Amor Eterno
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Amor Eterno
Va de nuevo, la iba empezar a postear ayer pero se me olvido jejeje asi que aqui va el primer capi:
Capítulo 1
—¡Es él! ¡Es él! Acaba de aparcar en la puerta.
Myriam Montemayor no pensaba dejar que los gritos de Karen la pusieran nerviosa. Su ayudante era una chica que se ponía nerviosa a menudo.
—¿Él? —repitió Myriam, dejando su bolígrafo sobre el escritorio—. ¿Quién?
Karen, como de costumbre, abrió mucho los ojos y bajó la voz:
—La Bestia —contestó, mirando por la ventana—. Acaba de sacar a la niña del coche… —Karen dejó escapar un gemido— y Lily ha salido también. Está colorada como un tomate.
Myriam contuvo un suspiro. Lo que le faltaba. Aquella mañana dos de sus chicas habían llamado para decir que estaban enfermas y aún no había encontrado a nadie que pudiera reemplazarlas. Pero conociendo a Victor García, alias «La Bestia», se preparó para lo peor.
En lo que se refería a las niñeras que cuidaban de su hija, una niña de un mes, aquel hombre era absolutamente imposible. Había despedido nada menos que a dos de sus chicas en las últimas tres semanas. Las jóvenes volvieron a la oficina diciendo que era demasiado exigente, demasiado inflexible; tanto que todo el mundo en la agencia La Niñera en Casa pensaba que tenía cuernos y un rabo acabado en punta.
Una cosa era segura, el señor García estaba empezando a ser un serio dolor de cabeza para Myriam.
—Bueno, vamos a tranquilizarnos. Dile que pase inmediatamente… ah, y llama a Terry. Pregúntale si puede ocupar el sitio de Isabel por hoy.
—Terry vive a las afueras —le recordó Karen—. No llegará al centro a tiempo porque la señora Schaffer tiene que ir a trabajar.
—Pues llama a la señora Schaffer para explicarle el problema —Myriam tomó los papeles que había sobre su escritorio y los colocó ordenadamente a un lado. La Bestia llegaría en cualquier momento—. Y también hay que encontrar a alguien que sustituya a Paula. Lo haré en cuanto haya solucionado esto.
Karen se colocó el pelo detrás de las orejas, nerviosa, a punto de sacarse un ojo con el bolígrafo que tenía en la mano.
—Ya está aquí. Buena suerte —le dijo, antes de desaparecer por el pasillo.
Myriam se levantó, pasándose la mano por la falda del traje oscuro y respiró profundamente, como había aprendido en las clases de yoga. Su instructor decía que el yoga podía ayudarla en todos los aspectos de la vida y, desde luego, en aquel momento necesitaba ayuda.
Victor García no entró en su despacho, irrumpió en él, cerrando de un portazo. Sus gestos eran furiosos, en contraste con el cuidado con el que sujetaba a su hija.
Sus ojos negross brillaban de ira… y algo más, aunque no sabría definir qué era. Algo muy poderoso que emanaba de Victor García y lo haría destacar en cualquier parte. Era un hombre tan guapo y atlético que cualquier mujer se sentiría atraída por él e incluso consideraría hacer cosas que, en circunstancias normales, no haría nunca. A Myriam no le habría sorprendido saber que las mujeres le silbaban por la calle.
—Buenos días, señor García —le sonrió, intentando pasar por alto el evidente enfado de su cliente.
—Me temo que de buenos no tienen nada —replicó él.
Ah, sí, las mujeres podrían silbarle por la calle, pero lo único que iban a conseguir como respuesta era un ladrido.
—He despedido a Lily esta mañana.
A Myriam le dieron ganas de soltar una palabrota, pero se contuvo. Al fin y al cabo, Victor García era un cliente y ella era la propietaria de la agencia. Pero, ¿había alguna chica en La Niñera en Casa… o en el mundo entero que quisiera trabajar para él?
—Tenemos que solucionar los problemas que crean las niñeras que me envía, señorita Montemayor, y tenemos que solucionarlos ahora mismo.
—Sí, por supuesto. Y lo haremos, se lo aseguro. ¿Qué ha hecho Lily para que la despidiera?
—Más bien pregunte lo que no hizo. No siguió las reglas. No es que quiera ponerme difícil, pero insisto en que la niñera que trabaje para mí respete las malditas reglas.
«Las malditas reglas» era una descripción adecuada, pensó Myriam. Por lo visto, había literalmente páginas y páginas llenas de reglas para trabajar con aquel hombre y cubrían cualquier situación que tuviera que ver con su hija. Incluso había un código de etiqueta en el vestido. No era suficiente que todas ellas fueran niñeras entrenadas, Victor García quería que vistieran y se portaran como a él le parecía adecuado. Para concentrarse mejor, decía.
El problema era que a ninguna chica le gustaba que le dijeran que no podía pintarse las uñas o ponerse maquillaje o llevar pendientes. O que su falda debía llegar por debajo de las rodillas o que debía llevar moño. ¡Moño! ¿Qué era aquello, un colegio de monjas? Qué ridiculez.
—Para empezar, las niñeras que me envía son prácticamente adolescentes. ¿Cómo pueden unas niñas tomar decisiones sensatas y serias en el día a día, por no hablar de situaciones de emergencia? ¿Cómo voy a confiarles a mi hija?
—Perdone, señor García. Las dos… las tres niñeras a las que ha despedido este mes son niñeras entrenadas. Las tres tienen un diploma en cuidados infantiles y el certificado de haber hecho un curso de enfermería y primeros auxilios. Ésa es la única manera de entrar en la base de datos de esta agencia. Yo misma investigo la autenticidad de esos datos y le aseguro que su hija ha estado en manos muy capaces…
—Mire, yo me dedico a dirigir gente —la interrumpió él—. Y sé por experiencia que el entrenamiento y los estudios no son suficientes. La experiencia de la vida, la madurez es lo único que vale para tomar decisiones sensatas. Prefiero una niñera de cuarenta años sin estudios que una niñata que haya ido a la universidad. Las chicas que me manda necesitan eso, una buena dosis de experiencia en la vida. Y no quiero que adquieran esa experiencia mientras cuidan de Sofía.
—Pero…
—No —volvió a interrumpirla él—. Nada de peros. Quiero que me envíe a una mujer mayor. Alguien más preparado, más serio. Lily ha trabajado para mí durante tres días y conoce bien las reglas, pero se metió en la ducha cinco minutos antes de que yo tuviera que irme a trabajar. Quiero que me envíe a alguien que sepa seguir las reglas que se le marcan.
Myriam contuvo un suspiro. Lily iba a llevarse una buena reprimenda.
—Señor García…
—Quiero una profesional, alguien con experiencia. Alguien que haya vivido lo suficiente como para saber lo que es necesario para cuidar de una niña casi recién nacida. Una madre… o mejor, una abuela.
—Ya, vamos, que quiere usted a La señora Doubtfire —replicó Myriam, irónica.
Él se quedó callado, mirándola. Y entonces soltó una carcajada. Esa risotada tan deliciosa fue completamente inesperada. Aquél era un lado de La Bestia que no había visto antes.
—Señor García, supongo que sabrá que, aunque era de mediana edad y estupenda con los niños, La señora Doubtfire era un hombre disfrazado, ¿no? Un personaje de ficción creado en Hollywood.
—Claro que lo sé —la risa desapareció como por ensalmo, pero no así la reacción que esa risa había provocado en Myriam—. Creo que he dejado bien claro lo que quiero. Si no tiene entre sus chicas a alguien que reúna las condiciones que exijo, entonces su agencia es un engaño…
—¡Señor García!
—Y estoy pensando seriamente en buscar otra agencia. O buscar a una niñera por mi cuenta.
—Un momento —dijo Myriam—. Cancelar el contrato me parece un poco extremo, ¿no cree?
—No, no lo creo. Ha tenido tres oportunidades para encontrar una niñera que obtuviera mi aprobación y ha fracasado en las tres ocasiones.
Desde luego, aquel hombre no tenía ningún problema para ser franco. O grosero.
Y ella no había tenido un problema parecido desde que abrió su agencia. Nadie le había dicho nunca que fuera un engaño. Al contrario, la revista Delaware Today había dicho de La Niñera en Casa que era «la mejor agencia de cuidados infantiles de la ciudad de Wilmington» durante dos años seguidos.
—Lo que usted parece no entender, señor García, es que cuando las mujeres llegan a esa edad en la que pueden ser madres, normalmente no se dedican a cuidar de los hijos de otras personas. Y cuando son abuelas, en general están jubiladas y no les apetece seguir trabajando. Lo que quieren es irse de vacaciones a la costa…
—Eso no es problema mío.
—Mire, señor García, sólo tengo dos mujeres por encima de los veinticinco años. Y las dos están colocadas en dos casas de Wilmington. Lo lamento, pero no están disponibles.
García miró a la niña, que dormía entre sus brazos, y luego miró a Myriam.
—¿Está diciéndome que voy a seguir siendo un cliente insatisfecho?
—Yo pretendo que sea usted un cliente muy satisfecho, señor García. Aunque tenga que ser yo misma quien cuide de su hija.
Él arqueó una ceja.
—No me parece mala idea.
Myriam sólo había dicho eso para asegurarle su honestidad y su deseo de complacerlo. Aparentemente, él lo había tomado de otra forma.
—Señor García…
—Usted debe tener más de veinticinco años —la interrumpió él, acariciando la mantita de la niña—. Y el hecho de que éste sea su propio negocio indica que es usted una mujer inteligente y con sentido común. Dos características importantes en la persona que debe cuidar de mi hija.
—Pero oiga…
—Si aceptara usted pasar dos semanas en mi casa, conociendo a Sofía, conociéndome a mí y la situación en la que me encuentro, le sería mucho más fácil encontrar una niñera que me pareciera satisfactoria.
Myriam lo miró, atónita. Entendía su problema. Siendo padre soltero y todo lo demás. Pero ella no podía hacer eso, no podía ponerse a trabajar como niñera. Ella tenía que llevar un negocio.
Desde luego, tenía entrenamiento en cuidados infantiles, de modo que era perfectamente capaz de…
—Normalmente entiendo el silencio como una negativa —siguió él, estudiándola intensamente—. ¿Debo pensar que está diciendo que no? ¿Debo pensar que el lema de su agencia: «Ningún cliente quedará insatisfecho» es sencillamente una frase vacía? Si ése es el caso, entonces no me queda más remedio que cancelar el contrato a partir de este mismo instante.
—Espere. Yo no he dicho eso. Tampoco estoy diciendo que vaya a hacerlo, claro. Pero… lo pensaré. Intentaré encontrar una solución para usted, señor García.
Amor Eterno
Capítulo 1
—¡Es él! ¡Es él! Acaba de aparcar en la puerta.
