Vicco y la Viccobebe
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Mujer Prohibida (Completa)

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Mensaje  mats310863 Dom Dic 13, 2009 9:58 pm

¿ESE SERGIO SE HABRA CASADO CON MYRIAM, PARA DAÑAR A VÍCTOR?, GRACIAS POR EL CAPÍTULO, SALUDOS

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Mensaje  alma.fra Lun Dic 14, 2009 12:33 am

Muchas gracias por el capitulo, pobre Vic es un amor enesta novela y yo creo ke Sergio no le dio la carta.
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Mensaje  Dianitha Lun Dic 14, 2009 1:55 am

miil graciias x el cap me encanta esta noveliita hay yo siigo insiistiiendo ese sergiio no era tan buena persona como viictor creiia y creo k nunca le entrego esa carta a myriiam xfiis niila no tardes con el siiguiiente cap siip Mujer Prohibida (Completa) - Página 3 664467 Mujer Prohibida (Completa) - Página 3 664467 Mujer Prohibida (Completa) - Página 3 664467 Mujer Prohibida (Completa) - Página 3 664467
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Mensaje  marimyri Lun Dic 14, 2009 11:03 am

Hoy les dejo un capitulo matutino Laughing
grx por sus mensajes Very Happy

Capítulo Ocho

Le pareció apropiado ocultar sus más oscuros secretos a medianoche. Myriam, que estaba sentada en una de las cajas que Víctor había colocado en la salita, apretó el diario de Sergio contra su pecho y entró en su habitación.

Ese diario la hacía sentirse enferma, pero hasta que no hubiese logrado descifrar las extrañas notas en clave no podía librarse de él. Si tenía dinero guardado en algún sitio, debía encontrarlo para pagar las deudas.

Ojalá pudiera pedirle ayuda a Víctor para descifrarlo... pero no podía hacerlo porque entonces revelaría todos sus defectos. La cama de bronce crujió al sentarse sobre ella. Llevaba una hora intentando descifrar el diario y estaba nerviosa.

No podía dormir. Un vaso de leche la ayudaría, pensó. Abriendo la puerta con cuidado de no hacer ruido, Myriam bajó a la cocina de puntillas. Mientras la leche se calentaba en el microondas, fue a echarle un vistazo a Maggie. La perrita estaba durmiendo en el lavadero, sobre un montón de mantas viejas. Todo estaba bien.

Al tomar el primer sorbo de leche, hizo un gesto de asco. No le gustaba nada, pero era bueno para ella y para su hijo.

Entonces vio luz por debajo de la puerta del estudio. Víctor, con un pantalón corto y un polo oscuro, estaba sentado en el sofá, leyendo un libro. Había un vaso con un líquido ámbar sobre la mesa y varios libros grandes. ¿Álbumes de fotos? Víctor levantó la cabeza antes de que Myriam hubiera podido apartarse.

—Hola.

—Hola —intentó sonreír ella.

—¿No podías dormir?

—He bajado para tomar un vaso de leche. Esta tarde me he echado la siesta y ahora no puedo dormir.

Eso era sólo parte de la historia. Ver al hombre de los muebles llevarse sus cosas por la tarde no había sido fácil. Fue, más bien, como el último clavo en el ataúd de sus sueños. Ocho años perdidos. El contenido de las cajas que había en su habitación era lo único que le quedaba; representaba toda su vida, todas sus posesiones. No mucho para una mujer de veintisiete años.

«Vete a la cama», le decía una vocecita.

Víctor miró el álbum que tenía sobre las piernas.

—Sergio murió hace un mes.

—Sí, lo sé.

—Esta es una foto suya, en la guardería.

Myriam habría deseado escapar, pero sabía que el estaba sufriendo. Víctor quería recordar a su hermano tanto como ella quería olvidarlo. Pero hablando con su hermano quizá podría entender por qué se había enamorado de él, por qué había dejado que la engañase. Y quizá así no volvería a cometer el mismo error.

Myriam miro la fotografía. Incluso de pequeño sus ojos brillaban, traviesos, llenos de promesas de diversión y alegría... que no había cumplido una vez casados.

—Ésta es la foto de su primer día de colegio —seguía diciendo Víctor.

Sergio parecía contento, con su sonrisa, su pelo rubio. A su lado, Víctor parecía el hermano protector, con su expresión seria y su pelo bien peinado. ¿A quién se parecería su hijo?, se preguntó. La vergüenza de no saber quién era el padre hizo que se pusiera colorada. Víctor podría creerla una mujer promiscua, pero nada más lejos de la verdad.

—¿Cuántos años os llevabais?

—Siete. Nos llevamos... nos llevábamos siete años —Víctor pasó la página, sin dejar de contarle cosas. Terminaron el álbum y tomó otro. Pasó una hora.

El cariño que sentía por su hermano era evidente, pero el hombre al que describía no era con el que Myriam se había casado. Sergio tenía un lado oscuro que escondía de todo el mundo, sobre todo de Víctor. Y ella no pensaba contárselo porque no quería destrozar su recuerdo. La familia era lo más importante del mundo para él.

El Sergio que describía era el hombre del que Myriam se había enamorado y se sentía menos ingenua al saber que no era la única persona a la que había engañado. Se había enamorado de un hombre que prometió hacerla feliz, formar una familia. Pero era una fantasía. Después de la boda, todo cambió. Al principio lo disculpaba creyendo que era la presión de su último año de carrera, luego por su trabajo...

Pensaba que el problema era ella, que lo había decepcionado.

Las fotografías mostraban una familia ideal. El cariño de los García le hizo desear una familia de verdad, una con varios hijos, pero nunca los tendría si mantenía aquel matrimonio de conveniencia con Víctor. Su hijo estaría solo, hijo único como ella. ¿Podrían seguir siendo amigos después del divorcio? ¿Podría tener una familia sin que el amor lo complicara todo?

—Te envidio —le confesó entonces.

—¿A mí? ¿Por qué?

—Porque tienes esto —dijo Myriam, tocando el álbum—. Cuando mi madre murió, mi padre se quedó tan destrozado que cambió por completo. Sólo tuve a mi madre durante once años y los recuerdos casi han desaparecido. Tú tuviste veintidós años con tus padres y, al perderlos, te quedó tu hermano.

—¿Qué recuerdas de tu madre?

—Cuando cierro los ojos, sigo viendo su sonrisa, era una mujer feliz y siempre estaba cantando. Mi padre llegaba a casa cansado de trabajar y ella siempre conseguía hacerlo sonreír. Cuando murió yo intenté hacer lo mismo, pero no pude.

Nunca antes había admitido aquel fracaso y hacerlo en voz alta la llenó de emoción. No sabía por qué lo había hecho. Quizá porque era muy tarde, quizá porque Víctor estaba compartiendo con ella sus recuerdos.

Él tomó su mano entonces, pensativo.

—¿Qué recuerdas tú de tu madre? —preguntó Myriam.

—Preguntas. Siempre estaba haciendo preguntas. Era profesora de universidad y siempre intentaba ver más allá de las cosas. Tenía que saber el porqué de todo.

—Eso explica que te convirtieras en un experto en informática.

