Simplemente un Beso...FINAL
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
AYY MENDIGAA SHERRY KOMO LE ISO ESO A VICO SELO UBIERA DEJADO A ELL POBREEESITOOO VICCOOO KOMO SUFRE AL NO TENER ASU HIJITO KON EL.......
ESTA MUY WENA LA NOBELA DULCINEAAA SIGELEEE PORFITASSSS OK BYEEE.........
ESTA MUY WENA LA NOBELA DULCINEAAA SIGELEEE PORFITASSSS OK BYEEE.........
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 7
Myriam había querido consolarlo, pero cuando los labios de Víctor se aplastaron contra los suyos, ese deseo de consuelo se vio reemplazado por una emoción más fuerte.
Víctor no le dio ocasión de respirar, ni de pensar mientras tomaba ansiosamente su boca. La rodeó con sus brazos, apretándola contra él como si quisiera atravesarla.
Myriam puso las manos sobre su pecho, pensando en empujarlo para protestar por la caricia. Pero, de repente, sus brazos, como por voluntad propia, empezaron a subir por el duro torso del hombre hasta enredarse en su cuello. Sin pensar, se abandonó al sensual asalto.
Se dio cuenta de que quería que Víctor la besara. Por instinto, había sabido que él besaría con una pasión desenfrenada. Y, realmente, no se había equivocado.
Víctor introdujo la lengua en su boca, haciéndola bailar con la suya. Al mismo tiempo, había conseguido meter la mano sana dentro de la camiseta para acariciar su espalda.
La suave caricia, unida al calor del beso, hizo que una ola de deseo la recorriera. Su cabeza se llenó del aroma del hombre, la masculina fragancia de colonia fresca y jabón.
Víctor García podría no ser su príncipe azul, pero desde luego sabía besar.
Entonces, él abandonó sus labios y empezó a besarla en el cuello. Myriam sabía que lo sensato sería apartarse, distanciarse de aquel roce embrujador, de la magia de sus labios.
Pero no quería ser sensata y no quería distanciarse. Ni siquiera estaba segura de poder dar un paso atrás porque le temblaban las piernas.
Sin pensar en las consecuencias, echó hacia atrás la cabeza y cuando enredó los dedos en su pelo, se sorprendió al notar que era sedoso y suave.
—Myriam —susurró Víctor, mordisqueando su oreja—. Te deseo tanto…
Esas palabras, pronunciadas con voz ronca, enviaron un escalofrío de excitación por todo su cuerpo. Pero junto con el escalofrío llegó el primer susurro de sentido común.
Podía permitirse a sí misma caer en la red embrujadora que él estaba tejiendo a su alrededor, enterrar la cabeza y dejar que le hiciera el amor. Pero, ¿qué pasaría después?
Como máximo, sería un buen recuerdo de vacaciones para llevarse a casa, un apasionado souvenir de una noche con el hombre equivocado. Víctor no era hombre para ella y Myriam no pensaba cometer el mismo error que había cometido con Bill.
Además, estaban muy emotivos justo antes de besarse. No confiaba en los sentimientos de Víctor hacia ella, no creía en la sinceridad de su pasión. Era solo fruto del momento.
—Víctor… —empezó a decir, empujándolo suavemente.
Él la soltó, como asustado de su propia pasión.
—Perdona —se disculpó, con los ojos brillantes—. Hace mucho tiempo que no tenía una mujer en los brazos y me he dejado llevar. No volverá a ocurrir.
Víctor se sentó a la mesa y empezó a servirse arroz. Myriam se sentó también, temblando aún por las sensaciones que él había despertado.
—También hace mucho tiempo que no me abrazaba un hombre. Y también me he dejado llevar.
Víctor le dio un plato con pollo agridulce.
—¿No has estado con nadie desde… el padre de Leonardo?
Ella se puso colorada.
—No —contestó—. ¿Y tú?
—Ha habido un par de barcos que pasan en la noche, pero no muchos y ninguno duró demasiado. Encontrar mujeres que entiendan lo que hay es muy difícil.
—¿Y qué es «lo que hay», Víctor?
Él tomó un trozo de pollo y masticó cuidadosamente. El brillo de sus ojos había desaparecido.
—La mayoría de las mujeres quieren cenas a la luz de las velas, miradas llenas de pasión, palabras dulces que no significan nada y, lo peor de todo, compromiso. A mí lo único que me interesa es una sana relación física, sin ataduras emocionales.
Si Myriam había sentido algún remordimiento por detener aquel beso, el remordimiento desapareció instantáneamente. Aquella explicación demostraba la enorme diferencia que había entre ellos.
Le gustaba Víctor y se sentía muy atraída por él, pero ella nunca sería uno de esos «barcos que pasan en la noche». Sabía que su cuerpo y su corazón estaban unidos y hacer el amor para ella era mucho más que una simple y sana relación física.
Durante unos minutos comieron en silencio. Mientras Myriam disfrutaba la comida, le daba vueltas a la historia de Víctor.
Tenía un hijo… un hijo al que obviamente quería y que había perdido. Le apenaba mucho su pérdida. Myriam no podía imaginar la vida sin Leonardo.
Querer a un hijo, como Víctor había querido al suyo durante tres años, verlo crecer, enseñarle a andar, verlo experimentar con todo, abrazarlo y… perderlo después, debía ser una experiencia trágica.
Un grito de Leonardo interrumpió los pensamientos de Myriam y su cena. Cuando entró en el salón, el niño estaba sentado en el sofá, restregándose los ojitos.
—Hola, renacuajo.
El niño levantó los bracitos, sonriendo, y ella lo abrazó con fuerza, apenada por la terrible historia de Víctor.
Pero Leonardo, ajeno al drama, mostró su desagrado ante el apasionado abrazo y Myriam tuvo que dejarlo en el suelo.
—Seguro que tienes hambre.
—¿Le gusta la comida china? —preguntó Víctor cuando entraron en la cocina, de nuevo huraño como de costumbre.
—En realidad, Leonardo come de todo —contes¬tó Myriam, echando en un plato un poco de pollo agridulce. El niño probó un poco y sonrió a Víctor, como para probarle su amplia variedad de experiencias culinarias.
—Será mejor que no le des un palillo. No me quiero ni imaginar lo que podría hacer con él.
Myriam iba a replicar con otra broma, pero una mirada al rostro de Víctor la detuvo. Estuvieron en silencio durante un rato. Él mantenía la expresión seria como un escudo, como retándola a romper el muro de silencio que había erigido.
Y, de nuevo, cuando el silencio se alargó, Myriam se encontró a sí misma pensando en Alex. Según lo que Víctor le había contado, el niño debía tener en aquel momento unos ocho años.
No podía imaginar por qué Sherry había querido alejarlo de su padre y tampoco podía imaginar por qué no lo había registrado con sus apellidos en la partida de nacimiento. Imaginaba que Víctor no querría seguir hablando del asunto, pero no podía evitar sentir curiosidad.
—¿Víctor?
—¿Qué?
—¿Por qué Sherry no te inscribió como padre en la partida de nacimiento? ¿Es posible que Alex no sea tu hijo?
Casi lamentó haber preguntado al ver cómo el dolor oscurecía los ojos del hombre. Por un momento, pensó que iba a enfadarse, que iba a decirle que se metiera en sus asuntos. En lugar de eso, Víctor dejó el tenedor a un lado, tomó un sorbo de agua y frunció el ceño, pensativo.
—Alex es mi hijo. Estoy completamente seguro de eso. Todo el mundo decía cómo se parecía a mí. Aunque tenía los ojos como su madre, era mi vivo retrato.
—Entonces, ¿por qué Sherry no te registró como padre del niño?
Víctor se apoyó en el respaldo de la silla.
—No estoy seguro. No puedo saber qué se le pasó por la cabeza en ese momento, pero he especulado mucho.
—Oto —dijo Leonardo, alargando una manita pringosa.
Myriam le dio otro trozo de pollo y después se concentró en Víctor.
—¿Y?
—Creo que Sherry sabía que no iba a quedarse conmigo durante mucho tiempo. Creo que no puso mi nombre en la partida de nacimiento porque no quería que hubiera problemas sobre la custodia del niño, nada que la atase a mí.
—¿Y tampoco quería que el niño tuviera una relación con su padre?
Víctor sonrió, pero era un gesto carente de humor.
—No me gusta hablar mal de los muertos, pero el hecho es que Sherry podía ser extremadamente egoísta. No pensaría en el interés de Alex, solo en el suyo propio. No quería problemas de ningún tipo y compartir la custodia del niño habría sido un problema.
—Qué triste —murmuró Myriam, mirando a Leonardo—. Parece injusto que tú quieras ser padre y no encuentres a tu hijo y que yo tenga un hijo cuyo padre no quiere saber nada de él.
Una sonrisa cínica curvó los labios de Víctor.
—¿Es que aún no te has dado cuenta de que la vida es injusta, que el amor no lo conquista todo y que los sueños son meras fantasías que te da la vida para desear lo que no puedes tener?
—Pero tú debes creer que, algún día, habrá un final feliz para ti y para Alex, que lo encontrarás.
—Dejé de buscarlo hace dos años.
—¿Por qué? —preguntó Myriam, incrédula.
Víctor se levantó y llevó su plato al fregadero.
—Porque no valía de nada —contestó cuando estaba de espaldas—. Nadie podía decirme nada, era imposible localizarlo. Este es un país muy grande.
—Pero…
Víctor se volvió entonces y la miró con expresión de furiosa amargura.
—Yo soy el mejor investigador del estado y mi especialidad es buscar gente que ha desaparecido, pero no he podido encontrar a mi hijo.
—Víctor… —empezó a decir Myriam, levantándose—. Yo creo que deberías volver a Miami y seguir buscando a Alex.
— Mira, tú puedes creer en cuentos de hadas, pero no intentes que los crea yo.
Si un tono de voz pudiera matar, Myriam sería cadáver. En la voz del hombre había una profunda desesperanza y le hubiera gustado abrazarlo, consolarlo hasta que se convenciera de que podría haber un final feliz para él.
Pero, por supuesto, eso sería una tontería. Víctor García no significaba nada para ella y no debería importarle si durante el resto de su vida era el hombre más amargado del mundo.
No debería importarle si tenía esperanzas o creía en el amor. Ni si tenía sueños secretos. No debería importarle y, sin embargo, el vacío de sus ojos, el frío desdén que había en su voz rompían su corazón. No debería importarle, pero le importaba.
—Mira, Myriam —empezó a decir Víctor entonces, pasándose una mano por el pelo—. Has sido una enorme ayuda para mí durante los últimos días. Has pasado mis informes al ordenador, me has hecho el desayuno y me has ayudado a vigilar a un canalla. ¿Por qué no hacemos las paces? Ya no me debes nada, así que puedes volver a tus vacaciones y yo puedo volver a mi vida.
—Eso no suena nada mal.
Obviamente, Víctor quería que desapareciera de su vida. Y ella no pensaba quedarse donde no era bienvenida.
Myriam había querido consolarlo, pero cuando los labios de Víctor se aplastaron contra los suyos, ese deseo de consuelo se vio reemplazado por una emoción más fuerte.
Víctor no le dio ocasión de respirar, ni de pensar mientras tomaba ansiosamente su boca. La rodeó con sus brazos, apretándola contra él como si quisiera atravesarla.
Myriam puso las manos sobre su pecho, pensando en empujarlo para protestar por la caricia. Pero, de repente, sus brazos, como por voluntad propia, empezaron a subir por el duro torso del hombre hasta enredarse en su cuello. Sin pensar, se abandonó al sensual asalto.
Se dio cuenta de que quería que Víctor la besara. Por instinto, había sabido que él besaría con una pasión desenfrenada. Y, realmente, no se había equivocado.
Víctor introdujo la lengua en su boca, haciéndola bailar con la suya. Al mismo tiempo, había conseguido meter la mano sana dentro de la camiseta para acariciar su espalda.
La suave caricia, unida al calor del beso, hizo que una ola de deseo la recorriera. Su cabeza se llenó del aroma del hombre, la masculina fragancia de colonia fresca y jabón.
Víctor García podría no ser su príncipe azul, pero desde luego sabía besar.
Entonces, él abandonó sus labios y empezó a besarla en el cuello. Myriam sabía que lo sensato sería apartarse, distanciarse de aquel roce embrujador, de la magia de sus labios.
Pero no quería ser sensata y no quería distanciarse. Ni siquiera estaba segura de poder dar un paso atrás porque le temblaban las piernas.
Sin pensar en las consecuencias, echó hacia atrás la cabeza y cuando enredó los dedos en su pelo, se sorprendió al notar que era sedoso y suave.
—Myriam —susurró Víctor, mordisqueando su oreja—. Te deseo tanto…
Esas palabras, pronunciadas con voz ronca, enviaron un escalofrío de excitación por todo su cuerpo. Pero junto con el escalofrío llegó el primer susurro de sentido común.
Podía permitirse a sí misma caer en la red embrujadora que él estaba tejiendo a su alrededor, enterrar la cabeza y dejar que le hiciera el amor. Pero, ¿qué pasaría después?
Como máximo, sería un buen recuerdo de vacaciones para llevarse a casa, un apasionado souvenir de una noche con el hombre equivocado. Víctor no era hombre para ella y Myriam no pensaba cometer el mismo error que había cometido con Bill.
Además, estaban muy emotivos justo antes de besarse. No confiaba en los sentimientos de Víctor hacia ella, no creía en la sinceridad de su pasión. Era solo fruto del momento.
—Víctor… —empezó a decir, empujándolo suavemente.
Él la soltó, como asustado de su propia pasión.
—Perdona —se disculpó, con los ojos brillantes—. Hace mucho tiempo que no tenía una mujer en los brazos y me he dejado llevar. No volverá a ocurrir.
Víctor se sentó a la mesa y empezó a servirse arroz. Myriam se sentó también, temblando aún por las sensaciones que él había despertado.
—También hace mucho tiempo que no me abrazaba un hombre. Y también me he dejado llevar.
Víctor le dio un plato con pollo agridulce.
—¿No has estado con nadie desde… el padre de Leonardo?
Ella se puso colorada.
—No —contestó—. ¿Y tú?
—Ha habido un par de barcos que pasan en la noche, pero no muchos y ninguno duró demasiado. Encontrar mujeres que entiendan lo que hay es muy difícil.
