Vicco y la Viccobebe
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Mensaje  mali07 Vie Nov 21, 2008 2:31 am

HOLAA NI/ASSSS PUES WENO KOMO YA SABEN MI TRAJEDIAAA JAJAJA Razz KE DRAMATIKA YOP JAJAJA WENO KUESS ALOKE BENGOOO........ ANDABA POR TODO EL INTER Y PUES KE KREN KEME KONTRO UNAS NOBELILLAS KE ESTAN MUY MUY WENAS NOMASS KE AY UN PROBLEMITITITITIAAAAAAA KE ESTAN UN POKITIN FUERTES Y PUES NOSE KE PIENSEN USTEDESS SI LA PONGO O NO... OSEA NO ESTA ASIDEKE AYYYY DIOS KE BARBARON NOOO WENO NOMAS POKITO JAJAJA AYYY YA ASTA ME ISE BOLAS PERO WENO LA NOBELA SE LLAMA "DESEOS PROHIBIDOS" Y PUES SI BEN KE ESTA MUCHO FUERTEE ME DISEN Y PUES YANOLA PONGOOO SALE WENO PUES AKI LES BA EL 1 KAPI ..... ALOS KESON MENORES NO LEAN LO FUERTE JAJAJA SE TAPAN LOS OJOS OK Razz Razz

WENO ESPERO SUS MSG Y ESPERO TAMIEN KELES GUSTEEEE..............

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Pocos conocen su verdadero nombre y origen. Para todos es Vicco Garcia, el jefe de una banda de ladrones que opera en los bajos fondos de Londres. Esta noche ha encontrado en su territorio a una joven de la aristocracia que se niega a decirle quién es, y solo le pide que la ayude a fugarse a París. Tal vez lo haga: él sabe lo que es huir de un pasado doloroso.
De naturaleza apasionada y rebelde,Myriam Montemayor ha decidido desafiar a todos con su escapada. No dejará que su hermano Robert imponga su voluntad obligándola a casarse sin amor. Y por fin dará un motivo del que hablar a quienes han esperado, desde siempre, que Myriam repita los escándalos que protagonizó su madre.
Decide huir de su casa y se ve envuelta en un altercado entre dos bandas de los bajos fondos londinenses. Allí conoce al peligroso delincuente Victor Garcia, y entre ellos nacerá una tórrida y a todas luces imposible pasión amorosa. Sin embargo, Victor y su pasado no son lo que parecen…


Capítulo 1

El coche de alquiler pasó por debajo de la arcada de piedra armando un gran estruendo y se detuvo en el patio de la posada, iluminado por una antorcha, pero antes de que el cochero pudiera echar el freno, y menos aún bajar a ayudar a su única pasajera, la puerta se abrió de golpe y la viajera salió de un salto: una joven impetuosa de dieciocho años con el cabello revuelto y el brillo de la rebeldía en sus ojos oscuros.
Myriam Montemayor, sin doncella ni acompañante, cerró la puerta del carruaje tras ella con un portazo de satisfacción. Se volvió, se subió la bolsa de piel con un movimiento del hombro y lanzó una mirada de ira reprimida a la posada, con su doble hilera de balaustradas pintadas de blanco, mientras un par de mozos salían corriendo a atenderla.
—Mi equipaje, por favor —ordenó, sin prestar atención a los boquiabiertos muchachos, que miraban su figura esbelta envuelta en un abrigo entallado de terciopelo color rubí, con una exquisita piel de marta cibelina en el cuello y los puños. Pagó al cochero y a continuación atravesó el patio adoquinado con resolución; sus tirabuzones dorados se movían con cada una de sus decididas zancadas.
Se detuvo en el umbral de la concurrida posada mientras escudriñaba con recelo a la variopinta mezcla de viajeros pendencieros y desaliñados. Un niño chillaba en el regazo de su madre; en las sillas y los bancos había gente sencilla esperando a que sus carrozas partieran. Un borracho estaba dando la lata en un rincón, mientras que un niño mendigo había entrado sigilosamente para guarecerse del frío y la humedad y se había arrimado a la chimenea crepitante.
Alzando la barbilla con cierta timidez, entró en la estancia alargada y pasó por entre lo que su aristocrático pretendiente habría llamado «la plebe». Notaba cómo la seguían con la mirada, algunos de forma grosera y otros con simple curiosidad. Se fijó en un hombre que le miró los pies al pasar junto a él; se dio cuenta de que sus zapatos de baile de satén dorado asomaban bajo el largo dobladillo del abrigo.
Miró al hombre con el ceño fruncido para indicarle que se metiera en sus asuntos y se tapó la puntera de los zapatos tirando del dobladillo. Mientras hacía todo lo que podía por mantener los pies ocultos, se dirigió resueltamente hacia el alto mostrador de madera donde se hallaba el recepcionista, que hacía caso omiso del caos del vestíbulo, escondido tras un ejemplar arrugado del The Times de Londres. Encima de él había colgada una pizarra con el horario garabateado de las llegadas y las salidas, las tarifas y los destinos.
Myriam tiró enérgicamente de sus guantes y confió en aparentar que sabía lo que estaba haciendo.
—Disculpe, necesito ir a Dover.
—La diligencia sale a las dos —gruñó él sin levantar la vista del periódico.
Myriam abrió los ojos como platos ante tan grosero y deficiente servicio.
—Me ha entendido mal, señor. Quiero alquilar un carruaje.
Aquello captó la atención del hombre, pues solo los ricos podían permitirse alquilar los carruajes privados pintados de amarillo. Miró por encima del periódico y acto seguido se levantó de su asiento para atenderla mientras un par de mozos se acercaban con dificultad bajo el peso de los dos baúles preparados a toda prisa. El recepcionista sacó la pluma del tintero y se limpió la nariz con los dedos manchados de tinta.
—¿Destino?
—Dover —repitió ella enérgicamente—. ¿Cuánto tardará en estar listo el carruaje?
El hombre lanzó una mirada por detrás de él al polvoriento reloj de pared y se encogió de hombros.
—Veinte minutos.
—Quiero cuatro caballos y dos postillones.
—Eso no está incluido en el precio.
—No importa. —Tras sacar distraídamente su monedero de piel de la bolsa, se apresuró a dar una propina a los mozos.
Los ojos del recepcionista brillaron mientras miraba fijamente el monedero, lleno de guineas de oro, relucientes coronas de plata y chelines. La pluma se deslizó sobre la hoja de ruta en blanco, e inmediatamente la conducta del hombre mejoró.
—Ejem, ¿cómo se llama, milady?
—Maryam —mintió ella sin alterarse—. Señorita Maryam Smith.
El recepcionista echó un vistazo alrededor en busca de algún acompañante, un lacayo o una doncella, pero es que por primera vez en su vida, alabado fuera el Señor, viajaba sin compañía. El hombre arqueó las cejas.
—Entonces, ¿la señorita Smith viajará sola?
Ella alzó un poco la barbilla.
—Así es.
La expresión indecisa del hombre la alarmó. Sosteniéndole la mirada como una jugadora experta, Myriam deslizó unas monedas sobre el mostrador. El hombre se las metió en el bolsillo con la boca fruncida y no hizo más preguntas. Ella lanzó un suspiro de alivio.
A continuación el recepcionista anotó su supuesto nombre en el registro y lo copió en la hoja de ruta. Una vez hecho eso, apuntó con su pluma los dos baúles de viaje apilados detrás de ella.
—¿Ese es todo su equipaje, señorita… Smith?
Ella asintió con la cabeza, posando distraídamente su mano enguantada sobre el escudo estampado en oro cerca del cierre. Tras ocultar el blasón de su familia, esperó hasta que el hombre volvió a agachar la cabeza para seguir rellenando la hoja de ruta, pues si lo veía, sabía que no habría soborno suficiente para disuadirlo de que mandase a alguien a Almack’s a avisar a sus imponentes hermanos mayores, que se presentarían en un santiamén para llevarla a casa a rastras. Al fin y al cabo, ayudarla a escapar suponía hacer enfadar a los cinco hermanos Montemayor, una equivocación que ningún hombre de la zona se atrevería a cometer. Pero Myriam no estaba dispuesta a que se interpusieran en su camino. Iba a ir a Dover y desde allí a Calais, y nadie iba a detenerla.
Al poco rato el recepcionista había cobrado el importe y había mandado salir a los mozos para que prepararan el carruaje. Mientras se llevaban los baúles para cargarlos en el maletero, ella anduvo nerviosamente por el vestíbulo; cada vez que sonaba la pequeña bocina metálica que anunciaba la llegada o la salida de otra diligencia, se sobresaltaba.
Dado que tenía que esperar, se sentó en el banco situado junto a la pared, debajo del candelabro. Tras aflojar las cintas de su sombrero, metió la mano en la bolsa y sacó su querido y gastado ejemplar de El corsario de Lord Byron para leer un poco mientras aguardaba. Trató de abstraerse con el romanticismo del bandido, pero no podía concentrarse debido a la emoción que la embargaba. Revisó los documentos de viaje con nerviosismo una vez más, cuidadosamente guardados entre las páginas del libro, mientras los recuerdos de su viaje por Europa acudían a su cabeza. Dos años atrás, su puritano hermano mayor y tutor, Robert, duque de Hawkscliffe, había sido destinado al congreso de Viena como miembro de la delegación británica. Se llevó a su mujer, Bel, a Myriam y a su acompañante, Lizzie, para que disfrutaran de los festejos que conmemoraban el final de la guerra. Con Napoleón por fin entre rejas, se podía viajar de nuevo por Europa sin peligro. Robert las llevó a la capital austríaca siguiendo una ruta alternativa, a lo largo de la cual visitaron algunas de las ciudades más importantes y hermosas de Europa; y en cada una de ellas, encontró un nuevo grupo de jóvenes con los que coquetear. Fue muy divertido, aunque el ciego Cupido, con sus flechas de oro, no acertó ni una vez en su corazón. De todos los sitios que vio, París, la ciudad que su madre había adorado, supuso para Myriam como visitar tierra sagrada.
Dentro de poco, pensó como si estuviera soñando, se encontraría otra vez en París, entre los elegantes amigos de su madre pertenecientes a la diezmada aristocracia francesa. Por fin sería libre. Bajo ningún concepto pensaba quedarse en Londres y casarse con lord Griffith, por muy adecuado que fuera o muy provechosa que resultara la unión, pues las dos familias poseían terrenos colindantes en las remotas tierras del norte de Cumberland. Tampoco le importaba que él fuera el único hombre en quien todos sus hermanos confiaban y al que habían dado el visto bueno como futuro esposo, siendo como era amigo suyo de la infancia y de su estancia en Eton y Oxford.
Ian Prescott, marqués de Griffith, un hombre atractivo y refinado que frisaba los cuarenta, poseía un temperamento sereno y constante que era lo que, en opinión de sus hermanos, le convenía a ella para contrarrestar sus «pasiones juveniles» y sus «obstinadas costumbres». Ian, por su parte, estaba preparado para tomarla por esposa cuando se estimase que estaba lista, pero Myriam se negaba a ser ofrecida en sagrado matrimonio a alguien a quien no amaba, que no era su alma gemela, sino un hombre al que consideraba un hermano más: otro guardián diestro y paciente que le diría con delicadeza qué tenía que hacer, tomaría todas las decisiones por ella, intentaría comprar su obediencia con chucherías caras y la trataría como a una tonta.
Esa noche, en Almack’s, creyendo que sería el único lugar donde ella no osaría montar una escena, Robert le había dicho que después de su reciente travesura en Ascot, la tan esperada unión entre las dos poderosas familias no debía aplazarse más. Las negociaciones de su acuerdo matrimonial prácticamente habían concluido, le informó su hermano, y al día siguiente fijarían la fecha de la boda. Ella se había quedado totalmente estupefacta.
El problema de sus hermanos consistía en que eran excesivamente protectores con ella y no les gustaba que les tomase el pelo. Lo de aquel día en las carreras de caballos no había sido más que una broma inofensiva, pensó inocentemente. Sin embargo, una vez informada de su próximo destino, Myriam supo inmediatamente que la situación requería un acto drástico. Cuando Robert adoptaba aquella mirada de santurrón no había forma de razonar con él. Su mirada colérica y su cavernosa voz le recordaron de nuevo que no solo era el estirado y adorable hermano mayor al que ella había atormentado alegremente durante toda su infancia; también era uno de los hombres más poderosos de Inglaterra, un personaje imperioso y augusto que intimidaba incluso al príncipe regente. De modo que se escapó de Almack’s, fue a casa corriendo, recogió sus cosas a toda prisa, y paró con un silbido el primer carruaje de alquiler que pasó por St. James’s Street, a la vuelta de la esquina de su casa, la imponente residencia de Knight House, en Green Park.
—Una limosna, señora.
Aquella vocecilla tímida la sacó de sus cavilaciones; alzó la vista de sus documentos de viaje, y al instante sintió una punzada de compasión.
Ante ella se hallaba el desaliñado pilluelo de la calle que momentos antes estaba agachado junto al fuego de la chimenea. El niño se la quedó mirando de forma suplicante, con su cochambrosa manita tendida en actitud expectante. Debía de tener unos nueve años. Tenía unos enormes ojos castaños y llevaba la carita manchada. La ropa roñosa que vestía, poco menos que harapos, le colgaba de su escuálido cuerpo como a un espantapájaros. Iba descalzo y llevaba los pies mugrientos. A myriam se le encogió el corazón.
«Pobre criatura.»
—Por favor, señora. —El lastimoso niño se estremeció y lanzó una mirada furtiva por encima del hombro al recepcionista, como si tuviera miedo de que reparase en él y lo echase del local.
—Claro, querido —murmuró ella con ternura, y abrió su bolsa de inmediato. Sacó su grueso monedero vergonzosamente y escogió tres relucientes guineas de oro, y luego una cuarta. Era todo lo que podía permitirse, con el largo y costoso viaje a Francia por delante. El chico se quedó mirando aquella pequeña fortuna con los ojos muy abiertos, pero no se movió para cogerla, como si no se atreviera.
La mirada de myriam se suavizó al notar su desconfianza. Saltaba a la vista que el niño había sido tratado con poca dulzura. Sosteniendo el monedero en la mano izquierda, le tendió la derecha para ofrecerle las monedas.
—Adelante, cógelas —lo instó con delicadeza—, no pasa nada…
De repente, el niño sacó rápidamente su mano mugrienta y le cogió el monedero. En un abrir y cerrar de ojos, atravesó el vestíbulo corriendo, con el monedero aferrado con fuerza contra el pecho. Myriam se quedó boquiabierta. Por un instante, fue incapaz de moverse de la sorpresa y se quedó sosteniendo las cuatro monedas de oro que pretendía darle. Entonces la invadió una sensación de ultraje.
—¡Al ladrón!
Nadie le prestó la mínima atención; muy posiblemente aquello la enfureció todavía más que el robo. Entornó los ojos hasta que se convirtieron en unas centelleantes rendijas. Tras echarse la bolsa al hombro por miedo a que también se la robasen, echó a correr detrás del ladronzuelo. Un momento después, salió repentinamente a la fría y húmeda noche de abril y vio que el niño atravesaba el amplio patio con paso pesado.
—¡Mocoso! ¡Detente ahora mismo!
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Mensaje  mali07 Vie Nov 21, 2008 2:38 am

