La Trampa de Cenicienta
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Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
muchas grax por el capi dulce.....k ira a pasar cuando sepa vicco kien es...
Re: La Trampa de Cenicienta
Wow, super capi!!!!!! Muchas gracias niña!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, esta muy padre la novela.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
niña esta nov esta de poka gracias me gusta esta nov de verdad me gusta xfitas no tardes con el siguiente cap k me muero x saber k es lo k va a pasar con estos dos ñiños
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
PARECE QUE LAS COSAS NO ESTAN SALIENDO COMO MYRIAM ESPERABA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Cap.8
—Te dije que te pusieras cómoda —Victor no se molestó en saludar cuando Myriam abrió la puerta de su apartamento, el sábado por la mañana. La crítica implícita en su tono la puso nerviosa.
—Esto es cómodo —replicó secamente señalando el conjunto de algodón que llevaba.
Después de que él la llamara para proponerle un día de campo, si el tiempo lo permitía, ella había revuelto todo su guardarropa para escoger algo adecuado y había decidido que ese traje era ideal. La expresión de disgusto del hombre se convirtió en burla cuando observó las sandalias de cuero blanco.
—¿Puedes caminar con eso?
—¡Claro que puedo! Son muy cómodas.
Cruzó los dedos detrás de su espalda, por la mentirijilla. Y dudaba de que pudiera caminar una distancia considerable con los tacones altos y finos. Le habían costado una fortuna, pero se había enamorado de ellos a primera vista y aún no había encontrado una oportunidad para usarlas… y combinaban a la perfección con su conjunto.
Victor encogió los hombros, como si no le importara. Él sí estaba vestido para ir al campo. Llevaba una camisa azul de algodón, abierta en el cuello, que dejaba entrever la piel bronceada. El pantalón vaquero se ajustaba a sus caderas y los zapatos náuticos parecían viejos y muy cómodos.
—¿Estás lista? —la impaciencia tiñó su voz—. Hace un día precioso… demasiado, para quedarse dentro de la casa.
—Estoy lista —luchó porque la irritación no se reflejara en su réplica, aunque no lo logró del todo—. Además, has llegado antes de la hora.
La sonrisa de Victor descartó la importancia de esa acusación con una indiferencia que la sulfuró.
—Sólo unos minutos. Tuviste tiempo para arreglarte.
Haciendo un gran esfuerzo, Myriam apretó los labios para no contestar con toda la furia que amenazaba desbordarse como la lava de un volcán.
—¿Hace mucho sol? ¿Necesitaré sombrero?
El hombre alzó las cejas con incredulidad.
—¡Un sombrero! —repitió como un eco, asombrado—. ¿Para qué?
—Para proteger mi piel —repuso ella secamente. Solía ponerse un sombrero de ala ancha en verano, pues no le gustaba que el sol le llenara la cara de manchas.
Victor la estudió de cerca y analizó el cuidadoso maquillaje que había tardado veinte minutos en aplicar sobre su tez.
—¿Crees que los rayos del sol atravesarán esa capa para quemar tu cara? —inquirió y el desprecio que se reflejaba en su voz tuvo el efecto de un latigazo sobre ella—. No sé para qué te pones esa porquería.
—Siempre trato de estar…
—Lo mejor posible —la interrumpió con énfasis satírico—. Ya sé… me lo dijiste. No puedo dejar de preguntarme cómo serías sin ese arco iris en el rostro.
Pálida y fea. La respuesta llegó a la mente de Myriam sin que la buscara. Como una versión delgada de la Patti Donovan de hace años. Ese pensamiento endureció a su voz cuando replicó:
—Todas las mujeres usan maquillaje para mejorar su aspecto. No se trata de un arco iris, como tú lo llamas —por lo menos, no el que ella usaba. Estaba orgullosa de la sutileza con que se arreglaba. Si se hubiera referido a los colores que le había puesto Lucia cuando tenía diecisiete años, quizá le hubiera dado la razón. En ese momento, se equivocaba por completo—. ¿Acaso no estás de acuerdo?
La expresión del hombre era indescifrable y Myriam decidió no esforzarse en interpretarla ni obligarlo a responder. Tomó su bolso, cerró la puerta de la entrada y bajó la escalera, detrás de Victor.
Pensaba que el principio del día no vaticinaba buenos resultados. Se suponía que lo estaba convenciendo de que se sentía atraída y en lugar de eso, lo atacaba como un perro rabioso y le daba una impresión que no deseaba. «No es mi culpa», se dijo indignada. Victor había hecho comentarios poco halagadores, calculados para enfurecer a cualquier mujer que se respetara. Sin embargo, era preciso que cuidara su lengua si pretendía llevar a cabo su venganza. Le resultaba más difícil de lo que había imaginado no mostrar sus verdaderos sentimientos, pues Victor García no actuaba como ella esperaba.
La excursión tampoco resultó agradable. Cuando Victor le sugirió que fueran de día de campo, imaginó que se trataría de un paseo de adultos, como los que organizaban Maggie y ella de vez en cuando, comiendo pollo y ensalada en sillas plegables no lejos de la carretera donde dejaban el coche. La idea de Victor era un día de campo tradicional, con ensalada y mantel, al lado de un arroyo.
Si le hubiera aclarado sus intenciones, se hubiera vestido de un modo diferente; la tierra y la hierba ensuciaban sus pantalones blancos. Tuvieron que caminar lo que a ella le parecieron kilómetros para llegar al lugar elegido. Y a los pocos metros se dio cuenta de que había sido un error ponerse las sandalias. Se enterraban en sus pies sin compasión y mientras se arrastraba cuesta arriba por una vereda, que ni siquiera podía llamarse camino, los tacones se convirtieron en un serio peligro para mantener el equilibrio. Victor, desde luego, no se enfrentaba a esos problemas y caminaba con paso seguro a una velocidad que ella encontraba imposible de seguir, a pesar de que él llevaba la canasta y un tapete para sentarse. Pensó en quitarse los zapatos y continuar descalza, pero darle la oportunidad a Victor de decirle: «Te lo advertí», le parecía peor que la incomodidad, por lo que apretó los dientes y continuó sin quejarse.
Con un suspiro de alivio se sentó por fin sobre el tapete que el hombre extendió sobre la hierba y estiró las piernas. En cuanto los pies dejaron de dolerle, pudo admitir que el sitio era hermoso. El sol le calentaba la espalda, el aire estaba lleno de los trinos de los pájaros y el arroyuelo hacía un ruido agradable al saltar sobre su lecho de rocas. Cuando era joven, Myriam solía quitarse los zapatos, recogerse los pantalones y chapotear en el agua fresca, gozando al sentirla en su piel. Pero esos días habían pasado hacía mucho, reflexionó con nostalgia, recordando ese tiempo libre de preocupaciones. Para no entristecerse, volvió la cabeza y se asombró de la cantidad de comida que Victor sacaba de la canasta.
—¡Has traído provisiones para alimentar a un ejército!
—Lo mejor de un día de campo es la comida —replicó él y algo en su tono y en su mirada le dio a Myriam la incómoda sensación de que la estaba probando.
¿Quería ver qué firme esa su resolución? Era la única explicación posible a las bandejas de pastelillos deliciosos cuando él añadió al resto de los platos. ¿O había visto algo que le recordaba a Patti Donovan y pretendía que ella misma se delatara? A los diecisiete, no hubiera dejado de probar cada uno de los platos que Victor llevaba, pero Myriam era una persona diferente y lo demostraría. No le resultaba muy difícil, pues había adquirido una disciplina de hierro a través de los años. Se sirvió carnes frías y ensalada, consciente de que Victor la observaba, y esa mirada fija la puso tan nerviosa que su mano tembló al poner unas rebanadas de tomate sobre su plato.
Cuando acabó de servirse, se puso tensa, esperando oír un comentario irónico y dispuesta a responder de igual forma. Sin embargo, Victor guardó silencio, aunque apretó los labios al ver lo que se había puesto en el plato. «¿Qué me importa lo que piense?», se preguntó, molesta con Victor y consigo misma.
La tensión se desvaneció cuando, olvidando su desaprobación, Victor inició una charla ligera contándole lo que había hecho la semana pasada. También ella había estado muy ocupada, con varias sesiones de fotografía, que apenas le habían permitido respirar, así que se sentía feliz de poder sentarse y descansar. Disfrutó del relato, salpicado con un sentido del humor que la hizo sonreír sin reservas e incluso reír a carcajadas.
Así que, cuando Victor terminó al fin de comer, apartó su plato a un lado y murmuró:
—Ven —a Myriam le pareció la cosa más natural del mundo obedecerlo. Se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro, mientras él le pasaba un brazo por la cintura. Empezó a devolverle los besos en la boca con una facilidad que hubiera juzgado imposible poco antes.
