
<<Todo el año. Toda mi vida>>.
Ella parpadeó.
-Yo no soy tu tipo y tú no eres el mío. Y sin embargo… -Myriam parpadeó de nuevo. Y Víctor nunca se había sentido tan excitado por un simple parpadeo.
-¿Y sin embargo? –repitió.
-Nada, nada. No debería haberte acusado de usar el nombre de mi padre.
-¿Qué tal si nos olvidamos del asunto? –suspiró él. –He sacado esta ensalada de la nevera porque tiene pepino y el pepino es muy bueno para las quemaduras.
Myriam miró el plato y tuvo que sonreír.
-Y yo pensando que querías seducirme con comida.
<<No me tientes>>.
-Si quisiera seducirte con comida buscaría algo más elegante que unas rodajas de pepino. Venga, cierra los ojos –Víctor puso unas rodajas de pepino en su frente, sobre sus párpados, en el escote y sobre sus hombros. No tenía suficiente pepino para ponerlo en sus piernas y, además, empezaba a darse cuenta de que no era buena idea. –Llamaré al servicio de habitaciones para ver si pueden traernos una crema para las quemaduras del sol.
Myriam hizo un gesto con las manos.
-No, yo tengo. Es que no quería ponérmela porque no quería oler a crema toda la noche. Pero dime, por curiosidad, ¿qué harías para seducir a una mujer?
Él la miró, sorprendido. No podía ver sus ojos porque estaban ocultos bajo las rodajas de pepino.
-Yo no seduzco a las mujeres, al menos no como tú pareces creer. Es una decisión mutua.
-Sí, seguro.
-Myri… -Víctor le quitó las rodajas de pepino de los párpados. ¿Por qué siempre se había mostrado tan fría con él? ¿por qué siempre intentaba distanciarse? Myriam lo deseaba tanto como la deseaba él. Pero era demasiado complicado. –Yo no intento seducir a las mujeres y tú y yo somos amigos. Tú misma lo dijiste.
-¿Pero y si…?
¿Y si fueran amantes? Víctor intentó apartar de sí ese pensamiento.
-¿Qué tal si mañana salimos a cenar? Nunca hemos salido a cenar juntos.
-¿Cómo una cita?
Parecía tan joven, tan atractiva en ese momento, con las mejillas ardiendo y los ojos brillantes…
-Muy bien, llámalo una cita.
Y esta vez la sonrisa sí llegó a los ojos de Myriam. Aleluya.
Pero se levantó del sofá antes de decir, o hacer, algo que pudiera lamentar después. Como por ejemplo besarla hasta que los dos perdieran el sentido.
-Necesito dormir un poco, pero nos vemos mañana a las nueve. Es una cita.
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
HOLA FELICES VACACIONES DE SEMANA SANTA. WORALE HOY SI NO ME DEJARON NINGUN MENSAJE PERO AQUI LES DEJO 2 X1 A VER SI SE ANIMAN EHH YA SE ESTA PONIENDO INTENSA JAJJA
2 X 1
CAPITULO 10
Myriam estaba mirándose al espejo. El vestido era tan… llamativo. Ella no solía vestir de rojo y la tela, la poca tela, se pegaba a su cuerpo abriéndose en el escote para mostrar el collar de diamantes y rubíes que llevaba al cuello.
-Has elegido el rojo por algo –se dijo a sí misma.
<<Aquí estoy, cuidado Víctor >>.
Nada de colores pastel esa noche. Víctor la deseaba, estaba segura. ¡Por qué sí no la habría besado la noche anterior cuando ella se había apartado por la mañana en el apartamento?
Y lo que había ocurrido con Dan… Myriam recordaba bien la escena. Víctor no estaba enfadado, estaba celoso.
Y ella lo deseaba también. lo había deseado durante años, pero sólo ahora era capaz de reconocerlo. Y en lugar de esconderse tras la fachada de frialdad que había usado durante todo ese tiempo, había decidido dar un paso adelante. Tal vez porque la vida tenía una curiosa manera de darte una patada cuando menos lo esperabas.
Pero sí Víctor no quería seducirla… Myriam sacudió la cabeza, No imposible. Estaba hablando de Víctor García, famoso mujeriego.
Aunque los hombres como Víctor nunca se quedaban con nadie durante mucho tiempo.
Mirándose al espejo de nuevo, sacudió el pelo para darle más volumen. Daba igual. Tal vez si hacían el amor podría olvidarse de él de una vez por todas. Y, además se negaba a pensar en nada que no fuera el momento.
-Buenas noches, Myri.
No había oído la puerta y lo vio a través del espejo. Víctor estaba a un metro de ella, con una rosa de tallo largo en la mano…
Pero de repente no podía respirar y se le doblaban las piernas, como le había pasado siempre con él.
<<Cálmate>>, se dijo.
-Hola.
Se había cortado un poco el pelo, pero lo llevaba tan desordenado como siempre. Como si acabara de salir de la cama.
Él no parecía capaz de apartar los ojos de su vestido y Myriam sintió que le ardían las mejillas. ¿Estaría imaginándola desnuda?
-Vaya, rojo fuego –murmuró por fin, mirándola de arriba abajo. –Siempre había pensado que los colores pastel te quedaban bien, pero ese vestido…
-Gracias.
-¿Qué tal las quemaduras? ¿Te siguen doliendo?
-No, no, ya estoy bien. Y gracias por la rosa.
Cuando Víctor se inclinó para darle un beso en la mejilla, Myriam giro la cabeza en el último segundo y sus labios se encontraron.
<<Esto es lo que he estado esperando toda mi vida>>, pensó.
En aquel momento lo deseaba más de lo que había deseado nada en su vida. Lo conocía desde hacía años, pero no había reconocido hasta ese momento lo que quería: aquel hombre, su amistad, su apoyo, su comprensión. Y aquella noche, algo más.
Sintiéndose audaz, Myriam pasó las manos por la pechera de su camisa, notando los fuertes músculos de su torso bajo sus dedos.
-Oye… -Víctor sonrió, nervioso. -¿Dónde está el fuego?
-¿Te refieres al vestido? –preguntó ella. ¿De dónde había salido esa voz tan ronca?
La sonrisa de Víctor desapareció, como si de repente hubiera recordado quién era.
-Venga, vamos –dijo, dando un paso atrás. –He reservado mesa en un restaurante que espero que te guste.
Tardaron unos minutos en llegar a la sala Skylight, en el piso setenta y ocho de una de las torres más altas de la ciudad. Myriam no sabía si la sensación de mareo era debida a la altura o porque tenía una cita con Víctor.
Cuando se abrieron las puertas del ascenso y llegaron a un salón tenuemente iluminado dejo escapar un suspiro.
-¿Llegamos demasiado tarde?
-No, llegamos justo a tiempo. Esta noche es sólo para nosotros.
-¿Has reservado todo el restaurante? –exclamó ella, sorprendida, mientras el maître los llevaba a una mesa para dos frente a un ventanal.
El aroma de las flores tropicales y la iluminación de las velas le daban un aire mágico a la sala y Myriam se sentó, admirando la gloriosa vista de la ciudad, como una alfombra llena de luces.
Luego se volvió hacia Víctor. La luz de las velas se reflejaba en sus ojos y se dejó llevar por el placer de mirar su cara.
-Nadie había hecho algo así por mí. Gracias.
-He elegido lo que vamos a cenar, espero que no te importe –sonriendo, Víctor sacó una botella de un cubo de hielo. –Voilà.
-¡Champán francés!
Un camarero se acercó para abrir la botella y otro para servir la cena: una bandeja de gambas, langostinos, ostras Kilpatrick, cangrejo y salmón ahumado sobre una ensalada de lechuga, tomates cherry y alcaparras.
-Sé que te gusta el pescado –Víctor tomó un langostino y lo mojó en la salsa antes de ofrecérselo.
Y Myriam lo mordió, sin dejar de mirarlo a los ojos.
-Divino.
-Desde luego –rió él, ofreciéndole una copa. –Por lo que nos depare el futuro –brindó.
Myriam tomó un sorbo de champán, preguntándose qué habría querido decir.
--¿Crees en el destino?
-No, sólo uno mismo puede forjarse su propia felicidad, así que el destino es lo que uno haga con él –Víctor dejó la copa sobre la mesa y eligió una ostra. –Háblame un poco de la chica que rescata animales.
-¿Cindy no te lo ha contado?
-Cyndi no me cuenta casi nada. Yo sólo soy un molesto hermano mayor, que aún está acostumbrándose a la idea de que su hermanita es una adulta.
-Puede que no te lo diga nunca, pero te quiere mucho y te está muy agradecida. Siempre has estado a su lado… algún día serás un padre estupendo.
De repente, los ojos de Víctor se nublaron. Y era la primera vez que lo veía turbado por algo.
-¿No quieres tener hijos algún día?
-No –respondió él, con sequedad. –La vida familiar no es para mí.
Incluso la temperatura del salón pareció descender varios grados. Intentaba disimular, pero en sus ojos podía ver un brillo de dolor…
¿Su madre tal vez? Myriam sabía que los había abandonado muchos años atrás. Como su madre biológica la había abandonado a ella. Porque los niños eran un problema.
-Tú no eres sólo el hermano de Cyndi, eres su héroe.
Víctor la miró a los ojos un momento antes de girar la cabeza para admirar las luces de la ciudad.
-Seguro que se enfadará contigo por decirme eso. Pero ibas a hablarme de tu trabajo con los animales.
-He trabajado como voluntaria en un refugio para animales durante un par de años. Y sigo queriendo estudiar Veterinaria algún día.