—El deseo de saber cómo funcionan las cosas sólo es una parte de lo que heredé de ella —sonrió Víctor—. Ya conoces a Carter y sabes que fuimos compañeros de universidad... Lo que no sabes es que Carter es como otro hermano para mí. Hicimos juntos la carrera y luego pensábamos alistarnos en los Marines para que el ejército nos convirtiera en genios de la informática. Nos veíamos como agentes secretos.

—No sabía que hubieras estado en el ejército.

—Porque no he estado. Mis padres murieron el día después de mi graduación. Carter y yo debíamos alistarnos a la semana siguiente, pero no pudo ser porque yo tenía que cuidar de Sergio.

—No creo que te lo haya tenido en cuenta.

—Le prometí que estaríamos juntos y no me gusta romper mis promesas. Su empresa debería haber sido nuestra empresa... Los dos hemos cumplido nuestro sueño, pero por separado.

—No podías marcharte dejándolo solo —suspiró Myriam—. Tú eras todo lo que le quedaba.

—Mi prometida no estaba de acuerdo. Cuando le dije que iba a pedir la custodia de mi hermano, desapareció de mi vida.

—Ah, no lo sabía.

Víctor se encogió de hombros.

—Si me hubiera querido, se habría quedado. El amor no muere cuando las cosas se ponen difíciles.

—No, no debería ser así.

—Nuestro hijo tendrá un padre y una madre y nos encargaremos de que tenga una infancia maravillosa.

—Pero no será lo mismo cuando tengamos que dividir las vacaciones, repartir sus cosas en dos casas diferentes...

—No, es verdad —murmuró él, mirándola con un anhelo que Myriam no entendió—. Aunque yo no sé mucho de niños.

—Yo tampoco.

—Tendremos que aprender juntos...

Entonces oyeron un aullido de dolor.

—¡Es Maggie! —gritó Myriam, corriendo hacia el lavadero. Víctor la siguió de cerca—. Está a punto de parir...

Cuando salió el primer cachorro, la perra empezó a lamerlo. Víctor emitió una especie de gemido.

—¿Te encuentras bien?

—Sí, sí... es que yo no sé nada de esto... ¿y tú?

—No. ¿Crees que deberíamos ayudarla?

En otras circunstancias, Myriam se habría reído de su expresión horrorizada.

—No tengo ni idea. Voy a llamar al veterinario.

—Son las dos de la mañana, la clínica estará cerrada.

—Dejaré un mensaje en el contestador... ¿Por qué no miras en Internet? Seguro que allí encontrarás instrucciones de algún tipo —dijo Víctor, nervioso.

—¿No debería quedarme con Maggie? —preguntó Myriam.

—Será mejor informarse antes de meter la pata. Yo voy a llamar a la clínica, tú busca algo sobre partos o sobre cachorros...

Myriam corrió al estudio y buscó en Google. Víctor llegó enseguida, nervioso.

—Le he dejado un mensaje al veterinario. ¿Has encontrado algo?

—Sí, mira, he encontrado un artículo...

Otro aullido de Maggie los dejó helados a los dos.

—Pobrecita...

Dos horas después, Víctor y Myriam estaban en el lavadero viendo al quinto cachorro venir al mundo.

Al contrario que con los otro cuatro, la perra no quiso lamerlo.

—Venga, Maggie... es tu cachorro. ¿Qué hacemos, Víctor?

—No tengo ni idea.

Por instinto, Myriam tomó al animalillo abandonado y lo colocó sobre las patas de Maggie, pero la perra apartó la cabeza.

—Vuelve al ordenador y busca algo sobre cachorros rechazados por sus madres.

—¿Tú crees que lo rechaza?

—Está claro.

El pobre animal estaba llorando y a Víctor se le encogió el corazón.

En ese momento sonó el teléfono. Debía de ser el veterinario.

—Menos mal —suspiró Myriam, corriendo a la cocina. Le contó lo que pasaba y volvió al lavadero para darle la información a Víctor, que envolvió al cachorro en una manta para que entrase en calor. La expresión de Myriam lo hacía sentirse como un héroe. Y, absurdamente, quería salvar al cachorro para ella.

—Voy a comprar leche en polvo —dijo, acariciando al pobre huérfano.

—Yo me quedaré con él —murmuró Myriam—. No puedo creer que Maggie no lo quiera.

Víctor se encogió de hombros.

—Esas cosas pasan. Con cachorros, con niños... Sergio era adoptado. Su madre decidió que no podía con él y lo dejó en la puerta de una iglesia cuando tenía dos años.

Ella lo miró, incrédula.

—Yo no sabía nada de eso... Sergio nunca me lo contó.

—Espero que no recordase nada de ese tiempo, tenía casi tres años cuando vino a vivir con nosotros.

—Pero nunca se me ocurrió pensar...

—Yo habría hecho lo que fuera por mi hermano —la interrumpió Víctor, pensativo—. Adoptar a Sergio hizo a mi madre feliz. Había tenido varios abortos y ya no podía tener más hijos... Bueno, me voy.

Mantenlo calentito, volveré enseguida.

Cuando desapareció, Myriam se quedó apretando al cachorrillo contra su corazón. Sergio había sido un niño abandonado. ¿Sería por eso por lo que nunca la había abrazado, por lo que nunca la había querido?

Un golpe despertó a Myriam. Intentó enterrar la cabeza bajo la almohada, pero no había almohada. Ni estaba durmiendo en su cama.

—¿Nos vamos a la habitación? —la voz de Víctor consiguió despertarla del todo.

Estaba durmiendo en el sofá del estudio, encima de él, con el cachorro sobre su pecho. Sólo la luz del vestíbulo penetraba la oscuridad.

—Lo siento, no quería aplastarte —murmuró. Lo último que recordaba era a Víctor dándole una bolsa de agua caliente para colocar al cachorro sobre ella.

—No pasa nada. ¿Nos vamos a la cama?

—El veterinario dijo que las primeras veinticuatro horas eran cruciales. ¿Qué hora es?

—Las seis de la mañana. Myriam, estás agotada, vete a la cama. Yo me encargaré del huerfanito.

Víctor no sabía nada sobre partos ni sobre cachorros, pero se había hecho el fuerte. ¿Haría lo mismo con su hijo?

Su hijo. El corazón de Myriam se aceleró. Hasta aquella noche, consideraba que el niño era sólo suyo.

Sí, había pensado tener cerca a Víctor como figura paterna, pero no lo veía como padre de su hijo. Sin embargo, era tan amable, tan bueno... ¿Podría formar una familia con él? ¿Podría tener la familia que Víctor había tenido de pequeño?

—Es adorable —murmuró Myriam, acariciando al animalillo.

—Sí, y muy fuerte. Está saliendo adelante a pesar de las circunstancias —dijo Víctor, orgulloso.

—Ursus, deberíamos llamarlo Ursus.

Él soltó una carcajada.

—Ha salido adelante gracias a ti —murmuró, dándole un beso en la mejilla. Al inclinarse, rozó sus pechos con el brazo. Myriam sintió el contacto hasta lo más profundo de su ser.

Sus miradas se encontraron entonces y el calor de sus ojos hizo que sintiera un cosquilleo entre las piernas. Quería que la besara, quería que la hiciera sentirse como sólo él podía hacerla sentirse: deseable.

—Myriam, dime que tú también quieres esto —dijo Víctor con voz ronca.