Con esa sonrisa podía hipnotizar a una serpiente y su truco de mirarla constantemente a los ojos mientras hablaba la hacía sentirse muy especial, como si fuera alguien importante en su vida. Se obligó a recordar que era un truco y nada más. Demasiadas veces había leído las columnas de sociedad para ignorar que Victor García iba siempre acompañado de una mujer, una belleza de la aristocracia, o una estrella de cine que iniciaba su carrera, aunque ninguna permanecía a su lado. En uno o dos meses desaparecían y otra, igual de decorativa, las reemplazaba. Pues bien, eso no le sucedería a ella.
Más o menos una hora después, Victor contempló el cielo y frunció el ceño.
—Creo que el tiempo nos traicionará. Esas nubes indican que va a llover.
Sorprendida, Myriam siguió la dirección de su mirada y por primera vez notó que unas nubes grises tapaban la luz del sol. Sólo entonces se dio cuenta de que el calor de la tarde había desaparecido y que la atmósfera había refrescado de tal manera que, cuando el tibio cuerpo de Victor se alejó de su lado, la hizo temblar.
—Será mejor que recojamos y volvamos al coche. Puede empezar a llover en cualquier momento.
Metió la comida en los cacharros y luego dentro de la canasta, con movimientos precisos y eficientes. Myriam se apresuró a ayudarlo, lanzando miradas ansiosas al cielo. Las nubes se espesaban con rapidez y su humor empeoraba tanto como el clima. Sobre todo porque cada vez que sus manos rozaban las de Victor al colocar la comida en la cesta, sentía extraños estremecimientos a lo largo de su columna vertebral. No le gustaba esa excitación tan parecida a la que la había dominado al conocer a ese hombre, así que dejó de ayudarlo y se concentró en sacudir el mantel con un movimiento brusco y agresivo, antes de doblarlo en cuatro.
—Todo listo —anunció Victor, echándose el mantel sobre un hombro y alzando la canasta—. Creo que tendremos que correr.
Las primeras gotas empezaron a caer antes de que llegaran al coche. Myriam se tambaleaba sobre las sandalias de tacón. En unos cuantos minutos, el pelo, peinado con tanto cuidado, se le pegó a la cara y tuvo que parpadear con fuerza para poder ver a través de las gotas de lluvia.
Al fin llegaron al coche y la chica entró con un suspiro de alivio mientras Victor metía la cesta y el mantel en el maletero.
—¡Qué chapuzón! —exclamó, riéndose, al sentarse al lado de Myriam. Rápidamente encendió el motor y la calefacción—. No te preocupes, en un momento nos secaremos.
La chica no lo escuchó. Estaba revolviendo el interior de su bolso, buscando un espejo.
—¿A dónde quieres ir ahora? —preguntó Victor.
—No sé… —su voz se debilitó al verse en el pequeño espejo. Aparte del pelo pegado a la cara, se le había corrido el rimel. Volvió a meter la mano en el bolso, buscando pañuelos desechables para limpiarse.
—¿Myriam? —una nota de impaciencia tiñó la voz del hombre.
—Yo…
Se revisó la cara. Las manchas negras desaparecieron, pero también el resto de su maquillaje, llevándose con él su seguridad personal, de manera que la pretensión de que Patti Donovan no existía se convirtió en una burla. Nunca atraería a Victor en ese estado.
—Quiero irme a casa.
El silencio del hombre se hizo amenazador.
—Quiero irme a casa —repitió, con menos firmeza.
—¿Para qué?
—Yo… mi pelo está empapado…
—Ya encendí la calefacción. Pronto se secará.
Sí, se secaría, pero no estaría peinado como a ella le gustaba. Si lo dejaba en su estado natural, se rizaba y se convertía en una masa sin forma, muy parecida a la que Victor había visto el día que la conoció.
—Quiero irme a casa. Estoy mojada, tengo frío y…
—¡Maldición, Myriam! —la interrumpió, furioso—. Sólo se trata de un poco de lluvia, no de una catástrofe para que te pongas histérica. No vas a derretirte.
—¡No estoy histérica! —repuso, humillada por el sarcasmo con que la había tratado—. Y ya sé que no voy a derretirme, pero eso no impide que esté fría e incómoda. Todo lo que quiero es tomar un baño caliente y ponerme ropa seca lo antes posible, así que te agradecería que empieces a conducir y me lleves a mi casa.
—Te dije que te pusieras cómoda —Victor no se molestó en saludar cuando Myriam abrió la puerta de su apartamento, el sábado por la mañana. La crítica implícita en su tono la puso nerviosa.
—Esto es cómodo —replicó secamente señalando el conjunto de algodón que llevaba.
Después de que él la llamara para proponerle un día de campo, si el tiempo lo permitía, ella había revuelto todo su guardarropa para escoger algo adecuado y había decidido que ese traje era ideal. La expresión de disgusto del hombre se convirtió en burla cuando observó las sandalias de cuero blanco.
—¿Puedes caminar con eso?
—¡Claro que puedo! Son muy cómodas.
Cruzó los dedos detrás de su espalda, por la mentirijilla. Y dudaba de que pudiera caminar una distancia considerable con los tacones altos y finos. Le habían costado una fortuna, pero se había enamorado de ellos a primera vista y aún no había encontrado una oportunidad para usarlas… y combinaban a la perfección con su conjunto.
Victor encogió los hombros, como si no le importara. Él sí estaba vestido para ir al campo. Llevaba una camisa azul de algodón, abierta en el cuello, que dejaba entrever la piel bronceada. El pantalón vaquero se ajustaba a sus caderas y los zapatos náuticos parecían viejos y muy cómodos.
—¿Estás lista? —la impaciencia tiñó su voz—. Hace un día precioso… demasiado, para quedarse dentro de la casa.
—Estoy lista —luchó porque la irritación no se reflejara en su réplica, aunque no lo logró del todo—. Además, has llegado antes de la hora.
La sonrisa de Victor descartó la importancia de esa acusación con una indiferencia que la sulfuró.
—Sólo unos minutos. Tuviste tiempo para arreglarte.
Haciendo un gran esfuerzo, Myriam apretó los labios para no contestar con toda la furia que amenazaba desbordarse como la lava de un volcán.
—¿Hace mucho sol? ¿Necesitaré sombrero?
El hombre alzó las cejas con incredulidad.
—¡Un sombrero! —repitió como un eco, asombrado—. ¿Para qué?
—Para proteger mi piel —repuso ella secamente. Solía ponerse un sombrero de ala ancha en verano, pues no le gustaba que el sol le llenara la cara de manchas.
Victor la estudió de cerca y analizó el cuidadoso maquillaje que había tardado veinte minutos en aplicar sobre su tez.
—¿Crees que los rayos del sol atravesarán esa capa para quemar tu cara? —inquirió y el desprecio que se reflejaba en su voz tuvo el efecto de un latigazo sobre ella—. No sé para qué te pones esa porquería.
—Siempre trato de estar…
—Lo mejor posible —la interrumpió con énfasis satírico—. Ya sé… me lo dijiste. No puedo dejar de preguntarme cómo serías sin ese arco iris en el rostro.
Pálida y fea. La respuesta llegó a la mente de Myriam sin que la buscara. Como una versión delgada de la Patti Donovan de hace años. Ese pensamiento endureció a su voz cuando replicó:
—Todas las mujeres usan maquillaje para mejorar su aspecto. No se trata de un arco iris, como tú lo llamas —por lo menos, no el que ella usaba. Estaba orgullosa de la sutileza con que se arreglaba. Si se hubiera referido a los colores que le había puesto Lucia cuando tenía diecisiete años, quizá le hubiera dado la razón. En ese momento, se equivocaba por completo—. ¿Acaso no estás de acuerdo?
La expresión del hombre era indescifrable y Myriam decidió no esforzarse en interpretarla ni obligarlo a responder. Tomó su bolso, cerró la puerta de la entrada y bajó la escalera, detrás de Victor.
Pensaba que el principio del día no vaticinaba buenos resultados. Se suponía que lo estaba convenciendo de que se sentía atraída y en lugar de eso, lo atacaba como un perro rabioso y le daba una impresión que no deseaba. «No es mi culpa», se dijo indignada. Victor había hecho comentarios poco halagadores, calculados para enfurecer a cualquier mujer que se respetara. Sin embargo, era preciso que cuidara su lengua si pretendía llevar a cabo su venganza. Le resultaba más difícil de lo que había imaginado no mostrar sus verdaderos sentimientos, pues Victor García no actuaba como ella esperaba.
