Vicco y la Viccobebe
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Mujer Prohibida (Completa)

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Mensaje  marimyri Dom Dic 06, 2009 12:45 pm

regreso con otra novela que igual espero no hayan leido y ojala y les guste y se den su tiempo para leer la novela. Very Happy


pd me dicen si ya la postearon

Capítulo Uno

Su marido. Lo había amado. Lo había odiado. Y ahora se había ido. El dolor y el sentimiento de culpa dejaban a Myriam García helada hasta los huesos. Había querido terminar con ese matrimonio, pero no de esa forma. Nunca de esa forma.

Deseando quitarse los zapatos de tacón y el ajustado vestido negro, cerró la puerta cuando salió el último de los parientes y se apoyó en ella, con los ojos cerrados. Odiaba aquel vestido, pero era el único de color negro que no tenía escote... y a Sergio le gustaba. Myriam se alegró de que aquél fuera el último día que tenía que impresionar a nadie.

—¿Te encuentras bien? —la profunda voz de su cuñado, Víctor, la sobresaltó.

Myriam apretó los dientes mientras se daba la vuelta, con una sonrisa falsa en los labios.

—Creía que te habías ido.

Deseaba que se hubiera ido porque no quería que la viera así: débil, angustiada, perdida. Su mundo estaba patas arriba y no tenía fuerzas para fingir más, ni siquiera por Víctor.

—Salí al jardín un momento.

Perder a su hermano pequeño había sido terrible para él. El dolor había ensombrecido sus ojos marron, marcando las arruguitas que tenía alrededor. Sus atractivos rasgos estaban pálidos y su pelo oscuro parecía despeinado por la brisa, o por unos dedos nerviosos.

—Deberías irte a casa, Víctor.

«Por favor, vete antes de que me derrumbe».

—Sí, debería. Pero me siento tan... vacío —suspiró él. Con el flequillo sobre la frente parecía más un universitario que el jovencísimo propietario de una empresa de informática.

—Sí, entiendo.

—Estoy esperando que Sergio entre por esa puerta riendo y gritando: «¡Era una broma!».

Sí, a Sergio le gustaban las bromas crueles. Ella había sido objeto de muchas. Y la peor de todas era el desastre económico en que la había dejado sumida. Pero ni siquiera él podía haber falseado el accidente de coche en el que había perdido la vida.

—¿No te importa quedarte sola?

Sola. Las paredes de aquel mausoleo empezaban a ahogarla. En aquel momento, necesitaba un abrazo más que nada, pero había aprendido a sobrevivir sin ellos. Myriam se mordió los labios, abrazándose a sí misma.

—No me importa.

Le quemaban los ojos por falta de sueño y le dolía todo el cuerpo de estar paseando toda la noche. Ojalá nunca hubiera encontrado esa llave entre los efectos personales que le habían dado en el hospital. Si no hubiera encontrado la llave, no habría abierto la caja fuerte. Y si no hubiera abierto la caja fuerte... Myriam respiró profundamente.

¿Qué iba a hacer?

Estaba buscando los papeles del seguro de vida, pero lo que había descubierto eran extractos de cuentas bancarias en las que no había dinero y un diario privado en el que su marido escribió que nunca la había amado, que la encontraba tan sosa en la cama que tuvo que buscar otra mujer. Había catalogado sus defectos al detalle.

—¿Myriam? —Víctor levantó su barbilla con un dedo—. ¿Quieres que me quede esta noche? Podría dormir en la habitación de invitados.

No, no podía. Porque ella llevaba meses durmiendo en la habitación de invitados. Y si Víctor veía sus cosas allí, sabría que nada iba bien en el hogar de los García.

No quería contarle que Sergio y ella no se entendieron nunca, ni que había sospechado que su marido tenía una aventura. Incluso consultó con un abogado sobre el divorcio, pero Sergio decía que el problema era su trabajo y la convenció para que le diera otra oportunidad. Myriam había dejado que la convenciese de que un hijo resolvería todos los problemas y se acostaron juntos por última vez... poco antes de encontrar pruebas de su infidelidad, de perder los nervios y echarlo de casa.

Una hora después, Sergio moría en un accidente de tráfico.

—Estoy bien —dijo con voz rota. No tenía dinero, ni trabajo, ni forma de pagar la extravagante casa que Sergio insistió en comprar. Tenía que pagar el coche, las deudas... y por si eso no fuera suficiente...

Myriam se llevó una mano al abdomen, rezando para no haber quedado embarazada tras la última noche con su marido. Adoraba a los niños y siempre había querido tener una familia, pero en aquel momento no sabía siquiera cómo iba a cuidar de sí misma.

Víctor la abrazó y Myriam apoyó la cabeza en su hombro. Pero no quería llorar... no quería llorar y apretó los labios para no hacerlo. Sobreviviría, conseguiría salir de aquel lío.

—Tranquila —murmuró él.

Myriam notó su aliento en la frente, sus manos grandes en la espalda, el aroma tan masculino de su colonia... y sintió un escalofrío. Sorprendida, intentó apartarse, pero él no la dejó. Lo sintió temblar y después, algo húmedo rozando su cuello. Las lágrimas de Víctor.

Se le encogió el corazón. Víctor había estado a su lado mientras identificaban el cadáver de Sergio y, durante el funeral, intentó esconder su pena para darle valor. Por eso, verlo así era más doloroso.

Myriam decidió concentrarse en el dolor de su cuñado porque el suyo estaba mezclado con otras emociones: desilusión, fracaso, rabia, traición, culpa.

—Se nos pasará —murmuró—. Todo pasará, ya lo verás.

Deseando ofrecerle el consuelo que necesitaba, enredó los brazos alrededor de su cintura, susurrando palabras tranquilizadoras en su oído, pero nada de lo que dijera podría cambiar lo que había pasado. No podía devolverle la vida a Sergio.

Víctor enterró la cara en su cuello. Su aliento le quemaba la piel y sintió un extraño cosquilleo en el abdomen. Hacía años que nadie la abrazaba así. Llevaba mucho tiempo helada por dentro y no era culpa de Víctor que su cuerpo reaccionase de esa forma.

Él se apartó entonces, pasándose una mano por la cara.

—Se me pasará enseguida.

—Es normal —murmuró Myriam.

Ver llorar a aquel hombre tan fuerte le encogía el corazón. Enternecida, se puso de puntillas para darle un beso en la cara, pero él volvió la cabeza de repente y... lo besó en los labios sin querer. Cuando las solapas de su chaqueta rozaron sus pechos, Myriam se sintió avergonzada al notar que había una reacción sexual. ¿Cómo podía responder con Víctor y no con su marido?

Sergio decía que era frígida. Pero no había sido frígida hasta que él le hizo daño buscando su propio placer, sin pensar en ella. Después de eso, cada vez que la tocaba algo se le encogía por dentro. Myriam temía la intimidad del matrimonio porque representaba su fracaso como esposa y como mujer.

—Quiero olvidar —la voz angustiada de Víctor amenazaba con romper el dique emocional que Myriam había construido alrededor de su corazón.

—Yo también —murmuró, tocando su cara. El roce de su barba, tan masculina, hizo que sintiera un escalofrío.

Estaban muy cerca. El dolor en los ojos de Víctor se volvió sorpresa y luego otra cosa... algo que la calentaba por dentro, que le daba miedo, que aceleraba su corazón. Pero no podía apartar la mirada.

Myriam se pasó la lengua por los labios, buscando las palabras que rompieran aquel momento prohibido.

Víctor la miraba con los ojos ardiendo y, antes de que pudiera apartarse, buscó sus labios en un beso desesperado. Una ola de deseo la transportó a su última cita con Víctor, ocho años antes, cuando pensó que él podría ser el hombre de su vida. La transportó a un tiempo en el que su corazón no estaba roto, antes de que Sergio entrase en su vida, cuando se sentía hermosa y deseable y aún tenía esperanzas para el futuro en lugar de desesperación.

Víctor se apartó y sus miradas se encontraron por un momento. Levantó una mano para acariciar sus labios con un dedo... Myriam podría haberse apartado, pero no lo hizo y él inclinó la cabeza para besarla en la frente, en las mejillas.

