Los deseos del millonario
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Los deseos del millonario
Hola! Es la primera vez que escribo en este foro, pero como me guta mucho leer las novelas me decidí a adaptar unas que tenía por ahí. Espero les gusten.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Fecha de inscripción : 05/01/2013
Los deseos del Millonario / Leigh Michaels
Las vacaciones se acercaban y Myriam Montemayor se encontraba en un serio aprieto: no tenía trabajo y el lugar en el que vivía era sólo temporal. Por eso, cuando le ofrecieron aquel trabajo de sólo dos semanas, Myriam lo aceptó de inmediato. Lo que no imaginaba era que el empleo la obligaría a pasar mucho tiempo junto a Víctor Garcia, el hombre que le había roto el corazón años atrás al salir con ella sólo por una apuesta. Ahora Víctor era un sexy empresario y entre ellos había una ardiente atracción...
¿Podría Myriam perdonarlo, olvidar el pasado y aceptar la proposición del magnate?
CAPÍTULO 1
Víctor se sentía inquieto mucho antes de que el banquete llegara a su fin. ¿Por qué la gente no podía darle a uno las gracias y ya? De no haber querido donar todo aquel equipamiento, no lo habría hecho. Por lo tanto, ¿por qué se le exigía que presidir la mesa y sonreír durante una eternidad mientras todos, desde el decano de la universidad hasta el más humilde profesor continuaban expresando su agradecimiento?
Como si hubiera adivinado sus pensamientos, su abuela se inclinó hacia él y susurró:
-La mayoría de la gente que dona algo se alegra de que se lo reconozcan públicamente. Por la cara que pones se diría que tienes dolor de muelas.
Al cabo de unos minutos, Víctor vio con alivio que los discursos acababan y los presentes se ponían en pie.
-Por fin -dijo él en voz baja.
-Sólo hemos estado aquí una hora -replicó su abuela-. Deberías tener más paciencia.
Ahora que el acto se estaba acabando, Víctor empezó a recuperar el humor.
-No recuerdo haberte oído decirme que tuviera más paciencia cuando estaba empezando con el negocio, abuela. De hecho, si no recuerdo mal, no hacías más que meterme prisa para que me hiciera rico porque querías que te comprara un abrigo de visón.
-Lo que te dije fue que quería un abrigo de visón y un bisnieto antes de morir. Y como era perfectamente capaz de comprarme un abrigo de visón con mi dinero, te dije que te concentraras en lo del bisnieto.
Él contuvo una sonrisa.
-En ese caso, te recuerdo que esta gente no ha hecho más que repetirte toda la tarde lo maravilloso que es tu nieto. Por eso, en mi opinión, ya que es evidente que soy perfecto, no deberías quejarte de nada.
Ella sonrió.
-Y yo que creía que querías que te acompañara porque no lograbas decidir cuál de tus admiradoras merecía ser la afortunada de venir contigo...
Su abuela no iba muy desencaminada, pensó Víctor. Sabía de al menos una docena de mujeres que habrían estado encantadas de acompañarlo, por aburrida que fuera la reunión. Pero claro, eso era en parte el problema: «Invita a una mujer a una fiesta y ella se lo toma como una cita. Invita a una mujer a un banquete formal y aburrido y ella empieza a pensar que vas en serio».
Su abuela, con los ojos fijos en algún punto más lejos de él, le dijo:
-No mires, pero ahí viene otra.
Por el rabillo del ojo, Víctor vio a una mujer acercándose a ellos. Ésta era rubia, sólo parecía cambiar el color de pelo de una a otra; todas eran jóvenes, delgadas, extraordinariamente bien formadas y con perfectas narices respingonas. Todas eran como Barbies.
Dos se le habían acercado antes de la cena, pensando seguramente que el camino hacia el corazón de un hombre era a través de su ego.
-Creo que ha llegado el momento de marcharnos -le dijo a su abuela ofreciéndole el brazo.
A la salida del salón donde había tenido lugar el banquete, había unas personas poniéndose los abrigos y las bufandas para protegerse del frío.
-Mira, ahí hay una silla -dijo Víctor, ¿Y no es ésa tu amiga Mariana? Ve a saludarla un momento mientras yo voy por tu abrigo.
Delante del mostrador del guardarropa había un grupo de jóvenes. Víctor reconoció a algunos de ellos, atletas que habían ayudado a hacer una demostración del equipamiento de gimnasia que había donado al nuevo gimnasio del sindicato de estudiantes, antes del banquete. Pronto se dio cuenta del motivo por el que los estudiantes no se apartaban del mostrador: se trataba de la joven que lo atendía.
Jugueteó con el ticket mientras esperaba a que le llegara el turno y observó a la joven. No era bonita en el sentido clásico de la palabra. Era bajita, blanca como una figura de mármol y tenía unos ojos demasiado grandes para su rostro y el cabello rojo lo llevaba demasiado corto. Y el uniforme, los pantalones negros, la camisa blanca y la corbata de lazo no la favorecían. Sin embargo, era la clase de mujer que atraía la mirada, el interés y la atención de cualquiera que pasara por su lado.
Los atletas estaban seriamente interesados en ella y lo demostraban con sus comentarios.
Víctor miró el bote de cristal con monedas a un lado del mostrador, insinuando que se agradecían las propinas. Estaba medio lleno con billetes y monedas.
Pronto el vestíbulo se fue vaciando, pero los atletas seguían allí.
-¿Cuándo terminas el trabajo? -preguntó uno de ellos a la joven del guardarropa.
-No estoy segura -respondió la joven-. Con tanta gente, es posible que tenga que seguir aquí una hora más.
-Te esperaré -dijo el atleta-. Está nevando, necesitarás que alguien te lleve a casa.
-No, gracias. Me gusta la nieve. Además... -la chica miró el número de un ticket y fue por el abrigo correspondiente.
Cuando volvió, el atleta continuó:
-Ya, entiendo. Tu novio va a venir a recogerte, ¿no es eso?
Ella le dedicó una sonrisa.
-¿Qué crees tú?
-Le ahorraré la molestia -insistió el muchacho.
La joven extendió la mano para recoger el ticket de Víctor, pero no lo miró porque tenía los ojos fijos en el atleta.
-Te voy a decir lo que vamos a hacer: te voy a dar mi número de teléfono -dijo ella-. Llámame dentro de una hora, por si mi novio no viene a buscarme.
El atleta casi se puso a babear. Agarró una servilleta que alguien había dejado encima del mostrador y se la ofreció a la chica. Ella anotó algo y se la devolvió.
-¿Es el número de tu móvil? -preguntó el chico-. ¿De dónde eres? No es un teléfono local.
Ella no pareció oírlo. Alzó la vista del ticket y sonrió a Víctor.
-Ahora mismo le traigo lo suyo.
En ese momento, Víctor comprendió qué era lo que el atleta había visto en ella. Podía ser una mujer demasiado delgada´para su gusto y con aspecto de muchacho, pero cuando sonreía todo parecía iluminarse.
Había algo familiar en esa sonrisa...
La chica tardó en volver. Víctor se apoyó en el mostrador y los jóvenes atletas, tras unas miradas en su dirección, empezaron a apartarse.
La chica volvió con el abrigo de visón de su abuela y con su abrigo gris de cachemira.
-Perdone la tardanza. Tenía el abrigo de visón al fondo, para mayor seguridad. Es mejor no correr riesgos con un abrigo tan bonito -ella acarició la piel antes de dárselo.
Víctor dejó el visón encima del mostrador y se puso su abrigo.
-Temo haber ahuyentado a sus admiradores.
-Da igual -respondió ella en tono ligero-. De haberse quedado por aquí más tiempo podrían haberme causado problemas con mi jefe.
-Espero que ese joven que ha dicho que la iba a llamar no deje de hacerlo por mí.
-No se preocupe. Espero que a ese chico le interese enterarse de la hora y la temperatura en Winnipeg.
A Víctor no le sorprendió oír que ella no le hubiera dado su número de teléfono. Pero... ¿por qué se lo había dicho a él, un perfecto desconocido?
«Porque sólo le interesa la caza mayor, por lo que está dejándote claro que ese atleta no es importante», pensó Víctor.
La chica volvió a acariciar con la yema de un dedo la piel de visón, que seguía encima del mostrador.
-Cuidado con dónde deja esto. No permita que se le caiga algo encima y lo ensucie, a veces pasan esas cosas por aquí -ella lo miró con expresión especulativa.
«Está preguntándose cómo seguir actuando conmigo. Quizá debiera ponérselo fácil».
Víctor agarró el visón y se volvió. Pero luego dio media vuelta como si acabara de ocurrírsele algo.
-Me pregunto si... -Víctor hizo lo posible por aparentar ingenuidad-. Si le pidiera su número de teléfono, ¿me daría la hora y la temperatura de Winnipeg?
Ella lo miró y sus ojos parecieron agrandarse.
«Sin duda está pensando en mi cuenta bancaria».
-No, de ninguna manera -la joven agarró el ticket que él había dejado encima del mostrador, le dio la vuelta e hizo una anotación con el bolígrafo que llevaba en el bolsillo-. Aquí tiene.
Desde luego no era la temperatura y la hora de Winnipeg. Tampoco había esperado menos. No le cabía duda alguna de que ella le había dado su número de teléfono.
¿Cuánto tiempo esperaría ella a que la llamara? Una pena... porque no tenía intención de hacerlo.
Dejó una buena propina en el tarro de cristal y no volvió la vista atrás al cruzar el vestíbulo en dirección al lugar donde su abuela charlaba con otra mujer de cabello blanco.
-Me reuniré contigo aquí mañana para almorzar, Mariana -estaba diciendo su abuela-. Y uno de estos días podrías tRocíor a esa persona joven tan amiga tuya a tomar el té a casa, ¿no te parece? Víctor va a pasar aquí las navidades, ¿lo sabías?
Mientras esperaban a que les llevaran el coche a la puerta, Víctor vio que la calle estaba cubierta de nieve. Los enormes y gélidos copos seguían cayendo.
-Así que Mariana tiene una joven amiga a la que vas a invitar a tomar el té, ¿eh? -comentó él.
-Querido, ¿qué importancia tiene eso? -su abuela miró con expresión meditativa la calle-. La nieve es hipnótica, ¿verdad? Es un alivio saber lo buen conductor que eres con un tiempo así.
-Abuela, eres increíble -comentó Víctor en tono burlón.
El Jaguar de Víctor se detuvo delante de la puerta. Al meterse la mano en el bolsillo para dar una propina al botones, sus dedos se tropezaron con el ticket.
Víctor decidió tirarlo cuando llegara a su casa. 0 quizá lo guardara durante un tiempo, para recordarse a sí mismo que debía tener cuidado con las mujeres.
Sin- saber por qué, cuando se sentó al volante, Víctor agarró el ticket y examinó el número ahí escrito. La secuencia de números era curiosa.
Sí, muy curiosa. Quizá demasiado rítmica. Cinco, seis, siete, ocho... ¿No era demasiada coincidencia?
-Querido, ¿es que vas a quedarte ahí quieto toda la noche? -le preguntó su abuela.
Víctor se quedó mirando el papel que tenía en la palma de la mano y luego se metió la otra mano en el bolsillo para sacar su móvil. Encendió la luz del coche para mirar las letras correspondientes a las teclas de los números. Cinco, seis, siete, ocho...
Víctor se echó a reír.
Parecía un número de teléfono, pero estaba seguro de que no lo era. Porque ninguna compañía telefónica daría a uno de sus clientes esa serie de números.
La serie de números correspondía a la frase «PIÉRDETE».
Myriam contuvo un bostezo e intentó no mirar al reloj que colgaba en la pared opuesta en el vestíbulo. El banquete había llegado a su fin y la mayoría de la gente se había marchado, pero ella aún seguía nerviosa tras su encuentro con Víctor Garcia. Y no podía marcharse hasta que los guardas de seguridad declarasen que el edificio estaba completamente vacío.
Myriam lanzó una mirada al bote de cristal con las propinas. No había gran cosa aquella noche, exceptuando el billete que Víctor Garcia había dejado. Un billete tan grande que casi se arrepentía de haberle dado un número de teléfono falso. Por supuesto, bajo ninguna circunstancia le habría dado su número verdadero, porque Víctor Garcia era todo un problema. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, podría haberse negado a dárselo simplemente.
Esperaba que no la llamara. No, en realidad, esperaba que si llamaba y alguien tenía ese número de teléfono, no se ofendiera. Debería haberse cerciorado de que el número no pertenecía a nadie.
Pero hasta aquella noche, se las había arreglado muy bien con la hora y la temperatura de Winnipeg. Hasta aquella noche... al revelar a Víctor Garcia su truco. ¿Y por qué se lo había contado? ¿Para demostrarle lo lista que era? ¿Para decirle delicadamente que no pensaba salir con aquel atleta? ¿Para insinuar que necesitaba tales estratagemas con el fin de quitarse de encima a sus numerosos admiradores? ¿Para señalar que, aunque él no estuviera interesado en ella, otros hombres sí lo estaban?
Se rió para sí de su propia estupidez. Como si eso pudiera importarle a él. Un hombre de tanto éxito profesional y tan guapo, cabello tan negro que cuando le daba la luz emitía reflejos azulados, ojos negros profundos, perfil esculpido y un par de hoyuelos en la mejilla que aparecía en los momentos más inesperados, seguro que atraía a cualquier mujer capaz de respirar.
Quizá esperase que él llamara a aquel número de teléfono. No le vendría mal que su ego sufriera un pequeño revés. Y si ella fuese quien lo hiciera... «Alguien tiene que empezar a hacerlo», pensó Myriam.
Pero casi seguro que él no iba a llamar.
Debería haber aprovechado aquella tarde en el guardarropa para repasar para el examen final de la asignatura de Ciencia Política que tenía al día siguiente. Pero a pesar de sus esfuerzos no había logrado concentrarse.
Ahora era demasiado tarde para ir a la biblioteca. Iría andando a casa, repasaría sus notas y dormiría un poco. Y una vez pasado el examen y después de realizar su último turno de trabajo en el comedor, el semestre habría llegado a su fin y estaría libre hasta pasado el Año Nuevo.
No tendría obligaciones... ni ingresos. Porque, al igual que el colegio universitario, la unión de estudiantes también cerraba.
Myriam se mordió los labios. Tenía ahorrado lo suficiente para sobrevivir dos semanas. La idea de dos semanas libres, sin horarios y sin jefe, era maravillosa.
Por fin, acabó el trabajo y salió a la calle. Aunque su casa estaba a sólo unas manzanas de allí, le llevó casi media hora llegar a causa de la nevada. Cuando lo hizo, estaba mojada y tenía frío. Aún había luces encendidas arriba, pero el piso bajo estaba a oscuras y relativamente silencioso. Con un suspiro de alivio, abrió la cerradura de la puerta corrediza que separaba su diminuto apartamento, antiguamente una sala de la mansión, del vestíbulo principal de la casa.
La chimenea ya no funcionaba, pero el dintel servía como estantería y en el centro había colocado un pequeño árbol de Navidad sin luces y con sólo media docena de adornos, todos ellos demasiado grandes para el diminuto árbol. Pero le servía como recuerdo de tiempos mejores y símbolo de esperanzas futuras.
Frunció el ceño y lo examinó más de cerca. Aquella tarde el árbol tenía media docena de adornos, pero ahora sólo tenía cinco. En la alfombra al lado de la chimenea vio residuos del cristal iridiscente del sexto adorno, un ángel hecho pedazos.
Alguien debía de haber cerrado la puerta de golpe y la vibración había hecho que el ángel cayera al suelo. Pero no, no era eso. El hecho de que sólo quedaran parte de los restos del ángel significaba que alguien había intentado recogerlo, aunque sin poner demasiado empeño en la tarea.
Sin embargo, nadie tenía permiso para entrar en sus habitaciones.
Myriam contuvo el aliento. Se dio media vuelta rápidamente y se acercó a las cajas de plástico, apiladas una encima de otra, que contenían prácticamente todas sus pertenencias. Rebuscó en la caja de abajo donde tenía su diccionario y también guardaba un sobre con su dinero.
Encontró el sobre, pero estaba vacío. Alguien había registrado su habitación y se había marchado con sus ahorros. El único dinero que tenía era el que llevaba en el bolsillo, las propinas que se había ganado trabajando aquella tarde.
Respiró profundamente. Sentía una enorme opresión en el pecho.
«No es la primera vez que pasas un mal momento, lo superarás». Cuando la unión de estudiantes volviera a abrir después de las vacaciones de Navidad, cobraría un cheque, pago por las horas de trabajo que había realizado durante las dos últimas semanas.
Quizá debiera haberle dado a Víctor García su número de teléfono. De esa manera, de haberla llamado, podría haberle pedido un préstamo... por los viejos tiempos.
Al mediodía siguiente, la nieve había cesado, aunque hacía mucho viento. En el vecindario donde se encontraba la casa colonial de tres alturas de su abuela había algunas calles donde aún no habían quitado la nieve. Pero uno de los empleados había limpiado el camino de la entrada.
Víctor aparcó su Jaguar en la cochera al lado de la casa y entró.
De la cocina provenían aromas a canela y vainilla. Pastas de Navidad. Empujó las puertas de vaivén que separaban la cocina del vestíbulo y asomó la cabeza.
La criada de su abuela estaba encima de una silla rebuscando en un mueble alto de la cocina que parecía no haber sido abierto en años. En ese momento, unas cacerolas se cayeron al suelo, pasando por encima de la cabeza de Janet, que alzó los brazos sin poder remediar la catástrofe.
Víctor ayudó a Janet a bajar de la silla y luego a recoger las cacerolas.
-¿Por qué te has subido a esa silla? Si no recuerdo mal, os había comprado una escalera.
-Está en el sótano. Pesa demasiado para subirla. Ésa es la cacerola que necesito -Janet le quitó la cacerola de las manos-. Puedes volver a meter el resto en el armario.
Si a todos los encargados de sus tiendas se les diera tan bien delegar responsabilidades como a Janet, pensó Víctor, su cadena de tiendas funcionaría mucho mejor.
Víctor recogió el resto de las cacerolas, se subió a la silla y las metió de nuevo en el armario.
-¿Ha vuelto la abuela de su almuerzo?
-Todavía no. Ella y la señorita Mariana siempre tienen mucho de que hablar.
Incluidos los planes para el té al que iban a invitar a la «amiguita» de Mariana. Como si él no fuera a darse cuenta de sus planes de casamenteras.
-Acabo de hacer café -le dijo Janet.
Víctor se sirvió una taza, agarró un par de pastas y se fue al cuarto de estar. Había salido el sol y la luz entraba por la ventana de la estancia.
El enorme pino del jardín delantero se balanceaba al viento y cayó nieve de una de sus ramas justo en el momento en que un pequeño coche rojo entró en el camino que cruzaba el jardín. Víctor se quedó mirándolo. Era el coche de su abuela, de eso no cabía duda, pero no comprendía por qué estaba conduciendo con un tiempo así...
Oyó la portezuela del coche abrirse y cerrarse de camino al vestíbulo. Víctor se encontró con su abuela en el umbral de la puerta del cuarto de estar que daba al vestíbulo.
-¿Cómo demonios se te ha ocurrido conducir con tanta nieve? -le preguntó Víctor.
-Ya han limpiado las calles, querido. Además, aquí en Minneapolis estamos acostumbrados a la nieve.
-Hace un frío de muerte, abuela. El viento es gélido y...
-¿Y a un hombre que escala montañas por diversión le preocupa un poco de viento frío?
-No estoy preocupado por mí, sino por ti -gruñó él-. Podría pasarte cualquier cosa. Anoche mismo me dijiste que te tranquilizaba saber que soy buen conductor.
-Es verdad, no voy a negarlo. Querido, ¿te importaría colgar mi abrigo? Ah, y pídele a Janet que prepare un té.
Su abuela dejó caer el abrigo de visón al suelo y se dirigió al cuarto de estar.
Víctor se mordió la lengua y fue a la cocina. Justo en el momento en que empujó las puertas de vaivén para llamar a Janet, la puerta lateral se abrió y él tuvo que dar un salto para evitar que le pillara los pies. Entró una fría ráfaga de viento y una voz femenina dijo:
-¿Señora Perez?
-Estoy en el vestíbulo -respondió en voz alta su abuela desde el cuarto de estar-. Entra.
Un rostro asomó por la puerta. Un rostro en forma de corazón, cabellos rojizos muy cortos y revueltos y mejillas enrojecidas por el frío. Era la joven del guardarropa.
Víctor se quedó mirándola con incredulidad.
-¿De dónde ha salido?
Ella no le respondió directamente.
-No esperaba que estuviera aquí. Quiero decir... aquí mismo. No le he dado un golpe con la puerta, ¿verdad?
Por fin, Víctor empezó a verlo todo claro. ¿Por qué había tardado tanto en comprender la situación?
-Debería haber imaginado que la «amiguita» de Mariana eras tú -gruñó Víctor.
Ahora ya no le extrañaba la forma como ella lo había mirado la noche anterior. Ella había estado preguntándose cómo reaccionaría cuando por fin descubriera quién era.
-¿Por eso me gastaste ayer la broma del número de teléfono? ¿Para sorprenderme cuando hoy te viera aquí?
De repente, ella se sonrojó violentamente.
-Escucha, perdona por lo del número de teléfono. Fue una tontería y, si alguien se ha molestado contigo por...
-No tuve que marcar ningún número para darme cuenta de la broma.
-¿No? En ese caso, no entiendo lo que estás diciendo. Lo único que he hecho ha sido tRocíor a tu abuela a su casa en coche desde la unión de estudiantes. Víctor se frotó la mandíbula.
-¿Por qué?
Su abuela cruzó el vestíbulo camino a la escalinata.
-Víctor, tú mismo acabas de decir que no debería conducir con el tiempo así, por eso Myriam me ha traído a casa.
Víctor se quedó mirando de nuevo a la joven.
-¿No eres la amiga de Mariana que va a venir a tomar el té?
Myriam sacudió la cabeza.
-Siento desilusionarte. ¿Te refieres a Mariana Mendez? Sé quién es, pero eso es todo.
-En ese caso, ¿qué estás haciendo aquí?
-Estoy intentando decírtelo, pero no pareces escucharme. De hecho, me alegro de que no hayas vuelto a Seattle todavía.
-Ya veo que has hecho los deberes. Aunque, por supuesto, no es difícil averiguar dónde vivo.
Ella no se explicó ni se defendió.
-Quizá puedas convencer a tu abuela de que vaya a ver a un médico -continuó Myriam-. Yo lo he intentado, pero sin resultados.
De repente, Víctor se puso tenso.
-¿Un médico?
-Ha sufrido un mareo. Estaba almorzando en el restaurante de la unión de estudiantes. La señora Mendez se había marchado y Sofia...
-¿Se tutean?
-Tu abuela se había quedado a terminar su café. Al levantarse, casi perdió el conocimiento. Intenté llevarla al hospital, pero ella insistió en ir a su casa.
-Y tú aprovechaste la oportunidad para tRocíorla aquí en su coche.
-Quería conducir ella -protestó la joven.
-¿Por qué no le pediste un taxi?
-Porque tu abuela no quería dejar el coche allí, tenía miedo de que se lo llevaran los que limpian las calles. ¿Y puedes dejar de gritar y pensar con la cabeza? Apuesto a que eres igual que ella.
La joven tenía razón, admitió Víctor. Era típico de su abuela negarse a ir al médico e insistir en conducir el coche. Además, se había comportado de forma extraña, no era propio de ella dejar caer el abrigo al suelo.
-Gracias por tRocíorla a casa -dijo Víctor en tono bajo.
Pero la joven no se movió. De repente, le pareció que se sentía incómoda.
Víctor se preguntó por qué no se marchaba. ¿Estaría esperando algún pago por el servicio prestado? ¿0 se trataría de otra cosa?
Frunció el ceño al recordar algo en ella que le resultó familiar la noche anterior. Ladeó la cabeza y la miró con mayor detenimiento. Baja, delgada pero muy bien formada, pelirroja, ojos castaños grandes y una sonrisa llena de magia...
Unas palabras le bailaron en la cabeza. «Sonrisa Mágica. Myriam. Has hecho bien tus deberes...».
-Clase de cálculo -dijo él con voz queda-. Eres Myriam Montemayor.
No le extrañaba no haberla reconocido la noche anterior. Aquella mujer esbelta tenía poco que ver con la esquelética chica del pasado, siempre cubierta con enormes jerséis y el rostro escondido tras las páginas de un libro de Matemáticas.
Sin embargo, había algo que no había cambiado. Su sonrisa.
«Eso fue hace mucho tiempo», se dijo Víctor a sí mismo. «Hace un siglo».
-Así que aún sigues en la universidad, ¿eh? -dijo Víctor-. Me pegaría más que estuvieras trabajando en una compañía de seguros o en un banco. 0 que fueras ingeniero. Ah, ya lo tengo, trabajas de espía en la unión de estudiantes, estás intentando descubrir un fraude. Porque no puedo imaginar que una mujer de tu inteligencia se contente con atender un guardarropa.
Myriam apretó la mandíbula. Momentáneamente. Víctor temió que fuera a darle un puñetazo.
-Ya no va a volver a trabajar en el guardarropa -dijo su abuela desde el descansillo del primer piso de la escalera-. No, ya no va a volver a hacerlo. Víctor, Myriam es mi chófer. Aunque voy a llamarla ayudante personal porque suena mucho mejor. ¿No estás de acuerdo?
¿Podría Myriam perdonarlo, olvidar el pasado y aceptar la proposición del magnate?
CAPÍTULO 1
Víctor se sentía inquieto mucho antes de que el banquete llegara a su fin. ¿Por qué la gente no podía darle a uno las gracias y ya? De no haber querido donar todo aquel equipamiento, no lo habría hecho. Por lo tanto, ¿por qué se le exigía que presidir la mesa y sonreír durante una eternidad mientras todos, desde el decano de la universidad hasta el más humilde profesor continuaban expresando su agradecimiento?
Como si hubiera adivinado sus pensamientos, su abuela se inclinó hacia él y susurró:
-La mayoría de la gente que dona algo se alegra de que se lo reconozcan públicamente. Por la cara que pones se diría que tienes dolor de muelas.
Al cabo de unos minutos, Víctor vio con alivio que los discursos acababan y los presentes se ponían en pie.
-Por fin -dijo él en voz baja.
-Sólo hemos estado aquí una hora -replicó su abuela-. Deberías tener más paciencia.
Ahora que el acto se estaba acabando, Víctor empezó a recuperar el humor.
-No recuerdo haberte oído decirme que tuviera más paciencia cuando estaba empezando con el negocio, abuela. De hecho, si no recuerdo mal, no hacías más que meterme prisa para que me hiciera rico porque querías que te comprara un abrigo de visón.
-Lo que te dije fue que quería un abrigo de visón y un bisnieto antes de morir. Y como era perfectamente capaz de comprarme un abrigo de visón con mi dinero, te dije que te concentraras en lo del bisnieto.
Él contuvo una sonrisa.
-En ese caso, te recuerdo que esta gente no ha hecho más que repetirte toda la tarde lo maravilloso que es tu nieto. Por eso, en mi opinión, ya que es evidente que soy perfecto, no deberías quejarte de nada.
Ella sonrió.
-Y yo que creía que querías que te acompañara porque no lograbas decidir cuál de tus admiradoras merecía ser la afortunada de venir contigo...
Su abuela no iba muy desencaminada, pensó Víctor. Sabía de al menos una docena de mujeres que habrían estado encantadas de acompañarlo, por aburrida que fuera la reunión. Pero claro, eso era en parte el problema: «Invita a una mujer a una fiesta y ella se lo toma como una cita. Invita a una mujer a un banquete formal y aburrido y ella empieza a pensar que vas en serio».
Su abuela, con los ojos fijos en algún punto más lejos de él, le dijo:
-No mires, pero ahí viene otra.
Por el rabillo del ojo, Víctor vio a una mujer acercándose a ellos. Ésta era rubia, sólo parecía cambiar el color de pelo de una a otra; todas eran jóvenes, delgadas, extraordinariamente bien formadas y con perfectas narices respingonas. Todas eran como Barbies.
Dos se le habían acercado antes de la cena, pensando seguramente que el camino hacia el corazón de un hombre era a través de su ego.
-Creo que ha llegado el momento de marcharnos -le dijo a su abuela ofreciéndole el brazo.
A la salida del salón donde había tenido lugar el banquete, había unas personas poniéndose los abrigos y las bufandas para protegerse del frío.
-Mira, ahí hay una silla -dijo Víctor, ¿Y no es ésa tu amiga Mariana? Ve a saludarla un momento mientras yo voy por tu abrigo.
Delante del mostrador del guardarropa había un grupo de jóvenes. Víctor reconoció a algunos de ellos, atletas que habían ayudado a hacer una demostración del equipamiento de gimnasia que había donado al nuevo gimnasio del sindicato de estudiantes, antes del banquete. Pronto se dio cuenta del motivo por el que los estudiantes no se apartaban del mostrador: se trataba de la joven que lo atendía.
Jugueteó con el ticket mientras esperaba a que le llegara el turno y observó a la joven. No era bonita en el sentido clásico de la palabra. Era bajita, blanca como una figura de mármol y tenía unos ojos demasiado grandes para su rostro y el cabello rojo lo llevaba demasiado corto. Y el uniforme, los pantalones negros, la camisa blanca y la corbata de lazo no la favorecían. Sin embargo, era la clase de mujer que atraía la mirada, el interés y la atención de cualquiera que pasara por su lado.
Los atletas estaban seriamente interesados en ella y lo demostraban con sus comentarios.
Víctor miró el bote de cristal con monedas a un lado del mostrador, insinuando que se agradecían las propinas. Estaba medio lleno con billetes y monedas.
Pronto el vestíbulo se fue vaciando, pero los atletas seguían allí.
-¿Cuándo terminas el trabajo? -preguntó uno de ellos a la joven del guardarropa.
-No estoy segura -respondió la joven-. Con tanta gente, es posible que tenga que seguir aquí una hora más.
-Te esperaré -dijo el atleta-. Está nevando, necesitarás que alguien te lleve a casa.
-No, gracias. Me gusta la nieve. Además... -la chica miró el número de un ticket y fue por el abrigo correspondiente.
Cuando volvió, el atleta continuó:
-Ya, entiendo. Tu novio va a venir a recogerte, ¿no es eso?
Ella le dedicó una sonrisa.
-¿Qué crees tú?
-Le ahorraré la molestia -insistió el muchacho.
La joven extendió la mano para recoger el ticket de Víctor, pero no lo miró porque tenía los ojos fijos en el atleta.
-Te voy a decir lo que vamos a hacer: te voy a dar mi número de teléfono -dijo ella-. Llámame dentro de una hora, por si mi novio no viene a buscarme.
El atleta casi se puso a babear. Agarró una servilleta que alguien había dejado encima del mostrador y se la ofreció a la chica. Ella anotó algo y se la devolvió.
-¿Es el número de tu móvil? -preguntó el chico-. ¿De dónde eres? No es un teléfono local.
Ella no pareció oírlo. Alzó la vista del ticket y sonrió a Víctor.
-Ahora mismo le traigo lo suyo.
En ese momento, Víctor comprendió qué era lo que el atleta había visto en ella. Podía ser una mujer demasiado delgada´para su gusto y con aspecto de muchacho, pero cuando sonreía todo parecía iluminarse.
Había algo familiar en esa sonrisa...
La chica tardó en volver. Víctor se apoyó en el mostrador y los jóvenes atletas, tras unas miradas en su dirección, empezaron a apartarse.
La chica volvió con el abrigo de visón de su abuela y con su abrigo gris de cachemira.
-Perdone la tardanza. Tenía el abrigo de visón al fondo, para mayor seguridad. Es mejor no correr riesgos con un abrigo tan bonito -ella acarició la piel antes de dárselo.
Víctor dejó el visón encima del mostrador y se puso su abrigo.
-Temo haber ahuyentado a sus admiradores.
-Da igual -respondió ella en tono ligero-. De haberse quedado por aquí más tiempo podrían haberme causado problemas con mi jefe.
-Espero que ese joven que ha dicho que la iba a llamar no deje de hacerlo por mí.
-No se preocupe. Espero que a ese chico le interese enterarse de la hora y la temperatura en Winnipeg.
A Víctor no le sorprendió oír que ella no le hubiera dado su número de teléfono. Pero... ¿por qué se lo había dicho a él, un perfecto desconocido?
«Porque sólo le interesa la caza mayor, por lo que está dejándote claro que ese atleta no es importante», pensó Víctor.
La chica volvió a acariciar con la yema de un dedo la piel de visón, que seguía encima del mostrador.
-Cuidado con dónde deja esto. No permita que se le caiga algo encima y lo ensucie, a veces pasan esas cosas por aquí -ella lo miró con expresión especulativa.
«Está preguntándose cómo seguir actuando conmigo. Quizá debiera ponérselo fácil».
Víctor agarró el visón y se volvió. Pero luego dio media vuelta como si acabara de ocurrírsele algo.
-Me pregunto si... -Víctor hizo lo posible por aparentar ingenuidad-. Si le pidiera su número de teléfono, ¿me daría la hora y la temperatura de Winnipeg?
Ella lo miró y sus ojos parecieron agrandarse.
«Sin duda está pensando en mi cuenta bancaria».
-No, de ninguna manera -la joven agarró el ticket que él había dejado encima del mostrador, le dio la vuelta e hizo una anotación con el bolígrafo que llevaba en el bolsillo-. Aquí tiene.
Desde luego no era la temperatura y la hora de Winnipeg. Tampoco había esperado menos. No le cabía duda alguna de que ella le había dado su número de teléfono.
¿Cuánto tiempo esperaría ella a que la llamara? Una pena... porque no tenía intención de hacerlo.
Dejó una buena propina en el tarro de cristal y no volvió la vista atrás al cruzar el vestíbulo en dirección al lugar donde su abuela charlaba con otra mujer de cabello blanco.
-Me reuniré contigo aquí mañana para almorzar, Mariana -estaba diciendo su abuela-. Y uno de estos días podrías tRocíor a esa persona joven tan amiga tuya a tomar el té a casa, ¿no te parece? Víctor va a pasar aquí las navidades, ¿lo sabías?
Mientras esperaban a que les llevaran el coche a la puerta, Víctor vio que la calle estaba cubierta de nieve. Los enormes y gélidos copos seguían cayendo.
-Así que Mariana tiene una joven amiga a la que vas a invitar a tomar el té, ¿eh? -comentó él.
-Querido, ¿qué importancia tiene eso? -su abuela miró con expresión meditativa la calle-. La nieve es hipnótica, ¿verdad? Es un alivio saber lo buen conductor que eres con un tiempo así.
-Abuela, eres increíble -comentó Víctor en tono burlón.
El Jaguar de Víctor se detuvo delante de la puerta. Al meterse la mano en el bolsillo para dar una propina al botones, sus dedos se tropezaron con el ticket.
Víctor decidió tirarlo cuando llegara a su casa. 0 quizá lo guardara durante un tiempo, para recordarse a sí mismo que debía tener cuidado con las mujeres.
Sin- saber por qué, cuando se sentó al volante, Víctor agarró el ticket y examinó el número ahí escrito. La secuencia de números era curiosa.
Sí, muy curiosa. Quizá demasiado rítmica. Cinco, seis, siete, ocho... ¿No era demasiada coincidencia?
-Querido, ¿es que vas a quedarte ahí quieto toda la noche? -le preguntó su abuela.
Víctor se quedó mirando el papel que tenía en la palma de la mano y luego se metió la otra mano en el bolsillo para sacar su móvil. Encendió la luz del coche para mirar las letras correspondientes a las teclas de los números. Cinco, seis, siete, ocho...
Víctor se echó a reír.
Parecía un número de teléfono, pero estaba seguro de que no lo era. Porque ninguna compañía telefónica daría a uno de sus clientes esa serie de números.
La serie de números correspondía a la frase «PIÉRDETE».
Myriam contuvo un bostezo e intentó no mirar al reloj que colgaba en la pared opuesta en el vestíbulo. El banquete había llegado a su fin y la mayoría de la gente se había marchado, pero ella aún seguía nerviosa tras su encuentro con Víctor Garcia. Y no podía marcharse hasta que los guardas de seguridad declarasen que el edificio estaba completamente vacío.
Myriam lanzó una mirada al bote de cristal con las propinas. No había gran cosa aquella noche, exceptuando el billete que Víctor Garcia había dejado. Un billete tan grande que casi se arrepentía de haberle dado un número de teléfono falso. Por supuesto, bajo ninguna circunstancia le habría dado su número verdadero, porque Víctor Garcia era todo un problema. Lo sabía desde hacía mucho tiempo. Sin embargo, podría haberse negado a dárselo simplemente.
Esperaba que no la llamara. No, en realidad, esperaba que si llamaba y alguien tenía ese número de teléfono, no se ofendiera. Debería haberse cerciorado de que el número no pertenecía a nadie.
Pero hasta aquella noche, se las había arreglado muy bien con la hora y la temperatura de Winnipeg. Hasta aquella noche... al revelar a Víctor Garcia su truco. ¿Y por qué se lo había contado? ¿Para demostrarle lo lista que era? ¿Para decirle delicadamente que no pensaba salir con aquel atleta? ¿Para insinuar que necesitaba tales estratagemas con el fin de quitarse de encima a sus numerosos admiradores? ¿Para señalar que, aunque él no estuviera interesado en ella, otros hombres sí lo estaban?
Se rió para sí de su propia estupidez. Como si eso pudiera importarle a él. Un hombre de tanto éxito profesional y tan guapo, cabello tan negro que cuando le daba la luz emitía reflejos azulados, ojos negros profundos, perfil esculpido y un par de hoyuelos en la mejilla que aparecía en los momentos más inesperados, seguro que atraía a cualquier mujer capaz de respirar.
Quizá esperase que él llamara a aquel número de teléfono. No le vendría mal que su ego sufriera un pequeño revés. Y si ella fuese quien lo hiciera... «Alguien tiene que empezar a hacerlo», pensó Myriam.
Pero casi seguro que él no iba a llamar.
Debería haber aprovechado aquella tarde en el guardarropa para repasar para el examen final de la asignatura de Ciencia Política que tenía al día siguiente. Pero a pesar de sus esfuerzos no había logrado concentrarse.
Ahora era demasiado tarde para ir a la biblioteca. Iría andando a casa, repasaría sus notas y dormiría un poco. Y una vez pasado el examen y después de realizar su último turno de trabajo en el comedor, el semestre habría llegado a su fin y estaría libre hasta pasado el Año Nuevo.
No tendría obligaciones... ni ingresos. Porque, al igual que el colegio universitario, la unión de estudiantes también cerraba.
Myriam se mordió los labios. Tenía ahorrado lo suficiente para sobrevivir dos semanas. La idea de dos semanas libres, sin horarios y sin jefe, era maravillosa.
Por fin, acabó el trabajo y salió a la calle. Aunque su casa estaba a sólo unas manzanas de allí, le llevó casi media hora llegar a causa de la nevada. Cuando lo hizo, estaba mojada y tenía frío. Aún había luces encendidas arriba, pero el piso bajo estaba a oscuras y relativamente silencioso. Con un suspiro de alivio, abrió la cerradura de la puerta corrediza que separaba su diminuto apartamento, antiguamente una sala de la mansión, del vestíbulo principal de la casa.
La chimenea ya no funcionaba, pero el dintel servía como estantería y en el centro había colocado un pequeño árbol de Navidad sin luces y con sólo media docena de adornos, todos ellos demasiado grandes para el diminuto árbol. Pero le servía como recuerdo de tiempos mejores y símbolo de esperanzas futuras.
Frunció el ceño y lo examinó más de cerca. Aquella tarde el árbol tenía media docena de adornos, pero ahora sólo tenía cinco. En la alfombra al lado de la chimenea vio residuos del cristal iridiscente del sexto adorno, un ángel hecho pedazos.
Alguien debía de haber cerrado la puerta de golpe y la vibración había hecho que el ángel cayera al suelo. Pero no, no era eso. El hecho de que sólo quedaran parte de los restos del ángel significaba que alguien había intentado recogerlo, aunque sin poner demasiado empeño en la tarea.
Sin embargo, nadie tenía permiso para entrar en sus habitaciones.
Myriam contuvo el aliento. Se dio media vuelta rápidamente y se acercó a las cajas de plástico, apiladas una encima de otra, que contenían prácticamente todas sus pertenencias. Rebuscó en la caja de abajo donde tenía su diccionario y también guardaba un sobre con su dinero.
Encontró el sobre, pero estaba vacío. Alguien había registrado su habitación y se había marchado con sus ahorros. El único dinero que tenía era el que llevaba en el bolsillo, las propinas que se había ganado trabajando aquella tarde.
Respiró profundamente. Sentía una enorme opresión en el pecho.
«No es la primera vez que pasas un mal momento, lo superarás». Cuando la unión de estudiantes volviera a abrir después de las vacaciones de Navidad, cobraría un cheque, pago por las horas de trabajo que había realizado durante las dos últimas semanas.
Quizá debiera haberle dado a Víctor García su número de teléfono. De esa manera, de haberla llamado, podría haberle pedido un préstamo... por los viejos tiempos.
Al mediodía siguiente, la nieve había cesado, aunque hacía mucho viento. En el vecindario donde se encontraba la casa colonial de tres alturas de su abuela había algunas calles donde aún no habían quitado la nieve. Pero uno de los empleados había limpiado el camino de la entrada.
Víctor aparcó su Jaguar en la cochera al lado de la casa y entró.
De la cocina provenían aromas a canela y vainilla. Pastas de Navidad. Empujó las puertas de vaivén que separaban la cocina del vestíbulo y asomó la cabeza.
La criada de su abuela estaba encima de una silla rebuscando en un mueble alto de la cocina que parecía no haber sido abierto en años. En ese momento, unas cacerolas se cayeron al suelo, pasando por encima de la cabeza de Janet, que alzó los brazos sin poder remediar la catástrofe.
Víctor ayudó a Janet a bajar de la silla y luego a recoger las cacerolas.
-¿Por qué te has subido a esa silla? Si no recuerdo mal, os había comprado una escalera.
-Está en el sótano. Pesa demasiado para subirla. Ésa es la cacerola que necesito -Janet le quitó la cacerola de las manos-. Puedes volver a meter el resto en el armario.
Si a todos los encargados de sus tiendas se les diera tan bien delegar responsabilidades como a Janet, pensó Víctor, su cadena de tiendas funcionaría mucho mejor.
Víctor recogió el resto de las cacerolas, se subió a la silla y las metió de nuevo en el armario.
-¿Ha vuelto la abuela de su almuerzo?
-Todavía no. Ella y la señorita Mariana siempre tienen mucho de que hablar.
Incluidos los planes para el té al que iban a invitar a la «amiguita» de Mariana. Como si él no fuera a darse cuenta de sus planes de casamenteras.
-Acabo de hacer café -le dijo Janet.
Víctor se sirvió una taza, agarró un par de pastas y se fue al cuarto de estar. Había salido el sol y la luz entraba por la ventana de la estancia.
El enorme pino del jardín delantero se balanceaba al viento y cayó nieve de una de sus ramas justo en el momento en que un pequeño coche rojo entró en el camino que cruzaba el jardín. Víctor se quedó mirándolo. Era el coche de su abuela, de eso no cabía duda, pero no comprendía por qué estaba conduciendo con un tiempo así...
Oyó la portezuela del coche abrirse y cerrarse de camino al vestíbulo. Víctor se encontró con su abuela en el umbral de la puerta del cuarto de estar que daba al vestíbulo.
-¿Cómo demonios se te ha ocurrido conducir con tanta nieve? -le preguntó Víctor.
-Ya han limpiado las calles, querido. Además, aquí en Minneapolis estamos acostumbrados a la nieve.
-Hace un frío de muerte, abuela. El viento es gélido y...
-¿Y a un hombre que escala montañas por diversión le preocupa un poco de viento frío?
-No estoy preocupado por mí, sino por ti -gruñó él-. Podría pasarte cualquier cosa. Anoche mismo me dijiste que te tranquilizaba saber que soy buen conductor.
-Es verdad, no voy a negarlo. Querido, ¿te importaría colgar mi abrigo? Ah, y pídele a Janet que prepare un té.
Su abuela dejó caer el abrigo de visón al suelo y se dirigió al cuarto de estar.
Víctor se mordió la lengua y fue a la cocina. Justo en el momento en que empujó las puertas de vaivén para llamar a Janet, la puerta lateral se abrió y él tuvo que dar un salto para evitar que le pillara los pies. Entró una fría ráfaga de viento y una voz femenina dijo:
-¿Señora Perez?
-Estoy en el vestíbulo -respondió en voz alta su abuela desde el cuarto de estar-. Entra.
Un rostro asomó por la puerta. Un rostro en forma de corazón, cabellos rojizos muy cortos y revueltos y mejillas enrojecidas por el frío. Era la joven del guardarropa.
Víctor se quedó mirándola con incredulidad.
-¿De dónde ha salido?
Ella no le respondió directamente.
-No esperaba que estuviera aquí. Quiero decir... aquí mismo. No le he dado un golpe con la puerta, ¿verdad?
Por fin, Víctor empezó a verlo todo claro. ¿Por qué había tardado tanto en comprender la situación?
-Debería haber imaginado que la «amiguita» de Mariana eras tú -gruñó Víctor.
Ahora ya no le extrañaba la forma como ella lo había mirado la noche anterior. Ella había estado preguntándose cómo reaccionaría cuando por fin descubriera quién era.
-¿Por eso me gastaste ayer la broma del número de teléfono? ¿Para sorprenderme cuando hoy te viera aquí?
De repente, ella se sonrojó violentamente.
-Escucha, perdona por lo del número de teléfono. Fue una tontería y, si alguien se ha molestado contigo por...
-No tuve que marcar ningún número para darme cuenta de la broma.
-¿No? En ese caso, no entiendo lo que estás diciendo. Lo único que he hecho ha sido tRocíor a tu abuela a su casa en coche desde la unión de estudiantes. Víctor se frotó la mandíbula.
-¿Por qué?
Su abuela cruzó el vestíbulo camino a la escalinata.
-Víctor, tú mismo acabas de decir que no debería conducir con el tiempo así, por eso Myriam me ha traído a casa.
Víctor se quedó mirando de nuevo a la joven.
-¿No eres la amiga de Mariana que va a venir a tomar el té?
Myriam sacudió la cabeza.
-Siento desilusionarte. ¿Te refieres a Mariana Mendez? Sé quién es, pero eso es todo.
-En ese caso, ¿qué estás haciendo aquí?
-Estoy intentando decírtelo, pero no pareces escucharme. De hecho, me alegro de que no hayas vuelto a Seattle todavía.
-Ya veo que has hecho los deberes. Aunque, por supuesto, no es difícil averiguar dónde vivo.
Ella no se explicó ni se defendió.
-Quizá puedas convencer a tu abuela de que vaya a ver a un médico -continuó Myriam-. Yo lo he intentado, pero sin resultados.
De repente, Víctor se puso tenso.
-¿Un médico?
-Ha sufrido un mareo. Estaba almorzando en el restaurante de la unión de estudiantes. La señora Mendez se había marchado y Sofia...
-¿Se tutean?
-Tu abuela se había quedado a terminar su café. Al levantarse, casi perdió el conocimiento. Intenté llevarla al hospital, pero ella insistió en ir a su casa.
-Y tú aprovechaste la oportunidad para tRocíorla aquí en su coche.
-Quería conducir ella -protestó la joven.
-¿Por qué no le pediste un taxi?
-Porque tu abuela no quería dejar el coche allí, tenía miedo de que se lo llevaran los que limpian las calles. ¿Y puedes dejar de gritar y pensar con la cabeza? Apuesto a que eres igual que ella.
La joven tenía razón, admitió Víctor. Era típico de su abuela negarse a ir al médico e insistir en conducir el coche. Además, se había comportado de forma extraña, no era propio de ella dejar caer el abrigo al suelo.
-Gracias por tRocíorla a casa -dijo Víctor en tono bajo.
Pero la joven no se movió. De repente, le pareció que se sentía incómoda.
Víctor se preguntó por qué no se marchaba. ¿Estaría esperando algún pago por el servicio prestado? ¿0 se trataría de otra cosa?
Frunció el ceño al recordar algo en ella que le resultó familiar la noche anterior. Ladeó la cabeza y la miró con mayor detenimiento. Baja, delgada pero muy bien formada, pelirroja, ojos castaños grandes y una sonrisa llena de magia...
Unas palabras le bailaron en la cabeza. «Sonrisa Mágica. Myriam. Has hecho bien tus deberes...».
-Clase de cálculo -dijo él con voz queda-. Eres Myriam Montemayor.
No le extrañaba no haberla reconocido la noche anterior. Aquella mujer esbelta tenía poco que ver con la esquelética chica del pasado, siempre cubierta con enormes jerséis y el rostro escondido tras las páginas de un libro de Matemáticas.
Sin embargo, había algo que no había cambiado. Su sonrisa.
«Eso fue hace mucho tiempo», se dijo Víctor a sí mismo. «Hace un siglo».
-Así que aún sigues en la universidad, ¿eh? -dijo Víctor-. Me pegaría más que estuvieras trabajando en una compañía de seguros o en un banco. 0 que fueras ingeniero. Ah, ya lo tengo, trabajas de espía en la unión de estudiantes, estás intentando descubrir un fraude. Porque no puedo imaginar que una mujer de tu inteligencia se contente con atender un guardarropa.
Myriam apretó la mandíbula. Momentáneamente. Víctor temió que fuera a darle un puñetazo.
-Ya no va a volver a trabajar en el guardarropa -dijo su abuela desde el descansillo del primer piso de la escalera-. No, ya no va a volver a hacerlo. Víctor, Myriam es mi chófer. Aunque voy a llamarla ayudante personal porque suena mucho mejor. ¿No estás de acuerdo?
Última edición por Sofia_GMVM el Jue Ene 10, 2013 4:17 pm, editado 1 vez
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 2
VICTOR mostró absoluta perplejidad, pensó Myriam. Dadas las circunstancias, no le importaba verle cambiar de color. Entonces, se preguntó si la sorpresa de Víctor se debía a que Sofia había anunciado que ella iba a ser su chófer o al recuerdo de tiempos pasados.
Casi se rió de su ingenuidad. Como si el hecho de que Myriam Montemayor volviera a aparecer en su vida tuviera importancia para él. Incluso le sorprendía que hubiera recordado su nombre. Cualquier tipo que hubiera apostado con sus amigos que iba a convencer a la chica menos popular de la clase de que estaba interesado en ella, y a demostrarlo del modo más íntimo posible con el fin de reírse de ella durante todo un semestre no iba a recordar los detalles del incidente seis años más tarde.
A menos que ella hubiera sido más fácil de conquistar que lo que él había esperado.
Porque, por supuesto, había sido fácil de conquistar. Había sido una estúpida.
Ambos estaban en la universidad por aquel entonces y Víctor, que iba a licenciarse antes que ella, necesitaba pasar un curso de Matemáticas. Cuando él le pidió que lo ayudara, ella no vio razón para dudar de sus motivos.
«Para, no pienses más en eso», se ordenó Myriam a sí misma. Aquello era agua pasada. Debía sentirse agradecida a Víctor Garcia porque, en cierto modo, él era el motivo de que hubiera dejado atrás los enormes jerséis y se hubiera transformado en una mujer completamente diferente.
«Si sigues por ese camino, Myriam, acabarás convencida de que fue una suerte que te acostaras con él una noche».
Por lo tanto, ¿qué importancia tenía que él estuviera aún más guapo que seis años atrás? ¿Qué importancia tenía que sus cabellos, de tan negros, tuvieran reflejos azulados, que su juvenil arrogancia se hubiera transformado, a causa del tiempo y del éxito, en confianza en sí mismo? A ella, desde luego, no le importaba en absoluto.
Pero ahora que él había recordado quién era...
Había aceptado la oferta de trabajo de Sofia sin pensar; le había parecido algo completamente lógico. «Tú necesitas trabajo y yo necesito ayuda durante un tiempo», le había dicho Sofia». Podríamos ayudarnos mutuamente». ¿Qué importancia tenía que la mujer que le estaba ofreciendo trabajo fuera la abuela de Víctor Garcia?
Lo malo era que él estaba ahí, en carne y hueso. Y ni la carne ni los huesos estaban nada mal, pensó Myriam. Aquel día no iba con traje, sino con unos pantalones de sport y un polo. Estaba bronceado y tenía un físico atlético, pero no exagerado. Era un hombre de proporciones perfectas, sin defecto visible. Quizá estuviera algo más musculoso que seis años atrás, más imponente. Pero incluso entonces era, más o menos, perfecto. Duro, fuerte, limpio y embriagadoramente atractivo.
Embriagador simplemente, admitió Myriam. Había sido con un coñac con solera: un sorbo y sus inhibiciones habían desaparecido, al igual que su sentido común. Víctor había empleado su encanto para utilizarla, para ganar una apuesta.
Los defectos de Víctor García estaban en su interior. Seis años atrás no había dado señales de tener conciencia y Myriam dudaba que ahora la tuviera.
En fin, tendría que ignorarlo. Además, no pensaba que fuera a pasar mucho tiempo en Minneapolis. El plan de Sofia no sólo era sencillo y lógico, sino que era la mejor propuesta de trabajo que ella tenía.
Myriam aún no sabía por qué le había contado a Sofia que le habían robado los ahorros que tenía mientras realizaba su turno de trabajo en el restaurante. No, no comprendía qué la había impulsado a hacerlo.
Sofía le había pedido que se sentara con ella unos minutos mientras esperaba a recuperarse del mareo. Y entonces, mirándola fijamente a los ojos, le había dicho:
-¿Qué te ocurre, querida?
Había sido la primera vez en meses que alguien se interesaba por sus problemas. Una cosa había llevado a la otra y al final...
-¿Chófer? -dijo Víctor.
Myriam salió de su ensimismamiento.
-Ayudante personal -lo corrigió Sofia. Bajó de nuevo las escaleras agarrándose al pasamanos-. Y si quieres hablar de ello, Víctor, será mejor que volvamos al cuarto de estar y nos sentemos.
Víctor se acercó inmediatamente a su abuela y le ofreció el brazo.
-Perdona, abuela, se me había olvidado que no te encuentras bien.
-Ha sido un mareo momentáneo y ya se me ha pasado. Me levanté demasiado deprisa, eso es todo. Te aseguro que no soy una inválida.
-Pero si tienes alta la tensión, no deberías-conducir -intervino Myriam rápidamente.
Víctor le lanzó una mirada.
