Vicco y la Viccobebe
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Mensaje  mali07 Mar Mar 10, 2009 2:42 pm

Durante un largo rato, el marqués permaneció inmóvil.
victor, tragó saliva, pendiente de su respuesta como el niño que había sido, muriéndose de ganas de recibir la aprobación de su terrible padre, que para él era como un dios.
—Hoy no, hijo. Estoy agotado.
Victor agachó la cabeza ante su rechazo, mientras la ira invadía todo su ser.
Truro se quitó las rodajas de pepino de sus ojos inyectados en sangre.
—¿Mañana, tal vez?
Pero la única respuesta que recibió fue el portazo de la puerta principal que se oyó cuando Victor salió. Poco después llegó a Montemayor House en su carrocín. Aunque todavía estaba dolido por la forma en que su padre lo había rechazado, sabía que la visión del dulce rostro de myriam lo tranquilizaría.
Bajó de su carruaje de un salto, lo dejó al cuidado del mozo de cuadra y se acercó con paso resuelto a la entrada. Lo cierto es que acudía a aquella casa con demasiada frecuencia, pero después de todo, myriam lo estaba esperando. El señor Walsh lo hizo pasar sin demora. El mayordomo de aspecto solemne se había convertido en una imagen familiar a lo largo de las últimas semanas.
—Milord —entonó el imponente criado, al tiempo que le abría la puerta de par en par.
victor se quitó el sombrero, lo saludó y se dirigió a la sala de estar; por el camino, se detuvo a saludar a la duquesa y le dedicó al pequeño Morley un pellizco cariñoso en la mejilla cuando la niñera se lo llevaba.
Estaba al margen del clan Montemayor, y lo sabía, pero nunca antes había sabido qué se sentía al formar parte de una familia. Nunca antes le había resultado tan fácil imaginarse pasando el resto de su vida con una mujer.
Cada día sentía que conocía mejor a myriam, que se entendían de forma un poco más profunda. Le encantaba el caprichoso sentido del humor de ella y sus detalles sutiles y afectuosos, como cuando lo llevó aparte en una velada para arreglarle la corbata, o aquella tarde en que le quitó las riendas del carrocín en Hyde Park y condujo a una velocidad vertiginosa alrededor del Ring para enseñarle cómo se hacía, rozando con su cadera la de él mientras permanecía a su lado luchando con el caballo.
Desde luego, aquella diosa de rizos dorados no sabía lo cerca que él estaba de hacerla caer de su pedestal y seducirla, pero a pesar de todo, accedía con gusto a ser esclavo, atrapado en el magnetismo de su órbita como un planeta ardiente y derretido girando en torno a una estrella brillante.
myriam era la única que se negaba a ver que su «amigo» victor se había propuesto cortejarla.



—No, querido, quédate en el pasillo hasta que él haya dicho tu nombre. Tom, hazlo otra vez —ordenó myriam al lacayo.
—Sí, milady —dijo el sufrido criado.
Hacía una tarde lluviosa y myriam y Lizzie estaban sentadas en el sofá de la sala de estar, enseñando las normas de protocolo a Garcia entre carcajadas y miradas ceñudas.
—Me siento como un maldito oso de feria —murmuró él, mientras regresaba al pasillo de mármol, dando fuertes zancadas.
El lacayo también ocupó su puesto, retirándose al pasillo para abrir la puerta una vez más. Entró en la habitación, miró a myriam y anunció:
—Lord Victor Garcia, milady.
victor, que estaba esperando la indicación, entró en la estancia avanzando con pasos medidos e hizo una reverencia a myriam.
—No te inclines tanto —lo reprendió ella, tendiéndole la mano con los ojos brillantes de alegría—. Enchantée, monsieur.
—Mademoiselle. —Él se inclinó sobre su mano—. Borra esa sonrisa picara de tu cara o te juro que te daré unos azotes —murmuró él lo bastante alto para que pudiera oírlo.
—¿No es encantador? —Ella se volvió hacia Lizzie con una sonrisa maliciosa y radiante.
—Señorita Carlisle. —Garcia repitió la elegante reverencia a la otra joven.
—Lo está haciendo de maravilla, lord Victor.
—¿Le apetece un refrigerio? —myriam señaló con garbo el té, los sandwiches, las galletas y la fruta que habían sido preparados para sus ejercicios de adiestramiento.
Él observó receloso la mesa puesta con esmero.
Lizzie siguió mirando con una diversión llena de afecto mientras myriam lo interrogaba sobre el uso y la denominación de los distintos cubiertos que podría encontrar en una mesa bien dispuesta. Entre abundantes carcajadas ante los gruñidos de suplicio de victor, el joven acabó dominando poco a poco los aspectos más sutiles de la etiqueta.
En su intento por «educarlo», myriam también había diseñado un programa de actividades culturales al que ella y Lizzie sometían a su pupilo; incluía visitas a galerías de arte y museos de la ciudad, así como recitales y conciertos de la recién creada Orquesta Filarmónica de Londres. Asistieron a recepciones científicas en Ackermann's, donde escucharon las últimas teorías de economistas políticos, botánicos, lingüistas, arqueólogos que habían visitado las pirámides e incluso naturalistas que hablaban de los fósiles de las rocas. A él le encantaba, aprender. Cuando myriam pensaba en la temprana edad a la que se había visto obligado a abandonar el colegio y veía cómo asimilaba todos los conocimientos, se le alegraba el corazón.
Sin embargo, pronto llegó a la conclusión de que por mucho que se enriqueciese culturalmente, no dejaría de ser el hombre desagradable que la había fascinado desde el primer momento, pues un día le envió un obsequio envuelto en papel crepé con una pequeña nota que decía: «Lo vi en una tienda y pensé en ti. Que lo disfrutes. R.».
Cuando lo abrió a solas en su habitación, descubrió que se trataba de uno de esos escandalosos libritos obscenos con dibujos indecentes de amantes en pleno frenesí de la pasión. Maldijo a victor entre dientes por ser un sinvergüenza y un auténtico demonio, pero miró cada página con avidez. En los márgenes, aquí y allá, él había escrito picaros comentarios sobre algunas de las diversas posturas. Pero a pesar de las numerosas noches que ella soñaba ardientemente con su cuerpo tatuado entrelazado con el suyo, se negaba a sucumbir a sus delicadas tentaciones.
Su cabeza, si no su corazón, se había centrado en la idea de llegar a ser un día tan libre como la elegante lady Campion, vencer a la sociedad en su propio juego; era su venganza privada por lo que le habían hecho a su madre.
No estaba dispuesta a dejarse disuadir de su plan. Aunque vicco hacía que su corazón palpitase desbocado y dibujaba una sonrisa —normalmente maliciosa y de desaprobación— en sus labios, continuó con su campaña para cazar a lord Drummond.
A pesar de que pasaba cada vez más tiempo con Victor y el grupo de amigos que él estaba reuniendo a su alrededor, ponía empeño en charlar con lord Drummond en cada evento de la interminable sucesión de bailes, fiestas, veladas y suntuosas recepciones en las casas de los miembros de la alta sociedad.
En junio, victor les anunció a ella y a Lízzie que había comprado una plantación en Australia y que había hecho que su agente localizara a cada uno de sus antiguos amigos para asegurarse de que eran llevados allí.
Unos viejos conocidos se lo encontraron una tarde en Hyde Park, mientras Myriam conducía su carrocín a toda velocidad alrededor del Ring. Él se hallaba sentado junto a ella, disfrutando del espectáculo de su hermosa y temeraria cochera. Con las mejillas sonrosadas por el viento y la emoción, Myriam detuvo el vehículo al ver que dos jóvenes caballeros lo saludaban con la mano llenos de entusiasmo.
—¿Quiénes son? —preguntó, pero él los estaba mirando profundamente, asombrado.
—Dios mío —fue cuanto victor murmuró, y a continuación bajó del carrocín de un salto y los saludó con una enorme sonrisa.
Uno era moreno y tenía un aspecto bastante anémico, y el otro era pelirrojo. myriam se quedó mirando, confundida, mientras los dos le daban palmadas en la espalda, lo abrazaban y hacían grandes aspavientos.
—Vicco Garcia, Dios santo! ¡Mírate, hombre! Hemos venido en cuanto nos hemos enterado de que habías vuelto.
—Todo este tiempo hemos sabido que estabas vivo. ¡Te lo aseguro, lo sabíamos!
—¿De verdad has vuelto con tu padre? —preguntó el joven moreno, asombrado.
Garcia asintió con la cabeza muy serio, pero le lanzó una extraña mirada para indicarle que se callara. Se volvió hacia ella y le presentó a sus dos amigos: Reg Bentinck y Justin Church.
Le explicó que eran amigos suyos de su breve estancia en Eton, pero en sus ojos había una mirada de preocupación que ensombrecía su sonrisa afable. Más tarde, ella le preguntó sí ocurría algo, pero él evitó la pregunta intentando robarle un beso.
Al día siguiente, los simpáticos jóvenes los acompañaron en su siguiente salida cultural: myriam y Lizzie iban a llevar a victor a ver los mármoles del Partenón. Lord Elgin los tenía guardados en un pabellón contiguo a su residencia londinense. El afable grupo estaba saliendo de Montemayor House, bajo la atenta mirada de la señorita Hood, cuando las amigas de Daphne, Helena y Amelia, se presentaron con sus institutrices, comentando que tenían un nuevo rumor que estaban deseosas de compartir con myriam.
Invitaron a las chicas a visitar las antiguas estatuas griegas con ellos; poco después todos habían pagado la entrada y se internaban en el pabellón. El hombrecillo que hacía de guía explicó al sobrecogido grupo que lord Elgin y su equipo de trabajadores habían extraído concienzudamente las estatuas de tamaño natural del friso del antiguo Partenón de Atenas una a una. Gastando una gran cantidad de dinero, su señoría había enviado las enormes piezas de mármol a Inglaterra, donde podrían ser debidamente conservadas.
myriam estaba más interesada en observar cómo los señores Church y Bentinck cortejaban a Lizzie. A los dos jóvenes parecía gustarles mucho la chica, pero de repente Amelia y Hellie se le acercaron y la llevaron a un lado.
—No vas a creer lo que ha hecho Daphne —susurró Amelia—. ¡No debes decírselo a nadie!
—No se lo diré a nadie. ¿Qué ha hecho? —preguntó ella con impaciencia.
La frívola pareja se echó a reír entre dientes.
—Le ha tirado los tejos, a lord Griffith... —empezó Amelia.
—¡Y él la ha rechazado! —concluyó Helena.
myriam se quedó boquiabierta.
—¡Estáis bromeando!
—No. Lo hizo anoche en el teatro.
«¡Oh, pobre Ian!»
—Acabamos de dejarla. Está hecha una furia —dijo Amelia con un cruel regocijo—. Quería anunciar el compromiso en el baile que su familia va a celebrar el próximo sábado por la noche. Habrás recibido la invitación, supongo.
myriam asintió con actitud inocente, regocijándose para sus adentros al recordar la reacción de victor al recibir la invitación para el baile de los Taylor. Él le había sonreído con un brillo pícaro en los ojos. «Tú y yo vamos a recuperar tus diamantes», le prometió en un murmullo sensual.
—¿No recuerdas que la pasada temporada intentó cazar a Devonshire? Daphne está decidida a casarse con un marqués como mínimo. Será mejor que le digas a lord victor que se ande con cuidado.
—Lo haré —murmuró ella. Cuando lo miró, de repente se sorprendió al ver que estaba contemplando las estatuas del Partenón con el ceño fruncido y los brazos cruzados. Perpleja, se disculpó ante sus amigas y se acercó a él—. ¿Qué pasa?
Él señaló al guía haciendo un gesto brusco con la barbilla. Myriam centró su atención en lo que estaba diciendo el anciano.
—La colección será trasladada al Museo Británico avanzado el verano, una vez que la venta esté terminada.
myriam frunció el entrecejo y se volvió hacia él de nuevo.
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Mensaje  mali07 Mar Mar 10, 2009 3:05 pm

