Una pasión secreta
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Re: Una pasión secreta
graciias niiña x el 2X1 y creo k viictor esta celoso!!!!!!!!!!!!!!! pero creo k celoso es poco xfiitas no tardes con el siiguiiente cap siip niiña k me muero x saber como es k va a terminar ese baiile ok niiña no leemos pronto eeee
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Una pasión secreta
obiooo ella tiene su corazon!!!! y mas le vale a victor bailar con ella, tenga que pagar el precio que seaaaa
sigueleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee yo tmb pido un 2x1 hahahah
sigueleeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee yo tmb pido un 2x1 hahahah
Chicana_415- VBB PLATINO
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Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Una pasión secreta
MUCHAS GRACIAS X LOS CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
Eeeeh esta celoso
Muchas gracias por el capitulo!
aqui estare esperando el que sigue.
Muchas gracias por el capitulo!
aqui estare esperando el que sigue.
marimyri- VBB ORO
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Edad : 36
Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: Una pasión secreta
QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP...
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Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
Cap. 17
Aunque los ganadores de la subasta se mantuvieron en secreto hasta que la orquesta comenzó a tocar las últimas piezas de la noche, la puja acabó justo antes de la cena. En ese intervalo, Myriam logró recobrar un poco la compostura. Contribuyó a ello que Víctor y Ursula se marcharon en medio de la cena, después de que un camarero le alcanzara a Ursula una nota.
También la ayudó encontrarse con muchos de sus amigos de la escuela. Y, entre ponerse al día con todas las noticias de quién se había casado con quién y bailar casi todas las piezas, algunas con Francis y otras con hombres que conocía desde que eran niños, descubrió que, al fin y al cabo, se estaba divirtiendo, y que no le resultaba tan imposible dejar de pensar en Víctor.
Justo antes de la medianoche tuvo lugar lo que resultaría el gran éxito de la noche, cuando llamaron al estrado a las mujeres cuyos nombres se habían escrito en los carnés para que las reclamaran sus compañeros de baile.
La tarjeta de Myriam fue una de las últimas que llamaron. Francis había estado vigilando tan atentamente la subasta que, seguro de que había sido él quien había hecho la última puja, prestó poca atención al movimiento que hubo ante una de las puertas laterales cuando la gente se apartó para dejar entrar a alguien. Lo cierto es que Myriam ya había comenzado a bajar los escalones hacia donde Francis la esperaba, cuando el maestro de ceremonias anunció que el ganador había sido el capitán Víctor García.
-Es imposible -dijo ella-. Hace horas que se ha ido.
-Pero ha vuelto a reclamar su premio -le dijo, señalando al otro lado del pabellón.
Myriam, presa de una mezcla de indignación y ansiedad, vio cómo se acercaba Víctor entre la gente.
-¿Quieres hacer el favor de sonreír un poco? -murmuró él, haciéndola bajar los dos últimos escalones. La estrechó con firmeza entre sus brazos-. Están tocando nuestra canción.
Si ella no hubiera sabido que todos los ojos del salón se hallaban fijos en ellos, le habría clavado un tacón en el pie y dicho que ni se le ocurriera acercarse a ella, pero se vio forzada a seguirlo hasta el centro de la pista, donde él comenzó a bailar un impecable foxtrot.
-Espero que te merezca la pena haberte gastado todo ese dinero -dijo ella en voz baja, furiosa-. Pero que quede constancia de que a mí no me gusta nada.
-Sí, si, desde luego -replicó él, con voz inexpresiva-. Ya veo lo mucho que sufres con ello. Probablemente esperas que intente mirarte el escote, a ver si veo algo, pero sería un poco tonto, ¿no?, considerando que yo ya conozco perfectamente lo que cubre ese encantador trozo de seda.
-¡No seas grosero!
-¿Grosero? Eso no es demasiado amistoso de tu parte -le dijo y la hizo hacer un giro que la estampó contra su pecho con tanta fuerza que ella sintió los botones apretándose contra su piel-. Y pensar que una vez fuimos buenos amigos, ¿verdad, Myriam?
-Podríamos seguir siéndolo, si tú no estuvieras tan pendiente de tus propios deseos que nunca piensas en nadie más.
-Eso no es verdad -le dijo él, sin alterarse-. He seguido el progreso de tu última empresa con muchísimo interés.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que me siento muy orgulloso de ti porque te has mantenido en tus propósitos respecto a ayudar a chicos que nunca han disfrutado de los privilegios con los que nacimos tú y yo.
-Alguien tenía que hacerlo, y, por lo que he oído, no serás tú. ¿No podrías esperar a que comience a funcionar mi centro antes de pasarles una niveladora por encima?
-Es por su propia seguridad. La mayoría de esos edificios están a punto de caerse a pedazos. Eso me quita el sueño casi más que pensar en ti -respondió, volviendo a hacer unas figuras que la obligaron a aferrarse a él para poder seguirlo-. Como ves, Myriam, no soy tan egocéntrico.
-¡Si que lo eres! El único motivo por el que has pujado todo ese dinero en la subasta es para alimentar tu propio ego! Sabías perfectamente que quería bailar con Francis, pero no podías soportar que otro hombre te ganara.
Víctor dejó caer el brazo, le soltó la mano y se separó de ella.
-Si eso es lo que crees, ve con él. Si él es a quien quieres realmente, no intentaré separarte.
Ella intentó luchar contra la verdad, pero no logró silenciarla.
-No... no lo es -reconoció finalmente, acabando con un gemido.
-Me da pena el pobre. Sería capaz de donar sus dos riñones si se lo pidieras.
-Mientras que a ti te importo tan poco que te faltó tiempo para reemplazarme por alguien más.
-¿Ursula? -dijo él y la volvió a tomar entre sus brazos-. Solo le he servido de apoyo esta noche. Ha roto con su marido hace poco.
-Entonces, ¿por qué se marchó pronto? ¿Se han peleado?
-No, cielo mío -dijo él, con la voz temblándole de risa-. Tú eres la única mujer que se dedica a pelear conmigo. La llamaron porque uno de los niños no se encontraba bien.
-Lo siento. Espero que no fuera nada serio.
-Parece que comió demasiadas fresas de postre, según tengo entendido. ¿Por qué no cambiamos de tema y hablamos de nosotros?
-¿Qué sentido tiene? No existe eso que llamas «nosotros». Ya lo dejaste bien claro la última vez que estuvimos juntos.
-Porque me dejé llevar por mi carácter. Intenté ver tu punto de vista, Myriam, pero me tomaron por sorpresa presa sentimientos que pensé que podía controlar. Me dije que estaban mal, que eran indecentes, imperdonables. Pero la única indecencia consiste en ignorarlos; la única indecencia es mentirte a ti y mentirme a mí.
Ella se encontraba tan hipnotizada por sus palabras que apenas notó que él la había sacado bailando del pabellón al jardín, hasta que se le clavaron los tacones en la hierba y se tropezó.
-¿Por qué me has traído aquí? -preguntó, ligeramente alarmada.
-Porque voy a besarte y no me pareció que te fuera a gustar que lo hiciera frente a todo el mundo.
-No quiero que me beses -dijo ella, intentando apartar débilmente las manos que le enmarcaron el rostro.
-¿Por qué te molestas en decir algo que ninguno de los dos se cree? -le dijo él, rozándole los labios con los suyos.
-¡Yo me creo! -dijo ella, inyectando una fuerza considerablemente mayor a su voz-. He descubierto que me gusta mucho la vida sin ti.
-¿De veras? -dijo él, sin arredrarse. Le recorrió el labio inferior con la punta de la lengua-. Yo detesto la mía sin ti.
-Lo que tú detestas, Víctor -dijo ella, entusiasmándose con el tema-, es no haberte salido con la tuya. Detestas que yo no volviera corriendo a tus brazos y te pidiera otra oportunidad. Odias que yo no me conformara con una aventura ilícita, con ser tu amante secreta.
-Dime que no has echado en falta esto -dijo él, con la voz súbitamente ronca, deslizándole las manos hasta hundirlas en la suave gasa que cubría sus caderas para acercarla a sí y apretarla contra él-. Atrévete a decirme que no has extrañado que estemos juntos.
De repente, la indignación de ella se convirtió en ardiente y sensual calor. Se fundió con él y entreabrió sus labios para recibirlo con un suspiro.
-Aquí estamos muy expuestos al público -gruñó Víctor, apartando la boca. Antes de que ella se diera cuenta de lo que iba a hacer, la agarró de la muñeca y la llevó detrás de una valla cubierta de una espesa enredadera.
Ella debería haberse sentido ofendida, tendría que haberse resistido. Sin embargo, claudicó, trémula de anticipación por lo que sabía que sucedería.
La hierba era suave como el terciopelo, y olía a verano.
-No quiero arruinarte el vestido -dijo él, tirando de ella hacia abajo y tironeándole impaciente la suave tela-. No quiero hacerte daño. Pero, Myriam, te necesito tan desesperadamente que me temo que haré ambas cosas.
-El vestido no importa -susurró ella, y cerró la mente a la voz de cautela que le advertía que las dudas que él tenía presentaban un riesgo mayor.
-No te tendrías que haber puesto algo así -gimió él, inclinándose para besarle un hombro desnudo-. Toda esta piel desnuda... ¿Lo has hecho a propósito, para atormentarme?
-Sí -dijo ella, y la fea verdad surgió de repente, sorprendiéndola-. Quería llamar tu atención.
-¿Y también querías que hiciera esto? -preguntó él y con menos delicadeza, tironeó del cuerpo del vestido sin tirantes. La seda resistió un instante, pero luego se deslizó para dejarle los pechos al descubierto. Víctor se inclinó y le mordisqueó los pezones, que se le pusieron duros y sensibles.
-¡Te deseaba! -dijo ella-. Todo lo que hago, todo lo que soy, siempre acaba en que te deseo. Pero no creía que sintieras lo mismo. Me echaste... estabas enfadado conmigo.