—¿Y qué es «lo que hay», Víctor?
Él tomó un trozo de pollo y masticó cuidadosamente. El brillo de sus ojos había desaparecido.
—La mayoría de las mujeres quieren cenas a la luz de las velas, miradas llenas de pasión, palabras dulces que no significan nada y, lo peor de todo, compromiso. A mí lo único que me interesa es una sana relación física, sin ataduras emocionales.
Si Myriam había sentido algún remordimiento por detener aquel beso, el remordimiento desapareció instantáneamente. Aquella explicación demostraba la enorme diferencia que había entre ellos.
Le gustaba Víctor y se sentía muy atraída por él, pero ella nunca sería uno de esos «barcos que pasan en la noche». Sabía que su cuerpo y su corazón estaban unidos y hacer el amor para ella era mucho más que una simple y sana relación física.
Durante unos minutos comieron en silencio. Mientras Myriam disfrutaba la comida, le daba vueltas a la historia de Víctor.
Tenía un hijo… un hijo al que obviamente quería y que había perdido. Le apenaba mucho su pérdida. Myriam no podía imaginar la vida sin Leonardo.
Querer a un hijo, como Víctor había querido al suyo durante tres años, verlo crecer, enseñarle a andar, verlo experimentar con todo, abrazarlo y… perderlo después, debía ser una experiencia trágica.
Un grito de Leonardo interrumpió los pensamientos de Myriam y su cena. Cuando entró en el salón, el niño estaba sentado en el sofá, restregándose los ojitos.
—Hola, renacuajo.
El niño levantó los bracitos, sonriendo, y ella lo abrazó con fuerza, apenada por la terrible historia de Víctor.
Pero Leonardo, ajeno al drama, mostró su desagrado ante el apasionado abrazo y Myriam tuvo que dejarlo en el suelo.
—Seguro que tienes hambre.
—¿Le gusta la comida china? —preguntó Víctor cuando entraron en la cocina, de nuevo huraño como de costumbre.
—En realidad, Leonardo come de todo —contes¬tó Myriam, echando en un plato un poco de pollo agridulce. El niño probó un poco y sonrió a Víctor, como para probarle su amplia variedad de experiencias culinarias.
—Será mejor que no le des un palillo. No me quiero ni imaginar lo que podría hacer con él.
Myriam iba a replicar con otra broma, pero una mirada al rostro de Víctor la detuvo. Estuvieron en silencio durante un rato. Él mantenía la expresión seria como un escudo, como retándola a romper el muro de silencio que había erigido.
Y, de nuevo, cuando el silencio se alargó, Myriam se encontró a sí misma pensando en Alex. Según lo que Víctor le había contado, el niño debía tener en aquel momento unos ocho años.
No podía imaginar por qué Sherry había querido alejarlo de su padre y tampoco podía imaginar por qué no lo había registrado con sus apellidos en la partida de nacimiento. Imaginaba que Víctor no querría seguir hablando del asunto, pero no podía evitar sentir curiosidad.
—¿Víctor?
—¿Qué?
—¿Por qué Sherry no te inscribió como padre en la partida de nacimiento? ¿Es posible que Alex no sea tu hijo?
Casi lamentó haber preguntado al ver cómo el dolor oscurecía los ojos del hombre. Por un momento, pensó que iba a enfadarse, que iba a decirle que se metiera en sus asuntos. En lugar de eso, Víctor dejó el tenedor a un lado, tomó un sorbo de agua y frunció el ceño, pensativo.
—Alex es mi hijo. Estoy completamente seguro de eso. Todo el mundo decía cómo se parecía a mí. Aunque tenía los ojos como su madre, era mi vivo retrato.
—Entonces, ¿por qué Sherry no te registró como padre del niño?
Víctor se apoyó en el respaldo de la silla.
—No estoy seguro. No puedo saber qué se le pasó por la cabeza en ese momento, pero he especulado mucho.
—Oto —dijo Leonardo, alargando una manita pringosa.
Myriam le dio otro trozo de pollo y después se concentró en Víctor.
—¿Y?
—Creo que Sherry sabía que no iba a quedarse conmigo durante mucho tiempo. Creo que no puso mi nombre en la partida de nacimiento porque no quería que hubiera problemas sobre la custodia del niño, nada que la atase a mí.
—¿Y tampoco quería que el niño tuviera una relación con su padre?
Víctor sonrió, pero era un gesto carente de humor.
—No me gusta hablar mal de los muertos, pero el hecho es que Sherry podía ser extremadamente egoísta. No pensaría en el interés de Alex, solo en el suyo propio. No quería problemas de ningún tipo y compartir la custodia del niño habría sido un problema.
—Qué triste —murmuró Myriam, mirando a Leonardo—. Parece injusto que tú quieras ser padre y no encuentres a tu hijo y que yo tenga un hijo cuyo padre no quiere saber nada de él.
Una sonrisa cínica curvó los labios de Víctor.
—¿Es que aún no te has dado cuenta de que la vida es injusta, que el amor no lo conquista todo y que los sueños son meras fantasías que te da la vida para desear lo que no puedes tener?
—Pero tú debes creer que, algún día, habrá un final feliz para ti y para Alex, que lo encontrarás.
—Dejé de buscarlo hace dos años.
—¿Por qué? —preguntó Myriam, incrédula.
Víctor se levantó y llevó su plato al fregadero.
—Porque no valía de nada —contestó cuando estaba de espaldas—. Nadie podía decirme nada, era imposible localizarlo. Este es un país muy grande.
—Pero…
Víctor se volvió entonces y la miró con expresión de furiosa amargura.
—Yo soy el mejor investigador del estado y mi especialidad es buscar gente que ha desaparecido, pero no he podido encontrar a mi hijo.
—Víctor… —empezó a decir Myriam, levantándose—. Yo creo que deberías volver a Miami y seguir buscando a Alex.
— Mira, tú puedes creer en cuentos de hadas, pero no intentes que los crea yo.
Si un tono de voz pudiera matar, Myriam sería cadáver. En la voz del hombre había una profunda desesperanza y le hubiera gustado abrazarlo, consolarlo hasta que se convenciera de que podría haber un final feliz para él.
Pero, por supuesto, eso sería una tontería. Víctor García no significaba nada para ella y no debería importarle si durante el resto de su vida era el hombre más amargado del mundo.
No debería importarle si tenía esperanzas o creía en el amor. Ni si tenía sueños secretos. No debería importarle y, sin embargo, el vacío de sus ojos, el frío desdén que había en su voz rompían su corazón. No debería importarle, pero le importaba.
—Mira, Myriam —empezó a decir Víctor entonces, pasándose una mano por el pelo—. Has sido una enorme ayuda para mí durante los últimos días. Has pasado mis informes al ordenador, me has hecho el desayuno y me has ayudado a vigilar a un canalla. ¿Por qué no hacemos las paces? Ya no me debes nada, así que puedes volver a tus vacaciones y yo puedo volver a mi vida.
—Eso no suena nada mal.
Obviamente, Víctor quería que desapareciera de su vida. Y ella no pensaba quedarse donde no era bienvenida.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Myriam tomó a Leonardo en brazos y aunque el niño protestó, ella decidió ignorarlo. Seguramente no habría terminado de cenar, pero compraría una hamburguesa o cualquier otra cosa en el camino.
—No olvides la bolsa de los pañales —dijo Víctor, con expresión indescifrable.
—No te preocupes —replicó ella—. No pienso volver por aquí.
Después de eso, salió de la cocina y fue al salón para tomar la bolsa y la mantita de Leonardo.
—¿Myriam?
Ella se volvió desde la puerta.
—Espero que disfrutes de tus vacaciones.
—Tengo intención de hacerlo.
Unos minutos más tarde, con Leonardo sentado en su silla de seguridad y solo cuando la casa de Víctor había desaparecido de su vista, Myriam reconoció el vacío que sentía en el corazón.
Suponía que era debido a que, como auxiliar de clínica, estaba preparada para ayudar a la gente. Pero, como auxiliar de clínica, reconocía que había personas a las que no se podía ayudar. Y sospechaba que Víctor era una de esas personas.
Aunque no estaba físicamente enfermo, Víctor sufría una enfermedad del alma más terrible que cualquier otra y mucho más difícil de curar.
Además, él no era paciente suyo. No era más que un hombre al que había conocido durante sus vacaciones, un hombre al que había visto solo durante unos días. Estaba segura de que no volverían a verse, pero tenía la terrible sensación de que la imagen de Víctor García seguiría en su corazón durante mucho tiempo.
Víctor siempre se había sentido cómodo en el silencio de su casa. No era un hombre que encendiera la radio o la televisión para no sentirse solo. Pero en cuanto Myriam y Leonardo se marcharon, el silencio le pareció sofocante.
Limpió la cocina, guardó el resto de comida china en la nevera, preparó un vaso de té helado y salió a la terraza.
Sentado en una silla, apoyó los pies sobre otra mientras miraba las olas.
A Alex le encantaba la playa… le encantaba jugar en la arena. Incluso cuando era solo un bebé y empezaba a llorar, lo único que tenía que hacer era sacarlo a la terraza y la brisa y el sonido de las olas lo calmaban.
Alex.
Maldita fuera Myriam Montemayor por recordarle lo que había perdido. Todo iba bien hasta que ella había entrado en la habitación del niño. Cuando por fin había conseguido apartar de sí el dolor, seguir adelante y aceptar la pérdida de su hijo.
Pero mientras miraba la playa, el dolor parecía llegar al mismo ritmo que las olas.
Si no tuviera una pierna escayolada, iría a correr un rato. Correría hasta que estuviera exhausto y no pudiera pensar, ni sentir. Desgraciadamente, en aquel momento esa no era una opción.
Víctor cerró los ojos, pensando que si dejaba de mirar las olas quizá dejaría de pensar en Alex.
Y funcionó. Casi instantáneamente, su mente se llenó del recuerdo del beso que había compartido con Myriam en la cocina. Recordó la suavidad de sus labios, la presión de sus pechos contra su torso… y ese recuerdo hizo que se sintiera acalorado.
Había sabido instintivamente que el beso sería agradable. Lo que no había esperado era la pasión, el abrumador deseo que lo devoraba mientras la tenía en sus brazos.
Aquel deseo era debido únicamente a que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. No tenía nada que ver con las pecas que bailaban sobre la nariz de Myriam ni con sus ojos, que parecían invitar a un hombre a ahogarse en ellos.
Su deseo por ella no era debido a que poseía un sentido del humor parecido al suyo y lo hacía reír como no había reído en mucho tiempo. Su deseo por ella no tenía nada que ver con aquel precioso niño que parecía confundirlo con su papá.
Los echaba de menos. Solo se habían ido de su casa una hora antes, pero sentía su ausencia. Habían aparecido en su vida, llevando el caos y la risa y, de repente, no estaban.
Víctor abrió los ojos de nuevo y se quedó mirando las olas. Se alegraba de que se hubieran ido. No necesitaba a una pecosa llena de sueños y a su delincuente hijo alrededor.
Las primeras sombras de la noche envolvieron la casa y Víctor hizo un par de llamadas para retrasar algunos casos hasta que pudiera moverse.
Más tarde, recibió la llamada de su colega en el cuerpo de policía, informándole de que Samuel Jacobson había aceptado pagar la pensión que le debía a sus hijos. Un poco más contento, Víctor encendió el televisor.
Después de ver una serie cómica, se dio cuenta de por qué nunca veía la televisión. La serie era estúpida y las risas enlatadas, irritantes.
Cuando apagó el aparato, el silencio se instaló de nuevo en la casa. ¿Por qué lo molestaba tanto cuando nunca antes lo había molestado? Víctor no quería ni pensar cuál era la respuesta.
Por fin se fue a la cama y se quedó dormido casi inmediatamente, pero durmió mal, dando vueltas casi hasta el amanecer. Se despertó tarde y estaba tomando una taza de café cuando alguien llamó al timbre.
Víctor se levantó, apoyándose en las muletas. Myriam debía haber encontrado alguna razón para volver, pensó. Sin darse cuenta de que tenía una sonrisa en los labios, se dirigió a la puerta. Pero no eran Myriam y Leonardo, sino María.
La desilusión que sintió al verla lo confundió.
—¿Qué haces aquí? Creí que habrías metido en una maleta el dinero que ganaste en el bingo y te habrías marchado del país.
—Nunca me marcharía del país sin dejar a alguien que cuide de ti —replicó la mujer, entrando en la casa como si fuera la suya.
Víctor levantó una ceja; incrédulo.
—Ya. ¿Cuánto has perdido?
María entró en la cocina, se sirvió una taza de café y se dejó caer sobre una silla.
—Yo solo pensaba comprar cinco cartones, pero mi hermana insistió en que comprara más porque era mi día de suerte. Menuda suerte —suspiró la mujer—. Mi hermana dice que tiene poderes psíquicos, pero yo más bien creo que es una psicópata.
A pesar de su mal humor, Víctor sonrió.
—¿Una sonrisa? ¿Qué te pasa, estás enfermo? — preguntó María, irónica—. Espera, estoy teniendo una visión.
—Creí que la que tenía poderes psíquicos era tu hermana —replicó Víctor, burlón.
María abrió un ojo.
—Es una cosa de familia. Veo una mujer con el pelo castaño y las piernas largas. Tiene un niño pequeño… un niño con los ojos avellanas. Creo que han sido ellos los que te han devuelto la sonrisa.
Por un momento, Víctor se quedó petrificado, pero entonces recordó que el día que había despedido a María, ésta salía de casa cuando Myriam llegaba con el coche.
—Espera… yo también tengo una visión —dijo entonces Víctor—. Veo una señora de la limpieza que se mete donde no le llaman, que suele perder en el bingo y que está intentando convencer a su patrón de que vuelva a contratarla.
—Eso prueba que ninguno de los dos es vidente.
—¿Quieres seguir trabajando para mí o no?
Las cejas grises de María bailaron sobre sus ojos.
—¿Vas a darme un aumento?
—No. Esta vez, no. Ya te pago el doble del salario normal.
—Pero me lo merezco.
Víctor rió, preguntándose cómo conseguía rodearse siempre de mujeres tan listas. Primero María, después Myriam. Las dos eran obstinadas, discutidoras y optimistas. María estaba convencida de que cualquier día ganaría la lotería o el bingo. Estaba tan convencida de eso como Myriam de que encontraría a su príncipe azul.