-¿Por qué no empiezas ahora?
-Mi madre dice…
Myriam no terminó la frase. No, ahora era libre de hacer lo que le viniera en gana.
Porque su madre ya no estaba.
-¿Estás bien? –Víctor puso su mano en su brazo.
-Sí, claro.
-El tiempo cura esas heridas.
Ella asistió con la cabeza.
-Sí, ya lo sé.
Cenaron, bebieron y compartieron un pastel de frambuesa mientras escuchaban un dúo de flauta y guitarra que Víctor había contratado y que, en aquel momento, estaba tocando música española.
Víctor, incapaz de resistirse, levantó una mano para acariciar su cara. Nunca había sentido esa urgencia por tocar a una mujer. Y la sentía constantemente.
Estaba descubriendo que sus ojos eran verdes cuando estaba contenta, azules cuando estaba enfadada o triste. Y él quería olvidarse de todo y llevarla a su habitación para hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera moverse. Pero la apasionada música española era lo único que iba a tener esa noche. Y cualquier otra noche.
Poco después el dúo se marchó y el camarero se acercó para servir el café antes de dejarlos solos.
Víctor vio cómo los ojos de Myriam brillaban mientras tomaba un sorbo de café y tuvo que aflojarse un poco la corbata, que parecía estrangularlo. ¿Por qué le había parecido buena idea invitarla a cenar?
-Gracias por esta noche –sonrió ella, rozando los pétalos de la rosa con sus labios.
Víctor miró su escote y luego volvió a mirarla a los ojos… verdes como la hierba.
-Siempre me has recordado a una rosa. Alta, esbelta, con espinas, una delicia para los ojos.
Quería besarla. Ahora, con la luz de las velas reflejada en sus ojos, la comisura de los labios curvada en una sonrisa.
-Me gustaría verte a la luz de la luna o a la luz de la chimenea.
-Una es fría, la otra caliente –dijo Myriam, pasándose la lengua por los labios.
-La luz de la luna entonces. Te va mejor: clásica, fresca, etérea.
Estaba ardiendo por dentro y por fuera. Y cuando miró el vestido rojo no pudo dejar de imaginar cómo sería quitárselo. Se tomaría su tiempo, deslizando las tiras sobre los hombros antes de rozar su piel con los dedos…
-Eres tan preciosa –Víctor apartó el pelo de su cara para acariciar la satinada mejilla.
Cuando se inclinó para buscar su boca, Myriam respondió dejando escapar un gemido. ¿Cómo iba a resistirse? Aquello era como una adicción. Una tortura porque no podía satisfacer su deseo. Aquel beso perfecto que invitaba a todo tipo de tentaciones…
Haciendo un esfuerzo, se apartó. Aunque no deseaba hacerlo.
La sonrisa de Myriam era algo que vería una y otra vez en sus sueños. ¿Sería posible mantener una simple aventura con ella? Después de tantos años preguntándose cómo sería, la tenía a su alcance literal y figuradamente. Y ella lo deseaba. ¿Por qué no dar el siguiente paso?
No, no podía hacerlo, Myriam era su responsabilidad y tenía que cuidar de ella. Incluso salvarla de sí mismo.
Suspirando, tomó el chal de había dejado sobre el respaldo de la silla.
-Es hora de irnos.
En cuanto entraron en la suite Myriam se quitó el chal y Víctor la chaqueta. Pero cuando se remangó la camisa y vio esos musculosos antebrazos cubiertos de vello oscuro su corazón se volvió loco. Ella quería esos antebrazos a su alrededor.
-¿Quieres otro café? –le preguntó, con voz estrangulada.
-No, gracias –Víctor encendió la televisión y se dispuso a ver una carrera de Fórmula Uno.
Myriam suspiró. Después de una cita maravillosa se ponía a ver deportes en televisión…
Había dicho que era preciosa. La había besado como si no pudiera cansarse de ella y ahora estaba viendo la televisión. ¿Qué significaba eso? Aquel hombre era un mujeriego, le gustaban las mujeres, le gustaba acostarse con ellas. ¿Por qué no hacía algo?
Víctor debió sentir su mirada clavada en la espalda porque volvió a tomar el mando de la televisión y la apagó antes de levantarse.
No dejaba de mirarla mientras se acercaba y Myriam sintió que sus pezones despertaban a la vida bajo la tela del vestido.
Pero luego, sin tocarla, inclinó la cabeza para darle un beso en la mejilla.
-Creo que lo mejor es que nos vayamos a dormir. Buenas noche, princesa.
Atónita, Myriam se quedó donde estaba, llevándose una mano al corazón para intentar controlar sus salvajes latidos. ¿Había estado equivocada al pensar que Víctor la deseaba? No, imposible.
Y, sin embargo, cuando pensaba que iba a tomar su mano para llevarla a la habitación, le había dado las buenas noches. Eso no tenía sentido.
A Víctor le gustaban las mujeres y ella era una mujer. ¿Tendría el sello de virgen estampado en la frente? ¿Sería su inexperiencia un problema?
Furiosa, decidió hablar con él.
Pero cuando empujo la puerta de la habitación se quedó helada, mirándolo mientras su pulso cobraba nueva vida. Se había quitado la camisa y estaba frente a la cama con el móvil en la mano. El fino vello oscuro de su torso se perdía bajo el elástico del pantalón…
Myriam se mordió los labios. Nunca lo había visto sin camisa. Tenía un torso bronceado y perfectamente esculpido, como si fuera el modelo de una antigua estatua griega
Víctor dejó el móvil sobre la mesilla, se pasó las manos por el pelo y empezó a bajar la cremallera del pantalón.
-Víctor…
Él se volvió, sorprendido.
-¿Ocurre algo?
-Pues… es que quería hablar contigo.
-Entra, Myri –Víctor tomó la camisa y volvió a ponérsela, pero no la abrochó. –Ven, siéntate y cuéntame cuál es el problema.
Myriam se dejó caer sobre el borde de la cama. Ahora que estaba allí, abrumada por su físico, no sabía qué decir.
-Tú eres el problema.
-¿Qué he hecho?
-No es lo que has hecho sino lo que no has hecho.
-Muy bien. ¿Qué no he hecho?
Myriam se miró las manos, unidas en el regazo, intentando calmarse. Si no lo decía ahora lo lamentaría para siempre.
-Me besas apasionadamente, pero luego te apartas. Nunca has intentado…
Víctor la miraba con expresión incrédula, como si la idea fuera completamente absurda.
-¿Lo dices en serio? –murmuró, levantándose para asomarse a la ventana.
Se había equivocado, pensó Myriam, sintiéndose humillada. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara? Estaba a punto de volver a su habitación cuando Víctor la tomó del brazo.
-¿Por qué crees que te he besado? ¿Es que no lo sabes? Me gustas, Myri. Me gustas demasiado como para estropearlo todo con una aventura de un par de días. No debería haberte besado…
El corazón de Myriam latía de tal forma que parecía tenerlo en la garganta.
-¿Por qué no?
-Porque complicaría las cosas –Víctor señaló alrededor. –Estamos en un hotel de lujo en un sitio tropical… es fácil caer en la trampa.
-¿Estás diciendo que cuando volvamos a casa lo habremos olvidado todo?
-Sí… no, no lo sé –Víctor sacudió la cabeza. –Te deseo, Myri, pero no quiero hacerte daño. Yo no tengo relaciones serias con nadie.
-¿Y si yo no quisiera una relación seria?
-Una chica como tú siempre quiere una relación seria.
-¿Una chica como yo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí. Víctor.
Él inclino la cabeza en un gesto de asentimiento.
-Piensa bien en lo que quieres porque a veces uno lamenta conseguir lo que desea.
Después se dio la vuelta para salir a la terraza y Myriam observó cómo el viento lo despeinaba y movía su camisa.
Angustiada, se dio cuenta de que estaba enamorándose de él. Y, sin decir otra palabra, salió de la habitación sabiendo que aquella conversación había terminado.
CAPITULO 11
La tensión entre ellos aumentó durante los dos días siguientes, pero Víctor se vio obligado a admitir que Myriam no era tan predecible como había creído.
La noche anterior se había ido a su habitación después de cenar, seguramente para evitarlo, y él sentía como si estuviera sentado sobre el filo de un cuchillo, esperando una decisión. Había dejado claro que la deseaba, pero también había dejado claro que no quería hacerle daño.
Aquella noche estaba a unos metros, en el sofá, viendo la televisión mientras él trabajaba en su ordenador portátil. Pero se negaba a levantar la mirada, ni siquiera cuando la oyó suspirar; un suspiro que le recordó sus besos.
¿Cómo suspiraría si la acariciase por todas partes?, se preguntó.
No, era ella quien tenía que elegir, él no iba a influir en esa decisión.
Myriam se levantó entonces para ir al mini-bar, sus pantalones cortos dejando al descubierto unas largas y bien torneadas piernas. Las quemaduras del sol habían desaparecido, dejando su piel con un tono dorado, pero Víctor se obligó a sí mismo a mirar de nuevo la pantalla del ordenador… aunque era incapaz de concentrarse en las cifras.
-¿Te apetece un poco de mango?
Cuando levanto la cabeza la vio con un cuenco de fruta en la mano. Llevaba una camiseta negra ajustada con unos labios estampados en el pecho, y supo que lo que le apetecía no era el mango precisamente.
-No, gracias.
Pero le haría falta algo fresco o para controlar el calentón. El aire dentro de la suite era opresivo y en la calle podía oír el sonido de un bajo. Gente, pensó, mucha gente, distracciones…
-Myri, vístete, vamos a dar un paseo –le dijo, cerrando el ordenador.
