Una pasión secreta
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Re: Una pasión secreta
gracias dulce x el cap osea estos niños siempree metiendose en problemas xfitas no tardes con el siguiente cap k esto cada vez se pone mejor ok bye niña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Una pasión secreta
Perooo que le pasa a eseee mensooooo!!!! Mira que golpear a myriam asiii
SIgueleee esta muy interesantee!!! ya me imagino lo que paso la noche en que murio la esposa de vicco.....
SIgueleee esta muy interesantee!!! ya me imagino lo que paso la noche en que murio la esposa de vicco.....
Chicana_415- VBB PLATINO
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Edad : 34
Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Una pasión secreta
gracias por el capi, la esposa del vic que s eme hace que era una fichita uyyyy se pone muy interesante y ahora de paso al bote los dos
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Una pasión secreta
Cap. 6
Myriam se debatió en sueños. No quería despertarse y dejar de oír una voz, la voz de Víctor, profunda y ronca, murmurando palabras tiernas mientras las manos masculinas se movían por sus piernas, sus brazos, sus hombros... calmándola... sanándola... cautivándola. Pero la luz fría y blanca que procedía del exterior, signo seguro de que seguía nevando, le penetraba los párpados, indicándole que ya era la mañana y que ya hacía rato que se tendría que haber levantado.
Pero... los días de clase se levantaba a las seis y media, horas antes de que amaneciera. Y.. ¿por qué había aroma a café recién hecho en el aire?
Intrigada por el esfuerzo que le costó darse la vuelta, miró el reloj que había sobre la mesilla. ¿Las nueve cuarenta y cinco? ¡Imposible! Las clases comenzaban a las ocho y media. La política de la Academia era que los profesores llegaran como muy tarde a las ocho y las sanciones que Tom Cuen imponía a los profesores que perdían las primeras horas de clase bastaban para que nadie faltase.
Preguntándose por qué el más ligero movimiento que hacía le causaba dolor en la cara, por qué se sentía como si un camión la hubiera atropellado, por qué el despertador no había sonado a su hora, volvió a mirar el reloj y, al darse cuenta de que ya eran las nueve cuarenta y seis, abrió la cama con la idea de levantarse a la carrera para ir al cuarto de baño y darse una rápida ducha muy caliente para despejarse. Pero, cuando intentó incorporarse la acometió un dolor tan fuerte que se volvió a echar hacia atrás con un gemido ahogado.
Le dolía todo. Todo. Desde la punta del pelo hasta las uñas de los pies. Incluso le dolian los dientes. Y, mientras luchaba por controlar los dolores que tenía por todo el cuerpo, los recuerdos de la noche anterior volvieron con tal brutalidad que se quedó sin aliento. Se tocó la cara suavemente. Tenía la mejilla izquierda tan hinchada que sentía la piel lisa y tensa como si estuviera demasiado estirada. Se puso de pie y, tambaleándose, se dirigió a la cómoda. Cuando se miró al espejo, casi se desmayó. Apenas pudo reconocerse, de lo hinchada y amoratada que se encontraba, con un ojo inyectado en sangre.
En aquel momento, el ligero chirriar de ruedas aproximándose por el pasillo le llamó la atención. Segundos más tarde, Víctor apareció empujando el carrito de bronce con el desayuno. Se encontraba descalzo, con la camisa azul abierta sobre los pantalones, el cabello todavía húmedo por la ducha y recién afeitado. Cómodo y perfecto. En una palabra, ¡la antítesis de cómo se sentía ella, sucia y desaliñada!
-Ah, no, eso sí que no -la recriminó, dejando el carrito a un lado para apartarla del espejo-. Métete en la cama ahora mismo. Es una orden.
Si no hubiera estado en bragas y sujetador, lo cual era casi como estar desnuda, le habría dicho que ella no aceptaba órdenes de nadie, aunque fuera un militar de alto rango. Pero al ver el interés con que él la miraba, se metió corriendo en la cama.
-¿Quién me ha dejado así? -preguntó con desconfianza, tapándose con la sábana hasta el mentón.
-¿Quieres decir que no recuerdas la taberna, ni el tipo que...?
-¡No, eso no! -lo interrumpió ella-. Por supuesto que recuerdo eso. Me refiero a cómo es que llegué a esta cama casi sin ropa.
-Yo te la quité.
¡Dios santo!
-¿Cuándo?
-Cuando te desmayaste -dijo él, llevando el carrito junto a la cama. Le sirvió un zumo de naranja y se lo alargó-. Pero no te preocupes, no miré nada, si eso es lo que te pone tan frenética. Y, si lo hubiera hecho, ¿qué? Ya te he visto más de una vez como Dios te trajo al mundo, aunque tengo que reconocer que estás un poco más rellenita que la última vez que te vi. Y creo que el relleno está en el sitio adecuado y en la medida que corresponde, si me permites añadir.
-Me da igual lo que pienses -dijo ella, conteniendo el cosquilleo de placer que le causaron sus palabras-. No quiero zumo, así que por favor, no insistas. Lo que sí quiero es una explicación de por qué estás todavía en mi casa.
-Primero el zumo y luego la conversación. Y, de paso, tómate esta pastilla -dijo, volviéndole a alargar el vaso y, además, una píldora blanca.
-¿Qué es? -preguntó ella, mirándola con desconfianza.
-No es un afrodisíaco, si eso es lo que esperabas. Es una medicina que te recetó el médico que te atendió anoche -luego, al darse cuenta de que ella parecía querer resistirse, añadió-: Por favor, no me des la vara, Myriam, que no estoy de humor para ello. No eres la única que ha pasado una noche de perros. Puede que ese sillón sea cómodo para unas horas de lectura, pero no está diseñado para dormir en él.
-Yo no te pedí que hicieras de niñera.
-¡Mira que eres ingrata! -dijo él, irritado-. Anoche te salvaste por los pelos de que te hirieran seriamente.
-¿Y de quién es la culpa?
-Mía -dijo él-. ¡Y bastante imbécil me siento ya sin necesidad de que me lo refriegues por las narices!
-Perdona -dijo ella, avergonzada. No sabía lo que había sucedido exactamente, pero la furia y el horror reflejados en la cara de él cuando apareció a rescatarla se le habían quedado grabados -. Tienes razón.
-Tómate la pastilla y el zumo, Myriam, que se enfría el desayuno -dijo él, encogiéndose de hombros.
-Te agradezco la molestia que te has tomado -dijo ella al ver que en el carrito había huevos cocidos y tostadas además del zumo y el café-, pero no tengo tiempo para esto. Ya he faltado a las clases de la mañana. A Tom le dará un ataque.
-Y también faltarás a las de esta tarde. En realidad, tendrá que apañárselas sin ti por unos días, como le dejé claro cuando llamé a las escuela a primera hora. Y son las órdenes del médico, no mías -le tocó la mejilla lastimada suavemente con la punta del dedo-. Además, ya has visto el aspecto que tienes. ¿Te imaginas el revuelo que causarías si fueras a la escuela con un ojo amoratado y la mitad de la cara inflada como un balón?
Por supuesto, tenía razón. Aunque a los alumnos les diera igual, a Tom sí que le importaría. No consentiría que uno de sus profesores tuvieea ese aspecto y Myriam no se sentía con fuerzas para enfrentarse a él.
-¿Me alcanzarías la bata, al menos? Está colgada detrás de la puerta del baño.
Él hizo lo que le pedía, luego la ayudó a ponérsela para que estuviera más decente y le acomodó las almohadas. Si alguien lo viera diría que era un esposo devoto cuidando a su mujer enferma.
-Ya me va gustando más el tema -dijo, asintiendo con la cabeza cuando ella se tomó la pastilla con un trago de zumo y atacó los huevos-. Te sentirás mucho mejor con algo en el estómago. Estás un poco delgada, sabes. ¿Comes bien o eres de esas mujeres que solo se alimentan de tofu y apio?
-Como como una lima nueva -le dijo ella, disfrutando más de la comida de lo que estaba dispuesta a reconocer, aunque masticar le resultara molesto-. Y me pareció que habías dicho que me había rellenado donde corresponde.
-No me refería a esas partes, sino al resto.
-Eso es lo que sucede cuando se vive en una isla tropical durante años -dijo ella, restándole importancia.
-¿Te faltaba de comer?
-No, pero llevaba una vida bastante activa. Natación, submarinismo, volley playa, tenis...
-¿Tenías muchos amigos, entonces? -le preguntó él, sirviendo las dos tazas de café antes de comenzar también a comer sus huevos.
-Bastantes. La colonia de compatriotas era bastante grande.
-¿Amigos varones?
-Algunos.
-¿Algún novio?
-Hace tiempo que eso a ti no te concierne.
-Es verdad -dijo él, poniéndose serio-. Nunca ha habido mucha duda al respecto, ¿verdad?
Ella sintió curiosidad por preguntarle por qué se había puesto tan serio, pero la prudencia le indicó que dejara el tema. No solo podía abrir viejas heridas, sino también desvelar secretos que nunca podría compartir con él.
-No tuve la suerte de encontrar a nadie que me hiciera desear abandonar la soltería por los placeres de la vida de casada -dijo, decidiendo mantenerse en territorio neutral.
-El matrimonio también tiene sus pegas. No es para todo el mundo.
«¡Pero para ti sí, Víctor! Solo que no lo quisiste compartir conmigo. E incluso ahora, duele pensar lo fácilmente que me dejaste por otra».
Dejó el plato a un costado porque el apetito le había durado mucho menos que los recuerdos.
-Gracias por hacer el desayuno. Lamento no poder hacerle la justicia que se merece.
-De nada. ¿Más café antes de que me lleve el carrito?
Ella negó y parpadeó, horrorizada al darse cuenta de que su amabilidad la enternecía al punto de hacerla llorar. Serían los medicamentos que la tenían alterada; hacía años que no lloraba por él.
-¿Quieres algo más?
Rescribir la historia, pero para ello se necesitaría un milagro.
-Un baño -dijo ella, peinándose el cabello con los dedos y estremeciéndose de asco al sentir la mugre que tenía en el cuero cabelludo-. Quiero frotarme hasta que se me vaya toda la mugre de anoche.
-Es comprensible -se inclinó hacia ella, dispuesto a retirarle las mantas-. Te ayudo.
-¡De ninguna manera! -dijo ella, aferrándolas y sujetándolas contra el pecho-. Puedo apañármelas perfectamente solita.
Myriam pensó que él iba a discutir con ella.
-De acuerdo -dijo él, después de un momento de indecisión-. Mientras dejes la puerta del cuarto de baño abierta...
-¡Ni lo sueñes! No vas a...
-Mira, Myriam. Eso sí que no estoy dispuesto a discutir. 0 dejas la puerta abierta, o te quedas en la cama.
-¡De acuerdo! -capituló ella, porque estaba exhausta y quería volver a la cama cuanto antes-. Lo que sea con tal de no pelearnos.
-¡Así me gusta! -dijo él, empujando el carrito hacia la puerta-. Y mientras tú te lavas, yo me pondré un delantalito mono y haré lo mismo con las cosas del desayuno. Llama si necesitas algo.
En cuanto él desapareció, ella salió de la cama, abrió un cajón y sacó ropa interior y un suave camisón de algodón y corrió al cuarto de baño. Abrió el grifo de la bañera de hidromasaje y echó un generoso puñado de sales dentro. Mientras se llenaba, aprovechó para meterse en la ducha y lavarse la cabeza y quitarse lo más gordo.
Luego puso el temporizador y se metió en la bañera de agua tan caliente que cuando saliera parecería una langosta, pero no le importaba. Con los chorros de agua masajeándole los doloridos músculos, se habría pasado horas metida en el agua.
Pronto oyó la voz de Víctor al otro lado de la puerta.
-Ya has estado lo suficiente, Myriam -dijo él, levantando la voz para que se lo oyera por encima del ruido del hidromasaje-. Ya es hora de que te vuelvas a meter en la cama.
-Vete -le dijo ella, irritada-. Saldré cuando esté lista, ni un segundo antes.
Víctor le movió el picaporte, como amenazándola con lo que podía suceder.
-¡No te pases!
Como si se hubiera puesto de acuerdo con él, el temporizador detuvo la máquina con un « ¡Plin!» y los chorros se quedaron igual de silenciosos que el expectante mutismo del otro lado de la puerta.
-¡Vale, de acuerdo! ¡Tú ganas esta vez! -dijo ella, lanzando un suspiro.
Pero en vez de regodearse en su victoria, él aceptó sin comentarios. Ella oyó sus pasos desparejos que se alejaban en dirección a la cocina.
Sin perder un segundo, no fuera a ser que volviera, salió del agua, se secó rápidamente y se vistió de prisa.
Hizo bien en no perder el tiempo. Acababa de abrocharse los botones del camisón cuando la puerta del dormitorio volvió a abrirse.
-Ya estoy casi lista -anunció, pasándose el peine-. Si me hubieras dado un minuto más en vez de ser tan impaciente, habría vuelto a la cama y no habrías tenido de qué quejarte.
El silencio que respondió a su comentario no presagiaba nada bueno. Y, en cuanto salió del cuarto de baño, se dio cuenta del motivo. Víctor no era la única persona que la esperaba en el dormitorio.
Su madre y su hermana también se encontraban allí, y a juzgar por la expresión escandalizada del rostro de Margaret, era evidente que había sacado sus propias conclusiones. Su mirada se dirigió de la vestimenta de Myriam a la cama deshecha, del jersey de Víctor en el suelo junto al sillón, hasta Víctor.
-¿Has pasado la noche aquí? -le preguntó, indignada.
-No de la forma que tú imaginas -respondió él con calma.
-¿Y qué crees que me imagino, si se puede saber?
-Que por poco no nos has encontrado revolcándonos en la cama como un par de conejos enloquecidos.
Margaret, poco acostumbrada a que se la confrontara directamente, lo miró horrorizada. Su expresión hizo que Myriam lanzara una risita.
-¡Ya dejarás de reír, ya, cuando la noticia llegue a ciertos sitios!.-le dijo Margaret, furibunda-. Logré que Tom no se enterara de ello a la hora del desayuno, pero estoy segura de que ya se lo habrán dicho, y si piensas que no te costará tu...
-¡Por el amor de Dios! ¿Quieres, dejar de preocuparte por cosas irrelevantes y prestar atención a lo que verdaderamente importa? Honestamente, me siento agradecida. Cualquier tonto puede darse cuenta de que Myriam necesitaba a alguien que la cuidase durante la noche y, como ninguno de nosotros sabía que estaba herida, me alegro de que él estuviera aquí para ocuparse de ello -acarició con cariño los moretones de Myriam-. Lo siento, cariño. No supe lo que había sucedido hasta leer el periódico esta mañana.
-¿Salí en las noticias?
-¡Más que eso! -bufó Margaret, blandiendo el periódico-. No te bastó con salir en la primera página la semana pasada por algo que hizo que muriera la hija de una de las familias más importantes del pueblo. No, tuviste que repetir esta semana y además, con su marido, para recordarnos a todos lo mucho que te gusta llamar la atención. Nuevamente nos has humillado a todos con tu comportamiento intolerable. Lo que es yo, ya estoy harta. No pretendas que te vuelva a defender, Myriam Montemayor. Esta vez, apáñatelas sola.