Cuando el pillo desapareció tras doblar la esquina del muro que cercaba el patio de la posada, myriam oyó unas carcajadas triunfantes. Era rápido como una liebre; al parecer estaba acostumbrado a escapar para salvar la vida. Se recogió la falda y echó a correr detrás de él por los adoquines cubiertos de rocío, aunque podría haber ido descalza perfectamente, pues sus zapatillas de baile se empaparon de inmediato y se rompieron.
El sombrero, que llevaba desatado, cayó por su espalda. Lo dejó tirado y rodeó deprisa el alto muro de ladrillo. Había una fortuna en el monedero. Sin aquel dinero, sus planes se irían al traste.
Vio al niño corriendo Drury Lane arriba.
—¡Vuelve aquí, pequeño salvaje!
Tras esquivar una diligencia que llegaba, mantuvo la mirada fija en el niño y corrió tan rápido como pudo, con la bolsa dándole golpes contra el costado.
Haciendo gala de una enorme insolencia, el ladronzuelo lanzó una mirada por encima del hombro y vio que ella lo estaba alcanzando. Con un rápido movimiento, se metió en una sórdida calle lateral, pero myriam no estaba dispuesta a desfallecer y lo siguió; se adentraba cada vez más en un laberinto de callejuelas oscuras y callejones angostos y sinuosos. Se había convertido en una cuestión de orgullo. No pensaba dejarse engañar y robar por un simple golfo de la calle. No después de la noche que estaba viviendo.
Mientras lo perseguía con la misma determinación que le había granjeado una reputación de gran deportista en la caza a caballo con perros, hizo caso omiso de las sacudidas que notaba en las rodillas y gritó nuevamente detrás de él, respirando cada vez con más dificultad debido al corsé.
—¿No sabes que podrían colgarte por esto, pequeño bárbaro?
Él hizo oídos sordos a las palabras de myriam, mientras serpenteaba por estrechos y tortuosos pasajes hasta llegar a las sórdidas callejuelas del mercado de Covent Garden. Allí había montones de basura infestados de ratas que bordeaban los estrechos muros de ladrillo, pero myriam apenas reparó en ellos, concentrada únicamente en su desaforada persecución.
Al estar mal nutrido, el muchacho empezó a cansarse. Animada por la inminente victoria, myriam aceleró y lo rozó con las puntas de los dedos. El niño miró frenéticamente por encima del hombro. Ella siguió avanzando; de repente lo pilló, agarrándolo de la parte de atrás del cuello de su mugriento abrigo.
El niño soltó un grito de protesta cuando myriam hizo que se girara para quedarse de cara a ella. Forcejeaba como un pez atrapado en una red, pero ella lo tenía agarrado con firmeza del abrigo.
—¡Dámelo! —ordenó ella, jadeando sonoramente.
Colgando del cuello del abrigo, el niño se dio la vuelta y le dio una patada en la espinilla.
Ella lo agarró de la oreja, con el entrecejo fruncido de furia.
—¡Ay!
—Eres un niño muy malo. ¿No te daba más dinero del que podrías ganar en meses?
—¡Me da igual! ¡Suéltame!
El pequeño aferraba el monedero con sus dos manos sucias mientras ella intentaba quitárselo con la mano libre.
En pleno forcejeo, a myriam se le soltaron algunos mechones más del ingenioso peinado que tanto le había costado elaborar a su doncella antes del baile.
—¡Devuélvemelo, pequeño salvaje! Me voy a Francia y necesito mi dinero…
—¡Aaagh! —El muchacho soltó un grito cuando el monedero se abrió y reventó en una lluvia de monedas brillantes. Las monedas salieron volando por los aires como fuegos artificiales dorados y plateados a la luz de la luna, y cayeron ruidosamente sobre la capa de mugre fina y grasienta que cubría el callejón de ladrillo. El niño se lanzó al suelo y empezó a coger cuanto pudo a toda prisa.
—¡Déjalo! ¡Es mío!
—Quien lo encuentra… —comenzó a decir el muchacho, pero de repente se quedó quieto y alzó la vista.
Myriam también se detuvo, sorprendida por su repentina quietud.
—¿Qué pasa?
—¡Chis!
El muchacho ladeó la cabeza, como si estuviera escuchando un ruido lejano. Ella veía el blanco de sus ojos, muy abiertos y mirando en la oscuridad. El niño escudriñaba las tinieblas situadas detrás de él, aferrando con el puño las monedas que había conseguido atrapar. A myriam le recordaba un animal de rapiña, con sus prodigiosos sentidos alertas ante el imperceptible sonido de un feroz depredador que se acercaba.
Aunque la luna llena todavía brillaba intensamente en lo alto y arrojaba una franja de luz en medio del callejón, en la profundidad de las sombras que recorrían los muros la oscuridad era casi palpable.
—Oye…
—¡Viene alguien!
Sospechando que se trataba de otra treta, myriam escuchó un segundo más y luego perdió la paciencia.
—No oigo nada… —Pero justo cuando aquellas palabras salieron de sus labios, un aullido salvaje como un grito de guerra llegó hasta ellos desde el laberinto de callejones oscuros. Myriam contuvo la respiración—. ¡Santo Dios! ¿Qué ha sido eso?
—Chacales —dijo él en voz baja, y a continuación se puso en pie de un salto y huyó internándose en la noche.
Ella se lo quedó mirando, estupefacta.
—¡Mocoso! ¡Vuelve aquí ahora mismo!
Naturalmente, él no le hizo caso. El muchacho había desaparecido, silencioso como un gato callejero.
—¡Vaya!
Llena de indignación, con los brazos en jarras, myriam miró un instante en la dirección por la que se había marchado el niño; luego se puso rápidamente manos a la obra, ansiosa por escapar del callejón sin luz. Se agachó y empezó a recoger el dinero desperdigado. Mientras miraba con inquietud a su alrededor, recuperó las monedas de oro y plata del cieno negro y las metió en la bolsa de piel. Hizo una mueca ante la repugnante tarea que había realizado. Estaba maldiciéndose por su ingenuidad al dejar que toda la gente del vestíbulo viera su dinero, cuando de repente oyó unas pisadas rápidas y pesadas que avanzaban hacia ella por el callejón.
Levantó la cabeza bruscamente y se quedó mirando en la oscuridad, con la cara pálida. Oyó los duros tacones de unas botas que pisaban los adoquines y unos ásperos gritos de hombre; groseras maldiciones resonaban en el laberinto de ladrillo que la rodeaba.
—Demonios —susurró, levantándose rápidamente. Entonces, con cierto retraso, se dio cuenta de que por aquellas callejuelas merodeaban criaturas más grandes y peligrosas que los pequeños y astutos carteristas.
Las voces se estaban aproximando, pero la confundían al rebotar en los estrechos muros. Se giró, sin saber hacia dónde huir.
Agarró la bolsa con fuerza y retrocedió en dirección al muro de ladrillo que tenía detrás, tratando de esconderse en la oscuridad, pero cuando vio varias sombras de figuras masculinas que avanzaban resueltamente hacia ella, dejó de lado su dignidad y se metió en el montón de basura que había junto al muro. Se introdujo con dificultad en la pila de escombros y se apretujó en la pequeña trinchera situada debajo de un letrero de madera descolorido de polvos dentífricos, que estaba apoyado contra un viejo barril roto. A gatas, se giró para situarse de cara al callejón, con el corazón en la garganta. Cerca de ella, encima de una bota putrefacta y un rollo de cadena oxidada, había un cilindro de cartón grueso que en otra época había ocupado el centro de un rollo de tela. Con cautela, puso el cilindro de pie y lo apoyó contra el borde del letrero para ocultarse mejor. El sonido de sus jadeos de pavor llenaba el espacio estrecho y sofocante, pero podía ver el callejón a través de la grieta que había entre el letrero y el cilindro de cartón.
¡Cuánto se habría reído su gran adversaria, Daphne Taylor, al verla en semejante estado!, pensó. Luego contuvo la respiración mientras media docena de hombres pasaban como un rayo; la luna brillaba en los puñales que todos llevaban en la mano. De repente se oyó un disparo callejón abajo y la bala pasó silbando por encima de ella. myriam se agachó y contuvo un grito de terror. A continuación sonaron más disparos, y luego más pisadas que avanzaban hacia ella a toda velocidad por el callejón.
A través de la pequeña grieta que había entre el letrero y el cilindro, vio cuatro grandes siluetas masculinas que aparecían de entre la niebla, recorriendo la callejuela. Abrió los ojos desorbitadamente cuando se acercaron y vislumbró las brutales armas que llevaban: más puñales, trozos de tuberías de plomo y unas horribles porras de madera con clavos asomando en el extremo. No se atrevía a respirar por miedo a que repararan en su presencia o la oyeran.
No le extrañaba que el niño hubiera escapado. En el momento en que comprendió que se trataba de una banda, se le puso la carne de gallina. Las historias y siniestras leyendas que recordaba sobre lo que las bandas criminales de Londres solían hacer a sus víctimas la aterrorizaron. Que Dios la amparase si la encontraban. Deseó con todas sus fuerzas tener en la mano su mosquete de caza favorito, debidamente cebado y cargado.
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Mensaje  mats310863 Vie Nov 21, 2008 9:17 am

