UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
+11
Eva Robles
jai33sire
girl190183
fresita
mats310863
myrithalis
Eva_vbb
alma.fra
myrielpasofan
nayelive
mariateressina
15 participantes
Página 2 de 3.
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
muchas gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
graciias x el cap niiña k miedo pobresitos miis niiños espero k pronto los puedan rescatar xfa niiña no tardes con el siiguiiente cap sii k akii lo estare esperando
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
POBRES DE VÍCTOR Y MYRIAM, ESTAN EN UN TREMENDO APURÓ, TODO POR CULPA DE ESE MIGUEL, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Gracias por el Cap Saludos bye Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Hayyy ke nervios, muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hola chicas ahi les traigo un capitulo nuevo espero les guste y espero sus comentarios, ciao
CAPITULO 4
Cuando Myriam despertó estaba sola. Con la ventana bloqueada por la nieve todo estaba tan oscuro que tuvo que moverse a tientas para salir al pasillo. La puerta abierta de la habitación <prohibida> era el único punto de luz.
Y encontró a Víctor frente al precipicio, mirando caer la nieve.
-¿Qué haces?
-Si viniera el helicóptero, éste es el mejor sitio para hacer señales.
-¿Lo has visto?
-No, pero…
-Pero aunque vinieran no podrían vernos, ¿verdad? El techo del refugio está cubierto por la nieve.
-Ven, vamos a comer algo. Luego haremos guardia.
Pasaron el día sentados bajo la puerta de la habitación prohibida, frente al precipicio, esperando oír las aspas de un helicóptero que no llegaba. Cuando dejó de nevar había caído la noche y volvieron a la parte segura de la casa para buscar más latas a la luz de la linterna.
-Tienes frío –dijo él al verla temblar. –Y como sólo podemos entrar en calor en la cama, cuanto antes nos acostemos, mejor.
Antes de meterse bajo las mantas, Víctor volvió a intentar llamar por el móvil, pero seguían sin cobertura. Y Myriam, sintiendo su desesperación, lo abrazó.
-No pasa nada.
-Yo tenía que cuidar de ti. ¡Menudo guía!
-Estoy a salvo. ¿no?
-Ojala pudiese ver tu cara –dijo él.
-Esla misma de antes.
-No, ha cambiado. Tú has cambiado.
-Es posible. Ven, vamos a calentarnos un poco.
Se abrazaron bajo las mantas, tan cerca el uno del otro como les era posible para compartir el calor de sus cuerpos.
-Si pudiéramos usar el teléfono, ¿a quién llamarías? ¿Quién estará más preocupado por ti?
-Mis padres murieron y no tengo relación con mi familia –suspiro Myriam. –No es que nos llevemos mal, es que casi nunca nos vemos.
-¿Amigos, amantes?
-¿Amantes en plural? No te hagas el listo.
Myriam imaginó su sonrisa.
-¿Sólo uno entonces?
-No, ni uno siquiera. Estoy harta del amor. Es un rollo y una pérdida de tiempo.
-Ah, sí, me lo habías contado. Lo del novio que quería tener <algo a lo que agarrarse>.
-Al principio me pareció muy simpático. Me hacía reír y eso siempre es bueno.
-Sí, claro.
-Tú lo sabes bien, ¿no? Hazlas reír y serán tuyas –sonrió Myriam. –Yo solía observarlo en las fiestas, mirando alrededor como un faro, calculando cuánto tiempo iba a tardar en hechizar a alguna…
-¿Qué? –Víctor, indignado, se apoyó en un codo. -¿Crees que yo soy así? Ah, eso es lo que tienes contra mí, ¿no? Él te trató mal y yo pago las consecuencias. Pues que Dios te perdone, porque yo no pienso hacerlo.
-No te hagas el inocente. Te he visto mirar a las chicas de la expedición de la misma forma…
-No voy a negar que me gustan las mujeres…
-¡Ajá!
-Pero no durante una expedición. Cree lo que quieras, pero yo no intento seducir a las chicas que estoy guiando por la montaña. Para empezar, porque sería poco profesional. Además, sus novios me matarían. Acabaría en el precipicio más profundo.
-¿Prefieres tirarte por un balcón?
Lo oyó reír en la oscuridad y sintió la vibración de esa risa por todo el cuerpo.
-No suelo hacerlo.
-Muy bien, muy bien. Eres don Virtuoso.
-No del todo. Hay una chica con la que no puedo ser virtuoso. Siempre me deja hecho un lío y nunca sé si está retándome a propósito o no se da cuenta de lo que hace
-Myriam sintió el roce de sus labios en la oreja. –Y no lo sabré hasta que me lo digas.
-¿Qué…? –sorprendida, Myriam giró la cabeza y se encontró con sus labios. El roce, tan inesperado, fue como una descarga eléctrica. -¿Qué has dicho?
-¿Tú te das cuenta de lo que me haces? Tengo que saberlo.
-¿Qué te hago yo? ¿No será al revés?
-No, qué va. Desde el principio decidiste ser como una espinita. El primer día no pasaba nada. Estuvimos charlando y pensé: ah, genial, alguien con quien puedo hablar.
Pero después de eso era como si estuvieras poseída por el mismo demonio y creo que lo hacías a propósito.
-¿Lo crees, no lo sabes seguro?
-No, a eso es a lo que me refiero. Sigo sin saberlo y me está volviendo loco. O querías hacerme perder la cabeza…
-¡No!
-¿No? ¿Entonces fue un accidente que te pusieras a bailar con José Antonio?
-Iba decentemente vestida, con pantalones…
-No era tu ropa, sino esa forma de moverte tan sensual… con unos pantalones ajustados que volvían locos a todos los hombres.
-¿Incluido tú?
-Incluido yo. Me tendiste una trampa para que te besara y luego te echaste atrás, dejándome con cara de tonto.
-¡Un momento! Fuiste tú quien me tendió una trampa sólo para demostrar que ninguna mujer es inmune a tus encantos. Admítelo.
-¿Yo hice qué? Tuve que decir que estaba bromeando para salvar la cara. Me moría de ganas de besarte, pero estabas riéndote de mí…
-¡Lo mismo que tú!
-Dame paciencias, Dios mío, dame paciencia. ¡Yo soy la víctima!
-Pero te vengaste al día siguiente.
-¿Qué hice al día siguiente? Te di un masaje y no puse la mano en ningún sitio que no debiera, así que, ¿de qué te quejas?
-¡Precisamente de eso, de que no pusieras la mano en ningún sitio que no debieras!
-¿Querías que lo hiciera?
-¡Esto es como darse contra un muro! Tienes algo delante de la cara y no puedes verlo… ¿y de qué te ríes?
-De ti… ¿decir que yo no veo nada! ¿Eres tú quien está ciega!
Myriam quería ver su cara, pero la oscuridad era total, de modo que tuvo que conformarse con alargar la mano para tocarla. Y estaba riéndose.
¿Había habido alguna vez un hombre como aquél? ¡Estaban a punto de morir y él se estaba riendo!
-No necesito verte. Sé que te estás riendo de mí…
-¿De ti? ¿Después de lo que me has hecho pasar? Myriam… -ella sintió el roce de sus dedos en los labios. – Myriam, Myriam…
La voz de Víctor sonaba ahogada porque había capturado sus labios en un beso que llevaba esperándolo desde el primer día. Ahora podía ser sincera consigo misma y admitir cuánto lo deseaba. Su boca era como había imaginado que sería: fuerte y generosa, burlona, exigente, implorándole silenciosamente que respondiera con todo su corazón
No había manera de resistir y Myriam se rindió con una sonrisa de gozo, abriéndose para él, dejando que la tentase con su lengua. Era tan experto como imaginaba, aunque unos días antes, y un millón de años atrás, seguramente eso le hubiera molestado.
Ahora, sin embargo, disfrutaba de su pericia, respondiendo con movimientos de su lengua en un eco del duelo en que se había convertido su relación
Movían las manos para tocarse el uno al otro por donde podían, frustrados por la gruesa ropa que los separaba. Pero el deseo de estar desnuda con él era más grande que el frío y Myriam empezó a desabrochar botones.
-Nos vamos a helar –le advirtió Víctor, pero también él estaba desnudándose mientras hablaba.
Cuando estuvieron desnudos se escondieron bajo las mantas para escapar del frío. Myriam podía sentirlo bajo los dedos, fibroso, lleno de fuerza, explorándola como estaba explorando ella.
Al principio sus caricias eran tentativas, descubriéndolo mientras Víctor hacía lo propio. Y, de repente, supo que todo lo que hacía estaba bien porque lo sintió temblar.
-Haz eso otra vez… no pares, no pares.
-No pienso hacerlo –murmuró Myriam, redoblando sus esfuerzos y sintiéndolo responder vigorosamente.
Había conocido el deseo, pero nunca así, incrementado hasta el infinito por la sensación de estar al borde de algo desconocido, por el desesperado anhelo de experimentar aquello mientras tuvieran tiempo.
Y él sentía lo mismo, lo sabía sin la menor duda, la vida no podía terminar hasta que hubieran conocido ese placer, esa felicidad. Desde el principio había habido una conexión especial entre ellos; un vínculo mental y espiritual que no había podido entender. Pero ahora esa conexión los llevaba, como si fueran unos solo, hacia el mismo final.
No sabía si Víctor se había colocado encima o si lo había empujado ella. Sólo sabía que quería sentirlo dentro, llenándola, moviéndose con ella, ofreciéndole quizá el último regalo de sus vidas. Le devolvía cada caricia con fervor, queriendo darle incluso más de lo que él le daba, pero sabiendo que era imposible porque Víctor le estaba entregando su corazón con total generosidad. Debería haber sabido que así era aquel hombre, pero no lo supo hasta que era demasiado tarde.
Luego se quedaron abrazados, refugiándose en el calor de los brazos del otro y en el calor de sus corazones.
-¿Estás bien? –susurró Víctor, y luego soltó una risita. –Fíjate qué tontería, estoy perdiendo la cabeza. En unas horas… bueno, en fin era una pregunta tonta.
Myriam lo apretó con más fuerza.
-No vas a perder la cabeza mientras yo esté aquí. Y si la perdemos, la perderemos los dos… ¿ves? Ahora yo también estoy diciendo tonterías.
Myriam soltó una carcajada, apretándose contra él, sintiendo que él la apretaba como si fuera lo único que quedaba en el mundo. Y era cierto. No había nada más que aquellos; ni nieve, ni peligro esperándolos fuera. Sólo el calor de sus cuerpos y el júbilo porque él estaba allí, porque ella estaba allí.
Pero cuando la prosaica realidad se hizo insoportable, Víctor murmuró:
-Vamos a abrigarnos bien o nos encontrarán muertos de frío.
Después de vestirse a toda prisa se metieron bajo las mantas, abrazados.
-En las fantasías románticas, él la seduce sobre sábanas de seda. Ella lleva un conjunto de ropa interior de encaje que él le quita poco a poco…
-Eso es verdad. Pero quitar tres capas de franela y unos calzoncillos de felpa no es lo mismo.
-Para mí, sí –rió Myriam, apoyando la cabeza en su pecho.
Se quedó dormida casi de inmediato y no tuvo pesadillas de ningún tipo.
Por la mañana abrieron un par de latas y comieron en la habitación prohibida, viendo caer la nieve. Había un poco de luz, de modo que no tenían que malgastar la pila de la linterna.
-La nieve es hipnótica, ¿verdad? Casi dan ganas de dormirse –murmuró Myriam.
Luego, como en sueños, recitó una poesía sobre la nieve.
-¿La has escrito tú? –pregunto Víctor.
-No, la aprendí en el colegio cuando tenía diez años.
-¿Y te acuerdas todavía? Qué memoria. Me sigue sorprendiendo que seas investigadora.
-¿Por qué no lo parezco? ¿Es que no sabes que no se debe juzgar por las apariencias?
-¿Vas a volver a echarme en cara lo de <delicada>?
-No, te lo prometo. En realidad, cuando era pequeña quería ser bailarina, pero no era muy buena, así que me dediqué a otra cosa.
-Ah, por eso te mueves tan bien, como una gata.
Myriam sonrió.
-Eso lo dices ahora, pero la primera vez que me llamaste gata no lo decías como un cumplido.
-Siempre me ha fascinado cómo te mueves. Y no sólo cuando bailas. Todo lo que haces tiene una gracia especial, como un elegante felino, como insinuándote…
-¿Qué?
-Entraste en mi cabeza insinuándote. Al principio yo no quería que estuvieras allí, pero no te ibas.
-Así soy yo, incómoda. Nunca hago lo que se supone que debo hacer.
-Estoy de acuerdo.
-¿Cómo te atreves…?
Víctor la abrazó, apoyando la mejilla en su cabeza.
-Eres tan pequeña. Me da miedo que te me escapes entre los dedos.
-Pues entonces tendrás que apretarme muy fuerte, ¿no?
-Vamos dentro –dijo él. –Hay maneras más fáciles de apretarte.
Bajo las mantas de nuevo, siguieron hablando.
-¿De verdad no tienes familia? –le preguntó Víctor.
-Sólo parientes lejanos.
-¿Un gato, un perro?
-No sólo una buena amiga, Estrella. Íbamos juntas al colegio y hemos seguido siendo amigas desde entonces, aunque no nos vemos mucho. Estrella es enfermera y trabaja en el norte de Inglaterra, pero a veces va a verme a Londres.
-¿Sólo tienes una amiga? ¿Y no te sientes sola?
-Me encanta mi trabajo y a veces es todo lo que necesito.
-¿Pero no siempre?
-Bueno, me gustaría que algún día…
Myriam no terminó la frase al darse cuenta de lo que estaba diciendo. <Algún día> podría no llegar nunca. Con cada momento que pasaba, el rescate era más incierto.
-¿Qué te gustaría algún día? –preguntó Víctor.
-tener a alguien que fuera sólo mío, que sólo pensara en mí y sólo me deseara a mí –Myriam emitió un suspiro de impaciencia. –sé que suena un poco egocéntrico, pero…
-No, eso es lo que queremos todos. Pero es tan difícil de encontrar, imposible seguramente.
-¿Imposible? ¿D e verdad crees eso?
-No lo sé. Ahora lo único que sé es que creo en ti.
-¿Y tu familia?
-Sólo queda mi abuelo, pero es muy mayor y el pobre ha perdido el contacto con el mundo.
-¿Y tus padres?
-Mi madre nos abandonó cuando yo tenía seis años. Mi padre y ella eran una pareja feliz… o eso pensaba todo el mundo. Pero ella se enamoró de otro hombre y se marchó. Un día volví del colegio y ya no estaba.
-¿No te dijo nada, no te dio ninguna explicación?
-Quería ser libre, supongo.
-¿Y nunca has vuelto a verla?
-De vez en cuando. Volvió a casarse y ahora tiene tres hijos.
Furiosa, Myriam habló sin pensar:
-¿No ha querido librarse de ellos también para ser libre?
-No, sólo de mí murmuró Víctor.
Había una vida entera de desolación y rechazo en esas palabras.
Sorprendida, Myriam se dio cuenta de que había tocado un tema que seguía doliéndole mucho después de tantos años.
-¡asquerosa! ¡Podría matarla!
-Oye, que no pasa nada –dijo él, pero le temblaba un poco la voz. –Fue hace mucho tiempo.
-¿De verdad no pasa nada?
-Bueno, eso es algo que se queda contigo para siempre, pero en este momento nada me parece importante. Nada de lo que me haya pasado antes cuenta cuando estoy contigo.
Myriam acarició su cara.
-Si salimos de aquí…
-Tienes que quedarte conmigo para siempre –la interrumpió Víctor, buscando sus labios.
-Para siempre –suspiró ella, abrazándolo con todas sus fuerzas. –Y tu pobre padre… se quedaría hecho polvo.
-al principio sí. Luego se embarcó en lo que él llamaba <su nueva vida> yo me fui a vivir con mi abuelo. Cada vez que visitaba a mi padre parecía tener una novia diferente –Víctor suspiró. –Decía que la variedad era la salsa de la vida. Una vez le recordé que había estado muy enamorado de mi madre y no sabía de qué le hablaba. Murió hace unos años.
-¿Y tu madre?
-Vive en Australia… creo. Me di cuenta de que se sentía incómoda cuando iba a visitarla, así que dejé de hacerlo.
-Vaya, entonces no es ningún misterio porqué crees que vivir sin ataduras es lo mejor del mundo –suspiró Myriam.
-Yo tenía un plan estupendo –sonrió Víctor. –Viviría como me diese la gana, haría todo lo que quisiera y luego, cuando fuese un viejo decrépito, me casaría y tendría hijos.
-Me parece que hay un fallo en ese plan –rió ella.
-Sí, estoy empezando a verlo. Además, pronto me di cuenta de que un hombre con una visión tan pobre de la familia probablemente no debería tener hijos.
-Pero tú podrías ser un buen padre precisamente porque has vivido lo contrario.
-Esa es una bonita teoría, pero no me la creo. Hay muchas cosas aquí –Víctor se tocó el corazón –que es mejor tener escondidas.
Luego se quedaron en silencio. El silencio de dos personas que se encuentran cómodas la una con la otra. Pronto se dormirían, harían el amor, volverían a despertar, volverían a la cama, seguirían hablando. Y Myriam pensó que eso era lo que hacía una pareja en su luna de miel… lo cual era completamente absurdo.
Después de abrir un par de latas hicieron el amor otra vez, sabiendo que el tiempo empezaba a acabarse. Y fue tan dulce y tan precioso como antes, pero había algo más. Con cada gesto de ternura, con cada invitación dada o recibida, había un adiós.
Había deseo en sus caricias, pero suavizado por una ternura infinita.
-Ojala pudiese ver tu cara –murmuró él. –Quiero ver cómo me miras.
-Pero ya conoces mi cara. No tienes que verla.
-¿Qué cara? ¿La de la chica que me toma el pelo?
-No, ésa no.
-Dime qué cara.
-Primero bésame… otra vez… otra vez…
-Le temblaba la voz mientras los labios de Víctor iban de su mejilla, a su nariz, a su cuello, a sus pechos. Myriam enredó los dedos en su pelo, atrayéndolo hacia sí. Se ahogaba en sensaciones, tan cálidas y consoladoras como apasionadas.
Intentaba entregarse con todo su corazón, aprovechando quizá la última oportunidad para mostrarle lo que era para ella, aunque ni siquiera ella lo sabía. Lo que hubieran podido compartir se había revelado con el paso de los años: peleas, reconciliaciones. Hijos. Ahora todo eso tenía que ser experimentado en unos momentos.
Víctor buscó sus ojos, que en la oscuridad estaban llamándolo, diciéndole que estaba preparada para dárselo todo.
Cuando la penetró, Myriam se arqueó hacia él, haciéndolo suyo como Víctor la hacía suya. Daba igual lo que ocurriese al día siguiente, por el momento tenían aquella triunfante reafirmación de la vida.
-Te quiero –dijo Víctor. –Puede que sea la última vez que lo diga y, si es así, me alegro de que seas tú y nadie más que tú. Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después.
-Yo también me alegro –murmuró Myriam. –Te quiero y, pase lo que pase, podré soportarlo porque he tenido este momento. Y me importa más de lo que me ha importado nada.
-Más de lo que nunca nos importará nada –musitó Víctor.
Él fue el primero nunca nos importará, abrazado a ella. Myriam, con la cabeza apoyada sobre su corazón, escuchó los suaves latidos hasta que se quedó dormida.