Myriam no podía hablar, pero tampoco podía negarse aquello a sí misma. Sin decir nada, levantó la cara y, con un gemido ronco, él enterró los dedos en su pelo. La besaba con la boca abierta, ansioso, mareándola de deseo. Mordisqueaba sus labios, su lengua, retándola a devolverle esa misma pasión.

Con la mano libre, Víctor la tumbó sobre el sofá. Sus piernas se enredaron, su miembro erguido, duro, y caliente, la buscaba, como si tuviera vida propia. Los besos se intensificaban hasta que casi no podían respirar.

Víctor metió la mano por debajo del camisón para acariciar uno de sus pechos, jugando con el pezón hasta que Myriam creyó que iba a explotar. Se apartó para buscar aire, pero volvió enseguida a apretarse contra él, impaciente.

Víctor metió una mano bajo sus braguitas y la encontró húmeda. El placer era increíble, insoportable.

Myriam se mordió los labios, intentando contener los gemidos, pero cuando metió los dedos dentro de ella, no pudo seguir callada. Con los dedos mojados, Víctor hacía círculos, acariciando su parte más sensible, y ella se arqueaba, pidiendo más. Sus sabias caricias la hicieron gritar de placer.

Había temido que su apasionada respuesta la primera vez tuviese algo que ver con su estado emocional tras la muerte de Sergio, pero aquella noche no era así.

Víctor siguió acariciándola, besándola, hasta que tiró del camisón para quitárselo. Incluso en la penumbra del estudio, Myriam se sintió tímida e intentó taparse con las manos.

—Eres preciosa —dijo él con voz ronca.

Casi lo creyó. Casi. Pero Sergio había estado años diciéndole que sus pechos no eran suficientemente grandes como para excitar a un hombre.

—Mírame —dijo Víctor entonces. Temiendo ver desilusión en sus ojos, Myriam tardó un momento en hacerlo. Sin embargo, él parecía querer comérsela con los ojos—. Esta vez, no habrá remordimientos.

Sorprendida, Myriam parpadeó. El deseo que dilataba sus pupilas era evidente. Estaba temblando, a punto de perder el control. Por ella.

Sintiendo una confianza nueva, levantó una mano para acariciar su cara.

—No habrá remordimientos.

Con el corazón acelerado y un ansia enloquecida, Víctor se quitó la camiseta, pero no podía dejar de mirarla. Sus labios estaban hinchados, sus pechos firmes, con los pezones levantados, del tamaño perfecto para la mano de un hombre. Quería ir despacio, pero no podía porque sus labios eran como de seda. Le temblaban las manos cuando rozó la cadenita de oro que colgaba de su cuello... la cadena había quedado atrapada entre su cuello y el sofá y Víctor la apartó suavemente...

Había una alianza colgada en la cadena. La alianza de Sergio.

Víctor se apartó, la fiebre que encendía su sangre congelándose de inmediato. Había cosas en las que un hombre no quería ser un actor secundario.

Compartir el nacimiento del cachorro aquella noche, tener a Myriam entre sus brazos, le había hecho desear lo que no podía tener. Myriam estaba rota por la muerte de Sergio y sólo se había casado con él de rebote. La alianza lo dejaba bien claro. Su corazón seguía siendo de Sergio.

—Lo siento —murmuró ella.

¿Qué sentía, haber querido creer que era su hermano?

El pesar que había en sus ojos miel hizo que Víctor apartase la mirada. Era tan tonto que había vuelto a enamorarse de Myriam por segunda vez. Y, como antes, Sergio se ponía en medio.

Víctor se levantó pesadamente del sofá.

—No me gustan los tríos. No habrá nada entre nosotros hasta que no sea Sergio el hombre al que ves cuando cierras los ojos.
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Mensaje  susy81 Lun Dic 14, 2009 2:31 pm

ay myri la neta fue una tarugada lo de la cadena cualquiera pensaria lo mismo y nos dejo sin lo mejor jajajajaajajaja

gracias prima por el capitulo...sigueleeeeeeeeeeeee

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Mensaje  myrielpasofan Lun Dic 14, 2009 6:23 pm

muchas grax por el capi...
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Mensaje  mats310863 Lun Dic 14, 2009 8:14 pm

[quote]por susy81 el Lun Dic 14, 2009 1:31 pm

ay myri la neta fue una tarugada lo de la cadena cualquiera pensaria lo mismo y nos dejo sin lo mejor jajajajaajajaja

OPINO LO MISMO, MYRIAM DESASTE DE ESA ALIANZA LO MÁS PRONTO POSIBLE.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  Eva_vbb Lun Dic 14, 2009 10:51 pm

susy81 escribió:ay myri la neta fue una tarugada lo de la cadena cualquiera pensaria lo mismo y nos dejo sin lo mejor jajajajaajajaja

gracias prima por el capitulo...sigueleeeeeeeeeeeee

SIMON CUALQUIERA PENSARIA LO MISMO ASI QUE MYRIAM TIRALA A LA BASURA O ECHALA A LA TAZA DEL BAÑO Y ES MEJOR QUE CONFIES EN VICTOR Y LE ENSEÑES EL DIARIO DEL SERGIO PARA EVITAR PROBLEMAS FUTUROS
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Mensaje  jai33sire Lun Dic 14, 2009 10:59 pm

muchas gracias por el capitulo

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Mensaje  alma.fra Lun Dic 14, 2009 11:21 pm

Ayyyy Myri, ya debe decirle la verdad a Vic sobre su hermano.
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Mensaje  myrithalis Mar Dic 15, 2009 12:09 am

Gracias niña por el Cap. de hoy saludos Atte:Iliana
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Mensaje  Dianitha Mar Dic 15, 2009 12:10 am

miil graciias x el cap me encanta esta noveliita solo espero k las cosas entre viictor y myriiam se aclaren xfiis niiña nop tardes con el siiguiiente cap siip akii lo estare esperando Very Happy Very Happy
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Mensaje  marimyri Mar Dic 15, 2009 3:23 pm

Gracias por sus mensajes Very Happy

Capítulo Nueve

El cachorro había desaparecido. Myriam se incorporó y encendió la lámpara. No era su imaginación, la cajita de Ursus no estaba bajo su cama.

Víctor debía de habérselo llevado, pensó. Pero no lo había oído entrar en la habitación... ¿La habría observado mientras dormía? Se le puso la piel de gallina sólo de pensarlo.

Después de ducharse, Myriam se puso una camiseta y un pantalón rojo y bajó a la cocina. Por la ventana vio a un solitario nadador en la piscina, dando largas y potentes brazadas. El cachorro estaba en su cajita, sobre la mesa del jardín, y ella dejó escapar un suspiro de alivio.

Con un vaso de zumo de naranja en la mano, salió al porche y se sentó en una silla, al lado de Ursus.

Pero no podía dejar de mirar a Víctor. Si iban a tener una relación sincera, tendría que explicarle lo de la alianza. No era justo dejarle creer que seguía enamorada de Sergio.

Quince minutos después, Víctor salió de la piscina, con el agua cayendo en cascada por su espalda, moldeando el bañador negro sobre los contornos masculinos de su entrepierna.