-Eso es lo que me gustaría en este momento... estar sola.
-Bueno, ¡que no se diga que no me doy por aludida cuando me sueltan una indirecta! -se fue Margaret muy ofendida y cerró la puerta de entrada con un portazo para indicar su enfado.
-0 te vienes a casa a reponerte, Myriam -dijo su madre, sin ceder-, o te mando a Edith para que te cuide. Pero me niego a dejarte sola hasta estar tranquila de que puedas valerte por ti misma nuevamente.
-Me alegra su actitud, señora Montemayor -dijo Víctor, recogiendo su jersey-. Alguien tiene que hacer que su hija entre en razón. El médico que la atendió insistió en que había que tenerla en observación durante veinticuatro horas, pero es una paciente difícil, como imagino que usted ya sabe.
-Oh, sí -dijo ella, poniendo los ojos en blanco-. ¡Si te contara! Pero veo que estás ansioso por irte.
-Tengo que ocuparme de algunas cosas -dijo él.
-Claro que sí. ¡Qué recibimiento terrible has tenido, Víctor! Pero gracias por todo lo que has hecho. Nos sentimos muy agradecidas, ¿verdad, Myriam?
-Sí -dijo ella dócilmente, dispuesta a estar de acuerdo con cualquier cosa con tal de poder volver a meterse en la cama. La cabeza comenzaba a dolerle nuevamente.
-Entonces, las dejo -dijo él, esbozando una sonrisa que le recordó a Myriam tanto a los viejos tiempos que se le aflojaron las rodillas-. Intenta portarte bien, ¿vale?
-¡Qué hombre tan agradable! -observó su madre, estirando las sábanas. La llevó a la cama-. Cuando te sientas mejor, tendrás que decirme qué fue lo que te hizo salir con él anoche, y a ese antro, justamente, porque sabes bien, hijita, que Margaret no está tan equivocada. No le ayuda nada a tu reputación que te vean frecuentando semejante establecimiento.
-Sí, mamá. Estoy segura de que tienes razón. No volverá a suceder.
Incapaz de aguantar otro sermón, Myriam cerró los ojos y no le resultó difícil volver a sumergirse en un mundo de sueños silencioso y pacífico.
Un par de veces, en las horas que siguieron, oyó a Edith rondando por la casa, pendiente de ella. Una vez, sintió que el ama de llaves la sujetaba para que tomara una bebida fresca y tragara otra píldora. Pero mayormente durmió mientras su cuerpo se curaba.
Myriam se debatió en sueños. No quería despertarse y dejar de oír una voz, la voz de Víctor, profunda y ronca, murmurando palabras tiernas mientras las manos masculinas se movían por sus piernas, sus brazos, sus hombros... calmándola... sanándola... cautivándola. Pero la luz fría y blanca que procedía del exterior, signo seguro de que seguía nevando, le penetraba los párpados, indicándole que ya era la mañana y que ya hacía rato que se tendría que haber levantado.
Pero... los días de clase se levantaba a las seis y media, horas antes de que amaneciera. Y.. ¿por qué había aroma a café recién hecho en el aire?
Intrigada por el esfuerzo que le costó darse la vuelta, miró el reloj que había sobre la mesilla. ¿Las nueve cuarenta y cinco? ¡Imposible! Las clases comenzaban a las ocho y media. La política de la Academia era que los profesores llegaran como muy tarde a las ocho y las sanciones que Tom Cuen imponía a los profesores que perdían las primeras horas de clase bastaban para que nadie faltase.
Preguntándose por qué el más ligero movimiento que hacía le causaba dolor en la cara, por qué se sentía como si un camión la hubiera atropellado, por qué el despertador no había sonado a su hora, volvió a mirar el reloj y, al darse cuenta de que ya eran las nueve cuarenta y seis, abrió la cama con la idea de levantarse a la carrera para ir al cuarto de baño y darse una rápida ducha muy caliente para despejarse. Pero, cuando intentó incorporarse la acometió un dolor tan fuerte que se volvió a echar hacia atrás con un gemido ahogado.
Le dolía todo. Todo. Desde la punta del pelo hasta las uñas de los pies. Incluso le dolian los dientes. Y, mientras luchaba por controlar los dolores que tenía por todo el cuerpo, los recuerdos de la noche anterior volvieron con tal brutalidad que se quedó sin aliento. Se tocó la cara suavemente. Tenía la mejilla izquierda tan hinchada que sentía la piel lisa y tensa como si estuviera demasiado estirada. Se puso de pie y, tambaleándose, se dirigió a la cómoda. Cuando se miró al espejo, casi se desmayó. Apenas pudo reconocerse, de lo hinchada y amoratada que se encontraba, con un ojo inyectado en sangre.
En aquel momento, el ligero chirriar de ruedas aproximándose por el pasillo le llamó la atención. Segundos más tarde, Víctor apareció empujando el carrito de bronce con el desayuno. Se encontraba descalzo, con la camisa azul abierta sobre los pantalones, el cabello todavía húmedo por la ducha y recién afeitado. Cómodo y perfecto. En una palabra, ¡la antítesis de cómo se sentía ella, sucia y desaliñada!
-Ah, no, eso sí que no -la recriminó, dejando el carrito a un lado para apartarla del espejo-. Métete en la cama ahora mismo. Es una orden.
Si no hubiera estado en bragas y sujetador, lo cual era casi como estar desnuda, le habría dicho que ella no aceptaba órdenes de nadie, aunque fuera un militar de alto rango. Pero al ver el interés con que él la miraba, se metió corriendo en la cama.
-¿Quién me ha dejado así? -preguntó con desconfianza, tapándose con la sábana hasta el mentón.
-¿Quieres decir que no recuerdas la taberna, ni el tipo que...?
-¡No, eso no! -lo interrumpió ella-. Por supuesto que recuerdo eso. Me refiero a cómo es que llegué a esta cama casi sin ropa.
-Yo te la quité.
¡Dios santo!
-¿Cuándo?
-Cuando te desmayaste -dijo él, llevando el carrito junto a la cama. Le sirvió un zumo de naranja y se lo alargó-. Pero no te preocupes, no miré nada, si eso es lo que te pone tan frenética. Y, si lo hubiera hecho, ¿qué? Ya te he visto más de una vez como Dios te trajo al mundo, aunque tengo que reconocer que estás un poco más rellenita que la última vez que te vi. Y creo que el relleno está en el sitio adecuado y en la medida que corresponde, si me permites añadir.
-Me da igual lo que pienses -dijo ella, conteniendo el cosquilleo de placer que le causaron sus palabras-. No quiero zumo, así que por favor, no insistas. Lo que sí quiero es una explicación de por qué estás todavía en mi casa.
-Primero el zumo y luego la conversación. Y, de paso, tómate esta pastilla -dijo, volviéndole a alargar el vaso y, además, una píldora blanca.
-¿Qué es? -preguntó ella, mirándola con desconfianza.
-No es un afrodisíaco, si eso es lo que esperabas. Es una medicina que te recetó el médico que te atendió anoche -luego, al darse cuenta de que ella parecía querer resistirse, añadió-: Por favor, no me des la vara, Myriam, que no estoy de humor para ello. No eres la única que ha pasado una noche de perros. Puede que ese sillón sea cómodo para unas horas de lectura, pero no está diseñado para dormir en él.
-Yo no te pedí que hicieras de niñera.
-¡Mira que eres ingrata! -dijo él, irritado-. Anoche te salvaste por los pelos de que te hirieran seriamente.
-¿Y de quién es la culpa?
-Mía -dijo él-. ¡Y bastante imbécil me siento ya sin necesidad de que me lo refriegues por las narices!
-Perdona -dijo ella, avergonzada. No sabía lo que había sucedido exactamente, pero la furia y el horror reflejados en la cara de él cuando apareció a rescatarla se le habían quedado grabados -. Tienes razón.
-Tómate la pastilla y el zumo, Myriam, que se enfría el desayuno -dijo él, encogiéndose de hombros.
-Te agradezco la molestia que te has tomado -dijo ella al ver que en el carrito había huevos cocidos y tostadas además del zumo y el café-, pero no tengo tiempo para esto. Ya he faltado a las clases de la mañana. A Tom le dará un ataque.
-Y también faltarás a las de esta tarde. En realidad, tendrá que apañárselas sin ti por unos días, como le dejé claro cuando llamé a las escuela a primera hora. Y son las órdenes del médico, no mías -le tocó la mejilla lastimada suavemente con la punta del dedo-. Además, ya has visto el aspecto que tienes. ¿Te imaginas el revuelo que causarías si fueras a la escuela con un ojo amoratado y la mitad de la cara inflada como un balón?
Por supuesto, tenía razón. Aunque a los alumnos les diera igual, a Tom sí que le importaría. No consentiría que uno de sus profesores tuvieea ese aspecto y Myriam no se sentía con fuerzas para enfrentarse a él.
-¿Me alcanzarías la bata, al menos? Está colgada detrás de la puerta del baño.
Él hizo lo que le pedía, luego la ayudó a ponérsela para que estuviera más decente y le acomodó las almohadas. Si alguien lo viera diría que era un esposo devoto cuidando a su mujer enferma.
-Ya me va gustando más el tema -dijo, asintiendo con la cabeza cuando ella se tomó la pastilla con un trago de zumo y atacó los huevos-. Te sentirás mucho mejor con algo en el estómago. Estás un poco delgada, sabes. ¿Comes bien o eres de esas mujeres que solo se alimentan de tofu y apio?
-Como como una lima nueva -le dijo ella, disfrutando más de la comida de lo que estaba dispuesta a reconocer, aunque masticar le resultara molesto-. Y me pareció que habías dicho que me había rellenado donde corresponde.
-No me refería a esas partes, sino al resto.
-Eso es lo que sucede cuando se vive en una isla tropical durante años -dijo ella, restándole importancia.
-¿Te faltaba de comer?
-No, pero llevaba una vida bastante activa. Natación, submarinismo, volley playa, tenis...
-¿Tenías muchos amigos, entonces? -le preguntó él, sirviendo las dos tazas de café antes de comenzar también a comer sus huevos.
-Bastantes. La colonia de compatriotas era bastante grande.
-¿Amigos varones?
-Algunos.
-¿Algún novio?
-Hace tiempo que eso a ti no te concierne.
-Es verdad -dijo él, poniéndose serio-. Nunca ha habido mucha duda al respecto, ¿verdad?
Ella sintió curiosidad por preguntarle por qué se había puesto tan serio, pero la prudencia le indicó que dejara el tema. No solo podía abrir viejas heridas, sino también desvelar secretos que nunca podría compartir con él.
-No tuve la suerte de encontrar a nadie que me hiciera desear abandonar la soltería por los placeres de la vida de casada -dijo, decidiendo mantenerse en territorio neutral.
-El matrimonio también tiene sus pegas. No es para todo el mundo.
«¡Pero para ti sí, Víctor! Solo que no lo quisiste compartir conmigo. E incluso ahora, duele pensar lo fácilmente que me dejaste por otra».
Dejó el plato a un costado porque el apetito le había durado mucho menos que los recuerdos.
-Gracias por hacer el desayuno. Lamento no poder hacerle la justicia que se merece.
-De nada. ¿Más café antes de que me lleve el carrito?
Ella negó y parpadeó, horrorizada al darse cuenta de que su amabilidad la enternecía al punto de hacerla llorar. Serían los medicamentos que la tenían alterada; hacía años que no lloraba por él.
-¿Quieres algo más?
Rescribir la historia, pero para ello se necesitaría un milagro.
-Un baño -dijo ella, peinándose el cabello con los dedos y estremeciéndose de asco al sentir la mugre que tenía en el cuero cabelludo-. Quiero frotarme hasta que se me vaya toda la mugre de anoche.
-Es comprensible -se inclinó hacia ella, dispuesto a retirarle las mantas-. Te ayudo.
-¡De ninguna manera! -dijo ella, aferrándolas y sujetándolas contra el pecho-. Puedo apañármelas perfectamente solita.
Myriam pensó que él iba a discutir con ella.
-De acuerdo -dijo él, después de un momento de indecisión-. Mientras dejes la puerta del cuarto de baño abierta...
-¡Ni lo sueñes! No vas a...
-Mira, Myriam. Eso sí que no estoy dispuesto a discutir. 0 dejas la puerta abierta, o te quedas en la cama.
-¡De acuerdo! -capituló ella, porque estaba exhausta y quería volver a la cama cuanto antes-. Lo que sea con tal de no pelearnos.
-¡Así me gusta! -dijo él, empujando el carrito hacia la puerta-. Y mientras tú te lavas, yo me pondré un delantalito mono y haré lo mismo con las cosas del desayuno. Llama si necesitas algo.
En cuanto él desapareció, ella salió de la cama, abrió un cajón y sacó ropa interior y un suave camisón de algodón y corrió al cuarto de baño. Abrió el grifo de la bañera de hidromasaje y echó un generoso puñado de sales dentro. Mientras se llenaba, aprovechó para meterse en la ducha y lavarse la cabeza y quitarse lo más gordo.
Luego puso el temporizador y se metió en la bañera de agua tan caliente que cuando saliera parecería una langosta, pero no le importaba. Con los chorros de agua masajeándole los doloridos músculos, se habría pasado horas metida en el agua.
Pronto oyó la voz de Víctor al otro lado de la puerta.
-Ya has estado lo suficiente, Myriam -dijo él, levantando la voz para que se lo oyera por encima del ruido del hidromasaje-. Ya es hora de que te vuelvas a meter en la cama.
-Vete -le dijo ella, irritada-. Saldré cuando esté lista, ni un segundo antes.
Víctor le movió el picaporte, como amenazándola con lo que podía suceder.
-¡No te pases!
Como si se hubiera puesto de acuerdo con él, el temporizador detuvo la máquina con un « ¡Plin!» y los chorros se quedaron igual de silenciosos que el expectante mutismo del otro lado de la puerta.
-¡Vale, de acuerdo! ¡Tú ganas esta vez! -dijo ella, lanzando un suspiro.
Pero en vez de regodearse en su victoria, él aceptó sin comentarios. Ella oyó sus pasos desparejos que se alejaban en dirección a la cocina.
Sin perder un segundo, no fuera a ser que volviera, salió del agua, se secó rápidamente y se vistió de prisa.
Hizo bien en no perder el tiempo. Acababa de abrocharse los botones del camisón cuando la puerta del dormitorio volvió a abrirse.
-Ya estoy casi lista -anunció, pasándose el peine-. Si me hubieras dado un minuto más en vez de ser tan impaciente, habría vuelto a la cama y no habrías tenido de qué quejarte.
El silencio que respondió a su comentario no presagiaba nada bueno. Y, en cuanto salió del cuarto de baño, se dio cuenta del motivo. Víctor no era la única persona que la esperaba en el dormitorio.
Su madre y su hermana también se encontraban allí, y a juzgar por la expresión escandalizada del rostro de Margaret, era evidente que había sacado sus propias conclusiones. Su mirada se dirigió de la vestimenta de Myriam a la cama deshecha, del jersey de Víctor en el suelo junto al sillón, hasta Víctor.