-No puedo estar en desacuerdo con eso; aunque viniendo de ti, me resulta sospechoso. ¿Fuiste tú quien hizo la sugerencia?
-Lo único que Myriam me sugirió fue que fuera al médico –declaró Sofia plácidamente-. No creo que a Myriam se le hubiera ocurrido nunca la idea, ni siquiera tiene coche.
Víctor no disimuló su sorpresa.
-¿Que no tienes coche? Supongo que, al menos, tendrás carné, ¿no?
-Todos los estudiantes tienen que tener carné de conducir – dijo Sofía -. Según tengo entendido, el reglamento dice que para ir a un bar hay que tener carne...
«No me estás ayudando Sofia». Myriam alzó la barbilla y miró a Víctor con expresión desafiante.
-Tengo permiso de conducir, y lo tengo no para utilizarlo como prueba de que soy mayor de edad y poder beber alcohol.
-¿Cuándo ha sido la última vez que has conducido?
Myriam había estado esperando esa pregunta.
-Descontando lo de hoy, ¿no? Hace algún tiempo.
El entornó los ojos.
-Está bien, creo que hace tres años.
-Estupendo. Entre las dos sólo formáis un conductor mediocre.
A pesar de desearlo con todas sus fuerzas, Myriam no podía poner muchas objeciones a eso. Entre que no estaba acostumbrada a ese coche y que las calles estaban cubiertas de hielo, se había puesto nerviosa al conducir y lo había hecho a un peligroso paso de tortuga. Pero, al menos, conocía sus límites.
-Se dice que a uno no se le olvida nunca conducir –interpuso Sofia-. ¿0 era montar en bicicleta?
Víctor se frotó la nuca.
-Abuela, me alegro mucho de que hayas decidido no conducir. Pero como Janet no sabe conducir, creo que lo mejor será que vendas el coche y el dinero que te den por él lo gastes en taxis. No creo que te den mucho, pero será suficiente para los taxis.
Con todo el dinero que Víctor debía de tener podría comprarle a Sofia una limusina con conductor incluido, pensó Myriam.
-No sabía que fueras tan tacaño, Víctor.
El la miró fijamente.
Antes de que Víctor pudiera contestar, Sofia dijo:
-No soporto los taxis, huelen mal. Además, los taxistas no te acompañan a la consulta del médico.
-Para eso está Janet.
-Janet no está mucho mejor que yo -Sofía lanzó una queda carcajada-. Deberías habernos visto a las dos encerando el suelo de tu habitación, Víctor.
-¿Por qué estaban encerando...? -Víctor cerró los ojos momentáneamente-. Da igual. Dime, ¿con qué frecuencia sales a la calle últimamente?
Sofía respondió contando con los dedos:
-La peluquería, el masajista, la fisioterapia, el médico, la farmacia, la tienda de ultramarinos, el banco, el...
-Vale, vale. ¿Qué te parece una limusina? Las limusinas no huelen mal.
-Pero, de todos modos, tendría que esperar a que vinieran a recogerme. Y saldría muy caro, porque salgo al menos una vez por día.
-Puedo permitirme ese gasto, abuela.
-Aunque puedas permitírtelo, no deja de ser tirar el dinero.
-¿Lo ves? No soy el único tacaño.
-Yo no soy tacaña –protestó Sofia-. Simplemente me niego a tirar el dinero. Así que, si lo que te preocupa es que pague a Myriam por no hacer nada, será mejor que no te preocupes. Me va a ser muy útil de diferentes maneras.
-Abuela, si lo que estás diciendo es que necesitas a alguien que te cuide, lo mejor sería contratar a una enfermera profesional.
-No, nada de eso -Sofía respiró profundamente y apartó la mirada de su nieto-. No quiero una enfermera, lo único que quiero es un poco de ayuda, No pensaba decírtelo todavía, Víctor, pero me parece que no voy a tener más remedio que hacerlo.
-¿Decirme qué? -preguntó Víctor con aprensión, casi con miedo.
-He decidido dejar esta casa –declaró Sofia-. No tengo fuerzas para cuidar de ella y Janet tampoco.
-En ese caso, contrata un servicio de limpieza.
A pesar de hacer un esfuerzo, Myriam no pudo mantener la boca cerrada.
-¿Por qué no dejas de dar órdenes y, para variar, escuchas?
Sofía sonrió.
-Gracias, Myriam, querida.
-¡Lo único que estoy haciendo es intentar ayudar! -protestó Víctor.
-Sí, del modo típico de los hombres –murmuró Sofia-. Tu abuelo hacía lo mismo: tan pronto como me quejaba de algo él me decía cómo solucionar el problema. Me molestaba mucho, pero no conseguí nunca hacérselo entender. En cualquier caso, ya tengo un servicio de limpieza. No es la limpieza lo que me preocupa, Víctor, sino la responsabilidad.
Víctor frunció el ceño.
-Estoy harta de hacer listas para los del servicio de limpieza y de asegurarme de que siguen las instrucciones. Quiero que sea otra persona quien se preocupe de si hay malas hierbas en el jardín y de si hay hojas obstruyendo el canalón, y de si hay que cambiar las cortinas de la habitación de invitados o si basta con enviarlas a la tintorería.
Víctor se frotó el puente de la nariz.
-Entiendo. Quieres ir a una residencia, ¿no es eso? Veré cuál es la más indicada y...
-Quieres decir que le pedirás a alguien que lo mire por ti, ¿no? Da igual, ya he mirado yo. Quiero ir a un edificio de apartamentos que ofrecen todos los servicios que se requieran y, al mismo tiempo, no te molestan si no quieres nada.
Víctor se encogió de hombros.
-Está bien, abuela, lo que quieras.
Víctor parecía dolido, pensó Myriam.
-¿Cuándo tienes pensado mudarte?
-Bueno, aún no lo sé con seguridad. No puedo cerrar la puerta y marcharme sin más. Esta casa contiene recuerdos de toda una vida y sólo yo sé lo que hay que hacer con ellos. Pero Myriam me va a ayudar, vamos a empezar mañana. Y ahora, voy a subir a mi habitación a echarme un rato. Así que divertíos, hijos.
Cuando su abuela subió al piso superior, Víctor miró a Myriam.
-Si crees que vas a salirte con la tuya...
Había llegado el momento de plantarle cara.
-¿Salirme con la mía? Aquí quien manda es Sofia, no tú. Es ella quien decide, Víctor.
-Tal vez no pueda contravenir sus órdenes, pero ten por seguro que voy a cerciorarme de que no le pase nada. Y ahora, ponte el abrigo.
-¿Por qué?
-Desde luego, no es para hacer un muñeco de nieve ahí afuera. Antes de que empieces a llevar a mi abuela de un sitio a otro, voy a darte unas cuantas clases de conducir. Y como no lo hagas bien, te aseguro que no voy a permitir que lleves el coche. ¿Entendido?
A Myriam le habría gustado mandarlo a paseo, pero sabía que no le venía nada mal practicar un poco al volante de un coche con el fin de no poner la vida de Sofia en peligro y...
-¡Cuidado con el camión! -exclamó Víctor.
Inmediatamente, Myriam fijó la atención en la calzada.
El coche de Sofia era pequeño y ligero, el tráfico había aumentado y el asfalto estaba más resbaladizo. Pero, tras un par de equivocaciones, Myriam empezó a recuperar la confianza en sí misma, a pesar del silencio de Víctor sentado a su lado.
Quizá Sofia tuviera razón y conducir fuera como montar en bicicleta, algo que nunca se olvidaba. Y si no le molestaba tener a Víctor al lado dándole órdenes u oyéndolo suspirar con apenas contenida frustración, estaba segura de poder conducir en todo tipo de circunstancias por adversas que fueran.
-¿Y bien? -dijo ella por fin tras una hora de prácticas-. Ya que no he estrellado el coche contra nada y tú no has agarrado el volante ni pisado el freno durante los últimos veinte minutos, me figuro que la prueba ha concluido y voy a llevarte a casa de Sofia.
-Todavía no hemos acabado. Aparca en batería ahí, delante de ese café.
-¿Que aparque en batería? Nadie aparca en batería.
La mirada de Víctor le indicó que no tenía escapatoria; por lo tanto, Myriam suspiró y se dispuso a aparcar. Después de la segunda intentona se sintió orgullosa de sí misma.
-¿Suficiente?
-Apaga el motor. Vamos a tomar un café.
-Me siento halagada por la invitación, pero...
-No te sientas halagada, sólo se trata de una charla en un lugar donde no pueda interrumpirnos mi abuela.
-Llevamos conduciendo durante una hora y en todo ese tiempo no has abierto la boca -protestó Myriam-. ¿Por qué quieres ahora...?
-No iba a arriesgarme a que te distrajeras. Vamos -Víctor cerró la puerta de un golpe y luego dio una patada a la nieve y al hielo que habían quedado tras una de las ruedas delanteras-. Me parece que este trasto necesita ruedas nuevas. ¿Qué quieres, té, café o chocolate?
Myriam pidió café y rechazó una ración de tarta de manzana. Víctor la miró por encima del borde de su taza cuando se la llevó a los labios. Luego dijo:
-Bueno, dime, ¿qué es lo que te propones? ¿Cómo ha ocurrido todo esto?
Myriam suspiró.
-Yo no he tratado de convencer a tu abuela de nada, si es eso lo que piensas. Ella ocupó una de las mesas que estaba sirviendo yo al mediodía, en mi último turno, justo antes de cerrar por las vacaciones de Navidad.
Myriam esperó a que Víctor le preguntara si iba a viajar durante las vacaciones, pero él no lo hizo.
-Está bien, te diré exactamente cómo ocurrió -dijo Myriam-. La señora Mendez se marchó porque tenía una cita y tu abuela se quedó un poco más para terminarse el café. Yo fui a retirar los platos del postre, tu abuela me felicitó la Navidad y luego se levantó para marcharse, y entonces empezó a perder el equilibrio. Yo la ayudé a sentarse otra vez en la silla y le dije que iba a llamar al médico, pero ella me contestó que no lo hiciera. Después, cuando se encontró mejor, me pidió que la acompañara hasta su coche. Cuando me di cuenta de que tu abuela tenía intención de conducir hasta su casa, yo le ofrecí buscarle un taxi y...
-¿Y ella te ofreció trabajo? ¿Así se sencillo?
-No, no en ese momento, sino unos diez minutos más tarde -respondió Myriam.
-¿Por qué?
-Pregúntaselo a ella. ¿Cómo voy a saber yo por qué me ofreció trabajo?
-Lo haré. Pero lo que realmente quiero saber es por qué has aceptado.
-Porque necesito un trabajo...
-Pero ¿por qué necesitas un trabajo? Eras un genio de las Matemáticas. ¿Por qué no eres consejera de finanzas de una gran empresa?
Los planes que Myriam tenía, todos sus sueños... Había creído ser capaz de sobrellevar bien el sentimiento de pérdida, la espera. Pero cuando Víctor le hizo esa pregunta se dio cuenta de lo mucho que aún le dolía pensar en ello.
-¿Te pillaron con las manos en la caja registradora?
Myriam lanzó chispas por los ojos.
-No. Aún estoy aquí porque tuve que dejar los estudios durante un tiempo. Aún me queda un semestre para licenciarme.
Víctor se quedó inmóvil.
-¿Por qué, Myriam?
-¿A ti qué más te da? Ya ha pasado mucho tiempo -Myriam se mordió el labio inferior-. Aún estoy aquí porque a mi padre le diagnosticaron cáncer y tuve que dejar los estudios para cuidarlo durante el último año de su vida. Perdí la beca porque a los que las concedían no les gustó que dejara los estudios a mitad de curso. Trabajé durante una temporada y ahorré el dinero suficiente para volver, y estaba recuperándome cuando, de repente, contraje neumonía y estuve convaleciente durante meses. Tuve que dejar los estudios otra vez.
Víctor parecía esperar algo más. Por fin, cuando el silencio se hizo demasiado espeso, él dijo:
-Vaya una racha de mala suerte.
¿Había segundas intenciones en sus palabras? Myriam se dio cuenta de que no tenía sentido analizarlas.
-Sí, así es.
-Sin embargo, parece típico de ti. También dejaste la clase de cálculo.
-Vaya, lo notaste, ¿eh? -dijo Myriam en tono burlón-. Me sorprende que lo notaras.
-Maldita sea, Myriam. Intenté hablar contigo, pero tú te negaste a escucharme. No me permitiste pedirte disculpas. Y luego, cuando quise darme cuenta, te habías marchado...
-¿Y de qué te habrías disculpado? Supongo que de no haber hecho el amor.
-No, no de eso -admitió Víctor.
-Entonces, ¿de qué? ¿De que te pillaran? ¿De asegurarte de que toda la clase se enterara de que habías ganado la apuesta? -Myriam vio curiosidad en los ojos de él. Respiró profundamente y se dijo a sí misma que ya no tenía importancia. Lo último que quería en el mundo era que Víctor pensara que le importaba-. Pasamos una noche juntos, Víctor, nada extraordinario. Yo, por supuesto, era mucho más inocente que tú por aquel entonces y me disgustó mucho que le hubieras contado a todos los de la clase que me había acostado contigo...
-Yo no se lo dije.
-¿No? ¿En serio? En ese caso, ¿cómo se enteraron? No recuerdo que nos estuvieran espiando.
Los labios de él esbozaron una sonrisa ladeada.
-Myriam, aquella noche podría haber pasado una banda de música a la habitación y tú no te habrías enterado.
A Myriam le subió un intenso calor por el rostro.
-Da igual, es agua pasada. No tiene, sentido hablar de lo que ocurrió hace años. Creo que lo que me habías preguntado era por qué necesitaba un trabajo. En estos momentos, mi situación económica es sumamente precaria y, por lo tanto...
-¿No ganarías más haciendo otro tipo de trabajo? Trabajar en la unión de estudiantes...
-Es posible. Pero servir mesas no se paga tan mal. La mayoría de los clientes son alumnos y las propinas suelen ser generosas. Además, el horario es muy flexible y, trabajando ahí, no tengo que perder tiempo en transporte. Puedo trabajar una hora aquí y otra en otro momento, entre clase y clase. Si tuviera que ir a la otra punta de la ciudad a trabajar, al final no ganaría más, a pesar de que el trabajo estuviera mejor pagado.
-Ya, por lo que tardarías en llegar al trabajo; sobre todo, teniendo en cuenta que no tienes coche. Pero...
-Es difícil pagar la universidad y las cuentas médicas al mismo tiempo. La neumonía no es una enfermedad barata, y me quedé sin seguro médico cuando murió mi padre.
-Quizá con un consejero financiero...
-Ya estamos otra vez, tú y tu manía de resolver los problemas de los demás. No me cabe duda de que a tu consejero financiero le daría un ataque de risa si me presentara en su despacho, porque lo que suelo tener en mi haber son cincuenta dólares como mucho -Myriam estaba lo suficientemente irritada como para no pensar en lo que estaba revelando-. Había ahorrado lo suficiente para sobrevivir dos semanas sin trabajo, pero anoche me robaron el único dinero que tenía.
Víctor arqueó las cejas.
-¿Estás bien?
-Sí, claro que estoy bien. No, no me robaron apuntándome con una pistola. Tenía el dinero en mi habitación pero, al parecer, no elegí un escondite muy seguro -Myriam sabía que daba la impresión de estar amargada y, probablemente, de ser algo tonta también.
Esperaba que Víctor se lo dijera, pero él no lo hizo.
-¿Has llamado a la policía?
-No. No serviría de nada. Eran billetes y no hay forma de que demuestre que un billete de veinte dólares en concreto era mío y no del que lo tenga. Además, si no me equivoco, la persona que lo ha robado es alguien que vive en la casa...
-¿Quieres decir que se trata de alguien con quien tienes trato?
¿Por qué le estaba contando a Víctor todo aquello?
-No tenemos mucho trato -dijo Myriam con cierta desgana-. No es una casa compartida, sino una pensión. Hay siete habitaciones individuales, compartimos cocina y cuarto de baño. Si fuera a la policía a denunciar el robo, la situación en la casa se volvería muy tensa.
Víctor asintió.
-Siempre has sido muy práctica.
-No tienes por qué decirlo como si se tratara de una enfermedad. Hay veces que ninguna alternativa posible es buena, Víctor. Uno hace lo que puede, eso es todo.
El no contestó, pero apartó el plato que tenía su porción de tarta con gesto de haber perdido el apetito.
Sorprendida, Myriam continuó:
-En fin, volviendo a lo que estábamos hablando, tu abuela me sonsacó hasta que le dije, más o menos, lo que te he dicho a ti. Y entonces fue cuando...
-Cuando se inventó un trabajo.
-¿Quieres decir que lo ha hecho sin necesitarlo? No lo creo. Si tu abuela se va a marchar de esa casa, necesita ayuda. A menos que tengas pensado ayudarla tú. Víctor tembló y Myriam continuó con voz fría -Sí, no me sorprende. Estás demasiado ocupado ¿verdad?
-Contrataré a gente para que la ayude.
-Tu abuela no necesita gente, me necesita a mí.
-Puede que eso sea lo que ella cree... en este momento.
-¿Y qué quieres decir con esa? Si estás pensando en desacreditarme delante de ella contándole lo que ocurrió hace años, te sugiero que lo pienses bien, porque tú no saldrías bien parado precisamente. Además, alguien tiene que hacer ese trabajo, ¿por qué no puedo ser yo?
-¿Cuánto tiempo crees que va a llevarte?
-Tengo dos semanas libres hasta que vuelvan a empezar las clases.
-¿Y crees que ese trabajo va a durar dos semanas sólo? ¿Vas a dejarla en medio de...?
-No voy a dejar nada. En mi opinión, dos semanas le darán a Sofia el tiempo suficiente para darse cuenta de que está demasiado encariñada con esa casa y decidirá no marcharse, o se cansará de ordenarlo todo y lo pondrá en subasta con el fin de acabar cuanto antes.
Víctor se quedó mirándola como si la viera por primera vez.
-Y entretanto, tú vas a dejar que te pague por entretenerla, ¿no?
-Yo me voy a limitar a hacer lo que ella me mande. ¿Sabes una cosa? No sería mala idea que tú hicieras lo mismo. Me refiero a lo de entretenerla, en vez de pasarte el tiempo llevándole la contraria y discutiendo con ella -Myriam miró su reloj-. No quiero meterte prisa, Víctor, pero tengo cosas que hacer. Y como no has puesto el grito en el cielo, voy a suponer que he pasado el examen de conducir.
-Aún no hemos vuelto a la casa. Y no tengo ganas de volver a ese coche, tenía la impresión de que iba dentro de un bote de tomate.
-Bueno, yo no tengo la culpa de que el coche de tu abuela sea un utilitario. Si tan acostumbrado estás al Jaguar que he visto aparcado delante de la casa...
-Ni lo sueñes, no voy a permitirte conducir ese coche. Cómprale ruedas nuevas inmediatamente, ¿de acuerdo? Y pásame la cuenta -Víctor se levantó y sacó su monedero.
Myriam se quedó muy quieta, con la taza de té en ambas manos.
-Entonces, ¿ya no hay más objeciones?
-Sí, las hay. Pero como mi abuela parece decidida, voy a posponerlas.
Al menos había dejado de amenazarla.
-De acuerdo.
Una vez de vuelta en el coche, Myriam encendió la radio y tarareó los villancicos mientras conducía. Pensó que Víctor parecía a punto de estallar.
-¿Qué te pasa? -le preguntó ella por fin-. ¿No te gustan los villancicos?
-No me gustan los villancicos que tocan con acordeón y banjo. ¿Qué emisora es ésa?
-No sé, era la emisora que estaba puesta. ¿Por qué no tiene tu abuela un árbol de Navidad?
-Por tradición. Se pone justo una semana antes del día de Navidad.
Myriam calculó.
-Mañana.
-Que disfrutes con tu trabajo -dijo Víctor-. Yo ayudaría, pero tengo que asistir a la inauguración de mi nueva tienda Twin Cities.
-Ah, por eso estás aquí -Myriam aparcó el coche de Sofia detrás del Jaguar.
-La fiesta de inauguración va a durar todo el fin de semana -Víctor rodeó el coche y le abrió la puerta-. ¿No vas a entrar en la casa?
-No, sólo he venido a dejarte.
-Espera, ¿es que piensas llevarte el coche de mi abuela?
-Me dijo que podía hacerlo.
-Así que piensas utilizar su coche, ¿eh? ¿Y de qué más la has convencido?
-De nada. Sólo voy a tomar prestado su coche hoy, para traer mis cosas, para el traslado.
Antes de que a Víctor le diera tiempo a abrir la boca, Myriam se fue.
Los escalones de la entrada de la casa estaban aún bajo quince centímetros de nieve, aunque los inquilinos de la pensión habían abierto un camino al entrar y salir. La casera estaba en el vestíbulo discutiendo con uno de los inquilinos con el que tenía un trato: limpiar la nieve de la escalinata y del camino de la entrada a cambio de una rebaja en el precio de su habitación.
Myriam abrió la puerta con su llave y luego se aclaró la garganta.
La casera volvió la cabeza.
-¿Qué quiere?
Myriam titubeó. No era buena idea anunciar que su habitación iba a estar vacía durante dos semanas, pero tampoco podía desaparecer todo ese tiempo sin decírselo a la casera.
-Sólo quería avisarla de que voy a estar algún tiempo fuera.
La mujer le lanzó una mirada sospechosa.
-¿Cuánto tiempo? ¿Me va a pagar enero por adelantado?
Myriam no podía pagar por adelantado aunque quisiera.
-Le pagaré enero en enero -respondió Myriam con firmeza-. Igual que hago todos los meses.
La puerta de entrada volvió a abrirse y Myriam vio los ojos de la casera abrirse desmesuradamente al ver al recién llegado. Myriam se volvió para ver de quién se trataba... y se le encogió el corazón.
VICTOR mostró absoluta perplejidad, pensó Myriam. Dadas las circunstancias, no le importaba verle cambiar de color. Entonces, se preguntó si la sorpresa de Víctor se debía a que Sofia había anunciado que ella iba a ser su chófer o al recuerdo de tiempos pasados.
Casi se rió de su ingenuidad. Como si el hecho de que Myriam Montemayor volviera a aparecer en su vida tuviera importancia para él. Incluso le sorprendía que hubiera recordado su nombre. Cualquier tipo que hubiera apostado con sus amigos que iba a convencer a la chica menos popular de la clase de que estaba interesado en ella, y a demostrarlo del modo más íntimo posible con el fin de reírse de ella durante todo un semestre no iba a recordar los detalles del incidente seis años más tarde.
A menos que ella hubiera sido más fácil de conquistar que lo que él había esperado.
Porque, por supuesto, había sido fácil de conquistar. Había sido una estúpida.
Ambos estaban en la universidad por aquel entonces y Víctor, que iba a licenciarse antes que ella, necesitaba pasar un curso de Matemáticas. Cuando él le pidió que lo ayudara, ella no vio razón para dudar de sus motivos.
«Para, no pienses más en eso», se ordenó Myriam a sí misma. Aquello era agua pasada. Debía sentirse agradecida a Víctor Garcia porque, en cierto modo, él era el motivo de que hubiera dejado atrás los enormes jerséis y se hubiera transformado en una mujer completamente diferente.
«Si sigues por ese camino, Myriam, acabarás convencida de que fue una suerte que te acostaras con él una noche».
Por lo tanto, ¿qué importancia tenía que él estuviera aún más guapo que seis años atrás? ¿Qué importancia tenía que sus cabellos, de tan negros, tuvieran reflejos azulados, que su juvenil arrogancia se hubiera transformado, a causa del tiempo y del éxito, en confianza en sí mismo? A ella, desde luego, no le importaba en absoluto.
Pero ahora que él había recordado quién era...
Había aceptado la oferta de trabajo de Sofia sin pensar; le había parecido algo completamente lógico. «Tú necesitas trabajo y yo necesito ayuda durante un tiempo», le había dicho Sofia». Podríamos ayudarnos mutuamente». ¿Qué importancia tenía que la mujer que le estaba ofreciendo trabajo fuera la abuela de Víctor Garcia?
Lo malo era que él estaba ahí, en carne y hueso. Y ni la carne ni los huesos estaban nada mal, pensó Myriam. Aquel día no iba con traje, sino con unos pantalones de sport y un polo. Estaba bronceado y tenía un físico atlético, pero no exagerado. Era un hombre de proporciones perfectas, sin defecto visible. Quizá estuviera algo más musculoso que seis años atrás, más imponente. Pero incluso entonces era, más o menos, perfecto. Duro, fuerte, limpio y embriagadoramente atractivo.
Embriagador simplemente, admitió Myriam. Había sido con un coñac con solera: un sorbo y sus inhibiciones habían desaparecido, al igual que su sentido común. Víctor había empleado su encanto para utilizarla, para ganar una apuesta.
Los defectos de Víctor García estaban en su interior. Seis años atrás no había dado señales de tener conciencia y Myriam dudaba que ahora la tuviera.
En fin, tendría que ignorarlo. Además, no pensaba que fuera a pasar mucho tiempo en Minneapolis. El plan de Sofia no sólo era sencillo y lógico, sino que era la mejor propuesta de trabajo que ella tenía.
Myriam aún no sabía por qué le había contado a Sofia que le habían robado los ahorros que tenía mientras realizaba su turno de trabajo en el restaurante. No, no comprendía qué la había impulsado a hacerlo.
Sofía le había pedido que se sentara con ella unos minutos mientras esperaba a recuperarse del mareo. Y entonces, mirándola fijamente a los ojos, le había dicho:
-¿Qué te ocurre, querida?
Había sido la primera vez en meses que alguien se interesaba por sus problemas. Una cosa había llevado a la otra y al final...
-¿Chófer? -dijo Víctor.
Myriam salió de su ensimismamiento.
-Ayudante personal -lo corrigió Sofia. Bajó de nuevo las escaleras agarrándose al pasamanos-. Y si quieres hablar de ello, Víctor, será mejor que volvamos al cuarto de estar y nos sentemos.
Víctor se acercó inmediatamente a su abuela y le ofreció el brazo.
-Perdona, abuela, se me había olvidado que no te encuentras bien.
-Ha sido un mareo momentáneo y ya se me ha pasado. Me levanté demasiado deprisa, eso es todo. Te aseguro que no soy una inválida.
-Pero si tienes alta la tensión, no deberías-conducir -intervino Myriam rápidamente.
Víctor le lanzó una mirada.
-No puedo estar en desacuerdo con eso; aunque viniendo de ti, me resulta sospechoso. ¿Fuiste tú quien hizo la sugerencia?
-Lo único que Myriam me sugirió fue que fuera al médico –declaró Sofia plácidamente-. No creo que a Myriam se le hubiera ocurrido nunca la idea, ni siquiera tiene coche.
Víctor no disimuló su sorpresa.
-¿Que no tienes coche? Supongo que, al menos, tendrás carné, ¿no?
-Todos los estudiantes tienen que tener carné de conducir – dijo Sofía -. Según tengo entendido, el reglamento dice que para ir a un bar hay que tener carne...
«No me estás ayudando Sofia». Myriam alzó la barbilla y miró a Víctor con expresión desafiante.
-Tengo permiso de conducir, y lo tengo no para utilizarlo como prueba de que soy mayor de edad y poder beber alcohol.
-¿Cuándo ha sido la última vez que has conducido?
Myriam había estado esperando esa pregunta.
-Descontando lo de hoy, ¿no? Hace algún tiempo.
El entornó los ojos.
-Está bien, creo que hace tres años.
-Estupendo. Entre las dos sólo formáis un conductor mediocre.
A pesar de desearlo con todas sus fuerzas, Myriam no podía poner muchas objeciones a eso. Entre que no estaba acostumbrada a ese coche y que las calles estaban cubiertas de hielo, se había puesto nerviosa al conducir y lo había hecho a un peligroso paso de tortuga. Pero, al menos, conocía sus límites.
-Se dice que a uno no se le olvida nunca conducir –interpuso Sofia-. ¿0 era montar en bicicleta?
Víctor se frotó la nuca.
-Abuela, me alegro mucho de que hayas decidido no conducir. Pero como Janet no sabe conducir, creo que lo mejor será que vendas el coche y el dinero que te den por él lo gastes en taxis. No creo que te den mucho, pero será suficiente para los taxis.
Con todo el dinero que Víctor debía de tener podría comprarle a Sofia una limusina con conductor incluido, pensó Myriam.
-No sabía que fueras tan tacaño, Víctor.
El la miró fijamente.
Antes de que Víctor pudiera contestar, Sofia dijo:
-No soporto los taxis, huelen mal. Además, los taxistas no te acompañan a la consulta del médico.
-Para eso está Janet.
-Janet no está mucho mejor que yo -Sofía lanzó una queda carcajada-. Deberías habernos visto a las dos encerando el suelo de tu habitación, Víctor.
-¿Por qué estaban encerando...? -Víctor cerró los ojos momentáneamente-. Da igual. Dime, ¿con qué frecuencia sales a la calle últimamente?
Sofía respondió contando con los dedos:
-La peluquería, el masajista, la fisioterapia, el médico, la farmacia, la tienda de ultramarinos, el banco, el...
-Vale, vale. ¿Qué te parece una limusina? Las limusinas no huelen mal.
-Pero, de todos modos, tendría que esperar a que vinieran a recogerme. Y saldría muy caro, porque salgo al menos una vez por día.
-Puedo permitirme ese gasto, abuela.
-Aunque puedas permitírtelo, no deja de ser tirar el dinero.
-¿Lo ves? No soy el único tacaño.
-Yo no soy tacaña –protestó Sofia-. Simplemente me niego a tirar el dinero. Así que, si lo que te preocupa es que pague a Myriam por no hacer nada, será mejor que no te preocupes. Me va a ser muy útil de diferentes maneras.
-Abuela, si lo que estás diciendo es que necesitas a alguien que te cuide, lo mejor sería contratar a una enfermera profesional.
-No, nada de eso -Sofía respiró profundamente y apartó la mirada de su nieto-. No quiero una enfermera, lo único que quiero es un poco de ayuda, No pensaba decírtelo todavía, Víctor, pero me parece que no voy a tener más remedio que hacerlo.
-¿Decirme qué? -preguntó Víctor con aprensión, casi con miedo.
-He decidido dejar esta casa –declaró Sofia-. No tengo fuerzas para cuidar de ella y Janet tampoco.
-En ese caso, contrata un servicio de limpieza.
A pesar de hacer un esfuerzo, Myriam no pudo mantener la boca cerrada.
-¿Por qué no dejas de dar órdenes y, para variar, escuchas?
Sofía sonrió.
-Gracias, Myriam, querida.
-¡Lo único que estoy haciendo es intentar ayudar! -protestó Víctor.
-Sí, del modo típico de los hombres –murmuró Sofia-. Tu abuelo hacía lo mismo: tan pronto como me quejaba de algo él me decía cómo solucionar el problema. Me molestaba mucho, pero no conseguí nunca hacérselo entender. En cualquier caso, ya tengo un servicio de limpieza. No es la limpieza lo que me preocupa, Víctor, sino la responsabilidad.
Víctor frunció el ceño.
-Estoy harta de hacer listas para los del servicio de limpieza y de asegurarme de que siguen las instrucciones. Quiero que sea otra persona quien se preocupe de si hay malas hierbas en el jardín y de si hay hojas obstruyendo el canalón, y de si hay que cambiar las cortinas de la habitación de invitados o si basta con enviarlas a la tintorería.
Víctor se frotó el puente de la nariz.
-Entiendo. Quieres ir a una residencia, ¿no es eso? Veré cuál es la más indicada y...
-Quieres decir que le pedirás a alguien que lo mire por ti, ¿no? Da igual, ya he mirado yo. Quiero ir a un edificio de apartamentos que ofrecen todos los servicios que se requieran y, al mismo tiempo, no te molestan si no quieres nada.
Víctor se encogió de hombros.
-Está bien, abuela, lo que quieras.
Víctor parecía dolido, pensó Myriam.
-¿Cuándo tienes pensado mudarte?
-Bueno, aún no lo sé con seguridad. No puedo cerrar la puerta y marcharme sin más. Esta casa contiene recuerdos de toda una vida y sólo yo sé lo que hay que hacer con ellos. Pero Myriam me va a ayudar, vamos a empezar mañana. Y ahora, voy a subir a mi habitación a echarme un rato. Así que divertíos, hijos.
Cuando su abuela subió al piso superior, Víctor miró a Myriam.
-Si crees que vas a salirte con la tuya...
Había llegado el momento de plantarle cara.
-¿Salirme con la mía? Aquí quien manda es Sofia, no tú. Es ella quien decide, Víctor.
-Tal vez no pueda contravenir sus órdenes, pero ten por seguro que voy a cerciorarme de que no le pase nada. Y ahora, ponte el abrigo.
-¿Por qué?
-Desde luego, no es para hacer un muñeco de nieve ahí afuera. Antes de que empieces a llevar a mi abuela de un sitio a otro, voy a darte unas cuantas clases de conducir. Y como no lo hagas bien, te aseguro que no voy a permitir que lleves el coche. ¿Entendido?
A Myriam le habría gustado mandarlo a paseo, pero sabía que no le venía nada mal practicar un poco al volante de un coche con el fin de no poner la vida de Sofia en peligro y...
-¡Cuidado con el camión! -exclamó Víctor.
Inmediatamente, Myriam fijó la atención en la calzada.
El coche de Sofia era pequeño y ligero, el tráfico había aumentado y el asfalto estaba más resbaladizo. Pero, tras un par de equivocaciones, Myriam empezó a recuperar la confianza en sí misma, a pesar del silencio de Víctor sentado a su lado.
Quizá Sofia tuviera razón y conducir fuera como montar en bicicleta, algo que nunca se olvidaba. Y si no le molestaba tener a Víctor al lado dándole órdenes u oyéndolo suspirar con apenas contenida frustración, estaba segura de poder conducir en todo tipo de circunstancias por adversas que fueran.
-¿Y bien? -dijo ella por fin tras una hora de prácticas-. Ya que no he estrellado el coche contra nada y tú no has agarrado el volante ni pisado el freno durante los últimos veinte minutos, me figuro que la prueba ha concluido y voy a llevarte a casa de Sofia.
-Todavía no hemos acabado. Aparca en batería ahí, delante de ese café.
-¿Que aparque en batería? Nadie aparca en batería.
La mirada de Víctor le indicó que no tenía escapatoria; por lo tanto, Myriam suspiró y se dispuso a aparcar. Después de la segunda intentona se sintió orgullosa de sí misma.
-¿Suficiente?
-Apaga el motor. Vamos a tomar un café.
-Me siento halagada por la invitación, pero...
-No te sientas halagada, sólo se trata de una charla en un lugar donde no pueda interrumpirnos mi abuela.
-Llevamos conduciendo durante una hora y en todo ese tiempo no has abierto la boca -protestó Myriam-. ¿Por qué quieres ahora...?
-No iba a arriesgarme a que te distrajeras. Vamos -Víctor cerró la puerta de un golpe y luego dio una patada a la nieve y al hielo que habían quedado tras una de las ruedas delanteras-. Me parece que este trasto necesita ruedas nuevas. ¿Qué quieres, té, café o chocolate?
Myriam pidió café y rechazó una ración de tarta de manzana. Víctor la miró por encima del borde de su taza cuando se la llevó a los labios. Luego dijo:
-Bueno, dime, ¿qué es lo que te propones? ¿Cómo ha ocurrido todo esto?
Myriam suspiró.
-Yo no he tratado de convencer a tu abuela de nada, si es eso lo que piensas. Ella ocupó una de las mesas que estaba sirviendo yo al mediodía, en mi último turno, justo antes de cerrar por las vacaciones de Navidad.
Myriam esperó a que Víctor le preguntara si iba a viajar durante las vacaciones, pero él no lo hizo.
-Está bien, te diré exactamente cómo ocurrió -dijo Myriam-. La señora Mendez se marchó porque tenía una cita y tu abuela se quedó un poco más para terminarse el café. Yo fui a retirar los platos del postre, tu abuela me felicitó la Navidad y luego se levantó para marcharse, y entonces empezó a perder el equilibrio. Yo la ayudé a sentarse otra vez en la silla y le dije que iba a llamar al médico, pero ella me contestó que no lo hiciera. Después, cuando se encontró mejor, me pidió que la acompañara hasta su coche. Cuando me di cuenta de que tu abuela tenía intención de conducir hasta su casa, yo le ofrecí buscarle un taxi y...
-¿Y ella te ofreció trabajo? ¿Así se sencillo?
-No, no en ese momento, sino unos diez minutos más tarde -respondió Myriam.
-¿Por qué?
-Pregúntaselo a ella. ¿Cómo voy a saber yo por qué me ofreció trabajo?
-Lo haré. Pero lo que realmente quiero saber es por qué has aceptado.
-Porque necesito un trabajo...
-Pero ¿por qué necesitas un trabajo? Eras un genio de las Matemáticas. ¿Por qué no eres consejera de finanzas de una gran empresa?
Los planes que Myriam tenía, todos sus sueños... Había creído ser capaz de sobrellevar bien el sentimiento de pérdida, la espera. Pero cuando Víctor le hizo esa pregunta se dio cuenta de lo mucho que aún le dolía pensar en ello.
-¿Te pillaron con las manos en la caja registradora?
Myriam lanzó chispas por los ojos.
-No. Aún estoy aquí porque tuve que dejar los estudios durante un tiempo. Aún me queda un semestre para licenciarme.
Víctor se quedó inmóvil.
-¿Por qué, Myriam?
-¿A ti qué más te da? Ya ha pasado mucho tiempo -Myriam se mordió el labio inferior-. Aún estoy aquí porque a mi padre le diagnosticaron cáncer y tuve que dejar los estudios para cuidarlo durante el último año de su vida. Perdí la beca porque a los que las concedían no les gustó que dejara los estudios a mitad de curso. Trabajé durante una temporada y ahorré el dinero suficiente para volver, y estaba recuperándome cuando, de repente, contraje neumonía y estuve convaleciente durante meses. Tuve que dejar los estudios otra vez.
Víctor parecía esperar algo más. Por fin, cuando el silencio se hizo demasiado espeso, él dijo:
-Vaya una racha de mala suerte.
¿Había segundas intenciones en sus palabras? Myriam se dio cuenta de que no tenía sentido analizarlas.
-Sí, así es.
-Sin embargo, parece típico de ti. También dejaste la clase de cálculo.
-Vaya, lo notaste, ¿eh? -dijo Myriam en tono burlón-. Me sorprende que lo notaras.
-Maldita sea, Myriam. Intenté hablar contigo, pero tú te negaste a escucharme. No me permitiste pedirte disculpas. Y luego, cuando quise darme cuenta, te habías marchado...
-¿Y de qué te habrías disculpado? Supongo que de no haber hecho el amor.
-No, no de eso -admitió Víctor.
-Entonces, ¿de qué? ¿De que te pillaran? ¿De asegurarte de que toda la clase se enterara de que habías ganado la apuesta? -Myriam vio curiosidad en los ojos de él. Respiró profundamente y se dijo a sí misma que ya no tenía importancia. Lo último que quería en el mundo era que Víctor pensara que le importaba-. Pasamos una noche juntos, Víctor, nada extraordinario. Yo, por supuesto, era mucho más inocente que tú por aquel entonces y me disgustó mucho que le hubieras contado a todos los de la clase que me había acostado contigo...
-Yo no se lo dije.
-¿No? ¿En serio? En ese caso, ¿cómo se enteraron? No recuerdo que nos estuvieran espiando.
Los labios de él esbozaron una sonrisa ladeada.
-Myriam, aquella noche podría haber pasado una banda de música a la habitación y tú no te habrías enterado.
A Myriam le subió un intenso calor por el rostro.
-Da igual, es agua pasada. No tiene, sentido hablar de lo que ocurrió hace años. Creo que lo que me habías preguntado era por qué necesitaba un trabajo. En estos momentos, mi situación económica es sumamente precaria y, por lo tanto...
-¿No ganarías más haciendo otro tipo de trabajo? Trabajar en la unión de estudiantes...
-Es posible. Pero servir mesas no se paga tan mal. La mayoría de los clientes son alumnos y las propinas suelen ser generosas. Además, el horario es muy flexible y, trabajando ahí, no tengo que perder tiempo en transporte. Puedo trabajar una hora aquí y otra en otro momento, entre clase y clase. Si tuviera que ir a la otra punta de la ciudad a trabajar, al final no ganaría más, a pesar de que el trabajo estuviera mejor pagado.
-Ya, por lo que tardarías en llegar al trabajo; sobre todo, teniendo en cuenta que no tienes coche. Pero...
-Es difícil pagar la universidad y las cuentas médicas al mismo tiempo. La neumonía no es una enfermedad barata, y me quedé sin seguro médico cuando murió mi padre.
-Quizá con un consejero financiero...
-Ya estamos otra vez, tú y tu manía de resolver los problemas de los demás. No me cabe duda de que a tu consejero financiero le daría un ataque de risa si me presentara en su despacho, porque lo que suelo tener en mi haber son cincuenta dólares como mucho -Myriam estaba lo suficientemente irritada como para no pensar en lo que estaba revelando-. Había ahorrado lo suficiente para sobrevivir dos semanas sin trabajo, pero anoche me robaron el único dinero que tenía.
Víctor arqueó las cejas.
-¿Estás bien?
-Sí, claro que estoy bien. No, no me robaron apuntándome con una pistola. Tenía el dinero en mi habitación pero, al parecer, no elegí un escondite muy seguro -Myriam sabía que daba la impresión de estar amargada y, probablemente, de ser algo tonta también.
Esperaba que Víctor se lo dijera, pero él no lo hizo.
-¿Has llamado a la policía?
-No. No serviría de nada. Eran billetes y no hay forma de que demuestre que un billete de veinte dólares en concreto era mío y no del que lo tenga. Además, si no me equivoco, la persona que lo ha robado es alguien que vive en la casa...
-¿Quieres decir que se trata de alguien con quien tienes trato?
¿Por qué le estaba contando a Víctor todo aquello?
-No tenemos mucho trato -dijo Myriam con cierta desgana-. No es una casa compartida, sino una pensión. Hay siete habitaciones individuales, compartimos cocina y cuarto de baño. Si fuera a la policía a denunciar el robo, la situación en la casa se volvería muy tensa.
Víctor asintió.
-Siempre has sido muy práctica.
-No tienes por qué decirlo como si se tratara de una enfermedad. Hay veces que ninguna alternativa posible es buena, Víctor. Uno hace lo que puede, eso es todo.
El no contestó, pero apartó el plato que tenía su porción de tarta con gesto de haber perdido el apetito.
Sorprendida, Myriam continuó:
-En fin, volviendo a lo que estábamos hablando, tu abuela me sonsacó hasta que le dije, más o menos, lo que te he dicho a ti. Y entonces fue cuando...
-Cuando se inventó un trabajo.
-¿Quieres decir que lo ha hecho sin necesitarlo? No lo creo. Si tu abuela se va a marchar de esa casa, necesita ayuda. A menos que tengas pensado ayudarla tú. Víctor tembló y Myriam continuó con voz fría -Sí, no me sorprende. Estás demasiado ocupado ¿verdad?
-Contrataré a gente para que la ayude.
-Tu abuela no necesita gente, me necesita a mí.
-Puede que eso sea lo que ella cree... en este momento.
-¿Y qué quieres decir con esa? Si estás pensando en desacreditarme delante de ella contándole lo que ocurrió hace años, te sugiero que lo pienses bien, porque tú no saldrías bien parado precisamente. Además, alguien tiene que hacer ese trabajo, ¿por qué no puedo ser yo?
-¿Cuánto tiempo crees que va a llevarte?
-Tengo dos semanas libres hasta que vuelvan a empezar las clases.
-¿Y crees que ese trabajo va a durar dos semanas sólo? ¿Vas a dejarla en medio de...?
-No voy a dejar nada. En mi opinión, dos semanas le darán a Sofia el tiempo suficiente para darse cuenta de que está demasiado encariñada con esa casa y decidirá no marcharse, o se cansará de ordenarlo todo y lo pondrá en subasta con el fin de acabar cuanto antes.
Víctor se quedó mirándola como si la viera por primera vez.
-Y entretanto, tú vas a dejar que te pague por entretenerla, ¿no?
-Yo me voy a limitar a hacer lo que ella me mande. ¿Sabes una cosa? No sería mala idea que tú hicieras lo mismo. Me refiero a lo de entretenerla, en vez de pasarte el tiempo llevándole la contraria y discutiendo con ella -Myriam miró su reloj-. No quiero meterte prisa, Víctor, pero tengo cosas que hacer. Y como no has puesto el grito en el cielo, voy a suponer que he pasado el examen de conducir.
-Aún no hemos vuelto a la casa. Y no tengo ganas de volver a ese coche, tenía la impresión de que iba dentro de un bote de tomate.
-Bueno, yo no tengo la culpa de que el coche de tu abuela sea un utilitario. Si tan acostumbrado estás al Jaguar que he visto aparcado delante de la casa...
-Ni lo sueñes, no voy a permitirte conducir ese coche. Cómprale ruedas nuevas inmediatamente, ¿de acuerdo? Y pásame la cuenta -Víctor se levantó y sacó su monedero.
Myriam se quedó muy quieta, con la taza de té en ambas manos.
-Entonces, ¿ya no hay más objeciones?
-Sí, las hay. Pero como mi abuela parece decidida, voy a posponerlas.
Al menos había dejado de amenazarla.
-De acuerdo.
Una vez de vuelta en el coche, Myriam encendió la radio y tarareó los villancicos mientras conducía. Pensó que Víctor parecía a punto de estallar.
-¿Qué te pasa? -le preguntó ella por fin-. ¿No te gustan los villancicos?
-No me gustan los villancicos que tocan con acordeón y banjo. ¿Qué emisora es ésa?
-No sé, era la emisora que estaba puesta. ¿Por qué no tiene tu abuela un árbol de Navidad?
-Por tradición. Se pone justo una semana antes del día de Navidad.
Myriam calculó.
-Mañana.
-Que disfrutes con tu trabajo -dijo Víctor-. Yo ayudaría, pero tengo que asistir a la inauguración de mi nueva tienda Twin Cities.
-Ah, por eso estás aquí -Myriam aparcó el coche de Sofia detrás del Jaguar.
-La fiesta de inauguración va a durar todo el fin de semana -Víctor rodeó el coche y le abrió la puerta-. ¿No vas a entrar en la casa?
-No, sólo he venido a dejarte.
-Espera, ¿es que piensas llevarte el coche de mi abuela?
-Me dijo que podía hacerlo.
-Así que piensas utilizar su coche, ¿eh? ¿Y de qué más la has convencido?
-De nada. Sólo voy a tomar prestado su coche hoy, para traer mis cosas, para el traslado.
Antes de que a Víctor le diera tiempo a abrir la boca, Myriam se fue.
Los escalones de la entrada de la casa estaban aún bajo quince centímetros de nieve, aunque los inquilinos de la pensión habían abierto un camino al entrar y salir. La casera estaba en el vestíbulo discutiendo con uno de los inquilinos con el que tenía un trato: limpiar la nieve de la escalinata y del camino de la entrada a cambio de una rebaja en el precio de su habitación.
Myriam abrió la puerta con su llave y luego se aclaró la garganta.
La casera volvió la cabeza.
-¿Qué quiere?
Myriam titubeó. No era buena idea anunciar que su habitación iba a estar vacía durante dos semanas, pero tampoco podía desaparecer todo ese tiempo sin decírselo a la casera.
-Sólo quería avisarla de que voy a estar algún tiempo fuera.
La mujer le lanzó una mirada sospechosa.
-¿Cuánto tiempo? ¿Me va a pagar enero por adelantado?
Myriam no podía pagar por adelantado aunque quisiera.
-Le pagaré enero en enero -respondió Myriam con firmeza-. Igual que hago todos los meses.
La puerta de entrada volvió a abrirse y Myriam vio los ojos de la casera abrirse desmesuradamente al ver al recién llegado. Myriam se volvió para ver de quién se trataba... y se le encogió el corazón.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 3
VICTOR se limpió los pies en el felpudo y paseó la mirada por el mal alumbrado vestíbulo de la casa de huéspedes. El papel de las paredes estaba despegado en algunas partes, el cristal de la puerta tintineó al cerrarla, la madera del piso crujió bajo sus pies y olía a palomitas de maíz quemadas.
Myriam lo miró.
-Qué sorpresa verte aquí. Supongo que Sofia te ha dado la dirección.
-Me ha enviado aquí para ayudarte a hacer el traslado con el fin de que te dé tiempo a cenar con nosotros.
La casera dejó de protestar.
-¿Ha dicho traslado?
-No voy a dejar mi habitación -dijo Myriam-. Sólo voy a llevarme lo necesario para pasar un par de semanas fuera.
La casera cruzó los brazos sobre sus grandes pechos.
-Si quiere que le guarde la habitación tendrá que pagarme enero por adelantado. De lo contrario, ¿cómo voy a estar segura de que va a volver?
Víctor se interpuso entre Myriam y la casera.
-Fiándose de ella. Usted va a estar segura de que ella va a volver por el mismo motivo que ella va a estar segura de que usted no va a entrar en su habitación y le va a tirar el resto de sus pertenencias a la calle en el momento en que salga de aquí.
La casera lo miró como hubiera mirado a un insecto y dijo:
-Y no espere que le devuelva la fianza si deja su habitación, porque he visto que hay un agujero en la pared.
La casera se apartó de ellos y fue a continuar su discusión con el otro huésped.
-Hogar, dulce hogar -dijo Myriam-. Cuando me vine a vivir aquí ya había un agujero en la pared.
Con curiosidad, Víctor le preguntó:
-¿Por qué aguantas esto?
-Porque no va a ser por mucho tiempo y porque vivir en plan barato ahora significa que no tendré demasiadas deudas cuando consiga la licenciatura.
-No es posible que quieras volver después de haber sido víctima de un robo.
-Eso no tiene importancia -Myriam empujó una de las puertas corredizas. La puerta se atascó y ella tuvo que darle otro empujón.
A Víctor empezó a parecerle que Myriam era una experta en salir de situaciones difíciles y en seguir adelante. Cuidar de un padre enfermo, sufrir neumonía...
No cabía duda de que Myriam había pasado una racha de mala suerte, pero Víctor no podía dejar de preguntarse si no habría algo más que ella no le había contado.
Víctor la siguió al interior de la habitación. Myriam encendió todas las lámparas. Él se fijó en el pequeño árbol de Navidad que había en el dintel de la chimenea y cuyas ramas se vencían bajo el peso de cinco adornos.
¡No, no quería sentir compasión por ella! Pero así era.
-Tú recoge las cosas, que yo las llevaré al coche -dijo Víctor.
Myriam volvió de su tercer viaje al coche y, arqueando las cejas, clavó los ojos en una caja de plástico medio vacía.
-¿Qué pasa?
-Estoy decidiendo qué más llevarme -respondió Myriam.
Víctor miró a su alrededor con expresión de no comprender de qué estaba hablando ella.
Myriam, no obstante, reconoció que Víctor tenía valor. No había hecho ningún comentario negativo del lugar, de las pertenencias de ella o de su escasez, ni de que lo hubiera metido todo en cajas de plástico en vez de en bolsas de cuero, como debía de hacer la gente que Víctor conocía.
-Además de la ropa, ¿qué más vas a necesitar?
-Libros. Aunque no sé si voy a tener tiempo para empezar a prepararme las clases del próximo semestre.
-¿El que vas a empezar en enero? ¿Ya tienes los libros que vas a necesitar?
-Algunos. Me resulta más fácil comprarlos uno cada mes y no todos de golpe.
Víctor parecía perplejo, como si jamás hubiera pensado en algo así.
La expresión de él no dejaba lugar a dudas de que Víctor jamás había tenido que hacer economías para comprar sus libros de texto, pensó ella.
-Es parecido a meter dinero en una cuenta de ahorros -dijo Myriam-. Me refiero a comprar por adelantado lo que se va a necesitar en el futuro.
-Es decir, que si hubieras invertido todo el dinero que tenías en libros de Matemáticas en vez de dejarlo por aquí encima no se te habría presentado ningún problema.
-No lo había dejado por aquí encima, lo tenía guardado, escondido -«aunque el escondite no era bueno», pensó ella-. Y si hubiera comprado todos los libros que voy a necesitar seguiría teniendo el problema de qué iba a comer durante las dos, próximas semanas.
-Hablando de comida -dijo Víctor-, Janet va a preparar cortes de carne para cenar y a mí me gusta término medio. Así que... ¿te importaría aligerar?
A Myriam le rugió el estómago al oír mencionar un corte de carne término medio. Aunque le daba igual medio cocido o muy cocido. De cualquier forma, un corte de carne le parecía una maravilla. Delicioso.
-Venga, agarra todo lo que te sirva y vámonos.
-¿Todo? -dijo ella dubitativa.
-Claro. Eso es lo que te preocupa, ¿no? Te estás preguntando si los vándalos que viven aquí van a entrar en tu habitación a examinar lo que has dejado y, si no les sirve de nada, puede que lo destrocen, ¿no es eso?
Myriam no discutió porque eso era exactamente lo que había estado pensando. También era el motivo de su reluctancia a decirle a la casera que iba a estar fuera durante un par de semanas. Si se corría la voz, no habría garantía de nada.
Sin embargo, el hecho de que Víctor se enterase de las miserias de su vida le hirió el amor propio.
Víctor se acercó al dintel de la chimenea y agarró un libro de Ciencia Política.
-¿Qué asignaturas vas a estudiar el próximo semestre?
Víctor estaba tratando de charlar con el fin de hacer que la situación resultara menos incómoda. De tener sentido común, pensó Myriam, ella le estaría agradecida. Sin embargo, se estaba enfadando, a pesar de no tener motivos para ello.
Myriam agarró un par de bolsas con libros y dijo con voz inexpresiva:
-Contabilidad, Auditoría, Sistemas de Información, Programación de bases de datos...
-¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿Escribes códigos para el cálculo de impuestos del gobierno?
-Podría hacerlo -respondió Myriam con calma-. Es más, lo he hecho. No el software del gobierno, sino un ejemplo para una pequeña empresa. Lo hice el año pasado, un trabajo para una asignatura.
Myriam sacó una caja de debajo de la cama.
Víctor se pasó la mano por la nuca.
-Por curiosidad, ¿las palabras «pizza» y «cine» significan algo para ti? Y, por favor, no olvides que no estoy hablando de algo tan sofisticado como ir a un partido de baloncesto o un baile.
Myriam se encogió de hombros.
-No tengo tiempo ni dinero para semejantes entretenimientos.