-Ya lo sé -dijo él, levantando la cabeza para depositarle ligeros y tiernos besos por la cara-. Intenté convencerme de que eras joven y tenías miedo, de que era culpa mía además de la tuya. Si hubiera sabido, si tú hubieras sabido que podías contar conmigo, todo habría sido diferente y no te habría importado lo que los demás pensaran. Nos defraudamos entonces, pero cuando te negaste a que te vieran conmigo después de que finalmente nos encontramos nuevamente... ¡rayos!, Myriam, no pude soportarlo una segunda vez.
Myriam no comprendió bien a lo que se refería. ¿Habría bebido demasiado? Insegura, lo único que sabía era que él sufría.
-Siempre he querido estar contigo, Víctor.
-Entonces, ven a casa conmigo. Déjame hacerte el amor toda la noche -dijo él y añadió a la persuasión de su ruego el gesto de acariciarle el muslo por debajo de la falda y presionar la mano entre sus piernas, contra el satén humedecido de pasión. El íntimo contacto hizo que ella se excitara tanto que se habría ido con él en aquel momento si del otro lado de la valla no se hubiera oído una risa que la volvió a la realidad como si se tratara de un cubo de agua fría.
¿En qué estaría pensando, echada en el suelo al alcance de la vista y del oído de cientos de personas, que unos minutos antes la habían aplaudido? ¿Por qué se exponía a que la volvieran a criticar y censurar, después de haberse esforzado tanto en recobrar su reputación?
Horrorizada, apartó su mano y juntó las piernas.
-¡No puedo! -dijo, poniéndose de pie-. ¡No está bien! Quizás no te resulte importante a ti, Víctor, pero a mí me gusta ser respetable... y respetada. Me gusta poder mirar a la señora Castillo a los ojos sin ruborizarme y sabiendo que ella ya no me tiene tanta hostilidad.
-Eso es porque Agustin la ha hecho leer el informe de la policía y la autopsia y se ha dado cuenta de la verdad y de que no puede culparte a ti de lo que sucedió.
-Me da igual el motivo que sea. Me basta que haya cambiado de opinión.
-Me parece muy correcto por tu parte -dijo él, poniéndose de pie de un ágil salto y sacudiéndose la chaqueta con la mano-. Y dime, ¿queda algún hueco para mí en ese cuadro tan encantador?
-Solo si podemos comprender.
-¿Comprender? ¡Qué pena que no se te ocurrió pensar en ello cuando decidiste deshacerte de mi bebé! Si lo hubieras hecho entonces, mi hijo estaría a punto de cumplir ocho años, y no estaríamos hablando de este tema.
-¿Me acusas de haber abortado? -preguntó ella, incapaz de creer lo que oía-. ¿A eso te referías hace unos minutos? ¡Eso no es verdad!
-¿Qué, que estabas embarazada? ¡Demasiado tarde, Myriam! Ya has reconocido que lo estabas. Además, Jimena me lo contó todo, con pelos y señales.
-Perdí al bebé. ¡Fue un aborto involuntario, natural, no provocado!
-Sí, sí -se burló él-. Desde luego que sí.
-¡Ay! -se tapó la boca con las manos, destrozada por la ironía-. Y pensar que estuve a punto de entregarte mi corazón!
Una terrible desesperanza la embargó. Siempre sería así para ellos: la potente sexualidad que nunca descansaba y luego el triste pesar que la seguía.
Myriam se miró el vestido, el bonito bajo en picos, ahora sucio, el delicado bordado, que la hierba había manchado de verde.
Estaba arruinado. Igual que ellos.
-Nunca confiamos lo bastante en el otro -dijo él.
-Tienes razón -sollozó ella-. Nunca lo hicimos.
Aunque los ganadores de la subasta se mantuvieron en secreto hasta que la orquesta comenzó a tocar las últimas piezas de la noche, la puja acabó justo antes de la cena. En ese intervalo, Myriam logró recobrar un poco la compostura. Contribuyó a ello que Víctor y Ursula se marcharon en medio de la cena, después de que un camarero le alcanzara a Ursula una nota.
También la ayudó encontrarse con muchos de sus amigos de la escuela. Y, entre ponerse al día con todas las noticias de quién se había casado con quién y bailar casi todas las piezas, algunas con Francis y otras con hombres que conocía desde que eran niños, descubrió que, al fin y al cabo, se estaba divirtiendo, y que no le resultaba tan imposible dejar de pensar en Víctor.
Justo antes de la medianoche tuvo lugar lo que resultaría el gran éxito de la noche, cuando llamaron al estrado a las mujeres cuyos nombres se habían escrito en los carnés para que las reclamaran sus compañeros de baile.
La tarjeta de Myriam fue una de las últimas que llamaron. Francis había estado vigilando tan atentamente la subasta que, seguro de que había sido él quien había hecho la última puja, prestó poca atención al movimiento que hubo ante una de las puertas laterales cuando la gente se apartó para dejar entrar a alguien. Lo cierto es que Myriam ya había comenzado a bajar los escalones hacia donde Francis la esperaba, cuando el maestro de ceremonias anunció que el ganador había sido el capitán Víctor García.
-Es imposible -dijo ella-. Hace horas que se ha ido.
-Pero ha vuelto a reclamar su premio -le dijo, señalando al otro lado del pabellón.
Myriam, presa de una mezcla de indignación y ansiedad, vio cómo se acercaba Víctor entre la gente.
-¿Quieres hacer el favor de sonreír un poco? -murmuró él, haciéndola bajar los dos últimos escalones. La estrechó con firmeza entre sus brazos-. Están tocando nuestra canción.
Si ella no hubiera sabido que todos los ojos del salón se hallaban fijos en ellos, le habría clavado un tacón en el pie y dicho que ni se le ocurriera acercarse a ella, pero se vio forzada a seguirlo hasta el centro de la pista, donde él comenzó a bailar un impecable foxtrot.
-Espero que te merezca la pena haberte gastado todo ese dinero -dijo ella en voz baja, furiosa-. Pero que quede constancia de que a mí no me gusta nada.
-Sí, si, desde luego -replicó él, con voz inexpresiva-. Ya veo lo mucho que sufres con ello. Probablemente esperas que intente mirarte el escote, a ver si veo algo, pero sería un poco tonto, ¿no?, considerando que yo ya conozco perfectamente lo que cubre ese encantador trozo de seda.
-¡No seas grosero!
-¿Grosero? Eso no es demasiado amistoso de tu parte -le dijo y la hizo hacer un giro que la estampó contra su pecho con tanta fuerza que ella sintió los botones apretándose contra su piel-. Y pensar que una vez fuimos buenos amigos, ¿verdad, Myriam?
-Podríamos seguir siéndolo, si tú no estuvieras tan pendiente de tus propios deseos que nunca piensas en nadie más.
-Eso no es verdad -le dijo él, sin alterarse-. He seguido el progreso de tu última empresa con muchísimo interés.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que me siento muy orgulloso de ti porque te has mantenido en tus propósitos respecto a ayudar a chicos que nunca han disfrutado de los privilegios con los que nacimos tú y yo.
-Alguien tenía que hacerlo, y, por lo que he oído, no serás tú. ¿No podrías esperar a que comience a funcionar mi centro antes de pasarles una niveladora por encima?
-Es por su propia seguridad. La mayoría de esos edificios están a punto de caerse a pedazos. Eso me quita el sueño casi más que pensar en ti -respondió, volviendo a hacer unas figuras que la obligaron a aferrarse a él para poder seguirlo-. Como ves, Myriam, no soy tan egocéntrico.
-¡Si que lo eres! El único motivo por el que has pujado todo ese dinero en la subasta es para alimentar tu propio ego! Sabías perfectamente que quería bailar con Francis, pero no podías soportar que otro hombre te ganara.
Víctor dejó caer el brazo, le soltó la mano y se separó de ella.
-Si eso es lo que crees, ve con él. Si él es a quien quieres realmente, no intentaré separarte.
Ella intentó luchar contra la verdad, pero no logró silenciarla.
-No... no lo es -reconoció finalmente, acabando con un gemido.
-Me da pena el pobre. Sería capaz de donar sus dos riñones si se lo pidieras.
-Mientras que a ti te importo tan poco que te faltó tiempo para reemplazarme por alguien más.
-¿Ursula? -dijo él y la volvió a tomar entre sus brazos-. Solo le he servido de apoyo esta noche. Ha roto con su marido hace poco.
-Entonces, ¿por qué se marchó pronto? ¿Se han peleado?
-No, cielo mío -dijo él, con la voz temblándole de risa-. Tú eres la única mujer que se dedica a pelear conmigo. La llamaron porque uno de los niños no se encontraba bien.
-Lo siento. Espero que no fuera nada serio.
-Parece que comió demasiadas fresas de postre, según tengo entendido. ¿Por qué no cambiamos de tema y hablamos de nosotros?
-¿Qué sentido tiene? No existe eso que llamas «nosotros». Ya lo dejaste bien claro la última vez que estuvimos juntos.
-Porque me dejé llevar por mi carácter. Intenté ver tu punto de vista, Myriam, pero me tomaron por sorpresa presa sentimientos que pensé que podía controlar. Me dije que estaban mal, que eran indecentes, imperdonables. Pero la única indecencia consiste en ignorarlos; la única indecencia es mentirte a ti y mentirme a mí.
Ella se encontraba tan hipnotizada por sus palabras que apenas notó que él la había sacado bailando del pabellón al jardín, hasta que se le clavaron los tacones en la hierba y se tropezó.
-¿Por qué me has traído aquí? -preguntó, ligeramente alarmada.
-Porque voy a besarte y no me pareció que te fuera a gustar que lo hiciera frente a todo el mundo.
-No quiero que me beses -dijo ella, intentando apartar débilmente las manos que le enmarcaron el rostro.
-¿Por qué te molestas en decir algo que ninguno de los dos se cree? -le dijo él, rozándole los labios con los suyos.
