De la ira al amor.... Capitulo Final
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
PARECE QUE MYRIAM ENCONTRO UNA PEQUEÑA RENDIJA EN LUCIO, PARA ENCONTRAR EL MOTIVO DE SU ENFERMEDAD.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
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mats310863- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
hola chicas aqui tiene este capitulo antes del final que se los pondre mañana, gracias por cada uno de sus comentarios....
Capítulo 9
Myriam se arregló la ropa mientras Víctor hacía lo mismo.
—Lucio… —dijo.
Víctor corrió a las habitaciones de Bianca y Lucio, mientras se seguían oyendo los gritos del pequeño.
Era un sonido aterrador, casi inhumano, como de animal desesperado.
Víctor se detuvo en la puerta de la habitación de Lucio.
Bianca estaba sentada en su cama, tratando de consolarlo.
—Lucio… Por favor, Lucio, soy mamá. Déjame que te abrace…
Pero era como si el niño no la oyese. Tenía expresión de terror, de sus ojos caían lágrimas y su boca se abría en una interminable «o» de miedo.
Bianca se acercó a abrazarlo, pero él la rechazó tan violentamente que ella se habría caído de la cama de no haber sido por Víctor que la sujetó.
—Lucio… —repitió Bianca, sollozando.
Era una escena tétrica, una escena de devastación y tormento.
—Haz algo —dijo Víctor.
Myriam se acercó. Se sentó cerca de Lucio en la cama, y le puso el brazo en el hombro. Con la otra mano le agarró el puño que esgrimía el niño, y suave pero firmemente se lo volvió a poner en el regazo, donde siguió agitándose.
—Tranquilo, Lucio —le dijo serenamente—. Tranquilo… No pasa nada… No está mal tener miedo… No está mal sentir.
Lucio se puso tenso, su cuerpo seguía temblando, y Myriam se puso en el lugar de Bianca para rodearlo con sus brazos.
—Tranquilo… Sigue si quieres… Tu cuerpo está temblando. Déjalo que tiemble… No está mal llorar… No está mal sentir…
Ella sintió los ojos de Víctor mirándola, y supo que él sabía que ella no sólo estaba hablando de Lucio.
Myriam continuó murmurando, afirmando las emociones que el niño expresaba con su cuerpo y su mente con fuerza inusitada, hasta que por fin Lucio se apoyó en el hombro de su madre, medio dormido. En el último momento antes de dormirse totalmente, miró a Myriam.
—Lo vi —susurró—. Lo vi y corrí —balbuceó Lucio.
Myriam se puso rígida por el shock. Lucio se relajó y se durmió.
Bianca lo abrazó y le acarició el cabello, mientras lloraba silenciosamente.
—Sigue abrazándolo… —le dijo Myriam a Bianca—. Hasta que se duerma totalmente.
—Ha hablado —dijo Bianca, en estado de shock—. Ha hablado. ¿Qué ha dicho? ¿Va a…? ¿Va a estar…? —balbuceó.
—Es un paso en la dirección adecuada —le dijo Myriam—. Eso es bueno.
Myriam miró hacia la puerta buscando a Víctor, pero éste se había marchado.
Myriam caminó por el pasillo con el corazón oprimido. Lucio acababa de empezar el camino hacia su cura, y tal vez ella también.
Necesitaba hablar con Víctor acerca de lo que había sucedido.
Él no estaba abajo. Las habitaciones estaban a oscuras. Buscó en el estudio de arte, y sólo vio pinceles desparramados y un vaso roto.
Después de un momento de duda fue a su dormitorio y golpeó la puerta sin respuesta. Volvió a golpear.
—¿Víctor?
Después de un largo momento, Víctor abrió la puerta.
—¿Está bien Lucio? —preguntó.
—Sé que es duro verlo, pero la liberación de sus emociones reprimidas es definitivamente un paso en la dirección correcta.
—Ha sido una noche horrible para todo el mundo —dijo él con una débil sonrisa.
Parecía decirle: «No vengas. No te acerques».
—Víctor, ¿puedo entrar?
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué no me dejas que me acerque? Ahora que yo te he dejado acercarte a mí, ¿por qué?
Él sonrió. Le tocó la mejilla y bajó la mano.
—Necesitabas contarle a alguien lo que te habías estado reprimiendo… Como Lucio… Pero lo que sucedió entre nosotros después… fue un error. Supongo que tú también te has dado cuenta —dijo él.
—Estábamos enfadados. No estuvo bien. Lo sé, pero…
—Hemos hecho bien en parar. Que Lucio nos hiciera parar…
—¿Por qué? —ella se sintió vulnerable, pero quería saber—. ¿Por qué? Víctor, no quiero que estemos enfadados, pero tal vez ambos necesitemos reflexionar sobre lo que ha sucedido entre nosotros, sobre lo que sentimos…
Ella le hubiera gritado: «Te amo», pero no pudo. No en aquel momento en que él estaba tan distante. Ella no podía soportar otro silencio.
—Myriam, hemos decidido olvidar el pasado, ser amigos. Dejémoslo así.
—¿Es eso lo que realmente quieres?
Víctor se quedó en silencio, un interminable momento en que ella se retorció de ansiedad. Él presintió que ella lo amaba. Pero no dijo nada.
Y cuando Víctor habló por fin, ella deseó que no lo hubiera hecho.
—Sí, eso es lo que quiero —respondió.
Y cerró la puerta en su cara.
Víctor se apoyó contra la pared y oyó la respiración agitada de Myriam.
Le había hecho daño. Lo sabía. Y lo sentía. Lo sentía mucho.
Pero era necesario.
No podía dejar que lo amase, con toda esa esperanza y esa fe en sus ojos brillantes. No cuando ella estaba tan deseosa de creer que él podía darle lo que ella necesitaba.
Él no podía dárselo. Él sabía que no podía. No quería volver a hacerle daño.
No podía hacerla feliz. Su amor no valía nada y sólo la decepcionaría. Y él mismo sufriría una decepción.
Era mejor así.
Cerró los ojos y deseó que ella se marchase antes de que él abriese nuevamente la puerta y la abrazara y la besara y le dijera que le daba igual que no pudiera hacerla feliz. Que la quería igualmente. Y que la tendría.
Víctor puso la mano en el picaporte de la puerta. Y entonces, finalmente, oyó que Myriam se alejaba, decepcionada.
Víctor se apartó de la pared y se hundió en su cama.
Era mejor así.
Myriam se despertó con el cuerpo cansado de dormir mal.
Se incorporó en la cama y encogió sus rodillas hacia el pecho. Había creído durante tanto tiempo que Víctor no la amaba… Él no le había contestado aquella vez cuando ella le había preguntado si la amaba. Y no le contestaría ahora.
Pero había visto su ternura y las emociones contradictorias que sentía. Lo mismo que le había pasado a ella.
Ella lo amaba, y sin embargo se había resistido a ese sentimiento con todas sus fuerzas…
¿Y si a Víctor le pasaba lo mismo?
¿Y si la amaba y no quería hacerlo? ¿Y si tenía miedo de amarla incluso?
¿Y si sentía lo mismo que ella? Aquel pensamiento era literalmente increíble, pero era maravilloso y aterrador.
Si Víctor la amaba… Lo único que tenía que hacer era hacer que lo admitiese. Que lo confesara. Una tarea imposible.
Myriam agitó la cabeza. No podía pensar en Víctor. Tenía que concentrarse en Lucio y su recuperación. Y para ello, necesitaba ayuda.
Se duchó y vistió rápidamente y bajó a desayunar. Bianca estaba en la cocina y Lucio estaba desayunando.
Myriam saludó a Bianca. Ésta tenía cara de cansancio, pero se la veía contenta.
—Hola, Lucio —Myriam se agachó para mirar al niño y le puso una mano en el hombro.
El niño no la miró y se quedó callado un momento, pero Myriam esperó.
Finalmente giró la cabeza a modo de saludo y dijo: —Hola.
A Bianca se le iluminó la cara. Myriam sonrió.
—¿Te apetece hacer actividades artísticas conmigo hoy?
Lucio volvió a girar la cabeza a modo de asentimiento. Myriam lo aceptó. Era suficiente. Se sentó a desayunar.
Víctor no estaba. Y ella no necesitó que Bianca le dijera que se había ido a Roma. Ahora era él quien huía, pensó ella. Después del desayuno Myriam llevó a Lucio al estudio de arte. Afortunadamente alguien había limpiado el cristal roto y ordenado los pinceles. ¿Habría sido Bianca? ¿Víctor?
