De la ira al amor.... Capitulo Final
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rodmina
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
gracias por el capitulo
esta buena no tardes
rodmina- VBB PLATA
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Ke buena novelita , gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
mil gracias por el cap niiña ahora que pasara con estos dos niiños xfiis no trades con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
GRACIAS POR EL BUEN CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
chicas aqui tiene el siguiente capitulo espero y lo disfruten.....
gracias por sus comentarios.
Capítulo 5
El miércoles Myriam estaba esperando que llamase Víctor mientras revisaba el caso de Lucio en su oficina.
Después de aquel devastador beso había pensado no aceptar el caso de Lucio, porque el conflicto personal era obvio y la abrumaba.
A la vez, la tentaba aceptar el caso. La idea de trabajar intensamente con el niño y ayudarlo, era muy motivador y excitante. Siempre había tenido que adaptarse al ritmo de sesiones de cuarenta y cinco minutos, mientras los padres de los niños se desesperaban de angustia hasta ver los resultados. Y ésta era una ocasión para ver la posibilidad de que un caso fuera solucionándose a pasos agigantados.
Decididamente, ella deseaba hacerse cargo de aquel caso, aunque Víctor estuviera involucrado en él. Sobre todo si Víctor estaba involucrado en él. Porque sería un modo de acabar con el pasado de una vez por todas.
La sobresaltó el teléfono, y contestó.
—Hola…
—Myriam, ¿has estudiado el caso de Lucio?
—Sí.
—¿Y?
—Sí, me haré cargo del caso, Víctor. Pero…
—Tienes algunas reservas —adivinó Víctor.
—Sí.
—Por el beso de la otra noche —comentó él.
—Sí. Voy a ir a Abruzzo por un asunto profesional, y no puede haber…
—No habrá nada.
—Aun así… No quiero que haya ninguna tensión por lo que ha sucedido entre nosotros. Tanto para Lucio como para nosotros sería mejor que pudiéramos ser amigos.
—Entonces lo seremos.
Myriam se rió, insegura, porque sabía que no era tan sencillo. Y seguramente Víctor lo sabía tanto como ella.
—Nunca me habías besado así.
Víctor se quedó en silencio. Luego dijo:
—Tenías diecinueve años. Eras una niña. Tenía que darte tiempo. Sin embargo, anoche no lo eras. Pero no temas, no se repetirá.
Habló tan firme y decididamente, que Myriam tuvo que aceptar sus palabras.
—De acuerdo, entonces —dijo ella.
—Vuelo a Londres el próximo viernes. Eso te dará tiempo de ocuparte de tus otros casos. Puedes volver conmigo a Roma, y desde ahí ir juntos a Abruzzo.
Ella estuvo de acuerdo, y se despidieron amistosamente. Incluso él le dio las gracias por ocuparse de Lucio.
Al final no fue difícil solucionar el tema de los otros casos. Como trabajaba por su cuenta y no tenía un trabajo permanente, en una semana pudo subarrendar su piso y hacer las maletas.
Había sentido cierta inquietud al ver lo fácil que había sido desmantelar su vida, una vida que le había costado sudor y lágrimas construir en los últimos siete años, y que de pronto había desaparecido, al menos por el momento.
Era un día claro de septiembre, y Myriam estaba esperando fuera que la recogiera Víctor. Este apareció, vestido con un traje oscuro y un móvil en la oreja, y sus modales fueron tan bruscos e impersonales, que Myriam no dudó de que aquello fuera simplemente una relación profesional.
Víctor seguía hablando por teléfono cuando el chófer puso su equipaje en el maletero y ella se subió al coche.
Después de unos veinte minutos de viaje, Víctor dejó el móvil.
—Perdona, era una llamada de negocios —dijo entonces.
—Eso parecía —respondió ella.
—Le he dicho a Bianca que irás a la villa, y te está esperando ilusionada. Eres una esperanza para todos nosotros, Myriam.
Myriam asintió.
—Pero recuerda que no hay garantías, ni promesas —insistió ella.
—Es verdad. Pero no las hay en nada en la vida, ¿no?
¿Estaría hablando de ellos?, se preguntó ella.
Pero no, el pasado estaba olvidado. Tenía que recordarlo.
Tomaron un avión privado a Roma, y ella pensó que aquello era una muestra de la riqueza y poder de Víctor.
—¿Eres más rico ahora que hace siete años? —le preguntó ella cuando se sentaron en el avión.
—Un poco —respondió él por encima del periódico.
—Sé que mi padre tenía dinero, pero a decir verdad, yo no lo notaba mucho —dijo Myriam.
—¿No tenías una vida cómoda?
—Sí, por supuesto —se rió ella—. Créeme, no voy a contarte la historia de una niña pobre. No había vivido mucho, y creo que fue por ello que me sentí tan fascinada por ti cuando nos conocimos.
—Comprendo.
Myriam miró por la ventanilla del avión. El aparato estaba ascendiendo por encima de la niebla que cubría Londres.
Ella sentía una extraña necesidad de hablar del pasado, como si necesitase mostrar a Víctor lo poco que le importaba. Era un impulso un poco infantil, lo sabía, pero no podía evitarlo.
—Has dicho que tenías un piso en Roma, ¿en qué parte? —preguntó ella más tarde.
—En Parioli, cerca de Villa Borghese.
—No he estado nunca en Roma —admitió ella.
Su vida en Italia había transcurrido entre el colegio de monjas y su casa.
—Te mostraré las vistas, si tenemos tiempo —dijo Víctor.
—¿Vamos a ir directamente a Abruzzo?
—Mañana. Esta noche tengo una cena de negocios, un evento social —desvió la mirada de ella y agregó—: A lo mejor podrías venir conmigo.
Myriam se puso rígida.
—¿Por qué?
—¿Por qué no? La mayoría de la gente va con sus parejas, y yo no tengo.
—Yo no soy tu pareja.
—No. Pero estás conmigo. No tiene sentido que te quedes sola en la mansión —sonrió Víctor—. Creía que éramos amigos.
—Lo somos, sólo que…
Víctor alzó las cejas.
—De acuerdo —asintió ella—. Gracias. Será… agradable.
—Agradable… Sí, claro —asintió Víctor.
No volvieron a hablar hasta que el jet aterrizó en el aeropuerto de Fuimicino, y Víctor la ayudó a bajar del avión.
El aire la envolvió como una manta, seco, caliente, familiar, reconfortante.
Aquella tierra era su hogar, pensó ella.
—Hace mucho tiempo que no estás en Italia —dijo Víctor, mirándola.
—Seis años.
—Viniste al funeral de tu padre.
—Sí.
—Siento su muerte —dijo Víctor después de un momento.
Myriam se encogió de hombros. Luego dijo:
—Gracias. Hace mucho tiempo de ello.
—La muerte de los padres sigue doliendo siempre —dijo él.
—La verdad es que no pienso en ello —contestó Myriam.
Y le pareció que mostraba demasiado con aquel comentario.
Víctor dejó el tema, por suerte, y pasaron el siguiente rato ocupándose de la documentación y aduanas.
Al poco tiempo estaban subidos en un coche de alquiler rodeados de las colinas de Roma en el horizonte.
Myriam sintió todo el cansancio de las últimas semanas, tanto físico como psíquico, y se quedó dormida.
Cuando entraron en una calle estrecha de elegantes casas, Víctor le anunció que habían llegado.
La ayudó a bajar del coche y se dirigieron a la casa. Ésta estaba elegantemente decorada con antigüedades, alfombras y cuadros originales que debían costar una fortuna. Sin embargo, le faltaba personalidad. Como si el alma de Víctor no estuviera allí.
Y ella volvió a pensar que no lo conocía, que no sabía qué libros leía, qué le hacía reír, las cosas que habría sabido de haber sido su esposa.
—Sé que estás cansada. Puedes descansar arriba si quieres. Le diré a la cocinera que prepare algo liviano para comer —le dijo Víctor.
—Gracias. La cena de esta noche… Es un evento formal, ¿no?
—Sí.
—No tengo nada apropiado que ponerme… No suelo necesitar ropa de fiesta en mi trabajo…
—Enviaré a alguien a las tiendas para que elija algo para ti. A no ser que prefieras ir tú misma.
Myriam agitó la cabeza. No habría sabido qué elegir, y la sola idea de dar vueltas por Roma la cansaba.
—Bien. Tengo que ocuparme de negocios, pero Anna, mi ama de llaves, te mostrará tu habitación.
En aquel momento, como si se tratase de un conjuro, una mujer de pelo cano apareció en el pasillo.
—Por aquí, Signorina —dijo la mujer en italiano.
—Grazie —su lengua materna le sonó extraña por un momento. Hacía años que no usaba más que el inglés.
¿Habría sido algo deliberado para olvidar su pasado? ¿Un modo de ser una nueva persona?
Siguió a Anna por las mullidas alfombras hasta una habitación decorada con exquisito gusto. Myriam miró la cama doble con su colcha de seda rosa, las cortinas haciendo juego…
Sonrió a Anna y le dio las gracias.
Se sentó en la cama y luego se quitó la ropa y se acostó.
No podía creer que estuviera en casa de Víctor.
Myriam cerró los ojos. No quería examinar sus sentimientos, ni lo que podía sentir Víctor. Sólo quería hacer su trabajo.
Esperaba que cuando conociera a Lucio se olvidase totalmente de Víctor.
Y con aquel pensamiento se durmió.
Se despertó con los golpes en la puerta.
—¿Myriam? —la llamó Víctor—. Llevas durmiendo cuatro horas. Tenemos que arreglarnos para la cena.
—Lo siento —murmuró ella, quitándose el pelo de la cara.
Víctor abrió la puerta y ella fue consciente de su horrible apariencia, y de que sólo llevaba un sujetador y unas braguitas debajo de la colcha.
Víctor la miró un momento, y Myriam sintió un calor por dentro.
—Abajo tienes una selección de vestidos de fiesta. Te los traeré.
—¿Una selección? —repitió ella.
Pero Víctor ya se había ido.
Myriam se levantó de la cama y se puso la ropa que había dejado en el suelo. Cuando se estaba recogiendo el pelo apareció Víctor con unas bolsas en la mano.
—Aquí tienes todo lo que te hace falta. Tenemos que marcharnos en menos de una hora. Anna te traerá algo de comer. No has almorzado —Víctor sonrió.
—Gracias por ser tan considerado.
—De nada.
Ella se dio cuenta de que se sentía cómoda. Y le apetecía disfrutar de la noche, jugando a ser una niña a la que le han dado la oportunidad de probarse la ropa de su madre.
Sonrió y fue en busca de las bolsas.
Víctor se había ocupado de todo. Había tres vestidos de diseño diferentes con zapatos y chales a juego, así como ropa interior y medias.
Ella hacía siete años que no tenía ropa tan bonita. No le habían hecho falta y ciertamente no había podido permitírsela.
Se sintió conmovida por la consideración de Víctor, pero luego se dio cuenta de que era simplemente su forma de operar. Ella estaba bajo su cuidado, así que él tenía que darle lo que necesitase.
Eligió un vestido de seda estrecho hasta la rodilla que le hacía una esbelta figura. Era sencillo y elegante a la vez.
En el fondo de una de las bolsas, Víctor había dejado una cajita de terciopelo y cuando Myriam la abrió, se quedó con la boca abierta.
Eran los pendientes que le había regalado el día antes de la boda. Los pendientes con los que él había dicho que quería verla.
Sintió ganas de llorar y no supo por qué.
Se puso los pendientes y se soltó el cabello, que cayó sobre sus hombros.
Luego bajó.
—¡Estás deslumbrante! —dijo él al verla. Miró sus orejas, el brillo de los diamantes contra su piel y sonrió.
Myriam le devolvió la sonrisa.
—Gracias.
Víctor le dio la mano y ella la tomó. No quería pensar mucho. Aquélla sería una noche, sólo una noche, y ella quería disfrutarla.
Tomaron un coche hasta el hotel St Regis. Myriam se sintió impresionada por la fachada del hotel. Estaban en el corazón de Roma, a minutos de la escalinata de la Plaza de España y la Fontana de Trevi.
El aire de mediados de septiembre era como una caricia mientras subían las escaleras del hotel.
Cuando entraron Myriam se quedó admirando la araña que colgaba del techo, las columnas de mármol y las suntuosas alfombras. Desde dentro llegaba la música de un piano, y ella se sintió impresionada por aquel lujo.
Víctor la guió a la sala Ritz, otra lujosa sala con frescos pintados a mano, con el mismo aura de riqueza que la anterior.
Myriam notó cómo los miraban al entrar, los comentarios silenciosos, las miradas especulativas.
Ella levantó la mirada y sonrió orgullosamente. Posesivamente.
Víctor se acercó a un grupo de hombres y presentó a Myriam a sus socios.
—Caballeros, ésta es mi amiga. Myriam Montemayor.
«Mi amiga», pensó ella. Algo que no había sido antes.
Y de pronto se preguntó si eso era lo que quería ser para él.
Pero no le quedaba otra opción.
La gente pareció sorprendida al oír la palabra «amiga». Y ella se preguntó por qué.
Seguramente Víctor había ido a eventos con otra mujer, alguna que no fuera una novia estable, ni siquiera alguien con quien estuviera saliendo…
¿O sería que acostumbraba a ir con alguna mujer en especial que no era ella?
Pero no pudo seguir pensando, porque pronto se sintió envuelta en la conversación.
—¿Estás bien? —preguntó Víctor llevándola del codo.
—Sí, estoy bien. Me lo estoy pasando bien, de hecho.
—Bien —contestó él con una nota de satisfacción posesiva.
Pero Víctor sólo la consideraba una adquisición, se recordó. Había comprado sus servicios recientemente.
Pero ella no quería pensar ni sentir. Sólo quería disfrutar.
Así que dejó que Víctor la llevara a la mesa.
Myriam se sentó al lado de una mujer delgada de vestido negro de crepé, Antonia Di Bona.
—Víctor te ha tenido escondida —comentó la mujer.
Myriam tragó saliva y miró a Víctor. Éste estaba conversando con un colega.
Myriam sonrió y con una fría sonrisa dijo:
—Soy sólo una amiga.
—¿Sí? Víctor no tiene muchas amigas.
—¿No?
Myriam sintió un cierto alivio. Pero a la vez le había dado la impresión de que aquella mujer sabía algo de Víctor que ella no conocía. Y esperaba el momento de averiguarlo.
Comieron el primer plato sin conversar demasiado. Luego Antonia preguntó:
—¿Conoces a Víctor desde hace mucho tiempo?
—Bastante tiempo —respondió Myriam.
—Bastante tiempo… —repitió Antonia—. Me pregunto cuánto tiempo —se inclinó hacia adelante—. No pareces su tipo, ¿sabes? Él las prefiere… —miró a Myriam con ojos de crítica—. Más glamurosas. ¿Sales con él a menudo?
—No —contestó ella, con rabia por el comentario de Antonia—. De hecho estoy muy ocupada, tanto como Víctor.
Sabía que debía comentar que su relación con Víctor era sólo profesional, pero no sabía por qué no podía hacerlo.
Antonia se rió forzadamente y agregó.
—Víctor está siempre ocupado. Así es como se ha hecho rico —miró a Myriam una vez más—. Y el motivo por el que fracasó su matrimonio.
gracias por sus comentarios.
Capítulo 5
El miércoles Myriam estaba esperando que llamase Víctor mientras revisaba el caso de Lucio en su oficina.
Después de aquel devastador beso había pensado no aceptar el caso de Lucio, porque el conflicto personal era obvio y la abrumaba.
A la vez, la tentaba aceptar el caso. La idea de trabajar intensamente con el niño y ayudarlo, era muy motivador y excitante. Siempre había tenido que adaptarse al ritmo de sesiones de cuarenta y cinco minutos, mientras los padres de los niños se desesperaban de angustia hasta ver los resultados. Y ésta era una ocasión para ver la posibilidad de que un caso fuera solucionándose a pasos agigantados.
Decididamente, ella deseaba hacerse cargo de aquel caso, aunque Víctor estuviera involucrado en él. Sobre todo si Víctor estaba involucrado en él. Porque sería un modo de acabar con el pasado de una vez por todas.
La sobresaltó el teléfono, y contestó.
—Hola…
—Myriam, ¿has estudiado el caso de Lucio?
—Sí.
—¿Y?
—Sí, me haré cargo del caso, Víctor. Pero…
—Tienes algunas reservas —adivinó Víctor.
—Sí.
—Por el beso de la otra noche —comentó él.
—Sí. Voy a ir a Abruzzo por un asunto profesional, y no puede haber…
—No habrá nada.
—Aun así… No quiero que haya ninguna tensión por lo que ha sucedido entre nosotros. Tanto para Lucio como para nosotros sería mejor que pudiéramos ser amigos.
—Entonces lo seremos.
Myriam se rió, insegura, porque sabía que no era tan sencillo. Y seguramente Víctor lo sabía tanto como ella.
—Nunca me habías besado así.
Víctor se quedó en silencio. Luego dijo:
—Tenías diecinueve años. Eras una niña. Tenía que darte tiempo. Sin embargo, anoche no lo eras. Pero no temas, no se repetirá.
Habló tan firme y decididamente, que Myriam tuvo que aceptar sus palabras.
—De acuerdo, entonces —dijo ella.
—Vuelo a Londres el próximo viernes. Eso te dará tiempo de ocuparte de tus otros casos. Puedes volver conmigo a Roma, y desde ahí ir juntos a Abruzzo.
Ella estuvo de acuerdo, y se despidieron amistosamente. Incluso él le dio las gracias por ocuparse de Lucio.
Al final no fue difícil solucionar el tema de los otros casos. Como trabajaba por su cuenta y no tenía un trabajo permanente, en una semana pudo subarrendar su piso y hacer las maletas.
Había sentido cierta inquietud al ver lo fácil que había sido desmantelar su vida, una vida que le había costado sudor y lágrimas construir en los últimos siete años, y que de pronto había desaparecido, al menos por el momento.
Era un día claro de septiembre, y Myriam estaba esperando fuera que la recogiera Víctor. Este apareció, vestido con un traje oscuro y un móvil en la oreja, y sus modales fueron tan bruscos e impersonales, que Myriam no dudó de que aquello fuera simplemente una relación profesional.
Víctor seguía hablando por teléfono cuando el chófer puso su equipaje en el maletero y ella se subió al coche.
Después de unos veinte minutos de viaje, Víctor dejó el móvil.
—Perdona, era una llamada de negocios —dijo entonces.
—Eso parecía —respondió ella.
—Le he dicho a Bianca que irás a la villa, y te está esperando ilusionada. Eres una esperanza para todos nosotros, Myriam.
Myriam asintió.
—Pero recuerda que no hay garantías, ni promesas —insistió ella.
—Es verdad. Pero no las hay en nada en la vida, ¿no?
¿Estaría hablando de ellos?, se preguntó ella.
Pero no, el pasado estaba olvidado. Tenía que recordarlo.
Tomaron un avión privado a Roma, y ella pensó que aquello era una muestra de la riqueza y poder de Víctor.
—¿Eres más rico ahora que hace siete años? —le preguntó ella cuando se sentaron en el avión.
—Un poco —respondió él por encima del periódico.
—Sé que mi padre tenía dinero, pero a decir verdad, yo no lo notaba mucho —dijo Myriam.
—¿No tenías una vida cómoda?
—Sí, por supuesto —se rió ella—. Créeme, no voy a contarte la historia de una niña pobre. No había vivido mucho, y creo que fue por ello que me sentí tan fascinada por ti cuando nos conocimos.
—Comprendo.
Myriam miró por la ventanilla del avión. El aparato estaba ascendiendo por encima de la niebla que cubría Londres.
Ella sentía una extraña necesidad de hablar del pasado, como si necesitase mostrar a Víctor lo poco que le importaba. Era un impulso un poco infantil, lo sabía, pero no podía evitarlo.
—Has dicho que tenías un piso en Roma, ¿en qué parte? —preguntó ella más tarde.
—En Parioli, cerca de Villa Borghese.