-¡Yo me creo! -dijo ella, inyectando una fuerza considerablemente mayor a su voz-. He descubierto que me gusta mucho la vida sin ti.
-¿De veras? -dijo él, sin arredrarse. Le recorrió el labio inferior con la punta de la lengua-. Yo detesto la mía sin ti.
-Lo que tú detestas, Víctor -dijo ella, entusiasmándose con el tema-, es no haberte salido con la tuya. Detestas que yo no volviera corriendo a tus brazos y te pidiera otra oportunidad. Odias que yo no me conformara con una aventura ilícita, con ser tu amante secreta.
-Dime que no has echado en falta esto -dijo él, con la voz súbitamente ronca, deslizándole las manos hasta hundirlas en la suave gasa que cubría sus caderas para acercarla a sí y apretarla contra él-. Atrévete a decirme que no has extrañado que estemos juntos.
De repente, la indignación de ella se convirtió en ardiente y sensual calor. Se fundió con él y entreabrió sus labios para recibirlo con un suspiro.
-Aquí estamos muy expuestos al público -gruñó Víctor, apartando la boca. Antes de que ella se diera cuenta de lo que iba a hacer, la agarró de la muñeca y la llevó detrás de una valla cubierta de una espesa enredadera.
Ella debería haberse sentido ofendida, tendría que haberse resistido. Sin embargo, claudicó, trémula de anticipación por lo que sabía que sucedería.
La hierba era suave como el terciopelo, y olía a verano.
-No quiero arruinarte el vestido -dijo él, tirando de ella hacia abajo y tironeándole impaciente la suave tela-. No quiero hacerte daño. Pero, Myriam, te necesito tan desesperadamente que me temo que haré ambas cosas.
-El vestido no importa -susurró ella, y cerró la mente a la voz de cautela que le advertía que las dudas que él tenía presentaban un riesgo mayor.
-No te tendrías que haber puesto algo así -gimió él, inclinándose para besarle un hombro desnudo-. Toda esta piel desnuda... ¿Lo has hecho a propósito, para atormentarme?
-Sí -dijo ella, y la fea verdad surgió de repente, sorprendiéndola-. Quería llamar tu atención.
-¿Y también querías que hiciera esto? -preguntó él y con menos delicadeza, tironeó del cuerpo del vestido sin tirantes. La seda resistió un instante, pero luego se deslizó para dejarle los pechos al descubierto. Víctor se inclinó y le mordisqueó los pezones, que se le pusieron duros y sensibles.
-¡Te deseaba! -dijo ella-. Todo lo que hago, todo lo que soy, siempre acaba en que te deseo. Pero no creía que sintieras lo mismo. Me echaste... estabas enfadado conmigo.
-Ya lo sé -dijo él, levantando la cabeza para depositarle ligeros y tiernos besos por la cara-. Intenté convencerme de que eras joven y tenías miedo, de que era culpa mía además de la tuya. Si hubiera sabido, si tú hubieras sabido que podías contar conmigo, todo habría sido diferente y no te habría importado lo que los demás pensaran. Nos defraudamos entonces, pero cuando te negaste a que te vieran conmigo después de que finalmente nos encontramos nuevamente... ¡rayos!, Myriam, no pude soportarlo una segunda vez.
Myriam no comprendió bien a lo que se refería. ¿Habría bebido demasiado? Insegura, lo único que sabía era que él sufría.
-Siempre he querido estar contigo, Víctor.
-Entonces, ven a casa conmigo. Déjame hacerte el amor toda la noche -dijo él y añadió a la persuasión de su ruego el gesto de acariciarle el muslo por debajo de la falda y presionar la mano entre sus piernas, contra el satén humedecido de pasión. El íntimo contacto hizo que ella se excitara tanto que se habría ido con él en aquel momento si del otro lado de la valla no se hubiera oído una risa que la volvió a la realidad como si se tratara de un cubo de agua fría.
¿En qué estaría pensando, echada en el suelo al alcance de la vista y del oído de cientos de personas, que unos minutos antes la habían aplaudido? ¿Por qué se exponía a que la volvieran a criticar y censurar, después de haberse esforzado tanto en recobrar su reputación?
Horrorizada, apartó su mano y juntó las piernas.
-¡No puedo! -dijo, poniéndose de pie-. ¡No está bien! Quizás no te resulte importante a ti, Víctor, pero a mí me gusta ser respetable... y respetada. Me gusta poder mirar a la señora Castillo a los ojos sin ruborizarme y sabiendo que ella ya no me tiene tanta hostilidad.
-Eso es porque Agustin la ha hecho leer el informe de la policía y la autopsia y se ha dado cuenta de la verdad y de que no puede culparte a ti de lo que sucedió.
-Me da igual el motivo que sea. Me basta que haya cambiado de opinión.
-Me parece muy correcto por tu parte -dijo él, poniéndose de pie de un ágil salto y sacudiéndose la chaqueta con la mano-. Y dime, ¿queda algún hueco para mí en ese cuadro tan encantador?
-Solo si podemos comprender.
-¿Comprender? ¡Qué pena que no se te ocurrió pensar en ello cuando decidiste deshacerte de mi bebé! Si lo hubieras hecho entonces, mi hijo estaría a punto de cumplir ocho años, y no estaríamos hablando de este tema.
-¿Me acusas de haber abortado? -preguntó ella, incapaz de creer lo que oía-. ¿A eso te referías hace unos minutos? ¡Eso no es verdad!
-¿Qué, que estabas embarazada? ¡Demasiado tarde, Myriam! Ya has reconocido que lo estabas. Además, Jimena me lo contó todo, con pelos y señales.
-Perdí al bebé. ¡Fue un aborto involuntario, natural, no provocado!
-Sí, sí -se burló él-. Desde luego que sí.
-¡Ay! -se tapó la boca con las manos, destrozada por la ironía-. Y pensar que estuve a punto de entregarte mi corazón!
Una terrible desesperanza la embargó. Siempre sería así para ellos: la potente sexualidad que nunca descansaba y luego el triste pesar que la seguía.
Myriam se miró el vestido, el bonito bajo en picos, ahora sucio, el delicado bordado, que la hierba había manchado de verde.
Estaba arruinado. Igual que ellos.
-Nunca confiamos lo bastante en el otro -dijo él.
-Tienes razón -sollozó ella-. Nunca lo hicimos.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Ayy que ya no chillen!!!!! Gracias Dul, pensé que nos dejabas sin capi!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
Como es posible ke Vic todavia crea en lo ke le decia la loca de su esposa . Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP... DULCE TE LEEO EN UNAS HORAS CON EL QUE SIGUE
YA SABIA YO QUE LA CHE... VIEJA DE JIMENA LE DIJO A VICTOR LAS COSAS A SU MODO Y ASI PODER ATRAPAR A VICTOR..
YA SABIA YO QUE LA CHE... VIEJA DE JIMENA LE DIJO A VICTOR LAS COSAS A SU MODO Y ASI PODER ATRAPAR A VICTOR..
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
QUE CORAJE, ¿PORQUE VICTOR CREE EN LA MENTIRA QUE LE DIJO JIMENA?, Y ¿POR QUE MYRIAM NO INTENTA CONVENCER A VICTOR DE LA VERDAD?
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
muy buen capi anoche lo lei pero no medio tiempo de darte las gracias siguele plisss
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Una pasión secreta
graciias x el cap niiña pero no puedo creer k viictor sea tan iingenuo y siiga creyendo en todas las mentiiras k le diijo la loca de jiimena xfiitas no tardes con el siiguiiente cap siip niiña nos leemos pronto ok
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Una pasión secreta
Cap. 18
No -dijo él-. Me niego a que Jimena gane. No me daré por vencido.
Pero la única respuesta que recibió fue el sonido de ella alejándose, sus pasos suaves y ligeros sobre la hierba verde.
Tuvo que recurrir a todo el coraje que tenía para no ir tras ella, pero el poco sentido común que le quedaba le aconsejó que aquel no era el momento, cuando todavía ambos estaban conmocionados por el dolor y la pena.
Levantó la vista y vio las estrellas. ¿Las estaría viendo ella también y pensaría en él? ¿Lloraría? ¿Le dejaría Cuen su pañuelo y la abrazaría? ¿Le diría quizás que la quería y que se aseguraría de que nadie la hiciera sufrir nunca más?
¿Y si Víctor agarraba el periódico algún día y se encontraba con un anuncio de boda en la página de sociedad?
El señor y la señora Montemayor tienen el placer de anunciar la boda de su hija pequeña, Myriam con el señor Francis Cuen, que la merece muchísimo más de lo que nunca lo hizo el idiota de Víctor García.
¡No, eso sí que no! Mientras le quedaran fuerzas para luchar, jamás.
-Esto no ha acabado aquí -dijo en la noche silenciosa-, desde luego que no. Me da igual si me lleva ocho años más. De alguna forma u otra, la recobraré.
Myriam se sumergió en el trabajo, dedicándose de lleno a las renovaciones que necesitaba el monasterio. Si bien nada lograba calmarle el dolor que sentía en el corazón, al menos se sentía reconfortada por el apoyo que comenzó a recibir cuando se supo en la comarca lo que pensaba hacer.
Consiguió rápidamente los permisos de renovación que necesitaba y los inspectores municipales le recomendaron a los mejores electricistas, técnicos y albañiles de la zona.
Francis cumplió con su promesa y, como resultado, una tienda del pueblo vecino le ofreció quince camas nuevas con sus correspondientes colchones; otra, vajilla, cubertería y utensilios de cocina. Un restaurante que cerraba le vendió sus cacerolas de acero inoxidable a un precio muy inferior de lo que le habrían costado nuevas. Tanto amigos como extraños donaron muebles, ropa, ropa de cama, almohadas, libros, televisores. Un vivero local prometió podar los descuidados árboles y limpiar los jardines.
