------Secretos personales-------- (Capitulo final)
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------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Hola a todas me gustaria compartir esta novela que lei... es una adaptación teniendo como protagonistas a Myriam y Victor... espero poner un capitulo diario.....
Aqui les dejo la introducción y el primer capitulo....
Laura.
Aqui les dejo la introducción y el primer capitulo....
Laura.
Introducción:
Un marido millonario y sexy, un precioso departamento en Park Avenue y montones de dinero para dar y tirar. Myriam García parecía tenerlo todo… ¿o no era así?
Víctor, un hombre de negocios, estaba casado con su empresa y ella se pasaba muchas noches completamente sola. Todavía amaba y deseaba a su marido, pero Víctor tenía secretos, algunos suficientemente importantes como para destruir su vida en común.
Entonces el destino les deparó una alegría inesperada: finalmente tenían la oportunidad de ser padres, pero, ¿sería demasiado tarde?
Un marido millonario y sexy, un precioso departamento en Park Avenue y montones de dinero para dar y tirar. Myriam García parecía tenerlo todo… ¿o no era así?
Víctor, un hombre de negocios, estaba casado con su empresa y ella se pasaba muchas noches completamente sola. Todavía amaba y deseaba a su marido, pero Víctor tenía secretos, algunos suficientemente importantes como para destruir su vida en común.
Entonces el destino les deparó una alegría inesperada: finalmente tenían la oportunidad de ser padres, pero, ¿sería demasiado tarde?
Última edición por laurayvictor el Vie Ene 28, 2011 11:23 am, editado 8 veces
laurayvictor- VBB CRISTAL
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------Secretos personales------- (Capitulo 1)
Capítulo Uno
Myriam Montemayor de García tiró al aire la moneda de oro, por encima de su gran cama de matrimonio.
—Cara, lo hago —susurró en voz alta en la habitación vacía, siguiendo la trayectoria hacia el techo.
Si era cruz, esperaría a la siguiente semana. Al momento adecuado. Cuando ella estuviera ovulando, y sus posibilidades de quedar embarazada fueran las máximas.
—¡Venga! ¡Que salga cara…! —murmuró, imaginándose a su marido, Víctor, en el despacho de su casa, pegado a su habitación. Víctor, atractivo y sexy, estaría leyendo correos electrónicos e informes financieros, con su mente puesta en el negocio del día.
La moneda dio en el borde de la cama y cayó en la mullida alfombra.
—¡Maldita sea! —rodeó la cama con columnas y pestañeó tratando de ver la moneda.
Un momento más tarde se quitó los zapatos, se agachó, se levantó la falda para que no le impidiera el movimiento y, apoyada sobre sus manos, miró debajo de la cama. ¿Era cara o cruz?
—¿Myriam? —se oyó a Víctor por el pasillo.
Con sentimiento de culpa, Myriam se puso de pie de un salto y se alisó el pelo.
—¿Sí? —contestó, mirando de reojo la caja de monedas de colección.
Corrió a la cómoda y cerró la tapa de la caja.
Se abrió la puerta del dormitorio, y ella fingió una pose natural.
—¿Has visto mi cel? —preguntó él.
—Umm, no —ella se apartó de la cómoda y divisó la moneda.
Estaba de canto contra la mesilla, brillando con la luz de la lámpara de Tiffany.
Víctor miró alrededor de la habitación.
—Juraría que me la metí al bolsillo antes de irme de la oficina.
—¿Llamaste? —preguntó ella, moviéndose hacia la moneda con la intención de ocultarla con su pie desnudo antes de que la mirada de Víctor se posara en ella.
No quería darle explicaciones.
—¿Puedes marcar tú?
—Claro —ella agarró el teléfono que tenía al lado de la cama y marcó el número de su cel, poniéndose entre Víctor y la moneda, con cuidado de no estropear el resultado de su caída.
Un teléfono sonó desde algún lugar del departamento.
—Gracias —le dijo él, dándose vuelta en dirección a la puerta.
Unos segundos más tarde él gritó desde el salón:
—¡Lo he encontrado!
Myriam suspiró, aliviada.
Quitó el pie y miró la posición de la moneda. Dirigió la luz del flexo hacia ésta y bajó la cabeza. Si la mesilla no se hubiera interpuesto en el camino, y la moneda hubiera seguido su curso, habría sido… ¡Sí, cara!
Levantó la moneda. La decisión estaba tomada. Iba a seguir el consejo de su mejor amiga en lugar de seguir el del profesional de la medicina.
En apariencia, su decisión chocaba con el sentido común. Pero su amiga María Inés sabía más sobre su vida que el doctor Jorge.
El doctor sabía todo sobre su salud física. Conocía sus niveles de hormonas y su ciclo menstrual. Incluso había visto una ecografía de sus ovarios. Pero no sabía nada sobre su matrimonio. No sabía que ella había estado luchando desde su primer aniversario por recuperar la sinceridad e intimidad que Víctor y ella habían compartido en el comienzo de la relación.
En los cinco años que habían transcurrido desde que se había casado con Víctor García, Myriam había aprendido que la empresa estaba primero, los negocios de Nueva York en segundo lugar, y su matrimonio bastante más abajo en la lista.
Ella sabía que un bebé podía mejorar la situación. Ambos habían querido un bebé durante años. Un bebé sería un proyecto importante para compartir, un modo de que ella encajara más claramente en el mundo de Víctor, y una razón para que él pasara más tiempo en el mundo de su mujer. Ella hacía mucho tiempo que quería tener un bebé. Pero cada vez dudaba más de que un bebé fuera la solución.
Un bebé necesitaba un hogar cálido y lleno de cariño. Los niños necesitaban experimentar afecto, calidez y autenticidad. Cuanto más se distanciaban Víctor y ella, más dudaba de que su sueño de formar una familia pudiera arreglar las cosas.
Guardó cuidadosamente la moneda en su caja de madera, cerró la tapa y acarició con la punta de los dedos su madera tallada. Víctor le había regalado la moneda de la estatua de la Libertad y la caja de la colección de monedas en las primeras Navidades que habían pasado juntos. Y todos los años él había ido agregando monedas nuevas. Pero a medida que el valor de la colección había ido aumentando, su matrimonio se había ido debilitando.
Irónico, realmente.
En los primeros tiempos, cuando ella sólo había tenido una moneda, su relación había sido más armoniosa. Por aquel entonces habían bromeado juntos, habían compartido secretos, habían cometido errores y se habían reído juntos. Y muy a menudo habían terminado en la cama o en el sofá o en la alfombra si no había muebles blandos a mano.
La primera vez que habían hecho el amor había sido en un banco del jardín trasero de la finca de la familia de Víctor. El cielo estaba salpicado de estrellas. Ellos estaban solos, y los besos de Víctor se habían hecho apasionados. Víctor había acariciado su espalda a través del escote que tenía su vestido por detrás. Ella había sentido que su piel se estremecía, que sus pezones se ponían rígidos, y que el deseo se apoderaba de ella.
Hasta entonces habían esperado, pero ya había llegado el momento. Ambos lo habían sabido, y él la había tumbado en el banco. Después de largos minutos, tal vez horas, de besos y caricias, él le había quitado las braguitas. Y luego se había internado en ella. Dos semanas más tarde, él le había propuesto matrimonio, y ella se había convencido, entusiasmada, de que aquélla era una historia para toda la vida.
Sus amigas y su familia le habían advertido que no se casara con un millonario. Le habían dicho que la familia de Víctor, adinerada desde siempre, lo ponía en una clase social totalmente diferente a la de ella. Y que posiblemente las expectativas de ella y las de Víctor sobre el matrimonio fuesen diferentes.
Pero Myriam había estado segura de que el profundo amor entre ellos superaría todos los obstáculos.
Ahora, cinco años más tarde, estaba mucho menos segura, pensó, mientras se acercaba a las puertas de cristal del balcón de su lujoso dormitorio. Debajo de su departamento del piso doce del número setecientos veintiuno de Park Avenue, ronroneaba el tráfico, y las luces de la ciudad se extendían hacia el horizonte de aquella suave noche de octubre.
Myriam cerró las cortinas.
Aunque reconocía la sabiduría en el consejo de María Inés, ella había preferido poner la decisión en manos del destino. La suerte era «cara», así que la decisión estaba tomada. Ella estaba luchando por su matrimonio de una forma diferente, y la lucha empezaba en aquel mismo momento.
Caminó hacia la cómoda. Abrió el cajón de arriba y revolvió entre camisones y batas. Y allí la encontró.
Sintió un cosquilleo en el estómago cuando tocó la bata de seda roja que había usado en su noche de bodas.
Abrió la cremallera de su falda y se la quitó. Luego tiró su chaqueta, blusa y ropa interior en una silla. De pronto se sintió ansiosa por ver a Víctor. Se puso la bata y se sintió decadentemente bella por primera vez en años. Luego fue al cuarto de baño adyacente al dormitorio y se arregló el pelo.
Tenía pestañas oscuras y gruesas y éstas destacaban sus ojos verdes. Tenía las pupilas levemente dilatadas. Se puso barra de labios, un poco de colorete en las mejillas y se alejó del espejo levemente para ver el efecto. Estaba descalza y tenía pintadas las uñas de los pies de un color cobre. La bata cubría sólo unos centímetros de sus muslos, y terminaba con una puntilla de encaje. Tenía un gran escote de encaje también, que dejaba entrever sus pechos.
Como toque final se puso perfume en el cuello y se bajó un tirante. Luego se estiró y se pasó la mano por el vientre. El diamante de su anillo se reflejó en el espejo de cuerpo entero.
Víctor era su marido, se recordó. Ella tenía derecho a seducirlo. Además, María Inés estaría orgullosa.
Atravesó la habitación y apagó la luz. Salió y caminó por el pasillo.
—¿Víctor? —dijo con voz sensual en la puerta de su despacho.
Abrió y puso una pose sensual.
Dos hombres levantaron la vista del papel que estaban leyendo.
Al ver el atuendo sexy de su esposa, Víctor se quedó con la boca abierta. Las palabras que iba a pronunciar se desvanecieron en sus labios. La carta del Organismo regulador del mercado de valores que tenía en la mano cayó al escritorio, mientras, a su lado, el vicepresidente, Collin Killian, dejaba escapar una exhalación de shock.
A Collin le llevó tres segundos apartar la vista. Víctor pensó que no podía culparlo. Myriam había tardado cinco segundos en exclamar y salir corriendo por el corredor.
—Uh… —empezó a decir Collin, mirando por encima del hombro hacia la puerta, ahora vacía.
Víctor juró mientras se ponía de pie y oía el portazo del dormitorio. Collin agarró su maletín.
—Te veré luego —dijo.
—Quédate —le pidió Víctor atravesando la habitación.
—Pero…
—Acabo de descubrir que el Organismo Regulador del Mercado de Valores me ha abierto una investigación. Tú y yo tenemos que hablar.
—Pero tu esposa…
—Hablaré con ella primero.
¿En qué estaba pensando Myriam?, se preguntó.
Caminó hacia el pasillo.
Collin gritó por detrás de él:
—¡Me parece que lo que ella tiene en mente no es hablar!
Víctor no se molestó en contestar.
Pero, visto lo visto, Myriam tendría que hablar, pensó Víctor. Él no llevaba el control de su temperatura corporal, pero estaba seguro de que no era la fecha apropiada. Él echaba de menos el hacer el amor espontáneamente tanto como ella, pero también quería ser padre. Y sabía perfectamente que ella quería ser madre.
El hacer el amor programadamente era frustrante. Pero era un sacrificio que valía la pena.
Puso la mano en el picaporte tratando de controlar sus hormonas, entusiasmadas por la imagen que lo estaría esperando dentro del dormitorio. Su esposa era una mujer sexy y sensual, pero él tenía que ser fuerte por los dos.
Abrió la puerta y dijo:
—¿Myriam?
—¡Vete! —dijo ella con la voz apagada mientras se envolvía en un albornoz. La luz del aseo la iluminó por detrás mientras cerraba la puerta y entraba en el dormitorio.
—¿Qué sucede? —preguntó él suavemente.
Ella agitó la cabeza.
—Nada.
Él deseaba estrecharla en sus brazos, quizás meter las manos por debajo del albornoz y apretarla contra su cuerpo. Le llevaría tan poco esfuerzo abrirle el albornoz, ver la bata que tenía debajo y mirar su lujurioso cuerpo…
Collin se figuraría que debía marcharse.
—¿Es el momento adecuado? —preguntó Víctor.
Sabía que no era posible que ella estuviera ovulando, pero tenía esperanzas. Ella agitó la cabeza lentamente. Él se acercó.
—Entonces, ¿qué estás haciendo?
—He pensado… —hizo una pausa—. Quería… —lo miró con sus ojos verdes—. No sabía que Collin estaba aquí.
Víctor sonrió.
—Debe de pensar… —empezó a decir Myriam.
—De momento, debe de pensar que soy el hombre más afortunado del mundo —respondió Víctor. Ella le clavó la mirada.
—Pero no lo eres.
—Esta noche, no.
Ella desvió la mirada.
—¿Myriam?
Ella lo volvió a mirar.
—Pensé… No estamos…
El imaginaba qué quería decir. Era tentador, muy tentador. En aquel momento no había nada que él deseara más que hacerle el amor apasionadamente en su enorme cama y fingir que no existía ninguno de sus problemas.
Deseaba postergar la charla sobre la investigación del Organismo regulador del mercado de valores. Pero no quería arriesgarse. Si hacían el amor en aquel momento, Myriam no se quedaría embarazada aquel mes, y sus lágrimas romperían el corazón de él.
—¿Puedes esperar a la semana que viene? —preguntó Víctor.
La pena y la decepción nublaron los ojos de Myriam. Ella abrió la boca para hablar, pero luego apretó los dientes y cerró los ojos unos segundos.
Cuando los abrió su expresión se suavizó y pareció recuperar el control.
—¿Ocurre algo? ¿Por qué está Collin…?
—No ocurre nada —le aseguró Víctor.
Nada excepto una investigación fraudulenta, que Collin invalidaría tan pronto como le fuera posible.
Víctor no había hecho ningún negocio ilegal ni falto de ética, pero podía caerle la máxima sentencia por el actual clima que se respiraba en relación con los delitos de cuello blanco.
Por eso se tenían que ocupar de ello cuanto antes.
Tenía que encontrar una solución antes de que la prensa o cualquier otra persona metiera la nariz. Incluida Myriam. Sobre todo Myriam.
Su especialista decía que a menudo la infertilidad estaba relacionada con el estrés, y ella ya estaba suficientemente estresada por querer quedarse embarazada, por no mencionar la organización de la fiesta de su quinto aniversario de casados, como para agregarle más preocupaciones.
Lo que menos falta le hacía era preocuparse por un posible caso en los juzgados.
—Tengo que ir al apartamento de Collin un rato —le dijo Víctor a Myriam.
—¿Un rato? —ella pareció sorprendida.
—Sí, pero es una cuestión rutinaria —contestó Víctor.
Esperaba no tardar mucho.
—Claro —dijo ella asintiendo.
—¿Por qué no te ocupas del menú del catering mientras estoy fuera?
Habían invitado a trescientos invitados a la fiesta. Había muchos detalles que necesitaban la atención de Myriam.
—Claro… —contestó ella—. Me ocuparé de los postres…
El comentario sarcástico no era típico de Myriam, y Víctor sabía que debía preguntarle qué pasaba.
Pero no quería meterse en ello, porque podría llevarlo a abrazarla, a besarla y a echar sus buenas intenciones por la borda. La tentación era demasiado fuerte.
—Te veré dentro de una hora —le dijo él sensualmente.
Le dio un casto beso en la frente.
Le acarició el pelo y se estremeció todo entero. Ella le agarró la muñeca un momento. Y aquello fue suficiente para que Víctor dudara de su decisión de marcharse.
Pero tenía que irse. Le había prometido que haría todo lo posible por darle un hijo.
Y lo haría.
Sin mirarla, caminó hacia la puerta. Salió al pasillo y fue a su despacho. Collin estaba al lado del escritorio, con expresión incierta.
—Vamos —dijo Víctor poniéndose la chaqueta de su traje y yendo hacia la entrada del ático.
Collin no hizo ninguna pregunta. La discreción era lo que más le gustaba a Víctor de Collin.
—Tengo la carta del Organismo regulador del mercado de valores —le confirmó Collin cuando la puerta se cerró detrás de ellos.
Se dirigieron al departamento de Gregorio Lattimer. El amigo y vecino de Collin y Víctor, Gregorio, había sido nombrado también en la carta del Organismo regulador como parte de la investigación.
—¿Tienes el sobre también? —preguntó Víctor.
No quería que Myriam pudiera encontrarse con ningún resto de la prueba.
—Todo —dijo Collin deteniéndose frente a la gran puerta de roble del apartamento de Gregorio—. Y he cerrado tu buscador de páginas web.
—Gracias —asintió Víctor.
Esperaron en silencio.
La puerta finalmente se abrió. Pero no fue Gregorio el que estaba frente a ellos, sino una alta y atractiva morena que parecía a la defensiva y que tenía aspecto de culpabilidad.
—¿Está Gregorio? —preguntó Víctor, con la esperanza de no estar interrumpiendo algo. Aunque la mujer estaba totalmente vestida.
—El señor Lattimer no está en casa en este momento.
—¿Y usted es…? —preguntó Collin.
—Julia Espejo. La nueva ama de llaves del señor Lattimer.
Víctor vio el desorden del piso por encima de su hombro.
La mujer cerró un poco la puerta, impidiendo que Víctor mirase.
—¿Me dice por favor quién lo busca?
—Víctor García.
Collin le dio una tarjeta de negocios a la mujer y le dijo:
—¿Puede decirle que me llame cuanto antes?
—Por supuesto —contestó la mujer asintiendo.
Luego entró nuevamente en el piso y cerró la puerta.
—Espero que Gregorio no le esté pagando mucho, porque necesitará dinero —murmuró Víctor cuando se dieron la vuelta para llamar al ascensor.
—Yo le pagaría lo que me pidiese —dijo Collin.
Víctor no pudo evitar sonreír mientras apretaba el botón para llamar al ascensor. Luego volvió a pensar en el problema que los preocupaba.
—Entonces, ¿qué diablos crees que pasa con esto? —preguntó cuando se abrieron las puertas.
—Creo que tal vez deberías haber pagado el chantaje.
Víctor dio un paso hacia atrás.
Como era un hombre rico, a menudo era el blanco de amenazas y pedidos financieros. Pero un chantaje particularmente extraño había llegado hacía dos semanas.
—¿Diez millones de dólares? —le preguntó a Collin—. ¿Estás loco?
—Las dos cosas podrían estar relacionadas.
—La carta del chantaje ponía «El mundo conocerá el sucio secreto del modo en que los García hacen su dinero». No decía nada sobre una investigación del Organismo regulador.
Víctor no habría pagado en ningún caso. Pero se lo habría tomado más seriamente si la amenaza hubiera sido más específica.
—La transmisión fraudulenta de información confidencial en el comercio es un secreto sucio.
—También es una invención ridícula.
Cuando al principio Víctor había leído la carta del chantaje, no le había dado importancia. Había muchos locos sueltos. Luego se había preguntado si alguno de sus proveedores en el extranjero podría estar involucrado en una práctica que no fuera ética. Pero los había controlado a todos. Y no había encontrado nada que pudiera justificar el «sucio secreto» de la riqueza de los García.
Él no tenía ningún secreto sucio. Era absurdo sugerir que él estaba involucrado en el tráfico de información confidencial. E imposible de demostrar, puesto que él no lo había hecho. Ni siquiera era lógico. La mayoría de la riqueza suya, de su padre y de sus antecesores, se derivaba del buen hacer de sus empresas. Víctor no hacía casi negocios en el mercado de valores. Y lo poco que hacía era como diversión, a ver qué tal se le daba.
¿Dónde estaba el desafío en el engaño? Él no necesitaba el dinero. Y el engaño no sería nada divertido. Entonces, ¿cómo iba a involucrarse en el tráfico de información confidencial?
—Tienen algo —dijo Collin cuando se paró el ascensor en el segundo piso—. El Organismo regulador no hace una investigación sobre especulaciones.
—Entonces, ¿a quién llamamos? —preguntó Víctor.
Además de ser vicepresidente, Collin era un buen abogado.
Collin metió la llave y abrió la puerta de su apartamento.
—Al Organismo regulador del mercado de valores, para empezar.
Víctor miró su reloj. Las nueve y cuarto.
—¿Conoces a alguien a quien podamos recurrir?
—Sí —Collin tiró el maletín encima de la mesa del apartamento, propiedad de García International—. Conozco a un hombre —agarró un teléfono inalámbrico—. ¿Te apetece servirte un whisky?
—De acuerdo.
La llamada fue breve.
Cuando terminó, Collin aceptó un vaso de whisky y se sentó en un sillón.
—Nos mandarán un informe completo por la mañana, pero es algo que tiene que ver con Tecnologías Ellias.
Víctor reconoció el nombre de la empresa.
—Ese fue un negocio de Gregorio. Él pensó que iban a tener éxito, así que ambos invertimos.
Pero no podía creer que Gregorio Lattimer, su amigo y vecino, hubiera recomendado unas acciones basadas en el tráfico de información confidencial.
Luego Víctor volvió a pensar en el tema, pensando en voz alta.
—Subieron rápido. Sobre todo cuando aquel sistema de navegación…
Una luz se le encendió a Víctor en la cabeza de repente.
—¿Qué? —preguntó Collin.
—Roberto.
—¿El senador?
Víctor asintió.
—Maldita sea. ¿Cuánto quieres apostar a que él estaba en el comité de aprobación?
—No en el que adjudicó el contrato de navegaciones.
—Sí… —Víctor tomó un sorbo de whisky—. Ese.
Collin juró entre dientes.
Víctor sentía lo mismo. No había hecho nada malo, pero si Roberto estaba en el comité de aprobación, daría esa impresión.
—Yo compro acciones en Ellias —pensó Víctor en voz alta—. Roberto, quien, como todo el mundo sabe, es un defensor de mi compañía Envirocore.com, aprueba un lucrativo contrato a favor de Ellias. Las acciones de Ellias suben. Yo hago unos cuantos cientos de miles de dólares. Y, de pronto, el Organismo regulador está involucrado.
—Te has olvidado de un paso —dijo Collin.
—De la persona que hizo el chantaje —replicó Víctor.
Si la persona que había hecho el chantaje era el que había alertado al Organismo regulador, entonces Víctor no se lo había tomado lo suficientemente en serio.
La persona que había hecho el chantaje obviamente tenía información sobre la cartera de acciones de Víctor. También sabía que Víctor era el dueño de Envirocore.com. Y sabía que Kendrick estaba en el comité de aprobación del contrato del sistema de navegación del Senado. Además, el extorsionador sabía cómo juntarlo todo para hacer daño a Víctor.
Aquello no era ninguna tontería.
Collin miró el cuadro que tenía en frente.
—Nadie en su sano juicio va a pensar que tú has infringido la ley por unos pocos miles de dólares —dijo Collin.
—¿Estás bromeando? Mucha gente disfrutaría viendo caer a un rico de toda la vida de su pedestal.
—¿Puedes demostrar que eres inocente?
—¿Probar que una llamada telefónica, una reunión o un correo electrónico no tuvo lugar? No sé cómo puedo hacer eso.
—¿Llamaste a la policía cuando te enviaron la carta con el chantaje?
—No. Archivé la carta con todo lo demás.
Había sido un error, evidentemente.
—¿Quieres llamarlos esta noche?
Víctor asintió.
—Será mejor salir al ruedo.
mañana les pongo otro capitulo...
Myriam Montemayor de García tiró al aire la moneda de oro, por encima de su gran cama de matrimonio.
—Cara, lo hago —susurró en voz alta en la habitación vacía, siguiendo la trayectoria hacia el techo.
