Vicco y la Viccobebe
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Mi novio Italiano

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Mi novio Italiano - Página 4 Empty Re: Mi novio Italiano

Mensaje  Jenny Miér Dic 10, 2008 12:20 am

aki les dejo el sig capi espero les guste y sorry por la tardansa!!!

Besos
Jenny


Sintió una pena muy grande. Hacía años que había decidido no apoyarse en nadie, pero esto significaba que no podía pedir ayuda a nadie. Tenía veintiocho años, tenía éxito en el trabajo, era económicamente solvente, pero estaba definitivamente sola.
Ahora, por primera vez en años, sentía que no aguantaba estar sola. Necesitaba a su familia, a sus amigos. Necesitaba saber que su hijo sería parte de una comunidad que lo reconociera y le tuviera cariño y a la que le gustase ver crecer a su hijo.
Le molestaba admitirlo, pero necesitaba ayuda.
Necesitaba a Vic.
-Víctor...
Vic alzó una mano para acallarla.
-No me hables -dijo Vic con dureza.
Él no le hizo caso y se dirigió a su coche.
Ella sintió que algo se rompía en su interior.
Nunca la había abandonado hasta entonces.
Sintió una oleada de dolor.
Vic no comprendía que siempre lo había necesi¬tado. No comprendía que era la única persona en el mundo que la hacía sentir segura, especial... Vic era el hombre que adoraba.
Él no lo sabía, y si lo sabía, no le importaba.
Vic seguía yéndose.
No, no podía dejarla en aquel momento. No podía darle la espalda.
Myriam se quitó los tacones y corrió tras él. Lo alcanzó en las desvencijadas escaleras de madera que subían a la carretera. Le agarró la camisa por detrás.
-¡Vic!
El no se soltó, pero tampoco se dio la vuelta.
-Vic, por favor...
-¿Qué? ¿Qué quieres que diga? ¿Buena suerte, Myri, que tengas una vida estupenda? -dijo él con rabia y dolor en la voz, con un acento italiano más pro¬nunciado que antes-. ¿Es mi aprobación lo que quie¬res, cara, cuando lo que estás haciendo es arruinar tu vida? ¿Qué debo decir? ¿Bien hecho? ¿Y abrir una cuenta de ahorro para tu bebé?
-¡Basta!
-¿Qué quieres? ¿Una bañera para el bebé, o una cuna para poner al lado de la cama? -bajó un escalón y le tomó las muñecas-. ¿Te hacen falta cuentos infanti¬les o una toquilla bordada para el traje del bautizo? ¡Myri! -exclamó, sacudiéndola.
Cuando terminó, ella se puso a llorar.
-Solo quiero que seas mi amigo -le rogó ella.
-¿Tu amigo? -echó una exhalación entrecortada, se quitó el pelo de la frente.
Las olas hacían ruido de fondo, rompiendo en la orilla. El cielo se llenó de nubes.
El aire olía tan intensamente a sal, que la nariz de Myriam parecía quemarle.
-¿Tu amigo? -repitió él con una expresión peculiar en los ojos-. ¿Como cuando dejé que tú asumieras la culpa del error de Jared?
Ella lo miró, sorprendida. Nunca lo había oído con tanta rabia y con tanta pasión, pero lo que decía era muy coherente.
-¿Es ese tipo de amigo el que necesitas, Myri? -gritó y luego rio con cinismo-. ¿Alguien como Mark, te parece bien?
La brisa despeinó el pelo de Myriam y desordenó los rizos alrededor de su cara.
-No. No, Myri. No puedo ser tu amigo -dijo él con un punto de triste ternura.

Ella sintió que lo había perdido. Inconscientemente, había contado con él, creyendo que iba a estar ahí para ayudarla, para apoyarla mientras ella se transformaba en una madre soltera. En el pasado, Vic
había sido el primero en ponerse de su parte. Ahora había perdido su respeto. Había perdido lo poco que habían compar¬tido.
Myriam sintió un dolor intenso. Quería pronunciar su nombre, quería tocarlo, pero se había hecho un nudo en su garganta.
-Myri, le has dicho a tu madre que volvería a su casa para asistir a una boda...
Víctor estaba conduciendo con una mano y con la otra estaba marcando un número en su teléfono móvil.
-Carolyn. Soy Víctor García. Oye, necesito tu ayuda. ¿Puedes arreglar una cosa para mí? Es con poco tiempo de antelación, pero necesito tu servicio para el sábado, dentro de una semana, sí. Alrededor de cien invitados. Una cena, de esmoquin, buena comida, lo mejor.
Escuchó frunciendo el ceño, y luego, mirando a Myriam dijo:
-En realidad, sí. Es una ocasión especial. Voy a ca¬sarme.
Myriam escuchó, horrorizada. Víctor no podía hablar en serio.
-Sí, el banquete será en la mansión. En el salón de baile, por supuesto, y tal vez puedas organizar cócteles y aperitivos en el jardín.
-Cuelga -le dijo ella-. ¡Esto es ridículo!
Él no le hizo caso, y describió los vinos que plane¬aba servir. Además dijo algo de importar una docena de cajas de champaña francés. Myriam no podía creer que estuviera pensando en serio en organizar su boda, ¡la boda de ellos!
-¡Vic!
Él le hizo señas de que se callase poniéndose un dedo en los labios.
-¡Vic lo digo en serio!
Él siguió conversando. Myriam puso los ojos en blanco y miró el paisaje. El coche iba a gran velocidad, pero no estaban yendo a Napa.
Vic colgó y se preparó para marcar otro número.
-Vic... -insistió ella.
-Ahora no, cara. Estoy ocupado.
-Estás perdiendo el tiempo. Vic siguió marcando el número.
-Amare, sí, soy Víctor. ¿Cómo estás? Excelente. Tengo que pedirte un favor. ¿Sería posible que tuvieras abierto hasta tarde? Sí, para mí. En realidad, para mi prometida. ¿No te has enterado? Bueno. Ha sucedido muy rápido. Es una vieja amiga de la familia. Creo que te gustará. Llegaremos a la ciudad sobre las ocho. Te veré entonces.
Vic colgó.
-¿Adonde vamos ahora? -preguntó ella.
-Al centro de la ciudad. Compraremos tu vestido de novia y los accesorios esta noche.
-¿A qué tienda vamos?
Vic nombró a un diseñador conocido, luego la miró y dijo:
-Tendrá algo adecuado.
-¿Hace trajes de novia?
-Debe de tener algo formal y elegante -la volvió a mirar-. Y como sabemos ambos, no tiene por qué ser blanco.
Myriam sintió que se le revolvía el estómago. Se había sentido bien, hasta que había empezado aquel juego de autoritarismo.
-Será mejor que pares el coche -le advirtió ella, sintiéndose cada vez peor.
-No puedes huir de mí.

-Bien. Pero ponte a un lado o te ensuciaré tu fla¬mante Ferrari.
El viaje en coche a San Francisco fue lento, en me¬dio de mucho tráfico. Esto empeoró el humor de Víctor. Cuando llegó a la boutique, estaba furioso.
Dentro de la tienda, Víctor la observó en silencio probarse traje tras traje. Al parecer, a él no le conven¬cía ninguno.
Vic eligió finalmente un traje sacado de un libro de diseños, con una atrevida abertura en la parte de atrás.
-En blanco -dijo Vic-. Mi Myri está encanta¬dora vestida de blanco.
Para cuando Víctor se decidió por el vestido, era casi medianoche, y Myriam estaba agotada.
Sin consultárselo, Víctor condujo hacia un pe¬queño hotel de lujo en lo alto de Nob Hill, donde los llevaron inmediatamente al último piso.
Tenían reservada una suite con dos habitaciones, con cuartos de baño separados que daban a un salón decorado en color oro, amarillo pálido y color crema.
Myriam entró en el salón y se hundió en uno de los sofás de piel color caramelo. Echó la cabeza hacia atrás en un cojín. Cerró los ojos y respiró profundamente.
Vic se acercó a ella. Dejó las llaves en la mesa baja de mármol.
-¿Quieres que te pida algo? -le ofreció.
-No -Myriam abrió los ojos. Lo miró un momento y luego dijo-: Gracias.
Vic no dijo nada ni se movió. Se puso de pie. Ella sabía que estaba disgustado con ella. Vio que posaba la mirada en sus pechos, en sus labios, en sus piernas. Era una mirada de posesión. Él estaba mirándola como si fuera una mercancía.
-¿Satisfecho? -susurró ella, molesta.
-Todo lo satisfecho que puedo estar. Ella habría sonreído si hubiera podido, pero lo hizo. Entonces dijo:
-Señor García, es un hombre muy difícil de sa¬tisfacer...
Vic no contestó. Se dio la vuelta y abrió un mueble que contenía vasos.
Lo vio sacar dos vasos del estante de arriba y una botella de licor. Rompió la tapa sellada de la botella y sirvió una pequeña cantidad en uno de ellos y otra me¬dida más generosa en el otro.
Volvió con los vasos y le dio uno.
Era coñac. Grand Manier.
-No puedo beber.
-Solo un trago. Es un brindis.
-¿Y a qué se debe el brindis, Vic? -preguntó ella con un tono tan hiriente como la conducta de Vic.
Ella podía sentirse atraída por él. Podría fantasear hacer el amor con él, pero eso era muy distinto a ca¬sarse con él.
-Por nosotros -contestó él cínicamente, alzando el vaso.
Vic la miró. Parecía frío y cruelmente decidido. Se le cruzó por la mente que quizás no conocía a Vic tanto como pensaba. Si él era capaz de forzarla a ca¬sarse, podría ser capaz de cualquier cosa.
Myriam reprimió un temblor.
-¿Por nosotros?
-Por supuesto. Nosotros somos los protagonistas de este momento -dijo Vic, y se rio forzadamente.
-Vas a destruir nuestra amistad, Vic. Vas a llevarte lo que éramos, lo que hemos sido, y vas a cambiarlo para siempre.
-Eso ya ha ocurrido. Ocurrió hace muchos años cuando dejé que todos creyeran que ibas conduciendo tú la noche del accidente. Cambió cuando dejé que la relación con tu padre se estropeara. Cambió cuando dejé que la gente del pueblo cotilleara contra ti. Ha cambiado como hemos cambiado nosotros. Así que, ya ves, cara, no es mucho lo que estamos arriesgando.
-Pero, ¿casarnos? Sé que no soy la esposa que que¬rrías.
Vic achicó los ojos y le dijo:
-No, y al parecer, yo no soy el hombre que quemas tú.
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Mensaje  Jenny Miér Dic 10, 2008 12:21 am

Despiértate. Tienes una cita con el médico dentro de una hora. Myriam se frotó los ojos, se apoyó en un codo y centró con dificultad la mirada en la silueta de Vic, en la entrada de la habitación.
-En el centro.
Ella lo miró sorprendida y dijo:
-No estoy mareada.
-Es uno de los obstetras más importantes de San Francisco. He pensado que sería bueno que te mire y que te saque sangre.
-¿Sacarme sangre? ¿Para qué? Él sonrió.
-A lo mejor, quiero saber en qué me meto.
-¿Qué te parece una ecografía? Eso te daría más ar¬gumentos.
-Es una sugerencia excelente. Le pediré al doctor Collins que también te haga una.
No estaba bromeando. Hablaba en serio, pensó ella.
-No tienes derecho a pedir consultas médicas para mí, Víctor.
-Alguien tiene que hacerlo. No te estás cuidando.
-Vic, estoy delgada. ¡No estoy anoréxica!
-He pensado que estaría bien que viéramos tu nivel de hierro. Es importante que no estés anémica.
Vic habló como si ella actuase irracionalmente. Pero no había nada irracional en no querer que le dirigieran la vida.