—¿Me he perdido algo?
—El gobierno ha comprado estas estúpidas estatuas por treinta y cinco mil libras. ¡Treinta y cinco mil! Y eso en un momento en el que la mitad de los hombres de Inglaterra ni siquiera pueden dar de comer a sus familias... —Sus palabras se vieron interrumpidas, como si estuviera demasiado furioso para continuar; luego movió la cabeza con gesto de disgusto—. A lo mejor tu querido lord Drummond puede explicarlo, porque a mí se me escapa la lógica de los tories. Disculpa, milady. —Le dedicó una brusca reverencia, se dio la vuelta y salió del pabellón con paso airado.
Myriam se lo quedó mirando confundida y sacudió la cabeza. Era imposible saber los extraños motivos que hacían reaccionar a Victor de forma tan exagerada.
Lizzie lo siguió un momento después, también con el ceño fruncido, y las mejillas sonrosadas de la ira.
—Santo cielo, ¿adonde vais todos? —exclamó myriam.
—Vamos, milady. Abandonemos el lugar de este crimen. ¡Mutilar el Partenón! —dijo Lizzie con amargura, lanzando una última mirada al esplendor destruido de las estatuas—. Lord Elgin no es más que un saqueador.
myriam era la única que quedaba en el pabellón.
—Pero si son preciosas. Por Dios, somos británicos: no podemos dejarlas allí mientras se estropean, ¿no?
El guía le hizo una reverencia en señal de conformidad; entonces la señorita Hood asomó la cabeza por la puerta.
—No se entretenga, milady. El carruaje está esperando.
Ella se encogió de hombros, restando importancia a las extrañas reacciones de sus amigos, y salió dando brincos detrás de ellos.


Victor se alegraba de que Myriam lo hubiera llevado a ver los mármoles del Partenón, pues esa tarde volvió a casa pensativo, después de tomar conciencia de que su nueva condición lo había situado en una posición de enorme poder con el que podía combatir las mismas injusticias contra las que había luchado en el suburbio, pero de forma legal y a gran escala.
Sí, ahora podía hacer algo más que irritarse ante los absurdos gastos del Consejo de Ministros tory y sus despiadadas medidas políticas. Estimulado, al día siguiente asistió a su primer mitin del partido radical. Inmediatamente supo que había encontrado su sitio, el lugar donde podría contribuir a mejorar el mundo de forma real y significativa.
Aunque los elevados títulos como el suyo iban en contra de todo lo que representaba el partido radical, sus líderes lo recibieron con los brazos abiertos, conscientes del valor de tener a un futuro marqués como uno de sus partidarios. La mayoría de sus miembros eran comerciantes, industriales y otros plebeyos ricos o procedentes de los estratos más bajos de la nobleza como Reg y Justin, aunque contaban con un puñado de individuos de privilegiada posición entre ellos.
Cuando más tarde le dijo a myriam que había asistido a un mitin del partido radical, ella criticó su elección. Constantemente le rogaba que se plantease la posibilidad de afiliarse a un partido liberal y al mismo tiempo aristocrático como el whig, pero a los ojos de Victor, los whigs no llegaban lo bastante lejos en sus deseos de reforma. Sin embargo, las objeciones de Jacinda no disuadieron a victor de dedicarse a sus recién descubiertos intereses políticos, como tampoco lo disuadía la pareja de policías de sir Anthony, apostados ante la puerta de su casa de salir furtivamente de noche con bastante asiduidad para causar estragos entre los Chacales.
Tampoco se atrevía a contarle aquello a myriam, pues sin duda lo habría desaprobado. Sabía que ella suponía que simplemente había delatado a O'Dell, como había hecho con tantos otros de sus antiguos colegas crimínales, pero este caso era distinto. Quería a aquel cabrón para él.
Últimamente sus ataques se habían vuelto bastante despiadados, ya que estaba decidido a llevar a cabo su misión antes de tomar a myriam por esposa. Estaba ansioso por cerrar la puerta a su oscuro pasado de una vez por todas y dar paso a su radiante futuro con ella.
Ella era una chica testaruda, sin duda, pero estaba seguro de que se dejaría convencer cuando él se hubiera ganado plenamente su confianza. Tenía que reconocer que se le estaba agotando la paciencia ante sus continuas negativas a reconocer el deseo que sentían el uno por el otro.
Por supuesto, conocía sus razones. Aquella mujer quería ser libre. Tenía miedo a entregarse a él, pero Garcia sabía que se estaba acercando a ella. Cuando aparecía enMontemayor House con algún que otro corte y cardenal tras sus peleas, ella lo desarmaba completamente con los mimos que le dedicaba, como si fuera un niño, acariciándolo, besándolo y pidiéndole que le dijera cómo se había hecho daño. Él disfrutaba con sus atenciones —no podía evitarlo— y controlaba a duras penas sus pensamientos libidinosos. Recurría a mentiras inofensivas para justificar sus leves heridas, pues no quería disgustarla ni recordarle lo que él había sido en el pasado.
Cuanto antes se olvidara de ello, mejor.

Finalmente Myriam conoció a los padres de Victor en la enorme fiesta con baile y banquete que ofrecieron la noche del sábado los padres de Daphne, lord y lady Erhard.
El marqués, atractivo pero de aspecto disoluto, y su esposa distante, frágil y meticulosamente vestida, estaban presentes, en una de sus raras incursiones en la alta sociedad. Al verse cara a cara con el hombre que había torturado a vicco de niño, myriam no pudo evitar atacar abiertamente al marqués. Sentada frente al tiránico padre de garcia en la suntuosa mesa, lanzó a lord Truro varias miradas frías y deliberadas que poco a poco parecieron poner nervioso al hombre. Refutó sus opiniones cada vez que él comentaba algo en la mesa, pero parecía que el marqués no se atrevía a reprenderla, al menos en público. El hombre no dejaba de beber y finalmente optó por no mirarla.
Sin duda, pensaba myriam al final de la cena, Truro el Terrible se había dado cuenta de que ella estaba al tanto de sus crímenes. Por lo que respectaba a la marquesa, myriam la consideraba despreciable por no haber hecho nada para salvar a su hijo de la violencia ebria de su padre.
Una vez en la sala de estar, después de la cena, se fijó en que Daphne procuraba caer simpática a la marquesa, alabando su vestido blanco con lentejuelas. Amelia y Hellie se lo habían advertido. La táctica de Daphne resultaba bastante evidente: estaba empeñada en impresionar a los padres de victor con el fin de que ellos presionaran a su hijo en favor de ella a la hora de escoger novia.
Myriam se quedó escuchando a medias el relato detallado del reciente triunfo de lord Drummond en el campo de golf, aguardando la señal de Victor.
—La mejor puntuación que he tenido...
—Qué bien —murmuró ella, mirando al otro lado del salón en dirección al lugar donde Daphne estaba sonriendo a vicco.
Él estaba de espaldas a myriam, de modo que no podía ver su reacción a los coqueteos de la pelirroja. No sería tan tonto para dejarse deslumbrar por la belleza de Daphne y no darse cuenta de que era una consentida, ¿verdad?
Frunció el ceño ligeramente al ver que Daphne engatusaba a victor para que bailara con ella. Vio a Acer Loring a un lado, que también los miraba con mala cara, pues estaba enamorado de Daphne desde siempre. Frunciendo los labios y agitando su abanico airadamente, myriam observó cómo victor hacía una reverencia y Daphne sonreía con afectación.
Si él no estuviera tan condenadamente guapo esa noche... como lo estaba el resto de noches, por otro lado. Las velas que ardían en los candelabros de la pared emitían un brillo dorado sobre su cabello rubio y lustroso. myriam recorrió con la mirada sus anchos hombros enfundados en su ceñido frac negro azulado, y a continuación descendió hasta su cintura esbelta, sus caderas compactas y sus largas piernas, cubiertas con unos pantalones negros. Resultaba irritante que pareciera más atractivo cada día que pasaba; además, ella lo conocía cada vez mejor. Sabía qué significaba cada una de sus sonrisas sardónicas; cada sutil tono de color verde que lucían sus ojos reflejaba una emoción distinta, y las había memorizado todas. Un tono verde manzana claro bajo sus pestañas pardas erizadas equivalía a alegría; sus ojos lucían un brillante matiz esmeralda cuando se apasionaba con la política o cualquier otro asunto; el intenso verde grisáceo de la sombra de un bosque significaba que estaba pensativo y que no convenía molestarlo.
Cuando el baile terminó y él se separó de Daphne, myriam no pudo evitar sonreír de satisfacción al ver que se dirigía inmediatamente hacia ella. Mientras atravesaba la multitud de invitados, victor le lanzó una mirada seductora arqueando las cejas con aire pícaro. Él siempre guardaba las distancias cuando lord Drummond se hallaba cerca, pues temía no ser lo bastante cortés; sin embargo, esa noche los dos tenían una misión especial, y fue hacia ella pese a la presencia del vejestorio.
—Milady —dijo lord garcia a modo de saludo, con una reverencia muy correcta.
Aunque cuando él acudió a su lado se estremeció de placer en lo más profundo de su feminidad, le dedicó una inclinación bastante fría y se volvió hacia su maduro compañero.
—Lord Drummond, creo que no conoce a mi amigo lord garcia. Es el hijo del marqués de Truro. Lord garcia, le presento al conde de Drummond.
garcia se inclinó ante él con cautela.
—Señor.
El antiguo hombre de Estado alzó la barbilla y lo escrutó, mientras sus gafas lanzaban destellos.
—Así que este es el radical en ciernes del que habla todo Londres.
garcia miró a myriam con incomodidad.
—Sí, milord, he quedado muy impresionado por las ideas de lord Brougham.
—Un terco, muchacho. Ese hombre es un agitador. No me fío de su brillantez. Cuidado con él. Si Brougham consiguiera lo que se propone, a todos nos llamarían «señor».
—Con el debido respeto, señor, prefiero juzgar el valor de un hombre por sus acciones antes que por su origen.
—¿Aprendió en la India esas condenadas ideas exóticas, muchacho? —preguntó Drummond, irritado.
—Señor, le agradecería que no emplease ese lenguaje delante de una joven dama —dijo victor con un sorprendente aplomo, alzando la barbilla.
Myriam abrió los ojos como platos. Después de la infinidad de cosas poco caballerosas que «vicco» había hecho delante de ella, estuvo a punto de estallar en carcajadas, pero a ninguno de ellos le convenía que montara una escena. Por lo visto, el adiestramiento al que estaba sometiendo a victor estaba resultando mejor de lo que ella había previsto.
—¡Oiga! —dijo lord Drummond resoplando.
—Disculpe la interrupción —dijo victor a myriam con elocuencia—, pero me preguntaba si le molestaría concederme un momento de su tiempo, milady.
—Con permiso, lord Drummond.
Antes de que el anciano pudiera responder, victor la cogió de la muñeca de forma posesiva y fue resueltamente hacia un rincón desierto de la extensa terraza iluminada por la luna. El calor húmedo de la noche de junio hacía que a myriam se le pegase el vestido, lo que aumentaba la turbación por su deseo insatisfecho.
—No hacía falta que fueras grosero con él, victor.
—¿Grosero? Tiene suerte de que no le haya dado un puñetazo. —Tal vez el clima estaba haciendo que los dos se sintieran irritados, pues él también parecía estarlo—. No puedo creer que sigas a la caza de ese viejo verdugo tory. Me atrevería a decir que estoy empezando a tomármelo como algo personal —murmuró, y rápidamente bebió un trago de su copa de vino—. Si lord Drummond estuviera interesado, ¿no crees que ya habría respondido a las insinuaciones que le has lanzado durante toda la temporada?
—Perdona, pero yo no me he insinuado a ningún hombre —susurró ella con altiva indignación—. ¡La única mujer que se ha insinuado esta noche es Daphne, que no ha parado de echarte los tejos!