—¿Por qué no echas una ojeada a los materiales, Lucio? ¿Te apetecería dibujar algo? ¿Pintar? ¿Trabajar con arcilla?
Lucio fue tentativamente a las pinturas de cera y seleccionó una verde y empezó a dibujar: hierba. Un campo.
Myriam lo observó en silencio mientras el dibujo y su memoria cobraban forma. Un campo. Una caja roja con círculos negros a un lado… un tractor, pensó Myriam. Un tractor dado volcado.
Y detrás de una roca, una figura. Un niño con lágrimas enormes, grandes gotas negras.
Después de un momento, Lucio le dio el dibujo bruscamente. Tenía una expresión dura, decidida.
—¿Es esto lo que viste, Lucio? —preguntó Myriam suavemente—. ¿Viste a tu padre en el tractor?
El labio del niño tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras asentía y decía:
—Yo debía estar durmiendo la siesta… Pero quería ver a papá… Él me miró y me saludó… —dejó de hablar y empezó a temblar.
Myriam le puso una mano en el hombro. Pudo adivinar el resto. Enzo, mientras saludaba a su hijo, dejó de mirar el campo, se chocó con una roca o un árbol, y el tractor había volcado. Lucio lo había visto todo, y aterrado, había salido corriendo.
—Lucio, gracias por contármelo. Sé que no ha sido fácil. Es duro contar la verdad. Pero no fue culpa tuya que muriese tu papá, aunque eso sea lo que sientas. No ha sido culpa tuya…
Lucio se tragó un sollozo, y agitó la cabeza.
—Salí corriendo.
—Estabas asustado. No sabías qué hacer. No ha sido culpa tuya.
Pero Lucio no era capaz de aceptar la absolución que le ofrecía Myriam.
—Quiero ir con mamá —susurró Lucio después de un momento.
—Vamos a buscarla —asintió Myriam y agarró la mano del niño para salir del estudio.
Más tarde, cuando Lucio estaba durmiendo, Myriam habló con Bianca y le explicó todo.
—¿Lo presenció? —Bianca estaba pálida, horrorizada—. ¡Mi pobre Lucio! ¡Y todo este tiempo se lo ha estado guardando!
—Se siente culpable —le explicó Myriam—. Culpable por estar allí en primer lugar, y luego por huir. Tendrá que hablar con un psiquiatra, Bianca. Necesitará una terapia, algo más de lo que yo puedo ofrecerle, para que procese y acepte lo que ha sucedido.
Bianca asintió.
—¿Pero cree… que…? —susurró Bianca.
—Cuanto más apoyo se le dé, más fácil le será aceptar lo que ha sucedido y salir adelante —dijo Myriam.
—Eso espero.
—Yo también.
Se sentaron en silencio, mirando las montañas.
—Me gustaría ir a Milán —dijo Myriam después de un momento—. Para hablar con el doctor Sanperi. Él es un psiquiatra muy bueno, y sabrá qué debemos hacer con Lucio.
—Haga lo que tenga que hacer.
—¿Sabes cuándo regresará Víctor?
—No lo ha dicho —sonrió tristemente Bianca—. Tenía un aspecto terrible esta mañana, como si no hubiera dormido.
Myriam asintió.
—Yo tampoco dormí bien —admitió Myriam.
—¿Qué sucede? Están enamorados, ¿no?
Myriam se quedó callada un momento. Sí, estaban enamorados. Tenía que creer que Víctor la amaba.
—A veces, el amor no es suficiente —respondió Myriam con tristeza.
—El amor es siempre suficiente —protestó Bianca.
Y Myriam deseó que fuera verdad.
Pero no lo había sido hacía siete años.
Ella había hecho bien en marcharse. Porque no podría haber hecho feliz a Víctor, y ella habría sido desgraciada con él.
Era curioso, ahora ella sentía que él podía hacerla feliz, y que ella podía hacerlo feliz a él, si él se lo permitía.
Myriam se marchó a Milán al día siguiente por la mañana. Bianca la llevó a la estación de tren de L'Aquila con Lucio en el asiento de atrás. Era la primera vez que el niño salía de la mansión en meses, y Myriam estaba contenta de que hubiera aceptado ir con ellas.
La entrevista con Sanperi fue muy satisfactoria. El psiquiatra estaba impresionado por los logros de Myriam y su capacidad, y aceptó la necesidad de poner a Lucio en manos de otros especialistas también.
Pero el motivo por el que había ido Myriam a Milán no era sólo Lucio. Allí vivía su madre, y después de ver al psiquiatra tomó un taxi hasta un barrio sofisticado y elegante, a minutos de Vía Montenapoleone.
Era donde vivía su madre.
Myriam tocó el timbre. No sabía si su madre estaría en casa. O si querría verla.
Oyó pasos y se preguntó quién abriría la puerta.
—Bueno, bueno, bueno —dijo su madre con una sonrisa burlona al abrir—. Ha vuelto la hija pródiga…
Su madre estaba mayor y más maquillada, teñida de rubio platino y con botox en la cara.
—Hola, mamá. ¿Puedo pasar?
—Por supuesto… —su madre la hizo pasar a un salón elegante e impersonal.
Myriam se quedó en medio de la habitación mientras su madre se sentaba en un sofá de piel blanco.
—Adelante, ponte cómoda —dijo Isabel.
Myriam se sentó en la punta de una silla antigua.
—He venido porque… quiero hacer las paces contigo.
Su madre dio una calada al cigarrillo que tenía en la mano.
—Muy conmovedor.
—He estado enfadada contigo y con papá durante mucho tiempo. De hecho no me di cuenta de cuan enfadada estaba hasta hace poco tiempo, y quiero arreglar las cosas.
Su madre alzó las cejas.
—Debe ser muy cómodo culpar a otra gente de los errores de uno.
—¿Qué quieres decir?
—Pienso que no puedes creerte realmente que yo fui la culpable de que huyeras y dejaras plantado a tu pobre prometido hace siete años, ¿no?
—No. Acepto la responsabilidad de lo que hice. Elegí irme, aunque tú me ayudaste a tomar esa decisión. Yo estuve a punto de volverme…
—Pero no lo hiciste, y no deberías haberlo hecho —la interrumpió Isabel—. Myriam, tú pensabas que Víctor era tu príncipe azul. Cuando te diste cuenta de que no lo era, lo dejaste. Es así de sencillo.
—No fue así de sencillo. ¡El matrimonio estaba arreglado y nadie me lo dijo!
—¡Oh! ¿De verdad? ¿Y tú creíste que Víctor había aparecido en tu fiesta por arte de magia? ¿Y que quería bailar contigo, estar contigo, una patética criatura, sólo por ti?
Myriam se forzó a mirar a su madre, aunque le doliese lo que decía.
—Sí, lo creí. Ahora me doy cuenta de lo inocente que era… Nadie me advirtió nada…
—¿Y por qué lo habríamos hecho? Víctor era atento contigo, amable y considerado. Es posible que entonces no te amase, pero el amor podría haber surgido con el tiempo.
—¿Y por qué no me lo dijiste en su momento?
—Te lo dije, pero no era suficiente para ti.
—Tú me ayudaste a marcharme. Me dijiste que tú en mi lugar te habrías marchado…
—Y lo hubiera hecho. Yo lo hice al final. Pero tu padre era un hombre muy diferente a Víctor. Cruel, mezquino e infiel.
— ¡Tú dijiste que Víctor sería igual! Que al final me alegraría de que se fuera con otras mujeres…
—Yo hablé por mi experiencia —dijo Isabel—. ¿Y qué importa? Tú elegiste por ti misma, Myriam. Elegiste escucharme. Acéptalo.
—Víctor me trataba como a una posesión suya, como a una niña…
—Lo eras —dijo Isabel riendo—. ¿Cómo te iba a tratar si no?
Myriam agitó la cabeza.
—No, no habría funcionado. No habríamos funcionado. Tú habrás usado la situación para avergonzar a papá, pero yo no me equivoqué en lo que hice.
—Me alegro mucho por ti —dijo Isabel.
—¿Por qué? ¿Por qué quisiste avergonzarlo? —preguntó Myriam.
—Porque él me avergonzó cada día de nuestro matrimonio —contestó su madre, dolida, algo que Myriam jamás había visto en ella—. Y yo al final pude avergonzarlo… delante de quinientas personas… Estaba sudando en su traje… ¡Fue estupendo!
Myriam vio a su madre sonreír recordándolo.