Ella tenía su propio médico en Manhattan. Ya había ido a la consulta dos veces, una de ellas había sido muy exhaustiva. Los análisis habían demostrado que estaba bien. Y aunque no había ganado peso, su mé¬dico le había dicho que estaba perfecta para el primer trimestre. Algunas mujeres ganaban peso inmedia¬tamente, otras engordaban durante el segundo y tercer trimestre. Todo dependía del tipo de cuerpo.
-Estoy tomando vitaminas y hierro -contestó ella, irguiéndose-. Si quieres ver mi cartilla médica, puedo pedir que te envíen una copia.
-No es necesario. Estoy seguro de que el doctor Collins se alegrará de abrirte una ficha.
-Tal vez sea bueno que Mark envíe su árbol genea¬lógico, ¿no crees?
Vic dejó de sonreír y dijo:
-Vístete. Ahora.
-No pienso ir.
-Irás -él se dio la vuelta. Desapareció en la suite adjunta y volvió a aparecer con una pequeña bandeja. Le puso la bandeja enfrente, y dijo:
-Café. No muy fuerte, pero suficiente.
-Eres increíble.
-Gracias.
Ella había querido insultarlo. Era increíblemente egocéntrico, dominante. Y estaba sorprendentemente seguro de sí mismo.
Myriam dejó la bandeja a un lado, tomó una bata y se levantó de la cama.
-En cierto modo, creo que te preocupas menos por mi salud, que por la salud del bebé.
-Es una tontería lo que dices -dijo Víctor.
-¿Sí? Te casas conmigo por obligación. Prometes criar a mi hijo como un García. Por supuesto, quie¬res un examen médico. Quieres estar seguro de que tu hija o hijo adoptivo están a la altura de lo esperado.

Él pareció ponerse tenso. Había hablado demasiado. Lo sabía, pensó Myriam. Vic miró su pecho y su cuello y se dio la vuelta, disgustado. Cerró la puerta de un portazo.
Myriam se puso el albornoz que le había dejado el ho¬tel y se lo ajustó. Esperó a que volviera Vic, pero él no lo hizo. Después de varios minutos, Myriam se sirvió el café, sentada en la cama.
No debía de haberle dicho eso a Vic. Le debía una disculpa. Pero le costaba hablar. Él la había enfadado mucho.
Myriam tomó la taza con ambas manos. No estaba de acuerdo con la consulta médica que había arreglado Vic, pero no podía ignorar a Vic, porque en ese caso, lo pagaría caro.
Myriam abrió la puerta y entró de puntillas en el salón.
Vic estaba cerca de la ventana, frente a su escrito¬rio, hablando por teléfono. La miró brevemente antes de volver a prestar atención al teléfono. Después de varios minutos, colgó. La miró, pero no dijo nada.
-¿Qué pasa si el bebé tiene algún defecto? -pre¬guntó ella, metiendo las manos en los bolsillos-. ¿Qué harías entonces?
-Buscar ayuda. Pedir la opinión de los especialistas -se echó hacia atrás en la silla y se pasó una mano por el pelo negro-. Algunos defectos pueden arreglarse en el útero.
-¿Y si el defecto es grave? ¿Si no puede hacerse nada?
Vic la miró, sin poder creerlo.
-Myri, estamos hablando de tu bebé. No de una cosa. No de un monstruo. De un bebé. ¿Qué crees que haría yo?
-Mark no quería al bebé -contestó ella en voz baja-. Insistió en que abortase. Pidió hora en una clí¬nica de Nueva York y me dijo que tenía que ir, o él... -no pudo terminar. Las palabras que seguían eran de¬masiado terribles para pronunciarlas.
-¿Que hizo qué? -preguntó Víctor salvajemente.
-Que me llevaría él mismo, aunque tuviera que ha¬cerlo a rastras.
-¡Te lo estás inventando!
-Me gustaría estar inventando.
-¿Cómo puedes amar a ese hombre? ¿Cómo puedes estar tan desesperada por complacer a un hombre que sería capaz de hacerte...
-¡Pero no lo he hecho! -ella se dio la vuelta-. Evi¬dentemente no me hice un aborto. Me fui de Nueva York. Vine a...
Myriam había estado a punto de decir «a casa».
-Vine aquí -continuó diciendo, sin atreverse a des¬velar aquel sentimiento.
Vic torció el labio despectivamente.
Nadie la hacía sentir tan poca cosa como Vic.
Myriam pestañeó y se odió por considerar tan impor¬tante la opinión de Vic.
-Sé que este bebé está sano -dijo ella. Pero aunque no lo estuviera, jamás me haría un aborto. Jamás en la vida.
-Entonces, tenemos algo en común. Vic suspiró y se pasó la mano por el pelo. Parecía cansado, pensó ella.
-Este matrimonio... -dijo Vic, y se quedó pensa¬tivo-... no será fácil. No será imposible, simplemente no será... natural.
-No -se rió temblorosamente Myriam, ajustándose nerviosamente el albornoz-. No, definitivamente, no será natural.
-Pero eso no quiere decir que no podamos hacerlo funcionar. Simplemente tenemos que esforzarnos más.
-Víctor, ¿no crees que esto ha llegado muy lejos? Tú ya has dado tu opinión.
-¿Mi opinión? Cara, no estamos hablando de fútbol.
-Evidentemente, pero pensé que ya te habrías dado por vencido en cuanto a la idea del matrimonio a estas alturas. No vas a seguir con esto de verdad...
-¡Oh, sí! Lo haremos.
-Víctor, el matrimonio no es como empezar un negocio. Estamos hablando de compartir la vida, tener una vida íntima -Myriam se puso colorada y lo lamentó.
Tenía que encauzar aquella conversación hacia la lógica.
-¿Y?
Tal vez Vic no pensara en un matrimonio de ver¬dad. Tal vez pensara en algo menos personal.
-Tal vez te esté malinterpretando. Quizás te estés refiriendo a una relación matrimonial solo en aparien¬cia, un acuerdo...
-Eso sería muy cómodo, ¿no? -la interrumpió él-. Tienes tu bebé, tienes seguridad, tienes libertad para tener amantes por otro lado... Nuestro matrimonio será real.
En estado de shock, Myriam se quedó mirándolo mien¬tras una mezcla de pensamientos desordenados se le cruzaban por la cabeza. Un matrimonio de verdad. Desnudos, cama, sexo... Víctor haciéndole el amor. Víctor...
Myriam lo miró. Vic sonrió débilmente con los ojos brillantes, como si supiera exactamente en qué estaba pensando.
Antes de que él pudiera decir una palabra más, ella volvió a su dormitorio y cerró la puerta.
Myriam estaba sentada en la habitación del hotel, con las piernas encogidas. Tenía ganas de desaparecer. Su vida estaba tomando caminos descontrolados. Una cosa era transformarse en madre. Otra muy distinta, casarse con Vic. Ser su esposa...
La esposa de Víctor.
La sola idea la hacía estremecer. Vic no era el hom¬bre que ella pensaba. Era más duro. Más feroz, más decidido de lo que ella había creído. Si decía que su matrimonio iba a ser real, lo decía seriamente.
El corazón de Myriam sintió un estremecimiento al imaginar la vida con Víctor. ¿Qué clase de amante sería? Ella sabía que experiencia no le faltaría. Pero, ¿sería tierno, o agresivo? ¿Generoso? ¿Egoísta?
De pronto se imaginó sus manos, su boca... y sintió que un calor le recorría las extremidades. No, no sería egoísta. Más bien la volvería loca.
Pero, ¿era motivo para casarse con Vic?
Se abrió la puerta. Víctor estaba en el umbral.
-¿Por qué no estás vestida? Myriam lo miró.
-Esto no funcionará nunca. No...
-¿No nos amamos? -Vic completó la oración. Myriam se levantó de la cama.
-No. No nos amamos, y un matrimonio sin amor nos llevaría a la infelicidad.
-No necesariamente. Nos conocemos. Nos enten¬demos. Estoy seguro de que disfrutaríamos del sexo juntos.
¿Por qué tenía que seguir hablando de sexo? Eso la sacaba de quicio. La hacía sentir totalmente inexperta. Víctor sabría todo tipo de cosas, y ella...
Myriam se puso colorada, imaginándose desnuda en su cama.
La moldearía como a la arcilla.
Una oleada de deseo le borró el temor. Sintió ganas de experimentar aquello. Sus pezones se irguieron, ex¬pectantes. Deseó que Vic dejara de acercarse a ella, rodeando la cama. Era como un tigre al acecho. Y ella no se sentía más grande que un ratón.
Nerviosamente, Myriam pasó la lengua por su labio in¬ferior. Notó que él estaba desnudo debajo de la bata.
-¿Te comió la lengua el gato, Myri? -preguntó él.
Myriam miró a derecha e izquierda, buscando una es¬capatoria. La cama le impedía el paso por un lado y Víctor por el otro. Por un momento, pensó en atrave¬sar el colchón, pero descartó la idea por infantil.
Myriam se armó de valor y con las manos en jarras dijo:
-Disculpa. Quisiera vestirme. ¿Serías tan amable de salir de mi habitación?
Vic se inclinó hacia adelante, puso ambas manos en los hombros de ella y la miró.
-Si quieres vestirte, vístete. Yo no te lo impediré.
Vic olía a colonia cítrica y madera de sándalo. Se había afeitado. Ella sintió la tentación de tocarlo, pero inmediatamente se puso furiosa consigo misma por aquel pensamiento.
-Es un poco difícil desnudarme si me tienes cau¬tiva.
Sus ojos se encendieron ante la palabra «desnu¬darse». Y brillaron aún más cuando ella pronunció la palabra «cautiva». Myriam se maldijo en silencio.
-Mmm... Es una buena idea, el tema del cautiverio. Así que te gustan los juegos eróticos...
Ella se sintió irritada. Pero debía admitir que tenía una mezcla de emociones en su interior.
-¡Eres desagradable!
-Mentirosa, mentirosa, mentirosa -dijo él. Exten¬dió la mano y le tocó la mejilla-. Te gusta la idea de los juegos eróticos conmigo. Después de todo, los has empezado tú hace diez años, cuando te pusiste en mi regazo sin nada debajo de la falda y con un liguero muy muy sexy.
-Fui una estúpida.
-Eras curiosa -trazó una línea con el dedo desde la mejilla hasta el cuello-. Y la verdad es que sigues siendo curiosa. Lo veo en tus ojos cada vez que me acerco a ti. Lo siento en tu cuerpo cada vez que te toco. Lo oigo en tu respiración...
-¡Qué ego! ¡Eres tan creído, que todavía crees que estoy enamorada de ti!
-Enamorada, no. Pero lasciva.
-No.
-Sí, pero no es solo por tu lado, Myri. Yo tam¬bién lo estoy contigo. ¿Crees que me voy a casar con¬tigo solo por tener buen corazón? Te equivocas. Te de¬seo. Es así de sencillo. Pero te pondré un anillo en el dedo. Lo haré legal. Y luego disfrutaré de ti. Una y otra vez y... -bajó la voz y agregó-: Y otra vez.
-No me siento atraída por ti. Y no dejaré que me uses como si fuera una...
-Ten cuidado -le advirtió él, acallándola con la punta del dedo-. Ten cuidado, Myri. No tires pie-dras. Estás en una posición precaria, y tu representa¬ción de remilgo me parece un poco exagerada.
-¡Cómo te atreves!
-Myri, tú te pusiste en mi regazo a los dieciséis años, con el trasero desnudo en mis manos. Ella apretó los puños.
-Te paseas por la piscina con trajes de baño tan pe¬queños que apenas te cubren tus... encantos. Te acues¬tas con hombres que no conoces, incluso con hombres casados...
Ella estaba furiosa.
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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 10, 2008 1:10 am

Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad
VICTOR,VICTOR ESA NO ES LA MANERA DE EMPESAR SU
MATRIMONIO COMO QUIERES QUE FUNCIONE SU REALACION
SI LE DICES A LA NIÑA QUE SE ACUESTA CON CUALQUERA Y SIN
CONOCERLOS CASI AFIRMAS QUE ES UNA DE ESAS MUJERES DE LA VIDA
FACILLLLLLLL Y **ELLA** NO ES ASI COMO TU PIENSAS. Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad
Y LO DEL CASADO ACUERDATE QUE TE DIJO QUE ELLA NO SABIA QUE
EL MARK ERA CASADO TAMPOCO ES ADIVINA O VIDENTE PARA SABER
QUE TIPO DE PERSONA ES CON LA QUE ANDA Y SI ES CASADO O NO...
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JENNY MUCHAS GRACIAS X LOS CAP...
Y YA NO TARDES TANTO EN PONER LOS SIGUENTES...
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Mensaje  alma.fra Miér Dic 10, 2008 1:40 am

Victor Garciaaaa Evil or Very Mad Como te atreves a decirle esa cosas sin escuchar la historia completa.

