La Trampa de Cenicienta
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Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capi Dul, está genial la novela, síguele!!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Hay Myris te estas metiendo en donde no devesss!!!! Si iterfieres con su hermana Vicco te mata
Siguele por favorrr Esta bunisimaa
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Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
NO CREO QUE A VICTOR LE AGRADE MUCHO LA AYUDA QUE MYRIAM QUIERE DARLE A SU HERMANA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP....
P,D:YA QUIERO OTRO MASSSS
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Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Cap. 11
—¿Teníamos que irnos tan temprano? —preguntó cuando estuvieron en el coche.
—Tú misma dijiste que debías estar en la cama a las doce, Cenicienta —fue la suave réplica que la obligó a guardar silencio.
Había olvidado ese comentario, inventado como una excusa para escapar de Victor, pero él lo recordaba a la perfección y lo utilizaba en su contra. Bien, sería un arma arrojadiza entre los dos. Antes de que el suave ronroneo del motor del Jaguar se apagara, ella ya se había desabrochado el cinturón de seguridad y se despedía de su compañero.
—Estoy segura de que no te importará que no te invite a pasar —consultó su reloj y sonrió con falsa dulzura—. ¿Para qué molestarte en subir por un cuarto de hora?
¿El brillo de sus ojos era signo de enfado o diversión?
—Dime —inquirió Victor con sarcasmo—, ¿qué te sucede a la medianoche? ¿De verdad te conviertes en una calabaza?
—Necesito dormir —trató de apaciguarlo con otra sonrisa. Victor permaneció impasible.
—Eso dices —su tono era una mezcla de broma y exasperación—. ¿Nunca relajas ese riguroso régimen que te has impuesto? Todos tenemos que divertirnos alguna vez.
—Me he divertido mucho esta noche —elevó la voz, molesta.
—Lo supongo. Cuando no contabas las calorías ni te preocupaba si esa maldita máscara que usas se había descompuesto un milímetro.
—¿Qué máscara? —el enfado, la incertidumbre y los remordimientos que sentía porque planeaba traicionar la confianza de Liz, se combinaron para que su voz temblara. Su estómago se contrajo al pensar que Victor la había descubierto y que siempre había sabido quién era.
—La pintura con que te cubres. ¡Maldición, mujer! ¿Eres incapaz de pasar frente a un espejo sin admirarte?
Su ira aumentó ante ese comentario mordaz, pero a la vez se mezcló con un alivio profundo al darse cuenta de que sus temores eran infundados.
—Supongo que preferirías que fuera como Liz, gordita y anticuada, sin que mi aspecto me preocupara en lo más mínimo.
Se arrepintió de sus palabras tan pronto como las pronunció y una ola de vergüenza la invadió por criticar a Liz a sus espaldas.
—¡Por lo menos Liz es sincera! Permite que la gente la vea como es, no se esconde bajo una capa de pintura.
—Yo no me escondo —negó con vehemencia, quizá demasiada, pues las palabras de él se acercaban peligrosamente a la verdad, poniéndolo muy nerviosa.
—¿No? Entonces, ¿por qué estabas tan inquieta cuando te devolví el reloj? Estabas como un gato sobre un tejado caliente, incapaz de unir dos palabras con coherencia… y todo porque temías que te viera sin tu cara de domingo.
—¡Oh, no seas ridículo! No esperaba que regresaras, eso es todo. Me cogiste por sorpresa.
—¿Qué clase de sorpresa? —la preguntó él, desconcertándola otra vez—. ¿Te gustó que volviera?
¡Oh! ¿Qué podía contestar? Una niebla de confusión empañó sus pensamientos. ¿Cuál era la verdad? Hasta hacía muy poco tiempo hubiera dicho que lo último que deseaba era que la presencia inquietante de Victor García descompusiera su vida, pero las cosas ya no eran tan simples. La compañía de Victor le parecía estimulante y excitante, aunque a veces desagradable. También emanaba de él una energía imposible de ignorar. Los días en que no la había llamado, cuando pensó que no volvería a verlo, le habían parecido aburridos y opacos. Y esa noche… había experimentado una extraña emoción mientras se arreglaba para la cena… «Pero eso es porque estoy más cerca de mi meta», se dijo, «y nada más».
—¿Y bien? —inquirió Victor—. ¿Qué me contestas, Myriam? ¿Quieres que continuemos con esta relación o nos separamos y seguimos nuestros respectivos caminos?
—No —la palabra se le escapó sin pensar. Luego trató de racionalizar su decisión: si ya había llegado hasta allí, sería absurdo dejar que se perdiera todo lo que había logrado—. Me gustaría volver a verte, Victor, de verdad.
Tuvo que luchar para enfrentarse a esos ojos oscuros con cierto grado de confianza. Su afirmación fue recibida con una pequeña y, según su opinión, irritante sonrisa de triunfo. Era obvio que había esperado esa respuesta.
«¡Que se vaya al infierno!», pensó furiosa, estuvo tentada a retractarse.
—Entonces te llamaré durante la semana para quedar en algo —el tono indiferente de su voz le picó el orgullo a Myriam, al pensar que su afirmación significaba poco para él. Tendría que trabajar con más ahínco para que su rechazo final le doliera tanto como ella deseaba. Con esa idea, se volvió hacia él una vez más.
—No quise insultar a tu hermana. Discúlpame —no tuvo que esforzarse porque su voz sonara sincera, pues estaba avergonzada de sus palabras.
—Por supuesto —aceptó secamente y Myriam tuvo que hacer un esfuerzo especial para ignorar la ironía que encerraban esas dos palabras.
—Por favor, dile que me divertí mucho en su casa.
Calculando con cuidado el efecto que deseaba producir, alzó una mano y la apoyó sobre la mejilla del hombre, mirando sus ojos grises.
—Mucho —trató de que su voz fuera seductora.
La respuesta de Victor fue la que esperaba. Sus ojos se oscurecieron hasta volverse casi negros, con una mano se desabrochó el cinturón de seguridad rápidamente y con la otra le rodeó los hombros para atraerla hacia sí.
Su beso fue largo, dulce y persuasivo. Myriam no tuvo dificultad en corresponderle mientras seguía tocándole la mejilla, sintiendo la tibieza de su piel y la fuerza de su mandíbula. Se apoyó en él, aspiró el aroma de su cuerpo y la embriagó el calor de su piel que penetraba a través de la tela del vestido.
Victor separó sus labios y le besó los párpados cerrados. Cuando los dedos masculinos se cerraron sobre la suave curva de uno de sus senos, Myriam lanzó una exclamación ahogada. Le pareció haber recibido una descarga abrasadora que la quemaba de la cabeza a los pies, como si la bañaran los rayos de un sol de verano y no la fría luz de la luna que iluminaba el cielo.
—Myriam —susurró Victor a su oído—. Adorable Myriam, subamos para terminar esto con comodidad.
Algo muy parecido al pánico la invadió. ¡Eso no era lo que había planeado! Las cosas se movían demasiado rápido, incluyendo sus propias reacciones, que la habían cogido por sorpresa, dejándola azorada y sin el control que era vital para llevar a cabo su plan con éxito. Se puso tensa en los brazos del hombre, tratando de encontrar la forma de concluir esa situación antes de que fuera demasiado tarde. Oyó a lo lejos la campana de una iglesia y, haciendo un esfuerzo supremo para alejarse de Victor y de la ardiente pasión que sus manos despertaban, empezó a contar las campanadas: una… dos… tres…
—Diez, once, doce…
Consternada, se dio cuenta de que las palabras no flotaban en su mente, sino que Victor contaba en voz alta, sonriendo con ironía.
—Medianoche —murmuró con tono burlón—. Y nada terrible ha sucedido. No te has convertido en calabaza, ¿o era en ratón? No me acuerdo.
—Ninguno de los dos —contestó, satisfecha con que su voz sólo temblara un poco. La sorprendía poder hablar, pues tenía la boca seca y el corazón le latía desenfrenadamente. Además, las caricias de Victor, le habían dejado un terrible sentimiento de pérdida que la confundía.
¿Cómo lo había logrado? ¿Por qué reaccionaba de esa manera con alguien que ni siquiera le gustaba, cuando otros hombres más agradables no la habían afectado? Victor tenía mucha experiencia y era, debía admitirlo, un amante hábil. Sabía que botones pulsar, que movimientos hacer y ella, como una tonta adolescente, respondía por instinto. Con una sonrisa encantadora, miró la cara varonil a unos centímetros de la suya.
—La carroza se convirtió en calabaza y los caballos en ratones —su confianza aumentó a medida que la excitación cedía y el resplandor rojo que invadía su cerebro empezaba a apagarse—. Desde luego, el cochero se transformó en una rata —subrayó, traviesa, la última palabra.