Si era cruz, esperaría a la siguiente semana. Al momento adecuado. Cuando ella estuviera ovulando, y sus posibilidades de quedar embarazada fueran las máximas.
—¡Venga! ¡Que salga cara…! —murmuró, imaginándose a su marido, Víctor, en el despacho de su casa, pegado a su habitación. Víctor, atractivo y sexy, estaría leyendo correos electrónicos e informes financieros, con su mente puesta en el negocio del día.
La moneda dio en el borde de la cama y cayó en la mullida alfombra.
—¡Maldita sea! —rodeó la cama con columnas y pestañeó tratando de ver la moneda.
Un momento más tarde se quitó los zapatos, se agachó, se levantó la falda para que no le impidiera el movimiento y, apoyada sobre sus manos, miró debajo de la cama. ¿Era cara o cruz?
—¿Myriam? —se oyó a Víctor por el pasillo.
Con sentimiento de culpa, Myriam se puso de pie de un salto y se alisó el pelo.
—¿Sí? —contestó, mirando de reojo la caja de monedas de colección.
Corrió a la cómoda y cerró la tapa de la caja.
Se abrió la puerta del dormitorio, y ella fingió una pose natural.
—¿Has visto mi cel? —preguntó él.
—Umm, no —ella se apartó de la cómoda y divisó la moneda.
Estaba de canto contra la mesilla, brillando con la luz de la lámpara de Tiffany.
Víctor miró alrededor de la habitación.
—Juraría que me la metí al bolsillo antes de irme de la oficina.
—¿Llamaste? —preguntó ella, moviéndose hacia la moneda con la intención de ocultarla con su pie desnudo antes de que la mirada de Víctor se posara en ella.
No quería darle explicaciones.
—¿Puedes marcar tú?
—Claro —ella agarró el teléfono que tenía al lado de la cama y marcó el número de su cel, poniéndose entre Víctor y la moneda, con cuidado de no estropear el resultado de su caída.
Un teléfono sonó desde algún lugar del departamento.
—Gracias —le dijo él, dándose vuelta en dirección a la puerta.
Unos segundos más tarde él gritó desde el salón:
—¡Lo he encontrado!
Myriam suspiró, aliviada.
Quitó el pie y miró la posición de la moneda. Dirigió la luz del flexo hacia ésta y bajó la cabeza. Si la mesilla no se hubiera interpuesto en el camino, y la moneda hubiera seguido su curso, habría sido… ¡Sí, cara!
Levantó la moneda. La decisión estaba tomada. Iba a seguir el consejo de su mejor amiga en lugar de seguir el del profesional de la medicina.
En apariencia, su decisión chocaba con el sentido común. Pero su amiga María Inés sabía más sobre su vida que el doctor Jorge.
El doctor sabía todo sobre su salud física. Conocía sus niveles de hormonas y su ciclo menstrual. Incluso había visto una ecografía de sus ovarios. Pero no sabía nada sobre su matrimonio. No sabía que ella había estado luchando desde su primer aniversario por recuperar la sinceridad e intimidad que Víctor y ella habían compartido en el comienzo de la relación.
En los cinco años que habían transcurrido desde que se había casado con Víctor García, Myriam había aprendido que la empresa estaba primero, los negocios de Nueva York en segundo lugar, y su matrimonio bastante más abajo en la lista.
Ella sabía que un bebé podía mejorar la situación. Ambos habían querido un bebé durante años. Un bebé sería un proyecto importante para compartir, un modo de que ella encajara más claramente en el mundo de Víctor, y una razón para que él pasara más tiempo en el mundo de su mujer. Ella hacía mucho tiempo que quería tener un bebé. Pero cada vez dudaba más de que un bebé fuera la solución.
Un bebé necesitaba un hogar cálido y lleno de cariño. Los niños necesitaban experimentar afecto, calidez y autenticidad. Cuanto más se distanciaban Víctor y ella, más dudaba de que su sueño de formar una familia pudiera arreglar las cosas.
Guardó cuidadosamente la moneda en su caja de madera, cerró la tapa y acarició con la punta de los dedos su madera tallada. Víctor le había regalado la moneda de la estatua de la Libertad y la caja de la colección de monedas en las primeras Navidades que habían pasado juntos. Y todos los años él había ido agregando monedas nuevas. Pero a medida que el valor de la colección había ido aumentando, su matrimonio se había ido debilitando.
Irónico, realmente.
En los primeros tiempos, cuando ella sólo había tenido una moneda, su relación había sido más armoniosa. Por aquel entonces habían bromeado juntos, habían compartido secretos, habían cometido errores y se habían reído juntos. Y muy a menudo habían terminado en la cama o en el sofá o en la alfombra si no había muebles blandos a mano.
La primera vez que habían hecho el amor había sido en un banco del jardín trasero de la finca de la familia de Víctor. El cielo estaba salpicado de estrellas. Ellos estaban solos, y los besos de Víctor se habían hecho apasionados. Víctor había acariciado su espalda a través del escote que tenía su vestido por detrás. Ella había sentido que su piel se estremecía, que sus pezones se ponían rígidos, y que el deseo se apoderaba de ella.
Hasta entonces habían esperado, pero ya había llegado el momento. Ambos lo habían sabido, y él la había tumbado en el banco. Después de largos minutos, tal vez horas, de besos y caricias, él le había quitado las braguitas. Y luego se había internado en ella. Dos semanas más tarde, él le había propuesto matrimonio, y ella se había convencido, entusiasmada, de que aquélla era una historia para toda la vida.
Sus amigas y su familia le habían advertido que no se casara con un millonario. Le habían dicho que la familia de Víctor, adinerada desde siempre, lo ponía en una clase social totalmente diferente a la de ella. Y que posiblemente las expectativas de ella y las de Víctor sobre el matrimonio fuesen diferentes.
Pero Myriam había estado segura de que el profundo amor entre ellos superaría todos los obstáculos.
Ahora, cinco años más tarde, estaba mucho menos segura, pensó, mientras se acercaba a las puertas de cristal del balcón de su lujoso dormitorio. Debajo de su departamento del piso doce del número setecientos veintiuno de Park Avenue, ronroneaba el tráfico, y las luces de la ciudad se extendían hacia el horizonte de aquella suave noche de octubre.
Myriam cerró las cortinas.
Aunque reconocía la sabiduría en el consejo de María Inés, ella había preferido poner la decisión en manos del destino. La suerte era «cara», así que la decisión estaba tomada. Ella estaba luchando por su matrimonio de una forma diferente, y la lucha empezaba en aquel mismo momento.
Caminó hacia la cómoda. Abrió el cajón de arriba y revolvió entre camisones y batas. Y allí la encontró.
Sintió un cosquilleo en el estómago cuando tocó la bata de seda roja que había usado en su noche de bodas.
Abrió la cremallera de su falda y se la quitó. Luego tiró su chaqueta, blusa y ropa interior en una silla. De pronto se sintió ansiosa por ver a Víctor. Se puso la bata y se sintió decadentemente bella por primera vez en años. Luego fue al cuarto de baño adyacente al dormitorio y se arregló el pelo.
Tenía pestañas oscuras y gruesas y éstas destacaban sus ojos verdes. Tenía las pupilas levemente dilatadas. Se puso barra de labios, un poco de colorete en las mejillas y se alejó del espejo levemente para ver el efecto. Estaba descalza y tenía pintadas las uñas de los pies de un color cobre. La bata cubría sólo unos centímetros de sus muslos, y terminaba con una puntilla de encaje. Tenía un gran escote de encaje también, que dejaba entrever sus pechos.
Como toque final se puso perfume en el cuello y se bajó un tirante. Luego se estiró y se pasó la mano por el vientre. El diamante de su anillo se reflejó en el espejo de cuerpo entero.
Víctor era su marido, se recordó. Ella tenía derecho a seducirlo. Además, María Inés estaría orgullosa.
Atravesó la habitación y apagó la luz. Salió y caminó por el pasillo.
—¿Víctor? —dijo con voz sensual en la puerta de su despacho.
Abrió y puso una pose sensual.
Dos hombres levantaron la vista del papel que estaban leyendo.
Al ver el atuendo sexy de su esposa, Víctor se quedó con la boca abierta. Las palabras que iba a pronunciar se desvanecieron en sus labios. La carta del Organismo regulador del mercado de valores que tenía en la mano cayó al escritorio, mientras, a su lado, el vicepresidente, Collin Killian, dejaba escapar una exhalación de shock.
A Collin le llevó tres segundos apartar la vista. Víctor pensó que no podía culparlo. Myriam había tardado cinco segundos en exclamar y salir corriendo por el corredor.
—Uh… —empezó a decir Collin, mirando por encima del hombro hacia la puerta, ahora vacía.
Víctor juró mientras se ponía de pie y oía el portazo del dormitorio. Collin agarró su maletín.
—Te veré luego —dijo.
—Quédate —le pidió Víctor atravesando la habitación.
—Pero…
—Acabo de descubrir que el Organismo Regulador del Mercado de Valores me ha abierto una investigación. Tú y yo tenemos que hablar.
—Pero tu esposa…
—Hablaré con ella primero.
¿En qué estaba pensando Myriam?, se preguntó.
Caminó hacia el pasillo.
Collin gritó por detrás de él:
—¡Me parece que lo que ella tiene en mente no es hablar!
Víctor no se molestó en contestar.
Pero, visto lo visto, Myriam tendría que hablar, pensó Víctor. Él no llevaba el control de su temperatura corporal, pero estaba seguro de que no era la fecha apropiada. Él echaba de menos el hacer el amor espontáneamente tanto como ella, pero también quería ser padre. Y sabía perfectamente que ella quería ser madre.
El hacer el amor programadamente era frustrante. Pero era un sacrificio que valía la pena.
Puso la mano en el picaporte tratando de controlar sus hormonas, entusiasmadas por la imagen que lo estaría esperando dentro del dormitorio. Su esposa era una mujer sexy y sensual, pero él tenía que ser fuerte por los dos.
Abrió la puerta y dijo:
—¿Myriam?
—¡Vete! —dijo ella con la voz apagada mientras se envolvía en un albornoz. La luz del aseo la iluminó por detrás mientras cerraba la puerta y entraba en el dormitorio.
—¿Qué sucede? —preguntó él suavemente.
Ella agitó la cabeza.
—Nada.
Él deseaba estrecharla en sus brazos, quizás meter las manos por debajo del albornoz y apretarla contra su cuerpo. Le llevaría tan poco esfuerzo abrirle el albornoz, ver la bata que tenía debajo y mirar su lujurioso cuerpo…
Collin se figuraría que debía marcharse.
—¿Es el momento adecuado? —preguntó Víctor.
Sabía que no era posible que ella estuviera ovulando, pero tenía esperanzas. Ella agitó la cabeza lentamente. Él se acercó.
—Entonces, ¿qué estás haciendo?
—He pensado… —hizo una pausa—. Quería… —lo miró con sus ojos verdes—. No sabía que Collin estaba aquí.
Víctor sonrió.
—Debe de pensar… —empezó a decir Myriam.
—De momento, debe de pensar que soy el hombre más afortunado del mundo —respondió Víctor. Ella le clavó la mirada.
—Pero no lo eres.
—Esta noche, no.
Ella desvió la mirada.
—¿Myriam?
Ella lo volvió a mirar.
—Pensé… No estamos…
El imaginaba qué quería decir. Era tentador, muy tentador. En aquel momento no había nada que él deseara más que hacerle el amor apasionadamente en su enorme cama y fingir que no existía ninguno de sus problemas.
Deseaba postergar la charla sobre la investigación del Organismo regulador del mercado de valores. Pero no quería arriesgarse. Si hacían el amor en aquel momento, Myriam no se quedaría embarazada aquel mes, y sus lágrimas romperían el corazón de él.
—¿Puedes esperar a la semana que viene? —preguntó Víctor.
La pena y la decepción nublaron los ojos de Myriam. Ella abrió la boca para hablar, pero luego apretó los dientes y cerró los ojos unos segundos.
Cuando los abrió su expresión se suavizó y pareció recuperar el control.
—¿Ocurre algo? ¿Por qué está Collin…?
—No ocurre nada —le aseguró Víctor.
Nada excepto una investigación fraudulenta, que Collin invalidaría tan pronto como le fuera posible.
Víctor no había hecho ningún negocio ilegal ni falto de ética, pero podía caerle la máxima sentencia por el actual clima que se respiraba en relación con los delitos de cuello blanco.
Por eso se tenían que ocupar de ello cuanto antes.
Tenía que encontrar una solución antes de que la prensa o cualquier otra persona metiera la nariz. Incluida Myriam. Sobre todo Myriam.
Su especialista decía que a menudo la infertilidad estaba relacionada con el estrés, y ella ya estaba suficientemente estresada por querer quedarse embarazada, por no mencionar la organización de la fiesta de su quinto aniversario de casados, como para agregarle más preocupaciones.
Lo que menos falta le hacía era preocuparse por un posible caso en los juzgados.
—Tengo que ir al apartamento de Collin un rato —le dijo Víctor a Myriam.
—¿Un rato? —ella pareció sorprendida.
—Sí, pero es una cuestión rutinaria —contestó Víctor.
Esperaba no tardar mucho.
—Claro —dijo ella asintiendo.
—¿Por qué no te ocupas del menú del catering mientras estoy fuera?
Habían invitado a trescientos invitados a la fiesta. Había muchos detalles que necesitaban la atención de Myriam.
—Claro… —contestó ella—. Me ocuparé de los postres…
El comentario sarcástico no era típico de Myriam, y Víctor sabía que debía preguntarle qué pasaba.
Pero no quería meterse en ello, porque podría llevarlo a abrazarla, a besarla y a echar sus buenas intenciones por la borda. La tentación era demasiado fuerte.
—Te veré dentro de una hora —le dijo él sensualmente.
Le dio un casto beso en la frente.
Le acarició el pelo y se estremeció todo entero. Ella le agarró la muñeca un momento. Y aquello fue suficiente para que Víctor dudara de su decisión de marcharse.
Pero tenía que irse. Le había prometido que haría todo lo posible por darle un hijo.
Y lo haría.
Sin mirarla, caminó hacia la puerta. Salió al pasillo y fue a su despacho. Collin estaba al lado del escritorio, con expresión incierta.
—Vamos —dijo Víctor poniéndose la chaqueta de su traje y yendo hacia la entrada del ático.
Collin no hizo ninguna pregunta. La discreción era lo que más le gustaba a Víctor de Collin.
—Tengo la carta del Organismo regulador del mercado de valores —le confirmó Collin cuando la puerta se cerró detrás de ellos.
Se dirigieron al departamento de Gregorio Lattimer. El amigo y vecino de Collin y Víctor, Gregorio, había sido nombrado también en la carta del Organismo regulador como parte de la investigación.
—¿Tienes el sobre también? —preguntó Víctor.
No quería que Myriam pudiera encontrarse con ningún resto de la prueba.
—Todo —dijo Collin deteniéndose frente a la gran puerta de roble del apartamento de Gregorio—. Y he cerrado tu buscador de páginas web.
—Gracias —asintió Víctor.
Esperaron en silencio.
La puerta finalmente se abrió. Pero no fue Gregorio el que estaba frente a ellos, sino una alta y atractiva morena que parecía a la defensiva y que tenía aspecto de culpabilidad.
—¿Está Gregorio? —preguntó Víctor, con la esperanza de no estar interrumpiendo algo. Aunque la mujer estaba totalmente vestida.
—El señor Lattimer no está en casa en este momento.
—¿Y usted es…? —preguntó Collin.
—Julia Espejo. La nueva ama de llaves del señor Lattimer.
Víctor vio el desorden del piso por encima de su hombro.
La mujer cerró un poco la puerta, impidiendo que Víctor mirase.
—¿Me dice por favor quién lo busca?
—Víctor García.
Collin le dio una tarjeta de negocios a la mujer y le dijo:
—¿Puede decirle que me llame cuanto antes?
—Por supuesto —contestó la mujer asintiendo.
Luego entró nuevamente en el piso y cerró la puerta.
—Espero que Gregorio no le esté pagando mucho, porque necesitará dinero —murmuró Víctor cuando se dieron la vuelta para llamar al ascensor.
—Yo le pagaría lo que me pidiese —dijo Collin.
Víctor no pudo evitar sonreír mientras apretaba el botón para llamar al ascensor. Luego volvió a pensar en el problema que los preocupaba.
—Entonces, ¿qué diablos crees que pasa con esto? —preguntó cuando se abrieron las puertas.
—Creo que tal vez deberías haber pagado el chantaje.
Víctor dio un paso hacia atrás.
Como era un hombre rico, a menudo era el blanco de amenazas y pedidos financieros. Pero un chantaje particularmente extraño había llegado hacía dos semanas.
—¿Diez millones de dólares? —le preguntó a Collin—. ¿Estás loco?
—Las dos cosas podrían estar relacionadas.
—La carta del chantaje ponía «El mundo conocerá el sucio secreto del modo en que los García hacen su dinero». No decía nada sobre una investigación del Organismo regulador.
Víctor no habría pagado en ningún caso. Pero se lo habría tomado más seriamente si la amenaza hubiera sido más específica.
—La transmisión fraudulenta de información confidencial en el comercio es un secreto sucio.
—También es una invención ridícula.
Cuando al principio Víctor había leído la carta del chantaje, no le había dado importancia. Había muchos locos sueltos. Luego se había preguntado si alguno de sus proveedores en el extranjero podría estar involucrado en una práctica que no fuera ética. Pero los había controlado a todos. Y no había encontrado nada que pudiera justificar el «sucio secreto» de la riqueza de los García.
Él no tenía ningún secreto sucio. Era absurdo sugerir que él estaba involucrado en el tráfico de información confidencial. E imposible de demostrar, puesto que él no lo había hecho. Ni siquiera era lógico. La mayoría de la riqueza suya, de su padre y de sus antecesores, se derivaba del buen hacer de sus empresas. Víctor no hacía casi negocios en el mercado de valores. Y lo poco que hacía era como diversión, a ver qué tal se le daba.
¿Dónde estaba el desafío en el engaño? Él no necesitaba el dinero. Y el engaño no sería nada divertido. Entonces, ¿cómo iba a involucrarse en el tráfico de información confidencial?
—Tienen algo —dijo Collin cuando se paró el ascensor en el segundo piso—. El Organismo regulador no hace una investigación sobre especulaciones.
—Entonces, ¿a quién llamamos? —preguntó Víctor.
Además de ser vicepresidente, Collin era un buen abogado.
Collin metió la llave y abrió la puerta de su apartamento.
—Al Organismo regulador del mercado de valores, para empezar.
Víctor miró su reloj. Las nueve y cuarto.
—¿Conoces a alguien a quien podamos recurrir?
—Sí —Collin tiró el maletín encima de la mesa del apartamento, propiedad de García International—. Conozco a un hombre —agarró un teléfono inalámbrico—. ¿Te apetece servirte un whisky?
—De acuerdo.
La llamada fue breve.
Cuando terminó, Collin aceptó un vaso de whisky y se sentó en un sillón.
—Nos mandarán un informe completo por la mañana, pero es algo que tiene que ver con Tecnologías Ellias.
Víctor reconoció el nombre de la empresa.
—Ese fue un negocio de Gregorio. Él pensó que iban a tener éxito, así que ambos invertimos.
Pero no podía creer que Gregorio Lattimer, su amigo y vecino, hubiera recomendado unas acciones basadas en el tráfico de información confidencial.
Luego Víctor volvió a pensar en el tema, pensando en voz alta.
—Subieron rápido. Sobre todo cuando aquel sistema de navegación…
Una luz se le encendió a Víctor en la cabeza de repente.
—¿Qué? —preguntó Collin.
—Roberto.
—¿El senador?
Víctor asintió.
—Maldita sea. ¿Cuánto quieres apostar a que él estaba en el comité de aprobación?
—No en el que adjudicó el contrato de navegaciones.
—Sí… —Víctor tomó un sorbo de whisky—. Ese.
Collin juró entre dientes.
Víctor sentía lo mismo. No había hecho nada malo, pero si Roberto estaba en el comité de aprobación, daría esa impresión.
—Yo compro acciones en Ellias —pensó Víctor en voz alta—. Roberto, quien, como todo el mundo sabe, es un defensor de mi compañía Envirocore.com, aprueba un lucrativo contrato a favor de Ellias. Las acciones de Ellias suben. Yo hago unos cuantos cientos de miles de dólares. Y, de pronto, el Organismo regulador está involucrado.
—Te has olvidado de un paso —dijo Collin.
—De la persona que hizo el chantaje —replicó Víctor.
Si la persona que había hecho el chantaje era el que había alertado al Organismo regulador, entonces Víctor no se lo había tomado lo suficientemente en serio.
La persona que había hecho el chantaje obviamente tenía información sobre la cartera de acciones de Víctor. También sabía que Víctor era el dueño de Envirocore.com. Y sabía que Kendrick estaba en el comité de aprobación del contrato del sistema de navegación del Senado. Además, el extorsionador sabía cómo juntarlo todo para hacer daño a Víctor.
Aquello no era ninguna tontería.
Collin miró el cuadro que tenía en frente.
—Nadie en su sano juicio va a pensar que tú has infringido la ley por unos pocos miles de dólares —dijo Collin.
—¿Estás bromeando? Mucha gente disfrutaría viendo caer a un rico de toda la vida de su pedestal.
—¿Puedes demostrar que eres inocente?
—¿Probar que una llamada telefónica, una reunión o un correo electrónico no tuvo lugar? No sé cómo puedo hacer eso.
—¿Llamaste a la policía cuando te enviaron la carta con el chantaje?
—No. Archivé la carta con todo lo demás.
Había sido un error, evidentemente.
—¿Quieres llamarlos esta noche?
Víctor asintió.
—Será mejor salir al ruedo.
mañana les pongo otro capitulo...
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORE NOVELA NUEVA GRAXIAS SE VE QUE VA A ESTAR MUY INTERESANTE
mariateressina- VBB PLATINO
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Localización : Campeche, Camp.
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
muchas gracias !! me esta gustando ... pero digo yo, para que esperar hasta mañana si puedes ponerlo hooooy?¡ falta mucho para mañanaaaaaa
QLs- VBB BRONCE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
woow noveliita nueva graciias por compartiirla niiña xfa no tardes con el siiguiiente cap siii
Dianitha- VBB PLATINO
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Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Aqui esta el capitulo dos... mañana les pongo otro...
gracias por los comentarios...
Capítulo Dos
La fiesta en el Grande Hotel Bergere estaba en todo su apogeo el sábado por la noche. A los invitados se les había servido una cena de gourmet en la Sala de cristal, y ahora se estaban moviendo por el edificio de columnas de mármol hacia el salón de baile para tomar cócteles y bailar.
Myriam había visto a Collin acercarse, así que rápidamente ella se había ido al baño.
Sabía que algún día tendría que encontrárselo y mirarlo a la cara, pero estaba postergando el momento todo lo que podía. No quería pensar en lo que se le había visto con aquella bata roja.
Salió del baño después de refrescarse, peinarse y retocarse el maquillaje y aceptó una copa de champán de un camarero muy elegante. Luego se concentró en una serie de objetos a subasta que había en el camino al salón de baile principal. Quería darles a Collin y a Víctor el tiempo suficiente para que terminasen la conversación.
María Inés la miró.
—¿Y? ¿Cómo fue la cosa anoche?
Myriam bajó la cabeza para mirar un objeto que se subastaba. Era una gargantilla de rubíes y diamantes. Y lo máximo que habían ofrecido hasta entonces eran diez mil dólares. Ella agregó mil dólares.
—Es bonita. Si la consigues, ¿me la vas a dejar alguna vez? —dijo María Inés señalando las joyas con la cabeza.
—Claro…
María Inés agarró a Myriam del brazo y la apartó de la gente.
—Entonces, ¿lo hiciste o no?
Myriam asintió.
—¿Qué sucedió?
—Se me fastidió.
—No entiendo. ¿Estaba dormido o algo así?