SE VE SUMAMENTE INTERESANTE, OJALA NO HAYA PROBLEMA PARA QUE LA PONGAS COMPLETA, SALUDOS

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Mensaje  jai33sire Vie Nov 21, 2008 3:09 pm

Se lee muy buena siguele por favor

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Mensaje  Chicana_415 Vie Nov 21, 2008 8:12 pm

Hayyyyy ya estoy picadisimaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

Siguele protnooooo por favor!!!
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Mensaje  Marianita Vie Nov 21, 2008 8:13 pm

Ayy niña, a ver si te pasan más tragedias de estas más seguido!!! Deseos Prohibidos 95247 Síguele con la nove y si por alguna razón no puedes seguir poniéndola, pues me la mandas a mi mail porfitas!!!! lol! lol! lol!
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Mensaje  Eva_vbb Vie Nov 21, 2008 11:08 pm

HEYYYYY QUE PADRE NOVE... NUEVA
SE LEE MUY BUENA SIGUELE TE ESPERAMOS CON
MAS CAP...
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Mensaje  alma.fra Sáb Nov 22, 2008 12:53 am

Ke bueno ke vas aponer novela nueva, yo opino ke la pongas completa.

Te esperamos con el proximo capitulo, empezo muy padre.
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Mensaje  mali07 Sáb Nov 22, 2008 8:02 am

HOLA CHIKASSSS KOMO ESTAN TODASS ESPERO KE BIENNNN.. WENO PUES AKI LES TRAIGO OTRO KAPII.......
ESPERO LES SIGA GUSTANDOO GRASIAS A TODAS POR DEJARME MSG:cheers: cheers cheers

NO OLVIDEN DEJAR SUS MSG OK JEJEJE WENO BYEEEE.............

KAP 2

—¡Colocaos en posición, cabrones; los tenemos justo detrás! —ordenó un hombre alto, enjuto y fuerte con el pelo castaño lacio y largo.
Myriam podía percibir la intensa agitación de su voz.
—¿Lo has matado, O’Dell? ¡He visto cómo le clavabas el puñal!
—No lo sé. Pero le he dado de lleno, te lo aseguro. ¡Mierda! —murmuró, cuando sus perseguidores entraron en el callejón y cargaron contra el primer grupo.
La persecución dio paso a una reyerta ante los ojos de myriam. Las dos bandas se atacaron con furia, gritándose de forma incoherente mientras luchaban.
Parecía que hablaran en otra lengua, pues ella no entendía una palabra de su tosca jerga cockney ni de la lengua que se hablaba en los barrios bajos. Las sombras ocultaban la peor parte del combate —lo único que ella podía distinguir eran movimientos rápidos, el ajetreo de los hombres que blandían los puñales—, pero el sonido ya era de por sí bastante espantoso.
Desgraciadamente para myriam, en lugar de seguir adelante, otros tres matones entraron en el callejón, procedentes de la dirección contraria, para ayudar a sus seis compañeros. Entonces los cuatro perseguidores se vieron considerablemente superados en número. Oyó cómo maldecían y respiraban entrecortadamente mientras los otros los rodeaban por todas partes.
Entonces, sin previo aviso, se oyó un terrible rugido como un trueno directamente encima de ellos.
myriam alzó la vista y lanzó un grito ahogado en el momento en que una sombra alta y musculosa saltaba encima del montón de ladrillos mohosos que había junto a su escondite. En la oscuridad atisbó el destello de unos salvajes ojos verdes.
—¡O’Dell!
Myriam se quedó mirando al hombre recién llegado. La pelea en el callejón se interrumpió, y los demás prorrumpieron en maldiciones. La luz de la luna formaba un halo en la melena del hombre, perfilaba sus anchos hombros con un color plateado, y emitía destellos en la daga que tenía en la mano como si fuera un relámpago.
El hombre enjuto y fuerte de cabello castaño que al parecer respondía a aquel nombre, soltó una maldición y se enjugó el sudor de la frente.
—¿Todavía no has muerto, hijo de puta?
El hombre de las sombras dio un paso adelante amenazadoramente y se situó a la vista luciendo una cínica sonrisa de satisfacción. Lentamente, myriam abrió los ojos como platos. Era el corsario de Byron, dotado de una vida violenta y vibrante. La franja de luz de luna que entraba en mitad del callejón dibujaba rayas en su cuerpo vestido de negro y brillaba oblicuamente sobre su rostro duro de facciones marcadas como si fuera una pintura de guerra. Llevaba una chaqueta negra corta sobre una camisa blanca holgada de lino natural que tenía abierta hasta la mitad del pecho. Unos pantalones negros ceñían sus caderas prietas y sus largas piernas. Cuando cerró el puño, myriam vio el llamativo destello de unos gruesos anillos de oro en sus dedos.