—¿De qué estás hablando? Yo te dije… Tú dijiste… ¡que le darías la nota a Víctor antes de la ceremonia! Para que no se sintiera avergonzado…
—Cambié de parecer —dijo Isabel.
—¿Qué? ¿Quieres decir que Víctor fue a la iglesia pensando que yo iba a estar allí? ¿Que esperó?
Isabel sonrió.
—Fueron ambos. A mí me daba igual Víctor, aunque a ti sí te importase. Pero sí, esperó allí —se rió—. ¡Y todos sus parientes campesinos también esperaron! Yo sabía que Víctor tenía dinero, pero su familia evidentemente creció en una granja de cerdos… Su madre era una campesina… se vestía de negro… Tenía un aspecto horroroso.
—¡No hables de ellos así! —exclamó Myriam.
Recordó a la gente del pueblo, besándola, abrazándola.
Todos habían estado allí, Bianca también, y habían sido testigos de la humillación de Víctor.
¡Y ella que le había dicho que lo único herido aquel día había sido su orgullo! ¡Y de qué modo lo había herido!, pensó ella.
—¡No me digas que no lo sabías! —exclamó su madre—. Jorge o Daniela podrían habértelo dicho…
—No —ella no había querido que nadie le hablase de la boda.
—Bueno, pues Víctor esperó horas, incluso después de que se hubieran ido los invitados… Tu padre ya había empezado a beber, a pedir dinero, a pedir ayuda para sus deudas… Si me hubiera dado cuenta de su situación… ¡Yo no saqué ni un euro!
—Papá se pegó un tiro —dijo Myriam con temblor en la voz y lágrimas en los ojos.
—Sí, lo sé. Yo estaba con él, ¿no lo recuerdas? Tú, no estabas. Al final, era un hombre patético, acabado…
—¡Como tú eres una madre acabada! ¿Cómo pudiste hacerle eso a Víctor…? ¿A mí?
—¿Y ahora qué importancia tiene? ¡A ti no te importó avergonzarlo dejándole una nota, una nota que ni siquiera eras capaz de escribir! ¡Y me culpas a mí!
—Yo no quería hacerle daño —susurró Myriam.
—Sí. Es posible que no pudieras admitirlo, pero sí querías hacerle daño. Querías hacerle el mismo daño que él te había hecho a ti diciéndote que no te amaba. Yo sólo te ayudé a hacer lo que querías.
—No…
Aunque fuera cruel el modo en que lo decía su madre, ella oyó la verdad. Lo sabía…
No le extrañaba que Víctor no quisiera amarla. Ella lo había tratado muy mal.
Era verdad que él la había herido, pero ella tenía que perdonarlo, y él tenía que perdonarla.
Sólo entonces podrían seguir adelante. Sólo entonces el amor, el maravilloso y doloroso amor, podría ser suficiente.
—Gracias, por mostrarme todo con tanta claridad —dijo Myriam—. No volveremos a vernos.
—Bien —respondió Isabel con indiferencia.
—Siento pena por ti —dijo Myriam cuando estaba al lado de la puerta de entrada.
Isabel la miró sin comprender.
—No puedes ser feliz —agregó Myriam a modo de explicación.
Por un momento la cara de Isabel pareció quedarse sin su máscara, y mostrar un gesto desolado. Pero pronto recuperó la compostura, y se encogió de hombros con indiferencia.
—Adiós, mamá —dijo Myriam al marcharse.
Durante todo el viaje de regreso a L'Aquila Myriam pensó en todo aquello.
El pasado no estaba olvidado hasta que no estaba perdonado, reflexionó. Pero no era fácil perdonar, lo mismo que amar.
Cerró los ojos, preparándose para la temida y añorada confrontación.
Myriam volvió en taxi a la mansión desde la estación.
Sintió que volvía a casa.
Su hogar estaba donde estuviera Víctor. Pero no sabía cuándo volvería él…
No obstante, ella podía esperar, y, si era necesario, ir a buscarlo. Necesitaba confrontarse con el pasado. Y repararlo.
Bianca la saludó con un abrazo cuando el taxi llegó a la mansión, y hasta Lucio fue a su encuentro y le tocó la mano, sonriéndole tímidamente.
Cuando estuvieron en la cocina tomando un café, Myriam le explicó a Bianca lo que le había dicho Sanperi.
—Hay psiquiatras y terapeutas en la región que pueden ocuparse de Lucio, en L'Aquila, y un terapeuta especializado en duelos —sonrió Myriam y apretó la mano de Bianca—. No será fácil, pero lo ayudarán.
Bianca asintió.
—Jamás esperé que fuera fácil. Pero me alegro de que finalmente podamos hacer algo. Gracias.
Myriam sonrió y miró a Lucio jugar en el suelo con su concentración habitual. Y supo que no sería fácil.
Bianca no sabía nada de Víctor, pero aseguraba que volvería.
Víctor no había llamado por teléfono ni había escrito. No había vuelto a casa, y ella no sabía qué estaría haciendo.
Myriam pasó los días con Lucio en la villa dedicando parte de las jornadas para ir a ver a los terapeutas a L'Aquila con Bianca y Lucio.
Lucio hablaba, poco, pero Myriam era optimista. Se curaría.
Una semana más tarde de su viaje a Milán Myriam decidió irse nuevamente. Lucio la necesitaba menos, puesto que veía a un psiquiatra con regularidad y había vuelto a ir al jardín de infancia.
Aunque no le gustaba la idea de irse de la villa y dejar a Lucio, sabía que el niño podría tolerar su ausencia, y ella necesitaba encontrar a Víctor.
Tenía dos formas de contacto. Iría primero a su casa de Roma… Y si no se comunicaría por su dirección de correo electrónico.
Cuando su maleta estaba a medias, ella oyó el ruido de la puerta. Levantó la mirada, y de pronto vio a Víctor con cara de amargura diciendo:
—Así que huyes otra vez…
Capítulo 9
Myriam se arregló la ropa mientras Víctor hacía lo mismo.
—Lucio… —dijo.
Víctor corrió a las habitaciones de Bianca y Lucio, mientras se seguían oyendo los gritos del pequeño.
Era un sonido aterrador, casi inhumano, como de animal desesperado.
Víctor se detuvo en la puerta de la habitación de Lucio.
Bianca estaba sentada en su cama, tratando de consolarlo.
—Lucio… Por favor, Lucio, soy mamá. Déjame que te abrace…
Pero era como si el niño no la oyese. Tenía expresión de terror, de sus ojos caían lágrimas y su boca se abría en una interminable «o» de miedo.
Bianca se acercó a abrazarlo, pero él la rechazó tan violentamente que ella se habría caído de la cama de no haber sido por Víctor que la sujetó.
—Lucio… —repitió Bianca, sollozando.
Era una escena tétrica, una escena de devastación y tormento.
—Haz algo —dijo Víctor.
Myriam se acercó. Se sentó cerca de Lucio en la cama, y le puso el brazo en el hombro. Con la otra mano le agarró el puño que esgrimía el niño, y suave pero firmemente se lo volvió a poner en el regazo, donde siguió agitándose.
—Tranquilo, Lucio —le dijo serenamente—. Tranquilo… No pasa nada… No está mal tener miedo… No está mal sentir.
Lucio se puso tenso, su cuerpo seguía temblando, y Myriam se puso en el lugar de Bianca para rodearlo con sus brazos.
—Tranquilo… Sigue si quieres… Tu cuerpo está temblando. Déjalo que tiemble… No está mal llorar… No está mal sentir…
Ella sintió los ojos de Víctor mirándola, y supo que él sabía que ella no sólo estaba hablando de Lucio.
Myriam continuó murmurando, afirmando las emociones que el niño expresaba con su cuerpo y su mente con fuerza inusitada, hasta que por fin Lucio se apoyó en el hombro de su madre, medio dormido. En el último momento antes de dormirse totalmente, miró a Myriam.
—Lo vi —susurró—. Lo vi y corrí —balbuceó Lucio.
Myriam se puso rígida por el shock. Lucio se relajó y se durmió.
Bianca lo abrazó y le acarició el cabello, mientras lloraba silenciosamente.
—Sigue abrazándolo… —le dijo Myriam a Bianca—. Hasta que se duerma totalmente.
—Ha hablado —dijo Bianca, en estado de shock—. Ha hablado. ¿Qué ha dicho? ¿Va a…? ¿Va a estar…? —balbuceó.
—Es un paso en la dirección adecuada —le dijo Myriam—. Eso es bueno.
Myriam miró hacia la puerta buscando a Víctor, pero éste se había marchado.