—Me puse una bata roja muy atrevida —Myriam omitió la parte de la moneda, porque no quería que María Inés supiera que no se fiaba de su opinión—. Luego lo sorprendí en su despacho.
—¿Y? —preguntó María Inés.
—Y Collin estaba allí también.
María Inés se puso la mano en la boca para ocultar su sonrisa.
—¡No te rías! —le advirtió Myriam—. Me quedé mortificada.
—¿Estabas… indecente?
Myriam intentó recuperar la dignidad diciendo:
—No había desnudez evidente.
—¿Te vio el trasero? —preguntó María Inés.
—No vio mi trasero. Era una bata. Era sexy, ¡pero cubría todo lo que hay que cubrir!
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Que intenté seducir a mi marido, y él se marchó a una reunión con Collin —Myriam buscó a Víctor con la mirada y lo encontró conversando con Collin.
—Oh… —dijo María Inés comprendiendo.
—Sí. Oh. Al parecer, no soy irresistible como esperaba.
María Inés preguntó:
—¿Qué dijo exactamente Víctor?
Myriam respondió con tono brusco, aunque sabía que nada de aquello era culpa de María Inés.
—¿Tengo que contarte todos los detalles?
—Por supuesto. Si no, ¿cómo vamos a aprender de ello?
—De acuerdo. Dijo «Tengo una reunión con Collin. Volveré dentro de una hora. Deberías ocuparte del menú de la fiesta de aniversario» —ella estaba empezando a odiar ese menú.
—Oh —susurró María Inés.
Myriam miró el salón principal.
—Vayamos al bar.
—Sí —respondió María Inés.
—Hay momentos en la vida en los que una mujer, definitivamente, necesita tomar un par de copas.
Miraron hacia el salón de baile principal. Myriam quería darse prisa y desaparecer, pero se vio obligada a caminar cuidadosamente con su vestido de fiesta plateado.
—Geral… —le advirtió María Inés en voz baja.
Myriam miró hacia su vecina, Geraldín, y ésta la vio.
—Uh… Oh… Nos ha visto—dijo.
María Inés inclinó la cabeza.
—Finge que estamos totalmente sumergidas en la conversación.
—De acuerdo.
—Me sorprende que no haya traído a sus perros —dijo María Inés, refiriéndose a los perros de raza de Geraldín.
Los dos perros estaban constantemente al lado de su ama y hacían juego con el cabello teñido de la mujer.
—Supongo que no ha podido meterlos en la lista de invitados —especuló Myriam.
María Inés se rió.
—Oh… Aquí viene —dijo. Luego subió el tono de su voz al nivel de la conversación—. ¿Y qué piensas del golpe político de ayer en Barasmundi?
Myriam rápidamente se metió en el juego.
María Inés era presentadora de noticias en la televisión, y una persona muy interesada por la política. Myriam suponía que su plan era hacer que la conversación fuera lo más inaccesible posible para Geraldín.
Afortunadamente, a Myriam también le interesaba la política mundial. Era una de las razones por las que María Inés y ella se habían hecho tan amigas.
María Inés comentó:
—No sé de qué modo podría inclinarse por el voto constitucional el gobierno…
—Bueno, ciertamente no esperaba verte aquí —dijo Geraldín interrumpiendo las palabras de María Inés.
Myriam levantó la vista y vio los ojos de Geraldín clavados en ella. Su tono hostil la tomó por sorpresa.
—Hola, Geraldín.
—Como mínimo, deberías hacer algo para que parasen las especulaciones —dijo la mujer.
—¿Qué especulaciones?
¿Sabía alguien que estaba intentando quedarse embarazada?
¿O era que Collin había divulgado su intento fallido de seducción?
—La investigación del Organismo regulador del mercado de valores, por supuesto —dijo Geraldín con un brillo de triunfo en la mirada y una sonrisa cruel—. No sé en qué anda metido ese esposo tuyo. Y, por supuesto, no es asunto mío, pero cuando el Organismo regulador empieza a investigar…
—Geraldín Bazan, ¿no? —María Inés se abrió camino entre ambas mujeres y extendió la mano, dando la oportunidad a Myriam de pensar en una respuesta.
Geraldín miró a María Inés.
—Geraldín Bazan —la corrigió con voz imperiosa.
—Por supuesto —dijo María Inés—. Debe de haber sido un lapsus. Ya sabes cómo son estas cosas. Conozco a tanta gente importante en mi trabajo, que a veces los otros se me pierden un poco en esa mezcla.
En cualquier otra oportunidad Myriam se habría reído por aquella expresión insultante hacia Geraldín. Pero aquella vez se había quedado preocupada por lo que había dicho su vecina.
—Me temo que tendrás que disculparnos —dijo María Inés, agarrando a Myriam del brazo para alejarla de Geraldín.
—¿De qué está hablando? —preguntó Myriam en voz baja cuando pasaron por la fuente en dirección a la puerta del patio.
—Pensé que sabrías… —dijo María Inés—. La noticia no saldrá hasta mañana.
Myriam se detuvo bruscamente.
—¿Hay una noticia?
María Inés pareció incómoda.
—Bert Ralston está trabajando en ella ahora mismo.
Myriam abrió los ojos como platos cuando su amiga mencionó al periodista de investigaciones más famoso de los medios de comunicación.
—¿Es tan importante?
María Inés asintió a modo de disculpa.
—Están haciendo una investigación relacionada con tu marido y Gregorio Lattimer por tráfico de información confidencial de los valores de mercado de Tecnologías Ellias.
Myriam se quedó sin habla.
—Vamos a tomar una copa —dijo María Inés.
—¿Cómo…? Yo no… ¿Tráfico de información confidencial? Víctor jamás haría algo deshonesto, estoy segura.
—¿Cómo es que no lo sabes? —preguntó María Inés, deteniéndose frente al bar.
El camarero uniformado estaba detrás de una fila de copas burbujeantes.
—Dos martinis de vodka.
—Víctor no me lo dijo.
María Inés asintió mientras el camarero mezclaba las bebidas.
—¿De verdad?
—¿Por qué no me lo ha dicho?
María Inés agarró las copas y le dio una a Myriam mientras se alejaban.
Myriam agarró el pie de la copa.
¿Su marido era sujeto de una investigación por un acto delictivo y no se había molestado en decírselo?
La noche anterior él le había dicho que no sucedía nada. Que se trataba de un asunto rutinario. Aunque Collin evidentemente sabía qué sucedía.
Los empleados de Víctor sabían más que su esposa. Los medios de comunicación sabían más que ella. Hasta Geraldín Bazan sabía más que ella.
¿Cómo era posible que Víctor la hubiera puesto en esa posición?
—¿Se ha acabado mi matrimonio ya? —preguntó Myriam con un nudo en la garganta.
—Creo que esa pregunta vas a tener que hacérsela a Víctor —dijo María Inés, tratando de elegir las palabras con cuidado.
Myriam tomó un sorbo de la fuerte bebida. Sintió que la determinación reemplazaba a la desesperación.
—Esa no es la única pregunta que le haré.
Estaban en su ático. Los ojos verdes de Myriam brillaban como esmeraldas cuando se dirigió a Víctor.
—¿Cómo no me has dicho que el Organismo regulador del mercado de valores te ha abierto una investigación?
Ah, de eso se trataba, pensó Víctor.
Myriam había estado extrañamente callada en la limusina, así que él sabía que pasaba algo. Al menos, ahora podía argüir una defensa.
Víctor encendió una lámpara que estaba detrás de ellos.
—No se trata de un problema serio —dijo.
—¿Que no es un problema serio? Están echando veinte años de cárcel por delitos de cuello blanco en estos tiempos…
—Yo no lo hice —se defendió él.
Ella sonrió.
—¿Ya me has imaginado en un juicio, con una condena y en la cárcel? Eso sí que es un voto de confianza… —se quejó él.
—No te he condenado. Tengo miedo por ti.
—Pareces enojada.
—Estoy asustada y enojada.
—No tienes por qué estarlo.
—Oh, bueno. Gracias. Eso lo arregla todo.
—¿Crees que el sarcasmo es la solución? —preguntó él.
Víctor no tenía ningún problema en hablar del tema. Pero quería tener una conversación razonable. Sobre todo, quería ahuyentar los temores de Myriam de que él podía ir a la cárcel.
—Creo que la solución es la comunicación —respondió ella—. Ya sabes, la parte en que tú me cuentas lo que sucede en tu vida. Tus esperanzas, tus miedos, tus aspiraciones, tus cargos delictivos pendientes.
—¿Y de qué habría servido que te lo contase? —preguntó Víctor.
—Podríamos haber compartido la carga.
—Tú tienes tu propia carga.
—Somos marido y mujer, Víctor.
—Y los maridos no se descargan de su peso preocupando a sus esposas.
—No es verdad. Lo hacen siempre.
—Bueno, este marido no lo hace. Tú tienes demasiado en qué pensar ahora mismo.
—¿Te refieres al menú de la fiesta?
—Entre otras cosas. No tenía sentido que nos preocupásemos los dos, y no quería disgustarte.
—Bueno, ahora estoy muy disgustada.
—Deberías dejar de estarlo.
Él se iba a ocupar de ello.
Sólo era cuestión de tiempo. Pronto la vida volvería a su curso normal.
—Bromeas, ¿no?
—No es nada —Víctor se acercó a ella—. Pronto se esfumará.
Myriam levantó la barbilla y preguntó:
—¿Qué hiciste?
—Nada.
—Quiero decir, para que ellos desconfiaran de ti.
—Nada —repitió él con convicción.
—¿O sea que el Organismo regulador del mercado de valores está investigando sobre un ciudadano inocente del que no se sospecha nada?
Víctor dejó escapar un profundo suspiro.
Realmente no tenía la energía suficiente como para hablar del tema aquella noche. Era tarde, y aunque al día siguiente era domingo, tenía que hacer una llamada internacional a primera hora de la mañana. Quería dormir. Quería que Myriam durmiera también.
Ella movió la cabeza hacia un lado y preguntó:
—¿Qué me dices de Tecnologías Ellias?
—Compré algunas acciones —dijo él, reacio—. Gregorio también. Su valor aumentó drásticamente, e hizo que sonara una alarma. Collin se ocupará de ello. Y ahora, vayamos a la cama.
—¿Esa es toda la información que me vas a dar?
—Es toda la información que necesitas.
—Quiero más.
—¿Por qué esto tiene que ser un problema?
¿Por qué Myriam no podía confiar en que él se ocuparía de ello? Era su problema, no el de ella. La inquietud de su mujer no iba a ayudar a mejorar la situación.
—Víctor —le advirtió ella dando golpecitos con el pie en el suelo.
—Bien —Víctor se quitó la chaqueta del traje y se aflojó la corbata—. Al parecer, el senador Roberto estaba en un comité que dio a Tecnologías Ellias un contrato gubernamental muy lucrativo.
Ella achicó los ojos.
—Y creen que el senador te advirtió sobre ello… —dijo ella.
—Exactamente —dijo Víctor—. ¿Estás contenta ahora?
—No, no lo estoy.
—Por eso mismo no te lo conté. Quiero que estés contenta. No quiero que te preocupes por nada.
¿Era tan difícil que ella comprendiera eso?, se preguntó Víctor.
—No necesito que me protejas —replicó Myriam apretando los labios.
Víctor se acercó y comentó:
—El médico dijo que tenías que estar tranquila.
—¿Cómo puedo estar tranquila si mi esposo me miente?
Él no le había mentido.
Sólo había omitido una pequeña información innecesaria para que no se estresara sin motivo alguno.
—Eso que dices es ridículo —señaló él.
—¿Es eso lo que piensas?
Notó que ella quería seguir discutiendo.
Bueno, él no estaba dispuesto a entrar en otra discusión a la una de la madrugada.
—Lo que pienso es que Collin se está ocupando del asunto —afirmó con convicción—. La semana que viene esto ya no representará nada en mi vida. Y tú tienes cosas mucho más importantes en que pensar ahora mismo.
—¿Cómo el menú para la fiesta? —repitió Myriam.
—Exactamente. Y la temperatura basal de tu cuerpo —él intentó quitar peso a la conversación—. Y esa bata roja tan insinuante…
—Yo también tengo cerebro, Víctor, por si no lo sabías.
¿Por qué le había dicho eso?
—¿Te he dicho alguna vez que no lo tuvieras?
—Yo puedo ayudarte a resolver tus problemas.
—Ya les pago mucho dinero a profesionales para que me ayuden a resolver los problemas.
De ese modo, Myriam y él podían llevar una vida tranquila.
—¿Esa es tu respuesta?
—Esa es mi respuesta.
Myriam esperó que él dijera algo más, pero Víctor se sintió satisfecho de terminar ahí la conversación.
Víctor fue el último en llegar al almuerzo de negocios que se celebraba en la sala de juntas de García International. Gregorio, Collin, el magnate de los medios de comunicación Tren Tanford y la detective privada Selina Marin ya estaban sentados alrededor de la lustrosa mesa cuando él entró.
—¿Ya has conseguido hablar con Roberto? —preguntó Gregorio sin preámbulos.
Víctor agitó la cabeza y cerró la puerta por detrás de él antes de ocupar su lugar a la cabeza de la mesa.
Había café recién hecho en una mesa contigua, y por las ventanas se veían los colores del otoño en el parque de abajo.
—Su secretaria dice que está en reuniones en Washington toda la semana.
—¿No tiene teléfono móvil? —preguntó Collin.
—No pueden interrumpirlo —dijo Víctor, repitiendo las palabras que le habían dicho a él.
Su expresión dio a entender a los presentes que le parecía una excusa poco válida.
Nunca había tenido problema en ponerse en contacto con Roberto hasta entonces. De hecho, generalmente era Roberto quien se ponía en contacto con él.
—Necesitamos que Roberto lo niegue —dijo Trent—. Al menos, necesitamos que niegue públicamente que te ha dado información confidencial. Y yo preferiría tenerlo en video.
—Lo tendrás —dijo Víctor, esperando que fuera pronto.
Era algo que interesaba a todo el mundo, incluso al senador, tenerlo grabado. Como no podían identificar a la persona que los había chantajeado, el respaldo de Roberto era la mejor forma de parar la investigación.
—¿Llegaste a algo con la policía? —preguntó Víctor a Selina.
—Tuve una conversación con el detective Arnold McGray —ella deslizó una pila de papeles sobre la mesa en dirección a Víctor.
—Han sido sorprendentemente cooperativos. Aquí está la lista de víctimas de chantaje del edificio.
—La policía está en un punto muerto —dijo Collin—. Tienen esperanza de que los ayude el potencial humano.
Víctor suspiró y agarró la carta. Leyó el nombre de Julia Prentice, quien antes de casarse con Max Rolland había sido chantajeada por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. El de Trent Tanford por su relación con la victima de asesinato, Marie Endicott, y el príncipe Sebastian, quien también había recibido una carta de amenaza.
En el caso del príncipe, la persona que había escrito la carta no había pedido dinero, y finalmente se había probado que había sido su ex novia. Así que el incidente del príncipe no parecía estar relacionado.
—¿Alguna conexión entre la mía y las otras dos extorsiones? —le preguntó Víctor a Selina.
—Son tres amenazas diferentes —contestó ella—. Tres incidentes que no están relacionados. Tres cuentas bancarias en un paraíso fiscal cuyo rastro no se puede seguir… —hizo una pausa—. El mismo banco.
Víctor sonrió. O sea que los tres podían estar relacionados. Eso les aportaba mucha más información para seguir.
—Empezaré a buscar conexiones entre los casos —dijo Selina.
—¿Alguna idea de por qué mi chantaje fue de diez millones y el de los otros de un millón? —preguntó Víctor.
Selina torció los labios.
—Ninguno de los otros pagó.
—Por supuesto que no pagamos —dijo Trent.
—Tendrías que ponerte contento —le dijo Gregorio a Víctor—. EI tipo evidentemente piensa que eres solvente.
—Contento no es precisamente como me siento.
Él no necesitaba aquella basura en su vida. Su vida ya era bastante complicada.
—¿Qué me dices del asesinato de Marie Endicott? —preguntó Collin, sacando el tema que habían evitado sacar.
—No me gusta nada especular sobre eso —dijo Trent.
A Víctor tampoco le gustaba. Pero ignorar la posibilidad de que el asesinato pudiera estar ligado a los chantajes no cambiaría los hechos, y no reduciría el peligro.
—La policía no está dispuesta a llamarlo asesinato —dijo Selina—. Pero esa cinta de seguridad que desapareció me pone los pelos de punta. Y creo que tenemos que operar suponiendo que los casos están relacionados.
—Esa es una suposición muy grande —dijo Collin.
—¿Sí? Bueno, yo me estoy preparando para lo peor —luego Selina se volvió a Trent y agregó—: Me pregunto si el autor del chantaje cometió un asesinato para sentar un precedente.
—Generalmente, hay dos razones para un asesinato: pasión o dinero.
—El que ha hecho el chantaje quiere dinero definitivamente —dijo Víctor—. Y si obró por pasión, tendríamos probablemente otro cuerpo muerto, no más cartas con chantajes.
—Es verdad —dijo Collin.
—Pero no sabemos nada seguro —intervino Trent.
Trent tenía razón. Y Víctor no estaba en una posición en que pudiera arriesgarse. Tres personas de aquel edificio habían sido extorsionadas y una estaba muerta.
Víctor le devolvió la lista a Selina.
—Contrata tanta gente como te sea necesaria —dijo Víctor—. Y pon a alguien para que proteja a Myriam —hizo una pausa—. Pero dile que mantenga cierta distancia. No quiero que nadie le hable a mi mujer sobre el chantaje —miró a todos los presentes para que quedase claro.
Todos asintieron y él se puso de pie.
Quería mantener a salvo a Myriam. Pero también quería que estuviera tranquila.
Cuando aquello se hubiera terminado, Myriam y él tenían que fundar una familia. Y, Dios mediante, aquello iba a terminar pronto.
gracias por los comentarios...
Capítulo Dos
La fiesta en el Grande Hotel Bergere estaba en todo su apogeo el sábado por la noche. A los invitados se les había servido una cena de gourmet en la Sala de cristal, y ahora se estaban moviendo por el edificio de columnas de mármol hacia el salón de baile para tomar cócteles y bailar.
Myriam había visto a Collin acercarse, así que rápidamente ella se había ido al baño.
Sabía que algún día tendría que encontrárselo y mirarlo a la cara, pero estaba postergando el momento todo lo que podía. No quería pensar en lo que se le había visto con aquella bata roja.
Salió del baño después de refrescarse, peinarse y retocarse el maquillaje y aceptó una copa de champán de un camarero muy elegante. Luego se concentró en una serie de objetos a subasta que había en el camino al salón de baile principal. Quería darles a Collin y a Víctor el tiempo suficiente para que terminasen la conversación.
María Inés la miró.
—¿Y? ¿Cómo fue la cosa anoche?
Myriam bajó la cabeza para mirar un objeto que se subastaba. Era una gargantilla de rubíes y diamantes. Y lo máximo que habían ofrecido hasta entonces eran diez mil dólares. Ella agregó mil dólares.
—Es bonita. Si la consigues, ¿me la vas a dejar alguna vez? —dijo María Inés señalando las joyas con la cabeza.
—Claro…
María Inés agarró a Myriam del brazo y la apartó de la gente.
—Entonces, ¿lo hiciste o no?
Myriam asintió.
—¿Qué sucedió?
—Se me fastidió.
—No entiendo. ¿Estaba dormido o algo así?
—Me puse una bata roja muy atrevida —Myriam omitió la parte de la moneda, porque no quería que María Inés supiera que no se fiaba de su opinión—. Luego lo sorprendí en su despacho.
—¿Y? —preguntó María Inés.
—Y Collin estaba allí también.
María Inés se puso la mano en la boca para ocultar su sonrisa.
—¡No te rías! —le advirtió Myriam—. Me quedé mortificada.
—¿Estabas… indecente?
Myriam intentó recuperar la dignidad diciendo:
—No había desnudez evidente.
—¿Te vio el trasero? —preguntó María Inés.
—No vio mi trasero. Era una bata. Era sexy, ¡pero cubría todo lo que hay que cubrir!
—Entonces, ¿cuál es el problema?
—Que intenté seducir a mi marido, y él se marchó a una reunión con Collin —Myriam buscó a Víctor con la mirada y lo encontró conversando con Collin.
—Oh… —dijo María Inés comprendiendo.
—Sí. Oh. Al parecer, no soy irresistible como esperaba.
María Inés preguntó:
—¿Qué dijo exactamente Víctor?
Myriam respondió con tono brusco, aunque sabía que nada de aquello era culpa de María Inés.
—¿Tengo que contarte todos los detalles?
—Por supuesto. Si no, ¿cómo vamos a aprender de ello?
—De acuerdo. Dijo «Tengo una reunión con Collin. Volveré dentro de una hora. Deberías ocuparte del menú de la fiesta de aniversario» —ella estaba empezando a odiar ese menú.
—Oh —susurró María Inés.
Myriam miró el salón principal.
—Vayamos al bar.
—Sí —respondió María Inés.
—Hay momentos en la vida en los que una mujer, definitivamente, necesita tomar un par de copas.
Miraron hacia el salón de baile principal. Myriam quería darse prisa y desaparecer, pero se vio obligada a caminar cuidadosamente con su vestido de fiesta plateado.
—Geral… —le advirtió María Inés en voz baja.
Myriam miró hacia su vecina, Geraldín, y ésta la vio.
—Uh… Oh… Nos ha visto—dijo.
María Inés inclinó la cabeza.
—Finge que estamos totalmente sumergidas en la conversación.
—De acuerdo.
—Me sorprende que no haya traído a sus perros —dijo María Inés, refiriéndose a los perros de raza de Geraldín.
Los dos perros estaban constantemente al lado de su ama y hacían juego con el cabello teñido de la mujer.
—Supongo que no ha podido meterlos en la lista de invitados —especuló Myriam.
María Inés se rió.
—Oh… Aquí viene —dijo. Luego subió el tono de su voz al nivel de la conversación—. ¿Y qué piensas del golpe político de ayer en Barasmundi?
Myriam rápidamente se metió en el juego.
María Inés era presentadora de noticias en la televisión, y una persona muy interesada por la política. Myriam suponía que su plan era hacer que la conversación fuera lo más inaccesible posible para Geraldín.
Afortunadamente, a Myriam también le interesaba la política mundial. Era una de las razones por las que María Inés y ella se habían hecho tan amigas.
María Inés comentó:
—No sé de qué modo podría inclinarse por el voto constitucional el gobierno…
—Bueno, ciertamente no esperaba verte aquí —dijo Geraldín interrumpiendo las palabras de María Inés.
Myriam levantó la vista y vio los ojos de Geraldín clavados en ella. Su tono hostil la tomó por sorpresa.
—Hola, Geraldín.
—Como mínimo, deberías hacer algo para que parasen las especulaciones —dijo la mujer.
—¿Qué especulaciones?
¿Sabía alguien que estaba intentando quedarse embarazada?
¿O era que Collin había divulgado su intento fallido de seducción?
—La investigación del Organismo regulador del mercado de valores, por supuesto —dijo Geraldín con un brillo de triunfo en la mirada y una sonrisa cruel—. No sé en qué anda metido ese esposo tuyo. Y, por supuesto, no es asunto mío, pero cuando el Organismo regulador empieza a investigar…
—Geraldín Bazan, ¿no? —María Inés se abrió camino entre ambas mujeres y extendió la mano, dando la oportunidad a Myriam de pensar en una respuesta.
Geraldín miró a María Inés.
—Geraldín Bazan —la corrigió con voz imperiosa.
—Por supuesto —dijo María Inés—. Debe de haber sido un lapsus. Ya sabes cómo son estas cosas. Conozco a tanta gente importante en mi trabajo, que a veces los otros se me pierden un poco en esa mezcla.
En cualquier otra oportunidad Myriam se habría reído por aquella expresión insultante hacia Geraldín. Pero aquella vez se había quedado preocupada por lo que había dicho su vecina.
