Mi novio Italiano

Como dice Mariana....te perdonamosss si nos recompensas

Ya regrese eh!!! lamento no haberles puesto capitulo antes, pero ps la verdad pasaron varias cosas durante la semana pasada y esta, pero estoy de regreso y aki les dejo capis k van dedicados para una niña muy especial para mi que la kiero mucho mucho y que sabe k siempre voy a estar ahi para cualkier cosa!!!!

Nena! te quiero mucho!!!

Besos
Jenny



-¡No! No, Francesca, eso no es ni una posibilidad. Vic y yo... no. Decididamente, no. El ama de llaves pareció ofendida.
-¿Qué ocurre con mi Víctor?
-No ocurre nada con Víctor, pero esto no es pro¬blema suyo. Estoy bien. No necesito ayuda.
-Pero no estás casada.
-No tengo que estar casada para tener un bebé.
-Tú no sabes nada de bebés. No es fácil ser madre. Yo lo sé -contestó Francesca, sin ocultar su disgusto.
-Aprenderé -Myriam echó hacia atrás la silla-. Siem¬pre he querido tener hijos. Esto es algo bueno. No es¬toy avergonzada.
-Entonces, ¿por qué no se lo dices?
-¿Decirme qué? -preguntó Vic desde la puerta. Se sentó a la mesa y miró alternativamente a Myriam y a su ama de llaves-. ¿Qué es lo que tengo que saber?
-Lo de mi trabajo con los Hunt.
Vic miró al ama de llaves. Francesca se encogió de hombros y se dio la vuelta para marcharse. Vic miró a Myriam.
-¿Tu trabajo? -preguntó Vic.
-Sí -Myriam miró en dirección a Francesca-. Con los Hunt. Están interesados en cambiar los jardines.
De pronto se oyó el ruido de cacerolas en el frega¬dero de acero.
-Es una finca de un siglo de antigüedad -dijo Myriam.

Se oyeron más cazuelas.
-He estado todo el año tratando de conseguir este contrato. Realmente quería esta oportunidad...
-Francesca... -la voz de Víctor acalló el ruido de cacerolas. El ama de llaves se puso a hacer otras ta¬reas.
-Por favor, cara, termina tu historia.
-No es una historia, en realidad. Es mi trabajo, sim¬plemente.
«Y la oportunidad de mi vida», pensó.
-Tus padres dijeron algo de que los Hunt habían ci¬tado a seis diseñadores de jardines, pero que tú eras la única americana entre ellos.
-¿Es halagador, no crees?
-Te eligieron a ti.
-Sí -ella no podía ocultar su orgullo. Los jardines de Hunt estaban entre los mejores de California-. Es¬toy emocionada. Esto no es un trabajo simplemente. Es un sueño. Desde que era niña he estado fascinada con la finca de los Hunt. Recuerdo estar jugando alre¬dedor de sus arbustos, esconderme en su viejo labe¬rinto. Sus jardines eran mágicos.
-¿Era con ellos con los que tenías que reunirte hoy?
-Nos reuniremos muchas veces en los próximos meses. Estaré yendo y viniendo de Nueva York. Será un trabajo intenso.
Vic alzó su copa de vino.
-Por ti, cara. Estoy orgulloso de ti. Esto es un logro verdaderamente.
Myriam alzó su copa, y brindaron. Pero en lugar de beber, ella dejó la copa en la mesa y tomó otro bocado de pasta.
-¿No bebes? -Víctor dejó su copa.
Era normal que él se diera cuenta de aquello. Él era productor de vino. Fabricaba uno de los mejores vinos de mesa de California.
-Tengo que levantarme temprano -contestó ella-. Tengo que estar fresca.
-Por supuesto -murmuró él sin dejar de mirarla. De pronto, Francesca se dio la vuelta del fregadero.
-Te prepararé un almuerzo para mañana. Un pane¬cillo, algo de fruta, carne, queso. Te gustan los yogu¬res, ¿no? Te mandaré un yogur también. Así podrás co¬mer un poco cuando tu estómago no se encuentre bien.
Myriam recordó los picnics a la hora del almuerzo, la comida que les preparaba el ama de llaves cuando eran niños. Eran los mejores almuerzos del mundo.
-Gracias, Francesca -contestó Myriam, conmovida por la amabilidad del ama de llaves-. Me gustaría mucho, si no es molestia.
-No es ningún problema. Tú eres de la familia. Siempre serás de la familia.
Era lo mismo que había dicho Víctor antes.
Aquella vez las palabras habían suscitado una nos¬talgia tan grande que Myriam casi dejó escapar unas lágri¬mas. Recordó los años del pasado, el dolor que habían compartido cuando se había muerto Jared aquellas na¬vidades, y que ella se había culpado del accidente.
Por un momento, deseó que el tiempo retrocediera y que todo estuviera como antes. Pero eso era imposi¬ble. Jared ya no estaba, y su amistad con Víctor nunca había vuelto a ser la misma desde entonces.
-Gracias, Francesca -dijo Myriam suavemente-. Que tengas unas buenas noches.
-El volver a verte hace que sea una buena noche -contestó la mujer.
A pesar de las protestas de Myriam, Víctor fue con ella a recoger el bolso a su coche.
-No estás preocupado de que me escape, ¿verdad?
-No. Tengo la llave de la casa de tus padres -con¬testó él, tocándose el bolsillo de su chaqueta sport.
-No confías en mí.
-¿Tendría que confiar?
-Llevo braguitas, te lo aseguro.