Despertó sola y fue a buscarlo a la habitación prohibida. Víctor se volvió, sonriendo, y Myriam recordaría siempre esa sonrisa porque fue casi lo último que vio de él.
Mientras se acercaba, el refugio empezó a temblar y un atronador rugido sonó bajo sus pies.
-¡Atrás! –gritó él.
Pero Myriam estaba petrificada, mirando el suelo que empezaba a desintegrarse ante sus ojos. Un segundo después sintió un violento empujón que la envió hacia atrás, su cabeza chocando contra la pared.
Ahora entendía lo que estaba pasando. El suelo había vuelto a ceder, llevándose con él el sitio donde estaba Víctor, que resbalaba por la pendiente sin poder agarrarse a nada.
Había perdido el tiempo empujándola y ahora…
El suelo se hundía a toda velocidad y Myriam intentó sujetarse a algo, pero no había nada a su alrededor.
-¡Víctor! –gritó, alargando los brazos desesperadamente.
Pero era demasiado tarde. Estaba cayendo al precipicio.
Él la miraba, su rostro torturado de angustia mientras intentaba en vano agarrarla.
-¡Myriam!
El sonido de su voz se desvaneció una décima de segundo después. Estaba cayendo, cayendo… hasta que ya no podía verlo. En la distancia oyó un grito de agonía que se perdía en las profundidades, como un hombre descendiendo hasta el infierno.
-¡No, Dios mío, por favor, no!
Sin pensar que también ella podría caer, Myriam fue de rodillas hasta el borde del precipicio y miró hacia abajo, pero no veía a Víctor; sólo veía un abismo blanco interminable.
Y entonces empezó a gritar, desesperada, sus gritos haciendo eco en las paredes heladas hasta que el mundo entero parecía hacerse eco de su angustia.
Y luego todo terminó.
CAPITULO 4
Cuando Myriam despertó estaba sola. Con la ventana bloqueada por la nieve todo estaba tan oscuro que tuvo que moverse a tientas para salir al pasillo. La puerta abierta de la habitación <prohibida> era el único punto de luz.
Y encontró a Víctor frente al precipicio, mirando caer la nieve.
-¿Qué haces?
-Si viniera el helicóptero, éste es el mejor sitio para hacer señales.
-¿Lo has visto?
-No, pero…
-Pero aunque vinieran no podrían vernos, ¿verdad? El techo del refugio está cubierto por la nieve.
-Ven, vamos a comer algo. Luego haremos guardia.
Pasaron el día sentados bajo la puerta de la habitación prohibida, frente al precipicio, esperando oír las aspas de un helicóptero que no llegaba. Cuando dejó de nevar había caído la noche y volvieron a la parte segura de la casa para buscar más latas a la luz de la linterna.
-Tienes frío –dijo él al verla temblar. –Y como sólo podemos entrar en calor en la cama, cuanto antes nos acostemos, mejor.
Antes de meterse bajo las mantas, Víctor volvió a intentar llamar por el móvil, pero seguían sin cobertura. Y Myriam, sintiendo su desesperación, lo abrazó.
-No pasa nada.
-Yo tenía que cuidar de ti. ¡Menudo guía!
-Estoy a salvo. ¿no?
-Ojala pudiese ver tu cara –dijo él.
-Esla misma de antes.
-No, ha cambiado. Tú has cambiado.
-Es posible. Ven, vamos a calentarnos un poco.
Se abrazaron bajo las mantas, tan cerca el uno del otro como les era posible para compartir el calor de sus cuerpos.
-Si pudiéramos usar el teléfono, ¿a quién llamarías? ¿Quién estará más preocupado por ti?
-Mis padres murieron y no tengo relación con mi familia –suspiro Myriam. –No es que nos llevemos mal, es que casi nunca nos vemos.
-¿Amigos, amantes?
-¿Amantes en plural? No te hagas el listo.
Myriam imaginó su sonrisa.
-¿Sólo uno entonces?
-No, ni uno siquiera. Estoy harta del amor. Es un rollo y una pérdida de tiempo.
-Ah, sí, me lo habías contado. Lo del novio que quería tener <algo a lo que agarrarse>.
-Al principio me pareció muy simpático. Me hacía reír y eso siempre es bueno.
-Sí, claro.
-Tú lo sabes bien, ¿no? Hazlas reír y serán tuyas –sonrió Myriam. –Yo solía observarlo en las fiestas, mirando alrededor como un faro, calculando cuánto tiempo iba a tardar en hechizar a alguna…
-¿Qué? –Víctor, indignado, se apoyó en un codo. -¿Crees que yo soy así? Ah, eso es lo que tienes contra mí, ¿no? Él te trató mal y yo pago las consecuencias. Pues que Dios te perdone, porque yo no pienso hacerlo.
-No te hagas el inocente. Te he visto mirar a las chicas de la expedición de la misma forma…
-No voy a negar que me gustan las mujeres…
-¡Ajá!
-Pero no durante una expedición. Cree lo que quieras, pero yo no intento seducir a las chicas que estoy guiando por la montaña. Para empezar, porque sería poco profesional. Además, sus novios me matarían. Acabaría en el precipicio más profundo.
-¿Prefieres tirarte por un balcón?
Lo oyó reír en la oscuridad y sintió la vibración de esa risa por todo el cuerpo.
-No suelo hacerlo.
-Muy bien, muy bien. Eres don Virtuoso.
-No del todo. Hay una chica con la que no puedo ser virtuoso. Siempre me deja hecho un lío y nunca sé si está retándome a propósito o no se da cuenta de lo que hace
-Myriam sintió el roce de sus labios en la oreja. –Y no lo sabré hasta que me lo digas.
-¿Qué…? –sorprendida, Myriam giró la cabeza y se encontró con sus labios. El roce, tan inesperado, fue como una descarga eléctrica. -¿Qué has dicho?
-¿Tú te das cuenta de lo que me haces? Tengo que saberlo.
-¿Qué te hago yo? ¿No será al revés?
-No, qué va. Desde el principio decidiste ser como una espinita. El primer día no pasaba nada. Estuvimos charlando y pensé: ah, genial, alguien con quien puedo hablar.
Pero después de eso era como si estuvieras poseída por el mismo demonio y creo que lo hacías a propósito.
-¿Lo crees, no lo sabes seguro?
-No, a eso es a lo que me refiero. Sigo sin saberlo y me está volviendo loco. O querías hacerme perder la cabeza…
-¡No!
-¿No? ¿Entonces fue un accidente que te pusieras a bailar con José Antonio?
-Iba decentemente vestida, con pantalones…
-No era tu ropa, sino esa forma de moverte tan sensual… con unos pantalones ajustados que volvían locos a todos los hombres.
-¿Incluido tú?
-Incluido yo. Me tendiste una trampa para que te besara y luego te echaste atrás, dejándome con cara de tonto.
-¡Un momento! Fuiste tú quien me tendió una trampa sólo para demostrar que ninguna mujer es inmune a tus encantos. Admítelo.
-¿Yo hice qué? Tuve que decir que estaba bromeando para salvar la cara. Me moría de ganas de besarte, pero estabas riéndote de mí…
-¡Lo mismo que tú!
-Dame paciencias, Dios mío, dame paciencia. ¡Yo soy la víctima!
-Pero te vengaste al día siguiente.
-¿Qué hice al día siguiente? Te di un masaje y no puse la mano en ningún sitio que no debiera, así que, ¿de qué te quejas?
-¡Precisamente de eso, de que no pusieras la mano en ningún sitio que no debieras!
-¿Querías que lo hiciera?
-¡Esto es como darse contra un muro! Tienes algo delante de la cara y no puedes verlo… ¿y de qué te ríes?
-De ti… ¿decir que yo no veo nada! ¿Eres tú quien está ciega!
Myriam quería ver su cara, pero la oscuridad era total, de modo que tuvo que conformarse con alargar la mano para tocarla. Y estaba riéndose.
¿Había habido alguna vez un hombre como aquél? ¡Estaban a punto de morir y él se estaba riendo!
-No necesito verte. Sé que te estás riendo de mí…
-¿De ti? ¿Después de lo que me has hecho pasar? Myriam… -ella sintió el roce de sus dedos en los labios. – Myriam, Myriam…
La voz de Víctor sonaba ahogada porque había capturado sus labios en un beso que llevaba esperándolo desde el primer día. Ahora podía ser sincera consigo misma y admitir cuánto lo deseaba. Su boca era como había imaginado que sería: fuerte y generosa, burlona, exigente, implorándole silenciosamente que respondiera con todo su corazón
No había manera de resistir y Myriam se rindió con una sonrisa de gozo, abriéndose para él, dejando que la tentase con su lengua. Era tan experto como imaginaba, aunque unos días antes, y un millón de años atrás, seguramente eso le hubiera molestado.
Ahora, sin embargo, disfrutaba de su pericia, respondiendo con movimientos de su lengua en un eco del duelo en que se había convertido su relación
Movían las manos para tocarse el uno al otro por donde podían, frustrados por la gruesa ropa que los separaba. Pero el deseo de estar desnuda con él era más grande que el frío y Myriam empezó a desabrochar botones.
-Nos vamos a helar –le advirtió Víctor, pero también él estaba desnudándose mientras hablaba.
Cuando estuvieron desnudos se escondieron bajo las mantas para escapar del frío. Myriam podía sentirlo bajo los dedos, fibroso, lleno de fuerza, explorándola como estaba explorando ella.
Al principio sus caricias eran tentativas, descubriéndolo mientras Víctor hacía lo propio. Y, de repente, supo que todo lo que hacía estaba bien porque lo sintió temblar.
-Haz eso otra vez… no pares, no pares.
-No pienso hacerlo –murmuró Myriam, redoblando sus esfuerzos y sintiéndolo responder vigorosamente.
Había conocido el deseo, pero nunca así, incrementado hasta el infinito por la sensación de estar al borde de algo desconocido, por el desesperado anhelo de experimentar aquello mientras tuvieran tiempo.
Y él sentía lo mismo, lo sabía sin la menor duda, la vida no podía terminar hasta que hubieran conocido ese placer, esa felicidad. Desde el principio había habido una conexión especial entre ellos; un vínculo mental y espiritual que no había podido entender. Pero ahora esa conexión los llevaba, como si fueran unos solo, hacia el mismo final.
No sabía si Víctor se había colocado encima o si lo había empujado ella. Sólo sabía que quería sentirlo dentro, llenándola, moviéndose con ella, ofreciéndole quizá el último regalo de sus vidas. Le devolvía cada caricia con fervor, queriendo darle incluso más de lo que él le daba, pero sabiendo que era imposible porque Víctor le estaba entregando su corazón con total generosidad. Debería haber sabido que así era aquel hombre, pero no lo supo hasta que era demasiado tarde.
Luego se quedaron abrazados, refugiándose en el calor de los brazos del otro y en el calor de sus corazones.
-¿Estás bien? –susurró Víctor, y luego soltó una risita. –Fíjate qué tontería, estoy perdiendo la cabeza. En unas horas… bueno, en fin era una pregunta tonta.
Myriam lo apretó con más fuerza.
-No vas a perder la cabeza mientras yo esté aquí. Y si la perdemos, la perderemos los dos… ¿ves? Ahora yo también estoy diciendo tonterías.
Myriam soltó una carcajada, apretándose contra él, sintiendo que él la apretaba como si fuera lo único que quedaba en el mundo. Y era cierto. No había nada más que aquellos; ni nieve, ni peligro esperándolos fuera. Sólo el calor de sus cuerpos y el júbilo porque él estaba allí, porque ella estaba allí.
Pero cuando la prosaica realidad se hizo insoportable, Víctor murmuró:
-Vamos a abrigarnos bien o nos encontrarán muertos de frío.
Después de vestirse a toda prisa se metieron bajo las mantas, abrazados.
-En las fantasías románticas, él la seduce sobre sábanas de seda. Ella lleva un conjunto de ropa interior de encaje que él le quita poco a poco…
-Eso es verdad. Pero quitar tres capas de franela y unos calzoncillos de felpa no es lo mismo.
-Para mí, sí –rió Myriam, apoyando la cabeza en su pecho.
Se quedó dormida casi de inmediato y no tuvo pesadillas de ningún tipo.
Por la mañana abrieron un par de latas y comieron en la habitación prohibida, viendo caer la nieve. Había un poco de luz, de modo que no tenían que malgastar la pila de la linterna.
-La nieve es hipnótica, ¿verdad? Casi dan ganas de dormirse –murmuró Myriam.
Luego, como en sueños, recitó una poesía sobre la nieve.
-¿La has escrito tú? –pregunto Víctor.
-No, la aprendí en el colegio cuando tenía diez años.
-¿Y te acuerdas todavía? Qué memoria. Me sigue sorprendiendo que seas investigadora.
-¿Por qué no lo parezco? ¿Es que no sabes que no se debe juzgar por las apariencias?
-¿Vas a volver a echarme en cara lo de <delicada>?
-No, te lo prometo. En realidad, cuando era pequeña quería ser bailarina, pero no era muy buena, así que me dediqué a otra cosa.
-Ah, por eso te mueves tan bien, como una gata.
Myriam sonrió.
-Eso lo dices ahora, pero la primera vez que me llamaste gata no lo decías como un cumplido.
-Siempre me ha fascinado cómo te mueves. Y no sólo cuando bailas. Todo lo que haces tiene una gracia especial, como un elegante felino, como insinuándote…
-¿Qué?
-Entraste en mi cabeza insinuándote. Al principio yo no quería que estuvieras allí, pero no te ibas.
-Así soy yo, incómoda. Nunca hago lo que se supone que debo hacer.
-Estoy de acuerdo.
-¿Cómo te atreves…?
Víctor la abrazó, apoyando la mejilla en su cabeza.
-Eres tan pequeña. Me da miedo que te me escapes entre los dedos.
-Pues entonces tendrás que apretarme muy fuerte, ¿no?
-Vamos dentro –dijo él. –Hay maneras más fáciles de apretarte.
Bajo las mantas de nuevo, siguieron hablando.
-¿De verdad no tienes familia? –le preguntó Víctor.
-Sólo parientes lejanos.
-¿Un gato, un perro?
-No sólo una buena amiga, Estrella. Íbamos juntas al colegio y hemos seguido siendo amigas desde entonces, aunque no nos vemos mucho. Estrella es enfermera y trabaja en el norte de Inglaterra, pero a veces va a verme a Londres.
-¿Sólo tienes una amiga? ¿Y no te sientes sola?
-Me encanta mi trabajo y a veces es todo lo que necesito.
-¿Pero no siempre?
-Bueno, me gustaría que algún día…
Myriam no terminó la frase al darse cuenta de lo que estaba diciendo. <Algún día> podría no llegar nunca. Con cada momento que pasaba, el rescate era más incierto.
-¿Qué te gustaría algún día? –preguntó Víctor.
-tener a alguien que fuera sólo mío, que sólo pensara en mí y sólo me deseara a mí –Myriam emitió un suspiro de impaciencia. –sé que suena un poco egocéntrico, pero…
-No, eso es lo que queremos todos. Pero es tan difícil de encontrar, imposible seguramente.
-¿Imposible? ¿D e verdad crees eso?
-No lo sé. Ahora lo único que sé es que creo en ti.
-¿Y tu familia?
-Sólo queda mi abuelo, pero es muy mayor y el pobre ha perdido el contacto con el mundo.
-¿Y tus padres?
-Mi madre nos abandonó cuando yo tenía seis años. Mi padre y ella eran una pareja feliz… o eso pensaba todo el mundo. Pero ella se enamoró de otro hombre y se marchó. Un día volví del colegio y ya no estaba.
-¿No te dijo nada, no te dio ninguna explicación?
-Quería ser libre, supongo.
-¿Y nunca has vuelto a verla?
-De vez en cuando. Volvió a casarse y ahora tiene tres hijos.
Furiosa, Myriam habló sin pensar:
-¿No ha querido librarse de ellos también para ser libre?
-No, sólo de mí murmuró Víctor.
Había una vida entera de desolación y rechazo en esas palabras.
Sorprendida, Myriam se dio cuenta de que había tocado un tema que seguía doliéndole mucho después de tantos años.
-¡asquerosa! ¡Podría matarla!
-Oye, que no pasa nada –dijo él, pero le temblaba un poco la voz. –Fue hace mucho tiempo.
-¿De verdad no pasa nada?
-Bueno, eso es algo que se queda contigo para siempre, pero en este momento nada me parece importante. Nada de lo que me haya pasado antes cuenta cuando estoy contigo.
Myriam acarició su cara.
-Si salimos de aquí…
-Tienes que quedarte conmigo para siempre –la interrumpió Víctor, buscando sus labios.
-Para siempre –suspiró ella, abrazándolo con todas sus fuerzas. –Y tu pobre padre… se quedaría hecho polvo.
-al principio sí. Luego se embarcó en lo que él llamaba <su nueva vida> yo me fui a vivir con mi abuelo. Cada vez que visitaba a mi padre parecía tener una novia diferente –Víctor suspiró. –Decía que la variedad era la salsa de la vida. Una vez le recordé que había estado muy enamorado de mi madre y no sabía de qué le hablaba. Murió hace unos años.
-¿Y tu madre?
-Vive en Australia… creo. Me di cuenta de que se sentía incómoda cuando iba a visitarla, así que dejé de hacerlo.
-Vaya, entonces no es ningún misterio porqué crees que vivir sin ataduras es lo mejor del mundo –suspiró Myriam.
-Yo tenía un plan estupendo –sonrió Víctor. –Viviría como me diese la gana, haría todo lo que quisiera y luego, cuando fuese un viejo decrépito, me casaría y tendría hijos.
-Me parece que hay un fallo en ese plan –rió ella.
-Sí, estoy empezando a verlo. Además, pronto me di cuenta de que un hombre con una visión tan pobre de la familia probablemente no debería tener hijos.
-Pero tú podrías ser un buen padre precisamente porque has vivido lo contrario.
-Esa es una bonita teoría, pero no me la creo. Hay muchas cosas aquí –Víctor se tocó el corazón –que es mejor tener escondidas.
Luego se quedaron en silencio. El silencio de dos personas que se encuentran cómodas la una con la otra. Pronto se dormirían, harían el amor, volverían a despertar, volverían a la cama, seguirían hablando. Y Myriam pensó que eso era lo que hacía una pareja en su luna de miel… lo cual era completamente absurdo.
Después de abrir un par de latas hicieron el amor otra vez, sabiendo que el tiempo empezaba a acabarse. Y fue tan dulce y tan precioso como antes, pero había algo más. Con cada gesto de ternura, con cada invitación dada o recibida, había un adiós.
Había deseo en sus caricias, pero suavizado por una ternura infinita.
-Ojala pudiese ver tu cara –murmuró él. –Quiero ver cómo me miras.
-Pero ya conoces mi cara. No tienes que verla.
-¿Qué cara? ¿La de la chica que me toma el pelo?
-No, ésa no.
-Dime qué cara.
-Primero bésame… otra vez… otra vez…
-Le temblaba la voz mientras los labios de Víctor iban de su mejilla, a su nariz, a su cuello, a sus pechos. Myriam enredó los dedos en su pelo, atrayéndolo hacia sí. Se ahogaba en sensaciones, tan cálidas y consoladoras como apasionadas.