-Todo el mundo necesita divertirse de vez en cuando. Y no me digas que ninguno de esos chicos que merodeaban anoche por la recepción te invitaría a una pizza. Dime, ¿no es eso un edredón muy viejo?
-Felicidades, lo has adivinado -Lisa empezó a empujar la caja-. Nadie va a robarlo.
-¿Qué es? -Víctor le quitó la caja de las manos-. Si es antiguo, puede que alguien se lo lleve. Mejor será no dejarlo aquí.
-Sofia ya tiene suficientes cosas viejas como para que yo lleve más.
-La habitación de huéspedes es muy grande. Mi abuela y Janet deben de estarla preparando en estos momentos, con adornos incluidos para darle un ambiente hogareño. Ya sabes, toallas con perfume, flores, bata y zapatillas, bombones encima de la almohada...
Myriam paseó la mirada por su habitación.
-Sí, como en casa -dijo ella en tono burlón-. Y por si me estás diciendo esto para subrayar que se supone que voy a ir para ayudar a tu abuela, no para darle más trabajo...
-Reconozco que se me ha pasado por la cabeza.
-Sí, y yo ya me siento culpable por estar aquí en vez de ayudándola. Y tú también deberías sentirte culpable por permitirles que enceren el suelo -Myriam sacó su único vestido bueno del armario y lo dobló con cuidado antes de ponerlo encima de una caja-. ¿Y por qué no estás ocupando tú la habitación de huéspedes?
-Porque es para los huéspedes -contestó Víctor con un suspiro de paciencia-. Yo tengo mi propia habitación en el ático. La tengo desde que era niño y venía a pasar las vacaciones de verano.
-¿Todos los años? ¿Y todo el verano?
-Sí.
-¿Y te puso en el ático?
-Me gustaba. Era mejor que estar en casa -entonces, como si se hubiera dado cuenta demasiado tarde de lo que acababa de decir, Víctor le quitó la caja de las manos y salió con ella.
Quizá la vida de Víctor no hubiera sido tan privilegiada, pensó Myriam. Bueno, podía pensar en ello alguna noche en la que no pudiera conciliar el sueño.
Ella agarró otra caja y lo siguió hasta el Jaguar.
Los escalones aún tenían nieve, pero el huésped que tenía que limpiarlos ya estaba retirando nieve de la entrada con una pala.
-Buen ejercicio -comentó Víctor al pasar-. Ese movimiento repetitivo desarrolla los bíceps... y los bíceps se llevan a las chicas.
El huésped alzó los ojos al cielo.
-¿Quiere hacerlo usted?
-No, de ninguna manera -dijo Víctor en tono cordial-. Yo ya tengo todas las chicas que quiero.
El otro hombre miró a Myriam como si no la conociera. Y quizá no la conociera, pensó ella; desde luego, había hecho todo lo posible por pasar desapercibida.
Cuando volvieron al interior de la casa, la casera estaba asomada a la habitación de Myriam con expresión sospechosa.
-A juzgar por las apariencias, diría que se está trasladando -dijo la casera en tono acusatorio.
Myriam se tragó una mala contestación y decidió ignorar el comentario.
«Dos semanas fuera de este lugar», pensó Myriam con satisfacción.
Era sorprendente la cantidad de cosas que una mujer creía necesitar para pasar dos semanas fuera de casa, pensó Víctor. De acuerdo, él era responsable por haber mencionado el tema de la seguridad, pero el resto había sido idea de ella. Les había llevado mucho más tiempo del que él había pensado cargar el coche con las cosas de Myriam; y cuando entró en casa de su abuela con la primera de las cajas, lo recibió el aroma a carne asada y a pan recién hecho. En el piso de arriba, la habitación de huéspedes estaba reluciente, con bata y zapatillas incluidas.
-No hay bombones en la almohada -dijo Myriam-. Ni flores recién cortadas.
Víctor parpadeó. ¿Cómo se atrevía a quejarse?
Entonces vio la expresión de sorpresa en los ojos de ella al mirar a su alrededor y él mismo se detuvo a considerar las diferencias entre la habitación de huéspedes de su abuela y el oscuro agujero en el que Myriam vivía. Incluso en un frío y oscuro día de invierno aquella habitación era luminosa y acogedora, mientras que el cuarto de Myriam en la casa de huéspedes no lo sería ni en un radiante día de verano.
De hecho, lo único que no era colorido en esa habitación era la propia Myriam. Aún llevaba la camisa blanca y los pantalones negros del uniforme de camarera, aunque se había quitado. la corbata. Incluso su cabello carecía de lustre. Era como si Myriam estuviera cansada de la cabeza a los pies.
-Bueno, el jardín está cubierto de nieve y tú tenías el coche, por eso mi abuela no ha podido traerte flores. Supongo que tendrás que resignarte.
-Sólo estaba... -Myriam sacudió la cabeza-. Estaba bromeando. Esta habitación es espectacular. Esas cortinas deben de ser las que tu abuela no sabe si llevar al tinte o cambiar.
Víctor notó la nota de incredulidad en su voz.
-Sí, supongo que son ésas. Creo que mencionó la habitación de huéspedes, pero a mí me parece que están bien.
Myriam suspiró.
-Sí, a mí también. En realidad, me parece que están estupendas.
-Bueno, voy a ir por más cosas -Víctor se detuvo en la puerta-. Creo que sería mejor que te cambiaras de ropa para cenar. Me parece que tenemos cena de gala hoy, así que habrá que vestirse para la ocasión.
Cuando Víctor acabó de subir las pertenencias de Myriam, ella estaba en el baño. Después de colocar todas las cajas a lo largo de una pared de la habitación,
Víctor subió al ático para cambiarse de camisa y luego descendió al piso bajo.
Janet y su abuela habían engalanado el comedor. La cubertería era la más pesada que tenían y de plata, y un frutero también de plata adornaba el centro de la mesa con naranjas, manzanas y kiwis.
Sofia estaba sentada en un sillón de terciopelo en el cuarto de estar, al lado de la chimenea encendida. Llevaba algo de color violeta y un collar de perlas adornaba su cuello.
-Hola, abuela.
-Hola, querido. ¿Ya has traído todas las cosas de Myriam?
-Sí -la pregunta de su abuela lo dejó algo inquieto. «Todas las cosas de Myriam...»-. Todo lo que va a necesitar las dos semanas que va a pasar aquí. No esperas que esté más de dos semanas, ¿verdad?
-¿Cómo va a estar aquí más de dos semanas si ni yo misma voy a hacerlo, Víctor?
A su abuela le brillaban los ojos más que de costumbre y Víctor se preguntó si no estaría pensando en el traslado, incluso conteniendo las lágrimas. Quizá Myriam tuviera razón y su abuela ya estaba arrepintiéndose de su decisión.
-¿Quieres que te sirva un jerez?
Su abuela sonrió.
-Sí, gracias, querido.
Estaba sirviéndoselo cuando oyó el crujido de uno de los escalones de la escalinata. Era el tercero empezando desde abajo, lo recordaba muy bien.
Sirvió un segundo jerez. Quizá no fuera la bebida que Myriam elegiría, pero si iba a pasar un par de semanas en casa de su abuela sería mejor que se acostumbrara al ritual del jerez.
Víctor se volvió y, de repente, por la puerta abierta, la vio quieta al pie de las escaleras con una mano en la barandilla... Y él se quedó atónito.
El vestido de Myriam no tenía nada de especial y apostaba a que había salido de la ropa amontonada en unos almacenes en rebajas. Pero el color era entre verde y azul y, en conjunto, era especial. Myriam ya no parecía salida de una vieja foto de color sepia, estaba radiante y deslumbrante.
Suaves y elegantes curvas cubiertas por el tejido del vestido. Suaves y elegantes curvas que no habían estado ahí, donde estaban ahora, seis años atrás. De lo contrario, las recordaría igual que recordaba la forma como Myriam había cobrado vida cuando él la había besado... la forma como Myriam había prendido fuego en él...
«Tú tampoco habrías oído una banda de música, Garcia».
Víctor debió de haber emitido algún tipo de sonido, porque su abuela se volvió hacia él y le dijo:
-Cielos, Víctor, creía que te estabas ahogando.
«No, abuela, sólo estoy babeando, lo mismo que esos tipos arremolinándose alrededor del guardarropas».
Víctor le dio la copa de jerez a su abuela y ofreció otra a Myriam.
-¿Te apetece un jerez, Myriam?
-Sí, gracias.
Sus dedos se rozaron cuando Myriam agarró la copa que él le ofrecía y Víctor sintió un movimiento en su cuerpo, algo parecido a un terremoto. Myriam ni siquiera le sonreía, pero las luces de la estancia se le antojaron demasiado tenues en comparación.
Esa mujer era peligrosa, pensó Víctor. Siempre lo había sido. Y si tenía una pizca de sentido común, no lo olvidaría.
La tienda de deportes Maximum Sports llevaba abierta unas semanas, pero la inauguración oficial se había retrasado hasta ese fin de semana.
La tienda tenía paredes para escalar y Víctor hizo una demostración subiendo una pared que él mismo había diseñado inspirándose en una montaña que había escalado el año anterior en Perú.
Tras veinte minutos de demostración, bajó entre los aplausos del público y vio a su abuela charlando con el tipo que había estado manejando las cuerdas de seguridad. Era muy musculoso y parecía un levantador de pesas.
-Cuando era pequeño, nos resultaba casi imposible hacer que se quedara en el suelo -estaba diciendo Sofia-. Se salió por primera vez de la cuna a los diez meses y se subió a las estanterías de la biblioteca cuando tenía sólo dos años. Y una vez trató de volar saltando del techo del garaje con dos cometas, una en cada mano.
-Aquella vez sí que aprendí la lección -dijo Víctor.
-¿Construiste cometas más grandes? -preguntó Myriam, que acompañaba a Sofia a la inauguración, en tono burlón.
Víctor se secó la frente con una toalla.
-¿Has visto toda la demostración?
-Lo suficiente -contestó ella-. ¿Eso es lo que haces tú para divertirte?
-Prefiero escalar montañas de verdad, sin la seguridad de las cuerdas. Pero como Minneapolis está en llano, no me queda más remedio que conformarme con esto. Supongo que tu reacción significa que no quieres probar.
-En eso no te equivocas. Prefiero la contabilidad, gracias.
-Mejor, porque hay una larga lista de gente que quiere escalar la pared. Dime, abuela, ¿dónde te habías metido? No te había visto hasta ahora. Creía que ibas a venir a primera hora de la mañana.
-Estábamos ocupadas con el árbol de Navidad.
Víctor frunció el ceño.
-¿Por qué no me habéis esperado para ponerlo?
-Lo dices como si fueras un niño de seis años desilusionado. Pero no te preocupes, no hemos puesto el árbol, estábamos buscando uno -dijo su abuela.
-¿Qué pasa con el que ponemos todos los años?
-He decidido poner uno de verdad, no de plástico. Siempre me han gustado, pero Janet decía que podían prenderse fuego. Sin embargo, este año he decidido salirme con la mía y comprar uno... Pero no te haces idea de lo difícil que es encontrar un árbol de buen tamaño.
-Ya. Es natural, ya que lo has dejado hasta última hora -dijo Víctor.
-Bueno, ¿cuándo vas a venir a casa? Necesitamos un hombre para sujetarlo.
-¿Pero no acabas de decir que no han conseguido encontrar un árbol?
-No, he dicho que es difícil. Es decir, más difícil de lo que yo suponía. Creo que hemos mirado en todas las tiendas de esta parte de la ciudad -dijo su abuela con orgullo-. Estaba a punto de sugerir que fuéramos al campo a comprarlo cuando, por fin, hemos encontrado lo que andábamos buscando. Me parece que vamos a tener que sujetarlo entré todos, de tan grande que es.
Víctor lanzó una rápida mirada a Myriam, que parecía estar examinando el conjunto de cuerdas y demás equipo para escalar. Tenía cara de culpabilidad.
-¿Cómo es de grande el árbol?
-Supongo que vamos a necesitar todos los adornos que encontremos en la casa para decorarlo -respondió su abuela-. Lo que me parece estupendo, ya que cuando lo quitemos después de la Navidad podré ordenar todos los adornos y meterlos en cajas distintas, una para cada miembro de la familia con recuerdos que tengan especial interés para cada uno. Por lo menos hay doce adornos de Navidad que tú hiciste en el colegio y que solías mandarme. ¿No te acuerdas?
-He hecho lo posible por olvidarlo. ¿Cómo habéis llevado el árbol a casa? ¿En la baca del coche?
Myriam cambió de posición.
-Bueno, creo que es precisamente de eso de lo que tenemos que hablar.
Víctor lanzó un gruñido.
-Queréis que me encargue yo de ello, ¿verdad? Está bien, ¿dónde está el árbol?
Myriam pareció vacilante.
-¿Estás ofreciéndote para ir a recogerlo en el Jaguar?
-Por supuesto que no. En la tienda tenemos camiones.
Myriam miró a su alrededor.
-Al ritmo que la gente está comprando equipo de gimnasia, puede que logremos que nos envíen el árbol para Año Nuevo.
-Yo soy el jefe, harán lo que les diga.
-Y se te da muy bien dar órdenes -dijo su abuela con una sonrisa-. De cualquier modo, no te preocupes por el árbol, nosotras ya lo tenemos todo pensado. Y ahora, Myriam, vamos a dejarle para que siga con su trabajo, dando órdenes.
-Las acompañaré a la salida -dijo él-. Después de esa escalada, no me va a venir mal un poco de aire fresco.
Había mucha gente en la tienda, lo que les dificultó el paso. Sofia se rezagó un momento para mirar en la sección de calcetines; luego, los adelantó y se apresuró a las cajas registradoras con algo en las manos.
Por fin llegaron a la puerta y Víctor se apoyó en uno de los pilares de granito, justo delante de las puertas principales. Una mujer muy joven que iba hacia la tienda desde el estacionamiento lo vio, se pasó una mano por el cabello, pestañeó y se dirigió directamente hacia él.
-Empiezan desde muy jóvenes, ¿eh? -murmuró Myriam, que se apoyó en el mismo pilar que él, a su lado.
La joven enrojeció al instante y cambió de dirección, hacia la zona de equipo para acampar.
-¿Cómo lo has hecho? -preguntó Víctor.
-Lo único que he hecho ha sido mirarla. Pero creo que se ha acobardado cuando la has mirado tú, echando chispas por los ojos. Bueno, Víctor, volviendo a lo del árbol de Navidad... -Myriam suspiró-. Creo que Sofia vio mi arbolito ayer cuando lo subiste tú al cuarto de huéspedes. Estaba encima de una de las cajas de plástico y creo que fue eso lo que le hizo pensar.
-Sí, claro, entiendo.
-Así que, si quieres echarme a mí la culpa, adelante, tienes motivos para hacerlo -dijo Myriam.
-Qué más da. Son las últimas navidades de mi abuela en esa casa, deberíamos hacer todo lo que ella quiera -dijo Víctor.
Su abuela se les acercó en ese momento, mostrándoles con gesto triunfal una bolsa de los almacenes, con un pingüino de logotipo.
Víctor le abrió la puerta y la sujetó para que su abuela saliera.
Myriam le lanzó una mirada.
-Me alegra que pienses así.
Víctor sintió un repentino escozor en la piel... y no por el frío. Había algo en el tono de Myriam...
Paseó la mirada por el estacionamiento en busca de un utilitario rojo y parpadeó al ver a su abuela detenerse delante de un vehículo muy diferente. Un enorme vehículo de tracción a cuatro ruedas de color verde oscuro. Y encima del coche, bien atado con cuerdas...
No era el pino más alto que había visto, pero sí el más largo en posición horizontal. Al menos, eso le pareció. Pero los ojos se le estaban congelando por el gélido viento, así que no estaba seguro de lo que veía.
-Abuela, ¿qué es esto?
Su abuela sonrió.
-¿Verdad que está muy bien? Myriam, ¿tienes las llaves? Voy a poner esta bolsa en la parte de atrás.
-Abuela, es un SUV -dijo Víctor con voz débil-. ¿Has comprado un SUV sólo para llevar el árbol a casa?
-No, claro que no -respondió su abuela indignada.
Víctor lanzó un suspiro de alivio. Su abuela debía de haber alquilado ese vehículo, o quizá se lo hubiera pedido prestado a algún vecino. Sí, eso tenía mucho más sentido que comprarlo.
-Aquí cabrán un montón de cosas cuando hagamos el traslado -dijo su abuela-. A Myriam le habría costado mucho meter y sacar cajas con cosas del otro coche, demasiado pequeño. Así que he decidido facilitarle el trabajo.
Víctor se quedó boquiabierto.
-Además -continuó su abuela-, el vendedor, un hombre muy simpático, me ha dado mucho más dinero por el coche viejo del que tú imaginabas que me darían. Así que he hecho un buen negocio. Y tú le habías dicho a Myriam que comprara ruedas nuevas...
-¡Maldita sea, Myriam! ¿Por qué le dijiste lo de las ruedas? -exclamó Víctor con indignación.
-Tú no me dijiste que no lo hiciera -respondió ella en tono defensivo-. Y yo creía que si se daba cuenta de que estabas pensando en ella...
Víctor no encontró palabras para contestar.
Sofía dijo:
-Creías que iba a rechazar el regalo si me enteraba, ¿verdad? Pero Myriam me convenció de que debería dejarte facilitarme las cosas -Sofía abrió la puerta contigua a la del conductor para enseñarle el interior del vehículo-. ¿No te parece estupendo? Myriam, no se te olvide pasarle la cuenta.
Sofía se subió a su SUV y cerró la portezuela.
-¿La cuenta? ¿Se supone que yo...?
Myriam lo miró con un brillo en los ojos que, de repente, le hizo querer estrangularla. Luego la vio sacar un papel del bolsillo de su abrigo y se lo tendió.
-Mi abuela debe de ser la única persona en el mundo que confunde un cambio de cuatro ruedas con un cambio de coche -murmuró Víctor.
-No olvides que has dicho que no eres tú el tacaño -le recordó. Myriam-. Bueno, ahora tienes la oportunidad de demostrarlo. Además, a partir de este momento, cuando te montes conmigo en el coche, no volverás a sentirte como si estuvieras dentro de un bote de tomate.
VICTOR se limpió los pies en el felpudo y paseó la mirada por el mal alumbrado vestíbulo de la casa de huéspedes. El papel de las paredes estaba despegado en algunas partes, el cristal de la puerta tintineó al cerrarla, la madera del piso crujió bajo sus pies y olía a palomitas de maíz quemadas.
Myriam lo miró.
-Qué sorpresa verte aquí. Supongo que Sofia te ha dado la dirección.
-Me ha enviado aquí para ayudarte a hacer el traslado con el fin de que te dé tiempo a cenar con nosotros.
La casera dejó de protestar.
-¿Ha dicho traslado?
-No voy a dejar mi habitación -dijo Myriam-. Sólo voy a llevarme lo necesario para pasar un par de semanas fuera.
La casera cruzó los brazos sobre sus grandes pechos.
-Si quiere que le guarde la habitación tendrá que pagarme enero por adelantado. De lo contrario, ¿cómo voy a estar segura de que va a volver?
Víctor se interpuso entre Myriam y la casera.
-Fiándose de ella. Usted va a estar segura de que ella va a volver por el mismo motivo que ella va a estar segura de que usted no va a entrar en su habitación y le va a tirar el resto de sus pertenencias a la calle en el momento en que salga de aquí.
La casera lo miró como hubiera mirado a un insecto y dijo:
-Y no espere que le devuelva la fianza si deja su habitación, porque he visto que hay un agujero en la pared.
La casera se apartó de ellos y fue a continuar su discusión con el otro huésped.
-Hogar, dulce hogar -dijo Myriam-. Cuando me vine a vivir aquí ya había un agujero en la pared.
Con curiosidad, Víctor le preguntó:
-¿Por qué aguantas esto?
-Porque no va a ser por mucho tiempo y porque vivir en plan barato ahora significa que no tendré demasiadas deudas cuando consiga la licenciatura.
-No es posible que quieras volver después de haber sido víctima de un robo.
-Eso no tiene importancia -Myriam empujó una de las puertas corredizas. La puerta se atascó y ella tuvo que darle otro empujón.
A Víctor empezó a parecerle que Myriam era una experta en salir de situaciones difíciles y en seguir adelante. Cuidar de un padre enfermo, sufrir neumonía...
No cabía duda de que Myriam había pasado una racha de mala suerte, pero Víctor no podía dejar de preguntarse si no habría algo más que ella no le había contado.
Víctor la siguió al interior de la habitación. Myriam encendió todas las lámparas. Él se fijó en el pequeño árbol de Navidad que había en el dintel de la chimenea y cuyas ramas se vencían bajo el peso de cinco adornos.
¡No, no quería sentir compasión por ella! Pero así era.
-Tú recoge las cosas, que yo las llevaré al coche -dijo Víctor.
Myriam volvió de su tercer viaje al coche y, arqueando las cejas, clavó los ojos en una caja de plástico medio vacía.
-¿Qué pasa?
-Estoy decidiendo qué más llevarme -respondió Myriam.
Víctor miró a su alrededor con expresión de no comprender de qué estaba hablando ella.
Myriam, no obstante, reconoció que Víctor tenía valor. No había hecho ningún comentario negativo del lugar, de las pertenencias de ella o de su escasez, ni de que lo hubiera metido todo en cajas de plástico en vez de en bolsas de cuero, como debía de hacer la gente que Víctor conocía.
-Además de la ropa, ¿qué más vas a necesitar?
-Libros. Aunque no sé si voy a tener tiempo para empezar a prepararme las clases del próximo semestre.
-¿El que vas a empezar en enero? ¿Ya tienes los libros que vas a necesitar?
-Algunos. Me resulta más fácil comprarlos uno cada mes y no todos de golpe.
Víctor parecía perplejo, como si jamás hubiera pensado en algo así.
La expresión de él no dejaba lugar a dudas de que Víctor jamás había tenido que hacer economías para comprar sus libros de texto, pensó ella.
-Es parecido a meter dinero en una cuenta de ahorros -dijo Myriam-. Me refiero a comprar por adelantado lo que se va a necesitar en el futuro.
-Es decir, que si hubieras invertido todo el dinero que tenías en libros de Matemáticas en vez de dejarlo por aquí encima no se te habría presentado ningún problema.
-No lo había dejado por aquí encima, lo tenía guardado, escondido -«aunque el escondite no era bueno», pensó ella-. Y si hubiera comprado todos los libros que voy a necesitar seguiría teniendo el problema de qué iba a comer durante las dos, próximas semanas.
-Hablando de comida -dijo Víctor-, Janet va a preparar cortes de carne para cenar y a mí me gusta término medio. Así que... ¿te importaría aligerar?
A Myriam le rugió el estómago al oír mencionar un corte de carne término medio. Aunque le daba igual medio cocido o muy cocido. De cualquier forma, un corte de carne le parecía una maravilla. Delicioso.
-Venga, agarra todo lo que te sirva y vámonos.
-¿Todo? -dijo ella dubitativa.
-Claro. Eso es lo que te preocupa, ¿no? Te estás preguntando si los vándalos que viven aquí van a entrar en tu habitación a examinar lo que has dejado y, si no les sirve de nada, puede que lo destrocen, ¿no es eso?
Myriam no discutió porque eso era exactamente lo que había estado pensando. También era el motivo de su reluctancia a decirle a la casera que iba a estar fuera durante un par de semanas. Si se corría la voz, no habría garantía de nada.
Sin embargo, el hecho de que Víctor se enterase de las miserias de su vida le hirió el amor propio.
Víctor se acercó al dintel de la chimenea y agarró un libro de Ciencia Política.
-¿Qué asignaturas vas a estudiar el próximo semestre?
Víctor estaba tratando de charlar con el fin de hacer que la situación resultara menos incómoda. De tener sentido común, pensó Myriam, ella le estaría agradecida. Sin embargo, se estaba enfadando, a pesar de no tener motivos para ello.
Myriam agarró un par de bolsas con libros y dijo con voz inexpresiva:
-Contabilidad, Auditoría, Sistemas de Información, Programación de bases de datos...
-¿Qué haces en tu tiempo libre? ¿Escribes códigos para el cálculo de impuestos del gobierno?
-Podría hacerlo -respondió Myriam con calma-. Es más, lo he hecho. No el software del gobierno, sino un ejemplo para una pequeña empresa. Lo hice el año pasado, un trabajo para una asignatura.
Myriam sacó una caja de debajo de la cama.
Víctor se pasó la mano por la nuca.
-Por curiosidad, ¿las palabras «pizza» y «cine» significan algo para ti? Y, por favor, no olvides que no estoy hablando de algo tan sofisticado como ir a un partido de baloncesto o un baile.
Myriam se encogió de hombros.
-No tengo tiempo ni dinero para semejantes entretenimientos.
-Todo el mundo necesita divertirse de vez en cuando. Y no me digas que ninguno de esos chicos que merodeaban anoche por la recepción te invitaría a una pizza. Dime, ¿no es eso un edredón muy viejo?
-Felicidades, lo has adivinado -Lisa empezó a empujar la caja-. Nadie va a robarlo.
-¿Qué es? -Víctor le quitó la caja de las manos-. Si es antiguo, puede que alguien se lo lleve. Mejor será no dejarlo aquí.
-Sofia ya tiene suficientes cosas viejas como para que yo lleve más.
-La habitación de huéspedes es muy grande. Mi abuela y Janet deben de estarla preparando en estos momentos, con adornos incluidos para darle un ambiente hogareño. Ya sabes, toallas con perfume, flores, bata y zapatillas, bombones encima de la almohada...
Myriam paseó la mirada por su habitación.
-Sí, como en casa -dijo ella en tono burlón-. Y por si me estás diciendo esto para subrayar que se supone que voy a ir para ayudar a tu abuela, no para darle más trabajo...
-Reconozco que se me ha pasado por la cabeza.
-Sí, y yo ya me siento culpable por estar aquí en vez de ayudándola. Y tú también deberías sentirte culpable por permitirles que enceren el suelo -Myriam sacó su único vestido bueno del armario y lo dobló con cuidado antes de ponerlo encima de una caja-. ¿Y por qué no estás ocupando tú la habitación de huéspedes?
-Porque es para los huéspedes -contestó Víctor con un suspiro de paciencia-. Yo tengo mi propia habitación en el ático. La tengo desde que era niño y venía a pasar las vacaciones de verano.
-¿Todos los años? ¿Y todo el verano?
-Sí.
-¿Y te puso en el ático?
-Me gustaba. Era mejor que estar en casa -entonces, como si se hubiera dado cuenta demasiado tarde de lo que acababa de decir, Víctor le quitó la caja de las manos y salió con ella.
Quizá la vida de Víctor no hubiera sido tan privilegiada, pensó Myriam. Bueno, podía pensar en ello alguna noche en la que no pudiera conciliar el sueño.
Ella agarró otra caja y lo siguió hasta el Jaguar.
Los escalones aún tenían nieve, pero el huésped que tenía que limpiarlos ya estaba retirando nieve de la entrada con una pala.
-Buen ejercicio -comentó Víctor al pasar-. Ese movimiento repetitivo desarrolla los bíceps... y los bíceps se llevan a las chicas.
El huésped alzó los ojos al cielo.
-¿Quiere hacerlo usted?
-No, de ninguna manera -dijo Víctor en tono cordial-. Yo ya tengo todas las chicas que quiero.
El otro hombre miró a Myriam como si no la conociera. Y quizá no la conociera, pensó ella; desde luego, había hecho todo lo posible por pasar desapercibida.
Cuando volvieron al interior de la casa, la casera estaba asomada a la habitación de Myriam con expresión sospechosa.
-A juzgar por las apariencias, diría que se está trasladando -dijo la casera en tono acusatorio.
Myriam se tragó una mala contestación y decidió ignorar el comentario.
«Dos semanas fuera de este lugar», pensó Myriam con satisfacción.
Era sorprendente la cantidad de cosas que una mujer creía necesitar para pasar dos semanas fuera de casa, pensó Víctor. De acuerdo, él era responsable por haber mencionado el tema de la seguridad, pero el resto había sido idea de ella. Les había llevado mucho más tiempo del que él había pensado cargar el coche con las cosas de Myriam; y cuando entró en casa de su abuela con la primera de las cajas, lo recibió el aroma a carne asada y a pan recién hecho. En el piso de arriba, la habitación de huéspedes estaba reluciente, con bata y zapatillas incluidas.
-No hay bombones en la almohada -dijo Myriam-. Ni flores recién cortadas.
Víctor parpadeó. ¿Cómo se atrevía a quejarse?
Entonces vio la expresión de sorpresa en los ojos de ella al mirar a su alrededor y él mismo se detuvo a considerar las diferencias entre la habitación de huéspedes de su abuela y el oscuro agujero en el que Myriam vivía. Incluso en un frío y oscuro día de invierno aquella habitación era luminosa y acogedora, mientras que el cuarto de Myriam en la casa de huéspedes no lo sería ni en un radiante día de verano.
De hecho, lo único que no era colorido en esa habitación era la propia Myriam. Aún llevaba la camisa blanca y los pantalones negros del uniforme de camarera, aunque se había quitado. la corbata. Incluso su cabello carecía de lustre. Era como si Myriam estuviera cansada de la cabeza a los pies.
-Bueno, el jardín está cubierto de nieve y tú tenías el coche, por eso mi abuela no ha podido traerte flores. Supongo que tendrás que resignarte.
-Sólo estaba... -Myriam sacudió la cabeza-. Estaba bromeando. Esta habitación es espectacular. Esas cortinas deben de ser las que tu abuela no sabe si llevar al tinte o cambiar.
Víctor notó la nota de incredulidad en su voz.
-Sí, supongo que son ésas. Creo que mencionó la habitación de huéspedes, pero a mí me parece que están bien.
Myriam suspiró.
-Sí, a mí también. En realidad, me parece que están estupendas.
-Bueno, voy a ir por más cosas -Víctor se detuvo en la puerta-. Creo que sería mejor que te cambiaras de ropa para cenar. Me parece que tenemos cena de gala hoy, así que habrá que vestirse para la ocasión.
Cuando Víctor acabó de subir las pertenencias de Myriam, ella estaba en el baño. Después de colocar todas las cajas a lo largo de una pared de la habitación,
Víctor subió al ático para cambiarse de camisa y luego descendió al piso bajo.
Janet y su abuela habían engalanado el comedor. La cubertería era la más pesada que tenían y de plata, y un frutero también de plata adornaba el centro de la mesa con naranjas, manzanas y kiwis.
Sofia estaba sentada en un sillón de terciopelo en el cuarto de estar, al lado de la chimenea encendida. Llevaba algo de color violeta y un collar de perlas adornaba su cuello.
-Hola, abuela.
-Hola, querido. ¿Ya has traído todas las cosas de Myriam?
-Sí -la pregunta de su abuela lo dejó algo inquieto. «Todas las cosas de Myriam...»-. Todo lo que va a necesitar las dos semanas que va a pasar aquí. No esperas que esté más de dos semanas, ¿verdad?
-¿Cómo va a estar aquí más de dos semanas si ni yo misma voy a hacerlo, Víctor?
A su abuela le brillaban los ojos más que de costumbre y Víctor se preguntó si no estaría pensando en el traslado, incluso conteniendo las lágrimas. Quizá Myriam tuviera razón y su abuela ya estaba arrepintiéndose de su decisión.
-¿Quieres que te sirva un jerez?
Su abuela sonrió.
-Sí, gracias, querido.
Estaba sirviéndoselo cuando oyó el crujido de uno de los escalones de la escalinata. Era el tercero empezando desde abajo, lo recordaba muy bien.
Sirvió un segundo jerez. Quizá no fuera la bebida que Myriam elegiría, pero si iba a pasar un par de semanas en casa de su abuela sería mejor que se acostumbrara al ritual del jerez.
Víctor se volvió y, de repente, por la puerta abierta, la vio quieta al pie de las escaleras con una mano en la barandilla... Y él se quedó atónito.
El vestido de Myriam no tenía nada de especial y apostaba a que había salido de la ropa amontonada en unos almacenes en rebajas. Pero el color era entre verde y azul y, en conjunto, era especial. Myriam ya no parecía salida de una vieja foto de color sepia, estaba radiante y deslumbrante.
Suaves y elegantes curvas cubiertas por el tejido del vestido. Suaves y elegantes curvas que no habían estado ahí, donde estaban ahora, seis años atrás. De lo contrario, las recordaría igual que recordaba la forma como Myriam había cobrado vida cuando él la había besado... la forma como Myriam había prendido fuego en él...
«Tú tampoco habrías oído una banda de música, Garcia».
Víctor debió de haber emitido algún tipo de sonido, porque su abuela se volvió hacia él y le dijo:
-Cielos, Víctor, creía que te estabas ahogando.
«No, abuela, sólo estoy babeando, lo mismo que esos tipos arremolinándose alrededor del guardarropas».
Víctor le dio la copa de jerez a su abuela y ofreció otra a Myriam.
-¿Te apetece un jerez, Myriam?
-Sí, gracias.
Sus dedos se rozaron cuando Myriam agarró la copa que él le ofrecía y Víctor sintió un movimiento en su cuerpo, algo parecido a un terremoto. Myriam ni siquiera le sonreía, pero las luces de la estancia se le antojaron demasiado tenues en comparación.
Esa mujer era peligrosa, pensó Víctor. Siempre lo había sido. Y si tenía una pizca de sentido común, no lo olvidaría.
La tienda de deportes Maximum Sports llevaba abierta unas semanas, pero la inauguración oficial se había retrasado hasta ese fin de semana.
La tienda tenía paredes para escalar y Víctor hizo una demostración subiendo una pared que él mismo había diseñado inspirándose en una montaña que había escalado el año anterior en Perú.
Tras veinte minutos de demostración, bajó entre los aplausos del público y vio a su abuela charlando con el tipo que había estado manejando las cuerdas de seguridad. Era muy musculoso y parecía un levantador de pesas.
-Cuando era pequeño, nos resultaba casi imposible hacer que se quedara en el suelo -estaba diciendo Sofia-. Se salió por primera vez de la cuna a los diez meses y se subió a las estanterías de la biblioteca cuando tenía sólo dos años. Y una vez trató de volar saltando del techo del garaje con dos cometas, una en cada mano.
-Aquella vez sí que aprendí la lección -dijo Víctor.
-¿Construiste cometas más grandes? -preguntó Myriam, que acompañaba a Sofia a la inauguración, en tono burlón.
Víctor se secó la frente con una toalla.
-¿Has visto toda la demostración?
-Lo suficiente -contestó ella-. ¿Eso es lo que haces tú para divertirte?
-Prefiero escalar montañas de verdad, sin la seguridad de las cuerdas. Pero como Minneapolis está en llano, no me queda más remedio que conformarme con esto. Supongo que tu reacción significa que no quieres probar.
-En eso no te equivocas. Prefiero la contabilidad, gracias.
-Mejor, porque hay una larga lista de gente que quiere escalar la pared. Dime, abuela, ¿dónde te habías metido? No te había visto hasta ahora. Creía que ibas a venir a primera hora de la mañana.
-Estábamos ocupadas con el árbol de Navidad.
Víctor frunció el ceño.
-¿Por qué no me habéis esperado para ponerlo?
-Lo dices como si fueras un niño de seis años desilusionado. Pero no te preocupes, no hemos puesto el árbol, estábamos buscando uno -dijo su abuela.
-¿Qué pasa con el que ponemos todos los años?
-He decidido poner uno de verdad, no de plástico. Siempre me han gustado, pero Janet decía que podían prenderse fuego. Sin embargo, este año he decidido salirme con la mía y comprar uno... Pero no te haces idea de lo difícil que es encontrar un árbol de buen tamaño.
-Ya. Es natural, ya que lo has dejado hasta última hora -dijo Víctor.
-Bueno, ¿cuándo vas a venir a casa? Necesitamos un hombre para sujetarlo.
-¿Pero no acabas de decir que no han conseguido encontrar un árbol?
-No, he dicho que es difícil. Es decir, más difícil de lo que yo suponía. Creo que hemos mirado en todas las tiendas de esta parte de la ciudad -dijo su abuela con orgullo-. Estaba a punto de sugerir que fuéramos al campo a comprarlo cuando, por fin, hemos encontrado lo que andábamos buscando. Me parece que vamos a tener que sujetarlo entré todos, de tan grande que es.
Víctor lanzó una rápida mirada a Myriam, que parecía estar examinando el conjunto de cuerdas y demás equipo para escalar. Tenía cara de culpabilidad.
-¿Cómo es de grande el árbol?
-Supongo que vamos a necesitar todos los adornos que encontremos en la casa para decorarlo -respondió su abuela-. Lo que me parece estupendo, ya que cuando lo quitemos después de la Navidad podré ordenar todos los adornos y meterlos en cajas distintas, una para cada miembro de la familia con recuerdos que tengan especial interés para cada uno. Por lo menos hay doce adornos de Navidad que tú hiciste en el colegio y que solías mandarme. ¿No te acuerdas?
-He hecho lo posible por olvidarlo. ¿Cómo habéis llevado el árbol a casa? ¿En la baca del coche?
Myriam cambió de posición.
-Bueno, creo que es precisamente de eso de lo que tenemos que hablar.
Víctor lanzó un gruñido.
-Queréis que me encargue yo de ello, ¿verdad? Está bien, ¿dónde está el árbol?
Myriam pareció vacilante.
-¿Estás ofreciéndote para ir a recogerlo en el Jaguar?
-Por supuesto que no. En la tienda tenemos camiones.
Myriam miró a su alrededor.
-Al ritmo que la gente está comprando equipo de gimnasia, puede que logremos que nos envíen el árbol para Año Nuevo.
-Yo soy el jefe, harán lo que les diga.
-Y se te da muy bien dar órdenes -dijo su abuela con una sonrisa-. De cualquier modo, no te preocupes por el árbol, nosotras ya lo tenemos todo pensado. Y ahora, Myriam, vamos a dejarle para que siga con su trabajo, dando órdenes.
-Las acompañaré a la salida -dijo él-. Después de esa escalada, no me va a venir mal un poco de aire fresco.
Había mucha gente en la tienda, lo que les dificultó el paso. Sofia se rezagó un momento para mirar en la sección de calcetines; luego, los adelantó y se apresuró a las cajas registradoras con algo en las manos.
Por fin llegaron a la puerta y Víctor se apoyó en uno de los pilares de granito, justo delante de las puertas principales. Una mujer muy joven que iba hacia la tienda desde el estacionamiento lo vio, se pasó una mano por el cabello, pestañeó y se dirigió directamente hacia él.
-Empiezan desde muy jóvenes, ¿eh? -murmuró Myriam, que se apoyó en el mismo pilar que él, a su lado.
La joven enrojeció al instante y cambió de dirección, hacia la zona de equipo para acampar.
-¿Cómo lo has hecho? -preguntó Víctor.
-Lo único que he hecho ha sido mirarla. Pero creo que se ha acobardado cuando la has mirado tú, echando chispas por los ojos. Bueno, Víctor, volviendo a lo del árbol de Navidad... -Myriam suspiró-. Creo que Sofia vio mi arbolito ayer cuando lo subiste tú al cuarto de huéspedes. Estaba encima de una de las cajas de plástico y creo que fue eso lo que le hizo pensar.
-Sí, claro, entiendo.
-Así que, si quieres echarme a mí la culpa, adelante, tienes motivos para hacerlo -dijo Myriam.
-Qué más da. Son las últimas navidades de mi abuela en esa casa, deberíamos hacer todo lo que ella quiera -dijo Víctor.
Su abuela se les acercó en ese momento, mostrándoles con gesto triunfal una bolsa de los almacenes, con un pingüino de logotipo.
Víctor le abrió la puerta y la sujetó para que su abuela saliera.
Myriam le lanzó una mirada.
-Me alegra que pienses así.
Víctor sintió un repentino escozor en la piel... y no por el frío. Había algo en el tono de Myriam...
Paseó la mirada por el estacionamiento en busca de un utilitario rojo y parpadeó al ver a su abuela detenerse delante de un vehículo muy diferente. Un enorme vehículo de tracción a cuatro ruedas de color verde oscuro. Y encima del coche, bien atado con cuerdas...
No era el pino más alto que había visto, pero sí el más largo en posición horizontal. Al menos, eso le pareció. Pero los ojos se le estaban congelando por el gélido viento, así que no estaba seguro de lo que veía.
-Abuela, ¿qué es esto?
Su abuela sonrió.
-¿Verdad que está muy bien? Myriam, ¿tienes las llaves? Voy a poner esta bolsa en la parte de atrás.
-Abuela, es un SUV -dijo Víctor con voz débil-. ¿Has comprado un SUV sólo para llevar el árbol a casa?
-No, claro que no -respondió su abuela indignada.
Víctor lanzó un suspiro de alivio. Su abuela debía de haber alquilado ese vehículo, o quizá se lo hubiera pedido prestado a algún vecino. Sí, eso tenía mucho más sentido que comprarlo.
-Aquí cabrán un montón de cosas cuando hagamos el traslado -dijo su abuela-. A Myriam le habría costado mucho meter y sacar cajas con cosas del otro coche, demasiado pequeño. Así que he decidido facilitarle el trabajo.
Víctor se quedó boquiabierto.
-Además -continuó su abuela-, el vendedor, un hombre muy simpático, me ha dado mucho más dinero por el coche viejo del que tú imaginabas que me darían. Así que he hecho un buen negocio. Y tú le habías dicho a Myriam que comprara ruedas nuevas...
-¡Maldita sea, Myriam! ¿Por qué le dijiste lo de las ruedas? -exclamó Víctor con indignación.
-Tú no me dijiste que no lo hiciera -respondió ella en tono defensivo-. Y yo creía que si se daba cuenta de que estabas pensando en ella...
Víctor no encontró palabras para contestar.
Sofía dijo:
-Creías que iba a rechazar el regalo si me enteraba, ¿verdad? Pero Myriam me convenció de que debería dejarte facilitarme las cosas -Sofía abrió la puerta contigua a la del conductor para enseñarle el interior del vehículo-. ¿No te parece estupendo? Myriam, no se te olvide pasarle la cuenta.
Sofía se subió a su SUV y cerró la portezuela.
-¿La cuenta? ¿Se supone que yo...?
Myriam lo miró con un brillo en los ojos que, de repente, le hizo querer estrangularla. Luego la vio sacar un papel del bolsillo de su abrigo y se lo tendió.
-Mi abuela debe de ser la única persona en el mundo que confunde un cambio de cuatro ruedas con un cambio de coche -murmuró Víctor.
-No olvides que has dicho que no eres tú el tacaño -le recordó. Myriam-. Bueno, ahora tienes la oportunidad de demostrarlo. Además, a partir de este momento, cuando te montes conmigo en el coche, no volverás a sentirte como si estuvieras dentro de un bote de tomate.
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 4
A MYRIAM le había llevado un buen rato entrar en calor después del frío que había pasado por la mañana.
Por tanto, no le extrañó que, cuando Víctor entró en el cuarto de estar a primera hora de la tarde, se dirigiera a la chimenea para calentarse las manos y no dijera ni una palabra.
Pero en el momento en que él entró, a Myriam le pareció diferente la estancia. Debía de ser la testosterona que había entrado con Víctor, pensó ella mientras lo observaba de reojo desde el suelo, donde estaba sentada con las piernas cruzadas debajo del árbol de Navidad. El aire burbujeaba con el poder de la presencia de Víctor.
Él ya no llevaba la ropa de escalar, sino un jersey amplio y unos pantalones de paño de lana. A ella le gustaba más con ropa de calle porque no exageraba su poderoso físico. De cualquier modo, Víctor no era un hombre fácil de ignorar. Aún recordaba la fuerza de esos músculos al acariciarlos y el calor de su cuerpo...
«Fue sólo una noche», se recordó ella cruelmente. «Un romance barato, no literatura clásica. Vamos, supéralo y olvídate de ello».
-¿Por qué no te tomas una taza de té? -sugirió Myriam-. Está recién hecho.
Víctor se volvió de espaldas a la chimenea como para calentarse la espalda.
-Prefiero un whisky.
Myriam sacudió la cabeza.
-El alcohol no hace entrar en calor, a pesar de que se crea lo contrario.
Myriam agarró otra caja, una en la que había escrito «adornos de Navidad», y se preguntó qué habría dentro. Ya había sacado de otra caja un juego de adornos de papel maché, una colección de ángeles tan bonitos que la habían dejado sin respiración y suficientes Papás Noeles para poner una tienda en el Polo Norte.
-Me interesan más sus propiedades analgésicas. El fuego de la chimenea me está haciendo sentirme una persona otra vez, pero me sentiría mejor psicológicamente si quitaras el disco que has puesto que habla de la nieve.
Myriam consideró la posibilidad de bajar el volumen, pero lo pensó mejor y le sirvió una taza de té.
-Toma, bébete esto, te hará entrar en calor y mejorará tu humor. Si es que algo puede hacer que te mejore el humor.
-Cuidado, Myriam, cualquiera podría pensar que te interesas por mi bienestar.
Myriam volvió a sentarse entre las cajas.
-He tenido neumonía y no se la desearía ni a mi peor enemigo. Por supuesto, tú te mereces agarrar al menos un buen catarro.
-Bueno, ya veo que habéis colocado el árbol sin mi ayuda -comentó Víctor cambiando de tema.
-El hombre que viene a ayudar a tu abuela estaba quitando la nieve cuando llegamos, así que ella le pidió ayuda -Myriam respiró profundamente.
La fragancia del árbol estaba empezando a inundar la estancia.
-Es el árbol más grande que habéis encontrado, no había otro mayor, ¿verdad?
-Es algo más grande de lo que me pareció al principio -admitió Myriam.
Las ramas bajas se extendían casi ocupando la mitad de la estancia a lo ancho.
Víctor se acabó el té y fue hasta el mueble de las bebidas a servirse una copa.
-¿Te apetece una copa de vino u otra cosa?
Myriam sacudió la cabeza.
-No, gracias. Poner en orden estas cajas ya me está mareando lo suficiente.
-¿Dónde está mi abuela? Creía que quería encargarse personalmente de decorar el árbol.
-A tu abuela se le da muy bien delegar en otros lo que a ella no le gusta hacer. Supongo que no te apetece desenredar los cables con las luces, ¿me equivoco?
-Has supuesto bien.
-A Sofia le gustaría empezar a colocar los adornos después de la siesta.
-En ese caso, ya sabes lo que tienes que hacer -contestó Víctor-. ¿Está durmiendo otra vez?
-¿Qué tiene de malo echarse una siesta? Ha trajinado mucho hoy. Mientras buscábamos el árbol, no ha parado. Y ten en cuenta que es una mujer de ochenta años.
-Y luego ha comprado un coche -dijo Víctor-. ¿Por qué has dejado que lo hiciera?
-¿Que por qué la he dejado? -dijo Myriam casi con un graznido-. Me gustaría haberte visto a ti intentando persuadirla de que no lo hiciera, una vez que se le metió la idea en la cabeza.
Víctor no se disculpó.
-Ésa es la cuestión: ¿cómo se le metió la idea en la cabeza?
-Lo único que le dije fue que tú querías que le pusiera ruedas nuevas al coche y que se las ibas a regalar por Navidad. De hecho, le ofrecí encargarme de ello para que no tuviera que molestarse. Tu abuela me dijo que no, que iría a su mecánico para preguntarle qué ruedas debía ponerle a su coche. Pero tan pronto como entró en la tienda de coches...
-Los vendedores se le echaron encima, claro.
-Yo no diría que se aprovecharon de ella -dijo Myriam-. Todos los vendedores estaban muy ocupados; de hecho, tu abuela estuvo paseándose por la tienda viendo diferentes tipos de ruedas. Pero empezaron a dolerle los pies y se sentó en el asiento de un SUV, y cuando vio el escalón corredizo que sube y baja para que meterte y salir del coche te resulte más fácil...
Víctor lanzó un gruñido.
-Luego fue la cuestión del color del coche, no lograba decidirse. En fin, si lo que te preocupa es el dinero...
-No, el dinero no me preocupa -respondió él con sequedad.
-A mí no me extrañaría que te preocupara -dijo ella a pesar de la respuesta de Víctor-. Acabas de abrir otra tienda, lo que no puede ser barato, y teniendo en cuenta que tu negocio está en expansión...
-No estoy pasando por ninguna dificultad económica, pero gracias por tu interés.
-Me alegro de oírtelo decir. De todos modos, lo que iba a explicarte es que ha sido una broma de tu abuela lo de pasarte la cuenta del coche.
-¿Y por eso tú me la has dado?
-Es evidente que ni siquiera has mirado el papel que te he dado. Si hubieras prestado atención a lo que te estaba diciendo, en vez de meterte el papel en el bolsillo y marcharte...
-¿Te has vuelto loca? Si me hubiera quedado ahí un minuto más me habría convertido en una estatua de hielo.
-Si te hubieras quedado treinta segundos más te habría dicho que tu abuela les había pagado con un cheque -dijo Myriam.
Víctor arqueó las cejas ligeramente.
-¿Ha pagado el coche en su totalidad?
-Todo menos las ruedas. Le ha parecido que tenía su gracia -Myriam abrió la tapa de la pesada caja y miró su interior-. Tú no sabes por qué Sofia tiene unos ladrillos pintados en la misma caja que unos adornos de Navidad, ¿verdad?
Víctor encogió los hombros.
-No; no tengo ni idea.
Myriam sacó los ladrillos, los apiló a un lado, dejó la caja con el resto de las cajas vacías y agarró la siguiente.
-Y ésa es otra cuestión. No tiene sentido que tu abuela tenga todo ese dinero en una cuenta corriente cuando podría tenerlo en una cuenta de ahorros en la que le produciría intereses.
-No sé nada de eso. De todos modos, una cuenta corriente me parece mucho mejor que guardar el dinero en un sobre en la habitación de una casa de huéspedes.
-Tomaré nota para cuando vuelva a tener una pequeña fortuna. En cualquier caso, lo que he dicho tiene sentido.
-En cualquier caso, ese dinero ya se lo ha gastado, por lo que no tiene sentido hablar de cómo invertirlo -respondió Víctor-. Lo que sí me gustaría saber es qué va a hacer con un coche como el que se ha comprado viviendo en una residencia de ancianos.
-Supongo que ir con sus amigos por ahí.
-¿Y quién va a conducir? ¿0 es que tienes pensado prolongar tu contrato de trabajo de dos semanas a tiempo indefinido?
Myriam sintió un repentino pesar. Dos semanas... y ya casi había pasado un día de libertad.
-Por supuesto que no. Entonces tu abuela ya habrá ido al médico, la habrán medicado y podrá conducir otra vez.
-Vaya, qué alivio -dijo él burlonamente-. Mi abuela al volante de un todoterreno...
-Tienes que admitir que correrá menos riesgos en un SUV que en un bote de tomate, al margen de quien conduzca.
-En eso tienes toda la razón -concedió él-. La verdad es que no veo ninguna diferencia conduciendo entre mi abuela y tú.
Ella le lanzó una mirada asesina por encima de la caja que parecía estar llena de calcetines de Navidad.
-Las residencias para ancianos modernas ofrecen transporte -dijo Víctor-. Los residentes no necesitan conducir.
-De todos modos, a ti no parecía entusiasmarte la idea de que Sofia vaya a una residencia. ¿Qué quieres, que se vaya a vivir contigo?
A Myriam le sorprendió que Víctor, en vez de picarse, se sentara en el brazo del sofá, justo al lado de donde ella estaba, y adoptara una expresión reflexiva.
-¿Te encuentras bien, Víctor? Te aseguro que la neumonía puede ser...
-Myriam, deja de intentar convencerme de que has tenido neumonía.
Ella se quedó perpleja.
-¿Por qué iba yo a mentir respecto a algo así?
-Sé que has tenido neumonía; el informe sobre ti lo explica claramente.
Myriam apretó los dientes.
-¿Has hecho que me investiguen?
-Por supuesto. Lo hago con todos mis empleados y, por supuesto, es natural que lo haga con la ayudante personal de mi abuela. ¿Te molesta que hurguen en tu pasado?
Myriam tragó saliva.
-No me molesta, me sorprende.
-Myriam, si hay algo que quieres ocultar...
-¿Como qué? -murmuró Myriam-. ¿Qué esperabas encontrar?
Víctor agitó el hielo de su copa.
-Un niño.
La bola de cristal que acababa de sacar de una caja se le cayó al suelo y se hizo añicos.
¿Quién demonios le había dado esa idea?
-¿Te refieres a... un niño ...tuyo?
-Reconozco que se me pasó por la cabeza. Cuando dejaste la clase de cálculo bruscamente y luego empecé a oír ciertos comentarios de algunos alumnos...
-Supongo que tus compañeros de clase me tenían vigilada, ¿no?
-No es un campus grande, Myriam. Y no se te veía con aspecto muy saludable. No se me ocurrió pensar que estuvieras enferma, ni embarazada. En fin, me olvidé del asunto hasta...
-Hasta ahora, ¿verdad? Este niño en potencia tendría ahora cinco años, Víctor -dijo Myriam.
-Sí.
-¿Por qué de repente, tantas sospechas, Víctor? Él titubeó momentáneamente.
-Ayer, cuando dijiste eso de que, a veces, ninguna alternativa de las que se tienen es buena, empecé a pensar en qué significado tenía eso.
-¿Y eso te hizo pensar que había tenido un niño? ¿Y qué creías que había hecho con él?
-Darlo en adopción, supongo.
-¿Y qué habrías hecho tú ahora? Víctor se quedó mirando su copa.
-No lo sé.
A Myriam se le encogió el corazón.
-Bueno, espero que te alegres de que no haya ocurrido.
-Tu padre tuvo cáncer y luego tú neumonía. Myriam se encogió de hombros.
-Es exactamente lo que te dije yo.
El timbre sonó en ese momento. Myriam apartó la caja de sí, se puso en pie y fue a abrir la puerta.
La amiga de Sofia, Mariana, estaba en el porche.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? Casi no se te reconoce sin el uniforme - Mariana se quedó contemplando los vaqueros y el jersey de Myriam.
-Estoy ayudando a la señora Perez, señora Mendez -respondió Myriam fríamente.
-Ah, sí, claro. He oído que Sofia se mareó un poco en el restaurante, por eso he venido a verla -Mariana pasó al interior de la casa y se quitó el sombrero-. Qué frío hace.
Myriam cerró la puerta.
-¿Le apetece una taza de té? La señora Perez está durmiendo, pero supongo que bajará pronto. Víctor está aquí.
En ese momento, Víctor apareció bajo el arco entre el vestíbulo y el cuarto de estar.
