Vicco y la Viccobebe
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fuego y pasión

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Mensaje  alma.fra Sáb Mayo 29, 2010 12:26 am

Ke bueno ke ya se dio el primer encuentro, muchas gracias por el capitulo.
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Mensaje  mariateressina Sáb Mayo 29, 2010 12:28 pm

graxias x el capitulo esta muy bonita la novela.

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Mensaje  aitanalorence Dom Mayo 30, 2010 9:43 pm

Saludos y gracias por leer y escribir mensajitos Wink


Al reconocerla, por poco se detuvo su corazón. Lo mismo pasó cuando olió su perfume de violetas y praderas de verano bañadas por el sol. Un aroma dulce y fresco que viajaba a su cabeza tan rápidamente que él habría jurado que lo estaba emborrachando.

Entonces supo qué era aquello que tanto lo había perturbado cuando entró al salón de Fairmaiden.

Había sido su aroma.

Lo había reconocido.

Víctor tragó saliva. ¡Por todos los santos! Sentía la cabeza tan liviana que el suelo parecía hundirse bajo sus pies, haciendo que se sintiera tan inestable sobre sus piernas como aquella vez que había cruzado el mar irlandés.

Aún peor, su túnica de cumpleaños, la que le habían regalado exclusivamente para ir donde Duncan Mor, parecía haber encogido más. Se sentía tan incómodamente apretado que estuvo tentado de meter un dedo bajo la finamente bordada abertura del cuello de su túnica con el fin de aliviar la presión.

Y durante todo ese tiempo lady Myriam estaba sentada, mirándolo con una expresión ilegible en su hermoso rostro.

Sus ojos no parpadeaban y eran tan expresivos, como él había imaginado.
No es que fuera importante si ella parpadeaba o no.

De hecho, él parpadeaba lo suficiente por los dos. Los santos lo compadecían; toda su gigantesca y corpulenta figura temblaba bajo la mirada constante de Myriam.

Duncan Mor gruñó.
—¿Entonces?
—Es mucho más que hermosa —dijo Víctor finalmente con el corazón a punto de estallar—. Una visión.

Comenzó a estirar su mano para tomar la de ella, pero pensó en lo complicado que sería. Así que decidió hacerle una reverencia.
Había aplastado los dedos de más de un caballero osado con el firme agarre de su mano. Su futura esposa tenía las manos mas delicadas que él había visto.

Era impensable tocar su suave y sedosa piel, se dijo victor…

No con esa mirada que se encontraba sobre él y su hechizante aroma de violetas de verano, flotando dulcemente en el aire y entrando con tal suavidad a su nariz.

—Señora, me dejas completamente atónito —dijo Víctor, sintiéndose impotente pero con fuerza suficiente como para decir la verdad.
Sus largas pestañas revolotearon sorprendidas.
—Y tú, señor, debiste descansar un poco antes de venir aquí. —Dejó escapar una breve mirada hacia su padre y sus labios se apretaron con gran sutileza—. Siento mucho que no nos hayamos conocido bajo circunstancias más prometedoras.

Entonces, se acercó un poco a Víctor y posó sus delicados dedos sobre su brazo.
—Lamento mucho tu pérdida.

Víctor asintió, sintiendo calor por la simpatía que mostraba Myriam.
Estaba orgullosamente erguida frente a él, a pesar de que sólo le llegaba a la altura de los hombros y de su agitado pulso, que palpitaba salvajemente en su garganta revelando el nerviosismo que tan esmeradamente había logrado ocultar.
Una leve vulnerabilidad que su padre desaprobaba.
—¡Ante Dios! ¡Un encuentro auspicioso! —dijo Duncan Mor, y posó una mano sobre el hombro de Myriam, empujándola hacia una de las mesas—. ¿De qué manera más favorable podría este hombre haber regresado a casa que viniendo aquí a conocerte?

Para el asombro de Víctor, un pequeño dejo de ira llameaba en los ojos de Myriam. Cuando levantó el mentón, su mirada, fija en su padre, era tan desafiante como la de los enemigos a los que él se había enfrentado en el campo de batalla.

—Aparte de tomarse un tiempo para llorar la muerte de sus hermanos, algunos dicen que necesita también varios días para contar las monedas de las arcas que le entregaste a su señor —declaró ella, sosteniendo la mirada de su padre—. Mi dote matrimonial, ¿recuerdas?
Víctor arqueó una ceja. Le gustaba el atrevimiento de la joven.
Duncan Mor se rió.
—No seas grosera, querida. Además, Alejandro siempre consigue lo que se merece, y le importa más el dulce pasto que crece en nuestros pastizales que el contenido de esas arcas.

La mirada de Víctor iba de su futura esposa a su padre.
Se aclaró la garganta.

—Si se refieren a los enormes cofres de hierro que están en la habitación de mi padre, no creo que los haya abierto todavía.
—¡Ja! ¡Justo a lo que me refería! —dijo Duncan Mor soltando otra carcajada—. El hombre tiene otras preocupaciones ahora, pero yo conseguiré desviar sus pensamientos en otra dirección… Sólo quiero ayudarlo.

Habiendo dicho esas palabras, metió las manos bajo su manto y escarbó en los dobleces hasta sacar una pequeña bolsa de cuero.
—Que nadie diga que soy un tacaño —anunció, batiendo la bolsa de cuero en el aire hasta golpearla sobre la mesa—. Encargué las alianzas a un orfebre de Inverness, el más hábil de todos los orfebres que viven en esa guarida de ladrones y rateros.

Lady Myriam se sonrojó.

Víctor echó un vistazo a la pequeña bolsa de cuero.
Duncan Mor los miró, muy complacido consigo mismo.

—Bueno, no estaría bien que usarais los anillos que encargué para Sussana y Neill, ¿no os parece? —Sonriendo, tomó súbitamente la bolsa y la abrió, dejando que dos anillos coronados de zafiros cayeran en la palma de su mano.

Víctor lo miró fijamente, su sorpresa aumentó cuando Duncan Mor plantó su tesoro sobre la mesa y le hizo señas a un hombre que rondaba en las sombras de una ventana para que disparara.

Un hombre que Víctor no había visto hasta ese momento.

Un encapuchado vestido con el atuendo típico de un monje.

Dio unos pasos hacia ellos, sus intenciones estaban escritas en su rostro.
—Soy Baldric de Barevan —anunció, saludando a Víctor con una inclinación de cabeza—. Conozco bastante bien a su señor padre. Desde hace muchos años, él ha bendecido nuestra humilde iglesia con más de un buen ternero.
—¿Ah, sí? —Víctor se cruzó de brazos.
—Así es —El monje le echó un rápido vistazo a la prometida de Víctor. En su mirada se apreciaba una sombra de admiración mayor de la que le corresponde a un hombre de Dios. Finalmente, su atención se volvió a centrar en Víctor—. Estoy seguro de que su unión con lady Myriam animará a su señor padre.
—¿Así lo cree?
—Ah, estoy seguro de ello. —El hermano Baldric levantó su rostro hacia el cielo y se persignó—. Él sabe que la Mano de Dios está en la unión de ustedes dos. Hace justo un par de días me dijo que le gustaría tener nietos.

Víctor levantó una ceja.

Ese hombre era un mentiroso.

Y estaba seguro de que si los miembros de la iglesia de Barevan, en el lejano Moray, querían comprar ganado a los Macpherson, tendrían que pagar muy caro por el privilegio. Por lo menos, el doble de lo que el padre de Víctor les sacaba a los demás compradores de ganado.
—Buen hombre —comenzó Víctor—, todos en estas colinas saben que mi padre trata de evitar cruzarse en el camino de cualquier hombre religioso desde la desafortunada muerte de mi madre, pues dice que rezó todo lo que pudo, y esa fatal noche perdió su fe.

Baldric de Barevan dejó de apoyarse en un pie para hacerlo en el otro.
No dijo nada.

Víctor continuó, sin darle importancia.

—Verá, mi padre caminaría desnudo bajo una tormenta de nieve antes de regalar uno de sus preciados novillos a una pequeña iglesia al otro lado de las Tierras Altas. La verdad sea dicha, antes de hacerle un regalo de tal magnitud a cualquier iglesia.

Esta vez el monje miró de manera incómoda a Duncan Mor, pero él sólo se encogió de hombros.

