------Secretos personales-------- (Capitulo final)
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias po el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Hola chicas otro capitulo.....
Capítulo Seis
Myriam, de pie en la cocina, se preguntó cuánto hacía que Víctor y ella no comían en el comedor…
Claro que Víctor no iba a tener hambre, después de aquella bonita cena de cuatro en Alexander's.
Oyó la llave en el cerrojo del ático.
Ella se había sentido tentada de hacer las maletas y marcharse antes de que él llegase, pero no dejaba de oír la voz de María Inés en su cabeza pidiéndole que pensara que Víctor no era culpable hasta que se demostrase lo contrario.
Bueno, Víctor lo iba a tener que demostrar de un modo u otro.
—¿Myriam? —llamó Víctor.
—¿Un día duro? —preguntó ella mirando de reojo el reloj que marcaba las diez y cuarto.
—Me han retenido en varias reuniones.
—Ah… —asintió ella—. ¿Con alguien en particular?
—La última ha sido con Collin
—¿Sólo con Collin?
—Sí —la miró extrañado.
—Hmm… ¿Has comido? ¿Estabas en el despacho?
—Estaba abajo. En el apartamento de Collin.
Ella no respondió.
—Podemos pedir que nos traigan algo de Cabo Luca —Víctor agarró el teléfono.
—¿No has comido? —preguntó ella, sorprendida.
—Ni un bocado. Estoy muerto de hambre.
Ella se sorprendió de que su marido mintiera tan bien.
—¿Ninguna otra reunión esta noche?
—¿A qué viene tanta curiosidad?
—Sólo intento darte conversación. Quiero saber cómo ha ido el día de mi querido esposo.
—Cuéntame tú. ¿Algo nuevo sobre la fiesta de nuestro aniversario?
—Hemos elegido las servilletas.
—Eso está bien.
—¿Nada sobre el senador Roberto?
Víctor entornó los ojos.
—¿Por qué preguntas eso?
—Por la investigación del Organismo regulador.
—Te he dicho que no te preocupes por eso.
—Bueno, estoy preocupada por ello. Leo los periódicos.
—Lo he visto brevemente hoy.
—¿Sólo a Roberto?
—Sí. Trent ha pensado que era mejor que hablase a solas con él. Por si quieres saberlo, queremos que haga una declaración pública diciendo que somos inocentes. De esa forma, todo se aclarará.
Myriam se rió forzadamente.
—¿Inocentes? —repitió.
—Por supuesto.
A Myriam se le hizo un nudo en la garganta, pero cuando pudo hablar levantó la voz:
—No sé qué diablos estabais haciendo Roberto y tú durante cuatro horas con esas dos supermodelos, pero no me pareció nada inocente…
Víctor la miró, agrandando los ojos.
—Vaya —murmuró.
—¿Quiénes eran, Víctor? Si te acuerdas de sus nombres… Hace un mes habría jurado sobre la Biblia que eras un esposo fiel. Luego he pensado que había una mujer. Ahora no sé cuántas puede haber. ¿Cuánto tiempo hace que vives una mentira?
—¡Myriam! —se acercó a ella.
Ella rodeó el sofá.
—Aléjate de mí.
—Te juro que no tengo ni idea de qué estás hablando.
—Jura todo lo que quieras, Víctor. Porque sé lo bien que mientes.
—He sido totalmente fiel —dijo con sinceridad.
—¿Por eso no quieres hacer el amor conmigo? ¿Ha sido por ella?
—No hay ninguna «ella». No he hecho el amor contigo porque no has querido que te toque. Luego he estado trabajando. Y después te has emborrachado. Quiero tener un niño tanto como tú, pero no estoy dispuesto a hacerle el amor a una esposa inconsciente.
—Entonces quizás sea mejor que tengas un niño con otra persona —dijo ella con un sollozo.
Sus propias palabras le habían dolido. Ella lo amaba, y le dolía la idea de que él tuviera un hijo con otra persona.
—¿Con quién? —preguntó él, enfadado.
—No lo sé. Tal vez con la rubia que estaba encima de ti en el restaurante, o tal vez…
—No sé qué te ha dicho la gente. Pero mi reunión con el senador ha sido…
—¿Dicho? —ella se rió—. Nadie me ha dicho nada. Yo estuve allí. Te he visto, Víctor. La vi a ella.
—¿Cómo…?
—Me ha llevado el chófer ¿O es mejor que diga mi guardaespaldas, Joe, de Resolute Charter? ¿Me está protegiendo de otras mujeres?
—La rubia no era nadie. Ni siquiera sé su nombre. Esa mujer estaba con el senador…
—¡Deja de mentirme!
Víctor se acercó a ella y la agarró por los hombros.
—No te estoy mintiendo sobre la rubia. La vi durante veinte minutos. Confírmalo con Collin, si quieres. Y sí, he contratado un guardaespaldas. Pero también es chófer. ¿Quieres ir al centro? ¿Quieres beber con María Inés? ¿Quieres ir a buscar trabajo? De acuerdo. Pero quiero que estés a salvo mientras lo haces —Víctor siguió hablando—: Estoy bajo una investigación, Myriam. Te juro por Dios que soy inocente, y nadie va a demostrar lo contrario. Pero la opinión pública piensa algo distinto. Podrían abordarte periodistas o gente común por la calle. Joe va a protegerte.
—¿No te importa que busque un trabajo?
—En absoluto. Si tienes intención de hacerlo, lo harás. Tú no eres mi prisionera, Myriam. Aunque a veces desearía que lo fueras —confesó.
—¿Cómo puedo creerte? —preguntó ella.
—¿Puedo demostrarte que jamás me he acostado con otra mujer?
Ella deseaba ardientemente que pudiera hacerlo.
—Ningún hombre puede demostrar eso. Pero nadie puede demostrar que lo he hecho tampoco. Te juro que no te he sido infiel. Te amo, Myriam —sus manos se relajaron en sus brazos, y él la abrazó.
—Tengo tanto miedo… —ella derramó unas lágrimas.
—Yo te mantendré a salvo.
—Tengo miedo de ti, miedo de nosotros, miedo de que no podamos lograrlo. Quiero creerte, Víctor. Deseo tanto poder creerte…
El se echó atrás y le agarró la cara con una mano.
—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando realmente?
—Es como si ya no te conociera… Y tú no me conocieras a mí. No es que haya mucho que conocer. Ya no soy nada…
—Tú lo eres todo para mí —dijo Víctor.
—Pero yo necesito ser todo para mí. Necesito tener mi propia vida, mi propia identidad.
—¿Para que te sea más fácil dejarme?
—¿Tú quieres dejarme?
—Jamás.
—Dímelo sinceramente —dijo ella.
—Jamás. Vayámonos fuera, solos tú y yo. Haremos un viaje. Haremos el amor en cualquier momento, cuando queramos. Olvídate del estúpido termómetro.
Era una oferta tentadora.
Fuera de Nueva York lo tendría todo para sí, pensó ella.
—A París o Marsella… —dijo él.
Con aquella expresión relajada, Víctor parecía el hombre del que ella se había enamorado.
Él la besó. Y ella sintió la tentación de dejarse envolver por él. Pero antes tenía que solucionar otros asuntos.
—¿Hablas en serio? —preguntó ella.
—Totalmente. Reservaré el avión particular.
Víctor encontró un chalet en el pequeño pueblo de Biarritz en el sur de Francia, con vistas al Atlántico, castillos y caminos de piedras. Tenían un chef a su disposición, y sobre todo, no había Organismo regulador del mercado de valores, ni chantajes. Era un lugar paradisíaco.
Pero debajo de la alegría de Myriam había un fondo de tristeza.
Víctor pensó que tenía que mejorar su relación con Myriam. Lo de la rubia de Alexander's había sido la guinda de la tarta. Muchos malentendidos.
Y no estaba seguro de por qué ella había desconfiado de él, en primer lugar.
Le parecía que todo había empezado con su descabellada idea de buscar trabajo. ¿Estaría aburrida? ¿Sola?
A él le habría encantado pasar más tiempo con ella y también le habría encantado darle un hijo. Y estaba haciendo todo lo que podía de su parte. Pero no lo lograba. Y últimamente el mundo parecía estar en contra de él para colmo…
Myriam no era feliz, y él, como esposo, tenía que solucionar el problema.
—¿Estás cansada? —le preguntó—. ¿Quieres echarte una siesta?
—¿Podríamos dar un pbaño por la orilla del mar mejor?
—Por supuesto.
Después de que Myriam fuera a cambiarse salieron tomados de la mano.
—Es maravilloso —dijo ella mirando el mar.
—Creo que el pueblo está por allí —Víctor señaló hacia el sur, hacia los viñedos, los edificios de piedra y los hoteles internacionales.
—Vamos a comprobarlo —propuso ella.
Empezaron a caminar
Se encontraron con varias tiendas en el camino y echaron un vistazo a su mercadería. En una de ellas, Myriam se había interesado por unas bufandas de colores, y Víctor se las había comprado.
Finalmente ella le contó que había tenido una conversación con Heather
—Fue una conversación extraña… Ellos saben que estamos intentando tener un niño —dijo Myriam.
—¿Se lo has contado tú? —preguntó Víctor.
Ella agitó la cabeza.
—Brandon me ha dicho que lo veía en mis ojos cuando miraba a Lucas, y en mi voz cuando hablaba de él.
Víctor asintió.
—Heather… —Myriam dudó—. Se ofreció a ser una madre de alquiler.
Víctor se quedó petrificado.
¿Sabía algo Myriam que no sabía él? ¿Le había dado alguna mala noticia el doctor Jorge? ¿Tenía algo que ver aquello con esa tontería de su infidelidad?
—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Te has hecho más pruebas?
—No. Pero llevamos tres años intentándolo sin éxito.
Era verdad, pero el primer año y medio no habían intentado tener un niño, simplemente no habían intentado evitarlo.
Habían pensado que sucedería naturalmente. Miles de mujeres se quedaban embarazadas todos los días.
—No me gusta esto —dijo Víctor—. No es asunto de Brandon. Ni de Heather. Hay demasiada gente entrometiéndose en nuestra vida.
—Ella intentaba…
—No me importa. Quiero que termine. Yo te quiero a ti y solo a ti. Quiero que lo nuestro sea como era antes, contigo transpirando y gimiendo…
—¿Víctor? —lo miró como censurándolo.
—Te echo de menos —dijo él.
—Yo también te echo de menos —susurró ella, apoyándose en su brazo.
—No quiero que seamos conscientes de que estamos haciendo el amor.
—Lo sé.
—Mis padres… —él se calló.
No quería que Myriam sintiera más presión por la ansiedad de sus padres.
—Es posible que estén locos acerca de mi pedigree —dijo ella continuando con lo que él iba a decir—, pero definitivamente quieren que tengas descendencia.
—Mis padres son esnobs.
—¿De verdad? —ella sonrió.
Él le apartó un mechón de cabello de la cara con suavidad.
—¿Podemos hablar un poco más de gemidos y sudor? —sugirió ella.
Él se excitó instantáneamente.
—No, aquí no podemos —dijo él.
—¿Y en el chalet? ¿En una de las diez habitaciones que tiene?
—He visto que la cama grande tiene columnas —comentó él, ansioso de repente por llegar a la casa.
Ella sonrió.
—Hacer el amor debe ser un juego y una diversión —dijo él.
—Parece como si quisieras atarme a la cama, ¿no?
—Absolutamente —dijo Víctor.
Ella se rió.
Víctor le agarró la mano y fueron en dirección al chalet.
continuara.....
Gracias por todos los comentarios.....
Capítulo Seis
Myriam, de pie en la cocina, se preguntó cuánto hacía que Víctor y ella no comían en el comedor…
Claro que Víctor no iba a tener hambre, después de aquella bonita cena de cuatro en Alexander's.
Oyó la llave en el cerrojo del ático.
Ella se había sentido tentada de hacer las maletas y marcharse antes de que él llegase, pero no dejaba de oír la voz de María Inés en su cabeza pidiéndole que pensara que Víctor no era culpable hasta que se demostrase lo contrario.
Bueno, Víctor lo iba a tener que demostrar de un modo u otro.
—¿Myriam? —llamó Víctor.
—¿Un día duro? —preguntó ella mirando de reojo el reloj que marcaba las diez y cuarto.
—Me han retenido en varias reuniones.
—Ah… —asintió ella—. ¿Con alguien en particular?
—La última ha sido con Collin
—¿Sólo con Collin?
—Sí —la miró extrañado.
—Hmm… ¿Has comido? ¿Estabas en el despacho?
—Estaba abajo. En el apartamento de Collin.
Ella no respondió.
—Podemos pedir que nos traigan algo de Cabo Luca —Víctor agarró el teléfono.
—¿No has comido? —preguntó ella, sorprendida.
—Ni un bocado. Estoy muerto de hambre.
Ella se sorprendió de que su marido mintiera tan bien.
—¿Ninguna otra reunión esta noche?
—¿A qué viene tanta curiosidad?
—Sólo intento darte conversación. Quiero saber cómo ha ido el día de mi querido esposo.
—Cuéntame tú. ¿Algo nuevo sobre la fiesta de nuestro aniversario?
—Hemos elegido las servilletas.
—Eso está bien.
—¿Nada sobre el senador Roberto?
Víctor entornó los ojos.
—¿Por qué preguntas eso?
—Por la investigación del Organismo regulador.
—Te he dicho que no te preocupes por eso.
—Bueno, estoy preocupada por ello. Leo los periódicos.
—Lo he visto brevemente hoy.
—¿Sólo a Roberto?
—Sí. Trent ha pensado que era mejor que hablase a solas con él. Por si quieres saberlo, queremos que haga una declaración pública diciendo que somos inocentes. De esa forma, todo se aclarará.
Myriam se rió forzadamente.
—¿Inocentes? —repitió.
—Por supuesto.
A Myriam se le hizo un nudo en la garganta, pero cuando pudo hablar levantó la voz:
—No sé qué diablos estabais haciendo Roberto y tú durante cuatro horas con esas dos supermodelos, pero no me pareció nada inocente…
Víctor la miró, agrandando los ojos.
—Vaya —murmuró.
—¿Quiénes eran, Víctor? Si te acuerdas de sus nombres… Hace un mes habría jurado sobre la Biblia que eras un esposo fiel. Luego he pensado que había una mujer. Ahora no sé cuántas puede haber. ¿Cuánto tiempo hace que vives una mentira?
—¡Myriam! —se acercó a ella.
Ella rodeó el sofá.
—Aléjate de mí.
—Te juro que no tengo ni idea de qué estás hablando.
—Jura todo lo que quieras, Víctor. Porque sé lo bien que mientes.
—He sido totalmente fiel —dijo con sinceridad.
—¿Por eso no quieres hacer el amor conmigo? ¿Ha sido por ella?
—No hay ninguna «ella». No he hecho el amor contigo porque no has querido que te toque. Luego he estado trabajando. Y después te has emborrachado. Quiero tener un niño tanto como tú, pero no estoy dispuesto a hacerle el amor a una esposa inconsciente.
—Entonces quizás sea mejor que tengas un niño con otra persona —dijo ella con un sollozo.
Sus propias palabras le habían dolido. Ella lo amaba, y le dolía la idea de que él tuviera un hijo con otra persona.
—¿Con quién? —preguntó él, enfadado.
—No lo sé. Tal vez con la rubia que estaba encima de ti en el restaurante, o tal vez…
—No sé qué te ha dicho la gente. Pero mi reunión con el senador ha sido…
—¿Dicho? —ella se rió—. Nadie me ha dicho nada. Yo estuve allí. Te he visto, Víctor. La vi a ella.
—¿Cómo…?
—Me ha llevado el chófer ¿O es mejor que diga mi guardaespaldas, Joe, de Resolute Charter? ¿Me está protegiendo de otras mujeres?
—La rubia no era nadie. Ni siquiera sé su nombre. Esa mujer estaba con el senador…
—¡Deja de mentirme!
Víctor se acercó a ella y la agarró por los hombros.
—No te estoy mintiendo sobre la rubia. La vi durante veinte minutos. Confírmalo con Collin, si quieres. Y sí, he contratado un guardaespaldas. Pero también es chófer. ¿Quieres ir al centro? ¿Quieres beber con María Inés? ¿Quieres ir a buscar trabajo? De acuerdo. Pero quiero que estés a salvo mientras lo haces —Víctor siguió hablando—: Estoy bajo una investigación, Myriam. Te juro por Dios que soy inocente, y nadie va a demostrar lo contrario. Pero la opinión pública piensa algo distinto. Podrían abordarte periodistas o gente común por la calle. Joe va a protegerte.
—¿No te importa que busque un trabajo?
—En absoluto. Si tienes intención de hacerlo, lo harás. Tú no eres mi prisionera, Myriam. Aunque a veces desearía que lo fueras —confesó.
—¿Cómo puedo creerte? —preguntó ella.
—¿Puedo demostrarte que jamás me he acostado con otra mujer?
Ella deseaba ardientemente que pudiera hacerlo.
—Ningún hombre puede demostrar eso. Pero nadie puede demostrar que lo he hecho tampoco. Te juro que no te he sido infiel. Te amo, Myriam —sus manos se relajaron en sus brazos, y él la abrazó.
—Tengo tanto miedo… —ella derramó unas lágrimas.
—Yo te mantendré a salvo.
—Tengo miedo de ti, miedo de nosotros, miedo de que no podamos lograrlo. Quiero creerte, Víctor. Deseo tanto poder creerte…
El se echó atrás y le agarró la cara con una mano.
—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando realmente?
—Es como si ya no te conociera… Y tú no me conocieras a mí. No es que haya mucho que conocer. Ya no soy nada…
—Tú lo eres todo para mí —dijo Víctor.
—Pero yo necesito ser todo para mí. Necesito tener mi propia vida, mi propia identidad.
—¿Para que te sea más fácil dejarme?
—¿Tú quieres dejarme?
—Jamás.
—Dímelo sinceramente —dijo ella.
—Jamás. Vayámonos fuera, solos tú y yo. Haremos un viaje. Haremos el amor en cualquier momento, cuando queramos. Olvídate del estúpido termómetro.
Era una oferta tentadora.
Fuera de Nueva York lo tendría todo para sí, pensó ella.
—A París o Marsella… —dijo él.
Con aquella expresión relajada, Víctor parecía el hombre del que ella se había enamorado.
Él la besó. Y ella sintió la tentación de dejarse envolver por él. Pero antes tenía que solucionar otros asuntos.
—¿Hablas en serio? —preguntó ella.
—Totalmente. Reservaré el avión particular.
Víctor encontró un chalet en el pequeño pueblo de Biarritz en el sur de Francia, con vistas al Atlántico, castillos y caminos de piedras. Tenían un chef a su disposición, y sobre todo, no había Organismo regulador del mercado de valores, ni chantajes. Era un lugar paradisíaco.
Pero debajo de la alegría de Myriam había un fondo de tristeza.
Víctor pensó que tenía que mejorar su relación con Myriam. Lo de la rubia de Alexander's había sido la guinda de la tarta. Muchos malentendidos.
Y no estaba seguro de por qué ella había desconfiado de él, en primer lugar.
Le parecía que todo había empezado con su descabellada idea de buscar trabajo. ¿Estaría aburrida? ¿Sola?
A él le habría encantado pasar más tiempo con ella y también le habría encantado darle un hijo. Y estaba haciendo todo lo que podía de su parte. Pero no lo lograba. Y últimamente el mundo parecía estar en contra de él para colmo…
Myriam no era feliz, y él, como esposo, tenía que solucionar el problema.
