------Secretos personales-------- (Capitulo final)
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
gracias por el capitulo...Y yo tambien pienso que Myriam tiene razon de lo que espera de un matrimonio espero que Victor vea la luz al final
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
A QUE NIÑOS........... JIJIJI
SIGUELE ESTA BUENA NO TARDES PLIS
rodmina- VBB PLATA
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Esperamos el siguiente capítulo, muchas gracias!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORALE CON ESTOS NIÑOS XD. GRAXIAS POR EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Buenos diás niñas primero me parece genial como quedo la pagina.... esta super...
Y continua la novelita, ya falta poco para el final.... saludos a todas.
Capítulo Once
Myriam se despertó en el silencio. Y le costó un segundo darse cuenta de por qué tenía aquel nudo en el estómago. Luego lo recordó. Víctor se iba a marchar, y volvió a sentir dolor.
La luz del día se filtró entre las cortinas de la habitación.
Ella se sintió confusa. Generalmente la despertaba Lucas a las siete de la mañana. Miró el reloj de la mesilla, y descubrió que eran casi las diez.
¿Qué pasaba con Lucas?
Saltó de la cama y corrió por el pasillo hacia el dormitorio del niño.
Sintió pánico al ver que Lucas no estaba allí. Pero de pronto lo oyó, el gorjeo del bebé y la voz de Víctor.
—El truco es asegurarte de que la base es sólida. Eso quiere decir que los ladrillos rojos van primero.
Lucas gorjeó en aparente acuerdo, totalmente concentrado en el juego.
Myriam caminó por el pasillo. Se quedó en la entrada un momento mirando la torre de colores antes de que Víctor la viese.
—Buenos días —dijo él, manteniendo su atención en Lucas y los ladrillos.
—Podría haber… —empezó a decir ella.
—Estabas cansada. No hay problema. No pensaba ir a la oficina hoy.
Myriam pestañeó, tratando de registrar sus palabras.
—He invitado a cenar a mis padres.
Ella sintió pánico.
—¿Que has hecho qué? —preguntó.
¿Antón y Jacqueline en su casa? ¿En medio de aquello? Ella miró alrededor de la habitación desordenada.
—He invitado a cenar a mis padres —repitió él.
—¿Por qué? Rena no está hoy. ¿Has pedido el servicio de un catering? —Myriam corrió a la cocina.
¿Estaba planchado el mantel bordado? ¿Tenían velas nuevas?
—Les he dicho que pediríamos una pizza
Myriam se quedó helada y lo miró.
—¿Es eso una broma? —preguntó Myriam.
No estaba de humor.
—No es una broma. Quieren conocer a Lucas.
—¿Piensas invitar a Alejandro y a Jacqueline a comer pizza?
Ellos eran los reyes de la sociedad de Nueva York.
—Se lo he advertido.
—No puedes hacer esto. Yo me voy a sentir mal. Van a pensar que soy la peor anfitriona del mundo. A ellos no les gusto ya…
No le importaba, puesto que ya no serían sus suegros.
—Te preocupas mucho —dijo Víctor poniéndose de pie.
—No. No me preocupo lo suficiente.
—Pediré algo más para acompañar la pizza.
—De ninguna manera. Yo iré a Pinetta a comprar unos filetes. ¿Todavía tenemos aquel vino tan bueno en la bodega?
¿Dónde estaba su cartera?
Víctor le agarró el brazo para detenerla.
—Estás en camisón —le dijo.
Myriam lo miró. Tomó aliento y dijo:
—Me cambiaré primero… por supuesto.
—No vas a cambiarte. Quiero decir, no vas a ir corriendo a comprar filetes. Les he dicho que habría pizza y les daremos pizza.
—¿Por qué me haces esto? ¿Tanto me odias?
¿La estaba castigando por dejarlo?
Él la soltó inmediatamente.
—Yo no te odio, Myriam. Estás ocupada. Estás agotada. Y estás disgustada. He elegido este momento para oponerme a mi padre. Si quiere venir a visitar a Lucas sin avisar con tiempo, puede hacerlo, pero no habrá nada más que pizza y cerveza.
—¿Entonces se trata de tu padre y de ti? ¿No quieres castigarme?
—¿Yo? ¿Castigarte?
—Por dejarte —dijo ella.
Víctor la miró mientras Lucas agarraba ladrillos.
—Yo jamás haría algo que te hiciera daño. Tú eres mi esposa, y te protegeré hasta que tú me obligues a dejar de hacerlo. ¿Lo comprendes?
Myriam sintió ganas de llorar nuevamente.
—Sí. Podemos darles pizza.
Víctor se daba cuenta de que Myriam estaba nerviosa.
El había dejado que pidiera un centro de mesa con flores y pusiera un mantel. Y admitía que era gracioso ver a su madre morder una porción de pizza con cubiertos de plata. Su madre había dicho que la comida estaba deliciosa, y Myriam no la había creído.
Y ella siguió nerviosa después de la cena, cuando su madre se había sentado en el suelo con su traje de lino para jugar con Lucas. Myriam había corrido a su lado cuando Lucas le había agarrado la blusa de seda con intención de llevársela a la boca. Jacqueline había quitado serenamente las manitas del niño y le había dado un juguete, que Lucas rápidamente se había metido en la boca. Jacqueline se había reído, pero Myriam no se había relajado.
Víctor le dio a su padre una segunda copa de cerveza alemana y se sentó en la otra silla.
—Tu madre y yo hemos estado hablando —empezó a decir Alejandro poniendo la copa en la mesa que había entre padre e hijo.
Víctor se preparó.
—Yo estuve fuera de lugar el otro día —su padre miró a Lucas, Jacqueline y Myriam que estaban en el suelo.
—¿Cómo?
—Sobre Lucas —dijo Alejandro—. Estuvo mal decir que no deberías adoptarlo.
Víctor no podía creerlo.
—Como te he dicho, tu madre y yo hemos estado hablando.
¿La madre de Víctor? ¿Su madre había hecho que su padre cambiase de parecer? Víctor miró a su madre con más respeto.
Alejandro levantó la copa de la mesa y sorbió.
—El bebé hace feliz a tu madre.
—Lucas —insistió Víctor.
—Lucas —repitió Alejandro.
—Lucas hace feliz a Myriam también —dijo Víctor.
A lo mejor tenía que aprender del niño, pensó.
—Deberías ir a California —dijo Alejandro.
Víctor volvió su atención a su padre después de mirar a Lucas.
—¿A hacer qué?
—Para hablar con los Vance. Ellos quieren algo. Averigua qué es.
—Quieren a Lucas —dijo Víctor.
Alejandro agitó la cabeza.
—Dicen que quieren a Lucas. Pero averigua lo que quieren realmente.
—¿No estarás pensando que es un chantaje?
No podía ser. Los Vance no usarían a Lucas para conseguir dinero. Obviamente, lo amaban.
—Tu madre dice que los bebés son maravillosos. Pero también dice que una vez que has criado a los tuyos, quieres nietos. No quieres volver a empezar… —Alejandro hizo una pausa—. Los Vance quieren algo —asintió hacia Myriam y Lucas—. Esta es su familia. Ve a averiguar cuánto quieren para arreglar el problema.
Víctor pensó un momento.
—Madre te da muchos consejos…
Alejandro lo miró, censurándolo. Luego la expresión de su padre se ablandó y dijo:
—Sí, bueno. Así es. El jet está en el aeropuerto. Me he tomado la libertad de borrar tus actividades de tu agenda de mañana.
En pocos segundos Víctor descubrió que los Vance no querían dinero. Amaban a Lucas, y sólo querían lo mejor para su nieto. Después de media hora de desesperarse tratando de hacerles entrar en razón, Víctor decidió poner todas sus cartas sobre la mesa.
