Amor Eterno
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Re: Amor Eterno
ya quiero saber que va a pasar...con Vicco y Myri
Gracias por el capitulo
Gracias por el capitulo
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Amor Eterno
graxias por capitulo... jajaja a ver que paso con Víctor y Myriam
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: Amor Eterno
DULCINEAAAAA Y EL CAP...???????????
X FISSSS NO TARDESSS
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Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Amor Eterno
Chicasss feliz aniversarioo asii que por ese motivo les dejo un 2x1
Capítulo 5
Cuando Myriam estaba poniéndose la chaqueta, Victor entró en el salón.
—¿Ya te marchas?
—Pues sí. Es sábado.
—Ah, claro, es verdad —murmuró él.
—Pero iba a buscarte antes de irme para decirte que Sofía sólo se ha despertado un par de veces durante la noche, así que no creo que se despierte hasta tarde —Myriam empezó a buscar algo en su bolso—. Voy a ver cómo está mi gato, a revisar el correo, a preguntarle a mi ayudante cómo va todo… además, tengo que lavar la ropa, recoger ropa de la tintorería, hacer la compra de la semana…
—Por supuesto, por supuesto. Todo el mundo merece el fin de semana libre —la interrumpió él.
Pero no parecía muy animado.
—Victor, no tendrás miedo de quedarte a solas con tu hija, ¿verdad?
Enseguida se dio cuenta de que había elegido mal las palabras. A un hombre tan dinámico como Victor García no le gustaría nada la sugerencia de que tenía miedo de una niña de un mes.
—No, yo…
—Lo que quiero decir es que no debes sentirte incómodo con tu hija. Las otras chicas también tenían el fin de semana libre.
Él asintió con la cabeza.
—Y cada fin de semana ha sido un infierno.
Myriam tuvo que sonreír.
—Estás exagerando.
Pero él no le devolvió la sonrisa.
—Te lo digo en serio; creo que Sofía y yo nos ponemos nerviosos el uno al otro. Ella se pone a llorar, yo me altero…
—Venga, por favor. Sofía es una niña buenísima. Desde el jueves se ha portado de maravilla. Y por las noches ha dormido como un ángel. Podría contarte historias de niños que te pondrían los pelos de punta —rió Myriam.
Y él tuvo la gentileza de sonreír, aunque sólo poco.
—Además de que Sofía es muy tranquila, tú lo has hecho muy bien durante los últimos días. Has aprendido a darle el biberón como es debido, la has bañado… y no se le ha caído ni un solo pañal desde que te enseñé a ponérselos bien apretados.
De nuevo, él asintió con la cabeza.
—Lo sé. Y tienes razón. Todo irá bien, seguro.
Pero no parecía seguro en absoluto.
Justo en ese momento Sofía se puso a llorar.
—Parece que Su Majestad está despierta.
—Será mejor que vaya a ver —suspiró Victor—. Que tengas un buen fin de semana.
—Tú también. Nos vemos el lunes.
Los lloros de Sofía se convirtieron en gritos y Victor miró a Myriam con expresión de pánico.
—Suena como «tengo el pañal mojado y no me gusta nada y, además, tengo hambre así que dame el biberón ya». Tú ve a cambiarle el pañal, yo voy a calentar el biberón.
Al principio pensó que Victor iba a rechazar su ayuda, pero él era demasiado listo como para hacer eso.
—Muy bien. Pero en cuanto deje de llorar, te vas. Sé que tienes muchas cosas que hacer.
Mientras se calentaba el biberón, Myriam pensó en los días que llevaba en aquella casa. Había llegado enfadada e indignada con aquel cliente tan exigente del que sus empleadas decían que era soberbio y antipático. Lo que esas chicas no habían visto era que había una razón para que La Bestia se comportara de esa forma: Myriam sospechaba que el exterior gruñón e inflexible era debido a que se sentía inadecuado como padre. Por supuesto, no quería engañarse a sí misma. Victor García era un hombre complicado, con una fuerte personalidad, pero le había demostrado que estaba dispuesto a llegar a un compromiso por el bien de su hija.
Aunque la lista de reglas seguía sobre la mesa del salón, Victor había hecho muchas concesiones. De hecho, el día anterior los tres habían ido a dar un paseo por el parque. Juntos. Algo que no estaba en las reglas.
Le hacía gracia la cantidad de referencias que Victor hacía al anticuado manual sobre cómo cuidar de un bebé que parecía haberse aprendido de memoria. Pacientemente, ella le había enseñado que había una gran diferencia entre leer instrucciones en un libro y la experiencia real de cuidar de un niño recién nacido. Y él era un pupilo excelente, tan dispuesto a aprender como cualquier otro padre.
Cuando entró en el cuarto de Sofía con el biberón, Victor estaba intentando sacar a una furiosa niña de la cuna.
—Buenos días, Sofía. ¿Tienes hambre, cariño? Tengo tu desayuno aquí.
Él parecía un poco asustado cuando tomó el biberón con la mano libre.
—Vamos al salón. Pero en cuanto se haya calmado, te vas. No quiero aprovecharme de tu buena voluntad.
—No tengo prisa —le aseguró ella. Cualquier otra respuesta habría aumentado su ansiedad. Además, era cierto.
Victor fue por el pasillo murmurándole cosas a su hija para que se calmara. Caminando tras él, Myriam no pudo evitar fijarse en cómo iba vestido. Estaba muy atractivo con traje de chaqueta, pero aquel día llevaba un polo verde y pantalones vaqueros que se ajustaban a sus poderosos muslos…
Aquel hombre tenía un cuerpazo.
Myriam se obligó a sí misma a levantar la mirada cuando entraron en el salón, pero aun así se fijó en su pelo oscuro, que se rizaba ligeramente en la nuca.
Cuando Victor puso la tetina en la boca de la niña y Myriam oyó a Sofía tomar dos tragos ansiosos, alargó la mano para apartar el biberón.
—No la dejes comer tan rápido. Así tragará aire y acabará vomitando todo el desayuno.
—¿Y qué hago?
—Prueba otra vez, pero intenta acunarla un poco para que se calme.
Esta vez Sofía se tranquilizó un poco, más relajada con el suave movimiento. Mientras tanto, Myriam no podía dejar de mirar los bíceps de Victor…
—Qué rica es, ¿verdad?
El sonido de su voz hizo que ella carraspease, un poco avergonzada. Victor pensaba que estaba mirando a la niña, pero no era así. Iba a tener que controlarse.
—Sí, es muy rica —murmuró, sentándose en el brazo del sofá.
—Cuando la traje del hospital estaba tan poco preparado para ser padre que me parecía una carga —murmuró Victor entonces—. La idea de hacerlo bien, de hacerlo correctamente me abrumaba de tal manera que me lo perdí todo… la alegría de tener una hija, la felicidad que me producía mirarla, la emoción de que esta niña es parte de mí.
Parecía un poco avergonzado de haberle confesado aquello.
—Los niños son un milagro asombroso, sí —asintió Myriam, sin mirarlo. Ella había decidido mucho tiempo atrás que en su vida no habría ninguno de esos «milagros».
—Y tengo que darte las gracias a ti por este cambio de actitud.
—¿A mí? Si sólo llevo aquí unos días…
—Pero me has enseñado muchas cosas. No me importa admitirlo, me has ayudado a relajarme. Bueno, todavía tengo momentos de pánico, pero estoy mejorando. Y sólo cuando me relajé pude entender y sentir lo que esta niña significa para mí.
Ella lo estudió, en silencio. Le estaba haciendo una confesión asombrosa.
—Ahora entiendo que Sofía necesita muchos cuidados, sí, pero cuando la metía en la cuna anoche me di cuenta de todo lo que mi hija me devuelve.
—Sé que debe ser muy difícil cuidar de un hijo tú solo. En circunstancias normales, los padres se tienen el uno al otro, pero…
El tema de la ausencia de la madre no había salido hasta entonces, aunque Myriam sentía curiosidad. Y, como había sospechado, mencionar eso hizo que Victor se mostrase inquieto. Él era una persona muy reservada y sacarle información no resultaba fácil. Además, la vida privada de Victor García no era asunto suyo.
—Yo no tengo eso.
—¿Y si le pidieras a tus padres…?
—Ellos no pueden ayudarme por el momento. Están haciendo un viaje que llevaban muchos años organizando. Mi padre se retiró hace un par de meses y están visitando el país en una caravana. Me niego a destrozarles su sueño.
—Ah, ya veo. Pues a lo mejor podrías pedirle ayuda a algún amigo que tenga hijos. Tienes que hablar con alguien, compartir tus experiencias, pedir consejo.
—Entiendo lo que dices… —Victor no dejaba de mirar a su hija— pero no tengo ninguno.
—¿No tienes amigos?
—No tengo amigos con hijos.
—Ah, ya. Yo podría investigar un poco… puede que haya algún grupo de padres solteros en alguna parte. Quizá a través de los Servicios Sociales. ¿Te interesaría algo así? Conocer a otras personas en tu misma situación…
—Dudo que encuentres a alguien que esté en mi situación.
El críptico comentario dejó callada a Myriam. Esperaba que él lo explicase, pero no lo hizo.
Capítulo 5
Cuando Myriam estaba poniéndose la chaqueta, Victor entró en el salón.
—¿Ya te marchas?
—Pues sí. Es sábado.
—Ah, claro, es verdad —murmuró él.
—Pero iba a buscarte antes de irme para decirte que Sofía sólo se ha despertado un par de veces durante la noche, así que no creo que se despierte hasta tarde —Myriam empezó a buscar algo en su bolso—. Voy a ver cómo está mi gato, a revisar el correo, a preguntarle a mi ayudante cómo va todo… además, tengo que lavar la ropa, recoger ropa de la tintorería, hacer la compra de la semana…
—Por supuesto, por supuesto. Todo el mundo merece el fin de semana libre —la interrumpió él.
Pero no parecía muy animado.
—Victor, no tendrás miedo de quedarte a solas con tu hija, ¿verdad?
Enseguida se dio cuenta de que había elegido mal las palabras. A un hombre tan dinámico como Victor García no le gustaría nada la sugerencia de que tenía miedo de una niña de un mes.
—No, yo…
—Lo que quiero decir es que no debes sentirte incómodo con tu hija. Las otras chicas también tenían el fin de semana libre.
Él asintió con la cabeza.
—Y cada fin de semana ha sido un infierno.
Myriam tuvo que sonreír.
—Estás exagerando.
Pero él no le devolvió la sonrisa.
—Te lo digo en serio; creo que Sofía y yo nos ponemos nerviosos el uno al otro. Ella se pone a llorar, yo me altero…
—Venga, por favor. Sofía es una niña buenísima. Desde el jueves se ha portado de maravilla. Y por las noches ha dormido como un ángel. Podría contarte historias de niños que te pondrían los pelos de punta —rió Myriam.
Y él tuvo la gentileza de sonreír, aunque sólo poco.
—Además de que Sofía es muy tranquila, tú lo has hecho muy bien durante los últimos días. Has aprendido a darle el biberón como es debido, la has bañado… y no se le ha caído ni un solo pañal desde que te enseñé a ponérselos bien apretados.
De nuevo, él asintió con la cabeza.
—Lo sé. Y tienes razón. Todo irá bien, seguro.