Intentaba entregarse con todo su corazón, aprovechando quizá la última oportunidad para mostrarle lo que era para ella, aunque ni siquiera ella lo sabía. Lo que hubieran podido compartir se había revelado con el paso de los años: peleas, reconciliaciones. Hijos. Ahora todo eso tenía que ser experimentado en unos momentos.
Víctor buscó sus ojos, que en la oscuridad estaban llamándolo, diciéndole que estaba preparada para dárselo todo.
Cuando la penetró, Myriam se arqueó hacia él, haciéndolo suyo como Víctor la hacía suya. Daba igual lo que ocurriese al día siguiente, por el momento tenían aquella triunfante reafirmación de la vida.
-Te quiero –dijo Víctor. –Puede que sea la última vez que lo diga y, si es así, me alegro de que seas tú y nadie más que tú. Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después.
-Yo también me alegro –murmuró Myriam. –Te quiero y, pase lo que pase, podré soportarlo porque he tenido este momento. Y me importa más de lo que me ha importado nada.
-Más de lo que nunca nos importará nada –musitó Víctor.
Él fue el primero nunca nos importará, abrazado a ella. Myriam, con la cabeza apoyada sobre su corazón, escuchó los suaves latidos hasta que se quedó dormida.
Despertó sola y fue a buscarlo a la habitación prohibida. Víctor se volvió, sonriendo, y Myriam recordaría siempre esa sonrisa porque fue casi lo último que vio de él.
Mientras se acercaba, el refugio empezó a temblar y un atronador rugido sonó bajo sus pies.
-¡Atrás! –gritó él.
Pero Myriam estaba petrificada, mirando el suelo que empezaba a desintegrarse ante sus ojos. Un segundo después sintió un violento empujón que la envió hacia atrás, su cabeza chocando contra la pared.
Ahora entendía lo que estaba pasando. El suelo había vuelto a ceder, llevándose con él el sitio donde estaba Víctor, que resbalaba por la pendiente sin poder agarrarse a nada.
Había perdido el tiempo empujándola y ahora…
El suelo se hundía a toda velocidad y Myriam intentó sujetarse a algo, pero no había nada a su alrededor.
-¡Víctor! –gritó, alargando los brazos desesperadamente.
Pero era demasiado tarde. Estaba cayendo al precipicio.
Él la miraba, su rostro torturado de angustia mientras intentaba en vano agarrarla.
-¡Myriam!
El sonido de su voz se desvaneció una décima de segundo después. Estaba cayendo, cayendo… hasta que ya no podía verlo. En la distancia oyó un grito de agonía que se perdía en las profundidades, como un hombre descendiendo hasta el infierno.
-¡No, Dios mío, por favor, no!
Sin pensar que también ella podría caer, Myriam fue de rodillas hasta el borde del precipicio y miró hacia abajo, pero no veía a Víctor; sólo veía un abismo blanco interminable.
Y entonces empezó a gritar, desesperada, sus gritos haciendo eco en las paredes heladas hasta que el mundo entero parecía hacerse eco de su angustia.
Y luego todo terminó.
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hay niiña como la dejas asii eee solo espero k no le pase nada a viictor xfiis no tardes con el siiguiiente cap siii k me muero x saber k es lo k va a pasar ahora
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Nooooooooooooo Que no le pase nada a Víctor no tardes en el proximo Cap por favor que angustia Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Hayyy como la dejas ahy, , no tardes con el siguiente capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
¡QUE ANGUSTIA!,POR FAVOR NO TARDES CON EL SIGUIENTE CAPÍTULO, O ME QUEDARE SIN UÑAS. GRACIAS Y SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
MUCHAS GRACIAS POR EL CAPITULO
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
GRACIAS POR EL CAP Y ESPERO QUE LOS ENCUENTRE PORTO Y QUE VICTOR SIGA CON VIDA
Y QUE A MYRIAM NO LE PASE NADA MALO
Y QUE A MYRIAM NO LE PASE NADA MALO
Eva Robles- VBB BRONCE
- Cantidad de envíos : 214
Edad : 51
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hola chicas aqui les dejo el siguiente capitulo espero les guste y me dejen cuc comentarios. gracias
CAPITULO 5
Los edificios de la Vía Manzoni eran lujosísimos. Allí, en la zona más elegante de Milán, todas las casas tenían un aire de indulgencia, de buena relación con los vecinos. Todas salvo una, cuyas ventanas tenían rejas de hierro forjado, como si el propietario prefiriese no ser molestado o, tal vez, como si odiase al mundo entero.
Myriam se detuvo un momento para comprobar que estaba en la dirección que buscaba. Era difícil conectar a Víctor con el aspecto triste de aquella casa, pero el papel que tenía en la mano le aseguraba que era allí onde vivía. Levantó una mano para llamar al timbre, pero se echó atrás. No se atrevía.
Nerviosa, se dirigió a un pequeño café a unos metros de la casa.
<Has perdido el valor>, pensó, mientras tomaba un sorbo de café. <Pero ha pasado tanto tiempo. Dos años desde que nos encontramos, nos enamoramos, nos perdimos el uno a otro. Y han pasado tantas cosas desde entonces. Yo sé que he cambiado y él debe de haber cambiado también>.
La entristecía pensar que Víctor fuese diferente. Podía vero ahora; sonriéndole como antes… burlándose, pero con esa ternura, esa generosidad suya. Nada podía haber cambiado eso, ¿o sí?
Myriam se miró al espejo de la pared. Era como ver un fantasma y, en cierto modo, así era como se sentía desde el día que despertó en un hospital de Chamonix. Desde el día que le dijeron que Víctor había muero. Una muerte que fue confirmada cuarenta y ocho horas después.
Volvió a Inglaterra enferma de dolor e intentó retomar su vida, aunque después del amor que había compartido brevemente y le había sido tan cruelmente arrebatado ya no era su vida.
Pero entonces, dos años después, había leído esta nota en un periódico:
“Error en la identificación de víctima de avalancha.”
“Parece que el cadáver que fue identificado como el del montañero italiano Víctor Alejandro García tras la avalancha en los Alpes dos años atrás, era en realidad el de otro hombre de similar apariencia…”
Myriam se había embarcado en su búsqueda, contratando a un detective privado que pronto pudo decirle:
-El equipo de rescate tardó mucho tiempo en encontrarlo y nadie sabía si sobreviviría. Había sufrido hipotermia y tenía muchas lesiones, pero, contra toda posibilidad, consiguieron reanimarlo.
-¿Cómo es posible que se equivocaran en la identificación?
-Estaban buscando a dos hombres y la mujer que lo identificó era la esposa de uno de ellos. No podía soportar haberlo perdido, de modo que sencillamente dijo que el cadáver no era el de su marido… y los periódicos dieron por hecho que era el de Víctor García.
-¿Y cómo han averiguado que no era él después de dos años?
-No se ha averiguado ahora, se puso unos días después, cuando la esposa del hombre que murió se había recuperado lo suficiente como para contar la verdad.
Myriam no entendía nada.
-Pero entonces Víctor…
-Vive en Milán, donde tiene una empresa de equipamiento deportivo. Tardó mucho tiempo en recuperarse físicamente y la recuperación mental… aún no es completa. No recuerda casi nada de lo ocurrido y, de hecho, los médicos dicen que quizá sea mejor así.
-¿Y los periódicos…?
-Sacaron una nota en letras pequeñas informando del error unos días después de informar de su muerte, pero sólo porque insistieron sus allegados.
De modo que, dos años después, Myriam había seguido su pista hasta Milán. En unos minutos volvería a ver a Víctor y sabría si el sueño que había guardado en su corazón tenía algo que ver con la realidad.
Pero un pensamiento la turbaba. Ella no lo había buscado antes porque penseque estaba muerto, pero Víctor no había hecho el menor esfuerzo para encontrarla. ¿Por qué?, no dejaba de preguntarse. ¿De verdad no se acordaba de ella? ¿No recordaba nada de lo que pasó?
<Te quiero>, le había dicho. <Puede ser que sea la última vez que lo diga y, si es así, me alegro de que seas tú y nadie más que tú. Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después>.
Nunca olvidaría esas palabras. Y nunca olvidaría su rostro, no en la oscuridad, sino como había vivido en su corazón desde entonces: la ternura de sus ojos, el tono fervoroso mientras proclamaba su amor por ella.
El hombre al que recordaba no podía haberle dado la espalda. Tenía que seguir amándola como lo amaba ella. Cualquier otra cosa era imposible.
Por fin, Myriam se levantó y, decidida a no tener miedo, volvió a la casa y llamó al timbre.
Una mujer de unos treinta y tantos años abrió la puerta.
-¿Vive aquí Víctor García?
-Sí, pero ahora no puedo molestarlo. Yo soy Lucia, su secretaria. ¿El signor García la espera?
-No, no me espera. Al menos… creo que no.
-¿Cuál es su nombre?
-Myriam Montemayor
-¿Le conoce?
-Pues… no lo sé.
-Mire, no creo que…
-Esperé. Me da igual el tiempo que tarde –la interrumpió Myriam, entrando en el vestíbulo sin esperar invitación.
-Podría ser una espera muy larga –le advirtió la secretaria. –Tiene una reunión con unos de sus clientes… bueno, es más bien un enemigo en realidad. Aunque últimamente parece creer que todo el mundo es su enemigo –añadió Lucia, con tono confidencial. –Ah, ése debe ser él –dijo cuando sonó el timbre.
El hombre que llamaba ala puerta era de baja estatura, estómago pronunciado y rostro malicioso.
-¿Signor Vanwick?
-Señor Vanwick –replicó él, con acento británico. –No tengo tiempo para tonterías.
-Sígame, por favor.
Lucia lo acompañó hasta una oficina, con Myriam detrás.
-Señor García, ha llegado el señor Vanwick –anunció… antes de ser apartada de un empellón por el protuberante abdomen del recién llegado.
-A ver, García, ¿cuál es el problema con mi factura?
-Menudo personaje –murmuró Myriam cuando la puerta se cerró. –No es buena publicidad para mi país.
-No pasa nada. En unos minutos saldrá por esa puerta, pálido y temblando. Intentó estafarle un millón de euros al signor García y ahora deseará no haberlo hecho. Nadie comete ese error dos veces. Vanwick es un hombre muy desagradable, pero la verdad es que me da pena. Tener que enfrentarse con el signor García no es plato de gusto.
-¿No le cae bien el Señor García?
-La verdad es que no estoy segura. A veces se porta bien. Cuando mi madre cayó enferma me dio muchos días libres… pero trabajar para él es muy duro. Siempre está dando órdenes y habla sin mirarte a la cara.
Al otro lado de la puerta Myriam podía oír la voz de Vanwick y otra más dura, más severa.
-Es él –dijo la secretaria.
-¡Lucia!
La mujer se apresuró a entrar en el despacho, dejando la puerta abierta. Myriam dio un paso adelante para ver a Víctor, pero se detuvo. Durante dos años había guardado el recuerdo de un hombre encantador, divertido y maravilloso.
Pero esa voz la llenaba de temor. Por dentro tenía que ser el Víctor que ella recordaba, se decía, y cuando la viese su rostro se iluminaría con esa sonrisa que había calentado su corazón desde entonces.
Myriam dio otro paso adelante… lo vio por primera vez en dos años. Y lo que vio la dejó inmóvil.
No lo había reconocido inmediatamente. ¿Quién era aquel hombre tan circunspecto, tan áspero? ¿Cómo podía ser el mismo que la había estrechado contra su corazón en la montaña?
Estaba sentado tras un enorme escritorio pero, de repente, se levantó y empezó a pasear por el despacho, reprendiendo al señor Vanwick, que lo escuchaba con expresión casi asustada.
Myriam podía ver su perfil y reconocía la nariz romana y el mentón firme. Aquél era Víctor, pero no era Víctor.
Debía de haber sufrido mucho, pensó. Eso y los dos años transcurridos desde que se conocieron lo habían convertido en un hombre diferente. Pero había algo en su expresión que aplastó su alegría de encontrarlo, dejando sólo angustia y tristeza.
Rápidamente dio un paso atrás y estaba sentada cuando Lucia salió del despacho.
-Ahora quiere un informe del año pasado… pero debe de estar metido en algún archivador.
-Yo guardaré el fuerte por usted.
-Gracias. Puede que vuelva a llamarme para pedir eso –Lucia indicó una carpeta que había sobre la mesa y desapareció a toda prisa.
Myriam se quedó sentada, oyendo la voz de Víctor desde el despacho, intentando encontrar en esa voz metálica al Víctor que ella recordaba, lleno de vida. Pero era imposible.
-¡Lucia, tráeme la carpeta!
Ella se levantó y, con la carpeta en la mano, entró en el despacho, su corazón palpitando con un millón de emociones distintas, esperando el momento en que la viera.
Víctor estaba frente a la ventana, hablando con el grueso señor británico.
-No sé cómo ha pensado que podría engañarme, Vanwick. ¿Cree que no leo los informes económicos o imaginó que no sabría leerlos? Mire ese documento, eso le dirá todo lo que tiene que saber.
Vanwick intentó decir algo, pero la mirada furiosa de Víctor lo silenció, más aterradora por ser contenida. Mientras hablada se movía por la habitación y sólo entonces Myriam se dio cuenta de mantenía una mano siempre a la espalda. Y esa mano, siempre estaba apoyada en algo, el escritorio, el respaldo de una silla, la pared… pero no quería que Vanwick lo viese.
Cuando vio su expresión, lo entendió todo. Estaba sufriendo de tal forma que le costaba trabajo mantenerse de pie.
<Siéntate>, pensó. <¿Por qué no eres sensato y te sientas?>.
Vio entonces que apretaba la mano con fuerza, como si no pudiese aguantar más. Y cuando empezó a inclinarse Myriam corrió a su lado y lo tomó del brazo.
-¡Váyase de aquí, Vanwick!
-Pero tenemos que…
-Ya le diré más tarde lo que voy a hacer. Mientras, puede seguir sudando. ¡salga de aquí!
El hombre desapareció a toda prisa y, en cuanto la puerta se cerró, Víctor tuvo que apoyarse en ella para permanecer de pie.
-Una silla –dijo con voz ronca.
Myriam lo guió hasta la silla más cercana y lo ayudó a sentarse.
-Debería llamar a un médico.
-No, sólo necesito descansar un momento. Déme mis pastillas… están en el cajón.
Myriam sacó las pastillas y le sirvió un vaso de agua de la jarra.
-Sigo pensando que debería…
-Da igual lo que usted piense. Si va a trabajar aquí, tendrá que aprender que no se discute conmigo.
-Pero yo no voy a trabajar aquí.
-¿No es usted la nueva ayudante de Lucia?
-No. Yo soy… alguien que estaba aquí por casualidad. ¿Puede descansar en esa silla? Parece muy dura.
-Tiene razón. Pero tengo que cruzar el patio para llegar a mi residencia.
-¿Quiere que vaya a buscar a alguien?
-No –dijo él. –No quiero que mis empleados me vean en este estado. ¿Por qué cree que he echado a Vanwick de aquí?
-No se debe mostrar debilidad ante el enemigo, ¿es eso?
-Así que lo entiende.
-Pero sus empleados no son sus enemigos.
-Es tan peligroso mostrar debilidad ante los empleados como ante los enemigos.
-Bueno, como yo no soy ni lo uno ni lo otro…
-No, es usted una metomentodo que se mete donde no le llaman. Pero ya que lo ha hecho, al menos podría serme útil.
-Es usted encantador, ¿eh?
Víctor giró la cabeza para mirarla a los ojos. ¿Cuántas veces en el pasado le habían acusado precisamente de ser eso, encantador?
Y tenía que recordarlo. ¿Cómo no iba a hacerlo?
-Puedo serlo… cuando quiero algo.
-Pues no pierda el tiempo conmigo. Simplemente dígame lo que quiere.
-Deje que me agarre a su brazo mientras atravesamos el jardín.
Myriam lo ayudó a levantarse, sin mirarlo porque sabía que no querría que lo viera desfigurado por el dolor. Luego dejó que se agarrase a su brazo y se dirigieron a una puerta que llevaba a un jardín lleno de flores y arbustos donde estaba trabajando un jardinero.
-Es esa puerta… aquí está la llave.
Myriam abrió y lo llevó hasta un sofá.
-Cierre la puerta.
Una mujer mayor apareció entonces y se quedó horrorizada al verlo.
-¡Te dije lo que pasaría si seguías trabajando tanto!
-Muy bien, Teresa, tenías razón, como siempre. Tráeme un whisky.
-Pero si acaba de tomar una pastilla –protestó Myriam. –No debería beber alcohol.
-Cancela el whisky –suspiró Víctor. –Lo tomaré más tarde.
Luego se echó hacia atrás, tapándose los ojos con una mano. Myriam lo observó con pena, deseando decirle quién era… pero no era el momento. Había muchas cosas que decir, que explicar, que preguntar. ¿Recordaría algo, cualquier cosa?
Mirando alrededor vio una silla de ruedas y se preguntó cuánto tiempo habría estado confinado en ella. Evidentemente podía caminar, pero con mucha dificultad.
Por fin, víctor apartó la mano de su cara.
-¿Nos conocemos?
Para Myriam, esa pregunta fue como una bofetada.
-No estoy segura. Tal ves sí.
-Eras tú… -dijo Víctor entonces, tuteándola. –En las montañas, ¿verdad?
-Sí, era yo
-¿Entonces existes de verdad? No estaba seguro, tuve tantos sueños, tantas pesadillas… vivía en una especie de limbo.
-Y yo pensé que habías muerto.
Él hizo una mueca.
-Estoy muerto –murmuró. -¿Es que no lo ves?
-No estás muerto, sólo de mal humor intentó sonreír Myriam. –Pero no me sorprende. Por lo que me han dicho, sufriste mucho y…
-¡Por favor, no me des coba! Me entran ganas de retorcerte el pescuezo.
-Ah, entonces no has cambiado nada. Al principio estuvimos a punto de matarnos.
-Sí… creo recordar algo. Siempre estábamos discutiendo, ¿verdad?
-No discutiendo, peleándonos.
-Seguramente entonces yo era un bruto malhumorado como ahora.
-No, en absoluto. Siempre querías salirte con la tuya, pero te reías mucho.
Víctor lanzó un gruñido.
-No me acuerdo de eso.
No, pensó ella. Aquél no era el hombre del que se había enamorado, sino otro que no recordaba quién había sido. Por un segundo, sintió el deseo de marcharse y no volver jamás.
Pero era demasiado pronto para perder la ilusión.
-¿Pero te acuerdas de mí? –le preguntó.
-Sé que he visto tu cara antes… en algún sitio. Cuando estaba en el hospital tenía unos sueños muy extraños y tú salías en ellos a menudo.
-¿Pero no sabías si era real o una imagen conjurada por tu mente para atormentarte?
-Algo así. Y ahora empiezo a entender todo.
-¿Lo del tormento?
-Desde luego.
Hablaba con energía, pero no pudo evitar un gesto de dolor.
-Bueno, ya está bien. Seguiremos hablando cuando te encuentres mejor.
-¿Quién dice que voy a encontrarme mejor? ¿Y por qué das órdenes en mi casa? Quiero un whisky.
-No, nada de whisky.
-¡Maldita seas!
-Me meto donde no me llaman, resulto incómoda y mandona… si recuerdas algo sobre mí, eso no debería sorprenderte.
-Si tuvieras una onza de sentido común, saldrías de esta casa ahora mismo.
-Nunca lo he tenido.