—No he estado nunca en Roma —admitió ella.
Su vida en Italia había transcurrido entre el colegio de monjas y su casa.
—Te mostraré las vistas, si tenemos tiempo —dijo Víctor.
—¿Vamos a ir directamente a Abruzzo?
—Mañana. Esta noche tengo una cena de negocios, un evento social —desvió la mirada de ella y agregó—: A lo mejor podrías venir conmigo.
Myriam se puso rígida.
—¿Por qué?
—¿Por qué no? La mayoría de la gente va con sus parejas, y yo no tengo.
—Yo no soy tu pareja.
—No. Pero estás conmigo. No tiene sentido que te quedes sola en la mansión —sonrió Víctor—. Creía que éramos amigos.
—Lo somos, sólo que…
Víctor alzó las cejas.
—De acuerdo —asintió ella—. Gracias. Será… agradable.
—Agradable… Sí, claro —asintió Víctor.
No volvieron a hablar hasta que el jet aterrizó en el aeropuerto de Fuimicino, y Víctor la ayudó a bajar del avión.
El aire la envolvió como una manta, seco, caliente, familiar, reconfortante.
Aquella tierra era su hogar, pensó ella.
—Hace mucho tiempo que no estás en Italia —dijo Víctor, mirándola.
—Seis años.
—Viniste al funeral de tu padre.
—Sí.
—Siento su muerte —dijo Víctor después de un momento.
Myriam se encogió de hombros. Luego dijo:
—Gracias. Hace mucho tiempo de ello.
—La muerte de los padres sigue doliendo siempre —dijo él.
—La verdad es que no pienso en ello —contestó Myriam.
Y le pareció que mostraba demasiado con aquel comentario.
Víctor dejó el tema, por suerte, y pasaron el siguiente rato ocupándose de la documentación y aduanas.
Al poco tiempo estaban subidos en un coche de alquiler rodeados de las colinas de Roma en el horizonte.
Myriam sintió todo el cansancio de las últimas semanas, tanto físico como psíquico, y se quedó dormida.
Cuando entraron en una calle estrecha de elegantes casas, Víctor le anunció que habían llegado.
La ayudó a bajar del coche y se dirigieron a la casa. Ésta estaba elegantemente decorada con antigüedades, alfombras y cuadros originales que debían costar una fortuna. Sin embargo, le faltaba personalidad. Como si el alma de Víctor no estuviera allí.
Y ella volvió a pensar que no lo conocía, que no sabía qué libros leía, qué le hacía reír, las cosas que habría sabido de haber sido su esposa.
—Sé que estás cansada. Puedes descansar arriba si quieres. Le diré a la cocinera que prepare algo liviano para comer —le dijo Víctor.
—Gracias. La cena de esta noche… Es un evento formal, ¿no?
—Sí.
—No tengo nada apropiado que ponerme… No suelo necesitar ropa de fiesta en mi trabajo…
—Enviaré a alguien a las tiendas para que elija algo para ti. A no ser que prefieras ir tú misma.
Myriam agitó la cabeza. No habría sabido qué elegir, y la sola idea de dar vueltas por Roma la cansaba.
—Bien. Tengo que ocuparme de negocios, pero Anna, mi ama de llaves, te mostrará tu habitación.
En aquel momento, como si se tratase de un conjuro, una mujer de pelo cano apareció en el pasillo.
—Por aquí, Signorina —dijo la mujer en italiano.
—Grazie —su lengua materna le sonó extraña por un momento. Hacía años que no usaba más que el inglés.
¿Habría sido algo deliberado para olvidar su pasado? ¿Un modo de ser una nueva persona?
Siguió a Anna por las mullidas alfombras hasta una habitación decorada con exquisito gusto. Myriam miró la cama doble con su colcha de seda rosa, las cortinas haciendo juego…
Sonrió a Anna y le dio las gracias.
Se sentó en la cama y luego se quitó la ropa y se acostó.
No podía creer que estuviera en casa de Víctor.
Myriam cerró los ojos. No quería examinar sus sentimientos, ni lo que podía sentir Víctor. Sólo quería hacer su trabajo.
Esperaba que cuando conociera a Lucio se olvidase totalmente de Víctor.
Y con aquel pensamiento se durmió.
Se despertó con los golpes en la puerta.
—¿Myriam? —la llamó Víctor—. Llevas durmiendo cuatro horas. Tenemos que arreglarnos para la cena.
—Lo siento —murmuró ella, quitándose el pelo de la cara.
Víctor abrió la puerta y ella fue consciente de su horrible apariencia, y de que sólo llevaba un sujetador y unas braguitas debajo de la colcha.
Víctor la miró un momento, y Myriam sintió un calor por dentro.
—Abajo tienes una selección de vestidos de fiesta. Te los traeré.
—¿Una selección? —repitió ella.
Pero Víctor ya se había ido.
Myriam se levantó de la cama y se puso la ropa que había dejado en el suelo. Cuando se estaba recogiendo el pelo apareció Víctor con unas bolsas en la mano.
—Aquí tienes todo lo que te hace falta. Tenemos que marcharnos en menos de una hora. Anna te traerá algo de comer. No has almorzado —Víctor sonrió.
—Gracias por ser tan considerado.
—De nada.
Ella se dio cuenta de que se sentía cómoda. Y le apetecía disfrutar de la noche, jugando a ser una niña a la que le han dado la oportunidad de probarse la ropa de su madre.
Sonrió y fue en busca de las bolsas.
Víctor se había ocupado de todo. Había tres vestidos de diseño diferentes con zapatos y chales a juego, así como ropa interior y medias.
Ella hacía siete años que no tenía ropa tan bonita. No le habían hecho falta y ciertamente no había podido permitírsela.
Se sintió conmovida por la consideración de Víctor, pero luego se dio cuenta de que era simplemente su forma de operar. Ella estaba bajo su cuidado, así que él tenía que darle lo que necesitase.
Eligió un vestido de seda estrecho hasta la rodilla que le hacía una esbelta figura. Era sencillo y elegante a la vez.
En el fondo de una de las bolsas, Víctor había dejado una cajita de terciopelo y cuando Myriam la abrió, se quedó con la boca abierta.
Eran los pendientes que le había regalado el día antes de la boda. Los pendientes con los que él había dicho que quería verla.
Sintió ganas de llorar y no supo por qué.
Se puso los pendientes y se soltó el cabello, que cayó sobre sus hombros.
Luego bajó.
—¡Estás deslumbrante! —dijo él al verla. Miró sus orejas, el brillo de los diamantes contra su piel y sonrió.
Myriam le devolvió la sonrisa.
—Gracias.
Víctor le dio la mano y ella la tomó. No quería pensar mucho. Aquélla sería una noche, sólo una noche, y ella quería disfrutarla.
Tomaron un coche hasta el hotel St Regis. Myriam se sintió impresionada por la fachada del hotel. Estaban en el corazón de Roma, a minutos de la escalinata de la Plaza de España y la Fontana de Trevi.
El aire de mediados de septiembre era como una caricia mientras subían las escaleras del hotel.
Cuando entraron Myriam se quedó admirando la araña que colgaba del techo, las columnas de mármol y las suntuosas alfombras. Desde dentro llegaba la música de un piano, y ella se sintió impresionada por aquel lujo.
Víctor la guió a la sala Ritz, otra lujosa sala con frescos pintados a mano, con el mismo aura de riqueza que la anterior.
Myriam notó cómo los miraban al entrar, los comentarios silenciosos, las miradas especulativas.
Ella levantó la mirada y sonrió orgullosamente. Posesivamente.
Víctor se acercó a un grupo de hombres y presentó a Myriam a sus socios.
—Caballeros, ésta es mi amiga. Myriam Montemayor.
«Mi amiga», pensó ella. Algo que no había sido antes.
Y de pronto se preguntó si eso era lo que quería ser para él.
Pero no le quedaba otra opción.
La gente pareció sorprendida al oír la palabra «amiga». Y ella se preguntó por qué.
Seguramente Víctor había ido a eventos con otra mujer, alguna que no fuera una novia estable, ni siquiera alguien con quien estuviera saliendo…
¿O sería que acostumbraba a ir con alguna mujer en especial que no era ella?
Pero no pudo seguir pensando, porque pronto se sintió envuelta en la conversación.
—¿Estás bien? —preguntó Víctor llevándola del codo.
—Sí, estoy bien. Me lo estoy pasando bien, de hecho.
—Bien —contestó él con una nota de satisfacción posesiva.
Pero Víctor sólo la consideraba una adquisición, se recordó. Había comprado sus servicios recientemente.
Pero ella no quería pensar ni sentir. Sólo quería disfrutar.
Así que dejó que Víctor la llevara a la mesa.
Myriam se sentó al lado de una mujer delgada de vestido negro de crepé, Antonia Di Bona.
—Víctor te ha tenido escondida —comentó la mujer.
Myriam tragó saliva y miró a Víctor. Éste estaba conversando con un colega.
Myriam sonrió y con una fría sonrisa dijo:
—Soy sólo una amiga.
—¿Sí? Víctor no tiene muchas amigas.
—¿No?
Myriam sintió un cierto alivio. Pero a la vez le había dado la impresión de que aquella mujer sabía algo de Víctor que ella no conocía. Y esperaba el momento de averiguarlo.
Comieron el primer plato sin conversar demasiado. Luego Antonia preguntó:
—¿Conoces a Víctor desde hace mucho tiempo?
—Bastante tiempo —respondió Myriam.
—Bastante tiempo… —repitió Antonia—. Me pregunto cuánto tiempo —se inclinó hacia adelante—. No pareces su tipo, ¿sabes? Él las prefiere… —miró a Myriam con ojos de crítica—. Más glamurosas. ¿Sales con él a menudo?
—No —contestó ella, con rabia por el comentario de Antonia—. De hecho estoy muy ocupada, tanto como Víctor.
Sabía que debía comentar que su relación con Víctor era sólo profesional, pero no sabía por qué no podía hacerlo.
Antonia se rió forzadamente y agregó.
—Víctor está siempre ocupado. Así es como se ha hecho rico —miró a Myriam una vez más—. Y el motivo por el que fracasó su matrimonio.
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Osea ke es divorciado ??? Muchas gracias por el capitulo. Te esperamos con el siguiente
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
a ver como que fracaso su matrimonio osea se caso con otra xfiis niiña no tardes con el siiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
ESA ANTONIA ES UNA INTRIGANTE, OJALA MYRIAM NO SE DEJE.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
hola chicas mil disculpa porque no les pude poner un capitulo este fin de semana pero aqui tienen el capitulo de ayer y al rato les pongo el que sigue... gracias por sus comentarios me gustan mucho.....
Capítulo 6
Myriam se quedó helada. Había estado casado… ¿Con quién?, se preguntó ella.
Sin embargo él no se lo había dicho.
¿Y por qué iba a decírselo?
Ellos tenían una relación profesional.
Sin embargo había muchas cosas que no encajaban con una relación profesional, pensó, recordando el beso de Víctor.
Intentó relajarse.
Víctor había estado casado…
Pero eso no significaba nada. No debía significar nada para ella.
Sin embargo… le dolía.
Myriam agarró el tenedor y comió un bocado del postre. No le supo a nada. Estaba demasiado preocupada por lo que acababa de saber como para saborearlo.
¿Por qué le dolía aquello todavía?
Myriam agitó la cabeza instintivamente.
No, ya no era aquella niña…
Pero le seguía doliendo que él la hubiera comprado como a una cosa.
Apartó el postre, tomó un sorbo de vino y sintió los ojos de Víctor. Estaba conversando con un colega de los negocios, pero desvió la mirada hacia ella un momento, y ella supo al verlo apretar la boca, que se había dado cuenta de que ella estaba disgustada. Sólo que no sabía por qué.
Después de la cena los invitados caminaron de un lado a otro, conversando, riendo, mientras sonaba la música de un cuarteto de cuerda. Myriam se mezcló con la multitud y vio a Víctor rastrear el salón con la mirada. Ella se apoyó en una columna de mármol.
—¿Por qué te estás escondiendo otra vez? —preguntó Víctor por detrás.
Myriam se sobresaltó.
—No me estoy escondiendo —respondió.
—Me estabas evitando.
—No seas arrogante.
—¿Lo niegas?
—No tenía ganas de hablar, Víctor, ni contigo ni con nadie. Estoy cansada, y ésta no es exactamente la gente con la que yo me relaciono normalmente.
Él le agarró la barbilla y le preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Nada —mintió ella.
—Estás disgustada.
—¡Deja de decirme cómo estoy! —respondió Myriam.
—Podrías hablar con la gente… Intentar conocerlos —agregó él.
—No tengo ganas.
—Pensé que podríamos pasarlo bien esta noche.
—Estoy cansada, y no estoy aquí para ser tu acompañante, ¿no? ¿No te acuerdas? Estoy aquí para ayudar a Lucio. Eso es todo.
—¿Crees que no lo sé? —preguntó él con un tono brusco—. ¿Crees que no intento recordármelo todos los días? —preguntó él en voz baja.
Myriam agitó la cabeza sin querer pensar qué quería decir él.
—Víctor…
—Myriam, lo único que te pido es que actúes normalmente. Que te relaciones, que converses. Solía gustarte conversar… ¿Has cambiado tanto? —sonrió él.
Myriam sintió ganas de llorar.
Recordó aquellas conversaciones, cuánto había conversado y reído de todo con Víctor, y cómo la había escuchado él.
—Víctor, no lo hagas.
Víctor le tocó un párpado y notó su humedad.
—¿El qué?
—No lo hagas —repitió Myriam.
«No me lo recuerdes, no hagas que me enamore de ti. Me rompiste el corazón una vez. No podría volver a soportarlo».
La posibilidad de que pudiera enamorarse de él en lugar de aterrarla le dio tristeza.
Sintió por primera vez la dulce punzada del arrepentimiento.
Myriam pestañeó y el pulgar de Víctor se humedeció otra vez.
—¿Por qué estás llorando? —preguntó él, sorprendido y triste.
Myriam agitó la cabeza.
—No quiero pensar en el pasado. No quiero recordar.
—¿Y qué me dices de las partes buenas? Hubo algunas, ¿no?
—Sí, pero no suficientes —Myriam respiró profundamente y se apartó de Víctor—. Nunca fueron suficientes…
—No. Nunca fueron suficientes.
—Además, tú hablas como si hubiéramos tenido algo real y profundo, y no ha sido así. No como lo que has tenido con otra persona.
Víctor se quedó inmóvil.
—¿De qué estás hablando?
—He oído cosas, Víctor —dijo ella—. Antonia me dijo que habías estado casado.
Aun en aquel momento ella esperaba que él lo negase, que se riera de aquel comentario inexacto.
—No fue relevante —dijo Víctor.
Myriam se rió.
—Hubiera estado bien saberlo… —dijo ella.
—¿Por qué, Myriam? ¿Qué necesidad tenías de saberlo?
—Porque… Porque es el tipo de cosa que yo debería saber…
—¿Deberías saber? ¿Se lo preguntas a todos los adultos con los que te relacionas? ¿A los padres de los niños con los que trabajas?
—Sabes que no es tan sencillo —contestó Myriam—. Tú te olvidas o recuerdas el pasado según te conviene… Bueno, permíteme que yo haga lo mismo —se dio cuenta de que había levantado la voz y de que la gente los estaba mirando.
—Éste no es el lugar para una discusión —comentó Víctor entre dientes.
Ella lo ignoró.
—Ni siquiera sé si estás divorciado. Si tienes hijos…
—Soy viudo —respondió—. Y ya te lo he dicho antes: no tengo hijos —puso su mano en el codo de Myriam—. Y ahora nos vamos a casa.
—¡A lo mejor yo no quiero irme a casa contigo! —dijo ella, soltándose y levantando la voz.
La gente los volvió a mirar.
Hubo un momento de tenso silencio, y luego los invitados siguieron conversando.
Ella se dio cuenta de que estaba haciendo una escena. Se puso colorada.
Y Víctor estaba enfadado, muy enfadado.
—¿Has terminado? —preguntó con frialdad ártica Víctor.
—Sí. Podemos irnos, si quieres…
Víctor la acompañó por el salón entre murmullos y miradas especulativas.
Caminaron en silencio todo el trayecto hasta el coche.
Myriam se refugió en su asiento. Su comportamiento había sido inexcusable; lo sabía. Debería haber esperado a estar en su casa para hablar con Víctor en lugar de hacer una escena delante de todo el mundo.
Pero él debería haberle dicho que había estado casado, pensó ella.
De pronto ella se extrañó de no haberse enterado de que él se había casado. Pero la verdad era que ella había cortado todos los lazos con su pasado. No había vuelto a ver a sus padres. Su padre había muerto un año más tarde de su huida y su madre…
Su madre había conseguido lo que quería. Ahora vivía su vida en Milán, mantenida por una sucesión de amantes.
Al parecer, que ella se marchase hacía siete años no había servido de mucho, porque allí estaban ellos, juntos otra vez.
El coche llegó a su mansión y Myriam entró con Víctor.
Ella lo observó entrar en el salón y servirse dos dedos de whisky y bebérselo.
Víctor se quedó de pie frente a la chimenea, con una mano apoyada en la repisa.
Myriam cerró la puerta doble, corrió las cortinas y encendió una lámpara.
—Lo siento —dijo luego.
—¿Qué sientes? ¿Haberme vuelto a ver? ¿Haber aceptado ayudar a Lucio? ¿O haberme dejado hace siete años? —preguntó Víctor, furioso.
—Nada de eso. Te pido disculpas por mi comportamiento de esta noche. Saber que habías estado casado fue un shock y… reaccioné desproporcionadamente en la fiesta.
—Sí, lo hiciste.
—¿Por qué no me dijiste que habías estado casado?
—¿Y por qué iba a decírtelo?
—Porque… Aunque reconozcamos el pasado y lo hayamos olvidado…
—Sigue estando ahí —terminó la frase Víctor.
—Sí. Jamás oí que te hubieras casado.
—¿Acaso lo preguntaste alguna vez?
—No, por supuesto que no. ¿Por qué iba a…?
—No podías enterarte porque yo no quise divulgarlo.
—¿Por qué? —susurró ella.
—Porque me arrepentí de haberlo hecho casi al terminar la ceremonia.
Víctor se pasó la mano por el pelo.
—Si quieres que te lo cuente, lo haré. Supongo que debí pensar que alguien podía contártelo esta noche, pero no me apetecía hablarte de ello. Así que es un tema que aparqué —sonrió Víctor débilmente—. Un hábito que creo que compartimos.
Myriam sintió que estaba ante un hombre al que no estaba acostumbrada: un Víctor candido, abierto, vulnerable. Él se sentó en una silla con la corbata floja, los botones del cuello abiertos y el vaso de whisky en la mano.
—Entonces, ¿qué sucedió? —preguntó ella.
—Estuve casado seis años con Geraldín Bazán.
—¡Seis años! —exclamó Myriam—. ¿Cuándo te casaste con ella?
—Tres meses después de que me dejases —dijo él.
«De que me dejases», resonó en la cabeza de Myriam.
—¿Por qué? ¿Por qué tan pronto?
—Mi primer matrimonio no se celebró, así que planeé otro.
—Así de sencillo —susurró Myriam.
—Sí —sonrió Víctor, pero sus ojos tenían un brillo de dureza.
Ella tragó saliva. ¿Por qué le dolía?
—Yo iba a casarme contigo por tu apellido, Myriam, ¿recuerdas? Por el apellido Montemayor —se rió secamente, sin humor—. Claro que el apellido Montemayor ya no tiene ningún valor en estos tiempos.
—No…
—No, no te gusta enfrentarte a ello, ¿no? No te gusta enfrentarte a los hechos. Bueno, yo tampoco. Intento no pensar en mi matrimonio.
—¿Por qué no? ¿La amabas?
—¿Importa eso? ¿Te importa a ti? —preguntó Víctor.
—No —mintió ella poniéndose de pie—. No, por supuesto que no. Sólo me lo preguntaba.
Víctor se quedó callado. Y ella también. Esperando.