Les habló de la infertilidad de Myriam y él, de la angustia que había causado en su matrimonio, del profundo amor de Myriam por su hermano y de su apasionado deseo de cumplir los deseos de Brandon y Heather.
No habló de su dinero, pero tampoco lo ignoró. Les dijo que Lucas viviría en los mejores lugares de Nueva York. Cuando creciera tendría acceso a los mejores colegios privados, a la cultura, a viajes, a miles de experiencias que enriquecerían su vida.
Entonces, al final, admitió los problemas por los que estaban pasando Myriam y él en su matrimonio. Pero les aseguró que él iba a hacer todo lo que tuviera a su alcance para mantener su familia intacta.
Mientras decía aquellas palabras, sintió que era verdad, que iba a luchar con uñas y dientes por Myriam. Él la amaba. Y encontraría la forma de recuperarla.
Margante Vance fue la primera que mostró una grieta. Admitió su temor a que Víctor alejara a Lucas de ellos. A diferencia de Víctor, ellos no eran ricos, y California estaba muy lejos de Nueva York. Ellos no querían ser padres, pero deseaban desesperadamente ser abuelos. Querían ser parte de la vida de Lucas, verlo crecer.
Víctor inmediatamente les había ofrecido su avión, una docena de hoteles de Manhattan en los que tenía participación, la habitación de invitados de la casa de sus padres en Long Island, y se ofreció a enviar a Myriam y a Lucas a California tan frecuentemente como le fuera posible. Les dijo que no había nada que deseara más que saber que la casa de los Vance era un segundo hogar para Lucas cuando Myriam y él necesitasen estar fuera.
Al final, los Vance habían aceptado, entusiasmados, no impugnar el testamento. Víctor les había prometido una visita para el fin de semana. Pero sabía que debía hablar con Myriam primero.
En su vuelo de regreso, se sintió más y más deseoso de hablar con Myriam.
Pero en el aeropuerto de Nueva York, lo esperaban Selina y Collin.
Ambos se acercaron a él cuando fue hacia su limusina.
—Marchaos —dijo.
Era la primera vez que estaba decidido a que Myriam estuviera en primer lugar.
—Tenemos que hablar contigo —dijo Collin.
—No me importa.
Se iba a ir a casa, y nada ni nadie iba a detenerlo. Pagaría los malditos diez millones de dólares si tenía que hacerlo para conseguirlo.
—Es importante —dijo Selina.
—Mi vida también —replicó Víctor.
—Se trata de tu vida —intervino Collin.
—Tenemos información —agregó Selina.
—Yo tengo un matrimonio que salvar —respondió él divisando a su chófer.
Este corrió hacia él con un paraguas y agarró el maletín de Víctor.
—Podemos decírtelo en el coche —sugirió Collin.
Víctor suspiró.
—Vamos a ir directamente al ático. No voy a ir a la oficina, ni a la comisaría. Y no nos detendremos para nada que no sean los semáforos —miró al chófer—. Y hasta ésos serán opcionales…
—Sí, señor —contestó el hombre con una sonrisa picara.
Víctor volvió a mirar a Selina y a Collin.
—Entrad —dijo con tono de irritación.
—Es importante —repitió Selina mientras se sentaban, con un tono de disculpa.
—Siempre es importante —dijo Víctor—. Ese es el problema en mi vida. Si decidiera entre Myriam y las cosas que no son importantes, no tendría problema, ¿no? —no esperó una respuesta—. Pero todos los días, casi cada hora, hay algo vitalmente importante que ocupa mi tiempo y mi atención. Me paso las noches con vosotros y con Gregorio y Trent, porque corro el riesgo de ir a la cárcel, porque un extorsionador podría quitarme dinero… Incluso podría morir alguien… Pero, ¿sabéis qué? Eso se va terminar a partir de este momento. Ahora mismo voy ir a mi casa con Myriam.
Selina miró a Collin y dijo:
—¿Quieres decírselo tú o se lo digo yo?
Collin hizo un gesto a Selina para que hablase.
—Se trata de la conexión de Pysanski.
—No me digas. Se ha empeorado el asunto, ¿no?
—He pasado los dos últimos días en Washington —dijo Selina—. Y descubrí que todas las compras de Hammond y Pysanski estaban hechas en las cuarenta y ocho horas siguientes a que se hiciera la lista provisional del comité sobre el proyecto en cuestión.
—¿Cuántas empresas había en la lista? —preguntó Víctor.
¿Habían comprado Hammond y Pysanski las empresas que aparecían en la lista especulando?
—Generalmente, de tres a cinco —dijo Selina—. Pero parece que la decisión no oficial coincidió con la lista provisional. Porque invirtieron en la empresa adecuada todas las veces.
—Entonces, Roberto es culpable —dijo Víctor.
—Al principio, yo también pensé que era Roberto. Pero luego encontré esto. —Sacó un papel de su maletín—. Uno de los ayudantes del senador, Qive Neville… Aparecían diez mil dólares depositados en su cuenta el día después a la compra de valores de Hammond y Pysanski.
—¿Sería un retribución? —preguntó Víctor.
Selina asintió.
—Pero Gregorio y tú comprasteis vuestras acciones antes que Hammond y Pysanski —dijo ella—. Antes de la lista provisional —sonrió Selina.
—Entonces, ¿se ha acabado? —preguntó Víctor.
Collin le golpeó el hombro.
—Se ha acabado —le dijo.
La limusina paró frente al número 721 de Park Avenue.
Víctor le devolvió el papel del banco a Selina.
—Bien hecho, equipo. Espero que no os toméis mal esto. Pero adiós —Víctor salió del coche.
—¿Sabes? Hay otra opción —dijo María Inés.
—No, no la hay —respondió Myriam.
No había forma de salvar su matrimonio. Lo único que le quedaba era salvarse a sí misma. Víctor no iba a cambiar nunca. Por eso tomaba una medida tan drástica.
María Inés dejó la copa de vino en la mesa baja y dijo:
—Puedes decirle que te has equivocado, que lo amas, y que quieres salvar tu matrimonio.
—Sí —se oyó una voz masculina.
Myriam casi tiró la copa que tenía en su regazo. María Inés abrió los ojos como platos y miró hacia el vestíbulo.
—Puedes hacer eso —dijo Víctor dejando las llaves.
—Víctor… —dijo María Inés tragando saliva.
—Hola, María Inés.
—Lo siento tanto… —dijo, incómoda—. Yo estaba… Estábamos…
Víctor negó con la cabeza.
—No lo sientas. Si pensara que puedes convencerla, me marcharía y te dejaría que siguieras.
—Ella no me convencerá —dijo Myriam, decidida.
Eran casi las diez de la noche, y aquel día era otro ejemplo de la agenda despiadada de Víctor. Había ido a Chicago por una reunión. Claramente, había pasado todo el día allí. Claramente, había tenido cosas más importantes que hacer que arropar a Lucas cuando se fuera a dormir.
Quizás fuera culpa suya. Tal vez ella no fuera lo suficientemente interesante como para que él volviese a casa a su lado. Tal vez debería haber conseguido un trabajo hacía años y haberse transformado en una esposa más interesante para él.
Pero, ¿cómo iba a saber si ella era interesante o no si apenas aparecía para conversar?
Víctor agarró la botella de vino y levantó las cejas al ver que estaba vacía.
—¿Queréis que abra otra? —preguntó.
María Inés se puso de pie.
—Yo tengo que marcharme, y dejaros…
—Quédate —le dijo Víctor—. Evidentemente, tú estás de mi parte. Parece que habéis empezado sin mí, pero me encantaría unirme a la fiesta.