Myriam apartó la mirada. ¿Cómo era posible que sólo mirando a aquel hombre se sintiera tan femenina? ¿Y por qué Víctor conseguía excitarla cuando habría dado cualquier cosa por sentir la décima parte de esa excitación con su marido? Cuanto más se preocupaba por su falta de respuesta, más tensa se ponía y...

—¿Has dormido bien? —preguntó él, secándose el pelo con una toalla.

—Sí, gracias. Debería haberme levantado antes, pero...

—Estuvimos despiertos toda la noche, es normal que te hayas dormido.

Myriam intentaba no mirar, pero sus músculos la fascinaban. El vello oscuro de su pecho se perdía bajo el elástico del bañador...

—Víctor, sobre lo de anoche... no estaba pensando en Sergio mientras me besabas.

Él apretó los labios. Intentaba mostrarse tranquilo, pero podía ver que no lo estaba.

—Llevo... llevaba ese anillo por una única razón, para recordar que éste es un matrimonio de conveniencia. Ninguno de los dos espera nada, pero yo...

Había tenido que soportar tantos rechazos en su vida que temía que aquella confesión la llevase a otro. Primero su padre que, cegado por el dolor de haber perdido a su mujer, se había apartado de ella. Luego sus compañeros del instituto, que le dieron la espalda cuando saltó el escándalo sobre su padre. Después Víctor se había cansado de ella y, más tarde, Sergio había decidido que no merecía la pena. Tenía miedo, pero debía hacerlo entender.

—Me gustas mucho, Víctor. Eres un hombre amable, generoso, leal. Me gusta todo en ti.

—Ya.

—No pienso volver a enamorarme —siguió Myriam, nerviosa—. Nunca. No quiero que vuelvan a romperme el corazón. Llevaba el anillo para recordar que el amor es... complicado. Pero no estaba pensando en Sergio. Tú eres tan... diferente de tu hermano. Lo que quiero decir es que nuestro matrimonio podría estar basado en el respeto mutuo y la amistad. Me gustaría que mi hijo tuviera la clase de familia que tú has tenido...

Víctor apoyó las dos manos sobre los brazos de la silla.

—¿Y enamorarte de tu marido sería tan malo?

—El amor se termina —contestó Myriam. Y terminaba de una forma muy dolorosa.

—No tiene por qué. Mis padres se quisieron siempre, hasta el último día —dijo él entonces, apartando el flequillo de su cara—. ¿Por qué no dejamos la puerta abierta y vemos qué nos depara este año?

—Yo...

Víctor no la dejó terminar. Tiró de ella y la envolvió en sus brazos.

—Quiero hacerte el amor, pero sólo si no tienes dudas de con quién estas compartiendo la cama.

El corazón de Myriam latía, acelerado. Tenía dudas, pero no las que Víctor creía.

Sus dudas eran personales. ¿Y si se ponía tensa, si se convertía en un bloque de hielo desde el cuello hasta los pies como le pasaba con Sergio? No le había pasado la noche anterior, ni la primera vez, pero sólo eran dos veces y ella había soportado ocho años de angustia.

¿Podrían ser amantes? Sí, claro. Aunque sólo tenía veintisiete años, era una mujer madura para su edad. Podía tener una relación física con un hombre y, si no ponía el corazón, no acabaría rompiéndoselo.

—Nunca podría confundirte con tu hermano.

Myriam entreabrió los labios, pero en lugar de besarla, él apoyó la cara en su cuello y respiró profundamente.

—Hueles tan bien...

—Es el gel de ducha.

Víctor tomó su cara entre las manos y la besó con tal ardor que se le doblaron las rodillas.

Apasionado, deslizó las manos por su espalda para apretar su trasero. La dura evidencia de su deseo se clavaba en el estómago de Myriam, que enredó los brazos alrededor de su cuello para apretarse más. Estaba empapado y la estaba empapando a ella, pero le daba igual. El beso se volvió carnal, enfebrecido.

Víctor metió las manos bajo su camiseta para desabrochar el sujetador, acariciando su espalda desnuda.

—Vamos arriba. Yo subiré al cachorro.

Insegura y temiendo cometer de nuevo un tremendo error, Myriam vaciló. Víctor debió de leer sus pensamientos porque tomó la caja de Ursus con una mano y con la otra a ella por la cintura para subir a su dormitorio.

—¿Estás segura? —preguntó, dejando la caja del cachorro en el suelo.

Hacer el amor con él podía acercarla a la familia que siempre había querido...

—Sí.

Víctor empezó a acariciar sus pechos por encima de la camiseta.

—No quiero meterte prisa —dijo con voz ronca, mirándola de una forma que la hacía temblar. Sergio nunca la había mirado así, ni siquiera la primera vez.

—Méteme prisa —susurró Myriam.

«No me des tiempo a pensar en el pasado o a preocuparme por el futuro. No me des tiempo a preguntarme si estoy cometiendo otro error».

Víctor la tiró sobre la cama y se colocó entre sus piernas abiertas. Le temblaban las manos mientras acariciaba sus aureolas con la punta de los dedos... y repetía luego el proceso con la lengua.

Myriam nunca había experimentado algo así e intentó cerrar las piernas, pero él no la dejó. La lengua de aquel hombre sobre sus pechos, sus caricias, la mareaban.

Iba a hacer el amor con Víctor. El deseo se revolvía dentro de ella, haciéndola sentirse impaciente como nunca. Aquejo no era una obligación ni era el acto de una mujer al borde de un ataque de nervios. Era algo elemental, un hombre y una mujer y el deseo que sentían el uno por el otro.

No era amor. No podía serlo.

Víctor le bajó el pantalón, dejándola sólo con las braguitas. Durante varios segundos se quedó mirándola, allí, con la luz del día entrando por la ventana.

Myriam hizo un esfuerzo para no taparse, concentrándose en el bulto que había bajo sus pantalones.

Eso, y su mirada de deseo, le dijo que Víctor no estaba catalogando sus defectos.

Él se puso de rodillas sobre el colchón, apoyándose en los brazos e inclinándose suavemente hasta que el vello de su torso rozó sus pechos. Myriam arqueó la espalda para intensificar el contacto y él capturó su boca, como una fiera. Un beso seguía a otro. Víctor abandonó su boca para dejar un rastro de besos por su cuello, su escote, sus pechos... Chupaba sus pezones, su estómago, su ombligo, mientras, hábilmente, le bajaba las braguitas.

Cuando el trozo de tela desapareció, agarró sus nalgas y bajó la cabeza. Myriam se puso tensa. Nunca había experimentado eso, pero entonces Víctor empezó a acariciarla entre las piernas, encontrando el sitio adecuado para hacerle perder la cabeza.

Myriam apretó los puños, excitada como nunca, y cuando él se concentró en esa zona en particular, enterró los dedos en su pelo, segura de que no podría soportar tanto placer. Víctor siguió tocándola hasta que gritó su nombre. Y después, cuando estaba agotada, perdida en un mar de sensaciones nuevas para ella, siguió besándola en los labios. Luego se incorporó un poco para quitarse el bañador, revelando su palpitante masculinidad.

Myriam tuvo otro momento de duda. Aquel hombre era perfecto. ¿Por qué estaba con ella? Pero, apartando esos pensamientos negativos, se sentó sobre la cama, tomó su miembro con la mano e inclinó la cabeza...

—Espera —dijo Víctor.

—¿No quieres que...?