—Me casé con Geraldín por el apellido de Bazán, como me iba a casar contigo por el tuyo —comentó él—. Necesitaba emparentarme con una antigua familia de renombre.
—¿Por qué necesitas tanto un apellido?
Víctor curvó la boca en una sonrisa forzada.
—Porque yo no tengo una familia propia. Tengo dinero, nada más.
—¿Y Geraldín aceptó ese arreglo? ¿O la engañaste a ella también?
—¿Como te engañé a ti, quieres decir? Myriam, ¡cómo te aferras a esa idea! ¡Cómo quieres creerlo!
—Por supuesto que lo creo —contestó Myriam—. ¡Lo oí de boca de mi padre, y de la tuya! Nuestro matrimonio no era más que un acuerdo de negocios entre mi padre y tú —dijo ella con rabia—. ¿Cuánto era mi valor al final, Víctor? ¿Cuánto pagaste por mí?
Víctor se rió.
—¿No lo sabes? Nada, Myriam, no pagué nada por ti. Pero habría pagado un millón de euros por ti, si no te hubieras ido ese día. Un millón de euros que tu padre ya había perdido en el juego. Ése es el motivo por el que se mató, ya lo sabes… Tenía deudas, una deuda de mucho más de un millón de euros. Y como tú no te casaste conmigo, no cobró nada.
Myriam cerró los ojos.
—Más hechos que tú nunca has querido enfrentar —dijo él.
El tenía razón. Ella nunca había querido enfrentar las repercusiones de su marcha, no había querido examinar muy detenidamente por qué su padre se había suicidado, por qué su madre se había ido.
—No es culpa mía —susurró ella.
—¿Importa realmente?
Ella agitó la cabeza.
—¿Y qué pasó con Geraldín entonces? Háblame de tu matrimonio.
—Geraldín tenía treinta años entonces, dos años más que yo. Estaba desesperada por casarse. Ella aceptó el matrimonio, el arreglo, y todo sucedió rápidamente.
—¿Por qué lo has mantenido casi en secreto si querías su apellido? ¿No deberías haber querido que la gente lo supiera?
Víctor levantó las cejas.
—En teoría, sí. Pero me di cuenta después de casarme de que no quería su maldito apellido. Yo no la quería a ella y ella no me quería a mí. Y al final me di cuenta de que no quería construir mi negocio apoyándome en otra persona. Yo había llegado adonde había llegado por mí mismo, o casi, y quería seguir haciéndolo —sonrió débilmente.
Myriam asintió.
—¿Qué sucedió entonces? ¿Mu… Murió ella?
—Sí. Pero un mes y medio después de la boda Geraldín me dejó. No la culpo. Yo era un marido desastroso. Ella se fue a vivir a Florencia, a un piso que le dejé. Acordamos vivir vidas completamente separadas. Cuando murió en un accidente de coche hace seis meses, hacía casi cinco años que no la veía.
—Pero… Pero eso es horrible —susurró Myriam.
—Sí, lo es —dijo Víctor.
—¿Qué… qué hiciste que la hizo tan desgraciada? ¿Que la hizo dejarte?
—Es culpa mía, ¿no?
—¡Tú lo has admitido!
Víctor se quedó callado un rato largo, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.
—Me di cuenta de que yo quería algo más de un matrimonio. Y Geraldín también. Pero lamentablemente no pudimos dárnoslo el uno al otro.
—¿Qué era? —preguntó Myriam en un suspiro.
—¿Qué crees que era, Myriam?
—Yo… No lo sé.
Realmente no lo sabía.
—Me pregunto por qué te sorprendió tanto que me hubiera casado. Casi pareció herirte…
—¡Por supuesto que me sorprendió! Es un hecho muy importante para mantenerlo en secreto…
—Pero tú también guardaste secretos, Myriam, ¿no? Yo no he sido célibe estos siete años, y tú tampoco, estoy seguro.
Myriam se quedó petrificada.
—¿Qué importa? —dijo ella finalmente intentando mantener el tono frío.
—Exactamente, ¿qué importa eso? Al fin y al cabo tú estás aquí por tu capacidad profesional, ¿no?
—No, no importa. Tienes razón —respondió ella.
—¿Cuántos amantes has tenido, Myriam? —preguntó Víctor.
Myriam se sobresaltó.
—Víctor, no importa eso. No me casé contigo. Era libre. No soy tuya, no soy una posesión tuya. Da igual cuántos amantes he tenido. Ni siquiera deberías preguntarlo.
—Pero sí importa —respondió él—. A mí me importa.
—¿Por qué?
Ella estaba temblando bajo su mirada.
El no contestó. Simplemente sonrió.
—¿Quién fue el hombre que te tocó primero? ¿Quién te tocó donde debería haberte tocado yo?
Myriam cerró los ojos e imaginó escenas que nunca habían tenido lugar en la realidad. Imágenes de Víctor y ella que jamás habían sucedido.
—Víctor, no hagas esto. No creo que te sirva de nada.
—Es verdad, pero lo haré igualmente. ¿Quién fue él? ¿Cuándo tuviste a tu primer amante?
Ella tenía los ojos cerrados todavía, pero notó que él se había acercado y estaba enfrente de ella. Lo oyó arrodillarse delante de ella y poner sus manos en sus rodillas.
Ella se puso tensa.
Él le acarició las rodillas.
—Víctor… —susurró ella.
Sabía que si seguían por aquel camino sería peligroso. Después sería imposible recuperar la relación profesional.
Lentamente Víctor deslizó las manos por sus muslos. Myriam se estremeció, pero no abrió los ojos. No quería abrirlos. No quería ver la cara de Víctor. Tenía miedo de ver lo que estaba sintiendo él. Y lo que estaba sintiendo ella.
—¿Te tocó aquí? —susurró él, acariciándole el muslo.
Myriam sintió que sus piernas se abrían, pasivas.
Ella agitó la cabeza, sin saber qué estaba negando. Quería que Víctor parase y a la vez que continuase… Lo deseaba…
—¿Y aquí? —susurró Víctor, jugando con el elástico de su ropa interior, acariciando con su pulgar su parte más sensible—. ¿Te gustó? ¿Te…? —su dedo se deslizó por su ropa interior—. ¿Pensaste en mí?
Ella gimió, por placer o por vergüenza.
Con los ojos aún cerrados, agitó la cabeza.
Myriam abrió los ojos y vio el brillo en la mirada de Víctor. Había odio, rabia…
—¿Qué es esto? ¿Una especie de venganza?
Víctor la quemó con la mirada antes de apartarse y alejarse.
Lo vio servirse otra copa de whisky y caminar hacia la ventana. Se quedó de espaldas.
Ella se quedó inmóvil en la silla, lánguida, como sin vida.
Él la estaba tratando como a una posesión, pensó ella.
Ella era suya y quería castigarla…
—Fue un médico del hospital en donde hacía las prácticas —dijo ella.
Víctor se quedó inmóvil, pero no se dio la vuelta.
—David Stirling. Fuimos amantes durante dos meses, hasta que me di cuenta de que era tan controlador y posesivo como tú. Fue el año pasado… Así que esperé seis años para entregarme a otra persona, Víctor. Tú esperaste tres meses…
Él no se dio la vuelta. Ella quería herirlo como él la había herido a ella. Pero sabía que no podía hacerlo. Porque a él no le importaba. Y a ella, sí.
—Tienes razón, Víctor, no importa esto porque a ti no te importo. Nunca te he importado. Nunca me has amado. Lo único que resultó herido cuando huí fue tu orgullo. Y aunque me hubieras amado, no quería el tipo de amor que podías darme, el tipo de amor en el que no hay sinceridad, ni alegría, ni nada que realmente importe.
«Protección. Provisión», ¿qué más quería?
Él siguió de espaldas.
—El tipo de amor que ofreces, Víctor, no es amor. ¡No es nada! ¡No vale nada!
Víctor se movió, pero no se dio la vuelta.
Myriam pensó que por fin lo había herido, pero no había sido tan profundo como un golpe directo.
Ella tomó aliento y habló:
—Ha sido un error venir aquí, pero también ha sido un acuerdo de negocios. Como nuestro matrimonio… Es gracioso como se repite todo… Pero me quedaré, Víctor, por el bien de Lucio. Quiero ayudarlo. Pero cuando termine la terapia, no nos volveremos a ver. Algo que te tranquilizará también a ti, estoy segura.
Temblando, Myriam se fue de la habitación.
Víctor sabía que no debía beber un tercer whisky, pero le apetecía. No bebía normalmente, pero en aquel momento necesitaba una copa.
Sentía rabia y se arrepentía de haberla tratado de aquel modo.
Myriam, la mujer que iba a ayudar a Lucio… La mujer que había estado a punto de ser su esposa… No se había olvidado. Jamás podría olvidarse del momento en que se había enterado de que ella se había marchado, sin despedirse, sólo con una nota.
Aquel momento estaba grabado en su memoria, en su alma.
Pero por Lucio debía olvidarlo.
No tenía derecho a acusarla por tener un amante. Ella tenía veintiséis años, y tenía todo el derecho del mundo de buscar un romance, amor, sexo con otra persona.
Con otro que no fuera él.
No era la idea de que la hubiera tocado otro hombre lo que lo hería, aunque eso le escociera, era el hecho de que Myriam hubiera elegido, hubiera preferido a otra persona. Se había alejado de él para buscar consuelo en otros brazos, y eso no podía cambiarlo nadie.
Y él había hecho lo mismo. Y había fracasado.
Víctor respiró profundamente y luego subió las escaleras hacia la habitación de Myriam.
No intentó abrirla. Suponía que estaba cerrada. Pero se apoyó en la puerta y habló:
—Myriam, lo siento. No debí decir ni hacer lo que he hecho. Me he portado muy mal… —hizo una pausa. Tenía un nudo en la garganta, y no podía expresar lo que sentía. Finalmente pudo hablar y agregó—: Buenas noches, Myriam.
Capítulo 6
Myriam se quedó helada. Había estado casado… ¿Con quién?, se preguntó ella.
Sin embargo él no se lo había dicho.
¿Y por qué iba a decírselo?
Ellos tenían una relación profesional.
Sin embargo había muchas cosas que no encajaban con una relación profesional, pensó, recordando el beso de Víctor.
Intentó relajarse.
Víctor había estado casado…
Pero eso no significaba nada. No debía significar nada para ella.
Sin embargo… le dolía.
Myriam agarró el tenedor y comió un bocado del postre. No le supo a nada. Estaba demasiado preocupada por lo que acababa de saber como para saborearlo.
¿Por qué le dolía aquello todavía?
Myriam agitó la cabeza instintivamente.
No, ya no era aquella niña…
Pero le seguía doliendo que él la hubiera comprado como a una cosa.
Apartó el postre, tomó un sorbo de vino y sintió los ojos de Víctor. Estaba conversando con un colega de los negocios, pero desvió la mirada hacia ella un momento, y ella supo al verlo apretar la boca, que se había dado cuenta de que ella estaba disgustada. Sólo que no sabía por qué.
Después de la cena los invitados caminaron de un lado a otro, conversando, riendo, mientras sonaba la música de un cuarteto de cuerda. Myriam se mezcló con la multitud y vio a Víctor rastrear el salón con la mirada. Ella se apoyó en una columna de mármol.
—¿Por qué te estás escondiendo otra vez? —preguntó Víctor por detrás.
Myriam se sobresaltó.
—No me estoy escondiendo —respondió.
—Me estabas evitando.
—No seas arrogante.
—¿Lo niegas?
—No tenía ganas de hablar, Víctor, ni contigo ni con nadie. Estoy cansada, y ésta no es exactamente la gente con la que yo me relaciono normalmente.
Él le agarró la barbilla y le preguntó:
—¿Qué ocurre?
—Nada —mintió ella.
—Estás disgustada.
—¡Deja de decirme cómo estoy! —respondió Myriam.
—Podrías hablar con la gente… Intentar conocerlos —agregó él.
—No tengo ganas.
—Pensé que podríamos pasarlo bien esta noche.
—Estoy cansada, y no estoy aquí para ser tu acompañante, ¿no? ¿No te acuerdas? Estoy aquí para ayudar a Lucio. Eso es todo.
—¿Crees que no lo sé? —preguntó él con un tono brusco—. ¿Crees que no intento recordármelo todos los días? —preguntó él en voz baja.
Myriam agitó la cabeza sin querer pensar qué quería decir él.
—Víctor…
—Myriam, lo único que te pido es que actúes normalmente. Que te relaciones, que converses. Solía gustarte conversar… ¿Has cambiado tanto? —sonrió él.
Myriam sintió ganas de llorar.
Recordó aquellas conversaciones, cuánto había conversado y reído de todo con Víctor, y cómo la había escuchado él.
—Víctor, no lo hagas.
Víctor le tocó un párpado y notó su humedad.
—¿El qué?
—No lo hagas —repitió Myriam.
«No me lo recuerdes, no hagas que me enamore de ti. Me rompiste el corazón una vez. No podría volver a soportarlo».
La posibilidad de que pudiera enamorarse de él en lugar de aterrarla le dio tristeza.
Sintió por primera vez la dulce punzada del arrepentimiento.
Myriam pestañeó y el pulgar de Víctor se humedeció otra vez.
—¿Por qué estás llorando? —preguntó él, sorprendido y triste.
Myriam agitó la cabeza.
—No quiero pensar en el pasado. No quiero recordar.
—¿Y qué me dices de las partes buenas? Hubo algunas, ¿no?
—Sí, pero no suficientes —Myriam respiró profundamente y se apartó de Víctor—. Nunca fueron suficientes…
—No. Nunca fueron suficientes.
—Además, tú hablas como si hubiéramos tenido algo real y profundo, y no ha sido así. No como lo que has tenido con otra persona.
Víctor se quedó inmóvil.
—¿De qué estás hablando?
—He oído cosas, Víctor —dijo ella—. Antonia me dijo que habías estado casado.
Aun en aquel momento ella esperaba que él lo negase, que se riera de aquel comentario inexacto.
—No fue relevante —dijo Víctor.
Myriam se rió.
—Hubiera estado bien saberlo… —dijo ella.
—¿Por qué, Myriam? ¿Qué necesidad tenías de saberlo?
—Porque… Porque es el tipo de cosa que yo debería saber…
—¿Deberías saber? ¿Se lo preguntas a todos los adultos con los que te relacionas? ¿A los padres de los niños con los que trabajas?
—Sabes que no es tan sencillo —contestó Myriam—. Tú te olvidas o recuerdas el pasado según te conviene… Bueno, permíteme que yo haga lo mismo —se dio cuenta de que había levantado la voz y de que la gente los estaba mirando.
—Éste no es el lugar para una discusión —comentó Víctor entre dientes.
Ella lo ignoró.
—Ni siquiera sé si estás divorciado. Si tienes hijos…
—Soy viudo —respondió—. Y ya te lo he dicho antes: no tengo hijos —puso su mano en el codo de Myriam—. Y ahora nos vamos a casa.
—¡A lo mejor yo no quiero irme a casa contigo! —dijo ella, soltándose y levantando la voz.
La gente los volvió a mirar.
Hubo un momento de tenso silencio, y luego los invitados siguieron conversando.
Ella se dio cuenta de que estaba haciendo una escena. Se puso colorada.
Y Víctor estaba enfadado, muy enfadado.
—¿Has terminado? —preguntó con frialdad ártica Víctor.
—Sí. Podemos irnos, si quieres…
Víctor la acompañó por el salón entre murmullos y miradas especulativas.
Caminaron en silencio todo el trayecto hasta el coche.
Myriam se refugió en su asiento. Su comportamiento había sido inexcusable; lo sabía. Debería haber esperado a estar en su casa para hablar con Víctor en lugar de hacer una escena delante de todo el mundo.
Pero él debería haberle dicho que había estado casado, pensó ella.
De pronto ella se extrañó de no haberse enterado de que él se había casado. Pero la verdad era que ella había cortado todos los lazos con su pasado. No había vuelto a ver a sus padres. Su padre había muerto un año más tarde de su huida y su madre…
Su madre había conseguido lo que quería. Ahora vivía su vida en Milán, mantenida por una sucesión de amantes.
Al parecer, que ella se marchase hacía siete años no había servido de mucho, porque allí estaban ellos, juntos otra vez.
El coche llegó a su mansión y Myriam entró con Víctor.
Ella lo observó entrar en el salón y servirse dos dedos de whisky y bebérselo.
Víctor se quedó de pie frente a la chimenea, con una mano apoyada en la repisa.
Myriam cerró la puerta doble, corrió las cortinas y encendió una lámpara.
—Lo siento —dijo luego.
—¿Qué sientes? ¿Haberme vuelto a ver? ¿Haber aceptado ayudar a Lucio? ¿O haberme dejado hace siete años? —preguntó Víctor, furioso.
—Nada de eso. Te pido disculpas por mi comportamiento de esta noche. Saber que habías estado casado fue un shock y… reaccioné desproporcionadamente en la fiesta.
—Sí, lo hiciste.
—¿Por qué no me dijiste que habías estado casado?
—¿Y por qué iba a decírtelo?
—Porque… Aunque reconozcamos el pasado y lo hayamos olvidado…
—Sigue estando ahí —terminó la frase Víctor.
—Sí. Jamás oí que te hubieras casado.
—¿Acaso lo preguntaste alguna vez?
—No, por supuesto que no. ¿Por qué iba a…?
—No podías enterarte porque yo no quise divulgarlo.
—¿Por qué? —susurró ella.
—Porque me arrepentí de haberlo hecho casi al terminar la ceremonia.
Víctor se pasó la mano por el pelo.
—Si quieres que te lo cuente, lo haré. Supongo que debí pensar que alguien podía contártelo esta noche, pero no me apetecía hablarte de ello. Así que es un tema que aparqué —sonrió Víctor débilmente—. Un hábito que creo que compartimos.
Myriam sintió que estaba ante un hombre al que no estaba acostumbrada: un Víctor candido, abierto, vulnerable. Él se sentó en una silla con la corbata floja, los botones del cuello abiertos y el vaso de whisky en la mano.
—Entonces, ¿qué sucedió? —preguntó ella.
—Estuve casado seis años con Geraldín Bazán.
—¡Seis años! —exclamó Myriam—. ¿Cuándo te casaste con ella?
—Tres meses después de que me dejases —dijo él.
«De que me dejases», resonó en la cabeza de Myriam.
—¿Por qué? ¿Por qué tan pronto?
—Mi primer matrimonio no se celebró, así que planeé otro.
—Así de sencillo —susurró Myriam.
—Sí —sonrió Víctor, pero sus ojos tenían un brillo de dureza.
Ella tragó saliva. ¿Por qué le dolía?
—Yo iba a casarme contigo por tu apellido, Myriam, ¿recuerdas? Por el apellido Montemayor —se rió secamente, sin humor—. Claro que el apellido Montemayor ya no tiene ningún valor en estos tiempos.
—No…
—No, no te gusta enfrentarte a ello, ¿no? No te gusta enfrentarte a los hechos. Bueno, yo tampoco. Intento no pensar en mi matrimonio.
—¿Por qué no? ¿La amabas?
—¿Importa eso? ¿Te importa a ti? —preguntó Víctor.
—No —mintió ella poniéndose de pie—. No, por supuesto que no. Sólo me lo preguntaba.
Víctor se quedó callado. Y ella también. Esperando.
—Me casé con Geraldín por el apellido de Bazán, como me iba a casar contigo por el tuyo —comentó él—. Necesitaba emparentarme con una antigua familia de renombre.
—¿Por qué necesitas tanto un apellido?
Víctor curvó la boca en una sonrisa forzada.
—Porque yo no tengo una familia propia. Tengo dinero, nada más.
—¿Y Geraldín aceptó ese arreglo? ¿O la engañaste a ella también?
—¿Como te engañé a ti, quieres decir? Myriam, ¡cómo te aferras a esa idea! ¡Cómo quieres creerlo!