-Esas bromas... No me parecen graciosas, en abso¬luto.
Ella se puso de puntillas y tocó su mejilla. Vic olía a naranjas y a madera, era un romano, decididamente.
-Nunca te lo parecieron, Vic. Con solo once años, ya te traía de cabeza.
Los ojos dorados de Vic brillaron con la luz de la luna. Ella pensó que parecía preocupado, casi triste. Él la miró. Le llevaba más de una cabeza de altura. Su pelo largo y negro le llegaba al cuello de la camisa. Siempre había llevado el pelo largo. Le quedaba bien con sus facciones. Víctor tenía una casa en Califor¬nia, pero era un italiano puro.
-Estás delgada. ¿Te estás matando de hambre?
-¡Si tú solo sales con palos de escoba, Vic! ¿Cómo es que me ves delgada?
Víctor sonrió. Era devastador cuando sonreía, pensó ella. Se lo imaginó practicando esa sonrisa frente al espejo. Pero no, él no practicaba su encanto. Lo desplegaba con la misma naturalidad y elegancia con que llevaba sus trajes de Armani.
-Pero tú eres Myri -contestó él-. Tú no estás he¬cha para ser un palo de escoba -agregó sin sonreír.
El todavía no comprendía que ella había crecido. Estaba segura de que aún veía una chica de dieciséis años cuando la miraba.
-Tengo veintiocho años, Víctor. Y ya no soy Myri. Me llaman Myriam.
-No.
-Sí. Myriam
Vic curvó el labio. Myriam extendió la mano y le puso dos dedos en los labios.
-¡Oh, Vic! ¡No! ¡Esa es una cara horrible!
-¡Es que me has dado a elegir entre dos nombres tan horribles, cara... -dijo él debajo de los dedos de ella.
Myriam quitó los dedos de su boca.
-Pero esas son las posibilidades. Myriam
Myriam Suena como una marca. Yo prefiero Myri. Te va mejor. Rápido, adorable, impredecible. Esa es mi Myri.
Ella sintió una emoción agridulce.
-¿Soy adorable?
Él no contestó inmediatamente. Luego la miró a la luz de la luna y la estudió. La intensidad de su mirada le quitó el aliento.
-Más adorable de lo que quisiera, ¡con todo el do¬lor que le has causado a mi corazón!
-¿Yo te he causado dolor en el corazón? -preguntó ella, con esperanza y tristeza.
Le molestaba sentirse tan vulnerable, después de tanto tiempo.
Víctor le acarició la mejilla con el pulgar.
-Más de lo que te puedes imaginar -contestó.
Víctor recorrió medio acre de su viñedo con sus botas de vaquero, haciendo ruido en el suelo. Aspiró el aire de la mañana temprano.
Aunque hacía años que no ayudaba en la cosecha de las uvas, seguía inspeccionando los cultivos perso¬nalmente todas las mañanas. Un buen vino requería más que sol, lluvia y buen suelo. Necesitaba pasión. Aunque la familia García tenía muchos negocios, los vinos García y los viñedos eran la pasión de Víctor.
Pasión.
La palabra evocó inmediatamente a Myri en su mente.
Myri no era fácil. Solía despertar fuertes emocio¬nes en la gente. Algunos la admiraban, a otros les dis¬gustaba, pero nunca pasaba desapercibida.
Sinceramente, como a Jared, él la había adorado. Myri había sido una niña irresistible. Había come¬tido más travesuras que una docena de niños juntos. No obstante, sus travesuras le habían divertido, como ella, con aquellos rizos oscuros y esos ojos vivaces... Había despertado en él el instinto protector, como si hubiera sido su hermano mayor.
Le había enseñado a conducir, la había acompañado a los bailes del instituto, la había ayudado con las ma¬temáticas... Cuando había tenido problemas con sus padres, le había pedido a él que intercediera. Cuando la habían echado de clase por discutir con una profesora, había sido Víctor quien la había ido a buscar al colegio.
Myri.
Apasionada, temperamental, impulsiva.
Vic dejó de sonreír. Si no hubiera intentado sedu¬cirlo... Aun en aquel momento se sentía incómodo al recordarlo. Lo había sorprendido subiéndose a su re¬gazo y besándolo apasionadamente. Había sido un beso con la boca abierta, con la lengua...
Había intentado apartarla, pero ella se había afe¬rrado a él. Cuando había intentado arrancarla, se había encontrado con un muslo desnudo y un trasero tam¬bién desnudo.
Él debería haberse reído. Debería haber hecho una broma o algo así. Pero no había podido. Había respon¬dido a su beso y a su calidez. El deseo por ella lo había hecho sentir mal. Vic la había quitado de su regazo y le había dicho algo bastante más duro de lo que había pensado decir. Ella lo había mirado estupefacta. Se ha¬bía quedado ahí, agarrándose el ruedo de su falda de colegiala, reprimiéndose el llanto.
Luego se había marchado. Él debería haber ido tras ella, debería haber intentado hablarle. Pero su orgullo y su vergüenza no se lo habían permitido. Se había di¬cho muchas veces que Myri le debía una disculpa. Se había convencido de que ella necesitaba tiempo para reflexionar, y sinceramente, ambos habían necesi¬tado que corriese el aire entre ellos.
Víctor se encaminó hacia la casa, deteniéndose periódicamente para inspeccionar los nuevos viñedos que había plantado en la base de un sólido espaldar, la primavera del año anterior. Aquellos eran los nuevos viñedos que había agregado a sus uvas, y quería con¬trolar los daños que podrían haber causado las heladas en las nuevas vides. Pero, afortunadamente, no encon¬tró daño alguno.