—¿Estás cansada? —le preguntó—. ¿Quieres echarte una siesta?
—¿Podríamos dar un pbaño por la orilla del mar mejor?
—Por supuesto.
Después de que Myriam fuera a cambiarse salieron tomados de la mano.
—Es maravilloso —dijo ella mirando el mar.
—Creo que el pueblo está por allí —Víctor señaló hacia el sur, hacia los viñedos, los edificios de piedra y los hoteles internacionales.
—Vamos a comprobarlo —propuso ella.
Empezaron a caminar
Se encontraron con varias tiendas en el camino y echaron un vistazo a su mercadería. En una de ellas, Myriam se había interesado por unas bufandas de colores, y Víctor se las había comprado.
Finalmente ella le contó que había tenido una conversación con Heather
—Fue una conversación extraña… Ellos saben que estamos intentando tener un niño —dijo Myriam.
—¿Se lo has contado tú? —preguntó Víctor.
Ella agitó la cabeza.
—Brandon me ha dicho que lo veía en mis ojos cuando miraba a Lucas, y en mi voz cuando hablaba de él.
Víctor asintió.
—Heather… —Myriam dudó—. Se ofreció a ser una madre de alquiler.
Víctor se quedó petrificado.
¿Sabía algo Myriam que no sabía él? ¿Le había dado alguna mala noticia el doctor Jorge? ¿Tenía algo que ver aquello con esa tontería de su infidelidad?
—¿Por qué? —preguntó él—. ¿Te has hecho más pruebas?
—No. Pero llevamos tres años intentándolo sin éxito.
Era verdad, pero el primer año y medio no habían intentado tener un niño, simplemente no habían intentado evitarlo.
Habían pensado que sucedería naturalmente. Miles de mujeres se quedaban embarazadas todos los días.
—No me gusta esto —dijo Víctor—. No es asunto de Brandon. Ni de Heather. Hay demasiada gente entrometiéndose en nuestra vida.
—Ella intentaba…
—No me importa. Quiero que termine. Yo te quiero a ti y solo a ti. Quiero que lo nuestro sea como era antes, contigo transpirando y gimiendo…
—¿Víctor? —lo miró como censurándolo.
—Te echo de menos —dijo él.
—Yo también te echo de menos —susurró ella, apoyándose en su brazo.
—No quiero que seamos conscientes de que estamos haciendo el amor.
—Lo sé.
—Mis padres… —él se calló.
No quería que Myriam sintiera más presión por la ansiedad de sus padres.
—Es posible que estén locos acerca de mi pedigree —dijo ella continuando con lo que él iba a decir—, pero definitivamente quieren que tengas descendencia.
—Mis padres son esnobs.
—¿De verdad? —ella sonrió.
Él le apartó un mechón de cabello de la cara con suavidad.
—¿Podemos hablar un poco más de gemidos y sudor? —sugirió ella.
Él se excitó instantáneamente.
—No, aquí no podemos —dijo él.
—¿Y en el chalet? ¿En una de las diez habitaciones que tiene?
—He visto que la cama grande tiene columnas —comentó él, ansioso de repente por llegar a la casa.
Ella sonrió.
—Hacer el amor debe ser un juego y una diversión —dijo él.
—Parece como si quisieras atarme a la cama, ¿no?
—Absolutamente —dijo Víctor.
Ella se rió.
Víctor le agarró la mano y fueron en dirección al chalet.
continuara.....
Gracias por todos los comentarios.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
miil graciias x el cap niiña me encanto que biien al aprecer las cosas entre myriiam y viictor iia estan enpesando a mejor xfiis no tardes con el siiguiiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por el Cap. y queremos massssss Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Ojala mejore su relacion. Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORALE OJALA QUE SE PUEDAN ENTENDER ESTOS DOS NIÑOS GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por el capi!...Espero ya se arreglen estos niñoos!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
POR EL MOMENTO PARECE QUE LOS PROBLEMAS NO TERMINARAN CON ESE VIAJE.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
gracias por los capitulos y siguele por fa pronto
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
esta buena no tardes
quiero saber mas, que va a pasar jiji
rodmina- VBB PLATA
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Hola chicas como estan quiero disculparme porque no pude subir los siguientes capitulos de la novela, tuve un problema pero para compensarlas les pondre tres capitulos seguidos... y ya mañana le pongo el siguiente....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Aqui les va el capitulo
Capítulo Siete
En el chalet, Jean Louis, el chef, se alegró de verlos. Y cuando Myriam vio la hermosa mesa puesta y el aroma de la comida, supo que tendrían que postergar el hacer el amor.
Se excusó para cambiarse y se puso un vestido de noche negro.
Víctor estaba esperándola abajo.
—¿Me acompañarías a la bodega? —le dijo.
Ella sonrió. Se sentía relajada, sexy y juguetona por primera vez después de meses.
—¿Puedo confiar en ti en la bodega? —preguntó.
Víctor sonrió.
—Ven y lo comprobarás.
Ella fingió dudar, pero su marido la guió por un pasillo corto que terminaba en una puerta de madera.
La escalera de piedra que había detrás de la puerta era estrecha y la luz era tenue.
Víctor la agarró de la cintura mientras bajaban las escaleras.
Allí él encendió una luz, y ella exclamó, sorprendida.
—Estamos buscando la fila ocho —dijo él.
—¿Qué estamos buscando? —preguntó Myriam.
—Esto —él la agarró por las caderas y la subió a una mesa antigua en medio del pasadizo.
—¿Qué…?
Él la silenció con un beso. Se puso entre sus rodillas y la estrechó en sus brazos.
Siguió besándola. Sus labios eran suaves, húmedos, y se abrieron para ella. La lengua de Víctor exploró su boca con avidez. El deseo se apoderó de Myriam de los pies a la cabeza.
Las manos de Víctor se deslizaron por sus rodillas desnudas. Víctor le besó el cuello, las orejas, los hombros, mientras ella se aferraba a sus brazos para sujetarse.
Le acarició las piernas.
—Tenía el presentimiento de que no podía confiar en ti aquí —dijo ella.
Él metió los dedos por debajo de la goma de sus braguitas y se las bajó.
—Aquí no —exclamó ella.
Ella miró alrededor, la habitación era fría y polvorienta.
—No, aquí no.
Pero él le bajó las braguitas totalmente y se las quitó. Luego se las metió en el bolsillo.
—Más tarde —dijo él con mirada ardiente.
—Pero…
Él la acalló con un dedo en sus labios.
—Estarnos de vacaciones, Myriam. Podemos jugar.
Víctor la bajó de la mesa, y le alisó la falda.
Luego la llevó hacia la escalera de piedra.
—¿Víctor?
—¿Sí?
—El vino.
—Tienes razón.
Myriam se apoyó en la sólida mesa y dejó que Víctor eligiera el año y la cosecha. Si había algo que sabía su marido era elegir un buen vino.
Lo observó buscar una botella entre todas las que miró.
Era un hombre muy atractivo. Ella se excitó al mirarlo.
No pudo evitar imaginar la cama de columnas.
Pero Víctor y ella tenían problemas que una noche de placer no podría arreglar. No obstante, comunicarse sexualmente no les haría daño alguno. Incluso los ayudaría. Y podría ser satisfactorio.
—Después de ti —dijo él, haciendo un gesto hacia la escalera con una de las botellas que había escogido.
Una mujer joven estaba ayudando a Jean Louis en la cocina. Esta les sirvió alcachofas y ensalada. A eso le siguió sopa de zapallo, gambas, salmón y una bandeja de quesos. Finalmente, la tarta más deliciosa que Myriam había comido jamás.
Para cuando retiraron los platos, Myriam se había quitado los zapatos y se había acomodado en un sofá de estilo Luis XV.
—Ven aquí —le dijo Víctor con una sonrisa, fijando sus ojos azules en ella.
Ella se excitó de repente. Dejó la taza de café, extendió las piernas y caminó hasta donde estaba Víctor.
Él tomó su mano y la sentó en su regazo. Le soltó el cabello y le besó el cuello.
Se oyeron unos pasos en la puerta y ella se puso rígida al ver a Jean Louis.
Víctor le agarró la mano para que ella no se bajara de su regazo.
—No necesitamos nada más esta noche —dijo Víctor al chef.
—Bonne nuit, monsieur —dijo Jean Louis.
—Lo será —susurró Víctor a Myriam cuando el chef cerró la puerta.
—Ha sido incómodo —dijo Myriam.
—¿El exhibicionismo no es una de tus fantasías?
Ella se sorprendió. Las fantasías no solían ser tema de conversación en su matrimonio.
—No —contestó.
Él se rió y la besó.
—Lo tendré en cuenta.
—De verdad, Víctor. No…
—Ya está apuntado… No voy a olvidarme.
—Pero…
Él la besó profundamente en la boca. Con la mano le acarició la zona de detrás de la rodilla y deslizó su mano por el muslo, recordándole que estaba desnuda bajo el vestido negro.
Myriam lo rodeó con sus brazos y pronunció su nombre entre besos. Él volvió a besarla apasionadamente.
Ella rozó su torso con los pechos. Sus pezones se endurecieron, eran sensibles a la tela de su vestido. Su piel empezó a estremecerse a su tacto.
Víctor le agarró el trasero desnudo y se deslizó hacia su espalda, levantándole el bajo del vestido hasta las caderas. Empezó una íntima exploración y pronto ella comenzó a sudar.
Ella le desabrochó los botones de la camisa y puso la mano en su pecho, empezando a acariciarlo.
—Te he echado de menos —susurró él.
Ella asintió. Las palabras estaban fuera de su alcance en aquel momento. Sentía la suavidad de la piel de Víctor, sus músculos firmes, el fuego en sus venas.
Él le acarició la pierna, la rodilla, jugó con el arco de su pie. Ella echó atrás la cabeza y los besos de Víctor encontraron su cuello. Luego bajó la boca hasta su pecho. Besó sus pezones a través de la seda del sujetador.
Ella gimió.
—Te quiero —susurró Víctor contra su pecho—. Estoy locamente, apasionadamente enamorado de ti.
—Oh, Víctor.
—Pase lo que pase…
Víctor la levantó en brazos y la llevó por el pasillo hasta su dormitorio. Luego cerró la puerta.
Las luces estaban apagadas pero la iluminación del pueblo y la luz del faro daban una cierta luminosidad a la habitación.
Víctor la sentó en el borde de la cama. Luego se quitó la chaqueta y la corbata. Tenía la camisa abierta. Se agachó y se arrodilló y le abrió a Myriam las piernas para ponerse en medio de ellas.
Ella lo besó y hundió los dedos en su pelo. Se echó hacia delante y entró en contacto con el pecho de Víctor.
Él le quitó el vestido, le desabrochó el sujetador y éste cayó entre ellos. Luego la miró y la tumbó suavemente en la cama. Él le acarició el vientre, el ombligo, el espacio entre sus pechos y los hombros.
Su boca siguió a sus manos, trazando el rastro con besos en todo su cuerpo, y finalmente la besó en la boca tirando de ella hacia él.
Myriam sintió el algodón de su camisa sobre su piel, su vientre, sus pechos.
El beso se hizo más profundo y ella hundió los dedos en su espalda y cerró los ojos. Se estremeció de deseo.
Luego los abrió y vio algo amarillo. Víctor le extendió el brazo izquierdo y pasó uno de los pañuelos a lo largo de él.
Estaba bromeando, pensó ella. Tenía que estar bromeando.
Pero Víctor se lo ató a la muñeca y, por el otro lado, a un poste de la cama.
Él movió su otro brazo y ella sintió la misma sensación. Se estremeció.
—¿Víctor?
—Confía en mí —susurró él.
Entonces se puso de pie y se quitó la camisa y todo lo demás.
Ella estaba inmóvil, sin mover el brazo. Miró el cuerpo magnífico de Víctor. Tenía el pecho ancho, los hombros fuertes, los brazos tonificados, las manos hábiles.
Se inclinó hacia Myriam y ella tragó saliva.
Víctor la situó en el centro de la cama. Puso una rodilla a cada lado de su vientre, sin poner peso sobre ella.
Le extendió el brazo derecho otra vez y le anudó un extremo a la muñeca.
No lo haría en serio, ¿no?, se preguntó ella.
Víctor ató el otro extremo del pañuelo a la columna de la cama.
—Víctor…
—¿Crees que voy a hacerte daño?
Negó con la cabeza.
—¿Crees que te haría algo que no te apeteciera?
Ella volvió a agitar la cabeza.
—¿Confías en mí?
Myriam asintió.
—Bien.
Él la besó en la boca apasionadamente. Ella lo habría abrazado, pero su instinto le decía que se quedara quieta.
Él le besó la mandíbula, el cuello, los hombros. Jugó con uno de sus pezones y luego lo metió en su boca.
Myriam gimió y se arqueó y entonces él se ocupó de su otro pezón.
Ella se estremeció de placer.
Pronunció su nombre, pero él siguió acariciando su vientre, sus piernas, sus rodillas, hasta sus tobillos.
Luego deslizó una mano por la parte interior de un muslo y subió lentamente hasta su centro. Y ella casi se murió de placer.
Separó las piernas.
—Ahora, Víctor —dijo.
Él se puso encima de ella, y entró dentro con un solo movimiento. Myriam dio un gemido gutural y lo rodeó con sus brazos instintivamente. Los pañuelos se cayeron y ella se dio cuenta de que no los había atado realmente. Se aferró a él fuertemente con las piernas para sentirlo.
La sensación fue abrumadora. Ella estaba ardiendo, mientras sus cuerpos se encontraban.
Sintió una sensación casi insoportable en su cerebro y en su cuerpo, un latido rápido, caliente, que irradiaba todo su cuerpo.
Gimió el nombre de Víctor y apretó su cuerpo contra el de él mientras el ritmo de Víctor se hacía cada vez más rápido y más violento, hasta que algo estalló dentro de ella, y la dulce miel pareció derramarse en todo su cuerpo.
Luego, su pulso volvió lentamente a la normalidad.
Víctor le alisó el pelo.
—Eres hermosa.
—Te quiero —respondió ella.
Él la estrechó fuertemente y rodó con ella por la cama.
Víctor le acarició el cabello nuevamente, con la cabeza de Myriam apoyada en su hombro.
Su viaje a Biarritz fue como una segunda luna de miel.
Caminaron por la playa, alquilaron un yate, hicieron surf y visitaron tiendas pequeñas, incluso compraron un cuadro que enviaron por barco.
Hicieron el amor todos los días y fue como volver a conocerse.
Él temía el regreso a la realidad. Había llamado a Collin, a Selina y a Devon todos los días, pero sin interrumpir el ritmo pausado que tenía con Myriam.
Pero sabía que se le estaban acumulando cosas en el escritorio, y que tenía que volver.
Habían anunciado lluvia.
Que lloviera. Le daba igual, pensó él. Víctor imaginaba una tarde de lluvia maravillosa con su increíble esposa, dentro del chalet.
—¿Por qué no puede ser siempre así? —preguntó ella.
—¿Te refieres al atardecer?
—Me refiero a nosotros. A estar juntos, sin problemas.
Víctor sonrió.
—Bueno, en primer lugar, nos quedaríamos sin dinero.
Ella se incorporó para mirarlo.
—¿Sí?
—Por supuesto.
—Tal vez podríamos vender algunas empresas. O tal vez podrías contratar a un director que te las dirigiera, ¿no?
—No funciona así.
Todo en su conglomerado estaba interconectado. Y también estaba interconectado con las empresas de su padre. García International corno un todo valía mucho más que la suma de sus partes.
—Entonces, ¿cómo funciona? —preguntó ella.
Víctor no sabía bien cómo explicarle las complejidades de su trabajo.
—Las empresas dependen unas de otras —le dijo—. Y alguien tiene que ocuparse de toda la escena.
—¿Y qué me dices de Collin?
—Collin tiene su propio trabajo. No puede hacer el mío también.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Me parece que exageras. No creo que seas imprescindible. Esta semana no te han echado de menos.
—Una semana no es mucho tiempo.
Y él había estado controlando unas cuantas cosas desde su ordenador portátil y el teléfono.
—Me gusta que pasemos tiempo juntos.
—A mí también me gusta que pasemos tiempo juntos.
Alguien golpeó suavemente la puerta.
—¿Señor García?
—¿Sí?
Víctor abrió la puerta y vio a uno de los empleados de la casa.
—Una llamada telefónica para usted, señor.
—Evidentemente, debe de ser algo importante —dijo Myriam.
—Evidentemente —repitió él.
Había decidido tener el teléfono móvil apagado casi todo el tiempo, y le había pedido a la gente de la oficina que no se pusiera en contacto con él a través del teléfono del chalet salvo que fuera una emergencia.
El hombre uniformado le indicó dónde estaba el teléfono. Este estaba en un rincón de la habitación. Víctor se sentó en una silla.
—¿Sí?
—Víctor, soy Mervin Alrick. Víctor se sorprendió de oír la voz del padre de Myriam.
—¿Señor Alrick?
Myriam miró a Víctor frunciendo el ceño.
—Me temo… Me temo que te llamo para darte una noticia terrible.
El pecho de Víctor se comprimió.
—¿Sí? —preguntó lentamente.
Myriam lo miró, preocupada.
—Se trata de Brandon.
—¿De Brandon?
Myriam se puso de pie.
—Brandon y Heather han tenido un accidente de coche en la costa.
—¿Están bien? —Víctor extendió la mano hacia Myriam, y ella se acercó para tomársela.
—¿Qué? —susurró ella.
—Me temo… —Mervin carraspeó.
—¿Señor Alrick?
—Han muerto.
—¿Ellos?
—Ambos —dijo Mervin con voz rota.
Víctor tiró de Myriam hacia él. Al ver la expresión de Víctor, ella lo miró con miedo.
—Díselo a Myriam —agregó Mervin.
—Sí, por supuesto. Iremos allí lo antes posible. ¿Y Lucas?
—Está bien. Él estaba con la niñera.
—Mi avión está en Francia. Iremos directamente a San Diego.
—Sí… Bueno… —Mervin estaba intentando mantener el control.
—Lo llamaremos pronto —dijo Víctor y colgó.
—¿Víctor? —preguntó Myriam.
Él se dio la vuelta para mirarla, y puso una mano en cada uno de sus hombros.
—¿Porqué tenemos que ir…?
—Se trata de Brandon —dijo Víctor. No sabía cómo decírselo—. Ha muerto en un accidente de coche hoy.
Myriam negó con la cabeza.
—¡No! ¡No! ¡No puede ser!
—Heather ha muerto también.
Myriam dio un paso atrás. Seguía agitando la cabeza.
—Lo siento mucho, cariño.
Brandon era su único hermano y ella lo adoraba.
—¡No puede ser! —susurró Myriam con lágrimas en los ojos.
Víctor la estrechó en sus brazos. Ella se quiso soltar.
—No… No es posible… No puedo creerlo… No lo creo…
—Tengo que llamar a Collin —Víctor agarró el teléfono sin dejar de abrazarla—. Él se pondrá en contacto con el jet y organizará todo.
Myriam dejó escapar un gemido que rompió el corazón de Víctor.
—Tenemos que ir a California —dijo Víctor—. Lucas nos necesita.
Myriam levantó la mirada y se quedó petrificada.
—¿Y Lucas?
—Lucas está bien. Está con su niñera. Pero tenemos que estar con él.
Ella asintió. Las lágrimas corrían por su rostro sin parar. Víctor rodeó sus hombros y usó la otra mano para llamar a Collin.
continuara.....
