"DULCE ENGAÑO" Cap Final
+9
mariateressina
Dianitha
Marianita
FannyQ
alma.fra
myrithalis
Eva_vbb
rodmina
laurayvictor
13 participantes
Página 2 de 3.
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Hola chicas aqui tiene un capitulo mas.....
Capítulo 6
Myriam Montemayor nunca había estado enamorada. En el pasado había creído estarlo un par de veces hasta que se había dado cuenta de que se había equivocado, pero con Víctor García estaba empezando a creer que, por fin, había encontrado algo verdadero.
Cuando Myriam se quedaba sola durante el día, con tiempo para pensar, se sentía devastada porque Adam no había vuelto a hacer el esfuerzo de contactar con ella. Pero cuando estaba con Víctor se olvidaba de todo. No solían salir mucho, preferían quedarse en su casa o, incluso, en el dormitorio en Farthing Street haciendo el amor y viendo la televisión. Descubrieron que les gustaba la misma comida, que compartían el mismo sentido del humor y que disfrutaban del sexo como nunca hubieran soñado hacerlo. Pero, aunque Víctor le insistía mucho para que se fuera de Farthing Street, nunca había sugerido que se fuera a vivir con él. Era estupendo sentirse tan deseada, pero ella quería que Víctor también la amara.
El anuncio de trabajo de Safehouse salió en los periódicos. Myriam había mandado su currículum y había recibido una carta que la invitaba a una entrevista el lunes siguiente.
-Todo saldrá bien le dijo Víctor mientras desempaquetaban las cajas de la mudanza que contenían las cosas de su apartamento de Londres.
Víctor pidió comida tailandesa para cenar aquella noche y, después, se sentaron en cl sofá a ver una película de televisión. Fue entonces cuando Myriam quiso decir a Víctor algo que había estado intentado decirle durante todo el día.
-¿Qué te apetece que hagamos mañana? -se adelantó a decir él.
-De hecho, mañana no puedo hacer nada. Voy a comer con una amiga.
Víctor se acomodó en el sofá con sorpresa.
-Me dijiste que no tenías ninguna aquí.
-Mi mejor amiga, Ines, ha venido a pasar el fin de semana.
-¿Por qué no me lo has mencionado antes? He asumido que pasarías todo el fin de semana conmigo.
-Tenía pensando venir aquí después de estar con ella, pero si prefieres ir a Farthing Street más tarde...
La cara de Víctor se relajó ligeramente.
-¿A qué hora estarás de vuelta?
-Si vienes sobre la seis, prepararé algo de cena -dijo poniéndose de pie-. Hora de irme.
-¿Qué? -exclamó atónito-. ¿Por qué? Pensé que nos iríamos a la cama.
-Esta noche no puedo quedarme, tengo que levantarme pronto mañana -dijo ella con firmeza. Todo aquello lo había planeado con anterioridad, quería hacerle ver que vivir juntos sería mucho mejor.
-Seguro que puedes levantarte pronto e irte a tu casa, Myriam.
-Prefiero irme ahora.
Los ojos de Víctor se endurecieron.
-En otras palabras, esta noche no quieres dormir conmigo.
Myriam lo miró confundida.
-Víctor, hoy nos hemos echado la siesta en tu cama durante horas.
Él se levantó despacio, mirándola a los ojos.
-¿Qué pasa? ¿Ahora me estás racionando tus favores?
-¿Favores? -dijo, teniendo dificultades para controlarse.
-Venga, vamos a la cama, te enseñaré otra de mis lecciones -sugirió él, sonriendo triunfante y confiado en que ella accediera.
Ella sacudió la cabeza. Si no rehusaba en aquel momento, en el futuro Víctor asumiría que con un simple chasquido de dedos ella estaría dispuesta a hacer todo lo que él deseara.
-O podemos dejarlo para otro día -propuso ella.
Aquello borró la sonrisa de la cara de Víctor y Myriam se dio cuenta de que él, por primera vez desde que lo conocía, estaba a punto de perder los nervios.
-Es totalmente absurdo que esta noche te vuelvas a tu asquerosa casa -dijo muy enfadado-. Quédate aquí.
-Ella negó con la cabeza.
-Esta noche no -contestó con frialdad mientras recogía su chaqueta y su bolso.
Myriam esperaba que él impidiese que se fuera, que la abrazara y la besara rogándole que se quedara con él para siempre, pero no fue así. Se miraron fijamente a los ojos. El se mantuvo en silencio y a ella no le quedó más remedio que darse la vuelta en dirección a la puerta y salir de allí.
Su teléfono móvil también permaneció en silencio de camino a Farthing Street. Cuando llegó a su casa, el teléfono que había en su dormitorio tampoco sonó. Myriam pasó una de las noches más miserables de su vida, convencida de que había cometido un terrible error.
A la mañana siguiente, estuvo en casa todo el tiempo que pudo, pero finalmente tuvo que marcharse. El teléfono seguía sin sonar. Estuvo tentada de llamar a Víctor, pero no lo hizo.
Llegó hasta la casa donde había quedado y llamó a la puerta. Escuchó un ladrido familiar, pero nadie abrió la puerta. Volvió a llamar, pero obtuvo el mismo resultado. La casa parecía desierta. Sacó una llave de su bolsillo, se la quedó mirando un rato, luego suspiró y la introdujo en la cerradura abriéndola.
-¿Adam? -dijo en voz alta-. ¿Gabriel?
Aparte de los ladridos, no hubo respuesta. El perro apareció corriendo por una puerta, Myriam se agachó y lo abrazó.
-¿Dónde está todo el mundo, Pan? -le preguntó riendo mientras el animal le lamía la cara. En la casa no había ni rastro de sus habitantes y, por lo inquieto que estaba, el perro parecía que llevaba tiempo encerrado. Seguramente Adam y su familia se habían ido a pasar el día fuera. Salió de la casa, cerró con llave la puerta y se metió en su coche para regresar a Pennington.
Myriam condujo despacio, se había puesto a llover y, entre el agua de la lluvia y sus propias lágrimas, no veía muy bien. Llegó a su casa y se dirigió directamente a su cuarto. Se tumbó en la cama a llorar hasta que se quedó profundamente dormida. Más tarde, la despertó un golpe en la puerta. Se levantó, se apartó el pelo de los ojos y se asomó por la ventana. Una inmensa felicidad la inundó cuando vio el coche de Víctor aparcado en la calle. Volvieron a llamar a la puerta, ella bajó descalza las escaleras a toda prisa para abrir. Víctor, muy pálido y con los ojos muy abiertos, entró como un huracán dando un portazo a su espalda.
-¿Por qué diablos no has contestado antes? -dijo sin aliento.
Ella se quedó quieta, parpadeando.
-Estaba dormida -dijo retirándose el pelo de la cara.
-¿Todo este tiempo? No sé cuántas llamado.
-He estado fuera, ¿qué haces aquí?
-Son las seis pasadas, ayer me invitaste a cenar, ¿recuerdas?
-¿Ya es tan tarde? -exclamó ella incrédula, pero contenta de que él estuviera allí-. He dormido durante horas.
-Bien por ti -dijo él bostezado-, yo he sido incapaz.
-¿Porqué?
-Porque discutimos, ¿o no te acuerdas?
-Por supuesto que me acuerdo.
Se miraron fijamente en silencio durante un rato.
-¿Qué tal la comida con tu amiga? -preguntó él educadamente.
-No he comido con nadie. Fui a su casa y no había nadie, probablemente me equivoqué de día. Si te sientas haré algo de cenar.
Él dudó, pero al final asintió con la cabeza.
-Está bien, ¿te puedo ayudar en algo? -dijo para el alivio de ella.
A Myriam lo que realmente le hubiera gustado hubiera sido que él se hubiera acercado, la hubiera abrazado y besado, pero parecía que aquello, de momento, no iba a suceder.
-Corta el pan si quieres, luego siéntate y dame conversación mientras pongo la pasta a hervir y hago la salsa de Antonioate-dijo ella.
Víctor hizo lo que ella dijo. Más tarde, Myriam puso sobre la mesa un cuenco lleno de pasta humeante.
-La mejor salsa que he Antonioado en mi vida -le aseguró Víctor sonriendo cuando la probó-. ¿De qué marca es?
-La salsa secreta Montemayor.
Cenaron relajadamente mientras charlaban.
-Todo estaba buenísimo -comentó Víctor-. Yo tampoco había comido.
-¿Por qué no?
-Ya sabes por qué.
-Yo no raciono mis favores, como ayer me dijiste, Víctor -dijo ella mordazmente-. No te sugiero que vayamos a mi dormitorio porque creo que deberíamos hablar. Hay cosas que tengo que decirte cara a cara.
-Y, ¿qué crees? ¿Que si mi invitas a tu cuarto y me acomodo en la cama, no te prestaría suficiente atención?
-Exacto -dijo ella Antonioando aire profundamente-. Mira, Víctor, te he mentido sobre la comida con Ines. Ella está en Londres, probablemente pasando el día con su marido.
Víctor frunció el cejo.
-¿Quieres decir que has estado todo el día aquí metida?
-No, he ido a ver a Adam, pero no lo he encontrado.
-¿De verdad? ¿Ibas a hacer las paces?
-No exactamente. Necesito un favor. Quería ver a Adam antes de mañana porque en la solicitud del empleo de Safehouse, en el apartado de referencias, puse su nombre y dirección
-Myriam se encogió de hombros al ver la cara de Víctor-. No tenía otra alternativa, podía haber puesto a Tim Mathias, pero trabajar un par de semanas en un lugar como el Mitre no me parecía una buena referencia. Anteriormente trabajé más de un año con Adam.
-En su casa de subastas, ¿qué hacías exactamente?
-Era la secretaria personal de Adam. Me contrató cuando la secretaria de toda la vida se jubiló.
-¿Por qué te fuiste?
-Porque nos enfadamos.
-Y, ¿por qué os enfadasteis? -Víctor esperó mientras ella se mordía el labio-. ¿Revelarías secretos familiares si me lo contases?
-Lo siento, pero así es -dijo mirándolo directamente-. ¿Te molesta? ¿Puede ser un obstáculo para nuestra amistad?
-No, pero pienso que lo nuestro es algo más que una amistad -dijo Víctor alargando el brazo y Tomándolo de la mano-. Ayer por la noche, después de que te fueras, estuve pensando seriamente. Mi cama estaba fría y solitaria sin ti, cariño.
El corazón de Myriam empezó a latir con fuerza.
-Podías haberme llamado para habérmelo dicho.
-Lo hubiera hecho, pero, como tú, necesitaba hablar contigo cara a cara. Todo esto no volverá a pasar si compartimos mi apartamento -dijo apretando su mano con fuerza-. ¿Qué me dices?
Si aquello se lo hubiera preguntado veinticuatro horas antes, ella hubiera aceptado instantáneamente, pensó Myriam con tristeza. Pero después de toda la noche en vela, pensando y analizando la situación, tenía una percepción distinta de las cosas.
-Víctor, me encantaría compartir contigo tu estupendo y maravilloso apartamento, pero todavía no. Primero, necesito hacer una limpieza en profundidad en mi vida. Si después de hacerlo sigues pensando igual, estaré encantada, feliz, increíblemente feliz de vivir contigo.
Víctor se puso de pie, ella también, se acercó y la abrazó.
-No es exactamente la respuesta que esperaba, pero no está mal.
Ella sonrió emocionada.
-Y ahora, señor García, si es tan amable de acompañarme arriba...
-Encantado -contestó divertido.
Cuando llegaron a su dormitorio, Víctor la abrazó por la espalda y la besó en la oreja.
-Hace veintinueve horas y doce minutos que no hago el amor contigo -le informó él mientras la empujaba cariñosamente a la cama.
Ella se empezó a quitar la camiseta y él comenzó a besarla. Hicieron el amor apasionadamente, rayando la locura.
-¡Cielos! -exclamó él al final, cuando se introdujo en ella.
Su boca y su cuerpo la poseyeron mientras alcanzaban juntos una fiebre de sensaciones sorprendentes.
-Supongo que hoy debería dormir en mi casa. Necesitas descansar, mañana tienes la entrevista -dijo él al cabo de un rato.
-¿Qué pasará si Adam se niega a dar las referencias?
Víctor frunció el ceño mientras se levantaba para vestirse.
-Seguro que no es capaz de negarse.
-Debería haber ido a verlo a Montemayor el viernes o incluso el sábado por la mañana, pero pensé que sería mejor hablarle en su propia casa -dijo ella empezando a llorar-. Ha sido muy difícil haber ido hasta allí yo sola y, para serte sincera, me apetecía ver a Gabriel y a los chicos. Los echo de menos terriblemente. Bueno, al menos, he visto al perro.
Víctor la abrazó tiernamente.
-Cuanto antes soluciones los problemas con Adam, mejor. Tengo que irme unos días a Londres por culpa de mi trabajo; cuando regrese hablaremos. Tengo algo que decirte -dijo justo antes de irse.
-¡Dímelo ahora! -gritó ella mientras él se alejaba.
-Cuando regrese -dijo él dándose la vuelta.
Al mediodía, Myriam se acercó hasta las oficinas de Safehouse para hacer la entrevista.
David Baker, director de recursos humanos, era un hombre muy agradable, de unos cuarenta años. La recibió en su despacho, una amplia habitación con unas vistas excepcionales sobre Pennington. La entrevista fue breve, pero intensa. El momento más tenso fue cuando le preguntó por qué había dejado de trabajar en Montemayor.
-Sentí que era hora de dejar el negocio familiar, de ser independiente -explicó ella.
David Baker no dijo nada al respecto y, después de hacer otras preguntas, le comentó el salario y las condiciones generales del trabajo. Antes de despedirse, le informó que la llamarían en un par de días para comunicarle el resultado de la entrevista.
Ella volvió a casa deseando que fuera jueves para poder volver a ver a Víctor. Lo echaba mucho de menos. Era increíble, hacía tan solo unas semanas que lo conocía y ya no se podía imaginar la vida sin él.
Capítulo 6
Myriam Montemayor nunca había estado enamorada. En el pasado había creído estarlo un par de veces hasta que se había dado cuenta de que se había equivocado, pero con Víctor García estaba empezando a creer que, por fin, había encontrado algo verdadero.
Cuando Myriam se quedaba sola durante el día, con tiempo para pensar, se sentía devastada porque Adam no había vuelto a hacer el esfuerzo de contactar con ella. Pero cuando estaba con Víctor se olvidaba de todo. No solían salir mucho, preferían quedarse en su casa o, incluso, en el dormitorio en Farthing Street haciendo el amor y viendo la televisión. Descubrieron que les gustaba la misma comida, que compartían el mismo sentido del humor y que disfrutaban del sexo como nunca hubieran soñado hacerlo. Pero, aunque Víctor le insistía mucho para que se fuera de Farthing Street, nunca había sugerido que se fuera a vivir con él. Era estupendo sentirse tan deseada, pero ella quería que Víctor también la amara.
El anuncio de trabajo de Safehouse salió en los periódicos. Myriam había mandado su currículum y había recibido una carta que la invitaba a una entrevista el lunes siguiente.
-Todo saldrá bien le dijo Víctor mientras desempaquetaban las cajas de la mudanza que contenían las cosas de su apartamento de Londres.
Víctor pidió comida tailandesa para cenar aquella noche y, después, se sentaron en cl sofá a ver una película de televisión. Fue entonces cuando Myriam quiso decir a Víctor algo que había estado intentado decirle durante todo el día.
-¿Qué te apetece que hagamos mañana? -se adelantó a decir él.
-De hecho, mañana no puedo hacer nada. Voy a comer con una amiga.
Víctor se acomodó en el sofá con sorpresa.
-Me dijiste que no tenías ninguna aquí.
-Mi mejor amiga, Ines, ha venido a pasar el fin de semana.
-¿Por qué no me lo has mencionado antes? He asumido que pasarías todo el fin de semana conmigo.
-Tenía pensando venir aquí después de estar con ella, pero si prefieres ir a Farthing Street más tarde...
La cara de Víctor se relajó ligeramente.
-¿A qué hora estarás de vuelta?
-Si vienes sobre la seis, prepararé algo de cena -dijo poniéndose de pie-. Hora de irme.
-¿Qué? -exclamó atónito-. ¿Por qué? Pensé que nos iríamos a la cama.
-Esta noche no puedo quedarme, tengo que levantarme pronto mañana -dijo ella con firmeza. Todo aquello lo había planeado con anterioridad, quería hacerle ver que vivir juntos sería mucho mejor.
-Seguro que puedes levantarte pronto e irte a tu casa, Myriam.
-Prefiero irme ahora.
Los ojos de Víctor se endurecieron.
-En otras palabras, esta noche no quieres dormir conmigo.
Myriam lo miró confundida.
-Víctor, hoy nos hemos echado la siesta en tu cama durante horas.
Él se levantó despacio, mirándola a los ojos.
-¿Qué pasa? ¿Ahora me estás racionando tus favores?
-¿Favores? -dijo, teniendo dificultades para controlarse.
-Venga, vamos a la cama, te enseñaré otra de mis lecciones -sugirió él, sonriendo triunfante y confiado en que ella accediera.
Ella sacudió la cabeza. Si no rehusaba en aquel momento, en el futuro Víctor asumiría que con un simple chasquido de dedos ella estaría dispuesta a hacer todo lo que él deseara.
-O podemos dejarlo para otro día -propuso ella.
Aquello borró la sonrisa de la cara de Víctor y Myriam se dio cuenta de que él, por primera vez desde que lo conocía, estaba a punto de perder los nervios.
-Es totalmente absurdo que esta noche te vuelvas a tu asquerosa casa -dijo muy enfadado-. Quédate aquí.
-Ella negó con la cabeza.
-Esta noche no -contestó con frialdad mientras recogía su chaqueta y su bolso.
Myriam esperaba que él impidiese que se fuera, que la abrazara y la besara rogándole que se quedara con él para siempre, pero no fue así. Se miraron fijamente a los ojos. El se mantuvo en silencio y a ella no le quedó más remedio que darse la vuelta en dirección a la puerta y salir de allí.
Su teléfono móvil también permaneció en silencio de camino a Farthing Street. Cuando llegó a su casa, el teléfono que había en su dormitorio tampoco sonó. Myriam pasó una de las noches más miserables de su vida, convencida de que había cometido un terrible error.
A la mañana siguiente, estuvo en casa todo el tiempo que pudo, pero finalmente tuvo que marcharse. El teléfono seguía sin sonar. Estuvo tentada de llamar a Víctor, pero no lo hizo.
Llegó hasta la casa donde había quedado y llamó a la puerta. Escuchó un ladrido familiar, pero nadie abrió la puerta. Volvió a llamar, pero obtuvo el mismo resultado. La casa parecía desierta. Sacó una llave de su bolsillo, se la quedó mirando un rato, luego suspiró y la introdujo en la cerradura abriéndola.
-¿Adam? -dijo en voz alta-. ¿Gabriel?
Aparte de los ladridos, no hubo respuesta. El perro apareció corriendo por una puerta, Myriam se agachó y lo abrazó.
-¿Dónde está todo el mundo, Pan? -le preguntó riendo mientras el animal le lamía la cara. En la casa no había ni rastro de sus habitantes y, por lo inquieto que estaba, el perro parecía que llevaba tiempo encerrado. Seguramente Adam y su familia se habían ido a pasar el día fuera. Salió de la casa, cerró con llave la puerta y se metió en su coche para regresar a Pennington.
Myriam condujo despacio, se había puesto a llover y, entre el agua de la lluvia y sus propias lágrimas, no veía muy bien. Llegó a su casa y se dirigió directamente a su cuarto. Se tumbó en la cama a llorar hasta que se quedó profundamente dormida. Más tarde, la despertó un golpe en la puerta. Se levantó, se apartó el pelo de los ojos y se asomó por la ventana. Una inmensa felicidad la inundó cuando vio el coche de Víctor aparcado en la calle. Volvieron a llamar a la puerta, ella bajó descalza las escaleras a toda prisa para abrir. Víctor, muy pálido y con los ojos muy abiertos, entró como un huracán dando un portazo a su espalda.