Myriam caminó por el pasillo con el corazón oprimido. Lucio acababa de empezar el camino hacia su cura, y tal vez ella también.
Necesitaba hablar con Víctor acerca de lo que había sucedido.
Él no estaba abajo. Las habitaciones estaban a oscuras. Buscó en el estudio de arte, y sólo vio pinceles desparramados y un vaso roto.
Después de un momento de duda fue a su dormitorio y golpeó la puerta sin respuesta. Volvió a golpear.
—¿Víctor?
Después de un largo momento, Víctor abrió la puerta.
—¿Está bien Lucio? —preguntó.
—Sé que es duro verlo, pero la liberación de sus emociones reprimidas es definitivamente un paso en la dirección correcta.
—Ha sido una noche horrible para todo el mundo —dijo él con una débil sonrisa.
Parecía decirle: «No vengas. No te acerques».
—Víctor, ¿puedo entrar?
—No creo que sea buena idea.
—¿Por qué no me dejas que me acerque? Ahora que yo te he dejado acercarte a mí, ¿por qué?
Él sonrió. Le tocó la mejilla y bajó la mano.
—Necesitabas contarle a alguien lo que te habías estado reprimiendo… Como Lucio… Pero lo que sucedió entre nosotros después… fue un error. Supongo que tú también te has dado cuenta —dijo él.
—Estábamos enfadados. No estuvo bien. Lo sé, pero…
—Hemos hecho bien en parar. Que Lucio nos hiciera parar…
—¿Por qué? —ella se sintió vulnerable, pero quería saber—. ¿Por qué? Víctor, no quiero que estemos enfadados, pero tal vez ambos necesitemos reflexionar sobre lo que ha sucedido entre nosotros, sobre lo que sentimos…
Ella le hubiera gritado: «Te amo», pero no pudo. No en aquel momento en que él estaba tan distante. Ella no podía soportar otro silencio.
—Myriam, hemos decidido olvidar el pasado, ser amigos. Dejémoslo así.
—¿Es eso lo que realmente quieres?
Víctor se quedó en silencio, un interminable momento en que ella se retorció de ansiedad. Él presintió que ella lo amaba. Pero no dijo nada.
Y cuando Víctor habló por fin, ella deseó que no lo hubiera hecho.
—Sí, eso es lo que quiero —respondió.
Y cerró la puerta en su cara.
Víctor se apoyó contra la pared y oyó la respiración agitada de Myriam.
Le había hecho daño. Lo sabía. Y lo sentía. Lo sentía mucho.
Pero era necesario.
No podía dejar que lo amase, con toda esa esperanza y esa fe en sus ojos brillantes. No cuando ella estaba tan deseosa de creer que él podía darle lo que ella necesitaba.
Él no podía dárselo. Él sabía que no podía. No quería volver a hacerle daño.
No podía hacerla feliz. Su amor no valía nada y sólo la decepcionaría. Y él mismo sufriría una decepción.
Era mejor así.
Cerró los ojos y deseó que ella se marchase antes de que él abriese nuevamente la puerta y la abrazara y la besara y le dijera que le daba igual que no pudiera hacerla feliz. Que la quería igualmente. Y que la tendría.
Víctor puso la mano en el picaporte de la puerta. Y entonces, finalmente, oyó que Myriam se alejaba, decepcionada.
Víctor se apartó de la pared y se hundió en su cama.
Era mejor así.
Myriam se despertó con el cuerpo cansado de dormir mal.
Se incorporó en la cama y encogió sus rodillas hacia el pecho. Había creído durante tanto tiempo que Víctor no la amaba… Él no le había contestado aquella vez cuando ella le había preguntado si la amaba. Y no le contestaría ahora.
Pero había visto su ternura y las emociones contradictorias que sentía. Lo mismo que le había pasado a ella.
Ella lo amaba, y sin embargo se había resistido a ese sentimiento con todas sus fuerzas…
¿Y si a Víctor le pasaba lo mismo?
¿Y si la amaba y no quería hacerlo? ¿Y si tenía miedo de amarla incluso?
¿Y si sentía lo mismo que ella? Aquel pensamiento era literalmente increíble, pero era maravilloso y aterrador.
Si Víctor la amaba… Lo único que tenía que hacer era hacer que lo admitiese. Que lo confesara. Una tarea imposible.
Myriam agitó la cabeza. No podía pensar en Víctor. Tenía que concentrarse en Lucio y su recuperación. Y para ello, necesitaba ayuda.
Se duchó y vistió rápidamente y bajó a desayunar. Bianca estaba en la cocina y Lucio estaba desayunando.
Myriam saludó a Bianca. Ésta tenía cara de cansancio, pero se la veía contenta.
—Hola, Lucio —Myriam se agachó para mirar al niño y le puso una mano en el hombro.
El niño no la miró y se quedó callado un momento, pero Myriam esperó.
Finalmente giró la cabeza a modo de saludo y dijo: —Hola.
A Bianca se le iluminó la cara. Myriam sonrió.
—¿Te apetece hacer actividades artísticas conmigo hoy?
Lucio volvió a girar la cabeza a modo de asentimiento. Myriam lo aceptó. Era suficiente. Se sentó a desayunar.
Víctor no estaba. Y ella no necesitó que Bianca le dijera que se había ido a Roma. Ahora era él quien huía, pensó ella. Después del desayuno Myriam llevó a Lucio al estudio de arte. Afortunadamente alguien había limpiado el cristal roto y ordenado los pinceles. ¿Habría sido Bianca? ¿Víctor?
—¿Por qué no echas una ojeada a los materiales, Lucio? ¿Te apetecería dibujar algo? ¿Pintar? ¿Trabajar con arcilla?
Lucio fue tentativamente a las pinturas de cera y seleccionó una verde y empezó a dibujar: hierba. Un campo.
Myriam lo observó en silencio mientras el dibujo y su memoria cobraban forma. Un campo. Una caja roja con círculos negros a un lado… un tractor, pensó Myriam. Un tractor dado volcado.
Y detrás de una roca, una figura. Un niño con lágrimas enormes, grandes gotas negras.
Después de un momento, Lucio le dio el dibujo bruscamente. Tenía una expresión dura, decidida.
—¿Es esto lo que viste, Lucio? —preguntó Myriam suavemente—. ¿Viste a tu padre en el tractor?
El labio del niño tembló y sus ojos se llenaron de lágrimas mientras asentía y decía:
—Yo debía estar durmiendo la siesta… Pero quería ver a papá… Él me miró y me saludó… —dejó de hablar y empezó a temblar.
Myriam le puso una mano en el hombro. Pudo adivinar el resto. Enzo, mientras saludaba a su hijo, dejó de mirar el campo, se chocó con una roca o un árbol, y el tractor había volcado. Lucio lo había visto todo, y aterrado, había salido corriendo.
—Lucio, gracias por contármelo. Sé que no ha sido fácil. Es duro contar la verdad. Pero no fue culpa tuya que muriese tu papá, aunque eso sea lo que sientas. No ha sido culpa tuya…
Lucio se tragó un sollozo, y agitó la cabeza.
—Salí corriendo.
—Estabas asustado. No sabías qué hacer. No ha sido culpa tuya.
Pero Lucio no era capaz de aceptar la absolución que le ofrecía Myriam.
—Quiero ir con mamá —susurró Lucio después de un momento.
—Vamos a buscarla —asintió Myriam y agarró la mano del niño para salir del estudio.
Más tarde, cuando Lucio estaba durmiendo, Myriam habló con Bianca y le explicó todo.
—¿Lo presenció? —Bianca estaba pálida, horrorizada—. ¡Mi pobre Lucio! ¡Y todo este tiempo se lo ha estado guardando!
—Se siente culpable —le explicó Myriam—. Culpable por estar allí en primer lugar, y luego por huir. Tendrá que hablar con un psiquiatra, Bianca. Necesitará una terapia, algo más de lo que yo puedo ofrecerle, para que procese y acepte lo que ha sucedido.
Bianca asintió.
—¿Pero cree… que…? —susurró Bianca.
—Cuanto más apoyo se le dé, más fácil le será aceptar lo que ha sucedido y salir adelante —dijo Myriam.
—Eso espero.
—Yo también.
Se sentaron en silencio, mirando las montañas.
—Me gustaría ir a Milán —dijo Myriam después de un momento—. Para hablar con el doctor Sanperi. Él es un psiquiatra muy bueno, y sabrá qué debemos hacer con Lucio.
—Haga lo que tenga que hacer.
—¿Sabes cuándo regresará Víctor?
