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La Trampa de Cenicienta

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Mensaje  Chicana_415 Lun Sep 14, 2009 1:50 pm

A PONER MENSAJITOOSSSS NINASSS!!!!! Yo si quiero otro cap en la nocheeee Very Happy

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Sigueleeeeeeeee!!! El personaje de Myris me esta gustando, es differente a las demas historiass! Aver como nos va con esta nueva Myriam y que sorpresas nos daraa Shocked
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Mensaje  nayelive Lun Sep 14, 2009 3:15 pm

pues colaborando con los mensajitos esta muy pero muy buena la nove siguele haber si no se le voltean las cosas a myri por jugar con fuego.
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Mensaje  myrithalis Lun Sep 14, 2009 8:14 pm

Si niña pon mas cap. m gusta tu novela est interesante si pon mas Saluds Dulcecita Atte: Iliana La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882
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Mensaje  alma.fra Lun Sep 14, 2009 10:58 pm

Muchas gracias por el capitulo, te esperamos con el siguiente. La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882
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Mensaje  mats310863 Mar Sep 15, 2009 8:08 am

SEGURO QUE MYRIAM CAERA EN SU PROPIA TRAMPA, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  Dianitha Miér Sep 16, 2009 3:12 am

niña aki estamos apoyando con los mensajitos La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 La Trampa de Cenicienta - Página 2 146353 para k no tardes en poner otro cap k esta nov cada vez se pone mejor La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 sigueleeeeeeeeeee xfitas no tardes siii La Trampa de Cenicienta - Página 2 455262 La Trampa de Cenicienta - Página 2 455262 La Trampa de Cenicienta - Página 2 455262

La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912
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Mensaje  Marianita Miér Sep 16, 2009 10:34 am

Ahhhh no me amenaces!!!!!!! Evil or Very Mad Échanos más capis que está muy buena!!!!!!!!! La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473 La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473 La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473 La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473
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Mensaje  dulce_myrifan Miér Sep 16, 2009 1:44 pm

Cap. 5

«A veces la venganza se vuelve contra nosotros mismos». Las palabras de Maggie se repetían como un eco en los oídos de Myriam mientras la maquillaban. «Es una tontería», se dijo con determinación y se concentró en poner en orden los vestidos que iba a pasar. Era una profesional y esa noche actuaría como nunca en su vida.
A la mitad de la exhibición, vio a Victor. Estaba apoyado en la pared, en un rincón de la habitación, con un traje azul oscuro. No dejaba de observarla, como si pudiera ver más allá de los vestidos, quitarle el cuidadoso maquillaje y descubrir a Patti Donovan.
Myriam vaciló un momento y estuvo a punto de perder el compás, pero se recobró con rapidez. Alzó la cabeza y siguió trabajando con una pose arrogante, aristocrática, escondiendo cualquier huella de nerviosismo bajo una máscara de seguridad. Patti ya no existía: ¡que Victor viera a la verdadera Myriam!

Durante el resto de la noche, evitó mirarlo, aunque no por eso pudo olvidar su presencia. Y cuando hizo su aparición final, con un traje largo, de falda abierta y mucho escote, sentía la mirada de él en la piel descubierta de sus brazos y hombros, quemándola.
Por fin acabó la exhibición y Myriam se dejó caer en una silla con un suspiro de alivio. El maquillador se apresuró a su encuentro para felicitarla.
—Y te traigo un mensaje —añadió—. El señor García te espera en el bar.
—Gracias—replicó la chica sin prestar mucha atención.
Había llegado el momento de tomar la decisión que había estado posponiendo durante toda la velada. ¿Iba a continuar con esa farsa o no?
Todavía indecisa, se dirigió al bar y se detuvo ante las puertas de vidrio de la entrada. Ante sus ojos tenía la figura familiar de Victor, dándole la espalda. Hubiera sido muy sencillo llamar al portero y pedirle que le dijera que había cambiado de opinión y que no lo acompañaría a cenar. Pero eso sería una cobardía, la clase de comportamiento típico de la tímida Patti. Myriam estaba hecha de un material diferente; si decidía cancelar la cita, por lo menos se lo diría a la cara.
Sin embargo, no podía hacer que sus pies se movieran para cruzar el bar. Desde donde estaba, observó la anchura de sus hombros bajo la chaqueta perfectamente cortada, la longitud de sus piernas y las ondas de su espeso pelo castaño. A los diecisiete años, se había sentido tan atraída por él que, cada vez que lo veía, sentía las piernas de gelatina y la cabeza echa un borrón, incapaz de pensar. Muy pronto aprendió que, por atractiva que fuera la envoltura, el contenido de ese paquete no era de su gusto.

De repente le pareció que los años pasados se esfumaban, que la atmósfera que la rodeaba desaparecía y que ella tenía otra vez diecisiete años y vivía feliz con su madre y su padrastro a los que adoraba.
Quería mucho también, aunque lo veía poco, a Everardo, su hermanastro. Era él quien había inventado para ella el apodo de Patti, burlándose de su nombre de pila que consideraba elegante para la chiquilla traviesa y despeinada que ella había sido. El apodo le había gustado tanto a Myriam que insistió en que toda la familia lo usara. En su casa, todavía era Patti, a pesar de que había recuperado su nombre al convertirse en modelo profesional.
Tenía dieciséis años cuando el nombre de Victor García se mencionó por primera vez en su casa. Everardo, que trabajaba en Londres, había conocido a Victor en una fiesta y se habían hecho muy amigos. Cuando iba a casa, les hablaba con admiración de su nuevo amigo que, a pesar de su juventud dirigía la cadena de hoteles que había heredado de su padre. Resultó inevitable que un día Antonio y la madre de Myriam le pidieran que invitara a Victor a cenar.
Myriam recordaba vividamente la primera vez que había visto aquella cara morena en una colección de fotografías que Everardo le mostró.