Pero no parecía seguro en absoluto.
Justo en ese momento Sofía se puso a llorar.
—Parece que Su Majestad está despierta.
—Será mejor que vaya a ver —suspiró Victor—. Que tengas un buen fin de semana.
—Tú también. Nos vemos el lunes.
Los lloros de Sofía se convirtieron en gritos y Victor miró a Myriam con expresión de pánico.
—Suena como «tengo el pañal mojado y no me gusta nada y, además, tengo hambre así que dame el biberón ya». Tú ve a cambiarle el pañal, yo voy a calentar el biberón.
Al principio pensó que Victor iba a rechazar su ayuda, pero él era demasiado listo como para hacer eso.
—Muy bien. Pero en cuanto deje de llorar, te vas. Sé que tienes muchas cosas que hacer.
Mientras se calentaba el biberón, Myriam pensó en los días que llevaba en aquella casa. Había llegado enfadada e indignada con aquel cliente tan exigente del que sus empleadas decían que era soberbio y antipático. Lo que esas chicas no habían visto era que había una razón para que La Bestia se comportara de esa forma: Myriam sospechaba que el exterior gruñón e inflexible era debido a que se sentía inadecuado como padre. Por supuesto, no quería engañarse a sí misma. Victor García era un hombre complicado, con una fuerte personalidad, pero le había demostrado que estaba dispuesto a llegar a un compromiso por el bien de su hija.
Aunque la lista de reglas seguía sobre la mesa del salón, Victor había hecho muchas concesiones. De hecho, el día anterior los tres habían ido a dar un paseo por el parque. Juntos. Algo que no estaba en las reglas.
Le hacía gracia la cantidad de referencias que Victor hacía al anticuado manual sobre cómo cuidar de un bebé que parecía haberse aprendido de memoria. Pacientemente, ella le había enseñado que había una gran diferencia entre leer instrucciones en un libro y la experiencia real de cuidar de un niño recién nacido. Y él era un pupilo excelente, tan dispuesto a aprender como cualquier otro padre.
Cuando entró en el cuarto de Sofía con el biberón, Victor estaba intentando sacar a una furiosa niña de la cuna.
—Buenos días, Sofía. ¿Tienes hambre, cariño? Tengo tu desayuno aquí.
Él parecía un poco asustado cuando tomó el biberón con la mano libre.
—Vamos al salón. Pero en cuanto se haya calmado, te vas. No quiero aprovecharme de tu buena voluntad.
—No tengo prisa —le aseguró ella. Cualquier otra respuesta habría aumentado su ansiedad. Además, era cierto.
Victor fue por el pasillo murmurándole cosas a su hija para que se calmara. Caminando tras él, Myriam no pudo evitar fijarse en cómo iba vestido. Estaba muy atractivo con traje de chaqueta, pero aquel día llevaba un polo verde y pantalones vaqueros que se ajustaban a sus poderosos muslos…
Aquel hombre tenía un cuerpazo.
Myriam se obligó a sí misma a levantar la mirada cuando entraron en el salón, pero aun así se fijó en su pelo oscuro, que se rizaba ligeramente en la nuca.
Cuando Victor puso la tetina en la boca de la niña y Myriam oyó a Sofía tomar dos tragos ansiosos, alargó la mano para apartar el biberón.
—No la dejes comer tan rápido. Así tragará aire y acabará vomitando todo el desayuno.
—¿Y qué hago?
—Prueba otra vez, pero intenta acunarla un poco para que se calme.
Esta vez Sofía se tranquilizó un poco, más relajada con el suave movimiento. Mientras tanto, Myriam no podía dejar de mirar los bíceps de Victor…
—Qué rica es, ¿verdad?
El sonido de su voz hizo que ella carraspease, un poco avergonzada. Victor pensaba que estaba mirando a la niña, pero no era así. Iba a tener que controlarse.
—Sí, es muy rica —murmuró, sentándose en el brazo del sofá.
—Cuando la traje del hospital estaba tan poco preparado para ser padre que me parecía una carga —murmuró Victor entonces—. La idea de hacerlo bien, de hacerlo correctamente me abrumaba de tal manera que me lo perdí todo… la alegría de tener una hija, la felicidad que me producía mirarla, la emoción de que esta niña es parte de mí.
Parecía un poco avergonzado de haberle confesado aquello.
—Los niños son un milagro asombroso, sí —asintió Myriam, sin mirarlo. Ella había decidido mucho tiempo atrás que en su vida no habría ninguno de esos «milagros».
—Y tengo que darte las gracias a ti por este cambio de actitud.
—¿A mí? Si sólo llevo aquí unos días…
—Pero me has enseñado muchas cosas. No me importa admitirlo, me has ayudado a relajarme. Bueno, todavía tengo momentos de pánico, pero estoy mejorando. Y sólo cuando me relajé pude entender y sentir lo que esta niña significa para mí.
Ella lo estudió, en silencio. Le estaba haciendo una confesión asombrosa.
—Ahora entiendo que Sofía necesita muchos cuidados, sí, pero cuando la metía en la cuna anoche me di cuenta de todo lo que mi hija me devuelve.
—Sé que debe ser muy difícil cuidar de un hijo tú solo. En circunstancias normales, los padres se tienen el uno al otro, pero…
El tema de la ausencia de la madre no había salido hasta entonces, aunque Myriam sentía curiosidad. Y, como había sospechado, mencionar eso hizo que Victor se mostrase inquieto. Él era una persona muy reservada y sacarle información no resultaba fácil. Además, la vida privada de Victor García no era asunto suyo.
—Yo no tengo eso.
—¿Y si le pidieras a tus padres…?
—Ellos no pueden ayudarme por el momento. Están haciendo un viaje que llevaban muchos años organizando. Mi padre se retiró hace un par de meses y están visitando el país en una caravana. Me niego a destrozarles su sueño.
—Ah, ya veo. Pues a lo mejor podrías pedirle ayuda a algún amigo que tenga hijos. Tienes que hablar con alguien, compartir tus experiencias, pedir consejo.
—Entiendo lo que dices… —Victor no dejaba de mirar a su hija— pero no tengo ninguno.
—¿No tienes amigos?
—No tengo amigos con hijos.
—Ah, ya. Yo podría investigar un poco… puede que haya algún grupo de padres solteros en alguna parte. Quizá a través de los Servicios Sociales. ¿Te interesaría algo así? Conocer a otras personas en tu misma situación…
—Dudo que encuentres a alguien que esté en mi situación.
El críptico comentario dejó callada a Myriam. Esperaba que él lo explicase, pero no lo hizo.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor Eterno
Cap. 6
—Está claro que tú tienes la custodia de Sofía.
—Desde luego.
—Perdona que te pregunte esto, pero… ¿su madre ha muerto?
—No, está perfectamente, que yo sepa.
—Entonces no entiendo nada. No ha habido una sola llamada de su madre, ni una visita. Lamento meterme en tu vida privada, pero es que… no es normal.
—Acabas de describir a la madre de Sofía: Fátima no es normal.
¿Estaría hablando de forma literal? ¿Esta tal Fátima sufriría algún problema mental o algo parecido? Pero si era así, ¿por qué había tenido una relación con ella?
—Mira, Myriam, supongo que no te sorprenderá saber que no todas las mujeres tienen instinto maternal. Pues Fátima es una de esas mujeres. Ella no está interesada en ser madre, no está interesada en Sofía en absoluto. Y yo le doy las gracias a Dios por eso todos los días. Eso es todo lo que tengo que decir.
Por su tono, había muchas más cosas que decir. Pero la curiosidad de Myriam había sido satisfecha por el momento.
Victor le quitó la tetina de los labios y se colocó a Sofía sobre el hombro para darle suaves golpecitos en la espalda.
—Bueno, ya que lo tienes todo controlado, me voy.
—Siento haberte hecho esperar.
Victor no la miró y Myriam lamentó que estuviera tan serio.
—No pasa nada. Nos vemos el lunes.
El sonido llegaba de alguna parte, de muy lejos. Por el momento, Myriam podía ignorarlo. Estaba enfrascada en un sueño vaporoso y vago, pero con trazas eróticas… el roce de la mano de un hombre en su piel, su oscura mirada llena de promesas, sus húmedos labios rozando lugares secretos, despertando un profundo deseo dentro de ella.
Pero aquel ruido lejano e insistente… el instinto la hizo alargar la mano para contestar al teléfono, aún medio dormida.
—¿Sí?
—Myriam, soy Victor.
Ella suspiró. Victor. Tuvo que sonreír al recordar el roce de sus expertas manos sobre su piel…
Pero entonces se sentó en la cama, despierta por completo.
—¿Victor?
—Siento llamarte tan temprano
Myriam miró el reloj. Eran las cinco de la mañana.
—¿Hay algún problema? ¿Sofía está bien?
—Sí, sí… creo que no está enferma. Pero es que…
—¿Tiene fiebre? ¿Ha vomitado?
—Ha estado inquieta todo el fin de semana, no ha dormido bien y no come como debería. Como lo hacía cuando tú… en fin, cuando tú estabas aquí.
Myriam apartó las sábanas de un tirón.
—Voy para allá.
—¿No te importa?
—No, claro que no. Es lunes y tenía que ir a tu casa de todas formas. Voy a darme una ducha, llegaré dentro de una hora.
—No sabes cómo te lo agradezco.
Como había prometido, Myriam llegó a su casa una hora después, para encontrarse con una toalla de baño tirada sobre el sofá, papeles de periódico por el suelo, un calcetín de Victor asomando por debajo de un sillón, un plato con restos de comida sobre la mesita… el salón era un desastre y, por lo que podía ver de la cocina, también.
Victor apareció en el pasillo entonces, descalzo y despeinado. La camiseta blanca y el pantalón granate del pijama estaban arrugados. Iba sin afeitar y se le notaba agotado.
—Veo que no mentías al decir que esto de ser padre no se te daba muy bien.
—Buenos días, Myriam —murmuró él—. No me lo recuerdes.
—¿Dónde está la princesa?
—No vas a creer lo que ha pasado. Acaba de quedarse dormida.
—Vamos a tomar un café entonces —sugirió ella—. Parece que te hace falta.
—Desde luego.
Victor sacó unas tazas limpias del lavavajillas mientras Myriam sacaba del armario la caja de los filtros y el bote de café.
—No puedo creer lo rápido que se ensucia una casa. Es imposible hacer nada…
—No te preocupes, yo limpiaré esto un poco mientras Sofía duerme.
—No, por favor. Lo he ensuciado yo y yo lo limpiaré.
—Somos un buen equipo —sonrió ella, echando agua en la cafetera.
—Sí, es verdad.
—Bueno, cuéntame qué ha pasado —suspiró Myriam, dejándose caer sobre una silla.
—Lo primero, quiero disculparme por haberte despertado tan temprano, pero es que estaba desesperado. Sofía ha estado despierta toda la noche.
—¿Llorando?
—No, llorando no… más bien inquieta, incapaz de dormir —suspiró Victor, sentándose frente a ella—. Siento mucho haberte sacado de la cama, de verdad.
—No tienes que disculparte. Me alegro de que hayas tenido la confianza de llamarme.
Él la miró, agradecido.
—Al principio pensé que estaría resfriada o algo así, pero en cuanto la metía en la cuna se ponía a lloriquear.