Una pareja de unos cincuenta años, el esposo un asistente social acostumbrado a tratar con adolescentes con problemas, la esposa enfermera, solicitaron el puesto de padres de acogida.
Pronto el proyecto involucró a toda la comunidad, y Myriam recibió la ayuda de buena gana. Lo importante no era quién estaba a cargo, sino que hubiera una casa segura con adultos afectuosos donde pudieran ir los adolescentes que vivían en las calles de Eastridge Bay.
Sin embargo, algo que se negó a hacer fue aceptar ayuda de la García Corporation, aunque llegara un día un camión lleno de ladrillos que necesitaba desesperadamente para arreglar el patio frente al edificio.
-Lléveselos de vuelta -le dijo al sorprendido conductor-. No los necesito.
Una semana más tarde, otro camión apareció cargado con suficientes baldosas italianas como para poner el suelo de la cocina y del lavadero.
-No, gracias -dijo-. Las compraré en otro sitio.
Pero sobre todo, se negó a contestar sus llamadas. No podía. Al acusarla de abortar se había pasado de la raya y no había vuelta atrás.
¿Cómo se le había ocurrido que ella pudiera destruir la vida de un bebé, fuera de él o de cualquiera? ¿Cómo se cura una herida tan profunda?
Francis fue un tremendo apoyo durante aquellas difíciles semanas. Nunca la presionó ni le hizo un ultimátum.
-Te diría que te quiero -le dijo un día en que la había convencido de que se tomara la tarde libre para ir de picnic junto al río-, pero me parece que son palabras que no quieres oír de mis labios, precisamente.
-Ojala no tuvieras razón -dijo ella con pena, porque lo apreciaba por su lealtad, su firmeza, su amabilidad, pero no lo amaba-. Ojala fuera de otra forma.
-Pero las cosas no son así. Nosotros no elegimos al amor, él nos elige a nosotros. Por eso, no se gana nada con mentir, porque uno acaba castigándose. Mejor nada que medias tintas.
-Pero no quiero perder tu amistad, significa mucho para mí.
-Siempre podrás contar conmigo -dijo Francis, tomándole la mano para depositarle un beso en la palma.
Agosto llegó, causando problemas que nadie había anticipado. La cola de un huracán que subía por la costa produjo tormentas con copiosas precipitaciones que duraron casi tres días. Una haya centenaria se cayó, y causó daño al ala posterior del monasterio, además, rompió una tubería. Tres de los dormitorios tuvieron goteras.
Aunque su idea había sido abrir el hogar a finales de mes, Myriam tuvo que retrasar la inauguración hasta que se solucionaran todos los problemas. Un día, mientras leía el correo en su despacho, oyó a un vehículo que frenaba delante de la casa, pero, creyendo que era alguno de los obreros que llegaba a trabajar, no le prestó atención hasta que oyó unas pisadas detenerse frente a su puerta. Levantó la mirada y casi se quedó sin aliento al ver a Víctor en el umbral.
El corazón le dio tal vuelco, que creyó que se encontraba al borde de un infarto.
-Estás invadiendo una propiedad privada.
-Demándame -dijo él. Entró y se inclinó sobre ella, petrificada tras la mesa.
-¿Crees que no lo haré?
-Creo que puedes hacer cualquier cosa que te propongas. Pero no eres «La mujer maravilla» y en este momento tienes problemas. Lo que no puedo entender es que aceptes todo tipo de ayuda de extraños pero no permitas que mis obreros te echen una mano: ¿Qué es más importante, que consigas poner en marcha este proyecto lo antes posible o que sigas castigándome?
-¿Y qué te hace pensar que no puedo hacer ambas cosas?
-Estás tirando piedras a tu propio tejado, y nunca mejor dicho.
-Pero son mis piedra y es mi tejado.
-Quizás sea así -dijo él, dirigiéndole una intensa mirada-. Te amo -dijo finalmente.
-¡No, no me amas! -exclamó ella, la emoción que había luchado tanto por contener, saliendo a la superficie-. Un hombre que ama no alberga resentimiento y rencor infundados contra la mujer que quiere. No cree que ella sea capaz de abortar a su hijo porque alguien se lo diga. Va y le pregunta la verdad, seguro de que podrá creer lo que ella le diga.
-Éramos jóvenes e ingenuos, Myriam. Ambos cometimos errores. También podrías haber recurrido tú a mí y no lo hiciste.
-¡De acuerdo! Entonces estamos empatados. Considera saldada la deuda y vete.
Víctor dio una vuelta por la estancia. Se detuvo frente a la ventana y finalmente se dio la vuelta para mirarla.
-¿Qué tengo que hacer para que me brindes otra oportunidad, Myriam? -preguntó amargamente-. ¿Tirarme desde el acantilado más cercano?
-Por mí, puedes arder en el infierno. Me da igual.
-La vida es un infierno si no te tengo, cielo mío -le respondió. Se acercó a ella y le acarició la mejilla, los labios, el cuello.
Myriam tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para resistir la tentación. Por más que ceder fuera más fácil para ellos a corto plazo, luego resultaría muy doloroso, así que apartó su mano.
-No me toques -le dijo con firmeza-. Se acabó, Víctor. Hace rato que se acabó, pero no supimos leer los signos. Vete
-Dime que no me quieres -dijo él, hipnotizándola con su voz profunda y persuasiva y la ardiente intensidad de sus ojos-, y lo haré.
Ella tomó aliento y sacó fuerzas de flaqueza.
-No te quiero -le dijo.
Víctor la miró un momento más, intentando encontrar alguna grieta en sus defensas. Ella no apartó la mirada. La tensión se acumuló alrededor de ellos, llenando la estancia con un agudo y silencioso grito.
-Ojalá que nunca tengas que arrepentirte de haber dicho eso, Myriam -dijo él finalmente, antes de darse la vuelta y marcharse.
A mediados de septiembre, a las 2.32 de la madrugada, después de un día de trabajo en el que había intentado agotarse para no pensar, le llevó a Víctor un rato darse cuenta de que el sonido no provenía del despertador, sino del teléfono sobre la mesilla.
-¿Diga? -contestó, atontado, pasándose la mano por el pelo.
Era la policía. Una de sus naves industriales se había incendiado. Llamaban para informarle de ello.
Para combatir el insomnio, Myriam había adquirido el hábito de ver el canal de televisión local, donde pasaban viejas películas durante la noche. Generalmente, cumplían su cometido. A la hora más o menos, a Myriam comenzaban a cerrársele los ojos y, o se iba a la cama, o se quedaba dormida en el sofá.
Una noche, a mediados de septiembre, dos días antes de que abriera el centro de acogida, se encontraba decidiendo si tendría suficiente energía o no para apagar la televisión y subir hasta su dormitorio, cuando la película en blanco y negro se interrumpió abruptamente. En su lugar, apareció un periodista haciendo una transmisión en directo.
La escena tras él era caótica. Se veían coches de bomberos y de la policía, ambulancias, gente corriendo en todas direcciones o en grupos horrorizados mirando las llamas que lamían el tejado de un edificio.
El ruido de agudas sirenas impedía que se oyera lo que decía el reportero.
Pero no era necesario. Myriam reconoció una de las naves que la Corporación García acababa de comprar. También reconoció al hombre a la izquierda de la pantalla y a la chica que él sujetaba en sus brazos y hacía lo posible por consolar.
Y Myriam tuvo la certeza del motivo por el cual la chica, que ya no se encontraba embarazada, estaba tan afligida.
Tuvo que dejar el coche a dos manzanas de distancia y correr hasta el incendio. Encontró a la chica enseguida. La pobrecilla, a punto de darle un ataque de nervios, estaba bajo la atención de los paramédicos.
-Se llama Lisa -le dijo un conductor de ambulancia y señaló con la cabeza el edificio incendiado-. Un grupo de chicos y ella llevan meses viviendo aquí. Parece que hicieron fuego demasiado cerca de una pila de madera, que se incendió mientras dormían. Se despertaron cuando el sitio comenzó a llenarse de humo y salieron justo a tiempo. El problema es que ella tiene un bebé de unos pocos meses y, en la confusión, pensó que sus amigos lo habían sacado. Pero, el tema es que el pobre chiquillo sigue allí dentro, en algún sitio.
Lo que Myriam se temía.
-Pero alguien tiene que encontrarlo. ¿Cómo están aquí sin hacer nada?
-Sí, alguien ha ido ya. El inconsciente del dueño de la nave agarró una niveladora, traspasó la barrera y se encuentra dentro.
-¿Víctor García? ¿Nadie ha intentado detenerlo?
-Nadie pudo. Estaba como loco.
Myriam lanzó un involuntario grito de angustia. El hombre la miró con compasión.
-¿Lo conoce?
-Sí -dijo ella, tambaleándose cuando las rodillas le cedieron bajo el peso del cuerpo.
-¡Epa! -exclamó el hombre, agarrándola antes de que se cayera-. Será mejor que se siente con la madre en la ambulancia mientras esperamos noticias.
-No, tengo que estar allí cuando salga -susurró, intentando localizar el amado rostro, pero solo pudo encontrar extraños iluminados por la horrible luz roja del fuego.
Sus propias palabras le resonaban en la cabeza. «¡Por mí, puedes arder en el infierno!» «¡Puedes arder en el infierno!»
Mañana el final
No -dijo él-. Me niego a que Jimena gane. No me daré por vencido.
Pero la única respuesta que recibió fue el sonido de ella alejándose, sus pasos suaves y ligeros sobre la hierba verde.
Tuvo que recurrir a todo el coraje que tenía para no ir tras ella, pero el poco sentido común que le quedaba le aconsejó que aquel no era el momento, cuando todavía ambos estaban conmocionados por el dolor y la pena.
Levantó la vista y vio las estrellas. ¿Las estaría viendo ella también y pensaría en él? ¿Lloraría? ¿Le dejaría Cuen su pañuelo y la abrazaría? ¿Le diría quizás que la quería y que se aseguraría de que nadie la hiciera sufrir nunca más?