Gracias por el capitulo Jenny no tardes con el proximo.
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Mensaje  Marianita Miér Dic 10, 2008 1:49 am

Myriam, hazlo babear para que se le quite lo hablador!!!! Twisted Evil Twisted Evil Twisted Evil Gracias por el 2x1 Jenny, no nos abandones otra vez porque chillamos!!! Mi novio Italiano - Página 4 4037
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Mensaje  mali07 Miér Dic 10, 2008 2:11 am

Ayyyyyyyy vicco porkee oseaaa kete pasaaa ashhh y mill ashhh...................jenny porke le dejas asiiii a ke no nina andaleee sigelee sigeleeee........... lol! lol! lol!
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Mensaje  Chicana_415 Miér Dic 10, 2008 3:17 am

2x1 2x1 2x1 2x1!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
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Mensaje  ryaneth Jue Dic 11, 2008 11:02 am

Gracias x poner capitulo pero ya no tardes mucho Jennyyyyyyyyy siiiiiii 2x1 2x1 Mi novio Italiano - Página 4 64473 Mi novio Italiano - Página 4 64473 Mi novio Italiano - Página 4 64473 Mi novio Italiano - Página 4 64473

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Mensaje  mats310863 Sáb Dic 13, 2008 11:50 pm

VICTOR SE PASO CON LO QUE LE DIJO A MYRIAM, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  jai33sire Dom Dic 14, 2008 1:10 am

gracias por el capitulo y siguele porfaaaaaaaa

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Mensaje  Jenny Mar Dic 16, 2008 1:28 am

Chikas aki esta el capi!!!

sorry por la tardanza

Besos
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-¡Para que sepas, he estado tan ocupada en mi pro¬fesión que apenas he salido con hombres!
-No, tú no sales con hombres. Tú te metes en aven¬turas.
-En aventuras, no. En una relación -lo interrumpió-. Una relación con un hombre. Uno solo, Vic. No legiones de hombres. Uno solo.
-Y estaba casado.
-Cometí un error.
-Esa es siempre tu excusa, ¿no es cierto, Myri? «Desgraciado». Ella sintió ganas de llorar, pero se reprimió el llanto.
Vic bostezó y luego miró el reloj.
-Has perdido media hora. Tenemos veinte minutos. Te aconsejo que te duches y te vistas ahora. Necesita¬mos tiempo. Tú no eres de las que se arreglan rápido.
-¡Vete al diablo! -exclamó ella.
-¿Qué ocurre? ¿He tocado algún punto débil?
Al parecer, así sería la relación con Vic.
Víctor se casaría con ella y le daría un nombre al niño. Pero la humillaría cada vez que pudiera. Redu¬ciéndola a algo barato y sórdido.
Ella lo miró y le sostuvo la mirada. Nunca había sentido tanto odio y rabia por alguien como en aquel momento por Vic. No solo era frío, era cruel y duro.
-Jamás me casaré contigo -dijo ella con la voz aho¬gada-. Ser tu esposa sería una tortura. Olvídalo. ¡Pre¬feriría pegarme un tiro a casarme contigo!
Vic aplaudió amablemente.
-¡Bien, cara! Tienes don para el teatro. Tal vez cuando los niños sean mayores, y tengas más tiempo, puedas presentarte en algún centro de arte dramático.
-¿Por qué me tratas de este modo? Él sonrió.
-¿Cómo, cara?
-Como si fuera una mujer barata, como si estuviera por debajo de ti.
-Tú no estás por debajo de mí. Aún, no. Pero en la noche de bodas será distinto.
Myriam se sintió indignada. No aguantaría aquello.
-No habrá noche de bodas. No voy a casarme contigo.


-Claro que lo harás. Está decidido.
-No está decidido. No me casaré contigo. Ni ahora,ni nunca. ¿No lo comprendes?
-Has gastado otro minuto. ¿No querrás ir a ver al doctor Collins con esa bata, verdad?
-¿Me estás escuchando?
-He escuchado lo que has dicho. Pero no creo que lo hayas pensado bien.
-¿Qué hay que pensar?
-Bien... Comprendo. ¿Así que esa es tu decisión fi¬nal?
Ella no contestó, y después de un momento, Víctor se dio la vuelta y salió de la habitación.
Ella lo siguió hasta la puerta, observando cómo se dirigía al armario y tomaba la chaqueta de su traje. Se la puso encima de los hombros y luego metió los bra¬zos en ella. Se alisó la solapa y dijo:
-Espero que te lo hayas pensado, cara. Que hayas pensado bien las consecuencias.
-¿Consecuencias?
-Las consecuencias de decirles a tus padres la ver¬dad. De decirles a tus padres lo que ocurrió realmente la noche del accidente de Jared -Vic cambió el gesto. Sonrió cínicamente y dijo, triunfante-: ¿Qué otra cosa creías que había querido decir?
-Esto no tiene nada que ver con la muerte de Jared.
-¡Oh, sí! Comprende, si lo hubiera dicho hace años, tendrías una relación diferente con tus padres hoy. Creo que serías una persona diferente de la que eres.
-¡Eso es ridículo!
-¿De verdad? Has pasado más de una década inten¬tando olvidar el pasado. Al menos, han sido diez años de forjarte una identidad. Evidentemente, el pasado te causa mucho dolor -metió la mano en el bolsillo para buscar la cartera y el ticket del aparcamiento-. De to¬dos modos, eso es cuestión de opiniones, y estamos perdiendo el tiempo. Lo que te estoy ofreciendo es ma¬trimonio. Os estoy ofreciendo a tu bebé y a ti, estabili¬dad emocional, seguridad económica y respetabilidad.
Por supuesto, respetabilidad. Para Vic, todo era cuestión de apariencias.
Vic continuó diciendo:
-Pero no te amenazo, y no te tengo cautiva. Si quie¬res marcharte, ya sabes dónde está la puerta. Pero si te vas ahora, quiero que sepas que no volveré a hacerte la misma oferta. Y te prometo que le diré a tus padres la verdad sobre Jared y el problema con el alcohol que tuvo el último año que estuvo en la universidad.
Myriam se quedó helada. Estaba muy cansada de pronto. Ella no sabía que Vic lo sabía. Nunca habían hablado del problema con la bebida de Jared.
-¿Lo sabías tú?
-Sabía que tenía problemas desde hacía un tiempo. Y me enteré de que la Universidad estaba a punto de echarlo. Yo intercedí, me ofrecí para ayudar a Jared a buscar una terapia. Pero ellos prefirieron ponerlo en observación académica.
-¿Conseguiste algún terapeuta?
-No -dijo Vic con amargura-. Yo bebí con él en Navidad y permití que condujera. Fue como haberlo matado yo mismo.
Myri se sentó en una silla. Sentía que las piernas no la sostenían.
-No. Eso no es verdad -susurró ella-. Jared insistió en conducir. Hizo una broma relacionada con que un día participaría en una competición.
-Jared sabía cómo hacernos reír a todos. Era una persona muy persuasiva. Como todos los alcohólicos.
-No lo llames así.
-¿Qué? ¿Alcohólico? -preguntó Vic, y vio que ella hacía un gesto de mortificación-. Pero, Myri, lo era. En lugar de buscar ayuda nosotros... Bueno, yo, me hice el tonto -exhaló cansinamente-. Pero no volveré a hacerme el desentendido. Estoy aquí, Myri, y ahora voy a hacer lo que debo contigo. Ahora no tene¬mos tiempo. Te sugiero que te vistas. Myriam dudó y dijo:
-No puedes decirle a mis padres lo de Jared. Jamás.
-No lo haré. Siempre que estemos casados, la ver¬dad será un secreto. Nuestro secreto -se tocó el cora¬zón con gesto triste-. Pero es decisión tuya, Myri. Tú tienes la decisión en tus manos, Myri.
Víctor y ella no hablaron en la sala de espera del doctor. Vic fingía leer una revista, y Myri miraba los dibujos enmarcados en la pared como si fueran obras de arte.
Todo lo que había en la sala parecía artificial, las flores, la tela del tapizado... Todo falso. Como el ma¬trimonio.
-¿Señora García? -se asomó una enfermera. Myriam miró alrededor. Vic se levantó e hizo señas a Myriam.
-Ven.
«Ven. Siéntate. Quédate. Órdenes de amo a su pe¬rro».
-No soy la señora García -explicó ella-. Soy Myriam Montemayor. La señorita Myriam Montemayor. La enfermera miró la ficha, confusa, y comentó:
-Lo siento. La tenemos apuntada como señora García.
Vic le tomó el brazo y dijo:
-Será la señora García dentro de muy poco tiempo.
-¡Qué maravilloso! -contestó la enfermera-. ¿Dónde se celebrará la boda?
-En Napa.
El estómago de Myriam se encogió. Vic lo había dicho sin darle demasiada importancia. Pero para ella no era lo mismo. Una boda en Napa...
La enfermera sonrió a Víctor, fascinada. No era de extrañar. Vic siempre fascinaba a las mujeres.
-Me encanta Napa -comentó la mujer-. Con todos esos hoteles y esos lagares. ¿Tiene algún lagar favo¬rito?
-El García.
-¡Como su nombre! -la enfermera se puso colo¬rada-. ¡Oh! ¿Tiene algún parentesco con los productores de vino?
Vic asintió.
-Por aquí -la enfermera señaló el camino-. Pero antes, señora Dom... Quiero decir, señorita, Montemayor... tenemos que pesarla y tomar una muestra de orina. Se¬ñor García, ¿va a venir con nosotros?
-Sí -contestó él.
-No -Myriam se giró para mirarlo -puso dos dedos en su pecho y lo echó hacia atrás-. Aquí es donde trazo la línea. Este es mi cuerpo y mi consulta médica. Cual¬quier información que quieras saber, puedes tenerla después de que me examinen.
Vic sonrió a la enfermera e ignoró a Myriam.
-Por supuesto que iré. Quiero saberlo todo sobre nuestro bebé.
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Mensaje  Jenny Mar Dic 16, 2008 1:28 am

Víctor dejó a Myriam con los Hunt. Pasó el resto de la tarde sentada en un rincón del jardín en sombra, haciendo borradores de los planos. Los Hunt la dejaron tranquila, salvo algunas preguntas discretas acerca de la emergencia familiar y ofrecerle una limonada. Estaban deseosos de que continuase el trabajo de renovación de los jardines.
Myriam se alegraba de poder seguir con sus dibujos y trató de concentrarse en los borradores, pero los acon¬tecimientos de las últimas veinticuatro horas le pesa¬ban en la mente.
No todo era malo. Como la ecografía de aquel día. Había sido maravilloso. Milagroso, realmente. Ver al bebé en su interior, ver el latido de su corazón, ver las pataditas de sus diminutas piernas... El bebé había es¬tado activo, y Myriam se había emocionado mucho. Se le habían llenado los ojos de lágrimas.
Su bebé.
La ecografía había confirmado lo que ella ya sabía. Que el bebé estaba sano y fuerte. A pesar de que no es¬taba engordando, el bebé parecía bien alimentado, y se había movido todo el tiempo durante la ecografía.
Víctor había estado allí, por supuesto. Había per¬manecido callado al principio, mientras el doctor había señalado el corazón del bebé, la columna vertebral y la formación de brazos y piernas. Pero cuando el bebé se había chupado el dedo, Vic había dado dos pasos hacia adelante y había tocado el monitor.
El recordarlo la ponía sensible. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan sensible. Todo le afectaba intensamente. El bebé, los recuerdos de Jared. Víctor.
Sobre todo Víctor.
Tomó el lapicero y trató de concentrarse en su pro¬yecto, dejar de lado todo lo demás, centrar su atención en los jardines y en las sombras que proyectaban los altos árboles.
Pero a medida que transcurría la tarde, y llegaba el atardecer, oscureciendo el jardín, opacando su brillo, Myriam empezó a sentir cierta preocupación y temor.
Una cosa era transformarse en madre. Y otra muy distinta casarse con Víctor. Excepto que él estuviera interesado en ella de verdad, aunque solo fuese un poco. Eso cambiaría todo. El matrimonio no le habría parecido tan abrumador si hubiera habido algo más que deber.
Deber.
Era una palabra que espantaba a Myriam. Era la peor razón para que un hombre se casara con ella. El peor motivo para compartir su vida con Víctor.
Pero, a pesar de que ella se resistía a la farsa del matrimonio, un deseo carnal por Vic, de que la pose-yera, quemaba sus sentidos. Era una desvergonzada, de verdad, por desear a Víctor de aquel modo. Sabía lo que él pensaba de ella, pero, en sus brazos, cuando sentía su boca, se sentía más viva que nunca.
Myriam no esperaba grandes demostraciones de afecto de Víctor delante del sacerdote de la familia, pero tampoco había esperado que estuviera tan distante. Vic la ignoró durante la cena, y no la hizo participar de las conversaciones, que transcurrieron en español, por de¬ferencia al sacerdote andaluz. Vic ni la miró.