María Inés miró a Myriam como sin comprender. Esta se encogió de hombros. Víctor y ella no tenían planes de estar solos. Y era casi mejor que estuviera María Inés, para que no se hiciera una situación tan incómoda entre ambos hasta la hora de dormir.
—Trae otra botella de vino —le dijo Myriam.
Víctor sonrió sinceramente y ella sintió que aquella sonrisa la debilitaba. Sería mejor no emborracharse si se quedaba con él.
Víctor fue a buscar el vino y luego volvió con una botella abierta.
—Es un Château Saint Gaston del ochenta y dos —dijo con satisfacción Víctor.
Myriam pestañeó.
—¿Acabas de abrir una botella de vino que cuesta diez mil dólares? —preguntó María Inés con un carraspeo.
Víctor fingió mirar la etiqueta.
—Creo que sí —contestó Víctor, y sirvió tres copas de vino.
—Propongo un brindis —dijo, aún de pie.
—Por favor, no lo hagas… —dijo Myriam.
Ella no sabía qué tenía él en mente, pero desconfiaba.
—Un brindis —dijo Víctor con voz más suave—. Por mi hermosa e inteligente esposa.
—Víctor… —le rogó Myriam.
—Hoy te he mentido —dijo Víctor.
Eso no tenía nada de nuevo, pensó ella.
—No he estado en Chicago.
Ella se estremeció ante aquella creatividad.
—Me da igual. Salud —dijo ella. Levantó la copa para beber.
—Esta es una botella de vino de diez mil dólares. Merece cierto respeto… —comentó él.
Myriam dejó escapar un profundo suspiro.
—He estado en California —continuó.
Myriam esperó.
—Irónicamente, por consejo de mi querido padre, fui a ver a los Vance.
Ella se quedó helada.
—No… —dijo ella.
—Y mientras estaba allí me di cuenta de que tú, querida Myriam, tienes razón, y que yo estoy totalmente equivocado —se sentó en el reposabrazos del sofá donde estaba ella—. Te prometo que no te mentiré nunca más.
Myriam buscó sus ojos. La miraban con calidez y cariño, pero ella no sabía qué decir.
—Gracias —pronunció finalmente.
Él sonrió y luego levantó la copa y tomó un sorbo de vino.
Myriam hizo lo mismo, aunque no podía probar nada.
—Te amo —dijo Víctor.
—¡Eh! Realmente creo que… —María Inés se puso de pie.
—Bebe el vino —le ordenó Víctor—. Es posible que te necesite más tarde.
María Inés se sentó nuevamente.
—¿Por dónde iba? —preguntó él.
—¿Estás borracho? —preguntó Myriam, tratando de entender aquel comportamiento.
No parecía Víctor.
—Oh, sí, ahora recuerdo. Los Vance no van a impugnar el testamento.
—¿Qué? —Myriam tenía miedo de haber oído mal.
Él asintió para confirmarlo y luego repitió:
—Los Vance no van a pelear por la custodia de Lucas. Y no, no estoy borracho.
Myriam sintió una punzada de optimismo.
—¿Cómo…? —empezó a preguntar.
—Con habilidad, inteligencia y ganas. Además de un jet privado muy rápido.
—Deja de dar vueltas —le pidió Myriam.
Aquélla era una conversación sería.
—Oh, creo que voy a dar unas vueltas más —Víctor bebió otro sorbo de vino. Y agregó—: Vale cada céntimo.
—Sigue, Víctor.
—Gracias. Y ahora, ¿quieres ayudarme a convencerla de que vale la pena que se quede conmigo?
—Vale la pena que te quedes con él —dijo María Inés.
—Traidora —murmuró Myriam.
Pero hasta ella se estaba quedando sin excusas para abandonarlo. Era verdad que le había mentido sobre Chicago, pero lo había hecho por Lucas, y por ella.
—Myriam me dijo que eras estupendo en la cama —dijo María Inés.
—¡María Inés! —exclamó Myriam horrorizada.
—Bueno, ésa es sólo una de mis virtudes —dijo Víctor.
María Inés sonrió.
—Y una cosa más —se puso serio—. Estaré en casa todas las noches de ahora en adelante. O trabajaré a tiempo parcial. O venderé mis empresas. O podemos mudarnos a Biarritz si es necesario.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Myriam.
—Estoy diciendo que estoy dispuesto a hacer todo el esfuerzo que haga falta en mi matrimonio, como lo he puesto en mis negocios.
Myriam se quedó sin habla. Sintió una opresión en el pecho. Miró a Víctor.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó.
—Me parece que la palabra que estás buscando es «sí» —dijo María Inés codeando a Myriam.
Mañana les pongo otro capitulo...
Y continua la novelita, ya falta poco para el final.... saludos a todas.
Capítulo Once
Myriam se despertó en el silencio. Y le costó un segundo darse cuenta de por qué tenía aquel nudo en el estómago. Luego lo recordó. Víctor se iba a marchar, y volvió a sentir dolor.
La luz del día se filtró entre las cortinas de la habitación.
Ella se sintió confusa. Generalmente la despertaba Lucas a las siete de la mañana. Miró el reloj de la mesilla, y descubrió que eran casi las diez.
¿Qué pasaba con Lucas?
Saltó de la cama y corrió por el pasillo hacia el dormitorio del niño.
Sintió pánico al ver que Lucas no estaba allí. Pero de pronto lo oyó, el gorjeo del bebé y la voz de Víctor.
—El truco es asegurarte de que la base es sólida. Eso quiere decir que los ladrillos rojos van primero.
Lucas gorjeó en aparente acuerdo, totalmente concentrado en el juego.
Myriam caminó por el pasillo. Se quedó en la entrada un momento mirando la torre de colores antes de que Víctor la viese.
—Buenos días —dijo él, manteniendo su atención en Lucas y los ladrillos.
—Podría haber… —empezó a decir ella.
—Estabas cansada. No hay problema. No pensaba ir a la oficina hoy.
Myriam pestañeó, tratando de registrar sus palabras.
—He invitado a cenar a mis padres.
Ella sintió pánico.
—¿Que has hecho qué? —preguntó.
¿Antón y Jacqueline en su casa? ¿En medio de aquello? Ella miró alrededor de la habitación desordenada.
—He invitado a cenar a mis padres —repitió él.
—¿Por qué? Rena no está hoy. ¿Has pedido el servicio de un catering? —Myriam corrió a la cocina.
¿Estaba planchado el mantel bordado? ¿Tenían velas nuevas?
—Les he dicho que pediríamos una pizza
Myriam se quedó helada y lo miró.
—¿Es eso una broma? —preguntó Myriam.
No estaba de humor.
—No es una broma. Quieren conocer a Lucas.
—¿Piensas invitar a Alejandro y a Jacqueline a comer pizza?
Ellos eran los reyes de la sociedad de Nueva York.
—Se lo he advertido.
—No puedes hacer esto. Yo me voy a sentir mal. Van a pensar que soy la peor anfitriona del mundo. A ellos no les gusto ya…
No le importaba, puesto que ya no serían sus suegros.
—Te preocupas mucho —dijo Víctor poniéndose de pie.
—No. No me preocupo lo suficiente.
—Pediré algo más para acompañar la pizza.
—De ninguna manera. Yo iré a Pinetta a comprar unos filetes. ¿Todavía tenemos aquel vino tan bueno en la bodega?
¿Dónde estaba su cartera?
Víctor le agarró el brazo para detenerla.
—Estás en camisón —le dijo.
Myriam lo miró. Tomó aliento y dijo:
—Me cambiaré primero… por supuesto.
—No vas a cambiarte. Quiero decir, no vas a ir corriendo a comprar filetes. Les he dicho que habría pizza y les daremos pizza.
—¿Por qué me haces esto? ¿Tanto me odias?
¿La estaba castigando por dejarlo?