—Me temo que tendrás que disculparnos —dijo María Inés, agarrando a Myriam del brazo para alejarla de Geraldín.
—¿De qué está hablando? —preguntó Myriam en voz baja cuando pasaron por la fuente en dirección a la puerta del patio.
—Pensé que sabrías… —dijo María Inés—. La noticia no saldrá hasta mañana.
Myriam se detuvo bruscamente.
—¿Hay una noticia?
María Inés pareció incómoda.
—Bert Ralston está trabajando en ella ahora mismo.
Myriam abrió los ojos como platos cuando su amiga mencionó al periodista de investigaciones más famoso de los medios de comunicación.
—¿Es tan importante?
María Inés asintió a modo de disculpa.
—Están haciendo una investigación relacionada con tu marido y Gregorio Lattimer por tráfico de información confidencial de los valores de mercado de Tecnologías Ellias.
Myriam se quedó sin habla.
—Vamos a tomar una copa —dijo María Inés.
—¿Cómo…? Yo no… ¿Tráfico de información confidencial? Víctor jamás haría algo deshonesto, estoy segura.
—¿Cómo es que no lo sabes? —preguntó María Inés, deteniéndose frente al bar.
El camarero uniformado estaba detrás de una fila de copas burbujeantes.
—Dos martinis de vodka.
—Víctor no me lo dijo.
María Inés asintió mientras el camarero mezclaba las bebidas.
—¿De verdad?
—¿Por qué no me lo ha dicho?
María Inés agarró las copas y le dio una a Myriam mientras se alejaban.
Myriam agarró el pie de la copa.
¿Su marido era sujeto de una investigación por un acto delictivo y no se había molestado en decírselo?
La noche anterior él le había dicho que no sucedía nada. Que se trataba de un asunto rutinario. Aunque Collin evidentemente sabía qué sucedía.
Los empleados de Víctor sabían más que su esposa. Los medios de comunicación sabían más que ella. Hasta Geraldín Bazan sabía más que ella.
¿Cómo era posible que Víctor la hubiera puesto en esa posición?
—¿Se ha acabado mi matrimonio ya? —preguntó Myriam con un nudo en la garganta.
—Creo que esa pregunta vas a tener que hacérsela a Víctor —dijo María Inés, tratando de elegir las palabras con cuidado.
Myriam tomó un sorbo de la fuerte bebida. Sintió que la determinación reemplazaba a la desesperación.
—Esa no es la única pregunta que le haré.
Estaban en su ático. Los ojos verdes de Myriam brillaban como esmeraldas cuando se dirigió a Víctor.
—¿Cómo no me has dicho que el Organismo regulador del mercado de valores te ha abierto una investigación?
Ah, de eso se trataba, pensó Víctor.
Myriam había estado extrañamente callada en la limusina, así que él sabía que pasaba algo. Al menos, ahora podía argüir una defensa.
Víctor encendió una lámpara que estaba detrás de ellos.
—No se trata de un problema serio —dijo.
—¿Que no es un problema serio? Están echando veinte años de cárcel por delitos de cuello blanco en estos tiempos…
—Yo no lo hice —se defendió él.
Ella sonrió.
—¿Ya me has imaginado en un juicio, con una condena y en la cárcel? Eso sí que es un voto de confianza… —se quejó él.
—No te he condenado. Tengo miedo por ti.
—Pareces enojada.
—Estoy asustada y enojada.
—No tienes por qué estarlo.
—Oh, bueno. Gracias. Eso lo arregla todo.
—¿Crees que el sarcasmo es la solución? —preguntó él.
Víctor no tenía ningún problema en hablar del tema. Pero quería tener una conversación razonable. Sobre todo, quería ahuyentar los temores de Myriam de que él podía ir a la cárcel.
—Creo que la solución es la comunicación —respondió ella—. Ya sabes, la parte en que tú me cuentas lo que sucede en tu vida. Tus esperanzas, tus miedos, tus aspiraciones, tus cargos delictivos pendientes.
—¿Y de qué habría servido que te lo contase? —preguntó Víctor.
—Podríamos haber compartido la carga.
—Tú tienes tu propia carga.
—Somos marido y mujer, Víctor.
—Y los maridos no se descargan de su peso preocupando a sus esposas.
—No es verdad. Lo hacen siempre.
—Bueno, este marido no lo hace. Tú tienes demasiado en qué pensar ahora mismo.
—¿Te refieres al menú de la fiesta?
—Entre otras cosas. No tenía sentido que nos preocupásemos los dos, y no quería disgustarte.
—Bueno, ahora estoy muy disgustada.
—Deberías dejar de estarlo.
Él se iba a ocupar de ello.
Sólo era cuestión de tiempo. Pronto la vida volvería a su curso normal.
—Bromeas, ¿no?
—No es nada —Víctor se acercó a ella—. Pronto se esfumará.
Myriam levantó la barbilla y preguntó:
—¿Qué hiciste?
—Nada.
—Quiero decir, para que ellos desconfiaran de ti.
—Nada —repitió él con convicción.
—¿O sea que el Organismo regulador del mercado de valores está investigando sobre un ciudadano inocente del que no se sospecha nada?
Víctor dejó escapar un profundo suspiro.
Realmente no tenía la energía suficiente como para hablar del tema aquella noche. Era tarde, y aunque al día siguiente era domingo, tenía que hacer una llamada internacional a primera hora de la mañana. Quería dormir. Quería que Myriam durmiera también.
Ella movió la cabeza hacia un lado y preguntó:
—¿Qué me dices de Tecnologías Ellias?
—Compré algunas acciones —dijo él, reacio—. Gregorio también. Su valor aumentó drásticamente, e hizo que sonara una alarma. Collin se ocupará de ello. Y ahora, vayamos a la cama.
—¿Esa es toda la información que me vas a dar?
—Es toda la información que necesitas.
—Quiero más.
—¿Por qué esto tiene que ser un problema?
¿Por qué Myriam no podía confiar en que él se ocuparía de ello? Era su problema, no el de ella. La inquietud de su mujer no iba a ayudar a mejorar la situación.
—Víctor —le advirtió ella dando golpecitos con el pie en el suelo.
—Bien —Víctor se quitó la chaqueta del traje y se aflojó la corbata—. Al parecer, el senador Roberto estaba en un comité que dio a Tecnologías Ellias un contrato gubernamental muy lucrativo.
Ella achicó los ojos.
—Y creen que el senador te advirtió sobre ello… —dijo ella.
—Exactamente —dijo Víctor—. ¿Estás contenta ahora?
—No, no lo estoy.
—Por eso mismo no te lo conté. Quiero que estés contenta. No quiero que te preocupes por nada.
¿Era tan difícil que ella comprendiera eso?, se preguntó Víctor.
—No necesito que me protejas —replicó Myriam apretando los labios.
Víctor se acercó y comentó:
—El médico dijo que tenías que estar tranquila.
—¿Cómo puedo estar tranquila si mi esposo me miente?
Él no le había mentido.
Sólo había omitido una pequeña información innecesaria para que no se estresara sin motivo alguno.
—Eso que dices es ridículo —señaló él.
—¿Es eso lo que piensas?
Notó que ella quería seguir discutiendo.
Bueno, él no estaba dispuesto a entrar en otra discusión a la una de la madrugada.
—Lo que pienso es que Collin se está ocupando del asunto —afirmó con convicción—. La semana que viene esto ya no representará nada en mi vida. Y tú tienes cosas mucho más importantes en que pensar ahora mismo.
—¿Cómo el menú para la fiesta? —repitió Myriam.
—Exactamente. Y la temperatura basal de tu cuerpo —él intentó quitar peso a la conversación—. Y esa bata roja tan insinuante…
—Yo también tengo cerebro, Víctor, por si no lo sabías.
¿Por qué le había dicho eso?
—¿Te he dicho alguna vez que no lo tuvieras?
—Yo puedo ayudarte a resolver tus problemas.
—Ya les pago mucho dinero a profesionales para que me ayuden a resolver los problemas.
De ese modo, Myriam y él podían llevar una vida tranquila.
—¿Esa es tu respuesta?
—Esa es mi respuesta.
Myriam esperó que él dijera algo más, pero Víctor se sintió satisfecho de terminar ahí la conversación.
Víctor fue el último en llegar al almuerzo de negocios que se celebraba en la sala de juntas de García International. Gregorio, Collin, el magnate de los medios de comunicación Tren Tanford y la detective privada Selina Marin ya estaban sentados alrededor de la lustrosa mesa cuando él entró.
—¿Ya has conseguido hablar con Roberto? —preguntó Gregorio sin preámbulos.
Víctor agitó la cabeza y cerró la puerta por detrás de él antes de ocupar su lugar a la cabeza de la mesa.
Había café recién hecho en una mesa contigua, y por las ventanas se veían los colores del otoño en el parque de abajo.
—Su secretaria dice que está en reuniones en Washington toda la semana.
—¿No tiene teléfono móvil? —preguntó Collin.
—No pueden interrumpirlo —dijo Víctor, repitiendo las palabras que le habían dicho a él.
Su expresión dio a entender a los presentes que le parecía una excusa poco válida.
Nunca había tenido problema en ponerse en contacto con Roberto hasta entonces. De hecho, generalmente era Roberto quien se ponía en contacto con él.
—Necesitamos que Roberto lo niegue —dijo Trent—. Al menos, necesitamos que niegue públicamente que te ha dado información confidencial. Y yo preferiría tenerlo en video.
—Lo tendrás —dijo Víctor, esperando que fuera pronto.
Era algo que interesaba a todo el mundo, incluso al senador, tenerlo grabado. Como no podían identificar a la persona que los había chantajeado, el respaldo de Roberto era la mejor forma de parar la investigación.
—¿Llegaste a algo con la policía? —preguntó Víctor a Selina.
—Tuve una conversación con el detective Arnold McGray —ella deslizó una pila de papeles sobre la mesa en dirección a Víctor.
—Han sido sorprendentemente cooperativos. Aquí está la lista de víctimas de chantaje del edificio.
—La policía está en un punto muerto —dijo Collin—. Tienen esperanza de que los ayude el potencial humano.
Víctor suspiró y agarró la carta. Leyó el nombre de Julia Prentice, quien antes de casarse con Max Rolland había sido chantajeada por haberse quedado embarazada fuera del matrimonio. El de Trent Tanford por su relación con la victima de asesinato, Marie Endicott, y el príncipe Sebastian, quien también había recibido una carta de amenaza.
En el caso del príncipe, la persona que había escrito la carta no había pedido dinero, y finalmente se había probado que había sido su ex novia. Así que el incidente del príncipe no parecía estar relacionado.
—¿Alguna conexión entre la mía y las otras dos extorsiones? —le preguntó Víctor a Selina.
—Son tres amenazas diferentes —contestó ella—. Tres incidentes que no están relacionados. Tres cuentas bancarias en un paraíso fiscal cuyo rastro no se puede seguir… —hizo una pausa—. El mismo banco.
Víctor sonrió. O sea que los tres podían estar relacionados. Eso les aportaba mucha más información para seguir.
—Empezaré a buscar conexiones entre los casos —dijo Selina.
—¿Alguna idea de por qué mi chantaje fue de diez millones y el de los otros de un millón? —preguntó Víctor.
Selina torció los labios.
—Ninguno de los otros pagó.
—Por supuesto que no pagamos —dijo Trent.
—Tendrías que ponerte contento —le dijo Gregorio a Víctor—. EI tipo evidentemente piensa que eres solvente.
—Contento no es precisamente como me siento.
Él no necesitaba aquella basura en su vida. Su vida ya era bastante complicada.
—¿Qué me dices del asesinato de Marie Endicott? —preguntó Collin, sacando el tema que habían evitado sacar.
—No me gusta nada especular sobre eso —dijo Trent.
A Víctor tampoco le gustaba. Pero ignorar la posibilidad de que el asesinato pudiera estar ligado a los chantajes no cambiaría los hechos, y no reduciría el peligro.
—La policía no está dispuesta a llamarlo asesinato —dijo Selina—. Pero esa cinta de seguridad que desapareció me pone los pelos de punta. Y creo que tenemos que operar suponiendo que los casos están relacionados.
—Esa es una suposición muy grande —dijo Collin.
—¿Sí? Bueno, yo me estoy preparando para lo peor —luego Selina se volvió a Trent y agregó—: Me pregunto si el autor del chantaje cometió un asesinato para sentar un precedente.
—Generalmente, hay dos razones para un asesinato: pasión o dinero.
—El que ha hecho el chantaje quiere dinero definitivamente —dijo Víctor—. Y si obró por pasión, tendríamos probablemente otro cuerpo muerto, no más cartas con chantajes.
—Es verdad —dijo Collin.
—Pero no sabemos nada seguro —intervino Trent.
Trent tenía razón. Y Víctor no estaba en una posición en que pudiera arriesgarse. Tres personas de aquel edificio habían sido extorsionadas y una estaba muerta.
Víctor le devolvió la lista a Selina.
—Contrata tanta gente como te sea necesaria —dijo Víctor—. Y pon a alguien para que proteja a Myriam —hizo una pausa—. Pero dile que mantenga cierta distancia. No quiero que nadie le hable a mi mujer sobre el chantaje —miró a todos los presentes para que quedase claro.
Todos asintieron y él se puso de pie.
Quería mantener a salvo a Myriam. Pero también quería que estuviera tranquila.
Cuando aquello se hubiera terminado, Myriam y él tenían que fundar una familia. Y, Dios mediante, aquello iba a terminar pronto.
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Novela nuevaaa!...que bien!...Gracias por los capis...Saludos!
FannyQ- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Ke padre ke nos traes nueva novela ¡¡¡ Muchas gracias por los capitulos, te esperamos mañana con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Nueva novela Gracias Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
gracias por el segundo capitulo de hoy
QLs- VBB BRONCE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Orale nueva novelita gracias y espero el siguiente capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
que buena novelita
gracias x compartirla
no tardes
rodmina- VBB PLATA
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Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
WORALE GRAXIAS X EL CAPITULO SE ESTA PONIENDO MUY BUENA
mariateressina- VBB PLATINO
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Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Muchas gracias por regalarnos esta nueva novelita, esperamos el siguiente capítulo!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
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Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
holaaaaaaa gracias por los dos priemros capitulos !! nos debes 2 eee aun que si sacamos cuentas pues son 4 dos por el sábado y dos por hoy ...
QLs- VBB BRONCE
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Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
QUE INTERESANTE ESTA EL INICIO DE ESTA NOVELA, MUCHAS GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 01/06/2008
---------Secteros personales-------- (cap 3 y 4)
Hola una disculpa pero no pude conectarme, pero aqui estan el capitulo 3 y 4....
espero y les siga gustando....
Gracias por todos los comentarios.
Capítulo Tres
—Tu matrimonio no está terminado en absoluto —dijo María Inés cuando pasaron por delante de un grupo de comensales hacia una mesa de un rincón en su restaurante favorito.
Myriam había pedido un entrecot por costumbre. Pero estaba segura de que no podría comérselo.
—Pero Víctor ya no me habla de nada importante —le dijo Myriam a María Inés—. No quiere hacerme el amor. Y cuando le pido más información, se enfada. ¿Cómo puedo seguir casada con un hombre que no me deja entrar en su vida?
María Inés tomó un sorbo de coca-cola light y dijo:
—Deja de intentarlo.
La respuesta sorprendió a Myriam
—¿Que deje de intentar estar casada con él?
Aquélla no era la respuesta que había esperado.
—Deja de intentar entrar en su vida —María Inés mordió su sándwich.
—Eso no tiene sentido.
Estaban casados. Se suponía que Myriam estaba en la vida de Víctor.
María Inés agarró una servilleta de papel del dispensador metálico y se limpió la boca.
—Te digo esto como mejor amiga tuya que soy, y como alguien que te quiere mucho…
—Esto no puede ser bueno —murmuró Myriam.
—Te has puesto un poco… aburrida últimamente —dijo su amiga.
«¿Aburrida?», pensó. ¿Qué clase de mejor amiga era que le decía eso?
—Te ocupas demasiado de Víctor y de su vida.
—Es mi marido.
María Inés agitó la cabeza.
—No importa. Sé que quieres tener un niño. Y eso es admirable. Y sé que amas a Víctor. Y eso es admirable también. Pero Myriam, Miry, tienes que tener una vida propia.
—Tengo una vida.
María Inés la miró, dudosa.
Bueno, tal vez ir al spa, comprar ropa de diseño y planear fiestas no era una vida muy productiva, pero Víctor organizaba muchos actos sociales. Era importante que ella tuviera un papel en ello.
—Si tú tuvieras tu propia vida, no te obsesionarías tanto con la de Víctor.
—Daría igual que tuviera una vida excitante y ocupada. Seguiría preocupándome por mi marido y más si está bajo una investigación por un delito.
—Él te ha dicho que se ocupará de ello.
—Por supuesto que me lo ha dicho. No quiere que me preocupe. Está obsesionado con eso.
—Creo que es muy dulce de su parte.
—¿Dulce? ¿Del lado de quién estás?
—Miry, has perdido totalmente la perspectiva. No se trata de estar de un lado u otro. Se trata de tu felicidad. El asunto es que la vida de Víctor está centrada en el trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y amigos y en su matrimonio.
—No tanto en su matrimonio —replicó Myriam.
—Quizás. Pero eso no es a lo que quiero llegar. Lo que quiero decirte es que tu vida también se centra en su trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y sus amigos, y en tu matrimonio. ¿Ves dónde está el problema?
—Eso no es verdad.
No podía ser verdad. Ella no era una mujer de los años cincuenta sin un pensamiento propio.
—¿Quiénes son tus amigos? ¿Tus viejos amigos? ¿Los que no tienen nada que ver con Víctor?
Myriam hizo un repaso mental de los amigos con los que había crecido o los que había conocido en la universidad.
—Mis viejos amigos no viven en Manhattan —dijo finalmente.
Después de su matrimonio había sido difícil pasar tiempo con sus viejos amigos. Ellos parecían creer que su vida era una gran fiesta, que el dinero lo resolvía todo, que la gente rica no podía tener ni un problema. Y si lo tenían, debían olvidarse de él e irse de compras.
—Y todos los de él, sí —dijo María Inés con expresión de triunfo.
Myriam miró su entrecot y pensó que podía consolarse en la comida después de todo.
—¿Qué es lo que intentas decirme?
—Todos tus amigos actuales son amigos de Víctor en realidad.
—Excepto tú.
—Me conociste a través de Trent. ¿Te acuerdas de Trent? El amigo de Víctor…
—Esto parece una intervención.
—Lo es —dijo María Inés.
—Bueno, no quiero que intervengas.
—Oh, querida mía…
Myriam cortó un trozo del suculento entrecot.
—No sé por qué tengo que hacerte caso, de todos modos. Tú fuiste la que insistió en que lo sedujera la semana pasada. Y eso no dio resultado…
—Eso fue porque lo hiciste mal.
—Lo hice perfectamente. Aparecí con aquella bata roja. El problema fue Víctor. Él estaba a punto de ser arrestado. ¿Cómo puede concentrarse un hombre en la pasión cuando están a punto de arrestarlo? —dijo Myriam y volvió al entrecot.
—Necesitas un trabajo —dijo María Inés.
Myriam tragó.
—Créeme, si hay una cosa que no necesito es dinero —dijo Myriam.
—No es el dinero lo importante. Lo importante es salir de tu casa, intercambiar opiniones e ideas con otra gente, salir con gente que no tenga nada que ver con tu marido ni con tu deseo de quedarte embarazada.
—¿Y no crees que eso puede alejarnos más?
—Tendrías algo interesante de que hablar cuando volvieras a casa.
Myriam iba a protestar diciendo que Víctor y ella hablaban de cosas interesantes, pero se calló al darse cuenta de lo vacío que sonaría eso.
Víctor era un adicto al trabajo y se negaba a hablar de García International con ella. Pensaba que los problemas de negocios podrían afectarla. Pero si ella introducía sus propios asuntos de negocios, sobre todo si había problemas, ella estaba segura de que él se involucraría en la conversación.
Hmmm… Conseguir un trabajo. Desarrollar una identidad. La idea le resultó atractiva. De hecho, se preguntaba por qué no se le había ocurrido antes.
Pero había un problema.
—¿Y quién va a contratarme? No trabajo desde que me gradué en la universidad, con una licenciatura en teatro musical.
Myriam no podía imaginarse de apuntadora o algo así. Sería estúpido ser la esposa de un millonario y aceptar un puesto bajo. Sin mencionar lo embarazoso que podría ser para Víctor.
—El trabajo no tiene por qué gustarle a él —agregó María Inés, adivinando los pensamientos de Myriam.
—¿Y eso no estropearía el objetivo?
Ella estaba intentando salvar su matrimonio, no disgustar a su marido.
—¿Qué quieres tú?
Myriam se sintió cansada de repente.
—Tarta de frambuesa.
—¿Y después de eso?
—Un bebé. Mi matrimonio. Ser feliz. No lo sé.
—¡Bingo! —dijo María Inés. —¿Bingo qué?
—Hazte feliz, Myriam. Busca tu felicidad. Independientemente de Víctor, de un bebé o de lo que sea. Constrúyete una vida propia que te dé satisfacción. Lo demás tendrá que solucionarse alrededor de eso —María Inés hizo una pausa—. ¿Qué tienes que perder?
Era una excelente pregunta.
Había poco que perder. Si no cambiaba algo drásticamente y pronto, perdería su matrimonio. Ciertamente, no tendría un bebé. Y no tendría ningún tipo de vida.
María Inés tenía razón.
Tenía que salir fuera y conseguir un trabajo.
—¿Un trabajo? —repitió Víctor.
Myriam se puso perfume mientras se preparaba para ir a la cama.
—¿Quieres decir que quieres formar parte de alguna organización caritativa? —preguntó Víctor.
Había una serie de organizaciones que se alegrarían de contar con su ayuda.
—No me refiero a eso. Me refiero a un verdadero trabajo.
Víctor se quedó perplejo.
—¿Por qué?
—Eso haría que salga de casa, al mundo, me ayudaría a conocer gente nueva.
—Puedes salir de la casa cuando quieras.
—El hacer compras no me da la misma satisfacción.
Él la miró, intentando adivinar qué le pasaba realmente.
—Hay más cosas que ir de compras.
—Exactamente —Myriam se puso de pie y agarró un bote de crema.
—La Fundación del hospital estaría encantada de tenerte en su junta directiva.
—Mi licenciatura es en teatro.
—Entonces, la junta directiva de las artes. Puedo llamar a Ralph Sitman. Estoy seguro de que uno de los comités…
—Víctor, no quiero que hagas una llamada. Quiero preparar mi curriculum, salir y solicitar un trabajo.
—¿Tu curriculum? —preguntó Víctor sin poder creerlo.
Ella era una García. No necesitaba un curriculum.
—Sí —ella se giró hacia el espejo y se aplicó la crema en la cara.
—¿Piensas ir a los teatros con un curriculum debajo del brazo?
—Así es como se hace, generalmente.
—No en esta familia.
Si él tenía suerte, la gente pensaría que ella era una excéntrica. Pero algunos pensarían que necesitaba dinero. Que él era un miserable que no satisfacía sus necesidades.
Myriam cerró la puerta del cuarto de baño que había en el dormitorio.
—¿Cómo dices?
—No es digno —le dijo él.
—¿Ganarse la vida no es digno?
Él intentó mantener la calma.
—Tú ya te ganas la vida.
—No, tú te la ganas.
—Y gano lo suficiente.
—Te felicito.
—Myriam, ¿qué sucede?
Ella se cruzó de brazos.
—Necesito una vida, Víctor.
¿Qué quería decir con eso?, pensó él.
—Tú tienes una vida.
—Tú tienes una vida —lo corrigió ella.
—Es nuestra vida.
—Y tú no estás nunca en ella —le reprochó Myriam.