—Cariño, si me acerco a tu boca un centímetro más se acabó. Tu aliento está a punto de matarme.

—Pero...

—En otro momento. Túmbate, deja que te quiera, Myriam.

Ella intentó llevar aire a sus pulmones, pero Víctor buscaba su boca con ansia. Apoyándose en un brazo, se inclinó hacia delante, hasta que su miembro rozó la entrada de su cueva. Con un dedo, empezó a acariciarla donde sus cuerpos pronto estarían unidos y Myriam cerró los ojos.

—No...

—No cierres los ojos.

Ella nunca había besado con los ojos abiertos y era una sensación extraña, como si pudiera leer en su alma.

—Mírame mientras dices mi nombre.

Su pulso se aceleró. ¿Cómo podía creer que estaba pensando en Sergio?

—Víctor, por favor. Te necesito.

—Otra vez —murmuró él, embistiéndola con fuerza.

El recuerdo de esa noche en el vestíbulo le hacía justicia. Era tan grande como Myriam recordaba. Y más. Hacer el amor con los ojos abiertos era una nueva experiencia para ella, pero en los de Víctor veía la misma pasión y eso la hacía sentirse poderosa. La deseaba, la necesitaba.

Myriam dijo su nombre una y otra vez, levantando las caderas para recibirlo mejor. Clavó las uñas en su espalda, empujándolo hacia ella, buscando su boca. El vello de su torso la excitaba tanto... entonces explotó, convulsionándose por entero. Víctor se tragó sus gritos y siguió bombeando, buscando su propio placer.

Por fin, cayó sobre su pecho. Cubiertos de sudor, jadeaban buscando aliento. Saciada, Myriam lo apretó contra su corazón, acariciando su espalda y saboreando el hecho de haber respondido, de haberse sentido como una mujer.

Víctor se apartó un momento y ella no dijo nada, pero en lugar de ir a la ducha como esperaba, la estrechó entre sus brazos, acariciando su espalda tiernamente.

Con cada roce, con cada caricia, la hacía sentirse deseada en lugar de inadecuada. Su corazón se llenó de esperanza, pero tenía miedo de arriesgarse a que, de nuevo, se lo rompieran.



Víctor podría haber jurado que Myriam no tenía experiencia en la cama. No era virgen, por supuesto, pero parecía sorprendida por la mitad de las cosas que habían hecho en las últimas tres horas.

Mientras se ponía los pantalones, no dejaba de hacerse preguntas. Era evidente que sabía cómo darle placer a un hombre y, sin embargo, parecía sorprendida de recibirlo. Pero ésas eran preguntas para las que no quería respuesta. No quería pensar en Myriam con Sergio cuando su piel seguía oliendo a ella y cuando seguía batallando contra el sentimiento de culpa por compartir un futuro que debería haber compartido su hermano.

Entonces oyó el grifo de la ducha y se acercó a la puerta del baño. Myriam, desnuda, secándose el pelo con una toalla, no lo había visto. Sus pechos se agitaban con cada movimiento, acelerando su pulso y calentando su entrepierna.

De nuevo, se sintió culpable al ver que le había dejado marcas rojas en el cuello...

Myriam se agachó para secarse las piernas, pero enseguida levantó la cabeza.

—¿Querías algo?

—No, sólo estaba disfrutando del hermoso paisaje —sonrió Víctor.

—No tienes por qué decir eso.

—¿Quieres que mienta?

—Víctor, no soy muy delgada y tengo poco pecho.

—Lo dirás de broma —rió él, acercándose—. Eres increíblemente preciosa y tus pechos son una maravilla.

Ella lo miraba, incrédula. ¿No sabía lo preciosa que era? Aunque le gustaría convencerla, se obligó a sí mismo a dar un paso atrás.

—Tengo que pasar por la tienda de pinturas esta tarde. ¿Quieres venir conmigo? Podríamos ver muebles para la habitación del niño.

Myriam miró hacia la habitación.

—No sé... debería empezar a guardar las cosas de las cajas.

Víctor asintió, un poco decepcionado. Después de la noche anterior pensó que no tenían ninguna posibilidad, pero ahora...

Aunque Myriam decía no querer amar a nadie, él quería su amor. Pero hasta que olvidase el dolor por la muerte de su hermano, tendría que contentarse con lo que ella pudiera darle.

Y tenía que marcharse enseguida. Si seguía a su lado, si seguía mirando aquellos preciosos ojos miel, no podría irse de su habitación. Sonriendo, le robó un beso.

—Ursus ya ha comido y Maggie se encarga de los demás cachorros. Volveré dentro de un par de horas.

Optimista, bajó la escalera dando saltos. Myriam lo deseaba, había una posibilidad. Víctor tuvo que sonreír ante aquel pensamiento tan adolescente. Pero tenía que hacer que aquel matrimonio funcionase. Si el fantasma de Sergio no podía separarlos, nada lo haría.

La sensación de felicidad que embargaba a Myriam mientras colocaba los cojines del sofá le hizo albergar esperanzas de futuro. Pero había aprendido que si algo parecía demasiado bueno para ser verdad... era demasiado bueno para ser verdad.

Era hora de reflexionar, se dijo, de volver a levantar una barrera sobre su corazón. La necesidad de poner los pies en el suelo la llevó de nuevo al diario de Sergio.

Una frustrante hora después, cerraba el cuaderno. ¿Qué había querido decir con eso de que estaría por encima de Víctor mientras tuviera lo que él más deseaba?

¿Qué era lo que Víctor deseaba más? ¿Y qué podía tener Sergio que fuera de su hermano? ¿Las alianzas? ¿El reloj? No, no era nada de eso. Pero fuera lo que fuera, tenía que devolvérselo.

Había leído el diario de Sergio varias veces de cabo a rabo, pero lo único que había conseguido era terminar con un terrible dolor de cabeza y una sensación de rabia e impotencia. Parte del diario estaba escrito con frases que dejaba a medias, palabras sin sentido... ¿sería una clave? No podía estar segura, pero tenía la impresión de que Sergio esperaba algo grande durante los meses previos a su accidente porque el tono era muy ufano.

Pero ¿qué era lo que esperaba?

El sonido de unas ruedas en la gravilla de la entrada interrumpió sus pensamientos. Myriam guardó el diario de Sergio bajo el colchón y bajó corriendo por la escalera. Le habría gustado que los latidos de su corazón fueran debidos sólo a la carrera, pero no era verdad; era aquel hombre de vaqueros gastados y camiseta blanca.

Aquella mañana había sido una revelación. Víctor la había hecho sentirse querida, respetada, admirada y deseada. Ella nunca se había visto como una mujer sexual... pero lo era. Con Víctor lo era. Sergio le había hecho creer que era frígida cuando no era verdad. ¿Sobre qué más le habría mentido?

En parte, quería creer en la fantasía que Víctor estaba creando para olvidar el pasado y no preocuparse por el futuro, pero su experiencia le advertía que tuviese cuidado.

—Me gusta que me esperes en la puerta —sonrió él, abrazándola. De nuevo, su corazón se llenó de esperanza... pero no quería perder la cabeza.

No estaba enamorándose de él. No. Para nada. No tenía que leer los comentarios hirientes de Sergio para recordar lo que había pasado la última vez que amó a un hombre. Se había convertido en víctima de los caprichos de su marido. Y, por su hijo, no podía dejar que eso volviera a ocurrir.