-¿Por qué diablos no has contestado antes? -dijo sin aliento.
Ella se quedó quieta, parpadeando.
-Estaba dormida -dijo retirándose el pelo de la cara.
-¿Todo este tiempo? No sé cuántas llamado.
-He estado fuera, ¿qué haces aquí?
-Son las seis pasadas, ayer me invitaste a cenar, ¿recuerdas?
-¿Ya es tan tarde? -exclamó ella incrédula, pero contenta de que él estuviera allí-. He dormido durante horas.
-Bien por ti -dijo él bostezado-, yo he sido incapaz.
-¿Porqué?
-Porque discutimos, ¿o no te acuerdas?
-Por supuesto que me acuerdo.
Se miraron fijamente en silencio durante un rato.
-¿Qué tal la comida con tu amiga? -preguntó él educadamente.
-No he comido con nadie. Fui a su casa y no había nadie, probablemente me equivoqué de día. Si te sientas haré algo de cenar.
Él dudó, pero al final asintió con la cabeza.
-Está bien, ¿te puedo ayudar en algo? -dijo para el alivio de ella.
A Myriam lo que realmente le hubiera gustado hubiera sido que él se hubiera acercado, la hubiera abrazado y besado, pero parecía que aquello, de momento, no iba a suceder.
-Corta el pan si quieres, luego siéntate y dame conversación mientras pongo la pasta a hervir y hago la salsa de Antonioate-dijo ella.
Víctor hizo lo que ella dijo. Más tarde, Myriam puso sobre la mesa un cuenco lleno de pasta humeante.
-La mejor salsa que he Antonioado en mi vida -le aseguró Víctor sonriendo cuando la probó-. ¿De qué marca es?
-La salsa secreta Montemayor.
Cenaron relajadamente mientras charlaban.
-Todo estaba buenísimo -comentó Víctor-. Yo tampoco había comido.
-¿Por qué no?
-Ya sabes por qué.
-Yo no raciono mis favores, como ayer me dijiste, Víctor -dijo ella mordazmente-. No te sugiero que vayamos a mi dormitorio porque creo que deberíamos hablar. Hay cosas que tengo que decirte cara a cara.
-Y, ¿qué crees? ¿Que si mi invitas a tu cuarto y me acomodo en la cama, no te prestaría suficiente atención?
-Exacto -dijo ella Antonioando aire profundamente-. Mira, Víctor, te he mentido sobre la comida con Ines. Ella está en Londres, probablemente pasando el día con su marido.
Víctor frunció el cejo.
-¿Quieres decir que has estado todo el día aquí metida?
-No, he ido a ver a Adam, pero no lo he encontrado.
-¿De verdad? ¿Ibas a hacer las paces?
-No exactamente. Necesito un favor. Quería ver a Adam antes de mañana porque en la solicitud del empleo de Safehouse, en el apartado de referencias, puse su nombre y dirección
-Myriam se encogió de hombros al ver la cara de Víctor-. No tenía otra alternativa, podía haber puesto a Tim Mathias, pero trabajar un par de semanas en un lugar como el Mitre no me parecía una buena referencia. Anteriormente trabajé más de un año con Adam.
-En su casa de subastas, ¿qué hacías exactamente?
-Era la secretaria personal de Adam. Me contrató cuando la secretaria de toda la vida se jubiló.
-¿Por qué te fuiste?
-Porque nos enfadamos.
-Y, ¿por qué os enfadasteis? -Víctor esperó mientras ella se mordía el labio-. ¿Revelarías secretos familiares si me lo contases?
-Lo siento, pero así es -dijo mirándolo directamente-. ¿Te molesta? ¿Puede ser un obstáculo para nuestra amistad?
-No, pero pienso que lo nuestro es algo más que una amistad -dijo Víctor alargando el brazo y Tomándolo de la mano-. Ayer por la noche, después de que te fueras, estuve pensando seriamente. Mi cama estaba fría y solitaria sin ti, cariño.
El corazón de Myriam empezó a latir con fuerza.
-Podías haberme llamado para habérmelo dicho.
-Lo hubiera hecho, pero, como tú, necesitaba hablar contigo cara a cara. Todo esto no volverá a pasar si compartimos mi apartamento -dijo apretando su mano con fuerza-. ¿Qué me dices?
Si aquello se lo hubiera preguntado veinticuatro horas antes, ella hubiera aceptado instantáneamente, pensó Myriam con tristeza. Pero después de toda la noche en vela, pensando y analizando la situación, tenía una percepción distinta de las cosas.
-Víctor, me encantaría compartir contigo tu estupendo y maravilloso apartamento, pero todavía no. Primero, necesito hacer una limpieza en profundidad en mi vida. Si después de hacerlo sigues pensando igual, estaré encantada, feliz, increíblemente feliz de vivir contigo.
Víctor se puso de pie, ella también, se acercó y la abrazó.
-No es exactamente la respuesta que esperaba, pero no está mal.
Ella sonrió emocionada.
-Y ahora, señor García, si es tan amable de acompañarme arriba...
-Encantado -contestó divertido.
Cuando llegaron a su dormitorio, Víctor la abrazó por la espalda y la besó en la oreja.
-Hace veintinueve horas y doce minutos que no hago el amor contigo -le informó él mientras la empujaba cariñosamente a la cama.
Ella se empezó a quitar la camiseta y él comenzó a besarla. Hicieron el amor apasionadamente, rayando la locura.
-¡Cielos! -exclamó él al final, cuando se introdujo en ella.
Su boca y su cuerpo la poseyeron mientras alcanzaban juntos una fiebre de sensaciones sorprendentes.
-Supongo que hoy debería dormir en mi casa. Necesitas descansar, mañana tienes la entrevista -dijo él al cabo de un rato.
-¿Qué pasará si Adam se niega a dar las referencias?
Víctor frunció el ceño mientras se levantaba para vestirse.
-Seguro que no es capaz de negarse.
-Debería haber ido a verlo a Montemayor el viernes o incluso el sábado por la mañana, pero pensé que sería mejor hablarle en su propia casa -dijo ella empezando a llorar-. Ha sido muy difícil haber ido hasta allí yo sola y, para serte sincera, me apetecía ver a Gabriel y a los chicos. Los echo de menos terriblemente. Bueno, al menos, he visto al perro.
Víctor la abrazó tiernamente.
-Cuanto antes soluciones los problemas con Adam, mejor. Tengo que irme unos días a Londres por culpa de mi trabajo; cuando regrese hablaremos. Tengo algo que decirte -dijo justo antes de irse.
-¡Dímelo ahora! -gritó ella mientras él se alejaba.
-Cuando regrese -dijo él dándose la vuelta.
Al mediodía, Myriam se acercó hasta las oficinas de Safehouse para hacer la entrevista.
David Baker, director de recursos humanos, era un hombre muy agradable, de unos cuarenta años. La recibió en su despacho, una amplia habitación con unas vistas excepcionales sobre Pennington. La entrevista fue breve, pero intensa. El momento más tenso fue cuando le preguntó por qué había dejado de trabajar en Montemayor.
-Sentí que era hora de dejar el negocio familiar, de ser independiente -explicó ella.
David Baker no dijo nada al respecto y, después de hacer otras preguntas, le comentó el salario y las condiciones generales del trabajo. Antes de despedirse, le informó que la llamarían en un par de días para comunicarle el resultado de la entrevista.
Ella volvió a casa deseando que fuera jueves para poder volver a ver a Víctor. Lo echaba mucho de menos. Era increíble, hacía tan solo unas semanas que lo conocía y ya no se podía imaginar la vida sin él.
gracias por cada uno de sus comentarios....
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
otro capitulo esta muy buena!!!
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
miil graciias por el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Ke bueno ke ya volviste, apenas me estoy poniendo al corriente con esta historia. Gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
garcias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Me pregunto cual será el problema entre Myriam y Adam, y que le propondra Víctor.
Gracias por los capítulos
Gracias por los capítulos
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Veo que les esta gustando mucho la novela..... aqui tienen el siguiente capitulo... cada vez se pone mas emocionante....
Capítulo 7
Mientras Víctor estaba fuera, los días pa¬saron despacio, como Myriam había imagi-nado. Por las noches, ella se iba a la cama feliz, después de que Víctor le dijera por telé¬fono lo mucho que la echaba de menos.
No había recibido respuesta de Safehouse. Es¬taba segura de que aquello significaba que no ha¬bía conseguido el trabajo. Probablemente Adam se había negado a proporcionarles las referencias. Le daban ganas de ir a Montemayor y enfrentarse a él personalmente, pero el sentido común le decía que posiblemente él no estaría solo. No quería montar un número delante de los empleados. En¬tonces decidió tranquilizarse y llamarlo por telé¬fono,
-Oficina del señor Montemayor, ¿en qué puedo ayu¬darla? -dijo una voz desconocida al otro lado del teléfono.
-¿Podría hablar con el señor Montemayor, por favor? –dijo Myriam un tanto desconcertada.
-Lo siento, pero ahora mismo no está. Volverá más tarde, ¿quiere dejarle un mensaje?
¿Podría decirle que Myriam Montemayor quiere verlo? Quizá podría concertarme una cita.
-Muy bien, si quiere darme su teléfono, la lla¬maré en cuanto haya hablado con él.
Después de aquello se fue a dar una vuelta. Ya era jueves y decidió comprar algo de comida en caso de que Víctor llegara a tiempo para cenar.
Por la noche, se dio un baño caliente, se lavó el pelo y pasó un buen rato secándoselo antes de vestirse. Se puso unos pantalones blancos muy ajustados y un top rojo. Luego, sin nada más que hacer, se sentó en la mesa de la cocina con un café intentando leer un libro, impaciente porque lle¬gara Víctor cuanto antes.
Cuando, por fin, escuchó pasos acercándose, su corazón se aceleró, tiró el libro y se levantó co¬rriendo a abrir la puerta. Pero su sonrisa radiante de bienvenida se borró bruscamente de su rostro al ver a Adam Montemayor.
-¿Querías verme, Myriam? -dijo él sonriendo irónicamente-. Pensé que esta vez tendría más suerte si llamaba a esta puerta.
-Será mejor que pases.
Adam, alto y magnifico con uno de sus trajes hechos a medida, se quedó atónito, mirando sin dar crédito a su alrededor.
-¡Dios mío, Myriam! ¿Por qué? -preguntó él.
-Yo podría preguntarte lo mismo -dijo ella con frialdad.
-¿Qué quieres decir?
-¡Venga! No te hagas el inocente -dijo ella pa¬sándose una mano por el pelo-. ¿Te ha causado mucha satisfacción negarte a dar referencias mías?
Él frunció el ceño.
-Pero no lo he hecho, Myriam. Te refieres al trabajo en esa casa de seguros, ¿verdad? Para tu informa¬ción, les di unas magnificas referencias. Gabriel dijo que era lo último que podía hacer después de haber hecho que te despidieran del Mitre.
Ella se lo quedó mirando, conocía demasiado bien a Adam para creerlo.
-¿Qué pasa, que aún no te han contestado? -añadió él con algo de compasión.
-No -tuvo que admitir ella.
-Ya te llamarán. Mira, lo del Mitre lo hice a propósito -explicó él.
-¿Qué mal te hacía allí?
-Ninguno, pero no acabo de entender por qué preferías trabajar allí en vez de hacerlo en Montemayor y, para decirte la verdad, esperaba que en el caso de que no encontraras ningún otro trabajo, volve¬rías a trabajar conmigo, preferiblemente antes de que papá y mamá volviesen del crucero, para que no se enterasen de lo que ha pasado -dijo suspi¬rando-. Pero cuando la gente de esa compañía de seguros me llamó, me di cuenta de que estaba equivocado.
-¿De verdad pensaste que así volvería a tu lado? -preguntó Myriam incrédula.
Adam sonrió amargamente.
-Está bien, lo admito. Me he confundido.
-Y, ¿por qué me ignoraste aquella noche en el Mitre?
-En aquel momento aún estaba muy enfadado contigo. Por el amor de Dios, Myriam, dejemos esto de una vez. Gabriel está sufriendo mucho.
Myriam se mordió el labio.
-Yo también me siento mal. Dile a Gabriel lo mucho que siento todo esto, y ahora -dijo seña¬lando la puerta con firmeza-, vete, vete ahora mismo, estoy esperando a alguien.
Adam se quedó inmóvil como una piedra. -Me has dicho que venga y no me voy a ir hasta que todo esté solucionado -dijo haciendo una mueca-. Supongo que esperas a tu nuevo amigo.
-De hecho, ¡es mi amante!
Él se echó a reír.
-¿Me lo dices para preocuparme, Myriam? ¿Quién es? ¿A qué se dedica?
-No es asunto tuyo, pero se llama Víctor García y vende seguros.
-Bien por él, pero dime una cosa, Myriam, ¿sabe él que saliste corriendo de un trabajo hecho a tu medida? ¿Que te estás comportando como una niña mimada? Y peor que eso, ¿sabe que nos de¬jaste, a Gabriel y a mí, increíblemente preocupa¬dos cuando recogiste todas tus cosas, desapare¬ciendo sin decir nada a nadie?
Ella alzó la barbilla.
-Tenía que irme antes de que Gabriel abriera la caja de Pandora.
Los ojos de Adam se oscurecieron.
-Nada de esto es culpa de Gabriel.
-¡Lo sé, lo sé!
-Bueno, pues ya era hora de que te dieras cuenta. Has causado mucho dolor a mi mujer, Myriam Montemayor.
Ella se desmoronó.
-Siento todo eso, de verdad. Por favor, dile a Gabriel que no le echo la culpa de nada -se re¬compuso y alzó la cabeza-. La culpa es tuya, Adam, y del resto de la familia por haberme man¬tenido en la oscuridad toda mi vida. ¿Puedes ima¬ginarte cómo me sentí cuando de pronto me roba¬ron mi identidad?
-Quizá -contestó Adam-. Probablemente de la misma forma que nosotros nos sentimos cuando desapareciste. Menos mal que al final tu amiga Ines nos llamó para decirnos que estabas viva y a salvo.
-Esto no tiene nada que ver con Ines, no tenía ningún derecho a entrometerse, no me quedó más remedio que irme de su apartamento. Luego, acepté el trabajo en el Mitre. Sabía que te moles¬taría que una Montemayor trabajara tras la barra de un bar, aquí mismo en Pennington.
-Tim me llamó para contármelo, menos mal que papá y mamá no te han visto.
Ella parpadeó.
-Eso es lo indignante. Ellos no son mis padres. Hasta hace un mes pensé que yo era su hija y tu hermana. Entonces por pura casualidad me entero de que estoy sola, de que soy una bas...
-¡No te atrevas a decir eso! -gritó Adam inte¬rrumpiéndola.
-Deberíais habérmelo dicho.
-Estoy de acuerdo, todos lo estamos -dijo y, de repente, pareció cansado-. Eso era trabajo de papá y mamá, pero todo estalló sin que ellos estu¬vieran aquí.
-Me dijiste que mi madre era Rachel Montemayor, pero ¿quién es mi padre? ¿Llegó alguna vez ha sa¬berlo? ¿Soy el resultado de una noche de borra¬chera y sexo?
-Ya está bien. No hables de ella de esa manera. Rachel era la única hermana de papá, mi tía, mu¬cho antes de que fuera tu madre. Todos la quería¬mos mucho. Era guapa, inteligente y muy preocu¬pada por su trabajo y su carrera. Nunca quiso atarse a ningún hombre hasta que conoció a tu pa¬dre y se enamoraron. Tuvieron que mantenerlo en secreto porque él era un hombre casado.
-Quieres decir que tuvieron una aventura -dijo Myriam disgustada-, y por supuesto no quisieron ser objeto de escándalo cuando Rachel murió al darme a luz.
Adam la miró con compasión.
-Él nunca supo nada de ti, Myriam. Murió en un accidente de tráfico meses antes de que tú nacie¬ras. Rachel se quedó tan destrozada que no se preocupó ni de su propia salud. Contrajo neumo¬nía y tuvo un parto prematuro. Ni siquiera papá y mamá sabían que estaba embarazada. Corrieron a Londres a un hospital al ver a Rachel tan enferma -Adam apretó los dientes-. Ella vivió lo sufi¬ciente para hacerles prometer que se ocuparían de ti. Y así lo hicieron.
Increíblemente emocionada, Myriam tragó saliva para disimular.
-Pero incluso así, deberían habérmelo dicho. Todos lo sabían menos yo -dijo enfadada con lá¬grimas en los ojos-. Tampoco es tan difícil legiti¬mar a alguien hoy en día.
-Ese no es tu caso, papá y mamá te adoptaron legalmente -dijo sonriéndole-. Siempre has sido nuestra, Myriam, desde el primer día.
Ella se quedó parada, pensando en lo que aca¬baba de escuchar.
-Sigues sin decirme quién fue mi padre.
Adam dudó unos instantes, luego la Tomó por los hombros.
-Para salvarte de pesadillas innecesarias, Myriam. Él era Richard Savage.
Ella lo miró horrorizada.
-Pero... ¿cómo pudo hacerle algo así a una es¬posa como Helen? ¡Ella es minusválida! -Piénsalo, ahora tú tienes un amante, como me has dicho; intenta comprenderlo. En los años veinte, Helen sufrió una hemorragia cerebral. Richard la cuidó con cariño y amor, pero fue inevitable que se enamorara de Rachel muchos años después. Ahora debo irme, tengo que regresar a casa. Myriam, ¿vas a volver a Montemayor?
-¿Aún me quieres allí? -dijo ella sonándose la nariz.
-Por supuesto que sí -contestó sonriendo.
-¿Quién era la mujer con la que hablé por telé¬fono?
-Una secretaria temporal que he contratado hasta que decidieras prestar de nuevo tus servicios a Montemayor.
-En ese caso, será mejor que vuelva a mi ofi¬cina para organizarlo todo antes de que vuelvan nuestros padres -a Myriam se le torció el gesto-. ¿O ahora debería llamarlos Frances y Antonio?
-Si quieres romperles el corazón, sí -dijo aca¬riciándole la mejilla con un dedo-. Intenta acla¬rarte las ideas, hermanita, mientras tanto le diré a la señorita Price que su contrato temporal ha ter¬minado. Te espero el próximo lunes por la ma¬ñana, pero espero verte antes.
-Gracias -dijo Myriam temblorosa-. ¿Cómo están los chicos?
-No dejan de preguntar por ti.
-Fui a veros el domingo -confesó-, pero no estaban en casa.
-Pasamos el día con los padres de Gabriel. No llores, querida, ven conmigo -la abrazó con cariño-. Ya ha pasado, es hora de que vuelvas a casa, Myriam. Todos te echamos mucho de menos.
-Pronto -prometió ella, reticente de estropear el momento contándole sus planes de irse a vivir con Víctor-. Dale un cariñoso saludo a Gabriel y un beso a los chicos de mi parte.
Él le zarandeó el pelo, sonriendo como el Adam de siempre, el que siempre la había ayu¬dado en todo.
-Ahora, tengo que marcharme -dijo él acer¬cándose a la puerta y echando un último vistazo a su alrededor-. Esto es un agujero, Myriam.
-Especialmente elegido para hacerte sentir mal por todo lo que me habías hecho -dijo sonriendo con los ojos llorosos-. Gracias por venir, Adam.
-Debería haberlo hecho antes, pero Gabriel in¬sistía en que era mejor esperar para dejar que las cosas se enfriaran -dijo mirando el reloj-. Se me acabó el tiempo.