La excursión tampoco resultó agradable. Cuando Victor le sugirió que fueran de día de campo, imaginó que se trataría de un paseo de adultos, como los que organizaban Maggie y ella de vez en cuando, comiendo pollo y ensalada en sillas plegables no lejos de la carretera donde dejaban el coche. La idea de Victor era un día de campo tradicional, con ensalada y mantel, al lado de un arroyo.
Si le hubiera aclarado sus intenciones, se hubiera vestido de un modo diferente; la tierra y la hierba ensuciaban sus pantalones blancos. Tuvieron que caminar lo que a ella le parecieron kilómetros para llegar al lugar elegido. Y a los pocos metros se dio cuenta de que había sido un error ponerse las sandalias. Se enterraban en sus pies sin compasión y mientras se arrastraba cuesta arriba por una vereda, que ni siquiera podía llamarse camino, los tacones se convirtieron en un serio peligro para mantener el equilibrio. Victor, desde luego, no se enfrentaba a esos problemas y caminaba con paso seguro a una velocidad que ella encontraba imposible de seguir, a pesar de que él llevaba la canasta y un tapete para sentarse. Pensó en quitarse los zapatos y continuar descalza, pero darle la oportunidad a Victor de decirle: «Te lo advertí», le parecía peor que la incomodidad, por lo que apretó los dientes y continuó sin quejarse.
Con un suspiro de alivio se sentó por fin sobre el tapete que el hombre extendió sobre la hierba y estiró las piernas. En cuanto los pies dejaron de dolerle, pudo admitir que el sitio era hermoso. El sol le calentaba la espalda, el aire estaba lleno de los trinos de los pájaros y el arroyuelo hacía un ruido agradable al saltar sobre su lecho de rocas. Cuando era joven, Myriam solía quitarse los zapatos, recogerse los pantalones y chapotear en el agua fresca, gozando al sentirla en su piel. Pero esos días habían pasado hacía mucho, reflexionó con nostalgia, recordando ese tiempo libre de preocupaciones. Para no entristecerse, volvió la cabeza y se asombró de la cantidad de comida que Victor sacaba de la canasta.
—¡Has traído provisiones para alimentar a un ejército!
—Lo mejor de un día de campo es la comida —replicó él y algo en su tono y en su mirada le dio a Myriam la incómoda sensación de que la estaba probando.
¿Quería ver qué firme esa su resolución? Era la única explicación posible a las bandejas de pastelillos deliciosos cuando él añadió al resto de los platos. ¿O había visto algo que le recordaba a Patti Donovan y pretendía que ella misma se delatara? A los diecisiete, no hubiera dejado de probar cada uno de los platos que Victor llevaba, pero Myriam era una persona diferente y lo demostraría. No le resultaba muy difícil, pues había adquirido una disciplina de hierro a través de los años. Se sirvió carnes frías y ensalada, consciente de que Victor la observaba, y esa mirada fija la puso tan nerviosa que su mano tembló al poner unas rebanadas de tomate sobre su plato.
Cuando acabó de servirse, se puso tensa, esperando oír un comentario irónico y dispuesta a responder de igual forma. Sin embargo, Victor guardó silencio, aunque apretó los labios al ver lo que se había puesto en el plato. «¿Qué me importa lo que piense?», se preguntó, molesta con Victor y consigo misma.
La tensión se desvaneció cuando, olvidando su desaprobación, Victor inició una charla ligera contándole lo que había hecho la semana pasada. También ella había estado muy ocupada, con varias sesiones de fotografía, que apenas le habían permitido respirar, así que se sentía feliz de poder sentarse y descansar. Disfrutó del relato, salpicado con un sentido del humor que la hizo sonreír sin reservas e incluso reír a carcajadas.
Así que, cuando Victor terminó al fin de comer, apartó su plato a un lado y murmuró:
—Ven —a Myriam le pareció la cosa más natural del mundo obedecerlo. Se sentó a su lado y apoyó la cabeza en su hombro, mientras él le pasaba un brazo por la cintura. Empezó a devolverle los besos en la boca con una facilidad que hubiera juzgado imposible poco antes.
Con esa sonrisa podía hipnotizar a una serpiente y su truco de mirarla constantemente a los ojos mientras hablaba la hacía sentirse muy especial, como si fuera alguien importante en su vida. Se obligó a recordar que era un truco y nada más. Demasiadas veces había leído las columnas de sociedad para ignorar que Victor García iba siempre acompañado de una mujer, una belleza de la aristocracia, o una estrella de cine que iniciaba su carrera, aunque ninguna permanecía a su lado. En uno o dos meses desaparecían y otra, igual de decorativa, las reemplazaba. Pues bien, eso no le sucedería a ella.
Más o menos una hora después, Victor contempló el cielo y frunció el ceño.
—Creo que el tiempo nos traicionará. Esas nubes indican que va a llover.
Sorprendida, Myriam siguió la dirección de su mirada y por primera vez notó que unas nubes grises tapaban la luz del sol. Sólo entonces se dio cuenta de que el calor de la tarde había desaparecido y que la atmósfera había refrescado de tal manera que, cuando el tibio cuerpo de Victor se alejó de su lado, la hizo temblar.
—Será mejor que recojamos y volvamos al coche. Puede empezar a llover en cualquier momento.
Metió la comida en los cacharros y luego dentro de la canasta, con movimientos precisos y eficientes. Myriam se apresuró a ayudarlo, lanzando miradas ansiosas al cielo. Las nubes se espesaban con rapidez y su humor empeoraba tanto como el clima. Sobre todo porque cada vez que sus manos rozaban las de Victor al colocar la comida en la cesta, sentía extraños estremecimientos a lo largo de su columna vertebral. No le gustaba esa excitación tan parecida a la que la había dominado al conocer a ese hombre, así que dejó de ayudarlo y se concentró en sacudir el mantel con un movimiento brusco y agresivo, antes de doblarlo en cuatro.
—Todo listo —anunció Victor, echándose el mantel sobre un hombro y alzando la canasta—. Creo que tendremos que correr.
Las primeras gotas empezaron a caer antes de que llegaran al coche. Myriam se tambaleaba sobre las sandalias de tacón. En unos cuantos minutos, el pelo, peinado con tanto cuidado, se le pegó a la cara y tuvo que parpadear con fuerza para poder ver a través de las gotas de lluvia.
Al fin llegaron al coche y la chica entró con un suspiro de alivio mientras Victor metía la cesta y el mantel en el maletero.
—¡Qué chapuzón! —exclamó, riéndose, al sentarse al lado de Myriam. Rápidamente encendió el motor y la calefacción—. No te preocupes, en un momento nos secaremos.
La chica no lo escuchó. Estaba revolviendo el interior de su bolso, buscando un espejo.
—¿A dónde quieres ir ahora? —preguntó Victor.
—No sé… —su voz se debilitó al verse en el pequeño espejo. Aparte del pelo pegado a la cara, se le había corrido el rimel. Volvió a meter la mano en el bolso, buscando pañuelos desechables para limpiarse.
—¿Myriam? —una nota de impaciencia tiñó la voz del hombre.
—Yo…
Se revisó la cara. Las manchas negras desaparecieron, pero también el resto de su maquillaje, llevándose con él su seguridad personal, de manera que la pretensión de que Patti Donovan no existía se convirtió en una burla. Nunca atraería a Victor en ese estado.
—Quiero irme a casa.
El silencio del hombre se hizo amenazador.
—Quiero irme a casa —repitió, con menos firmeza.
—¿Para qué?
—Yo… mi pelo está empapado…
—Ya encendí la calefacción. Pronto se secará.
Sí, se secaría, pero no estaría peinado como a ella le gustaba. Si lo dejaba en su estado natural, se rizaba y se convertía en una masa sin forma, muy parecida a la que Victor había visto el día que la conoció.
—Quiero irme a casa. Estoy mojada, tengo frío y…
—¡Maldición, Myriam! —la interrumpió, furioso—. Sólo se trata de un poco de lluvia, no de una catástrofe para que te pongas histérica. No vas a derretirte.