—A veces no es fácil saber qué le pasa a los niños…
—Pero creo que he descubierto cuál es el problema —la interrumpió Victor.
—¿Ah, sí?
—Sí. Después de llamarte puse a Sofía en el sofá para descansar un rato. Y, de repente, cerró los ojitos y se quedó dormida. La había puesto encima de tu jersey.
—¿Eh?
—Te dejaste un jersey aquí el sábado. En cuanto la puse encima, la niña se relajó por completo. Parece que es tu olor lo que la tranquiliza. Espero que no te importe, pero he puesto tu jersey en su cuna.
—Sí, es posible que se haya acostumbrado a mi olor. Los niños son así.
¿Después de dos días? Ni ella misma lo creía, pero no quería preocuparlo.
Victor se levantó para servir el café.
—No puedo creer que haya descubierto cuál es el problema.
—En eso consiste ser padre; en una serie de rompecabezas que tienen que ser resueltos —sonrió Myriam.
—Y pensar que… sólo he tardado dos días en resolver este rompecabezas —dijo él, irónico.
—Si así te sientes mejor, a mí me habría pasado lo mismo. Al final, siempre es una cuestión de suerte.
—Ah, pero eras tú lo que Sofía quería, de modo que esto no te habría pasado.
—Nunca se sabe. Pero te aseguro que mientras estoy aquí, ocurrirá algo nuevo. Y tendré que confiar en la suerte para solucionarlo —sonrió Myriam, moviendo el café.
Dudaba que el problema de Sofía fuera el olor de su jersey, pero una cosa estaba clara: se sentía satisfecha por haber podido ayudarlo. Casi feliz.
—Por cierto, me temo que voy a tener que regañarte.
—¿A mí? —exclamó Victor—. ¿Por qué?
—Porque no llevas puesto el albornoz.
Victor se miró el pijama y dejó escapar un suspiro.
—Lo siento, Myriam. Estaba tan cansado que no me di cuenta.
—No pasa nada, no me ofende tu pijama. Además, no es nada indecente.
Tomaron el café sonriendo. Victor la miraba por encima de su taza, un poco sorprendido.
—Ahora que sabes lo mal que lo he pasado este fin de semana, ¿puedo preguntar qué tal el tuyo?
—Puedes —contestó ella—. Lo he pasado muy bien. He hecho muchas cosas: pagar facturas, limpiar mi apartamento, la ropa… ah, y recibí la visita de Flicker.
—¿Flicker?
—Mi gato. Karen, mi ayudante, cuida de él mientras yo estoy aquí.
—Ah, sí, mencionaste a tu gato el sábado.
—Flicker es un gato gordo y encantador. Ah, y muy sabio.
Victor hizo una mueca y Myriam se dio cuenta de que parecía más cómodo, más suelto que nunca. Porque había resuelto un problema con su hija, naturalmente. Y debía admitir que había algo muy atrayente en él ahora que estaba sonriendo. Parecía más cercano, más… humano.
—No sabía que los gatos pudieran ser sabios. Superiores y desdeñosos, sí. ¿Pero sabios? —sus ojos tenían un brillo de humor.
—Pues sí. Algunos gatos son tontos, pero Flicker es muy inteligente. Hablo con él, ¿sabes? Hemos estado hablando todo el fin de semana.
—Ah, esto se pone interesante. ¿Y qué ha dicho tu gordo y sabio gato sobre mí?
—Bueno, Flicker cree que mi sugerencia de unirte a un grupo de padres solteros es muy interesante —contestó Myriam—. Y como la madre de Sofía no está disponible… yo creo que deberías pedirle a tu madre que venga a echarte una mano.
—Pero te tengo a ti —protestó él—. ¿Estás intentando decirme algo? ¿Dimites como niñera de Sofía?
—No, claro que no. Pero tu madre también podría ayudarte porque ella te ha criado a ti. Seguro que puede darte buenos consejos.
—Pero ya te dije que mis padres…
—Sí, ya lo sé. Tus padres están de viaje —Myriam dejó su taza sobre la mesa—. Pero yo creo que esto es importante, Victor. Su nieta sólo será pequeñita durante un tiempo y tú necesitarás a tus padres sólo durante unos meses. Luego podrán irse de viaje otra vez. El país no va a moverse de su sitio, ¿sabes?
Victor apartó la mirada. Casi como si se sintiera culpable.
—Es que… no se lo he contado.
—¿Qué no les has contado? —preguntó Myriam. Pero enseguida lo entendió—. ¿No les has contado que tienes una hija? Pero, pero… ¿cómo es posible?
Él frunció el ceño, irritado.
—Eso son cosas mías —dijo, levantándose—. Además, ahora no tengo tiempo de hablar. Tengo que ducharme y luego limpiar esto un poco. Si no empiezo ahora, no llegaré a la oficina a tiempo.
Y luego salió de la cocina, dejando a Myriam boquiabierta.
—Está claro que tú tienes la custodia de Sofía.
—Desde luego.
—Perdona que te pregunte esto, pero… ¿su madre ha muerto?
—No, está perfectamente, que yo sepa.
—Entonces no entiendo nada. No ha habido una sola llamada de su madre, ni una visita. Lamento meterme en tu vida privada, pero es que… no es normal.
—Acabas de describir a la madre de Sofía: Fátima no es normal.
¿Estaría hablando de forma literal? ¿Esta tal Fátima sufriría algún problema mental o algo parecido? Pero si era así, ¿por qué había tenido una relación con ella?
—Mira, Myriam, supongo que no te sorprenderá saber que no todas las mujeres tienen instinto maternal. Pues Fátima es una de esas mujeres. Ella no está interesada en ser madre, no está interesada en Sofía en absoluto. Y yo le doy las gracias a Dios por eso todos los días. Eso es todo lo que tengo que decir.
Por su tono, había muchas más cosas que decir. Pero la curiosidad de Myriam había sido satisfecha por el momento.
Victor le quitó la tetina de los labios y se colocó a Sofía sobre el hombro para darle suaves golpecitos en la espalda.
—Bueno, ya que lo tienes todo controlado, me voy.
—Siento haberte hecho esperar.
Victor no la miró y Myriam lamentó que estuviera tan serio.
—No pasa nada. Nos vemos el lunes.
El sonido llegaba de alguna parte, de muy lejos. Por el momento, Myriam podía ignorarlo. Estaba enfrascada en un sueño vaporoso y vago, pero con trazas eróticas… el roce de la mano de un hombre en su piel, su oscura mirada llena de promesas, sus húmedos labios rozando lugares secretos, despertando un profundo deseo dentro de ella.
Pero aquel ruido lejano e insistente… el instinto la hizo alargar la mano para contestar al teléfono, aún medio dormida.
—¿Sí?
—Myriam, soy Victor.
Ella suspiró. Victor. Tuvo que sonreír al recordar el roce de sus expertas manos sobre su piel…
Pero entonces se sentó en la cama, despierta por completo.
—¿Victor?
—Siento llamarte tan temprano
Myriam miró el reloj. Eran las cinco de la mañana.
—¿Hay algún problema? ¿Sofía está bien?
—Sí, sí… creo que no está enferma. Pero es que…
—¿Tiene fiebre? ¿Ha vomitado?
—Ha estado inquieta todo el fin de semana, no ha dormido bien y no come como debería. Como lo hacía cuando tú… en fin, cuando tú estabas aquí.
Myriam apartó las sábanas de un tirón.
—Voy para allá.
—¿No te importa?
—No, claro que no. Es lunes y tenía que ir a tu casa de todas formas. Voy a darme una ducha, llegaré dentro de una hora.
—No sabes cómo te lo agradezco.
Como había prometido, Myriam llegó a su casa una hora después, para encontrarse con una toalla de baño tirada sobre el sofá, papeles de periódico por el suelo, un calcetín de Victor asomando por debajo de un sillón, un plato con restos de comida sobre la mesita… el salón era un desastre y, por lo que podía ver de la cocina, también.
Victor apareció en el pasillo entonces, descalzo y despeinado. La camiseta blanca y el pantalón granate del pijama estaban arrugados. Iba sin afeitar y se le notaba agotado.
—Veo que no mentías al decir que esto de ser padre no se te daba muy bien.
—Buenos días, Myriam —murmuró él—. No me lo recuerdes.
—¿Dónde está la princesa?
—No vas a creer lo que ha pasado. Acaba de quedarse dormida.
—Vamos a tomar un café entonces —sugirió ella—. Parece que te hace falta.
—Desde luego.
Victor sacó unas tazas limpias del lavavajillas mientras Myriam sacaba del armario la caja de los filtros y el bote de café.
—No puedo creer lo rápido que se ensucia una casa. Es imposible hacer nada…
—No te preocupes, yo limpiaré esto un poco mientras Sofía duerme.
—No, por favor. Lo he ensuciado yo y yo lo limpiaré.
—Somos un buen equipo —sonrió ella, echando agua en la cafetera.
—Sí, es verdad.
—Bueno, cuéntame qué ha pasado —suspiró Myriam, dejándose caer sobre una silla.
—Lo primero, quiero disculparme por haberte despertado tan temprano, pero es que estaba desesperado. Sofía ha estado despierta toda la noche.
—¿Llorando?
—No, llorando no… más bien inquieta, incapaz de dormir —suspiró Victor, sentándose frente a ella—. Siento mucho haberte sacado de la cama, de verdad.
—No tienes que disculparte. Me alegro de que hayas tenido la confianza de llamarme.
Él la miró, agradecido.
—Al principio pensé que estaría resfriada o algo así, pero en cuanto la metía en la cuna se ponía a lloriquear.
—A veces no es fácil saber qué le pasa a los niños…
—Pero creo que he descubierto cuál es el problema —la interrumpió Victor.
—¿Ah, sí?
—Sí. Después de llamarte puse a Sofía en el sofá para descansar un rato. Y, de repente, cerró los ojitos y se quedó dormida. La había puesto encima de tu jersey.
—¿Eh?
—Te dejaste un jersey aquí el sábado. En cuanto la puse encima, la niña se relajó por completo. Parece que es tu olor lo que la tranquiliza. Espero que no te importe, pero he puesto tu jersey en su cuna.
—Sí, es posible que se haya acostumbrado a mi olor. Los niños son así.
¿Después de dos días? Ni ella misma lo creía, pero no quería preocuparlo.
Victor se levantó para servir el café.
—No puedo creer que haya descubierto cuál es el problema.
—En eso consiste ser padre; en una serie de rompecabezas que tienen que ser resueltos —sonrió Myriam.
—Y pensar que… sólo he tardado dos días en resolver este rompecabezas —dijo él, irónico.
—Si así te sientes mejor, a mí me habría pasado lo mismo. Al final, siempre es una cuestión de suerte.
—Ah, pero eras tú lo que Sofía quería, de modo que esto no te habría pasado.
—Nunca se sabe. Pero te aseguro que mientras estoy aquí, ocurrirá algo nuevo. Y tendré que confiar en la suerte para solucionarlo —sonrió Myriam, moviendo el café.
Dudaba que el problema de Sofía fuera el olor de su jersey, pero una cosa estaba clara: se sentía satisfecha por haber podido ayudarlo. Casi feliz.
—Por cierto, me temo que voy a tener que regañarte.
—¿A mí? —exclamó Victor—. ¿Por qué?