—No tengo idea de lo que hace Alejandro con su ganado —dijo Duncan Mor, acomodándose de nuevo en su silla—. Sólo sé que él está de acuerdo con esta alianza.
—Sí, eso es cierto —confirmó Víctor, con intención de no perjudicar a lady Myriam.

El honor y el sentido del tacto le prohibían afirmar que su padre estaba lejos de estar satisfecho de ver a la joven Myriam vinculada con él. Su padre habría consentido la unión de Víctor con una de sus muchas primas pero estaba seguro de que no le consideraba digno de Myriam.
Alejandro Macpherson había sido engañado.

No sabía qué artimañas habrían utilizado ese malintencionado monje y Duncan Mor, pero lo habían engañado. Y ahora estaban tratando de engañarlo a él.

Así que decidió no discutir sobre ganado ni sobre su santa madre. Y aún menos con tan obvio par de sinvergüenzas.

Se sentía como si tuviera una soga al cuello y no le gustaba nada esa sensación. Algo pasaba. Algo tramaban esos dos… ¿Pero qué?

Miró al monje y a su petulante anfitrión. El siempre creciente círculo de sonrientes secuaces de Avelinne, armados hasta los dientes, se reunía a su alrededor. Luego miró a lady Myriam. Por todos los dioses, la muchacha era además de hermosa, piadosa… Y tenía el cabello más hermoso que él había visto.

Víctor sacudió la cabeza. Debía dejar de pensar en lady Myriam. ¡Era tan bella!

Sólo tenía dos opciones: podía rechazarla o ser un caballero y casarse con ella.

Y si su suposición sobre la presencia del hombre religioso era acertada, tenía que decidirse en ese mismo instante.

Pero era obvio que estaban tratando de engañarlo… ¿Con qué finalidad? ¿Qué pretendían? Estaba muy confuso, y su confusión debió reflejarse en su rostro. Su prometida lo examinaba con atención; hizo un gesto de asombro y luego miró a su padre y al monje. La joven parecía muy afectada y Víctor pensó que estaba a punto de desmayarse.
Peor aún, había empezado a temblar.

Pero lady Myriam lo sorprendió al incorporarse súbitamente y recostarse ligeramente sobre su padre.

—¡Me dijiste que él sabía que la ceremonia de compromiso era hoy al mediodía! —dijo ella acusando a su padre—. ¡Me has hecho quedar como una tonta… dejando que me vistiera con mis mejores galas y que trenzara cintas plateadas en mi cabello! Pasaste por alto el hecho de que Sussana abandonara el salón, argumentando que entendías la razón por la cual ella no podía ser testigo de la ceremonia, pues recordaría el día en que se comprometió con Neill.

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Mensaje  myrithalis Dom Mayo 30, 2010 10:13 pm

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  nayelive Dom Mayo 30, 2010 11:16 pm

gracias por el capi aitana saludos
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Mensaje  alma.fra Dom Mayo 30, 2010 11:31 pm

Gracias por el capitulo.
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Mensaje  Dianitha Lun Mayo 31, 2010 10:27 am

graciias x el cap niiña saludos!!1 Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven Like a Star @ heaven
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Mensaje  aitanalorence Lun Mayo 31, 2010 1:09 pm

—Calla, mujer —le dijo su padre levantando una mano—. Sabes que jamás hago algo sin tener buenas razones para ello.
Ignorándolo, Myriam posó firmemente sus manos sobre sus caderas y lanzo una mirada con igual o mayor furia al hermano Baldric. De la misma manera miró a todos los toscos hombres del clan que se amontonaban sobre el estrado.
—¡Todos lo sabíais! —dijo Myriam, sus ojos echaban chispas—. ¡Todos lo sabían excepto el alma más importante bajo este techo! ¡Víctor del Serbal!
En ese momento, le lanzó una fugaz mirada a Víctor, una mirada que sólo podía describirse como llena de simpatía y agitación.
—Nadie se lo dijo. Miradlo. ¡No tenía ni la más mínima idea! —Se interrumpió un momento para tomar aire—. ¡No formaré parte de semejante engaño! Yo…
—Estás siendo acosada por las dudas y miedos femeninos que se apoderan de todas las novias días antes del matrimonio —declaró Víctor, quien al ver la angustia de Myriam tomó, por fin, una decisión.
Sintiendo que la angustia lo aplastaba, dio unos pasos para acercarse más a ella; se puso delante de la joven para protegerla de las miradas de los curiosos. Si había una cosa que no podía tolerar era ver a una mujer maltratada y avergonzada. Afortunadamente, en ese caso, contaba con los medios para acallar la vergüenza de Myriam.
Enderezó la espalda, armándose de valor para mentir una segunda vez desde su entrada al salón del castillo Fairmaiden.
—A decir verdad, les juro que tenía conocimiento de la ceremonia de compromiso —dijo solemnemente, seguro de que durante su regreso a Baldreagan un rayo lo partiría en dos—. Mi padre me lo dijo ayer, en el mismo momento en que llegué.
Ella lo miró fijamente, sus ojos estaban nublados con olas de incredulidad.
Víctor deslizó un dedo bajo el mentón de Myriam, levantando su rostro hacia el suyo.
—Piensa, mujer. ¿Por qué otra razón te habría traído un fino espejo y un delicado peine como regalo de compromiso?
Al escuchar sus palabras, Myriam se mordió el labio y parpadeó, luchando, evidentemente, para que las lágrimas no rodaran por sus mejillas.
A Víctor le bastó con mirarla para saber que estaba perdido.
Sabía que había tomado la decisión correcta, aun cuando aquella mentira lo podría llevar algún día a compartir una morada de azufre en el infierno con Duncan Mor y su monje de ojos bailones.
En ese momento, Víctor miró a los dos hombres con los ojos entornados, sin sorprenderse cuando ellos bajaron la vista con incomodidad. La verdad era que tenían buenas razones para estar incómodos. Si alguno de ellos se atrevía a decir que Víctor no decía la verdad, sería capaz de olvidar su tamaño y su fuerza y les daría una paliza que les haría desear no haber nacido.