-Oh, Víctor, es una pena que esa amiga mía a la que he mencionado no haya venido conmigo hoy. Supongo que tendrás que esperar, pero te aseguro que pronto tendrás el placer de conocer a esa persona
Mariana entró en el cuarto de estar y se quedó muy quieta de repente.
-¿Qué es esto?
-Estamos poniendo los adornos de Navidad -respondió Myriam-. Espero que no le moleste que siga con lo que estaba haciendo después de haberle traído el té.
-No, en absoluto -Mariana ni siquiera la miró-. Es más, yo serviré el té para Víctor y para mí y los dos nos sentaremos en el otro extremo del cuarto, así no te estorbaremos.
-Lo siento, Mariana, pero yo estoy ayudando a Myriam a desenredar los cables de las luces -dijo Víctor.-. Como Myriam ha tenido la amabilidad de ofrecer su ayuda para los adornos de Navidad, no puedo permitirle que cargue ella con las consecuencias si no está todo listo cuando mi abuela se levante.
No era exactamente un halago que Víctor prefiriese ayudarla a ella con los adornos de Navidad que tomar té con Mariana al otro lado de la estancia...
Víctor se puso a ayudarla mientras Mariana iba a prepararse un té. Cuando la mujer volvió con una taza en la mano, dijo:
-No sabías que fueras tan amiga de Sofia. Me sorprende que hayas sacrificado tus vacaciones de Navidad para ayudarla -comentó Mariana con voz fría-. ¿0 lo estás haciendo por dinero?
-La verdad es que conozco a Sofia desde hace poco -respondió Myriam con voz suave-. Es a Víctor a quien conozco de toda la vida; por lo tanto, estoy encantada de ayudar a su abuela.
-No me cabe duda de ello -comentó Mariana, esa vez con voz gélida.
Desde el pie de la escalinata Sofia dijo:
-Mariana, qué sorpresa que hayas venido. ¿No ha venido Rocío contigo?
-No, querida. No esperaba que Víctor estuviera en casa. Pero podríamos venir mañana, si es que vais a estar los dos aquí.
-No cuentes con ello -murmuró Víctor para sí mientras trataba de desenredar los cables de las luces-. Así que nos conocemos de toda la vida, ¿eh? Creo que los villancicos te están afectando el cerebro.
-Tienes que admitir que parece como si nos conociéramos de toda la vida -lo contradijo ella abriendo otra caja-. Además, sería una tontería por mi parte decir que soy una vieja amiga de Sofia. Lo único que Mariana tiene que hacer es preguntarle a tu abuela para enterarse de que no es verdad.
Pero Myriam pensó para sí que no tenía por qué haber dado ningún tipo de explicación. ¿Por qué le había dicho a Mariana Mendez que Víctor y ella eran amigos de toda la vida?
Nunca habían sido amigos, aunque durante un breve espacio de tiempo ella llegó a hacerse ilusiones respecto a él, a creer que podían ser algo más que amigos.
Janet se presentó con más té y con unas pastas recién salidas del horno. Lo colocó todo encima de una mesa de centro en el otro extremo de la estancia y Sofia y Mariana se sentaron allí. Aunque Myriam no prestó atención a su conversación intencionadamente, no pudo ignorar la estridente voz de Mariana.
-Espero que te venga bien la ayuda que has contratado -decía Mariana-. A mí no se me habría ocurrido contratarla, pero tiene sentido. Como es camarera, está acostumbrada a esta clase de trabajo; me refiero a lo de llevar cosas de un sitio a otro. Aunque debe de sentirse incómoda trabajando durante estos días de fiestas.
Víctor dijo en un susurro:
-Apuesto a que esa mujer no deja propinas.
-Es muy correcta respecto a las propinas -lo corrigió Myriam-. Deja siempre el quince por ciento, ni más ni menos.
-Qué encanto. Justo la clase de mujer a la que me gustaría conocer mejor, igual que a su amiguita. Oye, se me acaba de ocurrir una idea. Vamos a prolongar lo de los adornos de Navidad hasta mañana; así, cuando ella y su amiga vengan, nosotros podremos marcharnos de la casa con la excusa de que necesitamos comprar más luces.
Myriam debió de mirarlo de forma extraña, porque Víctor añadió:
-No me refiero a que tú y yo salgamos por ahí en plan cita, sólo a comprar luces.
-Me alegro de que lo hayas dejado claro. Y gracias por la invitación, pero me muero de ganas de conocer a Rocío.
-Si pensara que estás a salvo quedándote aquí con Mariana y Rocío, me iría solo a comprar las luces.
Myriam apartó una bolsa de copos de nieve artificiales.
-Además, a Sofia no le parecería bien que gastes dinero en luces nuevas cuando están éstas.
-Las voy a pagar yo. De todos modos, creo que estás merecen acabar en el cubo de la basura -Víctor alzó la voz-. Abuela, no te importa que compremos luces nuevas para el árbol, ¿verdad? Desenredar esto es una tarea casi imposible. Además, con este árbol tan grande no creo que tengamos luces suficientes.
-Haz lo que mejor te parezca, querido. Pero tendrás que comprarlas hoy, quiero que el árbol esté terminado cuando vengan Mariana y Rocío mañana. Así que... ¿por qué no van los dos a comprar las luces ahora? Pueden ir con el coche nuevo.
Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para contener una carcajada al ver la cara que puso Víctor.
-Está bien, vamos -le dijo Víctor a Myriam. Después, sacó el abrigo de ella del armario del vestíbulo y miró con aprensión las llaves que ella se sacó del bolsillo-. No voy a ir contigo de conductora. Vamos a ir en mi coche.
-No tengo problemas, esto es asunto tuyo y a mí sólo se me ha contratado para hacerle recados a tu abuela, no a ti. En realidad, pensándolo bien, ni siquiera tengo que acompañarte.
Myriam empezó a quitarse el abrigo, pero Víctor la agarró del brazo.
-Quiero hablar contigo. A solas.
-¿Sobre qué? Si quieres seguir hablando de lo del niño...
-No.
-¿Me crees entonces? -Myriam quería poner punto final a aquel tema.
-Digamos que creo en el resultado de la investigación que mandé hacer respecto a ti.
-Qué alivio -Myriam le dejó llevarla hasta la puerta-. Entonces, ¿de qué quieres hablar?
-De luces.
-¿En serio? Deberías haber imaginado lo que iba a decirte tu abuela. Ahora, si quieres escapar mañana, tendrás que buscarte otra excusa.
-Ya se me ocurrirá algo -el Jaguar salió del jardín delantero de la casa a la calle á demasiada velocidad para las condiciones de la calzada.
-¿Estás seguro de que no quieres que vayamos en el SUV? Tiene tracción a las cuatro ruedas.
Víctor le lanzó una mirada y Myriam contuvo una sonrisa.
-Bueno, vamos, ¿de qué querías hablar conmigo?
-Lo de las luces no ha sido buena idea -comentó Víctor.
-Ya lo sé.
-Si consigo evitar a la «joven» amiga de Mariana mañana, seguirán insistiendo, con lo que lo único que conseguiré será posponer lo inevitable.
-Sí, creo que tienes razón. Mariana no parece la clase de persona que se dé por vencida fácilmente.
-Si no estoy en casa a la hora del té, se quedarán hasta la cena.
-Y si tú no vas a cenar... ¿Sabes una cosa? Sería interesante ver si irían a la casa a desayunar.
-Myriam, estoy hablando en serio. Se me ha ocurrido una idea mejor: voy a conocer a la tal... ¿Cómo se llama?
-Rocío.
-Bien, pues voy a conocerla mañana a la hora del té. Pero la cuestión es que tú vas a estar conmigo.
-¿Cómo... contigo?
-Voy a ser muy educado y cortés, pero no voy a mostrar ningún interés en Rocío porque voy a aparecer interesado en otra persona. En ti, para ser exactos. Tú ya le has dicho a Mariana que nos conocemos de toda la vida. Así que, cuando se presente mañana con su amiga, nosotros haremos como si fuéramos algo más que simples amigos.
-Eh, espera un momento. ¿Algo más que amigos?
-Sí, ¿no es maravilloso? A Mariana no le costará mucho convencerse de que su amiga no tiene posibilidades conmigo mientras tú estés en escena.
-No creo que funcione -Myriam sacudió la cabeza.
-La idea se me ocurrió esta mañana en la tienda, cuando con sólo mirar a esa chica ésta se alejó.
-¿Te estás refiriendo a cuando yo la miré? ¿Cómo sabes que iba directa hacia ti, Víctor?
-Lo sé, eso es todo.
Myriam lo miró con expresión pensativa.
-Eres un narcisista.
-No es eso. Lo único que sé es que tú la miraste y la espantaste, y quiero que hagas lo mismo mañana.
-¿Quieres que asuste a Rocío? Víctor, ¿por qué, de repente, crees que necesitas un guardaespaldas para protegerte de esa chica?
De repente, Myriam vio clara la estratagema.
-Ya. Lo que tú quieres es que tu abuela se enfade conmigo y me despida, ¿no es eso? Pues no te voy a dar ese placer, yo tengo un plan mucho mejor.
-Te escucho.
-De hecho, es tu plan, pero sin mí. Lo único que tienes que hacer es mostrarte educado y distante con Rocío, eso es todo. Se trata de un rato, Víctor, nada más.
-¿Y el resto de la semana?
-¿El resto de la semana? -repitió ella-. ¿Pero no habías dicho que la inauguración se acababa el domingo?
-Sí, claro. Pero supongo que sabías que voy a pasar todas las fiestas con mi abuela, ¿o no se te había ocurrido?
Compraron las luces, pero cuando regresaron a la casa aún estaban discutiendo sobre la amiga de Mariana. Tan enfrascados estaban en la conversación que Myriam no se fijó en el otro coche aparcado delante del garaje hasta que Víctor frenó el Jaguar.
-¿De dónde ha salido ese coche? -preguntó ella.
-A juzgar por la matrícula, yo diría que de Japón -comentó Víctor en tono burlón-. Y no es el de Mariana, porque no estaba aquí cuando hemos salido.
-Rocío debe de estar esperándote en el cuarto de estar.
-No me extrañaría nada. Bueno, ¿qué hay de mi propuesta, Myriam?
-¿Te refieres a lo de más que amigos? Nunca has sido muy directo con las mujeres, Víctor, quizá sea éste el momento de aprender.
-¿Qué demonios significa eso? Si me hubieras escuchado entonces, cuando quise explicarte...
-¿Qué? ¿Que no habías hecho una apuesta con tus amigos respecto a acostarte conmigo?
-No lo hice.
-Vamos, por favor. En fin, eso ya pasó. Tus amigos me dejaron muy claro lo que había pasado, así que no tenía por qué oírtelo decir a ti. Y respecto a este asunto, el de Rocío, arréglatelas tú solo como puedas.
Myriam agarró unas cajas del asiento posterior del coche y Víctor se llevó el resto. Pero en vez de dejar las cajas en el vestíbulo, Myriam las llevó directamente al cuarto de estar para dejarlas debajo del árbol.
Víctor le seguía los talones cuando ella cruzó el arco y vio a la otra persona que se había sumado al té. Sólo que el té se había transformado en un cóctel, con vasos con hielo en vez de tazas y tres personas: Sofia y Mariana en el sofá y, a su lado, con una mano en el dintel de la chimenea...
Myriam, sorprendida, parpadeó. Entonces se dio cuenta de lo que había ocurrido, de lo que debía de haber ocurrido, e intentó contener una carcajada.
-Oh, aquí estás, Víctor -dijo Mariana-. Tenía tantas ganas de que conocieras a mi nueva amistad que no he podido esperar a mañana.
Mariana señaló al joven que apoyaba la mano en el dintel de la chimenea y añadió con orgullo en la voz:
-Este es Ros.
A MYRIAM le había llevado un buen rato entrar en calor después del frío que había pasado por la mañana.
Por tanto, no le extrañó que, cuando Víctor entró en el cuarto de estar a primera hora de la tarde, se dirigiera a la chimenea para calentarse las manos y no dijera ni una palabra.
Pero en el momento en que él entró, a Myriam le pareció diferente la estancia. Debía de ser la testosterona que había entrado con Víctor, pensó ella mientras lo observaba de reojo desde el suelo, donde estaba sentada con las piernas cruzadas debajo del árbol de Navidad. El aire burbujeaba con el poder de la presencia de Víctor.
Él ya no llevaba la ropa de escalar, sino un jersey amplio y unos pantalones de paño de lana. A ella le gustaba más con ropa de calle porque no exageraba su poderoso físico. De cualquier modo, Víctor no era un hombre fácil de ignorar. Aún recordaba la fuerza de esos músculos al acariciarlos y el calor de su cuerpo...
«Fue sólo una noche», se recordó ella cruelmente. «Un romance barato, no literatura clásica. Vamos, supéralo y olvídate de ello».
-¿Por qué no te tomas una taza de té? -sugirió Myriam-. Está recién hecho.
Víctor se volvió de espaldas a la chimenea como para calentarse la espalda.
-Prefiero un whisky.
Myriam sacudió la cabeza.
-El alcohol no hace entrar en calor, a pesar de que se crea lo contrario.
Myriam agarró otra caja, una en la que había escrito «adornos de Navidad», y se preguntó qué habría dentro. Ya había sacado de otra caja un juego de adornos de papel maché, una colección de ángeles tan bonitos que la habían dejado sin respiración y suficientes Papás Noeles para poner una tienda en el Polo Norte.
-Me interesan más sus propiedades analgésicas. El fuego de la chimenea me está haciendo sentirme una persona otra vez, pero me sentiría mejor psicológicamente si quitaras el disco que has puesto que habla de la nieve.
Myriam consideró la posibilidad de bajar el volumen, pero lo pensó mejor y le sirvió una taza de té.
-Toma, bébete esto, te hará entrar en calor y mejorará tu humor. Si es que algo puede hacer que te mejore el humor.
-Cuidado, Myriam, cualquiera podría pensar que te interesas por mi bienestar.
Myriam volvió a sentarse entre las cajas.
-He tenido neumonía y no se la desearía ni a mi peor enemigo. Por supuesto, tú te mereces agarrar al menos un buen catarro.
-Bueno, ya veo que habéis colocado el árbol sin mi ayuda -comentó Víctor cambiando de tema.
-El hombre que viene a ayudar a tu abuela estaba quitando la nieve cuando llegamos, así que ella le pidió ayuda -Myriam respiró profundamente.
La fragancia del árbol estaba empezando a inundar la estancia.
-Es el árbol más grande que habéis encontrado, no había otro mayor, ¿verdad?
-Es algo más grande de lo que me pareció al principio -admitió Myriam.
Las ramas bajas se extendían casi ocupando la mitad de la estancia a lo ancho.
Víctor se acabó el té y fue hasta el mueble de las bebidas a servirse una copa.
-¿Te apetece una copa de vino u otra cosa?
Myriam sacudió la cabeza.
-No, gracias. Poner en orden estas cajas ya me está mareando lo suficiente.
-¿Dónde está mi abuela? Creía que quería encargarse personalmente de decorar el árbol.
-A tu abuela se le da muy bien delegar en otros lo que a ella no le gusta hacer. Supongo que no te apetece desenredar los cables con las luces, ¿me equivoco?
-Has supuesto bien.
-A Sofia le gustaría empezar a colocar los adornos después de la siesta.
-En ese caso, ya sabes lo que tienes que hacer -contestó Víctor-. ¿Está durmiendo otra vez?
-¿Qué tiene de malo echarse una siesta? Ha trajinado mucho hoy. Mientras buscábamos el árbol, no ha parado. Y ten en cuenta que es una mujer de ochenta años.
-Y luego ha comprado un coche -dijo Víctor-. ¿Por qué has dejado que lo hiciera?
-¿Que por qué la he dejado? -dijo Myriam casi con un graznido-. Me gustaría haberte visto a ti intentando persuadirla de que no lo hiciera, una vez que se le metió la idea en la cabeza.
Víctor no se disculpó.
-Ésa es la cuestión: ¿cómo se le metió la idea en la cabeza?
-Lo único que le dije fue que tú querías que le pusiera ruedas nuevas al coche y que se las ibas a regalar por Navidad. De hecho, le ofrecí encargarme de ello para que no tuviera que molestarse. Tu abuela me dijo que no, que iría a su mecánico para preguntarle qué ruedas debía ponerle a su coche. Pero tan pronto como entró en la tienda de coches...
-Los vendedores se le echaron encima, claro.
-Yo no diría que se aprovecharon de ella -dijo Myriam-. Todos los vendedores estaban muy ocupados; de hecho, tu abuela estuvo paseándose por la tienda viendo diferentes tipos de ruedas. Pero empezaron a dolerle los pies y se sentó en el asiento de un SUV, y cuando vio el escalón corredizo que sube y baja para que meterte y salir del coche te resulte más fácil...
Víctor lanzó un gruñido.
-Luego fue la cuestión del color del coche, no lograba decidirse. En fin, si lo que te preocupa es el dinero...
-No, el dinero no me preocupa -respondió él con sequedad.
-A mí no me extrañaría que te preocupara -dijo ella a pesar de la respuesta de Víctor-. Acabas de abrir otra tienda, lo que no puede ser barato, y teniendo en cuenta que tu negocio está en expansión...
-No estoy pasando por ninguna dificultad económica, pero gracias por tu interés.
-Me alegro de oírtelo decir. De todos modos, lo que iba a explicarte es que ha sido una broma de tu abuela lo de pasarte la cuenta del coche.
-¿Y por eso tú me la has dado?
-Es evidente que ni siquiera has mirado el papel que te he dado. Si hubieras prestado atención a lo que te estaba diciendo, en vez de meterte el papel en el bolsillo y marcharte...
-¿Te has vuelto loca? Si me hubiera quedado ahí un minuto más me habría convertido en una estatua de hielo.
-Si te hubieras quedado treinta segundos más te habría dicho que tu abuela les había pagado con un cheque -dijo Myriam.
Víctor arqueó las cejas ligeramente.
-¿Ha pagado el coche en su totalidad?
-Todo menos las ruedas. Le ha parecido que tenía su gracia -Myriam abrió la tapa de la pesada caja y miró su interior-. Tú no sabes por qué Sofia tiene unos ladrillos pintados en la misma caja que unos adornos de Navidad, ¿verdad?
Víctor encogió los hombros.
-No; no tengo ni idea.
Myriam sacó los ladrillos, los apiló a un lado, dejó la caja con el resto de las cajas vacías y agarró la siguiente.
-Y ésa es otra cuestión. No tiene sentido que tu abuela tenga todo ese dinero en una cuenta corriente cuando podría tenerlo en una cuenta de ahorros en la que le produciría intereses.
-No sé nada de eso. De todos modos, una cuenta corriente me parece mucho mejor que guardar el dinero en un sobre en la habitación de una casa de huéspedes.
-Tomaré nota para cuando vuelva a tener una pequeña fortuna. En cualquier caso, lo que he dicho tiene sentido.
-En cualquier caso, ese dinero ya se lo ha gastado, por lo que no tiene sentido hablar de cómo invertirlo -respondió Víctor-. Lo que sí me gustaría saber es qué va a hacer con un coche como el que se ha comprado viviendo en una residencia de ancianos.
-Supongo que ir con sus amigos por ahí.
-¿Y quién va a conducir? ¿0 es que tienes pensado prolongar tu contrato de trabajo de dos semanas a tiempo indefinido?
Myriam sintió un repentino pesar. Dos semanas... y ya casi había pasado un día de libertad.
-Por supuesto que no. Entonces tu abuela ya habrá ido al médico, la habrán medicado y podrá conducir otra vez.
-Vaya, qué alivio -dijo él burlonamente-. Mi abuela al volante de un todoterreno...
-Tienes que admitir que correrá menos riesgos en un SUV que en un bote de tomate, al margen de quien conduzca.
-En eso tienes toda la razón -concedió él-. La verdad es que no veo ninguna diferencia conduciendo entre mi abuela y tú.
Ella le lanzó una mirada asesina por encima de la caja que parecía estar llena de calcetines de Navidad.
-Las residencias para ancianos modernas ofrecen transporte -dijo Víctor-. Los residentes no necesitan conducir.
-De todos modos, a ti no parecía entusiasmarte la idea de que Sofia vaya a una residencia. ¿Qué quieres, que se vaya a vivir contigo?
A Myriam le sorprendió que Víctor, en vez de picarse, se sentara en el brazo del sofá, justo al lado de donde ella estaba, y adoptara una expresión reflexiva.
-¿Te encuentras bien, Víctor? Te aseguro que la neumonía puede ser...
-Myriam, deja de intentar convencerme de que has tenido neumonía.
Ella se quedó perpleja.
-¿Por qué iba yo a mentir respecto a algo así?
-Sé que has tenido neumonía; el informe sobre ti lo explica claramente.
Myriam apretó los dientes.
-¿Has hecho que me investiguen?
-Por supuesto. Lo hago con todos mis empleados y, por supuesto, es natural que lo haga con la ayudante personal de mi abuela. ¿Te molesta que hurguen en tu pasado?
Myriam tragó saliva.
-No me molesta, me sorprende.
-Myriam, si hay algo que quieres ocultar...
-¿Como qué? -murmuró Myriam-. ¿Qué esperabas encontrar?
Víctor agitó el hielo de su copa.
-Un niño.
La bola de cristal que acababa de sacar de una caja se le cayó al suelo y se hizo añicos.
¿Quién demonios le había dado esa idea?
-¿Te refieres a... un niño ...tuyo?
-Reconozco que se me pasó por la cabeza. Cuando dejaste la clase de cálculo bruscamente y luego empecé a oír ciertos comentarios de algunos alumnos...
-Supongo que tus compañeros de clase me tenían vigilada, ¿no?
-No es un campus grande, Myriam. Y no se te veía con aspecto muy saludable. No se me ocurrió pensar que estuvieras enferma, ni embarazada. En fin, me olvidé del asunto hasta...
-Hasta ahora, ¿verdad? Este niño en potencia tendría ahora cinco años, Víctor -dijo Myriam.
-Sí.
-¿Por qué de repente, tantas sospechas, Víctor? Él titubeó momentáneamente.
-Ayer, cuando dijiste eso de que, a veces, ninguna alternativa de las que se tienen es buena, empecé a pensar en qué significado tenía eso.
-¿Y eso te hizo pensar que había tenido un niño? ¿Y qué creías que había hecho con él?
-Darlo en adopción, supongo.
-¿Y qué habrías hecho tú ahora? Víctor se quedó mirando su copa.
-No lo sé.
A Myriam se le encogió el corazón.
-Bueno, espero que te alegres de que no haya ocurrido.
-Tu padre tuvo cáncer y luego tú neumonía. Myriam se encogió de hombros.
-Es exactamente lo que te dije yo.
El timbre sonó en ese momento. Myriam apartó la caja de sí, se puso en pie y fue a abrir la puerta.
La amiga de Sofia, Mariana, estaba en el porche.
-¿Qué demonios estás haciendo aquí? Casi no se te reconoce sin el uniforme - Mariana se quedó contemplando los vaqueros y el jersey de Myriam.
-Estoy ayudando a la señora Perez, señora Mendez -respondió Myriam fríamente.
-Ah, sí, claro. He oído que Sofia se mareó un poco en el restaurante, por eso he venido a verla -Mariana pasó al interior de la casa y se quitó el sombrero-. Qué frío hace.
Myriam cerró la puerta.
-¿Le apetece una taza de té? La señora Perez está durmiendo, pero supongo que bajará pronto. Víctor está aquí.
En ese momento, Víctor apareció bajo el arco entre el vestíbulo y el cuarto de estar.
-Oh, Víctor, es una pena que esa amiga mía a la que he mencionado no haya venido conmigo hoy. Supongo que tendrás que esperar, pero te aseguro que pronto tendrás el placer de conocer a esa persona
Mariana entró en el cuarto de estar y se quedó muy quieta de repente.
-¿Qué es esto?
-Estamos poniendo los adornos de Navidad -respondió Myriam-. Espero que no le moleste que siga con lo que estaba haciendo después de haberle traído el té.
-No, en absoluto -Mariana ni siquiera la miró-. Es más, yo serviré el té para Víctor y para mí y los dos nos sentaremos en el otro extremo del cuarto, así no te estorbaremos.
-Lo siento, Mariana, pero yo estoy ayudando a Myriam a desenredar los cables de las luces -dijo Víctor.-. Como Myriam ha tenido la amabilidad de ofrecer su ayuda para los adornos de Navidad, no puedo permitirle que cargue ella con las consecuencias si no está todo listo cuando mi abuela se levante.
No era exactamente un halago que Víctor prefiriese ayudarla a ella con los adornos de Navidad que tomar té con Mariana al otro lado de la estancia...
Víctor se puso a ayudarla mientras Mariana iba a prepararse un té. Cuando la mujer volvió con una taza en la mano, dijo:
-No sabías que fueras tan amiga de Sofia. Me sorprende que hayas sacrificado tus vacaciones de Navidad para ayudarla -comentó Mariana con voz fría-. ¿0 lo estás haciendo por dinero?
-La verdad es que conozco a Sofia desde hace poco -respondió Myriam con voz suave-. Es a Víctor a quien conozco de toda la vida; por lo tanto, estoy encantada de ayudar a su abuela.
-No me cabe duda de ello -comentó Mariana, esa vez con voz gélida.
Desde el pie de la escalinata Sofia dijo:
-Mariana, qué sorpresa que hayas venido. ¿No ha venido Rocío contigo?
-No, querida. No esperaba que Víctor estuviera en casa. Pero podríamos venir mañana, si es que vais a estar los dos aquí.
-No cuentes con ello -murmuró Víctor para sí mientras trataba de desenredar los cables de las luces-. Así que nos conocemos de toda la vida, ¿eh? Creo que los villancicos te están afectando el cerebro.
-Tienes que admitir que parece como si nos conociéramos de toda la vida -lo contradijo ella abriendo otra caja-. Además, sería una tontería por mi parte decir que soy una vieja amiga de Sofia. Lo único que Mariana tiene que hacer es preguntarle a tu abuela para enterarse de que no es verdad.
Pero Myriam pensó para sí que no tenía por qué haber dado ningún tipo de explicación. ¿Por qué le había dicho a Mariana Mendez que Víctor y ella eran amigos de toda la vida?
Nunca habían sido amigos, aunque durante un breve espacio de tiempo ella llegó a hacerse ilusiones respecto a él, a creer que podían ser algo más que amigos.
Janet se presentó con más té y con unas pastas recién salidas del horno. Lo colocó todo encima de una mesa de centro en el otro extremo de la estancia y Sofia y Mariana se sentaron allí. Aunque Myriam no prestó atención a su conversación intencionadamente, no pudo ignorar la estridente voz de Mariana.
-Espero que te venga bien la ayuda que has contratado -decía Mariana-. A mí no se me habría ocurrido contratarla, pero tiene sentido. Como es camarera, está acostumbrada a esta clase de trabajo; me refiero a lo de llevar cosas de un sitio a otro. Aunque debe de sentirse incómoda trabajando durante estos días de fiestas.
Víctor dijo en un susurro:
-Apuesto a que esa mujer no deja propinas.
-Es muy correcta respecto a las propinas -lo corrigió Myriam-. Deja siempre el quince por ciento, ni más ni menos.
-Qué encanto. Justo la clase de mujer a la que me gustaría conocer mejor, igual que a su amiguita. Oye, se me acaba de ocurrir una idea. Vamos a prolongar lo de los adornos de Navidad hasta mañana; así, cuando ella y su amiga vengan, nosotros podremos marcharnos de la casa con la excusa de que necesitamos comprar más luces.
Myriam debió de mirarlo de forma extraña, porque Víctor añadió:
-No me refiero a que tú y yo salgamos por ahí en plan cita, sólo a comprar luces.
-Me alegro de que lo hayas dejado claro. Y gracias por la invitación, pero me muero de ganas de conocer a Rocío.
-Si pensara que estás a salvo quedándote aquí con Mariana y Rocío, me iría solo a comprar las luces.
Myriam apartó una bolsa de copos de nieve artificiales.
-Además, a Sofia no le parecería bien que gastes dinero en luces nuevas cuando están éstas.
-Las voy a pagar yo. De todos modos, creo que estás merecen acabar en el cubo de la basura -Víctor alzó la voz-. Abuela, no te importa que compremos luces nuevas para el árbol, ¿verdad? Desenredar esto es una tarea casi imposible. Además, con este árbol tan grande no creo que tengamos luces suficientes.
-Haz lo que mejor te parezca, querido. Pero tendrás que comprarlas hoy, quiero que el árbol esté terminado cuando vengan Mariana y Rocío mañana. Así que... ¿por qué no van los dos a comprar las luces ahora? Pueden ir con el coche nuevo.
Myriam tuvo que hacer un esfuerzo para contener una carcajada al ver la cara que puso Víctor.
-Está bien, vamos -le dijo Víctor a Myriam. Después, sacó el abrigo de ella del armario del vestíbulo y miró con aprensión las llaves que ella se sacó del bolsillo-. No voy a ir contigo de conductora. Vamos a ir en mi coche.
-No tengo problemas, esto es asunto tuyo y a mí sólo se me ha contratado para hacerle recados a tu abuela, no a ti. En realidad, pensándolo bien, ni siquiera tengo que acompañarte.
Myriam empezó a quitarse el abrigo, pero Víctor la agarró del brazo.
-Quiero hablar contigo. A solas.
-¿Sobre qué? Si quieres seguir hablando de lo del niño...
-No.
-¿Me crees entonces? -Myriam quería poner punto final a aquel tema.
-Digamos que creo en el resultado de la investigación que mandé hacer respecto a ti.
-Qué alivio -Myriam le dejó llevarla hasta la puerta-. Entonces, ¿de qué quieres hablar?
-De luces.
-¿En serio? Deberías haber imaginado lo que iba a decirte tu abuela. Ahora, si quieres escapar mañana, tendrás que buscarte otra excusa.
-Ya se me ocurrirá algo -el Jaguar salió del jardín delantero de la casa a la calle á demasiada velocidad para las condiciones de la calzada.
-¿Estás seguro de que no quieres que vayamos en el SUV? Tiene tracción a las cuatro ruedas.
Víctor le lanzó una mirada y Myriam contuvo una sonrisa.
-Bueno, vamos, ¿de qué querías hablar conmigo?
-Lo de las luces no ha sido buena idea -comentó Víctor.
-Ya lo sé.
-Si consigo evitar a la «joven» amiga de Mariana mañana, seguirán insistiendo, con lo que lo único que conseguiré será posponer lo inevitable.
-Sí, creo que tienes razón. Mariana no parece la clase de persona que se dé por vencida fácilmente.
-Si no estoy en casa a la hora del té, se quedarán hasta la cena.
-Y si tú no vas a cenar... ¿Sabes una cosa? Sería interesante ver si irían a la casa a desayunar.
-Myriam, estoy hablando en serio. Se me ha ocurrido una idea mejor: voy a conocer a la tal... ¿Cómo se llama?
-Rocío.
-Bien, pues voy a conocerla mañana a la hora del té. Pero la cuestión es que tú vas a estar conmigo.
-¿Cómo... contigo?
-Voy a ser muy educado y cortés, pero no voy a mostrar ningún interés en Rocío porque voy a aparecer interesado en otra persona. En ti, para ser exactos. Tú ya le has dicho a Mariana que nos conocemos de toda la vida. Así que, cuando se presente mañana con su amiga, nosotros haremos como si fuéramos algo más que simples amigos.
-Eh, espera un momento. ¿Algo más que amigos?
-Sí, ¿no es maravilloso? A Mariana no le costará mucho convencerse de que su amiga no tiene posibilidades conmigo mientras tú estés en escena.
-No creo que funcione -Myriam sacudió la cabeza.
-La idea se me ocurrió esta mañana en la tienda, cuando con sólo mirar a esa chica ésta se alejó.
-¿Te estás refiriendo a cuando yo la miré? ¿Cómo sabes que iba directa hacia ti, Víctor?
-Lo sé, eso es todo.
Myriam lo miró con expresión pensativa.
-Eres un narcisista.
-No es eso. Lo único que sé es que tú la miraste y la espantaste, y quiero que hagas lo mismo mañana.
-¿Quieres que asuste a Rocío? Víctor, ¿por qué, de repente, crees que necesitas un guardaespaldas para protegerte de esa chica?
De repente, Myriam vio clara la estratagema.
-Ya. Lo que tú quieres es que tu abuela se enfade conmigo y me despida, ¿no es eso? Pues no te voy a dar ese placer, yo tengo un plan mucho mejor.
-Te escucho.
-De hecho, es tu plan, pero sin mí. Lo único que tienes que hacer es mostrarte educado y distante con Rocío, eso es todo. Se trata de un rato, Víctor, nada más.
-¿Y el resto de la semana?
-¿El resto de la semana? -repitió ella-. ¿Pero no habías dicho que la inauguración se acababa el domingo?
-Sí, claro. Pero supongo que sabías que voy a pasar todas las fiestas con mi abuela, ¿o no se te había ocurrido?
Compraron las luces, pero cuando regresaron a la casa aún estaban discutiendo sobre la amiga de Mariana. Tan enfrascados estaban en la conversación que Myriam no se fijó en el otro coche aparcado delante del garaje hasta que Víctor frenó el Jaguar.
-¿De dónde ha salido ese coche? -preguntó ella.
-A juzgar por la matrícula, yo diría que de Japón -comentó Víctor en tono burlón-. Y no es el de Mariana, porque no estaba aquí cuando hemos salido.
-Rocío debe de estar esperándote en el cuarto de estar.
-No me extrañaría nada. Bueno, ¿qué hay de mi propuesta, Myriam?
-¿Te refieres a lo de más que amigos? Nunca has sido muy directo con las mujeres, Víctor, quizá sea éste el momento de aprender.
-¿Qué demonios significa eso? Si me hubieras escuchado entonces, cuando quise explicarte...
-¿Qué? ¿Que no habías hecho una apuesta con tus amigos respecto a acostarte conmigo?
-No lo hice.
-Vamos, por favor. En fin, eso ya pasó. Tus amigos me dejaron muy claro lo que había pasado, así que no tenía por qué oírtelo decir a ti. Y respecto a este asunto, el de Rocío, arréglatelas tú solo como puedas.
Myriam agarró unas cajas del asiento posterior del coche y Víctor se llevó el resto. Pero en vez de dejar las cajas en el vestíbulo, Myriam las llevó directamente al cuarto de estar para dejarlas debajo del árbol.
Víctor le seguía los talones cuando ella cruzó el arco y vio a la otra persona que se había sumado al té. Sólo que el té se había transformado en un cóctel, con vasos con hielo en vez de tazas y tres personas: Sofia y Mariana en el sofá y, a su lado, con una mano en el dintel de la chimenea...
Myriam, sorprendida, parpadeó. Entonces se dio cuenta de lo que había ocurrido, de lo que debía de haber ocurrido, e intentó contener una carcajada.
-Oh, aquí estás, Víctor -dijo Mariana-. Tenía tantas ganas de que conocieras a mi nueva amistad que no he podido esperar a mañana.
Mariana señaló al joven que apoyaba la mano en el dintel de la chimenea y añadió con orgullo en la voz:
-Este es Ros.
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 5
MYRIAM tosió para disimular la risa, pero nada le impidió sentir un inmenso placer al ver la cara de Víctor cuando éste vio a Ros. Incapaz de seguir conteniéndose, Myriam se disculpó.
-Voy a dejar el abrigo -logró decir-. Hace mucho calor aquí.
Myriam se agachó para dejar las cajas con las luces a los pies del árbol, pero se le cayeron de las manos. Sin embargo, no se detuvo a recogerlas, sino que salió a toda prisa al vestíbulo y empezó a reír tapándose la boca para no hacer ruido.
Víctor había hecho un montón de planes para evitar que lo emparejaran con la amiga de Mariana y ahora resultaba que la amiga era un amigo, y que el nombre cariñoso de Rocío era Ros.
Víctor apareció en el vestíbulo inmediatamente.
-¿Qué demonios...?
-Deberías haberte visto -logró decir Myriam, que se quitó el abrigo y lo dejó encima de la barandilla de la escalera.
-Por favor, deja de reír -dijo Víctor-. No tiene ninguna gracia.
Myriam, esforzándose por reprimir la risa, se sentó en el primer escalón de la escalinata y Víctor la imitó.
-Eh, no te enfades conmigo, no es culpa mía que tu ego te haga llegar a conclusiones equivocadas. Víctor, deberías superarte a ti mismo. No todas las mujeres están esperando a que te dignes a mirarlas.
Víctor lanzó un suspiro y apoyó los codos en el escalón superior al que estaba sentado.
-Está bien, diviértete todo lo que quieras.
-Lo haré, te lo aseguro. No se te ocurrió pensar ni por un momento que Rocío fuera Ros, ¿verdad? Y que fuera un hombre.
-Tampoco recuerdo que tú lo pusieras en duda.
-Deberías haberte visto la cara al verlo... -esa vez, Myriam no contuvo la carcajada.
Antes de que Myriam pudiera darse cuenta de sus intenciones, Víctor la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. Y, de repente, los labios de Víctor le acariciaron los suyos suavemente antes de besarla con firmeza; y, además de quitarle las ganas de reír, la dejó sin respiración.
Las manos de él le quemaron la piel, a pesar del tejido del jersey. El beso no fue tierno ni suave; tampoco duro, pero sí exigente.
Inesperadamente, Myriam viajó al pasado, a la habitación del colegio mayor. Estaba sentada en la cama de Víctor porque no había otro sitio lo suficientemente grande para poner encima el libro de texto, los cuadernos, papel para sucio, la calculadora y demás utensilios para los problemas de Matemáticas. Ella estaba intentando encontrar una posición cómoda y apoyar la espalda en algún sitio, pero de tal manera que los dos pudieran seguir de cara al libro. Por fin, Víctor le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia sí, ambos con la espalda apoyada en la almohada a la cabecera de la estrecha cama. La proximidad la hizo ponerse tensa. Pero pronto volvieron a las Matemáticas y Víctor no pareció darle importancia al hecho de que su brazo aún siguiera sobre los hombros de ella.
Y a mitad de las explicaciones que le daba, Myriam notó que Víctor había dejado de mirar el libro y la estaba mirando a ella. Se interrumpió momentáneamente y él la besó; después, le dijo que como era evidente que había sido su primer beso, sería mejor que le diera alguna clase práctica. Y volvió a besarla, lenta y sensualmente, para demostrarle, paso a paso, cómo se besaba.
Víctor se había equivocado en una cosa: no había sido su primer beso, pero sí el primero de importancia. Había sido el primer beso que la había hecho arder, que la había hecho temblar, sentirse derretir. El primer beso... sólo la hizo desear que se acabara cuanto antes.
Pero ahora, en el presente, Víctor la estaba besando sin titubear. No obstante, evocó las mismas sensaciones, el mismo ardor, la misma intensidad con la que deseó aprender todo lo que Víctor quisiera enseñarle.
«Contrólate, Myriam», se ordenó a sí misma. «El que la otra vez todo acabara en mucho más que un beso no significa que quieras que vuelva a ocurrir. Recuerda lo que pasó».
A pesar de todo, le costó un gran esfuerzo protestar, poner una mano en el pecho de Víctor para apartarlo de sí.
-Ya basta, Garcia -dijo con voz quebrada-. Creo que he dejado bien claro que...
Desde unos peldaños por encima de ellos, una bien modulada voz femenina dijo:
-Siento interrumpir una escena tan enternecedora, pero os agradecería que me permitierais bajar.
Myriam volvió la cabeza bruscamente y vio a una belleza morena y sumamente alta. Al menos, eso le pareció desde el ángulo que la estaba mirando.
¿De dónde había salido aquella mujer?
Myriam se corrió a un lado del peldaño donde estaba sentada y Víctor se puso en pie.
-Perdone, señorita... -dijo él, interrumpiéndose al no saber el nombre de la joven.
La morena bajó la escalera y, al llegar al lado de Víctor, le sonrió y le ofreció la mano con gesto lánguido.
-Soy Mindy Mendez. Encantada de conocerte. Supongo que luego vendrás a sentarte con nosotras un rato; así que... hasta luego.
Y sin una mirada a Myriam, Mindy se dirigió al cuarto de estar.
-¿Mindy Mendez? -dijo Víctor pronunciando las dos palabras despacio.
-La hija de Mariana, no su «amistad».
-El tipo de relación que tengan es irrelevante. Espero que te disculpes.
Myriam se quedó boquiabierta.
-¿Que me disculpe? ¿Por qué?
-En primer lugar, por no tomarme en serio.
-Vamos, Víctor, por favor. Dime, si tanto te persiguen las mujeres, ¿cómo es que todavía no ha habido ninguna que te haya cazado?
-Y por suponer que estaba equivocado respecto a Ros...
-¡Y lo estabas!
-Equivocado en los detalles, pero no en lo esencial.
-El género es algo más que un detalle, ¿no te parece? Y deja de cambiar de tema. Y otra cosa, no sé qué querías demostrar con ese beso, pero te aconsejo que cejes en el empeño. Conmigo no vas a ir a ninguna parte.
Víctor volvió a sentarse a su lado en la escalera.
-¿En serio? Yo diría que hemos avanzado algo, ¿no? -Víctor la miró con un gesto tan insinuante que la hizo desear darle una bofetada-. Acabo de demostrarte lo contrario. Pero si eso hace que te sientas incómoda...
-Víctor, es increíble, pero realmente crees que no existe una sola mujer en el mundo que se te pueda resistir -dijo Myriam sacudiendo la cabeza-. En fin, me voy al cuarto de estar. Y como no voy a representar el papel de tu novia, voy a echarle un vistazo al tal Ros.
Myriam no tenía ningún interés en Ros, lo único que quería era escapar de lo mucho que la había afectado un simple beso.
Pero claro, ése era el problema, no había sido un simple beso. Le había hecho recordar las emociones que él despertara seis años atrás.
En aquel entonces, ella le había dejado besarla hasta hacerla perder todas sus inhibiciones y permitirle hacerle el amor.
Al cabo de un tiempo, al recuperar el sentido, había sentido vergüenza de encontrarse aún en los brazos de Víctor, aferrada a él, casi suplicante. Se había visto presa de una repentina angustia nacida del miedo a que, en cualquier momento, uno de los compañeros de habitación de Víctor se presentase de improviso; avergonzada de sentir una pasión que jamás había sospechado poseer. Se había sentido desconcertada al darse cuenta de que lo que más quería en el mundo era volver a hacer el amor con Víctor.
Y se había quedado horrorizada al ver la expresión de perplejidad de Víctor. Le llevó un tiempo darse cuenta de que él estaba tan sorprendido como ella, pero por diferentes motivos. Como una idiota, le había preguntado qué era lo que estaba pensando, y Víctor le había respondido algo sobre que la experiencia le había resultado muy distinta a lo que había imaginado. Y el tono de sorpresa de la voz de Víctor la había hecho volver a la realidad brusca y dolorosamente.
A ella le había resultado evidente que Víctor, de repente, tenía miedo de no podérsela quitar de encima.
-Bueno, creo que será mejor que me vaya -le había dicho ella. Y al no recibir respuesta, Myriam se había vestido rápidamente y había salido de la habitación a toda prisa.
Al día siguiente, había ido a la clase de cálculo, preparada para saludarlo haciendo como si no hubiera ocurrido nada entre los dos. Si para Víctor haber hecho el amor con ella no había tenido importancia, ella iba a hacer lo posible por fingir indiferencia.
Pero antes de entrar en clase ya se habían corrido los rumores y la verdad le resultó aparente. Víctor había hecho una apuesta. Por eso, al encontrarse cara a cara con él, no le había permitido que le dirigiera la palabra, se había dado media vuelta y se había marchado.
Víctor lanzó una maldición entre dientes mientras agarraba el abrigo de Myriam, que aún estaba en la barandilla de la escalera, para colgarlo. La tarima de madera al pie de las escaleras estaba mojada debido a la nieve que llevaban en las botas al sentarse. No, en sus botas, porque Myriam se había quitado los zapatos al entrar; lo recordaba porque había pensado que Myriam parecía estar como en su casa.
En cualquier caso, lo mejor que podía hacer era secar el suelo si no quería que Janet lo regañara. Así pues, Víctor se quitó sus botas, colgó los abrigos y fue a la cocina por unas servilletas de papel.
Janet estaba haciendo una masa con harina y parecía de mal humor.
-¡Pues no va y me dice que prepare cualquier cosita para los invitados! De haber sabido que iba a haber una reunión habría salido a comprar. Soy yo quien va a quedar mal si no les doy algo decente para comer.
-Ni lo intentes. Llévales algo pasado a ver si les da asco, se van a su casa y nos dejan tranquilos -Víctor tiró del rollo de papel de cocina.
Janet lanzó chispas por los ojos.
-Árboles de Navidad naturales, reuniones... La señora Perez ha empezado a hacer cosas raras desde que está aquí esa mujer. Tiene a tu abuela como hechizada.
Hechizada...
Eso, por supuesto, era una exageración. Pero no se podía negar que Myriam afectara a la gente. Incluso a él mismo lo afectaba.
Para empezar, no había tenido intención de besarla ahí, en la escalera, como si fuera un quinceañero a solas con una chica en su habitación...
Janet lo estaba mirando con interés.
-¿Y qué te ha estado haciendo a ti?
-Nada, nada en absoluto -respondió Víctor inmediatamente.
«Mentiroso», le dijo su conciencia. «Desde que volviste a verla no has dejado de preguntarte si seguiría besando como un ángel, como besaba años atrás. Y ahora que ya lo sabes, ¿qué vas a hacer al respecto? ¿Vas a intentar averiguar si sigue haciendo el amor igual que entonces? No, no puedes».
-Bueno, será mejor que no pierdas la cabeza; de lo contrario, vas a tener problemas. Me refiero a problemas con abogados.
El cambio de conversación le sorprendió tanto que le provocó una carcajada.
-¿Abogados? ¿A qué viene eso?
-No lo sé -dijo Janet-. Lo único que sé es que esa mujer le dijo a tu abuela que el paso siguiente a dar era hablar con su abogado. Yo misma se lo he oído decir.
Víctor siempre había sospechado que Janet escuchaba detrás de las puertas; no obstante, el comentario lo inquietó. ¿De qué tenía que hablar su abuela con un abogado? Y aunque tuviera que hacerlo, ¿qué tenía que ver Myriam con eso? Myriam estaba interesada en la contabilidad, no en el derecho.
Janet dejó la masa en una bandeja y le dijo:
-Estás interponiéndote entre el horno y yo.
Víctor se fue a secar el suelo al pie de las escaleras. Después, tiró el papel a la papelera más próxima y se encaminó hacia el cuarto de estar.
En el momento en que asomó la cabeza, Mindy le sonrió, y fue una sonrisa depredadora. Lo sabía porque conocía muy bien ese tipo de sonrisas, a pesar de que Myriam no lo creyera.
Mindy estaba a un lado del árbol con un adorno en la mano y mirándolo fijamente.
Pero lo que llamó su atención fue lo que vio al otro lado del árbol. Ros, con dos brillantes ladrillos en cada mano, parecía un levantador de pesas. Era evidente que estaba posando para Myriam y ella no parecía tener ojos más que para él. Víctor se preguntó si realmente la atraía ese hombre o si simplemente quería darle celos.
-Son para los calcetines -estaba diciendo su abuela.
-¿Ladrillos? -dijo Myriam en tono de duda-. Yo creía que se ponía carbón.
-No, no para dentro de los calcetines. Los ladrillos son para sujetar los calcetines en el dintel de la chimenea.
Myriam parecía sorprendida ante semejante ocurrencia.
Las ojeras que tenía bajo los ojos... ¿Eran efecto de la luz o estaba triste? Víctor se preguntó si Myriam, alguna vez, había tenido un calcetín de Navidad. Y de haberlo tenido alguna vez...
«No empieces a pensar en ese diminuto árbol que tenía en su cuarto o te meterás en más problemas de los que ya tienes», se dijo Víctor.
El maitre del comedor del hotel saludó a Víctor cuando éste entró a comer.
-Hacía mucho que no lo veíamos por aquí, señor Garcia. Su abuela tiene su mesa preferida. ¿Quiere que los acompañe?
-No, gracias, no se me ha olvidado dónde está -lo que no era extraordinario, ya que durante años había ido allí con su abuela a almorzar los domingos.
Lo que le sorprendía era que, aunque sólo fuera allí una vez al año, el maítre siempre lo llamaba por su nombre.
Al aproximarse a la mesa vio a Myriam de espaldas, pero no vio a su abuela. Como el respaldo de la silla le ocultaba la espalda, sólo vio que llevaba algo negro ajustado. Entre el cabello encendido y el cuello alto del jersey se veía un poco de piel de porcelana.
Víctor se preguntó qué haría Myriam si se le acercaba sigilosamente y le daba un beso en su delicioso cuello. Casi con seguridad le arrojaría un tenedor. En cualquier caso, como ni Mariana ni Mindy ni Ros estaban presentes, no necesitaba impresionar a nadie. Por lo tanto, lo mejor que podía hacer era meterse las manos en los bolsillos y dejar tranquila la boca. Además, tenía que hablar con Myriam y besarle el cuello sólo lo distraería.
Myriam levantó la cabeza.
-Llegas un poco tarde, ¿no? ¿Aún estás ocupado con la inauguración?
-Más que ayer -Víctor se sentó a su lado-. Lo que sí me sorprende es que tú hayas sido puntual. Con el lío que tenías esta mañana...
-Y aún sigue el lío. Es la única casa que tiene un armario de ropa de cama más grande que una habitación normal.
-Espera a ver el ático, no sé cuántos muebles hay, repletos de cosas. Lo que no sé es qué guarda mi abuela en el armario de la ropa de cama.
Myriam le dedicó una traviesa sonrisa.
-Ropa de cama, naturalmente. Bueno, y toallas y esas cosas. Tiene toallas de todos los colores y tamaños. ¿Sabías que, antiguamente, vendían las toallas en cajas con lazos de satén del mismo color?
-¿Las toallas las venden en cajas? En fin, ¿dónde está mi abuela?
-Creo que está intentando decidir qué va a comer.
-Estupendo, quería hablar contigo.
-Víctor, si vas a hablarme otra vez de Ros y Mindy:..
-No. Quiero hablar de abogados. ¿Por qué le dijiste a mi abuela que fuera a ver a su abogado?
Myriam titubeó momentáneamente y miró a espaldas de él. Víctor casi se sintió desilusionado. Había esperado una respuesta inmediata, aunque no necesariamente la verdad.
Su abuela se detuvo al lado de la mesa en ese momento y le puso una mano en el hombro para evitar que se levantara.
-Te he visto al entrar, pero estaba hablando con el cocinero y no quería interrumpirlo. Me estaba explicando una receta.
¿Que lo había visto al entrar? En ese caso, había sido una suerte que se hubiera contenido y no le hubiera dado a Myriam un beso en la nuca.
-¿Qué va a ser, abuela? ¿Carne o pescado?
-Ni lo uno ni lo otro. He pensado que la vida es demasiado corta y voy a ir directamente al mostrador de los postres a servirme.
Víctor eligió una ensalada de primero. Myriam, por su parte, se llenó el plato de marisco en el bufé. No debía de tener muchas oportunidades de comer eso, pensó Víctor.
Al volver la cabeza y no ver a su abuela, volvió a empezar.
-Cuéntame lo del abogado, Myriam.
Esa vez Myriam no hizo ninguna pausa. Víctor se maldijo a sí mismo por haberle dado el tiempo necesario para elaborar una respuesta satisfactoria.
-Es posible que no sepas que la casa aún está a nombre de tu abuelo, pero no al de Sofia.
Víctor se atragantó con el café.
-No es posible. Mi abuelo lleva muerto treinta años.
-Sofía no ha tenido problemas hasta ahora, pero me ha parecido bien decirle que debería hablar con un abogado para arreglar las cosas antes de decidir qué va a hacer con una casa que, oficialmente, no es suya.
Víctor no podía objetar; sin embargo...
-Lo que no entiendo es cómo ha salido a relucir ese asunto en una conversación.
Myriam se encogió de hombros.
-Tu abuela ya llevaba tiempo pensando que podía ser un problema y me lo ha comentado.
-En ese caso, ¿por qué no ha hecho algo al respecto hace tiempo?
-Porque es demasiado lío. ¿No te has dado cuenta de lo fácil que le resulta empezar algo que, sistemáticamente, deja sin terminar? Tiene empezadas montones de cosas que... Cuidado, ahí viene.
Su abuela no había exagerado: Víctor nunca había visto tanta nata en un plato. Cuando, por fin,Sofia se terminó el postre, fue a servirse más.
Myriam la vio alejarse y le dijo:
-También le he sugerido que, además de hablar con un abogado, hable con un contable para dejarle algo a Janet. Pero, al parecer, cuando empezamos a hablar de ese tema, Janet ya había dejado de escuchar.
-¿Sabías que Janet os había estado escuchando a escondidas?
-Yo no diría que a escondidas exactamente. Estaba retirando los platos del desayuno de la mesa.
Al parecer, Janet no había estado escuchando a escondidas. Y si Myriam había hablado abiertamente, consciente de la presencia de Janet, no había por qué preocuparse.
A menos que Myriam fuera más sagaz de lo que él imaginaba.
-¿Dinero para Janet? -inquirió él.
-Sí, algo que le dé cierta seguridad económica cuando se jubile. _
-¿Cuando Janet se jubile?
-¿Qué esperas que haga? -preguntó Myriam con cinismo-. ¿Quieres que se ponga a buscar otro trabajo a su edad?
-No. Suponía que se iba a ir con mi abuela.
Myriam sacudió la cabeza.
-En el complejo residencial para ancianos Sofia no va a necesitar una empleada ni una cocinera. Janet estaría de sobra.
-¿Así que mi abuela va a ir a un complejo residencial? Si no recuerdo mal, tú sugeriste que se viniera a vivir conmigo.
-Quizá haya pensado que, con Mindy en tu vida, les estorbaría.
-No me hables de Mindy. Bueno, voy por algo más de comida. ¿Quieres que te traiga otro plato de marisco?
-No, gracias. Creo que voy a tomar una ensalada y luego un postre como el de Sofia.
-¿Por qué no dos? Son bastante pequeños.
Cuando Víctor regresó con un filete poco hecho y la guarnición correspondiente, su abuela seguía sin aparecer. Sorprendido, él miró a su alrededor.
-Mi abuela no se ha comido el segundo postre y ha ido a servirse una tercera vez, ¿verdad?