-Vete –insistió él, con voz áspera. -¡Vete, por favor!
Myriam salió de allí prácticamente corriendo. A pesar de su tono combativo se le había roto el corazón. Creía estar preparada para lo peor, pero la realidad era mucha más terrible de lo que hubiera imaginado.
Una vez fuera, tuvo que apoyarse en la pared.
-No, no… no pude ser… ay, mi amor, mi amor…
Con la cara entre las manos, llorando desesperadamente, se quedó inmóvil, impotente de dolor, hasta que notó el roce de una mano. Cuando levantó la mirada vio al ama de llaves de Víctor, Teresa.
-Por aquí –dijo la mujer, tomando su brazo para llevarla a la cocina.
Myriam se dejó caer en una silla y, apoyando la cabeza en la mesa, siguió sollozando sin control. Y teresa, sabiamente, permaneció en silencio.
Por fin, cuando consiguió calmarse un poco y tomar el café que la mujer había puesto sobre la mesa, se disculpó:
-Lo siento.
-No lo sienta. Llorar cura muchas cosas.
Era cierto. El desahogo la había dejado un poco más aliviada.
-Me llamo Myriam Montemayor.
-¿Y ha dejado que Víctor la asustase? Pues no debería.
-¿A usted no le da miedo?
-No, a mí no. Yo trabajaba ya para su familia cuando era pequeño.
-¿Estaba usted allí cuando su madre los abandonó?
-¿Sabe usted eso? ¿Cómo?
-Me lo contó Víctor.
-¿Él se lo contó? –Teresa estaba perpleja. –Pero si nunca se li ha contado a nadie. Es imposible, antes se moriría.
-Bueno, nos quedamos atrapados durante una avalancha y pensó que iba a morir. Tal vez me lo contó por eso.
-Así que era usted… era usted quien estaba en la montaña con él.
-¿Le ha hablado de mí? –preguntó Myriam, esperanzada.
-Era la terquedad de no hablar de usted lo que siempre ha hecho que me preguntase qué pasó en ese refugio. Me dijo que había una mujer con él, pero nunca ha querido contarme nada más. Nunca he sabido si la había olvidado o si intentaba olvidarla. Víctor ha sido así desde que su madre lo abandonó. Se lo guarda todo dentro y hay cosas de las que no se puede hablar. Yo lo cuidé entonces y sigo haciéndolo.
Teresa sacudió la cabeza y Myriam tuvo la impresión de que sabía mucho y callaba más.
-¿Ha visto la silla de ruedas?
-Sí, la he visto.
-No la usa si puede evitarlo. Y ninguno de sus empleados debe saberlo. Todos lo saben, claro, pero fingen ignorancia. La puerta de la casa siempre está cerrada con llave.
Una puerta cerrada, pensó Myriam. Eso parecía decirlo todo sobre aquel nuevo Víctor.
-Hubo un tiempo en el que este sitio era como un harén. ¿Usted sabe cuántas mujeres lo perseguían?
-Me hago una idea.
-Ahora las evita como la peste. No quiere que le vean así.
-Es horrible.
-Sí, lo es –asistió Teresa. –Tengo miedo por él. Si no ocurre un milagro, creó que se volverá loco.
Entonces sonó un timbre.
-Es él. Tengo que ir a ver qué quiere.
Myriam se quedó en la cocina, intentando imaginar qué podría decir cuando volviese a verlo.
Qué irreal le parecía ahora la idea de un encuentro apasionado. No debería haber ido a Milán sin avisar, se dijo. Cuando volviese a verlo, intentaría reparar el daño y empezar de nuevo…
Teresa volvió unos minutos después con expresión compungida.
-Quiere que se vaya.
-Pero tengo que hablar con él…
-Me ha dicho que no la deje entrar y lo dice en serio. No se puede discutir con él, señorita. ¿Quiere que llame a un taxi?
-No hace falta. Mi hotel está al final de la calle.
-Víctor no va a cambiar de opinión –suspiró el ama de llaves. –Tiene la cabeza más dura que una piedra.
Mientras se alejaba de la casa, Myriam no pudo evitar mirar hacia atrás, aunque sabía que no tenía sentido. Él no estaría mirándola por la ventana. Víctor se había encerrado en aquella casa para esconderse del mundo y no había forma de entrar, ni siquiera para ella. El hombre al que tanto anhelaba encontrar estaba muerto después de todo: tan muerto como si no hubiera vivido nunca.
CAPITULO 5
Los edificios de la Vía Manzoni eran lujosísimos. Allí, en la zona más elegante de Milán, todas las casas tenían un aire de indulgencia, de buena relación con los vecinos. Todas salvo una, cuyas ventanas tenían rejas de hierro forjado, como si el propietario prefiriese no ser molestado o, tal vez, como si odiase al mundo entero.
Myriam se detuvo un momento para comprobar que estaba en la dirección que buscaba. Era difícil conectar a Víctor con el aspecto triste de aquella casa, pero el papel que tenía en la mano le aseguraba que era allí onde vivía. Levantó una mano para llamar al timbre, pero se echó atrás. No se atrevía.
Nerviosa, se dirigió a un pequeño café a unos metros de la casa.
<Has perdido el valor>, pensó, mientras tomaba un sorbo de café. <Pero ha pasado tanto tiempo. Dos años desde que nos encontramos, nos enamoramos, nos perdimos el uno a otro. Y han pasado tantas cosas desde entonces. Yo sé que he cambiado y él debe de haber cambiado también>.
La entristecía pensar que Víctor fuese diferente. Podía vero ahora; sonriéndole como antes… burlándose, pero con esa ternura, esa generosidad suya. Nada podía haber cambiado eso, ¿o sí?
Myriam se miró al espejo de la pared. Era como ver un fantasma y, en cierto modo, así era como se sentía desde el día que despertó en un hospital de Chamonix. Desde el día que le dijeron que Víctor había muero. Una muerte que fue confirmada cuarenta y ocho horas después.
Volvió a Inglaterra enferma de dolor e intentó retomar su vida, aunque después del amor que había compartido brevemente y le había sido tan cruelmente arrebatado ya no era su vida.
Pero entonces, dos años después, había leído esta nota en un periódico:
“Error en la identificación de víctima de avalancha.”
“Parece que el cadáver que fue identificado como el del montañero italiano Víctor Alejandro García tras la avalancha en los Alpes dos años atrás, era en realidad el de otro hombre de similar apariencia…”
Myriam se había embarcado en su búsqueda, contratando a un detective privado que pronto pudo decirle:
-El equipo de rescate tardó mucho tiempo en encontrarlo y nadie sabía si sobreviviría. Había sufrido hipotermia y tenía muchas lesiones, pero, contra toda posibilidad, consiguieron reanimarlo.
-¿Cómo es posible que se equivocaran en la identificación?
-Estaban buscando a dos hombres y la mujer que lo identificó era la esposa de uno de ellos. No podía soportar haberlo perdido, de modo que sencillamente dijo que el cadáver no era el de su marido… y los periódicos dieron por hecho que era el de Víctor García.
-¿Y cómo han averiguado que no era él después de dos años?
-No se ha averiguado ahora, se puso unos días después, cuando la esposa del hombre que murió se había recuperado lo suficiente como para contar la verdad.
Myriam no entendía nada.
-Pero entonces Víctor…
-Vive en Milán, donde tiene una empresa de equipamiento deportivo. Tardó mucho tiempo en recuperarse físicamente y la recuperación mental… aún no es completa. No recuerda casi nada de lo ocurrido y, de hecho, los médicos dicen que quizá sea mejor así.
-¿Y los periódicos…?
-Sacaron una nota en letras pequeñas informando del error unos días después de informar de su muerte, pero sólo porque insistieron sus allegados.
De modo que, dos años después, Myriam había seguido su pista hasta Milán. En unos minutos volvería a ver a Víctor y sabría si el sueño que había guardado en su corazón tenía algo que ver con la realidad.
Pero un pensamiento la turbaba. Ella no lo había buscado antes porque penseque estaba muerto, pero Víctor no había hecho el menor esfuerzo para encontrarla. ¿Por qué?, no dejaba de preguntarse. ¿De verdad no se acordaba de ella? ¿No recordaba nada de lo que pasó?
<Te quiero>, le había dicho. <Puede ser que sea la última vez que lo diga y, si es así, me alegro de que seas tú y nadie más que tú. Lo eres todo para mí y lo serás todo durante el tiempo que nos quede… y después>.
Nunca olvidaría esas palabras. Y nunca olvidaría su rostro, no en la oscuridad, sino como había vivido en su corazón desde entonces: la ternura de sus ojos, el tono fervoroso mientras proclamaba su amor por ella.
El hombre al que recordaba no podía haberle dado la espalda. Tenía que seguir amándola como lo amaba ella. Cualquier otra cosa era imposible.
Por fin, Myriam se levantó y, decidida a no tener miedo, volvió a la casa y llamó al timbre.
Una mujer de unos treinta y tantos años abrió la puerta.
-¿Vive aquí Víctor García?
-Sí, pero ahora no puedo molestarlo. Yo soy Lucia, su secretaria. ¿El signor García la espera?
-No, no me espera. Al menos… creo que no.
-¿Cuál es su nombre?
-Myriam Montemayor
-¿Le conoce?
-Pues… no lo sé.
-Mire, no creo que…
-Esperé. Me da igual el tiempo que tarde –la interrumpió Myriam, entrando en el vestíbulo sin esperar invitación.
-Podría ser una espera muy larga –le advirtió la secretaria. –Tiene una reunión con unos de sus clientes… bueno, es más bien un enemigo en realidad. Aunque últimamente parece creer que todo el mundo es su enemigo –añadió Lucia, con tono confidencial. –Ah, ése debe ser él –dijo cuando sonó el timbre.
El hombre que llamaba ala puerta era de baja estatura, estómago pronunciado y rostro malicioso.
-¿Signor Vanwick?
-Señor Vanwick –replicó él, con acento británico. –No tengo tiempo para tonterías.
-Sígame, por favor.
Lucia lo acompañó hasta una oficina, con Myriam detrás.
-Señor García, ha llegado el señor Vanwick –anunció… antes de ser apartada de un empellón por el protuberante abdomen del recién llegado.
-A ver, García, ¿cuál es el problema con mi factura?
-Menudo personaje –murmuró Myriam cuando la puerta se cerró. –No es buena publicidad para mi país.
-No pasa nada. En unos minutos saldrá por esa puerta, pálido y temblando. Intentó estafarle un millón de euros al signor García y ahora deseará no haberlo hecho. Nadie comete ese error dos veces. Vanwick es un hombre muy desagradable, pero la verdad es que me da pena. Tener que enfrentarse con el signor García no es plato de gusto.
-¿No le cae bien el Señor García?
-La verdad es que no estoy segura. A veces se porta bien. Cuando mi madre cayó enferma me dio muchos días libres… pero trabajar para él es muy duro. Siempre está dando órdenes y habla sin mirarte a la cara.
Al otro lado de la puerta Myriam podía oír la voz de Vanwick y otra más dura, más severa.
-Es él –dijo la secretaria.
-¡Lucia!
La mujer se apresuró a entrar en el despacho, dejando la puerta abierta. Myriam dio un paso adelante para ver a Víctor, pero se detuvo. Durante dos años había guardado el recuerdo de un hombre encantador, divertido y maravilloso.
Pero esa voz la llenaba de temor. Por dentro tenía que ser el Víctor que ella recordaba, se decía, y cuando la viese su rostro se iluminaría con esa sonrisa que había calentado su corazón desde entonces.
Myriam dio otro paso adelante… lo vio por primera vez en dos años. Y lo que vio la dejó inmóvil.
No lo había reconocido inmediatamente. ¿Quién era aquel hombre tan circunspecto, tan áspero? ¿Cómo podía ser el mismo que la había estrechado contra su corazón en la montaña?
Estaba sentado tras un enorme escritorio pero, de repente, se levantó y empezó a pasear por el despacho, reprendiendo al señor Vanwick, que lo escuchaba con expresión casi asustada.
Myriam podía ver su perfil y reconocía la nariz romana y el mentón firme. Aquél era Víctor, pero no era Víctor.
Debía de haber sufrido mucho, pensó. Eso y los dos años transcurridos desde que se conocieron lo habían convertido en un hombre diferente. Pero había algo en su expresión que aplastó su alegría de encontrarlo, dejando sólo angustia y tristeza.
Rápidamente dio un paso atrás y estaba sentada cuando Lucia salió del despacho.
-Ahora quiere un informe del año pasado… pero debe de estar metido en algún archivador.
-Yo guardaré el fuerte por usted.
-Gracias. Puede que vuelva a llamarme para pedir eso –Lucia indicó una carpeta que había sobre la mesa y desapareció a toda prisa.
Myriam se quedó sentada, oyendo la voz de Víctor desde el despacho, intentando encontrar en esa voz metálica al Víctor que ella recordaba, lleno de vida. Pero era imposible.
-¡Lucia, tráeme la carpeta!
Ella se levantó y, con la carpeta en la mano, entró en el despacho, su corazón palpitando con un millón de emociones distintas, esperando el momento en que la viera.
Víctor estaba frente a la ventana, hablando con el grueso señor británico.
-No sé cómo ha pensado que podría engañarme, Vanwick. ¿Cree que no leo los informes económicos o imaginó que no sabría leerlos? Mire ese documento, eso le dirá todo lo que tiene que saber.
Vanwick intentó decir algo, pero la mirada furiosa de Víctor lo silenció, más aterradora por ser contenida. Mientras hablada se movía por la habitación y sólo entonces Myriam se dio cuenta de mantenía una mano siempre a la espalda. Y esa mano, siempre estaba apoyada en algo, el escritorio, el respaldo de una silla, la pared… pero no quería que Vanwick lo viese.
Cuando vio su expresión, lo entendió todo. Estaba sufriendo de tal forma que le costaba trabajo mantenerse de pie.
<Siéntate>, pensó. <¿Por qué no eres sensato y te sientas?>.
Vio entonces que apretaba la mano con fuerza, como si no pudiese aguantar más. Y cuando empezó a inclinarse Myriam corrió a su lado y lo tomó del brazo.
-¡Váyase de aquí, Vanwick!
-Pero tenemos que…
-Ya le diré más tarde lo que voy a hacer. Mientras, puede seguir sudando. ¡salga de aquí!
El hombre desapareció a toda prisa y, en cuanto la puerta se cerró, Víctor tuvo que apoyarse en ella para permanecer de pie.
-Una silla –dijo con voz ronca.
Myriam lo guió hasta la silla más cercana y lo ayudó a sentarse.
-Debería llamar a un médico.
-No, sólo necesito descansar un momento. Déme mis pastillas… están en el cajón.
Myriam sacó las pastillas y le sirvió un vaso de agua de la jarra.
-Sigo pensando que debería…
-Da igual lo que usted piense. Si va a trabajar aquí, tendrá que aprender que no se discute conmigo.
-Pero yo no voy a trabajar aquí.
-¿No es usted la nueva ayudante de Lucia?
-No. Yo soy… alguien que estaba aquí por casualidad. ¿Puede descansar en esa silla? Parece muy dura.
-Tiene razón. Pero tengo que cruzar el patio para llegar a mi residencia.
-¿Quiere que vaya a buscar a alguien?
-No –dijo él. –No quiero que mis empleados me vean en este estado. ¿Por qué cree que he echado a Vanwick de aquí?
-No se debe mostrar debilidad ante el enemigo, ¿es eso?
-Así que lo entiende.
-Pero sus empleados no son sus enemigos.
-Es tan peligroso mostrar debilidad ante los empleados como ante los enemigos.
-Bueno, como yo no soy ni lo uno ni lo otro…
-No, es usted una metomentodo que se mete donde no le llaman. Pero ya que lo ha hecho, al menos podría serme útil.
-Es usted encantador, ¿eh?
Víctor giró la cabeza para mirarla a los ojos. ¿Cuántas veces en el pasado le habían acusado precisamente de ser eso, encantador?
Y tenía que recordarlo. ¿Cómo no iba a hacerlo?
-Puedo serlo… cuando quiero algo.
-Pues no pierda el tiempo conmigo. Simplemente dígame lo que quiere.
-Deje que me agarre a su brazo mientras atravesamos el jardín.
Myriam lo ayudó a levantarse, sin mirarlo porque sabía que no querría que lo viera desfigurado por el dolor. Luego dejó que se agarrase a su brazo y se dirigieron a una puerta que llevaba a un jardín lleno de flores y arbustos donde estaba trabajando un jardinero.
-Es esa puerta… aquí está la llave.
Myriam abrió y lo llevó hasta un sofá.
-Cierre la puerta.
Una mujer mayor apareció entonces y se quedó horrorizada al verlo.
-¡Te dije lo que pasaría si seguías trabajando tanto!
-Muy bien, Teresa, tenías razón, como siempre. Tráeme un whisky.
-Pero si acaba de tomar una pastilla –protestó Myriam. –No debería beber alcohol.
-Cancela el whisky –suspiró Víctor. –Lo tomaré más tarde.
Luego se echó hacia atrás, tapándose los ojos con una mano. Myriam lo observó con pena, deseando decirle quién era… pero no era el momento. Había muchas cosas que decir, que explicar, que preguntar. ¿Recordaría algo, cualquier cosa?
Mirando alrededor vio una silla de ruedas y se preguntó cuánto tiempo habría estado confinado en ella. Evidentemente podía caminar, pero con mucha dificultad.
Por fin, víctor apartó la mano de su cara.
-¿Nos conocemos?
Para Myriam, esa pregunta fue como una bofetada.
-No estoy segura. Tal ves sí.
-Eras tú… -dijo Víctor entonces, tuteándola. –En las montañas, ¿verdad?
-Sí, era yo
-¿Entonces existes de verdad? No estaba seguro, tuve tantos sueños, tantas pesadillas… vivía en una especie de limbo.
-Y yo pensé que habías muerto.
Él hizo una mueca.
-Estoy muerto –murmuró. -¿Es que no lo ves?
-No estás muerto, sólo de mal humor intentó sonreír Myriam. –Pero no me sorprende. Por lo que me han dicho, sufriste mucho y…
-¡Por favor, no me des coba! Me entran ganas de retorcerte el pescuezo.
-Ah, entonces no has cambiado nada. Al principio estuvimos a punto de matarnos.
-Sí… creo recordar algo. Siempre estábamos discutiendo, ¿verdad?
-No discutiendo, peleándonos.
-Seguramente entonces yo era un bruto malhumorado como ahora.
-No, en absoluto. Siempre querías salirte con la tuya, pero te reías mucho.
Víctor lanzó un gruñido.
-No me acuerdo de eso.
No, pensó ella. Aquél no era el hombre del que se había enamorado, sino otro que no recordaba quién había sido. Por un segundo, sintió el deseo de marcharse y no volver jamás.
Pero era demasiado pronto para perder la ilusión.
-¿Pero te acuerdas de mí? –le preguntó.
-Sé que he visto tu cara antes… en algún sitio. Cuando estaba en el hospital tenía unos sueños muy extraños y tú salías en ellos a menudo.
-¿Pero no sabías si era real o una imagen conjurada por tu mente para atormentarte?
-Algo así. Y ahora empiezo a entender todo.
-¿Lo del tormento?
-Desde luego.
Hablaba con energía, pero no pudo evitar un gesto de dolor.
-Bueno, ya está bien. Seguiremos hablando cuando te encuentres mejor.