Él la soltó inmediatamente.
—Yo no te odio, Myriam. Estás ocupada. Estás agotada. Y estás disgustada. He elegido este momento para oponerme a mi padre. Si quiere venir a visitar a Lucas sin avisar con tiempo, puede hacerlo, pero no habrá nada más que pizza y cerveza.
—¿Entonces se trata de tu padre y de ti? ¿No quieres castigarme?
—¿Yo? ¿Castigarte?
—Por dejarte —dijo ella.
Víctor la miró mientras Lucas agarraba ladrillos.
—Yo jamás haría algo que te hiciera daño. Tú eres mi esposa, y te protegeré hasta que tú me obligues a dejar de hacerlo. ¿Lo comprendes?
Myriam sintió ganas de llorar nuevamente.
—Sí. Podemos darles pizza.
Víctor se daba cuenta de que Myriam estaba nerviosa.
El había dejado que pidiera un centro de mesa con flores y pusiera un mantel. Y admitía que era gracioso ver a su madre morder una porción de pizza con cubiertos de plata. Su madre había dicho que la comida estaba deliciosa, y Myriam no la había creído.
Y ella siguió nerviosa después de la cena, cuando su madre se había sentado en el suelo con su traje de lino para jugar con Lucas. Myriam había corrido a su lado cuando Lucas le había agarrado la blusa de seda con intención de llevársela a la boca. Jacqueline había quitado serenamente las manitas del niño y le había dado un juguete, que Lucas rápidamente se había metido en la boca. Jacqueline se había reído, pero Myriam no se había relajado.
Víctor le dio a su padre una segunda copa de cerveza alemana y se sentó en la otra silla.
—Tu madre y yo hemos estado hablando —empezó a decir Alejandro poniendo la copa en la mesa que había entre padre e hijo.
Víctor se preparó.
—Yo estuve fuera de lugar el otro día —su padre miró a Lucas, Jacqueline y Myriam que estaban en el suelo.
—¿Cómo?
—Sobre Lucas —dijo Alejandro—. Estuvo mal decir que no deberías adoptarlo.
Víctor no podía creerlo.
—Como te he dicho, tu madre y yo hemos estado hablando.
¿La madre de Víctor? ¿Su madre había hecho que su padre cambiase de parecer? Víctor miró a su madre con más respeto.
Alejandro levantó la copa de la mesa y sorbió.
—El bebé hace feliz a tu madre.
—Lucas —insistió Víctor.
—Lucas —repitió Alejandro.
—Lucas hace feliz a Myriam también —dijo Víctor.
A lo mejor tenía que aprender del niño, pensó.
—Deberías ir a California —dijo Alejandro.
Víctor volvió su atención a su padre después de mirar a Lucas.
—¿A hacer qué?
—Para hablar con los Vance. Ellos quieren algo. Averigua qué es.
—Quieren a Lucas —dijo Víctor.
Alejandro agitó la cabeza.
—Dicen que quieren a Lucas. Pero averigua lo que quieren realmente.
—¿No estarás pensando que es un chantaje?
No podía ser. Los Vance no usarían a Lucas para conseguir dinero. Obviamente, lo amaban.
—Tu madre dice que los bebés son maravillosos. Pero también dice que una vez que has criado a los tuyos, quieres nietos. No quieres volver a empezar… —Alejandro hizo una pausa—. Los Vance quieren algo —asintió hacia Myriam y Lucas—. Esta es su familia. Ve a averiguar cuánto quieren para arreglar el problema.
Víctor pensó un momento.
—Madre te da muchos consejos…
Alejandro lo miró, censurándolo. Luego la expresión de su padre se ablandó y dijo:
—Sí, bueno. Así es. El jet está en el aeropuerto. Me he tomado la libertad de borrar tus actividades de tu agenda de mañana.
En pocos segundos Víctor descubrió que los Vance no querían dinero. Amaban a Lucas, y sólo querían lo mejor para su nieto. Después de media hora de desesperarse tratando de hacerles entrar en razón, Víctor decidió poner todas sus cartas sobre la mesa.
Les habló de la infertilidad de Myriam y él, de la angustia que había causado en su matrimonio, del profundo amor de Myriam por su hermano y de su apasionado deseo de cumplir los deseos de Brandon y Heather.
No habló de su dinero, pero tampoco lo ignoró. Les dijo que Lucas viviría en los mejores lugares de Nueva York. Cuando creciera tendría acceso a los mejores colegios privados, a la cultura, a viajes, a miles de experiencias que enriquecerían su vida.
Entonces, al final, admitió los problemas por los que estaban pasando Myriam y él en su matrimonio. Pero les aseguró que él iba a hacer todo lo que tuviera a su alcance para mantener su familia intacta.
Mientras decía aquellas palabras, sintió que era verdad, que iba a luchar con uñas y dientes por Myriam. Él la amaba. Y encontraría la forma de recuperarla.
Margante Vance fue la primera que mostró una grieta. Admitió su temor a que Víctor alejara a Lucas de ellos. A diferencia de Víctor, ellos no eran ricos, y California estaba muy lejos de Nueva York. Ellos no querían ser padres, pero deseaban desesperadamente ser abuelos. Querían ser parte de la vida de Lucas, verlo crecer.
Víctor inmediatamente les había ofrecido su avión, una docena de hoteles de Manhattan en los que tenía participación, la habitación de invitados de la casa de sus padres en Long Island, y se ofreció a enviar a Myriam y a Lucas a California tan frecuentemente como le fuera posible. Les dijo que no había nada que deseara más que saber que la casa de los Vance era un segundo hogar para Lucas cuando Myriam y él necesitasen estar fuera.
Al final, los Vance habían aceptado, entusiasmados, no impugnar el testamento. Víctor les había prometido una visita para el fin de semana. Pero sabía que debía hablar con Myriam primero.
En su vuelo de regreso, se sintió más y más deseoso de hablar con Myriam.
Pero en el aeropuerto de Nueva York, lo esperaban Selina y Collin.
Ambos se acercaron a él cuando fue hacia su limusina.
—Marchaos —dijo.
Era la primera vez que estaba decidido a que Myriam estuviera en primer lugar.
—Tenemos que hablar contigo —dijo Collin.
—No me importa.
Se iba a ir a casa, y nada ni nadie iba a detenerlo. Pagaría los malditos diez millones de dólares si tenía que hacerlo para conseguirlo.
—Es importante —dijo Selina.
—Mi vida también —replicó Víctor.
—Se trata de tu vida —intervino Collin.
—Tenemos información —agregó Selina.
—Yo tengo un matrimonio que salvar —respondió él divisando a su chófer.
Este corrió hacia él con un paraguas y agarró el maletín de Víctor.
—Podemos decírtelo en el coche —sugirió Collin.
Víctor suspiró.
—Vamos a ir directamente al ático. No voy a ir a la oficina, ni a la comisaría. Y no nos detendremos para nada que no sean los semáforos —miró al chófer—. Y hasta ésos serán opcionales…
—Sí, señor —contestó el hombre con una sonrisa picara.
Víctor volvió a mirar a Selina y a Collin.
—Entrad —dijo con tono de irritación.
—Es importante —repitió Selina mientras se sentaban, con un tono de disculpa.
—Siempre es importante —dijo Víctor—. Ese es el problema en mi vida. Si decidiera entre Myriam y las cosas que no son importantes, no tendría problema, ¿no? —no esperó una respuesta—. Pero todos los días, casi cada hora, hay algo vitalmente importante que ocupa mi tiempo y mi atención. Me paso las noches con vosotros y con Gregorio y Trent, porque corro el riesgo de ir a la cárcel, porque un extorsionador podría quitarme dinero… Incluso podría morir alguien… Pero, ¿sabéis qué? Eso se va terminar a partir de este momento. Ahora mismo voy ir a mi casa con Myriam.