Myriam Montemayor no pensaba dejar que los gritos de Karen la pusieran nerviosa. Su ayudante era una chica que se ponía nerviosa a menudo.
—¿Él? —repitió Myriam, dejando su bolígrafo sobre el escritorio—. ¿Quién?
Karen, como de costumbre, abrió mucho los ojos y bajó la voz:
—La Bestia —contestó, mirando por la ventana—. Acaba de sacar a la niña del coche… —Karen dejó escapar un gemido— y Lily ha salido también. Está colorada como un tomate.
Myriam contuvo un suspiro. Lo que le faltaba. Aquella mañana dos de sus chicas habían llamado para decir que estaban enfermas y aún no había encontrado a nadie que pudiera reemplazarlas. Pero conociendo a Victor García, alias «La Bestia», se preparó para lo peor.
En lo que se refería a las niñeras que cuidaban de su hija, una niña de un mes, aquel hombre era absolutamente imposible. Había despedido nada menos que a dos de sus chicas en las últimas tres semanas. Las jóvenes volvieron a la oficina diciendo que era demasiado exigente, demasiado inflexible; tanto que todo el mundo en la agencia La Niñera en Casa pensaba que tenía cuernos y un rabo acabado en punta.
Una cosa era segura, el señor García estaba empezando a ser un serio dolor de cabeza para Myriam.
—Bueno, vamos a tranquilizarnos. Dile que pase inmediatamente… ah, y llama a Terry. Pregúntale si puede ocupar el sitio de Isabel por hoy.
—Terry vive a las afueras —le recordó Karen—. No llegará al centro a tiempo porque la señora Schaffer tiene que ir a trabajar.
—Pues llama a la señora Schaffer para explicarle el problema —Myriam tomó los papeles que había sobre su escritorio y los colocó ordenadamente a un lado. La Bestia llegaría en cualquier momento—. Y también hay que encontrar a alguien que sustituya a Paula. Lo haré en cuanto haya solucionado esto.
Karen se colocó el pelo detrás de las orejas, nerviosa, a punto de sacarse un ojo con el bolígrafo que tenía en la mano.
—Ya está aquí. Buena suerte —le dijo, antes de desaparecer por el pasillo.
Myriam se levantó, pasándose la mano por la falda del traje oscuro y respiró profundamente, como había aprendido en las clases de yoga. Su instructor decía que el yoga podía ayudarla en todos los aspectos de la vida y, desde luego, en aquel momento necesitaba ayuda.
Victor García no entró en su despacho, irrumpió en él, cerrando de un portazo. Sus gestos eran furiosos, en contraste con el cuidado con el que sujetaba a su hija.
Sus ojos negross brillaban de ira… y algo más, aunque no sabría definir qué era. Algo muy poderoso que emanaba de Victor García y lo haría destacar en cualquier parte. Era un hombre tan guapo y atlético que cualquier mujer se sentiría atraída por él e incluso consideraría hacer cosas que, en circunstancias normales, no haría nunca. A Myriam no le habría sorprendido saber que las mujeres le silbaban por la calle.
—Buenos días, señor García —le sonrió, intentando pasar por alto el evidente enfado de su cliente.
—Me temo que de buenos no tienen nada —replicó él.
Ah, sí, las mujeres podrían silbarle por la calle, pero lo único que iban a conseguir como respuesta era un ladrido.
—He despedido a Lily esta mañana.
A Myriam le dieron ganas de soltar una palabrota, pero se contuvo. Al fin y al cabo, Victor García era un cliente y ella era la propietaria de la agencia. Pero, ¿había alguna chica en La Niñera en Casa… o en el mundo entero que quisiera trabajar para él?
—Tenemos que solucionar los problemas que crean las niñeras que me envía, señorita Montemayor, y tenemos que solucionarlos ahora mismo.
—Sí, por supuesto. Y lo haremos, se lo aseguro. ¿Qué ha hecho Lily para que la despidiera?
—Más bien pregunte lo que no hizo. No siguió las reglas. No es que quiera ponerme difícil, pero insisto en que la niñera que trabaje para mí respete las malditas reglas.
«Las malditas reglas» era una descripción adecuada, pensó Myriam. Por lo visto, había literalmente páginas y páginas llenas de reglas para trabajar con aquel hombre y cubrían cualquier situación que tuviera que ver con su hija. Incluso había un código de etiqueta en el vestido. No era suficiente que todas ellas fueran niñeras entrenadas, Victor García quería que vistieran y se portaran como a él le parecía adecuado. Para concentrarse mejor, decía.
El problema era que a ninguna chica le gustaba que le dijeran que no podía pintarse las uñas o ponerse maquillaje o llevar pendientes. O que su falda debía llegar por debajo de las rodillas o que debía llevar moño. ¡Moño! ¿Qué era aquello, un colegio de monjas? Qué ridiculez.
—Para empezar, las niñeras que me envía son prácticamente adolescentes. ¿Cómo pueden unas niñas tomar decisiones sensatas y serias en el día a día, por no hablar de situaciones de emergencia? ¿Cómo voy a confiarles a mi hija?
—Perdone, señor García. Las dos… las tres niñeras a las que ha despedido este mes son niñeras entrenadas. Las tres tienen un diploma en cuidados infantiles y el certificado de haber hecho un curso de enfermería y primeros auxilios. Ésa es la única manera de entrar en la base de datos de esta agencia. Yo misma investigo la autenticidad de esos datos y le aseguro que su hija ha estado en manos muy capaces…
—Mire, yo me dedico a dirigir gente —la interrumpió él—. Y sé por experiencia que el entrenamiento y los estudios no son suficientes. La experiencia de la vida, la madurez es lo único que vale para tomar decisiones sensatas. Prefiero una niñera de cuarenta años sin estudios que una niñata que haya ido a la universidad. Las chicas que me manda necesitan eso, una buena dosis de experiencia en la vida. Y no quiero que adquieran esa experiencia mientras cuidan de Sofía.
—Pero…
—No —volvió a interrumpirla él—. Nada de peros. Quiero que me envíe a una mujer mayor. Alguien más preparado, más serio. Lily ha trabajado para mí durante tres días y conoce bien las reglas, pero se metió en la ducha cinco minutos antes de que yo tuviera que irme a trabajar. Quiero que me envíe a alguien que sepa seguir las reglas que se le marcan.
Myriam contuvo un suspiro. Lily iba a llevarse una buena reprimenda.
—Señor García…
—Quiero una profesional, alguien con experiencia. Alguien que haya vivido lo suficiente como para saber lo que es necesario para cuidar de una niña casi recién nacida. Una madre… o mejor, una abuela.
—Ya, vamos, que quiere usted a La señora Doubtfire —replicó Myriam, irónica.
Él se quedó callado, mirándola. Y entonces soltó una carcajada. Esa risotada tan deliciosa fue completamente inesperada. Aquél era un lado de La Bestia que no había visto antes.
—Señor García, supongo que sabrá que, aunque era de mediana edad y estupenda con los niños, La señora Doubtfire era un hombre disfrazado, ¿no? Un personaje de ficción creado en Hollywood.
—Claro que lo sé —la risa desapareció como por ensalmo, pero no así la reacción que esa risa había provocado en Myriam—. Creo que he dejado bien claro lo que quiero. Si no tiene entre sus chicas a alguien que reúna las condiciones que exijo, entonces su agencia es un engaño…
—¡Señor García!
—Y estoy pensando seriamente en buscar otra agencia. O buscar a una niñera por mi cuenta.
—Un momento —dijo Myriam—. Cancelar el contrato me parece un poco extremo, ¿no cree?
—No, no lo creo. Ha tenido tres oportunidades para encontrar una niñera que obtuviera mi aprobación y ha fracasado en las tres ocasiones.
Desde luego, aquel hombre no tenía ningún problema para ser franco. O grosero.
Y ella no había tenido un problema parecido desde que abrió su agencia. Nadie le había dicho nunca que fuera un engaño. Al contrario, la revista Delaware Today había dicho de La Niñera en Casa que era «la mejor agencia de cuidados infantiles de la ciudad de Wilmington» durante dos años seguidos.
—Lo que usted parece no entender, señor García, es que cuando las mujeres llegan a esa edad en la que pueden ser madres, normalmente no se dedican a cuidar de los hijos de otras personas. Y cuando son abuelas, en general están jubiladas y no les apetece seguir trabajando. Lo que quieren es irse de vacaciones a la costa…
—Eso no es problema mío.
—Mire, señor García, sólo tengo dos mujeres por encima de los veinticinco años. Y las dos están colocadas en dos casas de Wilmington. Lo lamento, pero no están disponibles.
García miró a la niña, que dormía entre sus brazos, y luego miró a Myriam.
—¿Está diciéndome que voy a seguir siendo un cliente insatisfecho?
—Yo pretendo que sea usted un cliente muy satisfecho, señor García. Aunque tenga que ser yo misma quien cuide de su hija.
Él arqueó una ceja.
—No me parece mala idea.
Myriam sólo había dicho eso para asegurarle su honestidad y su deseo de complacerlo. Aparentemente, él lo había tomado de otra forma.
—Señor García…
—Usted debe tener más de veinticinco años —la interrumpió él, acariciando la mantita de la niña—. Y el hecho de que éste sea su propio negocio indica que es usted una mujer inteligente y con sentido común. Dos características importantes en la persona que debe cuidar de mi hija.
—Pero oiga…
—Si aceptara usted pasar dos semanas en mi casa, conociendo a Sofía, conociéndome a mí y la situación en la que me encuentro, le sería mucho más fácil encontrar una niñera que me pareciera satisfactoria.
Myriam lo miró, atónita. Entendía su problema. Siendo padre soltero y todo lo demás. Pero ella no podía hacer eso, no podía ponerse a trabajar como niñera. Ella tenía que llevar un negocio.
Desde luego, tenía entrenamiento en cuidados infantiles, de modo que era perfectamente capaz de…
—Normalmente entiendo el silencio como una negativa —siguió él, estudiándola intensamente—. ¿Debo pensar que está diciendo que no? ¿Debo pensar que el lema de su agencia: «Ningún cliente quedará insatisfecho» es sencillamente una frase vacía? Si ése es el caso, entonces no me queda más remedio que cancelar el contrato a partir de este mismo instante.
—Espere. Yo no he dicho eso. Tampoco estoy diciendo que vaya a hacerlo, claro. Pero… lo pensaré. Intentaré encontrar una solución para usted, señor García.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor Eterno
Ke buen inicio, muchas gracias por la nueva novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Amor Eterno
esta buenisima!!!
me encanta!!!
ya quiero ver que ningun cliente quede "insatisfecho" pobre myris
me encanta!!!
ya quiero ver que ningun cliente quede "insatisfecho" pobre myris
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Amor Eterno
va aquedar tan satisfecho ajja ya lo vera gracias por el capi saludos
se esta volviendo vicio jaja el leer jaja pero me gusta
se esta volviendo vicio jaja el leer jaja pero me gusta
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Amor Eterno
Cap. 2
¿Qué iba a pensar? Podía hacer su trabajo por teléfono. Y su ayudante, Karen, le había estado pidiendo… no, suplicando que le diera tareas de más responsabilidad.
