La Trampa de Cenicienta
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Re: La Trampa de Cenicienta
SYa el final???!!!!!!!!! Se me fue muy rápido!!!! Pero gracias por el capi niña y te esperamos con lo último!!!!!!
Marianita- STAFF
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Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
MUCHAS GRACIAS X EL CAP... Y ESTAREMOS PENDIENTES AL FINAL
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo!!
que rapido el final!!
que rapido el final!!
marimyri- VBB ORO
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Localización : El Paso
Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP...
QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP...
QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP...
DULCINEAAAAA DONDE ESTAS TE ESTAMOS ESPERANDO CON EL FINAL...
QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP... QUEREMOS CAP...
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DULCINEAAAAA DONDE ESTAS TE ESTAMOS ESPERANDO CON EL FINAL...
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Cap. 17
—¡Ay, cómo me alegro de estar en casa! —se dejó caer en una silla y se quitó los zapatos, suspirando de alivio. Maggie le sonrió con simpatía.
—¿Tuviste un día agitado?
—Como de costumbre. No me adapto a la rutina de mi trabajo con la facilidad de antes. No sé porqué, pero siempre me siento cansada.
Maggie frunció el ceño.
—Tú no eras así. Además, acabas de volver de vacaciones.
Las mejillas de Myriam se tiñeron de color rojo al oír a su amiga. No necesitaba que le recordaran la semana que había pasado en Yorkshire, pues cada día estaba grabado en su memoria.
En cierto modo, ese período podía clasificarse como descanso, ya que ella y Victor habían pasado bastante tiempo en la cama… Sin embargo, la actividad que habían desarrollado no podría considerarse cansada. El día que hicieron el amor por primera vez pareció encender una explosión de deseo que resultaba imposible contener. Ambos fueron atrapados por esa fuerza de una manera que no dejaba tiempo para pensar, dudar o reflexionar en el pasado o el futuro: el presente era lo único que importaba. También vivieron momentos tranquilos, explorando los alrededores o trabajando en el jardín. Pero esas horas sólo servían para estimular sus necesidades, que saciaban en las noches pasadas uno en brazos del otro. Fue una experiencia gloriosa para Myriam. En esos días suspendidos en el tiempo, había absorbido a Victor con la vista, el oído y el tacto, maravillada por el descubrimiento de su amor.
Por desgracia, el idilio no podía durar para siempre. Tenían que volver a la realidad, regresar a Londres. Habían pasado cinco semanas desde sus vacaciones y, durante ese lapso, Victor había sido una constante presencia en su vida. Era un compañero agradable y un amante apasionado, pero nada más. Ni siquiera una vez le dedicó una palabra de amor.
Al principio, Myriam se dijo que no necesitaba semejante declaración. Amaba a Victor, no podía vivir sin él y si su compañía y pasión eran lo único que deseaba darle, le bastarían. En los últimos días, sin embargo, la idea de que no bastaba empezaba a arraigarse en su mente. Esa relación sin responsabilidades la hacía vulnerable, porque preveía un dolor insoportable si algún día Victor la abandonaba. A veces pensaba que sería mejor alejarse de él, que vivir con la angustia de que el dolor era inevitable, que le haría daño en el futuro. Incluso mientras lo pensaba, sabía que no sería capaz. Su vida se centraba en Victor y hasta su trabajo había dejado de satisfacerla. Se arrastraba durante el día y sólo revivía por las noches, cuando estaba con él.
—Me falta entusiasmo —le confió a Maggie—. Nunca me había dado cuenta de lo mezquino y egoísta que es el mundo de la moda. Toma por ejemplo, Dalia perdió su cepillo, un cepillo común y corriente, pero se puso
histérica. Acusó a todos de habérselo robado y se negó a continuar con la sesión de fotografía a menos que alguien se lo devolviera.
—¡Dios del cielo! —exclamó Maggie, asombrada—. Una saludable preocupación por tu apariencia es una cosa y otra muy distinta llevarla hasta ese extremo.
Myriam asintió, distraída, pues sus pensamientos volaban otra vez hacia Victor. Ella había llevado las cosas a ese extremo y él le había demostrado lo obsesiva que se había vuelto, destruyendo sus cosméticos que un día había considerado esenciales y que habían pasado a parecerle una frivolidad. Era sorprendente con cuanta facilidad se había adaptado a no usar maquillaje. Tanto que, después de la larga preparación para la sesión de fotografía de la mañana, estaba aburrida y sentía la cara rígida y pesada por las capas de pintura que le habían aplicado.
—Y hablando de apariencias —continuó Maggie—, ya sé que dices que estás cansada, pero en realidad estás floreciendo, nunca habías estado tan guapa. Te veo mucho mejor desde que regresaste de Yorkshire y dejas que tu pelo se ondule con naturalidad, fue un detalle genial. ¿Qué dice Raphael?
—Lo aprueba —sonrió, recordando con placer la sorpresa de su estilista cuando apareció por primera vez con el pelo ondulado en lugar de lacio. En realidad, todos habían hecho comentarios favorables sobre su aspecto. Excepto, claro, lo que le había dicho Raphael esa mañana.
—Quizá la fatiga se deba a la menstruación —sugirió Maggie y sus palabras se mezclaron con los pensamientos de Myriam, que se agitaban con frenesí.
—¿Has engordado, queridita? —le había preguntado el diseñador con su cara infantil desfigurada por una mueca de disgusto—. Me parece que estás más gordita que de costumbre —señaló las curvas del busto.
En ese momento, Myriam sólo pensó que debía comprobar su peso cuando regresara a casa. No lo había hecho desde que había vuelto de Yorkshire. Ahora, relacionando las palabras del estilista y las de Maggie, empezó a analizar las fechas en su cabeza. La semana que había pasado en la cabaña no había tomado ninguna precaución en la tormenta de sensualidad que la asaltó. Conociendo los malestares que Liz había sufrido durante los primeros meses de su embarazo, nunca había considerado la posibilidad de…
—¿Myriam? —preguntó Maggie, inquieta por el silencio de su amiga. Después, mirándola a los ojos, exclamó—. ¡Oh, Myriam, no estás!… —dejó la frase sin acabar, pues el resto era evidente.
Con lentitud, Myriam asintió.
—Sí, Maggie. Creo que lo estoy.
—Te noto fatigada —dijo Victor cuando le abrió la puerta esa noche. Myriam sonrió. En ese momento, lo último que sentía era cansancio.
Desde que había comprendido que esperaba a un hijo, quería cantar, gritarle al mundo que algo maravilloso había sucedido. No tenía la menor duda: amaba a ese bebé, más de lo que hubiera podido expresar, y ese pensamiento le había inyectado energía. Sin embargo, al ver a Victor, seguro de sí, elegante y educado como siempre, su euforia se evaporó para ser reemplazada por dudas tormentosas. ¿Cómo reaccionaría ante la noticia? Nunca había expresado el deseo de tener un hijo. ¿Compartiría su emoción o se pondría furioso, pensando que trataba de atraparlo por ese medio? Palideció al imaginar que él usara el pretexto de su embarazo para terminar con su relación.
—Creo que necesitas sentarte —Victor notó que el color había abandonado las mejillas de la joven—. ¿Qué te sucede, Myriam? ¿No estás bien?
—No… yo… —sentía la lengua pesada y no se le ocurría nada.
—¿Comiste bien? —inquirió, con cierta dureza.
¿Comer? Aparte de un bocadillo a mediodía, no había tomado nada más. Ni siquiera había pensado en comer mientras esperaba a Victor. Negó con la cabeza, en silencio.
—Pensé que ya te habías curado de esa tontería —en su voz había impaciencia. Se quitó la chaqueta y la lanzó sobre un sillón—. Te prepararé algo… No, quédate donde estás… —agregó cuando Myriam intentó levantarse—. ¿Te gustaría una taza de café primero?
—Me encantaría —se obligó a pronunciar esas palabras, aunque nada le apetecía. Sabía que no podría probar bocado hasta que viera la reacción de Victor ante la noticia que le daría.
Sin embargo, no lo siguió a la cocina. No sería capaz de hablarle mientras estuviera de mal humor. Quizá más tarde, cuando se hubiera calmado, estaría dispuesto a escucharla.