No obstante, era evidente que lady Myriam aún tenía dudas.
—¿Es eso cierto? —Se liberó de la mano de Víctor y se acercó a su padre—. ¿Realmente él sabía que la ceremonia de compromiso se oficiaría hoy? ¿No es ésta una de tus tretas para forzarlo a hacer una promesa que no quiere hacer?
Antes de que Duncan Mor pudiera responder, Víctor Macpherson se acercó a ella y posó su mano sobre el hombro de Myriam.
—Yo no estaría aquí si no fuera porque deseo unirme a ti, mi doncella. No lo dudes, pues nunca he pronunciado palabras más sinceras —dijo Víctor, su voz suave y baja, el calor de sus dedos esparciéndose por todo el cuerpo de Myriam.
—Pero tú ni siquiera me conoces. —Myriam no pudo evitar protestar; el tacto de Víctor la inquietaba—. Y yo tampoco te conozco a ti, nunca nos habíamos visto antes. Nosotros…
—Los dos sabemos que eso no es cierto —dijo Víctor, sus dedos apretaron suavemente el hombro de Myriam—. Yo sí te deseo.
La joven se quedó sin aliento mientras su corazón latía con fuerza, desbocado. Víctor había acercado su cabeza a la de ella y le había dicho aquello al oído, sólo a ella.
Igualmente complacido, Víctor mantuvo su mano en el hombro de Myriam, en un gesto de seguridad. Su tacto era más incitador y placentero de lo que ella habría podido creer. Especialmente, cuando su pulgar comenzó a moverse en círculos que subían y bajaban por su cuello; cada caricia la relajaba, la derretía.
—¡Ah! —Duncan Mor le dio una palmada al monje en la espalda—. Mírelos —exclamó con un regocijo poco contenido—. ¡Aunque hubiera buscado por todo el mundo con el fin de encontrar el mejor esposo para mi jovencita, jamás habría encontrado algo así! Aquí está, el hijo más joven de mi gran amigo, tan enamorado como el día.
Se recostó sobre sus talones, su rostro se dividía en dos con una sonrisa.
—¡Santo cielo! Y pensar que mi hija dudaba de mí.
—Nunca hay razón para dudar de ti —gruñó Myriam en un susurro, mientras observaba con sospecha la falsa expresión en el rostro de su padre.
Sin embargo, no podía, negar que su padre estaba muy complacido.
Y él sabía disimularlo bastante bien. Incluso si la razón de su regocijo era su propio y único beneficio y no la confesada preocupación por Alejandro Macpherson y su bienestar.
De hecho, le daba exactamente lo mismo que el apuesto hijo del terrateniente Macpherson simpatizara o no con su hija. Y le interesaba aún mucho menos lo que ella pensara sobre su prometido.
Lo que ella pensaba de Víctor era que le parecía el hombre más apuesto sobre el que había posado sus ojos en toda su vida. Su enorme tamaño y sus rasgos revelaban el parentesco con sus hermanos, pero Myriam estaba segura de que si su prometido estuviera de pie al lado de Neill, podría verse que era incluso más alto que su hermano.
Sus hombros también parecían más anchos. Definitivamente, daba la impresión de ser mucho más fornido. Y aunque Neill era un placer para cualquier muchacha que posara sus ojos sobre él, era muy orgulloso. Myriam nunca se sintió completamente cómoda bajo sus severas y, en ocasiones, arrogantes miradas, aunque la pobre Sussana insistía constantemente en que no existía un solo gramo de vanagloria en su innegablemente atractivo cuerpo.
Víctor poseía las virtudes de ser bien parecido y de buen corazón, típicas de su clan. Eso Myriam ya lo sabía bien. Era evidente cuando hablaba, sobre todo por la manera en que su voz se suavizaba cada vez que hablaba de su madre. Y le había parecido conmovedor que hiciera todo lo posible por animarla y reconfortarla.
Myriam sospechaba que Víctor también tenía un pequeño hoyuelo cerca de la comisura de su boca. Le había parecido verlo cuando él había dejado de mirar fijamente a su padre y al hermano Baldric.
Y que los santos la ayudaran, pero estaba absolutamente enamorada de su futuro esposo.
La joven se humedeció los labios, emocionada. ¿Sería posible que el cabello de Víctor fuera tan suave y sedoso como parecía? ¿O sería duro como el alambre?
El hecho de que lo quisiera saber la dejaba anonadada, así como también el tibio cosquilleo que revoloteaba en su cuerpo mientras pensaba en semejantes asuntos. Sí, decidió. Víctor del Serbal era el hombre más guapo que había conocido.
Y el más valiente.
Como para demostrarlo, Víctor dio unos pasos hacia el frente y tomó los dos anillos que se encontraban sobre la mesa, levantándolos en el aire.
—Que todo el mundo sepa que esta ceremonia de compromiso es absolutamente legal. Yo he acudido aquí sabiendo a lo que venía —dijo, alzando la voz para que todos lo pudieran escuchar.
Tenía que darse prisa y acabar con todo aquello antes de recuperar el sentido común… Porque si pensaba en lo que estaba a punto de hacer saldría corriendo a buscarse otra prometida que no estuviera bajo el yugo de un padre más escurridizo que una anguila.
En vez de salir corriendo, se aclaró la garganta y se concentró únicamente en los profundos ojos color zafiro de Myriam y en su exquisito aroma de violetas veraniegas.
—Yo, Víctor del Serbal, te tomo, Myriam de Fairmaiden, como mi prometida en matrimonio —dijo. Una explosión de aplausos y gritos de aprobación se levantó en el salón en el momento en que Víctor alzó el primer y más pequeño anillo de oro y zafiros y lo deslizó en el dedo de Myriam.
Cuando la algarabía disminuyó, el hermano Baldric comenzó a escarbar en sus pertenencias. Un rápido vistazo al reluciente rostro de Duncan Mor le dio a Víctor la clave para deducir de quién seguía órdenes el monje.
Pero antes de que Víctor pudiera comentar algo, el segundo anillo relucía en su propio dedo, la suave voz de su dama aceptaba su juramento de fidelidad y ofrecía, a su vez, el de ella.
Ya era un hecho.
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Mensaje  nayelive Lun Mayo 31, 2010 3:51 pm