—Espero que piense con rapidez —insistió él—. Porque no tengo todo el día. De hecho, tengo que estar en la oficina en cuarenta y cinco minutos.
Myriam apretó los dientes. Aquel hombre sólo pensaba en sí mismo. ¿Y su negocio? ¿Y la gente que dependía de ella?
Pero, ¿qué podía hacer para contentar a Victor García? Todo el mundo sabía que un cliente insatisfecho era la peor publicidad para un negocio…
Satisfacer a Victor García significaba mantener su reputación intacta y eso era muy importante para ella. Myriam se enorgullecía de que ningún cliente hubiera tenido un solo problema con su agencia desde que la abrió. En fin, había habido alguna contrariedad de vez en cuando, pero nunca una queja formal, nada que ella no pudiera solucionar.
Y se negaba a que aquel hombre se cargara todo eso de un plumazo.
—Muy bien, lo haré —dijo por fin—. Si me permite solucionar unos cuantos detalles de última hora, estaré en su casa en cuarenta y cinco minutos.
—Estupendo. Menos de cuarenta y cinco minutos, en realidad. Ya le he dicho que tengo que ir a la oficina —contestó Victor García, abriendo la puerta.
—Un momento —dijo ella entonces—. ¿Por qué no me deja a Sofía y se va a trabajar? Si me deja la sillita de seguridad la instalaré en mi coche. De ese modo no llegará tarde a trabajar y yo podré tomarme mi tiempo para dejarlo todo solucionado en el despacho.
A Myriam le parecía un plan estupendo pero, evidentemente, él no pensaba lo mismo.
—No, lo siento. Tenemos que hablar sobre las reglas y sobre el horario de Sofía. Las reglas están en mi casa, impresas. Además, me sentiría más cómodo si pudiera enseñarle dónde está todo. ¿Tiene mi dirección?
—Sí, por supuesto —suspiró ella—. Un momento, le acompaño a la puerta.
—Muy bien.
Cuando llegaron a recepción, vio a Lily hablando con Karen, que aún tenía el pelo mojado por la infausta ducha.
Victor García estaba de espaldas a ella, con una camisa de rayas que acentuaba sus anchos hombros y unos pantalones azul marino que no podían disimular un apretado y muy masculino trasero. Cuando se detuvo, ella levantó la cabeza para mirar lo que debía mirar… su cara.
—Nos vemos en media hora, señorita Montemayor.
Y después de decir eso, desapareció.
Ella siguió mirándolo mientras salía de la agencia hasta que abrió la puerta del coche para colocar a Sofía en su sillita. Luego parpadeó para ponerse en acción. Tendría que darse prisa si quería solucionar todo lo que tenía que solucionar: una corta charla con Lily, darle instrucciones a Karen, un par de llamadas de teléfono, una rápida visita al lavabo y podría irse.
—Lily dice que la ha despedido —le informó Karen.
—Ha sido una injusticia —protestó la niñera.
—¿A quién vas a mandar esta vez, Myriam? ¿Nos queda alguien que no le tenga miedo a La Bestia?
—Desde luego que sí —contestó ella, sin dejar de mirar a Victor García.
El sol de la mañana hacía brillar su pelo oscuro y sus movimientos mientras colocaba a Sofía en la sillita y subía al coche eran muy masculinos…
Por qué estaba allí, perdiendo el tiempo, era algo que no sabría explicar; pero había algo en aquel hombre que hacía difícil apartar los ojos de él.
—¿Quién?
Sin prestar atención a la pregunta de su ayudante, Myriam se volvió hacia Lily.
—¿Qué ha pasado esta mañana? ¿Cómo has conseguido que te despidiera en sólo tres días?
Lily levantó la barbilla, orgullosa.
—Yo no he hecho nada.
—Pues el señor García dice que te has metido en la ducha tarde, que no has seguido las reglas…
—Esto no tiene nada que ver con sus preciosas reglas —replicó la niñera—. Ha sido por la tontería del albornoz. Esta mañana no me lo he puesto.
—¿Tiene una regla sobre llevar albornoz? —preguntó Karen—. Ésa es nueva, ¿no?
—La añadió el segundo día. Tiene reglas para todo —se quejó Lily—. Reglas para la hora de comer de su hija, para la hora de dormir. Qué música debe sonar en la casa, qué libros hay que leer y cuándo. Hay páginas y páginas llenas de reglas y cada día añade alguna más.
Myriam había oído todo eso antes y seguía perpleja.
—Y las que se refieren a la forma de vestir son las peores. Me daban ganas de mandarle a la porra, pero te aseguro que me he controlado, Myriam. Y aunque me ha costado el puesto, me niego a decir que he hecho algo mal porque no es así. Sencillamente, estaba siendo yo misma.
Myriam se cruzó de brazos.
—¿Y qué significa eso exactamente?
Lily dejó escapar un suspiro.
—La niña había estado despierta casi toda la noche y cuando por fin se durmió, a las siete de la mañana, decidí darme una ducha para sentirme humana otra vez. Estaba agotada y se me olvidó el albornoz. ¿Por qué importa tanto si mi habitación está enfrente del cuarto de baño?
—Muy bien, ya está claro que no llevabas albornoz. ¿Qué llevabas entonces?
Lily no contestó.
—¿Llevabas una de esas braguitas de Woman's Secret?
Myriam la miró, boquiabierta.
—¡Lily! ¿Cómo has podido? Tú sabías que Victor García quiere que las niñeras vayan tapadas de la cabeza a los pies. ¿Por qué te has paseado por la casa en bragas?
Lily la miró, con una mezcla de indignación y rabia.
—No estaba paseándome por la casa, estaba entrando en el cuarto de baño. Además, no iba en bragas, llevaba un camisón… un poco corto —contestó. Luego hizo una pausa—. Aunque él ni se fijó siquiera. Ese hombre tiene hielo en las venas.
Sólo una chica de diecinueve años se sentiría ofendida porque su jefe no se había fijado en su camisón.
—O sea, que lo hiciste a propósito.
—¡Claro que no! Ya te he dicho que había estado de pie la mitad de la noche intentando dormir a Sofía. Estaba agotada. Y lo que me ponga para dormir es asunto mío.
Myriam se llevó una mano a la sien.
—No entiendo nada. Que te haya pillado en camisón no es razón para que te despida.
—Es que… no era la primera vez —le confesó Lily entonces—. Ni la segunda.
Karen soltó una risita, pero Myriam la silenció fulminándola con la mirada.
—Lo que estás diciendo es que tenía razón para incluir la regla de ponerse un albornoz. ¿Te das cuenta? Bueno, da igual, no tengo tiempo para esto. Lily, si no puedes tener en consideración a la gente que te contrata, quizá no deberías formar parte de esta agencia.
—¡Pero necesito este trabajo!
—Lo sé. Por eso no voy a despedirte yo también. Pero estás a prueba a partir de ahora. Si me demuestras que has aprendido de la experiencia…
—Sí, seguro. Ahora tendrá que comprarse un pijama de franela —rió Karen.
—Bueno, hazte cargo del trabajo de Paula por hoy. Mientras tanto Karen intentará buscar otra casa para ti.
—¿Yo? Pero si yo no suelo hacer esas cosas —dijo su ayudante.
—A partir de ahora tendrás que hacerlo. Llevas mucho tiempo pidiéndome que te dé trabajos de más responsabilidad, ¿no?
—Claro.
—Pues bien, ahora es tu oportunidad —dijo Myriam entonces, encendiendo la luz del lavabo. Las dos chicas la siguieron—. Durante dos semanas, tú llevarás la oficina. ¿Crees que podrás hacerlo?
—¿Lo dices en serio? —preguntó Karen.
—Completamente en serio. ¿Puedes hacerlo?
—Claro que puedo. Ah, por cierto, Terry va ahora mismo a casa de los Schaffer para reemplazar a Isabel. Ya he llamado a la señora Schaffer para decirle que llegará un poquito tarde. Pero… ¿qué ha pasado? ¿Dónde vas?
—Y no nos has dicho qué otra niñera va a atreverse con La Bestia —intervino Lily.
Mientras hablaba, Myriam abrió el grifo y se quitó el maquillaje con un algodón.
—Le gusta que las niñeras no vayan arregladas, ¿verdad?
—¿Tú? —exclamaron Karen y Lily al mismo tiempo.
—Eso es. Voy a intentar salvar la reputación de La Niñera en Casa. Si Victor García quiere una niñera seria y mayor, tendrá una niñera seria y mayor —anunció Myriam, recogiéndose el pelo.
—Pero tú nunca has cuidado de un niño durante más de un par de horas… un día como máximo —le recordó Karen.
—No tengo elección. Ese hombre ha despedido a tres niñeras perfectamente capaces.
—Desde luego que sí —asintió Lily.
—Tengo que ir a casa de Victor García y ver cuál es el problema exactamente. Está claro que a ese hombre le pasa algo y pienso averiguarlo. No quiero arriesgarme a perder clientes —dijo Myriam, abrochándose los puños de la camisa—. Tengo que recordar cuál es mi objetivo.
—¿Tienes un objetivo? —preguntó Karen.
—Tengo dos, en realidad —sonrió su jefa—. El primero, conservar la reputación de mi negocio haciendo feliz a Victor García.
—¿Y el otro?
Myriam miró de una a otra, con determinación.
—Sea como sea, voy a domar a La Bestia.
¿Qué iba a pensar? Podía hacer su trabajo por teléfono. Y su ayudante, Karen, le había estado pidiendo… no, suplicando que le diera tareas de más responsabilidad.
—Espero que piense con rapidez —insistió él—. Porque no tengo todo el día. De hecho, tengo que estar en la oficina en cuarenta y cinco minutos.
Myriam apretó los dientes. Aquel hombre sólo pensaba en sí mismo. ¿Y su negocio? ¿Y la gente que dependía de ella?
Pero, ¿qué podía hacer para contentar a Victor García? Todo el mundo sabía que un cliente insatisfecho era la peor publicidad para un negocio…
Satisfacer a Victor García significaba mantener su reputación intacta y eso era muy importante para ella. Myriam se enorgullecía de que ningún cliente hubiera tenido un solo problema con su agencia desde que la abrió. En fin, había habido alguna contrariedad de vez en cuando, pero nunca una queja formal, nada que ella no pudiera solucionar.
Y se negaba a que aquel hombre se cargara todo eso de un plumazo.