Debería detener aquello, pensaba. Pero su cuerpo había estado muerto durante tanto tiempo que las caricias de Víctor lo despertaban a la vida. Era como si hubiese apartado la piedra de entrada a la cueva donde había enterrado su alma durante aquellos ocho años. El calor que transmitía derretía lo que su marido había congelado con sus insultantes comentarios.

Los labios de Víctor rozaron los suyos una vez, dos veces, como pidiéndole permiso, antes de tomar su boca ansiosamente.

Myriam abrió los labios, dejando que la explorase, disfrutando del roce de su lengua. Durante su matrimonio se había acostumbrado a los besos asfixiantes de Sergio, pero no sabía cómo reaccionar ante la suave persuasión de aquel hombre, su cuñado. No sentía repulsión alguna y él la apretaba sin hacerle daño. No tendría cardenales cuando terminase aquella locura. Y terminaría. «Ahora», se dijo. Pero no tenía fuerza de voluntad para apartarse.

—Dime que me vaya —murmuró Víctor. A pesar de eso, deslizaba las manos por sus costados, por sus caderas, apretando su trasero hacia él.

El calor de su cuerpo traspasaba la tela del vestido. El cuerpo duro del hombre se aplastaba contra el suyo y sentía el rígido miembro apretándose contra su abdomen. No podría haberse apartado aunque su vida dependiera de ello. Pero le temblaban las piernas y, sujetándose a las solapas de su chaqueta, Myriam echó la cabeza hacia atrás, buscando aire.

Apenas tuvo tiempo de respirar antes de que Víctor devorase su boca con un ansia que debería haberla asustado. Pero no era así, todo lo contrario. Sus caricias encendían una hoguera en su interior, una hoguera que ella creía apagada para siempre. Myriam dejó escapar un gemido cuando él, acariciando ansiosamente sus pechos, apartó sus piernas con la rodilla todo lo que daba de sí la tela del vestido.

Sentía un deseo en el bajo vientre que no había sentido en años. Le temblaban las rodillas. ¿Qué estaba haciendo? ¿Se había vuelto loca? No podía responder a ninguna de esas preguntas. Apartando la chaqueta, empezó a acariciarlo por encima de la camisa. El corazón de Víctor latía con fuerza, igual que el suyo.

Él se quitó la chaqueta con un abrupto movimiento y volvió a abrazarla. Su mirada oscura chocó con la suya. La pasión que había en sus ojos la hacía temblar. Por dentro, por fuera, por todas partes.
Víctor metió los dedos en su pelo para quitarle las horquillas que sujetaban su larga melena castaña.

—Myriam —dijo con voz ronca. No sabía qué le estaba pidiendo y daba igual porque la voz, junto con la cordura, la habían abandonado. Sólo podía pensar que Víctor la deseaba.

Levantó una mano para tocar su cara y él aprovechó para besar apasionadamente su muñeca.

Luego, sin decir nada, tiró hacia arriba del vestido. A Myriam se le quedó el aliento en la garganta. Los largos dedos del hombre dejaban un rastro de fuego en su piel, en contraste con el aire frío que helaba sus muslos mientras le bajaba las bragas. La acariciaba con una ternura que la derretía por dentro. Myriam echó la cabeza hacia atrás, dejando escapar un gemido de placer.

Víctor la llevó hasta la escalera y la empujó suavemente para sentarla en el primer peldaño. Así, sentada, le quitó las bragas, y empezó a desabrocharse el cinturón. Clavando las uñas en la alfombra, Myriam luchó para recuperar la cordura.

Un fragmento de su mente reconocía lo que iba a pasar si no ponía fin a aquella locura. Debería detenerla, pero se sentía viva por primera vez en años. Viva y excitada como nunca. Como una mujer y no como un bloque de hielo. De modo que permaneció muda.

En lugar de empujar a Víctor, alargó una mano para ayudarlo a bajarse los pantalones. Jadeando, él separó sus muslos, tumbándola de espaldas sobre la escalera, consumiendo su boca con besos que le robaban la razón. La cabeza de su erección se abrió paso entre sus pliegues y, cuando empujó con fuerza, Myriam se quedó sin aire en los pulmones.

«No me duele», pensó por un segundo. Víctor empujaba con fuerza, sin dejar de acariciarla allí donde sus cuerpos se unían, en el centro neurálgico de su ser, besándola en el cuello, apretando su trasero, haciéndole experimentar un placer que le resultaba completamente nuevo.

Sorprendida, clavó las uñas en sus firmes nalgas mientras Víctor la mordía en el cuello, murmurando su nombre, sin dejar de poseerla.

Enredando los brazos alrededor de su cuello, Myriam se perdió en aquella enajenación. Con los músculos relajados, abrió más las piernas para dejar que la poseyera profundamente, tanto como para llegar a las porciones de su alma que había tenido escondidas durante años.

Víctor devoraba su boca como un hombre hambriento y ella se arqueó para recibir sus embestidas. Él se estremecía, empujando con fuerza, jadeando roncamente como un animal herido.

Poco después, cayó sobre ella, aplastándola contra la escalera. Sus jadeos resonaban por todo el vestíbulo. Flotando en una nube, Myriam apretó los labios contra el cuello del hombre para disfrutar del sabor salado de su piel.

Después, puso las manos sobre el corazón de Víctor, intentando entender lo que había pasado. ¿Por qué? ¿Y por qué con él, con su cuñado? El vacío en el que había vivido durante años había desaparecido por completo. Hacer el amor con Sergio, si podía llamarlo así, jamás la había conmovido como copular con Víctor. Incluso enfebrecido, había pensado en ella y, sin embargo...

Dios santo, ¿qué había hecho?


Última edición por marimyri el Vie Dic 18, 2009 4:36 pm, editado 13 veces
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Mensaje  girl190183 Dom Dic 06, 2009 3:57 pm

Nueva nove ea ea gracias se ve que va estar muy buena Very Happy
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Mensaje  jai33sire Dom Dic 06, 2009 5:50 pm

gracias por una nueva novelita

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Mensaje  mats310863 Dom Dic 06, 2009 9:03 pm

QUE INICIO, ME QUEDE Shocked ME ENCANTO EL INICIO, SALUDOS

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Mensaje  alma.fra Dom Dic 06, 2009 10:41 pm

Oraleee Shocked Shocked Shocked , ke buen capitulo, muchas gracias por esta nueva novela, te esperamos con el siguiente.
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Mensaje  Eva_vbb Lun Dic 07, 2009 12:19 am

WOOOW QUE INICIOOO SE VE QUE VA A ESTAR MUY INTERESANTE
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GRACIAS X COMPARTIR LA NOVE... TE ESPERAMOS CON EL SIGUIENTE CAP...
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Mensaje  susy81 Lun Dic 07, 2009 12:22 pm

vayaaaaaaaaa!!!! que buen inicio ....su cuñadoooo!!!!! no manchesssss

sigueleeeeeeeee primaaaaaaaaa...se ve que va a estar buenisima...gracias por el capitulo Shocked

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Mensaje  marimyri Lun Dic 07, 2009 2:17 pm

capitulo 2



El sudor hacía que la camisa de Víctor se pegara a su espalda como una segunda piel. Su corazón latía como si quisiera salirse de su pecho y jadeaba angustiosamente para buscar aire.

Myriam lo empujó entonces. La combinación de pánico y remordimientos que vio en sus ojos miel le hizo un nudo en el estómago. Y la vio cerrar los ojos cuando miró su alianza.

¿Qué había hecho? ¿Cómo podía haberse aprovechado de la viuda de su hermano? Víctor intentó levantarse, pero le temblaban las piernas. Avergonzado, se subió los pantalones y, con las prisas, estuvo a punto de tener un accidente mientras se subía la cremallera.

—Lo siento, Myriam. Esto no debería haber pasado —su voz parecía la de un desconocido, pero era un milagro que hubiese podido decir una sola palabra.

Ella se levantó, bajándose primorosamente el vestido. Pero cuando vio las braguitas negras en el suelo de mármol blanco su rostro se descompuso.

Víctor cerró los ojos. Había perdido el control. Le había hecho el amor a su cuñada en el suelo, como si fuera un adolescente.

«Idiota». «¿En qué estabas pensando?».