uyy amor aprimera vista jaja gracias aitana por el capi
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Mensaje  Dianitha Lun Mayo 31, 2010 5:29 pm

graciias x el cap What a Face What a Face What a Face What a Face
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Mensaje  aitanalorence Lun Mayo 31, 2010 9:53 pm

En ese mismo instante, a través de unas pocas colinas cubiertas de niebla y del salvaje torrente de agua conocido como Garbh Uisge, Alejandro Macpherson se revolcaba en su monumental cama con dosel, tratando de decidirse entre los peligros de quedarse dormido y arriesgarse a sufrir otro tenebroso sueño o mantenerse despierto y escuchar el pesado respirar que siempre anunciaba la llegada de los fantasmas de sus hijos.
—¡Ay… por amor a Dios! —Frunciendo el ceño con furia, golpeó con fuerza las almohadas por lo que parecía ser la centésima vez desde que había expulsado a Morag y su estúpida bandeja de comida de su habitación—. ¡Acosado por duendes y tazones de gachas en mi propia habitación!
Se puso boca abajo y cerró los ojos con fuerza, resistiéndose a la tentación de taparse los oídos con los dedos. Poco importaba si alguien podía verlo o no, pues estaba completamente aislado tras las bien cerradas cortinas.
Él era aún un hombre poderoso y, por lo tanto, debía procurar mantener la dignidad propia de su condición.
Y para tal efecto, los tenebrosos sueños que lo acosaban eran menos traicioneros que mantener la mirada perdida en la penumbra de su cerrada habitación, con los oídos siempre alerta, esperando que lo sorprendiera algún sonido que no debía escuchar.
Se mordió el labio y estiró el brazo lo suficiente como para abrir las cortinas de su cama un poquito, sólo para asegurarse de que las arcas y los cofres del zorro de Duncan Mor todavía se encontraran apiladas contra la puerta cerrada. Afortunadamente, allí estaban. Habían demostrado ser muy eficientes para impedir las repetitivas intromisiones de su fisgona ama de llaves o de cualquiera de los lacayos que ésta pudiera enviar a sus aposentos para molestarlo e importunarlo.
Alejandro Macpherson estuvo cerca de bramar. Eso era algo para lo que absolutamente todos ellos parecían ser bastante buenos, para agobiarlo con problemas. Duncan Mor, por creer que era un simplón al que resultaría fácil engañar con unos cuantos cofres llenos de piedras cubiertas por una capa de monedas de oro. Morag y sus parientes, por entrar a hurtadillas en su habitación, en repetidas ocasiones, cuando él dormía para abrir súbitamente las persianas, dejándolo casi ciego. O por esperar que él comiera esa comida de marranos a la que llamaban gachas, y creer que semejante imitación de viandas repondría sus fuerzas.
¡Sus fuerzas!
Echó un último vistazo a los cofres cerrados con láminas de hierro. Por todos los santos, habría sonreído de no ser porque su preocupación por los fantasmas le había quitado hasta las ganas de reír.
Pero, de alguna manera, sí sonrió. Así que dejó que las cortinas de su cama cayeran hasta cerrarse completamente y se dio la vuelta para acomodarse en la cama.
La verdad era que una tambaleante torre de arcas no impediría la entrada de un fantasma. Pero los tres pesados cofres que de alguna manera había logrado apilar uno sobre otro al pie de la puerta eran la evidencia de que los días pasados en el lecho no le habían hecho perder masa muscular.
El hecho de saber lo que contenían los cofres, sin siquiera haber echado un previo vistazo, demostraba que su ingenio también lo acompañaba todavía.
Si Duncan Mor, ese cerebro de zorro, tuviera sólo la mitad de su astucia, el muy patán sabría que los pastizales de Fairmaiden eran más que suficientes para satisfacerlo.
Eso y la pequeña damita del tonto de lengua aplastada y bífida.
Pensar en ella le plasmó una sonrisa en su cansado corazón repleto de angustia. De esa manera se acomodó en lo más profundo de las mantas, seguro de que, por una vez en su vida, sus sueños no le traerían ningún tipo de problema.
Desafortunadamente, en vez de soñar que estaba sentado frente al fuego, con sus pies juguetones revoloteando, con su nieto de rosadas mejillas sentado en su regazo, fue el sonido del agua el que colmó sus sueños.
Rápida y arremolinada agua vertiéndose salvajemente sobre fijas y sólidas rocas. Un agitado caldero de espuma y burbujas; su tronante y ensordecedor rugir hacía eco dentro de los confines de su cama, protegida por las cortinas.
Su lecho se había convertido en un refugio, ya no enmarcado por el oscuro roble del que estaba hecho el dosel de su enorme cama, sino por las ramas de los esqueléticos abedules que bordeaban las aguas agitadas por el viento.
El pavoroso Garbh Uisge. El desfiladero plagado de cataratas donde sus 9 hijos habían perdido la vida.
Hijos que podía ver ahora con sus cuerpos quebrados, arrastrados a gran velocidad por los rápidos; sus gritos de muerte alejándose con el viento. Algunos de ellos ya yacían inertes, sin vida, en las pozas que se formaban donde termina el desfiladero, pero otros aún sufrían. Sus vapuleados cuerpos se estrellaban contra las rocas, sus brazos se agitaban frenéticamente, salpicando a Alejandro con la helada y mortal agua.
Alejandro gruñó en su sueño, sus dedos se hundían y se clavaban en las mantas y su corazón comenzó a acelerarse. El sudor empapaba su frente y su almohada. Sus enmarañadas mantas.
La niebla y el rocío lo rodeaban; su helada humedad lo hacía estremecerse y temblar. Y entonces el agua se abDuncanzó ferozmente sobre él y lo arrastró muy cerca de los desesperados y suplicantes brazos de sus hijos. Los flotantes cadáveres de aquellos que ya habían sido reclamados por su destino.
—¡Noo! —gimió Alejandro, sus ojos se abrieron súbitamente.
Tomó una enorme bocanada de aire, notando casi de inmediato el pozo de agua sobre el cual había estado revolcándose. Estaba completamente empapado.
Y notó que alguien había abierto violentamente las cortinas de su cama.
—¡Ten piedad! —Se sentó, apartándose el cabello empapado de los ojos.
Se pasó una mano por su mojada barba, tratando de atravesar con la mirada las sombras y la penumbra. Mojado o no, no estaba dispuesto a deshacerse de la protección que le brindaban las mantas. Sólo un espíritu podría traer al Garbh Uisge a su habitación, y la experiencia le advirtió que pronto vería el espectro responsable de su desdicha.
Y así fue, reconoció a Neill, a pesar de la empapada capa que portaba, la oscura capucha enmarcaba su pálido y vacío rostro. Una cara que lo acusaba, llena de recriminación.
—Usted hizo esto —dijo su hijo mayor de manera despectiva, apuntándolo con su dedo—. Usted y su insaciable codicia.
Alejandro se empujó con los pies hundiéndose en lo profundo de la cama.
—¡Vete, te lo suplico! —gimió Alejandro, los dientes le castañeaban—. No tuve nada que ver con…
—Sí, usted no hizo nada, pero pudo haber reparado el puente. —Neill retrocedió, adentrándose en las sombras de nuevo; su enorme figura vacilaba y se desvanecía—. Ahora es demasiado tarde.
Entonces, las sombras se cerraron a su alrededor tal y como las aguas del terrorífico sueño de Alejandro lo habían cubierto totalmente, hundiéndolo aún más profundamente en los horrores de los que no podía huir, ni siquiera en sueños.
Temblando sin control, se las arregló para arrastrarse de su cama y atravesó a tientas la habitación, logrando llegar hasta una silla. Con el respaldo rígido y macizo como correspondía a la dignidad de un terrateniente de las Tierras Altas, la silla era todo menos cómoda, pero con una manta seca cubriendo su cuerpo y otra extendida sobre sus rodillas, la silla era lo suficientemente cómoda para descansar mientras su cama se secaba.
La última vez que Morag había asomado su vieja cabeza en su habitación, Alejandro le había gritado con tal fuerza y en un tono tan severo que dudaba que ella volviera a subir a preocuparse por su comodidad. Y su propio orgullo evitó que la llamara.
Así que se dejó caer sobre su asiento y se arropó de la mejor manera posible, frunció el ceño, en especial cuando miró la pila de arcas y cofres de Duncan Mor que bloqueaban la entrada. Como se encontraba muy débil en ese momento, dudaba poder mover las arcas y los cofres para salir a buscar a alguien.
A decir verdad, sólo conocía un alma con la fuerza suficiente para abrir esa puerta. Sí. Como se encontraba tan nervioso, podría incluso alegrarse de ver a su hijo más joven.
Enfurecido por ese pensamiento, se recostó en la silla y volvió su rostro hacia el fuego.
Entonces, hizo lo que todo buen terrateniente haría para fingir que semejante pensamiento jamás se le había pasado por la cabeza.
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Mensaje  aitanalorence Lun Mayo 31, 2010 9:55 pm