Era como si ella no existiera.
Myriam se sorprendió al ver cuánto le dolía, después de la consulta para la ecografía, después del día que habían pasado juntos, ella había pensado que Víctor tenía intención de que el matrimonio funcionase bien, de verdad, de que formasen una familia. Pero después de aquella frialdad y aquel silencio, le había demos¬trado que su idea de familia era muy diferente a la de ella. En ese caso, podía olvidarse de su proposición de matrimonio.
Víctor sugirió dar un paseo después de la cena, y los tres caminaron por el jardín, deteniéndose cada tanto, para que el padre Rivera pudiera oler las rosas, mientras compartía con ellos sus ideas acerca del ma¬trimonio y lo sagradas que eran las promesas.
Myriam estaba nerviosa mientras oía hablar al padre Rivera, y notó que la tensión en Vic aumentaba. Su ex¬presión era de contrariedad, la mirada baja, como si es¬tuviera pensando en algo que le preocupaba.
No hacía falta que le dijera que no le gustaba la idea de casarse con ella. Se le veía en la cara.
El dolor dio paso a la rabia. Era ridículo que él estu¬viera de mal humor. La idea de casarse había sido suya. Si no le gustaba, que la dejara.
Terminaron la vuelta por el jardín y volvieron a los escalones de entrada a la mansión. Era tarde. La luna brillaba en el cielo, y después de bendecirlos a ambos, el padre Rivera los despidió y se fue a su coche.
Myriam había puesto una sonrisa durante el paseo por el jardín, pero ya estaba harta de la actitud de Víctor.
-Hacemos una hermosa pareja, ¿no crees? -le co¬mentó Myriam con ironía, cuando se había ido el padre Rivera.
Víctor la miró y frunció el ceño.
-No está mal.
-¿No te parece que nos falta un poco de... afecto?
-El padre es un sacerdote. Se supone que prefiere que nos comportemos discretamente. ¿O prefieres que se entere de la verdad? Que me caso contigo solo para dar un apellido a tu hijo? -Víctor sonrió mostrando los dientes.
Ella pensó que parecía un lobo.
Creo que no, Myri. Él es un estimado amigo de la familia y no hay razón para dejarlo en estado de shock.
Ella no pudo decir nada, por la rabia que sentía.
-Fuimos amigos hace tiempo.
-Lo somos todavía, cara. De no ser así, no me ca¬saría contigo.
-Yo no te lo he pedido.
-No, tú no me lo has pedido, porque no piensas -Vic se dio la vuelta y se marchó.
Myriam lo siguió hasta el desván del lagar. Estaba frío y oscuro. Olía a uvas fermentadas. Había filas de cu¬bas de roble alineadas contra la pared de piedra.
Vio a Vic trepando en uno de los barriles y lo ro¬deó.
-Tenemos que hablar.
-Después de que nos casemos, tendremos mucho tiempo para conversar -contestó él, abriendo una tapa y sacando una muestra del caldo en fermentación.
¡La boda! Faltaban solo días para la boda.
-Vic, sé lo seriamente que te tomas las promesas. También sé que esto no es lo que quieres para ti.
Él olió la muestra y probó una gota. Hizo un gesto de desagrado y contestó:
-Estoy deseoso de comprometerme.
La palabra comprometerse sonó agria en su boca y como el vino en su lengua. No le gustaba la compara¬ción. Pero le iba bien.
-Tú no te has comprometido con nada jamás. ¿Por qué vas a hacerlo ahora?

Vic puso la tapa del barril y se agachó.
-¿Qué sucede? ¿Estás buscando el modo de distra¬erme con palabras para escabullirte?
-¡Distraerte con palabras para escabullirte! ¡Qué frase! -repitió ella, irritada.
-Tú eres la que huyes, aterrada
-No huyo. Me pregunto si no te lo habrás pensado mejor.
Vic se puso de pie.
-Escucha, cara, estás perdiendo el tiempo, y me lo estás haciendo perder a mí. Esta boda va a celebrarse. Y ahora, si me perdonas, tengo trabajo.
Vic pasó al lado de ella, sacó el teléfono móvil del bolsillo de atrás y marcó un número.
-Vic, esta conversación no ha terminado -gritó ella, detrás de él.
Mientras caminaba, Vic se dio la vuelta, mirándola por encima del hombro. Alzó una ceja, como burlán¬dose de ella.
-Hola, ¿papá? Sí, soy Vico -dijo Vic, y empezó a hablar en italiano, olvidándose de ella.
Evidentemente, la conversación había terminado para él.
Víctor estuvo ocupado todo el tiempo los días si¬guientes con reuniones de trabajo, visitas al lagar y re¬laciones públicas planeando sesiones. No tuvo un mi¬nuto para ella.
-Ocúpate de ellos -fue todo lo que le dijo Vic, refi¬riéndose a la gente que entraba y salía de la mansión. Se trataba de los distintos servicios que habían contratado para la boda: servicio de catering, floristas, músicos y otros relacionados con el evento. Pasaban por allí para hablar sobre los detalles y preguntar sus preferencias, y luego volvían con más preguntas y especificaciones.
La compañía organizadora de la fiesta necesitaba la medida exacta del toldo que pondrían en el jardín. La florista, cuando descubrió que Myriam era diseñadora de jardines, quiso saber cuál era su flor favorita. El servi¬cio de catering quería saber si a Myriam le gustaban los mariscos, porque tres de los aperitivos tenían gambas, mejillones y cangrejo.
Y Myriam lo único que quería era escaparse a la man¬sión de los Hunt e intentar olvidar que aquella elabo¬rada boda tendría lugar muy pronto.
En la semana anterior a la boda, mientras Myriam trabajaba en el proyecto de los Hunt, la sombra de Víctor se posó sobre ella como una amenaza, haciéndole imposible concentrarse en su trabajo.
-¿Por qué no tienes teléfono móvil? -preguntó él, irritado, pasándose una mano por el pelo-. No he po¬dido ponerme en contacto con los Hunt, y no he lo¬grado ponerme en contacto contigo, así que he tenido que dejar todo para venir hasta aquí.
-Lo siento.
-Todo el mundo tiene teléfono móvil.
-Yo, no -ella se subió las gafas de sol hasta la ca¬beza-. ¿En qué puedo ayudarte, Vic? Me da la impre¬sión de que tienes algo en mente.
-Quiero que estés en casa a las seis. Tenemos una reunión con mi abogado.
Ella se sintió inquieta. Su abogado. Eso no sonaba bien.
-¿Tiene que estar presente mi abogado? -preguntó ella suavemente, bajando nuevamente sus gafas de sol hasta su nariz.
-No. Ano ser que quieras presentar un acuerdo pre¬nupcial propio.
Un acuerdo prenupcial, pensó ella. Por supuesto. Víctor no dejaría ningún cabo suelto.
-Allí estaré.

-No me hagas esperar.
-No puedo hacer eso, ¿verdad? Me arriesgaría a verte perder tu buen humor.
Myriam volvió a la mansión lo suficientemente pronto como para ducharse y cambiarse antes de cenar. Aque¬lla noche quería sentirse segura. Estar arreglada le ayudaría a sentirse mejor.
Myriam se puso ropa interior de satén negro, se per¬fumó con una loción en los brazos, piernas...
No se dejaría intimidar por Vic. No dejaría que él le dijera qué tenía que hacer.
Myriam se puso pantalones de seda y una túnica negra a juego. El conjunto tenía un bordado dorado en el cuello, las mangas y el dobladillo, y eso la hacía sentir elegante, y un poco exótica. Se recogió el pelo de un modo sofisticado.
Se puso pendientes de oro y una pulsera a juego con ellos. Quería estar sofisticada, no maternal, en una oportunidad en que seguramente tendría que ser parte de una batalla.
Golpearon la puerta.
-Víctor te está esperando -le dijo Francesca-. Está en la biblioteca.
¿En la biblioteca? La última vez que había encon¬trado a Víctor en la biblioteca, se había puesto per¬fume detrás de las orejas y se había ajustado un liguero.
No se repetiría aquella escena.
Myriam abrió la puerta de la biblioteca y entró. Vio el fuego de la chimenea encendido. Miró el lugar. Estaba igual. La mesa de lectura de Víctor, con una lámpara de bronce, las paredes cubiertas de libros encuaderna¬dos en piel, incluso el sofá de piel frente al fuego.
-Estás muy guapa -dijo Vic, levantándose de su es¬critorio.
Su tono amable la desarmó. Y el inesperado cum¬plido la halagó, haciéndola poner colorada.
-Gracias.
Vic tenía la camisa arremangada, dejando al descu¬bierto unos fuertes brazos bronceados. Parecía rela¬jado. Pero Myriam no se fiaba. Víctor no hacía nada por casualidad.
-¿Dónde está tu abogado? -preguntó, rogando que su voz sonara firme.
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Mensaje  Marianita Mar Dic 16, 2008 2:42 am

Así se hace Myriam, déjalo comiendo de tu mano para que se le quite lo sangrón!!! Razz Razz Razz Gracias por los capis Jenny, queremos más y muy prontito ehh que nos tenías olvidadas!!! Mi novio Italiano - Página 4 64473 Mi novio Italiano - Página 4 64473
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Mensaje  mats310863 Mar Dic 16, 2008 9:17 am

ESPERO QUE LA ACTITUD DE VICTOR, SEA UNA ESTRATEGÍA PARA CONVENCER A MYRIAM DE CASARSE, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  jai33sire Mar Dic 16, 2008 10:01 pm

gracias por el capitulo siguele que esta buenisimia la novelita por faaaaaa

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Mensaje  Chicana_415 Mar Dic 16, 2008 10:06 pm

SIGUELE PROTNOOOO NO NOS EJES SIN CAPI MUCHO TIEMPOOO POR FIS!
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Mensaje  alma.fra Miér Dic 17, 2008 1:17 am

Gracias por el capitulo, ese Victor ya se esta psando Mad pobre Myri.
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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 17, 2008 1:37 am

Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad Evil or Very Mad
QUE SANGRON TE ESTAS VIENDO VICTOR YA ME ESTAS
CAYENDO EN LA PUNTA DEL PIE...
ESPERO QUE PRONTO CAMBIES ESA ACTITUD Y EMPIESES
A DARLE A MYRIAM EL RESPETO Y LUGAR QUE SE MERECE.
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MUCHAS GRACIAS X LOS CAP.
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:10 pm

Chikas aki les dejo los capis sorry por la tardanza!!!

Besos
Jenny


-Lo han demorado en la oficina. Vendrá dentro de una hora aproximadamente.
-¿Una hora? ¿Tanto?
Vic se apoyó en el escritorio. El cinturón de piel acentuaba su estrecha cintura y el largo de sus piernas.
Víctor miró detenidamente su delgada figura, de la cabeza a los pies.
-Si no hubiera visto la ecografía la semana pasada, no creería que estás embarazada. Será interesante ver si estás tan bien cuando tengas el segundo niño.
-¿Segundo? -preguntó Myriam con un nudo en la gar¬ganta.
-Sí, el nuestro, por supuesto.
Ella tragó saliva, nerviosa. Tenía la boca seca. Con paso inseguro, se acercó al fuego.
No podía evitar pensar que Víctor había planeado esto. Seguramente no habría citado al abogado a las seis. Víctor quería hacerle perder el equilibrio con al¬gún plan. Había sido una de sus tácticas para los nego¬cios, hacerse amigo de la competencia, y luego avan¬zar para matar.
-Me gustaría tener varios hijos -agregó él con un brillo sarcástico en los ojos-. La mayoría de los hom¬bres italianos quieren tener varios hijos.
-¿Y las mujeres italianas están de acuerdo?