Pero aquello no era amor, se dijo, sólo estaban viviendo juntos porque era un acuerdo conveniente para los dos. Cuando terminase el acuerdo, tendría dinero en el banco y seguiría siendo amiga de Víctor, que compartiría la custodia del niño.

«A ver qué nos depara este año», había dicho. El no hacía planes a largo plazo y tampoco ella debería hacerlo.

Víctor le mostró un montón de folletos.

—¿Que es esto?

—Paré un momento en la universidad y me llevé unos cuantos folletos sobre cursos que podrían interesarte. El niño no nacerá hasta febrero, así que podrías apuntarte este semestre.

La oferta era tentadora pero, al mismo tiempo, le pareció una camisa de fuerza. Estaba deseando hacer una carrera universitaria para poder mantener a su hijo decentemente, pero antes tenía que establecer su independencia.

—Ya hemos hablado de esto, Víctor. No quiero dejar el trabajo.

—Cuando salíamos juntos estabas deseando empezar la carrera. Sergio te robó esa oportunidad y yo quiero devolvértela.

—Antes tengo que vender la casa, prepararme para la llegada del niño...

—Quizá debería exigir que empezases la carrera para trabajar en García—Software.

—¡No puedes hacer eso!

Víctor apretó los dientes.

—Myriam, tienes mucho talento para el marketing. Lo que hiciste con el folleto promocional es increíble... Imagínate lo que podrías aprender en la universidad. Serías fenomenal, incluso mejor que mi hermano. Y él era un genio del marketing.

—Pero necesito mi sueldo para pagar las deudas de Sergio —replicó Myriam.

—¿Las deudas de Sergio?

—Quiero decir, nuestras deudas.

Víctor la miró, sorprendido.

—Puedes trabajar y estudiar a la vez. Sólo tendrías que ir a la oficina por las mañanas. ¿Qué te parece? Yo sólo quiero lo mejor para ti, Myriam.

Ella apartó la mirada. Sergio había usado esa misma frase muchas veces... justo antes de decirle algo que no quería oír.

—No vuelvas a decir eso.

Él arrugó el ceño.

—¿Qué?

—Lo siento. Sé que lo haces con buena intención, pero no puedo manejar tantos cambios a la vez.

Su expresión dejaba claro que no podía entender por qué se negaba a ir a la universidad. Y ella no podía explicarle lo atrapada que se había sentido durante su matrimonio sin destrozar la imagen de su hermano.

—Muy bien, como quieras —suspiró Víctor, dándole una bolsa de plástico—. Esta noche vamos a salir. Ponte esto.

Myriam apretó los dientes. ¿Qué había en la bolsa? ¿Uno de esos vestidos llamativos y demasiado escotados que Sergio solía comprarle? Odiaba que su marido la hiciera pasearse delante de sus amigos con esos vestidos. Odiaba cómo la miraban. Y las mujeres... con esa pinta de «roba—maridos» no había podido hacer amigas.

—Prefiero elegir mi propia ropa yo misma, muchas gracias.

—¿Te importaría decirme por qué estás tan enfadada? Es sólo una camiseta.

—¿Una camiseta?

—El equipo de fútbol de la empresa juega un partido esta noche. Había pensado que te gustaría venir.

Myriam hizo una mueca.

—Lo siento.

—¿Qué te pasa?

Ella dejó escapar un suspiro. No podía contarle que leer el diario de su hermano la sacaba de quicio, que le recordaba lo tonta que había sido en el pasado. Estaba deseando quemarlo, pero antes tenía que descubrir las claves.

—Sergio solía elegir mi ropa.

—Y no quieres que yo haga lo mismo.

—No.

—¿Porque te recuerda que él ya no está aquí o porque no quieres que te vista como a una conejita?

Myriam se puso colorada.

—Ha llegado el momento de tomar mis propias decisiones y eso incluye mi ropa y mi futuro.

—Eres una mujer preciosa —suspiró Víctor, acariciando su pelo—. No tienes que enseñar nada para poner a un hombre de rodillas, pero me gustaría que pensaras lo de volver a la universidad. Por ti y por mí —añadió, dejando los folletos sobre la mesa—. Si te apetece venir al partido, saldré dentro de media hora.

—¿Y Ursus?

—Tendrá que venir con nosotros. Vamos a dar un paseo, Maggie.

La puerta se cerró y Myriam tomó uno de los folletos. Lo que Víctor le ofrecía era demasiado bueno como para ser verdad. ¿Se atrevía a confiar en él?

Tener una educación universitaria era el primer paso para ser independiente.

Y no debía dejar que el pasado arruinase su futuro.
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Mensaje  girl190183 Mar Dic 15, 2009 8:11 pm

Gracias X el Capitulo
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Mensaje  myrielpasofan Mar Dic 15, 2009 10:22 pm

muchas grax por el capi ajajajaj una hora leeyendo el capi jajajaja
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Mensaje  Eva_vbb Miér Dic 16, 2009 12:13 am

GRACIAS X EL CAP....
MYRIAM X FAVOR CNFIA EN VICTOR EL NO ES COMO SERGIO Y YA ENSEÑALE O HABLALE DEL DIARIO X QUE CREO QUE ESTE TRAIRA PROBLEMAS DESPUES
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Mensaje  alma.fra Miér Dic 16, 2009 1:13 am

Myri tiene ke confiar en Vic, gracias por el capitulo.
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Mensaje  myrithalis Miér Dic 16, 2009 1:19 am

Gracias por el Cp de ahora niña Saludos Bye Atte: Iliana
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Mensaje  Dianitha Miér Dic 16, 2009 1:54 am

miil graciias x el cap me mega encanto solos espero k viictor descubra el diiariio de su hermano para k c de cuenta de quiien era sergiio realmente xfiitas no tardes con el siiguiiente cap siip!!!! Very Happy Very Happy
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Mensaje  mats310863 Miér Dic 16, 2009 9:21 am

CUANTO DAÑO LE HIZO SERGIO A MYRIAM, OJALA PRONTO SE DE CUENTA DE QUE ELLA ES LO QUE VÍCTOR MÁS QUIERE.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  marimyri Miér Dic 16, 2009 4:56 pm

Grax Por sus mensajes Very Happy

Capítulo Diez

Aquella mujer era una masa de contradicciones. Cuando Víctor creía haber decodificado el misterio de Myriam, ella hacía algo que lo confundía. Afortunadamente, le gustaban los acertijos.

¿Qué había ocurrido durante su ausencia? La había dejado contenta, sonriente, y cuando volvió parecía un puerco espín. Pero un puercoespín sólo usaba las púas para defenderse, pensó entonces.

¿Lamentaba haber hecho el amor con él? ¿O sentía que había traicionado a su hermano?

Cuanto más sabía sobre su matrimonio, más sorprendido se quedaba. Myriam no le había contado mucho, pero era lo que no decía lo que plantaba dudas en su cabeza. Algo no cuadraba.

Además, Myriam parecía siempre a la defensiva, como asustada. ¿Por qué? Y cómo respondía cada vez que le decía algo bonito... como si nunca le hubieran dicho un piropo. El anhelo que vio en sus ojos cuando le ofreció los folletos de la universidad contradecía su obstinada negativa. ¿Por qué negarse si lo estaba deseando? ¿Y por qué las cosas que empezaba a intuir sobre su relación con su hermano le parecían tan extrañas?