—Porque no llevas puesto el albornoz.
Victor se miró el pijama y dejó escapar un suspiro.
—Lo siento, Myriam. Estaba tan cansado que no me di cuenta.
—No pasa nada, no me ofende tu pijama. Además, no es nada indecente.
Tomaron el café sonriendo. Victor la miraba por encima de su taza, un poco sorprendido.
—Ahora que sabes lo mal que lo he pasado este fin de semana, ¿puedo preguntar qué tal el tuyo?
—Puedes —contestó ella—. Lo he pasado muy bien. He hecho muchas cosas: pagar facturas, limpiar mi apartamento, la ropa… ah, y recibí la visita de Flicker.
—¿Flicker?
—Mi gato. Karen, mi ayudante, cuida de él mientras yo estoy aquí.
—Ah, sí, mencionaste a tu gato el sábado.
—Flicker es un gato gordo y encantador. Ah, y muy sabio.
Victor hizo una mueca y Myriam se dio cuenta de que parecía más cómodo, más suelto que nunca. Porque había resuelto un problema con su hija, naturalmente. Y debía admitir que había algo muy atrayente en él ahora que estaba sonriendo. Parecía más cercano, más… humano.
—No sabía que los gatos pudieran ser sabios. Superiores y desdeñosos, sí. ¿Pero sabios? —sus ojos tenían un brillo de humor.
—Pues sí. Algunos gatos son tontos, pero Flicker es muy inteligente. Hablo con él, ¿sabes? Hemos estado hablando todo el fin de semana.
—Ah, esto se pone interesante. ¿Y qué ha dicho tu gordo y sabio gato sobre mí?
—Bueno, Flicker cree que mi sugerencia de unirte a un grupo de padres solteros es muy interesante —contestó Myriam—. Y como la madre de Sofía no está disponible… yo creo que deberías pedirle a tu madre que venga a echarte una mano.
—Pero te tengo a ti —protestó él—. ¿Estás intentando decirme algo? ¿Dimites como niñera de Sofía?
—No, claro que no. Pero tu madre también podría ayudarte porque ella te ha criado a ti. Seguro que puede darte buenos consejos.
—Pero ya te dije que mis padres…
—Sí, ya lo sé. Tus padres están de viaje —Myriam dejó su taza sobre la mesa—. Pero yo creo que esto es importante, Victor. Su nieta sólo será pequeñita durante un tiempo y tú necesitarás a tus padres sólo durante unos meses. Luego podrán irse de viaje otra vez. El país no va a moverse de su sitio, ¿sabes?
Victor apartó la mirada. Casi como si se sintiera culpable.
—Es que… no se lo he contado.
—¿Qué no les has contado? —preguntó Myriam. Pero enseguida lo entendió—. ¿No les has contado que tienes una hija? Pero, pero… ¿cómo es posible?
Él frunció el ceño, irritado.
—Eso son cosas mías —dijo, levantándose—. Además, ahora no tengo tiempo de hablar. Tengo que ducharme y luego limpiar esto un poco. Si no empiezo ahora, no llegaré a la oficina a tiempo.
Y luego salió de la cocina, dejando a Myriam boquiabierta.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
gracias por los capis esa bebita ara milagros
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Muchas gracias por el 2 x 1, esta rara la situacion de Vic.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
Gracias por los Caps. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
graciias x los cap niiña me encanta la noveliita
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Capítulo 7
El miércoles por la tarde, Myriam ya no podía soportar el silencio. El lunes y el martes, Victor había vuelto a casa del trabajo y, después de pasar unos minutos con su hija, se había encerrado en la habitación al final del pasillo que hacía las veces de estudio. Ni siquiera había cenado con ella. Aquella noche estaba haciendo lo mismo y la tensión empezaba a ahogarla.
Se había metido en su vida privada, sí, porque veía que su situación era desesperada. Victor no había sido capaz de encontrar una niñera con la que pudiera llevarse bien y, por eso, ella había tenido que dejar su trabajo en la oficina. Además, no tenía a nadie que pudiera ayudarlo…
En fin, le gustaría hablar con él para aclarar las cosas. Pero si no quería ayuda de nadie, era su problema. Al fin y al cabo, ella sólo intentaba ayudar.
De modo que, después de cenar, llamó a la puerta de su estudio.
—No hace falta que abras. Sólo quería decirte que voy a sacar a Sofía a dar un paseo.
Myriam estaba sacando el cochecito al pasillo cuando Victor abrió la puerta.
—¿Te importa si te hago compañía?
—No, claro que no. Pero si quieres llevarla tú solo…
—No, me gustaría que fuéramos los dos. Creo que deberíamos hablar.
Myriam se sintió aliviada. Sí, desde luego tenían que hablar.
—Victor, sé que me he metido en tu vida privada, pero te aseguro que lo he hecho con la mejor intención. Lo que hagas es cosa tuya y…
—Sé que sólo lo decías por mi bien, Myriam. No soy tonto. Y me gustaría explicarte algunas cosas. Espera, voy a buscar una chaqueta.
Myriam no sabía qué pensar sobre aquel extraño cambio en su actitud. Pero como no dijo nada mientras salían de la casa y tampoco cuando bajaban en el ascensor, empezó a preocuparse. De repente, no sabía si quería que Victor le contara su vida.
En la calle, el pavimento estaba cubierto de hojas. Era esa hora de la tarde en la que las calles estaban vacías y sólo un par de coches se cruzaron con ellos mientras paseaban sin dirección determinada.
Victor respiró profundamente y luego carraspeó un poco.
—El dinero y el éxito son algo nuevo para mí —empezó a decir.
—¿Perdona?
—Lo que quiero decir es que vengo de una familia de clase trabajadora.
Ella lo miró, sorprendida. No había esperado que le hablara de eso.
—Yo también.
—Mi padre se retiró hace unos meses de la cadena de ensamblaje de Chrysler, en Newark. Allí es donde nací. Fue capataz durante treinta años y trabajó mucho para darme estudios… y hablo de trabajo físico duro. Mi madre no solía trabajar fuera de casa, pero de vez en cuando tenía que hacerlo. Éramos de clase trabajadora y recuerdo tiempos en los que mis padres no llegaban a fin de mes. Era entonces cuando mi madre tenía que trabajar a tiempo parcial en una tienda. O como recepcionista en el bufete de unos conocidos. En fin, lo que intento decirte es que no vengo de una familia privilegiada.
—Ya —murmuró Myriam.
Por qué era eso tan importante, no tenía ni idea. Pero Victor no era el tipo de persona que revelaba ese tipo de información sin tener una buena razón para hacerlo.
—En el instituto me di cuenta de que se me daban bien los números y pronto descubrí que lo mío eran la economía y las finanzas. Cuando terminé la carrera en la Universidad de Delaware me puse a trabajar.
Entonces puso la mano en la barra del cochecito, al lado de la suya, y Myriam se fijó en que era grande, muy masculina…
—Lo que aprendí enseguida es que hay mucha gente que quiere invertir su dinero, pero muy poca que sepa cómo hacerlo para obtener el mejor resultado. Los clientes me pagaban mucho dinero para que lo hiciera y, en seis meses, ya tenía un equipo de seis jóvenes asesores.
Los asuntos de dinero abrumaban a Myriam, quizá porque también ella era de clase trabajadora y todo lo que había conseguido había sido arriesgándose a perderlo todo. Recordaba que cuando abrió la agencia le daba pánico pedir un préstamo. Temía que, como muchas otras empresas, la suya fracasara en menos de un año. Pero después de los primeros doce meses había conseguido un pequeño beneficio y eso la animó a seguir. Pronto había ganado lo suficiente como para contratar a Karen. Despacio, pero sin pausa, La Niñera en Casa había conseguido convertirse en una empresa lucrativa. Y se sentía muy orgullosa de ello.
Victor debía tener mucho talento para haber conseguido el éxito tan rápidamente. Sin embargo, no parecía muy satisfecho.
Entonces lo miró. Ya sabía que era un hombre guapo, pero ahora lo veía de otra forma. Estaba descubriendo cosas sobre él… y sobre ella misma también. Acababa de descubrir que un hombre inteligente era mucho más sexy que otro que no lo era.
—Pero hay que tener cuidado con el éxito. Si no lo tienes, se te sube a la cabeza —siguió Victor—. Yo me tomo mi negocio muy en serio y te aseguro que trabajo mucho. Siempre lo he hecho. Hay que poner mucha atención cuando se trata del dinero de los demás.
—Sí, claro, ya me imagino.
—Hay gente que me confía el dinero que ha ahorrado durante toda su vida… y si yo cometiera un error podrían perderlo todo.
Para entonces habían llegado a un parquecito con una fuente y Myriam señaló un banco. Se sentaron, girando el cochecito para mirar a Sofía. La niña parecía contenta oyendo el ruido del agua y la conversación de los adultos mientras jugaba con su sonajero.
—El dinero que ganaba me ofrecía un nuevo estilo de vida —siguió Victor, que parecía dispuesto a contarle toda su vida, aunque Myriam no sabía por qué—. Aparecían nuevos amigos de debajo de las piedras, gente de una clase social totalmente diferente a la mía quería salir conmigo. Y las mujeres… sé que es terrible, pero debo confesar que no me molestaba en absoluto que me persiguieran. Pero, francamente, creo que se me subió a la cabeza.
—Suele pasar —sonrió ella.
—Durante los dos últimos años he salido con más mujeres de las que puedo recordar. Y me sentía orgulloso de tener a mi lado mujeres guapas, la verdad. Ya sabes cómo somos los hombres.
Myriam miró a Sofía y vio que la niña había cerrado los ojitos.
—Sí, supongo que sí.
—Pero he aprendido recientemente que un hombre con la cabeza en las nubes no se entera de lo que pasa a su alrededor.
—No sé si esa frase es profundamente sabia o terriblemente críptica.
—Lo que quiero decir es que me volví un estúpido. Estaba tan encantado con… en fin, con las oportunidades que se me presentaban que me dejé llevar y acabé en una posición más que inconveniente.
—¿Con la madre de Sofía?
—Pensé que había tenido cuidado en lo que se refiere a… bueno, ya sabes.
—¿Los encuentros sexuales?
—Exactamente. De verdad tuve cuidado.
—Pero no suficiente —sonrió Myriam.
Victor asintió con la cabeza.
—Cuando Fátima me dijo que estaba embarazada me quedé helado. No sabía qué decir.
—Siempre hay accidentes, Victor. Ocurren con más frecuencia de lo que la gente cree.
—Sofía no fue un accidente.
—¿Esa mujer quería casarse contigo? ¿Por eso se quedó embarazada? Eso también ocurre a menudo, me temo. Las mujeres desesperadas optan por soluciones desesperadas.
—Fátima estaba desesperada, desde luego. Pero no por casarse conmigo. Ni por tener una hija.
Myriam lo miró, sin entender. Si Fátima no quería casarse y tampoco quería tener un hijo, ¿por qué se había quedado embarazada?
Como si hubiera leído sus pensamientos, Victor contestó:
—Dinero. Me pidió una pensión vitalicia a cambio de la custodia de Sofía.
—Pero eso significa que…
—Que me vendió a la niña, sí. Me vendió a nuestra hija.
