Deseos Prohibidos
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Re: Deseos Prohibidos
Hola ni/asss mill dilculpass por no ponerles el kapi ke sigee loek paso eske tube algunos problemitas y luego kon lode mi school ke grasias a dios todo salio muyyyyyyyy muyyy biennn y aparte tube un acsidente ke grasias adios no fue tan grabe wenoo solo una pierna rota y una kostilla rota pero lodemas esta en su lugar jejeje luegoo ke estoy poniendo el kapi alas eskondidas asike me apuro a dejarselos aki ok jejeje tonss aki selos dejoo no olviden sus msg salee espero les gustee y grasias por esperarme y tener pasiensiaa....... grasias a todas por los msg ke dejan......... aki esta el kapi...
CAPITULO 12
Oh, conocía su sabor, su calor, la seductora dulzura de su boca. Conocía su tacto, su olor. Vicco... Él la atrajo hacia sí entre sus brazos, pero ella se resistió a aquella fuerza embrujadora y al deseo de rendir su cuerpo. Logró dejar de besarlo. Y notó que los labios de él esbozaban una sonrisa maliciosa contra su boca ante su obstinada resistencia.
—Vamos, milady. —La voz de él se había, vuelto ronca. Deslizó las puntas de sus dedos por el contorno de la mandíbula de myriam y le inclinó la cabeza hacia atrás, obligándola a mirarlo a los ojos, que brillaban de un ferviente anhelo—. Salúdame como es debido.
Y bajando la cabeza despacio, la besó hasta separarle los labios con una imperiosa exigencia.
Cuando él invadió su boca, ella no tuvo fuerzas para resistirse. Inconscientemente, le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él.
Vicco...
Él se sacó el clavel rojo del ojal y recorrió con sus suaves pétalos la mejilla de myriam mientras la besaba; luego colocó la flor detrás de su oreja. La dulzura de aquel gesto la hizo suspirar de deseo. Acarició su mejilla rasurada y deslizó los dedos por su pelo, pero cuando notó que él cogía su pecho con la mano recobró bruscamente el juicio. ¡Aquello era una locura!
Se separó de él a toda velocidad, jadeando. Él volvió a agarrarla. myriam lo apartó de un empujón.
—¡No! No deseo hacer esto. No te deseo.
Él apretó la mandíbula. Sus ojos emitieron un brillo de deseo frustrado e ira ante su negativa.
—¿Quién es él? —gruñó.
—Lord Drummond —soltó ella en actitud desafiante.
—No lo conozco. Estoy deseando que me lo presenten. ¿Qué crees que dirá cuando le hable de tu visita a Bainbridge Street? ¿O de cómo intentaste seducirme en el carruaje para que te dejase marchar a Francia?
—No te atrevas a amenazarme —susurró ella, sosteniéndole la mirada de forma asesina—. Los dos podemos jugar, Victor. Si dices una palabra sobre esa noche a lord Drummond o a cualquier otra persona, contaré a todo el mundo tu pasado con tu asquerosa banda de ladrones.
Él la miró reprimiendo la diversión.
—Touché, querida. Parece que has aprendido un par de cosas en el suburbio.
—Tú eres el que decía que tenía que aprender a pensar como un ladrón. Apártate de mi camino y yo me apartaré del tuyo, ¿de acuerdo? Tú me arrastraste otra vez hasta esta vida. Pues si tengo que quedarme aquí, pienso sacar el máximo partido.
Él la examinó con perspicacia.
—Apartarme de ti es lo único que no puedo prometerte. —Ella comenzó a girarse con el ceño fruncido, pero él la detuvo agarrándola del brazo—. Te deseo, myri —le advirtió con suavidad—. Te tendré de una forma o de otra.
—Inténtalo y mis hermanos te cortarán la cabeza. Ahora estás en mi mundo, y si haces que me enfade, lord Rackford o Garcia como sea, serás tú quien lo lamenté.
Y tras pronunciar aquellas palabras, tiró el clavel rojo al suelo y volvió deprisa a la fresca y húmeda oscuridad del jardín para regresar al reluciente salón de baile antes de que alguien la echase en falta.
Mientras se maldecía por haberlo echado todo a perder, Victor allí, mirando cómo ella se alejaba, sin saber con certeza qué hacer a continuación. Sin embargo, estaba molesto por haber sido rechazado de nuevo por aquella condenada mujer. Observó cómo ella avanzaba con paso vacilante por el sendero iluminado por la luna, balanceando sus rizos dorados y haciendo ondear su falda de gasa alrededor de las piernas. Subió corriendo los escalones bajos que conducían a la terraza y desapareció en el interior del edificio.
Él espiró profundamente y se pasó la mano por el pelo, y al recordar que lo habían obligado a cortárselo frunció el entrecejo.
«¿Lord Drummond? —pensó—. ¿Quién demonios es ese tipo?»
Tras tirar de su corbata almidonada con un gruñido, regresó al palacio de Devonshire con paso airado y pisó el clavel rojo al pasar. Se detuvo con cautela en el umbral de las contraventanas; se sentía otra vez fuera de lugar y frustrado debido a su ignorancia respecto a aquel mundo y todos sus sutiles peligros.
Mientras escudriñaba el salón de baile en busca de su presa, su mirada pensativa regresó al lugar donde antes se encontraba la familia de ella. Decidido a echar un vistazo a aquel pretendiente ideal al que ella consideraba digno de su mano, avanzó con recelo entre la multitud hasta que vio al anfitrión de la fiesta hablando con un grupo de invitados. Devonshire le diría quién era el tal Drummond. Se situó al lado del joven duque; tuvo que soportar otra ronda de presentaciones, y decir que estaba encantado de conocer a todas aquellas mujeres, cargadas de diamantes. Todos le lanzaban la misma mirada especulativa y mencionaban a sus hijas y sobrinas, pero él ya había escogido en secreto a su futura novia, tanto si a ella le gustaba como si no.
Tras la absurda cháchara de los invitados, llevó aparte a Devonshire con discreción y le formuló la decisiva pregunta. Cuando el duque le dijo lo que quería saber, señalando con la cabeza en dirección al otro lado del salón de baile, donde todavía se hallaba la familia Montemayor Cruz, Garcia no dio crédito a lo que veían sus ojos.
—Está bromeando —dijo, mirando de nuevo a su anfitrión.
Devonshire negó con la cabeza, muy serio.
—¿Es... el mismo lord Drummond del Ministerio del Interior? —preguntó, para asegurarse.
—Sí —le dijo el duque, asintiendo con la cabeza.
No se le había pasado por la mente aquel nombre hasta que vio al caballero. No parecía posible. «¿Qué demonios está tramando esa chica?» victor entornó los ojos.
muryam, la joven radiante a la que había llegado a considerar suya, se agarraba con desespero al brazo de un hombre que debía de tener setenta años como mínimo. Un hombre conocido como uno de los opresores más infames del gobierno de lord Liverpool. Estaba coqueteando descaradamente con el viejo tirano. Él lo advirtió en su risa alegre, el movimiento de sus pestañas, la elegante inclinación de su cabeza y el meneo del abanico. No podía creer lo que estaba viendo.
«Se ha vuelto loca —pensó—. ¿Ese vejestorio... por encima de mí?»
Bueno, no sería difícil arrebatársela a aquel viejo. Con su constitución robusta y su mandíbula cuadrada, lord Drummond no era un anciano de aspecto frágil, pero su piel curtida estaba surcada de arrugas, y su pelo lucía el mismo color gris apagado que su frac. Sus gafas redondas centelleaban a la luz de las velas, como si incluso entonces estuviera tramando una intriga palaciega o una nueva forma de pisotear a los pobres.
Cuando Victor miró con asombro a Myriam, recordó la apasionada determinación con la que ella habló de sus ansias de ser libre aquella noche en su habitación; recordó que él le tomó el pelo ante la idea de que se casara con un viejo. Poco a poco comprendió lo que ocurría.
«Vaya con la astuta señorita. Estás hecha una arpía y una maquinadora, querida.» La miró asombrado desde el otro lado del salón de baile. «Al final has encontrado las llaves de tu jaula.»
El único marido que no le causaría molestias era un marido muerto.
victor se quedó de piedra. Se habría echado a reír abiertamente de la arriesgada estratagema de la joven, pero de repente se dio cuenta de que aquello significaba que el viejo era un rival más serio de lo que en un principio había pensado. La amenaza no era el propio Drummond, sino lo que podía darle a myriam.
Libertad.
Lo mismo que él le había arrebatado la noche que la entregó de nuevo a su familia.
Su leve sonrisa sarcástica se desvaneció mientras intentaba orientarse en medio de aquellas nuevas y confusas circunstancias. Como si hubiera notado su mirada, ella echó un vistazo y lo miró furtivamente por encima de su abanico; sus miradas coincidieron a través de la multitud. Cuando se vio atrapado por el fuego de aquellos ojos oscuros y sensuales, victor se quedó sin respiración por un instante.
Mientras le dedicaba una sonrisa sardónica a modo de reproche, le hizo una pequeña señal con la cabeza. «No funcionará. Me deseas demasiado.»
Ella agitó la cabeza en señal de altivo desdén y apartó la vista; un rizo rebelde que caía por su frente dio un brinco, pero sus mejillas se ruborizaron. A continuación su maduro pretendiente se la llevó de allí para que se mezclara con los dignatarios extranjeros que habían empezado a llegar de la boda real.
Con una ira cada vez mayor y una incertidumbre creciente, victor observó a la desigual pareja mientras pudo contener su genio —aproximadamente nueve segundos— y luego salió decidido del baile como un huracán, sin despedirse de nadie.
Ya estaba harto de aquella maldita cortesía.
Había llegado el momento de dar caza a los Chacales.
Al tiempo que se desanudaba la corbata de un tirón, salió del edificio con paso airado en dirección al carrocín nuevo y absurdamente caro que su padre le había comprado; un lamentable intento, sospechaba, de tranquilizar su conciencia por haberle golpeado en tantas ocasiones.
Cuando victor empezó a conducir el carrocín impetuosamente por las calles, el mozo de cuadra se agarró como si le fuera la vida en ello. El carruaje superaba hasta tal punto en ligereza y rapidez a los carros que él estaba acostumbrado a llevar, que casi lo volcó al doblar a toda velocidad la esquina de Piccadilly con St. James´s Street. Oyó, que el mozo tragaba saliva sonoramente y se dio cuenta de que estaba a punto de desahogar su ira con el pobre caballo. Él no era su padre.
Tras refrenar al animal, condujo el resto de trayecto hasta la majestuosa y sombría mansión de Lincoln's Inn Fields a un paso más razonable, sin dejar de cavilar. ¡Dios, aquella muchacha era una testaruda! Pero, aunque quisiera, no podía permanecer indiferente ante ella. Era una locura desear a una mujer como aquella. Incluso Lucien había dicho que la chica era astuta. Perplejo y furioso, hizo que el caballo se detuviera delante de la casa alta de ladrillo construida ochenta años atrás por George Dance el Joven.
Salió del carrocín de un salto y lo dejó en manos del mozo de cuadra. Mientras el criado se llevaba el llamativo vehículo a los establos por el estrecho pasaje, victor subió la escalera de la parte delantera, mirando en todo momento por encima del hombro. Detrás de él, la plaza del jardín, que antaño había sido escenario de ejecuciones públicas, se hallaba a oscuras y en silencio; las otras grandes casas que había alrededor conservaban su antigua respetabilidad como viudas que recordasen sus días de debutantes. Los edificios se mantenían en buen estado, pero el barrio había dejado atrás sus días de gloria. Incluso el hermoso teatro situado cerca de Portugal Street había perdido a su público, y ahora se usaba como almacén de artículos de porcelana. El mundo elegante se había desplazado en dirección al este, hacia Mayfair; de hecho, desde la ventana del piso superior de su casa, casi podía ver el límite de su antiguo territorio.
No quería pararse a pensar si existía algún motivo por el que hubiera escogido un territorio tan próximo a la residencia de su padre. De todas formas; el viejo desgraciado pasaba la mayor parte del tiempo en Cornualles, emborrachándose, y ni siquiera se molestaba en asistir a la ceremonia de apertura anual del Parlamento. Victor lo sabía ya que había seguido las actividades de su familia con amargura desde la distancia.
Continuó subiendo la escalera y se sorprendió cuando Gerald, el mayordomo de noche, le abrió la puerta dedicándole una reverencia cordial.
—Lord Victor Garcia de Rackford
—Buenas noches, Gerald. ¿Está mi padre en casa?
—No, señor, su señoría está en el club. ¿Le mando subir algo de comida?
Él rechazó la oferta con la mano.
—No, ya he tenido suficiente.
Todavía no estaba acostumbrado a tener personas que lo hacían todo por él. De hecho, le resultaba imposible tratar a los criados como los eficientes autómatas que se suponía que eran.
CAPITULO 12
Oh, conocía su sabor, su calor, la seductora dulzura de su boca. Conocía su tacto, su olor. Vicco... Él la atrajo hacia sí entre sus brazos, pero ella se resistió a aquella fuerza embrujadora y al deseo de rendir su cuerpo. Logró dejar de besarlo. Y notó que los labios de él esbozaban una sonrisa maliciosa contra su boca ante su obstinada resistencia.
—Vamos, milady. —La voz de él se había, vuelto ronca. Deslizó las puntas de sus dedos por el contorno de la mandíbula de myriam y le inclinó la cabeza hacia atrás, obligándola a mirarlo a los ojos, que brillaban de un ferviente anhelo—. Salúdame como es debido.
Y bajando la cabeza despacio, la besó hasta separarle los labios con una imperiosa exigencia.
Cuando él invadió su boca, ella no tuvo fuerzas para resistirse. Inconscientemente, le rodeó el cuello con los brazos y se aferró a él.
Vicco...
Él se sacó el clavel rojo del ojal y recorrió con sus suaves pétalos la mejilla de myriam mientras la besaba; luego colocó la flor detrás de su oreja. La dulzura de aquel gesto la hizo suspirar de deseo. Acarició su mejilla rasurada y deslizó los dedos por su pelo, pero cuando notó que él cogía su pecho con la mano recobró bruscamente el juicio. ¡Aquello era una locura!
Se separó de él a toda velocidad, jadeando. Él volvió a agarrarla. myriam lo apartó de un empujón.
—¡No! No deseo hacer esto. No te deseo.
Él apretó la mandíbula. Sus ojos emitieron un brillo de deseo frustrado e ira ante su negativa.
—¿Quién es él? —gruñó.
—Lord Drummond —soltó ella en actitud desafiante.
—No lo conozco. Estoy deseando que me lo presenten. ¿Qué crees que dirá cuando le hable de tu visita a Bainbridge Street? ¿O de cómo intentaste seducirme en el carruaje para que te dejase marchar a Francia?
—No te atrevas a amenazarme —susurró ella, sosteniéndole la mirada de forma asesina—. Los dos podemos jugar, Victor. Si dices una palabra sobre esa noche a lord Drummond o a cualquier otra persona, contaré a todo el mundo tu pasado con tu asquerosa banda de ladrones.
Él la miró reprimiendo la diversión.
—Touché, querida. Parece que has aprendido un par de cosas en el suburbio.
—Tú eres el que decía que tenía que aprender a pensar como un ladrón. Apártate de mi camino y yo me apartaré del tuyo, ¿de acuerdo? Tú me arrastraste otra vez hasta esta vida. Pues si tengo que quedarme aquí, pienso sacar el máximo partido.
Él la examinó con perspicacia.
—Apartarme de ti es lo único que no puedo prometerte. —Ella comenzó a girarse con el ceño fruncido, pero él la detuvo agarrándola del brazo—. Te deseo, myri —le advirtió con suavidad—. Te tendré de una forma o de otra.
—Inténtalo y mis hermanos te cortarán la cabeza. Ahora estás en mi mundo, y si haces que me enfade, lord Rackford o Garcia como sea, serás tú quien lo lamenté.
Y tras pronunciar aquellas palabras, tiró el clavel rojo al suelo y volvió deprisa a la fresca y húmeda oscuridad del jardín para regresar al reluciente salón de baile antes de que alguien la echase en falta.
Mientras se maldecía por haberlo echado todo a perder, Victor allí, mirando cómo ella se alejaba, sin saber con certeza qué hacer a continuación. Sin embargo, estaba molesto por haber sido rechazado de nuevo por aquella condenada mujer. Observó cómo ella avanzaba con paso vacilante por el sendero iluminado por la luna, balanceando sus rizos dorados y haciendo ondear su falda de gasa alrededor de las piernas. Subió corriendo los escalones bajos que conducían a la terraza y desapareció en el interior del edificio.
Él espiró profundamente y se pasó la mano por el pelo, y al recordar que lo habían obligado a cortárselo frunció el entrecejo.
«¿Lord Drummond? —pensó—. ¿Quién demonios es ese tipo?»
Tras tirar de su corbata almidonada con un gruñido, regresó al palacio de Devonshire con paso airado y pisó el clavel rojo al pasar. Se detuvo con cautela en el umbral de las contraventanas; se sentía otra vez fuera de lugar y frustrado debido a su ignorancia respecto a aquel mundo y todos sus sutiles peligros.
Mientras escudriñaba el salón de baile en busca de su presa, su mirada pensativa regresó al lugar donde antes se encontraba la familia de ella. Decidido a echar un vistazo a aquel pretendiente ideal al que ella consideraba digno de su mano, avanzó con recelo entre la multitud hasta que vio al anfitrión de la fiesta hablando con un grupo de invitados. Devonshire le diría quién era el tal Drummond. Se situó al lado del joven duque; tuvo que soportar otra ronda de presentaciones, y decir que estaba encantado de conocer a todas aquellas mujeres, cargadas de diamantes. Todos le lanzaban la misma mirada especulativa y mencionaban a sus hijas y sobrinas, pero él ya había escogido en secreto a su futura novia, tanto si a ella le gustaba como si no.
Tras la absurda cháchara de los invitados, llevó aparte a Devonshire con discreción y le formuló la decisiva pregunta. Cuando el duque le dijo lo que quería saber, señalando con la cabeza en dirección al otro lado del salón de baile, donde todavía se hallaba la familia Montemayor Cruz, Garcia no dio crédito a lo que veían sus ojos.
—Está bromeando —dijo, mirando de nuevo a su anfitrión.
Devonshire negó con la cabeza, muy serio.
—¿Es... el mismo lord Drummond del Ministerio del Interior? —preguntó, para asegurarse.
—Sí —le dijo el duque, asintiendo con la cabeza.
No se le había pasado por la mente aquel nombre hasta que vio al caballero. No parecía posible. «¿Qué demonios está tramando esa chica?» victor entornó los ojos.
muryam, la joven radiante a la que había llegado a considerar suya, se agarraba con desespero al brazo de un hombre que debía de tener setenta años como mínimo. Un hombre conocido como uno de los opresores más infames del gobierno de lord Liverpool. Estaba coqueteando descaradamente con el viejo tirano. Él lo advirtió en su risa alegre, el movimiento de sus pestañas, la elegante inclinación de su cabeza y el meneo del abanico. No podía creer lo que estaba viendo.
«Se ha vuelto loca —pensó—. ¿Ese vejestorio... por encima de mí?»
Bueno, no sería difícil arrebatársela a aquel viejo. Con su constitución robusta y su mandíbula cuadrada, lord Drummond no era un anciano de aspecto frágil, pero su piel curtida estaba surcada de arrugas, y su pelo lucía el mismo color gris apagado que su frac. Sus gafas redondas centelleaban a la luz de las velas, como si incluso entonces estuviera tramando una intriga palaciega o una nueva forma de pisotear a los pobres.
Cuando Victor miró con asombro a Myriam, recordó la apasionada determinación con la que ella habló de sus ansias de ser libre aquella noche en su habitación; recordó que él le tomó el pelo ante la idea de que se casara con un viejo. Poco a poco comprendió lo que ocurría.
«Vaya con la astuta señorita. Estás hecha una arpía y una maquinadora, querida.» La miró asombrado desde el otro lado del salón de baile. «Al final has encontrado las llaves de tu jaula.»
El único marido que no le causaría molestias era un marido muerto.
victor se quedó de piedra. Se habría echado a reír abiertamente de la arriesgada estratagema de la joven, pero de repente se dio cuenta de que aquello significaba que el viejo era un rival más serio de lo que en un principio había pensado. La amenaza no era el propio Drummond, sino lo que podía darle a myriam.
Libertad.
Lo mismo que él le había arrebatado la noche que la entregó de nuevo a su familia.
Su leve sonrisa sarcástica se desvaneció mientras intentaba orientarse en medio de aquellas nuevas y confusas circunstancias. Como si hubiera notado su mirada, ella echó un vistazo y lo miró furtivamente por encima de su abanico; sus miradas coincidieron a través de la multitud. Cuando se vio atrapado por el fuego de aquellos ojos oscuros y sensuales, victor se quedó sin respiración por un instante.
Mientras le dedicaba una sonrisa sardónica a modo de reproche, le hizo una pequeña señal con la cabeza. «No funcionará. Me deseas demasiado.»
Ella agitó la cabeza en señal de altivo desdén y apartó la vista; un rizo rebelde que caía por su frente dio un brinco, pero sus mejillas se ruborizaron. A continuación su maduro pretendiente se la llevó de allí para que se mezclara con los dignatarios extranjeros que habían empezado a llegar de la boda real.
Con una ira cada vez mayor y una incertidumbre creciente, victor observó a la desigual pareja mientras pudo contener su genio —aproximadamente nueve segundos— y luego salió decidido del baile como un huracán, sin despedirse de nadie.
Ya estaba harto de aquella maldita cortesía.
Había llegado el momento de dar caza a los Chacales.
Al tiempo que se desanudaba la corbata de un tirón, salió del edificio con paso airado en dirección al carrocín nuevo y absurdamente caro que su padre le había comprado; un lamentable intento, sospechaba, de tranquilizar su conciencia por haberle golpeado en tantas ocasiones.
Cuando victor empezó a conducir el carrocín impetuosamente por las calles, el mozo de cuadra se agarró como si le fuera la vida en ello. El carruaje superaba hasta tal punto en ligereza y rapidez a los carros que él estaba acostumbrado a llevar, que casi lo volcó al doblar a toda velocidad la esquina de Piccadilly con St. James´s Street. Oyó, que el mozo tragaba saliva sonoramente y se dio cuenta de que estaba a punto de desahogar su ira con el pobre caballo. Él no era su padre.
Tras refrenar al animal, condujo el resto de trayecto hasta la majestuosa y sombría mansión de Lincoln's Inn Fields a un paso más razonable, sin dejar de cavilar. ¡Dios, aquella muchacha era una testaruda! Pero, aunque quisiera, no podía permanecer indiferente ante ella. Era una locura desear a una mujer como aquella. Incluso Lucien había dicho que la chica era astuta. Perplejo y furioso, hizo que el caballo se detuviera delante de la casa alta de ladrillo construida ochenta años atrás por George Dance el Joven.
Salió del carrocín de un salto y lo dejó en manos del mozo de cuadra. Mientras el criado se llevaba el llamativo vehículo a los establos por el estrecho pasaje, victor subió la escalera de la parte delantera, mirando en todo momento por encima del hombro. Detrás de él, la plaza del jardín, que antaño había sido escenario de ejecuciones públicas, se hallaba a oscuras y en silencio; las otras grandes casas que había alrededor conservaban su antigua respetabilidad como viudas que recordasen sus días de debutantes. Los edificios se mantenían en buen estado, pero el barrio había dejado atrás sus días de gloria. Incluso el hermoso teatro situado cerca de Portugal Street había perdido a su público, y ahora se usaba como almacén de artículos de porcelana. El mundo elegante se había desplazado en dirección al este, hacia Mayfair; de hecho, desde la ventana del piso superior de su casa, casi podía ver el límite de su antiguo territorio.
No quería pararse a pensar si existía algún motivo por el que hubiera escogido un territorio tan próximo a la residencia de su padre. De todas formas; el viejo desgraciado pasaba la mayor parte del tiempo en Cornualles, emborrachándose, y ni siquiera se molestaba en asistir a la ceremonia de apertura anual del Parlamento. Victor lo sabía ya que había seguido las actividades de su familia con amargura desde la distancia.