-¿Ah, sí?
-Aún no hemos salido a dar una vuelta por el paseo marítimo.
-Pero tengo que ducharme y cambiarme de ropa…
-Muy bien, yo haré lo mismo. Nos vemos aquí en media hora.
Cuando Myriam apareció treinta minutos después con un elegante vestido blanco y un collar de diamantes y rubíes. Víctor se preguntó si estaba a punto de cometer un grave error.
-Venga, vamos.
No era él el único que miraba a Myriam cuando bajaron al vestíbulo. Un par de empleados la siguieron con mirada perpleja hasta que cruzó la puerta, casi como sí la reconocieran.
Víctor tomó su mano y no la soltó. Seguramente la habrían visto entrar y salir y estaban tan fascinados como él por su belleza.
El sonido de las olas se mezclaba con la música que salía de los bares, la charla de la gente y el ruido del tráfico. El aire, pesado y húmedo, olía a comida. Y la mano de Myriam era tan suave…
¿Qué estaría pensando?, se preguntó. ¿Qué habría decidido?
-¿Dónde vamos?
-A Ocean Avenue. Me han dicho que allí hay un sitio donde la música es más importante que las copas.
Y eso era lo que quería, un sitio en el que pudiera aliviar sus frustraciones.
-¿Es sólo música o también una discoteca?
-Las dos cosas. ¿Te gusta bailar?
-Sí, mucho. ¿Y a ti?
-También –Víctor miró al cielo. –Pero me parece que está a punto de ponerse a llover.
Myriam levantó la mirada y, por primera vez, se fijo en las nubes de color rosado… y enseguida sintió la primera gota cayendo sobre su brazo.
-Venga, vamos –la urgió Víctor, tirando de su mano. –Tenemos que buscar refugio.
-No, espera –mientras ella se quitaba las sandalias la tormenta desató, haciendo que los turistas corrieran a buscar refugio. -¡Vamos a meternos bajo ese árbol!
Pero el árbol no sirvió de nada porque en dos minutos estaba calada hasta los huesos. Soltando el bolso y las sandalias, se apoyó en el tronco intentando apartar el pelo mojado de su cara. La delicada seda del vestido seguramente se habría estropeado y debía tener manchurrones negros de máscara de pestañas por toda la cara… pero nunca se había sentido más libre en toda su vida.
Riendo, miró a Víctor.
Las gotas de lluvia corrían por su cara, brillando como joyas diminutas sobre sus pestañas.
Y la risa desapareció.
Su mirada era como terciopelo oscuro y le llegaba muy dentro, calentando aquel sitio vacío en su corazón que nunca había querido reconocer que existiera.
Podía oler su piel, cálida y húmeda. Podía sentir su deseo mientras se acercaba un poco más para resguardarla de la lluvia, atrapándola contra el árbol… o casi, porque no la tocaba.
Iba a besarla y cuánto lo había echado de menos.
Veía el reflejo de cientos de luces en sus ojos oscuros y, levantando la cara, entreabrió los labios para recibir la caricia…
-Nada.
Myriam abrió los ojos. Víctor seguía allí, su boca a unos milímetros de los suyos, el pelo empapado.
-¿Qué?
-¿Estás segura?
Ella no contestó; sencillamente se acercó un poco más, hasta que las puntas de sus pechos rozaban el torso masculino, y le pasó los brazos por la cintura.
-Myri…
Sin esperar, Myriam se puso de puntillas para buscar sus labios. Cálidos, dulces y húmedos de la lluvia. En la distancia podía oír la música de un bar, a su izquierda el sonido de las olas rompiendo contra la playa. Pero ella sólo podía escuchar los latidos de su corazón.
Sintió el roce se sus vaqueros mientras maniobraba para apoyarla contra el tronco del árbol y cuando levantó una pierna para enredarla en su muslo sintió la fuerza de su erección presionando contra ella.
Myriam abrió los ojos ante el impacto de lo que estaba haciendo. Seguía apretándose contra… Víctor García. Y Víctor estaba apretándose contra ella.
En medio de la calle, en Surfers Paradise.
¿Qué le estaba pasando? ¿Había perdido la cabeza? Sí, decidió, tenía que ser eso.
-Relájate –dijo Víctor.
Pero Myriam aprovecho la oportunidad para tomar el bolso y las sandalias del suelo y salir corriendo hacia el hotel.
Un segundo después, él estaba a su lado.
-Myri… no pasa nada.
-Ya lo sé, no pasa nada –asistió ella. Pero no se detuvo cuando llegaron al vestíbulo y salió al recinto de la piscina. Una vez allí, dejando el bolso y las sandalias sobre la hierba, se lanzó de cabeza.
El agua fresca consiguió calmarla un poco y un segundo después apartándose el pelo de la cara exclamó:
-¡Sí!
Víctor estaba perplejo al borde de la piscina, pero un segundo después saltó también y llegó nadando a su lado.
-¿Sí qué, Myri?
-Sí, estoy segura.
-Me parece… -sonriendo, Víctor rozó sus labios tomándola por la cintura –que estamos molestando a los demás clientes.
Los pocos clientes que quedaban en el jardín, a resguardo de la lluvia, los miraban, atónitos.
-Me doy cuenta, pero la respuesta sigue siendo sí.
¿Qué más daba que no fuera para siempre ¿ Ella quería que ocurriera, lo quería a él. No era tan ingenua como para olvidarse de su reputación de mujeriego o de que estaban en Surfers y que cuando volviera a casa todo cambiaría. Estaba tomando una decisión con los ojos bien abiertos.
-Perdónenme, señores, pero tengo que pedirles que salgan de la piscina –los llamó un empleado del hotel, que estaba al borde de la piscina con dos toallas.
-Sí, disculpe –dijo Víctor, intentando contener la risa.
-Lo siento… -Myriam arrugó el ceño al ver que el empleado la miraba como sí hubiera visto a un fantasma.
Pero se olvidó de él cuando Víctor empezó a frotarla con la toalla.
-Creo que hemos montado un pequeño escándalo. Venga, vamos.
Su primer santuario, el ascensor, era todo espejo y luces suaves.
Myriam apoyó la cabeza en una de las paredes y cuando miró hacia arriba se quedó sorprendida al verse en el espejo del techo. ¿Esa mujer empapada que dejaba que Víctor le agarrase el trasero era Myriam Montemayor?
Tal vez no, pensó. Tal vez era Hayley. Tal vez tenía otra personalidad. Porque Myriam Montemayor no estaría arqueando el cuello para dejar que la besara… disfrutando del calor de sus labios y el roce de su barba.
La escena era irreal; su vestido blanco brillaba como un ópalo, sus brazos y piernas parecían de bronce.
Y Víctor… su piel parecía tan oscura, sus ojos brillantes e intensos. Potentes. Con el pelo mojado, la fuerte mandíbula y los duros ángulos de su rostro, parecía más un depredador que un amante.
Amante.
Era una palabra nueva, pero eso era lo que iba a ser… si ella quería. Aún podía elegir. Aún podía decir que no.
La puerta del ascensor se abrió en el relleno, frente a la suite, pero Víctor no se movió y tampoco lo hizo ella.
Era el momento de elegir.
Unos segundos después oyó que la puerta se cerraba de nuevo.
2 X 1
CAPITULO 10
Myriam estaba mirándose al espejo. El vestido era tan… llamativo. Ella no solía vestir de rojo y la tela, la poca tela, se pegaba a su cuerpo abriéndose en el escote para mostrar el collar de diamantes y rubíes que llevaba al cuello.
-Has elegido el rojo por algo –se dijo a sí misma.
<<Aquí estoy, cuidado Víctor >>.
Nada de colores pastel esa noche. Víctor la deseaba, estaba segura. ¡Por qué sí no la habría besado la noche anterior cuando ella se había apartado por la mañana en el apartamento?
Y lo que había ocurrido con Dan… Myriam recordaba bien la escena. Víctor no estaba enfadado, estaba celoso.
Y ella lo deseaba también. lo había deseado durante años, pero sólo ahora era capaz de reconocerlo. Y en lugar de esconderse tras la fachada de frialdad que había usado durante todo ese tiempo, había decidido dar un paso adelante. Tal vez porque la vida tenía una curiosa manera de darte una patada cuando menos lo esperabas.
Pero sí Víctor no quería seducirla… Myriam sacudió la cabeza, No imposible. Estaba hablando de Víctor García, famoso mujeriego.
Aunque los hombres como Víctor nunca se quedaban con nadie durante mucho tiempo.
Mirándose al espejo de nuevo, sacudió el pelo para darle más volumen. Daba igual. Tal vez si hacían el amor podría olvidarse de él de una vez por todas. Y, además se negaba a pensar en nada que no fuera el momento.
-Buenas noches, Myri.
No había oído la puerta y lo vio a través del espejo. Víctor estaba a un metro de ella, con una rosa de tallo largo en la mano…
Pero de repente no podía respirar y se le doblaban las piernas, como le había pasado siempre con él.
<<Cálmate>>, se dijo.
-Hola.
Se había cortado un poco el pelo, pero lo llevaba tan desordenado como siempre. Como si acabara de salir de la cama.
Él no parecía capaz de apartar los ojos de su vestido y Myriam sintió que le ardían las mejillas. ¿Estaría imaginándola desnuda?
-Vaya, rojo fuego –murmuró por fin, mirándola de arriba abajo. –Siempre había pensado que los colores pastel te quedaban bien, pero ese vestido…
-Gracias.