-¡Oh, sí! Disfrutan de las relaciones con sus mari¬dos. Ya ves, cara, los hombres italianos son muy bue¬nos amantes.
-¡Oh, por favor!
-¿Por favor, qué? -contestó él, bajando la voz de manera sensual-. ¿Por favor, que te lo demuestre?
Myriam dio un paso atrás, y se cruzó de brazos, algo des¬concertada por el tono de su voz y el brillo posesivo de sus ojos. Primero la había preparado para una transacción legal, y luego la sorprendía con un encuentro personal.
Myriam se puso colorada. Dio una vuelta a la habita¬ción para mantener la distancia con Vic.
-¿Te gustan mis libros? -preguntó Vic, observán¬dola.
Ella miró las estanterías que llegaban hasta el te¬cho. Realmente no conocía a nadie que tuviera tantos libros antiguos; la mayoría trataban sobre la historia del comercio y el papel de Italia en los comienzos de la Edad Media. Pero por supuesto, la biblioteca de Vic no era solo una habitación llena de libros. Era su guarida.
-¿Estás buscando un libro en particular? -preguntó Vic burlonamente.
El tono de su pregunta la sobresaltó. Myriam tenía los nervios de punta. Tenía que calmarse. Tenía que tratar de controlar sus emociones.
Como ausente, Myriam miró el mapa enmarcado que había encima de la chimenea, que mostraba las rutas comerciales españolas e italianas en el siglo dieciséis.
-Es un mapa muy curioso -dijo Vic, por detrás de ella.
-Esta habitación siempre me ha fascinado -con¬testó Myriam con entusiasmo fingido, sabiendo que no podía quedarse mirando el mapa toda la tarde-. Es una habitación muy bonita -agregó.
-Recuerdo que te parecía raro mi gusto por las anti¬güedades.
-Yo no he crecido entre antigüedades. En nuestra casa, lo más viejo que había era alguna colección de coches de los años cincuenta -Myriam sonrió débil¬mente-. No obstante, esto es magnífico.
-Me alegra que hayas... madurado -comentó Vic, con una sonrisa burlona.
Le gustaba ponerla en tensión, pensó ella.
Vic se cruzó de brazos. Se le veía el pecho en el triángulo de la camisa abierta.
-¿Cuánto tiempo hace que no pisas esta biblioteca?
-Más de diez años.
-Sí. ¿No fue este el sitio donde intentaste sedu¬cirme?
-Sí. Estábamos en el sofá -contestó ella. Myriam no quiso hacerle saber lo humillante que le re-sultaba aquel recuerdo. Vic fue al sofá y se sentó.
-Es aquí donde estábamos -agregó Vic pasando la mano lentamente por la piel marrón.
Myriam miró su mano, fascinada por el largo de sus dedos y el ancho de su palma. Por un momento, deseó sentir su mano sobre su piel, su palma abrigando su pe¬cho, sus dedos jugando con sus pezones.
Ella se estremeció al imaginarlo.
Víctor la miró y le sostuvo la mirada.
Era como si supiera que ella se sentía atraída por él, como si le hubiera adivinado el pensamiento y supiera exactamente cómo se sentía.
Myriam desvió la mirada, miró el fuego y alzó las ma¬nos hacia la llama. Temblaron en aquel momento.
-Ven aquí -le ordenó Víctor.
Ella se resistió al tono susurrante de su voz.
-No -contestó.
Ir hacia él habría sido como arrojarse a las llamas. Él la habría quemado. La habría destruido. Ella no po¬día controlar sus sentimientos estando cerca de él.
Él la miró y entonces abrió más sus rodillas.
Myriam exhaló un suspiro de sorpresa, y sintió que se le iba la cabeza, mareada de placer. Un montón de sen¬saciones se agolpaban en su cuerpo, haciéndolo tem¬blar de deseo.
-¿Era así, Myri? -murmuró, mirándola intensa¬mente aún-. Estabas en mi regazo, así, ¿verdad?
Con un movimiento de caderas, Vic presionó contra los finos pantalones de seda, penetrando un poco en la tela. Ella sintió la punta de su sexo contra su parte más íntima. Sintió su calor y la ur-gencia de su deseo. Ella tenía miedo de respirar, miedo de moverse, colocada tan precariamente contra el em¬puje de su dura masculinidad.
-¿Y ahora qué? -preguntó Vic, achicando los ojos.
Ella agitó la cabeza, mareada por aquellas sensacio¬nes tan exquisitas. Hacía años había trepado a su re¬gazo, ansiosa de seducirlo, deseosa de demostrarle que era una mujer. Había fracasado, y Víctor no había ol¬vidado jamás su chiquillada. Ahora le estaba demos¬trando lo que se había perdido.
Ella se estremeció al sentir uno de sus pulgares aca¬riciando la parte más íntima de su femineidad a través de la seda.
-Para -le ordenó ella, agarrándolo de la camisa. Sus muslos se habían tensado, respondiendo involun¬tariamente, a pesar de su intento de quitarse.
-¿Por qué? Esto es lo que querías aquella noche, ¿no es así? -la alzó poniendo la palma de su mano en su sexo.
Myriam sintió un cúmulo de sensaciones. Él movió la palma, y ella sintió una oleada de deseo, mientras él jugaba con la flor de su feminidad.
Era lo que ella quería. Era lo que quería, pero no lo admitiría jamás, porque él jugaba con ella, se burlaba de su deseo.

-Me arrepiento de aquella noche con toda mi alma -dijo Myriam, haciendo un esfuerzo por hablar.
-Yo también -dijo él con una risa burlona-. Debí hacerte mía entonces, debí darte lo que querías.
-¡Vete al infierno!
Vic se rio antes de tomar la cara de Myriam entre sus manos y acercar su boca.
-Si me voy al infierno, tú irás conmigo -dijo Vic antes de besarla.
Ella recibió su beso con deleite, disfrutó de la tor¬tura de sus labios. Aquello era intenso, feroz... Durante días, ella se había sentido nerviosa... Aquella pasión, en cambio, era algo que la hacía abandonarse.
Myriam respondió a su beso con el mismo ardor. Ella ya no era una niña. Ahora era una mujer. Al menos su relación con Mark le había enseñado una cosa. Que no quería solo sexo. Ella quería aquella desesperada pa¬sión que sentía por Vic.
El beso se hizo más profundo, más intenso. Ella de¬mostró un hambre que no pudo ocultar. Myriam solo sabía que quería más y más.
Tomó la cara de Vic en sus manos, y se perdió en él, en su calidez y en la suavidad de su mejilla contra su palma.
La lengua de Vic jugó con los labios de ella, le rozó los dientes, y empezó a acariciar su lengua. Myriam se apoyó en él y apretó sus pechos contra su pecho viril, y empezó a mover sus caderas contra el regazo de él. Lo sentía terriblemente, pero aún no había nada gratifi¬cante, nada en proporción a su deseo.
De pronto, Víctor alzó la cabeza. Parecía tan es¬tremecido como ella.
-Debí hacerte mía hace mucho tiempo. Su risa la sobresaltó. Antes de que se pudiera mo¬ver, Vic la quitó de su regazo y la dejó en el sofá.
-Ha sido delicioso -dijo, recobrando la compostura rápidamente-. Pensé que serías apasionada, pero eres... más que apasionada. Eres salvaje.
Myriam sintió sus palabras como un látigo. Sintió su ego herido. Se levantó del sofá, disgustada consigo y odiándolo con todo su ser. Vic no era solo cruel. Era malicioso y medieval. Era increíble que aún existieran hombres como él en el siglo veintiuno.
-No me vuelvas a tocar. No te acerques a mí. Si lo haces... -dijo Myriam, enfadada, señalándolo.
-¿Qué vas a hacer?
-No lo sé. Pero te prometo que no lo disfrutarás. Él se puso de pie, fue hasta donde estaba ella y le dijo mirándola:
-Yo no estaría tan segura, amor mío. Para que lo se¬pas, cuando se trata de lo físico, cuando se trata de los sentidos, soy muy carnal. Como tú.
Ella sintió que su burla la recorría entera. Real¬mente, la despreciaba. La veía promiscua, libertina. Ja¬más respetaría ni amaría a una mujer como ella.
Myriam no podía hablar. Tenía el pecho oprimido por la rabia y el dolor. No tendría que haber vuelto a su casa. No tendría que haber soñado con volver.
Vic besó su cuello. Luego la acarició con la punta del dedo desde el lóbulo de la oreja hasta la base del cuello. Ella se estremeció al sentir aquella sensación.
Vic la volvió a besar al ver su reacción.
-Quiero que te des cuenta de que nuestro matrimo¬nio tendrá sus recompensas -dijo él sensualmente-. Es posible que no me ames, cara, pero amarás lo que le haga a tu cuerpo.
-¡Víctor!
-Myriam.
Era la primera vez en su vida que la llamaba de aquel modo. Myriam tragó saliva. Tenía la boca tan seca que parecía que se había tragado un puñado de algo¬dón.
-Sí -agregó él, con el brillo de la pasión aún en los ojos-. Amarás lo que te haga. Es posible que digas que me odias. Intentarás desafiarme... Pero, por suerte, no eres indiferente a mí.
Una vez dicho aquello, se irguió y se acomodó la camisa de lino. Volvió a estar elegante y arreglado. Na¬die habría sospechado que hubiera habido un episodio íntimo entre ellos.
-Ha llegado mi abogado. Es el momento de que lo conozcas y de que nos ocupemos de este asunto.
El abogado era más joven y atractivo de lo que hu¬biera imaginado Myriam. Ella se había imaginado un hombre de mediana edad, con acento italiano. Sin em¬bargo, había resultado ser un joven alto, de aspecto atlético. Se llamaba Cari August, y era uno de los ami¬gos de la universidad de Víctor. Este había dicho que Cari se había especializado en Derecho Empresarial, sobre todo en compras y fusiones.
Myriam estuvo a punto de decirle que la relación entre ellos no era una fusión económica, y que ella no era una adquisición, pero en el último momento pensó que sería mejor callarse.
Durante la cena, Víctor contó historias de su niñez en la Toscana. Su hermano y él habían jugado entre los olivos, habían corrido y se habían perseguido entre los viñedos y habían hecho muchas travesuras en el hogar ancestral de cuatrocientos años.
Myriam escuchó serenamente. Víctor hacía descrip¬ciones poéticas y vivaces como si hubiera estado le¬yendo un libro.
Después de la cena, Francesca les sirvió café en el salón antes de dejarlos solos. Cerró discretamente las puertas y desapareció.
Víctor dejó la taza de café inmediatamente y cambió de tono. Se volvió a Cari y le pidió los documentos que le había dicho que llevara.
-Los términos del acuerdo del matrimonio están fi¬jados. Como esposa mía, tú compartirás a partes igua¬les mi riqueza, las tierras de la familia y las acciones en los lagares de García. Si me ocurriese algo, tú y nuestros hijos heredarían todo.
-¿Nuestros hijos? -preguntó ella; la taza de porce¬lana le tembló en las manos-. ¿Qué me dices de...? -miró en dirección a Cari, deseando que no estuviera presente en aquella conversación privada-. ¿Qué pasa con mi bebé?
-¿Tu bebé? Solo existe nuestro bebé. Nuestros hi¬jos. Vamos a ser una familia, Myri. No hay nada tuyo, mío, o de ella. Creí que lo había dejado bien claro.
Cari sacó más documentos y los puso encima de la mesa. Myriam recogió los documentos y miró la primera página. Después volvió a mirar a Vic.
-Pero, ¿cómo puedes adoptar al bebé? Mark...
-Mark ya ha firmado los papeles.
Myriam se quedó helada. Miró a Víctor. No podía ar¬ticular palabra.
Víctor asintió. Su pelo negro brillaba en la suave luz de los candelabros de la pared.
-Cari voló a Nueva York esta mañana. Rastreó a Mark, le mostró los términos de mi acuerdo, y él aceptó.
-¿Tus términos? -el shock de Myriam dio lugar a la ra¬bia-. ¿Y cuáles son tus términos?
-No te sorprendas tanto. Fueron muy razonables.
-¡Dime que no has comprado al bebé! -los papeles se cayeron de sus manos a la mesa-. ¡Dime que no le has ofrecido dinero a Mark!
Los ojos de Vic brillaron intensamente. Pero no contestó. Ella apretó los puños y dijo:

-¡No lo has hecho, Vic! ¡No puedes haberlo hecho!
-No te muestres tan impresionada, Myri. Tú sa¬bias que soy duro. Sabes desde siempre que yo consigo lo que quiero -alzó una mano cuando vio que Myriam iba a decir algo-. Pero, antes de que defiendas a tu amante, déjame decirte que Mark aceptó el dinero, Myri. Y no solo aceptó lo que le ofrecí. Pidió más. Mucho más.
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:11 pm

-¡No!
-Sí. Tu noble y ético Mark estuvo más que de acuerdo en dar a su hijo... -se interrumpió y agitó la cabeza con desprecio-. Sí, a su hijo, al mejor postor.
-¡No digas eso! -gritó ella, tapándose los oídos-. ¡No digas nunca que has comprado a este niño! ¡Este niño jamás ha estado en venta! ¡Y no quiero saber cuánto dinero aceptó, ni cuánto dinero has pagado! -Myriam exhaló trémulamente y se puso la mano en el co¬razón, como si con ello pudiera controlar el agitado la¬tido. No podía creer que estuviera ocurriendo aquello. No podía creer que Víctor le hiciera eso a ella, y a su bebé.
-¿Cómo has podido, Vic? -le dijo. Víctor achicó los ojos y le contestó:
-Lo he hecho para protegerte a ti y a nuestro hijo. Con los ojos llenos de lágrimas, Myriam le preguntó:
-¿Cómo sabes que es un niño?
-Por la ecografía. Era... Él era... un niño, sin duda.
Ella no lo había visto y no había preguntado. Había estado muy preocupada en demostrarle a Vic que el bebé era sano, que ella era sana, como para preguntar por el sexo del bebé. Quizás, inconscientemente, no hubiera querido saberlo, para que fuera una sorpresa.
«Un hijo...», pensó Myriam. Quizás fuera una persona graciosa y amable como Jared. O alguien cruel y ego¬ísta como Vic.
-Déjame ver los papeles -le pidió imperiosamente, extendiendo la mano.
Sin decir nada, Cari se los dio.
Mientras leía los documentos, sentía la mirada de Vic. En los papeles, Mark daba su consentimiento para que Vic adoptase legalmente al niño. No hacía men¬ción a remuneración económica alguna. Solo verbo¬rrea legal.
Ignorando completamente a Víctor, Myriam miró a Cari y le preguntó:
-¿Es verdad? ¿Ha aceptado dinero Mark? El abogado miró a su cliente antes de asentir brevemente.
-No se puede decir exactamente que aceptó dinero por el bebé, pero sí, ha habido una transacción econó¬mica.
Myriam se volvió a Víctor. Lo miró con desagrado. Evidentemente, no había imaginado lo duro y despia¬dado que podía ser.
-Puedes pensar que le has comprado el bebé a Mark, pero no me has comprado a mí. Jamás me com¬prarás. No estoy, ni estaré, en venta.
Myriam oyó cerrarse la puerta de entrada. Miró por la ventana de su dormitorio y vio que el abogado se metía en su coche. Luego desapareció.
Myriam abrió la puerta y bajó las escaleras. Víctor estaba en el salón, delante de la chimenea de mármol, mirando el fuego.
Myriam estaba furiosa, lista para emprender un ataque de reproches por sus sucias tácticas. Pero antes de que hablase, Víctor le dijo:
-Bueno, bueno, bueno, ha sido toda una escena. Ella cerró la boca. No comprendía. Si era ella la que estaba enfadada.
-¿Cómo quieres que te proteja a ti y al bebé, si te obstinas en actuar irracionalmente?

-Espera un momento, Víctor. El enviar a un abo¬gado a hablar con la competencia puede que sea una buena táctica para los negocios, pero es inaceptable en los asuntos personales. No tenías derecho a ponerte en contacto con Mark. No tenías derecho a arreglar la adopción sin consultármelo.
-¿Qué crees que he estado haciendo esta noche? Estaba tratando de hablar contigo. Ella se rió dramáticamente.
-Semántica aparte, un acuerdo prenupcial no es una conversación. Los documentos relativos a una adop¬ción no son una conversación. Ni lo es el que me pre¬siones y me intimides con un abogado.
-Cari no es una abogado que intimide.
-Es posible que no lo sea para ti, puesto que es un viejo compañero de universidad y tu abogado particu¬lar. Víctor, ¿no comprendes que para mí es diferente? Yo estaba sola en aquel momento, sola, y tú me has puesto contra la pared.
Vic se quedó en silencio un momento, como refle¬xionando.
-Tienes razón -dijo sinceramente-. Lo siento. Debí haberlo hablado contigo primero.
-Gracias -Myriam se hundió en el sofá y se cubrió la cara con ambas manos.
De pronto su cuerpo empezó a temblar. Vic se acercó a ella.
-Cara, por favor, no llores -le acarició la cabeza y el pelo.
Ella sintió que su caricia era sincera, tierna.
-No estoy llorando -dijo ella y alzó la cara hacia él-. Me estoy riendo. Me estoy riendo de lo ridículo que ha sido todo esto. La sola idea de nuestra boda es ridícula. Víctor, no estamos de acuerdo en nada. ¿Cómo va a irnos bien en el matrimonio?
Él la miró y dijo:
-Quieres lo mejor para el bebé, ¿no es verdad?
-Sí.
-Quieres estar segura de que Mark no hará daño al bebé como te ha hecho daño a ti, ¿no es cierto?
-Sí.
Vic acarició su mejilla y agregó:
-Entonces, estamos de acuerdo en lo más impor¬tante de tu vida, cara.
Ella deseó atraparle la mano, que se quedara en su mejilla para siempre. Cuando Vic era tan dulce como en aquel momento, cuando era tan cariñoso con ella, se sentía tan segura de lo que sentía y tan a resguardo de todo...
Víctor se echó atrás, metió las manos en los bolsi¬llos y dijo:
-Deberíamos terminar con el contrato, firmarlo y dárselo nuevamente a Cari.
De pronto, Myriam se dio cuenta de que Vic tenía ra¬zón. Si alguien podía proteger al bebé del egoísmo de Mark y de sus manipulaciones, era Víctor.
Myriam tomó los documentos y los firmó. Se los de¬volvió a Vic, sintiendo un inmediato alivio. Por pri¬mera vez en meses, sabía que había hecho lo correcto. Víctor haría cualquier cosa en su poder por aquel... por el bebé de ambos.

La boda estaba cerca. Myriam trabajaba horas en el proyecto de los Hunt, y Víctor tenía numerosas reu¬niones y entrevistas de trabajo, así que tenían poco tiempo para compartir. La primera noche que Myriam cenó sola, se sintió bien. Pero pronto se dio cuenta de que echaba de menos su compañía.
Intentó convencerse de que simplemente se sentía sola, pero eso no era todo. No se sentía sola. Simple¬mente quería que estuviera Vic. Le gustaba el modo en que Vic llenaba la casa con su presencia, con su risa, el brillo de sus ojos... Le gustaba cómo pronunciaba su nombre... Podía ser muy duro, pero también podía ser muy tierno, muy protector.
Lo echaba de menos, echaba de menos estar con él, y aunque no fueran a casarse por amor, estaban unidos por el deseo de hacer todo lo mejor para el bebé.
¿Cómo podía no amar a un hombre que deseaba tan intensamente hacer lo debía hacerse? Tal vez, no se considerase la ética como algo atractivo, pero Víctor y su ética la estaban volviendo loca.
Se sentía inquieta. Andaba de un lado a otro por la mansión. No tenía ganas de trabajar ni de ver la televi¬sión. Podía leer, pero realmente no le atraía la idea.
Quería ver a Vic. Tal vez Francesca supiera cuándo volvería.
-Está en la habitación de degustación -contestó Francesca a la pregunta de Myriam y se la señaló.
-¿Está reunido con alguien?
-No. Simplemente ha estado cenando allí -Fran¬cesca miró la lista de la compra que tenía en la mano y agregó-: Si vas allí, ¿podrías llevarle el café, por favor?
Víctor había estado evitándola, pensó Myriam. Había estado cenando solo, poniendo distancia intencionada¬mente.
Myriam bajó la escalera de atrás con la taza en la mano. Atravesó la terraza y la pista de tenis, camino a la habitación de degustación.
Lo encontró sentado en una banqueta. Llevaba va¬queros, botas y una camiseta.
Ella se sintió excitada al verlo. Le habría gustado que él disfrutase estando con ella. Que le gustase a él.
-No te tendrías que haber molestado en traerme el café. Podría haber ido a la casa.
-¿Cuándo? ¿Después de que me acostase? -pre¬guntó ella.
Había querido decirlo sin darle importancia, pero sin querer dejó entrever que se sentía dolida.
-No me he expresado bien -agregó Myriam-. Lo que he querido decir es que te echaba de menos. Tu com¬pañía, quiero decir. Y quería decirte hola, simple¬mente.
Vic sonrió y dijo:
-Hola.
-Bueno, supongo que ya está. Supongo que te veré el sábado, porque, ¡Dios santo!, nos casamos ese día.
Ella se dio cuenta de que estaba diciendo tonterías, pero no podía reprimirse.
Había sido un error ir allí aquella noche. Debía de haberse quedado en su habitación, no debía de haberse metido en lo que no era asunto suyo. En cambio, se ha¬bía puesto en aquella situación, en que sentía que lo deseaba.
Se estremeció al mirarlo, y él lo notó.
De pronto se acercó a ella.
-Lo he hecho por ambos. Pensé que nos ayudaría -dijo con voz suave.
-¿Ayudarnos? -preguntó ella, dando un paso atrás, mientras lo miraba, fascinada, sacarse la camiseta de dentro de los pantalones.
-Cuando estamos solos... Se produce una atracción entre nosotros... Tú la sientes. Yo la siento.
-No.
-Sí. Y detente ahí. No me hagas usar órdenes cani¬nas contigo esta noche -dijo Vic, y le sonrió tierna¬mente, con un brillo cálido en los ojos.
Ella sintió que se derretía cuando compartían una broma íntima.
Pero Myriam no pudo sonreír, porque su cuerpo estaba temblando y sus piernas se volvieron gelatina.
-¿Eres valiente, Myri? -susurró él, acercándose a ella.