—Myriam, ¿en dónde guardas el café? —gritó él a través de la puerta abierta.
—En la alacena —respondió ella de forma automática—. A la izquierda.
Un momento después se dio cuenta de su error y corrió hacia la cocina. No llegó a tiempo. La puerta de la alacena estaba abierta y Victor miraba, asombrado y confuso, la fotografía que había allí pegada: era Myriam a los diecisiete años.
Se quedó helada en el quicio de la puerta, mientras su corazón latía muy deprisa. El silencio le puso los nervios de punta y estuvo a punto de gritar.
—¿Quién es ella? —preguntó Victor al fin, con voz ronca.
—Es… —le falló la voz. Tragó saliva y trató de contestar cuando él la interrumpió.
—¿Por qué tienes la foto de Patti Donovan? —se volvió para mirarle, sombrío.
—Porque… soy yo —logró murmurar. No esperaba que reconociera a la muchacha de la foto con tanta rapidez.
—¡Tú!
Los ojos de Victor volvieron a fijarse en la fotografía y, siguiendo la dirección de sus pupilas, Myriam se sonrojó. El pelo rizado, el maquillaje exagerado y la ropa ridícula le parecieron espantosos.
—¿Tú eres Patti Donovan? —la incredulidad se reflejaba en su voz—. ¿La hermana de Everardo?
—No lo soy en realidad —apenas se la oyó. Parecía como si todas las confusas emociones de su corazón se acumularan en su voz, ahogándola—. El padre de Everardo se casó con mi madre cuando yo tenía diez años y con el tiempo, me adoptó legalmente —de repente las frases se atropellaron en su prisa por contarle la verdad—. Patti era el apodo que Everardo me puso, y que toda mi familia empezó a usar. En casa siempre me llamaron Patti, nunca Myriam —su voz disminuyó de volumen hasta desaparecer, al ver el ceño fruncido de Victor.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Volvió a tragar. ¿Cómo responder esa pregunta? Le pareció que pisaba un terreno minado. Una ojeada al rostro inflexible de Victor le indicó que sólo aceptaría la verdad.
—Al principio no tenía importancia. Había sucedido hacía tanto tiempo que no pensé que te vería de nuevo, hasta que nos encontramos en el Fontan. Después tú me demostraste que estabas… interesado… y…
—¿Y? —la invitó a continuar.
—Ya no quería que supieras quién era. Deseaba que me vieras como una mujer, como alguien diferente de la adolescente que habías conocido hace años. Trataba de que me desearas… incluso de que me amaras… —sabía que estaba siendo incoherente, pero no podía detenerse—. Deseaba que supieras lo que se sentía cuando alguien te hería como tú hiciste conmigo.
—¿Yo? —preguntó él, incrédulo, interrogándola con la mirada.
—¡Sí, tú! —era imposible evitar que un eco del sufrimiento que había sentido se filtrara en esa acusación—. Le dijiste cosas horribles a Everardo acerca de mí… cuando sugirió que podía trabajar en uno de tus hoteles.
La expresión de Victor cambió.
—¿Me oíste?
—Sí. Estaba en mi habitación con la ventana abierta… ¡lo oí todo!
—Entonces… —encogió los hombros, como si de repente se sintiera agotado, y se pasó una mano por el pelo, mientras seguía mirándola con fijeza—. Entonces, esto… nuestra relación… el tiempo que pasamos en la cabaña… ¿no era más que una forma de venganza?
—¡Sí… no! —Myriam no sabía cómo responder—. Al principio intenté vengarme pero…
No le dio oportunidad de terminar. En el momento en que dijo «sí», su rostro se convirtió en una roca y, sin pronunciar otra palabra, la empujó a un lado para dirigirse a la sala, deteniéndose sólo para coger su chaqueta antes de salir del apartamento.
—¡Victor! ¿Adonde vas?
—¡Al infierno!
—¡Oh, por favor, no lo hagas! Tengo algo que decirte… —antes de que acabara la frase, Victor se había ido.
Mañana el Final
—¡Ay, cómo me alegro de estar en casa! —se dejó caer en una silla y se quitó los zapatos, suspirando de alivio. Maggie le sonrió con simpatía.
—¿Tuviste un día agitado?
—Como de costumbre. No me adapto a la rutina de mi trabajo con la facilidad de antes. No sé porqué, pero siempre me siento cansada.
Maggie frunció el ceño.
—Tú no eras así. Además, acabas de volver de vacaciones.
Las mejillas de Myriam se tiñeron de color rojo al oír a su amiga. No necesitaba que le recordaran la semana que había pasado en Yorkshire, pues cada día estaba grabado en su memoria.
En cierto modo, ese período podía clasificarse como descanso, ya que ella y Victor habían pasado bastante tiempo en la cama… Sin embargo, la actividad que habían desarrollado no podría considerarse cansada. El día que hicieron el amor por primera vez pareció encender una explosión de deseo que resultaba imposible contener. Ambos fueron atrapados por esa fuerza de una manera que no dejaba tiempo para pensar, dudar o reflexionar en el pasado o el futuro: el presente era lo único que importaba. También vivieron momentos tranquilos, explorando los alrededores o trabajando en el jardín. Pero esas horas sólo servían para estimular sus necesidades, que saciaban en las noches pasadas uno en brazos del otro. Fue una experiencia gloriosa para Myriam. En esos días suspendidos en el tiempo, había absorbido a Victor con la vista, el oído y el tacto, maravillada por el descubrimiento de su amor.
Por desgracia, el idilio no podía durar para siempre. Tenían que volver a la realidad, regresar a Londres. Habían pasado cinco semanas desde sus vacaciones y, durante ese lapso, Victor había sido una constante presencia en su vida. Era un compañero agradable y un amante apasionado, pero nada más. Ni siquiera una vez le dedicó una palabra de amor.
Al principio, Myriam se dijo que no necesitaba semejante declaración. Amaba a Victor, no podía vivir sin él y si su compañía y pasión eran lo único que deseaba darle, le bastarían. En los últimos días, sin embargo, la idea de que no bastaba empezaba a arraigarse en su mente. Esa relación sin responsabilidades la hacía vulnerable, porque preveía un dolor insoportable si algún día Victor la abandonaba. A veces pensaba que sería mejor alejarse de él, que vivir con la angustia de que el dolor era inevitable, que le haría daño en el futuro. Incluso mientras lo pensaba, sabía que no sería capaz. Su vida se centraba en Victor y hasta su trabajo había dejado de satisfacerla. Se arrastraba durante el día y sólo revivía por las noches, cuando estaba con él.
—Me falta entusiasmo —le confió a Maggie—. Nunca me había dado cuenta de lo mezquino y egoísta que es el mundo de la moda. Toma por ejemplo, Dalia perdió su cepillo, un cepillo común y corriente, pero se puso
histérica. Acusó a todos de habérselo robado y se negó a continuar con la sesión de fotografía a menos que alguien se lo devolviera.
—¡Dios del cielo! —exclamó Maggie, asombrada—. Una saludable preocupación por tu apariencia es una cosa y otra muy distinta llevarla hasta ese extremo.
Myriam asintió, distraída, pues sus pensamientos volaban otra vez hacia Victor. Ella había llevado las cosas a ese extremo y él le había demostrado lo obsesiva que se había vuelto, destruyendo sus cosméticos que un día había considerado esenciales y que habían pasado a parecerle una frivolidad. Era sorprendente con cuanta facilidad se había adaptado a no usar maquillaje. Tanto que, después de la larga preparación para la sesión de fotografía de la mañana, estaba aburrida y sentía la cara rígida y pesada por las capas de pintura que le habían aplicado.
—Y hablando de apariencias —continuó Maggie—, ya sé que dices que estás cansada, pero en realidad estás floreciendo, nunca habías estado tan guapa. Te veo mucho mejor desde que regresaste de Yorkshire y dejas que tu pelo se ondule con naturalidad, fue un detalle genial. ¿Qué dice Raphael?
—Lo aprueba —sonrió, recordando con placer la sorpresa de su estilista cuando apareció por primera vez con el pelo ondulado en lugar de lacio. En realidad, todos habían hecho comentarios favorables sobre su aspecto. Excepto, claro, lo que le había dicho Raphael esa mañana.
