UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hola disculpen x la tardanza pero tuve algunos problemitas pero ya les tengo el capitulo siguiente espero que les guste y me dejen sus comentarios ya falta poco para finalizarla graxias.
CAPITULO 7
-¿Pasamos Al comedor? –sugirió Ferrini.
Sus dos hijos se acercaron, cada uno a un lado, para tomar a Myriam del brazo.
-Fuera de aquí –los regaño su padre, riendo. –La edad tiene sus privilegios.
-No hace falta, lo hubiese elegido a usted de todas formas –sonrió Myriam.
Pero cuando iba a entrar en el comedor se detuvo de golpe. Le había parecido ver a Víctor en una esquina, mirándola fijamente. No, debía de haber sido su imaginación, se dijo.
“No puede estar aquí. Víctor no habría venido a una fiesta”.
Pero entonces volvió a verlo, sentado al final de la mesa, charlando con una joven que hacía lo imposible por llamar su atención. Llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca, sin corbata, como la noche que se lanzó a su balcón, convencido de su derecho a hacer lo que quisiera, fuera seducir a una mujer o ponerse cómicamente a los pies de otra.
Fue una sorpresa ver que podía seguir siendo el antiguo Víctor, tan seguro de sí mismo, tan guapo, recibiendo la adoración de las mujeres.
Por eso no la había llamado, pensó. Después de sacarle la información que quería había decidido que no le interesaba y la dejó esperando en el hotel como una tonta, sin duda convencido de que se habría marchado de Milán. Lo último que esperaba era verla en aquella fiesta y por eso no la había saludado.
Enfadada, se concentró en su anfitrión, hablando sobre el proyecto en el que estaba trabajando. Ferrini le contó que estaba escribiendo la historia de su familia, cuyas actividades a través de los siglos habían sido de lo más diversas.
-Tenemos una conexión con Inglaterra. Algunas de las mujeres de la familia han venido de allí, hijas de políticos notables, y eso es lo que me gustaría investigar…
-Ah, política, qué aburrimiento –intervino Luigi, uno de sus hijos, que estaba sentado a la derecha de Myriam. No debía de tener más de veinte años, pero era el hombre más guapo que había visto en su vida. –En nuestra familia ha habido grandes historias de amor y eso es mucho más importante que la política.
-Luigi, compórtate –lo regañó su padre.
-No se preocupe –rió Myriam. –Estoy acostumbrada a tratar con jovencitos.
-¿Jovencito me ha llamado! –protestó Luigi. –Eso no puede ser. Debo de vengarme.
-Quizá también lo haga yo.
-¿Es una promesa?
-No –contestó ella provocativamente. –Es una amenaza.
Mientras los demás reían, Myriam miró el otro lado de la mesa, pero Víctor parecía totalmente absorto en su compañera.
La cena terminó y los invitados se dispersaron en grupos por el hermoso jardín.
-Podríamos ir a la biblioteca –sugirió Ferrini.
-Sí, vamos –dijo Luigi, tomando el brazo de Myriam. –Todos pensamos que nuestra familia es muy interesante, pero la verdad es que ha producido más de un granuja… ah, Víctor, ahí estás. ¿Conoces a la señorita Montemayor?
-Sí, tengo ese placer –contestó él, levantándose amablemente. –Buenas noches, Doctora. Espero que lo esté pasando bien.
-Más de lo que podía imaginar –sonrió Myriam, irónica. –Estoy descubriendo muchas cosas.
Hubiera sido un gran placer ver que se sonrojaba, pero Víctor se limitó a saludar con la cabeza antes de que Luigi se la llevase.
La biblioteca de los Ferrini era una auténtica maravilla, con estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de volúmenes antiguos. También había un ordenador y un fax. Myriam estaba encantada.
Y también un poco sorprendida cuando examinó los documentos que le mostró Ferrini. Las notas eran muy extensas y parecía tener ya parte de la investigación en marcha, pero le ofrecía una cantidad de dinero considerable y, por el momento, no tenía ningún proyecto.
Por fin, la puerta se abrió y entró el hijo mayor de Ferrini.
-Papá, el signor Marucci quiere hablar contigo urgentemente…
-No te preocupes, yo cuidaré de Myriam. Hay muchas cosas que no le has contado –sonrió Luigi.
-¿Podrá soportar a este personaje hasta que yo vuelva? –suspiró el hombre.
-No me asusta, no se preocupe.
Mientras le relataba la historia de su familia, debía admitir que Luigi se puso serio, contándole cosas que a su padre se le habían pasado. Pero también la miraba como un cachorro enamorado y a Myriam le costaba contener la risa.
-Creo que deberíamos reunirnos con los otros.
-¿No me merezco una recompensa? –preguntó él.
-Desde luego, te has ganado mi agradecimiento.
-¿Eso es todo? ¿Ni un besito siquiera?
-Mira, Luigi, eres un buen chico, pero yo soy varios años mayor que tú y no me gusta jugar con niños.
-Yo no soy un niño. Te lo demostraré.
Luigi le pasó un brazo por la cintura, pero Myriam lo apartó poniendo una mano en su pecho.
-Te lo advierto…
-Sólo quiero besarte –insistió él. –Es una cuestión de honor.
Luigi consiguió darle un beso en la mejilla antes de que pudiera soltarse y correr hacia la puerta.
Y se quedó helada.
Porque Víctor estaba allí.
-Nuestro anfitrión me ha pedido que viniera a buscarte para abrir el baile.
-Ah, muy bien. Me encanta bailar.
-Sí, lo recuerdo.
-Espléndido –dijo Luigi. –Ahora podré bailar contigo.
-No, mejor no. Hay muchos otros invitados y no quiero monopolizarte –replicó Myriam.
-Pues no dejes que Víctor te monopolice a ti –protestó el joven. –Él no va a bailar, no puede. Es un muerto.
Myriam oyó que alguien contenía el aliento, no sabía si habría sido Víctor o ella. No podía saberlo porque, de repente, lo veían todo rojo.
-¿Cómo puedes decir algo así? ¡Debería darte vergüenza! –estaba tan furiosa que Víctor tuvo que sujetarla.
-Muy bien, no me muerdas. Sólo quería advertirte que ya no es el hombre que era.
-¡Sigue siendo diez veces más hombre que tú! –replicó Myriam.
-No puedes asesinarlo en su propia casa, no estaría bien –dijo Víctor entonces, irónico. –Luigi, vete de aquí ahora mismo.
El chico desapareció inmediatamente y, cuando la puerta se cerró, Myriam se llevó una mano al corazón.
-Qué horror, qué desconsiderado… ¿cómo ha podido decir eso?
-También he oído lo que has respondido tú. Hubo un tiempo en el que te hubieras dejado matar antes de hacerme un cumplido.
-No estaba intentando hacerte un cumplido…
-Ah, claro, deberías haberlo imaginado.
-No me puedo creer que sea tan estúpido. ¿No te has enfadado?
-¿Por qué? Es verdad que soy un hombre muerto, llevo dos años siéndolo. Pero tal vez… ¿quién sabe?
-el corazón de Myriam se llenó de alegría. ¿Habría una posibilidad para ello?
-¿Vas a soltarme?
-No sé si debo. No es seguro dejarte suelta –contestó él. –La primera vez que nos vimos amenazaste con darme un puñetazo.
-Nos habíamos visto antes de eso, en mi habitación.
Víctor asistió con la cabeza.
-Sí, es verdad. Me porté fatal, ¿no?
-Horriblemente mal.
-Y tú llevabas un albornoz que se abría…
-No me acuerdo de eso –lo interrumpió Myriam.
-Yo tampoco me acordé durante mucho tiempo, pero ahora lo recuerdo perfectamente –Víctor sonrió y era una sonrisa muy parecida a la que ella recordaba.
–Esa noche no hicimos nada. Podríamos haberlo pasado bien…
-¡Pero si acabábamos de conocernos!
-Tú acabas de conocer a Luigi, pero eso no ha evitado que lo sedujeras.
-¡Yo no…! ¿Cómo te atreves?
-Ven, vamos al jardín a charlar un rato.
Víctor la llevó hacia el jardín sin soltar su brazo, pero el deseo de escapar había desaparecido.
La música que alguien había puesto en el salón llagaba hasta allí y algunas parejas bailaban mientras los demás charlaban tomando champán, sentados en el brocal de una antigua fuente.
-Vamos a bailar –dijo Víctor, tomándola por la cintura.
-¿Puedes bailar?
-Esa parte de mí sigue viva.
Bailaban muy despacio, pero sin aparente dificultad y eso la sorprendió. Unos días antes lo había visto agarrándose a los muebles para mantenerse de pie y ahora…
Una cosa era evidente: estaba equivocado cuando dijo que las mujeres lo miraban con compasión. Algunas de ellas estaban mirándolo ahora y en sus caras Myriam podía ver el mismo deseo y la misma admiración que había visto en las chicas de la expedición a los Alpes.
Con los tacones altos casi podía mirarlo a los ojos y su boca estaba peligrosamente cerca, pero a Víctor parecía gustarle.
Myriam intentó recordar que estaba enfadada con él por no haberla llamada, pero el placer de su compañía hizo que olvidase ese pequeño detalle. En realidad, le gustaría decirle que dejase de hacer tonterías. Le gustaría darle una patada en la espinilla… pero sin hacerle daño. Le gustaría besarlo.
-Albergo ciertos recelos sobre ti –empezó a decir.
-Eso no es nuevo.
-No, lo que quiero decir es que no entiendo este cambio tan repentino.
-Soy un genio, ¿no lo sabías?
-Sí, me lo habías dicho, pero no lo creí entonces y no lo creo ahora.
-Ah, lo que me temía –suspiró él.
-¿Quieres hablar en serio? No habrás hecho ninguna tontería… sí, seguro que sí, no tienes ni una pizca de sentido común.
-Cierto. Se me pasan muchas cosas por la cabeza en este momento, pero ninguna de ellas es sensata.
-Bueno, da igual –rió Myriam. –El sentido común es para los flojos.
-Estoy de acuerdo.
-Si de verdad fuésemos sensatos, yo me preguntaría por qué hemos coincidido en la misma fiesta. No es una casualidad, ¿verdad?
-¿Tú qué crees?
-Creo que eres un granuja, un fresco… si te dijera todo lo que pienso de ti estaríamos aquí toda la noche. Tú lo has preparado todo, claro.
-No admito nada.
-No tienes que hacerlo. Si alguna vez un hombre ha tenido cara de culpabilidad…
-No, no, te equivocas. Eso no es culpabilidad, es arrogancia por haberme salido con la mía.
-Ah, claro.
En ese momento Ferrini, bailando con su esposa, se acercó a ellos.
-Mio Dio! Iba a mandar a alguien a buscarte, pero se me había olvidado por completo. Pero no importa, aquí estás.
Cuando se alejó bailando de nuevo, Myriam miró a Víctor, indignada.
-Me dijiste que te había enviado a buscarme.
-¿Ah, sí? No sé, lo he olvidado.
-Eres un mentiroso.
-Y muy bueno, además. Cien personas podrán testificar que resulto de lo más convincente cuando estoy siendo deshonesto. Pero estabas a solas con Luigi y eso podría haber sido peligroso.
-¿Estabas protegiéndome?
-¿No me has protegido tú de Luigi?
-Myriam se quedó callada un momento.
-No te hagas el ofendido, era lo normal.
-Sí, pero nunca pensé que tú te pusieras de mi lado.
-No me gusta que se metan contigo.
-¿Reservas ese privilegio para ti sola?
-Algo así. En fin, ya estamos en paz. Aunque no sé por qué creías que necesitaba ayuda con ese crío.
-Porque lo conozco.
-Es como tú a su edad, ¿no?
-Yo era mucho peor –sonrió Víctor.
-No me resulta nada difícil cree eso.
-Porque me conoces mejor que yo mismo, lo cual es alarmante. No dejo de preguntarme qué hice que tú sepas y yo no.
-Si esperas que te lo cuente, te equivocas.
-Gatita, no me atormentes así… dímelo.
-No. Hay cosas que debes recordar por ti mismo. Si no es así, es que no eran importantes.
-Y era importantes, ¿verdad, Myriam?
-Oh, sí.
-Dímelo.
-Sé paciente, ya te acordarás.
-¿Y si no me acuerdo?
-Entonces tendré que irme.
Víctor la apretó con fuerza.
-No te dejaré. Eres mi prisionera.
-No te será fácil retenerme. Me escaparé.
-Dame una pista.
-Pues no sé –sonrió ella, provocativa. -¿Qué quieres saber exactamente?
Víctor la miró, sorprendido.
-¿Me estás diciendo… o es mi imaginación?
Poniéndose de puntillas, Myriam puso los labios sobre los suyos.
-Acuérdate.
Luego se apartó, de repente, y antes de que pudiera detenerla estaba bailando con otro hombre.
Víctor se sentó en una silla para poder observarla, su cabeza daba vueltas, llena de imágenes inconexas. ¿La había entendido bien? ¿Una mujer bromearía sobre algo así si no fuera cierto? ¿Se atrevía a creerla?
“Un muerto” había dicho Luigi. Pero ya no. La idea de hacer el amor con Myriam estaba devolviéndole la vida a un cuerpo resignado a vivir a medias. Era extraño y emocionante a la vez. Y su preciosa gata lo había conseguido con sólo mover un poco la cola.
Víctor se levantó y la tomó por la cintura, apartándola del joven con el que estaba bailando.
-¡Oye! No puedes hacer eso…
-¿Cómo que no?
-No discuta con él –suspiró Myriam, tomando su mano. –No valdría de nada.
-Nunca has dicho una verdad más grande –afirmó Víctor. –Pero lo que quiero saber es dónde me llevas –añadió, cuando ella tiró de su mano.
Myriam se detuvo, mirándolo como lo había mirado antes, llena de provocación, de promesas.
-¿Por qué no lo descubrimos junto?
Tiró de él, sin soltarlo, haciéndolo su prisionero. Y no había habido nunca un prisionero más feliz. Lo notaba como notaba las miradas de envidia de otras mujeres. Sabían que se había llevado al hombre más deseable de la fiesta, sabían dónde lo llevaba y lo que iban a hacer. Y todas ellas se morían de envidia.
Myriam nunca había disfrutado tanto de nada.
-Mi coche está esperando en la puerta –dijo Ferrini cuando pasaron a su lado. –Cuídelo, Signorina. Le hace falta.
-Lo sé
En cuanto entraron en el coche, Myriam buscó sus labios. Pero en lugar de encontrase con una respuesta apasionada…
-¿Víctor?
-Mmm…
-¿Víctor? Ay, no, no me lo creo. Esto no puede pasar.
Pero estaba pasando. Víctor tenía los ojos cerrados y su cabeza caía hacia delante…
-¿Te has dormido? –exclamó, indignada.
-No –dijo él, abriendo los ojos de golpe.
Pero luego volvió a cerrarlos. Estaba traspuesto.
Capitulo 8
Cuando llegaron a su casa, Víctor apenas podía tenerse en pie y teresa apareció de inmediato, aliviada al verlos.
-Dejad de toquetearme –protestó él.
-¡Dejaré de hacerlo cuando estés en la cama!
-¿Puedes subir las escaleras? –preguntó Myriam.
Afortunadamente no había necesidad porque había instalado un ascensor que llevaba hasta el segundo piso. Víctor se apoyó en la pared, con los ojos cerrados, mientras ella lo miraba con ganas de estrangularlo.
Cuando llegaron a la habitación cayó sobre la cama, cerró los ojos de nuevo y se quedó dormido.
-Buenas noches –dijo Myriam. Él no contestó. -¡Buenas noches!
Teresa estaba esperándola abajo.
-Es muy tarde, quédese a dormir aquí. Él la necesita.
Myriam sonrió. El ama de llaves estaba haciendo un buen intento de compra. Incluso tenía preparado un té y un trozo de pastel.
-Está riquísimo.
-¡Le advertí pero, por supuesto, no me hizo ni caso! –explotó la mujer entonces. –Esas pastillas son muy fuertes y debe tener cuidado.
-¿Qué pastillas?
-Antes de marcharte se tomó tres o cuatro veces la dosis normal…
-¡Ahora entiendo que se haya quedado dormido como un tranco! –exclamó Myriam. -¿Deberíamos llamar al médico?
-No, no, lo ha hecho atrás veces –suspiró el ama de llaves. –Pero yo creo que es peligroso.
-¿Y por qué lo habrá hecho esta noche?
-Dijo que tendría que estar de pie mucho rato, pero yo no creo que fuera sólo eso –respondió teresa, mirándola como esperando una explicación.
-No sé… yo ya no sé lo que sé.
La mujer levantó los brazos al cielo.
-¡Ah, ahora habla como él! Están hechos el uno para el otro.
-Sí, yo creo que sí –sonrió Myriam. –Ha estado con él toda su vida, ¿verdad, Teresa?
-Sí, claro, desde que Gina se marchó.
Ella asistió con la cabeza.
-Víctor me lo había contado. ¿Cómo pudo abandonar a su hijo? No lo entiendo.
-Gina se casó muy joven, con dieciséis años, y creo que culpaba al pobre de Víctor por haber perdido su juventud. Era una frívola –dijo el ama de llaves. –Después de eso, Víctor se hizo duro y supongo que es normal, pero me dio mucha pena. Era muy bueno en el colegio y en los deportes. Hacía montañismo, esquiaba… y ganó muchos trofeos. Mire esto.
Teresa sacó un álbum de fotografías de un cajón y lo puso sobre la mesa. Pasando las páginas, Myriam vio otra vez al Víctor que ella recordaba: un joven sonriente y feliz, normalmente con alguna chica.
-La primera vez que nos vimos…
Myriam le contó que lo había conocido saltando de balcón a balcón para escapar de un marido furioso y Teresa soltó la carcajada.
-Ése era él. Siempre le pasaban cosas así, pero no era culpa suya. Era tan guapo y tan simpático que las chicas lo adoraban.
-¿Y él a ellas?
-No lo creo. Víctor está convencido de que las mujeres van a traicionarlo tarde o temprano. Creo que alguna de ellas le gustaba mucho, pero siempre cortaba con todas. Aunque le gustase, levantaba una barrera para protegerse.
-Una barrera –repitió Myriam. –Cuando le conocí jamás hubiera pensado eso de él. Era tan abierto, tan extrovertido.
-Pero ésa es la barrera –dijo Teresa. –Nadie puede atravesarla para saber lo que siente o lo que quiere de verdad.
<Yo sí>, pensó Myriam. <Pero sólo cuando Víctor pensaba que íbamos a morir>.
-Siempre ha sido muy decidido en los negocios, despiadado incluso. Cuando empezó tenía un competidor muy fuerte, Enrico Tillani, pero Víctor le compró el negocio y desde entonces siempre ha estado arriba, trabajando sin descanso, eso sí. Pero cuando sale por ahí aparece el otro hombre, el que seduce a todo el mundo.
-A mí solía volverme loca con su actitud porque parecía pensar que todas las mujeres estaban a su disposición, pero cuando nos quedamos atrapados en el refugio era otro hombre, un hombre con corazón. Ahora todo eso ha desaparecido –suspiró Myriam. –Supongo que sigue protegiéndose a sí mismo.
-Si entiende eso, entonces es usted la persona que necesita. Pero no le diga que ha visto fotografías –le advirtió Teresa. –Me pidió que las destruyera y no he podido hacerlo.
-¿Y su madre? ¿Cómo reaccionó después del accidente?
-Le envió una postal desde Australia –suspiró el ama de llaves. -¡Una postal! Espere, voy a enseñarle más fotografías –dijo luego, sacando otro álbum del cajón. –Mire, ésta es Gina.
Myriam vio a una mujer guapa y muy joven, pero con cierto aire de arrogancia.
-¿Quién es este señor? –preguntó, señalando la foto de Gina con un hombre mayor. Víctor estaba allí también, de pequeño, pero no en los brazos de su madre, sino en los del hombre.
-Ah, el abuelo, Bruno. Adoraba a Víctor y nunca perdonó a su hija por lo que hizo, así que el niño pasaba mucho tiempo con él. Siempre lo ha querido muchísimo, pero ahora está en una residencia porque es muy mayor. Víctor va a verlo a menudo, aunque no sé si Bruno se estera. Está muy enfermo, el pobre.
Myriam miró de nuevo la fotografía y, de repente, su corazón se llenó de amor. Porque allí, en la sonriente cara de aquel hombre que tanto había querido a Víctor estaban las facciones de su hijo Alex.
Teresa le prestó un camisón de franela rosa con dibujitos y la acompañó a la habitación de invitados, asegurándose de que estuviese cómoda. Myriam logró dormir durante un par de horas, pero despertó al amanecer y, cuando pasaba frente a la habitación de Víctor para bajar a la cocina…, oyó una cascaba de blasfemias. Abrió la puerta y lo encontró sentado en la cama, aún vestido.
-Ah, la bella durmiente se ha despertado al fin.
-Déjame en paz.
Myriam se sentó a su lado en la cama y Víctor señaló el camisón con cara de susto.
-Es de Teresa, no se te ocurra criticarlo.
Él empezó a desabrochar los botones de su camisa, volvió a mirarla y se tapó los ojos con la mano.
-No seas tonto –rió ella. –Espera, yo te ayudo.
La última vez que se desnudaron había sido en la oscuridad, llenos de amor y de pasión, y lo desnudó ahora de la misma manera. ¿El roce de sus manos despertaría algún recuerdo?, se preguntó.
Pero era imposible. Nadie sentiría pasión por una mujer con camisón de franela abrochado hasta el cuello. Y si había pensado seducirlo, dejó de hacerlo al ver las cicatrices en su espalda. Sabía que lo habían operado varias veces, pero ver esas marcas fue tan doloroso que tuvo que apartar la mirada para disimular las lágrimas.
-No es tan horrible –dijo él. –Los médicos hicieron un buen trabajo. Podría ser peor.
Cuando estaba en calzoncillos, Myriam lo ayudó a meterse en la cama y lo cubrió con el edredón.
-Una sobredosis de pastillas –lo regaño. –Deberías estar recuperándote, no jugando a la ruleta rusa.
-Tenías que mantenerme de pie en la cena de Eugenio…
-¿Por qué no me dijo que era amigo tuyo?
-Porque yo se lo pedí. Quería mirarte a distancia, sin que tú me vieras…
-¿Y no hubiera sido mejor pedirme que fuese contigo a la cena?