Lo miró fijamente conteniendo la respiración. Con solo un vistazo, supo instintivamente que, en aquella jungla de ladrillo y mortero, él era el rey.
En ese momento, el líder de la banda atacó. El brusco taconazo de su bota resonó en lo alto cuando saltó por encima del letrero de polvos dentífricos, que se rompió bajo su musculoso cuerpo, y brincó sobre el montón de basura, para aterrizar en medio de la pelea. Con el refuerzo de los gruesos anillos de oro, asestó a O’Dell un puñetazo en la madíbula que lo mandó volando a través del callejón como si hubiera recibido el impacto de una bola de cañón.
Y entonces el infierno se desató.
Pegando con avidez el ojo a la grieta que había entre el letrero y el cilindro de cartón, myriam observó cómo el líder de la banda causaba estragos en sus oponentes, mientras una siniestra emoción corría por sus venas. En cuanto dio el primer puñetazo, sus hombres reanudaron el combate contra sus enemigos con renovado entusiasmo. Todavía eran inferiores en número, pero la llegada de su líder decididamente había equilibrado la balanza. La pelea prosiguió con furia de un lado a otro del callejón.
—¿Cuántas veces te lo he dicho? —gruñó el líder de la banda, mientras arrojaba a uno de sus enemigos al suelo—. Si te acercas a mi territorio, morirás. —Dio una patada en el estómago al hombre postrado y, tal como temía myriam, se dispuso a cumplir su amenaza.
Ella palideció.
El sonido de los golpes, las maldiciones y los gruñidos guturales de los hombres llenaron el callejón. Entonces el líder de la banda volvió a aparecer iluminado por la franja de luz de luna, pero se apartó cuando O’Dell intentó darle en su esbelta cintura con un garrote con pinchos. myriam contuvo la respiración en silencio. Era un arma terrible, aunque rudimentaria. La maza improvisada, con sus largos clavos, estaba pensada para desgarrar la carne, pero su víctima se situó fuera de su alcance por un pelo mientras la maza silbaba en el aire una y otra vez. O’Dell avanzaba blandiéndola amenazadoramente.
Myriam se encogía contra el barril a medida que los combatientes se acercaban. Tras dar dos pasos más, se hallaban tan cerca de ella que prácticamente podía notar el calor de sus cuerpos. Se agachó en su escondite, pero cuando O’Dell volvió a atacar lanzando un bramido, el líder de la banda se apartó de un salto. El enorme garrote descendió de golpe por el aire y se estrelló contra la parte superior del barril, a escasos centímetros de la cabeza de ella, y la salpicó de una lluvia de polvo y astillas.
Myriam no supo cómo, pero consiguió evitar gritar o toser con la repentina nube de polvo. Por fortuna, el cartel seguía en su sitio, manteniéndola oculta, pero cerca, en alguna parte, sonó un ruido sordo y lo siguiente que vio era que el líder de la banda había caído de espaldas en medio del montón de basura. Reprimió un grito ahogado y se aferró desesperadamente al cartel roto; de repente reparó en que la daga del hombre había salido volando de su mano y había caído en medio de los desperdicios. El arma se hallaba a su alcance, brillando a la luz de la luna.
O’Dell desprendió la maza con pinchos del barril; el líder de la banda, que seguía boca arriba, empezó a revolver con la mano en busca de su daga. Como los gritos resonaban en el callejón y él estaba totalmente absorto en su temeraria pelea, no reparó en la presencia de ella, aunque apenas los separaban sesenta centímetros.
A myriam le latía el corazón a toda velocidad. Sacó la puntera de su zapatilla y empujó la daga para acercársela, pero la mano de él topó con el rollo de cadena oxidada. La rodeó con los dedos y, soltando un gruñido, tiró de la cadena hacia arriba como si fuera un látigo y acertó a O’Dell en la cara. El hombre lanzó un grito, soltó la maza y se llevó la mano al ojo herido. Cegado temporalmente, incapaz de pelear, optó por la retirada.

El líder de la banda cogió su daga y se levantó de un salto. Su furia venció rápidamente la resistencia de los demás. Finalmente, sus enemigos huyeron.
—¡A por ellos! —gritó a sus hombres.
Myriam miró por la rendija y vio que los matones de O’Dell escapaban. El resto de hombres los perseguían, dejando el callejón desierto. El líder de la banda echó a correr detrás de ellos, como si todavía no hubiera calmado su sed de sangre......
¡Vicco, espera! ¡Riley está herido!
La noticia hizo que redujera el paso, pero no se detuvo. Lanzó una mirada furiosa al hombre que lo había llamado.
—¡Ocupaos de él! ¡Llevadlo de vuelta a Bainbridge Street! ¡Yo tengo que acabar con O’Dell!
En las sombras, Myriam podía distinguir la silueta de un hombre tumbado en el suelo. Dos individuos se agacharon a su lado.
—Está malherido.
—Victor —rogó una voz débil.
Conmocionada aún por todo lo que había visto, myriam no prestó atención al nombre. El líder de la banda, agitado y exasperado, regresó airadamente junto a sus amigos, lanzando miradas de odio por encima del hombro y maldiciendo entre dientes a sus enemigos.
—Maldita sea, jodidos cobardes…
myriam parpadeó al oír su lenguaje.
—victor —dijo de nuevo con voz entrecortada el hombre herido.
—Riley, estúpido irlandés, ¿qué has hecho esta vez? —preguntó bruscamente, hincando una rodilla en el suelo junto al hombre.
—¡Estoy acabado, victor!
—Déjate de dramatismo. Calla y bebe un trago, por el amor de Dios. —Acercó una petaca a los labios del hombre—. Hace falta algo más que un condenado chacal para matar a un irlandés, ¿no es lo que dices siempre?
—¡Dios! —dijo el hombre con voz entrecortada.
—Tranquilo, amigo. —El líder de la banda cogió la mano ensangrentada del irlandés—. Vamos, Riley. Vamos. —En su voz había un tono de tensa desesperación.
Desde su escondite, myriam miraba con impotencia desde las sombras. Aquel pobre desgraciado no iría a morirse delante de ella, ¿verdad?
—Júrame que cogerás a O’Dell —dijo el hombre herido, con voz ronca y temblorosa.
—Te juro por Dios, Riley, que lo cogeré aunque sea lo último que haga. Te doy mi palabra.
Los otros dos secundaron su juramento, pero ninguno pudo impedir lo inevitable. Un momento después su amigo había muerto.
Los tres supervivientes guardaron un silencio absoluto.
myriam miró el perfil del joven líder, bañado por la plateada luz de la luna; él agachó la cabeza. En todo el callejón no se oía ni un ruido. Incluso la brisa había cesado.
—Corta, desagradable… y embrutecedora —dijo el líder de la banda; la amargura de su voz grave parecía capaz de cortar la misma oscuridad. Se puso en pie y sacudió la cabeza encogiéndose de hombros con gesto de cansancio—. Enterradlo —ordenó, y se marchó, pasando peligrosamente cerca de su escondite, pero myriam se quedó mirando cómo se iba, desconcertada. ¿Había oído mal o aquel rufián acababa de citar al filósofo Hobbes?
Imposible, pensó. Era imposible que aquel cockney ordinario y violento leyera. Debía de haber oído la famosa cita en alguna parte y se limitaba a repetirla como un loro.
—Cogedlo. Vamos —ordenó a sus hombres; era todo belicosidad, músculo y ardiente impaciencia, como un semental.
«Sí, por favor», asintió ella mentalmente, profundamente inquieta. Estaba deseando que los miembros de la banda abandonaran el callejón para poder salir de aquel miserable montón de basura y encontrar el camino de vuelta a la posada, pero por el momento no podía dejar de examinar al bárbaro intruso, fascinada a su pesar. Se preguntaba quién sería.
Había algo en él que le resultaba familiar. Sentía como si lo conociera, pero ¿cómo era posible? Pertenecían a mundos distintos. Tal vez simplemente se debía a que había leído su historia cientos de veces, meditó pensativa, pues sin duda había salido de las páginas de El corsario. Sin duda era un individuo peligroso: malo, salvaje, creído y cruel. Era alto y delgado y duro como el acero, y estaba terriblemente resentido contra el mundo, pero había algo en su aspecto fatigado que despertaba su compasión.
Sus palabras la obsesionaban. Era preferible que fuera demasiado ignorante para comprender la desdicha de su estado, pensó, pues sin duda lo único peor que tener que vivir de aquella forma sería tener la suficiente sensibilidad para sentir la desesperación de semejante existencia. Como si notara que lo observaban, el líder de la banda se apartó ligeramente, con una expresión reservada y meditabunda en su rostro delgado y colérico. Dejó caer un poco los hombros mientras esperaba a sus hombres, con las manos apoyadas débilmente en su esbelta cintura.
Cuando se detuvo a examinar su costado izquierdo bajo la chaqueta, se dio cuenta de que había sufrido una herida; bastante grave, a juzgar por la mancha oscura de su camisa blanca. Se cubrió de nuevo la zona sangrante con su chaqueta negra de piel, se enjugó el sudor de la frente, y se apartó mientras los otros dos se unían a él, cargando con su amigo caído.
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Mensaje  mali07 Sáb Nov 22, 2008 8:08 am

Él les indicó con la cabeza que fueran delante.
—Os cubriré las espaldas.
Los hombres se adelantaron como les había ordenado. Él volvió a sacar su puñal, cuyo metal emitió un susurro tenue y mortal, y lanzó una mirada por encima del hombro para asegurarse de que ningún chacal merodeaba por los alrededores; una idea terrible, considerando el aprieto en que se encontraba myriam. Ella comprendió con inquietud que tendría que moverse rápidamente para escapar del callejón antes de que la banda de O’Dell volviera para recoger a sus muertos.
«Adiós, salvaje», se dijo bastante desconcertada, mientras observaba cómo el líder de la banda avanzaba callejón abajo, pavoneándose más que caminando. Volvió a pensar en el ladronzuelo que la había llevado a aquel laberinto oscuro y se preguntó si el líder de la banda habría empezado de aquella forma. Costaba creer que hubiera gente viviendo de esa manera delante de las narices de la opulenta alta sociedad; dos mundos solapados, ajenos el uno al otro. Aun así, se alegraba de ver que se marchaba.
Mientras observaba sombríamente cómo se llevaban el cuerpo sin vida de Riley, espiró lentamente, aliviada de encontrarse casi fuera de peligro. Sin duda el coche de alquiler estaría ya listo y esperando para llevarla al canal de la Mancha.
En ese momento, sin previo aviso, sobrevino el desastre.
Algo pequeño y lustroso con garras y cola pasó corriendo por encima de su pie. La patada refleja que le dio y el grito infantil de repugnancia que lanzó fueron tan rápidos y sonoros como involuntarios. Su torpe movimiento sacudió el letrero, que se desplomó sobre su hombro, tiró el cilindro y lo hizo rodar antes de que ella pudiera agarrarlo. La rata desapareció, pero era demasiado tarde para anular su chillido apagado.
Se quedó inmóvil, mirando horrorizada cómo el cilindro de cartón rodaba hasta la puntera de las botas negras del líder de la banda.
Inmediatamente, unos gritos de ira llenaron el callejón. En un segundo, sus hombres habían abandonado el cadáver y habían rodeado el montón de basura. myriam miró a su alrededor con cara de espanto, aterrada, al tiempo que retrocedía más en su escondite, con el corazón desbocado.
—¡Sal! ¡Sal de ahí, chacal hijo de puta!
—¡Hay uno escondido, Vicco! Probablemente esté herido.
—Pues acabemos con él. —Reconoció su voz al instante: fría, grave y mortal—. Dejádmelo a mí.
—Ten cuidado, tío…
«Oh, no», pensó ella totalmente horrorizada, paralizada por el miedo. Una mano dura y callosa adornada con gruesos anillos de oro cogió el borde del letrero medio roto y lo levantó. Lo tiró a un lado emitiendo un rugido de pirata y agarrando su daga con la otra mano. Cuando se lanzó a por ella, resuelto a cometer un crimen, myriam se echó hacia atrás.
—¡No!