—Por supuesto que lo creo —contestó Myriam—. ¡Lo oí de boca de mi padre, y de la tuya! Nuestro matrimonio no era más que un acuerdo de negocios entre mi padre y tú —dijo ella con rabia—. ¿Cuánto era mi valor al final, Víctor? ¿Cuánto pagaste por mí?
Víctor se rió.
—¿No lo sabes? Nada, Myriam, no pagué nada por ti. Pero habría pagado un millón de euros por ti, si no te hubieras ido ese día. Un millón de euros que tu padre ya había perdido en el juego. Ése es el motivo por el que se mató, ya lo sabes… Tenía deudas, una deuda de mucho más de un millón de euros. Y como tú no te casaste conmigo, no cobró nada.
Myriam cerró los ojos.
—Más hechos que tú nunca has querido enfrentar —dijo él.
El tenía razón. Ella nunca había querido enfrentar las repercusiones de su marcha, no había querido examinar muy detenidamente por qué su padre se había suicidado, por qué su madre se había ido.
—No es culpa mía —susurró ella.
—¿Importa realmente?
Ella agitó la cabeza.
—¿Y qué pasó con Geraldín entonces? Háblame de tu matrimonio.
—Geraldín tenía treinta años entonces, dos años más que yo. Estaba desesperada por casarse. Ella aceptó el matrimonio, el arreglo, y todo sucedió rápidamente.
—¿Por qué lo has mantenido casi en secreto si querías su apellido? ¿No deberías haber querido que la gente lo supiera?
Víctor levantó las cejas.
—En teoría, sí. Pero me di cuenta después de casarme de que no quería su maldito apellido. Yo no la quería a ella y ella no me quería a mí. Y al final me di cuenta de que no quería construir mi negocio apoyándome en otra persona. Yo había llegado adonde había llegado por mí mismo, o casi, y quería seguir haciéndolo —sonrió débilmente.
Myriam asintió.
—¿Qué sucedió entonces? ¿Mu… Murió ella?
—Sí. Pero un mes y medio después de la boda Geraldín me dejó. No la culpo. Yo era un marido desastroso. Ella se fue a vivir a Florencia, a un piso que le dejé. Acordamos vivir vidas completamente separadas. Cuando murió en un accidente de coche hace seis meses, hacía casi cinco años que no la veía.
—Pero… Pero eso es horrible —susurró Myriam.
—Sí, lo es —dijo Víctor.
—¿Qué… qué hiciste que la hizo tan desgraciada? ¿Que la hizo dejarte?
—Es culpa mía, ¿no?
—¡Tú lo has admitido!
Víctor se quedó callado un rato largo, con la cabeza hacia atrás y los ojos cerrados.
—Me di cuenta de que yo quería algo más de un matrimonio. Y Geraldín también. Pero lamentablemente no pudimos dárnoslo el uno al otro.
—¿Qué era? —preguntó Myriam en un suspiro.
—¿Qué crees que era, Myriam?
—Yo… No lo sé.
Realmente no lo sabía.
—Me pregunto por qué te sorprendió tanto que me hubiera casado. Casi pareció herirte…
—¡Por supuesto que me sorprendió! Es un hecho muy importante para mantenerlo en secreto…
—Pero tú también guardaste secretos, Myriam, ¿no? Yo no he sido célibe estos siete años, y tú tampoco, estoy seguro.
Myriam se quedó petrificada.
—¿Qué importa? —dijo ella finalmente intentando mantener el tono frío.
—Exactamente, ¿qué importa eso? Al fin y al cabo tú estás aquí por tu capacidad profesional, ¿no?
—No, no importa. Tienes razón —respondió ella.
—¿Cuántos amantes has tenido, Myriam? —preguntó Víctor.
Myriam se sobresaltó.
—Víctor, no importa eso. No me casé contigo. Era libre. No soy tuya, no soy una posesión tuya. Da igual cuántos amantes he tenido. Ni siquiera deberías preguntarlo.
—Pero sí importa —respondió él—. A mí me importa.
—¿Por qué?
Ella estaba temblando bajo su mirada.
El no contestó. Simplemente sonrió.
—¿Quién fue el hombre que te tocó primero? ¿Quién te tocó donde debería haberte tocado yo?
Myriam cerró los ojos e imaginó escenas que nunca habían tenido lugar en la realidad. Imágenes de Víctor y ella que jamás habían sucedido.
—Víctor, no hagas esto. No creo que te sirva de nada.
—Es verdad, pero lo haré igualmente. ¿Quién fue él? ¿Cuándo tuviste a tu primer amante?
Ella tenía los ojos cerrados todavía, pero notó que él se había acercado y estaba enfrente de ella. Lo oyó arrodillarse delante de ella y poner sus manos en sus rodillas.
Ella se puso tensa.
Él le acarició las rodillas.
—Víctor… —susurró ella.
Sabía que si seguían por aquel camino sería peligroso. Después sería imposible recuperar la relación profesional.
Lentamente Víctor deslizó las manos por sus muslos. Myriam se estremeció, pero no abrió los ojos. No quería abrirlos. No quería ver la cara de Víctor. Tenía miedo de ver lo que estaba sintiendo él. Y lo que estaba sintiendo ella.
—¿Te tocó aquí? —susurró él, acariciándole el muslo.
Myriam sintió que sus piernas se abrían, pasivas.
Ella agitó la cabeza, sin saber qué estaba negando. Quería que Víctor parase y a la vez que continuase… Lo deseaba…
—¿Y aquí? —susurró Víctor, jugando con el elástico de su ropa interior, acariciando con su pulgar su parte más sensible—. ¿Te gustó? ¿Te…? —su dedo se deslizó por su ropa interior—. ¿Pensaste en mí?
Ella gimió, por placer o por vergüenza.
Con los ojos aún cerrados, agitó la cabeza.
Myriam abrió los ojos y vio el brillo en la mirada de Víctor. Había odio, rabia…
—¿Qué es esto? ¿Una especie de venganza?
Víctor la quemó con la mirada antes de apartarse y alejarse.
Lo vio servirse otra copa de whisky y caminar hacia la ventana. Se quedó de espaldas.
Ella se quedó inmóvil en la silla, lánguida, como sin vida.
Él la estaba tratando como a una posesión, pensó ella.
Ella era suya y quería castigarla…
—Fue un médico del hospital en donde hacía las prácticas —dijo ella.
Víctor se quedó inmóvil, pero no se dio la vuelta.
—David Stirling. Fuimos amantes durante dos meses, hasta que me di cuenta de que era tan controlador y posesivo como tú. Fue el año pasado… Así que esperé seis años para entregarme a otra persona, Víctor. Tú esperaste tres meses…
Él no se dio la vuelta. Ella quería herirlo como él la había herido a ella. Pero sabía que no podía hacerlo. Porque a él no le importaba. Y a ella, sí.
—Tienes razón, Víctor, no importa esto porque a ti no te importo. Nunca te he importado. Nunca me has amado. Lo único que resultó herido cuando huí fue tu orgullo. Y aunque me hubieras amado, no quería el tipo de amor que podías darme, el tipo de amor en el que no hay sinceridad, ni alegría, ni nada que realmente importe.
«Protección. Provisión», ¿qué más quería?
Él siguió de espaldas.
—El tipo de amor que ofreces, Víctor, no es amor. ¡No es nada! ¡No vale nada!
Víctor se movió, pero no se dio la vuelta.
Myriam pensó que por fin lo había herido, pero no había sido tan profundo como un golpe directo.
Ella tomó aliento y habló:
—Ha sido un error venir aquí, pero también ha sido un acuerdo de negocios. Como nuestro matrimonio… Es gracioso como se repite todo… Pero me quedaré, Víctor, por el bien de Lucio. Quiero ayudarlo. Pero cuando termine la terapia, no nos volveremos a ver. Algo que te tranquilizará también a ti, estoy segura.
Temblando, Myriam se fue de la habitación.
Víctor sabía que no debía beber un tercer whisky, pero le apetecía. No bebía normalmente, pero en aquel momento necesitaba una copa.
Sentía rabia y se arrepentía de haberla tratado de aquel modo.
Myriam, la mujer que iba a ayudar a Lucio… La mujer que había estado a punto de ser su esposa… No se había olvidado. Jamás podría olvidarse del momento en que se había enterado de que ella se había marchado, sin despedirse, sólo con una nota.
Aquel momento estaba grabado en su memoria, en su alma.
Pero por Lucio debía olvidarlo.
No tenía derecho a acusarla por tener un amante. Ella tenía veintiséis años, y tenía todo el derecho del mundo de buscar un romance, amor, sexo con otra persona.
Con otro que no fuera él.
No era la idea de que la hubiera tocado otro hombre lo que lo hería, aunque eso le escociera, era el hecho de que Myriam hubiera elegido, hubiera preferido a otra persona. Se había alejado de él para buscar consuelo en otros brazos, y eso no podía cambiarlo nadie.
Y él había hecho lo mismo. Y había fracasado.
Víctor respiró profundamente y luego subió las escaleras hacia la habitación de Myriam.
No intentó abrirla. Suponía que estaba cerrada. Pero se apoyó en la puerta y habló:
—Myriam, lo siento. No debí decir ni hacer lo que he hecho. Me he portado muy mal… —hizo una pausa. Tenía un nudo en la garganta, y no podía expresar lo que sentía. Finalmente pudo hablar y agregó—: Buenas noches, Myriam.
espero que me dejen muchos comentarios
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el otro
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
hola chicas aqui tienen el capitulo de hoy..... espero y les guste.... gracias por los comentarios.
Capítulo 7
Al día siguiente la casa estaba en silencio cuando Myriam bajó, pero después de unos segundos oyó el ruido de porcelana china en el comedor y vio a Víctor bebiendo un cappuccino y leyendo el periódico.
Ella lo observó en silencio un momento. Tenía líneas de cansancio en sus ojos.
Lo había escuchado tras su puerta con voz de arrepentimiento, pero rió quería ablandar su endurecido corazón. Y se lo diría.
—Víctor.
—Buenos días —respondió él.
—Tenemos que hablar.
Víctor cerró el periódico y lo dejó encima de la mesa.
—Por supuesto, ¿de qué se trata?
—Cuando ambos acordamos la terapia me dijiste que éramos dos personas distintas. Que el pasado no importaba… Pero eso no era verdad, ¿no? El pasado importa más de lo que creemos, me parece, y tal vez no seamos personas tan distintas de las que éramos. Y no quiero que el pasado nos afecte ni a ti, ni a mí, ni a Lucio.
—Espero que no lo haga…
—Es posible que me hayas contratado, pero no soy tu posesión. No voy a permitir que me trates como si lo fuera…
—Myriam, te pido disculpas por mi comportamiento de anoche —la interrumpió Víctor—. Yo estaba enfadado por tu comportamiento infantil en la cena y respondí con un comportamiento igualmente infantil. Te pido disculpas nuevamente —sonrió.
—No estoy segura de que sea así. Me parece que hay algo más. No puedes olvidar el pasado, no puedes fingir que no afecta al presente ni al futuro. Yo creí que podíamos olvidarlo, y deseaba que fuera así, pero el ignorarlo sólo ha hecho que todo sea más difícil.
—Eso que dices es una tontería que suena muy psicológica. ¿La aprendiste en tus estudios de psicología a través del arte?
—No, lo aprendí tratando contigo, viendo cómo me tratas. Anoche me di cuenta de que eras el mismo hombre de hace siete años.
Víctor revolvió su café en silencio.
—Piensa lo que quieras —dijo finalmente, con indiferencia.
Y ella se dio cuenta de que su actitud le dolía.
—Da igual. Te pido disculpas y te prometo que no volverá a suceder —agregó Víctor—. Tú estás aquí para ayudar a Lucio. No hace falta que tú y yo tengamos relación.
—No es tan sencillo.
—Lo será —dijo él.
—Si no nos ocupamos de nuestros sentimientos…
Víctor se rió.
—Si yo no siento nada por ti, Myriam, ¿no lo recuerdas? Yo te compré. Te traté como a una posesión. Tú misma me lo has dicho. ¿Cómo voy a tener sentimientos por un objeto?
—Pero…
—Si yo no he sentido nunca nada por ti, ¿cómo voy a sentirlo ahora? ¿Tú quieres hablar de sentimientos, Myriam? —la desafió—. ¿Y los tuyos?
—¿Qué pasa con los míos?
—Tú tampoco quieres hablar del pasado, de tu madre, de tu padre… ¿Por qué cortaste toda comunicación con tu familia? Estuviste en el funeral de tu padre menos de una hora… Yo estaba allí… Te vi de lejos, tú no me viste…
—¿Por qué fuiste?
—Yo conocía a tu padre, Myriam. Yo compartí la culpa de su muerte. El fue un tonto, incluso un inmoral, pero nadie merece sufrir una desesperación semejante.
—No… —ella levantó la mano como si sus palabras la hiriesen.
—Duele, ¿no? Duele recordar, ¿verdad?
—Víctor…
—Te apartaste de todo lo que conocías, Myriam, incluida tú.
—Tú no sabes…
—Porque no podías enfrentarte a ello. No quieres enfrentarlo. Así que no me pidas que yo me enfrente a nada, cuando tú llevas siete años huyendo del pasado…
—¡Esto no tiene nada que ver conmigo! —exclamó Myriam—. ¡Yo no tengo nada que ver!
—¿No? ¿No hay nada que tenga que ver contigo? —hizo una pausa—. ¿Y la muerte de tu padre? ¿No tiene nada que ver contigo? Sé que lo destruiste con tu traición. Y que fue una de las razones por las que se mató.
—¡No! —exclamó ella—. No sabes de qué estás hablando —agregó.
—Sé muy bien lo que estoy diciendo, pero es mejor así, ¿no? Para ambos. Salimos para Abruzzo dentro de una hora.
—De acuerdo —asintió ella.
Myriam se hundió en una silla cuando él se marchó.
El pasado no estaba olvidado, aunque quisieran que así fuera.
Sus vibraciones los seguía torturando.
—Creo que te gustará Abruzzo —dijo él cuando estaban en medio del tráfico—. Es un lugar muy relajante, muy tranquilo. Un buen sitio para que trabajes con Lucio.
—Tengo muchas ganas de llegar y ponerme a trabajar —dijo ella.
—Bien…
Tácitamente acordaron una tregua y Myriam se preguntó cuánto duraría.
Al menos, ambos estaban de acuerdo en que por el bien de Lucio, debían estar en armonía.
Poco a poco se alejaron de las colinas de Roma y fueron apareciendo los campos de azafrán que cubrían el camino hacia su destino.
Víctor se apartó de la autopista y tomó un camino estrecho y sinuoso que atravesaba varios pueblos de montaña.
Era evidente que la región de Abruzzo se había empobrecido. Aunque ella había visto carteles en la autopista de complejos turísticos, spas y lujosos hoteles, los pueblos no mostraban signos de riqueza.
Después de atravesar los pueblos, salieron otra vez al campo.
—¿Por qué compraste una casa de campo aquí? —preguntó Myriam, rompiendo un largo silencio.
—Ya te lo he dicho, es mi hogar —dijo Víctor flexionando la mano sobre el volante.
—¿Te refieres a que creciste aquí? Siempre he creído que eras de Roma.
—De cerca de Roma —la corrigió—. Estamos a menos de cien kilómetros de Roma, aunque no lo creas.
Myriam no podía creerlo. El paisaje aquél era tan distinto de la riqueza y glamur de la Ciudad Eterna….
Tampoco podía creer que Víctor viniera de aquel sitio. Siempre había pensado que era urbano, nacido para la riqueza y el lujo y poseer el linaje aristocrático y privilegiado.
—¿Tu familia tenía una mansión aquí? —preguntó ella con cautela.
—Algo así —se rió Víctor.
Se adentraron en una carretera más estrecha aún, que era poco más que polvo y canto rodado, y viajaron en silencio durante algunos minutos más antes de llegar a un pueblo pequeño con apenas un puñado de tiendas y casas. Había unos viejos sentados fuera de un café, jugando al ajedrez. Los miraron al verlos pasar.
Víctor disminuyó la velocidad, paró el coche y dijo:
—Espera un momento.
Se bajó, se acercó a los hombres y los abrazó. Parecían granjeros empobrecidos, con aquellos dientes manchados por el tabaco y sus gorras grasientas. Pero era evidente el afecto que sentían por Víctor. Hablaron durante un momento con él en voz alta y llena de excitación. Víctor le hizo señas a ella desde lejos para que se acercase a ellos.
Ella no era una esnob, se había relacionado con las clases sociales más bajas en los siete años que llevaba en Londres. Sin embargo había pensado que Víctor lo era. Después de todo había querido casarse con ella por su apellido y sus conexiones sociales. Pero el verlo allí con aquellos hombres, había cambiado la imagen que tenía de él. Víctor se comportaba con aquella gente como si fuera su familia.
—Por Lucio… —estaba diciendo Víctor cuando ella se acercó—. Va a ayudarlo.
Myriam oyó un coro de gritos de agradecimiento y entusiasmo.
—¡Fantástico! ¡Fantástico! ¡Grazie! ¡Grazie! —decían.
Y entonces la abrazaron como lo habían abrazado a él, diciéndole «Grazie» «Grazie», agradecidos.
Myriam sintió ganas de llorar por aquella manifestación de afecto y aquella genuina alegría.
Ella les sonrió, y se encontró riendo, devolviendo los abrazos, aunque no supiera el nombre de nadie.
Sintió más que vio a Víctor observarla, sintió tanto su tensión como su aprobación.
Los hombres se negaban a dejarlos marchar si no tomaban algo con ellos.
Hicieron un montón de preguntas: ¿Cuánto tiempo se quedaría ella ¿Conocía a Lucio? ¡Y Enzo, un hombre tan sabio y tan amable! Había sido una tragedia, una tragedia…
Aquellos hombres estaban sinceramente preocupados por Lucio y Bianca. Eran una verdadera familia…
Ella pensó en su familia, en la tristeza y la traición que la había destruido…
Finalmente Víctor se disculpó y volvió al coche. La gente se arremolinó alrededor del vehículo, mujeres vestidas de negro y niños mal vestidos que se reían y golpeaban las ventanillas, excitados.
Víctor tocó el claxon varias veces y se marcharon.
Viajaron en silencio durante algunos minutos, y luego Myriam comentó:
—Esa gente te quiere mucho.
—Son como padres para mí —dijo él.
Y ella se sintió avergonzada por no saber nada sobre la familia de Víctor. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Tenía hermanos? ¿Cómo había sido su niñez?
Y deseó saberlo. Se lo preguntaría cuando tuviera oportunidad.
Era muy tarde ya, pensó. Muy tarde para ellos. La única relación que podía existir entre ellos era una relación distante, profesional. Y era una tonta si esperaba otra cosa.
Finalmente Víctor giró y entró en una carretera polvorienta flanqueada por robles que le daban sombra. Myriam divisó una casa de campo medio derruida abandonada a un lado de la carretera, y ella se preguntó por qué Víctor dejaba aquella propiedad destartalada en su propiedad. Al rato la sorprendió una mansión que apareció ante ella.
No era ostentosa, pero parecía cómoda. Begonias y geranios caían de cestos colgados de sus ventanas y coloreaban el frente de la casa.
Una mujer joven y morena con el pelo recogido salió a recibirlos. La acompañaba un niño igualmente moreno, con una actitud extrañamente distante.
—Ésta es mi ama de llaves, Bianca —dijo Víctor—. Y éste es Lucio.
Myriam asintió, viendo al niño a una distancia media y segura.
Salieron del coche y Víctor fue a saludar a Bianca.
Myriam se sintió avergonzada por sentir una punzada de celos.
—Hola, Lucio —Víctor tocó la cabeza del niño afectivamente.
Lucio no lo miró ni dijo nada.
Luego Víctor presentó a Myriam a Bianca, quien agitó la cabeza con esperanzada gratitud.
Myriam se agachó para estar a la altura de Lucio. El niño no la miró, pero ella le sonrió, como si él la estuviera mirando.
—Hola, Lucio. Me alegro de conocerte —dijo Myriam.
Lucio no la miró. Era como si no hubiera hablado.