—Quizá la fatiga se deba a la menstruación —sugirió Maggie y sus palabras se mezclaron con los pensamientos de Myriam, que se agitaban con frenesí.
—¿Has engordado, queridita? —le había preguntado el diseñador con su cara infantil desfigurada por una mueca de disgusto—. Me parece que estás más gordita que de costumbre —señaló las curvas del busto.
En ese momento, Myriam sólo pensó que debía comprobar su peso cuando regresara a casa. No lo había hecho desde que había vuelto de Yorkshire. Ahora, relacionando las palabras del estilista y las de Maggie, empezó a analizar las fechas en su cabeza. La semana que había pasado en la cabaña no había tomado ninguna precaución en la tormenta de sensualidad que la asaltó. Conociendo los malestares que Liz había sufrido durante los primeros meses de su embarazo, nunca había considerado la posibilidad de…
—¿Myriam? —preguntó Maggie, inquieta por el silencio de su amiga. Después, mirándola a los ojos, exclamó—. ¡Oh, Myriam, no estás!… —dejó la frase sin acabar, pues el resto era evidente.
Con lentitud, Myriam asintió.
—Sí, Maggie. Creo que lo estoy.
—Te noto fatigada —dijo Victor cuando le abrió la puerta esa noche. Myriam sonrió. En ese momento, lo último que sentía era cansancio.
Desde que había comprendido que esperaba a un hijo, quería cantar, gritarle al mundo que algo maravilloso había sucedido. No tenía la menor duda: amaba a ese bebé, más de lo que hubiera podido expresar, y ese pensamiento le había inyectado energía. Sin embargo, al ver a Victor, seguro de sí, elegante y educado como siempre, su euforia se evaporó para ser reemplazada por dudas tormentosas. ¿Cómo reaccionaría ante la noticia? Nunca había expresado el deseo de tener un hijo. ¿Compartiría su emoción o se pondría furioso, pensando que trataba de atraparlo por ese medio? Palideció al imaginar que él usara el pretexto de su embarazo para terminar con su relación.
—Creo que necesitas sentarte —Victor notó que el color había abandonado las mejillas de la joven—. ¿Qué te sucede, Myriam? ¿No estás bien?
—No… yo… —sentía la lengua pesada y no se le ocurría nada.
—¿Comiste bien? —inquirió, con cierta dureza.
¿Comer? Aparte de un bocadillo a mediodía, no había tomado nada más. Ni siquiera había pensado en comer mientras esperaba a Victor. Negó con la cabeza, en silencio.
—Pensé que ya te habías curado de esa tontería —en su voz había impaciencia. Se quitó la chaqueta y la lanzó sobre un sillón—. Te prepararé algo… No, quédate donde estás… —agregó cuando Myriam intentó levantarse—. ¿Te gustaría una taza de café primero?
—Me encantaría —se obligó a pronunciar esas palabras, aunque nada le apetecía. Sabía que no podría probar bocado hasta que viera la reacción de Victor ante la noticia que le daría.
Sin embargo, no lo siguió a la cocina. No sería capaz de hablarle mientras estuviera de mal humor. Quizá más tarde, cuando se hubiera calmado, estaría dispuesto a escucharla.
—Myriam, ¿en dónde guardas el café? —gritó él a través de la puerta abierta.
—En la alacena —respondió ella de forma automática—. A la izquierda.
Un momento después se dio cuenta de su error y corrió hacia la cocina. No llegó a tiempo. La puerta de la alacena estaba abierta y Victor miraba, asombrado y confuso, la fotografía que había allí pegada: era Myriam a los diecisiete años.
Se quedó helada en el quicio de la puerta, mientras su corazón latía muy deprisa. El silencio le puso los nervios de punta y estuvo a punto de gritar.
—¿Quién es ella? —preguntó Victor al fin, con voz ronca.
—Es… —le falló la voz. Tragó saliva y trató de contestar cuando él la interrumpió.
—¿Por qué tienes la foto de Patti Donovan? —se volvió para mirarle, sombrío.
—Porque… soy yo —logró murmurar. No esperaba que reconociera a la muchacha de la foto con tanta rapidez.
—¡Tú!
Los ojos de Victor volvieron a fijarse en la fotografía y, siguiendo la dirección de sus pupilas, Myriam se sonrojó. El pelo rizado, el maquillaje exagerado y la ropa ridícula le parecieron espantosos.
—¿Tú eres Patti Donovan? —la incredulidad se reflejaba en su voz—. ¿La hermana de Everardo?
—No lo soy en realidad —apenas se la oyó. Parecía como si todas las confusas emociones de su corazón se acumularan en su voz, ahogándola—. El padre de Everardo se casó con mi madre cuando yo tenía diez años y con el tiempo, me adoptó legalmente —de repente las frases se atropellaron en su prisa por contarle la verdad—. Patti era el apodo que Everardo me puso, y que toda mi familia empezó a usar. En casa siempre me llamaron Patti, nunca Myriam —su voz disminuyó de volumen hasta desaparecer, al ver el ceño fruncido de Victor.
—¿Por qué no me lo dijiste?
Volvió a tragar. ¿Cómo responder esa pregunta? Le pareció que pisaba un terreno minado. Una ojeada al rostro inflexible de Victor le indicó que sólo aceptaría la verdad.
—Al principio no tenía importancia. Había sucedido hacía tanto tiempo que no pensé que te vería de nuevo, hasta que nos encontramos en el Fontan. Después tú me demostraste que estabas… interesado… y…
—¿Y? —la invitó a continuar.
—Ya no quería que supieras quién era. Deseaba que me vieras como una mujer, como alguien diferente de la adolescente que habías conocido hace años. Trataba de que me desearas… incluso de que me amaras… —sabía que estaba siendo incoherente, pero no podía detenerse—. Deseaba que supieras lo que se sentía cuando alguien te hería como tú hiciste conmigo.
—¿Yo? —preguntó él, incrédulo, interrogándola con la mirada.
—¡Sí, tú! —era imposible evitar que un eco del sufrimiento que había sentido se filtrara en esa acusación—. Le dijiste cosas horribles a Everardo acerca de mí… cuando sugirió que podía trabajar en uno de tus hoteles.
La expresión de Victor cambió.
—¿Me oíste?
—Sí. Estaba en mi habitación con la ventana abierta… ¡lo oí todo!
—Entonces… —encogió los hombros, como si de repente se sintiera agotado, y se pasó una mano por el pelo, mientras seguía mirándola con fijeza—. Entonces, esto… nuestra relación… el tiempo que pasamos en la cabaña… ¿no era más que una forma de venganza?
—¡Sí… no! —Myriam no sabía cómo responder—. Al principio intenté vengarme pero…
No le dio oportunidad de terminar. En el momento en que dijo «sí», su rostro se convirtió en una roca y, sin pronunciar otra palabra, la empujó a un lado para dirigirse a la sala, deteniéndose sólo para coger su chaqueta antes de salir del apartamento.
—¡Victor! ¿Adonde vas?
—¡Al infierno!
—¡Oh, por favor, no lo hagas! Tengo algo que decirte… —antes de que acabara la frase, Victor se había ido.
Mañana el Final
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Ya mañana el final????!!!!!!!!!! La voy a extrañar!!! Gracias por el capi chamaca!!!!
Marianita- STAFF
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
ASHHH NO MANCHES DULCINEA X QUE LA DEJAS AHI
ME VOY A QUEDAR CON LOS NERVIOS DE SABER QUE ES LO QUE VA A PASAR COMO
IRA A REACCIONAR VICTOR CUANDO LE DIGA QUE ESTA EMBARAZADA.
YA QUIERO QUE SEA MAÑANA PARA PODER LEER EL CAP... X FISS SUBELO TEMPRA.
ME VOY A QUEDAR CON LOS NERVIOS DE SABER QUE ES LO QUE VA A PASAR COMO
IRA A REACCIONAR VICTOR CUANDO LE DIGA QUE ESTA EMBARAZADA.
YA QUIERO QUE SEA MAÑANA PARA PODER LEER EL CAP... X FISS SUBELO TEMPRA.