—¡No estoy histérica! —repuso, humillada por el sarcasmo con que la había tratado—. Y ya sé que no voy a derretirme, pero eso no impide que esté fría e incómoda. Todo lo que quiero es tomar un baño caliente y ponerme ropa seca lo antes posible, así que te agradecería que empieces a conducir y me lleves a mi casa.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
A ke Myri, con esa venganza ke espero no le salga jiji , gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Cómo pelean!!! Gracias por el capi chamaca!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
muchas gracias dulce x el cap estos niños k cada vez se gustan mas jajaja xfitas niña no tardes con el siguiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
Victor esconde algo....no se que seraa pero la trata de una manera que implica algoo......Que secreto tendra en su pasado el bb...o alomejor si la reconoseeeeee
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Cap.9
Durante un largo, silencioso momento, los ojos miel se enfrentaron a los negros, los de él pensativos, los de ella brillantes de indignación. Por fin, Victor encogió los hombros y puso las manos sobre el volante. El coche empezó a moverse y Myriam lo miró de reojo. Estaba muy serio. También ella estaba enfadada, pero no le convenía pelear con él en ese momento. La relación no había madurado y debía mostrarse dulce y complaciente si quería llevar a cabo su plan. Aunque, ¿acaso quería seguir adelante? Victor García la hacía sentir incómoda y sus emociones se mezclaban de tal modo en su interior que no podía definirlas. Quizá fuera preferible olvidar la idea.
«¡No!». Rechazó la idea mientras se formaba en su mente. Sería más fácil, pero no satisfactorio. Deseaba vengarse de los comentarios humillantes que había hecho y demostrarle que no podía tratar a las mujeres como objetos, sin preocuparse de sus sentimientos; para lograrlo, necesitaba una reconciliación. Con esfuerzo, se obligó a extender una mano y tocar suavemente el brazo de Victor.
—Me comprendes, ¿verdad? —preguntó en un susurro—. Tú también debes estar empapado.
Victor no apartó la mirada del camino.
—Me mojé un poco —contestó fríamente—. Ya me estoy secando.
Era cierto. El algodón de su camisa apenas estaba húmedo y Myriam pudo sentir la tibieza de su piel bajo la tela. La sensación la inquietó y llamó su atención hacia otros detalles: la fuerza de los músculos, la manera en que la ropa acentuaba las líneas del pecho y los hombros, el sutil aroma de su cuerpo, tan cerca del suyo. De repente, le pareció que el espacio del coche se reducía. Luchó para no apartar su mano.
—Es una lástima que este día se haya estropeado, pero habrá otros…
La mirada que Victor le lanzó de reojo fue indescifrable y el corazón de Myriam se contrajo al pensar que quizá no habría más oportunidades.
—Me encantó el día de campo.
El silencio de él no la alentó. Al girar el volante para tomar una curva, separó el brazo de la mano de Myriam, que cayó sobre el asiento.
—La comida me gustó mucho —volvió a intentarlo—. Tienes que agradecerle a tu…
—¡Ni siquiera comiste lo suficiente para opinar! —la interrumpió, rompiendo al fin su silencio.
¡Otra vez! ¿Estaba obsesionado con la cantidad de alimentos que ella comía? Se tragó la áspera protesta que subía a sus labios.
—Me gustó lo que comí y me agradó tu compañía —se sorprendió al darse cuenta de que hablaba con sinceridad. Se había divertido y era inútil negarlo.
—Todavía podemos pasar un rato juntos.
La atención de Victor seguía concentrada en la carretera, pero su voz se había dulcificado un poco y Myriam reprimió una sonrisa de triunfo.
—Necesito cambiarme de ropa.
¿Parecía sincera? Quería que él comprendiera que se sentía apenada porque debían separarse y que le gustaría pasar más tiempo a su lado, pero ignoraba si lo había logrado.
El resto del trayecto se hizo un silencio tenso que alteró los nervios de Myriam. Cuando se detuvieron ante el edificio de apartamentos, no tenía ni idea de lo que iba a pasar entre ellos.
—Aquí estás, sana y seca —no podía pasar por alto la ironía deliberada de Victor.
La chaqueta y los pantalones estaban casi secos y, con la típica perversidad de un verano inglés, el sol había vuelto a brillar, calentando la tarde. Mientras titubeaba, indecisa, el sonido de los dedos del hombre tamborileando sobre el volante le pareció amenazador.
—Gracias otra vez por este hermoso día de campo.
—Fue un placer.
¿Qué estaba pensando él? ¿Planeaba volver a verla o la descartaría por completo? Por un momento, se quedó sentada, esperando algo que no podía catalogar. Victor no trató de abrazarla o darle un beso de despedida. Estaba abstraído, distante y, dominando el deseo de preguntarle qué le pasaba, Myriam abrió la puerta y salió.
—Adiós, Victor.
Él levantó una mano en señal de despedida y, antes de que ella se relajara, puso en marcha el vehículo y desapareció. Myriam apretó los labios, furiosa.
«¡Maldito seas!» ¡Ni siquiera le había respondido! Su plan de atraparlo y humillarlo se había esfumado. Pues bien, tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo jugando con un hombre tan egoísta que nunca pensaba en los demás. ¡Menos mal que se había librado de él!
Un largo baño caliente la ayudó a recuperar la compostura. Se remojó en el agua perfumada, sintiendo que sus músculos se relajaban, lo mismo que su mente, hasta que se encontró en paz con el mundo entero. Era un alivio pensar que Victor García había salido de su vida para siempre. La presión de fingir que la atraía era la causante de la tensión que la invadía a su lado.
Pero no siempre había estado tensa. Dejó de secarse con la suave toalla, al recordar la facilidad con la que habían charlado junto al arroyo, antes de que la lluvia interrumpiera su día de campo. Había gozado esos instantes y respondido con interés a la conversación inteligente e ingeniosa de Victor. Desde luego, eso no significaba que le molestara que todo hubiera terminado, estaba segura. Era un hombre agradable, un perfecto anfitrión y un compañero entretenido, pero esa fachada ocultaba su egoísmo y arrogancia. Sus movimientos se volvieron más bruscos y le frotó la piel con una fuerza que la hizo brillar. Le hubiera encantado darle una buena lección para que supiera lo que era sentirse humillado por primera vez en su vida.
Se había puesto unos pantalones vaqueros y una blusa de algodón cuando oyó el timbre. Dejó de cepillar su pelo, lacio y brillante.
—¿Quién será? —preguntó con el ceño un poco fruncido. No tenía ni una gota de maquillaje y sus mejillas estaban sonrosadas y frescas. «Parezco una quinceañera», pensó y saltó cuando el timbre sonó de nuevo—. Voy —se dirigió al desconocido que llamaba.
Apenas distinguió la figura oscura que se recortaba contra la puerta de cristal antes de abrirla, por lo que no se preparó para la sorpresa de ver a Victor ante ella.
—¡Oh! —retrocedió, tocándose la cara con una mano y abriendo los ojos por el asombro—. ¡Ho… hola!
Su incertidumbre aumentó al observar que los ojos oscuros de Victor le recorrían el rostro, entrecerrándose, como un eco de su propia sorpresa y después quedándose quietos, fijos en su cara. Parecía como si nunca la hubiera visto antes y ese pensamiento, combinado con el escrutinio que sufría, la puso muy nerviosa, haciendo que sus palabras salieran con dificultad.
—¿Qué… qué haces aquí?
—Dejaste esto en el coche —sacó de su bolsillo un reloj de pulsera de oro—. Pensé que lo necesitarías y te lo traje.
Su mirada no había abandonado la cara de Myriam y a ella la invadió un miedo irracional, como si temiera que él fuera capaz de leer sus pensamientos. ¿La reconocería y echaría a perder su plan para siempre?
—Siempre me lo dejo en cualquier parte. Creo que el broche está flojo y… haré que lo arreglen. Gracias por traerlo.
—De nada —el tono de Victor era educado pero, observándolo de cerca, Myriam apreció un extraño brillo en sus pupilas—. No tenía nada que hacer.
«Nada mejor que hacer», lo corrigió la chica para sí, mientras una punzada de irritación la estremecía. Lo miró con más atención y admitió que era el tipo de hombre con el que cualquier mujer se sentiría orgullosa de salir. De repente, sintió un deseo intenso de ponerse algo más elegante que esos vaqueros.
—Yo…
—Myriam…
El titubeante comienzo de ella y su nombre en labios de él coincidieron, provocando que ambos se interrumpieran y guardaran silencio, incapaces de continuar. Antes de que esa pausa se volviera incómoda, alguien los saludó desde la calle. Maggie se acercaba, cargada con varios paquetes.
—¡Hola! —sonrió al llegar junto a ellos—. ¿Ya de vuelta? ¿Les llovió?
Frunció el ceño al ver que su amiga no estaba maquillada y llevaba una ropa informal.
—Nos sorprendió el aguacero y tuvimos que regresar a casa —explicó Myriam. Mantuvo la vista fija en la cara de Maggie, temiendo mirar a Victor—. Dejé mi reloj en el coche y él me lo trajo.
—Me estoy muriendo por tomar una taza de café. ¿Les apetece una?