Última edición por mali07 el Jue Mar 12, 2009 7:14 pm, editado 1 vez
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Mensaje  nayelive Mar Mar 10, 2009 3:38 pm

milagro ya regresaste , gracias por el capi o capis , me tienes entretenida con esta historia , ahora si se puso celosa milady myriam
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Mensaje  Marianita Mar Mar 10, 2009 6:59 pm

Lili!!!!! Con una recompensa así te perdonamos todo, está mega genial, síguele y cuídate muchísimo!!!!!!! Deseos Prohibidos - Página 6 388331
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Mensaje  Chicana_415 Mar Mar 10, 2009 10:49 pm

QUE BUENO QUE YA ESTAS DE REGRESOO! YA EXTRANA LOS CAPS!

SIGUELE PRONTOOOOO
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Mensaje  jai33sire Mar Mar 10, 2009 11:13 pm

muchas gracias por el capitulo pero no te olvides de nosotras por faaaaa y siguele

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Mensaje  mats310863 Jue Mar 12, 2009 11:35 pm

GRACIAS POR EL CAPÍTULO, YA SE TE EXTRAÑABA, SALUDOS Very Happy

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Mensaje  mali07 Mar Mar 24, 2009 9:54 pm

Embarassed Embarassed Embarassed NI/ASSS MA/ANA PROMETO TRAERLES KAPISS 2X1 SIIII PERO YA MA/ANA SELOS PONGOOO OK ASIKE NOSE DESESPERENNN GRASIAS POR TENER PASIENSAAA LOL .............. lol! lol! lol!
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Mensaje  Marianita Mar Mar 24, 2009 11:59 pm

Ok niña, aquí te estaremos esperando con capis nuevos, porque la novela está padrísima!!!!!!!! lol!
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Mensaje  nayelive Miér Mar 25, 2009 3:05 pm

niña hasta que apareciste y aqui me tendras esperando mis 2x1 Deseos Prohibidos - Página 6 146353 Deseos Prohibidos - Página 6 146353 Deseos Prohibidos - Página 6 146353 Deseos Prohibidos - Página 6 146353 Deseos Prohibidos - Página 6 400496 Deseos Prohibidos - Página 6 400496 Deseos Prohibidos - Página 6 388331 Deseos Prohibidos - Página 6 388331
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Mensaje  myrithalis Vie Mar 27, 2009 11:39 pm

Hola no es que presionemos pero prometiste 2x1 y no hay nada ya queremos caps no nos abandonen saludos bye Atte: Iliana
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Mensaje  nayelive Sáb Mar 28, 2009 7:44 am

no es por unirme a la precion , pero donde estan los capis que prometiste, nos tienes como novias de pueblo vestidas y alborotodas jajajajajajajaja
queremos capi lol! lol! lol! Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473 Deseos Prohibidos - Página 6 64473
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Mensaje  mali07 Mar Mar 31, 2009 5:41 pm

Very Happy Very Happy Very Happy HOLA CHIKASS YASE YASE KE LE SPROMETI KAPIS PERO POR KUESTIONES D ALGUNOS PROBLEMITAS NO ABIA PONIDO KAPI PER AKI LES TRAIGO POR FINNN EL 2X1 OK ESPERO LES GUSTEEE ESTA WENO ESTE KAPII JEJEJEJE WENOOO AKI SELOS DEJOOO OK...............

—Pero ¿qué es esto? —La hermosa boca de victor se curvó en una sonrisa provocadora—. ¿Estás celosa, cielo?
—¿Estás listo para recuperar mis diamantes o no?
Él le dedicó una amplia sonrisa y le dio un golpecito cariñoso debajo de la barbilla.
—Esa es mi chica. Te va el juego, lady myriam. ¿Recuerdas todo lo que te dije?
Ella asintió con la cabeza.
—Bien. Pues vamos. —Y guiñando el ojo con picardía, señaló con la cabeza en dirección al salón de baile y la majestuosa escalera situada más allá.
—De acuerdo. —Ella se puso derecha, abrió su abanico de un golpe y adoptó una expresión de elegante hastío.
Mientras fruncía los labios para contener la risa, myriam volvió al salón de baile y lo atravesó en dirección a la escalera, saludando a conocidos aquí y allá y deseándoles que pasaran una buena velada al tiempo que seguía avanzando. Agitando su abanico distraídamente e intentando parecer despreocupada, salió del salón de baile sin prisa y entró en el vestíbulo, donde siguió alternando con los invitados. Luego empezó a subir con cuidado la amplia escalera doble. Uno de los salones privados situados arriba había sido destinado a las mujeres; fingió que se dirigía hacia allí. Su corazón latía a toda velocidad, pero levantó su mano enfundada en un guante blanco y se alisó el pelo mientras avanzaba lentamente, con elegancia, por la escalera.
¡Tener que robar su propio collar de diamantes!
Cuando estaba en mitad de la escalera vio a su cómplice, que atravesaba tranquilamente la habitación de abajo en el momento justo. victor estaba despejando el camino cortésmente al hermano de myriam, Alec, que lo seguía apoyado en sus muletas. Ayudó a su hermano a entrar en el salón, en el cual, según había dicho, había una puertecita blanca que conducía a la escalera de los criados. Él conocía la distribución de la casa gracias al robo que había perpetrado allí aquella noche. Una vez que accediese a los pasillos del servicio, se reuniría con ella en el tercer piso.
En los pisos superiores no se oía nada excepto algún que otro lacayo o doncella que pasaba en silencio para realizar alguna tarea, o de vez en cuando alguna carcajada femenina procedente del salón destinado a las damas. Mientras se movía con tranquilidad por el pasillo, myriam aguardó su oportunidad; miró a izquierda y derecha, se recogió la falda, atravesó a toda prisa el pasillo que cruzaba sin hacer ruido y dobló la esquina. Sus ojos empezaron a brillar de emoción ante la pequeña aventura. Subió a hurtadillas el siguiente tramo de escalera hasta el tercer piso, e hizo una mueca cuando una de las tablas crujió bajo sus pies. Los sonidos apagados del baile se desvanecieron a medida que recorría el resto de escalera y entraba furtivamente en el pasillo central del ala residencial privada de la familia. Con la falda aún levantada, empezó a buscar el dormitorio del dueño caminando de puntillas.
«No puedo creer que él se ganase la vida haciendo esto.» Le aterraba la idea de que alguien la viera, pero la emoción y la posibilidad de que consiguiera salirse con la suya hacían que sus mejillas ardieran y el corazón le latiera con más fuerza.
Se llevó un susto de muerte cuando se acercó a una esquina con sumo cuidado y victor salió de entre las sombras.
Myriam reprimió un grito. Él la cogió del antebrazo y la hizo doblar la esquina tirando de ella.
—¡Chis! —la reprendió cuando ella tropezó con su cuerpo grande y fuerte.
myriam tuvo que taparse la boca con la mano para evitar soltar una carcajada. Él se inclinó hasta colocarse a la altura de sus ojos y posó un dedo sobre sus labios, pero sus ojos verdes brillaban con una alegría traviesa.
—¡No puedo creer que estemos haciendo esto!
—Son tus diamantes. No es como si los estuviéramos robando.
—Es divertido —susurró ella.
Él le lanzó una mirada irónica.
—Date prisa.
Ella lo siguió de puntillas mientras él rondaba por el pasillo, sin hacer un solo ruido.
—¿Cuál es la pena por robar tu propio collar de diamantes?
—Haz el favor de tomarte esto un poco más en serio, ¿quieres? —dijo él, arrastrando las palabras, y a continuación señaló con la cabeza hacia el pasillo decorado con elegancia de la izquierda—. Buscamos la suite del lado oeste. Vamos. —El pasillo se hallaba tenuemente iluminado con velas colocadas en unas consolas dispuestas a intervalos regulares. victor señaló en dirección a un par de contraventanas situadas al final del pasillo—. Allí está; esa es la habitación donde perdí la libertad.
Ella lo miró y a continuación se quedó inmóvil al oír algo en el siguiente pasillo.
—¡Viene alguien!
—Corre. —victor la cogió de la mano con un brillo intenso en sus ojos, mientras las pisadas se oían cada vez más fuerte.
Echaron a correr cogidos de la mano hacia las contraventanas blancas. Sujetándose la falda en torno a las espinillas, myriam iba mirando frenéticamente por encima del hombro. Un carrito del té apareció al doblar la esquina un instante antes de que lo hiciera el criado que lo empujaba. A victor le dio el tiempo justo de abrir la puerta, meterse en la habitación y tirar de myriam. Cerró la puerta sin hacer ruido detrás de ella.
—¿Qué están haciendo...?
—¡Chis!
Arrimados a la puerta, ninguno de los dos se atrevió a moverse por miedo a ser oído. myriam contuvo la respiración con los ojos muy abiertos mientras oía cómo el sirviente empujaba el carrito cada vez más cerca. Cuando su vista se acostumbró a la oscuridad de la habitación de su señoría, el sonido chirriante del otro lado de la puerta, siguió avanzando.
myriam se llevó la mano al corazón y se apoyó en la puerta, mirando boquiabierta y de forma cómica a su compañero de travesura.
Él movió la cabeza con gesto de incredulidad, y su sonrisa blanca y lobuna brilló brevemente en la oscuridad.
—Casi nos pillan.
—Dios mío, eres una influencia muy mala.
Él sonrió. myriam lo siguió mientras él se dirigía a un pedestal de caoba situado junto a la ventana. Encima había un impresionante jarrón chino. victor cogió el jarrón, le dio la vuelta con una mano y agarró con la otra el collar de diamantes con cuidado.
—Eureka —murmuró—. Salgamos de aquí.
Ella se apresuró a seguirlo mientras él desandaba lo andado y regresaba hacia la puerta.
—Dame mi collar, granuja. —myriam metió la mano en el bolsillo de la chaqueta de victor conteniendo una risita, pero él la cogió de la mano y la hizo girar con delicadeza de modo que quedó apoyada con la espalda contra la puerta. myriam lo miró con los ojos entornados, reprimiendo una sonrisa—. ¿Qué estás haciendo?