—No pasa nada, Víctor. Los dos necesitábamos olvidar por un momento. No volverá a ocurrir —murmuró ella, casi sin voz.

—¿Quieres olvidar lo que ha pasado?

El no podría. ¿Cómo iba a olvidar la suavidad de su piel, el sabor de sus labios, el calor de su cuerpo?

—Sí.

—A menos que tomes la píldora, olvidar podría no ser tan fácil. No he usado nada... Lo siento. Si te sirve de consuelo, no me había pasado nunca.

Myriam cerró los ojos, tragando saliva. El vestido negro se ajustaba a cada curva de su cuerpo como una tentación.

—Myriam, ¿tomas la píldora?

—Yo... Estoy muy cansada.

—¿Myriam?

—No tomo la píldora y el momento... el momento no era el mejor.

Víctor la tomó por los brazos.

—¿Qué estás diciendo, que podrías quedar embarazada? ¿Cómo puedes saberlo?

Su rostro perdió todo el color, acentuando las profundas ojeras. El deseo de apretarla contra su corazón era tan fuerte que Víctor tuvo que hacer un esfuerzo para apartarse. El deseo de consolarla acababa de hacer que perdiese la cabeza...

Había cruzado una línea prohibida.

Víctor se metió las manos en los bolsillos del pantalón mientras ella, distraídamente, se llevaba una mano al abdomen donde, en aquel momento, sus células podrían estar mezclándose para crear una nueva vida. Víctor no podría ponerle nombre a las emociones que despertaba ese pensamiento.

—Sergio y yo estábamos intentando tener hijos y... el día que murió había empezado mi ciclo de fertilidad.

El apretó los labios, angustiado. Después de enterrar a su hermano pequeño, le había hecho el amor a su cuñada... La mujer a la que debería proteger ahora que estaba sola. Entonces recordó lo que acababa de decir: Sergio y ella habían querido tener hijos. Sergio era la única familia que tenía y su hijo podría estar creciendo en aquel mismo instante en el vientre de Myriam. Víctor se agarró a lo que quedaba de su hermano como si fuera un salvavidas.

Podía ser tío.

O padre.

Nervioso, tuvo que tragar saliva. Lo primero sería una bendición, lo segundo una maldición por haber tomado lo que no era suyo. Y, sin embargo, le hacía ilusión que Myriam tuviera un hijo suyo.

Debería marcharse de allí, pensó, para poder pensar con claridad, para recuperar la razón que había perdido durante unos minutos. Pero no podía hacerlo hasta que supiera si Sergio le había dejado dinero a su mujer.

—Me quedé porque quería saber si podrás mantenerte con el seguro de vida de mi hermano —dijo, con voz ronca.

El silencio se alargó tanto que pensó que Myriam no iba a contestar. Pero entonces ella levantó la mirada.

—Tu hermano había dejado de pagar el seguro.

Genial. Sergio nunca se había molestado en lo que consideraba detalles triviales.

—¿Y qué vas a hacer ahora?

Ella se cambió de pie, incómoda. Ese gesto le recordó que estaba desnuda y húmeda bajo el vestido. Pero sería mejor no pensar en eso.

—Prefiero no hablarlo ahora mismo, Víctor.

—Sé que estas cansada, que ha sido un día terrible para ti... y yo he metido la pata hasta el fondo. Pero no me iré hasta que me digas si tienes dinero.

—Eso no es problema tuyo. Tendré que buscar trabajo...

—¿De qué?

—No lo sé. Antes era camarera.

Myriam era camarera en un café de Chapel Hill cuando la conoció, ocho años antes. Entonces era una cría de diecinueve años que atraía a todos los clientes con su preciosa sonrisa y sus ojos miel. Su uniforme consistía en una blusa blanca de cuello cerrado y una minifalda negra que dejaba al descubierto unas largas y torneadas piernas...

Le pareció tímida hasta que empezó a conocerla. Entonces descubrió que era una mujer ambiciosa.

Myriam soñaba a lo grande y eso era algo que tenían en común.

Tardó meses en pedirle que saliera con él porque tenía varios años más que ella, pero al final no pudo resistirse. Pero cuando empezaron a salir cometió el segundo gran error de su vida: se la presentó a su hermano. Un viaje de negocios lo obligó a salir de la ciudad y, cuando volvió, la encontró casada con él.

«Olvídate de eso, García. No puedes cambiar el pasado. Ella eligió a Sergio».

—Trabajando de camarera ganarías el sueldo mínimo. Tú mereces algo más que eso.

—Víctor, sólo tengo el bachiller y un semestre en la universidad. No estoy cualificada para casi nada.

—Deberías haber terminado la carrera.

Myriam apartó la cara y Víctor se percató de que tenía unas marcas rojas en el cuello. La había marcado con su pasión, pensó. El deseo de acariciar esa marca, de devolverle el color natural a su piel, lo pilló por sorpresa.

—Sergio quería que me quedara en casa.

Él arrugó el ceño. No era eso lo que su hermano le había contado.

—¿Has hablado con el administrador?

—No, yo... Sergio se encargaba de todo.

Víctor suspiró. Su hermano era un genio del marketing, pero los números nunca habían sido lo suyo.

—¿Cuándo vas a hablar con él?

—Lo veré dentro de unos días, pero le he echado un vistazo a las cuentas y... voy a vender la casa.

¿Vender la casa? Eso no tenía sentido. Sergio ganaba un buen sueldo como director de marketing de la empresa García—Software.

—¿Vas a vender la casa? ¿Por qué?

Myriam levantó la cabeza, con expresión cansada.

—Es demasiado grande para mí.

Víctor masculló una maldición. Si Sergio hubiera pagado el seguro de vida, Myriam no se vería obligada a vender la casa en la que había vivido con su hermano. En la que... lo había amado. Ese pensamiento le resultó extrañamente turbador.

—¿Puedo hacer algo por ti?

—No, gracias. Ya he hablado con una inmobiliaria... Van a venir a hacer la tasación.

Parecía dispuesta a hacerlo todo sola. Pero él estaba decidido a ayudarla. Myriam era su responsabilidad... especialmente si llevaba un García en su vientre.

—Puedes vivir en mi casa hasta que encuentres otro sitio.

—No, gracias.

Era lógico. Después de lo que había pasado... Víctor se pasó una mano por el pelo.

—Lo que ha pasado... no sabes cómo lo lamento. No volveré a perder el control, te doy mi palabra.

¿Por qué sonaba como una mentira? ¿Y por qué Myriam hizo un gesto de dolor, como si la hubiera abofeteado? Víctor se habría dado de tortas. Pero en lugar de eso, sacó unos billetes de la cartera.

—Sólo llevo esto, pero puedo darte más... todo lo que necesites.

Ella se puso pálida.

—¿Estás intentando que me sienta como una prostituta?

—¡No! Pensé que necesitarías dinero y...

Ella no hizo movimiento alguno.

—No necesito nada, gracias.

—Quiero ayudarte...

—Sé que estás acostumbrado a cuidar de Sergio, pero tengo veintisiete años, Víctor. Puedo cuidar de mí misma. Y ahora, si no te importa, estoy agotada, así que... —Myriam abrió la puerta. La invitación no podía ser más clara.

—Myriam...

—No quiero seguir hablando. Vete, por favor.

—Muy bien, me iré. Pero tenemos que hablar.
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Mensaje  girl190183 Lun Dic 07, 2009 3:08 pm

gracias por el capitulo niñaaaaa Very Happy
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Mensaje  myrielpasofan Lun Dic 07, 2009 7:44 pm

grax por el capi...
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Mensaje  jai33sire Lun Dic 07, 2009 8:48 pm

gracias por el capitulo y siguele por faaaaaaaaa

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Mensaje  mats310863 Lun Dic 07, 2009 10:25 pm

AMBOS ESTAN MAL QUERIENDO FINGIR QUE NO PASO NADA ENTRE ELLOS,
¿POR QUÉ MYRIAM NO LE DICE LA VERDAD SOBRE SU SITUACIÓN ECONOMICA?
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  alma.fra Lun Dic 07, 2009 10:27 pm

Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente.
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Mensaje  Eva_vbb Mar Dic 08, 2009 12:45 am

mats310863 escribió:AMBOS ESTAN MAL QUERIENDO FINGIR QUE NO PASO NADA ENTRE ELLOS,
¿POR QUÉ MYRIAM NO LE DICE LA VERDAD SOBRE SU SITUACIÓN ECONOMICA?
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

ESO,ESO,ESOOOOOOOO Mujer Prohibida (Completa) 388331 Mujer Prohibida (Completa) 388331 Mujer Prohibida (Completa) 388331 Mujer Prohibida (Completa) 388331 Mujer Prohibida (Completa) 388331 Mujer Prohibida (Completa) 388331 YO OPINO LO MISMO Y GRACIAS X EL CAP.... TE ESPERAMOS CON EL SIGUIENTE
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Mensaje  marimyri Mar Dic 08, 2009 4:48 pm

Gracias por sus mensajitos Very Happy

Capítulo Tres

—¿Está diciendo que la situación es peor de lo que yo creía?