Selina miró a Collin y dijo:
—¿Quieres decírselo tú o se lo digo yo?
Collin hizo un gesto a Selina para que hablase.
—Se trata de la conexión de Pysanski.
—No me digas. Se ha empeorado el asunto, ¿no?
—He pasado los dos últimos días en Washington —dijo Selina—. Y descubrí que todas las compras de Hammond y Pysanski estaban hechas en las cuarenta y ocho horas siguientes a que se hiciera la lista provisional del comité sobre el proyecto en cuestión.
—¿Cuántas empresas había en la lista? —preguntó Víctor.
¿Habían comprado Hammond y Pysanski las empresas que aparecían en la lista especulando?
—Generalmente, de tres a cinco —dijo Selina—. Pero parece que la decisión no oficial coincidió con la lista provisional. Porque invirtieron en la empresa adecuada todas las veces.
—Entonces, Roberto es culpable —dijo Víctor.
—Al principio, yo también pensé que era Roberto. Pero luego encontré esto. —Sacó un papel de su maletín—. Uno de los ayudantes del senador, Qive Neville… Aparecían diez mil dólares depositados en su cuenta el día después a la compra de valores de Hammond y Pysanski.
—¿Sería un retribución? —preguntó Víctor.
Selina asintió.
—Pero Gregorio y tú comprasteis vuestras acciones antes que Hammond y Pysanski —dijo ella—. Antes de la lista provisional —sonrió Selina.
—Entonces, ¿se ha acabado? —preguntó Víctor.
Collin le golpeó el hombro.
—Se ha acabado —le dijo.
La limusina paró frente al número 721 de Park Avenue.
Víctor le devolvió el papel del banco a Selina.
—Bien hecho, equipo. Espero que no os toméis mal esto. Pero adiós —Víctor salió del coche.
—¿Sabes? Hay otra opción —dijo María Inés.
—No, no la hay —respondió Myriam.
No había forma de salvar su matrimonio. Lo único que le quedaba era salvarse a sí misma. Víctor no iba a cambiar nunca. Por eso tomaba una medida tan drástica.
María Inés dejó la copa de vino en la mesa baja y dijo:
—Puedes decirle que te has equivocado, que lo amas, y que quieres salvar tu matrimonio.
—Sí —se oyó una voz masculina.
Myriam casi tiró la copa que tenía en su regazo. María Inés abrió los ojos como platos y miró hacia el vestíbulo.
—Puedes hacer eso —dijo Víctor dejando las llaves.
—Víctor… —dijo María Inés tragando saliva.
—Hola, María Inés.
—Lo siento tanto… —dijo, incómoda—. Yo estaba… Estábamos…
Víctor negó con la cabeza.
—No lo sientas. Si pensara que puedes convencerla, me marcharía y te dejaría que siguieras.
—Ella no me convencerá —dijo Myriam, decidida.
Eran casi las diez de la noche, y aquel día era otro ejemplo de la agenda despiadada de Víctor. Había ido a Chicago por una reunión. Claramente, había pasado todo el día allí. Claramente, había tenido cosas más importantes que hacer que arropar a Lucas cuando se fuera a dormir.
Quizás fuera culpa suya. Tal vez ella no fuera lo suficientemente interesante como para que él volviese a casa a su lado. Tal vez debería haber conseguido un trabajo hacía años y haberse transformado en una esposa más interesante para él.
Pero, ¿cómo iba a saber si ella era interesante o no si apenas aparecía para conversar?
Víctor agarró la botella de vino y levantó las cejas al ver que estaba vacía.
—¿Queréis que abra otra? —preguntó.
María Inés se puso de pie.
—Yo tengo que marcharme, y dejaros…
—Quédate —le dijo Víctor—. Evidentemente, tú estás de mi parte. Parece que habéis empezado sin mí, pero me encantaría unirme a la fiesta.
María Inés miró a Myriam como sin comprender. Esta se encogió de hombros. Víctor y ella no tenían planes de estar solos. Y era casi mejor que estuviera María Inés, para que no se hiciera una situación tan incómoda entre ambos hasta la hora de dormir.
—Trae otra botella de vino —le dijo Myriam.
Víctor sonrió sinceramente y ella sintió que aquella sonrisa la debilitaba. Sería mejor no emborracharse si se quedaba con él.
Víctor fue a buscar el vino y luego volvió con una botella abierta.
—Es un Château Saint Gaston del ochenta y dos —dijo con satisfacción Víctor.
Myriam pestañeó.
—¿Acabas de abrir una botella de vino que cuesta diez mil dólares? —preguntó María Inés con un carraspeo.
Víctor fingió mirar la etiqueta.
—Creo que sí —contestó Víctor, y sirvió tres copas de vino.
—Propongo un brindis —dijo, aún de pie.
—Por favor, no lo hagas… —dijo Myriam.
Ella no sabía qué tenía él en mente, pero desconfiaba.
—Un brindis —dijo Víctor con voz más suave—. Por mi hermosa e inteligente esposa.
—Víctor… —le rogó Myriam.
—Hoy te he mentido —dijo Víctor.
Eso no tenía nada de nuevo, pensó ella.
—No he estado en Chicago.
Ella se estremeció ante aquella creatividad.
—Me da igual. Salud —dijo ella. Levantó la copa para beber.
—Esta es una botella de vino de diez mil dólares. Merece cierto respeto… —comentó él.
Myriam dejó escapar un profundo suspiro.
—He estado en California —continuó.
Myriam esperó.
—Irónicamente, por consejo de mi querido padre, fui a ver a los Vance.
Ella se quedó helada.
—No… —dijo ella.
—Y mientras estaba allí me di cuenta de que tú, querida Myriam, tienes razón, y que yo estoy totalmente equivocado —se sentó en el reposabrazos del sofá donde estaba ella—. Te prometo que no te mentiré nunca más.
Myriam buscó sus ojos. La miraban con calidez y cariño, pero ella no sabía qué decir.
—Gracias —pronunció finalmente.
Él sonrió y luego levantó la copa y tomó un sorbo de vino.
Myriam hizo lo mismo, aunque no podía probar nada.
—Te amo —dijo Víctor.
—¡Eh! Realmente creo que… —María Inés se puso de pie.
—Bebe el vino —le ordenó Víctor—. Es posible que te necesite más tarde.
María Inés se sentó nuevamente.
—¿Por dónde iba? —preguntó él.
—¿Estás borracho? —preguntó Myriam, tratando de entender aquel comportamiento.
No parecía Víctor.
—Oh, sí, ahora recuerdo. Los Vance no van a impugnar el testamento.
—¿Qué? —Myriam tenía miedo de haber oído mal.
Él asintió para confirmarlo y luego repitió:
—Los Vance no van a pelear por la custodia de Lucas. Y no, no estoy borracho.
Myriam sintió una punzada de optimismo.
—¿Cómo…? —empezó a preguntar.
—Con habilidad, inteligencia y ganas. Además de un jet privado muy rápido.
—Deja de dar vueltas —le pidió Myriam.
Aquélla era una conversación sería.
—Oh, creo que voy a dar unas vueltas más —Víctor bebió otro sorbo de vino. Y agregó—: Vale cada céntimo.
—Sigue, Víctor.
—Gracias. Y ahora, ¿quieres ayudarme a convencerla de que vale la pena que se quede conmigo?
—Vale la pena que te quedes con él —dijo María Inés.
—Traidora —murmuró Myriam.
Pero hasta ella se estaba quedando sin excusas para abandonarlo. Era verdad que le había mentido sobre Chicago, pero lo había hecho por Lucas, y por ella.