Alto y esbelto, con su cuerpo musculoso cubierto por la ropa de etiqueta blanca y negra, victor apoyó una mano en la puerta junto a la cabeza de myriam y se inclinó hacia ella, dejando colgado su collar ante sus ojos.
—¿Lo quieres? Ven a cogerlo.
Ella intentó arrebatárselo, pero él lo levantó sonriendo de forma burlona. Los diamantes centelleaban y brillaban en la oscuridad.
—¡vicco!
—¿No quieres tu bonito collar?
—Sí —contestó ella, moviendo la barbilla en actitud desafiante. Él acercó su cabeza a la de ella, mientras la luz de la luna que entraba por la ventana emitía un destello plateado a lo largo de su perfil de elegantes facciones y la superficie plana de su mejilla.
—Dame un beso y es tuyo.
Ella retrocedió y respondió a su mirada agresiva con lo que esperaba fuera una expresión severa, pero su vista bajó hacia sus tentadores labios, echando a perder el efecto.
—Ya es mío.
—No, no, milady, me lo regalaste. —Sus ojos color esmeralda brillaban mientras enrollaba el collar de diamantes alrededor de sus dedos y lo balanceaba ante la cara de myriam, hipnotizándola—. Pero si me besas, te lo devolveré.
Ella hizo un tímido mohín.
—Pero, lord victor, hemos acordado que solo somos amigos.
—Un beso de amigos —susurró él, mientras se acercaba a ella e inclinaba la cabeza ligeramente.
Ella sintió que desfallecía bajo el poder de su encanto.
—Puede que... uno.
Los labios de él rozaron los suyos de un lado a otro, en una lenta y tentadora caricia que la hizo estremecerse. Pero cuando la besó más profundamente con una pausada destreza, acariciando su cuello de forma seductora, myriam soltó un débil gemido y dejó que su cuerpo se relajara contra la puerta. Cerró los ojos poco a poco. La cabeza le daba vueltas mientras disfrutaba de su embriagador sabor a hombre. Su beso apasionado, le arrebató los sentidos. Dio gracias por tener detrás de ella la puerta sólida, sujetando su débil cuerpo.
victor descendió con la punta del dedo por el cuello de ella hasta el centro del escote de su vestido. El pecho de myriam palpitaba bajo su roce diestro y temerario. Su mano caliente y hábil se deslizó bajo la parte delantera del corpiño y cogió su pecho. Ella jadeó de placer cuando le acarició el pezón con el pulgar.
Durante un pecaminoso instante, myriam deseó que le rompiera la ropa y la tomase: que exigiera simple y bruscamente lo que ella no se sentía con el valor de ofrecer por propia voluntad. ¡Él la confundía tanto! Había sucumbido tan fácilmente la noche en el suburbio, cuando creía que no volvería a verlo —cuando no había consecuencias de ningún tipo—, pero ahora abandonarse a aquel peligroso deseo significaba arriesgarse a poner todo su futuro en manos de él. Si reparaban en la ausencia de ambos en el salón de baile —si alguien iba a buscarlos y los encontraba juntos en la oscuridad de aquel dormitorio—, se vería obligada a casarse con él o a hacer frente a la deshonra más absoluta. Su corazón latía alocado, debatiéndose entre el deseo y el rechazo obstinado a correr aquella suerte.
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Mensaje  mali07 Mar Mar 31, 2009 5:42 pm

Seguía decidida a ser la dueña de su destino, pero el orgullo también entraba en juego, y complicaba todavía más el asunto. La noche del baile de Devonshire había jurado que jamás permitiría que él la controlase. Una pareja casada se convertía en una sola persona a los ojos de la ley y de Dios... y el hombre era aquella persona. Su madre había clamado contra ello en varios de sus ensayos. Como amiga de victor, seguía siendo su igual. Pero en ese mismo momento notó que perdía el control debido a la forma embriagadora en que él le estaba quitando los largos guantes blancos, acariciándole las manos.
Mientras su control se desvanecía, myriam temió que él perdiera el interés por ella una vez que la hubiera poseído. ¿Y si lo único que le atraía era la emoción de la conquista...? Además, ¿por qué debía dar ella su brazo a torcer?
Si era lista, podría nadar y guardar la ropa, le decía una voz pragmática aunque bastante calculadora en su cabeza. Una vez que hubiera cumplido con su deber respecto al viejo lord Drummond y fuera una viuda independiente, podría tener a lord victor como amante. Pero eso podría ser dentro de muchos años...
Su cuerpo se estremeció con avidez cuando él deslizó la mano por su vientre acariciándola lentamente.
—¿Te doy placer otra vez? —murmuró él con una voz suave, plenamente dispuesto a satisfacerla.
Ella no tenía fuerzas para protestar, pero lo besó con ardor mientras él ahuecaba la mano con delicadeza sobre el montículo de su sexo. Sus dedos audaces presionaron la muselina vaporosa de la falda entre las piernas de myriam. Ella lanzó un gemido tenue como un susurro contra los labios de él; Rackford no necesitó más muestras de consentimiento. Dios, hacía tanto que ella deseaba aquello.
Él se arrodilló despacio, siguiendo las curvas del cuerpo de myriam con las manos. Le acarició las caderas y los muslos de forma posesiva y descendió hasta sus tobillos; a continuación deslizó las manos bajo su falda. Con la cabeza apoyada contra la puerta, y la visión borrosa del deseo, ella pasó sus manos por el cabello dorado mientras él le besaba el vientre a través del vestido y le levantaba suavemente la falda con sus hábiles manos.
Cuando él inclinó la cabeza hacia atrás y la miró ardientemente a los ojos, el corazón de Jacinda le golpeó con fuerza contra el pecho. Ella acarició su rostro duro y aguileño; a continuación, él bajó las pestañas y agachó la cabeza, acercándose a ella. Y lo que le hizo entonces... Ah, lo que le hizo. Ella nunca había experimentado aquel deleite; intensas sensaciones estallaron en su interior cuando él besó su sexo virginal, rindiendo tributo a su más íntima feminidad. myriam había visto aquel acto amoroso en el librito inmoral de dibujos lascivos, pero jamás había imaginado un placer semejante. No pudo hacer otra cosa que dejarse llevar por la excitación y disfrutar lujuriosamente de la desinteresada entrega amorosa de victor mientras acariciaba con maestría el sensible centro de su placer. Le había introducido los dedos y la estaba tocando con un diligente cuidado.
Oh, qué deliciosamente perverso era, pensó myriam, jadeando y aferrándose al pomo de la puerta para no caer.
No supo cuánto tiempo pasó, pero él no tardó mucho en llevarla a un poderoso e intenso clímax. Ella soltó unos gemidos suaves y apasionados: «Vicco, Vicco... Oh, Dios mío, Vicco». Se agarró a él, subyugada, febril, embelesada y salvaje. Toda preocupación, todo temor y todo control desaparecieron en el torbellino de aquella gozosa sensación.
Él se levantó y la cogió en brazos con delicadeza. Se apoyaron contra la puerta, aferrándose el uno al otro hasta que finalmente ella se recuperó. Victor le besó el pelo y acto seguido la agarró con suavidad de los hombros, le hizo darse la vuelta y le puso el collar de diamantes. Ella se quedó temblando ante su proximidad mientras él deslizaba las puntas de los dedos por su nuca para abrochar el cierre. Nunca se había sentido tan próxima a alguien, tan electrizada por la presencia de otra persona.
Con un deseo más intenso de lo que revelaba su aire travieso y juguetón, myriam rozó con la mano su miembro duro y palpitante, que le presionaba el trasero mientras él forcejeaba con el cierre del collar detrás de ella. Rackford jadeó bruscamente al notar su ligero roce. Ella alzó la vista hacia él por encima del hombro, fascinada.
Sin apartar la mano, myriam se giró y exploró su cuerpo a través del pantalón.
—¿Qué crees que estás haciendo? —preguntó él con voz ronca, mirándola fijamente como si fuera a devorarla.
Ella no respondió, absorta por sus descubrimientos. Notaba cómo el cuerpo de él cambiaba al contacto de cada caricia, hinchándose hasta adquirir proporciones cada vez más grandes, pero él la detuvo y le cogió las manos. myriam se sorprendió de lo grandes y fuertes que eran sus manos comparadas con sus delicadas manitas cuando él entrelazó sus dedos con los de ella, agachó la cabeza y la besó de nuevo largamente.
Cuando victor volvió a hablar, rozando con sus labios los de ella, su voz sonó en un susurro aterciopelado.
—¿Sabes que haría cualquier cosa por ti?
—Vicco —dijo ella en voz baja, rodeando la esbelta cintura de él con los brazos. Posó la cabeza en su torso, cautivada por la dicha de su abrazo, pero no sabía qué contestar.
Él la atrajo hacia sí, le besó el pelo y se detuvo un instante.
—Nadie me había hecho sentir así, myriam. —Hablaba con una voz muy suave y cautelosa—. Solo... quería que lo supieras.
Ella se apartó un poco e inclinó la cabeza hacia atrás, temblorosa y asombrada, para mirarlo a los ojos. Él la miró con seriedad pero también con recelo mientras esperaba su reacción. myriam levantó la mano despacio y acarició su mejilla rasurada. Él cerró los ojos, apoyándose en la mano que le acariciaba con tanta suavidad. Ella lo observó como si lo estuviera descubriendo por primera vez, mientras un inesperado asombro se abría paso en su interior al darse cuenta de que era el primer y el único hombre que la había tratado como a un igual. Después de Lizzie, lo consideraba su amigo más íntimo. Pero si era sincera consigo misma, debía reconocer que era más que un simple amigo.
Mucho más.
De repente él giró la cabeza y le besó la mano con una sonrisa sardónica.
—Ya ha sido suficiente tortura —murmuró—. Larguémonos de aquí.
Incapaz de encontrar palabras con que expresarse, Myriam se limitó a asentir con la cabeza y lo siguió mientras él abría la puerta, miraba a un lado y al otro y le hacía señas para que saliera al pasillo. Una vez más, recorrieron juntos los pasillos a toda prisa.
Ella empezó a preocuparse por si alguien había reparado en su ausencia. Sin duda lord Drummond debía de estar preguntándose dónde se habían metido ella y lord victor.
Momentos más tarde se separaron; myriam regresó por el camino por el que había venido, y victor enfiló una vez más los pasillos del servicio. Él le robó un rápido beso de despedida antes de abrir la puerta blanca por la que había venido.
—Eh, preciosa —la llamó victor en voz baja al ver que ella se detenía a mirarse en uno de los espejos situados encima de las consolas del pasillo.
—¿Sí?
—Estás para comerte —murmuró él con picardía, lanzándole un beso.
myriam soltó un jadeo virginal, pero antes de que pudiera contestar él ya había desaparecido entre las sombras. Tan solo oyó el tenue ritmo de sus pisadas, que se iba desvaneciendo por la escalera oculta del servicio. Esbozando una tímida sonrisa, volvió a mirarse en el espejo iluminado por las velas y contempló con un placer íntimo y secreto el collar de diamantes, que descansaba sobre su piel encendida y sonrosada. Movió la cabeza con gesto de incredulidad al ver su reflejo y suspiró al comprobar que aquel granuja la había dejado desaliñada, con las mejillas sonrojadas y aspecto de haber sido besada apasionadamente, que era exactamente como ella se sentía. Se alisó el pelo con un rápido ademán, se arregló el vestido y volvió precipitadamente al salón de baile sin que sus pies tocaran apenas el suelo.