El miércoles por la tarde, Myriam ya no podía soportar el silencio. El lunes y el martes, Victor había vuelto a casa del trabajo y, después de pasar unos minutos con su hija, se había encerrado en la habitación al final del pasillo que hacía las veces de estudio. Ni siquiera había cenado con ella. Aquella noche estaba haciendo lo mismo y la tensión empezaba a ahogarla.
Se había metido en su vida privada, sí, porque veía que su situación era desesperada. Victor no había sido capaz de encontrar una niñera con la que pudiera llevarse bien y, por eso, ella había tenido que dejar su trabajo en la oficina. Además, no tenía a nadie que pudiera ayudarlo…
En fin, le gustaría hablar con él para aclarar las cosas. Pero si no quería ayuda de nadie, era su problema. Al fin y al cabo, ella sólo intentaba ayudar.
De modo que, después de cenar, llamó a la puerta de su estudio.
—No hace falta que abras. Sólo quería decirte que voy a sacar a Sofía a dar un paseo.
Myriam estaba sacando el cochecito al pasillo cuando Victor abrió la puerta.
—¿Te importa si te hago compañía?
—No, claro que no. Pero si quieres llevarla tú solo…
—No, me gustaría que fuéramos los dos. Creo que deberíamos hablar.
Myriam se sintió aliviada. Sí, desde luego tenían que hablar.
—Victor, sé que me he metido en tu vida privada, pero te aseguro que lo he hecho con la mejor intención. Lo que hagas es cosa tuya y…
—Sé que sólo lo decías por mi bien, Myriam. No soy tonto. Y me gustaría explicarte algunas cosas. Espera, voy a buscar una chaqueta.
Myriam no sabía qué pensar sobre aquel extraño cambio en su actitud. Pero como no dijo nada mientras salían de la casa y tampoco cuando bajaban en el ascensor, empezó a preocuparse. De repente, no sabía si quería que Victor le contara su vida.
En la calle, el pavimento estaba cubierto de hojas. Era esa hora de la tarde en la que las calles estaban vacías y sólo un par de coches se cruzaron con ellos mientras paseaban sin dirección determinada.
Victor respiró profundamente y luego carraspeó un poco.
—El dinero y el éxito son algo nuevo para mí —empezó a decir.
—¿Perdona?
—Lo que quiero decir es que vengo de una familia de clase trabajadora.
Ella lo miró, sorprendida. No había esperado que le hablara de eso.
—Yo también.
—Mi padre se retiró hace unos meses de la cadena de ensamblaje de Chrysler, en Newark. Allí es donde nací. Fue capataz durante treinta años y trabajó mucho para darme estudios… y hablo de trabajo físico duro. Mi madre no solía trabajar fuera de casa, pero de vez en cuando tenía que hacerlo. Éramos de clase trabajadora y recuerdo tiempos en los que mis padres no llegaban a fin de mes. Era entonces cuando mi madre tenía que trabajar a tiempo parcial en una tienda. O como recepcionista en el bufete de unos conocidos. En fin, lo que intento decirte es que no vengo de una familia privilegiada.
—Ya —murmuró Myriam.
Por qué era eso tan importante, no tenía ni idea. Pero Victor no era el tipo de persona que revelaba ese tipo de información sin tener una buena razón para hacerlo.
—En el instituto me di cuenta de que se me daban bien los números y pronto descubrí que lo mío eran la economía y las finanzas. Cuando terminé la carrera en la Universidad de Delaware me puse a trabajar.
Entonces puso la mano en la barra del cochecito, al lado de la suya, y Myriam se fijó en que era grande, muy masculina…
—Lo que aprendí enseguida es que hay mucha gente que quiere invertir su dinero, pero muy poca que sepa cómo hacerlo para obtener el mejor resultado. Los clientes me pagaban mucho dinero para que lo hiciera y, en seis meses, ya tenía un equipo de seis jóvenes asesores.
Los asuntos de dinero abrumaban a Myriam, quizá porque también ella era de clase trabajadora y todo lo que había conseguido había sido arriesgándose a perderlo todo. Recordaba que cuando abrió la agencia le daba pánico pedir un préstamo. Temía que, como muchas otras empresas, la suya fracasara en menos de un año. Pero después de los primeros doce meses había conseguido un pequeño beneficio y eso la animó a seguir. Pronto había ganado lo suficiente como para contratar a Karen. Despacio, pero sin pausa, La Niñera en Casa había conseguido convertirse en una empresa lucrativa. Y se sentía muy orgullosa de ello.
Victor debía tener mucho talento para haber conseguido el éxito tan rápidamente. Sin embargo, no parecía muy satisfecho.
Entonces lo miró. Ya sabía que era un hombre guapo, pero ahora lo veía de otra forma. Estaba descubriendo cosas sobre él… y sobre ella misma también. Acababa de descubrir que un hombre inteligente era mucho más sexy que otro que no lo era.
—Pero hay que tener cuidado con el éxito. Si no lo tienes, se te sube a la cabeza —siguió Victor—. Yo me tomo mi negocio muy en serio y te aseguro que trabajo mucho. Siempre lo he hecho. Hay que poner mucha atención cuando se trata del dinero de los demás.
—Sí, claro, ya me imagino.
—Hay gente que me confía el dinero que ha ahorrado durante toda su vida… y si yo cometiera un error podrían perderlo todo.
Para entonces habían llegado a un parquecito con una fuente y Myriam señaló un banco. Se sentaron, girando el cochecito para mirar a Sofía. La niña parecía contenta oyendo el ruido del agua y la conversación de los adultos mientras jugaba con su sonajero.
—El dinero que ganaba me ofrecía un nuevo estilo de vida —siguió Victor, que parecía dispuesto a contarle toda su vida, aunque Myriam no sabía por qué—. Aparecían nuevos amigos de debajo de las piedras, gente de una clase social totalmente diferente a la mía quería salir conmigo. Y las mujeres… sé que es terrible, pero debo confesar que no me molestaba en absoluto que me persiguieran. Pero, francamente, creo que se me subió a la cabeza.
—Suele pasar —sonrió ella.
—Durante los dos últimos años he salido con más mujeres de las que puedo recordar. Y me sentía orgulloso de tener a mi lado mujeres guapas, la verdad. Ya sabes cómo somos los hombres.
Myriam miró a Sofía y vio que la niña había cerrado los ojitos.
—Sí, supongo que sí.
—Pero he aprendido recientemente que un hombre con la cabeza en las nubes no se entera de lo que pasa a su alrededor.
—No sé si esa frase es profundamente sabia o terriblemente críptica.
—Lo que quiero decir es que me volví un estúpido. Estaba tan encantado con… en fin, con las oportunidades que se me presentaban que me dejé llevar y acabé en una posición más que inconveniente.
—¿Con la madre de Sofía?
—Pensé que había tenido cuidado en lo que se refiere a… bueno, ya sabes.
—¿Los encuentros sexuales?
—Exactamente. De verdad tuve cuidado.
—Pero no suficiente —sonrió Myriam.
Victor asintió con la cabeza.
—Cuando Fátima me dijo que estaba embarazada me quedé helado. No sabía qué decir.
—Siempre hay accidentes, Victor. Ocurren con más frecuencia de lo que la gente cree.
—Sofía no fue un accidente.
—¿Esa mujer quería casarse contigo? ¿Por eso se quedó embarazada? Eso también ocurre a menudo, me temo. Las mujeres desesperadas optan por soluciones desesperadas.
—Fátima estaba desesperada, desde luego. Pero no por casarse conmigo. Ni por tener una hija.
Myriam lo miró, sin entender. Si Fátima no quería casarse y tampoco quería tener un hijo, ¿por qué se había quedado embarazada?
Como si hubiera leído sus pensamientos, Victor contestó:
—Dinero. Me pidió una pensión vitalicia a cambio de la custodia de Sofía.
—Pero eso significa que…
—Que me vendió a la niña, sí. Me vendió a nuestra hija.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Che Fatima, pero va a ser mejor para Sofia. Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
uyy con razon es asi con la mujeres tiene desconfianza de todas gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Gracias por el Cap Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
graciias x el cap niiña esto cada vez esta mas interesante xfa no tardes con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
graxias por el capitulo...
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
GRACIAS MUY BUENA LA NOVE
SALUDOS
SALUDOS
fresita- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Cap. 8
—Pero bueno… ¿qué clase de persona haría eso? —exclamó Myriam.
—Una como Fátima —suspiró Victor—. ¿Entiendes ahora por qué no se lo he dicho a mis padres?
Incapaz de concebir la maldad de esa mujer, Myriam se quedó en silencio. Pero Victor lo entendió como una censura.
—Mis padres son personas decentes y trabajadoras. Me educaron para que fuera una buena persona, me llevaban a la iglesia, me enseñaron cómo debe portarse una persona con principios —suspiró, pasándose una mano por la cara—. Me avergüenza decirles que se me olvidó todo lo que me habían enseñado. Todas las cosas en las que ellos creen firmemente.
—¿No les has hablado de Sofía a tus padres porque crees que se van a llevar una desilusión? ¿Crees que se llevarán un desengaño por las circunstancias en las que… en fin, en las que Sofía fue concebida?
—Sí —contestó él—. No creo que se lleven una desilusión, sé que se la van a llevar. Les he defraudado, Myriam.
—Por lo que dices, tus padres son personas buenas y razonables. No los conozco, pero estoy segura de que lo entenderían. Quizá sientan cierto… desencanto al saber que te dejaste llevar por el éxito, pero lo importante ahora es que tienes una hija y ellos una nieta. Estoy segura de que saber que son abuelos hará que se olviden de todo lo demás.
—No sé si será así.
—Y yo no sé cuáles serían los planes de Fátima si tú no le hubieras dado el dinero, pero tú has demostrado tu dedicación hacia tu hija. Y sigues demostrándole tu cariño cada día, Victor. Estoy segura de que tus padres también lo entenderán así. Sofía ha cambiado tu vida y, por lo que me has contado, la ha cambiado a mejor. Ella ha hecho que te des cuenta de lo absurdo de tu comportamiento durante estos últimos años. Y eso es bueno, ¿no?
—Espero que sí —contestó Victor.
—Yo creo que el pasado es el pasado. Lo que cuenta ahora es que tienes que cuidar de tu hija. No se puede cambiar el pasado, pero sí se puede vivir el presente y el futuro. Y es el presente y el futuro lo que importará a tus padres.
—¿De verdad crees que se alegrarán al saber que tienen una nieta?
—Victor, son abuelos. La noticia los emocionará. Se pondrán a dar saltos de alegría, se pondrán a bailar…
—Muy bien, muy bien, lo entiendo —sonrió él.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Y ahora vámonos a casa. Creo que tengo que hacer una llamada.
Myriam se levantó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Llevaba encerrado en su estudio casi una hora. Myriam podía oír su voz desde el pasillo, pero no entendía lo que estaba diciendo. Antes lo había oído reír, eso sí. Luego se había puesto serio. Pero parecía calmado. Y se alegraba por ello.
Cuando entró en la habitación de Sofía para comprobar si tenía mojado el pañal, la niña la recibió con una sonrisa. Era increíble lo unida que se sentía a aquella cría en apenas unos días. Sofía despertaba en ella sentimientos complejos.