La risa del hombre fue un sonido inesperado y, tuvo que admitirlo, agradable.
—Eso piensas de mí… ¡no es muy halagador!
La soltó y Myriam se apoyó en el respaldo de su asiento.
—¿Así me consideras? —la voz de Victor sonó diferente, con una nota sensual que encerraba un ruego que ella estaba decidida a ignorar.
«Sí, eres una rata», Victor García, le dijo en la seguridad de sus propios pensamientos.
—No sé lo que pienso de ti —¿de verdad había dicho eso? Apenas podía creer que había musitado esas palabras, pues eran opuestas a lo que pensaba—. Dame tiempo para conocerte y luego te responderé.
—¿Tiempo? —repitió Victor como un suave eco—. Está bien, mi hermosa Myriam, te daré tiempo… Pero no tardes demasiado. No soy un hombre paciente. Cuando veo algo que me gusta, lo tomo y no permito que nada se oponga a mis deseos.
La frase se repitió una y otra vez en el cerebro de la chica mucho después de haberse metido en la cama, pues no lograba dormir. Victor la deseaba y esa certeza debía causarle una profunda satisfacción, ya que estaba a punto de alcanzar su meta y vengarse. Al mismo tiempo, recordaba la mirada de acero de Victor, la firmeza de su voz, y no podía evitar preguntarse si se había metido en la boca del lobo. La incertidumbre no había desaparecido cuando por fin logró conciliar el sueño.
—¿Teníamos que irnos tan temprano? —preguntó cuando estuvieron en el coche.
—Tú misma dijiste que debías estar en la cama a las doce, Cenicienta —fue la suave réplica que la obligó a guardar silencio.
Había olvidado ese comentario, inventado como una excusa para escapar de Victor, pero él lo recordaba a la perfección y lo utilizaba en su contra. Bien, sería un arma arrojadiza entre los dos. Antes de que el suave ronroneo del motor del Jaguar se apagara, ella ya se había desabrochado el cinturón de seguridad y se despedía de su compañero.
—Estoy segura de que no te importará que no te invite a pasar —consultó su reloj y sonrió con falsa dulzura—. ¿Para qué molestarte en subir por un cuarto de hora?
¿El brillo de sus ojos era signo de enfado o diversión?
—Dime —inquirió Victor con sarcasmo—, ¿qué te sucede a la medianoche? ¿De verdad te conviertes en una calabaza?
—Necesito dormir —trató de apaciguarlo con otra sonrisa. Victor permaneció impasible.
—Eso dices —su tono era una mezcla de broma y exasperación—. ¿Nunca relajas ese riguroso régimen que te has impuesto? Todos tenemos que divertirnos alguna vez.
—Me he divertido mucho esta noche —elevó la voz, molesta.
—Lo supongo. Cuando no contabas las calorías ni te preocupaba si esa maldita máscara que usas se había descompuesto un milímetro.
—¿Qué máscara? —el enfado, la incertidumbre y los remordimientos que sentía porque planeaba traicionar la confianza de Liz, se combinaron para que su voz temblara. Su estómago se contrajo al pensar que Victor la había descubierto y que siempre había sabido quién era.
—La pintura con que te cubres. ¡Maldición, mujer! ¿Eres incapaz de pasar frente a un espejo sin admirarte?
Su ira aumentó ante ese comentario mordaz, pero a la vez se mezcló con un alivio profundo al darse cuenta de que sus temores eran infundados.
—Supongo que preferirías que fuera como Liz, gordita y anticuada, sin que mi aspecto me preocupara en lo más mínimo.
Se arrepintió de sus palabras tan pronto como las pronunció y una ola de vergüenza la invadió por criticar a Liz a sus espaldas.
—¡Por lo menos Liz es sincera! Permite que la gente la vea como es, no se esconde bajo una capa de pintura.
—Yo no me escondo —negó con vehemencia, quizá demasiada, pues las palabras de él se acercaban peligrosamente a la verdad, poniéndolo muy nerviosa.
—¿No? Entonces, ¿por qué estabas tan inquieta cuando te devolví el reloj? Estabas como un gato sobre un tejado caliente, incapaz de unir dos palabras con coherencia… y todo porque temías que te viera sin tu cara de domingo.
—¡Oh, no seas ridículo! No esperaba que regresaras, eso es todo. Me cogiste por sorpresa.
—¿Qué clase de sorpresa? —la preguntó él, desconcertándola otra vez—. ¿Te gustó que volviera?
¡Oh! ¿Qué podía contestar? Una niebla de confusión empañó sus pensamientos. ¿Cuál era la verdad? Hasta hacía muy poco tiempo hubiera dicho que lo último que deseaba era que la presencia inquietante de Victor García descompusiera su vida, pero las cosas ya no eran tan simples. La compañía de Victor le parecía estimulante y excitante, aunque a veces desagradable. También emanaba de él una energía imposible de ignorar. Los días en que no la había llamado, cuando pensó que no volvería a verlo, le habían parecido aburridos y opacos. Y esa noche… había experimentado una extraña emoción mientras se arreglaba para la cena… «Pero eso es porque estoy más cerca de mi meta», se dijo, «y nada más».
—¿Y bien? —inquirió Victor—. ¿Qué me contestas, Myriam? ¿Quieres que continuemos con esta relación o nos separamos y seguimos nuestros respectivos caminos?
—No —la palabra se le escapó sin pensar. Luego trató de racionalizar su decisión: si ya había llegado hasta allí, sería absurdo dejar que se perdiera todo lo que había logrado—. Me gustaría volver a verte, Victor, de verdad.
Tuvo que luchar para enfrentarse a esos ojos oscuros con cierto grado de confianza. Su afirmación fue recibida con una pequeña y, según su opinión, irritante sonrisa de triunfo. Era obvio que había esperado esa respuesta.
«¡Que se vaya al infierno!», pensó furiosa, estuvo tentada a retractarse.
—Entonces te llamaré durante la semana para quedar en algo —el tono indiferente de su voz le picó el orgullo a Myriam, al pensar que su afirmación significaba poco para él. Tendría que trabajar con más ahínco para que su rechazo final le doliera tanto como ella deseaba. Con esa idea, se volvió hacia él una vez más.
—No quise insultar a tu hermana. Discúlpame —no tuvo que esforzarse porque su voz sonara sincera, pues estaba avergonzada de sus palabras.
—Por supuesto —aceptó secamente y Myriam tuvo que hacer un esfuerzo especial para ignorar la ironía que encerraban esas dos palabras.
—Por favor, dile que me divertí mucho en su casa.
Calculando con cuidado el efecto que deseaba producir, alzó una mano y la apoyó sobre la mejilla del hombre, mirando sus ojos grises.
—Mucho —trató de que su voz fuera seductora.
La respuesta de Victor fue la que esperaba. Sus ojos se oscurecieron hasta volverse casi negros, con una mano se desabrochó el cinturón de seguridad rápidamente y con la otra le rodeó los hombros para atraerla hacia sí.
Su beso fue largo, dulce y persuasivo. Myriam no tuvo dificultad en corresponderle mientras seguía tocándole la mejilla, sintiendo la tibieza de su piel y la fuerza de su mandíbula. Se apoyó en él, aspiró el aroma de su cuerpo y la embriagó el calor de su piel que penetraba a través de la tela del vestido.
Victor separó sus labios y le besó los párpados cerrados. Cuando los dedos masculinos se cerraron sobre la suave curva de uno de sus senos, Myriam lanzó una exclamación ahogada. Le pareció haber recibido una descarga abrasadora que la quemaba de la cabeza a los pies, como si la bañaran los rayos de un sol de verano y no la fría luz de la luna que iluminaba el cielo.
—Myriam —susurró Victor a su oído—. Adorable Myriam, subamos para terminar esto con comodidad.
Algo muy parecido al pánico la invadió. ¡Eso no era lo que había planeado! Las cosas se movían demasiado rápido, incluyendo sus propias reacciones, que la habían cogido por sorpresa, dejándola azorada y sin el control que era vital para llevar a cabo su plan con éxito. Se puso tensa en los brazos del hombre, tratando de encontrar la forma de concluir esa situación antes de que fuera demasiado tarde. Oyó a lo lejos la campana de una iglesia y, haciendo un esfuerzo supremo para alejarse de Victor y de la ardiente pasión que sus manos despertaban, empezó a contar las campanadas: una… dos… tres…
—Diez, once, doce…
Consternada, se dio cuenta de que las palabras no flotaban en su mente, sino que Victor contaba en voz alta, sonriendo con ironía.
—Medianoche —murmuró con tono burlón—. Y nada terrible ha sucedido. No te has convertido en calabaza, ¿o era en ratón? No me acuerdo.