«Es mía.» Oh, sí. Tanto si aquella preciosidad descarriada y llena de vida quería reconocerlo como si no, por fin estaba empezando a sentir la misma atracción que él llevaba semanas experimentando. Estaba seguro de ello. Sonriendo para sí en la oscuridad, subió la escalera de la parte delantera de la casa de su padre en Lincoln's Inn Fields.
Era tarde. Acababa de llegar a casa del baile de los Taylor. Como siempre, Gerald, el mayordomo de noche, abrió la puerta antes de que a él le diera tiempo a llamar. victor tiró la ceniza de su puro antes de entrar en la casa. Su madre consideraba su afición al tabaco «un hábito desagradable», pero un hombre tenía que tener sus vicios.
Dios, qué ganas tenía de poder trasladarse a una elegante habitación de soltero, preferiblemente al otro lado de la ciudad, pero sir Anthony y los agentes de Bow Street que se encargaban de su caso querían que siguiera allí, donde les resultaba más fácil vigilarlo; no por comodidad, sino por la propia seguridad de victor, ahora que había enviado a tantos criminales a la cárcel de Newgate. Según ellos, en aquellos hoteles para solteros siempre había demasiada gente entrando y saliendo.
Mientras cruzaba el vestíbulo y subía sin prisa la escalera que conducía al piso principal, sus pensamientos volvieron rápidamente a la exasperante e irresistible lady myriam, como le ocurría a menudo.
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Mensaje  mali07 Mar Mar 31, 2009 5:44 pm

Esa noche había corrido un gran riesgo, pero se alegraba enormemente de haberlo hecho. Aquel era el problema de todas las reglas de la alta sociedad, pensó. Prácticamente era imposible conseguir estar a solas un momento con una chica. En el suburbio, la mayoría de mujeres tenían libertad para pasar un rato con quien ellas decidiesen, y si les gustaba un muchacho, no escatimaban sus favores. Él no estaba acostumbrado a todos aquellos obstáculos que un hombre tenía que escalar como si se tratase de las almenas de una ciudadela: las acompañantes de ella, su institutriz, sus hermanos, las matronas con ojos de lince de la sociedad. Pero esperaba haber dado a myriam una adecuada dosis de persuasión esa noche. Ahora ella debería saber lo bien que irían las cosas entre ellos.
Sí, ya era hora. Dios sabía que él necesitaba aliviarse. Había impedido a myriam que siguiera tocándolo porque sabía que no quedaría satisfecho con nada que no fuera su virginidad, y su futura mujer no iba a ser desflorada en la cama de otro hombre. Aun así, tenía que hacerla suya pronto o iba a volverse loco. Últimamente pasaba demasiado tiempo fantaseando que la desvestía, desatando cada uno de sus elegantes lazos, quitándole sus ligeras y delicadas prendas una a una...
—¡Myriam! —gritó una voz áspera, interrumpiendo sus agradables pensamientos.
Se giró, arrancado de sus incontrolables fantasías, y vio a su padre que caminaba hacia él por el pasillo, con la corbata desatada colgándole de los hombros y la cara roja a causa del alcohol. Estuvo a punto de sonreír con humor irreverente al verlo, recordando las miradas ceñudas que myriam había dedicado a Truro el Terrible durante la cena.
Sin embargo, al ver la luz agresiva que brillaba en los ojos vidriosos color esmeralda de su padre, la sonrisa de Victor se desvaneció y su humor se ensombreció al instante. Conocía aquella mirada, aunque hacía años que no la veía.
Instintivamente se puso en guardia y observó cómo su padre se dirigía hacia él tambaleándose ligeramente.
—Apaga eso, malnacido insolente —farfulló el marqués—. Sabes de sobra que tu madre ha prohibido fumar en casa. ¡Mientras estés bajo mi techo, juro por Dios que obedecerás mis normas!
Victor se lo quedó mirando un instante. Al parecer, su padre no se daba cuenta de que ahora medía algunos centímetros más y que tenía más de diez kilos de puro músculo, por no hablar de los quince años que había pasado luchando por su vida.
Tal vez los esfuerzos de myriam por educarlo estaban surtiendo efecto, pensó, pues pese a tener todos los músculos del cuerpo tensos, consiguió responder como un auténtico caballero. En el pasillo había un pequeño limonero dentro de una maceta. victor se acercó a él despacio y apagó el puro en la tierra. A continuación volvió a erguirse lentamente.
—Discúlpeme. No pensaba que fuera a molestar a nadie.
—¡Pues a mí me molesta, maldita sea!
«Menudo patán estás hecho», pensó, mirando al hombre.
—Y por si te interesa, te diré otra cosa que también me molesta —continuó el marqués borracho, con sus ojos febriles que brillaban cada vez más—. La zorrita Hawkscliffe a la que siempre andas siguiendo.
A victor se le encendieron los ojos de la ira, y clavó la mirada en la cara de su padre.
—Milord —le advirtió—, no tolero que se insulte a esa dama en mi presencia.
—¿Dama? —dijo él en tono de mofa—. Olvídate de ella. Me diste tu palabra de que te casarías inmediatamente, y ya han pasado casi dos meses. Ha llegado el momento de que plantes tu semilla, muchacho. He hablado con lord Erhard sobre su hija, la pelirroja de las tetas grandes, y hemos decidido que tú y ella deberíais casaros...
—¿Daphne Taylor? —exclamó él, con desdén.
—Sí, esa. Daphne—dijo su padre, con una sonrisa lasciva.
—Padre, esa chica es una arpía. Me voy a casar con lady myriam. —«Si entra en razón.»
—Ni lo sueñes.
Su sentido de la desobediencia a la autoridad se puso en estado de alerta ante aquella orden.
—¿Por qué no? Lady myriam procede de una excelente familia. —Es como comprar una vaca lechera, se recordó con cinismo—. Es hermosa, saludable y tiene una dote de cien mil libras. —Aquello debería complacer al hombre.
—Me da igual los miles de libras que tenga —masculló Truro—. Es una zorra arrogante y no me gusta.
«Tú tampoco le gustas mucho a ella.» victor hizo un esfuerzo por dominar su ira creciente.
—Pues a mí sí.
—¿No te das cuenta de la clase de putita que es, idiota? ¡Es igual que su madre! Ningún hijo mío va a terminar casado con una furcia ligera de cascos...
—¡Basta! —rugió victor a su padre en la cara, perdiendo los estribos.
Truro intentó darle un puñetazo tras lanzar un gruñido; victor atrapó el puño del hombre con la mano derecha. Su reacción defensiva fue automática; con un movimiento perfeccionado en incontables peleas callejeras, su padre salió volando y cayó de espaldas en el pasillo de mármol, sin aliento.
victor se irguió por encima de él con una mirada asesina y puso un pie en el cuello de su padre. Miles de recuerdos de su sufrimiento acudieron a su cabeza y empezaron a correr como veneno por su flujo sanguíneo.
—¿Sabe cuan fácilmente podría matarlo? —susurró apretando los dientes, mientras el corazón le golpeaba con fuerza contra el pecho.
Su padre clavó los ojos en él con un miedo absoluto. A victor aquello le dio una satisfacción intensa pero fugaz.
—¿Por qué...? —empezó a decir victor, pero su voz se apagó en su garganta.
Su orgullo se negaba a permitir que hiciera las dolorosas preguntas que después de todos aquellos años seguían llenando su corazón de pesar. «¿Por qué me odias tanto? ¿Qué he hecho para merecer el trato que me has dado? ¿En qué te he defraudado?»
El momento de debilidad pasó.
—Diga lo que quiera sobre mí, pero si vuelvo a oír que pronuncia otra palabra despectiva sobre mi futura mujer, le juro que le daré una paliza que no olvidará nunca. —Quitó el pie de encima de la garganta de su padre, se puso derecho y se marchó.
Su padre se levantó y gritó toda clase de improperios detrás de él por el pasillo, recordándole, por si lo había olvidado, que era un desecho, que era tonto y débil y que no servía más que para hacer las obras del demonio.
—Debería haber dejado que te pudrieras en la cárcel. ¡Prefiero que el linaje desaparezca a dejar una excusa lamentable como tú para que me suceda.
victor se rió de la crueldad pura y desquiciada de las palabras de su padre, pero cuando llegó a su habitación estaba temblando; la felicidad que había sentido de camino a casa desde el baile había desaparecido.
Una vez en su habitación, miró a su alrededor, sin saber qué estaba haciendo allí. Cerró la puerta tras él y, sin encender ninguna vela, se dirigió fatigosamente a su cama; cuando se tumbó en ella, la pesada carga del pasado pareció oprimirle. Durante un largo rato, se quedó inmóvil mirando el techo. Cerró los ojos a medida que el antiguo y medio olvidado dolor emergía y lo envolvía; a partir de entonces ya no hubo escapatoria. Llevaba dentro de él el fracaso y la imperfección. «¿Es que nadie va a quererme nunca?»
En la oscuridad, su corazón comenzó a avanzar a tientas en dirección a la única luz que había encontrado, la luz de myriam, pero al pensar en ella el dolor se multiplicó por dos, por tres. Era tan fácil temer que todo lo que su padre decía fuera cierto... ¿Y cómo iba a querer ella a alguien como él? ¿A quién quería engañar?
Podía proporcionarle placer, pero en el fondo él no valía nada y sin duda no merecía el amor de ella. La angustia se agitaba en su interior tan abruptamente que unas ardientes lágrimas de furia empezaron a escocerle en los ojos. Se incorporó con rapidez y las desechó frunciendo el ceño. Se puso en pie, se pasó la mano por el pelo e hizo retroceder a los demonios; logró recordar las numerosas atenciones que ella le había deparado, sus compasivas preguntas... y la forma en que lo miraba. Ella nunca miraba así a nadie.
Y también, cómo no, estaba el tema del collar de diamantes. Ella se lo había dejado semanas atrás, un regalo ofrecido libremente porque había visto algo bueno en él.
«Ella estaba equivocada —dijo la voz insidiosa de su cabeza—. Eres un inútil. No eres nada.»
No sabía qué parte creer. Se levantó lanzando un gruñido grave y furibundo y se tiró nerviosamente de la corbata. Se paseó por la habitación a oscuras y se dirigió hacia la ventana. Tras apartar las cortinas, miró la calle, donde estaban apostados sus centinelas. Sus ojos parpadearon con una siniestra violencia.
Dejó caer la cortina y fue a cambiarse de ropa.
Minutos más tarde, un vengativo susurro de metal sonó débilmente en la oscuridad cuando sacó su puñal favorito del compartimiento secreto del cajón. Miró el contorno negro de la ciudad situado al otro lado de la ventana.
Era el momento de ir a cazar a los Chacales.
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Mensaje  Chicana_415 Mar Mar 31, 2009 9:27 pm

Eha eha eha! por fin has vueltooooo Very Happy Espero que no nos dejes esperando mucho timepo para el proximo cap

gracias por el 2x1
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Mensaje  jai33sire Mar Mar 31, 2009 11:39 pm

muchas gracias por los capitulos y por fa siguele

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Mensaje  Marianita Miér Abr 01, 2009 12:54 am

Lili!!!!!!! Mil gracias por los capis, claro que el Vico vale y mucho!!!!! Twisted Evil Ojalá que pronto se den cuenta que se quieren!!!! ❤ Aquí te estaremos esperando con más capis, ehh, cuídate mucho!!!!!! Deseos Prohibidos - Página 6 400496
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Mensaje  mats310863 Jue Abr 02, 2009 11:59 am