-No quería hablar contigo, sólo mirarte e intentar averiguar si eres la mujer que aparece en mi cabeza por las noches.
-¿Y lo soy?
-Creo que sí –suspiró Víctor. –Anoche estuve a punto de averiguarlo… pero al final metí la pata.
-No es culpa tuya, son pastillas. Habrá otras ocasiones –sonrió Myriam. –De modo que piensas mucho en mí.
-Apareces y desapareces, así que nunca puedo estar seguro. Nunca estoy seguro de nada, en realidad, es como si viera algo por el rabillo del ojo, pero cuando giro la cabeza ya no está ahí. Nunca sé si es real o…
-Soy real, Víctor –murmuró ella. -¿En tus sueños soy muy diferente?
-Cambias todo el tiempo… pero es que tú eres así. Cuando estábamos en las montañas me clavabas las uñas un momento y luego te mostrabas encantadora. Lo más curioso es que, cuanto más atrás voy, más claras es mi memoria –dijo él. –Recuerdo ese albornoz que se abría… eras tan guapa que me olvidé de la mujer con la que debería estar haciendo el amor.
-¿La del marido cornudo? Una de tantas, imagino.
Víctor sonrió.
-Sí, entonces yo era así.
Había dicho <entonces> como si estuviera hablando de mil años atrás y, de nuevo Myriam tuvo que contener la emoción.
-Estábamos en el tercer piso, pero tú te pusiste a saltar de balcón a balcón como si nada.
-Como Douglas Fairbanks, me dijiste. Pero no te impresioné mucho, ¿verdad?
-¿Cómo que no? Si no me hubieras impresionado, le habría dicho a aquel policía que te pusiera las esposas –rió Myriam. -¿Recuerdas aquella noche en la que hablamos de la vida, de la libertad?
-Sí, me acuerdo. Me hubiera gustado seguir hablando contigo durante horas porque… porque me parecía que podía confiar en ti.
Myriam se sintió un poco decepcionada, aunque la decepción sólo duró un momento. Que confiase en ella era un paso adelante, pensó. Pero Víctor había cerrado los ojos, con una expresión de dolor…
-¿Quieres que te traiga algo?
-Mis pastillas están ahí…
Después de darle las pastilla lo ayudó a incorporarse, pero él hizo un gesto de dolor.
-Mi espalda tiene vida propia. Los médicos me la enderezan y luego ella hace lo que quiere.
-A lo mejor necesitas el linimento mágico del doctor Víctor. Yo te lo recomiendo.
Él arrugo el ceño.
-Debo admitir que sólo era aceite de romero, pero tenía motivos ocultos para darte ese masaje, debo confesar.
-¿Fue sólo el masaje lo que hizo que me sintiera mejor?
-Supongo que sí.
-Entonces deberías dejar que te devolviese el favor… a menos que pienses que puedo hacerte daño.
-No me harás daño –murmuró él. –Te he dicho que confiaba en ti y es verdad.
-Túmbate.
Cuando estaba boca abajo, Myriam pudo ver las cicatrices claramente. Como él había dicho, las lesiones ya estaban curadas y el resto de su cuerpo parecía tan fuerte como antes. Pero las terribles marcas contaban una historia de dolor y sufrimiento que siempre estarían con él.
Myriam cerró los ojos un momento, intentando contener la emoción. Tumbada con él en la oscuridad del refugio, sabiendo que la muerte estaba acercándose, le había entregado su corazón a cambio del corazón de Víctor. Y unas horas después…
-Espero no hacerte daño –murmuró, pasando las manos por su espalda.
-No te pares.
Ella contuvo el aliento. Esas palabras eran un eco de la noche en la que hicieron el amor. Entonces lo tocó, tan tierna, tan apasionadamente…
La noche anterior había estado a punto de reencontrarse y sólo la mala suerte se había puesto en su camino. Pero habían dado un paso adelante y habría otras oportunidades. Por el momento, lo único que necesitaba era su amistad y su consuelo.
Paciencia, se dijo a sí misma. Pero era difícil ser paciente cuando pensaba en Alex, el niño que la esperaba en casa. El niño que podría hacer tanto por su padre y el padre que tanto podría hacer por él.
-¿Qué tal? –murmuró, sin dejar de pasar las manos por su espalda.
Cuando no recibió respuesta lo miró de cerca y comprobó que estaba dormido. Sonriendo, Myriam pasó una mano por su pelo, apartándolo de su cara.
Debería irse, pero no podía hacerlo.
Conteniendo el aliento, se inclinó y puso los labios en su mejilla. Víctor no se movió, pero le pareció que estaba relajado, casi contento. O quizá sólo quería que fuera así.
En silencio, lo cubrió con el edredón y salió del dormitorio.
En alguna esquina de su cerebro, Víctor oyó la puerta, pero eso no turbó el sueño en el que estaba inmerso: unas manos lo acariciaban suavemente mientras una voz del pasado le decía: “Te quiero”.
<¿Quién eres? Déjame ver tu cara>.
<No tienes que ver mi cara. Me conoces>.
Alargó una mano, intentando apartar las oscuras nubes que habían ocultado los recuerdos durante dos años.
Pero ella había vuelto a desaparecer, como cada noche.
Myriam durmió hasta muy tarde y, cuando bajó al salón. Ferrini estaba allí con Víctor.
-En el hotel me dijeron que no había ido a dormir y supuse que estaría aquí, Doctora. Sé que su llegada es lo que necesita mi amigo Víctor y le estoy muy agradecido.
-Ya sé por qué me invitó anoche a su cena, señor Ferrini. Víctor se lo pidió.
-Sí, eso es verdad. Pero también es verdad que necesito su ayuda profesional. Víctor me ha dicho que puede instalarse aquí…
-Así que ya está decidido –lo interrumpió él.
-¿Cómo? No, no, de eso nada –protestó Myriam.
-Ya he pagado la factura del hotel y le han dado tu habitación a otra persona –dijo Víctor, tan tranquilo. –Tus cosas llegarán dentro de un momento.
-¡Pero bueno…!
Estaba sonriendo, muy satisfecho consigo mismo, y Myriam no tuvo corazón para enfadarse. Además, tal vez así sería más fácil hablarle de Alex. Quizá aquel mismo día.
Media hora después, mientras colocaba sus cosas en la habitación, suspiró, contenta. Era un dormitorio precioso, con techos altos y una ventana que daba al jardín, pero aunque parecía tener doscientos años contaba con un cuarto de baño privado.
Ferrini mandó el coche a buscarla y pasaron la tarde trabajando en la biblioteca. Cuando volvió, llevaba con ella un montón de libros y legajos.
Teresa le dijo que Víctor estaba con unos clientes y Myriam se encogió de hombros. No sabía si era verdad, pero empezaba a acostumbrase a sus cambios de humor.
Llamaba a casa día y noche para hablar con Alex y lo echaba tanto de menos que varias veces estuvo a punto de pedirle a Estrella que tomase un avión.
Pero aún no. Recordaba su conversación con Víctor, cuando le dijo que no creía poder ser un buen padre, y sus recientes experiencias seguramente no lo habrían hecho cambiar de opinión. Pero estaba llegando el momento en que tendría que decírselo.
Una mañana, mientras estaba trabajando en casa de Ferrini, fue a la cocina a tomar café y le pareció ver una figura entre las sombras.
-¿Luigi? ¿Por qué te escondes? No me digas que te doy miedo.
-No, tú no. Es él quien me da miedo.
-¿Él?
-Víctor –suspiró Luigi. –No quiero ser hombre muerto.
-No digas bobadas.
-Tú no sabes lo que dijo que me haría si volvía a molestarte –murmuró el chico, mirando alrededor.
-Si no recuerdo mal, yo fui quien te amenazó.
-No, después de eso. Víctor me llamó al día siguiente y me advirtió que no me acercase a ti nunca más.
Myriam tuvo que sonreír.
-Bueno en fin, supongo que intentaba protegerme.
-No, no era eso. Hay mucha diferencia entre un hombre que intenta proteger a una mujer y un hombre tan celoso que podría cometer un asesinato. No le digas que hemos hablado, no estoy dispuesto a morir tan joven.
Myriam estuvo cabizbaja durante el resto del día. Por la tarde rechazó el coche de Ferrini y decidió pasear un rato sin saber dónde iba, perdida en sus pensamientos.
Una hora después, agotada, se dejó caer en un banco, mirando fotografías de su hijo que siempre llevaba consigo. Lo echaba tanto de menos que dolía el corazón, pero a esa hora ya estaría durmiendo.
Cuando llegó a casa de Víctor, Teresa la recibió en el pasillo con expresión agitada.
-La está esperando.
Víctor estaba de pie en medio del salón con gesto muy serio.
-Estaba preocupado. Pensé que te habías perdido.
-No, no me había perdido. Estaba dando un paseo… y tomando algunas decisiones.
-¿Y qué has decidido?
-Esto –contestó ella, poniéndose de puntillas para darle un beso.
Víctor la envolvió en sus brazos, apretándola fieramente contra su torso; ese gesto confirmándole que había hecho bien.
-Myriam. Dime…
-No –murmuró ella. –Ya hemos hablado demasiado. Bésame.
El vigor con el que respondió a su orden le dijo que lo deseaba tanto como ella. La besaba sin precaución, sin apartarse, como si quisiera agarrarse desesperadamente al sueño antes de que se desvaneciera.
Pero no iba a desvanecerse, le prometía ella con cada caricia. Estaba allí para siempre. Sus manos, sus labios, su corazón se lo decían.
En cuanto a Myriam, había esperado ese momento durante dos años y nada iba a arrebatárselo.
-Eres peligrosa -murmuró.
-Existe cierto placer en llegar al borde del precipicio, ¿recuerdas? Nosotros llegamos al borde de un precipicio, pero no estábamos juntos y hemos pagado un precio muy alto por ello. Pero esta vez sí esteremos juntos y vamos a ser los reyes del mundo, como tú dijiste.
Él la miró, en silencio.
-¿Lo dices de verdad? –le preguntó, temiendo hacerse ilusiones.
-Si no es eso, no hay nada más.
En ese momento vio algo en sus ojos que la emocionó. El tiempo había dado marcha atrás y era de nuevo un hombre lleno de vida, de fuego. Víctor toó su mano para salir del salón y, al pie de la escalera, volvió a besarla. Pero luego la miró, como esperando algo…
-Ven conmigo –digo Myriam.
-¿A la cima de la montaña?
-¿Dónde si no?
-Y luego…
Ella soltó una carcajada de triunfo.
-Luego nos daremos la mono y saltaremos juntos.
les prometo no tardar con el sguiente capitulo graxias.
CAPITULO 7
-¿Pasamos Al comedor? –sugirió Ferrini.
Sus dos hijos se acercaron, cada uno a un lado, para tomar a Myriam del brazo.
-Fuera de aquí –los regaño su padre, riendo. –La edad tiene sus privilegios.
-No hace falta, lo hubiese elegido a usted de todas formas –sonrió Myriam.
Pero cuando iba a entrar en el comedor se detuvo de golpe. Le había parecido ver a Víctor en una esquina, mirándola fijamente. No, debía de haber sido su imaginación, se dijo.
“No puede estar aquí. Víctor no habría venido a una fiesta”.
Pero entonces volvió a verlo, sentado al final de la mesa, charlando con una joven que hacía lo imposible por llamar su atención. Llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca, sin corbata, como la noche que se lanzó a su balcón, convencido de su derecho a hacer lo que quisiera, fuera seducir a una mujer o ponerse cómicamente a los pies de otra.
Fue una sorpresa ver que podía seguir siendo el antiguo Víctor, tan seguro de sí mismo, tan guapo, recibiendo la adoración de las mujeres.
Por eso no la había llamado, pensó. Después de sacarle la información que quería había decidido que no le interesaba y la dejó esperando en el hotel como una tonta, sin duda convencido de que se habría marchado de Milán. Lo último que esperaba era verla en aquella fiesta y por eso no la había saludado.
Enfadada, se concentró en su anfitrión, hablando sobre el proyecto en el que estaba trabajando. Ferrini le contó que estaba escribiendo la historia de su familia, cuyas actividades a través de los siglos habían sido de lo más diversas.
-Tenemos una conexión con Inglaterra. Algunas de las mujeres de la familia han venido de allí, hijas de políticos notables, y eso es lo que me gustaría investigar…
-Ah, política, qué aburrimiento –intervino Luigi, uno de sus hijos, que estaba sentado a la derecha de Myriam. No debía de tener más de veinte años, pero era el hombre más guapo que había visto en su vida. –En nuestra familia ha habido grandes historias de amor y eso es mucho más importante que la política.
-Luigi, compórtate –lo regañó su padre.
-No se preocupe –rió Myriam. –Estoy acostumbrada a tratar con jovencitos.
-¿Jovencito me ha llamado! –protestó Luigi. –Eso no puede ser. Debo de vengarme.
-Quizá también lo haga yo.
-¿Es una promesa?
-No –contestó ella provocativamente. –Es una amenaza.
Mientras los demás reían, Myriam miró el otro lado de la mesa, pero Víctor parecía totalmente absorto en su compañera.
La cena terminó y los invitados se dispersaron en grupos por el hermoso jardín.
-Podríamos ir a la biblioteca –sugirió Ferrini.
-Sí, vamos –dijo Luigi, tomando el brazo de Myriam. –Todos pensamos que nuestra familia es muy interesante, pero la verdad es que ha producido más de un granuja… ah, Víctor, ahí estás. ¿Conoces a la señorita Montemayor?
-Sí, tengo ese placer –contestó él, levantándose amablemente. –Buenas noches, Doctora. Espero que lo esté pasando bien.
-Más de lo que podía imaginar –sonrió Myriam, irónica. –Estoy descubriendo muchas cosas.
Hubiera sido un gran placer ver que se sonrojaba, pero Víctor se limitó a saludar con la cabeza antes de que Luigi se la llevase.
La biblioteca de los Ferrini era una auténtica maravilla, con estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de volúmenes antiguos. También había un ordenador y un fax. Myriam estaba encantada.
Y también un poco sorprendida cuando examinó los documentos que le mostró Ferrini. Las notas eran muy extensas y parecía tener ya parte de la investigación en marcha, pero le ofrecía una cantidad de dinero considerable y, por el momento, no tenía ningún proyecto.
Por fin, la puerta se abrió y entró el hijo mayor de Ferrini.
-Papá, el signor Marucci quiere hablar contigo urgentemente…
-No te preocupes, yo cuidaré de Myriam. Hay muchas cosas que no le has contado –sonrió Luigi.
-¿Podrá soportar a este personaje hasta que yo vuelva? –suspiró el hombre.
-No me asusta, no se preocupe.
Mientras le relataba la historia de su familia, debía admitir que Luigi se puso serio, contándole cosas que a su padre se le habían pasado. Pero también la miraba como un cachorro enamorado y a Myriam le costaba contener la risa.
-Creo que deberíamos reunirnos con los otros.
-¿No me merezco una recompensa? –preguntó él.
-Desde luego, te has ganado mi agradecimiento.
-¿Eso es todo? ¿Ni un besito siquiera?
-Mira, Luigi, eres un buen chico, pero yo soy varios años mayor que tú y no me gusta jugar con niños.
-Yo no soy un niño. Te lo demostraré.
Luigi le pasó un brazo por la cintura, pero Myriam lo apartó poniendo una mano en su pecho.
-Te lo advierto…
-Sólo quiero besarte –insistió él. –Es una cuestión de honor.
Luigi consiguió darle un beso en la mejilla antes de que pudiera soltarse y correr hacia la puerta.
Y se quedó helada.
Porque Víctor estaba allí.
-Nuestro anfitrión me ha pedido que viniera a buscarte para abrir el baile.
-Ah, muy bien. Me encanta bailar.
-Sí, lo recuerdo.
-Espléndido –dijo Luigi. –Ahora podré bailar contigo.
-No, mejor no. Hay muchos otros invitados y no quiero monopolizarte –replicó Myriam.
-Pues no dejes que Víctor te monopolice a ti –protestó el joven. –Él no va a bailar, no puede. Es un muerto.
Myriam oyó que alguien contenía el aliento, no sabía si habría sido Víctor o ella. No podía saberlo porque, de repente, lo veían todo rojo.
-¿Cómo puedes decir algo así? ¡Debería darte vergüenza! –estaba tan furiosa que Víctor tuvo que sujetarla.
-Muy bien, no me muerdas. Sólo quería advertirte que ya no es el hombre que era.
-¡Sigue siendo diez veces más hombre que tú! –replicó Myriam.
-No puedes asesinarlo en su propia casa, no estaría bien –dijo Víctor entonces, irónico. –Luigi, vete de aquí ahora mismo.
El chico desapareció inmediatamente y, cuando la puerta se cerró, Myriam se llevó una mano al corazón.
-Qué horror, qué desconsiderado… ¿cómo ha podido decir eso?
-También he oído lo que has respondido tú. Hubo un tiempo en el que te hubieras dejado matar antes de hacerme un cumplido.
-No estaba intentando hacerte un cumplido…
-Ah, claro, deberías haberlo imaginado.
-No me puedo creer que sea tan estúpido. ¿No te has enfadado?
-¿Por qué? Es verdad que soy un hombre muerto, llevo dos años siéndolo. Pero tal vez… ¿quién sabe?
-el corazón de Myriam se llenó de alegría. ¿Habría una posibilidad para ello?
-¿Vas a soltarme?
-No sé si debo. No es seguro dejarte suelta –contestó él. –La primera vez que nos vimos amenazaste con darme un puñetazo.
-Nos habíamos visto antes de eso, en mi habitación.
Víctor asistió con la cabeza.
-Sí, es verdad. Me porté fatal, ¿no?
-Horriblemente mal.
-Y tú llevabas un albornoz que se abría…
-No me acuerdo de eso –lo interrumpió Myriam.
-Yo tampoco me acordé durante mucho tiempo, pero ahora lo recuerdo perfectamente –Víctor sonrió y era una sonrisa muy parecida a la que ella recordaba.
–Esa noche no hicimos nada. Podríamos haberlo pasado bien…
-¡Pero si acabábamos de conocernos!
-Tú acabas de conocer a Luigi, pero eso no ha evitado que lo sedujeras.
-¡Yo no…! ¿Cómo te atreves?
-Ven, vamos al jardín a charlar un rato.
Víctor la llevó hacia el jardín sin soltar su brazo, pero el deseo de escapar había desaparecido.
La música que alguien había puesto en el salón llagaba hasta allí y algunas parejas bailaban mientras los demás charlaban tomando champán, sentados en el brocal de una antigua fuente.
-Vamos a bailar –dijo Víctor, tomándola por la cintura.
-¿Puedes bailar?
-Esa parte de mí sigue viva.
Bailaban muy despacio, pero sin aparente dificultad y eso la sorprendió. Unos días antes lo había visto agarrándose a los muebles para mantenerse de pie y ahora…
Una cosa era evidente: estaba equivocado cuando dijo que las mujeres lo miraban con compasión. Algunas de ellas estaban mirándolo ahora y en sus caras Myriam podía ver el mismo deseo y la misma admiración que había visto en las chicas de la expedición a los Alpes.
Con los tacones altos casi podía mirarlo a los ojos y su boca estaba peligrosamente cerca, pero a Víctor parecía gustarle.
Myriam intentó recordar que estaba enfadada con él por no haberla llamada, pero el placer de su compañía hizo que olvidase ese pequeño detalle. En realidad, le gustaría decirle que dejase de hacer tonterías. Le gustaría darle una patada en la espinilla… pero sin hacerle daño. Le gustaría besarlo.
-Albergo ciertos recelos sobre ti –empezó a decir.
-Eso no es nuevo.
-No, lo que quiero decir es que no entiendo este cambio tan repentino.
-Soy un genio, ¿no lo sabías?
-Sí, me lo habías dicho, pero no lo creí entonces y no lo creo ahora.
-Ah, lo que me temía –suspiró él.
-¿Quieres hablar en serio? No habrás hecho ninguna tontería… sí, seguro que sí, no tienes ni una pizca de sentido común.
-Cierto. Se me pasan muchas cosas por la cabeza en este momento, pero ninguna de ellas es sensata.
-Bueno, da igual –rió Myriam. –El sentido común es para los flojos.
-Estoy de acuerdo.
-Si de verdad fuésemos sensatos, yo me preguntaría por qué hemos coincidido en la misma fiesta. No es una casualidad, ¿verdad?
-¿Tú qué crees?
-Creo que eres un granuja, un fresco… si te dijera todo lo que pienso de ti estaríamos aquí toda la noche. Tú lo has preparado todo, claro.
-No admito nada.
-No tienes que hacerlo. Si alguna vez un hombre ha tenido cara de culpabilidad…
-No, no, te equivocas. Eso no es culpabilidad, es arrogancia por haberme salido con la mía.
-Ah, claro.
En ese momento Ferrini, bailando con su esposa, se acercó a ellos.
-Mio Dio! Iba a mandar a alguien a buscarte, pero se me había olvidado por completo. Pero no importa, aquí estás.
Cuando se alejó bailando de nuevo, Myriam miró a Víctor, indignada.
-Me dijiste que te había enviado a buscarme.
-¿Ah, sí? No sé, lo he olvidado.
-Eres un mentiroso.
-Y muy bueno, además. Cien personas podrán testificar que resulto de lo más convincente cuando estoy siendo deshonesto. Pero estabas a solas con Luigi y eso podría haber sido peligroso.
-¿Estabas protegiéndome?
-¿No me has protegido tú de Luigi?
-Myriam se quedó callada un momento.
-No te hagas el ofendido, era lo normal.
-Sí, pero nunca pensé que tú te pusieras de mi lado.
-No me gusta que se metan contigo.
-¿Reservas ese privilegio para ti sola?
-Algo así. En fin, ya estamos en paz. Aunque no sé por qué creías que necesitaba ayuda con ese crío.
-Porque lo conozco.
-Es como tú a su edad, ¿no?
-Yo era mucho peor –sonrió Víctor.
-No me resulta nada difícil cree eso.
-Porque me conoces mejor que yo mismo, lo cual es alarmante. No dejo de preguntarme qué hice que tú sepas y yo no.
-Si esperas que te lo cuente, te equivocas.
-Gatita, no me atormentes así… dímelo.