—No lo ha dicho —sonrió tristemente Bianca—. Tenía un aspecto terrible esta mañana, como si no hubiera dormido.
Myriam asintió.
—Yo tampoco dormí bien —admitió Myriam.
—¿Qué sucede? Están enamorados, ¿no?
Myriam se quedó callada un momento. Sí, estaban enamorados. Tenía que creer que Víctor la amaba.
—A veces, el amor no es suficiente —respondió Myriam con tristeza.
—El amor es siempre suficiente —protestó Bianca.
Y Myriam deseó que fuera verdad.
Pero no lo había sido hacía siete años.
Ella había hecho bien en marcharse. Porque no podría haber hecho feliz a Víctor, y ella habría sido desgraciada con él.
Era curioso, ahora ella sentía que él podía hacerla feliz, y que ella podía hacerlo feliz a él, si él se lo permitía.
Myriam se marchó a Milán al día siguiente por la mañana. Bianca la llevó a la estación de tren de L'Aquila con Lucio en el asiento de atrás. Era la primera vez que el niño salía de la mansión en meses, y Myriam estaba contenta de que hubiera aceptado ir con ellas.
La entrevista con Sanperi fue muy satisfactoria. El psiquiatra estaba impresionado por los logros de Myriam y su capacidad, y aceptó la necesidad de poner a Lucio en manos de otros especialistas también.
Pero el motivo por el que había ido Myriam a Milán no era sólo Lucio. Allí vivía su madre, y después de ver al psiquiatra tomó un taxi hasta un barrio sofisticado y elegante, a minutos de Vía Montenapoleone.
Era donde vivía su madre.
Myriam tocó el timbre. No sabía si su madre estaría en casa. O si querría verla.
Oyó pasos y se preguntó quién abriría la puerta.
—Bueno, bueno, bueno —dijo su madre con una sonrisa burlona al abrir—. Ha vuelto la hija pródiga…
Su madre estaba mayor y más maquillada, teñida de rubio platino y con botox en la cara.
—Hola, mamá. ¿Puedo pasar?
—Por supuesto… —su madre la hizo pasar a un salón elegante e impersonal.
Myriam se quedó en medio de la habitación mientras su madre se sentaba en un sofá de piel blanco.
—Adelante, ponte cómoda —dijo Isabel.
Myriam se sentó en la punta de una silla antigua.
—He venido porque… quiero hacer las paces contigo.
Su madre dio una calada al cigarrillo que tenía en la mano.
—Muy conmovedor.
—He estado enfadada contigo y con papá durante mucho tiempo. De hecho no me di cuenta de cuan enfadada estaba hasta hace poco tiempo, y quiero arreglar las cosas.
Su madre alzó las cejas.
—Debe ser muy cómodo culpar a otra gente de los errores de uno.
—¿Qué quieres decir?
—Pienso que no puedes creerte realmente que yo fui la culpable de que huyeras y dejaras plantado a tu pobre prometido hace siete años, ¿no?
—No. Acepto la responsabilidad de lo que hice. Elegí irme, aunque tú me ayudaste a tomar esa decisión. Yo estuve a punto de volverme…
—Pero no lo hiciste, y no deberías haberlo hecho —la interrumpió Isabel—. Myriam, tú pensabas que Víctor era tu príncipe azul. Cuando te diste cuenta de que no lo era, lo dejaste. Es así de sencillo.
—No fue así de sencillo. ¡El matrimonio estaba arreglado y nadie me lo dijo!
—¡Oh! ¿De verdad? ¿Y tú creíste que Víctor había aparecido en tu fiesta por arte de magia? ¿Y que quería bailar contigo, estar contigo, una patética criatura, sólo por ti?
Myriam se forzó a mirar a su madre, aunque le doliese lo que decía.
—Sí, lo creí. Ahora me doy cuenta de lo inocente que era… Nadie me advirtió nada…
—¿Y por qué lo habríamos hecho? Víctor era atento contigo, amable y considerado. Es posible que entonces no te amase, pero el amor podría haber surgido con el tiempo.
—¿Y por qué no me lo dijiste en su momento?
—Te lo dije, pero no era suficiente para ti.
—Tú me ayudaste a marcharme. Me dijiste que tú en mi lugar te habrías marchado…
—Y lo hubiera hecho. Yo lo hice al final. Pero tu padre era un hombre muy diferente a Víctor. Cruel, mezquino e infiel.
— ¡Tú dijiste que Víctor sería igual! Que al final me alegraría de que se fuera con otras mujeres…
—Yo hablé por mi experiencia —dijo Isabel—. ¿Y qué importa? Tú elegiste por ti misma, Myriam. Elegiste escucharme. Acéptalo.
—Víctor me trataba como a una posesión suya, como a una niña…
—Lo eras —dijo Isabel riendo—. ¿Cómo te iba a tratar si no?
Myriam agitó la cabeza.
—No, no habría funcionado. No habríamos funcionado. Tú habrás usado la situación para avergonzar a papá, pero yo no me equivoqué en lo que hice.
—Me alegro mucho por ti —dijo Isabel.
—¿Por qué? ¿Por qué quisiste avergonzarlo? —preguntó Myriam.
—Porque él me avergonzó cada día de nuestro matrimonio —contestó su madre, dolida, algo que Myriam jamás había visto en ella—. Y yo al final pude avergonzarlo… delante de quinientas personas… Estaba sudando en su traje… ¡Fue estupendo!
Myriam vio a su madre sonreír recordándolo.
—¿De qué estás hablando? Yo te dije… Tú dijiste… ¡que le darías la nota a Víctor antes de la ceremonia! Para que no se sintiera avergonzado…
—Cambié de parecer —dijo Isabel.
—¿Qué? ¿Quieres decir que Víctor fue a la iglesia pensando que yo iba a estar allí? ¿Que esperó?
Isabel sonrió.
—Fueron ambos. A mí me daba igual Víctor, aunque a ti sí te importase. Pero sí, esperó allí —se rió—. ¡Y todos sus parientes campesinos también esperaron! Yo sabía que Víctor tenía dinero, pero su familia evidentemente creció en una granja de cerdos… Su madre era una campesina… se vestía de negro… Tenía un aspecto horroroso.
—¡No hables de ellos así! —exclamó Myriam.
Recordó a la gente del pueblo, besándola, abrazándola.
Todos habían estado allí, Bianca también, y habían sido testigos de la humillación de Víctor.
¡Y ella que le había dicho que lo único herido aquel día había sido su orgullo! ¡Y de qué modo lo había herido!, pensó ella.
—¡No me digas que no lo sabías! —exclamó su madre—. Jorge o Daniela podrían habértelo dicho…
—No —ella no había querido que nadie le hablase de la boda.
—Bueno, pues Víctor esperó horas, incluso después de que se hubieran ido los invitados… Tu padre ya había empezado a beber, a pedir dinero, a pedir ayuda para sus deudas… Si me hubiera dado cuenta de su situación… ¡Yo no saqué ni un euro!
—Papá se pegó un tiro —dijo Myriam con temblor en la voz y lágrimas en los ojos.
—Sí, lo sé. Yo estaba con él, ¿no lo recuerdas? Tú, no estabas. Al final, era un hombre patético, acabado…
—¡Como tú eres una madre acabada! ¿Cómo pudiste hacerle eso a Víctor…? ¿A mí?
—¿Y ahora qué importancia tiene? ¡A ti no te importó avergonzarlo dejándole una nota, una nota que ni siquiera eras capaz de escribir! ¡Y me culpas a mí!
—Yo no quería hacerle daño —susurró Myriam.
—Sí. Es posible que no pudieras admitirlo, pero sí querías hacerle daño. Querías hacerle el mismo daño que él te había hecho a ti diciéndote que no te amaba. Yo sólo te ayudé a hacer lo que querías.
—No…
Aunque fuera cruel el modo en que lo decía su madre, ella oyó la verdad. Lo sabía…
No le extrañaba que Víctor no quisiera amarla. Ella lo había tratado muy mal.
Era verdad que él la había herido, pero ella tenía que perdonarlo, y él tenía que perdonarla.
Sólo entonces podrían seguir adelante. Sólo entonces el amor, el maravilloso y doloroso amor, podría ser suficiente.
—Gracias, por mostrarme todo con tanta claridad —dijo Myriam—. No volveremos a vernos.
—Bien —respondió Isabel con indiferencia.
—Siento pena por ti —dijo Myriam cuando estaba al lado de la puerta de entrada.
Isabel la miró sin comprender.
—No puedes ser feliz —agregó Myriam a modo de explicación.