Cuando Myri se había marchado a la universi¬dad, Víctor había empezado a notar su ausencia. Healdsburg era un pequeño pueblo soñoliento, y sin Jared y Myri, California había perdido su encanto. Víctor había vuelto a Florencia para obtener un segundo título en estudios empresariales, y para ayudar a su pa¬dre a dirigir los vastos viñedos de la Toscana.
Había aprendido mucho trabajando con su padre y su hermano. Cuatro años más tarde, su padre se había dirigido a él y le había preguntado si estaba interesado en dirigir los viñedos del Valle de Napa y ocuparse de los negocios en California. Víctor había aceptado en¬tusiasmado. Quería probar con nuevas variedades de uvas y había soñado con producir una reserva de Chianti de California, con las uvas de la Toscana que se producían en las tierras de su familia.
Vic se acercó a la casa. Llegó a la terraza. En un rincón había una pérgola. Durante el buen tiempo, so¬lía desayunar en la terraza soleada. Francesca había puesto ya un desayuno liviano en la mesa de hierro forjado. Vic se sentó, y abrió el periódico.
Se abrieron las puertas del ventanal y apareció Myri. Cuando se miraron, Vic sintió un leve estre-mecimiento. De pronto recordó lo que había sentido al abrazar a Myri. Tocarla era como agarrar un cable vivo. Electricidad no le faltaba.
-Buenos días, Vic.
Su voz suave y serena le hizo sentir una turbadora inquietud. Vic dobló el periódico y dijo:
-Buenos días, cara. ¿Qué tal has dormido? Myriam le sonrió forzadamente.
-Sorprendentemente bien. La cama de la habitación de invitados es estupenda.
Myriam llevaba el maletín en la mano. Y el bolso col¬gado del hombro. Había hecho las maletas.
-Entonces, ¿por qué te marchas?
Myri no supo qué contestar. Luego frunció la na¬riz, un gesto que conservaba de la infancia, y dijo:
-Es más fácil, Vic. Menos complicado.
-¿Tienes miedo de no poder despegarte de la cama?
-Pareces una terapeuta.
-Fui a una hace tiempo.
-¿Cuándo?
-El año pasado. Pero no sirvió. Anna sentía que las uvas le hacían competencia. Me dijo que eligiera entre las uvas o la terapia.
-¡Oh, Vic!
-Lo sé. ¿Cómo pudo pedirme semejante cosa?

Se va??? =(

Sigueleeeeeee por fis

2x1 pleaseeeeeeeeee

AYYY DIOS KE IRA A PASARRRRR.....JENNY MAS MAS MAS KAPISSS NI/AA ANDALE PLEASE................

queremos mas... queremos mas....


anda Do... pon otro capi si? esta muy wena la nove y ya kiero mas .....



besitosssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssss




aNa

Aki les dejo el proximo cap espero k les guste dejen sus mensajitos.