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias por el capitulo, ojala ke Vic escuche a Myri y se puedan arreglar.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
QUE BARBARIDAD, ESPERO QUE VICTOR REGRESE Y ACLARE TODO CON MYRIAM, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
ya se descubrio todo , andele le dieron en su ego al buen vic, estaremos esperando el final uyy el final gracias por tu tiempo
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
FINAL
—¿Es definitivo?
Myriam asintió en silencio. Esa mañana había recogido los resultados de los análisis y, en efecto, estaba embarazada. Esperaba un hijo de Victor.
—¿Y qué harás? ¿Vas a tenerlo?
—¡Desde luego! —exclamó, decidida—. Jamás abortaría —acarició su vientre, todavía plano.
—Me preguntaba… no he visto a Victor por aquí últimamente…
—Es cierto —su expresión se ensombreció.
Hacía una semana que Victor se había ido y no había vuelto a llamarla. Ante esa actitud, sólo podía asumir que se había alejado de ella para siempre.
—Victor y yo hemos terminado —afirmó con nostalgia.
—¿Y sabe lo del bebé? —negó con la cabeza y Maggie protestó—: ¡Deberías informarlo!
—Es mi hijo.
—Tuyo y de Victor. Debes decírselo… por lo menos así te dará dinero.
—Puedo mantenerme sola —levantó la barbilla, con orgullo—. He ahorrado durante años. Tengo suficiente.
—Pero Victor…
—Pero Victor nada. Se acabó, Maggie… —se ahogó al decirlo—. Ha salido de mi vida y no lo obligaré a regresar sólo porque…
La interrumpió el sonido del timbre, insistente.
—Veré quién es. Parece decidido a que le abran —señaló Maggie.
Cuando su amiga salió de la habitación, Myriam buscó un pañuelo en su bolso y se limpió la nariz, luchando por contener las lágrimas que le quemaban los ojos. Desde lejos, oyó el murmullo de una conversación y luego Maggie la llamó.
—Myriam, alguien te busca.
Con desgana, se dirigió hacia el vestíbulo y se quedó paralizada al ver la figura alta y fornida de Victor en el umbral de la puerta. ¡Debió suponerlo! ¡Un sexto sentido debió alertarla! Sólo existía un hombre que oprimiera el timbre como si llamara para dar órdenes.
—Hola, Myriam —saludó con voz baja.
—Victor —su voz apenas se oyó.
—Quiero hablar contigo —los ojos oscuros se clavaron en su cara, sin revelar la menor emoción y ella se obligó a mostrarse indiferente—. ¿Puedes concederme cinco minutos?
No supo qué contestarle. Una multitud de sentimientos conflictivos amenazaba con desgarrar su corazón. Por una parte, gozaba por el simple hecho de verlo, por la otra, su mente le gritaba que no debía quedarse a solas con él, pues se arriesgaba demasiado. Era muy sensible a la vista, la voz y hasta el aroma de ese hombre; y la reciente confirmación de su embarazo la hacía más vulnerable. Por instinto, cruzó los brazos sobre su vientre como si temiera que esos agudos ojos negros descubriera la verdad. Si pasaba un rato con Victor podría ceder y confesarle todo.
—No creo… —empezó, pero Maggie la interrumpió.
—Por favor, discúlpenme, he dejado un pastel en el horno —mintió e, ignorando el gesto de reproche de su amiga, se dirigió a la cocina y cerró la puerta con firmeza.
Myriam la maldijo en silencio. Se volvió hacia Victor con recelo y por primera vez se fijó en que llevaba un paquete en las manos.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó, sintiendo sus labios duros como piedras.
—No podemos hablar aquí. ¿Subimos a tu apartamento? —antes de que pudiera negarse, la había cogido por un brazo y la guiaba hacia las escaleras. No quería, pero la tentación de apoyarse contra él fue enorme y el pánico de ceder a ese impulso hizo que tirara de su brazo para liberarlo. El problema era que deseaba estar con él; lo seguiría hasta el fin del mundo si le decía que la amaba. «Es una esperanza vana», se dijo con los ojos llenos de lágrimas mientras luchaba para meter la llave en la cerradura. Impaciente, Victor se la quitó y abrió la puerta, retrocediendo para permitir que pasara.
La vista de sus pertenencias le dio a Myriam la confianza que necesitaba y, aspirando una bocanada de aire, se volvió hacia él, al mismo tiempo que consultaba el reloj.
—Cinco minutos, dijiste. Ya han pasado dos, así que te quedan tres antes de que te vayas.
—Siéntate, Myriam —Victor colocó el paquete sobre la mesa.
—Prefiero quedarme de pie —por lo menos así podría mirarlo sin alzar los ojos. Su altura era imponente y, si se sentaba, se sentiría inferior.
—Como quieras —se pasó una mano por el pelo. Para su sorpresa, Myriam notó que se movía con cierta rigidez, como si estuviera agobiado por una tensión interna.
«Parece inseguro», pensó, y después descartó esa idea. Victor inseguro… ¡jamás! Su silencio la puso nerviosa.
—Victor, ¿a qué has venido?
—A disculparme.
—¿Qué? —inquirió con voz desmayada.
—A disculparme —repitió él con más firmeza y un rayo de esperanza iluminó la mente de Myriam.
—¿Por… qué?
—Por lo que le dije a Everardo acerca de ti.
La llamita de esperanza tembló como una vela al viento y murió, dejando un gran vacío. Había ido a disculparse por el pasado, pero a ella el pasado ya no le importaba. Era el futuro, el porvenir de su hijo, lo que le preocupaba.
—No sabía que me estabas escuchando —continuó Victor—, y, para ser sincero, no me di cuenta de cuánto podían herirte mis palabras si las oías. Fui irresponsable y cruel; por eso te pido perdón.
—No importa —sin saber cómo, consiguió que su voz permaneciera firme—. Sucedió hace mucho tiempo y, en cierto modo, quizá me benefició el comentario. Aprendí algo ese día. Me di cuenta de que había descuidado mi aspecto y, en realidad, debería agradecértelo. Me obligaste a verme como era en verdad y no me gustó lo que vi. Me pusiste en el camino que después seguí. Es probable que hoy no fuera modelo si no hubieras sacudido mi apatía.
Victor movió la cabeza lentamente. Cierta tensión escapó de su cuerpo, pero sus ojos seguían opacos.
—Lo hubieras logrado sin mi humillación, Myriam. Eres hermosa, una mujer deslumbrante. Quizá te impulsé, pero eso fue todo.
Había olvidado que la consideraba bellísima, pero, gracias a él, se sentía atractiva. También adivinaba que la deseaba, pero no era suficiente, en especial porque esperaba un hijo suyo. El dolor hizo que su voz sonara dura, cuando volvió a hablar.
—Pues si has dicho ya lo que querías…
—¡No! —la interrumpió—. No he terminado. Hay algo que debo confesarte. ¡Escúchame!
Había una nueva nota en la voz de Victor, titubeante, casi temerosa, y sus ojos encerraban una súplica que Myriam no pudo resistir. Asintió con la cabeza.
—Te escucho.
Victor entrelazó sus dedos, apretándolos hasta que los nudillos se pusieron blancos. Myriam se estremeció al comprender que esa señal de inquietud significaba que lo que iba a confiarle era muy importante.
—Todavía no conoces a mi madre —las palabras la desconcertaron, de modo que asintió en silencio. Trató de recordar la fotografía que Liz le había mostrado; en esa ocasión pensó que el rostro de la señora García era más bien frío y orgulloso.
—Era casi veinte años más joven que mi padre cuando se casó. Apenas tenía veintiuno cuando yo nací.
Una vez más, Victor se pasó la mano por el pelo y arrugó la frente. El corazón de Myriam se encogió. Comprendió que le resultaba difícil proseguir; debía significar mucho para él.
—Mamá era una mariposa social… aún lo es —sensible a cada cambio en su tono de voz, Myriam descubrió un ligerísimo temblor que revelaba el esfuerzo que hacía por mantenerse tranquilo—. Supongo que, a su manera, amaba a mi padre, pero también amaba su dinero. Le fascinaba salir a cenas, bailes, teatros y estaba obsesionada con su apariencia, su pelo, su maquillaje, para ser perfecta.
La miró y ella vio un rayo de emoción en sus ojos.