Por un momento la cara de Isabel pareció quedarse sin su máscara, y mostrar un gesto desolado. Pero pronto recuperó la compostura, y se encogió de hombros con indiferencia.
—Adiós, mamá —dijo Myriam al marcharse.
Durante todo el viaje de regreso a L'Aquila Myriam pensó en todo aquello.
El pasado no estaba olvidado hasta que no estaba perdonado, reflexionó. Pero no era fácil perdonar, lo mismo que amar.
Cerró los ojos, preparándose para la temida y añorada confrontación.
Myriam volvió en taxi a la mansión desde la estación.
Sintió que volvía a casa.
Su hogar estaba donde estuviera Víctor. Pero no sabía cuándo volvería él…
No obstante, ella podía esperar, y, si era necesario, ir a buscarlo. Necesitaba confrontarse con el pasado. Y repararlo.
Bianca la saludó con un abrazo cuando el taxi llegó a la mansión, y hasta Lucio fue a su encuentro y le tocó la mano, sonriéndole tímidamente.
Cuando estuvieron en la cocina tomando un café, Myriam le explicó a Bianca lo que le había dicho Sanperi.
—Hay psiquiatras y terapeutas en la región que pueden ocuparse de Lucio, en L'Aquila, y un terapeuta especializado en duelos —sonrió Myriam y apretó la mano de Bianca—. No será fácil, pero lo ayudarán.
Bianca asintió.
—Jamás esperé que fuera fácil. Pero me alegro de que finalmente podamos hacer algo. Gracias.
Myriam sonrió y miró a Lucio jugar en el suelo con su concentración habitual. Y supo que no sería fácil.
Bianca no sabía nada de Víctor, pero aseguraba que volvería.
Víctor no había llamado por teléfono ni había escrito. No había vuelto a casa, y ella no sabía qué estaría haciendo.
Myriam pasó los días con Lucio en la villa dedicando parte de las jornadas para ir a ver a los terapeutas a L'Aquila con Bianca y Lucio.
Lucio hablaba, poco, pero Myriam era optimista. Se curaría.
Una semana más tarde de su viaje a Milán Myriam decidió irse nuevamente. Lucio la necesitaba menos, puesto que veía a un psiquiatra con regularidad y había vuelto a ir al jardín de infancia.
Aunque no le gustaba la idea de irse de la villa y dejar a Lucio, sabía que el niño podría tolerar su ausencia, y ella necesitaba encontrar a Víctor.
Tenía dos formas de contacto. Iría primero a su casa de Roma… Y si no se comunicaría por su dirección de correo electrónico.
Cuando su maleta estaba a medias, ella oyó el ruido de la puerta. Levantó la mirada, y de pronto vio a Víctor con cara de amargura diciendo:
—Así que huyes otra vez…
espero los comentarios.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
LLEGO JUSTO A IEMPO WORALE, GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Muchas gracias por el capitulo, te esperamos mañana con el final.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
miil graciias por los cap niiña que biien que viictor llego a tiiempo xfa no tardes con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
VÍCTOR LLEGÓ JUSTO A TIEMPO, PERO LASTIMA QUE YA SE VA ACABAR.
GRACIAS.
GRACIAS.
mats310863- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Hola chicas aqui tiene el capitulo final de esta novela, gracias por todos los comentarios a lo largo de toda la novela.... bueno ya de tanto rollo y aqui tiene el capi
Capítulo 10
Myriam se quedó petrificada: —¡Víctor! Él tenía gesto de tristeza, de rabia, de amargura.
—Te estabas marchando sin siquiera decirme dónde ni por qué. Debería habérmelo imaginado. Lo he estado esperando todo el tiempo…
Myriam tardó un momento en darse cuenta de lo que estaba diciendo.
—Víctor, no, no, esto no es…
—¿Por qué, Myriam? ¿Por qué después de todo este tiempo no eres capaz ni de dar una explicación? ¿De mantener una conversación cara a cara? ¿O es que no te importa?
—Sí me importa.
—Tienes una forma muy rara de demostrarlo… Vete, entonces… Vete y no vuelvas.
Ella respiró profundamente para serenarse y tomar coraje.
—Víctor, no me voy a ningún sitio.
Él no contestó.
—Yo iba… Había planeado ir a Roma… a buscarte. Para decirte…
—No importa —dijo él fríamente—. Si te digo la verdad, no me importa —pasó por su lado con indiferencia. Se quedó al lado de la puerta y Myriam se dio cuenta de que estaba esperando que ella se marchase.
—¡Sí que te importa! —exclamó ella—. ¡Acabas de demostrarme que te importa!
—Estaba decepcionado, ¡por Lucio! Creí que él te importaba más, que incluso tu trabajo…
—No, Víctor. No se trata de Lucio. Se trata de nosotros —dijo Myriam con voz temblorosa—. No sólo te importa Lucio. Te importo yo. Y ahora me doy cuenta de que siempre te he importado.
Víctor se quedó callado un momento. Myriam esperó que la mirase.
Cuando lo hizo, levantó una ceja y dijo con tono cínico:
—¿Ah, sí? Pero si yo te traté como a una posesión, Myriam, ¿no lo recuerdas? Como a un objeto. Tú misma me lo dijiste… —se acercó a ella.
Ella no se movió. No huiría aquella vez…
—¿Qué te hace pensar que me importas, Myriam? —preguntó él.
Extendió la mano y le tocó la mejilla. Luego la deslizó hacia su pecho.
Myriam tembló, pero no se movió. Él la quemó con la mirada y quitó la mano con disgusto.
—¿O estás tan desesperada que te has convencido a ti misma a pesar de la evidencia que prueba lo contrario?
Myriam se puso colorada. Luego pálida.
—Dices estas cosas porque estás enfadado.
—¿Enfadado? Me he enterado de que has hecho grandes progresos con Lucio, ¿por qué iba a estar enfadado? Has hecho todo lo que te he pedido.
—Víctor, no se trata de Lucio… Ya te lo he dicho, se trata de nosotros. Y sí, estás enfadado. Lo vi aquella primera noche en la boda de Daniela. Está en tu mirada.
—Esto suena muy melodramático —comentó él. —Lo sentí la noche después de la fiesta en Roma. El modo en que me tocaste… —siguió ella.
—Como a una posesión, como dijiste tú —la interrumpió Víctor—. Bueno, es verdad, ¿no? Todo lo que has dicho es verdad.
Sonó a condena, tanto de sí mismo como de ella, porque ella había pensado lo peor de él. Excepto ahora.
—Víctor, por favor, escúchame. He hablado con mi madre hoy…
—¡Qué tierno!
—Mi madre me ha dicho que tú me esperaste en la iglesia… —él se rió sin poder creerlo.
—Por supuesto que lo hice, Myriam. Nos íbamos a casar, ¿no lo recuerdas?
—¿Me creerías si te digo que yo no lo sabía? ¿Que yo le pedí a mi madre que te diera una carta antes de la ceremonia? Yo no quería humillarte de ese modo, delante de todo el mundo…
—No sé por qué estás hablando de todo esto ahora. Ya no importa —Víctor la miró con ojos de reproche.
—Tienes razón. No importa que yo hubiera querido darte una nota antes de la ceremonia, porque me marché. Dejé a todos esperando. Fui egoísta. Cuando te oí hablar con mi padre, y luego hablaste conmigo, fue como si fueras un hombre diferente, uno que casi me daba miedo. Y cuando te pregunté si me amabas y no me contestaste, asumí que no lo hacías —Myriam hizo una pausa después del esfuerzo de su confesión, mientras él ponía cara de indiferencia.
¿Por qué tenía que ser tan duro aquello?
—Debí decirte lo que estaba sintiendo en aquel momento. Pero era una niña, Víctor. Y te amaba como una niña. Tú tenías razón. Me di cuenta de que no eras mi príncipe azul. Y salí corriendo. No pude enfrentarlo y huí. Pero ahora soy una mujer, y te amo como una mujer, y no voy a huir.
Un brillo pasó por los ojos de Víctor. Su boca se torció y luego él se acercó a la ventana.
—Víctor…
—Hubo una vez… en que habría dado cualquier cosa por oírte decir eso. Pero ahora, no.
—Sé que tengo que pedirte que me perdones —dijo ella con voz temblorosa—. Sé por qué has estado tan enfadado, y tenías derecho a estarlo, Víctor. Cuando te imagino de pie, esperando allí, con toda tu familia… —ella se interrumpió, y empezó a llorar—. Lo siento. ¡Lo siento mucho! ¿Puedes perdonarme?