-¿Has pasado la noche aquí? -le preguntó, indignada.
-No de la forma que tú imaginas -respondió él con calma.
-¿Y qué crees que me imagino, si se puede saber?
-Que por poco no nos has encontrado revolcándonos en la cama como un par de conejos enloquecidos.
Margaret, poco acostumbrada a que se la confrontara directamente, lo miró horrorizada. Su expresión hizo que Myriam lanzara una risita.
-¡Ya dejarás de reír, ya, cuando la noticia llegue a ciertos sitios!.-le dijo Margaret, furibunda-. Logré que Tom no se enterara de ello a la hora del desayuno, pero estoy segura de que ya se lo habrán dicho, y si piensas que no te costará tu...
-¡Por el amor de Dios! ¿Quieres, dejar de preocuparte por cosas irrelevantes y prestar atención a lo que verdaderamente importa? Honestamente, me siento agradecida. Cualquier tonto puede darse cuenta de que Myriam necesitaba a alguien que la cuidase durante la noche y, como ninguno de nosotros sabía que estaba herida, me alegro de que él estuviera aquí para ocuparse de ello -acarició con cariño los moretones de Myriam-. Lo siento, cariño. No supe lo que había sucedido hasta leer el periódico esta mañana.
-¿Salí en las noticias?
-¡Más que eso! -bufó Margaret, blandiendo el periódico-. No te bastó con salir en la primera página la semana pasada por algo que hizo que muriera la hija de una de las familias más importantes del pueblo. No, tuviste que repetir esta semana y además, con su marido, para recordarnos a todos lo mucho que te gusta llamar la atención. Nuevamente nos has humillado a todos con tu comportamiento intolerable. Lo que es yo, ya estoy harta. No pretendas que te vuelva a defender, Myriam Montemayor. Esta vez, apáñatelas sola.
-Eso es lo que me gustaría en este momento... estar sola.
-Bueno, ¡que no se diga que no me doy por aludida cuando me sueltan una indirecta! -se fue Margaret muy ofendida y cerró la puerta de entrada con un portazo para indicar su enfado.
-0 te vienes a casa a reponerte, Myriam -dijo su madre, sin ceder-, o te mando a Edith para que te cuide. Pero me niego a dejarte sola hasta estar tranquila de que puedas valerte por ti misma nuevamente.
-Me alegra su actitud, señora Montemayor -dijo Víctor, recogiendo su jersey-. Alguien tiene que hacer que su hija entre en razón. El médico que la atendió insistió en que había que tenerla en observación durante veinticuatro horas, pero es una paciente difícil, como imagino que usted ya sabe.
-Oh, sí -dijo ella, poniendo los ojos en blanco-. ¡Si te contara! Pero veo que estás ansioso por irte.
-Tengo que ocuparme de algunas cosas -dijo él.
-Claro que sí. ¡Qué recibimiento terrible has tenido, Víctor! Pero gracias por todo lo que has hecho. Nos sentimos muy agradecidas, ¿verdad, Myriam?
-Sí -dijo ella dócilmente, dispuesta a estar de acuerdo con cualquier cosa con tal de poder volver a meterse en la cama. La cabeza comenzaba a dolerle nuevamente.
-Entonces, las dejo -dijo él, esbozando una sonrisa que le recordó a Myriam tanto a los viejos tiempos que se le aflojaron las rodillas-. Intenta portarte bien, ¿vale?
-¡Qué hombre tan agradable! -observó su madre, estirando las sábanas. La llevó a la cama-. Cuando te sientas mejor, tendrás que decirme qué fue lo que te hizo salir con él anoche, y a ese antro, justamente, porque sabes bien, hijita, que Margaret no está tan equivocada. No le ayuda nada a tu reputación que te vean frecuentando semejante establecimiento.
-Sí, mamá. Estoy segura de que tienes razón. No volverá a suceder.
Incapaz de aguantar otro sermón, Myriam cerró los ojos y no le resultó difícil volver a sumergirse en un mundo de sueños silencioso y pacífico.
Un par de veces, en las horas que siguieron, oyó a Edith rondando por la casa, pendiente de ella. Una vez, sintió que el ama de llaves la sujetaba para que tomara una bebida fresca y tragara otra píldora. Pero mayormente durmió mientras su cuerpo se curaba.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Ayy quién como ella!!! Yo necesito dormir!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Una pasión secreta
Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
gracias dul esta nov cada vez se pone mejor niña xfita no tardes con el siguiente cap y creo k yo tambien necesito dormir no creen k victor me kiera cuidar
jajaja k lista sali no creen nos leemos pronto dulce
jajaja k lista sali no creen nos leemos pronto dulce
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Siguele poro favorr
Espero que myriam se recupere prontoo!
Espero que myriam se recupere prontoo!
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
¿CUAL SERA EL MISTERIO DE LA MUERTE DE LA ESPOSA DE VICTOR, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
muchas gracias por el capitulo y siguele por faaaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Cap.7
-¡Cómo has podido tener tan poco respeto! - se oyeron las voces que daba Clara Castillo en medio vecindario. Sacudió el periódico local bajo las narices de Víctor y pasó, deteniéndose en el medio del opulento vestíbulo-. Mi hija te adoraba, Víctor. Eras su vida entera. Le rompería el corazón si supiera lo rápido que has comenzado a salir con alguien más, apenas una semana más tarde de su muerte -se disolvió en estridentes sollozos-. ¡Y justamente con esa mujer! ¡Ni te imaginas el daño que le has hecho a tu reputación!
Dado lo que sospechaba y lo poquito que se había enterado la noche anterior, hubiera deseado decirle que quien corría más riesgo de hacer daño a su reputación era Jimena. Pero no le causaba placer hacerle daño.
-Las cosas no son siempre lo que parecen, Clara -se contentó con decirle-. El motivo por el que estuve con Myriam anoche era puramente comercial.
-¿En una taberna de baja calidad? -dijo ella despectivamente-. ¿Por qué clase de tonta me tomas?
Víctor no podía culparla de que no le creyera. La excusa era bastante débil. Se encogió de hombros.
-Si optas por no creerme, poco puedo hacer.
-Podrías intentar comportarte como un hombre que acaba de enviudar. Quizá ello hiciera que tus protestas resultaran más convincentes. Toda tu forma de comportante desde que volviste a casa está levantando comentarios, Víctor. Has estado tan frío y distante que parecías cruel. No derramaste ni una sola lágrima en el cementerio. Desatendiste mis expresos deseos y nos refregaste a Myriam Montemayor por las narices en el funeral en casa -volvió a sacudir el periódico y lo miró, con los ojos hundidos-. Y ahora, a tres días del funeral, ¡sucede esto! ¿Qué quieres que pensemos?
-Que puede que la situación no sea tan sencilla como parece.
Clara dejó de llorar súbitamente y lo miró, inquieta.
-¿A qué te refieres? ¿Qué intentas hacer?
-Encontrar un poco de tranquilidad de espíritu.
-¿A costa de mi hija? ¡No te lo permitiré, Víctor!
-No digas algo que yo no he dicho, Clara. Y no me amenaces.
-¿Amenazarte, yo? -su astuta expresión se cambio por una sentida- ¡Víctor, intento ayudarte!
-Concéntrate en ayudarte a ti misma -dijo él-. Cada uno de nosotros se enfrenta a la tragedia de una forma distinta. Tienes que aceptar que tu forma no es necesariamente igual a la mía.
-Tendríamos que estar apoyándonos mutuamente para sobrellevar este momento terrible. Tiene que haber algo que pueda hacer.
-Podrías comenzar por explicarme por qué te pareció bien venir y llevarte todas los objetos personales de Jimena, en vez de dejar que yo me ocupara de ello. Y puedes decirme por qué diste instrucción en la policía de que enviaran los resultados de la autopsia a la oficina de Agustin en vez de a mí.
-Pues, ¡para evitarte el trago, por supuesto! Has pasado tanto en los últimos seis meses, Víctor, y volver a casa por fin para tener que enfrentarte a tantos recuerdos no me pareció justo. Queríamos aliviarte lo más posible la tarea. Sabías de qué había muerto, así que ¿para qué tener que enfrentarte a los detalles desagradables del informe? En cuanto a sus cosas, tener que decidir qué hacer con la ropa de una mujer no es algo que les gustaría hacer a muchos hombres. Si lo que te preocupa son sus joyas...
-No, en absoluto -dijo él-. No sabría qué hacer con ellas ni con su ropa. Lo que intento decir de la forma más delicada posible es que estás interfiriendo en cuestiones que no te incumben.
-¡Jimena era nuestra hija!
-Sí, pero como no dejas de recordarme a cada momento, también era mi esposa.
Indignada, Clara se puso los guantes y abrió de un tirón la puerta de entrada.
-Siento que lo consideres así, Víctor. Pensaba que éramos la misma familia y, como tal, gozábamos de los privilegios que ello conlleva. Es obvio que estaba equivocada. En el futuro intentaré no molestarte.
Víctor sabía lo que se suponía que debía hacer: impedir que ella se fuese, rogarle que lo perdonase, decirle que ella siempre sería una parte importante de su vida y demostrárselo permitiéndole que hiciera lo que quisiera en su casa. Era el tipo de precio que le exigía a Agustin cada vez que el pobre desgraciado se atrevía a no estar de acuerdo con ella o intentaba ejercer un poco de independencia. Pero él no era Agustin.
-Es una pena, pero quizá sea inevitable -dijo, haciéndose a un lado para dejarla pasar-. Adiós, Clara, te llamaré si hay algo más que discutir. Dale recuerdos a Agustin.
Victor esperó cuatro días y luego, cuando se había hecho de noche, para no despertar mayores habladurías, volvió a ir a la casa de invitados de los Montemayor. En vez de entrar con el coche al jardín y aparcar en un sitio visible a los transeúntes, lo dejó en la carretera y entró por una puertecita que había en el muro que rodeaba la propiedad. Se aproximó al chalet. Una suave luz se filtraba por la ventana del salón. La nieve, que amortiguó el sonido de sus pasos, le permitió acercarse hasta el porche y mirar dentro sin ser descubierto.
Aunque el resto de la estancia se encontraba a oscuras, las llamas de la chimenea y una pequeña lámpara mostraban a Myriam hecha un ovillo en un sillón frente al fuego, con el mentón apoyado en las rodillas. Llevaba una bata verde oscuro y blancas zapatillas peludas; el cabello no permitía que se le viese la cara, sin embargo, Víctor percibió su desaliento.
Al igual que le había sucedido el día del funeral y nuevamente en la taberna, le sobrevino un impulso casi animal de protegerla. Conteniéndolo, se acercó a la entrada y llamó. Cuando ella le abrió, agitó una gran bolsa de papel delante de sus narices.
-Antes de que me mandes a paseo, huele esto. Lo traigo del restaurante japonés de Beach Street y es un seguro contra la tristeza invernal.
Myriam le obedeció y le lanzó una mirada por debajo de las pestañas.
-¿Has traído sake también?
-Por supuesto.
Sin decir nada, tomó la bolsa, le hizo un gesto de que entrara y se dirigió a la cocina.
-No creía que capitularías tan rápido -dijo Víctor, siguiéndola, tras quitarse el abrigo y las botas y dejarlos en el perchero de la entrada.
-No me puedo permitir ser exigente con las visitas. Los amigos están un poco escasos en este momento.
-¿Has tenido un nuevo altercado con tu hermana?
-¡Con mi hermana y mi cuñado! -dijo ella, abriendo los recipientes con comida-. ¡Mmm, qué rico! Arroz, salsas y pollo yakatori! ¡Tempura de gambas también! ¡Qué bueno!
-Supongo que no habrás comido -dijo él, sonriendo.
-No porque no haya tenido la oportunidad -dijo ella, haciendo una mueca-. Pero si llego a ver otra taza de caldo en mi vida, me da un ataque. Tiré lo último por el fregadero.
-¡Desagradecida! -rio él, abriendo la botella de vino de arroz-. ¿No tendrás en qué servir esto, por casualidad?
-¡Por supuesto! -dijo ella, imitando la forma en que él lo había dicho cuando le preguntó si había llevado sake y, rebuscando en el fondo de un armario, sacó una frasca de porcelana y dos vasitos-. Esta cocina está perfectamente equipada para toda ocasión. ¿Quieres traer el carrito del comedor? Podemos poner todo allí y comer junto al fuego.
Se dio la vuelta hacia él y la luz más brillante de la cocina le mostró que, aunque se le había deshinchado la cara, la seguía teniendo amoratada. Una furia sorda lo volvió a invadir y agradeció tener una excusa para irse un segundo y controlar sus emociones.
-Quizá te interese saber que el bestia que te atacó está entre rejas y probablemente se quede a la sombra un tiempo -le dijo cuando entró nuevamente a la cocina empujando el carrito. Procedió a cargarlo con las fuentes y los platos mientras ella calentaba el vino-. Le negaron salir bajo fianza: tenía demasiados cargos por peleas anteriores. Esta vez la ley le caerá con todo.
-Intentaré que eso me dé ánimo mientras pienso qué puedo hacer en el futuro.
Víctor habría preferido no admitir lo pesimista que le había parecido su comentario, pero tampoco podía simular que no la había oído.
-No me digas que piensas marcharte del pueblo nuevamente.
-No era exactamente lo que quise decir -dijo ella, encogiéndose delicadamente de hombros-, pero ahora que lo dices, ¿por qué no? Después de todo, a pesar de mis esfuerzos por agradar, lo único que hago es molestar y avergonzar a todo el mundo. ¿Qué me retiene aquí?
-Estoy yo -se oyó Víctor decir antes de que pudiera darse cuenta de la tontería que decía. ¡Cielos! ¿Qué le pasaba?
-Bastantes problemas tienes ya.
-Siempre he tenido tiempo para los viejos amigos.
Ella no hizo comentario y nuevamente se reflejó la melancolía en su rostro.
Víctor sintió deseos de tocarla, de pasarle un brazo por los hombros, como un hermano, y darle un apretón para reconfortarla. Pero ella se apartó para verter el sake caliente en la frasca, lo cual quizá fuera mejor. Tocarla bajo cualquier pretexto era como jugar al fútbol con una bomba.
-¿De veras -dijo ella, lanzándole una mirada relampagueante de sus maravillosos ojos, que nunca habían sabido esconder sus emociones-. ¿Por eso no te he visto el pelo en los últimos cuatros días?
-Me pareció mejor esperar un poco a que se calmara el escándalo.
-No se calmará, Víctor -dijo ella, lanzando un suspiro-. La gente de este pueblo no olvida fácilmente. Hace años me tacharon de adolescente rebelde que se aprovechaba de los privilegios con los que había nacido y lo que ha sucedido en las dos últimas semanas no ha hecho más que confirmar la opinión de la gente de que no he mejorado en absoluto.
-Entonces, ¿vas a huir?
Ella hizo una mueca de desagrado al oír el desprecio en su voz.
-Llámalo así, si te parece bien.
-¡No me parece bien, Myriam!