—Ninguno de los dos —contestó, satisfecha con que su voz sólo temblara un poco. La sorprendía poder hablar, pues tenía la boca seca y el corazón le latía desenfrenadamente. Además, las caricias de Victor, le habían dejado un terrible sentimiento de pérdida que la confundía.
¿Cómo lo había logrado? ¿Por qué reaccionaba de esa manera con alguien que ni siquiera le gustaba, cuando otros hombres más agradables no la habían afectado? Victor tenía mucha experiencia y era, debía admitirlo, un amante hábil. Sabía que botones pulsar, que movimientos hacer y ella, como una tonta adolescente, respondía por instinto. Con una sonrisa encantadora, miró la cara varonil a unos centímetros de la suya.
—La carroza se convirtió en calabaza y los caballos en ratones —su confianza aumentó a medida que la excitación cedía y el resplandor rojo que invadía su cerebro empezaba a apagarse—. Desde luego, el cochero se transformó en una rata —subrayó, traviesa, la última palabra.
La risa del hombre fue un sonido inesperado y, tuvo que admitirlo, agradable.
—Eso piensas de mí… ¡no es muy halagador!
La soltó y Myriam se apoyó en el respaldo de su asiento.
—¿Así me consideras? —la voz de Victor sonó diferente, con una nota sensual que encerraba un ruego que ella estaba decidida a ignorar.
«Sí, eres una rata», Victor García, le dijo en la seguridad de sus propios pensamientos.
—No sé lo que pienso de ti —¿de verdad había dicho eso? Apenas podía creer que había musitado esas palabras, pues eran opuestas a lo que pensaba—. Dame tiempo para conocerte y luego te responderé.
—¿Tiempo? —repitió Victor como un suave eco—. Está bien, mi hermosa Myriam, te daré tiempo… Pero no tardes demasiado. No soy un hombre paciente. Cuando veo algo que me gusta, lo tomo y no permito que nada se oponga a mis deseos.
La frase se repitió una y otra vez en el cerebro de la chica mucho después de haberse metido en la cama, pues no lograba dormir. Victor la deseaba y esa certeza debía causarle una profunda satisfacción, ya que estaba a punto de alcanzar su meta y vengarse. Al mismo tiempo, recordaba la mirada de acero de Victor, la firmeza de su voz, y no podía evitar preguntarse si se había metido en la boca del lobo. La incertidumbre no había desaparecido cuando por fin logró conciliar el sueño.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Andaleeee, muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
¿QUE FINAL TENDRA LA VEGANZA DE MYRIAM?, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Apúrale Myris que se te va jajaja!!!! Gracias por el capi chamaca!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
graciias x el cap me encanto xfiitas niiña no tardes con el siguiente cap sii memuero x saberk es lo k va a pasar con la venganza de myriam ok niiña no leemos pronto
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Cap. 12
—Entra, Liz, qué bien que hayas venido —Myriam abrió la puerta de par en par y le dio la bienvenida a la visita con su mejor sonrisa—. Estaba preparando café. ¿Quieres una taza?
Su sonrisa se llenó de compasión cuando Liz hizo un gesto de disgusto.
—Me pone enferma —explicó con resignación—. Es curioso, siempre me ha gustado el café, pero ahora…
—No importa —la consoló Myriam mientras la hacía pasar al salón—. No durará para siempre. ¿Cuánto te falta?
—Cuatro meses y medio. A veces me parece una eternidad. Todavía tengo náuseas y vivo en un continuo letargo. El calor no me ayuda mucho; menos mal que, cuando esté más gorda, refrescará.
—En diciembre no sólo refrescará, sino que helará —rió Myriam—. ¿Prefieres un vaso de jugo de naranja?
—¡Estupendo! —se dejó caer en un sillón con un suspiro de alivio—. Justo lo que el bebé y yo necesitábamos —acarició su redondo vientre con suavidad—. Por lo menos empieza a notarse el embarazo. Al principio, me parecía un fraude.
—Te creo. Nunca lo hubiera adivinado si no me lo hubieras dicho —observó Myriam por encima de su hombro, mientras se encaminaba a la cocina.
«No, no hubiera sospechado que esperaba un bebé», pensó, al recordar la primera visita que le había hecho la hermana de Victor. Pero en cierto momento de esa tarde, Liz le había revelado la noticia de que, después de meses de frustrados intentos, al fin estaba embarazada. Myriam se alegró por ella, aunque no pudo evitar acordarse de su primer encuentro con Cristian y su desagradable gesto. Tuvo que morderse la lengua para no mostrar su ira.
—Victor me ha dicho que van a pasar una semana en la cabaña —señaló Liz cuando Myriam volvió de la cocina con el café y el zumo de naranja—. Te envidio. En esta época del año, Dales es divino.
Myriam murmuró algo inarticulado que podía pasar por asentimiento. Sin saberlo, Liz había tocado un tema que le causaba muchas inquietudes y algunas noches de insomnio. Cuando Victor le propuso un viaje a Yorkshire, agosto le pareció muy lejano. Estaba segura de que, para entonces, su relación ya habría terminado. Sólo tenía un recuerdo, con el brillo de la satisfacción de haber logrado su venganza. De algún modo los días habían pasado y Victor todavía formaba parte de su vida, aunque no sabía por qué ni cómo.
Salían una o dos veces por semana, desde la noche que habían cenado en casa de Liz y Cristian. En cada ocasión había buscado algo interesante que hacer y había sido un acompañante atento y cortés. Ella había usado todos los trucos que conocía para conquistarlo, esmerándose en escoger su ropa, poniendo especial cuidado en su maquillaje y esgrimiendo el pretexto de que debía regresar a su casa a las doce para mantenerlo interesado. El tiempo que pasaban juntos era muy agradable. Siempre tenía tema de conversación y le sorprendió la cantidad de cosas que tenían en común. En cuanto a la venganza, no parecía muy cerca.
La verdad era que Victor no parecía tan cautivado como para considerar que estaba a su merced. No se había repetido la pasión con que la había besado más de una vez. Si no hubiera sido por el recuerdo de esa firme declaración: «cuando veo algo que me gusta, lo tomo», Myriam hubiera claudicado, a pesar de que le molestaba sospechar que Victor aceptaría que su relación terminara con indiferencia.
Así que, cuando le propuso pasar sus vacaciones en la cabaña de Dales, en Yorkshire, consideró que sería el último intento de conseguir lo que se proponía. Esa semana sería un todo o nada en lo referente a Victor. Si no podía lograr que le declarara que la necesitaba, cuando estuvieran a solas, jamás lo haría.
—¿No lo crees, Myriam? ¿Myriam? —la voz de Liz interrumpió sus pensamientos—. ¡Estás soñando! No has oído ni media palabra de lo que te he dicho.
—Lo siento. Estaba pensando en…
—¿Mi hermano? —una sonrisa traviesa curvó los labios de la joven—. Me temo que muchas mujeres se enamoran de él. Ya sé que es mi hermano y lo quiero muchísimo, en especial desde… —se interrumpió y pensó mejor lo que había estado a punto de decir—. Pero es incorregible; a veces creo que nunca sentará cabeza y me desespera. Debo admitir que desde que te conoció tengo grandes esperanzas. Nunca se había mostrado tan interesado por nadie.
«Entonces, lo oculta muy bien», se dijo Myriam con mal humor, mientras en su mente se mezclaban emociones conflictivas. No se sintió triunfante al descubrir que Victor estaba más interesado en ella de lo que suponía; en lugar de eso, la invadió la desolación de comprender que perdería la amistad de Liz cuando rechazara a su hermano.
—¿Qué habías dicho? —preguntó para ocultar su confusión.
—Te contaba lo contenta que estoy de haber seguido tus consejos y haberme cortado el pelo —tocó su pelo rubio, peinado con un estilo ligero que encajaba mejor con sus finas facciones—. Hasta a mi madre le gusta.
Myriam ya había percibido antes el tono que Liz usaba cuando se refería a su madre: una nota triste, que no encajaba con la personalidad abierta y espontánea de la chica. No había conocido a la señora García, pero había visto su fotografía: una dama de cincuenta y cinco años, alta, elegante y con rostro aristocrático. No se parecía a su hija, pero sí a Victor.
—Ese peinado te queda muy bien —afirmó con sinceridad. Le había dado a Liz una nueva imagen en el corto tiempo en que habían sido amigas. ¡Quizá la belleza de su esposa impidiera que los ojos de Cristian vagaran por terrenos prohibidos en el futuro!—. Y me agrada que uses un poco de maquillaje porque de otra manera estás muy pálida —la estudió con aire crítico—. Aunque ese colorete no está bien aplicado.
—Lo sé. Traté de hacerlo como me enseñaste, pero no lo logré.
—Te daré otra lección —se puso de pie—. Ven, siéntate frente al espejo y observa cómo lo aplico. Es muy fácil.