besos
Jenny


-Víctor, debe de haber sido terrible para ella. Evi¬dentemente, no te conoce, si no, no te habría puesto en ese aprieto.
-¿Tú no me habrías hecho escoger? -bromeó él.
-No. Te conozco mejor que ella. Estás enamorado de tus uvas. Siempre lo has estado -Myriam miró las coli¬nas doradas, con filas de viñedos verdes. Alzó la cara hacia el sol y cerró los ojos-. En ningún sitio huele como aquí. Las mañanas huelen a fresco.
Vic no podía quitar los ojos de ella. Myri le pro¬ducía emociones ambivalentes. Por un lado, quería protegerla; le salía el instinto de hermano mayor. Pero por otro, también aparecía otro instinto, mucho más primitivo, uno con un rasgos de deseo, que no alcan¬zaba a comprender.
-Para mí, las mañanas son también el momento del día que prefiero.
Myri abrió los ojos y sonrió.
-¡Me cuesta creer cuánto he echado de menos este lugar! Hasta te he echado de menos a ti.
-¡Debe de apenarte reconocerlo! -contestó él, seca¬mente.
Ella lo miró y cambió el maletín de mano.
-Tienes suerte de amar estas tierras y de encontrar felicidad en los viñedos. La mayoría de la gente no ama lo que hace.
Vic atravesó la terraza y se quedó de pie, al lado de ella, mirando el mismo paisaje. La tierra se ondulaba como si fueran olas, los acres de vid contrastaban con las colinas blancas y doradas.
-¿Solo has querido evitarme a mí, Myri? ¿O hay más?
Vic la miró. Se dio cuenta de que a Myriam los ojos se le estaban nublando de lágrimas. Eran lágrimas de amor y de añoranza y no de un dolor enterrado.
-¿Cómo es posible que se ame y se odie un lugar al mismo tiempo? ¿Cómo puede ser un lugar tan bueno y tan cruel a la vez? -la voz de Myriam tembló con emoción.
-La tierra no mató a tu hermano.
-No, pero se lo llevó, de todos modos.
Vic no la contradijo. Él mismo aún no podía condu¬cir por la carretera donde Jared había tenido el acci¬dente, sin sentir rabia y dolor por la pérdida. Y culpa. Culpa por haber sido Jared quien estaba al volante. Culpa porque él había sobrevivido y Jared, no. Culpa porque Myri había asumido la culpa del error de Ja¬red. Él sabía mejor que nadie que el accidente casi ha¬bía destruido a los padres de Myri.
Vic miró la cabeza agachada de Myriam.
-Aún lo echo de menos -dijo Vic. Ella intentó sonreír a pesar de la película de lágri¬mas.
-Gracias -contestó.
-No me lo agradezcas. Yo quería a tu hermano. Ella se mordió el labio. Se daba cuenta del dolor silencioso que lo desgarraba.
-Tu hermano era mi mejor amigo. Para mí, era como un hermano, más que mi hermano.
-Mi padre y mi madre no hablan más sobre él. Yo sé que es muy doloroso para ellos, pero yo echo de menos el pronunciar su nombre. Echo de menos oír historias sobre él.
-Conmigo puedes hablar acerca de él siempre que quieras. A mí también me gusta recordarlo. Me gusta recordar los viejos tiempos felices -Vic le quitó el bolso del hombro-. Así que te quedarás esta noche, lista decidido.
-Vic...
-Anoche hemos estado de acuerdo en que este era el mejor lugar para quedarte.
-No hemos estado de acuerdo. Tú me has dicho que me quedase. Eso es muy distinto a que yo haya estado de acuerdo.
-Debe de ser un problema de traducción -dijo él.
-Tu inglés es perfecto. Igual que tu tendencia a do¬minar, motivo por el cual es mejor que me quede en otro sitio. No quiero discutir contigo. Tengo demasia¬das cosas en mi mente.
Vic apenas sonrió. Myri nunca había sido fácil.
-Estuvimos de acuerdo. Y ahora, ven y siéntate. Y cuéntame cosas sobre tu trabajo. Me muero por saber más acerca de los jardines de Hunt.
Ella frunció la nariz nuevamente.
-A ti no te gusta la jardinería, Vic. Solo te importan los viñedos y el vino.
-Eso no es verdad. Estoy muy orgulloso de los jar¬dines de García.
-El único motivo por el cual tienes jardines bonitos es porque tú abuelo y tu madre los cuidaron durante casi cuarenta años. Tú habrías sembrado en vides en ellos, si hubieras podido.
-Pero habría aprovechado muy bien el suelo.
Ella se rió. Él sintió una ráfaga de ternura. Jared ha¬bía dicho una vez que había dos formas de cambiar el estado de ánimo de Myri: tomarle el pelo o darle un beso. Ambas cosas difuminaban sus prontos.
Tomarle el pelo o besarla.
Víctor miró la boca de Myri. Llevaba los labios pintados, algo que le iba bien a su pelo negro y piel clara. A pesar de su chaqueta azul y del collar de per¬las, no tenía un aspecto conservador ni frío. Era la boca la que la traicionaba. Sus labios eran sensuales. Era una boca hecha para el champaña, para el chocolate y para hacer el amor.
Víctor respiró profundamente, impresionado por aquel pensamiento. ¿Hacerle el amor a Myri? Ja¬más. Ya no era una niña, pero seguía siendo muy jo¬ven, e inexperta. Él la estimaba profundamente, pero sus sentimientos eran platónicos. Myri era la her¬mana que nunca había tenido.
Estaba decidido a que nada se interpusiera entre ellos. Se negaba a que la relación entre ellos cambiase. Myri lo necesitaba. Y él la necesitaba a ella.
Francesca abrió la puerta y salió con una bandeja de plata con tazas, café caliente, y leche templada.
Vic hizo sentar a Myri, y Francesca le sirvió café con leche.
-¿Quieres menos leche? -preguntó Víctor a Myri, viendo que Francesca le servía mucha.
-A ella le gusta la leche -contestó Francesca, de¬jando un plato con trozos de melón y otro con pastas-. La leche es buena para ella.
Víctor no dijo nada y Myri alzó la taza, oliendo la fragancia del café.
-He intentado dejarlo, pero me encanta el buen café. Una taza todas las mañanas. Ese es mi límite. Pero lo disfruto muchísimo.
-Si el café es tu único vicio, está muy bien, cara.
-Todo depende de qué entiendas por vicio, ¿no crees? Él notó el delicado rosa de sus mejillas.
-Amore, has crecido... Pero no creo que tengas nin¬gún vicio.