— Si quieres, puedo empezar a trabajar ahora mismo.
—Muy bien. Voy a guardar las cosas de Alex en el armario para que puedas limpiar la habitación.
María lo miró, sorprendida. La habitación de Alex había estado hasta entonces cerrada para todo el mundo, incluida ella.
—Vale. Voy al coche por mi bata y vuelvo enseguida —dijo, levantándose de la silla.
Víctor permaneció sentado durante unos segundos. Se había sorprendido a sí mismo diciendo que iba a guardar las cosas de Alex. Pero entonces se dio cuenta de que la idea llevaba toda la mañana dando vueltas en su cabeza.
Cuando entró de nuevo en la habitación, vio los juguetes con los que Alex no jugaría nunca, la ropa que ya no le valdría…
No había razón para guardar aquellas cosas. Víctor sabía que el día de su cumpleaños compraría otro regalo. Seguiría añadiendo cosas a la colección, pero no había razón para conservar las que se habían que¬dado pequeñas.
Debería dárselas a alguien que pudiera usarlas, pensó, mirando un jersey con ositos azules. Era de la talla de «Terminator». Una sonrisa iluminó su rostro al pensar en Leonardo.
No sabía cómo había pasado, pero ese niño se le había metido en el corazón. No había nada en aquel niño de ojos avellanas que le recordara a su hijo y sabía que su afecto por Leonardo no era una transferencia de sentimientos.
Leonardo era simplemente Leonardo. Víctor dejó el jersey sobre la cama y después fue al armario para buscar unas cajas.
Cuando terminase de guardar las cosas, llamaría a Myriam y le diría que fuera a buscarlas.
Pero se negaba a reconocer que su corazón se aceleraba ante la idea de volver a verla.
—No olvides la bolsa de los pañales —dijo Víctor, con expresión indescifrable.
—No te preocupes —replicó ella—. No pienso volver por aquí.
Después de eso, salió de la cocina y fue al salón para tomar la bolsa y la mantita de Leonardo.
—¿Myriam?
Ella se volvió desde la puerta.
—Espero que disfrutes de tus vacaciones.
—Tengo intención de hacerlo.
Unos minutos más tarde, con Leonardo sentado en su silla de seguridad y solo cuando la casa de Víctor había desaparecido de su vista, Myriam reconoció el vacío que sentía en el corazón.
Suponía que era debido a que, como auxiliar de clínica, estaba preparada para ayudar a la gente. Pero, como auxiliar de clínica, reconocía que había personas a las que no se podía ayudar. Y sospechaba que Víctor era una de esas personas.
Aunque no estaba físicamente enfermo, Víctor sufría una enfermedad del alma más terrible que cualquier otra y mucho más difícil de curar.
Además, él no era paciente suyo. No era más que un hombre al que había conocido durante sus vacaciones, un hombre al que había visto solo durante unos días. Estaba segura de que no volverían a verse, pero tenía la terrible sensación de que la imagen de Víctor García seguiría en su corazón durante mucho tiempo.
Víctor siempre se había sentido cómodo en el silencio de su casa. No era un hombre que encendiera la radio o la televisión para no sentirse solo. Pero en cuanto Myriam y Leonardo se marcharon, el silencio le pareció sofocante.
Limpió la cocina, guardó el resto de comida china en la nevera, preparó un vaso de té helado y salió a la terraza.
Sentado en una silla, apoyó los pies sobre otra mientras miraba las olas.
A Alex le encantaba la playa… le encantaba jugar en la arena. Incluso cuando era solo un bebé y empezaba a llorar, lo único que tenía que hacer era sacarlo a la terraza y la brisa y el sonido de las olas lo calmaban.
Alex.
Maldita fuera Myriam Montemayor por recordarle lo que había perdido. Todo iba bien hasta que ella había entrado en la habitación del niño. Cuando por fin había conseguido apartar de sí el dolor, seguir adelante y aceptar la pérdida de su hijo.
Pero mientras miraba la playa, el dolor parecía llegar al mismo ritmo que las olas.
Si no tuviera una pierna escayolada, iría a correr un rato. Correría hasta que estuviera exhausto y no pudiera pensar, ni sentir. Desgraciadamente, en aquel momento esa no era una opción.
Víctor cerró los ojos, pensando que si dejaba de mirar las olas quizá dejaría de pensar en Alex.
Y funcionó. Casi instantáneamente, su mente se llenó del recuerdo del beso que había compartido con Myriam en la cocina. Recordó la suavidad de sus labios, la presión de sus pechos contra su torso… y ese recuerdo hizo que se sintiera acalorado.
Había sabido instintivamente que el beso sería agradable. Lo que no había esperado era la pasión, el abrumador deseo que lo devoraba mientras la tenía en sus brazos.
Aquel deseo era debido únicamente a que había pasado mucho tiempo desde la última vez que estuvo con una mujer. No tenía nada que ver con las pecas que bailaban sobre la nariz de Myriam ni con sus ojos, que parecían invitar a un hombre a ahogarse en ellos.
Su deseo por ella no era debido a que poseía un sentido del humor parecido al suyo y lo hacía reír como no había reído en mucho tiempo. Su deseo por ella no tenía nada que ver con aquel precioso niño que parecía confundirlo con su papá.
Los echaba de menos. Solo se habían ido de su casa una hora antes, pero sentía su ausencia. Habían aparecido en su vida, llevando el caos y la risa y, de repente, no estaban.
Víctor abrió los ojos de nuevo y se quedó mirando las olas. Se alegraba de que se hubieran ido. No necesitaba a una pecosa llena de sueños y a su delincuente hijo alrededor.
Las primeras sombras de la noche envolvieron la casa y Víctor hizo un par de llamadas para retrasar algunos casos hasta que pudiera moverse.
Más tarde, recibió la llamada de su colega en el cuerpo de policía, informándole de que Samuel Jacobson había aceptado pagar la pensión que le debía a sus hijos. Un poco más contento, Víctor encendió el televisor.
Después de ver una serie cómica, se dio cuenta de por qué nunca veía la televisión. La serie era estúpida y las risas enlatadas, irritantes.
Cuando apagó el aparato, el silencio se instaló de nuevo en la casa. ¿Por qué lo molestaba tanto cuando nunca antes lo había molestado? Víctor no quería ni pensar cuál era la respuesta.
Por fin se fue a la cama y se quedó dormido casi inmediatamente, pero durmió mal, dando vueltas casi hasta el amanecer. Se despertó tarde y estaba tomando una taza de café cuando alguien llamó al timbre.
Víctor se levantó, apoyándose en las muletas. Myriam debía haber encontrado alguna razón para volver, pensó. Sin darse cuenta de que tenía una sonrisa en los labios, se dirigió a la puerta. Pero no eran Myriam y Leonardo, sino María.
La desilusión que sintió al verla lo confundió.
—¿Qué haces aquí? Creí que habrías metido en una maleta el dinero que ganaste en el bingo y te habrías marchado del país.
—Nunca me marcharía del país sin dejar a alguien que cuide de ti —replicó la mujer, entrando en la casa como si fuera la suya.
Víctor levantó una ceja; incrédulo.
—Ya. ¿Cuánto has perdido?
María entró en la cocina, se sirvió una taza de café y se dejó caer sobre una silla.
—Yo solo pensaba comprar cinco cartones, pero mi hermana insistió en que comprara más porque era mi día de suerte. Menuda suerte —suspiró la mujer—. Mi hermana dice que tiene poderes psíquicos, pero yo más bien creo que es una psicópata.
A pesar de su mal humor, Víctor sonrió.
—¿Una sonrisa? ¿Qué te pasa, estás enfermo? — preguntó María, irónica—. Espera, estoy teniendo una visión.
—Creí que la que tenía poderes psíquicos era tu hermana —replicó Víctor, burlón.
María abrió un ojo.
—Es una cosa de familia. Veo una mujer con el pelo castaño y las piernas largas. Tiene un niño pequeño… un niño con los ojos avellanas. Creo que han sido ellos los que te han devuelto la sonrisa.
Por un momento, Víctor se quedó petrificado, pero entonces recordó que el día que había despedido a María, ésta salía de casa cuando Myriam llegaba con el coche.
—Espera… yo también tengo una visión —dijo entonces Víctor—. Veo una señora de la limpieza que se mete donde no le llaman, que suele perder en el bingo y que está intentando convencer a su patrón de que vuelva a contratarla.
—Eso prueba que ninguno de los dos es vidente.
—¿Quieres seguir trabajando para mí o no?
Las cejas grises de María bailaron sobre sus ojos.
—¿Vas a darme un aumento?
—No. Esta vez, no. Ya te pago el doble del salario normal.
—Pero me lo merezco.
Víctor rió, preguntándose cómo conseguía rodearse siempre de mujeres tan listas. Primero María, después Myriam. Las dos eran obstinadas, discutidoras y optimistas. María estaba convencida de que cualquier día ganaría la lotería o el bingo. Estaba tan convencida de eso como Myriam de que encontraría a su príncipe azul.
— Si quieres, puedo empezar a trabajar ahora mismo.
—Muy bien. Voy a guardar las cosas de Alex en el armario para que puedas limpiar la habitación.
María lo miró, sorprendida. La habitación de Alex había estado hasta entonces cerrada para todo el mundo, incluida ella.
—Vale. Voy al coche por mi bata y vuelvo enseguida —dijo, levantándose de la silla.
Víctor permaneció sentado durante unos segundos. Se había sorprendido a sí mismo diciendo que iba a guardar las cosas de Alex. Pero entonces se dio cuenta de que la idea llevaba toda la mañana dando vueltas en su cabeza.
Cuando entró de nuevo en la habitación, vio los juguetes con los que Alex no jugaría nunca, la ropa que ya no le valdría…
No había razón para guardar aquellas cosas. Víctor sabía que el día de su cumpleaños compraría otro regalo. Seguiría añadiendo cosas a la colección, pero no había razón para conservar las que se habían que¬dado pequeñas.
Debería dárselas a alguien que pudiera usarlas, pensó, mirando un jersey con ositos azules. Era de la talla de «Terminator». Una sonrisa iluminó su rostro al pensar en Leonardo.
No sabía cómo había pasado, pero ese niño se le había metido en el corazón. No había nada en aquel niño de ojos avellanas que le recordara a su hijo y sabía que su afecto por Leonardo no era una transferencia de sentimientos.
Leonardo era simplemente Leonardo. Víctor dejó el jersey sobre la cama y después fue al armario para buscar unas cajas.
Cuando terminase de guardar las cosas, llamaría a Myriam y le diría que fuera a buscarlas.
Pero se negaba a reconocer que su corazón se aceleraba ante la idea de volver a verla.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Ayy no te hagas wey Víctor García, quieres ver a la mamá más que al niño!!!!!!! Gracias por el 2x1 Dulce, está padrísima la nove!!!
Marianita- STAFF
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
muchas gracias por lel cap dulce!!..
Carmen- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Gracias por el capitulo Dulce, me encanta esta novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
ay vicco!!
aceptalo ya jejeje y si.que se vean de nuevo! jejeje
me gusta mucho la nove dulce! saludos! y siguele por fas!!
atte. crazy
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crazylocademica- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
no que nooooo jajajaja
Siguelee protnoo esta novelaaa esta bunisimaaaaaaaaaaa
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Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
wiii que Genial ya no puede vivir sin ella jaja y sua al pobre Leonardo de pretexto , muchas gracias por el capitulo niña y siguele pronto please¡!¡!¡!¡
cliostar- VBB ORO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 8
Myriam se despertó al amanecer. Después de comprobar que Leonardo seguía dormido en su cuna, se levantó y preparó un café en la cafetera que había en la habitación del hotel. Mientras esperaba, se dio una ducha rápida y se vistió.
Minutos más tarde, con una taza de café en la mano, miró por la ventana intentando decidir qué haría aquel día. El sol empezaba a salir, prometiendo otro día cálido y sin nubes. Pero la idea de pasar el día tumbada en la playa no le apetecía nada.
Leonardo y ella habían pasado el día anterior en la playa, haciendo castillos en la arena y jugando a la orilla del mar. El aire fresco y el ejercicio los había dejado agotados y cuando volvieron a la habitación, se quedaron dormidos casi inmediatamente.
Quizá podrían ir a dar una vuelta por el pueblo, pensó, tomando un sorbo de café. Aunque Masón Bridge no tenía mucho que ofrecer a los turistas, Myriam había visto un par tiendas en las que podría echar un vistazo.
Víctor.
La imagen de aquel hombre llenaba su mente y una punzada de remordimiento la sorprendió al recordar cómo se habían despedido. Él estaba enfadado y ella se había sentido ofendida, pero hubiera deseado despedirse de otra forma.
Myriam frunció el ceño, intentando apartar la imagen del hombre de su mente. No ganaba nada pensando en él.
Disfrutaría de sus vacaciones y después volvería a casa, a seguir con su vida. Víctor había sido una diversión, pero nada más. Como diría él: un barco pasando en la noche.
Consiguió no pensar en él durante toda la mañana, mientras Leonardo y ella visitaban el pueblo. Volvieron al hotel después de las dos y el niño se quedó dormido inmediatamente, mientras Myriam sacaba las cosas que había comprado.
Había encontrado una preciosa cajita de madera para su abuela, que las coleccionaba, y una camiseta para ella con el típico logo del pueblo. Solo esperaba que dormir con aquella camiseta no despertara recuerdos de cierto hombre moreno de ojos negros.
Después de guardar la cajita en su maleta, decidió llamar a su abuela y darle las gracias de nuevo por las vacaciones.
Pero cuando iba a descolgar el auricular, vio que la luz del contestador estaba encendida. Myriam pulsó el botón y se sorprendió al escuchar la voz de Víctor.
—Myriam, soy yo… Víctor. Víctor García. Esto… ¿podrías llamarme cuando llegues al hotel?
El mensaje terminaba con su número de teléfono.
Myriam dudó un momento antes de marcar. ¿Para qué habría llamado? ¿Se habría dejado algo en su casa? No podía ser, no recordaba haberse dejado nada.
Entonces, ¿para qué la había llamado? Parecía icómodo, nervioso. No parecía el mismo Víctor García.
—Solo hay una forma de enterarse de lo que quiere —murmuró para sí misma, antes de marcar el número—. Víctor, soy yo —dijo, aparentando una tranquilidad que no sentía.