Dedicaban muchas visitas a esas lecciones de maquillaje. Al principio, Liz se había mostrado reacia; luego le había tomado gusto a esa nueva experiencia y ya usaba con entusiasmo las técnicas que le indicaba Myriam. Como una estudiante aplicada, preguntaba sus dudas y a veces telefoneaba a la modelo, cuando no podía ir a verla en persona.
—Aquí es donde va —tocó los pómulos de Liz suavemente—. Y lo mezclas una y otra vez, hasta que parece natural.
«Por lo menos, sé mucho más de maquillaje que Lucia», pensó mientras trabajaba, recordando el efecto que su amiga había logrado esa fatídica tarde de hacía nueve años. Para sus adentros, reconoció que había debido quedar como un fenómeno.
Riendo y charlando como dos adolescentes, no oyeron que la puerta del edificio se abría. Myriam la había dejado abierto, pues esperaba a Maggie en unos minutos, así que ambas se sobresaltaron cuando una figura alta y sombría apareció en el apartamento y una voz masculina exclamó:
—Así que aquí es donde te refugias, ¿eh, Liz? Cristian casi se vuelve loco pensando que te habían ocurrido varias catástrofes. Tuve que luchar para que no llamara al hospital preguntando si habías tenido un accidente. Me dijo que quedaste en verlo hace una hora.
—¡Una hora! —Liz se puso en pie de un salto, quitándose la capa—. No sé cómo ha pasado el tiempo. Lo siento, Myriam, tengo que irme…
—¡No hemos terminado! —protestó la chica, tomándose la libertad de dudar que Cristian estuviera tan preocupado como Victor decía—. ¿No puedes?…
—No, no puede —la interrumpió él con firmeza y la frialdad de su voz atrajo la atención de Myriam, que descubrió por primera vez la furia que se reflejaba en sus ojos. Un estremecimiento de aprensión la sacudió al pensar que su enojo estaba dirigido a ella, pues ignoraba qué había hecho para merecerlo—. ¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Victor, con más suavidad, a su hermana.
—No, gracias, tengo el coche fuera —recogió su bolso y se dirigió hacia la puerta—. Siento irme de esta manera, pero ya sabes cómo es esto… ¡Adiós!
Cuando escuchó las rápidas pisadas bajando por las escaleras, Myriam pensó que si Liz no amara tanto a su marido, quizás él tendría más miedo de perderla. Ella jamás estaría a la merced de un hombre, fuera o no su esposo. Ese pensamiento le recordó la presencia de Victor y se volvió hacia él.
—¿Tenías que estropearlo todo? ¡Liz se estaba divirtiendo!
—Quizá —el tono de Victor era despectivo—. Pero Cristian estaba muy preocupado.
—¡Preocupado! —no pudo reprimir una risa sarcástica—. Aunque eso no le impida admirar a otras mujeres.
—¿Otras mujeres? ¿Cristian? —un asombro total reemplazó a la ira en los ojos de Victor—. ¿De qué demonios hablas? Cristian adora a Liz, todo el mundo lo sabe. Y ahora le preocupa cuánto ha cambiado y tú tienes la culpa, con tu obsesión por tu apariencia y el maquillaje.
—¡No es una obsesión! —protestó ella, indignada—. Sólo me gusta estar lo mejor posible y he ayudado a tu hermana a hacer lo mismo. Me lo pidió y… —se interrumpió, recordando que al principio Liz se había negado y que había tenido que convencerla.
—¿Te lo pidió o tú le impusiste tu ayuda? Mi hermana no tiene tiempo para pretensiones o artificios. Nunca le habían gustado las poses o los trucos que usan otras mujeres… hasta que te conoció.
Estaba muy enojado y sus palabras herían a Myriam como latigazos. ¿Qué había desatado esa tormenta? Victor se comportaba como si hubiera cometido un crimen cuando ni siquiera sabía de qué la acusaba.
—Ahora se pasa las horas arreglándose el pelo y maquillándose. Ha cambiado por completo y Cristian no sabe qué hacer con ella.
—¡Mejor! —declaró, recuperando un poco la compostura—. Ahora quizá la aprecie como Liz merece, y no coquetee con otras mujeres.
La reacción de Victor fue violenta.
—¿De dónde demonios has sacado esa idea? Conozco a Cristian, lo he tratado durante años, y jamás ha mirado a otra mujer.
—¿Ah, no? —la convicción de Victor la sacaba de quicio—. ¡Entonces explícame ese gesto! No soy ciega, ni estúpida y…
—¿Qué gesto? —la interrumpió—. ¡Maldición, mujer, no puedes hacer esa clase de acusaciones sin tener una prueba! —avanzó un paso hacia ella, que tuvo que dominarse para no retroceder—. ¿Qué gesto? —repitió, furioso.
—La noche de la exhibición… —deseó tener más control sobre su voz, que disminuía y aumentaba de volumen, traicionando su nerviosismo—. En el bar… él…
No encontró las palabras adecuadas, así que curvó las manos haciendo la forma de un ocho, como Cristian.
—¡A eso te referías!
Consternada, vio que Victor echaba hacia atrás la cabeza y soltaba una carcajada. Su reacción era tan distinta a la que había esperado que lo observó en silencio hasta que él se puso serio de repente y su mirada de desprecio borró la risa de su cara.
—¿Siempre juzgas por las apariencias? —preguntó con una voz tan dura como su expresión—. Cristian estaba describiendo a Liz.
Pese a que Myriam no se atrevió a expresar su incredulidad, su mirada era bastante escéptica. Victor se pasó una mano por el pelo.
—Me informaba de que Liz estaba embarazada. Ya lo sospechaban, desde luego. Liz siempre había tenido el cuerpo de un muchacho desde pequeña…
Se interrumpió de pronto.
—Cuando concibió al bebé, se llenó de curvas y eso le encantó. Cristian me lo describía.
Myriam giró sobre sí misma para darle la espalda. No tenía razón para dudar de la veracidad de las palabras de Victor y se sentía una tonta por haber llegado a una conclusión equivocada.
¿Qué clase de hombre era Victor García? Creía que lo sabía, pero en las últimas semanas había llegado a dudar de sus juicios. No había intentado seducirla. Se había portado en todo momento como la personificación de la cortesía. Ni una vez había tratado de llegar más lejos de lo que ella deseaba lo cual, después de la técnica exigente e indigna de Simon para conquistarla, le pareció una maravilla. Sin embargo, esa manera de actuar no concordaba con su arrogante declaración de que siempre que le gustaba algo, lo tomaba. ¿Ella le gustaba, o no?
Se volvió para mirarlo y no descubrió en su expresión el menor signo de amor, ni de deseo. Y no obstante, Liz le había asegurado que… De repente se dio cuenta de que Victor esperaba que hablara y se obligó a pronunciar las palabras pertinentes.
—Yo… me equivoqué por completo. Lo siento —su disculpa no pareció tener ningún efecto calmante sobre la ira del hombre.
—Debes sentirlo. ¿Comentaste eso con Liz? —sus ojos la taladraron, como si quisiera leer la respuesta en su mente.
—¡Oh, no! —la sinceridad se reflejó en la voz de la joven.
Con alivio, vio que la tensión de Victor disminuía y que sus hombros se relajaban.
—¡Gracias a Dios! —murmuró, preocupado—. La hubieras herido muchísimo. Si sugeriste…
—¡No sugerí nada! —exclamó ella con rapidez—. ¡Victor, tienes que creerme!
Volvió a estudiarla con intensidad.
—¿Quién fue, Myriam? —le preguntó, sorprendiéndola.
—¿Quien fue, quién?
—El hombre, supongo que fue un hombre, el que destruyó tu vida, convenciéndote de que la apariencia es lo único que vale.
—¡No sé de qué hablas!
La miró con un gesto de escepticismo tal que la enfureció.
—¡Mi pasado no te interesa! —le gritó—. Pertenece a mi vida privada y te agradecería que no te metieras en lo que no te incumbe.
No era eso lo que deseaba decir. Quiso gritarle: «¡fuiste tú! ¡Tú, el que me heriste!». Las palabras le quemaban la lengua y tuvo que cerrar la boca por miedo a que se le escaparan.
—Me importa —la contradijo él, pero Myriam no estaba dispuesta a dejarse impresionar.
—Pues es una lástima. ¡No tienes derecho, ningún derecho! No te pertenezco, Victor García. Yo…
Se calló, silenciada por el brillo de los ojos. Había dejado al descubierto sus verdaderos sentimientos, destruyendo sin duda su única posibilidad de vengarse. Hubiera sido mejor confesarle la verdad y terminar con ese asunto. De una cosa estaba segura, podía olvidarse de pasar una semana en Dales. Contuvo el aliento ante el dolor que le producía esa idea.