-No. Hay cosas que debes recordar por ti mismo. Si no es así, es que no eran importantes.
-Y era importantes, ¿verdad, Myriam?
-Oh, sí.
-Dímelo.
-Sé paciente, ya te acordarás.
-¿Y si no me acuerdo?
-Entonces tendré que irme.
Víctor la apretó con fuerza.
-No te dejaré. Eres mi prisionera.
-No te será fácil retenerme. Me escaparé.
-Dame una pista.
-Pues no sé –sonrió ella, provocativa. -¿Qué quieres saber exactamente?
Víctor la miró, sorprendido.
-¿Me estás diciendo… o es mi imaginación?
Poniéndose de puntillas, Myriam puso los labios sobre los suyos.
-Acuérdate.
Luego se apartó, de repente, y antes de que pudiera detenerla estaba bailando con otro hombre.
Víctor se sentó en una silla para poder observarla, su cabeza daba vueltas, llena de imágenes inconexas. ¿La había entendido bien? ¿Una mujer bromearía sobre algo así si no fuera cierto? ¿Se atrevía a creerla?
“Un muerto” había dicho Luigi. Pero ya no. La idea de hacer el amor con Myriam estaba devolviéndole la vida a un cuerpo resignado a vivir a medias. Era extraño y emocionante a la vez. Y su preciosa gata lo había conseguido con sólo mover un poco la cola.
Víctor se levantó y la tomó por la cintura, apartándola del joven con el que estaba bailando.
-¡Oye! No puedes hacer eso…
-¿Cómo que no?
-No discuta con él –suspiró Myriam, tomando su mano. –No valdría de nada.
-Nunca has dicho una verdad más grande –afirmó Víctor. –Pero lo que quiero saber es dónde me llevas –añadió, cuando ella tiró de su mano.
Myriam se detuvo, mirándolo como lo había mirado antes, llena de provocación, de promesas.
-¿Por qué no lo descubrimos junto?
Tiró de él, sin soltarlo, haciéndolo su prisionero. Y no había habido nunca un prisionero más feliz. Lo notaba como notaba las miradas de envidia de otras mujeres. Sabían que se había llevado al hombre más deseable de la fiesta, sabían dónde lo llevaba y lo que iban a hacer. Y todas ellas se morían de envidia.
Myriam nunca había disfrutado tanto de nada.
-Mi coche está esperando en la puerta –dijo Ferrini cuando pasaron a su lado. –Cuídelo, Signorina. Le hace falta.
-Lo sé
En cuanto entraron en el coche, Myriam buscó sus labios. Pero en lugar de encontrase con una respuesta apasionada…
-¿Víctor?
-Mmm…
-¿Víctor? Ay, no, no me lo creo. Esto no puede pasar.
Pero estaba pasando. Víctor tenía los ojos cerrados y su cabeza caía hacia delante…
-¿Te has dormido? –exclamó, indignada.
-No –dijo él, abriendo los ojos de golpe.
Pero luego volvió a cerrarlos. Estaba traspuesto.
Capitulo 8
Cuando llegaron a su casa, Víctor apenas podía tenerse en pie y teresa apareció de inmediato, aliviada al verlos.
-Dejad de toquetearme –protestó él.
-¡Dejaré de hacerlo cuando estés en la cama!
-¿Puedes subir las escaleras? –preguntó Myriam.
Afortunadamente no había necesidad porque había instalado un ascensor que llevaba hasta el segundo piso. Víctor se apoyó en la pared, con los ojos cerrados, mientras ella lo miraba con ganas de estrangularlo.
Cuando llegaron a la habitación cayó sobre la cama, cerró los ojos de nuevo y se quedó dormido.
-Buenas noches –dijo Myriam. Él no contestó. -¡Buenas noches!
Teresa estaba esperándola abajo.
-Es muy tarde, quédese a dormir aquí. Él la necesita.
Myriam sonrió. El ama de llaves estaba haciendo un buen intento de compra. Incluso tenía preparado un té y un trozo de pastel.
-Está riquísimo.
-¡Le advertí pero, por supuesto, no me hizo ni caso! –explotó la mujer entonces. –Esas pastillas son muy fuertes y debe tener cuidado.
-¿Qué pastillas?
-Antes de marcharte se tomó tres o cuatro veces la dosis normal…
-¡Ahora entiendo que se haya quedado dormido como un tranco! –exclamó Myriam. -¿Deberíamos llamar al médico?
-No, no, lo ha hecho atrás veces –suspiró el ama de llaves. –Pero yo creo que es peligroso.
-¿Y por qué lo habrá hecho esta noche?
-Dijo que tendría que estar de pie mucho rato, pero yo no creo que fuera sólo eso –respondió teresa, mirándola como esperando una explicación.
-No sé… yo ya no sé lo que sé.
La mujer levantó los brazos al cielo.
-¡Ah, ahora habla como él! Están hechos el uno para el otro.
-Sí, yo creo que sí –sonrió Myriam. –Ha estado con él toda su vida, ¿verdad, Teresa?
-Sí, claro, desde que Gina se marchó.
Ella asistió con la cabeza.
-Víctor me lo había contado. ¿Cómo pudo abandonar a su hijo? No lo entiendo.
-Gina se casó muy joven, con dieciséis años, y creo que culpaba al pobre de Víctor por haber perdido su juventud. Era una frívola –dijo el ama de llaves. –Después de eso, Víctor se hizo duro y supongo que es normal, pero me dio mucha pena. Era muy bueno en el colegio y en los deportes. Hacía montañismo, esquiaba… y ganó muchos trofeos. Mire esto.
Teresa sacó un álbum de fotografías de un cajón y lo puso sobre la mesa. Pasando las páginas, Myriam vio otra vez al Víctor que ella recordaba: un joven sonriente y feliz, normalmente con alguna chica.
-La primera vez que nos vimos…
Myriam le contó que lo había conocido saltando de balcón a balcón para escapar de un marido furioso y Teresa soltó la carcajada.
-Ése era él. Siempre le pasaban cosas así, pero no era culpa suya. Era tan guapo y tan simpático que las chicas lo adoraban.
-¿Y él a ellas?
-No lo creo. Víctor está convencido de que las mujeres van a traicionarlo tarde o temprano. Creo que alguna de ellas le gustaba mucho, pero siempre cortaba con todas. Aunque le gustase, levantaba una barrera para protegerse.
-Una barrera –repitió Myriam. –Cuando le conocí jamás hubiera pensado eso de él. Era tan abierto, tan extrovertido.
-Pero ésa es la barrera –dijo Teresa. –Nadie puede atravesarla para saber lo que siente o lo que quiere de verdad.
<Yo sí>, pensó Myriam. <Pero sólo cuando Víctor pensaba que íbamos a morir>.
-Siempre ha sido muy decidido en los negocios, despiadado incluso. Cuando empezó tenía un competidor muy fuerte, Enrico Tillani, pero Víctor le compró el negocio y desde entonces siempre ha estado arriba, trabajando sin descanso, eso sí. Pero cuando sale por ahí aparece el otro hombre, el que seduce a todo el mundo.
-A mí solía volverme loca con su actitud porque parecía pensar que todas las mujeres estaban a su disposición, pero cuando nos quedamos atrapados en el refugio era otro hombre, un hombre con corazón. Ahora todo eso ha desaparecido –suspiró Myriam. –Supongo que sigue protegiéndose a sí mismo.
-Si entiende eso, entonces es usted la persona que necesita. Pero no le diga que ha visto fotografías –le advirtió Teresa. –Me pidió que las destruyera y no he podido hacerlo.
-¿Y su madre? ¿Cómo reaccionó después del accidente?
-Le envió una postal desde Australia –suspiró el ama de llaves. -¡Una postal! Espere, voy a enseñarle más fotografías –dijo luego, sacando otro álbum del cajón. –Mire, ésta es Gina.
Myriam vio a una mujer guapa y muy joven, pero con cierto aire de arrogancia.
-¿Quién es este señor? –preguntó, señalando la foto de Gina con un hombre mayor. Víctor estaba allí también, de pequeño, pero no en los brazos de su madre, sino en los del hombre.
-Ah, el abuelo, Bruno. Adoraba a Víctor y nunca perdonó a su hija por lo que hizo, así que el niño pasaba mucho tiempo con él. Siempre lo ha querido muchísimo, pero ahora está en una residencia porque es muy mayor. Víctor va a verlo a menudo, aunque no sé si Bruno se estera. Está muy enfermo, el pobre.
Myriam miró de nuevo la fotografía y, de repente, su corazón se llenó de amor. Porque allí, en la sonriente cara de aquel hombre que tanto había querido a Víctor estaban las facciones de su hijo Alex.
Teresa le prestó un camisón de franela rosa con dibujitos y la acompañó a la habitación de invitados, asegurándose de que estuviese cómoda. Myriam logró dormir durante un par de horas, pero despertó al amanecer y, cuando pasaba frente a la habitación de Víctor para bajar a la cocina…, oyó una cascaba de blasfemias. Abrió la puerta y lo encontró sentado en la cama, aún vestido.
-Ah, la bella durmiente se ha despertado al fin.
-Déjame en paz.
Myriam se sentó a su lado en la cama y Víctor señaló el camisón con cara de susto.
-Es de Teresa, no se te ocurra criticarlo.
Él empezó a desabrochar los botones de su camisa, volvió a mirarla y se tapó los ojos con la mano.
-No seas tonto –rió ella. –Espera, yo te ayudo.
La última vez que se desnudaron había sido en la oscuridad, llenos de amor y de pasión, y lo desnudó ahora de la misma manera. ¿El roce de sus manos despertaría algún recuerdo?, se preguntó.
Pero era imposible. Nadie sentiría pasión por una mujer con camisón de franela abrochado hasta el cuello. Y si había pensado seducirlo, dejó de hacerlo al ver las cicatrices en su espalda. Sabía que lo habían operado varias veces, pero ver esas marcas fue tan doloroso que tuvo que apartar la mirada para disimular las lágrimas.
-No es tan horrible –dijo él. –Los médicos hicieron un buen trabajo. Podría ser peor.
Cuando estaba en calzoncillos, Myriam lo ayudó a meterse en la cama y lo cubrió con el edredón.
-Una sobredosis de pastillas –lo regaño. –Deberías estar recuperándote, no jugando a la ruleta rusa.
-Tenías que mantenerme de pie en la cena de Eugenio…
-¿Por qué no me dijo que era amigo tuyo?
-Porque yo se lo pedí. Quería mirarte a distancia, sin que tú me vieras…
-¿Y no hubiera sido mejor pedirme que fuese contigo a la cena?
-No quería hablar contigo, sólo mirarte e intentar averiguar si eres la mujer que aparece en mi cabeza por las noches.
-¿Y lo soy?
-Creo que sí –suspiró Víctor. –Anoche estuve a punto de averiguarlo… pero al final metí la pata.
-No es culpa tuya, son pastillas. Habrá otras ocasiones –sonrió Myriam. –De modo que piensas mucho en mí.
-Apareces y desapareces, así que nunca puedo estar seguro. Nunca estoy seguro de nada, en realidad, es como si viera algo por el rabillo del ojo, pero cuando giro la cabeza ya no está ahí. Nunca sé si es real o…
-Soy real, Víctor –murmuró ella. -¿En tus sueños soy muy diferente?
-Cambias todo el tiempo… pero es que tú eres así. Cuando estábamos en las montañas me clavabas las uñas un momento y luego te mostrabas encantadora. Lo más curioso es que, cuanto más atrás voy, más claras es mi memoria –dijo él. –Recuerdo ese albornoz que se abría… eras tan guapa que me olvidé de la mujer con la que debería estar haciendo el amor.
-¿La del marido cornudo? Una de tantas, imagino.
Víctor sonrió.
-Sí, entonces yo era así.
Había dicho <entonces> como si estuviera hablando de mil años atrás y, de nuevo Myriam tuvo que contener la emoción.
-Estábamos en el tercer piso, pero tú te pusiste a saltar de balcón a balcón como si nada.
-Como Douglas Fairbanks, me dijiste. Pero no te impresioné mucho, ¿verdad?
-¿Cómo que no? Si no me hubieras impresionado, le habría dicho a aquel policía que te pusiera las esposas –rió Myriam. -¿Recuerdas aquella noche en la que hablamos de la vida, de la libertad?
-Sí, me acuerdo. Me hubiera gustado seguir hablando contigo durante horas porque… porque me parecía que podía confiar en ti.
Myriam se sintió un poco decepcionada, aunque la decepción sólo duró un momento. Que confiase en ella era un paso adelante, pensó. Pero Víctor había cerrado los ojos, con una expresión de dolor…
-¿Quieres que te traiga algo?
-Mis pastillas están ahí…
Después de darle las pastilla lo ayudó a incorporarse, pero él hizo un gesto de dolor.
-Mi espalda tiene vida propia. Los médicos me la enderezan y luego ella hace lo que quiere.
-A lo mejor necesitas el linimento mágico del doctor Víctor. Yo te lo recomiendo.
Él arrugo el ceño.
-Debo admitir que sólo era aceite de romero, pero tenía motivos ocultos para darte ese masaje, debo confesar.
-¿Fue sólo el masaje lo que hizo que me sintiera mejor?
-Supongo que sí.
-Entonces deberías dejar que te devolviese el favor… a menos que pienses que puedo hacerte daño.
-No me harás daño –murmuró él. –Te he dicho que confiaba en ti y es verdad.
-Túmbate.
Cuando estaba boca abajo, Myriam pudo ver las cicatrices claramente. Como él había dicho, las lesiones ya estaban curadas y el resto de su cuerpo parecía tan fuerte como antes. Pero las terribles marcas contaban una historia de dolor y sufrimiento que siempre estarían con él.
Myriam cerró los ojos un momento, intentando contener la emoción. Tumbada con él en la oscuridad del refugio, sabiendo que la muerte estaba acercándose, le había entregado su corazón a cambio del corazón de Víctor. Y unas horas después…
-Espero no hacerte daño –murmuró, pasando las manos por su espalda.
-No te pares.
Ella contuvo el aliento. Esas palabras eran un eco de la noche en la que hicieron el amor. Entonces lo tocó, tan tierna, tan apasionadamente…
La noche anterior había estado a punto de reencontrarse y sólo la mala suerte se había puesto en su camino. Pero habían dado un paso adelante y habría otras oportunidades. Por el momento, lo único que necesitaba era su amistad y su consuelo.
Paciencia, se dijo a sí misma. Pero era difícil ser paciente cuando pensaba en Alex, el niño que la esperaba en casa. El niño que podría hacer tanto por su padre y el padre que tanto podría hacer por él.
-¿Qué tal? –murmuró, sin dejar de pasar las manos por su espalda.
Cuando no recibió respuesta lo miró de cerca y comprobó que estaba dormido. Sonriendo, Myriam pasó una mano por su pelo, apartándolo de su cara.
Debería irse, pero no podía hacerlo.
Conteniendo el aliento, se inclinó y puso los labios en su mejilla. Víctor no se movió, pero le pareció que estaba relajado, casi contento. O quizá sólo quería que fuera así.
En silencio, lo cubrió con el edredón y salió del dormitorio.
En alguna esquina de su cerebro, Víctor oyó la puerta, pero eso no turbó el sueño en el que estaba inmerso: unas manos lo acariciaban suavemente mientras una voz del pasado le decía: “Te quiero”.
<¿Quién eres? Déjame ver tu cara>.
<No tienes que ver mi cara. Me conoces>.
Alargó una mano, intentando apartar las oscuras nubes que habían ocultado los recuerdos durante dos años.
Pero ella había vuelto a desaparecer, como cada noche.
Myriam durmió hasta muy tarde y, cuando bajó al salón. Ferrini estaba allí con Víctor.
-En el hotel me dijeron que no había ido a dormir y supuse que estaría aquí, Doctora. Sé que su llegada es lo que necesita mi amigo Víctor y le estoy muy agradecido.
-Ya sé por qué me invitó anoche a su cena, señor Ferrini. Víctor se lo pidió.
-Sí, eso es verdad. Pero también es verdad que necesito su ayuda profesional. Víctor me ha dicho que puede instalarse aquí…
-Así que ya está decidido –lo interrumpió él.
-¿Cómo? No, no, de eso nada –protestó Myriam.
-Ya he pagado la factura del hotel y le han dado tu habitación a otra persona –dijo Víctor, tan tranquilo. –Tus cosas llegarán dentro de un momento.
-¡Pero bueno…!
Estaba sonriendo, muy satisfecho consigo mismo, y Myriam no tuvo corazón para enfadarse. Además, tal vez así sería más fácil hablarle de Alex. Quizá aquel mismo día.
Media hora después, mientras colocaba sus cosas en la habitación, suspiró, contenta. Era un dormitorio precioso, con techos altos y una ventana que daba al jardín, pero aunque parecía tener doscientos años contaba con un cuarto de baño privado.
Ferrini mandó el coche a buscarla y pasaron la tarde trabajando en la biblioteca. Cuando volvió, llevaba con ella un montón de libros y legajos.
Teresa le dijo que Víctor estaba con unos clientes y Myriam se encogió de hombros. No sabía si era verdad, pero empezaba a acostumbrase a sus cambios de humor.
Llamaba a casa día y noche para hablar con Alex y lo echaba tanto de menos que varias veces estuvo a punto de pedirle a Estrella que tomase un avión.
Pero aún no. Recordaba su conversación con Víctor, cuando le dijo que no creía poder ser un buen padre, y sus recientes experiencias seguramente no lo habrían hecho cambiar de opinión. Pero estaba llegando el momento en que tendría que decírselo.
Una mañana, mientras estaba trabajando en casa de Ferrini, fue a la cocina a tomar café y le pareció ver una figura entre las sombras.
-¿Luigi? ¿Por qué te escondes? No me digas que te doy miedo.
-No, tú no. Es él quien me da miedo.
-¿Él?
-Víctor –suspiró Luigi. –No quiero ser hombre muerto.
-No digas bobadas.
-Tú no sabes lo que dijo que me haría si volvía a molestarte –murmuró el chico, mirando alrededor.
-Si no recuerdo mal, yo fui quien te amenazó.
-No, después de eso. Víctor me llamó al día siguiente y me advirtió que no me acercase a ti nunca más.
Myriam tuvo que sonreír.
-Bueno en fin, supongo que intentaba protegerme.
-No, no era eso. Hay mucha diferencia entre un hombre que intenta proteger a una mujer y un hombre tan celoso que podría cometer un asesinato. No le digas que hemos hablado, no estoy dispuesto a morir tan joven.
Myriam estuvo cabizbaja durante el resto del día. Por la tarde rechazó el coche de Ferrini y decidió pasear un rato sin saber dónde iba, perdida en sus pensamientos.
Una hora después, agotada, se dejó caer en un banco, mirando fotografías de su hijo que siempre llevaba consigo. Lo echaba tanto de menos que dolía el corazón, pero a esa hora ya estaría durmiendo.
Cuando llegó a casa de Víctor, Teresa la recibió en el pasillo con expresión agitada.
-La está esperando.
Víctor estaba de pie en medio del salón con gesto muy serio.
-Estaba preocupado. Pensé que te habías perdido.
-No, no me había perdido. Estaba dando un paseo… y tomando algunas decisiones.
-¿Y qué has decidido?
-Esto –contestó ella, poniéndose de puntillas para darle un beso.
Víctor la envolvió en sus brazos, apretándola fieramente contra su torso; ese gesto confirmándole que había hecho bien.
-Myriam. Dime…
-No –murmuró ella. –Ya hemos hablado demasiado. Bésame.
El vigor con el que respondió a su orden le dijo que lo deseaba tanto como ella. La besaba sin precaución, sin apartarse, como si quisiera agarrarse desesperadamente al sueño antes de que se desvaneciera.
Pero no iba a desvanecerse, le prometía ella con cada caricia. Estaba allí para siempre. Sus manos, sus labios, su corazón se lo decían.
En cuanto a Myriam, había esperado ese momento durante dos años y nada iba a arrebatárselo.
-Eres peligrosa -murmuró.
-Existe cierto placer en llegar al borde del precipicio, ¿recuerdas? Nosotros llegamos al borde de un precipicio, pero no estábamos juntos y hemos pagado un precio muy alto por ello. Pero esta vez sí esteremos juntos y vamos a ser los reyes del mundo, como tú dijiste.
Él la miró, en silencio.
-¿Lo dices de verdad? –le preguntó, temiendo hacerse ilusiones.
-Si no es eso, no hay nada más.
En ese momento vio algo en sus ojos que la emocionó. El tiempo había dado marcha atrás y era de nuevo un hombre lleno de vida, de fuego. Víctor toó su mano para salir del salón y, al pie de la escalera, volvió a besarla. Pero luego la miró, como esperando algo…
-Ven conmigo –digo Myriam.
-¿A la cima de la montaña?
-¿Dónde si no?
-Y luego…
Ella soltó una carcajada de triunfo.
-Luego nos daremos la mono y saltaremos juntos.
les prometo no tardar con el sguiente capitulo graxias.
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
graciias niiña x el cap xfa no tardes con el siiguiiente siip niiña saludos.....
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Gracias por el Cap y si por favor no tardes en poner mas saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Ke ya le diga lo del niño, muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
ESPERO QUE PRONTO LE DIGA MYRIAM HA VÍCTOR QUE TIENEN UN HIJO.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hola chicas aqui les dejo el penultimo capitulo espero que les guste y espero sus comentarios, en el proximo capitulo el final, graxias.
Capitulo 9
Las contraventanas estaban abiertas, dejando entrar la luz de la luna en la habitación.
-No me mires –dijo Víctor.
Myriam estuvo a punto de decir que no le importaban sus cicatrices, pero decidió que los actos serían más expresivos que las palabras.
-¿Te acuerdas de la oscuridad? –le preguntó, mientras cerraba las contraventanas. –El refugio estaba cubierto por toneladas de nieve… salvo en la habitación prohibida. No había luz, así que teníamos que usar una linterna. Pero a veces ni siquiera nos hacía falta.
-Me acuerdo. Y del frío.
-Nos metíamos bajo las mantas y entrábamos juntos en calor.
-No hacía frío cuando tú estabas allí. Tú alejabas el frío.
Myriam tomó su mano para llevarla a los botones de su blusa, haciéndole saber lo que quería. Víctor empezó a desnudarla despacio y el roce de sus dedos despertó miles de recuerdos. Y quería más. Lo quería todo de él, pero se obligó a sí misma a ser paciente.