Capítulo Siete
En el chalet, Jean Louis, el chef, se alegró de verlos. Y cuando Myriam vio la hermosa mesa puesta y el aroma de la comida, supo que tendrían que postergar el hacer el amor.
Se excusó para cambiarse y se puso un vestido de noche negro.
Víctor estaba esperándola abajo.
—¿Me acompañarías a la bodega? —le dijo.
Ella sonrió. Se sentía relajada, sexy y juguetona por primera vez después de meses.
—¿Puedo confiar en ti en la bodega? —preguntó.
Víctor sonrió.
—Ven y lo comprobarás.
Ella fingió dudar, pero su marido la guió por un pasillo corto que terminaba en una puerta de madera.
La escalera de piedra que había detrás de la puerta era estrecha y la luz era tenue.
Víctor la agarró de la cintura mientras bajaban las escaleras.
Allí él encendió una luz, y ella exclamó, sorprendida.
—Estamos buscando la fila ocho —dijo él.
—¿Qué estamos buscando? —preguntó Myriam.
—Esto —él la agarró por las caderas y la subió a una mesa antigua en medio del pasadizo.
—¿Qué…?
Él la silenció con un beso. Se puso entre sus rodillas y la estrechó en sus brazos.
Siguió besándola. Sus labios eran suaves, húmedos, y se abrieron para ella. La lengua de Víctor exploró su boca con avidez. El deseo se apoderó de Myriam de los pies a la cabeza.
Las manos de Víctor se deslizaron por sus rodillas desnudas. Víctor le besó el cuello, las orejas, los hombros, mientras ella se aferraba a sus brazos para sujetarse.
Le acarició las piernas.
—Tenía el presentimiento de que no podía confiar en ti aquí —dijo ella.
Él metió los dedos por debajo de la goma de sus braguitas y se las bajó.
—Aquí no —exclamó ella.
Ella miró alrededor, la habitación era fría y polvorienta.
—No, aquí no.
Pero él le bajó las braguitas totalmente y se las quitó. Luego se las metió en el bolsillo.
—Más tarde —dijo él con mirada ardiente.
—Pero…
Él la acalló con un dedo en sus labios.
—Estarnos de vacaciones, Myriam. Podemos jugar.
Víctor la bajó de la mesa, y le alisó la falda.
Luego la llevó hacia la escalera de piedra.
—¿Víctor?
—¿Sí?
—El vino.
—Tienes razón.
Myriam se apoyó en la sólida mesa y dejó que Víctor eligiera el año y la cosecha. Si había algo que sabía su marido era elegir un buen vino.
Lo observó buscar una botella entre todas las que miró.
Era un hombre muy atractivo. Ella se excitó al mirarlo.
No pudo evitar imaginar la cama de columnas.
Pero Víctor y ella tenían problemas que una noche de placer no podría arreglar. No obstante, comunicarse sexualmente no les haría daño alguno. Incluso los ayudaría. Y podría ser satisfactorio.
—Después de ti —dijo él, haciendo un gesto hacia la escalera con una de las botellas que había escogido.
Una mujer joven estaba ayudando a Jean Louis en la cocina. Esta les sirvió alcachofas y ensalada. A eso le siguió sopa de zapallo, gambas, salmón y una bandeja de quesos. Finalmente, la tarta más deliciosa que Myriam había comido jamás.
Para cuando retiraron los platos, Myriam se había quitado los zapatos y se había acomodado en un sofá de estilo Luis XV.
—Ven aquí —le dijo Víctor con una sonrisa, fijando sus ojos azules en ella.
Ella se excitó de repente. Dejó la taza de café, extendió las piernas y caminó hasta donde estaba Víctor.
Él tomó su mano y la sentó en su regazo. Le soltó el cabello y le besó el cuello.
Se oyeron unos pasos en la puerta y ella se puso rígida al ver a Jean Louis.
Víctor le agarró la mano para que ella no se bajara de su regazo.
—No necesitamos nada más esta noche —dijo Víctor al chef.
—Bonne nuit, monsieur —dijo Jean Louis.
—Lo será —susurró Víctor a Myriam cuando el chef cerró la puerta.
—Ha sido incómodo —dijo Myriam.
—¿El exhibicionismo no es una de tus fantasías?
Ella se sorprendió. Las fantasías no solían ser tema de conversación en su matrimonio.
—No —contestó.
Él se rió y la besó.
—Lo tendré en cuenta.
—De verdad, Víctor. No…
—Ya está apuntado… No voy a olvidarme.
—Pero…
Él la besó profundamente en la boca. Con la mano le acarició la zona de detrás de la rodilla y deslizó su mano por el muslo, recordándole que estaba desnuda bajo el vestido negro.
Myriam lo rodeó con sus brazos y pronunció su nombre entre besos. Él volvió a besarla apasionadamente.
Ella rozó su torso con los pechos. Sus pezones se endurecieron, eran sensibles a la tela de su vestido. Su piel empezó a estremecerse a su tacto.
Víctor le agarró el trasero desnudo y se deslizó hacia su espalda, levantándole el bajo del vestido hasta las caderas. Empezó una íntima exploración y pronto ella comenzó a sudar.
Ella le desabrochó los botones de la camisa y puso la mano en su pecho, empezando a acariciarlo.
—Te he echado de menos —susurró él.
Ella asintió. Las palabras estaban fuera de su alcance en aquel momento. Sentía la suavidad de la piel de Víctor, sus músculos firmes, el fuego en sus venas.
Él le acarició la pierna, la rodilla, jugó con el arco de su pie. Ella echó atrás la cabeza y los besos de Víctor encontraron su cuello. Luego bajó la boca hasta su pecho. Besó sus pezones a través de la seda del sujetador.
Ella gimió.
—Te quiero —susurró Víctor contra su pecho—. Estoy locamente, apasionadamente enamorado de ti.
—Oh, Víctor.
—Pase lo que pase…
Víctor la levantó en brazos y la llevó por el pasillo hasta su dormitorio. Luego cerró la puerta.
Las luces estaban apagadas pero la iluminación del pueblo y la luz del faro daban una cierta luminosidad a la habitación.
Víctor la sentó en el borde de la cama. Luego se quitó la chaqueta y la corbata. Tenía la camisa abierta. Se agachó y se arrodilló y le abrió a Myriam las piernas para ponerse en medio de ellas.
Ella lo besó y hundió los dedos en su pelo. Se echó hacia delante y entró en contacto con el pecho de Víctor.
Él le quitó el vestido, le desabrochó el sujetador y éste cayó entre ellos. Luego la miró y la tumbó suavemente en la cama. Él le acarició el vientre, el ombligo, el espacio entre sus pechos y los hombros.
Su boca siguió a sus manos, trazando el rastro con besos en todo su cuerpo, y finalmente la besó en la boca tirando de ella hacia él.
Myriam sintió el algodón de su camisa sobre su piel, su vientre, sus pechos.
El beso se hizo más profundo y ella hundió los dedos en su espalda y cerró los ojos. Se estremeció de deseo.
Luego los abrió y vio algo amarillo. Víctor le extendió el brazo izquierdo y pasó uno de los pañuelos a lo largo de él.
Estaba bromeando, pensó ella. Tenía que estar bromeando.
Pero Víctor se lo ató a la muñeca y, por el otro lado, a un poste de la cama.
Él movió su otro brazo y ella sintió la misma sensación. Se estremeció.
—¿Víctor?
—Confía en mí —susurró él.
Entonces se puso de pie y se quitó la camisa y todo lo demás.
Ella estaba inmóvil, sin mover el brazo. Miró el cuerpo magnífico de Víctor. Tenía el pecho ancho, los hombros fuertes, los brazos tonificados, las manos hábiles.
Se inclinó hacia Myriam y ella tragó saliva.
Víctor la situó en el centro de la cama. Puso una rodilla a cada lado de su vientre, sin poner peso sobre ella.
Le extendió el brazo derecho otra vez y le anudó un extremo a la muñeca.
No lo haría en serio, ¿no?, se preguntó ella.
Víctor ató el otro extremo del pañuelo a la columna de la cama.
—Víctor…
—¿Crees que voy a hacerte daño?
Negó con la cabeza.
—¿Crees que te haría algo que no te apeteciera?
Ella volvió a agitar la cabeza.
—¿Confías en mí?
Myriam asintió.
—Bien.
Él la besó en la boca apasionadamente. Ella lo habría abrazado, pero su instinto le decía que se quedara quieta.
Él le besó la mandíbula, el cuello, los hombros. Jugó con uno de sus pezones y luego lo metió en su boca.
Myriam gimió y se arqueó y entonces él se ocupó de su otro pezón.
Ella se estremeció de placer.
Pronunció su nombre, pero él siguió acariciando su vientre, sus piernas, sus rodillas, hasta sus tobillos.
Luego deslizó una mano por la parte interior de un muslo y subió lentamente hasta su centro. Y ella casi se murió de placer.
Separó las piernas.
—Ahora, Víctor —dijo.
Él se puso encima de ella, y entró dentro con un solo movimiento. Myriam dio un gemido gutural y lo rodeó con sus brazos instintivamente. Los pañuelos se cayeron y ella se dio cuenta de que no los había atado realmente. Se aferró a él fuertemente con las piernas para sentirlo.
La sensación fue abrumadora. Ella estaba ardiendo, mientras sus cuerpos se encontraban.
Sintió una sensación casi insoportable en su cerebro y en su cuerpo, un latido rápido, caliente, que irradiaba todo su cuerpo.
Gimió el nombre de Víctor y apretó su cuerpo contra el de él mientras el ritmo de Víctor se hacía cada vez más rápido y más violento, hasta que algo estalló dentro de ella, y la dulce miel pareció derramarse en todo su cuerpo.
Luego, su pulso volvió lentamente a la normalidad.
Víctor le alisó el pelo.
—Eres hermosa.
—Te quiero —respondió ella.
Él la estrechó fuertemente y rodó con ella por la cama.
Víctor le acarició el cabello nuevamente, con la cabeza de Myriam apoyada en su hombro.
Su viaje a Biarritz fue como una segunda luna de miel.
Caminaron por la playa, alquilaron un yate, hicieron surf y visitaron tiendas pequeñas, incluso compraron un cuadro que enviaron por barco.
Hicieron el amor todos los días y fue como volver a conocerse.
Él temía el regreso a la realidad. Había llamado a Collin, a Selina y a Devon todos los días, pero sin interrumpir el ritmo pausado que tenía con Myriam.
Pero sabía que se le estaban acumulando cosas en el escritorio, y que tenía que volver.
Habían anunciado lluvia.
Que lloviera. Le daba igual, pensó él. Víctor imaginaba una tarde de lluvia maravillosa con su increíble esposa, dentro del chalet.
—¿Por qué no puede ser siempre así? —preguntó ella.
—¿Te refieres al atardecer?
—Me refiero a nosotros. A estar juntos, sin problemas.
Víctor sonrió.
—Bueno, en primer lugar, nos quedaríamos sin dinero.
Ella se incorporó para mirarlo.
—¿Sí?
—Por supuesto.
—Tal vez podríamos vender algunas empresas. O tal vez podrías contratar a un director que te las dirigiera, ¿no?
—No funciona así.
Todo en su conglomerado estaba interconectado. Y también estaba interconectado con las empresas de su padre. García International corno un todo valía mucho más que la suma de sus partes.
—Entonces, ¿cómo funciona? —preguntó ella.
Víctor no sabía bien cómo explicarle las complejidades de su trabajo.
—Las empresas dependen unas de otras —le dijo—. Y alguien tiene que ocuparse de toda la escena.
—¿Y qué me dices de Collin?
—Collin tiene su propio trabajo. No puede hacer el mío también.
Ella dejó escapar un suspiro.
—Me parece que exageras. No creo que seas imprescindible. Esta semana no te han echado de menos.
—Una semana no es mucho tiempo.
Y él había estado controlando unas cuantas cosas desde su ordenador portátil y el teléfono.
—Me gusta que pasemos tiempo juntos.
—A mí también me gusta que pasemos tiempo juntos.
Alguien golpeó suavemente la puerta.
—¿Señor García?
—¿Sí?
Víctor abrió la puerta y vio a uno de los empleados de la casa.
—Una llamada telefónica para usted, señor.
—Evidentemente, debe de ser algo importante —dijo Myriam.
—Evidentemente —repitió él.
Había decidido tener el teléfono móvil apagado casi todo el tiempo, y le había pedido a la gente de la oficina que no se pusiera en contacto con él a través del teléfono del chalet salvo que fuera una emergencia.
El hombre uniformado le indicó dónde estaba el teléfono. Este estaba en un rincón de la habitación. Víctor se sentó en una silla.
—¿Sí?
—Víctor, soy Mervin Alrick. Víctor se sorprendió de oír la voz del padre de Myriam.
—¿Señor Alrick?
Myriam miró a Víctor frunciendo el ceño.
—Me temo… Me temo que te llamo para darte una noticia terrible.
El pecho de Víctor se comprimió.
—¿Sí? —preguntó lentamente.
Myriam lo miró, preocupada.
—Se trata de Brandon.
—¿De Brandon?
Myriam se puso de pie.
—Brandon y Heather han tenido un accidente de coche en la costa.
—¿Están bien? —Víctor extendió la mano hacia Myriam, y ella se acercó para tomársela.
—¿Qué? —susurró ella.
—Me temo… —Mervin carraspeó.
—¿Señor Alrick?
—Han muerto.
—¿Ellos?
—Ambos —dijo Mervin con voz rota.
Víctor tiró de Myriam hacia él. Al ver la expresión de Víctor, ella lo miró con miedo.
—Díselo a Myriam —agregó Mervin.
—Sí, por supuesto. Iremos allí lo antes posible. ¿Y Lucas?
—Está bien. Él estaba con la niñera.
—Mi avión está en Francia. Iremos directamente a San Diego.
—Sí… Bueno… —Mervin estaba intentando mantener el control.
—Lo llamaremos pronto —dijo Víctor y colgó.
—¿Víctor? —preguntó Myriam.
Él se dio la vuelta para mirarla, y puso una mano en cada uno de sus hombros.
—¿Porqué tenemos que ir…?
—Se trata de Brandon —dijo Víctor. No sabía cómo decírselo—. Ha muerto en un accidente de coche hoy.
Myriam negó con la cabeza.
—¡No! ¡No! ¡No puede ser!
—Heather ha muerto también.
Myriam dio un paso atrás. Seguía agitando la cabeza.
—Lo siento mucho, cariño.
Brandon era su único hermano y ella lo adoraba.
—¡No puede ser! —susurró Myriam con lágrimas en los ojos.
Víctor la estrechó en sus brazos. Ella se quiso soltar.
—No… No es posible… No puedo creerlo… No lo creo…
—Tengo que llamar a Collin —Víctor agarró el teléfono sin dejar de abrazarla—. Él se pondrá en contacto con el jet y organizará todo.
Myriam dejó escapar un gemido que rompió el corazón de Víctor.
—Tenemos que ir a California —dijo Víctor—. Lucas nos necesita.
Myriam levantó la mirada y se quedó petrificada.
—¿Y Lucas?
—Lucas está bien. Está con su niñera. Pero tenemos que estar con él.
Ella asintió. Las lágrimas corrían por su rostro sin parar. Víctor rodeó sus hombros y usó la otra mano para llamar a Collin.
continuara.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Otro capitulo chicas.....
Capítulo Ocho
Myriam pasó la siguiente semana en un estado de shock, teniendo a Lucas en brazos, consolando a sus padres, asistiendo al funeral en California.
Afortunadamente, Víctor se ocupó de todos los asuntos legales del testamento. Su hermano había nombrado a Myriam como custodia de Lucas y a Víctor como administrador de su finca. Entre Víctor y Collin ella sólo había necesitado firmar papeles y recoger las cosas de Lucas.
Había visto brevemente a los padres de Heather en el funeral. Estos estaban prácticamente paralizados por el dolor. Apenas habían hablado, pero habían abrazado a Lucas todo el tiempo, claramente afectados por el hecho de que se mudaba a Nueva York.
Por fin, estaban de regreso en el ático. La habitación de Lucas ya estaba arreglada y decorada y él estaba adaptándose bien a una rutina con Myriam. Seguía un poco triste y confuso por momentos, pero ya había empezado a gatear por el piso, poniéndose de pie agarrado a los muebles, y demostrándole a Myriam que tenía que hacer muchos cambios si quería proteger tanto a él como a sus valiosas antigüedades.
Myriam le dio un ligero beso en el pelo y lo puso contra su hombro para llevarlo a su cuna. Aquel día se le había hecho tarde para la siesta. Lucas había estado muy inquieto y caprichoso y había mordido todo lo que encontraba a su paso.
Al pobre le estaban saliendo los dientes, y lo estaba pasando mal.
Myriam se puso de pie. Hubo golpes en la puerta y el niño se sobresaltó en sus brazos. Ella lo acunó inmediatamente, rogando que permaneciera dormido.
Rena apareció desde la cocina, secándose las manos en un paño.
Myriam le hizo señas para que no despertase al niño, y el ama de llaves se dirigió a la puerta de entrada mientras Myriam llevaba al niño por el pasillo. Luego lo dejó suavemente en la cuna.
Dejó la puerta entreabierta y volvió al salón.
Allí encontró a Rena con un sobre en la mano.
—Es para usted —dijo la mujer.
La dirección del remitente era de unos abogados de California. Myriam suspiró. Debía de ser algo relacionado nuevamente con el testamento.
—Estaré en el despacho de Víctor.
Abrió el sobre del correo privado y leyó por encima la carta. Algo le oprimió el corazón. Pero decidió leer detenidamente la carta.
Los padres de Heather querían a Lucas. Aquélla era una notificación legal en la que la familia Vance se oponía al testamento.
Querían que Lucas volviera a California, querían criarlo ellos, se oponían a los deseos de Heather y Brandon y querían quitarle a su sobrino.
Con mano temblorosa, Myriam marcó el número de Víctor.
No estaba en la oficina. Entonces, trató de localizarlo en el móvil. Pero saltó su contestador y tuvo que dejar un mensaje.
Rena volvió a golpear la puerta.
—¿Señora García? —Rena apareció en la puerta del despacho—. María Inés Briggs ha venido a verla.
—Que pase.
—¿El bebé ya está dormido? —preguntó María Inés con una sonrisa en los labios cuando entró. Pero, al ver la expresión de Myriam, dejó de sonreír
—Echa una ojeada a esto —dijo Myriam y le dio el papel.
—No pueden hacer esto —dijo María Inés.
—Lo están haciendo. Creen que serán mejores padres que yo.
—Eso es ridículo.
—Alegan que han visto a Lucas todos los días de su vida, que San Diego es un lugar mucho mejor para criar a un niño, que Lucas los conoce mejor. Además de eso, ellos son padres con experiencia, mientras que yo… —la voz de Myriam se quebró—. Yo sólo tengo experiencia en comprar ropa de diseño y organizar fiestas.
María Inés le agarró la mano.
—Eso es una locura.
—No se equivocan. Yo, efectivamente, compro ropa de diseño y organizo fiestas. Y hasta la semana pasada, no había cambiado un pañal en mi vida.
—Bueno, tienes razón. Porque el cambio de pañales es la primera cosa en la que piensa un juez a la hora de determinar la custodia de un niño.
—Sabes a qué me refiero.
—Lo sé. Pero te estás adelantando a los hechos.
Myriam sabía bien lo que quería decir María Inés. Se había adelantado a los hechos cuando había pensado que Víctor la engañaba con otra mujer y cuando había pensado que Joe era un delincuente.