-No mucho.
-¿Lo suficientemente valiente como para jugar a un juego?
-¿Qué clase de juego? -contestó Myriam, excitada.
-Un juego de niños. Un juego al que jugábamos cuando éramos niños.
-¿A Verdad o Desafío? Vic asintió y dijo:
-¿Empiezo yo? ¿O tú?
Myriam pensó en algo que decirle o preguntarle. De pronto, recordó a Sonia, la actriz, y le preguntó:
-¿Has tenido... una relación íntima con Sonia Cario?
-No me has preguntado «¿Verdad o Desafío?» Pero lo daré por preguntado. No, no ha habido relación se¬xual con Sonia Cario. Ha sido siempre una inocente seducción.
-¿Verdad o Desafío?
-Verdad -contestó ella en voz baja.
-¿Por qué quisiste seducirme aquella noche cuando eras una colegiala?
-Yo... Creía que estaba enamorada de ti.
-¿Creías? -preguntó Vic, con cierta decepción en la voz.
-¿Verdad o Desafío, Víctor? -se apresuró a pre¬guntar ella.
-Verdad.
-Cuando me quitaste de tu regazo aquella noche en la biblioteca...
-¿Cuando tenías dieciséis años o la semana pasada?
-La semana pasada -contestó Myriam-. Parecías tan frío, tan controlado... ¿Realmente te sentías así inte¬riormente? ¿O estabas fingiendo?
Él se rió.
-Estás haciendo preguntas muy certeras.
-Verdad, Vic.
-Te deseaba, cara. Te deseaba con toda mi alma... Pero Cari estaba citado a esa hora, iba a llegar y yo...
-¿Tú qué?
-Estaba intentando demostrarte algo.
-¿Qué?
-Que podía hacer que me desearas tanto como yo te deseaba.
Ella sintió un calor por todo el cuerpo. Sabía que aquello solo era un juego, pero sintió que se le aceleraba el latido del corazón, y que su cuerpo se ponía alerta.
-¿Verdad o Desafío, cara?
-Verdad.
-¿Con cuántos hombres has estado?
-Con uno. Solo con Mark.
Vic empezó a hacer una pregunta y ella lo interrum¬pió.
-Es mi turno, Vic. ¿Verdad o Desafío?
-Desafío -dijo con tono duro Vic. Ella presintió que allí estaba pasando algo, que aquello ya no era un juego.
-Te desafío a que te quites la camisa -susurró ella.
Vic se quitó la camisa. Sus hombros y pecho que¬daron al descubierto. Ella se reprimió un gemido al ver su piel bronceada, sus músculos duros.
-¿Verdad o Desafío, Myri?
-Desafío.
-Te desafío a que vengas aquí y que me toques, Myri.
Ella se acercó y dijo:
-¿Dónde?
Él le tomó la mano y se la puso en su pecho. Myriam sintió su corazón latiendo aceleradamente. Luego Vic deslizó su mano por su vientre para que lo acariciara.
-Es tu turno -dijo Víctor.
La piel de Vic era como satén. Era maravilloso to¬carlo.

-¿Verdad o Desafío? -preguntó Myriam.
-Desafío -contestó Vic con voz sensual. Ella no dijo nada y acarició su pecho.
-¡Venga, Myri, desafíame! Ella alzó la cabeza y lo miró. Lo deseaba. Lo deseaba desesperadamente.
-Te desafío a que me hagas el amor -contestó.
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:11 pm

Lo había dicho, y ya no podía tragarse las pala¬bras. -Acepto el desafío -Vic le tomó las manos y se las alzó por encima de su cabeza-. Pero, te lo advierto, Myri, vas atener que esperar un rato muy largo para tu turno, porque este desafío no será algo rápido, y yo no me sentiré fácilmente satisfecho. Ella sintió excitación y pánico a la vez.
-¿Puedo cambiar de desafío?
-No.
Vic la acorraló contra la pared y cerró la puerta.
Ella lo miró, fascinada por aquel torso maravilloso de piel dorada. Era todo hombre, un hombre hermoso. Era su Víctor. El hombre que le había robado el cora¬zón hacía tanto tiempo.
-Esto nos dará cierta intimidad -dijo él.
Ella sintió que se le aflojaban las piernas. Lo había dicho con un tono malicioso y delicioso a la vez. Pero ella sintió pánico inmediatamente. Una cosa era jugar a un juego de niños, y otra hacer el amor con Víctor, en la habitación de degustación del lagar.
¿Y si hacían el amor y Vic se sentía decepcionado? ¿Y si ella no era lo que él realmente quería?
Ella no podría aguantar el rechazo.
Myriam intentó escaparse por debajo del brazo de Vic, pero él no se lo permitió. Se arrodilló y la acorraló en la alfombra.
-Creí que eras valiente -dijo él, inclinado encima de ella, atrapando su cuerpo entre sus piernas.

-No. Ya no soy valiente.
Vic la movió para que quedase justo debajo de sus caderas.
-Entonces tendré que enseñarte a serlo también. Ella se estremeció.
-Hola, amor -dijo él.
-¿Desde cuándo soy tu amor? -preguntó ella, inca¬paz de evitar el cosquilleo en todo su cuerpo.
Lo deseaba. Quería sentir su boca, su lengua, que la volviera loca con sus caricias, entregarse a su propio deseo.
-No conozco ninguna mujer a la que le guste tanto discutir como a ti -dijo él, bajándose a la altura de sus pechos.
Myriam se volvió a estremecer. Él sonrió.
Vic la besó suavemente, como jugando con sus la¬bios. Luego volvió a repetir ese beso y le pasó la len¬gua por la comisura de los labios, atormentándola deli¬ciosamente.
Ella no podía aguantar ese beso tan sensual sin de¬sear más.
Su cuerpo, sus sentidos, pedían más a gritos. Myriam lo rodeó con sus brazos, y bajó su cabeza para besarlo.
Vic gimió, tensó los brazos y deslizó una rodilla en¬tre sus piernas, abriéndolas, mientras la besaba apasio¬nadamente. Cuando las piernas de Myriam se abrieron para aceptarlo, ella abrió la boca y suspiró.
El cuerpo de Vic era duro, su excitación se hacía evidente contra el abdomen de Myriam, y ella se derritió de arriba abajo. La evidencia del deseo de Vic la vol¬vía loca. La excitación de Vic encendía su propia exci¬tación. Myriam alzó las caderas para buscar más contacto
con él.
Vic subió la cabeza brevemente. Myriam murmuró una protesta y él sonrió. Luego la besó en la boca y en la barbilla.
-Pareces decepcionada.
Ella no tenía que decir nada. Él sabía perfectamente lo que ella deseaba.
Víctor bajó la cabeza hasta sus pechos. Myriam se puso tensa. Vic mordió suavemente un pezón a través de la tela y ella gimió.
Vic succionó su pecho a través de la tela de la blusa. Ella se murió de placer, y deseó más, mucho más.
-Me has puesto el mundo patas arriba -susurró él-. Estoy confuso, Myri. Ya no sé qué siento.
Ella pensó que aquel era un buen momento para re¬tirarse y recobrar el control. Pero ella había esperado tanto tiempo para estar en sus brazos, para sentirlo contra su cuerpo, que no quiso escuchar la voz de la razón. Disfrutó de estar cadera con cadera, pechos contra pecho... La soledad de los últimos cinco meses, el vacío de sus relaciones anteriores, tan superficiales, el tener a sus padres lejos, le había hecho sentir una gran necesidad de tener alguien cerca. De Vic. Necesi¬taba su amor, no el día de su boda, sino en aquel mismo momento.
-¿Estamos jugando aún? -susurró ella, llena de de¬seo.
Víctor alzó la cabeza y la miró a los ojos.
-Hemos pasado el juego, Myri -dijo con voz en¬trecortada-. Ahora solo somos tú y yo.
Era la respuesta que quería ella, la que deseaba es¬cuchar.
Víctor no tenía que amarla, al menos todavía no, pero por supuesto, esperaba que la amase algún día. Pero por ahora, si la deseaba por sí misma, hacer el amor estaba bien.
La mano de Víctor se deslizó por la cintura de los pantalones de Myriam, desabrochó el botón y abrió la cre¬mallera.

El aire frío contra su piel desnuda hizo que ella con¬trajera los músculos. Víctor la acarició inmedia¬tamente.
Rodeó sus caderas con sus manos, y ella sintió un fuego en su vientre. Vic encontró su vello público y jugó con los rizos que protegían su sexo. Myriam tembló. Vic abrió sus muslos para acariciar la delicada piel que escondía el calor y la humedad de su deseo.
Myriam extendió la mano e intentó abrir los vaqueros de Vic. Quería sentir la suavidad de su piel.
Cuando Myriam desabrochó los botones de sus vaqueros, oyó voces por la ventana del lagar. Se puso rígida, miró a Vic. Este se incorporó y la hizo sentar.
La puerta del lagar se abrió y ellos intentaron cubrirse, pero los dedos de Myriam parecían dormidos. Víctor alisó su blusa y pasó la mano por el caótico pelo de Myriam.
-¿Myri? ¿Víctor?
¡Dios santo! ¡Sus padres! Habían vuelto por adelan¬tado de su viaje.

Cuando Francesca sirvió los platos de fruta y queso, Vic miró a Myriam. Tenía las mejillas encendidas y el cerebro nublado por aún por el deseo.
-No podíamos seguir fuera -dijo la madre de Myriam, agradeciendo a Francesca que le sirviera el plato. Luego volvió a prestar atención a la pareja-. Después de recibir el telegrama de Vic, el crucero perdió su interés para nosotros. Espero poder ayudar en algo.
-La mayoría de las cosas están arregladas, pero tie¬nes razón, Eileen, siempre hay algo que se le pasa a uno y que hay que arreglar a último momento -dijo Vic.
Hablaron durante largo rato acerca de la boda. Vic- J coló parecía entusiasmado mientras ella compartía con sus padres los planes de la boda. Vic pensaba contratar a un cuarteto de cuerda para la hora del cóctel y una banda para el baile. Habría una docena de camareros uniformados sirviendo los aperitivos antes de servir la cena de cinco platos.
-Te vas a gastar una fortuna, hijo -dijo John Montemayor. tradicionalmente, es la familia de la novia la que paga la fiesta...
-Quiero hacerlo yo. Es mi regalo de bodas a Myri. Es importante para mí.
Al final, su padre aceptó. Ella se alegró de no ser la única que no pudiera decir «no» a Víctor.
Francesca le hizo señales desde la entrada, anun¬ciándole que tenía una llamada telefónica. Vic se ex¬cusó y dejó a Myriam y a sus padres hablando de la boda.
Víctor volvió veinte minutos más tarde, y Myriam in¬tuyó que había pasado algo, puesto que había cam¬biado de estado de ánimo. Media hora antes había es¬tado entusiasmado hablando de la boda. Ahora solo escuchaba, se lo veía distante, parco.
Cuando se marcharon sus padres eran más de las doce de la noche. Víctor subió las escaleras con Myriam y esta pensó en algo que decir. Era increíble que aquel hombre frío y distante fuera el mismo que le había he¬cho el amor hacía unas horas en el suelo del lagar.
Ella se detuvo frente a la entrada de su dormitorio, deseando que él la tomase en sus brazos nuevamente.
Pero él mantuvo la distancia.
-Si no te veo por la mañana, nos encontraremos a la hora de la cena. No te olvides de que hemos invitado a tus padres.
-No lo olvidaré.
-Dejaré en tus manos y en las de Francesca la or¬ganización de la cena. Tienes que irte acostumbrando u asumir esa responsabilidad, de todos modos. Dile el número de invitados, la hora de la cena, y la comida que te gustaría servir. Francesca se encargará del res¬to.
Myriam asintió.
Se volvió a preguntar qué habría ocurrido. No po¬día tener nada que ver con ella. ¿Se trataría de Mark? No, era ridículo. Debía de tratarse de algún problema en el lagar, algo que ver con sus negocios.
Víctor estaba de mejor humor la noche siguiente. No estaba demasiado conversador durante la cena, pero escuchaba atentamente y sonreía al oír las anéc¬dotas de su madre.
-Parece que ha sido un viaje ameno -dijo Vic-. Es¬pero que Myri y yo disfrutemos tanto de nuestra luna de miel como vosotros de este viaje.
¡Luna de miel! Aquello era una sorpresa para ella.
Myriam se irguió en la silla.
-Mi familia tiene una pequeña isla privada cerca de la costa de Napóles. Está en manos de la familia desde hace medio siglo. Es un lugar sencillo, pero tiene una luz muy especial, y el agua es muy azul...
Luna de miel, pensó ella. Por fin conocería bien a Vic. Por fin estarían solos.
-No has dicho una palabra, Myri -dijo su padre.
-Está boquiabierta. Las novias suelen estarlo -dijo su madre-. Recuerdo lo nerviosa que estaba -agregó Eileen con una sonrisa cariñosa a su marido, y luego otra a Myriam-. Casi no comí ni dormí en los últimos dos días, de enamorada que estaba.
-Sí -dijo Vic-. Como Myri.
Tal vez los otros no hubieran notado su tono cínico, pero a ella no se le escapó.
¿Qué le sucedía? ¿Se estaba arrepintiendo de ca¬sarse con ella?
-Vic, quiero que sepas que Eileen y yo estamos muy contentos de que se celebre esta boda -dijo John-. Siempre has sido como un hijo para nosotros
-su voz se quebró al pronunciar la palabra «hijo»-. Sé que esperáis un hijo para principios de año, y quiero agradecerte que hagas lo que se debe hacer.
Víctor había dicho lo mismo. Su padre y Víctor se parecían.
De pronto, ella se dio cuenta de que la estaban mi¬rando y se vio obligada a hablar.
-Vic ha sido maravilloso conmigo -comentó, ha¬ciendo un esfuerzo.
-Tengo que admitir que me sorprendió un poco, al principio. Vic no me parecía el tipo de hombre que no tomara precauciones, pero como me ha dicho tu ma¬dre, siempre puede haber errores, y ahora que me he hecho a la idea de un bebé, tengo muchas ganas de ser abuelo. Hace mucho que no hay un niño entre noso¬tros. Desde que tú y Jared... -su padre no pudo termi¬nar de hablar, por el dolor que le causaban los recuer¬dos.
Myriam sintió culpa. Se echó hacia adelante y tocó el brazo de su padre. Aún a los sesenta y dos años tenía la fortaleza de un ranchero, el vigor de un hombre que se había pasado la vida trabajando la tierra.
-Lo siento, papá.
Los dedos de su padre tomaron su mano.
-Por favor, perdóname -susurró ella. John alzó la cara y miró a su hija con aquellos ojos azules iguales a los de Myri.
-Tú no quisiste causar daño alguno aquella noche -dijo John serenamente.
-Papá, haría cualquier cosa para que Jared volviera a estar entre nosotros.
-Lo sé -su padre acarició suavemente la cabeza de Myriam.
-Yo también lo quería mucho... -agregó Myriam.