La pregunta incluía a Victor y Myriam maldijo en silencio la hospitalidad de su amiga. No creía poder soportar la compañía masculina durante más tiempo. Necesitaba estar a solas para recuperarse y arreglarse; quizá entonces lo enfrentaría con mayor seguridad… «si es que vuelvo a verlo», agregó con rapidez, recordando cómo se habían despedido horas antes.
—Me temo que debo marcharme. Tal vez otra tarde —murmuró Victor y acompañó sus palabras de una mirada intensa a la cara de Myriam.
¿De verdad tenía otro compromiso o no estaba ansioso de pasar más tiempo en su compañía? Y esa otra, ¿insinuaba que deseaba una nueva cita? Myriam no lo sabía y se refugió en aceptar la invitación de su amiga, como si de eso dependiera su vida.
—Adiós, Victor —dijo por encima de su hombro, mientras se dirigía a la puerta del apartamento de Maggie—. Y gracias por traerme el reloj… Déjame ayudarte —agregó, cogiéndole unos paquetes para que pudiera buscar la llave al mismo tiempo.
En la confusión de sujetar dos bolsas llenas de víveres, Myriam no vio irse a Victor, pero oyó el rugido del motor, como una exclamación de ira exasperada.
—¡Así que es el detestable Victor García! —Maggie se dejó caer en una silla y se quitó los zapatos—. ¡Es guapísimo, niña! Casi me desmayo cuando abrí la puerta esta mañana y lo vi. Estuve tentada a decirle que no estabas en casa, y pensé meterlo en mi apartamento y tenerlo para mí sola. ¡Es un espécimen maravilloso!
—Te dije que era muy atractivo —el tono de Myriam era seco; la posibilidad de que Maggie se quedara a solas con Victor la molestaba—. Pero no es el exterior lo que cuenta, sino la manera de ser. Victor es arrogante, egoísta y no piensa en nadie más que en él.
—Si tú lo dices… —parecía desilusionada—. Es una lástima. ¿Todavía quieres vengarte?
«Dudo que lo logre», estuvo a punto de declarar. Titubeó al recordar la mirada de Victor al pronunciar su nombre. Por un segundo, su expresión se había dulcificado, volviéndose casi cálida, y una luz inesperada había brillado en esos ojos grises. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué le habría dicho si Maggie no los hubiera interrumpido con su llegada a destiempo? ¿Le iba a pedir que salieran otra vez? De ser así, ¿qué hubiera respondido ella?
—No lo sé —contestó lentamente, tanto a su propia pregunta como a la de Maggie—. Para confesarte la verdad, no lo sé.
Durante un largo, silencioso momento, los ojos miel se enfrentaron a los negros, los de él pensativos, los de ella brillantes de indignación. Por fin, Victor encogió los hombros y puso las manos sobre el volante. El coche empezó a moverse y Myriam lo miró de reojo. Estaba muy serio. También ella estaba enfadada, pero no le convenía pelear con él en ese momento. La relación no había madurado y debía mostrarse dulce y complaciente si quería llevar a cabo su plan. Aunque, ¿acaso quería seguir adelante? Victor García la hacía sentir incómoda y sus emociones se mezclaban de tal modo en su interior que no podía definirlas. Quizá fuera preferible olvidar la idea.
«¡No!». Rechazó la idea mientras se formaba en su mente. Sería más fácil, pero no satisfactorio. Deseaba vengarse de los comentarios humillantes que había hecho y demostrarle que no podía tratar a las mujeres como objetos, sin preocuparse de sus sentimientos; para lograrlo, necesitaba una reconciliación. Con esfuerzo, se obligó a extender una mano y tocar suavemente el brazo de Victor.
—Me comprendes, ¿verdad? —preguntó en un susurro—. Tú también debes estar empapado.
Victor no apartó la mirada del camino.
—Me mojé un poco —contestó fríamente—. Ya me estoy secando.
Era cierto. El algodón de su camisa apenas estaba húmedo y Myriam pudo sentir la tibieza de su piel bajo la tela. La sensación la inquietó y llamó su atención hacia otros detalles: la fuerza de los músculos, la manera en que la ropa acentuaba las líneas del pecho y los hombros, el sutil aroma de su cuerpo, tan cerca del suyo. De repente, le pareció que el espacio del coche se reducía. Luchó para no apartar su mano.
—Es una lástima que este día se haya estropeado, pero habrá otros…
La mirada que Victor le lanzó de reojo fue indescifrable y el corazón de Myriam se contrajo al pensar que quizá no habría más oportunidades.
—Me encantó el día de campo.
El silencio de él no la alentó. Al girar el volante para tomar una curva, separó el brazo de la mano de Myriam, que cayó sobre el asiento.
—La comida me gustó mucho —volvió a intentarlo—. Tienes que agradecerle a tu…
—¡Ni siquiera comiste lo suficiente para opinar! —la interrumpió, rompiendo al fin su silencio.
¡Otra vez! ¿Estaba obsesionado con la cantidad de alimentos que ella comía? Se tragó la áspera protesta que subía a sus labios.
—Me gustó lo que comí y me agradó tu compañía —se sorprendió al darse cuenta de que hablaba con sinceridad. Se había divertido y era inútil negarlo.
—Todavía podemos pasar un rato juntos.
La atención de Victor seguía concentrada en la carretera, pero su voz se había dulcificado un poco y Myriam reprimió una sonrisa de triunfo.
—Necesito cambiarme de ropa.
¿Parecía sincera? Quería que él comprendiera que se sentía apenada porque debían separarse y que le gustaría pasar más tiempo a su lado, pero ignoraba si lo había logrado.
El resto del trayecto se hizo un silencio tenso que alteró los nervios de Myriam. Cuando se detuvieron ante el edificio de apartamentos, no tenía ni idea de lo que iba a pasar entre ellos.
—Aquí estás, sana y seca —no podía pasar por alto la ironía deliberada de Victor.
La chaqueta y los pantalones estaban casi secos y, con la típica perversidad de un verano inglés, el sol había vuelto a brillar, calentando la tarde. Mientras titubeaba, indecisa, el sonido de los dedos del hombre tamborileando sobre el volante le pareció amenazador.
—Gracias otra vez por este hermoso día de campo.
—Fue un placer.
¿Qué estaba pensando él? ¿Planeaba volver a verla o la descartaría por completo? Por un momento, se quedó sentada, esperando algo que no podía catalogar. Victor no trató de abrazarla o darle un beso de despedida. Estaba abstraído, distante y, dominando el deseo de preguntarle qué le pasaba, Myriam abrió la puerta y salió.
—Adiós, Victor.
Él levantó una mano en señal de despedida y, antes de que ella se relajara, puso en marcha el vehículo y desapareció. Myriam apretó los labios, furiosa.
«¡Maldito seas!» ¡Ni siquiera le había respondido! Su plan de atraparlo y humillarlo se había esfumado. Pues bien, tenía mejores cosas que hacer que perder el tiempo jugando con un hombre tan egoísta que nunca pensaba en los demás. ¡Menos mal que se había librado de él!
Un largo baño caliente la ayudó a recuperar la compostura. Se remojó en el agua perfumada, sintiendo que sus músculos se relajaban, lo mismo que su mente, hasta que se encontró en paz con el mundo entero. Era un alivio pensar que Victor García había salido de su vida para siempre. La presión de fingir que la atraía era la causante de la tensión que la invadía a su lado.
Pero no siempre había estado tensa. Dejó de secarse con la suave toalla, al recordar la facilidad con la que habían charlado junto al arroyo, antes de que la lluvia interrumpiera su día de campo. Había gozado esos instantes y respondido con interés a la conversación inteligente e ingeniosa de Victor. Desde luego, eso no significaba que le molestara que todo hubiera terminado, estaba segura. Era un hombre agradable, un perfecto anfitrión y un compañero entretenido, pero esa fachada ocultaba su egoísmo y arrogancia. Sus movimientos se volvieron más bruscos y le frotó la piel con una fuerza que la hizo brillar. Le hubiera encantado darle una buena lección para que supiera lo que era sentirse humillado por primera vez en su vida.
Se había puesto unos pantalones vaqueros y una blusa de algodón cuando oyó el timbre. Dejó de cepillar su pelo, lacio y brillante.
—¿Quién será? —preguntó con el ceño un poco fruncido. No tenía ni una gota de maquillaje y sus mejillas estaban sonrosadas y frescas. «Parezco una quinceañera», pensó y saltó cuando el timbre sonó de nuevo—. Voy —se dirigió al desconocido que llamaba.
Apenas distinguió la figura oscura que se recortaba contra la puerta de cristal antes de abrirla, por lo que no se preparó para la sorpresa de ver a Victor ante ella.
—¡Oh! —retrocedió, tocándose la cara con una mano y abriendo los ojos por el asombro—. ¡Ho… hola!