—Hola, Myriam.
Myriam intentó ignorar el vuelco que dio su corazón al escuchar la ronca voz masculina. Era ardor de estómago, se dijo, probablemente a causa de la comida picante.
—He recibido tu mensaje. ¿Qué ocurre?
—Tengo algo para ti y quería saber si podías pasarte por mi casa.
—¿Algo para mí? —repitió ella, sorprendida.
—No es nada importante, solo algo que he pensado que te vendría bien —dijo él, nervioso—. ¿Puedes pasarte por mi casa?
—¿Ahora mismo? —preguntó ella, mirando al niño dormido—. Leonardo está durmiendo, así que tendría que ser por la tarde.
Al otro lado del hilo hubo una larga pausa.
—¿Por qué no vienes a cenar? Tengo un par de filetes en el congelador y podría hacer una barbacoa… a menos que tengas otros planes.
—No tengo otros planes.
Estaba confusa. Dos días antes, prácticamente la había echado de su casa y, de repente, quería que fuera a cenar con él.
—¿Por qué no vienes con el niño alrededor de las ocho? Tengo salchichas para él.
—Muy bien. Nos veremos a las ocho.
Myriam colgó, más confundida que nunca. Casi le parecía como si Víctor le hubiera pedido una cita. Pero eso era ridículo.
Aun así, aquella tarde mientras se arreglaba, sentía que estaba vistiéndose para una cita. Después de probarse todo lo que había llevado en la maleta, se decidió por un vestido rosa muy informal, pero algo más elegante que unos pantalones cortos.
Un poco de máscara de pestañas, un poco de brillo en los labios, un poquito de perfume y… estaba lista para salir.
Con Leonardo en un brazo y la bolsa de los pañales en el otro, entró en su coche y se dirigió a casa de Víctor García.
Mientras conducía, intentaba controlar los nervios. Víctor era un pesimista, un antipático y un hombre sin sueños ni esperanzas.
Pero sabía que sería más fácil pensar eso de él si no conociera sus circunstancias.
En realidad, le gustaba Víctor. Pero se negaba a permitir que sus sentimientos por él fueran más allá de eso.
Su príncipe azul no sería huraño y tampoco sería un hombre sin esperanzas. Myriam había intentando convertir a Carlos en el hombre de sus sueños y no había funcionado. No pensaba cometer el mismo error intentando convertir a Víctor García en lo que no era.
Cuando el hombre de su vida apareciera, ella lo sabría inmediatamente y no tendría que cambiarlo. Sería perfecto.
Pero no podía explicarse la alegría que sintió al ver la casa de Víctor. No podía explicarse los fuertes latidos de su corazón ante la idea de volver a verlo.
—Papá —dijo Leonardo, cuando lo tomó en brazos para subir las escaleras del porche.
—No es papá, cariño. Es Víctor —lo corrigió Myriam.
Leonardo rió, señalando la puerta.
—Papá —repitió.
Ella frunció el ceño mientras llamaba a la puerta. No pensaba discutir con un niño de dos años, pero aquella fijación de Leonardo empezaba a preocuparla.
Víctor abrió la puerta y Myriam se quedó sin aliento. Nunca le había parecido más guapo. Se había afeitado y llevaba el pelo peinado hacia atrás, unos pantalones azul marino, con una de las perneras cortadas para acomodar la escayola, y una camiseta de color azul claro que resaltaba el color de sus ojos. Había dejado las muletas y solo se apoyaba en un bastón.
—Justo a tiempo.
Cuando entró, Myriam percibió el olor a cera para muebles y limpiacristales. Obviamente, alguien había limpiado la casa de arriba abajo.
—Qué limpia está la casa.
—María vino ayer —explicó Víctor.
—¿Tuviste que darle un aumento?
—Esta vez tuve suerte. Había perdido en el bingo y llegó a casa arrepentida y sin ganas de pelea. Ven a la cocina.
Myriam tomó la mano de Leonardo y los tres fueron a la cocina, donde Víctor había estado preparando una ensalada.
Una vez allí, le dio al niño sus juguetes favoritos y Leonardo se sentó en el suelo, tan contento.
—¿Quieres que la haga yo? —preguntó Myriam, señalando la ensalada.
—Vale. Tengo que confesar que cortar tomates con una sola mano no es nada fácil. ¿Quieres una copa de vino?
—Sí, claro.
Entre ellos había una formalidad que no había existido antes y que la ponía un poco nerviosa.
—Toma —dijo él, poniendo una copa de vino a su lado mientras Myriam cortaba los tomates—. Las patatas están en el horno y creo que la barbacoa está lista para los filetes.
—Qué bien. Cuando termine con la ensalada, ¿quieres que ponga la mesa?
—Ya lo he hecho yo. He pensado que podríamos cenar en la terraza.
Ella terminó de cortar los tomates y aliñó la ensalada antes de volverse.
—¿Alguna cosa más?
—No. ¿Por qué no vamos a la terraza? La barbacoa está preparada allí.
—Muy bien.
Tuvieron que hacer tres viajes hasta tenerlo todo preparado en la terraza, pero una vez hecho, Myriam se sentó en una silla, con Víctor frente a la barbacoa y Leonardo en el suelo.
—¿Cómo te gusta la carne?
—En su punto —contestó ella, preguntándose qué pasaba, por qué se portaban como dos extraños.
Myriam se despertó al amanecer. Después de comprobar que Leonardo seguía dormido en su cuna, se levantó y preparó un café en la cafetera que había en la habitación del hotel. Mientras esperaba, se dio una ducha rápida y se vistió.
Minutos más tarde, con una taza de café en la mano, miró por la ventana intentando decidir qué haría aquel día. El sol empezaba a salir, prometiendo otro día cálido y sin nubes. Pero la idea de pasar el día tumbada en la playa no le apetecía nada.
Leonardo y ella habían pasado el día anterior en la playa, haciendo castillos en la arena y jugando a la orilla del mar. El aire fresco y el ejercicio los había dejado agotados y cuando volvieron a la habitación, se quedaron dormidos casi inmediatamente.
Quizá podrían ir a dar una vuelta por el pueblo, pensó, tomando un sorbo de café. Aunque Masón Bridge no tenía mucho que ofrecer a los turistas, Myriam había visto un par tiendas en las que podría echar un vistazo.
Víctor.
La imagen de aquel hombre llenaba su mente y una punzada de remordimiento la sorprendió al recordar cómo se habían despedido. Él estaba enfadado y ella se había sentido ofendida, pero hubiera deseado despedirse de otra forma.
Myriam frunció el ceño, intentando apartar la imagen del hombre de su mente. No ganaba nada pensando en él.
Disfrutaría de sus vacaciones y después volvería a casa, a seguir con su vida. Víctor había sido una diversión, pero nada más. Como diría él: un barco pasando en la noche.
Consiguió no pensar en él durante toda la mañana, mientras Leonardo y ella visitaban el pueblo. Volvieron al hotel después de las dos y el niño se quedó dormido inmediatamente, mientras Myriam sacaba las cosas que había comprado.
Había encontrado una preciosa cajita de madera para su abuela, que las coleccionaba, y una camiseta para ella con el típico logo del pueblo. Solo esperaba que dormir con aquella camiseta no despertara recuerdos de cierto hombre moreno de ojos negros.
Después de guardar la cajita en su maleta, decidió llamar a su abuela y darle las gracias de nuevo por las vacaciones.
Pero cuando iba a descolgar el auricular, vio que la luz del contestador estaba encendida. Myriam pulsó el botón y se sorprendió al escuchar la voz de Víctor.
—Myriam, soy yo… Víctor. Víctor García. Esto… ¿podrías llamarme cuando llegues al hotel?
El mensaje terminaba con su número de teléfono.
Myriam dudó un momento antes de marcar. ¿Para qué habría llamado? ¿Se habría dejado algo en su casa? No podía ser, no recordaba haberse dejado nada.
Entonces, ¿para qué la había llamado? Parecía icómodo, nervioso. No parecía el mismo Víctor García.
—Solo hay una forma de enterarse de lo que quiere —murmuró para sí misma, antes de marcar el número—. Víctor, soy yo —dijo, aparentando una tranquilidad que no sentía.
—Hola, Myriam.
Myriam intentó ignorar el vuelco que dio su corazón al escuchar la ronca voz masculina. Era ardor de estómago, se dijo, probablemente a causa de la comida picante.
—He recibido tu mensaje. ¿Qué ocurre?
—Tengo algo para ti y quería saber si podías pasarte por mi casa.
—¿Algo para mí? —repitió ella, sorprendida.
—No es nada importante, solo algo que he pensado que te vendría bien —dijo él, nervioso—. ¿Puedes pasarte por mi casa?
—¿Ahora mismo? —preguntó ella, mirando al niño dormido—. Leonardo está durmiendo, así que tendría que ser por la tarde.
Al otro lado del hilo hubo una larga pausa.
—¿Por qué no vienes a cenar? Tengo un par de filetes en el congelador y podría hacer una barbacoa… a menos que tengas otros planes.
—No tengo otros planes.
Estaba confusa. Dos días antes, prácticamente la había echado de su casa y, de repente, quería que fuera a cenar con él.
—¿Por qué no vienes con el niño alrededor de las ocho? Tengo salchichas para él.
—Muy bien. Nos veremos a las ocho.
Myriam colgó, más confundida que nunca. Casi le parecía como si Víctor le hubiera pedido una cita. Pero eso era ridículo.
Aun así, aquella tarde mientras se arreglaba, sentía que estaba vistiéndose para una cita. Después de probarse todo lo que había llevado en la maleta, se decidió por un vestido rosa muy informal, pero algo más elegante que unos pantalones cortos.
Un poco de máscara de pestañas, un poco de brillo en los labios, un poquito de perfume y… estaba lista para salir.
Con Leonardo en un brazo y la bolsa de los pañales en el otro, entró en su coche y se dirigió a casa de Víctor García.
Mientras conducía, intentaba controlar los nervios. Víctor era un pesimista, un antipático y un hombre sin sueños ni esperanzas.
Pero sabía que sería más fácil pensar eso de él si no conociera sus circunstancias.
En realidad, le gustaba Víctor. Pero se negaba a permitir que sus sentimientos por él fueran más allá de eso.
Su príncipe azul no sería huraño y tampoco sería un hombre sin esperanzas. Myriam había intentando convertir a Carlos en el hombre de sus sueños y no había funcionado. No pensaba cometer el mismo error intentando convertir a Víctor García en lo que no era.
Cuando el hombre de su vida apareciera, ella lo sabría inmediatamente y no tendría que cambiarlo. Sería perfecto.
Pero no podía explicarse la alegría que sintió al ver la casa de Víctor. No podía explicarse los fuertes latidos de su corazón ante la idea de volver a verlo.
—Papá —dijo Leonardo, cuando lo tomó en brazos para subir las escaleras del porche.
—No es papá, cariño. Es Víctor —lo corrigió Myriam.
Leonardo rió, señalando la puerta.
—Papá —repitió.
Ella frunció el ceño mientras llamaba a la puerta. No pensaba discutir con un niño de dos años, pero aquella fijación de Leonardo empezaba a preocuparla.
Víctor abrió la puerta y Myriam se quedó sin aliento. Nunca le había parecido más guapo. Se había afeitado y llevaba el pelo peinado hacia atrás, unos pantalones azul marino, con una de las perneras cortadas para acomodar la escayola, y una camiseta de color azul claro que resaltaba el color de sus ojos. Había dejado las muletas y solo se apoyaba en un bastón.
—Justo a tiempo.
Cuando entró, Myriam percibió el olor a cera para muebles y limpiacristales. Obviamente, alguien había limpiado la casa de arriba abajo.
—Qué limpia está la casa.
—María vino ayer —explicó Víctor.
—¿Tuviste que darle un aumento?
—Esta vez tuve suerte. Había perdido en el bingo y llegó a casa arrepentida y sin ganas de pelea. Ven a la cocina.
Myriam tomó la mano de Leonardo y los tres fueron a la cocina, donde Víctor había estado preparando una ensalada.
Una vez allí, le dio al niño sus juguetes favoritos y Leonardo se sentó en el suelo, tan contento.
—¿Quieres que la haga yo? —preguntó Myriam, señalando la ensalada.
—Vale. Tengo que confesar que cortar tomates con una sola mano no es nada fácil. ¿Quieres una copa de vino?
—Sí, claro.
Entre ellos había una formalidad que no había existido antes y que la ponía un poco nerviosa.
—Toma —dijo él, poniendo una copa de vino a su lado mientras Myriam cortaba los tomates—. Las patatas están en el horno y creo que la barbacoa está lista para los filetes.
—Qué bien. Cuando termine con la ensalada, ¿quieres que ponga la mesa?
—Ya lo he hecho yo. He pensado que podríamos cenar en la terraza.
Ella terminó de cortar los tomates y aliñó la ensalada antes de volverse.
—¿Alguna cosa más?
—No. ¿Por qué no vamos a la terraza? La barbacoa está preparada allí.
—Muy bien.
Tuvieron que hacer tres viajes hasta tenerlo todo preparado en la terraza, pero una vez hecho, Myriam se sentó en una silla, con Víctor frente a la barbacoa y Leonardo en el suelo.
—¿Cómo te gusta la carne?
—En su punto —contestó ella, preguntándose qué pasaba, por qué se portaban como dos extraños.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Algo había cambiado entre ellos y ese cambio la llenaba de una tensión que no había sentido antes estando con Víctor.
Mientras tomaba un sorbo de vino, lo estudió detenidamente. ¿Era Víctor quien provocaba la tensión porque ella conocía los secretos de su pasado? ¿Porque conocía su dolor?
Sabía que le había contado la historia de Sherry y Alex a regañadientes y que probablemente no se la habría contado si ella no hubiera entrado en el dor¬mitorio del niño por error.
Pero no creía que esa fuera la causa de la tensión que había entre ellos.
Los filetes se estaban haciendo y el aire se llenaba de un delicioso olor a carne. Víctor se apartó de la barbacoa para sentarse un rato y, al hacerlo, la pierna del hombre rozó la suya. Myriam supo entonces sin duda qué estaba causando la tensión.
El beso. El recuerdo de aquel beso apareció de nuevo en su mente. Había sido un beso ardiente… ansioso. Ese beso la había turbado hasta el fondo de su ser, más de lo que la había turbado ningún otro.