Después de que se fuera Adam, Myriam se quedó un rato sentada en la cocina sintiéndose como si alguien le hubiera quitado una pesada piedra de los hombros. Levantó la mirada cuando escuchó el familiar repique de nudillos en la puerta. Se le-vantó al vuelo para abrir y allí estaba Víctor, con su traje de chaqueta, sonriendo de una manera que impidió que Myriam se echara a sus brazos.
-Hola -dijo ella con tristeza mientras él pasaba de largo para entrar en la cocina-. Adam se acaba de ir.
-Lo sé, lo he visto marcharse -dijo inexpre¬sivo.
Ello lo miró confundida. ¿Era todo lo que le iba a decir después de cuatro días sin verla?
-Es una pena que no hayas cerrado bien la ven¬tana -dijo como si nada-, particularmente mien¬tras Adam estaba aquí.
Myriam se puso un poco tensa.
-¿Porqué?
Víctor sonrió de tal manera que a Myriam se le heló la sangre.
-Lo digo porque hubiera llamado a la puerta an¬tes, pero al oír la discusión, me quedé escuchando un rato. Hubiera preferido no haberlo hecho.
Ella se lo quedó mirando cada vez más desa¬lentada.
-A mí también me hubiera gustado que no lo hubieras hecho -dijo ella después de un incómodo silencio-. Me hubiera gustado contarte yo misma mi patética historia.
Víctor se apoyó en la esquina de la mesa, tenía la mirada rígida, ella nunca lo había visto así. -¡Ah! Y, ¿hubiera sido la misma historia?
Myriam se sentó bruscamente.
-¿A qué te refieres?
-La naturaleza humana, eso es lo que es -ex¬clamó como si estuvieran discutiendo algún pro¬blema abstracto-. Me hubieras contando una histo¬ria mucho más suave, presumiblemente omitiendo los insultos a tu propia madre y el hecho de que casi matas de un disgusto a Adam y Gabriel cuando desapareciste sin decir nada -añadió de forma de¬sagradable-. Estoy de acuerdo con Adam, eres una niña mimada.
Myriam lo miraba sin dar crédito, se puso de pie.
-Si es eso lo que piensas, puedes marcharte.
-Lo haré, pero necesito saber algo primero -dijo sin dejar de mirarla-. ¿Te arrepientes de ha¬ber causado tanto dolor y de las cosas tan horri¬bles que has dicho?
-Sí -contestó con frialdad-. Le he dicho a Adam que eras mi amante y me arrepiento porque no lo eres.
-Lo era hasta que llegué aquí esta noche. He descubierto que la Myriam Montemayor que conocía realmente no existe -dijo mirándola fijamente-. Has estado jugando a darme lástima, Adam no tiene nada que ver con un primo cruel y malvado. Es un hermano cariñoso que te quiere lo sufi¬ciente como para perdonarte todo. ¿Por qué dia¬blos me mentiste? -añadió bruscamente.
-Yo no te he mentido, simplemente no te conté mi situación, son cosas personales de familia.
-Muy bien, pero quiero saberlo todo, ¿hay mas Montemayor?
-Tres hermanas aparte de Adam. Leonie está casada con Jonah Savage... -Myriam se detuvo-. ¿Oíste la parte en la que Adam hablaba de mi pa¬dre?
-Sí, pero obviamente su nombre no me dice nada.
-Es un poco complicado. Mi hermana Leo está casada con Jonah Savage, el sobrino de Richard Savage, el cual, aunque estuviera casado se ena¬moró de mi madre y la dejó embarazada de mí. Lo que hace de Jonah mi primo y mi cuñado al mismo tiempo, extraño, ¿verdad?
-¿Alguna otra revelación? -¿Por qué te interesa ahora?
-¿Por qué no? -dijo sonriendo cínicamente-. Creo que en estas circunstancias tengo el derecho de saber las dos partes de la historia.
-No hay dos partes -dijo inexpresiva-. Y no es ninguna historia, es mi vida, pero si quieres deta¬lles sobre los personajes los tendrás. Antonio y Fran¬ces Montemayor son mis padres. Leonie es la hermana mayor, casada con Jonah. Jess está casada con Lorenzo Forli y viven en Florencia. Ya sabes que Adam está casado con Gabriel y la última es Kate, la más brillante de todos. Trabaja en una empresa farmacéutica con su marido, Alsdair Drummond, y están esperando su primer hijo. El resto tienen un total de ocho hijos. Eso es todo -finalizó Myriam-. La dinastía Montemayor al completo.
-Toda no -le recordó Víctor-, has dejado tu nom¬bre fuera.
-Yo soy la más joven. Soy Montemayor por dupli¬cado, por nacimiento y por adopción -dijo sonriendo amargamente-. Mi infancia fue idílica. Mi adolescencia muy normal, nunca Antonioé drogas, ni siquiera alcohol. Nunca he sido una chica rebelde, hasta hace pocas semanas que Gabriel dijo algo sobre mi nacimiento que hizo que me enfrentara con Adam, el resto ya lo sabes. Necesitaba tiempo para pensar en todo lo que había descubierto. Hice las maletas cuando todos se habían ido a pa¬sar el día fuera. Me marché a casa de mi amiga Ines en Londres, pero fue a la primera persona a quien Adam llamó y ella le dijo que yo estaba allí. Entonces, me volví a Pennington. Alquilé esta ho¬rrible casa y empecé a trabajar en el Mitre. Quería castigar a mi familia por... por no ser mi familia.
-Me cuesta sentir lástima por ti. Has jugado conmigo hablándome de lo malo y cruel que era tu primo y de tu falta de amigos, pero en algo fuiste sincera, señorita Montemayor. Puedes ser un en¬canto cuanto quieres.
Como Myriam sabía que tenía razón, no discutió con él. Como vio que no tenía ninguna intención de marcharse, le dijo que no había sabido nada de Safehouse.
-Lo que no es culpa de Adam, mandó las refe¬rencias en cuanto lo llamaron -le aclaró Myriam-. Claramente te olvidaste de hablarles de mí, pero da igual, ya no importa.
-No, no me olvidé de hablarles de ti -dijo él-, te contestarán mañana por la mañana.
De pronto, Myriam deseó que se fuera. Tuvo que reprimir el impulso de empujarlo para echarlo de su casa.
-Buenas noches -dijo ella educadamente-. Ahora que sabes la verdad y que he dejado de gustarte, no hay ninguna razón para que te quedes aquí.
-No, no me gustas mucho en este momento -acordó Víctor mirándola de arriba abajo con inso¬lencia-, pero aún te deseo -la Tomó entre sus bra¬zos y la besó con ferocidad, pero Myriam se mantuvo tensa, con la boca cerrada hasta que él la soltó. -Buenas noches -añadió él.
Myriam se lo quedó mirando en silencio. Después de un momento, Víctor se dio la vuelta y se marchó. Ella cerró la puerta con llave y, como las piernas le fallaron, tuvo que sentarse. Deseaba marcharse, irse a su verdadera casa. Pero antes había cosas que debía hacer. Por la mañana esperaría el co¬rreo, luego entregaría las llaves a la agencia que le alquiló la casa, tiraría la comida que había prepa¬rado para cenar, recogería todo y se iría.
Capítulo 7
Mientras Víctor estaba fuera, los días pa¬saron despacio, como Myriam había imagi-nado. Por las noches, ella se iba a la cama feliz, después de que Víctor le dijera por telé¬fono lo mucho que la echaba de menos.
No había recibido respuesta de Safehouse. Es¬taba segura de que aquello significaba que no ha¬bía conseguido el trabajo. Probablemente Adam se había negado a proporcionarles las referencias. Le daban ganas de ir a Montemayor y enfrentarse a él personalmente, pero el sentido común le decía que posiblemente él no estaría solo. No quería montar un número delante de los empleados. En¬tonces decidió tranquilizarse y llamarlo por telé¬fono,
-Oficina del señor Montemayor, ¿en qué puedo ayu¬darla? -dijo una voz desconocida al otro lado del teléfono.
-¿Podría hablar con el señor Montemayor, por favor? –dijo Myriam un tanto desconcertada.
-Lo siento, pero ahora mismo no está. Volverá más tarde, ¿quiere dejarle un mensaje?
¿Podría decirle que Myriam Montemayor quiere verlo? Quizá podría concertarme una cita.
-Muy bien, si quiere darme su teléfono, la lla¬maré en cuanto haya hablado con él.
Después de aquello se fue a dar una vuelta. Ya era jueves y decidió comprar algo de comida en caso de que Víctor llegara a tiempo para cenar.
Por la noche, se dio un baño caliente, se lavó el pelo y pasó un buen rato secándoselo antes de vestirse. Se puso unos pantalones blancos muy ajustados y un top rojo. Luego, sin nada más que hacer, se sentó en la mesa de la cocina con un café intentando leer un libro, impaciente porque lle¬gara Víctor cuanto antes.
Cuando, por fin, escuchó pasos acercándose, su corazón se aceleró, tiró el libro y se levantó co¬rriendo a abrir la puerta. Pero su sonrisa radiante de bienvenida se borró bruscamente de su rostro al ver a Adam Montemayor.
-¿Querías verme, Myriam? -dijo él sonriendo irónicamente-. Pensé que esta vez tendría más suerte si llamaba a esta puerta.
-Será mejor que pases.
Adam, alto y magnifico con uno de sus trajes hechos a medida, se quedó atónito, mirando sin dar crédito a su alrededor.
-¡Dios mío, Myriam! ¿Por qué? -preguntó él.
-Yo podría preguntarte lo mismo -dijo ella con frialdad.
-¿Qué quieres decir?
-¡Venga! No te hagas el inocente -dijo ella pa¬sándose una mano por el pelo-. ¿Te ha causado mucha satisfacción negarte a dar referencias mías?
Él frunció el ceño.
-Pero no lo he hecho, Myriam. Te refieres al trabajo en esa casa de seguros, ¿verdad? Para tu informa¬ción, les di unas magnificas referencias. Gabriel dijo que era lo último que podía hacer después de haber hecho que te despidieran del Mitre.
Ella se lo quedó mirando, conocía demasiado bien a Adam para creerlo.
-¿Qué pasa, que aún no te han contestado? -añadió él con algo de compasión.
-No -tuvo que admitir ella.
-Ya te llamarán. Mira, lo del Mitre lo hice a propósito -explicó él.
-¿Qué mal te hacía allí?
-Ninguno, pero no acabo de entender por qué preferías trabajar allí en vez de hacerlo en Montemayor y, para decirte la verdad, esperaba que en el caso de que no encontraras ningún otro trabajo, volve¬rías a trabajar conmigo, preferiblemente antes de que papá y mamá volviesen del crucero, para que no se enterasen de lo que ha pasado -dijo suspi¬rando-. Pero cuando la gente de esa compañía de seguros me llamó, me di cuenta de que estaba equivocado.
-¿De verdad pensaste que así volvería a tu lado? -preguntó Myriam incrédula.
Adam sonrió amargamente.
-Está bien, lo admito. Me he confundido.
-Y, ¿por qué me ignoraste aquella noche en el Mitre?
-En aquel momento aún estaba muy enfadado contigo. Por el amor de Dios, Myriam, dejemos esto de una vez. Gabriel está sufriendo mucho.
Myriam se mordió el labio.
-Yo también me siento mal. Dile a Gabriel lo mucho que siento todo esto, y ahora -dijo seña¬lando la puerta con firmeza-, vete, vete ahora mismo, estoy esperando a alguien.
Adam se quedó inmóvil como una piedra. -Me has dicho que venga y no me voy a ir hasta que todo esté solucionado -dijo haciendo una mueca-. Supongo que esperas a tu nuevo amigo.
-De hecho, ¡es mi amante!
Él se echó a reír.
-¿Me lo dices para preocuparme, Myriam? ¿Quién es? ¿A qué se dedica?
-No es asunto tuyo, pero se llama Víctor García y vende seguros.
-Bien por él, pero dime una cosa, Myriam, ¿sabe él que saliste corriendo de un trabajo hecho a tu medida? ¿Que te estás comportando como una niña mimada? Y peor que eso, ¿sabe que nos de¬jaste, a Gabriel y a mí, increíblemente preocupa¬dos cuando recogiste todas tus cosas, desapare¬ciendo sin decir nada a nadie?
Ella alzó la barbilla.
-Tenía que irme antes de que Gabriel abriera la caja de Pandora.
Los ojos de Adam se oscurecieron.
-Nada de esto es culpa de Gabriel.
-¡Lo sé, lo sé!
-Bueno, pues ya era hora de que te dieras cuenta. Has causado mucho dolor a mi mujer, Myriam Montemayor.
Ella se desmoronó.
-Siento todo eso, de verdad. Por favor, dile a Gabriel que no le echo la culpa de nada -se re¬compuso y alzó la cabeza-. La culpa es tuya, Adam, y del resto de la familia por haberme man¬tenido en la oscuridad toda mi vida. ¿Puedes ima¬ginarte cómo me sentí cuando de pronto me roba¬ron mi identidad?
-Quizá -contestó Adam-. Probablemente de la misma forma que nosotros nos sentimos cuando desapareciste. Menos mal que al final tu amiga Ines nos llamó para decirnos que estabas viva y a salvo.
-Esto no tiene nada que ver con Ines, no tenía ningún derecho a entrometerse, no me quedó más remedio que irme de su apartamento. Luego, acepté el trabajo en el Mitre. Sabía que te moles¬taría que una Montemayor trabajara tras la barra de un bar, aquí mismo en Pennington.
-Tim me llamó para contármelo, menos mal que papá y mamá no te han visto.
Ella parpadeó.
-Eso es lo indignante. Ellos no son mis padres. Hasta hace un mes pensé que yo era su hija y tu hermana. Entonces por pura casualidad me entero de que estoy sola, de que soy una bas...
-¡No te atrevas a decir eso! -gritó Adam inte¬rrumpiéndola.
-Deberíais habérmelo dicho.
-Estoy de acuerdo, todos lo estamos -dijo y, de repente, pareció cansado-. Eso era trabajo de papá y mamá, pero todo estalló sin que ellos estu¬vieran aquí.
-Me dijiste que mi madre era Rachel Montemayor, pero ¿quién es mi padre? ¿Llegó alguna vez ha sa¬berlo? ¿Soy el resultado de una noche de borra¬chera y sexo?
-Ya está bien. No hables de ella de esa manera. Rachel era la única hermana de papá, mi tía, mu¬cho antes de que fuera tu madre. Todos la quería¬mos mucho. Era guapa, inteligente y muy preocu¬pada por su trabajo y su carrera. Nunca quiso atarse a ningún hombre hasta que conoció a tu pa¬dre y se enamoraron. Tuvieron que mantenerlo en secreto porque él era un hombre casado.
-Quieres decir que tuvieron una aventura -dijo Myriam disgustada-, y por supuesto no quisieron ser objeto de escándalo cuando Rachel murió al darme a luz.
Adam la miró con compasión.
-Él nunca supo nada de ti, Myriam. Murió en un accidente de tráfico meses antes de que tú nacie¬ras. Rachel se quedó tan destrozada que no se preocupó ni de su propia salud. Contrajo neumo¬nía y tuvo un parto prematuro. Ni siquiera papá y mamá sabían que estaba embarazada. Corrieron a Londres a un hospital al ver a Rachel tan enferma -Adam apretó los dientes-. Ella vivió lo sufi¬ciente para hacerles prometer que se ocuparían de ti. Y así lo hicieron.
Increíblemente emocionada, Myriam tragó saliva para disimular.
-Pero incluso así, deberían habérmelo dicho. Todos lo sabían menos yo -dijo enfadada con lá¬grimas en los ojos-. Tampoco es tan difícil legiti¬mar a alguien hoy en día.
-Ese no es tu caso, papá y mamá te adoptaron legalmente -dijo sonriéndole-. Siempre has sido nuestra, Myriam, desde el primer día.
Ella se quedó parada, pensando en lo que aca¬baba de escuchar.
-Sigues sin decirme quién fue mi padre.
Adam dudó unos instantes, luego la Tomó por los hombros.
-Para salvarte de pesadillas innecesarias, Myriam. Él era Richard Savage.
Ella lo miró horrorizada.
-Pero... ¿cómo pudo hacerle algo así a una es¬posa como Helen? ¡Ella es minusválida! -Piénsalo, ahora tú tienes un amante, como me has dicho; intenta comprenderlo. En los años veinte, Helen sufrió una hemorragia cerebral. Richard la cuidó con cariño y amor, pero fue inevitable que se enamorara de Rachel muchos años después. Ahora debo irme, tengo que regresar a casa. Myriam, ¿vas a volver a Montemayor?
-¿Aún me quieres allí? -dijo ella sonándose la nariz.
-Por supuesto que sí -contestó sonriendo.
-¿Quién era la mujer con la que hablé por telé¬fono?
-Una secretaria temporal que he contratado hasta que decidieras prestar de nuevo tus servicios a Montemayor.
-En ese caso, será mejor que vuelva a mi ofi¬cina para organizarlo todo antes de que vuelvan nuestros padres -a Myriam se le torció el gesto-. ¿O ahora debería llamarlos Frances y Antonio?
-Si quieres romperles el corazón, sí -dijo aca¬riciándole la mejilla con un dedo-. Intenta acla¬rarte las ideas, hermanita, mientras tanto le diré a la señorita Price que su contrato temporal ha ter¬minado. Te espero el próximo lunes por la ma¬ñana, pero espero verte antes.
-Gracias -dijo Myriam temblorosa-. ¿Cómo están los chicos?
-No dejan de preguntar por ti.
-Fui a veros el domingo -confesó-, pero no estaban en casa.
-Pasamos el día con los padres de Gabriel. No llores, querida, ven conmigo -la abrazó con cariño-. Ya ha pasado, es hora de que vuelvas a casa, Myriam. Todos te echamos mucho de menos.
-Pronto -prometió ella, reticente de estropear el momento contándole sus planes de irse a vivir con Víctor-. Dale un cariñoso saludo a Gabriel y un beso a los chicos de mi parte.
Él le zarandeó el pelo, sonriendo como el Adam de siempre, el que siempre la había ayu¬dado en todo.
-Ahora, tengo que marcharme -dijo él acer¬cándose a la puerta y echando un último vistazo a su alrededor-. Esto es un agujero, Myriam.
-Especialmente elegido para hacerte sentir mal por todo lo que me habías hecho -dijo sonriendo con los ojos llorosos-. Gracias por venir, Adam.
-Debería haberlo hecho antes, pero Gabriel in¬sistía en que era mejor esperar para dejar que las cosas se enfriaran -dijo mirando el reloj-. Se me acabó el tiempo.
Después de que se fuera Adam, Myriam se quedó un rato sentada en la cocina sintiéndose como si alguien le hubiera quitado una pesada piedra de los hombros. Levantó la mirada cuando escuchó el familiar repique de nudillos en la puerta. Se le-vantó al vuelo para abrir y allí estaba Víctor, con su traje de chaqueta, sonriendo de una manera que impidió que Myriam se echara a sus brazos.
-Hola -dijo ella con tristeza mientras él pasaba de largo para entrar en la cocina-. Adam se acaba de ir.
-Lo sé, lo he visto marcharse -dijo inexpre¬sivo.
Ello lo miró confundida. ¿Era todo lo que le iba a decir después de cuatro días sin verla?
-Es una pena que no hayas cerrado bien la ven¬tana -dijo como si nada-, particularmente mien¬tras Adam estaba aquí.
Myriam se puso un poco tensa.
-¿Porqué?
Víctor sonrió de tal manera que a Myriam se le heló la sangre.
-Lo digo porque hubiera llamado a la puerta an¬tes, pero al oír la discusión, me quedé escuchando un rato. Hubiera preferido no haberlo hecho.
Ella se lo quedó mirando cada vez más desa¬lentada.
-A mí también me hubiera gustado que no lo hubieras hecho -dijo ella después de un incómodo silencio-. Me hubiera gustado contarte yo misma mi patética historia.