-¿Qué tal las quemaduras? ¿Te siguen doliendo?
-No, no, ya estoy bien. Y gracias por la rosa.
Cuando Víctor se inclinó para darle un beso en la mejilla, Myriam giro la cabeza en el último segundo y sus labios se encontraron.
<<Esto es lo que he estado esperando toda mi vida>>, pensó.
En aquel momento lo deseaba más de lo que había deseado nada en su vida. Lo conocía desde hacía años, pero no había reconocido hasta ese momento lo que quería: aquel hombre, su amistad, su apoyo, su comprensión. Y aquella noche, algo más.
Sintiéndose audaz, Myriam pasó las manos por la pechera de su camisa, notando los fuertes músculos de su torso bajo sus dedos.
-Oye… -Víctor sonrió, nervioso. -¿Dónde está el fuego?
-¿Te refieres al vestido? –preguntó ella. ¿De dónde había salido esa voz tan ronca?
La sonrisa de Víctor desapareció, como si de repente hubiera recordado quién era.
-Venga, vamos –dijo, dando un paso atrás. –He reservado mesa en un restaurante que espero que te guste.
Tardaron unos minutos en llegar a la sala Skylight, en el piso setenta y ocho de una de las torres más altas de la ciudad. Myriam no sabía si la sensación de mareo era debida a la altura o porque tenía una cita con Víctor.
Cuando se abrieron las puertas del ascenso y llegaron a un salón tenuemente iluminado dejo escapar un suspiro.
-¿Llegamos demasiado tarde?
-No, llegamos justo a tiempo. Esta noche es sólo para nosotros.
-¿Has reservado todo el restaurante? –exclamó ella, sorprendida, mientras el maître los llevaba a una mesa para dos frente a un ventanal.
El aroma de las flores tropicales y la iluminación de las velas le daban un aire mágico a la sala y Myriam se sentó, admirando la gloriosa vista de la ciudad, como una alfombra llena de luces.
Luego se volvió hacia Víctor. La luz de las velas se reflejaba en sus ojos y se dejó llevar por el placer de mirar su cara.
-Nadie había hecho algo así por mí. Gracias.
-He elegido lo que vamos a cenar, espero que no te importe –sonriendo, Víctor sacó una botella de un cubo de hielo. –Voilà.
-¡Champán francés!
Un camarero se acercó para abrir la botella y otro para servir la cena: una bandeja de gambas, langostinos, ostras Kilpatrick, cangrejo y salmón ahumado sobre una ensalada de lechuga, tomates cherry y alcaparras.
-Sé que te gusta el pescado –Víctor tomó un langostino y lo mojó en la salsa antes de ofrecérselo.
Y Myriam lo mordió, sin dejar de mirarlo a los ojos.
-Divino.
-Desde luego –rió él, ofreciéndole una copa. –Por lo que nos depare el futuro –brindó.
Myriam tomó un sorbo de champán, preguntándose qué habría querido decir.
--¿Crees en el destino?
-No, sólo uno mismo puede forjarse su propia felicidad, así que el destino es lo que uno haga con él –Víctor dejó la copa sobre la mesa y eligió una ostra. –Háblame un poco de la chica que rescata animales.
-¿Cindy no te lo ha contado?
-Cyndi no me cuenta casi nada. Yo sólo soy un molesto hermano mayor, que aún está acostumbrándose a la idea de que su hermanita es una adulta.
-Puede que no te lo diga nunca, pero te quiere mucho y te está muy agradecida. Siempre has estado a su lado… algún día serás un padre estupendo.
De repente, los ojos de Víctor se nublaron. Y era la primera vez que lo veía turbado por algo.
-¿No quieres tener hijos algún día?
-No –respondió él, con sequedad. –La vida familiar no es para mí.
Incluso la temperatura del salón pareció descender varios grados. Intentaba disimular, pero en sus ojos podía ver un brillo de dolor…
¿Su madre tal vez? Myriam sabía que los había abandonado muchos años atrás. Como su madre biológica la había abandonado a ella. Porque los niños eran un problema.
-Tú no eres sólo el hermano de Cyndi, eres su héroe.
Víctor la miró a los ojos un momento antes de girar la cabeza para admirar las luces de la ciudad.
-Seguro que se enfadará contigo por decirme eso. Pero ibas a hablarme de tu trabajo con los animales.
-He trabajado como voluntaria en un refugio para animales durante un par de años. Y sigo queriendo estudiar Veterinaria algún día.
-¿Por qué no empiezas ahora?
-Mi madre dice…
Myriam no terminó la frase. No, ahora era libre de hacer lo que le viniera en gana.
Porque su madre ya no estaba.
-¿Estás bien? –Víctor puso su mano en su brazo.
-Sí, claro.
-El tiempo cura esas heridas.
Ella asistió con la cabeza.
-Sí, ya lo sé.
Cenaron, bebieron y compartieron un pastel de frambuesa mientras escuchaban un dúo de flauta y guitarra que Víctor había contratado y que, en aquel momento, estaba tocando música española.
Víctor, incapaz de resistirse, levantó una mano para acariciar su cara. Nunca había sentido esa urgencia por tocar a una mujer. Y la sentía constantemente.
Estaba descubriendo que sus ojos eran verdes cuando estaba contenta, azules cuando estaba enfadada o triste. Y él quería olvidarse de todo y llevarla a su habitación para hacerle el amor hasta que ninguno de los dos pudiera moverse. Pero la apasionada música española era lo único que iba a tener esa noche. Y cualquier otra noche.
Poco después el dúo se marchó y el camarero se acercó para servir el café antes de dejarlos solos.
Víctor vio cómo los ojos de Myriam brillaban mientras tomaba un sorbo de café y tuvo que aflojarse un poco la corbata, que parecía estrangularlo. ¿Por qué le había parecido buena idea invitarla a cenar?
-Gracias por esta noche –sonrió ella, rozando los pétalos de la rosa con sus labios.
Víctor miró su escote y luego volvió a mirarla a los ojos… verdes como la hierba.
-Siempre me has recordado a una rosa. Alta, esbelta, con espinas, una delicia para los ojos.
Quería besarla. Ahora, con la luz de las velas reflejada en sus ojos, la comisura de los labios curvada en una sonrisa.
-Me gustaría verte a la luz de la luna o a la luz de la chimenea.
-Una es fría, la otra caliente –dijo Myriam, pasándose la lengua por los labios.
-La luz de la luna entonces. Te va mejor: clásica, fresca, etérea.
Estaba ardiendo por dentro y por fuera. Y cuando miró el vestido rojo no pudo dejar de imaginar cómo sería quitárselo. Se tomaría su tiempo, deslizando las tiras sobre los hombros antes de rozar su piel con los dedos…
-Eres tan preciosa –Víctor apartó el pelo de su cara para acariciar la satinada mejilla.
Cuando se inclinó para buscar su boca, Myriam respondió dejando escapar un gemido. ¿Cómo iba a resistirse? Aquello era como una adicción. Una tortura porque no podía satisfacer su deseo. Aquel beso perfecto que invitaba a todo tipo de tentaciones…
Haciendo un esfuerzo, se apartó. Aunque no deseaba hacerlo.
La sonrisa de Myriam era algo que vería una y otra vez en sus sueños. ¿Sería posible mantener una simple aventura con ella? Después de tantos años preguntándose cómo sería, la tenía a su alcance literal y figuradamente. Y ella lo deseaba. ¿Por qué no dar el siguiente paso?
No, no podía hacerlo, Myriam era su responsabilidad y tenía que cuidar de ella. Incluso salvarla de sí mismo.
Suspirando, tomó el chal de había dejado sobre el respaldo de la silla.
-Es hora de irnos.
En cuanto entraron en la suite Myriam se quitó el chal y Víctor la chaqueta. Pero cuando se remangó la camisa y vio esos musculosos antebrazos cubiertos de vello oscuro su corazón se volvió loco. Ella quería esos antebrazos a su alrededor.
-¿Quieres otro café? –le preguntó, con voz estrangulada.
-No, gracias –Víctor encendió la televisión y se dispuso a ver una carrera de Fórmula Uno.
Myriam suspiró. Después de una cita maravillosa se ponía a ver deportes en televisión…
Había dicho que era preciosa. La había besado como si no pudiera cansarse de ella y ahora estaba viendo la televisión. ¿Qué significaba eso? Aquel hombre era un mujeriego, le gustaban las mujeres, le gustaba acostarse con ellas. ¿Por qué no hacía algo?
Víctor debió sentir su mirada clavada en la espalda porque volvió a tomar el mando de la televisión y la apagó antes de levantarse.
No dejaba de mirarla mientras se acercaba y Myriam sintió que sus pezones despertaban a la vida bajo la tela del vestido.
Pero luego, sin tocarla, inclinó la cabeza para darle un beso en la mejilla.
-Creo que lo mejor es que nos vayamos a dormir. Buenas noche, princesa.
Atónita, Myriam se quedó donde estaba, llevándose una mano al corazón para intentar controlar sus salvajes latidos. ¿Había estado equivocada al pensar que Víctor la deseaba? No, imposible.
Y, sin embargo, cuando pensaba que iba a tomar su mano para llevarla a la habitación, le había dado las buenas noches. Eso no tenía sentido.
A Víctor le gustaban las mujeres y ella era una mujer. ¿Tendría el sello de virgen estampado en la frente? ¿Sería su inexperiencia un problema?
Furiosa, decidió hablar con él.