—Aquí está Victor —señaló la figura alta de su amigo—. ¿Qué te parece, Patti?
Myriam se limitó a mirar, incapaz de dar crédito a sus ojos. A los diecisiete estaba descubriendo el hecho de que era mujer, apreciando los atractivos del sexo opuesto. Hasta ese momento, esos sentimientos se reducían a admirar a los artistas de moda, cuyas fotografías decoraban las paredes de su dormitorio, y a un enamoramiento fugaz y doloroso de un chico del colegio. Pero en el instante en que contempló las facciones de Victor y su cuerpo musculoso bajo los pantalones vaqueros y la camiseta, esas emociones inocentes se borraron para dar paso a una inquietud sexual. Victor García era la personificación de sus sueños, una fantasía hecha realidad, y pensó que lo amaba incluso antes de conocerlo.
Ese sentimiento se transformó en pánico cuando su madre comunicó que Everardo los visitaría ese fin de semana y que lo acompañaría Victor García. Cada noche soñaba con conocer a su Príncipe Azul y dormía con su fotografía, que había sacado en secreto del álbum de su hermano. Imaginaba el momento en que se encontraran cara a cara y su imaginación inventaba los detalles más disparatados. El rostro masculino reflejaría sorpresa al verla y le diría que era maravillosa antes de tomarla en sus brazos y darle un beso apasionado. El sueño siempre terminaba con ese beso, porque no tenía la experiencia necesaria para ir más allá. Nunca la habían besado. Los chicos del colegio la saludaban al verla, pero enseguida se concentraban en las chicas más guapas y delgadas del plantel.
Ese rechazo le dolía a veces, pero aún no había encontrado a nadie que le interesara tanto como para que le importara de verdad. Además, los pantalones y suéteres holgados que estaban de moda en ese entonces la ayudaban a ocultar su exceso de peso.
De pronto sin embargo, empezó a desear parecerse a las otras chicas y empezó a ponerse ropa más femenina; se dio cuenta, con disgusto, de que los vestidos realmente bonitos y llamativos no le sentaban bien. Antonio le hubiera comprado un nuevo guardarropa, pero la verdad era que nada le servía.
A medida que se acercaba el día de la llegada de Victor, Myriam se sumía en una depresión cada vez más profunda.

—¡No tengo qué ponerme! —se quejó a su madre y Ruth Donovan le sonrió.
—No seas tonta, hija. ¿Por qué no usas el vestido azul?
Myriam frunció el ceño, disgustada. No era lo que quería. Era un vestido recto, sin cintura, le parecía como una inmensa tienda de campaña, lo menos favorecedor posible.
—Quiero algo especial, como lo que se pone Lucia.
Lucia, una compañera de colegio que vivía en la misma calle, tenía siempre un grupo de admiradores alrededor, como abejas en un panal. Se vestía a la última moda y rara vez se la veía sin maquillaje; hasta para ir a la escuela se ponía rimel. Siguiendo un impulso, Myriam cogió su chaqueta.
—Voy a casa de Lucia. Volveré a la hora del té.
Era una magnífica mañana de sábado y Myriam caminó con pasos ligeros de vuelta a casa. Hubiera bailado de alegría, pero los zapatos de tacón alto que había comprado el día anterior se lo impedían. Hasta caminar le resultaba difícil. Sentía la cara rígida bajo la gruesa capa de maquillaje y le pesaban las pestañas, cubiertas con rimel negro. La falda de lana, que Lucia le había regalado porque era demasiado grande para ella le apretaba en la cintura, pero esa incomodidad le importaba muy poco, pues sólo pensaba en el encuentro que la aguardaba. El coche de Everardo ya estaba aparcado frente a la casa. Mejor, así su espectacular entrada causaría sensación.
—Aquí está Patti —dijo su madre al abrirle la puerta.
Myriam apenas oyó sus palabras, ya que sus ojos volaron hacia el hombre que se había levantado de su asiento para saludarla. La emoción la aturdía, de modo que sólo tuvo una impresión confusa de altura y fuerza y unos ojos brillantes y oscuros.
—Hola, Patti —el sonido de esa voz ronca la estremeció.
Había soñado con ese momento, pero la realidad superaba a la imaginación. No esperaba el impacto de esos ojos, que se entrecerraban como si no pudieran creer lo que veían. La fuerza de esa mirada la desconcertó y, con timidez, bajó los párpados mientras Victor le tendía la mano. Un instane después recordó que deseaba parecer madura y sofisticada, así que agitó sus largas pestañas cubiertas de rimel y lo miró fijamente con sus claros ojos miel. Su corazón saltó al tocar la mano de Victor y saboreó el tibio contacto de sus dedos durante unos breves segundos.
—Es un placer conocerte —dijo en un tono bajo y sensual, tratando de imitar a una actriz que admiraba especialmente—. Everardo nos ha hablado mucho de ti.
— ¿Y a mí no me saludas? —Everardo rompió el encanto y le abrió los brazos de par en par—. Ven a saludar a tu hermano. ¿Me has echado de menos?
—Desde luego.

En circunstancias normales, Myriam se hubiera echado en sus brazos, pero en ese momento, consciente de la presencia del otro hombre en la habitación, apenas abrazó a Everardo y de inmediato retrocedió, para impedir que le alborotara el pelo, como era su costumbre. Everardo no la dejó escapar con tanta facilidad.
—¡Hey! ¿Qué pretendes? ¿Huir de mí? —le dio un abrazo que le cortó el aliento y después la soltó, con un gesto de desagrado—. ¡Fuchi! ¿Qué te has echado? —era un comentario muy poco halagador para el perfume con que se había rociado en abundancia—. ¿Por qué te has arreglado como si fueras al circo? ¿Y qué te has hecho en el pelo?
—Me lo he rizado —explicó Myriam, con un aire que ella esperaba fuera tranquilo y natural, pero en su interior ardía de vergüenza por la manera en que su hermano la trataba. En otra ocasión, hubiera tomado sus bromas con buen humor, pero no cuando Victor García estaba en la sala. Se echó el pelo hacia atrás, con un gesto que creía sensual y provocativo. La permanente era resultado de un último ataque de inspiración de Lucia—. ¿Te gusta?
La pregunta estaba dirigida a Everardo, aunque miró la cara de Victor, tratando de leer sus pensamientos. Estaba encantada de que la observara con atención, pero sus facciones y gesto eran imposibles de interpretar.
—Parece como si te hubiera pescado un huracán —fue la respuesta de Everardo y la chica deseó darle un puñetazo.
—Es un poquito exagerado —comentó su madre con voz suave—. ¿Quién te lo hizo?
—Lucia, en su casa. De repente tuvo esa idea y la pusimos en práctica —le agradó explicarlo así, la catalogaba como una criatura impulsiva, ligera y espontánea, y por la sonrisa que cruzó la cara de Victor, supo que él la había interpretado de esa forma. Le correspondió con otra.
—Everardo nos comentó que administras tus propios hoteles, ¿es cierto?
—Sí, es cierto —el tono del joven era cortés—. Están pasados de moda y bastante descuidados, pero pienso reformarlos.
—Everardo nos explicó que tenías muchas ideas. Debe ser muy interesante.
No le fue difícil mantener un tono sofocado en la voz. Cuando la atención de Victor se centraba en ella, le costaba trabajo respirar y su corazón latía dos veces más rápido que de costumbre.
— ¿No te sientas, Patti? —intervino su madre, llamando su atención sobre el hecho de que Victor todavía estaba de pie. Obediente, Myriam lo volvió a envolver con una brillante sonrisa.
—Oh, sí, por favor siéntate. Victor. Aquí no somos ceremoniosos.