-No, no ha vuelto -Myriam frunció el ceño-. Estaba mirando a ver si la veía mientras me servía la ensalada, pero nada. Víctor, ¿y si se ha vuelto a marear?
-Quizá haya sido tanta nata -dijo Víctor burlonamente-. Pero lo dudo. De haberse mareado, ya nos habríamos enterado.
-¿Y si se ha mareado en el baño? -Myriam se levantó rápidamente-. Voy a ir a ver.
Pero no había dado ni dos pasos cuando el maitre se acercó a su mesa con un papel en la mano.
-Señor Garcia, su abuela me ha pedido que le dé esto.
-¿Necesita ayuda? ¿Está bien? -preguntó Myriam con angustia.
Víctor desdobló el papel.
-Parece que no. Dice que tiene que hacer unas compras y que volverá a casa en taxi.
-Creía que no le gustaban los taxis.
-Sólo cuando le interesa que no le gusten.
-¿Adónde habrá ido? Podría darle alcance -sugirió Myriam.
-Déjalo, Myriam. Disfruta tu ensalada. Mi abuela no te necesita.
-Me ha contratado para que la lleve a los sitios.
-Al parecer, te ha dado el día libre. Habrá ido a comprarte un regalo de Navidad.
-No necesito que me compre nada, ya me ha hecho un regalo.
Víctor se puso en guardia al instante.
-¿Qué te ha regalado? ¿El coche nuevo?
La mirada que Myriam le lanzó lo dejó seco. Se preguntó cómo esos ojos, tan cálidos por lo general, podían tornarse tan gélidos.
-Gracias por recordármelo -dijo Myriam-. Y como tengo que hacer un recado y tengo un vehículo a mi disposición, no es necesario que siga aguantando impertinencias.
Apartando la ensalada a un lado, Myriam añadió:
-Adiós.
Víctor le puso la mano en la muñeca para detenerla.
-Myriam, perdona, era una broma. No he debido decir eso.
Myriam se quedó sentada, pero parecía a punto de ponerse de pie de un salto.
-Estoy cansada de tus impertinencias.
Víctor la miró con la expresión más tierna que pudo.
-¿Quieres que te traiga un buen postre con mucha nata?
Myriam se echó a reír.
-Idiota.
-Bueno, dime, ¿qué recado tienes que hacer? Myriam se relajó lo suficiente para agarrar el tenedor una vez más.
-Tengo que llevar el primer cargamento de sábanas y toallas al centro de acogida de la gente sin hogar.
-Está en un barrio donde hay bastante violencia.
-No es mucho peor que el barrio en el que vivo.
Víctor frunció el ceño y se terminó la carne.
-Bueno, voy a ir contigo.
Myriam pareció sorprendida.
-No es necesario. Además; tienes tu coche aquí.
-Volveré a recogerlo.
-Iba a pasarme por mi casa un momento. Está de camino.
-Bien, no hay problema.
-Tienes que volver a tu trabajo.
-Esta tienda va a funcionar sin mí. Estoy seguro de que no le pasará nada por unas horas que yo falte.
Pero hay algo que no es negociable.
Myriam lo miró con expresión de duda.
-Conduzco yo -declaró Víctor-. ¿Quieres tomar postre o prefieres que nos vayamos ya?
MYRIAM tosió para disimular la risa, pero nada le impidió sentir un inmenso placer al ver la cara de Víctor cuando éste vio a Ros. Incapaz de seguir conteniéndose, Myriam se disculpó.
-Voy a dejar el abrigo -logró decir-. Hace mucho calor aquí.
Myriam se agachó para dejar las cajas con las luces a los pies del árbol, pero se le cayeron de las manos. Sin embargo, no se detuvo a recogerlas, sino que salió a toda prisa al vestíbulo y empezó a reír tapándose la boca para no hacer ruido.
Víctor había hecho un montón de planes para evitar que lo emparejaran con la amiga de Mariana y ahora resultaba que la amiga era un amigo, y que el nombre cariñoso de Rocío era Ros.
Víctor apareció en el vestíbulo inmediatamente.
-¿Qué demonios...?
-Deberías haberte visto -logró decir Myriam, que se quitó el abrigo y lo dejó encima de la barandilla de la escalera.
-Por favor, deja de reír -dijo Víctor-. No tiene ninguna gracia.
Myriam, esforzándose por reprimir la risa, se sentó en el primer escalón de la escalinata y Víctor la imitó.
-Eh, no te enfades conmigo, no es culpa mía que tu ego te haga llegar a conclusiones equivocadas. Víctor, deberías superarte a ti mismo. No todas las mujeres están esperando a que te dignes a mirarlas.
Víctor lanzó un suspiro y apoyó los codos en el escalón superior al que estaba sentado.
-Está bien, diviértete todo lo que quieras.
-Lo haré, te lo aseguro. No se te ocurrió pensar ni por un momento que Rocío fuera Ros, ¿verdad? Y que fuera un hombre.
-Tampoco recuerdo que tú lo pusieras en duda.
-Deberías haberte visto la cara al verlo... -esa vez, Myriam no contuvo la carcajada.
Antes de que Myriam pudiera darse cuenta de sus intenciones, Víctor la rodeó con los brazos y la atrajo hacia sí. Y, de repente, los labios de Víctor le acariciaron los suyos suavemente antes de besarla con firmeza; y, además de quitarle las ganas de reír, la dejó sin respiración.
Las manos de él le quemaron la piel, a pesar del tejido del jersey. El beso no fue tierno ni suave; tampoco duro, pero sí exigente.
Inesperadamente, Myriam viajó al pasado, a la habitación del colegio mayor. Estaba sentada en la cama de Víctor porque no había otro sitio lo suficientemente grande para poner encima el libro de texto, los cuadernos, papel para sucio, la calculadora y demás utensilios para los problemas de Matemáticas. Ella estaba intentando encontrar una posición cómoda y apoyar la espalda en algún sitio, pero de tal manera que los dos pudieran seguir de cara al libro. Por fin, Víctor le rodeó los hombros con un brazo y la atrajo hacia sí, ambos con la espalda apoyada en la almohada a la cabecera de la estrecha cama. La proximidad la hizo ponerse tensa. Pero pronto volvieron a las Matemáticas y Víctor no pareció darle importancia al hecho de que su brazo aún siguiera sobre los hombros de ella.
Y a mitad de las explicaciones que le daba, Myriam notó que Víctor había dejado de mirar el libro y la estaba mirando a ella. Se interrumpió momentáneamente y él la besó; después, le dijo que como era evidente que había sido su primer beso, sería mejor que le diera alguna clase práctica. Y volvió a besarla, lenta y sensualmente, para demostrarle, paso a paso, cómo se besaba.
Víctor se había equivocado en una cosa: no había sido su primer beso, pero sí el primero de importancia. Había sido el primer beso que la había hecho arder, que la había hecho temblar, sentirse derretir. El primer beso... sólo la hizo desear que se acabara cuanto antes.
Pero ahora, en el presente, Víctor la estaba besando sin titubear. No obstante, evocó las mismas sensaciones, el mismo ardor, la misma intensidad con la que deseó aprender todo lo que Víctor quisiera enseñarle.
«Contrólate, Myriam», se ordenó a sí misma. «El que la otra vez todo acabara en mucho más que un beso no significa que quieras que vuelva a ocurrir. Recuerda lo que pasó».
A pesar de todo, le costó un gran esfuerzo protestar, poner una mano en el pecho de Víctor para apartarlo de sí.
-Ya basta, Garcia -dijo con voz quebrada-. Creo que he dejado bien claro que...
Desde unos peldaños por encima de ellos, una bien modulada voz femenina dijo:
-Siento interrumpir una escena tan enternecedora, pero os agradecería que me permitierais bajar.
Myriam volvió la cabeza bruscamente y vio a una belleza morena y sumamente alta. Al menos, eso le pareció desde el ángulo que la estaba mirando.
¿De dónde había salido aquella mujer?
Myriam se corrió a un lado del peldaño donde estaba sentada y Víctor se puso en pie.
-Perdone, señorita... -dijo él, interrumpiéndose al no saber el nombre de la joven.
La morena bajó la escalera y, al llegar al lado de Víctor, le sonrió y le ofreció la mano con gesto lánguido.
-Soy Mindy Mendez. Encantada de conocerte. Supongo que luego vendrás a sentarte con nosotras un rato; así que... hasta luego.
Y sin una mirada a Myriam, Mindy se dirigió al cuarto de estar.
-¿Mindy Mendez? -dijo Víctor pronunciando las dos palabras despacio.
-La hija de Mariana, no su «amistad».
-El tipo de relación que tengan es irrelevante. Espero que te disculpes.
Myriam se quedó boquiabierta.
-¿Que me disculpe? ¿Por qué?
-En primer lugar, por no tomarme en serio.
-Vamos, Víctor, por favor. Dime, si tanto te persiguen las mujeres, ¿cómo es que todavía no ha habido ninguna que te haya cazado?
-Y por suponer que estaba equivocado respecto a Ros...
-¡Y lo estabas!
-Equivocado en los detalles, pero no en lo esencial.
-El género es algo más que un detalle, ¿no te parece? Y deja de cambiar de tema. Y otra cosa, no sé qué querías demostrar con ese beso, pero te aconsejo que cejes en el empeño. Conmigo no vas a ir a ninguna parte.
Víctor volvió a sentarse a su lado en la escalera.
-¿En serio? Yo diría que hemos avanzado algo, ¿no? -Víctor la miró con un gesto tan insinuante que la hizo desear darle una bofetada-. Acabo de demostrarte lo contrario. Pero si eso hace que te sientas incómoda...
-Víctor, es increíble, pero realmente crees que no existe una sola mujer en el mundo que se te pueda resistir -dijo Myriam sacudiendo la cabeza-. En fin, me voy al cuarto de estar. Y como no voy a representar el papel de tu novia, voy a echarle un vistazo al tal Ros.
Myriam no tenía ningún interés en Ros, lo único que quería era escapar de lo mucho que la había afectado un simple beso.
Pero claro, ése era el problema, no había sido un simple beso. Le había hecho recordar las emociones que él despertara seis años atrás.
En aquel entonces, ella le había dejado besarla hasta hacerla perder todas sus inhibiciones y permitirle hacerle el amor.
Al cabo de un tiempo, al recuperar el sentido, había sentido vergüenza de encontrarse aún en los brazos de Víctor, aferrada a él, casi suplicante. Se había visto presa de una repentina angustia nacida del miedo a que, en cualquier momento, uno de los compañeros de habitación de Víctor se presentase de improviso; avergonzada de sentir una pasión que jamás había sospechado poseer. Se había sentido desconcertada al darse cuenta de que lo que más quería en el mundo era volver a hacer el amor con Víctor.
Y se había quedado horrorizada al ver la expresión de perplejidad de Víctor. Le llevó un tiempo darse cuenta de que él estaba tan sorprendido como ella, pero por diferentes motivos. Como una idiota, le había preguntado qué era lo que estaba pensando, y Víctor le había respondido algo sobre que la experiencia le había resultado muy distinta a lo que había imaginado. Y el tono de sorpresa de la voz de Víctor la había hecho volver a la realidad brusca y dolorosamente.
A ella le había resultado evidente que Víctor, de repente, tenía miedo de no podérsela quitar de encima.
-Bueno, creo que será mejor que me vaya -le había dicho ella. Y al no recibir respuesta, Myriam se había vestido rápidamente y había salido de la habitación a toda prisa.
Al día siguiente, había ido a la clase de cálculo, preparada para saludarlo haciendo como si no hubiera ocurrido nada entre los dos. Si para Víctor haber hecho el amor con ella no había tenido importancia, ella iba a hacer lo posible por fingir indiferencia.
Pero antes de entrar en clase ya se habían corrido los rumores y la verdad le resultó aparente. Víctor había hecho una apuesta. Por eso, al encontrarse cara a cara con él, no le había permitido que le dirigiera la palabra, se había dado media vuelta y se había marchado.
Víctor lanzó una maldición entre dientes mientras agarraba el abrigo de Myriam, que aún estaba en la barandilla de la escalera, para colgarlo. La tarima de madera al pie de las escaleras estaba mojada debido a la nieve que llevaban en las botas al sentarse. No, en sus botas, porque Myriam se había quitado los zapatos al entrar; lo recordaba porque había pensado que Myriam parecía estar como en su casa.
En cualquier caso, lo mejor que podía hacer era secar el suelo si no quería que Janet lo regañara. Así pues, Víctor se quitó sus botas, colgó los abrigos y fue a la cocina por unas servilletas de papel.
Janet estaba haciendo una masa con harina y parecía de mal humor.
-¡Pues no va y me dice que prepare cualquier cosita para los invitados! De haber sabido que iba a haber una reunión habría salido a comprar. Soy yo quien va a quedar mal si no les doy algo decente para comer.
-Ni lo intentes. Llévales algo pasado a ver si les da asco, se van a su casa y nos dejan tranquilos -Víctor tiró del rollo de papel de cocina.
Janet lanzó chispas por los ojos.
-Árboles de Navidad naturales, reuniones... La señora Perez ha empezado a hacer cosas raras desde que está aquí esa mujer. Tiene a tu abuela como hechizada.
Hechizada...
Eso, por supuesto, era una exageración. Pero no se podía negar que Myriam afectara a la gente. Incluso a él mismo lo afectaba.
Para empezar, no había tenido intención de besarla ahí, en la escalera, como si fuera un quinceañero a solas con una chica en su habitación...
Janet lo estaba mirando con interés.
-¿Y qué te ha estado haciendo a ti?
-Nada, nada en absoluto -respondió Víctor inmediatamente.
«Mentiroso», le dijo su conciencia. «Desde que volviste a verla no has dejado de preguntarte si seguiría besando como un ángel, como besaba años atrás. Y ahora que ya lo sabes, ¿qué vas a hacer al respecto? ¿Vas a intentar averiguar si sigue haciendo el amor igual que entonces? No, no puedes».
-Bueno, será mejor que no pierdas la cabeza; de lo contrario, vas a tener problemas. Me refiero a problemas con abogados.
El cambio de conversación le sorprendió tanto que le provocó una carcajada.
-¿Abogados? ¿A qué viene eso?
-No lo sé -dijo Janet-. Lo único que sé es que esa mujer le dijo a tu abuela que el paso siguiente a dar era hablar con su abogado. Yo misma se lo he oído decir.
Víctor siempre había sospechado que Janet escuchaba detrás de las puertas; no obstante, el comentario lo inquietó. ¿De qué tenía que hablar su abuela con un abogado? Y aunque tuviera que hacerlo, ¿qué tenía que ver Myriam con eso? Myriam estaba interesada en la contabilidad, no en el derecho.
Janet dejó la masa en una bandeja y le dijo:
-Estás interponiéndote entre el horno y yo.
Víctor se fue a secar el suelo al pie de las escaleras. Después, tiró el papel a la papelera más próxima y se encaminó hacia el cuarto de estar.
En el momento en que asomó la cabeza, Mindy le sonrió, y fue una sonrisa depredadora. Lo sabía porque conocía muy bien ese tipo de sonrisas, a pesar de que Myriam no lo creyera.
Mindy estaba a un lado del árbol con un adorno en la mano y mirándolo fijamente.
Pero lo que llamó su atención fue lo que vio al otro lado del árbol. Ros, con dos brillantes ladrillos en cada mano, parecía un levantador de pesas. Era evidente que estaba posando para Myriam y ella no parecía tener ojos más que para él. Víctor se preguntó si realmente la atraía ese hombre o si simplemente quería darle celos.
-Son para los calcetines -estaba diciendo su abuela.
-¿Ladrillos? -dijo Myriam en tono de duda-. Yo creía que se ponía carbón.
-No, no para dentro de los calcetines. Los ladrillos son para sujetar los calcetines en el dintel de la chimenea.
Myriam parecía sorprendida ante semejante ocurrencia.
Las ojeras que tenía bajo los ojos... ¿Eran efecto de la luz o estaba triste? Víctor se preguntó si Myriam, alguna vez, había tenido un calcetín de Navidad. Y de haberlo tenido alguna vez...
«No empieces a pensar en ese diminuto árbol que tenía en su cuarto o te meterás en más problemas de los que ya tienes», se dijo Víctor.
El maitre del comedor del hotel saludó a Víctor cuando éste entró a comer.
-Hacía mucho que no lo veíamos por aquí, señor Garcia. Su abuela tiene su mesa preferida. ¿Quiere que los acompañe?
-No, gracias, no se me ha olvidado dónde está -lo que no era extraordinario, ya que durante años había ido allí con su abuela a almorzar los domingos.
Lo que le sorprendía era que, aunque sólo fuera allí una vez al año, el maítre siempre lo llamaba por su nombre.
Al aproximarse a la mesa vio a Myriam de espaldas, pero no vio a su abuela. Como el respaldo de la silla le ocultaba la espalda, sólo vio que llevaba algo negro ajustado. Entre el cabello encendido y el cuello alto del jersey se veía un poco de piel de porcelana.
Víctor se preguntó qué haría Myriam si se le acercaba sigilosamente y le daba un beso en su delicioso cuello. Casi con seguridad le arrojaría un tenedor. En cualquier caso, como ni Mariana ni Mindy ni Ros estaban presentes, no necesitaba impresionar a nadie. Por lo tanto, lo mejor que podía hacer era meterse las manos en los bolsillos y dejar tranquila la boca. Además, tenía que hablar con Myriam y besarle el cuello sólo lo distraería.
Myriam levantó la cabeza.
-Llegas un poco tarde, ¿no? ¿Aún estás ocupado con la inauguración?
-Más que ayer -Víctor se sentó a su lado-. Lo que sí me sorprende es que tú hayas sido puntual. Con el lío que tenías esta mañana...
-Y aún sigue el lío. Es la única casa que tiene un armario de ropa de cama más grande que una habitación normal.
-Espera a ver el ático, no sé cuántos muebles hay, repletos de cosas. Lo que no sé es qué guarda mi abuela en el armario de la ropa de cama.
Myriam le dedicó una traviesa sonrisa.
-Ropa de cama, naturalmente. Bueno, y toallas y esas cosas. Tiene toallas de todos los colores y tamaños. ¿Sabías que, antiguamente, vendían las toallas en cajas con lazos de satén del mismo color?
-¿Las toallas las venden en cajas? En fin, ¿dónde está mi abuela?
-Creo que está intentando decidir qué va a comer.
-Estupendo, quería hablar contigo.
-Víctor, si vas a hablarme otra vez de Ros y Mindy:..
-No. Quiero hablar de abogados. ¿Por qué le dijiste a mi abuela que fuera a ver a su abogado?
Myriam titubeó momentáneamente y miró a espaldas de él. Víctor casi se sintió desilusionado. Había esperado una respuesta inmediata, aunque no necesariamente la verdad.
Su abuela se detuvo al lado de la mesa en ese momento y le puso una mano en el hombro para evitar que se levantara.
-Te he visto al entrar, pero estaba hablando con el cocinero y no quería interrumpirlo. Me estaba explicando una receta.
¿Que lo había visto al entrar? En ese caso, había sido una suerte que se hubiera contenido y no le hubiera dado a Myriam un beso en la nuca.
-¿Qué va a ser, abuela? ¿Carne o pescado?
-Ni lo uno ni lo otro. He pensado que la vida es demasiado corta y voy a ir directamente al mostrador de los postres a servirme.
Víctor eligió una ensalada de primero. Myriam, por su parte, se llenó el plato de marisco en el bufé. No debía de tener muchas oportunidades de comer eso, pensó Víctor.
Al volver la cabeza y no ver a su abuela, volvió a empezar.
-Cuéntame lo del abogado, Myriam.
Esa vez Myriam no hizo ninguna pausa. Víctor se maldijo a sí mismo por haberle dado el tiempo necesario para elaborar una respuesta satisfactoria.
-Es posible que no sepas que la casa aún está a nombre de tu abuelo, pero no al de Sofia.
Víctor se atragantó con el café.
-No es posible. Mi abuelo lleva muerto treinta años.
-Sofía no ha tenido problemas hasta ahora, pero me ha parecido bien decirle que debería hablar con un abogado para arreglar las cosas antes de decidir qué va a hacer con una casa que, oficialmente, no es suya.
Víctor no podía objetar; sin embargo...
-Lo que no entiendo es cómo ha salido a relucir ese asunto en una conversación.
Myriam se encogió de hombros.
-Tu abuela ya llevaba tiempo pensando que podía ser un problema y me lo ha comentado.
-En ese caso, ¿por qué no ha hecho algo al respecto hace tiempo?
-Porque es demasiado lío. ¿No te has dado cuenta de lo fácil que le resulta empezar algo que, sistemáticamente, deja sin terminar? Tiene empezadas montones de cosas que... Cuidado, ahí viene.
Su abuela no había exagerado: Víctor nunca había visto tanta nata en un plato. Cuando, por fin,Sofia se terminó el postre, fue a servirse más.
Myriam la vio alejarse y le dijo:
-También le he sugerido que, además de hablar con un abogado, hable con un contable para dejarle algo a Janet. Pero, al parecer, cuando empezamos a hablar de ese tema, Janet ya había dejado de escuchar.
-¿Sabías que Janet os había estado escuchando a escondidas?
-Yo no diría que a escondidas exactamente. Estaba retirando los platos del desayuno de la mesa.
Al parecer, Janet no había estado escuchando a escondidas. Y si Myriam había hablado abiertamente, consciente de la presencia de Janet, no había por qué preocuparse.
A menos que Myriam fuera más sagaz de lo que él imaginaba.
-¿Dinero para Janet? -inquirió él.
-Sí, algo que le dé cierta seguridad económica cuando se jubile. _
-¿Cuando Janet se jubile?
-¿Qué esperas que haga? -preguntó Myriam con cinismo-. ¿Quieres que se ponga a buscar otro trabajo a su edad?
-No. Suponía que se iba a ir con mi abuela.
Myriam sacudió la cabeza.
-En el complejo residencial para ancianos Sofia no va a necesitar una empleada ni una cocinera. Janet estaría de sobra.
-¿Así que mi abuela va a ir a un complejo residencial? Si no recuerdo mal, tú sugeriste que se viniera a vivir conmigo.
-Quizá haya pensado que, con Mindy en tu vida, les estorbaría.
-No me hables de Mindy. Bueno, voy por algo más de comida. ¿Quieres que te traiga otro plato de marisco?
-No, gracias. Creo que voy a tomar una ensalada y luego un postre como el de Sofia.
-¿Por qué no dos? Son bastante pequeños.
Cuando Víctor regresó con un filete poco hecho y la guarnición correspondiente, su abuela seguía sin aparecer. Sorprendido, él miró a su alrededor.
-Mi abuela no se ha comido el segundo postre y ha ido a servirse una tercera vez, ¿verdad?
-No, no ha vuelto -Myriam frunció el ceño-. Estaba mirando a ver si la veía mientras me servía la ensalada, pero nada. Víctor, ¿y si se ha vuelto a marear?
-Quizá haya sido tanta nata -dijo Víctor burlonamente-. Pero lo dudo. De haberse mareado, ya nos habríamos enterado.
-¿Y si se ha mareado en el baño? -Myriam se levantó rápidamente-. Voy a ir a ver.
Pero no había dado ni dos pasos cuando el maitre se acercó a su mesa con un papel en la mano.
-Señor Garcia, su abuela me ha pedido que le dé esto.
-¿Necesita ayuda? ¿Está bien? -preguntó Myriam con angustia.
Víctor desdobló el papel.
-Parece que no. Dice que tiene que hacer unas compras y que volverá a casa en taxi.
-Creía que no le gustaban los taxis.
-Sólo cuando le interesa que no le gusten.
-¿Adónde habrá ido? Podría darle alcance -sugirió Myriam.
-Déjalo, Myriam. Disfruta tu ensalada. Mi abuela no te necesita.
-Me ha contratado para que la lleve a los sitios.
-Al parecer, te ha dado el día libre. Habrá ido a comprarte un regalo de Navidad.
-No necesito que me compre nada, ya me ha hecho un regalo.
Víctor se puso en guardia al instante.
-¿Qué te ha regalado? ¿El coche nuevo?
La mirada que Myriam le lanzó lo dejó seco. Se preguntó cómo esos ojos, tan cálidos por lo general, podían tornarse tan gélidos.
-Gracias por recordármelo -dijo Myriam-. Y como tengo que hacer un recado y tengo un vehículo a mi disposición, no es necesario que siga aguantando impertinencias.
Apartando la ensalada a un lado, Myriam añadió:
-Adiós.
Víctor le puso la mano en la muñeca para detenerla.
-Myriam, perdona, era una broma. No he debido decir eso.
Myriam se quedó sentada, pero parecía a punto de ponerse de pie de un salto.
-Estoy cansada de tus impertinencias.
Víctor la miró con la expresión más tierna que pudo.
-¿Quieres que te traiga un buen postre con mucha nata?
Myriam se echó a reír.
-Idiota.
-Bueno, dime, ¿qué recado tienes que hacer? Myriam se relajó lo suficiente para agarrar el tenedor una vez más.
-Tengo que llevar el primer cargamento de sábanas y toallas al centro de acogida de la gente sin hogar.
-Está en un barrio donde hay bastante violencia.
-No es mucho peor que el barrio en el que vivo.
Víctor frunció el ceño y se terminó la carne.
-Bueno, voy a ir contigo.
Myriam pareció sorprendida.
-No es necesario. Además; tienes tu coche aquí.
-Volveré a recogerlo.
-Iba a pasarme por mi casa un momento. Está de camino.
-Bien, no hay problema.
-Tienes que volver a tu trabajo.
-Esta tienda va a funcionar sin mí. Estoy seguro de que no le pasará nada por unas horas que yo falte.
Pero hay algo que no es negociable.
Myriam lo miró con expresión de duda.
-Conduzco yo -declaró Víctor-. ¿Quieres tomar postre o prefieres que nos vayamos ya?
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
que bien comenzando el año con novelita nueva garciias niña me encanta y aqui estare esperando el siguiente cap
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
Gracias por una nueva novela, me esta gustando mucho, muchas gracias
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 6
MYRIAM no sabía por qué había accedido a que Víctor la acompañara. Estaba acostumbrada a andar por la ciudad universitaria y por barrios de dudosa reputación a todas horas. ¿Por qué no le había dicho que podía arreglárselas sin problemas ella sola?
No obstante, tuvo que reconocer que no le había venido mal su ayuda. El se había encargado de descargar el coche mientras ella rellenaba el formulario de la donación.
Acabaron en quince minutos.
Al alejarse del centro de acogida, Myriam dijo:
-¿Lo ves? No necesitaba un guardaespaldas.
-Puede que tengas razón. De todos modos, no sabes lo que habría ocurrido de no haber estado yo allí.
-¿Te estás preparando para las olimpiadas de los egos más grandes del mundo?
-¿Dan medallas por eso?
-Podrían hacerlo, y a ti ni siquiera te haría falta entrenarte.
La sonrisa de Víctor le hizo querer acariciarle los hoyuelos que se le habían formado en las mejillas.
-¿Qué es lo que tienes que hacer a continuación para mi abuela?
Myriam frunció el ceño.
-No estoy segura. Sofia no me ha dado una lista, supongo que es porque está distraída por ser Navidad. Se ha pasado la mañana entera preparando cestas, que quiere que yo envíe por mensajero mañana. Y no se le habría ocurrido pensar en lo de la ropa de cama y las toallas si no le hubiera pedido yo que me mandara alguna tarea.
-Se me acaba de ocurrir... Si el armario de la ropa de cama está vacío...
-No, no está vacío. Hay otro cargamento que hay que llevar al centro de acogida de mujeres.
-¿Tanta ropa de cama y toallas tenía mi abuela? ¿Quieres llevarla hoy al centro de mujeres?
Myriam negó con la cabeza.
-No. Conozco a la directora y me gustaría saludarla, así que iré mañana. Además, no podrías acompañarme porque no permiten la entrada a hombres.
-¿Por qué no?
-Porque muchas de las mujeres que hay allí acogidas han sido maltratadas por hombres, por eso.
-Ah, sí, claro.
Pronto se acercaron al vecindario donde vivía Myriam.
«Puede que no le importe parar un momento», pensó Myriam. Ella, por supuesto, quería hacerlo. De no haberse dejado la agenda con direcciones y teléfonos, no se le ocurriría pasar por allí. No soportaba ese lugar.
De hecho, en el momento en el que entró en la casa de huéspedes y a pesar de que nada había cambiado, todo le pareció más sórdido que de costumbre. Era un lugar oscuro y el vestíbulo olía a comida. Intentó no respirar mientras abría la puerta de su habitación.
-¿Qué es lo que tienes que recoger aquí? -le preguntó Víctor.
-Mi agenda. Es sólo un momento. No es necesario que entres si no quieres -Myriam empujó una de las puertas corredizas.
Myriam recordaba haber vuelto a meter debajo de la cama unas cajas que había sacado. Quizá no lo hubiera hecho con tanto cuidado como creía pero, al igual que había ocurrido con los restos del adorno roto, algo en su interior le dijo que habían vuelto a entrar en su cuarto.
-¿Qué pasa? -le preguntó Víctor.
-Alguien ha estado aquí. En fin, no tiene importancia, no hay nada de valor -contestó ella.
-Que no tenga valor económico no significa que no tenga valor sentimental para ti.
-Supongo que, cuando vuelva, tendré que poner un candado además de la cerradura normal -Myriam agarró la agenda de una estantería-. Bueno, ya está, vámonos. Ya me encargaré de todo esto en otro momento.
Pero Víctor no se movió.
-Recoge tus cosas. Todo.
-¿Qué?
-No dejes nada.
-Escucha, esto no es asunto tuyo y...
-Los muebles, ¿son tuyos o de la casa?
Myriam miró el futón y un viejo sillón.
-No, no son míos.
-En ese caso, no necesitamos buscar un sitio para almacenarlos. Vamos a recoger el resto de tus cosas; de esa manera, no tendrás que volver.
-¿Y adónde voy a ir dentro de dos semanas cuando empiece las clases? Por lo menos, aquí hay una ventana.
Víctor se acercó a mirar por la ventana.
-Sí, ¡y qué vista! Un pasadizo con cubos de basura. Myriam, no te preocupes, te pagaré un apartamento.
Myriam frunció el ceño. No estaba segura de haber oído bien.
-¿Por qué?
-Te licencias en primavera, ¿no?
-Tengo por costumbre no adelantar acontecimientos, pero sí, así será si todo sale como espero -respondió Myriam con cierto cinismo.
-En ese caso, te pagaré el alquiler del apartamento hasta que te licencies.
Por exagerada que le pareciera a ella la oferta, ese dinero era calderilla para Víctor. «Así que no empieces a imaginar cosas raras, Myriam, no te está ofreciendo mantenerte como se mantiene a una querida».
-¿A cambio de qué? Supongo que a cambio de fingir delante de Mindy para espantala, ¿no?
-¿Crees que eso sería suficiente para pagar el alquiler? Seis meses de alquiler son bastantes meses, Myriam. ¿Qué más podrías ofrecerme?
Myriam notó que los hoyuelos de la mejilla de Víctor estaba a la vista otra vez. No sabía si estaba bromeando o si se estaba riendo de ella por pensar que quería que fueran amantes.
-No estoy interesada en tener relaciones contigo, de eso puedes estar seguro.
Víctor arqueó las cejas.
-No recuerdo haberte hecho proposiciones deshonestas. Pero si es eso lo que quieres...
-¿Por qué no olvidamos lo del apartamento y me ofreces un trabajo, como prácticas, en tu tienda?
-¿Prácticas... de qué?
Al menos ahora empezaba a tomarla en serio. Los hoyuelos habían desaparecido.
-Para conseguir un buen empleo después de licenciarme necesitaré experiencia en contabilidad. Pero la mayoría de los trabajos para ganar experiencia no se pagan.
-Y no puedes permitirte el lujo de dejar el trabajo que tienes ahora, ¿verdad?
-Exacto.
-Está bien, Myriam. Voy a proponerte un trato. Al principio, pensabas que mi abuela tomaría una decisión en dos semanas, ¿no? Bueno, te propongo que continúes trabajando para ella y ayudándola en lo que necesite para que todo este asunto esté arreglado cuanto antes. A cambio, te pagaré un apartamento durante seis meses. Ah, y consideraré lo de trabajar en mi tienda.
¿Decía en serio lo de darle trabajo? Myriam, incrédula, sacudió la cabeza.
-¿Quieres que ayude a tu abuela a vaciar la casa en dos semanas? Me parece que no hay tiempo suficiente.
-No. Lo que quiero es que mi abuela tome una decisión en dos semanas, cosa que tú misma dijiste que haría. Quiero que decida si se queda en la casa o si lo pone todo a subastar y se va a un complejo residencial. Me da igual lo que sea, lo importante es que se decida.
-Porque así podrá calmarse y asentarse, ¿verdad?
-Exacto. No quiero que se mate intentando reorganizar todo lo que ha ido acumulando durante sesenta años.
-¿Entre las cosas de tu abuela hay algo que tenga un valor especial para ti? -preguntó Myriam con curiosidad.
-Ahora que lo dices...
De repente, Myriam se dio cuenta de que Víctor estaba muy cerca de ella. Podía sentir su aliento...
-Sí, hay algo -dijo él con voz queda.
Myriam no pudo evitar mirarle la boca. No pudo evitar contener la respiración. Y no pudo evitar pasarse la punta de la lengua por el labio inferior.
Víctor entornó los ojos. Despacio, muy despacio, bajó el rostro.
Myriam sabía que iba a perder el control. Un temblor le recorrió el cuerpo.
-¿Qué te ocurre? -susurró Víctor-. ¿Es miedo o es deseo?
Myriam abrió la boca, pero no consiguió decir nada. Y sin darle tiempo a cerrarla, Víctor la besó.
La besó con suavidad, casi con ternura, lo que intensificó su pasión, haciéndola querer más. Y, como si Víctor se hubiera dado cuenta de su deseo, el beso se hizo más exigente. Al mismo tiempo, él le puso las manos en la espalda atrayéndola hacia sí, estrechando su cuerpo contra el de ella.
«¿Qué estás haciendo?», se preguntó Myriam en silencio.
Con sólo mirarla, Víctor hacía que se derritiera. Tenía una experiencia de la que ella carecía. Pero lo peor de todo, lo que más la asustaba era que, cuando Víctor la besaba, no le importaba el hecho de que las mujeres entraran y salieran de la vida de Víctor casi a diario. Lo único que tenía importancia para ella era el hecho de que Víctor centrara toda su atención en ella.
«Quizá lo único que importe sea el momento...».
Apenas consciente de lo que decía, Myriam murmuró:
-Ya no estamos en la universidad juntos, Víctor.
-Eso es lo bueno -murmuró él contra sus labios-. Nada de juegos.
«Nada de apuestas...».
-Sólo dos adultos que saben lo que quieren.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Myriam se separó de él.
-Sí, y yo también sé lo que no quiero. Y no quiero que pase esto.
Víctor sonrió.
-De acuerdo, Myriam, continúa tratando de convencerte a ti misma de que no quieres. Quién sabe, algún día puede que llegues a creértelo -dijo Víctor suavemente-. Bueno, venga, recoge tus cosas y vámonos.
Myriam no tenía energía para discutir; además, aunque se llevara las pocas cosas que le quedaban, no significaba que no fuera a volver. Por lo tanto, casi con sumisión, Myriam ayudó a cargar el coche con el resto de sus posesiones. Luego, dejó a Víctor en el restaurante donde él había dejado su Jaguar y de allí fue directamente a casa de Sofia con la esperanza de que ésta no hubiera vuelto de hacer sus compras y así poder subir sus cosas al cuarto de huéspedes sin ser vista. No tenía sentido disgustar a Sofia con la noticia de que, oficialmente, no tenía dónde vivir.
Cuando terminó de subir sus cosas, la lujosa habitación de huéspedes parecía un almacén.
En el momento en que bajó las escaleras sonó el timbre. Al abrir, encontró a Sofia en el porche cargada de cajas con papel de regalo.
-No he podido sacar la llave –dijo Sofia animadamente-. Es más, ni siquiera he podido sacar el monedero para pagar al taxista, el pobre hombre está ahí esperando. Por favor, lleva estas cajas al árbol.
Myriam llevó las cajas al cuarto de estar y las colocó debajo del árbol iluminado. Al cabo de un momento, Sofia entró en la estancia.
-¿Habéis tenido un almuerzo agradable Víctor y tú?
-Sí. Por cierto, nos diste un buen susto, no deberías haber desaparecido sin decir nada. En fin, a juzgar por todas esas cajas, yo diría que ya has acabado las compras navideñas.
-¿No quieres saber cuáles son tus regalos?
-¿Cuáles? ¿En plural? Sofia...
-Lo que más me apetece ahora mismo es un té -Sofía sonrió y se acercó a las cajas-. A Janet le he comprado una cosa que es demasiado buena para meterla en un calcetín. Creo que podría utilizarla para cocinar el pavo de Navidad.
-Le va a encantar -dijo Myriam.
De camino a la cocina oyeron dos voces; una era la de Janet, y la otra era más profunda. Myriam no había visto el Jaguar al llegar, por lo que Víctor debía de haberlo hecho mientras ella estaba en su cuarto colocando las cosas.
Myriam puso una mano en la puerta de la cocina en el momento en que Janet estaba diciendo:
-Hoy ha traído más cosas. Cosas muy raras._
-Lo sé -respondió Víctor en tono de no darle importancia-. Hay un problema con el sitio en el que vive.
-Vaya, Víctor ya está aquí –dijo Sofia, y las voces en la cocina callaron de inmediato.
Sofía saludó a su nieto con un beso en la mejilla y le dio a Janet una caja alargada.
-Es un tenedor especial –dijo Sofia-. Cuando se introduce en el pavo marca la temperatura.
-Yo me conformo con el de toda la vida -murmuró Janet-. Siéntate, te prepararé un té.
Sofía se sentó a la mesa de la cocina, frente a Víctor. Encima de la brillante superficie de la mesa de roble había una fuente de porcelana desconchada, una bandeja oxidada y un cuenco de cristal defectuoso.
-¿Qué hace esto aquí, Janet?
-Son cosas que ya no nos sirven -repuso Janet.
-Ni a nadie. Janet, tira todo esto a la basura –dijo Sofia en tono animado-. Myriam, ¿cuál es el problema con el sitio donde vives?
Myriam se estremeció.
-Han vuelto a entrar los ladrones -dijo Víctor inmediatamente.
-¡Oh, no! –exclamó Sofia-. ¿Qué se han llevado esta vez?
-Nada -contestó Myriam.
-De todos modos, es natural que no quieras dejar nada allí. Me alegro de que hayas traído tus cosas. Sabes que puedes quedarte el tiempo que quieras.
Víctor cambió de postura en su asiento.
-Abuela, tú no vas a estar aquí.
-Víctor, sabes que no voy a poder marcharme en un tiempo. He estado ocupada con otras cosas. Myriam podrá utilizar mi coche para ir a la universidad y nos tomaremos el tiempo que necesitemos ordenando las cosas. No hay prisa –dijo Sofia, aparentemente encantada con la situación.
Víctor lanzó una mirada a Myriam que parecía decir: «Recuerda el trato que hemos hecho».
El lunes al mediodía no había tanta gente en Maximum Sports como durante el fin de semana; no obstante, contaba con una considerable clientela.
Myriam no daba crédito al tamaño de la tienda. Sofia y ella sólo habían visto una pequeña parte el sábado pasado. Por fin encontró a Víctor sentado al ordenador en una pequeña oficina al fondo de la tienda. En la pantalla se veían listas de cifras.
-Hola -dijo Myriam-. ¿Averiguando qué tal fueron las ventas durante la inauguración?
Víctor apartó los ojos de la pantalla.
-Es difícil saber cuánto se habría vendido en la inauguración de no ser Navidad. Se mezclan las dos cosas.
-Bueno, las Matemáticas nunca han sido tu fuerte. ¿Quieres que eche un vistazo?
Víctor se quedó mirándola sin contestar.
-No olvides que ya soy casi una contable -añadió
Myriam a la defensiva-. Y te aseguro que no soy una espía industrial trabajando para la competencia.
Víctor se levantó del asiento.
-Adelante.
A Myriam le llevó un par de minutos hacerle unas preguntas relevantes para obtener la información que deseaba.
-Al parecer, ésta es la tienda, de las treinta y siete que tienes, que más dinero ha hecho en los últimos siete días. Sin embargo, la de Denver es la que más beneficios da.
-Es la más antigua -Víctor arqueó las cejas-. ¿Cómo puedes averiguarlo en tan sólo unos minutos?
-No debería llevar tanto tiempo. Podría simplificar tu sistema de contabilidad.
-¿Eso es lo que querrías hacer si trabajaras para mí haciendo prácticas?
A Myriam se le aceleró el pulso. ¿En serio estaba Víctor considerando la posibilidad de darle trabajo?
-Depende de si es lo que necesitas.
-Lo tendré en cuenta. Dime, ¿cómo ha acabado la batalla campal esta mañana?
-¿La de las cacerolas y los pucheros durante el desayuno en la cocina? Han empatado. Janet ha logrado que no se toque nada hasta después de la comida de Año Nuevo y Sofia ha dicho que, después, o empieza a tirar cosas de los armarios o voy yo a hacerlo.
-Bien. La abuela se está tomando en serio lo de reorganizarlo todo y tirar cosas que no hacen falta.
-Yo no sería tan optimista. Esta mañana me he ofrecido para empezar a limpiar el ático y ella me ha dado una lista de compras. Por eso estoy aquí.
-Es una pena. Si esto sigue así, no vas a conseguir trabajar para mí en la tienda haciendo prácticas. A menos que...
-No me interesa.
-No me has dejado hablar -se quejó Víctor. Myriam respiró profundamente.
-Víctor, ¿podrías prestarme dinero?
-¿Mi abuela te ha dado una lista para hacer compras y no te ha dado dinero?
-No, no es eso. Lo que pasa es que me gustaría regalarle algo bonito por Navidad y hasta que me pague no tengo dinero.
-En ese caso, pídele un adelanto.
-¿Para hacerle un regalo? No me parece bien, Víctor.
-¿Qué diferencia hay entre pedirle a ella un adelanto y pedirme a mí un préstamo?
Myriam reconoció que era una excelente pregunta.
-El problema es que no me queda nada más de valor para empeñar.
Víctor la miró fijamente.
-Yo no estaría tan seguro de eso. Salieron chispas de los ojos de Myriam. -Te queda el edredón.
De repente, Myriam se quedó boquiabierta.
-¿Te acuerdas del edredón? Está bien, ¿cuánto estás dispuesto a pagar por él?
-Nada, puedes quedártelo. Dime, ¿cuánto necesitas? -Víctor sacó un par de billetes de la cartera.
-No tanto. Y el edredón queda como depósito de la deuda.
-Supongo que acabaré contratándote con el fin de cobrarme la deuda de tu salario en vez de acabar siendo el propietario de un edredón que no quiero tener -se quejó Víctor.
Myriam se metió el dinero en un bolsillo de los vaqueros y Víctor, al mirar por encima del hombro de Myriam, lanzó un quedo gruñido.
Ella volvió la cabeza y vio a Mindy y a Ros dirigiéndose hacia ellos.
Mindy lanzó un beso al aire junto a la mejilla de Myriam y se dirigió a Víctor.
-Nunca había estado en una de tus tiendas, pero no me cabía duda de que eran como tú: grandes, fuertes, impresionantes y sólidas.
«Y, en estos momentos, asqueadas», pensó Myriam.
-Bueno, yo me voy que tengo que hacer unas compras. Hasta luego. Quizá una de estas noches podríamos ir a cenar juntos -dijo Myriam, y no pudo evitar volver la cabeza mientras se alejaba.
Víctor la estaba observando.
Sin duda, Víctor estaba jurándose a sí mismo estrangularla cuando volviera a verla, pensó ella. Y, de buen humor, fue a buscar el primer artículo en la lista de Sofia.
Víctor no apartó los ojos de Myriam mientras se alejaba...
Y se dio cuenta de que Mindy lo observaba atentamente. Bien, le venía bien que Mindy pensara que estaba interesado en Myriam; de esa manera, lo dejaría en paz sin necesidad de tener que convencer a Myriam de que cooperase con él.
-Víctor, has mencionado salir a cenar.
«Yo no he hecho semejante cosa», quiso decir Víctor. «Lo ha hecho Myriam, lo que es completamente diferente».
-Es una idea estupenda, Víctor. Vamos a cenar esta noche. Estás libre, ¿verdad, Ros? -insistió Mindy.
Mindy hizo la pregunta sin darle importancia, como si la responsabilidad de Ros fuera decirle que sí a todo. A Víctor no le sorprendió que quisiera tener a otro hombre a su lado. Las Mindys del mundo eran así, aunque las había más discretas.
-¿Cena esta noche? -continuó Mindy.
-Tendré que preguntarle a Myriam, puede que ella haya hecho planes...
-Ha sido idea suya -observó Mindy.
«Y voy a estrangularla», pensó Víctor.
-Está bien -accedió Víctor-. Tú eliges el sitio.
Mindy nombró un restaurante.
-Tienen la mejor langosta de Newburgh y siempre me reservan mesa.
-De acuerdo -respondió Víctor-. Iremos a recogeros a las siete.
Después, Víctor volvió a su ordenador. Sin embargo, no se dedicó a trabajar con el inventario, sino a pensar en la forma de vengarse de Myriam por ser la culpable de las horas que iba a tener que pasar en compañía de Mindy y Ros.
MYRIAM no sabía por qué había accedido a que Víctor la acompañara. Estaba acostumbrada a andar por la ciudad universitaria y por barrios de dudosa reputación a todas horas. ¿Por qué no le había dicho que podía arreglárselas sin problemas ella sola?
No obstante, tuvo que reconocer que no le había venido mal su ayuda. El se había encargado de descargar el coche mientras ella rellenaba el formulario de la donación.
Acabaron en quince minutos.
Al alejarse del centro de acogida, Myriam dijo:
-¿Lo ves? No necesitaba un guardaespaldas.
-Puede que tengas razón. De todos modos, no sabes lo que habría ocurrido de no haber estado yo allí.
-¿Te estás preparando para las olimpiadas de los egos más grandes del mundo?
-¿Dan medallas por eso?
-Podrían hacerlo, y a ti ni siquiera te haría falta entrenarte.
La sonrisa de Víctor le hizo querer acariciarle los hoyuelos que se le habían formado en las mejillas.
-¿Qué es lo que tienes que hacer a continuación para mi abuela?
Myriam frunció el ceño.
-No estoy segura. Sofia no me ha dado una lista, supongo que es porque está distraída por ser Navidad. Se ha pasado la mañana entera preparando cestas, que quiere que yo envíe por mensajero mañana. Y no se le habría ocurrido pensar en lo de la ropa de cama y las toallas si no le hubiera pedido yo que me mandara alguna tarea.
-Se me acaba de ocurrir... Si el armario de la ropa de cama está vacío...
-No, no está vacío. Hay otro cargamento que hay que llevar al centro de acogida de mujeres.
-¿Tanta ropa de cama y toallas tenía mi abuela? ¿Quieres llevarla hoy al centro de mujeres?
Myriam negó con la cabeza.
-No. Conozco a la directora y me gustaría saludarla, así que iré mañana. Además, no podrías acompañarme porque no permiten la entrada a hombres.
-¿Por qué no?
-Porque muchas de las mujeres que hay allí acogidas han sido maltratadas por hombres, por eso.
-Ah, sí, claro.
Pronto se acercaron al vecindario donde vivía Myriam.
«Puede que no le importe parar un momento», pensó Myriam. Ella, por supuesto, quería hacerlo. De no haberse dejado la agenda con direcciones y teléfonos, no se le ocurriría pasar por allí. No soportaba ese lugar.
De hecho, en el momento en el que entró en la casa de huéspedes y a pesar de que nada había cambiado, todo le pareció más sórdido que de costumbre. Era un lugar oscuro y el vestíbulo olía a comida. Intentó no respirar mientras abría la puerta de su habitación.
-¿Qué es lo que tienes que recoger aquí? -le preguntó Víctor.
-Mi agenda. Es sólo un momento. No es necesario que entres si no quieres -Myriam empujó una de las puertas corredizas.
Myriam recordaba haber vuelto a meter debajo de la cama unas cajas que había sacado. Quizá no lo hubiera hecho con tanto cuidado como creía pero, al igual que había ocurrido con los restos del adorno roto, algo en su interior le dijo que habían vuelto a entrar en su cuarto.
-¿Qué pasa? -le preguntó Víctor.
-Alguien ha estado aquí. En fin, no tiene importancia, no hay nada de valor -contestó ella.
-Que no tenga valor económico no significa que no tenga valor sentimental para ti.
-Supongo que, cuando vuelva, tendré que poner un candado además de la cerradura normal -Myriam agarró la agenda de una estantería-. Bueno, ya está, vámonos. Ya me encargaré de todo esto en otro momento.
Pero Víctor no se movió.
-Recoge tus cosas. Todo.
-¿Qué?
-No dejes nada.
-Escucha, esto no es asunto tuyo y...
-Los muebles, ¿son tuyos o de la casa?
Myriam miró el futón y un viejo sillón.
-No, no son míos.
-En ese caso, no necesitamos buscar un sitio para almacenarlos. Vamos a recoger el resto de tus cosas; de esa manera, no tendrás que volver.
-¿Y adónde voy a ir dentro de dos semanas cuando empiece las clases? Por lo menos, aquí hay una ventana.
Víctor se acercó a mirar por la ventana.
-Sí, ¡y qué vista! Un pasadizo con cubos de basura. Myriam, no te preocupes, te pagaré un apartamento.
Myriam frunció el ceño. No estaba segura de haber oído bien.
-¿Por qué?
-Te licencias en primavera, ¿no?
-Tengo por costumbre no adelantar acontecimientos, pero sí, así será si todo sale como espero -respondió Myriam con cierto cinismo.
-En ese caso, te pagaré el alquiler del apartamento hasta que te licencies.
Por exagerada que le pareciera a ella la oferta, ese dinero era calderilla para Víctor. «Así que no empieces a imaginar cosas raras, Myriam, no te está ofreciendo mantenerte como se mantiene a una querida».
-¿A cambio de qué? Supongo que a cambio de fingir delante de Mindy para espantala, ¿no?
-¿Crees que eso sería suficiente para pagar el alquiler? Seis meses de alquiler son bastantes meses, Myriam. ¿Qué más podrías ofrecerme?
Myriam notó que los hoyuelos de la mejilla de Víctor estaba a la vista otra vez. No sabía si estaba bromeando o si se estaba riendo de ella por pensar que quería que fueran amantes.
-No estoy interesada en tener relaciones contigo, de eso puedes estar seguro.
Víctor arqueó las cejas.
-No recuerdo haberte hecho proposiciones deshonestas. Pero si es eso lo que quieres...
-¿Por qué no olvidamos lo del apartamento y me ofreces un trabajo, como prácticas, en tu tienda?
-¿Prácticas... de qué?
Al menos ahora empezaba a tomarla en serio. Los hoyuelos habían desaparecido.
-Para conseguir un buen empleo después de licenciarme necesitaré experiencia en contabilidad. Pero la mayoría de los trabajos para ganar experiencia no se pagan.
-Y no puedes permitirte el lujo de dejar el trabajo que tienes ahora, ¿verdad?
-Exacto.
-Está bien, Myriam. Voy a proponerte un trato. Al principio, pensabas que mi abuela tomaría una decisión en dos semanas, ¿no? Bueno, te propongo que continúes trabajando para ella y ayudándola en lo que necesite para que todo este asunto esté arreglado cuanto antes. A cambio, te pagaré un apartamento durante seis meses. Ah, y consideraré lo de trabajar en mi tienda.
¿Decía en serio lo de darle trabajo? Myriam, incrédula, sacudió la cabeza.
-¿Quieres que ayude a tu abuela a vaciar la casa en dos semanas? Me parece que no hay tiempo suficiente.
-No. Lo que quiero es que mi abuela tome una decisión en dos semanas, cosa que tú misma dijiste que haría. Quiero que decida si se queda en la casa o si lo pone todo a subastar y se va a un complejo residencial. Me da igual lo que sea, lo importante es que se decida.
-Porque así podrá calmarse y asentarse, ¿verdad?
-Exacto. No quiero que se mate intentando reorganizar todo lo que ha ido acumulando durante sesenta años.
-¿Entre las cosas de tu abuela hay algo que tenga un valor especial para ti? -preguntó Myriam con curiosidad.
-Ahora que lo dices...
De repente, Myriam se dio cuenta de que Víctor estaba muy cerca de ella. Podía sentir su aliento...
-Sí, hay algo -dijo él con voz queda.
Myriam no pudo evitar mirarle la boca. No pudo evitar contener la respiración. Y no pudo evitar pasarse la punta de la lengua por el labio inferior.
Víctor entornó los ojos. Despacio, muy despacio, bajó el rostro.
Myriam sabía que iba a perder el control. Un temblor le recorrió el cuerpo.
-¿Qué te ocurre? -susurró Víctor-. ¿Es miedo o es deseo?
Myriam abrió la boca, pero no consiguió decir nada. Y sin darle tiempo a cerrarla, Víctor la besó.
La besó con suavidad, casi con ternura, lo que intensificó su pasión, haciéndola querer más. Y, como si Víctor se hubiera dado cuenta de su deseo, el beso se hizo más exigente. Al mismo tiempo, él le puso las manos en la espalda atrayéndola hacia sí, estrechando su cuerpo contra el de ella.
«¿Qué estás haciendo?», se preguntó Myriam en silencio.
Con sólo mirarla, Víctor hacía que se derritiera. Tenía una experiencia de la que ella carecía. Pero lo peor de todo, lo que más la asustaba era que, cuando Víctor la besaba, no le importaba el hecho de que las mujeres entraran y salieran de la vida de Víctor casi a diario. Lo único que tenía importancia para ella era el hecho de que Víctor centrara toda su atención en ella.
«Quizá lo único que importe sea el momento...».
Apenas consciente de lo que decía, Myriam murmuró:
-Ya no estamos en la universidad juntos, Víctor.
-Eso es lo bueno -murmuró él contra sus labios-. Nada de juegos.
«Nada de apuestas...».
-Sólo dos adultos que saben lo que quieren.
Haciendo acopio de todas sus fuerzas, Myriam se separó de él.
-Sí, y yo también sé lo que no quiero. Y no quiero que pase esto.
Víctor sonrió.
-De acuerdo, Myriam, continúa tratando de convencerte a ti misma de que no quieres. Quién sabe, algún día puede que llegues a creértelo -dijo Víctor suavemente-. Bueno, venga, recoge tus cosas y vámonos.