Continuó subiendo la escalera y se sorprendió cuando Gerald, el mayordomo de noche, le abrió la puerta dedicándole una reverencia cordial.
—Lord Victor Garcia de Rackford
—Buenas noches, Gerald. ¿Está mi padre en casa?
—No, señor, su señoría está en el club. ¿Le mando subir algo de comida?
Él rechazó la oferta con la mano.
—No, ya he tenido suficiente.
Todavía no estaba acostumbrado a tener personas que lo hacían todo por él. De hecho, le resultaba imposible tratar a los criados como los eficientes autómatas que se suponía que eran.
Re: Deseos Prohibidos
—Gracias, amigo —dijo, y dio al hombre una afectuosa palmadita en el hombro al pasar junto a él.
—Cla... claro, milord —contestó el criado, sorprendido mientras victor abandonaba el vestíbulo y subía la amplia escalera de caoba en dirección a sus aposentos.
Acababa de pasar por el descansillo del primer piso y se disponía a subir al segundo cuando una voz débil y tenue lo llamó desde detrás.
—William.
Inmediatamente reconoció aquel tono desvalido; tuvo que reprimir el amargo y largamente alimentado rencor que recorrió su cuerpo al instante. Se detuvo en la escalera y se giró cansinamente mientras su madre salía del salón situado debajo, silenciosa como una sombra.
A sus cincuenta años, la delgada y antaño elegante marquesa de Truro y St. Austell era una mujer endeble de belleza menguante y una constante expresión de angustia. Cuando era un muchacho, en las calles de Londres, en ocasiones había sentido nostalgia al recordar el olor de su madre o, más exactamente, el olor de sus cosméticos: el compuesto negro de incienso con el que teñía los párpados y las pestañas, la alheña con la que se aclaraba el color del pelo, el aceite de talco que le confería un cutis suave y lechoso, y el carmín que a veces le había visto ponerse con una fina brocha de pelo de camello. Incapaz de evitar que su marido pegase a su hijo pequeño, la marquesa se había evadido de la realidad de su maltrecha familia y había hallado una vía de escape en el esmerado cuidado de su apariencia.
Victor no creía que pudiera llegar a perdonarla, pero no se atrevía a expresar la ira que sentía por ella por miedo a que aquella frágil criatura se desplomase y se convirtiera en un montón de polvo.
Le hizo una reverencia.
—Buenas noches, señora.
—Has vuelto a casa pronto.
«¿Casa? —se preguntó él, con cansancio y hastío—. ¿Es ahí donde estoy?»
Ella salió al descansillo, donde las velas de la pared proyectaban sombras cadavéricas en los huecos situados bajo sus altos pómulos.
—¿No ha sido de tu agrado el baile de Devonshire?
Él se la quedó mirando mordiéndose la lengua. Tenía ganas de decirle que lo dejara en paz de una maldita vez, que era demasiado tarde para que intentara hacerse amiga de él, pero en lugar de ello se limitó a encogerse de hombros.
—Me duele un poco la cabeza.
No pudo evitar un ligero tono de ironía, pero de todas formas ella no lo captó.
La mujer arqueó las cejas con interés al oír que mencionaba una dolencia física, pues las enfermedades eran su segunda afición. Los terribles dolores de cabeza habían sido su excusa preferida para poder encerrarse en su habitación cada vez que intuía que se avecinaba una tormenta, abandonándolo cuando más necesitaba un aliado adulto. Ella solía decir que sus nervios no podían soportar los gritos, pero ahora que era adulto, victor entendía su razonamiento. Si no veía lo que estaba sucediendo, era como si no existiera.
—Llamaré para que te traigan polvos para el dolor de cabeza...
—No, gracias, milady. Lo único que necesito es un poco de reposo.
—Ah. —Los delicados hombros de la mujer se encorvaron ante su negativa a dejar qué su madre le ofreciera ayuda—. Como desees, victor.
—Buenas noches, señora.
—Buenas... noches —contestó ella débilmente, mientras él se apartaba y se apresuraba a subir el resto de escalones.
Tras quitarse de encima la persistente sensación de desamparo que le inspiraba su madre, llegó a sus opulentas habitaciones del segundo piso y entró sin hacer ruido. En el oscuro cuarto de estar, sobre el par de mesas de pie de madera con mosaico, brillaban dos faroles; la tenue luz de las velas relucía a través de los agujeritos de sus recipientes de lata perforados.
Cerró la puerta tras él, atravesó la habitación y tocó la campanilla. Filbert, su ayuda de cámara, estaría esperando la llamada e informaría a la marquesa. Debía parecer que no ocurría nada extraño.
El eficíente hombrecillo llegó inmediatamente para atenderle. Encendió las velas y a continuación guardó todos los lujosos artículos de ropa de etiqueta que victor se quitó. Cuando se despojó de sus largos calzones blancos y sus calcetines de lana, Filbert le tendió su exquisito camisón de satén azul. victor introdujo los brazos en las mangas y se lo colocó moviendo los hombros. Una vez con los hombros cubiertos por la prenda voluminosa y holgada, cogió uno de los libros sobre la India que estaba leyendo para poder hacer creer a la alta sociedad que había estado allí todos aquellos años y atravesó tranquilamente la gran estancia, con el libro en una mano y una vela en un candelero de peltre en la otra.
Distraído, pidió un coñac a Filbert, y el criado se lo sirvió inmediatamente.
—No necesitaré nada más —dijo con tranquilidad.
—Muy bien, milord. —Filbert hizo una reverencia, se retiró hacia la puerta y salió sin hacer ruido.
victor levantó la cabeza y escuchó atentamente, esperando oír las pisadas del sirviente alejándose por el pasillo, pero Filbert permaneció un instante al otro lado de la puerta, escuchando sin duda.
Plenamente consciente de que estaba siendo vigilado, victor se limitó a beber un sorbo de coñac, pasó las páginas del libro y siguió paseándose lentamente de un lado a otro de la habitación. Finalmente, el ayuda de cámara se convenció de que su amo no estaba tramando nada que pudiera ser del interés de su padre. En cuanto el sonido de las pisadas del criado se apagó por el pasillo, victor cerró el libro, lo dejó rápidamente sobre la mesa y fue a cerrar la puerta con llave. Atravesó el dormitorio caminando a grandes zancadas en dirección al vestídor, con el camisón ondeando detrás de él.
Al cabo de un par de minutos, estaba vestido con unos pantalones lisos y unas botas, una camisa sencilla y una chaqueta negra holgada; se dirigió a hurtadillas hacia la mesa, donde sacó la daga que había escondido en uno de los compartimientos secretos. Se detuvo un momento para apartar la gruesa cortina de terciopelo y escrutó la calle para ver si los policías encargados de vigilarlo estaban de servicio.
Comprobó con satisfacción que debía de haberlos perdido en alguna parte de Devonshire House. Su salida repentina del baile había tenido inesperadas ventajas. Probablemente todavía estarían apostados en el exterior de la mansión del duque. Con los ojos entrecerrados y la boca formando una línea adusta, miró el horizonte negro de la ciudad en dirección a Bainbridge Street.
Soltó la cortina y apagó la vela con un soplo.
Momentos más tarde, salía de la casa por una puerta lateral, escalaba el muro del jardín y saltaba ágilmente al otro lado
Su corazón latió con fuerza al experimentar de nuevo la libertad. Para un hombre acostumbrado a hacer lo que le venía en gana sin dar cuentas a nadie, el último mes había sido un verdadero infierno: dominado por su padre, espiado por la policía y por su propio ayuda de cámara, expuesto a la constante mirada de la sociedad con su inagotable ansia de habladurías.
Mientras reflexionaba que si iba a matar a los Chacales, y no a confraternizar con ellos, técnicamente no estaba faltando a su palabra con sir Anthony, se internó en la oscuridad del callejón y caminó hacia St. Giles.
Aproximadamente media hora más tarde, se situó con sigilo en el tejado donde antaño había colocado a sus centinelas.
«Son muchos más que yo», pensó al contar a los quince Chacales que merodeaban por la calle y holgazaneaban en el pórtico delantero de la taberna que había sido el antiguo cuartel general de los Halcones de Fuego.
Su única ventaja era que todos sus enemigos creían que estaba muerto. Miró hacia la calle donde se celebró la fiesta la noche que llevó a myriam al suburbio. Sus músculos se tensaron cuando reparó en que los Chacales se habían instalado por completo en el nuevo territorio.
Entornó los ojos con una hostilidad llena de rencor al ver que O'Dell se pavoneaba por el edificio con un mosquete apoyado en el hombro y una botella de licor balanceándose en la otra mano. Parecía ebrio de su recién adquirido poder mientras gritaba improperios a sus hombres. Estaba claro que O'Dell seguía regodeándose del modo en que había entregado a los Halcones de Fuego a la policía, y de cómo se había quitado de encima a sus enemigos y había salvado su situación con las autoridades al mismo tiempo. La policía no iría a por él después de haberles sido de tanta ayuda.
De repente victor reparó en los cuatro hombres corpulentos que flanqueaban a O'Dell. Guardaespaldas, pensó. Tal vez O'Dell estaba empezando a percatarse de los constantes peligros que conllevaba ser el líder del suburbio. Entonces paseó la mirada por la plaza desvalijada y su rostro se ensombreció. «Mira lo que han hecho de este lugar.» El almacén había sido saqueado, y el pobre edificio estaba medio abandonado. Las ventanas estaban rotas, la polea colgaba de lado de unas cuerdas enmarañadas, la puerta había sido arrancada de sus goznes, y aquellos hijos de puta ganduleaban por todas partes. La visión lo llenó de dolor y de furia; un angustioso recordatorio de cómo había fallado a sus hombres y a pesar de todo ahora vivía con gran lujo.
Esa noche era su oportunidad de devolver el golpe. Sabía exactamente lo que quería conseguir. Se moría de ganas de lanzar un ataque frontal, pero teniendo en cuenta que se enfrentaba a docenas de hombres, habría sido una locura. Su estrategia era enfrentar entre sí a los Chacales para que se rompiera la unidad del grupo e iniciaran una guerra todos contra todos. La banda se autodestruiría, y cuando emprendiesen caminos separados, él podría acabar con ellos de uno en uno.
Miró hacia donde O'Dell estaba dando órdenes a algunos de sus subordinados, en la vieja fábrica de carruajes abandonada contigua al cuartel general de la banda. Lo que O'Dell no sabía era que la fábrica conectaba con el edificio por medio de una trampilla como las que había en todos los suburbios de Londres.
De niño había memorizado la localización de todas las que había podido descubrir. No tardó en aprender que, en contra de la creencia popular, los ladrones eran cualquier cosa menos vagos. A lo largo de generaciones, las clases criminales de Londres habían construido todo un laberinto de túneles claustrofóbicos entre edificios, escaleras escondidas y agujeros abiertos en los muros de ladrillo que resultaban lo bastante grandes para dar cabida a un hombre; luego los habían ocultado con letreros publicitarios que giraban sobre bisagras para ofrecer vías de escape. Había sótanos secretos y espacios entre las plantas de los edificios, falsos fondos de armarios y escondites situados bajo el suelo que daban a callejuelas; todo ello construido con el fin de dar esquinazo a los policías.
Gracias a esos conocimientos, victor sabía cómo entrar y salir en su antiguo cuartel general sin que ningún chacal reparara en su presencia.
Tras desenvainar su daga, desapareció entre las sombras.
Minutos más tarde avanzaba a hurtadillas en medio del silencioso hueco de la fábrica de carruajes abandonada. La luz de la luna apenas entraba por las altas y estrechas ventanas, pero él conocía el camino. El aire estaba lleno de polvo. En la siniestra oscuridad de los recónditos rincones de la fábrica, se oía cómo correteaban las ratas.
Sujetando, la daga entre los dientes, victor subió por una escalera de mano hacia el desván. Al llegar a lo alto, se deslizó hasta la trampilla y entró sin hacer ruido en lo que ahora era la fortaleza de los Chacales.
La elección de sus víctimas fue una combinación de estrategia y azar. Tenía que escoger habitaciones de fácil acceso, pero únicamente entró en acción cuando halló estancias ocupadas por miembros fuertes de los Chacales.
El primer individuo al que atacó fue a Flash, el «guapo» de la banda. El joven moreno de ojos azules estaba cantando una canción subida de tono de un espectáculo de variedades delante del espejo, mientras se peinaba con cuidado y se arreglaba las patillas. victor estiró el brazo desde el espacio del techo situado entre las dos plantas y cogió el reloj de bolsillo grande y reluciente que había sobre la cómoda. El joven dejó de cantar para examinar el vello de sus orificios nasales y luego continuó alegremente con el siguiente verso. victor volvió a esconderse en el espacio del techo, con el corazón acelerado. Sabía que aquello estaba mal, pero le resultaba divertido.
En otro rincón del edificio se hallaba el infame ogro de Baumer, el segundo miembro de los Chacales que fue atrapado en su tela de araña. victor pilló al imponente bruto, con su nariz bulbosa y su maraña de pelo moreno, en plena acción con una fornida fulana capacitada físicamente para soportar el asedio. Mientras ambos actuaban como gigantes en celo, no se percataron de que él estaba entrando sigilosamente por el otro extremo de la habitación, tenuemente iluminada.
Se acercó de puntillas al montón de ropa tirada, cogió el pequeño monedero de piel de Baumer y dejó el reloj de Flash en su lugar. Al darse cuenta de que los gemidos obscenos de los gigantes se estaban volviendo más intensos, miró rápidamente por encima del hombro. Salió sin ser visto; le habría gustado presenciar el momento en que Baumer iría a coger el monedero para pagar a su amiguita.
—Cla... claro, milord —contestó el criado, sorprendido mientras victor abandonaba el vestíbulo y subía la amplia escalera de caoba en dirección a sus aposentos.
Acababa de pasar por el descansillo del primer piso y se disponía a subir al segundo cuando una voz débil y tenue lo llamó desde detrás.
—William.
Inmediatamente reconoció aquel tono desvalido; tuvo que reprimir el amargo y largamente alimentado rencor que recorrió su cuerpo al instante. Se detuvo en la escalera y se giró cansinamente mientras su madre salía del salón situado debajo, silenciosa como una sombra.
A sus cincuenta años, la delgada y antaño elegante marquesa de Truro y St. Austell era una mujer endeble de belleza menguante y una constante expresión de angustia. Cuando era un muchacho, en las calles de Londres, en ocasiones había sentido nostalgia al recordar el olor de su madre o, más exactamente, el olor de sus cosméticos: el compuesto negro de incienso con el que teñía los párpados y las pestañas, la alheña con la que se aclaraba el color del pelo, el aceite de talco que le confería un cutis suave y lechoso, y el carmín que a veces le había visto ponerse con una fina brocha de pelo de camello. Incapaz de evitar que su marido pegase a su hijo pequeño, la marquesa se había evadido de la realidad de su maltrecha familia y había hallado una vía de escape en el esmerado cuidado de su apariencia.
Victor no creía que pudiera llegar a perdonarla, pero no se atrevía a expresar la ira que sentía por ella por miedo a que aquella frágil criatura se desplomase y se convirtiera en un montón de polvo.
Le hizo una reverencia.
—Buenas noches, señora.
—Has vuelto a casa pronto.
«¿Casa? —se preguntó él, con cansancio y hastío—. ¿Es ahí donde estoy?»
Ella salió al descansillo, donde las velas de la pared proyectaban sombras cadavéricas en los huecos situados bajo sus altos pómulos.
—¿No ha sido de tu agrado el baile de Devonshire?
Él se la quedó mirando mordiéndose la lengua. Tenía ganas de decirle que lo dejara en paz de una maldita vez, que era demasiado tarde para que intentara hacerse amiga de él, pero en lugar de ello se limitó a encogerse de hombros.
—Me duele un poco la cabeza.
No pudo evitar un ligero tono de ironía, pero de todas formas ella no lo captó.
La mujer arqueó las cejas con interés al oír que mencionaba una dolencia física, pues las enfermedades eran su segunda afición. Los terribles dolores de cabeza habían sido su excusa preferida para poder encerrarse en su habitación cada vez que intuía que se avecinaba una tormenta, abandonándolo cuando más necesitaba un aliado adulto. Ella solía decir que sus nervios no podían soportar los gritos, pero ahora que era adulto, victor entendía su razonamiento. Si no veía lo que estaba sucediendo, era como si no existiera.
—Llamaré para que te traigan polvos para el dolor de cabeza...
—No, gracias, milady. Lo único que necesito es un poco de reposo.
—Ah. —Los delicados hombros de la mujer se encorvaron ante su negativa a dejar qué su madre le ofreciera ayuda—. Como desees, victor.
—Buenas noches, señora.
—Buenas... noches —contestó ella débilmente, mientras él se apartaba y se apresuraba a subir el resto de escalones.
Tras quitarse de encima la persistente sensación de desamparo que le inspiraba su madre, llegó a sus opulentas habitaciones del segundo piso y entró sin hacer ruido. En el oscuro cuarto de estar, sobre el par de mesas de pie de madera con mosaico, brillaban dos faroles; la tenue luz de las velas relucía a través de los agujeritos de sus recipientes de lata perforados.
Cerró la puerta tras él, atravesó la habitación y tocó la campanilla. Filbert, su ayuda de cámara, estaría esperando la llamada e informaría a la marquesa. Debía parecer que no ocurría nada extraño.
El eficíente hombrecillo llegó inmediatamente para atenderle. Encendió las velas y a continuación guardó todos los lujosos artículos de ropa de etiqueta que victor se quitó. Cuando se despojó de sus largos calzones blancos y sus calcetines de lana, Filbert le tendió su exquisito camisón de satén azul. victor introdujo los brazos en las mangas y se lo colocó moviendo los hombros. Una vez con los hombros cubiertos por la prenda voluminosa y holgada, cogió uno de los libros sobre la India que estaba leyendo para poder hacer creer a la alta sociedad que había estado allí todos aquellos años y atravesó tranquilamente la gran estancia, con el libro en una mano y una vela en un candelero de peltre en la otra.
Distraído, pidió un coñac a Filbert, y el criado se lo sirvió inmediatamente.
—No necesitaré nada más —dijo con tranquilidad.
—Muy bien, milord. —Filbert hizo una reverencia, se retiró hacia la puerta y salió sin hacer ruido.
victor levantó la cabeza y escuchó atentamente, esperando oír las pisadas del sirviente alejándose por el pasillo, pero Filbert permaneció un instante al otro lado de la puerta, escuchando sin duda.
Plenamente consciente de que estaba siendo vigilado, victor se limitó a beber un sorbo de coñac, pasó las páginas del libro y siguió paseándose lentamente de un lado a otro de la habitación. Finalmente, el ayuda de cámara se convenció de que su amo no estaba tramando nada que pudiera ser del interés de su padre. En cuanto el sonido de las pisadas del criado se apagó por el pasillo, victor cerró el libro, lo dejó rápidamente sobre la mesa y fue a cerrar la puerta con llave. Atravesó el dormitorio caminando a grandes zancadas en dirección al vestídor, con el camisón ondeando detrás de él.
Al cabo de un par de minutos, estaba vestido con unos pantalones lisos y unas botas, una camisa sencilla y una chaqueta negra holgada; se dirigió a hurtadillas hacia la mesa, donde sacó la daga que había escondido en uno de los compartimientos secretos. Se detuvo un momento para apartar la gruesa cortina de terciopelo y escrutó la calle para ver si los policías encargados de vigilarlo estaban de servicio.
Comprobó con satisfacción que debía de haberlos perdido en alguna parte de Devonshire House. Su salida repentina del baile había tenido inesperadas ventajas. Probablemente todavía estarían apostados en el exterior de la mansión del duque. Con los ojos entrecerrados y la boca formando una línea adusta, miró el horizonte negro de la ciudad en dirección a Bainbridge Street.
Soltó la cortina y apagó la vela con un soplo.
Momentos más tarde, salía de la casa por una puerta lateral, escalaba el muro del jardín y saltaba ágilmente al otro lado
Su corazón latió con fuerza al experimentar de nuevo la libertad. Para un hombre acostumbrado a hacer lo que le venía en gana sin dar cuentas a nadie, el último mes había sido un verdadero infierno: dominado por su padre, espiado por la policía y por su propio ayuda de cámara, expuesto a la constante mirada de la sociedad con su inagotable ansia de habladurías.
Mientras reflexionaba que si iba a matar a los Chacales, y no a confraternizar con ellos, técnicamente no estaba faltando a su palabra con sir Anthony, se internó en la oscuridad del callejón y caminó hacia St. Giles.
Aproximadamente media hora más tarde, se situó con sigilo en el tejado donde antaño había colocado a sus centinelas.
«Son muchos más que yo», pensó al contar a los quince Chacales que merodeaban por la calle y holgazaneaban en el pórtico delantero de la taberna que había sido el antiguo cuartel general de los Halcones de Fuego.
Su única ventaja era que todos sus enemigos creían que estaba muerto. Miró hacia la calle donde se celebró la fiesta la noche que llevó a myriam al suburbio. Sus músculos se tensaron cuando reparó en que los Chacales se habían instalado por completo en el nuevo territorio.
Entornó los ojos con una hostilidad llena de rencor al ver que O'Dell se pavoneaba por el edificio con un mosquete apoyado en el hombro y una botella de licor balanceándose en la otra mano. Parecía ebrio de su recién adquirido poder mientras gritaba improperios a sus hombres. Estaba claro que O'Dell seguía regodeándose del modo en que había entregado a los Halcones de Fuego a la policía, y de cómo se había quitado de encima a sus enemigos y había salvado su situación con las autoridades al mismo tiempo. La policía no iría a por él después de haberles sido de tanta ayuda.
De repente victor reparó en los cuatro hombres corpulentos que flanqueaban a O'Dell. Guardaespaldas, pensó. Tal vez O'Dell estaba empezando a percatarse de los constantes peligros que conllevaba ser el líder del suburbio. Entonces paseó la mirada por la plaza desvalijada y su rostro se ensombreció. «Mira lo que han hecho de este lugar.» El almacén había sido saqueado, y el pobre edificio estaba medio abandonado. Las ventanas estaban rotas, la polea colgaba de lado de unas cuerdas enmarañadas, la puerta había sido arrancada de sus goznes, y aquellos hijos de puta ganduleaban por todas partes. La visión lo llenó de dolor y de furia; un angustioso recordatorio de cómo había fallado a sus hombres y a pesar de todo ahora vivía con gran lujo.
Esa noche era su oportunidad de devolver el golpe. Sabía exactamente lo que quería conseguir. Se moría de ganas de lanzar un ataque frontal, pero teniendo en cuenta que se enfrentaba a docenas de hombres, habría sido una locura. Su estrategia era enfrentar entre sí a los Chacales para que se rompiera la unidad del grupo e iniciaran una guerra todos contra todos. La banda se autodestruiría, y cuando emprendiesen caminos separados, él podría acabar con ellos de uno en uno.
Miró hacia donde O'Dell estaba dando órdenes a algunos de sus subordinados, en la vieja fábrica de carruajes abandonada contigua al cuartel general de la banda. Lo que O'Dell no sabía era que la fábrica conectaba con el edificio por medio de una trampilla como las que había en todos los suburbios de Londres.
De niño había memorizado la localización de todas las que había podido descubrir. No tardó en aprender que, en contra de la creencia popular, los ladrones eran cualquier cosa menos vagos. A lo largo de generaciones, las clases criminales de Londres habían construido todo un laberinto de túneles claustrofóbicos entre edificios, escaleras escondidas y agujeros abiertos en los muros de ladrillo que resultaban lo bastante grandes para dar cabida a un hombre; luego los habían ocultado con letreros publicitarios que giraban sobre bisagras para ofrecer vías de escape. Había sótanos secretos y espacios entre las plantas de los edificios, falsos fondos de armarios y escondites situados bajo el suelo que daban a callejuelas; todo ello construido con el fin de dar esquinazo a los policías.
Gracias a esos conocimientos, victor sabía cómo entrar y salir en su antiguo cuartel general sin que ningún chacal reparara en su presencia.