Él se detuvo en pleno movimiento y lanzó un gruñido de sorpresa.
Ella tragó saliva y se quedó inmóvil, sin atreverse tan siquiera a respirar con el acero a escasos centímetros de su cara. Lentamente, en actitud desafiante, alzó su angustiosa mirada del filo mortal de la daga y miró los feroces ojos del líder de la banda.

Tal vez había recibido demasiados golpes en la cabeza. Vicco cerró los ojos apretándolos por miedo a que le estuvieran jugando una mala pasada, pero cuando volvió a abrirlos, ella seguía allí: una preciosa rubia acuclillada en un pequeño escondrijo entre un montón de ladrillos mohosos y un barril roto, abrazándose las rodillas flexionadas con los brazos. Se la quedó mirando con un asombro lleno de recelo.
—Vaya, vaya, ¿qué tenemos aquí? —Tras salir de su aturdimiento, se agachó lentamente ante ella. Sus hombres se apiñaron a su alrededor.
—¿Qué demonios…?
—¡Es una chica!
—Sí, una pequeña belleza, ¿verdad, preciosa? —murmuró vicco, sin quitarle los ojos de encima. Enfundó su puñal y le ofreció la mano para ayudarla.
Ella no hizo el menor movimiento para aceptarla.
—Sal de ahí, criatura. Nadie va a hacerte daño. Deja que te echemos un vistazo como Dios manda.
Ella le lanzó una nerviosa mirada de desdén.
Molesto, él retiro la mano que le ofrecía.
—¿Qué pasa? ¿No somos dignos de hablar contigo?
—Ten cuidado, amigo —advirtió Flaherty—, podría estar con O´Dell.
Él soltó un bufido.
—Ese cabrón no podría acercarse a las de su clase ni en cien años.
Mientras paseaba su mirada con avidez por el cuerpo de ella, se sintió como un bucanero que acabase de descubrir un tesoro enterrado y que no tuviera inconveniente en robarlo. De hecho, no lo tenía.
Lucía un abundante cabello dorado brillante y rizado. Por su frente caían algunos bucles rebeldes que habían escapado de las pequeñas horquillas con forma de estrella que intentaban dominar su pelo. Bajo unas cejas primorosamente curvadas, sus ojos oscuros resplandecían en actitud desafiante. Su rotro era de una dulce redondez, y había en sus facciones una delicadeza propia de una duendecillo: unos pómulos altos y una barbilla insolente ligeramente puntiaguda. El color rubí de sus labios se veía realzado por el tupido abrigo rojo que marcaba las curvas de su cuerpo esbelto. Él frunció el ceño mientras la examinaba. Nadie en los alrededores llevaba un abrigo como aquel.
—¿Te importa? —soltó ella de repente, con un acento distinguido y refinado.
La mirada de él ascendió rápidamente de su pecho a sus ojos centelleantes.
—Así que sabes hablar.
—Por supuesto.
—Es una pena —dijo él alargando las palabras—. Pensaba que habíamos encontrado a la mujer perfecta.
Ella lo miró entornando los ojos al oír su broma machista, mostrando sus largas pestañas.

Él torció los labios de forma sardónica. Hizo una mueca de disgusto tras mirar su mano rechazada y se limpió la suciedad y la sangre en sus pantalones negros de dril; a continuación, en lo que le pareció un gesto bastante osado, volvió a ofrecérsela.
—A sus pies, princesa.
—Gracias, pero me quedaré donde estoy.
—¿En ese montón de basura?
—Sí. Buenas noches —añadió ella, en un arrogante intento por rechazarlo, como si fuera un recadero.
Los hombres cruzaron una mirada de disgusto ante su temeraria falta de respeto, pero vicco se acarició la mandíbula un instante y decidió perdonarla, consciente de que, pese a su muestra de bravuconería, probablemente debía de estar muy asustada.
—No pareces estar muy cómoda ahí.
—Estoy muy cómoda… ¡y no es asunto tuyo!
—Oh, sí lo es, cariño —dijo él, con delicadeza.
—¿Cómo?
—Estás en mi territorio.
Un silencio ensordecedor siguió a aquel suave comentario.
—Entiendo —dijo ella, con una vocecilla tensa y airada. Sin duda sabía que estaba atrapada, pero aun así trataba de ganar tiempo—. Así que este es tu callejón. Y tu montón de basura.
—Eso es —contestó él, adoptando un tono de sarcasmo similar al de ella.
—Debes de estar muy orgulloso.
Sus hombres estallaron en carcajadas, pero Vicco entornó los ojos hasta que se convirtieron en dos rendijas coléricas. «Ya es suficiente.» Metió las dos manos en el escondite, la agarró y la sacó por la cintura, mientras ella daba patadas y gritaba.
—¡Maldita sea, muchacha, estate quieta! —gritó cuando ella le arañó la cara con las uñas.
Los hombres se echaron a reír a mandíbula batiente al presenciar la pelea. En cuanto Victor se puso en pie, ella le golpeó con su bolsa y se liberó, pero únicamente consiguió dar un par de pasos por el callejón antes de que Flaherty, tan servicial como siempre, la agarrara del brazo. Sin vacilar, la pequeña rubia se giró y le pegó un puñetazo.
victor se rió sonoramente, lleno de asombro. Flaherty lanzó una maldición, sorprendido, y la soltó del brazo, pero Sarge se interpuso en su camino antes de que ella pudiera escapar, impidiendo su huida.
victor se precipitó hacia ella por la espalda dando una gran zancada y rodeó su cintura con las manos; lanzó una insolente carcajada y la agarró rápidamente por detrás.
—¡Quítame tus sucias manos de encima, puerco!
—Ni hablar, cariño. Tú te vienes con nosotros. Esta noche has visto cosas que no tenías derecho a ver. No puedo dejar que vayas a Bow Street a presentar una denuncia.
—¡No tengo ninguna intención de hacerlo!
—Eso es lo que dices. ¿Por qué debería creerte? No te conozco. A lo mejor te guardas un as en la manga. La policía me considera un pez gordo, ¿entiendes? Mandando a Vicco Garcia a la horca, un hombre se aseguraría la carrera…
—¿Vicco Garcia? —dijo ella con voz entrecortada, al tiempo que se quedaba inmóvil entre sus brazos. Alzó rápidamente la mirada hacia su cara. Él habría jurado que en ese momento lo reconoció.
Flaherty arqueó las cejas y sonrió abiertamente.
—Parece que tu fama te precede, amigo.
Sin previo aviso, la chica intentó escapar nuevamente, dándole un codazo en el estómago y un pisotón en el pie con el talón. Al echarse la bolsa al hombro, estuvo a punto de darle con ella en la cara, pero él giró la cabeza y recibió el golpe en la oreja.
vicco no podía parar de reír; se sentía bastante halagado de que ella hubiera oído hablar de sus fechorías. Probablemente había leído sobre él en los periódicos. Su agresión tuvo escaso efecto sobre él, como si del ataque de una reina de las hadas furiosa se tratase, pero le obligó a agarrarla de otra forma, y en cuanto aflojó un poco, ella se soltó de su brazos y echó a correr.
Flaherty, que seguía frotándose la mejilla en la zona donde había recibido el puñetazo, adelantó el pie con malicia y le puso la zancadilla. La rubia tropezó y cayó con fuerza de rodillas, apoyando las manos en el suelo. Alzó la vista entre su melena enmarañada de rizos dorados, y el miedo asomó a sus ardientes ojos oscuros.
vicco lanzó una mirada de desaprobación a Flaherty por ponerle la zancadilla, pero él también se arrepintió de haberse burlado de la pequeña bruja. A decir verdad, la resistencia que había opuesto la joven la había hecho merecedora de cierta admiración por su parte.
Se dirigió hacia ella, con la única intención de ayudarla a levantarse. Lo que no se le ocurrió fue que, al acercarse, debió de dar la impresión de que se cernía de forma amenazadora sobre la joven. Cuando ella lanzó una mirada a la daga que llevaba envainada en el costado, sus grandes ojos marrones se llenaron de lágrimas de furia, que dejaron a vicco inmediatamente desarmado.
—¡Adelante, hazlo! —soltó ella, y su desprecio glacial se rompió dejando a la vista la inocente y juvenil angustia que se escondía debajo—. ¡Probablemente lo mejor sería que desapareciera!

ESPERO LE ALLA GUSTADO ESTE KAPII NI/ASSSS.......... EL SIGIENTE KAPI SELOS PONDREE ASTA EL LUNES OK PORKE NOME SIENTIDO MUY BIEN KE DIGAMOS ORITA PORKE ME ESKAPEE Y NO PUEDO DORMIR Embarassed PERO PUES YAME BOY PORKE SIME KACHAN ME AORKAN JEJEJE WENO KUIDENSEE Y ASTA EL LUNESS BYEEEEEE............... lol! lol! lol!
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Mensaje  Eva_vbb Sáb Nov 22, 2008 10:06 am

MUCHAS GRACIAS X LOS CAP...
ESTA BIEN INTERESANTE LA NOVE...
SIGULE Y TE ESPERAMOS CON LOS SIGUIENTES...
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Mensaje  jai33sire Sáb Nov 22, 2008 10:36 am

muchas gracias por el capitulo y siguele por fa que esta buenisima

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Mensaje  Chicana_415 Sáb Nov 22, 2008 12:33 pm

Hayyyy esta buenisimaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa

siguelee por favorrr
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Mensaje  Marianita Sáb Nov 22, 2008 9:06 pm

Muchas gracias por los capis niña, cuídate mucho y te esperamos con los demás pronto!!!!!! Deseos Prohibidos 664467
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Mensaje  alma.fra Sáb Nov 22, 2008 11:17 pm

Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente esta buenisima esta novela.
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Mensaje  mats310863 Dom Nov 23, 2008 7:18 pm

QUE BUEN CAPÍTULO, GRACIAS

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Mensaje  mali07 Mar Nov 25, 2008 3:35 am

HOLA NI/ASSSSS PUES AKI LES TRAIGOO ESTE KAPII JEJEJE ESPERO LES GUSTEE ........ GRASIAS A TODAS POR SUS MENSAJITOSSSS AKI LES DEJO ESTE KAPIII......