Pero cuando empujo la puerta de la habitación se quedó helada, mirándolo mientras su pulso cobraba nueva vida. Se había quitado la camisa y estaba frente a la cama con el móvil en la mano. El fino vello oscuro de su torso se perdía bajo el elástico del pantalón…
Myriam se mordió los labios. Nunca lo había visto sin camisa. Tenía un torso bronceado y perfectamente esculpido, como si fuera el modelo de una antigua estatua griega
Víctor dejó el móvil sobre la mesilla, se pasó las manos por el pelo y empezó a bajar la cremallera del pantalón.
-Víctor…
Él se volvió, sorprendido.
-¿Ocurre algo?
-Pues… es que quería hablar contigo.
-Entra, Myri –Víctor tomó la camisa y volvió a ponérsela, pero no la abrochó. –Ven, siéntate y cuéntame cuál es el problema.
Myriam se dejó caer sobre el borde de la cama. Ahora que estaba allí, abrumada por su físico, no sabía qué decir.
-Tú eres el problema.
-¿Qué he hecho?
-No es lo que has hecho sino lo que no has hecho.
-Muy bien. ¿Qué no he hecho?
Myriam se miró las manos, unidas en el regazo, intentando calmarse. Si no lo decía ahora lo lamentaría para siempre.
-Me besas apasionadamente, pero luego te apartas. Nunca has intentado…
Víctor la miraba con expresión incrédula, como si la idea fuera completamente absurda.
-¿Lo dices en serio? –murmuró, levantándose para asomarse a la ventana.
Se había equivocado, pensó Myriam, sintiéndose humillada. ¿Cómo iba a mirarlo a la cara? Estaba a punto de volver a su habitación cuando Víctor la tomó del brazo.
-¿Por qué crees que te he besado? ¿Es que no lo sabes? Me gustas, Myri. Me gustas demasiado como para estropearlo todo con una aventura de un par de días. No debería haberte besado…
El corazón de Myriam latía de tal forma que parecía tenerlo en la garganta.
-¿Por qué no?
-Porque complicaría las cosas –Víctor señaló alrededor. –Estamos en un hotel de lujo en un sitio tropical… es fácil caer en la trampa.
-¿Estás diciendo que cuando volvamos a casa lo habremos olvidado todo?
-Sí… no, no lo sé –Víctor sacudió la cabeza. –Te deseo, Myri, pero no quiero hacerte daño. Yo no tengo relaciones serias con nadie.
-¿Y si yo no quisiera una relación seria?
-Una chica como tú siempre quiere una relación seria.
-¿Una chica como yo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí. Víctor.
Él inclino la cabeza en un gesto de asentimiento.
-Piensa bien en lo que quieres porque a veces uno lamenta conseguir lo que desea.
Después se dio la vuelta para salir a la terraza y Myriam observó cómo el viento lo despeinaba y movía su camisa.
Angustiada, se dio cuenta de que estaba enamorándose de él. Y, sin decir otra palabra, salió de la habitación sabiendo que aquella conversación había terminado.
CAPITULO 11
La tensión entre ellos aumentó durante los dos días siguientes, pero Víctor se vio obligado a admitir que Myriam no era tan predecible como había creído.
La noche anterior se había ido a su habitación después de cenar, seguramente para evitarlo, y él sentía como si estuviera sentado sobre el filo de un cuchillo, esperando una decisión. Había dejado claro que la deseaba, pero también había dejado claro que no quería hacerle daño.
Aquella noche estaba a unos metros, en el sofá, viendo la televisión mientras él trabajaba en su ordenador portátil. Pero se negaba a levantar la mirada, ni siquiera cuando la oyó suspirar; un suspiro que le recordó sus besos.
¿Cómo suspiraría si la acariciase por todas partes?, se preguntó.
No, era ella quien tenía que elegir, él no iba a influir en esa decisión.
Myriam se levantó entonces para ir al mini-bar, sus pantalones cortos dejando al descubierto unas largas y bien torneadas piernas. Las quemaduras del sol habían desaparecido, dejando su piel con un tono dorado, pero Víctor se obligó a sí mismo a mirar de nuevo la pantalla del ordenador… aunque era incapaz de concentrarse en las cifras.
-¿Te apetece un poco de mango?
Cuando levanto la cabeza la vio con un cuenco de fruta en la mano. Llevaba una camiseta negra ajustada con unos labios estampados en el pecho, y supo que lo que le apetecía no era el mango precisamente.
-No, gracias.
Pero le haría falta algo fresco o para controlar el calentón. El aire dentro de la suite era opresivo y en la calle podía oír el sonido de un bajo. Gente, pensó, mucha gente, distracciones…
-Myri, vístete, vamos a dar un paseo –le dijo, cerrando el ordenador.
-¿Ah, sí?
-Aún no hemos salido a dar una vuelta por el paseo marítimo.
-Pero tengo que ducharme y cambiarme de ropa…
-Muy bien, yo haré lo mismo. Nos vemos aquí en media hora.
Cuando Myriam apareció treinta minutos después con un elegante vestido blanco y un collar de diamantes y rubíes. Víctor se preguntó si estaba a punto de cometer un grave error.
-Venga, vamos.
No era él el único que miraba a Myriam cuando bajaron al vestíbulo. Un par de empleados la siguieron con mirada perpleja hasta que cruzó la puerta, casi como sí la reconocieran.
Víctor tomó su mano y no la soltó. Seguramente la habrían visto entrar y salir y estaban tan fascinados como él por su belleza.
El sonido de las olas se mezclaba con la música que salía de los bares, la charla de la gente y el ruido del tráfico. El aire, pesado y húmedo, olía a comida. Y la mano de Myriam era tan suave…
¿Qué estaría pensando?, se preguntó. ¿Qué habría decidido?
-¿Dónde vamos?
-A Ocean Avenue. Me han dicho que allí hay un sitio donde la música es más importante que las copas.
Y eso era lo que quería, un sitio en el que pudiera aliviar sus frustraciones.
-¿Es sólo música o también una discoteca?
-Las dos cosas. ¿Te gusta bailar?
-Sí, mucho. ¿Y a ti?
-También –Víctor miró al cielo. –Pero me parece que está a punto de ponerse a llover.
Myriam levantó la mirada y, por primera vez, se fijo en las nubes de color rosado… y enseguida sintió la primera gota cayendo sobre su brazo.
-Venga, vamos –la urgió Víctor, tirando de su mano. –Tenemos que buscar refugio.
-No, espera –mientras ella se quitaba las sandalias la tormenta desató, haciendo que los turistas corrieran a buscar refugio. -¡Vamos a meternos bajo ese árbol!
Pero el árbol no sirvió de nada porque en dos minutos estaba calada hasta los huesos. Soltando el bolso y las sandalias, se apoyó en el tronco intentando apartar el pelo mojado de su cara. La delicada seda del vestido seguramente se habría estropeado y debía tener manchurrones negros de máscara de pestañas por toda la cara… pero nunca se había sentido más libre en toda su vida.
Riendo, miró a Víctor.
Las gotas de lluvia corrían por su cara, brillando como joyas diminutas sobre sus pestañas.
Y la risa desapareció.
Su mirada era como terciopelo oscuro y le llegaba muy dentro, calentando aquel sitio vacío en su corazón que nunca había querido reconocer que existiera.
Podía oler su piel, cálida y húmeda. Podía sentir su deseo mientras se acercaba un poco más para resguardarla de la lluvia, atrapándola contra el árbol… o casi, porque no la tocaba.
Iba a besarla y cuánto lo había echado de menos.
Veía el reflejo de cientos de luces en sus ojos oscuros y, levantando la cara, entreabrió los labios para recibir la caricia…
-Nada.
Myriam abrió los ojos. Víctor seguía allí, su boca a unos milímetros de los suyos, el pelo empapado.
-¿Qué?
-¿Estás segura?
Ella no contestó; sencillamente se acercó un poco más, hasta que las puntas de sus pechos rozaban el torso masculino, y le pasó los brazos por la cintura.
-Myri…
Sin esperar, Myriam se puso de puntillas para buscar sus labios. Cálidos, dulces y húmedos de la lluvia. En la distancia podía oír la música de un bar, a su izquierda el sonido de las olas rompiendo contra la playa. Pero ella sólo podía escuchar los latidos de su corazón.
Sintió el roce se sus vaqueros mientras maniobraba para apoyarla contra el tronco del árbol y cuando levantó una pierna para enredarla en su muslo sintió la fuerza de su erección presionando contra ella.
Myriam abrió los ojos ante el impacto de lo que estaba haciendo. Seguía apretándose contra… Víctor García. Y Víctor estaba apretándose contra ella.
En medio de la calle, en Surfers Paradise.
¿Qué le estaba pasando? ¿Había perdido la cabeza? Sí, decidió, tenía que ser eso.
-Relájate –dijo Víctor.
Pero Myriam aprovecho la oportunidad para tomar el bolso y las sandalias del suelo y salir corriendo hacia el hotel.
Un segundo después, él estaba a su lado.
-Myri… no pasa nada.
-Ya lo sé, no pasa nada –asistió ella. Pero no se detuvo cuando llegaron al vestíbulo y salió al recinto de la piscina. Una vez allí, dejando el bolso y las sandalias sobre la hierba, se lanzó de cabeza.
El agua fresca consiguió calmarla un poco y un segundo después apartándose el pelo de la cara exclamó:
-¡Sí!
Víctor estaba perplejo al borde de la piscina, pero un segundo después saltó también y llegó nadando a su lado.
-¿Sí qué, Myri?
-Sí, estoy segura.
-Me parece… -sonriendo, Víctor rozó sus labios tomándola por la cintura –que estamos molestando a los demás clientes.