—En realidad, no deseaba tener hijos, mucho menos un varón. Quizá si su hija hubiera nacido primero se habría comportado de un modo diferente con nosotros, pero nunca supo qué hacer conmigo, después de que dejé de ser un bebé. Yo era demasiado bruto, sucio y ruidoso. Los juegos que deseaba compartir con ella le arrugaban el vestido, o la despeinaban, y la mayoría del tiempo me mandaba con mi niñera, hasta que tuve edad para asistir a un internado. Cada noche la veía durante media hora. En ese momento ya se había cambiado para ir a cenar o cualquier otra cosa y me escuchaba con impaciencia mientras le contaba lo que había hecho durante el día, antes de meterme en la cama.
—Al menos te daba el beso de buenas noches —susurró Myriam, deseando consolarlo. Victor lanzó una carcajada y no la engañó cuando encogió los hombros y respondió con tono indiferente:
—Un beso le hubiera estropeado la pintura de los labios.
—¡Oh, Victor! —el corazón de la joven vibró de piedad por el niño solitario, carente de la ternura a que toda criatura tiene derecho. Comprendía por fin por qué le molestaba tanto su obsesión por la apariencia y la razón por la que había quemado sus estuches de maquillaje. Él identificaba entre esas cosas y la falta de cariño—. ¿Y Liz? —no se dio cuenta de que había hablado hasta que él le contestó.
—Liz trató de ser como mi madre. Se puso a dieta, hasta que enfermó de anorexia, y Cristian tuvo que luchar a brazo partido para que comiera de manera normal. Después reaccionó rebelándose contra todo lo que mi madre significaba y dejó de importarle la ropa y el maquillaje.
Hasta que había intervenido ella, cambiando ese patrón de conducta. ¡Con razón se había enfadado Victor tanto! Debía temer que su hermana cayera otra vez en su comportamiento obsesivo.
—Por todo esto, siempre odié la manera en que las mujeres se ocupan de su apariencia. Cuando te vi en Yorkshire me asqueó pensar que alguien tan joven y bella… Oh, sí —una sonrisa curvó sus labios, sorprendiendo a Myriam—, aun bajo las capas de pintura me daba cuenta de que un día serías una belleza auténtica y detesté que echaras a perder tu hermosura natural tratando de parecer sofisticada. Sin embargo, nunca debí decir lo que dije y cuando vi la fotografía, entendí que te empujé a obsesionarte con tu físico; por eso me sentí culpable, avergonzado, incapaz de enfrentarme a ti. Necesitaba tiempo para pensar, pasé toda la semana reflexionando y… —hizo un gesto de resignación—. De verdad, lo siento —la miró a los ojos—. ¿Puedes perdonarme?
—Desde luego —no había el menor titubeo en su voz—. Pero nada hay que perdonar, ya te lo dije. Desde luego, me alegro de que hayas confiado en mí. Ahora entiendo por qué te comportaste como lo hiciste y por qué quemaste mis cosméticos.
—Eso es algo distinto —afirmó y, como si de repente recordara algo, se volvió hacia la mesa y recogió el paquete que había colocado allí—. Esto es para ti —se lo entregó—. Para que sepas que te pido perdón por ese acto.
El corazón de Myriam se agitó ante esas palabras. ¿Sería tan tonta para albergar una pequeña esperanza?
—Victor —musitó, titubeante, ignorando el regalo—, ¿por qué eso es distinto?
Él negó con la cabeza.
—Primero, ábrelo —le pidió—. Después te lo diré, si todavía quieres oírme.
Las manos de Myriam temblaban al romper la envoltura dorada. Lo que vio le arrancó una exclamación de asombro, mientras se llevaba una mano a la cara. Uno por uno sacó los frascos, las botellitas y los estuches y los fue colocando sobre la mesa. Allí estaban todos los artículos de maquillaje que él había quemado. Para un hombre con motivos poderosos para odiar esas preocupaciones femeninas, eran el signo de una gran generosidad. Durante un momento se quedó callada, aunque sabía que Victor la observaba, esperando que comentara algo.
—Myriam… —susurró por fin y el temblor de su voz hizo que la joven alzara los ojos. Vio la vulnerabilidad reflejada en la cara de Victor.
—¡Oh, no necesito esto! —musitó con suavidad—. Ya no los uso. Tenías razón, estaba obsesionada con mi apariencia, casi tanto como tu madre. Lo que hiciste me afectó tanto que me enfrenté a la realidad, igual que las palabras que le dijiste a Everardo hace mucho tiempo. ¿Recuerdas que me llamabas Cenicienta? Yo era realmente así. No podía entender que la ropa y el maquillaje eran un adorno, no la parte esencial de mi ser. Tú me ayudaste a comprenderlo. Ahora ya no uso esto —indicó con la mano el montón de cosméticos—, porque dejaré de ser modelo. Yo… —se interrumpió de pronto, asustada de lo que iba a revelar. Victor le había pedido perdón con sinceridad, pero no le había dicho una palabra de amor. No podía confesarle que esperaba un hijo suyo.
—¿Dejarás de trabajar? ¿Por qué?
Mientras buscaba una respuesta convincente, recordó las palabras de Victor. ¿Significarían lo que ella esperaba? Tendría que arriesgarse y averiguarlo.
—¿Me podrías explicar esto primero? —inquirió con voz trémula, con los ojos muy abiertos. Ante su asentimiento, continuó con más confianza—. Dijiste que cuando quemaste mis cosméticos era algo diferente… —la importancia de lo que él pudiera responderle la abrumó y no pudo seguir.
—Lo era —aseguró Victor y una repentina sensualidad en su voz y una nueva suavidad en sus pupilas le confirieron la seguridad que ella necesitaba.
—¿Por qué?
Le sonrió y su cara se iluminó.
—Cuando hablaba con Everardo, reaccioné de forma negativa al ver que una chica muy bonita en potencia estropeaba su belleza con un maquillaje exagerado. Cuando quemé tus cosméticos, mi reacción fue más honda. Destruía algo que, una vez más, me separaba de la mujer a la que amaba.
Hasta ese instante, Myriam no se dio cuenta de que había contenido el aliento mientras él hablaba. De repente suspiró, feliz, con los ojos brillantes como esmeraldas.
—¿Me amas, Victor? —preguntó en un murmullo y al ver que los ojos se oscurecían, su corazón se exaltó de dicha.
—¡Maldición! ¡Estoy loco por ti! No podía alejarme de ti, desde un principio, a pesar de que, por lo menos en la superficie, eras la clase de mujer que yo detestaba. El día que hicimos esa excursión al campo y te traje de regreso a tu apartamento, te vi como yo adivinaba que eras en realidad, sin esas capas de maquillaje, tan fresca, natural y hermosa, que me quedé sin aliento. Perdí mi corazón en ese momento, pero… —una sonrisa lo hizo parecer joven y vulnerable. Myriam ansió abrazarlo y borrar con besos todas sus dudas—. Temía confesártelo.
Eso podía entenderlo con facilidad. Después de años en que su madre rechazaba sus muestras de ternura, no deseaba bajar la guardia y arriesgarse a que lo hirieran otra vez.
—Myriam… —murmuró Victor con voz ronca—, necesito saber lo que tú sientes por mí.
—Oh, Victor. ¿Qué es lo que la Cenicienta sentía por el Príncipe Azul?
—¡Qué Príncipe Azul tan odioso! —exclamó, burlándose de sí mismo—. Te insulté, te mantuve prisionera, quemé tu… —se calló cuando ella le puso una mano sobre los labios para silenciarlo.
—Te repito que no necesito esos cosméticos. No tenías que regalármelos.
—¿No? —los dos se miraron con una clara confianza—. Entonces, tal vez aceptes esto.
Sacó de su bolsillo un estuche. Al verlo, Myriam empezó a temblar como una hoja. No tenía duda de lo que contenía y comprendió que había llegado el momento de decirle la verdad.
—Traía esto conmigo el otro día —continuó Victor—. Planeaba pedirte que nos casáramos, pero cuando vi la fotografía y me di cuenta de que yo tenía la culpa de que te hubieras convertido en la clase de mujer que mi madre era, me sentí culpable como un condenado al infierno, en especial cuando dijiste que lo único que querías era vengarte.