-¿Qué pretendes que haga? ¿Qué me plante frente al Ayuntamiento para que los mojigatos de Eastridge Bay me tiren tomates podridos como castigo por mis pecados reales o imaginarios?
-No -dijo él, alimentando la rabia que usurpaba el sitio al torbellino de emociones menos admisibles que lo invadía-. Deja de arrastrarte para lograr aprobación y comienza a exigir respeto, para variar.
-No resultará fácil.
-Yo no dije que lo fuera. Comenzar de nuevo requiere agallas, y yo lo sé.
Al pasar a abrirle la puerta de la cocina, ella le tocó la empuñadura al bastón que él había dejado apoyado contra la pared e hizo un gesto hacia su pierna.
-Entonces, ¿eso ha puesto punto y final a tu carrera militar?
-Ajá. Mis días como piloto de F14 han acabado -reconoció él, empujando el carrito hasta el salón-. Pero, si sigo así, seré un mayordomo perfecto.
La risa de ella, la primera señal de genuina diversión que había oído desde que se habían vuelto a reunir, le hizo recordar los viejos tiempos. Se habían reído mucho cuando salían juntos.
-¿A quién quieres engañar, Víctor? Nuestras familias contratan sirvientes, no los producen. Tu padre está cumpliendo su sexto mandato como alcalde y tu madre es famosa por sus veladas y sus reuniones de caridad -lo contempló pensativa antes de echar un nuevo leño al fuego-. Además, tú, un héroe condecorado de la Guerra del Golfo Pérsico... después de lo emocionante que habrá sido aquello, no te imagino contentándote con una vida rutinaria.
-No te creas -dijo él. Acercó dos sillas al carrito para que se pudiesen sentar y sirvió el sake-. Ya he tenido suficiente. Estoy harto de violencia -le dirigió otra mirada al rostro magullado-. Estoy cansado de ver víctimas inocentes de la brutalidad de los hombres.
-Pareces quemado, Víctor, lo cual no me sorprende -dijo ella, sin hacer caso a la referencia que él hacía a sus heridas-. Quizá sea mejor que no hagas nada por un tiempo, hasta que te recuperes. Puedes permitírtelo.
Víctor extendió la pierna y se palmeó el muslo.
-Dentro de poco esto no será más un problema, y el dinero nunca lo ha sido. Mi pensión militar es más que suficiente para mí, sin contar con las inversiones que hice cuando recibí mi herencia a los veintiún años. Pero no me gusta estar desocupado. En cuanto arregle mis asuntos, estaré preparado para aceptar desafíos nuevos.
-¿Y qué tipo de retos serán? -preguntó ella, mojando un trozo de tempura de gamba en salsa-. ¿La política? ¿La abogacía? ¿Las finanzas?
-No -dijo él, negando con la cabeza-. Busco algo un poco más práctico que el tipo de tareas que realiza mi familia.
-¿Vas a romper la tradición? -le preguntó ella, sorprendida-. ¡Dios santo, te convertirás en un marginado peor que yo!
-Me da igual -era increíble la forma en que fluían sus pensamientos, cómo ideas que habían estado fermentando en su subconsciente durante días, de repente tomaron forma-. Quiero construir, no destruir; crear trabajos lucrativos para hombres que no tienen demasiado pero están dispuestos a trabajar honestamente para ganarse su sustento. Quiero ser recordado como alguien que cambió la vida de la gente corriente, en vez del rico de la colina a quien le daba igual la forma en que vivían los demás -le dirigió una sonrisa irónica-. Te doy permiso para que te rías, si quieres.
-No me apetece reírme -le dijo ella con seriedad-. Me has llegado al corazón. Mi conciencia también me dice lo mismo. Nunca me ha faltado de nada. Ayudar a la gente que nunca ha disfrutado de los privilegios con los que yo nací es lo que hizo tan gratificarte trabajar en el Caribe.
-¿No sientes lo mismo trabajando en la Academia?
-Supongo que no te habrás enterado de que me han despedido -dijo ella con una mueca.
-Lo siento, Myriam. Me temo que ha sido culpa mía. Si no te hubiera llevado a la taberna de Harlan...
-Habrían encontrado algo más que no les gustara de mí -dijo ella, restándole importancia-. No encajo en el tipo de imagen que la escuela quiere dar.
-Quizá sea verdad, pero ese no es motivo para permitir que te echen del pueblo. Habrá otras escuelas que necesiten profesores.
-No quiero otra escuela, la verdad es que no me inspira demasiado enseñar aquí. Lo hice en Santa Lucía porque era algo que yo les podía ofrecer.
-Estoy seguro de que tus alumnos te consideraban una excelente profesora.
Ella se encogió de hombros. Se metió un dedo manchado de salsa en la boca y se lo chupó, sin darse cuenta de lo sensual que ello resultaba. Recordó una vez que habían ido a las atracciones de las fiestas del pueblo y compartido una bola de algodón de azúcar. Luego ella le había quitado con la lengua los hilos que le habían quedado pegados en el mentón. Él se había sentido terriblemente excitado y sintió que lo mismo amenazaba con sucederle ahora. Apartó la vista y se movió en la silla, intentando que no se le notase.
-Entonces, si enseñar no te motiva, ¿qué es lo que te gusta realmente?
Ella eligió un pincho de pollo y lo miró pensativamente.
-Luchar por los menos favorecidos -dijo finalmente-. Defender el derecho a ser diferente del que no encaja en los patrones tradicionales, o son incapaces de defenderse por sí mismos.
-Son unos ideales bastante elevados, Myriam.
-No menos que los tuyos.
-Supongo que no, pero es verdad que siempre estuvimos en la misma onda.
Se hizo un repentino silencio, palpable como si alguien hubiera entrado por la puerta y los hubiera encantado, paralizándolos. Hasta las llamas de la chimenea parecieron perder la energía.
-No, no siempre fue así -dijo ella, rompiendo el hechizo.
-Si te refieres al verano en que fuiste a París, nunca hablamos de ello, y en varias ocasiones yo...
-No tiene sentido sacar a relucir el pasado.
La mujer que había hablado con tanto entusiasmo de sus ambiciones hacía un momento se transformó frente a sus ojos en una extraña en menos que canta un gallo. No importaba. No había ido a su casa a desenterrar cosas viejas. Bastante tenían con lo que había que resolver del presente.
-Entonces, ¿qué te parece si clarificamos algunos puntos sobre el pasado reciente, especialmente los hechos de la otra noche? -le sugirió con calma.
-A mi parecer -dijo ella, con los ojos velados-, lo único que no está claro es cómo puedes justificar que me dejaras sola en el antro aquel.
-No sabes lo mal que me siento cada vez que lo pienso.
-¿Qué pasó?
-Cuando iba al cuarto de baño, me encontré a un chico de dieciocho años totalmente borracho y lo llevé a su casa con idea de estar de vuelta antes de que me echaras en falta. El problema fue que se desmayó en mi coche y la madre pensó que yo había sido quien le habría proporcionado la bebida. Cuando logramos aclarar todo y la ayudé a meterlo en la cama, me di cuenta de que habían pasado quince minutos, no cinco. Pero si hubiese sabido que tú...
-Hiciste bien en ayudarlo -lo interrumpió ella suavemente-. Y, de no haberte perdonado antes, lo hago ahora.
-Pero yo no me he perdonado a mí mismo. Me dieron deseos de matar al bestia aquel cuando vi lo que te hacía. Y, si la policía no hubiese llegado a tiempo, quizá lo habría hecho. Suerte que los había llamado después de dejar al chico para denunciarlos por servir licor a menores de edad. Mucho hablar de despreciar la violencia y luego, cuando se trata de defender a la mujer que...
¿Qué? ¿Estaba por decir: «a la mujer que amo»? ¡Estaba loco! Llevaba años sin enamorarse de ninguna mujer.
Atónito, la miró, pensando que ella estaría divertida, pero lo sorprendió una expresión de una vulnerabilidad tan manifiesta, que sintió deseos de tomarla en sus brazos.
Como si ella se hubiera dado cuenta de que se había traicionado, se puso pálida. Pero ya era tarde. Algunas cosas no cambiaban con el tiempo y una de ellas era la forma en que ambos se conocían.
No había necesitado acabar la oración para que ella se diera cuenta.
-Lo que tendría que haber dicho... -comenzó, atropellándose con las palabras.
-Era que actuaste guiado por el instinto masculino de proteger al más débil -lo interrumpió ella, que se había recuperado más rápido.
-Algo por el estilo -dijo él decidiendo que había llegado el momento de cambiar de tema-. Volví a la taberna ayer. La han cerrado por violación de la ley de venta de alcohol, pero logré dar con el dueño y le mostré una foto de Jimena. Me costó un poco de dinero, pero finalmente reconoció que ella había sido cliente habitual durante meses, mucho antes de que tú volvieras al pueblo.
-¿Ah, sí? -dijo ella, mirando el arroz como si temiese que le fuera a morder.
-Sí -dijo él, observándola, aunque ella no demostró más lo que sentía, así que él decidió poner toda la carne en el asador-. Me dijo que era «como una perrilla en celo». Me parece que es bastante descriptivo, ¿no?
-Sí -dijo ella, con voz apagada-. Supongo que sí.
-Me sorprendes, Myriam -dijo él con calma-. Imaginaba que lo refutarías, y con mucha más energía de la que demuestras. Lo cual me hace preguntarme... ¿por qué? ¿Cuánto más sabes que no quieres decirme?
Por fin logró el resultado que pretendía. Agitada, Myriam dejó con un golpe seco el cuenco de arroz sobre la mesa, se levantó de la silla y se dirigió a la ventana, de modo que él lo único que le podía ver era la espalda.
-¿Por qué iba a saber nada? -dijo ella-. Ella no me contaba sus cosas.
-Una vez ustedes fueron inseparables. Tú la conocías mejor que nadie.
-Eso fue antes.
-¿Antes de qué?
Myriam apretó los labios como si se arrepintiera de haber hablado precipitadamente y eligió sus palabras con mayor cuidado.
-Antes de que nos fueramos separando poco a poco. No nos mantuvimos en contacto mientras yo estuve fuera. No tengo ni idea de los sitios que ella frecuentaba. Salimos aquella única vez para ponernos al día con nuestras vidas y ya sabes cómo acabó la noche. Eres viudo debido a mi imprudencia.
-¿Realmente te sientes culpable por la muerte de mi mujer? -preguntó él, levantándose para acercarse a ella.
-¿Y quién iba a serlo? -dijo ella, apartándose como un potrillo temeroso-. Yo era quien iba conduciendo.
-Claro. Ibas conduciendo su coche. ¿Y quieres que te diga por qué? Porque ella estaba demasiado borracha como para conducir, así que tú te hiciste cargo del coche. A ella no le gustó la idea. Probablemente intentó que no le quitaras las llaves... ¿qué tal voy, Myriam?
Ella no respondió, y tampoco necesitó hacerlo. La palidez de su rostro, que era más evidente por el contraste con los moretones, hablaba por sí sola.
-Probablemente tuviste que forzarla para que se quedara en el asiento del pasajero -prosiguió él-. Y, o no te diste cuenta de que no se había puesto en cinturón, o ella se negó a abrochárselo, por lo cual, cuando te diste contra el poste de electricidad, tú casi saliste ilesa mientras que ella salió despedida y murió.
Finalmente había encontrado la fórmula para hacerla hablar, y una vez que ella comenzó a hacerlo, no hubo forma de pararla.
-No quería marcharse del bar -dijo ella, con voz ahogada-. ¡Oh, fue terrible... vergonzoso! Montó una escena terrible, gateando por el suelo y soltando maldiciones. Era como un animal. Casi no la reconocí. No quería que nadie supiese que la conocía. Cuando finalmente la conseguí sacar de allí, se le cayó el bolso y así logré quitarle las llaves. Tuve que pelearme con ella para lograr meterla en el coche. Estaba furiosa... fuera de control. Se tiraba en contra de mí para quitarme las llaves, intentaba agarrar el volante... el coche comenzó a patinar... pensé que las ruedas nunca acabarían de chirriar... y no pude... no pude...
-Sé que no pudiste -dijo él, odiándose por lo que le estaba causando, pero demasiado dominado por sus propios fantasmas como para dejarlo-. A mí me sucedió lo mismo con ella más veces que las que quiero recordar.
-Pero tú no acabaste matándola.
-Fue un accidente, Myriam, un accidente causado por ella. Si hubieses permitido que ella condujese, estaríais las dos muertas. No podría vivir con ello.
-Tendría que haber evitado que bebiera tanto. Me debes odiar por lo que dejé que sucediera.
Sin pensar en las consecuencias de lo que estaba por hacer, él acortó la distancia que los separaba y alargó la mano para acariciarle el cabello. Pero cuando las hebras de seda se deslizaron entre sus dedos y le rozó el rostro, toda su control, toda su cautela se desintegraron como cenizas.
Myriam levantó los brazos como para empujarlo, pero en vez de ello se volvió hacia él y lo agarró por la pechera del jersey mientras cerraba los ojos y emitía un ahogado gemido. Sus labios, se unieron, guiados por un ansia tácita y fue como si el ayer no hubiese existido nunca. Las compuertas se abrieron y dejaron libre todo el anhelo acumulado. La apretó entre sus brazos y le dio una serie de besos que puntualizaba con palabras que no tenía derecho ni a pensar ni a decir en voz alta.
-Nunca podría odiarte -murmuró, angustiado al pensar en que ella se le pasase por la cabeza-. Tú fuiste mi primer amor... mi único amor.
-¡No! -exclamó ella-. ¡No puedes decir cosas como esas! ¡Acabas de enterrar a tu mujer!
-Lo sé... lo sé .
Pero seguía besándola, rozándole con sus labios la línea de la mejilla y la garganta. Y ella seguía dejándolo que lo hiciera. Lo rodeó con sus brazos y echó la cabeza hacia atrás, dejando su largo y bonito cuello expuesto. Le agarró la rodilla entre las piernas abiertas y apoyó sus caderas contra él con una desesperación que igualaba la suya.
Myriam lloraba todo el tiempo y estaba hermosa, tan hermosa que cortaba la respiración.
-Mañana odiarás esto -susurró ella, con lágrimas corriéndole por las mejillas-. Te sentirás tan arrepentido...
-Nada podrá igualar los remordimientos que sentí por lo del lunes.
-No fue culpa tuya.
-Sí que lo fue -dijo él, recorriéndole con el dedo las mejillas húmedas-. Y deseaba tanto compensarte, echarme a tu lado en la cama, abrazarte toda la noche. Cuidarte y no dejarte ir nunca.
-Es porque no quieres aceptar lo de Jimena -sollozó ella-. No quieres aceptar que ella te traicionó. Por eso dices todo esto. Necesitabas alguien de quien agarrarte y yo pasaba por ahí.
Ojalá hubiera sido así. Las cosas serían mucho más fáciles. Pero estaba cansado de simular dolor. Harto de representar una farsa que hacía tiempo que se había acabado.
-No cualquiera, Myriam -dijo, meciéndola en sus brazos-. Solamente tú. Cuando estamos juntos, creo en el mañana. Tú me haces sentir otra vez. Haces que desee vivir.