Ella agitó la cabeza y se mordió el labio inferior. Él la miró fascinado. Era tan dulce... Y misteriosa...
-Voy a tener invitados esta noche. Una cena y fiesta que está planeada desde hace meses. Voy a presentar el primer Chianti americano que se hace con uvas de la Toscana. Espero que estés libre y puedas venir.
El segundo día con los Hunt transcurrió con con¬versaciones. Aunque los Hunt querían renovar su jardín, les daba pena arrancar árboles centenarios, a pesar de que comprendían que muchos de ellos estaban en¬fermos y muriendo. Casi toda la tarde estuvieron ha¬blando de sus preocupaciones y expresando su tristeza por perder semejantes árboles majestuosos.
Su devoción a la tierra era algo que ella compren¬día. Myriam a veces se sentía ahogada en Nueva York. Aunque había elegido vivir allí por sus negocios, había veces en que tanto asfalto y brea le cansaba. Dema¬siado ruido, demasiada actividad, y hollín.
Tal vez por ello había hecho de su amor a los jardi¬nes una profesión. La gente necesitaba sitios donde re¬fugiarse de la ciudad moderna y frenética. Árboles, sombra, lugares verdes y frescos. Eso podía recompo¬ner el alma de cualquiera.
«Alma», no era una palabra muy moderna. La gente no se ocupaba demasiado del alma en la vida moderna. Sin embargo, a ella la llamaban moderna, sobre todo su padre, que no empleaba aquella palabra como un cumplido.
Arqueó las cejas al imaginarse la reacción de su pa¬dre ante la noticia de que iba a tener un hijo. Se enfa¬daría, sentiría decepción, pero no se sorprendería. Es¬taba acostumbrado a esperar lo peor de ella.
Myriam flexionó las manos en el volante, pensando que la fría relación con su padre se enfriaría más.