Los pocos clientes que quedaban en el jardín, a resguardo de la lluvia, los miraban, atónitos.
-Me doy cuenta, pero la respuesta sigue siendo sí.
¿Qué más daba que no fuera para siempre ¿ Ella quería que ocurriera, lo quería a él. No era tan ingenua como para olvidarse de su reputación de mujeriego o de que estaban en Surfers y que cuando volviera a casa todo cambiaría. Estaba tomando una decisión con los ojos bien abiertos.
-Perdónenme, señores, pero tengo que pedirles que salgan de la piscina –los llamó un empleado del hotel, que estaba al borde de la piscina con dos toallas.
-Sí, disculpe –dijo Víctor, intentando contener la risa.
-Lo siento… -Myriam arrugó el ceño al ver que el empleado la miraba como sí hubiera visto a un fantasma.
Pero se olvidó de él cuando Víctor empezó a frotarla con la toalla.
-Creo que hemos montado un pequeño escándalo. Venga, vamos.
Su primer santuario, el ascensor, era todo espejo y luces suaves.
Myriam apoyó la cabeza en una de las paredes y cuando miró hacia arriba se quedó sorprendida al verse en el espejo del techo. ¿Esa mujer empapada que dejaba que Víctor le agarrase el trasero era Myriam Montemayor?
Tal vez no, pensó. Tal vez era Hayley. Tal vez tenía otra personalidad. Porque Myriam Montemayor no estaría arqueando el cuello para dejar que la besara… disfrutando del calor de sus labios y el roce de su barba.
La escena era irreal; su vestido blanco brillaba como un ópalo, sus brazos y piernas parecían de bronce.
Y Víctor… su piel parecía tan oscura, sus ojos brillantes e intensos. Potentes. Con el pelo mojado, la fuerte mandíbula y los duros ángulos de su rostro, parecía más un depredador que un amante.
Amante.
Era una palabra nueva, pero eso era lo que iba a ser… si ella quería. Aún podía elegir. Aún podía decir que no.
La puerta del ascensor se abrió en el relleno, frente a la suite, pero Víctor no se movió y tampoco lo hizo ella.
Era el momento de elegir.
Unos segundos después oyó que la puerta se cerraba de nuevo.
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
Por fin me puse el corriente... esta buenisima la novelita siguele por fa pronto.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
mil graciias por los cap niña me encanta!!!!!!!!!!!
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Recuerdo de un beso
HOLA BUEN DIA AQUI APENAS LLEGANDO DE VACACIONES Y LES VENGO A DEJAR EL CAPITULO SIGUIENTE ESPERO Q LO DISFRUTEN...
Capitulo 12
Víctor dio un paso atrás, pero sólo para pulsar el botón que bloqueaba el ascensor. La importancia de esa acción y el brillo de sus ojos se registraron en el eufórico cerebro de Myriam.
Sin dejar de mirarla, alargó los brazos hacia ella para acariciarla por encima del vestido.
-Seda –murmuró, deslizando una mano por su brazo, las yemas de sus dedos creando una delicada fricción que la hacía sentir tan frágil como el cristal. –Como tu piel. Me encanta tu piel –dijo luego, inclinando la cabeza para besar su brazo.
Cuando la apartó de la pared para desabrochar la cremallera del vestido el sonido le pareció tan erótico como el roce de sus nudillos en la espalda mientras le quitaba la mojaba tela… hasta que la prenda cayó a sus pies.
-Esto es una sorpresa –sonrió Víctor, señalando el tatuaje.
Myriam sintió un escalofrío mientras trazaba con el dedo el tatuaje que se había hecho cuando cumplió los dieciocho años unos caracteres chino, su único momento de rebeldía.
-¿Qué significa?
-Cuerpo, mente y espíritu.
Sus miedos se derritieron ante el calor y la seguridad de aquel mundo privado dentro del ascensor… y la presencia sólida de Víctor. Sabía que estaba a salvo con él; lo sabía por cómo la miraba a los ojos, por cómo la acariciaba.
Él puso las manos sobre sus pechos y cuando inclinó la cabeza Myriam sintió que se le doblaban las piernas. Se quedó sin aliento mientras la acariciaba con la boca por encima del sujetador de satén.
-Víctor…
-Myri –musitó él, buscando el broche del sujetador antes de dejarlo caer al suelo. Y luego bajó las manos hasta sus caderas para apartar la única pieza de ropa que le quedaba. Una vez más, apenas la rozó para bajarle las braguitas, dejándola sólo con el collar y los pendientes.
Víctor la miró de arriba abajo con esos ojos oscuros que se deslizaban por su cuerpo como si fueran chocolates.
-Dios mío, eres preciosa –suspiró, tocando el collar con un dedo. –Los rubíes te quedan bien. Rojos como tu pelo… me encanta tu pelo y me encanta mirarte, princesa Myri.
Debería haberse sentido expuesta y vulnerable, desnuda delante de un hombre por primera vez, pero no era así. Se sentía admirada y deseada… y completamente encendida.
A través de una niebla de deseo vio cómo se quitaba el empapado jersey, mostrando su ancho torso cubierto de vello oscuro. En el espejo que había detrás de él podía ver su espalda, los músculos marcados cuando bajó las manos para tirar de sus vaqueros…
Unos vaqueros mojados que se pegaban a su cuerpo. Cuando alargó la mano para desabrochar el botón. Myriam sintió como si estuviera borracha, aunque no había bebido alcohol. Y casi dejó de respirar cuando notó el bulto bajo sus dedos.
-No, aún no –dijo él, sujetando su mano. –Quiero verte.
Víctor dio un paso atrás para explorar su cuerpo con las manos y los ojos, despacio, como si ya conociera cada centímetro, como si supiera dónde y cómo tocarla.
Mientras las yemas de sus dedos exploraban sus pechos, la curva de sus caderas, el hueco de su ombligo, Myriam se negaba a pensar en las otras mujeres con las que habría estado. Por el momento quería aquello y no iba a pensar en nada más
Cuando separó sus piernas sintió un calor desconocido en la parte baja del abdomen y se arqueó instintivamente contra su mano.
Él respondió pasando un dedo por su húmedo centro, muy despacio. Myriam abrió los ojos, dejando escapar un gemido y sujetándose a sus hombros, buscando ese algo misterioso que nunca había experimentado. Podía oler el calor de su cuerpo, a unos centímetros de ella, una mezcla de hombre y cloro de la piscina.
Y luego cometió el error de seguir su mirada hacia abajo… Hacia la oscura mano que cubría su pálida piel. Una piel que nunca había visto la luz del día.
Y se sintió avergonzada, expuesta. De repente, sintiendo que ardía por todas partes, cerró las piernas, pero sólo consiguió atrapar allí la mano de Víctor.
Él levantó su barbilla de modo que no tenía más remedio que mirarlo a los ojos.
-No te escondas de mí. Eres la chica más guapa que he visto nunca, Myri.
Luego, sin decir nada más, volvió a separar sus piernas y Myriam sintió unos dedos largos, húmedos, deslizándose sobre ella una y otra vez… y la deliciosa tensión se incrementó hasta que pensó que iba a perder la cabeza.
Víctor volvió a buscar sus labios y ella suspiró, saboreando el beso mientras deslizaba un dedo en su interior… y luego otro, agarrándose a sus hombros para no caer al suelo.
El aire estaba cargado y podía oír sus propios jadeos, Víctor no podía imaginar cuántas veces había soñado con aquello.
La pasión la guiaba, le daba fuerzas, hacía que se atreviese a olvidar sus inhibiciones, a sentir.
Ah, qué liberador era seguir su instinto, deslizar las manos por los bíceps de Víctor, sentir el movimiento de sus muñecas mientras le daba placer, enredar su lengua con la suya…
Qué maravilloso era dejarle hacer con ella lo que quisiera.
Sorprendente.
-Víctor… -la presión crecía hasta que sus piernas se doblaron y tuvo que agarrarse a su cuello. Estaba rompiéndose en pedazos como un frágil pedazo de cristal.
Y luego, por fin, su cuerpo cayó hacia delante, hacia el abismo. Más allá de los sueños y de la imaginación, la envió al cielo para devolverla a la tierra después.
Agotada, apoyó la cabeza en su cuello, respirando el aroma de su piel, escuchando los latidos de su corazón, sintiendo que el pulso en su sien latía como loco.
-Oh, Víctor…
-Me alegro –sonrió él.
Por fin recupero la sensación en las piernas y, al mover las caderas, notó algo duro rozando su vientre. Y cuando miró hacia abajo vio el bulto bajo los vaqueros mojados. Su pulso, que apenas se había recuperado, volvió a enloquecer. Era… muy grande.
Pero lo deseaba. Siempre lo había deseado y lo deseaba ahora. Quería que volviese a tocarla; el placer del sexo que él le había enseñado era el descubrimiento más excitante de su vida. Pero toda esa masculinidad ahí abajo…
-Sí –dijo Víctor, mientras tiraba del pantalón hacia abajo. –Creo que ha encogido un par de tallas.
Myriam no pudo evitar una risita nerviosa.
-Imagino que te refieras al pantalón.
-Al pantalón, claro –rió él. Pero no era su risa habitual y su voz sonaba más tensa que ronca. –Y no es fácil quitárselo.
-Ya me imagino –Myriam suspiró, preguntándose cómo había llegado a ese punto: conversar sobre cómo encogían unos vaqueros mientras estaban desnudos en un ascensor.
Y todo eso había pasado en una semana.