—Muy bien —decía Victor en ese momento—, no puedo obligarte a que hagas confidencias, pero piensa en lo que te he dicho… quizás aprendas a conocerte mejor. Y tal vez la semana próxima…
—¿La próxima semana? ¿Quieres decir… todavía deseas que vaya a Dales contigo?
—¡Oh, sí! —replicó él con una voz tan baja que ella se estremeció sólo de oírla—. Quiero que me acompañes. Lo deseo más que nunca.
Myriam no estaba preparada para el placer que las palabras de Victor le provocaron. Esa sensación corrió por sus venas, como el calor del sol de verano, haciendo que su piel brillara y que sus labios se abrieran en una amplia y sincera sonrisa.
—¡Magnífico! —exclamó, impulsiva—. Me encantará ir.
—Entra, Liz, qué bien que hayas venido —Myriam abrió la puerta de par en par y le dio la bienvenida a la visita con su mejor sonrisa—. Estaba preparando café. ¿Quieres una taza?
Su sonrisa se llenó de compasión cuando Liz hizo un gesto de disgusto.
—Me pone enferma —explicó con resignación—. Es curioso, siempre me ha gustado el café, pero ahora…
—No importa —la consoló Myriam mientras la hacía pasar al salón—. No durará para siempre. ¿Cuánto te falta?
—Cuatro meses y medio. A veces me parece una eternidad. Todavía tengo náuseas y vivo en un continuo letargo. El calor no me ayuda mucho; menos mal que, cuando esté más gorda, refrescará.
—En diciembre no sólo refrescará, sino que helará —rió Myriam—. ¿Prefieres un vaso de jugo de naranja?
—¡Estupendo! —se dejó caer en un sillón con un suspiro de alivio—. Justo lo que el bebé y yo necesitábamos —acarició su redondo vientre con suavidad—. Por lo menos empieza a notarse el embarazo. Al principio, me parecía un fraude.
—Te creo. Nunca lo hubiera adivinado si no me lo hubieras dicho —observó Myriam por encima de su hombro, mientras se encaminaba a la cocina.
«No, no hubiera sospechado que esperaba un bebé», pensó, al recordar la primera visita que le había hecho la hermana de Victor. Pero en cierto momento de esa tarde, Liz le había revelado la noticia de que, después de meses de frustrados intentos, al fin estaba embarazada. Myriam se alegró por ella, aunque no pudo evitar acordarse de su primer encuentro con Cristian y su desagradable gesto. Tuvo que morderse la lengua para no mostrar su ira.
—Victor me ha dicho que van a pasar una semana en la cabaña —señaló Liz cuando Myriam volvió de la cocina con el café y el zumo de naranja—. Te envidio. En esta época del año, Dales es divino.
Myriam murmuró algo inarticulado que podía pasar por asentimiento. Sin saberlo, Liz había tocado un tema que le causaba muchas inquietudes y algunas noches de insomnio. Cuando Victor le propuso un viaje a Yorkshire, agosto le pareció muy lejano. Estaba segura de que, para entonces, su relación ya habría terminado. Sólo tenía un recuerdo, con el brillo de la satisfacción de haber logrado su venganza. De algún modo los días habían pasado y Victor todavía formaba parte de su vida, aunque no sabía por qué ni cómo.
Salían una o dos veces por semana, desde la noche que habían cenado en casa de Liz y Cristian. En cada ocasión había buscado algo interesante que hacer y había sido un acompañante atento y cortés. Ella había usado todos los trucos que conocía para conquistarlo, esmerándose en escoger su ropa, poniendo especial cuidado en su maquillaje y esgrimiendo el pretexto de que debía regresar a su casa a las doce para mantenerlo interesado. El tiempo que pasaban juntos era muy agradable. Siempre tenía tema de conversación y le sorprendió la cantidad de cosas que tenían en común. En cuanto a la venganza, no parecía muy cerca.
La verdad era que Victor no parecía tan cautivado como para considerar que estaba a su merced. No se había repetido la pasión con que la había besado más de una vez. Si no hubiera sido por el recuerdo de esa firme declaración: «cuando veo algo que me gusta, lo tomo», Myriam hubiera claudicado, a pesar de que le molestaba sospechar que Victor aceptaría que su relación terminara con indiferencia.
Así que, cuando le propuso pasar sus vacaciones en la cabaña de Dales, en Yorkshire, consideró que sería el último intento de conseguir lo que se proponía. Esa semana sería un todo o nada en lo referente a Victor. Si no podía lograr que le declarara que la necesitaba, cuando estuvieran a solas, jamás lo haría.
—¿No lo crees, Myriam? ¿Myriam? —la voz de Liz interrumpió sus pensamientos—. ¡Estás soñando! No has oído ni media palabra de lo que te he dicho.
—Lo siento. Estaba pensando en…
—¿Mi hermano? —una sonrisa traviesa curvó los labios de la joven—. Me temo que muchas mujeres se enamoran de él. Ya sé que es mi hermano y lo quiero muchísimo, en especial desde… —se interrumpió y pensó mejor lo que había estado a punto de decir—. Pero es incorregible; a veces creo que nunca sentará cabeza y me desespera. Debo admitir que desde que te conoció tengo grandes esperanzas. Nunca se había mostrado tan interesado por nadie.
«Entonces, lo oculta muy bien», se dijo Myriam con mal humor, mientras en su mente se mezclaban emociones conflictivas. No se sintió triunfante al descubrir que Victor estaba más interesado en ella de lo que suponía; en lugar de eso, la invadió la desolación de comprender que perdería la amistad de Liz cuando rechazara a su hermano.
—¿Qué habías dicho? —preguntó para ocultar su confusión.
—Te contaba lo contenta que estoy de haber seguido tus consejos y haberme cortado el pelo —tocó su pelo rubio, peinado con un estilo ligero que encajaba mejor con sus finas facciones—. Hasta a mi madre le gusta.
Myriam ya había percibido antes el tono que Liz usaba cuando se refería a su madre: una nota triste, que no encajaba con la personalidad abierta y espontánea de la chica. No había conocido a la señora García, pero había visto su fotografía: una dama de cincuenta y cinco años, alta, elegante y con rostro aristocrático. No se parecía a su hija, pero sí a Victor.
—Ese peinado te queda muy bien —afirmó con sinceridad. Le había dado a Liz una nueva imagen en el corto tiempo en que habían sido amigas. ¡Quizá la belleza de su esposa impidiera que los ojos de Cristian vagaran por terrenos prohibidos en el futuro!—. Y me agrada que uses un poco de maquillaje porque de otra manera estás muy pálida —la estudió con aire crítico—. Aunque ese colorete no está bien aplicado.
—Lo sé. Traté de hacerlo como me enseñaste, pero no lo logré.
—Te daré otra lección —se puso de pie—. Ven, siéntate frente al espejo y observa cómo lo aplico. Es muy fácil.
Dedicaban muchas visitas a esas lecciones de maquillaje. Al principio, Liz se había mostrado reacia; luego le había tomado gusto a esa nueva experiencia y ya usaba con entusiasmo las técnicas que le indicaba Myriam. Como una estudiante aplicada, preguntaba sus dudas y a veces telefoneaba a la modelo, cuando no podía ir a verla en persona.
—Aquí es donde va —tocó los pómulos de Liz suavemente—. Y lo mezclas una y otra vez, hasta que parece natural.
«Por lo menos, sé mucho más de maquillaje que Lucia», pensó mientras trabajaba, recordando el efecto que su amiga había logrado esa fatídica tarde de hacía nueve años. Para sus adentros, reconoció que había debido quedar como un fenómeno.
Riendo y charlando como dos adolescentes, no oyeron que la puerta del edificio se abría. Myriam la había dejado abierto, pues esperaba a Maggie en unos minutos, así que ambas se sobresaltaron cuando una figura alta y sombría apareció en el apartamento y una voz masculina exclamó:
—Así que aquí es donde te refugias, ¿eh, Liz? Cristian casi se vuelve loco pensando que te habían ocurrido varias catástrofes. Tuve que luchar para que no llamara al hospital preguntando si habías tenido un accidente. Me dijo que quedaste en verlo hace una hora.
—¡Una hora! —Liz se puso en pie de un salto, quitándose la capa—. No sé cómo ha pasado el tiempo. Lo siento, Myriam, tengo que irme…
—¡No hemos terminado! —protestó la chica, tomándose la libertad de dudar que Cristian estuviera tan preocupado como Victor decía—. ¿No puedes?…
—No, no puede —la interrumpió él con firmeza y la frialdad de su voz atrajo la atención de Myriam, que descubrió por primera vez la furia que se reflejaba en sus ojos. Un estremecimiento de aprensión la sacudió al pensar que su enojo estaba dirigido a ella, pues ignoraba qué había hecho para merecerlo—. ¿Quieres que te lleve a casa? —preguntó Victor, con más suavidad, a su hermana.