¿Y si Víctor agarraba el periódico algún día y se encontraba con un anuncio de boda en la página de sociedad?
El señor y la señora Montemayor tienen el placer de anunciar la boda de su hija pequeña, Myriam con el señor Francis Cuen, que la merece muchísimo más de lo que nunca lo hizo el idiota de Víctor García.
¡No, eso sí que no! Mientras le quedaran fuerzas para luchar, jamás.
-Esto no ha acabado aquí -dijo en la noche silenciosa-, desde luego que no. Me da igual si me lleva ocho años más. De alguna forma u otra, la recobraré.
Myriam se sumergió en el trabajo, dedicándose de lleno a las renovaciones que necesitaba el monasterio. Si bien nada lograba calmarle el dolor que sentía en el corazón, al menos se sentía reconfortada por el apoyo que comenzó a recibir cuando se supo en la comarca lo que pensaba hacer.
Consiguió rápidamente los permisos de renovación que necesitaba y los inspectores municipales le recomendaron a los mejores electricistas, técnicos y albañiles de la zona.
Francis cumplió con su promesa y, como resultado, una tienda del pueblo vecino le ofreció quince camas nuevas con sus correspondientes colchones; otra, vajilla, cubertería y utensilios de cocina. Un restaurante que cerraba le vendió sus cacerolas de acero inoxidable a un precio muy inferior de lo que le habrían costado nuevas. Tanto amigos como extraños donaron muebles, ropa, ropa de cama, almohadas, libros, televisores. Un vivero local prometió podar los descuidados árboles y limpiar los jardines.
Una pareja de unos cincuenta años, el esposo un asistente social acostumbrado a tratar con adolescentes con problemas, la esposa enfermera, solicitaron el puesto de padres de acogida.
Pronto el proyecto involucró a toda la comunidad, y Myriam recibió la ayuda de buena gana. Lo importante no era quién estaba a cargo, sino que hubiera una casa segura con adultos afectuosos donde pudieran ir los adolescentes que vivían en las calles de Eastridge Bay.
Sin embargo, algo que se negó a hacer fue aceptar ayuda de la García Corporation, aunque llegara un día un camión lleno de ladrillos que necesitaba desesperadamente para arreglar el patio frente al edificio.
-Lléveselos de vuelta -le dijo al sorprendido conductor-. No los necesito.
Una semana más tarde, otro camión apareció cargado con suficientes baldosas italianas como para poner el suelo de la cocina y del lavadero.
-No, gracias -dijo-. Las compraré en otro sitio.
Pero sobre todo, se negó a contestar sus llamadas. No podía. Al acusarla de abortar se había pasado de la raya y no había vuelta atrás.
¿Cómo se le había ocurrido que ella pudiera destruir la vida de un bebé, fuera de él o de cualquiera? ¿Cómo se cura una herida tan profunda?
Francis fue un tremendo apoyo durante aquellas difíciles semanas. Nunca la presionó ni le hizo un ultimátum.
-Te diría que te quiero -le dijo un día en que la había convencido de que se tomara la tarde libre para ir de picnic junto al río-, pero me parece que son palabras que no quieres oír de mis labios, precisamente.
-Ojala no tuvieras razón -dijo ella con pena, porque lo apreciaba por su lealtad, su firmeza, su amabilidad, pero no lo amaba-. Ojala fuera de otra forma.
-Pero las cosas no son así. Nosotros no elegimos al amor, él nos elige a nosotros. Por eso, no se gana nada con mentir, porque uno acaba castigándose. Mejor nada que medias tintas.
-Pero no quiero perder tu amistad, significa mucho para mí.
-Siempre podrás contar conmigo -dijo Francis, tomándole la mano para depositarle un beso en la palma.
Agosto llegó, causando problemas que nadie había anticipado. La cola de un huracán que subía por la costa produjo tormentas con copiosas precipitaciones que duraron casi tres días. Una haya centenaria se cayó, y causó daño al ala posterior del monasterio, además, rompió una tubería. Tres de los dormitorios tuvieron goteras.
Aunque su idea había sido abrir el hogar a finales de mes, Myriam tuvo que retrasar la inauguración hasta que se solucionaran todos los problemas. Un día, mientras leía el correo en su despacho, oyó a un vehículo que frenaba delante de la casa, pero, creyendo que era alguno de los obreros que llegaba a trabajar, no le prestó atención hasta que oyó unas pisadas detenerse frente a su puerta. Levantó la mirada y casi se quedó sin aliento al ver a Víctor en el umbral.
El corazón le dio tal vuelco, que creyó que se encontraba al borde de un infarto.
-Estás invadiendo una propiedad privada.
-Demándame -dijo él. Entró y se inclinó sobre ella, petrificada tras la mesa.
-¿Crees que no lo haré?
-Creo que puedes hacer cualquier cosa que te propongas. Pero no eres «La mujer maravilla» y en este momento tienes problemas. Lo que no puedo entender es que aceptes todo tipo de ayuda de extraños pero no permitas que mis obreros te echen una mano: ¿Qué es más importante, que consigas poner en marcha este proyecto lo antes posible o que sigas castigándome?
-¿Y qué te hace pensar que no puedo hacer ambas cosas?
-Estás tirando piedras a tu propio tejado, y nunca mejor dicho.
-Pero son mis piedra y es mi tejado.
-Quizás sea así -dijo él, dirigiéndole una intensa mirada-. Te amo -dijo finalmente.
-¡No, no me amas! -exclamó ella, la emoción que había luchado tanto por contener, saliendo a la superficie-. Un hombre que ama no alberga resentimiento y rencor infundados contra la mujer que quiere. No cree que ella sea capaz de abortar a su hijo porque alguien se lo diga. Va y le pregunta la verdad, seguro de que podrá creer lo que ella le diga.
-Éramos jóvenes e ingenuos, Myriam. Ambos cometimos errores. También podrías haber recurrido tú a mí y no lo hiciste.
-¡De acuerdo! Entonces estamos empatados. Considera saldada la deuda y vete.
Víctor dio una vuelta por la estancia. Se detuvo frente a la ventana y finalmente se dio la vuelta para mirarla.
-¿Qué tengo que hacer para que me brindes otra oportunidad, Myriam? -preguntó amargamente-. ¿Tirarme desde el acantilado más cercano?
-Por mí, puedes arder en el infierno. Me da igual.
-La vida es un infierno si no te tengo, cielo mío -le respondió. Se acercó a ella y le acarició la mejilla, los labios, el cuello.
Myriam tuvo que hacer acopio de toda su voluntad para resistir la tentación. Por más que ceder fuera más fácil para ellos a corto plazo, luego resultaría muy doloroso, así que apartó su mano.
-No me toques -le dijo con firmeza-. Se acabó, Víctor. Hace rato que se acabó, pero no supimos leer los signos. Vete
-Dime que no me quieres -dijo él, hipnotizándola con su voz profunda y persuasiva y la ardiente intensidad de sus ojos-, y lo haré.
Ella tomó aliento y sacó fuerzas de flaqueza.
-No te quiero -le dijo.
Víctor la miró un momento más, intentando encontrar alguna grieta en sus defensas. Ella no apartó la mirada. La tensión se acumuló alrededor de ellos, llenando la estancia con un agudo y silencioso grito.
-Ojalá que nunca tengas que arrepentirte de haber dicho eso, Myriam -dijo él finalmente, antes de darse la vuelta y marcharse.
A mediados de septiembre, a las 2.32 de la madrugada, después de un día de trabajo en el que había intentado agotarse para no pensar, le llevó a Víctor un rato darse cuenta de que el sonido no provenía del despertador, sino del teléfono sobre la mesilla.
-¿Diga? -contestó, atontado, pasándose la mano por el pelo.
Era la policía. Una de sus naves industriales se había incendiado. Llamaban para informarle de ello.
Para combatir el insomnio, Myriam había adquirido el hábito de ver el canal de televisión local, donde pasaban viejas películas durante la noche. Generalmente, cumplían su cometido. A la hora más o menos, a Myriam comenzaban a cerrársele los ojos y, o se iba a la cama, o se quedaba dormida en el sofá.
Una noche, a mediados de septiembre, dos días antes de que abriera el centro de acogida, se encontraba decidiendo si tendría suficiente energía o no para apagar la televisión y subir hasta su dormitorio, cuando la película en blanco y negro se interrumpió abruptamente. En su lugar, apareció un periodista haciendo una transmisión en directo.
La escena tras él era caótica. Se veían coches de bomberos y de la policía, ambulancias, gente corriendo en todas direcciones o en grupos horrorizados mirando las llamas que lamían el tejado de un edificio.
El ruido de agudas sirenas impedía que se oyera lo que decía el reportero.
Pero no era necesario. Myriam reconoció una de las naves que la Corporación García acababa de comprar. También reconoció al hombre a la izquierda de la pantalla y a la chica que él sujetaba en sus brazos y hacía lo posible por consolar.
Y Myriam tuvo la certeza del motivo por el cual la chica, que ya no se encontraba embarazada, estaba tan afligida.
Tuvo que dejar el coche a dos manzanas de distancia y correr hasta el incendio. Encontró a la chica enseguida. La pobrecilla, a punto de darle un ataque de nervios, estaba bajo la atención de los paramédicos.
-Se llama Lisa -le dijo un conductor de ambulancia y señaló con la cabeza el edificio incendiado-. Un grupo de chicos y ella llevan meses viviendo aquí. Parece que hicieron fuego demasiado cerca de una pila de madera, que se incendió mientras dormían. Se despertaron cuando el sitio comenzó a llenarse de humo y salieron justo a tiempo. El problema es que ella tiene un bebé de unos pocos meses y, en la confusión, pensó que sus amigos lo habían sacado. Pero, el tema es que el pobre chiquillo sigue allí dentro, en algún sitio.
Lo que Myriam se temía.
-Pero alguien tiene que encontrarlo. ¿Cómo están aquí sin hacer nada?