Lo que había entre ellos era pura tensión sexual. Una tensión que aumentaba por segundos.
Y lo que realmente la molestaba era que, en su interior, deseaba que el beso se repitiera.
Víctor se fijó en el escote de Myriam cuando se inclinó para acariciar la cabecita de Leonardo.El movimiento le permitió ver la suave curva de sus pechos bajo el vestido. Por un momento, sintió que tenía mucho en común con los filetes que se estaban haciendo en la barbacoa. Estaba ardiendo, quemándose.
Besarla dos días antes había sido un tremendo error. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de recordar el sabor de sus labios, el roce de sus pechos aplastados contra su torso.
Víctor se concentró en los filetes, preguntándose por qué demonios la había invitado a cenar. Era una locura. Lo único que había querido era darle la caja con los juguetes de Alex. Pero se había encontrado a sí mismo invitándola a cenar. Era como si las palabras hubieran salido de sus labios sin querer.
Víctor le dio la vuelta a los filetes. Le había resultado más fácil de lo que pensaba guardar las cosas de Alex en una caja. Mientras lo hacía, los recuerdos lo envolvían… recuerdos de sus años con Alex, de su cariño por él, del cariño del niño.
Al principio, luchó contra esos recuerdos, tesoros de un tiempo que ya no existía. Pero, al final, se rindió y lo sorprendió descubrir que unido a ese dolor había una gran alegría.
En algún momento, sin que se diera cuenta, la herida había empezado a cicatrizar. Aunque su corazón sangraría siempre por su hijo perdido, el dolor empezaba a ser soportable.
—Estás muy callado —dijo Myriam entonces—. ¿Te duele la pierna? Quizá no deberías ir todavía sin muletas.
—No me duele. Estoy bien —dijo él, golpeándose la escayola—. Es que estoy concentrado para que no se me quemen los filetes.
Myriam sonrió y esa sonrisa lo calentó por dentro.
—Seguro que sueles quemar la comida.
—Te sorprenderían las cosas que me pasan cada vez que intento cocinar.
—¿Tan malo eres? —rió ella.
—Terrible, el peor —sonrió Víctor—. Los perros no se comen la basura de mi casa porque tienen miedo a envenenarse.
Myriam tomó la copa de vino, riendo.
—Pues entonces, quizá será mejor que yo supervise estos filetes.
—Sí, claro.
Estaba tan cerca que, a pesar del olor de la carne, Víctor podía oler su perfume. La proximidad de aquella mujer lo ponía nervioso. Y él nunca se había puesto nervioso al lado de una mujer.
Sí, desde luego besarla había sido un error. Antes del beso, Myriam no era nada más que una chica irritante, una ayuda necesaria dadas las circunstancias. Pero en aquel momento, solo podía pensar que era una mujer muy atractiva y que besaba con una pasión conmovedora.
—Víctor, será mejor que les des la vuelta —la voz femenina interrumpió sus pensamientos, pero Víctor la miró sin entender—. Los filetes. Se te van a quemar.
—Ah, es verdad.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Myriam, con expresión preocupada.
—Estoy perfectamente. Solo un poco distraído.
—¿Pensando en alguno de tus casos? Si necesitas que te lleve a alguna parte o que pase algún otro informe al ordenador, no dudes en pedírmelo.
—No, ya me he aprovechado de ti suficiente —dijo Víctor, añadiendo una salchicha a la parilla—. Me he aprovechado de que te sentías culpable cuando la verdad es que solo fue un accidente.
Myriam sonrió.
—No podías aprovecharte de eso, porque no me sentía culpable. Aunque sí me sentía responsable —dijo, mirando a su hijo—. Debería haber estado vigilándolo. Normalmente, es un niño muy tranquilo. Lo pones en el suelo y se queda jugando. No sé qué le pasó el otro día.
Víctor miró a Leonardo, que estaba jugando con un montón de bloques de plástico.
—Sí, la verdad es que parece más tranquilo que otros niños de su edad.
—En mi experiencia, hay dos clases de niños: los exploradores y los filosóficos. Leonardo es filosófico —dijo Myriam, inclinando la cabeza a un lado. Sus ojos eran entonces del color del cielo recién escampado—. ¿Cómo era Alex?
Por un segundo, las viejas defensas de Víctor se levantaron y estuvo a punto de decirle que no era asunto suyo, que ese era un tema que no quería tocar.
Pero tan rápido como apareció, el instinto desapareció. Durante cinco largos años no había hablado de Alex con nadie. Además de comprar los regalos el día de su cumpleaños y en Navidad, era como si no existiera, como si nunca hubiera existido porque así le resultaba más fácil seguir viviendo.
De repente, por primera vez desde el día que Sherry se llevó a su hijo, Víctor quería hablar de lo que había perdido.
—Alex era un explorador. No podías dejarlo solo ni un minuto —dijo por fin, colocando la salchicha y los filetes en sus respectivos platos.
—Mi hermana tiene un niño así —dijo Myriam cuando estuvieron sentados a la mesa, cortando la salchicha para Leonardo.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Solo una hermana pequeña.
—¿Y es una eterna optimista, como tú? —pre¬guntó Víctor.
—Es peor que yo —rió ella. De nuevo, Víctor sintió ese calor que lo recorría entero—. Sandra se casó con su novio del instituto y son muy felices. Se quieren muchísimo y están locos por sus dos hijos.
Tenía una expresión dulce, soñadora, y Víctor supo que estaba imaginando a su príncipe azul y la mara¬villosa vida que disfrutaría con él.
Por un momento, sintió envidia al pensar en el hombre que tendría su amor, el hombre que pasaría la vida riendo con ella, amándola.
—Debe de ser genético —murmuró, irritado consigo mismo por aquellos locos pensamientos.
—Yo creo que tú también tienes tus defectos, Víctor García.
Él hizo una mueca.
—Será mejor que no hablemos de eso.
—Si tú no hablas de los míos, yo no hablaré de los tuyos.
—Trato hecho —sonrió Víctor.
La cena fue muy agradable. Víctor le contó algunos de sus casos, exagerando los elementos humorísticos solo para oírla reír.
Y habló de Alex. Le contó como a su hijo le encantaba el sonido de las olas, cómo le gustaba que le hiciera cosquillas en la barriguita y cuánto le gustaba bailar. Era un placer y un sufrimiento hablar de él, pero Víctor intentó olvidar el dolor y se sumergió en la alegría que esos recuerdos llevaban a su corazón.
Leonardo se comió su salchicha y después señaló el plato de Víctor.
—Más.
—Toma, Leonardo, come un poquito de mi patata —dijo Myriam, cortando la patata asada en trocitos.
—No —dijo el niño, señalando el plato de Víctor—. Papá más.
Papá. Como siempre, la palabra hacía sangrar el corazón de Víctor.
—Leonardo, ¿qué quieres? ¿Quieres un poco de filete? —preguntó su madre, cortando un trocito de carne.
—¡No! —exclamó el niño—. Mamá, no. Papá.
Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para disimular el nudo que tenía en la garganta.
—Parece que quiere un trozo del mío.
Cuando le cortó un trocito de filete y lo puso en su plato, Leonardo le regaló una sonrisa cándida y alargó la manita para tocar su brazo.
Víctor se emocionó. Aquel crío necesitaba un padre y, por alguna extraña razón, parecía haberlo elegido a él. El roce de la manita del crío en su brazo lo había dejado sin aire.
En otra vida, quizá Víctor habría podido convertirse en el padre que el niño deseaba. Pero no en aquella. El corazón de Víctor estaba demasiado lleno por el recuerdo de otro niño.
Cuando Sherry se había llevado a Alex, también se había llevado su corazón y no dejó atrás nada que mereciera la pena.
En otra vida, podría haber querido a Leonardo, pero en esta, a Víctor no le quedaba amor que dar.
Mientras tomaba un sorbo de vino, lo estudió detenidamente. ¿Era Víctor quien provocaba la tensión porque ella conocía los secretos de su pasado? ¿Porque conocía su dolor?
Sabía que le había contado la historia de Sherry y Alex a regañadientes y que probablemente no se la habría contado si ella no hubiera entrado en el dor¬mitorio del niño por error.
Pero no creía que esa fuera la causa de la tensión que había entre ellos.
Los filetes se estaban haciendo y el aire se llenaba de un delicioso olor a carne. Víctor se apartó de la barbacoa para sentarse un rato y, al hacerlo, la pierna del hombre rozó la suya. Myriam supo entonces sin duda qué estaba causando la tensión.
El beso. El recuerdo de aquel beso apareció de nuevo en su mente. Había sido un beso ardiente… ansioso. Ese beso la había turbado hasta el fondo de su ser, más de lo que la había turbado ningún otro.
Lo que había entre ellos era pura tensión sexual. Una tensión que aumentaba por segundos.
Y lo que realmente la molestaba era que, en su interior, deseaba que el beso se repitiera.
Víctor se fijó en el escote de Myriam cuando se inclinó para acariciar la cabecita de Leonardo.El movimiento le permitió ver la suave curva de sus pechos bajo el vestido. Por un momento, sintió que tenía mucho en común con los filetes que se estaban haciendo en la barbacoa. Estaba ardiendo, quemándose.
Besarla dos días antes había sido un tremendo error. Por mucho que lo intentara, no podía dejar de recordar el sabor de sus labios, el roce de sus pechos aplastados contra su torso.
Víctor se concentró en los filetes, preguntándose por qué demonios la había invitado a cenar. Era una locura. Lo único que había querido era darle la caja con los juguetes de Alex. Pero se había encontrado a sí mismo invitándola a cenar. Era como si las palabras hubieran salido de sus labios sin querer.
Víctor le dio la vuelta a los filetes. Le había resultado más fácil de lo que pensaba guardar las cosas de Alex en una caja. Mientras lo hacía, los recuerdos lo envolvían… recuerdos de sus años con Alex, de su cariño por él, del cariño del niño.
Al principio, luchó contra esos recuerdos, tesoros de un tiempo que ya no existía. Pero, al final, se rindió y lo sorprendió descubrir que unido a ese dolor había una gran alegría.
En algún momento, sin que se diera cuenta, la herida había empezado a cicatrizar. Aunque su corazón sangraría siempre por su hijo perdido, el dolor empezaba a ser soportable.
—Estás muy callado —dijo Myriam entonces—. ¿Te duele la pierna? Quizá no deberías ir todavía sin muletas.
—No me duele. Estoy bien —dijo él, golpeándose la escayola—. Es que estoy concentrado para que no se me quemen los filetes.
Myriam sonrió y esa sonrisa lo calentó por dentro.
—Seguro que sueles quemar la comida.
—Te sorprenderían las cosas que me pasan cada vez que intento cocinar.
—¿Tan malo eres? —rió ella.
—Terrible, el peor —sonrió Víctor—. Los perros no se comen la basura de mi casa porque tienen miedo a envenenarse.
Myriam tomó la copa de vino, riendo.
—Pues entonces, quizá será mejor que yo supervise estos filetes.
—Sí, claro.
Estaba tan cerca que, a pesar del olor de la carne, Víctor podía oler su perfume. La proximidad de aquella mujer lo ponía nervioso. Y él nunca se había puesto nervioso al lado de una mujer.
Sí, desde luego besarla había sido un error. Antes del beso, Myriam no era nada más que una chica irritante, una ayuda necesaria dadas las circunstancias. Pero en aquel momento, solo podía pensar que era una mujer muy atractiva y que besaba con una pasión conmovedora.
—Víctor, será mejor que les des la vuelta —la voz femenina interrumpió sus pensamientos, pero Víctor la miró sin entender—. Los filetes. Se te van a quemar.
—Ah, es verdad.
—¿Seguro que estás bien? —preguntó Myriam, con expresión preocupada.
—Estoy perfectamente. Solo un poco distraído.
—¿Pensando en alguno de tus casos? Si necesitas que te lleve a alguna parte o que pase algún otro informe al ordenador, no dudes en pedírmelo.
—No, ya me he aprovechado de ti suficiente —dijo Víctor, añadiendo una salchicha a la parilla—. Me he aprovechado de que te sentías culpable cuando la verdad es que solo fue un accidente.
Myriam sonrió.
—No podías aprovecharte de eso, porque no me sentía culpable. Aunque sí me sentía responsable —dijo, mirando a su hijo—. Debería haber estado vigilándolo. Normalmente, es un niño muy tranquilo. Lo pones en el suelo y se queda jugando. No sé qué le pasó el otro día.
Víctor miró a Leonardo, que estaba jugando con un montón de bloques de plástico.
—Sí, la verdad es que parece más tranquilo que otros niños de su edad.
—En mi experiencia, hay dos clases de niños: los exploradores y los filosóficos. Leonardo es filosófico —dijo Myriam, inclinando la cabeza a un lado. Sus ojos eran entonces del color del cielo recién escampado—. ¿Cómo era Alex?
Por un segundo, las viejas defensas de Víctor se levantaron y estuvo a punto de decirle que no era asunto suyo, que ese era un tema que no quería tocar.
Pero tan rápido como apareció, el instinto desapareció. Durante cinco largos años no había hablado de Alex con nadie. Además de comprar los regalos el día de su cumpleaños y en Navidad, era como si no existiera, como si nunca hubiera existido porque así le resultaba más fácil seguir viviendo.
De repente, por primera vez desde el día que Sherry se llevó a su hijo, Víctor quería hablar de lo que había perdido.
—Alex era un explorador. No podías dejarlo solo ni un minuto —dijo por fin, colocando la salchicha y los filetes en sus respectivos platos.
—Mi hermana tiene un niño así —dijo Myriam cuando estuvieron sentados a la mesa, cortando la salchicha para Leonardo.
—¿Cuántos hermanos tienes?
—Solo una hermana pequeña.
—¿Y es una eterna optimista, como tú? —pre¬guntó Víctor.
—Es peor que yo —rió ella. De nuevo, Víctor sintió ese calor que lo recorría entero—. Sandra se casó con su novio del instituto y son muy felices. Se quieren muchísimo y están locos por sus dos hijos.
Tenía una expresión dulce, soñadora, y Víctor supo que estaba imaginando a su príncipe azul y la mara¬villosa vida que disfrutaría con él.
Por un momento, sintió envidia al pensar en el hombre que tendría su amor, el hombre que pasaría la vida riendo con ella, amándola.