Myriam no tenía energía para discutir; además, aunque se llevara las pocas cosas que le quedaban, no significaba que no fuera a volver. Por lo tanto, casi con sumisión, Myriam ayudó a cargar el coche con el resto de sus posesiones. Luego, dejó a Víctor en el restaurante donde él había dejado su Jaguar y de allí fue directamente a casa de Sofia con la esperanza de que ésta no hubiera vuelto de hacer sus compras y así poder subir sus cosas al cuarto de huéspedes sin ser vista. No tenía sentido disgustar a Sofia con la noticia de que, oficialmente, no tenía dónde vivir.
Cuando terminó de subir sus cosas, la lujosa habitación de huéspedes parecía un almacén.
En el momento en que bajó las escaleras sonó el timbre. Al abrir, encontró a Sofia en el porche cargada de cajas con papel de regalo.
-No he podido sacar la llave –dijo Sofia animadamente-. Es más, ni siquiera he podido sacar el monedero para pagar al taxista, el pobre hombre está ahí esperando. Por favor, lleva estas cajas al árbol.
Myriam llevó las cajas al cuarto de estar y las colocó debajo del árbol iluminado. Al cabo de un momento, Sofia entró en la estancia.
-¿Habéis tenido un almuerzo agradable Víctor y tú?
-Sí. Por cierto, nos diste un buen susto, no deberías haber desaparecido sin decir nada. En fin, a juzgar por todas esas cajas, yo diría que ya has acabado las compras navideñas.
-¿No quieres saber cuáles son tus regalos?
-¿Cuáles? ¿En plural? Sofia...
-Lo que más me apetece ahora mismo es un té -Sofía sonrió y se acercó a las cajas-. A Janet le he comprado una cosa que es demasiado buena para meterla en un calcetín. Creo que podría utilizarla para cocinar el pavo de Navidad.
-Le va a encantar -dijo Myriam.
De camino a la cocina oyeron dos voces; una era la de Janet, y la otra era más profunda. Myriam no había visto el Jaguar al llegar, por lo que Víctor debía de haberlo hecho mientras ella estaba en su cuarto colocando las cosas.
Myriam puso una mano en la puerta de la cocina en el momento en que Janet estaba diciendo:
-Hoy ha traído más cosas. Cosas muy raras._
-Lo sé -respondió Víctor en tono de no darle importancia-. Hay un problema con el sitio en el que vive.
-Vaya, Víctor ya está aquí –dijo Sofia, y las voces en la cocina callaron de inmediato.
Sofía saludó a su nieto con un beso en la mejilla y le dio a Janet una caja alargada.
-Es un tenedor especial –dijo Sofia-. Cuando se introduce en el pavo marca la temperatura.
-Yo me conformo con el de toda la vida -murmuró Janet-. Siéntate, te prepararé un té.
Sofía se sentó a la mesa de la cocina, frente a Víctor. Encima de la brillante superficie de la mesa de roble había una fuente de porcelana desconchada, una bandeja oxidada y un cuenco de cristal defectuoso.
-¿Qué hace esto aquí, Janet?
-Son cosas que ya no nos sirven -repuso Janet.
-Ni a nadie. Janet, tira todo esto a la basura –dijo Sofia en tono animado-. Myriam, ¿cuál es el problema con el sitio donde vives?
Myriam se estremeció.
-Han vuelto a entrar los ladrones -dijo Víctor inmediatamente.
-¡Oh, no! –exclamó Sofia-. ¿Qué se han llevado esta vez?
-Nada -contestó Myriam.
-De todos modos, es natural que no quieras dejar nada allí. Me alegro de que hayas traído tus cosas. Sabes que puedes quedarte el tiempo que quieras.
Víctor cambió de postura en su asiento.
-Abuela, tú no vas a estar aquí.
-Víctor, sabes que no voy a poder marcharme en un tiempo. He estado ocupada con otras cosas. Myriam podrá utilizar mi coche para ir a la universidad y nos tomaremos el tiempo que necesitemos ordenando las cosas. No hay prisa –dijo Sofia, aparentemente encantada con la situación.
Víctor lanzó una mirada a Myriam que parecía decir: «Recuerda el trato que hemos hecho».
El lunes al mediodía no había tanta gente en Maximum Sports como durante el fin de semana; no obstante, contaba con una considerable clientela.
Myriam no daba crédito al tamaño de la tienda. Sofia y ella sólo habían visto una pequeña parte el sábado pasado. Por fin encontró a Víctor sentado al ordenador en una pequeña oficina al fondo de la tienda. En la pantalla se veían listas de cifras.
-Hola -dijo Myriam-. ¿Averiguando qué tal fueron las ventas durante la inauguración?
Víctor apartó los ojos de la pantalla.
-Es difícil saber cuánto se habría vendido en la inauguración de no ser Navidad. Se mezclan las dos cosas.
-Bueno, las Matemáticas nunca han sido tu fuerte. ¿Quieres que eche un vistazo?
Víctor se quedó mirándola sin contestar.
-No olvides que ya soy casi una contable -añadió
Myriam a la defensiva-. Y te aseguro que no soy una espía industrial trabajando para la competencia.
Víctor se levantó del asiento.
-Adelante.
A Myriam le llevó un par de minutos hacerle unas preguntas relevantes para obtener la información que deseaba.
-Al parecer, ésta es la tienda, de las treinta y siete que tienes, que más dinero ha hecho en los últimos siete días. Sin embargo, la de Denver es la que más beneficios da.
-Es la más antigua -Víctor arqueó las cejas-. ¿Cómo puedes averiguarlo en tan sólo unos minutos?
-No debería llevar tanto tiempo. Podría simplificar tu sistema de contabilidad.
-¿Eso es lo que querrías hacer si trabajaras para mí haciendo prácticas?
A Myriam se le aceleró el pulso. ¿En serio estaba Víctor considerando la posibilidad de darle trabajo?
-Depende de si es lo que necesitas.
-Lo tendré en cuenta. Dime, ¿cómo ha acabado la batalla campal esta mañana?
-¿La de las cacerolas y los pucheros durante el desayuno en la cocina? Han empatado. Janet ha logrado que no se toque nada hasta después de la comida de Año Nuevo y Sofia ha dicho que, después, o empieza a tirar cosas de los armarios o voy yo a hacerlo.
-Bien. La abuela se está tomando en serio lo de reorganizarlo todo y tirar cosas que no hacen falta.
-Yo no sería tan optimista. Esta mañana me he ofrecido para empezar a limpiar el ático y ella me ha dado una lista de compras. Por eso estoy aquí.
-Es una pena. Si esto sigue así, no vas a conseguir trabajar para mí en la tienda haciendo prácticas. A menos que...
-No me interesa.
-No me has dejado hablar -se quejó Víctor. Myriam respiró profundamente.
-Víctor, ¿podrías prestarme dinero?
-¿Mi abuela te ha dado una lista para hacer compras y no te ha dado dinero?
-No, no es eso. Lo que pasa es que me gustaría regalarle algo bonito por Navidad y hasta que me pague no tengo dinero.
-En ese caso, pídele un adelanto.
-¿Para hacerle un regalo? No me parece bien, Víctor.
-¿Qué diferencia hay entre pedirle a ella un adelanto y pedirme a mí un préstamo?
Myriam reconoció que era una excelente pregunta.
-El problema es que no me queda nada más de valor para empeñar.
Víctor la miró fijamente.
-Yo no estaría tan seguro de eso. Salieron chispas de los ojos de Myriam. -Te queda el edredón.
De repente, Myriam se quedó boquiabierta.
-¿Te acuerdas del edredón? Está bien, ¿cuánto estás dispuesto a pagar por él?
-Nada, puedes quedártelo. Dime, ¿cuánto necesitas? -Víctor sacó un par de billetes de la cartera.
-No tanto. Y el edredón queda como depósito de la deuda.
-Supongo que acabaré contratándote con el fin de cobrarme la deuda de tu salario en vez de acabar siendo el propietario de un edredón que no quiero tener -se quejó Víctor.
Myriam se metió el dinero en un bolsillo de los vaqueros y Víctor, al mirar por encima del hombro de Myriam, lanzó un quedo gruñido.
Ella volvió la cabeza y vio a Mindy y a Ros dirigiéndose hacia ellos.
Mindy lanzó un beso al aire junto a la mejilla de Myriam y se dirigió a Víctor.
-Nunca había estado en una de tus tiendas, pero no me cabía duda de que eran como tú: grandes, fuertes, impresionantes y sólidas.
«Y, en estos momentos, asqueadas», pensó Myriam.
-Bueno, yo me voy que tengo que hacer unas compras. Hasta luego. Quizá una de estas noches podríamos ir a cenar juntos -dijo Myriam, y no pudo evitar volver la cabeza mientras se alejaba.
Víctor la estaba observando.
Sin duda, Víctor estaba jurándose a sí mismo estrangularla cuando volviera a verla, pensó ella. Y, de buen humor, fue a buscar el primer artículo en la lista de Sofia.
Víctor no apartó los ojos de Myriam mientras se alejaba...
Y se dio cuenta de que Mindy lo observaba atentamente. Bien, le venía bien que Mindy pensara que estaba interesado en Myriam; de esa manera, lo dejaría en paz sin necesidad de tener que convencer a Myriam de que cooperase con él.
-Víctor, has mencionado salir a cenar.
«Yo no he hecho semejante cosa», quiso decir Víctor. «Lo ha hecho Myriam, lo que es completamente diferente».
-Es una idea estupenda, Víctor. Vamos a cenar esta noche. Estás libre, ¿verdad, Ros? -insistió Mindy.
Mindy hizo la pregunta sin darle importancia, como si la responsabilidad de Ros fuera decirle que sí a todo. A Víctor no le sorprendió que quisiera tener a otro hombre a su lado. Las Mindys del mundo eran así, aunque las había más discretas.
-¿Cena esta noche? -continuó Mindy.
-Tendré que preguntarle a Myriam, puede que ella haya hecho planes...
-Ha sido idea suya -observó Mindy.
«Y voy a estrangularla», pensó Víctor.
-Está bien -accedió Víctor-. Tú eliges el sitio.
Mindy nombró un restaurante.
-Tienen la mejor langosta de Newburgh y siempre me reservan mesa.
-De acuerdo -respondió Víctor-. Iremos a recogeros a las siete.
Después, Víctor volvió a su ordenador. Sin embargo, no se dedicó a trabajar con el inventario, sino a pensar en la forma de vengarse de Myriam por ser la culpable de las horas que iba a tener que pasar en compañía de Mindy y Ros.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
gracias por los capis saludos
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
gracias por los cap niña me encanta la novelita
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 7
AL VOLVER a la casa, Myriam puso sus regalos debajo del árbol y fue a buscar a Sofia. La encontró en el comedor, hurgando en un mueble. La mesa estaba llena de cajas.
Myriam se acercó a una de las cajas y, en su interior, vio unos platos de porcelana de color crema con bordes dorados y dibujados en ellos había rosas de color rosa.
-¡Qué vajilla tan bonita! -exclamó Myriam.
-Fue un regalo de boda. No la utilizo con frecuencia, pero quería hacerlo para el día de Navidad.
Myriam se quedó mirando las cajas que contenían la enorme vajilla.Sofia tenía razón: en el apartamento de un complejo residencial una vajilla así no tenía cabida.
Pero la respuesta a ese problema era evidente... ¿no?
-Estoy segura de que Víctor querrá quedarse con la vajilla -dijo Myriam.
Sofía lanzó un gruñido.
-La casa de Víctor es una caja de zapatos. Y para él, un plato es la bandeja en la que viene la comida preparada de los supermercados. No le interesan las cosas con valor sentimental.
-Ya verás como algún día sienta la cabeza -argumentó Myriam.
-Pero no creo que yo lo vea. Después de la forma en que sus padres... -Sofía se interrumpió súbitamente-. Hace sesenta años que elegí esta vajilla y no he roto ni un solo plato.
La tristeza en el tono de voz de Sofia le llegó al corazón.
-A veces, me parece que todo esto que estoy intentando hacer es demasiado trabajo.
«Aquí está tu oportunidad, aprovéchala, Myriam», se dijo Myriam a sí misma.
-No tienes por qué hacerlo tú sola, Sofia.
-Oh, querida, soy consciente de lo que tú me estás ayudando. No habría podido hacer lo que ya he hecho sin tu ayuda.
Pero Myriam sabía que apenas habían hecho nada.
-No me refería a mí. Hay empresas de subastas que van a las casas, lo recogen todo, lo arreglan para...
-Y lo venden al mejor postor –concluyó Sofia.
-Bueno... sí.
Sofía sacudió la cabeza.
-No me gustan las subastas.
-No sería necesario que estuvieras presente en la subasta.
-Pero sabría que todas mis cosas se iban a subastar.
Myriam se quedó meditabunda unos segundos.
-Si lo que no te gusta son las subastas en sí, hay empresas que ponen precio a las cosas y las venden. Podrías mudarte y ellos vendrían, pondrían precio a lo que dejaras en la casa y realizarían una gran venta.
Tan absorta con la idea de ayudar estaba Myriam que no se dio cuenta de que Sofia se había quedado muy silenciosa.
-No –respondió Sofia con firmeza-. Hacer donaciones es una cosa; sobre todo, donar las cosas a gente que lo necesita o que sabe apreciar un determinado objeto es una cosa, pero venderlo... No, no podría soportar que alguien le pusiera precio a mi vajilla.
-Lo comprendo -dijo Myriam-. Yo también tengo algunas cosas de gran valor para mí... como el edredón que me regaló mi abuela cuando murió.
-¿En serio? Me encantaría verlo.
-Te lo bajaré más tarde para que lo veas.
-¿Por qué no lo bajas ahora? Además, ya estoy lista para tomar mi copa de jerez.
Myriam aprovechó la oportunidad para escapar un minuto. Necesitaba un descanso de la triste nostalgia queSofia había evocado en el comedor.
Al empezar a subir las escaleras, Víctor entró por la puerta. Myriam le hizo un gesto para que se acercara.
-Pase lo que pase, ni se te ocurra sugerir que subaste la vajilla -le susurró ella-. Es más, deberías decirle que te encanta y pedirle que te la deje en herencia.
Víctor la miró como si le estuviera hablando en un idioma incomprensible.
-¿Te refieres a esos platos con repollos de color rosa?
-Es porcelana de Havilland y no son repollos, sino rosas.
-Nunca he visto rosas así. ¿Qué pasa?
-No le ha gustado que le sugiriera una subasta. Ya te lo contaré todo luego. Tenemos que tener cuidado para que no piense que estamos haciendo planes a sus espaldas.
-¿Aunque sea verdad? Relájate... sólo va a pensar que estás coqueteando conmigo a escondidas.
-No sé qué es peor -repuso ella, y se lanzó escaleras arriba.
Cuando Myriam volvió con el edredón en los brazos, Víctor le había servido un jerez a su abuela y otro a ella.
-Me parece que todo este trabajo no te está sentando bien, abuela -estaba diciendo Víctor cuando Myriam entró-. Te veo preocupada... nerviosa. Hoy he hablado con un amigo que está en el negocio de la inmobiliaria y le encantaría venir a ver tu casa. Podría darte una idea de lo que podrían llegar a pagar por...
-No, gracias, Víctor -Sofía dejó su copa de jerez de golpe-. Perdona, tengo que ir a hablar con Janet un momento.
-Vaya, qué diplomático -dijo Myriam cuando Sofia salió de la estancia.
Luego, Myriam dejó el edredón en el sofá y se llevó las manos a las caderas.
Víctor la miró sin comprender.
-¿Qué tiene de malo lo que he dicho?
-Le has venido a decir que la forma más fácil de deshacerse de todo lo que posee es vendiéndoselo al mejor postor.
-Bueno, sí, así es -respondió Víctor a la defensiva.
-Víctor, no estamos hablando de simples objetos, sino de recuerdos. Y como yo ya he cometido el mismo error hace unos minutos...
Víctor chasqueó los dedos.
-Sabía que, en el fondo, era culpa tuya.
-Gracias. ¿Le has dicho, por lo menos, que quieres la vajilla?
-¿Qué voy a hacer yo con una vajilla? ¿Tiro al plato?
-¿Es que quieres causarle un infarto?
Myriam se sentó en el sofá al lado del edredón.
-¿Es ése mi edredón? - Ella lo miró furiosa.
-¿Tu edredón? No te lo he vendido, sólo te lo he ofrecido como garantía. Y si no recuerdo mal, tú has dicho que no lo querías. Y hablando de otra cosa, ¿qué tal con Mindy?
-Bien, bien. En realidad, vamos a cenar juntos esta noche.
-¿A cenar? ¡Qué bien!
-Ha sido idea tuya, Myriam, no lo olvides.
-Víctor, por favor, sabes perfectamente que lo he dicho de la forma como se dicen esas cosas, sin quedar en nada y por decir algo. En fin, supongo que vais los dos solos, ¿no? Pobre Ros. Bueno, que te diviertas.
-He dicho que iríamos a recogerlos a las siete.
-¿Iríamos?
-Sí, Myriam, de ésta no te libras. Tú también vas a cenar.
Sofía volvió a tiempo de oírles mencionar la cena.
-¿Que van a salir a cenar? ¿Con quién?
-Con Ros y Mindy. Los cuatro.
Myriam vio una oportunidad.
-A menos que prefieras que me quede Sofia. No te lo he dicho con el tiempo suficiente y puede que me necesites. Y tampoco me gustaría que Janet se molestara. Al fin y al cabo, ha estado preparando la cena.
Myriam trató de ignorar la sonrisa burlona de Víctor.
-No te preocupes por Janet –contestó Sofia-, ha preparado un guiso que está mejor al día siguiente, así que lo comeremos mañana. En cuanto a mí, me pondré a descansar y a ver la televisión. Bueno, voy a ir a decirle a Janet que no van a cenar en casa.
Sofía salió de la estancia al momento.
-Bueno, todo arreglado -declaró Víctor triunfalmente.
Era la hora punta y Víctor, de camino a casa de Mindy, sorteaba el tráfico con aparente facilidad. De vez en cuando, Myriam cerraba los ojos.
-¿Qué te pasa? -preguntó Víctor por fin-. ¿Tienes miedo de que nos estrellemos?
-Si nos estrelláramos, te iba a costar una fortuna el arreglo del coche.
-No es mío.
Myriam frunció el ceño.
-¿Que este coche no es tuyo? ¿De quién es?
-Es alquilado. Vine desde Boston en avión.
-¿Desde Boston? ¿Tienes otra tienda allí?
-Todavía no. Quiero abrirla el año que viene.
-¿Sabes Víctor? no entiendo por qué no quieres quedarte la casa de Sofia.
-Para empezar, porque no está en Seattle.
-Por lo que veo, tú tampoco; al menos, no parece que pases mucho tiempo en tu casa.
-No, no mucho -admitió él.
-¿Lo ves? Ésa es la cuestión. Minneapolis está mucho más céntrico. Si vivieras aquí, pasarías más tiempo en casa porque te llevaría mucho menos tiempo viajar a tus otras tiendas. Además, la casa de Sofia no está excesivamente lejos del aeropuerto. Desde aquí, podrías viajar con cualquier compañía aérea.
-Eso suponiendo que utilizara compañías aéreas.
-¿Es que no viajas en avión?
-Sí, en el de mi empresa.
Claro, tenía que tener un avión también.
-En fin, con o sin avión, sigo sin comprender por qué vives en Seattle. Si la primera tienda que abriste fue en Denver y te gusta tanto escalar...
-Quería marcharme de Colorado y Washington tiene montañas.
-Ya -dijo Myriam- ¿Desilusión amorosa y problemas de negocios?
Myriam pensó que Víctor no iba a contestarle.
-Ni lo uno ni lo otro. -contestó él al cabo de unos momentos - Después de cuatro años en la universidad, se me había olvidado lo mal que se llevaban mis padres. Pero en cuanto volví a casa en Denver me lo recordaron. Ya había abierto la primera tienda, por eso esperé a marcharme hasta encontrar un encargado del que pudiera fiarme.
-¿Se estaban divorciando tus padres?
-No, se habían divorciado ya, cuando yo tenía tres años. El problema es que nunca dejaron de odiarse.
-¿Se pelearon por ver cuál de los dos se quedaba contigo?
-Más o menos. Y por dinero, claro. Y por los nuevos cónyuges. Y por dónde iban a vivir. Por todo.
-¿Se pelearon por dónde iban a vivir después de divorciarse?
-Sí - respondió Víctor en tono de zanjar el asunto.
Myriam se dio cuenta de que no debía seguir haciéndole preguntas sobre el tema, aunque le habría gustado.
Tras dejar a Mindy y Ros en casa de Mariana Mendez después de cenar e ir a bailar, el tiempo amenazaba con otra nevada. Las nubes estaban muy bajas y la atmósfera se notaba cargada. El tiempo acompañaba a la atmósfera de la velada que habían pasado, pensó Víctor.
Myriam, sentada a su lado en el coche, se metió las manos en los bolsillos del abrigo y empezó a silbar.
¡Estaba silbando! Víctor no daba crédito a sus oídos.
-Me alegro de que, al menos, uno de los dos se haya divertido -dijo Víctor con cinismo.
-Pues sí, yo lo he pasado muy bien. El filete estaba muy bueno y Ros ha resultado ser una agradable compañía. Y me ha divertido muchísimo ver la actuación de Mindy, ha estado magnífica.
Víctor lanzó un gruñido y ella se calló. Pero tal y como él sospechaba, el silencio no se prolongó durante mucho tiempo. Después de un minuto, Myriam empezó a hablar otra vez.
-La verdad es que ha tenido gracia -dijo ella por fin-. Creí que se te iba a atragantar la comida cuando Ros te ha dicho lo que quería. ¡Y tú que pensabas que Mindy iba detrás de ti! Cuando lo único que tramaba Mariana era que le dieras a Ros un trabajo.
-¿En serio eres tan inocente como para pensar que eso era todo, Myriam?
-¿Y tú eres tan arrogante como para seguir pensando que van a por ti? ¿0 es que te ha desilusionado que Mindy no te encuentre irresistible?
-He pasado por esto muchas veces y te aseguro que, al final, siempre es lo mismo.
-Bueno, entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a darle trabajo?
-De hecho, me resulta irónico que una persona que quiere trabajar en recursos humanos necesite ayuda y favores para conseguir trabajo.
-No me has contestado.
-Tienes razón, no lo he hecho. ¿Por qué te interesa tanto? ¿Es que quieres asegurarte de que tiene un buen empleo antes de intentar conquistarlo?
-No. Me interesa porque, si la táctica de Ros para conseguir trabajo funciona, puede que yo la copie.
Víctor entró en el camino del jardín delantero de la casa de su abuela, aparcó y apagó el motor. La mayoría de las luces estaban apagadas, pero encontraron la del garaje encendida.
-Qué detalle Sofia nos ha dejado la luz encendida -comentó Myriam con una sonrisa-. Supongo que creía que íbamos a volver a las tantas.
-Sí, yo tengo la impresión de que sólo hemos pasado tres días cenando -dijo burlonamente Víctor-. Bueno ¿qué esperas para salir? ¿Es que quieres pasarte la noche en el coche?
Myriam no se movió.
-Estoy esperando a que salgas y me abras la puerta -respondió ella dignamente.
-No soy tu chófer.
-A Mindy le has abierto la puerta -le recordó ella.
Aunque Víctor ya había abierto su portezuela, no se movió. Algo parecía impedirle salir...
-¿En serio estás esperando a que te abra la puerta? ¿No será que estás esperando... otra cosa?
-¿Como qué? -pero al instante, Myriam se dio cuenta de la equivocación que acababa de cometer-. Víctor, si crees que estoy esperando a que me beses...
-A Ros le has dado un beso de buenas noches.
-Eso es diferente -Myriam parpadeó-. Lo que quiero decir es que...
-¿Que es diferente a como te voy a besar yo? De eso no te quepa la menor duda.
-Con Ros sólo ha sido un beso en la mejilla. Ni siquiera se le puede llamar un beso. Ha sido en público. Por el amor de Dios...
-Y ahora no hay público, estamos solos -murmuró Víctor agarrándola por las muñecas y atrayéndola hacia sí.
Myriam podía protestar todo lo que quisiera, pensó él, pero veía la verdad en sus ojos. Y en su cuerpo. Y en su beso...
El viento que entraba por la portezuela abierta le hizo volver a la realidad al cabo de unos momentos.
-Vamos dentro -dijo él.
Y Myriam, como adormecida, obedeció.
Víctor no tenía un plan ni había pensado en otra cosa que no fuera entrar en la casa para no congelarse. Sin embargo, en el instante en que entraron y vio la luz que salía del cuarto de estar se dio cuenta de que lo que realmente quería era imposible. No podía llevar a Myriam a su cuarto, y a su cama, cuando su abuela los estaba esperando en el cuarto de estar.
Quizá un hotel ¿Por qué no había sugerido que fueran a un hotel?
-¿Ya llegaron? ¿Cómo tan pronto? –preguntó Sofia alzando la voz desde el cuarto de estar.
Víctor cerró la puerta de la entrada y luego cruzó el vestíbulo para ir a ver a su abuela.
Sofia estaba en el sofá y en la mesa de centro había una jarra de chocolate caliente. Encima de las piernas, tapadas con el edredón de Myriam, tenía una revista.
-Espero que no te moleste que haya utilizado tu edredón, querida –dijo Sofia al ver a Myriam- Como el fuego de la chimenea se estaba apagando, me he quedado algo fría.
-No, claro que no me importa -respondió Myriam- Bueno, creo que me voy a la cama. Mañana va a ser un día muy ajetreado.
Myriam no parecía caminar con paso firme cuando salió de la estancia.
-Es una chica encantadora, ¿verdad? –murmuró Sofia.
¿Qué se proponía ahora su abuela? - se preguntó Víctor.
Víctor encogió los hombros y dijo en tono de no darle importancia:
-No sé, supongo que sí.
-Oh, no hay duda al respecto. Y hacen una pareja estupenda, ¿no crees? Me refiero a Myriam y a Ros.
-Sí -«eh, un momento ¿Qué estás diciendo?»-. Abuela, ¿has dicho Myriam y Ros?
-Sí, cariño. ¿Te pasa algo? No pensarías que estaba intentando emparejarla contigo, ¿verdad? Cielos, Víctor... le he tomado demasiado cariño a Myriam como para querer verla perder el tiempo contigo -su abuela agarró una taza con chocolate y bebió un sorbo-. Confieso que estaba aquí esperando a que vinieras porque quería pedirte disculpas. Antes, cuando mencionaste a ese amigo tuyo de la inmobiliaria, reconozco que estuve bastante brusca contigo. ¿Te apetece una taza de chocolate? Hay más en la jarra. Siéntate, Víctor, charlemos un poco.
AL VOLVER a la casa, Myriam puso sus regalos debajo del árbol y fue a buscar a Sofia. La encontró en el comedor, hurgando en un mueble. La mesa estaba llena de cajas.
Myriam se acercó a una de las cajas y, en su interior, vio unos platos de porcelana de color crema con bordes dorados y dibujados en ellos había rosas de color rosa.
-¡Qué vajilla tan bonita! -exclamó Myriam.
-Fue un regalo de boda. No la utilizo con frecuencia, pero quería hacerlo para el día de Navidad.
Myriam se quedó mirando las cajas que contenían la enorme vajilla.Sofia tenía razón: en el apartamento de un complejo residencial una vajilla así no tenía cabida.
Pero la respuesta a ese problema era evidente... ¿no?
-Estoy segura de que Víctor querrá quedarse con la vajilla -dijo Myriam.
Sofía lanzó un gruñido.
-La casa de Víctor es una caja de zapatos. Y para él, un plato es la bandeja en la que viene la comida preparada de los supermercados. No le interesan las cosas con valor sentimental.
-Ya verás como algún día sienta la cabeza -argumentó Myriam.
-Pero no creo que yo lo vea. Después de la forma en que sus padres... -Sofía se interrumpió súbitamente-. Hace sesenta años que elegí esta vajilla y no he roto ni un solo plato.
La tristeza en el tono de voz de Sofia le llegó al corazón.
-A veces, me parece que todo esto que estoy intentando hacer es demasiado trabajo.
«Aquí está tu oportunidad, aprovéchala, Myriam», se dijo Myriam a sí misma.
-No tienes por qué hacerlo tú sola, Sofia.
-Oh, querida, soy consciente de lo que tú me estás ayudando. No habría podido hacer lo que ya he hecho sin tu ayuda.
Pero Myriam sabía que apenas habían hecho nada.
-No me refería a mí. Hay empresas de subastas que van a las casas, lo recogen todo, lo arreglan para...
-Y lo venden al mejor postor –concluyó Sofia.
-Bueno... sí.
Sofía sacudió la cabeza.
-No me gustan las subastas.
-No sería necesario que estuvieras presente en la subasta.
-Pero sabría que todas mis cosas se iban a subastar.
Myriam se quedó meditabunda unos segundos.
-Si lo que no te gusta son las subastas en sí, hay empresas que ponen precio a las cosas y las venden. Podrías mudarte y ellos vendrían, pondrían precio a lo que dejaras en la casa y realizarían una gran venta.
Tan absorta con la idea de ayudar estaba Myriam que no se dio cuenta de que Sofia se había quedado muy silenciosa.
-No –respondió Sofia con firmeza-. Hacer donaciones es una cosa; sobre todo, donar las cosas a gente que lo necesita o que sabe apreciar un determinado objeto es una cosa, pero venderlo... No, no podría soportar que alguien le pusiera precio a mi vajilla.
-Lo comprendo -dijo Myriam-. Yo también tengo algunas cosas de gran valor para mí... como el edredón que me regaló mi abuela cuando murió.
-¿En serio? Me encantaría verlo.
-Te lo bajaré más tarde para que lo veas.
-¿Por qué no lo bajas ahora? Además, ya estoy lista para tomar mi copa de jerez.
Myriam aprovechó la oportunidad para escapar un minuto. Necesitaba un descanso de la triste nostalgia queSofia había evocado en el comedor.
Al empezar a subir las escaleras, Víctor entró por la puerta. Myriam le hizo un gesto para que se acercara.
-Pase lo que pase, ni se te ocurra sugerir que subaste la vajilla -le susurró ella-. Es más, deberías decirle que te encanta y pedirle que te la deje en herencia.
Víctor la miró como si le estuviera hablando en un idioma incomprensible.
-¿Te refieres a esos platos con repollos de color rosa?
-Es porcelana de Havilland y no son repollos, sino rosas.
-Nunca he visto rosas así. ¿Qué pasa?
-No le ha gustado que le sugiriera una subasta. Ya te lo contaré todo luego. Tenemos que tener cuidado para que no piense que estamos haciendo planes a sus espaldas.
-¿Aunque sea verdad? Relájate... sólo va a pensar que estás coqueteando conmigo a escondidas.
-No sé qué es peor -repuso ella, y se lanzó escaleras arriba.
Cuando Myriam volvió con el edredón en los brazos, Víctor le había servido un jerez a su abuela y otro a ella.
-Me parece que todo este trabajo no te está sentando bien, abuela -estaba diciendo Víctor cuando Myriam entró-. Te veo preocupada... nerviosa. Hoy he hablado con un amigo que está en el negocio de la inmobiliaria y le encantaría venir a ver tu casa. Podría darte una idea de lo que podrían llegar a pagar por...
-No, gracias, Víctor -Sofía dejó su copa de jerez de golpe-. Perdona, tengo que ir a hablar con Janet un momento.
-Vaya, qué diplomático -dijo Myriam cuando Sofia salió de la estancia.
Luego, Myriam dejó el edredón en el sofá y se llevó las manos a las caderas.
Víctor la miró sin comprender.
-¿Qué tiene de malo lo que he dicho?
-Le has venido a decir que la forma más fácil de deshacerse de todo lo que posee es vendiéndoselo al mejor postor.
-Bueno, sí, así es -respondió Víctor a la defensiva.
-Víctor, no estamos hablando de simples objetos, sino de recuerdos. Y como yo ya he cometido el mismo error hace unos minutos...
Víctor chasqueó los dedos.
-Sabía que, en el fondo, era culpa tuya.
-Gracias. ¿Le has dicho, por lo menos, que quieres la vajilla?
-¿Qué voy a hacer yo con una vajilla? ¿Tiro al plato?
-¿Es que quieres causarle un infarto?
Myriam se sentó en el sofá al lado del edredón.
-¿Es ése mi edredón? - Ella lo miró furiosa.
-¿Tu edredón? No te lo he vendido, sólo te lo he ofrecido como garantía. Y si no recuerdo mal, tú has dicho que no lo querías. Y hablando de otra cosa, ¿qué tal con Mindy?
-Bien, bien. En realidad, vamos a cenar juntos esta noche.
-¿A cenar? ¡Qué bien!
-Ha sido idea tuya, Myriam, no lo olvides.
-Víctor, por favor, sabes perfectamente que lo he dicho de la forma como se dicen esas cosas, sin quedar en nada y por decir algo. En fin, supongo que vais los dos solos, ¿no? Pobre Ros. Bueno, que te diviertas.
-He dicho que iríamos a recogerlos a las siete.
-¿Iríamos?
-Sí, Myriam, de ésta no te libras. Tú también vas a cenar.
Sofía volvió a tiempo de oírles mencionar la cena.
-¿Que van a salir a cenar? ¿Con quién?
-Con Ros y Mindy. Los cuatro.
Myriam vio una oportunidad.
-A menos que prefieras que me quede Sofia. No te lo he dicho con el tiempo suficiente y puede que me necesites. Y tampoco me gustaría que Janet se molestara. Al fin y al cabo, ha estado preparando la cena.
Myriam trató de ignorar la sonrisa burlona de Víctor.
-No te preocupes por Janet –contestó Sofia-, ha preparado un guiso que está mejor al día siguiente, así que lo comeremos mañana. En cuanto a mí, me pondré a descansar y a ver la televisión. Bueno, voy a ir a decirle a Janet que no van a cenar en casa.
Sofía salió de la estancia al momento.
-Bueno, todo arreglado -declaró Víctor triunfalmente.
Era la hora punta y Víctor, de camino a casa de Mindy, sorteaba el tráfico con aparente facilidad. De vez en cuando, Myriam cerraba los ojos.
-¿Qué te pasa? -preguntó Víctor por fin-. ¿Tienes miedo de que nos estrellemos?
-Si nos estrelláramos, te iba a costar una fortuna el arreglo del coche.
-No es mío.
Myriam frunció el ceño.
-¿Que este coche no es tuyo? ¿De quién es?
-Es alquilado. Vine desde Boston en avión.
-¿Desde Boston? ¿Tienes otra tienda allí?
-Todavía no. Quiero abrirla el año que viene.
-¿Sabes Víctor? no entiendo por qué no quieres quedarte la casa de Sofia.
-Para empezar, porque no está en Seattle.
-Por lo que veo, tú tampoco; al menos, no parece que pases mucho tiempo en tu casa.
-No, no mucho -admitió él.
-¿Lo ves? Ésa es la cuestión. Minneapolis está mucho más céntrico. Si vivieras aquí, pasarías más tiempo en casa porque te llevaría mucho menos tiempo viajar a tus otras tiendas. Además, la casa de Sofia no está excesivamente lejos del aeropuerto. Desde aquí, podrías viajar con cualquier compañía aérea.
-Eso suponiendo que utilizara compañías aéreas.
-¿Es que no viajas en avión?
-Sí, en el de mi empresa.
Claro, tenía que tener un avión también.
-En fin, con o sin avión, sigo sin comprender por qué vives en Seattle. Si la primera tienda que abriste fue en Denver y te gusta tanto escalar...
-Quería marcharme de Colorado y Washington tiene montañas.
-Ya -dijo Myriam- ¿Desilusión amorosa y problemas de negocios?
Myriam pensó que Víctor no iba a contestarle.
-Ni lo uno ni lo otro. -contestó él al cabo de unos momentos - Después de cuatro años en la universidad, se me había olvidado lo mal que se llevaban mis padres. Pero en cuanto volví a casa en Denver me lo recordaron. Ya había abierto la primera tienda, por eso esperé a marcharme hasta encontrar un encargado del que pudiera fiarme.
-¿Se estaban divorciando tus padres?
-No, se habían divorciado ya, cuando yo tenía tres años. El problema es que nunca dejaron de odiarse.
-¿Se pelearon por ver cuál de los dos se quedaba contigo?
-Más o menos. Y por dinero, claro. Y por los nuevos cónyuges. Y por dónde iban a vivir. Por todo.
-¿Se pelearon por dónde iban a vivir después de divorciarse?
-Sí - respondió Víctor en tono de zanjar el asunto.
Myriam se dio cuenta de que no debía seguir haciéndole preguntas sobre el tema, aunque le habría gustado.
Tras dejar a Mindy y Ros en casa de Mariana Mendez después de cenar e ir a bailar, el tiempo amenazaba con otra nevada. Las nubes estaban muy bajas y la atmósfera se notaba cargada. El tiempo acompañaba a la atmósfera de la velada que habían pasado, pensó Víctor.
Myriam, sentada a su lado en el coche, se metió las manos en los bolsillos del abrigo y empezó a silbar.
¡Estaba silbando! Víctor no daba crédito a sus oídos.
-Me alegro de que, al menos, uno de los dos se haya divertido -dijo Víctor con cinismo.
-Pues sí, yo lo he pasado muy bien. El filete estaba muy bueno y Ros ha resultado ser una agradable compañía. Y me ha divertido muchísimo ver la actuación de Mindy, ha estado magnífica.
Víctor lanzó un gruñido y ella se calló. Pero tal y como él sospechaba, el silencio no se prolongó durante mucho tiempo. Después de un minuto, Myriam empezó a hablar otra vez.
-La verdad es que ha tenido gracia -dijo ella por fin-. Creí que se te iba a atragantar la comida cuando Ros te ha dicho lo que quería. ¡Y tú que pensabas que Mindy iba detrás de ti! Cuando lo único que tramaba Mariana era que le dieras a Ros un trabajo.
-¿En serio eres tan inocente como para pensar que eso era todo, Myriam?
-¿Y tú eres tan arrogante como para seguir pensando que van a por ti? ¿0 es que te ha desilusionado que Mindy no te encuentre irresistible?
-He pasado por esto muchas veces y te aseguro que, al final, siempre es lo mismo.
-Bueno, entonces, ¿qué vas a hacer? ¿Vas a darle trabajo?
-De hecho, me resulta irónico que una persona que quiere trabajar en recursos humanos necesite ayuda y favores para conseguir trabajo.
-No me has contestado.
-Tienes razón, no lo he hecho. ¿Por qué te interesa tanto? ¿Es que quieres asegurarte de que tiene un buen empleo antes de intentar conquistarlo?
-No. Me interesa porque, si la táctica de Ros para conseguir trabajo funciona, puede que yo la copie.
Víctor entró en el camino del jardín delantero de la casa de su abuela, aparcó y apagó el motor. La mayoría de las luces estaban apagadas, pero encontraron la del garaje encendida.
-Qué detalle Sofia nos ha dejado la luz encendida -comentó Myriam con una sonrisa-. Supongo que creía que íbamos a volver a las tantas.
-Sí, yo tengo la impresión de que sólo hemos pasado tres días cenando -dijo burlonamente Víctor-. Bueno ¿qué esperas para salir? ¿Es que quieres pasarte la noche en el coche?
Myriam no se movió.
-Estoy esperando a que salgas y me abras la puerta -respondió ella dignamente.
-No soy tu chófer.
-A Mindy le has abierto la puerta -le recordó ella.
Aunque Víctor ya había abierto su portezuela, no se movió. Algo parecía impedirle salir...
-¿En serio estás esperando a que te abra la puerta? ¿No será que estás esperando... otra cosa?
-¿Como qué? -pero al instante, Myriam se dio cuenta de la equivocación que acababa de cometer-. Víctor, si crees que estoy esperando a que me beses...
-A Ros le has dado un beso de buenas noches.
-Eso es diferente -Myriam parpadeó-. Lo que quiero decir es que...
-¿Que es diferente a como te voy a besar yo? De eso no te quepa la menor duda.
-Con Ros sólo ha sido un beso en la mejilla. Ni siquiera se le puede llamar un beso. Ha sido en público. Por el amor de Dios...
-Y ahora no hay público, estamos solos -murmuró Víctor agarrándola por las muñecas y atrayéndola hacia sí.
Myriam podía protestar todo lo que quisiera, pensó él, pero veía la verdad en sus ojos. Y en su cuerpo. Y en su beso...
El viento que entraba por la portezuela abierta le hizo volver a la realidad al cabo de unos momentos.
-Vamos dentro -dijo él.
Y Myriam, como adormecida, obedeció.
Víctor no tenía un plan ni había pensado en otra cosa que no fuera entrar en la casa para no congelarse. Sin embargo, en el instante en que entraron y vio la luz que salía del cuarto de estar se dio cuenta de que lo que realmente quería era imposible. No podía llevar a Myriam a su cuarto, y a su cama, cuando su abuela los estaba esperando en el cuarto de estar.
Quizá un hotel ¿Por qué no había sugerido que fueran a un hotel?
-¿Ya llegaron? ¿Cómo tan pronto? –preguntó Sofia alzando la voz desde el cuarto de estar.
Víctor cerró la puerta de la entrada y luego cruzó el vestíbulo para ir a ver a su abuela.
Sofia estaba en el sofá y en la mesa de centro había una jarra de chocolate caliente. Encima de las piernas, tapadas con el edredón de Myriam, tenía una revista.
-Espero que no te moleste que haya utilizado tu edredón, querida –dijo Sofia al ver a Myriam- Como el fuego de la chimenea se estaba apagando, me he quedado algo fría.
-No, claro que no me importa -respondió Myriam- Bueno, creo que me voy a la cama. Mañana va a ser un día muy ajetreado.
Myriam no parecía caminar con paso firme cuando salió de la estancia.
-Es una chica encantadora, ¿verdad? –murmuró Sofia.
¿Qué se proponía ahora su abuela? - se preguntó Víctor.
Víctor encogió los hombros y dijo en tono de no darle importancia:
-No sé, supongo que sí.
-Oh, no hay duda al respecto. Y hacen una pareja estupenda, ¿no crees? Me refiero a Myriam y a Ros.
-Sí -«eh, un momento ¿Qué estás diciendo?»-. Abuela, ¿has dicho Myriam y Ros?
-Sí, cariño. ¿Te pasa algo? No pensarías que estaba intentando emparejarla contigo, ¿verdad? Cielos, Víctor... le he tomado demasiado cariño a Myriam como para querer verla perder el tiempo contigo -su abuela agarró una taza con chocolate y bebió un sorbo-. Confieso que estaba aquí esperando a que vinieras porque quería pedirte disculpas. Antes, cuando mencionaste a ese amigo tuyo de la inmobiliaria, reconozco que estuve bastante brusca contigo. ¿Te apetece una taza de chocolate? Hay más en la jarra. Siéntate, Víctor, charlemos un poco.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
Gracias por los capitulos
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
MIL GRACIAS POR EL CAP NIÑA
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 8
ALA MAÑANA siguiente, cuando Myriam se disponía a bajar a desayunar, un ruido procedente del vestidor contiguo al dormitorio de Sofia la hizo detenerse.
Myriam abrió la puerta del vestidor y se quedó horrorizada al ver a Sofia encima de una silla sacando unas cajas del maletero de un armario empotrado. Una de ellas se le había escapado de las manos y había caído al suelo enmoquetado.
Sofía tenía ochenta años y estaba limpiando maleteros. Era un auténtico milagro que no se hubiera caído.
-Por el amor de Dios Sofia, ¿cómo se te ha ocurrido subirte ahí? -dijo Myriam.
-Quería empezar pronto y no quería despertarte ya que anoche te acostaste tarde.
Myriam, sintiéndose culpable, recogió del suelo la sombrerera que se había caído y desvió la mirada hacia otras cajas similares que había encima de una cómoda.
-¿Por qué te has puesto a trabajar tan pronto?
-Anoche tuve una charla con Víctor -Sofía sacó otra caja y la abrió-. Ah, éste es uno de mis preferidos... de cuando las mujeres salíamos a la calle con sombrero. Me encantaría que se pusieran de moda otra vez.
Myriam prefirió no hacer ningún comentario respecto al sombrero de terciopelo con plumas.
-Aquí hay un traje de paño de lana con terciopelo de color verde que hace juego con el sombrero -Sofía se agachó lo necesario para examinar las perchas del armario.
-Sofía, será mejor que bajes de ahí ahora mismo -dijo Myriam con firmeza.
-¿A quién podría regalarle esto? -se preguntó Sofia mientras dejaba que Myriam la ayudara a bajar de la silla.
-¿Por qué no bajas a tomar un café y a descansar un rato? -le sugirió Myriam, preocupada por que Sofia hubiera hecho un esfuerzo excesivo-. Ya pensaré yo en alguien a quien pueda valerle.
Myriam abrió una bolsa de organdí en la que estaba guardado el traje que hacía juego con el sombrero y exclamó:
-¡Qué bonito!
El corte del traje era exquisito y tan antiguo que ahora estaba de moda otra vez.
-Apuesto a que les encantaría a los del departamento de arte dramático de la universidad. Es un traje de época.
-¡Dios mío! Me sorprende que uno de mis trajes se considere un traje de época.
-Lo siento Sofia.
-No te preocupes, querida, sé que tienes razón. Voy a subirte un café... ¿o prefieres bajar a desayunar antes de ponerte a trabajar?
-No, gracias, no tengo hambre. Pero te agradecería mucho que me subieras un café -Myriam se subió a la silla y agarró otra caja.
Al cabo de un rato, Myriam estaba contemplando un sombrero de seda de color marfil cuando oyó unos pasos a sus espaldas.
-¿Qué hacías con tantos vestidos Sofia?
Fue Víctor quien respondió:
-Ponérselos, supongo yo.
Myriam se volvió bruscamente, olvidándose de que estaba encima de una silla, y tuvo que agarrarse a la estantería del maletero para no caerse, pero sí se le cayó el sombrero de las manos.
-¿Cómo es que no te has ido ya?
-Me he dormido esta mañana -Víctor se agachó para recoger el sombrero y se lo dio.
-Gracias. ¿Aún estabas recuperándote de la charla con Sofia anoche?
-Eso me va a llevar un tiempo -respondió Víctor en tono burlón.
Myriam pensó que debían de haber hablado de ella la noche anterior.
-Si quieres disculparte por los problemas que has causado, acepto tus disculpas.
Víctor arqueó las cejas.
-Si quieres que me disculpe por haberte besado anoche, olvídalo. Te mostraste demasiado voluntariosa para merecer una disculpa.
Myriam se mordió los labios. No podía negar lo que Víctor había dicho.
-En ese caso, te agradecería enormemente que le explicaras a tu abuela que no hay nada entre los dos.
-Lo siento, pero no voy a hacerlo.
-Víctor, sabes tan bien como yo que no hay nada entre los dos, que unos cuantos besos uno significan nada -Myriam no lo miró. No estaba segura de querer ver su expresión.
Víctor echó a un lado el traje de paño de lana y terciopelo verde y se sentó en la cama.
-Dime, Myriam, ¿de qué crees que estuvimos hablando anoche?
-Bueno... De mí. ¿0 debería decir de ti y de mí? ¿Me equivoco?
Víctor sonrió maliciosamente.
-¿Y ahora quién es arrogante?
-¿De qué si no iban a haber… Sofia habló contigo anoche y hoy, de repente, se levanta temprano y empieza a sacar las cosas de esta habitación. He pensado que debe de ser porque sospecha que hay algo entre los dos y quiere darse prisa en vaciar la casa y en acabar con todo esto para que yo desaparezca.
-Creía que habías dicho que no había nada entre los dos -dijo Víctor.
-Eso no quiere decir que Sofia no crea que sí.
-Pues no, no lo cree.
Myriam frunció el ceño.
-¿Ni a pesar de salir juntos alguna vez que otra y de que anoche, cuando le di las buenas noches, no parecía estar muy... serena?
-Repito que no cree que haya nada entre los dos.
Pero es curioso que te comportes como si fueras culpable de algo, Myriam.
Myriam se sintió enrojecer.
-Tranquilízate. Mi abuela piensa que Ros y tú hacéis muy buena pareja.
Myriam, sorprendida, parpadeó.
-Bueno, supongo que eso hace que la situación sea más fácil.
-Pero claro, tampoco era de eso de lo que quería hablarme anoche mi abuela. En fin, supongo que ya no te sorprenderá que mi abuela te vaya a dejar esta casa.
En esa ocasión, Myriam sí se resbaló de la silla y se colgó de la estantería del maletero para no caerse.
Víctor se acercó a ella, le rodeó la cintura con un brazo y la bajó al suelo.
-Gracias -dijo Myriam con voz quebrada-. Creo que debería haber desayunado algo. Habría jurado que te he oído decir...
-Lo he dicho. Mi abuela te va a dejar su casa.
-Eso es imposible -protestó Myriam. Los latidos del corazón le martilleaban en los oídos-. A mí no me ha dicho nada.
-No te extrañe tanto, ya sabes que mi abuela no le consulta nada a nadie.
-Pero... ¡Yo no quiero esta casa! No comprendo qué le ha hecho pensar que la querría.
-¿No le has comentado, así por casualidad, lo maravillosa que es esta casa?
-Bueno... sí, pero sólo para que reflexionase sobre si realmente quiere marcharse de aquí.
-En fin, da igual, la casa va a ser para ti -declaró Víctor en tono burlón.
Myriam se quedó pensativa unos momentos.
-Crees que la he engatusado para que me deje esta casa, ¿verdad? -dijo ella con voz queda.
-No, no exactamente -contestó Víctor y, al momento, se levantó de la cama y salió de la habitación.
Al cabo de un par de minutos entró Sofia con dos tazas de café.
-Bueno, Myriam, aquí tienes tu café. Y he pensado que quizá, antes de sacar esta ropa de los armarios, debiéramos llamar al departamento de arte dramático de la universidad para ver si la quieren.
Myriam se quedó boquiabierta. Después de empezar a sacar la ropa del armario... ¿Sofia quería parar? ¿Por qué?
¿Se había cruzado con Víctor en las escaleras y él la había disuadido?
-De todos modos, deberíamos sacar la ropa para hacer una lista de los trajes que hay y de qué estilo son antes de llamar a la universidad. Así les será más fácil decidir si quieren la ropa o no -Myriam bebió un buen sorbo de café y sintió su calor por las venas.
Aún no podía creer lo que Víctor le había dicho. Debía de tratarse de un error, Víctor tenía que estar equivocado.
-Yo haré la lista -continuó Myriam-. Eso sí, te agradecería que te pasaras por aquí de vez en cuando para aclararme la época de los trajes y demás detalles.
-No, me quedaré aquí y haré yo las anotaciones mientras tú sacas la ropa. ¿Estás segura de que no quieres desayunar y descansar un rato antes de empezar?
Myriam sacudió la cabeza, terminó de vaciar la estantería y luego lanzó una mirada a la parte superior del maletero. ¿Cómo iba a llegar hasta esa parte tan alta?
Decidió resolver el problema más tarde y se bajó de la silla.
-¿Lo pasaste bien anoche? -le preguntó Sofia, que había sacado papel y bolígrafo del cajón de un escritorio que había en la estancia.
En ese momento, Víctor abrió la puerta de par en par y entró con una escalera de aluminio.
-Deja de subirte a las sillas, abuela. Recuerda que no podrás venir el viernes a la fiesta de la tienda si estás en el hospital con una cadera rota.
-¿Es una fiesta de Navidad? –preguntó Sofia con una amplia sonrisa.
-El día de Nochebuena. La fiesta empieza justo cuando cerremos.
-Me encantan las fiestas de Navidad –declaró Sofia- Y apuesto a que a Myriam también le gustan.
Víctor se marchó a la tienda a trabajar antes de que Myriam pudiera encontrar un momento para hablar a solas con él. Y dos horas después, la parte baja del armario y el maletero bajo estaban vacíos, mientras que la cama estaba llena de trajes, vestidos, zapatos y bolsos.
Myriam abrió la escalera de aluminio, con intención de subirse a lo más alto.
Sofía suspiró. Fue un suspiro largo y profundo.
-Víctor es de la misma opinión que tú, piensa que debería marcharme de la casa sin más y dejar que alguien lo venda todo.
-Víctor no quiere que te canses innecesariamente.
Sofía no respondió.
Myriam se acercó a la cama y se sentó.
-De todos modos, hay algo en lo que Víctor y yo no estamos de acuerdo, y es respecto a lo de la subasta.
A mí no me parece lo mejor.
Sofía enarcó las cejas.
-¿Y eso?
-Podrías donar la casa a la universidad. Quizá pudieran convertirla en un museo de trajes y diseño Sofia dio la vuelta a la hoja de papel en la que estaba escribiendo y empezó una columna nueva.
-Estoy segura de que Víctor te ha dicho lo que voy a hacer con la casa, Myriam. Te la voy a dejar a ti.
-Pero ¿por qué? -la pregunta de Myriam fue casi un alarido.
-Porque me caes bien y porque a ti te gusta mi casa – Respondió Sofia con perfecta calma.
-Pero ¿qué voy a hacer yo con esta casa?
-Espero que vivir en ella.
-Sofía, no puedo permitirme el lujo de mantenerla. Sólo la cuenta de la luz debe de ser una pequeña fortuna. Además, ¿cómo voy a ir a la universidad?
-¿Lo dices porque la casa está lejos de la ciudad universitaria? -inquirióSofia con tranquilidad-. Sí, lo sé, está lejos. Y ése es uno de los motivos por los que la universidad no querría convertir esta casa en un museo.
Myriam entornó los ojos.
-Se trata de una broma, ¿verdad?
-No, todo este asunto es serio. Supongo que podrás alquilar la casa hasta que te licencies. Después, cuando tengas un trabajo y un buen salario, podrás vivir aquí y cubrir los gastos.
Myriam se llevó las manos a la cabeza.
-Es la idea más...
-Cuidado, querida. Soy una anciana y casi todo el mundo no hace más que recordarme que mi salud no es lo que era. No querrás darme un disgusto, ¿verdad? Sería terrible para mi salud.
¿Darle un disgusto? Más bien era todo lo contrario.
-Y luego podrás amueblarla como quieras –añadió Sofia.
Myriam se agarró a un clavo ardiendo.
-¿En serio no te importaría que cambiara la casa?
-No soy tan tonta como para creer que esta casa está perfecta. Podría ser mucho más agradable, mucho más cómoda.
-¿Lo ves? Ésa es la respuesta al problema. En vez de irte a vivir a un complejo residencial, lo mejor sería que te gastaras el dinero en poner la casa más cómoda para Janet y para ti.