-¿Quién dice que voy a encontrarme mejor? ¿Y por qué das órdenes en mi casa? Quiero un whisky.
-No, nada de whisky.
-¡Maldita seas!
-Me meto donde no me llaman, resulto incómoda y mandona… si recuerdas algo sobre mí, eso no debería sorprenderte.
-Si tuvieras una onza de sentido común, saldrías de esta casa ahora mismo.
-Nunca lo he tenido.
-Vete –insistió él, con voz áspera. -¡Vete, por favor!
Myriam salió de allí prácticamente corriendo. A pesar de su tono combativo se le había roto el corazón. Creía estar preparada para lo peor, pero la realidad era mucha más terrible de lo que hubiera imaginado.
Una vez fuera, tuvo que apoyarse en la pared.
-No, no… no pude ser… ay, mi amor, mi amor…
Con la cara entre las manos, llorando desesperadamente, se quedó inmóvil, impotente de dolor, hasta que notó el roce de una mano. Cuando levantó la mirada vio al ama de llaves de Víctor, Teresa.
-Por aquí –dijo la mujer, tomando su brazo para llevarla a la cocina.
Myriam se dejó caer en una silla y, apoyando la cabeza en la mesa, siguió sollozando sin control. Y teresa, sabiamente, permaneció en silencio.
Por fin, cuando consiguió calmarse un poco y tomar el café que la mujer había puesto sobre la mesa, se disculpó:
-Lo siento.
-No lo sienta. Llorar cura muchas cosas.
Era cierto. El desahogo la había dejado un poco más aliviada.
-Me llamo Myriam Montemayor.
-¿Y ha dejado que Víctor la asustase? Pues no debería.
-¿A usted no le da miedo?
-No, a mí no. Yo trabajaba ya para su familia cuando era pequeño.
-¿Estaba usted allí cuando su madre los abandonó?
-¿Sabe usted eso? ¿Cómo?
-Me lo contó Víctor.
-¿Él se lo contó? –Teresa estaba perpleja. –Pero si nunca se li ha contado a nadie. Es imposible, antes se moriría.
-Bueno, nos quedamos atrapados durante una avalancha y pensó que iba a morir. Tal vez me lo contó por eso.
-Así que era usted… era usted quien estaba en la montaña con él.
-¿Le ha hablado de mí? –preguntó Myriam, esperanzada.
-Era la terquedad de no hablar de usted lo que siempre ha hecho que me preguntase qué pasó en ese refugio. Me dijo que había una mujer con él, pero nunca ha querido contarme nada más. Nunca he sabido si la había olvidado o si intentaba olvidarla. Víctor ha sido así desde que su madre lo abandonó. Se lo guarda todo dentro y hay cosas de las que no se puede hablar. Yo lo cuidé entonces y sigo haciéndolo.
Teresa sacudió la cabeza y Myriam tuvo la impresión de que sabía mucho y callaba más.
-¿Ha visto la silla de ruedas?
-Sí, la he visto.
-No la usa si puede evitarlo. Y ninguno de sus empleados debe saberlo. Todos lo saben, claro, pero fingen ignorancia. La puerta de la casa siempre está cerrada con llave.
Una puerta cerrada, pensó Myriam. Eso parecía decirlo todo sobre aquel nuevo Víctor.
-Hubo un tiempo en el que este sitio era como un harén. ¿Usted sabe cuántas mujeres lo perseguían?
-Me hago una idea.
-Ahora las evita como la peste. No quiere que le vean así.
-Es horrible.
-Sí, lo es –asistió Teresa. –Tengo miedo por él. Si no ocurre un milagro, creó que se volverá loco.
Entonces sonó un timbre.
-Es él. Tengo que ir a ver qué quiere.
Myriam se quedó en la cocina, intentando imaginar qué podría decir cuando volviese a verlo.
Qué irreal le parecía ahora la idea de un encuentro apasionado. No debería haber ido a Milán sin avisar, se dijo. Cuando volviese a verlo, intentaría reparar el daño y empezar de nuevo…
Teresa volvió unos minutos después con expresión compungida.
-Quiere que se vaya.
-Pero tengo que hablar con él…
-Me ha dicho que no la deje entrar y lo dice en serio. No se puede discutir con él, señorita. ¿Quiere que llame a un taxi?
-No hace falta. Mi hotel está al final de la calle.
-Víctor no va a cambiar de opinión –suspiró el ama de llaves. –Tiene la cabeza más dura que una piedra.
Mientras se alejaba de la casa, Myriam no pudo evitar mirar hacia atrás, aunque sabía que no tenía sentido. Él no estaría mirándola por la ventana. Víctor se había encerrado en aquella casa para esconderse del mundo y no había forma de entrar, ni siquiera para ella. El hombre al que tanto anhelaba encontrar estaba muerto después de todo: tan muerto como si no hubiera vivido nunca.
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hay viictor solo espero k entre en razon x que no es justo k sufran niinguno de los dos graciias x el cap niiña xfa no tardes con el siiguiiente cap siip k me muero x saber k es lo k va a pasar ahora k myriiam volviio a la viida de viictor solo espero k lo ayude a ser el de antes saludiitos niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Muchas gracias por el capitulo, pobre Vic yo creo ke sufrio mucho.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Gracias por el Cap estuvo muy padre espero y Myriam no se quede con los brazos cruzados y luche por el Vicotr no seas tan duro Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
ALGO ES SEGURO, LA ÚNICA QUE PUEDE AYUDAR A VÍCTOR ES MYRIAM
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
gracias por el capitulo y siguele por faaaaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
hola chicas, hoy les dejo dos capitulos ojala les guste y espero sus comentarios.
Capitulo 6
La idea de quedarse mirando las cuatro paredes de la habitación le resultaba intolerante de modo que, en lugar de volver al hotel, Myriam se dedicó a pasear por las calles de Milán hasta que estuvo agotada.
¿Qué esperaba? Había sido una tonta, viviendo en un mundo de sueños. Víctor no sólo no lo conocía, no quería conocerla. Debería marcharse, pensó. Pero aún no podía hacerlo porque había algo que debía contarle.
Por fin, volvió al hotel y llamó a Estrella, su amiga del colegio, que ahora vivçia con ella en Londres.
-¿Qué tal ha ido?
-Mal –suspiró Myriam. –Es otro hombre. Ay, Estrella, no sé qué voy a hacer. Pensé que sería tan sencillo… me preguntaba por qué nunca había intentado ponerse en contacto conmigo, pero ¿cómo iba a hacerlo si no sabía si yo era real o no?
-¿Le has contado algo?
-No, no he tenido tiempo. Y no sé si voy a poder hacerlo.
-Myriam, ¿sigues enamorada de él?
Ella dejó escapar un largo suspiro.
-No lo sé, ¿Cómo voy a saberlo? No sé quién es.
-Alex acaba de despertarse. Ha aprendido una nueva palabra y quiere decírtela.
-Ah, sí –sonrió Myriam. –Ponlo al teléfono.
Un momento después oía un gorgoteo al otro lado.
-Hola cariño, soy mamá. Te quiero mucho.
-¡Pez!
-¿Ésa es la nueva palabra? Qué listo eres.
-¡Pez, pez, pez! –gritaba Alex. -¡Mamá, mamá, pez!
-Sí, cariño –murmuró ella, entre lágrimas. –Mamá es un pez. Te echo mucho de menos, pero volveré a casa pronto, te lo prometo. Papá me necesita ahora mismo, pero te quiero mucho.
Después de colgar enterró la cara entre las manos, llorando por el niño que no conocía a su padre y por el padre que no conocía a su hijo.
El teléfono la despertó a la mañana siguiente. Era Lucia, la secretaria de Víctor.
-Ha dicho que quiere verla. Ahora mismo. Por favor, venga, no sabe cómo se pone cuando no consigue lo que quiere.
-Voy enseguida.
Myriam se puso a toda prisa un pantalón oscuro y un jersey de cachemir y, después de mirarse al espejo y comprobar que estaba presentable, se dirigió a la casa.
Víctor la esperaba en el salón. Estaba en la silla de ruedas, pero tenía mejor aspecto que el día anterior.
-Gracias por venir. Ayer me porté como un bruto… por favor, perdóname.
-Sí, claro. No te encontrabas bien, lo entiendo.
-Te he invitado a venir porque sé que quedamos atrapados después de esa avalancha de la que apenas recuerdo nada… pero sí te recuerdo a ti.
Había dicho estas últimas palabras con dificultad porque lo alarmaban. Ver a aquella mujer, una extraña que, sin embargo, le resultaba curiosamente familiar, había sido una sorpresa; una con la que había intentado lidiar echándola de allí. Pero Myriam Montemayor había vuelto por la noche, llevando con ella un montón de impresiones que golpeaban su cerebro como exigiendo entrada.
La caída lo había dejado con la pelvis rota y varias lesiones en la espina dorsal… y el recuerdo de esa salvaje agonía seguía torturándolo.
En las largas semanas de estancia en el hospital pensó que se había vuelto loco, su mente llena de imágenes que no tenían ningún sentido. Bailarines moviéndose, un sol cegador detrás de la montaña, un misterioso gato de ojos cafés…
Había salido del hospital mucho antes de lo que los médicos aconsejaban para seguir dirigiendo su negocio y se decía a sí mismo que lo tenía todo controlado. El dolor era fuerte, pero podía aguantarlo y sus empleados lo obedecían sin cuestionar sus órdenes. Era un hombre temido y respetado.
Sólo a veces se sentía turbado, por las noches cuando aquel bonito gato negro de luminosos ojos cafés aparecía en sus sueños.
Myriam Montemayor había estado allí por la noche, burlándose de él y provocándolo hasta que despertó, temblando de manera incontrolable.
Y sólo había una cosa que pudiera hacer: enfrentarse con el peligro, lidiar con él y neutralizarlo.
-¿Quieres sentarte por favor? –murmuró, sirviéndole un té. –Creo recordar que te gustaba más el té que el café. A ti y a Miguel.
-¿Te acuerdas de él? –preguntó Myriam, extrañada.
-¿Cómo iba a olvidarlo?
-Murió.
-Sí lo sé. Y también Ma. Inés y Raúl… y me culpo a mí mismo por ello. No debería haber dejado que subieran conmigo. Gracias a Dios tú estás bien. Ya llevo suficiente sobre mi conciencia… -antes de que ella pudiese decir nada, Víctor levantó la mirada. –Ah, aquí está Teresa. Le he pedido que nos hiciera un desayuno británico.
Un desayuno perfecto: cereales, huevos revueltos con beicon, tostadas… había pensado en todo.
Myriam se alegraba tanto de volver a hablar con él. El Víctor del día anterior, tan duro, tan furioso, nada parecido al hombre al que ella recordaba, la había perturbado. Ahora se mostraba amable, cortés, aunque seguía estando a la defensiva.
-Ayer estaba demasiado agitado como para preguntar tu nombre, pero me lo dijo Lucia después. Yo recuerdo que había una Myriam Montemayor en la expedición porque encontraron sus cosas junto a las mías. Estuvimos juntos en ese refugio, ¿verdad?
-Durante dos días, sí.
-Pues debimos de pasarlo muy mal. Parte del refugio se había hundido y hacía un frío terrible.
-Estábamos todo el tiempo bajo las mantas y comíamos lo que había en unas latas que encontramos.
-Un triste final para una expedición tan agradable… pero creo recordar que tú y yo empezamos con mal pie. Dije algo que te molestó o algo así.
-Dijiste que yo era “delicada”.
-Ah, eso, sí. Y tú me demostraste que no era cierto. Eras mejor montañera de lo que yo esperaba.
-Sí, la verdad es que nos sorprendimos el uno al otro en muchos sentidos.
Allí estaba la oportunidad de despertar los recuerdos de su relación, de las risas, de las bromas.
-Bueno, debo admitir… -Víctor se quedó callado cuando Teresa volvió a entrar en la habitación. –Sí, por favor, tráenos más té.
Mientras el ama de llaves se llevaba la tetera, Myriam contuvo el aliento.
-¿Qué estaba diciendo? Ah, sí debo admitir que todo el mundo en esa expedición me sorprendió.
Myriam asistió con la cabeza. La recordaba, pero sólo como parte del equipo.
-El primer día Ma. Inés resbaló y yo la sujeté. Me sentí tan orgullosa de mi misma, pero eras tú quien nos estaba sujetando… como me recordaste por la noche.
-¿Ah, sí? Qué grosero.
-No, no fue grosero en absoluto. Siempre estábamos discutiendo, pero era divertido, ¿no te acuerdas?
Víctor hizo una mueca.
-No aún no. Pero tranquila, seguro que lo recordaré algún día.
Myriam apretó los labios. Le hablaba como si fuera una niña recalcitrante…
Teresa volvió con el té y los dos se quedaron callados, sin saber qué decir.
-Solías decir que yo era como un gato… ¡eh, cuidado!
Víctor había dejado caer la cucharilla y estaba mirándola, muy pálido.
-¿Yo decía eso?
-Sí, era una broma. Era por mi pelo negro y mis ojos cafés.
-¿Alguna cosa más?
-Decías que era como un felino, insinuándome… incluso dijiste que me había insinuado hasta meterme en tu cabeza y que no podías sacarme de allí –se atrevió a decir Myriam.
Víctor cerró los ojos un momento.
-¿Por qué has venido? –le preguntó después. -¿Por qué ahora, después de dos años?
-Pensé que habías muerto. Me enteré hace poco de que estabas vivo.
-Y viniste a ver cómo estaba. Es muy amable por tu parte… ¿Por qué?
Ella estuvo a punto de contárselo:
“porque me enamoré de ti. Porque dijiste que me querías antes de que ese precipicio te tragara y no puedo olvidarlo. Y porque tenemos un hijo”.
Pero sólo dijo:
-Supongo que no te sorprenderá que me preocupe. Pasamos dos días en ese refugio, medio muertos de frío y de hambre, tropezando en la oscuridad.
-Ah, sí. Y los amigos cuidan los unos de los otros.
Víctor levantó la cabeza para mirarla directamente y Myriam lo vio con nuevos ojos. Sus facciones eran las mismas, aunque quizá un poco desmejoradas porque estaba más delgado. Pero la luz que había en sus ojos era otra; más dura, más desesperada.
-Gracias –dijo él. –Es bueno tener amigos. ¿Por qué paso, por qué nos separamos?
-Tú estabas en la habitación prohibida…
-¿Prohibida?
-La llamábamos así porque parte de ella había quedado colgando en el precipicio. Pero nos sentábamos en el umbral porque había algo de luz y era el mejor sitio para hacer señales si llegaba el helicóptero –suspiró Myriam. –Te encontré allí, esperando, pero de repente el suelo empezó a temblar… tú me empujaste hacia atrás antes de caer y yo me puse a gritar. Luego me desmayé y lo único que sé es que desperté en un hospital.
-¿Cómo te encontraron?
-Me dijeron después que el helicóptero aterrizó cerca del refugio y me oyeron gritar. Se abrieron paso entre la nieve… y me sacaron de allí. Mi amiga Estrella fue a buscarme y me llevó a casa. Ha vivido conmigo desde entonces.
“Y me ayuda a cuidar a tu hijo”.
Pero las palabras no le salieron. Aún no.
-¿Y tú? La caída debió de ser terrible.
-Me rompí la pelvis y me hice lesión en la espina dorsal.
-¿Y te levantas de esa silla de ruedas? ¿Estás loco?
-Si no intento caminar, me quedare atado a esa silla para siempre –contestó él.
-Pero deberías ser sensato y no hacer tantos esfuerzos, ¿verdad? Claro que tú nunca has sido sensato.
-¿Yo no soy sensato? Tú eres la loca que insistió en ir conmigo cuando iba a buscar a Miguel. Te advertí, pero no me hiciste caso. Fuiste un problema desde el primer día.
-¿Te acuerdas de eso?
-Sí, acabó de recordarlo –murmuró Víctor. –No sé por qué.
-Porque te has enfadado. ¡Es genial!
-La mayoría de la gente no piensa que es “genial” que yo me enfade…
-Seguro que no. Ayer le diste un susto de muerte a ese pobre hombre…
-Ese pobre hombre había intentado robarme una gran cantidad de dinero. Pensó que porque mi cuerpo estaba dañado mi mente también lo estaba. Y me agradó mucho ponerlo en su sitio.
-Ya me di cuenta.
Víctor se quedó callado un momento.
-Un hombre debe permitirse alguna alegría.
-Sí, claro. Pero me parece una manera muy triste de pasarlo bien.
-No puedo permitirme mucho más, así que hago lo que puedo. No suelo salir porque no me gusta cómo me mira la gente, sobre todo las mujeres. Parecen estar preguntándose si sigo siendo el mismo. Hacen una parodia de flirteo, pero yo puedo adivinar lo que están pensando: “¿Podrá hacerlo… no podrá? ¿Lo pongo a prueba?”
-No, Víctor. Nadie sería tan cruel.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Quizás te encuentran atractivo.
-Tendrías que ser muy engreído para pensar eso.
-O a lo mejor sólo intentan ser amables.
-Sientes compasión por mí, querrás decir. “Vamos a darle una alegría al pobre lisiado que lo ha pasado tan mal”. ¿Crees que eso es lo que quiero? –Víctor golpeó el brazo de la silla con el puño.
-Sólo digo que tú no sabes lo que la gente piensa…
-¡Pues claro que lo sé! En el pasado tenía mujeres entre las que elegir y ahora estoy pagando por mis pecados. Te aseguro que sé lo que piensan cuando me miran.
Víctor se levantó tan bruscamente de la silla que perdió el equilibrio y tuvo que agarrarse a un mueble. Y cuando ella intentó ayudarlo, el brillo de rabia que vio en sus ojos se lo impidió.
-No me toques.
Myriam dio un paso atrás, horrorizada al descubrir que le tenía miedo.
-No me hagas caso, perdona –se disculpó él. –A veces lo pago con quién no debo.
Víctor volvió a sentarse en la silla y el gesto pareció una derrota.
-¿De qué estábamos hablando?
-De mí. De cuando insistí en ir contigo a buscar a Miguel. Tú crees que lo hice para molestarte, pero en realidad pensaba que necesitarías mi apoyo. Aunque fue una tontería por mi parte… de hecho, si no hubiera insistido en ir contigo, Ma. Inés y Raúl no habrían muerto. En realidad, fue culpa mía.
Víctor apretó su mano.
-No digas eso, no es verdad. Pensar esas cosas convierte tu vida en un infierno… y te aseguro que sé de lo que hablo.
-Sí, ya imagino.
-Una vez que dejas que los demonios entren en tu cabeza, no puedes librarte de ellos. No lo hagas, Myriam.
-Es demasiado tarde, han estado ahí todo el tiempo –suspiró ella. –No sólo Ma. Inés y Raúl, tú también. Me salvaste la vida, pero si yo me hubiera movido un poco más rápido, podría haber evitado que cayeras por el precipicio…
-No podrías haber hecho nada –la interrumpió Víctor. –Dices que te diste un golpe en la cabeza… además, de haber logrado agarrarme hubiéramos caído los dos. No fue culpa tuya, Myriam. Nada de lo que pasó fue culpa tuya.
-¿Cómo lo sabes si no te acuerdas?
Víctor se echó hacia atrás
-No sé lo que recuerdo. Cosas que pensaba que eran reales han resultado ser producto de mi imaginación y… al revés. Por eso hablar contigo me resulta beneficioso.