—No puedo ponerme en contacto con Víctor.
—Probablemente esté en una reunión.
—El siempre está en una reunión.
Desde el viaje a Francia las cosas entre ellos habían mejorado, pero ella sentía que, lentamente, volvían al estado anterior. Y aunque estaba muy ocupada con el pequeño Lucas, no podía dejar de notar que Víctor tenía las noches llenas de obligaciones por sus numerosos negocios.
—Tal vez deberías llamar a Collin —sugirió María Inés.
—Tú odias a Collin.
—Sólo porque es abogado. Pero tienen su utilidad.
Myriam pensó en aquello.
¿Esperaba a ponerse en contacto con Víctor? ¿O empezaba a actuar por su cuenta? Tenía que desarrollar cierta independencia de Víctor.
Decidió llamar a Collin.
Víctor no estaba con él. Pero Myriam decidió hablarle.
—En realidad, necesito un consejo legal.
Hubo una pausa. Luego Collin dijo:
—Por supuesto.
Myriam le contó lo que había sucedido y los detalles del caso.
—¿Sabe Víctor esto?
—No he podido ponerme en contacto con él.
—Le diré que te llame —Collin colgó.
Myriam colgó frunciendo el ceño.
—No me ha servido de mucha ayuda.
Sonó el teléfono.
Myriam contestó, aliviada.
—¿Has recibido mi mensaje? ¿Por Collin? Creí que no estabas con Collin.
—No estoy con él. Collin me ha llamado.
O sea que atendía las llamadas de Collin y no las suyas, pensó Myriam.
—¿Dónde estás? —preguntó ella.
—¿Qué sucede? Collin me ha dicho que los Vance se han puesto en contacto contigo.
Myriam le explicó el contenido de la carta.
—Collin va a pasar por el ático para llevarse los papeles —dijo Víctor—. No quiero que te preocupes por ello.
—¿Cómo puedo no preocuparme por ello? —Myriam miró el reloj. Eran casi las cinco—. ¿No vas a venir a casa ahora?
—Tardaré un poco. Tengo… una llamada internacional que hacer con la Costa Oeste.
—Comprendo —Myriam no lo creyó totalmente.
Había habido algo en el tono de su voz que no le había sonado a verdad, algo que le hacía pensar que estaba buscando excusas.
No le gustaba sentir aquello, pero cuanto más se alejaban del viaje a Biarritz, más palidecía la confianza. Si la amaba como decía, ¿no debería acudir corriendo a casa? ¿No deberían ser ella y Lucas lo más importante en su vida?
Víctor le pidió a Collin que fuera al ático. Juró por el hecho de que él no pudiera ir inmediatamente. Myriam tenía demasiadas cosas encima: el cuidado de Lucas, la superación de la muerte de su hermano… ¡Y ahora, además, aquello!
Collin se marchó de la sala de juntas, y Gregorio entró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gregorio, y tomó asiento.
—Esto —Víctor deslizó otra carta del extorsionador—. ¡No la toques! —le advirtió a Gregorio. Si él no las hubiera borrado abriendo la carta, la policía podría obtener huellas. Gregorio leyó la carta.
Hammond y Pysanski son el principio. Yo soy el único que puede parar esto ahora.
¡Paga!
—¿Quién es este tipo? —Gregorio tenía una mirada turbulenta.
Víctor agitó la cabeza.
—Trent evitó que llegase a los medios la conexión con Hammond y Pysanski.
—¿Es alguien cercano a ti? ¿O alguien relacionado con la policía?
Víctor no tenía ni idea, pero aquel giro que estaban dando los acontecimientos era muy inquietante.
—No lo sé, pero si es alguna de las dos cosas, tendríamos que preguntarnos hasta dónde llega el asunto.
—¿Realmente crees que te tiene atrapado? ¿O que puede atraparme a mí? ¿Por qué no me ha chantajeado a mí? —dijo Gregorio.
—Quienquiera que sea, lleva planeándolo mucho tiempo. Quizás haya conseguido alguna prueba contra mí pero no contra ti.
—¿Yo soy sólo un daño colateral?
Víctor se rió.
—Tal vez. O quizás piense que yo valgo más dinero.
—Lo vales.
—Es por eso…
—Diez millones. ¿Cuánto tiempo te llevaría juntar ese dinero?
—Cinco minutos.
Gregorio asintió al ver a Selina entrar en la habitación.
Ella extendió la mano hacia el maletín, sacó una bolsa de plástico y metió la carta dentro. Luego la cerró, se sentó y la leyó.
—Llevaré esto a un laboratorio privado. Dudo que consigamos huellas digitales. La operación ha sido demasiado sofisticada como para cometer un error como ése.
—¿Y la policía? —preguntó Víctor a Selina.
—No voy a darle esto al laboratorio corrupto de la policía. Me pondré en contacto con ellos más tarde.
—¿Hay más pistas? ¿Algo más con lo que seguir?
—Todavía sigo con lo de Hammond y Pysanski. En mi opinión, tenemos más posibilidades de solucionar el tema del Organismo regulador del mercado de valores que en encontrar al extorsionador. Si cortamos el asunto del Organismo regulador, el problema del chantaje desaparecerá —dijo Selina.
—Desaparecerá el chantaje sólo en mi caso —dijo Víctor.
El chantajista tenía otras víctimas en mente.
—Y como tú eres quien me paga el sueldo, tú eres quien me importa más —dijo Selina.
—¿Y yo? —preguntó Gregorio fingiendo tono de ofensa.
—Tú serás una victoria colateral —dijo Selina.
—¿Me has oído decir eso? —preguntó Gregorio.
—Yo oigo todo —dijo Selina y volvió a prestar atención a Víctor—. Algo ha disparado esta segunda carta. Vamos a tener que repasar los detalles de tus últimos días.
Víctor asintió, resignado, preocupado por Myriam. Esperaba que Collin se ocupase bien del tema del testamento.
Últimamente parecía que se veía envuelto en una docena de problemas diferentes.
Myriam estaba sentada frente a Collin. Este tenía el documento en la mano.
—Según una lectura preliminar, soy muy optimista. Pero tengo un amigo que es miembro del colegio de abogados de California. Puedo pedirle que vuele mañana para que podamos empezar a trabajar con un plan de defensa adecuado.
Myriam asintió, agradecida a Collin. Era frío y controlado, y su experiencia se notaba en cada turno de la conversación. Pero ella no podía dejar de pensar que quien debería estar allí era Víctor. Debía ser su marido quien le diera consuelo y consejo, no su abogado.
Pero María Inés tenía razón. Debía valerse por sí misma.
—Me gustaría encontrarme con tu amigo —dijo Myriam a Collin—. Estoy disponible en cualquier momento.
—Organizaré un encuentro.
De pronto se abrió la puerta del ático y Collin y ella se dieron la vuelta.
Víctor acababa de entrar.
—¿Qué me he perdido? —preguntó.
Myriam miró su reloj. Eran casi las nueve.
—He leído los papeles. Voy a pedirle a Ned Landers que vuele mañana.
Myriam miró a Víctor y dijo:
—Está todo bajo control. No tienes que preocuparte.
—Eso es…
—Sé que estás ocupado —se volvió, le dio la mano a Collin y agregó—: Gracias por tu consejo, Collin. Te agradezco que te hayas tomado el tiempo para ello.
—No hay problema. Siempre estoy disponible para ti, Myriam.
Víctor estaba callado al otro lado de la habitación.
—Buenas noches —les dijo Collin a ambos.
—¿Qué es eso de «No necesito tu ayuda. Está todo bajo control»? —preguntó Víctor en cuanto se marchó Collin.
—Está todo controlado, Víctor. Collin ha dicho que estamos en una posición fuerte. Dice que los Vance tendrían que demostrar que no somos adecuados como padres para ganar en el juicio.
—Me alegro de saber lo que dice Collin, pero yo también tengo algo que decir, ¿no te parece?
—Tú no estabas aquí.
—Tenía una reunión.
—Tú siempre tienes una reunión —dijo con sarcasmo.
—Habría estado aquí si hubiera podido.
—Baja la voz.
Víctor dejó escapar una profunda exhalación.
—Quiero los detalles —dijo.
Ella le señaló los papeles de la mesa.
—Allí los tienes.
—Quiero saber también lo que ha dicho Collin exactamente —agregó Víctor agarrando los papeles de la mesa.
—Te diré todo lo que recuerdo.
Él la miró achicando los ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
Víctor estaba actuando como si estuviera celoso de Collin.
Se quedó callado un momento.
—No me gusta que me reemplacen por mi abogado. Este es nuestro problema, no tu problema solo.
—Puedo ocuparme yo de él, Víctor. Tendré ayuda profesional.
—Entonces, ¿no me necesitas? ¿Es eso lo que estás diciendo?
Myriam no quería tener una pelea. Lo que importaba era Lucas. Toda su energía y sus recursos emotivos tenían que dirigirse a él.
Víctor se dio la vuelta bruscamente y caminó por el pasillo hasta su despacho.
Ella había metido la pata, pensó Myriam. Había causado rabia y pena.
Se armó de coraje, lo siguió por el pasillo y entró en el despacho.
—¿Víctor? —lo llamó.
Él no la miró, pero movió la cabeza.
—Lo siento —afirmó Myriam.
Aquello llamó la atención de Víctor.
—Deberíamos trabajar juntos en esto. Es muy importante para mí tu punto de vista —le dijo ella.
—También es mi hijo.
—Por supuesto. Pensé que estabas muy ocupado. Intentaba…
—Siento haber llegado tarde. Las cosas están complicadas… en la oficina en este momento.
Ella asintió.
—Lo que importa es Lucas.
—Sí. Ahora somos sus padres, y tenemos que procurar su bienestar. En todos los frentes.
Una lágrima cayó por la mejilla de Myriam.
—¿Por qué nos hacen esto?
Víctor agitó la cabeza.
—No lo sé, cariño. Ellos también quieren a Lucas.
—Pero Brandon y Heather nos eligieron a nosotros —dijo ella.
Myriam no conocía a los Vance. Tal vez fueran egoístas o ruines. Había alguna razón por la que Lucas había sido encomendado al cuidado de ella. Y ella no iba a fallar a su hermano y a su cuñada.
—Y el juez lo verá así —dijo Víctor—. Hablaremos con Ned Landers juntos.
—Juntos, sí —repitió ella.
Pero una parte de ella se preguntó si Víctor lograría ir a la reunión con Landers.
continuamos...
Capítulo Ocho
Myriam pasó la siguiente semana en un estado de shock, teniendo a Lucas en brazos, consolando a sus padres, asistiendo al funeral en California.
Afortunadamente, Víctor se ocupó de todos los asuntos legales del testamento. Su hermano había nombrado a Myriam como custodia de Lucas y a Víctor como administrador de su finca. Entre Víctor y Collin ella sólo había necesitado firmar papeles y recoger las cosas de Lucas.
Había visto brevemente a los padres de Heather en el funeral. Estos estaban prácticamente paralizados por el dolor. Apenas habían hablado, pero habían abrazado a Lucas todo el tiempo, claramente afectados por el hecho de que se mudaba a Nueva York.
Por fin, estaban de regreso en el ático. La habitación de Lucas ya estaba arreglada y decorada y él estaba adaptándose bien a una rutina con Myriam. Seguía un poco triste y confuso por momentos, pero ya había empezado a gatear por el piso, poniéndose de pie agarrado a los muebles, y demostrándole a Myriam que tenía que hacer muchos cambios si quería proteger tanto a él como a sus valiosas antigüedades.
Myriam le dio un ligero beso en el pelo y lo puso contra su hombro para llevarlo a su cuna. Aquel día se le había hecho tarde para la siesta. Lucas había estado muy inquieto y caprichoso y había mordido todo lo que encontraba a su paso.
Al pobre le estaban saliendo los dientes, y lo estaba pasando mal.
Myriam se puso de pie. Hubo golpes en la puerta y el niño se sobresaltó en sus brazos. Ella lo acunó inmediatamente, rogando que permaneciera dormido.
Rena apareció desde la cocina, secándose las manos en un paño.
Myriam le hizo señas para que no despertase al niño, y el ama de llaves se dirigió a la puerta de entrada mientras Myriam llevaba al niño por el pasillo. Luego lo dejó suavemente en la cuna.
Dejó la puerta entreabierta y volvió al salón.
Allí encontró a Rena con un sobre en la mano.
—Es para usted —dijo la mujer.
La dirección del remitente era de unos abogados de California. Myriam suspiró. Debía de ser algo relacionado nuevamente con el testamento.
—Estaré en el despacho de Víctor.
Abrió el sobre del correo privado y leyó por encima la carta. Algo le oprimió el corazón. Pero decidió leer detenidamente la carta.
Los padres de Heather querían a Lucas. Aquélla era una notificación legal en la que la familia Vance se oponía al testamento.
Querían que Lucas volviera a California, querían criarlo ellos, se oponían a los deseos de Heather y Brandon y querían quitarle a su sobrino.
Con mano temblorosa, Myriam marcó el número de Víctor.
No estaba en la oficina. Entonces, trató de localizarlo en el móvil. Pero saltó su contestador y tuvo que dejar un mensaje.
Rena volvió a golpear la puerta.
—¿Señora García? —Rena apareció en la puerta del despacho—. María Inés Briggs ha venido a verla.
—Que pase.
—¿El bebé ya está dormido? —preguntó María Inés con una sonrisa en los labios cuando entró. Pero, al ver la expresión de Myriam, dejó de sonreír
—Echa una ojeada a esto —dijo Myriam y le dio el papel.
—No pueden hacer esto —dijo María Inés.
—Lo están haciendo. Creen que serán mejores padres que yo.
—Eso es ridículo.
—Alegan que han visto a Lucas todos los días de su vida, que San Diego es un lugar mucho mejor para criar a un niño, que Lucas los conoce mejor. Además de eso, ellos son padres con experiencia, mientras que yo… —la voz de Myriam se quebró—. Yo sólo tengo experiencia en comprar ropa de diseño y organizar fiestas.
María Inés le agarró la mano.
—Eso es una locura.
—No se equivocan. Yo, efectivamente, compro ropa de diseño y organizo fiestas. Y hasta la semana pasada, no había cambiado un pañal en mi vida.
—Bueno, tienes razón. Porque el cambio de pañales es la primera cosa en la que piensa un juez a la hora de determinar la custodia de un niño.
—Sabes a qué me refiero.
—Lo sé. Pero te estás adelantando a los hechos.
Myriam sabía bien lo que quería decir María Inés. Se había adelantado a los hechos cuando había pensado que Víctor la engañaba con otra mujer y cuando había pensado que Joe era un delincuente.
—No puedo ponerme en contacto con Víctor.
—Probablemente esté en una reunión.
—El siempre está en una reunión.
Desde el viaje a Francia las cosas entre ellos habían mejorado, pero ella sentía que, lentamente, volvían al estado anterior. Y aunque estaba muy ocupada con el pequeño Lucas, no podía dejar de notar que Víctor tenía las noches llenas de obligaciones por sus numerosos negocios.
—Tal vez deberías llamar a Collin —sugirió María Inés.
—Tú odias a Collin.
—Sólo porque es abogado. Pero tienen su utilidad.
Myriam pensó en aquello.
¿Esperaba a ponerse en contacto con Víctor? ¿O empezaba a actuar por su cuenta? Tenía que desarrollar cierta independencia de Víctor.
Decidió llamar a Collin.
Víctor no estaba con él. Pero Myriam decidió hablarle.
—En realidad, necesito un consejo legal.
Hubo una pausa. Luego Collin dijo:
—Por supuesto.
Myriam le contó lo que había sucedido y los detalles del caso.
—¿Sabe Víctor esto?
—No he podido ponerme en contacto con él.
—Le diré que te llame —Collin colgó.
Myriam colgó frunciendo el ceño.
—No me ha servido de mucha ayuda.
Sonó el teléfono.
Myriam contestó, aliviada.
—¿Has recibido mi mensaje? ¿Por Collin? Creí que no estabas con Collin.
—No estoy con él. Collin me ha llamado.
O sea que atendía las llamadas de Collin y no las suyas, pensó Myriam.
—¿Dónde estás? —preguntó ella.
—¿Qué sucede? Collin me ha dicho que los Vance se han puesto en contacto contigo.
Myriam le explicó el contenido de la carta.
—Collin va a pasar por el ático para llevarse los papeles —dijo Víctor—. No quiero que te preocupes por ello.
—¿Cómo puedo no preocuparme por ello? —Myriam miró el reloj. Eran casi las cinco—. ¿No vas a venir a casa ahora?
—Tardaré un poco. Tengo… una llamada internacional que hacer con la Costa Oeste.
—Comprendo —Myriam no lo creyó totalmente.
Había habido algo en el tono de su voz que no le había sonado a verdad, algo que le hacía pensar que estaba buscando excusas.
No le gustaba sentir aquello, pero cuanto más se alejaban del viaje a Biarritz, más palidecía la confianza. Si la amaba como decía, ¿no debería acudir corriendo a casa? ¿No deberían ser ella y Lucas lo más importante en su vida?
Víctor le pidió a Collin que fuera al ático. Juró por el hecho de que él no pudiera ir inmediatamente. Myriam tenía demasiadas cosas encima: el cuidado de Lucas, la superación de la muerte de su hermano… ¡Y ahora, además, aquello!
Collin se marchó de la sala de juntas, y Gregorio entró.
—¿Qué ocurre? —preguntó Gregorio, y tomó asiento.
—Esto —Víctor deslizó otra carta del extorsionador—. ¡No la toques! —le advirtió a Gregorio. Si él no las hubiera borrado abriendo la carta, la policía podría obtener huellas. Gregorio leyó la carta.
Hammond y Pysanski son el principio. Yo soy el único que puede parar esto ahora.
¡Paga!
—¿Quién es este tipo? —Gregorio tenía una mirada turbulenta.
Víctor agitó la cabeza.
—Trent evitó que llegase a los medios la conexión con Hammond y Pysanski.
—¿Es alguien cercano a ti? ¿O alguien relacionado con la policía?
Víctor no tenía ni idea, pero aquel giro que estaban dando los acontecimientos era muy inquietante.
—No lo sé, pero si es alguna de las dos cosas, tendríamos que preguntarnos hasta dónde llega el asunto.
—¿Realmente crees que te tiene atrapado? ¿O que puede atraparme a mí? ¿Por qué no me ha chantajeado a mí? —dijo Gregorio.
—Quienquiera que sea, lleva planeándolo mucho tiempo. Quizás haya conseguido alguna prueba contra mí pero no contra ti.
—¿Yo soy sólo un daño colateral?
Víctor se rió.
—Tal vez. O quizás piense que yo valgo más dinero.
—Lo vales.
—Es por eso…
—Diez millones. ¿Cuánto tiempo te llevaría juntar ese dinero?
—Cinco minutos.
Gregorio asintió al ver a Selina entrar en la habitación.
Ella extendió la mano hacia el maletín, sacó una bolsa de plástico y metió la carta dentro. Luego la cerró, se sentó y la leyó.
—Llevaré esto a un laboratorio privado. Dudo que consigamos huellas digitales. La operación ha sido demasiado sofisticada como para cometer un error como ése.
—¿Y la policía? —preguntó Víctor a Selina.
—No voy a darle esto al laboratorio corrupto de la policía. Me pondré en contacto con ellos más tarde.
—¿Hay más pistas? ¿Algo más con lo que seguir?