—Muy bien, lo haré —dijo por fin—. Si me permite solucionar unos cuantos detalles de última hora, estaré en su casa en cuarenta y cinco minutos.
—Estupendo. Menos de cuarenta y cinco minutos, en realidad. Ya le he dicho que tengo que ir a la oficina —contestó Victor García, abriendo la puerta.
—Un momento —dijo ella entonces—. ¿Por qué no me deja a Sofía y se va a trabajar? Si me deja la sillita de seguridad la instalaré en mi coche. De ese modo no llegará tarde a trabajar y yo podré tomarme mi tiempo para dejarlo todo solucionado en el despacho.
A Myriam le parecía un plan estupendo pero, evidentemente, él no pensaba lo mismo.
—No, lo siento. Tenemos que hablar sobre las reglas y sobre el horario de Sofía. Las reglas están en mi casa, impresas. Además, me sentiría más cómodo si pudiera enseñarle dónde está todo. ¿Tiene mi dirección?
—Sí, por supuesto —suspiró ella—. Un momento, le acompaño a la puerta.
—Muy bien.
Cuando llegaron a recepción, vio a Lily hablando con Karen, que aún tenía el pelo mojado por la infausta ducha.
Victor García estaba de espaldas a ella, con una camisa de rayas que acentuaba sus anchos hombros y unos pantalones azul marino que no podían disimular un apretado y muy masculino trasero. Cuando se detuvo, ella levantó la cabeza para mirar lo que debía mirar… su cara.
—Nos vemos en media hora, señorita Montemayor.
Y después de decir eso, desapareció.
Ella siguió mirándolo mientras salía de la agencia hasta que abrió la puerta del coche para colocar a Sofía en su sillita. Luego parpadeó para ponerse en acción. Tendría que darse prisa si quería solucionar todo lo que tenía que solucionar: una corta charla con Lily, darle instrucciones a Karen, un par de llamadas de teléfono, una rápida visita al lavabo y podría irse.
—Lily dice que la ha despedido —le informó Karen.
—Ha sido una injusticia —protestó la niñera.
—¿A quién vas a mandar esta vez, Myriam? ¿Nos queda alguien que no le tenga miedo a La Bestia?
—Desde luego que sí —contestó ella, sin dejar de mirar a Victor García.
El sol de la mañana hacía brillar su pelo oscuro y sus movimientos mientras colocaba a Sofía en la sillita y subía al coche eran muy masculinos…
Por qué estaba allí, perdiendo el tiempo, era algo que no sabría explicar; pero había algo en aquel hombre que hacía difícil apartar los ojos de él.
—¿Quién?
Sin prestar atención a la pregunta de su ayudante, Myriam se volvió hacia Lily.
—¿Qué ha pasado esta mañana? ¿Cómo has conseguido que te despidiera en sólo tres días?
Lily levantó la barbilla, orgullosa.
—Yo no he hecho nada.
—Pues el señor García dice que te has metido en la ducha tarde, que no has seguido las reglas…
—Esto no tiene nada que ver con sus preciosas reglas —replicó la niñera—. Ha sido por la tontería del albornoz. Esta mañana no me lo he puesto.
—¿Tiene una regla sobre llevar albornoz? —preguntó Karen—. Ésa es nueva, ¿no?
—La añadió el segundo día. Tiene reglas para todo —se quejó Lily—. Reglas para la hora de comer de su hija, para la hora de dormir. Qué música debe sonar en la casa, qué libros hay que leer y cuándo. Hay páginas y páginas llenas de reglas y cada día añade alguna más.
Myriam había oído todo eso antes y seguía perpleja.
—Y las que se refieren a la forma de vestir son las peores. Me daban ganas de mandarle a la porra, pero te aseguro que me he controlado, Myriam. Y aunque me ha costado el puesto, me niego a decir que he hecho algo mal porque no es así. Sencillamente, estaba siendo yo misma.
Myriam se cruzó de brazos.
—¿Y qué significa eso exactamente?
Lily dejó escapar un suspiro.
—La niña había estado despierta casi toda la noche y cuando por fin se durmió, a las siete de la mañana, decidí darme una ducha para sentirme humana otra vez. Estaba agotada y se me olvidó el albornoz. ¿Por qué importa tanto si mi habitación está enfrente del cuarto de baño?
—Muy bien, ya está claro que no llevabas albornoz. ¿Qué llevabas entonces?
Lily no contestó.
—¿Llevabas una de esas braguitas de Woman's Secret?
Myriam la miró, boquiabierta.
—¡Lily! ¿Cómo has podido? Tú sabías que Victor García quiere que las niñeras vayan tapadas de la cabeza a los pies. ¿Por qué te has paseado por la casa en bragas?
Lily la miró, con una mezcla de indignación y rabia.
—No estaba paseándome por la casa, estaba entrando en el cuarto de baño. Además, no iba en bragas, llevaba un camisón… un poco corto —contestó. Luego hizo una pausa—. Aunque él ni se fijó siquiera. Ese hombre tiene hielo en las venas.
Sólo una chica de diecinueve años se sentiría ofendida porque su jefe no se había fijado en su camisón.
—O sea, que lo hiciste a propósito.
—¡Claro que no! Ya te he dicho que había estado de pie la mitad de la noche intentando dormir a Sofía. Estaba agotada. Y lo que me ponga para dormir es asunto mío.
Myriam se llevó una mano a la sien.
—No entiendo nada. Que te haya pillado en camisón no es razón para que te despida.
—Es que… no era la primera vez —le confesó Lily entonces—. Ni la segunda.
Karen soltó una risita, pero Myriam la silenció fulminándola con la mirada.
—Lo que estás diciendo es que tenía razón para incluir la regla de ponerse un albornoz. ¿Te das cuenta? Bueno, da igual, no tengo tiempo para esto. Lily, si no puedes tener en consideración a la gente que te contrata, quizá no deberías formar parte de esta agencia.
—¡Pero necesito este trabajo!
—Lo sé. Por eso no voy a despedirte yo también. Pero estás a prueba a partir de ahora. Si me demuestras que has aprendido de la experiencia…
—Sí, seguro. Ahora tendrá que comprarse un pijama de franela —rió Karen.
—Bueno, hazte cargo del trabajo de Paula por hoy. Mientras tanto Karen intentará buscar otra casa para ti.
—¿Yo? Pero si yo no suelo hacer esas cosas —dijo su ayudante.
—A partir de ahora tendrás que hacerlo. Llevas mucho tiempo pidiéndome que te dé trabajos de más responsabilidad, ¿no?
—Claro.
—Pues bien, ahora es tu oportunidad —dijo Myriam entonces, encendiendo la luz del lavabo. Las dos chicas la siguieron—. Durante dos semanas, tú llevarás la oficina. ¿Crees que podrás hacerlo?
—¿Lo dices en serio? —preguntó Karen.
—Completamente en serio. ¿Puedes hacerlo?
—Claro que puedo. Ah, por cierto, Terry va ahora mismo a casa de los Schaffer para reemplazar a Isabel. Ya he llamado a la señora Schaffer para decirle que llegará un poquito tarde. Pero… ¿qué ha pasado? ¿Dónde vas?
—Y no nos has dicho qué otra niñera va a atreverse con La Bestia —intervino Lily.
Mientras hablaba, Myriam abrió el grifo y se quitó el maquillaje con un algodón.
—Le gusta que las niñeras no vayan arregladas, ¿verdad?
—¿Tú? —exclamaron Karen y Lily al mismo tiempo.
—Eso es. Voy a intentar salvar la reputación de La Niñera en Casa. Si Victor García quiere una niñera seria y mayor, tendrá una niñera seria y mayor —anunció Myriam, recogiéndose el pelo.
—Pero tú nunca has cuidado de un niño durante más de un par de horas… un día como máximo —le recordó Karen.
—No tengo elección. Ese hombre ha despedido a tres niñeras perfectamente capaces.
—Desde luego que sí —asintió Lily.
—Tengo que ir a casa de Victor García y ver cuál es el problema exactamente. Está claro que a ese hombre le pasa algo y pienso averiguarlo. No quiero arriesgarme a perder clientes —dijo Myriam, abrochándose los puños de la camisa—. Tengo que recordar cuál es mi objetivo.
—¿Tienes un objetivo? —preguntó Karen.
—Tengo dos, en realidad —sonrió su jefa—. El primero, conservar la reputación de mi negocio haciendo feliz a Victor García.
—¿Y el otro?
Myriam miró de una a otra, con determinación.
—Sea como sea, voy a domar a La Bestia.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
GRACIAS X EL CAP... Y TE ESPERAMOS CON EL SIGUIENTE
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
GRACIASSSSS OTRA VEZ
SI QUE LO DOME Y QUE LO DEJE BIEN SATISFECHO
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Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
Eva_vbb escribió:GRACIASSSSS OTRA VEZ
SI QUE LO DOME Y QUE LO DEJE BIEN SATISFECHO
ESO ME PARECE UNA EXCELENTE IDEA, GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
domiinar ala bestiia asii se habla myriiam graciias por los capiitulos niiña esta noveliita me esta gustando y mucho xfa no tardes con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
esa bestia sera dura de roer jaja gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
gracias por el capitulo... ya hasta me olvide de escribir jejejeje es que ya quiero que dome a la...
Esperamos el siguiente
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aitanalorence- VBB ORO
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Re: Amor Eterno
Capítulo 3
El edificio Palisades era lo más en Wilmington. El mármol blanco de Carrara del edificio de veinticinco plantas brillaba al sol, con bandas de brillante piedra negra en las esquinas del anguloso y moderno diseño.
Myriam había oído los anuncios que se hacían de él en la radio. El complejo incluía piscina interior y exterior, pistas de tenis, instalaciones deportivas y jardín, por no hablar de los lujosos dúplex de dos, tres y cuatro habitaciones. Aquel sitio era como un oasis en medio de la ajetreada ciudad.
Después de aparcar el coche, Myriam miró hacia arriba, sabiendo que ella nunca tendría dinero suficiente para comprar un apartamento allí.
En el techo del vestíbulo había una lámpara de diseño art decó hecha de cristal de colores, en contraste con las paredes y los suelos en blanco y negro.
Las puertas del ascensor se abrieron silenciosamente y cuando salió, en la última planta, la suave música de jazz que había disfrutado durante el viaje terminó de repente. El rellano estaba pintado en un tono tierra, con hermosos cuadros adornando las paredes y suelos de mármol cubiertos por alfombras orientales. No, desde luego no faltaba un solo detalle.
Suspirando, se detuvo frente a la puerta de caoba del dúplex de Victor García y llamó al timbre. Él abrió inmediatamente, como si hubiera estado esperando.
—Justo a tiempo —le dijo, a modo de saludo—. ¿Ha traído sus credenciales como niñera? Supongo que estará cualificada, pero me gustaría ver sus papeles.