Ella se fundió con él y sus protestas se convirtieron en un suspiro cuando él la besó. Víctor le acarició la garganta y luego su mano siguió descendiendo por la bata. Debajo de ella, infinitamente más suave que la más suave seda, estaba su piel, como crema.
¡Quién sabe lo que habría sucedido entonces si una brillante luz no hubiera iluminado la ventana desde fuera, mostrándolos en una actitud que la sociedad consideraba indecente!
-¿Qué diablos...?
Víctor la cubrió con su cuerpo, consciente de que aunque pudiera protegerla de más dolor físico en aquel momento, no podía hacer nada para evitar que se dañase su reputación. Una figura corrió por la nieve, dirigiéndose al portón de la entrada. Segundos más tarde, el ruido de un coche acelerando por la calle rompió el silencio de la noche. Quien se había acercado a la casa había encontrado lo que estaba buscando y Víctor dudaba que se guardara el secreto.
-Lo siento, Myriam -dijo-. Me temo que los problemas que tenías antes se han multiplicado por mil.
-¡Cómo has podido tener tan poco respeto! - se oyeron las voces que daba Clara Castillo en medio vecindario. Sacudió el periódico local bajo las narices de Víctor y pasó, deteniéndose en el medio del opulento vestíbulo-. Mi hija te adoraba, Víctor. Eras su vida entera. Le rompería el corazón si supiera lo rápido que has comenzado a salir con alguien más, apenas una semana más tarde de su muerte -se disolvió en estridentes sollozos-. ¡Y justamente con esa mujer! ¡Ni te imaginas el daño que le has hecho a tu reputación!
Dado lo que sospechaba y lo poquito que se había enterado la noche anterior, hubiera deseado decirle que quien corría más riesgo de hacer daño a su reputación era Jimena. Pero no le causaba placer hacerle daño.
-Las cosas no son siempre lo que parecen, Clara -se contentó con decirle-. El motivo por el que estuve con Myriam anoche era puramente comercial.
-¿En una taberna de baja calidad? -dijo ella despectivamente-. ¿Por qué clase de tonta me tomas?
Víctor no podía culparla de que no le creyera. La excusa era bastante débil. Se encogió de hombros.
-Si optas por no creerme, poco puedo hacer.
-Podrías intentar comportarte como un hombre que acaba de enviudar. Quizá ello hiciera que tus protestas resultaran más convincentes. Toda tu forma de comportante desde que volviste a casa está levantando comentarios, Víctor. Has estado tan frío y distante que parecías cruel. No derramaste ni una sola lágrima en el cementerio. Desatendiste mis expresos deseos y nos refregaste a Myriam Montemayor por las narices en el funeral en casa -volvió a sacudir el periódico y lo miró, con los ojos hundidos-. Y ahora, a tres días del funeral, ¡sucede esto! ¿Qué quieres que pensemos?
-Que puede que la situación no sea tan sencilla como parece.
Clara dejó de llorar súbitamente y lo miró, inquieta.
-¿A qué te refieres? ¿Qué intentas hacer?
-Encontrar un poco de tranquilidad de espíritu.
-¿A costa de mi hija? ¡No te lo permitiré, Víctor!
-No digas algo que yo no he dicho, Clara. Y no me amenaces.
-¿Amenazarte, yo? -su astuta expresión se cambio por una sentida- ¡Víctor, intento ayudarte!
-Concéntrate en ayudarte a ti misma -dijo él-. Cada uno de nosotros se enfrenta a la tragedia de una forma distinta. Tienes que aceptar que tu forma no es necesariamente igual a la mía.
-Tendríamos que estar apoyándonos mutuamente para sobrellevar este momento terrible. Tiene que haber algo que pueda hacer.
-Podrías comenzar por explicarme por qué te pareció bien venir y llevarte todas los objetos personales de Jimena, en vez de dejar que yo me ocupara de ello. Y puedes decirme por qué diste instrucción en la policía de que enviaran los resultados de la autopsia a la oficina de Agustin en vez de a mí.
-Pues, ¡para evitarte el trago, por supuesto! Has pasado tanto en los últimos seis meses, Víctor, y volver a casa por fin para tener que enfrentarte a tantos recuerdos no me pareció justo. Queríamos aliviarte lo más posible la tarea. Sabías de qué había muerto, así que ¿para qué tener que enfrentarte a los detalles desagradables del informe? En cuanto a sus cosas, tener que decidir qué hacer con la ropa de una mujer no es algo que les gustaría hacer a muchos hombres. Si lo que te preocupa son sus joyas...
-No, en absoluto -dijo él-. No sabría qué hacer con ellas ni con su ropa. Lo que intento decir de la forma más delicada posible es que estás interfiriendo en cuestiones que no te incumben.
-¡Jimena era nuestra hija!
-Sí, pero como no dejas de recordarme a cada momento, también era mi esposa.
Indignada, Clara se puso los guantes y abrió de un tirón la puerta de entrada.
-Siento que lo consideres así, Víctor. Pensaba que éramos la misma familia y, como tal, gozábamos de los privilegios que ello conlleva. Es obvio que estaba equivocada. En el futuro intentaré no molestarte.
Víctor sabía lo que se suponía que debía hacer: impedir que ella se fuese, rogarle que lo perdonase, decirle que ella siempre sería una parte importante de su vida y demostrárselo permitiéndole que hiciera lo que quisiera en su casa. Era el tipo de precio que le exigía a Agustin cada vez que el pobre desgraciado se atrevía a no estar de acuerdo con ella o intentaba ejercer un poco de independencia. Pero él no era Agustin.
-Es una pena, pero quizá sea inevitable -dijo, haciéndose a un lado para dejarla pasar-. Adiós, Clara, te llamaré si hay algo más que discutir. Dale recuerdos a Agustin.
Victor esperó cuatro días y luego, cuando se había hecho de noche, para no despertar mayores habladurías, volvió a ir a la casa de invitados de los Montemayor. En vez de entrar con el coche al jardín y aparcar en un sitio visible a los transeúntes, lo dejó en la carretera y entró por una puertecita que había en el muro que rodeaba la propiedad. Se aproximó al chalet. Una suave luz se filtraba por la ventana del salón. La nieve, que amortiguó el sonido de sus pasos, le permitió acercarse hasta el porche y mirar dentro sin ser descubierto.
Aunque el resto de la estancia se encontraba a oscuras, las llamas de la chimenea y una pequeña lámpara mostraban a Myriam hecha un ovillo en un sillón frente al fuego, con el mentón apoyado en las rodillas. Llevaba una bata verde oscuro y blancas zapatillas peludas; el cabello no permitía que se le viese la cara, sin embargo, Víctor percibió su desaliento.
Al igual que le había sucedido el día del funeral y nuevamente en la taberna, le sobrevino un impulso casi animal de protegerla. Conteniéndolo, se acercó a la entrada y llamó. Cuando ella le abrió, agitó una gran bolsa de papel delante de sus narices.
-Antes de que me mandes a paseo, huele esto. Lo traigo del restaurante japonés de Beach Street y es un seguro contra la tristeza invernal.
Myriam le obedeció y le lanzó una mirada por debajo de las pestañas.
-¿Has traído sake también?
-Por supuesto.
Sin decir nada, tomó la bolsa, le hizo un gesto de que entrara y se dirigió a la cocina.
-No creía que capitularías tan rápido -dijo Víctor, siguiéndola, tras quitarse el abrigo y las botas y dejarlos en el perchero de la entrada.
-No me puedo permitir ser exigente con las visitas. Los amigos están un poco escasos en este momento.
-¿Has tenido un nuevo altercado con tu hermana?
-¡Con mi hermana y mi cuñado! -dijo ella, abriendo los recipientes con comida-. ¡Mmm, qué rico! Arroz, salsas y pollo yakatori! ¡Tempura de gambas también! ¡Qué bueno!
-Supongo que no habrás comido -dijo él, sonriendo.
-No porque no haya tenido la oportunidad -dijo ella, haciendo una mueca-. Pero si llego a ver otra taza de caldo en mi vida, me da un ataque. Tiré lo último por el fregadero.
-¡Desagradecida! -rio él, abriendo la botella de vino de arroz-. ¿No tendrás en qué servir esto, por casualidad?
-¡Por supuesto! -dijo ella, imitando la forma en que él lo había dicho cuando le preguntó si había llevado sake y, rebuscando en el fondo de un armario, sacó una frasca de porcelana y dos vasitos-. Esta cocina está perfectamente equipada para toda ocasión. ¿Quieres traer el carrito del comedor? Podemos poner todo allí y comer junto al fuego.
Se dio la vuelta hacia él y la luz más brillante de la cocina le mostró que, aunque se le había deshinchado la cara, la seguía teniendo amoratada. Una furia sorda lo volvió a invadir y agradeció tener una excusa para irse un segundo y controlar sus emociones.
-Quizá te interese saber que el bestia que te atacó está entre rejas y probablemente se quede a la sombra un tiempo -le dijo cuando entró nuevamente a la cocina empujando el carrito. Procedió a cargarlo con las fuentes y los platos mientras ella calentaba el vino-. Le negaron salir bajo fianza: tenía demasiados cargos por peleas anteriores. Esta vez la ley le caerá con todo.
-Intentaré que eso me dé ánimo mientras pienso qué puedo hacer en el futuro.
Víctor habría preferido no admitir lo pesimista que le había parecido su comentario, pero tampoco podía simular que no la había oído.
-No me digas que piensas marcharte del pueblo nuevamente.
-No era exactamente lo que quise decir -dijo ella, encogiéndose delicadamente de hombros-, pero ahora que lo dices, ¿por qué no? Después de todo, a pesar de mis esfuerzos por agradar, lo único que hago es molestar y avergonzar a todo el mundo. ¿Qué me retiene aquí?
-Estoy yo -se oyó Víctor decir antes de que pudiera darse cuenta de la tontería que decía. ¡Cielos! ¿Qué le pasaba?
-Bastantes problemas tienes ya.
-Siempre he tenido tiempo para los viejos amigos.
Ella no hizo comentario y nuevamente se reflejó la melancolía en su rostro.
Víctor sintió deseos de tocarla, de pasarle un brazo por los hombros, como un hermano, y darle un apretón para reconfortarla. Pero ella se apartó para verter el sake caliente en la frasca, lo cual quizá fuera mejor. Tocarla bajo cualquier pretexto era como jugar al fútbol con una bomba.
-¿De veras -dijo ella, lanzándole una mirada relampagueante de sus maravillosos ojos, que nunca habían sabido esconder sus emociones-. ¿Por eso no te he visto el pelo en los últimos cuatros días?
-Me pareció mejor esperar un poco a que se calmara el escándalo.
-No se calmará, Víctor -dijo ella, lanzando un suspiro-. La gente de este pueblo no olvida fácilmente. Hace años me tacharon de adolescente rebelde que se aprovechaba de los privilegios con los que había nacido y lo que ha sucedido en las dos últimas semanas no ha hecho más que confirmar la opinión de la gente de que no he mejorado en absoluto.
-Entonces, ¿vas a huir?
Ella hizo una mueca de desagrado al oír el desprecio en su voz.
-Llámalo así, si te parece bien.
-¡No me parece bien, Myriam!
-¿Qué pretendes que haga? ¿Qué me plante frente al Ayuntamiento para que los mojigatos de Eastridge Bay me tiren tomates podridos como castigo por mis pecados reales o imaginarios?
-No -dijo él, alimentando la rabia que usurpaba el sitio al torbellino de emociones menos admisibles que lo invadía-. Deja de arrastrarte para lograr aprobación y comienza a exigir respeto, para variar.
-No resultará fácil.
-Yo no dije que lo fuera. Comenzar de nuevo requiere agallas, y yo lo sé.
Al pasar a abrirle la puerta de la cocina, ella le tocó la empuñadura al bastón que él había dejado apoyado contra la pared e hizo un gesto hacia su pierna.
-Entonces, ¿eso ha puesto punto y final a tu carrera militar?
-Ajá. Mis días como piloto de F14 han acabado -reconoció él, empujando el carrito hasta el salón-. Pero, si sigo así, seré un mayordomo perfecto.
La risa de ella, la primera señal de genuina diversión que había oído desde que se habían vuelto a reunir, le hizo recordar los viejos tiempos. Se habían reído mucho cuando salían juntos.
-¿A quién quieres engañar, Víctor? Nuestras familias contratan sirvientes, no los producen. Tu padre está cumpliendo su sexto mandato como alcalde y tu madre es famosa por sus veladas y sus reuniones de caridad -lo contempló pensativa antes de echar un nuevo leño al fuego-. Además, tú, un héroe condecorado de la Guerra del Golfo Pérsico... después de lo emocionante que habrá sido aquello, no te imagino contentándote con una vida rutinaria.
-No te creas -dijo él. Acercó dos sillas al carrito para que se pudiesen sentar y sirvió el sake-. Ya he tenido suficiente. Estoy harto de violencia -le dirigió otra mirada al rostro magullado-. Estoy cansado de ver víctimas inocentes de la brutalidad de los hombres.
-Pareces quemado, Víctor, lo cual no me sorprende -dijo ella, sin hacer caso a la referencia que él hacía a sus heridas-. Quizá sea mejor que no hagas nada por un tiempo, hasta que te recuperes. Puedes permitírtelo.
Víctor extendió la pierna y se palmeó el muslo.
-Dentro de poco esto no será más un problema, y el dinero nunca lo ha sido. Mi pensión militar es más que suficiente para mí, sin contar con las inversiones que hice cuando recibí mi herencia a los veintiún años. Pero no me gusta estar desocupado. En cuanto arregle mis asuntos, estaré preparado para aceptar desafíos nuevos.
-¿Y qué tipo de retos serán? -preguntó ella, mojando un trozo de tempura de gamba en salsa-. ¿La política? ¿La abogacía? ¿Las finanzas?
-No -dijo él, negando con la cabeza-. Busco algo un poco más práctico que el tipo de tareas que realiza mi familia.
-¿Vas a romper la tradición? -le preguntó ella, sorprendida-. ¡Dios santo, te convertirás en un marginado peor que yo!
-Me da igual -era increíble la forma en que fluían sus pensamientos, cómo ideas que habían estado fermentando en su subconsciente durante días, de repente tomaron forma-. Quiero construir, no destruir; crear trabajos lucrativos para hombres que no tienen demasiado pero están dispuestos a trabajar honestamente para ganarse su sustento. Quiero ser recordado como alguien que cambió la vida de la gente corriente, en vez del rico de la colina a quien le daba igual la forma en que vivían los demás -le dirigió una sonrisa irónica-. Te doy permiso para que te rías, si quieres.
-No me apetece reírme -le dijo ella con seriedad-. Me has llegado al corazón. Mi conciencia también me dice lo mismo. Nunca me ha faltado de nada. Ayudar a la gente que nunca ha disfrutado de los privilegios con los que yo nací es lo que hizo tan gratificarte trabajar en el Caribe.
-¿No sientes lo mismo trabajando en la Academia?