—Hace meses que no salgo de Nueva York —dijo él.
Y no era fácil de arreglar. Pero él quería estar allí para concebir un bebé, y quería estar cerca de Myriam por si lo necesitaba para algo. Era un momento difícil para ambos, se daba cuenta, y estaba haciendo todo lo posible para que todo estuviera tranquilo.
—¿Crees que esto tiene algo que ver con tu presencia física en la ciudad?
—¿Y de qué se trata? Por favor, Myriam, ¡por el amor de Dios! Dime qué ocurre…
Ella dudó. Luego dijo:
—Se trata de que quiero un trabajo.
—¿Haciendo qué?
—No lo sé. Lo que pueda conseguir. Apuntadora, ayudante de producción, recadera —suspiró y agregó—: Esto no es negociable, Víctor.
—Genial. Todos nuestros amigos y socios vendrán a los estrenos. Todos irán con sus novias. Yo estaré solo, porque mi esposa será la recadera.
—No, Myriam Montemayor será la recadera.
—¿Y no crees que eso puede ser un poco humillante para mí?
—Entonces no usaré tu apellido.
—Usarás tu apellido de soltera —protestó él.
—De acuerdo —ella se acostó y se tapó hasta el cuello.
Víctor se acostó a su lado, más irritado con su esposa que con el Organismo regulador del mercado de valores.
Serían el hazmerreír de todo Manhattan.
Sabía que estaba demasiado enfadado como para seguir discutiendo aquella noche.
Apagó la luz de su mesilla de noche, cerró los ojos y oyó el tic del termómetro digital de Myriam.
Luego se dio la vuelta y abrió los ojos.
—Estoy ovulando —dijo ella retorciéndose para mirarlo.
Víctor se reprimió un juramento.
—Vale —dijo tratando de controlar su voz.
Se acercó a ella, le quitó el termómetro de la mano, lo puso en la mesilla, y apagó su luz.
Habían hecho el amor cientos de veces, tal vez miles de veces.
Podían hacerlo en aquel momento. Era fácil.
Víctor la rodeó con un brazo y hundió la cara en su pelo. Aspiró su fragancia, dándoles la oportunidad de acostumbrarse a la idea de hacer el amor.
Su cabello era suave, y él se lo acarició.
Su fragancia había sido una de las primeras cosas que él había amado de ella. Recordaba haber bailado bajo las estrellas, en el crucero, sentir el viento de junio acariciándolos mientras ella se balanceaba en sus brazos con aquel vestido rojo…
A los pocos minutos de empezar a bailar él había sabido que la iba a amar, había sabido que iba a casarse con ella, había sabido que iba a pasar el resto de su vida cuidando a aquella mujer graciosa, atractiva y embriagadora.
Víctor le besó el cuello en aquel momento, le acarició el cuerpo por encima del satén del camisón. Le besó el hombro, el lóbulo de la oreja…
Deseaba decirle que la amaba, pero había tanta tensión entre ellos… Él estaba creando un frágil espacio de paz, un refugio en medio de la dura conversación que tendría que tener lugar en los siguientes días.
Rodeó su cintura, y deslizó las manos hacia sus pechos.
El deseo se iba apoderando de él lentamente. Su respiración se volvía más agitada…
Le acarició el hombro. Luego le bajó un tirante del camisón.
Acarició su brazo y le buscó la mano para entrelazar sus dedos con los de ella.
Pero se encontró con que ella tenía la mano apretada en un puño.
Se giró para mirarla.
Estaba tensa.
—¡Maldita sea! —juró Víctor.
Y se levantó de la cama.
Ella abrió los ojos y Víctor se horrorizó al ver la aversión en su mirada.
No iba a forzarla a hacer el amor, como si ella fuera una mártir, daba igual la causa.
—Esto es un matrimonio —afirmó él—. No una granja de sementales.
Agarró su bata y se dirigió a la habitación de invitados.
Sola en la cama, Myriam había llorado hasta dormirse.
Ella había querido hacer el amor. Había deseado desesperadamente concebir un bebé. Pero la discusión que habían tenido había vuelto una y otra vez a su mente, mientras Víctor la acariciaba, hasta que se le había apagado el deseo por él y sus caricias le habían parecido vacías.
Ella sabía que se le pasaría. Estaba segura de que en un rato, tal vez horas, se le pasaría y se volvería a sentir segura en brazos de Víctor. Pero había necesitado un poco de tiempo antes de hacer el amor.
Finalmente se había dormido de madrugada. Luego se había despertado con el ruido de la aspiradora, y había sabido que había llegado Rena, la asistenta, y que Víctor se había ido a trabajar.
Parte de ella no había podido creer que él se hubiera ido sin despertarla para hacer el amor. Pero luego recordó su expresión cuando se había ido, enfadado, de la habitación. Ella lo había enfadado, y tal vez lo hubiera herido. Después de todo, Víctor había intentado dejar atrás la pelea y hacer el amor.
Ella había sido la que había fallado.
Myriam se levantó, se duchó, se vistió y se marchó en su coche a las oficinas de la Quinta Avenida de García International.
Tomó el ascensor hasta la planta de los ejecutivos y caminó, decidida, por los suelos de mármol, sin darse la oportunidad de dudar.
Le pediría disculpas a Víctor. No por la discusión, sino por estar tan fría después. Ya se le había pasado. Y se lo diría.
Por si acaso, se había puesto ropa interior sexy. Frente al edificio había un hotel…
—Myriam —dijo la secretaria de Víctor, Devon, poniéndose de pie—. ¿Te está esperando Víctor? —miró un momento hacia la ventana que comunicaba con el despacho de Víctor.
—Es una sorpresa —admitió ella.
Esperaba que fuera una sorpresa agradable.
Myriam miró por la ventana que comunicaba el despacho de Víctor con la sala donde estaba su secretaria y vio el perfil de una mujer. Tenía el pelo negro y una chaqueta azul.
—Tu esposa está aquí —dijo Devon por el teléfono.
Hubo un momento de pausa y luego la mujer, con cara de culpabilidad, miró a Myriam por la ventana.
—¿Quién es ésa? —le preguntó Myriam a Devon.
—Es una aspirante a un puesto de trabajo —contestó Devon, ocupada con unos papeles de su escritorio.
Algo en la atmósfera hizo sentir incómoda a Myriam.
—Espero no estar interrumpiendo nada —dijo Myriam.
—Estoy segura de que no hay problema —respondió Devon.
Se abrió la puerta del despacho de Víctor y la mujer salió primero. Era una mujer con aspecto seguro, alta, de pelo corto, ropa clásica.
La mujer asintió al ver a Myriam cuando pasó por su lado, dejando un perfume de coco en el aire.
—No te esperaba —dijo Víctor.
—Sorpresa —dijo Myriam con una sonrisa dirigida a Devon.
Él la hizo pasar.
—Siento molestarte —dijo ella cuando él cerró la puerta.
—No hay problema —le indicó un par de sillas de piel al lado de una mesa.
—¿Quién era esa mujer?
—¿Quién?
—La mujer que acaba de salir. Devon ha dicho…
—Es una cliente —se dio prisa en decir Víctor.
Myriam se quedó petrificada, con una sensación terrible en el estómago.
¿Por qué le estaba mintiendo?
—¿Qué clase de cliente?
—Es la dueña de una cadena de almacenes de muebles en la Costa Oeste.
Myriam asintió.
—¿Necesitas algo? —preguntó Víctor en tono formal.
«Que me devuelvan a mi marido», habría dicho ella.
Se sintió confusa. ¿Seguía con el plan de seducción? ¿Podría hacer el amor con él sabiendo que le estaba mintiendo?
—¿Cariño? —dijo él en un tono más íntimo.
—Me siento mal por lo que pasó anoche —dijo ella, tomando la decisión deprisa.
—¿Por lo del trabajo?
Ella agitó la cabeza.
—Lo… otro.
—Oh.
—He pensado que tal vez… —miró alrededor y se humedeció los labios—. Podríamos recuperar el tiempo perdido.
Él pestañeó.
Ella le mantuvo la mirada.
—No estarás sugiriendo que hagamos el amor aquí, ¿verdad?
—En El Castillo —ella nombró el hotel que había enfrente.
Él miró su reloj.
—¿Debería haber pedido una cita contigo? —preguntó, tensa.
—Gregorio y Trent van a venir dentro de diez minutos.
—Cancélalo.
—Myriam…
—Es el momento, Víctor.
—Puede esperar hasta esta noche.
—¡Pero deberíamos haberlo hecho anoche! —exclamó ella sin pensar.
—Sí. Deberíamos…
Ella se puso de pie. Se sintió muy estúpida por haberse puesto la lencería fina negra para un marido adicto al trabajo. No sabía por qué había pensado que aquel día podía ser diferente. Víctor era un hombre muy ocupado. La encajaba en su agenda cuando podía, y sería mejor que ella no pidiera más que eso.
Él también se puso de pie.
—Adiós, entonces —dijo Myriam girándose hacia la puerta, tratando de manejar su rechazo.
Pero en el último momento una vocecita en su interior la urgió a mostrarle lo que se acababa de perder.
Se desabrochó los primeros cuatro botones del vestido y se dio la vuelta.
Víctor abrió los ojos e involuntariamente tomó aliento.
—Disfruta de tu reunión —le dijo ella, abrochándose otra vez los botones.
Salió antes de que él pudiera recuperar la voz.
En un impulso se detuvo frente al escritorio de Devon y le preguntó:
—¿Qué tipo de trabajo era?
Devon pareció confundida.
—El de la mujer a la que estaba entrevistando Víctor —añadió Myriam—. ¿Qué tipo de trabajo era?
—Oh… —Devon hizo una pausa—. Contable.
—Gracias.
—De nada.
Myriam se dirigió al ascensor y se encontró con Trent y con Gregorio, que venían del lado opuesto. Al menos lo de la reunión era verdad, pensó.
La verdad era que no sabía qué iba a hacer con aquella situación.
espero y les siga gustando....
Gracias por todos los comentarios.
Capítulo Tres
—Tu matrimonio no está terminado en absoluto —dijo María Inés cuando pasaron por delante de un grupo de comensales hacia una mesa de un rincón en su restaurante favorito.
Myriam había pedido un entrecot por costumbre. Pero estaba segura de que no podría comérselo.
—Pero Víctor ya no me habla de nada importante —le dijo Myriam a María Inés—. No quiere hacerme el amor. Y cuando le pido más información, se enfada. ¿Cómo puedo seguir casada con un hombre que no me deja entrar en su vida?
María Inés tomó un sorbo de coca-cola light y dijo:
—Deja de intentarlo.
La respuesta sorprendió a Myriam
—¿Que deje de intentar estar casada con él?
Aquélla no era la respuesta que había esperado.
—Deja de intentar entrar en su vida —María Inés mordió su sándwich.
—Eso no tiene sentido.
Estaban casados. Se suponía que Myriam estaba en la vida de Víctor.
María Inés agarró una servilleta de papel del dispensador metálico y se limpió la boca.
—Te digo esto como mejor amiga tuya que soy, y como alguien que te quiere mucho…
—Esto no puede ser bueno —murmuró Myriam.
—Te has puesto un poco… aburrida últimamente —dijo su amiga.
«¿Aburrida?», pensó. ¿Qué clase de mejor amiga era que le decía eso?
—Te ocupas demasiado de Víctor y de su vida.
—Es mi marido.
María Inés agitó la cabeza.
—No importa. Sé que quieres tener un niño. Y eso es admirable. Y sé que amas a Víctor. Y eso es admirable también. Pero Myriam, Miry, tienes que tener una vida propia.
—Tengo una vida.
María Inés la miró, dudosa.
Bueno, tal vez ir al spa, comprar ropa de diseño y planear fiestas no era una vida muy productiva, pero Víctor organizaba muchos actos sociales. Era importante que ella tuviera un papel en ello.
—Si tú tuvieras tu propia vida, no te obsesionarías tanto con la de Víctor.
—Daría igual que tuviera una vida excitante y ocupada. Seguiría preocupándome por mi marido y más si está bajo una investigación por un delito.
—Él te ha dicho que se ocupará de ello.
—Por supuesto que me lo ha dicho. No quiere que me preocupe. Está obsesionado con eso.
—Creo que es muy dulce de su parte.
—¿Dulce? ¿Del lado de quién estás?
—Miry, has perdido totalmente la perspectiva. No se trata de estar de un lado u otro. Se trata de tu felicidad. El asunto es que la vida de Víctor está centrada en el trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y amigos y en su matrimonio.
—No tanto en su matrimonio —replicó Myriam.
—Quizás. Pero eso no es a lo que quiero llegar. Lo que quiero decirte es que tu vida también se centra en su trabajo, sus negocios, sus socios, su familia y sus amigos, y en tu matrimonio. ¿Ves dónde está el problema?
—Eso no es verdad.
No podía ser verdad. Ella no era una mujer de los años cincuenta sin un pensamiento propio.
—¿Quiénes son tus amigos? ¿Tus viejos amigos? ¿Los que no tienen nada que ver con Víctor?
Myriam hizo un repaso mental de los amigos con los que había crecido o los que había conocido en la universidad.
—Mis viejos amigos no viven en Manhattan —dijo finalmente.
Después de su matrimonio había sido difícil pasar tiempo con sus viejos amigos. Ellos parecían creer que su vida era una gran fiesta, que el dinero lo resolvía todo, que la gente rica no podía tener ni un problema. Y si lo tenían, debían olvidarse de él e irse de compras.
—Y todos los de él, sí —dijo María Inés con expresión de triunfo.
Myriam miró su entrecot y pensó que podía consolarse en la comida después de todo.
—¿Qué es lo que intentas decirme?
—Todos tus amigos actuales son amigos de Víctor en realidad.
—Excepto tú.
—Me conociste a través de Trent. ¿Te acuerdas de Trent? El amigo de Víctor…
—Esto parece una intervención.
—Lo es —dijo María Inés.
—Bueno, no quiero que intervengas.
—Oh, querida mía…
Myriam cortó un trozo del suculento entrecot.
—No sé por qué tengo que hacerte caso, de todos modos. Tú fuiste la que insistió en que lo sedujera la semana pasada. Y eso no dio resultado…
—Eso fue porque lo hiciste mal.
—Lo hice perfectamente. Aparecí con aquella bata roja. El problema fue Víctor. Él estaba a punto de ser arrestado. ¿Cómo puede concentrarse un hombre en la pasión cuando están a punto de arrestarlo? —dijo Myriam y volvió al entrecot.
—Necesitas un trabajo —dijo María Inés.
Myriam tragó.
—Créeme, si hay una cosa que no necesito es dinero —dijo Myriam.
—No es el dinero lo importante. Lo importante es salir de tu casa, intercambiar opiniones e ideas con otra gente, salir con gente que no tenga nada que ver con tu marido ni con tu deseo de quedarte embarazada.
—¿Y no crees que eso puede alejarnos más?
—Tendrías algo interesante de que hablar cuando volvieras a casa.
Myriam iba a protestar diciendo que Víctor y ella hablaban de cosas interesantes, pero se calló al darse cuenta de lo vacío que sonaría eso.
Víctor era un adicto al trabajo y se negaba a hablar de García International con ella. Pensaba que los problemas de negocios podrían afectarla. Pero si ella introducía sus propios asuntos de negocios, sobre todo si había problemas, ella estaba segura de que él se involucraría en la conversación.
Hmmm… Conseguir un trabajo. Desarrollar una identidad. La idea le resultó atractiva. De hecho, se preguntaba por qué no se le había ocurrido antes.
Pero había un problema.
—¿Y quién va a contratarme? No trabajo desde que me gradué en la universidad, con una licenciatura en teatro musical.
Myriam no podía imaginarse de apuntadora o algo así. Sería estúpido ser la esposa de un millonario y aceptar un puesto bajo. Sin mencionar lo embarazoso que podría ser para Víctor.
—El trabajo no tiene por qué gustarle a él —agregó María Inés, adivinando los pensamientos de Myriam.
—¿Y eso no estropearía el objetivo?
Ella estaba intentando salvar su matrimonio, no disgustar a su marido.
—¿Qué quieres tú?
Myriam se sintió cansada de repente.
—Tarta de frambuesa.
—¿Y después de eso?
—Un bebé. Mi matrimonio. Ser feliz. No lo sé.
—¡Bingo! —dijo María Inés. —¿Bingo qué?
—Hazte feliz, Myriam. Busca tu felicidad. Independientemente de Víctor, de un bebé o de lo que sea. Constrúyete una vida propia que te dé satisfacción. Lo demás tendrá que solucionarse alrededor de eso —María Inés hizo una pausa—. ¿Qué tienes que perder?
Era una excelente pregunta.
Había poco que perder. Si no cambiaba algo drásticamente y pronto, perdería su matrimonio. Ciertamente, no tendría un bebé. Y no tendría ningún tipo de vida.
María Inés tenía razón.
Tenía que salir fuera y conseguir un trabajo.
—¿Un trabajo? —repitió Víctor.
Myriam se puso perfume mientras se preparaba para ir a la cama.
—¿Quieres decir que quieres formar parte de alguna organización caritativa? —preguntó Víctor.
Había una serie de organizaciones que se alegrarían de contar con su ayuda.
—No me refiero a eso. Me refiero a un verdadero trabajo.
Víctor se quedó perplejo.
—¿Por qué?
—Eso haría que salga de casa, al mundo, me ayudaría a conocer gente nueva.
—Puedes salir de la casa cuando quieras.
—El hacer compras no me da la misma satisfacción.
Él la miró, intentando adivinar qué le pasaba realmente.
—Hay más cosas que ir de compras.
—Exactamente —Myriam se puso de pie y agarró un bote de crema.
—La Fundación del hospital estaría encantada de tenerte en su junta directiva.
—Mi licenciatura es en teatro.
—Entonces, la junta directiva de las artes. Puedo llamar a Ralph Sitman. Estoy seguro de que uno de los comités…
—Víctor, no quiero que hagas una llamada. Quiero preparar mi curriculum, salir y solicitar un trabajo.
—¿Tu curriculum? —preguntó Víctor sin poder creerlo.
Ella era una García. No necesitaba un curriculum.
—Sí —ella se giró hacia el espejo y se aplicó la crema en la cara.
—¿Piensas ir a los teatros con un curriculum debajo del brazo?
—Así es como se hace, generalmente.
—No en esta familia.
Si él tenía suerte, la gente pensaría que ella era una excéntrica. Pero algunos pensarían que necesitaba dinero. Que él era un miserable que no satisfacía sus necesidades.
Myriam cerró la puerta del cuarto de baño que había en el dormitorio.
—¿Cómo dices?
—No es digno —le dijo él.
—¿Ganarse la vida no es digno?
Él intentó mantener la calma.
—Tú ya te ganas la vida.
—No, tú te la ganas.
—Y gano lo suficiente.
—Te felicito.
—Myriam, ¿qué sucede?
Ella se cruzó de brazos.
—Necesito una vida, Víctor.
¿Qué quería decir con eso?, pensó él.
—Tú tienes una vida.
—Tú tienes una vida —lo corrigió ella.
—Es nuestra vida.
—Y tú no estás nunca en ella —le reprochó Myriam.
—Hace meses que no salgo de Nueva York —dijo él.
Y no era fácil de arreglar. Pero él quería estar allí para concebir un bebé, y quería estar cerca de Myriam por si lo necesitaba para algo. Era un momento difícil para ambos, se daba cuenta, y estaba haciendo todo lo posible para que todo estuviera tranquilo.
—¿Crees que esto tiene algo que ver con tu presencia física en la ciudad?
—¿Y de qué se trata? Por favor, Myriam, ¡por el amor de Dios! Dime qué ocurre…
Ella dudó. Luego dijo:
—Se trata de que quiero un trabajo.
—¿Haciendo qué?
—No lo sé. Lo que pueda conseguir. Apuntadora, ayudante de producción, recadera —suspiró y agregó—: Esto no es negociable, Víctor.
—Genial. Todos nuestros amigos y socios vendrán a los estrenos. Todos irán con sus novias. Yo estaré solo, porque mi esposa será la recadera.
—No, Myriam Montemayor será la recadera.
—¿Y no crees que eso puede ser un poco humillante para mí?
—Entonces no usaré tu apellido.
—Usarás tu apellido de soltera —protestó él.
—De acuerdo —ella se acostó y se tapó hasta el cuello.
Víctor se acostó a su lado, más irritado con su esposa que con el Organismo regulador del mercado de valores.
Serían el hazmerreír de todo Manhattan.
Sabía que estaba demasiado enfadado como para seguir discutiendo aquella noche.
Apagó la luz de su mesilla de noche, cerró los ojos y oyó el tic del termómetro digital de Myriam.
Luego se dio la vuelta y abrió los ojos.
—Estoy ovulando —dijo ella retorciéndose para mirarlo.
Víctor se reprimió un juramento.
—Vale —dijo tratando de controlar su voz.
Se acercó a ella, le quitó el termómetro de la mano, lo puso en la mesilla, y apagó su luz.
Habían hecho el amor cientos de veces, tal vez miles de veces.
Podían hacerlo en aquel momento. Era fácil.
Víctor la rodeó con un brazo y hundió la cara en su pelo. Aspiró su fragancia, dándoles la oportunidad de acostumbrarse a la idea de hacer el amor.
Su cabello era suave, y él se lo acarició.
Su fragancia había sido una de las primeras cosas que él había amado de ella. Recordaba haber bailado bajo las estrellas, en el crucero, sentir el viento de junio acariciándolos mientras ella se balanceaba en sus brazos con aquel vestido rojo…
A los pocos minutos de empezar a bailar él había sabido que la iba a amar, había sabido que iba a casarse con ella, había sabido que iba a pasar el resto de su vida cuidando a aquella mujer graciosa, atractiva y embriagadora.
Víctor le besó el cuello en aquel momento, le acarició el cuerpo por encima del satén del camisón. Le besó el hombro, el lóbulo de la oreja…
Deseaba decirle que la amaba, pero había tanta tensión entre ellos… Él estaba creando un frágil espacio de paz, un refugio en medio de la dura conversación que tendría que tener lugar en los siguientes días.
Rodeó su cintura, y deslizó las manos hacia sus pechos.
El deseo se iba apoderando de él lentamente. Su respiración se volvía más agitada…
Le acarició el hombro. Luego le bajó un tirante del camisón.
Acarició su brazo y le buscó la mano para entrelazar sus dedos con los de ella.
Pero se encontró con que ella tenía la mano apretada en un puño.
Se giró para mirarla.
Estaba tensa.
—¡Maldita sea! —juró Víctor.
Y se levantó de la cama.
Ella abrió los ojos y Víctor se horrorizó al ver la aversión en su mirada.
No iba a forzarla a hacer el amor, como si ella fuera una mártir, daba igual la causa.
—Esto es un matrimonio —afirmó él—. No una granja de sementales.
Agarró su bata y se dirigió a la habitación de invitados.
Sola en la cama, Myriam había llorado hasta dormirse.
Ella había querido hacer el amor. Había deseado desesperadamente concebir un bebé. Pero la discusión que habían tenido había vuelto una y otra vez a su mente, mientras Víctor la acariciaba, hasta que se le había apagado el deseo por él y sus caricias le habían parecido vacías.
Ella sabía que se le pasaría. Estaba segura de que en un rato, tal vez horas, se le pasaría y se volvería a sentir segura en brazos de Víctor. Pero había necesitado un poco de tiempo antes de hacer el amor.
Finalmente se había dormido de madrugada. Luego se había despertado con el ruido de la aspiradora, y había sabido que había llegado Rena, la asistenta, y que Víctor se había ido a trabajar.
Parte de ella no había podido creer que él se hubiera ido sin despertarla para hacer el amor. Pero luego recordó su expresión cuando se había ido, enfadado, de la habitación. Ella lo había enfadado, y tal vez lo hubiera herido. Después de todo, Víctor había intentado dejar atrás la pelea y hacer el amor.
Ella había sido la que había fallado.