Y luego, la ropa. Sergio la vestía para que la desearan los demás hombres y, sin embargo, Myriam no tenía la confianza de una mujer liberada, todo lo contrario. ¿Cómo una mujer con un cuerpo como el suyo no sabía el efecto que ejercía en los hombres? Era evidente por su timidez que no tenía ni idea.

Y lo que más vueltas daba en su cabeza: no parecía estar de luto por su hermano y, sin embargo, había intentado tener un hijo con él.

¿Cómo iba a enamorar a su mujer si no la entendía?

La puerta se abrió y Myriam, con la camiseta del equipo y un pantalón corto, salió al porche. Tenía las piernas largas, bronceadas. Estar enredado en ellas era como estar en el cielo... Su aspecto de «vecinita de al lado» era mucho más peligroso que aquellos vestidos escotados.

Dada la atracción que había entre ellos, su deseo de formar una familia y el amor que sentía por ella, Víctor estaba seguro de que su matrimonio podía funcionar. Pero sospechaba que tendría que eliminar algunos obstáculos.

—¿Nos vamos?

—Nunca he estado en un partido de la empresa.

—Sergio no jugaba.

En realidad, Sergio siempre tenía algún compromiso cuando había algún evento de la empresa. Víctor no recordaba que hubiera llevado a Myriam a ninguna fiesta... y tampoco a la oficina.

—No le gustaba mucho el deporte. Y a mí tampoco, la verdad.

—Pues nadas como un pez.

—Mejor eso que los vídeos para mantenerse en forma —dijo Myriam, sin mirarlo.

¿Que había querido decir? Su expresión le advertía que allí había algo escondido y Víctor quería descubrir qué era.

Antes de cerrar la puerta del coche, se inclinó para darle un beso en los labios.

—Si este partido no contase para el campeonato, te llevaría a la habitación ahora mismo.

Myriam apartó la cara, colorada.

Pero había estado casada ocho años. ¿Cómo podía ponerse colorada por un coqueteo tan inocente como aquél?

—He traído galletitas y sandwiches. Come algo para que no te den náuseas.

—Víctor...

—Ya, ya lo sé. Puedes cuidar de ti misma. Venga, hazlo por mí. Voy a buscar a Ursus y enseguida nos vamos.

Un minuto después colocaba la cajita del cachorro en el asiento trasero. ¿Qué era aquello, una especie de práctica antes de la sillita del niño? Sí, le gustaba eso.

Enseguida llegaron al parque. Al contrario que las mujeres con las que solía salir, que no dejaban de hablar, Myriam había permanecido muda durante todo el camino.

—¿Quieres decirme por qué estabas enfadada antes?

—No estaba enfadada. Es que esta mañana ha sido un poco... intensa.

—¿Lo lamentas?

Myriam levantó la mirada.

—No, en absoluto.

Sonriendo, Víctor salió del coche. Poco después, se encontraban con el resto de los jugadores.

—Chicos, os presento a Myriam, mi mujer.

Le presentó a un montón de gente, todos empleados de García—Software o esposas de empleados. Y todos con la misma camiseta roja. Víctor no le había llevado la camiseta para que llamase la atención, sino para que fuera una más. De nuevo, la había incluido en su círculo.

Ursus, por supuesto, se convirtió en la estrella del momento. Sobre todo, para una niña de unos dos o tres años, que no dejaba de tocarlo y que luego levantó las manitas manchadas de chocolate para abrazar a Víctor. Él rió, encantado. A Myriam se le ocurrió pensar que Sergio se habría apartado de inmediato. ¿Cómo había podido pensar que su marido podría haber sido un buen padre?

Víctor, por el contrario...

—Annie, lo estás manchando de chocolate —la regañó su madre.

—No importa. Por cierto, Myriam, Sandy y Karen pueden recomendarte un buen ginecólogo —sonrió él, mirando a todo el mundo—. Myriam y yo estamos esperando un niño.

Lo había dicho con una ternura, con una naturalidad que la emocionó.

Pero el árbitro tocó el silbato en ese momento.

—Tengo que irme. ¿Sandy?

—Tranquilo, yo cuido de tu chica —rió la mujer.

Mientras lo veía jugar, riendo con sus empleados y amigos, Myriam no podía dejar de admirarlo. Vivía la vida de una forma tan natural, tan sana... Pero todo aquello era una fantasía. Aquello no era amor.

El suyo no era un matrimonio de verdad. No había un final feliz para ellos.

—¿Te ha pedido que cuides de mí, Sandy?

—Por supuesto. ¿Cuándo nacerá el niño?

—En febrero, creo.

—¿Crees? ¿Aún no has ido al ginecólogo?

—Aún no. Acabamos de saberlo.

Si aquellas mujeres sabían que había estado casada con el hermano de Víctor, fueron lo suficientemente consideradas como para no mencionarlo.

—Víctor será un padre estupendo.

—Yo también lo creo —Myriam se sentía como una adolescente colgada del capitán del equipo. Y le gustaba.

Las chicas hicieron que se sintiera cómoda y bienvenida, una más. Y esa aceptación era algo que Myriam no había tenido nunca.

Antes de que terminase el primer tiempo, otra mujer se sentó con ellas en las gradas.

—Jane, te presento a Myriam, la mujer de Víctor.

—Recién casados, ¿eh?

—Sí.

—No me extraña que Víctor tuviese tanta prisa. Lleva toda la vida cuidando de ese holgazán de hermano suyo. Ahora que Sergio ya no está podrá recuperar el tiempo perdido.

Myriam se quedó helada. No podía hablar.

—No seas criticona, Jane —la regañó Sandy, mirándola por el rabillo del ojo.

—No soy criticona, estoy diciendo la verdad. Sergio era un problema. Nunca hacía los proyectos a tiempo y Jim siempre estaba quejándose porque tenía que terminarlos él. El pobre Víctor no ha podido hacer nada de lo que quería porque tenía que solucionar los problemas de su hermanito.

Myriam se clavó las uñas en las palmas de las manos. No sabía que Sergio fuese tan irresponsable. De hecho, su excusa para llegar tarde a casa siempre era el trabajo. Pero, claro, seguramente estaría con su amante.

No quería pensar en las palabras de Jane, pero no podía evitarlo. ¿Sería ella otro problema de Sergio que Víctor había tenido que solucionar?

A pesar del calor, su frente se cubrió de un sudor frío. Se sentía enferma, asqueada.

—¿Sabes dónde están los servicios, Sandy? —murmuró, llevándose una mano al estómago.

—Sí, iré contigo. Karen, ¿te importa cuidar del cachorro?

Cuando llegaron a los servicios, las náuseas habían desaparecido, afortunadamente. Myriam se echó un poco de agua fría en la cara.

—¿Quieres que llame a Víctor?

—Ya estoy aquí.

Myriam se volvió, sorprendida. Víctor siempre había solucionado los problemas de Sergio... ¿Por eso se había casado con ella? ¿Para terminar un trabajo que su hermano había dejado a medias?

Sus ojos se llenaron de lágrimas. Estaba enamorada de él. Era inútil engañarse.