Víctor se apoyó en la esquina de la mesa, tenía la mirada rígida, ella nunca lo había visto así. -¡Ah! Y, ¿hubiera sido la misma historia?
Myriam se sentó bruscamente.
-¿A qué te refieres?
-La naturaleza humana, eso es lo que es -ex¬clamó como si estuvieran discutiendo algún pro¬blema abstracto-. Me hubieras contando una histo¬ria mucho más suave, presumiblemente omitiendo los insultos a tu propia madre y el hecho de que casi matas de un disgusto a Adam y Gabriel cuando desapareciste sin decir nada -añadió de forma de¬sagradable-. Estoy de acuerdo con Adam, eres una niña mimada.
Myriam lo miraba sin dar crédito, se puso de pie.
-Si es eso lo que piensas, puedes marcharte.
-Lo haré, pero necesito saber algo primero -dijo sin dejar de mirarla-. ¿Te arrepientes de ha¬ber causado tanto dolor y de las cosas tan horri¬bles que has dicho?
-Sí -contestó con frialdad-. Le he dicho a Adam que eras mi amante y me arrepiento porque no lo eres.
-Lo era hasta que llegué aquí esta noche. He descubierto que la Myriam Montemayor que conocía realmente no existe -dijo mirándola fijamente-. Has estado jugando a darme lástima, Adam no tiene nada que ver con un primo cruel y malvado. Es un hermano cariñoso que te quiere lo sufi¬ciente como para perdonarte todo. ¿Por qué dia¬blos me mentiste? -añadió bruscamente.
-Yo no te he mentido, simplemente no te conté mi situación, son cosas personales de familia.
-Muy bien, pero quiero saberlo todo, ¿hay mas Montemayor?
-Tres hermanas aparte de Adam. Leonie está casada con Jonah Savage... -Myriam se detuvo-. ¿Oíste la parte en la que Adam hablaba de mi pa¬dre?
-Sí, pero obviamente su nombre no me dice nada.
-Es un poco complicado. Mi hermana Leo está casada con Jonah Savage, el sobrino de Richard Savage, el cual, aunque estuviera casado se ena¬moró de mi madre y la dejó embarazada de mí. Lo que hace de Jonah mi primo y mi cuñado al mismo tiempo, extraño, ¿verdad?
-¿Alguna otra revelación? -¿Por qué te interesa ahora?
-¿Por qué no? -dijo sonriendo cínicamente-. Creo que en estas circunstancias tengo el derecho de saber las dos partes de la historia.
-No hay dos partes -dijo inexpresiva-. Y no es ninguna historia, es mi vida, pero si quieres deta¬lles sobre los personajes los tendrás. Antonio y Fran¬ces Montemayor son mis padres. Leonie es la hermana mayor, casada con Jonah. Jess está casada con Lorenzo Forli y viven en Florencia. Ya sabes que Adam está casado con Gabriel y la última es Kate, la más brillante de todos. Trabaja en una empresa farmacéutica con su marido, Alsdair Drummond, y están esperando su primer hijo. El resto tienen un total de ocho hijos. Eso es todo -finalizó Myriam-. La dinastía Montemayor al completo.
-Toda no -le recordó Víctor-, has dejado tu nom¬bre fuera.
-Yo soy la más joven. Soy Montemayor por dupli¬cado, por nacimiento y por adopción -dijo sonriendo amargamente-. Mi infancia fue idílica. Mi adolescencia muy normal, nunca Antonioé drogas, ni siquiera alcohol. Nunca he sido una chica rebelde, hasta hace pocas semanas que Gabriel dijo algo sobre mi nacimiento que hizo que me enfrentara con Adam, el resto ya lo sabes. Necesitaba tiempo para pensar en todo lo que había descubierto. Hice las maletas cuando todos se habían ido a pa¬sar el día fuera. Me marché a casa de mi amiga Ines en Londres, pero fue a la primera persona a quien Adam llamó y ella le dijo que yo estaba allí. Entonces, me volví a Pennington. Alquilé esta ho¬rrible casa y empecé a trabajar en el Mitre. Quería castigar a mi familia por... por no ser mi familia.
-Me cuesta sentir lástima por ti. Has jugado conmigo hablándome de lo malo y cruel que era tu primo y de tu falta de amigos, pero en algo fuiste sincera, señorita Montemayor. Puedes ser un en¬canto cuanto quieres.
Como Myriam sabía que tenía razón, no discutió con él. Como vio que no tenía ninguna intención de marcharse, le dijo que no había sabido nada de Safehouse.
-Lo que no es culpa de Adam, mandó las refe¬rencias en cuanto lo llamaron -le aclaró Myriam-. Claramente te olvidaste de hablarles de mí, pero da igual, ya no importa.
-No, no me olvidé de hablarles de ti -dijo él-, te contestarán mañana por la mañana.
De pronto, Myriam deseó que se fuera. Tuvo que reprimir el impulso de empujarlo para echarlo de su casa.
-Buenas noches -dijo ella educadamente-. Ahora que sabes la verdad y que he dejado de gustarte, no hay ninguna razón para que te quedes aquí.
-No, no me gustas mucho en este momento -acordó Víctor mirándola de arriba abajo con inso¬lencia-, pero aún te deseo -la Tomó entre sus bra¬zos y la besó con ferocidad, pero Myriam se mantuvo tensa, con la boca cerrada hasta que él la soltó. -Buenas noches -añadió él.
Myriam se lo quedó mirando en silencio. Después de un momento, Víctor se dio la vuelta y se marchó. Ella cerró la puerta con llave y, como las piernas le fallaron, tuvo que sentarse. Deseaba marcharse, irse a su verdadera casa. Pero antes había cosas que debía hacer. Por la mañana esperaría el co¬rreo, luego entregaría las llaves a la agencia que le alquiló la casa, tiraría la comida que había prepa¬rado para cenar, recogería todo y se iría.
me gusta leer todos los comentarios que me dejan gracias por cada uno de ellos....
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
chicas me voy de viaje asi que no pondre capitulos hasta el lunes... pero prometo que seran dos, gracias por sus comentarios....
Capítulo 8
A la mañana siguiente, en vez de recibir una carta de Safehouse, recibió una lla¬mada telefónica de la secretaria de David Baker para que fuera a realizar una segunda entrevista el lunes siguiente. Le dieron ganas de decirle que ya no estaba interesada, pero prefirió decír¬selo a David Baker en persona y así podría inten¬tar ver a Víctor de nuevo.
Luego, llamó a la casa de su familia.
-¿Gabriel? -dijo ella con la voz rota.
-¿Myriam? ¡Oh! Myriam, por fin hablo contigo. Casi me pongo a llorar cuando Adam me dijo que viniste el domingo cuando no estábamos. ¿Dónde estás ahora? ¿Cuándo vienes a casa?
-¿Es un mal momento si voy ahora? -preguntó Myriam llorando desconsoladamente.
-¡Por supuesto que no! Ven ahora mismo, lla¬maré a Adam, no, no lo haré... prepararemos algo rico de cena y le daremos una sorpresa -dijo Ga¬briel emocionada, luego hizo una pausa-. Sabes, Myriam, que no fue mi intención...
-Déjalo, Gabriel, por favor. No es culpa tuya, tenía que saberlo y enterarme de una manera o de otra.
-Sí, pero me hubiera gustado que no hubiese sido por mi culpa.
-Y a mí me hubiera gustado no comportarme como una estúpida niña mimada. Siento enorme¬mente todas las preocupaciones que os he cau¬sado. He echado muchísimo de menos a los chi¬cos, ¿cómo están?
Se escuchó el llanto de un niño por el teléfono.
-Como siempre, ya lo oyes -dijo Gabriel rién¬dose-, ¿estás segura de que quieres volver a casa? -añadió bromeando.
La amabilidad de Gabriel mejoró el humor de Myriam. Puso todas sus cosas en el maletero del co¬che, cerró la puerta de la casa y, suspirando ali¬viada, condujo hasta la agencia de alquiler. Iría a devolver las llaves y a recoger el depósito que les entregó.
Después de hacerlo, se dirigió a Stavely, inten¬tando quitarse a Víctor de la cabeza y concentrándose en la felicidad de volver con su familia. Sus pa¬dres volverían pronto de su viaje y estaba deseando verlos. Antonio y Frances eran los únicos padres que conocía y se sentía la persona más afortunada del mundo por tenerlos.
En el momento en el que apagó el motor frente a la casa, Gabriel salió de su interior corriendo. Llevaba a Jaime en brazos, Hal y el perro iban tras ella.
-Myriam, Myriam, ¿dónde has estado? -gritó el pequeño Hal-. Ven, vamos a jugar.
-Primero quiero que me des un beso muy grande -dijo poniéndose de rodillas y abrazándolo con fuerza.
Lo soltó para poder abrazar a Gabriel y a Jaime.
-Me alegra que hayas vuelto. Deja tus cosas en el coche, Myriam. Vamos dentro primero, quiero que me cuentes todo sobre ese novio tuyo.
-¿Qué novio? -preguntó Hal.
-Alguien que quiere mucho a Myriam, como no¬sotros la queremos a ella -dijo su madre. Entraron todos en la cocina. Gabriel colocó a Jaime en su trona, le dio unas galletas y un bibe¬rón con zumo. El pequeño Hal se sentó en la mesa con un montón de lápices de colores y un cua¬derno de colorear.
-¿Qué vas a hacer con tus padres? ¿Vas a con¬tarles lo sucedido? -le preguntó Gabriel mientras se disponía a preparar café.
-Definitivamente, no quiero más secretos. ¿Te contó Adam algo sobre la casa en la que estaba vi¬viendo?
-Seguro que no era tan horrible como me dijo.
-O incluso peor.
Gabriel miró a sus hijos. El mayor estaba muy entretenido pintando y el pequeño Jaime estaba comiéndose una galleta, feliz simplemente de ver a su hermano.
-¿Quién es ese novio, Myriam? -preguntó Ga¬briel en voz baja.
-Ya no importa, todo ha terminado -contestó suspirando profundamente.
-Explícate -exclamó su cuñada con los ojos muy abiertos.
-Escuchó por una ventana abierta mi conversa¬ción con Adam -Myriam le contó brevemente toda su historia con Víctor García-. Se enfadó mucho cuando descubrió que no era una pobre huérfana y que, de hecho, formaba parte de una familia grande y unida.
-¿Estás enamorada de él, Myriam? -preguntó Gabriel con compasión.
-Desgraciadamente, sí, pero me recuperaré -dijo y, respirando profundamente, se levantó de la silla en la que estaba sentada-. Vamos, Hal Montemayor, voy a Antonioar a Jaime y nos vamos afuera a jugar.
-Cuando regreséis la comida estará lista -dijo Gabriel-. Hay algunas postales de tus padres, Adam se olvidó de llevártelas. Han llamado un par de veces, les mentimos diciendo que tu telé¬fono estaba estropeado y que te habías ido a pasar unos días a Londres con Ines.
Aquella noche, cuando Adam llegó a casa en¬contró a Myriam bañando a sus hijos. Al ver a su her¬mana se acercó a ella y se dieron un emocionado abrazo.
-Adam -dijo ella con voz temblorosa-, me ale¬gro de estar en casa otra vez, pero creo que ya es hora de independizarme, realmente pienso que me conviene tener mi propio apartamento.
-Siempre y cuando sea mejor que aquel agu¬jero en Farthing Street -le aseguró él.
-No es que no te quiera aquí -dijo Gabriel desde el marco de la puerta-, pero yo también creo que será bueno para ti.
Myriam se fue a la habitación en la que había dor¬mido toda su vida. Se quitó la camisa mojada des¬pués, del baño de sus sobrinos y se dio una ducha antes de comprobar su teléfono móvil. No había llamadas perdidas ni ningún mensaje. Se fue al cuarto de los chicos para leerles un cuento de bue¬nas noches. Cuando se quedaron dormidos, bajó las escaleras para encontrarse con Adam.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó Adam nada más verla-. Gabriel me ha dicho que has roto con García.
-No, él ha roto conmigo. Nos estuvo escu¬chando ayer por la noche y hay cosas que no le han gustado nada -dijo Myriam con una sonrisa triste-. Estoy bien, ya se me pasará.
-Si te ha hecho daño, Myriam, le daré su mere¬cido.
-Muy amable de tu parte, pero no hace falta que hagas nada, ya lo haré yo.
El fin de semana fue para Myriam lo más agradable posible, teniendo en cuenta sus circunstancias. Habló con sus hermanas por teléfono. Después de hacerlo, Myriam se preguntó cómo había sido capaz de estar tanto tiempo sin hablar con ellas. En rea-lidad eran sus primas, pero en su corazón eran sus queridas hermanas mayores, que siempre le ha¬bían echado una mano en los momentos difíciles. Para terminar de hacer las paces con el mundo, llamó a Ines.
-Llamo para pedir disculpas -dijo sin preámbu¬los y, media hora más tarde, colgó el teléfono sin¬tiéndose mucho más contenta. Habían sido ami¬gas íntimas desde el primer día que fueron al colegio.
El lunes por la mañana, vestida con su mejor traje de chaqueta, se dirigió a las oficinas de Safe¬house para su entrevista. Entró en el edificio y la recepcionista la acompañó hasta la puerta del des¬pacho de David Baker, pero pasaron de largo. La señorita golpeó con los nudillos en la siguiente puerta y la abrió.
-La señorita Montemayor -anunció la recepcionista. Myriam pasó y la señorita cerró la puerta después de marcharse. Una figura alta y familiar se le¬vantó detrás del escritorio al fondo del enorme despacho.
-Buenos días -dijo Víctor García amablemente. Señaló la silla vacía que había frente a su escrito¬rio-, por favor, siéntate.
Myriam se movió como si fuera un robot, se sentó y cruzó las piernas.
-Estás sorprendida.
Myriam asintió con la cabeza y él sonrió.
-Te prometí que hablaría con David y así lo he hecho, pero le dije que yo te haría la segunda en¬trevista.
-Ya veo -dijo Myriam, aquello obviamente era su venganza.
-No creo que sigas interesada en trabajar aquí. -No, no lo estoy -contestó educadamente. -Entonces, ¿por qué has venido?
-Por curiosidad.
-Incluso sin querer ni necesitar el trabajo.
-Exacto.
Se miraron fijamente durante un rato. Final¬mente ella se levantó.
-Bueno, si no hay nada más...
-Siéntate, por favor -le ordenó él con tanta au¬toridad que ella no pudo hacer nada más que obe¬decer-. ¿No me vas a preguntar por qué nunca te he contado mi verdadero trabajo?
-Pero sí que lo has hecho. Me dijiste que ven¬días seguros.
-Sí, esta oficina en Pennington es mía, es una sucursal de la compañía madre que fundamos mis hermanos y yo, hace ya algunos años. Algo que te iba a decir la noche que regresé de viaje, pero des¬pués de lo que sucedió preferí no hacerlo.
-Ya veo -dijo ella mirándolo con curiosidad-. ¿Alguna razón especial por no decirme esto desde el primer momento?
-Sí -Víctor se recostó en su silla y se relajó-. Mi dinero y mi poder eran las verdaderas razones por las que le gustaba a Laura y no me ha pasado solo con ella. Por eso decidí ocultarte que era el dueño de una compañía.
-Quieres que te quieran por lo que eres, no por lo que tienes. Pues déjame decirte que todo eso es mentira. En cuanto viste mi casa de Farthing Street te dio miedo que empezase a pedirte dinero si me contabas la verdad.
-Te equivocas -dijo Víctor cada vez más tenso-. Lo único que quería era amor.
-No intentes engañarme -dijo ella irritada-, al final lo único que había era sexo -se puso de pie mirándolo con desprecio-. Por cierto, ¿qué dijo el señor Baker de mí? ¿Me dio el trabajo?
-Sí -contestó poniéndose de pie y acercándose a ella-. David me dijo que se quedó muy impre¬sionado contigo, pero la última palabra cuando contratamos a alguien la tengo yo.
-Con lo cual, la respuesta es no.
-Efectivamente, incluso si fueras la pobre huérfana sin amigos que has pretendido ser.
Los ojos de Myriam brillaron de enfado.
-¿Por qué me mentiste sobre tu familia? -aña¬dió él.
Ella se encogió de hombros.
-He hecho lo mismo que tú, realmente no he mentido. Además, hasta que no hablé con Adam en Farthing Street no supe toda la verdad. Espero que seas discreto y no se lo cuentes a nadie. Bueno, estoy segura de que eres un hombre muy ocu¬pado. Adiós -dijo dándose la vuelta y dirigién¬dose hacia la puerta.
Víctor fue tras ella, cortándole el paso. Para su sorpresa la Tomó por los hombros y la besó en la boca durante un instante.
-Adiós, Myriam -le dijo mientras la soltaba-. ¿O vuelves a ser Myriam?
Y en vez de pegarle un puñetazo en toda la na¬riz, que era lo que más deseaba, Myriam lo miró fría¬mente y le sonrió de forma insolente.
-Sí, pero solo para la gente que quiero.
Capítulo 8
A la mañana siguiente, en vez de recibir una carta de Safehouse, recibió una lla¬mada telefónica de la secretaria de David Baker para que fuera a realizar una segunda entrevista el lunes siguiente. Le dieron ganas de decirle que ya no estaba interesada, pero prefirió decír¬selo a David Baker en persona y así podría inten¬tar ver a Víctor de nuevo.
Luego, llamó a la casa de su familia.
-¿Gabriel? -dijo ella con la voz rota.
-¿Myriam? ¡Oh! Myriam, por fin hablo contigo. Casi me pongo a llorar cuando Adam me dijo que viniste el domingo cuando no estábamos. ¿Dónde estás ahora? ¿Cuándo vienes a casa?
-¿Es un mal momento si voy ahora? -preguntó Myriam llorando desconsoladamente.
-¡Por supuesto que no! Ven ahora mismo, lla¬maré a Adam, no, no lo haré... prepararemos algo rico de cena y le daremos una sorpresa -dijo Ga¬briel emocionada, luego hizo una pausa-. Sabes, Myriam, que no fue mi intención...
-Déjalo, Gabriel, por favor. No es culpa tuya, tenía que saberlo y enterarme de una manera o de otra.
-Sí, pero me hubiera gustado que no hubiese sido por mi culpa.
-Y a mí me hubiera gustado no comportarme como una estúpida niña mimada. Siento enorme¬mente todas las preocupaciones que os he cau¬sado. He echado muchísimo de menos a los chi¬cos, ¿cómo están?
Se escuchó el llanto de un niño por el teléfono.
-Como siempre, ya lo oyes -dijo Gabriel rién¬dose-, ¿estás segura de que quieres volver a casa? -añadió bromeando.
La amabilidad de Gabriel mejoró el humor de Myriam. Puso todas sus cosas en el maletero del co¬che, cerró la puerta de la casa y, suspirando ali¬viada, condujo hasta la agencia de alquiler. Iría a devolver las llaves y a recoger el depósito que les entregó.
Después de hacerlo, se dirigió a Stavely, inten¬tando quitarse a Víctor de la cabeza y concentrándose en la felicidad de volver con su familia. Sus pa¬dres volverían pronto de su viaje y estaba deseando verlos. Antonio y Frances eran los únicos padres que conocía y se sentía la persona más afortunada del mundo por tenerlos.
En el momento en el que apagó el motor frente a la casa, Gabriel salió de su interior corriendo. Llevaba a Jaime en brazos, Hal y el perro iban tras ella.
-Myriam, Myriam, ¿dónde has estado? -gritó el pequeño Hal-. Ven, vamos a jugar.
-Primero quiero que me des un beso muy grande -dijo poniéndose de rodillas y abrazándolo con fuerza.
Lo soltó para poder abrazar a Gabriel y a Jaime.
-Me alegra que hayas vuelto. Deja tus cosas en el coche, Myriam. Vamos dentro primero, quiero que me cuentes todo sobre ese novio tuyo.