—Todavía sigo con lo de Hammond y Pysanski. En mi opinión, tenemos más posibilidades de solucionar el tema del Organismo regulador del mercado de valores que en encontrar al extorsionador. Si cortamos el asunto del Organismo regulador, el problema del chantaje desaparecerá —dijo Selina.
—Desaparecerá el chantaje sólo en mi caso —dijo Víctor.
El chantajista tenía otras víctimas en mente.
—Y como tú eres quien me paga el sueldo, tú eres quien me importa más —dijo Selina.
—¿Y yo? —preguntó Gregorio fingiendo tono de ofensa.
—Tú serás una victoria colateral —dijo Selina.
—¿Me has oído decir eso? —preguntó Gregorio.
—Yo oigo todo —dijo Selina y volvió a prestar atención a Víctor—. Algo ha disparado esta segunda carta. Vamos a tener que repasar los detalles de tus últimos días.
Víctor asintió, resignado, preocupado por Myriam. Esperaba que Collin se ocupase bien del tema del testamento.
Últimamente parecía que se veía envuelto en una docena de problemas diferentes.
Myriam estaba sentada frente a Collin. Este tenía el documento en la mano.
—Según una lectura preliminar, soy muy optimista. Pero tengo un amigo que es miembro del colegio de abogados de California. Puedo pedirle que vuele mañana para que podamos empezar a trabajar con un plan de defensa adecuado.
Myriam asintió, agradecida a Collin. Era frío y controlado, y su experiencia se notaba en cada turno de la conversación. Pero ella no podía dejar de pensar que quien debería estar allí era Víctor. Debía ser su marido quien le diera consuelo y consejo, no su abogado.
Pero María Inés tenía razón. Debía valerse por sí misma.
—Me gustaría encontrarme con tu amigo —dijo Myriam a Collin—. Estoy disponible en cualquier momento.
—Organizaré un encuentro.
De pronto se abrió la puerta del ático y Collin y ella se dieron la vuelta.
Víctor acababa de entrar.
—¿Qué me he perdido? —preguntó.
Myriam miró su reloj. Eran casi las nueve.
—He leído los papeles. Voy a pedirle a Ned Landers que vuele mañana.
Myriam miró a Víctor y dijo:
—Está todo bajo control. No tienes que preocuparte.
—Eso es…
—Sé que estás ocupado —se volvió, le dio la mano a Collin y agregó—: Gracias por tu consejo, Collin. Te agradezco que te hayas tomado el tiempo para ello.
—No hay problema. Siempre estoy disponible para ti, Myriam.
Víctor estaba callado al otro lado de la habitación.
—Buenas noches —les dijo Collin a ambos.
—¿Qué es eso de «No necesito tu ayuda. Está todo bajo control»? —preguntó Víctor en cuanto se marchó Collin.
—Está todo controlado, Víctor. Collin ha dicho que estamos en una posición fuerte. Dice que los Vance tendrían que demostrar que no somos adecuados como padres para ganar en el juicio.
—Me alegro de saber lo que dice Collin, pero yo también tengo algo que decir, ¿no te parece?
—Tú no estabas aquí.
—Tenía una reunión.
—Tú siempre tienes una reunión —dijo con sarcasmo.
—Habría estado aquí si hubiera podido.
—Baja la voz.
Víctor dejó escapar una profunda exhalación.
—Quiero los detalles —dijo.
Ella le señaló los papeles de la mesa.
—Allí los tienes.
—Quiero saber también lo que ha dicho Collin exactamente —agregó Víctor agarrando los papeles de la mesa.
—Te diré todo lo que recuerdo.
Él la miró achicando los ojos.
—¿Qué ocurre? —preguntó ella.
Víctor estaba actuando como si estuviera celoso de Collin.
Se quedó callado un momento.
—No me gusta que me reemplacen por mi abogado. Este es nuestro problema, no tu problema solo.
—Puedo ocuparme yo de él, Víctor. Tendré ayuda profesional.
—Entonces, ¿no me necesitas? ¿Es eso lo que estás diciendo?
Myriam no quería tener una pelea. Lo que importaba era Lucas. Toda su energía y sus recursos emotivos tenían que dirigirse a él.
Víctor se dio la vuelta bruscamente y caminó por el pasillo hasta su despacho.
Ella había metido la pata, pensó Myriam. Había causado rabia y pena.
Se armó de coraje, lo siguió por el pasillo y entró en el despacho.
—¿Víctor? —lo llamó.
Él no la miró, pero movió la cabeza.
—Lo siento —afirmó Myriam.
Aquello llamó la atención de Víctor.
—Deberíamos trabajar juntos en esto. Es muy importante para mí tu punto de vista —le dijo ella.
—También es mi hijo.
—Por supuesto. Pensé que estabas muy ocupado. Intentaba…
—Siento haber llegado tarde. Las cosas están complicadas… en la oficina en este momento.
Ella asintió.
—Lo que importa es Lucas.
—Sí. Ahora somos sus padres, y tenemos que procurar su bienestar. En todos los frentes.
Una lágrima cayó por la mejilla de Myriam.
—¿Por qué nos hacen esto?
Víctor agitó la cabeza.
—No lo sé, cariño. Ellos también quieren a Lucas.
—Pero Brandon y Heather nos eligieron a nosotros —dijo ella.
Myriam no conocía a los Vance. Tal vez fueran egoístas o ruines. Había alguna razón por la que Lucas había sido encomendado al cuidado de ella. Y ella no iba a fallar a su hermano y a su cuñada.
—Y el juez lo verá así —dijo Víctor—. Hablaremos con Ned Landers juntos.
—Juntos, sí —repitió ella.
Pero una parte de ella se preguntó si Víctor lograría ir a la reunión con Landers.
continuamos...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Otro mas para recompensarlas....
Capítulo Nueve
Ned Landers les aconsejó a Víctor y a Myriam que siguieran con sus vidas normalmente. Eso ayudaría a que se los viera como padres adecuados.
También les había recomendado que siguieran con el plan de hacer una fiesta para el aniversario de su boda, pero Myriam había dejado de ocuparse de ello y la había dejado en manos de su vecina y organizadora de la fiesta, Amanda Crawford. Según el abogado, aquello les haría parecer una familia con una red de amigos y familia extensa, algo que también los ayudaría con su imagen de padres.
María Inés se había ofrecido a cuidar a Lucas durante la noche de la celebración de su aniversario, y por alguna razón Víctor había insistido en que Joe Germain pasara la noche en el ático también.
María Inés no había estado muy conforme con ello, hasta que Joe había llegado y ella le había echado el ojo al alto y atractivo chófer y guardaespaldas.
—Gracias por venir, Joe —dijo Víctor.
Joe asintió y saludó con un asentimiento de cabeza a María Inés.
María Inés se fijó en él cuando éste se dio la vuelta.
Myriam le dio un codazo a su amiga.
—Tranquila, chica. No creo que tenga permiso para darse el lote con una chica en horas de trabajo.
—¿Cómo lo sabes?
—Debería estar en el libro de instrucciones o algo así.
María Inés se rió. Luego miró el vestido rojo de Myriam.
—Estás estupenda —dijo.
María Inés agarró a Lucas de brazos de Myriam.
—Hay un par de biberones en el frigorífico.
—Sí, mamá —bromeó María Inés.
Myriam pensó inmediatamente en Heather.
—Lo siento —dijo María Inés.
—Está bien. Supongo que tenemos que seguir adelante. Y soy yo la primera que debo hacerlo…
—Lo estás haciendo muy bien —afirmó María Inés.
Myriam se sintió reacia a dejar a Lucas.
—No sé cómo hacen los padres normalmente…
—Estoy entrenado en seguridad en incendios, primeros auxilios, conducción defensiva y combate cuerpo a cuerpo —dijo Joe.
Víctor sonrió.
—¿Ves? No tienes que preocuparte de nada.
—¿Sabes cambiar pañales? —preguntó María Inés bromeando.
—Lo que haga falta —respondió Joe agarrando a Lucas de manos de María Inés y poniéndoselo contra su hombro como si hubiera hecho aquello toda la vida.
Myriam pensó que María Inés parecía fascinada por Joe.
Víctor le tomó la mano y se dispusieron a partir.
—¿Es soltero Joe? —preguntó Myriam en voz baja.
—Creo que sí. ¿Por qué? —preguntó Víctor.
Myriam miró a su amiga. Esta parecía haber entrado en su más profunda fantasía.
Geraldín Bazan estaba de pie con un sombrero de plumas diciendo algo sobre el Organismo regulador del mercado de valores a Víctor, mientras él miraba a su alrededor buscando a Myriam. Entonces la vio bailando con el príncipe Sebastian. Este la estaba apretando demasiado para su gusto. Pero sabía que el hombre se iba a casar pronto con su ayudante Tessa Banks, así que no le dijo nada.
—Creo que la reputación de todo el edificio está en juego —dijo Geraldín—. Y yo en tu lugar…
—Tú no eres yo —dijo Víctor.
Vivían tomó aliento y siguió.
—Si estuviera en tu lugar, haría todo lo que estuviera a mi alcance para terminar con este asunto cuanto antes.
—¿Y no crees que estoy haciendo eso? —replicó Víctor.
—Tienes que pensar cómo proteger a tu familia, a tus amigos y a tus vecinos…
Víctor no le prestaba demasiada atención, en realidad.
De pronto, oyó una voz familiar.
Era su padre.
Alejandro miró a Geraldín hasta que ésta murmuró algo y se marchó.
—Myriam tiene buen aspecto.
—Lo lleva lo mejor que puede.
—Está ocupándose de su sobrino, ¿no?
—De nuestro sobrino —lo corrigió Víctor.
—Sí, claro. Y hay abuelos en la escena también, ¿no?
—¿Te refieres a los Vance?
—Comprendo que quieran criar al niño.
—Lucas, se llama Lucas. Y nosotros somos sus guardas legales.
—¿Crees que eso es sensato? —preguntó su padre.
Víctor se sintió molesto.
—No es cuestión de ser o no sensato. Lucas es responsabilidad nuestra.
—A no ser que los abuelos ganen el juicio.
—No lo harán.
—Me pregunto si te lo has pensado bien —dijo su padre.
Víctor esperó a ver adonde quería llegar Alejandro.
—¿Has pensado en el impacto que… que este sobrino…?
—Lucas.
—¿… tendrá en tus futuros hijos?
—Por favor, dime que no estás sugiriendo…
—No es hijo tuyo.
—¿Te preocupa su pedigree? ¿Por su herencia?
Alejandro lo miró con dureza.
—Voy a adoptar a Lucas. Tendrá el mismo derecho legal que pueda tener un futuro hijo mío si lo hay —afirmó Víctor.
—Él será tu hijo mayor. El heredero de los García.
—Sí, ¿y qué?
—No puedo permitir…
—No puedes hacer nada para detenerme. Y créeme, es mejor que no lo intentes, por tu propio interés.
Víctor se dio la vuelta y se alejó.
—¿Víctor? —Collin apareció a su lado.
—¿Dónde está la barra más cercana?
Collin se la señaló y Víctor caminó en esa dirección.
—Han puesto fecha para el juicio en California —dijo Collin—. Es dentro de tres semanas.
—¿Qué dice Ned Landers?
—Está un poco preocupado por la relación que existe entre Lucas y los Vance. Tienen documentación y fotos que prueban que lo veían casi todos los días. Establecieron un fideicomiso días después de su nacimiento…
—Yo también puedo hacer eso —lo interrumpió Víctor.
—Demasiado tarde —dijo Collin—. Además, nuestro argumento no es que tú has estado presente en la vida de Lucas desde que nació, sino que Myriam y tú sois quienes Brandon y Heather escogieron para guardianes. La solidez económica es evidente también. Sólo…
Víctor sabía a qué se refería y lo interrumpió.
—Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario —señaló—. Un juez lo entenderá, supongo.
—Ellos intentarán usarlo a su favor.
—Que lo hagan.
—No te pongas hostil —le advirtió Collin.
—No necesito ponerme hostil. Estoy en mi derecho.
—Y no te muestres engreído. Algunos jueces ven la riqueza como una desventaja y no como una ventaja.
—Quizás debieras ir en mi lugar el día del juicio, Collin.
—¿Quieres decir contigo?
—No, en mi lugar. El miércoles me reemplazaste con éxito en la reunión que tuviste con mi mujer.
—No seas idiota —le dijo Collin, sorprendido.
—Myriam parecía muy agradecida.
—Me enviaste tú —señaló Collin.
—Ambos sabemos por qué yo no estaba allí.
—¿Me estás acusando de algo?
—¿Hay algo de qué acusarte?
Collin señaló la copa que tenía Víctor en la mano.
—¿Cuántas llevas?
—No las suficientes.
—¿Realmente piensas que tengo alguna intención con tu esposa?
—No.
Por supuesto que no. La sola idea era ridícula.
—Bien. Porque si me interesara tu esposa te lo diría directamente. Luego lo solucionaríamos.
—Vale. Pero pienso yo que podría encargar a Joe que te matase.
Víctor se daba cuenta de que estaba dirigiendo hacia Collin una rabia que no tenía nada que ver con él.
—Es verdad —dijo Collin—. Pero, antes de eso, tenemos que ocuparnos de la fecha del juicio.
—Sí. ¿Y si las cosas no salen como esperamos? —preguntó Víctor.
—Tenemos muchas cosas a favor. Ojalá pudiera decir lo mismo del asunto del Organismo regulador del mercado de valores.
De pronto Víctor vio a lo lejos a Selina con cara de preocupación. En la pista de baile estaba Myriam bailando con otro hombre.
Entonces Víctor le pidió a Collin:
—Echa un vistazo a mi mujer, y distráela, si hace falta…
—De acuerdo —dijo Collin.
Víctor fue en dirección a Selina.
—¿Qué sucede?
—Se trata de Hammond y Pysanski —respondió casi sin aliento.
—¿Qué ocurre?
—Hay pruebas, fechas, compras, beneficios… de que no es la primera vez que una decisión de un comité de Roberto produce una ganancia inesperada.
Víctor miró hacia el salón de baile y se dio cuenta por primera vez de que Roberto y su mujer no habían ido a la fiesta. ¿Había subestimado la importancia del problema para Roberto? ¿Sería posible que el senador fuese realmente culpable?
Víctor se acercó a Selina y bajó la voz cuando dijo:
—Sigue…
—Hammond puso cincuenta mil dólares en una empresa llamada End Tech en el año 2004. Dos meses más tarde, la empresa consiguió un contrato federal para R&D inalámbrico. Hammond y Pysanski compraron Aviaciones Norman justo antes del premio a un gran helicóptero en el 2006. Y el año pasado Hammond consiguió Saville Oil Sands justo antes de la escisión del mercado.
Víctor soltó un juramento.
—Sí —Selina estuvo de acuerdo—. Si sumas eso a Ellias, tenemos un cuadro nefasto para poner delante de un jurado.
—¿Y Roberto puede tener conexión en todos estos casos?
—Su comité tomó la decisión todas las veces.
—Estoy perdido —dijo Víctor.
—Eres inocente —señaló Selina.
—Dile eso a un jurado después de que la acusación les muestre fotos de los holdings de mis propiedades y mis aviones.
—De acuerdo. Es un desafío, sí.
Fue la primera vez que Víctor vio un brillo de ansiedad en los ojos de la mujer.
—¿Selina?
Selina lo miró con una sinceridad que decía más que cualquier palabra.
Myriam estaba bailando con Trent Tanford, su vecino, cuando vio a Víctor hablando con una mujer. Esta no estaba vestida de fiesta, sino que llevaba un par de vaqueros y una chaqueta. Estaba de espaldas y ella no la identificó, pero la expresión de Víctor era intensa.
Cuando terminó la canción, Myriam le dio las gracias a Trent y decidió ponerse detrás de una columna de mármol para tener una vista mejor de Víctor con aquella misteriosa mujer.
Y de repente la mujer se dio la vuelta y ella se quedó helada. Se le hizo un nudo en el estómago.
Era la mujer del perfume de coco.
Víctor se había apartado de la fiesta de su aniversario para tener una conversación íntima con la mujer sobre la que había mentido sobre su trabajo y a quien había llevado a su casa.
—¿Myriam?
Vio a Gregorio frente a ella cuando se dio la vuelta.
—¿Quieres bailar conmigo?
—Claro… —dijo Myriam.
Y se dejó llevar a la pista por Gregorio. Intentó ignorar a Víctor, pero no pudo. Él parecía enfadado. La mujer parecía disgustada. Y luego Collin se unió a ellos, el traidor.
¿Habría estado cubriendo las mentiras de Víctor?
—Gregorio… Mmmm… La mujer que está allí con Víctor… ¿Sabes cómo se llama? —preguntó Myriam en voz baja y con tacto—. La conocí hace unas semanas en la oficina de Víctor, pero no puedo acordarme de su nombre.
Gregorio dudó un momento. Myriam desconfió de él también.
—Creo que es Selina.
Myriam lo miró.
—Está relacionada con la aplicación de la ley de algún modo… —dijo Gregorio.
Estupendo. Primero Selina era una persona que había ido a una entrevista de trabajo, luego era una cliente y ahora era una persona relacionada con la ley. Ella no era estúpida. Aquello era una conspiración, y no podía creer a nadie.
—Suena bien —dijo ella.
Myriam vio a Amanda hablando con Alex Harper, pero de repente Alex tocó a Amanda en el hombro y ésta se dio la vuelta y se marchó. Alex frunció el ceño y pareció que la llamaba. Pero Amanda siguió caminando.
Luego finalmente terminó el baile. Y Myriam miró por última vez a su marido y luego salió por una puerta lateral.
—No te esperaba tan temprano —dijo María Inés.
—Echaba de menos a Lucas —mintió Myriam, con la esperanza de ocultar que había estado llorando en la limusina.
—Lucas es un encanto, y Joe realmente cambia pañales… —comentó María Inés.
—Protección pediátrica —intervino Joe, levantándose de la silla.
—Pero tenías razón —dijo María Inés—. No se le permite hacer nada cuando está de servicio.
Myriam se rió.
—¿Le has propuesto algo a mi guardaespaldas?
—Soy su chófer —la corrigió Joe.
—Es una persona que cumple las normas —dijo María Inés.
—¿Te importaría llevar a María Inés a su casa? —le preguntó Myriam a Joe.
No veía la hora de quedarse sola y desahogarse.
—En absoluto. Hay… un pequeño asunto que tenemos que terminar —contestó Joe.
—Yo… —empezó a decir María Inés.
Myriam se alegró por su amiga.
—Buenas noches, Myriam —le dijo Joe.
—Te llamaré —dijo María Inés.
—Cierre con llave —le advirtió Joe.
Myriam cerró con llave. Luego se dio la vuelta y se agarró de la mesa que había en la entrada.
Se sentía mareada.
¿Qué iba a hacer?
¿Cómo Víctor podía hacerle el amor tan apasionadamente cuando la mujer del perfume de coco, Selina, lo esperaba en Nueva York?
Caminó por el pasillo, acercó la oreja a la habitación de Lucas y decidió hacer algo que jamás había hecho. Abrir el ordenador portátil de Víctor.
Le llevó sólo tres intentos adivinar su contraseña y meterse en su correo. Miró las fechas de los mensajes, hasta que llegó a las fechas de cuando habían estado en Francia. Selina Marin. Selina Marin. Selina Marin…
Había docenas de correos electrónicos de Selina, y docenas de respuestas de Víctor.
Myriam no tuvo el coraje de abrir ninguno de ellos. La última esperanza de que pudiera estar equivocada se le borró. Víctor tenía una querida, y la vida de ella era una mentira.