Cuando sus pechos rozaron el torso masculino lo sintió temblar y, durante unos segundos, estuvieron así, intercambiando calor, consuelo y deseo.
-Eres tan pequeña.
-Delicada –bromeó Myriam.
-Sí, delicada –sonrió Víctor.
Se tumbaron sobre la cama, quitándose apresuradamente el resto de la ropa y tirándola al suelo.
-Hicimos esto la última vez. Y tuvimos que usar la linterna al día siguiente para encontrar la ropa.
-No podíamos ver nada –dijo él. –Yo te abrazaba porque temía que, si te soltaba, te desvanecerías. No te vayas nunca más, Myriam.
-Aquí estoy.
-Me acuerdo de eso –murmuró Víctor, acariciando sus pechos. –Y tú suspirabas como si te encantase.
-Me encantaba –musitó ella, acariciándolo. –Y había algo que a ti te gustaba mucho; lo sé porque estaba intentando descubrir qué te complacía… y debí hacerlo bien porque de repente lanzaste un grito…
-¡No pares! –gritó Víctor entonces. –Sigue haciendo eso.
-Eso fue lo que dijiste.
Había intentado repetir los gestos de aquella noche para despertar su memoria, pero ahora otra avalancha los arrastraba con un torrente de pasión y todo lo demás desapareció.
Y entonces ocurrió algo precioso: la antigua conexión entre ellos estaba ahí de nuevo. Myriam sabía lo que sentía Víctor como si fueran sus propios sentimientos.
Él había empezado con cuidado, temiendo hacerse daño, pero cuando el deseo lo abrumó se olvidó de todo salvo del anhelo de amarla, de hacerla suya.
Myriam dejó escapar un gemido al sentirlo dentro; lo había reconocido enseguida. En tantos sentidos era un extraño, pero ya no. Era el mismo hombre al que había amado allí, en el refugio, a oscuras. Sus caricias eran las mismas, su olor el mismo, la misma sensación dentro de ella.
Y le daban ganas de gritar de alegría, Víctor le hacía el amor con la misma ternura y consideración que antes. Y eso significaba que el hombre al que había amado estaba allí, dentro de él. Sólo tenía que despertarlo a la vida.
Cuando terminaron, Víctor puso una mano sobre su pecho, pero ella la apartó suavemente para abrir las contraventanas.
A la luz de la luna su figura tenía un aire de irrealidad y contuvo el aliento mientras se sentaba en la cama y apoyaba la mejilla sobre una de sus cicatrices.
Unos días antes hubiera rechazado el contacto, pero con ella ya no tenía miedo. Las puertas cerradas de su mente empezaban a abrirse y…
-Eras tú –murmuró. –Siempre has sido tú.
-Sí, era yo.
-Te dije que te quería y que me alegraba de decírtelo a ti y a nadie más. Que siempre serías tú…
-Pero luego me dejaste y pensé que te había perdido para siempre.
Myriam se incorporó un poco para mirarlo a los ojos, ensimismada.
-¿Qué piensas?
-¿Qué crees tú que estoy pensando? –bromeó ella.
-Nunca lo he sabido y creo que nunca la sabré.
-Esta vez no debería ser tan difícil averiguarlo –murmuró Myriam, con tono provocativo.
-Gatita –sonrió Víctor, tirándola sobre la cama.
-Has acertado.
No volvieron a decir nada, no hacía falta. Sus suspiros y sus gemidos llenaron el aire de la habitación mientras se besaban y se amaban hasta caer agotados.
A pesar del cansancio, Víctor se sentía misteriosamente lleno de fuerza, algo que no había experimentado en dos largos años. Durante todo ese tiempo su vida había estado llena de dolor, de angustia, de desesperación, pero no recordaba nada de eso mientras se quedaba dormido.
En sus sueños había un gato negro que ya no escapaba corriendo; ahora se quedaba en su regazo, lamiéndose las patitas con el aire de una criatura que había vuelto a casa.
El insistente sonido del teléfono los despertó por la mañana y Víctor contestó, medio dormido.
-Muy bien, bajaré enseguida…
-¿Qué pasa?
-Era Lucia –respondió él, agitado. –Hay dos personas esperando en mi despacho. Tenía una reunión muy importante, pero se me había olvidado por tu culpa. Mira qué hora es…
Después de darle un rápido beso desapareció en el cuarto de baño y Myriam tuvo que sonreír, aunque un poco decepcionada. Había pensado hablarle del niño por la mañana… pero tampoco estaba disgustada.
Víctor se movía mucho más rápido y con más seguridad mientras iba al baño y eso sugería que se había beneficiado de su noche de amor.
Cuando se levantaba de la cama vio una fotografía sobre la mesilla y no le sorprendió que fuera de Bruno, su abuelo; el parecido con Alex más pronunciado en aquel retrato.
Después de ducharse bajó a la cocina y encontró a teresa de mal humor.
-Le dije a Lucia que no lo molestase esta mañana. ¡A la porra con el negocio! Usted es mucho mejor para él.
-Muchas gracias, Teresa –rió Myriam.
Cuando terminó de desayunar, Víctor seguía reunido, de modo que salió al jardín y se dedicó a trabajar en el proyecto que le había encargado Ferrini. El trabajo estaba siendo más interesante de lo que había pensado y se dedicó a ellos durante dos horas, aunque no dejaba de preguntar qué tal iría la reunión de Víctor con sus clientes.
Pero estaba yendo bien. De hecho, si hubiera sido una mosca pegada al cristal de la ventana, apreciaría la rapidez y la eficacia con la que estaba llevando las negociaciones para firmar el contrato y librarse de ellos lo antes posible.
Luego fue a buscarla al jardín y al verla tuvo que sonreír. Y seguía sonriendo mientras se apoyaba en el tronco de un árbol para mirarla a placer.
En ese momento sonó el móvil de Myriam y ella contestó inmediatamente, su rostro iluminándose de alegría.
-Hola, cariño. Qué alegría oír tu voz. Estaba a punto de llamarte… ¿qué? Sí, yo también te echo de menos. Tengo tantas ganas de verte… para siempre, mi amor, te quiero mucho. Ojala supieras cuánto te quiero. ¿Tú también me quieres? ¿De verdad…? Dilo otra vez.
Víctor, apoyado en el árbol fue encogiéndose poco a poco. Myriam reía y el sonido de esa risa era como un cuchillo en su corazón. La noche anterior había estado debajo de él, la cabeza echada hacia atrás en abandono, ofreciéndose a sí misma. Así reía ahora hablando con aquel hombre.
Había confiado en ella y…
Pensar que lo había visto entregado, sin defensas, sin subterfugios, ofreciéndole todo su corazón, lo llenó de rabia y se dio vuelta sin hacer ruido, desesperado por alejarse sin que lo viera.
Myriam ni lo vio ni lo oyó, toda su atención en la vocecita que le llegaba desde el otro lado de la línea, hasta que Estrella le quitó el teléfono.
-¡Me ha hablado, Estrella! Con palabras…
-Sí, claro, seguro –rió su amiga. –Yo he oído <pez>, <gu> y <quaf>.
-Mira que eres mala. Me ha dicho que me quiere y lo ha dicho varias veces…
-Bueno, ¿qué tal va todo por ahí? ¿Se lo has contado ya?
-No, pero estoy a punto de hacerlo.
Charlaron sobre asuntos domésticos durante un rato y, después de colgar, volvió a su trabajo más alegre que antes. Estaba cerca, muy cerca, de conseguir lo que tanto anhelaba.
Entonces, mientras miraba alrededor, ocurrió algo. Aunque estaba sola tuvo la irracional convicción de que había habido alguien allí, a su lado, a la sombra de un árbol. No había nadie ahora, pero la convicción persistía, como si la silueta se hubiera quedado grabada…
Sorprendida, decidió ir a la cocina, donde Teresa estaba haciendo café.
-¿Víctor sigue en la oficina?
-No, acaba de subir a su habitación. Y parecía tener mucha prisa.
Myriam subió corriendo las escaleras y entró en el dormitorio. Víctor estaba sentado en la cama, pálido y cabizbajo.
-¿Qué ocurre?
-Tal vez soy yo quien debería hacer esa pregunta.
-¿Por qué dices eso?
Víctor se levantó, airado.
-Pensé que había encontrado a alguien en quien podía confiar, la única mujer en el mundo… qué tonto he sido. Debería haberte preguntado, ¿no?
-¿Qué deberías haberme preguntado?
-Sobre ti, sobre tu vida. Con quién te acuestas, por ejemplo. Tú lo sabes todo de mí, pero yo no sé nada de tu vida. He confiado en ti…
-¿Crees que has hecho mal? –lo interrumpió Myriam.
-¡Sí!
-¿Y vas a decirme por qué?
-Pensé que tú eras diferente. Me hiciste pensar eso entonces, en el refugio, y luego de nuevo cuando apareciste aquí. Pero no es verdad.
-¿Qué estas diciendo, Víctor? –exclamó ella, sin salir de su estupor.
-Anoche creí en ti, creí que me amadas de verdad.
-Pero yo…
-No digas nada, no quiero escucharlo. ¿Lo pasaste bien anoche? ¿Lo has llamado a él esta mañana para reíros a gusto?
-¿De qué éstas hablando?
-¿Por qué has venido a Milán, Myriam? ¿Por qué has venido aquí?
-Porque me he pasado dos años llorando por ti. Lloraba hasta quedarme dormida por las noches porque creí que estabas muerto y esa idea me resultaba insoportable. Me había enamorado de ti y casi me volví loca cuando pensé que nunca volvería a verte… y cuando descubrí que estabas vivo tuve que venir, no podía hacer otra cosa. Tenía que volver a verte…
-No me cuentes más mentiras –La interrumpió él. –Ha sido un juego, ¿no? Hiciste conmigo lo que te dio la gana aquella vez y has demostrado que podías volver a hacerlo. Bueno, pues lo has conseguido, enhorabuena. He hecho todo lo que tú esperabas, ¿no?
-¿Pero qué estás diciendo?
-Pensar que te he llevado en mi corazón durante todo este tiempo, como un sueño maravilloso… alguien demasiado precioso como para ser real. ¿Quieres saber lo que pasó cuando me caí por ese precipicio, Myriam?
Estuve tumbado durante no sé cuánto tiempo. Tenía tanto dolor que rezaba para morirme. Pensé que tú también habías muerto y no quería vivir sin ti… te veía, llamándome, llevándome al sitio donde estabas y donde podríamos estar juntos para siempre. Intentaba incorporarme para llegar a ti y no podía hacerlo, pero mi corazón se fue contigo. Te hubiera seguido a cualquier parte…
-¿Por qué no me habías dicho eso antes? –lo interrumpió ella, con los ojos llenos de lagrimas.
-Se había borrado de mi memoria por todo lo que pasó después. Lo olvidé como si no hubiera ocurrido nunca. Cuando desperté en el hospital sólo tenía recuerdos mezclados que no podía entender, pero anoche todo volvió a mi memoria mientras hacíamos el amor. Estábamos juntos otra vez y todo un mundo se abrió para mí porque estabas conmigo…
-Víctor…
-Vete, Myriam. No me toques, no te acerques a mí. No quería confiar en ti… intenté ser cauto, me dije a mi mismo que no podía confiar en ninguna mujer, pero no he podido evitarlo. Eso me enseñará a tener más cuidado en el futuro.
-Por favor, Víctor, no entiendo nada. ¿Por qué estás así? ¿Por qué me dices esas cosas?
-Ojala pudiese dar marcha atrás al reloj. Ojala no te hubiera oído hablando con ese hombre…
-¿Qué hombre? ¿De qué hablas?
-Te he oído hablar con él por teléfono en el jardín. Y deberías tener más cuidado…
-¿Qué? –Myriam lo entendió todo en ese momento. –Víctor… no estaba hablando con un hombre.
-¿Cómo que no? He escuchado la conversación. He oído cómo decías que le querías…
-Sí, claro que le quiero –suspiró ella. –Y tiene un nombre: Alex Montemayor.
Víctor palideció.
-¿Tu marido?
-Mi hijo.
Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse al ver que Víctor tenía que apoyarse en la cómoda.
-¿Vas a decirme quién es el padre?
-Haré algo mejor que eso. Voy a enseñarte una fotografía de su abuelo –suspiró ella, tomando la fotografía de Bruno de la mesilla y sacando luego del bolso la de Alex. –Mira, éste es Alex… el diminutivo de Alejandro. ¿Ves el parecido?
Víctor tuvo que dejarse caer sobre la cama. El parecido entre su abuelo y aquel niño era tan grande que no podía haber duda sobre el parentesco.
-Nació a finales de octubre, nueve meses después de que tú y yo estuviéramos juntos en ese refugio. Víctor… -Myriam puso una mano en su hombro, preocupada por su silencio.
-Tengo un hijo.
-Tenemos un hijo, Víctor. Tuyo y mío. Me habría gustado que se pareciese a ti, pero se parece a tu abuelo.
-Nunca imaginé… nunca, en ningún momento… ¿por qué no me lo habías contado antes?
-Porque no podía hacerlo. El día que llegué eras otro hombre; no eras el Víctor que yo conocía… ¿cómo iba a decirte nada? Intenté encontrar el momento adecuado, pero está claro que no he sido capaz –suspiró Myriam.
-Se llama Alejandro.
-Es tu hijo, Víctor. Porque aquí –Myriam se señaló el corazón –tú nunca has muerto para mí. Y es un niño precioso.
-¿Cuándo voy a conocerlo?
-Llamaré a estrella para que lo traiga a Milán. Seguramente no podrá encontrar billetes para hoy, pero sí para mañana. Antes de venir a Italia le hice el pasaporte al niño… mi intención era que lo conocieses.
-Por favor, tráelo enseguida –murmuró víctor. –Hemos perdido tanto tiempo…
Myriam llamó a Estrella, que prometió llamarla en cuanto hubiera conseguido billetes. Una hora después todo estaba arreglado.
-Mañana –le dijo después de colgar. –El vuelo llega a mediodía.
Víctor no dijo nada y ella se preguntó si la habría oído, pero un segundo después la abrazó con todas sus fuerzas.
-Estaremos los dos allí –murmuró antes de salir del dormitorio.
Y Myriam decidió no seguirlo. Habría sido maravilloso celebrarlo, pero sabía que Víctor era un hombre complejo y aún había mucho camino por recorrer. Por el momento, era suficiente con que se alegrase de tener un hijo.
No volvieron a verse durante el día y, por la noche, lo oyó entrar en su habitación y cerrar la puerta. No sabía qué hacer. ¿Debía ir a buscarlo…?
Mientras intentaba tomar una decisión sonó un golpecito en la puerta de su cuarto. Y cuando abrió se encontró a Víctor al otro lado.
-Perdona que te moleste…
-Tú no me molestas nunca, tonto –sonrió ella, tomando su mano. –Ven, pasa.
Víctor se dejó llevar hasta la cama pero, cuando intentó besarlo, se apartó.
-¿No tienes nada que reprocharme?
-¿Por qué iba a reprocharte nada?
-Mi comportamiento de esta mañana ha sido imperdonable.
Myriam dejó escapar un suspiro.
-Sé que te sientes inseguro, y al creer que hablaba con otro hombre después de lo de anoche…
-Eres muy generosa, peroles dos sabemos que me he portado como un bruto. Nunca creí que fuese una persona cruel, pero te dije cosas horribles. ¿Podrías perdonarme algún día?
-No hay nada que perdonar. No reguardo rencor.
-No, no tenía derecho a hablarte así. Deberías haber reflexionado antes… haberte preguntado con quién hablabas como un hombre civilizado y no como un energúmeno.
-A lo mejor no podías ver las cosas con calma porque te importo mucho –sugirió Myriam. –Déjalo estar, Víctor. No ha pasado nada.
Hablaba con supuesta confianza pero, en su corazón, sabía que no iba a ser tan sencillo. Víctor seguía luchando contra sus demonios y tenía miedo.
-No pasa nada, de verdad –insistió. –Tú no eres un hombre cruel, sólo un hombre que ha estado muy enfermo.
-Eres muy amable, pero…
-No puedes seguir culpándote a ti mismo por todo, especialmente conmigo. ¿Quién mejor que yo sabe lo que has tenido que sufrir?
Él estaba a punto de decir algo, pero Myriam lo silenció tumbándolo en la cama. Víctor dejó que lo desnudase y luego alargó una mano para desnudarla a ella, pero Myriam, impaciente, se había adelantado. Deseaba amarlo porque sólo su amor podía apartar la niebla de su mente.
Lo hizo despacio, esperando a que se relajase, bromeando y tentándolo hasta que lo notó dispuesto a tomar el mando y cediendo luego para disfrutar con él. Y, al fin, cuando vio que sus ojos ya no estaban oscurecidos, tuvo lo que quería.
Pero tal vez no por mucho tiempo. Sabía que los demonios volverían y rezaba para ser tan fuerte como para expulsarlos de su vida para siempre.
Después de hacer el amor, se quedaron en silencio, uno en brazos de otro.
-¿Cómo puedo haberlo olvidado? –suspiró Víctor. –Ahora lo recuerdo todo… hacía tanto frío que estábamos siempre abrazados y estaba tan oscuro que no podíamos vernos las caras. Ahora lo recuerdo…
-Eso es lo único que importa –dijo Myriam.
-Pensaba que íbamos a morir y lo único que deseaba era estar contigo.
-Me dijiste: “Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después”. ¿Te acuerdas?
-Sí, yo dije eso y tú dijiste que me querías.
-Porque era verdad.
Víctor sonrió, agradecido.
-¿Qué pasó cuando volviste a Inglaterra… al descubrir que estabas embarazada?
-Estrella vivía conmigo entonces porque después del accidente decidió mudarse a Londres para cuidar de mí. Fue ella quien descubrió que estaba embarazada –suspiró Myriam. –Yo pensé que eran unos mareos sin importancia, pero como ella es enfermera…hasta entonces seguía rezando para que estuvieras vivo, pero ese mismo día leímos en el periódico que habías muerto. Hasta entonces yo seguía agarrándome a la esperanza y, después de eso, sólo Alex me ayudó a seguir viviendo. Me habías dejado una parte de ti y por eso el niño era doblemente deseado. Solía hablarle de ti mientras estaba embarazada, ¿sabes? Y luego, cuando nació. Si de verdad hubieras muerto, Alex habría sabido quién era su padre, pero ahora… ahora va a ser maravilloso –suspiró Myriam.
-¿Tú crees? Tienes más fe en mí que yo mismo. ¿Cómo voy a ser padre?
-Pero cuando te lo dije estabas deseando conocer al niño –dijo Myriam, alarmada.
-Sí, ése fue mi primer impulso, pero he estado pensando y ya no lo sé. Una vez dije que había cosas aquí –Víctor se tocó el corazón –que era mejor dejar escondidas. Es mejor que yo no tenga hijos, Myriam.
-¿Por qué?
-Yo te conté algo sobre mi familia y estoy seguro de que Teresa te ha contado algo más. En lo que se refiere a ser padre, yo no sé absolutamente nada.
-Nadie sabe nada hasta que lo es. Tampoco yo sabía lo que era ser madre hasta que nació Alex. Además, tú tuviste a tu abuelo. Teresa me ha contado que pasabas mucho tiempo con él… y tú también le querías mucho, ¿no? Por eso sólo guardas sus fotografías.
Víctor asistió, pensativo.
-Si no hubiera tenido a mi abuelo, no sé qué habría hecho. Él me daba seguridad… la sensación de que me quería alguien. Algún día te llevaré a verlo. Está en una residencia, muy enfermo y, en general, ya no conoce a nadie. Pero a lo mejor tenemos suerte y lo pillamos en un buen día.
-Me encantaría conocerlo. Además, Bruno deberá conocer a su bisnieto –sonrió Myriam.
-Ojala se encontrase bien… él sería mejor padre que yo, te lo aseguro –suspiró Víctor. –Yo no tengo paciencia…
-No digas eso.
-Tú sabes lo que quiero decir. Soy un hombre difícil, tú misma has tenido que soportarlo.
-Sí, con la gente que te engaña. Pero no creo que Alex vaya a engañarte.
-Estás muy segura de que todo va a salir bien, ¿verdad? Mucho más que yo.
-A lo mejor porque te conozco mejor que tú mismo.
-¿Y si no encuentro sitio en mi corazón para el niño?
-Estoy segura de que vas a encontrarlo.
-¿Y si no pudiera? –insistió él.
Myriam lo miró, pensativa.
-Si no pudieras, me marcharía con Alex a Inglaterra y no te molestaría más.
Víctor apretó su mano entonces, como para evitar que se escapase.
-Sí –murmuró, con un mundo de tristeza en la voz. –Eso es lo que tendrías que hacer.
El avión llegaba a la hora prevista y sólo tuvieron que colocarse en la puerta para esperar a Estrella con su preciosa carga.
-Sólo unos minutos más –murmuró Myriam. -¿Dónde estás?
Víctor se había colocado unos pasos por detrás de ella.
-Yo esperaré aquí mientras tú los saludas.
Una vez más estaba apartándose para mirar a distancia. Myriam intentó no angustiarse; era lógico que se mostrase cauto, pensó.
Y entonces vio a Estrella dirigiéndose hacia ella con Alex en brazos y todo lo demás quedó olvidado por la alegría de ver a su hijo, que movía los bracitos gritando: <¡Mami, mami!>.
-¡Cariño! –Myriam lo apretó contra su corazón. –No te has olvidado de mí. Dame un beso… dame un besito, mi amor, mi niño.
-¡Uf, menos mal! –exclamó Estrella. –No sabes cómo pesa.
-Permítame que la ayude con el equipaje, signorina –oyeron uno voz a su espalda. –Soy Víctor García.
-Ay, perdona –se disculpó Myriam. –He visto a Alex y se me ha olvidado todo lo demás.
-Es natural –murmuró él.
-Te presento a mi amiga Estrella. Ya te he hablado de ella. Y él es… Alex.
Padres e hijo se miraron en silencio.
-Estamos entorpeciendo el paso –dijo Víctor después. –Vamos al coche.
Myriam se sentó con Alex sobre las piernas, abrazándolo, besando su pelito oscuro, feliz de estar con él pero deseando llegar a casa. Mientras conducía, Víctor hablaba con Estrella, haciendo preguntas sobre Londres y aparentemente interesado en las respuestas. Pero Myriam sabía que estaba muy tenso.