Tras desenvainar su daga, desapareció entre las sombras.
Minutos más tarde avanzaba a hurtadillas en medio del silencioso hueco de la fábrica de carruajes abandonada. La luz de la luna apenas entraba por las altas y estrechas ventanas, pero él conocía el camino. El aire estaba lleno de polvo. En la siniestra oscuridad de los recónditos rincones de la fábrica, se oía cómo correteaban las ratas.
Sujetando, la daga entre los dientes, victor subió por una escalera de mano hacia el desván. Al llegar a lo alto, se deslizó hasta la trampilla y entró sin hacer ruido en lo que ahora era la fortaleza de los Chacales.
La elección de sus víctimas fue una combinación de estrategia y azar. Tenía que escoger habitaciones de fácil acceso, pero únicamente entró en acción cuando halló estancias ocupadas por miembros fuertes de los Chacales.
El primer individuo al que atacó fue a Flash, el «guapo» de la banda. El joven moreno de ojos azules estaba cantando una canción subida de tono de un espectáculo de variedades delante del espejo, mientras se peinaba con cuidado y se arreglaba las patillas. victor estiró el brazo desde el espacio del techo situado entre las dos plantas y cogió el reloj de bolsillo grande y reluciente que había sobre la cómoda. El joven dejó de cantar para examinar el vello de sus orificios nasales y luego continuó alegremente con el siguiente verso. victor volvió a esconderse en el espacio del techo, con el corazón acelerado. Sabía que aquello estaba mal, pero le resultaba divertido.
En otro rincón del edificio se hallaba el infame ogro de Baumer, el segundo miembro de los Chacales que fue atrapado en su tela de araña. victor pilló al imponente bruto, con su nariz bulbosa y su maraña de pelo moreno, en plena acción con una fornida fulana capacitada físicamente para soportar el asedio. Mientras ambos actuaban como gigantes en celo, no se percataron de que él estaba entrando sigilosamente por el otro extremo de la habitación, tenuemente iluminada.
Se acercó de puntillas al montón de ropa tirada, cogió el pequeño monedero de piel de Baumer y dejó el reloj de Flash en su lugar. Al darse cuenta de que los gemidos obscenos de los gigantes se estaban volviendo más intensos, miró rápidamente por encima del hombro. Salió sin ser visto; le habría gustado presenciar el momento en que Baumer iría a coger el monedero para pagar a su amiguita.
Re: Deseos Prohibidos
Por último, se dirigió a la solitaria habitación del piso superior donde se encontraba el miembro más raro de todos, Bloody Fred. Incluso O'Dell temía a Fred, que había estado ingresado en el manicomio de Bedlam en repetidas ocasiones. El pasillo estaba vacío, pues el resto de la banda evitaba el encuentro con el pequeño Freddie.
Cuando Victor olió el humo de opio que salía por la rendija de debajo de la puerta de Fred, supo que tenía que arriesgarse. El gran Baumer contra Bloody Fred. Era perfecto.
Un momento después, abría la puerta y entraba tranquilamente.
El hombrecillo enjuto y fuerte con una mata de cabello pelirrojo y barba de chivo estaba sentado en el suelo, mirando al vacío. Su pipa de agua turca se hallaba tirada junto a él. Fred alzó la vista lentamente haciendo lo que parecía un enorme esfuerzo, prácticamente incapaz de mantener abiertos sus ojos inyectados en sangre.
—Hola, Fred —dijo Victor en voz baja y tono afable, procurando no hacer ningún movimiento brusco.
—¿VCCO? —Una vaga sorpresa se reflejó en el rostro pálido y puntiagudo de Fred—. Creía que estabas muerto.
—Lo estoy —contestó—. Por eso estoy aquí.
—¿Un... un fantasma? —El hombre drogado retrocedió con dificultad hasta su cama—. ¡No te acerques!
—No tengas miedo, Freddie. He venido a darte un regalo —dijo él en tono tranquilizador.
—¿A mí? ¿Por... porqué?
—Porque tú y yo tenemos el mismo enemigo.
—¿A... a qué te refieres?
—Lo descubrirás dentro de poco. Ten. Toma esto como prueba de buena voluntad.
Balanceó suavemente el monedero de Baumer ante los ojos vidriosos del hombre y a continuación se lo arrojó. El monedero cayó en el suelo entre Fred y su pipa emitiendo un tenue sonido metálico.
—¿Es para mí? ¡Gracias, Vicco! ¿Por qué me das dinero? —Fred se giró y se esforzó por dar con el monedero, murmurando—. Nadie me da nada.
—Créeme, lo mereces.
—¡Caramba! —exclamó el hombre en voz baja, observando la lluvia de monedas mientras las arrojaba al suelo entre sus piernas extendidas.
Mientras Fred estaba distraído, Victor le robó con destreza la cajita de madera con opio turco de primera calidad.
Salió lentamente y sin hacer ruido de la habitación y fue a depositar la droga en la habitación más grande del edificio: la que antes era suya y ahora pertenecía a Cullen O'Dell.
Al poco rato, victor estaba fuera del lugar, avanzando calle abajo a grandes zancadas, eufórico con el éxito de su empresa. Dentro de poco se descubriría a los ladrones y los Chacales se atacarían unos a otros.
Si Bloody Fred decía a los demás que había visto al fantasma de Vicco Garcia, pensarían que se trataba de la alucinación de un adicto al opio.
Orgulloso y libre por un momento, victor se sentía como el de antes, pero de repente echó terriblemente de menos a sus amigos. Sobre todo a Nate. Él aliviaba su dolor. No podía permitirse sentir aquello. Había hecho todo lo que había podido por ellos. Sin embargo, al darse cuenta de que se encontraba totalmente solo, aislado de todas las personas en quienes confiaba, la sensación de victoria se desvaneció.
Saltó a la parte trasera de un pesado carro que pasaba por delante y realizó el viaje de vuelta furtivamente, como solía hacer cuando era un muchacho. Al cabo de veinte minutos estaba delante de la casa de su padre. Saltó otra vez por encima del muro del jardín y regresó a su jaula de oro.
A la mañana siguiente, justo después de desayunar, Myriam fue a la biblioteca privada de la esquina de St. James y Pall Mall para investigar sobre victor consultando el auténtico oráculo de la alta sociedad: el Debrett's Peerage. Todas las jóvenes inteligentes sabían que si querían descubrir su linaje y origen debían buscar a sus pretendientes y a otras personas de interés en aquella respetada publicación. Hojeó las delicadas páginas del enorme tomo, con la decisión de una mujer enfrascada en una misión.
Mientras Lucien seguía en el West Country, el influyente libro le pareció la mejor opción para confirmar la historia de victor. Entretanto, detrás de ella, los demás lectores se movían sin hacer ruido por el suelo de madera noble, llevando los libros que habían elegido al gran escritorio circular del bibliotecario. La señorita Hood estaba leyendo un artículo del último ejemplar de La Belle Assemblée, con el sombrero bien atado bajo la barbilla y su sombrilla plegada colgada del antebrazo. Lizzie, por su parte, se había separado de Alec el tiempo suficiente para acompañarla, pues nunca perdía la oportunidad de entrar un momento en el templo de los libros.
Lizzie estaba examinando los estantes en busca de los últimos volúmenes de los filósofos alemanes de moda, con los ojos entornados tras sus gafas de leer. Cuando vio la obra más reciente de Goethe, emitió un gritito de regocijo que resonó por la silenciosa biblioteca.
—¡Chis! —dijo el bibliotecario para que se callase.
—Perdón —se excusó Lizzie, distraída, al tiempo que se sonrojaba.
Myriam le lanzó una mirada risueña. Lizzie le enseñó el libro de Goethe y lo señaló entusiasmada. myriam movió la cabeza con gesto de diversión. «Es una intelectual incorregible», pensó, y sonrió a su amiga. Después de haberse confiado a Lizzie, por fin las cosas estaban volviendo a la normalidad entre ellas.
La noche anterior, en el carruaje, durante el trayecto a casa desde el baile de Devonshire, Alec no había parado de incordiar a myriam con chistes sobre el vals que había compartido con victor, que al parecer había provocado algunos arqueamientos de cejas, por no hablar del enfado de Robert.
Después de que Bel aliviara el disgusto del duque, myriam creyó que se encontraba libre de peligro, pero más tarde, cuando se estaba preparando para meterse en cama, Lizzie entró en su habitación de puntillas vestida con su camisón y empezó a hacer preguntas.
Myriam acabó contándoselo todo a su mejor amiga. Bueno, casi todo. Le contó toda la historia de su encuentro con Vicco Garcia en el suburbio e incluso reconoció que le había dejado besarla, pero después de sonrojarse, no se sintió con valor de contar a Lizzie lo lejos que había dejado llegar a aquel salvaje tatuado. Las chicas se quedaron sentadas en la cama bebiendo chocolate y hablando hasta altas horas de la noche.
Después de compartir toda la historia con su mejor amiga, myriam se sintió mucho mejor. Tenía que haberlo hecho antes, lo sabía, pero Lizzie se tomó su intento de huir de casa como algo personal y se mostró disgustada con ella, de modo que myriam no sabía cómo recibiría la noticia de su visita al suburbio. Además, Lizzie definió a victor como un «hombre desagradable» el día que se presentó en Knight House para proporcionar información a los gemelos. Lizzie seguía tan escéptica con respecto a Blade como ella misma, pero como había evitado que myriam huyese y la había entregado sana y salva a su familia, estaba dispuesta a darle una oportunidad. Ante todo, myriam sabía que podía confiar en que Lizzie guardaría el secreto del pasado de él. Incluso en el caso de que victor estuviera mintiendo, no quería que se metiera en líos con la policía.
En ese momento estaba pasando las páginas del Debrett's dedicadas a la familia Albright. Su corazón empezó a latir a toda velocidad al recorrer la estrecha columna de texto con la punta de su dedo enguantado.
Albright, lord. Victor alejandro Garcia. Nacido en 1788 en Perranporth, Cornualles; segundo hijo del marqués de Truro y St. Austell. Educado en Eton. Desaparecido en 1801. Supuestamente fallecido.
—¿Y bien?
Alzó la vista. Lizzie estaba a su lado mirándola con expectación, myriam dio unos golpecitos sobre el párrafo con perplejidad.
Lizzie lo leyó con ojos de miope y se volvió hacia ella al tiempo que se quitaba las gafas. Lanzó una mirada por encima del hombro en dirección a la señorita Hood y a continuación volvió a mirar a myriam.
—A lo mejor dice la verdad.
myriam se mordió el labio, pensativa. Sentía una gran curiosidad, y aunque no sabía qué creer, tenía que reconocer que la entrada de victor en sociedad había dado a la temporada que tenían por delante una innegable emoción.
¿Era posible que aquella historia fuera cierta? Docenas de preguntas sobre su pasado se agolpaban en su cabeza. Si realmente era el hijo de un marqués, ¿cómo había ido a parar con los ladrones? ¿De verdad nunca había querido reclamar su puesto legítimo solo para vengarse de su padre?
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lizzie, mientras myriam cerraba el libro de golpe con determinación.
—Voy a hacerle hablar —declaró, luciendo un brillo de decisión en los ojos—. Tengo que saberlo todo.
—En mi opinión, es muy poco caballeroso que alguien se niegue a decir dónde ha estado durante la última década y media —se quejó George Winthrop esa misma noche, frunciendo el ceño mientras bebía su copita de oporto.
—Tonterías, George —dijo Acer Loring alargando las palabras, girado hacia él para dedicarle una sonrisa de superioridad—. Si Garcia prefiere hacerse el misterioso, está en su derecho. Me atrevería a decir que al guardar silencio ha proporcionado a la sociedad más diversión de la que tenía desde... bueno, al menos desde la caída en desgracia de Byron el pasado mes.
Los dandis se rieron disimuladamente.
—Aunque debo admitir —prosiguió Acer, mientras se rascaba lisa mandíbula— que uno se pregunta si nuestro nuevo amigo tendrá algo que realmente merezca la pena esconder. ¿Tú qué dices Victor?
El elegante grupo de jóvenes dandis aguardó con expectación su respuesta.
Victor tenía ganas de matarlos. Sin embargo, consiguió controlar su genio, consciente de que tenía suerte de que ninguno de ellos se hubiera percatado de que era el mismo bárbaro del que se habían burlado en Hyde Park. Sonriendo de forma insulsa, evitó morder el anzuelo.
«No cometas ningún error», se advirtió a sí mismo, al tiempo que su ira aumentaba. Allí, en la sala de estar de lady Sudeby, se hallaba asediado. A diferencia de Cullen O'Dell y sus Chacales, el elocuente Acer Loring y sus amigotes eran expertos en el ataque por sorpresa. Siendo como era alguien nuevo en la alta sociedad, no sabía cómo se suponía que debía reaccionar, ni cómo debía defenderse de aquellas insinuaciones y aquellos comentarios insultantes. En el suburbio, donde el respeto lo era todo, había llegado a matar hombres por menos. Al ver que se volvía hacia uno de los imprudentes petimetres gruñendo, Acer se rió de su incapacidad para encajar una broma. Entonces se dio cuenta de que estaban intentando provocarle para ver si se ponía en ridículo.
No se atrevían a desafiarlo abiertamente. Le tenían miedo. Podía olerlo. Lo único que los envalentonaba era que lo superaban en número. No tenía más remedio que aguantar y esperar a que llegara el resto de invitados a la cena de lady Sudeby.
Había acudido únicamente con la esperanza de encontrar a myriam y poder hablar de nuevo con ella después de haber metido la pata la noche anterior. Sin embargo, ahora tenía miedo de verla, porque sabía que aquellos cabrones consentidos iban a humillarlo delante de ella como habían hecho aquel día en el parque.
Acer empezó a fanfarronear otra vez sobre la carrera de caballos. Victor miró de nuevo hacia la puerta. La posibilidad de ver a Myriam era lo único qué lo disuadía de salir de allí como un huracán, como había hecho la noche anterior. Algunas mujeres ya lo habían regañado por haberse marchado del baile de Devonshire tan pronto.
A continuación, los dandis comenzaron a rememorar sus días en Oxford, perfectamente conscientes de que él no había estudiado con ellos. Se quedó un tanto perplejo con tantas referencias clásicas y máximas latinas, pero se sintió perdido cuando Acer y George intercambiaron unas frases en francés, mirando por el rabillo del ojo para ver si él los había entendido. victor se limitó a permanecer allí, sintiéndose como un idiota. Era evidente que estaban insinuando que era un ignorante.
Pues muy bien.
Entonces pasaron a hablar del divertido tema de quién le había confeccionado la ropa.
—Esto... Stultz, creo —dijo él, con poca fortuna.
—¿Lo crees? ¿No lo sabes? —exclamó George, horrorizado.
Acer se rió distraídamente mientras lo miraba.
—Pero bueno, Victor, ¿un chaleco morado? Deberías azotar a tu ayuda de cámara por haberte dejado salir de casa. Por la noche hay que llevarlo blanco o negro, hombre. ¿Es que no te enteras de nada?
—Ah.
Él fingió tomárselo todo con buen humor, pero, mientras esperaba que Myriam llegase en cualquier momento, sintió herido su orgullo. Le daba pánico verla, convencido de que en cuanto ella le lanzase una mirada se pondría a reír; sin embargo, al echar un vistazo alrededor del salón, creyó sinceramente que iba tan bien vestido como cualquiera de los hombres presentes. Después de todo, su padre encargaba la ropa a Stultz. La chaqueta recta y los pantalones de Victor eran de seda negra de estilo conservador, y su corbata era impecable. Sus condenados zapatos habían sido pulidos con champán. Así pues, ¿qué había de malo en que un hombre quisiera poner una nota dé color? ¿Por qué tenía que parecerse exactamente al resto del mundo?
Se preguntó qué opinarían aquellos jóvenes de sus tatuajes.
—Un caballero solo confía en el señor Weston, de Conduit Street, para conseguir el corte perfecto de su ropa —le estaba informando Acer—. Las botas, de Hoby's, y los sombreros, de Lock's. Cualquier otra cosa es de bárbaros.
—Bueno, tal vez yo sea un poco bárbaro —advirtió él, con una sonrisa peligrosa, notando que se le agotaba la paciencia.
—Así es —asintió Acer.
El resto de los presentes, que parecían ansiosos por presenciar una buena discusión, prorrumpieron en exclamaciones. Acer sonrió de satisfacción, sin saber lo poco que le faltaba para ser estampado contra la pared más cercana.
En ese momento, como un ángel de la guarda, lady Myriam entró en la habitación.
Victor notó su corazón en la garganta al ver su encantadora sonrisa mientras saludaba a los anfitriones. Sus rizos dorados estaban estudiadamente despeinados, recogidos en lo alto con una cinta atada en un lazo por encima de su ojo izquierdo. Su vestido de noche era de seda de color mandarina claro, con mangas cortas y abombadas adornadas con encaje blanco. Lucía un modesto collar de perlas alrededor del cuello y unos guantes blancos de satén. Sobre los brazos llevaba echado un chal de seda con dibujos de intenso tono dorado, ámbar y morado, que caía a lo largo de su esbelta figura.
Cuando Victor olió el humo de opio que salía por la rendija de debajo de la puerta de Fred, supo que tenía que arriesgarse. El gran Baumer contra Bloody Fred. Era perfecto.
Un momento después, abría la puerta y entraba tranquilamente.
El hombrecillo enjuto y fuerte con una mata de cabello pelirrojo y barba de chivo estaba sentado en el suelo, mirando al vacío. Su pipa de agua turca se hallaba tirada junto a él. Fred alzó la vista lentamente haciendo lo que parecía un enorme esfuerzo, prácticamente incapaz de mantener abiertos sus ojos inyectados en sangre.
—Hola, Fred —dijo Victor en voz baja y tono afable, procurando no hacer ningún movimiento brusco.
—¿VCCO? —Una vaga sorpresa se reflejó en el rostro pálido y puntiagudo de Fred—. Creía que estabas muerto.
—Lo estoy —contestó—. Por eso estoy aquí.
—¿Un... un fantasma? —El hombre drogado retrocedió con dificultad hasta su cama—. ¡No te acerques!
—No tengas miedo, Freddie. He venido a darte un regalo —dijo él en tono tranquilizador.
—¿A mí? ¿Por... porqué?
—Porque tú y yo tenemos el mismo enemigo.
—¿A... a qué te refieres?
—Lo descubrirás dentro de poco. Ten. Toma esto como prueba de buena voluntad.
Balanceó suavemente el monedero de Baumer ante los ojos vidriosos del hombre y a continuación se lo arrojó. El monedero cayó en el suelo entre Fred y su pipa emitiendo un tenue sonido metálico.
—¿Es para mí? ¡Gracias, Vicco! ¿Por qué me das dinero? —Fred se giró y se esforzó por dar con el monedero, murmurando—. Nadie me da nada.
—Créeme, lo mereces.
—¡Caramba! —exclamó el hombre en voz baja, observando la lluvia de monedas mientras las arrojaba al suelo entre sus piernas extendidas.
Mientras Fred estaba distraído, Victor le robó con destreza la cajita de madera con opio turco de primera calidad.
Salió lentamente y sin hacer ruido de la habitación y fue a depositar la droga en la habitación más grande del edificio: la que antes era suya y ahora pertenecía a Cullen O'Dell.
Al poco rato, victor estaba fuera del lugar, avanzando calle abajo a grandes zancadas, eufórico con el éxito de su empresa. Dentro de poco se descubriría a los ladrones y los Chacales se atacarían unos a otros.
Si Bloody Fred decía a los demás que había visto al fantasma de Vicco Garcia, pensarían que se trataba de la alucinación de un adicto al opio.
Orgulloso y libre por un momento, victor se sentía como el de antes, pero de repente echó terriblemente de menos a sus amigos. Sobre todo a Nate. Él aliviaba su dolor. No podía permitirse sentir aquello. Había hecho todo lo que había podido por ellos. Sin embargo, al darse cuenta de que se encontraba totalmente solo, aislado de todas las personas en quienes confiaba, la sensación de victoria se desvaneció.
Saltó a la parte trasera de un pesado carro que pasaba por delante y realizó el viaje de vuelta furtivamente, como solía hacer cuando era un muchacho. Al cabo de veinte minutos estaba delante de la casa de su padre. Saltó otra vez por encima del muro del jardín y regresó a su jaula de oro.
A la mañana siguiente, justo después de desayunar, Myriam fue a la biblioteca privada de la esquina de St. James y Pall Mall para investigar sobre victor consultando el auténtico oráculo de la alta sociedad: el Debrett's Peerage. Todas las jóvenes inteligentes sabían que si querían descubrir su linaje y origen debían buscar a sus pretendientes y a otras personas de interés en aquella respetada publicación. Hojeó las delicadas páginas del enorme tomo, con la decisión de una mujer enfrascada en una misión.
Mientras Lucien seguía en el West Country, el influyente libro le pareció la mejor opción para confirmar la historia de victor. Entretanto, detrás de ella, los demás lectores se movían sin hacer ruido por el suelo de madera noble, llevando los libros que habían elegido al gran escritorio circular del bibliotecario. La señorita Hood estaba leyendo un artículo del último ejemplar de La Belle Assemblée, con el sombrero bien atado bajo la barbilla y su sombrilla plegada colgada del antebrazo. Lizzie, por su parte, se había separado de Alec el tiempo suficiente para acompañarla, pues nunca perdía la oportunidad de entrar un momento en el templo de los libros.
Lizzie estaba examinando los estantes en busca de los últimos volúmenes de los filósofos alemanes de moda, con los ojos entornados tras sus gafas de leer. Cuando vio la obra más reciente de Goethe, emitió un gritito de regocijo que resonó por la silenciosa biblioteca.
—¡Chis! —dijo el bibliotecario para que se callase.
—Perdón —se excusó Lizzie, distraída, al tiempo que se sonrojaba.
Myriam le lanzó una mirada risueña. Lizzie le enseñó el libro de Goethe y lo señaló entusiasmada. myriam movió la cabeza con gesto de diversión. «Es una intelectual incorregible», pensó, y sonrió a su amiga. Después de haberse confiado a Lizzie, por fin las cosas estaban volviendo a la normalidad entre ellas.
La noche anterior, en el carruaje, durante el trayecto a casa desde el baile de Devonshire, Alec no había parado de incordiar a myriam con chistes sobre el vals que había compartido con victor, que al parecer había provocado algunos arqueamientos de cejas, por no hablar del enfado de Robert.
Después de que Bel aliviara el disgusto del duque, myriam creyó que se encontraba libre de peligro, pero más tarde, cuando se estaba preparando para meterse en cama, Lizzie entró en su habitación de puntillas vestida con su camisón y empezó a hacer preguntas.
Myriam acabó contándoselo todo a su mejor amiga. Bueno, casi todo. Le contó toda la historia de su encuentro con Vicco Garcia en el suburbio e incluso reconoció que le había dejado besarla, pero después de sonrojarse, no se sintió con valor de contar a Lizzie lo lejos que había dejado llegar a aquel salvaje tatuado. Las chicas se quedaron sentadas en la cama bebiendo chocolate y hablando hasta altas horas de la noche.
Después de compartir toda la historia con su mejor amiga, myriam se sintió mucho mejor. Tenía que haberlo hecho antes, lo sabía, pero Lizzie se tomó su intento de huir de casa como algo personal y se mostró disgustada con ella, de modo que myriam no sabía cómo recibiría la noticia de su visita al suburbio. Además, Lizzie definió a victor como un «hombre desagradable» el día que se presentó en Knight House para proporcionar información a los gemelos. Lizzie seguía tan escéptica con respecto a Blade como ella misma, pero como había evitado que myriam huyese y la había entregado sana y salva a su familia, estaba dispuesta a darle una oportunidad. Ante todo, myriam sabía que podía confiar en que Lizzie guardaría el secreto del pasado de él. Incluso en el caso de que victor estuviera mintiendo, no quería que se metiera en líos con la policía.
En ese momento estaba pasando las páginas del Debrett's dedicadas a la familia Albright. Su corazón empezó a latir a toda velocidad al recorrer la estrecha columna de texto con la punta de su dedo enguantado.