—Myriam me dijo que eras estupendo en la cama —dijo María Inés.
—¡María Inés! —exclamó Myriam horrorizada.
—Bueno, ésa es sólo una de mis virtudes —dijo Víctor.
María Inés sonrió.
—Y una cosa más —se puso serio—. Estaré en casa todas las noches de ahora en adelante. O trabajaré a tiempo parcial. O venderé mis empresas. O podemos mudarnos a Biarritz si es necesario.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Myriam.
—Estoy diciendo que estoy dispuesto a hacer todo el esfuerzo que haga falta en mi matrimonio, como lo he puesto en mis negocios.
Myriam se quedó sin habla. Sintió una opresión en el pecho. Miró a Víctor.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó.
—Me parece que la palabra que estás buscando es «sí» —dijo María Inés codeando a Myriam.
Mañana les pongo otro capitulo...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
para que dejar para mañana lo que se puede hacer hoy !! no no hoyyy andaaa
QLs- VBB BRONCE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORALE NIÑA GRAXIAS X EL CAPITULO ESTA BUENISIMMMA TU NOVELA EHH
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por el Cap. Saludos Me encata esta novela siiiiiiiiiiiii Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Y Victor vio la luz muchas gracias por el capitulo y esperamos pronto el final
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Esperamos el próximo capítulo niña, muchas gracias!!!
Marianita- STAFF
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias!!! esta buena la novelita no tardes con el siguiente
rodmina- VBB PLATA
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
BUENO PARECE QUE AL FIN VAN HA DARSE CADA UNO LO QUE EL OTRO NECESITA, OJALA HA SI SEA.
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Chicas este es el ultimo capitulo espero y les alla gustado.... ya estoy adaptando otra novelita que proximamente les pondre....
Capítulo Doce
Myriam y Víctor estaban yendo a la habitación de Lucas cuando éste se movió.
Víctor entró en la habitación y lo acunó hasta que el niño volvió a dormirse, mientras Myriam iba a su dormitorio.
Víctor se quedaba. Iban a tratar de solucionar sus problemas. Él había decidido que valía la pena luchar por su amor, y si había algo que su esposo podía hacer era lograr cualquier objetivo que se propusiera.
Aunque habían dormido cientos de veces en su cama, ella sabía que aquella noche sería diferente. Era el principio de un nuevo matrimonio, una nueva familia.
Myriam abrió el cajón de arriba de su cómoda y vio la caja de la colección de monedas. Lentamente abrió la tapa, sacó la moneda de la libertad de diez dólares y la sopesó en la palma.
—Cara —susurró—, lo hago.
Cruz, también lo haría. Aquella vez no necesitaba tirar la moneda.
La metió en su sitio y sacó la bata roja de seda que se había puesto la noche de bodas. Era apropiado, porque aquél era un nuevo comienzo.
Se quitó la ropa, pero cuando iba a ponerse la bata sus ojos vieron otra tela en el cajón. Era amarillo limón, y azul y violeta brillantes. Eran los pañuelos que habían comprado en Francia.
Myriam hizo una pausa. Dejó la bata a un lado y tocó la textura de los pañuelos. Luego sonrió. Aquélla no era su luna de miel. Era un comienzo diferente, una relación diferente, una relación basada en la autenticidad en lugar de en la fantasía.
Se ató el pañuelo amarillo encima de los pechos como si fuera un biquini. Luego se ató el azul y el violeta envolviendo sus caderas, dejando una pierna medio descubierta y parte de la cadera, al descubierto.
Se peinó, se puso perfume y luego esperó de pie, en medio de la habitación.
Víctor entró y la miró de arriba abajo.
—¿Nos vamos a Tahiti? —preguntó.
—Creo que vamos al nirvana —respondió ella.
Víctor sonrió y la rodeó con su brazo, tirando de ella hacia él. Con la otra mano le acarició el trasero.
—Te quiero —pronunció él.
Y la besó.
Ella echó atrás la cabeza y abrió la boca para sentir su lengua en un impulso de pasión y deseo que no podía contener.
Ella le quitó la chaqueta y dejó que ésta cayera al suelo. Luego le desabrochó los botones mientras él la mordía suavemente en el hombro. Su mano se deslizó por el improvisado pareo, y jugó con su piel.
Agarró su pecho y lo acarició con el pulgar.
—Me encantan estos pañuelos —dijo él.
—Son muy versátiles —respondió ella.
Él se rió suavemente.
—Nada va a impedir que hagamos el amor. Me da igual lo que diga la ciencia, esto está bien.
Ella asintió y gimió cuando él deslizó un dedo dentro de ella.
—¿Voy demasiado deprisa?
—No —ella agarró su cinturón.
Él se quitó la ropa y tiró de ella hacia la cama en medio de besos, caricias y seda.
Cuando ella estuvo desnuda, él le estiró los brazos por encima de la cabeza y le acarició la piel que iba desde sus muñecas hasta los dedos de los pies y a la inversa.
Ella se estremeció al sentir aquella sensación, soltó sus manos y acarició los músculos de Víctor desde sus hombros hacia su pecho.
Él se puso encima de ella y se colocó entre sus piernas. Tomó uno de sus pezones con la boca. Ella se movió al estremecerse. Luego él tomó el otro, y luego se movió hacia su boca, besándola profundamente durante un rato largo.
Él se echó atrás y la miró a los ojos mientras se adentraba en ella lentamente. Ella sintió la presión, luego el calor y la plenitud, y entonces él paró.
Se miraron un momento.
Víctor flexionó las caderas. Ella echó la cabeza atrás exponiendo su cuello a los besos de él. Entrelazó sus dedos al cabello de Víctor, y él murmuró su nombre una y otra vez mientras se detenía el tiempo y él la llevaba más alto, más allá de la luna y las estrellas, hasta que el universo entero explotó alrededor de ellos.
Myriam se despertó con los gorjeos de Lucas en su habitación. El brazo de Víctor estaba encima de su vientre, sujetándola firmemente contra su cuerpo.
—Buenos días, hermosa —susurró él contra su pelo.
—Buenos días, guapo —dijo ella.
Él le dio una serie de besos tiernos en la nuca.
—Hay un bebé que se está despertando —le advirtió ella, a pesar de su deseo.
—¿No puedes resistirte a mí?
—No quiero resistirme a ti.
—Oh, eso es lo que quería oír.
—Pero tengo que ir a buscar a Lucas.
—Iré yo a levantarlo. Tú dúchate si quieres.
Myriam miró el reloj.
—Se te hará tarde para ir a trabajar.
Él se encogió de hombros.
—Se me hará tarde para ir a trabajar, ¿y? ¿A quién le importa?
Ella se puso boca arriba para mirarlo.
—Víctor, no tienes que demostrar…
—¿Qué van a hacer? ¿Despedirme?
—Sólo te digo…
—Ve a darte un baño —repitió Víctor—. ¿Qué come Lucas en el desayuno?
—Cereales —ella lo miró—. ¿Realmente vas a…?
—¿Qué crees que dije anoche?
—Que vendrías a casa más temprano por las noches.
—¿Y el resto?
¿Se refería a trabajar a tiempo parcial, vender sus empresas o mudarse a Francia?
—Pensé que era un discurso muy bueno.
—Hablé en serio, Myriam.
—De acuerdo —asintió ella, dándose cuenta de que él hablaba en serio—. Voy a tomar un baño con espuma.
—Me alegro por ti.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo estrechó.
Se oyó la vocecita de Lucas, Víctor apartó las mantas y ella se dirigió al cuarto de baño.
Mientras se llenaba la bañera, se cepilló los dientes y se peinó.
Llovía y la lluvia golpeaba el cristal de la ventana del cuarto de baño. Se alegraba de que terminase octubre. Noviembre sería mejor. Tal vez fuera buena idea que se fueran a Tahiti.