Nos vemos mañana para el siguiente capitulo....
Capítulo Nueve
Ned Landers les aconsejó a Víctor y a Myriam que siguieran con sus vidas normalmente. Eso ayudaría a que se los viera como padres adecuados.
También les había recomendado que siguieran con el plan de hacer una fiesta para el aniversario de su boda, pero Myriam había dejado de ocuparse de ello y la había dejado en manos de su vecina y organizadora de la fiesta, Amanda Crawford. Según el abogado, aquello les haría parecer una familia con una red de amigos y familia extensa, algo que también los ayudaría con su imagen de padres.
María Inés se había ofrecido a cuidar a Lucas durante la noche de la celebración de su aniversario, y por alguna razón Víctor había insistido en que Joe Germain pasara la noche en el ático también.
María Inés no había estado muy conforme con ello, hasta que Joe había llegado y ella le había echado el ojo al alto y atractivo chófer y guardaespaldas.
—Gracias por venir, Joe —dijo Víctor.
Joe asintió y saludó con un asentimiento de cabeza a María Inés.
María Inés se fijó en él cuando éste se dio la vuelta.
Myriam le dio un codazo a su amiga.
—Tranquila, chica. No creo que tenga permiso para darse el lote con una chica en horas de trabajo.
—¿Cómo lo sabes?
—Debería estar en el libro de instrucciones o algo así.
María Inés se rió. Luego miró el vestido rojo de Myriam.
—Estás estupenda —dijo.
María Inés agarró a Lucas de brazos de Myriam.
—Hay un par de biberones en el frigorífico.
—Sí, mamá —bromeó María Inés.
Myriam pensó inmediatamente en Heather.
—Lo siento —dijo María Inés.
—Está bien. Supongo que tenemos que seguir adelante. Y soy yo la primera que debo hacerlo…
—Lo estás haciendo muy bien —afirmó María Inés.
Myriam se sintió reacia a dejar a Lucas.
—No sé cómo hacen los padres normalmente…
—Estoy entrenado en seguridad en incendios, primeros auxilios, conducción defensiva y combate cuerpo a cuerpo —dijo Joe.
Víctor sonrió.
—¿Ves? No tienes que preocuparte de nada.
—¿Sabes cambiar pañales? —preguntó María Inés bromeando.
—Lo que haga falta —respondió Joe agarrando a Lucas de manos de María Inés y poniéndoselo contra su hombro como si hubiera hecho aquello toda la vida.
Myriam pensó que María Inés parecía fascinada por Joe.
Víctor le tomó la mano y se dispusieron a partir.
—¿Es soltero Joe? —preguntó Myriam en voz baja.
—Creo que sí. ¿Por qué? —preguntó Víctor.
Myriam miró a su amiga. Esta parecía haber entrado en su más profunda fantasía.
Geraldín Bazan estaba de pie con un sombrero de plumas diciendo algo sobre el Organismo regulador del mercado de valores a Víctor, mientras él miraba a su alrededor buscando a Myriam. Entonces la vio bailando con el príncipe Sebastian. Este la estaba apretando demasiado para su gusto. Pero sabía que el hombre se iba a casar pronto con su ayudante Tessa Banks, así que no le dijo nada.
—Creo que la reputación de todo el edificio está en juego —dijo Geraldín—. Y yo en tu lugar…
—Tú no eres yo —dijo Víctor.
Vivían tomó aliento y siguió.
—Si estuviera en tu lugar, haría todo lo que estuviera a mi alcance para terminar con este asunto cuanto antes.
—¿Y no crees que estoy haciendo eso? —replicó Víctor.
—Tienes que pensar cómo proteger a tu familia, a tus amigos y a tus vecinos…
Víctor no le prestaba demasiada atención, en realidad.
De pronto, oyó una voz familiar.
Era su padre.
Alejandro miró a Geraldín hasta que ésta murmuró algo y se marchó.
—Myriam tiene buen aspecto.
—Lo lleva lo mejor que puede.
—Está ocupándose de su sobrino, ¿no?
—De nuestro sobrino —lo corrigió Víctor.
—Sí, claro. Y hay abuelos en la escena también, ¿no?
—¿Te refieres a los Vance?
—Comprendo que quieran criar al niño.
—Lucas, se llama Lucas. Y nosotros somos sus guardas legales.
—¿Crees que eso es sensato? —preguntó su padre.
Víctor se sintió molesto.
—No es cuestión de ser o no sensato. Lucas es responsabilidad nuestra.
—A no ser que los abuelos ganen el juicio.
—No lo harán.
—Me pregunto si te lo has pensado bien —dijo su padre.
Víctor esperó a ver adonde quería llegar Alejandro.
—¿Has pensado en el impacto que… que este sobrino…?
—Lucas.
—¿… tendrá en tus futuros hijos?
—Por favor, dime que no estás sugiriendo…
—No es hijo tuyo.
—¿Te preocupa su pedigree? ¿Por su herencia?
Alejandro lo miró con dureza.
—Voy a adoptar a Lucas. Tendrá el mismo derecho legal que pueda tener un futuro hijo mío si lo hay —afirmó Víctor.
—Él será tu hijo mayor. El heredero de los García.
—Sí, ¿y qué?
—No puedo permitir…
—No puedes hacer nada para detenerme. Y créeme, es mejor que no lo intentes, por tu propio interés.
Víctor se dio la vuelta y se alejó.
—¿Víctor? —Collin apareció a su lado.
—¿Dónde está la barra más cercana?
Collin se la señaló y Víctor caminó en esa dirección.
—Han puesto fecha para el juicio en California —dijo Collin—. Es dentro de tres semanas.
—¿Qué dice Ned Landers?
—Está un poco preocupado por la relación que existe entre Lucas y los Vance. Tienen documentación y fotos que prueban que lo veían casi todos los días. Establecieron un fideicomiso días después de su nacimiento…
—Yo también puedo hacer eso —lo interrumpió Víctor.
—Demasiado tarde —dijo Collin—. Además, nuestro argumento no es que tú has estado presente en la vida de Lucas desde que nació, sino que Myriam y tú sois quienes Brandon y Heather escogieron para guardianes. La solidez económica es evidente también. Sólo…
Víctor sabía a qué se refería y lo interrumpió.
—Soy inocente hasta que se demuestre lo contrario —señaló—. Un juez lo entenderá, supongo.
—Ellos intentarán usarlo a su favor.
—Que lo hagan.
—No te pongas hostil —le advirtió Collin.
—No necesito ponerme hostil. Estoy en mi derecho.
—Y no te muestres engreído. Algunos jueces ven la riqueza como una desventaja y no como una ventaja.
—Quizás debieras ir en mi lugar el día del juicio, Collin.
—¿Quieres decir contigo?
—No, en mi lugar. El miércoles me reemplazaste con éxito en la reunión que tuviste con mi mujer.
—No seas idiota —le dijo Collin, sorprendido.
—Myriam parecía muy agradecida.
—Me enviaste tú —señaló Collin.
—Ambos sabemos por qué yo no estaba allí.
—¿Me estás acusando de algo?
—¿Hay algo de qué acusarte?
Collin señaló la copa que tenía Víctor en la mano.
—¿Cuántas llevas?
—No las suficientes.
—¿Realmente piensas que tengo alguna intención con tu esposa?
—No.
Por supuesto que no. La sola idea era ridícula.
—Bien. Porque si me interesara tu esposa te lo diría directamente. Luego lo solucionaríamos.
—Vale. Pero pienso yo que podría encargar a Joe que te matase.
Víctor se daba cuenta de que estaba dirigiendo hacia Collin una rabia que no tenía nada que ver con él.
—Es verdad —dijo Collin—. Pero, antes de eso, tenemos que ocuparnos de la fecha del juicio.
—Sí. ¿Y si las cosas no salen como esperamos? —preguntó Víctor.
—Tenemos muchas cosas a favor. Ojalá pudiera decir lo mismo del asunto del Organismo regulador del mercado de valores.
De pronto Víctor vio a lo lejos a Selina con cara de preocupación. En la pista de baile estaba Myriam bailando con otro hombre.
Entonces Víctor le pidió a Collin:
—Echa un vistazo a mi mujer, y distráela, si hace falta…
—De acuerdo —dijo Collin.
Víctor fue en dirección a Selina.
—¿Qué sucede?
—Se trata de Hammond y Pysanski —respondió casi sin aliento.
—¿Qué ocurre?
—Hay pruebas, fechas, compras, beneficios… de que no es la primera vez que una decisión de un comité de Roberto produce una ganancia inesperada.
Víctor miró hacia el salón de baile y se dio cuenta por primera vez de que Roberto y su mujer no habían ido a la fiesta. ¿Había subestimado la importancia del problema para Roberto? ¿Sería posible que el senador fuese realmente culpable?
Víctor se acercó a Selina y bajó la voz cuando dijo:
—Sigue…
—Hammond puso cincuenta mil dólares en una empresa llamada End Tech en el año 2004. Dos meses más tarde, la empresa consiguió un contrato federal para R&D inalámbrico. Hammond y Pysanski compraron Aviaciones Norman justo antes del premio a un gran helicóptero en el 2006. Y el año pasado Hammond consiguió Saville Oil Sands justo antes de la escisión del mercado.
Víctor soltó un juramento.
—Sí —Selina estuvo de acuerdo—. Si sumas eso a Ellias, tenemos un cuadro nefasto para poner delante de un jurado.
—¿Y Roberto puede tener conexión en todos estos casos?
—Su comité tomó la decisión todas las veces.
—Estoy perdido —dijo Víctor.
—Eres inocente —señaló Selina.
—Dile eso a un jurado después de que la acusación les muestre fotos de los holdings de mis propiedades y mis aviones.
—De acuerdo. Es un desafío, sí.
Fue la primera vez que Víctor vio un brillo de ansiedad en los ojos de la mujer.
—¿Selina?
Selina lo miró con una sinceridad que decía más que cualquier palabra.
Myriam estaba bailando con Trent Tanford, su vecino, cuando vio a Víctor hablando con una mujer. Esta no estaba vestida de fiesta, sino que llevaba un par de vaqueros y una chaqueta. Estaba de espaldas y ella no la identificó, pero la expresión de Víctor era intensa.
Cuando terminó la canción, Myriam le dio las gracias a Trent y decidió ponerse detrás de una columna de mármol para tener una vista mejor de Víctor con aquella misteriosa mujer.
Y de repente la mujer se dio la vuelta y ella se quedó helada. Se le hizo un nudo en el estómago.
Era la mujer del perfume de coco.
Víctor se había apartado de la fiesta de su aniversario para tener una conversación íntima con la mujer sobre la que había mentido sobre su trabajo y a quien había llevado a su casa.
—¿Myriam?
Vio a Gregorio frente a ella cuando se dio la vuelta.
—¿Quieres bailar conmigo?
—Claro… —dijo Myriam.
Y se dejó llevar a la pista por Gregorio. Intentó ignorar a Víctor, pero no pudo. Él parecía enfadado. La mujer parecía disgustada. Y luego Collin se unió a ellos, el traidor.
¿Habría estado cubriendo las mentiras de Víctor?
—Gregorio… Mmmm… La mujer que está allí con Víctor… ¿Sabes cómo se llama? —preguntó Myriam en voz baja y con tacto—. La conocí hace unas semanas en la oficina de Víctor, pero no puedo acordarme de su nombre.
Gregorio dudó un momento. Myriam desconfió de él también.
—Creo que es Selina.
Myriam lo miró.
—Está relacionada con la aplicación de la ley de algún modo… —dijo Gregorio.
Estupendo. Primero Selina era una persona que había ido a una entrevista de trabajo, luego era una cliente y ahora era una persona relacionada con la ley. Ella no era estúpida. Aquello era una conspiración, y no podía creer a nadie.
—Suena bien —dijo ella.
Myriam vio a Amanda hablando con Alex Harper, pero de repente Alex tocó a Amanda en el hombro y ésta se dio la vuelta y se marchó. Alex frunció el ceño y pareció que la llamaba. Pero Amanda siguió caminando.
Luego finalmente terminó el baile. Y Myriam miró por última vez a su marido y luego salió por una puerta lateral.
—No te esperaba tan temprano —dijo María Inés.
—Echaba de menos a Lucas —mintió Myriam, con la esperanza de ocultar que había estado llorando en la limusina.
—Lucas es un encanto, y Joe realmente cambia pañales… —comentó María Inés.
—Protección pediátrica —intervino Joe, levantándose de la silla.
—Pero tenías razón —dijo María Inés—. No se le permite hacer nada cuando está de servicio.
Myriam se rió.
—¿Le has propuesto algo a mi guardaespaldas?
—Soy su chófer —la corrigió Joe.
—Es una persona que cumple las normas —dijo María Inés.
—¿Te importaría llevar a María Inés a su casa? —le preguntó Myriam a Joe.
No veía la hora de quedarse sola y desahogarse.
—En absoluto. Hay… un pequeño asunto que tenemos que terminar —contestó Joe.
—Yo… —empezó a decir María Inés.
Myriam se alegró por su amiga.
—Buenas noches, Myriam —le dijo Joe.
—Te llamaré —dijo María Inés.
—Cierre con llave —le advirtió Joe.
Myriam cerró con llave. Luego se dio la vuelta y se agarró de la mesa que había en la entrada.
Se sentía mareada.
¿Qué iba a hacer?
¿Cómo Víctor podía hacerle el amor tan apasionadamente cuando la mujer del perfume de coco, Selina, lo esperaba en Nueva York?
Caminó por el pasillo, acercó la oreja a la habitación de Lucas y decidió hacer algo que jamás había hecho. Abrir el ordenador portátil de Víctor.
Le llevó sólo tres intentos adivinar su contraseña y meterse en su correo. Miró las fechas de los mensajes, hasta que llegó a las fechas de cuando habían estado en Francia. Selina Marin. Selina Marin. Selina Marin…
Había docenas de correos electrónicos de Selina, y docenas de respuestas de Víctor.
Myriam no tuvo el coraje de abrir ninguno de ellos. La última esperanza de que pudiera estar equivocada se le borró. Víctor tenía una querida, y la vida de ella era una mentira.
Nos vemos mañana para el siguiente capitulo....
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por el cap Cada vez se pone mas interesante la novela Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
ay noooo eso pasa por suponer cosas !!
QLs- VBB BRONCE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Las intenciones de Victor son buenas, pero tiene ke confiar en myri. Muchas gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
las cosas se van a poner negras jajaja
no tardes esta buena
rodmina- VBB PLATA
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORALE JAJA ESTA EMOCIONANTISIMA LA NOVELITA JAJA GRAXIAS X EL CAPITULO
mariateressina- VBB PLATINO
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Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
BUENO YA QUE MYRIAM ES TAN DESCONFIADA (CON RAZÓN O SIN ELLA), PORQUE DE UNA BUENA VEZ NO LEYO LOS CORREOS PARA ENTERARSE BIEN DE LA SUPUESTA INFIDELIDAD DE VÍCTOR.
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS Y POR FIS NO TARDES CON EL SIGUIENTE.
SALUDOS
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS Y POR FIS NO TARDES CON EL SIGUIENTE.
SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Chicas aqui tiene el capitulo 10 de la novelita... me emociona muchos sus comentarios
Capítulo Diez
Víctor no comprendía por qué Myriam se había ido de la fiesta. Si hubiera estado preocupada por Lucas tendría que haber dicho algo. Y él no había tenido otra alternativa que excusarse por ella.
—¿Myriam? —la llamó cuando entró en el ático en voz baja para no despertar a Lucas—. ¿Myriam? —repitió, dejando las llaves encima de la mesa.
Su bolso y su abrigo estaban allí, y María Inés y Joe evidentemente se habían marchado ya.
Caminó por el pasillo y miró en su despacho, en la habitación de Lucas, y luego en el dormitorio de ambos.
—Estás aquí —dijo él.
Se detuvo al ver una maleta encima de la cama.
—¿Qué ocurre?
¿Había habido alguna noticia? ¿Se marchaba a California?
Ella no respondió ni lo miró.
Sus mejillas estaban surcadas de lágrimas y tenía el cuerpo rígido cuando caminaba.
—¿Myriam? —Víctor se acercó a ella.
—¡No me toques! —exclamó Myriam.
—¿Qué sucede?
—Sabes perfectamente qué es lo que sucede —Myriam lo miró por primera vez y él vio su rabia.
—¿Qué?
Ella abrió un cajón.
—No te hagas el tonto conmigo.
—No me hago nada. ¿Por qué estás haciendo las maletas? ¿Adónde vas? —preguntó él.
Algo iba temblé men te mal.
—Selina Marin. ¿Significa algo ese nombre para ti?
Oh. ¿Se había enterado del chantaje Myriam? ¿Temía por Lucas?
—No quería decírtelo —empezó a decir Víctor—. Porque…
—¿No crees que puedo imaginar por qué lo mantienes en secreto?
—Estaban sucediendo tantas cosas… Y tú tenías tantas preocupaciones…
Myriam se rió histéricamente, y luego dijo:
—¿Crees que yo estaba demasiado ocupada como para que me hablases de tu querida? —espetó.
Víctor se quedó demasiado pasmado como para reaccionar. Luego gritó:
—¿Mi qué?
El grito despertó a Lucas. Y el bebé empezó a llorar.
Myriam se acercó a la puerta inmediatamente.
—¿Me puedes decir de qué diablos estás hablando? —preguntó Víctor, enfurecido, agarrándola del brazo.
—Déjame marchar.
Él la soltó y Myriam fue a la habitación del niño.
Víctor la siguió.
—No tengo ninguna querida —afirmó, caminando tras ella.
Myriam agarró al niño en brazos y lo acunó contra su hombro.
—¿Me has oído? —exclamó Víctor.
—Te he pillado, Víctor.
—¿Pillado haciendo qué?
—Sé que ella no es una clienta, sé que no es una aspirante a un puesto de trabajo en tu empresa, sé que tus amigos y colegas te han estado encubriendo. Mientes cuando dices que estás en reuniones…
—No miento.
—Baja la voz.
—No miento, Myriam. Cuando digo que estoy en reuniones, estoy en reuniones. No puedo compartir contigo todos mis asuntos, pero eso es por tu propio bien.
Ella bufó.
—¿Cuánto hace, Víctor? ¿Cuánto tiempo llevas acostándote con Selina Marin?
—Selina Marin es detective privado.
—Qué bien. Es la cuarta profesión para la intrépida señorita Marin.
—Es detective. Y no me acuesto con ella —le aseguró.
—Demuéstralo.
Víctor casi se rió. Myriam era casi tan mala como la Organización reguladora del mercado de valores, pidiéndole que demostrase algo que no había sucedido nunca.
—Vi los correos electrónicos.
—¿Qué correos electrónicos?
—Los correos desde Francia. Le escribías a esa mujer todos los días. ¿Cómo has podido hacer algo así? —los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas.
Víctor se pasó una mano por el pelo, preguntándose cómo era posible que su vida se hubiera descarrilado de tal manera.
Vio que Lucas tenía los ojos cerrados, y decidió salir de su dormitorio para que Myriam terminase de acostarlo nuevamente.
Esperó en el vestíbulo. Por su mente pasaron varias posibilidades que la podían haber llevado a pensar aquello.
Tenía que sacar a la luz lo del chantaje, pensó. Pero, ¿cómo había podido imaginar Myriam que tenía una aventura con Selina? Seguramente debía de haber algo más que correos electrónicos sobre negocios para que lo culpase con tanta certeza.