Myriam estaba sentada al borde de la silla, frente a Jim Alien, el administrador de los bienes de su marido, con una hora de terminología legal dando vueltas y vueltas en su cabeza.

El hombre la miró por encima de sus gafas bifocales. El despacho, elegantemente amueblado, olía a dinero. Irónicamente, acababa de decirle que ella no tenía nada.

—El patrimonio de su esposo está cargado de deudas, señora García. Tendrá que liquidar sus propiedades para pagarlas. Lo único que está libre de deudas es el treinta por ciento de García—Software.

Myriam se irguió, intentando disimular su miedo.

—¿Debería vender esas acciones?

—Sí, pero su cuñado podría negarse.

—No creo que eso sea un problema. Víctor querrá comprar la parte de su hermano.

—Tiene usted derecho a vender la casa cuando quiera. Y le recomiendo que lo haga antes de que el banco emprenda acciones legales.

—¿Y los muebles?

—Mi secretaria le dará el nombre de una empresa que podría comprárselos.

Myriam apretó los puños para que no le temblasen las manos. La tarea que tenía por delante parecía formidable, pero el treinta por ciento de García—Software le daría dinero suficiente para empezar de nuevo.

—Sé que ha pagado usted el funeral... y, sin embargo, el dinero no salió de ninguna de las cuentas de su marido.

Ella empezó a darle vueltas a la alianza.

—No, devolví un regalo que me hizo... y usé ese dinero.

¿Si no hubiera tenido dudas después de su último encuentro íntimo con Sergio, habría descubierto la existencia de su amante?

Estaba colocando el traje de su marido, como hacía siempre, cuando una cajita de terciopelo cayó al suelo. Una cajita con un enorme anillo de diamantes. Myriam se emocionó porque creyó que era un regalo para ella, un regalo que significaba un nuevo comienzo en su matrimonio. La inscripción en el interior del anillo destrozó sus esperanzas:

Para Nina, con amor. Sergio.

En ese momento, sus peores miedos quedaron confirmados. Su marido le era infiel.

Sergio inventó una historia, siempre tenía una historia. Decía haber comprado el anillo para ella y haber decidido luego que no era su estilo. Según él, pensaba devolverlo al día siguiente... incluso sacó el recibo para probarlo. Lo peor era que, de no haber visto la inscripción, lo habría creído otra vez. Sergio decía que habían cometido un error en la joyería, pero Myriam sabía que no era verdad. Podía ver la mentira en sus ojos.

Si no hubiera estado tan enfadada por su propia ingenuidad, si no le hubiera gritado, furiosa por tantos años de mentiras, ¿Sergio seguiría vivo? Le exigió explicaciones, le juró que al día siguiente pediría el divorcio... Una hora después, la policía llamaba a su puerta para decirle que Sergio había muerto.

Cuando quedó claro que no había dinero siquiera para pagar el entierro, Myriam devolvió el anillo a la joyería. Había costado más de diez mil dólares. Su propio anillo, una simple alianza de oro, había costado sólo cien. Eso demostraba lo poco que Sergio la estimaba.

¿Cómo había podido estar tan ciega?

—¿Señora García? —la voz del administrador interrumpió sus pensamientos.

—¿Sí?

—Debo sugerirle algo más: busque trabajo lo antes posible.




Myriam le había dado esquinazo por última vez. La vería aquel mismo día, como fuera.

Víctor apretó los dientes mientras se dirigía hacia la casa. Llevaba una semana intentando ponerse en contacto con ella. Sí, Myriam había contestado... dejando mensajes en su casa cuando sabía que estaría en la oficina.

¿Cómo iba a cuidar de Myriam si ni siquiera podía hablar con ella?

Le había dado unos días porque el recuerdo de sus besos, de su piel, de sus gemidos de pasión, seguía persiguiéndolo, pero no pensaba dejar que lo evitase para siempre.

Cuando llegó a la casa, el cartel de Se Vende lo sorprendió. Pero lo sorprendió más que hubiese organizado un rastrillo en el jardín. Había gente, extraños, observando las intimidades de su hermano... Sólo había muerto diez días antes y Myriam ya parecía dispuesta a borrar su recuerdo.

Víctor salió del coche y se dirigió hacia ella, furioso. Los pantalones cortos y la blusa sin mangas que llevaba harían que cualquier hombre de sangre caliente se excitara de inmediato. El escote de la blusa casi revelaba el nacimiento de sus pechos y el pelo castaño caía por su espalda como una cascada de oro. Su mera presencia lo excitaba, pero en aquel momento la rabia era más fuerte.

—¿Qué estás haciendo? —le espetó, furioso.

—Estoy vendiendo las cosas que no podré llevarme a un apartamento pequeño —contestó ella.

—Ésos son los libros de mi hermano, los palos de golf de mi hermano, su ropa...

—Víctor, lo siento, debería habértelo dicho...

—¡Todas las posesiones de mi hermano están aquí!

Myriam miró por encima de su hombro, como para advertirle que la gente estaba mirando. Víctor la llevó aparte.

—Myriam...

—He separado las cosas que pensé que te gustaría conservar...

—No estoy hablando de eso. Es como si estuvieras intentando borrar a Sergio de tu vida.

Ella se soltó, enfadada.

—Mis recuerdos están aquí —dijo, señalando su frente—. Esto son sólo cosas.

Víctor empezó a pasear, nervioso. ¿Intentaba borrar a Sergio de su vida? ¿Por qué? ¿Y si estaba embarazada?

—¿Por qué intentas olvidar a mi hermano?

—No es eso. Es que... tengo que pagar deudas.

—¿Qué deudas?

—Nada que no pueda solucionar —contestó ella, sin mirarlo.

—Myriam, no puedo ayudarte si no me lo cuentas.

—Ya te he dicho que no necesito tu ayuda. Tengo que pagar deudas de... las tarjetas de crédito. Y puedo cancelarlas vendiendo algunas cosas que no necesito.

Víctor dejó escapar un suspiro. ¿Sergio no había aprendido nada después de tener que apretarse el cinturón tras la muerte de sus padres? Y desde que se casó con su hermano, Myriam había llevado un estilo de vida muy sofisticado, con vestidos caros, manicura, peluquería... Se cambiaba el color del pelo cada temporada.

Su hermano solía decir que cada vez que se teñía el pelo era como hacer el amor con una mujer diferente, una pelirroja, una morena... Era como engañarla sin engañarla, solía decir, guiñándole un ojo.

Esos comentarios le asqueaban, pero nunca se lo dijo. Como tantas otras cosas.

Myriam. Myriam era tan importante para él... Una vez creyó que había un futuro para los dos, pero eso fue antes de que ella eligiera a su hermano.

A Víctor le gustaba cuando iba de castaña y, además, ahora sabía que era su color natural. Pero le gustaba más cuando era una camarera que se cambiaba el uniforme por un par de vaqueros. Sí, lo atraían sus curvas como a cualquier hombre, pero prefería que una mujer dejase algo a la imaginación. Y desde que se casó con su hermano... esos vestidos que llevaba eran como una segunda piel.

Víctor se aclaró la garganta, intentando controlar la incomodidad que empezaba a sentir bajo la cremallera del pantalón.

—¿Cuánto dinero debes?

Myriam levantó la barbilla, orgullosa.

—Mira, ahora mismo estoy ocupada. ¿Podemos hablar de esto en otro momento?