Albright, lord. Victor alejandro Garcia. Nacido en 1788 en Perranporth, Cornualles; segundo hijo del marqués de Truro y St. Austell. Educado en Eton. Desaparecido en 1801. Supuestamente fallecido.
—¿Y bien?
Alzó la vista. Lizzie estaba a su lado mirándola con expectación, myriam dio unos golpecitos sobre el párrafo con perplejidad.
Lizzie lo leyó con ojos de miope y se volvió hacia ella al tiempo que se quitaba las gafas. Lanzó una mirada por encima del hombro en dirección a la señorita Hood y a continuación volvió a mirar a myriam.
—A lo mejor dice la verdad.
myriam se mordió el labio, pensativa. Sentía una gran curiosidad, y aunque no sabía qué creer, tenía que reconocer que la entrada de victor en sociedad había dado a la temporada que tenían por delante una innegable emoción.
¿Era posible que aquella historia fuera cierta? Docenas de preguntas sobre su pasado se agolpaban en su cabeza. Si realmente era el hijo de un marqués, ¿cómo había ido a parar con los ladrones? ¿De verdad nunca había querido reclamar su puesto legítimo solo para vengarse de su padre?
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Lizzie, mientras myriam cerraba el libro de golpe con determinación.
—Voy a hacerle hablar —declaró, luciendo un brillo de decisión en los ojos—. Tengo que saberlo todo.
—En mi opinión, es muy poco caballeroso que alguien se niegue a decir dónde ha estado durante la última década y media —se quejó George Winthrop esa misma noche, frunciendo el ceño mientras bebía su copita de oporto.
—Tonterías, George —dijo Acer Loring alargando las palabras, girado hacia él para dedicarle una sonrisa de superioridad—. Si Garcia prefiere hacerse el misterioso, está en su derecho. Me atrevería a decir que al guardar silencio ha proporcionado a la sociedad más diversión de la que tenía desde... bueno, al menos desde la caída en desgracia de Byron el pasado mes.
Los dandis se rieron disimuladamente.
—Aunque debo admitir —prosiguió Acer, mientras se rascaba lisa mandíbula— que uno se pregunta si nuestro nuevo amigo tendrá algo que realmente merezca la pena esconder. ¿Tú qué dices Victor?
El elegante grupo de jóvenes dandis aguardó con expectación su respuesta.
Victor tenía ganas de matarlos. Sin embargo, consiguió controlar su genio, consciente de que tenía suerte de que ninguno de ellos se hubiera percatado de que era el mismo bárbaro del que se habían burlado en Hyde Park. Sonriendo de forma insulsa, evitó morder el anzuelo.
«No cometas ningún error», se advirtió a sí mismo, al tiempo que su ira aumentaba. Allí, en la sala de estar de lady Sudeby, se hallaba asediado. A diferencia de Cullen O'Dell y sus Chacales, el elocuente Acer Loring y sus amigotes eran expertos en el ataque por sorpresa. Siendo como era alguien nuevo en la alta sociedad, no sabía cómo se suponía que debía reaccionar, ni cómo debía defenderse de aquellas insinuaciones y aquellos comentarios insultantes. En el suburbio, donde el respeto lo era todo, había llegado a matar hombres por menos. Al ver que se volvía hacia uno de los imprudentes petimetres gruñendo, Acer se rió de su incapacidad para encajar una broma. Entonces se dio cuenta de que estaban intentando provocarle para ver si se ponía en ridículo.
No se atrevían a desafiarlo abiertamente. Le tenían miedo. Podía olerlo. Lo único que los envalentonaba era que lo superaban en número. No tenía más remedio que aguantar y esperar a que llegara el resto de invitados a la cena de lady Sudeby.
Había acudido únicamente con la esperanza de encontrar a myriam y poder hablar de nuevo con ella después de haber metido la pata la noche anterior. Sin embargo, ahora tenía miedo de verla, porque sabía que aquellos cabrones consentidos iban a humillarlo delante de ella como habían hecho aquel día en el parque.
Acer empezó a fanfarronear otra vez sobre la carrera de caballos. Victor miró de nuevo hacia la puerta. La posibilidad de ver a Myriam era lo único qué lo disuadía de salir de allí como un huracán, como había hecho la noche anterior. Algunas mujeres ya lo habían regañado por haberse marchado del baile de Devonshire tan pronto.
A continuación, los dandis comenzaron a rememorar sus días en Oxford, perfectamente conscientes de que él no había estudiado con ellos. Se quedó un tanto perplejo con tantas referencias clásicas y máximas latinas, pero se sintió perdido cuando Acer y George intercambiaron unas frases en francés, mirando por el rabillo del ojo para ver si él los había entendido. victor se limitó a permanecer allí, sintiéndose como un idiota. Era evidente que estaban insinuando que era un ignorante.
Pues muy bien.
Entonces pasaron a hablar del divertido tema de quién le había confeccionado la ropa.
—Esto... Stultz, creo —dijo él, con poca fortuna.
—¿Lo crees? ¿No lo sabes? —exclamó George, horrorizado.
Acer se rió distraídamente mientras lo miraba.
—Pero bueno, Victor, ¿un chaleco morado? Deberías azotar a tu ayuda de cámara por haberte dejado salir de casa. Por la noche hay que llevarlo blanco o negro, hombre. ¿Es que no te enteras de nada?
—Ah.
Él fingió tomárselo todo con buen humor, pero, mientras esperaba que Myriam llegase en cualquier momento, sintió herido su orgullo. Le daba pánico verla, convencido de que en cuanto ella le lanzase una mirada se pondría a reír; sin embargo, al echar un vistazo alrededor del salón, creyó sinceramente que iba tan bien vestido como cualquiera de los hombres presentes. Después de todo, su padre encargaba la ropa a Stultz. La chaqueta recta y los pantalones de Victor eran de seda negra de estilo conservador, y su corbata era impecable. Sus condenados zapatos habían sido pulidos con champán. Así pues, ¿qué había de malo en que un hombre quisiera poner una nota dé color? ¿Por qué tenía que parecerse exactamente al resto del mundo?
Se preguntó qué opinarían aquellos jóvenes de sus tatuajes.
—Un caballero solo confía en el señor Weston, de Conduit Street, para conseguir el corte perfecto de su ropa —le estaba informando Acer—. Las botas, de Hoby's, y los sombreros, de Lock's. Cualquier otra cosa es de bárbaros.
—Bueno, tal vez yo sea un poco bárbaro —advirtió él, con una sonrisa peligrosa, notando que se le agotaba la paciencia.
—Así es —asintió Acer.
El resto de los presentes, que parecían ansiosos por presenciar una buena discusión, prorrumpieron en exclamaciones. Acer sonrió de satisfacción, sin saber lo poco que le faltaba para ser estampado contra la pared más cercana.
En ese momento, como un ángel de la guarda, lady Myriam entró en la habitación.
Victor notó su corazón en la garganta al ver su encantadora sonrisa mientras saludaba a los anfitriones. Sus rizos dorados estaban estudiadamente despeinados, recogidos en lo alto con una cinta atada en un lazo por encima de su ojo izquierdo. Su vestido de noche era de seda de color mandarina claro, con mangas cortas y abombadas adornadas con encaje blanco. Lucía un modesto collar de perlas alrededor del cuello y unos guantes blancos de satén. Sobre los brazos llevaba echado un chal de seda con dibujos de intenso tono dorado, ámbar y morado, que caía a lo largo de su esbelta figura.
Re: Deseos Prohibidos
primero que nada que bueno que estas bien , cuidate y no te preocupes , cuando estes mejor pon los capis , estaremos al pendiente de ti , gacias por el que pusiste hoy , y no hagas muchos esfuerzos niña
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
Pues que bien que te fue super y pues no te preocupes como dijo Naye, aquí esperamos el siguiente capi,
que te recuperes pronto
que te recuperes pronto
monike- VBB PLATA
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Re: Deseos Prohibidos
Niña, y ahora qué te pasó!!!! Cuídate mucho por favor, gracias por los capis, pero si no puedes, no te preocupes, nosotros te esperamos, tú recupérate y después nos pagas muchos capis!!!!!!
Marianita- STAFF
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Re: Deseos Prohibidos
Lilus Kikus, Gracias por el capitulo niña y please cuidate mucho mucho y sigue todas las indicaciones para que te recuperes pronto, ok? y ya despues vamos a hacernos una limpia jajaja ntc TKM Lilus Kikus
cliostar- VBB ORO
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Re: Deseos Prohibidos
GRACIAS POR EL CAPÍTULO, LAMENTO EL ACCIDENTE QUE TUVISTE, Y ESPERO QUE MUY PRONTO ESTES TOTALMENTE RESTABLECIDA
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
NIÑAAA PEROOO PONTE A DESCANSAR! Nosotros entendemos que aveces las cosas pasan! espero que te recuperes muy muy prontooooo
Chicana_415- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
muchas gracias por el capitulo y cuando puedas siguele por faaaaaaaaa
jai33sire- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
Espero que te encuentres muchooooooooo mejor,
Y pues aquí dando lata...
Queremos capi,
Queremos capi
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Y pues aquí dando lata...
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monike- VBB PLATA
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Fecha de inscripción : 22/01/2009
Re: Deseos Prohibidos
hola ni/asss mepude eskaparr yayyyy aki poniendoles kapi ....... lo weno ke todat me kitaron los klavos y solo traigo un jesotototee en toda mi piernaaa pero pues ya aki reportandome aunke d inkognita jejeje weno aki ls dejo el kapi ke sige grasiasss por esperarme y tener pasiensia komo dise taliss jejeje......... grasia a todspor sus komentarioss.........
KAPI 13
Entonces se giró para saludar a otra persona, y Victor se quedó sin aliento al ver el corte bajo de la espalda del vestido. La miró fijamente, fascinado por su piel blanca, la curva flexible de su columna y la delicada estructura de sus omóplatos. Los suaves pliegues de su chal de seda rozaban la parte posterior de su cintura. Poseído por visiones en las que besaba cada centímetro de su cuerpo, victor no recobró el aliento hasta que ella siguió avanzando y entró en el salón.
Saludó a los individuos aquí y allá con una cordialidad y un refinamiento más arraigados en su persona que todas las rebeldes protestas contra la alta sociedad, que había manifestado la noche que apareció en el suburbio, cuando estaba furiosa con el mundo.
Mientras victor se recuperaba de su inicial arrebato de deseo, la simple visión de myriam consiguió aliviar parte de su tensión, aunque sabía que ella lo despreciaba. Se irguió ligeramente, empezó a respirar con mayor facilidad y la observó con un brillo posesivo en los ojos. Ella resplandecía como una joya rara y encarnaba la máxima exquisitez que podía ofrecer la aristocracia. Victor suponía que cualquier hombre con sentido común se habría olvidado de ella después del rotundo desplante de la noche anterior, pero de algún modo el desafío que suponía cada uno de sus rechazos solo lograba que la deseara todavía más.
Su corazón empezó a latir más deprisa cuando el grupo de invitados de Los Montemayor atravesó la estancia. Su anciano pretendiente, lord Drummond, no se veía por ninguna parte.
Tras lo que le pareció una eternidad, myriam se acercó de forma tranquila y despreocupada al grupo donde él se encontraba acompañada de otra joven dama, pero victor no tardó en darse cuenta con disgusto de que le estaba haciendo el vacío. Sí, notaba una clara frialdad hacia él. Mientras tanto, los estúpidos dandis la acosaron con cumplidos. Myriam se tomó a risa sus piropos, dijo que eran ridículos y maltrató a sus admiradores alegremente con su ingenio.
—myri —dijo Acer—, ¿qué opinas del chaleco de Garcia?
Los otros se rieron.
Ella lanzó una mirada de aburrimiento a Victor.
Él miró al cabecilla de los dandis frunciendo el ceño de forma feroz, con el corazón palpitando de violencia reprimida. Sabía que el momento de la humillación acabaría llegando, pero había sido tan estúpido que no había escapado mientras había tenido la ocasión.
myriam se volvió otra vez hacia Acer y se encogió de hombros con indiferencia.
—¿Qué le pasa?
—Es morado.
—Ya lo veo —dijo ella.
—El morado es de mal gusto —dijo Acer con desdén.
Myriam examinó a Victor un largo rato. Él casi no tenía valor para mirarla a los ojos, muerto de vergüenza, pero entonces algo, tal vez lástima, brilló fugazmente en los ojos soñadores de ella.
—Eso no es lo que dice Alec —comunicó ella a Acer en tono calmado, señalando con la cabeza a un joven con muletas.
Los dandis soltaron un grito ahogado de sorpresa.
—¿Lord Alec lleva ropa morada? —preguntó George Winthrop alarmado.
—En este momento no, bobo, pero de camino aquí nos ha estado hablando de un chaleco morado que encargó la semana pasada. Se enfadará con usted, lord Garcia De Rackford. —Lo obsequió con una sonrisa rápida y fría, aunque sus ojos desprendían chispas—. A mi hermano siempre le gusta ser el primero en marcar una nueva tendencia. Es el árbitro de la moda.
Él no dijo nada y le sostuvo la mirada. Sabía que ella estaba mintiendo para defenderlo, que había acudido en su rescate cuando podría haber asestado el golpe de gracia a su orgullo. Victor no podía evitar mirarla prendado con absoluta adoración.
Tras lanzarle una atrevida mirada en señal de íntimo reproche, myriam se giró y siguió avanzando con su amiga. «Piensa rápido.»
—Lady Myriam —dijo Victor, y ella se detuvo—. ¿Ha visto el Canaletto de lady Sudeby? —Señaló el cuadro que colgaba sobre la chimenea.
Myriam arqueó sus cejas doradas. Siguió la mano de él con la mirada. Colgado sobre la repisa de la chimenea, se hallaba el luminoso paisaje del maestro italiano en todo su esplendor.
—Vaya, es precioso —murmuró su acompañante, acercándose un paso.
myriam se volvió de nuevo hacia él en actitud interrogativa, sin apenas ocultar su confusión.
—Dios mío, tenía entendido que lo habían robado.
Él se encogió de hombros, moviendo los ojos.
—Lady Sudeby nos estaba diciendo hace un momento que un benefactor anónimo lo recuperó y se lo devolvió.
—¿Un benefactor anónimo? —preguntó ella de manera significativa.
—Eso es.
—¡Qué misterioso! Me alegro mucho de que haya sido devuelto a su dueño legítimo. —Hizo una pausa, al tiempo que le lanzaba una mirada astuta—. De hecho, lord Garsia De Rackford, no sabía que conociera a lady Sudeby.
—Es mi tía —dijo él con sequedad—. La hermana gemela de mi madre.
Ella parpadeó con estupefacción y apartó la vista rápidamente, mientras se mordía el labio para contener la diversión que le había provocado su revelación. Se aclaró la garganta.
—Victor, permítame que le presente a la amiga que más quiero en el mundo, la señorita Elizabeth Carlisle.
Él se inclinó ante su compañera de recatada belleza.
—Señorita Carlisle, es un placer.
—¿Cómo está, milord? —murmuró la chica, que era mayor que myriam y tenía el cabello castaño.
victor se sintió examinado atentamente por la mirada penetrante de la señorita Carlisle mientras se inclinaba sobre su mano. A decir verdad, en aquel momento deseó que la tierra se lo tragase, pues notó que la mejor amiga de Myriam estaba formándose su propio juicio sobre su valía o su falta de ella. Dios sabía lo que myriam le habría contado a su amiga sobre él; tal vez incluso le había revelado su torpe proposición de la noche anterior.
Condenadas mujeres. Eran incapaces de callar nada, pero aquella en concreto podía ser decisiva para él en su relación con la abeja reina.
Volvió a enderezarse y miró a myriam, bastante disgustado por sus sospechas. Esperaba que la señorita Carlisle no se fuera de la lengua y contara lo que ella le había dicho.
Cuando poco después se anunció que la cena estaba servida, myriam consideró oportuno concederle el privilegio de que él la llevara a la mesa. En el comedor lujosamente decorado brillaban los candelabros, que bruñían los dorados de toda la habitación y relucían sobre la fina cubertería de plata y la vajilla de porcelana exquisitamente pintada. victor acompañó a la dama hasta su sitio, retiró la silla de myriam y esperó mientras ella se sentaba con delicadeza. Rozó la piel desnuda de su espalda con las puntas de sus dedos enguantados y se fijó en el leve escalofrío que le recorrió la columna ante su ligera caricia accidental.
—Estás deslumbrante —murmuró lo bastante alto para que lo oyera solo ella.
Ella le lanzó una mirada altiva con la que le advirtió que todavía no estaba fuera de peligro. Convenientemente escarmentado, él asintió con la cabeza y fue a buscar su asiento. Pronto descubrió que la chiflada de su tía lo había rodeado de jóvenes damas cuyas madres nunca habían osado infringir las normas de la sociedad.
Myriam se hallaba al otro lado de la mesa, dos sillas más allá. Cuando tomó asiento, Victor palideció al ver la intimidante colección de cubiertos de plata que tenía ante él, extendidos como si fueran el instrumental de un cirujano. «Maravilloso», pensó con disgusto.
Acer estaba sentado cerca de él y lo observaba con interés, como si sospechara que la mitad de aquellas cucharas de extraña forma y aquellos diminutos tenedores le resultaban totalmente extraños. victor bajó la vista y se colocó la servilleta en el regazo.
Cuando se sirvió el primer plato, observó a los demás y vio que correspondía a los caballeros trinchar el plato de carne que casualmente se hallaba delante de ellos.
Miró el espinazo de cordero humeante que tenía ante él, cogió el largo cuchillo dentado y lanzó a Acer Loring una mirada dura y elocuente, sin necesidad de pronunciar ninguna palabra para dejar clara su amenaza con concisión.
La altanería y la petulancia de Acer desaparecieron cuando vio cómo victor cortaba en tajadas los más de tres kilos de humeante carne roja; victor se había ganado el apodo de vicco, cuchillo, por algo. Cuando acabó, confió en que el dandi hubiera captado el mensaje.
Una vez cortada la carne, clavó el cuchillo en el cuarto de cordero con una floritura y ofreció el plato a las debutantes sentadas a su alrededor.
Se fijó en que myriam le lanzaba una mirada exasperada. La miró encogiéndose de hombros ligeramente. Ella apartó la vista, moviendo la cabeza con gesto de incredulidad.
Sin embargo, cuando llegó el momento de empezar a comer, vaciló, tan inseguro como la víctima inocente de un trilero, mientras su mano temblaba sobre el surtido de cubiertos. Recorrió con la mirada a los demás comensales con desesperación hasta que vio a myriam mirándolo fijamente.
La persona que ella tenía al lado le hizo una pregunta, y myriam se reincorporó a la conversación con una sonrisa, pero él vio cómo cogía lentamente el segundo tenedor por la izquierda y lo hacía girar de forma juguetona entre sus dedos.
Victor escogió el cubierto con alivio. Un instante después, ella lo miró brevemente para asegurarse de que no había cometido otra metedura de pata.
De algún modo, ella consiguió que superara con éxito la cena de tres horas de duración. Las damas se retiraron, mientras los hombres se quedaban en la mesa un poco más, bebiendo oporto y jerez. Victor conoció al vividor lord Alec, que era de su misma edad, e inmediatamente le cayó bien.
Finalmente, hombres y mujeres se reunieron en el salón, donde habían sido dispuestas unas mesas de cartas para jugar unas partidas de whist. Sin embargo, las debutantes parecían más interesadas en hacer alarde de sus dotes musicales con el piano, ya fuera tocándolo para un grupo de invitados o cantando el acompañamiento. victor se quedó en el fondo de la habitación, apoyado contra la pared y bebiendo a sorbos otra copa del denso vino. Prefería esperar a que llegara la interpretación de myriam, pero en lugar de dirigirse al piano, ella empezó a deambular lentamente por el concurrido salón.
La miró a los ojos mientras ella andaba distraídamente hacia él. Entre ellos saltaron auténticas chispas, pero ella apartó la vista con recato y se apoyó junto a él contra la pared, dando sorbos a su vino. Él fingió estar disfrutando con la música, pero todos sus sentidos estaban centrados en ella.
Victor también advirtió qué intensamente consciente era ella de su presencia. No poder tocarla era una tortura.
KAPI 13
Entonces se giró para saludar a otra persona, y Victor se quedó sin aliento al ver el corte bajo de la espalda del vestido. La miró fijamente, fascinado por su piel blanca, la curva flexible de su columna y la delicada estructura de sus omóplatos. Los suaves pliegues de su chal de seda rozaban la parte posterior de su cintura. Poseído por visiones en las que besaba cada centímetro de su cuerpo, victor no recobró el aliento hasta que ella siguió avanzando y entró en el salón.
Saludó a los individuos aquí y allá con una cordialidad y un refinamiento más arraigados en su persona que todas las rebeldes protestas contra la alta sociedad, que había manifestado la noche que apareció en el suburbio, cuando estaba furiosa con el mundo.
Mientras victor se recuperaba de su inicial arrebato de deseo, la simple visión de myriam consiguió aliviar parte de su tensión, aunque sabía que ella lo despreciaba. Se irguió ligeramente, empezó a respirar con mayor facilidad y la observó con un brillo posesivo en los ojos. Ella resplandecía como una joya rara y encarnaba la máxima exquisitez que podía ofrecer la aristocracia. Victor suponía que cualquier hombre con sentido común se habría olvidado de ella después del rotundo desplante de la noche anterior, pero de algún modo el desafío que suponía cada uno de sus rechazos solo lograba que la deseara todavía más.
Su corazón empezó a latir más deprisa cuando el grupo de invitados de Los Montemayor atravesó la estancia. Su anciano pretendiente, lord Drummond, no se veía por ninguna parte.
Tras lo que le pareció una eternidad, myriam se acercó de forma tranquila y despreocupada al grupo donde él se encontraba acompañada de otra joven dama, pero victor no tardó en darse cuenta con disgusto de que le estaba haciendo el vacío. Sí, notaba una clara frialdad hacia él. Mientras tanto, los estúpidos dandis la acosaron con cumplidos. Myriam se tomó a risa sus piropos, dijo que eran ridículos y maltrató a sus admiradores alegremente con su ingenio.
—myri —dijo Acer—, ¿qué opinas del chaleco de Garcia?
Los otros se rieron.
Ella lanzó una mirada de aburrimiento a Victor.
Él miró al cabecilla de los dandis frunciendo el ceño de forma feroz, con el corazón palpitando de violencia reprimida. Sabía que el momento de la humillación acabaría llegando, pero había sido tan estúpido que no había escapado mientras había tenido la ocasión.
myriam se volvió otra vez hacia Acer y se encogió de hombros con indiferencia.
—¿Qué le pasa?
—Es morado.
—Ya lo veo —dijo ella.
—El morado es de mal gusto —dijo Acer con desdén.
Myriam examinó a Victor un largo rato. Él casi no tenía valor para mirarla a los ojos, muerto de vergüenza, pero entonces algo, tal vez lástima, brilló fugazmente en los ojos soñadores de ella.
—Eso no es lo que dice Alec —comunicó ella a Acer en tono calmado, señalando con la cabeza a un joven con muletas.
Los dandis soltaron un grito ahogado de sorpresa.
—¿Lord Alec lleva ropa morada? —preguntó George Winthrop alarmado.
—En este momento no, bobo, pero de camino aquí nos ha estado hablando de un chaleco morado que encargó la semana pasada. Se enfadará con usted, lord Garcia De Rackford. —Lo obsequió con una sonrisa rápida y fría, aunque sus ojos desprendían chispas—. A mi hermano siempre le gusta ser el primero en marcar una nueva tendencia. Es el árbitro de la moda.
Él no dijo nada y le sostuvo la mirada. Sabía que ella estaba mintiendo para defenderlo, que había acudido en su rescate cuando podría haber asestado el golpe de gracia a su orgullo. Victor no podía evitar mirarla prendado con absoluta adoración.
Tras lanzarle una atrevida mirada en señal de íntimo reproche, myriam se giró y siguió avanzando con su amiga. «Piensa rápido.»
—Lady Myriam —dijo Victor, y ella se detuvo—. ¿Ha visto el Canaletto de lady Sudeby? —Señaló el cuadro que colgaba sobre la chimenea.