—No, gracias, tengo el coche fuera —recogió su bolso y se dirigió hacia la puerta—. Siento irme de esta manera, pero ya sabes cómo es esto… ¡Adiós!
Cuando escuchó las rápidas pisadas bajando por las escaleras, Myriam pensó que si Liz no amara tanto a su marido, quizás él tendría más miedo de perderla. Ella jamás estaría a la merced de un hombre, fuera o no su esposo. Ese pensamiento le recordó la presencia de Victor y se volvió hacia él.
—¿Tenías que estropearlo todo? ¡Liz se estaba divirtiendo!
—Quizá —el tono de Victor era despectivo—. Pero Cristian estaba muy preocupado.
—¡Preocupado! —no pudo reprimir una risa sarcástica—. Aunque eso no le impida admirar a otras mujeres.
—¿Otras mujeres? ¿Cristian? —un asombro total reemplazó a la ira en los ojos de Victor—. ¿De qué demonios hablas? Cristian adora a Liz, todo el mundo lo sabe. Y ahora le preocupa cuánto ha cambiado y tú tienes la culpa, con tu obsesión por tu apariencia y el maquillaje.
—¡No es una obsesión! —protestó ella, indignada—. Sólo me gusta estar lo mejor posible y he ayudado a tu hermana a hacer lo mismo. Me lo pidió y… —se interrumpió, recordando que al principio Liz se había negado y que había tenido que convencerla.
—¿Te lo pidió o tú le impusiste tu ayuda? Mi hermana no tiene tiempo para pretensiones o artificios. Nunca le habían gustado las poses o los trucos que usan otras mujeres… hasta que te conoció.
Estaba muy enojado y sus palabras herían a Myriam como latigazos. ¿Qué había desatado esa tormenta? Victor se comportaba como si hubiera cometido un crimen cuando ni siquiera sabía de qué la acusaba.
—Ahora se pasa las horas arreglándose el pelo y maquillándose. Ha cambiado por completo y Cristian no sabe qué hacer con ella.
—¡Mejor! —declaró, recuperando un poco la compostura—. Ahora quizá la aprecie como Liz merece, y no coquetee con otras mujeres.
La reacción de Victor fue violenta.
—¿De dónde demonios has sacado esa idea? Conozco a Cristian, lo he tratado durante años, y jamás ha mirado a otra mujer.
—¿Ah, no? —la convicción de Victor la sacaba de quicio—. ¡Entonces explícame ese gesto! No soy ciega, ni estúpida y…
—¿Qué gesto? —la interrumpió—. ¡Maldición, mujer, no puedes hacer esa clase de acusaciones sin tener una prueba! —avanzó un paso hacia ella, que tuvo que dominarse para no retroceder—. ¿Qué gesto? —repitió, furioso.
—La noche de la exhibición… —deseó tener más control sobre su voz, que disminuía y aumentaba de volumen, traicionando su nerviosismo—. En el bar… él…
No encontró las palabras adecuadas, así que curvó las manos haciendo la forma de un ocho, como Cristian.
—¡A eso te referías!
Consternada, vio que Victor echaba hacia atrás la cabeza y soltaba una carcajada. Su reacción era tan distinta a la que había esperado que lo observó en silencio hasta que él se puso serio de repente y su mirada de desprecio borró la risa de su cara.
—¿Siempre juzgas por las apariencias? —preguntó con una voz tan dura como su expresión—. Cristian estaba describiendo a Liz.
Pese a que Myriam no se atrevió a expresar su incredulidad, su mirada era bastante escéptica. Victor se pasó una mano por el pelo.
—Me informaba de que Liz estaba embarazada. Ya lo sospechaban, desde luego. Liz siempre había tenido el cuerpo de un muchacho desde pequeña…
Se interrumpió de pronto.
—Cuando concibió al bebé, se llenó de curvas y eso le encantó. Cristian me lo describía.
Myriam giró sobre sí misma para darle la espalda. No tenía razón para dudar de la veracidad de las palabras de Victor y se sentía una tonta por haber llegado a una conclusión equivocada.
¿Qué clase de hombre era Victor García? Creía que lo sabía, pero en las últimas semanas había llegado a dudar de sus juicios. No había intentado seducirla. Se había portado en todo momento como la personificación de la cortesía. Ni una vez había tratado de llegar más lejos de lo que ella deseaba lo cual, después de la técnica exigente e indigna de Simon para conquistarla, le pareció una maravilla. Sin embargo, esa manera de actuar no concordaba con su arrogante declaración de que siempre que le gustaba algo, lo tomaba. ¿Ella le gustaba, o no?
Se volvió para mirarlo y no descubrió en su expresión el menor signo de amor, ni de deseo. Y no obstante, Liz le había asegurado que… De repente se dio cuenta de que Victor esperaba que hablara y se obligó a pronunciar las palabras pertinentes.
—Yo… me equivoqué por completo. Lo siento —su disculpa no pareció tener ningún efecto calmante sobre la ira del hombre.
—Debes sentirlo. ¿Comentaste eso con Liz? —sus ojos la taladraron, como si quisiera leer la respuesta en su mente.
—¡Oh, no! —la sinceridad se reflejó en la voz de la joven.
Con alivio, vio que la tensión de Victor disminuía y que sus hombros se relajaban.
—¡Gracias a Dios! —murmuró, preocupado—. La hubieras herido muchísimo. Si sugeriste…
—¡No sugerí nada! —exclamó ella con rapidez—. ¡Victor, tienes que creerme!
Volvió a estudiarla con intensidad.
—¿Quién fue, Myriam? —le preguntó, sorprendiéndola.
—¿Quien fue, quién?
—El hombre, supongo que fue un hombre, el que destruyó tu vida, convenciéndote de que la apariencia es lo único que vale.
—¡No sé de qué hablas!
La miró con un gesto de escepticismo tal que la enfureció.
—¡Mi pasado no te interesa! —le gritó—. Pertenece a mi vida privada y te agradecería que no te metieras en lo que no te incumbe.
No era eso lo que deseaba decir. Quiso gritarle: «¡fuiste tú! ¡Tú, el que me heriste!». Las palabras le quemaban la lengua y tuvo que cerrar la boca por miedo a que se le escaparan.
—Me importa —la contradijo él, pero Myriam no estaba dispuesta a dejarse impresionar.
—Pues es una lástima. ¡No tienes derecho, ningún derecho! No te pertenezco, Victor García. Yo…
Se calló, silenciada por el brillo de los ojos. Había dejado al descubierto sus verdaderos sentimientos, destruyendo sin duda su única posibilidad de vengarse. Hubiera sido mejor confesarle la verdad y terminar con ese asunto. De una cosa estaba segura, podía olvidarse de pasar una semana en Dales. Contuvo el aliento ante el dolor que le producía esa idea.
—Muy bien —decía Victor en ese momento—, no puedo obligarte a que hagas confidencias, pero piensa en lo que te he dicho… quizás aprendas a conocerte mejor. Y tal vez la semana próxima…
—¿La próxima semana? ¿Quieres decir… todavía deseas que vaya a Dales contigo?
—¡Oh, sí! —replicó él con una voz tan baja que ella se estremeció sólo de oírla—. Quiero que me acompañes. Lo deseo más que nunca.
Myriam no estaba preparada para el placer que las palabras de Victor le provocaron. Esa sensación corrió por sus venas, como el calor del sol de verano, haciendo que su piel brillara y que sus labios se abrieran en una amplia y sincera sonrisa.
—¡Magnífico! —exclamó, impulsiva—. Me encantará ir.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, haber ke pasa en el viaje, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Y yo que pense que ya le hiba a decir! aver como les va en viajee!
sigueleee
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Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Que se juyan, que se juyan jajaja!!! Gracias por el capi Dul!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por el capi haber que pasa en su viajecito
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
Cap. 13
Mucho, mucho después, tuvo que admitir que, al decir esas palabras, no había pensado en sus planes de venganza.
—¡Qué hermoso lugar! —la exclamación escapó de los labios de Myriam cuando el coche tomó una curva del sendero montañoso y ante sus ojos apareció la cabaña donde pasarían una semana.
Era más pequeña de lo que había supuesto. Más firme y sólida que bonita, construida en una colina y rodeada de verdes campos.
Las piedras grises de sus muros causaban cierta sorpresa a los visitantes, acostumbrados al ladrillo y los cristales de los edificios de la ciudad. A cambio, un sentimiento de relajación y paz los invadía al instante. A Myriam le pareció que había vuelto a su niñez.