Myriam no había esperado que le hablase ni que la mirase, sin embargo, su actitud totalmente indiferente, sin apenas una señal de comprensión, era desalentadora.
No obstante, ella permaneció allí, agachada unos segundos. Sabía que Lucio debía ser consciente de su presencia en algún nivel. Y eso era suficiente de momento.
Myriam se puso de pie y Bianca la hizo pasar a la casa. Ésta, sorprendentemente, no tenía el lujo impersonal de la casa de Roma. No tenía signos de riqueza ni de status.
No obstante, era el hogar de Víctor, cómodo y querido.
Bianca los llevó a la cocina en lugar de al salón. Ella se dio cuenta de que aquél era el corazón de la casa. Tenía una mesa de roble a un lado, la cocina al otro y grandes ventanales en las paredes restantes.
Myriam exclamó al ver las vistas. Parecía estar en lo alto de una montaña. Le pareció que podía volar.
—¡Es maravilloso!
—Me alegro de que te guste.
—¿Has construido tú mismo esta casa?
—Ayudé a diseñarla.
—Deben de tener hambre después del viaje. ¿Sirvo el almuerzo, Signor? ¿Le apetece comer, signorina? Pueden comer aquí o en el comedor…
—Aquí —dijo Myriam, decidida.
Miró las montañas, los picos de los Apeninos, y sintió una punzada de felicidad. Le gustaba aquel sitio, pensó. Su serenidad, su soledad. Y el hecho de que supusiera una ventana a la vida de Víctor, al hombre que era ahora. O al hombre que había sido siempre, y al que no había conocido.
Y ella volvió a preguntarse por Víctor, ¿quién era aquel hombre?
Bianca sirvió el almuerzo, y Myriam disfrutó de los espaguetis alia chitarra.
A pesar de la insistencia de Víctor y Myriam, Bianca no quiso comer con ellos, y Lucio siguió sin tener ninguna reacción. No decía nada ni los miraba. Myriam le dijo a Bianca que el niño tardaría unos días en aceptar su presencia, y que hasta entonces, la terapia por el arte, el trabajo real, no podría empezar. Bianca asintió, aunque en sus ojos se notó un brillo de decepción.
Nadie lo decía, pero en realidad todos esperaban un milagro.
Y Myriam se preguntó si no esperaría ella también un milagro de parte de Víctor.
Hacía siete años ella se habría conformado con que Víctor la amase. Ahora quería más: quería comprensión, intimidad, risas… Quería que la tocase con deseo pero sin rabia…
Sin embargo, por el bien de Lucio, no podía esperar nada entre ellos.
Bianca y su hijo se marcharon a sus habitaciones, al fondo de la casa, y Myriam y Víctor se quedaron solos.
Mientras comía la pasta, Myriam dijo:
—Ésta es tu casa… Quiero decir, aquí estás en tu hogar.
—Sí, te he dicho que lo era —dijo él, un poco reacio.
Myriam no quiso insistir en aquel momento.
Después de la comida, Bianca le mostró a Myriam su habitación. Víctor se dirigió al despacho que tenía en su casa a ocuparse de unos negocios.
Ella se detuvo frente a la ventana de su habitación y respiró profundamente, pensando en todos los acontecimientos de las últimas horas.
—Quiero mostrarte algo —oyó una voz. Víctor estaba en la puerta de su dormitorio—. ¿Te gusta la vista?
—Sí.
—Ven conmigo.
Víctor se había puesto detrás de Myriam, y ella sintió su respiración, su presencia. Y tuvo que resistir sus ganas de apoyarse contra él.
Myriam acompañó a Víctor por el pasillo de arriba hacia otra habitación, en la parte que daba al sur de la mansión.
—Es aquí —Víctor abrió la puerta.
No era un dormitorio. Era un despacho. La habitación tenía ventanas en dos lados y era muy luminosa. Tenía todo lo que ella podía necesitar para su trabajo con Lucio: blocs de dibujo, pinturas, pasteles, tizas, pinceles…
Myriam estaba fascinada. Era un detalle de parte de Víctor haber acondicionado tan adecuadamente aquel lugar para que ella pudiera hacer su trabajo con Lucio. Pero también era verdad que todos los materiales del arte que hubiera en el mundo no podrían hacer hablar a un niño. Eso era algo que Víctor no iba a poder comprar.
—¿Te gusta? ¿Será suficiente? —preguntó Víctor con cierto aire de vulnerabilidad.
Ella sintió que su corazón se contraía.
—Gracias, Víctor. ¡Es increíble! —Myriam fue hacia él y le dio un beso en la mejilla poniéndose de puntillas. Y Myriam deseó que él la tocase y la tomase en sus brazos.
—De nada —respondió él.
Ella lo deseaba tanto… Pero él no dio ese paso. Simplemente sonrió.
—Te dejo sola. Estoy seguro de que habrá cosas que tengas que preparar para las sesiones con Lucio. Normalmente cenamos sobre las siete —dijo Víctor.
Myriam se pasó el resto de la tarde leyendo las notas sobre el caso de Lucio. Según Bianca, Lucio había estado durmiendo la siesta cuando murió su padre. Ella le había contado lo del accidente aquella noche, y siempre había hablado de Enzo en términos cariñosos para mantener viva su memoria. Al principio Lucio había reaccionado, había tenido un duelo normal… Luego, lentamente había dejado de hablar y se había apartado física y emocionalmente.
En los meses que siguieron el niño se había retraído aún más, sumergiéndose en su mundo silencioso y seguro. Cuando intentaban sacarlo de él, era como si le dieran a un botón y se agitase y excitase incontroladamente, gritando incoherencias, golpeándose la cabeza contra la pared o el suelo.
Bianca se había visto obligada a sacarlo del jardín de infancia del pueblo y pronto había empezado a ser muy difícil llevarlo a tiendas o a la iglesia. Lucio miraba el mundo como si estuviera en las nubes, y no interactuaba con el medio.
Myriam miró por la ventana las montañas nevadas en su cima. El comportamiento de Lucio era el normal en un niño que estaba viviendo un duelo, pero la duración y la profundidad que mostraba no lo eran.
Un niño en situación de duelo tendría que haber empezado a reaccionar con las terapias, a mejorar, aunque diera dos pasos adelante y uno atrás. Pero Lucio no mejoraba. Iba empeorando lenta pero regularmente.
Estaba preocupada. Había ido allí a ayudar a Lucio. Pero, ¿y si no podía hacerlo? ¿Y si era realmente autista?
¿Y si ella había ido allí por razones egoístas? ¿Por Víctor?
«No», se dijo, agitando la cabeza. No podía ser…
El tiempo pasó mientras Myriam estaba envuelta en sus pensamientos, y de pronto se dio cuenta de que debía ser bastante tarde, porque era casi totalmente de noche.
—¿Myriam?
Ella se puso rígida. Vio a Víctor en el pasillo.
—Está la cena… —se marchó sin esperarla.
Myriam bajó a la cocina. Ésta estaba tibia y acogedora. Bianca estaba sentada delante del fregadero y Víctor estaba cortando un tomate para una ensalada. Estaban charlando y riendo como amigos. Lucio estaba junto a la ventana, golpeando metódicamente el alféizar con una cuchara de madera.
Víctor se dio la vuelta y vio a Myriam. Sus ojos se clavaron en ella. Luego le hizo señas de que entrase y siguiera cortando el tomate.
Comieron todos juntos en la cocina, y aunque Lucio estuvo sombrío y callado, Myriam no dejó de incluirlo en las conversaciones.
Después de la cena, Myriam insistió en ayudar a Bianca lavando los platos. En una actitud típicamente italiana, Bianca echó a Víctor de la cocina.
—No lo queremos aquí, de todos modos. Es trabajo de mujeres y charla de mujeres.
Myriam se rió, e intentó no dar importancia al comentario sexista de Bianca.
—Me alegro de que haya aceptado ocuparse de Lucio… No debe de haber sido fácil para usted, teniendo en cuenta…
—¿El qué? —peguntó Myriam.
—Que usted y Víctor estuvieron a punto de casarse.
Myriam se sorprendió.
—No me imaginé que sabrías la historia… —respondió Myriam.
—Por supuesto que la conozco. Conozco a Víctor desde que yo era un bebé y él era un niño. Cuando su padre murió, mi padre se ocupó de él. Víctor es como un hermano para mí.
Myriam asintió. Ahora comprendía la importancia de Lucio para Víctor, al igual que la de Bianca.
—Sé que usted tuvo sus razones para marcharse, y supongo que habrán sido buenas…
—Sí, lo son. Lo eran. Pero Víctor y yo hemos acordado dejar el pasado atrás. Es mejor para Lucio, y, sinceramente, también para nosotros.
—Decirlo es más fácil que hacerlo —dijo Bianca.
—¿Qué quieres decir?
—Veo el modo en que Víctor la mira… Él la amaba entonces y no sé si no la ama todavía…
Myriam se rió, escéptica.
—Bianca, Víctor jamás me amó. Me lo dijo. Y estoy bastante segura de que no me ama ahora. No… nos conocemos ya. Ni nos conocimos nunca.
—Si así le resulta más fácil… —contestó Bianca.
—Lo es, porque es la verdad.
—Pero, usted lo ama…
—No —se sobresaltó Myriam—. No. Lo amaba hace siete años. Pero ahora, no. Por supuesto el volver a verlo me ha hecho recordar, y sentir algunas cosas, pero no. No lo amo.
Bianca sólo sonrió.
Después de lavar los platos, Bianca fue a acostar a Lucio y Myriam anduvo deambulando por la casa, hasta que entró en el salón, donde Víctor estaba sentado en un sillón de piel, con un libro en la mano.
—¿Estás bien? —le preguntó él cuando la vio.
—Sí, estoy bien. Bianca fue a acostar a Lucio.
—Bien.
—¿Crees que Bianca se volverá a casar? —preguntó Myriam de repente.
—Supongo, a su debido tiempo. De todos modos, no hay muchos hombres aquí… Ya viste a los que estaban en el bar…
—Sí. Bianca me comentó que tú habías vivido con su familia cuando murió tu padre.
Víctor se quedó petrificado.
—Sí, así fue.
—¿Qué le pasó a tu familia? A tu madre, a tus hermanos…
—Se fueron a otro sitio.
—¿Por qué?
—¿Por qué estás haciendo estas preguntas, Myriam?
—Porque me doy cuenta de que debería habértelas hecho antes.
—¿Antes?
—Cuando estábamos prometidos. A los diecinueve años.
Víctor se quitó las gafas de leer y se quedó callado un momento.
—¿Lamentas haberte perdido algo, Myriam?
—No, jamás me arrepentiré de lo que hice, Víctor, porque era lo que tenía que hacer. Habríamos sido una pareja desastrosa.
—Entonces, ¿por qué te importa?
—Trataba de conversar contigo, simplemente.
—De acuerdo, fiorina. ¿Quieres que te cuente? Mi padre murió cuando yo tenía doce años. Mi familia no tenía dinero, ni tenía nada, y nosotros fuimos confiados a terceros mientras mi madre trabajaba en una fábrica de fuegos artificiales. El padre de Bianca se ocupó de mí. Fui muy afortunado.
—¿Y tus hermanos?
—Elizabetta se fue con mi madre, a Nápoles, y murió en un accidente en la fábrica. Rosalía se quedó con una tía en Abruzzo, conoció a un mecánico y se casó. Es feliz con su vida. Nunca me pidió nada —se encogió de hombros—. Y la pequeña Bella, que era más joven que yo, no tuvo problemas hasta que empecé a darle dinero, la envié a un colegio interna, le di medios para que tuviera algo mejor, y entonces se dedicó a gastarse todo en droga, algo que la mató… Así que, ya ves, ésa es la historia de mi familia. ¿Satisfecha? —y sin decir nada más, abrió el libro nuevamente.
Myriam lo miró, con el corazón oprimido. No, no estaba satisfecha.
Myriam se acercó a Víctor y puso una mano en su libro.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
—¿Cuándo iba a contártelo? No es el tipo de extracción social que pudiera impresionar a tus padres, ni a ti.
—No obstante…
—¿Realmente quieres saber, Myriam? ¿O quieres seguir pensando que soy el elegante príncipe que creías que era?
—No, Víctor. Quería conocer al verdadero Víctor. Yo te amaba…
—Tú amabas al hombre que pensaste que era. Y cuando te diste cuenta de que no lo era, que mis pies eran de arcilla, te marchaste a Inglaterra. Así que, ahórrame todo el melodrama, por favor —Víctor quitó la mano de Myriam del libro como si se tratase de algo desagradable.
Myriam sintió su aliento, y notó el aire de lamento que los envolvía.
Quería hablar, pero no podía. En silencio tocó los dedos de Víctor, posados en su mejilla. Luego él quitó la mano y se apartó.
—Buenas noches —murmuró él y se marchó de la habitación.
Víctor cerró el libro.
—Me voy mañana —anunció con un tono neutro.
Myriam lo miró, sorprendida. Él le devolvió la mirada, indiferente.
—¿Mañana? ¿Por qué tan pronto?
—Es mejor, ¿no crees? No quiero distraerte de tu trabajo con Lucio.
Myriam asintió.
—¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé.
—Muy bien —contestó ella, intentando sonar indiferente.
Él sonrió débilmente. Dejó el libro en la mesa, se puso de pie y fue hacia ella. Le quitó un mechón de pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja. Luego le acarició la mejilla. Fue un gesto tierno, como un fénix que se elevaba de las cenizas de su anterior enfado.
Myriam lo miró, y no vio rabia en él, sino tristeza.
—Es mejor así, fiorina —susurró—. Para ambos —y apoyó muy suavemente su frente en la de ella.
Capítulo 7
Al día siguiente la casa estaba en silencio cuando Myriam bajó, pero después de unos segundos oyó el ruido de porcelana china en el comedor y vio a Víctor bebiendo un cappuccino y leyendo el periódico.
Ella lo observó en silencio un momento. Tenía líneas de cansancio en sus ojos.
Lo había escuchado tras su puerta con voz de arrepentimiento, pero rió quería ablandar su endurecido corazón. Y se lo diría.
—Víctor.
—Buenos días —respondió él.
—Tenemos que hablar.
Víctor cerró el periódico y lo dejó encima de la mesa.
—Por supuesto, ¿de qué se trata?
—Cuando ambos acordamos la terapia me dijiste que éramos dos personas distintas. Que el pasado no importaba… Pero eso no era verdad, ¿no? El pasado importa más de lo que creemos, me parece, y tal vez no seamos personas tan distintas de las que éramos. Y no quiero que el pasado nos afecte ni a ti, ni a mí, ni a Lucio.
—Espero que no lo haga…
—Es posible que me hayas contratado, pero no soy tu posesión. No voy a permitir que me trates como si lo fuera…
—Myriam, te pido disculpas por mi comportamiento de anoche —la interrumpió Víctor—. Yo estaba enfadado por tu comportamiento infantil en la cena y respondí con un comportamiento igualmente infantil. Te pido disculpas nuevamente —sonrió.
—No estoy segura de que sea así. Me parece que hay algo más. No puedes olvidar el pasado, no puedes fingir que no afecta al presente ni al futuro. Yo creí que podíamos olvidarlo, y deseaba que fuera así, pero el ignorarlo sólo ha hecho que todo sea más difícil.
—Eso que dices es una tontería que suena muy psicológica. ¿La aprendiste en tus estudios de psicología a través del arte?
—No, lo aprendí tratando contigo, viendo cómo me tratas. Anoche me di cuenta de que eras el mismo hombre de hace siete años.
Víctor revolvió su café en silencio.
—Piensa lo que quieras —dijo finalmente, con indiferencia.
Y ella se dio cuenta de que su actitud le dolía.
—Da igual. Te pido disculpas y te prometo que no volverá a suceder —agregó Víctor—. Tú estás aquí para ayudar a Lucio. No hace falta que tú y yo tengamos relación.
—No es tan sencillo.
—Lo será —dijo él.
—Si no nos ocupamos de nuestros sentimientos…
Víctor se rió.
—Si yo no siento nada por ti, Myriam, ¿no lo recuerdas? Yo te compré. Te traté como a una posesión. Tú misma me lo has dicho. ¿Cómo voy a tener sentimientos por un objeto?
—Pero…
—Si yo no he sentido nunca nada por ti, ¿cómo voy a sentirlo ahora? ¿Tú quieres hablar de sentimientos, Myriam? —la desafió—. ¿Y los tuyos?
—¿Qué pasa con los míos?
—Tú tampoco quieres hablar del pasado, de tu madre, de tu padre… ¿Por qué cortaste toda comunicación con tu familia? Estuviste en el funeral de tu padre menos de una hora… Yo estaba allí… Te vi de lejos, tú no me viste…
—¿Por qué fuiste?
—Yo conocía a tu padre, Myriam. Yo compartí la culpa de su muerte. El fue un tonto, incluso un inmoral, pero nadie merece sufrir una desesperación semejante.
—No… —ella levantó la mano como si sus palabras la hiriesen.
—Duele, ¿no? Duele recordar, ¿verdad?
—Víctor…
—Te apartaste de todo lo que conocías, Myriam, incluida tú.
—Tú no sabes…
—Porque no podías enfrentarte a ello. No quieres enfrentarlo. Así que no me pidas que yo me enfrente a nada, cuando tú llevas siete años huyendo del pasado…
—¡Esto no tiene nada que ver conmigo! —exclamó Myriam—. ¡Yo no tengo nada que ver!
—¿No? ¿No hay nada que tenga que ver contigo? —hizo una pausa—. ¿Y la muerte de tu padre? ¿No tiene nada que ver contigo? Sé que lo destruiste con tu traición. Y que fue una de las razones por las que se mató.
—¡No! —exclamó ella—. No sabes de qué estás hablando —agregó.
—Sé muy bien lo que estoy diciendo, pero es mejor así, ¿no? Para ambos. Salimos para Abruzzo dentro de una hora.
—De acuerdo —asintió ella.
Myriam se hundió en una silla cuando él se marchó.
El pasado no estaba olvidado, aunque quisieran que así fuera.
Sus vibraciones los seguía torturando.
—Creo que te gustará Abruzzo —dijo él cuando estaban en medio del tráfico—. Es un lugar muy relajante, muy tranquilo. Un buen sitio para que trabajes con Lucio.
—Tengo muchas ganas de llegar y ponerme a trabajar —dijo ella.
—Bien…
Tácitamente acordaron una tregua y Myriam se preguntó cuánto duraría.
Al menos, ambos estaban de acuerdo en que por el bien de Lucio, debían estar en armonía.
Poco a poco se alejaron de las colinas de Roma y fueron apareciendo los campos de azafrán que cubrían el camino hacia su destino.
Víctor se apartó de la autopista y tomó un camino estrecho y sinuoso que atravesaba varios pueblos de montaña.
Era evidente que la región de Abruzzo se había empobrecido. Aunque ella había visto carteles en la autopista de complejos turísticos, spas y lujosos hoteles, los pueblos no mostraban signos de riqueza.
Después de atravesar los pueblos, salieron otra vez al campo.
—¿Por qué compraste una casa de campo aquí? —preguntó Myriam, rompiendo un largo silencio.
—Ya te lo he dicho, es mi hogar —dijo Víctor flexionando la mano sobre el volante.
—¿Te refieres a que creciste aquí? Siempre he creído que eras de Roma.
—De cerca de Roma —la corrigió—. Estamos a menos de cien kilómetros de Roma, aunque no lo creas.
Myriam no podía creerlo. El paisaje aquél era tan distinto de la riqueza y glamur de la Ciudad Eterna….
Tampoco podía creer que Víctor viniera de aquel sitio. Siempre había pensado que era urbano, nacido para la riqueza y el lujo y poseer el linaje aristocrático y privilegiado.
—¿Tu familia tenía una mansión aquí? —preguntó ella con cautela.
—Algo así —se rió Víctor.
Se adentraron en una carretera más estrecha aún, que era poco más que polvo y canto rodado, y viajaron en silencio durante algunos minutos más antes de llegar a un pueblo pequeño con apenas un puñado de tiendas y casas. Había unos viejos sentados fuera de un café, jugando al ajedrez. Los miraron al verlos pasar.