Su incertidumbre aumentó al observar que los ojos oscuros de Victor le recorrían el rostro, entrecerrándose, como un eco de su propia sorpresa y después quedándose quietos, fijos en su cara. Parecía como si nunca la hubiera visto antes y ese pensamiento, combinado con el escrutinio que sufría, la puso muy nerviosa, haciendo que sus palabras salieran con dificultad.
—¿Qué… qué haces aquí?
—Dejaste esto en el coche —sacó de su bolsillo un reloj de pulsera de oro—. Pensé que lo necesitarías y te lo traje.
Su mirada no había abandonado la cara de Myriam y a ella la invadió un miedo irracional, como si temiera que él fuera capaz de leer sus pensamientos. ¿La reconocería y echaría a perder su plan para siempre?
—Siempre me lo dejo en cualquier parte. Creo que el broche está flojo y… haré que lo arreglen. Gracias por traerlo.
—De nada —el tono de Victor era educado pero, observándolo de cerca, Myriam apreció un extraño brillo en sus pupilas—. No tenía nada que hacer.
«Nada mejor que hacer», lo corrigió la chica para sí, mientras una punzada de irritación la estremecía. Lo miró con más atención y admitió que era el tipo de hombre con el que cualquier mujer se sentiría orgullosa de salir. De repente, sintió un deseo intenso de ponerse algo más elegante que esos vaqueros.
—Yo…
—Myriam…
El titubeante comienzo de ella y su nombre en labios de él coincidieron, provocando que ambos se interrumpieran y guardaran silencio, incapaces de continuar. Antes de que esa pausa se volviera incómoda, alguien los saludó desde la calle. Maggie se acercaba, cargada con varios paquetes.
—¡Hola! —sonrió al llegar junto a ellos—. ¿Ya de vuelta? ¿Les llovió?
Frunció el ceño al ver que su amiga no estaba maquillada y llevaba una ropa informal.
—Nos sorprendió el aguacero y tuvimos que regresar a casa —explicó Myriam. Mantuvo la vista fija en la cara de Maggie, temiendo mirar a Victor—. Dejé mi reloj en el coche y él me lo trajo.
—Me estoy muriendo por tomar una taza de café. ¿Les apetece una?
La pregunta incluía a Victor y Myriam maldijo en silencio la hospitalidad de su amiga. No creía poder soportar la compañía masculina durante más tiempo. Necesitaba estar a solas para recuperarse y arreglarse; quizá entonces lo enfrentaría con mayor seguridad… «si es que vuelvo a verlo», agregó con rapidez, recordando cómo se habían despedido horas antes.
—Me temo que debo marcharme. Tal vez otra tarde —murmuró Victor y acompañó sus palabras de una mirada intensa a la cara de Myriam.
¿De verdad tenía otro compromiso o no estaba ansioso de pasar más tiempo en su compañía? Y esa otra, ¿insinuaba que deseaba una nueva cita? Myriam no lo sabía y se refugió en aceptar la invitación de su amiga, como si de eso dependiera su vida.
—Adiós, Victor —dijo por encima de su hombro, mientras se dirigía a la puerta del apartamento de Maggie—. Y gracias por traerme el reloj… Déjame ayudarte —agregó, cogiéndole unos paquetes para que pudiera buscar la llave al mismo tiempo.
En la confusión de sujetar dos bolsas llenas de víveres, Myriam no vio irse a Victor, pero oyó el rugido del motor, como una exclamación de ira exasperada.
—¡Así que es el detestable Victor García! —Maggie se dejó caer en una silla y se quitó los zapatos—. ¡Es guapísimo, niña! Casi me desmayo cuando abrí la puerta esta mañana y lo vi. Estuve tentada a decirle que no estabas en casa, y pensé meterlo en mi apartamento y tenerlo para mí sola. ¡Es un espécimen maravilloso!
—Te dije que era muy atractivo —el tono de Myriam era seco; la posibilidad de que Maggie se quedara a solas con Victor la molestaba—. Pero no es el exterior lo que cuenta, sino la manera de ser. Victor es arrogante, egoísta y no piensa en nadie más que en él.
—Si tú lo dices… —parecía desilusionada—. Es una lástima. ¿Todavía quieres vengarte?
«Dudo que lo logre», estuvo a punto de declarar. Titubeó al recordar la mirada de Victor al pronunciar su nombre. Por un segundo, su expresión se había dulcificado, volviéndose casi cálida, y una luz inesperada había brillado en esos ojos grises. ¿Qué iba a decirle? ¿Qué le habría dicho si Maggie no los hubiera interrumpido con su llegada a destiempo? ¿Le iba a pedir que salieran otra vez? De ser así, ¿qué hubiera respondido ella?
—No lo sé —contestó lentamente, tanto a su propia pregunta como a la de Maggie—. Para confesarte la verdad, no lo sé.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, yo opino ke ya no se kiere vengar.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Gracias Dulcecita X el Cap esa muy interesante tu novelita y esperamos mas cap. y de la otra tambien Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Nel, ya no se quiere vengar!!! Síguele Dul, está padrísima!!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
Claro que lo volveras a ver!! Si hasta ya sinetes celosss y Maggie ni se le tiro encima
Siguele prontooo
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Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
hola dulce miil graciias x el cap me gusto niiña xfiita no tardes con el siiguiiente cap k me muero x saber k es lo k va a pasar con estos dos niiños k cada vez me confunden mass
nos leemos pronto ok niiña
nos leemos pronto ok niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
DULCINEA MUCHAS GRACIAS X EL CAP....
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Cap. 10
Myriam estaba en la cocina, dando los últimos toques a la comida que había preparado para su invitada, cuando sonó el teléfono.
—Yo contestó —gritó Maggie desde el salón—. Sí, aquí está —dijo después de un momento—. Ahora se pone… ¡Myriam! —y, cuando la joven apareció en el umbral de la puerta, en respuesta a su llamada, susurró—: ¡Es él! —visiblemente, emocionada.
Aunque el corazón le latía muy rápido, Myriam no se dio prisa en atravesar el cuarto y tomar el auricular de la mano de Maggie. Sólo había una persona que su amiga pudiera describir de esa forma, poniendo énfasis en el pronombre. ¿Para qué la llamaba Victor? Había pasado una semana desde el día de campo y no había tenido noticias suyas. Ya había dejado de preguntarse si la llamaría, aunque no había conseguido dejar de pensar en él. Aún la intrigaba lo que Victor había estado a punto de decirle en la puerta, antes de que su vecina los interrumpiera.
—Hola —la sorpresa hizo que su voz sonar débil y temblorosa.
—¿Myriam? —en contraste, la de Victor sonaba firme y llena de confianza, como siempre—. ¿Cómo estás? —sin esperar a que le contestara, continuó—: ¿Estás libre el viernes?
—No lo sé —replicó, tratando de ganar tiempo para organizar sus pensamientos a pesar de que minutos antes de que el teléfono sonara le decía a Maggie que por una vez en la vida tenía por delante un fin de semana sin compromisos—. ¿Por qué?
—Estuve hablando con Cristian, ¿recuerdas?, mi cuñado. Lo conociste la noche de la exhibición.
—Oh, sí, lo recuerdo —apretó el auricular. Recordaba a Cristian Rivera, y también el gesto que le había hecho tanta gracia a Victor.
—Entonces también recordarás que sugirió que quedáramos para que conocieras a Liz. Nos ha invitado a cenar a su casa el viernes.
«¡Nos ha invitado!». Eran, desde luego, palabras arrogantes. Ni una disculpa por no haberla llamado en toda la semana, ni un «te gustaría venir», tan sólo la seguridad de que ella iría, si podía.
—No creo que… —empezó y de repente se detuvo. Recordó su plan de vengarse, que había archivado ante la aparente falta de interés por Victor. ¡Iría, maldita sea!—. ¿Puedes esperar mientras consulto mi agenda?
Tapó el auricular y se volvió hacia Maggie, que escuchaba la conversación sin ninguna vergüenza.
—¿Y bien?
—Quiere que cenemos con su cuñado y su hermana —explicó en voz baja.
—Para conocer a la familia, ¿eh? —parecía a punto de soltar una carcajada—. Es obvio que el señor García piensa en serio. ¿Irás?
—No estoy segura —frunció el ceño. ¿Pensaba Victor en serio, como decía Maggie? Ese «nos» indicaba que eran una pareja, por lo menos para él, y una invitación para conocer a la familia podía indicar que le daba más importancia de la que ella presumía. Bien, mucho mejor… no tendría que esperar demasiado para poner su plan en acción—. ¿Debería?
La sonrisa de Maggie estaba llena de complicidad.
—¡Claro que sí!