Víctor seguía de espaldas. Se irguió y pasó su mano por el cabello. Luego agitó la cabeza.
—Tienes razón. He estado enfadado. Como tú. Me opuse a mis emociones, a mis recuerdos. Me convencí de que no sentía nada por ti, que nunca había sentido nada. Casi me convencí de que sólo te quería por tu apellido.
Myriam contuvo la respiración. Esperó.
—Casi lo logré —siguió él—. Me casé con Geraldín y pensé que podía estar bien. Pero nos hicimos desdichados el uno al otro. Cambié algo profundo y real por algo falso y vacío. No quería un matrimonio sólo por el apellido. No quería una posesión. Te quería a ti. Quería amor.
Myriam no sabía qué decir.
—Pero no era profundo y real lo nuestro, ¿no? Porque se rompió al primer golpe —agregó él.
Ella quería negarlo, pero no podía.
—Sé que tú pensabas que yo no te amaba, y que te consideraba un objeto… Y ahora sé que mi amor tenía muchos fallos… Tal vez, en cierto modo, eras para mí lo que tú decías… Me cuesta recordarlo ahora… Pero cuando te volví a ver, no estaba preparado para sentir nada, incluso seguía tratando de convencerme de que no sentía nada por ti, y cuando te vi… y volví a desearte… Noté que a pesar de tu deseo me despreciabas.
—Yo no…
—Ahora no tiene importancia —dijo Víctor—. Así que, sí, te perdono, Myriam, ya que parece que necesitas escucharlo. Te he perdonado hace mucho tiempo. Sé que eras joven y estabas asustada, influida por tu madre. Pero, ¡por Dios!, no soy un monstruo… No lo era entonces, aunque tú lo creyeras.
—Yo no… —dijo ella.
—Aquella forma en que me mirabas… Supe que te habías dado cuenta de que no era tu príncipe, y que te cuestionabas qué tipo de hombre era… ¿Para qué me preguntaste si te amaba, si estabas tan segura de que no lo hacía?
—¿Me amabas?
El se rió.
—¿No lo sabes ni ahora? ¿Aun ahora tienes que preguntar? —Víctor se dio la vuelta y la miró—: Pero por supuesto que tienes que preguntar. ¡Porque el amor que yo puedo darte no tiene valor para ti! No te alcanza, Myriam. Ni hace siete años ni ahora. No puedo darte lo que quieres ahora. Tú me lo has demostrado, me lo has dicho. Aun hace un momento… —se pasó la mano por la mandíbula—. He venido de Roma a decirte que te amo, pero al parecer tú lo has adivinado… Pero no importa. Lo nuestro no funcionará, Myriam. El amor no es suficiente.
Era lo que ella le había dicho a Bianca, lo que ella creía. Pero ahora sabía que no era verdad. Lo sabía con su cuerpo y su mente y su corazón: el amor era suficiente.
—El amor es suficiente cuando es sincero, Víctor, como ahora, y cuando se puede perdonar. Y cuando lo acompañan todas las cosas que tú puedes darme, que ya me has dado… Me has mostrado cuánto me amas cuando me tomas en tus brazos, y me enjugas las lágrimas. Y cuando miras a Lucio… Y cuando abrazas a esos hombres… Cuando hablas de tu familia, Víctor… Tu amor es suficiente.
El agitó la cabeza, pero ella lo detuvo cuando fue hacia él. Estaba segura de que se amaban.
Y eso era suficiente. Y lo sería.
Myriam se puso de puntillas y le agarró la cara con las manos.
—La única pregunta que tengo que hacerte es ésta: ¿Es suficiente mi amor para ti? —preguntó Myriam.
Víctor se rió débilmente a modo de asentimiento.
—Sí —susurró—. Sí.
Ella nunca se había sentido tan protegida, tan cuidada como en brazos de Víctor.
Todo fue diferente aquella vez.
Myriam estaba sonriendo de pie en el vestíbulo de la pequeña iglesia. En lugar de llevar encaje, llevaba un traje de seda color marfil y el cabello suelto como oro. En sus orejas lucía un par de pendientes de diamantes que brillaban a la distancia.
Sintió una manita en su vestido y desvió la mirada hacia Lucio. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa. Lucio llevaba tres meses haciendo terapia y estaba mucho mejor.
Había sólo un puñado de perisonas en la iglesia, ninguno de renombre, porque ninguno de los dos quería un espectáculo, sino una ceremonia.
—¿Estás lista? —preguntó Matteo, el padre de Bianca.
Myriam lo agarró del brazo.
Sonó el órgano, pero Myriam apenas lo oyó por la emoción. Víctor estaba al final del pasillo, con los ojos brillantes de amor, esperándola.
Y el corazón de Myriam se llenó de orgullo.
Prometieron amarse y ser fieles, en la alegría y en la pena, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separase…
Y Myriam supo que aquellas promesas eran sinceras.
Hubo una cena en la mansión. Luego Bianca y Lucio se fueron a pasar la noche a casa de su padre.
Víctor quería llevarla a un hotel, a algún lugar lujoso, pero Myriam prefirió estar en su hogar con él.
Myriam miró la vista de la montaña. Nunca se cansaría de ello.
Víctor se puso detrás de ella y le besó la nuca. Y ella se estremeció.
Se dio la vuelta para besarlo, y él la besó profundamente, con una pasión intensa y tierna.
Ella lo miró a los ojos. No había sombras ni dudas.
—Ven —le dijo Víctor, entrelazando sus dedos a los de ella, para llevarla a la cama de matrimonio.
Fin
Capítulo 10
Myriam se quedó petrificada: —¡Víctor! Él tenía gesto de tristeza, de rabia, de amargura.
—Te estabas marchando sin siquiera decirme dónde ni por qué. Debería habérmelo imaginado. Lo he estado esperando todo el tiempo…
Myriam tardó un momento en darse cuenta de lo que estaba diciendo.
—Víctor, no, no, esto no es…
—¿Por qué, Myriam? ¿Por qué después de todo este tiempo no eres capaz ni de dar una explicación? ¿De mantener una conversación cara a cara? ¿O es que no te importa?
—Sí me importa.
—Tienes una forma muy rara de demostrarlo… Vete, entonces… Vete y no vuelvas.
Ella respiró profundamente para serenarse y tomar coraje.
—Víctor, no me voy a ningún sitio.
Él no contestó.
—Yo iba… Había planeado ir a Roma… a buscarte. Para decirte…
—No importa —dijo él fríamente—. Si te digo la verdad, no me importa —pasó por su lado con indiferencia. Se quedó al lado de la puerta y Myriam se dio cuenta de que estaba esperando que ella se marchase.
—¡Sí que te importa! —exclamó ella—. ¡Acabas de demostrarme que te importa!
—Estaba decepcionado, ¡por Lucio! Creí que él te importaba más, que incluso tu trabajo…
—No, Víctor. No se trata de Lucio. Se trata de nosotros —dijo Myriam con voz temblorosa—. No sólo te importa Lucio. Te importo yo. Y ahora me doy cuenta de que siempre te he importado.
Víctor se quedó callado un momento. Myriam esperó que la mirase.
Cuando lo hizo, levantó una ceja y dijo con tono cínico:
—¿Ah, sí? Pero si yo te traté como a una posesión, Myriam, ¿no lo recuerdas? Como a un objeto. Tú misma me lo dijiste… —se acercó a ella.
Ella no se movió. No huiría aquella vez…
—¿Qué te hace pensar que me importas, Myriam? —preguntó él.
Extendió la mano y le tocó la mejilla. Luego la deslizó hacia su pecho.
Myriam tembló, pero no se movió. Él la quemó con la mirada y quitó la mano con disgusto.
—¿O estás tan desesperada que te has convencido a ti misma a pesar de la evidencia que prueba lo contrario?
Myriam se puso colorada. Luego pálida.
—Dices estas cosas porque estás enfadado.
—¿Enfadado? Me he enterado de que has hecho grandes progresos con Lucio, ¿por qué iba a estar enfadado? Has hecho todo lo que te he pedido.
—Víctor, no se trata de Lucio… Ya te lo he dicho, se trata de nosotros. Y sí, estás enfadado. Lo vi aquella primera noche en la boda de Daniela. Está en tu mirada.
—Esto suena muy melodramático —comentó él. —Lo sentí la noche después de la fiesta en Roma. El modo en que me tocaste… —siguió ella.
—Como a una posesión, como dijiste tú —la interrumpió Víctor—. Bueno, es verdad, ¿no? Todo lo que has dicho es verdad.