Evidentemente, no era alguien que perdiera el tiempo con amabilidades. Pero no la sorprendía en absoluto. Por algo lo llamaban «La Bestia».
—Por supuesto. Tengo aquí todo lo que necesita —contestó ella, entregándole un sobre.
Victor García miraba los papeles con una expresión tan seria que Myriam entendió que las niñeras se asustaran. ¿Tan difícil le resultaba sonreír?
Sabía que era capaz de hacerlo porque había reído en su oficina… y el recuerdo de esa carcajada fue suficiente para que se le pusiera la piel de gallina.
Mientras él comprobaba la información, Myriam miró alrededor. Desde donde estaba podía ver el salón a la izquierda y la cocina a la derecha. El sofá de piel del salón era muy masculino y en la cocina podía ver armarios de cerezo rojo y una encimera de granito negro. Un sitio elegante, sí.
—Muy bien, sus credenciales me parecen adecuadas —dijo él entonces, devolviéndole el sobre—. Pase al salón, por favor, vamos a hablar un momento.
¿Adecuadas? Myriam tuvo que sonreír. Tenía un Master en Psicología infantil por la Universidad de Lehigh. Había abierto su agencia nada más terminar la carrera y trabajó sin parar, mientras estudiaba Administración de empresas por las noches, para que La Niñera en Casa fuese una empresa seria.
Myriam se describiría como una empresaria segura de sí misma, educada, además, en los aspectos físicos y emocionales del cuidado de un niño. Decir que sus credenciales resultaban «adecuadas» era sencillamente ridículo.
—Mire, aquí hay un inventario detallado de lo que espero.
Ah, pensó ella, tomando la lista de reglas. Como Lily y las otras dos niñeras despedidas le habían dicho, había páginas y páginas.
—Sofía se durmió en el coche, así que la he metido en su cuna. No ha desayunado todavía… así que no vamos a poder cumplir el horario de hoy. Otra vez.
—Bueno, quizá está bien que la niña duerma un rato. Lily me ha dicho que estuvo despierta casi toda la noche.
—No habría estado despierta casi toda la noche si las niñeras hicieran lo que tienen que hacer. Mantener el horario es fundamental.
Myriam estuvo a punto de defender a sus empleadas diciéndole que los recién nacidos y los horarios no se llevaban bien, pero se mordió la lengua. Discutir con él sobre sus rígidas reglas antes de haber podido leerlas sería una pérdida de tiempo.
Lo que debía hacer era mostrarse serena y profesional. Sofía se despertaría pronto y los niños podían notar el estrés en los adultos. Lo último que necesitaba era tener que lidiar con una niña deshecha en lágrimas mientras lidiaba con su fastidioso padre.
—Eso es todo lo que le pido, que siga las reglas. Son muy sencillas, además. No veo cuál es el problema.
—Entiendo que esté molesto por lo que ha pasado esta mañana. Encontrar a Lily por la casa en camisón…
—Yo no lo llamaría camisón. Era corto, de encaje y casi completamente transparente.
—¿Qué?
—Esa chica iba medio desnuda.
—¿Lo dice en serio?
—Por supuesto que sí. Además, me parece que no ha sido un accidente.
—Pero ella me dijo…
—Esa chica quería que la viera medio desnuda y le aseguro que ese camisoncito no dejaba nada a la imaginación.
Myriam arrugó el ceño. Tendría que hablar muy seriamente con Lily.
—La gente joven actúa sin pensar en las consecuencias, lo veo todos los días.
—Sí, desde luego. Tendré que hablar con ella. Y le aseguro que haré todo lo que pueda para seguir estas reglas al pie de la letra.
«Por mucho que me enfurezca».
Sabía que estaba apoyándose en el viejo adagio empresarial de que «el cliente siempre tiene razón». Y haría lo que fuera para mantener la reputación de su negocio. Pero si descubría que esas reglas eran tan restrictivas como le habían dicho sus empleadas, lo convencería de que aquello era demasiado rígido para el mero mortal que tuviese que cuidar de Sofía.
—Se lo agradezco —dijo Victor García—. Su trabajo consistirá sólo en cuidar de mi hija. El trabajo doméstico lo hace otra persona. Sólo tendrá que encargarse de Sofía.
Menudo alivio. Uno de los problemas de las agencias de cuidados infantiles era que los padres solían añadir tareas domésticas al trabajo. A una de las niñeras incluso le habían pedido que se reuniera con los profesores de los niños, de modo que Myriam tuvo que hablar con los padres para explicarles cuál era el papel de cada persona en una relación profesional.
—¿Ha estado usted en el ejército? —le preguntó, echando un vistazo a la lista de reglas.
Esa pregunta pareció sorprenderlo.
—¿Por qué lo dice?
—Porque el horario que ha establecido para Sofía es tan… reglamentado. Despertarla a las siete, darle el biberón, bañarla a las ocho, cambiarla de pañal a las nueve, otro a las diez. Biberón a las diez, cambio de pañal a las once… ¿Y si tiene hambre a las siete y media? ¿Y si no necesita un cambio de pañal a las diez?
—¿De quién es la niña? —exclamó él entonces—. Cómo quiera criar y educar a mi hija es cosa mía, ¿no? Acaba de prometerme que seguirá las reglas al pie de la letra…
—Sí, pero no he dicho que no fuera a cuestionar la lógica de esas reglas —lo interrumpió ella—. Mire, lo que quiero decir es…
—Ya le he dicho cómo quiero criar a mi hija. Sofía tiene que saber que las comidas y todo lo demás se hacen a intervalos regulares. ¿Cómo si no va a entender el programa? ¿Cómo va a aprender mi hija a adecuarse a mi vida?
—¿Adecuarse a su vida? —exclamó Myriam—. Estamos hablando de una niña pequeña, no de un cachorro, señor García. Sofía acaba de llegar a este mundo y no sabe nada de reglas o de horarios.
—Pero…
—Los nuevos padres siempre se quejan de que están cansados o abrumados, pero así es la vida —Myriam se encogió de hombros—. Tiene usted que adecuarse a la vida de su hija, no al revés. Además, debe gastar una cantidad absurda de pañales. Es imposible que Sofía necesite un cambio cada hora.
—No quiero que mi hija tenga la piel irritada y lo mejor para eso es que tenga siempre el culito seco —replicó él, enfadado.
Evidentemente, aquel hombre no estaba acostumbrado a dar explicaciones de lo que hacía. Pero a ella le daba igual. Al fin y al cabo, le estaba haciendo un favor. El pobre no sabía lo que estaba haciendo.
Myriam se fijó en sus labios entonces. Tenía una boca bonita, incluso con aquella expresión enfadada. Cuando rió en su oficina una hora antes toda su cara había cambiado por completo. Tenía una bonita sonrisa, pensó, intentando recordarla.
—Además —continuó Victor García— en el futuro mi hija tendrá que darse cuenta de que no puede hacerse pis en el pañal. Si se lo cambian a menudo, seguramente entenderá el concepto con más rapidez.
Esa idea resultaba tan absurda que Myriam tuvo que soltar una risita. Fue una risita suave, disimulada enseguida con un carraspeo, pero García se enfadó aún más.
—¿Qué le hace tanta gracia?
—Perdone, no debería haberme reído. Entiendo que éste es un tema muy serio…
Mientras decía la frase tuvo que contener otra sonrisa. O aquel hombre no sabía nada sobre niños o era uno de sus padres extra diligentes que pretendían que sus hijos aprendieran a leer antes de cumplir el año.
Pero la idea de que alguien quisiera entrenar a una niña recién nacida para que no se hiciera pis en el pañal era, desde luego, completamente absurda.
—Por supuesto que es un tema muy serio.
—Perdone, pero me parece que debo contarle un secreto. Pasarán muchos meses, incluso años, antes de que Sofía entienda que debe hacer caquita en un orinal. Y tirar un pañal seco es, sencillamente, tirar dinero a la basura.
Victor no podía creer lo que estaba oyendo… ni viendo. Aquella mujer se estaba riendo de él. Intentaba disimular, pero podía ver el brillo de burla en sus ojos. Incluso cuestionaba el horario que él había elaborado con tanto esmero. Y no pararía hasta que hubiese criticado todas y cada una de las reglas, seguro. ¿Qué quería, que una niña de un mes controlara su casa?
—Si no le preocupa el dinero —continuó Myriam— piense en el entorno. Tener que tirar pañales sucios es normal, pero pañales limpios… Por favor. Eso es dañino para el medio ambiente, todo el mundo lo sabe.
Evidentemente, era de las personas que regañaban a los demás sin insultar, sin ofender. Pero le estaba regañando. Aquella mujer le estaba regañando.
Pero él no era un niño.
No se sentía ofendido por nada de lo que había dicho, pero sí como un idiota. ¿De verdad Sofía tardaría años en dejar los pañales? Él había pensado que serían cinco o seis meses a lo sumo. Incluso menos que eso.
¿Cómo podía insistir en que le cambiara el pañal cada hora cuando ella le había recordado que era malo para el medio ambiente?
Victor odiaba sentirse inútil o ignorante y así era como se sentía desde que nació su hija. ¿Cómo iba a saber él cada cuánto tiempo hacía caca un bebé?
—¿Puedo hacerle una sugerencia?
Él permaneció en silencio. Tenía la sospecha de que nada de lo que dijera evitaría que aquella mujer dijera lo que pensaba.
—¿Qué tal si prometo comprobar el pañal de Sofía cada hora? En cuanto detecte humedad, se lo cambiaré. Lo prometo.
Myriam se hizo una pequeña cruz en el pecho, sobre el pecho izquierdo concretamente. Un bonito pecho, además. Victor miró al suelo, ordenándose a sí mismo concentrarse en lo que debía concentrarse.
Mientras la escuchaba comentar sus reglas, se dio cuenta de que Myriam Montemayor era exactamente el tipo de mujer que él había querido evitar. Era simpática, encantadora… manipuladora. Por no decir guapa y sexy. Una mujer que podía atraer a un hombre en todos los sentidos.
El edificio Palisades era lo más en Wilmington. El mármol blanco de Carrara del edificio de veinticinco plantas brillaba al sol, con bandas de brillante piedra negra en las esquinas del anguloso y moderno diseño.
Myriam había oído los anuncios que se hacían de él en la radio. El complejo incluía piscina interior y exterior, pistas de tenis, instalaciones deportivas y jardín, por no hablar de los lujosos dúplex de dos, tres y cuatro habitaciones. Aquel sitio era como un oasis en medio de la ajetreada ciudad.
Después de aparcar el coche, Myriam miró hacia arriba, sabiendo que ella nunca tendría dinero suficiente para comprar un apartamento allí.
En el techo del vestíbulo había una lámpara de diseño art decó hecha de cristal de colores, en contraste con las paredes y los suelos en blanco y negro.