Myriam se levantó, se duchó, se vistió y se marchó en su coche a las oficinas de la Quinta Avenida de García International.
Tomó el ascensor hasta la planta de los ejecutivos y caminó, decidida, por los suelos de mármol, sin darse la oportunidad de dudar.
Le pediría disculpas a Víctor. No por la discusión, sino por estar tan fría después. Ya se le había pasado. Y se lo diría.
Por si acaso, se había puesto ropa interior sexy. Frente al edificio había un hotel…
—Myriam —dijo la secretaria de Víctor, Devon, poniéndose de pie—. ¿Te está esperando Víctor? —miró un momento hacia la ventana que comunicaba con el despacho de Víctor.
—Es una sorpresa —admitió ella.
Esperaba que fuera una sorpresa agradable.
Myriam miró por la ventana que comunicaba el despacho de Víctor con la sala donde estaba su secretaria y vio el perfil de una mujer. Tenía el pelo negro y una chaqueta azul.
—Tu esposa está aquí —dijo Devon por el teléfono.
Hubo un momento de pausa y luego la mujer, con cara de culpabilidad, miró a Myriam por la ventana.
—¿Quién es ésa? —le preguntó Myriam a Devon.
—Es una aspirante a un puesto de trabajo —contestó Devon, ocupada con unos papeles de su escritorio.
Algo en la atmósfera hizo sentir incómoda a Myriam.
—Espero no estar interrumpiendo nada —dijo Myriam.
—Estoy segura de que no hay problema —respondió Devon.
Se abrió la puerta del despacho de Víctor y la mujer salió primero. Era una mujer con aspecto seguro, alta, de pelo corto, ropa clásica.
La mujer asintió al ver a Myriam cuando pasó por su lado, dejando un perfume de coco en el aire.
—No te esperaba —dijo Víctor.
—Sorpresa —dijo Myriam con una sonrisa dirigida a Devon.
Él la hizo pasar.
—Siento molestarte —dijo ella cuando él cerró la puerta.
—No hay problema —le indicó un par de sillas de piel al lado de una mesa.
—¿Quién era esa mujer?
—¿Quién?
—La mujer que acaba de salir. Devon ha dicho…
—Es una cliente —se dio prisa en decir Víctor.
Myriam se quedó petrificada, con una sensación terrible en el estómago.
¿Por qué le estaba mintiendo?
—¿Qué clase de cliente?
—Es la dueña de una cadena de almacenes de muebles en la Costa Oeste.
Myriam asintió.
—¿Necesitas algo? —preguntó Víctor en tono formal.
«Que me devuelvan a mi marido», habría dicho ella.
Se sintió confusa. ¿Seguía con el plan de seducción? ¿Podría hacer el amor con él sabiendo que le estaba mintiendo?
—¿Cariño? —dijo él en un tono más íntimo.
—Me siento mal por lo que pasó anoche —dijo ella, tomando la decisión deprisa.
—¿Por lo del trabajo?
Ella agitó la cabeza.
—Lo… otro.
—Oh.
—He pensado que tal vez… —miró alrededor y se humedeció los labios—. Podríamos recuperar el tiempo perdido.
Él pestañeó.
Ella le mantuvo la mirada.
—No estarás sugiriendo que hagamos el amor aquí, ¿verdad?
—En El Castillo —ella nombró el hotel que había enfrente.
Él miró su reloj.
—¿Debería haber pedido una cita contigo? —preguntó, tensa.
—Gregorio y Trent van a venir dentro de diez minutos.
—Cancélalo.
—Myriam…
—Es el momento, Víctor.
—Puede esperar hasta esta noche.
—¡Pero deberíamos haberlo hecho anoche! —exclamó ella sin pensar.
—Sí. Deberíamos…
Ella se puso de pie. Se sintió muy estúpida por haberse puesto la lencería fina negra para un marido adicto al trabajo. No sabía por qué había pensado que aquel día podía ser diferente. Víctor era un hombre muy ocupado. La encajaba en su agenda cuando podía, y sería mejor que ella no pidiera más que eso.
Él también se puso de pie.
—Adiós, entonces —dijo Myriam girándose hacia la puerta, tratando de manejar su rechazo.
Pero en el último momento una vocecita en su interior la urgió a mostrarle lo que se acababa de perder.
Se desabrochó los primeros cuatro botones del vestido y se dio la vuelta.
Víctor abrió los ojos e involuntariamente tomó aliento.
—Disfruta de tu reunión —le dijo ella, abrochándose otra vez los botones.
Salió antes de que él pudiera recuperar la voz.
En un impulso se detuvo frente al escritorio de Devon y le preguntó:
—¿Qué tipo de trabajo era?
Devon pareció confundida.
—El de la mujer a la que estaba entrevistando Víctor —añadió Myriam—. ¿Qué tipo de trabajo era?
—Oh… —Devon hizo una pausa—. Contable.
—Gracias.
—De nada.
Myriam se dirigió al ascensor y se encontró con Trent y con Gregorio, que venían del lado opuesto. Al menos lo de la reunión era verdad, pensó.
La verdad era que no sabía qué iba a hacer con aquella situación.
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Ahora va el siguiente capitulo
Capítulo Cuatro
El padre de Víctor se sintió irritado.
—¿Dices que Roberto no llamó nunca, nunca sugirió ni dio a entender…?
—Nunca —lo interrumpió Víctor—. Ni una sola vez.
—Cosas como éstas son las que pueden causar un impacto en la empresa.
—Lo sé, padre.
—Son estas cosas las que pueden causar una pérdida de millones de dólares.
—Eso también lo sé —insistió Víctor.
Alejandro, su padre, dijo desde detrás de su escritorio:
—¿Tienes un buen abogado? ¿Cooperarás totalmente?
—Por supuesto que cooperaré totalmente. No tengo nada que ocultar.
Alejandro lo miró en silencio y Víctor se estremeció ante su actitud.
—Sabes que no tengo nada que ocultar, ¿verdad? —preguntó Víctor.
—No serías el primero en sucumbir a la tentación.
Víctor se quedó helado al oír aquellas palabras de boca de su propio padre.
—¿Crees que yo engañaría?
—Creo que tienes mucho orgullo. Pienso que tienes determinación suficiente como para tener éxito.
—Claro. Me pregunto de quién la habré sacado —murmuró Víctor.
—Necesito saber de qué va todo esto —dijo Alejandro.
—Se trata de un hombre inocente acusado de tráfico de información confidencial, y un intento de chantaje de diez millones de dólares.
—¿Puedes demostrar que te han chantajeado?
—Soy la tercera victima en mi edificio.
—Eso no es una prueba.
—No, pero la policía está trabajando en ello. Si encuentran a la persona que hizo el chantaje, el Organismo regulador del mercado de valores quitará los cargos casi seguro.
—¿Necesitan más ayuda?
Víctor agitó la cabeza.
—Yo he iniciado mi propia investigación, y Collin ha puesto un equipo legal para ello.
—Nunca me ha caído bien Collin.
—Se graduó con las mejores notas en la Facultad de Derecho de Harvard.
—Con una beca.
—Padre, la gente que consigue becas es tan capaz como aquélla que las da.
Alejandro respondió:
—La genética tiene algo que ver.
—No sigas…
—¿Cómo está Myriam?
—Te juro que me voy a ir…
—Sólo te he hecho una pregunta.
—Sólo has relacionado a Myriam con la clase media. Por lo tanto, según tú, genética pobre. No intentes negarlo.
—De acuerdo. No lo negaré. ¿Cómo está Myriam?
«Terriblemente sexy. Terriblemente frustrada. Probablemente enfadada», pensó él, porque eran casi las ocho y todavía no había vuelto a casa.
—Está bien —contestó.
Alejandro se acercó al bar y abrió una botella de whisky.
—Tu madre y yo estamos esperando que nos digas que estás esperando un hijo.
—Lo sé.
Cuando sirvió dos vasos de whisky, Alejandro se dio la vuelta y se acercó.
—¿Alguna razón en particular por la que no ha sucedido?
—Tendremos niños cuando estemos preparados.
—Tu madre está ansiosa.
—Madre ha estado ansiosa desde que he tenido dieciocho años.
—Y ahora tienes treinta y cuatro —le dio un vaso de whisky a Víctor.
Víctor no se podía imaginar a sí mismo contándoles las cuestiones de fertilidad a sus padres.
—Tengo que volver a casa —dijo Víctor después de beber el whisky de un trago.
—Puedo enviarte a alguien de Preston Gautier para repasar la cuestión con Collin.
—Collin es un buen profesional —dijo Víctor—. Está todo bajo control.
Al menos la investigación del Organismo regulador del mercado de valores estaba bajo control. No se podía decir lo mismo del chantaje. Ni de la situación con Myriam.
Víctor todavía tenía en la memoria la imagen de su esposa con la ropa interior sexy que le había mostrado en su despacho.
Si no hubiera tenido una reunión con Gregorio y Trevor habría dejado todo y habría ido tras ella como un perrito.
Pero había tenido que volver al mundo real.
Myriam iba por el tercer Margarita en el loft de María Inés, tratando de ahuyentar la vida real y soportar la humillación.
—¿Fuiste a la oficina a seducirlo? —se rió María Inés sin poder creerlo.
—Llevaba ropa interior sexy —señaló Myriam.
—¿Has hecho alguna vez algo así?
Myriam negó con la cabeza.
—Se quedó sin habla —se rió Myriam al recordarlo.
—Estoy segura.
Myriam se puso seria. En realidad, nada de aquello era gracioso.
—Creo que yo estaba celosa.
—¿De qué?
Myriam le contó la situación en la que lo había encontrado con la mujer del perfume de coco.
María Inés se quedó en silencio.
—¿Crees que tiene una aventura? —preguntó Myriam.
—No, en absoluto —dijo María Inés, convencida.
—¿Y por qué mintió?
—Estamos hablando de Víctor. No va a engañar a su mujer…
—Víctor también es humano —replicó Myriam.
—Sólo tienes como prueba una mentira, una pequeña mentira, que quizás no sea siquiera una mentira. ¿Y si Devon cometió un error?
—Devon es muy eficiente.
—Puede equivocarse también. Y además, la prueba es muy poco fiable como para pensar en infidelidad —dijo María Inés.
—¿Qué me dices de esto? —Myriam se puso de pie—. Suponte que eres un hombre —se abrió uno de los botones de su vestido—. Eres un hombre, y no has tenido sexo durante tres semanas… —se desabrochó otro botón—. Tu esposa, una esposa que está ovulando, aparece en tu despacho… —se desabrochó dos botones más— y te muestra esto —Myriam le enseñó su lencería sexy.
—¡Guau! —exclamó María Inés.
Myriam se cerró el vestido.
—¿Cómo es que una reunión de rutina tiró más de él que yo?
—¡Maldita sea! ¡Estás en buena forma! —exclamó María Inés.
—Es el spa, mi entrenador personal…
—Quiero ir a ese spa.
Ambas mujeres se quedaron en silencio mientras Myriam se abrochaba los botones.
—Sigo pensando que te equivocas —dijo María Inés.
Myriam quería creer desesperadamente a María Inés. Pero algo le advertía de que estaba pasando algo.
En aquel momento sonó su móvil y ella vio que era Víctor.
No contestó.
—Debe de estar preguntándose dónde estás.
—Que se lo pregunte —contestó Myriam.
—Debe de estar preocupado.
—Le está bien empleado.
—¿Me prometes algo? —María Inés se acercó a ella.
El teléfono siguió sonando.
—¿Qué?
—Prométeme que creerás en él, que confiarás en él hasta que demuestre lo contrario. Víctor es un buen hombre, Myriam. Y te quiere.
Myriam respiró profundamente y agarró el teléfono.
—Hola…
—¿Dónde estás? —preguntó Víctor tomando a Myriam por sorpresa.
—Le estoy enseñando mi ropa interior a alguien que le interesa.
Hubo un silencio.
María Inés le quitó el teléfono de la mano y se lo puso en la oreja.
—Víctor, soy María Inés. Lo siento mucho. Creo que le he dado demasiados cócteles Margarita a Myriam —después de una pausa dijo—: No, no la dejaré conducir —le devolvió el teléfono a Myriam.
—Hola, cariño —dijo Myriam, luego empezó a tener hipo.
—¿Estás borracha?
—Un poquito.
—Te enviaré un coche.
—¿Estás borracho tú también?
—No, no estoy borracho.
—¡Pero no vas a venir tú en persona!
—Estoy en Long Island. Acabo de estar con mis padres.
—¿Y si los llamo? —lo desafió.
Tal vez estuviera en Long Island, o quizás estuviera en un hotel con alguien, desconfió ella.
—¿Para qué vas a llamarlos?
—No lo sé. Para decirles hola. Lo que sea.
—Myriam, deja de beber.
—Claro…
Se sentía un poco mareada de todos modos. Y una resaca no la ayudaría a buscar trabajo. Porque con sexo o sin él aquella noche, a la mañana siguiente iba a buscar un trabajo, iba a empezar su propia vida.
Víctor esperó en el vestíbulo que llegase el coche de Myriam. Henry, el conserje, estaba detrás de su escritorio.
Cuando llegó Myriam Víctor y Henry la ayudaron a subir al ático.
Víctor tiró su ropa en un sofá y luego la llevó directamente al dormitorio. Allí la dejó en la cama y le quitó los zapatos.
—¿Sabes? No debería ser tan difícil para dos personas casadas tener sexo —dijo ella con los ojos cerrados.
—No —dijo él—. No debería ser tan difícil.
Víctor le quitó las joyas suavemente y le desabrochó el vestido mientras ella seguía con los ojos cerrados. Los ojos de Víctor se agrandaron al ver el sujetador y las diminutas braguitas.
—¿Víctor?
—¿Sí?
—Prométeme algo.
—Por supuesto.
—Si me quedo dormida… —ella se calló.
—¿Sí?
—Hagamos el amor de todos modos.
Él agitó la cabeza.
—¡Como si fuera a suceder!
—Bien —sonrió ella.
—Myriam, te digo que no.
—Siempre me dices que no —dijo ella frunciendo el ceño.
—Nunca te digo que no.
—Yo me arreglé, me puse toda sexy y… —se quejó ella.
Él dirigió su mirada al encaje negro que realzaba sus pechos.
—Sí.
—María Inés me ha dicho que estaba sexy.
Él se sonrió.
—Estás borracha.
—Voy a buscar un trabajo —dijo ella, decidida.
—Hablaremos de ello mañana por la mañana.
La expresión de Myriam cambió.
—Por favor, déjame embarazada esta noche —y luego todo su cuerpo se relajó. Se quedó dormida.
—Así, no —susurró él—. Así, nunca.
Le quitó suavemente el resto de la ropa, la acostó y arropó. Luego se echó atrás para admirar su belleza y vulnerabilidad.
Su teléfono móvil sonó y él lo atendió enseguida, por miedo a que despertase a Myriam.
Pero ella ni se movió.
—Soy Collin. Selina está en mi casa —dijo una voz.
Eran las nueve y media.
—¿Ocurre algo? —preguntó Víctor.
—¿Puedes venir?
—¿Por qué no venís aquí? Myriam está dormida…
Víctor, por alguna razón, no quería dejarla sola.
—Enseguida iremos —y Collin colgó. Víctor cerró suavemente la puerta del dormitorio.
La realidad era que habían perdido la oportunidad aquel mes. Ya que Myriam tardaría por lo menos veinticuatro horas en estar remotamente romántica otra vez.
Y eso la enfadaría también.
Empezaba a sentirse un poco agobiado con tantos problemas, los de su negocio y los personales.
Por primera vez Víctor se preguntó si el trabajo duro y la ingenuidad serían suficientes para salir sin cargos.
Hubo unos suaves golpes en la puerta de entrada. Fue a abrir.
Víctor llevó a Collin y a Selina a su despacho.
—Creí que tenías a alguien protegiendo a Myriam —le dijo Víctor a Selina.
Selina se sobresaltó.
—Y tengo a alguien —contestó.
—Ha ido al centro hoy. Quiero información sobre cosas como ésa.
—De acuerdo —dijo Selina.
—¿Ocurrió algo cuando Myriam estuvo en el centro? —preguntó Collin.
—Visitó a una amiga. Pero yo no sabía dónde estaba.
—Para que quede claro, ¿quieres un informe de las actividades diarias de la señora García o de amenazas potenciales?
—No estoy espiando a mi esposa —protestó él.
—Tal vez podríamos cambiar algunos aspectos de la operación —sugirió Selina—. Pon a Joe más cerca de la señora García. Por ejemplo, como su chófer. De ese modo no tiene que estar oculto, y puede informarte cada tanto.
—Eso me gusta. ¿Qué más tenéis? —comentó Víctor.
—A Roberto —dijo Collin.
—¿Te has puesto en contacto con él?
Collin agitó la cabeza.
—Está todavía en Washington, reacio a que lo localicemos. Pero ha salido a la luz más información.
—¿Es de ayuda?
Collin y Selina se miraron.
—Lamentablemente, Hammond y Pysanski también invirtieron en Ellias y ganaron un pastón.
—Pero ellos son…
—Los antiguos socios de negocios de Roberto.
—Esto tiene mala pinta… —dijo Selina.
Víctor se defendió.
—¿De verdad creéis que habría empleado este plan para traficar con información confidencial? ¿Creéis que un senador iba a otorgar el contrato a cuatro de sus socios más cercanos pensando que nadie se daría cuenta? Es estúpido.
Collin se inclinó hacia delante.
—¿Y ésa va a ser tu defensa?
—¿Tú tienes una mejor?
—De momento, no. Pero si no se me ocurre algo mejor que eso, la Escuela de Leyes de Harvard habría tirado mucho dinero y tiempo conmigo.
—Quiero que esto se termine de una vez. Ya hay muchos problemas sin la necesidad de estas distracciones.
—Mañana me reúno con el Organismo regulador del mercado de valores —dijo Selina.
—Llévate a Collin contigo.
Selina cambió de expresión.
—¿Qué ocurre?
—A veces Collin choca con mi estilo de hacer las cosas.
—¿Hay problemas entre vosotros dos?
—Diferencias de estilos —dijo Collin.
Víctor no podía creerlo.
—Arreglad vuestras diferencias. Os quiero a ambos en esa reunión.
Selina miró a Collin. Él asintió. Y entonces ella hizo lo mismo.
—Que Joe pase por la oficina mañana por la mañana —dijo Víctor—. Lo traeré al ático y le presentaré a Myriam.
Myriam se despertó mal por la mañana. No había sido buena idea beber con el estómago vacío. Y hacía mucho que no se emborrachaba. Y pasaría mucho más tiempo hasta que bebiera más de dos copas por la noche.
Vio un vaso de agua en la mesilla y dos aspirinas.
«Bendito Víctor», pensó.
A la luz del día no pensaba que Víctor pudiera engañarla. Iba contra sus principios.
Aunque quisiera engañarla, su honor y sus principios se lo impedirían.
La lluvia resonó en los cristales.
Se había enfadado por varios motivos con Víctor el día anterior.
Sin embargo, cuando Víctor la había llevado a la cama y la había acostado, ella había recordado por qué se había enamorado de él.
No se acordaba de muchas cosas, pero sabía que le había pedido que le hiciera el amor.
Pero si hubiera sucedido se acordaría, pensó.
Así que no había ocurrido. No estaba embarazada. Y era el tercer día de ovulación.
Pero ni siquiera pensaba que pudiera salir de la cama, y mucho menos seducirlo.
Sonó un trueno en la distancia. Y de pronto el sonido de la lluvia ya no le taladró el cerebro. Las aspirinas habían hecho su efecto.
Intentó dormirse pero no pudo. Finalmente se destapó y se levantó.
Se duchó, se vistió y se maquilló un poco para disimular la mala cara.
No se sentía bien como para ir al gimnasio. Y la lluvia hacía imposible un pbaño. Debía hacer algo dentro.
Myriam miró a su alrededor buscando inspiración.
Vio las estanterías del salón y tuvo una idea. Podía deshacerse de algunos libros y donarlos a la biblioteca. Llamaría a Rena, la asistenta, para que le llevara algunas cajas de cartón en su camino al ático.
A Víctor le gustaban las historias de intriga, el típico libro que no se volvía a leer si se sabía el final. Decidió deshacerse de algunos libros suyos también.
Fue a su despacho y empezó a buscar.
En ese momento olió un aroma que llamó su atención e intentó identificar. No era polvo, ni piel, ni olor a brillo de muebles…
Era perfume de coco.
Se quedó petrificada.
La mujer que había estado en el despacho de Víctor olía a coco…
—¿Myriam? —la llamó Víctor desde la entrada del ático.
¿La mujer del perfume a coco había estado en el ático? ¿En su ático? ¿En su casa?
¿Qué iba a hacer? ¿Se enfrentaba con él? ¿Buscaba más pruebas? ¿Lo ignoraba?
—Aquí estás —Víctor apareció sonriendo—. ¿Te sientes bien?
Ella lo miró en silencio, tratando de conciliar al hombre que ella conocía con semejante comportamiento. ¿Mientras ella estaba intentando desesperadamente salvar su matrimonio él ya lo había terminado?
—Quiero que conozcas a alguien —dijo Víctor.
—Joe, ésta es mi esposa, Myriam García.
El hombre dio un paso al frente. Era un hombre fuerte, alto.
—Es un placer, señora García —el hombre le extendió la mano.
—Hola —dijo Myriam y le dio la mano.
—Joe será tu chófer —continuó Víctor.
Ella se sorprendió. El hombre parecía una especie de mercenario. Definitivamente, no era alguien con quien ella quisiera estar sola en un callejón.
—¿Myriam? —dijo Víctor—. ¿Estás bien?
Ella lo miró y dijo:
—No necesito un chófer.
Hasta mañana
Capítulo Cuatro
El padre de Víctor se sintió irritado.
—¿Dices que Roberto no llamó nunca, nunca sugirió ni dio a entender…?
—Nunca —lo interrumpió Víctor—. Ni una sola vez.
—Cosas como éstas son las que pueden causar un impacto en la empresa.
—Lo sé, padre.
—Son estas cosas las que pueden causar una pérdida de millones de dólares.
—Eso también lo sé —insistió Víctor.
Alejandro, su padre, dijo desde detrás de su escritorio:
—¿Tienes un buen abogado? ¿Cooperarás totalmente?
—Por supuesto que cooperaré totalmente. No tengo nada que ocultar.
Alejandro lo miró en silencio y Víctor se estremeció ante su actitud.
—Sabes que no tengo nada que ocultar, ¿verdad? —preguntó Víctor.
—No serías el primero en sucumbir a la tentación.
Víctor se quedó helado al oír aquellas palabras de boca de su propio padre.
—¿Crees que yo engañaría?
—Creo que tienes mucho orgullo. Pienso que tienes determinación suficiente como para tener éxito.
—Claro. Me pregunto de quién la habré sacado —murmuró Víctor.
—Necesito saber de qué va todo esto —dijo Alejandro.
—Se trata de un hombre inocente acusado de tráfico de información confidencial, y un intento de chantaje de diez millones de dólares.
—¿Puedes demostrar que te han chantajeado?
—Soy la tercera victima en mi edificio.
—Eso no es una prueba.
—No, pero la policía está trabajando en ello. Si encuentran a la persona que hizo el chantaje, el Organismo regulador del mercado de valores quitará los cargos casi seguro.
—¿Necesitan más ayuda?
Víctor agitó la cabeza.
—Yo he iniciado mi propia investigación, y Collin ha puesto un equipo legal para ello.
—Nunca me ha caído bien Collin.
—Se graduó con las mejores notas en la Facultad de Derecho de Harvard.
—Con una beca.
—Padre, la gente que consigue becas es tan capaz como aquélla que las da.
Alejandro respondió:
—La genética tiene algo que ver.
—No sigas…
—¿Cómo está Myriam?
—Te juro que me voy a ir…
—Sólo te he hecho una pregunta.