-¿Qué novio? -preguntó Hal.
-Alguien que quiere mucho a Myriam, como no¬sotros la queremos a ella -dijo su madre. Entraron todos en la cocina. Gabriel colocó a Jaime en su trona, le dio unas galletas y un bibe¬rón con zumo. El pequeño Hal se sentó en la mesa con un montón de lápices de colores y un cua¬derno de colorear.
-¿Qué vas a hacer con tus padres? ¿Vas a con¬tarles lo sucedido? -le preguntó Gabriel mientras se disponía a preparar café.
-Definitivamente, no quiero más secretos. ¿Te contó Adam algo sobre la casa en la que estaba vi¬viendo?
-Seguro que no era tan horrible como me dijo.
-O incluso peor.
Gabriel miró a sus hijos. El mayor estaba muy entretenido pintando y el pequeño Jaime estaba comiéndose una galleta, feliz simplemente de ver a su hermano.
-¿Quién es ese novio, Myriam? -preguntó Ga¬briel en voz baja.
-Ya no importa, todo ha terminado -contestó suspirando profundamente.
-Explícate -exclamó su cuñada con los ojos muy abiertos.
-Escuchó por una ventana abierta mi conversa¬ción con Adam -Myriam le contó brevemente toda su historia con Víctor García-. Se enfadó mucho cuando descubrió que no era una pobre huérfana y que, de hecho, formaba parte de una familia grande y unida.
-¿Estás enamorada de él, Myriam? -preguntó Gabriel con compasión.
-Desgraciadamente, sí, pero me recuperaré -dijo y, respirando profundamente, se levantó de la silla en la que estaba sentada-. Vamos, Hal Montemayor, voy a Antonioar a Jaime y nos vamos afuera a jugar.
-Cuando regreséis la comida estará lista -dijo Gabriel-. Hay algunas postales de tus padres, Adam se olvidó de llevártelas. Han llamado un par de veces, les mentimos diciendo que tu telé¬fono estaba estropeado y que te habías ido a pasar unos días a Londres con Ines.
Aquella noche, cuando Adam llegó a casa en¬contró a Myriam bañando a sus hijos. Al ver a su her¬mana se acercó a ella y se dieron un emocionado abrazo.
-Adam -dijo ella con voz temblorosa-, me ale¬gro de estar en casa otra vez, pero creo que ya es hora de independizarme, realmente pienso que me conviene tener mi propio apartamento.
-Siempre y cuando sea mejor que aquel agu¬jero en Farthing Street -le aseguró él.
-No es que no te quiera aquí -dijo Gabriel desde el marco de la puerta-, pero yo también creo que será bueno para ti.
Myriam se fue a la habitación en la que había dor¬mido toda su vida. Se quitó la camisa mojada des¬pués, del baño de sus sobrinos y se dio una ducha antes de comprobar su teléfono móvil. No había llamadas perdidas ni ningún mensaje. Se fue al cuarto de los chicos para leerles un cuento de bue¬nas noches. Cuando se quedaron dormidos, bajó las escaleras para encontrarse con Adam.
-¿Te encuentras bien? -le preguntó Adam nada más verla-. Gabriel me ha dicho que has roto con García.
-No, él ha roto conmigo. Nos estuvo escu¬chando ayer por la noche y hay cosas que no le han gustado nada -dijo Myriam con una sonrisa triste-. Estoy bien, ya se me pasará.
-Si te ha hecho daño, Myriam, le daré su mere¬cido.
-Muy amable de tu parte, pero no hace falta que hagas nada, ya lo haré yo.
El fin de semana fue para Myriam lo más agradable posible, teniendo en cuenta sus circunstancias. Habló con sus hermanas por teléfono. Después de hacerlo, Myriam se preguntó cómo había sido capaz de estar tanto tiempo sin hablar con ellas. En rea-lidad eran sus primas, pero en su corazón eran sus queridas hermanas mayores, que siempre le ha¬bían echado una mano en los momentos difíciles. Para terminar de hacer las paces con el mundo, llamó a Ines.
-Llamo para pedir disculpas -dijo sin preámbu¬los y, media hora más tarde, colgó el teléfono sin¬tiéndose mucho más contenta. Habían sido ami¬gas íntimas desde el primer día que fueron al colegio.
El lunes por la mañana, vestida con su mejor traje de chaqueta, se dirigió a las oficinas de Safe¬house para su entrevista. Entró en el edificio y la recepcionista la acompañó hasta la puerta del des¬pacho de David Baker, pero pasaron de largo. La señorita golpeó con los nudillos en la siguiente puerta y la abrió.
-La señorita Montemayor -anunció la recepcionista. Myriam pasó y la señorita cerró la puerta después de marcharse. Una figura alta y familiar se le¬vantó detrás del escritorio al fondo del enorme despacho.
-Buenos días -dijo Víctor García amablemente. Señaló la silla vacía que había frente a su escrito¬rio-, por favor, siéntate.
Myriam se movió como si fuera un robot, se sentó y cruzó las piernas.
-Estás sorprendida.
Myriam asintió con la cabeza y él sonrió.
-Te prometí que hablaría con David y así lo he hecho, pero le dije que yo te haría la segunda en¬trevista.
-Ya veo -dijo Myriam, aquello obviamente era su venganza.
-No creo que sigas interesada en trabajar aquí. -No, no lo estoy -contestó educadamente. -Entonces, ¿por qué has venido?
-Por curiosidad.
-Incluso sin querer ni necesitar el trabajo.
-Exacto.
Se miraron fijamente durante un rato. Final¬mente ella se levantó.
-Bueno, si no hay nada más...
-Siéntate, por favor -le ordenó él con tanta au¬toridad que ella no pudo hacer nada más que obe¬decer-. ¿No me vas a preguntar por qué nunca te he contado mi verdadero trabajo?
-Pero sí que lo has hecho. Me dijiste que ven¬días seguros.
-Sí, esta oficina en Pennington es mía, es una sucursal de la compañía madre que fundamos mis hermanos y yo, hace ya algunos años. Algo que te iba a decir la noche que regresé de viaje, pero des¬pués de lo que sucedió preferí no hacerlo.
-Ya veo -dijo ella mirándolo con curiosidad-. ¿Alguna razón especial por no decirme esto desde el primer momento?
-Sí -Víctor se recostó en su silla y se relajó-. Mi dinero y mi poder eran las verdaderas razones por las que le gustaba a Laura y no me ha pasado solo con ella. Por eso decidí ocultarte que era el dueño de una compañía.
-Quieres que te quieran por lo que eres, no por lo que tienes. Pues déjame decirte que todo eso es mentira. En cuanto viste mi casa de Farthing Street te dio miedo que empezase a pedirte dinero si me contabas la verdad.
-Te equivocas -dijo Víctor cada vez más tenso-. Lo único que quería era amor.
-No intentes engañarme -dijo ella irritada-, al final lo único que había era sexo -se puso de pie mirándolo con desprecio-. Por cierto, ¿qué dijo el señor Baker de mí? ¿Me dio el trabajo?
-Sí -contestó poniéndose de pie y acercándose a ella-. David me dijo que se quedó muy impre¬sionado contigo, pero la última palabra cuando contratamos a alguien la tengo yo.
-Con lo cual, la respuesta es no.
-Efectivamente, incluso si fueras la pobre huérfana sin amigos que has pretendido ser.
Los ojos de Myriam brillaron de enfado.
-¿Por qué me mentiste sobre tu familia? -aña¬dió él.
Ella se encogió de hombros.
-He hecho lo mismo que tú, realmente no he mentido. Además, hasta que no hablé con Adam en Farthing Street no supe toda la verdad. Espero que seas discreto y no se lo cuentes a nadie. Bueno, estoy segura de que eres un hombre muy ocu¬pado. Adiós -dijo dándose la vuelta y dirigién¬dose hacia la puerta.
Víctor fue tras ella, cortándole el paso. Para su sorpresa la Tomó por los hombros y la besó en la boca durante un instante.
-Adiós, Myriam -le dijo mientras la soltaba-. ¿O vuelves a ser Myriam?
Y en vez de pegarle un puñetazo en toda la na¬riz, que era lo que más deseaba, Myriam lo miró fría¬mente y le sonrió de forma insolente.
-Sí, pero solo para la gente que quiero.
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
graciias por el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias por los capis niña, ya andaba atrasadita!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
A ke niños ¡¡¡ Muchas gracias por los capitulos.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
gracias por el capitulo
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias pro el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Haber cuanto tiempo tardan en comprenderse y reinician su relación.
Gracias por los capítulos
Gracias por los capítulos
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Hola chicas ya estoy de regreso despues de unas merecidas vacaciones con mi familia por Puerto escondido y Huatulco.... me la pase genial...
Bueno pero como les prometi aqui tienen dos capitulos para compensarles estos dias...
Capítulo 9
Myriam confiaba en que se olvidaría de Víctor García cuando comenzó a trabajar en Montemayor de nuevo. Había mucho trabajo y se quedaba casi todas las noches hasta tarde. En po¬cos días se celebraría una subasta muy impor¬tante. Cuando llegaba a casa estaba tan cansada que al final conseguía conciliar el sueño.
Ir a Safehouse para aquella inútil entrevista ha¬bía sido un error. Después de volver a ver a Víctor, aquel sentimiento de pérdida irreparable no la abandonaba. Durante el día intentaba disimularlo delante de Adam, Gabriel y de la demás gente, pero por la noche, sola en la cama, era inútil lu¬char contra aquella angustia.
Lo peor no era haber perdido al amante, era ha¬ber perdido a su mejor amigo. Lo echaba terrible¬mente de menos.
Sus padres iban a llegar, después de haber visi¬tado a Jess y Lorenzo en Florencia, el domingo si¬guiente. Pasarían unos días en Londres con Leo¬nie y Jonah en Hampsted y luego regresarían definitivamente, lo que significaba que todo tendría que estar preparado para su llegada. Habían aprovechado su estancia en el extranjero para mandar rehabilitar los establos. Una vez termina¬dos se trasladarían a vivir allí. La casa principal se les había quedado muy grande y, además, querían darles a Adam y a Gabriel la intimidad que se me¬recían. Frances le había dado una lista a su hijo con todo lo que quería que se transfiriera de la casa grande a los nuevos establos.
-Lo mejor sería -empezó a decir Gabriel cuando empezaron a discutir sobre cómo harían la mu¬danza- poner los muebles en lugares fáciles en los que Frances pueda cambiarlos sin dificultad.
-Cosa que hará -afirmó Adam con certeza-. Colgaremos las cortinas y pondremos algunas co¬sas para que no parezca una casa vacía, pero nin¬gún cuadro, ni nada por el estilo. Ella querrá deci¬dir personalmente la disposición de todo.
-Tendrá a papá con el martillo en la mano du¬rante días -dijo Myriam sonriendo. Alzó los ojos y vio que Adam intercambiaba la mirada con Ga¬briel-. ¿Qué?
-Es la primera vez que lo vuelves a llamar papá -le informó Adam.
La sala principal de Montemayor, donde se exponía los objetos que se iban a subastar al día siguiente, estaba llena de gente. Myriam permaneció sentada ante su escritorio prácticamente toda la mañana, pero, justo antes de la comida, bajó a la sala para ver a la gente y los lotes que atraían más interés. La celebración de una subasta como aquella cons¬taría de tres partes. Primero, Adam subastaría los lotes más baratos. Luego, los más caros, como un broche de diamantes en forma de búho o un juego georgiano de cajas de plata para guardar el té. Y finalmente, subastarían una buena selección de cuadros.
-Hay mucha gente -dijo Myriam a Adam cuando subió a su despacho.
-Esperemos que mañana vengan otra vez to¬dos.
-Por supuesto que lo harán.
-¿Te apetece sentarte conmigo en el estrado mañana? Así te asegurarás de que no me olvido de ninguna puja.
-¡Como si eso fuera a ocurrir! Pero me encan¬taría, Adam. Gracias por tenerme otra vez aquí.
Al día siguiente había todavía más gente que el día anterior. Myriam se puso al lado de Adam. Iba ves¬tida con un traje negro, se había recogido el pelo y se había puesto unos pendientes de perlas.
-Estás muy guapa -murmuró Adam mientras sonreía a la gente.
Empezó la subasta. Myriam estaba muy concen¬trada, pero, después de un rato, se relajó disfru¬tando del espectáculo. El broche de diamantes se terminó vendiendo por el triple de su estimación. Adam y ella se miraron sonrientes.
-Esperaba que no se vendiese y que me lo re¬galases por Navidad -susurró ella divertida. -Deja de soñar -bromeó él-, que empezamos con los cuadros.
La subasta se estaba desarrollando estupenda¬mente hasta que Myriam vio, entre la gente, a Víctor García. Empezó a pujar por uno de los lotes estre¬lla, llevándoselo finalmente por el doble de lo que esperaban conseguir. Fue entonces cuando Myriam no pudo aguantarlo más.
-Adam -susurró Myriam-, ¿puedes arreglártelas tú solo? Solamente quedan un par de lotes para fina¬lizar la subasta.
-Sí, por supuesto. Amarga sorpresa ver a García, ¿verdad?
-Sí, podría haberse ahorrado la visita, pero, por lo menos, se ha dejado mucho dinero.
Myriam descendió del estrado y subió a su oficina para ponerse a salvo. Estaba furiosa porque había perdido el control y la había invadido el pánico cuando los ojos cobalto de Víctor la miraron insolentes.
Adam se reunió con ella cuando terminó la su¬basta.
-Yo me voy a quedar un rato -dijo él-, pero tú puedes irte ya, Myriam.
Ella le sonrió agradecida.
-Está bien, jefe, si no te importa. Creo que ha sido un buen día.
-No ha estado mal -dijo con satisfacción-. Luego nos vemos.
Como Adam normalmente se quedaba trabajando hasta más tarde y ella solía hacer otras cosas des¬pués de trabajar, cada uno salía de casa en su pro¬pio coche. Salió al aparcamiento de empleados y se encontró a Víctor García apoyado contra su co¬che.
-¡Hola, Myriam! -dijo él poniéndola furiosa in¬mediatamente.
Lo miró muy seria.
-Este aparcamiento es privado.
-Mi coche no está aquí.
-Pero tú sí. ¿Te importaría moverte? Me quiero ir a casa.
Cuando Víctor no demostró ninguna intención de hacerlo, Myriam sacó su teléfono móvil del bolso.
-Si no te mueves, llamaré...
-¿A la policía? -la interrumpió él sonriendo-. Un tanto exagerado, ¿no te parece?
-A Adam, no a la policía -lo corrigió ella cris¬pada-. Me dijo que lo podía avisar cuando quisiera si tú me molestabas.
-¿Por qué querría él hacerme nada? -preguntó Víctor con interés-. Hoy me he gastado mucho di¬nero ahí dentro.
-Por favor, obviamente disfrutas con esto, pero yo no. No me hagas llamar a los de seguridad para que te aparten del coche.
-Pensé que quizá quisieses esto -dijo metiéndose la mano en el bolsillo de su chaqueta y sa¬cando, para el asombro de Myriam, un sujetador ne¬gro-. ¿Me equivoco? -preguntó balanceándolo frente a ella-. Creo que es de tu talla si mal no re¬cuerdo, pero podría ser de otra persona.
Como respuesta, Myriam empezó a marcar su telé¬fono, pero Víctor se lo arrebató de las manos y lo apagó.
-Esto es entre tú y yo, Myriam, nada que ver con tu primo o tu hermano, o como lo quieras llamar.
-Ya no hay nada entre tú y yo -dijo ella muy tensa-. Así que deja de hacer el tonto y márchate.
-Primero -dijo él poniéndose serio-, quiero sa¬ber algo.
-¿El qué?
-¿Cuántos años tienes?
Ella lo miró atónita.
-¿Qué interés puede tener mi edad?
-Satisfáceme, por favor.
-Veintidós -contestó ella enfadada.
Víctor asintió despacio.
-Supongo que tiene sentido.
-¿A qué te refieres?
Sonrió y ella deseó que no lo hubiera hecho.
-Al síndrome de niña mimada.
-Y tú, ¿cuántos años tienes? -preguntó ella.
-Casi diez años más, pero no mucho más listo -dijo con una media sonrisa-. Si lo hubiera sido, hubiera echado a correr el día en que te conocí.
-Déjame en paz y vete.
Víctor se la quedó mirando en silencio y le ofreció el sujetador.
-Es tuyo.
-Lo sé.
-Por si te interesa, es imposible que pertenezca a otra mujer -dijo inexpresivo.
-Pues no, no me interesa -mintió ella. La sola idea de una mujer dejándose ropa interior en su casa la deshacía por dentro.
-Eso era todo -dijo Víctor sencillamente.
-Sí, adiós -Myriam se acercó a él, pensando que se apartaría, pero no fue así.
En vez de alejarse, Víctor la abrazó y la besó con tanta fuerza que ella lo mordió y le hizo una pe¬queña herida en el labio.
Víctor se puso una mano en la boca y ella aprove¬chó para quitarle el sujetador. Se lo metió en el bolso y sacó un pañuelo de papel.
-Antonioa, usa esto o te mancharás el traje de san¬gre.
Víctor utilizó el pañuelo mientras veía cómo Myriam abría la puerta del coche.
-Estaba equivocado -dijo él bruscamente.
Ella arqueó una ceja.
-¿En qué?
-Vine para comprar algo para mi apartamento y, al mismo tiempo, con curiosidad por verte. Cuando te he visto con ese traje, tan segura, tan contenta contigo misma... -se detuvo un instante y la miró a los ojos-, que es como tienes que estar, Myriam Montemayor. Nada más encontrarte me han dado ganas de acercarme y abrazarte.
Myriam lo miró incrédula.
-¿Estás seguro de que estás hablando de mí? Recuerda que estás hablando con la niña mimada.
-Lo sé -dijo Víctor pasándose la punta de la len¬gua por el labio-. Seré un idiota, pero todavía te deseo.
-¡Pues lo siento! -exclamó ella metiéndose en el coche y encendiendo el motor.
Salió del aparcamiento a toda prisa estando a punto de colisionar con otro coche. Después, se dirigió a su casa conduciendo al doble de la velo¬cidad habitual.
Tuvo que cambiarse de ropa y jugar un par de horas con sus sobrinos para volver a encontrarse bien.
-Pareces cansada -le dijo Gabriel.
-Hemos tenido un día muy ajetreado -contestó Myriam bostezando-. Ha sido todo un éxito para Montemayor.
-Y, ¿para ti?
-No. Víctor estaba allí.
-¿Cómo?
-Hablaremos luego, es la hora de bañar a los niños.
Durante la cena, que fue más festiva de lo nor¬mal porque celebraron el éxito de la subasta, Adam se levantó para contestar al teléfono, que estaba sonando. Volvió a la mesa sonriendo y se quedó mirando a Myriam.
-Es para ti.
-¿Quién es?
-Averígualo tú misma.
Como estaba segura de que se trataba de Víctor, Myriam se levantó de la mesa sin ganas.
-¿Diga? -dijo de forma apática.
-Cariño, ¿cómo estás? -dijo Frances Montemayor. Myriam dio un salto de alegría.
-¡Mamá! ¡Cuánto te he echado de menos!
Cuando Myriam regresó a la mesa, Gabriel se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
-¿No le habrás contado todo a Frances? -le preguntó ella.
-No, todavía no. Pero cuando he oído su voz, me he emocionado -contestó Myriam-. Estarán aquí dentro de cuatro días.
-Los establos ya están pintados -dijo Gabriel-, y el ama de llaves ha pasado el aspirador. Después de la cena, Myriam se quedó mirando la puesta de sol a través de las ventanas de la cocina.
-Me voy a ir a dar un paseo con el perro -dijo en voz alta antes de salir por la puerta.