-Yo también lo he pasado mal. Pero podemos ayudarnos el uno al otro.
-Tal vez. O tal vez sea al contrario.
Myriam entendía. Ella podría ser quien despertase a los demonios que Víctor intentaba mantener controlados y eso sería una catástrofe.
-¿Cómo sobreviviste? –le preguntó él.
-No estaba malherida como tú. Pero no te refieres a eso, ¿verdad?
-Aquí –murmuró Víctor, tocándose la cabeza. –Por las noches, en la oscuridad.
-Yo no estoy tan solo como tú, tengo ayuda.
-Ah, sí, tú amiga.
Myriam respiró profundamente, sabiendo que había llegado el momento de hablarle de Alex, el niño que podría darle una nueva vida, como había hecho para ella.
-No es sólo Estrella…
-Da igual. No tengo por qué meterme en tu vida.
-Pero quiero contártelo…
-En otro momento –la interrumpió Víctor. –Ahora quiero estar solo.
-Muy bien, de acuerdo. Descansa un poco.
Sin poder evitarlo, Myriam puso una mano en su cara. Él podría repudiarla, pero nada habría evitado que intentase consolarlo, con la esperanza de romper la barreras que había levantado a su alrededor.
Al principio Víctor no se movió, pero luego tocó su mano apretándola contra su mejilla…
De repente, todo su cuerpo se convulsionó y Myriam se dio cuenta de que estaba llorando.
-Vete –dijo con voz ronca. –Vete, por favor.
-¿Quieres que vuelva mañana?
-No… sí… no lo sé. Yo te llamaré.
-Estaré esperando.
Víctor no dijo nada y eso le rompió el corazón. Antes de salir se dio la vuelta y lo vio sentado en la silla de ruedas, absolutamente rígido. Cuando se alejaba, aún sentía en la mano la humedad de sus lágrimas.
Myriam había esperado que la llamase por la tarde, pero no lo hizo. Y tampoco al día siguiente.
Cuando se lo contó a Estrella por teléfono, su amiga se mostró indignada.
-No dejes que te trate así. Ve a su casa y dile que tiene un hijo.
-No –suspiró Myriam. –Así sólo conseguiría que se alejase más. Sólo volverá a mí si lo hace por voluntad propia. Si no…
No podía terminar la frase. Era demasiado pronto para enfrentarse a la posibilidad de otra despedida, definitiva esta vez.
Pero a medida que pasaba el día, su enfado iba en aumento. Fueran cuales fueran sus sentimientos, no tenía derecho a tratarla de esa manera.
Al verlo llorar se había atrevido a esperar que pudiese volver a haber algo entre ellos. Pero quizá que lo hubiese visto llorar había agravado el problema; Víctor era un hombre orgulloso…
Al tercer día se rebeló. Si pensaba que iba a quedarse esperando hasta que él quisiera verla, se había equivocado. Después de todo estaba en Milán, la ciudad de la moda.
Se pasó la tarde de escaparates y terminó cenando en un restaurante antes de volver en taxi al hotel.
-Señorita, tengo varios mensajes para usted –le dijo el joven de recepción.
La alegría que sintió fue tal que subió corriendo a su habitación para llamar por teléfono.
-Hola –oyó una voz que no era la de Víctor.
-Soy Myriam Montemayor.
-Gracias por llamar, señorita. Me llamo Eugenio Ferrini y tengo entendido que es usted una investigadora de primer orden.
Myriam se dejó caer sobre la cama. No era Víctor. No la había llamado.
El hombre le contó que estaba escribiendo un libro para el que necesitaría un investigador y alguien se la había recomendado.
-¿A mí?
-Su nombre es más conocido de lo que cree –contestó Ferrini. –Mi mujer y yo le agradeceríamos que cenase con nosotros mañana, así podrías hablar del proyecto.
-Muy bien, de acuerdo –Myriam se despidió después de anotar la dirección.
Al mejor el viaje a Italia no sería total pérdida de tiempo, pensaba.
La casa estaba cerca de Via Montenapoleone, la famosa zona de tiendas en la que había pasado la tarde y, por lo tanto, la calle más cara de la ciudad. Si los Ferrini vivían allí, sería mejor que acudiese a la cena vestida para la ocasión.
A la mañana siguiente Víctor tampoco llamó y, decidida, Myriam salió de compras. Primero visitó Gucci, luego Armani, después Louis Vuitton… hasta que encontró un vestido de color café tostado que hacia juego con sus ojos, unos pendientes que eran una convincente imitación del estilo etrusco y unos zapatos con unos tacones suicidas que hacían maravillas con sus piernas.
Después, para completar la jornada, fue a un salón de belleza del que salió con la piel radiante y un moderno y alegre corte de pelo.
Cuando volvió al hotel y se probó el vestido frente al espejo, decidió que no estaría fuera de lugar en la fiesta más elegante de Milán.
Un coche fue a buscarla exactamente a los ocho en punto para llevarla a casa de los Ferrini, que parecía haber sido construida varios siglos antes por un inspirado arquitecto.
Su anfitrión, un hombre más bien bajito, de pelo blanco y brillante sonrisa, estaba en la puerta, esperándola.
-Gracias por venir, Doctora –la saludó.
Myriam seguía sorprendida de que Ferrini la conociera. ¿Quién le habría hablado de ella?
Pero cuando entró en el salón se llevó la sorpresa de su vida. Había esperado encontrarse con su familia, pero allí había al menos cincuenta personas.
Ferrini le presentó a algunos de sus invitados, repitiendo la palabra “Doctora” varias veces para que todos supieran que era una persona distinguida. Y Myriam se dio cuenta de que estaba complacido. Eran italianos, con gran respeto no sólo por la cultura sino por esa indefinible cualidad que ellos llamaban “la bella figura”; algo que había visto en Víctor: su estilo, su elegancia, la seguridad que tenía en sí mismo.
Ahora notaba que aquella gente podía verlo en ella y se sintió muy halagada.
Los hombres iban vestidos con elegantes trajes de chaqueta, las mujeres enjoyadas, pero era Myriam quien más llamaba la atención, quizá porque había elegido un atuendo muy sencillo. O tal vez porque estaba muy guapa, debía reconocer. Los hombres no dejaban de observarla y mucho de ellos intentaban acercarse para hablar con ella.
Y, entre todos, había uno que no dejaba de mirarla… pero situado detrás de una estantería para ver sin ser visto, intentando esconder la fascinación que sentía por aquella mujer y temiendo no ser capaz de hacerlo.
Él recordaba a una Myriam Montemayor con aspecto de niña, pero ya no lo era. Su rostro, más delgado que antes estaba marcado por la tristeza y, sin embargo, no resultaba menos atractivo. Pero su aspecto esa noche, tan chic, tan elegante, aumentaba aún más su confusión.
Ella sabía que era preciosa. Claro que lo sabía.
Entonces volvió atrás en el tiempo, mientras la miraba bailar con otro hombre, sinuosa, provocativa, tentándolo, retándolo a hacer algo.
Entonces no se había atrevido porque lo que quería era echársela al hombro, llevarla a la cama hacerle el amor hasta que los dos estuvieran mareados.
Y ahora estaba tentándolo de nuevo; cada uno de sus gestos proclamando que ella era la reina de la fiesta y estaba muy lejos de su alcance.
Capitulo 6
La idea de quedarse mirando las cuatro paredes de la habitación le resultaba intolerante de modo que, en lugar de volver al hotel, Myriam se dedicó a pasear por las calles de Milán hasta que estuvo agotada.
¿Qué esperaba? Había sido una tonta, viviendo en un mundo de sueños. Víctor no sólo no lo conocía, no quería conocerla. Debería marcharse, pensó. Pero aún no podía hacerlo porque había algo que debía contarle.
Por fin, volvió al hotel y llamó a Estrella, su amiga del colegio, que ahora vivçia con ella en Londres.
-¿Qué tal ha ido?
-Mal –suspiró Myriam. –Es otro hombre. Ay, Estrella, no sé qué voy a hacer. Pensé que sería tan sencillo… me preguntaba por qué nunca había intentado ponerse en contacto conmigo, pero ¿cómo iba a hacerlo si no sabía si yo era real o no?
-¿Le has contado algo?
-No, no he tenido tiempo. Y no sé si voy a poder hacerlo.
-Myriam, ¿sigues enamorada de él?
Ella dejó escapar un largo suspiro.
-No lo sé, ¿Cómo voy a saberlo? No sé quién es.
-Alex acaba de despertarse. Ha aprendido una nueva palabra y quiere decírtela.
-Ah, sí –sonrió Myriam. –Ponlo al teléfono.
Un momento después oía un gorgoteo al otro lado.
-Hola cariño, soy mamá. Te quiero mucho.
-¡Pez!
-¿Ésa es la nueva palabra? Qué listo eres.
-¡Pez, pez, pez! –gritaba Alex. -¡Mamá, mamá, pez!
-Sí, cariño –murmuró ella, entre lágrimas. –Mamá es un pez. Te echo mucho de menos, pero volveré a casa pronto, te lo prometo. Papá me necesita ahora mismo, pero te quiero mucho.
Después de colgar enterró la cara entre las manos, llorando por el niño que no conocía a su padre y por el padre que no conocía a su hijo.
El teléfono la despertó a la mañana siguiente. Era Lucia, la secretaria de Víctor.
-Ha dicho que quiere verla. Ahora mismo. Por favor, venga, no sabe cómo se pone cuando no consigue lo que quiere.
-Voy enseguida.
Myriam se puso a toda prisa un pantalón oscuro y un jersey de cachemir y, después de mirarse al espejo y comprobar que estaba presentable, se dirigió a la casa.
Víctor la esperaba en el salón. Estaba en la silla de ruedas, pero tenía mejor aspecto que el día anterior.
-Gracias por venir. Ayer me porté como un bruto… por favor, perdóname.
-Sí, claro. No te encontrabas bien, lo entiendo.
-Te he invitado a venir porque sé que quedamos atrapados después de esa avalancha de la que apenas recuerdo nada… pero sí te recuerdo a ti.
Había dicho estas últimas palabras con dificultad porque lo alarmaban. Ver a aquella mujer, una extraña que, sin embargo, le resultaba curiosamente familiar, había sido una sorpresa; una con la que había intentado lidiar echándola de allí. Pero Myriam Montemayor había vuelto por la noche, llevando con ella un montón de impresiones que golpeaban su cerebro como exigiendo entrada.
La caída lo había dejado con la pelvis rota y varias lesiones en la espina dorsal… y el recuerdo de esa salvaje agonía seguía torturándolo.
En las largas semanas de estancia en el hospital pensó que se había vuelto loco, su mente llena de imágenes que no tenían ningún sentido. Bailarines moviéndose, un sol cegador detrás de la montaña, un misterioso gato de ojos cafés…
Había salido del hospital mucho antes de lo que los médicos aconsejaban para seguir dirigiendo su negocio y se decía a sí mismo que lo tenía todo controlado. El dolor era fuerte, pero podía aguantarlo y sus empleados lo obedecían sin cuestionar sus órdenes. Era un hombre temido y respetado.
Sólo a veces se sentía turbado, por las noches cuando aquel bonito gato negro de luminosos ojos cafés aparecía en sus sueños.
Myriam Montemayor había estado allí por la noche, burlándose de él y provocándolo hasta que despertó, temblando de manera incontrolable.
Y sólo había una cosa que pudiera hacer: enfrentarse con el peligro, lidiar con él y neutralizarlo.
-¿Quieres sentarte por favor? –murmuró, sirviéndole un té. –Creo recordar que te gustaba más el té que el café. A ti y a Miguel.
-¿Te acuerdas de él? –preguntó Myriam, extrañada.
-¿Cómo iba a olvidarlo?
-Murió.
-Sí lo sé. Y también Ma. Inés y Raúl… y me culpo a mí mismo por ello. No debería haber dejado que subieran conmigo. Gracias a Dios tú estás bien. Ya llevo suficiente sobre mi conciencia… -antes de que ella pudiese decir nada, Víctor levantó la mirada. –Ah, aquí está Teresa. Le he pedido que nos hiciera un desayuno británico.
Un desayuno perfecto: cereales, huevos revueltos con beicon, tostadas… había pensado en todo.
Myriam se alegraba tanto de volver a hablar con él. El Víctor del día anterior, tan duro, tan furioso, nada parecido al hombre al que ella recordaba, la había perturbado. Ahora se mostraba amable, cortés, aunque seguía estando a la defensiva.
-Ayer estaba demasiado agitado como para preguntar tu nombre, pero me lo dijo Lucia después. Yo recuerdo que había una Myriam Montemayor en la expedición porque encontraron sus cosas junto a las mías. Estuvimos juntos en ese refugio, ¿verdad?
-Durante dos días, sí.
-Pues debimos de pasarlo muy mal. Parte del refugio se había hundido y hacía un frío terrible.
-Estábamos todo el tiempo bajo las mantas y comíamos lo que había en unas latas que encontramos.
-Un triste final para una expedición tan agradable… pero creo recordar que tú y yo empezamos con mal pie. Dije algo que te molestó o algo así.
-Dijiste que yo era “delicada”.
-Ah, eso, sí. Y tú me demostraste que no era cierto. Eras mejor montañera de lo que yo esperaba.
-Sí, la verdad es que nos sorprendimos el uno al otro en muchos sentidos.
Allí estaba la oportunidad de despertar los recuerdos de su relación, de las risas, de las bromas.
-Bueno, debo admitir… -Víctor se quedó callado cuando Teresa volvió a entrar en la habitación. –Sí, por favor, tráenos más té.
Mientras el ama de llaves se llevaba la tetera, Myriam contuvo el aliento.
-¿Qué estaba diciendo? Ah, sí debo admitir que todo el mundo en esa expedición me sorprendió.
Myriam asistió con la cabeza. La recordaba, pero sólo como parte del equipo.
-El primer día Ma. Inés resbaló y yo la sujeté. Me sentí tan orgullosa de mi misma, pero eras tú quien nos estaba sujetando… como me recordaste por la noche.
-¿Ah, sí? Qué grosero.
-No, no fue grosero en absoluto. Siempre estábamos discutiendo, pero era divertido, ¿no te acuerdas?
Víctor hizo una mueca.
-No aún no. Pero tranquila, seguro que lo recordaré algún día.
Myriam apretó los labios. Le hablaba como si fuera una niña recalcitrante…
Teresa volvió con el té y los dos se quedaron callados, sin saber qué decir.
-Solías decir que yo era como un gato… ¡eh, cuidado!
Víctor había dejado caer la cucharilla y estaba mirándola, muy pálido.
-¿Yo decía eso?
-Sí, era una broma. Era por mi pelo negro y mis ojos cafés.
-¿Alguna cosa más?
-Decías que era como un felino, insinuándome… incluso dijiste que me había insinuado hasta meterme en tu cabeza y que no podías sacarme de allí –se atrevió a decir Myriam.
Víctor cerró los ojos un momento.
-¿Por qué has venido? –le preguntó después. -¿Por qué ahora, después de dos años?
-Pensé que habías muerto. Me enteré hace poco de que estabas vivo.
-Y viniste a ver cómo estaba. Es muy amable por tu parte… ¿Por qué?
Ella estuvo a punto de contárselo:
“porque me enamoré de ti. Porque dijiste que me querías antes de que ese precipicio te tragara y no puedo olvidarlo. Y porque tenemos un hijo”.
Pero sólo dijo:
-Supongo que no te sorprenderá que me preocupe. Pasamos dos días en ese refugio, medio muertos de frío y de hambre, tropezando en la oscuridad.
-Ah, sí. Y los amigos cuidan los unos de los otros.
Víctor levantó la cabeza para mirarla directamente y Myriam lo vio con nuevos ojos. Sus facciones eran las mismas, aunque quizá un poco desmejoradas porque estaba más delgado. Pero la luz que había en sus ojos era otra; más dura, más desesperada.
-Gracias –dijo él. –Es bueno tener amigos. ¿Por qué paso, por qué nos separamos?
-Tú estabas en la habitación prohibida…
-¿Prohibida?
-La llamábamos así porque parte de ella había quedado colgando en el precipicio. Pero nos sentábamos en el umbral porque había algo de luz y era el mejor sitio para hacer señales si llegaba el helicóptero –suspiró Myriam. –Te encontré allí, esperando, pero de repente el suelo empezó a temblar… tú me empujaste hacia atrás antes de caer y yo me puse a gritar. Luego me desmayé y lo único que sé es que desperté en un hospital.
-¿Cómo te encontraron?
-Me dijeron después que el helicóptero aterrizó cerca del refugio y me oyeron gritar. Se abrieron paso entre la nieve… y me sacaron de allí. Mi amiga Estrella fue a buscarme y me llevó a casa. Ha vivido conmigo desde entonces.
“Y me ayuda a cuidar a tu hijo”.
Pero las palabras no le salieron. Aún no.
-¿Y tú? La caída debió de ser terrible.
-Me rompí la pelvis y me hice lesión en la espina dorsal.
-¿Y te levantas de esa silla de ruedas? ¿Estás loco?
-Si no intento caminar, me quedare atado a esa silla para siempre –contestó él.
-Pero deberías ser sensato y no hacer tantos esfuerzos, ¿verdad? Claro que tú nunca has sido sensato.
-¿Yo no soy sensato? Tú eres la loca que insistió en ir conmigo cuando iba a buscar a Miguel. Te advertí, pero no me hiciste caso. Fuiste un problema desde el primer día.
-¿Te acuerdas de eso?
-Sí, acabó de recordarlo –murmuró Víctor. –No sé por qué.
-Porque te has enfadado. ¡Es genial!
-La mayoría de la gente no piensa que es “genial” que yo me enfade…
-Seguro que no. Ayer le diste un susto de muerte a ese pobre hombre…
-Ese pobre hombre había intentado robarme una gran cantidad de dinero. Pensó que porque mi cuerpo estaba dañado mi mente también lo estaba. Y me agradó mucho ponerlo en su sitio.
-Ya me di cuenta.
Víctor se quedó callado un momento.
-Un hombre debe permitirse alguna alegría.
-Sí, claro. Pero me parece una manera muy triste de pasarlo bien.
-No puedo permitirme mucho más, así que hago lo que puedo. No suelo salir porque no me gusta cómo me mira la gente, sobre todo las mujeres. Parecen estar preguntándose si sigo siendo el mismo. Hacen una parodia de flirteo, pero yo puedo adivinar lo que están pensando: “¿Podrá hacerlo… no podrá? ¿Lo pongo a prueba?”
-No, Víctor. Nadie sería tan cruel.
-¿Y tú cómo lo sabes?
-Quizás te encuentran atractivo.
-Tendrías que ser muy engreído para pensar eso.
-O a lo mejor sólo intentan ser amables.
-Sientes compasión por mí, querrás decir. “Vamos a darle una alegría al pobre lisiado que lo ha pasado tan mal”. ¿Crees que eso es lo que quiero? –Víctor golpeó el brazo de la silla con el puño.
-Sólo digo que tú no sabes lo que la gente piensa…
-¡Pues claro que lo sé! En el pasado tenía mujeres entre las que elegir y ahora estoy pagando por mis pecados. Te aseguro que sé lo que piensan cuando me miran.
Víctor se levantó tan bruscamente de la silla que perdió el equilibrio y tuvo que agarrarse a un mueble. Y cuando ella intentó ayudarlo, el brillo de rabia que vio en sus ojos se lo impidió.
-No me toques.