Víctor disminuyó la velocidad, paró el coche y dijo:
—Espera un momento.
Se bajó, se acercó a los hombres y los abrazó. Parecían granjeros empobrecidos, con aquellos dientes manchados por el tabaco y sus gorras grasientas. Pero era evidente el afecto que sentían por Víctor. Hablaron durante un momento con él en voz alta y llena de excitación. Víctor le hizo señas a ella desde lejos para que se acercase a ellos.
Ella no era una esnob, se había relacionado con las clases sociales más bajas en los siete años que llevaba en Londres. Sin embargo había pensado que Víctor lo era. Después de todo había querido casarse con ella por su apellido y sus conexiones sociales. Pero el verlo allí con aquellos hombres, había cambiado la imagen que tenía de él. Víctor se comportaba con aquella gente como si fuera su familia.
—Por Lucio… —estaba diciendo Víctor cuando ella se acercó—. Va a ayudarlo.
Myriam oyó un coro de gritos de agradecimiento y entusiasmo.
—¡Fantástico! ¡Fantástico! ¡Grazie! ¡Grazie! —decían.
Y entonces la abrazaron como lo habían abrazado a él, diciéndole «Grazie» «Grazie», agradecidos.
Myriam sintió ganas de llorar por aquella manifestación de afecto y aquella genuina alegría.
Ella les sonrió, y se encontró riendo, devolviendo los abrazos, aunque no supiera el nombre de nadie.
Sintió más que vio a Víctor observarla, sintió tanto su tensión como su aprobación.
Los hombres se negaban a dejarlos marchar si no tomaban algo con ellos.
Hicieron un montón de preguntas: ¿Cuánto tiempo se quedaría ella ¿Conocía a Lucio? ¡Y Enzo, un hombre tan sabio y tan amable! Había sido una tragedia, una tragedia…
Aquellos hombres estaban sinceramente preocupados por Lucio y Bianca. Eran una verdadera familia…
Ella pensó en su familia, en la tristeza y la traición que la había destruido…
Finalmente Víctor se disculpó y volvió al coche. La gente se arremolinó alrededor del vehículo, mujeres vestidas de negro y niños mal vestidos que se reían y golpeaban las ventanillas, excitados.
Víctor tocó el claxon varias veces y se marcharon.
Viajaron en silencio durante algunos minutos, y luego Myriam comentó:
—Esa gente te quiere mucho.
—Son como padres para mí —dijo él.
Y ella se sintió avergonzada por no saber nada sobre la familia de Víctor. ¿Dónde estaban sus padres? ¿Tenía hermanos? ¿Cómo había sido su niñez?
Y deseó saberlo. Se lo preguntaría cuando tuviera oportunidad.
Era muy tarde ya, pensó. Muy tarde para ellos. La única relación que podía existir entre ellos era una relación distante, profesional. Y era una tonta si esperaba otra cosa.
Finalmente Víctor giró y entró en una carretera polvorienta flanqueada por robles que le daban sombra. Myriam divisó una casa de campo medio derruida abandonada a un lado de la carretera, y ella se preguntó por qué Víctor dejaba aquella propiedad destartalada en su propiedad. Al rato la sorprendió una mansión que apareció ante ella.
No era ostentosa, pero parecía cómoda. Begonias y geranios caían de cestos colgados de sus ventanas y coloreaban el frente de la casa.
Una mujer joven y morena con el pelo recogido salió a recibirlos. La acompañaba un niño igualmente moreno, con una actitud extrañamente distante.
—Ésta es mi ama de llaves, Bianca —dijo Víctor—. Y éste es Lucio.
Myriam asintió, viendo al niño a una distancia media y segura.
Salieron del coche y Víctor fue a saludar a Bianca.
Myriam se sintió avergonzada por sentir una punzada de celos.
—Hola, Lucio —Víctor tocó la cabeza del niño afectivamente.
Lucio no lo miró ni dijo nada.
Luego Víctor presentó a Myriam a Bianca, quien agitó la cabeza con esperanzada gratitud.
Myriam se agachó para estar a la altura de Lucio. El niño no la miró, pero ella le sonrió, como si él la estuviera mirando.
—Hola, Lucio. Me alegro de conocerte —dijo Myriam.
Lucio no la miró. Era como si no hubiera hablado.
Myriam no había esperado que le hablase ni que la mirase, sin embargo, su actitud totalmente indiferente, sin apenas una señal de comprensión, era desalentadora.
No obstante, ella permaneció allí, agachada unos segundos. Sabía que Lucio debía ser consciente de su presencia en algún nivel. Y eso era suficiente de momento.
Myriam se puso de pie y Bianca la hizo pasar a la casa. Ésta, sorprendentemente, no tenía el lujo impersonal de la casa de Roma. No tenía signos de riqueza ni de status.
No obstante, era el hogar de Víctor, cómodo y querido.
Bianca los llevó a la cocina en lugar de al salón. Ella se dio cuenta de que aquél era el corazón de la casa. Tenía una mesa de roble a un lado, la cocina al otro y grandes ventanales en las paredes restantes.
Myriam exclamó al ver las vistas. Parecía estar en lo alto de una montaña. Le pareció que podía volar.
—¡Es maravilloso!
—Me alegro de que te guste.
—¿Has construido tú mismo esta casa?
—Ayudé a diseñarla.
—Deben de tener hambre después del viaje. ¿Sirvo el almuerzo, Signor? ¿Le apetece comer, signorina? Pueden comer aquí o en el comedor…
—Aquí —dijo Myriam, decidida.
Miró las montañas, los picos de los Apeninos, y sintió una punzada de felicidad. Le gustaba aquel sitio, pensó. Su serenidad, su soledad. Y el hecho de que supusiera una ventana a la vida de Víctor, al hombre que era ahora. O al hombre que había sido siempre, y al que no había conocido.
Y ella volvió a preguntarse por Víctor, ¿quién era aquel hombre?
Bianca sirvió el almuerzo, y Myriam disfrutó de los espaguetis alia chitarra.
A pesar de la insistencia de Víctor y Myriam, Bianca no quiso comer con ellos, y Lucio siguió sin tener ninguna reacción. No decía nada ni los miraba. Myriam le dijo a Bianca que el niño tardaría unos días en aceptar su presencia, y que hasta entonces, la terapia por el arte, el trabajo real, no podría empezar. Bianca asintió, aunque en sus ojos se notó un brillo de decepción.
Nadie lo decía, pero en realidad todos esperaban un milagro.
Y Myriam se preguntó si no esperaría ella también un milagro de parte de Víctor.
Hacía siete años ella se habría conformado con que Víctor la amase. Ahora quería más: quería comprensión, intimidad, risas… Quería que la tocase con deseo pero sin rabia…
Sin embargo, por el bien de Lucio, no podía esperar nada entre ellos.
Bianca y su hijo se marcharon a sus habitaciones, al fondo de la casa, y Myriam y Víctor se quedaron solos.
Mientras comía la pasta, Myriam dijo:
—Ésta es tu casa… Quiero decir, aquí estás en tu hogar.
—Sí, te he dicho que lo era —dijo él, un poco reacio.
Myriam no quiso insistir en aquel momento.
Después de la comida, Bianca le mostró a Myriam su habitación. Víctor se dirigió al despacho que tenía en su casa a ocuparse de unos negocios.
Ella se detuvo frente a la ventana de su habitación y respiró profundamente, pensando en todos los acontecimientos de las últimas horas.
—Quiero mostrarte algo —oyó una voz. Víctor estaba en la puerta de su dormitorio—. ¿Te gusta la vista?
—Sí.
—Ven conmigo.
Víctor se había puesto detrás de Myriam, y ella sintió su respiración, su presencia. Y tuvo que resistir sus ganas de apoyarse contra él.
Myriam acompañó a Víctor por el pasillo de arriba hacia otra habitación, en la parte que daba al sur de la mansión.
—Es aquí —Víctor abrió la puerta.
No era un dormitorio. Era un despacho. La habitación tenía ventanas en dos lados y era muy luminosa. Tenía todo lo que ella podía necesitar para su trabajo con Lucio: blocs de dibujo, pinturas, pasteles, tizas, pinceles…
Myriam estaba fascinada. Era un detalle de parte de Víctor haber acondicionado tan adecuadamente aquel lugar para que ella pudiera hacer su trabajo con Lucio. Pero también era verdad que todos los materiales del arte que hubiera en el mundo no podrían hacer hablar a un niño. Eso era algo que Víctor no iba a poder comprar.
—¿Te gusta? ¿Será suficiente? —preguntó Víctor con cierto aire de vulnerabilidad.
Ella sintió que su corazón se contraía.
—Gracias, Víctor. ¡Es increíble! —Myriam fue hacia él y le dio un beso en la mejilla poniéndose de puntillas. Y Myriam deseó que él la tocase y la tomase en sus brazos.
—De nada —respondió él.
Ella lo deseaba tanto… Pero él no dio ese paso. Simplemente sonrió.
—Te dejo sola. Estoy seguro de que habrá cosas que tengas que preparar para las sesiones con Lucio. Normalmente cenamos sobre las siete —dijo Víctor.
Myriam se pasó el resto de la tarde leyendo las notas sobre el caso de Lucio. Según Bianca, Lucio había estado durmiendo la siesta cuando murió su padre. Ella le había contado lo del accidente aquella noche, y siempre había hablado de Enzo en términos cariñosos para mantener viva su memoria. Al principio Lucio había reaccionado, había tenido un duelo normal… Luego, lentamente había dejado de hablar y se había apartado física y emocionalmente.
En los meses que siguieron el niño se había retraído aún más, sumergiéndose en su mundo silencioso y seguro. Cuando intentaban sacarlo de él, era como si le dieran a un botón y se agitase y excitase incontroladamente, gritando incoherencias, golpeándose la cabeza contra la pared o el suelo.
Bianca se había visto obligada a sacarlo del jardín de infancia del pueblo y pronto había empezado a ser muy difícil llevarlo a tiendas o a la iglesia. Lucio miraba el mundo como si estuviera en las nubes, y no interactuaba con el medio.
Myriam miró por la ventana las montañas nevadas en su cima. El comportamiento de Lucio era el normal en un niño que estaba viviendo un duelo, pero la duración y la profundidad que mostraba no lo eran.
Un niño en situación de duelo tendría que haber empezado a reaccionar con las terapias, a mejorar, aunque diera dos pasos adelante y uno atrás. Pero Lucio no mejoraba. Iba empeorando lenta pero regularmente.
Estaba preocupada. Había ido allí a ayudar a Lucio. Pero, ¿y si no podía hacerlo? ¿Y si era realmente autista?
¿Y si ella había ido allí por razones egoístas? ¿Por Víctor?
«No», se dijo, agitando la cabeza. No podía ser…
El tiempo pasó mientras Myriam estaba envuelta en sus pensamientos, y de pronto se dio cuenta de que debía ser bastante tarde, porque era casi totalmente de noche.
—¿Myriam?
Ella se puso rígida. Vio a Víctor en el pasillo.
—Está la cena… —se marchó sin esperarla.
Myriam bajó a la cocina. Ésta estaba tibia y acogedora. Bianca estaba sentada delante del fregadero y Víctor estaba cortando un tomate para una ensalada. Estaban charlando y riendo como amigos. Lucio estaba junto a la ventana, golpeando metódicamente el alféizar con una cuchara de madera.
Víctor se dio la vuelta y vio a Myriam. Sus ojos se clavaron en ella. Luego le hizo señas de que entrase y siguiera cortando el tomate.
Comieron todos juntos en la cocina, y aunque Lucio estuvo sombrío y callado, Myriam no dejó de incluirlo en las conversaciones.
Después de la cena, Myriam insistió en ayudar a Bianca lavando los platos. En una actitud típicamente italiana, Bianca echó a Víctor de la cocina.
—No lo queremos aquí, de todos modos. Es trabajo de mujeres y charla de mujeres.
Myriam se rió, e intentó no dar importancia al comentario sexista de Bianca.
—Me alegro de que haya aceptado ocuparse de Lucio… No debe de haber sido fácil para usted, teniendo en cuenta…
—¿El qué? —peguntó Myriam.
—Que usted y Víctor estuvieron a punto de casarse.
Myriam se sorprendió.
—No me imaginé que sabrías la historia… —respondió Myriam.
—Por supuesto que la conozco. Conozco a Víctor desde que yo era un bebé y él era un niño. Cuando su padre murió, mi padre se ocupó de él. Víctor es como un hermano para mí.
Myriam asintió. Ahora comprendía la importancia de Lucio para Víctor, al igual que la de Bianca.
—Sé que usted tuvo sus razones para marcharse, y supongo que habrán sido buenas…
—Sí, lo son. Lo eran. Pero Víctor y yo hemos acordado dejar el pasado atrás. Es mejor para Lucio, y, sinceramente, también para nosotros.
—Decirlo es más fácil que hacerlo —dijo Bianca.
—¿Qué quieres decir?
—Veo el modo en que Víctor la mira… Él la amaba entonces y no sé si no la ama todavía…
Myriam se rió, escéptica.
—Bianca, Víctor jamás me amó. Me lo dijo. Y estoy bastante segura de que no me ama ahora. No… nos conocemos ya. Ni nos conocimos nunca.
—Si así le resulta más fácil… —contestó Bianca.
—Lo es, porque es la verdad.
—Pero, usted lo ama…
—No —se sobresaltó Myriam—. No. Lo amaba hace siete años. Pero ahora, no. Por supuesto el volver a verlo me ha hecho recordar, y sentir algunas cosas, pero no. No lo amo.
Bianca sólo sonrió.
Después de lavar los platos, Bianca fue a acostar a Lucio y Myriam anduvo deambulando por la casa, hasta que entró en el salón, donde Víctor estaba sentado en un sillón de piel, con un libro en la mano.
—¿Estás bien? —le preguntó él cuando la vio.
—Sí, estoy bien. Bianca fue a acostar a Lucio.
—Bien.
—¿Crees que Bianca se volverá a casar? —preguntó Myriam de repente.
—Supongo, a su debido tiempo. De todos modos, no hay muchos hombres aquí… Ya viste a los que estaban en el bar…
—Sí. Bianca me comentó que tú habías vivido con su familia cuando murió tu padre.
Víctor se quedó petrificado.
—Sí, así fue.
—¿Qué le pasó a tu familia? A tu madre, a tus hermanos…
—Se fueron a otro sitio.
—¿Por qué?
—¿Por qué estás haciendo estas preguntas, Myriam?
—Porque me doy cuenta de que debería habértelas hecho antes.
—¿Antes?
—Cuando estábamos prometidos. A los diecinueve años.
Víctor se quitó las gafas de leer y se quedó callado un momento.
—¿Lamentas haberte perdido algo, Myriam?
—No, jamás me arrepentiré de lo que hice, Víctor, porque era lo que tenía que hacer. Habríamos sido una pareja desastrosa.
—Entonces, ¿por qué te importa?
—Trataba de conversar contigo, simplemente.
—De acuerdo, fiorina. ¿Quieres que te cuente? Mi padre murió cuando yo tenía doce años. Mi familia no tenía dinero, ni tenía nada, y nosotros fuimos confiados a terceros mientras mi madre trabajaba en una fábrica de fuegos artificiales. El padre de Bianca se ocupó de mí. Fui muy afortunado.
—¿Y tus hermanos?
—Elizabetta se fue con mi madre, a Nápoles, y murió en un accidente en la fábrica. Rosalía se quedó con una tía en Abruzzo, conoció a un mecánico y se casó. Es feliz con su vida. Nunca me pidió nada —se encogió de hombros—. Y la pequeña Bella, que era más joven que yo, no tuvo problemas hasta que empecé a darle dinero, la envié a un colegio interna, le di medios para que tuviera algo mejor, y entonces se dedicó a gastarse todo en droga, algo que la mató… Así que, ya ves, ésa es la historia de mi familia. ¿Satisfecha? —y sin decir nada más, abrió el libro nuevamente.
Myriam lo miró, con el corazón oprimido. No, no estaba satisfecha.
Myriam se acercó a Víctor y puso una mano en su libro.
—¿Por qué no me lo has contado antes?
—¿Cuándo iba a contártelo? No es el tipo de extracción social que pudiera impresionar a tus padres, ni a ti.
—No obstante…
—¿Realmente quieres saber, Myriam? ¿O quieres seguir pensando que soy el elegante príncipe que creías que era?
—No, Víctor. Quería conocer al verdadero Víctor. Yo te amaba…
—Tú amabas al hombre que pensaste que era. Y cuando te diste cuenta de que no lo era, que mis pies eran de arcilla, te marchaste a Inglaterra. Así que, ahórrame todo el melodrama, por favor —Víctor quitó la mano de Myriam del libro como si se tratase de algo desagradable.
Myriam sintió su aliento, y notó el aire de lamento que los envolvía.
Quería hablar, pero no podía. En silencio tocó los dedos de Víctor, posados en su mejilla. Luego él quitó la mano y se apartó.
—Buenas noches —murmuró él y se marchó de la habitación.
Víctor cerró el libro.
—Me voy mañana —anunció con un tono neutro.
Myriam lo miró, sorprendida. Él le devolvió la mirada, indiferente.
—¿Mañana? ¿Por qué tan pronto?
—Es mejor, ¿no crees? No quiero distraerte de tu trabajo con Lucio.
Myriam asintió.
—¿Cuándo vas a volver?
—No lo sé.
—Muy bien —contestó ella, intentando sonar indiferente.
Él sonrió débilmente. Dejó el libro en la mesa, se puso de pie y fue hacia ella. Le quitó un mechón de pelo de la cara y se lo puso detrás de la oreja. Luego le acarició la mejilla. Fue un gesto tierno, como un fénix que se elevaba de las cenizas de su anterior enfado.
Myriam lo miró, y no vio rabia en él, sino tristeza.
—Es mejor así, fiorina —susurró—. Para ambos —y apoyó muy suavemente su frente en la de ella.
espero los comentarios de este capitulo......
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
miil gracias por los cap esta noveliita esta super interesante
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
MUCHAS GRACIAS POR EL CAPITULO, OJALA MYRI PUEDA AYUDAR AL NIÑO, Y DESPUES VOLVER CON VIC =D
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
CADA CAPÍTULOMEJOR, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por los capitulos siguele por faaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
hola chicas aqui tiene el capitulo de este dia y les comunico que solo faltan dos capitulos para el final.... gracias por sus notas....
Capítulo 8
Myriam se despertó por la mañana pensando en Víctor, en su sonrisa triste, en una vulnerabilidad que había tocado su corazón.
Se levantó, se duchó y se vistió rápidamente.
Cuando bajó, la mansión estaba en silencio. Vio que Bianca y Lucio estaban en la cocina.
Instintivamente, Myriam buscó a Víctor, y Bianca le dijo que éste había regresado a Roma.
—Volverá dentro de unas semanas —comentó la mujer.
—¿Puedo ayudar con el desayuno? —preguntó Myriam.
—No, no. Está todo hecho —Bianca le sirvió un cappuccino con bollos.
Después del desayuno, Bianca se marchó a otra parte de la casa, y Myriam se quedó con Lucio. Pensaba observarlo los primeros días, y dejar que Lucio se acostumbrase a su presencia. Lucio no la miró siquiera. Siguió haciendo rodar su coche de juguete todo el tiempo, con expresión perdida.
Después de unos minutos, Myriam empezó a hablarle. Primero del coche, luego de las montañas, de la casa… No esperó respuestas; a los pocos segundos siguió hablándole con entusiasmo. Lucio ni la miró, pero al menos toleró su presencia.
Los siguientes días siguieron igual. Myriam se sintió un poco descorazonada. Y Bianca empezó a impacientarse y a angustiarse. Myriam la tranquilizó diciéndole que Lucio necesitaba tiempo. Pero tampoco le creó falsas esperanzas, y le advirtió que su niño podía ser autista realmente.
—Lo sé —dijo Bianca.