—Debe de ser genético —murmuró, irritado consigo mismo por aquellos locos pensamientos.
—Yo creo que tú también tienes tus defectos, Víctor García.
Él hizo una mueca.
—Será mejor que no hablemos de eso.
—Si tú no hablas de los míos, yo no hablaré de los tuyos.
—Trato hecho —sonrió Víctor.
La cena fue muy agradable. Víctor le contó algunos de sus casos, exagerando los elementos humorísticos solo para oírla reír.
Y habló de Alex. Le contó como a su hijo le encantaba el sonido de las olas, cómo le gustaba que le hiciera cosquillas en la barriguita y cuánto le gustaba bailar. Era un placer y un sufrimiento hablar de él, pero Víctor intentó olvidar el dolor y se sumergió en la alegría que esos recuerdos llevaban a su corazón.
Leonardo se comió su salchicha y después señaló el plato de Víctor.
—Más.
—Toma, Leonardo, come un poquito de mi patata —dijo Myriam, cortando la patata asada en trocitos.
—No —dijo el niño, señalando el plato de Víctor—. Papá más.
Papá. Como siempre, la palabra hacía sangrar el corazón de Víctor.
—Leonardo, ¿qué quieres? ¿Quieres un poco de filete? —preguntó su madre, cortando un trocito de carne.
—¡No! —exclamó el niño—. Mamá, no. Papá.
Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para disimular el nudo que tenía en la garganta.
—Parece que quiere un trozo del mío.
Cuando le cortó un trocito de filete y lo puso en su plato, Leonardo le regaló una sonrisa cándida y alargó la manita para tocar su brazo.
Víctor se emocionó. Aquel crío necesitaba un padre y, por alguna extraña razón, parecía haberlo elegido a él. El roce de la manita del crío en su brazo lo había dejado sin aire.
En otra vida, quizá Víctor habría podido convertirse en el padre que el niño deseaba. Pero no en aquella. El corazón de Víctor estaba demasiado lleno por el recuerdo de otro niño.
Cuando Sherry se había llevado a Alex, también se había llevado su corazón y no dejó atrás nada que mereciera la pena.
En otra vida, podría haber querido a Leonardo, pero en esta, a Víctor no le quedaba amor que dar.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Ayyy!!! Leonardo es mi ídolo!!! Gracias por el 2x1 Dulce. Esperamos más pronto!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
LEONARDO Y MYRIAM LE ESTAN DEVOLVIENDO SU CORAZÓN A VICTOR, OJALA MUY PRONTO SE DE CUENTA DE ESO, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
A que si t e queda.............Es cosa de darse cuentaaaa
Siguele prontooooo por ifsss
Siguele prontooooo por ifsss
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
gracias por el 2x1 Dulce...
Carmen- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Vas por muy buen camino Leo, sigue asi jaja
Gracias por el capitulo.
Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
viva leo!!! jajaja increible..el sabe lo que quiere...
ahora vicco necesita decidirse y dejar cicatrizar todo eso que trae dentro..
me gusta mucho la nove! saludos!
atte. crazy
ahora vicco necesita decidirse y dejar cicatrizar todo eso que trae dentro..
me gusta mucho la nove! saludos!
atte. crazy
crazylocademica- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Muchas Gracias por los capitulos siguele porfis =)
cliostar- VBB ORO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
AYYYESE NI/OO ES UN AMORRRR SI SABEEE KE KIEREEE KOMO DISEE TALISSS JEJEJE............ KE LINDOOO .... MUY WEN KAPI DULCINEAAAAA ...SIGELEE PLEASEEE SIGELEEEEEE...........
Re: Simplemente un Beso...FINAL
gracias por el 2 X 1 estuvieron bien padres los capitulos.
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
no, no, no ese niño definitivamente es un amor...cuerooo!!!!
gracias por el capituo dulce y sigueleeeee...besos
gracias por el capituo dulce y sigueleeeee...besos
susy81- VBB CRISTAL
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
GRACIAS X EL CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 9
—He estado pensando en seguir tu consejo y ponerme de nuevo en contacto con los Servicios Sociales de Miami.
Víctor la sorprendió diciendo aquello mientras limpiaban los platos.
—¿De verdad? —preguntó Myriam, ilusionada—. ¿Cuándo?
—No lo sé. Cuando vaya a Miami. No quiero hacerlo por teléfono. Es muy fácil ignorar una llamada telefónica.
—Yo te llevaré a Miami. Solo se tardan cuatro horas. Podríamos ir mañana.
—No puedo pedirte que hagas eso —dijo Víctor, incómodo—. Esto es asunto mío, mi vida. Y ya has tenido que perder mucho tiempo conmigo.
Myriam metió los platos en el lavavajillas.
—No me importa, Víctor. De verdad. Además, había pensado ir a Miami.
El la miró, incrédulo.
—¿Y para qué pensabas ir a Miami?
—Pensaba llevar a Leonardo al acuario.
Era cierto. Había leído información sobre el acuario de Miami, en el que ofrecían un espectáculo con delfines y pensaba ir, aunque no tenía decidida la fecha.
Víctor la miró a los ojos.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué estás perdiendo tus vacaciones conmigo?
Myriam hubiera querido responder frívolamente, pero no se le ocurría nada. «Porque aunque parezca una locura, me importas». Aquellas palabras aparecieron en su mente, aunque no las dijo en voz alta.
—No lo sé —contestó por fin—. Supongo que porque, a pesar de tus defectos, me caes bien.
Víctor tomó el bol de la ensalada.
—Pues eso prueba que estás como una cabra — dijo, guardándolo en la nevera—. A veces me pongo insoportable durante los viajes largos —le advirtió.
—Pues entonces te meteré en el maletero.
Víctor sonrió y en aquella sonrisa juvenil, Myriam vio algo frágil y precioso que los conectaba.
Y eso la emocionaba y la asustaba a la vez.
Él también pareció sentirlo. Podía verlo en sus ojos.
La sonrisa del hombre desapareció.
—Voy a darte lo que he guardado para ti. Supongo que es hora de que Leonardo se duerma y querrás volver al hotel.
—Sí, se está haciendo tarde —murmuró Myriam.
—Espera. Vuelvo enseguida.
Víctor desapareció por el pasillo y ella se sentó en una silla a esperar. Nunca había conocido a nadie tan extraño como él. Un segundo antes parecía invitarla a acercarse y después la rechazaba.
Le importaba Víctor García. Esa era la verdad. ¿Cómo podía haberse convertido en alguien tan importante en tan poco tiempo?
Se daba cuenta de que la decisión de ir a Miami y reanudar la búsqueda de Alex era un paso muy importante. Y si estuviera en sus manos, Myriam se encargaría de que no cejara hasta encontrar al hijo que había perdido.
Pero no estaba en sus manos.
En menos de dos semanas, ella estaría de vuelta en Kansas, inmersa en la rutina de una mujer trabajadora con un hijo, luchando por darle a Leonardo la vida que soñaba para él.
Víctor entró entonces en la cocina, con dos cajas de cartón en la mano.
—¿Qué es eso?
—Echa un vistazo.
Myriam abrió una de las cajas y cuando vio los juguetes, los reconoció inmediatamente. Eran los que había visto en la habitación de Alex dos días antes.
—¿Seguro que quieres regalarme todo esto? — preguntó, sorprendida.
Víctor se encogió de hombros.
—No tiene sentido que guarde estas cosas. Aunque Alex apareciera mañana mismo, sería demasiado mayor para estos juguetes.
Leonardo se levantó y miró hacia arriba, como si supiera que los regalos eran para él. Cuando su madre sacó un coche de bomberos, sus ojitos se iluminaron.
—Tamión —exclamó, dando palmaditas.
Con Leonardo ocupado, Myriam apartó la primera caja y miró en la segunda. Era ropa de niño. Todas las prendas llevaban la etiqueta puesta y eran de calidad.
—Hay varias tallas, sobre todo la dos y la tres, así que te vendrán bien.
—No sé qué decir —murmuró Myriam—. Gracias.
De nuevo, Víctor se encogió de hombros.
—Si no te lo diera a ti, se lo daría a alguna institución. Ya era hora de deshacerme de algunas cosas.
Aunque lo había dicho con aparente tranquilidad, Myriam sabía el enorme dolor que debía haber sentido mientras guardaba las cosas de Alex en cajas.
Y, por un momento, el dolor del hombre se convirtió en el suyo propio. Myriam tomó un par de diminutos vaqueros y acarició la tela, esperando que la emoción dejara de ahogarla.
—Quizá en Miami puedas encontrar alguna respuesta. Quizá puedas encontrar a Alex por fin —dijo cuando pudo hablar.
Los ojos marrones del hombre se volvieron fríos.
—No lo creo. Pero sí creo que debo hacer un último intento antes de dejar atrás el pasado definitivamente. Al contrario que tú, yo hace tiempo que dejé de creer en los finales felices.
—Sé que a veces no hay finales felices, Víctor. Sé que la vida no es justa y que a veces ganan los malos.
Víctor la miró, irónico.
—Tú mantuviste una mala relación con un hombre que te defraudó cuando quedaste embarazada. ¿Qué sabes tú del auténtico dolor?
Myriam lo miró, perpleja.
—¿En serio crees que tú eres el único ser humano que sufre? Cuando tenía diez años, mi madre murió. Mis padres estaban divorciados, así que mi hermana y yo tuvimos que ir a vivir con mi abuela porque mi padre no quería saber nada de nosotras.
—No me lo habías contado.
—¿Y por qué tenía que hacerlo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí —replicó ella, furiosa—. Aprendí muy joven que hay dos opciones en la vida. O eliges ser feliz o eliges no serlo. O luchas o te rindes. Tú tienes que decidir qué clase de hombre eres, Víctor. Un superviviente o una víctima.
—¿Has terminado? —preguntó él entonces, con una sonrisa en los labios.
—No estoy segura —contestó Myriam. Unos segundos después, sonrió también—. Bueno, supongo que sí.
—Me alegro. ¿Quieres un café? Podríamos sentarnos en la terraza y tomar un café mientras Leonardo juega con el coche de bomberos.
Myriam vaciló un momento. Le encantaría tomar un café, mirar la luna bailando sobre el agua y pasar un rato más con Víctor. Pero la escena era demasiado romántica… demasiado peligrosa.
—Será mejor que me vaya al hotel. Son casi las once y hace horas que Leonardo debería estar durmiendo. Además, si mañana vamos a Miami, habrá que levantarse temprano.
—Sí, tienes razón —asintió Víctor, su mirada de nuevo inescrutable.
Myriam miró las cajas y después a Leonardo, que seguía jugando en el suelo con el coche de bomberos.
—¿Te importa vigilarlo mientras yo llevo las cajas al coche?
—Sí. Perdona que no pueda ayudarte.
Ella sonrió.
—No pasa nada. Puedo hacerlo yo sólita.
Mientras guardaba las cajas en el maletero, Myriam intentaba no pensar cuánto le gustaría quedarse un rato más.
Sin saber cómo, durante las últimas setenta y dos horas, su relación con Víctor se había transformado en algo más serio.
Si fuera sensata, saldría corriendo. Si fuera sensata, se echaría atrás en sus planes de llevarlo a Miami y no volvería a verlo nunca.
Y cuando cerraba la puerta del maletero, se preguntó por qué no tenía intención de ser sensata.
— Señor García, ¿recuerda a la persona que llevaba el caso hace dos años? —preguntó Barbara Klein—. No es necesario, pero si lo supiéramos, quizá podría encontrar antes el informe.
Víctor frunció el ceño, intentando recordar el nombre de la persona que lo había atendido la primera vez que acudió a los Servicios Sociales de Miami.
—Green. Su apellido era Green, pero no recuerdo el nombre de pila.
—Elizabeth —dijo Barbara entonces—. Solo estuvo con nosotros durante unos meses. Me temo que tenía un problema con el alcohol.
Víctor sonrió con tristeza.
—Supongo que era por eso por lo que nunca podía ayudarme.
En ese momento, Myriam tomó su mano y Víctor se sorprendió.
Y lo que más lo sorprendía era cómo agradecía el gesto. El calor, la fuerza que le daba la mano femenina parecía llegarlo al corazón.
El teléfono sonó en ese momento y Barbara contestó. Cuando colgó, sonrió como pidiendo disculpas.
—Tengo que atender un asunto urgente. Si no les importa esperar un momento, volveré enseguida —dijo, saliendo del despacho.
Víctor se levantó y empezó a pasear por la habita¬ción.
—Tenía que pasarme a mí. Una asistente social con problemas de alcohol —murmuró, sacudiendo la cabeza.
—Barbara Klein no parece tener ese problema, así que quizá puedas conseguir alguna respuesta.
—He estado pensando en seguir tu consejo y ponerme de nuevo en contacto con los Servicios Sociales de Miami.
Víctor la sorprendió diciendo aquello mientras limpiaban los platos.
—¿De verdad? —preguntó Myriam, ilusionada—. ¿Cuándo?
—No lo sé. Cuando vaya a Miami. No quiero hacerlo por teléfono. Es muy fácil ignorar una llamada telefónica.
—Yo te llevaré a Miami. Solo se tardan cuatro horas. Podríamos ir mañana.
—No puedo pedirte que hagas eso —dijo Víctor, incómodo—. Esto es asunto mío, mi vida. Y ya has tenido que perder mucho tiempo conmigo.
Myriam metió los platos en el lavavajillas.
—No me importa, Víctor. De verdad. Además, había pensado ir a Miami.
El la miró, incrédulo.
—¿Y para qué pensabas ir a Miami?
—Pensaba llevar a Leonardo al acuario.
Era cierto. Había leído información sobre el acuario de Miami, en el que ofrecían un espectáculo con delfines y pensaba ir, aunque no tenía decidida la fecha.
Víctor la miró a los ojos.
—¿Por qué haces esto? ¿Por qué estás perdiendo tus vacaciones conmigo?
Myriam hubiera querido responder frívolamente, pero no se le ocurría nada. «Porque aunque parezca una locura, me importas». Aquellas palabras aparecieron en su mente, aunque no las dijo en voz alta.
—No lo sé —contestó por fin—. Supongo que porque, a pesar de tus defectos, me caes bien.
Víctor tomó el bol de la ensalada.