Estaba claro que no quería darle explicaciones. Víctor sabía que no tenía derecho a interrumpir el rastrillo, pero no podía soportar ver a unos extraños llevándose las cosas de su hermano.

—¿A qué hora terminarás?

—Mi vecino vendrá a las tres para ayudarme a guardar lo que no se haya vendido.

—Volveré por la tarde entonces.

Como si no hubiera pasado nada. Tenía que decirse a sí misma que el hombre que se acercaba no le había dado más placer en cinco minutos que su marido en ocho años.

Como era una cobarde, Myriam salió corriendo hacia la puerta de la cocina. No podría soportar recibirlo en el vestíbulo.

El polo azul marino de Víctor delineaba sus pectorales a la perfección. La manga corta revelaba unos bíceps y unos antebrazos bien formados, cubiertos por un suave vello oscuro, el mismo que asomaba por el cuello abierto del polo. Los pantalones de color caqui, cortos, dejaban al descubierto unas piernas musculosas, duras como piedras. Myriam apretó los puños, casi haciendo un esfuerzo para no tocarlo.

Había perdido a su marido y, aunque hubiese dejado de amar a Sergio mucho tiempo atrás, no debería mirar así a su hermano. Avergonzada, agachó la cabeza, esperando que él no se hubiera dado cuenta.

—Has estado evitándome.

—Es que he estado muy ocupada con el papeleo, la inmobiliaria...

Víctor la miró de arriba abajo, haciéndole sentir un escalofrío.

—¿Cómo va todo, Myriam?

—Bien. ¿Y tú, cómo estás?

Él se encogió de hombros. Qué típico de los hombres esconder sus emociones, pensó. Su padre, un duro policía, había sido igual... especialmente tras la muerte de su madre.

—Entra, por favor. ¿Quieres un café?

—Sí, gracias.

Myriam intentó controlar el temblor de sus manos para no tirar el café en la encimera. Pero le resultaba difícil porque notaba los ojos de Víctor clavados en su espalda.

—¿Cuánto dinero debes? —la pregunta parecía impersonal, pero no así su mirada.

La intimidad estaba entre ellos como si fuera algo vivo, algo que los conectaba como nunca.

«No intentes engañarte a ti misma». No habían hecho el amor en el vestíbulo, sólo habían copulado como dos animales en celo. Y el arrepentimiento de los dos dejaba claro que no volvería a repetirse.

Entonces, ¿por qué no podía olvidarlo? ¿Y por qué, cuando Víctor la miraba de esa forma, su cuerpo parecía recordar cada caricia, cada beso?

«Dios mío, ¿qué pensará de mí?», se preguntó. ¿Se habría convertido en la típica viuda alegre?

Nerviosa, dio un paso atrás, hacia la ventana que daba al jardín, y se concentró en las plantas, quitando una hoja por allí, arrancando una raíz por allá. Pero el aroma de su colonia parecía perseguirla.

—¿Cuánto dinero debes, Myriam? —insistió Víctor.

—Eso no es problema tuyo.

—Lo es si tengo que ayudarte.

—No tienes que ayudarme. Sólo tienes que comprar las acciones de Sergio. Con ese dinero pagaré todas las deudas.

El se metió las manos en los bolsillos del pantalón.

—Ahora mismo no puedo hacerlo. La empresa está atravesando ciertas dificultades.

Myriam sintió un escalofrío en la espalda. Eso era lo único que tenía. Si no podía vender las acciones, estaría en la ruina.

—Pero necesito el dinero para empezar de nuevo una vez que venda la casa.

—Y yo necesito que seas paciente. Dame la oportunidad de levantar la empresa otra vez. Si vendes ahora, sólo conseguirías una fracción de lo que valen.

—Pero...

—¿Qué piensas hacer?

Myriam se llevó una mano a la frente.

—Mi tía ha dicho que puedo quedarme con ella durante un tiempo.

—¿En Florida? Si estás buscando vivienda gratis, ven a mi casa. Hay sitio para ti.

La oferta era tentadora, pero... Ella adoraba aquella pequeña ciudad, con sus colinas, sus carreteras llenas de curvas y su ambiente universitario. Y la casa de Víctor, en la zona más antigua de la ciudad, tenía un encanto que nunca tendría una casa nueva. Cuando terminase con las reformas, quedaría de maravilla.

Pero Víctor le había hecho perder la cabeza. Y después de ocho años soportando una relación que la tenía atada de pies y manos, no quería volver a perder la cabeza por nadie.

—Gracias, pero esperemos no tener que llegar a eso.

—¿Estás buscando trabajo?

—Sí.

Llevaba tres días buscando, pero los universitarios se habían marchado a casa para pasar el verano y los establecimientos estaban recortando personal.

—¿Te gustaría trabajar en mi empresa?

Myriam miró por la ventana. Lo último que deseaba era tener que ver a Víctor todos los días, recordar que se había aferrado a él como una mujer hambrienta de afecto.

—Nunca he trabajado en una oficina.

Él le puso una mano en el hombro. Cuando se volvió, en sus ojos vio simpatía, frustración y... deseo.

Tampoco Víctor había olvidado lo que pasó.

—Myriam, yo puedo darte dinero para los primeros gastos u ofrecerte un puesto de trabajo. Elige tú. Pero no me gustaría que te fueras de Chapel Hill hasta que sepamos si estás embarazada de Sergio... o de mí.

El corazón de Myriam se aceleró. ¿Sería posible? ¿Podría estar embarazada de Víctor? Si fuera así... ¿cómo podía negarle sus derechos como padre?

«No temas algo que aún no ha pasado. Las posibilidades de quedar embarazada el primer mes, después de tomar la píldora durante tanto tiempo, son muy escasas».

—Gracias, pero prefiero buscar otro trabajo.

No quería rendirse a la tentación de pedirle ayuda, de apoyarse en él. Había llegado el momento de solucionar los problemas por su cuenta.

—Quiero ayudarte —insistió Víctor.

Ella respiró profundamente.

—Y yo quiero un trabajo de verdad, no uno que me dan por compasión.

—Éste es un trabajo de verdad. Mi secretaria necesita ayuda. La secretaria de Sergio se marchó hace meses y Opal tiene que hacer su trabajo y el de Nina.

Myriam abrió mucho los ojos.

Nina. La amante de Sergio.

Como le había pedido que no lo llamase a la oficina a menos que fuera algo muy urgente, Myriam ni siquiera sabía el nombre de su última secretaria... ¿Sabría Víctor que su hermano le era infiel?

¿Mentiría para protegerlo?

Con el corazón en la garganta, Myriam intentó encontrar una respuesta lógica:

—Nunca he trabajado como secretaria.

—Ya aprenderás.

—Me lo pensaré. Pero siéntate un momento, quiero enseñarte algo.

—¿Qué?

—Espera, tengo que subir al dormitorio.

Cuando miró hacia el vestíbulo, comprobó que Víctor estaba mirando también. Y en sus ojos vio que también él recordaba lo que había pasado...

Víctor observó el contenido de la cajita de madera que Myriam había dejado sobre la mesa. Había objetos de oro, plata y otros metales preciosos, todos mezclados.

—¿Lo has guardado tu?

—Ni siquiera sabía que Sergio tuviera escondido este tesoro hasta que me puse a buscar el testamento. Encontré la caja escondida en el fondo de un armario, pero he visto tu nombre en un par de cosas y pensé que estarías interesado. No quiero vender nada que tenga algún valor sentimental para ti.

—¿No has encontrado el testamento?

—No. El abogado ha buscado en el registro, en el banco y en todas partes, pero parece que Sergio murió sin hacer testamento.

Otro detalle que su hermano había olvidado. A Víctor lo enfurecía que hubiera sido tan irresponsable.

Si un hombre amaba a una mujer, intentaba cuidar de ella... y de los hijos que pudieran tener.

Intentando no pensar en eso, sacó un reloj de oro de la caja y trazó con el dedo el nombre grabado por detrás. Recordó entonces a su padre mirando aquel reloj, diciendo que se lo dejaría como herencia...

—Era de mi bisabuelo, el primer Víctor García.

Myriam dejó una taza de café sobre la mesa y se apartó enseguida, como si tuviera miedo de acercarse demasiado.