Las puertas del ascensor se abrieron silenciosamente y cuando salió, en la última planta, la suave música de jazz que había disfrutado durante el viaje terminó de repente. El rellano estaba pintado en un tono tierra, con hermosos cuadros adornando las paredes y suelos de mármol cubiertos por alfombras orientales. No, desde luego no faltaba un solo detalle.
Suspirando, se detuvo frente a la puerta de caoba del dúplex de Victor García y llamó al timbre. Él abrió inmediatamente, como si hubiera estado esperando.
—Justo a tiempo —le dijo, a modo de saludo—. ¿Ha traído sus credenciales como niñera? Supongo que estará cualificada, pero me gustaría ver sus papeles.
Evidentemente, no era alguien que perdiera el tiempo con amabilidades. Pero no la sorprendía en absoluto. Por algo lo llamaban «La Bestia».
—Por supuesto. Tengo aquí todo lo que necesita —contestó ella, entregándole un sobre.
Victor García miraba los papeles con una expresión tan seria que Myriam entendió que las niñeras se asustaran. ¿Tan difícil le resultaba sonreír?
Sabía que era capaz de hacerlo porque había reído en su oficina… y el recuerdo de esa carcajada fue suficiente para que se le pusiera la piel de gallina.
Mientras él comprobaba la información, Myriam miró alrededor. Desde donde estaba podía ver el salón a la izquierda y la cocina a la derecha. El sofá de piel del salón era muy masculino y en la cocina podía ver armarios de cerezo rojo y una encimera de granito negro. Un sitio elegante, sí.
—Muy bien, sus credenciales me parecen adecuadas —dijo él entonces, devolviéndole el sobre—. Pase al salón, por favor, vamos a hablar un momento.
¿Adecuadas? Myriam tuvo que sonreír. Tenía un Master en Psicología infantil por la Universidad de Lehigh. Había abierto su agencia nada más terminar la carrera y trabajó sin parar, mientras estudiaba Administración de empresas por las noches, para que La Niñera en Casa fuese una empresa seria.
Myriam se describiría como una empresaria segura de sí misma, educada, además, en los aspectos físicos y emocionales del cuidado de un niño. Decir que sus credenciales resultaban «adecuadas» era sencillamente ridículo.
—Mire, aquí hay un inventario detallado de lo que espero.
Ah, pensó ella, tomando la lista de reglas. Como Lily y las otras dos niñeras despedidas le habían dicho, había páginas y páginas.
—Sofía se durmió en el coche, así que la he metido en su cuna. No ha desayunado todavía… así que no vamos a poder cumplir el horario de hoy. Otra vez.
—Bueno, quizá está bien que la niña duerma un rato. Lily me ha dicho que estuvo despierta casi toda la noche.
—No habría estado despierta casi toda la noche si las niñeras hicieran lo que tienen que hacer. Mantener el horario es fundamental.
Myriam estuvo a punto de defender a sus empleadas diciéndole que los recién nacidos y los horarios no se llevaban bien, pero se mordió la lengua. Discutir con él sobre sus rígidas reglas antes de haber podido leerlas sería una pérdida de tiempo.
Lo que debía hacer era mostrarse serena y profesional. Sofía se despertaría pronto y los niños podían notar el estrés en los adultos. Lo último que necesitaba era tener que lidiar con una niña deshecha en lágrimas mientras lidiaba con su fastidioso padre.
—Eso es todo lo que le pido, que siga las reglas. Son muy sencillas, además. No veo cuál es el problema.
—Entiendo que esté molesto por lo que ha pasado esta mañana. Encontrar a Lily por la casa en camisón…
—Yo no lo llamaría camisón. Era corto, de encaje y casi completamente transparente.
—¿Qué?
—Esa chica iba medio desnuda.
—¿Lo dice en serio?
—Por supuesto que sí. Además, me parece que no ha sido un accidente.
—Pero ella me dijo…
—Esa chica quería que la viera medio desnuda y le aseguro que ese camisoncito no dejaba nada a la imaginación.
Myriam arrugó el ceño. Tendría que hablar muy seriamente con Lily.
—La gente joven actúa sin pensar en las consecuencias, lo veo todos los días.
—Sí, desde luego. Tendré que hablar con ella. Y le aseguro que haré todo lo que pueda para seguir estas reglas al pie de la letra.
«Por mucho que me enfurezca».
Sabía que estaba apoyándose en el viejo adagio empresarial de que «el cliente siempre tiene razón». Y haría lo que fuera para mantener la reputación de su negocio. Pero si descubría que esas reglas eran tan restrictivas como le habían dicho sus empleadas, lo convencería de que aquello era demasiado rígido para el mero mortal que tuviese que cuidar de Sofía.
—Se lo agradezco —dijo Victor García—. Su trabajo consistirá sólo en cuidar de mi hija. El trabajo doméstico lo hace otra persona. Sólo tendrá que encargarse de Sofía.
Menudo alivio. Uno de los problemas de las agencias de cuidados infantiles era que los padres solían añadir tareas domésticas al trabajo. A una de las niñeras incluso le habían pedido que se reuniera con los profesores de los niños, de modo que Myriam tuvo que hablar con los padres para explicarles cuál era el papel de cada persona en una relación profesional.
—¿Ha estado usted en el ejército? —le preguntó, echando un vistazo a la lista de reglas.
Esa pregunta pareció sorprenderlo.
—¿Por qué lo dice?
—Porque el horario que ha establecido para Sofía es tan… reglamentado. Despertarla a las siete, darle el biberón, bañarla a las ocho, cambiarla de pañal a las nueve, otro a las diez. Biberón a las diez, cambio de pañal a las once… ¿Y si tiene hambre a las siete y media? ¿Y si no necesita un cambio de pañal a las diez?
—¿De quién es la niña? —exclamó él entonces—. Cómo quiera criar y educar a mi hija es cosa mía, ¿no? Acaba de prometerme que seguirá las reglas al pie de la letra…
—Sí, pero no he dicho que no fuera a cuestionar la lógica de esas reglas —lo interrumpió ella—. Mire, lo que quiero decir es…
—Ya le he dicho cómo quiero criar a mi hija. Sofía tiene que saber que las comidas y todo lo demás se hacen a intervalos regulares. ¿Cómo si no va a entender el programa? ¿Cómo va a aprender mi hija a adecuarse a mi vida?
—¿Adecuarse a su vida? —exclamó Myriam—. Estamos hablando de una niña pequeña, no de un cachorro, señor García. Sofía acaba de llegar a este mundo y no sabe nada de reglas o de horarios.
—Pero…
—Los nuevos padres siempre se quejan de que están cansados o abrumados, pero así es la vida —Myriam se encogió de hombros—. Tiene usted que adecuarse a la vida de su hija, no al revés. Además, debe gastar una cantidad absurda de pañales. Es imposible que Sofía necesite un cambio cada hora.
—No quiero que mi hija tenga la piel irritada y lo mejor para eso es que tenga siempre el culito seco —replicó él, enfadado.
Evidentemente, aquel hombre no estaba acostumbrado a dar explicaciones de lo que hacía. Pero a ella le daba igual. Al fin y al cabo, le estaba haciendo un favor. El pobre no sabía lo que estaba haciendo.
Myriam se fijó en sus labios entonces. Tenía una boca bonita, incluso con aquella expresión enfadada. Cuando rió en su oficina una hora antes toda su cara había cambiado por completo. Tenía una bonita sonrisa, pensó, intentando recordarla.
—Además —continuó Victor García— en el futuro mi hija tendrá que darse cuenta de que no puede hacerse pis en el pañal. Si se lo cambian a menudo, seguramente entenderá el concepto con más rapidez.
Esa idea resultaba tan absurda que Myriam tuvo que soltar una risita. Fue una risita suave, disimulada enseguida con un carraspeo, pero García se enfadó aún más.
—¿Qué le hace tanta gracia?
—Perdone, no debería haberme reído. Entiendo que éste es un tema muy serio…
Mientras decía la frase tuvo que contener otra sonrisa. O aquel hombre no sabía nada sobre niños o era uno de sus padres extra diligentes que pretendían que sus hijos aprendieran a leer antes de cumplir el año.
Pero la idea de que alguien quisiera entrenar a una niña recién nacida para que no se hiciera pis en el pañal era, desde luego, completamente absurda.
—Por supuesto que es un tema muy serio.
—Perdone, pero me parece que debo contarle un secreto. Pasarán muchos meses, incluso años, antes de que Sofía entienda que debe hacer caquita en un orinal. Y tirar un pañal seco es, sencillamente, tirar dinero a la basura.
Victor no podía creer lo que estaba oyendo… ni viendo. Aquella mujer se estaba riendo de él. Intentaba disimular, pero podía ver el brillo de burla en sus ojos. Incluso cuestionaba el horario que él había elaborado con tanto esmero. Y no pararía hasta que hubiese criticado todas y cada una de las reglas, seguro. ¿Qué quería, que una niña de un mes controlara su casa?
—Si no le preocupa el dinero —continuó Myriam— piense en el entorno. Tener que tirar pañales sucios es normal, pero pañales limpios… Por favor. Eso es dañino para el medio ambiente, todo el mundo lo sabe.
Evidentemente, era de las personas que regañaban a los demás sin insultar, sin ofender. Pero le estaba regañando. Aquella mujer le estaba regañando.
Pero él no era un niño.
No se sentía ofendido por nada de lo que había dicho, pero sí como un idiota. ¿De verdad Sofía tardaría años en dejar los pañales? Él había pensado que serían cinco o seis meses a lo sumo. Incluso menos que eso.
¿Cómo podía insistir en que le cambiara el pañal cada hora cuando ella le había recordado que era malo para el medio ambiente?
Victor odiaba sentirse inútil o ignorante y así era como se sentía desde que nació su hija. ¿Cómo iba a saber él cada cuánto tiempo hacía caca un bebé?
—¿Puedo hacerle una sugerencia?
Él permaneció en silencio. Tenía la sospecha de que nada de lo que dijera evitaría que aquella mujer dijera lo que pensaba.
—¿Qué tal si prometo comprobar el pañal de Sofía cada hora? En cuanto detecte humedad, se lo cambiaré. Lo prometo.
Myriam se hizo una pequeña cruz en el pecho, sobre el pecho izquierdo concretamente. Un bonito pecho, además. Victor miró al suelo, ordenándose a sí mismo concentrarse en lo que debía concentrarse.