Myriam tenía experiencia con niños, pero la emoción que Sofía despertaba era… nueva para ella. Se levantaba cada mañana deseando acercarse a la cuna para ver su carita dormida, se emocionaba cada vez que la niña le echaba los brazos al cuello…
Nunca le había pasado antes.
Y también la asombraba que Sofía se hubiera encariñado con ella. La mayoría de la gente piensa que los niños muy pequeños no saben qué pasa a su alrededor o quién les da el biberón, pero no es cierto. Los niños, por muy pequeños que sean, reconocen una cara, unos ojos, un olor. Y Sofía la reconocía perfectamente. La niña la miraba como si estuviera estudiándola, memorizando sus rasgos o diseccionando sus pensamientos.
La idea no era absurda en absoluto. El hecho de que Victor hubiera conseguido calmarla dándole su jersey era muy revelador. Al principio había dudado, pero con el paso de los días se dio cuenta de que era verdad; Sofía parecía calmarse en cuando ella estaba cerca.
Estaba tan preciosa dormida que tuvo que tomarla en brazos. Al principio Victor, que no sabía nada sobre niños, no estaba de acuerdo en que las niñeras, o él mismo, acunaran demasiado a la niña por miedo a que se acostumbrara, pero Myriam lo convenció de que los bebés necesitaban eso como necesitaban el biberón. El calor humano era fundamental para el desarrollo de un niño.
Ella había acunado a muchos niños, pero nunca había sentido lo que sentía cuando acunaba a Sofía. Eran sentimientos… maternales. Aunque no quería confesárselo a Victor, por supuesto. Eso no sería profesional.
Además, cuanto más tiempo pasaba, más a gusto se sentía él acunando a su hija. A veces lo veía tan emocionado con Sofía en brazos que los dejaba solos. Y según pasaban los días se sentía más seguro de sí mismo.
Myriam dejó a la niña en su cunita, la cubrió con la sábana y salió silenciosamente de la habitación, cerrando la puerta.
Victor salía de su estudio en ese preciso instante y la miró, apenado.
—Vaya, no he podido darle las buenas noches.
—He intentado mantenerla despierta, pero enseguida ha cerrado los ojitos. Bueno, ¿qué tal ha ido?
Era sorprendente que sintiera tanta curiosidad por algo que no era asunto suyo.
—¿Qué es lo que dijiste? Que se pondrían a bailar de alegría…
Antes de que ella pudiera evitarlo, Victor la tomó por la cintura y se puso a hacer un bailecito por el pasillo.
—¿Qué haces?
—Bailar. Tenías razón, Myriam, mi madre se ha puesto a gritar, emocionada, y mi padre no dejaba de decir: ¡Enhorabuena, enhorabuena!
—Calla, vas a despertar a la niña.
Él la miró, contrito.
—Es asombroso. Como si me hubiera quitado un enorme peso de encima…
—Ya me imagino.
—Esconderle esto a mis padres ha sido una estupidez —sonrió Victor, contento.
Esa sonrisa, esos ojos, esos labios perfectos. Myriam hacía lo que podía por ignorarlos, por ignorarlo a él, desde que aceptó el trabajo. Aunque era difícil ignorar a Victor García. Más bien intentaba controlar la fascinación que sentía por él. Por el momento, no parecía darse cuenta y, si dependía de ella, no lo sabría nunca.
Se sentiría mortificada si supiera cuánto le gustaba. Victor la había contratado para cuidar de su hija y, además, ella no era una cría. Era la propietaria de la agencia.
—Yo sabía que se alegrarían —dijo, con un hilo de voz.
—Querían saberlo todo.
—¿Y se lo has contado?
—Les he contado todo, sí. No ha sido fácil, pero lo he hecho. Y me alegro, además. Tenías razón, Myriam. Estaban tan emocionados con la noticia que no les interesaba nada más. Estaban tan contentos por ser abuelos…
—Me alegro muchísimo. Ya sabía yo que sería así.
—Sí, es verdad.
Victor estudió su cara, sus ojos, su pelo.
La casa estaba en silencio y Myriam sentía como si no pudiera respirar.
—Si no hubiera hablado contigo, si no me hubieras dado tan buenos consejos… no sé cuánto tiempo habría esperado para hablar con ellos.
La intensidad de su mirada era desconcertante.
—No creo que hubieras esperado demasiado —dijo Myriam, intentando bromear—. ¿Te imaginas esta conversación? Papá, mamá, tienen una nieta de doce años. Este verano la mando al campamento.
Lo había dicho riendo, pero la risa desapareció al ver que él la miraba con expresión grave.
—Estoy hablando en serio.
Se había acercado más y, aunque Myriam intentaba disimular, casi podía oír los latidos de su propio corazón.
—Ya lo veo.
—Quiero que sepas…
Victor se inclinó hacia ella.
—… lo agradecido que estoy.
Iba a decirle que se apartara. Iba a empujarlo. Iba a salir corriendo por el pasillo.
Pero no hizo ninguna de esas cosas.
La misma vocecita que le había dicho que actuara como si no pasara nada le decía ahora que algo iba a pasar. Era como una tempestad silenciosa, abrumadora. Una tempestad que la hacía olvidar por qué estaba allí, quién era Victor García y quién era ella.
Victor se pasó la punta de la lengua por los labios, abriéndolos ligeramente, y Myriam supo sin ninguna duda que iba a besarla. Rindiéndose al perverso y embriagador viento que sacudía sus emociones, se inclinó hacia delante y se convirtió en una con la maravillosa, seductora tormenta.
—Pero bueno… ¿qué clase de persona haría eso? —exclamó Myriam.
—Una como Fátima —suspiró Victor—. ¿Entiendes ahora por qué no se lo he dicho a mis padres?
Incapaz de concebir la maldad de esa mujer, Myriam se quedó en silencio. Pero Victor lo entendió como una censura.
—Mis padres son personas decentes y trabajadoras. Me educaron para que fuera una buena persona, me llevaban a la iglesia, me enseñaron cómo debe portarse una persona con principios —suspiró, pasándose una mano por la cara—. Me avergüenza decirles que se me olvidó todo lo que me habían enseñado. Todas las cosas en las que ellos creen firmemente.
—¿No les has hablado de Sofía a tus padres porque crees que se van a llevar una desilusión? ¿Crees que se llevarán un desengaño por las circunstancias en las que… en fin, en las que Sofía fue concebida?
—Sí —contestó él—. No creo que se lleven una desilusión, sé que se la van a llevar. Les he defraudado, Myriam.
—Por lo que dices, tus padres son personas buenas y razonables. No los conozco, pero estoy segura de que lo entenderían. Quizá sientan cierto… desencanto al saber que te dejaste llevar por el éxito, pero lo importante ahora es que tienes una hija y ellos una nieta. Estoy segura de que saber que son abuelos hará que se olviden de todo lo demás.
—No sé si será así.
—Y yo no sé cuáles serían los planes de Fátima si tú no le hubieras dado el dinero, pero tú has demostrado tu dedicación hacia tu hija. Y sigues demostrándole tu cariño cada día, Victor. Estoy segura de que tus padres también lo entenderán así. Sofía ha cambiado tu vida y, por lo que me has contado, la ha cambiado a mejor. Ella ha hecho que te des cuenta de lo absurdo de tu comportamiento durante estos últimos años. Y eso es bueno, ¿no?
—Espero que sí —contestó Victor.
—Yo creo que el pasado es el pasado. Lo que cuenta ahora es que tienes que cuidar de tu hija. No se puede cambiar el pasado, pero sí se puede vivir el presente y el futuro. Y es el presente y el futuro lo que importará a tus padres.
—¿De verdad crees que se alegrarán al saber que tienen una nieta?
—Victor, son abuelos. La noticia los emocionará. Se pondrán a dar saltos de alegría, se pondrán a bailar…
—Muy bien, muy bien, lo entiendo —sonrió él.
—¿De verdad?
—Sí, de verdad. Y ahora vámonos a casa. Creo que tengo que hacer una llamada.
Myriam se levantó, con una sonrisa de oreja a oreja.
Llevaba encerrado en su estudio casi una hora. Myriam podía oír su voz desde el pasillo, pero no entendía lo que estaba diciendo. Antes lo había oído reír, eso sí. Luego se había puesto serio. Pero parecía calmado. Y se alegraba por ello.
Cuando entró en la habitación de Sofía para comprobar si tenía mojado el pañal, la niña la recibió con una sonrisa. Era increíble lo unida que se sentía a aquella cría en apenas unos días. Sofía despertaba en ella sentimientos complejos.
Myriam tenía experiencia con niños, pero la emoción que Sofía despertaba era… nueva para ella. Se levantaba cada mañana deseando acercarse a la cuna para ver su carita dormida, se emocionaba cada vez que la niña le echaba los brazos al cuello…
Nunca le había pasado antes.
Y también la asombraba que Sofía se hubiera encariñado con ella. La mayoría de la gente piensa que los niños muy pequeños no saben qué pasa a su alrededor o quién les da el biberón, pero no es cierto. Los niños, por muy pequeños que sean, reconocen una cara, unos ojos, un olor. Y Sofía la reconocía perfectamente. La niña la miraba como si estuviera estudiándola, memorizando sus rasgos o diseccionando sus pensamientos.
La idea no era absurda en absoluto. El hecho de que Victor hubiera conseguido calmarla dándole su jersey era muy revelador. Al principio había dudado, pero con el paso de los días se dio cuenta de que era verdad; Sofía parecía calmarse en cuando ella estaba cerca.
Estaba tan preciosa dormida que tuvo que tomarla en brazos. Al principio Victor, que no sabía nada sobre niños, no estaba de acuerdo en que las niñeras, o él mismo, acunaran demasiado a la niña por miedo a que se acostumbrara, pero Myriam lo convenció de que los bebés necesitaban eso como necesitaban el biberón. El calor humano era fundamental para el desarrollo de un niño.
Ella había acunado a muchos niños, pero nunca había sentido lo que sentía cuando acunaba a Sofía. Eran sentimientos… maternales. Aunque no quería confesárselo a Victor, por supuesto. Eso no sería profesional.
Además, cuanto más tiempo pasaba, más a gusto se sentía él acunando a su hija. A veces lo veía tan emocionado con Sofía en brazos que los dejaba solos. Y según pasaban los días se sentía más seguro de sí mismo.
Myriam dejó a la niña en su cunita, la cubrió con la sábana y salió silenciosamente de la habitación, cerrando la puerta.
Victor salía de su estudio en ese preciso instante y la miró, apenado.
—Vaya, no he podido darle las buenas noches.
—He intentado mantenerla despierta, pero enseguida ha cerrado los ojitos. Bueno, ¿qué tal ha ido?
Era sorprendente que sintiera tanta curiosidad por algo que no era asunto suyo.
—¿Qué es lo que dijiste? Que se pondrían a bailar de alegría…
Antes de que ella pudiera evitarlo, Victor la tomó por la cintura y se puso a hacer un bailecito por el pasillo.
—¿Qué haces?
—Bailar. Tenías razón, Myriam, mi madre se ha puesto a gritar, emocionada, y mi padre no dejaba de decir: ¡Enhorabuena, enhorabuena!
—Calla, vas a despertar a la niña.
Él la miró, contrito.
—Es asombroso. Como si me hubiera quitado un enorme peso de encima…
—Ya me imagino.