Probó el agua con la punta del pie. El vapor le dio una sensación de vértigo y se sintió mareada de repente. Se agarró al toallero para estabilizarse y cuando se sintió bien se metió en la bañera.
Llevaban sólo tres semanas con Lucas, pero ella se daba cuenta de cuánto apreciaba tener un rato para sí. Se imaginó a Lucas sentado en la trona y a Víctor calentándole los cereales. Sonrió. Los esperaban meses de felicidad.
Meses.
Su ciclo menstrual había pasado.
Su ciclo se había atrasado… Y ella se había sentido mareada antes de meterse en la bañera. También había estado algo mareada hacía tres días en el ático. Contó con los dedos.
No podía ser. No podía ser. Se habían perdido sus días de ovulación. Habían ido contra los consejos del médico.
Y no obstante…
Sus manos temblaron mientras salía de la bañera. Abrió el armario del baño y buscó entre el champú y otras cosas la prueba del embarazo.
Miró la fecha de caducidad. Estaba vigente. Luego siguió las instrucciones y se puso a esperar.
Cuando pasó el tiempo, se acercó. Dos lineas. Myriam pestañeó.
Había dos líneas. Estaba embarazada. Lucas iba a tener un hermanito o hermanita. Víctor y ella iban a tener un bebé.
Se sentó en el borde de la bañera. Le temblaban las piernas y sintió frío en todo el cuerpo. Cuando se le pasó se envolvió con los brazos y pensó que tenía un bebé en su interior. Un pequeño dentro de ella.
Un resplandor la iluminó.
Se puso de pie, se envolvió con el albornoz y fue a darle la noticia a Víctor.
—Hierro, calcio, vitamina A y fibra —estaba leyendo en voz alta él la caja de los cereales.
—Tiene buena pinta. Hasta yo me lo comería —dijo María Inés.
Myriam se detuvo al ver a Víctor. Joe y María Inés estaban al lado de la trona de Lucas.
Todos se dieron la vuelta para mirarla. Ella tenía el albornoz medio abierto y el pelo despeinado. Hasta Joe sonrió.
—¿Estás de servicio? —le preguntó a Joe.
Si iba a aparecer por allí con tanta frecuencia, sería mejor que se acostumbrase a verla en albornoz.
—Estoy de visita —dijo Joe, su mano rozó la de María Inés, y ésta agarró sus dedos un instante.
—Ahh…
—He olvidado decirte que Selina y Collin solucionaron el problema del Organismo regulador del mercado de valores —dijo Víctor.
Myriam se dio la vuelta para mirarlo.
—¿Está resuelto?
—Sí.
—¿Estás fuera de peligro?
Víctor asintió.
—Fue uno de los ayudantes de Roberto. Te contaré todos los detalles, si quieres.
—¿Ya no necesito un guadaespaldas entonces?
—Ya no más.
Lucas golpeó con sus manitas en la trona y gorjeó.
—Entonces… Hay algo que tengo que decir.
Todos esperaron.
—Estoy embarazada.
Tardaron un momento en darse cuenta de lo que acababa de decir.
María Inés gritó de alegría y Joe la felicitó.
Víctor la miró en estado de shock.
Luego, finalmente dijo:
—¿Cómo diablos…?
—En Biarritz, supongo —dijo Myriam.
Había sido científicamente posible, pero dada la historia de Víctor y ella, el quedar embarazada les había parecido imposible.
—¿Hiciste algo diferente? —preguntó María Inés.
Joe le dio un codazo.
—No me refiero a eso —agregó María Inés.
—Me ató a las columnas de la cama —dijo Myriam.
María Inés se rió. Joe hizo un ruido ininteligible.
—No puedo creer que hayas dicho eso —dijo Víctor.
Myriam se encogió de hombros.
—Sólo intento ser sincera, y mira, funciona.
Víctor la envolvió con sus brazos y la estrechó contra sí.
—De aquí en adelante —le dijo él al oído—, este asunto de la sinceridad sólo es entre tú y yo.
Myriam se rió al escucharlo, y lo abrazó fuertemente.
Y el mundo para ellos se transformó en un lugar de permanente felicidad.
Fin
espero sus comentarios...
Capítulo Doce
Myriam y Víctor estaban yendo a la habitación de Lucas cuando éste se movió.
Víctor entró en la habitación y lo acunó hasta que el niño volvió a dormirse, mientras Myriam iba a su dormitorio.
Víctor se quedaba. Iban a tratar de solucionar sus problemas. Él había decidido que valía la pena luchar por su amor, y si había algo que su esposo podía hacer era lograr cualquier objetivo que se propusiera.
Aunque habían dormido cientos de veces en su cama, ella sabía que aquella noche sería diferente. Era el principio de un nuevo matrimonio, una nueva familia.
Myriam abrió el cajón de arriba de su cómoda y vio la caja de la colección de monedas. Lentamente abrió la tapa, sacó la moneda de la libertad de diez dólares y la sopesó en la palma.
—Cara —susurró—, lo hago.
Cruz, también lo haría. Aquella vez no necesitaba tirar la moneda.
La metió en su sitio y sacó la bata roja de seda que se había puesto la noche de bodas. Era apropiado, porque aquél era un nuevo comienzo.
Se quitó la ropa, pero cuando iba a ponerse la bata sus ojos vieron otra tela en el cajón. Era amarillo limón, y azul y violeta brillantes. Eran los pañuelos que habían comprado en Francia.
Myriam hizo una pausa. Dejó la bata a un lado y tocó la textura de los pañuelos. Luego sonrió. Aquélla no era su luna de miel. Era un comienzo diferente, una relación diferente, una relación basada en la autenticidad en lugar de en la fantasía.
Se ató el pañuelo amarillo encima de los pechos como si fuera un biquini. Luego se ató el azul y el violeta envolviendo sus caderas, dejando una pierna medio descubierta y parte de la cadera, al descubierto.
Se peinó, se puso perfume y luego esperó de pie, en medio de la habitación.
Víctor entró y la miró de arriba abajo.
—¿Nos vamos a Tahiti? —preguntó.
—Creo que vamos al nirvana —respondió ella.
Víctor sonrió y la rodeó con su brazo, tirando de ella hacia él. Con la otra mano le acarició el trasero.
—Te quiero —pronunció él.
Y la besó.
Ella echó atrás la cabeza y abrió la boca para sentir su lengua en un impulso de pasión y deseo que no podía contener.
Ella le quitó la chaqueta y dejó que ésta cayera al suelo. Luego le desabrochó los botones mientras él la mordía suavemente en el hombro. Su mano se deslizó por el improvisado pareo, y jugó con su piel.
Agarró su pecho y lo acarició con el pulgar.
—Me encantan estos pañuelos —dijo él.
—Son muy versátiles —respondió ella.
Él se rió suavemente.
—Nada va a impedir que hagamos el amor. Me da igual lo que diga la ciencia, esto está bien.
Ella asintió y gimió cuando él deslizó un dedo dentro de ella.
—¿Voy demasiado deprisa?
—No —ella agarró su cinturón.
Él se quitó la ropa y tiró de ella hacia la cama en medio de besos, caricias y seda.
Cuando ella estuvo desnuda, él le estiró los brazos por encima de la cabeza y le acarició la piel que iba desde sus muñecas hasta los dedos de los pies y a la inversa.
Ella se estremeció al sentir aquella sensación, soltó sus manos y acarició los músculos de Víctor desde sus hombros hacia su pecho.
Él se puso encima de ella y se colocó entre sus piernas. Tomó uno de sus pezones con la boca. Ella se movió al estremecerse. Luego él tomó el otro, y luego se movió hacia su boca, besándola profundamente durante un rato largo.