—Sólo has relacionado a Myriam con la clase media. Por lo tanto, según tú, genética pobre. No intentes negarlo.
—De acuerdo. No lo negaré. ¿Cómo está Myriam?
«Terriblemente sexy. Terriblemente frustrada. Probablemente enfadada», pensó él, porque eran casi las ocho y todavía no había vuelto a casa.
—Está bien —contestó.
Alejandro se acercó al bar y abrió una botella de whisky.
—Tu madre y yo estamos esperando que nos digas que estás esperando un hijo.
—Lo sé.
Cuando sirvió dos vasos de whisky, Alejandro se dio la vuelta y se acercó.
—¿Alguna razón en particular por la que no ha sucedido?
—Tendremos niños cuando estemos preparados.
—Tu madre está ansiosa.
—Madre ha estado ansiosa desde que he tenido dieciocho años.
—Y ahora tienes treinta y cuatro —le dio un vaso de whisky a Víctor.
Víctor no se podía imaginar a sí mismo contándoles las cuestiones de fertilidad a sus padres.
—Tengo que volver a casa —dijo Víctor después de beber el whisky de un trago.
—Puedo enviarte a alguien de Preston Gautier para repasar la cuestión con Collin.
—Collin es un buen profesional —dijo Víctor—. Está todo bajo control.
Al menos la investigación del Organismo regulador del mercado de valores estaba bajo control. No se podía decir lo mismo del chantaje. Ni de la situación con Myriam.
Víctor todavía tenía en la memoria la imagen de su esposa con la ropa interior sexy que le había mostrado en su despacho.
Si no hubiera tenido una reunión con Gregorio y Trevor habría dejado todo y habría ido tras ella como un perrito.
Pero había tenido que volver al mundo real.
Myriam iba por el tercer Margarita en el loft de María Inés, tratando de ahuyentar la vida real y soportar la humillación.
—¿Fuiste a la oficina a seducirlo? —se rió María Inés sin poder creerlo.
—Llevaba ropa interior sexy —señaló Myriam.
—¿Has hecho alguna vez algo así?
Myriam negó con la cabeza.
—Se quedó sin habla —se rió Myriam al recordarlo.
—Estoy segura.
Myriam se puso seria. En realidad, nada de aquello era gracioso.
—Creo que yo estaba celosa.
—¿De qué?
Myriam le contó la situación en la que lo había encontrado con la mujer del perfume de coco.
María Inés se quedó en silencio.
—¿Crees que tiene una aventura? —preguntó Myriam.
—No, en absoluto —dijo María Inés, convencida.
—¿Y por qué mintió?
—Estamos hablando de Víctor. No va a engañar a su mujer…
—Víctor también es humano —replicó Myriam.
—Sólo tienes como prueba una mentira, una pequeña mentira, que quizás no sea siquiera una mentira. ¿Y si Devon cometió un error?
—Devon es muy eficiente.
—Puede equivocarse también. Y además, la prueba es muy poco fiable como para pensar en infidelidad —dijo María Inés.
—¿Qué me dices de esto? —Myriam se puso de pie—. Suponte que eres un hombre —se abrió uno de los botones de su vestido—. Eres un hombre, y no has tenido sexo durante tres semanas… —se desabrochó otro botón—. Tu esposa, una esposa que está ovulando, aparece en tu despacho… —se desabrochó dos botones más— y te muestra esto —Myriam le enseñó su lencería sexy.
—¡Guau! —exclamó María Inés.
Myriam se cerró el vestido.
—¿Cómo es que una reunión de rutina tiró más de él que yo?
—¡Maldita sea! ¡Estás en buena forma! —exclamó María Inés.
—Es el spa, mi entrenador personal…
—Quiero ir a ese spa.
Ambas mujeres se quedaron en silencio mientras Myriam se abrochaba los botones.
—Sigo pensando que te equivocas —dijo María Inés.
Myriam quería creer desesperadamente a María Inés. Pero algo le advertía de que estaba pasando algo.
En aquel momento sonó su móvil y ella vio que era Víctor.
No contestó.
—Debe de estar preguntándose dónde estás.
—Que se lo pregunte —contestó Myriam.
—Debe de estar preocupado.
—Le está bien empleado.
—¿Me prometes algo? —María Inés se acercó a ella.
El teléfono siguió sonando.
—¿Qué?
—Prométeme que creerás en él, que confiarás en él hasta que demuestre lo contrario. Víctor es un buen hombre, Myriam. Y te quiere.
Myriam respiró profundamente y agarró el teléfono.
—Hola…
—¿Dónde estás? —preguntó Víctor tomando a Myriam por sorpresa.
—Le estoy enseñando mi ropa interior a alguien que le interesa.
Hubo un silencio.
María Inés le quitó el teléfono de la mano y se lo puso en la oreja.
—Víctor, soy María Inés. Lo siento mucho. Creo que le he dado demasiados cócteles Margarita a Myriam —después de una pausa dijo—: No, no la dejaré conducir —le devolvió el teléfono a Myriam.
—Hola, cariño —dijo Myriam, luego empezó a tener hipo.
—¿Estás borracha?
—Un poquito.
—Te enviaré un coche.
—¿Estás borracho tú también?
—No, no estoy borracho.
—¡Pero no vas a venir tú en persona!
—Estoy en Long Island. Acabo de estar con mis padres.
—¿Y si los llamo? —lo desafió.
Tal vez estuviera en Long Island, o quizás estuviera en un hotel con alguien, desconfió ella.
—¿Para qué vas a llamarlos?
—No lo sé. Para decirles hola. Lo que sea.
—Myriam, deja de beber.
—Claro…
Se sentía un poco mareada de todos modos. Y una resaca no la ayudaría a buscar trabajo. Porque con sexo o sin él aquella noche, a la mañana siguiente iba a buscar un trabajo, iba a empezar su propia vida.
Víctor esperó en el vestíbulo que llegase el coche de Myriam. Henry, el conserje, estaba detrás de su escritorio.
Cuando llegó Myriam Víctor y Henry la ayudaron a subir al ático.
Víctor tiró su ropa en un sofá y luego la llevó directamente al dormitorio. Allí la dejó en la cama y le quitó los zapatos.
—¿Sabes? No debería ser tan difícil para dos personas casadas tener sexo —dijo ella con los ojos cerrados.
—No —dijo él—. No debería ser tan difícil.
Víctor le quitó las joyas suavemente y le desabrochó el vestido mientras ella seguía con los ojos cerrados. Los ojos de Víctor se agrandaron al ver el sujetador y las diminutas braguitas.
—¿Víctor?
—¿Sí?
—Prométeme algo.
—Por supuesto.
—Si me quedo dormida… —ella se calló.
—¿Sí?
—Hagamos el amor de todos modos.
Él agitó la cabeza.
—¡Como si fuera a suceder!
—Bien —sonrió ella.
—Myriam, te digo que no.
—Siempre me dices que no —dijo ella frunciendo el ceño.
—Nunca te digo que no.
—Yo me arreglé, me puse toda sexy y… —se quejó ella.
Él dirigió su mirada al encaje negro que realzaba sus pechos.
—Sí.
—María Inés me ha dicho que estaba sexy.
Él se sonrió.
—Estás borracha.
—Voy a buscar un trabajo —dijo ella, decidida.
—Hablaremos de ello mañana por la mañana.
La expresión de Myriam cambió.
—Por favor, déjame embarazada esta noche —y luego todo su cuerpo se relajó. Se quedó dormida.
—Así, no —susurró él—. Así, nunca.
Le quitó suavemente el resto de la ropa, la acostó y arropó. Luego se echó atrás para admirar su belleza y vulnerabilidad.
Su teléfono móvil sonó y él lo atendió enseguida, por miedo a que despertase a Myriam.
Pero ella ni se movió.
—Soy Collin. Selina está en mi casa —dijo una voz.
Eran las nueve y media.
—¿Ocurre algo? —preguntó Víctor.
—¿Puedes venir?
—¿Por qué no venís aquí? Myriam está dormida…
Víctor, por alguna razón, no quería dejarla sola.
—Enseguida iremos —y Collin colgó. Víctor cerró suavemente la puerta del dormitorio.
La realidad era que habían perdido la oportunidad aquel mes. Ya que Myriam tardaría por lo menos veinticuatro horas en estar remotamente romántica otra vez.
Y eso la enfadaría también.
Empezaba a sentirse un poco agobiado con tantos problemas, los de su negocio y los personales.
Por primera vez Víctor se preguntó si el trabajo duro y la ingenuidad serían suficientes para salir sin cargos.
Hubo unos suaves golpes en la puerta de entrada. Fue a abrir.
Víctor llevó a Collin y a Selina a su despacho.
—Creí que tenías a alguien protegiendo a Myriam —le dijo Víctor a Selina.
Selina se sobresaltó.
—Y tengo a alguien —contestó.
—Ha ido al centro hoy. Quiero información sobre cosas como ésa.
—De acuerdo —dijo Selina.
—¿Ocurrió algo cuando Myriam estuvo en el centro? —preguntó Collin.
—Visitó a una amiga. Pero yo no sabía dónde estaba.
—Para que quede claro, ¿quieres un informe de las actividades diarias de la señora García o de amenazas potenciales?
—No estoy espiando a mi esposa —protestó él.
—Tal vez podríamos cambiar algunos aspectos de la operación —sugirió Selina—. Pon a Joe más cerca de la señora García. Por ejemplo, como su chófer. De ese modo no tiene que estar oculto, y puede informarte cada tanto.
—Eso me gusta. ¿Qué más tenéis? —comentó Víctor.
—A Roberto —dijo Collin.
—¿Te has puesto en contacto con él?
Collin agitó la cabeza.
—Está todavía en Washington, reacio a que lo localicemos. Pero ha salido a la luz más información.
—¿Es de ayuda?
Collin y Selina se miraron.
—Lamentablemente, Hammond y Pysanski también invirtieron en Ellias y ganaron un pastón.
—Pero ellos son…
—Los antiguos socios de negocios de Roberto.
—Esto tiene mala pinta… —dijo Selina.
Víctor se defendió.
—¿De verdad creéis que habría empleado este plan para traficar con información confidencial? ¿Creéis que un senador iba a otorgar el contrato a cuatro de sus socios más cercanos pensando que nadie se daría cuenta? Es estúpido.
Collin se inclinó hacia delante.
—¿Y ésa va a ser tu defensa?
—¿Tú tienes una mejor?
—De momento, no. Pero si no se me ocurre algo mejor que eso, la Escuela de Leyes de Harvard habría tirado mucho dinero y tiempo conmigo.
—Quiero que esto se termine de una vez. Ya hay muchos problemas sin la necesidad de estas distracciones.
—Mañana me reúno con el Organismo regulador del mercado de valores —dijo Selina.
—Llévate a Collin contigo.
Selina cambió de expresión.
—¿Qué ocurre?
—A veces Collin choca con mi estilo de hacer las cosas.
—¿Hay problemas entre vosotros dos?
—Diferencias de estilos —dijo Collin.
Víctor no podía creerlo.
—Arreglad vuestras diferencias. Os quiero a ambos en esa reunión.
Selina miró a Collin. Él asintió. Y entonces ella hizo lo mismo.
—Que Joe pase por la oficina mañana por la mañana —dijo Víctor—. Lo traeré al ático y le presentaré a Myriam.
Myriam se despertó mal por la mañana. No había sido buena idea beber con el estómago vacío. Y hacía mucho que no se emborrachaba. Y pasaría mucho más tiempo hasta que bebiera más de dos copas por la noche.
Vio un vaso de agua en la mesilla y dos aspirinas.
«Bendito Víctor», pensó.
A la luz del día no pensaba que Víctor pudiera engañarla. Iba contra sus principios.
Aunque quisiera engañarla, su honor y sus principios se lo impedirían.
La lluvia resonó en los cristales.
Se había enfadado por varios motivos con Víctor el día anterior.
Sin embargo, cuando Víctor la había llevado a la cama y la había acostado, ella había recordado por qué se había enamorado de él.
No se acordaba de muchas cosas, pero sabía que le había pedido que le hiciera el amor.
Pero si hubiera sucedido se acordaría, pensó.
Así que no había ocurrido. No estaba embarazada. Y era el tercer día de ovulación.
Pero ni siquiera pensaba que pudiera salir de la cama, y mucho menos seducirlo.
Sonó un trueno en la distancia. Y de pronto el sonido de la lluvia ya no le taladró el cerebro. Las aspirinas habían hecho su efecto.
Intentó dormirse pero no pudo. Finalmente se destapó y se levantó.
Se duchó, se vistió y se maquilló un poco para disimular la mala cara.
No se sentía bien como para ir al gimnasio. Y la lluvia hacía imposible un pbaño. Debía hacer algo dentro.
Myriam miró a su alrededor buscando inspiración.
Vio las estanterías del salón y tuvo una idea. Podía deshacerse de algunos libros y donarlos a la biblioteca. Llamaría a Rena, la asistenta, para que le llevara algunas cajas de cartón en su camino al ático.
A Víctor le gustaban las historias de intriga, el típico libro que no se volvía a leer si se sabía el final. Decidió deshacerse de algunos libros suyos también.
Fue a su despacho y empezó a buscar.
En ese momento olió un aroma que llamó su atención e intentó identificar. No era polvo, ni piel, ni olor a brillo de muebles…
Era perfume de coco.
Se quedó petrificada.
La mujer que había estado en el despacho de Víctor olía a coco…
—¿Myriam? —la llamó Víctor desde la entrada del ático.
¿La mujer del perfume a coco había estado en el ático? ¿En su ático? ¿En su casa?
¿Qué iba a hacer? ¿Se enfrentaba con él? ¿Buscaba más pruebas? ¿Lo ignoraba?
—Aquí estás —Víctor apareció sonriendo—. ¿Te sientes bien?
Ella lo miró en silencio, tratando de conciliar al hombre que ella conocía con semejante comportamiento. ¿Mientras ella estaba intentando desesperadamente salvar su matrimonio él ya lo había terminado?
—Quiero que conozcas a alguien —dijo Víctor.
—Joe, ésta es mi esposa, Myriam García.
El hombre dio un paso al frente. Era un hombre fuerte, alto.
—Es un placer, señora García —el hombre le extendió la mano.
—Hola —dijo Myriam y le dio la mano.
—Joe será tu chófer —continuó Víctor.
Ella se sorprendió. El hombre parecía una especie de mercenario. Definitivamente, no era alguien con quien ella quisiera estar sola en un callejón.
—¿Myriam? —dijo Víctor—. ¿Estás bien?
Ella lo miró y dijo:
—No necesito un chófer.
Hasta mañana
laurayvictor- VBB CRISTAL
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
muchaaaaaaas gracias!! I´m lovin' it !!
QLs- VBB BRONCE
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
graciias x el cap niiña aii no entiiendo por que viictor no le diice toda la verdad a myriiam asii se ahorrariia tantos problemas xfa niiña no tardes con el siiguiiente cap sii
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por los Caps Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Hola chicas a que les publico el quinto capitulo de esta novelita espero y les este gustando....
Capítulo Cinco
María Inés estaba preparando un té en la encimera de su apartamento.
—Insistió en ponerme un chófer.
Myriam había tratado por todos los medios de quitarle la idea a Víctor de que le pusiera un chófer, pero su cabezonería había sido terrible.
—Quizás sólo quiera que tengas un chófer. El otro día volviste totalmente borracha.
—Ese hombre no es un chófer.
—Te ha traído aquí, ¿no?
—Yo creo que es un delincuente —afirmó Myriam.
—¿Y tú crees que Víctor contrataría a un delincuente?
Myriam dudó en responder. Pero finalmente dio voz a lo que le venía dando vueltas en la cabeza.
—¿Y si ellos tienen razón?
—¿Quiénes?
—Los del Organismo regulador del mercado de valores. ¿Y si Víctor tiene una vida secreta? ¿Y si su riqueza proviene realmente de sus tratos con el submundo? Ya sabes que tiene un montón de dinero…
—Deliras, Myriam. Víctor es un buen marido y un excelente hombre de negocios.
Cierto, pero últimamente parecía ocultar muchas cosas.
—No es tan buen marido —señaló Myriam—. Anda tonteando con la mujer del perfume de coco.
—Tú no sabes realmente si está tonteando con la mujer del perfume de coco.
—Me mintió sobre ella. Y yo sé con certeza que ella ha estado en nuestra casa. ¿Sabes? Mis padres me advirtieron antes de casarme acerca de la gente rica. Decían que no se podía confiar en ellos. Que eran ricos por un motivo, y que la razón no era el trabajo duro y el comercio justo.
—Myriam…
—¿Qué?
—Tú no estabas de acuerdo con tus padres acerca de eso, ¿lo recuerdas?
—Me equivocaba. Y mira adonde me ha llevado.
María Inés reprimió una sonrisa.
—A mí me parece que tienes mucha imaginación. Olvídate de ser apuntadora o recadera. A lo mejor podrías dedicarte a escribir guiones para una futura carrera.
—¿Qué futura carrera? Probablemente me matarán en un fuego entre bandas de delincuentes, porque sabría demasiado para entonces.
—Estás loca —dijo María Inés agarrando el teléfono—. ¿Cómo se llama?
—Víctor Alejandro García Perez.
María Inés agitó la cabeza.
—Me refiero a tu chófer.
—Oh, Joe Germain. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy llamando a Bert Ralston. Si le dedicas sólo una hora a un periodista de investigación, no te imaginas todo lo que puede averiguar.
Myriam volvió al sofá. Era una idea no del todo mala. Al menos así María Inés la creería. Y, al menos, ella sabría si corría algún peligro con Joe.
¿Cómo era posible que Víctor le hiciera aquello?
María Inés colgó el teléfono.
—¿Sabes? Anoche estabas más divertida cuando estabas borracha.
—No te estás tomando suficientemente en serio esto —se quejó Myriam.
María Inés se puso de pie para servir el té.
—Me lo tomo todo lo en serio que merece. ¿Quieres galletas de vainilla?
—¿Cómo es que no tienes resaca? —preguntó Myriam siguiendo a María Inés a la zona de la cocina.
—Porque no bebí tanto como tú. Por cierto, ¿cómo te sientes?
—¿Te refieres al margen del miedo a que me mate algún delincuente de una banda o a irritar a mi chófer?
—Sí.
—Tengo un poco de dolor de cabeza. Víctor me dejó unas aspirinas en la mesilla.
—Una prueba más de su naturaleza maligna y su sangre fría —bromeó María Inés.
—Él no quería que yo sospechase nada.
—Bueno, no lo ha conseguido, ¿no?
—Eso es porque tengo una mente deductiva y brillante.
—Más bien por tu paranoia.
—He oído mentiras, he aspirado el perfume de coco.
Sonó el teléfono de María Inés y Myriam se sobresaltó.
María Inés atendió el teléfono. Apartó la boca del receptor y formó con la boca el nombre de Bert Ralston.
—¿De verdad? —pronunció al oír algo al otro lado del teléfono.
—Gracias. Te debo una —y colgó.
—¿Y? —preguntó Myriam. Se sentó porque de pronto sus piernas no la sostenían.
—Joe Germain no es un chófer. Es un guardaespaldas.
—¿Qué?
—Es un guardaespaldas, Miry. Trabaja para una agencia nacional llamada Resolute Charter. Víctor está tratando de protegerte.
Myriam sintió cierto alivio momentáneo. Pero luego surgieron preguntas.
—¿De qué está tratando de protegerme?
—Supongo que de los periodistas. Como también están implicados Hammond y Pysanski, el asunto del Organismo regulador del mercado de valores está atrayendo mucha atención.
Myriam no tenía ni idea de quiénes eran Hammond y Pysanski. Pero Víctor no era miembro de una banda de delincuentes.
—Eso no explica la presencia de la mujer del coco —señaló Myriam.
María Inés se sentó en una silla a su lado.
—Si esperas un poco de tiempo, estoy segura de que lo de la mujer del perfume de coco se explicará solo.
—Papá ha llamado aquí buscando una explicación.
Myriam estaba encantada de oír la voz de su hermano Brandon al otro lado del teléfono.
—¿Por qué no me ha llamado a mí? —Myriam se sentó en su sofá favorito.
—Papá cree que el FBI tiene tu teléfono pinchado.
—Se trata del Organismo regulador del mercado de valores, y no pinchan teléfonos —replicó.
Aunque no estaba tan segura, pensó Myriam.
Si lo hacían, tal vez ella pudiera obtener alguna información sobre la mujer del perfume de coco.
—¿Qué tal lo llevas?
—Bien.
La verdad era que en aquel momento estaba más preocupada por otras cosas que por el Organismo regulador.
—Entonces, ¿no estás preocupada? —preguntó Brandon.
—Tiene un buen abogado, y dicen que la cosa va bien.
Cuando terminó de hablar pensó que en realidad Víctor no le había vuelto a decir nada desde el día en que habían hablado de ello por primera vez.
—¿Cómo van las cosas en California? —preguntó Myriam, animada.
—He contratado otro veterinario, y estamos buscando dos técnicos.
—¿El negocio va bien?
—Está aumentando. Todavía no estamos en la franja de impuestos en la que estás tú, pero Heather tiene puesto el ojo en una pequeña casa en la costa.
—¿Vas a vender la casa en la urbanización privada?
—Con una familia que va en aumento…
—¿Heather está embarazada otra vez?
Myriam sintió rabia al notar la pena que sentía ante aquella noticia. Los bebés siempre eran una alegría, aunque sólo fuera un sobrino. Pero no podía evitar la sensación de frustración.
—No, Heather no está embarazada. Lucas no tiene ni un año todavía.
—Claro… —Myriam sintió vergüenza por su reacción.
—¿Miry?
—¿Sí?
—Lamento que no te quedes embarazada.
Myriam se quedó helada y sintió un nudo en la garganta.
—¿Cómo has…? —preguntó.
—Lo vi en tus ojos cuando Heather estaba embarazada —dijo Brandon con tono protector—. Y luego cuando tenías a Lucas en tus brazos… Y lo he notado en tu voz cada vez que hablabas de niños...
—Lo estamos intentando —dijo.
—Lo sé. Y supongo que tienes todos los recursos médicos a tu alcance.
—Sí.
—Te quedarás embarazada, ya lo verás.
—¿Cuánto tardó…? —Myriam se calló. No era asunto suyo.
—¿Cuánto tiempo tardó Heather en quedarse embarazada?
—Sí.
—Dos meses más o menos.
Myriam sintió una intensa punzada de tristeza. Ella y Víctor llevaban tres años intentándolo.
—Ya verás como pronto tendrás un bebé en brazos —la animó su hermano.
—¿Y si no ocurre?
—Es pronto para pensar en alternativas, créeme. Soy médico.
—Eres veterinario.
—Pero me paso mucho tiempo con ese tema en gatos, perros, caballos, cabras…
—Yo no soy una cabra.
—El principio es el mismo.
En aquel momento Heather se acercó y le quitó el teléfono.
—Tu hermano es un bruto. Lo voy a matar —dijo Heather.
—Yo no he dicho que sea una cabra —se defendió Brandon.
—Cállate —dijo Heather. Luego se dirigió a Myriam y le dijo—: Hay muchas alternativas. ¿Has intentado la fertilización in vitro?
—Mmmm… No.
—¿La inseminación artificial? Con el esperma de Víctor, por supuesto.
—Me he estado tomando la temperatura.
—Eso es bueno. Levanta las caderas, y no te muevas durante media hora después.
—De acuerdo.
—Brandon no lo sabe, pero yo me tomé la temperatura durante seis meses antes de quedar embarazada de Lucas, y sabía exactamente en qué momento estaba ovulando.
La conversación con Heather la estaba tranquilizando.
—En cuanto a las alternativas, si no funciona nada, tomaremos tus óvulos y el esperma de Víctor y lo implantaremos en mi útero.
—¿Qué?
—Seré tu madre de alquiler.
—No puedes…
—Puedo, y lo haré —dijo Heather.