—Esconderle esto a mis padres ha sido una estupidez —sonrió Victor, contento.
Esa sonrisa, esos ojos, esos labios perfectos. Myriam hacía lo que podía por ignorarlos, por ignorarlo a él, desde que aceptó el trabajo. Aunque era difícil ignorar a Victor García. Más bien intentaba controlar la fascinación que sentía por él. Por el momento, no parecía darse cuenta y, si dependía de ella, no lo sabría nunca.
Se sentiría mortificada si supiera cuánto le gustaba. Victor la había contratado para cuidar de su hija y, además, ella no era una cría. Era la propietaria de la agencia.
—Yo sabía que se alegrarían —dijo, con un hilo de voz.
—Querían saberlo todo.
—¿Y se lo has contado?
—Les he contado todo, sí. No ha sido fácil, pero lo he hecho. Y me alegro, además. Tenías razón, Myriam. Estaban tan emocionados con la noticia que no les interesaba nada más. Estaban tan contentos por ser abuelos…
—Me alegro muchísimo. Ya sabía yo que sería así.
—Sí, es verdad.
Victor estudió su cara, sus ojos, su pelo.
La casa estaba en silencio y Myriam sentía como si no pudiera respirar.
—Si no hubiera hablado contigo, si no me hubieras dado tan buenos consejos… no sé cuánto tiempo habría esperado para hablar con ellos.
La intensidad de su mirada era desconcertante.
—No creo que hubieras esperado demasiado —dijo Myriam, intentando bromear—. ¿Te imaginas esta conversación? Papá, mamá, tienen una nieta de doce años. Este verano la mando al campamento.
Lo había dicho riendo, pero la risa desapareció al ver que él la miraba con expresión grave.
—Estoy hablando en serio.
Se había acercado más y, aunque Myriam intentaba disimular, casi podía oír los latidos de su propio corazón.
—Ya lo veo.
—Quiero que sepas…
Victor se inclinó hacia ella.
—… lo agradecido que estoy.
Iba a decirle que se apartara. Iba a empujarlo. Iba a salir corriendo por el pasillo.
Pero no hizo ninguna de esas cosas.
La misma vocecita que le había dicho que actuara como si no pasara nada le decía ahora que algo iba a pasar. Era como una tempestad silenciosa, abrumadora. Una tempestad que la hacía olvidar por qué estaba allí, quién era Victor García y quién era ella.
Victor se pasó la punta de la lengua por los labios, abriéndolos ligeramente, y Myriam supo sin ninguna duda que iba a besarla. Rindiéndose al perverso y embriagador viento que sacudía sus emociones, se inclinó hacia delante y se convirtió en una con la maravillosa, seductora tormenta.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
graxias
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
graciias niiña por el cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
Gracias por el capi!!!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
como siempre me encantan tus noves dul
girl190183- VBB BRONCE
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Re: Amor Eterno
Capítulo 9
Firmes. Suaves. Húmedos. Todas esas impresiones aparecieron en el cerebro de Myriam como descargas eléctricas. El beso de Victor era todo eso y más.
Al sentir el roce de su lengua le pareció lo más natural del mundo abrir los labios para él. Y, al hacerlo, todo su cuerpo pareció cobrar vida propia: se le doblaban las rodillas, le pesaban los brazos, su corazón palpitaba, la cabeza le daba vueltas…
Victor siguió besándola hasta que temió tener que apoyarse en él para no caer al suelo, pero hizo un esfuerzo para mantenerse en pie. Al fin y al cabo, ella no era una niña. Y no era la primera vez que un hombre la besaba, por Dios bendito. Sin embargo, con Victor era diferente.
Una de las manos de Victor estaba en su cadera pero, poco a poco, fue subiendo para acariciar sus costados, la parte inferior de sus pechos… y lo único que Myriam deseaba era que siguiera tocándola. Ese deseo la sorprendía, como la sorprendía su propia reacción, su propia debilidad.
Pero no tanto como para hacer o decir algo que lo obligara a apartarse.
Victor susurró su nombre, su sedoso aliento rozando la mejilla de Myriam, haciéndola estremecer.
Algo extraño le ocurrió a su sentido del tiempo. Los segundos pasaban como si nada y ella estaba encantada de seguir entre sus brazos, haciendo exactamente lo que estaba haciendo.
—Oye… —musitó Victor.
Como si estuviera saliendo de entre la niebla, Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los ojos. Le pesaba todo el cuerpo y se sentía fatigada, pero al mismo tiempo llena de energía.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó él, acariciando su pelo.
Ella sólo quería cerrar los ojos y rendirse a aquel extraño letargo. Pero hizo un esfuerzo para concentrarse.
—No lo sé. La verdad es que no lo sé.
¿Qué estaban haciendo?
—No sé qué ha pasado —dijo Victor entonces, apartándose—. Yo… estaba tan contento porque mis padres se han alegrado de la noticia… no sé cómo ha podido pasar. Lo siento, Myriam.
—No tienes que disculparte.
—Pero todo esto es gracias a ti —insistió él—. Tú me convenciste para que hablara con ellos. Y te lo agradezco mucho.
«Te lo agradezco mucho». «No sé qué ha pasado».
No tenía que decir nada más.
—No pasa nada —murmuró ella, arreglándose la blusa—. Te has dejado llevar por la alegría, no importa. Me alegro mucho de que todo haya salido bien con tus padres, de verdad. Voy a… voy a ducharme y luego me iré a dormir.
—Sí, claro —Victor dio un paso atrás.
Myriam intentó reducir el paso para no salir corriendo, pero cuando llegó a la habitación se dejó caer sobre la cama, pensativa.
Se había sentido abrumado, agradecido. Se había dejado llevar por la alegría, había dicho ella misma.
Ésas eran las excusas de Victor, pero… ¿cuál era su excusa? ¿Y por qué se sentía tan decepcionada?
A Victor le pasaba algo. Durante los últimos dos días parecía muy preocupado. Seguía llegando a casa a la misma hora, seguía pasando tiempo con Sofía y aprendiendo a ser padre, pero se mostraba distante, como si tuviera algún problema.
Myriam se preguntaba si el beso tendría algo que ver. Y la única manera de saberlo era preguntando.
Después de darle el biberón a Sofía y meterla en la cuna decidió hablar con él, de modo que llamó a la puerta de su estudio.
—Sofía está a punto de quedarse dormida. ¿Quieres darle las buenas noches?
—Ah, sí, sí… voy a arroparla, si no te importa.
—No, claro. Tú eres su padre, no me importa en absoluto. Pero cuando termines… me gustaría hablar contigo.
—Sí, claro. ¿Qué pasa? ¿Algún problema con la niña?
—No, Sofía está bien. Come mucho y crece cada día.
—Es preciosa, ¿verdad? —sonrió él—. Bueno, termino enseguida. Podemos hablar en el salón.
Quince minutos después lo oyó cerrar la puerta del cuarto de la niña. Luego entró en el salón y fue directamente al mueble bar.
—¿Quieres tomar algo? —le preguntó, mientras se servía un whisky.
—Una copa de vino estaría bien, gracias.
—Muy bien. ¿De qué querías hablar?
—Quiero saber si estás preocupado por lo que pasó… el otro día, en el pasillo.
—¿Preocupado? No, no estoy preocupado por eso.
—Me alegro —suspiró Myriam—. Pero has estado muy callado desde… esa noche, ya sabes.
—Desde que nos besamos.
—Eso es.
—En realidad, desde la noche que yo te besé —Victor hizo una mueca—. Básicamente, te ataqué en medio del pasillo. Y lo siento mucho, Myriam.
Ella no quería que le pidiera disculpas. Pero allí estaba. Otra vez.
—No tienes que disculparte.
Él hizo un gesto con la mano.
—La verdad es que estoy un poco preocupado porque tengo que organizar una fiesta para mis empleados. Los empujo a trabajar como locos cada día y me gusta recompensarles al final del año.
Myriam intentó disimular su desilusión. De modo que no tenía nada que ver con ella… Pero, claro, era normal en un hombre que decía haber salido con más mujeres de las que podía recordar. Un beso en el pasillo con una chica a la que apenas conocía no tendría la menor importancia para él.
—Todos me preguntan por Sofía —siguió Victor—. Así que había pensado invitarlos a cenar aquí, en casa. Pero la verdad es que no sé cómo organizar la cena.
—¿No tienes una secretaria o una ayudante?
—Mi secretaria me ha informado que organizar una cena no entra dentro de sus obligaciones —sonrió él—. Y ya no tengo ayudante. Teníamos un archivo con empresas de catering, de flores y todo eso para cuando organizábamos algo en la oficina, pero no creo que ella… —Victor apartó la mirada—. Sí, la verdad es que sí lo creo.
—No te entiendo.
—Fátima era mi ayudante.
—¿La madre de Sofía era tu ayudante?
—Por favor, no la llames así. Puede que diera a luz a Sofía, pero no ha sido nunca ni será jamás su madre.
—Sí, eso es verdad.
De modo que la mujer que había engañado a Victor era su propia ayudante. No había imaginado que sería una empleada suya.
—Sé que Fátima guardaba archivos sobre ese tipo de cosas, pero es muy típico de ella haberlos destruido antes de irse.
—Bueno, no te preocupes por eso. Mi ayudante, Karen, una vez hizo limpieza en el archivo y tiró un montón de carpetas que me hacían falta. Pero lo solucioné buscando los nombres en el libro de contabilidad. Supongo que en tu empresa harán lo mismo. Aunque no exista ya ese archivo, los nombres y las direcciones estarán en las facturas.
—Ah, sí, claro. Debería haberlo pensado yo —sonrió Victor—. Hablaré con Jen, a ver qué podemos encontrar. Pero es increíble que no me diera cuenta de cómo era Fátima…
—Así es la vida.
—¿Cómo pude estar tan ciego?
—Cuando las cosas pasan es muy fácil decir: «debería haberme dado cuenta». Pero tienes que dejar de pensar en ella. Está fuera de tu vida y eso es lo único que importa, ¿no?
—Desde luego que sí, para siempre.
—Entonces ya está —sonrió Myriam—. Puedes encontrar las direcciones de esas empresas. Yo te ayudaré a organizar la fiesta, si quieres.
Victor la miró, sorprendido.
—¿Tú? Pero tú tienes que cuidar de Sofía.
—La niña está dormida casi todo el día, así que tengo mucho tiempo libre. Pero me hará falta información… a cuánta gente piensas invitar, qué quieres servir… Yo puedo enviar las invitaciones, por ejemplo.
La nube de angustia que había estado pesándole durante esos días pareció desaparecer de repente.
—Muchas gracias, Myriam. No sé qué haría sin ti.
La semana siguiente pasó en un soplo. Victor estaba de mucho mejor humor cuando llegaba a casa cada día y Sofía, quizá por eso, parecía más alegre y dormía mejor.
Cada noche, Myriam y Victor hablaban sobre la fiesta que pensaba dar para sus empleados. Había encontrado la información que necesitaba en los libros de contabilidad, como ella había sugerido, y le había dado la lista de nombres.
Myriam debía admitir que lo pasaba bien con él. La noche anterior se habían reído tanto con las absurdas sugerencias de Victor para la fiesta que habían despertado a Sofía.
Sí, Victor García era una persona interesante, decidió, mientras se colgaba el bolso al hombro.