Myriam dio un paso atrás, horrorizada al descubrir que le tenía miedo.
-No me hagas caso, perdona –se disculpó él. –A veces lo pago con quién no debo.
Víctor volvió a sentarse en la silla y el gesto pareció una derrota.
-¿De qué estábamos hablando?
-De mí. De cuando insistí en ir contigo a buscar a Miguel. Tú crees que lo hice para molestarte, pero en realidad pensaba que necesitarías mi apoyo. Aunque fue una tontería por mi parte… de hecho, si no hubiera insistido en ir contigo, Ma. Inés y Raúl no habrían muerto. En realidad, fue culpa mía.
Víctor apretó su mano.
-No digas eso, no es verdad. Pensar esas cosas convierte tu vida en un infierno… y te aseguro que sé de lo que hablo.
-Sí, ya imagino.
-Una vez que dejas que los demonios entren en tu cabeza, no puedes librarte de ellos. No lo hagas, Myriam.
-Es demasiado tarde, han estado ahí todo el tiempo –suspiró ella. –No sólo Ma. Inés y Raúl, tú también. Me salvaste la vida, pero si yo me hubiera movido un poco más rápido, podría haber evitado que cayeras por el precipicio…
-No podrías haber hecho nada –la interrumpió Víctor. –Dices que te diste un golpe en la cabeza… además, de haber logrado agarrarme hubiéramos caído los dos. No fue culpa tuya, Myriam. Nada de lo que pasó fue culpa tuya.
-¿Cómo lo sabes si no te acuerdas?
Víctor se echó hacia atrás
-No sé lo que recuerdo. Cosas que pensaba que eran reales han resultado ser producto de mi imaginación y… al revés. Por eso hablar contigo me resulta beneficioso.
-Yo también lo he pasado mal. Pero podemos ayudarnos el uno al otro.
-Tal vez. O tal vez sea al contrario.
Myriam entendía. Ella podría ser quien despertase a los demonios que Víctor intentaba mantener controlados y eso sería una catástrofe.
-¿Cómo sobreviviste? –le preguntó él.
-No estaba malherida como tú. Pero no te refieres a eso, ¿verdad?
-Aquí –murmuró Víctor, tocándose la cabeza. –Por las noches, en la oscuridad.
-Yo no estoy tan solo como tú, tengo ayuda.
-Ah, sí, tú amiga.
Myriam respiró profundamente, sabiendo que había llegado el momento de hablarle de Alex, el niño que podría darle una nueva vida, como había hecho para ella.
-No es sólo Estrella…
-Da igual. No tengo por qué meterme en tu vida.
-Pero quiero contártelo…
-En otro momento –la interrumpió Víctor. –Ahora quiero estar solo.
-Muy bien, de acuerdo. Descansa un poco.
Sin poder evitarlo, Myriam puso una mano en su cara. Él podría repudiarla, pero nada habría evitado que intentase consolarlo, con la esperanza de romper la barreras que había levantado a su alrededor.
Al principio Víctor no se movió, pero luego tocó su mano apretándola contra su mejilla…
De repente, todo su cuerpo se convulsionó y Myriam se dio cuenta de que estaba llorando.
-Vete –dijo con voz ronca. –Vete, por favor.
-¿Quieres que vuelva mañana?
-No… sí… no lo sé. Yo te llamaré.
-Estaré esperando.
Víctor no dijo nada y eso le rompió el corazón. Antes de salir se dio la vuelta y lo vio sentado en la silla de ruedas, absolutamente rígido. Cuando se alejaba, aún sentía en la mano la humedad de sus lágrimas.
Myriam había esperado que la llamase por la tarde, pero no lo hizo. Y tampoco al día siguiente.
Cuando se lo contó a Estrella por teléfono, su amiga se mostró indignada.
-No dejes que te trate así. Ve a su casa y dile que tiene un hijo.
-No –suspiró Myriam. –Así sólo conseguiría que se alejase más. Sólo volverá a mí si lo hace por voluntad propia. Si no…
No podía terminar la frase. Era demasiado pronto para enfrentarse a la posibilidad de otra despedida, definitiva esta vez.
Pero a medida que pasaba el día, su enfado iba en aumento. Fueran cuales fueran sus sentimientos, no tenía derecho a tratarla de esa manera.
Al verlo llorar se había atrevido a esperar que pudiese volver a haber algo entre ellos. Pero quizá que lo hubiese visto llorar había agravado el problema; Víctor era un hombre orgulloso…
Al tercer día se rebeló. Si pensaba que iba a quedarse esperando hasta que él quisiera verla, se había equivocado. Después de todo estaba en Milán, la ciudad de la moda.
Se pasó la tarde de escaparates y terminó cenando en un restaurante antes de volver en taxi al hotel.
-Señorita, tengo varios mensajes para usted –le dijo el joven de recepción.
La alegría que sintió fue tal que subió corriendo a su habitación para llamar por teléfono.
-Hola –oyó una voz que no era la de Víctor.
-Soy Myriam Montemayor.
-Gracias por llamar, señorita. Me llamo Eugenio Ferrini y tengo entendido que es usted una investigadora de primer orden.
Myriam se dejó caer sobre la cama. No era Víctor. No la había llamado.
El hombre le contó que estaba escribiendo un libro para el que necesitaría un investigador y alguien se la había recomendado.
-¿A mí?
-Su nombre es más conocido de lo que cree –contestó Ferrini. –Mi mujer y yo le agradeceríamos que cenase con nosotros mañana, así podrías hablar del proyecto.
-Muy bien, de acuerdo –Myriam se despidió después de anotar la dirección.
Al mejor el viaje a Italia no sería total pérdida de tiempo, pensaba.
La casa estaba cerca de Via Montenapoleone, la famosa zona de tiendas en la que había pasado la tarde y, por lo tanto, la calle más cara de la ciudad. Si los Ferrini vivían allí, sería mejor que acudiese a la cena vestida para la ocasión.
A la mañana siguiente Víctor tampoco llamó y, decidida, Myriam salió de compras. Primero visitó Gucci, luego Armani, después Louis Vuitton… hasta que encontró un vestido de color café tostado que hacia juego con sus ojos, unos pendientes que eran una convincente imitación del estilo etrusco y unos zapatos con unos tacones suicidas que hacían maravillas con sus piernas.
Después, para completar la jornada, fue a un salón de belleza del que salió con la piel radiante y un moderno y alegre corte de pelo.
Cuando volvió al hotel y se probó el vestido frente al espejo, decidió que no estaría fuera de lugar en la fiesta más elegante de Milán.
Un coche fue a buscarla exactamente a los ocho en punto para llevarla a casa de los Ferrini, que parecía haber sido construida varios siglos antes por un inspirado arquitecto.
Su anfitrión, un hombre más bien bajito, de pelo blanco y brillante sonrisa, estaba en la puerta, esperándola.
-Gracias por venir, Doctora –la saludó.
Myriam seguía sorprendida de que Ferrini la conociera. ¿Quién le habría hablado de ella?
Pero cuando entró en el salón se llevó la sorpresa de su vida. Había esperado encontrarse con su familia, pero allí había al menos cincuenta personas.
Ferrini le presentó a algunos de sus invitados, repitiendo la palabra “Doctora” varias veces para que todos supieran que era una persona distinguida. Y Myriam se dio cuenta de que estaba complacido. Eran italianos, con gran respeto no sólo por la cultura sino por esa indefinible cualidad que ellos llamaban “la bella figura”; algo que había visto en Víctor: su estilo, su elegancia, la seguridad que tenía en sí mismo.
Ahora notaba que aquella gente podía verlo en ella y se sintió muy halagada.
Los hombres iban vestidos con elegantes trajes de chaqueta, las mujeres enjoyadas, pero era Myriam quien más llamaba la atención, quizá porque había elegido un atuendo muy sencillo. O tal vez porque estaba muy guapa, debía reconocer. Los hombres no dejaban de observarla y mucho de ellos intentaban acercarse para hablar con ella.
Y, entre todos, había uno que no dejaba de mirarla… pero situado detrás de una estantería para ver sin ser visto, intentando esconder la fascinación que sentía por aquella mujer y temiendo no ser capaz de hacerlo.
Él recordaba a una Myriam Montemayor con aspecto de niña, pero ya no lo era. Su rostro, más delgado que antes estaba marcado por la tristeza y, sin embargo, no resultaba menos atractivo. Pero su aspecto esa noche, tan chic, tan elegante, aumentaba aún más su confusión.
Ella sabía que era preciosa. Claro que lo sabía.
Entonces volvió atrás en el tiempo, mientras la miraba bailar con otro hombre, sinuosa, provocativa, tentándolo, retándolo a hacer algo.
Entonces no se había atrevido porque lo que quería era echársela al hombro, llevarla a la cama hacerle el amor hasta que los dos estuvieran mareados.
Y ahora estaba tentándolo de nuevo; cada uno de sus gestos proclamando que ella era la reina de la fiesta y estaba muy lejos de su alcance.
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
CAPITULO 7
-¿Pasamos Al comedor? –sugirió Ferrini.
Sus dos hijos se acercaron, cada uno a un lado, para tomar a Myriam del brazo.
-Fuera de aquí –los regaño su padre, riendo. –La edad tiene sus privilegios.
-No hace falta, lo hubiese elegido a usted de todas formas –sonrió Myriam.
Pero cuando iba a entrar en el comedor se detuvo de golpe. Le había parecido ver a Víctor en una esquina, mirándola fijamente. No, debía de haber sido su imaginación, se dijo.
“No puede estar aquí. Víctor no habría venido a una fiesta”.
Pero entonces volvió a verlo, sentado al final de la mesa, charlando con una joven que hacía lo imposible por llamar su atención. Llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca, sin corbata, como la noche que se lanzó a su balcón, convencido de su derecho a hacer lo que quisiera, fuera seducir a una mujer o ponerse cómicamente a los pies de otra.
Fue una sorpresa ver que podía seguir siendo el antiguo Víctor, tan seguro de sí mismo, tan guapo, recibiendo la adoración de las mujeres.
Por eso no la había llamado, pensó. Después de sacarle la información que quería había decidido que no le interesaba y la dejó esperando en el hotel como una tonta, sin duda convencido de que se habría marchado de Milán. Lo último que esperaba era verla en aquella fiesta y por eso no la había saludado.
Enfadada, se concentró en su anfitrión, hablando sobre el proyecto en el que estaba trabajando. Ferrini le contó que estaba escribiendo la historia de su familia, cuyas actividades a través de los siglos habían sido de lo más diversas.
-Tenemos una conexión con Inglaterra. Algunas de las mujeres de la familia han venido de allí, hijas de políticos notables, y eso es lo que me gustaría investigar…
-Ah, política, qué aburrimiento –intervino Luigi, uno de sus hijos, que estaba sentado a la derecha de Myriam. No debía de tener más de veinte años, pero era el hombre más guapo que había visto en su vida. –En nuestra familia ha habido grandes historias de amor y eso es mucho más importante que la política.
-Luigi, compórtate –lo regañó su padre.
-No se preocupe –rió Myriam. –Estoy acostumbrada a tratar con jovencitos.
-¿Jovencito me ha llamado! –protestó Luigi. –Eso no puede ser. Debo de vengarme.
-Quizá también lo haga yo.
-¿Es una promesa?
-No –contestó ella provocativamente. –Es una amenaza.
Mientras los demás reían, Myriam miró el otro lado de la mesa, pero Víctor parecía totalmente absorto en su compañera.
La cena terminó y los invitados se dispersaron en grupos por el hermoso jardín.
-Podríamos ir a la biblioteca –sugirió Ferrini.
-Sí, vamos –dijo Luigi, tomando el brazo de Myriam. –Todos pensamos que nuestra familia es muy interesante, pero la verdad es que ha producido más de un granuja… ah, Víctor, ahí estás. ¿Conoces a la señorita Montemayor?
-Sí, tengo ese placer –contestó él, levantándose amablemente. –Buenas noches, Doctora. Espero que lo esté pasando bien.
-Más de lo que podía imaginar –sonrió Myriam, irónica. –Estoy descubriendo muchas cosas.
Hubiera sido un gran placer ver que se sonrojaba, pero Víctor se limitó a saludar con la cabeza antes de que Luigi se la llevase.
La biblioteca de los Ferrini era una auténtica maravilla, con estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de volúmenes antiguos. También había un ordenador y un fax. Myriam estaba encantada.
Y también un poco sorprendida cuando examinó los documentos que le mostró Ferrini. Las notas eran muy extensas y parecía tener ya parte de la investigación en marcha, pero le ofrecía una cantidad de dinero considerable y, por el momento, no tenía ningún proyecto.
Por fin, la puerta se abrió y entró el hijo mayor de Ferrini.
-Papá, el signor Marucci quiere hablar contigo urgentemente…
-No te preocupes, yo cuidaré de Myriam. Hay muchas cosas que no le has contado –sonrió Luigi.
-¿Podrá soportar a este personaje hasta que yo vuelva? –suspiró el hombre.
-No me asusta, no se preocupe.
Mientras le relataba la historia de su familia, debía admitir que Luigi se puso serio, contándole cosas que a su padre se le habían pasado. Pero también la miraba como un cachorro enamorado y a Myriam le costaba contener la risa.
-Creo que deberíamos reunirnos con los otros.
-¿No me merezco una recompensa? –preguntó él.
-Desde luego, te has ganado mi agradecimiento.
-¿Eso es todo? ¿Ni un besito siquiera?
-Mira, Luigi, eres un buen chico, pero yo soy varios años mayor que tú y no me gusta jugar con niños.
-Yo no soy un niño. Te lo demostraré.
Luigi le pasó un brazo por la cintura, pero Myriam lo apartó poniendo una mano en su pecho.
-Te lo advierto…
-Sólo quiero besarte –insistió él. –Es una cuestión de honor.
Luigi consiguió darle un beso en la mejilla antes de que pudiera soltarse y correr hacia la puerta.
Y se quedó helada.
Porque Víctor estaba allí.
-Nuestro anfitrión me ha pedido que viniera a buscarte para abrir el baile.
-Ah, muy bien. Me encanta bailar.
-Sí, lo recuerdo.
-Espléndido –dijo Luigi. –Ahora podré bailar contigo.
-No, mejor no. Hay muchos otros invitados y no quiero monopolizarte –replicó Myriam.
-Pues no dejes que Víctor te monopolice a ti –protestó el joven. –Él no va a bailar, no puede. Es un muerto.
Myriam oyó que alguien contenía el aliento, no sabía si habría sido Víctor o ella. No podía saberlo porque, de repente, lo veían todo rojo.
-¿Cómo puedes decir algo así? ¡Debería darte vergüenza! –estaba tan furiosa que Víctor tuvo que sujetarla.
-Muy bien, no me muerdas. Sólo quería advertirte que ya no es el hombre que era.
-¡Sigue siendo diez veces más hombre que tú! –replicó Myriam.
-No puedes asesinarlo en su propia casa, no estaría bien –dijo Víctor entonces, irónico. –Luigi, vete de aquí ahora mismo.
El chico desapareció inmediatamente y, cuando la puerta se cerró, Myriam se llevó una mano al corazón.
-Qué horror, qué desconsiderado… ¿cómo ha podido decir eso?
-También he oído lo que has respondido tú. Hubo un tiempo en el que te hubieras dejado matar antes de hacerme un cumplido.
-No estaba intentando hacerte un cumplido…
-Ah, claro, deberías haberlo imaginado.
-No me puedo creer que sea tan estúpido. ¿No te has enfadado?
-¿Por qué? Es verdad que soy un hombre muerto, llevo dos años siéndolo. Pero tal vez… ¿quién sabe?
-el corazón de Myriam se llenó de alegría. ¿Habría una posibilidad para ello?
-¿Vas a soltarme?
-No sé si debo. No es seguro dejarte suelta –contestó él. –La primera vez que nos vimos amenazaste con darme un puñetazo.
-Nos habíamos visto antes de eso, en mi habitación.
Víctor asistió con la cabeza.
-Sí, es verdad. Me porté fatal, ¿no?
-Horriblemente mal.
-Y tú llevabas un albornoz que se abría…
-No me acuerdo de eso –lo interrumpió Myriam.
-Yo tampoco me acordé durante mucho tiempo, pero ahora lo recuerdo perfectamente –Víctor sonrió y era una sonrisa muy parecida a la que ella recordaba.
–Esa noche no hicimos nada. Podríamos haberlo pasado bien…
-¡Pero si acabábamos de conocernos!
-Tú acabas de conocer a Luigi, pero eso no ha evitado que lo sedujeras.
-¡Yo no…! ¿Cómo te atreves?
-Ven, vamos al jardín a charlar un rato.
Víctor la llevó hacia el jardín sin soltar su brazo, pero el deseo de escapar había desaparecido.
La música que alguien había puesto en el salón llagaba hasta allí y algunas parejas bailaban mientras los demás charlaban tomando champán, sentados en el brocal de una antigua fuente.
-Vamos a bailar –dijo Víctor, tomándola por la cintura.
-¿Puedes bailar?
-Esa parte de mí sigue viva.
Bailaban muy despacio, pero sin aparente dificultad y eso la sorprendió. Unos días antes lo había visto agarrándose a los muebles para mantenerse de pie y ahora…
Una cosa era evidente: estaba equivocado cuando dijo que las mujeres lo miraban con compasión. Algunas de ellas estaban mirándolo ahora y en sus caras Myriam podía ver el mismo deseo y la misma admiración que había visto en las chicas de la expedición a los Alpes.
Con los tacones altos casi podía mirarlo a los ojos y su boca estaba peligrosamente cerca, pero a Víctor parecía gustarle.
Myriam intentó recordar que estaba enfadada con él por no haberla llamada, pero el placer de su compañía hizo que olvidase ese pequeño detalle. En realidad, le gustaría decirle que dejase de hacer tonterías. Le gustaría darle una patada en la espinilla… pero sin hacerle daño. Le gustaría besarlo.
-Albergo ciertos recelos sobre ti –empezó a decir.
-Eso no es nuevo.
-No, lo que quiero decir es que no entiendo este cambio tan repentino.
-Soy un genio, ¿no lo sabías?
-Sí, me lo habías dicho, pero no lo creí entonces y no lo creo ahora.
-Ah, lo que me temía –suspiró él.
-¿Quieres hablar en serio? No habrás hecho ninguna tontería… sí, seguro que sí, no tienes ni una pizca de sentido común.
-Cierto. Se me pasan muchas cosas por la cabeza en este momento, pero ninguna de ellas es sensata.
-Bueno, da igual –rió Myriam. –El sentido común es para los flojos.
-Estoy de acuerdo.
-Si de verdad fuésemos sensatos, yo me preguntaría por qué hemos coincidido en la misma fiesta. No es una casualidad, ¿verdad?
-¿Tú qué crees?
-Creo que eres un granuja, un fresco… si te dijera todo lo que pienso de ti estaríamos aquí toda la noche. Tú lo has preparado todo, claro.
-No admito nada.
-No tienes que hacerlo. Si alguna vez un hombre ha tenido cara de culpabilidad…
-No, no, te equivocas. Eso no es culpabilidad, es arrogancia por haberme salido con la mía.
-Ah, claro.
En ese momento Ferrini, bailando con su esposa, se acercó a ellos.
-Mio Dio! Iba a mandar a alguien a buscarte, pero se me había olvidado por completo. Pero no importa, aquí estás.
Cuando se alejó bailando de nuevo, Myriam miró a Víctor, indignada.