—¿Y por qué lo tenía Sergio?

—Porque me lo pidió.

Y, tras la muerte de sus padres, él le había dado todo lo que le pedía.

—Pero era para ti, ¿no?

—Se lo debía.

Le debía algo que nunca podría pagarle.

—¿Qué le debías?

¿No se lo había contado Sergio? Víctor apartó la mirada.

—Yo maté a nuestros padres.

Myriam se llevó una mano al corazón.

—Tus padres murieron en un accidente.

—Pero yo iba al volante.

—Un borracho se saltó un semáforo...

—Si yo no hubiera arrancado en cuanto el semáforo se puso en verde, si hubiera mirado dos veces en lugar de pisar el acelerador como un loco...

Myriam se sentó a su lado.

—Víctor, el accidente no fue culpa tuya. Sergio me lo contó todo. El otro conductor no llevaba las luces encendidas, iba borracho, se saltó el semáforo... tú no pudiste hacer nada.

Víctor respiró profundamente y ella apartó la mano, nerviosa.

Desde la muerte de Sergio, Myriam había dejado de usar perfume, pero su olor natural era mil veces más embriagador. Y también había dejado de peinarse con ese estilo... como recién salida de la cama.

Aquel día llevaba el pelo liso y le habría gustado despeinarla, verla como la había visto cuando hicieron el amor en el vestíbulo.

No, no habían hecho el amor, se corrigió a sí mismo. Hacer el amor implicaba tener sentimientos y él ya no sentía nada por ella. ¿O sí?

Aclarándose la garganta, volvió a mirar la caja, buscando las alianzas de sus padres. Al verlas, volvió a sentir su muerte como aquel día, diez años antes. Y oyó de nuevo las últimas palabras de su madre: «Cuida de Sergio. Pase lo que pase, no dejes que nuestra familia se separe».

Víctor acarició las alianzas, estudiando el intrincado dibujo.

—Son preciosas —murmuró Myriam—. El dibujo es muy raro, ¿no?

—Sergio me dijo que no querías ponértela.

Ella levantó una ceja, sorprendida.

—Pero si no las había visto nunca...

—¿No te la ofreció mi hermano?

—No... Quizá quería conservarlas juntas. Ya sabes que él no quería ponerse alianza.

No tenía sentido. Sergio le había suplicado que le diera las alianzas y el reloj y, sin embargo, parecía como si nunca hubiera usado ninguna de esas piezas.

Un colgante de plata en forma de corazón llamó entonces su atención. Dentro había dos fotografías de Sergio y él, de niños.

—Esto era de mi madre. Quería dejárselo a su nieta, si tenía alguna.

Sin darse cuenta, Víctor deslizó la mirada hasta su abdomen. Su hijo, o su hija, podría estar creciendo dentro de ella en ese momento... Myriam estaba mordiéndose los labios y el deseo de acariciarlos era tan fuerte que tuvo que apartar la mirada.

Ninguno de los dos dijo nada, pero la tensión que había entre ellos era innegable. Víctor no podría explicar la mezcla de emociones que sentía en ese momento.

¿Miedo, emoción, angustia?

—Si algún día tienes una hija, seguro que se sentirá orgullosa de llevar ese colgante —dijo Myriam, levantándose—. Es muy bonito.

El resto de las joyas que había en la caja tenían poco valor, pero Víctor encontró una navaja que creía haber perdido en el colegio... y la esclava que su ex novia le regaló. ¿Por qué las tenía Sergio? ¿Y por qué había guardado todo eso en una caja de madera, sin decírselo a nadie?

—Éstos son tus recuerdos, Víctor. Deberías conservarlos para tu familia.

—La familia García terminará conmigo... a menos que tú... ¿cuándo sabrás si estás embarazada?

Myriam lo miró, sorprendida y nerviosa.

—Dentro de una semana, más o menos.

—Me lo dirás en cuanto lo sepas —era una afirmación, no una pregunta.

—Sí, claro.

—¿Quieres tener un hijo, Myriam?

Ella respiró profundamente.

—Siempre he querido tener hijos pero ahora no es el mejor momento. Y sin saber quién... —no pudo terminar la frase, avergonzada.

—Yo te ayudaré, sea quien sea el padre.

—Gracias.

En ese momento sonó el timbre.

—Debe de ser la cena. He llamado a un restaurante chino mientras estabas arriba —dijo Víctor, levantándose.

Volvió unos minutos después, con dos bolsas en la mano.

—No tenías que invitarme a cenar —murmuró Myriam.

Él apretó los dientes.

—Tienes que comer. Estás muy delgada.

—Eso no es asunto tuyo.

—Sí lo es, Myriam. Es asunto mío.
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Mensaje  girl190183 Mar Dic 08, 2009 8:05 pm

Muchas graciassss por el capitulo Very Happy
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Mensaje  myrielpasofan Mar Dic 08, 2009 9:05 pm

grax por el capi...
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Mensaje  myrithalis Mar Dic 08, 2009 9:49 pm

Gracias niña por el Cap. de ahora Saludos bye y cada vez se pone mas interesante la novelita bye Atte: Iliana
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Mensaje  mats310863 Mar Dic 08, 2009 11:53 pm

EL MARIDO DE MYRIAM NO SOLO LE ERA INFIEL, SINO QUE TAMBIÉN ENGAÑABA A VÍCTOR, DEFINITIVAMENTE ERA UNA MALA PERSONA, OJALA QUE SI MYRI ESTA ENBARAZADA SEA DE VÍCTOR. GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  susy81 Miér Dic 09, 2009 12:11 am

mats310863 escribió:EL MARIDO DE MYRIAM NO SOLO LE ERA INFIEL, SINO QUE TAMBIÉN ENGAÑABA A VÍCTOR, DEFINITIVAMENTE ERA UNA MALA PERSONA, OJALA QUE SI MYRI ESTA ENBARAZADA SEA DE VÍCTOR. GRACIAS POR EL CAPÍTULO

totalmente deacuerdo...ojala que el bb (si lo esta) sea de vico

muchas gracias por el capitulo wey

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Mensaje  alma.fra Miér Dic 09, 2009 1:36 am

Muchas gracias por el capitulo, y es cierto ke fichita de marido tenia Myri.
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Mensaje  marimyri Miér Dic 09, 2009 1:07 pm

Gracias por sus mensajes Very Happy

Capítulo Tres

Una mujer de unos cincuenta años la recibió en el vestíbulo de García—Software.

Myriam tragó saliva.

—Soy Myriam García. Quería ver a Víctor.

La secretaria la miró de arriba abajo. Myriam apretó el bolso, cuando lo que hubiera querido era arreglarse el pelo y estirarse la falda del ajustado vestido verde esmeralda. Odiaba los vestidos que Sergio le compraba, pero no tenía dinero para comprar otros.

—Soy Opal Pugh, la secretaria de Víctor. Lamento mucho la muerte de su marido, señora García.

—Gracias.

Aquélla era la mujer a la que Sergio llamaba «el dragón de Víctor».

—Voy a ver si está disponible —sonrió Opal, llamando a la puerta del despacho.

A Myriam no le gustaba depender de su cuñado, pero no había podido encontrar trabajo. En verano no se contrataba a nadie en Chapel Hill. Mirando alrededor, observó la decoración de la oficina: en el suelo, una elegante moqueta de color gris, un escritorio de roble frente a un sofá de terciopelo granate... Y los cuadros que había en las paredes parecían originales.

La puerta del despacho se abrió enseguida y Opal le hizo un gesto.

—Pase, por favor.

A Myriam le temblaban las piernas. Ojalá sólo tuviera el estómago revuelto por los nervios, pero el hombre que acababa de levantarse contribuía bastante. Víctor parecía más grande allí, en su territorio. Un hombre formidable de treinta y cuatro años, que había convertido una simple idea en una empresa floreciente. Llevaba dos botones de la camisa desabrochados y Myriam podía ver el vello oscuro de su torso...

—Buenos días, Myriam —su voz profunda pareció acariciarla.

—Buenos días —dijo ella, tirando de su vestido. Después del sueño que había tenido la noche anterior, cualquier roce con la tela la excitaba... sobre todo, bajo la mirada de Víctor.