—Pues eso prueba que estás como una cabra — dijo, guardándolo en la nevera—. A veces me pongo insoportable durante los viajes largos —le advirtió.
—Pues entonces te meteré en el maletero.
Víctor sonrió y en aquella sonrisa juvenil, Myriam vio algo frágil y precioso que los conectaba.
Y eso la emocionaba y la asustaba a la vez.
Él también pareció sentirlo. Podía verlo en sus ojos.
La sonrisa del hombre desapareció.
—Voy a darte lo que he guardado para ti. Supongo que es hora de que Leonardo se duerma y querrás volver al hotel.
—Sí, se está haciendo tarde —murmuró Myriam.
—Espera. Vuelvo enseguida.
Víctor desapareció por el pasillo y ella se sentó en una silla a esperar. Nunca había conocido a nadie tan extraño como él. Un segundo antes parecía invitarla a acercarse y después la rechazaba.
Le importaba Víctor García. Esa era la verdad. ¿Cómo podía haberse convertido en alguien tan importante en tan poco tiempo?
Se daba cuenta de que la decisión de ir a Miami y reanudar la búsqueda de Alex era un paso muy importante. Y si estuviera en sus manos, Myriam se encargaría de que no cejara hasta encontrar al hijo que había perdido.
Pero no estaba en sus manos.
En menos de dos semanas, ella estaría de vuelta en Kansas, inmersa en la rutina de una mujer trabajadora con un hijo, luchando por darle a Leonardo la vida que soñaba para él.
Víctor entró entonces en la cocina, con dos cajas de cartón en la mano.
—¿Qué es eso?
—Echa un vistazo.
Myriam abrió una de las cajas y cuando vio los juguetes, los reconoció inmediatamente. Eran los que había visto en la habitación de Alex dos días antes.
—¿Seguro que quieres regalarme todo esto? — preguntó, sorprendida.
Víctor se encogió de hombros.
—No tiene sentido que guarde estas cosas. Aunque Alex apareciera mañana mismo, sería demasiado mayor para estos juguetes.
Leonardo se levantó y miró hacia arriba, como si supiera que los regalos eran para él. Cuando su madre sacó un coche de bomberos, sus ojitos se iluminaron.
—Tamión —exclamó, dando palmaditas.
Con Leonardo ocupado, Myriam apartó la primera caja y miró en la segunda. Era ropa de niño. Todas las prendas llevaban la etiqueta puesta y eran de calidad.
—Hay varias tallas, sobre todo la dos y la tres, así que te vendrán bien.
—No sé qué decir —murmuró Myriam—. Gracias.
De nuevo, Víctor se encogió de hombros.
—Si no te lo diera a ti, se lo daría a alguna institución. Ya era hora de deshacerme de algunas cosas.
Aunque lo había dicho con aparente tranquilidad, Myriam sabía el enorme dolor que debía haber sentido mientras guardaba las cosas de Alex en cajas.
Y, por un momento, el dolor del hombre se convirtió en el suyo propio. Myriam tomó un par de diminutos vaqueros y acarició la tela, esperando que la emoción dejara de ahogarla.
—Quizá en Miami puedas encontrar alguna respuesta. Quizá puedas encontrar a Alex por fin —dijo cuando pudo hablar.
Los ojos marrones del hombre se volvieron fríos.
—No lo creo. Pero sí creo que debo hacer un último intento antes de dejar atrás el pasado definitivamente. Al contrario que tú, yo hace tiempo que dejé de creer en los finales felices.
—Sé que a veces no hay finales felices, Víctor. Sé que la vida no es justa y que a veces ganan los malos.
Víctor la miró, irónico.
—Tú mantuviste una mala relación con un hombre que te defraudó cuando quedaste embarazada. ¿Qué sabes tú del auténtico dolor?
Myriam lo miró, perpleja.
—¿En serio crees que tú eres el único ser humano que sufre? Cuando tenía diez años, mi madre murió. Mis padres estaban divorciados, así que mi hermana y yo tuvimos que ir a vivir con mi abuela porque mi padre no quería saber nada de nosotras.
—No me lo habías contado.
—¿Y por qué tenía que hacerlo? Hay muchas cosas que no sabes sobre mí —replicó ella, furiosa—. Aprendí muy joven que hay dos opciones en la vida. O eliges ser feliz o eliges no serlo. O luchas o te rindes. Tú tienes que decidir qué clase de hombre eres, Víctor. Un superviviente o una víctima.
—¿Has terminado? —preguntó él entonces, con una sonrisa en los labios.
—No estoy segura —contestó Myriam. Unos segundos después, sonrió también—. Bueno, supongo que sí.
—Me alegro. ¿Quieres un café? Podríamos sentarnos en la terraza y tomar un café mientras Leonardo juega con el coche de bomberos.
Myriam vaciló un momento. Le encantaría tomar un café, mirar la luna bailando sobre el agua y pasar un rato más con Víctor. Pero la escena era demasiado romántica… demasiado peligrosa.
—Será mejor que me vaya al hotel. Son casi las once y hace horas que Leonardo debería estar durmiendo. Además, si mañana vamos a Miami, habrá que levantarse temprano.
—Sí, tienes razón —asintió Víctor, su mirada de nuevo inescrutable.
Myriam miró las cajas y después a Leonardo, que seguía jugando en el suelo con el coche de bomberos.
—¿Te importa vigilarlo mientras yo llevo las cajas al coche?
—Sí. Perdona que no pueda ayudarte.
Ella sonrió.
—No pasa nada. Puedo hacerlo yo sólita.
Mientras guardaba las cajas en el maletero, Myriam intentaba no pensar cuánto le gustaría quedarse un rato más.
Sin saber cómo, durante las últimas setenta y dos horas, su relación con Víctor se había transformado en algo más serio.
Si fuera sensata, saldría corriendo. Si fuera sensata, se echaría atrás en sus planes de llevarlo a Miami y no volvería a verlo nunca.
Y cuando cerraba la puerta del maletero, se preguntó por qué no tenía intención de ser sensata.
— Señor García, ¿recuerda a la persona que llevaba el caso hace dos años? —preguntó Barbara Klein—. No es necesario, pero si lo supiéramos, quizá podría encontrar antes el informe.
Víctor frunció el ceño, intentando recordar el nombre de la persona que lo había atendido la primera vez que acudió a los Servicios Sociales de Miami.
—Green. Su apellido era Green, pero no recuerdo el nombre de pila.
—Elizabeth —dijo Barbara entonces—. Solo estuvo con nosotros durante unos meses. Me temo que tenía un problema con el alcohol.
Víctor sonrió con tristeza.
—Supongo que era por eso por lo que nunca podía ayudarme.
En ese momento, Myriam tomó su mano y Víctor se sorprendió.
Y lo que más lo sorprendía era cómo agradecía el gesto. El calor, la fuerza que le daba la mano femenina parecía llegarlo al corazón.
El teléfono sonó en ese momento y Barbara contestó. Cuando colgó, sonrió como pidiendo disculpas.
—Tengo que atender un asunto urgente. Si no les importa esperar un momento, volveré enseguida —dijo, saliendo del despacho.
Víctor se levantó y empezó a pasear por la habita¬ción.
—Tenía que pasarme a mí. Una asistente social con problemas de alcohol —murmuró, sacudiendo la cabeza.
—Barbara Klein no parece tener ese problema, así que quizá puedas conseguir alguna respuesta.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Simplemente un Beso...FINAL
Capítulo 10
El intentó disimular su irritación. Una irritación que llevaba toda la mañana intentando disimular. Y sabía lo que causaba aquella irritación. La frustración sexual.
Había pasado la mañana metido en el coche con Myriam, envuelto en su aroma, teniendo que soportar una proximidad que lo sacaba de quicio.
Cuando le había preguntado si quería tomar un café la noche anterior, lo que había querido en realidad era que se quedara a pasar la noche.
Había querido que durmiera en su cama, en sus brazos, después de haber hecho el amor apasionadamente. Había querido ver el sol iluminando sus facciones al amanecer mientras la despertaba con suaves caricias.
Víctor se sentó de nuevo cuando Barbara volvió a entrar en el despacho.
—Necesito toda la información que pueda darme —dijo la mujer—. Y veremos qué se puede averiguar.
Durante una hora, Víctor le dio a Barbara Klein toda la información posible sobre Sherry y Alex y le explicó que quería recuperar a su hijo.
—Muy bien. Sé que ha esperado mucho tiempo y es una pena que Elizabeth Green llevara su caso, pero imagino que sabrá que hacen falta al menos tres semanas para averiguar algo —dijo la señora Klein, levantándose—. No damos información sobre los niños acogidos en los Servicios Sociales a cualquiera que entre por esa puerta.
Víctor y Myriam se levantaron a su vez, con Leonardo prácticamente pegado a la pierna de Víctor.
—Entonces, ¿me llamarán en cuanto sepan algo?
—Se lo prometo —sonrió ella.
Cuando salían del despacho, Víctor se sintió absurdamente desilusionado. Sabía que no podía esperar nada de aquella visita, pero la energía y esperanza que había llevado con él habían desaparecido.
—¿Estás bien? —preguntó Myriam, cuando entraban en el coche.
—Sí. Esperemos que a Barbara Klein no le de por beber de aquí a un par de semanas.
—No creo que debas preocuparte por eso. Parece una persona muy profesional. Quizá deberíamos volver a Masón Bridge —dijo Myriam, mientras arrancaba—. Supongo que esto debe haber sido difícil para ti.
—No —dijo él, haciendo un gesto con la mano—. Vamos al acuario. Leo quiere ver a los delfines.
Víctor hubiera deseado que ella dejara de mirarlo de esa forma, como si le importara, como si estuviera preocupada por él. Cuando lo miraba así, solo podía pensar en tomarla en sus brazos y besarla hasta que cerrara esos ojos que tanto lo turbaban.
—Muy bien. Pues vamos al acuario.
Unos minutos después, dejaban el coche en el aparcamiento. Durante dos horas disfrutaron del espectáculo de los delfines y las ballenas, aprendieron muchas cosas sobre esos animales y comieron hamburguesas en una terraza.
Eran casi las seis cuando subieron al coche para volver a Masón Bridge. Durante una hora, se mantuvieron en silencio, roto ocasionalmente por Leonardo, que señalaba hacia la ventanilla, ejercitando su vocabulario.
De nuevo, Víctor se encontró a sí mismo luchando contra el deseo que sentía por Myriam. La había estado observando por el rabillo del ojo en el acuario.
Su risa lo excitaba, su entusiasmo por todo lo volvía loco.
Mientras miraba por la ventanilla, se preguntaba si el destino habría puesto a Myriam Montemayor en su camino solo para hacerle perder la cabeza.
—Cuéntame algo de ti que yo no sepa —dijo de repente. Quizá si hablaban, podría quitarse de la cabeza aquellos pensamientos.
—¿Perdona?
—Anoche dijiste que había muchas cosas de ti que yo no sabía. Cuéntamelas ahora —dijo Víctor, sin querer fijarse en cómo el sol que entraba por la ventanilla iluminaba su rostro, dándole un brillo dorado.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Quería saber por qué su usa era como una manta envolviéndolo en una noche fría. Quería saber por qué el olor de su perfume lo mareaba de deseo. Quería saber por qué estaba tan segura de que no era el hombre de sus sueños. Y querer saber todas esas co¬sas lo asustaba de muerte.
—No lo sé… Háblame de tu abuela.
—Mi abuela nos crió a mi hermana y a mí. Pero yo siempre sentí un agujero en el corazón por la ausencia de mi madre.
Víctor asintió. Lo entendía muy bien. Él también tenía un agujero en el corazón por la ausencia de Alex.
—Y el padre de Leonardo… ¿estabas muy enamorada de él?
Myriam dudó un momento antes de contestar.
—Pensaba que sí, pero ahora sé que estaba enamorada de la idea de estarlo. Mi hermana pequeña estaba casada y tenía dos niños preciosos y yo acababa de terminar mis estudios y me sentía sola.
—Y entonces apareció el padre de Leo y tú supiste inmediatamente que era tu príncipe azul.
Myriam le sacó la lengua y Víctor soltó una carcajada.
—Cuando conocí a Carlos, tenía mis reservas. El salía mucho por las noches, le gustaba el heavy metal y tenía un estéreo en el coche que atronaba a todo el barrio.
—Puedo imaginarme la clase de tipo que era.
Myriam hizo una mueca.
—La verdad es que no era mala persona. Carlos me hacía sentir preciosa y deseada. Y no me sentía sola a su lado. Yo pensé que era amor, pero no lo era.
—Ya.
Víctor se preguntó si él la haría sentir preciosa y deseada. Y si con él no se sentiría sola.
—¿Por qué no me hablas tú de Sherry? Dijiste que le habías pedido que se casara contigo. ¿Estabas enamorado de ella?
—No —confesó él—. Me importaba y la quería como madre de mi hijo, pero no estaba enamorado de ella. Yo creo que Sherry sabía que no lo estaba y por eso no quiso casarse conmigo.
De nuevo se quedaron en silencio y Víctor miró por la ventanilla, intentando entender las conflictivas emociones que sentía por Myriam.
¿Tan sorprendente era que la deseara físicamente? Era una mujer muy atractiva. Hacía mucho tiempo que él no estaba con una mujer y era lógico que la deseara.
Víctor se negaba a pensar que su deseo por ella fuera más complicado que eso.
Eran las diez cuando llegaron a su casa y el cielo estaba cuajado de estrellas.
—¿Por qué no entras para tomar la taza de café que no tomaste anoche? —le preguntó. Myriam apagó el motor y se volvió para mirar a Leonardo, que dormía en su sillita—. Podrías ponerlo en la cuna de Alex.
Ella vaciló un momento.
—Muy bien. Pero solo un ratito.
Minutos más tarde, Víctor observaba desde el umbral cómo ella colocaba a Leo en la cuna en la que, una vez, había dormido su hijo.
Myriam besó al niño en la frente y lo cubrió con una mantita. Al ver el amor en los ojos femeninos, el corazón de Víctor se encogió.
¿Habría alguien cubriendo a Alex con una manta en ese momento? ¿Besándolo en la frente y dándole las buenas noches? Víctor esperaba que sí. La idea de que su hijo estuviera solo o fuera infeliz lo atormentaba.
Angustiado, fue a la cocina para encender la cafetera. No podía seguir pensando en Alex o se volvería loco.