Myriam arqueó sus cejas doradas. Siguió la mano de él con la mirada. Colgado sobre la repisa de la chimenea, se hallaba el luminoso paisaje del maestro italiano en todo su esplendor.
—Vaya, es precioso —murmuró su acompañante, acercándose un paso.
myriam se volvió de nuevo hacia él en actitud interrogativa, sin apenas ocultar su confusión.
—Dios mío, tenía entendido que lo habían robado.
Él se encogió de hombros, moviendo los ojos.
—Lady Sudeby nos estaba diciendo hace un momento que un benefactor anónimo lo recuperó y se lo devolvió.
—¿Un benefactor anónimo? —preguntó ella de manera significativa.
—Eso es.
—¡Qué misterioso! Me alegro mucho de que haya sido devuelto a su dueño legítimo. —Hizo una pausa, al tiempo que le lanzaba una mirada astuta—. De hecho, lord Garsia De Rackford, no sabía que conociera a lady Sudeby.
—Es mi tía —dijo él con sequedad—. La hermana gemela de mi madre.
Ella parpadeó con estupefacción y apartó la vista rápidamente, mientras se mordía el labio para contener la diversión que le había provocado su revelación. Se aclaró la garganta.
—Victor, permítame que le presente a la amiga que más quiero en el mundo, la señorita Elizabeth Carlisle.
Él se inclinó ante su compañera de recatada belleza.
—Señorita Carlisle, es un placer.
—¿Cómo está, milord? —murmuró la chica, que era mayor que myriam y tenía el cabello castaño.
victor se sintió examinado atentamente por la mirada penetrante de la señorita Carlisle mientras se inclinaba sobre su mano. A decir verdad, en aquel momento deseó que la tierra se lo tragase, pues notó que la mejor amiga de Myriam estaba formándose su propio juicio sobre su valía o su falta de ella. Dios sabía lo que myriam le habría contado a su amiga sobre él; tal vez incluso le había revelado su torpe proposición de la noche anterior.
Condenadas mujeres. Eran incapaces de callar nada, pero aquella en concreto podía ser decisiva para él en su relación con la abeja reina.
Volvió a enderezarse y miró a myriam, bastante disgustado por sus sospechas. Esperaba que la señorita Carlisle no se fuera de la lengua y contara lo que ella le había dicho.
Cuando poco después se anunció que la cena estaba servida, myriam consideró oportuno concederle el privilegio de que él la llevara a la mesa. En el comedor lujosamente decorado brillaban los candelabros, que bruñían los dorados de toda la habitación y relucían sobre la fina cubertería de plata y la vajilla de porcelana exquisitamente pintada. victor acompañó a la dama hasta su sitio, retiró la silla de myriam y esperó mientras ella se sentaba con delicadeza. Rozó la piel desnuda de su espalda con las puntas de sus dedos enguantados y se fijó en el leve escalofrío que le recorrió la columna ante su ligera caricia accidental.
—Estás deslumbrante —murmuró lo bastante alto para que lo oyera solo ella.
Ella le lanzó una mirada altiva con la que le advirtió que todavía no estaba fuera de peligro. Convenientemente escarmentado, él asintió con la cabeza y fue a buscar su asiento. Pronto descubrió que la chiflada de su tía lo había rodeado de jóvenes damas cuyas madres nunca habían osado infringir las normas de la sociedad.
Myriam se hallaba al otro lado de la mesa, dos sillas más allá. Cuando tomó asiento, Victor palideció al ver la intimidante colección de cubiertos de plata que tenía ante él, extendidos como si fueran el instrumental de un cirujano. «Maravilloso», pensó con disgusto.
Acer estaba sentado cerca de él y lo observaba con interés, como si sospechara que la mitad de aquellas cucharas de extraña forma y aquellos diminutos tenedores le resultaban totalmente extraños. victor bajó la vista y se colocó la servilleta en el regazo.
Cuando se sirvió el primer plato, observó a los demás y vio que correspondía a los caballeros trinchar el plato de carne que casualmente se hallaba delante de ellos.
Miró el espinazo de cordero humeante que tenía ante él, cogió el largo cuchillo dentado y lanzó a Acer Loring una mirada dura y elocuente, sin necesidad de pronunciar ninguna palabra para dejar clara su amenaza con concisión.
La altanería y la petulancia de Acer desaparecieron cuando vio cómo victor cortaba en tajadas los más de tres kilos de humeante carne roja; victor se había ganado el apodo de vicco, cuchillo, por algo. Cuando acabó, confió en que el dandi hubiera captado el mensaje.
Una vez cortada la carne, clavó el cuchillo en el cuarto de cordero con una floritura y ofreció el plato a las debutantes sentadas a su alrededor.
Se fijó en que myriam le lanzaba una mirada exasperada. La miró encogiéndose de hombros ligeramente. Ella apartó la vista, moviendo la cabeza con gesto de incredulidad.
Sin embargo, cuando llegó el momento de empezar a comer, vaciló, tan inseguro como la víctima inocente de un trilero, mientras su mano temblaba sobre el surtido de cubiertos. Recorrió con la mirada a los demás comensales con desesperación hasta que vio a myriam mirándolo fijamente.
La persona que ella tenía al lado le hizo una pregunta, y myriam se reincorporó a la conversación con una sonrisa, pero él vio cómo cogía lentamente el segundo tenedor por la izquierda y lo hacía girar de forma juguetona entre sus dedos.
Victor escogió el cubierto con alivio. Un instante después, ella lo miró brevemente para asegurarse de que no había cometido otra metedura de pata.
De algún modo, ella consiguió que superara con éxito la cena de tres horas de duración. Las damas se retiraron, mientras los hombres se quedaban en la mesa un poco más, bebiendo oporto y jerez. Victor conoció al vividor lord Alec, que era de su misma edad, e inmediatamente le cayó bien.
Finalmente, hombres y mujeres se reunieron en el salón, donde habían sido dispuestas unas mesas de cartas para jugar unas partidas de whist. Sin embargo, las debutantes parecían más interesadas en hacer alarde de sus dotes musicales con el piano, ya fuera tocándolo para un grupo de invitados o cantando el acompañamiento. victor se quedó en el fondo de la habitación, apoyado contra la pared y bebiendo a sorbos otra copa del denso vino. Prefería esperar a que llegara la interpretación de myriam, pero en lugar de dirigirse al piano, ella empezó a deambular lentamente por el concurrido salón.
La miró a los ojos mientras ella andaba distraídamente hacia él. Entre ellos saltaron auténticas chispas, pero ella apartó la vista con recato y se apoyó junto a él contra la pared, dando sorbos a su vino. Él fingió estar disfrutando con la música, pero todos sus sentidos estaban centrados en ella.
Victor también advirtió qué intensamente consciente era ella de su presencia. No poder tocarla era una tortura.
Re: Deseos Prohibidos
—Gracias por ayudarme allí dentro —dijo entre dientes.
Ella agitó su abanico de seda distraídamente, evitando su mirada.
—Sé que piensas que soy un adorno inútil, pero a veces mi experiencia sirve de algo.
—Nunca he dicho que seas inútil. —Se le ocurrían varios usos que darle, pero todos le habrían hecho merecedor de una bofetada—. ¿Significa tu amabilidad que has decidido creerme?
—No.
—Entonces, ¿por qué me has ayudado?
—He decidido no emitir juicios hasta que Lucien vuelva a casa. Eso es todo.
—Muy bien.
—Hasta entonces... —Ella suspiró. Mientras fingía que seguía la interpretación de una debutante al piano, le lanzó una mirada recelosa de soslayo—. No tengo mucho tiempo, y no quiero que lo interpretes como una muestra de ánimo, pero... victor, resultas patético. No sobrevivirás en la alta sociedad tú solo; por motivos que no deseo plantearme, estoy dispuesta a ayudarte. Ven a verme mañana a la una. No llegues tarde.
Sorprendido, victor no tuvo tiempo para reaccionar cuando ella le lanzó una mirada alentadora y siguió vagando entre la multitud, charlando con la gente aquí y allá.
Él la observó mientras la esperanza brotaba en lo más profundo de su ser.
¿Patético?, se preguntó, divertido. ¿Cómo podía alguien interpretar aquello como una muestra de ánimo? Pero disimuló su amplia sonrisa y bebió un sorbo de jerez; se sentía demasiado feliz para preocuparse.
A la una menos cinco del día siguiente, un magnífico carruaje con el escudo de los Albright en la portezuela cruzó las altas puertas de hierro forjado de la casa Montemayor. myriam lo observó desde una ventana superior y advirtió que el cochero y los lacayos iban vestidos con una librea color canela, con pequeñas chorreras blancas de encaje y tricornios negros. Los cuatro caballos color azabache eran totalmente idénticos, con sus arreos negros con elegantes costuras carmesíes. Con los ojos brillantes de emoción, la joven se fue corriendo al salón para recibir a su visita.
Dudaba que él estuviera lo bastante familiarizado con las costumbres de la sociedad para darse cuenta de que había sido invitado a una hora absolutamente informal, reservada a las visitas de los amigos más íntimos; las citas sociales se volvían más ceremoniosas a medida que avanzaba la tarde. Era evidente que quizá necesitaría el día entero para ponerlo a punto. Como hacía una tarde soleada y agradable, había decidido que ella y victor darían un paseo por Green Park, donde podrían hablar en privado. Al saber con antelación que él iba a acudir, había enviado a la señorita Hood a hacer un recado inútil. Con ellos iría Lizzie, una acompañante mucho más agradable que la institutriz con ojos de lince.
Oyó que el señor Walsh abría la puerta en el piso de abajo. Entró con sigilo en la sala de estar, donde Bel y Lizzie estaban cosiendo, y se apresuró a colocarse en una postura elegante sobre uno de los sofás, alisando bien la falda a su alrededor. Lizzie, que estaba al corriente de todo, le lanzó una mirada jovial, pero Bel se hallaba absorta en su labor, enhebrando una aguja. Por suerte, Robert se encontraba en White's, aunque su presencia tampoco habría disuadido a Vicco Garcia.
Su corazón empezó a latir más deprisa al oír los pasos seguros y sonoros de Victor mientras subía la escalera de mármol detrás del señor Walsh. Un momento después, el mayordomo llamó a la puerta de la sala de estar y la abrió tras contestar la duquesa.
El señor Walsh entró en la habitación, se colocó a un lado de la puerta e hizo una reverencia a Bel, la señora de la casa.
—Excelencia, el conde de victor.
A myriam le dio un vuelco el corazón cuando su visita apareció en la puerta de la sala de estar.
A pesar suyo, una oleada de placer inundó sus venas.
Tal vez no estuviese todo perdido, pensó con ironía mientras recorría su cuerpo con una mirada de aprobación. Iba vestido con relajada elegancia; llevaba una chaqueta recta de un intenso azul turquesa, un inmaculado chaleco blanco, una bonita corbata con nudo trône d'amour y unos pantalones blancos de dril.
Él se quitó el sombrero de copa, entró en la estancia con paso decidido y saludó a las damas por orden de importancia. En una mano llevaba un bastón con el puño de plata, y en la otra, un enorme ramo que ofreció a myriam haciendo una reverencia.
—Qué detalle —exclamó Bel, mientras Lizzie los miraba con regocijo.
myriam se sonrojó y aspiró la deliciosa mezcla de fragancias de las tigridias, los lirios, los tulipanes y las rosas. Mientras los demás intercambiaban cumplidos, ella llamó a un criado para que pusiera las flores en un jarrón. Al poco rato había obtenido el permiso de Bel para ir a pasear al parque con vicotr, acompañados de Lizzie. Su mejor amiga se sumió en la lectura de su libro con aire de complicidad y caminó varios pasos por detrás de ellos, demasiado discreta para dedicarse a escuchar a escondidas.
—¿Tienes intención de volverme loco, myriam, o simplemente lo haces de forma natural? —inquirió victor en un murmullo pícaro, lanzando una mirada de admiración al vestido de paseo escogido con primor que ella lucía, con su corpiño rosa pequeño, prieto y claramente escotado y su larga falda blanca.
Como el vestido tenía las mangas cortas, llevaba unos largos guantes blancos y un chal transparente de color rosa que le cubría coquetamente los hombros. El borde ondeante del vestido rozaba a victor con provocación.
—Victor —le advirtió ella, empleando osadamente su nombre de pila a la vez que lo miraba por debajo del ala de su sombrero redondo, adornado con narcisos de seda y atado con una cinta rosa.
Él sonrió en muestra de arrepentimiento.
—De acuerdo. Me portaré bien.
Él hacía que se le acelerase el corazón, pero myriam se esforzó por mantener al menos una apariencia exterior serena. Pasearon despació al mismo paso por el ancho y silencioso camino bordeado de árboles. Rackford medía sus pasos con el bastón mientras que myriam hacía otro tanto con el extremo de su sombrilla.
—Gracias por las flores.
—Es lo mínimo que puedo hacer después de que me rescatases anoche. No lo esperaba, la verdad.
—Bueno, es lógico. Puesto que soy una dama, mi deber es ayudar a aquellos que son menos afortunados que yo, y, perdona que te lo diga, pero está muy claro que sin mi orientación te comerían vivo. Por lo tanto, he decidido ayudarte, vicotr. Por eso te he pedido que vengas hoy aquí.
—¿Ayudarme? ¿Cómo?
—Educándote.
—Entiendo. —Una sonrisa radiante cruzó su atractivo rostro—. Una proposición interesante.
—Creo que puede resultar una tarea divertida, sí.
—Pues aquí tienes a tu entusiasta alumno. Soy arcilla en tus manos. Moldéame como desees —dijo él, en un perezoso ronroneo.
Ella lo miró escéptica, pues cada palabra que brotaba de sus labios parecía cargada de insinuaciones maliciosas... o tal vez era solo fruto de su viva imaginación. Se aclaró la garganta tosiendo ligeramente y optó por hacer caso omiso de su comentario.
—Antes de empezar, debo saberlo todo.
—¿A qué te refieres?
—A tu pasado.
—Ya lo conoces.
—No todo. Dices que empezaste siendo el hijo pequeño de lord Truro, y he visto con mis propios ojos que acabaste siendo el líder de los Halcones de Fuego. Lo que quiero saber es qué pasó entre medias: cómo fuiste de una posición a la otra.
Él le lanzó una mirada recelosa de reojo.
—¿Y todo eso forma parte de mi proceso de educación?
—No —contestó ella con una sonrisa tímida—. Simplemente es el pago que exijo por mis servicios.
—¿Tus servicios? No sabía que fuese a recibir algún tipo de servicio, milady.
—¡Oh, vamos, vicco, tienes que contármelo! ¡O moriré de curiosidad!
—Está bien, está bien, si tanto te empeñas en conocer mi triste historia. Pero antes quiero hacerte una pequeña pregunta inofensiva.
—¿De qué sé trata? —preguntó myriam con cautela.
Él se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿No te parece un poco cruel la forma en que estás utilizando a ese viejo?
Su directa acusación la sorprendió, pero sabía que se refería a lord Drummond.
—No lo estoy utilizando.
—Sí que lo estás haciendo.
—¡No lo estoy utilizando!
—No te molestes en decirme que estás enamorada de él. Los dos sabemos lo que de verdad andas buscando. Tu libertad.
Ella se lo quedó mirando con inquietud.
—Tú... ¿has descubierto mi intención?
Él asintió con la cabeza.
—Es arriesgado, ¿sabes? ¿Y si él se da cuenta de cuáles son tus verdaderos motivos?
Ella se apartó bruscamente, con el ceño fruncido.
—No se trata de eso. Entre nosotros no hay sentimentalismos. Lord Drummond no es bobo. Simplemente le hago compañía. En el pasado él fue un admirador de mi madre; ahora es un anciano solitario sin nadie que cuide de él. Yo le hago feliz.
—¿Él te hace feliz a ti?
—No necesito que un hombre me haga feliz, Victor.
—¿Y el amor?
—¿Amor? —Ella soltó una risa breve e irónica—. Bueno, parece un lujo que no me puedo permitir.
—Vaya, vaya —dijo él en voz baja, lanzándole una mirada pesarosa—, ¿qué ha sido de mi pequeña romántica?
—Oh, por favor —replicó ella—. Ya conoces el dicho, victor. «Más vale ser la querida de un viejo que la criada de un joven.» —Citó el proverbio con los ojos brillantes.
victor resopló.
—Cásate con él, si es eso lo que quieres: un hombre seco y aburrido que no te hace sentir nada. Pero no entiendo por qué la idea de la libertad es tan condenadamente importante para ti.
—Te diré por qué. Porque no estoy dispuesta a querer a alguien para que luego me abandone —le espetó ella. Al darse cuenta de que había hablado con más vehemencia de lo que pretendía, rápidamente fijó la mirada de nuevo en el camino y siguió avanzando.
Él arqueó las cejas y la siguió.
—¿Abandonarte?
—Sí —contestó ella en tono irritado. Hizo un esfuerzo por quedarse callada, pero le resultó imposible refrenarse—. Sé cómo son los maridos de la alta sociedad, Victor. De hecho, no se diferencian mucho de los hermanos. Dan a sus mujeres una bonita casa y luego las encierran allí como si fuera una jaula, siempre con la excusa de protegerlas. Mientras tanto, los hombres disfrutan del mundo: tienen aventuras, hacen cosas interesantes, son importantes. En cambio, a las mujeres no les queda otra cosa que las partidas de cartas, las visitas sociales y los chismorreos a la hora del té. No, gracias. No pienso desperdiciar toda mi vida fingiendo que solo me interesa la última moda en sombreros y el escándalo del mes. Voy a trazar mi propio camino, ir a donde me plazca y no dar cuentas a nadie... ¡y si eso significa casarme con un viejo para poder ser libre lo antes posible, que así sea! —Su apasionada voz se quebró de repente; entonces se dio cuenta de que prácticamente había hablado gritando. Su pecho palpitaba debido a la vehemencia de su diatriba; sus mejillas estaban encendidas—. Lo siento —logró decir al tiempo que se apartaba, avergonzada de su arrebato, pero victor la cogió del brazo con delicadeza.
—Si fueras mía —dijo en voz baja, con firmeza, mirándola a los ojos—, te llevaría conmigo cuando «disfrutara del mundo».
A myriam se le encogió el corazón de dolor.
Ella agitó su abanico de seda distraídamente, evitando su mirada.
—Sé que piensas que soy un adorno inútil, pero a veces mi experiencia sirve de algo.
—Nunca he dicho que seas inútil. —Se le ocurrían varios usos que darle, pero todos le habrían hecho merecedor de una bofetada—. ¿Significa tu amabilidad que has decidido creerme?
—No.
—Entonces, ¿por qué me has ayudado?
—He decidido no emitir juicios hasta que Lucien vuelva a casa. Eso es todo.
—Muy bien.
—Hasta entonces... —Ella suspiró. Mientras fingía que seguía la interpretación de una debutante al piano, le lanzó una mirada recelosa de soslayo—. No tengo mucho tiempo, y no quiero que lo interpretes como una muestra de ánimo, pero... victor, resultas patético. No sobrevivirás en la alta sociedad tú solo; por motivos que no deseo plantearme, estoy dispuesta a ayudarte. Ven a verme mañana a la una. No llegues tarde.
Sorprendido, victor no tuvo tiempo para reaccionar cuando ella le lanzó una mirada alentadora y siguió vagando entre la multitud, charlando con la gente aquí y allá.
Él la observó mientras la esperanza brotaba en lo más profundo de su ser.
¿Patético?, se preguntó, divertido. ¿Cómo podía alguien interpretar aquello como una muestra de ánimo? Pero disimuló su amplia sonrisa y bebió un sorbo de jerez; se sentía demasiado feliz para preocuparse.
A la una menos cinco del día siguiente, un magnífico carruaje con el escudo de los Albright en la portezuela cruzó las altas puertas de hierro forjado de la casa Montemayor. myriam lo observó desde una ventana superior y advirtió que el cochero y los lacayos iban vestidos con una librea color canela, con pequeñas chorreras blancas de encaje y tricornios negros. Los cuatro caballos color azabache eran totalmente idénticos, con sus arreos negros con elegantes costuras carmesíes. Con los ojos brillantes de emoción, la joven se fue corriendo al salón para recibir a su visita.
Dudaba que él estuviera lo bastante familiarizado con las costumbres de la sociedad para darse cuenta de que había sido invitado a una hora absolutamente informal, reservada a las visitas de los amigos más íntimos; las citas sociales se volvían más ceremoniosas a medida que avanzaba la tarde. Era evidente que quizá necesitaría el día entero para ponerlo a punto. Como hacía una tarde soleada y agradable, había decidido que ella y victor darían un paseo por Green Park, donde podrían hablar en privado. Al saber con antelación que él iba a acudir, había enviado a la señorita Hood a hacer un recado inútil. Con ellos iría Lizzie, una acompañante mucho más agradable que la institutriz con ojos de lince.
Oyó que el señor Walsh abría la puerta en el piso de abajo. Entró con sigilo en la sala de estar, donde Bel y Lizzie estaban cosiendo, y se apresuró a colocarse en una postura elegante sobre uno de los sofás, alisando bien la falda a su alrededor. Lizzie, que estaba al corriente de todo, le lanzó una mirada jovial, pero Bel se hallaba absorta en su labor, enhebrando una aguja. Por suerte, Robert se encontraba en White's, aunque su presencia tampoco habría disuadido a Vicco Garcia.
Su corazón empezó a latir más deprisa al oír los pasos seguros y sonoros de Victor mientras subía la escalera de mármol detrás del señor Walsh. Un momento después, el mayordomo llamó a la puerta de la sala de estar y la abrió tras contestar la duquesa.
El señor Walsh entró en la habitación, se colocó a un lado de la puerta e hizo una reverencia a Bel, la señora de la casa.
—Excelencia, el conde de victor.
A myriam le dio un vuelco el corazón cuando su visita apareció en la puerta de la sala de estar.
A pesar suyo, una oleada de placer inundó sus venas.
Tal vez no estuviese todo perdido, pensó con ironía mientras recorría su cuerpo con una mirada de aprobación. Iba vestido con relajada elegancia; llevaba una chaqueta recta de un intenso azul turquesa, un inmaculado chaleco blanco, una bonita corbata con nudo trône d'amour y unos pantalones blancos de dril.
Él se quitó el sombrero de copa, entró en la estancia con paso decidido y saludó a las damas por orden de importancia. En una mano llevaba un bastón con el puño de plata, y en la otra, un enorme ramo que ofreció a myriam haciendo una reverencia.
—Qué detalle —exclamó Bel, mientras Lizzie los miraba con regocijo.
myriam se sonrojó y aspiró la deliciosa mezcla de fragancias de las tigridias, los lirios, los tulipanes y las rosas. Mientras los demás intercambiaban cumplidos, ella llamó a un criado para que pusiera las flores en un jarrón. Al poco rato había obtenido el permiso de Bel para ir a pasear al parque con vicotr, acompañados de Lizzie. Su mejor amiga se sumió en la lectura de su libro con aire de complicidad y caminó varios pasos por detrás de ellos, demasiado discreta para dedicarse a escuchar a escondidas.
—¿Tienes intención de volverme loco, myriam, o simplemente lo haces de forma natural? —inquirió victor en un murmullo pícaro, lanzando una mirada de admiración al vestido de paseo escogido con primor que ella lucía, con su corpiño rosa pequeño, prieto y claramente escotado y su larga falda blanca.
Como el vestido tenía las mangas cortas, llevaba unos largos guantes blancos y un chal transparente de color rosa que le cubría coquetamente los hombros. El borde ondeante del vestido rozaba a victor con provocación.
—Victor —le advirtió ella, empleando osadamente su nombre de pila a la vez que lo miraba por debajo del ala de su sombrero redondo, adornado con narcisos de seda y atado con una cinta rosa.
Él sonrió en muestra de arrepentimiento.
—De acuerdo. Me portaré bien.
Él hacía que se le acelerase el corazón, pero myriam se esforzó por mantener al menos una apariencia exterior serena. Pasearon despació al mismo paso por el ancho y silencioso camino bordeado de árboles. Rackford medía sus pasos con el bastón mientras que myriam hacía otro tanto con el extremo de su sombrilla.