Víctor permaneció de pie ante las ventanas en forma de arco del salón de Duncan Mor, ligado legalmente, y para todos los efectos y propósitos, a la encantadora hija del terrateniente de Fairmaiden, y estaba a punto de llevar a cabo su primer acto como su paladín personal.
Cuando los escandalosos bufones que en ese momento estaban reunidos a su alrededor alejaran a Myriam de la mesa, Víctor tendría una charla con Duncan Mor. Palabras que no tenían por qué alcanzar los delicados oídos de su prometida.
Algunas cosas era mejor mantenerlas entre hombres.
Víctor apretó los puños, a la espera.
Su nueva dama, ya recobrada, aceptó los buenos deseos de los hombres de su padre con perfecta desenvoltura. Se unió a su risa y respondió a sus vítores y bromas con una sonrisa deslumbrante, con sus brillantes ojos de ambar destellando a la luz de las antorchas.
Cuanto más la observaba, más lo complacía.
Su voz se proyectaba hacia él, su bajo tono resultaba seductor y su suavidad fluía a su alrededor como dulce vino. Por los santos, deseaba tocarla. De hecho, sólo mirarla era casi como tener contacto físico. Ardía de ganas de dirigirse rápidamente hacia ella y tomarla entre sus brazos, apretarla contra su cuerpo, permitiendo que derramara suaves y dulces palabras sobre él hasta que se ahogara en ellas.
Pero alguien había aparecido con una bandeja generosamente surtida de pasteles de manzana fritos y peras condimentadas, manjares tentadores que llamaban la atención lo suficiente como para que Víctor aprovechase su oportunidad.
El momento se acercaba.
Abandonó las sombras del alféizar de la ventana y avanzó decididamente hacia la alta mesa, con el manto con los colores de su casa echado hacia atrás a fin de revelar el mango dentado de su hacha de vikingo y la empuñadura envuelta en cuero de su espada.
Al verlo, Duncan Mor sonrió y levantó la jarra de cerveza, listo para servirle un vaso del espumoso líquido. Pero Víctor tomó el vaso antes de que su futuro suegro pudiese llenarlo y lo colocó deliberadamente fuera de su alcance.
La sonrisa de Duncan Mor se desvaneció.
—¡Vaya! ¿Qué es esto? —preguntó, arqueando una ceja—. ¿Rechazas mi cerveza? Hubiera pensado que querrías calmar tu sed en un día tan memorable.
—Sí, memorable —admitió Víctor—. Es también un día para hablar claro.
Duncan Mor lo miró.
—Mis oídos están abiertos —dijo, dejando escapar una mirada al lugar donde permanecía Myriam en medio de una multitud de hombres que devoraban los pasteles de manzana—. ¿No me digas que no te sientes a gusto con mi hija?
Víctor tomó la jarra de cerveza y se sirvió un poco, sin dejar de mirar a Mor mientras vaciaba el vaso.
—¿Que no estoy a gusto con ella? —repitió finalmente, devolviendo el vaso a la mesa—. Te equivocas. Pero estoy fuertemente disgustado por haber sido engañado. Que eso no vuelva a ocurrir.
Para sorpresa de Víctor, sus palabras sólo lograron que el hombre volviera a sonreír.
—Deberías tenerme en mayor estima; al fin y al cabo gracias a mí has conseguido tan valioso tesoro. —Duncan Mor lanzó otra mirada rápida en la dirección de su hija—. Ella…
—Es un tesoro demasiado valioso como para que la avergüencen públicamente —lo interrumpió Víctor, midiendo su voz para que tan sólo Duncan Mor pudiera escucharlo—. Vuelva a hacer que se sienta avergonzada y se lo advierto: tendrá que responder ante mí, y no tendrá escape. —Víctor dejó que sus dedos se enroscaran visiblemente alrededor de la empuñadura de su espada—. Estaría tras de usted en un santiamén, pisándole los talones. Tan cerca de usted como sus galgos lo están ahora del fuego. —Miró a los perros, que descansaban cómodamente frente a la enorme chimenea.
De nuevo, para sorpresa de Víctor, el hombre mostró una sonrisa aún más profunda y golpeó la mesa, dejando, incluso, escapar una carcajada.
—Por todos los santos, si hubiera sabido que te lo tomarías tan a pecho, muchacho, habría sido más sutil —declaró, poniéndose de pie—. Pero soy un hombre viejo y brusco, no estoy acostumbrado a ambientes cortesanos y buenos modales.
Impasible, Víctor tomó de la mesa un apetitoso bocado de carne asada y se lo lanzó a un perro que se encontraba cerca.
—Olvide lo que he dicho de los galgos —dijo, limpiándose las manos—. De hoy en adelante, hágale pasar a su hija tan sólo un momento de dolor, y me convertiré en su sombra.
—¿Dolor? —El hombre agarró el brazo de Víctor, indicándole el grupo que bailaba en medio del salón—. Dime que no parece más feliz que cualquier doncella que hayas visto antes.
Y era verdad. Víctor no lo podía negar.
—De cualquier forma —dijo, soltando su brazo—, quiero que se mantenga de esa manera. Y me gustaría hablar en privado con ella ahora en algún lugar, lejos de este salón, donde ella pueda hablar con libertad.
Duncan Mor se dejó caer en la silla y movió la mano mostrando indiferencia.
—Viejo y burdo podré ser, pero no desconsiderado. Mi salón privado ya ha sido preparado para ti, con todas las comodidades de mi casa.
Víctor asintió y se apartó del hombre. Sólo necesitaba dar unos pocos pasos para llegar al lado de Myriam. Cuando lo hizo, llevó la mano de ella hacia sus labios y la besó.
Un privilegio completamente suyo, pero peligroso.
Tan sólo inhalar su aroma de violetas lo hacía estremecerse. Sentir la suavidad de su piel bajo sus labios resultó ser una tentación mayor de lo que esperaba.
O necesitaba.
Especialmente ahora, cuando deseaba intercambiar palabras sinceras con ella.
—Ven —dijo ella, entrelazando sus dedos con los de él y alejándolo del salón—. Te he visto hablar con mi padre, y entiendo que quieres hablar conmigo ahora. —Entonces, lo miró con sus luminosos ojos de ambar de largas pestañas—. Yo también quisiera hablar contigo en privado. El salón de mi padre ha sido preparado, y nos espera.
Y, en efecto, había sido preparado. Así lo pudo observar Víctor cuando, un instante más tarde, Myriam lo llevó al interior de la tranquila recámara, cerrando bien la puerta al entrar.
Se trataba de poco más que una pequeña recámara de techo bajo, justo encima del gran salón de Fairmaiden. La habitación mostraba todas las comodidades que Duncan Mor podía ostentar. Al igual que en la primera planta, la de abajo, las esteras de junco en el suelo parecían recién esparcidas y emanaban un dulce aroma; los muros habían sido encalados recientemente y su blancura no dejaba ver señal alguna de hollín proveniente de la pequeña y agradable hoguera que resplandecía en la parrilla de la chimenea.
Un banco cerca de la puerta los atraía con cojines finamente bordados y un cobertor de piel, mientras que en una pequeña mesa había un plato ligero con queso azul, tajadas de carne fría y almendras con miel.
Víctor sabía, sin necesidad de probarlo, que el vino que llenaba la costosa jarra que había sobre la mesa resultaría tan estimulante como ninguno que hubiese probado antes.
Por encima de todo, era la pequeñez del cuarto lo que lo desestabilizaba. Estrecha como era, la pequeña y ordenada habitación capturaba y mantenía el perfume cautivador de su novia. Ni siquiera el aire frío y húmedo que entraba a chorros por los estrechos arcos de la ventana lograba disipar su agradable aroma.
Su perfume se arremolinaba alrededor de Víctor, generando en él la evocación del sol veraniego y las violetas y provocando así sus sentidos. Todo en ella desprendía un encanto mayor al que él era capaz de resistirse.
Especialmente cuando ella posaba una mano sobre su brazo y elevaba su mirada hacia él con tal interés que su corazón latía erráticamente.
—Yo sé qué es lo que te preocupa, pero no hay razón para que albergues tales dudas.
Víctor la miró.
—¿Dudas?
Ella asintió, segura de que Víctor sabía a qué se refería.
—Ya te lo dije… Te vi hablando con mi padre. Tu disgusto saltaba a la vista.
—Mi disgusto no tenía nada que…
—Escúchame, por favor —lo interrumpió, posando sus dedos sobre los labios de Víctor—. Si es mi tamaño lo que te hace dudar, ten la seguridad de que, aunque parezco débil y soy pequeña, estoy perfectamente capacitada para llevar una familia. Soy fuerte, aunque no lo parezca.
Lo miró, consciente de que al menos dos pretendientes la habían rechazado en el pasado por no parecer lo suficientemente robusta. Y asimismo era consciente de que no quería que preocupaciones de ese tipo nublasen su unión con Víctor Macpherson.
Pero él la sorprendió mirándola como si no pudiese creer lo que estaba escuchando.
El alivio la recorrió, tibia y rápidamente.
Especialmente cuando él acabó con sus preocupaciones de un plumazo.
—Dulce dama, nada está más lejos de la verdad —declaró, y el corazón de Myriam latió con fuerza—. He conocido las comodidades de tu hogar y sé que tú y tu hermana sois responsables. Cualquiera que cuestione tus habilidades es un tonto.
Complacida, así como un poco nerviosa bajo la intensidad de su mirada, Myriam cruzó la pequeña habitación y tocó el borde de un tapiz. Verdaderamente exquisito, los colores eran tan brillantes como joyas y la escena de caza representada evidenciaba una calidad que Víctor no había visto desde que había dejado Eilean Creag, el castillo de su primer señor feudal, Duncan MacKenzie.
—Yo cosí cada puntada de este tapiz —reveló su novia; su conmovedora mezcla de orgullo y vulnerabilidad atravesaba el corazón de Víctor—. Y las almohadas que cubren el lecho, cerca de la puerta.
—Muchacha, no necesitas demostrarme…
—Sé leer, y Sussana y yo compartimos la tarea de llevar las cuentas del hogar de mi padre —continuó como si él no hubiese hablado—. Sussana y yo incluso hemos administrado Fairmaiden por nuestra propia cuenta, en tiempos extremos, cuando mi padre y sus hombres se encontraban lejos haciendo la guerra o visitando aliados. Y… soy experta en las artes curativas y no desfallezco ante la presencia de la sangre y miembros fracturados. Yo…
—Tú eres todo lo que un hombre podría esperar, y más de lo que este hombre alguna vez soñó hacer suyo —declaró Víctor, colocándose al lado de ella con tres pasos rápidos—. Malinterpretaste mi disgusto en el salón. Tu padre y yo teníamos muchos asuntos que discutir. No tenían nada que ver con tus habilidades como dama.
Ella parpadeó.
—¿Entonces, no estabais hablando de mí?
Víctor se pasó una mano por la barbilla.
—Teníamos otros asuntos que resolver —dijo, esperando que ella dejara la discusión en ese punto—. Pero sí estabas en mi mente, sí.
—Si no era en mis habilidades, entonces ¿en qué estabas pensando?
—En esto —dijo Víctor, inclinándose para besarla.
Le dio un beso gentil, tan suave y ligero como pudo hacerlo. Hasta que ella se disolvió en él y gimió con lo que sólo podía ser descrito como placer. Aferrándose a Víctor, Myriam separó sus labios, unos labios en todo sentido tan exquisitos y dulces como él había esperado que fueran.
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Mensaje  myrithalis Lun Mayo 31, 2010 10:07 pm

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  nayelive Lun Mayo 31, 2010 10:38 pm

study study study apesar de que estoy cansada aqui me tienes leyendo jajajaja gracias aitana por el capi saludos y besos a tu bbita fuego y pasión - Página 3 400496 fuego y pasión - Página 3 400496
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Mensaje  aitanalorence Mar Jun 01, 2010 12:23 am

Gracias por sus mensajitos, saludos ili, naye que descansen!!!