El joven le indicó un sofá doble. Fascinada porque fuera tan caballeroso para no sentarse hasta que ella lo hiciera, Myriam tomó asiento. Su sonrisa desapareció en cuanto lo hizo. El cinturón la apretó todavía más, haciéndole daño, y la falda, demasiado corta ya cuando estaba de pie, casi desapareció al sentarse, descubriendo sus largas piernas cubiertas con medias negras, pues según Lucia ese color las hacía más delgadas.
No obstante, su corazón saltó cuando Victor se sentó a su lado y se volvió hacia él decidida a ignorar su incomodidad.
— ¿Por qué no nos explicas lo que planeas hacer con tus hoteles, Victor?
Más tarde, no pudo acordarse de una sola palabra de la explicación, pues estaba como hipnotizada por su físico, el aroma que exhalaba su cuerpo y su voz profunda. Pero no importaba. Él estaba allí, le hablaba y la posición del sofá, en una esquina del cuarto, excluía a los demás de su conversación. Y si Victor de repente se refería a su madre o a Antonio, ella preguntaba algo y le ponía la mano sobre el brazo para que le hiciera caso.
Coqueteó con él deliberadamente usando todo lo que había leído u oído acerca del lenguaje corporal, para asegurarse de que él entendiera lo que ella sentía.
—Me encantaría vivir en Londres —suspiró cuando el tema de la reforma de los hoteles se agotó. Se inclinó hacia Victor de modo que no pudiera pasar inadvertido cómo sus senos se oprimían contra la tela de la blusa. Vio cómo sus ojos se posaban en las suaves curvas y se quedó sin aliento; apenas pudo articular las siguientes palabras—: Debe de ser maravilloso, muy diferente de la vida que llevamos aquí.
— ¿Lo crees? —el tono del hombre era seco—. Yo más bien envidio tu vida en el campo.
— ¡No es posible! —replicó Myriam con petulancia—. Es aburridísima. No hay nada que hacer.
Eso no era verdad. Tenía una vida social activa y le gustaba el pueblo, pero no podía creer que un sofisticado londinense como Victor se conformara con unas cuantas fiestas y las contadas discotecas y no tenía el menor deseo de parecerle una provinciana poco interesante.
—Entonces, quizá podrías quedarte con Everardo en la ciudad. Si tengo tiempo, te enseñaré lo que hay que conocer.
«¡Oh, sí, por favor! ¡Me encantaría!». Consiguió reprimir las palabras, aunque la alegría coloreó sus mejillas y su sonrisa fue natural. Su reacción atrajo la mirada de los ojos grises con una expresión nueva y diferente, pero para entonces, Myriam ya se había repuesto y recordaba el papel sofisticado que se había impuesto, repitiéndose los consejos de Lucia de actuar con frialdad y hacerse la difícil. Transformó su sonrisa de adolescente en un gesto frívolo.
—Sería agradable. Si alguna vez voy a la ciudad, te lo recordaré.
Cometió un error. La sonrisa de Victor se apagó y una mueca ensombreció su cara. Myriam maldijo a Lucia en su mente. Su amiga estaba equivocada, los hombres necesitaban saber que estabas interesada; hacerse la difícil no daba buen resultado. Se propuso reparar el daño a la mayor brevedad.
— ¿Te quedarás con nosotros mucho tiempo? —preguntó, con una mirada llena de esperanza.
—Sólo una noche. Había pensado quedarme más tiempo, pero surgió un imprevisto y tendré que regresar mañana.
«¿Tan pronto?», quiso protestar. Apenas empezaba a conocerlo. Pero parecía lamentar no poder quedarse y ese pensamiento la mantuvo animada el resto de la tarde y de la noche. Estaba encantada y la felicidad le soltó la lengua, de manera que brilló en la mesa, asombrando a su familia que estaba acostumbrada a su manera de ser más bien tímida. Conservó sus más deslumbrantes sonrisas, sus más interesantes comentarios, sus miradas lánguidas para Victor, sentado frente a ella. Cuando por fin se retiró a dormir, sentía que flotaba en una nube color de rosa. En cuanto su cabeza descansó en la almohada, empezó a soñar con un hombre alto, de pelo oscuro y ojos grises.

Despertó muy temprano y se sentó ante su tocador para luchar con los frascos y los polvos de maquillaje que Lucia le había prestado. No era tan fácil como su amiga le había asegurado, pero al fin logró un efecto parecido al del día anterior y su atención se concentró en su pelo. La permanente le parecía una inspiración divina, pues la masa de bucles le daba un aire de gitana que bien valía la pena el tormento de desenredar su melena. Casi había terminado cuando oyó voces en el jardín, a través de su ventana entreabierta.
—Creo que muy pronto estaré listo para la reinauguración —era la voz de Victor, hubiera reconocido ese tono profundo en cualquier lugar, pues durante toda la noche le había susurrado palabras de amor al oído, mientras soñaba.
Se acercó a la ventana y espió. Victor y su hermano estaban debajo de ella, de espaldas a la ventana. Inclinándose tanto como podía, dejó que su mirada recorriera la figura musculosa, los anchos hombros y el pecho, y sintió la boca seca. Pensó que hasta había captado el significado de la palabra sensual.
—Necesitaré más personal, desde luego, cuando acabe con las reformas —explicaba Victor—. No había suficientes empleados y, como si no tuviera bastantes problemas, la recepcionista acaba de anunciarme que se va porque espera un bebé.
—Quizá puedas encontrar una vacante para Patti —sugirió Everardo—. Acaba el colegio este verano y no tiene ni idea de lo que quiere hacer. ¿Por qué no la contratas como recepcionista?
El corazón de Myriam dejó de latir. Un trabajo para ella, como empleada de Victor García, en uno de sus hoteles, donde lo vería con frecuencia. ¡Era un sueño hecho realidad! Cerró los ojos y cruzó los dedos, mientras aguardaba la respuesta de Victor.
—¿Patti? ¿Como recepcionista? —su risa fue fría y el desprecio que encerraba su voz hirió las fibras más sensibles de la chica—. Ten compasión, Everardo. Necesito una chica atractiva, que sea una buena propaganda para el hotel; alguien que haga que los huéspedes se alegren de haber escogido un hotel García, no una impertinente Lolita que los asuste.
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Mensaje  Marianita Miér Sep 16, 2009 2:53 pm