-Seguiría siendo un quebradero de cabeza tener una casa en propiedad. Además, cuando me muriese, Víctor acabaría subastándolo todo.
Myriam se mordió el labio inferior. No creía que le sirviera de nada comentar que, después de muerta, a Sofia no podría importarle qué ocurriría con la casa.
-Víctor no lo hace con mala intención -dijo Myriam al cabo de unos momentos-. Lo que pasa es que él no le da importancia a ciertas cosas.
Sofía sonrió.
-Bueno, es igual. Dime, ¿vas a llamar tú a los del departamento de arte dramático de la universidad o prefieres que lo haga yo?
Era Nochebuena y la fiesta de Navidad de la tienda de deportes acababa de comenzar. Desde las escaleras mecánicas, Víctor vio a su abuela y a Myriam. Su abuela llevaba el abrigo sobre los hombros y Myriam iba con un traje de color verde oscuro ceñido que la hacía parecer aún más delgada.
Víctor se reunió con ellas al lado de la mesa en la que se servía el bufé. Myriam sujetaba un plato que sólo contenía un ramillete de brócoli, un poco de coliflor, un rábano y una rama de apio. Le quitó el plato de las manos y le dijo:
-Hoy no están permitidas las dietas. Toma unas gambas.
-Luego, quizá -Myriam siguió con los ojos el avance de Sofia hacia la mesa y bajó la voz-. Tengo que hablar contigo. A solas.
Víctor se dio por enterado.
-Ah, Myriam, tengo un nuevo equipo para escalar que te podría venir muy bien. ¿Quieres verlo?
Myriam alzó los ojos al techo, pero le siguió la corriente. Era la excusa perfecta para alejarse.
-Sí, claro. Sofia, enseguida volvemos.
Sofía los despidió con la mano. Estaba demasiado ocupada examinando el helado para que le importara dónde estaban ellos.
Mientras se alejaban, Myriam murmuró:
-Vaya una excusa más tonta que has puesto. Jamás se me ocurriría escalar una estúpida pared.
-Pero ha funcionado, que es lo que importa. A propósito, bonito traje.
-Es una reliquia de tu abuela, tiene muchos más años que yo. Hemos pensado darle los trajes al departamento de arte dramático de la universidad, pero como está cerrado por vacaciones...
-Ya. Bueno, dime, ¿has decidido aceptar el regalo de mi abuela?
-¿La casa? ¿Crees que me he vuelto loca? No necesito una úlcera, ya tengo bastantes problemas. Además, ¿sabes una cosa? A veces tengo la impresión de que lo que realmente le gustaría es quedarse en la casa. Le he comentado que debería modernizarla y, si no le asustase tanto meterse en obras, creo que le encantarían las ideas que has tenido.
-¡Eh, un momento! ¿Puede saberse qué ideas he tenido yo?
-De eso precisamente era de lo que quería hablarte... por si tu abuela te menciona los cambios en la casa, que se te han ocurrido a ti.
-Qué considerada eres. Dime, ¿qué ideas he tenido?
-La idea principal consiste en convertir el armario empotrado de la ropa de cama, toallas y esas cosas en el cuarto de baño de la habitación de tu abuela y en cuarto de lavar.
-¿Por qué? No lo entiendo.
-Porque la mayor parte de la colada la componen las sábanas y toallas, y es mucho más cómodo no tener que bajar toda la ropa y subirla otra vez. Además, otro baño sería una ventaja cuando vinieran los niños.
-¡Para! ¿Qué demonios le has estado contando a mi abuela?
-Sólo que eres aún joven y que, tarde o temprano, acabarás sentando la cabeza y...
-¿Le has dicho a mi abuela que yo quiero su casa? ¿Después de lo que me había costado convencerla de que no la quiero?
Myriam lo miró con expresión inocente, pero Víctor no dejó por ello de sentir ganas de estrangularla.
-No exactamente -contestó Myriam- Sólo le he dicho que tú estás más encariñado con esa casa de lo que aparentas estar.
-¿Porqué?
-¿Que por qué creo que, en el fondo, quieres la casa? Por lo que te ofendió enterarte de que tu abuela quería dejármela a mí. Y no digas que no porque no te voy a creer. ¿Acaso te gustaría tener la casa para veranear? Y luego, con el tiempo...
-¿Le has dicho a mi abuela que quiero que haga obras en la casa para tenerla a mi gusto cuando decida ir a vivir allí? ¿Y cuándo va a ser eso? ¿Cuando me jubile?
-Bueno... algo parecido. Lo malo es que realmente le asusta meterse en obras -admitió Myriam-. Por eso he pensado que... Víctor, si enviases a tu abuela y a Janet a un crucero alrededor del mundo...
-¿Para arreglar la casa mientras ellas estén de viaje? ¿Y si cuando vuelva, a pesar de todo, decide irse a un complejo residencial para ancianos?
Myriam suspiró.
-En ese caso, supongo que tendrías una casa colonial estilo holandés completamente renovada.
-0 la tendrías tú. Mi abuela parece decidida a dejarte a ti la casa.
En ese momento, antes de que Myriam pudiera contestar, Mindy apareció delante de ellos con una amplia sonrisa en el rostro.
-Hola -dijo Mindy- No esperaba encontraron aquí, Sofia me ha dicho que estarías en el departamento de alpinismo.
-Ya volvíamos -respondió Víctor-. ¿Cómo es que has venido a la fiesta?
-Oh, Ros me ha invitado. Me ha dicho que todos los empleados podían invitar a una persona.
Myriam arqueó las cejas.
-¿Ros? Víctor, no me habías dicho que lo has contratado.
No había tenido tiempo de decírselo. Durante los últimos días, siempre que la veía ella estaba subida a una silla o a una escalera y llena de cajas.
-Bueno, Myriam, ¿por fin has decidido escalar? -inquirió Mindy en tono burlón-. ¿Cómo es eso?
-Es evidente. Me fascina todo lo que tenga que ver con Víctor -respondió Myriam sonriendo dulcemente-. Estoy segura de que lo comprendes.
-Bueno, voy a ver si como algo -anunció Víctor rápidamente-. A propósito, chicas, el cuadrilátero está al fondo.
El cuadrilátero, pensó Myriam. ¿Por qué se había rebajado tanto? ¿Cómo había descendido al nivel de Mindy?
Mientras se acercaban a las mesas con la comida, Víctor y Mindy empezaron a charlar y pronto fueron absorbidos por la multitud; ella, por el contrario, se quedó rezagada.
-Hola, Myriam.
Al volverse, Myriam se encontró con Ros, que sujetaba un plato lleno de comida.
-Vaya, qué sorpresa, Ros. Víctor me ha dicho que trabajas aquí.. ¿Qué haces? -le preguntó Myriam educadamente, mientras seguía con los ojos a Mindy, que no soltaba el brazo de Víctor y parecía disfrutar el papel de anfitriona que se había adjudicado ella misma.
-No el trabajo que me gustaría realizar, por supuesto -respondió Ros en tono defensivo-. Pero como Víctor necesitaba que le echaran una mano...
«Vendedor», pensó Myriam.
-La mayoría de los mortales no tenemos el trabajo que nos gustaría, Ros.
-Pues a ti no te va mal el que tienes -contestó él-. Dime, ¿es verdad que Víctor va a trasladar la oficina central de su empresa aquí?
No era difícil imaginar la procedencia de ese rumor, pensó Myriam. Cuando ella le había insinuado a Sofia que a Víctor le gustaría que la casa se quedara en la familia Sofia debía de haberse convencido a sí misma de que su nieto quería ir a vivir allí. Y si le había hecho algún comentario al respecto a su amiga Mariana...
-¿Quién te ha dicho eso? -le preguntó Myriam a Ros.
-Lo he oído por ahí.
-¿Te lo ha dicho Mariana?
Ros pareció realmente sorprendido.
-¿Lo sabe Mariana?
Myriam pensó que debería haberse mordido la lengua.
-Dudo que sea cierto. Lo de Mariana lo he dicho porque he pensado que, de haber algo de verdad en eso Sofia le habría hecho algún comentario a Mariana.
-Sí, supongo que sí -pero Ros no pareció satisfecho-. He oído que se ha puesto en contacto con gente de inmobiliarias.
-Sí, pero eso es por la casa de Sofia, no tiene nada que ver con el negocio de Víctor. Olvídalo, Ros.
-Bueno, la verdad es que pensaba que, si Víctor trasladaba aquí la oficina central, podría ofrecerme un puesto de responsabilidad.
Myriam le sonrió.
-En ese caso, buena suerte.
ALA MAÑANA siguiente, cuando Myriam se disponía a bajar a desayunar, un ruido procedente del vestidor contiguo al dormitorio de Sofia la hizo detenerse.
Myriam abrió la puerta del vestidor y se quedó horrorizada al ver a Sofia encima de una silla sacando unas cajas del maletero de un armario empotrado. Una de ellas se le había escapado de las manos y había caído al suelo enmoquetado.
Sofía tenía ochenta años y estaba limpiando maleteros. Era un auténtico milagro que no se hubiera caído.
-Por el amor de Dios Sofia, ¿cómo se te ha ocurrido subirte ahí? -dijo Myriam.
-Quería empezar pronto y no quería despertarte ya que anoche te acostaste tarde.
Myriam, sintiéndose culpable, recogió del suelo la sombrerera que se había caído y desvió la mirada hacia otras cajas similares que había encima de una cómoda.
-¿Por qué te has puesto a trabajar tan pronto?
-Anoche tuve una charla con Víctor -Sofía sacó otra caja y la abrió-. Ah, éste es uno de mis preferidos... de cuando las mujeres salíamos a la calle con sombrero. Me encantaría que se pusieran de moda otra vez.
Myriam prefirió no hacer ningún comentario respecto al sombrero de terciopelo con plumas.
-Aquí hay un traje de paño de lana con terciopelo de color verde que hace juego con el sombrero -Sofía se agachó lo necesario para examinar las perchas del armario.
-Sofía, será mejor que bajes de ahí ahora mismo -dijo Myriam con firmeza.
-¿A quién podría regalarle esto? -se preguntó Sofia mientras dejaba que Myriam la ayudara a bajar de la silla.
-¿Por qué no bajas a tomar un café y a descansar un rato? -le sugirió Myriam, preocupada por que Sofia hubiera hecho un esfuerzo excesivo-. Ya pensaré yo en alguien a quien pueda valerle.
Myriam abrió una bolsa de organdí en la que estaba guardado el traje que hacía juego con el sombrero y exclamó:
-¡Qué bonito!
El corte del traje era exquisito y tan antiguo que ahora estaba de moda otra vez.
-Apuesto a que les encantaría a los del departamento de arte dramático de la universidad. Es un traje de época.
-¡Dios mío! Me sorprende que uno de mis trajes se considere un traje de época.
-Lo siento Sofia.
-No te preocupes, querida, sé que tienes razón. Voy a subirte un café... ¿o prefieres bajar a desayunar antes de ponerte a trabajar?
-No, gracias, no tengo hambre. Pero te agradecería mucho que me subieras un café -Myriam se subió a la silla y agarró otra caja.
Al cabo de un rato, Myriam estaba contemplando un sombrero de seda de color marfil cuando oyó unos pasos a sus espaldas.
-¿Qué hacías con tantos vestidos Sofia?
Fue Víctor quien respondió:
-Ponérselos, supongo yo.
Myriam se volvió bruscamente, olvidándose de que estaba encima de una silla, y tuvo que agarrarse a la estantería del maletero para no caerse, pero sí se le cayó el sombrero de las manos.
-¿Cómo es que no te has ido ya?
-Me he dormido esta mañana -Víctor se agachó para recoger el sombrero y se lo dio.
-Gracias. ¿Aún estabas recuperándote de la charla con Sofia anoche?
-Eso me va a llevar un tiempo -respondió Víctor en tono burlón.
Myriam pensó que debían de haber hablado de ella la noche anterior.
-Si quieres disculparte por los problemas que has causado, acepto tus disculpas.
Víctor arqueó las cejas.
-Si quieres que me disculpe por haberte besado anoche, olvídalo. Te mostraste demasiado voluntariosa para merecer una disculpa.
Myriam se mordió los labios. No podía negar lo que Víctor había dicho.
-En ese caso, te agradecería enormemente que le explicaras a tu abuela que no hay nada entre los dos.
-Lo siento, pero no voy a hacerlo.
-Víctor, sabes tan bien como yo que no hay nada entre los dos, que unos cuantos besos uno significan nada -Myriam no lo miró. No estaba segura de querer ver su expresión.
Víctor echó a un lado el traje de paño de lana y terciopelo verde y se sentó en la cama.
-Dime, Myriam, ¿de qué crees que estuvimos hablando anoche?
-Bueno... De mí. ¿0 debería decir de ti y de mí? ¿Me equivoco?
Víctor sonrió maliciosamente.
-¿Y ahora quién es arrogante?
-¿De qué si no iban a haber… Sofia habló contigo anoche y hoy, de repente, se levanta temprano y empieza a sacar las cosas de esta habitación. He pensado que debe de ser porque sospecha que hay algo entre los dos y quiere darse prisa en vaciar la casa y en acabar con todo esto para que yo desaparezca.
-Creía que habías dicho que no había nada entre los dos -dijo Víctor.
-Eso no quiere decir que Sofia no crea que sí.
-Pues no, no lo cree.
Myriam frunció el ceño.
-¿Ni a pesar de salir juntos alguna vez que otra y de que anoche, cuando le di las buenas noches, no parecía estar muy... serena?
-Repito que no cree que haya nada entre los dos.
Pero es curioso que te comportes como si fueras culpable de algo, Myriam.
Myriam se sintió enrojecer.
-Tranquilízate. Mi abuela piensa que Ros y tú hacéis muy buena pareja.
Myriam, sorprendida, parpadeó.
-Bueno, supongo que eso hace que la situación sea más fácil.
-Pero claro, tampoco era de eso de lo que quería hablarme anoche mi abuela. En fin, supongo que ya no te sorprenderá que mi abuela te vaya a dejar esta casa.
En esa ocasión, Myriam sí se resbaló de la silla y se colgó de la estantería del maletero para no caerse.
Víctor se acercó a ella, le rodeó la cintura con un brazo y la bajó al suelo.
-Gracias -dijo Myriam con voz quebrada-. Creo que debería haber desayunado algo. Habría jurado que te he oído decir...
-Lo he dicho. Mi abuela te va a dejar su casa.
-Eso es imposible -protestó Myriam. Los latidos del corazón le martilleaban en los oídos-. A mí no me ha dicho nada.
-No te extrañe tanto, ya sabes que mi abuela no le consulta nada a nadie.
-Pero... ¡Yo no quiero esta casa! No comprendo qué le ha hecho pensar que la querría.
-¿No le has comentado, así por casualidad, lo maravillosa que es esta casa?
-Bueno... sí, pero sólo para que reflexionase sobre si realmente quiere marcharse de aquí.
-En fin, da igual, la casa va a ser para ti -declaró Víctor en tono burlón.
Myriam se quedó pensativa unos momentos.
-Crees que la he engatusado para que me deje esta casa, ¿verdad? -dijo ella con voz queda.
-No, no exactamente -contestó Víctor y, al momento, se levantó de la cama y salió de la habitación.
Al cabo de un par de minutos entró Sofia con dos tazas de café.
-Bueno, Myriam, aquí tienes tu café. Y he pensado que quizá, antes de sacar esta ropa de los armarios, debiéramos llamar al departamento de arte dramático de la universidad para ver si la quieren.
Myriam se quedó boquiabierta. Después de empezar a sacar la ropa del armario... ¿Sofia quería parar? ¿Por qué?
¿Se había cruzado con Víctor en las escaleras y él la había disuadido?
-De todos modos, deberíamos sacar la ropa para hacer una lista de los trajes que hay y de qué estilo son antes de llamar a la universidad. Así les será más fácil decidir si quieren la ropa o no -Myriam bebió un buen sorbo de café y sintió su calor por las venas.
Aún no podía creer lo que Víctor le había dicho. Debía de tratarse de un error, Víctor tenía que estar equivocado.
-Yo haré la lista -continuó Myriam-. Eso sí, te agradecería que te pasaras por aquí de vez en cuando para aclararme la época de los trajes y demás detalles.
-No, me quedaré aquí y haré yo las anotaciones mientras tú sacas la ropa. ¿Estás segura de que no quieres desayunar y descansar un rato antes de empezar?
Myriam sacudió la cabeza, terminó de vaciar la estantería y luego lanzó una mirada a la parte superior del maletero. ¿Cómo iba a llegar hasta esa parte tan alta?
Decidió resolver el problema más tarde y se bajó de la silla.
-¿Lo pasaste bien anoche? -le preguntó Sofia, que había sacado papel y bolígrafo del cajón de un escritorio que había en la estancia.
En ese momento, Víctor abrió la puerta de par en par y entró con una escalera de aluminio.
-Deja de subirte a las sillas, abuela. Recuerda que no podrás venir el viernes a la fiesta de la tienda si estás en el hospital con una cadera rota.
-¿Es una fiesta de Navidad? –preguntó Sofia con una amplia sonrisa.
-El día de Nochebuena. La fiesta empieza justo cuando cerremos.
-Me encantan las fiestas de Navidad –declaró Sofia- Y apuesto a que a Myriam también le gustan.
Víctor se marchó a la tienda a trabajar antes de que Myriam pudiera encontrar un momento para hablar a solas con él. Y dos horas después, la parte baja del armario y el maletero bajo estaban vacíos, mientras que la cama estaba llena de trajes, vestidos, zapatos y bolsos.
Myriam abrió la escalera de aluminio, con intención de subirse a lo más alto.
Sofía suspiró. Fue un suspiro largo y profundo.
-Víctor es de la misma opinión que tú, piensa que debería marcharme de la casa sin más y dejar que alguien lo venda todo.
-Víctor no quiere que te canses innecesariamente.
Sofía no respondió.
Myriam se acercó a la cama y se sentó.
-De todos modos, hay algo en lo que Víctor y yo no estamos de acuerdo, y es respecto a lo de la subasta.
A mí no me parece lo mejor.
Sofía enarcó las cejas.
-¿Y eso?
-Podrías donar la casa a la universidad. Quizá pudieran convertirla en un museo de trajes y diseño Sofia dio la vuelta a la hoja de papel en la que estaba escribiendo y empezó una columna nueva.
-Estoy segura de que Víctor te ha dicho lo que voy a hacer con la casa, Myriam. Te la voy a dejar a ti.
-Pero ¿por qué? -la pregunta de Myriam fue casi un alarido.
-Porque me caes bien y porque a ti te gusta mi casa – Respondió Sofia con perfecta calma.
-Pero ¿qué voy a hacer yo con esta casa?
-Espero que vivir en ella.
-Sofía, no puedo permitirme el lujo de mantenerla. Sólo la cuenta de la luz debe de ser una pequeña fortuna. Además, ¿cómo voy a ir a la universidad?
-¿Lo dices porque la casa está lejos de la ciudad universitaria? -inquirióSofia con tranquilidad-. Sí, lo sé, está lejos. Y ése es uno de los motivos por los que la universidad no querría convertir esta casa en un museo.
Myriam entornó los ojos.
-Se trata de una broma, ¿verdad?
-No, todo este asunto es serio. Supongo que podrás alquilar la casa hasta que te licencies. Después, cuando tengas un trabajo y un buen salario, podrás vivir aquí y cubrir los gastos.
Myriam se llevó las manos a la cabeza.
-Es la idea más...
-Cuidado, querida. Soy una anciana y casi todo el mundo no hace más que recordarme que mi salud no es lo que era. No querrás darme un disgusto, ¿verdad? Sería terrible para mi salud.
¿Darle un disgusto? Más bien era todo lo contrario.
-Y luego podrás amueblarla como quieras –añadió Sofia.
Myriam se agarró a un clavo ardiendo.
-¿En serio no te importaría que cambiara la casa?
-No soy tan tonta como para creer que esta casa está perfecta. Podría ser mucho más agradable, mucho más cómoda.
-¿Lo ves? Ésa es la respuesta al problema. En vez de irte a vivir a un complejo residencial, lo mejor sería que te gastaras el dinero en poner la casa más cómoda para Janet y para ti.
-Seguiría siendo un quebradero de cabeza tener una casa en propiedad. Además, cuando me muriese, Víctor acabaría subastándolo todo.
Myriam se mordió el labio inferior. No creía que le sirviera de nada comentar que, después de muerta, a Sofia no podría importarle qué ocurriría con la casa.
-Víctor no lo hace con mala intención -dijo Myriam al cabo de unos momentos-. Lo que pasa es que él no le da importancia a ciertas cosas.
Sofía sonrió.
-Bueno, es igual. Dime, ¿vas a llamar tú a los del departamento de arte dramático de la universidad o prefieres que lo haga yo?
Era Nochebuena y la fiesta de Navidad de la tienda de deportes acababa de comenzar. Desde las escaleras mecánicas, Víctor vio a su abuela y a Myriam. Su abuela llevaba el abrigo sobre los hombros y Myriam iba con un traje de color verde oscuro ceñido que la hacía parecer aún más delgada.
Víctor se reunió con ellas al lado de la mesa en la que se servía el bufé. Myriam sujetaba un plato que sólo contenía un ramillete de brócoli, un poco de coliflor, un rábano y una rama de apio. Le quitó el plato de las manos y le dijo:
-Hoy no están permitidas las dietas. Toma unas gambas.
-Luego, quizá -Myriam siguió con los ojos el avance de Sofia hacia la mesa y bajó la voz-. Tengo que hablar contigo. A solas.
Víctor se dio por enterado.
-Ah, Myriam, tengo un nuevo equipo para escalar que te podría venir muy bien. ¿Quieres verlo?
Myriam alzó los ojos al techo, pero le siguió la corriente. Era la excusa perfecta para alejarse.
-Sí, claro. Sofia, enseguida volvemos.
Sofía los despidió con la mano. Estaba demasiado ocupada examinando el helado para que le importara dónde estaban ellos.
Mientras se alejaban, Myriam murmuró:
-Vaya una excusa más tonta que has puesto. Jamás se me ocurriría escalar una estúpida pared.
-Pero ha funcionado, que es lo que importa. A propósito, bonito traje.
-Es una reliquia de tu abuela, tiene muchos más años que yo. Hemos pensado darle los trajes al departamento de arte dramático de la universidad, pero como está cerrado por vacaciones...
-Ya. Bueno, dime, ¿has decidido aceptar el regalo de mi abuela?
-¿La casa? ¿Crees que me he vuelto loca? No necesito una úlcera, ya tengo bastantes problemas. Además, ¿sabes una cosa? A veces tengo la impresión de que lo que realmente le gustaría es quedarse en la casa. Le he comentado que debería modernizarla y, si no le asustase tanto meterse en obras, creo que le encantarían las ideas que has tenido.
-¡Eh, un momento! ¿Puede saberse qué ideas he tenido yo?
-De eso precisamente era de lo que quería hablarte... por si tu abuela te menciona los cambios en la casa, que se te han ocurrido a ti.
-Qué considerada eres. Dime, ¿qué ideas he tenido?
-La idea principal consiste en convertir el armario empotrado de la ropa de cama, toallas y esas cosas en el cuarto de baño de la habitación de tu abuela y en cuarto de lavar.
-¿Por qué? No lo entiendo.
-Porque la mayor parte de la colada la componen las sábanas y toallas, y es mucho más cómodo no tener que bajar toda la ropa y subirla otra vez. Además, otro baño sería una ventaja cuando vinieran los niños.
-¡Para! ¿Qué demonios le has estado contando a mi abuela?
-Sólo que eres aún joven y que, tarde o temprano, acabarás sentando la cabeza y...
-¿Le has dicho a mi abuela que yo quiero su casa? ¿Después de lo que me había costado convencerla de que no la quiero?
Myriam lo miró con expresión inocente, pero Víctor no dejó por ello de sentir ganas de estrangularla.
-No exactamente -contestó Myriam- Sólo le he dicho que tú estás más encariñado con esa casa de lo que aparentas estar.
-¿Porqué?
-¿Que por qué creo que, en el fondo, quieres la casa? Por lo que te ofendió enterarte de que tu abuela quería dejármela a mí. Y no digas que no porque no te voy a creer. ¿Acaso te gustaría tener la casa para veranear? Y luego, con el tiempo...
-¿Le has dicho a mi abuela que quiero que haga obras en la casa para tenerla a mi gusto cuando decida ir a vivir allí? ¿Y cuándo va a ser eso? ¿Cuando me jubile?
-Bueno... algo parecido. Lo malo es que realmente le asusta meterse en obras -admitió Myriam-. Por eso he pensado que... Víctor, si enviases a tu abuela y a Janet a un crucero alrededor del mundo...
-¿Para arreglar la casa mientras ellas estén de viaje? ¿Y si cuando vuelva, a pesar de todo, decide irse a un complejo residencial para ancianos?
Myriam suspiró.
-En ese caso, supongo que tendrías una casa colonial estilo holandés completamente renovada.
-0 la tendrías tú. Mi abuela parece decidida a dejarte a ti la casa.
En ese momento, antes de que Myriam pudiera contestar, Mindy apareció delante de ellos con una amplia sonrisa en el rostro.
-Hola -dijo Mindy- No esperaba encontraron aquí, Sofia me ha dicho que estarías en el departamento de alpinismo.
-Ya volvíamos -respondió Víctor-. ¿Cómo es que has venido a la fiesta?
-Oh, Ros me ha invitado. Me ha dicho que todos los empleados podían invitar a una persona.
Myriam arqueó las cejas.
-¿Ros? Víctor, no me habías dicho que lo has contratado.
No había tenido tiempo de decírselo. Durante los últimos días, siempre que la veía ella estaba subida a una silla o a una escalera y llena de cajas.
-Bueno, Myriam, ¿por fin has decidido escalar? -inquirió Mindy en tono burlón-. ¿Cómo es eso?
-Es evidente. Me fascina todo lo que tenga que ver con Víctor -respondió Myriam sonriendo dulcemente-. Estoy segura de que lo comprendes.
-Bueno, voy a ver si como algo -anunció Víctor rápidamente-. A propósito, chicas, el cuadrilátero está al fondo.
El cuadrilátero, pensó Myriam. ¿Por qué se había rebajado tanto? ¿Cómo había descendido al nivel de Mindy?
Mientras se acercaban a las mesas con la comida, Víctor y Mindy empezaron a charlar y pronto fueron absorbidos por la multitud; ella, por el contrario, se quedó rezagada.
-Hola, Myriam.
Al volverse, Myriam se encontró con Ros, que sujetaba un plato lleno de comida.
-Vaya, qué sorpresa, Ros. Víctor me ha dicho que trabajas aquí.. ¿Qué haces? -le preguntó Myriam educadamente, mientras seguía con los ojos a Mindy, que no soltaba el brazo de Víctor y parecía disfrutar el papel de anfitriona que se había adjudicado ella misma.
-No el trabajo que me gustaría realizar, por supuesto -respondió Ros en tono defensivo-. Pero como Víctor necesitaba que le echaran una mano...
«Vendedor», pensó Myriam.
-La mayoría de los mortales no tenemos el trabajo que nos gustaría, Ros.
-Pues a ti no te va mal el que tienes -contestó él-. Dime, ¿es verdad que Víctor va a trasladar la oficina central de su empresa aquí?
No era difícil imaginar la procedencia de ese rumor, pensó Myriam. Cuando ella le había insinuado a Sofia que a Víctor le gustaría que la casa se quedara en la familia Sofia debía de haberse convencido a sí misma de que su nieto quería ir a vivir allí. Y si le había hecho algún comentario al respecto a su amiga Mariana...
-¿Quién te ha dicho eso? -le preguntó Myriam a Ros.
-Lo he oído por ahí.
-¿Te lo ha dicho Mariana?
Ros pareció realmente sorprendido.
-¿Lo sabe Mariana?
Myriam pensó que debería haberse mordido la lengua.
-Dudo que sea cierto. Lo de Mariana lo he dicho porque he pensado que, de haber algo de verdad en eso Sofia le habría hecho algún comentario a Mariana.
-Sí, supongo que sí -pero Ros no pareció satisfecho-. He oído que se ha puesto en contacto con gente de inmobiliarias.
-Sí, pero eso es por la casa de Sofia, no tiene nada que ver con el negocio de Víctor. Olvídalo, Ros.
-Bueno, la verdad es que pensaba que, si Víctor trasladaba aquí la oficina central, podría ofrecerme un puesto de responsabilidad.
Myriam le sonrió.
-En ese caso, buena suerte.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 9
TRAS dejar a Ros, Myriam se quedó pensativa. Al acercarse al atrio del establecimiento, vio a unas personas, entre ellas el director del centro de acogida para gente sin hogar, subirse a la plataforma a dar las gracias en público por las donaciones que Víctor había hecho al centro y a otras obras de caridad.
Pero Víctor... parecía desear estar en cualquier sitio menos en ése.
Myriam no pudo evitar sonreír al ver cómo cambiaba de postura, con los ojos fijos en el mármol del suelo. Víctor ya no era un adolescente arrogante al que se le daban mal las Matemáticas. Ahora era un hombre con absoluta confianza en sí mismo, dueño de su vida y con control de su destino.
Una súbita ocurrencia la hizo sentir un intenso calor extendiéndose por su cuerpo. ¿Se había enamorado de él? No se trataba de loca pasión, aunque eso siempre estaba a flor de piel, sino de un profundo sentimiento de ternura. Afecto. Cariño.
Nunca lo habría imaginado.
De repente, hubo una ronda de aplausos y luego Myriam oyó la voz de Víctor. La oyó por encima del ruido general, a pesar de que el tono que empleaba era casi íntimo. ¿Cómo podía oírlo con tanta claridad? ¿Acaso había sintonizado su oído de tal manera que no pudiera perderse nada de lo que Víctor dijera?
Él estaba hablándole a Mindy, y a Myriam le resultó fácil adivinar lo que aquella mujer le había dicho. Algo respecto a la increíble generosidad de sus donaciones, a lo maravilloso que él era y a la popularidad que se merecía. Myriam creyó oír algo referente al premio al hombre del año.
Víctor, con voz impaciente, dijo:
-Las donaciones las ha hecho la empresa, no yo personalmente.
Mindy lanzó una estridente carcajada.
-A eso precisamente me refería, Víctor. El hecho de decir que no ha sido idea tuya es una muestra más de tu generosidad y humildad.
«Esa mujer no tiene idea de cómo ganárselo», pensó Myriam. Pero pronto recapacitó. «¿Y tú, Myriam, lo sabes?»
Aunque lo comprendiera infinitamente mejor que Mindy, no creía que eso la llevara a ninguna parte. Víctor era una persona a la que no le gustaba que lo analizaran.
Como si hubiera sentido su mirada en él, Víctor se pasó una mano por la nuca y volvió la cabeza en su dirección. Ella, inmediatamente, se ocultó detrás de una escultura hecha con campanas.
Sofía apareció a sus espaldas.
-¿Qué estás haciendo ahí escondida?
Myriam se preguntó qué diría Sofia si le contestara con sinceridad: «Estoy pensando que creo que me he enamorado de tu nieto».
No, no podía decírselo.
-Estoy muy cansada –continuó Sofia-. Me voy a casa ya. Pero no es necesario que vengas conmigo y que dejes la fiesta.
-No me importa, Sofia, de verdad. Espera a que vaya por tu abrigo ¿Lo has dejado, encima de las mesas de billar?
-No olvides despedirte de Víctor.
Myriam lanzó una mirada en su dirección.
-Me parece que está muy ocupado con Mindy y no me gustaría interrumpir.
Sofía no protestó y la siguió hasta la puerta. La desacostumbrada docilidad de la anciana preocupó a Myriam y la hizo olvidarse de sus problemas.
-¿Estás cansada o es que no te encuentras bien? -preguntó Myriam mirándola intensamente-. Todavía no has llamado al médico, ¿verdad?
-Ya lo llamaré –contestó Sofia.
Myriam fue a recoger el coche al estacionamiento para llevarlo a la puerta, porque no quería que Sofia se enfriara. Luego, durante el trayecto, pensó que debía hablar con Víctor para que éste obligara a su abuela a tomarse en serio su salud.
El día de Navidad por la mañana hacía sol y, a pesar de haber vuelto tarde de la fiesta, Víctor se despertó muy temprano. Bostezando, se puso unos vaqueros y un jersey y bajó al cuarto de estar.
Su abuela ya estaba allí, en el sofá, cubierta con una manta de lana, en bata y zapatillas.
-¿Tantas ganas tienes de ver tus regalos, Víctor?
-Ya no tengo seis años, abuela -Víctor echó otro leño en la chimenea-. Además, me he tomado la molestia de vestirme. ¿Cuál es tu disculpa? ¿Tantas ganas tienes de ver qué te ha traído Papá Noel?
-De lo que tengo ganas es de ver la cara de Myriam al abrir sus regalos. Es una chica excelente.
Víctor no iba a admitirlo, pero él también estaba impaciente por ver los ojos de Myriam en lo que debía de ser su primera Navidad en serio desde hacía mucho tiempo. Desvió la mirada hacia los calcetines y luego a los paquetes que había debajo del árbol.
-Y tú, abuela, y tú -afirmó Víctor con voz queda.
Janet entró en ese momento con una bandeja con café y tres tazas.
-¿Vas a sentarte con nosotros a tomar el café, Janet?
El ama de llaves alzó la barbilla.
-He traído tres tazas porque supongo que la joven bajará pronto. Yo tengo que volver a la cocina, estoy preparando pastas de nueces para el desayuno, así que no me puedo entretener.
Janet dejó bruscamente la bandeja encima de la mesa de café y se marchó.
-A propósito, Myriam y tú se marcharon antes de que repartiéramos los regalos de Navidad -Víctor salió al vestíbulo y volvió con dos cajas pequeñas envueltas en papel plateado. Le dio una a su abuela y la otra la metió en el calcetín de Myriam.
Sofía empezó a desenvolver su regalo con gran entusiasmo.
-No te hagas muchas ilusiones, abuela, no es un collar de brillantes -comentó Víctor.
Sofía abrió la caja y, cuando estaba haciendo comentarios sobre la mascota de Maximum Sports, un pingüino plateado con una raqueta y una pelota de tenis en la que se veía grabado el nombre de la tienda y la fecha de su inauguración, entró Myriam.
También iba vestida con vaqueros y jersey. Y con sus cabellos rojizos parecía un regalo de Navidad, pensó Víctor. Un paquete escondiendo un secreto...
Lo que más le gustó fue la idea de desenvolver ese paquete.
Por fin, Víctor apartó los ojos de ella y dijo:
-Te estábamos esperando para abrir los regalos.
-La tradición familiar es que la más joven de la familia ordene los regalos –declaró Sofia.
Myriam se mordió los labios y Víctor vio en sus ojos una sombra. «La tradición de la familia...». Pero Myriam no era un miembro de la familia. Le molestó que su abuela hubiera dado muestras de semejante falta de delicadeza.
-Myriam, organiza tú los regalos que están debajo del árbol -dijo él-. Yo me encargaré de lo que hay en los calcetines.
Víctor dejó el calcetín de Janet lo más lejos posible de la chimenea, porque contenía chocolate y otras golosinas que podían derretirse. Sofia vació el contenido de su calcetín en un instante. Luego, Víctor se quedó mirando a Myriam mientras ésta sacaba las cajas de debajo del árbol.
Con todas las cajas organizadas según a quién pertenecían, Myriam se sentó en el suelo delante de la chimenea con las piernas cruzadas. Víctor le dio su calcetín antes de tomar asiento en su sillón. Se sentó de medio lado, con el fin de poder ver el rostro de Myriam.
Nadie se movió.
-Bueno, adelante -dijoSofia-. Comiencen a desenvolver los regalos del calcetín, a menos que quieran empezar por las cajas.
-¿No vamos a esperar a Janet? -Janet vendrá cuando le parezca.
Por fin, Myriam abrió uno de los regalos del calcetín, la caja plateada que Víctor había dejado ahí. Esta vez, el pingüino llevaba unos esquíes y estaba en posición de saltar.
-¡Maldita sea! -exclamó Víctor-. Quería que te tocara el que está escalando.
Myriam acarició la mascota plateada.
-¿Los hay distintos?
-Sí -respondió Víctor-. Hacemos cuatro al año, sólo para los empleados.
-¿Por qué tienes un pingüino de mascota? Víctor sonrió traviesamente.
-Se llama Tux. Lo elegí porque es muy patoso, excepto cuando está en el agua.
Myriam frunció el ceño. -No lo entiendo.
-La idea es que las personas no tienen por qué ser ágiles, elegantes o profesionales para hacer deporte, igual que Tux. En la tierra, casi no se defiende, pero es un gran nadador. La cuestión es que a cualquiera, por poca gracia que tenga, se le puede dar bien un de porte.
-Bueno, ya está bien de cháchara –los interrumpió Sofia-. Vamos, hija, sigue abriendo regalos.
Myriam dejó el pingüino a un lado y sacó otra caja del calcetín. Se trataba de un chocolate de naranja. La olió y sonrió.
Víctor desenvolvió un paquete que no tenía tarjeta, aunque no la necesitaba. En el momento en que vio el nombre del libro, supo de quién era el regalo.
-Debes de haber recorrido cientos de librerías para encontrar esto -dijo Víctor en tono burlón con el libro de cálculo en la mano.
Ahora ya sabía en qué se había gastado Myriam el dinero que le había pedido prestado. Se alegró de haber escogido el regalo que había elegido para ella.
Víctor dejó el libro a un lado y rebuscó entre los paquetes de Myriam.
-Toma, abre esto.
Era un sobre con el logotipo de la tienda de deportes. Al abrirlo, Myriam lo miró con perplejidad.
-¿Me has regalado un ticket para escalar paredes?
-No es un ticket, es un pase. Puedes ir a escalar todos los días si quieres.
-Vaya, muchas gracias -dijo Myriam-. Qué considerado.
Víctor sonrió maliciosamente.
-Durante los últimos días te has subido tantas veces a la escalera que me ha parecido apropiado. Supongo que ya se te ha quitado el miedo a las alturas. ¿Cuándo te gustaría empezar a escalar?
-Necesito tiempo para pensarlo -respondió Myriam-. 0... quizá espere a que vuelvas. Supongo que volverás algún día en los próximos diez años.
Sofía estaba entusiasmada con el collar de perlas que Víctor le había metido en el calcetín.
-Sigues teniendo el cuello más bonito de la ciudad -le dijo Víctor dándole un beso en la mejilla.
Pero su abuela pareció igualmente encantada con los pendientes de cristal austriaco que le había regalado Myriam. Se los puso al momento y luego se inclinó para indicarle a Myriam uno de sus paquetes.
-Abre ése, querida –dijo Sofia-. Estoy deseando ver la cara que pones.
Myriam agrandó los ojos y miró a Víctor como si quisiera que acudiera en su ayuda. Con desgana, Myriam agarró el paquete. Era pequeño y casi no pesaba.
-¿Qué es, abuela? -inquirió Víctor en tono de no darle importancia-. ¿Las escrituras de la casa?
-No, querido. Sabes que no puede ser eso.
Myriam se relajó visiblemente y empezó a quitar el papel rojo que envolvía la caja.
-Hay ciertas cosas que sería de mal gusto reglar el día de Navidad –añadió Sofia-. Además, he recapacitado sobre ese asunto.
Myriam se detuvo.
-¿Sí?
Víctor se recostó en el respaldo de su asiento y se llevó las manos a la nuca.
-¿Por qué? -preguntó él-. ¿Has decidido quedarte?
-Oh, no, querido, sigo queriendo irme a un sitio más pequeño y sin tantos problemas. En realidad, tiene que ver con Myriam. Cuando ella estaba eligiendo obras de caridad a las que hacer donaciones, me pareció una pena poder dar sólo lanas y agujas para hacer punto a un grupo de madres solteras con las que Myriam tiene relación. Como hace veinticinco años que no nace nadie en esta familia, no tenía para dar cunas ni cochecitos.
Myriam cambió de postura, incómoda.
-Sofía...
Víctor notó que el rostro de Myriam palidecía. ¿Porque al final no se iba a quedar con la casa? Pero habría jurado que Myriam había sido sincera al decir que no la quería. Además, Myriam era la mujer más pragmática que conocía y ella debía de saber perfectamente lo difícil que le resultaría mantener una casa de ese tamaño sin trabajo y sin haber acabado los estudios.
En ese caso, ¿por qué había perdido el color en vez de mostrar alivio?
-Las jóvenes en situaciones difíciles necesitan opciones –continuó Sofia-. Cuanto más hablábamos sobre ello, más cuenta me di de que Myriam tenía razón al decir que esas chicas necesitaban la clase de ayuda que les facilitara tomar decisiones... decisiones de las que luego no se arrepintieran. Por eso, cuando me dijeron que ninguno de los dos querían una casa tan grande, empecé a pensar en lo que supondría convertirla en un hogar para madres solteras, un lugar en el que pudieran vivir sin pagar alquiler hasta que se encontraran en mejor situación. Se podrían impartir clases de paternidad responsable, se les ayudaría a encontrar trabajo, se abriría aquí un jardín de infancia para dejar a los niños mientras las madres iban a trabajar...
-Buena idea, abuela -dijo Víctor, aunque apenas había prestado atención a lo que su abuela había dicho-. Por supuesto, está el problema de cómo pagar todo eso...
Sofía no se dejó interrumpir.
-Tan pronto como terminen las vacaciones, Myriam, quiero que vayas a ver a esa amiga tuya que dirige el centro de acogida de mujeres y que le expongas mi idea. A ver qué dice sobre cómo podría funcionar.
Myriam tragó saliva.
-Cuando tú quieras Sofia, Pero hablemos de ello en otro momento, ¿te parece? ¿Por qué no sigues abriendo tus regalos?
Myriam agarró otro paquete y empezó a desenvolverlo.
De repente, Víctor tuvo una sospecha. Según su abuela, no había nacido ningún niño en esa familia en veinticinco años, pero... ¿era cierto eso?
¿Y la relación de Myriam con el centro de mujeres?
En una ocasión, Myriam le había dicho que había situaciones en las que ninguna de las opciones que uno tenía eran buenas. Y le parecía claro que lo había dicho por experiencia. Se lo había dicho con la voz de una mujer que se había enfrentado a una situación difícil y, de una forma u otra, había sobrevivido.
Pero aquella situación difícil para Myriam... se trataba de algo más que el cáncer de su padre. Cuando él le comentó la posibilidad de que se hubiera quedado embarazada tras la noche que habían compartido juntos, ella casi se había echado a reír.
Pero... ¿se había reído para ocultar la verdad?
Myriam le había asegurado que no había habido ningún niño.
¿Era cierto?
En ese momento, un estruendo procedente de la cocina lo sacó de su ensimismamiento. Con sus reflejos momentáneamente paralizados por las dudas que lo habían asaltado, Víctor no reaccionó con la rapidez a la que estaba acostumbrado.
A juzgar por el ruido de cacharros seguido de un fuerte golpe, Janet debía de haberse caído.
Sofía se levantó del sofá de un salto y corrió a la cocina. Myriam se dispuso a seguirla, pero él la agarró del brazo, deteniéndola antes de que pudiera salir al vestíbulo.
Myriam lo miró furiosa.
-¿Qué haces? ¡Deberíamos ir a ver qué ha pasado!
-Dentro de un momento. Puedo oír las maldiciones de Janet, por lo que estoy convencido de que está enfadada, pero no creo que se haya hecho mucho daño. Myriam... -Víctor respiró profundamente-. Respecto a esa mujer que dirige el centro de mujeres...
-¿No podríamos dejar esta conversación para más tarde, Víctor?
-No, no podemos. ¿Hace cuánto tiempo que la conoces?
-Varios años. Si lo que quieres saber es si es la clase de persona que se aprovecharía de las buenas intenciones de una anciana...
-No -la mirada de Víctor se endureció-. Me gustaría saber cómo la conociste. Y también cómo sabes tanto de esas cosas que le dijiste a mi abuela sobre diferentes opciones para las mujeres, capacidad de decisión, arrepentimiento...
Myriam se mordió el labio inferior. En el momento en que Sofia había empezado a hablar de ese asunto, había temido la reacción de Víctor.
-¿Es que vamos a volver a lo mismo, Víctor? Ya te he dicho varias veces que no tuve ningún niño y que no lo di en adopción.
Víctor se quedó silencioso durante unos segundos.
-Ésa no es la única posibilidad -dijo él en tono muy bajo-. Myriam, no me has dicho que no te quedaste embarazada, sólo que no habías tenido un hijo.
-Y es verdad, no lo tuve -respondió ella con toda la firmeza de la que fue capaz.
-Pero no es toda la verdad -Víctor respiró profundamente-. ¿Por qué no me dijiste que te habías quedado embarazada?
Myriam ya no pudo seguir guardando silencio.
-Porque no tenía nada que decirte, Víctor.
«Está bien, vas a tener que contárselo todo; si no, este hombre no te va a dejar en paz».
Myriam respiró hondo e intentó pensar. «No te dije que estaba embarazada porque ni yo misma lo sabía... al menos, con seguridad». Y ésa era la verdad.
-Ya habías decidido qué ibas a hacer, ¿no es eso? -dijo Víctor con tono incisivo-. Por lo tanto, daba igual lo que opinara yo.
-¿Que había decidido lo que iba a hacer respecto a qué? -de repente, Myriam se dio cuenta de lo que Víctor pensaba-. Si estás pensando que aborté, Víctor...
-¿Qué otra cosa voy a pensar? Tú misma me dijiste que, a veces, ninguna opción es una buena opción. Si no tuviste un hijo, si no lo diste en adopción, ¿qué otra alternativa hay? Y no te molestaste en decirme...
A Myriam se le hizo un nudo en el estómago.
-Víctor, si te hubiera dicho que estaba embarazada, ¿qué habrías hecho?
-No te habría dejado que abortaras, de eso puedes estar segura.
De nuevo, recordó por qué había compartido la cama con Víctor una noche seis años atrás. Víctor había hecho una apuesta con sus amigos respecto a acostarse con ella y, sin duda, había celebrado con ellos su victoria. Pero no había pensado en ella, y tampoco le había preocupado que sus amigos se burlaran de ella. Ni se molestó en averiguar por qué había dejado de ir a clase.
Pero si el resultado de aquella noche era un niño... Eso sí le importaba. Ella no, pero el niño...
«Siempre has sabido que no le importas», se dijo Myriam a sí misma. «No ha cambiado nada, todo sigue igual».
Una súbita cólera se apoderó de ella. Víctor acababa de juzgarla y la había condenado sin molestarse en averiguar los detalles, sin datos. Y sintió un sobrecogedor deseo de hacerle tanto daño como él le estaba haciendo.
«Una mentira es una mentira. Por mucho que se merezca sufrir, no deberías caer tan bajo como para mentir».
Pero las palabras le salieron casi sin darse cuenta.
-Sí, exacto, eso fue lo que pasó, aborté -dijo ella fríamente-. Siempre tienes razón, ¿verdad, Víctor?
Al momento, Myriam se arrepintió de haber mentido, aunque no de haberle hecho daño. Pensaba que Víctor se merecía ese dolor.
De lo que sí se arrepentía era de haber manchado el recuerdo de lo que estaba convencida había sido un embarazo. Porque, aunque la prueba de embarazo no había dado positiva ya que no había transcurrido el tiempo suficiente para que fuera una prueba fiable, ella había empezado a sangrar y a sangrar sin parar.
-Víctor, lo siento. Déjame que te explique -dijo Myriam con desesperación.
El rostro de Víctor parecía esculpido en piedra.
-¿Qué es lo que sientes, haber abortado o que yo me haya enterado?
En ese momento Sofia regresó al cuarto de estar.
-Es una pena, pero no va a haber pastas de nueces para desayunar. A Janet se le han caído al suelo –anunció Sofia-. Víctor, vas a tener que ir a la panadería a comprar bollos para desayunar.
Sofía se interrumpió, miró a uno y a otro y preguntó:
-¿Les pasa algo?
-No, nada -respondió Myriam-. Voy a la cocina a ayudar a recoger.
TRAS dejar a Ros, Myriam se quedó pensativa. Al acercarse al atrio del establecimiento, vio a unas personas, entre ellas el director del centro de acogida para gente sin hogar, subirse a la plataforma a dar las gracias en público por las donaciones que Víctor había hecho al centro y a otras obras de caridad.
Pero Víctor... parecía desear estar en cualquier sitio menos en ése.
Myriam no pudo evitar sonreír al ver cómo cambiaba de postura, con los ojos fijos en el mármol del suelo. Víctor ya no era un adolescente arrogante al que se le daban mal las Matemáticas. Ahora era un hombre con absoluta confianza en sí mismo, dueño de su vida y con control de su destino.
Una súbita ocurrencia la hizo sentir un intenso calor extendiéndose por su cuerpo. ¿Se había enamorado de él? No se trataba de loca pasión, aunque eso siempre estaba a flor de piel, sino de un profundo sentimiento de ternura. Afecto. Cariño.
Nunca lo habría imaginado.
De repente, hubo una ronda de aplausos y luego Myriam oyó la voz de Víctor. La oyó por encima del ruido general, a pesar de que el tono que empleaba era casi íntimo. ¿Cómo podía oírlo con tanta claridad? ¿Acaso había sintonizado su oído de tal manera que no pudiera perderse nada de lo que Víctor dijera?
Él estaba hablándole a Mindy, y a Myriam le resultó fácil adivinar lo que aquella mujer le había dicho. Algo respecto a la increíble generosidad de sus donaciones, a lo maravilloso que él era y a la popularidad que se merecía. Myriam creyó oír algo referente al premio al hombre del año.
Víctor, con voz impaciente, dijo:
-Las donaciones las ha hecho la empresa, no yo personalmente.
Mindy lanzó una estridente carcajada.
-A eso precisamente me refería, Víctor. El hecho de decir que no ha sido idea tuya es una muestra más de tu generosidad y humildad.
«Esa mujer no tiene idea de cómo ganárselo», pensó Myriam. Pero pronto recapacitó. «¿Y tú, Myriam, lo sabes?»
Aunque lo comprendiera infinitamente mejor que Mindy, no creía que eso la llevara a ninguna parte. Víctor era una persona a la que no le gustaba que lo analizaran.
Como si hubiera sentido su mirada en él, Víctor se pasó una mano por la nuca y volvió la cabeza en su dirección. Ella, inmediatamente, se ocultó detrás de una escultura hecha con campanas.
Sofía apareció a sus espaldas.
-¿Qué estás haciendo ahí escondida?
Myriam se preguntó qué diría Sofia si le contestara con sinceridad: «Estoy pensando que creo que me he enamorado de tu nieto».
No, no podía decírselo.
-Estoy muy cansada –continuó Sofia-. Me voy a casa ya. Pero no es necesario que vengas conmigo y que dejes la fiesta.
-No me importa, Sofia, de verdad. Espera a que vaya por tu abrigo ¿Lo has dejado, encima de las mesas de billar?
-No olvides despedirte de Víctor.
Myriam lanzó una mirada en su dirección.
-Me parece que está muy ocupado con Mindy y no me gustaría interrumpir.
Sofía no protestó y la siguió hasta la puerta. La desacostumbrada docilidad de la anciana preocupó a Myriam y la hizo olvidarse de sus problemas.
-¿Estás cansada o es que no te encuentras bien? -preguntó Myriam mirándola intensamente-. Todavía no has llamado al médico, ¿verdad?
-Ya lo llamaré –contestó Sofia.
Myriam fue a recoger el coche al estacionamiento para llevarlo a la puerta, porque no quería que Sofia se enfriara. Luego, durante el trayecto, pensó que debía hablar con Víctor para que éste obligara a su abuela a tomarse en serio su salud.
El día de Navidad por la mañana hacía sol y, a pesar de haber vuelto tarde de la fiesta, Víctor se despertó muy temprano. Bostezando, se puso unos vaqueros y un jersey y bajó al cuarto de estar.
Su abuela ya estaba allí, en el sofá, cubierta con una manta de lana, en bata y zapatillas.
-¿Tantas ganas tienes de ver tus regalos, Víctor?
-Ya no tengo seis años, abuela -Víctor echó otro leño en la chimenea-. Además, me he tomado la molestia de vestirme. ¿Cuál es tu disculpa? ¿Tantas ganas tienes de ver qué te ha traído Papá Noel?
-De lo que tengo ganas es de ver la cara de Myriam al abrir sus regalos. Es una chica excelente.
Víctor no iba a admitirlo, pero él también estaba impaciente por ver los ojos de Myriam en lo que debía de ser su primera Navidad en serio desde hacía mucho tiempo. Desvió la mirada hacia los calcetines y luego a los paquetes que había debajo del árbol.
-Y tú, abuela, y tú -afirmó Víctor con voz queda.
Janet entró en ese momento con una bandeja con café y tres tazas.
-¿Vas a sentarte con nosotros a tomar el café, Janet?
El ama de llaves alzó la barbilla.
-He traído tres tazas porque supongo que la joven bajará pronto. Yo tengo que volver a la cocina, estoy preparando pastas de nueces para el desayuno, así que no me puedo entretener.
Janet dejó bruscamente la bandeja encima de la mesa de café y se marchó.
-A propósito, Myriam y tú se marcharon antes de que repartiéramos los regalos de Navidad -Víctor salió al vestíbulo y volvió con dos cajas pequeñas envueltas en papel plateado. Le dio una a su abuela y la otra la metió en el calcetín de Myriam.
Sofía empezó a desenvolver su regalo con gran entusiasmo.
-No te hagas muchas ilusiones, abuela, no es un collar de brillantes -comentó Víctor.
Sofía abrió la caja y, cuando estaba haciendo comentarios sobre la mascota de Maximum Sports, un pingüino plateado con una raqueta y una pelota de tenis en la que se veía grabado el nombre de la tienda y la fecha de su inauguración, entró Myriam.
También iba vestida con vaqueros y jersey. Y con sus cabellos rojizos parecía un regalo de Navidad, pensó Víctor. Un paquete escondiendo un secreto...
Lo que más le gustó fue la idea de desenvolver ese paquete.
Por fin, Víctor apartó los ojos de ella y dijo:
-Te estábamos esperando para abrir los regalos.
-La tradición familiar es que la más joven de la familia ordene los regalos –declaró Sofia.
Myriam se mordió los labios y Víctor vio en sus ojos una sombra. «La tradición de la familia...». Pero Myriam no era un miembro de la familia. Le molestó que su abuela hubiera dado muestras de semejante falta de delicadeza.