Aca ya son las 7 y 20 am y mi marido ya esta alistandose para irse a trabajar y yo duermo a ratos jejejej entre la gordi ( que ya recibio sus besos que le envian) y mis vicios study fuego y pasión - Página 3 278288 Rolling Eyes pues me encarrero y ya dormire cuando Vicky tome su siesta despues de almorzar Razz

Incapaz de evitarlo, ladeó la cabeza, intensificando el beso que se moría por darle desde el momento en que la había vislumbrado en el bosque. Dejó que su lengua jugueteara con la de ella, y su corazón comenzó a golpetear cuando la joven deslizó sus brazos sobre su espalda para terminar agarrándolo con fuerza por los hombros y entrelazando los dedos en su cabello. Un cabello tan grueso, fuerte y sedoso como lo había imaginado. Cayendo libremente sobre sus hombros, las frías y suaves hebras se derramaban por sus dedos tan seductoramente como los lentos y sensuales encuentros de su lengua con la de ella. Un delicado calor líquido recorrió a Myriam, haciéndole sentirse mareada pero maravillosamente viva.
Temblorosa y sin aliento.
Su corazón comenzó a palpitar y ella lo abrazó con más fuerza, recibiendo su beso, su propia y codiciosa necesidad femenina. Se deleitaba concentrándose en cómo podía sentir cada latido del corazón de Víctor haciendo eco en todo su cuerpo.
Las caricias de su lengua desataban una sensación enloquecedoramente deliciosa de revoloteo en su interior.
Eran unas pulsaciones perversas, increíblemente placenteras, que tenía la certeza de que no debería estar disfrutando.
No allí, en el salón privado de su padre.
Pero Víctor era su prometido y su anillo de titilaba en el cuarto dedo de su mano derecha. Así que tomó coraje de ese anillo y se dejó llevar por el asombro, permitiendo que su lengua danzara y se enredara con la de él, una y otra vez, hasta que un fuego hirviente la recorrió con tal fuerza que pensó que ardería antes de terminar el ultimo beso de pasión.
No podía ser malo que le permitiera que la besara. O que lo besara ella.
Después de todo, ¿no era eso lo que había deseado en el pozo de la Santa la otra noche? ¿No había recorrido el bosque desnuda? ¿No había tomado un baño en agua sagrada y rayos de luna sólo para asegurarse de que le fuera concedida una pareja agradable y apasionada?¿Habia rogado a la Santa que le permitiera conocer alguna vez en su vida una gotita de pasión?
¿Y no la había recompensado la Santa con una visión de él?
Aunque en ese momento ella había creído que el guapo caballero que había visto sentado en su caballo mirándola fijamente era un producto de la imaginación mágica de las Tierras Altas.
Un capricho de la santa.

iluminado por la luna, para consolar su solitario y dolorido corazón.
En efecto, ataviado con nada más que la niebla nocturna, envuelto en un manto escocés abatido por el viento, y vestido con su brillante cota de malla, Víctor parecía un ser surgido de la magia, un semi dios.
Y ahora estaba con ella, besándola. Myriam gimió, abriendo más la boca, deseando silenciosamente que Víctor no parase, que continuara con este asalto a sus sentidos que le derretía los huesos, hasta que ella no pudiera resistir más la exquisita fricción de cuerpo al frotarse contra el calor áspero de su manto.
¿Su cuerpo?
Myriam abrió los ojos de repente; el lánguido calor que había pulsado en su interior se escapó en un instante.
—Oh, no —jadeó, mirando hacia abajo y viendo uno de sus senos asomarse por el borde superior de su corpiño.
No todo!!! , pero gran parte de él estaba totalmente expuesto
—¡Ay, Víctor! —Myriam se apresuró a ajustarse el vestido, pero él se movió con la velocidad de un relámpago, tomando suavemente su muñeca y bajándole la mano a la cintura.
—No te avergüences —dijo, tocando tan sólo con la punta de su dedo—. No he visto algo más encantador y no aceptaré que este día termine contigo afligida. Te quiero siempre segura y consciente de cuan hermosa eres para mí.
Sosteniéndole la mirada, Víctor se llevó la mano de su amada a la boca y la beso lentamente tan suavemente que las sensaciones generadas por el contacto casi la hicieron desmayarse.
Sus rodillas ciertamente se debilitaban.
Pero ella era tan pequeña, a los hombres sin duda les gustaban las mujeres grandes y corpulentas. Lozanas y de curvas marcadas.
Criaturas robustas de ojos encendidos, cuyas caderas se menearan al caminar, sus pechos sacudiéndose siempre; mujeres que estuviesen dispuestas a echar sus cabezas hacia atrás y reír de buena gana. Desvergonzadas que atrajeran las miradas masculinas, que inspiraran lujuria y fueran todo lo que ella no era.
Imaginando a esas mujeres, Myriam tragó saliva, con el pulso acelerado. Pero Víctor sólo sonreía, con tanta apreciación brillando en sus titilantes ojos que, por un momento, ella habría jurado que él no estaba en el salón iluminado por el fuego, sino en medio de una pradera veraniega con la brillante luz del sol reflejándose en su cabello.
Una brisa rígida que entró por la ventana agitó su cabello, levantando las hebras a la altura de su frente. Myriam se humedeció los labios mientras lo miraba, con la certeza de que nunca vería a un hombre que la atrajese tanto como Víctor.
Seguramente, no podría pensar en alguien que rivalizara con su gran estatura y el ancho de sus hombros le robaba el aliento, pero era su calor y su exuberancia natural lo que la enloquecían. La irresistible chispa de humor que iluminaba todo su rostro cuando sonreía.
Aun así, sonrojada, sintió un alivio intenso cuando él le ayudó a subirse el corpiño, alisando la tela sobre su pecho hasta que su decencia había sido restaurada por completo.
—No me crees —dijo él, mientras su sonrisa se desvanecía—. Dudas de mí cuando digo lo hermosa que eres.
—Yo soy…
—Eres adorable —declaró Víctor, buscando apaciguarla.
Puede que él no hubiese sido bendecido con hermanas, pero había pasado suficientes años como escudero bajo el techo de Duncan MacKenzie para observar a las dos hijas del pujante terrateniente en sus mejores y en sus peores momentos.
Víctor se inclinó, dejando caer un suave beso sobre la cabeza de Myriam.
—Me has hechizado, y las palabras que te he dicho las he dicho con el corazón. Yo sí te deseo.
Pero Myriam seguía sin parecer convencida.
—Tienes lazos con los MacKenzie —arguyó, levantando la barbilla—. Ellos tienen amplias conexiones e influencias. Podrías tener una doncella de sangre superior. El Ciervo Negro de Kintail te podía haberte buscado una que te habría llenado de orgullo.