En cuanto el coche se detuvo salió y se estiró, aspirando grandes bocanadas del aire tibio y puro. El trayecto desde Londres había sido largo, caluroso y extrañamente difícil. Había intentado conversar, pero Victor, taciturno, le contestaba sólo con monosílabos. Al final, también ella había guardado silencio contentándose con observar cómo las áreas pobladas de la ciudad iban desapareciendo para dar paso a la campiña, más familiar a medida que se acercaban al condado donde había nacido.
—Uno se olvida de lo fresco que puede ser el aire en el campo —comentó y la alegría de su tono era natural, espontánea. Cuando se volvió a mirar a Victor, le sonrió.
Para su tranquilidad, algo de su buen humor se le contagió, pues pareció relajarse y sus labios se curvaron, aunque sin sonreír. Después sacó del bolsillo unas llaves.
—Ven, pasa —la invitó y el hecho de que ya no le hablara en un tono seco, casi hostil, aumentó el optimismo de Myriam, mientras lo seguía al interior de la cabaña.
La casita era cómoda y acogedora, con dos cuartos en la planta baja, amueblados y decorados con objetos bastante usados, que la hicieron sentirse como en su casa. En la sala, los sillones parecían suaves e invitaban al descanso, junto a una chimenea y dos estanterías repletas de libros.
—Cuando compré la cabaña, aquí estaba la sala y la cocina —le explicó Victor—. Yo construí una ampliación en el segundo piso, con una cocina y un baño. Los albañiles usaron el mismo tipo de piedra para no alterar el conjunto.
—¡Es precioso!
Le gustaba. Tanto como le había gustado la casa de Victor en Londres. Después del estilo modernista con que estaba decorado el Fontan, le agradó descubrir que el gusto personal de Victor se inclinaba hacia lo conservador. A ella le resultaba imposible relajarse en el ambiente de vidrio y acero que sus amigas, las modelos, preferían.
—¿Puedo ver el otro piso?
Su anfitrión la condujo a un dormitorio decorado en verde y blanco, con el tocador y la cama hechos de madera de pino. La vista de la ventana era la que se contemplaba desde la entrada y, con una exclamación de placer, Myriam atravesó la habitación para observar el magnífico valle que se extendía ante sus ojos.
—¡Es maravilloso! Ahora comprendo por qué te gusta tanto venir aquí. Es muy tranquilo… comparado con Londres.
Algo en el silencio del cuarto hizo que callara y se volvió para descubrir que Victor la observaba de cerca, con una expresión indefinible. El techo era bastante bajo y su cabeza casi lo tocaba. Parecía tan alto y fuerte que de repente el dormitorio le resultó muy pequeño.
Con sobresalto, Myriam se dio cuenta de que su reacción al entrar en la cabaña no era la esperada en una mujer sofisticada. ¿Había cometido un error imperdonable al ir al campo? Quizá Yorkshire despertara el recuerdo de Patti Donovan en la mente de Victor. Su estómago se tensó, anticipando algún comentario que revelara que había sido descubierta, pero él se dirigió hacia la cama, donde bajó la maleta y el neceser que ella había llevado.
—Te dejo para que te instales —le dijo, con una voz profunda no tan firme como de costumbre. Parecía distraído, como si hubiera tenido que arrancar sus pensamientos de un problema complicado.
—Gracias. Me gustaría cambiarme y arreglarme un poco.
La expresión de Victor se oscureció ante esas palabras.
—Mi ama de llaves me preparó una comida sencilla antes de que saliéramos de Londres, no creas que vamos a cenar en el Ritz —vaciló y luego prosiguió—. Por el amor de Dios, Myriam, ¿nunca te pones cómoda? ¿Jamás eres tú misma?
—Si ser yo misma significa usar la ropa que me gusta, eso es exactamente lo que hago.
La réplica sonó seca. Si era sincera, reconocería que la sencillez de la cabaña le había causado una gran sorpresa. Nunca había creído en la descripción que le había hecho Victor de su refugio campestre. Había esperado encontrar algo más elegante, más de acuerdo con la fama de importante hombre de negocios de su anfitrión. La realidad la turbaba. Le recordaba mucho la casa donde vivía con su madre y Antonio. Ése era el único lugar donde podía descansar por completo. Allí pasaba días en que se olvidaba de la dieta rígida que se imponía en Londres y que era ella misma, vistiéndose con lo que encontraba a mano y sin maquillarse. En su mente, vio su propia imagen, en la última visita, relajada y libre, con unos viejos pantalones vaqueros y una camisa de hombre, recorriendo los campos. Una intensa nostalgia la invadió, pero no podía arriesgarse a hacer algo parecido cuando Victor estaba cerca.
—Entonces, te dejo. Cenaremos a las ocho. ¿Dos horas serán suficientes para que estés lo mejor posible?
Myriam apretó los puños, aunque logró responder con una fría sonrisa.
—Serán suficientes, gracias.
«Sólo será una semana», se dijo cuando Victor se fue. Siete días y después, de una manera u otra, él ya no formaría parte de su vida. Debía recordar que fingir la ponía nerviosa, y sería aún más difícil en la cabaña, siempre con Victor, sabiendo que dormía a su lado.
Se detuvo bruscamente, con la maleta a medio deshacer. ¡Dormitorios separados! Había esperado que él sugiriera que compartieran una habitación… y una cama. Lo hubiera desilusionado en ese punto, desde luego, pero hubiera sido la demostración de que él sentía algo, que la deseaba. Sin eso, no tenía esperanzas de alcanzar su meta y esa expedición sería inútil. Lo que Victor sentía, si es que sentía algo, lo ocultaba detrás de una fachada encantadora y atenta, que era lo único que le permitía ver.
Con un suspiro de frustración, colgó el último vestido en el armario sin cuidado, cosa poco característica en ella. Esa semana conquistaría a Victor o rompería su relación. Empezaría su campaña en ese momento. Se vestiría para estar lo mejor posible… y sabía qué ponerse. Escogió un vestido de seda con un escote pronunciado, que se adhería a su cuerpo como un guante. No era lo más apropiado para el campo, pero no había ido allí para divertirse, sino a tender una trampa y para ello necesitaba todas las armas disponibles.
La cena resultó poco agradable. Victor volvió a sumirse en un humor taciturno y no propició la conversación, absorto en sus pensamientos. Su silencio sacó de quicio a Myriam y la puso tan nerviosa que apenas pudo probar la comida. Su falta de apetito no provocó ninguna reacción en Victor y ella se dio cuenta de que la ignoraba a propósito, sin hacer comentarios acerca de su vestido o del maquillaje que con esmero se había aplicado.
Las cosas no mejoraron después de la cena. Tan pronto como recogieron los platos, Victor abrió el periódico y permaneció escondido tras él, sin pronunciar una palabra hasta que, aburrida y furiosa por su comportamiento, Myriam anunció que se iba a la cama.
Entonces consultó su reloj.
—Te retiras temprano esta noche, Cenicienta —se burló—. Falta una hora para las doce.
—Ha sido un día difícil y estoy cansada.
Su voz tembló, pues la ironía de Victor la hizo revivir recuerdos de otras noches, siempre con la sarcástica referencia al cuento de la Cenicienta cuando, la llevaba a su casa antes de la medianoche. Hubo veces, más de las que deseaba admitir, en que la molestó sobremanera, porque abrevió unas veladas que hubieran podido prolongarse. Ese recuerdo endureció su tono al concluir:
—Por lo tanto, me despido. Buenas noches.
Victor asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Que duermas bien. Oh, a propósito, mañana iré al pueblo a comprar víveres. Saldré mucho antes de que te despiertes.
La suposición de que se quedaría metida en la cama hasta tarde la irritó aún más. «Debería dar media vuelta y salir del cuarto», se dijo, incapaz de entender por qué permanecía allí como si esperara algo. Se dio cuenta de que deseaba un beso de despedida, por lo que la manera en que los ojos de Victor volvieron al periódico, fue la gota que derramó el vaso.
—Si vas a continuar comportándote como si yo no existiera, no comprendo la razón por la que me has traído.
Ese comentario hizo que los ojos negros la miraran de una manera tan hostil y helada que lamentó haber hablado.
—¿Ah, no? —murmuró Victor con suavidad—. Pues, para decirte la verdad, yo tampoco.
Mucho, mucho después, tuvo que admitir que, al decir esas palabras, no había pensado en sus planes de venganza.
—¡Qué hermoso lugar! —la exclamación escapó de los labios de Myriam cuando el coche tomó una curva del sendero montañoso y ante sus ojos apareció la cabaña donde pasarían una semana.
Era más pequeña de lo que había supuesto. Más firme y sólida que bonita, construida en una colina y rodeada de verdes campos.
Las piedras grises de sus muros causaban cierta sorpresa a los visitantes, acostumbrados al ladrillo y los cristales de los edificios de la ciudad. A cambio, un sentimiento de relajación y paz los invadía al instante. A Myriam le pareció que había vuelto a su niñez.