¿QUE LE PASA AL PADRE DE VICTOR?
SUPER BUENOS CAPÍTULOS, GRACIAS

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Mensaje  nayelive Vie Abr 03, 2009 11:41 pm

gracias por el capi , estubo muy bueno Deseos Prohibidos - Página 6 400496 Deseos Prohibidos - Página 6 400496 Deseos Prohibidos - Página 6 388331 Deseos Prohibidos - Página 6 388331
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Mensaje  myrithalis Miér Abr 15, 2009 12:03 am

quermos cap , queremos cap ya por favor la espera me esta consumiendo bueno un poco dramatica jajajaja saludos bye Atte: Iliana
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Mensaje  monike Dom Abr 26, 2009 5:00 pm

QUE PACHOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO
Y EL CAPÌ

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Mensaje  mali07 Sáb Mayo 02, 2009 7:31 pm

PERDON POR LOS RETRASOS PERO YA POR FIN AKI ESTAN LOS KAPIS YA ME KITARON EL YESO DELA PIE SO YA LES PONDRE MAS KAPISS SEGIDOS OK Y GRASIAS POR ESPERARME KON LOS KAPIS JEJEJE Embarassed Embarassed Embarassed
WENO AKI SELOS DEJOOO SALE VALE Y SIGAN PONIENDO MSG ......... TALIS AKI ANDAS D SHISMORRINAAA YATE MIREE EEEE JAJAJAJA Deseos Prohibidos - Página 6 664467 Deseos Prohibidos - Página 6 664467

Poco después, victor avanzaba sigilosamente entre las sombras del suburbio. Dejó atrás la ira que se agitaba en su interior ante el desprecio de su padre mientras recorría un angosto pasaje entre edificios, dirigiéndose hacia la entrada de la fábrica de carruajes abandonada que había estado usando como puerta de acceso al antiguo cuartel general de su banda.
La luna brillaba como un ojo vigilante. El suburbio estaba silencioso.
Demasiado silencioso.
Tal vez habían desertado más hombres de O'Dell, pensó, pues sabía que los estaba poniendo en fuga.
Todo empezó con Bloody Fred, que extendió su histeria vociferando que había visto al fantasma de vicco. Victor se enteró de que O'Dell acabó llevando a Fred de vuelta al manicomio de Bedlam, y ahora se hallaba encerrado en una celda donde no suponía ningún peligro; pero el daño ya estaba hecho.
El caos reinaba en el suburbio. Tal como victor había planeado, la banda de los Chacales estaba haciendo implosión. O'Dell estaba perdiendo poco a poco el poder sobre sus hombres.
Baumer y Flash se mataron entre sí en una pelea motivada por el reloj de bolsillo. Debido al azote de sus visitas nocturnas, otros tres miembros de los Chacales fueron hallados muertos en sus habitaciones o en los oscuros callejones de los alrededores. Todos habían participado en la violación de la hija de Murphy. Muchos otros desertaron, pues ahora todo St. Giles sabía que los Chacales estaban siendo acechados y liquidados uno a uno por el fantasma de vicco garcia. Circulaban rumores disparatados, alimentados por la imaginación de los analfabetos rufianes cockney y los irlandeses indigentes y supersticiosos que se hacinaban en las casas de los alrededores.
La gente cayó rápidamente en un estado de delirio. La mitad de los ciudadanos del suburbio aseguraba haber visto la sombra de vicco en distintos lugares al mismo tiempo. Vicco había vuelto de la tumba, decían, para cumplir su promesa de vengar el honor de la inocente chica que había sido atacada. Se decía que era un fantasma despiadado, capaz de cortar el pescuezo a un hombre, pero solo los malvados debían tenerle miedo. Aseguraban que podía aparecer en distintas guaridas del barrio en cuestión de segundos y que desaparecía sin hacer el menor ruido. El único rastro que dejaba tras matar a alguien eran unos pétalos de un clavel rojo.
Sí, pensó de forma amenazante, aunque O'Dell no creyera en los fantasmas, sus hombres estaban asustados, y eso hacía que resultase mucho más fácil vencerlos.
Victor se acercó con mucha cautela a la fábrica abandonada, echó un vistazo a su alrededor para asegurarse de que nadie lo veía y acto seguido agarró el pomo de la puerta.
Sin hacer ningún ruido, la abrió lo suficiente para poder entrar. Nada más cruzar el umbral y penetrar en la oscuridad, Victor sintió un intenso dolor en el cráneo; alguien le había asestado una estocada demoledora en la parte de atrás de la cabeza.
Soltó un rugido y cayó tambaleándose sobre una rodilla, aturdido y medio cegado por el dolor. Tres hombres se le echaron encima y lo derribaron. Luchó por mantener el equilibrio, con la cabeza a punto de estallar. No podía ver en la oscuridad. Un puño golpeó en su estómago y le hizo doblarse. Comenzó a pelear a ciegas mientras los otros iban a por sus armas.
Alguien le puso la zancadilla; lo siguiente de lo que fue consciente fue de tener la cara pegada al serrín mohoso. Notó la bota de un hombre en la parte posterior de su cabeza. Victor empezó a escupir improperios, pero el talón de la bota no hizo más que apretar su cabeza sangrante con más fuerza, estrujándole la mejilla contra el suelo mugriento. A continuación le alzaron los brazos de un tirón por detrás.
—Vaya. Está vivo.
—Levantadlo.
—O'Dell tenía razón: ¡Vicco está vivo!
—No por mucho tiempo.
Alguien escupió cerca de él; luego, unas manos ásperas lo agarraron de los brazos y lo levantaron. Victor alzó la barbilla mientras le goteaba sangre de la comisura de la boca y se vio cara a cara con Tyburn Tim, la mano derecha de O'Dell.
—Hola, Vicco. Estás cambiado. Te has cortado el pelo. O'Dell va a cortarte el pescuezo.
Él se limitó a lanzarle una mirada glacial por toda respuesta.
Una sonrisa cruel se dibujó poco a poco en la cara de Tim.
—Tan arrogante como siempre. Sabíamos que te cogeríamos una de estas noches. —Tim le dio un puñetazo en el estómago que lo dejó sin aliento—. ¡Esto es por Jones, cabrón!
Mientras él se esforzaba por encajar el golpe, los hombres que lo sujetaban de los brazos volvieron a levantarlo ante la lacónica señal de cabeza de Tim.
—Lleváoslo.
Lo llevaron medio a rastras, medio en volandas al cuartel general, donde lo metieron en un trastero y lo encerraron. Dos hombres se quedaron detrás de él para vigilarlo mientras Tyburn Tim iba a buscar a O'Dell.
Tenía la cabeza a punto de estallar. Se levantó lentamente del suelo arrastrándose y lanzando un silencioso gemido de dolor. Se apoyó con las manos y las rodillas y se sentó en cuclillas mientras todo le daba vueltas. Dios, ¿con qué le habían pegado? Notaba cómo la sangre caliente goteaba por la parte de atrás del cuello a causa del golpe que había recibido en la cabeza. «Supongo que me he vuelto descuidado. O simplemente arrogante.» No creía que O'Dell fuera tan listo para descubrir la forma en que había estado entrando a hurtadillas en el cuartel general, pero una cosa estaba clarísima, pese al aturdimiento de su cabeza. Si no salía de allí, estaba muerto. Victor alargó la mano para coger su puñal, preparándose para defenderse, pero se dio cuenta de que lo habían desarmado.
Situado a pocos metros de distancia, uno de los centinelas le mostró su puñal de la suerte, burlándose de él con el cuchillo.
—Supongo que ahora vuelves a ser el Vicco de siempre, ¿verdad, Vicco?
Victor lanzó una mirada hosca alrededor del trastero, tratando de orientarse. Sabía que la habitación estaba situada cerca del almacén, no muy lejos de la zona de carga y de la corta escalera trasera por la que llevó a Myriam la noche que la encontró. De hecho...
Su mirada se posó en las tablas del suelo del centro de la habitación. Se acordó de que su habitación también tenía una trampilla. Lo recordaba porque un día Eddie salió inesperadamente del suelo y lo interrumpió mientras disfrutaba de los favores de una deliciosa muchacha cuyo nombre había olvidado por completo.
Si pudiera esquivar a los centinelas, podría deslizarse hasta los cimientos fríos y húmedos de tierra compacta situados bajo el edificio y escapar en un abrir y cerrar de ojos. La idea de huir de O'Dell le repugnaba, pero no iba armado y, estaba herido; si no podía luchar, tendría que escapar.
Justo entonces se abrió la puerta. Victor alzó la vista, pero en lugar de encontrarse con Tyburn Tim y O'Dell, vio que el joven Oliver Strayhorn entraba con cautela en la habitación. Era un miembro reciente de la banda de los Chacales; un muchacho alto y delgado de aspecto serio con el pelo moreno y los ojos color avellana. Los dos centinelas dejaron de burlarse y se pusieron serios cuando entró el joven.
Victor había oído que Strayhorn estaba ganándose la confianza del resto de hombres con su inteligencia y su capacidad natural de liderazgo.
Strayhorn se acercó a él con pasos acompasados.
—Así que tú eres el gran Vicco. Por fin nos conocemos.
Él no dijo nada.
—He oído hablar mucho de ti.
—Nada bueno, seguro.
Strayhorn echó un vistazo a su rostro, estudiándolo.
—Todo lo contrario. Tú dirigiste la mayor banda del norte del Támesis. Tú la creaste.
Él asintió con la cabeza. Los Halcones de Fuego habían sido el resultado de la fusión de varias bandas, incluida su antigua organización, los Tomahawks, y los Dragones de Clerkenwell.
—Incluso los hombres más cercanos a O'Dell reconocen que sabías cómo hacer dinero —comentó Strayhorn, mientras lo examinaba.
—Sí, lleva su tiempo —admitió él, asintiendo con la cabeza y tratando de concentrarse pese al intenso dolor—. Y valor, y un poco de ingenuidad. Eso es todo. ¿Y qué hay de ti? ¿Eres uno de los hombres cercanos a O'Dell?
Los ojos recelosos de Strayhorn parpadearon. Negó con la cabeza a modo de sutil respuesta a la pregunta de Victor. Un viejo proverbio acudió a su cabeza: «El enemigo de mi enemigo es mi amigo». Tal vez él y Strayhorn pudieran ayudarse mutuamente.
Sin hacer más comentarios, el joven alto y desgarbado se levantó y salió de la habitación, pero antes de cerrar la puerta tras él hizo un gesto perspicaz con la cabeza a Victor a modo de despedida. Aunque sospechaba que Strayhorn había ido a ver qué podía hacer para ayudarle, Victor sabía perfectamente que la ley del suburbio consistía en cuidar de uno mismo. No tenía la menor intención de confiar su suerte ni a las maquinaciones de Strayhorn ni a la compasión de O'Dell, pues aquel hombre carecía de ella. Tenía que salir de allí cuanto antes.
Deslizó la mano furtivamente a lo largo de la juntura situada entre las tablas del suelo y notó que una de ellas cedía ligeramente. Era gruesa, estaba desgastada y no estaba clavada. Resultaría un arma útil así como una vía de escape, pensó, mirando a los centinelas.
Los atrajo rogándoles débilmente que le dieran agua. Ellos se acercaron sonriendo.
—¿Quieres algo de beber, cabrón? —dijo uno de ellos mientras se desabrochaba los pantalones—. Yo te daré...
Con un rápido movimiento, Victor levantó la tabla, la blandió con intención de dar a los dos hombres y los derribó golpeándoles en las piernas. La imagen del rostro de Myriam acudió a su mente y lo llenó de renovada energía. Golpeó a uno de los hombres con la tabla por segunda vez para asegurarse de que no se levantaba y le propinó al otro una patada en el estómago. A continuación arrancó las otras tres tablas del suelo y bajó de un salto al estrecho conducto; cayó ágilmente sobre las viejas losas frías y húmedas. Antes de que los centinelas se recuperaran, salió de debajo del edificio y cruzó la calle corriendo para internarse en el laberinto de los suburbios.
Al cabo de unos instantes oyó que los Chacales iban detrás de él. Su cabeza palpitaba siguiendo el compás del ritmo de sus pisadas mientras corría sobre los adoquines; su respiración resonaba en medio de la quietud de la noche.
No volvió la vista atrás. Oía cómo lo perseguían: seis, siete pares de pies, voces que gritaban, aunque solo reconocía una con seguridad.
O'Dell.
—¡Seguidlo! ¡Seguidlo! ¡Averiguad adonde va! ¡Te atraparé, Vicco, hijo de puta!
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Mensaje  mali07 Sáb Mayo 02, 2009 7:34 pm