—¿Llenado de orgullo? —Víctor sólo pudo mirarla, boquiabierto.
Solamente su cabello sería el orgullo de cualquier esposo. Adornado con cintas de plata, con esa gruesa trenza que le llegaba hasta las caderas y que bien podría haber sido trenzada con rayos de luna, tan hermoso y brillante era su cabello.
El privilegio de ser el hombre que pudiese deshacer tan finas trenzas, para luego recorrer su volumen rizado y sedoso con sus dedos, llenaba su corazón con una sensación tan cercana al asombro que casi lo hacía pensar que ella realmente poseía un toque de los sithe.
—Dulce m
Myriam, tú me llenas de orgullo —declaró, tomando su trenza y llevándola a sus labios—. Si no me crees, entonces debo preguntarte si nunca te has mirado en un espejo.
Ella se sonrojó aún más, pero le sostuvo la mirada.
—Considerando la manera en que te he sido impuesta, estoy satisfecha de que pienses así.
Víctor la tomó en sus brazos y la llevó hasta el banco que había junto a la puerta, donde la sentó.
—Preciosa dama —comenzó, acercando un taburete para sentarse él también—, estoy más que satisfecho. Me encuentro hechizado, y lo he estado desde la primera vez que posé mis ojos sobre ti. Y lo quiero decir aquí, en el salón de tu padre.
Ella lo pensó.
—Quieres decir cuando me viste en el bosque…
Víctor asintió.
—Pensé que eras un hada. Y me robaste el corazón en ese mismo lugar y momento. Pensé que eras la criatura más hermosa que había visto en toda mi vida.
—Pero fruncías el entrecejo. —Se inclinó hacia atrás y lo miró—. Podía ver tu cara a la luz de la luna.
Víctor sonrió.
—Dulce Myriam: ¡veo que no voy a poder ocultarte nada! —Inclinándose hacia adelante, le dio un suave beso en los labios—. He dicho que me hechizaste, y ésa es toda la verdad. En efecto, te tomé por una doncella sithe —añadió, bajando la voz para hacerla sonreír—. Y, como tal, temía la ira de un guapo príncipe de las hadas, de un alma iracunda lista para saltar del brezo, blandiendo su espada de fuego.
Ella tomó un cojín y lo llevó a su regazo, doblando los dedos alrededor de sus bordes.
—¿Por qué pensaste que un príncipe de las hadas iba a enfadarse contigo?
—Porque todo el mundo sabe que las hadas pueden ver el interior de los corazones de los hombres, y él habría sabido cuánto me habías impresionado.
—¿Y ahora que sabes que no soy un hada? —le presionó—. Ahora que has visto…
—¿Tus encantos? —Una sonrisa sincera y brillante iluminó su rostro—. Lo que acabo de ver hace tan sólo un momento me ha demostrado que eres aún más hermosa de lo que yo pensaba. Con toda certeza, ¡más bella que cualquier hada!
Myriam abrió ampliamente los ojos ante tal afirmación, pero parecía complacida.
Al ver que su rostro se iluminaba, él también se sintió complacido. En realidad, todo en torno a ella resultaba agradable.
En su mente, aún podía ver sus pechos agitados contra él. Incluso estuvo tentado de decírselo, comparando su dulzura con un rosado pétalo de rosa, pero no deseaba asustarla, así que simplemente se giró sobre el banco para tomar la jarra de vino y llenar dos cálices con el líquido escarlata.
Ella ladeó la cabeza y lo miró por entre las pestañas.
—Estoy pensando que podrías lograr que incluso una vieja arpía creyese que es una visión digna de los ojos de un hombre, pero soy consciente de mis limitaciones. —Lo miró a los ojos con gesto firme, como exigiendo absoluta sinceridad—. Mucha gente dirá que deberías casarte con una robusta doncella del norte. ¡Una muchacha de anchas caderas capaz de darte magníficos y fornidos hijos!
Víctor estuvo a punto de atragantarse. Pero no se atragantó, y cuando apuró su copa, se bebió de un trago la que había llenado para ella.
—He conocido a muchos guerreros cuyas esposas son tan pequeñas y delicadas como tú y han dado a luz a varios muchachitos espléndidos y saludables —mintió Víctor, ahora con la certeza de haber dicho tantas falsedades como para pasar toda la eternidad justo en el lugar donde no deseaba aterrizar, en el mármol del infierno.
—Me alegra. —Myriam se acercó para tocar su rostro, dejando que sus dedos se deslizaran por sus mejillas y a lo largo de su barbilla, por las comisuras de sus labios—. Otros pretendientes se han negado a aceptarme debido a mi tamaño. Temía que desearas pasar un tiempo a solas conmigo con el fin de discutir inquietudes similares.
A Víctor se le pusieron los pelos de punta. Su puño estaba inquieto por golpear la nariz de cualquier patán que alguna vez la hubiera insultado u ofendido.
—Nunca se me habría ocurrido pensar semejante cosa —comenzó, rebuscando en su mente para elegir las palabras más adecuadas para la ocasión—. Quería que hablásemos en privado porque deseaba decirte que te había visto en el bosque. Quería que estuvieras segura de que yo deseo este compromiso debido a ti y no a ninguna alianza arreglada entre nuestros padres.
Myriam levantó una ceja.
—Pero aunque yo no te gustara también habrías accedido al matrimonio.
Víctor asintió, incapaz de mentir.
—Así son las cosas —le recordó, complacido al ver que ella tomaba un sorbo de vino—. Pero en ese caso sólo habría cumplido con mi deber. Ahora, estoy ansioso por casarme contigo.
—Yo también estoy feliz. —Myriam lo miró, sus palabras encontraban oscuros lugares en su corazón y sanaban heridas que él había olvidado—. Si tú pensaste que yo era un hada, yo hubiera jurado que tú eras uno de los grandes guerreros míticos. ¡Nunca hubiera creído que tan excelente y magnífico hombre saldría de la niebla cabalgando! —Myriam terminó su vino, pero mantuvo los dedos apretados en torno a la base del cáliz—. Al verte, pensé que la santa de las Aguas te había llamado. Que ella había enviado a un antiguo guerrero gaélico para que…
—¿Santa Brígida de las Aguas? —Víctor se puso de pie y comenzó a caminar de un lado a otro. Él sabía mejor que la mayoría quién era la tal santa... Y necesitó de todas sus fuerzas para poder evitar disgustarse. Para no ver malos presagios en la mención de Myriam del nombre de la santa celta.
La frente de su madre había sido lavada con agua del pozo de esa Santa en la noche de su nacimiento.De la muerte de esa dulce mujer que había muerto por parirlo a él…
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Mensaje  alma.fra Mar Jun 01, 2010 12:28 am