-Me dijiste que te había enviado a buscarme.
-¿Ah, sí? No sé, lo he olvidado.
-Eres un mentiroso.
-Y muy bueno, además. Cien personas podrán testificar que resulto de lo más convincente cuando estoy siendo deshonesto. Pero estabas a solas con Luigi y eso podría haber sido peligroso.
-¿Estabas protegiéndome?
-¿No me has protegido tú de Luigi?
-Myriam se quedó callada un momento.
-No te hagas el ofendido, era lo normal.
-Sí, pero nunca pensé que tú te pusieras de mi lado.
-No me gusta que se metan contigo.
-¿Reservas ese privilegio para ti sola?
-Algo así. En fin, ya estamos en paz. Aunque no sé por qué creías que necesitaba ayuda con ese crío.
-Porque lo conozco.
-Es como tú a su edad, ¿no?
-Yo era mucho peor –sonrió Víctor.
-No me resulta nada difícil cree eso.
-Porque me conoces mejor que yo mismo, lo cual es alarmante. No dejo de preguntarme qué hice que tú sepas y yo no.
-Si esperas que te lo cuente, te equivocas.
-Gatita, no me atormentes así… dímelo.
-No. Hay cosas que debes recordar por ti mismo. Si no es así, es que no eran importantes.
-Y era importantes, ¿verdad, Myriam?
-Oh, sí.
-Dímelo.
-Sé paciente, ya te acordarás.
-¿Y si no me acuerdo?
-Entonces tendré que irme.
Víctor la apretó con fuerza.
-No te dejaré. Eres mi prisionera.
-No te será fácil retenerme. Me escaparé.
-Dame una pista.
-Pues no sé –sonrió ella, provocativa. -¿Qué quieres saber exactamente?
Víctor la miró, sorprendido.
-¿Me estás diciendo… o es mi imaginación?
Poniéndose de puntillas, Myriam puso los labios sobre los suyos.
-Acuérdate.
Luego se apartó, de repente, y antes de que pudiera detenerla estaba bailando con otro hombre.
Víctor se sentó en una silla para poder observarla, su cabeza daba vueltas, llena de imágenes inconexas. ¿La había entendido bien? ¿Una mujer bromearía sobre algo así si no fuera cierto? ¿Se atrevía a creerla?
“Un muerto” había dicho Luigi. Pero ya no. La idea de hacer el amor con Myriam estaba devolviéndole la vida a un cuerpo resignado a vivir a medias. Era extraño y emocionante a la vez. Y su preciosa gata lo había conseguido con sólo mover un poco la cola.
Víctor se levantó y la tomó por la cintura, apartándola del joven con el que estaba bailando.
-¡Oye! No puedes hacer eso…
-¿Cómo que no?
-No discuta con él –suspiró Myriam, tomando su mano. –No valdría de nada.
-Nunca has dicho una verdad más grande –afirmó Víctor. –Pero lo que quiero saber es dónde me llevas –añadió, cuando ella tiró de su mano.
Myriam se detuvo, mirándolo como lo había mirado antes, llena de provocación, de promesas.
-¿Por qué no lo descubrimos junto?
Tiró de él, sin soltarlo, haciéndolo su prisionero. Y no había habido nunca un prisionero más feliz. Lo notaba como notaba las miradas de envidia de otras mujeres. Sabían que se había llevado al hombre más deseable de la fiesta, sabían dónde lo llevaba y lo que iban a hacer. Y todas ellas se morían de envidia.
Myriam nunca había disfrutado tanto de nada.
-Mi coche está esperando en la puerta –dijo Ferrini cuando pasaron a su lado. –Cuídelo, Signorina. Le hace falta.
-Lo sé
En cuanto entraron en el coche, Myriam buscó sus labios. Pero en lugar de encontrase con una respuesta apasionada…
-¿Víctor?
-Mmm…
-¿Víctor? Ay, no, no me lo creo. Esto no puede pasar.
Pero estaba pasando. Víctor tenía los ojos cerrados y su cabeza caía hacia delante…
-¿Te has dormido? –exclamó, indignada.
-No –dijo él, abriendo los ojos de golpe.
Pero luego volvió a cerrarlos. Estaba traspuesto.
-¿Pasamos Al comedor? –sugirió Ferrini.
Sus dos hijos se acercaron, cada uno a un lado, para tomar a Myriam del brazo.
-Fuera de aquí –los regaño su padre, riendo. –La edad tiene sus privilegios.
-No hace falta, lo hubiese elegido a usted de todas formas –sonrió Myriam.
Pero cuando iba a entrar en el comedor se detuvo de golpe. Le había parecido ver a Víctor en una esquina, mirándola fijamente. No, debía de haber sido su imaginación, se dijo.
“No puede estar aquí. Víctor no habría venido a una fiesta”.
Pero entonces volvió a verlo, sentado al final de la mesa, charlando con una joven que hacía lo imposible por llamar su atención. Llevaba una chaqueta oscura y una camisa blanca, sin corbata, como la noche que se lanzó a su balcón, convencido de su derecho a hacer lo que quisiera, fuera seducir a una mujer o ponerse cómicamente a los pies de otra.
Fue una sorpresa ver que podía seguir siendo el antiguo Víctor, tan seguro de sí mismo, tan guapo, recibiendo la adoración de las mujeres.
Por eso no la había llamado, pensó. Después de sacarle la información que quería había decidido que no le interesaba y la dejó esperando en el hotel como una tonta, sin duda convencido de que se habría marchado de Milán. Lo último que esperaba era verla en aquella fiesta y por eso no la había saludado.
Enfadada, se concentró en su anfitrión, hablando sobre el proyecto en el que estaba trabajando. Ferrini le contó que estaba escribiendo la historia de su familia, cuyas actividades a través de los siglos habían sido de lo más diversas.
-Tenemos una conexión con Inglaterra. Algunas de las mujeres de la familia han venido de allí, hijas de políticos notables, y eso es lo que me gustaría investigar…
-Ah, política, qué aburrimiento –intervino Luigi, uno de sus hijos, que estaba sentado a la derecha de Myriam. No debía de tener más de veinte años, pero era el hombre más guapo que había visto en su vida. –En nuestra familia ha habido grandes historias de amor y eso es mucho más importante que la política.
-Luigi, compórtate –lo regañó su padre.
-No se preocupe –rió Myriam. –Estoy acostumbrada a tratar con jovencitos.
-¿Jovencito me ha llamado! –protestó Luigi. –Eso no puede ser. Debo de vengarme.
-Quizá también lo haga yo.
-¿Es una promesa?
-No –contestó ella provocativamente. –Es una amenaza.
Mientras los demás reían, Myriam miró el otro lado de la mesa, pero Víctor parecía totalmente absorto en su compañera.
La cena terminó y los invitados se dispersaron en grupos por el hermoso jardín.
-Podríamos ir a la biblioteca –sugirió Ferrini.
-Sí, vamos –dijo Luigi, tomando el brazo de Myriam. –Todos pensamos que nuestra familia es muy interesante, pero la verdad es que ha producido más de un granuja… ah, Víctor, ahí estás. ¿Conoces a la señorita Montemayor?
-Sí, tengo ese placer –contestó él, levantándose amablemente. –Buenas noches, Doctora. Espero que lo esté pasando bien.
-Más de lo que podía imaginar –sonrió Myriam, irónica. –Estoy descubriendo muchas cosas.
Hubiera sido un gran placer ver que se sonrojaba, pero Víctor se limitó a saludar con la cabeza antes de que Luigi se la llevase.
La biblioteca de los Ferrini era una auténtica maravilla, con estanterías que llegaban hasta el techo, repletas de volúmenes antiguos. También había un ordenador y un fax. Myriam estaba encantada.
Y también un poco sorprendida cuando examinó los documentos que le mostró Ferrini. Las notas eran muy extensas y parecía tener ya parte de la investigación en marcha, pero le ofrecía una cantidad de dinero considerable y, por el momento, no tenía ningún proyecto.
Por fin, la puerta se abrió y entró el hijo mayor de Ferrini.
-Papá, el signor Marucci quiere hablar contigo urgentemente…
-No te preocupes, yo cuidaré de Myriam. Hay muchas cosas que no le has contado –sonrió Luigi.
-¿Podrá soportar a este personaje hasta que yo vuelva? –suspiró el hombre.
-No me asusta, no se preocupe.
Mientras le relataba la historia de su familia, debía admitir que Luigi se puso serio, contándole cosas que a su padre se le habían pasado. Pero también la miraba como un cachorro enamorado y a Myriam le costaba contener la risa.
-Creo que deberíamos reunirnos con los otros.
-¿No me merezco una recompensa? –preguntó él.
-Desde luego, te has ganado mi agradecimiento.
-¿Eso es todo? ¿Ni un besito siquiera?
-Mira, Luigi, eres un buen chico, pero yo soy varios años mayor que tú y no me gusta jugar con niños.
-Yo no soy un niño. Te lo demostraré.
Luigi le pasó un brazo por la cintura, pero Myriam lo apartó poniendo una mano en su pecho.
-Te lo advierto…
-Sólo quiero besarte –insistió él. –Es una cuestión de honor.
Luigi consiguió darle un beso en la mejilla antes de que pudiera soltarse y correr hacia la puerta.
Y se quedó helada.
Porque Víctor estaba allí.
-Nuestro anfitrión me ha pedido que viniera a buscarte para abrir el baile.
-Ah, muy bien. Me encanta bailar.
-Sí, lo recuerdo.
-Espléndido –dijo Luigi. –Ahora podré bailar contigo.
-No, mejor no. Hay muchos otros invitados y no quiero monopolizarte –replicó Myriam.
-Pues no dejes que Víctor te monopolice a ti –protestó el joven. –Él no va a bailar, no puede. Es un muerto.
Myriam oyó que alguien contenía el aliento, no sabía si habría sido Víctor o ella. No podía saberlo porque, de repente, lo veían todo rojo.
-¿Cómo puedes decir algo así? ¡Debería darte vergüenza! –estaba tan furiosa que Víctor tuvo que sujetarla.
-Muy bien, no me muerdas. Sólo quería advertirte que ya no es el hombre que era.
-¡Sigue siendo diez veces más hombre que tú! –replicó Myriam.
-No puedes asesinarlo en su propia casa, no estaría bien –dijo Víctor entonces, irónico. –Luigi, vete de aquí ahora mismo.
El chico desapareció inmediatamente y, cuando la puerta se cerró, Myriam se llevó una mano al corazón.
-Qué horror, qué desconsiderado… ¿cómo ha podido decir eso?
-También he oído lo que has respondido tú. Hubo un tiempo en el que te hubieras dejado matar antes de hacerme un cumplido.
-No estaba intentando hacerte un cumplido…
-Ah, claro, deberías haberlo imaginado.
-No me puedo creer que sea tan estúpido. ¿No te has enfadado?
-¿Por qué? Es verdad que soy un hombre muerto, llevo dos años siéndolo. Pero tal vez… ¿quién sabe?
-el corazón de Myriam se llenó de alegría. ¿Habría una posibilidad para ello?
-¿Vas a soltarme?
-No sé si debo. No es seguro dejarte suelta –contestó él. –La primera vez que nos vimos amenazaste con darme un puñetazo.
-Nos habíamos visto antes de eso, en mi habitación.
Víctor asistió con la cabeza.
-Sí, es verdad. Me porté fatal, ¿no?
-Horriblemente mal.
-Y tú llevabas un albornoz que se abría…
-No me acuerdo de eso –lo interrumpió Myriam.
-Yo tampoco me acordé durante mucho tiempo, pero ahora lo recuerdo perfectamente –Víctor sonrió y era una sonrisa muy parecida a la que ella recordaba.
–Esa noche no hicimos nada. Podríamos haberlo pasado bien…
-¡Pero si acabábamos de conocernos!
-Tú acabas de conocer a Luigi, pero eso no ha evitado que lo sedujeras.
-¡Yo no…! ¿Cómo te atreves?
-Ven, vamos al jardín a charlar un rato.
Víctor la llevó hacia el jardín sin soltar su brazo, pero el deseo de escapar había desaparecido.
La música que alguien había puesto en el salón llagaba hasta allí y algunas parejas bailaban mientras los demás charlaban tomando champán, sentados en el brocal de una antigua fuente.
-Vamos a bailar –dijo Víctor, tomándola por la cintura.
-¿Puedes bailar?
-Esa parte de mí sigue viva.
Bailaban muy despacio, pero sin aparente dificultad y eso la sorprendió. Unos días antes lo había visto agarrándose a los muebles para mantenerse de pie y ahora…
Una cosa era evidente: estaba equivocado cuando dijo que las mujeres lo miraban con compasión. Algunas de ellas estaban mirándolo ahora y en sus caras Myriam podía ver el mismo deseo y la misma admiración que había visto en las chicas de la expedición a los Alpes.
Con los tacones altos casi podía mirarlo a los ojos y su boca estaba peligrosamente cerca, pero a Víctor parecía gustarle.
Myriam intentó recordar que estaba enfadada con él por no haberla llamada, pero el placer de su compañía hizo que olvidase ese pequeño detalle. En realidad, le gustaría decirle que dejase de hacer tonterías. Le gustaría darle una patada en la espinilla… pero sin hacerle daño. Le gustaría besarlo.
-Albergo ciertos recelos sobre ti –empezó a decir.
-Eso no es nuevo.
-No, lo que quiero decir es que no entiendo este cambio tan repentino.
-Soy un genio, ¿no lo sabías?
-Sí, me lo habías dicho, pero no lo creí entonces y no lo creo ahora.
-Ah, lo que me temía –suspiró él.
-¿Quieres hablar en serio? No habrás hecho ninguna tontería… sí, seguro que sí, no tienes ni una pizca de sentido común.
-Cierto. Se me pasan muchas cosas por la cabeza en este momento, pero ninguna de ellas es sensata.
-Bueno, da igual –rió Myriam. –El sentido común es para los flojos.
-Estoy de acuerdo.
-Si de verdad fuésemos sensatos, yo me preguntaría por qué hemos coincidido en la misma fiesta. No es una casualidad, ¿verdad?
-¿Tú qué crees?
-Creo que eres un granuja, un fresco… si te dijera todo lo que pienso de ti estaríamos aquí toda la noche. Tú lo has preparado todo, claro.
-No admito nada.
-No tienes que hacerlo. Si alguna vez un hombre ha tenido cara de culpabilidad…
-No, no, te equivocas. Eso no es culpabilidad, es arrogancia por haberme salido con la mía.
-Ah, claro.
En ese momento Ferrini, bailando con su esposa, se acercó a ellos.
-Mio Dio! Iba a mandar a alguien a buscarte, pero se me había olvidado por completo. Pero no importa, aquí estás.
Cuando se alejó bailando de nuevo, Myriam miró a Víctor, indignada.
-Me dijiste que te había enviado a buscarme.
-¿Ah, sí? No sé, lo he olvidado.
-Eres un mentiroso.
-Y muy bueno, además. Cien personas podrán testificar que resulto de lo más convincente cuando estoy siendo deshonesto. Pero estabas a solas con Luigi y eso podría haber sido peligroso.
-¿Estabas protegiéndome?
-¿No me has protegido tú de Luigi?
-Myriam se quedó callada un momento.
-No te hagas el ofendido, era lo normal.
-Sí, pero nunca pensé que tú te pusieras de mi lado.
-No me gusta que se metan contigo.
-¿Reservas ese privilegio para ti sola?
-Algo así. En fin, ya estamos en paz. Aunque no sé por qué creías que necesitaba ayuda con ese crío.
-Porque lo conozco.
-Es como tú a su edad, ¿no?
-Yo era mucho peor –sonrió Víctor.
-No me resulta nada difícil cree eso.
-Porque me conoces mejor que yo mismo, lo cual es alarmante. No dejo de preguntarme qué hice que tú sepas y yo no.
-Si esperas que te lo cuente, te equivocas.
-Gatita, no me atormentes así… dímelo.
-No. Hay cosas que debes recordar por ti mismo. Si no es así, es que no eran importantes.
-Y era importantes, ¿verdad, Myriam?
-Oh, sí.
-Dímelo.
-Sé paciente, ya te acordarás.
-¿Y si no me acuerdo?
-Entonces tendré que irme.
Víctor la apretó con fuerza.
-No te dejaré. Eres mi prisionera.
-No te será fácil retenerme. Me escaparé.
-Dame una pista.
-Pues no sé –sonrió ella, provocativa. -¿Qué quieres saber exactamente?
Víctor la miró, sorprendido.
-¿Me estás diciendo… o es mi imaginación?
Poniéndose de puntillas, Myriam puso los labios sobre los suyos.
-Acuérdate.
Luego se apartó, de repente, y antes de que pudiera detenerla estaba bailando con otro hombre.
Víctor se sentó en una silla para poder observarla, su cabeza daba vueltas, llena de imágenes inconexas. ¿La había entendido bien? ¿Una mujer bromearía sobre algo así si no fuera cierto? ¿Se atrevía a creerla?
“Un muerto” había dicho Luigi. Pero ya no. La idea de hacer el amor con Myriam estaba devolviéndole la vida a un cuerpo resignado a vivir a medias. Era extraño y emocionante a la vez. Y su preciosa gata lo había conseguido con sólo mover un poco la cola.
Víctor se levantó y la tomó por la cintura, apartándola del joven con el que estaba bailando.
-¡Oye! No puedes hacer eso…
-¿Cómo que no?
-No discuta con él –suspiró Myriam, tomando su mano. –No valdría de nada.
-Nunca has dicho una verdad más grande –afirmó Víctor. –Pero lo que quiero saber es dónde me llevas –añadió, cuando ella tiró de su mano.
Myriam se detuvo, mirándolo como lo había mirado antes, llena de provocación, de promesas.
-¿Por qué no lo descubrimos junto?
Tiró de él, sin soltarlo, haciéndolo su prisionero. Y no había habido nunca un prisionero más feliz. Lo notaba como notaba las miradas de envidia de otras mujeres. Sabían que se había llevado al hombre más deseable de la fiesta, sabían dónde lo llevaba y lo que iban a hacer. Y todas ellas se morían de envidia.
Myriam nunca había disfrutado tanto de nada.
-Mi coche está esperando en la puerta –dijo Ferrini cuando pasaron a su lado. –Cuídelo, Signorina. Le hace falta.
-Lo sé
En cuanto entraron en el coche, Myriam buscó sus labios. Pero en lugar de encontrase con una respuesta apasionada…
-¿Víctor?
-Mmm…
-¿Víctor? Ay, no, no me lo creo. Esto no puede pasar.
Pero estaba pasando. Víctor tenía los ojos cerrados y su cabeza caía hacia delante…
-¿Te has dormido? –exclamó, indignada.
-No –dijo él, abriendo los ojos de golpe.
Pero luego volvió a cerrarlos. Estaba traspuesto.
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
muchas gracias por los capitulos me encantaron siguele por fa pronto
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Ke buenos capirulos, muchas gracias. No tardes con el siguiente la dejaste muy padre.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
osea como lo dejas asii niiña y graciias x el cap xfa no tardes con el siiguiiente k kiiero saber k es lo k va a pasar con estos niiños sii
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
Gracias por el Cap me encanta tu novelita nos vemos Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: UN AMANTE ITALIANO POR Mariateressina
MYRIAM SALVARA A VÍCTOR DE ESE DURO TRANCE QUE HA VIVIDO, GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Página 2 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.