—¿No ves que éste es el lavabo de señoras?

—Me han dicho que te habías puesto mala...

—Estoy bien. Y te estás perdiendo el partido.

Víctor se encogió de hombros.

—Estaba en el banquillo cuando te vi venir corriendo. ¿Estás bien, de verdad? ¿Quieres que te lleve a casa?

Sandy tocó su brazo.

—Te espero en las gradas.

—Gracias —suspiró Myriam—. Estoy bien, Víctor. Vuelve al campo.

—¿Qué ha pasado?

Myriam se dio la vuelta. ¿Por qué se había enamorado de él? ¿Por qué? Desde el principio sabía lo que iba a pasar...

—Nada, me han entrado náuseas.

—Ven a sentarte...

—¡Ya te he dicho que estoy bien!

—¿Qué te pasa, Myriam?

—Nada, no me pasa nada.

Víctor la llevó al coche de la mano y sacó una bolsa de galletitas y un bote de zumo.

—Come algo, ¿eh?

Myriam tenía lágrimas en los ojos. ¿Cómo no iba a quererlo? Era el hombre más bueno que había conocido nunca.

Veinte minutos después oyeron el primer trueno y, unos minutos más tarde, descargaba una tormenta sobre el campo de fútbol. El árbitro dio por terminado el partido y todos corrieron para buscar refugio.

—¡Vamos al coche! —gritó Víctor.

Una vez dentro, se quedaron en silencio. Myriam habría querido preguntarle si era una carga para él, otro de los problemas que había dejado su hermano, pero no tenía valor para escuchar la respuesta.

Víctor empezó a acariciar sus piernas, sonriendo.

—¿Qué?

—¿Lo has hecho en un coche alguna vez?

Myriam tuvo que sonreír.

—Me haces sentir como una adolescente perversa.

—¿Y eso es un problema?

—No lo sé, nunca lo he sido.

—¿El capitán del equipo de fútbol no quería ligar contigo?

—Yo no era muy popular en el instituto —suspiró Myriam. Pero no quería hablarle del rumor que hizo que sus amigos la abandonasen.

Víctor la miraba, incrédulo.

—¿Quieres que te demuestre lo divertido que puede ser hacerlo con la ropa puesta?

¿Divertido? A ella nunca le había parecido divertido... siempre había sido algo serio, intenso, nada satisfactorio. Hasta que conoció a Víctor. Le maravillaba que pudiese excitarla sólo con palabras. ¿Por qué no había experimentado eso antes? ¿Volvería a experimentarlo cuando aquel matrimonio terminase?

—Bueno.

Víctor empezó a besar su nariz, su frente, su cuello... hasta que fue la propia Myriam quien tomó su cara entre las manos. Era como un reto. Víctor acariciaba sus piernas, el interior de sus muslos, con agónica lentitud. Cuando metió la mano por debajo del pantalón corto, Myriam le clavó las uñas en la espalda, deseando que la tocara, que recrease la magia de aquella mañana... pero la tela del pantalón se lo impedía. Nunca antes había deseado arrancarse la ropa, pero en aquel momento lo deseaba.

—Estás empapado —murmuró.

—Y tú lo estarás enseguida —dijo Víctor con voz ronca.

Myriam sintió un escalofrío. Sus pechos estaban muy sensibilizados por las caricias de la mañana y se apartó un poco cuando él apretó uno de sus pezones con los dedos.

—Cuidado.

Víctor apoyó la cabeza en su pecho.

—Perdona, soy un cerdo. No se me había ocurrido pensar que lo de hoy ha sido demasiado para ti.

—No, no es eso. Te deseo Víctor. Quiero hacerlo... —no terminó la frase al darse cuenta de lo que estaba diciendo. Sergio siempre insistía en que se lo dijera, pero nunca era de verdad. Hasta aquel momento. Quería a Víctor, quería tenerlo dentro, hacer el amor con él. Quería mirarlo a los ojos mientras lo hacían, verlo perder el control y sentir ese poder.

Quería hacer el amor con él sabiendo que lo amaba.

—¿Sí?

Ella nunca había pedido nada. No sabía hacerlo.

—Quiero tocarte, quiero sentir tu piel.

Después de decirlo se mordió los labios, pero enseguida vio un brillo de pasión en los ojos del hombre.

—Vamos a casa antes de que nos detengan.

El sol empezaba a ponerse cuando llegaron. Víctor aparcó el coche y tomó su mano, riendo.

—¿A dónde vamos?

—A la piscina. ¿No querías tocarme?

—Sí, pero...

—Quítate los zapatos, Myriam.

—Pero estamos en el jardín. Podrían vernos.

—Rick no está en casa y nadie puede vernos desde la calle —sonrió Víctor, quitándose los pantalones.

El esplendor de su cuerpo desnudo y excitado la dejó sin aliento. ¿Podría hacer que aquel matrimonio funcionase? ¿Se atrevía a imaginar el futuro después de que terminara el acuerdo?

Víctor no parecía estar haciéndose preguntas porque le quitó la camiseta y el sujetador sin miramientos.

—Yo estoy desnudo, así que tú también.

Riendo, Myriam dejó que le quitase el pantalón y las braguitas. Luego, la tomó en brazos y se tiró a la piscina. El agua estaba caliente, pero ella lanzó un grito de sorpresa.

—¿Qué haces?

—¿No te gusta? —rió Víctor, aplastándola contra la pared. Su erección dejaba bien claras sus intenciones.

Pero Myriam tenía ganas de jugar y, después de hacerle una ahogadilla, salió huyendo. Víctor la atrapó enseguida, más excitado que antes, si eso era posible. Ella no llegaba al suelo, pero él sí y se colocó fácilmente entre sus piernas. Cuando sintió el roce de su rígido miembro, Myriam dejó escapar un gemido.

No podría ser un amante tan generoso si no sintiera algo por ella, pensaba.

—Myriam —dijo Víctor con voz ronca, como un hombre a punto de perder el control. Por ella. Si lo afectaba tanto como la afectaba él, entonces quizá, sólo quizá, podría haber un futuro para los dos.

—Víctor.

Como si hubiera dicho una palabra mágica, él se inclinó un poco y la penetró con un rápido movimiento, empujando una y otra vez mientras la besaba en el cuello como un hambriento.

A medida que crecía el placer, crecía también la esperanza, el amor. Lo amaba, lo amaba. Olas de placer, de felicidad, le hicieron cerrar los ojos. Poco después, Víctor echó la cabeza hacia atrás, vaciándose dentro de ella.

Y Myriam temió que aquel matrimonio temporal la llevase a un desengaño permanente.
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Mensaje  girl190183 Miér Dic 16, 2009 8:04 pm

GRACIAS POR EL CAPITULO
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Mensaje  mats310863 Miér Dic 16, 2009 10:05 pm

CADA VEZ SE PONE MEJOR ESTA NOVELA, GRACIAS

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Mensaje  alma.fra Miér Dic 16, 2009 10:44 pm

Muchas gracias por el capitulo, estos niños ya estan bien enamorados.
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Mensaje  myrithalis Miér Dic 16, 2009 10:46 pm

Que padre estuvo l Cap de ahora Graias por la novelita que cada vez se pone mas interesnate Saludos Atte: Iliana
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