También Myriam sonrió. Levantó el auricular con decisión.
— ¿Victor? Estoy libre el viernes.
Elizabeth Rivera era muy distinta de lo que Myriam había imaginado. No tenía la altura imponente de su hermano, ni su pelo negro. Al contrario, era bastante más baja que Myriam y su pelo y sus pupilas mucho más claros que los de Victor. Además, no era elegante y sofisticada, como había supuesto, conociendo a su hermano. Liz no usaba maquillaje y la melena rubia le caía sobre los hombros en desorden. Parecía joven y dulce, sacada del cuento de Alicia en el País de las Maravillas que recordaba haber leído de niña.
«La melena es demasiado pesada», pensó, observando a su anfitriona desde el otro lado de la mesa. Demasiado pelo para aquellas facciones delicadas. Y eso que era una hermosa mujer, o más bien podría ser si se peinara de un modo diferente y usara maquillaje para hacer resaltar sus ojos y los ángulos de su cara. Quizá por esa razón su marido se fijaba en otras mujeres. Myriam hizo una mueca de disgusto al recordar el gesto que había visto. Con un poco de esfuerzo, Liz podría convertirse en una mujer a la que su marido le fuera fiel. Después de todo, poseía un buen cuerpo, aunque su busto y sus caderas fueran más generosos de lo que dictaba la moda.
—¿Myriam? —la voz de Victor interrumpió sus pensamientos, sobresaltándola. Se recobró con rapidez y le sonrió, disculpándose.
—Lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías?
—Liz decía que todo el mundo cree que la profesión de modelo es fascinante —su tono era seco, con un leve reproche—. Por lo que me has contado, no es cierto.
—Ah, sí —se volvió para explicárselo a su anfitriona—. La gente ve las fotografías en las revistas y cree que sólo se trata de ponerse un vestido y posar frente a una cámara. No tienen idea del esfuerzo que supone conseguir una toma perfecta. Se requiere mucha disciplina para mostrarse feliz cuando a uno le duele la cabeza y los pies la están matando. Después de varias horas, tu sonrisa parece una máscara.
—Lo imagino.
La sonrisa de Liz era dulce y agradable. ¡Cómo podía Cristian pensar en otras! Myriam miró con disgusto a su anfitrión. Delgado y elegante, con traje azul marino y camisa blanca impecable, Cristian Rivera era el mismo tipo de hombre que Victor. ¿Sería ésa la razón por la que Liz se había casado con él? Era evidente que idolatraba a su hermano mayor; su pálido rostro se había iluminado al verlo entrar y escucharle con suma atención cada palabra que pronunciaba.
Y también era obvio que Victor sentía una gran ternura por su hermana, debía admitirlo. La trataba con delicadeza, comportándose de modo muy diferente al hombre agresivo que ella conocía. ¿No sufriría la adoración de Liz si supiera que su hermano se había reído cuando Cristian hizo ese gesto soez?
—¿Tomamos nuestro café en el estudio? —preguntaba Liz en ese momento—. Si habéis terminado, quiero decir… Myriam, ¿estás segura de que no te has quedado con hambre? Tú…
—He comido muy bien, gracias —respondió con rapidez, esperando evitar el comentario de que apenas había probado bocado. Sintió que Victor la miraba con atención y se sonrojó, agregando de prisa—: Todo estaba delicioso, eres una cocinera excelente.
También Liz se ruborizó ante el elogio.
—Me gusta cocinar —admitió con suavidad—, lo que es una ventaja, porque Cristian devora como un lobo y, en cuanto a mi hermano mayor… —contempló a Victor con ternura, parado a su lado, como una torre—. Dudo que alguien pueda llenar su estómago. Sin embargo, no engorda porque corre de un lado a otro, como tú.
—Sí, yo hago mucho ejercicio —encontró difícil mantener su voz calmada. Por alguna razón, las palabras de Liz acerca del cuerpo ágil y delgado de su hermano la habían turbado.
—¿Te gusta correr? —intervino Cristian—. Mi cuñado corre varios kilómetros todos los días.
La mirada de Myriam se clavó en Victor. Así era como se mantenía en forma. Sin desearlo, admiró el soberbio corte de su traje, que se ajustaba al musculoso cuerpo, de delgadas caderas y largas piernas. Después, furiosa consigo misma, respondió a la pregunta de Cristian.
—No, prefiero el aerobic. Voy a clase dos veces por semana y los demás días practico en casa.
—Algunas veces pienso que debería ir a clases de gimnasia —comentó Liz—. Pero…
—Todo el mundo debería hacer ejercicio —declaró Myriam con firmeza—. Sólo contamos con un cuerpo y tenemos la responsabilidad de mantenerlo en las mejores condiciones posibles.
En el breve silencio que siguió a sus palabras, vio que Cristian y Victor cruzaban una rápida mirada.
—Estás bien así, Liz —aseguró Victor, dándole unas palmaditas en la espalda—. Te queremos tal como eres.
«¡Te queremos!». Myriam sofocó la risa cínica que amenazaba con escapar de su garganta. Si tanto quería a su hermana, ¿cómo era posible que se riera cuando su cuñado describía a otra mujer con un gesto lascivo? La resolución de darle a Victor una lección se afirmó en su interior.
—Lo siento, pero debemos irnos —anunció Victor poco después, demasiado pronto para Myriam, que se estaba divirtiendo con la agradable conversación de su anfitriona.
—¿Tan temprano? —preguntó Liz, adelantándose a la protesta de Myriam por unos segundos—. Apenas son las once y media.
—Myriam tiene que dormir para conservar su belleza —el tono de Victor era inflexible—. Mañana tiene un día muy ocupado.
Myriam admitió para sí que había caído en su propia trampa, recordando la sesión de fotografía que había inventado durante el trayecto a la casa de los Rivera. Estaba decidida a mantener a Victor a distancia, jugando a hacerse la difícil para que no perdiera el interés creyendo que estaba disponible cada vez que se le antojara. La mentira se había vuelto y sólo pudo asentir en silencio mientras se ponía de pie.
—Lo he pasado muy bien —le dijo Liz cuando Cristian fue a buscar sus abrigos—. Debes obligar a Victor a que te traiga otra vez.
—Lo intentaré —la palabra tuvo un sabor amargo en su boca. Liz le había caído muy bien, pero, ¿cómo reaccionaría cuando llevara a cabo el resto de su plan? Sintiendo tanto cariño por su hermano, no estaría bien dispuesta hacia alguien que lo tratara como ella pretendía. Era una lástima, le hubiera gustado tenerla como amiga.
—Quizá te gustaría tomar una taza de café conmigo cuando vayas a la ciudad —hizo la invitación de forma espontánea, sin considerar si era conveniente o no—. Llámame para asegurarte de que estoy en casa. Me encantará verte otra vez.
«Y quizá pueda hacer algo para ayudarla», reflexionó en privado. Unos cuantos consejos sobre el uso del maquillaje y un buen peinado podrían impedir que los ojos de Cristian vagaran en dirección prohibida.
Myriam estaba en la cocina, dando los últimos toques a la comida que había preparado para su invitada, cuando sonó el teléfono.
—Yo contestó —gritó Maggie desde el salón—. Sí, aquí está —dijo después de un momento—. Ahora se pone… ¡Myriam! —y, cuando la joven apareció en el umbral de la puerta, en respuesta a su llamada, susurró—: ¡Es él! —visiblemente, emocionada.
Aunque el corazón le latía muy rápido, Myriam no se dio prisa en atravesar el cuarto y tomar el auricular de la mano de Maggie. Sólo había una persona que su amiga pudiera describir de esa forma, poniendo énfasis en el pronombre. ¿Para qué la llamaba Victor? Había pasado una semana desde el día de campo y no había tenido noticias suyas. Ya había dejado de preguntarse si la llamaría, aunque no había conseguido dejar de pensar en él. Aún la intrigaba lo que Victor había estado a punto de decirle en la puerta, antes de que su vecina los interrumpiera.
—Hola —la sorpresa hizo que su voz sonar débil y temblorosa.
—¿Myriam? —en contraste, la de Victor sonaba firme y llena de confianza, como siempre—. ¿Cómo estás? —sin esperar a que le contestara, continuó—: ¿Estás libre el viernes?
—No lo sé —replicó, tratando de ganar tiempo para organizar sus pensamientos a pesar de que minutos antes de que el teléfono sonara le decía a Maggie que por una vez en la vida tenía por delante un fin de semana sin compromisos—. ¿Por qué?
—Estuve hablando con Cristian, ¿recuerdas?, mi cuñado. Lo conociste la noche de la exhibición.
—Oh, sí, lo recuerdo —apretó el auricular. Recordaba a Cristian Rivera, y también el gesto que le había hecho tanta gracia a Victor.