La puerta se cerró y, de repente, el despacho le pareció más pequeño, más amenazador. Sin aire.

—He decidido aceptar tu oferta... si sigue en pie.

—Desde luego que sí. Bienvenida a bordo —sonrió él, ofreciéndole su mano.

Si hubiera encontrado una forma de evitar el apretón de manos, lo habría hecho. Pero tuvo que dejar que los largos dedos masculinos se enredaran en los suyos; esos dedos que la habían acariciado, que habían apretado su trasero mientras la poseía, primero en el vestíbulo y luego en sus sueños, la noche anterior.

El olor de la colonia masculina aceleró absurdamente su corazón. Y sus mejillas no eran la única parte de su cuerpo que estaba encendida. Sergio la había acusado de ser una mojigata, pero sus pensamientos no eran mojigatos en aquel momento.

—Quiero dejar claro que sólo estoy buscando trabajo... nada más.

—Ya lo sé —dijo él, dando un paso atrás, como si le hubiera dado una bofetada.

—Perdona, yo...

—Acordamos que lo que pasó el otro día había sido un error —dijo Víctor entonces, sin mirarla—. Siéntate, por favor.

Myriam se dejó caer sobre la silla. Por supuesto, no quería saber nada de ella. ¿Qué hombre querría?

—Eres copropietaria de la empresa, así que trabajaremos juntos. ¿Eso es un problema para ti?

¿Sería un problema trabajar a su lado todos los días? Sí.

—No.

Víctor se sentó y juntó las manos sobre el escritorio.

—¿Cuándo quieres empezar?

—¿Hoy? ¿Mañana? Lo antes posible... pero antes me gustaría ver el despacho de Sergio. ¿Te importa?

Los ojos del hombre se llenaron de compasión y Myriam se sintió como una farsante. Ella no era una viuda desconsolada. Había llorado suficiente durante su matrimonio y se sentía como una tonta por haber perdido ocho años de su vida.

—¿Quieres que te acompañe?

—Sí, bueno...

Myriam se levantó, con las piernas temblorosas. Fueron en silencio por el pasillo, pero cuando llegaron al despacho Víctor la rozó con el hombro.

—Supongo que querrás llevarte las cosas de Sergio... incluido esto.

Era una fotografía tomada pocos días antes de la boda. Myriam miraba a aquellas dos personas como si fueran dos extraños, pero eran Sergio y ella. Le brillaban los ojos como si alguien le hubiera ofrecido el mundo en bandeja de plata. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que sintió esa emoción, esa felicidad? Pero ella creía en el matrimonio y había intentado que el suyo funcionara...

¿Por qué no se había dado cuenta antes de que la emoción que brillaba en los ojos de su marido no era amor, sino un enfermizo deseo de posesión? Qué tonta había sido al no darse cuenta de que para Sergio sólo había sido un accesorio. El esperaba que vistiera a su gusto, que mantuviera una imagen perfecta, que se la viera pero no se la oyera.

¿Por qué ella?, se había preguntado muchas veces. En el diario, Sergio dejaba bien claro que no la amaba, que nunca la había amado.

El calor de la mano de Víctor en su hombro la devolvió a la realidad. Y, no por primera vez, se fijó en las diferencias que había entre los dos hombres. Los ojos de Sergio eran de un azul muy claro y su pelo rubio. Los ojos de Víctor eran marron y tenía el pelo negro.

—¿Te encuentras bien? ¿Quieres que llame a Opal para que guarde las cosas de Sergio?

—No, da igual. Puedo hacerlo yo —mintió Myriam. El deseo de apoyarse en su hombro era tan fuerte que tuvo que apartarse.

Las cosas empezaron a ir mal durante el primer año de matrimonio. Sergio sugirió que se tiñera el pelo, que se hiciera un implante de silicona en los pechos, que se pusiera colágeno en los labios... Ella se había negado a pasar por el quirófano, pero experimentó con todos los tintes posibles de pelo.

Nada le satisfacía, de modo que recientemente había vuelto a su tono natural.

Myriam había querido desesperadamente tener la familia que Sergio le había prometido antes de casarse, quería que volviera a ser el hombre que la enamoró tras su decepción con Víctor... Pero, aparentemente, había fallado en todo.

—¿Podrías dejarme sola un momento?

—Por supuesto. Yo también he estado aquí solo muchas veces —suspiró él—. Si necesitas algo, llámame. Sólo tienes que pulsar el botón rojo del teléfono.

En cuanto la puerta se cerró, Myriam dejó la fotografía boca abajo y empezó a buscar en los cajones, pero no sabía lo que estaba buscando. ¿Otras cuentas bancarias, pruebas de las infidelidades de Sergio?

Un golpecito en la puerta la sobresaltó.

—¿Sí?

Opal asomó la cabeza con un montón de cajas, que dejó en el suelo.

—¿Quiere que la ayude?

—No, gracias.

—Víctor me ha dicho que va a trabajar con nosotros. ¿Qué sabe hacer?

El tono frío de la mujer dejaba claro que no le hacía mucha gracia. Myriam suspiró. ¿Qué sabía hacer, además de servir mesas y planear elaboradas cenas para los amigos de su marido?

—Yo... ayudaba a Sergio cuando llevaba trabajo a casa y...

Myriam se mordió los labios. Había cuidado a los niños de sus vecinos sin que su marido lo supiera. Y con ese dinero se pagó un curso de informática. Pero Sergio había desaparecido. Sus secretos ya no podían hacerle daño.

—¿Sabe algo de informática?

—He hecho un curso con los programas básicos.

—Bueno, al menos sabe algo —suspiró Opal—. A ver si reconoce estos programas —murmuró, encendiendo el ordenador.

Cuando Myriam vio los programas, dejó escapar un suspiro de alivio.

—Sí, creo que sé usarlos.

—Si supiera usar un programa para crear folletos promocionales, me alegraría el día —dijo la secretaria entonces—. Sergio estaba trabajando en eso antes del accidente, pero el proyecto ha terminado sobre mi mesa.

Myriam sonrió.

—Le eché un vistazo al programa mientras Sergio trabajaba en él. Además, hice un curso de diseño gráfico por ordenador.

Opal levantó una ceja.

—¿Está dispuesta a intentarlo? Nos ahorraríamos tener que contratar a una empresa de fuera.

¿Qué podía perder?, se preguntó Myriam.

—Puedo intentarlo.

—Estupendo. Haga lo que pueda y luego le presentaremos el proyecto a Víctor, a ver qué dice. ¿Le importaría trabajar en este despacho? Los archivos están en el disco duro.

Myriam se mordió los labios. El despacho de Sergio...

—De acuerdo.

Si lo intentaba, seguramente podría olvidar que Víctor estaba sólo a unos metros de allí.



—No quiero que la policía se meta en esto, Carter —Víctor miraba a su antiguo compañero de facultad mientras tomaban una cerveza—. Quiero saber quién me está robando, pero no me apetece denunciarlo públicamente.

—Muy bien. Es una empresa privada, así que no vas a ocultarle información a ningún inversor.

—Mi cuñada y yo somos los propietarios de la empresa, pero prefiero que Myriam no sepa nada de la investigación. Ella ya tiene suficientes problemas como para preocuparse de esto.

—Sí, ya... Oye, siento mucho lo de Sergio —murmuró Carter, rozando el posavasos con el dedo—. ¿Crees que alguno de tus empleados está metido en esto?

Víctor intentó controlar la angustia que sentía cada vez que alguien mencionaba el nombre de su hermano.

—Lo que he averiguado me lleva en esa dirección, pero sólo somos quince y nos llevamos muy bien... No me imagino a ninguno de mis empleados llevándose secretos de la empresa a la competencia. O me he perdido algo en mis investigaciones o...

—¿Tú? Lo dudo. Además, ya sabes que el robo de secretos informáticos es bastante habitual.

Que alguien le estuviera pasando sus programas a la competencia era algo incomprensible para Víctor.

El comía en casa de sus empleados, conocía a sus familias, incluso jugaban juntos al fútbol.

—Yo confío en mi equipo.

Carter lo miró, escéptico.

—Pues mi trabajo consiste en averiguar si confías demasiado. ¿Quieres que trabaje desde dentro o desde fuera?