-Myriam, organiza tú los regalos que están debajo del árbol -dijo él-. Yo me encargaré de lo que hay en los calcetines.
Víctor dejó el calcetín de Janet lo más lejos posible de la chimenea, porque contenía chocolate y otras golosinas que podían derretirse. Sofia vació el contenido de su calcetín en un instante. Luego, Víctor se quedó mirando a Myriam mientras ésta sacaba las cajas de debajo del árbol.
Con todas las cajas organizadas según a quién pertenecían, Myriam se sentó en el suelo delante de la chimenea con las piernas cruzadas. Víctor le dio su calcetín antes de tomar asiento en su sillón. Se sentó de medio lado, con el fin de poder ver el rostro de Myriam.
Nadie se movió.
-Bueno, adelante -dijoSofia-. Comiencen a desenvolver los regalos del calcetín, a menos que quieran empezar por las cajas.
-¿No vamos a esperar a Janet? -Janet vendrá cuando le parezca.
Por fin, Myriam abrió uno de los regalos del calcetín, la caja plateada que Víctor había dejado ahí. Esta vez, el pingüino llevaba unos esquíes y estaba en posición de saltar.
-¡Maldita sea! -exclamó Víctor-. Quería que te tocara el que está escalando.
Myriam acarició la mascota plateada.
-¿Los hay distintos?
-Sí -respondió Víctor-. Hacemos cuatro al año, sólo para los empleados.
-¿Por qué tienes un pingüino de mascota? Víctor sonrió traviesamente.
-Se llama Tux. Lo elegí porque es muy patoso, excepto cuando está en el agua.
Myriam frunció el ceño. -No lo entiendo.
-La idea es que las personas no tienen por qué ser ágiles, elegantes o profesionales para hacer deporte, igual que Tux. En la tierra, casi no se defiende, pero es un gran nadador. La cuestión es que a cualquiera, por poca gracia que tenga, se le puede dar bien un de porte.
-Bueno, ya está bien de cháchara –los interrumpió Sofia-. Vamos, hija, sigue abriendo regalos.
Myriam dejó el pingüino a un lado y sacó otra caja del calcetín. Se trataba de un chocolate de naranja. La olió y sonrió.
Víctor desenvolvió un paquete que no tenía tarjeta, aunque no la necesitaba. En el momento en que vio el nombre del libro, supo de quién era el regalo.
-Debes de haber recorrido cientos de librerías para encontrar esto -dijo Víctor en tono burlón con el libro de cálculo en la mano.
Ahora ya sabía en qué se había gastado Myriam el dinero que le había pedido prestado. Se alegró de haber escogido el regalo que había elegido para ella.
Víctor dejó el libro a un lado y rebuscó entre los paquetes de Myriam.
-Toma, abre esto.
Era un sobre con el logotipo de la tienda de deportes. Al abrirlo, Myriam lo miró con perplejidad.
-¿Me has regalado un ticket para escalar paredes?
-No es un ticket, es un pase. Puedes ir a escalar todos los días si quieres.
-Vaya, muchas gracias -dijo Myriam-. Qué considerado.
Víctor sonrió maliciosamente.
-Durante los últimos días te has subido tantas veces a la escalera que me ha parecido apropiado. Supongo que ya se te ha quitado el miedo a las alturas. ¿Cuándo te gustaría empezar a escalar?
-Necesito tiempo para pensarlo -respondió Myriam-. 0... quizá espere a que vuelvas. Supongo que volverás algún día en los próximos diez años.
Sofía estaba entusiasmada con el collar de perlas que Víctor le había metido en el calcetín.
-Sigues teniendo el cuello más bonito de la ciudad -le dijo Víctor dándole un beso en la mejilla.
Pero su abuela pareció igualmente encantada con los pendientes de cristal austriaco que le había regalado Myriam. Se los puso al momento y luego se inclinó para indicarle a Myriam uno de sus paquetes.
-Abre ése, querida –dijo Sofia-. Estoy deseando ver la cara que pones.
Myriam agrandó los ojos y miró a Víctor como si quisiera que acudiera en su ayuda. Con desgana, Myriam agarró el paquete. Era pequeño y casi no pesaba.
-¿Qué es, abuela? -inquirió Víctor en tono de no darle importancia-. ¿Las escrituras de la casa?
-No, querido. Sabes que no puede ser eso.
Myriam se relajó visiblemente y empezó a quitar el papel rojo que envolvía la caja.
-Hay ciertas cosas que sería de mal gusto reglar el día de Navidad –añadió Sofia-. Además, he recapacitado sobre ese asunto.
Myriam se detuvo.
-¿Sí?
Víctor se recostó en el respaldo de su asiento y se llevó las manos a la nuca.
-¿Por qué? -preguntó él-. ¿Has decidido quedarte?
-Oh, no, querido, sigo queriendo irme a un sitio más pequeño y sin tantos problemas. En realidad, tiene que ver con Myriam. Cuando ella estaba eligiendo obras de caridad a las que hacer donaciones, me pareció una pena poder dar sólo lanas y agujas para hacer punto a un grupo de madres solteras con las que Myriam tiene relación. Como hace veinticinco años que no nace nadie en esta familia, no tenía para dar cunas ni cochecitos.
Myriam cambió de postura, incómoda.
-Sofía...
Víctor notó que el rostro de Myriam palidecía. ¿Porque al final no se iba a quedar con la casa? Pero habría jurado que Myriam había sido sincera al decir que no la quería. Además, Myriam era la mujer más pragmática que conocía y ella debía de saber perfectamente lo difícil que le resultaría mantener una casa de ese tamaño sin trabajo y sin haber acabado los estudios.
En ese caso, ¿por qué había perdido el color en vez de mostrar alivio?
-Las jóvenes en situaciones difíciles necesitan opciones –continuó Sofia-. Cuanto más hablábamos sobre ello, más cuenta me di de que Myriam tenía razón al decir que esas chicas necesitaban la clase de ayuda que les facilitara tomar decisiones... decisiones de las que luego no se arrepintieran. Por eso, cuando me dijeron que ninguno de los dos querían una casa tan grande, empecé a pensar en lo que supondría convertirla en un hogar para madres solteras, un lugar en el que pudieran vivir sin pagar alquiler hasta que se encontraran en mejor situación. Se podrían impartir clases de paternidad responsable, se les ayudaría a encontrar trabajo, se abriría aquí un jardín de infancia para dejar a los niños mientras las madres iban a trabajar...
-Buena idea, abuela -dijo Víctor, aunque apenas había prestado atención a lo que su abuela había dicho-. Por supuesto, está el problema de cómo pagar todo eso...
Sofía no se dejó interrumpir.
-Tan pronto como terminen las vacaciones, Myriam, quiero que vayas a ver a esa amiga tuya que dirige el centro de acogida de mujeres y que le expongas mi idea. A ver qué dice sobre cómo podría funcionar.
Myriam tragó saliva.
-Cuando tú quieras Sofia, Pero hablemos de ello en otro momento, ¿te parece? ¿Por qué no sigues abriendo tus regalos?
Myriam agarró otro paquete y empezó a desenvolverlo.
De repente, Víctor tuvo una sospecha. Según su abuela, no había nacido ningún niño en esa familia en veinticinco años, pero... ¿era cierto eso?
¿Y la relación de Myriam con el centro de mujeres?
En una ocasión, Myriam le había dicho que había situaciones en las que ninguna de las opciones que uno tenía eran buenas. Y le parecía claro que lo había dicho por experiencia. Se lo había dicho con la voz de una mujer que se había enfrentado a una situación difícil y, de una forma u otra, había sobrevivido.
Pero aquella situación difícil para Myriam... se trataba de algo más que el cáncer de su padre. Cuando él le comentó la posibilidad de que se hubiera quedado embarazada tras la noche que habían compartido juntos, ella casi se había echado a reír.
Pero... ¿se había reído para ocultar la verdad?
Myriam le había asegurado que no había habido ningún niño.
¿Era cierto?
En ese momento, un estruendo procedente de la cocina lo sacó de su ensimismamiento. Con sus reflejos momentáneamente paralizados por las dudas que lo habían asaltado, Víctor no reaccionó con la rapidez a la que estaba acostumbrado.
A juzgar por el ruido de cacharros seguido de un fuerte golpe, Janet debía de haberse caído.
Sofía se levantó del sofá de un salto y corrió a la cocina. Myriam se dispuso a seguirla, pero él la agarró del brazo, deteniéndola antes de que pudiera salir al vestíbulo.
Myriam lo miró furiosa.
-¿Qué haces? ¡Deberíamos ir a ver qué ha pasado!
-Dentro de un momento. Puedo oír las maldiciones de Janet, por lo que estoy convencido de que está enfadada, pero no creo que se haya hecho mucho daño. Myriam... -Víctor respiró profundamente-. Respecto a esa mujer que dirige el centro de mujeres...
-¿No podríamos dejar esta conversación para más tarde, Víctor?
-No, no podemos. ¿Hace cuánto tiempo que la conoces?
-Varios años. Si lo que quieres saber es si es la clase de persona que se aprovecharía de las buenas intenciones de una anciana...
-No -la mirada de Víctor se endureció-. Me gustaría saber cómo la conociste. Y también cómo sabes tanto de esas cosas que le dijiste a mi abuela sobre diferentes opciones para las mujeres, capacidad de decisión, arrepentimiento...
Myriam se mordió el labio inferior. En el momento en que Sofia había empezado a hablar de ese asunto, había temido la reacción de Víctor.
-¿Es que vamos a volver a lo mismo, Víctor? Ya te he dicho varias veces que no tuve ningún niño y que no lo di en adopción.
Víctor se quedó silencioso durante unos segundos.
-Ésa no es la única posibilidad -dijo él en tono muy bajo-. Myriam, no me has dicho que no te quedaste embarazada, sólo que no habías tenido un hijo.
-Y es verdad, no lo tuve -respondió ella con toda la firmeza de la que fue capaz.
-Pero no es toda la verdad -Víctor respiró profundamente-. ¿Por qué no me dijiste que te habías quedado embarazada?
Myriam ya no pudo seguir guardando silencio.
-Porque no tenía nada que decirte, Víctor.
«Está bien, vas a tener que contárselo todo; si no, este hombre no te va a dejar en paz».
Myriam respiró hondo e intentó pensar. «No te dije que estaba embarazada porque ni yo misma lo sabía... al menos, con seguridad». Y ésa era la verdad.
-Ya habías decidido qué ibas a hacer, ¿no es eso? -dijo Víctor con tono incisivo-. Por lo tanto, daba igual lo que opinara yo.
-¿Que había decidido lo que iba a hacer respecto a qué? -de repente, Myriam se dio cuenta de lo que Víctor pensaba-. Si estás pensando que aborté, Víctor...
-¿Qué otra cosa voy a pensar? Tú misma me dijiste que, a veces, ninguna opción es una buena opción. Si no tuviste un hijo, si no lo diste en adopción, ¿qué otra alternativa hay? Y no te molestaste en decirme...
A Myriam se le hizo un nudo en el estómago.
-Víctor, si te hubiera dicho que estaba embarazada, ¿qué habrías hecho?
-No te habría dejado que abortaras, de eso puedes estar segura.
De nuevo, recordó por qué había compartido la cama con Víctor una noche seis años atrás. Víctor había hecho una apuesta con sus amigos respecto a acostarse con ella y, sin duda, había celebrado con ellos su victoria. Pero no había pensado en ella, y tampoco le había preocupado que sus amigos se burlaran de ella. Ni se molestó en averiguar por qué había dejado de ir a clase.
Pero si el resultado de aquella noche era un niño... Eso sí le importaba. Ella no, pero el niño...
«Siempre has sabido que no le importas», se dijo Myriam a sí misma. «No ha cambiado nada, todo sigue igual».
Una súbita cólera se apoderó de ella. Víctor acababa de juzgarla y la había condenado sin molestarse en averiguar los detalles, sin datos. Y sintió un sobrecogedor deseo de hacerle tanto daño como él le estaba haciendo.
«Una mentira es una mentira. Por mucho que se merezca sufrir, no deberías caer tan bajo como para mentir».
Pero las palabras le salieron casi sin darse cuenta.
-Sí, exacto, eso fue lo que pasó, aborté -dijo ella fríamente-. Siempre tienes razón, ¿verdad, Víctor?
Al momento, Myriam se arrepintió de haber mentido, aunque no de haberle hecho daño. Pensaba que Víctor se merecía ese dolor.
De lo que sí se arrepentía era de haber manchado el recuerdo de lo que estaba convencida había sido un embarazo. Porque, aunque la prueba de embarazo no había dado positiva ya que no había transcurrido el tiempo suficiente para que fuera una prueba fiable, ella había empezado a sangrar y a sangrar sin parar.
-Víctor, lo siento. Déjame que te explique -dijo Myriam con desesperación.
El rostro de Víctor parecía esculpido en piedra.
-¿Qué es lo que sientes, haber abortado o que yo me haya enterado?
En ese momento Sofia regresó al cuarto de estar.
-Es una pena, pero no va a haber pastas de nueces para desayunar. A Janet se le han caído al suelo –anunció Sofia-. Víctor, vas a tener que ir a la panadería a comprar bollos para desayunar.
Sofía se interrumpió, miró a uno y a otro y preguntó:
-¿Les pasa algo?
-No, nada -respondió Myriam-. Voy a la cocina a ayudar a recoger.
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
CAPÍTULO 10
VICTOR agarró su abrigo y, furioso, salió de la casa, dejando a sus espaldas un espeso silencio. -¿Quieres decirme lo que ha pasado? -le preguntó Sofia a Myriam.
-No -respondió Myriam, estremeciéndose violentamente. Quería salir detrás de Víctor y explicárselo, pero ¿cómo?- No, no quiero hablar de ello Sofia, si quieres que me vaya...
-¿Adónde vas a ir? Es Navidad –contestó Sofia en términos prácticos.
-Siento haberte estropeado el día de Navidad Sofia.
-Ya habrá otros, no te preocupes -respondió la anciana-. Cuando los padres de Víctor aún vivían juntos... En fin ¿por qué no vas a echarle una mano a Janet en la cocina?
Myriam asintió y se marchó.
Cuando la cocina estuvo recogida, Myriam se preguntó si Víctor volvería. Pero justo en ese momento, la puerta de la cocina se abrió y él entró con dos grandes bolsas.
Víctor se dirigió directamente a ella.
-No vamos a estropearle la Navidad a mi abuela, ¿entendido? -dijo él con voz dura como el acero.
-Me alegra oírte decir eso, aunque podías haberlo pensado antes. En fin, supongo que más vale tarde que nunca. ¿Cuál es el plan?
-Yo te ignoro, tú me ignoras y pasamos el día lo mejor posible.
Myriam se sintió obligada a decir:
-Ya le he dicho a tu abuela que me iría si ella quería.
-No te molestes, yo acabo de comprarme un billete de avión para esta misma tarde.
Víctor parecía tener tanta prisa por marcharse que ni siquiera quería esperar a que el avión de su empresa fuera a recogerlo.
No obstante, Myriam tenía algo que decirle antes de que se marchara:
-Para que lo sepas, no aborté -declaró ella tratando de contener la emoción que sentía.
Y sin más, salió de la cocina.
«Deja pasar el día. No pienses en nada y deja pasar el día. No olvides que no volverás a verlo nunca».
El invierno resultó interminable y la primavera tardía, húmeda y fría. Algunos días, Myriam pensaba que nunca más iba a volver a ver el sol. Pero con el transcurso de los meses, llegó a sentir una cierta paz interior. Ya no le importaba lo que Víctor pudiera pensar de ella.
A finales de mayo, el día que se licenciaba, salió el sol, aunque aún hacía fresco.
Quizá hubiera cometido un error al querer celebrar su graduación vistiéndose con esa ridícula capa y birrete, pasando por todo el ritual que la ceremonia implicaba. Al fin y al cabo, no tenía familia con la que celebrar ese día.
No había invitado a Sofia a que asistiera a la ceremonia. De hecho, hacía varias semanas que no la veía; y cuando lo había hecho, había sido siempre con la directora del centro de mujeres, por lo que de lo único que habían hablado había sido de las reformas que necesitaba la casa de Sofia para acoger a jóvenes con niños.
Sofía y ella no habían vuelto a hablar de Víctor desde su partida el día de Navidad por la tarde.
El decano de la facultad la nombró. Myriam, con la cabeza alta, subió los escalones de la plataforma levantada en medio del césped del campus y recibió su diploma. Oyó los aplausos de sus compañeros y sintió un profundo agradecimiento hacia ellos. El decano le estrechó la mano y le susurró:
-Felicidades, Myriam. Tienes un brillante futuro, lo sé.
Más y más licenciados enfundados en sus capas y birretes negros subieron a la plataforma para recoger sus diplomas. Según iban pasando, volvían a bajar por los escalones laterales y se colocaban a un lado, saludándose y sonriendo.
El estrado era de madera, y Myriam se movió con cuidado para no meter los tacones entre las tablas. Bajar los escalones le resultó más difícil que subirlos, y agradeció el brazo que le ofrecieron para ayudarla a bajar...
Hasta que olió el aroma de aquella colonia.
La mano se le quedó inmóvil en el brazo de Víctor.
-Felicidades.
Myriam asintió. No podía hablar. Y tampoco podía soltarse de él, ya que temía que las piernas no la sujetaran.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Víctor la agarró con más fuerza y la apartó del estrado.
Myriam miró a su alrededor.
-¿Ha venido Sofia? -murmuró ella.
Víctor negó con la cabeza.
-Como no la has invitado oficialmente, no ha podido conseguir un asiento. Y no creía poder aguantar la ceremonia de pie.
-Has sido muy amable al venir en su nombre -dijo Myriam.
«Dejemos las cosas claras: tú estás aquí por tu abuela, no por mí».
-¿Te apetece un poco de ponche y unos canapés? -le preguntó Víctor.
-No, no me voy a quedar a la recepción.
-¿Tan ocupada estás?
-Sí -respondió Myriam-. He pensado en pasarme el día entero descansando, antes de ponerme a buscar trabajo. Mañana.
-En ese caso, he venido en el mejor momento -declaró Víctor-. Myriam, quiero... tengo que hablar contigo.
-Lo siento, Víctor, pero creo que ya me has dicho todo lo que tenías que decirme. Y ahora, disculpa, pero me voy. Dale a Sofia las gracias por haberte enviado en su nombre y...
-Myriam -dijo él en voz baja-, voy a decirte lo que he venido a decirte. Me da igual dónde, pero me vas a escuchar.
Ya había gente arremolinada alrededor de la mesa con la bebida y los canapés, y otras personas pasaron junto a ellos para dirigirse a la mesa. A un lado del estrado salía un camino casi desierto. Myriam se dirigió hacia él.
-¿Por qué ahora? -le preguntó ella con voz débil-. Han transcurrido meses, Víctor. ¿Por qué has esperado al día de mi licenciatura?
-No es mi intención estropearte el día, Myriam. En realidad, he venido para pedirte disculpas.
Myriam lo miró fijamente.
-¿Pedirme disculpas? ¿De qué exactamente? Se me ocurren unas cuantas cosas por las que podrías disculparte, así que no sé a qué te refieres.
Víctor parpadeó.
-Bueno, empecemos por el aborto. Siento mucho haberte acusado de haber abortado.
Myriam reflexionó durante un momento, sin estar segura de lo que Víctor quería decir. ¿Sentía haber creído que ella había abortado o sentía habérselo dicho?
-Supongo que puedes achacarlo a un ataque de locura temporal -dijo él-. Me refiero a lo que me pasó en Navidad. Todo parecía indicar en esa dirección y... En fin, tú tampoco me dijiste que no habías estado embarazada.
-No podía decirte algo de lo que ni yo misma estaba segura, Víctor.
Pero él no parecía oírla.
-Siento haber pensado en esa posibilidad, Myriam. No se me ocurrió que podías haber tenido un aborto natural. Eso fue lo que pasó, ¿verdad?
Myriam titubeó.
-Creo que sí.
Víctor frunció el ceño.
-¿Que crees que sí?
-Todo fue muy rápido. En cuanto sospeché que podía haberme quedado embarazada, fui a la farmacia a comprarme una prueba. Dio negativo. Pero según las instrucciones, era demasiado pronto para ser fiable. Decidí esperar unos días para volver a hacérmela, pero entonces empecé a sangrar y no fue necesario repetirla. En realidad, nunca he sabido si estaba embarazada o no, aunque creo que sí.
-Lo siento, Myriam. Te ataqué, te insulté...
-Yo tampoco me enorgullezco de lo que te dije -admitió ella-. Pero... lo que no entiendo es por qué has esperado a este momento para hablar conmigo.
Víctor bajó la vista.
-Por un lado, quería esperar a que acabaras los estudios. Sabía que te estaba yendo bien y no quería interrumpirte ni crearte problemas. Por otra parte, quería acercarme a ti en un lugar público, para evitar que pudieras darme con la puerta en las narices.
-Entiendo.
-Si te molesta que haya venido, te pido disculpas. Pero, al menos, he esperado a que recibieras el diploma para acercarme a ti y no estropearte la ceremonia.
-Muy considerado. Has dicho que sabías que me estaba yendo bien. ¿Cómo? Supongo que te lo habrá dicho tu abuela.
-No. Ella ni siquiera ha mencionado tu nombre en mi presencia. Me lo dijo el decano de tu facultad cuando lo llamé.
El decano. El hombre que hacía un rato le había estrechado la mano y le había augurado un brillante futuro.
-¿Has hecho una donación a la facultad a cambio de que te diera un informe sobre mis estudios?
-No. Pero accedió a enterarse de cómo te iba y lo impresionaste.
-No creo que fuera yo quien lo impresionara, sino tú al preguntar por mí. Siempre pone a Maximum Sports como empresa ejemplar -dijo Myriam en tono cínico.
-¿Qué tienes pensado hacer, Myriam?
Ella se dio cuenta de que Víctor había acabado con sus disculpas y se estaba preparando para despedirse de ella.
-Buscar trabajo.
-Si te interesa, hay un puesto para ti en Maximum Sports.
-Se me dan fatal las ventas, Víctor, y no dejaría que ningún cliente se pusiera a subir paredes. Así que gracias, pero no.
-Es un puesto ejecutivo -aclaró él-. Me gustaría poner en práctica algunas de las mejoras que me sugeriste.
Era el trabajo ideal, pensó Myriam.
-Me siento mal por no haberte ofrecido el trabajo que ibas a hacer como prácticas de facultad -continuó Víctor-. Tú cumpliste con tu parte del trato, mi abuela ya se ha trasladado y está encantada, pero yo no cumplí con mi parte. Quería hacerlo, pero pensé que después de lo ocurrido en Navidad no lo aceptarías.
-Es posible que no lo hubiera hecho -admitió Myriam.
-Bueno, eso ya es agua pasada -concluyó Víctor.
«Sí. Y todo es de color de rosa».
-Bueno, ¿aceptas el trabajo, Myriam? Ella lo miró entrecerrando los ojos.
-No, me parece que no, Víctor.
Trabajar con él, para él, pero sin estar con él... No, no podría soportarlo.
Víctor asintió, sin parecer sorprendido de que ella hubiera rechazado su oferta. Myriam se preguntó si no sentiría alivio en cierta manera.
Se detuvieron al llegar a un pinar junto al camino.
Más allá, estaban las residencias de los estudiantes.
Ya no había excusa para seguir. Myriam giró sobre sus talones con intención de recorrer el camino de vuelta pero, antes de echar a andar, lo miró fijamente.
-¿Quieres decirme algo más antes de que me vaya, Víctor?
Víctor tardó en contestar.
-Lo he estropeado todo, ¿verdad?
Myriam quería contestar afirmativamente, pero no pudo. Se limitó a encoger los hombros, albergando la esperanza de que le diera tiempo a alejarse de él antes de echarse a llorar.
-Al menos, deja que te acompañe a tu casa, Myriam. Ella se encogió de hombros y echó a andar. No podía evitar que la acompañara a su casa; al fin y al cabo, el camino era público.
Víctor, de repente, la miró con suma intensidad.
-Myriam, me ha llevado seis años descubrir que lo que ocurrió aquella noche no fue un accidente.
-¡Claro que no fue un accidente! -le espetó ella. Víctor sacudió la cabeza.
-Vamos, Víctor, no puedes negar que fue una apuesta.
-No fue lo que tú crees que fue. Yo no hice una apuesta respecto a acostarme contigo. Lo que ocurrió fue que le dije a uno de mis amigos que me ibas a dar clase de Matemáticas y él empezó a hacer bromas y a decir que ya sería algo más. Y yo, como un idiota, le dije que sí. Fue la clase de cosa que los chicos, por hacernos los machotes decimos delante de nuestros amigos. Y sin saber cómo, todo el mundo empezó a hablar de ello. Intenté acallar los rumores, pero después de aquella increíble noche...
¿A él también le había parecido increíble?
«Calificarla de increíble no es calificarla de maravillosa», se recordó Myriam.
-Al principio, me quedé tan atontado que ni siquiera podía pensar. Nunca me había ocurrido nada parecido. Pero tú estabas como un conejillo asustado, parecías estar deseando salir corriendo de la habitación y yo, por supuesto, metí la pata y dije lo que no debía. Hice justo lo contrario a lo que debía haber hecho -Víctor suspiró- Al día siguiente, nuestro comportamiento debió de delatamos, porque todo el mundo se dio cuenta de lo que había pasado. Y ya no había forma de silenciar los rumores.
Tan pronto como ella había oído lo de la apuesta, se había negado rotundamente a hablar con él.
Víctor no se había portado bien, pero ella tampoco.
-Luego... Como tú no me dejaste que te diera ninguna explicación, supuse que la experiencia no te había gustado -añadió Víctor-. Pero incluso cuando estaba convencido de que uno no podía fiarse de las mujeres y de que, después de acostarte conmigo me habías dado la espalda y...
-Eh, espera un momento. ¿Has dicho que yo te di la espalda?
-No estoy diciendo que tuviera razón, Myriam, sino lo que pensé en su momento. Me dolió que te marcharas de mi habitación sin más. Y luego me dolió mucho más cuando te negaste a hablar conmigo.
Myriam se detuvo delante de los escalones de la casa donde se hospedaba.
-Bueno, ya hemos llegado. Este es el final del camino -anunció ella.
Víctor examinó la fachada de la casa y, durante unos segundos, Myriam la vio tal y como él debía de verla. El porche estaba en peores condiciones que en navidades. Los peldaños de la escalinata de entrada estaban rotos. La pintura de la puerta estaba descascarillada...
Víctor apretó la mandíbula.
-Quería evitar que volvieras aquí, pero tampoco lo conseguí.
-Dime, ¿por qué te sentó tan mal cuando tu abuela pensó en dejarme su casa? -inquirió ella.
-Porque no quería que te quedaras con esa casa -admitió Víctor.
-¿Por qué?
-Porque no quería que esa casa se interpusiera entre los dos -declaró Víctor con seriedad-. No quería que una posesión hiciera que nos peleáramos como se peleaban mis padres.
De repente, Víctor le puso las manos sobre los hombros, aferrándoselos con fuerza.
-No quería que te encariñases con esa casa... porque quería llevarte conmigo -concluyó él.
A Myriam comenzó a latirle el corazón a una velocidad e intensidad alarmantes.
-Y por eso te ofreciste a pagarme el alquiler de un apartamento, ¿no, Víctor? La verdad es que no le veo el sentido.
-Ya sé que no lo tiene. Myriam, por favor, no me lo pongas tan difícil.
Ella se quedó mirándolo. Había algo en la expresión de él, en sus ojos...
-Bueno, creo que voy a entrar.
Él le agarró los hombros con más fuerza, hasta casi hacerle daño. Luego, la soltó.
-Está bien. Gracias por escucharme. Podría... ¿Podría llamarte en otro momento?
-He dicho que voy a entrar, pero tú también puedes hacerlo si quieres -Myriam subió los peldaños de la entrada, consciente de que Víctor la seguía.
Ella descorrió el cerrojo nuevo.
-Tengo un microondas en la habitación, así que ahora puedo preparar té o café. ¿Qué te apetece? -dijo Myriam mientras dejaba el diploma encima de un mueble.
Después, se quitó la capa negra y la dejó sobre el futón que estaba doblado en forma de sofá.
-Un café, si no es molestia.
Al menos eso le daba la excusa de ocupar las manos en algo. Myriam metió dos tazas con agua en el microondas y por el rabillo del ojo vio a Víctor acercarse al dintel de la chimenea.
Encima del dintel, en vez del árbol de Navidad, estaba Tux, el pingüino esquiador.
Oyó a Víctor suspirar.
-No lo has tirado -Víctor se volvió hacia ella-. ¿Por qué no, Myriam?
-Porque es de plata.
-No es de plata, sino plateado. No tiene valor. Deberías haberlo tirado después del modo como me porté contigo.
Ella sacó las tazas del microondas y echó café instantáneo en el agua hirviendo.
-Tux no tuvo la culpa.
-No, la tuve yo -dijo Víctor con voz queda-. En una ocasión me preguntaste por qué, si había tantas mujeres detrás de mí, no estaba casado. La razón eres tú, Myriam. Ninguna de esas mujeres eras tú.
Myriam tenía los nervios a flor de piel.
-¿Acaso esperas que me crea que llevas seis años pensando en mí?
-Es verdad. La noche que te vi en el guardarropa, incluso antes de reconocerte, me entraron ganas de apartar a puñetazos a todos esos tipos que revoloteaban a tu alrededor. Eras mía ya, lo sabía.
-Y yo te dije que me dejaras en paz, ¿no?
-Pero eso no me hizo dejar de desearte. No fue hasta que me dijiste que no querías salir conmigo...
Myriam secó unas gotas de café con un papel absorbente y lo tiró a la papelera.
-Lo que quería decir era que no tenía ganas de fingir.
Víctor entrecerró los ojos. Muy despacio, dejó su taza de café, le quitó a ella la suya de las manos y la dejó encima de un mueble.
-Myriam, esto es real. Completamente real.
Real... ¿Qué le estaba diciendo Víctor, lo que llevaba tanto tiempo anhelando oír?
-Con unos padres como los míos, no es fácil creer en los finales felices y en el amor para toda la vida -musitó Víctor.
-Lo entiendo, Víctor...
-Pero cuando te miro, Myriam, creo en todas esas cosas. Te amo.
A Myriam le dieron ganas de llorar, reír y gritarle por haberlo tenido callado durante tanto tiempo.
-Ya sé que no te lo he demostrado, pero te prometo que te recompensaré con creces...
-Sí, claro que lo vas a hacer -dijo ella-. Y vas a empezar ahora mismo.
Víctor la estrechó en sus brazos y la besó con una pasión que decía mucho más que mil palabras.
Por fin, la soltó y se quedó mirándola. Después, le puso un brazo sobre los hombros y dijo:
-Tenemos mucho de que hablar. Pero no aquí, ¿de acuerdo? ¿Te apetece un café de verdad? Éste se ha quedado frío.
-Eso no es culpa mía -observó Myriam-. ¿Adónde vamos? ¿A casa de Sofia?
-Lo dices en broma, ¿verdad? ¿No has visto su apartamento? No tiene sitio para invitados, así que estoy en un hotel.
-Muy conveniente -murmuró Myriam.
-Sí, mucho. Tienen un servicio de habitaciones excelente. Y después, dentro de unos días... -Víctor parecía ansioso-. ¿Vas a venir conmigo, Myriam? ¿Vas a trabajar conmigo también? ¿Te vas a casar conmigo y te vas a hacer cargo de la vajilla de porcelana de la abuela?
Una última duda asaltó a Myriam.
-No lo sé, Víctor. Te amo, de verdad que te amo... pero estoy asustada.
Víctor la observó, reflejando dolor en su mirada.
-¿Por qué? ¿Porque no confié en ti? ¿Porque dudé de ti? Te juro que no volverá a ocurrir. Sé que decirlo no es suficiente. Tómate el tiempo que quieras, pero dame la oportunidad de demostrártelo, Myriam. Es lo único que te pido.
Despacio, ella asintió. Víctor le alzó la mano y se la besó suavemente. Myriam comenzó a relajarse, sintiéndose segura en los brazos de Víctor.
-En ese caso, de acuerdo.
-¿De acuerdo que vas a casarte conmigo o de acuerdo que vas a dejarme que te convenza?
Pero Víctor, sin esperar respuesta, la besó de nuevo.
-¿Y me reorganizarás los programas de contabilidad de la empresa? -añadió Víctor al cabo de unos minutos.
Myriam se echó a reír.
-Eres imposible, Víctor.
-Te haré vicepresidenta de marketing.
-¿Qué es esto, nepotismo? -era maravilloso bromear con él otra vez.
-Claro que no. En serio necesito un nuevo programa de contabilidad, y cuanto antes mejor.
-¿Te parece esta misma tarde? Víctor frunció el ceño.
-¿Tan fácil es?
-Por supuesto que no. Llevo el semestre entero preparándolo... era mi proyecto de fin de carrera. Víctor se frotó las sienes.
-A pesar de todo lo que te he hecho sufrir, ¿te has pasado el semestre entero preparando un sistema de contabilidad para mi empresa?
-Más o menos -Myriam no lo miró a los ojos-. Aunque no tenía intención de dártelo. Además, debo admitir que estaba decidida a demostrarte que estabas llevando por mal camino tu negocio y...
Víctor se echó a reír y la estrechó contra sí.
Y empezó a besarla de nuevo, hasta hacerla olvidar por completo la contabilidad.
-Víctor, respecto a esa increíble noche que pasamos juntos... ¿y si ya no es tan increíble? -susurró ella con timidez.
Víctor le acarició el cabello. Luego, sonrió y la miró con expresión traviesa.
-Lo será. ¿Quieres que hagamos una apuesta?
FUN
VICTOR agarró su abrigo y, furioso, salió de la casa, dejando a sus espaldas un espeso silencio. -¿Quieres decirme lo que ha pasado? -le preguntó Sofia a Myriam.
-No -respondió Myriam, estremeciéndose violentamente. Quería salir detrás de Víctor y explicárselo, pero ¿cómo?- No, no quiero hablar de ello Sofia, si quieres que me vaya...
-¿Adónde vas a ir? Es Navidad –contestó Sofia en términos prácticos.
-Siento haberte estropeado el día de Navidad Sofia.
-Ya habrá otros, no te preocupes -respondió la anciana-. Cuando los padres de Víctor aún vivían juntos... En fin ¿por qué no vas a echarle una mano a Janet en la cocina?
Myriam asintió y se marchó.
Cuando la cocina estuvo recogida, Myriam se preguntó si Víctor volvería. Pero justo en ese momento, la puerta de la cocina se abrió y él entró con dos grandes bolsas.
Víctor se dirigió directamente a ella.
-No vamos a estropearle la Navidad a mi abuela, ¿entendido? -dijo él con voz dura como el acero.
-Me alegra oírte decir eso, aunque podías haberlo pensado antes. En fin, supongo que más vale tarde que nunca. ¿Cuál es el plan?
-Yo te ignoro, tú me ignoras y pasamos el día lo mejor posible.
Myriam se sintió obligada a decir:
-Ya le he dicho a tu abuela que me iría si ella quería.
-No te molestes, yo acabo de comprarme un billete de avión para esta misma tarde.
Víctor parecía tener tanta prisa por marcharse que ni siquiera quería esperar a que el avión de su empresa fuera a recogerlo.
No obstante, Myriam tenía algo que decirle antes de que se marchara:
-Para que lo sepas, no aborté -declaró ella tratando de contener la emoción que sentía.
Y sin más, salió de la cocina.
«Deja pasar el día. No pienses en nada y deja pasar el día. No olvides que no volverás a verlo nunca».
El invierno resultó interminable y la primavera tardía, húmeda y fría. Algunos días, Myriam pensaba que nunca más iba a volver a ver el sol. Pero con el transcurso de los meses, llegó a sentir una cierta paz interior. Ya no le importaba lo que Víctor pudiera pensar de ella.
A finales de mayo, el día que se licenciaba, salió el sol, aunque aún hacía fresco.
Quizá hubiera cometido un error al querer celebrar su graduación vistiéndose con esa ridícula capa y birrete, pasando por todo el ritual que la ceremonia implicaba. Al fin y al cabo, no tenía familia con la que celebrar ese día.
No había invitado a Sofia a que asistiera a la ceremonia. De hecho, hacía varias semanas que no la veía; y cuando lo había hecho, había sido siempre con la directora del centro de mujeres, por lo que de lo único que habían hablado había sido de las reformas que necesitaba la casa de Sofia para acoger a jóvenes con niños.
Sofía y ella no habían vuelto a hablar de Víctor desde su partida el día de Navidad por la tarde.
El decano de la facultad la nombró. Myriam, con la cabeza alta, subió los escalones de la plataforma levantada en medio del césped del campus y recibió su diploma. Oyó los aplausos de sus compañeros y sintió un profundo agradecimiento hacia ellos. El decano le estrechó la mano y le susurró:
-Felicidades, Myriam. Tienes un brillante futuro, lo sé.
Más y más licenciados enfundados en sus capas y birretes negros subieron a la plataforma para recoger sus diplomas. Según iban pasando, volvían a bajar por los escalones laterales y se colocaban a un lado, saludándose y sonriendo.
El estrado era de madera, y Myriam se movió con cuidado para no meter los tacones entre las tablas. Bajar los escalones le resultó más difícil que subirlos, y agradeció el brazo que le ofrecieron para ayudarla a bajar...
Hasta que olió el aroma de aquella colonia.
La mano se le quedó inmóvil en el brazo de Víctor.
-Felicidades.
Myriam asintió. No podía hablar. Y tampoco podía soltarse de él, ya que temía que las piernas no la sujetaran.
Como si le hubiera leído el pensamiento, Víctor la agarró con más fuerza y la apartó del estrado.
Myriam miró a su alrededor.
-¿Ha venido Sofia? -murmuró ella.
Víctor negó con la cabeza.
-Como no la has invitado oficialmente, no ha podido conseguir un asiento. Y no creía poder aguantar la ceremonia de pie.
-Has sido muy amable al venir en su nombre -dijo Myriam.
«Dejemos las cosas claras: tú estás aquí por tu abuela, no por mí».
-¿Te apetece un poco de ponche y unos canapés? -le preguntó Víctor.
-No, no me voy a quedar a la recepción.
-¿Tan ocupada estás?
-Sí -respondió Myriam-. He pensado en pasarme el día entero descansando, antes de ponerme a buscar trabajo. Mañana.
-En ese caso, he venido en el mejor momento -declaró Víctor-. Myriam, quiero... tengo que hablar contigo.
-Lo siento, Víctor, pero creo que ya me has dicho todo lo que tenías que decirme. Y ahora, disculpa, pero me voy. Dale a Sofia las gracias por haberte enviado en su nombre y...
-Myriam -dijo él en voz baja-, voy a decirte lo que he venido a decirte. Me da igual dónde, pero me vas a escuchar.
Ya había gente arremolinada alrededor de la mesa con la bebida y los canapés, y otras personas pasaron junto a ellos para dirigirse a la mesa. A un lado del estrado salía un camino casi desierto. Myriam se dirigió hacia él.
-¿Por qué ahora? -le preguntó ella con voz débil-. Han transcurrido meses, Víctor. ¿Por qué has esperado al día de mi licenciatura?
-No es mi intención estropearte el día, Myriam. En realidad, he venido para pedirte disculpas.
Myriam lo miró fijamente.
-¿Pedirme disculpas? ¿De qué exactamente? Se me ocurren unas cuantas cosas por las que podrías disculparte, así que no sé a qué te refieres.
Víctor parpadeó.
-Bueno, empecemos por el aborto. Siento mucho haberte acusado de haber abortado.
Myriam reflexionó durante un momento, sin estar segura de lo que Víctor quería decir. ¿Sentía haber creído que ella había abortado o sentía habérselo dicho?
-Supongo que puedes achacarlo a un ataque de locura temporal -dijo él-. Me refiero a lo que me pasó en Navidad. Todo parecía indicar en esa dirección y... En fin, tú tampoco me dijiste que no habías estado embarazada.
-No podía decirte algo de lo que ni yo misma estaba segura, Víctor.
Pero él no parecía oírla.
-Siento haber pensado en esa posibilidad, Myriam. No se me ocurrió que podías haber tenido un aborto natural. Eso fue lo que pasó, ¿verdad?
Myriam titubeó.
-Creo que sí.
Víctor frunció el ceño.
-¿Que crees que sí?
-Todo fue muy rápido. En cuanto sospeché que podía haberme quedado embarazada, fui a la farmacia a comprarme una prueba. Dio negativo. Pero según las instrucciones, era demasiado pronto para ser fiable. Decidí esperar unos días para volver a hacérmela, pero entonces empecé a sangrar y no fue necesario repetirla. En realidad, nunca he sabido si estaba embarazada o no, aunque creo que sí.
-Lo siento, Myriam. Te ataqué, te insulté...
-Yo tampoco me enorgullezco de lo que te dije -admitió ella-. Pero... lo que no entiendo es por qué has esperado a este momento para hablar conmigo.
Víctor bajó la vista.
-Por un lado, quería esperar a que acabaras los estudios. Sabía que te estaba yendo bien y no quería interrumpirte ni crearte problemas. Por otra parte, quería acercarme a ti en un lugar público, para evitar que pudieras darme con la puerta en las narices.
-Entiendo.
-Si te molesta que haya venido, te pido disculpas. Pero, al menos, he esperado a que recibieras el diploma para acercarme a ti y no estropearte la ceremonia.
-Muy considerado. Has dicho que sabías que me estaba yendo bien. ¿Cómo? Supongo que te lo habrá dicho tu abuela.
-No. Ella ni siquiera ha mencionado tu nombre en mi presencia. Me lo dijo el decano de tu facultad cuando lo llamé.
El decano. El hombre que hacía un rato le había estrechado la mano y le había augurado un brillante futuro.
-¿Has hecho una donación a la facultad a cambio de que te diera un informe sobre mis estudios?
-No. Pero accedió a enterarse de cómo te iba y lo impresionaste.
-No creo que fuera yo quien lo impresionara, sino tú al preguntar por mí. Siempre pone a Maximum Sports como empresa ejemplar -dijo Myriam en tono cínico.
-¿Qué tienes pensado hacer, Myriam?
Ella se dio cuenta de que Víctor había acabado con sus disculpas y se estaba preparando para despedirse de ella.
-Buscar trabajo.
-Si te interesa, hay un puesto para ti en Maximum Sports.
-Se me dan fatal las ventas, Víctor, y no dejaría que ningún cliente se pusiera a subir paredes. Así que gracias, pero no.
-Es un puesto ejecutivo -aclaró él-. Me gustaría poner en práctica algunas de las mejoras que me sugeriste.
Era el trabajo ideal, pensó Myriam.
-Me siento mal por no haberte ofrecido el trabajo que ibas a hacer como prácticas de facultad -continuó Víctor-. Tú cumpliste con tu parte del trato, mi abuela ya se ha trasladado y está encantada, pero yo no cumplí con mi parte. Quería hacerlo, pero pensé que después de lo ocurrido en Navidad no lo aceptarías.
-Es posible que no lo hubiera hecho -admitió Myriam.
-Bueno, eso ya es agua pasada -concluyó Víctor.
«Sí. Y todo es de color de rosa».
-Bueno, ¿aceptas el trabajo, Myriam? Ella lo miró entrecerrando los ojos.
-No, me parece que no, Víctor.
Trabajar con él, para él, pero sin estar con él... No, no podría soportarlo.
Víctor asintió, sin parecer sorprendido de que ella hubiera rechazado su oferta. Myriam se preguntó si no sentiría alivio en cierta manera.
Se detuvieron al llegar a un pinar junto al camino.
Más allá, estaban las residencias de los estudiantes.
Ya no había excusa para seguir. Myriam giró sobre sus talones con intención de recorrer el camino de vuelta pero, antes de echar a andar, lo miró fijamente.
-¿Quieres decirme algo más antes de que me vaya, Víctor?
Víctor tardó en contestar.
-Lo he estropeado todo, ¿verdad?
Myriam quería contestar afirmativamente, pero no pudo. Se limitó a encoger los hombros, albergando la esperanza de que le diera tiempo a alejarse de él antes de echarse a llorar.
-Al menos, deja que te acompañe a tu casa, Myriam. Ella se encogió de hombros y echó a andar. No podía evitar que la acompañara a su casa; al fin y al cabo, el camino era público.
Víctor, de repente, la miró con suma intensidad.
-Myriam, me ha llevado seis años descubrir que lo que ocurrió aquella noche no fue un accidente.
-¡Claro que no fue un accidente! -le espetó ella. Víctor sacudió la cabeza.
-Vamos, Víctor, no puedes negar que fue una apuesta.
-No fue lo que tú crees que fue. Yo no hice una apuesta respecto a acostarme contigo. Lo que ocurrió fue que le dije a uno de mis amigos que me ibas a dar clase de Matemáticas y él empezó a hacer bromas y a decir que ya sería algo más. Y yo, como un idiota, le dije que sí. Fue la clase de cosa que los chicos, por hacernos los machotes decimos delante de nuestros amigos. Y sin saber cómo, todo el mundo empezó a hablar de ello. Intenté acallar los rumores, pero después de aquella increíble noche...
¿A él también le había parecido increíble?
«Calificarla de increíble no es calificarla de maravillosa», se recordó Myriam.
-Al principio, me quedé tan atontado que ni siquiera podía pensar. Nunca me había ocurrido nada parecido. Pero tú estabas como un conejillo asustado, parecías estar deseando salir corriendo de la habitación y yo, por supuesto, metí la pata y dije lo que no debía. Hice justo lo contrario a lo que debía haber hecho -Víctor suspiró- Al día siguiente, nuestro comportamiento debió de delatamos, porque todo el mundo se dio cuenta de lo que había pasado. Y ya no había forma de silenciar los rumores.
Tan pronto como ella había oído lo de la apuesta, se había negado rotundamente a hablar con él.
Víctor no se había portado bien, pero ella tampoco.
-Luego... Como tú no me dejaste que te diera ninguna explicación, supuse que la experiencia no te había gustado -añadió Víctor-. Pero incluso cuando estaba convencido de que uno no podía fiarse de las mujeres y de que, después de acostarte conmigo me habías dado la espalda y...
-Eh, espera un momento. ¿Has dicho que yo te di la espalda?
-No estoy diciendo que tuviera razón, Myriam, sino lo que pensé en su momento. Me dolió que te marcharas de mi habitación sin más. Y luego me dolió mucho más cuando te negaste a hablar conmigo.
Myriam se detuvo delante de los escalones de la casa donde se hospedaba.
-Bueno, ya hemos llegado. Este es el final del camino -anunció ella.
Víctor examinó la fachada de la casa y, durante unos segundos, Myriam la vio tal y como él debía de verla. El porche estaba en peores condiciones que en navidades. Los peldaños de la escalinata de entrada estaban rotos. La pintura de la puerta estaba descascarillada...
Víctor apretó la mandíbula.
-Quería evitar que volvieras aquí, pero tampoco lo conseguí.
-Dime, ¿por qué te sentó tan mal cuando tu abuela pensó en dejarme su casa? -inquirió ella.
-Porque no quería que te quedaras con esa casa -admitió Víctor.
-¿Por qué?
-Porque no quería que esa casa se interpusiera entre los dos -declaró Víctor con seriedad-. No quería que una posesión hiciera que nos peleáramos como se peleaban mis padres.
De repente, Víctor le puso las manos sobre los hombros, aferrándoselos con fuerza.
-No quería que te encariñases con esa casa... porque quería llevarte conmigo -concluyó él.
A Myriam comenzó a latirle el corazón a una velocidad e intensidad alarmantes.
-Y por eso te ofreciste a pagarme el alquiler de un apartamento, ¿no, Víctor? La verdad es que no le veo el sentido.
-Ya sé que no lo tiene. Myriam, por favor, no me lo pongas tan difícil.
Ella se quedó mirándolo. Había algo en la expresión de él, en sus ojos...
-Bueno, creo que voy a entrar.
Él le agarró los hombros con más fuerza, hasta casi hacerle daño. Luego, la soltó.
-Está bien. Gracias por escucharme. Podría... ¿Podría llamarte en otro momento?
-He dicho que voy a entrar, pero tú también puedes hacerlo si quieres -Myriam subió los peldaños de la entrada, consciente de que Víctor la seguía.
Ella descorrió el cerrojo nuevo.
-Tengo un microondas en la habitación, así que ahora puedo preparar té o café. ¿Qué te apetece? -dijo Myriam mientras dejaba el diploma encima de un mueble.
Después, se quitó la capa negra y la dejó sobre el futón que estaba doblado en forma de sofá.
-Un café, si no es molestia.
Al menos eso le daba la excusa de ocupar las manos en algo. Myriam metió dos tazas con agua en el microondas y por el rabillo del ojo vio a Víctor acercarse al dintel de la chimenea.
Encima del dintel, en vez del árbol de Navidad, estaba Tux, el pingüino esquiador.
Oyó a Víctor suspirar.
-No lo has tirado -Víctor se volvió hacia ella-. ¿Por qué no, Myriam?
-Porque es de plata.
-No es de plata, sino plateado. No tiene valor. Deberías haberlo tirado después del modo como me porté contigo.
Ella sacó las tazas del microondas y echó café instantáneo en el agua hirviendo.
-Tux no tuvo la culpa.
-No, la tuve yo -dijo Víctor con voz queda-. En una ocasión me preguntaste por qué, si había tantas mujeres detrás de mí, no estaba casado. La razón eres tú, Myriam. Ninguna de esas mujeres eras tú.
Myriam tenía los nervios a flor de piel.
-¿Acaso esperas que me crea que llevas seis años pensando en mí?
-Es verdad. La noche que te vi en el guardarropa, incluso antes de reconocerte, me entraron ganas de apartar a puñetazos a todos esos tipos que revoloteaban a tu alrededor. Eras mía ya, lo sabía.
-Y yo te dije que me dejaras en paz, ¿no?
-Pero eso no me hizo dejar de desearte. No fue hasta que me dijiste que no querías salir conmigo...
Myriam secó unas gotas de café con un papel absorbente y lo tiró a la papelera.
-Lo que quería decir era que no tenía ganas de fingir.
Víctor entrecerró los ojos. Muy despacio, dejó su taza de café, le quitó a ella la suya de las manos y la dejó encima de un mueble.
-Myriam, esto es real. Completamente real.
Real... ¿Qué le estaba diciendo Víctor, lo que llevaba tanto tiempo anhelando oír?
-Con unos padres como los míos, no es fácil creer en los finales felices y en el amor para toda la vida -musitó Víctor.
-Lo entiendo, Víctor...
-Pero cuando te miro, Myriam, creo en todas esas cosas. Te amo.
A Myriam le dieron ganas de llorar, reír y gritarle por haberlo tenido callado durante tanto tiempo.
-Ya sé que no te lo he demostrado, pero te prometo que te recompensaré con creces...
-Sí, claro que lo vas a hacer -dijo ella-. Y vas a empezar ahora mismo.
Víctor la estrechó en sus brazos y la besó con una pasión que decía mucho más que mil palabras.
Por fin, la soltó y se quedó mirándola. Después, le puso un brazo sobre los hombros y dijo:
-Tenemos mucho de que hablar. Pero no aquí, ¿de acuerdo? ¿Te apetece un café de verdad? Éste se ha quedado frío.
-Eso no es culpa mía -observó Myriam-. ¿Adónde vamos? ¿A casa de Sofia?
-Lo dices en broma, ¿verdad? ¿No has visto su apartamento? No tiene sitio para invitados, así que estoy en un hotel.
-Muy conveniente -murmuró Myriam.
-Sí, mucho. Tienen un servicio de habitaciones excelente. Y después, dentro de unos días... -Víctor parecía ansioso-. ¿Vas a venir conmigo, Myriam? ¿Vas a trabajar conmigo también? ¿Te vas a casar conmigo y te vas a hacer cargo de la vajilla de porcelana de la abuela?
Una última duda asaltó a Myriam.
-No lo sé, Víctor. Te amo, de verdad que te amo... pero estoy asustada.
Víctor la observó, reflejando dolor en su mirada.
-¿Por qué? ¿Porque no confié en ti? ¿Porque dudé de ti? Te juro que no volverá a ocurrir. Sé que decirlo no es suficiente. Tómate el tiempo que quieras, pero dame la oportunidad de demostrártelo, Myriam. Es lo único que te pido.
Despacio, ella asintió. Víctor le alzó la mano y se la besó suavemente. Myriam comenzó a relajarse, sintiéndose segura en los brazos de Víctor.
-En ese caso, de acuerdo.
-¿De acuerdo que vas a casarte conmigo o de acuerdo que vas a dejarme que te convenza?
Pero Víctor, sin esperar respuesta, la besó de nuevo.
-¿Y me reorganizarás los programas de contabilidad de la empresa? -añadió Víctor al cabo de unos minutos.
Myriam se echó a reír.
-Eres imposible, Víctor.
-Te haré vicepresidenta de marketing.
-¿Qué es esto, nepotismo? -era maravilloso bromear con él otra vez.
-Claro que no. En serio necesito un nuevo programa de contabilidad, y cuanto antes mejor.
-¿Te parece esta misma tarde? Víctor frunció el ceño.
-¿Tan fácil es?
-Por supuesto que no. Llevo el semestre entero preparándolo... era mi proyecto de fin de carrera. Víctor se frotó las sienes.
-A pesar de todo lo que te he hecho sufrir, ¿te has pasado el semestre entero preparando un sistema de contabilidad para mi empresa?
-Más o menos -Myriam no lo miró a los ojos-. Aunque no tenía intención de dártelo. Además, debo admitir que estaba decidida a demostrarte que estabas llevando por mal camino tu negocio y...
Víctor se echó a reír y la estrechó contra sí.
Y empezó a besarla de nuevo, hasta hacerla olvidar por completo la contabilidad.
-Víctor, respecto a esa increíble noche que pasamos juntos... ¿y si ya no es tan increíble? -susurró ella con timidez.
Víctor le acarició el cabello. Luego, sonrió y la miró con expresión traviesa.
-Lo será. ¿Quieres que hagamos una apuesta?
FUN
Sofia_GMVM- VBB JUNIOR
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Re: Los deseos del millonario
woow mil gracias por compartir la novelita niña me encanto
Dianitha- VBB PLATINO
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Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Los deseos del millonario
GRACIAS POR EL FINAL DE LA NOVELA.
dany- VBB PLATINO
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Re: Los deseos del millonario
Muchas gracias por la novelita me gusto mucho
jai33sire- VBB PLATINO
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Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: Los deseos del millonario
poniendome al corriente con esta nove me encanta gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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