-Sí, alguien ha ido ya. El inconsciente del dueño de la nave agarró una niveladora, traspasó la barrera y se encuentra dentro.
-¿Víctor García? ¿Nadie ha intentado detenerlo?
-Nadie pudo. Estaba como loco.
Myriam lanzó un involuntario grito de angustia. El hombre la miró con compasión.
-¿Lo conoce?
-Sí -dijo ella, tambaleándose cuando las rodillas le cedieron bajo el peso del cuerpo.
-¡Epa! -exclamó el hombre, agarrándola antes de que se cayera-. Será mejor que se siente con la madre en la ambulancia mientras esperamos noticias.
-No, tengo que estar allí cuando salga -susurró, intentando localizar el amado rostro, pero solo pudo encontrar extraños iluminados por la horrible luz roja del fuego.
Sus propias palabras le resonaban en la cabeza. «¡Por mí, puedes arder en el infierno!» «¡Puedes arder en el infierno!»
Mañana el final
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Una pasión secreta
Ayyy no ke angustia, no tardes con el final ke me dejas con el pendiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
Noooooooooooooooooo como k viictor esta en peliigro xfiitas niiña no nos hagas esperar demasiiado para saber k es lo k va a pasar con estos dos enamorados pero como k el fiinal
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
HAY NOOOO QUE NO LE PASE NADA A VICTOR Y QUE ESTO SIRVA PARA QUE MYRIAM REACCIONE Y SE DEJE DE RENCORES Y PERDONE AL NIÑO Y SE RECONCILIEN Y VUELVAN A ESTAR JUNTOS X SIEMPRE...
MUCHAS GRACIAS X EL CAP... DULCE Y TE ESPERAMOS CON EL FINAL MAÑANA Y PLISSS SUBELO TEMPRAAA
MUCHAS GRACIAS X EL CAP... DULCE Y TE ESPERAMOS CON EL FINAL MAÑANA Y PLISSS SUBELO TEMPRAAA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: Una pasión secreta
Ya también se acaba???? Qué lástima!!! Esperamos el último capi Dul, muchas gracias!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
gracias por el capi ya va acabar esta tambien
estare pendiente de el final
estare pendiente de el final
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Una pasión secreta
FINAL
Myriam encontró una manta y se tapó con ella, cubriendo también a la desesperada niña. Se abrazaron, dos extrañas unidas por la misma angustia, rezando juntas para salvar las vidas del bebé y del hombre que arriesgaba la suya para salvarlo.
Sus propias palabras, mentiras dichas para herirlo, le seguían resonando en la mente:
«Lo que tú quieres hacer es desembarazarte de todos esos adolescentes... estamos empatados... vete». Y la peor de todas: «¡Hemos acabado!»
Un grito surgió del gentío. Temiendo averiguar qué se debía, rodeó con su brazo a la chica y se acercó con ella al conductor de la ambulancia.
-Han sacado a alguien -le dijo este-. Pero no vaya, que solo será una molestia. Apártese y deje que los expertos hagan su trabajo. Ya nos enteraremos de lo que pasa.
-¿Es mi bebé? -gimió Lisa.
-Espero que sí, cariño -dijo Myriam. A pesar de que se estiró todo lo posible por ver, lo único que pudo distinguir fue un paramédico corriendo hacia la ambulancia. Solamente cuando estuvo lo bastante cerca y pudieron oír el llanto, se dio cuenta de que él llevaba al bebé en sus brazos.
Se subió a la ambulancia, envolvió al niño en una manta aislante y le puso una mascarilla de oxígeno.
-Tienes suerte -le dijo a Lisa, que sollozaba a su lado-. Parece que está muy bien. No se ha quemado, solo tiene unos arañazos. Al estar en el suelo, probablemente se salvó de lo peor pues no inhaló demasiado humo. Pero lo llevaremos a urgencias de todas formas para que lo revisen. Sube, niña, que nos vamos.
-¿Esperamos al tipo que entró a buscar al niño? -preguntó el conductor al darse cuenta de que Myriam esperaba ansiosamente.
-No -dijo el paramédico alargando la mano para cerrar la puerta de la ambulancia-. Ese no tiene prisa. Los demás pueden ocuparse de él.
Al oír aquello, el mundo se le derrumbó a Myriam a su alrededor y, aunque intentó mantener el equilibrio, no lo logró. Cayó al suelo con un golpe que la dejó sin aliento.
Una mano sucia apareció en su campo de visión y Myriam levantó la mirada. Un chico se inclinaba hacia ella, probablemente uno de los que había estado viviendo en la nave. No tendría más de quince años y tras la fachada de duro con que se enfrentaba al mundo, Myriam percibió el rostro de un niño asustado.
-¿Se encuentra bien, señora?
-No -dijo ella-. Nunca más me encontraré bien.
-No necesito un hospital -dijo Víctor, apartando la mascarilla de oxígeno que intentaban ponerle-. Ocúpense de alguien más. Bien sabe Dios que hay suficientes chicos aquí a quienes podría irles bien un poco de cuidado y atención.
-Muchas veces se comportan así -dijo el médico a cargo, metiéndose el estetoscopio en el bolsillo-. Átenlo si es necesario, y llévenselo. Ha inhalado mucho humo.
-Y usted qué sabe -quiso decir Víctor y acabó en un acceso de tos.
-Tranquilo, hombre. Los chicos están todos bien. La única víctima es su nave. No queda nada.
Mejor que mejor. Algunas cosas no valían la pena guardarse. Y había otras por las que no valía la pena luchar, decidió, mientras lo envolvían y metían en una ambulancia que esperaba. Le daba igual todo.
Olió su perfume antes de oírla. Se despertó del sueño más reparador que había tenido en semanas y reconoció la fragancia. Angel era la que siempre usaba.
-Víctor, ¿me oyes? -murmuró ella con voz trémula-. Abre los ojos, Víctor -le rogó y le tomó la mano entre las suyas.
También la podía sentir, por suerte. Había conocido a muchos hombres que se habían despertado en un hospital sin poder sentir nada porque habían perdido trozos de su cuerpo en combate o en la mesa de operaciones.
-Tengo mucho que decirte -prosiguió ella y se debió de apoyar en la cama, porque esta se hundió un poco bajo su peso.
Víctor pensó en responderle, pero decidió hacerse el dormido.
-¿Víctor? -insistió ella, y la voz le tembló con un sollozo.
Se la imaginaba, con los labios trémulos y los ojos relampagueantes llenos de, lágrimas.
-¡Infiernos, Víctor! -dijo y sus palabras salieron como disparos: ¡pum, pum, pum!- ¡Abre los ojos y mírame! ¿Te quiero, me oyes? Creo en nosotros. ¡Nosotros! ¡No te atrevas a privarme de la oportunidad de probártelo! -remarcó la orden con un golpe en el hombro-. ¡Ni se te ocurra!
Lentamente, Víctor abrió los párpados.
-¡Oh, estás despierto! -dijo ella, y aunque intentó controlar la risa floja, su voz estaba húmeda de lágrimas-. ¿Recuerdas que hubo un incendio en la nave? -le acarició el pelo.
-Sí -dijo él-. Y encontré al bebé.
-No solo lo encontraste, sino que también le salvaste la vida.
-Qué bien, ¿no?
-¡Desde luego!
-Entonces, ¿por qué estás tan trágica?
-Porque los paramédicos dijeron que no había prisa por llevarte al hospital -dijo ella y le temblaron los labios nuevamente-. Pensé que se referían a que estabas muerto.
-¿Y estás molesta porque no lo estoy?
-Estoy molesta conmigo misma -dijo ella, perdiendo la batalla con las lágrimas, que le corrieron por la cara como ríos-. Me mentí y a ti cuado dije que no te quería y casi se hace demasiado tarde para arreglarlo.
En ese momento, él decidió no hacerse el duro más. Lo hubiera deseado para cobrarse lo que ella lo había hecho sufrir, pero las lágrimas femeninas fueron su perdición. Bastantes se habían vertido ya. Era hora de que se acabaran de una vez.
-Yo tampoco he sido del todo honesto contigo -le dijo-. Oí todo lo que decías cuando creías que estaba inconsciente. Y, por si lo dijiste movida por la culpabilidad, te prometo que no lo tomaré en serio. Todos decimos y hacemos cosas que no queremos cuando estos presionados.
-Pero lo dije en serio -dijo ella-. Con todo mi corazón. Y si hubieras muerto anoche sin oírlas, me habría muerto contigo. Eres mi vida, siempre lo has sido.
Víctor le agarró las manos. No quería separarse de ella nunca más.
-Hazme un favor -le dijo-. Vete a buscar mi ropa y alguien que me dé de alta. Salgamos de aquí antes de que me ponga en ridículo.
-Ni lo pienses. Necesitas descansar.
-Te necesito.
-Me tienes.
-Entonces, demuéstramelo y encuentra mi ropa. Tenemos que hacer las paces de forma seria y este no es sitio para ello.
-¿Estás seguro de estar en condiciones?
El intentó quedarse serio, pero le entró la risa.
-Mira por debajo de la sábana, cielo mío, y comprueba si estoy en condiciones o no.
Fue suficiente para convencerla a ella, pero al personal del hospital le llevó más tiempo. Cuando se dieron cuenta de que él se iría tanto si le daban el alta como si no, lo dejaron marcharse a regañadientes con un montón de consejos que él no estaba dispuesto a seguir.
El sol comenzaba a salir cuando Myriam giró por la entrada de coches de la casa de él.
-¿Quieres aparcar en el garaje? -le preguntó Víctor.
-No -dijo ella, mirándolo con sus ojos tan profundos y misteriosos como el más valioso jade-. Mis prioridades han cambiado. Ya no me importa que me vean aquí.
Víctor se inclinó a besarla en la mejilla con admirable control.
-Llevo meses esperando oírte decir eso, Myriam, pero ahora que lo has hecho, ha valido la pena esperar cada minuto.