Entró en el portón que conducía a la mansión de los García. La saludaron chóferes. Se había olvidado de la fiesta de Víctor, y al acercarse a la casa, oyó las notas de un violín. Los García siempre mezclaban la música y el vino.
Myriam dudó delante de la puerta, escuchando al cuar¬teto de cuerda. Era una música bonita. Una pieza de Pachelbel, melancólica, como ella.
Jared, su padre, Víctor. Todo era tan complicado allí. Volver a casa era duro.
Había evitado regresar al Valle de Napa y de pronto se encontraba envuelta en todo ello. Se habría mar¬chado, si no hubiera sido por el trabajo de los Hunt. En aquel momento el recuerdo del ruido de Manhattan le parecía infinitamente más soportable que aquella mez¬cla intensa de emociones.
La pieza de Pachelbel terminó y Myriam se sacudió la melancolía. Estaba allí para trabajar, no para examinar sus sentimientos constantemente.
Myriam encontró a Víctor en el salón que había sido diseñado para bailes. Era el salón favorito de Vic para hacer fiestas y reuniones sociales relacionadas con su producción de vinos.
Aunque Francesca estaba presente, había camareros de esmoquin sirviendo aperitivos. Uno de ellos ofreció a Myriam un canapé de queso Brie y Myriam lo aceptó. Mordis¬queó un poco, mientras miraba a Vic hablando con los invitados. Llevaba un traje y una camisa blanca. La ca¬misa estaba abierta en el cuello y dejaba al descubierto una parte de su pecho, dorado por horas bajo el sol.
Vic se rió de algo que dijo uno de sus invitados, echando su pelo negro hacia atrás. Era todo un hom¬bre, pensó Myriam. Poderoso, fuerte...
De pronto, Vic la miró. Se miraron y él movió leve¬mente la comisura de la boca como reconocimiento de ella sintió una calidez en todo su interior, y le son¬rió.
Vic dejó a los invitados y se acercó a ella. Myriam dejó el canapé en una servilleta. Había perdido el apetito.
Víctor la rodeó con sus brazos, y hundió su cara contra la de ella. Myriam sintió que se le aceleraba el co¬razón y que su cuerpo se estremecía al sentir el con¬tacto con él.
-Myri, cara, ¿cuándo has llegado?
-Hace un momento -contestó.
Era una locura tener aquella reacción con Vic, cuando sabía perfectamente que él no se sentía atraído por ella, pero su cuerpo ignoraba la razón.
-Pareces cansada -comentó él, y le quitó un rizo de la mejilla.
-¿Sí? Quizás tenga que retocarme con la barra de labios -dijo Myriam.
En realidad se había sentido bastante bien aquel día.
-No te preocupes. Estás encantadora así. Y ahora, ven, que te voy a presentar a los invitados.
La cena estuvo deliciosa, y los invitados eran gente muy interesante, pero a las diez Myriam se sintió cansada y se retiró a su habitación.
Decidió relajarse dándose un baño en la bañera. Luego se puso crema y colonia.
Después de ponerse el camisón se miró al espejo.
Era el camisón que se había puesto estando con Mark. A su mente acudieron los recuerdos.
A Mark no le había gustado aquel camisón. Habían pasado solo un fin de semana juntos, y Mark había sa¬lido a comprarle un camisón de satén y adornos con plumas que la había hecho reír.
-¿Qué diablos es esto? -le había preguntado ella.

sigueleeeeeee

yo pido un 2x1!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!! nos lo merecemos

Hola chiks aki les dejo el sig capi espero k les guste y dejen sus mensajes eh!!!!