Esta novela me gusta mucho matarilerilerón!!!!!! La Trampa de Cenicienta - Página 2 388331 Síguele chamaca!!! afro
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Mensaje  Eva_vbb Miér Sep 16, 2009 6:01 pm

MUCHAS GRACIAS X LOS CAP.... DULCINEAAA
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Mensaje  myrielpasofan Miér Sep 16, 2009 9:39 pm

andalee jajajajajaajaja ya me echo los capis k me faltaban....muchas grax dulce esta muy padre a ver k pasa :S a ver si victor se da cuenta de k myriam es la chica k conocio...osea a patti
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Mensaje  Chicana_415 Jue Sep 17, 2009 2:00 am

Shocked OYEMEEEEEE VICTORRRRR!! Pues que te passaa no hables asi de myriam!!! Evil or Very Mad
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Mensaje  nayelive Jue Sep 17, 2009 10:38 am

poniendome alcorriente con los capis y me encanta la nove y mucho
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Mensaje  Dianitha Jue Sep 17, 2009 3:06 pm

hay niña esta novelita cada vez me gusta mas pero k le pasa a victor La Trampa de Cenicienta - Página 2 502334 x k habla asi de myriam kien se cree k es La Trampa de Cenicienta - Página 2 502334 La Trampa de Cenicienta - Página 2 502334 solos espero k se trague todas sus palabras xfitas niña no tardes con el siguiente cap k me muero x saber k es lo k va a pasar con estos niños sii no leemos pronto bye
La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 953882 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912 La Trampa de Cenicienta - Página 2 169912
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Mensaje  dulce_myrifan Jue Sep 17, 2009 11:49 pm

Cap. 6

—Disculpe.
Myriam se sobresaltó y regresó al presente de golpe. Miró al hombre que le había hablado y se sonrojó al darse cuenta de que le impedía el paso.
—¡Lo siento! Creo que soñaba despierta —murmuró, apartándose a un lado. Volvió a observar la espalda de Victor. Necesitaba recuperar un cierto grado de compostura antes de enfrentarse a él.

Victor hablaba con un hombre rubio y delgado que estaba a su lado. En ese momento sonreía y formaba con sus manos un ocho en el aire, para dibujar las formas femeninas. Victor asintió y rió. Los labios de Myriam se apretaron en una línea fina. No había manera de que interpretara mal ese gesto. Había visto a muchos hombres describir a una mujer de ese modo, acompañado, por lo general, con un comentario lascivo. Levantó la cabeza y, habiendo tomado una decisión sin ser por completo consciente de ello, entró en el bar.
Victor volvió la cabeza al oír que la puerta se abría y la miró de arriba abajo antes de consultar su reloj. La irritación hizo que los ojos de Myriam, brillaran.

—Lamento llegar un poco tarde —dijo secamente y su tono sugería que no lo sentía en absoluto—. ¿Me has esperado mucho tiempo?
—Un rato —contestó sin alterarse—. Pero te aseguro que vale la pena esperarte.
«Creí que sería más original, señor García», pensó la chica. Y los elogios no lo llevarían a ninguna parte, en particular acompañados de esas miradas descaradas. Igual que en su primer encuentro, hacía nueve años, Victor se puso de pie, pero Myriam ya no era una colegiala ingenua que tomara esos gestos como la prueba de que era un perfecto caballero. Un hombre necesitaba algo más que esos rasgos de cortesía para ganarse su respeto.
—¿Te gustaría tomar una copa?
Ella seguía alterada por las humillantes palabras que había oído hacía nueve años y que todavía se repetían en su mente con tanta claridad como si hubieran sido pronunciadas el día anterior. Mirándolo ahora, en su traje de corte perfecto, se preguntó si recordaría alguna vez la chica con la que había hablado unas horas y si se había extrañado de que no hubiera bajado a desayunar, quejándose de que se sentía enferma. No había sido capaz de bajar a despedirse y esa vivencia la hizo querer replicar que no, que no deseaba una copa, ni nada de él.
Pero tendría que comportarse de un modo correcto, si pretendía llevar a cabo su plan y, además, estaba sedienta, después de aguantar los reflectores en la exhibición. Se obligó a sonreír.
—Agua mineral —pidió y vio cómo alzaba una ceja.
— ¿No te apetece algo más fuerte? —inquirió y Myriam negó con la cabeza.
—No, gracias. El alcohol no ayuda mucho a mi cutis, ni a mi figura.
Con toda deliberación, se alisó los pliegues de la falda con las manos, para acentuar sus delgadas caderas y observó con satisfacción que la mirada de Victor seguía ese movimiento. Los hombres eran tan torpes… ¡y pensar que un día había considerado a ese hombre en particular como la personificación de sus sueños! Sin ser llamado y mucho menos deseado, el recuerdo de esa falda que le quedaba pequeña se presentó en su mente. Jamás olvidaría las crueles palabras de Victor y sus ojos se convirtieron en dos pedazos de esmeralda cuando él se volvió para pedirle el agua al camarero. Después Victor señaló al hombre rubio que estaba a su lado.
—Mi cuñado, Cristian Rivera. Cristian, la señorita Montemayor.
Myriam le tendió la mano. Sin embargo, cuando comprendió el significado de lo que Victor decía, la sonrisa que se estaba formando en sus labios desapareció. Su cuñado… ¡ese hombre estaba casado con la hermana de Victor! Al evocar la forma gráfica que había usado para describir el cuerpo femenino, apenas pudo contestar con una fría inclinación de cabeza a la sonrisa de él.
—Encantado de conocerla, señorita Montemayor. He visto su pase. ¡Sensacional!
— ¿Le gustó a su esposa también? —su tono era helado.
— ¿A Liz? No pudo venir esta noche. No se siente bien.
—Lo lamento —con un esfuerzo, logró que sus palabras sonaran corteses. Sintió simpatía por la ausente Liz. ¿Qué hubiera pensado si hubiera visto a su esposo referirse a una mujer voluptuosa de esa forma?
—Tu bebida —le susurró Victor al oído.
—Oh, gracias… —tomó el vaso y sorbió la fresca agua burbujeante, mientras su cabeza se llenaba con pensamientos furibundos al recordar que Victor se había reído en respuesta al comentario de Cristian.
—Bueno, me voy —anunció Cristian Rivera, terminando su bebida—. Liz debe estar esperándome y estoy seguro de que ustedes desearán quedarse a solas. Ha sido un placer conocerla, Myriam. Quizá Victor quiera llevarla a nuestra casa a cenar. A Liz le encantaría. Estaba muy desilusionada por no haber asistido a la exhibición de esta noche.
—A mí también me agradará conocerla.