—Gracias por las flores.
—Es lo mínimo que puedo hacer después de que me rescatases anoche. No lo esperaba, la verdad.
—Bueno, es lógico. Puesto que soy una dama, mi deber es ayudar a aquellos que son menos afortunados que yo, y, perdona que te lo diga, pero está muy claro que sin mi orientación te comerían vivo. Por lo tanto, he decidido ayudarte, vicotr. Por eso te he pedido que vengas hoy aquí.
—¿Ayudarme? ¿Cómo?
—Educándote.
—Entiendo. —Una sonrisa radiante cruzó su atractivo rostro—. Una proposición interesante.
—Creo que puede resultar una tarea divertida, sí.
—Pues aquí tienes a tu entusiasta alumno. Soy arcilla en tus manos. Moldéame como desees —dijo él, en un perezoso ronroneo.
Ella lo miró escéptica, pues cada palabra que brotaba de sus labios parecía cargada de insinuaciones maliciosas... o tal vez era solo fruto de su viva imaginación. Se aclaró la garganta tosiendo ligeramente y optó por hacer caso omiso de su comentario.
—Antes de empezar, debo saberlo todo.
—¿A qué te refieres?
—A tu pasado.
—Ya lo conoces.
—No todo. Dices que empezaste siendo el hijo pequeño de lord Truro, y he visto con mis propios ojos que acabaste siendo el líder de los Halcones de Fuego. Lo que quiero saber es qué pasó entre medias: cómo fuiste de una posición a la otra.
Él le lanzó una mirada recelosa de reojo.
—¿Y todo eso forma parte de mi proceso de educación?
—No —contestó ella con una sonrisa tímida—. Simplemente es el pago que exijo por mis servicios.
—¿Tus servicios? No sabía que fuese a recibir algún tipo de servicio, milady.
—¡Oh, vamos, vicco, tienes que contármelo! ¡O moriré de curiosidad!
—Está bien, está bien, si tanto te empeñas en conocer mi triste historia. Pero antes quiero hacerte una pequeña pregunta inofensiva.
—¿De qué sé trata? —preguntó myriam con cautela.
Él se detuvo y se volvió hacia ella.
—¿No te parece un poco cruel la forma en que estás utilizando a ese viejo?
Su directa acusación la sorprendió, pero sabía que se refería a lord Drummond.
—No lo estoy utilizando.
—Sí que lo estás haciendo.
—¡No lo estoy utilizando!
—No te molestes en decirme que estás enamorada de él. Los dos sabemos lo que de verdad andas buscando. Tu libertad.
Ella se lo quedó mirando con inquietud.
—Tú... ¿has descubierto mi intención?
Él asintió con la cabeza.
—Es arriesgado, ¿sabes? ¿Y si él se da cuenta de cuáles son tus verdaderos motivos?
Ella se apartó bruscamente, con el ceño fruncido.
—No se trata de eso. Entre nosotros no hay sentimentalismos. Lord Drummond no es bobo. Simplemente le hago compañía. En el pasado él fue un admirador de mi madre; ahora es un anciano solitario sin nadie que cuide de él. Yo le hago feliz.
—¿Él te hace feliz a ti?
—No necesito que un hombre me haga feliz, Victor.
—¿Y el amor?
—¿Amor? —Ella soltó una risa breve e irónica—. Bueno, parece un lujo que no me puedo permitir.
—Vaya, vaya —dijo él en voz baja, lanzándole una mirada pesarosa—, ¿qué ha sido de mi pequeña romántica?
—Oh, por favor —replicó ella—. Ya conoces el dicho, victor. «Más vale ser la querida de un viejo que la criada de un joven.» —Citó el proverbio con los ojos brillantes.
victor resopló.
—Cásate con él, si es eso lo que quieres: un hombre seco y aburrido que no te hace sentir nada. Pero no entiendo por qué la idea de la libertad es tan condenadamente importante para ti.
—Te diré por qué. Porque no estoy dispuesta a querer a alguien para que luego me abandone —le espetó ella. Al darse cuenta de que había hablado con más vehemencia de lo que pretendía, rápidamente fijó la mirada de nuevo en el camino y siguió avanzando.
Él arqueó las cejas y la siguió.
—¿Abandonarte?
—Sí —contestó ella en tono irritado. Hizo un esfuerzo por quedarse callada, pero le resultó imposible refrenarse—. Sé cómo son los maridos de la alta sociedad, Victor. De hecho, no se diferencian mucho de los hermanos. Dan a sus mujeres una bonita casa y luego las encierran allí como si fuera una jaula, siempre con la excusa de protegerlas. Mientras tanto, los hombres disfrutan del mundo: tienen aventuras, hacen cosas interesantes, son importantes. En cambio, a las mujeres no les queda otra cosa que las partidas de cartas, las visitas sociales y los chismorreos a la hora del té. No, gracias. No pienso desperdiciar toda mi vida fingiendo que solo me interesa la última moda en sombreros y el escándalo del mes. Voy a trazar mi propio camino, ir a donde me plazca y no dar cuentas a nadie... ¡y si eso significa casarme con un viejo para poder ser libre lo antes posible, que así sea! —Su apasionada voz se quebró de repente; entonces se dio cuenta de que prácticamente había hablado gritando. Su pecho palpitaba debido a la vehemencia de su diatriba; sus mejillas estaban encendidas—. Lo siento —logró decir al tiempo que se apartaba, avergonzada de su arrebato, pero victor la cogió del brazo con delicadeza.
—Si fueras mía —dijo en voz baja, con firmeza, mirándola a los ojos—, te llevaría conmigo cuando «disfrutara del mundo».
A myriam se le encogió el corazón de dolor.
Re: Deseos Prohibidos
—No, victor. —Se soltó con una mueca de confusión—. No me mires así. No vuelvas a hablarme de matrimonio, te lo ruego. Únicamente te haría daño. Te he ofrecido mi amistad; tómala o déjala. Si no puedes aceptarla...
—Tranquila, cielo —la calmó él, en un tono de voz suave y profundo, mirándola fijamente a los ojos—. No me tengas miedo. Haré... lo que tú quieras.
Ella lo miró con intensidad, aferrándose a la seguridad que él le ofrecía. Él asintió con la cabeza de forma tranquilizadora y le cogió la mano. A continuación, empezó a caminar, pero ella se quedó inmóvil.
Victor se volvió hacia ella de nuevo en actitud interrogativa, la miró sin prisas y se le acercó. Llevó la punta de su dedo enguantado a la mejilla de myriam y le apartó un rizo de la cara.
Ella se estremeció, cerró los ojos un instante y apoyó su mejilla contra los nudillos de victor.
—¿Victor?
—¿Sí, Bebe?
Cuando ella abrió los ojos, se miraron fijamente el uno al otro. La mirada pensativa de myriam se posó en los labios de él.
No se dio cuenta de que se apoyaba en él embargada por un intenso anhelo hasta que un recatado «¡Ejem!» sonó a varios metros de distancia.
La discreta advertencia de Lizzie los arrancó con brusquedad de su embeleso. Victor bajó la mano de nuevo hacia su costado. Myriam echó un vistazo avergonzada, pero Lizzie ya había escondido de nuevo la nariz en el libro.
Ruborizada, myriam toqueteó su chal rosa y se aclaró la garganta.
—Perdóname; no sé cómo hemos acabado hablando de mí. Ibas a contarme cómo llegaste a verte envuelto en la banda.
Él miró a la acompañante y a continuación sonrió irónicamente a myriam.
—¿Por qué no llamamos a la señorita Carlisle para que lo oiga también? Así te ahorrarás tener que repetirlo todo más tarde.
Al oír aquellas palabras, los labios de coral de myriam formaron una O de indignación no exenta de culpabilidad, pero para satisfacción de victor, la joven no hizo el menor intento por negar su acusación. Tras mirarlo frunciendo el ceño con malicia, llamó impaciente a su amiga.
Lo cierto era que aquellas dos chicas le divertían muchísimo, pensó victor, mirándolas en actitud protectora y afectuosa mientras tomaban asiento en un banco situado a la sombra y aguardaban con picara solemnidad a que él comenzase.
Contempló a aquellas adorables criaturas, conmovido por la inocencia de ambas. Por ese motivo decidió ocultar la brutalidad de sus experiencias infantiles con un tono informal, como si estuviera contando una historia divertida que hubiera leído. Pasó por alto la última y terrible paliza de su padre y les contó cómo fue de Cornualles a Londres, alejándose de los caminos principales y viajando tras el ocaso para evitar a los hombres que su padre había enviado en su búsqueda.
Les narró la primera noche que pasó solo: cómo se acurrucó entre las raíces de un antiguo roble, se envolvió en su abrigo y se quedó tumbado con el frío de la noche primaveral, contemplando la luna creciente entre las susurrantes ramas del árbol. Las anchas franjas de nubes azules y añiles que rodeaban la luna le hicieron suspirar por su querido mar, con sus focas, sus sirenas y todas sus antiguas leyendas, pero pese a lo descorazonadora que resultaba su perdida, esa noche juró que no volvería a poner los pies en Cornualles.
En lugar de eso, partió hacia Londres a probar suerte.
Las chicas escuchaban con miradas cada vez más absortas y embobadas conforme iba transcurriendo la historia.
Durante varios días avanzó hacia el este, viajando lejos de los caminos principales por los campos y los senderos poco frecuentados, y rellenando su cantimplora en los manantiales. Descubrió la bolsita de monedas que la señora Landry, su cocinera, le había metido en la bolsa, probablemente la mitad de los ahorros que había acumulado a lo largo de su vida. Aunque racionó los víveres lo mejor que pudo, el día que llegó a las inmediaciones de Londres su estómago rugía. Tenía un aspecto lamentable, empapado por la llovizna de abril y con el ojo todavía morado del puñetazo que le había propinado su padre. Recordó la fascinación morbosa que sintió al ver los cadáveres de unos criminales que habían sido ahorcados en la cima de una colina y habían sido dejados allí a modo de advertencia para todo aquel que se plantease cometer fechorías. Observó cómo colgaban de sus sogas y luego les dio la espalda y caminó hacia Londres con determinación, preguntándose qué sería de él.
Consideró la posibilidad de alistarse en el ejército, pero no tardó en enterarse de que tendría que mostrar su certificado de nacimiento al oficial de reclutamiento para demostrar que tenía como mínimo quince años, y solo tenía trece. Solicitó empleo de mozo de cuadra en un magnífico establo, con la esperanza de obtener trabajo entrenando a los caballos, pero los jinetes, a pesar de ser hombres adultos, únicamente le llegaban a la barbilla. Era demasiado alto. Se planteó emprender un oficio respetable, pero descubrió que tendría que presentarse ante un magistrado y someterse a un maestro artesano por un período de siete años. Estaba demasiado impaciente para ello.
Sin comida, dinero ni ideas, se guareció de la lluvia en una taberna cuyo amable dueño le habló de la fábrica de ladrillos que había cerca, donde un muchacho podía ganarse el sustento y algunos chelines trabajando de mozo de carga. Siguiendo las indicaciones del hombre, halló sin problemas la gran y concurrida fábrica de ladrillos. Sin embargo, duró allí un solo día.
En cuanto vio el lugar y cómo los capataces hacían trabajar a los chicos, tuvo sus dudas, pero como no tenía muchas más opciones, se presentó con el fin de aprender a fabricar ladrillos. El capataz, que no tenía a ningún muchacho tan alto y robusto, accedió rápidamente a darle una oportunidad.
El trabajo de mozo de carga, según explicó a myriam y a la señorita Carlisle, era sencillo y consistía principalmente en coger con cuidado los ladrillos húmedos y recién formados de manos del maestro ladrillero y transportarlos hasta los campos de secado situados a considerable distancia de allí. Transportaban ladrillos de un lado a otro como hormigas en fila. Era un trabajo sucio y bastante precario para unos desgarbados adolescentes. Aunque a los muchachos no les permitían hablar durante el trabajo, uno de ellos llamó su atención: un huérfano flaco con el cabello rizado vestido con un uniforme verde del asilo de pobres. El endeble chico parecía incapaz de transportar un ladrillo sin que se le cayera. Cada ladrillo húmedo que le daba el maestro acababa en el suelo, convertido en una bola de barro.
Las chicas rieron mientras escuchaban absortas cómo él describía su creciente dificultad para mantener la boca cerrada cada vez que el capataz corpulento y barrigón intimidaba y regañaba al huérfano por su ineptitud.
—Pero cuando vi que pegaba al chico, algo dentro de mí… estalló.
Las chicas dejaron de reír y su expresión se tornó seria. Él movió la cabeza con gesto de disgusto y les dijo que arrojó el ladrillo húmedo que tenía en la mano al capataz.
—Le dio de lleno en la espalda, hizo que perdiera el equilibrio y le dejó una mancha de barro en la camisa.
El capataz se giró furioso y se irguió por encima de él, pero la expresión ceñuda del hombre no evitó el ataque de Victor Garcia. «¡Déjelo en paz!», gritó.
—Estaba tan furioso que casi no veía.
Les dijo que el dueño de la fábrica salió corriendo e intervino en la riña. Los llevó al huérfano y a él a su despacho, los regañó y los despidió sumariamente.
—Y así —dijo— es como conocí a Nate Hawkins.
Myriam abrió los ojos desorbitadamente al reconocer el nombre, pues había conocido a Nate aquella noche en Bainbridge Street.
—Nate protestó con amargura contra mí por haber hecho que lo despidieran del trabajo —dijo victor con una sonrisa—, pero nos juntamos de forma muy natural, ya que él era huérfano y no tenía a nadie, y habría preferido morirse, a volver al asilo de pobres. Al final, el viejo tabernero, Sam Burrroughs, nos contrató de mozos para que le ayudáramos en la taberna. Nos dio alojamiento en un pajar del cobertizo donde dormían las gallinas y las cabras, pero nosotros estábamos encantados porque teníamos un patrón de trato fácil y nunca nos faltaba comida.
Entonces describió cómo llegaron a la taberna de Sam Burroughs tres hombres ataviados con gabanes negros una noche lluviosa.
Victor estaba sacando un escurridor con jarras de cerveza limpias de la parte de atrás cuando los vio. Los reconoció de inmediato como criados de su padre. Estaban preguntando al viejo Sam si había visto a un muchacho rubio con los ojos verdes de trece años. victor se retiró a la parte trasera sin hacer ruido, dejó el escurridor en el suelo, agarró a Nate de la camisa y escapó.
Después de salvarse por los pelos, entraron en el centro de la ciudad y, una vez más, se vieron obligados a conseguir comida sin poder pagar. Al cabo de unos días, victor consiguió que los contrataran a los dos en un barco de pesca del Támesis, donde les asignaron todas las tareas más desagradables: alquitranar la cubierta, destripar los peces o achicar el agua del pantoque.
—Nate lo odiaba —dijo a las chicas—. El capitán era un buen hombre, pero los tipos de la tripulación eran unos brutos. Les teníamos miedo y no tardamos en descubrir que teníamos buenos motivos para ello.
Después de trabajar como negros durante dos semanas, recibieron su paga de dos chelines cada uno y obtuvieron permiso para desembarcar, pero a altas horas de la noche se vieron en un apuro con el primero de a bordo, que estaba borracho. Las chicas se quedaron boquiabiertas cuando les describió cómo el hombre los amenazó y les exigió su paga, armado con un cuchillo.
—No tuvimos otra opción que darle el dinero. Dijo que si se lo contábamos a alguien, nos destriparía, y echaría nuestros cuerpos a los peces.
—¡Qué horror! —exclamó myriam.
—No nos pareció prudente volver al barco —dijo con aspereza—. Cuando amaneció, tuvimos que enfrentarnos otra vez a la cuestión de cómo íbamos a sobrevivir. Casualmente estábamos sentados en la orilla del río pensando en nuestro destino cuando nos fijamos en una extraña procesión de muchachos cubiertos de barro que estaban metiéndose en el agua con la marea baja.
Aquellos chicos, explicó, eran los más pobres entre los pobres, niños mendigos que registraban el lecho del río a diario cuando la marea estaba baja en busca de monedas, trozos de carbón que hubieran caído de las barcazas que pasaban o cualquier cosa de valor que pudieran vender por unos pocos peniques. Esa mañana, sin saber qué otra cosa hacer, victor y Nate se remangaron los pantalones y se pusieron a rebuscar en el lodo. Sin embargo, poco después, un cockney fanfarrón y menudo se acercó a ellos a través de la niebla.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó en tono agresivo—. ¡Soy Cullen O'Dell, y esta es mi parte del río!
Desde el primer momento, Nate y victor se sintieron impresionados por él. Cullen O'Dell era un auténtico cockney, originario de las inmediaciones de la iglesia de St Mary-le-Bow. Habiendo nacido y crecido en la ciudad, sabía cómo arreglárselas por su cuenta. Aunque la primera vez que se lo encontraron lo vieron rebuscando en el lodo, el muchacho dejó claro que aquel sucio trabajo no era más que un pasatiempo para él. Les aseguró que si un chico era listo, podía vivir como un rey en la ciudad. Para sorpresa de ellos, se ofreció a ayudarlos cuando le explicaron lo que les había ocurrido. Les dijo que conocía a un viejo caballero que les ofrecería comida y techo.
Ellos se mostraron escépticos, pero al no tener ninguna otra alternativa en el horizonte, fueron con él. El lugar donde O'Dell les aseguró que podrían hallar cobijo resultó ser una guarida de delincuentes desvencijada y ruinosa, y el negocio del viejo caballero consistía en adiestrar y encargar trabajos a pequeños ladrones. Mientras los niños que se encontraban bajo su dudosa custodia le llevasen carteras, relojes, pañuelos de seda y cosas por el estilo, él les proporcionaba suficiente pan, leche y caldo aguado para poder subsistir, así como una especie de hogar.
—Tranquila, cielo —la calmó él, en un tono de voz suave y profundo, mirándola fijamente a los ojos—. No me tengas miedo. Haré... lo que tú quieras.
Ella lo miró con intensidad, aferrándose a la seguridad que él le ofrecía. Él asintió con la cabeza de forma tranquilizadora y le cogió la mano. A continuación, empezó a caminar, pero ella se quedó inmóvil.
Victor se volvió hacia ella de nuevo en actitud interrogativa, la miró sin prisas y se le acercó. Llevó la punta de su dedo enguantado a la mejilla de myriam y le apartó un rizo de la cara.
Ella se estremeció, cerró los ojos un instante y apoyó su mejilla contra los nudillos de victor.
—¿Victor?
—¿Sí, Bebe?
Cuando ella abrió los ojos, se miraron fijamente el uno al otro. La mirada pensativa de myriam se posó en los labios de él.
No se dio cuenta de que se apoyaba en él embargada por un intenso anhelo hasta que un recatado «¡Ejem!» sonó a varios metros de distancia.
La discreta advertencia de Lizzie los arrancó con brusquedad de su embeleso. Victor bajó la mano de nuevo hacia su costado. Myriam echó un vistazo avergonzada, pero Lizzie ya había escondido de nuevo la nariz en el libro.
Ruborizada, myriam toqueteó su chal rosa y se aclaró la garganta.
—Perdóname; no sé cómo hemos acabado hablando de mí. Ibas a contarme cómo llegaste a verte envuelto en la banda.
Él miró a la acompañante y a continuación sonrió irónicamente a myriam.
—¿Por qué no llamamos a la señorita Carlisle para que lo oiga también? Así te ahorrarás tener que repetirlo todo más tarde.
Al oír aquellas palabras, los labios de coral de myriam formaron una O de indignación no exenta de culpabilidad, pero para satisfacción de victor, la joven no hizo el menor intento por negar su acusación. Tras mirarlo frunciendo el ceño con malicia, llamó impaciente a su amiga.
Lo cierto era que aquellas dos chicas le divertían muchísimo, pensó victor, mirándolas en actitud protectora y afectuosa mientras tomaban asiento en un banco situado a la sombra y aguardaban con picara solemnidad a que él comenzase.
Contempló a aquellas adorables criaturas, conmovido por la inocencia de ambas. Por ese motivo decidió ocultar la brutalidad de sus experiencias infantiles con un tono informal, como si estuviera contando una historia divertida que hubiera leído. Pasó por alto la última y terrible paliza de su padre y les contó cómo fue de Cornualles a Londres, alejándose de los caminos principales y viajando tras el ocaso para evitar a los hombres que su padre había enviado en su búsqueda.
Les narró la primera noche que pasó solo: cómo se acurrucó entre las raíces de un antiguo roble, se envolvió en su abrigo y se quedó tumbado con el frío de la noche primaveral, contemplando la luna creciente entre las susurrantes ramas del árbol. Las anchas franjas de nubes azules y añiles que rodeaban la luna le hicieron suspirar por su querido mar, con sus focas, sus sirenas y todas sus antiguas leyendas, pero pese a lo descorazonadora que resultaba su perdida, esa noche juró que no volvería a poner los pies en Cornualles.
En lugar de eso, partió hacia Londres a probar suerte.
Las chicas escuchaban con miradas cada vez más absortas y embobadas conforme iba transcurriendo la historia.
Durante varios días avanzó hacia el este, viajando lejos de los caminos principales por los campos y los senderos poco frecuentados, y rellenando su cantimplora en los manantiales. Descubrió la bolsita de monedas que la señora Landry, su cocinera, le había metido en la bolsa, probablemente la mitad de los ahorros que había acumulado a lo largo de su vida. Aunque racionó los víveres lo mejor que pudo, el día que llegó a las inmediaciones de Londres su estómago rugía. Tenía un aspecto lamentable, empapado por la llovizna de abril y con el ojo todavía morado del puñetazo que le había propinado su padre. Recordó la fascinación morbosa que sintió al ver los cadáveres de unos criminales que habían sido ahorcados en la cima de una colina y habían sido dejados allí a modo de advertencia para todo aquel que se plantease cometer fechorías. Observó cómo colgaban de sus sogas y luego les dio la espalda y caminó hacia Londres con determinación, preguntándose qué sería de él.
Consideró la posibilidad de alistarse en el ejército, pero no tardó en enterarse de que tendría que mostrar su certificado de nacimiento al oficial de reclutamiento para demostrar que tenía como mínimo quince años, y solo tenía trece. Solicitó empleo de mozo de cuadra en un magnífico establo, con la esperanza de obtener trabajo entrenando a los caballos, pero los jinetes, a pesar de ser hombres adultos, únicamente le llegaban a la barbilla. Era demasiado alto. Se planteó emprender un oficio respetable, pero descubrió que tendría que presentarse ante un magistrado y someterse a un maestro artesano por un período de siete años. Estaba demasiado impaciente para ello.
Sin comida, dinero ni ideas, se guareció de la lluvia en una taberna cuyo amable dueño le habló de la fábrica de ladrillos que había cerca, donde un muchacho podía ganarse el sustento y algunos chelines trabajando de mozo de carga. Siguiendo las indicaciones del hombre, halló sin problemas la gran y concurrida fábrica de ladrillos. Sin embargo, duró allí un solo día.
En cuanto vio el lugar y cómo los capataces hacían trabajar a los chicos, tuvo sus dudas, pero como no tenía muchas más opciones, se presentó con el fin de aprender a fabricar ladrillos. El capataz, que no tenía a ningún muchacho tan alto y robusto, accedió rápidamente a darle una oportunidad.
El trabajo de mozo de carga, según explicó a myriam y a la señorita Carlisle, era sencillo y consistía principalmente en coger con cuidado los ladrillos húmedos y recién formados de manos del maestro ladrillero y transportarlos hasta los campos de secado situados a considerable distancia de allí. Transportaban ladrillos de un lado a otro como hormigas en fila. Era un trabajo sucio y bastante precario para unos desgarbados adolescentes. Aunque a los muchachos no les permitían hablar durante el trabajo, uno de ellos llamó su atención: un huérfano flaco con el cabello rizado vestido con un uniforme verde del asilo de pobres. El endeble chico parecía incapaz de transportar un ladrillo sin que se le cayera. Cada ladrillo húmedo que le daba el maestro acababa en el suelo, convertido en una bola de barro.