Myriam se emocionó. Dejó escapar un sollozo ante el ofrecimiento más generoso que un ser humano pudiera hacerle.
—Miry, tú eres mi cuñada, y te quiero. Y quiero que sepas que tienes muchas opciones antes de darte por vencida. ¿De acuerdo?
Myriam asintió sin poder hablar.
—Voy a tomar eso como un sí —dijo Heather.
—Yo también te quiero —susurró Myriam.
—¿Podéis venir a visitarnos? ¿Le está permitido a Víctor irse del estado?
La pregunta sorprendió a Myriam y la hizo reír.
—Sí.
—Bien. Hagamos un plan para vernos entonces.
—Claro…
—Oh, Lucas está llorando. Tengo que dejarte. ¡Os veremos pronto!
Myriam se quedó mirando el teléfono. Su cuñada era un ángel.
De pronto trató de imaginarse qué estaría haciendo Víctor. O con quién estaría. Pensó en el consejo de María Inés. No era razonable pensar que él tenía una aventura.
Lo que era razonable era preguntarse si Víctor iba a ir a cenar a casa.
Marcó el teléfono de su oficina y llamó a Víctor.
La atendió Devon.
—Acaba de marcharse a una cena de negocios.
—¿Sabes en qué restaurante?
Devon dudó.
—Yo…
Maldita sea. Era sospechoso.
—No importa. Sé cuál es. Lo he apuntado esta mañana —mintió—. Creo que era Reno's, o quizás The Bridge…
—Alexander's —dijo Devon.
—Oh, sí, Alexander's. Gracias —dijo Myriam tan animadamente como pudo.
Myriam decidió llamar a «su chófer» y darle alguna utilidad.
El hombre apareció inmediatamente.
—¿Cómo haces para venir tan pronto? —preguntó Myriam cuando lo vio después de colgar.
—Estaba aquí al lado.
—¿Al acecho?
—Algo así…
—¿Es eso lo que haces?
—¿Cómo, señora?
—Cuando no estás conduciendo, ¿simplemente estás al acecho en el edificio?
—A veces lavo el coche —él la acompañó al ascensor.
—¿Y disparas a los tipos malos?
Joe apretó el botón del ascensor sin contestar.
—Sé que tienes un arma —insistió.
—Porque ésta es la ciudad de Nueva York. Es peligrosa.
Apareció el ascensor y él la invitó a que entrase primero.
—Sé que no eres chófer.
—Soy chófer, señora.
—Myriam.
—Señora García.
—Sé que eres mi guardaespaldas.
Él no contestó.
—Deduzco que no puedes confirmar ni negar que eres mi guardaespaldas, ¿no?
Atravesaron la entrada.
—¿Adonde quiere ir? —preguntó Joe con tono profesional.
—Fingiré que no lo sé. Pero creo que tú y yo deberíamos ser sinceros el uno con el otro.
—¿La llevo a cenar a algún sitio?
—¿No hay una relación especial entre guardaespaldas y protegido? ¿Una que exige completa sinceridad?
—¿A visitar a alguna amiga?
—A espiar a mi marido.
Joe se quedó inmóvil.
—¿Es un conflicto de intereses para ti? —preguntó Myriam.
—No —contestó Joe y siguió caminando.
—Bien. Vamos al restaurante Alexander's, por favor.
Víctor se detuvo en el vestíbulo de Alexander's y se alegró de que el informante de Selina tuviera razón.
En el reservado separado parcialmente por una columna estaba el senador Roberto. Estaba flanqueado por dos mujeres jóvenes. No era de extrañar. El senador tenía fama de mujeriego. No era que a Víctor le importase. Su vida privada era cosa suya.
Víctor pasó por al lado del maître y fue en dirección a Roberto antes de que éste lo viera.
—Buenas noches, senador —dijo sin esperar que lo imitase.
Se metió en el reservado y se puso al lado de la mujer rubia.
El senador lo miró con expresión insegura. La mujer sonrió.
Vino el camarero y le preguntó:
—¿Le apetece una copa, señor? ¿Vino?
—Un Macallan de dieciocho años —respondió Víctor—. Con un cubito de hielo.
El camarero asintió.
—Víctor… —dijo Roberto con un asentimiento de la cabeza.
—¿Ha vuelto de Washington, entonces, senador? —preguntó Víctor.
—Esta tarde.
—He intentado ponerme en contacto con usted varias veces.
—Recibí tus mensajes.
—¿Y?
—Y mis abogados me aconsejaron no hablar públicamente del tema.
—Por el contrario, mis abogados me aconsejaron que lo convenciera para hablar públicamente del tema.
Roberto frunció el ceño.
—Me ha sorprendido leer lo de Hammond y Pysanski —Víctor miró al senador, un hombre en quien había confiado durante años.
—A mí también.
—¿Hay algo que yo debería saber? —preguntó Víctor.
—¿Quieres que vayamos al baño un momento, Michael? —preguntó la mujer morena.
—No, el señor García no se quedará mucho tiempo.
El camarero dejó la bebida de Víctor encima del mantel blanco.
—¿Es Víctor García? —preguntó la mujer rubia.
—El mismo —respondió Víctor con una sonrisa de cortesía.
—Lo he visto en el periódico esta mañana. Es mucho más apuesto en persona —agregó la mujer.
Víctor tomó un sorbo de whisky y miró a Roberto.
—¿Tiene algo que ocultar? —preguntó.
—¿Qué crees?
—Creo que Hammond y Pysanski han dado un giro inesperado a los acontecimientos.
—¿Eso me hace culpable? —preguntó el senador
—Eso me hace parecer culpable a mí —dijo Víctor.
—Si tú vas a la cárcel, yo voy detrás.
—Trent afirma que es mucho mejor que demos la cara.
Roberto agitó la cabeza.
—No quiero cerrar ninguna puerta.
—¿Qué me dices de lo otro?
Víctor no necesitaba mencionar el asesinato y el chantaje para que Roberto comprendiera.
—Quiero que mi familia esté a salvo y cuanta más información pueda dar usted… —dijo Víctor.
—Yo no puedo ayudarte en eso —replicó Roberto.
Pero Víctor notó algo en la mirada de Roberto que lo hizo sospechar. ¿Estaría el Organismo regulador para el mercado de valores en la pista de algo?
Víctor se bebió el whisky y agregó:
—Esto no va a gustar a mi cuadro directivo.
—Sí —dijo Roberto—. Porque perder la contribución a la campaña de García International es mi mayor preocupación ahora mismo.
—¿De verdad tiene una preocupación mayor ahora mismo?
—¿Te refieres a otra cosa que no sean los cargos del Organismo regulador?
—Cargos de los cuales somos inocentes —dijo Víctor mirándolo fijamente para ver su reacción.
—Como si eso importase. Lee los periódicos, sigue las noticias… ¿Quién no quiere ver a un senador corrupto y a un millonario ir a la cárcel?
—¿Sí? Bueno, yo creo que las posibilidades de ir a la cárcel disminuyen notablemente si no cometes un delito.
—Esa ha sido siempre mi primera línea de defensa —dijo Roberto.
—Entonces, deje que Trent grabe sus afirmaciones.
Roberto agitó la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—Voy a averiguar por qué —le advirtió Víctor.
Esperó un momento. Pero Roberto no respondió.
Entonces Víctor deslizó su vaso hacia el centro de la mesa y se puso de pie.
continuara.....
Hasta mañana chicas espero sus comentarios
Capítulo Cinco
María Inés estaba preparando un té en la encimera de su apartamento.
—Insistió en ponerme un chófer.
Myriam había tratado por todos los medios de quitarle la idea a Víctor de que le pusiera un chófer, pero su cabezonería había sido terrible.
—Quizás sólo quiera que tengas un chófer. El otro día volviste totalmente borracha.
—Ese hombre no es un chófer.
—Te ha traído aquí, ¿no?
—Yo creo que es un delincuente —afirmó Myriam.
—¿Y tú crees que Víctor contrataría a un delincuente?
Myriam dudó en responder. Pero finalmente dio voz a lo que le venía dando vueltas en la cabeza.
—¿Y si ellos tienen razón?
—¿Quiénes?
—Los del Organismo regulador del mercado de valores. ¿Y si Víctor tiene una vida secreta? ¿Y si su riqueza proviene realmente de sus tratos con el submundo? Ya sabes que tiene un montón de dinero…
—Deliras, Myriam. Víctor es un buen marido y un excelente hombre de negocios.
Cierto, pero últimamente parecía ocultar muchas cosas.
—No es tan buen marido —señaló Myriam—. Anda tonteando con la mujer del perfume de coco.
—Tú no sabes realmente si está tonteando con la mujer del perfume de coco.
—Me mintió sobre ella. Y yo sé con certeza que ella ha estado en nuestra casa. ¿Sabes? Mis padres me advirtieron antes de casarme acerca de la gente rica. Decían que no se podía confiar en ellos. Que eran ricos por un motivo, y que la razón no era el trabajo duro y el comercio justo.
—Myriam…
—¿Qué?
—Tú no estabas de acuerdo con tus padres acerca de eso, ¿lo recuerdas?
—Me equivocaba. Y mira adonde me ha llevado.
María Inés reprimió una sonrisa.
—A mí me parece que tienes mucha imaginación. Olvídate de ser apuntadora o recadera. A lo mejor podrías dedicarte a escribir guiones para una futura carrera.
—¿Qué futura carrera? Probablemente me matarán en un fuego entre bandas de delincuentes, porque sabría demasiado para entonces.
—Estás loca —dijo María Inés agarrando el teléfono—. ¿Cómo se llama?
—Víctor Alejandro García Perez.
María Inés agitó la cabeza.
—Me refiero a tu chófer.
—Oh, Joe Germain. ¿Qué estás haciendo?
—Estoy llamando a Bert Ralston. Si le dedicas sólo una hora a un periodista de investigación, no te imaginas todo lo que puede averiguar.
Myriam volvió al sofá. Era una idea no del todo mala. Al menos así María Inés la creería. Y, al menos, ella sabría si corría algún peligro con Joe.
¿Cómo era posible que Víctor le hiciera aquello?
María Inés colgó el teléfono.
—¿Sabes? Anoche estabas más divertida cuando estabas borracha.
—No te estás tomando suficientemente en serio esto —se quejó Myriam.
María Inés se puso de pie para servir el té.
—Me lo tomo todo lo en serio que merece. ¿Quieres galletas de vainilla?
—¿Cómo es que no tienes resaca? —preguntó Myriam siguiendo a María Inés a la zona de la cocina.
—Porque no bebí tanto como tú. Por cierto, ¿cómo te sientes?
—¿Te refieres al margen del miedo a que me mate algún delincuente de una banda o a irritar a mi chófer?
—Sí.
—Tengo un poco de dolor de cabeza. Víctor me dejó unas aspirinas en la mesilla.
—Una prueba más de su naturaleza maligna y su sangre fría —bromeó María Inés.
—Él no quería que yo sospechase nada.
—Bueno, no lo ha conseguido, ¿no?
—Eso es porque tengo una mente deductiva y brillante.
—Más bien por tu paranoia.
—He oído mentiras, he aspirado el perfume de coco.
Sonó el teléfono de María Inés y Myriam se sobresaltó.
María Inés atendió el teléfono. Apartó la boca del receptor y formó con la boca el nombre de Bert Ralston.
—¿De verdad? —pronunció al oír algo al otro lado del teléfono.
—Gracias. Te debo una —y colgó.
—¿Y? —preguntó Myriam. Se sentó porque de pronto sus piernas no la sostenían.
—Joe Germain no es un chófer. Es un guardaespaldas.
—¿Qué?
—Es un guardaespaldas, Miry. Trabaja para una agencia nacional llamada Resolute Charter. Víctor está tratando de protegerte.
Myriam sintió cierto alivio momentáneo. Pero luego surgieron preguntas.
—¿De qué está tratando de protegerme?
—Supongo que de los periodistas. Como también están implicados Hammond y Pysanski, el asunto del Organismo regulador del mercado de valores está atrayendo mucha atención.
Myriam no tenía ni idea de quiénes eran Hammond y Pysanski. Pero Víctor no era miembro de una banda de delincuentes.
—Eso no explica la presencia de la mujer del coco —señaló Myriam.
María Inés se sentó en una silla a su lado.
—Si esperas un poco de tiempo, estoy segura de que lo de la mujer del perfume de coco se explicará solo.
—Papá ha llamado aquí buscando una explicación.
Myriam estaba encantada de oír la voz de su hermano Brandon al otro lado del teléfono.
—¿Por qué no me ha llamado a mí? —Myriam se sentó en su sofá favorito.
—Papá cree que el FBI tiene tu teléfono pinchado.
—Se trata del Organismo regulador del mercado de valores, y no pinchan teléfonos —replicó.
Aunque no estaba tan segura, pensó Myriam.
Si lo hacían, tal vez ella pudiera obtener alguna información sobre la mujer del perfume de coco.
—¿Qué tal lo llevas?
—Bien.
La verdad era que en aquel momento estaba más preocupada por otras cosas que por el Organismo regulador.
—Entonces, ¿no estás preocupada? —preguntó Brandon.
—Tiene un buen abogado, y dicen que la cosa va bien.
Cuando terminó de hablar pensó que en realidad Víctor no le había vuelto a decir nada desde el día en que habían hablado de ello por primera vez.
—¿Cómo van las cosas en California? —preguntó Myriam, animada.
—He contratado otro veterinario, y estamos buscando dos técnicos.
—¿El negocio va bien?
—Está aumentando. Todavía no estamos en la franja de impuestos en la que estás tú, pero Heather tiene puesto el ojo en una pequeña casa en la costa.
—¿Vas a vender la casa en la urbanización privada?
—Con una familia que va en aumento…
—¿Heather está embarazada otra vez?
Myriam sintió rabia al notar la pena que sentía ante aquella noticia. Los bebés siempre eran una alegría, aunque sólo fuera un sobrino. Pero no podía evitar la sensación de frustración.
—No, Heather no está embarazada. Lucas no tiene ni un año todavía.
—Claro… —Myriam sintió vergüenza por su reacción.
—¿Miry?
—¿Sí?
—Lamento que no te quedes embarazada.
Myriam se quedó helada y sintió un nudo en la garganta.
—¿Cómo has…? —preguntó.
—Lo vi en tus ojos cuando Heather estaba embarazada —dijo Brandon con tono protector—. Y luego cuando tenías a Lucas en tus brazos… Y lo he notado en tu voz cada vez que hablabas de niños...
—Lo estamos intentando —dijo.
—Lo sé. Y supongo que tienes todos los recursos médicos a tu alcance.
—Sí.
—Te quedarás embarazada, ya lo verás.
—¿Cuánto tardó…? —Myriam se calló. No era asunto suyo.
—¿Cuánto tiempo tardó Heather en quedarse embarazada?
—Sí.
—Dos meses más o menos.
Myriam sintió una intensa punzada de tristeza. Ella y Víctor llevaban tres años intentándolo.
—Ya verás como pronto tendrás un bebé en brazos —la animó su hermano.
—¿Y si no ocurre?
—Es pronto para pensar en alternativas, créeme. Soy médico.
—Eres veterinario.
—Pero me paso mucho tiempo con ese tema en gatos, perros, caballos, cabras…
—Yo no soy una cabra.
—El principio es el mismo.
En aquel momento Heather se acercó y le quitó el teléfono.
—Tu hermano es un bruto. Lo voy a matar —dijo Heather.
—Yo no he dicho que sea una cabra —se defendió Brandon.
—Cállate —dijo Heather. Luego se dirigió a Myriam y le dijo—: Hay muchas alternativas. ¿Has intentado la fertilización in vitro?
—Mmmm… No.
—¿La inseminación artificial? Con el esperma de Víctor, por supuesto.
—Me he estado tomando la temperatura.
—Eso es bueno. Levanta las caderas, y no te muevas durante media hora después.
—De acuerdo.
—Brandon no lo sabe, pero yo me tomé la temperatura durante seis meses antes de quedar embarazada de Lucas, y sabía exactamente en qué momento estaba ovulando.
La conversación con Heather la estaba tranquilizando.
—En cuanto a las alternativas, si no funciona nada, tomaremos tus óvulos y el esperma de Víctor y lo implantaremos en mi útero.
—¿Qué?
—Seré tu madre de alquiler.
—No puedes…
—Puedo, y lo haré —dijo Heather.
Myriam se emocionó. Dejó escapar un sollozo ante el ofrecimiento más generoso que un ser humano pudiera hacerle.
—Miry, tú eres mi cuñada, y te quiero. Y quiero que sepas que tienes muchas opciones antes de darte por vencida. ¿De acuerdo?
Myriam asintió sin poder hablar.
—Voy a tomar eso como un sí —dijo Heather.
—Yo también te quiero —susurró Myriam.
—¿Podéis venir a visitarnos? ¿Le está permitido a Víctor irse del estado?
La pregunta sorprendió a Myriam y la hizo reír.
—Sí.
—Bien. Hagamos un plan para vernos entonces.
—Claro…
—Oh, Lucas está llorando. Tengo que dejarte. ¡Os veremos pronto!
Myriam se quedó mirando el teléfono. Su cuñada era un ángel.
De pronto trató de imaginarse qué estaría haciendo Víctor. O con quién estaría. Pensó en el consejo de María Inés. No era razonable pensar que él tenía una aventura.
Lo que era razonable era preguntarse si Víctor iba a ir a cenar a casa.
Marcó el teléfono de su oficina y llamó a Víctor.
La atendió Devon.
—Acaba de marcharse a una cena de negocios.
—¿Sabes en qué restaurante?
Devon dudó.
—Yo…
Maldita sea. Era sospechoso.
—No importa. Sé cuál es. Lo he apuntado esta mañana —mintió—. Creo que era Reno's, o quizás The Bridge…
—Alexander's —dijo Devon.
—Oh, sí, Alexander's. Gracias —dijo Myriam tan animadamente como pudo.
Myriam decidió llamar a «su chófer» y darle alguna utilidad.
El hombre apareció inmediatamente.
—¿Cómo haces para venir tan pronto? —preguntó Myriam cuando lo vio después de colgar.
—Estaba aquí al lado.
—¿Al acecho?
—Algo así…
—¿Es eso lo que haces?
—¿Cómo, señora?
—Cuando no estás conduciendo, ¿simplemente estás al acecho en el edificio?
—A veces lavo el coche —él la acompañó al ascensor.
—¿Y disparas a los tipos malos?
Joe apretó el botón del ascensor sin contestar.
—Sé que tienes un arma —insistió.
—Porque ésta es la ciudad de Nueva York. Es peligrosa.
Apareció el ascensor y él la invitó a que entrase primero.
—Sé que no eres chófer.
—Soy chófer, señora.
—Myriam.
—Señora García.
—Sé que eres mi guardaespaldas.
Él no contestó.
—Deduzco que no puedes confirmar ni negar que eres mi guardaespaldas, ¿no?
Atravesaron la entrada.
—¿Adonde quiere ir? —preguntó Joe con tono profesional.
—Fingiré que no lo sé. Pero creo que tú y yo deberíamos ser sinceros el uno con el otro.
—¿La llevo a cenar a algún sitio?
—¿No hay una relación especial entre guardaespaldas y protegido? ¿Una que exige completa sinceridad?
—¿A visitar a alguna amiga?
—A espiar a mi marido.
Joe se quedó inmóvil.
—¿Es un conflicto de intereses para ti? —preguntó Myriam.
—No —contestó Joe y siguió caminando.
—Bien. Vamos al restaurante Alexander's, por favor.
Víctor se detuvo en el vestíbulo de Alexander's y se alegró de que el informante de Selina tuviera razón.
En el reservado separado parcialmente por una columna estaba el senador Roberto. Estaba flanqueado por dos mujeres jóvenes. No era de extrañar. El senador tenía fama de mujeriego. No era que a Víctor le importase. Su vida privada era cosa suya.
Víctor pasó por al lado del maître y fue en dirección a Roberto antes de que éste lo viera.
—Buenas noches, senador —dijo sin esperar que lo imitase.
Se metió en el reservado y se puso al lado de la mujer rubia.
El senador lo miró con expresión insegura. La mujer sonrió.
Vino el camarero y le preguntó:
—¿Le apetece una copa, señor? ¿Vino?
—Un Macallan de dieciocho años —respondió Víctor—. Con un cubito de hielo.
El camarero asintió.
—Víctor… —dijo Roberto con un asentimiento de la cabeza.
—¿Ha vuelto de Washington, entonces, senador? —preguntó Víctor.
—Esta tarde.
—He intentado ponerme en contacto con usted varias veces.
—Recibí tus mensajes.
—¿Y?
—Y mis abogados me aconsejaron no hablar públicamente del tema.
—Por el contrario, mis abogados me aconsejaron que lo convenciera para hablar públicamente del tema.
Roberto frunció el ceño.
—Me ha sorprendido leer lo de Hammond y Pysanski —Víctor miró al senador, un hombre en quien había confiado durante años.
—A mí también.
—¿Hay algo que yo debería saber? —preguntó Víctor.
—¿Quieres que vayamos al baño un momento, Michael? —preguntó la mujer morena.
—No, el señor García no se quedará mucho tiempo.
El camarero dejó la bebida de Víctor encima del mantel blanco.
—¿Es Víctor García? —preguntó la mujer rubia.
—El mismo —respondió Víctor con una sonrisa de cortesía.
—Lo he visto en el periódico esta mañana. Es mucho más apuesto en persona —agregó la mujer.
Víctor tomó un sorbo de whisky y miró a Roberto.
—¿Tiene algo que ocultar? —preguntó.
—¿Qué crees?
—Creo que Hammond y Pysanski han dado un giro inesperado a los acontecimientos.
—¿Eso me hace culpable? —preguntó el senador
—Eso me hace parecer culpable a mí —dijo Víctor.
—Si tú vas a la cárcel, yo voy detrás.
—Trent afirma que es mucho mejor que demos la cara.
Roberto agitó la cabeza.
—No quiero cerrar ninguna puerta.
—¿Qué me dices de lo otro?
Víctor no necesitaba mencionar el asesinato y el chantaje para que Roberto comprendiera.
—Quiero que mi familia esté a salvo y cuanta más información pueda dar usted… —dijo Víctor.
—Yo no puedo ayudarte en eso —replicó Roberto.
Pero Víctor notó algo en la mirada de Roberto que lo hizo sospechar. ¿Estaría el Organismo regulador para el mercado de valores en la pista de algo?
Víctor se bebió el whisky y agregó:
—Esto no va a gustar a mi cuadro directivo.
—Sí —dijo Roberto—. Porque perder la contribución a la campaña de García International es mi mayor preocupación ahora mismo.
—¿De verdad tiene una preocupación mayor ahora mismo?
—¿Te refieres a otra cosa que no sean los cargos del Organismo regulador?
—Cargos de los cuales somos inocentes —dijo Víctor mirándolo fijamente para ver su reacción.
—Como si eso importase. Lee los periódicos, sigue las noticias… ¿Quién no quiere ver a un senador corrupto y a un millonario ir a la cárcel?
—¿Sí? Bueno, yo creo que las posibilidades de ir a la cárcel disminuyen notablemente si no cometes un delito.
—Esa ha sido siempre mi primera línea de defensa —dijo Roberto.
—Entonces, deje que Trent grabe sus afirmaciones.
Roberto agitó la cabeza.
—No puedo hacerlo.
—Voy a averiguar por qué —le advirtió Víctor.
Esperó un momento. Pero Roberto no respondió.
Entonces Víctor deslizó su vaso hacia el centro de la mesa y se puso de pie.
continuara.....
Hasta mañana chicas espero sus comentarios
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
YUJUUUUUUUUUUUUUUUUUUUUU TENKIUSSSS!!
QLs- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 219
Fecha de inscripción : 15/01/2009
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Gracias por el capituloo!
FannyQ- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 1511
Edad : 32
Localización : Monterrey,N.L.
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: ------Secretos personales-------- (Capitulo final)
Muchas gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
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