Teresa recibió a Alex entusiasmada y, después de abrazarlo y agasajarlo, acompaño a Estrella a su habitación, dejándolos con el niño.
-¿A que se parece a su abuelo? –sonrió Myriam.
-Sí, mucho –contestó él.
-Tiene un año y tres meses… y un carácter muy fuerte. Le gusta salirse con la suya y si no es así se enfada muchísimo.
-Ah, creo que yo era igual a su edad.
-Por lo que he oído, sigues siendo igual –bromeó Myriam.
-De tal palo…
Aquello no era lo que ella había esperado. Víctor hacía lo que podía, pero se daba cuenta de que no le resultaba nada fácil.
-¿Quieres tomarlo en brazos?
-No, me da miedo tirarlo.
-Siéntate en el sofá y yo lo pondré en tus brazos, no te preocupes.
Lo intentaron, pero Alex se apartaba, incómodo con un desconocido.
-Está cansado del viaje. Tiene que echarse una siesta.
-Sí, claro –asistió Víctor. –Te dejo para que puedas acostarlo mientras yo… voy a trabajar un rato.
Era demasiado pronto, pensó ella. Necesitaba tiempo para acostumbrase y, probablemente, Alex también. Le gustaría con todo su corazón que formase parte del círculo de amor entre el niño y ella, pero tendría que esperar, darle tiempo. Hasta entonces, Víctor estaba condenado a mirar desde fuera.
Teresa se había esforzado al máximo, recuperando todas las recetas de comida para niños que conocía y explicándole los detalles a Myriam para que le diera su aprobación. Afortunadamente, Alex no parecía tener ningún problema y, sentado sobre las rodillas de mamá, se lo comió todo sin protestar.
-Qué bueno es –murmuró el ama de llaves.
-No lo será durante mucho rato –rió Myriam. –Debe de estar agotado del viaje porque normalmente es un diablillo.
-Así es como tiene que ser –afirmó el ama de llaves. –Igualito que su padre.
-Bueno, voy a meterlo en la cuna.
-¿Quieres que te ayude? –se ofreció Estrella.
-No, gracias. Quiero hablar con Alex porque hace muchos días que no le veo. ¿Verdad, pequeñín? Tienes muchas cosas que contarme.
Teresa había celebrado la llegada del niño encargando la cuna y la ropa de cuna más bonita que había en Milán… y exigiendo que lo llevasen todo el mismo día o tendrían que vérselas con ella. De modo que la cuna estaba ya preparada en la habitación.
-Mira qué bonito. Todo el mundo estaba deseando conocerte, chiquitín. Deja que te abrace… ¡Cuánto tiempo sin verte, mi amor! –Myriam no podía dejar de besarlo y el niño emitió un sonido, entre un suspiro de resignación y una risita. –Ya estás conmigo otra vez y todo va a salir bien. No volveré a dejarte nunca.
-Pez –dijo Alex.
-Sí, pez. Y pez y pez, todos los peces que quiera. ¡Oye, no me tires del pelo! Te quiero, chiquitín mío. Te quiero, te quiero, te quiero…
Myriam dejó al niño en su cuna, mirándolo con maternal adoración, tan pendiente de Alex que no vio al hombre que estaba en la puerta, esperando que se fijara en él, que se acordase de él.
Y como no lo hizo, se alejó en silencio…
Durante los días siguientes, Víctor visitaba a Alex, sonreía y decía las cosas que se esperaban de él, pero siempre con reserva, casi con miedo.
Y, de nuevo, Myriam recordó lo que había dicho en las montañas: <Pronto me di cuenta de que un hombre con una visión tan pobre de la familia probablemente no debería tener hijos>.
¿Habría sido esas palabras más proféticas de lo que pensaba? Víctor se había alegrado al conocer la existencia de Alex pero, como él mismo había dicho, la realidad era otra cosa.
Aquel día apenas se vieron, pero por la noche Myriam llamó suavemente a la puerta de su habitación.
-Sé que es muy tarde y no quería molestarte, pero…
-No me molestas, entra –la interrumpió él. –He ido a visitar a mi abuelo.
-¿Cómo está?
-Hay momentos en los que pierde la conciencia. Le he hablado de Alex, pero no estoy seguro de que me haya entendido.
-Lo mejor sería que fuésemos a verlo con el niño –sugirió ella.
-Esperaba que dijeras eso. Iremos mañana, si te parece –dijo Víctor, complacido.
La residencia era una agradable casa de campo a las afueras de Milán y Bruno se alojaba en el primer piso, en una habitación con vista al jardín. No estaba, como Myriam había esperado, en la cama, sino sentado en el sofá, mirando por la ventana.
Era un hombre muy mayor, con aspecto marchito, pero sonrió al verlos.
-Víctor…
-No me esperabas tan pronto, ¿verdad, abuelo? Pero ayer te hablé de mi hijo y quería que lo conocieras.
El anciano no pareció entender, pero luego se volvió hacia Myriam, que se había sentado a su lado en el sofá, con Alex en brazos.
-Alejandro –murmuró, tocando la carita del niño.
-Ella es Myriam, abuelo –dijo Víctor, tomando una silla.
Bruno estaba muy débil, pero seguía siendo un caballero e inclinó amablemente la cabeza.
-¿El hijo de Víctor? –preguntó.
-Sí, Alex.
El niño se agarró a su dedo con tal fuerza que el pobre hombre emitió un gemido, pero cuando Víctor iba a apartarlo, su abuelo negó con la cabeza.
-No. Es fuerte… eso está bien.
-Es muy fuerte, suele romper cosas –sonrió Myriam.
-Entonces tiene… espíritu. Me acuerdo… -los ojos del anciano se empañaron. –Víctor también rompía cosas. Estaba muy enfadado, pero se recuperó.
-Gracias a usted.
-No, gracias a él mismo –Bruno miró a su nieto y luego a Alex. –Él será para ti lo que tú fuiste para mí. Los niños rompen cosas y nos dan miedo… pero luego tienen esa sonrisa… tú la verás pronto y sabrás que es sólo para ti. Y después harás lo que sea para que nunca le pase nada –murmuró, acariciando la cabeza del pequeño. –Gracias por traerlo.
-Yo… voy a salir un momento –dijo Myriam, intuyendo que abuelo y nieto querrían hablar.
Cuando se quedaron solos, Bruno sonrió.
-Es ella.
-Sí –asistió Víctor. –Es ella.
-¿Cuándo os casáis?
-No lo sé. Aún no se lo he pedido.
-No dejes que se escape, Víctor. Sí la pierdes, lo lamentarás toda la vida.
-Lo sé, abuelo. Pero yo he cambiado. Ya no soy el de antes y no me gusta a mí mismo.
-A ella le gustas –sonrió Bruno.
-Pero si no soy capaz de querer a ese niño…
-Tienes miedo de hacer lo que te hicieron a ti, pero no temas eso. Ellos te harán un sitio en su vida. Aunque no confíes en ti mismo, confía en ella y en tu hijo. No te fallarán.
-No te preocupes, abuelo. Sé que la felicidad está con ellos.
-Entonces no tengo que preocuparme más –murmuró Bruno, cerrando los ojos.
–Estoy cansado. Quiero dormir un rato.
Víctor se levantó para darle un beso en la mejilla y salió de la habitación.
-Gracias, Myriam.
En el coche, mientras volvían a casa, apenas dijo una palabra, peo no dejaba de mirar a Alex con una sonrisa en los labios.
Myriam, en silencio, observaba a los dos hombres de su vida, más feliz que nunca.
Capitulo 9
Las contraventanas estaban abiertas, dejando entrar la luz de la luna en la habitación.
-No me mires –dijo Víctor.
Myriam estuvo a punto de decir que no le importaban sus cicatrices, pero decidió que los actos serían más expresivos que las palabras.
-¿Te acuerdas de la oscuridad? –le preguntó, mientras cerraba las contraventanas. –El refugio estaba cubierto por toneladas de nieve… salvo en la habitación prohibida. No había luz, así que teníamos que usar una linterna. Pero a veces ni siquiera nos hacía falta.
-Me acuerdo. Y del frío.
-Nos metíamos bajo las mantas y entrábamos juntos en calor.
-No hacía frío cuando tú estabas allí. Tú alejabas el frío.
Myriam tomó su mano para llevarla a los botones de su blusa, haciéndole saber lo que quería. Víctor empezó a desnudarla despacio y el roce de sus dedos despertó miles de recuerdos. Y quería más. Lo quería todo de él, pero se obligó a sí misma a ser paciente.
Cuando sus pechos rozaron el torso masculino lo sintió temblar y, durante unos segundos, estuvieron así, intercambiando calor, consuelo y deseo.
-Eres tan pequeña.
-Delicada –bromeó Myriam.
-Sí, delicada –sonrió Víctor.
Se tumbaron sobre la cama, quitándose apresuradamente el resto de la ropa y tirándola al suelo.
-Hicimos esto la última vez. Y tuvimos que usar la linterna al día siguiente para encontrar la ropa.
-No podíamos ver nada –dijo él. –Yo te abrazaba porque temía que, si te soltaba, te desvanecerías. No te vayas nunca más, Myriam.
-Aquí estoy.
-Me acuerdo de eso –murmuró Víctor, acariciando sus pechos. –Y tú suspirabas como si te encantase.
-Me encantaba –musitó ella, acariciándolo. –Y había algo que a ti te gustaba mucho; lo sé porque estaba intentando descubrir qué te complacía… y debí hacerlo bien porque de repente lanzaste un grito…
-¡No pares! –gritó Víctor entonces. –Sigue haciendo eso.
-Eso fue lo que dijiste.
Había intentado repetir los gestos de aquella noche para despertar su memoria, pero ahora otra avalancha los arrastraba con un torrente de pasión y todo lo demás desapareció.
Y entonces ocurrió algo precioso: la antigua conexión entre ellos estaba ahí de nuevo. Myriam sabía lo que sentía Víctor como si fueran sus propios sentimientos.
Él había empezado con cuidado, temiendo hacerse daño, pero cuando el deseo lo abrumó se olvidó de todo salvo del anhelo de amarla, de hacerla suya.
Myriam dejó escapar un gemido al sentirlo dentro; lo había reconocido enseguida. En tantos sentidos era un extraño, pero ya no. Era el mismo hombre al que había amado allí, en el refugio, a oscuras. Sus caricias eran las mismas, su olor el mismo, la misma sensación dentro de ella.
Y le daban ganas de gritar de alegría, Víctor le hacía el amor con la misma ternura y consideración que antes. Y eso significaba que el hombre al que había amado estaba allí, dentro de él. Sólo tenía que despertarlo a la vida.
Cuando terminaron, Víctor puso una mano sobre su pecho, pero ella la apartó suavemente para abrir las contraventanas.
A la luz de la luna su figura tenía un aire de irrealidad y contuvo el aliento mientras se sentaba en la cama y apoyaba la mejilla sobre una de sus cicatrices.
Unos días antes hubiera rechazado el contacto, pero con ella ya no tenía miedo. Las puertas cerradas de su mente empezaban a abrirse y…
-Eras tú –murmuró. –Siempre has sido tú.
-Sí, era yo.
-Te dije que te quería y que me alegraba de decírtelo a ti y a nadie más. Que siempre serías tú…
-Pero luego me dejaste y pensé que te había perdido para siempre.
Myriam se incorporó un poco para mirarlo a los ojos, ensimismada.
-¿Qué piensas?
-¿Qué crees tú que estoy pensando? –bromeó ella.
-Nunca lo he sabido y creo que nunca la sabré.
-Esta vez no debería ser tan difícil averiguarlo –murmuró Myriam, con tono provocativo.
-Gatita –sonrió Víctor, tirándola sobre la cama.
-Has acertado.
No volvieron a decir nada, no hacía falta. Sus suspiros y sus gemidos llenaron el aire de la habitación mientras se besaban y se amaban hasta caer agotados.
A pesar del cansancio, Víctor se sentía misteriosamente lleno de fuerza, algo que no había experimentado en dos largos años. Durante todo ese tiempo su vida había estado llena de dolor, de angustia, de desesperación, pero no recordaba nada de eso mientras se quedaba dormido.
En sus sueños había un gato negro que ya no escapaba corriendo; ahora se quedaba en su regazo, lamiéndose las patitas con el aire de una criatura que había vuelto a casa.
El insistente sonido del teléfono los despertó por la mañana y Víctor contestó, medio dormido.
-Muy bien, bajaré enseguida…
-¿Qué pasa?
-Era Lucia –respondió él, agitado. –Hay dos personas esperando en mi despacho. Tenía una reunión muy importante, pero se me había olvidado por tu culpa. Mira qué hora es…
Después de darle un rápido beso desapareció en el cuarto de baño y Myriam tuvo que sonreír, aunque un poco decepcionada. Había pensado hablarle del niño por la mañana… pero tampoco estaba disgustada.
Víctor se movía mucho más rápido y con más seguridad mientras iba al baño y eso sugería que se había beneficiado de su noche de amor.
Cuando se levantaba de la cama vio una fotografía sobre la mesilla y no le sorprendió que fuera de Bruno, su abuelo; el parecido con Alex más pronunciado en aquel retrato.
Después de ducharse bajó a la cocina y encontró a teresa de mal humor.
-Le dije a Lucia que no lo molestase esta mañana. ¡A la porra con el negocio! Usted es mucho mejor para él.
-Muchas gracias, Teresa –rió Myriam.
Cuando terminó de desayunar, Víctor seguía reunido, de modo que salió al jardín y se dedicó a trabajar en el proyecto que le había encargado Ferrini. El trabajo estaba siendo más interesante de lo que había pensado y se dedicó a ellos durante dos horas, aunque no dejaba de preguntar qué tal iría la reunión de Víctor con sus clientes.
Pero estaba yendo bien. De hecho, si hubiera sido una mosca pegada al cristal de la ventana, apreciaría la rapidez y la eficacia con la que estaba llevando las negociaciones para firmar el contrato y librarse de ellos lo antes posible.
Luego fue a buscarla al jardín y al verla tuvo que sonreír. Y seguía sonriendo mientras se apoyaba en el tronco de un árbol para mirarla a placer.
En ese momento sonó el móvil de Myriam y ella contestó inmediatamente, su rostro iluminándose de alegría.
-Hola, cariño. Qué alegría oír tu voz. Estaba a punto de llamarte… ¿qué? Sí, yo también te echo de menos. Tengo tantas ganas de verte… para siempre, mi amor, te quiero mucho. Ojala supieras cuánto te quiero. ¿Tú también me quieres? ¿De verdad…? Dilo otra vez.
Víctor, apoyado en el árbol fue encogiéndose poco a poco. Myriam reía y el sonido de esa risa era como un cuchillo en su corazón. La noche anterior había estado debajo de él, la cabeza echada hacia atrás en abandono, ofreciéndose a sí misma. Así reía ahora hablando con aquel hombre.
Había confiado en ella y…
Pensar que lo había visto entregado, sin defensas, sin subterfugios, ofreciéndole todo su corazón, lo llenó de rabia y se dio vuelta sin hacer ruido, desesperado por alejarse sin que lo viera.
Myriam ni lo vio ni lo oyó, toda su atención en la vocecita que le llegaba desde el otro lado de la línea, hasta que Estrella le quitó el teléfono.
-¡Me ha hablado, Estrella! Con palabras…
-Sí, claro, seguro –rió su amiga. –Yo he oído <pez>, <gu> y <quaf>.
-Mira que eres mala. Me ha dicho que me quiere y lo ha dicho varias veces…
-Bueno, ¿qué tal va todo por ahí? ¿Se lo has contado ya?
-No, pero estoy a punto de hacerlo.
Charlaron sobre asuntos domésticos durante un rato y, después de colgar, volvió a su trabajo más alegre que antes. Estaba cerca, muy cerca, de conseguir lo que tanto anhelaba.
Entonces, mientras miraba alrededor, ocurrió algo. Aunque estaba sola tuvo la irracional convicción de que había habido alguien allí, a su lado, a la sombra de un árbol. No había nadie ahora, pero la convicción persistía, como si la silueta se hubiera quedado grabada…
Sorprendida, decidió ir a la cocina, donde Teresa estaba haciendo café.
-¿Víctor sigue en la oficina?
-No, acaba de subir a su habitación. Y parecía tener mucha prisa.
Myriam subió corriendo las escaleras y entró en el dormitorio. Víctor estaba sentado en la cama, pálido y cabizbajo.
-¿Qué ocurre?
-Tal vez soy yo quien debería hacer esa pregunta.
-¿Por qué dices eso?
Víctor se levantó, airado.
-Pensé que había encontrado a alguien en quien podía confiar, la única mujer en el mundo… qué tonto he sido. Debería haberte preguntado, ¿no?
-¿Qué deberías haberme preguntado?
-Sobre ti, sobre tu vida. Con quién te acuestas, por ejemplo. Tú lo sabes todo de mí, pero yo no sé nada de tu vida. He confiado en ti…
-¿Crees que has hecho mal? –lo interrumpió Myriam.
-¡Sí!
-¿Y vas a decirme por qué?
-Pensé que tú eras diferente. Me hiciste pensar eso entonces, en el refugio, y luego de nuevo cuando apareciste aquí. Pero no es verdad.
-¿Qué estas diciendo, Víctor? –exclamó ella, sin salir de su estupor.
-Anoche creí en ti, creí que me amadas de verdad.
-Pero yo…
-No digas nada, no quiero escucharlo. ¿Lo pasaste bien anoche? ¿Lo has llamado a él esta mañana para reíros a gusto?
-¿De qué éstas hablando?
-¿Por qué has venido a Milán, Myriam? ¿Por qué has venido aquí?
-Porque me he pasado dos años llorando por ti. Lloraba hasta quedarme dormida por las noches porque creí que estabas muerto y esa idea me resultaba insoportable. Me había enamorado de ti y casi me volví loca cuando pensé que nunca volvería a verte… y cuando descubrí que estabas vivo tuve que venir, no podía hacer otra cosa. Tenía que volver a verte…
-No me cuentes más mentiras –La interrumpió él. –Ha sido un juego, ¿no? Hiciste conmigo lo que te dio la gana aquella vez y has demostrado que podías volver a hacerlo. Bueno, pues lo has conseguido, enhorabuena. He hecho todo lo que tú esperabas, ¿no?
-¿Pero qué estás diciendo?
-Pensar que te he llevado en mi corazón durante todo este tiempo, como un sueño maravilloso… alguien demasiado precioso como para ser real. ¿Quieres saber lo que pasó cuando me caí por ese precipicio, Myriam?
Estuve tumbado durante no sé cuánto tiempo. Tenía tanto dolor que rezaba para morirme. Pensé que tú también habías muerto y no quería vivir sin ti… te veía, llamándome, llevándome al sitio donde estabas y donde podríamos estar juntos para siempre. Intentaba incorporarme para llegar a ti y no podía hacerlo, pero mi corazón se fue contigo. Te hubiera seguido a cualquier parte…
-¿Por qué no me habías dicho eso antes? –lo interrumpió ella, con los ojos llenos de lagrimas.
-Se había borrado de mi memoria por todo lo que pasó después. Lo olvidé como si no hubiera ocurrido nunca. Cuando desperté en el hospital sólo tenía recuerdos mezclados que no podía entender, pero anoche todo volvió a mi memoria mientras hacíamos el amor. Estábamos juntos otra vez y todo un mundo se abrió para mí porque estabas conmigo…
-Víctor…
-Vete, Myriam. No me toques, no te acerques a mí. No quería confiar en ti… intenté ser cauto, me dije a mi mismo que no podía confiar en ninguna mujer, pero no he podido evitarlo. Eso me enseñará a tener más cuidado en el futuro.
-Por favor, Víctor, no entiendo nada. ¿Por qué estás así? ¿Por qué me dices esas cosas?
-Ojala pudiese dar marcha atrás al reloj. Ojala no te hubiera oído hablando con ese hombre…
-¿Qué hombre? ¿De qué hablas?
-Te he oído hablar con él por teléfono en el jardín. Y deberías tener más cuidado…
-¿Qué? –Myriam lo entendió todo en ese momento. –Víctor… no estaba hablando con un hombre.
-¿Cómo que no? He escuchado la conversación. He oído cómo decías que le querías…
-Sí, claro que le quiero –suspiró ella. –Y tiene un nombre: Alex Montemayor.
Víctor palideció.
-¿Tu marido?
-Mi hijo.
Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para no acercarse al ver que Víctor tenía que apoyarse en la cómoda.
-¿Vas a decirme quién es el padre?
-Haré algo mejor que eso. Voy a enseñarte una fotografía de su abuelo –suspiró ella, tomando la fotografía de Bruno de la mesilla y sacando luego del bolso la de Alex. –Mira, éste es Alex… el diminutivo de Alejandro. ¿Ves el parecido?
Víctor tuvo que dejarse caer sobre la cama. El parecido entre su abuelo y aquel niño era tan grande que no podía haber duda sobre el parentesco.
-Nació a finales de octubre, nueve meses después de que tú y yo estuviéramos juntos en ese refugio. Víctor… -Myriam puso una mano en su hombro, preocupada por su silencio.
-Tengo un hijo.
-Tenemos un hijo, Víctor. Tuyo y mío. Me habría gustado que se pareciese a ti, pero se parece a tu abuelo.
-Nunca imaginé… nunca, en ningún momento… ¿por qué no me lo habías contado antes?
-Porque no podía hacerlo. El día que llegué eras otro hombre; no eras el Víctor que yo conocía… ¿cómo iba a decirte nada? Intenté encontrar el momento adecuado, pero está claro que no he sido capaz –suspiró Myriam.
-Se llama Alejandro.
-Es tu hijo, Víctor. Porque aquí –Myriam se señaló el corazón –tú nunca has muerto para mí. Y es un niño precioso.
-¿Cuándo voy a conocerlo?
-Llamaré a estrella para que lo traiga a Milán. Seguramente no podrá encontrar billetes para hoy, pero sí para mañana. Antes de venir a Italia le hice el pasaporte al niño… mi intención era que lo conocieses.
-Por favor, tráelo enseguida –murmuró víctor. –Hemos perdido tanto tiempo…
Myriam llamó a Estrella, que prometió llamarla en cuanto hubiera conseguido billetes. Una hora después todo estaba arreglado.