Las palabras no reflejaron su irritación porque hubiera asumido que ellos deseaban estar solos. De repente, tuvo el absurdo deseo de detener a Cristian y charlar con él, todo menos quedarse a solas con Victor. Pero el otro hombre ya estaba en la puerta, desde donde agitó la mano en señal de despedida.
Volvió a beber, agradeciendo el frescor del agua mineral que aliviaba su garganta reseca. Cada uno de sus nervios despertaba con la presencia del hombre que se encontraba a su lado. La hacía sentir pequeña y vulnerable; sensaciones a las que no estaba habituada.

— ¿Subimos? —la pregunta de Victor la sobresaltó.
— ¿Subir? —repitió y él asintió.
—Me hospedo en el hotel esta semana para no viajar de un lado a otro todo el tiempo. Tengo un apartamento y pensé que podíamos cenar allí.
Myriam tragó saliva sin saber qué decir. Al aceptar la invitación, había supuesto que cenarían en un restaurante, un lugar público e impersonal. Estar a solas con él, en la intimidad de un apartamento de hotel, no era lo que había planeado. Implicaba…
¿Qué implicaba? Intentaba que Victor creyera que la atraía para después humillarlo, igual que él había hecho hacía años.
Forzó una sonrisa brillante y cálida, y tuvo la satisfacción de que los ojos se oscurecieron en respuesta a ese gesto.
—Estoy lista —dijo en tono superficial.

La mano del hombre descansó en su cintura mientras la conducía hacia el ascensor y pudo sentir su tibieza a través del lino de su traje. En lugar de rechazar ese contacto posesivo, como estaba deseando, se apoyó en él para que la ligera presión aumentara y sintió que los dedos masculinos la acariciaban.
—¿Qué te pareció la exhibición? —preguntó mientras el ascensor subía, esta vez al piso número seis.
—Muy bien organizada —contestó en un tono neutro y Myriam sintió que le picaba el orgullo. Había esperado un comentario halagador de su parte.
—¿Te gustó el vestido rojo? —continuó, tratando de alentarlo a que le dijera un piropo.
—Prefiero el azul —murmuró secamente. Un brillo irónico en sus ojos indicaba que se había dado cuenta de lo que la chica pretendía.
—¡Ése me cubría de la cabeza a los pies!
—Exacto —el brillo divertido de su mirada se intensificó—. Creo que esa sutil sugestión es más sensual que la piel al desnudo. Cuando una mujer es tan hermosa como tú, no tiene que mostrar todos sus atractivos, como en un escaparate. Un hombre prefiere creer que esos deleites están reservados para sus ojos.
Durante un segundo, la joven fue incapaz de responder.
—El vestido rojo es lo mejor de la exhibición —declaró, a la defensiva—. Todos consideran que es el diseño estrella de Raphael este año.
—Quizá —aceptó Victor cuando el ascensor se detuvo—, pero yo prefiero el azul.

Myriam tuvo que reconocer que la había desconcertado. ¿Qué otras sorpresas la aguardaban? Entrar en el apartamento de Victor no contribuyó a tranquilizarla.
El dormitorio que había visto la noche anterior le había gustado, pero aquél, en el último piso del hotel, le pareció magnífico. Estaba decorado en los mismos tonos que el diecisiete, pero constaba de tres habitaciones: una sala, una alcoba matrimonial y un baño. Un enorme ventanal ocupaba una pared entera del cuarto y desde allí se podían admirar las luces de Londres.
—Ponte cómoda —se quitó la chaqueta, la dejó caer en la silla más próxima, y se aflojó la corbata. Luego le tendió una carta encuadernada en piel que sacó del cajón de una mesita.
Myriam apenas pudo mirar la lista de platos. Ya antes estaba nerviosa y, tras el comentario de Victor acerca del vestido rojo estaba segura de que no podría pasar un bocado.
—Tomaré ensalada de mariscos, gracias.
El hombre frunció el ceño.
—¿Y nada más? Tienes que comer, estás demasiado flaca,
—Estoy delgada, no flaca —lo corrigió la chica—. Y debo conservarme, es mi trabajo —lo retó con la mirada—. Ensalada de mariscos, por favor —repitió con firmeza.
Victor asintió y cogió el teléfono.
—En seguida lo traerán —afirmó después de haber ordenado lo que deseaban—. ¿Te gustaría tomar algo mientras esperamos?
Myriam reflexionó. Deseaba conquistar a ese hombre, pero si quería lograrlo, tendría que relajarse. Quizás una copa de vino la ayudara a calmarse.
—Vino blanco, Victor.
Él sirvió dos copas y se sentó en una butaca, frente a ella.
—Háblame de ti —le pidió—. ¿Tienes familia?
Myriam tomó un sorbo de vino. Sabía que esas preguntas llegarían, pero, ¿cómo responder?
—Sí, mis padres y un hermano. No viven en Londres, sino en un pueblecito, al norte.

Por lo menos su madre y Antonio estaban allí; pero no podía explicar que Everardo se había marchado a Estados Unidos porque quizá él lo supiera y descubriera la verdad. Desde la visita fatal, nunca había vuelto a hablar de Victor con su hermanastro. Sus padres habían tenido noticias de él un par de veces después de su visita y les enviaba tarjetas navideñas, pero desde que Everardo se había marchado el contacto se había roto.
—¿Siempre quisiste ser modelo? —inquirió Victor.
—¡Oh, no! Cuando estaba en la escuela no tenía ni idea de lo que quería ser. Además… —se interrumpió y tomó otro trago de vino para ocultar su error. Había estado a punto de decir: «era demasiado gorda para pensar en eso».
—¿Además? —repitió Victor al verla titubear.
—No creí que tuviera oportunidad de sobresalir. La competencia es terrible.
—¿Cómo empezaste?
—Gané un concurso organizado por una revista. Me inscribí por sugerencia de mi madre, y para mi sorpresa gané el primer premio y mis fotos salieron en la revista —abrió las manos—. El resto es historia.
«Una historia recortada para adecuarla a la ocasión», pensó.
No mencionó que el año anterior al concurso lo había pasado siguiendo una dieta estricta y haciendo ejercicios extenuantes. Había asistido a clases de baile y gimnasia y leía todos los artículos de belleza que conseguía para practicar las técnicas descritas. Así, había ido adquiriendo una autodisciplina férrea a medida que moldeaba su cuerpo.