CAPITULO 3

Él se la quedó mirando un instante, sorprendido por la genuina desesperación de su llanto y entonces comprendió súbitamente que ella pensaba que iba a matarla. Dios, ¿qué estaban escribiendo sobre él en los periódicos? Él no mataba a mujeres indefensas.
Sus hombres seguían riéndose.
—Callaos —les dijo refunfuñando. Frunció el ceño, sintiéndose insultado, aunque vagamente arrepentido de la rudeza de sus hombres. Y de la suya propia.
—Ya no me importa qué me pase —continuó ella—. Hazlo rápido; es lo único que te pido.
—Oh, no seas tan dramática, boba. Levántate. —La agarró de la parte de atrás del cuello de piel del abrigo y la alzó sin excesiva delicadeza.
Ella resopló por la afrenta de ser maltratada de aquella forma, pero recuperó la dignidad bastante rápido. Una vez erguida, le lanzó una mirada de odio por encima del hombro mientras él la empujaba por delante con el brazo extendido. Para evitar ser golpeado otra vez en la cabeza, vicco le quitó la bolsa y se la lanzó a Sarge.
—¡Devuélvemela!
Él hizo caso omiso de los frenéticos esfuerzos de la joven por agarrarla y se volvió hacia el ex sargento del ejército lleno de cicatrices.
—Llévasela, pero como le quites un penique, tendrás que darme cuentas a mí.
Sarge gruñó en señal de aquiescencia; a continuación, él y Flaherty fueron a levantar el cuerpo de Riley del suelo frío una vez más.
Victor rodeó firmemente el brazo fino de la chica con la mano por encima del codo y le lanzó una mirada apagada con la que la desafiaba a protestar.
—Y ahora camina.


Oh, sí, ahora lo recordaba, myriam tembló ligeramente mientras victor la llevaba por el callejón, con una expresión adusta en su rostro de facciones marcadas, escrutando constantemente las sombras con su dura mirada. De vez en cuando miraba por encima del hombro.
Al verse prisionera de la banda de delincuentes, adoptó una muda docilidad, pero una vez que reconoció a su líder, la cabeza empezó a darle vueltas. Hizo un esfuerzo por recordar los pormenores de aquella tarde luminosa y nevada en la que el jefe de los malhechores, Victor Garcia, había acudido a Knight House en busca de sus hermanos medianos, los gemelos Lucien y Damien.
Recordaba vagamente los detalles, pues aquello ocurrió hacía casi un año, cuando su hermano Damien, el héroe de la guerra, llevó a su entonces pupila, y actual mujer, Miranda, a pasar las Navidades con la familia. Alguien había intentado hacer daño a Miranda, y los gemelos habían unido esfuerzos para protegerla. myriam coincidió fugazmente con victor en el vestíbulo de Knight House. ¿Cómo iba a olvidarlo? Ella se disponía a salir, abrigada para dar un enérgico paseo por el parque, y él pasó tranquilamente junto a ella, asustando tanto a Jacinda como al mayordomo. Él recorrió su cuerpo con la mirada y le lanzó una sonrisa de truhán que hizo que su hermano Damien gruñera «Victor» en señal de advertencia. Así descubrió cómo se llamaba.
En su vida había visto a alguien como él, con sus pantalones de piel negros y su largo cabello rubio deslustrado. Todavía recordaba el pavoneo insolente con el que caminaba, el llamativo chaleco morado que vislumbró bajo su chaqueta de terciopelo negro y el clavel rojo que llevaba en el ojal. Se quedó horrorizada y fascinada, y luego subió corriendo a la ventana para ver cómo se marchaba. Sabía que era tan malo como aparentaba, pues los gemelos se enfurecieron con él por atreverse a ir a su casa.
Como sus hermanos no le habían contado nada sobre aquel joven delincuente rudo, osado y misterioso, myriam y su mejor amiga, Lizzie, llegaron medio en broma a la conclusión de que «vicco garcia» era uno de los informadores de Lucien en lo tocante a los tejemanejes del submundo criminal de Londres, y que había acudido a llevar noticias a los gemelos sobre el malvado que iba detrás de Miranda. Desde el final de la guerra, su hermano espía, lord Lucien Knight, un diplomático y antiguo agente del Ministerio de Asuntos Exteriores, había ofrecido alguna que otra vez sus dotes para recabar información para la policía con el fin de ayudarlos a resolver crímenes. Ahora myriam no podía evitar pensar que la disparatada conjetura que ella y Lizzy sobre vicco había sido acertada; y que, por lo tanto, se encontraba en una situación peligrosa.
Se había fijado en la lujuriosa mirada de vicco en el callejón. Aquel hombre era un criminal violento. Si empezaba a hacerle insinuaciones cuando llegaran al lugar al que la llevaba, el único medio seguro para protegerse contra él sería decirle que era la hermana de Lucien y Damien. Pero si lo hacía, probablemente él la llevaría directamente con sus hermanos. No solo vería perdida su oportunidad de ser libre, sino que también acabaría en un gran lío por intentar escapar, lo que únicamente daría a Robert más motivos para obligarla a casarse con lord Griffith.
Extremadamente inquieta a causa de aquel dilema, se obligó a mantener la calma, a permanecer alerta y a tener la boca cerrada hasta que viera cómo se desarrollaban los acontecimientos. Decidió que revelaría su identidad sólo como último recurso.
De repente llegaron hasta ellos más voces masculinas procedentes de la oscuridad, que se aproximaban desde un callejón que se cruzaba con el suyo. Temiendo que se produjera otro enfrentamiento con O´Dell, se acercó instintivamente a su alto y fornido captor.
—¡Eh, Nate! —gritó vicco por el callejón.
Un tipo alto y delgado con el pelo moreno ondulado y una sonrisa afable hizo salir a su banda de matones de las sombras. Había aproximadamente una docena de individuos con él. Los hombres se saludaron, expresaron rudamente su pesar por la muerte de Riley y discutieron los pormenores de la pelea en su incomprensible jerga cockney mientras todo el grupo seguía caminando en dirección noroeste. A myriam no le quedaba otra opción que ir con ellos, aunque no tenía ni idea de adónde se dirigían.
Los hombres de vicco la miraron con curiosidad, pero él no les dio ninguna explicación, y daba la impresión de que ellos no se atrevían a preguntarle. Rodeando los hombros de myriam con el brazo, comunicó alto y claro que ella estaba bajo su protección. myriam consideró que esta vez era mejor no discutir.
Finalmente salieron a un cruce desierto donde el hombre llamado Nate hizo una seña a un coche de alquiler que estaba esperando en las sombras. Al parecer, el cochero era uno de los suyos y había dejado estacionado allí el vehículo para llevarse a los heridos. El cadáver de Riley fue introducido en el coche; luego subieron los hombres que se encontraban más gravemente heridos. Cuando el carruaje de la chusma hubo desaparecido, el resto se dividió en grupos de dos y de tres —para evitar atraer la atención, según explicó victor— y siguieron diferentes caminos hacia el cuartel general de la banda en Bainbridge Street.
Nate se juntó con victor y con ella mientras recorrían las calles.
—¡Caramba! —exclamó el larguirucho hombre de Yorkshire, abanicándose la nariz con la mano—. ¿Qué demonios apesta tanto?
Por el rabillo del ojo, myriam se fijó en que victor lanzaba una mirada discreta al hombre como para pedirle que se callara. ¡Entonces reparó en que el desagradable olor que había en el aire procedía de ella! Su magnifico abrigo entallado de terciopelo había absorbido el hedor del montón de basura. Aquella humillación era el golpe definitivo de la noche. Casi podía oír a su rival, Daphne Taylor, carcajeándose con regocijo.
—Me temo, señor, que el desagradable olor al que se refiere sale de mi abrigo —logró decir myriam fríamente, tratando de ocultar su tristeza y el menoscabo de su orgullo.
Nate palideció y pareció sinceramente incómodo.
—Oh, santo cielo, señorita, no me había dado cuenta. ¡Le ruego que me disculpe!
victor se rió en voz baja de la turbación de myriam; sus ojos verdes brillaban.
—Preciosa, sigues estando tan bonita como una rosa, aunque no huelas precisamente igual. Si quieres, puedes quedarte mi abrigo. Está un poco manchado de sangre, pero lo tienes a tu disposición… —Empezó a quitárselo.
—No es necesario, gracias —myriam frunció el ceño y se apartó de victor, que la abrazaba pero sin apretar.
Los dos hombres se rieron de ella.
—Una chica valiente —dijo Nate a su amigo, riéndose entre dientes—. ¿Dónde la has encontrado?
Mientras victor explicaba lo ocurrido, myriam echó un vistazo y se dio cuenta de que el entorno se estaba volviendo cada vez más sombrío. Las sucias calles se estrechaban entre hileras de tiendas destartaladas y pensiones de dudosa fama. En cada esquina se agitaban viejos carteles descoloridos, deteriorados como antiguos sudarios. Las pocas personas que veían evitaban mirar a victor o se inclinaban ante él con una reverencia que ella dudaba que hubieran hecho al mismísimo regente. Mientras tanto, victor concluyó el relato del hallazgo de myriam en el montón de basura. Ella reparó en que brindaba un trato de mayor igualdad al simpático hombre de Yorkshire que a los demás.
—Había estado allí todo el rato —terminó, lanzando a myriam una mirada de desconcierto.
—Demonios —dijo Nate—. ¿Cómo se llama?
—No tengo ni idea. Pregúntale tú, Nate. Yo no le caigo bien.