Era estupendo estar de vuelta en casa, pero después de vivir sola, le estaba costando un poco el hecho de estar constantemente acompañada de gente. Además, tampoco era justo para Adam y Gabriel. Los niños ya eran mayores y necesitaban su espacio. Ya era hora de que se buscase un
apartamento en Pennington. Sus hermanas se ha¬bían independizado con la misma edad que tenía Myriam en aquel momento. Era tiempo de abandonar el nido.
Cuando regresó a la casa, le dio al perro un par de galletas, rellenó su cuenco de agua y se acercó al salón para dar las buenas noches.
-¿Tan pronto? -exclamó Adam-. ¿No te irás a tu cuarto a llorar sobre la almohada?
-No, me voy a tumbar en mi cama a ver un poco la televisión y así os dejaré un rato solos. -No hace falta... -empezó a decir Gabriel, luego sonrió-. Quizá seas tú la que necesites que nosotros te dejemos un rato sola.
-Baja si te aburres -le dijo Adam.
-Lo haré -prometió Myriam.
Una hora más tarde, Myriam estaba metida en la cama intentando concentrarse viendo una pelí¬cula, cuando Gabriel entró en su cuarto apresura¬damente. Llevaba en la mano un teléfono inalám¬brico y un trozo de papel.
-Tu querido señor García quiere que lo lla¬mes a este teléfono. Parece que es urgente.
-No tengo ninguna intención de llamar a Víctor -dijo ella saliendo de la cama.
Gabriel sonrió y se marchó cerrando la puerta con cuidado tras ella.
Myriam se quedó mirando el trozo de papel cuando el teléfono empezó a sonar.
-No me cuelgues, Myriam -dijo Víctor.
-¿Qué quieres? -preguntó ella con brusque¬dad.
-Verte.
-¿Para qué?
-Para pedirte perdón por mi comportamiento de hoy.
-No hace falta que me veas para hacer eso.
-Quiero devolverte algo.
-Si se trata de más ropa interior, te la puedes quedar como recuerdo.
-Tengo tu teléfono, como te fuiste tan aprisa no me dio tiempo a dártelo.
-Ni siquiera me había dado cuenta de que lo había perdido. Ahora entiendo cómo has conse¬guido este teléfono.
-¿Cuándo podemos quedar?
-No hace falta que quedemos. Puedes llevar el teléfono a Montemayor y dejarlo en recepción.
-Preferiría dártelo en persona.
Myriam lo hizo esperar un rato.
-Bueno, está bien -dijo ella finalmente.
-Te invito a comer mañana...
-No, no hace falta. Te veré un minuto a la hora de la comida. A la una en punto en el parque, bajo la estatua de la Reina Victoria.
-¿Qué parque?
-El Parque Victoria, por supuesto. Sé puntual porque no te voy a esperar.
-Te lo prometo.
Myriam colgó el teléfono y se fue al salón a devol¬verlo.
-¿Qué quería? -preguntó Adam.
-Tiene mi móvil -Myriam se sentó y les explicó lo sucedido en el aparcamiento con Víctor.
-Tenías que haber visto a Myriam cuando vio a ese tipo -le contó Adam a su mujer-, se puso blanca.
-Los dos trabajamos en la misma ciudad -dijo Myriam-, me lo voy a volver a encontrar, pero la pró¬xima vez, me comportaré como una adulta. Por cierto, la próxima vez será mañana, en el Parque Victoria.
-Iré contigo... -dijo Adam frunciendo el ceño.
-No, no lo harás -lo interrumpió Gabriel-. Deja que lo solucione ella sola.
Un poco antes de la una, Myriam salió de la casa de subastas y se dirigió al parque. Por la ma¬ñana había elegido con mucho cuidado la falda recta, la camisa sin mangas y las sandalias pla¬nas que llevaba puestas. Antes de salir, se había colocado una rebeca de punto sobre los hom¬bros. Miró su reloj mientras se acercaba a la es¬tatua. Víctor estaba apoyado en ella, se había qui¬tado la chaqueta del traje y, agarrada con la mano, la llevaba sobre el hombro. En la otra mano tenía una bolsa de papel marrón. Le es¬taba sonriendo.
-Pareces una colegiala con esa ropa -dijo nada más verla.
-¿Eres de los que fantasean con ese tipo de co¬sas? -preguntó ella.
-No, por supuesto que no -contestó, entonces respiró profundamente-. Volvamos a empezar. ¡Hola, Myriam!
-Hola. ¿Tienes mi teléfono?
-No tan rápido, demos un paseo.
-No tengo mucho tiempo.
Él levantó una ceja con ironía.
-Dudo mucho que Adam te rebaje el sueldo si llegas tarde de la comida.
-Claro que no. Pero eso no significa que me quede contigo -le informó ella.
-¿Por qué no? -preguntó él.
-Porque ya no somos amigos -aclaró.
Víctor la miró a los ojos.
-Cosa que lamento enormemente.
Ella también lo lamentaba. No había otra cosa que deseara más que pasear por el parque junto a Víctor. Se dirigieron en silencio por un camino poco transitado que conducía a la orilla del río.
-No debería haberlo hecho -dijo finalmente Víctor.
-¿Haber hecho qué?
-Organizar la segunda entrevista para poder re¬sarcirme, pero, francamente, nunca pensé que aparecerías.
-Fui simplemente con la esperanza de poder verte y así poder ignorarte -dijo ella con franqueza-. Tenía pensado decirle a David Barker que había conseguido otro trabajo.
-Sentémonos a la sombra -sugirió Víctor-. ¿Qué te parece aquel árbol?
-Muy bien, conozco este lugar. Ines y yo so¬líamos venir aquí a comer los domingos.
Víctor puso su chaqueta en el césped.
-Siéntate sobre ella -dijo amablemente.
-¿Estás loco? Se echaría a perder. Mi falda po¬drá soportarlo, además, la tierra está seca -dijo sentándose con las piernas estiradas y cruzadas.
-He traído algo de comer -dijo Víctor ofrecién¬dole la bolsa de papel marrón mientras se sentaba a su lado.
Ella lo miró con sorpresa.
-¿Qué has comprado?
-Mira a ver.
Myriam sacó dos paquetes de bocadillos.
-¡Son iguales a los que comimos en la playa! --exclamó con voz ronca.
-No ha sido nada fácil encontrarlos -le aseguró él-. Parece que esta vez se me ha olvidado traer servilletas.
Myriam sacó unos pañuelos de papel de su bolso.
-Eres una chica con recursos -añadió cariñosa¬mente-: Pareces cansada, ¿Adam te hace trabajar duro?
-No, pero en Montemayor estamos muy ocupados. Ahora es la temporada de subastas.
Terminaron los bocadillos y Myriam se limpió me¬ticulosamente la boca y las manos. Giró la cabeza y se encontró a Víctor mirándola fijamente, sus ros¬tros estaban a escasos centímetros.
-No te preocupes -dijo él suavemente-, no voy a volver a besarte; además, estamos en un sitio público...
-Es una pena que ayer no te dieras cuenta de eso mismo en el aparcamiento -le contestó ella.
-Además, mi labio está demasiado inflamado para besar a nadie, a menos... -hizo una pausa y bajó el tono de su voz-, que tú quieras besarme a mí.
-Realmente, no -mintió ella.
-Una pena -hizo una pausa y cambió radical¬mente de tema-. Ya has asumido la información que te dio Adam sobre tu familia.
-Más o menos, aunque no me apetece decirles a mis padres que me he enterado de todo y, sobre todo, confesar lo que pasó después.
-¿Vas a hablarles sobre mí? -preguntó Víctor sor¬prendiendo a Myriam.
-No creo que haga falta. En cuanto te enteraste de quién era la verdadera Myriam Montemayor, saliste corriendo.
Víctor sacudió la cabeza.
-Eso no es así.
-Sí, sí lo es. No vas a tener otra oportunidad para hacerme daño -con un pequeño movimiento ella se puso de pie-. Es hora de que vuelva al tra¬bajo.
Víctor también se puso de pie.
-Te acompañaré.
-No hace falta.
-No quiero que andes sola por esta parte del parque aunque sea a pleno día.
-Ya no necesito a nadie que me vigile, Víctor. Además, nunca lo he necesitado.
Él apretó la mandíbula.
-¿Eso significa que debería haber pasado de largo la noche en que te conocí?
-No -dijo ella con sinceridad-, me alegro de que no lo hicieras, incluso aunque todo haya ter¬minado en lágrimas. Por eso, esta vez, despidá¬monos amigablemente. Gracias por la comida.
-De nada, deja que te acompañe, por favor. Ella accedió, la verdad era que no tenía nin¬guna prisa en despedirse de él, pero se arrepintió de haberlo hecho cuando llegaron hasta la puerta de Montemayor y, en aquel preciso momento, Adam salió y apareció ante ellos.
-¡Hola! -los saludó sorprendido-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Acompañando a tu hermana -contestó Víctor se¬riamente.
-Se lo he preguntado a Myriam -apuntó Adam-. Se supone que tenías la tarde libre.
Myriam se ruborizó tanto que ambos hombres se la quedaron mirando fijamente.
-Pensé que tenías prisa por volver al trabajo -le dijo Víctor.
-Yo no la obligo a fichar cuando entra y cuando sale -dijo Adam cortante. Miró su reloj-. Me tengo que ir, tengo una cita en Cirencester. Vete a casa, Myriam. Descansa para el fin de semana -sa¬ludó levemente con la cabeza a Víctor y se marchó.
Se quedaron callados un rato.
-¿Qué pasa este fin de semana? -preguntó fi¬nalmente Víctor.
-Tenemos que terminar de preparar todo antes de que vengan mis padres de viaje, por eso me ha¬bía Antonioado la tarde libre.
-Bueno, si vas a escabullirte del trabajo, yo también lo haré -le dijo dándole el teléfono mó¬vil. Se la quedó mirando de tal manera que a Myriam se le paró el corazón un instante-. ¿Vienes a casa conmigo un rato? Solo para Antonioar un té -añadió-. Nada de amor por la tarde.
-¿Amor? -preguntó Myriam-. Llama a las cosas por su nombre, señor García, lo nuestro era so¬lamente puro sexo.
Capítulo 10
Comer con Víctor en el parque echó a perder todos los esfuerzos de Myriam de recuperarse. Media hora en su compañía fue suficiente para que ella se diera cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Estuvo a punto de aceptar la in¬vitación de ir a su casa a Antonioar el té, pero su sen¬tido común se lo impidió.
El domingo por la noche los establos ya esta¬ban listos. Se habían pasado todo el fin de semana trasladando, desde la casa grande, todos los mue¬bles que Frances había escrito en su lista.
-Probablemente se pasarán días moviendo los muebles de sitio hasta quedar satisfechos -dijo Adam bostezando.
Myriam se fue a la cama muy cansada después del duro fin de semana. Estuvo pensando que tan solo unas semanas atrás ni sabía nada de su pasado ni había conocido a Víctor. Suspiró. Aquello había cambiado su vida radicalmente.
Durante los días siguientes, Myriam se obligó a sí misma a rechazar cualquier pensamiento sobre Víctor para que no se viera perturbada la felicidad que sentía por volver a ver a sus padres. El día en que llegaron, planeó irse pronto de la oficina para tener tiempo suficiente de cambiarse y de arreglarse un poco. Así estaría lista para poder re¬cibirlos en cuanto el coche asomara por la calle. Pero para su disgusto, Adam la retuvo hasta tarde como ya iba siendo habitual.
-No te preocupes, llegaremos a casa a tiempo para poder recibirlos -le dijo Adam.
Cuando llegaron a la casa, Myriam pudo ver dos coches aparcados frente a ella. Un hombre de pelo cano estaba de pie, junto a la puerta.
-¡Papá! -gritó Myriam saliendo del coche y co¬rriendo hasta él para abrazarlo.
-¡Myriam, cariño! -dijo Frances acercándose a ellos.
Myriam se abalanzó sobre ella y le dio un beso al tiempo que la abrazaba.
-Mírate -exclamó su madre-. Obviamente Adam te está haciendo trabajar duro...
-Sabía que dirías eso -dijo su hijo acercándose y dándoles un beso-. ¿Qué tal lo habéis pasado?
-Estupendamente -contestó Antonio Montemayor-. ¿Qué tal van los negocios?
-Ni hablar -los interrumpió Frances-. Esta no¬che no se habla de negocios, estamos de celebra¬ción.
Myriam Tomó aire profundamente.
-Primero, tengo algo que deciros.
-¡Hola Myriam! Llegas tarde -la interrumpió Leonie Savage corriendo hacia ella para darle un beso.
-¡Leo! -gritó Myriam con alegría abrazando a su hermana.
Detrás de Leonie había un hombre esperando a abrazarla también.
-No te preocupes, princesa -susurró Jonah Sa¬vage en el oído de Myriam.
Tuvo que soltarla porque el pequeño Hal es¬taba impaciente por conseguir la atención de Myriam.
-Perdona, Hal -se disculpó Myriam Antonioando la mano del pequeño y preguntándole qué tal le ha¬bía ido el día.
Luego, volvió con su madre, que estaba mo¬rena y descansada. Se había cortado el pelo muy corto.
-¡Qué moderna! -le dijo Myriam.
-Me lo he hecho en Florencia -contestó Fran¬ces de camino a la cocina-. Hemos echado un vis¬tazo a los establos. Han quedado estupendamente. Se nota que habéis trabajado duro. No tenemos más que colgar un par de cuadros y reorganizar un poco el sitio de las cosas.
-Te lo dije, Myriam -dijo Adam resignado.
Myriam se fue a darse una ducha rápida y a cam¬biarse de ropa. Cuando volvió a bajar para reu¬nirse con todos, se llevó una gran sorpresa al ver a su hermana Kate con su enorme marido.
-Me alegro de verte -le dijo a Kate dándole un beso-, y a ti también, Alasdair.
Alasdair Drummond le dio un beso en la meji¬lla.
-Solo faltan Jess y Lorenzo -dijo Myriam.
-Sí, cariño -dijo su madre-. Han querido estar aquí, pero Marco se puso enfermo. De todos mo¬dos, Jess te manda recuerdos, la verás en las vaca¬ciones.
Pasaron una velada animada y ruidosa. Cuando llegó el momento del postre y los quesos, los más pequeños se habían dormido en brazos de sus abuelos. Adam los subió a la cama. Myriam sabía que el momento de hablar con sus padres se estaba acercando y sintió un hormigueo creciente en su estómago. Cuando terminaron de cenar, se prestó voluntaria para hacer el café, con lo cual pudo de¬morar el fatal momento un poco más.
-¿Te echo una mano, Myriam? -le preguntó Jo¬nah entrando en la cocina.
-Ya está todo. Si quieres lleva la bandeja, yo cargaré con el resto -dijo intentando sonreír. -Anímate, princesa -dijo él mientras la seguía al salón-. Todos estamos aquí para apoyarte. Todos Antonioaron el café mientras charlaban y reían. Myriam rellenó las tazas por segunda vez y volvió a sentarse, preguntándose si sería mejor quedarse a solas con sus padres para hablar con ellos o ha¬cerlo allí delante de todos.
-Frances, Antonio -dijo Gabriel a modo de intro¬ducción-. Tengo una confesión que haceros. Me temo que hice algo terrible mientras ustedes estaban de viaje, solo espero que podáis perdo¬narme -les empezó a contar cómo, sin darse cuenta, había revelado a Myriam la verdad sobre su nacimiento.
Casi inmediatamente, Myriam la interrumpió mi¬rando a sus padres desesperada.
-Fui yo la que hice algo terrible, no Gabriel. Sé que no te gustan las escenas, Kate, así que, por fa¬vor, no te enfades, pero tengo que hacer esto -acto seguido empezó a contar todo lo sucedido.
Sus padres la escucharon con atención, solamente interrumpida por alguna exclamación por parte de Francés. Myriam les agradeció que la dejasen hablar, pero cuando vio lágrimas en los ojos de su madre, cruzó la habitación para arrojarse a sus brazos.
-No te eches la culpa -le dijo Antonio Montemayor a Gabriel cuando las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas-. La culpa es nuestra. Debería¬mos haberle dicho la verdad hace años a Myriam.
Francés asintió mientras se sonaba y se secaba las lágrimas.
-Te llamamos Myriam por expreso deseo de Rachel, pero siempre te hemos considerado como una hija más.
Myriam se la quedó mirando sorprendida.
-¿Rachel eligió mi nombre?
-Sí, cariño -Francés le dio un pañuelo de pa¬pel-. Suénate.
-De todos modos, Myriam -empezó a decir Alasdir sonriendo, para aligerar un poco el ambiente-, me hubiese encantado verte subida a aquel piano can¬tando canciones de amor.
-A mí también -apuntó Kate con entusiasmo. Adam se relajó cuando vio asomar una sonrisa en el rostro de su madre.
-Bueno, no lo hizo tan mal, si hubiera sido la hermana de otra persona hubiera disfrutado con el espectáculo -dijo Adam sonriendo.
-La gente me aplaudió mucho -apuntó Myriam sentada a los pies de sus padres-. Estaba aterrori¬zada, solamente lo hice por hacer un favor a tu amigo Tim.
-No pienses que has sido la única que te has escapado, Myriam -intervino Leonie-. Yo también me escapé una vez. Rompí mi compromiso con Jonah y me fui a Italia sin dar explicaciones a na¬die.
-¡Farthing Street! -exclamó de pronto Antonio Montemayor-. ¿Es la calle que está cerca del canal? Pensé que habían tirado aquellas casas hace tiempo.
-Deberían haberlo hecho -dijo Adam son¬riendo.
-La casa tampoco estaba tan mal -protestó Myriam.
-¡Era un agujero!
-Pero barato -dijo Myriam mirando a sus padres-. Hay algo más.
-Dínoslo -dijo Francés con suavidad.
-Aunque era una casa horrible, me gustó la ex¬periencia de vivir sola.
Antonio sonrió y miró a su esposa.
-Hemos estado esperando esto desde hace al¬gún tiempo.
-¿De verdad? -exclamó Myriam incrédula-. En¬tonces, ¿no os importa?
-¿Adónde piensas ir? -preguntó Frances con resignación.
-Me gustaría alguna zona de moda en el centro de Pennington, algo que me pueda permitir. -Adam_no te ha contado todo -dijo Antonio-. En tu próximo cumpleaños recibirás el dinero que te dejó Rachel. Nos pidió que usásemos algo para tu educación, pero nosotros nunca lo hemos utili¬zado. Así que está todo, esperándote -él dijo una cifra que dejó muda a Myriam momentáneamente-. Con eso podrías comprarte un apartamento.
-Tendrás que tener cuidado, querida -la avisó Kate sonriendo-. Con tu aspecto y tu dinero vas a tener a toda la población masculina de Pennington detrás de ti.
-No te preocupes -le aseguró Myriam-. No estoy interesada en los hombres.
-¿Por qué? -preguntó su madre frunciendo el cejo.
-Trabajar en un bar me ha alejado de algunas especies -Myriam sonrió-, exceptuando la presente compañía, claro.
La reunión terminó con besos y abrazos de des¬pedida. Kate y Alasdair se fueron en coche a su casa de Gloucester. Jonah, antes de irse con su mujer, se acercó a Myriam.
-Mi tío era un hombre que te hubiera gustado mucho, Myriam. Intenta no echarle la culpa a nin¬guno de los dos, ni a Richard ni a Rachel.
-Ya no lo hago.
-Buena chica -dijo Jonah sacando un sobre del bolsillo de su chaqueta-. Esto es algo que pensé que te gustaría tener. Ábrelo cuando estés sola -añadió antes de que su mujer se acercara.- ¿Es¬tás lista, cariño?
-Lista -le aseguró ella.
Una vez que todos se fueron, Frances y Antonio se prepararon para irse a los nuevos establos a pasar la noche.
-Pareces cansada, cariño -dijo Frances mi¬rando a Myriam de cerca-. Vete ya a la cama.