Su voz se endureció al pronunciar las últimas palabras y una vez más la incertidumbre pareció dominarlo.
—Así empezó todo —admitió con sinceridad—. Pensé que te odiaba, pero después, en la cabaña, todo cambió. Cuando me hiciste el amor, me di cuenta de mis sentimientos. No te odiaba, te amaba. Te amo, Victor —su voz reflejó la convicción profunda que sentía—. Te amo con todo el corazón. Esta última semana apenas he vivido sin verte: te amo, te deseo y te necesito… y ahora especialmente.
Victor frunció el ceño.
—¿Ahora? —repitió sin entender.
Myriam asintió con los ojos brillantes.
—Necesito que seas el padre de nuestro hijo.
Sus palabras fueron recibidas en un silencio total. La cara de Victor era la imagen de la sorpresa y un estremecimiento de duda la recorrió.
—¿Tú… vas a tener un hijo? —inquirió lentamente.
—Sí… el próximo mayo. Oh, Victor, ¿te molesta?
—¿Molestarme? ¡Estoy feliz! ¡Dios, Myriam! ¡Si supieras cuánto envidiaba a Liz y a Cristian! Oh, mi amor, ¿estás segura?
—Completamente. Lo confirmé esta mañana, yo…
El resto de la explicación se le olvidó porque él la abrazó con tal fuerza que le quitó el aliento.
—Me has hecho el hombre más dichoso del mundo —suspiró Victor—. No sabes lo que esto significa para mí.
Myriam podía adivinarlo. Le entregaría a su hijo toda la devoción y el amor que requiriera. Debilitada por la repentina felicidad, se relajó en los brazos de Victor, apoyándose en su fuerza. Después, se le ocurrió una idea y se volvió para mirarlo.
—Esos estuches de maquillaje —murmuró, sin saber cómo formular la pregunta.
—Úsalos —le rogó Victor, con los ojos llenos de sinceridad—. Úsalos o tíralos, como prefieras… ya no me importa. Para mí siempre serás la mujer más hermosa sobre la Tierra, la única mujer, mi esposa.
—Tu esposa —repitió ella, alucinada. Esas palabras poseían un sonido maravilloso. De repente, la expresión de Victor cambió y una risa traviesa bailó en sus ojos.
—Sólo necesito saber una cosa más, Cenicienta —murmuró, acercándosele tanto que sus labios le rozaron la mejilla—. ¿De verdad te transformas a la medianoche? Detestaría despertar y encontrarme con una calabaza sobre la almohada.
La risa burbujeó en su interior.
—Ya deberías saber la respuesta. ¿No recuerdas las noches en la cabaña?
—No me acuerdo —afirmó Victor, acercándose a su boca con pequeños besos, mientras sus manos la acariciaban con fuego—. ¿Te importaría recordármelo?
—Con mucho gusto…
Las palabras se perdieron bajo la presión de los labios de Victor y su último pensamiento coherente fue el final del viejo cuento de hadas que tantas veces había oído de niña… «y la Cenicienta se casó con el príncipe y
vivieron felices…», también ellos vivirían felices para siempre.
—¿Es definitivo?
Myriam asintió en silencio. Esa mañana había recogido los resultados de los análisis y, en efecto, estaba embarazada. Esperaba un hijo de Victor.
—¿Y qué harás? ¿Vas a tenerlo?
—¡Desde luego! —exclamó, decidida—. Jamás abortaría —acarició su vientre, todavía plano.
—Me preguntaba… no he visto a Victor por aquí últimamente…
—Es cierto —su expresión se ensombreció.
Hacía una semana que Victor se había ido y no había vuelto a llamarla. Ante esa actitud, sólo podía asumir que se había alejado de ella para siempre.
—Victor y yo hemos terminado —afirmó con nostalgia.
—¿Y sabe lo del bebé? —negó con la cabeza y Maggie protestó—: ¡Deberías informarlo!
—Es mi hijo.
—Tuyo y de Victor. Debes decírselo… por lo menos así te dará dinero.
—Puedo mantenerme sola —levantó la barbilla, con orgullo—. He ahorrado durante años. Tengo suficiente.
—Pero Victor…
—Pero Victor nada. Se acabó, Maggie… —se ahogó al decirlo—. Ha salido de mi vida y no lo obligaré a regresar sólo porque…
La interrumpió el sonido del timbre, insistente.
—Veré quién es. Parece decidido a que le abran —señaló Maggie.
Cuando su amiga salió de la habitación, Myriam buscó un pañuelo en su bolso y se limpió la nariz, luchando por contener las lágrimas que le quemaban los ojos. Desde lejos, oyó el murmullo de una conversación y luego Maggie la llamó.
—Myriam, alguien te busca.
Con desgana, se dirigió hacia el vestíbulo y se quedó paralizada al ver la figura alta y fornida de Victor en el umbral de la puerta. ¡Debió suponerlo! ¡Un sexto sentido debió alertarla! Sólo existía un hombre que oprimiera el timbre como si llamara para dar órdenes.
—Hola, Myriam —saludó con voz baja.
—Victor —su voz apenas se oyó.
—Quiero hablar contigo —los ojos oscuros se clavaron en su cara, sin revelar la menor emoción y ella se obligó a mostrarse indiferente—. ¿Puedes concederme cinco minutos?
No supo qué contestarle. Una multitud de sentimientos conflictivos amenazaba con desgarrar su corazón. Por una parte, gozaba por el simple hecho de verlo, por la otra, su mente le gritaba que no debía quedarse a solas con él, pues se arriesgaba demasiado. Era muy sensible a la vista, la voz y hasta el aroma de ese hombre; y la reciente confirmación de su embarazo la hacía más vulnerable. Por instinto, cruzó los brazos sobre su vientre como si temiera que esos agudos ojos negros descubriera la verdad. Si pasaba un rato con Victor podría ceder y confesarle todo.
—No creo… —empezó, pero Maggie la interrumpió.
—Por favor, discúlpenme, he dejado un pastel en el horno —mintió e, ignorando el gesto de reproche de su amiga, se dirigió a la cocina y cerró la puerta con firmeza.
Myriam la maldijo en silencio. Se volvió hacia Victor con recelo y por primera vez se fijó en que llevaba un paquete en las manos.
—¿Qué quieres decirme? —preguntó, sintiendo sus labios duros como piedras.
—No podemos hablar aquí. ¿Subimos a tu apartamento? —antes de que pudiera negarse, la había cogido por un brazo y la guiaba hacia las escaleras. No quería, pero la tentación de apoyarse contra él fue enorme y el pánico de ceder a ese impulso hizo que tirara de su brazo para liberarlo. El problema era que deseaba estar con él; lo seguiría hasta el fin del mundo si le decía que la amaba. «Es una esperanza vana», se dijo con los ojos llenos de lágrimas mientras luchaba para meter la llave en la cerradura. Impaciente, Victor se la quitó y abrió la puerta, retrocediendo para permitir que pasara.
La vista de sus pertenencias le dio a Myriam la confianza que necesitaba y, aspirando una bocanada de aire, se volvió hacia él, al mismo tiempo que consultaba el reloj.
—Cinco minutos, dijiste. Ya han pasado dos, así que te quedan tres antes de que te vayas.
—Siéntate, Myriam —Victor colocó el paquete sobre la mesa.
—Prefiero quedarme de pie —por lo menos así podría mirarlo sin alzar los ojos. Su altura era imponente y, si se sentaba, se sentiría inferior.
—Como quieras —se pasó una mano por el pelo. Para su sorpresa, Myriam notó que se movía con cierta rigidez, como si estuviera agobiado por una tensión interna.
«Parece inseguro», pensó, y después descartó esa idea. Victor inseguro… ¡jamás! Su silencio la puso nerviosa.
—Victor, ¿a qué has venido?
—A disculparme.
—¿Qué? —inquirió con voz desmayada.
—A disculparme —repitió él con más firmeza y un rayo de esperanza iluminó la mente de Myriam.
—¿Por… qué?
—Por lo que le dije a Everardo acerca de ti.
La llamita de esperanza tembló como una vela al viento y murió, dejando un gran vacío. Había ido a disculparse por el pasado, pero a ella el pasado ya no le importaba. Era el futuro, el porvenir de su hijo, lo que le preocupaba.