Mientras la escuchaba comentar sus reglas, se dio cuenta de que Myriam Montemayor era exactamente el tipo de mujer que él había querido evitar. Era simpática, encantadora… manipuladora. Por no decir guapa y sexy. Una mujer que podía atraer a un hombre en todos los sentidos.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
gracias por el capi ya esta empezando adomar a la bestia jaja si sera como si no salieran caros los pañales jaja supongo jajaj
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
DULCINEA MUCHAS GRACIASSSS X EL CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
Muchas gracias por los capitulo, esta muy padre esta novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Amor Eterno
jajaja graxias x la novela se ve muy buena e interesante, y de que myriam va a domar a la bestia la doma jajajajajajaja
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
asii se hace myrii jajaja recuerda que tiienes que domar a la bestiia graciias por los cap dulce me encanta la noveliita saludos
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Amor Eterno
me encanta ya quiero más....capitulos
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Amor Eterno
Cap. 4
Había aparecido en su casa con un aspecto bien diferente al que tenía en la agencia. Entonces llevaba el pelo castaño sobre los hombros y brillo en los labios. Se había recogido el pelo y lavado la cara, pero sus brillantes ojos no necesitaban maquillaje porque tenía unas larguísimas pestañas y unas cejas perfectas.
Myriam Montemayor era una mujer atractiva con o sin cosméticos. Y tenía un cuerpazo. La falda, por debajo de la rodilla, no podía esconder las torneadas piernas y los delgados tobillos. Y había muchas curvas bajo la chaqueta; un hombre no tenía que poseer una abundante imaginación para imaginarlas.
Pero darse cuenta de que se había fijado en esos atributos lo asustó. Él era un empresario que trabajaba con mujeres todos los días. Estaba más que acostumbrado a conducirse apropiadamente con ellas…
—Creo que deberíamos hablar del horario de comidas de Sofía —siguió Myriam—. ¿No cree que es la niña quien debería decirnos cuándo tiene hambre? Es mucho más sano para ella que coma cuando tiene hambre. ¿No le parece?
Su tono era amistoso y afable, pero la pregunta final había sido añadida con intención conciliadora. Si había algo que Victor odiaba era que alguien le diera la razón… para luego hacer lo que le parecía bien. Había pasado por eso y no quería repetir la experiencia.
Myriam cruzó las piernas entonces y uno de los papeles cayó al suelo. Lo recuperó enseguida pero, al hacerlo, sin querer levantó un poco su falda, mostrando unas rodillas bien formadas. El incidente no duró más de un segundo, pero a Victor se le quedó la boca seca.
Ése era el tipo de situación que lo había metido en aquel lío. Había mantenido una relación con una mujer manipuladora que usó sus encantos para conseguir lo que deseaba…
Tenía que detener aquello. Ahora.
—Me parece que esto no va a funcionar —dijo, levantándose—. ¿Qué he dicho esta mañana en su oficina para que piense que los horarios de Sofía son negociables? Espere, no se moleste en contestar. Sé que he sido perfectamente claro sobre lo que quiero. Lo siento, pero no me queda más remedio que… —añadió, pasándose una mano por el pelo—. Tengo que cancelar el contrato con su agencia. Puede irse.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos. Odiaba admitirlo, pero esos ojos despertaban una ola de lava en su interior.
No lo entendía. Normalmente, a él le gustaban las rubias delgadas. La curvilínea y blanca Myriam no era ni lo uno ni lo otro. Entonces, ¿por qué estaba tan excitado? ¿Podría estar confundiendo su irritación con otra cosa? ¿Con algo totalmente inapropiado?
Pero fuera simple furia lo que experimentaba u otra emoción, una cosa era segura: tenía que librarse de Myriam Montemayor. Y tenía que hacerlo inmediatamente.
—Espere un momento —dijo ella—. Cálmese un poco. No quería que se enfadara. Estaba negociando el horario… Simplemente, intentaba discutirlo. Ya sabe, un intercambio de ideas.
—Una cuestión semántica —señaló él—. Pero es lo mismo.
—No lo es en absoluto —replicó Myriam, cruzándose de brazos.
Al hacerlo, sin darse cuenta levantó sus pechos con los antebrazos… ¿estaría intentando seducirlo?
Pero no, tenía que dejar de pensar esas cosas. Se estaba volviendo paranoico. No todas las mujeres eran como Fátima o la inmadura Lily, se dijo.
Aun así, no podía quitarse de la cabeza esa sospecha.
El sonido del teléfono despertó a Sofía. Él miró hacia la habitación de la niña y luego hacia la cocina, sin saber qué hacer.
—Conteste usted, yo iré a ver a la niña.
—Debe ser alguien de la oficina, seguro. Ya debería estar allí.
—No pasa nada, vaya a contestar —insistió Myriam, levantándose.
Victor se quedó mirándola, impresionado. Acababa de decirle que iba a cancelar el contrato que tenía con la agencia y, sin embargo, ella se ofrecía a ayudarlo con su hija. Y también le impresionó el movimiento de sus caderas, para qué negarlo.
Pero inmediatamente se quitó esa idea de la cabeza y fue a contestar al teléfono. Por supuesto, era su secretaria para advertirle que sus nuevos empleados tenían preguntas que hacerle.
—Tengo un problema en casa, Jen. Diles que repasen sus notas. Seguro que te gruñirán, porque ya han completado el programa, pero hacer el curso otra vez les servirá de práctica. Ninguno de ellos consiguió pasar la prueba al cien por cien la semana pasada… Espera, diles que al que consiga un cien por cien le invito a comer.
—Ya sabes lo competitivos que son —le advirtió Jen—. Vas a tener que invitarlos a comer a todos. ¿Qué te pasa, Victor? ¿Está Sofía enferma?
—No, está bien. Es que tengo problemas con la niñera.
—Pues ya has tenido varias —comentó su secretaria.
—Cuéntamelo a mí.
—Pero la agencia que has contratado tiene muy buena reputación. Todo el mundo lo dice. Me sorprende que tengas problemas.
—Francamente, a mí también. Pero las cosas se van a solucionar. He cancelado mi contrato con la agencia y pienso contratar a una niñera por mi cuenta. A partir de ahora todo irá bien.
Después de formular su plan en voz alta, Victor sintió que, de nuevo, controlaba la situación. A él le gustaba controlar las cosas, dirigir su destino. Después, le prometió a Jen que llegaría a la oficina alrededor de las doce.
—Entonces, ¿estoy despedida?
Al oír la voz de Myriam, Victor se volvió. No había imaginado que estaría en la puerta, espiando.
—Sofía ha vuelto a quedarse dormida. Y tenía el pañal seco —siguió ella, con una sonrisa en los labios—. Y no estaba cotilleando, sólo he oído el final de la conversación. Pero me gustaría que reconsiderara su decisión, señor García. Nunca me habían despedido. Y sé que usted no lo cree, pero nunca he tenido un cliente insatisfecho.
—Hasta ahora —dijo él, metiendo su taza de café en el lavavajillas—. Si bien entiendo su posición, usted debe entender la mía. Yo espero ciertas cosas de mis empleados y las niñeras que me ha enviado no cumplían los requisitos. Creo que es mejor que contrate a una niñera por mi cuenta.
—¿Y cree que la va a encontrar antes de las doce?
Había un brillo en sus ojos… como si supiera un secreto que no conocía nadie más. ¿Quién era aquella mujer que cuestionaba cada uno de sus movimientos?
Él, desde luego, no había llegado donde estaba dejando que nadie influyera en sus decisiones. Pero algo en aquella vivaz mujer hacía que quisiera demostrarle que sabía lo que hacía… aunque no era verdad.
—Eso es exactamente lo que pretendo hacer. Su agencia no es la única de Wilmington.
—En realidad, sí. Por eso abrí el negocio aquí. Hay varias en Filadelfia, naturalmente, pero no creo que envien niñeras desde tan lejos.
Negándose a dejar que esa información lo detuviera, Victor insistió:
—Entonces buscaré una niñera en una agencia de empleo temporal. Seguro que tienen a alguien que pueda cuidar de Sofía.
—No creo que las agencias de empleo temporal comprueben las credenciales de sus empleados.
—Entonces, pondré un anuncio en el periódico —insistió él—. Alguien tiene que necesitar un trabajo como niñera en Wilmington.
—Sí, ¿pero quién? Dudo que usted contrate a cualquiera. Si contrata a alguien a través del periódico, sugiero que investigue primero. Y para eso tendrá que pedirle permiso… por escrito. En el norte de Delaware sólo puede hacer eso en la comisaría de New Castle.
Myriam estaba dándole una información muy valiosa; cosas en las que él no había pensado. De hecho, estaba a punto de buscar un cuaderno para tomar notas. ¿Por qué estaba tan enfadado con ella cuando lo único que hacía era darle buenos consejos?
—Claro que tendrá que esperar de diez a quince días para recibir los informes.
Otra vez. Aquel brillo de burla en sus ojos. Parecía estar disfrutando mientras echaba abajo sus planes uno por uno. Evidentemente, ella sabía que no podía esperar diez días para encontrar una niñera.
Entonces se le ocurrió una idea:
—Puedo enviar a mi hija a una guardería hasta entonces.
—Dudo que encuentre una guardería en la que quieran hacerse cargo de una niña de menos de seis meses. Y aunque la encontrara, en las guarderías siempre hay listas de espera. Tendrá que esperar seis, siete… quizá ocho semanas.
Victor frunció el ceño.
—Usted lo ve todo muy difícil.
—Sólo intento ayudarlo, señor García.
—No sé por qué, pero me resulta difícil creer eso.
Ella rió y su fresca y alegre risa le provocó palpitaciones.
—¿Qué le parece tan gracioso?
—La broma. Ha dicho que yo lo veo todo muy difícil y luego que le resultaba difícil creerme. Es gracioso.
—No era una broma.
—Ah.
Myriam Montemayor se quedó allí, en la puerta, sonriendo.
Victor nunca se había creído un idiota, al contrario. Para tener éxito en el negocio de las inversiones financieras, una persona debía ser inteligente y tener nervios de acero. Pero él no parecía tener nada de eso en aquel momento.
—Ah, ya entiendo —dijo por fin.
Ahora sabía por qué se mostraba tan segura de sí misma incluso después de oír que iba a cancelar el contrato con su agencia. Ahora entendía el brillo de humor que había en sus ojos.
—No hay ninguna otra agencia de colocación de niñeras en la ciudad —empezó a decir, contando con los dedos—. No hay ninguna agencia de empleo temporal que pudiera conseguirme una niñera hoy mismo. Los anuncios del periódico no servirían de nada. No hay guarderías que pudieran encargarse de Sofía…
Había querido librarse de ella. No porque pensara que no podía cuidar de Sofía. Oh, no. En absoluto. Sus razones para querer a Myriam Montemayor fuera de su casa eran de naturaleza personal.
—Usted sabía desde el principio que no tendría más remedio que contar con su agencia. Al menos, de momento.
—Bueno, admito que no lo sabía desde el principio. Pero sí, admito sentirme satisfecha porque me he dado cuenta antes que usted.