Su madre, sorprendida por ese cambio radical, la apoyaba sin reparos y pagaba las visitas que hacía al mejor salón de belleza. Graham fue el primero que le cortó el pelo al estilo egipcio. Ese toque exótico le consiguió el favor de los jueces y la hizo empezar su vida profesional con su nombre de pila original.
«Fue una suerte», pensó. De otra manera, jamás hubiera engañado a Victor. ¿Y si él la descubría? Se agitó en su silla con inquietud. «No», se dijo, «eso no sucederá».
En ese momento llamaron a la puerta y dos camareros prepararon la mesa y sirvieron la cena. A partir de entonces, Myriam procuró mantener la conversación en un tono superficial, contando historias de sus años en Londres y evitando caer en la trampa de referirle anécdotas de su niñez y vida familiar. Le resultó fácil, pues tenía un caudal de aventuras que le habían ocurrido durante sus viajes y podía bromear acerca de cómo se había puesto un traje de baño cuando nevaba o exhibido un abrigo de piel en un caluroso verano. Cuando le contó que había caído al agua desde un barco por inclinarse demasiado sobre la barandilla, Victor soltó una carcajada.
—¡Debió ser una fotografía estupenda! —exclamó.
—Lo fue —luchó porque su voz sonara natural. Cuando él reía de esa manera, casi olvidaba que lo conocía de verdad—. Lo único que salió fue un par de pies con unos zapatos carísimos. Desde luego, se estropearon, lo mismo que mi maquillaje.
Se puso seria; otro recuerdo indeseado la asaltó. Estaba hecha un desastre cuando la sacaron del mar, el maquillaje le manchaba la cara y el pelo se le adhería a la piel en mechones largos. Al salir a la playa, con la ropa y los zapatos empapados, se encontró frente a frente con Simon. Nunca olvidaría la mirada de horror que le dirigió. Simon era un hombre que amaba las cosas bellas, su casa estaba llena de antigüedades que había coleccionado a lo largo de los años, y ella era otro artículo que había agregado a sus posesiones. Esa noche le comunicó que su relación había terminado.
El recuerdo le dejó un amargo sabor en la boca y empujó su plato para apartarlo, aunque apenas había comido la mitad.
—¿Es todo lo que vas a comer? —Victor hizo un gesto de desaprobación.
—Estoy satisfecha —lo retó—. Nunca he tenido buen apetito.
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Mensaje  Marianita Jue Sep 17, 2009 11:53 pm

Mmmmm Suspect lo consideraré en pago al combo pack que te hice pero quiero más!!!!!!!!!! La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473 La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473 La Trampa de Cenicienta - Página 2 64473
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Mensaje  myrielpasofan Vie Sep 18, 2009 12:02 am

grax por el capi...dulce..a ver k pasa esperemos y k no la descubra
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Mensaje  alma.fra Vie Sep 18, 2009 12:29 am

Muchas gracias por el capitulo, esta muy padre la novela.
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Mensaje  Dianitha Vie Sep 18, 2009 1:57 am

gracias niña meee mega encanta esta nov xfitas no tardes con el siguiente cap siiii What a Face What a Face What a Face

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Mensaje  Chicana_415 Vie Sep 18, 2009 2:42 am

Esta buenisimaaa!!! sigueleeee Very Happy
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Mensaje  mats310863 Vie Sep 18, 2009 8:14 am

BUEN CAPÍTULO, GRACIAS Smile

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Mensaje  nayelive Vie Sep 18, 2009 5:03 pm

gracias por el capi se pone muy buena
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Mensaje  Eva_vbb Vie Sep 18, 2009 8:01 pm

MUCHAS GRACIAS X EL CAP... DULCINEAAAAAAAAAA
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Mensaje  dulce_myrifan Vie Sep 18, 2009 8:53 pm

Cap.7

Era mentira. Al empezar su dieta, había tenido que luchar para no tomar la clase de comida que le gustaba. Soñaba con sabrosas pizzas y enormes raciones de espagueti a la boloñesa. Luego, sus gustos habían cambiado, a fuerza de costumbre.

—Las mujeres no necesitan tantas calorías como los hombres —agregó. Era consciente de que él había devorado una cena sustanciosa, gozando su comida y, sin embargo, estaba en plena forma física.
Por un momento pareció como si fuera a continuar discutiendo, pero después encogió los hombros.
—Entonces, ¿te sirvo una taza de café? —inquirió con voz suave: algo en el fondo de sus ojos oscuros hizo que los nervios de Myriam se estremecieran.
—Sí, por favor, sin azúcar —indicó con intención y lo vio hacer una mueca.
—Desde luego —murmuró—. Lo sospechaba.

Pasaron al sofá, para estar cómodos mientras tomaban el café. Myriam, después de un leve titubeo, se acomodó en el de dos asientos y se permitió una sonrisa de triunfo al ver que él ocupaba el contiguo. Por el momento debía fingir que Victor la atraía.
—¿Te quedas con frecuencia en uno de tus propios hoteles? —preguntó, apoyándose en el respaldo y volviéndose hacia él.
—Cuando me necesitan. Es más conveniente que viajar a mi casa todos los días. Después de esta semana, regresaré a mi hogar.
—Entonces, ¿no vives en Londres? —eso era nuevo. Everardo les había contado que Victor vivía en un apartamento en la ciudad. Habían pasado nueve años y no era raro que las cosas hubieran cambiado.
El hombre negó con la cabeza.
—Ya he vivido en la ciudad demasiado tiempo. Me gusta escapar al campo cuando puedo. ¿Tú no lo echas de menos?
—¿El campo? —repitió la chica, vacilante.
La cercanía del hombre y el tema de conversación la hacían revivir los malos recuerdos de su primer encuentro, cuando habían hablado del mismo asunto. Una ola de vergüenza la invadió sus intentos fallidos de parecer sofisticada y su declaración de que encontraba la vida del campo aburrida.
—Hay muchos pueblos en el norte —replicó por fin fríamente—. Algunos tan agitados como Londres. ¿Por qué los sureños siempre piensan que la civilización termina en Watford?
—No era eso lo que quería decir —el tono de su voz convirtió sus palabras en un leve reproche—. Y no desconozco del todo los atractivos del norte. Tenía un buen amigo cuya familia vivía en Yorkshire y yo mismo compré una cabaña en Dales.
—¿Ah, sí? —murmuró, sin aliento. La mención del buen amigo le llegaba demasiado cerca para sentirse cómoda—. Supongo que no tienes muchas oportunidades de ir allí a descansar.