-Mañana –le dijo después de colgar. –El vuelo llega a mediodía.
Víctor no dijo nada y ella se preguntó si la habría oído, pero un segundo después la abrazó con todas sus fuerzas.
-Estaremos los dos allí –murmuró antes de salir del dormitorio.
Y Myriam decidió no seguirlo. Habría sido maravilloso celebrarlo, pero sabía que Víctor era un hombre complejo y aún había mucho camino por recorrer. Por el momento, era suficiente con que se alegrase de tener un hijo.
No volvieron a verse durante el día y, por la noche, lo oyó entrar en su habitación y cerrar la puerta. No sabía qué hacer. ¿Debía ir a buscarlo…?
Mientras intentaba tomar una decisión sonó un golpecito en la puerta de su cuarto. Y cuando abrió se encontró a Víctor al otro lado.
-Perdona que te moleste…
-Tú no me molestas nunca, tonto –sonrió ella, tomando su mano. –Ven, pasa.
Víctor se dejó llevar hasta la cama pero, cuando intentó besarlo, se apartó.
-¿No tienes nada que reprocharme?
-¿Por qué iba a reprocharte nada?
-Mi comportamiento de esta mañana ha sido imperdonable.
Myriam dejó escapar un suspiro.
-Sé que te sientes inseguro, y al creer que hablaba con otro hombre después de lo de anoche…
-Eres muy generosa, peroles dos sabemos que me he portado como un bruto. Nunca creí que fuese una persona cruel, pero te dije cosas horribles. ¿Podrías perdonarme algún día?
-No hay nada que perdonar. No reguardo rencor.
-No, no tenía derecho a hablarte así. Deberías haber reflexionado antes… haberte preguntado con quién hablabas como un hombre civilizado y no como un energúmeno.
-A lo mejor no podías ver las cosas con calma porque te importo mucho –sugirió Myriam. –Déjalo estar, Víctor. No ha pasado nada.
Hablaba con supuesta confianza pero, en su corazón, sabía que no iba a ser tan sencillo. Víctor seguía luchando contra sus demonios y tenía miedo.
-No pasa nada, de verdad –insistió. –Tú no eres un hombre cruel, sólo un hombre que ha estado muy enfermo.
-Eres muy amable, pero…
-No puedes seguir culpándote a ti mismo por todo, especialmente conmigo. ¿Quién mejor que yo sabe lo que has tenido que sufrir?
Él estaba a punto de decir algo, pero Myriam lo silenció tumbándolo en la cama. Víctor dejó que lo desnudase y luego alargó una mano para desnudarla a ella, pero Myriam, impaciente, se había adelantado. Deseaba amarlo porque sólo su amor podía apartar la niebla de su mente.
Lo hizo despacio, esperando a que se relajase, bromeando y tentándolo hasta que lo notó dispuesto a tomar el mando y cediendo luego para disfrutar con él. Y, al fin, cuando vio que sus ojos ya no estaban oscurecidos, tuvo lo que quería.
Pero tal vez no por mucho tiempo. Sabía que los demonios volverían y rezaba para ser tan fuerte como para expulsarlos de su vida para siempre.
Después de hacer el amor, se quedaron en silencio, uno en brazos de otro.
-¿Cómo puedo haberlo olvidado? –suspiró Víctor. –Ahora lo recuerdo todo… hacía tanto frío que estábamos siempre abrazados y estaba tan oscuro que no podíamos vernos las caras. Ahora lo recuerdo…
-Eso es lo único que importa –dijo Myriam.
-Pensaba que íbamos a morir y lo único que deseaba era estar contigo.
-Me dijiste: “Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después”. ¿Te acuerdas?
-Sí, yo dije eso y tú dijiste que me querías.
-Porque era verdad.
Víctor sonrió, agradecido.
-¿Qué pasó cuando volviste a Inglaterra… al descubrir que estabas embarazada?
-Estrella vivía conmigo entonces porque después del accidente decidió mudarse a Londres para cuidar de mí. Fue ella quien descubrió que estaba embarazada –suspiró Myriam. –Yo pensé que eran unos mareos sin importancia, pero como ella es enfermera…hasta entonces seguía rezando para que estuvieras vivo, pero ese mismo día leímos en el periódico que habías muerto. Hasta entonces yo seguía agarrándome a la esperanza y, después de eso, sólo Alex me ayudó a seguir viviendo. Me habías dejado una parte de ti y por eso el niño era doblemente deseado. Solía hablarle de ti mientras estaba embarazada, ¿sabes? Y luego, cuando nació. Si de verdad hubieras muerto, Alex habría sabido quién era su padre, pero ahora… ahora va a ser maravilloso –suspiró Myriam.
-¿Tú crees? Tienes más fe en mí que yo mismo. ¿Cómo voy a ser padre?
-Pero cuando te lo dije estabas deseando conocer al niño –dijo Myriam, alarmada.
-Sí, ése fue mi primer impulso, pero he estado pensando y ya no lo sé. Una vez dije que había cosas aquí –Víctor se tocó el corazón –que era mejor dejar escondidas. Es mejor que yo no tenga hijos, Myriam.
-¿Por qué?
-Yo te conté algo sobre mi familia y estoy seguro de que Teresa te ha contado algo más. En lo que se refiere a ser padre, yo no sé absolutamente nada.
-Nadie sabe nada hasta que lo es. Tampoco yo sabía lo que era ser madre hasta que nació Alex. Además, tú tuviste a tu abuelo. Teresa me ha contado que pasabas mucho tiempo con él… y tú también le querías mucho, ¿no? Por eso sólo guardas sus fotografías.
Víctor asistió, pensativo.
-Si no hubiera tenido a mi abuelo, no sé qué habría hecho. Él me daba seguridad… la sensación de que me quería alguien. Algún día te llevaré a verlo. Está en una residencia, muy enfermo y, en general, ya no conoce a nadie. Pero a lo mejor tenemos suerte y lo pillamos en un buen día.
-Me encantaría conocerlo. Además, Bruno deberá conocer a su bisnieto –sonrió Myriam.
-Ojala se encontrase bien… él sería mejor padre que yo, te lo aseguro –suspiró Víctor. –Yo no tengo paciencia…
-No digas eso.
-Tú sabes lo que quiero decir. Soy un hombre difícil, tú misma has tenido que soportarlo.
-Sí, con la gente que te engaña. Pero no creo que Alex vaya a engañarte.
-Estás muy segura de que todo va a salir bien, ¿verdad? Mucho más que yo.
-A lo mejor porque te conozco mejor que tú mismo.
-¿Y si no encuentro sitio en mi corazón para el niño?
-Estoy segura de que vas a encontrarlo.
-¿Y si no pudiera? –insistió él.
Myriam lo miró, pensativa.
-Si no pudieras, me marcharía con Alex a Inglaterra y no te molestaría más.
Víctor apretó su mano entonces, como para evitar que se escapase.
-Sí –murmuró, con un mundo de tristeza en la voz. –Eso es lo que tendrías que hacer.
El avión llegaba a la hora prevista y sólo tuvieron que colocarse en la puerta para esperar a Estrella con su preciosa carga.
-Sólo unos minutos más –murmuró Myriam. -¿Dónde estás?
Víctor se había colocado unos pasos por detrás de ella.
-Yo esperaré aquí mientras tú los saludas.
Una vez más estaba apartándose para mirar a distancia. Myriam intentó no angustiarse; era lógico que se mostrase cauto, pensó.
Y entonces vio a Estrella dirigiéndose hacia ella con Alex en brazos y todo lo demás quedó olvidado por la alegría de ver a su hijo, que movía los bracitos gritando: <¡Mami, mami!>.
-¡Cariño! –Myriam lo apretó contra su corazón. –No te has olvidado de mí. Dame un beso… dame un besito, mi amor, mi niño.
-¡Uf, menos mal! –exclamó Estrella. –No sabes cómo pesa.
-Permítame que la ayude con el equipaje, signorina –oyeron uno voz a su espalda. –Soy Víctor García.
-Ay, perdona –se disculpó Myriam. –He visto a Alex y se me ha olvidado todo lo demás.
-Es natural –murmuró él.
-Te presento a mi amiga Estrella. Ya te he hablado de ella. Y él es… Alex.
Padres e hijo se miraron en silencio.
-Estamos entorpeciendo el paso –dijo Víctor después. –Vamos al coche.
Myriam se sentó con Alex sobre las piernas, abrazándolo, besando su pelito oscuro, feliz de estar con él pero deseando llegar a casa. Mientras conducía, Víctor hablaba con Estrella, haciendo preguntas sobre Londres y aparentemente interesado en las respuestas. Pero Myriam sabía que estaba muy tenso.
Teresa recibió a Alex entusiasmada y, después de abrazarlo y agasajarlo, acompaño a Estrella a su habitación, dejándolos con el niño.
-¿A que se parece a su abuelo? –sonrió Myriam.
-Sí, mucho –contestó él.
-Tiene un año y tres meses… y un carácter muy fuerte. Le gusta salirse con la suya y si no es así se enfada muchísimo.
-Ah, creo que yo era igual a su edad.
-Por lo que he oído, sigues siendo igual –bromeó Myriam.
-De tal palo…
Aquello no era lo que ella había esperado. Víctor hacía lo que podía, pero se daba cuenta de que no le resultaba nada fácil.
-¿Quieres tomarlo en brazos?
-No, me da miedo tirarlo.
-Siéntate en el sofá y yo lo pondré en tus brazos, no te preocupes.
Lo intentaron, pero Alex se apartaba, incómodo con un desconocido.
-Está cansado del viaje. Tiene que echarse una siesta.
-Sí, claro –asistió Víctor. –Te dejo para que puedas acostarlo mientras yo… voy a trabajar un rato.
Era demasiado pronto, pensó ella. Necesitaba tiempo para acostumbrase y, probablemente, Alex también. Le gustaría con todo su corazón que formase parte del círculo de amor entre el niño y ella, pero tendría que esperar, darle tiempo. Hasta entonces, Víctor estaba condenado a mirar desde fuera.
Teresa se había esforzado al máximo, recuperando todas las recetas de comida para niños que conocía y explicándole los detalles a Myriam para que le diera su aprobación. Afortunadamente, Alex no parecía tener ningún problema y, sentado sobre las rodillas de mamá, se lo comió todo sin protestar.
-Qué bueno es –murmuró el ama de llaves.
-No lo será durante mucho rato –rió Myriam. –Debe de estar agotado del viaje porque normalmente es un diablillo.
-Así es como tiene que ser –afirmó el ama de llaves. –Igualito que su padre.
-Bueno, voy a meterlo en la cuna.
-¿Quieres que te ayude? –se ofreció Estrella.
-No, gracias. Quiero hablar con Alex porque hace muchos días que no le veo. ¿Verdad, pequeñín? Tienes muchas cosas que contarme.
Teresa había celebrado la llegada del niño encargando la cuna y la ropa de cuna más bonita que había en Milán… y exigiendo que lo llevasen todo el mismo día o tendrían que vérselas con ella. De modo que la cuna estaba ya preparada en la habitación.
-Mira qué bonito. Todo el mundo estaba deseando conocerte, chiquitín. Deja que te abrace… ¡Cuánto tiempo sin verte, mi amor! –Myriam no podía dejar de besarlo y el niño emitió un sonido, entre un suspiro de resignación y una risita. –Ya estás conmigo otra vez y todo va a salir bien. No volveré a dejarte nunca.
-Pez –dijo Alex.
-Sí, pez. Y pez y pez, todos los peces que quiera. ¡Oye, no me tires del pelo! Te quiero, chiquitín mío. Te quiero, te quiero, te quiero…
Myriam dejó al niño en su cuna, mirándolo con maternal adoración, tan pendiente de Alex que no vio al hombre que estaba en la puerta, esperando que se fijara en él, que se acordase de él.
Y como no lo hizo, se alejó en silencio…
Durante los días siguientes, Víctor visitaba a Alex, sonreía y decía las cosas que se esperaban de él, pero siempre con reserva, casi con miedo.
Y, de nuevo, Myriam recordó lo que había dicho en las montañas: <Pronto me di cuenta de que un hombre con una visión tan pobre de la familia probablemente no debería tener hijos>.
¿Habría sido esas palabras más proféticas de lo que pensaba? Víctor se había alegrado al conocer la existencia de Alex pero, como él mismo había dicho, la realidad era otra cosa.
Aquel día apenas se vieron, pero por la noche Myriam llamó suavemente a la puerta de su habitación.
-Sé que es muy tarde y no quería molestarte, pero…
-No me molestas, entra –la interrumpió él. –He ido a visitar a mi abuelo.
-¿Cómo está?
-Hay momentos en los que pierde la conciencia. Le he hablado de Alex, pero no estoy seguro de que me haya entendido.
-Lo mejor sería que fuésemos a verlo con el niño –sugirió ella.
-Esperaba que dijeras eso. Iremos mañana, si te parece –dijo Víctor, complacido.
La residencia era una agradable casa de campo a las afueras de Milán y Bruno se alojaba en el primer piso, en una habitación con vista al jardín. No estaba, como Myriam había esperado, en la cama, sino sentado en el sofá, mirando por la ventana.
Era un hombre muy mayor, con aspecto marchito, pero sonrió al verlos.
-Víctor…
-No me esperabas tan pronto, ¿verdad, abuelo? Pero ayer te hablé de mi hijo y quería que lo conocieras.
El anciano no pareció entender, pero luego se volvió hacia Myriam, que se había sentado a su lado en el sofá, con Alex en brazos.
-Alejandro –murmuró, tocando la carita del niño.
-Ella es Myriam, abuelo –dijo Víctor, tomando una silla.
Bruno estaba muy débil, pero seguía siendo un caballero e inclinó amablemente la cabeza.
-¿El hijo de Víctor? –preguntó.
-Sí, Alex.
El niño se agarró a su dedo con tal fuerza que el pobre hombre emitió un gemido, pero cuando Víctor iba a apartarlo, su abuelo negó con la cabeza.
-No. Es fuerte… eso está bien.
-Es muy fuerte, suele romper cosas –sonrió Myriam.
-Entonces tiene… espíritu. Me acuerdo… -los ojos del anciano se empañaron. –Víctor también rompía cosas. Estaba muy enfadado, pero se recuperó.
-Gracias a usted.
-No, gracias a él mismo –Bruno miró a su nieto y luego a Alex. –Él será para ti lo que tú fuiste para mí. Los niños rompen cosas y nos dan miedo… pero luego tienen esa sonrisa… tú la verás pronto y sabrás que es sólo para ti. Y después harás lo que sea para que nunca le pase nada –murmuró, acariciando la cabeza del pequeño. –Gracias por traerlo.
-Yo… voy a salir un momento –dijo Myriam, intuyendo que abuelo y nieto querrían hablar.
Cuando se quedaron solos, Bruno sonrió.
-Es ella.
-Sí –asistió Víctor. –Es ella.
-¿Cuándo os casáis?
-No lo sé. Aún no se lo he pedido.
-No dejes que se escape, Víctor. Sí la pierdes, lo lamentarás toda la vida.
-Lo sé, abuelo. Pero yo he cambiado. Ya no soy el de antes y no me gusta a mí mismo.
-A ella le gustas –sonrió Bruno.
-Pero si no soy capaz de querer a ese niño…
-Tienes miedo de hacer lo que te hicieron a ti, pero no temas eso. Ellos te harán un sitio en su vida. Aunque no confíes en ti mismo, confía en ella y en tu hijo. No te fallarán.
-No te preocupes, abuelo. Sé que la felicidad está con ellos.
-Entonces no tengo que preocuparme más –murmuró Bruno, cerrando los ojos.
–Estoy cansado. Quiero dormir un rato.
Víctor se levantó para darle un beso en la mejilla y salió de la habitación.
-Gracias, Myriam.
En el coche, mientras volvían a casa, apenas dijo una palabra, peo no dejaba de mirar a Alex con una sonrisa en los labios.
Myriam, en silencio, observaba a los dos hombres de su vida, más feliz que nunca.
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por el Cap. estuvo hermoso
Saludos y lo malo es que va a acabar ni modo bye Atte: Iliana
Saludos y lo malo es que va a acabar ni modo bye Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Ke lindo capitulo, ojala Vic conviva mas con Alex. Te esperamos con el final.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
QUE BONITO LE HABLO A VÍCTOR SU ABUELO.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
graciias x el cap niiña me encanto k bueno k viictor ya se entero que es papa k lastiima k esta noveliita y ava allegar a su fiin saludos niiña
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
bueno chicas aqui les dejo el capitulo final de esta novela espero que les haya gustado, espero sus comentarios. gracias.
Capitulo 10
Cuando llegaron a casa, Víctor desapareció en la oficina con la excusa del trabajo. Y, aunque Myriam quería hablar con él sobre lo que había pasado, decidió no forzar la conversación. Tal vez no estaba preparado…
-Pensé que las cosas habían mejorado –le confió a Estrella mientras subía a su cuarto. –Pero damos un paso adelante y dos pasos atrás.
-¿Y qué pasará si las cosas no salen como tú esperabas?
-No lo sé –suspiró Myriam.
Pero sí lo sabía y la idea de tomar esa decisión la llenaba de tristeza.
Hacía mucho calor y, después de dejar a Alex en la cuna, se puso un camisón ligero y abrió las contraventanas antes de tumbarse un rato.
Se había quedado dormida y despertó bruscamente, preguntándose qué pasaba. La habitación estaba en silencio, pero había algo extraño. Cuando giró la cabeza vio a Víctor frente a la cuna. Absolutamente inmóvil.
Esperó que la mirase, pero no lo hizo, tan concentrado estaba en el niño. Y Myriam podía ver que estaba sonriendo, como si algo nuevo y maravilloso hubiese llamado su atención. Tenía los ojos brillantes, no sólo de alegría, sino de algo que parecía triunfo.
Un hombre maravillándose al descubrir un tesoro tendría esa expresión, pensó. El corazón de Myriam latía con tal fuerza que temió que pudiese oírlo, pero víctor estaba totalmente concentrado en su hijo.
Un gorgoteo desde la cuna le dijo que Alex había despertado y vio a Víctor llevarse un dedo a los labios, pero el niño, contento de tener su atención, empezó a balbucear
-Silencio. No despiertes a mamá.
-Yo creo que es mejor que despertéis a mamá –suspiró ella.
Víctor se sobresaltó.
-Pensé que estabas dormida.
-Y estaba dormida. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Un rato, no sé… una hora. Iba a despertarte, pero me quedé mirando al niño y no podía dejar de mirarlo.
-Me alegro mucho –dijo ella, incorporándose. –Lo estabas haciendo muy bien.
-¿Ah, sí?
-No es fácil entender el lenguaje de los niños, hay que acostumbrarse poco a poco. Cuando dice esto… -Myriam emitió un gruñido –significa que hay que cambiarle el pañal. Espera, te enseñaré a hacerlo.
-¿Qué?
-Evidentemente estás entrenándote para ser un buen padre. ¿Qué mejor momento para la primera lección?
-No, no…
-Bueno, está bien. Lo dejaremos por hoy –rió Myriam, levantándose para sacar al niño de la cuna. –Cobarde.
Víctor no pudo dejar de sonreír mientras la veía cambiando el pañal.
-Sujétalo mientras voy a lavarme las manos.
Se tomó su tiempo en el cuarto de baño y volvió a entrar en la habitación sin hacer ruido. Y la recompensa fue encontrar a Alex sentado sobre las rodillas de su padre, mirando hacia arriba con gesto de curiosidad.
-No sabe qué pensar de ti.
-¿Y qué debo pensar yo de él?
-Eso a Alex le da igual. Sabe que la opinión que cuenta es la suya y te informará cuando llegue el momento. Este niño no va a tener miedo de nadie en la vida.
-Eso es bueno –murmuró Víctor, estudiando su carita. –Sí, creo que eso es lo que intenta decirme.
-Ahora voy a darle un poco de zumo. Suelo dejarlo en la nevera durante el día y lo saco por la noche porque no le gusta muy frío.
Myriam se sentó en la cama y tomó a Alex en brazos, pero el niño no dejaba de mirar a su padre. Se habían visto muchas veces esos días, pero daba la impresión de que estaban viéndose por primera vez.
-Ahora papá nos dará el biberón de zumo.
Víctor entró en el juego, señalándose a sí mismo con el dedo.
-Papá.
Alex frunció las cejitas.
-Papá –repitió Víctor.
Y, por fin, Alex tomó una decisión:
-Pez
-Oye, esa palabra es mía –protestó Myriam. –Yo soy pez.
-Pez –repitió Alex firmemente.
-Pero yo soy un pez italiano –rió Víctor. –Pesce.
-Pez.
-Pesce.
-Discutid todo lo que queráis –suspiró Myriam. –Pero ahora el signor Pesce nos dará zumo.
El signor Pesce hizo lo que se le pedía y el niño empezó a chupar de la tetina, mirándolos con gesto desafiante.
-Sí, ya sabemos que eres muy listo. Y vas a demostrarlo durmiendo un ratito más –le informo su madre.
Alex siguió bebiendo, pero empezaban a cerrársele los ojitos.
-Ah, has ganado esta batalla –dijo Víctor.
-No es difícil. Él sabe que cuanto más duerma, más jaleo podrá organizar después. Vamos, cariño –Myriam le quitó el biberón vacío y volvió a meterlo en la cuna.
-Tiene una carita tan inocente.
-Es un sucio truco, no te dejes que te engañe. No descubres que es un canalla hasta que es demasiado tarde y ya se te ha metido en el corazón. Pregúntale a Bruno.
Víctor sonrió.
-Sí, es verdad. Una vez me dijo que cuando más jaleo le daba era cuando ponía cara de inocente –luego la miró, en silencio. –Gracias por ir conmigo a la residencia. Mi abuelo ya no tiene muchas ilusiones en la vida y tú le has dado algo que le ha hecho feliz.
-No, yo no. Has sido tú.
-Myriam, tú tuviste a Alex sola y lo has criado sola. ¿Cómo lo has hecho?
-Lo hice por ti –contestó ella. –Pero siempre estabas a mi lado. Nunca estuve sola.
-¿Cómo podía yo estar contigo y no saberlo?