-Supongo que no te habrás enterado de que me han despedido -dijo ella con una mueca.
-Lo siento, Myriam. Me temo que ha sido culpa mía. Si no te hubiera llevado a la taberna de Harlan...
-Habrían encontrado algo más que no les gustara de mí -dijo ella, restándole importancia-. No encajo en el tipo de imagen que la escuela quiere dar.
-Quizá sea verdad, pero ese no es motivo para permitir que te echen del pueblo. Habrá otras escuelas que necesiten profesores.
-No quiero otra escuela, la verdad es que no me inspira demasiado enseñar aquí. Lo hice en Santa Lucía porque era algo que yo les podía ofrecer.
-Estoy seguro de que tus alumnos te consideraban una excelente profesora.
Ella se encogió de hombros. Se metió un dedo manchado de salsa en la boca y se lo chupó, sin darse cuenta de lo sensual que ello resultaba. Recordó una vez que habían ido a las atracciones de las fiestas del pueblo y compartido una bola de algodón de azúcar. Luego ella le había quitado con la lengua los hilos que le habían quedado pegados en el mentón. Él se había sentido terriblemente excitado y sintió que lo mismo amenazaba con sucederle ahora. Apartó la vista y se movió en la silla, intentando que no se le notase.
-Entonces, si enseñar no te motiva, ¿qué es lo que te gusta realmente?
Ella eligió un pincho de pollo y lo miró pensativamente.
-Luchar por los menos favorecidos -dijo finalmente-. Defender el derecho a ser diferente del que no encaja en los patrones tradicionales, o son incapaces de defenderse por sí mismos.
-Son unos ideales bastante elevados, Myriam.
-No menos que los tuyos.
-Supongo que no, pero es verdad que siempre estuvimos en la misma onda.
Se hizo un repentino silencio, palpable como si alguien hubiera entrado por la puerta y los hubiera encantado, paralizándolos. Hasta las llamas de la chimenea parecieron perder la energía.
-No, no siempre fue así -dijo ella, rompiendo el hechizo.
-Si te refieres al verano en que fuiste a París, nunca hablamos de ello, y en varias ocasiones yo...
-No tiene sentido sacar a relucir el pasado.
La mujer que había hablado con tanto entusiasmo de sus ambiciones hacía un momento se transformó frente a sus ojos en una extraña en menos que canta un gallo. No importaba. No había ido a su casa a desenterrar cosas viejas. Bastante tenían con lo que había que resolver del presente.
-Entonces, ¿qué te parece si clarificamos algunos puntos sobre el pasado reciente, especialmente los hechos de la otra noche? -le sugirió con calma.
-A mi parecer -dijo ella, con los ojos velados-, lo único que no está claro es cómo puedes justificar que me dejaras sola en el antro aquel.
-No sabes lo mal que me siento cada vez que lo pienso.
-¿Qué pasó?
-Cuando iba al cuarto de baño, me encontré a un chico de dieciocho años totalmente borracho y lo llevé a su casa con idea de estar de vuelta antes de que me echaras en falta. El problema fue que se desmayó en mi coche y la madre pensó que yo había sido quien le habría proporcionado la bebida. Cuando logramos aclarar todo y la ayudé a meterlo en la cama, me di cuenta de que habían pasado quince minutos, no cinco. Pero si hubiese sabido que tú...
-Hiciste bien en ayudarlo -lo interrumpió ella suavemente-. Y, de no haberte perdonado antes, lo hago ahora.
-Pero yo no me he perdonado a mí mismo. Me dieron deseos de matar al bestia aquel cuando vi lo que te hacía. Y, si la policía no hubiese llegado a tiempo, quizá lo habría hecho. Suerte que los había llamado después de dejar al chico para denunciarlos por servir licor a menores de edad. Mucho hablar de despreciar la violencia y luego, cuando se trata de defender a la mujer que...
¿Qué? ¿Estaba por decir: «a la mujer que amo»? ¡Estaba loco! Llevaba años sin enamorarse de ninguna mujer.
Atónito, la miró, pensando que ella estaría divertida, pero lo sorprendió una expresión de una vulnerabilidad tan manifiesta, que sintió deseos de tomarla en sus brazos.
Como si ella se hubiera dado cuenta de que se había traicionado, se puso pálida. Pero ya era tarde. Algunas cosas no cambiaban con el tiempo y una de ellas era la forma en que ambos se conocían.
No había necesitado acabar la oración para que ella se diera cuenta.
-Lo que tendría que haber dicho... -comenzó, atropellándose con las palabras.
-Era que actuaste guiado por el instinto masculino de proteger al más débil -lo interrumpió ella, que se había recuperado más rápido.
-Algo por el estilo -dijo él decidiendo que había llegado el momento de cambiar de tema-. Volví a la taberna ayer. La han cerrado por violación de la ley de venta de alcohol, pero logré dar con el dueño y le mostré una foto de Jimena. Me costó un poco de dinero, pero finalmente reconoció que ella había sido cliente habitual durante meses, mucho antes de que tú volvieras al pueblo.
-¿Ah, sí? -dijo ella, mirando el arroz como si temiese que le fuera a morder.
-Sí -dijo él, observándola, aunque ella no demostró más lo que sentía, así que él decidió poner toda la carne en el asador-. Me dijo que era «como una perrilla en celo». Me parece que es bastante descriptivo, ¿no?
-Sí -dijo ella, con voz apagada-. Supongo que sí.
-Me sorprendes, Myriam -dijo él con calma-. Imaginaba que lo refutarías, y con mucha más energía de la que demuestras. Lo cual me hace preguntarme... ¿por qué? ¿Cuánto más sabes que no quieres decirme?
Por fin logró el resultado que pretendía. Agitada, Myriam dejó con un golpe seco el cuenco de arroz sobre la mesa, se levantó de la silla y se dirigió a la ventana, de modo que él lo único que le podía ver era la espalda.
-¿Por qué iba a saber nada? -dijo ella-. Ella no me contaba sus cosas.
-Una vez ustedes fueron inseparables. Tú la conocías mejor que nadie.
-Eso fue antes.
-¿Antes de qué?
Myriam apretó los labios como si se arrepintiera de haber hablado precipitadamente y eligió sus palabras con mayor cuidado.
-Antes de que nos fueramos separando poco a poco. No nos mantuvimos en contacto mientras yo estuve fuera. No tengo ni idea de los sitios que ella frecuentaba. Salimos aquella única vez para ponernos al día con nuestras vidas y ya sabes cómo acabó la noche. Eres viudo debido a mi imprudencia.
-¿Realmente te sientes culpable por la muerte de mi mujer? -preguntó él, levantándose para acercarse a ella.
-¿Y quién iba a serlo? -dijo ella, apartándose como un potrillo temeroso-. Yo era quien iba conduciendo.
-Claro. Ibas conduciendo su coche. ¿Y quieres que te diga por qué? Porque ella estaba demasiado borracha como para conducir, así que tú te hiciste cargo del coche. A ella no le gustó la idea. Probablemente intentó que no le quitaras las llaves... ¿qué tal voy, Myriam?
Ella no respondió, y tampoco necesitó hacerlo. La palidez de su rostro, que era más evidente por el contraste con los moretones, hablaba por sí sola.
-Probablemente tuviste que forzarla para que se quedara en el asiento del pasajero -prosiguió él-. Y, o no te diste cuenta de que no se había puesto en cinturón, o ella se negó a abrochárselo, por lo cual, cuando te diste contra el poste de electricidad, tú casi saliste ilesa mientras que ella salió despedida y murió.
Finalmente había encontrado la fórmula para hacerla hablar, y una vez que ella comenzó a hacerlo, no hubo forma de pararla.
-No quería marcharse del bar -dijo ella, con voz ahogada-. ¡Oh, fue terrible... vergonzoso! Montó una escena terrible, gateando por el suelo y soltando maldiciones. Era como un animal. Casi no la reconocí. No quería que nadie supiese que la conocía. Cuando finalmente la conseguí sacar de allí, se le cayó el bolso y así logré quitarle las llaves. Tuve que pelearme con ella para lograr meterla en el coche. Estaba furiosa... fuera de control. Se tiraba en contra de mí para quitarme las llaves, intentaba agarrar el volante... el coche comenzó a patinar... pensé que las ruedas nunca acabarían de chirriar... y no pude... no pude...
-Sé que no pudiste -dijo él, odiándose por lo que le estaba causando, pero demasiado dominado por sus propios fantasmas como para dejarlo-. A mí me sucedió lo mismo con ella más veces que las que quiero recordar.
-Pero tú no acabaste matándola.
-Fue un accidente, Myriam, un accidente causado por ella. Si hubieses permitido que ella condujese, estaríais las dos muertas. No podría vivir con ello.
-Tendría que haber evitado que bebiera tanto. Me debes odiar por lo que dejé que sucediera.
Sin pensar en las consecuencias de lo que estaba por hacer, él acortó la distancia que los separaba y alargó la mano para acariciarle el cabello. Pero cuando las hebras de seda se deslizaron entre sus dedos y le rozó el rostro, toda su control, toda su cautela se desintegraron como cenizas.
Myriam levantó los brazos como para empujarlo, pero en vez de ello se volvió hacia él y lo agarró por la pechera del jersey mientras cerraba los ojos y emitía un ahogado gemido. Sus labios, se unieron, guiados por un ansia tácita y fue como si el ayer no hubiese existido nunca. Las compuertas se abrieron y dejaron libre todo el anhelo acumulado. La apretó entre sus brazos y le dio una serie de besos que puntualizaba con palabras que no tenía derecho ni a pensar ni a decir en voz alta.
-Nunca podría odiarte -murmuró, angustiado al pensar en que ella se le pasase por la cabeza-. Tú fuiste mi primer amor... mi único amor.
-¡No! -exclamó ella-. ¡No puedes decir cosas como esas! ¡Acabas de enterrar a tu mujer!
-Lo sé... lo sé .
Pero seguía besándola, rozándole con sus labios la línea de la mejilla y la garganta. Y ella seguía dejándolo que lo hiciera. Lo rodeó con sus brazos y echó la cabeza hacia atrás, dejando su largo y bonito cuello expuesto. Le agarró la rodilla entre las piernas abiertas y apoyó sus caderas contra él con una desesperación que igualaba la suya.
Myriam lloraba todo el tiempo y estaba hermosa, tan hermosa que cortaba la respiración.
-Mañana odiarás esto -susurró ella, con lágrimas corriéndole por las mejillas-. Te sentirás tan arrepentido...
-Nada podrá igualar los remordimientos que sentí por lo del lunes.
-No fue culpa tuya.
-Sí que lo fue -dijo él, recorriéndole con el dedo las mejillas húmedas-. Y deseaba tanto compensarte, echarme a tu lado en la cama, abrazarte toda la noche. Cuidarte y no dejarte ir nunca.
-Es porque no quieres aceptar lo de Jimena -sollozó ella-. No quieres aceptar que ella te traicionó. Por eso dices todo esto. Necesitabas alguien de quien agarrarte y yo pasaba por ahí.
Ojalá hubiera sido así. Las cosas serían mucho más fáciles. Pero estaba cansado de simular dolor. Harto de representar una farsa que hacía tiempo que se había acabado.
-No cualquiera, Myriam -dijo, meciéndola en sus brazos-. Solamente tú. Cuando estamos juntos, creo en el mañana. Tú me haces sentir otra vez. Haces que desee vivir.
Ella se fundió con él y sus protestas se convirtieron en un suspiro cuando él la besó. Víctor le acarició la garganta y luego su mano siguió descendiendo por la bata. Debajo de ella, infinitamente más suave que la más suave seda, estaba su piel, como crema.
¡Quién sabe lo que habría sucedido entonces si una brillante luz no hubiera iluminado la ventana desde fuera, mostrándolos en una actitud que la sociedad consideraba indecente!
-¿Qué diablos...?
Víctor la cubrió con su cuerpo, consciente de que aunque pudiera protegerla de más dolor físico en aquel momento, no podía hacer nada para evitar que se dañase su reputación. Una figura corrió por la nieve, dirigiéndose al portón de la entrada. Segundos más tarde, el ruido de un coche acelerando por la calle rompió el silencio de la noche. Quien se había acercado a la casa había encontrado lo que estaba buscando y Víctor dudaba que se guardara el secreto.
-Lo siento, Myriam -dijo-. Me temo que los problemas que tenías antes se han multiplicado por mil.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Ohh cielos!!!!! Gracias por el capi Dul, te esperamos pronto con más ehhh!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Una pasión secreta
gracias por el capi haber que pasa con el o la fisgona
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Oooo ke la. . . . . , por ke no los dejan en paz????, ojala aclaren las cosas.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
hay no niña x k no los dejan ser felices
pero ya ves k gente chismosa es lo k sobra xfitas niña no tardes con el siguiente cap si k me muero x saber k es lo k va a pasar con este parde niños k ya aceptaron k se aman apesar del tiempo
pero ya ves k gente chismosa es lo k sobra xfitas niña no tardes con el siguiente cap si k me muero x saber k es lo k va a pasar con este parde niños k ya aceptaron k se aman apesar del tiempo
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Perooo que manera de interrumpir el momentooo!!! Como me cain gordos los del puebloo eseee
vallanse lejos ninoss muy muy lejossssss
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Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
SEGURO SE ARMARA UN CHISME, PERO SI ESTAN JUNTOS PODRAN ENFRENTARLO, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP....
CHE... GENTE DEVERASSSS X QUE NO LOS DEJAN EN PAZ
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Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
Cap.8
Desde que había llegado al pueblo, Myriam se había sentido como un imán que atraía problemas, y la tensión ya se hacía notar. Mientras recorría la casa, encontró que se sobresaltaba cada vez que veía una sombra y que, al estar con los nervios de punta, cada sonido le parecía extraño. De repente, las puertas y la ventana del salón se le antojaron poco sólidas para detener a un intruso; la ventana de su dormitorio demasiado baja y fácil de forzar.
Un golpe repentino en la puerta de entrada hizo que el corazón le diese un vuelco.
-Soy yo, Myriam -llamó Víctor, causándole un enorme alivio.
Corrió a abrirle.
-¿Has encontrado algo? -Solo huellas en la nieve.
-¿Solo eso? -preguntó ella, abriendo el buzón de correos junto a la puerta-. ¿No dejaron ningún anónimo desagradable, ni un ladrillo listo para tirar por la ventana?
-Nada, lo cual me hace pensar que no fue algo planeado. Lo más probable es que fuera algún crío. Es el tipo de cosa que los adolescentes hacen para divertirse -sacó las llaves del bolsillo y se levantó el cuello de la chaqueta-. Nada serio.
-¿Y ya está? ¿Te vas así como así? -preguntó ella, más consternada de lo que en realidad quería reconocer.
-Será lo mejor. Estoy casi seguro de que no te molestarán otra vez esta noche, pero pon la alarma antes de irte a la cama, por si acaso.
-No lo decía por eso -dijo ella-. Víctor, antes de que nos interrumpieran, tú y yo...
-Jugábamos con fuego -dijo él, con voz inexpresiva-. Tendrías que sentirte agradecida de que nos interrumpieran. Mi venida aquí esta noche fue un gran error.