—Entonces también recordarás que sugirió que quedáramos para que conocieras a Liz. Nos ha invitado a cenar a su casa el viernes.
«¡Nos ha invitado!». Eran, desde luego, palabras arrogantes. Ni una disculpa por no haberla llamado en toda la semana, ni un «te gustaría venir», tan sólo la seguridad de que ella iría, si podía.
—No creo que… —empezó y de repente se detuvo. Recordó su plan de vengarse, que había archivado ante la aparente falta de interés por Victor. ¡Iría, maldita sea!—. ¿Puedes esperar mientras consulto mi agenda?
Tapó el auricular y se volvió hacia Maggie, que escuchaba la conversación sin ninguna vergüenza.
—¿Y bien?
—Quiere que cenemos con su cuñado y su hermana —explicó en voz baja.
—Para conocer a la familia, ¿eh? —parecía a punto de soltar una carcajada—. Es obvio que el señor García piensa en serio. ¿Irás?
—No estoy segura —frunció el ceño. ¿Pensaba Victor en serio, como decía Maggie? Ese «nos» indicaba que eran una pareja, por lo menos para él, y una invitación para conocer a la familia podía indicar que le daba más importancia de la que ella presumía. Bien, mucho mejor… no tendría que esperar demasiado para poner su plan en acción—. ¿Debería?
La sonrisa de Maggie estaba llena de complicidad.
—¡Claro que sí!
También Myriam sonrió. Levantó el auricular con decisión.
— ¿Victor? Estoy libre el viernes.
Elizabeth Rivera era muy distinta de lo que Myriam había imaginado. No tenía la altura imponente de su hermano, ni su pelo negro. Al contrario, era bastante más baja que Myriam y su pelo y sus pupilas mucho más claros que los de Victor. Además, no era elegante y sofisticada, como había supuesto, conociendo a su hermano. Liz no usaba maquillaje y la melena rubia le caía sobre los hombros en desorden. Parecía joven y dulce, sacada del cuento de Alicia en el País de las Maravillas que recordaba haber leído de niña.
«La melena es demasiado pesada», pensó, observando a su anfitriona desde el otro lado de la mesa. Demasiado pelo para aquellas facciones delicadas. Y eso que era una hermosa mujer, o más bien podría ser si se peinara de un modo diferente y usara maquillaje para hacer resaltar sus ojos y los ángulos de su cara. Quizá por esa razón su marido se fijaba en otras mujeres. Myriam hizo una mueca de disgusto al recordar el gesto que había visto. Con un poco de esfuerzo, Liz podría convertirse en una mujer a la que su marido le fuera fiel. Después de todo, poseía un buen cuerpo, aunque su busto y sus caderas fueran más generosos de lo que dictaba la moda.
—¿Myriam? —la voz de Victor interrumpió sus pensamientos, sobresaltándola. Se recobró con rapidez y le sonrió, disculpándose.
—Lo siento, estaba distraída. ¿Qué decías?
—Liz decía que todo el mundo cree que la profesión de modelo es fascinante —su tono era seco, con un leve reproche—. Por lo que me has contado, no es cierto.
—Ah, sí —se volvió para explicárselo a su anfitriona—. La gente ve las fotografías en las revistas y cree que sólo se trata de ponerse un vestido y posar frente a una cámara. No tienen idea del esfuerzo que supone conseguir una toma perfecta. Se requiere mucha disciplina para mostrarse feliz cuando a uno le duele la cabeza y los pies la están matando. Después de varias horas, tu sonrisa parece una máscara.
—Lo imagino.
La sonrisa de Liz era dulce y agradable. ¡Cómo podía Cristian pensar en otras! Myriam miró con disgusto a su anfitrión. Delgado y elegante, con traje azul marino y camisa blanca impecable, Cristian Rivera era el mismo tipo de hombre que Victor. ¿Sería ésa la razón por la que Liz se había casado con él? Era evidente que idolatraba a su hermano mayor; su pálido rostro se había iluminado al verlo entrar y escucharle con suma atención cada palabra que pronunciaba.
Y también era obvio que Victor sentía una gran ternura por su hermana, debía admitirlo. La trataba con delicadeza, comportándose de modo muy diferente al hombre agresivo que ella conocía. ¿No sufriría la adoración de Liz si supiera que su hermano se había reído cuando Cristian hizo ese gesto soez?
—¿Tomamos nuestro café en el estudio? —preguntaba Liz en ese momento—. Si habéis terminado, quiero decir… Myriam, ¿estás segura de que no te has quedado con hambre? Tú…
—He comido muy bien, gracias —respondió con rapidez, esperando evitar el comentario de que apenas había probado bocado. Sintió que Victor la miraba con atención y se sonrojó, agregando de prisa—: Todo estaba delicioso, eres una cocinera excelente.
También Liz se ruborizó ante el elogio.
—Me gusta cocinar —admitió con suavidad—, lo que es una ventaja, porque Cristian devora como un lobo y, en cuanto a mi hermano mayor… —contempló a Victor con ternura, parado a su lado, como una torre—. Dudo que alguien pueda llenar su estómago. Sin embargo, no engorda porque corre de un lado a otro, como tú.
—Sí, yo hago mucho ejercicio —encontró difícil mantener su voz calmada. Por alguna razón, las palabras de Liz acerca del cuerpo ágil y delgado de su hermano la habían turbado.
—¿Te gusta correr? —intervino Cristian—. Mi cuñado corre varios kilómetros todos los días.
La mirada de Myriam se clavó en Victor. Así era como se mantenía en forma. Sin desearlo, admiró el soberbio corte de su traje, que se ajustaba al musculoso cuerpo, de delgadas caderas y largas piernas. Después, furiosa consigo misma, respondió a la pregunta de Cristian.
—No, prefiero el aerobic. Voy a clase dos veces por semana y los demás días practico en casa.
—Algunas veces pienso que debería ir a clases de gimnasia —comentó Liz—. Pero…
—Todo el mundo debería hacer ejercicio —declaró Myriam con firmeza—. Sólo contamos con un cuerpo y tenemos la responsabilidad de mantenerlo en las mejores condiciones posibles.
En el breve silencio que siguió a sus palabras, vio que Cristian y Victor cruzaban una rápida mirada.
—Estás bien así, Liz —aseguró Victor, dándole unas palmaditas en la espalda—. Te queremos tal como eres.
«¡Te queremos!». Myriam sofocó la risa cínica que amenazaba con escapar de su garganta. Si tanto quería a su hermana, ¿cómo era posible que se riera cuando su cuñado describía a otra mujer con un gesto lascivo? La resolución de darle a Victor una lección se afirmó en su interior.
—Lo siento, pero debemos irnos —anunció Victor poco después, demasiado pronto para Myriam, que se estaba divirtiendo con la agradable conversación de su anfitriona.
—¿Tan temprano? —preguntó Liz, adelantándose a la protesta de Myriam por unos segundos—. Apenas son las once y media.
—Myriam tiene que dormir para conservar su belleza —el tono de Victor era inflexible—. Mañana tiene un día muy ocupado.
Myriam admitió para sí que había caído en su propia trampa, recordando la sesión de fotografía que había inventado durante el trayecto a la casa de los Rivera. Estaba decidida a mantener a Victor a distancia, jugando a hacerse la difícil para que no perdiera el interés creyendo que estaba disponible cada vez que se le antojara. La mentira se había vuelto y sólo pudo asentir en silencio mientras se ponía de pie.
—Lo he pasado muy bien —le dijo Liz cuando Cristian fue a buscar sus abrigos—. Debes obligar a Victor a que te traiga otra vez.
—Lo intentaré —la palabra tuvo un sabor amargo en su boca. Liz le había caído muy bien, pero, ¿cómo reaccionaría cuando llevara a cabo el resto de su plan? Sintiendo tanto cariño por su hermano, no estaría bien dispuesta hacia alguien que lo tratara como ella pretendía. Era una lástima, le hubiera gustado tenerla como amiga.
—Quizá te gustaría tomar una taza de café conmigo cuando vayas a la ciudad —hizo la invitación de forma espontánea, sin considerar si era conveniente o no—. Llámame para asegurarte de que estoy en casa. Me encantará verte otra vez.
«Y quizá pueda hacer algo para ayudarla», reflexionó en privado. Unos cuantos consejos sobre el uso del maquillaje y un buen peinado podrían impedir que los ojos de Cristian vagaran en dirección prohibida.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
Gracias Dulcecita por el Cap. y Saludos bye atte. Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
graciias dulce x el cap creo k esta noveliita se va a poner mucho mejor xfiitas no tardes con el siiguiiente cap sii niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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