—No sabía que me estabas escuchando —continuó Victor—, y, para ser sincero, no me di cuenta de cuánto podían herirte mis palabras si las oías. Fui irresponsable y cruel; por eso te pido perdón.
—No importa —sin saber cómo, consiguió que su voz permaneciera firme—. Sucedió hace mucho tiempo y, en cierto modo, quizá me benefició el comentario. Aprendí algo ese día. Me di cuenta de que había descuidado mi aspecto y, en realidad, debería agradecértelo. Me obligaste a verme como era en verdad y no me gustó lo que vi. Me pusiste en el camino que después seguí. Es probable que hoy no fuera modelo si no hubieras sacudido mi apatía.
Victor movió la cabeza lentamente. Cierta tensión escapó de su cuerpo, pero sus ojos seguían opacos.
—Lo hubieras logrado sin mi humillación, Myriam. Eres hermosa, una mujer deslumbrante. Quizá te impulsé, pero eso fue todo.
Había olvidado que la consideraba bellísima, pero, gracias a él, se sentía atractiva. También adivinaba que la deseaba, pero no era suficiente, en especial porque esperaba un hijo suyo. El dolor hizo que su voz sonara dura, cuando volvió a hablar.
—Pues si has dicho ya lo que querías…
—¡No! —la interrumpió—. No he terminado. Hay algo que debo confesarte. ¡Escúchame!
Había una nueva nota en la voz de Victor, titubeante, casi temerosa, y sus ojos encerraban una súplica que Myriam no pudo resistir. Asintió con la cabeza.
—Te escucho.
Victor entrelazó sus dedos, apretándolos hasta que los nudillos se pusieron blancos. Myriam se estremeció al comprender que esa señal de inquietud significaba que lo que iba a confiarle era muy importante.
—Todavía no conoces a mi madre —las palabras la desconcertaron, de modo que asintió en silencio. Trató de recordar la fotografía que Liz le había mostrado; en esa ocasión pensó que el rostro de la señora García era más bien frío y orgulloso.
—Era casi veinte años más joven que mi padre cuando se casó. Apenas tenía veintiuno cuando yo nací.
Una vez más, Victor se pasó la mano por el pelo y arrugó la frente. El corazón de Myriam se encogió. Comprendió que le resultaba difícil proseguir; debía significar mucho para él.
—Mamá era una mariposa social… aún lo es —sensible a cada cambio en su tono de voz, Myriam descubrió un ligerísimo temblor que revelaba el esfuerzo que hacía por mantenerse tranquilo—. Supongo que, a su manera, amaba a mi padre, pero también amaba su dinero. Le fascinaba salir a cenas, bailes, teatros y estaba obsesionada con su apariencia, su pelo, su maquillaje, para ser perfecta.
La miró y ella vio un rayo de emoción en sus ojos.
—En realidad, no deseaba tener hijos, mucho menos un varón. Quizá si su hija hubiera nacido primero se habría comportado de un modo diferente con nosotros, pero nunca supo qué hacer conmigo, después de que dejé de ser un bebé. Yo era demasiado bruto, sucio y ruidoso. Los juegos que deseaba compartir con ella le arrugaban el vestido, o la despeinaban, y la mayoría del tiempo me mandaba con mi niñera, hasta que tuve edad para asistir a un internado. Cada noche la veía durante media hora. En ese momento ya se había cambiado para ir a cenar o cualquier otra cosa y me escuchaba con impaciencia mientras le contaba lo que había hecho durante el día, antes de meterme en la cama.
—Al menos te daba el beso de buenas noches —susurró Myriam, deseando consolarlo. Victor lanzó una carcajada y no la engañó cuando encogió los hombros y respondió con tono indiferente:
—Un beso le hubiera estropeado la pintura de los labios.
—¡Oh, Victor! —el corazón de la joven vibró de piedad por el niño solitario, carente de la ternura a que toda criatura tiene derecho. Comprendía por fin por qué le molestaba tanto su obsesión por la apariencia y la razón por la que había quemado sus estuches de maquillaje. Él identificaba entre esas cosas y la falta de cariño—. ¿Y Liz? —no se dio cuenta de que había hablado hasta que él le contestó.
—Liz trató de ser como mi madre. Se puso a dieta, hasta que enfermó de anorexia, y Cristian tuvo que luchar a brazo partido para que comiera de manera normal. Después reaccionó rebelándose contra todo lo que mi madre significaba y dejó de importarle la ropa y el maquillaje.
Hasta que había intervenido ella, cambiando ese patrón de conducta. ¡Con razón se había enfadado Victor tanto! Debía temer que su hermana cayera otra vez en su comportamiento obsesivo.
—Por todo esto, siempre odié la manera en que las mujeres se ocupan de su apariencia. Cuando te vi en Yorkshire me asqueó pensar que alguien tan joven y bella… Oh, sí —una sonrisa curvó sus labios, sorprendiendo a Myriam—, aun bajo las capas de pintura me daba cuenta de que un día serías una belleza auténtica y detesté que echaras a perder tu hermosura natural tratando de parecer sofisticada. Sin embargo, nunca debí decir lo que dije y cuando vi la fotografía, entendí que te empujé a obsesionarte con tu físico; por eso me sentí culpable, avergonzado, incapaz de enfrentarme a ti. Necesitaba tiempo para pensar, pasé toda la semana reflexionando y… —hizo un gesto de resignación—. De verdad, lo siento —la miró a los ojos—. ¿Puedes perdonarme?
—Desde luego —no había el menor titubeo en su voz—. Pero nada hay que perdonar, ya te lo dije. Desde luego, me alegro de que hayas confiado en mí. Ahora entiendo por qué te comportaste como lo hiciste y por qué quemaste mis cosméticos.
—Eso es algo distinto —afirmó y, como si de repente recordara algo, se volvió hacia la mesa y recogió el paquete que había colocado allí—. Esto es para ti —se lo entregó—. Para que sepas que te pido perdón por ese acto.
El corazón de Myriam se agitó ante esas palabras. ¿Sería tan tonta para albergar una pequeña esperanza?
—Victor —musitó, titubeante, ignorando el regalo—, ¿por qué eso es distinto?
Él negó con la cabeza.
—Primero, ábrelo —le pidió—. Después te lo diré, si todavía quieres oírme.
Las manos de Myriam temblaban al romper la envoltura dorada. Lo que vio le arrancó una exclamación de asombro, mientras se llevaba una mano a la cara. Uno por uno sacó los frascos, las botellitas y los estuches y los fue colocando sobre la mesa. Allí estaban todos los artículos de maquillaje que él había quemado. Para un hombre con motivos poderosos para odiar esas preocupaciones femeninas, eran el signo de una gran generosidad. Durante un momento se quedó callada, aunque sabía que Victor la observaba, esperando que comentara algo.
—Myriam… —susurró por fin y el temblor de su voz hizo que la joven alzara los ojos. Vio la vulnerabilidad reflejada en la cara de Victor.
—¡Oh, no necesito esto! —musitó con suavidad—. Ya no los uso. Tenías razón, estaba obsesionada con mi apariencia, casi tanto como tu madre. Lo que hiciste me afectó tanto que me enfrenté a la realidad, igual que las palabras que le dijiste a Everardo hace mucho tiempo. ¿Recuerdas que me llamabas Cenicienta? Yo era realmente así. No podía entender que la ropa y el maquillaje eran un adorno, no la parte esencial de mi ser. Tú me ayudaste a comprenderlo. Ahora ya no uso esto —indicó con la mano el montón de cosméticos—, porque dejaré de ser modelo. Yo… —se interrumpió de pronto, asustada de lo que iba a revelar. Victor le había pedido perdón con sinceridad, pero no le había dicho una palabra de amor. No podía confesarle que esperaba un hijo suyo.
—¿Dejarás de trabajar? ¿Por qué?
Mientras buscaba una respuesta convincente, recordó las palabras de Victor. ¿Significarían lo que ella esperaba? Tendría que arriesgarse y averiguarlo.