¡No se andaba con rodeos! No le mandaba indirectas ni intentaba evitarle dolor, sino que la rechazaba directamente, ¡y si con ello la hería, al infierno con ella!
-Ya lo sé -replicó con frío orgullo-. Por si no lo recuerdas, intenté decírtelo, pero no me escuchaste.
-Pues, ahora sí que te escucho. Y gracias por recordármelo.
Se dignó a mirarla a los ojos y a ella le pareció notar un instante de dolor en sus ojos. Pero, seguramente, le dolía la pierna. O la conciencia.
-No te olvides el bastón -le espetó. Corrió a la cocina a buscarlo y casi se lo arrojó-. ¡No vaya a ser que tengas que venir a buscarlo! Quién sabe, quizá lo vuelvas a necesitar la próxima vez que tengas que defender a otra que hayas obligado a acompañarte al antro de peor reputación del pueblo -añadió con ira.
-Siento haberte ofendido -dijo él con calma-. Ya has tenido bastante que lidiar sin empeorar más las cosas.
-No has empeorado las cosas, así que no te ilusiones. De hecho, te agradezco que me hayas recordado lo que nos hizo romper antes. Siempre tuviste talento para iniciar cosas, pero nunca se te dio demasiado bien llevarlas a cabo.
-¿Se puede saber qué quieres decir con eso?
-¡Averígualo tú solito! -le soltó ella, y, sin esperar su respuesta, le dio con la puerta en las narices y apagó la luz del porche.
Ojalá se cayera por las escalinatas y se rompiera la otra pierna. Pero la luna brillaba tanto que si ella no hubiera estado cegada por la pasión, habría visto al merodeador mucho antes de que él tuviera oportunidad de iluminarlos con la linterna y pillarla a punto de cometer el segundo error más grande de su vida.
Víctor tenía razón. Por suerte los habían interrumpido. Él le recordaba el pasado de forma muy vívida, como si hubiera tenido lugar el día anterior. Pero lo peor, ¡mucho peor!, era que él pasaba por alto las partes malas y la convencía para que recordara solo las buenas. Hacía que ella fuera imprudente.
Furiosa al darse cuenta de ello, se apartó de la puerta con intención de volver al salón y tirar a la basura los restos de la cena y todo lo demás que le pudiera recordar a Víctor. Pero, al pasar, se vio en el espejo del hall.
Horrorizada, observó a la criatura de mirada ausente que se reflejaba en él, la boca henchida por los besos, con las mejillas y garganta enrojecidas por el roce de la barba masculina. Tenía el cabello alborotado y la cremallera de la bata bajada le dejaba al descubierto un hombro y el nacimiento del seno.
La imagen mostraba lo que era: débil, despreciable, estúpida, y tan enganchada en el pasado, que no tenía ninguna esperanza de dejar atrás los tristes recuerdos que la perseguían.
Las cosas habían comenzado a cambiar entre ella y Víctor el mes de septiembre en que ella se marchó para hacer un trimestre en la Sorbona de París. Él había cumplido veinte años en la primavera y cursaba el ingreso a la Escuela de Pilotos de Marina. Ella tenía dieciocho, acababa de terminar la escuela secundaria y estaba radiante después de haberse entregado en cuerpo y alma al hombre que amaba durante el verano.
No le había resultado fácil despedirse de Víctor, pero había aceptado la oportunidad de perfeccionar el francés mientras estudiaba Arte en la ciudad más romántica del mundo, una justa compensación por estar tan lejos de él.
Tampoco habrían pasado demasiado tiempo juntos si ella se hubiera quedado en casa. Los seiscientos kilómetros que los separaban desde que él se había marchado a la universidad dos años antes, impedían que se vieran con frecuencia durante el año académico. Y, aunque otras relaciones se podrían haber debilitado, la de ellos se había fortalecido. Nunca habían estado más enamorados, así que Myriam se había marchado tranquila, segura de que nada de lo que le pudiera ofrecerle Europa cambiaría aquello.
Y no lo había hecho. El cambio había provenido de él, poco a poco, con cosas tan sutiles que al principio ella había desoído el miedo intuitivo que le había ido invadiendo la mente.
Si él parecía distante al teléfono, sería porque estaba en la otra punta del mundo. Si a veces no estaba en su apartamento cuando lo llamaba, tendría tanto que estudiar que seguramente estaría en la biblioteca.
Cuando él propuso dejar de llamarse dos veces por semana por teléfono y solamente utilizar el correo electrónico, ella accedió por no parecer insegura y posesiva. Después de todo, se tenían confianza mutua, ¿o no?
Cuando las respuestas a sus cartas se espaciaron, continuó justificándolo y viviendo en un mundo de fantasía hasta el día en que la realidad la golpeó de lleno en la cara.
-El motivo por el que tu ciclo no es normal no es patológico, querida -le dijo el amable doctor francés cuando, alarmada por dos meses de regla muy escasa, ella había acudido al médico-. Está embarazada de diez semanas. A veces sucede con algunas mujeres que siguen teniendo un poco de pérdidas durante el tiempo en que normalmente tendrían la regla. Generalmente pasa después del primer trimestre.
La vida se le iba de las manos, y sin embargo, no pudo asimilarlo inmediatamente. No podía decirle a Víctor lo del bebé, todavía no. No habría sido justo darle la noticia por teléfono o correo electrónico. Ya le faltaba poco para que estuvieran juntos nuevamente y se lo podría decir en persona.
El le había prometido que la esperaría en el aeropuerto, que pasarían las vacaciones de Acción de Gracias juntos; la noticia podría esperar hasta entonces, hasta que él la tuviera entre sus brazos nuevamente y ella pudiera ver con sus propios ojos la pasión que lo dominaba, que nunca había sido capaz de esconder.
Pero él no había estado allí cuando ella llegó, y, de repente, no había forma de negar lo que su corazón le decía desde hacía semanas. Destrozada, había confiado en Jimena.
-Algo anda muy mal entre Víctor y yo -le había dicho, y le había confiado todas sus dudas.
Jimena no se había reído.
-Sí, algo anda muy mal. Será mejor que te prepares para lo peor, Myriam.
-¿Por qué? ¿Qué pasa? -preguntó, con la garganta agarrotada por el miedo-. ¿Está enfermo?
-¡Qué va! Está saliendo con alguien más. Una compañera de la facultad.
Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el corazón. Se quedó sin aliento. Como si se hubiera muerto.
-¿Cómo te has enterado? -logró articular finalmente.
-Por mi prima Thea. Vive en el mismo colegio mayor que ella y me lo dijo cuando fui a verla. Por cierto, lo vi también a él cuando estuve. Comimos juntos.
-¡No te creo! -había exclamado ella, aunque intuía que era verdad-. Yo confío en él. No me engañaría nunca.
-Pues lleva semanas engañándote, Sal. ¿Por qué crees que dejó de llamarte por teléfono?
-Las llamadas a larga distancia son caras.
-¡No me hagas reír! Podría llamarte tres veces al día si quisiese.
-La diferencia horaria hace que sean un incordio. Decidimos que nos escribiríamos.
-¿Y cuánto tardó en cansarse de ello también?
Ella se tapó la boca con la mano mientras las sospechas que había tenido se materializaron por fin, haciendo que las lágrimas le corrieran por las mejillas.
Mostrando una convincente mezcla de rabia y comprensión, Jimena le había alcanzado una caja de pañuelos de papel.
-Es un imbécil, Myriam. De buena te has librado.
-¡No! -había llorado ella-. ¡Lo quiero! Y tengo que hablar con él. Tengo que decirle algo.
-No servirá de nada hablar -había suspirado Jimena-. No quiere escuchar.
-¡Tiene que hacerlo! -dijo ella y dejándose llevar por la desesperación, había confesado-: ¡Jimena, estoy embarazada!
-¡Anda! -había exclamado Jimena, abriendo mucho los ojos y simulando espanto-. ¿Es él el padre?
Si ella no hubiera estado tan deshecha, la habría abofeteado por hacerle semejante pregunta.
-¡Por supuesto que sí!
-No te pongas así. Después de todo, acabas de pasar tres meses en París, más que suficiente para tener alguna aventurilla con alguien más.
-¡Sabes perfectamente que nunca haría una cosa así! Víctor es el único hombre con quien he estado en mi vida.
-Entonces, lo único que puedo decirte es que es una pena que no fuera lo bastante listo como para usar un preservativo.
-Lo hizo -dijo ella, apoyándose las manos en el vientre-. Por eso es que nunca se me ocurrió que pudiera haber un bebé aquí dentro.
-¿Y crees que cargarlo con la noticia ahora hará que vuelva? ¡Despierta, cariño! Lo más probable es que se niegue a responsabilizarse del feliz advenimiento o te dé un cheque para que abortes.
-¡Estás equivocada! -había llorado ella, que para entonces se encontraba fuera de sí-. Nunca me dejaría en la estacada.
-Pues, está claro que no te quiere más -le había dicho Jimena-. Así que será mejor que te acostumbres a ello.
Myriam prefería morir antes que aceptar la dolorosa verdad, pero el destino todavía no había acabado con ella. Aquella noche, comenzó a tener pérdidas más abundantes y por la mañana tenía contracciones. Avergonzada y con el corazón destrozado, había recurrido nuevamente a Jimena porque no podía decírselo a sus padres.
Jimena la llevó en coche a la ciudad vecina y esperó mientras en el quirófano acababan lo que la naturaleza ya había iniciado. Jimena le prometió más tarde que nunca se lo diría a nadie. Jimena se ocupó de todo.
Pero no pudo repararle el corazón. Tampoco pudo evitarle el dolor al ver a Víctor durante las vacaciones de Navidad. Ella no sabía que él estaba en el pueblo y se había quedado de piedra al toparse con él frente a una de las tiendas del centro.
Estaba estupendo, tan alto, moreno y tan guapo que no podía apartar los ojos de él.
-Oh -había exclamado ella-. ¡Hola! ¡Qué sorpresa, encontrarte así!
-Sí -dijo él, hablándole con tanta frialdad que parecía un extraño-. ¿Qué tal París?
-Muy francesa -respondió ella, logrando sonreír aunque la actitud de él le hizo jirones el corazón-. Muy emocionante. Aprendí mucho.
-Me parece que ambos lo hicimos, mucho más de lo que pensábamos.
¿Cómo podía comportarse de aquella manera tan distante y frío, como si ella fuera una chica que había conocido en la escuela y cuyo nombre apenas recordaba?
-No sé a lo que te refieres -dijo, y la voz se le quebró muy a su pesar.
Al oírla, una tenebrosa expresión le había cruzado por el rostro y durante un segundo a ella le pareció que había logrado atravesar su formidable reserva y recuperar al muchacho que conocía.
Ilusionada, se agarró a aquel clavo ardiendo, pero volvió a hundirse de golpe cuando se abrió la puerta de la tienda y salió una bonita morena de pequeña estatura que llevaba una boina roja y una capa.
-Disculpa que te haya hecho esperar en el frío, cielito -exclamó, mostrándole una caja envuelta y con lazo-. Pero quiero que tu regalo sea una sorpresa -luego, al ver a Myriam, esbozó una bonita sonrisa y dijo-: Oh, perdonen. ¿Interrumpo algo?
-No -dijo Víctor, poniendo empeño en que se viera que ella lo tomaba del brazo.
-Pero se conocen, ¿verdad? -preguntó ella, y sus ojos brillantes como los de un pajarillo fueron de un rostro al otro.
-Ya no -dijo Myriam ahogándose y, pasando rudamente a su lado, se fue.
Preocupados por el abatimiento de su hija, los padres de Myriam la enviaron a una universidad de California en enero, confiando en que la buena temperatura todo el año y el cambio de aires le levantaría el espíritu.
La había alegrado irse y alejarse de todo lo que le recordaba lo que había perdido. Le había llevado un año recuperarse de la pérdida del bebé que no había tenido la oportunidad de vivir y del dolor de darse cuenta de que Víctor la jamás la había querido.
Para no correr el riesgo de volver a encontrarse con Víctor, Myriam volvió a su casa en pocas ocasiones durante los tres años siguientes y cuando lo hizo, fue por poco tiempo. Jimena, mientras tanto, revoloteaba de cara universidad en cara universidad. Su amistad no resistió los kilómetros que las separaban.
A Myriam no le importó. Con el tiempo, amigos nuevos reemplazaron a los antiguos y, si bien no olvidó del todo su vida anterior, creyó que sus heridas se habían curado. Hasta que, estando en el último curso de su carrera, Margaret le mandó un recorte del periódico en el que se anunciaba la boda del alférez Víctor García.
En aquel momento se dio cuenta de que no había sanado en absoluto. La herida se le volvió a abrir y sangrar a borbotones, más dolorosa todavía al saber que la novia no era otra que su antigua amiga, Jimena Jessica Castillo...
Y ahora Jimena había muerto, Víctor y ella estaban nuevamente en el pueblo y él tenía exactamente el mismo efecto sobre ella... Algunas cosas nunca cambiaban, por más que pasase el tiempo o que uno pensase que había madurado...
Molesta, apartó la mirada del espejo. ¿Qué clase de perversión hacía que permitiese que él ejerciese tanto poder sobre ella? ¿Qué tenía que hacer para cortar los lazos que la seguían atando a él?
Supo la respuesta inmediatamente: tenía que huir. Mientras sus senderos se cruzaran, nunca se encontraría libre de él, él continuaría haciéndole estragos las emociones, la vida, le robaría la tranquilidad de espíritu.
Encontraría otro sitio donde echar raíces, lo bastante lejos de él como para que su sombra no la alcanzara jamás.
A la mañana siguiente, recibió una citación del juzgado para declarar contra Sydney Albert Flanagan, acusado de atacarla y causarle lesiones. El juicio sería a principios de abril, dentro de seis largas semanas.
No iba a resultar tan fácil escapar como lo había pensado, después de todo.
Desde que había llegado al pueblo, Myriam se había sentido como un imán que atraía problemas, y la tensión ya se hacía notar. Mientras recorría la casa, encontró que se sobresaltaba cada vez que veía una sombra y que, al estar con los nervios de punta, cada sonido le parecía extraño. De repente, las puertas y la ventana del salón se le antojaron poco sólidas para detener a un intruso; la ventana de su dormitorio demasiado baja y fácil de forzar.
Un golpe repentino en la puerta de entrada hizo que el corazón le diese un vuelco.
-Soy yo, Myriam -llamó Víctor, causándole un enorme alivio.
Corrió a abrirle.
-¿Has encontrado algo? -Solo huellas en la nieve.
-¿Solo eso? -preguntó ella, abriendo el buzón de correos junto a la puerta-. ¿No dejaron ningún anónimo desagradable, ni un ladrillo listo para tirar por la ventana?
-Nada, lo cual me hace pensar que no fue algo planeado. Lo más probable es que fuera algún crío. Es el tipo de cosa que los adolescentes hacen para divertirse -sacó las llaves del bolsillo y se levantó el cuello de la chaqueta-. Nada serio.
-¿Y ya está? ¿Te vas así como así? -preguntó ella, más consternada de lo que en realidad quería reconocer.