Myriam se despidió de ellos con un beso y se fue a la privacidad de su dormitorio a abrir el sobre que Jonah le había dado. Encontró en su interior dos fotografías. Myriam conocía a una joven Rachel gra¬cias a una foto que descansaba, dentro de un marco de plata, sobre el escritorio de su padre, pero la imagen que tenía en su mano había sido Antonioada mucho después, probablemente correspondía a la época en la que conoció a Richard Savage. Era alta, rubia, con ojos vivos e inteligentes. El pare-cido entre Rachel y su hermano Antonio era evidente. Myriam se quedó mirando aquella foto durante un rato antes de pasar a la siguiente y, por un momento, pensó que Jonah le había dado una foto de él mismo. Luego, con sorpresa, se dio cuenta de que aquel hombre elegante y moreno era Richard Sa¬vage.
-No me extraña que Rachel se enamorara de ti -le dijo Myriam a la fotografía.
A la mañana siguiente, Myriam terminó de desayu¬nar cuando Adam y Gabriel aparecieron. -Buenos días, ¿y los chicos? No los he oído.
-Aún están dormidos, anoche quedaron agota¬dos -dijo Adam asintiendo.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó Gabriel-. ¿Has podido dormir después de lo de ayer?
-Sí, creo que hablar las cosas me ha relajado el espíritu. He dormido de un tirón.
-En ese caso -empezó a decir Adam dándole un manojo de llaves-, ¿le harías un favor a tu que¬rido y viejo hermano? ¿Podrías adelantarte e ir abriendo Montemayor? Me gustaría, por una vez, desa¬yunar tranquilamente con mi mujercita, pero no te preocupes, no tardaré mucho.
Myriam se puso de pie de un salto.
-No te preocupes, jefe. Diles a papá y mamá que los veré luego.
Cuando llegó a Montemayor, se fue directa a su pe¬queño despacho. Colgó su chaqueta y se quedó mirando por la ventana un instante. El cielo es¬taba nublado, pero su estado de ánimo era bueno, mucho mejor que el de últimamente. Los proble¬mas familiares ya estaban resueltos, lo único que tenía que hacer en aquel momento era sacar a Víctor García de su cabeza. Suspiró. Se dio la vuelta al oír que le traían el correo.
-Gracias, Colin. -De nada.
Se sentó en su escritorio y se puso a trabajar. La siguiente persona que apareció fue Reg Parker, llevaba trabajando allí hacía años.
-¿Adam se encuentra bien? -le preguntó.
-Perfectamente, ahora vendrá.
Cuando Adam apareció por la oficina, venía cargando con un inmenso ramo de exquisitas ro¬sas blancas.
-¡Gracias, jefe! -exclamó Myriam con una amplia sonrisa-. ¿Se puede saber qué he hecho para me¬recer esto?
-Yo también me lo he preguntado cuando me las ha dado la recepcionista. Supongo que son de tu ex novio.
Myriam Tomó el pequeño sobre que acompañaba a las flores, lo abrió y asintió con la cabeza.
-¿Quieres saber lo que pone? -dijo Myriam.
-Puedes apostarlo.
Ella se levantó y le dio la pequeña tarjeta. Él la leyó.
-No entiendo muy bien lo que dice, pero ¿vas a hacer lo que te pide? -preguntó su hermano.
Ella se quedó pensativa.
-No estoy segura -contestó. Recuperó la tar¬jeta y la leyó de nuevo:
No lo era. Ven al parque a la una. Adam miró por la ventana.
-Parece que va a llover, es una pena que dejes que se moje.
-Pensé que Víctor no te gustaba -comentó Myriam sorprendida.
-Solo porque te ha hecho infeliz, pero obvia¬mente quiere arreglar las cosas. Si lo quieres, Myriam, ve por él.
Ella dobló la tarjeta.
-Me está dando ordenes y no me gusta, con o sin rosas.
Myriam colocó las flores en un florero que había en su oficina y, para sorpresa de Adam, las colocó encima de un archivador, presidiendo la habita¬ción y, de tal manera, que cada vez que Myriam levan¬tara la vista del ordenador, las vería.
Bueno pero como les prometi aqui tienen dos capitulos para compensarles estos dias...
Capítulo 9
Myriam confiaba en que se olvidaría de Víctor García cuando comenzó a trabajar en Montemayor de nuevo. Había mucho trabajo y se quedaba casi todas las noches hasta tarde. En po¬cos días se celebraría una subasta muy impor¬tante. Cuando llegaba a casa estaba tan cansada que al final conseguía conciliar el sueño.
Ir a Safehouse para aquella inútil entrevista ha¬bía sido un error. Después de volver a ver a Víctor, aquel sentimiento de pérdida irreparable no la abandonaba. Durante el día intentaba disimularlo delante de Adam, Gabriel y de la demás gente, pero por la noche, sola en la cama, era inútil lu¬char contra aquella angustia.
Lo peor no era haber perdido al amante, era ha¬ber perdido a su mejor amigo. Lo echaba terrible¬mente de menos.
Sus padres iban a llegar, después de haber visi¬tado a Jess y Lorenzo en Florencia, el domingo si¬guiente. Pasarían unos días en Londres con Leo¬nie y Jonah en Hampsted y luego regresarían definitivamente, lo que significaba que todo tendría que estar preparado para su llegada. Habían aprovechado su estancia en el extranjero para mandar rehabilitar los establos. Una vez termina¬dos se trasladarían a vivir allí. La casa principal se les había quedado muy grande y, además, querían darles a Adam y a Gabriel la intimidad que se me¬recían. Frances le había dado una lista a su hijo con todo lo que quería que se transfiriera de la casa grande a los nuevos establos.
-Lo mejor sería -empezó a decir Gabriel cuando empezaron a discutir sobre cómo harían la mu¬danza- poner los muebles en lugares fáciles en los que Frances pueda cambiarlos sin dificultad.
-Cosa que hará -afirmó Adam con certeza-. Colgaremos las cortinas y pondremos algunas co¬sas para que no parezca una casa vacía, pero nin¬gún cuadro, ni nada por el estilo. Ella querrá deci¬dir personalmente la disposición de todo.
-Tendrá a papá con el martillo en la mano du¬rante días -dijo Myriam sonriendo. Alzó los ojos y vio que Adam intercambiaba la mirada con Ga¬briel-. ¿Qué?
-Es la primera vez que lo vuelves a llamar papá -le informó Adam.
La sala principal de Montemayor, donde se exponía los objetos que se iban a subastar al día siguiente, estaba llena de gente. Myriam permaneció sentada ante su escritorio prácticamente toda la mañana, pero, justo antes de la comida, bajó a la sala para ver a la gente y los lotes que atraían más interés. La celebración de una subasta como aquella cons¬taría de tres partes. Primero, Adam subastaría los lotes más baratos. Luego, los más caros, como un broche de diamantes en forma de búho o un juego georgiano de cajas de plata para guardar el té. Y finalmente, subastarían una buena selección de cuadros.
-Hay mucha gente -dijo Myriam a Adam cuando subió a su despacho.
-Esperemos que mañana vengan otra vez to¬dos.
-Por supuesto que lo harán.
-¿Te apetece sentarte conmigo en el estrado mañana? Así te asegurarás de que no me olvido de ninguna puja.
-¡Como si eso fuera a ocurrir! Pero me encan¬taría, Adam. Gracias por tenerme otra vez aquí.
Al día siguiente había todavía más gente que el día anterior. Myriam se puso al lado de Adam. Iba ves¬tida con un traje negro, se había recogido el pelo y se había puesto unos pendientes de perlas.
-Estás muy guapa -murmuró Adam mientras sonreía a la gente.
Empezó la subasta. Myriam estaba muy concen¬trada, pero, después de un rato, se relajó disfru¬tando del espectáculo. El broche de diamantes se terminó vendiendo por el triple de su estimación. Adam y ella se miraron sonrientes.
-Esperaba que no se vendiese y que me lo re¬galases por Navidad -susurró ella divertida. -Deja de soñar -bromeó él-, que empezamos con los cuadros.
La subasta se estaba desarrollando estupenda¬mente hasta que Myriam vio, entre la gente, a Víctor García. Empezó a pujar por uno de los lotes estre¬lla, llevándoselo finalmente por el doble de lo que esperaban conseguir. Fue entonces cuando Myriam no pudo aguantarlo más.
-Adam -susurró Myriam-, ¿puedes arreglártelas tú solo? Solamente quedan un par de lotes para fina¬lizar la subasta.
-Sí, por supuesto. Amarga sorpresa ver a García, ¿verdad?
-Sí, podría haberse ahorrado la visita, pero, por lo menos, se ha dejado mucho dinero.
Myriam descendió del estrado y subió a su oficina para ponerse a salvo. Estaba furiosa porque había perdido el control y la había invadido el pánico cuando los ojos cobalto de Víctor la miraron insolentes.
Adam se reunió con ella cuando terminó la su¬basta.
-Yo me voy a quedar un rato -dijo él-, pero tú puedes irte ya, Myriam.
Ella le sonrió agradecida.
-Está bien, jefe, si no te importa. Creo que ha sido un buen día.
-No ha estado mal -dijo con satisfacción-. Luego nos vemos.
Como Adam normalmente se quedaba trabajando hasta más tarde y ella solía hacer otras cosas des¬pués de trabajar, cada uno salía de casa en su pro¬pio coche. Salió al aparcamiento de empleados y se encontró a Víctor García apoyado contra su co¬che.
-¡Hola, Myriam! -dijo él poniéndola furiosa in¬mediatamente.
Lo miró muy seria.
-Este aparcamiento es privado.
-Mi coche no está aquí.
-Pero tú sí. ¿Te importaría moverte? Me quiero ir a casa.
Cuando Víctor no demostró ninguna intención de hacerlo, Myriam sacó su teléfono móvil del bolso.
-Si no te mueves, llamaré...
-¿A la policía? -la interrumpió él sonriendo-. Un tanto exagerado, ¿no te parece?
-A Adam, no a la policía -lo corrigió ella cris¬pada-. Me dijo que lo podía avisar cuando quisiera si tú me molestabas.
-¿Por qué querría él hacerme nada? -preguntó Víctor con interés-. Hoy me he gastado mucho di¬nero ahí dentro.
-Por favor, obviamente disfrutas con esto, pero yo no. No me hagas llamar a los de seguridad para que te aparten del coche.
-Pensé que quizá quisieses esto -dijo metiéndose la mano en el bolsillo de su chaqueta y sa¬cando, para el asombro de Myriam, un sujetador ne¬gro-. ¿Me equivoco? -preguntó balanceándolo frente a ella-. Creo que es de tu talla si mal no re¬cuerdo, pero podría ser de otra persona.
Como respuesta, Myriam empezó a marcar su telé¬fono, pero Víctor se lo arrebató de las manos y lo apagó.
-Esto es entre tú y yo, Myriam, nada que ver con tu primo o tu hermano, o como lo quieras llamar.
-Ya no hay nada entre tú y yo -dijo ella muy tensa-. Así que deja de hacer el tonto y márchate.
-Primero -dijo él poniéndose serio-, quiero sa¬ber algo.
-¿El qué?
-¿Cuántos años tienes?
Ella lo miró atónita.
-¿Qué interés puede tener mi edad?
-Satisfáceme, por favor.
-Veintidós -contestó ella enfadada.
Víctor asintió despacio.
-Supongo que tiene sentido.
-¿A qué te refieres?
Sonrió y ella deseó que no lo hubiera hecho.
-Al síndrome de niña mimada.
-Y tú, ¿cuántos años tienes? -preguntó ella.
-Casi diez años más, pero no mucho más listo -dijo con una media sonrisa-. Si lo hubiera sido, hubiera echado a correr el día en que te conocí.
-Déjame en paz y vete.
Víctor se la quedó mirando en silencio y le ofreció el sujetador.
-Es tuyo.
-Lo sé.
-Por si te interesa, es imposible que pertenezca a otra mujer -dijo inexpresivo.
-Pues no, no me interesa -mintió ella. La sola idea de una mujer dejándose ropa interior en su casa la deshacía por dentro.
-Eso era todo -dijo Víctor sencillamente.
-Sí, adiós -Myriam se acercó a él, pensando que se apartaría, pero no fue así.
En vez de alejarse, Víctor la abrazó y la besó con tanta fuerza que ella lo mordió y le hizo una pe¬queña herida en el labio.
Víctor se puso una mano en la boca y ella aprove¬chó para quitarle el sujetador. Se lo metió en el bolso y sacó un pañuelo de papel.
-Antonioa, usa esto o te mancharás el traje de san¬gre.
Víctor utilizó el pañuelo mientras veía cómo Myriam abría la puerta del coche.
-Estaba equivocado -dijo él bruscamente.
Ella arqueó una ceja.
-¿En qué?
-Vine para comprar algo para mi apartamento y, al mismo tiempo, con curiosidad por verte. Cuando te he visto con ese traje, tan segura, tan contenta contigo misma... -se detuvo un instante y la miró a los ojos-, que es como tienes que estar, Myriam Montemayor. Nada más encontrarte me han dado ganas de acercarme y abrazarte.
Myriam lo miró incrédula.
-¿Estás seguro de que estás hablando de mí? Recuerda que estás hablando con la niña mimada.
-Lo sé -dijo Víctor pasándose la punta de la len¬gua por el labio-. Seré un idiota, pero todavía te deseo.
-¡Pues lo siento! -exclamó ella metiéndose en el coche y encendiendo el motor.
Salió del aparcamiento a toda prisa estando a punto de colisionar con otro coche. Después, se dirigió a su casa conduciendo al doble de la velo¬cidad habitual.
Tuvo que cambiarse de ropa y jugar un par de horas con sus sobrinos para volver a encontrarse bien.
-Pareces cansada -le dijo Gabriel.
-Hemos tenido un día muy ajetreado -contestó Myriam bostezando-. Ha sido todo un éxito para Montemayor.
-Y, ¿para ti?
-No. Víctor estaba allí.
-¿Cómo?
-Hablaremos luego, es la hora de bañar a los niños.
Durante la cena, que fue más festiva de lo nor¬mal porque celebraron el éxito de la subasta, Adam se levantó para contestar al teléfono, que estaba sonando. Volvió a la mesa sonriendo y se quedó mirando a Myriam.
-Es para ti.
-¿Quién es?
-Averígualo tú misma.
Como estaba segura de que se trataba de Víctor, Myriam se levantó de la mesa sin ganas.
-¿Diga? -dijo de forma apática.
-Cariño, ¿cómo estás? -dijo Frances Montemayor. Myriam dio un salto de alegría.
-¡Mamá! ¡Cuánto te he echado de menos!
Cuando Myriam regresó a la mesa, Gabriel se dio cuenta de que tenía los ojos llenos de lágrimas.
-¿No le habrás contado todo a Frances? -le preguntó ella.
-No, todavía no. Pero cuando he oído su voz, me he emocionado -contestó Myriam-. Estarán aquí dentro de cuatro días.
-Los establos ya están pintados -dijo Gabriel-, y el ama de llaves ha pasado el aspirador. Después de la cena, Myriam se quedó mirando la puesta de sol a través de las ventanas de la cocina.
-Me voy a ir a dar un paseo con el perro -dijo en voz alta antes de salir por la puerta.
Era estupendo estar de vuelta en casa, pero después de vivir sola, le estaba costando un poco el hecho de estar constantemente acompañada de gente. Además, tampoco era justo para Adam y Gabriel. Los niños ya eran mayores y necesitaban su espacio. Ya era hora de que se buscase un
apartamento en Pennington. Sus hermanas se ha¬bían independizado con la misma edad que tenía Myriam en aquel momento. Era tiempo de abandonar el nido.
Cuando regresó a la casa, le dio al perro un par de galletas, rellenó su cuenco de agua y se acercó al salón para dar las buenas noches.
-¿Tan pronto? -exclamó Adam-. ¿No te irás a tu cuarto a llorar sobre la almohada?
-No, me voy a tumbar en mi cama a ver un poco la televisión y así os dejaré un rato solos. -No hace falta... -empezó a decir Gabriel, luego sonrió-. Quizá seas tú la que necesites que nosotros te dejemos un rato sola.
-Baja si te aburres -le dijo Adam.
-Lo haré -prometió Myriam.
Una hora más tarde, Myriam estaba metida en la cama intentando concentrarse viendo una pelí¬cula, cuando Gabriel entró en su cuarto apresura¬damente. Llevaba en la mano un teléfono inalám¬brico y un trozo de papel.
-Tu querido señor García quiere que lo lla¬mes a este teléfono. Parece que es urgente.
-No tengo ninguna intención de llamar a Víctor -dijo ella saliendo de la cama.
Gabriel sonrió y se marchó cerrando la puerta con cuidado tras ella.
Myriam se quedó mirando el trozo de papel cuando el teléfono empezó a sonar.
-No me cuelgues, Myriam -dijo Víctor.
-¿Qué quieres? -preguntó ella con brusque¬dad.
-Verte.
-¿Para qué?
-Para pedirte perdón por mi comportamiento de hoy.
-No hace falta que me veas para hacer eso.
-Quiero devolverte algo.
-Si se trata de más ropa interior, te la puedes quedar como recuerdo.
-Tengo tu teléfono, como te fuiste tan aprisa no me dio tiempo a dártelo.
-Ni siquiera me había dado cuenta de que lo había perdido. Ahora entiendo cómo has conse¬guido este teléfono.
-¿Cuándo podemos quedar?
-No hace falta que quedemos. Puedes llevar el teléfono a Montemayor y dejarlo en recepción.
-Preferiría dártelo en persona.
Myriam lo hizo esperar un rato.
-Bueno, está bien -dijo ella finalmente.
-Te invito a comer mañana...
-No, no hace falta. Te veré un minuto a la hora de la comida. A la una en punto en el parque, bajo la estatua de la Reina Victoria.
-¿Qué parque?
-El Parque Victoria, por supuesto. Sé puntual porque no te voy a esperar.
-Te lo prometo.
Myriam colgó el teléfono y se fue al salón a devol¬verlo.
-¿Qué quería? -preguntó Adam.
-Tiene mi móvil -Myriam se sentó y les explicó lo sucedido en el aparcamiento con Víctor.
-Tenías que haber visto a Myriam cuando vio a ese tipo -le contó Adam a su mujer-, se puso blanca.
-Los dos trabajamos en la misma ciudad -dijo Myriam-, me lo voy a volver a encontrar, pero la pró¬xima vez, me comportaré como una adulta. Por cierto, la próxima vez será mañana, en el Parque Victoria.
-Iré contigo... -dijo Adam frunciendo el ceño.
-No, no lo harás -lo interrumpió Gabriel-. Deja que lo solucione ella sola.
Un poco antes de la una, Myriam salió de la casa de subastas y se dirigió al parque. Por la ma¬ñana había elegido con mucho cuidado la falda recta, la camisa sin mangas y las sandalias pla¬nas que llevaba puestas. Antes de salir, se había colocado una rebeca de punto sobre los hom¬bros. Miró su reloj mientras se acercaba a la es¬tatua. Víctor estaba apoyado en ella, se había qui¬tado la chaqueta del traje y, agarrada con la mano, la llevaba sobre el hombro. En la otra mano tenía una bolsa de papel marrón. Le es¬taba sonriendo.
-Pareces una colegiala con esa ropa -dijo nada más verla.
-¿Eres de los que fantasean con ese tipo de co¬sas? -preguntó ella.
-No, por supuesto que no -contestó, entonces respiró profundamente-. Volvamos a empezar. ¡Hola, Myriam!
-Hola. ¿Tienes mi teléfono?
-No tan rápido, demos un paseo.
-No tengo mucho tiempo.
Él levantó una ceja con ironía.
-Dudo mucho que Adam te rebaje el sueldo si llegas tarde de la comida.
-Claro que no. Pero eso no significa que me quede contigo -le informó ella.
-¿Por qué no? -preguntó él.