Muchas gracias por los capitulos, me encanta esta novela. Ya duermete mujeeeer jaja descanza y besos a la bebe.
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Mensaje  mats310863 Mar Jun 01, 2010 10:10 am

OJALA QUE LA MENCIÓN DE ESA SANTA, NO SEA MAL PRESAGIO, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  nayelive Mar Jun 01, 2010 3:20 pm

gracias por el capi aitan muy bueno fuego y pasión - Página 3 400496 fuego y pasión - Página 3 400496 fuego y pasión - Página 3 388331
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Mensaje  fresita Mar Jun 01, 2010 4:15 pm

gracias `por el capi no tardes con el proximo


saludos
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Mensaje  Dianitha Mar Jun 01, 2010 5:26 pm

graciias x el cap aitana What a Face What a Face
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Mensaje  aitanalorence Mar Jun 01, 2010 9:50 pm

Gracias por sus mensajitos!!!

Y uno de sus más antiguos recuerdos era el de su padre despotricando sobre la santa. Sus amenazas de desmantelar el pozo y hundir tantas rocas en su manantial que ni siquiera una sola de esas malditas gotas volviese a ver la luz del día, nunca más.
El nombre verdadero del pozo era El pozo de la Salud.
Un escalofrío recorrió a Víctor. Se detuvo frente al banco para mirar a su novia, recordando, entonces, lo cerca que estaba el pozo de la cabaña de Hughie Mac.
—¿Qué te hizo pensar que la santa me había enviado? ¿Habías ido a recoger agua del pozo aquella noche?
—Había tomado un baño en el pozo —admitió Myriam, inquieta por la reacción de Víctor. Parecía asustado y se había puesto pálido—. Yo…
—¿Te bañaste en el pozo?
Myriam asintió.
—Me bañé y me lavé el pelo. ¿Por qué otra razón habría estado corriendo por el bosque por la noche, a medio vestir, con el pelo suelto?
—Por supuesto, ¿por qué otra razón? —Víctor la miró fijamente, con el rostro mucho más pálido que antes—. Sin embargo, eso no explica por qué razón me tomaste por un héroe de Fingal.
—Un guerrero de Fingal o… magia de las Tierras Altas —dijo Myriam observándolo con recelo. —Se puso de pie y comenzó a pasear por el cuarto—. Verás, le había pedido a la santa que bendijera nuestra unión. Yo sabía que tú vendrías y temía que estuvieras disgustado, así que le llevé una ofrenda de tortas de avena y miel y le pedí armonía en recompensa.
—¿Nada más?
—Deberías ver a los pretendientes que me habían presentado —continuó ella, incapaz de contener un escalofrío—. Aunque no hubiesen retirado sus ofertas, ¡nunca me habría casado con ninguno de ellos!
Víctor ocultó una sonrisa.
—¿Tan mal estaban?
—Aún peor.
—Y, sin embargo, ¿estuviste de acuerdo en la unión conmigo?
Ella miró hacia abajo, doblando su falda mientras se dejaba caer de nuevo en el banco.
—Ya no soy tan joven como lo era antes —dijo, mirando hacia arriba de nuevo, con una chispa de rebeldía en su mirada—. Y deseo con todas mis fuerzas tener un hogar y una familia que pueda llamar míos.
Víctor se sentó de nuevo.
—No sabía que el deseo de tener un hogar y una familia hiciera que los ojos de una doncella brillaran así… —observó, tomando las manos de Myriam entre las suyas—. ¿Qué es lo que me estás ocultando?
No se sorprendió cuando ella apretó los labios.
Le pareció que Myriam se ponía nerviosa, pero no podía estar seguro, porque la muchacha hacía grandes esfuerzos por permanecer impasible.
Como ella continuaba en silencio, Víctor se inclinó y tomó las manos de la muchacha entre las suyas, luego la miró fijamente hasta que ella dejó de oponer resistencia y sacudió la cabeza con un gesto de resignación.
—Eso está mejor —aprobó Víctor, recostándose en su asiento y sonriendo—. Nada de vergüenza y nada de secretos.
—Como tú desees —aceptó ella, con un resplandor en sus mejillas.
Víctor soltó sus manos y volvió a llenar los vasos de vino, haciendo chocar su cáliz contra el de ella en un brindis.
—Entonces, muchacha, ¿qué otros favores pediste a la santa?
—Sólo uno —admitió, tomando un sorbo de vino—. Algo que, sospecho, todas las doncellas anhelan, pero no son lo suficientemente valientes como para admitirlo.
Víctor le sonrió.
—¿Y tú eres una muchacha valiente? —Ella asintió—. ¿Entonces, qué fue lo que le pediste?
—Un novio agradable y apasionado —dijo Myriam, derritiéndolo con el fuego de sus ojos—. Una nueva vida con un hombre que me ame y que permita que mi corazón se funda con el suyo.
«Un hombre que me enseñe el significado del éxtasis irracional que llaman pasión y llene mis días de felicidad».
Víctor la miró, sin estar seguro de que la había escuchado decir aquella última frase… o si sólo se había imaginado las palabras. De cualquier manera, ya había oído suficiente.
Su novia era un hada apasionada en busca de un futuro lleno de placer!!!!
Y de estirpe de Fairmaiden.
¿Quién, en todas las colinas, lo habría creído? Su corazón comenzó a latir con un golpeteo fuerte y lento, mientras que miles de imágenes provocativas se arremolinaban en su cabeza. Pero antes de que una sonrisa de agradecimiento pudiese esparcirse a lo largo de su rostro, la puerta se abrió y él se dio la vuelta y miró hacia el umbral.
—Sir Víctor, mi padre quisiera saber si se quedará para la comida —preguntó Sussana—. Dice que si se queda abrirá una barrica de vino para celebrarlo.
Víctor se levantó, adelantándose para saludar a la muchacha como era debido.
Sussana llevaba una antorcha en la mano, y el fuego hacía un extraño juego de luces y sombras sobre su rostro, lo que le daba un aspecto aún más triste del que la pobre muchacha ya tenía.
—Señorita Sussana —hizo una rápida reverencia—, te echamos de menos hace unos momentos —dijo. Inmediatamente se arrepintió de sus palabras, al recordar la razón por la cual Sussana no había asistido al salón.
Pero ella tan sólo asintió y dirigió su mirada más allá de él, hacia Myriam.
—Mi padre le ha ordenado al cocinero que prepare tus viandas favoritas. Está dispuesto a saquear la alacena del castillo sólo para poner una mesa suntuosa.
—Será porque se siente culpable —observó Myriam mientras se ponía de pie—. Ha jugado con la suerte de demasiadas personas en los últimos tiempos, así que querrá compensarlas. —Avanzando, llevó una de sus manos al brazo de su hermana—. Lo siento, Sussana, padre no debería estar preparando un festín así, no mientras tú…
—A mí no me importa —dijo Sussana con tranquila dignidad—. La celebración ayudará a que mis pensamientos no visiten lugares a los que no deben ir. —Se dirigió de nuevo a Víctor—. ¿Te quedarás?
—Es una lástima, pero esta noche no puedo —dijo con razón—. Debo estar en Baldreagan antes del crepúsculo y espero poder presentar mis respetos a mis hermanos por el camino.
Sussana asintió.
—Naturalmente. Se lo diré a mi padre. Él le dará la bienvenida a nuestra mesa en otro momento.
—Por supuesto.
Sussana asintió de nuevo y se retiró, cerrando suavemente la puerta al salir. Víctor casi la siguió, pues su difícil situación hacía que él quisiese consolarla, aunque sólo fuera con algunas torpes palabras y una o dos suaves palmadas en el hombro.
Pero cuando reaccionó para abrir la puerta de nuevo y salir al descansillo, la estrecha escalera se reveló vacía. La infeliz hermana de su novia ya se había marchado.
Retornó a la habitación y se alegró de ver que el cielo parecía haberse aclarado. Le vendría bien ponerse en camino antes que las nubes descendieran y volvieran las frías lluvias.
Su novia pensaba de forma distinta.
—¿Puedo ir contigo? —dijo impulsivamente, parándose de repente frente a él.
Víctor parpadeó.
—¿A Baldreagan?
Ella asintió.
—Tengo algunas velas de cera para tu padre —dijo, indicando un cesto cubierto con un manto que él no había visto—. Él las mantiene encendidas por la noche y necesita más de las que Morag puede suministrarle.
Víctor apretó los labios y tomó la cesta, no muy entusiasmado con la idea de ceder a los tontos caprichos de su padre. Probablemente, si quemase menos velas, dormiría mejor y se imaginaría menos visitas fantasmales. ¿Pero qué era un cesto de velas cuando realmente representaba la oportunidad de pasar más tiempo en compañía de su hada?
Porque, aunque Myriam no fuera una verdadera doncella sithe, ciertamente tenía la gracia de una de ellas. Lo deslumbraba verla de pie, iluminada por el brillo de la hoguera y con su perfume de violetas elevándose entre ellos, jugando con sus sentidos.
Durante un perturbador momento, ella pareció estar cubierta con un centelleante brillo brumoso. Víctor estuvo cerca de dejar caer el cesto, pero luego la imagen se aclaró y él se percató de que ella tan sólo había dejado escapar una sonrisa.
—Te lo agradezco —dijo ella, tocando el pecho de Víctor. A pesar de que la tarde estaba muy oscura, Víctor habría jurado que el mismísimo sol había irrumpido en la pequeña habitación—. Sé que tu padre puede ser irritante, pero las velas lo tranquilizan.
—Sospecho que eres tú quien le da consuelo. —Víctor se alejó de ella, dirigiéndose con grandes pasos hacia la puerta.
Su padre era un sujeto irritable, y tenía aún otras tareas dolorosas que cumplir.
Pero mientras su novia lo adelantaba y cruzaba la puerta, el ceñudo semblante de su padre se apareció ante él. Tomó a Myriam del brazo para que se detuviera un momento.
—Mi padre te tiene en muy alta estima —dijo, mirándola—. Yo dudo que sea porque le llevas velas. Sin embargo… —hizo una pausa para ladear la cabeza—, hasta donde yo sé, no ha tenido una palabra amable hacia una mujer desde hace muchos años.
Myriam se encogió de hombros.
—A lo mejor me aprecia por la alianza entre nuestros clanes —sugirió, evidentemente mintiendo.
Lo sabía por la manera en que ella evitaba sus ojos, mirando hacia abajo para sacudir pelusas invisibles de su vestido.
Víctor se irguió hasta alcanzar su máxima estatura, utilizando, justa o injustamente, su gran tamaño como única defensa ante la encantadora damita. Su inmenso cuerpo hacía imposible el escape.
—¿No será que tú lo tratas con demasiada suavidad? —Víctor levantó una ceja, mirándola con atención—. ¿Tal vez escuchando sus habladurías y alentando su tontería por medio de tu simpatía bienintencionada?
Myriam suspiró.
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Mensaje  nayelive Mar Jun 01, 2010 10:46 pm

gracias aitana megusta mucho esta nove besos a la bbita
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Mensaje  alma.fra Mar Jun 01, 2010 11:53 pm

Muchas gracias por el capi.
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Mensaje  myrithalis Miér Jun 02, 2010 1:39 am

Gracias por el Cap. Saludos Aitana y Saludos a la beba tambien Atte: Iliana
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Mensaje  mats310863 Miér Jun 02, 2010 9:48 am

¿CUAL SERÁ EL MISTERIO ENTRE MYRIAM Y EL PADRE DE VÍCTOR?, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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