Ella lanzó a vicco una mirada inexpresiva en respuesta a su insultante intento por hacerla cambiar de opinión en ese punto. Ella no iba a dignarse complacerlo.
—Sí, yo haré las presentaciones —asintió Nate, volviéndose hacia ella. Le dedicó una pequeña reverencia con aire de diversión—. Nathaniel Hawkins a su servicio, señora. ¿A quién tengo el placer de dirigirme?
—Smith —mintió ella con serenidad, empleando el mismo seudónimo que le había dicho al recepcionista—. Soy Maryam Smith
vicco posó su mirada en ella: aguda, penetrante y de una inteligencia alarmante.
—Y un cuerno —dijo en voz baja.
—¿Me estás acusando de mentir? —gritó ella. Santo Dios, ¿cómo lo sabía?
—Chicos, chicos… A ver, ¿es señora o señorita Maryam Smith?
—Señorita.
—Bueno —continuó Nate alegremente—. Señorita Smith, permítame presentarle a mi buen amigo Vicco Garcia, el capitán electo de los Halcones de Fuego de St. Giles.
—¿Y tú me acusas de utilizar un nombre falso? —dijo ella en tono de mofa, mirando a su captor, tras la cara sonriente de Nate—. vicco, sí, claro.
—A lo mejor no le importaría decirnos qué estaba haciendo exactamente en aquel montón de basura, señorita Smith —dijo el bruto.
—Para tu información, me han robado. Estaba en la posada Bull´s Head esperando un coche… —Les contó cómo el niño mendigo le había arrebatado el monedero.
—¿Qué aspecto tenía el niño? —preguntó Nate, cruzando una mirada seria con su capitán.
—Ojos marrones, delgado, de unos nueve años.
—Eddie —murmuró vicco, sacudiendo la cabeza—. Le voy a echar un buen rapapolvo por esto.
—¿Conoces a ese niño? —preguntó ella.
—Eddie el Randa —dijo Nate, riéndose entre dientes—. Es un huérfano.
—¿Randa?
Victor se limitó a soltar una exclamación de disgusto, con cara de gran preocupación.
—Es una palabra de los suburbios para referirse a un carterista —dijo Nate, guiñándole el ojo jovialmente.
Justo entonces se oyó una voz de hombre que gritaba desde algún lugar situado por encima de ellos, en la oscuridad.
—¿Quién anda ahí?
myriam alzó la vista, sorprendida.
—Retiraos, Mikel; somos nosotros —contestó Nate, formando una bocina con las manos en su boca.
Al divisar a unos hombres con rifles apostados en los tejados de los edificios de alrededor, myriam miró a victor alarmada.
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Mensaje  mali07 Mar Nov 25, 2008 3:47 am

—Son centinelas —murmuró él.
—¡vicco, Nate! —gritó el hombre con impaciencia desde el tejado—. ¿Habéis cogido a O´Dell?
—No —chilló vicco, indignado.
—La próxima vez —aseguró Nate, mientras seguían caminando y entraban en la fortaleza de victor.
myriam se volvió hacia él.
—Estáis en guerra, ¿verdad?
Él asintió con la cabeza seriamente.
—Pero ¿por qué?
—vicco odia a los matones de cualquier calaña —dijo Nate.
—Los Chacales han entrado en mi territorio —murmuró vicco, manteniendo su implacable mirada fija en la calle oscura—. Han provocado incendios, han robado en las tiendas, han exigido dinero a los tenderos a cambio de protección. Han pegado a civiles en las calles y han hecho daño a algunas de muestras mujeres. He prometido que los expulsaría de Londres.
—¿A quien se lo has prometido? —preguntó ella, bastante arredrada por la inflexible resolución que se reflejaba en su perfil.
—A ellos. —Al doblar la esquina, vicco señaló con la cabeza en dirección a un grupo de unas cuarenta personas que se apiñaban en la calle enfrente de una taberna.
Estaba teniendo lugar una especie de celebración; había gente congregada alrededor de un barril de alquitrán en llamas, mientras otros bailaban una danza escocesa al son alegre de un acordeón acompañado por el sonido agudo de un flautín y el ritmo de un tambor. Hasta ellos llegaban carcajadas. myriam pudo percibir el olor de una olla de pescado que se estaba guisando. Sin duda era una bulliciosa reunión de dudosa reputación, pero parecía cien veces más animada que las que se celebraban en Almack´s. Cuando se acercaron un poco más y el cuartel general de la banda pudo verse claramente, myriam se detuvo y se lo quedó mirando. «Qué lugar tan extraño.»
Al resplandor de las luces de colores que colgaban aquí y allá, el escondite de los delincuentes parecía improvisado con trozos y desechos, como la casa de un niño en un árbol. Se inclinaba contra el cielo oscuro en un extraño ángulo, y hervía de alegría y actividad aquella noche de luna llena. Bajo una chimenea humeante y un tejado almenado, el edificio estaba construido con ladrillos y tenía tres pisos y una curiosa colección de ventanas situadas de forma extraña: redondas, cuadradas y rectangulares. Poseía un complejo sistema de canales y canalones que se vaciaban en grandes barriles aquí y allá, mientras que de la fachada del edificio colgaba un torno fijado con cuerdas y poleas. Mientras observaba, un hombre subido al tejado utilizó el aparato para izar la carga que desde el suelo le tendía una mujer rolliza con cofia.
—Enfrentémonos a ellos y acabemos de una vez —murmuró vicco—. Vamos.
Seducida por el misterioso encanto del lugar, myriam lo siguió.
—¡Es vicco! —gritó alguien, a medida que se acercaban a la fiesta—. ¡vicco! ¡Nate!
Inmediatamente se vieron rodeados. La gente saludaba a vicco; estiraban el brazo para tocarlo como si fuera un talismán de la suerte. Le daban palmaditas en la espalda y estrechaban su mano con entusiasmo conforme iba pasando, como si fuera su intrépido rey y hubiera vuelto de matar al dragón; pero ella detectaba cierta ansiedad bajo aquella jovialidad. Se agarró de su brazo, bastante recelosa de la multitud alegre y caótica que los cercaba.
—¡Vicco! —chilló un hombre—. ¿Has cogido a O´Dell? ¿Está muerto?
La multitud guardó silencio, a la espera de su respuesta. myriam miró a su captor.
Pareció que le costaba un gran esfuerzo, pero se pudo derecho y alzó la barbilla.
—No. Esta noche no. Ha huido como un cobarde. Como hace siempre. Sigue ahí fuera.
Pasó un largo rato mientras la gente asimilaba la desalentadora noticia.
—¡Veo demasiadas caras largas! —gritó Nate con una ira súbita e inesperada. Señaló a su capitán con el dedo—. ¿Cuándo ha faltado este hombre a su palabra? ¡Si vicco dice que lo cogerá es que lo cogerá! ¡Que empiece la música! Aquí estáis a salvo, como bien sabéis.
El flautista obedeció y alivió parte de la tensión con una melodía ligera. El tamborilero se unió a él, y el acordeonista tocó su instrumento con arrojo. La multitud pareció animarse, y la fiesta se reanudó poco a poco.
—Vamos, Maryam Smith —murmuró victor a myriam secamente, avanzando ante ella.
Cuando empezaron a moverse entre el gentío, la gente volvió a darle palmadas en la espalda rápidamente y a saludarlo, animándolo con renovado vigor.
—¡Lo cogerás, Vicco! ¡Lo cogerás!
Él no les hacía caso; mantenía el ceño fruncido. Mientras arrastraba a myriam de la muñeca, detuvo a Nate.
—Di a los demás que no se emborrachen demasiado —ordenó en voz baja.
—Sí —contestó Nate, y se giró para unirse a la fiesta, al tiempo que aceptaba una jarra de cerveza y un beso efusivo de una chica de pecho prominente.
vicco recuperó la bolsa de manos del hombre al que llamaban Sarge y se la entregó a ella; a continuación la llevó a la parte de atrás del edificio, tras lo cual myriam descubrió que la taberna daba a un gran almacén situado sobre una estrecha callejuela. Un par de faroles colocados sobre la amplia puerta corredera permitían ver que el negocio funcionaba con eficacia. Media docena de robustos matones cargaban cajas de madera en un carro, mientras un hombrecillo permanecía subido al vehículo con un sujetapapeles y un lápiz. Parecía una especie de secretario, encargado del recuento del inventario. Lleno de entusiasmo hizo una seña a vicco con la mano mientras el canoso cochero ataviado con un largo gabán lo saludaba, con un mosquete apoyado despreocupadamente sobre el hombro.
—Vicco.
—Buenas noches, Al. Espero que esté todo en orden. —Se detuvo para estrechar la mano del hombre mayor.
—Dentro de nada estaremos en marcha.
—Tened cuidado ahí fuera. Los caminos están llenos de salteadores.
El hombre se rió de su comentario. victor sonrió abiertamente y le dio una palmada en la espalda; a continuación acompañó a myriam hacia la breve escalera de cemento que había junto a la zona de carga y que subía hasta la puerta. Parecía un negocio legal, pero ella no se fiaba del joven.
—¿Qué están cargando esos hombres en el carro?
—Artículos usados —dijo él vagamente.
Justo entonces una voz aguda y entusiasta resonó en el callejón.
—¡Vicco! ¡Vicco!
Cuando él miró, un niño salió disparado por la puerta y pasó junto a los hombres que cargaban las cajas.
—¡Ese es el niño que me robó! —exclamó myriam.
—Quédate atrás un momento —murmuró, colocándola detrás de él en la oscuridad—. Quiero oír lo que ese pequeño canalla tiene que decir.
—¡Hola vicco! ¿Has cogido a O´Dell? —El niño se acercó a él corriendo, prácticamente vibrando de emoción infantil—. ¿Le has dado una buena tunda? ¡Apuesto a que le hiciste sangrar de lo lindo, ya lo creo! ¡vicco, vicco, oye, vicco, tengo que enseñarte algo! ¡Mira lo que he hecho! —Con un ademán ostentoso, Eddie el Randa levantó sus manos en forma de cuenco y brindo al líder de la banda un impresionante montón de monedas relucientes.
Las monedas de ella. myriam entornó los ojos.
—Veo que te has aplicado esta noche —dijo vicco alargando las palabras—. ¿De dónde las has sacado, Eddie?
—Del vestíbulo del Bull´s Head. —El muchacho, claramente devoto de vicco, le lanzó una sonrisa radiante, tratando desesperadamente de impresionar a su héroe—. ¡Deberías haberme visto, vicco! ¡El muy bobo no se enteró de quién se lo quitó! ¡Antes de que pudiera decir nada, yo ya había desaparecido! En realidad, fueron dos… quiero decir, tres. ¡Y además eran grandes! Como tú, casi.
—No me digas —comentó él en tono ligero—. Eddie, he traído a alguien para que te conozca. Esta es la señorita, ejem, Smith. —Estiró el brazo detrás de él, la cogió con delicadeza de la muñeca y tiró de ela hasta que resultó visible.
Eddie abrió los ojos como platos. myriam lanzó al niño una mirada de superioridad.
—Mierda —exclamó el muchacho, y se giró para escapar, pero vicco lo agarró del cogote y lo detuvo.
—Vamos a tener una palabras con usted, señor. Señorita Smith, por aquí.
—¡Ay, vicco, déjalo! ¡Sólo estaba bromeando!
Sin dejar de quejarse en todo el camino, Eddie avanzó penosamente delante de ellos siguiendo órdenes de vicco y subió la escalera que conducía a la puerta. vicco hizo pasar a myriam a un amplio taller con una mesa grande en el centro, un escritorio maltrecho en el rincón y una estufa de carbón que estaba apagada junto a la pared de la derecha. Algunos estantes polvorientos ocupaban las deslucidas paredes de yeso, mientras que en el rincón había amontonadas unas pequeñas cajas archivadoras. Él señaló con la cabeza en dirección a los taburetes situados alrededor de la mesa.
—Si eres tan amable de ponerte cómoda un momento, yo me ocuparé de tu dinero.
—¿Me lo vas a devolver? —preguntó ella, sorprendida.
—No nos adelantemos. —Él le dedicó una media sonrisa irritante y acompañó a Eddie al pequeño despacho contiguo. Tras entornar la puerta, se volvió hacia el niño—. Maldita sea, Eddie, ¿quieres que te ahorquen antes de cumplir diez años?
Myriam oyó a medias cómo sermoneaba al ladronzuelo, con actitud muy severa, apoyando las manos en la cintura. Su postura hizo que su breve chaqueta negra se abriese ligeramente, dejando a la vista la mancha de sangre que tenía en la camisa blanca, como el clavel rojo que llevaba aquel día en Knight House. La indiferencia del joven ante su propia herida le inquietó.
Se obligó a apartar la vista y entonces se percató de que cada vez que los desaliñados ladrones volvían de la zona de carga para transportar otra caja, arrugaban la nariz en señal de desagrado al pasar por delante de ella. Sintió vergüenza al recordar el hedor que desprendía su abrigo. Tras desabrocharse el cinturón y los botones, se quitó la prenda causante del mal olor casi con violencia… e inmediatamente se arrepintió de haberlo hecho. Al instante, los delincuentes se quedaron inmóviles a su alrededor.
Se detuvieron y la miraron fijamente, algunos con las cajas todavía en las manos. myriam se miró con nerviosismo, ataviada aún con el vestido de baile de seda blanco con bordados de hilo de oro que se había puesto para asistir al Almack´s; unas galas que probablemente ellos no habían visto en su vida. Mientras recorrían todo su cuerpo con miradas groseras, intentó subirse el escote que dejaba sus hombros descubiertos, pero los ladrones ya estaban cruzándose sonrisas maliciosas y dejando las cajas en el suelo. Un par de ellos miraban su pecho lascivamente, pero la mayoría parecía fijarse en su cuello. Cuando se dio cuenta de lo que ocurría, palideció y se llevó la mano lentamente al recargado collar de diamantes del que se había olvidado por completo.
Probablemente aquella joya costaba tanto como el edificio. Tragó saliva y comenzó a retroceder mientras ellos empezaban a acercarse a ella, rodeándola como lobos hambrientos.
—¿vicco? —se aventuró a decir, sin dejar de apartarse de ellos, pero Eddie estaba lloriqueando en voz alta—. ¿vicco? —dijo un poco más fuerte, pero cuando la gruesa mesa que había a su espalda le bloqueó el paso, supo que estaba atrapada—. ¡vicco!
Miro alarmada en dirección a la puerta entreabierta. Él se había detenido en medio de una frase del sermón que le estaba soltando a Eddie y por un instante se la quedó mirando, recorriendo su cuerpo con una mirada de asombro.
Si al verla en aquel callejón oscuro se había quedado aturdido, en aquel momento, bajo la luz, su extraordinaria belleza lo dejo totalmente fuera de combate. Su mente se quedó en blanco; la voz se ahogó en su garganta. Era una diosa. Le resultaba imposible hilvanar dos pensamientos, petrificado ante sus resplandecientes ojos oscuros, su piel lechosa y el fuego dorado de su pelo, que le caía en forma de cascada por los hombros. Desplazó la mirada hacia sus delicados y finos brazos y se detuvo a la altura de su escote. Entonces sintió un dolor angustioso.
El escote adornado con hilo de oro de su vestido de baile tenía un corte bajo y cuadrado, y exhibía de forma maravillosa la plenitud de sus pechos redondos y adorables. Se le hizo la boca agua mientras miraba fijamente las curvas de su cuerpo, y el primer pensamiento que cobró forma en su cabeza fue que sus pezones eran casi visibles. Aquello bastaría para volver loco a cualquier hombre.
—¡vicco!
Por lo que pudo apreciar, el efecto tampoco pasó desapercibido para sus muchachos. Pero recuperó el sentido bruscamente, justo a tiempo.
Lanzando una explosiva maldición, abrió la puerta de par en par y entró en el taller con paso airado.
—¡Apartaos de ella! ¡Fuera de mi vista! ¡Volved al trabajo! —gritó, abriéndose paso entre los hombres a empujones para llegar hasta ella.
La agarró del brazo y la situó bruscamente detrás de él. Ella se aferró a vicco y se asomó por detrás mientras él se interponía entre ellos y la joven con el cuerpo.
—He dicho que volváis al trabajo —ordenó con un gruñido de advertencia, pero el agitado e inquieto grupo se mantuvo firme.
—Bonito collar, vicco. ¿Piensas quedártelo para ti solo?
—No se os ocurra tocarla.
—¿Por qué no te quedas a la chica y nos das los diamantes?
—Sí, y déjanos también el bonito vestido que lleva, ¿vale? Lo podríamos vender por un buen precio en la casa de empeños. ¿Por qué no se lo quitas tú por nosotros?
myriam soltó un grito ahogado de horror detrás de él.
—¡Prometemos no mirar! —dijo otro.
Se rieron a carcajadas, pero la voz de vicco adoptó un tono de fría serenidad.
—Os lo diré solo una vez más, cabrones. Si vais a portaros como animales y no como hombres, podéis iros con los Chacales, porque aquí no me servís para nada. Y ahora quiero ver ese carro cargado. Tenemos un envío para mañana por la mañana. A menos que queráis hacer algo con él.
Algunos de ellos gruñeron, pero retrocedieron lentamente, apartándose con miradas ariscas. Mientras volvían con desgana a su tarea, vicco se volvió hacia la chica y la miró frunciendo el ceño de forma exasperada. Sin apenas darle tiempo para que cogiera su bolsa de la mesa, la agarró de la mano y la sacó de la habitación en dirección al estrecho y sucio hueco de la escalera.
—¿Adónde me llevas? —exclamó ella, tropezando con su larga falda detrás de él.
—Cállate —dijo vicco refunfuñando—. Ven conmigo antes de que esos condenados se amotinen.
Subió la escalera resueltamente, sujetándola de la mano con firmeza. Ella se recogió la falda con la mano libre y se apresuró para seguir su ritmo.
—¡No puedo creer que amenazaran con quitarme el vestido!
—¿De veras? —replicó él.
Una vez en lo alto de la escalera, recorrió un angosto pasillo tirando de ella y abrió una puerta situada a la derecha.
Inmediatamente los saludó una voz femenina, matizada por un fogoso acento.
—¡victor!
Él se detuvo en el umbral.
—Maldita sea, Carlotta, ¿qué demonios haces aquí? Lárgate.
—¡victor!
—¡Fuera! —ordenó él.
Su atractivo captor esperó en la puerta, con los ojos muy abiertos, mientras su brusca orden era recibida con una retahíla de impetuosas maldiciones en lengua extranjera. Un momento después, su última conquista salía de la habitación haciendo aspavientos, mientras se ataba apresuradamente su rústico corpiño. Carlotta era una chica gitana de aspecto exótico con la piel color aceituna y el cabello moreno y largo.
Cuando vio a myriam, se giró hacia él y su cara morena se encendió de ira.
—¿Quién es esta? ¿Te has buscado una fulana de lujo?
—¿Cómo? —exclamó myriam, con altiva indignación.
Carlotta se volvió hacia ella.
—Es mío, pequeña…
Victor agarró la mano de Carlotta justo antes de que pegara a la desprevenida chica.
—Pórtate como una dama por una vez, ¿quieres?