Dobló una esquina y siguió corriendo, pero el esfuerzo estaba haciendo que el corte de la parte de detrás de la cabeza sangrase más deprisa. A cada paso que daba sentía más náuseas y se encontraba más mareado. Temeroso de estar a punto de desmayarse, abrió la puerta de un viejo cobertizo situado entre dos edificios, entró dando traspiés y la cerró sin hacer ruido. Se desplomó contra la pared, tratando de silenciar su respiración sonora y entrecortada mientras oía que los Chacales pasaban corriendo por delante.
—¡Mirad allí abajo! ¡Vamos, nosotros iremos por aquí!
Se separaron y se oyeron dos grupos de pisadas que se alejaban siguiendo dos direcciones distintas, pero Victor sabía que no habían ido lejos. «Dios, me he librado por poco.» Volverían, pero él estaba demasiado débil para defenderse. Se deslizó lentamente por la pared, se sentó en el suelo duro y cerró los ojos, con la cara cubierta de sudor frío. Al principio pareció que se recuperaba tras el breve descanso, pero luego todo se le vino encima y sintió un terrible dolor. Notaba como si, en efecto, le fuera a estallar la cabeza. Se obligó a levantarse haciendo una mueca.
Tras aquel fugaz respiro, abrió la puerta un par de centímetros y vio que la calle estaba vacía. Echando mano de la resistencia que le quedaba, salió del cobertizo sigilosamente y recorrió el resto de trayecto de vuelta a la casa de su padre en Lincoln's Inn Fields todo lo aprisa que pudo.
«Nate, viejo amigo —pensó al desplomarse sobre su cama un rato después—, esta noche no me habría venido mal tu ayuda.» Sin molestarse en quitarse la ropa manchada de sangre, cerró los ojos y dejó que la oscuridad lo invadiera.


A la mañana siguiente se despertó al mediodía sintiéndose como si una manada de elefantes hubiera pasado por encima de él. Tenía el cuerpo rígido y dolorido. Se sentía magullado por todas partes. Le dolía el abdomen en la zona donde le habían dado repetidas patadas. Notaba punzadas en el gran bulto de detrás de la cabeza, pero por suerte la herida se había cerrado. Le habría gustado saber con qué demonios le habían golpeado.
Pidió café y sandwiches en lugar de su habitual copioso desayuno y se dio un largo baño mientras se quitaba la sangre del pelo enmarañado y apelmazado. Todo su cuerpo anhelaba a Myriam y sus suaves y afectuosas caricias.
A decir verdad, se encontraba más afectado por su fracaso de lo que estaba dispuesto a admitir, y también humillado. Mientras recordaba la pelea con su padre que lo había conducido al suburbio la noche anterior para descargar su ira, se enteró por Filbert de que Truro se había marchado por la mañana a Cornualles, llevándose a su madre con él.
Satisfecho al menos de haber puesto al tirano de su padre en su sitio, se adormiló en la bañera niquelada hasta que los polvos para el dolor de cabeza le hicieron efecto.
Cuando se sintió mejor, aunque todavía apaleado y cansado, se vistió y, sin perder más tiempo, fue a ver a Myriam. Una sonrisa de ella podría curar el mal que lo afligía.
Condujo su carrocín hasta Montemayor House más lentamente de lo normal para evitar los surcos del empedrado, mientras reflexionaba por el camino cómo iba a explicarle los cortes y los cardenales.
«A lo mejor deberías decirle la verdad», propuso su conciencia, pero descartó la idea. Ya se le ocurriría algo.
El señor Walsh lo hizo pasar, como siempre. Victor se quitó el sombrero y saludó al mayordomo, pero nada más cruzar el umbral y entrar en el blanco vestíbulo de mármol, la dulce voz de Myriam lo llamó desde arriba.
—¡Victor! ¡Oh, gracias a Dios que estás aquí!
Él alzó la vista y vio que ella lo miraba asomada al pasamanos desde lo alto de la imponente escalera. Tenía la cara colorada y los rizos despeinados; inmediatamente se olvidó de sus achaques al darse cuenta de que había pasado algo grave.
Mientras Myriam bajaba la escalera corriendo, sus ojos se llenaron de lágrimas.
Él se dirigió rápidamente hacia ella.
—¿Qué pasa?
Ella no contestó, sino que atravesó el vestíbulo a toda prisa y rodeó con sus brazos la cintura de Victor sollozando, mientras lo abrazaba con fuerza.
—Cielo, ¿qué ocurre? —murmuró él, envolviéndola con los brazos en actitud protectora.
El señor Walsh carraspeó en señal de desaprobación, pero Myriam no le hizo caso.
—Oh, Vicco, al final ha pasado lo más terrible que podía pasar.
—¿Qué ha ocurrido, querida? —preguntó él, levantándole la barbilla con la punta de los dedos para mirarla a los ojos. Las mejillas de Myriam estaban mojadas de lágrimas.
—Es Lizzie —dijo ella con voz ahogada—. Alec ha hecho lo más abominable del mundo.
—Santo Dios, cuéntame qué ha ocurrido...
—Ven... te lo explicaré de camino. Debemos ir con ella. —Lo cogió del brazo y se volvió hacia la majestuosa escalera que conducía al piso principal de la mansión—. Nunca la había visto así —le confesó con ansiedad mientras subían la escalera—. Está histérica, se ha puesto a recoger sus cosas. Dice que se va, y creo que lo dice en serio. A lo mejor tú consigues tranquilizarla —dijo con inquietud—. Ya sabes el cariño que te tiene.
—Claro, haré todo lo que pueda para ayudar.
Ella apoyó la cabeza en su brazo.
—Eres tan bueno. Me muero de ganas de contarle a Robert lo que ha pasado, pero Lizzie me ha prohibido decir una palabra.
—Querida, ¿de qué se trata? —preguntó él, procurando no parecer impaciente.
Ella se detuvo y se volvió hacia él en lo alto de la escalera, escudriñando, sus ojos.
—No debes decírselo a nadie.
—Claro que no. Solo quiero ayudar. —Él colocó el pie en el escalón superior y se apoyó en el pasamanos.
—Es Alec. La verdad ha salido a la luz. No se rompió el tobillo haciendo una apuesta absurda. Lo que ocurrió fue mucho peor, pero Alec no quería contarle a nadie que su racha de mala suerte en las mesas de juego había ido más allá de lo que podía admitir. Cuando Robert lo desheredó para intentar poner freno a su afición al juego, al parecer Alec acudió a un prestamista de baja estofa. Pero cuando llegó el momento de devolver el préstamo, seguía sin poder pagar la deuda. Pidió una prórroga, pero el prestamista no se dejó convencer y mandó a sus matones a por él para cobrar el dinero. Fueron ellos los que rompieron el tobillo a Alec para advertirle de que si no abonaba la deuda, la próxima vez le costaría la vida.
Una furia glacial, asomó a los ojos de Victor al enterarse del daño que había sufrido su amigo y el disgusto que aquellos hombres habían causado a Myriam.
—No te preocupes, milady. Yo me ocuparé de este asunto en un santiamén. Ya he tratado antes con esos tipos deshonestos. Sé cómo manejar a esos estafadores...
Ella lo detuvo posando una mano suavemente sobre su brazo.
—Espera a oír el resto de la historia. —Se llevó la mano a la frente suspirando—. Dios, le retorcería el pescuezo a Alec por no haber dicho ni una palabra a Robert o a los gemelos, pero no hay nada que le moleste más que tener que recurrir a sus hermanos mayores para que lo saquen de un aprieto. Ni siquiera quería contarle la verdad a Lizzie, pero no le quedó más remedio, porque hace dos noches, cuando estábamos en el teatro, ella vio a esos hombres con sus propios ojos. Y oyó cómo lo amenazaban. Volvieron a pedirle a Alec que pagara el dinero.

—¿Fueron al teatro? —susurró él conteniendo la ira, y palideció al pensar en el peligro que esa clase de criminales suponía al acercarse tanto a las chicas, a la duquesa y al pequeño Morley.
Myriam asintió con la cabeza.
—Lizzie dijo que se asomaron a la puerta. Ella y Alec estaban sentados en la terraza jugando a whist cuando esos tipos de aspecto duro se les aproximaron y empezaron a molestar a Alec a través de los barrotes. Cuando él consiguió librarse de ellos, Lizzie lo convenció para que le diese explicaciones. Ella se puso fuera de sí al descubrir que estaban amenazando la vida de Alec. Solo entonces él se derrumbó y le confesó el apuro en el que se encontraba.
—Espero que la señorita Carlisle se lo contara a su excelencia inmediatamente.
—No. Alec le hizo jurar que no lo revelaría. Lizzie jamás rompería una promesa, y menos a Alec. Al día siguiente (es decir, ayer) ella acudió a Robert y le pidió que le entregase todo el dinero que le había dejado su padre. Le dijo a Robert que quería poner un negocio en el que llevaba años interesada; consistía en comprar libros viejos y raros y restaurarlos para venderlos a coleccionistas. Le dijo que estaba preparada para hacer las primeras compras de unos antiguos manuscritos medievales... o algo así. De todas formas, Robert la interrogó sobre sus planes de negocios. Cuando quedó satisfecho con sus respuestas, le entregó su herencia, aunque oficialmente no tiene derecho a ella hasta que cumpla los veintiuno en septiembre. Es una cantidad modesta, pero... —Sus grandes ojos marrones se llenaron de lágrimas—. Lizzie se la dio a Alec para que pagase su deuda... para salvar su vida.
—¿Lo perdió en el juego? —preguntó él con seriedad.
—No. Por lo visto, al final mi hermano no tuvo el valor de aceptar su regalo. Aunque al principio lo aceptó. Lizzie dijo que se lo había dado por la mañana, a las diez en punto más o menos. Él se marchó a devolver el préstamo, pero no apareció hasta pasadas veinticuatro horas. Acaba de estar aquí, pero ha vuelto a marcharse. Al final ha dicho que no podía seguir adelante.
—No me sorprende —murmuró Victor. Habría sido la deshonra definitiva para cualquier hombre—. Pero ¿le ha devuelto Alec el dinero a ella? ¿Ha encontrado otra forma de pagar al prestamista? Porque yo puedo ayudarlo...
—Oh, ya lo creo que ha encontrado una forma. —Ella empalideció y apartó la vista.
—¿Myriam?
—Alec se ha convertido en... quiero decir... —Sus mejillas pasaron del color pálido al rojo.
—¿De que se trata, cielo?
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Mensaje  mali07 Sáb Mayo 02, 2009 7:35 pm