-A lo mejor lo sabías, en tu corazón –sonrió Myriam. –El paro no fue fácil… suele pasarle a las primerizas, me dijeron. Pero Estrella estaba a mi lado, apretando mi mano y, al final, todo salió bien. Si hubiese perdido a Alex… habría sido como perderte a ti otra vez.
Víctor cerró los ojos.
-Yo debería haber estado contigo. Mio Dio, debería haber estado allí, apretando tu mano.
-Sí, deberías haber estado allí. Y deberías haber sido tú el primero que lo tomase en brazos, tú quien lo consolara cuando le estaba saliendo el primer diente. Mira, te lo voy a enseñar…
Myriam abrió el cajón de la mesilla y sacó un pequeño álbum de fotos.
-Me lo ha traído Estrella.
Víctor se quedó sorprendido cuando le enseñó la primera fotografía.
-Pero ése soy yo. ¿Cómo puedes tener fotografías mías?
-Te las hice en las montañas con el móvil, cuando tú no te dabas cuenta –rió Myriam. –Y cuando volví a Inglaterra las imprimí en papel. Era todo lo que me quedaba de ti.
Víctor se vio a sí mismo dos años atrás, el joven alegre y despreocupado que había sido.
-No sé quién es. No lo conozco. Parece un listillo, de los que se tiran de balcón a balcón.
-Tenías sus virtudes –dijo ella. –No las recuerdo ahora mismo, pero debía de tenerlas.
-Gracias, señora –sonrió Víctor.
Pero la sonrisa desapareció al ver la fotografía de Myriam en el hospital, sujetando a Alex recién nacido. Y su tristeza aumento a medida que iba viendo fotos: Alex el día de su bautizo, durmiendo profundamente en los brazos de su madre, riéndose y mostrando un dientecillo…
Y detrás del niño había una fotografía suya colocada en un marco.
-Me mantenías vivo por él –murmuró.
-Intenté hacerlo. Y me ayudaba mucho, además. Así tenía a alguien con quien hablar.
Víctor se preguntó si sería conciente de la profunda soledad que contenía esa frase. Pero no, seguramente no. No había nadie menos dado a la autocompasión que Myriam Montemayor.
-¿Por qué no me las has enseñado antes?
-Quería hacerlo, pero no encontraba el momento adecuado –contestó ella, mostrándole más fotografías. –Dicen que los niños empiezan a mostrarse tímidos con los extraños cuando tienen unos mese, pero Alex no es así, al contario. Le encanta la gente.
-Me he perdido tantas cosas… para siempre.
-Pero habrá muchas más, Víctor. Una vida entera, no olvides eso.
-Una vida entera –él miró hacia la cuna. -¿De verdad crees que podrías soportarme una vida entera?
-Estoy segura.
-Siempre has sido muy valiente, pero te hará falta todo el coraje del mundo para soportarme.
-Me harías falta más coraje para vivir sin ti –dijo ella. –No tengo valor para eso.
Víctor apretó su mano.
-¿Recuerdas cuando te dije que te quería?
-Recuerdo cada palabra.
-Nunca pensé que volvería a decirlo. Entonces estaba loco de ilusión y de impotencia a la vez… tú eras la mujer de mi vida, la única que me había hecho sentir así. Y nos quedaba tan poco tiempo. Teníamos tantas cosas que decirnos… entonces te quería para siempre y te quiero para siempre ahora. Cásate conmigo Myriam. Quédate conmigo toda la vida.
-Sí, Víctor, sí, sí…
Se besaron entonces; un beso largo y profundo, un intercambio de promesas más poderoso que cualquier palabra.
-¿Lo dices de verdad? ¿Te quedarás conmigo para siempre?
-Para siempre –contestó ella.
-No me dejes nunca, Myriam.
-Nunca, nunca, nunca…
Se tumbaron sobre la cama, acariciándose, susurrándose palabras de amor mientras se desnudaban el uno al otro. Y víctor supo que nunca sería un hombre más completo. Mientras la miraba a los ojos, llenos de confianza y amor, entendió que una nueva vida había empezado para él. Ahora podía apoyarse en un amor que ya había pasado todas las pruebas posibles.
Se había encontrado cuando no había futuro para ello. Ahora el futuro se abría generoso, ofreciéndoles la felicidad que les habían robado dos años antes.
Y, mientras se amaban, su hijo dormía tranquilamente en la cuna.
Un golpecito en la puerta los despertó de madrugada.
-Han llamado de la residencia –dijo teresa. –Creen que Bruno esta muriéndose.
Myriam ya estaba de pie, vistiéndose a toda prisa.
Durante el viaje hacia la residencia, Víctor apretaba su mano, con la cabeza inclinada. Y Myriam sabía que estaba rezando.
-Aguanta un poco más, sólo un poco más…
Una enfermera los esperaba en la puerta.
-Sigue vivo –le dijo. –Pero le queda muy poco tiempo.
Bruno estaba en la cama, los ojos cerrados, la respiración penosa. Víctor se inclinó para besarlo en la mejilla.
-Estoy aquí, abuelo –murmuró, sentándose sobre la cama. –Vas a ponerte mejor, ya lo verás. Hemos venido los tres a verte.
Había uno nota de súplica en su voz y a Myriam se le rompió el corazón. Aquel momento significaba tanto para él…
-Abuelo, por favor, abre los ojos.
Los dos pensaban que no iba a pasar, que no tendría oportunidad de despedirse pero, por fin, el anciano giró un poco la cabeza y abrió los ojos. Y Myriam se colocó al lado de Víctor, con Alex en brazos para que el anciano los viera a los tres juntos.
-Tenías razón, abuelo. Va a ser como tú me dijiste. ¿Lo entiendes?
-Sí –dijo Bruno, con una voz casi inaudible. –Gracias… ya me voy tranquilo…
Luego cerró los ojos.
Todo había terminado.
Myriam salió discretamente de la habitación y Víctor se quedó sentado en la cama, con la cabeza baja.
-¿Por qué ahora precisamente? –exclamó Víctor, desesperado.
Estaba en casa. Después de darle la triste noticia a Teresa y a Estrella, se retiró para estar a solas con Myriam.
-Ha vivido todos estos años de agonía… ¿por qué ha tenido que morir ahora, cuando hay un futuro por delante, cuando existe la posibilidad de que seamos felices?
-Creo que precisamente por eso, Víctor –respondió Myriam. –estaba muy preocupado por ti, pero al saber que tenías algo por lo que vivir, una familia… Bruno supo que ya no tenía que preocuparse más.
Él suspiró, desolado.
-Sé que tienes razón, pero me hubiera gustado tanto decirle que íbamos a casarnos…
-A mí también, pero creo que hacía falta. Creo que lo sabía, Víctor.
-Vamos a casarnos lo antes posible –dijo él entonces. –Llevamos dos años prometidos, yo creo que es tiempo más que suficiente.
-hemos sido el uno del otro desde esos dos días en el refugio, ¿verdad?
-Sí, es verdad –asistió ella, acariciando su cara y poniendo en esa caricia toda la ternura acumulada durante esos años.
* * *
Unos días después Myriam salió al jardín y vio a Víctor sentado en un banco con Alex.
-Pesce –dijo el niño.
-Sí, el signor Pesce está aquí –rió él.
El niño emitió un suspiro de satisfacción y Myriam volvió a la casa para seguir trabajando en el proyecto de Ferrini porque sabía que padre e hijo ya no la necesitaban. Como ella había soñado.
Media hora después, Víctor asomó la cabeza en el salón.
-¿Vienes un rato al jardín?
-No puedo, he quedado con estrella para ir de compras. Tengo muchísimas cosas que hacer antes de la boda… ¿quieres que me lleve a Alex?
Víctor miró a su hijo.
-¿Tú que dices? ¿Quieres ir de compras con mamá o quedarte conmigo?
-Pesce –contestó Alex.
-Pues ya sabes la respuesta, se queda conmigo –sonrió Víctor, prácticamente sacando pecho. –Que lo paséis bien.
Estrella y Myriam lo pasaron más que bien. Tanto que se les olvidó la hora y, cuando decidieron volver a casa, se encontraron en el típico atasco del centro de milán.
Víctor las recibió cordialmente, pero su gesto serio sorprendió a Myriam. Era un recordatorio del hombre duro y amargado con el que se había encontrado cuando llegó a Milán.
Cuando Estrella subió a su habitación, le preguntó:
-¿Ocurre algo?
-No –contestó él.
-Dime qué te pasa.
Víctor se encogió de hombros.
-Pensé que volverías hace horas. Estuve buscándote… yendo de habitación en habitación y encontrándolas todas vacías.
Myriam contuvo un gemido al darse cuenta de que accidentalmente había despertado sus demonios.
-Lo siento, debería haberte llamado por teléfono. ¿Por qué no me has llamado tú?
-No quería que pensaras que estaba vigilándote o siendo posesivo –contestó Víctor. –No pienso hacer eso hasta que estemos casados –rió luego. –Luego te llevarás un susto cuando veas lo posesivo que soy.
-Pero como soy absolutamente tuya, ¿por qué vas a ser posesivo? –preguntó ella, con ternura. –Mira que eres bobo.
-Sí, soy un bobo. Sabía que ibas a volver a casa, pero es que… no me gusta cuando no estás aquí. Y a Alex tampoco.
-Yo sabía que el niño estaría bien contigo.
-Pero te quiere a ti y yo también. Alex y yo estamos de acuerdo en eso.
Myriam le dio un beso en los labios.
-Pues habrá que tener mucho cuidado si mis hombres se ponen de acuerdo. Entre los dos podéis conmigo.
-Eso desde luego –dijo Víctor, cerrando la puerta del salón. –tengo que decirte una cosa.
-¿Qué?
-He leído el testamento de mi abuelo y me he llevado una sorpresa enorme. Me lo ha dejado todo a mí y nada a mi madre.
-Teresa me contó que Bruno estaba enfadado con ella por haberte abandonado.
-Pero aun así, mi madre tiene tres hijos y no creo que esté de acuerdo. He pensado aceptar una cuarta parte y que el resto del dinero sea para mis hermanastros, ¿qué te parece?
-Muy buena idea.
-¿Estás de acuerdo entonces?
-Pero si no tiene nada que ver conmigo…
-¿Cómo que no? Si vas a ser mi mujer, tiene que ver contigo. Voy a desprenderme de un dinero que podría haberme gastado en ti… podría comprarte diamantes.
-Yo no quiero diamantes, no me hacen falta.
-Espera que te diga cuánto dinero es antes de regalarlo.
Víctor le dio una cifra.
-¿Tanto?
-Yo sabía que mi abuelo tenía dinero, pero no tanto. ¿Quieres cambiar de opinión?
-No, sigo pensando que tu idea es la mejor.
-¿Entonces me das permiso? –preguntó Víctor, con una mansedumbre que la hizo reír.
-Te voy a dar un mamporro…
-¡No ha cambiado nada! Eso es lo que me dijiste cuando nos conocimos.
-Y seguramente será lo último que te diga –rió Myriam. –Dentro de cincuenta años seguiré diciendo lo mismo.
-No me gusta eso de los cincuenta años.
-¿Demasiado tiempo?
-Muy poco. Por lo menos setenta.
-Y seguramente te saldrás con la tuya, como siempre –rió Myriam. -¿Y tú madre, Víctor? –le preguntó luego. -¿Va a venir al funeral de tu abuelo… o a nuestra boda?
-No lo sé.
-¿La has invitado?
-La llamé cuando murió el abuelo y ayer otra vez para decirle la fecha del funeral… y las dos veces tuve que hablar con su marido. Me prometió que le daría el mensaje, pero no he sabido nada desde entonces.
-¡Esa mujer es increíble!
-No importa, ahora que he hablado del asunto contigo, llamaré al notario y le contaré lo que hemos decidido. Que la llame él para decírselo. Pero no creo que vaya a venir, Myriam.
-Ya me imagino.
-Es una pena porque me hubiera gustado que conociera a Alex.
-Esa mujer se está perdiendo tantas cosas… pero no te preocupes, cariño –intentó consolarlo Myriam.
-No me preocupo. Mi madre ya no tiene ningún poder sobre mí –Víctor bajó la voz. –Sólo una persona tiene ese poder y puede usarlo como quiera.
El funeral de Bruno tuvo lugar tres días más tarde, en una iglesia llena de la gente que lo había querido. La única excepción, su hija, que ni asistió ni se molestó en enviar un mensaje de condolencia.
La boda tendría lugar dos días después. Teresa estaba histérica con todos los preparativos, pero a la vez feliz al saber que Víctor iba a casarse.
-Es muy supersticiosa y no quiere que nos veamos antes de la boda –le contó él la noche previa a la ceremonia, mientras miraban la luna por la ventana.
-Y sería más supersticiosa si te viera aquí, en mi habitación.
-¿Quieres que me vaya?
-No, tonto –rió Myriam. -¿De verdad no vas echarte atrás? No sé qué hombre querría casarse con una mujer que lo conoce tan bien.
Víctor rozó su cara con los dedos.
-Uno con sentido común.
-Ten cuidado. Soy una leona de garras afiladas.
-Una leona no, una gatita.
-Pero te llevaré por donde quiera.
-Yo no me dejaré llevar.
-Eso es algo que no cambiará nunca. Siempre serás el hombre más irritante que he conocido en mi vida –sonrió Myriam. –Pero al menos nunca me aburriré contigo.
-Nos pelearemos –dijo él. –Y yo te dejaré ganar, como siempre.
-¿Qué tú me…? Serás caradura.
-¿Por qué no dejamos de perder el tiempo? Dijo Víctor entonces, abrazándola.
Iba a ser una boda sencilla. La novia, con vestido de satén color marfil, llagaría a la iglesia acompañada de su mejor amiga y dama de honor y, por supuesto, de Alex. Ferrini, como amigo de Víctor, sería el padrino.
Teresa seguía preocupada porque la novia y el novio habían estado juntos antes de la boda.
-¡Trae mala suerte! –protestaba.
Pero Víctor resistió sus intentos de encerrarlo en otra habitación.
-Ya hemos tenido mala suerte, Teresa. Y la hemos dejado atrás para siempre.
Su alegre sonrisa viajó hacia atrás en el tiempo, hasta un mundo donde sólo existían Myriam y él. Teresa lo vio y no dijo nada más.
-Es hora de que el novio y yo nos vayamos –anunció Ferrini, haciéndole un guiño a Myriam.
-¿Qué está pasando aquí? –preguntó Víctor, mirando de uno a otro.
-Tenemos un pequeño plan –dijo ella.
-¿Qué plan?
-Espera y verás.
-¿Ti sabías algo de ese plan, Estrella?
-Sí.
-Pero no vas a contarme nada, claro.
-No puedo. Myriam ha amenazado con retorcerme un brazo si digo una sola palabra.
Y con eso tuvo que contentarse.
Unos minutos después de que Víctor se hubiera ido, Myriam subió al coche y se colocó a Alex en las rodillas, con Estrella ayudándola para que no se le arrugase el vestido.
Pero cuando llegó a la iglesia y vio a Víctor de pie frente al altar, esperándola, se olvidó del vestido y de todo lo demás. Él tomo su mano, mirándola a los ojos, y el sacerdote dio comienzo a la ceremonia.
Todo iba como debía hasta que llegó el momento de intercambiar los anillos.
Y ahí empezaba su plan. En lugar de ser Ferrini quien le diera las alianzas a Víctor, las puso en las manitas de Alex y se quedó atrás mientras estrella, con el niño en brazos, se acercaba al altar.
Sonriendo, Víctor alargó una mano, pero Alex se negaba a soltar las alianzas. Y cuando intentó quitárselas, el niño le metió un dedo en el ojo.
-¡Ay! –exclamó, frotándose la parte afectada.
-Lo ha hecho sin querer, cariño –lo disculpó Myriam.
-Déjanos a nosotros, cielo. Esto es entre hombres –dijo él, mirando a su hijo. –de modo que te vas a poner así, ¿eh? Vas a darme problemas mientras me caso con mamá.
Alex asistió con la cabecita.
-Pues me parece bien. ¿Y ahora me las das, por favor?
El niño pareció pensarlo un momento, pero luego abrió las manitas y dejó que tomase las alianzas… mientras le sacaba la lengua. Víctor le devolvió el cumplido y el sacerdote carraspeó.
-Lo siento, Padre.
Myriam suspiró, aliviada, porque su pequeño plan había funcionado casi tan bien como esperaba. Pero enseguida descubrió que Víctor también le tenía reservada una sorpresa. Mientras le ponía la alianza en el dedo, dijo unas palabras que no se habían pronunciado nunca durante una boda:
-Te entrego esta alianza cuyo círculo en un símbolo de amor eterno. Nuestro amor empezó con la proximidad de la muerte, pero sobrevivió y durará eternamente.
Era tuyo entonces y soy tuyo ahora. Siempre seré tuyo.
Myriam tuvo que esperar un momento para contener la emoción antes de decir:
-Yo he sido tuya desde el primer momento. En cuanto te vi supe que no podía ser de otra manera –luego hizo una pausa. –lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después.
Él asistió, demostrando que recordaba esas palabras. Y luego la besó delante de toda la congregación.
Recordaba poco del resto de la ceremonia. Sólo sabía que ahora era su mujer, una parte de él como Víctor era una parte de ella. Y eso era lo que había querido el destino.
Mirando las fotografías después, vería a Víctor y a ella con un brillo de triunfo en los ojos después de <tomarse de la mano para saltar juntos>. Y su sonrisa era la sonrisa del chico al que había conocido en las montañas, la que había temido no volver a ver nunca más.
Y la mejor de las fotografías mostraba a Víctor con su hijo en brazos, intercambiando una mirada de complicidad.
Durante el banquete recibieron parabienes de los invitados y se brindó por todo y por todos: por Estrella, por teresa, por Alex…
Pero para el brindis más importante no eran necesarias las palabras, y Víctor y Myriam levantaron sus copas en silencio, sin que nadie los viera.
Pasó un siglo hasta que pudieron estar solos pero, por fin, todos los invitados se habían ido y estaban uno en brazos del otro.
-Has sido maravilloso con Alex –dijo Myriam. –Cuando pienso que estaba preocupada…
-Yo supe que todo iba a ir bien cuando me sonrió desde la cuna. Y lo supe de nuevo hoy cuando me sacó la lengua. Mi abuelo y yo solíamos hacer eso cuando era pequeño y, de repente, ahí estaba, haciendo lo mismo con mi hijo.
-Sólo me apena lo de tu madre –suspiró ella.
-Olvídalo, mi madre ya no importa. Sólo Alex y tú sois importante para mí. Hubo un tiempo en el que incluso pensar en ella me dolía, como si se abriera un espacio vacío dentro de mí –murmuró víctor. –Pero ya no. Todo eso se ha ido: la oscuridad, el vacío. Ahora, cuando miro hacia dentro, sólo te veo a ti… la mujer a la que amo, a la que amaré siempre.
-Víctor…
Él la tomó tiernamente en sus brazos.
-Y donde tú estés –le susurró, -no puede haber oscuridad.
FIN
gracias , espero volver pronto con otra historia. ciao
Capitulo 10
Cuando llegaron a casa, Víctor desapareció en la oficina con la excusa del trabajo. Y, aunque Myriam quería hablar con él sobre lo que había pasado, decidió no forzar la conversación. Tal vez no estaba preparado…
-Pensé que las cosas habían mejorado –le confió a Estrella mientras subía a su cuarto. –Pero damos un paso adelante y dos pasos atrás.
-¿Y qué pasará si las cosas no salen como tú esperabas?
-No lo sé –suspiró Myriam.
Pero sí lo sabía y la idea de tomar esa decisión la llenaba de tristeza.
Hacía mucho calor y, después de dejar a Alex en la cuna, se puso un camisón ligero y abrió las contraventanas antes de tumbarse un rato.
Se había quedado dormida y despertó bruscamente, preguntándose qué pasaba. La habitación estaba en silencio, pero había algo extraño. Cuando giró la cabeza vio a Víctor frente a la cuna. Absolutamente inmóvil.
Esperó que la mirase, pero no lo hizo, tan concentrado estaba en el niño. Y Myriam podía ver que estaba sonriendo, como si algo nuevo y maravilloso hubiese llamado su atención. Tenía los ojos brillantes, no sólo de alegría, sino de algo que parecía triunfo.
Un hombre maravillándose al descubrir un tesoro tendría esa expresión, pensó. El corazón de Myriam latía con tal fuerza que temió que pudiese oírlo, pero víctor estaba totalmente concentrado en su hijo.
Un gorgoteo desde la cuna le dijo que Alex había despertado y vio a Víctor llevarse un dedo a los labios, pero el niño, contento de tener su atención, empezó a balbucear
-Silencio. No despiertes a mamá.
-Yo creo que es mejor que despertéis a mamá –suspiró ella.
Víctor se sobresaltó.
-Pensé que estabas dormida.
-Y estaba dormida. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?
-Un rato, no sé… una hora. Iba a despertarte, pero me quedé mirando al niño y no podía dejar de mirarlo.
-Me alegro mucho –dijo ella, incorporándose. –Lo estabas haciendo muy bien.
-¿Ah, sí?
-No es fácil entender el lenguaje de los niños, hay que acostumbrarse poco a poco. Cuando dice esto… -Myriam emitió un gruñido –significa que hay que cambiarle el pañal. Espera, te enseñaré a hacerlo.
-¿Qué?
-Evidentemente estás entrenándote para ser un buen padre. ¿Qué mejor momento para la primera lección?
-No, no…
-Bueno, está bien. Lo dejaremos por hoy –rió Myriam, levantándose para sacar al niño de la cuna. –Cobarde.
Víctor no pudo dejar de sonreír mientras la veía cambiando el pañal.
-Sujétalo mientras voy a lavarme las manos.
Se tomó su tiempo en el cuarto de baño y volvió a entrar en la habitación sin hacer ruido. Y la recompensa fue encontrar a Alex sentado sobre las rodillas de su padre, mirando hacia arriba con gesto de curiosidad.
-No sabe qué pensar de ti.
-¿Y qué debo pensar yo de él?
-Eso a Alex le da igual. Sabe que la opinión que cuenta es la suya y te informará cuando llegue el momento. Este niño no va a tener miedo de nadie en la vida.
-Eso es bueno –murmuró Víctor, estudiando su carita. –Sí, creo que eso es lo que intenta decirme.
-Ahora voy a darle un poco de zumo. Suelo dejarlo en la nevera durante el día y lo saco por la noche porque no le gusta muy frío.