Comenzaron con una ducha. Una larga, caliente y reconfortante ducha en la que los cuerpos se rozaron y se quitaron los restos de la terrible noche con esponjas llenas de espuma. Ella le frotó la espalda; él le lavó el cabello. Ella apoyó sus manos sobre los planos contornos de su pecho, él le abarcó las nalgas con las manos y la apoyó contra sí.
-Te quiero -le dijo.
-¡Cuánto deseaba que me lo dijeras! -dijo ella, con un suspiro, sintiendo que la recorría una oleada de felicidad.
-Si te prometo pasar los próximos cincuenta años compensándote por lo que ha sucedido, ¿querrás casarte conmigo?
-Sí, oh, sí -dijo ella y rompió a llorar, algo que últimamente se le daba muy bien.
Víctor se ató una toalla a la cintura y, envolviéndola en una enorme toalla, la llevó hasta la cama.
-No tengo ni champán ni rosas -dijo, depositándola sobre el colchón-. No tengo ni sortija ni violines. Ni siquiera las sábanas están limpias. Todo eso tendrá que esperar a otra vez que esté más preparado. Ahora, cielo mío, lo único que puedo darte es mi persona.
-Tú eres todo lo que necesito o deseo -dijo ella dulcemente, abriendo los brazos para recibirlo-. Lo único que lamento es que casi tuve que perderte para siempre para darme cuenta del tesoro que tenemos.
Él se acercó a ella con una urgencia y un calor que fundieron la fría separación que había reinado en el corazón durante tanto tiempo. Le brindó pasión y ternura. En una unión de mente y cuerpo le devolvió la tempestuosa alegría de vivir que hacía años que había creído perder.
Más tarde, cuando hubieron saciado momentáneamente su ansia, se quedaron descansando. La sangre ya no corría acelerada por las venas de ella, sino que circulaba en suave y dulce armonía. Por fin habían recobrado la dicha que les había faltado en los encuentros previos. Volvió hacia él los ojos soñolientos de pasión.
-Hemos hecho otro bebé, Víctor -dijo suavemente-. Te apuesto lo que quieras.
-No me sorprendería -dijo él, apoyándola contra su pecho-. Pero esta vez, lo haremos como corresponde.
Myriam encontró una manta y se tapó con ella, cubriendo también a la desesperada niña. Se abrazaron, dos extrañas unidas por la misma angustia, rezando juntas para salvar las vidas del bebé y del hombre que arriesgaba la suya para salvarlo.
Sus propias palabras, mentiras dichas para herirlo, le seguían resonando en la mente:
«Lo que tú quieres hacer es desembarazarte de todos esos adolescentes... estamos empatados... vete». Y la peor de todas: «¡Hemos acabado!»
Un grito surgió del gentío. Temiendo averiguar qué se debía, rodeó con su brazo a la chica y se acercó con ella al conductor de la ambulancia.
-Han sacado a alguien -le dijo este-. Pero no vaya, que solo será una molestia. Apártese y deje que los expertos hagan su trabajo. Ya nos enteraremos de lo que pasa.
-¿Es mi bebé? -gimió Lisa.
-Espero que sí, cariño -dijo Myriam. A pesar de que se estiró todo lo posible por ver, lo único que pudo distinguir fue un paramédico corriendo hacia la ambulancia. Solamente cuando estuvo lo bastante cerca y pudieron oír el llanto, se dio cuenta de que él llevaba al bebé en sus brazos.
Se subió a la ambulancia, envolvió al niño en una manta aislante y le puso una mascarilla de oxígeno.
-Tienes suerte -le dijo a Lisa, que sollozaba a su lado-. Parece que está muy bien. No se ha quemado, solo tiene unos arañazos. Al estar en el suelo, probablemente se salvó de lo peor pues no inhaló demasiado humo. Pero lo llevaremos a urgencias de todas formas para que lo revisen. Sube, niña, que nos vamos.
-¿Esperamos al tipo que entró a buscar al niño? -preguntó el conductor al darse cuenta de que Myriam esperaba ansiosamente.
-No -dijo el paramédico alargando la mano para cerrar la puerta de la ambulancia-. Ese no tiene prisa. Los demás pueden ocuparse de él.
Al oír aquello, el mundo se le derrumbó a Myriam a su alrededor y, aunque intentó mantener el equilibrio, no lo logró. Cayó al suelo con un golpe que la dejó sin aliento.
Una mano sucia apareció en su campo de visión y Myriam levantó la mirada. Un chico se inclinaba hacia ella, probablemente uno de los que había estado viviendo en la nave. No tendría más de quince años y tras la fachada de duro con que se enfrentaba al mundo, Myriam percibió el rostro de un niño asustado.
-¿Se encuentra bien, señora?
-No -dijo ella-. Nunca más me encontraré bien.
-No necesito un hospital -dijo Víctor, apartando la mascarilla de oxígeno que intentaban ponerle-. Ocúpense de alguien más. Bien sabe Dios que hay suficientes chicos aquí a quienes podría irles bien un poco de cuidado y atención.
-Muchas veces se comportan así -dijo el médico a cargo, metiéndose el estetoscopio en el bolsillo-. Átenlo si es necesario, y llévenselo. Ha inhalado mucho humo.
-Y usted qué sabe -quiso decir Víctor y acabó en un acceso de tos.
-Tranquilo, hombre. Los chicos están todos bien. La única víctima es su nave. No queda nada.
Mejor que mejor. Algunas cosas no valían la pena guardarse. Y había otras por las que no valía la pena luchar, decidió, mientras lo envolvían y metían en una ambulancia que esperaba. Le daba igual todo.
Olió su perfume antes de oírla. Se despertó del sueño más reparador que había tenido en semanas y reconoció la fragancia. Angel era la que siempre usaba.
-Víctor, ¿me oyes? -murmuró ella con voz trémula-. Abre los ojos, Víctor -le rogó y le tomó la mano entre las suyas.
También la podía sentir, por suerte. Había conocido a muchos hombres que se habían despertado en un hospital sin poder sentir nada porque habían perdido trozos de su cuerpo en combate o en la mesa de operaciones.
-Tengo mucho que decirte -prosiguió ella y se debió de apoyar en la cama, porque esta se hundió un poco bajo su peso.
Víctor pensó en responderle, pero decidió hacerse el dormido.
-¿Víctor? -insistió ella, y la voz le tembló con un sollozo.
Se la imaginaba, con los labios trémulos y los ojos relampagueantes llenos de, lágrimas.
-¡Infiernos, Víctor! -dijo y sus palabras salieron como disparos: ¡pum, pum, pum!- ¡Abre los ojos y mírame! ¿Te quiero, me oyes? Creo en nosotros. ¡Nosotros! ¡No te atrevas a privarme de la oportunidad de probártelo! -remarcó la orden con un golpe en el hombro-. ¡Ni se te ocurra!
Lentamente, Víctor abrió los párpados.
-¡Oh, estás despierto! -dijo ella, y aunque intentó controlar la risa floja, su voz estaba húmeda de lágrimas-. ¿Recuerdas que hubo un incendio en la nave? -le acarició el pelo.
-Sí -dijo él-. Y encontré al bebé.
-No solo lo encontraste, sino que también le salvaste la vida.
-Qué bien, ¿no?
-¡Desde luego!
-Entonces, ¿por qué estás tan trágica?
-Porque los paramédicos dijeron que no había prisa por llevarte al hospital -dijo ella y le temblaron los labios nuevamente-. Pensé que se referían a que estabas muerto.
-¿Y estás molesta porque no lo estoy?
-Estoy molesta conmigo misma -dijo ella, perdiendo la batalla con las lágrimas, que le corrieron por la cara como ríos-. Me mentí y a ti cuado dije que no te quería y casi se hace demasiado tarde para arreglarlo.
En ese momento, él decidió no hacerse el duro más. Lo hubiera deseado para cobrarse lo que ella lo había hecho sufrir, pero las lágrimas femeninas fueron su perdición. Bastantes se habían vertido ya. Era hora de que se acabaran de una vez.
-Yo tampoco he sido del todo honesto contigo -le dijo-. Oí todo lo que decías cuando creías que estaba inconsciente. Y, por si lo dijiste movida por la culpabilidad, te prometo que no lo tomaré en serio. Todos decimos y hacemos cosas que no queremos cuando estos presionados.
-Pero lo dije en serio -dijo ella-. Con todo mi corazón. Y si hubieras muerto anoche sin oírlas, me habría muerto contigo. Eres mi vida, siempre lo has sido.
Víctor le agarró las manos. No quería separarse de ella nunca más.
-Hazme un favor -le dijo-. Vete a buscar mi ropa y alguien que me dé de alta. Salgamos de aquí antes de que me ponga en ridículo.
-Ni lo pienses. Necesitas descansar.
-Te necesito.
-Me tienes.
-Entonces, demuéstramelo y encuentra mi ropa. Tenemos que hacer las paces de forma seria y este no es sitio para ello.
-¿Estás seguro de estar en condiciones?
El intentó quedarse serio, pero le entró la risa.
-Mira por debajo de la sábana, cielo mío, y comprueba si estoy en condiciones o no.
Fue suficiente para convencerla a ella, pero al personal del hospital le llevó más tiempo. Cuando se dieron cuenta de que él se iría tanto si le daban el alta como si no, lo dejaron marcharse a regañadientes con un montón de consejos que él no estaba dispuesto a seguir.
El sol comenzaba a salir cuando Myriam giró por la entrada de coches de la casa de él.
-¿Quieres aparcar en el garaje? -le preguntó Víctor.
-No -dijo ella, mirándolo con sus ojos tan profundos y misteriosos como el más valioso jade-. Mis prioridades han cambiado. Ya no me importa que me vean aquí.
Víctor se inclinó a besarla en la mejilla con admirable control.
-Llevo meses esperando oírte decir eso, Myriam, pero ahora que lo has hecho, ha valido la pena esperar cada minuto.