—Con tu reputación como detective informático, sonaría la alarma en cuanto aparecieses en la oficina. Yo te daré las claves.

—¿Y nadie se dará cuenta?

—La persona que se encarga de controlar a los intrusos está de baja por maternidad hasta el mes que viene. Y el resto está hasta el cuello de trabajo con un proyecto para una empresa farmacéutica, pero te daré mi contraseña, por si acaso.

—¿Tanto confías en mí? —rió Carter.

—Como en un hermano.

—Lo mismo digo. Bueno, ¿y cuánto te ha costado esto?

—Una fortuna. Estábamos a punto de lanzar un nuevo programa, pero alguien nos ganó por la mano. Y sospecho que no es la primera vez. Tuvimos un incidente parecido hace un par de meses. Entonces pensé que había sido mala suerte, pero ahora no estoy tan seguro.

—¿Esto representa un problema serio?

Víctor asintió con la cabeza.

—Sí. Hay que hacer lo que sea para evitar que ocurra de nuevo.

—Encontraremos al ladrón. Mientras tanto, necesito los nombres de todos tus empleados... y quiero saber quién tiene acceso a qué.

Víctor terminó su cerveza.

—Te enviaré un e—mail desde la oficina. Siendo viernes por la noche, no quedará ni un alma.

—La información que tengo aquí es suficiente para empezar —dijo Carter, señalando la carpeta.

—Gracias. Esto es muy importante para mí. Te debo una.

Su amigo sonrió.

—De eso nada. Así quedaremos en paz.



No era una inútil y lo había demostrado. Myriam llevaba tres días peleándose con los folletos y estaba decidida a terminar aquella misma noche para no pasarse todo el fin de semana pensando en el asunto.

Tragando saliva para controlar el sabor amargo que tenía en la boca, aumentó el tamaño de la figura que había en la pantalla. Por fin, su estómago parecía haberse dado cuenta de que no iba a parar para comer o cenar. Había dejado de rugir horas antes y ahora parecía dar vueltas como el tambor de una lavadora. Debería marcharse a casa, pero le quedaba poco para terminar...

Su estómago empezó a protestar de nuevo. Con un vaso de agua se le pasaría, pensó, levantándose.
Pero tuvo que agarrarse a la mesa para no perder el equilibrio. No podía ponerse enferma... tenía que probarle a todo el mundo que era capaz de hacer su trabajo.

Myriam salió al pasillo tapándose la boca con la mano. Afortunadamente no había nadie en la oficina, de modo que nadie pudo verla corriendo al lavabo para vomitar.

Pero la puerta se abrió de golpe.

—Myriam, ¿te encuentras bien? Te he visto entrar corriendo...

Víctor.

¿Por qué aquel hombre la encontraba siempre en el peor momento?

—Estoy bien —consiguió decir... antes de vomitar de nuevo.

Oyó el grifo del lavabo y enseguida sintió una toalla mojada sobre la frente. Myriam le hizo un gesto para que se fuera, pero Víctor no se movió.

Después de lo que le pareció una eternidad, por fin las náuseas desaparecieron. El duro suelo se clavaba en sus rodillas y, temblando, tiró de la cadena.

Le daba vueltas la cabeza y tuvo que agarrarse a la pared, pero Víctor la sujetó por la cintura.

—Tranquila, bebe un poco de agua.

Al ver su imagen en el espejo, Myriam hizo una mueca. Se le había corrido el rimel y estaba pálida como una muerta. «Estupendo», pensó. Nerviosa, se mojó la cara con una toalla.

—¿Estás embarazada? —preguntó Víctor.

Myriam se mordió los labios mientras hacía un rápido cálculo mental. Con los nervios por vender la casa y empezar a trabajar había olvidado... o quizá había querido olvidarlo.

—No lo sé.

—Te llevaré a casa y en el camino compraremos un test de embarazo.

Ella hizo una mueca. Si estaba embarazada quería descubrirlo a solas para decidir qué iba a hacer.

—No es necesario.

—Sí lo es. Podrías estar embarazada de mi hijo —dijo Víctor.

—O no —replicó Myriam—. Además, podría ser la gripe o un virus... cualquier cosa.

Víctor no parecía convencido. Y lo peor era que ella tampoco lo creía. Con su mala suerte, seguramente estaría embarazada de Sergio... ahora que no podía permitirse tener una familia después de haberla deseado tanto.

Y si fuera hijo de Víctor...

—¿Has comido? —preguntó él.

Myriam hizo una mueca.

—Sí... bueno, no. No he comido nada desde el desayuno.

Víctor chasqueó la lengua.

—Voy por un zumo y unas galletitas de la máquina. Nos vemos en la puerta dentro de tres minutos.

—Víctor...

—Myriam, por favor —la interrumpió él. Su tono le advertía que discutir sería una pérdida de tiempo.

Además, estaba demasiado cansada, así que aceptó que la llevara a casa y fue comiendo galletitas hasta la farmacia. Él mismo bajó del coche para comprar el test y, veinte minutos más tarde, paraba delante de su casa.

Myriam no tenía energías para hacerse el test esa noche. Sólo quería meterse en la cama y dormir hasta el día siguiente.

—Nos vemos mañana.

—Voy a entrar contigo.

Ella dejó escapar un suspiro. El garaje estaba cerrado, de modo que no le quedaba más remedio que entrar por la puerta principal, pero le temblaban las manos mientras sacaba la llave. Cuando atravesaron el vestíbulo no podía mirarlo; no podría soportar ver el arrepentimiento en sus ojos.

—Espérame en el salón, vuelvo enseguida.

Sus tacones repiqueteaban por el suelo de mármol. La bolsa del test le pesaba una tonelada mientras subía por la escalera... y entonces oyó los pasos de Víctor.

—¿Qué haces?

—Esperaré arriba mientras te haces el test.

Myriam entró en el cuarto de invitados. Ni siquiera por Víctor podría soportar estar en la habitación que había compartido con Sergio, la habitación en la que se había sentido como un fracaso, cuando descubriera si iba a o no a ser madre.

—¿No duermes en el dormitorio principal?

—Estos muebles eran de mi familia. Mi abuela me regaló esa colcha cuando me casé y necesitaba... —Myriam no terminó la frase.

—Tenerla cerca —dijo él, comprensivo. Sergio nunca había aceptado su necesidad de conservar esos recuerdos. Su marido quería tirar lo que llamaba «trastos viejos».

Lo último que vio antes de cerrar la puerta del baño fue a Víctor sentándose sobre la cama de bronce. Estoico y decidido a hacer lo que creía mejor, no podía ser más diferente de su hermano, que solía elegir el camino más fácil.

Myriam leyó las instrucciones dos veces. Le temblaban las manos y tenía los dedos de mantequilla.
Tres minutos. Si salía un punto rosa, era que sí.

Siguió las instrucciones y luego se lavó las manos, se cepilló los dientes y miró el reloj. Faltaban dos minutos. Sin mirar el test, se cepilló el pelo y, nerviosa, colocó las cosas que había sobre el lavabo. No oía nada al otro lado de la puerta. ¿Estaría Víctor tan nervioso como ella?

Miró su reloj de nuevo. Faltaba un minuto. ¿Quería tener un hijo?

Sí.

No.

No podía decidirse. La razón luchaba contra la emoción. Quería un hijo, pero no podía permitírselo en aquel momento.

Con el corazón acelerado y la frente cubierta de sudor, se concentró en la segunda manecilla del reloj y contó hacia atrás: cinco, cuatro, tres, dos, uno. Con el corazón en la garganta, miró el test de embarazo.

Un puntito rosa.

La primera reacción fue de alegría, pero entonces la realidad apareció como una mano helada.

Estaba esperando un hijo, pero ¿de quién?
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Mensaje  girl190183 Miér Dic 09, 2009 3:21 pm

AAAAYYY VA TENER UN BEBE Y VA SER DE VICTOR SIGUELE NIÑA Very Happy Very Happy
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Mensaje  myrielpasofan Miér Dic 09, 2009 5:00 pm

muchas grax x el capi
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Mensaje  vicbrenda Miér Dic 09, 2009 7:17 pm

grax por la nove esta chida!
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