—Haré todo lo que pueda… Pero si su silencio y su comportamiento están relacionados con un trauma, nos falta algún dato. La represión emocional es grave y profunda… ¿Has intentado hablar con Lucio sobre su padre? Sé que a veces es más fácil no hablar, pero Lucio necesita una vía para expresar sus sentimientos.
—Hablé con él al principio. Pero se ponía muy mal, y no quería disgustarlo. Luego empezó a quedarse callado, hasta que dejó de hablar totalmente. Para mí también… era difícil hablar de Enzo.
—Por supuesto —dijo Myriam.
—A Lucio siempre le ha gustado dibujar… Cuando Víctor me habló de que hiciera una terapia a través del arte, aun sin saber que usted era una persona con experiencia en un caso como el de Lucio, sentí esperanza. No ha dibujado nada desde que dejó de hablar, pero si usted lo ayuda… lo guía… —Bianca miró a Myriam buscando su aprobación.
Myriam sonrió. Estaba acostumbrada a la mezcla de esperanza y escepticismo de aquellos casos.
—Sí, creo que el arte podría ayudar a Lucio. Pero no sabemos si eso será la llave que lo haga romper el silencio… Pero haré todo lo que pueda —dijo Myriam.
Bianca tenía los ojos brillantes por las lágrimas.
—Duele amar… —dijo Bianca.
—Sí —respondió Myriam.
Al día siguiente Myriam llevó a Lucio al estudio de arte de arriba. Se sorprendió de lo dócil que fue el niño, dejando que ella lo llevase.
El niño miró todos los materiales de la habitación hasta que su mirada se quedó suspendida a media distancia.
—Víctor me ha dicho que te gusta dibujar y hacer cosas artísticas —dijo Myriam—. Tiene muchos dibujos tuyos en su escritorio. ¿Te gusta dibujar con lápices de cera? —Myriam se sentó en el medio de la habitación rodeada de lápices de cera.
Nombró los colores uno por uno. Lucio observó en silencio, sus ojos puestos en los lápices.
—¿Te apetece dibujar? —preguntó Myriam amablemente.
Agarró un folio y lo dejó delante de él y esperó.
Lucio miró el papel blanco un momento, y luego apartó la mirada.
Myriam insistió, conversando alegremente y probando unos trazos. Pero Lucio no hizo nada, no dijo nada.
Pararon para comer y Lucio la siguió en silencio a la cocina.
Myriam estaba frustrada. No había llegado a Lucio. Le había pasado lo mismo que a los demás profesionales que lo habían tratado. Los niños con los que había trabajado solían aceptar trabajar con pinceles, arcilla, plastilina, pintura. Myriam los ayudaba a expresar sus emociones incitándoles a expandir y completar sus dibujos.
No estaba acostumbrada a aquello. Lucio no le daba nada con lo que pudiera trabajar. Él necesitaba un experimentado psiquiatra o un terapeuta especializado en duelos, no un terapeuta a través del arte que sólo llevaba dos años ejerciendo su profesión, pensó ella.
Sin embargo, no podía dejar a Lucio ahora. Pero cuando Víctor volviera le hablaría de la necesidad de que intervinieran otros profesionales en el caso de Lucio.
No era un trabajo que pudiera hacer ella sola, y sentía el peso de las expectativas de Bianca y de Víctor.
Aquella noche, después de que Lucio se fuera a dormir, Víctor la llamó por teléfono.
Se sorprendió de notar un cierto tono de emoción en su voz.
—¿Cómo va todo? —preguntó.
—Muy lento. No se puede esperar nada todavía. Es pronto.
—¿No ha hablado?
—No. Pero yo no juzgaría el éxito por su capacidad de hablar, Víctor. Si lo que causa los síntomas es el trauma, primero tiene que recordar. Y sentir. No ha sufrido el duelo, y tiene que hacerlo.
—¿Cómo haces para que una persona pueda sufrir el duelo?
—Dándole un espacio donde pueda expresarse —contestó Myriam—. Lucio es un caso extremo, lo confieso —hizo una pausa—. No creo que podamos descartar un diagnóstico de autismo.
Víctor dejó escapar un suspiro.
—Llevas con él menos de una semana.
—Lo sé. Pero no quiero crearte falsas expectativas ni creárselas a Bianca.
—¿Y si descartamos el autismo, qué crees que podría ser la fuente del trauma?
Myriam se mordió el labio.
—Me pregunto si no habrá habido algo más, además de la represión de sus sentimientos, algo que ninguno de nosotros conocemos.
—¿Como qué? —preguntó Víctor, impaciente.
—Algo relacionado con la muerte de Enzo. Podría ser cualquier cosa… Si vio a su padre…
—Imposible. Bianca dijo que estaba dormido.
—Tal vez haya oído decir algo… Un niño pequeño puede malinterpretar un comentario de un adulto y lo oye fuera de su contexto, e incluso culparse de algo…
—¿Crees que se culpa por la muerte de su padre?
—No lo sé —respondió ella.
—Bueno, averígualo —respondió Víctor. Antes de que Myriam contestase agregó—: Lo siento. Sé que estás haciendo todo lo que puedes…
—Lo estoy intentando —susurró ella.
Hubo un silencio cargado de sentimiento y angustia y entonces Víctor dijo:
—Buenas noches, Myriam —y cortó.
Al día siguiente Myriam llevó a Lucio al estudio de arte otra vez. Intentó la sesión con arcilla, pinturas con el dedo y pinturas de cera, pero el niño no mostró interés.
Myriam decidió usar otra estrategia y dibujó algo en un papel, un dibujo para él.
—Ésta es la vista que hay desde mi ventana —había dibujado las montañas, el sol y el cielo simplemente—. Me encanta verla todos los días. ¿Te gustaría agregar algo a este dibujo, Lucio? ¿Qué ves cuando miras tú por la ventana?
Lucio miró el dibujo un rato. Luego bajó la mirada y la clavó en los lápices de cera, y ella contuvo la respiración.
Lucio tomó un lápiz de cera negro y el dibujo. Y entonces sistemática y metódicamente, como hacía todo, no paró de dibujar. Hasta que el dibujo quedó cubierto de negro totalmente.
Myriam lo observó dibujar, su expresión de fiera concentración.
Myriam miró el dibujo. El papel se había rasgado en algunos sitios de la fuerza que había hecho al dibujar.
Lucio había hecho una declaración sorprendente. Se había comunicado. Y el mensaje era claro; claro y terrible.
Lucio estaba atrapado, pensó ella, atrapado y atormentado por recuerdos y emociones reprimidos.
Myriam dejó a un lado el dibujo y puso una mano en el hombro de Lucio. El niño no se encogió, no se movió.
—Cuando murió mi padre, a veces me sentía vacía, como si no tuviera nada dentro. Y otras veces, me sentía tan llena, como si fuera a explotar si no hacía algo… —dijo Myriam.
Ella esperó a que Lucio registrase lo que había dicho. Luego agarró un trozo de arcilla y se lo ofreció.
—¿Te apetece hacer algo con la arcilla? —le preguntó—. La puedes apretar con los dedos, si quieres. Es blanda…
Después de un largo momento, Lucio extendió la mano y tocó la arcilla, acariciándola con un dedo. Luego dejó caer la mano. Y Myriam se dio cuenta de que había sido suficiente por aquel día.
—Podemos trabajar con la arcilla mañana, si quieres —dijo Myriam. Se puso de pie y abrió la habitación para que saliera Lucio.
Aquella tarde, cuando la cima del Gran Sasso estaba dorada, Myriam dio un paseo por la carretera del frente de la casa. Bianca había llevado a Lucio a recoger huevos del gallinero, animada por el pequeño paso, aunque hubiera sido terrible, que había dado Lucio. Myriam se alegraba de poder tomarse un momento de relajación.
El viento silbaba entre los robles, cuyas hojas ya estaban doradas. En la distancia, una vaca mugía melancólicamente y ella oyó sonar su cencerro.
Era un lugar pacífico aquél, pensó, aunque la preocupación por Lucio ensombreciera aquella sensación de serenidad. Se alegraba de que Lucio hubiera empezado a comunicarse. Ese paso podía indicar que no era autista. No obstante, se sentía intimidada por la profundidad del trauma de Lucio, y la cantidad de trabajo que tendría que hacer para ayudarlo a recuperarse, un trabajo que ella no podría hacer sola.
De todos modos, el darse cuenta del dolor y la rabia reprimidos en Lucio le había hecho pensar en sí misma, en sus emociones veladas.
Siempre había sabido que no había querido recordar su vida anterior a su huida a Inglaterra. Pero no había sabido hasta entonces que esos recuerdos guardaban tanto dolor.
No se había dado cuenta hasta que Víctor había vuelto a aparecer en su vida.
Cuando Myriam estaba dando el paseo, vio pasar el coche de Víctor entre los árboles. Se quedó de pie a un lado de la carretera y observó mientras Víctor se acercaba hasta que el coche se detuvo delante de ella. Víctor salió del vehículo y le preguntó qué estaba haciendo.
Myriam le contó que había tenido una productiva sesión con Lucio.
—¿Ha hablado? —preguntó Víctor.
—Ya te he dicho que no es tan sencillo, Víctor. No va a empezar a hablar mágicamente.
Víctor se pasó la mano por el pelo, y Myriam notó lo cansado que estaba.
—Has vuelto —dijo ella innecesariamente—. ¿Por qué?
—Quería ver cómo seguía Lucio.
Myriam asintió, tragó saliva. Se sintió decepcionada.
—Hace mucho tiempo que no vengo aquí…
Ella no comprendió qué quería decir.
De pronto vio a Víctor caminar hacia los árboles. Y la casa derruida que había visto el primer día que habían llegado, antes de ver la mansión.
Myriam lo siguió.
No tenía idea de por qué estaba allí.
—Hace mucho tiempo que no entro aquí. No sé si no es peligroso.
El techo se había caído, las contraventanas no cerraban. Pero él siguió adelante.
Se estaba haciendo de noche. Myriam sintió un frío interior.
—Ésta era mi casa —dijo de pronto Víctor.
—¿Tú creciste aquí?
—Ya te dije el otro día que mi familia no tenía nada.
—Lo sé. Lo que pasa es que no pensé…
Él se rió y dijo:
—¿Que era tan pobre? Bueno, sí, lo era. Créelo. Trabajé duro para perder el acento de campesino, mis modales de campesino.
—Lo conseguiste —sonrió ella—. Cuéntamelo…
—Mi padre era granjero. Teníamos unas cuantas ovejas, un par de vacas. Luego la industria agrícola de esta región se hundió y mi padre dejó nuestra granja para buscar trabajo en las minas de Wallonia, en Bélgica.
—Trabajas en la industria minera ahora, ¿no?
—Sí. Mi padre murió en un accidente en la mina. Cuando creé mi negocio, uno de mis objetivos fue fabricar maquinaria segura para los mineros, impedir que muriesen innecesariamente hombres como mi padre. Y sucedió también que eso me hizo rico.
Se quedaron en silencio. Myriam de pronto se dio cuenta de lo importante que había sido para él tener contactos sociales como los de la familia de ella.
—Supongo que para los negocios debe de haber sido importante tener buenos contactos.
—Sí. Había muchos hombres en Milán y en otros sitios que no querían hacer negocios conmigo porque no tenía sus modales, no había ido a sus colegios y clubes. Yo era un chico tosco de pueblo y ellos lo sabían, aunque yo intentase ocultarlo.
—¿Por qué? ¿Por qué querías ocultar lo lejos que habías llegado? Deberías haber estado orgulloso.
—Me alegra que pienses eso —sonrió él—. Cuando mi padre decidió ir a trabajar a las minas, mi madre se opuso. Ella había oído hablar del trabajo allí. Es una vida dura… Pero él fue porque sabía que ésa era la única forma de dar a su familia lo que necesitaba. La única forma de amarlos.
Myriam lo miró, perdida en sombras y en la oscuridad, y se dio cuenta de cuánto había revelado Víctor con aquella afirmación, sin darse cuenta de ello.
—Y murió en la mina… —dijo ella.
—Sí, tres años más tarde. En todo ese tiempo no volvió nunca a casa. No quería gastar el dinero en el billete de tren.
No había lamento, ni rabia, ni dolor ni tristeza en la voz de Víctor. Sólo orgullo.
—¿No lo echó de menos tu madre? ¿No quería verlo?
—Sí. Pero no importaba eso. Él le dio lo que necesitaba, Myriam. Él estaba haciendo lo que tenía que hacer, porque la amaba.
Myriam comprendió entonces cuál era el modo de amar de Víctor y cómo lo había aprendido.
Y ella le había dicho que su amor no tenía valor. Que no era suficiente.
¿Cómo era posible que dos personas que se habían amado mutuamente no hubieran encontrado la felicidad juntos?
¿Y ahora? ¿Estaban a tiempo todavía?
No tenía sentido hacerse aquella pregunta. Víctor ya no la amaba.
Finalmente Víctor se dio por vencido, y se alejó de su antiguo hogar.
Cuando volvieron cenaron todos juntos, amenamente.
Todo parecía conspirarse para que ella rompiese sus defensas, para que sintiera. Para que recordase.
Y aquella vez ella no quería negarse a sentir, a negarse a dejar fluir los sentimientos.
Quería abrir la caja que había cerrado hacía siete años…
Cuando Bianca fue a acostar a Lucio, Myriam se fue al estudio de arte, se sentó en un taburete y se quedó mirando el dibujo de Lucio.
Pero lo que estaba mirando no era eso, sino su propia vida, reflejada en el niño. Ella tampoco había podido soportar el dolor… No había hecho el duelo de todo lo que había perdido.
Por sus mejillas se deslizaron unas lágrimas.
Víctor entró en la habitación y le puso la mano en el hombro.
—No… No lo hagas… No puedo…
—Sí, puedes —le dijo él.
Ella cerró los ojos. No lloraría delante de Víctor. No podía dejar que viera su dolor. No podía dejarle ver lo poco que había cambiado.
Víctor se agachó delante de ella. Pero Myriam no podía mirarlo. Víctor le agarró la barbilla. Myriam dejó escapar un sollozo, y él tiró de ella hacia su pecho.
Y entonces ella dejó fluir su tristeza, el dolor que había sepultado tanto tiempo, y lloró en silencio.
Se sintió a salvo allí, apretada contra el pecho de Víctor. Se sintió amada, protegida, cuidada de un modo que jamás había soñado.
Y lloró desconsoladamente…
Él estaba en el suelo, acunándola como a una niña, a la luz de la luna.
Se quedaron un rato en silencio. Ella no sabía qué decir. Quería disculparse, pero no sabía cómo explicarle lo que había sucedido.
—Gracias —dijo por fin.
—¿Cómo es que una mujer que ha dedicado su vida a ayudar a los niños a desenmascarar las emociones ha podido ocultar las suyas durante tanto tiempo?
Myriam se rió temblorosamente.
—No lo sé. Supongo que sabía que lo estaba haciendo, pero no me había dado cuenta hasta qué punto…
—Dime, ¿por qué llorabas?
—Por todo. Porque me usó mi padre, porque lo herí. Si hubiera sabido que tenía todas esas deudas… Que necesitaba el dinero…
—¿Te habrías casado conmigo? Fiorina, no fue culpa tuya. No puedes culparte de la muerte de tu padre.
—Lo sé. Al menos en mi mente. Pero en mi corazón…
—No podemos controlar nuestro corazón siempre que queremos —dijo Víctor.
—No. Es más fácil no pensar…
—¿Y su funeral?
—Fue muy duro para mí… Y por eso me fui. Pero todavía me duele… Y mi madre… Sé que me usó también. Quería humillar a mi padre, y yo le serví para eso. Y aún me duele haber sido un medio para ello… Y también me dolía pensar que yo no era más que un medio también para ti, a quien yo amaba de verdad.
Las manos de Víctor se detuvieron, luego la apretaron más, y finalmente siguió acariciándola.
—Te amaba tanto… —susurró ella—. Y esa noche, cuando hablamos, me trataste como a una niña traviesa. Como a una posesión. Fue horrible… Y lo peor es pensar que tal vez me haya equivocado… Que tal vez no debería haberme ido… Ahora me atormenta la idea de qué habría sucedido si me hubiera quedado.
—Myriam, no puedes pensar en lo que podría haber sido… Ahora somos distintos.
—¿Sí? —preguntó ella.
—Yo no te habría hecho feliz —dijo Víctor después de un momento.
No había sido el hombre que necesitaba ella, pensó él.
Myriam lo miró. Y entonces él bajó la cabeza y la besó.
Ella respondió con sus labios, su corazón y todo su cuerpo. Le rodeó los hombros abrazándose a él. Víctor la besó con una dulce ternura que le sacudió hasta el alma. Su lengua exploró gentilmente el contorno de los labios de ella, sus dientes, su boca, y ella se aferró a él, deseándolo, necesitándolo.
Sus caricias eran un bálsamo, una bendición, y ella se abrió en respuesta, floreciendo como la más bella y preciada flor.
Víctor dejó de besarla un momento, tomó aliento y la miró, y algo cambió.
Fue un segundo, pero pareció eterno.
Entonces él la volvió a besar, pero aquella vez más ferozmente.
Lo que había sido dulzura se transformó en algo salvaje. La boca de Víctor se hizo dura contra sus labios. Ella le clavó las uñas en los brazos, mientras se desabrochaban botones, se abrían cuellos, y se apartaban ropas…
Una lata de pintura se cayó al suelo y Myriam oyó el ruido de cristal.
¿Cómo había sucedido aquello?, se preguntó, respondiendo aún a los besos de Víctor, besos que eran como una marca posesiva de su boca, como si quisieran castigarla y darle placer a la vez.
El deseo se apoderó de ella, deseo, rabia y dolor, todo junto.
Deslizó las manos por el pecho de Víctor, buscándolo. Oyó su gemido de sorpresa, mezclado con placer y victoria.
Él la echó hacia atrás mientras le subía la camisa y la besaba. Ella gimió.
Él acarició su cuerpo, buscando su piel desnuda, acariciándola magistralmente, y ella gimió de placer al sentir su mano en su pecho, las caricias en su ombligo, en su vientre, y más abajo, de un modo tan íntimo…
Aquello no estaba bien. Ella no quería que fuera así, en el suelo, agresivo y urgente. Ambos estaban enfadados y querían hacerse daño.
La idea era horrible, humillante.
¿Cómo se podía amar a alguien y sentir aquello?
Pero lo deseaba, deseaba a aquel hombre que le había hecho daño y que podía curarla a la vez.
—Víctor… —susurró ella.
Él hizo una pausa. Tenía la respiración agitada.
Se miraron mutuamente un momento y luego Myriam extendió la mano y le agarró la cara.
Víctor gimió y se apartó de ella, ajeno al cristal roto que había debajo de él.
Todo se había roto.
Allí, tumbada y medio desnuda, ella sintió que su dignidad estaba hecha trizas. Y se preguntó si había imaginado la ternura, la comprensión que había habido entre ellos momentos antes.
Ahora lo único que le quedaba era la rabia, el dolor, el miedo.
Y entonces, en el silencio de la noche oyó otro sonido, un gemido que le heló la sangre: Lucio estaba gritando.
Capítulo 8
Myriam se despertó por la mañana pensando en Víctor, en su sonrisa triste, en una vulnerabilidad que había tocado su corazón.
Se levantó, se duchó y se vistió rápidamente.
Cuando bajó, la mansión estaba en silencio. Vio que Bianca y Lucio estaban en la cocina.
Instintivamente, Myriam buscó a Víctor, y Bianca le dijo que éste había regresado a Roma.
—Volverá dentro de unas semanas —comentó la mujer.
—¿Puedo ayudar con el desayuno? —preguntó Myriam.
—No, no. Está todo hecho —Bianca le sirvió un cappuccino con bollos.
Después del desayuno, Bianca se marchó a otra parte de la casa, y Myriam se quedó con Lucio. Pensaba observarlo los primeros días, y dejar que Lucio se acostumbrase a su presencia. Lucio no la miró siquiera. Siguió haciendo rodar su coche de juguete todo el tiempo, con expresión perdida.