Con alivio, observó que Victor negaba con la cabeza. Yorkshire era un condado bastante grande, pero de cualquier manera le resultaba difícil asimilar la idea de que hubiera estado en el norte, quizá muy cerca de donde ella vivía, sin que lo supiera.
Claro que ella sólo había vivido un par de años más en el pueblo después de la visita de Victor. Luego se había mudado a Londres y, a pesar de que trataba de visitar a sus padres con frecuencia, la presión de su trabajo se lo impedía. De pronto, la asaltó un sentimiento de nostalgia tan agudo, que las lágrimas asomaron a sus ojos.

—No tantas como quisiera —oyó explicar al hombre como a través de la nube de algodón que llenaba su mente—. Me las arreglo para pasar un fin de semana de vez en cuando, pero no es suficiente. Uso mi cabaña como un refugio, para alejarme de todo. No tiene teléfono y el pueblo más cercano está a diez kilómetros. Cuando estoy allí, nadie puede localizarme. Me olvido de los hoteles García, y descanso.
—¿Y a qué te dedicas allí? —estaba intrigada de verdad. Ésa era precisamente la parte de la personalidad de Victor que intentaba descubrir.
Daba la impresión de ser un solo poderoso hombre de negocios, absorbido por su trabajo, gozando del ruido y la actividad de Londres. Sus comentarios acerca de la vida del campo, en su primer encuentro, le habían parecido simples formalidades dentro de una conversación social.
—Leo, escucho música, camino varios kilómetros, trabajo en el jardín… todas esas cosas que no tengo tiempo de hacer aquí.
—Suena idílico.
No pretendía que su observación sonara a ironía, pero así debió parecerselo a su anfitrión, porque afirmó:
—Lo es. ¿Te gustaría pasar un fin de semana en mi cabaña?
—Mucho.
No pudo ocultar su sincero entusiasmo. Imaginó las praderas cercanas a su casa y cómo le gustaba de adolescente recorrerlas. Hacía mucho que no experimentaba esa sensación de libertad. La nostalgia volvió a abrumarla.
—Bien, quizá podríamos arreglar algo…
—No será fácil —lo interrumpió rápidamente, relegando sus recuerdos a un rincón de su mente, con gran esfuerzo. No iría con ese hombre a una cabaña aislada como la que él había descrito—. Como te dije ayer, tengo muchos compromisos en las próximas semanas. No contaré con tiempo libre hasta agosto.
—No hay prisa —replicó Victor—, yo también estoy abrumado de trabajo. Agosto me parece un buen mes para tomar unas vacaciones. Ya nos pondremos de acuerdo después.

Myriam murmuró algo que podía interpretarse como asentimiento, demasiado desconcertada para emitir una respuesta coherente. No planeaba pasar sus vacaciones con Victor y, sin embargo, parece que ya se había comprometido. «Lo único bueno», se dijo, «es que faltan aún dos meses para ello». Muchas cosas podían ocurrir en ese lapso.
Algo suave le rozó la mejilla, sacándola de sus reflexiones con un sobresalto. Su sorpresa aumentó al darse cuenta de que se trataba de la mano de Victor, cuyos dedos la acariciaron de la frente a la mandíbula, deteniéndose bajo la barbilla para hacerla volver el rostro hacia él.
«Me besará», pensó. «¡Tranquilízate!». Su mente le transmitió el mensaje a su cuerpo a tiempo para impedir la instintiva tensión de sus músculos cuando Victor se le acercó y le pasó un brazo sobre los hombros. Debía actuar como si gozara de ese instante, como si eso fuera lo que hubiera deseado toda la noche. Inclinó la cabeza, ofreciéndole su boca, y él aceptó esa invitación de inmediato.
Sus labios fueron tibios y firmes al cerrarse sobre los de ella, al principio con suavidad, después aumentando la presión hasta que la chica abrió la boca, permitiendo la invasión de su lengua. «Muy persuasivo», se dijo, y su mente permaneció ajena a la caricia. Si intentaba hacerle creer que la atracción era mutua, debía hacer algún movimiento, no quedarse inmóvil como un bloque de cemento.
Le resultó muy fácil rodearle el cuello con las manos y dejar que sus dedos jugaran con el suave pelo de la nuca. Notó que él sonreía cuando lo tocaba y una llamarada de ira la quemó por dentro. Estaba demasiado seguro de sí, convencido de que ninguna mujer sería capaz de resistírsele. Pues bien, ya le demostraría ella otra cosa.
Deliberadamente aumentó la presión de su boca en la de él, y jugueteó con su lengua en una silenciosa provocación; después se relajó en sus brazos, sonriendo triunfante ante la apasionada respuesta del hombre. Ése fue su último pensamiento coherente, pues cuando las manos masculinas le cubrieron los senos, su mente se sumió en la niebla y sintió las caricias como un fuego abrasador que atravesaba su blusa y le quemaba la piel. Suspiró de manera inconsciente y le inclinó más la cabeza hasta que al fin, con renuencia, él se separó para respirar.