—Está completamente dormido —dijo Myriam, entrando unos segundos después.
—El café estará listo dentro de un momento.
Ella lo miró entonces, con aquellos ojos avellanas que lo hacían desear ahogarse en ellos.
—Debe ser difícil para ti estar con Leonardo.
—Estoy aprendiendo a vivir con el miedo constante de algún asalto, pero no importa —intentó bromear él.
—Lo digo en serio. Acabo de darme cuenta.
Víctor tomó dos tazas del armario y se volvió hacia la mesa.
—Al principio, me resultaba difícil —admitió—. Leo tiene la misma edad que tenía Alex cuando lo perdí. Cada vez que Leo me miraba, me recordaba a mi hijo.
—Lo siento mucho. Debería haber pensado…
—Por favor, no te disculpes. Además del dolor, me ha hecho recordar muchas alegrías. Y, de repente, no sé cómo, Leo ha dejado de recordarme a Alex y se ha convertido en Leonardo, una persona diferente —sonrió Víctor—. ¿Cómo quieres el café?
—Solo.
—Vamos a tomarlo en la terraza.
Ella asintió. Cuando entraban en el dormitorio, Víctor intentó no mirar la cama, intentó no imaginarse a sí mismo allí, con Myriam desnuda entre sus brazos.
La noche era cálida, aunque la brisa del mar la refrescaba un poco. El cielo estaba brillante de estrellas, que iluminaban la terraza.
Myriam se sentó en una silla y Víctor lo hizo a su lado. Estaba guapísima bajo la luna y podía oler su perfume, mezclado con el olor a sal.
—Parece que, durante los últimos días, no he dejado de darte las gracias, pero quiero dártelas de nuevo… por llevarme a Miami.
—Espero que obtengas algún resultado del viaje —suspiró Myriam, poniendo una mano sobre su brazo—. Me encantaría que encontrases a Alex.
Víctor se levantó para acercarse a la barandilla de la terraza. Se quedó mirando las olas, sin atreverse a soñar que aquello fuera verdad algún día.
Ella se colocó a su lado unos segundos después.
—Esto es tan bonito —dijo en voz baja—. Debe ser precioso ver amanecer desde aquí.
Víctor se volvió para mirarla al mismo tiempo que lo hacía ella. No sabía quién de los dos había dado el primer paso, solo que, de repente, Myriam estaba en sus brazos y él se hundía en sus ojos avellanas. Y después, en la dulzura de sus labios.
Myriam no se apartó. Todo lo contrario, se apoyó sobre su pecho, tan ansiosa como él.
Víctor la estrechó entre sus brazos y acarició su espalda sin dejar de besarla, haciendo que sus lenguas bailaran con un frenético ritmo de deseo.
La brisa del mar no podía calmar la fiebre que lo poseía, todo lo contrario.
Hambriento, metió las manos por debajo de la camiseta para acariciar la suave piel femenina mientras seguía tomando posesión de su boca, comiéndosela, permitiendo que su dulzura lo llenara.
Por fin, con desgana, dio un paso atrás y la miró a los ojos.
—Quédate conmigo, Myriam. Quédate esta noche y por la mañana los dos podremos admirar el amanecer.
Víctor vio el deseo en los ojos femeninos y de nuevo buscó sus labios. No recordaba haber deseado a una mujer como la deseaba a ella. Y sabía que Myriam lo deseaba con la misma intensidad.
Cuando se apartaron, los dos estaban sin aliento.
—Quédate —susurró, acariciando su cara. Myriam cerró los ojos. Las caricias del hombre eran más de lo que podía soportar—. Deja que te haga el amor, deja que te abrace. Quédate esta noche, Myriam.
Prontoo, muy pronto el Final!!
El intentó disimular su irritación. Una irritación que llevaba toda la mañana intentando disimular. Y sabía lo que causaba aquella irritación. La frustración sexual.
Había pasado la mañana metido en el coche con Myriam, envuelto en su aroma, teniendo que soportar una proximidad que lo sacaba de quicio.
Cuando le había preguntado si quería tomar un café la noche anterior, lo que había querido en realidad era que se quedara a pasar la noche.
Había querido que durmiera en su cama, en sus brazos, después de haber hecho el amor apasionadamente. Había querido ver el sol iluminando sus facciones al amanecer mientras la despertaba con suaves caricias.
Víctor se sentó de nuevo cuando Barbara volvió a entrar en el despacho.
—Necesito toda la información que pueda darme —dijo la mujer—. Y veremos qué se puede averiguar.
Durante una hora, Víctor le dio a Barbara Klein toda la información posible sobre Sherry y Alex y le explicó que quería recuperar a su hijo.
—Muy bien. Sé que ha esperado mucho tiempo y es una pena que Elizabeth Green llevara su caso, pero imagino que sabrá que hacen falta al menos tres semanas para averiguar algo —dijo la señora Klein, levantándose—. No damos información sobre los niños acogidos en los Servicios Sociales a cualquiera que entre por esa puerta.
Víctor y Myriam se levantaron a su vez, con Leonardo prácticamente pegado a la pierna de Víctor.
—Entonces, ¿me llamarán en cuanto sepan algo?
—Se lo prometo —sonrió ella.
Cuando salían del despacho, Víctor se sintió absurdamente desilusionado. Sabía que no podía esperar nada de aquella visita, pero la energía y esperanza que había llevado con él habían desaparecido.
—¿Estás bien? —preguntó Myriam, cuando entraban en el coche.
—Sí. Esperemos que a Barbara Klein no le de por beber de aquí a un par de semanas.
—No creo que debas preocuparte por eso. Parece una persona muy profesional. Quizá deberíamos volver a Masón Bridge —dijo Myriam, mientras arrancaba—. Supongo que esto debe haber sido difícil para ti.
—No —dijo él, haciendo un gesto con la mano—. Vamos al acuario. Leo quiere ver a los delfines.
Víctor hubiera deseado que ella dejara de mirarlo de esa forma, como si le importara, como si estuviera preocupada por él. Cuando lo miraba así, solo podía pensar en tomarla en sus brazos y besarla hasta que cerrara esos ojos que tanto lo turbaban.
—Muy bien. Pues vamos al acuario.
Unos minutos después, dejaban el coche en el aparcamiento. Durante dos horas disfrutaron del espectáculo de los delfines y las ballenas, aprendieron muchas cosas sobre esos animales y comieron hamburguesas en una terraza.
Eran casi las seis cuando subieron al coche para volver a Masón Bridge. Durante una hora, se mantuvieron en silencio, roto ocasionalmente por Leonardo, que señalaba hacia la ventanilla, ejercitando su vocabulario.
De nuevo, Víctor se encontró a sí mismo luchando contra el deseo que sentía por Myriam. La había estado observando por el rabillo del ojo en el acuario.
Su risa lo excitaba, su entusiasmo por todo lo volvía loco.
Mientras miraba por la ventanilla, se preguntaba si el destino habría puesto a Myriam Montemayor en su camino solo para hacerle perder la cabeza.
—Cuéntame algo de ti que yo no sepa —dijo de repente. Quizá si hablaban, podría quitarse de la cabeza aquellos pensamientos.
—¿Perdona?
—Anoche dijiste que había muchas cosas de ti que yo no sabía. Cuéntamelas ahora —dijo Víctor, sin querer fijarse en cómo el sol que entraba por la ventanilla iluminaba su rostro, dándole un brillo dorado.
—¿Qué es lo que quieres saber?
Quería saber por qué su usa era como una manta envolviéndolo en una noche fría. Quería saber por qué el olor de su perfume lo mareaba de deseo. Quería saber por qué estaba tan segura de que no era el hombre de sus sueños. Y querer saber todas esas co¬sas lo asustaba de muerte.
—No lo sé… Háblame de tu abuela.
—Mi abuela nos crió a mi hermana y a mí. Pero yo siempre sentí un agujero en el corazón por la ausencia de mi madre.
Víctor asintió. Lo entendía muy bien. Él también tenía un agujero en el corazón por la ausencia de Alex.
—Y el padre de Leonardo… ¿estabas muy enamorada de él?
Myriam dudó un momento antes de contestar.
—Pensaba que sí, pero ahora sé que estaba enamorada de la idea de estarlo. Mi hermana pequeña estaba casada y tenía dos niños preciosos y yo acababa de terminar mis estudios y me sentía sola.
—Y entonces apareció el padre de Leo y tú supiste inmediatamente que era tu príncipe azul.
Myriam le sacó la lengua y Víctor soltó una carcajada.
—Cuando conocí a Carlos, tenía mis reservas. El salía mucho por las noches, le gustaba el heavy metal y tenía un estéreo en el coche que atronaba a todo el barrio.
—Puedo imaginarme la clase de tipo que era.
Myriam hizo una mueca.
—La verdad es que no era mala persona. Carlos me hacía sentir preciosa y deseada. Y no me sentía sola a su lado. Yo pensé que era amor, pero no lo era.
—Ya.
Víctor se preguntó si él la haría sentir preciosa y deseada. Y si con él no se sentiría sola.
—¿Por qué no me hablas tú de Sherry? Dijiste que le habías pedido que se casara contigo. ¿Estabas enamorado de ella?
—No —confesó él—. Me importaba y la quería como madre de mi hijo, pero no estaba enamorado de ella. Yo creo que Sherry sabía que no lo estaba y por eso no quiso casarse conmigo.
De nuevo se quedaron en silencio y Víctor miró por la ventanilla, intentando entender las conflictivas emociones que sentía por Myriam.
¿Tan sorprendente era que la deseara físicamente? Era una mujer muy atractiva. Hacía mucho tiempo que él no estaba con una mujer y era lógico que la deseara.
Víctor se negaba a pensar que su deseo por ella fuera más complicado que eso.
Eran las diez cuando llegaron a su casa y el cielo estaba cuajado de estrellas.
—¿Por qué no entras para tomar la taza de café que no tomaste anoche? —le preguntó. Myriam apagó el motor y se volvió para mirar a Leonardo, que dormía en su sillita—. Podrías ponerlo en la cuna de Alex.
Ella vaciló un momento.
—Muy bien. Pero solo un ratito.
Minutos más tarde, Víctor observaba desde el umbral cómo ella colocaba a Leo en la cuna en la que, una vez, había dormido su hijo.
Myriam besó al niño en la frente y lo cubrió con una mantita. Al ver el amor en los ojos femeninos, el corazón de Víctor se encogió.
¿Habría alguien cubriendo a Alex con una manta en ese momento? ¿Besándolo en la frente y dándole las buenas noches? Víctor esperaba que sí. La idea de que su hijo estuviera solo o fuera infeliz lo atormentaba.
Angustiado, fue a la cocina para encender la cafetera. No podía seguir pensando en Alex o se volvería loco.
—Está completamente dormido —dijo Myriam, entrando unos segundos después.
—El café estará listo dentro de un momento.
Ella lo miró entonces, con aquellos ojos avellanas que lo hacían desear ahogarse en ellos.
—Debe ser difícil para ti estar con Leonardo.
—Estoy aprendiendo a vivir con el miedo constante de algún asalto, pero no importa —intentó bromear él.
—Lo digo en serio. Acabo de darme cuenta.
Víctor tomó dos tazas del armario y se volvió hacia la mesa.
—Al principio, me resultaba difícil —admitió—. Leo tiene la misma edad que tenía Alex cuando lo perdí. Cada vez que Leo me miraba, me recordaba a mi hijo.
—Lo siento mucho. Debería haber pensado…
—Por favor, no te disculpes. Además del dolor, me ha hecho recordar muchas alegrías. Y, de repente, no sé cómo, Leo ha dejado de recordarme a Alex y se ha convertido en Leonardo, una persona diferente —sonrió Víctor—. ¿Cómo quieres el café?
—Solo.
—Vamos a tomarlo en la terraza.
Ella asintió. Cuando entraban en el dormitorio, Víctor intentó no mirar la cama, intentó no imaginarse a sí mismo allí, con Myriam desnuda entre sus brazos.
La noche era cálida, aunque la brisa del mar la refrescaba un poco. El cielo estaba brillante de estrellas, que iluminaban la terraza.
Myriam se sentó en una silla y Víctor lo hizo a su lado. Estaba guapísima bajo la luna y podía oler su perfume, mezclado con el olor a sal.
—Parece que, durante los últimos días, no he dejado de darte las gracias, pero quiero dártelas de nuevo… por llevarme a Miami.
—Espero que obtengas algún resultado del viaje —suspiró Myriam, poniendo una mano sobre su brazo—. Me encantaría que encontrases a Alex.
Víctor se levantó para acercarse a la barandilla de la terraza. Se quedó mirando las olas, sin atreverse a soñar que aquello fuera verdad algún día.
Ella se colocó a su lado unos segundos después.
—Esto es tan bonito —dijo en voz baja—. Debe ser precioso ver amanecer desde aquí.
Víctor se volvió para mirarla al mismo tiempo que lo hacía ella. No sabía quién de los dos había dado el primer paso, solo que, de repente, Myriam estaba en sus brazos y él se hundía en sus ojos avellanas. Y después, en la dulzura de sus labios.
Myriam no se apartó. Todo lo contrario, se apoyó sobre su pecho, tan ansiosa como él.
Víctor la estrechó entre sus brazos y acarició su espalda sin dejar de besarla, haciendo que sus lenguas bailaran con un frenético ritmo de deseo.
La brisa del mar no podía calmar la fiebre que lo poseía, todo lo contrario.
Hambriento, metió las manos por debajo de la camiseta para acariciar la suave piel femenina mientras seguía tomando posesión de su boca, comiéndosela, permitiendo que su dulzura lo llenara.
Por fin, con desgana, dio un paso atrás y la miró a los ojos.
—Quédate conmigo, Myriam. Quédate esta noche y por la mañana los dos podremos admirar el amanecer.
Víctor vio el deseo en los ojos femeninos y de nuevo buscó sus labios. No recordaba haber deseado a una mujer como la deseaba a ella. Y sabía que Myriam lo deseaba con la misma intensidad.
Cuando se apartaron, los dos estaban sin aliento.
—Quédate —susurró, acariciando su cara. Myriam cerró los ojos. Las caricias del hombre eran más de lo que podía soportar—. Deja que te haga el amor, deja que te abrace. Quédate esta noche, Myriam.
Prontoo, muy pronto el Final!!
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