Después de unos minutos, Myriam empezó a hablarle. Primero del coche, luego de las montañas, de la casa… No esperó respuestas; a los pocos segundos siguió hablándole con entusiasmo. Lucio ni la miró, pero al menos toleró su presencia.
Los siguientes días siguieron igual. Myriam se sintió un poco descorazonada. Y Bianca empezó a impacientarse y a angustiarse. Myriam la tranquilizó diciéndole que Lucio necesitaba tiempo. Pero tampoco le creó falsas esperanzas, y le advirtió que su niño podía ser autista realmente.
—Lo sé —dijo Bianca.
—Haré todo lo que pueda… Pero si su silencio y su comportamiento están relacionados con un trauma, nos falta algún dato. La represión emocional es grave y profunda… ¿Has intentado hablar con Lucio sobre su padre? Sé que a veces es más fácil no hablar, pero Lucio necesita una vía para expresar sus sentimientos.
—Hablé con él al principio. Pero se ponía muy mal, y no quería disgustarlo. Luego empezó a quedarse callado, hasta que dejó de hablar totalmente. Para mí también… era difícil hablar de Enzo.
—Por supuesto —dijo Myriam.
—A Lucio siempre le ha gustado dibujar… Cuando Víctor me habló de que hiciera una terapia a través del arte, aun sin saber que usted era una persona con experiencia en un caso como el de Lucio, sentí esperanza. No ha dibujado nada desde que dejó de hablar, pero si usted lo ayuda… lo guía… —Bianca miró a Myriam buscando su aprobación.
Myriam sonrió. Estaba acostumbrada a la mezcla de esperanza y escepticismo de aquellos casos.
—Sí, creo que el arte podría ayudar a Lucio. Pero no sabemos si eso será la llave que lo haga romper el silencio… Pero haré todo lo que pueda —dijo Myriam.
Bianca tenía los ojos brillantes por las lágrimas.
—Duele amar… —dijo Bianca.
—Sí —respondió Myriam.
Al día siguiente Myriam llevó a Lucio al estudio de arte de arriba. Se sorprendió de lo dócil que fue el niño, dejando que ella lo llevase.
El niño miró todos los materiales de la habitación hasta que su mirada se quedó suspendida a media distancia.
—Víctor me ha dicho que te gusta dibujar y hacer cosas artísticas —dijo Myriam—. Tiene muchos dibujos tuyos en su escritorio. ¿Te gusta dibujar con lápices de cera? —Myriam se sentó en el medio de la habitación rodeada de lápices de cera.
Nombró los colores uno por uno. Lucio observó en silencio, sus ojos puestos en los lápices.
—¿Te apetece dibujar? —preguntó Myriam amablemente.
Agarró un folio y lo dejó delante de él y esperó.
Lucio miró el papel blanco un momento, y luego apartó la mirada.
Myriam insistió, conversando alegremente y probando unos trazos. Pero Lucio no hizo nada, no dijo nada.
Pararon para comer y Lucio la siguió en silencio a la cocina.
Myriam estaba frustrada. No había llegado a Lucio. Le había pasado lo mismo que a los demás profesionales que lo habían tratado. Los niños con los que había trabajado solían aceptar trabajar con pinceles, arcilla, plastilina, pintura. Myriam los ayudaba a expresar sus emociones incitándoles a expandir y completar sus dibujos.
No estaba acostumbrada a aquello. Lucio no le daba nada con lo que pudiera trabajar. Él necesitaba un experimentado psiquiatra o un terapeuta especializado en duelos, no un terapeuta a través del arte que sólo llevaba dos años ejerciendo su profesión, pensó ella.
Sin embargo, no podía dejar a Lucio ahora. Pero cuando Víctor volviera le hablaría de la necesidad de que intervinieran otros profesionales en el caso de Lucio.
No era un trabajo que pudiera hacer ella sola, y sentía el peso de las expectativas de Bianca y de Víctor.
Aquella noche, después de que Lucio se fuera a dormir, Víctor la llamó por teléfono.
Se sorprendió de notar un cierto tono de emoción en su voz.
—¿Cómo va todo? —preguntó.
—Muy lento. No se puede esperar nada todavía. Es pronto.
—¿No ha hablado?
—No. Pero yo no juzgaría el éxito por su capacidad de hablar, Víctor. Si lo que causa los síntomas es el trauma, primero tiene que recordar. Y sentir. No ha sufrido el duelo, y tiene que hacerlo.
—¿Cómo haces para que una persona pueda sufrir el duelo?
—Dándole un espacio donde pueda expresarse —contestó Myriam—. Lucio es un caso extremo, lo confieso —hizo una pausa—. No creo que podamos descartar un diagnóstico de autismo.
Víctor dejó escapar un suspiro.
—Llevas con él menos de una semana.
—Lo sé. Pero no quiero crearte falsas expectativas ni creárselas a Bianca.
—¿Y si descartamos el autismo, qué crees que podría ser la fuente del trauma?
Myriam se mordió el labio.
—Me pregunto si no habrá habido algo más, además de la represión de sus sentimientos, algo que ninguno de nosotros conocemos.
—¿Como qué? —preguntó Víctor, impaciente.
—Algo relacionado con la muerte de Enzo. Podría ser cualquier cosa… Si vio a su padre…
—Imposible. Bianca dijo que estaba dormido.
—Tal vez haya oído decir algo… Un niño pequeño puede malinterpretar un comentario de un adulto y lo oye fuera de su contexto, e incluso culparse de algo…
—¿Crees que se culpa por la muerte de su padre?
—No lo sé —respondió ella.
—Bueno, averígualo —respondió Víctor. Antes de que Myriam contestase agregó—: Lo siento. Sé que estás haciendo todo lo que puedes…
—Lo estoy intentando —susurró ella.
Hubo un silencio cargado de sentimiento y angustia y entonces Víctor dijo:
—Buenas noches, Myriam —y cortó.
Al día siguiente Myriam llevó a Lucio al estudio de arte otra vez. Intentó la sesión con arcilla, pinturas con el dedo y pinturas de cera, pero el niño no mostró interés.
Myriam decidió usar otra estrategia y dibujó algo en un papel, un dibujo para él.
—Ésta es la vista que hay desde mi ventana —había dibujado las montañas, el sol y el cielo simplemente—. Me encanta verla todos los días. ¿Te gustaría agregar algo a este dibujo, Lucio? ¿Qué ves cuando miras tú por la ventana?
Lucio miró el dibujo un rato. Luego bajó la mirada y la clavó en los lápices de cera, y ella contuvo la respiración.
Lucio tomó un lápiz de cera negro y el dibujo. Y entonces sistemática y metódicamente, como hacía todo, no paró de dibujar. Hasta que el dibujo quedó cubierto de negro totalmente.
Myriam lo observó dibujar, su expresión de fiera concentración.
Myriam miró el dibujo. El papel se había rasgado en algunos sitios de la fuerza que había hecho al dibujar.
Lucio había hecho una declaración sorprendente. Se había comunicado. Y el mensaje era claro; claro y terrible.
Lucio estaba atrapado, pensó ella, atrapado y atormentado por recuerdos y emociones reprimidos.
Myriam dejó a un lado el dibujo y puso una mano en el hombro de Lucio. El niño no se encogió, no se movió.
—Cuando murió mi padre, a veces me sentía vacía, como si no tuviera nada dentro. Y otras veces, me sentía tan llena, como si fuera a explotar si no hacía algo… —dijo Myriam.
Ella esperó a que Lucio registrase lo que había dicho. Luego agarró un trozo de arcilla y se lo ofreció.
—¿Te apetece hacer algo con la arcilla? —le preguntó—. La puedes apretar con los dedos, si quieres. Es blanda…
Después de un largo momento, Lucio extendió la mano y tocó la arcilla, acariciándola con un dedo. Luego dejó caer la mano. Y Myriam se dio cuenta de que había sido suficiente por aquel día.
—Podemos trabajar con la arcilla mañana, si quieres —dijo Myriam. Se puso de pie y abrió la habitación para que saliera Lucio.
Aquella tarde, cuando la cima del Gran Sasso estaba dorada, Myriam dio un paseo por la carretera del frente de la casa. Bianca había llevado a Lucio a recoger huevos del gallinero, animada por el pequeño paso, aunque hubiera sido terrible, que había dado Lucio. Myriam se alegraba de poder tomarse un momento de relajación.
El viento silbaba entre los robles, cuyas hojas ya estaban doradas. En la distancia, una vaca mugía melancólicamente y ella oyó sonar su cencerro.
Era un lugar pacífico aquél, pensó, aunque la preocupación por Lucio ensombreciera aquella sensación de serenidad. Se alegraba de que Lucio hubiera empezado a comunicarse. Ese paso podía indicar que no era autista. No obstante, se sentía intimidada por la profundidad del trauma de Lucio, y la cantidad de trabajo que tendría que hacer para ayudarlo a recuperarse, un trabajo que ella no podría hacer sola.
De todos modos, el darse cuenta del dolor y la rabia reprimidos en Lucio le había hecho pensar en sí misma, en sus emociones veladas.
Siempre había sabido que no había querido recordar su vida anterior a su huida a Inglaterra. Pero no había sabido hasta entonces que esos recuerdos guardaban tanto dolor.
No se había dado cuenta hasta que Víctor había vuelto a aparecer en su vida.
Cuando Myriam estaba dando el paseo, vio pasar el coche de Víctor entre los árboles. Se quedó de pie a un lado de la carretera y observó mientras Víctor se acercaba hasta que el coche se detuvo delante de ella. Víctor salió del vehículo y le preguntó qué estaba haciendo.
Myriam le contó que había tenido una productiva sesión con Lucio.
—¿Ha hablado? —preguntó Víctor.
—Ya te he dicho que no es tan sencillo, Víctor. No va a empezar a hablar mágicamente.
Víctor se pasó la mano por el pelo, y Myriam notó lo cansado que estaba.
—Has vuelto —dijo ella innecesariamente—. ¿Por qué?
—Quería ver cómo seguía Lucio.
Myriam asintió, tragó saliva. Se sintió decepcionada.
—Hace mucho tiempo que no vengo aquí…
Ella no comprendió qué quería decir.
De pronto vio a Víctor caminar hacia los árboles. Y la casa derruida que había visto el primer día que habían llegado, antes de ver la mansión.
Myriam lo siguió.
No tenía idea de por qué estaba allí.
—Hace mucho tiempo que no entro aquí. No sé si no es peligroso.
El techo se había caído, las contraventanas no cerraban. Pero él siguió adelante.
Se estaba haciendo de noche. Myriam sintió un frío interior.
—Ésta era mi casa —dijo de pronto Víctor.
—¿Tú creciste aquí?
—Ya te dije el otro día que mi familia no tenía nada.
—Lo sé. Lo que pasa es que no pensé…
Él se rió y dijo:
—¿Que era tan pobre? Bueno, sí, lo era. Créelo. Trabajé duro para perder el acento de campesino, mis modales de campesino.
—Lo conseguiste —sonrió ella—. Cuéntamelo…
—Mi padre era granjero. Teníamos unas cuantas ovejas, un par de vacas. Luego la industria agrícola de esta región se hundió y mi padre dejó nuestra granja para buscar trabajo en las minas de Wallonia, en Bélgica.
—Trabajas en la industria minera ahora, ¿no?
—Sí. Mi padre murió en un accidente en la mina. Cuando creé mi negocio, uno de mis objetivos fue fabricar maquinaria segura para los mineros, impedir que muriesen innecesariamente hombres como mi padre. Y sucedió también que eso me hizo rico.
Se quedaron en silencio. Myriam de pronto se dio cuenta de lo importante que había sido para él tener contactos sociales como los de la familia de ella.
—Supongo que para los negocios debe de haber sido importante tener buenos contactos.
—Sí. Había muchos hombres en Milán y en otros sitios que no querían hacer negocios conmigo porque no tenía sus modales, no había ido a sus colegios y clubes. Yo era un chico tosco de pueblo y ellos lo sabían, aunque yo intentase ocultarlo.
—¿Por qué? ¿Por qué querías ocultar lo lejos que habías llegado? Deberías haber estado orgulloso.
—Me alegra que pienses eso —sonrió él—. Cuando mi padre decidió ir a trabajar a las minas, mi madre se opuso. Ella había oído hablar del trabajo allí. Es una vida dura… Pero él fue porque sabía que ésa era la única forma de dar a su familia lo que necesitaba. La única forma de amarlos.
Myriam lo miró, perdida en sombras y en la oscuridad, y se dio cuenta de cuánto había revelado Víctor con aquella afirmación, sin darse cuenta de ello.
—Y murió en la mina… —dijo ella.
—Sí, tres años más tarde. En todo ese tiempo no volvió nunca a casa. No quería gastar el dinero en el billete de tren.
No había lamento, ni rabia, ni dolor ni tristeza en la voz de Víctor. Sólo orgullo.
—¿No lo echó de menos tu madre? ¿No quería verlo?
—Sí. Pero no importaba eso. Él le dio lo que necesitaba, Myriam. Él estaba haciendo lo que tenía que hacer, porque la amaba.
Myriam comprendió entonces cuál era el modo de amar de Víctor y cómo lo había aprendido.
Y ella le había dicho que su amor no tenía valor. Que no era suficiente.
¿Cómo era posible que dos personas que se habían amado mutuamente no hubieran encontrado la felicidad juntos?
¿Y ahora? ¿Estaban a tiempo todavía?
No tenía sentido hacerse aquella pregunta. Víctor ya no la amaba.
Finalmente Víctor se dio por vencido, y se alejó de su antiguo hogar.
Cuando volvieron cenaron todos juntos, amenamente.
Todo parecía conspirarse para que ella rompiese sus defensas, para que sintiera. Para que recordase.
Y aquella vez ella no quería negarse a sentir, a negarse a dejar fluir los sentimientos.
Quería abrir la caja que había cerrado hacía siete años…
Cuando Bianca fue a acostar a Lucio, Myriam se fue al estudio de arte, se sentó en un taburete y se quedó mirando el dibujo de Lucio.
Pero lo que estaba mirando no era eso, sino su propia vida, reflejada en el niño. Ella tampoco había podido soportar el dolor… No había hecho el duelo de todo lo que había perdido.
Por sus mejillas se deslizaron unas lágrimas.
Víctor entró en la habitación y le puso la mano en el hombro.
—No… No lo hagas… No puedo…
—Sí, puedes —le dijo él.
Ella cerró los ojos. No lloraría delante de Víctor. No podía dejar que viera su dolor. No podía dejarle ver lo poco que había cambiado.
Víctor se agachó delante de ella. Pero Myriam no podía mirarlo. Víctor le agarró la barbilla. Myriam dejó escapar un sollozo, y él tiró de ella hacia su pecho.
Y entonces ella dejó fluir su tristeza, el dolor que había sepultado tanto tiempo, y lloró en silencio.
Se sintió a salvo allí, apretada contra el pecho de Víctor. Se sintió amada, protegida, cuidada de un modo que jamás había soñado.
Y lloró desconsoladamente…
Él estaba en el suelo, acunándola como a una niña, a la luz de la luna.
Se quedaron un rato en silencio. Ella no sabía qué decir. Quería disculparse, pero no sabía cómo explicarle lo que había sucedido.
—Gracias —dijo por fin.
—¿Cómo es que una mujer que ha dedicado su vida a ayudar a los niños a desenmascarar las emociones ha podido ocultar las suyas durante tanto tiempo?
Myriam se rió temblorosamente.
—No lo sé. Supongo que sabía que lo estaba haciendo, pero no me había dado cuenta hasta qué punto…
—Dime, ¿por qué llorabas?
—Por todo. Porque me usó mi padre, porque lo herí. Si hubiera sabido que tenía todas esas deudas… Que necesitaba el dinero…
—¿Te habrías casado conmigo? Fiorina, no fue culpa tuya. No puedes culparte de la muerte de tu padre.
—Lo sé. Al menos en mi mente. Pero en mi corazón…
—No podemos controlar nuestro corazón siempre que queremos —dijo Víctor.
—No. Es más fácil no pensar…
—¿Y su funeral?
—Fue muy duro para mí… Y por eso me fui. Pero todavía me duele… Y mi madre… Sé que me usó también. Quería humillar a mi padre, y yo le serví para eso. Y aún me duele haber sido un medio para ello… Y también me dolía pensar que yo no era más que un medio también para ti, a quien yo amaba de verdad.
Las manos de Víctor se detuvieron, luego la apretaron más, y finalmente siguió acariciándola.
—Te amaba tanto… —susurró ella—. Y esa noche, cuando hablamos, me trataste como a una niña traviesa. Como a una posesión. Fue horrible… Y lo peor es pensar que tal vez me haya equivocado… Que tal vez no debería haberme ido… Ahora me atormenta la idea de qué habría sucedido si me hubiera quedado.
—Myriam, no puedes pensar en lo que podría haber sido… Ahora somos distintos.
—¿Sí? —preguntó ella.
—Yo no te habría hecho feliz —dijo Víctor después de un momento.
No había sido el hombre que necesitaba ella, pensó él.
Myriam lo miró. Y entonces él bajó la cabeza y la besó.
Ella respondió con sus labios, su corazón y todo su cuerpo. Le rodeó los hombros abrazándose a él. Víctor la besó con una dulce ternura que le sacudió hasta el alma. Su lengua exploró gentilmente el contorno de los labios de ella, sus dientes, su boca, y ella se aferró a él, deseándolo, necesitándolo.
Sus caricias eran un bálsamo, una bendición, y ella se abrió en respuesta, floreciendo como la más bella y preciada flor.
Víctor dejó de besarla un momento, tomó aliento y la miró, y algo cambió.
Fue un segundo, pero pareció eterno.
Entonces él la volvió a besar, pero aquella vez más ferozmente.
Lo que había sido dulzura se transformó en algo salvaje. La boca de Víctor se hizo dura contra sus labios. Ella le clavó las uñas en los brazos, mientras se desabrochaban botones, se abrían cuellos, y se apartaban ropas…
Una lata de pintura se cayó al suelo y Myriam oyó el ruido de cristal.
¿Cómo había sucedido aquello?, se preguntó, respondiendo aún a los besos de Víctor, besos que eran como una marca posesiva de su boca, como si quisieran castigarla y darle placer a la vez.
El deseo se apoderó de ella, deseo, rabia y dolor, todo junto.
Deslizó las manos por el pecho de Víctor, buscándolo. Oyó su gemido de sorpresa, mezclado con placer y victoria.
Él la echó hacia atrás mientras le subía la camisa y la besaba. Ella gimió.
Él acarició su cuerpo, buscando su piel desnuda, acariciándola magistralmente, y ella gimió de placer al sentir su mano en su pecho, las caricias en su ombligo, en su vientre, y más abajo, de un modo tan íntimo…
Aquello no estaba bien. Ella no quería que fuera así, en el suelo, agresivo y urgente. Ambos estaban enfadados y querían hacerse daño.
La idea era horrible, humillante.
¿Cómo se podía amar a alguien y sentir aquello?
Pero lo deseaba, deseaba a aquel hombre que le había hecho daño y que podía curarla a la vez.
—Víctor… —susurró ella.
Él hizo una pausa. Tenía la respiración agitada.
Se miraron mutuamente un momento y luego Myriam extendió la mano y le agarró la cara.
Víctor gimió y se apartó de ella, ajeno al cristal roto que había debajo de él.
Todo se había roto.
Allí, tumbada y medio desnuda, ella sintió que su dignidad estaba hecha trizas. Y se preguntó si había imaginado la ternura, la comprensión que había habido entre ellos momentos antes.
Ahora lo único que le quedaba era la rabia, el dolor, el miedo.
Y entonces, en el silencio de la noche oyó otro sonido, un gemido que le heló la sangre: Lucio estaba gritando.
espero los comentarios
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
Que buena novela esperamos el siguiente capitulo, no tardes
AdriIsis- VBB JUNIOR
- Cantidad de envíos : 18
Fecha de inscripción : 04/08/2011
Re: De la ira al amor.... Capitulo Final
graxias x los capitulos
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
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