Había aparecido en su casa con un aspecto bien diferente al que tenía en la agencia. Entonces llevaba el pelo castaño sobre los hombros y brillo en los labios. Se había recogido el pelo y lavado la cara, pero sus brillantes ojos no necesitaban maquillaje porque tenía unas larguísimas pestañas y unas cejas perfectas.
Myriam Montemayor era una mujer atractiva con o sin cosméticos. Y tenía un cuerpazo. La falda, por debajo de la rodilla, no podía esconder las torneadas piernas y los delgados tobillos. Y había muchas curvas bajo la chaqueta; un hombre no tenía que poseer una abundante imaginación para imaginarlas.
Pero darse cuenta de que se había fijado en esos atributos lo asustó. Él era un empresario que trabajaba con mujeres todos los días. Estaba más que acostumbrado a conducirse apropiadamente con ellas…
—Creo que deberíamos hablar del horario de comidas de Sofía —siguió Myriam—. ¿No cree que es la niña quien debería decirnos cuándo tiene hambre? Es mucho más sano para ella que coma cuando tiene hambre. ¿No le parece?
Su tono era amistoso y afable, pero la pregunta final había sido añadida con intención conciliadora. Si había algo que Victor odiaba era que alguien le diera la razón… para luego hacer lo que le parecía bien. Había pasado por eso y no quería repetir la experiencia.
Myriam cruzó las piernas entonces y uno de los papeles cayó al suelo. Lo recuperó enseguida pero, al hacerlo, sin querer levantó un poco su falda, mostrando unas rodillas bien formadas. El incidente no duró más de un segundo, pero a Victor se le quedó la boca seca.
Ése era el tipo de situación que lo había metido en aquel lío. Había mantenido una relación con una mujer manipuladora que usó sus encantos para conseguir lo que deseaba…
Tenía que detener aquello. Ahora.
—Me parece que esto no va a funcionar —dijo, levantándose—. ¿Qué he dicho esta mañana en su oficina para que piense que los horarios de Sofía son negociables? Espere, no se moleste en contestar. Sé que he sido perfectamente claro sobre lo que quiero. Lo siento, pero no me queda más remedio que… —añadió, pasándose una mano por el pelo—. Tengo que cancelar el contrato con su agencia. Puede irse.
Ella lo miraba con los ojos muy abiertos. Odiaba admitirlo, pero esos ojos despertaban una ola de lava en su interior.
No lo entendía. Normalmente, a él le gustaban las rubias delgadas. La curvilínea y blanca Myriam no era ni lo uno ni lo otro. Entonces, ¿por qué estaba tan excitado? ¿Podría estar confundiendo su irritación con otra cosa? ¿Con algo totalmente inapropiado?
Pero fuera simple furia lo que experimentaba u otra emoción, una cosa era segura: tenía que librarse de Myriam Montemayor. Y tenía que hacerlo inmediatamente.
—Espere un momento —dijo ella—. Cálmese un poco. No quería que se enfadara. Estaba negociando el horario… Simplemente, intentaba discutirlo. Ya sabe, un intercambio de ideas.
—Una cuestión semántica —señaló él—. Pero es lo mismo.
—No lo es en absoluto —replicó Myriam, cruzándose de brazos.
Al hacerlo, sin darse cuenta levantó sus pechos con los antebrazos… ¿estaría intentando seducirlo?
Pero no, tenía que dejar de pensar esas cosas. Se estaba volviendo paranoico. No todas las mujeres eran como Fátima o la inmadura Lily, se dijo.
Aun así, no podía quitarse de la cabeza esa sospecha.
El sonido del teléfono despertó a Sofía. Él miró hacia la habitación de la niña y luego hacia la cocina, sin saber qué hacer.
—Conteste usted, yo iré a ver a la niña.
—Debe ser alguien de la oficina, seguro. Ya debería estar allí.
—No pasa nada, vaya a contestar —insistió Myriam, levantándose.
Victor se quedó mirándola, impresionado. Acababa de decirle que iba a cancelar el contrato que tenía con la agencia y, sin embargo, ella se ofrecía a ayudarlo con su hija. Y también le impresionó el movimiento de sus caderas, para qué negarlo.
Pero inmediatamente se quitó esa idea de la cabeza y fue a contestar al teléfono. Por supuesto, era su secretaria para advertirle que sus nuevos empleados tenían preguntas que hacerle.
—Tengo un problema en casa, Jen. Diles que repasen sus notas. Seguro que te gruñirán, porque ya han completado el programa, pero hacer el curso otra vez les servirá de práctica. Ninguno de ellos consiguió pasar la prueba al cien por cien la semana pasada… Espera, diles que al que consiga un cien por cien le invito a comer.
—Ya sabes lo competitivos que son —le advirtió Jen—. Vas a tener que invitarlos a comer a todos. ¿Qué te pasa, Victor? ¿Está Sofía enferma?
—No, está bien. Es que tengo problemas con la niñera.
—Pues ya has tenido varias —comentó su secretaria.
—Cuéntamelo a mí.
—Pero la agencia que has contratado tiene muy buena reputación. Todo el mundo lo dice. Me sorprende que tengas problemas.
—Francamente, a mí también. Pero las cosas se van a solucionar. He cancelado mi contrato con la agencia y pienso contratar a una niñera por mi cuenta. A partir de ahora todo irá bien.
Después de formular su plan en voz alta, Victor sintió que, de nuevo, controlaba la situación. A él le gustaba controlar las cosas, dirigir su destino. Después, le prometió a Jen que llegaría a la oficina alrededor de las doce.
—Entonces, ¿estoy despedida?
Al oír la voz de Myriam, Victor se volvió. No había imaginado que estaría en la puerta, espiando.
—Sofía ha vuelto a quedarse dormida. Y tenía el pañal seco —siguió ella, con una sonrisa en los labios—. Y no estaba cotilleando, sólo he oído el final de la conversación. Pero me gustaría que reconsiderara su decisión, señor García. Nunca me habían despedido. Y sé que usted no lo cree, pero nunca he tenido un cliente insatisfecho.
—Hasta ahora —dijo él, metiendo su taza de café en el lavavajillas—. Si bien entiendo su posición, usted debe entender la mía. Yo espero ciertas cosas de mis empleados y las niñeras que me ha enviado no cumplían los requisitos. Creo que es mejor que contrate a una niñera por mi cuenta.
—¿Y cree que la va a encontrar antes de las doce?
Había un brillo en sus ojos… como si supiera un secreto que no conocía nadie más. ¿Quién era aquella mujer que cuestionaba cada uno de sus movimientos?
Él, desde luego, no había llegado donde estaba dejando que nadie influyera en sus decisiones. Pero algo en aquella vivaz mujer hacía que quisiera demostrarle que sabía lo que hacía… aunque no era verdad.
—Eso es exactamente lo que pretendo hacer. Su agencia no es la única de Wilmington.
—En realidad, sí. Por eso abrí el negocio aquí. Hay varias en Filadelfia, naturalmente, pero no creo que envien niñeras desde tan lejos.
Negándose a dejar que esa información lo detuviera, Victor insistió:
—Entonces buscaré una niñera en una agencia de empleo temporal. Seguro que tienen a alguien que pueda cuidar de Sofía.
—No creo que las agencias de empleo temporal comprueben las credenciales de sus empleados.
—Entonces, pondré un anuncio en el periódico —insistió él—. Alguien tiene que necesitar un trabajo como niñera en Wilmington.
—Sí, ¿pero quién? Dudo que usted contrate a cualquiera. Si contrata a alguien a través del periódico, sugiero que investigue primero. Y para eso tendrá que pedirle permiso… por escrito. En el norte de Delaware sólo puede hacer eso en la comisaría de New Castle.
Myriam estaba dándole una información muy valiosa; cosas en las que él no había pensado. De hecho, estaba a punto de buscar un cuaderno para tomar notas. ¿Por qué estaba tan enfadado con ella cuando lo único que hacía era darle buenos consejos?
—Claro que tendrá que esperar de diez a quince días para recibir los informes.
Otra vez. Aquel brillo de burla en sus ojos. Parecía estar disfrutando mientras echaba abajo sus planes uno por uno. Evidentemente, ella sabía que no podía esperar diez días para encontrar una niñera.
Entonces se le ocurrió una idea:
—Puedo enviar a mi hija a una guardería hasta entonces.
—Dudo que encuentre una guardería en la que quieran hacerse cargo de una niña de menos de seis meses. Y aunque la encontrara, en las guarderías siempre hay listas de espera. Tendrá que esperar seis, siete… quizá ocho semanas.
Victor frunció el ceño.
—Usted lo ve todo muy difícil.
—Sólo intento ayudarlo, señor García.
—No sé por qué, pero me resulta difícil creer eso.
Ella rió y su fresca y alegre risa le provocó palpitaciones.
—¿Qué le parece tan gracioso?
—La broma. Ha dicho que yo lo veo todo muy difícil y luego que le resultaba difícil creerme. Es gracioso.
—No era una broma.
—Ah.
Myriam Montemayor se quedó allí, en la puerta, sonriendo.
Victor nunca se había creído un idiota, al contrario. Para tener éxito en el negocio de las inversiones financieras, una persona debía ser inteligente y tener nervios de acero. Pero él no parecía tener nada de eso en aquel momento.
—Ah, ya entiendo —dijo por fin.
Ahora sabía por qué se mostraba tan segura de sí misma incluso después de oír que iba a cancelar el contrato con su agencia. Ahora entendía el brillo de humor que había en sus ojos.
—No hay ninguna otra agencia de colocación de niñeras en la ciudad —empezó a decir, contando con los dedos—. No hay ninguna agencia de empleo temporal que pudiera conseguirme una niñera hoy mismo. Los anuncios del periódico no servirían de nada. No hay guarderías que pudieran encargarse de Sofía…
Había querido librarse de ella. No porque pensara que no podía cuidar de Sofía. Oh, no. En absoluto. Sus razones para querer a Myriam Montemayor fuera de su casa eran de naturaleza personal.
—Usted sabía desde el principio que no tendría más remedio que contar con su agencia. Al menos, de momento.
—Bueno, admito que no lo sabía desde el principio. Pero sí, admito sentirme satisfecha porque me he dado cuenta antes que usted.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Amor Eterno
jajajajja buenismo el capi gracias saludos
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Amor Eterno
GRACIAS X EL CAP......
BISITOS DULCINEAAAAAA
BISITOS DULCINEAAAAAA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Amor Eterno
Muchas gracias por el capitulo. Nimodo Vic jaja te vas a tener ke kedar con Myri.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Amor Eterno
jajaja graciias x el cap niiña que tal que myriiam no se va a dejar ganar tan faciilmente pobre de viictor no le que da mas que quedarce com myriiam
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Amor Eterno
Gracias por los Caps Saludos Dulce Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Amor Eterno
BUENA DEMOSTRACIÓN A VÍCTOR DE PARTE DE MYRIAM, DE QUE ES MUY LISTA.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
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