Él se echó atrás y la miró a los ojos mientras se adentraba en ella lentamente. Ella sintió la presión, luego el calor y la plenitud, y entonces él paró.
Se miraron un momento.
Víctor flexionó las caderas. Ella echó la cabeza atrás exponiendo su cuello a los besos de él. Entrelazó sus dedos al cabello de Víctor, y él murmuró su nombre una y otra vez mientras se detenía el tiempo y él la llevaba más alto, más allá de la luna y las estrellas, hasta que el universo entero explotó alrededor de ellos.
Myriam se despertó con los gorjeos de Lucas en su habitación. El brazo de Víctor estaba encima de su vientre, sujetándola firmemente contra su cuerpo.
—Buenos días, hermosa —susurró él contra su pelo.
—Buenos días, guapo —dijo ella.
Él le dio una serie de besos tiernos en la nuca.
—Hay un bebé que se está despertando —le advirtió ella, a pesar de su deseo.
—¿No puedes resistirte a mí?
—No quiero resistirme a ti.
—Oh, eso es lo que quería oír.
—Pero tengo que ir a buscar a Lucas.
—Iré yo a levantarlo. Tú dúchate si quieres.
Myriam miró el reloj.
—Se te hará tarde para ir a trabajar.
Él se encogió de hombros.
—Se me hará tarde para ir a trabajar, ¿y? ¿A quién le importa?
Ella se puso boca arriba para mirarlo.
—Víctor, no tienes que demostrar…
—¿Qué van a hacer? ¿Despedirme?
—Sólo te digo…
—Ve a darte un baño —repitió Víctor—. ¿Qué come Lucas en el desayuno?
—Cereales —ella lo miró—. ¿Realmente vas a…?
—¿Qué crees que dije anoche?
—Que vendrías a casa más temprano por las noches.
—¿Y el resto?
¿Se refería a trabajar a tiempo parcial, vender sus empresas o mudarse a Francia?
—Pensé que era un discurso muy bueno.
—Hablé en serio, Myriam.
—De acuerdo —asintió ella, dándose cuenta de que él hablaba en serio—. Voy a tomar un baño con espuma.
—Me alegro por ti.
Ella lo rodeó con sus brazos y lo estrechó.
Se oyó la vocecita de Lucas, Víctor apartó las mantas y ella se dirigió al cuarto de baño.
Mientras se llenaba la bañera, se cepilló los dientes y se peinó.
Llovía y la lluvia golpeaba el cristal de la ventana del cuarto de baño. Se alegraba de que terminase octubre. Noviembre sería mejor. Tal vez fuera buena idea que se fueran a Tahiti.
Probó el agua con la punta del pie. El vapor le dio una sensación de vértigo y se sintió mareada de repente. Se agarró al toallero para estabilizarse y cuando se sintió bien se metió en la bañera.
Llevaban sólo tres semanas con Lucas, pero ella se daba cuenta de cuánto apreciaba tener un rato para sí. Se imaginó a Lucas sentado en la trona y a Víctor calentándole los cereales. Sonrió. Los esperaban meses de felicidad.
Meses.
Su ciclo menstrual había pasado.
Su ciclo se había atrasado… Y ella se había sentido mareada antes de meterse en la bañera. También había estado algo mareada hacía tres días en el ático. Contó con los dedos.
No podía ser. No podía ser. Se habían perdido sus días de ovulación. Habían ido contra los consejos del médico.
Y no obstante…
Sus manos temblaron mientras salía de la bañera. Abrió el armario del baño y buscó entre el champú y otras cosas la prueba del embarazo.
Miró la fecha de caducidad. Estaba vigente. Luego siguió las instrucciones y se puso a esperar.
Cuando pasó el tiempo, se acercó. Dos lineas. Myriam pestañeó.
Había dos líneas. Estaba embarazada. Lucas iba a tener un hermanito o hermanita. Víctor y ella iban a tener un bebé.
Se sentó en el borde de la bañera. Le temblaban las piernas y sintió frío en todo el cuerpo. Cuando se le pasó se envolvió con los brazos y pensó que tenía un bebé en su interior. Un pequeño dentro de ella.
Un resplandor la iluminó.
Se puso de pie, se envolvió con el albornoz y fue a darle la noticia a Víctor.
—Hierro, calcio, vitamina A y fibra —estaba leyendo en voz alta él la caja de los cereales.
—Tiene buena pinta. Hasta yo me lo comería —dijo María Inés.
Myriam se detuvo al ver a Víctor. Joe y María Inés estaban al lado de la trona de Lucas.
Todos se dieron la vuelta para mirarla. Ella tenía el albornoz medio abierto y el pelo despeinado. Hasta Joe sonrió.
—¿Estás de servicio? —le preguntó a Joe.
Si iba a aparecer por allí con tanta frecuencia, sería mejor que se acostumbrase a verla en albornoz.
—Estoy de visita —dijo Joe, su mano rozó la de María Inés, y ésta agarró sus dedos un instante.
—Ahh…
—He olvidado decirte que Selina y Collin solucionaron el problema del Organismo regulador del mercado de valores —dijo Víctor.
Myriam se dio la vuelta para mirarlo.
—¿Está resuelto?
—Sí.
—¿Estás fuera de peligro?
Víctor asintió.
—Fue uno de los ayudantes de Roberto. Te contaré todos los detalles, si quieres.
—¿Ya no necesito un guadaespaldas entonces?
—Ya no más.
Lucas golpeó con sus manitas en la trona y gorjeó.
—Entonces… Hay algo que tengo que decir.
Todos esperaron.
—Estoy embarazada.
Tardaron un momento en darse cuenta de lo que acababa de decir.
María Inés gritó de alegría y Joe la felicitó.
Víctor la miró en estado de shock.
Luego, finalmente dijo:
—¿Cómo diablos…?
—En Biarritz, supongo —dijo Myriam.
Había sido científicamente posible, pero dada la historia de Víctor y ella, el quedar embarazada les había parecido imposible.
—¿Hiciste algo diferente? —preguntó María Inés.
Joe le dio un codazo.
—No me refiero a eso —agregó María Inés.
—Me ató a las columnas de la cama —dijo Myriam.
María Inés se rió. Joe hizo un ruido ininteligible.
—No puedo creer que hayas dicho eso —dijo Víctor.
Myriam se encogió de hombros.
—Sólo intento ser sincera, y mira, funciona.
Víctor la envolvió con sus brazos y la estrechó contra sí.
—De aquí en adelante —le dijo él al oído—, este asunto de la sinceridad sólo es entre tú y yo.
Myriam se rió al escucharlo, y lo abrazó fuertemente.
Y el mundo para ellos se transformó en un lugar de permanente felicidad.
Fin
espero sus comentarios...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
aiii me encanto super liinda l anoveliita miil graciiias niiña !!!!!!
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por la novelaa!
FannyQ- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 1511
Edad : 32
Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Aaaaaaa ke bonito final, muchas gracias por la novela, me encanto.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Bravo bravo
me gusto mucho
gracias por compartirla
rodmina- VBB PLATA
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Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Me encanto te estaremos esperando con la proxima
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2742
Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
ay nooo la adoreeeee muchas gracias!! estaré esperando la otra novelita !!
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por la novela muy bonita me encanto y si te esperamos con una nueva no tardes Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
worale me encanto esta novela muchas graxias
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
gracias por la novelita a mi me encanto
jai33sire- VBB PLATINO
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Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Muchas gracias por la novelita niña, estuvo padrísima, esperamos la próxima!!!
Marianita- STAFF
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
MUCHAS GRACIAS POR LA NOVELA, ESTUVO MUY BUENA
mats310863- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
GRACIAS POR LA NOVELA
dany- VBB PLATINO
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