Myriam salió del dormitorio de Lucas y dejó la puerta entreabierta.
Víctor extendió la mano hacia ella y le dijo con suavidad:
—Ven y siéntate.
Ella agitó la cabeza.
—Por favor, ven. Algo ha ido muy mal, y no vamos a solucionarlo hasta que lo hablemos.
—No quiero que me mientan.
—No voy a mentirte.
Ella se rió forzadamente.
—Un mentiroso diciéndome que no va a mentir. ¿Cómo es posible que dude de la sinceridad de eso?
—Myriam… —dijo él.
—Hemos terminado, Víctor. Se acabó.
—¿Cómo has visto mis correos? —le preguntó él.
—Me metí en tu ordenador —dijo ella después de sentirse momentáneamente sobresaltada.
—La contraseña no estaba allí para mantenerte al margen.
—Le escribiste desde Biarritz todos los días. Mientras tú… Mientras nosotros…
—¿Los leíste?
Myriam agitó la cabeza. Él le agarró la mano, pero ella se soltó.
—Me han hecho un chantaje, Myriam —le confesó.
—¿Porque tienes una aventura?
Víctor contó hasta diez.
—Sentémonos.
Ella lo miró con desconfianza.
—¿Quieres saber la verdad?
Ella pestañeó rápidamente.
—Quiero saber la verdad. Necesito saber la verdad. No me mientas más. Por favor, Víctor, no lo puedo soportar.
Él sintió que su corazón se contraía. Y aquella vez, cuando le agarró la mano, ella se lo permitió.
Víctor la llevó al salón y la hizo sentar en una silla frente a él.
—Me han chantajeado —empezó a decir—. El mes pasado me enviaron una carta en la que me pedían diez millones de dólares o «el mundo conocerá el sucio secreto de cómo los García hacen su dinero». Yo la ignoré. Luego empezó la investigación de la Organización reguladora del mercado de valores, y nos dimos cuenta de que eso estaba relacionado con el chantaje. También nos dimos cuenta de que mi chantaje podía estar relacionado con Trent y con Julia y, aquí está el mayor problema, la policía no podía descartar que la muerte de Marie Endicott no haya sido un asesinato y no esté relacionada con los chantajes.
—¿Y no me lo contaste? —preguntó Myriam.
—No quería preocuparte. Tú estabas tratando de quedarte embarazada.
—¿Pero cómo es posible que no me lo contases?
—No había nada que tú pudieras hacer.
—Yo podría haberte dado apoyo moral.
—Sí, bien.
Ella pareció enfadada y se puso de pie.
—Quiero decir, yo soy suficientemente hombre como para no cargar a mi mujer con mis problemas.
—Entonces cargaste a Selina en mi lugar.
—Sí. Y a Collin, a Trent y al Departamento de Policía del Estado de Nueva York.
—Pero no a mí.
—Myriam…
—Yo no soy de cristal.
—Estábamos intentando concebir un bebé. La fiesta te estaba llevando un montón de tiempo… Después la Organización reguladora inició la investigación, y luego estaba Lucas. Y pensé que no tenías que saber que podía haber un asesino en el asunto. El doctor Jorge dijo específicamente que no tenías que tener estrés. Un asesino es estrés, da igual como lo cuentes.
—Y por eso contrataste a Joe.
—Selina contrató a Joe.
Myriam agitó la cabeza con tristeza.
—A ver si lo tengo claro: tú no te acuestas con Selina.
—No me acuesto con Selina.
—Te acuestas conmigo.
—Tan a menudo como puedo.
Ella no sonrió, y él lamentó haber hecho aquella broma.
—Con Selina compartes tus problemas, tus miedos, tus aspiraciones y tus secretos.
Víctor no sabía cómo responder a eso.
—En Francia me atabas a las columnas de la cama…
—En realidad, no…
—… mientras hablabas de los temas importantes de nuestras vidas, de nuestro matrimonio y nuestro futuro con ella —la voz de Myriam se elevó—. ¿Sabes lo que pienso, Víctor?
Él tenía miedo de responder.
—Creo que estás casado con Selina y que tienes una aventura conmigo —ella se balanceó en la silla.
—Eso no es justo.
—Apuesto a que pasas más horas al día con ella que conmigo. Y, ¿hay algo sobre ti que ella no sepa? Está buscando un asesino, así que supongo que tienes que contarle todos los detalles.
—Te estás pasando…
—¿Le mientes a ella sobre dónde estás? ¿Con quién estás?
—Por favor, ¿puedes…?
—No quiero compartir tu cama solamente. Necesito más que los minutos que me dedicas al margen de tus obligaciones. Quiero más información que los retazos que me das. Te necesito a ti, Víctor. Quiero compartir tu vida contigo.
—Tú estás compartiendo mi…
—Esto no es un matrimonio. Tú y yo no compartimos lo que comparten los matrimonios y lo que fundamenta su vida juntos. Sí, somos buenos en la cama. Me atraes mucho. Hasta me gustó lo de los pañuelos en Francia. Pero necesito más. Te necesito todo. No puedo, no voy a jugar el papel de segundona por detrás de tus profesionales.
Myriam hizo una pausa y luego continuó diciendo:
—Voy a terminar de hacer las maletas, Víctor. Luego Lucas y yo nos iremos.
—No, no lo harás.
—Sí, claro que lo haremos. Y tú no puedes detenerme.
—Me voy yo —dijo Víctor—. Es casi media noche. No vas a salir con un bebé y llevártelo a un hotel en medio de la noche. Vosotros dos os quedáis aquí.
Él no esperó la respuesta. Simplemente, se dirigió a la puerta y salió del ático.
No tenía otra opción. Si ella había tomado una decisión, la había tomado. Él había sido el mejor marido que había podido ser, y si eso no era suficiente, lo único que le quedaba por hacer era apartarse.
Myriam había puesto a Lucas en su tumbona cuando llegó María Inés.
—Lo único que puedo decir es que Joe Germain sabe cuidar el cuerpo de una chica —dijo María Inés cuando llegó al día siguiente al mediodía.
—¿Una buena noche? —preguntó Myriam, agotada de su mala noche.
No había dormido apenas, y no había parado de dar vueltas en la cama.
Sabía que no podía seguir con Víctor, pero a la vez lo echaba mucho de menos, especialmente en la cama grande.
Cuando pensaba que él no iba a estar nunca más allí, que sus brazos no la volverían a abrazar, que nunca más iba a sentir su cuerpo encima del de ella, quería morirse.
María Inés sonrió y dijo:
—Joe es el hombre más sexy, más recio y más creativo del planeta.
Myriam hizo un esfuerzo por sonreír.
—Jamás se me habría ocurrido que… No habría…
—¿Miry? —María Inés miró sus ojos y la miró, preocupada—. ¿Qué diablos ocurre?
Myriam se puso a llorar y María Inés la acompañó al sofá y se sentó con ella.
—¿Qué ha sucedido? ¿Se trata de los Vance? ¿De Lucas?
Myriam agitó la cabeza. Sentía un nudo en la garganta y tenía el pecho oprimido.
—Se trata de Víctor.
—¿Ha sucedido algo con la Organización reguladora?
—Víctor y yo rompimos anoche. Él no tenía una aventura. Eso lo sé. Pero es lo mismo. No comparte su vida conmigo, María Inés. Lo han extorsionado por diez millones de dólares, y ni siquiera me lo ha mencionado. Pero con ella… A ella… le envía una docena de correos electrónicos al día.
—¿Te refieres a que tu marido tiene sexo por Internet? —preguntó.
—Yo diría que tiene una vida por Internet. A mí me miente, me evade, me protege. Pero ella está al tanto de sus esperanzas, de sus miedos, de sus sueños. Yo quiero eso —dijo Myriam.
—Pero él no se acuesta con ella…
—No.
—¿Y se acuesta contigo?
—Se acostaba.
—¿Y no hay ningún modo de arreglar lo otro? Quiero decir, ahora que tú sabes lo del chantaje…
—Si no es esto habrá otra cosa. Algo por lo que se preocupe y que a mí me disguste, cosas que necesita mantener en secreto por mi propio bien. ¡Tiene ese increíble sentimiento de protección! Y se niega a tratarme como a una adulta. Yo podría ayudarlo. Podría haberlo ayudado.
—¿Con la amenaza del chantaje?
—Sí.
—Sí. Bueno, por supuesto. Porque con tu extensa experiencia en técnicas de investigación delictiva, y tu entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo…
—Pareces Joe…
—¿Has intentado hablar con Víctor?
—Sí, me he cansado de hablarle.
Pero no había modo de convencerlo de que la dejase participar. Si ella no podía entrar en su vida, no podía ser su esposa.
—¿Lo amas todavía? —preguntó María Inés.
Las lágrimas que se habían secado amenazaron con volver a salir.
—No es algo que puede acabarse de un día para otro.
—Te digo que se ha terminado. La dejé porque ella me lo pidió —Víctor se puso de pie y habló con firmeza.
—Y yo te digo que no puede terminarse durante tres semanas más —dijo Collin.
—No es que yo no la vaya a mantener. Ella puede tener lo que quiera.
—Ese no es el tema, y tú lo sabes.
Víctor lo sabía. Pero se negaba a aceptarlo.
—Para hacerla feliz, tengo que alejarme —afirmó.
—Pero para protegerla, tienes que volver —Collin se sentó en una silla—. El juez querrá ver una familia intacta. ¿Quieres que Myriam pueda quedarse con Lucas? Tienes que volver al ático y quedarte allí hasta que termine el juicio.
—No es posible —dijo Víctor.
Intentó imaginar la reacción de Myriam si lo veía aparecer de nuevo.
—Tú no lo comprendes. Jamás has estado casado —añadió.
—No te estoy dando consejos para tu matrimonio —respondió Collin—. Te estoy dando consejos legales. Duerme en el sofá. Come en restaurantes. Tú trabajas dieciocho horas al día, de todos modos. No tendréis que veros mucho.
Las palabras de Collin le recordaron a las de Myriam.
—No trabajo dieciocho horas al día.
—¿Cuántas veces has tenido cenas de negocios durante el último mes?
Víctor intentó recordar.
—Algunas.
—Diecisiete, para ser exactos. Devon me ha mostrado tu agenda.
—¿Diecisiete? —dijo Víctor, sorprendido.
Además, había tenido las reuniones de la Cámara de Comercio y un par de viajes de negocios a Chicago, pensó.
Intentó recordar su última noche con Myriam. Habían comido juntos en el aniversario de su matrimonio, por supuesto. Pero él se había estado ocupando de un montón de problemas mientras ella había estado bailando con otros hombres.
—Quiero dejarte clara una cosa —dijo Collin—. Yo no tengo ningún interés en tu esposa. Pero me alegro de que lo haya hecho. Si yo estuviera en su lugar, te habría dejado hace mucho tiempo.
—García International no se dirige sola —señaló Víctor.
Él no iba a cenas de negocios porque prefiriese eso a volver a casa. Eran importantes. Eran necesarias.
—¿Y crees que no lo sé? —apuntó Collin.
—¿Y cuál es tu solución?
—Mi solución es quedarse soltero.
Víctor se sentó.
—Me parece que yo voy a hacer lo mismo.
—Pero no hasta dentro de tres semanas.
—De acuerdo —dijo, reacio, Víctor.
Por Myriam y por Lucas.
Ella se resistiría, estaba convencido de ello. Pero él la convencería de que era por su propio bien.
La última persona que Myriam pensaba que podía llamar a la puerta era Víctor. Era surrealista que no hubiera empleado su llave. Además, se lo había estado imaginando durante tantas horas en su mente, que verlo en persona le había provocado un shock.
Pero notó que su corazón daba un salto de alegría también.
Víctor no entró.
—Siento molestarte —dijo.
—No hay problema. Lucas acaba de acostarse a dormir la siesta.
Víctor asintió.
—Yo…
Myriam se preguntó si necesitaría algo, más ropa, o algo así.
—¿Podemos hablar? —preguntó Víctor, muy serio.
—Por supuesto —dijo ella, con esperanza, a su pesar.
Lo dejó pasar.
Víctor entró y dejó las llaves en el sitio donde solía dejarlas habitualmente.
Aquel gesto comprimió el corazón de Myriam.
—¿De qué quieres hablar?
Deseaba que aquello se acabase cuanto antes. Sabía que su presencia le iba a revolver la historia y que la esperaba el llanto una vez más cuando Víctor se marchase.
Myriam se sentó en un sofá.
—He estado hablando con Collin —empezó a decir—. Collin cree… Bueno, por Lucas…
Ella sintió un nudo en el estómago. ¿Víctor iba a pelear por la custodia de Lucas? «¡No, por Dios!», pensó ella.
—Por el bien de Lucas, y por el juicio, para tener más oportunidad de ganar contra los Vance, deberíamos seguir juntos hasta que se consiga la custodia. Tres semanas.
Myriam se quedó sin habla.
¿Juntos pero sin estar juntos?, se preguntó.
—¿Myriam? —Víctor la miró.
—Yo…
Sería horrible verlo todos los días sabiendo que su relación estaba muerta.
—No puedo —respondió.
—Lo sé. Eso es lo mismo que le he dicho a Collin.
Myriam se sintió aliviada de que él estuviera de acuerdo con ella.
—Pero tenemos que seguir juntos —agregó Víctor fijando sus ojos azules en ella.
Él se acercó a ella y se agachó.
—Si nos separamos, los Vance conseguirán lo que quieren. Su abogado usará nuestra separación para ganar el caso. Eso pone en riesgo a Lucas, Myriam.
Ella cerró los ojos. Deseó correr a los brazos de Víctor para que la consolase y le dijera que todo iba a ir bien.
—Dormiré en el sofá —dijo Víctor. Como habían arreglado la otra habitación para Lucas, no había ninguna otra libre para él.
—Yo puedo dormir en el sofá —dijo ella.
Víctor agitó la cabeza.
—Tú necesitas descansar. Tienes un bebé de quien ocuparte.
—¿Y tú no tienes nada que hacer? —saltó ella—. Tú tienes una corporación que dirigir, cargos delictivos contra los que defenderte y un chantaje.
—Somos bastante patéticos, ¿no?
Ella frunció el ceño. No podía tomárselo con humor.
—Lo siento —él movió su mano hacia la cara de ella, pero se detuvo a tiempo—. Voy a volver a la oficina. Probablemente llegue tarde.
Myriam lo observó marcharse. Y no se movió hasta que lloró Lucas.
Entonces hizo un esfuerzo, y encontró una sonrisa para el bebé. Lo cambió y le dio el biberón con cereales. Y juntos construyeron una torre de ladrillos en el suelo del salón y miraron dibujos animados.
Rena se tomaba los fines de semana libres, así que Myriam recogió y lavó todo lo de Lucas. Y para cuando le dio el baño, lo acostó, puso una lavadora con su ropa, y preparó los biberones para la mañana siguiente, estaba rendida.
Se puso un camisón y se sentó en el sofá. A pesar de las protestas de Víctor, dormiría en el sofá. Se sentía menos sola allí que en la cama grande.
Suspiró y pensó en Víctor. No le quedaba más alternativa que separarse. Compartir con él una porción tan pequeña de su vida era peor que no compartir nada.
Cuando oyó el ruido de la llave en el cerrojo, Myriam cerró los ojos, fingiendo estar dormida. Lo oyó acercase, quedarse inmóvil y respirar profundamente. Luego se movió a un lado del sofá.
—¿Myriam?
Ella no contestó.
—Sé que estás despierta.
¿Cómo lo sabía?
Ella lo oyó agacharse a su lado.
Sorprendentemente, había un toque de humor en su voz.
—Cuando estás dormida, roncas.
Ella abrió los ojos.
—Yo no ronco —dijo.
—Es un ronquido muy suave, muy de dama, pero definitivamente, roncas.
—Estás mintiendo.
Él miró su cuerpo.
—¿Qué estás haciendo, Myriam?
—Estoy durmiendo.
—Mi esposa no va a dormir en el sofá. Ella se incorporó.
—Bueno, tú eres muy alto, yo apenas quepo —respondió.
Ambos se miraron.
—Tenemos que compartir la cama —dijo él finalmente.
—No podemos compartir la cama.
—Es una cama grande. Yo me quedaré en mi lado, y tú en el tuyo.
Ella agitó la cabeza.
—Eso es una locura.
—¿Hay algo de esta situación que no sea loco? —preguntó él.
Ella no pudo responder.
Víctor la agarró por debajo de los hombros y las piernas.
—¡Víctor!
Víctor la levantó.
—Necesitas dormir. Y yo también. Y hay un solo modo de lograrlo —Víctor empezó a ir en dirección al dormitorio.
Ella se sintió cómoda envuelta en sus brazos. Tenía que hacer un esfuerzo para no derretirse.
Víctor se detuvo al lado de la cama. No la dejó en el suelo inmediatamente, sino que la miró a los ojos durante un largo momento, haciéndola desear todo lo que no podía desear.
—Que duermas bien —murmuró finalmente, y la dejó en la cama.
En segundos desapareció, yéndose al cuarto de baño adjunto. Ella oyó el ruido de la ducha y del ventilador.
Y Myriam hundió la cara en la almohada y sollozó, frustrada.
Mañana les pongo otro capitulo.....
Capítulo Diez
Víctor no comprendía por qué Myriam se había ido de la fiesta. Si hubiera estado preocupada por Lucas tendría que haber dicho algo. Y él no había tenido otra alternativa que excusarse por ella.
—¿Myriam? —la llamó cuando entró en el ático en voz baja para no despertar a Lucas—. ¿Myriam? —repitió, dejando las llaves encima de la mesa.
Su bolso y su abrigo estaban allí, y María Inés y Joe evidentemente se habían marchado ya.
Caminó por el pasillo y miró en su despacho, en la habitación de Lucas, y luego en el dormitorio de ambos.
—Estás aquí —dijo él.
Se detuvo al ver una maleta encima de la cama.
—¿Qué ocurre?
¿Había habido alguna noticia? ¿Se marchaba a California?
Ella no respondió ni lo miró.
Sus mejillas estaban surcadas de lágrimas y tenía el cuerpo rígido cuando caminaba.
—¿Myriam? —Víctor se acercó a ella.
—¡No me toques! —exclamó Myriam.
—¿Qué sucede?
—Sabes perfectamente qué es lo que sucede —Myriam lo miró por primera vez y él vio su rabia.
—¿Qué?
Ella abrió un cajón.
—No te hagas el tonto conmigo.
—No me hago nada. ¿Por qué estás haciendo las maletas? ¿Adónde vas? —preguntó él.
Algo iba temblé men te mal.
—Selina Marin. ¿Significa algo ese nombre para ti?
Oh. ¿Se había enterado del chantaje Myriam? ¿Temía por Lucas?
—No quería decírtelo —empezó a decir Víctor—. Porque…
—¿No crees que puedo imaginar por qué lo mantienes en secreto?
—Estaban sucediendo tantas cosas… Y tú tenías tantas preocupaciones…
Myriam se rió histéricamente, y luego dijo:
—¿Crees que yo estaba demasiado ocupada como para que me hablases de tu querida? —espetó.
Víctor se quedó demasiado pasmado como para reaccionar. Luego gritó:
—¿Mi qué?
El grito despertó a Lucas. Y el bebé empezó a llorar.
Myriam se acercó a la puerta inmediatamente.
—¿Me puedes decir de qué diablos estás hablando? —preguntó Víctor, enfurecido, agarrándola del brazo.
—Déjame marchar.
Él la soltó y Myriam fue a la habitación del niño.