Las chicas rieron mientras escuchaban absortas cómo él describía su creciente dificultad para mantener la boca cerrada cada vez que el capataz corpulento y barrigón intimidaba y regañaba al huérfano por su ineptitud.
—Pero cuando vi que pegaba al chico, algo dentro de mí… estalló.
Las chicas dejaron de reír y su expresión se tornó seria. Él movió la cabeza con gesto de disgusto y les dijo que arrojó el ladrillo húmedo que tenía en la mano al capataz.
—Le dio de lleno en la espalda, hizo que perdiera el equilibrio y le dejó una mancha de barro en la camisa.
El capataz se giró furioso y se irguió por encima de él, pero la expresión ceñuda del hombre no evitó el ataque de Victor Garcia. «¡Déjelo en paz!», gritó.
—Estaba tan furioso que casi no veía.
Les dijo que el dueño de la fábrica salió corriendo e intervino en la riña. Los llevó al huérfano y a él a su despacho, los regañó y los despidió sumariamente.
—Y así —dijo— es como conocí a Nate Hawkins.
Myriam abrió los ojos desorbitadamente al reconocer el nombre, pues había conocido a Nate aquella noche en Bainbridge Street.
—Nate protestó con amargura contra mí por haber hecho que lo despidieran del trabajo —dijo victor con una sonrisa—, pero nos juntamos de forma muy natural, ya que él era huérfano y no tenía a nadie, y habría preferido morirse, a volver al asilo de pobres. Al final, el viejo tabernero, Sam Burrroughs, nos contrató de mozos para que le ayudáramos en la taberna. Nos dio alojamiento en un pajar del cobertizo donde dormían las gallinas y las cabras, pero nosotros estábamos encantados porque teníamos un patrón de trato fácil y nunca nos faltaba comida.
Entonces describió cómo llegaron a la taberna de Sam Burroughs tres hombres ataviados con gabanes negros una noche lluviosa.
Victor estaba sacando un escurridor con jarras de cerveza limpias de la parte de atrás cuando los vio. Los reconoció de inmediato como criados de su padre. Estaban preguntando al viejo Sam si había visto a un muchacho rubio con los ojos verdes de trece años. victor se retiró a la parte trasera sin hacer ruido, dejó el escurridor en el suelo, agarró a Nate de la camisa y escapó.
Después de salvarse por los pelos, entraron en el centro de la ciudad y, una vez más, se vieron obligados a conseguir comida sin poder pagar. Al cabo de unos días, victor consiguió que los contrataran a los dos en un barco de pesca del Támesis, donde les asignaron todas las tareas más desagradables: alquitranar la cubierta, destripar los peces o achicar el agua del pantoque.
—Nate lo odiaba —dijo a las chicas—. El capitán era un buen hombre, pero los tipos de la tripulación eran unos brutos. Les teníamos miedo y no tardamos en descubrir que teníamos buenos motivos para ello.
Después de trabajar como negros durante dos semanas, recibieron su paga de dos chelines cada uno y obtuvieron permiso para desembarcar, pero a altas horas de la noche se vieron en un apuro con el primero de a bordo, que estaba borracho. Las chicas se quedaron boquiabiertas cuando les describió cómo el hombre los amenazó y les exigió su paga, armado con un cuchillo.
—No tuvimos otra opción que darle el dinero. Dijo que si se lo contábamos a alguien, nos destriparía, y echaría nuestros cuerpos a los peces.
—¡Qué horror! —exclamó myriam.
—No nos pareció prudente volver al barco —dijo con aspereza—. Cuando amaneció, tuvimos que enfrentarnos otra vez a la cuestión de cómo íbamos a sobrevivir. Casualmente estábamos sentados en la orilla del río pensando en nuestro destino cuando nos fijamos en una extraña procesión de muchachos cubiertos de barro que estaban metiéndose en el agua con la marea baja.
Aquellos chicos, explicó, eran los más pobres entre los pobres, niños mendigos que registraban el lecho del río a diario cuando la marea estaba baja en busca de monedas, trozos de carbón que hubieran caído de las barcazas que pasaban o cualquier cosa de valor que pudieran vender por unos pocos peniques. Esa mañana, sin saber qué otra cosa hacer, victor y Nate se remangaron los pantalones y se pusieron a rebuscar en el lodo. Sin embargo, poco después, un cockney fanfarrón y menudo se acercó a ellos a través de la niebla.
—¿Qué estáis haciendo aquí? —preguntó en tono agresivo—. ¡Soy Cullen O'Dell, y esta es mi parte del río!
Desde el primer momento, Nate y victor se sintieron impresionados por él. Cullen O'Dell era un auténtico cockney, originario de las inmediaciones de la iglesia de St Mary-le-Bow. Habiendo nacido y crecido en la ciudad, sabía cómo arreglárselas por su cuenta. Aunque la primera vez que se lo encontraron lo vieron rebuscando en el lodo, el muchacho dejó claro que aquel sucio trabajo no era más que un pasatiempo para él. Les aseguró que si un chico era listo, podía vivir como un rey en la ciudad. Para sorpresa de ellos, se ofreció a ayudarlos cuando le explicaron lo que les había ocurrido. Les dijo que conocía a un viejo caballero que les ofrecería comida y techo.
Ellos se mostraron escépticos, pero al no tener ninguna otra alternativa en el horizonte, fueron con él. El lugar donde O'Dell les aseguró que podrían hallar cobijo resultó ser una guarida de delincuentes desvencijada y ruinosa, y el negocio del viejo caballero consistía en adiestrar y encargar trabajos a pequeños ladrones. Mientras los niños que se encontraban bajo su dudosa custodia le llevasen carteras, relojes, pañuelos de seda y cosas por el estilo, él les proporcionaba suficiente pan, leche y caldo aguado para poder subsistir, así como una especie de hogar.
Re: Deseos Prohibidos
primero que nada , que bueno que ya estas mejor , veras que con el tiempo estaras sanita y andaras de aqui para ya saludos , y gracias por el capi ya eztrañaba mucho esta novelita
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
muchas gracias por el capitulo y esperamos el siguiente cuando puedas
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
Que bueno que ya estas mejor, y esperamos que sigas así, el capi estubo bueno, ya quiero el proximo, no tardes mucho eeeeee
monike- VBB PLATA
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Re: Deseos Prohibidos
MUCHAS GRACIAS QUE BUENO QUE YA ESTAS MEJOR
QUE PRONTO TE PUEDAN QUITAR EL YESSO Y QUE
QUEDE COMO NUEVA TU PIERNA.
QUE PRONTO TE PUEDAN QUITAR EL YESSO Y QUE
QUEDE COMO NUEVA TU PIERNA.
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
Niña, muchas gracias por los capítulos!!! Qué bueno que ya estás mejor y síguele echando muchas ganas ehh!!!!!!
Marianita- STAFF
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Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
GRACIAS POR LOS CAPÍTULOS, MUY BUENOS.
ESPERO QUE MUY PRONTO TE ENCUENTRES TOTALMENTE RECUPERADA
ESPERO QUE MUY PRONTO TE ENCUENTRES TOTALMENTE RECUPERADA
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Deseos Prohibidos
De seguro Odell los tracionooo o algo paso para que se convirtieran en enemigos
que bueno que ya estas mejor! espero que te recuperes ya todita pronto para poder poner los caps
que bueno que ya estas mejor! espero que te recuperes ya todita pronto para poder poner los caps
Chicana_415- VBB PLATINO
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Localización : San Francisco, CA
Fecha de inscripción : 24/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
HOLA
ESPERO QUE YA ESTES MEJOR
PERO CUANDO NOS VAS A PONER CAP...
AUNQUE SEA UNO CHIQUITO X FISSSS
ESPERO QUE YA ESTES MEJOR
PERO CUANDO NOS VAS A PONER CAP...
AUNQUE SEA UNO CHIQUITO X FISSSS
Eva_vbb- VBB DIAMANTE
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Edad : 39
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
Sí Lili, ya extraño mi novela!!! Ojalá que estés mucho mejor y nos puedas poner unos cuantos capis!!!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: Deseos Prohibidos
HOLAA NI/ASS PERDONNN PERDON POR LA TARDANSA PERO AKI LES DEJO EL KAPI KE SIGEE SORRY D BERDAD..... WENO ESPERO KELE S GUSTES EL KAPI Y MUXAS GRASIAS POR TENER MUXA PACIENSIA......... GRASIAS POR SUS KOMENTARIOS ..........
—Dios mío —dijeron en voz baja las chicas.
—Ese mismo día Nate y yo fuimos con un grupo de chicos a ver un ahorcamiento fuera de la cárcel de Newgate. Lo recuerdo como si hubiera ocurrido la semana pasada. Había miles de personas allí reunidas. Yo nunca había visto una ejecución, pero a Nate y a mí nos mandaron que nos olvidásemos del espectáculo de la horca y mirásemos a O'Dell y a los demás chicos.
Victor describió cómo los otros chicos se dedicaron a ir de aquí para allá, desplumando a los presentes. Recordó lo rápido que le latía el corazón de miedo a que pillaran a alguno de ellos, pero no atraparon a ninguno. Incluso consiguieron que resultara divertido. Los pequeños ladrones no parecían haber reparado en lo irónico de desvalijar a los ciudadanos de Londres al mismo tiempo que tres asaltadores de caminos eran llevados a la horca, pero a Nate y a él desde luego no se les escapó el detalle.
Una vez realizado su trabajo, todos los chicos regresaron juntos a la guarida. Los muchachos estuvieron charlando de lo contento que iba a ponerse el viejo de su éxito, pero victor guardaba silencio, meditando sobre el alto precio que tendría que pagar cualquiera de ellos si lo cazaban.
—De repente pregunté a los chicos por qué tenían que entregar todas sus ganancias al viejo cuando eran ellos los que se arriesgaban —dijo a sus hermosas oyentes—. Ni que decir tiene que la pregunta hizo que se sintieran bastante incómodos, pero yo les demostré que lo que él gastaba en su comida y su alojamiento no era más que una pequeña parte de los beneficios que los niños le proporcionaban.
Analfabetos, sin educación, y totalmente ignorantes de las nociones de matemáticas más elementales, los pequeños ladrones no tenían ni idea del valor de los artículos que robaban; al haber pasado hambre y haber vivido en la más absoluta miseria desde su nacimiento, no sabían que la comida que les daba el anciano era escasa y repugnante.
—Los chicos se enfadaron cuando hice los cálculos. Al enseñarles todas las ganancias que estaban ofreciéndole al viejo y ponerles unos ejemplos de lo que podrían comprar con aquellas sumas, O'Dell dijo que no debíamos volver a la guarida, sino formar nuestra propia banda. Y eso —dijo— es exactamente lo que hicimos.
—¡Santo cielo! —exclamaron las jóvenes damas.
—¿Estuviste en una banda con O'Dell? —preguntó myriam.
Él asintió con la cabeza.
—Él era el que conocía la calle, mientras que yo era el que tenía educación. Combinadas, esas cualidades nos convirtieron en toda una amenaza. Yo me encargaba de preparar las distintas tretas y los timos para estafar a las víctimas desprevenidas, y O'Dell dirigía a los demás chicos para llevarlos a cabo.
—¿Qué clase de tretas? —preguntó myriam con una sonrisa picara.
—Veamos. —Él se rascó la barbilla—. Mi preferida consistía en hacernos pasar por una empresa de deshollinadores. Entrábamos en grandes casas con el pretexto de limpiar las chimeneas, cuando en realidad nos dedicábamos a estudiar la casa metódicamente de cara a un futuro robo: identificábamos las vías de entrada, averiguábamos dónde se guardaban los objetos de valor, sí había perro o no. Esa clase de cosas.
Las chicas reían, escandalizadas.
—Mientras hubo un equilibrio entre la fuerza de O'Dell y mi cerebro, las cosas fueron sobre ruedas. Pero una noche todo cambió.
—¿Qué pasó? —preguntó myriam.
Él se quedó en silencio un instante, buscando las palabras con mucho cuidado, pues no deseaba herir la inocencia de las chicas al mencionar a los malvados hombres que había capaces de utilizar a un chico, incluso a un niño, para su propio disfrute.
A decir verdad, ninguno de ellos sabía qué vulnerables eran. Tras dormirse rápidamente en su escondite, un viejo almacén quemado situado junto al río, ninguno de los miembros de su pequeña banda infantil oyó cómo Bastón Amarillo entraba sigilosamente en medio de la noche.
Todos los niños de la calle sabían que no debían acercarse al extraño y rapaz dandi conocido como Bastón Amarillo por el elegante báculo que siempre llevaba. Su uña del dedo meñique, con el que siempre estaba tomando rapé, era larga y estaba pintada. victor lo había visto a menudo en las calles, en las casas de juego y buscando los burdeles más peculiares.
Esa noche algo lo despertó de su profundo sueño. Con los ojos soñolientos, se horrorizó al ver a Bastón Amarillo apuntando con un cuchillo al cuello de O'Dell, amenazando al chico para que guardara silencio y fuera con él. Todavía recordaba su impresión al ver la cara del duro O'Dell mojada de lágrimas de terror.
victor se levantó de un salto lanzando un rugido y lo atacó sin pensar. Su reacción podría haber hecho que O'Dell acabara con el cuello rebanado, pero en lugar de ello, sobresaltó a Bastón Amarillo, lo que permitió a O'Dell apartar la mano del hombre en la que tenía el arma. Bastón Amarillo intentó echar a correr, pero victor se abalanzó sobre él para quitarle el cuchillo. La pelea fue confusa, pues su grito había despertado al resto de chicos. Todos estaban gritando. O'Dell agarró el infame bastón amarillo y empezó a aporrear al hombre con él. Lo siguiente de lo que vicotr fue consciente era que tenía el cuchillo de Bastón Amarillo en la mano. Cuando el dandi metió la mano en el bolsillo de su gabán para coger su pistola, victor le dio una puñalada en el cuello.
—¿Victor? —La suave caricia de myriam sobre su antebrazo lo devolvió al presente con un sobresalto.
La miró con brusquedad, mientras las sombras oscuras de su pasado desaparecían de sus ojos.
—¿Qué pasó? —repitió ella con suavidad.
Él forzó una leve sonrisa.
—O'Dell fue atacado una noche, y yo lo salvé.
Los ojos oscuros de myriam parpadearon, como si intuyera que no le estaba contando la peor parte, pero no insistió.
—A partir de ese momento —continuó—, los demás me consideraron su líder. O'Dell no pudo olvidar la humillación de haber sido rescatado por mí, pues se suponía que era un chico duro. Su vergüenza se convirtió en odio hacia mí. Con el tiempo nos acabó dejando, formó su propia banda y se volvió corrupto, supongo que por los apuros que había pasado toda su vida. El resto —murmuró— ya lo conoces.
Las chicas se miraron entre sí y luego lo miraron a él.
myriam le acarició el hombro, frunciendo el ceño con preocupación.
—Lamento que hayas tenido una vida tan dura, victor.
—Yo también —añadió en voz baja la señorita Carlisle.
—Bueno, sin duda mis circunstancias han mejorado —dijo él con una alegría forzada—. Es cierto, estoy dominado por mi padre, pero Nate y los demás están vivos. Eso es lo que cuenta. —Apartó la vista pensativo y se quedó mirando a lo lejos un largo rato, intentando quitarse de encima su persistente sensación de culpabilidad—. He contratado a un hombre de negocios para que me busque una propiedad en Australia. Tengo pensado comprar una plantación allí para que ellos puedan cumplir sus sentencias en un lugar donde al menos sean tratados con humanidad. Por desgracia, debo permanecer en el anonimato como su benefactor. No puedo volver a tener contacto con ninguno de ellos. A todos se les ha dicho que «vicco garcia» ha muerto.
—Qué pena —murmuró myriam—. Eran como hermanos para ti.
—Por lo menos he conseguido que no vayan a la horca. Aun así —dijo él meditabundo, inclinando la cabeza hacia atrás para observar las ramas que agitaba el viento encima de ellos—, no parece suficiente. Yo estoy aquí sentado con dos hermosas damas mientras ellos están encadenados a bordo de un barco penitenciario.
—Ha hecho todo lo que ha podido —dijo Lizzie en actitud comprensiva.
—Les has salvado la vida —asintió myriam.
—¿Sabes qué podrías hacer,Victor ? —dijo Lizzie de repente.
—¿Qué? —preguntó él, al tiempo que se volvía afectuosamente hacia la modesta chica.
Lizzie se quedó mirando al vacío, mientras se daba golpecitos en el labio en actitud pensativa.
—Dios mío, Lizzie ha tenido una idea —dijo myriam en tono exultante—. ¿Te he dicho que la señorita Carlisle es un genio, victor?
—No, no lo has mencionado.
—Una vez que tenga su plantación en regla, podría enviar a un maestro de escuela para que los educara —dijo Lizzie—. Y a artesanos para que les enseñaran oficios honrados. De ese modo, cuando hayan cumplido sus sentencias, tendrían los recursos necesarios para adoptar una nueva vida al margen del crimen.
—Hum. Me temo que no querrán tomarse la molestia. Ya no son unos chicos. Hace mucho que dejaron atrás el momento de aprender y, como se suele decir, perro viejo no aprende, gracias.
—Mi querido victor, cuando Lizzie tiene una idea, normalmente funciona. Yo estoy de acuerdo con ella —dijo myri—. De hecho... se me ocurre un motivo que podría ser justo lo que hace falta para inspirar a tus amigos a cambiar de costumbres.
—¿De qué se trata?
—Esposas —declaró ella—. Consígueles mujeres.
Victor y Lizzie rompieron a reír.
—¿Esposas, myriam? —exclamó Lizzie.
—¿Por qué no? Seguro que un hombre con mujer e hijos a los que cuidar se siente menos inclinado a jugarse el pellejo con absurdos proyectos criminales —insistió ella por encima de sus carcajadas—. Si les das algo más que perder, apuesto a que al cabo de pocos años se habrán convertido en ciudadanos honrados.
—¿Sabes? Lo cierto es que podría funcionar—murmuró victor. Le llenaba de regocijo pensar en Nate, Sarge, Flaherty, Andrews y el resto como hombres casados con hijos. Miró a myriam, que se alisó la falda, mostrándose plenamente satisfecha consigo misma—. Creo que las dos sois unos genios —dijo.
Las chicas se cruzaron una mirada de diversión al oír su cumplido.
—Dios mío —dijeron en voz baja las chicas.
—Ese mismo día Nate y yo fuimos con un grupo de chicos a ver un ahorcamiento fuera de la cárcel de Newgate. Lo recuerdo como si hubiera ocurrido la semana pasada. Había miles de personas allí reunidas. Yo nunca había visto una ejecución, pero a Nate y a mí nos mandaron que nos olvidásemos del espectáculo de la horca y mirásemos a O'Dell y a los demás chicos.
Victor describió cómo los otros chicos se dedicaron a ir de aquí para allá, desplumando a los presentes. Recordó lo rápido que le latía el corazón de miedo a que pillaran a alguno de ellos, pero no atraparon a ninguno. Incluso consiguieron que resultara divertido. Los pequeños ladrones no parecían haber reparado en lo irónico de desvalijar a los ciudadanos de Londres al mismo tiempo que tres asaltadores de caminos eran llevados a la horca, pero a Nate y a él desde luego no se les escapó el detalle.
Una vez realizado su trabajo, todos los chicos regresaron juntos a la guarida. Los muchachos estuvieron charlando de lo contento que iba a ponerse el viejo de su éxito, pero victor guardaba silencio, meditando sobre el alto precio que tendría que pagar cualquiera de ellos si lo cazaban.
—De repente pregunté a los chicos por qué tenían que entregar todas sus ganancias al viejo cuando eran ellos los que se arriesgaban —dijo a sus hermosas oyentes—. Ni que decir tiene que la pregunta hizo que se sintieran bastante incómodos, pero yo les demostré que lo que él gastaba en su comida y su alojamiento no era más que una pequeña parte de los beneficios que los niños le proporcionaban.
Analfabetos, sin educación, y totalmente ignorantes de las nociones de matemáticas más elementales, los pequeños ladrones no tenían ni idea del valor de los artículos que robaban; al haber pasado hambre y haber vivido en la más absoluta miseria desde su nacimiento, no sabían que la comida que les daba el anciano era escasa y repugnante.
—Los chicos se enfadaron cuando hice los cálculos. Al enseñarles todas las ganancias que estaban ofreciéndole al viejo y ponerles unos ejemplos de lo que podrían comprar con aquellas sumas, O'Dell dijo que no debíamos volver a la guarida, sino formar nuestra propia banda. Y eso —dijo— es exactamente lo que hicimos.
—¡Santo cielo! —exclamaron las jóvenes damas.
—¿Estuviste en una banda con O'Dell? —preguntó myriam.
Él asintió con la cabeza.
—Él era el que conocía la calle, mientras que yo era el que tenía educación. Combinadas, esas cualidades nos convirtieron en toda una amenaza. Yo me encargaba de preparar las distintas tretas y los timos para estafar a las víctimas desprevenidas, y O'Dell dirigía a los demás chicos para llevarlos a cabo.
—¿Qué clase de tretas? —preguntó myriam con una sonrisa picara.
—Veamos. —Él se rascó la barbilla—. Mi preferida consistía en hacernos pasar por una empresa de deshollinadores. Entrábamos en grandes casas con el pretexto de limpiar las chimeneas, cuando en realidad nos dedicábamos a estudiar la casa metódicamente de cara a un futuro robo: identificábamos las vías de entrada, averiguábamos dónde se guardaban los objetos de valor, sí había perro o no. Esa clase de cosas.
Las chicas reían, escandalizadas.
—Mientras hubo un equilibrio entre la fuerza de O'Dell y mi cerebro, las cosas fueron sobre ruedas. Pero una noche todo cambió.
—¿Qué pasó? —preguntó myriam.
Él se quedó en silencio un instante, buscando las palabras con mucho cuidado, pues no deseaba herir la inocencia de las chicas al mencionar a los malvados hombres que había capaces de utilizar a un chico, incluso a un niño, para su propio disfrute.
A decir verdad, ninguno de ellos sabía qué vulnerables eran. Tras dormirse rápidamente en su escondite, un viejo almacén quemado situado junto al río, ninguno de los miembros de su pequeña banda infantil oyó cómo Bastón Amarillo entraba sigilosamente en medio de la noche.
Todos los niños de la calle sabían que no debían acercarse al extraño y rapaz dandi conocido como Bastón Amarillo por el elegante báculo que siempre llevaba. Su uña del dedo meñique, con el que siempre estaba tomando rapé, era larga y estaba pintada. victor lo había visto a menudo en las calles, en las casas de juego y buscando los burdeles más peculiares.
Esa noche algo lo despertó de su profundo sueño. Con los ojos soñolientos, se horrorizó al ver a Bastón Amarillo apuntando con un cuchillo al cuello de O'Dell, amenazando al chico para que guardara silencio y fuera con él. Todavía recordaba su impresión al ver la cara del duro O'Dell mojada de lágrimas de terror.
victor se levantó de un salto lanzando un rugido y lo atacó sin pensar. Su reacción podría haber hecho que O'Dell acabara con el cuello rebanado, pero en lugar de ello, sobresaltó a Bastón Amarillo, lo que permitió a O'Dell apartar la mano del hombre en la que tenía el arma. Bastón Amarillo intentó echar a correr, pero victor se abalanzó sobre él para quitarle el cuchillo. La pelea fue confusa, pues su grito había despertado al resto de chicos. Todos estaban gritando. O'Dell agarró el infame bastón amarillo y empezó a aporrear al hombre con él. Lo siguiente de lo que vicotr fue consciente era que tenía el cuchillo de Bastón Amarillo en la mano. Cuando el dandi metió la mano en el bolsillo de su gabán para coger su pistola, victor le dio una puñalada en el cuello.
—¿Victor? —La suave caricia de myriam sobre su antebrazo lo devolvió al presente con un sobresalto.
La miró con brusquedad, mientras las sombras oscuras de su pasado desaparecían de sus ojos.
—¿Qué pasó? —repitió ella con suavidad.
Él forzó una leve sonrisa.
—O'Dell fue atacado una noche, y yo lo salvé.