Tal vez era así como se comportaba todo el mundo, pensó. Y debía actuar de manera despreocupada, no dejar que viese lo inexperta que era. Lo desesperada que estaba por tenerlo dentro de ella. Porque si lo supiera podría…
Oyó el golpe de los vaqueros mojados sobre el suelo y, al verlo, orgulloso, fiero, se olvidó de todo lo demás.
-Myri…
Myriam lo miró a los ojos, unos ojos del color de la medianoche. Cuando tocó su cara le pareció que le temblaba la mano. ¿Sería posible?
-¿Estás bien?
Ella puso una mano sobre su duro torso.
-Nunca he estado mejor.
Era lo que quería escuchar, pero Víctor dejó escapar el aliento que había estado conteniendo sin darse cuenta.
-En el dormitorio… vamos a la suite.
Pero antes de que pudiera tomarla en brazos, Myriam se agarró a sus hombros con ferocidad.
-Demasiado lejos –musitó. –Ahora, aquí –le temblaba la mano mientras la deslizaba por su abdomen y Frank contuvo el aliento cuando agarró su miembro, explorando cada centímetro con roces sensuales y ligeros toquecitos sobre la punta.
De repente, fue como si un incendio se extendiera por todo su cuerpo. El sentido común le decía que buscase una cama a pesar de sus protestas, pero la razón lo desertó en ese momento.
Myriam se movió para rozarse contra su muslo, para acercarse más… y a partir de entonces no pudo pensar. El deseo de perderse en ella, en Myriam, lo ahogaba y la empujo hacia el espejo sin saber lo que hacía.
Colocándose entre sus piernas la miró a los ojos. Unos ojos que lo habían perseguido en sueños y que ahora estaban brillantes de pasión. Vio cómo se mordía el labio inferior mientras empujaba hacía delante, entrando en ella. Era estrecha, muy estrecha… y muy ardiente. Moviendo la pelvis, Víctor empujó hasta el fondo una, dos, tres veces…
Y luego se detuvo.
No sabía cómo, pero encontró fuerzas para hacerlo y se apartó, hasta la última neurona que funcionaba en su cerebro gritando en protesta.
Myriam había hecho que se olvidase de todo. Y él no olvidaba nunca ciertas cosas.
-¿Qué ocurre?
-No llevo preservativo.
La oyó suspirar mientras se inclinaba para buscar la cartera en el bolsillo del pantalón, ahora empapado. Le temblaban los dedos mientras rasgaba el paquetito y se enfundaba en el preservativo a toda prisa.
Luego, sujetando sus manos, apretó a Myriam contra el espejo, viendo cómo subían y bajaban sus pechos mientras se apretaba contra ella. Mientras entraba en ella.
Dejó escapar un suspiro de placer cuando su húmedo pasaje le dio la bienvenida y se olvidó de todo salvo de Myriam hasta que sintió los temblores sacudiendo su cuerpo, apretándolo más si era posible.
Entonces y sólo entonces, sin apenas respiración, el pulso latiendo en sus oídos, estalló dentro de ella.
Víctor miraba a Myriam dormida, su pelo castaño extendido como una llama por la almohada, con la primera luz del amanecer iluminando la habitación. El collar brillaba en su cuello y podía ver el nacimiento de sus pechos por encima del embozo de la sábana.
Apenas había dormido. Cuando llegaron a la habitación habían vuelto a hacer el amor de nuevo, furiosa, frenéticamente, como si no pudieran cansarse el uno del otro. No se perecía a nada que hubiera experimentado nunca.
Recordaba lo que había pasado después de esa primera vez en el ascensor, cuando sus corazones latían al unísono. Empapaos en sudor, apretados el uno contra el otro, sólo quería quedarse allí, de esa forma, abrazando a Myriam mientras la sentía temblar. Estar con ella era… perfecto.
Y eso lo complicaba todo.
Suspirando, se volvió hacia la ventana. No mirarla lo ayudaba a pensar, hacía que fuera más fácil concentrarse.
Una playa tropical, una mujer hermosa; todo eso llamaba al romance… él mismo se lo había dicho a Myriam. Pero era un engaño. Porque después de Caitlyn no había manera humana de que volviera a enamorarse de otra mujer.
Y, sin embargo, había estado a punto de cometer un gran error. Antes de ponerse el preservativo había habido un par de segundos sin protección…
Pero Myriam no era Caitlyn. Ella le había dicho que nunca sería tan descuidada como para quedar embarazada. ¿Estaría tomando la píldora o sencillamente había confiado en que usara preservativo?
O tal vez nunca había hecho el amor con un hombre.
Pensar que podía haber sido virgen lo angustió. No había actuado como si fuera su primera vez, pero Myriam estaba llena de secretos.
Y podría pensar que después de acostarse juntos iban a casarse, que eso significaba una relación permanente. Podría esperar algo que él no podía darle porque no estaba dispuesto a arriesgar su corazón por segunda vez.
Con cuidado para no despertarla saltó de la cama y salió a la terraza para ver el amanecer sobre el océano Pacífico. Las nubes habían desaparecido y las olas golpeaban suavemente la playa, pero había frío a esa hora.
Myriam era especial para él, aunque ella no lo supiera. Siempre lo había sido y siempre lo sería. Y también era algo más que una amante.
Víctor se acercó a la barandilla para observar a una bandada de gaviotas sobrevolando el agua. Cuando volvieran a Melbourne, a su rutina, a su familia y amigos, ¿Qué pasaría?
Había llamado a Antonio la noche anterior de irse para pedirle que lo avisara si Myriam intentaba marcharse sola. Por eso estaba en la puerta el martes de madrugada. Él le había confiado el cuidado de su hija…
Y Cindy… a su hermana no le haría ninguna gracia. Se enfadaría con él por haberse acostado con su mejor amiga.
Aunque no era sólo eso.
Una revelación lo golpeó en el pecho como un tsunami: estaba enamorándose de Myriam. No sabía dónde le llevaría aquello y en aquel momento no quería saberlo.
Myriam estaba allí por alguna razón que él desconocía y, aunque le gustaría saberlo, no quería meterse en sus cosas. Pero tenía la impresión de haber tomado un camino que ya no podía controlar.
Capitulo 12
Víctor dio un paso atrás, pero sólo para pulsar el botón que bloqueaba el ascensor. La importancia de esa acción y el brillo de sus ojos se registraron en el eufórico cerebro de Myriam.
Sin dejar de mirarla, alargó los brazos hacia ella para acariciarla por encima del vestido.
-Seda –murmuró, deslizando una mano por su brazo, las yemas de sus dedos creando una delicada fricción que la hacía sentir tan frágil como el cristal. –Como tu piel. Me encanta tu piel –dijo luego, inclinando la cabeza para besar su brazo.
Cuando la apartó de la pared para desabrochar la cremallera del vestido el sonido le pareció tan erótico como el roce de sus nudillos en la espalda mientras le quitaba la mojaba tela… hasta que la prenda cayó a sus pies.
-Esto es una sorpresa –sonrió Víctor, señalando el tatuaje.
Myriam sintió un escalofrío mientras trazaba con el dedo el tatuaje que se había hecho cuando cumplió los dieciocho años unos caracteres chino, su único momento de rebeldía.
-¿Qué significa?
-Cuerpo, mente y espíritu.
Sus miedos se derritieron ante el calor y la seguridad de aquel mundo privado dentro del ascensor… y la presencia sólida de Víctor. Sabía que estaba a salvo con él; lo sabía por cómo la miraba a los ojos, por cómo la acariciaba.
Él puso las manos sobre sus pechos y cuando inclinó la cabeza Myriam sintió que se le doblaban las piernas. Se quedó sin aliento mientras la acariciaba con la boca por encima del sujetador de satén.
-Víctor…
-Myri –musitó él, buscando el broche del sujetador antes de dejarlo caer al suelo. Y luego bajó las manos hasta sus caderas para apartar la única pieza de ropa que le quedaba. Una vez más, apenas la rozó para bajarle las braguitas, dejándola sólo con el collar y los pendientes.
Víctor la miró de arriba abajo con esos ojos oscuros que se deslizaban por su cuerpo como si fueran chocolates.
-Dios mío, eres preciosa –suspiró, tocando el collar con un dedo. –Los rubíes te quedan bien. Rojos como tu pelo… me encanta tu pelo y me encanta mirarte, princesa Myri.
Debería haberse sentido expuesta y vulnerable, desnuda delante de un hombre por primera vez, pero no era así. Se sentía admirada y deseada… y completamente encendida.
A través de una niebla de deseo vio cómo se quitaba el empapado jersey, mostrando su ancho torso cubierto de vello oscuro. En el espejo que había detrás de él podía ver su espalda, los músculos marcados cuando bajó las manos para tirar de sus vaqueros…
Unos vaqueros mojados que se pegaban a su cuerpo. Cuando alargó la mano para desabrochar el botón. Myriam sintió como si estuviera borracha, aunque no había bebido alcohol. Y casi dejó de respirar cuando notó el bulto bajo sus dedos.
-No, aún no –dijo él, sujetando su mano. –Quiero verte.
Víctor dio un paso atrás para explorar su cuerpo con las manos y los ojos, despacio, como si ya conociera cada centímetro, como si supiera dónde y cómo tocarla.
Mientras las yemas de sus dedos exploraban sus pechos, la curva de sus caderas, el hueco de su ombligo, Myriam se negaba a pensar en las otras mujeres con las que habría estado. Por el momento quería aquello y no iba a pensar en nada más
Cuando separó sus piernas sintió un calor desconocido en la parte baja del abdomen y se arqueó instintivamente contra su mano.