Víctor la siguió.
—No tengo ninguna querida —afirmó, caminando tras ella.
Myriam agarró al niño en brazos y lo acunó contra su hombro.
—¿Me has oído? —exclamó Víctor.
—Te he pillado, Víctor.
—¿Pillado haciendo qué?
—Sé que ella no es una clienta, sé que no es una aspirante a un puesto de trabajo en tu empresa, sé que tus amigos y colegas te han estado encubriendo. Mientes cuando dices que estás en reuniones…
—No miento.
—Baja la voz.
—No miento, Myriam. Cuando digo que estoy en reuniones, estoy en reuniones. No puedo compartir contigo todos mis asuntos, pero eso es por tu propio bien.
Ella bufó.
—¿Cuánto hace, Víctor? ¿Cuánto tiempo llevas acostándote con Selina Marin?
—Selina Marin es detective privado.
—Qué bien. Es la cuarta profesión para la intrépida señorita Marin.
—Es detective. Y no me acuesto con ella —le aseguró.
—Demuéstralo.
Víctor casi se rió. Myriam era casi tan mala como la Organización reguladora del mercado de valores, pidiéndole que demostrase algo que no había sucedido nunca.
—Vi los correos electrónicos.
—¿Qué correos electrónicos?
—Los correos desde Francia. Le escribías a esa mujer todos los días. ¿Cómo has podido hacer algo así? —los ojos de Myriam se llenaron de lágrimas.
Víctor se pasó una mano por el pelo, preguntándose cómo era posible que su vida se hubiera descarrilado de tal manera.
Vio que Lucas tenía los ojos cerrados, y decidió salir de su dormitorio para que Myriam terminase de acostarlo nuevamente.
Esperó en el vestíbulo. Por su mente pasaron varias posibilidades que la podían haber llevado a pensar aquello.
Tenía que sacar a la luz lo del chantaje, pensó. Pero, ¿cómo había podido imaginar Myriam que tenía una aventura con Selina? Seguramente debía de haber algo más que correos electrónicos sobre negocios para que lo culpase con tanta certeza.
Myriam salió del dormitorio de Lucas y dejó la puerta entreabierta.
Víctor extendió la mano hacia ella y le dijo con suavidad:
—Ven y siéntate.
Ella agitó la cabeza.
—Por favor, ven. Algo ha ido muy mal, y no vamos a solucionarlo hasta que lo hablemos.
—No quiero que me mientan.
—No voy a mentirte.
Ella se rió forzadamente.
—Un mentiroso diciéndome que no va a mentir. ¿Cómo es posible que dude de la sinceridad de eso?
—Myriam… —dijo él.
—Hemos terminado, Víctor. Se acabó.
—¿Cómo has visto mis correos? —le preguntó él.
—Me metí en tu ordenador —dijo ella después de sentirse momentáneamente sobresaltada.
—La contraseña no estaba allí para mantenerte al margen.
—Le escribiste desde Biarritz todos los días. Mientras tú… Mientras nosotros…
—¿Los leíste?
Myriam agitó la cabeza. Él le agarró la mano, pero ella se soltó.
—Me han hecho un chantaje, Myriam —le confesó.
—¿Porque tienes una aventura?
Víctor contó hasta diez.
—Sentémonos.
Ella lo miró con desconfianza.
—¿Quieres saber la verdad?
Ella pestañeó rápidamente.
—Quiero saber la verdad. Necesito saber la verdad. No me mientas más. Por favor, Víctor, no lo puedo soportar.
Él sintió que su corazón se contraía. Y aquella vez, cuando le agarró la mano, ella se lo permitió.
Víctor la llevó al salón y la hizo sentar en una silla frente a él.
—Me han chantajeado —empezó a decir—. El mes pasado me enviaron una carta en la que me pedían diez millones de dólares o «el mundo conocerá el sucio secreto de cómo los García hacen su dinero». Yo la ignoré. Luego empezó la investigación de la Organización reguladora del mercado de valores, y nos dimos cuenta de que eso estaba relacionado con el chantaje. También nos dimos cuenta de que mi chantaje podía estar relacionado con Trent y con Julia y, aquí está el mayor problema, la policía no podía descartar que la muerte de Marie Endicott no haya sido un asesinato y no esté relacionada con los chantajes.
—¿Y no me lo contaste? —preguntó Myriam.
—No quería preocuparte. Tú estabas tratando de quedarte embarazada.
—¿Pero cómo es posible que no me lo contases?
—No había nada que tú pudieras hacer.
—Yo podría haberte dado apoyo moral.
—Sí, bien.
Ella pareció enfadada y se puso de pie.
—Quiero decir, yo soy suficientemente hombre como para no cargar a mi mujer con mis problemas.
—Entonces cargaste a Selina en mi lugar.
—Sí. Y a Collin, a Trent y al Departamento de Policía del Estado de Nueva York.
—Pero no a mí.
—Myriam…
—Yo no soy de cristal.
—Estábamos intentando concebir un bebé. La fiesta te estaba llevando un montón de tiempo… Después la Organización reguladora inició la investigación, y luego estaba Lucas. Y pensé que no tenías que saber que podía haber un asesino en el asunto. El doctor Jorge dijo específicamente que no tenías que tener estrés. Un asesino es estrés, da igual como lo cuentes.
—Y por eso contrataste a Joe.
—Selina contrató a Joe.
Myriam agitó la cabeza con tristeza.
—A ver si lo tengo claro: tú no te acuestas con Selina.
—No me acuesto con Selina.
—Te acuestas conmigo.
—Tan a menudo como puedo.
Ella no sonrió, y él lamentó haber hecho aquella broma.
—Con Selina compartes tus problemas, tus miedos, tus aspiraciones y tus secretos.
Víctor no sabía cómo responder a eso.
—En Francia me atabas a las columnas de la cama…
—En realidad, no…
—… mientras hablabas de los temas importantes de nuestras vidas, de nuestro matrimonio y nuestro futuro con ella —la voz de Myriam se elevó—. ¿Sabes lo que pienso, Víctor?
Él tenía miedo de responder.
—Creo que estás casado con Selina y que tienes una aventura conmigo —ella se balanceó en la silla.
—Eso no es justo.
—Apuesto a que pasas más horas al día con ella que conmigo. Y, ¿hay algo sobre ti que ella no sepa? Está buscando un asesino, así que supongo que tienes que contarle todos los detalles.
—Te estás pasando…
—¿Le mientes a ella sobre dónde estás? ¿Con quién estás?
—Por favor, ¿puedes…?
—No quiero compartir tu cama solamente. Necesito más que los minutos que me dedicas al margen de tus obligaciones. Quiero más información que los retazos que me das. Te necesito a ti, Víctor. Quiero compartir tu vida contigo.
—Tú estás compartiendo mi…
—Esto no es un matrimonio. Tú y yo no compartimos lo que comparten los matrimonios y lo que fundamenta su vida juntos. Sí, somos buenos en la cama. Me atraes mucho. Hasta me gustó lo de los pañuelos en Francia. Pero necesito más. Te necesito todo. No puedo, no voy a jugar el papel de segundona por detrás de tus profesionales.
Myriam hizo una pausa y luego continuó diciendo:
—Voy a terminar de hacer las maletas, Víctor. Luego Lucas y yo nos iremos.
—No, no lo harás.
—Sí, claro que lo haremos. Y tú no puedes detenerme.
—Me voy yo —dijo Víctor—. Es casi media noche. No vas a salir con un bebé y llevártelo a un hotel en medio de la noche. Vosotros dos os quedáis aquí.
Él no esperó la respuesta. Simplemente, se dirigió a la puerta y salió del ático.
No tenía otra opción. Si ella había tomado una decisión, la había tomado. Él había sido el mejor marido que había podido ser, y si eso no era suficiente, lo único que le quedaba por hacer era apartarse.
Myriam había puesto a Lucas en su tumbona cuando llegó María Inés.
—Lo único que puedo decir es que Joe Germain sabe cuidar el cuerpo de una chica —dijo María Inés cuando llegó al día siguiente al mediodía.
—¿Una buena noche? —preguntó Myriam, agotada de su mala noche.
No había dormido apenas, y no había parado de dar vueltas en la cama.
Sabía que no podía seguir con Víctor, pero a la vez lo echaba mucho de menos, especialmente en la cama grande.
Cuando pensaba que él no iba a estar nunca más allí, que sus brazos no la volverían a abrazar, que nunca más iba a sentir su cuerpo encima del de ella, quería morirse.
María Inés sonrió y dijo:
—Joe es el hombre más sexy, más recio y más creativo del planeta.
Myriam hizo un esfuerzo por sonreír.
—Jamás se me habría ocurrido que… No habría…
—¿Miry? —María Inés miró sus ojos y la miró, preocupada—. ¿Qué diablos ocurre?
Myriam se puso a llorar y María Inés la acompañó al sofá y se sentó con ella.
—¿Qué ha sucedido? ¿Se trata de los Vance? ¿De Lucas?
Myriam agitó la cabeza. Sentía un nudo en la garganta y tenía el pecho oprimido.
—Se trata de Víctor.
—¿Ha sucedido algo con la Organización reguladora?
—Víctor y yo rompimos anoche. Él no tenía una aventura. Eso lo sé. Pero es lo mismo. No comparte su vida conmigo, María Inés. Lo han extorsionado por diez millones de dólares, y ni siquiera me lo ha mencionado. Pero con ella… A ella… le envía una docena de correos electrónicos al día.
—¿Te refieres a que tu marido tiene sexo por Internet? —preguntó.
—Yo diría que tiene una vida por Internet. A mí me miente, me evade, me protege. Pero ella está al tanto de sus esperanzas, de sus miedos, de sus sueños. Yo quiero eso —dijo Myriam.
—Pero él no se acuesta con ella…
—No.
—¿Y se acuesta contigo?
—Se acostaba.
—¿Y no hay ningún modo de arreglar lo otro? Quiero decir, ahora que tú sabes lo del chantaje…
—Si no es esto habrá otra cosa. Algo por lo que se preocupe y que a mí me disguste, cosas que necesita mantener en secreto por mi propio bien. ¡Tiene ese increíble sentimiento de protección! Y se niega a tratarme como a una adulta. Yo podría ayudarlo. Podría haberlo ayudado.
—¿Con la amenaza del chantaje?
—Sí.
—Sí. Bueno, por supuesto. Porque con tu extensa experiencia en técnicas de investigación delictiva, y tu entrenamiento en combate cuerpo a cuerpo…
—Pareces Joe…
—¿Has intentado hablar con Víctor?
—Sí, me he cansado de hablarle.
Pero no había modo de convencerlo de que la dejase participar. Si ella no podía entrar en su vida, no podía ser su esposa.
—¿Lo amas todavía? —preguntó María Inés.
Las lágrimas que se habían secado amenazaron con volver a salir.
—No es algo que puede acabarse de un día para otro.
—Te digo que se ha terminado. La dejé porque ella me lo pidió —Víctor se puso de pie y habló con firmeza.
—Y yo te digo que no puede terminarse durante tres semanas más —dijo Collin.
—No es que yo no la vaya a mantener. Ella puede tener lo que quiera.
—Ese no es el tema, y tú lo sabes.
Víctor lo sabía. Pero se negaba a aceptarlo.
—Para hacerla feliz, tengo que alejarme —afirmó.
—Pero para protegerla, tienes que volver —Collin se sentó en una silla—. El juez querrá ver una familia intacta. ¿Quieres que Myriam pueda quedarse con Lucas? Tienes que volver al ático y quedarte allí hasta que termine el juicio.
—No es posible —dijo Víctor.
Intentó imaginar la reacción de Myriam si lo veía aparecer de nuevo.
—Tú no lo comprendes. Jamás has estado casado —añadió.
—No te estoy dando consejos para tu matrimonio —respondió Collin—. Te estoy dando consejos legales. Duerme en el sofá. Come en restaurantes. Tú trabajas dieciocho horas al día, de todos modos. No tendréis que veros mucho.
Las palabras de Collin le recordaron a las de Myriam.
—No trabajo dieciocho horas al día.
—¿Cuántas veces has tenido cenas de negocios durante el último mes?
Víctor intentó recordar.
—Algunas.
—Diecisiete, para ser exactos. Devon me ha mostrado tu agenda.
—¿Diecisiete? —dijo Víctor, sorprendido.
Además, había tenido las reuniones de la Cámara de Comercio y un par de viajes de negocios a Chicago, pensó.
Intentó recordar su última noche con Myriam. Habían comido juntos en el aniversario de su matrimonio, por supuesto. Pero él se había estado ocupando de un montón de problemas mientras ella había estado bailando con otros hombres.
—Quiero dejarte clara una cosa —dijo Collin—. Yo no tengo ningún interés en tu esposa. Pero me alegro de que lo haya hecho. Si yo estuviera en su lugar, te habría dejado hace mucho tiempo.
—García International no se dirige sola —señaló Víctor.
Él no iba a cenas de negocios porque prefiriese eso a volver a casa. Eran importantes. Eran necesarias.
—¿Y crees que no lo sé? —apuntó Collin.
—¿Y cuál es tu solución?
—Mi solución es quedarse soltero.
Víctor se sentó.
—Me parece que yo voy a hacer lo mismo.
—Pero no hasta dentro de tres semanas.
—De acuerdo —dijo, reacio, Víctor.
Por Myriam y por Lucas.
Ella se resistiría, estaba convencido de ello. Pero él la convencería de que era por su propio bien.
La última persona que Myriam pensaba que podía llamar a la puerta era Víctor. Era surrealista que no hubiera empleado su llave. Además, se lo había estado imaginando durante tantas horas en su mente, que verlo en persona le había provocado un shock.
Pero notó que su corazón daba un salto de alegría también.
Víctor no entró.
—Siento molestarte —dijo.
—No hay problema. Lucas acaba de acostarse a dormir la siesta.
Víctor asintió.
—Yo…
Myriam se preguntó si necesitaría algo, más ropa, o algo así.
—¿Podemos hablar? —preguntó Víctor, muy serio.
—Por supuesto —dijo ella, con esperanza, a su pesar.
Lo dejó pasar.
Víctor entró y dejó las llaves en el sitio donde solía dejarlas habitualmente.
Aquel gesto comprimió el corazón de Myriam.
—¿De qué quieres hablar?
Deseaba que aquello se acabase cuanto antes. Sabía que su presencia le iba a revolver la historia y que la esperaba el llanto una vez más cuando Víctor se marchase.
Myriam se sentó en un sofá.
—He estado hablando con Collin —empezó a decir—. Collin cree… Bueno, por Lucas…
Ella sintió un nudo en el estómago. ¿Víctor iba a pelear por la custodia de Lucas? «¡No, por Dios!», pensó ella.
—Por el bien de Lucas, y por el juicio, para tener más oportunidad de ganar contra los Vance, deberíamos seguir juntos hasta que se consiga la custodia. Tres semanas.
Myriam se quedó sin habla.
¿Juntos pero sin estar juntos?, se preguntó.
—¿Myriam? —Víctor la miró.
—Yo…
Sería horrible verlo todos los días sabiendo que su relación estaba muerta.
—No puedo —respondió.
—Lo sé. Eso es lo mismo que le he dicho a Collin.
Myriam se sintió aliviada de que él estuviera de acuerdo con ella.
—Pero tenemos que seguir juntos —agregó Víctor fijando sus ojos azules en ella.
Él se acercó a ella y se agachó.
—Si nos separamos, los Vance conseguirán lo que quieren. Su abogado usará nuestra separación para ganar el caso. Eso pone en riesgo a Lucas, Myriam.
Ella cerró los ojos. Deseó correr a los brazos de Víctor para que la consolase y le dijera que todo iba a ir bien.
—Dormiré en el sofá —dijo Víctor. Como habían arreglado la otra habitación para Lucas, no había ninguna otra libre para él.
—Yo puedo dormir en el sofá —dijo ella.
Víctor agitó la cabeza.
—Tú necesitas descansar. Tienes un bebé de quien ocuparte.
—¿Y tú no tienes nada que hacer? —saltó ella—. Tú tienes una corporación que dirigir, cargos delictivos contra los que defenderte y un chantaje.
—Somos bastante patéticos, ¿no?
Ella frunció el ceño. No podía tomárselo con humor.
—Lo siento —él movió su mano hacia la cara de ella, pero se detuvo a tiempo—. Voy a volver a la oficina. Probablemente llegue tarde.
Myriam lo observó marcharse. Y no se movió hasta que lloró Lucas.
Entonces hizo un esfuerzo, y encontró una sonrisa para el bebé. Lo cambió y le dio el biberón con cereales. Y juntos construyeron una torre de ladrillos en el suelo del salón y miraron dibujos animados.
Rena se tomaba los fines de semana libres, así que Myriam recogió y lavó todo lo de Lucas. Y para cuando le dio el baño, lo acostó, puso una lavadora con su ropa, y preparó los biberones para la mañana siguiente, estaba rendida.
Se puso un camisón y se sentó en el sofá. A pesar de las protestas de Víctor, dormiría en el sofá. Se sentía menos sola allí que en la cama grande.
Suspiró y pensó en Víctor. No le quedaba más alternativa que separarse. Compartir con él una porción tan pequeña de su vida era peor que no compartir nada.
Cuando oyó el ruido de la llave en el cerrojo, Myriam cerró los ojos, fingiendo estar dormida. Lo oyó acercase, quedarse inmóvil y respirar profundamente. Luego se movió a un lado del sofá.
—¿Myriam?
Ella no contestó.
—Sé que estás despierta.
¿Cómo lo sabía?
Ella lo oyó agacharse a su lado.
Sorprendentemente, había un toque de humor en su voz.
—Cuando estás dormida, roncas.
Ella abrió los ojos.
—Yo no ronco —dijo.
—Es un ronquido muy suave, muy de dama, pero definitivamente, roncas.
—Estás mintiendo.
Él miró su cuerpo.
—¿Qué estás haciendo, Myriam?
—Estoy durmiendo.
—Mi esposa no va a dormir en el sofá. Ella se incorporó.
—Bueno, tú eres muy alto, yo apenas quepo —respondió.
Ambos se miraron.
—Tenemos que compartir la cama —dijo él finalmente.
—No podemos compartir la cama.
—Es una cama grande. Yo me quedaré en mi lado, y tú en el tuyo.
Ella agitó la cabeza.
—Eso es una locura.
—¿Hay algo de esta situación que no sea loco? —preguntó él.
Ella no pudo responder.
Víctor la agarró por debajo de los hombros y las piernas.
—¡Víctor!
Víctor la levantó.
—Necesitas dormir. Y yo también. Y hay un solo modo de lograrlo —Víctor empezó a ir en dirección al dormitorio.
Ella se sintió cómoda envuelta en sus brazos. Tenía que hacer un esfuerzo para no derretirse.
Víctor se detuvo al lado de la cama. No la dejó en el suelo inmediatamente, sino que la miró a los ojos durante un largo momento, haciéndola desear todo lo que no podía desear.
—Que duermas bien —murmuró finalmente, y la dejó en la cama.
En segundos desapareció, yéndose al cuarto de baño adjunto. Ella oyó el ruido de la ducha y del ventilador.
Y Myriam hundió la cara en la almohada y sollozó, frustrada.
Mañana les pongo otro capitulo.....
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
dios de mi vidaaa este paso me van a salir canas verdeeeeeees !!
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Creo ke Myri tiene razon y lo peor es ke Vic no lo acepta, ojala se arreglen. Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Ya que se arreglen los dos se aman no es posible que se enojen Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
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