-Será lo mejor. Estoy casi seguro de que no te molestarán otra vez esta noche, pero pon la alarma antes de irte a la cama, por si acaso.
-No lo decía por eso -dijo ella-. Víctor, antes de que nos interrumpieran, tú y yo...
-Jugábamos con fuego -dijo él, con voz inexpresiva-. Tendrías que sentirte agradecida de que nos interrumpieran. Mi venida aquí esta noche fue un gran error.
¡No se andaba con rodeos! No le mandaba indirectas ni intentaba evitarle dolor, sino que la rechazaba directamente, ¡y si con ello la hería, al infierno con ella!
-Ya lo sé -replicó con frío orgullo-. Por si no lo recuerdas, intenté decírtelo, pero no me escuchaste.
-Pues, ahora sí que te escucho. Y gracias por recordármelo.
Se dignó a mirarla a los ojos y a ella le pareció notar un instante de dolor en sus ojos. Pero, seguramente, le dolía la pierna. O la conciencia.
-No te olvides el bastón -le espetó. Corrió a la cocina a buscarlo y casi se lo arrojó-. ¡No vaya a ser que tengas que venir a buscarlo! Quién sabe, quizá lo vuelvas a necesitar la próxima vez que tengas que defender a otra que hayas obligado a acompañarte al antro de peor reputación del pueblo -añadió con ira.
-Siento haberte ofendido -dijo él con calma-. Ya has tenido bastante que lidiar sin empeorar más las cosas.
-No has empeorado las cosas, así que no te ilusiones. De hecho, te agradezco que me hayas recordado lo que nos hizo romper antes. Siempre tuviste talento para iniciar cosas, pero nunca se te dio demasiado bien llevarlas a cabo.
-¿Se puede saber qué quieres decir con eso?
-¡Averígualo tú solito! -le soltó ella, y, sin esperar su respuesta, le dio con la puerta en las narices y apagó la luz del porche.
Ojalá se cayera por las escalinatas y se rompiera la otra pierna. Pero la luna brillaba tanto que si ella no hubiera estado cegada por la pasión, habría visto al merodeador mucho antes de que él tuviera oportunidad de iluminarlos con la linterna y pillarla a punto de cometer el segundo error más grande de su vida.
Víctor tenía razón. Por suerte los habían interrumpido. Él le recordaba el pasado de forma muy vívida, como si hubiera tenido lugar el día anterior. Pero lo peor, ¡mucho peor!, era que él pasaba por alto las partes malas y la convencía para que recordara solo las buenas. Hacía que ella fuera imprudente.
Furiosa al darse cuenta de ello, se apartó de la puerta con intención de volver al salón y tirar a la basura los restos de la cena y todo lo demás que le pudiera recordar a Víctor. Pero, al pasar, se vio en el espejo del hall.
Horrorizada, observó a la criatura de mirada ausente que se reflejaba en él, la boca henchida por los besos, con las mejillas y garganta enrojecidas por el roce de la barba masculina. Tenía el cabello alborotado y la cremallera de la bata bajada le dejaba al descubierto un hombro y el nacimiento del seno.
La imagen mostraba lo que era: débil, despreciable, estúpida, y tan enganchada en el pasado, que no tenía ninguna esperanza de dejar atrás los tristes recuerdos que la perseguían.
Las cosas habían comenzado a cambiar entre ella y Víctor el mes de septiembre en que ella se marchó para hacer un trimestre en la Sorbona de París. Él había cumplido veinte años en la primavera y cursaba el ingreso a la Escuela de Pilotos de Marina. Ella tenía dieciocho, acababa de terminar la escuela secundaria y estaba radiante después de haberse entregado en cuerpo y alma al hombre que amaba durante el verano.
No le había resultado fácil despedirse de Víctor, pero había aceptado la oportunidad de perfeccionar el francés mientras estudiaba Arte en la ciudad más romántica del mundo, una justa compensación por estar tan lejos de él.
Tampoco habrían pasado demasiado tiempo juntos si ella se hubiera quedado en casa. Los seiscientos kilómetros que los separaban desde que él se había marchado a la universidad dos años antes, impedían que se vieran con frecuencia durante el año académico. Y, aunque otras relaciones se podrían haber debilitado, la de ellos se había fortalecido. Nunca habían estado más enamorados, así que Myriam se había marchado tranquila, segura de que nada de lo que le pudiera ofrecerle Europa cambiaría aquello.
Y no lo había hecho. El cambio había provenido de él, poco a poco, con cosas tan sutiles que al principio ella había desoído el miedo intuitivo que le había ido invadiendo la mente.
Si él parecía distante al teléfono, sería porque estaba en la otra punta del mundo. Si a veces no estaba en su apartamento cuando lo llamaba, tendría tanto que estudiar que seguramente estaría en la biblioteca.
Cuando él propuso dejar de llamarse dos veces por semana por teléfono y solamente utilizar el correo electrónico, ella accedió por no parecer insegura y posesiva. Después de todo, se tenían confianza mutua, ¿o no?
Cuando las respuestas a sus cartas se espaciaron, continuó justificándolo y viviendo en un mundo de fantasía hasta el día en que la realidad la golpeó de lleno en la cara.
-El motivo por el que tu ciclo no es normal no es patológico, querida -le dijo el amable doctor francés cuando, alarmada por dos meses de regla muy escasa, ella había acudido al médico-. Está embarazada de diez semanas. A veces sucede con algunas mujeres que siguen teniendo un poco de pérdidas durante el tiempo en que normalmente tendrían la regla. Generalmente pasa después del primer trimestre.
La vida se le iba de las manos, y sin embargo, no pudo asimilarlo inmediatamente. No podía decirle a Víctor lo del bebé, todavía no. No habría sido justo darle la noticia por teléfono o correo electrónico. Ya le faltaba poco para que estuvieran juntos nuevamente y se lo podría decir en persona.
El le había prometido que la esperaría en el aeropuerto, que pasarían las vacaciones de Acción de Gracias juntos; la noticia podría esperar hasta entonces, hasta que él la tuviera entre sus brazos nuevamente y ella pudiera ver con sus propios ojos la pasión que lo dominaba, que nunca había sido capaz de esconder.
Pero él no había estado allí cuando ella llegó, y, de repente, no había forma de negar lo que su corazón le decía desde hacía semanas. Destrozada, había confiado en Jimena.
-Algo anda muy mal entre Víctor y yo -le había dicho, y le había confiado todas sus dudas.
Jimena no se había reído.
-Sí, algo anda muy mal. Será mejor que te prepares para lo peor, Myriam.
-¿Por qué? ¿Qué pasa? -preguntó, con la garganta agarrotada por el miedo-. ¿Está enfermo?
-¡Qué va! Está saliendo con alguien más. Una compañera de la facultad.
Fue como si le hubieran dado un puñetazo en el corazón. Se quedó sin aliento. Como si se hubiera muerto.
-¿Cómo te has enterado? -logró articular finalmente.
-Por mi prima Thea. Vive en el mismo colegio mayor que ella y me lo dijo cuando fui a verla. Por cierto, lo vi también a él cuando estuve. Comimos juntos.
-¡No te creo! -había exclamado ella, aunque intuía que era verdad-. Yo confío en él. No me engañaría nunca.
-Pues lleva semanas engañándote, Sal. ¿Por qué crees que dejó de llamarte por teléfono?
-Las llamadas a larga distancia son caras.
-¡No me hagas reír! Podría llamarte tres veces al día si quisiese.
-La diferencia horaria hace que sean un incordio. Decidimos que nos escribiríamos.
-¿Y cuánto tardó en cansarse de ello también?
Ella se tapó la boca con la mano mientras las sospechas que había tenido se materializaron por fin, haciendo que las lágrimas le corrieran por las mejillas.
Mostrando una convincente mezcla de rabia y comprensión, Jimena le había alcanzado una caja de pañuelos de papel.
-Es un imbécil, Myriam. De buena te has librado.
-¡No! -había llorado ella-. ¡Lo quiero! Y tengo que hablar con él. Tengo que decirle algo.
-No servirá de nada hablar -había suspirado Jimena-. No quiere escuchar.
-¡Tiene que hacerlo! -dijo ella y dejándose llevar por la desesperación, había confesado-: ¡Jimena, estoy embarazada!
-¡Anda! -había exclamado Jimena, abriendo mucho los ojos y simulando espanto-. ¿Es él el padre?
Si ella no hubiera estado tan deshecha, la habría abofeteado por hacerle semejante pregunta.
-¡Por supuesto que sí!
-No te pongas así. Después de todo, acabas de pasar tres meses en París, más que suficiente para tener alguna aventurilla con alguien más.
-¡Sabes perfectamente que nunca haría una cosa así! Víctor es el único hombre con quien he estado en mi vida.
-Entonces, lo único que puedo decirte es que es una pena que no fuera lo bastante listo como para usar un preservativo.
-Lo hizo -dijo ella, apoyándose las manos en el vientre-. Por eso es que nunca se me ocurrió que pudiera haber un bebé aquí dentro.
-¿Y crees que cargarlo con la noticia ahora hará que vuelva? ¡Despierta, cariño! Lo más probable es que se niegue a responsabilizarse del feliz advenimiento o te dé un cheque para que abortes.
-¡Estás equivocada! -había llorado ella, que para entonces se encontraba fuera de sí-. Nunca me dejaría en la estacada.
-Pues, está claro que no te quiere más -le había dicho Jimena-. Así que será mejor que te acostumbres a ello.
Myriam prefería morir antes que aceptar la dolorosa verdad, pero el destino todavía no había acabado con ella. Aquella noche, comenzó a tener pérdidas más abundantes y por la mañana tenía contracciones. Avergonzada y con el corazón destrozado, había recurrido nuevamente a Jimena porque no podía decírselo a sus padres.
Jimena la llevó en coche a la ciudad vecina y esperó mientras en el quirófano acababan lo que la naturaleza ya había iniciado. Jimena le prometió más tarde que nunca se lo diría a nadie. Jimena se ocupó de todo.
Pero no pudo repararle el corazón. Tampoco pudo evitarle el dolor al ver a Víctor durante las vacaciones de Navidad. Ella no sabía que él estaba en el pueblo y se había quedado de piedra al toparse con él frente a una de las tiendas del centro.
Estaba estupendo, tan alto, moreno y tan guapo que no podía apartar los ojos de él.
-Oh -había exclamado ella-. ¡Hola! ¡Qué sorpresa, encontrarte así!
-Sí -dijo él, hablándole con tanta frialdad que parecía un extraño-. ¿Qué tal París?
-Muy francesa -respondió ella, logrando sonreír aunque la actitud de él le hizo jirones el corazón-. Muy emocionante. Aprendí mucho.
-Me parece que ambos lo hicimos, mucho más de lo que pensábamos.
¿Cómo podía comportarse de aquella manera tan distante y frío, como si ella fuera una chica que había conocido en la escuela y cuyo nombre apenas recordaba?
-No sé a lo que te refieres -dijo, y la voz se le quebró muy a su pesar.
Al oírla, una tenebrosa expresión le había cruzado por el rostro y durante un segundo a ella le pareció que había logrado atravesar su formidable reserva y recuperar al muchacho que conocía.
Ilusionada, se agarró a aquel clavo ardiendo, pero volvió a hundirse de golpe cuando se abrió la puerta de la tienda y salió una bonita morena de pequeña estatura que llevaba una boina roja y una capa.
-Disculpa que te haya hecho esperar en el frío, cielito -exclamó, mostrándole una caja envuelta y con lazo-. Pero quiero que tu regalo sea una sorpresa -luego, al ver a Myriam, esbozó una bonita sonrisa y dijo-: Oh, perdonen. ¿Interrumpo algo?
-No -dijo Víctor, poniendo empeño en que se viera que ella lo tomaba del brazo.
-Pero se conocen, ¿verdad? -preguntó ella, y sus ojos brillantes como los de un pajarillo fueron de un rostro al otro.
-Ya no -dijo Myriam ahogándose y, pasando rudamente a su lado, se fue.
Preocupados por el abatimiento de su hija, los padres de Myriam la enviaron a una universidad de California en enero, confiando en que la buena temperatura todo el año y el cambio de aires le levantaría el espíritu.
La había alegrado irse y alejarse de todo lo que le recordaba lo que había perdido. Le había llevado un año recuperarse de la pérdida del bebé que no había tenido la oportunidad de vivir y del dolor de darse cuenta de que Víctor la jamás la había querido.
Para no correr el riesgo de volver a encontrarse con Víctor, Myriam volvió a su casa en pocas ocasiones durante los tres años siguientes y cuando lo hizo, fue por poco tiempo. Jimena, mientras tanto, revoloteaba de cara universidad en cara universidad. Su amistad no resistió los kilómetros que las separaban.
A Myriam no le importó. Con el tiempo, amigos nuevos reemplazaron a los antiguos y, si bien no olvidó del todo su vida anterior, creyó que sus heridas se habían curado. Hasta que, estando en el último curso de su carrera, Margaret le mandó un recorte del periódico en el que se anunciaba la boda del alférez Víctor García.
En aquel momento se dio cuenta de que no había sanado en absoluto. La herida se le volvió a abrir y sangrar a borbotones, más dolorosa todavía al saber que la novia no era otra que su antigua amiga, Jimena Jessica Castillo...
Y ahora Jimena había muerto, Víctor y ella estaban nuevamente en el pueblo y él tenía exactamente el mismo efecto sobre ella... Algunas cosas nunca cambiaban, por más que pasase el tiempo o que uno pensase que había madurado...
Molesta, apartó la mirada del espejo. ¿Qué clase de perversión hacía que permitiese que él ejerciese tanto poder sobre ella? ¿Qué tenía que hacer para cortar los lazos que la seguían atando a él?
Supo la respuesta inmediatamente: tenía que huir. Mientras sus senderos se cruzaran, nunca se encontraría libre de él, él continuaría haciéndole estragos las emociones, la vida, le robaría la tranquilidad de espíritu.
Encontraría otro sitio donde echar raíces, lo bastante lejos de él como para que su sombra no la alcanzara jamás.
A la mañana siguiente, recibió una citación del juzgado para declarar contra Sydney Albert Flanagan, acusado de atacarla y causarle lesiones. El juicio sería a principios de abril, dentro de seis largas semanas.
No iba a resultar tan fácil escapar como lo había pensado, después de todo.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1404
Edad : 40
Localización : Culiacán, Sinaloa
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Una pasión secreta
Gracias niña por el Cap. de hoy esta cada dia mas interesante y Esa Jimena que mala hay algo obscuro ahi verdad? , bueno gracias Dulcecita Saludos bye Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Una pasión secreta
hay niiña gracias x elcap me gusto pero la verdad no entiendo la actidud victor x k trata de esa forma a myriam
PD. gracias dulce xtu ayuda niiña de verdad me salvaste la vida jajaja
PD. gracias dulce xtu ayuda niiña de verdad me salvaste la vida jajaja
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Una pasión secreta
muchas gracias por el capitulo y siguele por faaaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Una pasión secreta
Gracias por el capi Dul, no tardes con el próximo sí????
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
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