Comenzaron con una ducha. Una larga, caliente y reconfortante ducha en la que los cuerpos se rozaron y se quitaron los restos de la terrible noche con esponjas llenas de espuma. Ella le frotó la espalda; él le lavó el cabello. Ella apoyó sus manos sobre los planos contornos de su pecho, él le abarcó las nalgas con las manos y la apoyó contra sí.
-Te quiero -le dijo.
-¡Cuánto deseaba que me lo dijeras! -dijo ella, con un suspiro, sintiendo que la recorría una oleada de felicidad.
-Si te prometo pasar los próximos cincuenta años compensándote por lo que ha sucedido, ¿querrás casarte conmigo?
-Sí, oh, sí -dijo ella y rompió a llorar, algo que últimamente se le daba muy bien.
Víctor se ató una toalla a la cintura y, envolviéndola en una enorme toalla, la llevó hasta la cama.
-No tengo ni champán ni rosas -dijo, depositándola sobre el colchón-. No tengo ni sortija ni violines. Ni siquiera las sábanas están limpias. Todo eso tendrá que esperar a otra vez que esté más preparado. Ahora, cielo mío, lo único que puedo darte es mi persona.
-Tú eres todo lo que necesito o deseo -dijo ella dulcemente, abriendo los brazos para recibirlo-. Lo único que lamento es que casi tuve que perderte para siempre para darme cuenta del tesoro que tenemos.
Él se acercó a ella con una urgencia y un calor que fundieron la fría separación que había reinado en el corazón durante tanto tiempo. Le brindó pasión y ternura. En una unión de mente y cuerpo le devolvió la tempestuosa alegría de vivir que hacía años que había creído perder.
Más tarde, cuando hubieron saciado momentáneamente su ansia, se quedaron descansando. La sangre ya no corría acelerada por las venas de ella, sino que circulaba en suave y dulce armonía. Por fin habían recobrado la dicha que les había faltado en los encuentros previos. Volvió hacia él los ojos soñolientos de pasión.
-Hemos hecho otro bebé, Víctor -dijo suavemente-. Te apuesto lo que quieras.
-No me sorprendería -dijo él, apoyándola contra su pecho-. Pero esta vez, lo haremos como corresponde.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Epílogo
Myriam llamó al centro de acogida El Refugio y aunque la ceremonia formal de apertura con el alcalde García y las personalidades no tuvo lugar hasta finales de octubre, abrió las puertas cinco días después del incendio.
Lisa y su hijo, David, fueron los primero residentes. Y al cabo de la semana, cinco chicas más y dos chicos de edades comprendidas entre los quince y los diecisiete se habían unido a ellos. En los pasillos del monasterio comenzaron a sonar nuevamente pisadas y cautas risas de los jóvenes que, hasta aquel momento, no habían conocido mucha felicidad ni aceptación.
Una mañana fresca y limpia, poco tiempo antes de la inauguración oficial, un granjero de la vecindad les llevó un carro con unas increíblemente hermosas calabazas.
-Para los chicos -dijo-. Apuesto a que ni se acuerdan de la última vez que celebraron Halloween como corresponde.
También les dio dos cachorritos con mezcla de Labrador.
-Porque una casa no es un hogar sin un perro o dos. Y cuando llegue la primavera, tendré muchos gatitos. Mantendrán los ratones a raya.
Cuando se hizo de noche, algunos de los chicos habían hecho suficientes linternas con las calabazas como para poner una en cada ventana y adornar la entrada. Con la ayuda de su madre de acogida, los que no querían tallar las linternas llenaron la casa de olor a pepitas de calabaza asadas, sopa de calabaza y pan de calabaza con especias.
Antes de cenar aquella noche una de las niñas, una frágil niña desamparada de unos quince años, apartó la linterna más grande de todas, metió dentro al bebé de Lisa para que solo le asomara la cabeza y le tomó una foto. Mientras, los cachorritos se comieron un par de zapatos y dejaron unos regalitos en la alfombra del salón.
Pero nadie se enfadó. Cosas así siempre sucedían en una familia.
-No le cosa las costuras de los lados hasta el último momento -le dijo la madre de Myriam a la modista que le hacía el vestido de novia-. Hay que asegurarse de que quepa.
-De veras, Myriam -recriminó Margaret, que quitaba el polvo a la cuna de la familia-. Bastante tiempo los llevó decidirse, podrían haber esperado un poco más y quedarte embarazada cuando tuvieras una sortija en el dedo.
-Tengo una -dijo Myriam con serenidad, mostrándole el diamante-. Y es hermosa.
-Desde luego que es grande y, teniendo en cuenta que todavía no has llegado al tercer mes, tú también lo estás. ¿No esperarás más de uno?
Justo después de el Día de Acción de Gracias, Myriam se enteró de que esperaban mellizos.
-¿Qué te parece si les pedimos a Clara y Agustin que sean los padrinos? -le preguntó Víctor-. Es lo más parecido a nietos que podrán tener nunca, y yo soy la única familia que les queda.
Teniendo en cuenta la forma incondicional que los Castillo habían aceptado su compromiso con su yerno, a Myriam la hizo muy feliz estar de acuerdo. Pero, ¿cómo no iba a estarlo, cuando se iba a casar con el hombre que adoraba?
La boda fue el quince de diciembre en la iglesia más grande del pueblo, a la luz de las velas en una ceremonia íntima, porque casi todos en un radio de treinta kilómetros querían asistir a la ceremonia. Era una noche perfecta, con un cielo tachonado de estrellas y unas pequeñas nubes blancas para comenzar un matrimonio que prometía ser lo más perfecto que se podía encontrar de este lado del paraíso.
Myriam llamó al centro de acogida El Refugio y aunque la ceremonia formal de apertura con el alcalde García y las personalidades no tuvo lugar hasta finales de octubre, abrió las puertas cinco días después del incendio.
Lisa y su hijo, David, fueron los primero residentes. Y al cabo de la semana, cinco chicas más y dos chicos de edades comprendidas entre los quince y los diecisiete se habían unido a ellos. En los pasillos del monasterio comenzaron a sonar nuevamente pisadas y cautas risas de los jóvenes que, hasta aquel momento, no habían conocido mucha felicidad ni aceptación.
Una mañana fresca y limpia, poco tiempo antes de la inauguración oficial, un granjero de la vecindad les llevó un carro con unas increíblemente hermosas calabazas.
-Para los chicos -dijo-. Apuesto a que ni se acuerdan de la última vez que celebraron Halloween como corresponde.
También les dio dos cachorritos con mezcla de Labrador.
-Porque una casa no es un hogar sin un perro o dos. Y cuando llegue la primavera, tendré muchos gatitos. Mantendrán los ratones a raya.
Cuando se hizo de noche, algunos de los chicos habían hecho suficientes linternas con las calabazas como para poner una en cada ventana y adornar la entrada. Con la ayuda de su madre de acogida, los que no querían tallar las linternas llenaron la casa de olor a pepitas de calabaza asadas, sopa de calabaza y pan de calabaza con especias.
Antes de cenar aquella noche una de las niñas, una frágil niña desamparada de unos quince años, apartó la linterna más grande de todas, metió dentro al bebé de Lisa para que solo le asomara la cabeza y le tomó una foto. Mientras, los cachorritos se comieron un par de zapatos y dejaron unos regalitos en la alfombra del salón.
Pero nadie se enfadó. Cosas así siempre sucedían en una familia.
-No le cosa las costuras de los lados hasta el último momento -le dijo la madre de Myriam a la modista que le hacía el vestido de novia-. Hay que asegurarse de que quepa.
-De veras, Myriam -recriminó Margaret, que quitaba el polvo a la cuna de la familia-. Bastante tiempo los llevó decidirse, podrían haber esperado un poco más y quedarte embarazada cuando tuvieras una sortija en el dedo.
-Tengo una -dijo Myriam con serenidad, mostrándole el diamante-. Y es hermosa.
-Desde luego que es grande y, teniendo en cuenta que todavía no has llegado al tercer mes, tú también lo estás. ¿No esperarás más de uno?
Justo después de el Día de Acción de Gracias, Myriam se enteró de que esperaban mellizos.
-¿Qué te parece si les pedimos a Clara y Agustin que sean los padrinos? -le preguntó Víctor-. Es lo más parecido a nietos que podrán tener nunca, y yo soy la única familia que les queda.
Teniendo en cuenta la forma incondicional que los Castillo habían aceptado su compromiso con su yerno, a Myriam la hizo muy feliz estar de acuerdo. Pero, ¿cómo no iba a estarlo, cuando se iba a casar con el hombre que adoraba?
La boda fue el quince de diciembre en la iglesia más grande del pueblo, a la luz de las velas en una ceremonia íntima, porque casi todos en un radio de treinta kilómetros querían asistir a la ceremonia. Era una noche perfecta, con un cielo tachonado de estrellas y unas pequeñas nubes blancas para comenzar un matrimonio que prometía ser lo más perfecto que se podía encontrar de este lado del paraíso.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
hayyyyyyyyyyyyyyyyyyy graciias x poner un fiinal tan liindo me encanto niiña graciias y que boniito es al amor verdad y espero k pronto compartas una nueva noveliita k ya sabes k akii tendras una fiiel seguiidora
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Una pasión secreta
Ayyy qué bello Dul, muchas gracias por el final y te esperamos pronto con otra ehh!!!!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Una pasión secreta
gracias por el final muy lindo te estaremos esperando con la proxima
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Una pasión secreta
que bueno que se arreglo todo...nunca puse mensajes pero si la leia eh...gracias por la novela dulce me encanto
susy81- VBB CRISTAL
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Re: Una pasión secreta
QUE BONITO FINAL QUE BUENO QUE AL FINAL PUDO MAS EL AMORR Y SE OLVIDARON DE RENCORES Y SE CASARON MUCHAS GRACIAS DULCINEAAAAA TE ESTAREMOS ESPERANDO CON EL SIGUIENTE CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
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