—Bueno, me voy a pasar el fin de semana a mi casita. ¿Todo bien?
—Creo que sí —contestó él, con la niña en brazos.
—Si ocurre algo, puedes llamarme por teléfono, ya sabes. Ah, y he dejado uno de mis jerséis en la habitación, por si acaso.
—Te lo agradezco mucho.
—Bueno, entonces me voy.
—El lunes tendré la fecha para la fiesta. Tiene que ser pronto.
—En cuanto tengas la fecha podemos empezar a enviar las invitaciones y todo lo demás.
—De verdad, no sé qué haría sin ti, Myriam.
De inmediato, una curiosa tensión se instaló en el ambiente. Desde que se ofreció a echarle una mano con la fiesta había notado que la relación entre ellos se estrechaba, que se portaban más como si fueran amigos. O más que amigos.
Al principio le gustaba. La hacía sentir… atractiva, deseable. Y eso era ridículo porque, siguiendo las reglas de Victor, no podía soltarse el pelo o ponerse brillo en los labios siquiera. Pero estaba claro que él había empezado a mirarla de otra forma.
Y Myriam empezaba a percibir algo… ¿un aviso? ¿Un cierto peligro? No un peligro para su integridad física, por supuesto, sino en el sentido emocional.
Justo en ese momento sonó el timbre.
Firmes. Suaves. Húmedos. Todas esas impresiones aparecieron en el cerebro de Myriam como descargas eléctricas. El beso de Victor era todo eso y más.
Al sentir el roce de su lengua le pareció lo más natural del mundo abrir los labios para él. Y, al hacerlo, todo su cuerpo pareció cobrar vida propia: se le doblaban las rodillas, le pesaban los brazos, su corazón palpitaba, la cabeza le daba vueltas…
Victor siguió besándola hasta que temió tener que apoyarse en él para no caer al suelo, pero hizo un esfuerzo para mantenerse en pie. Al fin y al cabo, ella no era una niña. Y no era la primera vez que un hombre la besaba, por Dios bendito. Sin embargo, con Victor era diferente.
Una de las manos de Victor estaba en su cadera pero, poco a poco, fue subiendo para acariciar sus costados, la parte inferior de sus pechos… y lo único que Myriam deseaba era que siguiera tocándola. Ese deseo la sorprendía, como la sorprendía su propia reacción, su propia debilidad.
Pero no tanto como para hacer o decir algo que lo obligara a apartarse.
Victor susurró su nombre, su sedoso aliento rozando la mejilla de Myriam, haciéndola estremecer.
Algo extraño le ocurrió a su sentido del tiempo. Los segundos pasaban como si nada y ella estaba encantada de seguir entre sus brazos, haciendo exactamente lo que estaba haciendo.
—Oye… —musitó Victor.
Como si estuviera saliendo de entre la niebla, Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para abrir los ojos. Le pesaba todo el cuerpo y se sentía fatigada, pero al mismo tiempo llena de energía.
—¿Qué estamos haciendo? —preguntó él, acariciando su pelo.
Ella sólo quería cerrar los ojos y rendirse a aquel extraño letargo. Pero hizo un esfuerzo para concentrarse.
—No lo sé. La verdad es que no lo sé.
¿Qué estaban haciendo?
—No sé qué ha pasado —dijo Victor entonces, apartándose—. Yo… estaba tan contento porque mis padres se han alegrado de la noticia… no sé cómo ha podido pasar. Lo siento, Myriam.
—No tienes que disculparte.
—Pero todo esto es gracias a ti —insistió él—. Tú me convenciste para que hablara con ellos. Y te lo agradezco mucho.
«Te lo agradezco mucho». «No sé qué ha pasado».
No tenía que decir nada más.
—No pasa nada —murmuró ella, arreglándose la blusa—. Te has dejado llevar por la alegría, no importa. Me alegro mucho de que todo haya salido bien con tus padres, de verdad. Voy a… voy a ducharme y luego me iré a dormir.
—Sí, claro —Victor dio un paso atrás.
Myriam intentó reducir el paso para no salir corriendo, pero cuando llegó a la habitación se dejó caer sobre la cama, pensativa.
Se había sentido abrumado, agradecido. Se había dejado llevar por la alegría, había dicho ella misma.
Ésas eran las excusas de Victor, pero… ¿cuál era su excusa? ¿Y por qué se sentía tan decepcionada?
A Victor le pasaba algo. Durante los últimos dos días parecía muy preocupado. Seguía llegando a casa a la misma hora, seguía pasando tiempo con Sofía y aprendiendo a ser padre, pero se mostraba distante, como si tuviera algún problema.
Myriam se preguntaba si el beso tendría algo que ver. Y la única manera de saberlo era preguntando.
Después de darle el biberón a Sofía y meterla en la cuna decidió hablar con él, de modo que llamó a la puerta de su estudio.
—Sofía está a punto de quedarse dormida. ¿Quieres darle las buenas noches?
—Ah, sí, sí… voy a arroparla, si no te importa.
—No, claro. Tú eres su padre, no me importa en absoluto. Pero cuando termines… me gustaría hablar contigo.
—Sí, claro. ¿Qué pasa? ¿Algún problema con la niña?
—No, Sofía está bien. Come mucho y crece cada día.
—Es preciosa, ¿verdad? —sonrió él—. Bueno, termino enseguida. Podemos hablar en el salón.
Quince minutos después lo oyó cerrar la puerta del cuarto de la niña. Luego entró en el salón y fue directamente al mueble bar.
—¿Quieres tomar algo? —le preguntó, mientras se servía un whisky.
—Una copa de vino estaría bien, gracias.
—Muy bien. ¿De qué querías hablar?
—Quiero saber si estás preocupado por lo que pasó… el otro día, en el pasillo.
—¿Preocupado? No, no estoy preocupado por eso.
—Me alegro —suspiró Myriam—. Pero has estado muy callado desde… esa noche, ya sabes.
—Desde que nos besamos.
—Eso es.
—En realidad, desde la noche que yo te besé —Victor hizo una mueca—. Básicamente, te ataqué en medio del pasillo. Y lo siento mucho, Myriam.
Ella no quería que le pidiera disculpas. Pero allí estaba. Otra vez.
—No tienes que disculparte.
Él hizo un gesto con la mano.
—La verdad es que estoy un poco preocupado porque tengo que organizar una fiesta para mis empleados. Los empujo a trabajar como locos cada día y me gusta recompensarles al final del año.
Myriam intentó disimular su desilusión. De modo que no tenía nada que ver con ella… Pero, claro, era normal en un hombre que decía haber salido con más mujeres de las que podía recordar. Un beso en el pasillo con una chica a la que apenas conocía no tendría la menor importancia para él.
—Todos me preguntan por Sofía —siguió Victor—. Así que había pensado invitarlos a cenar aquí, en casa. Pero la verdad es que no sé cómo organizar la cena.
—¿No tienes una secretaria o una ayudante?
—Mi secretaria me ha informado que organizar una cena no entra dentro de sus obligaciones —sonrió él—. Y ya no tengo ayudante. Teníamos un archivo con empresas de catering, de flores y todo eso para cuando organizábamos algo en la oficina, pero no creo que ella… —Victor apartó la mirada—. Sí, la verdad es que sí lo creo.
—No te entiendo.
—Fátima era mi ayudante.
—¿La madre de Sofía era tu ayudante?
—Por favor, no la llames así. Puede que diera a luz a Sofía, pero no ha sido nunca ni será jamás su madre.
—Sí, eso es verdad.
De modo que la mujer que había engañado a Victor era su propia ayudante. No había imaginado que sería una empleada suya.
—Sé que Fátima guardaba archivos sobre ese tipo de cosas, pero es muy típico de ella haberlos destruido antes de irse.
—Bueno, no te preocupes por eso. Mi ayudante, Karen, una vez hizo limpieza en el archivo y tiró un montón de carpetas que me hacían falta. Pero lo solucioné buscando los nombres en el libro de contabilidad. Supongo que en tu empresa harán lo mismo. Aunque no exista ya ese archivo, los nombres y las direcciones estarán en las facturas.
—Ah, sí, claro. Debería haberlo pensado yo —sonrió Victor—. Hablaré con Jen, a ver qué podemos encontrar. Pero es increíble que no me diera cuenta de cómo era Fátima…
—Así es la vida.
—¿Cómo pude estar tan ciego?
—Cuando las cosas pasan es muy fácil decir: «debería haberme dado cuenta». Pero tienes que dejar de pensar en ella. Está fuera de tu vida y eso es lo único que importa, ¿no?
—Desde luego que sí, para siempre.
—Entonces ya está —sonrió Myriam—. Puedes encontrar las direcciones de esas empresas. Yo te ayudaré a organizar la fiesta, si quieres.
Victor la miró, sorprendido.
—¿Tú? Pero tú tienes que cuidar de Sofía.
—La niña está dormida casi todo el día, así que tengo mucho tiempo libre. Pero me hará falta información… a cuánta gente piensas invitar, qué quieres servir… Yo puedo enviar las invitaciones, por ejemplo.
La nube de angustia que había estado pesándole durante esos días pareció desaparecer de repente.
—Muchas gracias, Myriam. No sé qué haría sin ti.
La semana siguiente pasó en un soplo. Victor estaba de mucho mejor humor cuando llegaba a casa cada día y Sofía, quizá por eso, parecía más alegre y dormía mejor.
Cada noche, Myriam y Victor hablaban sobre la fiesta que pensaba dar para sus empleados. Había encontrado la información que necesitaba en los libros de contabilidad, como ella había sugerido, y le había dado la lista de nombres.
Myriam debía admitir que lo pasaba bien con él. La noche anterior se habían reído tanto con las absurdas sugerencias de Victor para la fiesta que habían despertado a Sofía.
Sí, Victor García era una persona interesante, decidió, mientras se colgaba el bolso al hombro.
—Bueno, me voy a pasar el fin de semana a mi casita. ¿Todo bien?
—Creo que sí —contestó él, con la niña en brazos.
—Si ocurre algo, puedes llamarme por teléfono, ya sabes. Ah, y he dejado uno de mis jerséis en la habitación, por si acaso.
—Te lo agradezco mucho.
—Bueno, entonces me voy.
—El lunes tendré la fecha para la fiesta. Tiene que ser pronto.
—En cuanto tengas la fecha podemos empezar a enviar las invitaciones y todo lo demás.
—De verdad, no sé qué haría sin ti, Myriam.
De inmediato, una curiosa tensión se instaló en el ambiente. Desde que se ofreció a echarle una mano con la fiesta había notado que la relación entre ellos se estrechaba, que se portaban más como si fueran amigos. O más que amigos.
Al principio le gustaba. La hacía sentir… atractiva, deseable. Y eso era ridículo porque, siguiendo las reglas de Victor, no podía soltarse el pelo o ponerse brillo en los labios siquiera. Pero estaba claro que él había empezado a mirarla de otra forma.
Y Myriam empezaba a percibir algo… ¿un aviso? ¿Un cierto peligro? No un peligro para su integridad física, por supuesto, sino en el sentido emocional.
Justo en ese momento sonó el timbre.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor Eterno
Gracias por el capi...
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Amor Eterno
uyy que paara por la cabeza de vic gracias por el capi muy buena la nove
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
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