Sonó a condena, tanto de sí mismo como de ella, porque ella había pensado lo peor de él. Excepto ahora.
—Víctor, por favor, escúchame. He hablado con mi madre hoy…
—¡Qué tierno!
—Mi madre me ha dicho que tú me esperaste en la iglesia… —él se rió sin poder creerlo.
—Por supuesto que lo hice, Myriam. Nos íbamos a casar, ¿no lo recuerdas?
—¿Me creerías si te digo que yo no lo sabía? ¿Que yo le pedí a mi madre que te diera una carta antes de la ceremonia? Yo no quería humillarte de ese modo, delante de todo el mundo…
—No sé por qué estás hablando de todo esto ahora. Ya no importa —Víctor la miró con ojos de reproche.
—Tienes razón. No importa que yo hubiera querido darte una nota antes de la ceremonia, porque me marché. Dejé a todos esperando. Fui egoísta. Cuando te oí hablar con mi padre, y luego hablaste conmigo, fue como si fueras un hombre diferente, uno que casi me daba miedo. Y cuando te pregunté si me amabas y no me contestaste, asumí que no lo hacías —Myriam hizo una pausa después del esfuerzo de su confesión, mientras él ponía cara de indiferencia.
¿Por qué tenía que ser tan duro aquello?
—Debí decirte lo que estaba sintiendo en aquel momento. Pero era una niña, Víctor. Y te amaba como una niña. Tú tenías razón. Me di cuenta de que no eras mi príncipe azul. Y salí corriendo. No pude enfrentarlo y huí. Pero ahora soy una mujer, y te amo como una mujer, y no voy a huir.
Un brillo pasó por los ojos de Víctor. Su boca se torció y luego él se acercó a la ventana.
—Víctor…
—Hubo una vez… en que habría dado cualquier cosa por oírte decir eso. Pero ahora, no.
—Sé que tengo que pedirte que me perdones —dijo ella con voz temblorosa—. Sé por qué has estado tan enfadado, y tenías derecho a estarlo, Víctor. Cuando te imagino de pie, esperando allí, con toda tu familia… —ella se interrumpió, y empezó a llorar—. Lo siento. ¡Lo siento mucho! ¿Puedes perdonarme?
Víctor seguía de espaldas. Se irguió y pasó su mano por el cabello. Luego agitó la cabeza.
—Tienes razón. He estado enfadado. Como tú. Me opuse a mis emociones, a mis recuerdos. Me convencí de que no sentía nada por ti, que nunca había sentido nada. Casi me convencí de que sólo te quería por tu apellido.
Myriam contuvo la respiración. Esperó.
—Casi lo logré —siguió él—. Me casé con Geraldín y pensé que podía estar bien. Pero nos hicimos desdichados el uno al otro. Cambié algo profundo y real por algo falso y vacío. No quería un matrimonio sólo por el apellido. No quería una posesión. Te quería a ti. Quería amor.
Myriam no sabía qué decir.
—Pero no era profundo y real lo nuestro, ¿no? Porque se rompió al primer golpe —agregó él.
Ella quería negarlo, pero no podía.
—Sé que tú pensabas que yo no te amaba, y que te consideraba un objeto… Y ahora sé que mi amor tenía muchos fallos… Tal vez, en cierto modo, eras para mí lo que tú decías… Me cuesta recordarlo ahora… Pero cuando te volví a ver, no estaba preparado para sentir nada, incluso seguía tratando de convencerme de que no sentía nada por ti, y cuando te vi… y volví a desearte… Noté que a pesar de tu deseo me despreciabas.
—Yo no…
—Ahora no tiene importancia —dijo Víctor—. Así que, sí, te perdono, Myriam, ya que parece que necesitas escucharlo. Te he perdonado hace mucho tiempo. Sé que eras joven y estabas asustada, influida por tu madre. Pero, ¡por Dios!, no soy un monstruo… No lo era entonces, aunque tú lo creyeras.
—Yo no… —dijo ella.
—Aquella forma en que me mirabas… Supe que te habías dado cuenta de que no era tu príncipe, y que te cuestionabas qué tipo de hombre era… ¿Para qué me preguntaste si te amaba, si estabas tan segura de que no lo hacía?
—¿Me amabas?
El se rió.
—¿No lo sabes ni ahora? ¿Aun ahora tienes que preguntar? —Víctor se dio la vuelta y la miró—: Pero por supuesto que tienes que preguntar. ¡Porque el amor que yo puedo darte no tiene valor para ti! No te alcanza, Myriam. Ni hace siete años ni ahora. No puedo darte lo que quieres ahora. Tú me lo has demostrado, me lo has dicho. Aun hace un momento… —se pasó la mano por la mandíbula—. He venido de Roma a decirte que te amo, pero al parecer tú lo has adivinado… Pero no importa. Lo nuestro no funcionará, Myriam. El amor no es suficiente.
Era lo que ella le había dicho a Bianca, lo que ella creía. Pero ahora sabía que no era verdad. Lo sabía con su cuerpo y su mente y su corazón: el amor era suficiente.
—El amor es suficiente cuando es sincero, Víctor, como ahora, y cuando se puede perdonar. Y cuando lo acompañan todas las cosas que tú puedes darme, que ya me has dado… Me has mostrado cuánto me amas cuando me tomas en tus brazos, y me enjugas las lágrimas. Y cuando miras a Lucio… Y cuando abrazas a esos hombres… Cuando hablas de tu familia, Víctor… Tu amor es suficiente.
El agitó la cabeza, pero ella lo detuvo cuando fue hacia él. Estaba segura de que se amaban.
Y eso era suficiente. Y lo sería.
Myriam se puso de puntillas y le agarró la cara con las manos.
—La única pregunta que tengo que hacerte es ésta: ¿Es suficiente mi amor para ti? —preguntó Myriam.
Víctor se rió débilmente a modo de asentimiento.
—Sí —susurró—. Sí.
Ella nunca se había sentido tan protegida, tan cuidada como en brazos de Víctor.
Todo fue diferente aquella vez.
Myriam estaba sonriendo de pie en el vestíbulo de la pequeña iglesia. En lugar de llevar encaje, llevaba un traje de seda color marfil y el cabello suelto como oro. En sus orejas lucía un par de pendientes de diamantes que brillaban a la distancia.
Sintió una manita en su vestido y desvió la mirada hacia Lucio. Le sonrió y él le devolvió la sonrisa. Lucio llevaba tres meses haciendo terapia y estaba mucho mejor.
Había sólo un puñado de perisonas en la iglesia, ninguno de renombre, porque ninguno de los dos quería un espectáculo, sino una ceremonia.
—¿Estás lista? —preguntó Matteo, el padre de Bianca.
Myriam lo agarró del brazo.
Sonó el órgano, pero Myriam apenas lo oyó por la emoción. Víctor estaba al final del pasillo, con los ojos brillantes de amor, esperándola.
Y el corazón de Myriam se llenó de orgullo.
Prometieron amarse y ser fieles, en la alegría y en la pena, en la salud y la enfermedad, hasta que la muerte los separase…
Y Myriam supo que aquellas promesas eran sinceras.
Hubo una cena en la mansión. Luego Bianca y Lucio se fueron a pasar la noche a casa de su padre.
Víctor quería llevarla a un hotel, a algún lugar lujoso, pero Myriam prefirió estar en su hogar con él.
Myriam miró la vista de la montaña. Nunca se cansaría de ello.
Víctor se puso detrás de ella y le besó la nuca. Y ella se estremeció.
Se dio la vuelta para besarlo, y él la besó profundamente, con una pasión intensa y tierna.
Ella lo miró a los ojos. No había sombras ni dudas.
—Ven —le dijo Víctor, entrelazando sus dedos a los de ella, para llevarla a la cama de matrimonio.
Fin
espero muchos comentarios. y ya estoy preparando otra novelita ahi les va el nombre "Cambio de parejas"
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Muchas gracias por el final de esta novela. te esperamos con la proxima que desde el titulo ya se ve interesante
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
miil graciias por la noveliita niiña me encanto
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
FINAL DE 10, MUCHAS GRACIAS.
Y ESTARE ESPERANDO LA NUEVA NOVELA
Y ESTARE ESPERANDO LA NUEVA NOVELA
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Muchas gracias por la novelita me encanto
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por la novela Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Niña, muchas gracias!! Te has convertido en nuestra escritora de cabecera jajaja!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
GRACIAS POR LA NOVELA
dany- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 883
Fecha de inscripción : 23/05/2008
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