Él respondió pasando un dedo por su húmedo centro, muy despacio. Myriam abrió los ojos, dejando escapar un gemido y sujetándose a sus hombros, buscando ese algo misterioso que nunca había experimentado. Podía oler el calor de su cuerpo, a unos centímetros de ella, una mezcla de hombre y cloro de la piscina.
Y luego cometió el error de seguir su mirada hacia abajo… Hacia la oscura mano que cubría su pálida piel. Una piel que nunca había visto la luz del día.
Y se sintió avergonzada, expuesta. De repente, sintiendo que ardía por todas partes, cerró las piernas, pero sólo consiguió atrapar allí la mano de Víctor.
Él levantó su barbilla de modo que no tenía más remedio que mirarlo a los ojos.
-No te escondas de mí. Eres la chica más guapa que he visto nunca, Myri.
Luego, sin decir nada más, volvió a separar sus piernas y Myriam sintió unos dedos largos, húmedos, deslizándose sobre ella una y otra vez… y la deliciosa tensión se incrementó hasta que pensó que iba a perder la cabeza.
Víctor volvió a buscar sus labios y ella suspiró, saboreando el beso mientras deslizaba un dedo en su interior… y luego otro, agarrándose a sus hombros para no caer al suelo.
El aire estaba cargado y podía oír sus propios jadeos, Víctor no podía imaginar cuántas veces había soñado con aquello.
La pasión la guiaba, le daba fuerzas, hacía que se atreviese a olvidar sus inhibiciones, a sentir.
Ah, qué liberador era seguir su instinto, deslizar las manos por los bíceps de Víctor, sentir el movimiento de sus muñecas mientras le daba placer, enredar su lengua con la suya…
Qué maravilloso era dejarle hacer con ella lo que quisiera.
Sorprendente.
-Víctor… -la presión crecía hasta que sus piernas se doblaron y tuvo que agarrarse a su cuello. Estaba rompiéndose en pedazos como un frágil pedazo de cristal.
Y luego, por fin, su cuerpo cayó hacia delante, hacia el abismo. Más allá de los sueños y de la imaginación, la envió al cielo para devolverla a la tierra después.
Agotada, apoyó la cabeza en su cuello, respirando el aroma de su piel, escuchando los latidos de su corazón, sintiendo que el pulso en su sien latía como loco.
-Oh, Víctor…
-Me alegro –sonrió él.
Por fin recupero la sensación en las piernas y, al mover las caderas, notó algo duro rozando su vientre. Y cuando miró hacia abajo vio el bulto bajo los vaqueros mojados. Su pulso, que apenas se había recuperado, volvió a enloquecer. Era… muy grande.
Pero lo deseaba. Siempre lo había deseado y lo deseaba ahora. Quería que volviese a tocarla; el placer del sexo que él le había enseñado era el descubrimiento más excitante de su vida. Pero toda esa masculinidad ahí abajo…
-Sí –dijo Víctor, mientras tiraba del pantalón hacia abajo. –Creo que ha encogido un par de tallas.
Myriam no pudo evitar una risita nerviosa.
-Imagino que te refieras al pantalón.
-Al pantalón, claro –rió él. Pero no era su risa habitual y su voz sonaba más tensa que ronca. –Y no es fácil quitárselo.
-Ya me imagino –Myriam suspiró, preguntándose cómo había llegado a ese punto: conversar sobre cómo encogían unos vaqueros mientras estaban desnudos en un ascensor.
Y todo eso había pasado en una semana.
Tal vez era así como se comportaba todo el mundo, pensó. Y debía actuar de manera despreocupada, no dejar que viese lo inexperta que era. Lo desesperada que estaba por tenerlo dentro de ella. Porque si lo supiera podría…
Oyó el golpe de los vaqueros mojados sobre el suelo y, al verlo, orgulloso, fiero, se olvidó de todo lo demás.
-Myri…
Myriam lo miró a los ojos, unos ojos del color de la medianoche. Cuando tocó su cara le pareció que le temblaba la mano. ¿Sería posible?
-¿Estás bien?
Ella puso una mano sobre su duro torso.
-Nunca he estado mejor.
Era lo que quería escuchar, pero Víctor dejó escapar el aliento que había estado conteniendo sin darse cuenta.
-En el dormitorio… vamos a la suite.
Pero antes de que pudiera tomarla en brazos, Myriam se agarró a sus hombros con ferocidad.
-Demasiado lejos –musitó. –Ahora, aquí –le temblaba la mano mientras la deslizaba por su abdomen y Frank contuvo el aliento cuando agarró su miembro, explorando cada centímetro con roces sensuales y ligeros toquecitos sobre la punta.
De repente, fue como si un incendio se extendiera por todo su cuerpo. El sentido común le decía que buscase una cama a pesar de sus protestas, pero la razón lo desertó en ese momento.
Myriam se movió para rozarse contra su muslo, para acercarse más… y a partir de entonces no pudo pensar. El deseo de perderse en ella, en Myriam, lo ahogaba y la empujo hacia el espejo sin saber lo que hacía.
Colocándose entre sus piernas la miró a los ojos. Unos ojos que lo habían perseguido en sueños y que ahora estaban brillantes de pasión. Vio cómo se mordía el labio inferior mientras empujaba hacía delante, entrando en ella. Era estrecha, muy estrecha… y muy ardiente. Moviendo la pelvis, Víctor empujó hasta el fondo una, dos, tres veces…
Y luego se detuvo.
No sabía cómo, pero encontró fuerzas para hacerlo y se apartó, hasta la última neurona que funcionaba en su cerebro gritando en protesta.
Myriam había hecho que se olvidase de todo. Y él no olvidaba nunca ciertas cosas.
-¿Qué ocurre?
-No llevo preservativo.
La oyó suspirar mientras se inclinaba para buscar la cartera en el bolsillo del pantalón, ahora empapado. Le temblaban los dedos mientras rasgaba el paquetito y se enfundaba en el preservativo a toda prisa.
Luego, sujetando sus manos, apretó a Myriam contra el espejo, viendo cómo subían y bajaban sus pechos mientras se apretaba contra ella. Mientras entraba en ella.
Dejó escapar un suspiro de placer cuando su húmedo pasaje le dio la bienvenida y se olvidó de todo salvo de Myriam hasta que sintió los temblores sacudiendo su cuerpo, apretándolo más si era posible.
Entonces y sólo entonces, sin apenas respiración, el pulso latiendo en sus oídos, estalló dentro de ella.
Víctor miraba a Myriam dormida, su pelo castaño extendido como una llama por la almohada, con la primera luz del amanecer iluminando la habitación. El collar brillaba en su cuello y podía ver el nacimiento de sus pechos por encima del embozo de la sábana.
Apenas había dormido. Cuando llegaron a la habitación habían vuelto a hacer el amor de nuevo, furiosa, frenéticamente, como si no pudieran cansarse el uno del otro. No se perecía a nada que hubiera experimentado nunca.
Recordaba lo que había pasado después de esa primera vez en el ascensor, cuando sus corazones latían al unísono. Empapaos en sudor, apretados el uno contra el otro, sólo quería quedarse allí, de esa forma, abrazando a Myriam mientras la sentía temblar. Estar con ella era… perfecto.
Y eso lo complicaba todo.
Suspirando, se volvió hacia la ventana. No mirarla lo ayudaba a pensar, hacía que fuera más fácil concentrarse.
Una playa tropical, una mujer hermosa; todo eso llamaba al romance… él mismo se lo había dicho a Myriam. Pero era un engaño. Porque después de Caitlyn no había manera humana de que volviera a enamorarse de otra mujer.
Y, sin embargo, había estado a punto de cometer un gran error. Antes de ponerse el preservativo había habido un par de segundos sin protección…
Pero Myriam no era Caitlyn. Ella le había dicho que nunca sería tan descuidada como para quedar embarazada. ¿Estaría tomando la píldora o sencillamente había confiado en que usara preservativo?
O tal vez nunca había hecho el amor con un hombre.
Pensar que podía haber sido virgen lo angustió. No había actuado como si fuera su primera vez, pero Myriam estaba llena de secretos.
Y podría pensar que después de acostarse juntos iban a casarse, que eso significaba una relación permanente. Podría esperar algo que él no podía darle porque no estaba dispuesto a arriesgar su corazón por segunda vez.
Con cuidado para no despertarla saltó de la cama y salió a la terraza para ver el amanecer sobre el océano Pacífico. Las nubes habían desaparecido y las olas golpeaban suavemente la playa, pero había frío a esa hora.
Myriam era especial para él, aunque ella no lo supiera. Siempre lo había sido y siempre lo sería. Y también era algo más que una amante.
Víctor se acercó a la barandilla para observar a una bandada de gaviotas sobrevolando el agua. Cuando volvieran a Melbourne, a su rutina, a su familia y amigos, ¿Qué pasaría?
Había llamado a Antonio la noche anterior de irse para pedirle que lo avisara si Myriam intentaba marcharse sola. Por eso estaba en la puerta el martes de madrugada. Él le había confiado el cuidado de su hija…
Y Cindy… a su hermana no le haría ninguna gracia. Se enfadaría con él por haberse acostado con su mejor amiga.
Aunque no era sólo eso.
Una revelación lo golpeó en el pecho como un tsunami: estaba enamorándose de Myriam. No sabía dónde le llevaría aquello y en aquel momento no quería saberlo.
Myriam estaba allí por alguna razón que él desconocía y, aunque le gustaría saberlo, no quería meterse en sus cosas. Pero tenía la impresión de haber tomado un camino que ya no podía controlar.
mariateressina- VBB PLATINO
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