De pronto, Víctor se puso de pie.
-Esto no puede ser -dijo-. No puedo dejar que Myri siga haciendo esto.
-Vic, no -imploró Myriam, intentando ponerse de pie para poner distancia entre Vic y sus padres.
-Myri no tiene la culpa de nada -siguió Vic. Myri intentó agarrarlo de la manga.
-Tú me lo prometiste -siguió Myri.
-Cometí un error al prometerte aquello.
-¿Qué quieres decir, Vic? ¿De qué se trata todo esto? -preguntó su padre, echando la silla hacia atrás.
Víctor la miró un momento, luego se soltó de su mano. Volvió a mirar a su padre y habló:
-Jared y yo estuvimos bebiendo esa noche. Bebimos mucho -miró un segundo a Myri antes de continuar-. Myri tomó las llaves del coche porque no estábamos en condiciones de conducir. Quiso proteger a Jared, in¬tentando hacer lo que hubieseis querido que hiciera.
El comedor se quedó en silencio cuando Vic ter¬minó de hablar. Nadie se movió. Nadie habló.
Su padre tomó un tenedor, lo miró un momento. Luego lo dejó sobre la mesa.
-¿Por qué no lo has dicho antes?
-Porque fui un cobarde -sonrió Víctor con amar¬gura.
-¡No, Vic...! -dijo Myriam, con los ojos llenos de lá¬grimas.
-Sí -la interrumpió-. Durante años he dejado que culpaseis a Myri, y me siento avergonzado de mí mismo, avergonzado de mi inmadurez y mi egoísmo. Myri jamás debió cargar con la culpa del accidente. Si hay alguien que está en falta, soy yo. Era el mayor de los tres. Soy yo el responsable.
En aquel momento, ella se enamoró de Vic nueva¬mente. Lo que estaba haciendo era doloroso para él, para todos, pero estaba decidido a hacerlo.
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Mensaje  Jenny Vie Dic 26, 2008 10:12 pm

-¿Por qué no nos lo has dicho, Myri?
-No podía. Yo... -miró a su padre, como rogándole que comprendiera-. Sé cuánto querías a Jared.
-No más que a ti -contestó John Montemayor con lá¬grimas en los ojos. Y repitió-: No más que a ti -repitió.

Myriam se puso el camisón y se acostó. Pero no podía dormirse. Su mente no paraba de pensar.
Una hora después de apagar la luz, Myriam oyó pasos en la escalera. Víctor estaba despierto todavía.
Myriam lo espió por la puerta. Lo vio ir en dirección a su habitación.
-¡Vic!
-¿Qué ocurre? -preguntó él, retrocediendo.
-No puedo dormir.
-¿Estás demasiado enamorada? -preguntó Vic, al¬zando una ceja.
Parecía enfadado con ella. Pero en su cara se traslu¬cía dolor y ternura a la vez. Tal vez no lo supiera, pero él también la necesitaba.
Myriam le tomó la mano sin decir nada y lo llevó a su habitación.
-Quédate conmigo -le susurró, y cerró la puerta.
-No comprendo.
-Sí que lo comprendes. Quédate conmigo esta no¬che. Terminemos lo que hemos empezado.
-¿El juego?
-¿Por qué no? Tú me habías desafiado a hacerte el amor.
-Sí.
Ella sintió que él le acariciaba los hombros. Entre¬lazó sus dedos en sus rizos. La besó apasionadamente.
El cuerpo de Myriam se entregó a él. Ella se curvó para sentirlo. Instintivamente, ella supo que aquello era lo que necesitaban. Piel. Fuerza. Ya habían pronunciado demasiadas palabras.
Vic la llevó a la cama y le quitó el camisón. Le aca¬rició los pechos y succionó un pezón, luego el otro. Ella gimió, se arqueó contra él. Entonces empezó a hurgar en el cinturón de Vic para quitarle los pantalo¬nes le sacó la camisa de dentro de los vaqueros.
El la ayudó a que lo desvistiera. Luego su vigoroso cuerpo desnudo se apretó contra ella. Con una rodilla se abrió paso entre sus muslos. Le acarició el vientre y se deslizó hacia su íntimo calor.
Estaba húmeda, blanda, preparada. Ella lo quería dentro, un dedo, su pene, él entero, pero él parecía no querer darle aún esa satisfacción.
Ella abrió más las piernas, y acarició las caderas de Vic. Y se apoderó de él. Lo acarició con desespera¬ción.
El deseo era casi insoportable. Ella necesitaba te¬nerlo dentro, necesitaba que él la llenase. Myriam le tomó la cara, lo besó. Olía a naranjas y colonia, a luz de luna y a vino. Nadie olía tan bien como Víctor.
Víctor quitó las manos de Myriam de su cara y la besó de los pies a la cabeza, descubriéndole zonas erógenas que ella no conocía. La oreja, la base del cuello, ? la axila, la curva debajo de su pecho. Cuando llegó a la; parte interior de sus muslos, ella estaba temblando de • deseo.
Vic besó su sexo. Jugó con su lengua en las delica¬das líneas del cálido y húmedo centro de su feminidad. Ella se movió presionando, rogándole que parase,! deseando que entrase en ella. Pero Vic no le hizo caso su lengua siguió jugando con su rosa, empujando.
Ella no pudo controlar la frenética tensión que acumuló en su cuerpo, dentro de él, dulce, inaguantablemente placentera. Le clavó las uñas en los hombro Se convulsionó, arqueó un pie en la cama.
-Por favor, Vic -gimió.
Vic se subió de repente, y se arrodilló entre sus muslos.
-¿No te hará daño esto? -susurró él.
-No.
-¿Y al bebé?
-No. No le pasará nada.
Sin decir una palabra, Víctor se internó en ella, respondiendo a su deseo. La llenó, cubrió su cuerpo con el de él. Gimió de placer en voz baja.
Le tomó las manos y las puso por encima de la ca¬beza de ella. Luego rozó su pecho viril contra sus pe¬zones, y contra sus tibios pechos. Empujó dentro de ella y volvió a salir, para volver a entrar. Entonces, ella alzó sus caderas para encontrarse con el cuerpo de Vic, y él se movió más rápido, más intensamente.
Fue la sensación más exquisita que sintió jamás. Se sintió caliente, primitiva, y deseó más. Quería sentirlo más y más rápido, hasta perder el control.
El estremecimiento dentro de su cuerpo se aceleró. Solo quedó el deseo llevado de sí mismo, haciéndose una bola más grande, más caliente, más brillante. Se sintió más viva que nunca, y mientras Víctor empu¬jaba, se arqueó contra él, abrazándolo fuertemente. De pronto, sintió que ya no controlaba su cuerpo, sino que este la controlaba a ella.
Sabía lo que era un orgasmo. Creía que había tenido uno antes, pero aquello que había experimen¬tado... aquello no se parecía en nada a aquella explo¬sión de su mente, de su cuerpo y de los cinco senti¬dos.
Abrazada a Vic, oyó su gemido gutural. Con un fe¬roz último empuje, se derrumbó encima de ella, y la abrazó como si temiera que desapareciera.
Con la respiración agitada, Víctor rodó y se puso de lado con ella. Le quitó un rizo de la húmeda mejilla y se lo puso detrás de la oreja. Myriam se estremeció y Víctor la besó en la boca.
-¿Sabes que acabamos de hacer?
-Hemos hecho el amor -contestó ella.
-No, te he hecho mía -contestó él, tomando uno de sus pechos-. No habrá ningún otro.
Vic le besó la mejilla, la barbilla, la base del cuello. Pasó la lengua por su pezón.
-Pronto te tendré todos los días. Serás mi esposa. Me pertenecerás. No serás de ningún otro, solo mía.
Mareada por la intensidad de su voz y el calor eró¬tico de su boca en su pecho, ella no pudo protestar.
-Dime que lo has comprendido -le ordenó Víctor. Ella sintió sus dedos jugar con su pelo.
-Lo he comprendido.
Myriam no podía ver su cara, pero sentía su ferocidad, sus músculos tensos.
-¿Quién fue tu primer hombre, Myri? ¿El que te quitó la inocencia?
-No hagas esto, Víctor.
-Contéstame.
Ella suspiró y besó su hombro repetidas veces.
-Habrías sido tú.
-Habría sido yo -repitió él, gravemente.
Le acarició el cuello como si lo estuviera escul¬piendo. La volvió a besar, esa vez con suavidad, con una ternura que ella no esperaba, y con intenso deseo, mientras la acariciaba como si la estuviera moldeando.
-Debes prometerme algo -le pidió Vic.
-¿Qué?
Vic le quitó otro rizo de la cara.
-Prométeme que no volverás a ver a Mark, ni vol¬verás a tener contacto con él.
-Vic, él no es una amenaza...
-Ese no es el tema. Él es parte de tu pasado. No quiero luchar con ese fantasma. Quiero ser yo el elegido,
-¡Y lo eres!
-Entonces, prométeme que no tendrás contacto con él. Necesito confiar en ti, Myri. Y necesito saber que tú confías en mí. ¿Comprendes?
-Sí.
Vic la puso boca arriba y la volvió a besar, la¬miendo sus labios. Inevitablemente, ella se arqueó contra él. Le acarició los anchos hombros, el sólido pe¬cho. Empezó a sentir deseo. ¿Cómo podía ser que lo deseara tan rápidamente?
Hicieron el amor nuevamente, aquella vez frenéti¬camente, desesperadamente.
Myriam sintió que había esperado toda la vida para es¬tar cerca de Víctor, y que no le alcanzaba todo el tiempo del mundo para estar con él.
Víctor la volvió a llevar a la cima del placer, y él llegó después. Ella lo abrazó fuertemente. Vic gritó su nombre cuando llegó, y Myriam se tuvo que morder el la¬bio para no susurrarle que lo amaba.
Se derrumbaron juntos. Luego Myriam se durmió en brazos de Vic. Se durmió profundamente. Hasta que se despertó y vio que el sol entraba por la ventana.
Era sábado por la mañana. El día de su boda.
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Mensaje  jai33sire Sáb Dic 27, 2008 12:16 am

muchas gracias por el capitulo y siguele por fa que esta de 10 tu novelita

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Mensaje  Eva_vbb Sáb Dic 27, 2008 12:34 am

MUCHAS GRACIAS X LOS CAP... JENNY
Y FELIZ NAVIDAD santa santa santa santa santa santa Y QUE TENGAS UN PROSPERO AÑO 2009 LLENO DE BENDICIONES, LOGROS,SUEÑOS Y DESEOS CUMPLIDOS...
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Mensaje  Marianita Sáb Dic 27, 2008 3:28 am

Shocked Shocked Shocked ¡Qué clase de jueguitos son esos! Échenles hielo o se queman!!!! Twisted Evil Gracias Jenny, está super genial la novela, síguele prontito porfis!!! cheers
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