Besos
Jenny


-No te gusta.
Evidentemente, lo había herido.
-No es que no me guste. Simplemente, no es mi es¬tilo.
Mark se había enfadado y le había dicho que lo de¬volviera y le había tirado la factura.
Myriam había intentado apaciguarlo, y habían termi¬nado en la cama.
Hasta entonces solo se habían besado. Aquella era la primera vez que estaban tan íntimamente. Y fue la última. No obstante, había alcanzado para concebir un bebé, un bebé que Mark no quería tener.
-No ha habido nadie más -le había dicho ella, ho¬rrorizada ante la idea de que él pensara que podía ha¬ber estado con otro hombre.
-No me importa. No quiero al niño. No puedes que¬dártelo.
-Solo estás enfadado.
-No estoy enfadado. Porque sé que harás lo que tie¬nes que hacer...
-¿Lo que tengo que hacer? -le había preguntado ella, desafiante.
-Sí, lo que debes hacer. Este bebé no puede nacer.
Había sido entonces cuando le había confesado que estaba casado. Le había dicho que quería a su esposa y que no quería hacerle daño, y que si ella se quedaba con el bebé, arruinaría su vida.
Su vida.
Myriam tomó el cepillo del pelo al recordarlo, para re¬primirse el llanto.
¿Cómo podía ser tan egoísta?
¿Y la vida del bebé qué?
Myriam se pasó el cepillo por el pelo una y otra vez.
Se alegraba de no haberlo amado. Durante un tiempo había creído que estaba enamorada de él. ¡Se parecía tanto a Víctor! Sin embargo, no tenía la misma fuerza de carácter, ni los principios éticos de este último.
Vic no habría andado por ahí con mujeres, sin res¬ponsabilizarse de sus actos.
¿Por qué siempre tenía que comparar a los otros hombres con Vic? Jamás conocería al hombre ade¬cuado si seguía aferrada a Víctor como modelo.
Oyó unos golpes en la puerta.
Myriam dejó el cepillo y abrió la puerta.
-He visto la luz encendida y he pensado que tal vez no te encontrases bien -dijo Francesca, de pie en la en¬trada de la habitación-. ¿Cómo estás?
-Estoy bien.
-Te has marchado temprano de la fiesta.
-A Víctor no le ha importado. A los cinco minutos de marcharse Francesca volvió a golpear la puerta.
Era Víctor, con una taza y un plato de galletas.
-¿Te dedicas a hacer de ama de llaves ahora?
-No eres graciosa.
-Lo soy. Lo que ocurre es que no tienes sentido del humor.
-Esto no ha sido idea mía.
-Evidentemente. Tú sabes que odio la leche ca¬liente.
-No te preocupes, que no tomaré por costumbre traerte algo para picar por la noche.
-¿Estás seguro de que esta no fue idea tuya? Sabes que me encantan las galletas.
-Son pastas.
-Galletas, pastas, son lo mismo.
-No son lo mismo -dijo él.
-Es como si como comparas las manzanas con las naranjas.
-No, no es como comparar las manzanas y las na¬ranjas. Es como comparar un Merlot con un Cabernet.
-El vino, claro. Es en lo único que piensas. Víctor achicó los ojos y preguntó:
-¿Te gusta pelear conmigo?
-Sí -Myriam sonrió impúdica. Vic juró por lo bajo, en italiano.
-Agotas mi paciencia -dijo luego.
-Entonces, no te entretengo.
-No me estás entreteniendo. Yo estoy aquí porque quiero.
-Es cierto. Tú siempre tienes que ganar. Aunque se trate de una guerra de palabras -comentó Myriam.
-Y tú tienes que discutir. ¡Eres una cría aún!
El estómago de Myriam empezó a revolverse. Tal vez no fuera el queso Brie que le hubiera dado ese males¬tar. Quizás fuera Vic.
-Como te he dicho, no te entretengo... -dijo Myriam y cerró la puerta, dejando a Víctor con cara de sor¬presa.
Myriam se acomodó en la silla. Jamás se había abu¬rrido en una conversación en que se hablase de plantas perennes. Pero aquel día estaba harta.
Cerró los ojos y respiró profundamente.
Myriam volvió a respirar y abrió los ojos.
Se había despertado algo abatida y aquel estado de ánimo pronto se le había transformado en irritación. Había estado muy nerviosa todo el día, y la discusión con los Hunt no había hecho sino agravar su irritabili¬dad.
Sentía que tenía muchas decisiones que tomar y planes que organizar, y aquella conversación sobre jar¬dinería la estaba poniendo histérica.
Lo que ella necesitaba era un nuevo apartamento. El suyo de Central Park tenía un suelo de madera que crujía, las cañerías estaban mal y no tenía suficiente espacio para el bebé y para ella.
Necesitaba un apartamento más grande.
Le haría falta bastante dinero para las cosas del he be... Además de dinero para pagar a una niñera mientras ella trabajase.
Pero no podía culpar a nadie más que a ella. La ver¬dad era que el ser madre soltera la aterraba. Era una responsabilidad muy grande, y tenía miedo.
-¿Myriam? -le dijo la señora Hunt, inclinándose hacia adelante para tomar la mano de Myriam-. Myriam, querida, ¿te encuentras bien? Estás muy pálida.
Estaba bien. Solo estaba un poco nerviosa. Pero era normal. Aun para una mujer moderna, el tener un bebé era algo muy serio.
Víctor miró su reloj. La reunión de la viticultores con el ayuntamiento debería de haber terminado a la hora del almuerzo, pero amenazaba con prolongarse interminablemente. Tenía una hora aún, antes de tener que excusarse y marcharse.
Los vinicultores habían formado una cooperativa para promover los vinos de California del norte. El ayun¬tamiento estaba terminando de planear una campaña in¬ternacional de publicidad de vinos tintos de Napa.
En la publicidad participaría la actriz Sonia Cario, bebiendo un Cabernet de California. Esperaban que la popularidad de la actriz sirviera para promocionarlos.
Finalmente la discusión llegó a su fin y Vic se ex¬cusó y se marchó. Tenía que darse prisa en llegar a casa para recibir la llamada de su padre desde Italia.
Pero al llegar al coche se dio cuenta de que se había dejado el teléfono móvil en la reunión.
Juró y se bajó del coche.
Volvió al edificio. Al entrar sintió el olor a fermen¬tación de las uvas. Recordó que de joven aquel olor le disgustaba. Ahora se había acostumbrado, incluso le gustaba. Le daba la sensación de llegar a su hogar.
Al abrir la puerta de la habitación de degustación, Víctor oyó el nombre de Myri. Se quedó inmóvil. Pensó que se habría equivocado. Pero el vinicultor al final de la mesa lo repitió.
-Sí, yo mismo la he visto. Myri Montemayor ha vuelto, y según me han contado, está en un aprieto.

Y aki esta el capi del dos por uno por el cumple de Mariana!!!