—¡Dios, eres preciosa!
Las palabras de sus sueños de adolescente, la hicieron volver a la realidad. Sacudió la cabeza para aclarar sus ideas, disipar la neblina de placer que la ofuscaba y obligarse a reflexionar con cierta lógica, antes de que fuera demasiado tarde. Había planeado ese beso, quería que Victor reaccionara de ese modo, pero… ¡nunca esperó que le gustara!
Miró los ojos del hombre con cautela y vio que se habían oscurecido por el deseo. De pronto, una alarma sonó en su cerebro. Las cosas habían ido demasiado lejos. Tenía que poner un alto. Había conseguido provocar a Victor, que se confiara, pero era preferible tomar las cosas con más calma. Cuando él volvió a acercársele, Myriam volvió la cabeza con un movimiento lento que quería ser espontáneo, miró su reloj y exclamó:
—¡Dios mío! ¡Mira qué hora es!
Con un ágil movimiento lo eludió, escapó de sus brazos y se puso de pie.
—Tengo que irme.
Quería parecer superficial y se sorprendió de haberlo conseguido. Sólo un ligero temblor en su voz traicionaba el sentimiento de pérdida y frío que la invadía, lejos del calor del hombre. Intentó sonreír, pero perdió el valor al ver que sus ojos se entrecerraban y que los músculos de su mandíbula se tensaban en forma amenazadora.
—¿Tan pronto?
Le sorprendió la rapidez con que Victor se había dominado. Indicaba una fuerza de carácter que haría bien en recordar en el futuro. Victor García no iba a caer en su trampa con tanta facilidad como había supuesto.
—Te lo dije… debo meterme en la cama antes de medianoche.
—Ah, sí, olvidaba que te conviertes en una calabaza después de las doce —la ironía de su voz hizo desaparecer la cuidadosa sonrisa de Myriam. Se estiró con pereza y se levantó—. Está bien, Cenicienta. Te llevaré a casa.
—Recogeré mi bolso.

Al cruzar la habitación, Myriam miró su imagen en un espejo que colgaba de la pared y se sorprendió al ver sus mejillas arreboladas y la luminosidad inesperada de sus ojos. Su pelo estaba despeinado y la pintura de sus labios había desaparecido por completo. Parecía muy joven y poco experimentada; lo contrario de lo que deseaba.
Ocupada en arreglar su aspecto, se dio cuenta de repente de que un silencio total reinaba en el cuarto. Miró a través del espejo y descubrió a Victor observándola, con una expresión indescifrable. Algo en la manera en que estaba parado o en la tensión de sus músculos, le contrajo el estómago. ¿La había reconocido, adivinado en ella a la Patti de diecisiete años? ¿O era sólo que no había recuperado la compostura con tanta rapidez como había fingido? Bajó la mirada rápidamente, temiendo que leyera la incertidumbre de sus ojos. A sus espaldas lo oyó moverse con impaciencia.
—¿Estás lista? —preguntó en tono brusco y seco. Myriam, como no se sentía capaz de mirarlo, se concentró en aplicarse una segunda capa de lápiz labial con un pincel y él explotó—: ¡No necesitas ponerte toda esa pasta! ¡El hotel está vacío y las calles como la boca de un lobo!
—Siempre trato de estar lo mejor posible —replicó, volviéndose a mirarlo al fin—. Tengo una imagen que sostener; es parte de mi trabajo.
No le gustó la manera en que aquellos ojos de acero la recorrieron, con un brillo muy parecido al desprecio. Por instinto se enderezó hasta llegar a su máxima altura, lista para pelear si era necesario. Victor encogió los hombros y cogió su chaqueta.
—Se te hace tarde —dijo, sin expresión—. Si no nos vamos, sonarán las doce campanadas… y ya sabes lo que le sucedió a Cenicienta entonces. ¿Vienes? —se puso la chaqueta mientras se dirigía hacia la puerta.
Confundida, Myriam lo siguió. ¿Qué había sucedido para transformar al amante apasionado de hacía unos minutos en ese hombre frío y distante? No parecía muy ansioso de volver a verla, mucho menos de enamorarse de ella para que luego lo rechazara. Observó las facciones duras, mientras esperaban el ascensor, y no supo qué pensar. Él siguió silencioso y abstraído, como si ni siquiera se diera cuenta de su presencia.

Su silencio duró todo el trayecto al apartamento y la chica tuvo tiempo de pensar y cambiar de opinión. Era probable que hubiera humillado a Victor al rechazar sus pretensiones sexuales. Si decidía no volver a verla, no le importaba. Había hecho lo que se había propuesto: probar que lo atraía. De esa manera, se vengaba del insulto que había sufrido la Patti de diecisiete años.
Estaba tan convencida de que no volverían a concertar una segunda cita que se llevó una sorpresa cuando, al detener el coche ante la entrada del edificio, Victor se volvió hacia ella y le dijo:
—Me gustaría verte otra vez. Me temo que estaré muy ocupado los próximos días, pero después tendré tiempo. ¿Qué te parece el jueves?
Myriam negó con la cabeza de forma automática. Pasaba los jueves con Maggie, descolgaban el teléfono y descansaban, olvidándose de sus problemas de trabajo.
—Me temo que el jueves está descartado.
Se las ingenió para que pareciera como si lo sintiera mucho, esperando que Victor creyera que ansiaba volver a verlo. Sacó de su bolso una pequeña agenda y la consultó.
—El viernes también me es imposible —continuó, ignorando que esa página estaba en blanco—. No tengo compromisos el sábado.
—Entonces, el sábado. Saldremos todo el día. Te recogeré a las diez.
«No me lo pide por favor ni me pregunta si estoy de acuerdo», pensó la chica, irritada. La invitación de Victor tenía todas las características de una orden, que él esperaba que obedeciera sin titubear.
—A las diez —confirmó, cerrando la agenda con fuerza innecesaria para expresar su disgusto. Abrió la puerta y bajó del coche—. Buenas noches, Victor y… gracias por la cena.
—Gracias por acompañarme —la respuesta fue rápida, pero ese convencionalismo no la tranquilizó. Sólo cuando las luces posteriores del Jaguar desaparecían calle abajo, adivinó la razón de sus emociones.

Esperaba que la besara para despedirse y ya había calculado hasta el último detalle la forma en que reaccionaría. Respondería con cierto agrado, y nada más. Sin embargo, como Victor no había intentado tocarla y ni siquiera había detenido el motor del coche, puso la mano en las llaves para encender el motor antes que ella se desabrochara el cinturón de seguridad, su plan de acción había fracasado.
Movió la cabeza, desconcertada. El comportamiento de Victor no concordaba con la pasión que había mostrado antes. Parecía decidido a poner cierta distancia entre ellos y, sin embargo, le había pedido otra cita. Caminó lentamente hacia la puerta y metió la llave en la cerradura. Se alegró de que no hubiera luz en el apartamento de Maggie. Si su amiga le hubiera preguntado cómo había pasado la velada, se habría visto en la necesidad de admitir que lo ignoraba.
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Mensaje  myrithalis Vie Sep 18, 2009 9:17 pm

Gracias niña por el Cap. esta muy padre y esperamos mas Caps nos vemos Saludos Atte: Iliana
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