En cuanto el coche se detuvo salió y se estiró, aspirando grandes bocanadas del aire tibio y puro. El trayecto desde Londres había sido largo, caluroso y extrañamente difícil. Había intentado conversar, pero Victor, taciturno, le contestaba sólo con monosílabos. Al final, también ella había guardado silencio contentándose con observar cómo las áreas pobladas de la ciudad iban desapareciendo para dar paso a la campiña, más familiar a medida que se acercaban al condado donde había nacido.
—Uno se olvida de lo fresco que puede ser el aire en el campo —comentó y la alegría de su tono era natural, espontánea. Cuando se volvió a mirar a Victor, le sonrió.
Para su tranquilidad, algo de su buen humor se le contagió, pues pareció relajarse y sus labios se curvaron, aunque sin sonreír. Después sacó del bolsillo unas llaves.
—Ven, pasa —la invitó y el hecho de que ya no le hablara en un tono seco, casi hostil, aumentó el optimismo de Myriam, mientras lo seguía al interior de la cabaña.
La casita era cómoda y acogedora, con dos cuartos en la planta baja, amueblados y decorados con objetos bastante usados, que la hicieron sentirse como en su casa. En la sala, los sillones parecían suaves e invitaban al descanso, junto a una chimenea y dos estanterías repletas de libros.
—Cuando compré la cabaña, aquí estaba la sala y la cocina —le explicó Victor—. Yo construí una ampliación en el segundo piso, con una cocina y un baño. Los albañiles usaron el mismo tipo de piedra para no alterar el conjunto.
—¡Es precioso!
Le gustaba. Tanto como le había gustado la casa de Victor en Londres. Después del estilo modernista con que estaba decorado el Fontan, le agradó descubrir que el gusto personal de Victor se inclinaba hacia lo conservador. A ella le resultaba imposible relajarse en el ambiente de vidrio y acero que sus amigas, las modelos, preferían.
—¿Puedo ver el otro piso?
Su anfitrión la condujo a un dormitorio decorado en verde y blanco, con el tocador y la cama hechos de madera de pino. La vista de la ventana era la que se contemplaba desde la entrada y, con una exclamación de placer, Myriam atravesó la habitación para observar el magnífico valle que se extendía ante sus ojos.
—¡Es maravilloso! Ahora comprendo por qué te gusta tanto venir aquí. Es muy tranquilo… comparado con Londres.
Algo en el silencio del cuarto hizo que callara y se volvió para descubrir que Victor la observaba de cerca, con una expresión indefinible. El techo era bastante bajo y su cabeza casi lo tocaba. Parecía tan alto y fuerte que de repente el dormitorio le resultó muy pequeño.
Con sobresalto, Myriam se dio cuenta de que su reacción al entrar en la cabaña no era la esperada en una mujer sofisticada. ¿Había cometido un error imperdonable al ir al campo? Quizá Yorkshire despertara el recuerdo de Patti Donovan en la mente de Victor. Su estómago se tensó, anticipando algún comentario que revelara que había sido descubierta, pero él se dirigió hacia la cama, donde bajó la maleta y el neceser que ella había llevado.
—Te dejo para que te instales —le dijo, con una voz profunda no tan firme como de costumbre. Parecía distraído, como si hubiera tenido que arrancar sus pensamientos de un problema complicado.
—Gracias. Me gustaría cambiarme y arreglarme un poco.
La expresión de Victor se oscureció ante esas palabras.
—Mi ama de llaves me preparó una comida sencilla antes de que saliéramos de Londres, no creas que vamos a cenar en el Ritz —vaciló y luego prosiguió—. Por el amor de Dios, Myriam, ¿nunca te pones cómoda? ¿Jamás eres tú misma?
—Si ser yo misma significa usar la ropa que me gusta, eso es exactamente lo que hago.
La réplica sonó seca. Si era sincera, reconocería que la sencillez de la cabaña le había causado una gran sorpresa. Nunca había creído en la descripción que le había hecho Victor de su refugio campestre. Había esperado encontrar algo más elegante, más de acuerdo con la fama de importante hombre de negocios de su anfitrión. La realidad la turbaba. Le recordaba mucho la casa donde vivía con su madre y Antonio. Ése era el único lugar donde podía descansar por completo. Allí pasaba días en que se olvidaba de la dieta rígida que se imponía en Londres y que era ella misma, vistiéndose con lo que encontraba a mano y sin maquillarse. En su mente, vio su propia imagen, en la última visita, relajada y libre, con unos viejos pantalones vaqueros y una camisa de hombre, recorriendo los campos. Una intensa nostalgia la invadió, pero no podía arriesgarse a hacer algo parecido cuando Victor estaba cerca.
—Entonces, te dejo. Cenaremos a las ocho. ¿Dos horas serán suficientes para que estés lo mejor posible?
Myriam apretó los puños, aunque logró responder con una fría sonrisa.
—Serán suficientes, gracias.
«Sólo será una semana», se dijo cuando Victor se fue. Siete días y después, de una manera u otra, él ya no formaría parte de su vida. Debía recordar que fingir la ponía nerviosa, y sería aún más difícil en la cabaña, siempre con Victor, sabiendo que dormía a su lado.
Se detuvo bruscamente, con la maleta a medio deshacer. ¡Dormitorios separados! Había esperado que él sugiriera que compartieran una habitación… y una cama. Lo hubiera desilusionado en ese punto, desde luego, pero hubiera sido la demostración de que él sentía algo, que la deseaba. Sin eso, no tenía esperanzas de alcanzar su meta y esa expedición sería inútil. Lo que Victor sentía, si es que sentía algo, lo ocultaba detrás de una fachada encantadora y atenta, que era lo único que le permitía ver.
Con un suspiro de frustración, colgó el último vestido en el armario sin cuidado, cosa poco característica en ella. Esa semana conquistaría a Victor o rompería su relación. Empezaría su campaña en ese momento. Se vestiría para estar lo mejor posible… y sabía qué ponerse. Escogió un vestido de seda con un escote pronunciado, que se adhería a su cuerpo como un guante. No era lo más apropiado para el campo, pero no había ido allí para divertirse, sino a tender una trampa y para ello necesitaba todas las armas disponibles.
La cena resultó poco agradable. Victor volvió a sumirse en un humor taciturno y no propició la conversación, absorto en sus pensamientos. Su silencio sacó de quicio a Myriam y la puso tan nerviosa que apenas pudo probar la comida. Su falta de apetito no provocó ninguna reacción en Victor y ella se dio cuenta de que la ignoraba a propósito, sin hacer comentarios acerca de su vestido o del maquillaje que con esmero se había aplicado.
Las cosas no mejoraron después de la cena. Tan pronto como recogieron los platos, Victor abrió el periódico y permaneció escondido tras él, sin pronunciar una palabra hasta que, aburrida y furiosa por su comportamiento, Myriam anunció que se iba a la cama.
Entonces consultó su reloj.
—Te retiras temprano esta noche, Cenicienta —se burló—. Falta una hora para las doce.
—Ha sido un día difícil y estoy cansada.
Su voz tembló, pues la ironía de Victor la hizo revivir recuerdos de otras noches, siempre con la sarcástica referencia al cuento de la Cenicienta cuando, la llevaba a su casa antes de la medianoche. Hubo veces, más de las que deseaba admitir, en que la molestó sobremanera, porque abrevió unas veladas que hubieran podido prolongarse. Ese recuerdo endureció su tono al concluir:
—Por lo tanto, me despido. Buenas noches.
Victor asintió con una leve inclinación de cabeza.
—Que duermas bien. Oh, a propósito, mañana iré al pueblo a comprar víveres. Saldré mucho antes de que te despiertes.
La suposición de que se quedaría metida en la cama hasta tarde la irritó aún más. «Debería dar media vuelta y salir del cuarto», se dijo, incapaz de entender por qué permanecía allí como si esperara algo. Se dio cuenta de que deseaba un beso de despedida, por lo que la manera en que los ojos de Victor volvieron al periódico, fue la gota que derramó el vaso.
—Si vas a continuar comportándote como si yo no existiera, no comprendo la razón por la que me has traído.
Ese comentario hizo que los ojos negros la miraran de una manera tan hostil y helada que lamentó haber hablado.
—¿Ah, no? —murmuró Victor con suavidad—. Pues, para decirte la verdad, yo tampoco.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
uyy haber que pasa benisima siguele
nayelive- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
DULCINEA MUCHAS GRACIAS X EL CAP...
VER QUE PASA CON ESTOS DOS AHORA QUE ESTEN EN LA CABAÑA
VER QUE PASA CON ESTOS DOS AHORA QUE ESTEN EN LA CABAÑA
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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