WENOOO POR TODAY ES TODOOO EL JUEBES KOMO NO TENGO KLASES LES TRAIGO UTRO KAPI MAS OKK WENO KE ESTEN BIENN KUIDENSEEE..... YO TENGO KE SER TAREAA PORKE SEME OLVIDO ASERLAA JAJAJAJA
Embarassed (talisss grasias por rekordarmee dema homework ni/aa jajaja nime kordabaaa Razz) ............... lol! lol! lol!
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Mensaje  Chicana_415 Mar Nov 25, 2008 3:11 pm

Uyyy si ya quisieraa viejaaaa! Vicco no es tuyo Razz Razz Razz

Siguele prontoo que esta buenisimaaa aver que escusa se inventa myriam
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Mensaje  Marianita Mar Nov 25, 2008 6:07 pm

Gracias niña, te esperamos el jueves con más capis!!! Cool Y ponte a hacer la tarea por Dios jajajaja!!!! Deseos Prohibidos 64473 Deseos Prohibidos 278288
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Mensaje  mats310863 Mar Nov 25, 2008 10:51 pm

YA LE GUSTO MYRIAM A VICTOR, QUE BUENA ONDA.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  Eva_vbb Miér Nov 26, 2008 12:13 am

MUCHAS GRACIAS X LOS CAP...
TE ESPERAMOS CON LOS DEMAS...
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Mensaje  alma.fra Miér Nov 26, 2008 2:29 am

Gracias por el capitulo, esta muy padre esta novela.

Te esperamos con el proximo.
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Mensaje  jai33sire Sáb Nov 29, 2008 2:56 pm

gracias por el capitulo siguele por faaaaaaaaa

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Mensaje  Eva_vbb Dom Nov 30, 2008 12:44 am

QUE PACHOOOOOOOOO X QUE NO HAS PUESTO
CAP... BUENO SE QUE ES SABADO PERO DESDE EL
MARTES QUE POSTEASTE YA NO SUBISTE DE PERDIS UNO
CHIQUITO PA PASAR EL FIN...
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