Myriam se sentó en la cama y tomó a Alex en brazos, pero el niño no dejaba de mirar a su padre. Se habían visto muchas veces esos días, pero daba la impresión de que estaban viéndose por primera vez.
-Ahora papá nos dará el biberón de zumo.
Víctor entró en el juego, señalándose a sí mismo con el dedo.
-Papá.
Alex frunció las cejitas.
-Papá –repitió Víctor.
Y, por fin, Alex tomó una decisión:
-Pez
-Oye, esa palabra es mía –protestó Myriam. –Yo soy pez.
-Pez –repitió Alex firmemente.
-Pero yo soy un pez italiano –rió Víctor. –Pesce.
-Pez.
-Pesce.
-Discutid todo lo que queráis –suspiró Myriam. –Pero ahora el signor Pesce nos dará zumo.
El signor Pesce hizo lo que se le pedía y el niño empezó a chupar de la tetina, mirándolos con gesto desafiante.
-Sí, ya sabemos que eres muy listo. Y vas a demostrarlo durmiendo un ratito más –le informo su madre.
Alex siguió bebiendo, pero empezaban a cerrársele los ojitos.
-Ah, has ganado esta batalla –dijo Víctor.
-No es difícil. Él sabe que cuanto más duerma, más jaleo podrá organizar después. Vamos, cariño –Myriam le quitó el biberón vacío y volvió a meterlo en la cuna.
-Tiene una carita tan inocente.
-Es un sucio truco, no te dejes que te engañe. No descubres que es un canalla hasta que es demasiado tarde y ya se te ha metido en el corazón. Pregúntale a Bruno.
Víctor sonrió.
-Sí, es verdad. Una vez me dijo que cuando más jaleo le daba era cuando ponía cara de inocente –luego la miró, en silencio. –Gracias por ir conmigo a la residencia. Mi abuelo ya no tiene muchas ilusiones en la vida y tú le has dado algo que le ha hecho feliz.
-No, yo no. Has sido tú.
-Myriam, tú tuviste a Alex sola y lo has criado sola. ¿Cómo lo has hecho?
-Lo hice por ti –contestó ella. –Pero siempre estabas a mi lado. Nunca estuve sola.
-¿Cómo podía yo estar contigo y no saberlo?
-A lo mejor lo sabías, en tu corazón –sonrió Myriam. –El paro no fue fácil… suele pasarle a las primerizas, me dijeron. Pero Estrella estaba a mi lado, apretando mi mano y, al final, todo salió bien. Si hubiese perdido a Alex… habría sido como perderte a ti otra vez.
Víctor cerró los ojos.
-Yo debería haber estado contigo. Mio Dio, debería haber estado allí, apretando tu mano.
-Sí, deberías haber estado allí. Y deberías haber sido tú el primero que lo tomase en brazos, tú quien lo consolara cuando le estaba saliendo el primer diente. Mira, te lo voy a enseñar…
Myriam abrió el cajón de la mesilla y sacó un pequeño álbum de fotos.
-Me lo ha traído Estrella.
Víctor se quedó sorprendido cuando le enseñó la primera fotografía.
-Pero ése soy yo. ¿Cómo puedes tener fotografías mías?
-Te las hice en las montañas con el móvil, cuando tú no te dabas cuenta –rió Myriam. –Y cuando volví a Inglaterra las imprimí en papel. Era todo lo que me quedaba de ti.
Víctor se vio a sí mismo dos años atrás, el joven alegre y despreocupado que había sido.
-No sé quién es. No lo conozco. Parece un listillo, de los que se tiran de balcón a balcón.
-Tenías sus virtudes –dijo ella. –No las recuerdo ahora mismo, pero debía de tenerlas.
-Gracias, señora –sonrió Víctor.
Pero la sonrisa desapareció al ver la fotografía de Myriam en el hospital, sujetando a Alex recién nacido. Y su tristeza aumento a medida que iba viendo fotos: Alex el día de su bautizo, durmiendo profundamente en los brazos de su madre, riéndose y mostrando un dientecillo…
Y detrás del niño había una fotografía suya colocada en un marco.
-Me mantenías vivo por él –murmuró.
-Intenté hacerlo. Y me ayudaba mucho, además. Así tenía a alguien con quien hablar.
Víctor se preguntó si sería conciente de la profunda soledad que contenía esa frase. Pero no, seguramente no. No había nadie menos dado a la autocompasión que Myriam Montemayor.
-¿Por qué no me las has enseñado antes?
-Quería hacerlo, pero no encontraba el momento adecuado –contestó ella, mostrándole más fotografías. –Dicen que los niños empiezan a mostrarse tímidos con los extraños cuando tienen unos mese, pero Alex no es así, al contario. Le encanta la gente.
-Me he perdido tantas cosas… para siempre.
-Pero habrá muchas más, Víctor. Una vida entera, no olvides eso.
-Una vida entera –él miró hacia la cuna. -¿De verdad crees que podrías soportarme una vida entera?
-Estoy segura.
-Siempre has sido muy valiente, pero te hará falta todo el coraje del mundo para soportarme.
-Me harías falta más coraje para vivir sin ti –dijo ella. –No tengo valor para eso.
Víctor apretó su mano.
-¿Recuerdas cuando te dije que te quería?
-Recuerdo cada palabra.
-Nunca pensé que volvería a decirlo. Entonces estaba loco de ilusión y de impotencia a la vez… tú eras la mujer de mi vida, la única que me había hecho sentir así. Y nos quedaba tan poco tiempo. Teníamos tantas cosas que decirnos… entonces te quería para siempre y te quiero para siempre ahora. Cásate conmigo Myriam. Quédate conmigo toda la vida.
-Sí, Víctor, sí, sí…
Se besaron entonces; un beso largo y profundo, un intercambio de promesas más poderoso que cualquier palabra.
-¿Lo dices de verdad? ¿Te quedarás conmigo para siempre?
-Para siempre –contestó ella.
-No me dejes nunca, Myriam.
-Nunca, nunca, nunca…
Se tumbaron sobre la cama, acariciándose, susurrándose palabras de amor mientras se desnudaban el uno al otro. Y víctor supo que nunca sería un hombre más completo. Mientras la miraba a los ojos, llenos de confianza y amor, entendió que una nueva vida había empezado para él. Ahora podía apoyarse en un amor que ya había pasado todas las pruebas posibles.
Se había encontrado cuando no había futuro para ello. Ahora el futuro se abría generoso, ofreciéndoles la felicidad que les habían robado dos años antes.
Y, mientras se amaban, su hijo dormía tranquilamente en la cuna.
Un golpecito en la puerta los despertó de madrugada.
-Han llamado de la residencia –dijo teresa. –Creen que Bruno esta muriéndose.
Myriam ya estaba de pie, vistiéndose a toda prisa.
Durante el viaje hacia la residencia, Víctor apretaba su mano, con la cabeza inclinada. Y Myriam sabía que estaba rezando.
-Aguanta un poco más, sólo un poco más…
Una enfermera los esperaba en la puerta.
-Sigue vivo –le dijo. –Pero le queda muy poco tiempo.
Bruno estaba en la cama, los ojos cerrados, la respiración penosa. Víctor se inclinó para besarlo en la mejilla.
-Estoy aquí, abuelo –murmuró, sentándose sobre la cama. –Vas a ponerte mejor, ya lo verás. Hemos venido los tres a verte.
Había uno nota de súplica en su voz y a Myriam se le rompió el corazón. Aquel momento significaba tanto para él…
-Abuelo, por favor, abre los ojos.
Los dos pensaban que no iba a pasar, que no tendría oportunidad de despedirse pero, por fin, el anciano giró un poco la cabeza y abrió los ojos. Y Myriam se colocó al lado de Víctor, con Alex en brazos para que el anciano los viera a los tres juntos.
-Tenías razón, abuelo. Va a ser como tú me dijiste. ¿Lo entiendes?
-Sí –dijo Bruno, con una voz casi inaudible. –Gracias… ya me voy tranquilo…
Luego cerró los ojos.
Todo había terminado.
Myriam salió discretamente de la habitación y Víctor se quedó sentado en la cama, con la cabeza baja.
-¿Por qué ahora precisamente? –exclamó Víctor, desesperado.
Estaba en casa. Después de darle la triste noticia a Teresa y a Estrella, se retiró para estar a solas con Myriam.
-Ha vivido todos estos años de agonía… ¿por qué ha tenido que morir ahora, cuando hay un futuro por delante, cuando existe la posibilidad de que seamos felices?
-Creo que precisamente por eso, Víctor –respondió Myriam. –estaba muy preocupado por ti, pero al saber que tenías algo por lo que vivir, una familia… Bruno supo que ya no tenía que preocuparse más.
Él suspiró, desolado.
-Sé que tienes razón, pero me hubiera gustado tanto decirle que íbamos a casarnos…
-A mí también, pero creo que hacía falta. Creo que lo sabía, Víctor.
-Vamos a casarnos lo antes posible –dijo él entonces. –Llevamos dos años prometidos, yo creo que es tiempo más que suficiente.
-hemos sido el uno del otro desde esos dos días en el refugio, ¿verdad?
-Sí, es verdad –asistió ella, acariciando su cara y poniendo en esa caricia toda la ternura acumulada durante esos años.
* * *
Unos días después Myriam salió al jardín y vio a Víctor sentado en un banco con Alex.
-Pesce –dijo el niño.
-Sí, el signor Pesce está aquí –rió él.
El niño emitió un suspiro de satisfacción y Myriam volvió a la casa para seguir trabajando en el proyecto de Ferrini porque sabía que padre e hijo ya no la necesitaban. Como ella había soñado.
Media hora después, Víctor asomó la cabeza en el salón.
-¿Vienes un rato al jardín?
-No puedo, he quedado con estrella para ir de compras. Tengo muchísimas cosas que hacer antes de la boda… ¿quieres que me lleve a Alex?
Víctor miró a su hijo.
-¿Tú que dices? ¿Quieres ir de compras con mamá o quedarte conmigo?
-Pesce –contestó Alex.
-Pues ya sabes la respuesta, se queda conmigo –sonrió Víctor, prácticamente sacando pecho. –Que lo paséis bien.
Estrella y Myriam lo pasaron más que bien. Tanto que se les olvidó la hora y, cuando decidieron volver a casa, se encontraron en el típico atasco del centro de milán.
Víctor las recibió cordialmente, pero su gesto serio sorprendió a Myriam. Era un recordatorio del hombre duro y amargado con el que se había encontrado cuando llegó a Milán.
Cuando Estrella subió a su habitación, le preguntó:
-¿Ocurre algo?
-No –contestó él.
-Dime qué te pasa.
Víctor se encogió de hombros.
-Pensé que volverías hace horas. Estuve buscándote… yendo de habitación en habitación y encontrándolas todas vacías.
Myriam contuvo un gemido al darse cuenta de que accidentalmente había despertado sus demonios.
-Lo siento, debería haberte llamado por teléfono. ¿Por qué no me has llamado tú?
-No quería que pensaras que estaba vigilándote o siendo posesivo –contestó Víctor. –No pienso hacer eso hasta que estemos casados –rió luego. –Luego te llevarás un susto cuando veas lo posesivo que soy.
-Pero como soy absolutamente tuya, ¿por qué vas a ser posesivo? –preguntó ella, con ternura. –Mira que eres bobo.
-Sí, soy un bobo. Sabía que ibas a volver a casa, pero es que… no me gusta cuando no estás aquí. Y a Alex tampoco.
-Yo sabía que el niño estaría bien contigo.
-Pero te quiere a ti y yo también. Alex y yo estamos de acuerdo en eso.
Myriam le dio un beso en los labios.
-Pues habrá que tener mucho cuidado si mis hombres se ponen de acuerdo. Entre los dos podéis conmigo.
-Eso desde luego –dijo Víctor, cerrando la puerta del salón. –tengo que decirte una cosa.
-¿Qué?
-He leído el testamento de mi abuelo y me he llevado una sorpresa enorme. Me lo ha dejado todo a mí y nada a mi madre.
-Teresa me contó que Bruno estaba enfadado con ella por haberte abandonado.
-Pero aun así, mi madre tiene tres hijos y no creo que esté de acuerdo. He pensado aceptar una cuarta parte y que el resto del dinero sea para mis hermanastros, ¿qué te parece?
-Muy buena idea.
-¿Estás de acuerdo entonces?
-Pero si no tiene nada que ver conmigo…
-¿Cómo que no? Si vas a ser mi mujer, tiene que ver contigo. Voy a desprenderme de un dinero que podría haberme gastado en ti… podría comprarte diamantes.
-Yo no quiero diamantes, no me hacen falta.
-Espera que te diga cuánto dinero es antes de regalarlo.
Víctor le dio una cifra.
-¿Tanto?
-Yo sabía que mi abuelo tenía dinero, pero no tanto. ¿Quieres cambiar de opinión?
-No, sigo pensando que tu idea es la mejor.
-¿Entonces me das permiso? –preguntó Víctor, con una mansedumbre que la hizo reír.
-Te voy a dar un mamporro…
-¡No ha cambiado nada! Eso es lo que me dijiste cuando nos conocimos.
-Y seguramente será lo último que te diga –rió Myriam. –Dentro de cincuenta años seguiré diciendo lo mismo.
-No me gusta eso de los cincuenta años.
-¿Demasiado tiempo?
-Muy poco. Por lo menos setenta.
-Y seguramente te saldrás con la tuya, como siempre –rió Myriam. -¿Y tú madre, Víctor? –le preguntó luego. -¿Va a venir al funeral de tu abuelo… o a nuestra boda?
-No lo sé.
-¿La has invitado?
-La llamé cuando murió el abuelo y ayer otra vez para decirle la fecha del funeral… y las dos veces tuve que hablar con su marido. Me prometió que le daría el mensaje, pero no he sabido nada desde entonces.
-¡Esa mujer es increíble!
-No importa, ahora que he hablado del asunto contigo, llamaré al notario y le contaré lo que hemos decidido. Que la llame él para decírselo. Pero no creo que vaya a venir, Myriam.
-Ya me imagino.
-Es una pena porque me hubiera gustado que conociera a Alex.
-Esa mujer se está perdiendo tantas cosas… pero no te preocupes, cariño –intentó consolarlo Myriam.
-No me preocupo. Mi madre ya no tiene ningún poder sobre mí –Víctor bajó la voz. –Sólo una persona tiene ese poder y puede usarlo como quiera.
El funeral de Bruno tuvo lugar tres días más tarde, en una iglesia llena de la gente que lo había querido. La única excepción, su hija, que ni asistió ni se molestó en enviar un mensaje de condolencia.
La boda tendría lugar dos días después. Teresa estaba histérica con todos los preparativos, pero a la vez feliz al saber que Víctor iba a casarse.
-Es muy supersticiosa y no quiere que nos veamos antes de la boda –le contó él la noche previa a la ceremonia, mientras miraban la luna por la ventana.
-Y sería más supersticiosa si te viera aquí, en mi habitación.
-¿Quieres que me vaya?
-No, tonto –rió Myriam. -¿De verdad no vas echarte atrás? No sé qué hombre querría casarse con una mujer que lo conoce tan bien.
Víctor rozó su cara con los dedos.
-Uno con sentido común.
-Ten cuidado. Soy una leona de garras afiladas.
-Una leona no, una gatita.
-Pero te llevaré por donde quiera.
-Yo no me dejaré llevar.
-Eso es algo que no cambiará nunca. Siempre serás el hombre más irritante que he conocido en mi vida –sonrió Myriam. –Pero al menos nunca me aburriré contigo.
-Nos pelearemos –dijo él. –Y yo te dejaré ganar, como siempre.
-¿Qué tú me…? Serás caradura.
-¿Por qué no dejamos de perder el tiempo? Dijo Víctor entonces, abrazándola.
Iba a ser una boda sencilla. La novia, con vestido de satén color marfil, llagaría a la iglesia acompañada de su mejor amiga y dama de honor y, por supuesto, de Alex. Ferrini, como amigo de Víctor, sería el padrino.
Teresa seguía preocupada porque la novia y el novio habían estado juntos antes de la boda.
-¡Trae mala suerte! –protestaba.
Pero Víctor resistió sus intentos de encerrarlo en otra habitación.
-Ya hemos tenido mala suerte, Teresa. Y la hemos dejado atrás para siempre.
Su alegre sonrisa viajó hacia atrás en el tiempo, hasta un mundo donde sólo existían Myriam y él. Teresa lo vio y no dijo nada más.
-Es hora de que el novio y yo nos vayamos –anunció Ferrini, haciéndole un guiño a Myriam.
-¿Qué está pasando aquí? –preguntó Víctor, mirando de uno a otro.
-Tenemos un pequeño plan –dijo ella.
-¿Qué plan?
-Espera y verás.
-¿Ti sabías algo de ese plan, Estrella?
-Sí.
-Pero no vas a contarme nada, claro.
-No puedo. Myriam ha amenazado con retorcerme un brazo si digo una sola palabra.
Y con eso tuvo que contentarse.
Unos minutos después de que Víctor se hubiera ido, Myriam subió al coche y se colocó a Alex en las rodillas, con Estrella ayudándola para que no se le arrugase el vestido.
Pero cuando llegó a la iglesia y vio a Víctor de pie frente al altar, esperándola, se olvidó del vestido y de todo lo demás. Él tomo su mano, mirándola a los ojos, y el sacerdote dio comienzo a la ceremonia.
Todo iba como debía hasta que llegó el momento de intercambiar los anillos.
Y ahí empezaba su plan. En lugar de ser Ferrini quien le diera las alianzas a Víctor, las puso en las manitas de Alex y se quedó atrás mientras estrella, con el niño en brazos, se acercaba al altar.
Sonriendo, Víctor alargó una mano, pero Alex se negaba a soltar las alianzas. Y cuando intentó quitárselas, el niño le metió un dedo en el ojo.
-¡Ay! –exclamó, frotándose la parte afectada.
-Lo ha hecho sin querer, cariño –lo disculpó Myriam.
-Déjanos a nosotros, cielo. Esto es entre hombres –dijo él, mirando a su hijo. –de modo que te vas a poner así, ¿eh? Vas a darme problemas mientras me caso con mamá.
Alex asistió con la cabecita.
-Pues me parece bien. ¿Y ahora me las das, por favor?
El niño pareció pensarlo un momento, pero luego abrió las manitas y dejó que tomase las alianzas… mientras le sacaba la lengua. Víctor le devolvió el cumplido y el sacerdote carraspeó.
-Lo siento, Padre.
Myriam suspiró, aliviada, porque su pequeño plan había funcionado casi tan bien como esperaba. Pero enseguida descubrió que Víctor también le tenía reservada una sorpresa. Mientras le ponía la alianza en el dedo, dijo unas palabras que no se habían pronunciado nunca durante una boda:
-Te entrego esta alianza cuyo círculo en un símbolo de amor eterno. Nuestro amor empezó con la proximidad de la muerte, pero sobrevivió y durará eternamente.
Era tuyo entonces y soy tuyo ahora. Siempre seré tuyo.
Myriam tuvo que esperar un momento para contener la emoción antes de decir:
-Yo he sido tuya desde el primer momento. En cuanto te vi supe que no podía ser de otra manera –luego hizo una pausa. –lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después.
Él asistió, demostrando que recordaba esas palabras. Y luego la besó delante de toda la congregación.
Recordaba poco del resto de la ceremonia. Sólo sabía que ahora era su mujer, una parte de él como Víctor era una parte de ella. Y eso era lo que había querido el destino.
Mirando las fotografías después, vería a Víctor y a ella con un brillo de triunfo en los ojos después de <tomarse de la mano para saltar juntos>. Y su sonrisa era la sonrisa del chico al que había conocido en las montañas, la que había temido no volver a ver nunca más.
Y la mejor de las fotografías mostraba a Víctor con su hijo en brazos, intercambiando una mirada de complicidad.
Durante el banquete recibieron parabienes de los invitados y se brindó por todo y por todos: por Estrella, por teresa, por Alex…
Pero para el brindis más importante no eran necesarias las palabras, y Víctor y Myriam levantaron sus copas en silencio, sin que nadie los viera.
Pasó un siglo hasta que pudieron estar solos pero, por fin, todos los invitados se habían ido y estaban uno en brazos del otro.
-Has sido maravilloso con Alex –dijo Myriam. –Cuando pienso que estaba preocupada…
-Yo supe que todo iba a ir bien cuando me sonrió desde la cuna. Y lo supe de nuevo hoy cuando me sacó la lengua. Mi abuelo y yo solíamos hacer eso cuando era pequeño y, de repente, ahí estaba, haciendo lo mismo con mi hijo.
-Sólo me apena lo de tu madre –suspiró ella.
-Olvídalo, mi madre ya no importa. Sólo Alex y tú sois importante para mí. Hubo un tiempo en el que incluso pensar en ella me dolía, como si se abriera un espacio vacío dentro de mí –murmuró víctor. –Pero ya no. Todo eso se ha ido: la oscuridad, el vacío. Ahora, cuando miro hacia dentro, sólo te veo a ti… la mujer a la que amo, a la que amaré siempre.
-Víctor…
Él la tomó tiernamente en sus brazos.
-Y donde tú estés –le susurró, -no puede haber oscuridad.
FIN
gracias , espero volver pronto con otra historia. ciao
mariateressina- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
graciias x la noveliita niiña me encanto todiita y super liindo el fiinal
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Gracias por el Final estuvo muy hermosa tu novela Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Ke bonito final, muchas gracias por la novela. Te esperamos pronto con otra.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por la novelita y esperamos pronto la siguiente
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
GRAX POR LA NOVELITA MUY BONITA ESPERAMOS UNA PROXIMAMENTE HE
SALUDOS
SALUDOS
fresita- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Ay que bonito final, yo quiero una boda asi , la entrega de los anillos me dejo
Felicidades y gracias por entregarnos una bonita historia de los niños!!!
Felicidades y gracias por entregarnos una bonita historia de los niños!!!
aitanalorence- VBB ORO
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Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
TODA LA NOVELA FUE MUY BUENA, MUCHAS GRACIAS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
uyy que hermosa nove lei gracias por compartirla
nayelive- VBB PLATINO
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Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Mariateressina,, muchas gracias por tu historia, prometo ponerme al corriente con las novelas, esperamos pronto otra!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por la novela
dany- VBB PLATINO
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