Ella volvió a mirarlo a los ojos lenta, tristemente.
—Lady Campion ha pagado sus deudas —susurró—. ¡Oh, Victor, esta mañana, cuando Alec vino a devolverle el dinero a Lizzie, le dijo a la cara que había pasado la noche con la baronesa y que iba a seguir haciéndolo!
Victor abrió los ojos como platos.
—¿Cómo se lo ha tomado Lizzie?
—Está destrozada —susurró ella.
Él la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí, mientras ella dejaba escapar un pequeño sollozo. La abrazó un instante, le acarició el brazo y luego besó con dulzura su cabello rizado.
—Venga. Vamos a verla.
Myriam asintió con la cabeza y se sorbió la nariz. Mientras la llevaba a ver a Lizzie, Victor meditó sobre el problema, preguntándose qué hacer, si es que había algo que hacer.
Al menos Alec se lo había dicho a Lizzie cara a cara, en lugar de intentar ocultarlo o dejar que ella lo descubriera de otra forma. Pese a lo cruel que había sido el golpe de Alec, Victor podía imaginar perfectamente qué avergonzado debía de haberse sentido tras el regalo de Lizzie: la prueba tangible de que realmente había tocado fondo.
Era mejor sacrificar lo que quedaba de su amor propio convirtiéndose voluntariamente en el juguete sexual de la rica baronesa que perder todo su honor aprovechándose de la adoración desinteresada de una chica inocente y arrastrarla a la miseria con él.
—Creo que deberías esperar aquí —dijo Myriam cuando llegaron a otra escalera más pequeña. Se recogió el pelo detrás de la oreja y se apartó, con los ojos enrojecidos—. Nuestras habitaciones están arriba. Intentaré convencerla para que baje.
Él asintió con la cabeza y se quedó esperando mientras ella subía el pequeño tramo de escalera a toda prisa. Victor comenzó a pasearse, al tiempo que escuchaba las súplicas de Myriam desde arriba. Podía oír los gritos breves y apasionados de Lizzie, interrumpidos una y otra, vez por desgarradores sollozos.
—Por favor, Lizzie, ven a ver a Victor...
—No puedo. Tengo que recoger mis cosas. Por favor, preséntale mis excusas.
—¿Adonde vas a ir? A york... havia una tristesa en sus palabras que a Victor iso que se le partiera el corazón; a continuación su voz estalló en un arrebato de furia—. ¡Montaré mi negocio de libros raros! Se va a enterar. Y cuando sea rica, ese... donjuán vendrá arrastrándose hasta mí, ¡y me reiré en su cara! ¡Ya verás!
—Dios mío —exclamó Victor entre dientes.
Haciendo caso omiso de la advertencia de myriam, subió los escalones de dos en dos y entró en la habitación de Lizzie, sin apenas percatarse de que el dormitorio deMyriam se encontraba justo al otro lado del pasillo.
—Hola —dijo en voz baja a la pálida joven bañada en lágrimas.
Lizzie se giró, lo vio e inmediatamente se dejó llevar por un llanto desconsolado. Victor no dijo nada más; se acercó y la abrazó, dejando que ella se desahogara sobre su hombro.
Myiam se acercó a ellos y consoló también a su amiga.
—¡Ojalá no lo hubiera visto nunca! Está fuera de mi alcance; lo he sabido desde el principio —dijo Lizzie entre lágrimas—. Es el hijo de un duque, y yo solo soy la hija de un administrador de la propiedad. Ya sé por qué siempre me llama «Bichito». Porque así es como él me ve, pe... pequeña e insignificante. No soy nada para él; nunca lo he sido. Nunca debería haber aspirado a alguien por encima de mi posición...
—Oh, Lizzie, vamos, sabes de sobra que el verdadero padre de Alec no era más que un actor —la regañó Myriam con ternura, mientras le acariciaba el hombro.
—¿Dónde está Alec ahora? —preguntó victor con delicadeza.
—En White´s —susurró Lizzie entre sollozos.
—Voy a ir a hablar con él.
—No queda nada por decir.
—Deja que lo intente, Lizzie —dijo myriam en tono zalamero.
Cuando alzó la vista hacia él con sus grandes ojos marrones, esperanzada, su mirada infundió a victor una gran determinación. Por una vez, deseaba tener la oportunidad de convertirse en su héroe.
Decidido a hacer buen uso de la caballerosidad que las chicas le habían enseñado, acompañó a Lizzie hasta una silla que había cerca y le ofreció asiento; luego la dejó al cuidado de Jacinda y fue a intentar hacer entrar en razón a aquel granuja.
Como el club White's estaba justo calle abajo, llegó enseguida. Rápidamente divisó a Alec, que estaba sentado con otros jóvenes bebiendo coñac. Se dirigió directamente a su mesa. Alec topó con su mirada dura y al instante un atisbo de culpabilidad asomó a sus ojos azul oscuro.
—Pero si es el bueno de lord victor.
—Si son tan amables de dejarnos solos, caballeros —ordenó él a los picaros amigos de Alec.
Los jóvenes mostraron su irritación por la petición del presuntuoso recién llegado, pero Alec les indicó que se fueran con un lánguido movimiento de mano, y se retiraron.
—Bueno —dijo él alargando las palabras, mientras victor posaba sus manos en la lustrosa mesa de roble y se apoyaba en ella, mirándolo en actitud de severa advertencia—. Mi hermanita me ha echado a su perro guardián. ¿Vas a retarme en duelo, Victor?
—¿Por qué debería hacerlo?
—No lo sé. Ese es el problema. Nadie sabe qué pensar de ti ni cómo vas a reaccionar. Eres bastante imprevisible.
—Viniendo de un jugador con tu reputación, me lo tomaré como un cumplido.
Alec sonrió.
—Un jugador con mi antigua reputación, querrás decir. La suerte me ha abandonado, Victor. Por lo visto, lo único que hago ahora es perder.
—La suerte no es lo único que perderas si no vas a casa inmediatamente y haces las cosas como es debido con cierta joven.
—¿Hacer las cosas como es debido? ¿Qué demonios crees que he hecho?
—Partirle el corazón. Está llorando a lágrima viva.
Él no dijo nada por un momento.
—A Lizzie Carlisle le irán mucho mejor las cosas sin mí.
Tras coger una copa limpia de la bandeja que había en el centro de la mesa, Victor se sirvió un trago.
—Yo puedo ayudarte. Si es cuestión de dinero, puedo hacerte un préstamo...
—Gracias, pero mi situación ha cambiado. ¿No te has enterado? —lo interrumpió Alec con un agudo cinismo—. Es un trabajo agradable, si un hombre está dispuesto a aceptarlo.
—Sí, y si un hombre puede vivir consigo mismo después.
—No verás que me queje.
—¿Por qué quieres librarte de una chica que te quiere de verdad?
Alec echó la cabeza hacia atrás lanzando un gemido de ofensa y se quedó mirando fijamente el techo.
—Bichito es una ingenua, Victor. Tiene mucho cerebro pero nada de sentido común.
—Eso no es cierto. La señorita Carlisle es una joven muy inteligente.
Él resopló.
—Si me quiere es que no es inteligente. Ahora se espabilará, te lo aseguro.
Victor se irguió despacio, sosteniendo la mirada defensiva de Alec.
—Sé sensato. No hagas el tonto. Si dejas que esa chica se te escape de las manos, lo lamentarás el resto de tu vida.
De repente, toda la fanfarronería de Alec pareció desaparecer. Se repantigó en su sillón, con la mirada perdida, y a continuación movió la cabeza y lanzó un suspiro de resignación.
—Dile que lo siento, ¿quieres?
—Díselo tú. —Y lanzándole una mirada dura, Victor se giró y se marchó.

—Ahora mismo: no deberías quedarte sola —insistió Myriam esa misma tarde, mientras ella y Victor acompañaban a Lizzie hacia la diligencia, que permanecía a la espera.
—Tengo que hacerlo, antes de que me acobarde. ¿Quién sabe lo que me espera ahí fuera, en el mundo? Además, solo voy a York —dijo Lizzie en tono tranquilizador, como había hecho desde que Myriam era una niña. La abrazó fuerte y a continuación sonrió con valentía—. Ya es hora de que abandone el nido de los Hawkscliffe.
—Solo por un tiempo —insistió Myriam—. Prométeme que escribirás.
—Claro que sí.
—Siento no haber podido hacer cambiar de opinión a Alec, señorita Carlisle —dijo Victor suavemente—. Por si le sirve de algo, creo que está loco y ciego, y que es un tonto rematado.
Ella sonrió, hizo una mueca y lo abrazó.
—Oh, lord Victor, si todos los hombres fueran como usted. Lo ha intentado, y solo por eso ya se ha convertido para mí en el caballero de la brillante armadura.
Tras sus amables palabras, él la besó en la mejilla antes de ayudarla a subir al carruaje. Myriam se inquietó al mirar al resto de pasajeros. La testaruda de Lizzie ni siquiera le había dejado alquilar un coche decente para el viaje, pues estaba decidida a tomar el medio de transporte adecuado para ella, como había dicho, hasta la estación.
—Cuidad el uno del otro —les ordenó Lizzie con suavidad, apretando la mano de Myriam a través de la ventana abierta.
—Lo haremos —le aseguró Victor, y apartó a Myriam unos pasos de las ruedas del carruaje cuando el cochero se preparó para partir.
Cuando el coche de Lizzie salió del patio de la posada, los dos permanecieron juntos diciéndole adiós con la mano. Una vez que el carruaje desapareció, Myriam notó que Victor la estaba observando.
Se volvió hacia él en un débil intento por sonreír.
—Bueno, ya se ha ido.
—No le pasará nada —murmuró él, al tiempo que cogía la mano enguantada de Myriam y la levantaba para besarle los nudillos—. Vamos.
La ayudó a entrar en su carrocín y la condujo a Gunter's a tomar un helado para animarla, pero al advertir que seguía distraída, la llevó a Primrose Hill, lejos del barullo de la ciudad. Cuando llegaron al pie de la pendiente, dejó el carruaje al cuidado del mozo.
Aquello no era un dormitorio a oscuras en el que había entrado en medio de un baile; estaban a plena luz del día y no tenía acompañante, pensó Myriam, pero sin Lizzie, el decoro parecía irrelevante. De algún modo, la vida había tomado un cariz mucho más serio en un solo día. Tenía que aclarar sus ideas. Solo sabía que se alegraba enormemente de contar con la presencia serena, fuerte y tranquilizadora de Victor. Caminaron juntos entre los prados floridos hasta la cumbre de la colina.
El sol se estaba poniendo. Se sentaron el uno al lado del otro en la hierba alta, cerca de un viejo y enorme roble susurrante, y contemplaron la vista de Londres a lo lejos, compartiendo su silencio meditabundo.
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