—¿Me podrías explicar esto primero? —inquirió con voz trémula, con los ojos muy abiertos. Ante su asentimiento, continuó con más confianza—. Dijiste que cuando quemaste mis cosméticos era algo diferente… —la importancia de lo que él pudiera responderle la abrumó y no pudo seguir.
—Lo era —aseguró Victor y una repentina sensualidad en su voz y una nueva suavidad en sus pupilas le confirieron la seguridad que ella necesitaba.
—¿Por qué?
Le sonrió y su cara se iluminó.
—Cuando hablaba con Everardo, reaccioné de forma negativa al ver que una chica muy bonita en potencia estropeaba su belleza con un maquillaje exagerado. Cuando quemé tus cosméticos, mi reacción fue más honda. Destruía algo que, una vez más, me separaba de la mujer a la que amaba.
Hasta ese instante, Myriam no se dio cuenta de que había contenido el aliento mientras él hablaba. De repente suspiró, feliz, con los ojos brillantes como esmeraldas.
—¿Me amas, Victor? —preguntó en un murmullo y al ver que los ojos se oscurecían, su corazón se exaltó de dicha.
—¡Maldición! ¡Estoy loco por ti! No podía alejarme de ti, desde un principio, a pesar de que, por lo menos en la superficie, eras la clase de mujer que yo detestaba. El día que hicimos esa excursión al campo y te traje de regreso a tu apartamento, te vi como yo adivinaba que eras en realidad, sin esas capas de maquillaje, tan fresca, natural y hermosa, que me quedé sin aliento. Perdí mi corazón en ese momento, pero… —una sonrisa lo hizo parecer joven y vulnerable. Myriam ansió abrazarlo y borrar con besos todas sus dudas—. Temía confesártelo.
Eso podía entenderlo con facilidad. Después de años en que su madre rechazaba sus muestras de ternura, no deseaba bajar la guardia y arriesgarse a que lo hirieran otra vez.
—Myriam… —murmuró Victor con voz ronca—, necesito saber lo que tú sientes por mí.
—Oh, Victor. ¿Qué es lo que la Cenicienta sentía por el Príncipe Azul?
—¡Qué Príncipe Azul tan odioso! —exclamó, burlándose de sí mismo—. Te insulté, te mantuve prisionera, quemé tu… —se calló cuando ella le puso una mano sobre los labios para silenciarlo.
—Te repito que no necesito esos cosméticos. No tenías que regalármelos.
—¿No? —los dos se miraron con una clara confianza—. Entonces, tal vez aceptes esto.
Sacó de su bolsillo un estuche. Al verlo, Myriam empezó a temblar como una hoja. No tenía duda de lo que contenía y comprendió que había llegado el momento de decirle la verdad.
—Traía esto conmigo el otro día —continuó Victor—. Planeaba pedirte que nos casáramos, pero cuando vi la fotografía y me di cuenta de que yo tenía la culpa de que te hubieras convertido en la clase de mujer que mi madre era, me sentí culpable como un condenado al infierno, en especial cuando dijiste que lo único que querías era vengarte.
Su voz se endureció al pronunciar las últimas palabras y una vez más la incertidumbre pareció dominarlo.
—Así empezó todo —admitió con sinceridad—. Pensé que te odiaba, pero después, en la cabaña, todo cambió. Cuando me hiciste el amor, me di cuenta de mis sentimientos. No te odiaba, te amaba. Te amo, Victor —su voz reflejó la convicción profunda que sentía—. Te amo con todo el corazón. Esta última semana apenas he vivido sin verte: te amo, te deseo y te necesito… y ahora especialmente.
Victor frunció el ceño.
—¿Ahora? —repitió sin entender.
Myriam asintió con los ojos brillantes.
—Necesito que seas el padre de nuestro hijo.
Sus palabras fueron recibidas en un silencio total. La cara de Victor era la imagen de la sorpresa y un estremecimiento de duda la recorrió.
—¿Tú… vas a tener un hijo? —inquirió lentamente.
—Sí… el próximo mayo. Oh, Victor, ¿te molesta?
—¿Molestarme? ¡Estoy feliz! ¡Dios, Myriam! ¡Si supieras cuánto envidiaba a Liz y a Cristian! Oh, mi amor, ¿estás segura?
—Completamente. Lo confirmé esta mañana, yo…
El resto de la explicación se le olvidó porque él la abrazó con tal fuerza que le quitó el aliento.
—Me has hecho el hombre más dichoso del mundo —suspiró Victor—. No sabes lo que esto significa para mí.
Myriam podía adivinarlo. Le entregaría a su hijo toda la devoción y el amor que requiriera. Debilitada por la repentina felicidad, se relajó en los brazos de Victor, apoyándose en su fuerza. Después, se le ocurrió una idea y se volvió para mirarlo.
—Esos estuches de maquillaje —murmuró, sin saber cómo formular la pregunta.
—Úsalos —le rogó Victor, con los ojos llenos de sinceridad—. Úsalos o tíralos, como prefieras… ya no me importa. Para mí siempre serás la mujer más hermosa sobre la Tierra, la única mujer, mi esposa.
—Tu esposa —repitió ella, alucinada. Esas palabras poseían un sonido maravilloso. De repente, la expresión de Victor cambió y una risa traviesa bailó en sus ojos.
—Sólo necesito saber una cosa más, Cenicienta —murmuró, acercándosele tanto que sus labios le rozaron la mejilla—. ¿De verdad te transformas a la medianoche? Detestaría despertar y encontrarme con una calabaza sobre la almohada.
La risa burbujeó en su interior.
—Ya deberías saber la respuesta. ¿No recuerdas las noches en la cabaña?
—No me acuerdo —afirmó Victor, acercándose a su boca con pequeños besos, mientras sus manos la acariciaban con fuego—. ¿Te importaría recordármelo?
—Con mucho gusto…
Las palabras se perdieron bajo la presión de los labios de Victor y su último pensamiento coherente fue el final del viejo cuento de hadas que tantas veces había oído de niña… «y la Cenicienta se casó con el príncipe y
vivieron felices…», también ellos vivirían felices para siempre.
dulce_myrifan- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
Qué hermoso final, muchas gracias Dul, esperamos otra!!!!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
Ke bonito final , me encanto la novela , muchisimas gracias.
Te esperamos pronto con otra.
Te esperamos pronto con otra.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
que lindo Final!!!
Gracias por la novela!!
Gracias por la novela!!
marimyri- VBB ORO
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Fecha de inscripción : 05/08/2008
Re: La Trampa de Cenicienta
que hermoso final gracias por consentirnos tanto , perooo ya tengo ganas de leerte mas con otra nueva jajaja
nayelive- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: La Trampa de Cenicienta
graciias dulce me encanto el fiinal bueno toda la noveliita y graciias niiña x compartiir esta noveliita con nosotras solo espero k sean miil noveliitas mas siiip y claro k no tardes en ponernos otra noveliita k akii tendras a tu fiieel seguiidora
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
HAY PERO QUE BONITO FINAL MUCHAS GRACIAS DULCE ME ENCANTO LA NOVE... DESDE SU PRINCIPIO
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Re: La Trampa de Cenicienta
que bonito Final ninia
girl190183- VBB BRONCE
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Re: La Trampa de Cenicienta
Muchas gracias tambien por esta novela dulce...muy lindo final
susy81- VBB CRISTAL
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Re: La Trampa de Cenicienta
aaaaaaaaaaaay k mosa novela jajajajaja no habia leido los utlimos capis..muchas grax estuvo super...
Re: La Trampa de Cenicienta
Niña Dulce:
Ya las tengo jajajajaja, las leere en el trabajo en mis ratos libres jajajajaja y ya te vendre a escribir jajajajajajaja
saluditosss
Geno
Ya las tengo jajajajaja, las leere en el trabajo en mis ratos libres jajajajaja y ya te vendre a escribir jajajajajajaja
saluditosss
Geno
Geno- STAFF
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Re: La Trampa de Cenicienta
Me encanto la novelaaa
Gracia spor compartirlaa
Gracia spor compartirlaa
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
QUE BONITO FINAL PARA ESTA CENICIENTA Y SU PRINCIPE AZUL, GRACIAS POR LA NOVELA
mats310863- VBB PLATINO
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Re: La Trampa de Cenicienta
gracias por la novela
dany- VBB PLATINO
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