Los ojos oscuros de myriam parpadearon, como si intuyera que no le estaba contando la peor parte, pero no insistió.
—A partir de ese momento —continuó—, los demás me consideraron su líder. O'Dell no pudo olvidar la humillación de haber sido rescatado por mí, pues se suponía que era un chico duro. Su vergüenza se convirtió en odio hacia mí. Con el tiempo nos acabó dejando, formó su propia banda y se volvió corrupto, supongo que por los apuros que había pasado toda su vida. El resto —murmuró— ya lo conoces.
Las chicas se miraron entre sí y luego lo miraron a él.
myriam le acarició el hombro, frunciendo el ceño con preocupación.
—Lamento que hayas tenido una vida tan dura, victor.
—Yo también —añadió en voz baja la señorita Carlisle.
—Bueno, sin duda mis circunstancias han mejorado —dijo él con una alegría forzada—. Es cierto, estoy dominado por mi padre, pero Nate y los demás están vivos. Eso es lo que cuenta. —Apartó la vista pensativo y se quedó mirando a lo lejos un largo rato, intentando quitarse de encima su persistente sensación de culpabilidad—. He contratado a un hombre de negocios para que me busque una propiedad en Australia. Tengo pensado comprar una plantación allí para que ellos puedan cumplir sus sentencias en un lugar donde al menos sean tratados con humanidad. Por desgracia, debo permanecer en el anonimato como su benefactor. No puedo volver a tener contacto con ninguno de ellos. A todos se les ha dicho que «vicco garcia» ha muerto.
—Qué pena —murmuró myriam—. Eran como hermanos para ti.
—Por lo menos he conseguido que no vayan a la horca. Aun así —dijo él meditabundo, inclinando la cabeza hacia atrás para observar las ramas que agitaba el viento encima de ellos—, no parece suficiente. Yo estoy aquí sentado con dos hermosas damas mientras ellos están encadenados a bordo de un barco penitenciario.
—Ha hecho todo lo que ha podido —dijo Lizzie en actitud comprensiva.
—Les has salvado la vida —asintió myriam.
—¿Sabes qué podrías hacer,Victor ? —dijo Lizzie de repente.
—¿Qué? —preguntó él, al tiempo que se volvía afectuosamente hacia la modesta chica.
Lizzie se quedó mirando al vacío, mientras se daba golpecitos en el labio en actitud pensativa.
—Dios mío, Lizzie ha tenido una idea —dijo myriam en tono exultante—. ¿Te he dicho que la señorita Carlisle es un genio, victor?
—No, no lo has mencionado.
—Una vez que tenga su plantación en regla, podría enviar a un maestro de escuela para que los educara —dijo Lizzie—. Y a artesanos para que les enseñaran oficios honrados. De ese modo, cuando hayan cumplido sus sentencias, tendrían los recursos necesarios para adoptar una nueva vida al margen del crimen.
—Hum. Me temo que no querrán tomarse la molestia. Ya no son unos chicos. Hace mucho que dejaron atrás el momento de aprender y, como se suele decir, perro viejo no aprende, gracias.
—Mi querido victor, cuando Lizzie tiene una idea, normalmente funciona. Yo estoy de acuerdo con ella —dijo myri—. De hecho... se me ocurre un motivo que podría ser justo lo que hace falta para inspirar a tus amigos a cambiar de costumbres.
—¿De qué se trata?
—Esposas —declaró ella—. Consígueles mujeres.
Victor y Lizzie rompieron a reír.
—¿Esposas, myriam? —exclamó Lizzie.
—¿Por qué no? Seguro que un hombre con mujer e hijos a los que cuidar se siente menos inclinado a jugarse el pellejo con absurdos proyectos criminales —insistió ella por encima de sus carcajadas—. Si les das algo más que perder, apuesto a que al cabo de pocos años se habrán convertido en ciudadanos honrados.
—¿Sabes? Lo cierto es que podría funcionar—murmuró victor. Le llenaba de regocijo pensar en Nate, Sarge, Flaherty, Andrews y el resto como hombres casados con hijos. Miró a myriam, que se alisó la falda, mostrándose plenamente satisfecha consigo misma—. Creo que las dos sois unos genios —dijo.
Las chicas se cruzaron una mirada de diversión al oír su cumplido.
Re: Deseos Prohibidos
La suya era una amistad teñida de deseo.
Durante las semanas que siguieron, myriam dedicó todos sus esfuerzos a educar a Garcia, aunque en realidad no quería verlo amansado. No, teniendo en cuenta que disfrutaba de sus peligrosas y excitantes insinuaciones. Él flirteaba abiertamente con ella cuando conseguía salirse con la suya, y aunque ella fingía una divertida irritación, ser el continuo objeto de sus provocativas atenciones resultaba un halago delicioso.
Decidió no tomarse sus picaras insinuaciones muy en serio, pero aquel coqueteo íntimo había introducido en su vida una emoción de la que sin duda había carecido hasta entonces. Cuando se quedaban a solas por un momento, él siempre la tocaba, aunque de forma sutil: una caricia en la mejilla, un pícaro tirón del pelo, un beso galante en la mano. De algún modo, ella nunca encontraba motivos suficientes para protestar, aunque a veces se hacía la enfadada ante sus cumplidos cada vez más subidos de tono. Le parecía importante mantenerlo a raya.
Por suerte, la frecuente presencia de Lizzie ayudaba a disipar la tensión sexual que a veces hacía que el aire entre ellos crepitase. Por lo que respectaba a su institutriz, Garcia había cautivado fácilmente a la señorita Hood, pero él era un hombre estimado sobre todo por otros hombres, e incluso sus hermanos le habían tomado un moderado aprecio gracias a Lucien, que había respondido por él.
Poco sabía ella que Garcia ya había dado a conocer sus intenciones a sus hermanos y había obtenido el permiso de Robert para cortejarla...
Lo cierto era que Garcia no tenía alternativa. Ella era menor de veintiún años y no podía casarse sin el consentimiento de su tutor, por no hablar de que sus hermanos podían poner fin al cortejo antes de que este hubiera empezado, si lo consideraban oportuno. Él no quería ganarse su enemistad. Era arriesgado, pero sabía que la única solución consistía en poner las cartas encima de la mesa, demostrar lo que él valía, granjearse su respeto y de ese modo asegurarse un lugar entre ellos desde el principio. A decir verdad, en su vida se había portado mal muchas veces, pero aquello le resultaba lo bastante importante como para que quisiera hacerlo todo bien.
En un gesto audaz, solicitó audiencia al duque de Hawkscliffe un día que sabía que myriam estaría fuera de compras con sus hermosas cuñadas y la encantadora señorita Carlisle.
Tal vez Hawkscliffe había adivinado el objetivo de su visita, pues cuando Victor entró en el estudio del duque, halló a cuatro de los cinco hermanos Montemayor colocados ante él.
Solo lord Jack Montemayor, el segundo, estaba ausente. victor se enteraría más tarde de que lord Jack era la oveja negra... y no se podía contar con su presencia a corto plazo. El resto de hermanos ni siquiera sabía dónde estaba.
Sin embargo, afortunadamente Lucien y Alec se encontraban presentes y ya habían decidido aceptarlo. Hawkscliffe observaba el menor de sus movimientos con sus ojos oscuros teñidos de escepticismo: victor fue presentado al hermano que más le preocupaba; el gemelo de Lucien, Damien, conde de Winterley. El coronel de ojos plateados y curtido en la guerra había llevado a su mujer, Miranda, a la ciudad para que fuera de compras con sus familiares. Winterley le estrechó la mano al tiempo que lo miraba; en realidad, lo examinó como si fuera un nuevo recluta del regimiento poco satisfactorio. No obstante, al final el guerrero de rostro pétreo accedió a darle una oportunidad gracias a la ayuda que Vicco había prestado hacía tiempo para salvar a la hermosa morena, Miranda.
La agotadora entrevista de dos horas de duración, hizo que las largas sesiones de interrogatorio de sir Anthony Weldon y sus policías parecieran un juego de niños. Sabía que no era el candidato favorito —no era lord Griffith—, pero en todo momento fue sincero con los familiares de myriam.
Se sometió con incomodidad a su escrutinio y les ofreció un relato realista de su pasado; una versión bastante más minuciosa que la que había brindado a las chicas en el parque. Confesó el verdadero alcance de la violencia de su padre para que comprendieran que tenía motivos para huir de casa. A continuación les dijo cómo había llevado las cosas en St. Giles, cómo había mantenido a cientos de personas con sus ganancias ilícitas, uniendo a varias bandas con el objetivo de poner fin a los asesinatos de jóvenes, y empleando la amenaza de su poder para imponer cierto sentido del orden en el suburbio mientras estuvo bajo su control.
No sabía si sus logros, por poco que valieran, ejercerían alguna influencia en sus hermanos o, incluso, si le creerían; pero cuando Lucien les dijo que había sido vicco quien encontró a myriam y la llevó de vuelta a casa sana y salva la noche que había intentado escapar, los hermanos Montemayor cruzaron unas miradas perspicaces entre sí.
Entonces Lucien les habló de la ayuda secreta que había prestado a la policía, que contribuyó a llevar a cabo numerosos arrestos. Falsificadores, prestamistas deshonestos, empleados de casas de juego ilegales, ladrones de caballos, una banda de asaltadores de caminos asesinos, comerciantes del mercado negro, un asesino a sueldo, un extorsionista y un par de pirómanos que, a cambio de una cantidad, ayudaban a la gente a quemar sus casas con el fin de cobrar el seguro contra incendios; todos habían ido a la cárcel gracias a su información.
Al oír todo aquello, Hawkscliffe y Winterley lo miraron con los ojos llenos de respeto, aunque a regañadientes.
Por último, el abogado de Truro había redactado unos documentos certificados en los que constaban la suma de su fortuna y los terrenos que un día pasarían a ser de Garcia. Los papeles habían sido preparados antes de que su padre le ordenara que empezara a buscar esposa. Mientras Hawkscliffe echaba una ojeada a los documentos, Alec dedicó a Garcia una sonrisa de envidia.
—Ahora ya sé a quién tengo que acudir para pedir un préstamo.
—Alec —le advirtió el duque.
—Lo digo en broma, Rob. Por el amor de Dios —dijo él altivamente.
Mientras hacía tamborilear los dedos sobre el escritorio, Hawkscliffe estudió detenidamente el estado financiero de garcia, y a continuación echó un vistazo alrededor de la habitación: primero observó a Lucien, que le miró asintiendo con la cabeza discretamente; luego a Damien, que apenas se encogió de hombros y se recostó en su asiento; por último, a Alec, que lanzaba una moneda al aire con cara de aburrimiento.
Hawkscliffe dejó los papeles y entrelazó los dedos, mirando fijamente a garcia un instante más.
—Muy bien —dijo, asintiendo con la cabeza bruscamente—. Puede cortejarla. Pero le estaremos vigilando. Como dé un mal paso...
—Lo entiendo, excelencia. Gracias. Milords, les agradezco el tiempo que me han concedido.
Se levantaron; él se preparó para marcharse.
—¿Quiere tomar un coñac con nosotros, garcia? —lo invitó Hawkscliffe mientras rodeaba su escritorio.
—Con mucho gusto, excelencia. Gracias.
—Llámeme Hawkscliffe.
Todavía estaba asombrado de que hubieran decidido aceptarlo cuando Alec se levantó de su asiento apoyándose en las muletas.
—Estoy deseando bromear sobre ello con esa pequeña granuja.
—¡No! —exclamó victor, volviéndose hacia él con excesiva vehemencia. mientras los demás se dirigían sin prisa hacia la puerta—. Disculpe, pero... —Echó un vistazo a los hombres a su alrededor con una expresión desvalida—. Nadie debe mencionar esto a lady myriam. Al menos, todavía no.
—¿Por qué no? —preguntó Lucien lanzándole una mirada de curiosidad.
—Ya saben que es una mujer irritable y caprichosa. Si intentan atraerla hacia mí, solo conseguirán lo contrario. Me temo que no le gusta... que le digan qué tiene que hacer.
Todos pusieron cara de sorpresa y se echaron a reír.
—¿Señores? —preguntó él, frunciendo el ceño.
—Es usted un hombre valiente, Garcia. —Damien le dio una palmada en la espalda—. Que Dios le asista.
Una vez que contó con la aprobación de sus hermanos, garcia se propuso ganarse el corazón y la confianza de myriam. Mientras la temporada avanzaba, esperó el momento propicio, dispuesto a jugar según las reglas de ella por el momento. Se desvivía por ella como el más obediente galán: le llevaba copas de ponche o de champán, abría las ventanas cuando tenía calor, le acercaba el chal cuando tenía frío; incluso aguantaba interminables partidas de whist y perdía grandes sumas de dinero por el placer de sentarse frente a ella.
Myriam lo estaba ablandando, incluso respecto a su padre. Cierto día garcia se disponía a salir de su casa a primera hora de la tarde para hacer la visita diaria a su dama cuando pasó por delante del salón y se fijó en que su padre se hallaba hundido en un sillón vestido con su bata, los pies calzados con sus zapatillas y apoyados en una otomana, y unas rodajas de pepino sobre los ojos. Encima de la mesita que tenía al lado había una taza de café cargado y un frasco de polvos para el dolor de cabeza. El marqués estaba tan inmóvil que Garcia se sorprendió y se sintió bastante alarmado.
Se dirigió hacia la habitación con cautela y se detuvo en la puerta.
—¿Padre?
—¿Eh? —gruñó bruscamente lord Truro. Al parecer estaba dormitando y no se molestó en mirar.
—¿Se encuentra bien, señor?
—En mi vida he estado mejor —dijo él con una voz débil.
victor sonrió irónicamente a su pesar.
—¿Ha pasado una mala noche?
—Debo de haberla pasado. No me acuerdo.
Apoyado contra la puerta, luchó consigo mismo un instante, mientras se armaba de valor.
—¿Padre? Estaba pensando en ir a Tatt's más tarde a comprar un caballo de montar...
—Gasta lo que quieras, victor. Te he dicho que puedes hacerlo.
—Sí... Me preguntaba si querría venir conmigo. —No podía creer que estuviera ofreciéndose, tendiéndole la mano de aquella manera—. Usted siempre ha tenido buen ojo para los caballos.
Durante las semanas que siguieron, myriam dedicó todos sus esfuerzos a educar a Garcia, aunque en realidad no quería verlo amansado. No, teniendo en cuenta que disfrutaba de sus peligrosas y excitantes insinuaciones. Él flirteaba abiertamente con ella cuando conseguía salirse con la suya, y aunque ella fingía una divertida irritación, ser el continuo objeto de sus provocativas atenciones resultaba un halago delicioso.
Decidió no tomarse sus picaras insinuaciones muy en serio, pero aquel coqueteo íntimo había introducido en su vida una emoción de la que sin duda había carecido hasta entonces. Cuando se quedaban a solas por un momento, él siempre la tocaba, aunque de forma sutil: una caricia en la mejilla, un pícaro tirón del pelo, un beso galante en la mano. De algún modo, ella nunca encontraba motivos suficientes para protestar, aunque a veces se hacía la enfadada ante sus cumplidos cada vez más subidos de tono. Le parecía importante mantenerlo a raya.
Por suerte, la frecuente presencia de Lizzie ayudaba a disipar la tensión sexual que a veces hacía que el aire entre ellos crepitase. Por lo que respectaba a su institutriz, Garcia había cautivado fácilmente a la señorita Hood, pero él era un hombre estimado sobre todo por otros hombres, e incluso sus hermanos le habían tomado un moderado aprecio gracias a Lucien, que había respondido por él.
Poco sabía ella que Garcia ya había dado a conocer sus intenciones a sus hermanos y había obtenido el permiso de Robert para cortejarla...
Lo cierto era que Garcia no tenía alternativa. Ella era menor de veintiún años y no podía casarse sin el consentimiento de su tutor, por no hablar de que sus hermanos podían poner fin al cortejo antes de que este hubiera empezado, si lo consideraban oportuno. Él no quería ganarse su enemistad. Era arriesgado, pero sabía que la única solución consistía en poner las cartas encima de la mesa, demostrar lo que él valía, granjearse su respeto y de ese modo asegurarse un lugar entre ellos desde el principio. A decir verdad, en su vida se había portado mal muchas veces, pero aquello le resultaba lo bastante importante como para que quisiera hacerlo todo bien.
En un gesto audaz, solicitó audiencia al duque de Hawkscliffe un día que sabía que myriam estaría fuera de compras con sus hermosas cuñadas y la encantadora señorita Carlisle.
Tal vez Hawkscliffe había adivinado el objetivo de su visita, pues cuando Victor entró en el estudio del duque, halló a cuatro de los cinco hermanos Montemayor colocados ante él.
Solo lord Jack Montemayor, el segundo, estaba ausente. victor se enteraría más tarde de que lord Jack era la oveja negra... y no se podía contar con su presencia a corto plazo. El resto de hermanos ni siquiera sabía dónde estaba.
Sin embargo, afortunadamente Lucien y Alec se encontraban presentes y ya habían decidido aceptarlo. Hawkscliffe observaba el menor de sus movimientos con sus ojos oscuros teñidos de escepticismo: victor fue presentado al hermano que más le preocupaba; el gemelo de Lucien, Damien, conde de Winterley. El coronel de ojos plateados y curtido en la guerra había llevado a su mujer, Miranda, a la ciudad para que fuera de compras con sus familiares. Winterley le estrechó la mano al tiempo que lo miraba; en realidad, lo examinó como si fuera un nuevo recluta del regimiento poco satisfactorio. No obstante, al final el guerrero de rostro pétreo accedió a darle una oportunidad gracias a la ayuda que Vicco había prestado hacía tiempo para salvar a la hermosa morena, Miranda.
La agotadora entrevista de dos horas de duración, hizo que las largas sesiones de interrogatorio de sir Anthony Weldon y sus policías parecieran un juego de niños. Sabía que no era el candidato favorito —no era lord Griffith—, pero en todo momento fue sincero con los familiares de myriam.
Se sometió con incomodidad a su escrutinio y les ofreció un relato realista de su pasado; una versión bastante más minuciosa que la que había brindado a las chicas en el parque. Confesó el verdadero alcance de la violencia de su padre para que comprendieran que tenía motivos para huir de casa. A continuación les dijo cómo había llevado las cosas en St. Giles, cómo había mantenido a cientos de personas con sus ganancias ilícitas, uniendo a varias bandas con el objetivo de poner fin a los asesinatos de jóvenes, y empleando la amenaza de su poder para imponer cierto sentido del orden en el suburbio mientras estuvo bajo su control.
No sabía si sus logros, por poco que valieran, ejercerían alguna influencia en sus hermanos o, incluso, si le creerían; pero cuando Lucien les dijo que había sido vicco quien encontró a myriam y la llevó de vuelta a casa sana y salva la noche que había intentado escapar, los hermanos Montemayor cruzaron unas miradas perspicaces entre sí.
Entonces Lucien les habló de la ayuda secreta que había prestado a la policía, que contribuyó a llevar a cabo numerosos arrestos. Falsificadores, prestamistas deshonestos, empleados de casas de juego ilegales, ladrones de caballos, una banda de asaltadores de caminos asesinos, comerciantes del mercado negro, un asesino a sueldo, un extorsionista y un par de pirómanos que, a cambio de una cantidad, ayudaban a la gente a quemar sus casas con el fin de cobrar el seguro contra incendios; todos habían ido a la cárcel gracias a su información.
Al oír todo aquello, Hawkscliffe y Winterley lo miraron con los ojos llenos de respeto, aunque a regañadientes.
Por último, el abogado de Truro había redactado unos documentos certificados en los que constaban la suma de su fortuna y los terrenos que un día pasarían a ser de Garcia. Los papeles habían sido preparados antes de que su padre le ordenara que empezara a buscar esposa. Mientras Hawkscliffe echaba una ojeada a los documentos, Alec dedicó a Garcia una sonrisa de envidia.
—Ahora ya sé a quién tengo que acudir para pedir un préstamo.
—Alec —le advirtió el duque.
—Lo digo en broma, Rob. Por el amor de Dios —dijo él altivamente.
Mientras hacía tamborilear los dedos sobre el escritorio, Hawkscliffe estudió detenidamente el estado financiero de garcia, y a continuación echó un vistazo alrededor de la habitación: primero observó a Lucien, que le miró asintiendo con la cabeza discretamente; luego a Damien, que apenas se encogió de hombros y se recostó en su asiento; por último, a Alec, que lanzaba una moneda al aire con cara de aburrimiento.
Hawkscliffe dejó los papeles y entrelazó los dedos, mirando fijamente a garcia un instante más.
—Muy bien —dijo, asintiendo con la cabeza bruscamente—. Puede cortejarla. Pero le estaremos vigilando. Como dé un mal paso...
—Lo entiendo, excelencia. Gracias. Milords, les agradezco el tiempo que me han concedido.
Se levantaron; él se preparó para marcharse.
—¿Quiere tomar un coñac con nosotros, garcia? —lo invitó Hawkscliffe mientras rodeaba su escritorio.
—Con mucho gusto, excelencia. Gracias.
—Llámeme Hawkscliffe.
Todavía estaba asombrado de que hubieran decidido aceptarlo cuando Alec se levantó de su asiento apoyándose en las muletas.
—Estoy deseando bromear sobre ello con esa pequeña granuja.
—¡No! —exclamó victor, volviéndose hacia él con excesiva vehemencia. mientras los demás se dirigían sin prisa hacia la puerta—. Disculpe, pero... —Echó un vistazo a los hombres a su alrededor con una expresión desvalida—. Nadie debe mencionar esto a lady myriam. Al menos, todavía no.
—¿Por qué no? —preguntó Lucien lanzándole una mirada de curiosidad.
—Ya saben que es una mujer irritable y caprichosa. Si intentan atraerla hacia mí, solo conseguirán lo contrario. Me temo que no le gusta... que le digan qué tiene que hacer.
Todos pusieron cara de sorpresa y se echaron a reír.
—¿Señores? —preguntó él, frunciendo el ceño.
—Es usted un hombre valiente, Garcia. —Damien le dio una palmada en la espalda—. Que Dios le asista.
Una vez que contó con la aprobación de sus hermanos, garcia se propuso ganarse el corazón y la confianza de myriam. Mientras la temporada avanzaba, esperó el momento propicio, dispuesto a jugar según las reglas de ella por el momento. Se desvivía por ella como el más obediente galán: le llevaba copas de ponche o de champán, abría las ventanas cuando tenía calor, le acercaba el chal cuando tenía frío; incluso aguantaba interminables partidas de whist y perdía grandes sumas de dinero por el placer de sentarse frente a ella.
Myriam lo estaba ablandando, incluso respecto a su padre. Cierto día garcia se disponía a salir de su casa a primera hora de la tarde para hacer la visita diaria a su dama cuando pasó por delante del salón y se fijó en que su padre se hallaba hundido en un sillón vestido con su bata, los pies calzados con sus zapatillas y apoyados en una otomana, y unas rodajas de pepino sobre los ojos. Encima de la mesita que tenía al lado había una taza de café cargado y un frasco de polvos para el dolor de cabeza. El marqués estaba tan inmóvil que Garcia se sorprendió y se sintió bastante alarmado.
Se dirigió hacia la habitación con cautela y se detuvo en la puerta.
—¿Padre?
—¿Eh? —gruñó bruscamente lord Truro. Al parecer estaba dormitando y no se molestó en mirar.
—¿Se encuentra bien, señor?
—En mi vida he estado mejor —dijo él con una voz débil.
victor sonrió irónicamente a su pesar.
—¿Ha pasado una mala noche?
—Debo de haberla pasado. No me acuerdo.
Apoyado contra la puerta, luchó consigo mismo un instante, mientras se armaba de valor.
—¿Padre? Estaba pensando en ir a Tatt's más tarde a comprar un caballo de montar...
—Gasta lo que quieras, victor. Te he dicho que puedes hacerlo.
—Sí... Me preguntaba si querría venir conmigo. —No podía creer que estuviera ofreciéndose, tendiéndole la mano de aquella manera—. Usted siempre ha tenido buen ojo para los caballos.
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