Besos
Jenny

Víctor se quedó helado. Myri. Su Myri, con un serio problema. No podía haber oído bien. ¡Si a Myri le iban bien las cosas!
-¡Esa pobre familia! -exclamó otro asistente-. ¡Han tenido bastantes problemas ya! Lo que menos ne¬cesitan Eileen y John son más disgustos.
Víctor se quedó petrificado. Sabía que debía abrir la puerta e interrumpir. Sabía que debía intervenir, pero no podía moverse. No podía hablar...
-Dijeron que no había bebido -dijo una mujer-. Le hicieron la prueba de la alcoholemia en la comisaría.
-Pero eso no significa que no estuviera condu¬ciendo temerariamente -interrumpió uno de los hom¬bres-. No he conocido a ninguna adolescente que se hiciera más piercings, que Myri Montemayor.
-Era solo en las orejas. Tenía una fila de pendientes en las orejas.
El cotilleo enfureció a Víctor. Sabía que a la gente de los pueblos pequeños le gustaba hablar, pero aque¬llo era ridículo.
Víctor abrió la puerta y entró en la habitación, pero no lo vio nadie. Estaban demasiado ocupados en el chismorreo.
-¿Por qué no tomaron medidas sus padres? -pre¬guntó uno de los hombres-. Os diré por qué. No pudie¬ron. Myri siempre fue indomable. Si Myri está en aprietos, es solo culpa suya. No se preocupa por nadie más que por sí misma. Si lo hiciera, Jared estaría vivo aún...
-¡Basta! -resonó la voz de Víctor en la habita¬ción-. Hace años que ocurrió el accidente. ¿Por qué no la dejáis en paz?
Los asistentes lo miraron, pálidos e incómodos.
Se hizo el silencio en el salón. Finalmente uno de los productores de vino habló:
-Víctor. Solo estamos hablando. No teníamos in¬tención de hacer daño alguno.
-Estoy cansado de esto. Estoy harto de que uséis a Myri como tema de conversación.
-No te enfades, Vic...
-No estoy enfadado. Estoy furioso. A vosotros ja¬más os importó Myri, más que para etiquetarla de difícil y de chica que causa problemas. Por cierto, Myri está en el pueblo. Está de invitada en mi casa. Se está hospedando en mi casa mientras trabaja con los Hunt en la renovación de sus jardines -sintió una opre¬sión en el pecho.
La rabia se volvió contra él. Aquello era culpa suya. Culpaban a Myri porque no sabían la verdad. Él de¬bería haber hablado hacía años, debería haber dejado claro el asunto entonces. Y no lo había hecho. Se había mordido la lengua y había mirado para otro lado.
-Y una última cosa -agregó, irritado-. Myri no está en aprietos. Si estuviera en aprietos, yo sería el primero en saberlo.

El sol se estaba ocultando cuando Myriam llegó a la mansión de los García. Los días de diez horas de trabajo estaban minando sus nervios. Tenía un dolor de cabeza insoportable. Necesitaba desesperadamente descanso y tranquilidad, una habitación a oscuras.
Francesca la encontró en la entrada. Se anudó rápi¬damente el delantal y dijo:
-Víctor te está esperando junto a la piscina.
-No tengo ganas de nadar.
-No creo que esté pensando en nadar él tampoco -dijo Francesca frunciendo el ceño, pero con tono afectivo.
-¿Ha ocurrido algo?
-Yo no le he dicho nada.
-Francesca...
-Ha vuelto muy malhumorado de una reunión de viticultores.
-¿Qué ha ocurrido?
-No lo sé. Pero te lo advierto, hay algo que le preo¬cupa.
Myriam suspiró, agotada. No estaba en el mejor mo¬mento para una escena con Vic. Él era más fuerte, más cabezón que nadie.
Salió de la casa y bajó los escalones que conducían a la piscina. El sol iluminaba el solarium que había al¬rededor de la piscina y las vasijas de arcilla con árbo¬les frutales enanos que adornaban el lugar.
El perfume del limonero inundaba el aire. Era la fragancia favorita de Myriam desde pequeña. Pero era im¬posible disfrutar del perfume, con la ansiedad que le había provocado el saber que Víctor estaba malhu¬morado.
Vio una toalla en una tumbona, pero no vio a Vic.
Se sintió aliviada. Debía de haberse marchado a la casa o algo así.
Myriam caminó por el borde de la piscina. Era un lugar decorado en consonancia con los jardines, que eran una versión personal de los jardines de la antigua Roma. Macetas con plantas, una parra, árboles enanos de cítricos. El jardín era un equilibrio perfecto de luz, sonido y olor.

-Creía que confiabas en mí.
Myriam se sobresaltó con la voz de Vic. Ella se dio la vuelta hacia el lugar de donde provenía la voz. No de¬bía dejar que Vic la pusiera nerviosa.
Vic estaba sentado debajo de una sombrilla, con la cara en sombras.
-Debiste venir a decírmelo, si necesitabas ayuda -dijo decepcionado.
Se levantó de la silla y caminó hacia ella. Tenía la camisa abierta, se le veía el pecho bronceado, y el vientre liso y musculoso.

GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS, MUY BUENOS

¿YA SE ENTERO VICTOR DEL EMBARAZO DE MYRIAM?
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS

oH OH.,.......Si que esta en aprietos ahora!

Siguele poor fisss y gracia por el 2x1