-Porque ya no somos amigos -aclaró.
Víctor la miró a los ojos.
-Cosa que lamento enormemente.
Ella también lo lamentaba. No había otra cosa que deseara más que pasear por el parque junto a Víctor. Se dirigieron en silencio por un camino poco transitado que conducía a la orilla del río.
-No debería haberlo hecho -dijo finalmente Víctor.
-¿Haber hecho qué?
-Organizar la segunda entrevista para poder re¬sarcirme, pero, francamente, nunca pensé que aparecerías.
-Fui simplemente con la esperanza de poder verte y así poder ignorarte -dijo ella con franqueza-. Tenía pensado decirle a David Barker que había conseguido otro trabajo.
-Sentémonos a la sombra -sugirió Víctor-. ¿Qué te parece aquel árbol?
-Muy bien, conozco este lugar. Ines y yo so¬líamos venir aquí a comer los domingos.
Víctor puso su chaqueta en el césped.
-Siéntate sobre ella -dijo amablemente.
-¿Estás loco? Se echaría a perder. Mi falda po¬drá soportarlo, además, la tierra está seca -dijo sentándose con las piernas estiradas y cruzadas.
-He traído algo de comer -dijo Víctor ofrecién¬dole la bolsa de papel marrón mientras se sentaba a su lado.
Ella lo miró con sorpresa.
-¿Qué has comprado?
-Mira a ver.
Myriam sacó dos paquetes de bocadillos.
-¡Son iguales a los que comimos en la playa! --exclamó con voz ronca.
-No ha sido nada fácil encontrarlos -le aseguró él-. Parece que esta vez se me ha olvidado traer servilletas.
Myriam sacó unos pañuelos de papel de su bolso.
-Eres una chica con recursos -añadió cariñosa¬mente-: Pareces cansada, ¿Adam te hace trabajar duro?
-No, pero en Montemayor estamos muy ocupados. Ahora es la temporada de subastas.
Terminaron los bocadillos y Myriam se limpió me¬ticulosamente la boca y las manos. Giró la cabeza y se encontró a Víctor mirándola fijamente, sus ros¬tros estaban a escasos centímetros.
-No te preocupes -dijo él suavemente-, no voy a volver a besarte; además, estamos en un sitio público...
-Es una pena que ayer no te dieras cuenta de eso mismo en el aparcamiento -le contestó ella.
-Además, mi labio está demasiado inflamado para besar a nadie, a menos... -hizo una pausa y bajó el tono de su voz-, que tú quieras besarme a mí.
-Realmente, no -mintió ella.
-Una pena -hizo una pausa y cambió radical¬mente de tema-. Ya has asumido la información que te dio Adam sobre tu familia.
-Más o menos, aunque no me apetece decirles a mis padres que me he enterado de todo y, sobre todo, confesar lo que pasó después.
-¿Vas a hablarles sobre mí? -preguntó Víctor sor¬prendiendo a Myriam.
-No creo que haga falta. En cuanto te enteraste de quién era la verdadera Myriam Montemayor, saliste corriendo.
Víctor sacudió la cabeza.
-Eso no es así.
-Sí, sí lo es. No vas a tener otra oportunidad para hacerme daño -con un pequeño movimiento ella se puso de pie-. Es hora de que vuelva al tra¬bajo.
Víctor también se puso de pie.
-Te acompañaré.
-No hace falta.
-No quiero que andes sola por esta parte del parque aunque sea a pleno día.
-Ya no necesito a nadie que me vigile, Víctor. Además, nunca lo he necesitado.
Él apretó la mandíbula.
-¿Eso significa que debería haber pasado de largo la noche en que te conocí?
-No -dijo ella con sinceridad-, me alegro de que no lo hicieras, incluso aunque todo haya ter¬minado en lágrimas. Por eso, esta vez, despidá¬monos amigablemente. Gracias por la comida.
-De nada, deja que te acompañe, por favor. Ella accedió, la verdad era que no tenía nin¬guna prisa en despedirse de él, pero se arrepintió de haberlo hecho cuando llegaron hasta la puerta de Montemayor y, en aquel preciso momento, Adam salió y apareció ante ellos.
-¡Hola! -los saludó sorprendido-. ¿Qué estás haciendo aquí?
-Acompañando a tu hermana -contestó Víctor se¬riamente.
-Se lo he preguntado a Myriam -apuntó Adam-. Se supone que tenías la tarde libre.
Myriam se ruborizó tanto que ambos hombres se la quedaron mirando fijamente.
-Pensé que tenías prisa por volver al trabajo -le dijo Víctor.
-Yo no la obligo a fichar cuando entra y cuando sale -dijo Adam cortante. Miró su reloj-. Me tengo que ir, tengo una cita en Cirencester. Vete a casa, Myriam. Descansa para el fin de semana -sa¬ludó levemente con la cabeza a Víctor y se marchó.
Se quedaron callados un rato.
-¿Qué pasa este fin de semana? -preguntó fi¬nalmente Víctor.
-Tenemos que terminar de preparar todo antes de que vengan mis padres de viaje, por eso me ha¬bía Antonioado la tarde libre.
-Bueno, si vas a escabullirte del trabajo, yo también lo haré -le dijo dándole el teléfono mó¬vil. Se la quedó mirando de tal manera que a Myriam se le paró el corazón un instante-. ¿Vienes a casa conmigo un rato? Solo para Antonioar un té -añadió-. Nada de amor por la tarde.
-¿Amor? -preguntó Myriam-. Llama a las cosas por su nombre, señor García, lo nuestro era so¬lamente puro sexo.
Capítulo 10
Comer con Víctor en el parque echó a perder todos los esfuerzos de Myriam de recuperarse. Media hora en su compañía fue suficiente para que ella se diera cuenta de lo mucho que lo echaba de menos. Estuvo a punto de aceptar la in¬vitación de ir a su casa a Antonioar el té, pero su sen¬tido común se lo impidió.
El domingo por la noche los establos ya esta¬ban listos. Se habían pasado todo el fin de semana trasladando, desde la casa grande, todos los mue¬bles que Frances había escrito en su lista.
-Probablemente se pasarán días moviendo los muebles de sitio hasta quedar satisfechos -dijo Adam bostezando.
Myriam se fue a la cama muy cansada después del duro fin de semana. Estuvo pensando que tan solo unas semanas atrás ni sabía nada de su pasado ni había conocido a Víctor. Suspiró. Aquello había cambiado su vida radicalmente.
Durante los días siguientes, Myriam se obligó a sí misma a rechazar cualquier pensamiento sobre Víctor para que no se viera perturbada la felicidad que sentía por volver a ver a sus padres. El día en que llegaron, planeó irse pronto de la oficina para tener tiempo suficiente de cambiarse y de arreglarse un poco. Así estaría lista para poder re¬cibirlos en cuanto el coche asomara por la calle. Pero para su disgusto, Adam la retuvo hasta tarde como ya iba siendo habitual.
-No te preocupes, llegaremos a casa a tiempo para poder recibirlos -le dijo Adam.
Cuando llegaron a la casa, Myriam pudo ver dos coches aparcados frente a ella. Un hombre de pelo cano estaba de pie, junto a la puerta.
-¡Papá! -gritó Myriam saliendo del coche y co¬rriendo hasta él para abrazarlo.
-¡Myriam, cariño! -dijo Frances acercándose a ellos.
Myriam se abalanzó sobre ella y le dio un beso al tiempo que la abrazaba.
-Mírate -exclamó su madre-. Obviamente Adam te está haciendo trabajar duro...
-Sabía que dirías eso -dijo su hijo acercándose y dándoles un beso-. ¿Qué tal lo habéis pasado?
-Estupendamente -contestó Antonio Montemayor-. ¿Qué tal van los negocios?
-Ni hablar -los interrumpió Frances-. Esta no¬che no se habla de negocios, estamos de celebra¬ción.
Myriam Tomó aire profundamente.
-Primero, tengo algo que deciros.
-¡Hola Myriam! Llegas tarde -la interrumpió Leonie Savage corriendo hacia ella para darle un beso.
-¡Leo! -gritó Myriam con alegría abrazando a su hermana.
Detrás de Leonie había un hombre esperando a abrazarla también.
-No te preocupes, princesa -susurró Jonah Sa¬vage en el oído de Myriam.
Tuvo que soltarla porque el pequeño Hal es¬taba impaciente por conseguir la atención de Myriam.
-Perdona, Hal -se disculpó Myriam Antonioando la mano del pequeño y preguntándole qué tal le ha¬bía ido el día.
Luego, volvió con su madre, que estaba mo¬rena y descansada. Se había cortado el pelo muy corto.
-¡Qué moderna! -le dijo Myriam.
-Me lo he hecho en Florencia -contestó Fran¬ces de camino a la cocina-. Hemos echado un vis¬tazo a los establos. Han quedado estupendamente. Se nota que habéis trabajado duro. No tenemos más que colgar un par de cuadros y reorganizar un poco el sitio de las cosas.
-Te lo dije, Myriam -dijo Adam resignado.
Myriam se fue a darse una ducha rápida y a cam¬biarse de ropa. Cuando volvió a bajar para reu¬nirse con todos, se llevó una gran sorpresa al ver a su hermana Kate con su enorme marido.
-Me alegro de verte -le dijo a Kate dándole un beso-, y a ti también, Alasdair.
Alasdair Drummond le dio un beso en la meji¬lla.
-Solo faltan Jess y Lorenzo -dijo Myriam.
-Sí, cariño -dijo su madre-. Han querido estar aquí, pero Marco se puso enfermo. De todos mo¬dos, Jess te manda recuerdos, la verás en las vaca¬ciones.
Pasaron una velada animada y ruidosa. Cuando llegó el momento del postre y los quesos, los más pequeños se habían dormido en brazos de sus abuelos. Adam los subió a la cama. Myriam sabía que el momento de hablar con sus padres se estaba acercando y sintió un hormigueo creciente en su estómago. Cuando terminaron de cenar, se prestó voluntaria para hacer el café, con lo cual pudo de¬morar el fatal momento un poco más.
-¿Te echo una mano, Myriam? -le preguntó Jo¬nah entrando en la cocina.
-Ya está todo. Si quieres lleva la bandeja, yo cargaré con el resto -dijo intentando sonreír. -Anímate, princesa -dijo él mientras la seguía al salón-. Todos estamos aquí para apoyarte. Todos Antonioaron el café mientras charlaban y reían. Myriam rellenó las tazas por segunda vez y volvió a sentarse, preguntándose si sería mejor quedarse a solas con sus padres para hablar con ellos o ha¬cerlo allí delante de todos.
-Frances, Antonio -dijo Gabriel a modo de intro¬ducción-. Tengo una confesión que haceros. Me temo que hice algo terrible mientras ustedes estaban de viaje, solo espero que podáis perdo¬narme -les empezó a contar cómo, sin darse cuenta, había revelado a Myriam la verdad sobre su nacimiento.
Casi inmediatamente, Myriam la interrumpió mi¬rando a sus padres desesperada.
-Fui yo la que hice algo terrible, no Gabriel. Sé que no te gustan las escenas, Kate, así que, por fa¬vor, no te enfades, pero tengo que hacer esto -acto seguido empezó a contar todo lo sucedido.
Sus padres la escucharon con atención, solamente interrumpida por alguna exclamación por parte de Francés. Myriam les agradeció que la dejasen hablar, pero cuando vio lágrimas en los ojos de su madre, cruzó la habitación para arrojarse a sus brazos.
-No te eches la culpa -le dijo Antonio Montemayor a Gabriel cuando las lágrimas empezaron a correr por sus mejillas-. La culpa es nuestra. Debería¬mos haberle dicho la verdad hace años a Myriam.
Francés asintió mientras se sonaba y se secaba las lágrimas.
-Te llamamos Myriam por expreso deseo de Rachel, pero siempre te hemos considerado como una hija más.
Myriam se la quedó mirando sorprendida.
-¿Rachel eligió mi nombre?
-Sí, cariño -Francés le dio un pañuelo de pa¬pel-. Suénate.
-De todos modos, Myriam -empezó a decir Alasdir sonriendo, para aligerar un poco el ambiente-, me hubiese encantado verte subida a aquel piano can¬tando canciones de amor.
-A mí también -apuntó Kate con entusiasmo. Adam se relajó cuando vio asomar una sonrisa en el rostro de su madre.
-Bueno, no lo hizo tan mal, si hubiera sido la hermana de otra persona hubiera disfrutado con el espectáculo -dijo Adam sonriendo.
-La gente me aplaudió mucho -apuntó Myriam sentada a los pies de sus padres-. Estaba aterrori¬zada, solamente lo hice por hacer un favor a tu amigo Tim.
-No pienses que has sido la única que te has escapado, Myriam -intervino Leonie-. Yo también me escapé una vez. Rompí mi compromiso con Jonah y me fui a Italia sin dar explicaciones a na¬die.
-¡Farthing Street! -exclamó de pronto Antonio Montemayor-. ¿Es la calle que está cerca del canal? Pensé que habían tirado aquellas casas hace tiempo.
-Deberían haberlo hecho -dijo Adam son¬riendo.
-La casa tampoco estaba tan mal -protestó Myriam.
-¡Era un agujero!
-Pero barato -dijo Myriam mirando a sus padres-. Hay algo más.
-Dínoslo -dijo Francés con suavidad.
-Aunque era una casa horrible, me gustó la ex¬periencia de vivir sola.
Antonio sonrió y miró a su esposa.
-Hemos estado esperando esto desde hace al¬gún tiempo.
-¿De verdad? -exclamó Myriam incrédula-. En¬tonces, ¿no os importa?
-¿Adónde piensas ir? -preguntó Frances con resignación.
-Me gustaría alguna zona de moda en el centro de Pennington, algo que me pueda permitir. -Adam_no te ha contado todo -dijo Antonio-. En tu próximo cumpleaños recibirás el dinero que te dejó Rachel. Nos pidió que usásemos algo para tu educación, pero nosotros nunca lo hemos utili¬zado. Así que está todo, esperándote -él dijo una cifra que dejó muda a Myriam momentáneamente-. Con eso podrías comprarte un apartamento.
-Tendrás que tener cuidado, querida -la avisó Kate sonriendo-. Con tu aspecto y tu dinero vas a tener a toda la población masculina de Pennington detrás de ti.
-No te preocupes -le aseguró Myriam-. No estoy interesada en los hombres.
-¿Por qué? -preguntó su madre frunciendo el cejo.
-Trabajar en un bar me ha alejado de algunas especies -Myriam sonrió-, exceptuando la presente compañía, claro.
La reunión terminó con besos y abrazos de des¬pedida. Kate y Alasdair se fueron en coche a su casa de Gloucester. Jonah, antes de irse con su mujer, se acercó a Myriam.
-Mi tío era un hombre que te hubiera gustado mucho, Myriam. Intenta no echarle la culpa a nin¬guno de los dos, ni a Richard ni a Rachel.
-Ya no lo hago.
-Buena chica -dijo Jonah sacando un sobre del bolsillo de su chaqueta-. Esto es algo que pensé que te gustaría tener. Ábrelo cuando estés sola -añadió antes de que su mujer se acercara.- ¿Es¬tás lista, cariño?
-Lista -le aseguró ella.
Una vez que todos se fueron, Frances y Antonio se prepararon para irse a los nuevos establos a pasar la noche.
-Pareces cansada, cariño -dijo Frances mi¬rando a Myriam de cerca-. Vete ya a la cama.
Myriam se despidió de ellos con un beso y se fue a la privacidad de su dormitorio a abrir el sobre que Jonah le había dado. Encontró en su interior dos fotografías. Myriam conocía a una joven Rachel gra¬cias a una foto que descansaba, dentro de un marco de plata, sobre el escritorio de su padre, pero la imagen que tenía en su mano había sido Antonioada mucho después, probablemente correspondía a la época en la que conoció a Richard Savage. Era alta, rubia, con ojos vivos e inteligentes. El pare-cido entre Rachel y su hermano Antonio era evidente. Myriam se quedó mirando aquella foto durante un rato antes de pasar a la siguiente y, por un momento, pensó que Jonah le había dado una foto de él mismo. Luego, con sorpresa, se dio cuenta de que aquel hombre elegante y moreno era Richard Sa¬vage.
-No me extraña que Rachel se enamorara de ti -le dijo Myriam a la fotografía.
A la mañana siguiente, Myriam terminó de desayu¬nar cuando Adam y Gabriel aparecieron. -Buenos días, ¿y los chicos? No los he oído.
-Aún están dormidos, anoche quedaron agota¬dos -dijo Adam asintiendo.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó Gabriel-. ¿Has podido dormir después de lo de ayer?
-Sí, creo que hablar las cosas me ha relajado el espíritu. He dormido de un tirón.
-En ese caso -empezó a decir Adam dándole un manojo de llaves-, ¿le harías un favor a tu que¬rido y viejo hermano? ¿Podrías adelantarte e ir abriendo Montemayor? Me gustaría, por una vez, desa¬yunar tranquilamente con mi mujercita, pero no te preocupes, no tardaré mucho.
Myriam se puso de pie de un salto.
-No te preocupes, jefe. Diles a papá y mamá que los veré luego.
Cuando llegó a Montemayor, se fue directa a su pe¬queño despacho. Colgó su chaqueta y se quedó mirando por la ventana un instante. El cielo es¬taba nublado, pero su estado de ánimo era bueno, mucho mejor que el de últimamente. Los proble¬mas familiares ya estaban resueltos, lo único que tenía que hacer en aquel momento era sacar a Víctor García de su cabeza. Suspiró. Se dio la vuelta al oír que le traían el correo.
-Gracias, Colin. -De nada.
Se sentó en su escritorio y se puso a trabajar. La siguiente persona que apareció fue Reg Parker, llevaba trabajando allí hacía años.
-¿Adam se encuentra bien? -le preguntó.
-Perfectamente, ahora vendrá.
Cuando Adam apareció por la oficina, venía cargando con un inmenso ramo de exquisitas ro¬sas blancas.
-¡Gracias, jefe! -exclamó Myriam con una amplia sonrisa-. ¿Se puede saber qué he hecho para me¬recer esto?
-Yo también me lo he preguntado cuando me las ha dado la recepcionista. Supongo que son de tu ex novio.
Myriam Tomó el pequeño sobre que acompañaba a las flores, lo abrió y asintió con la cabeza.
-¿Quieres saber lo que pone? -dijo Myriam.
-Puedes apostarlo.
Ella se levantó y le dio la pequeña tarjeta. Él la leyó.
-No entiendo muy bien lo que dice, pero ¿vas a hacer lo que te pide? -preguntó su hermano.
Ella se quedó pensativa.
-No estoy segura -contestó. Recuperó la tar¬jeta y la leyó de nuevo:
No lo era. Ven al parque a la una. Adam miró por la ventana.
-Parece que va a llover, es una pena que dejes que se moje.
-Pensé que Víctor no te gustaba -comentó Myriam sorprendida.
-Solo porque te ha hecho infeliz, pero obvia¬mente quiere arreglar las cosas. Si lo quieres, Myriam, ve por él.
Ella dobló la tarjeta.
-Me está dando ordenes y no me gusta, con o sin rosas.
Myriam colocó las flores en un florero que había en su oficina y, para sorpresa de Adam, las colocó encima de un archivador, presidiendo la habita¬ción y, de tal manera, que cada vez que Myriam levan¬tara la vista del ordenador, las vería.
espero muchos comentarios y gracias por lo que me dejaron....
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias pos los Caps. y que bueno que ya estas de vuelta Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Niña, aquí reportándome con tu novelita, está genial, síguele!!!!
Marianita- STAFF
- Cantidad de envíos : 2851
Edad : 38
Localización : Veracruz, Ver.
Fecha de inscripción : 25/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
miil graciias por el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias por los capitulos, ke no lo deje mojarse
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Espero que pronto se arreglen Myriam y Víctor
Gracias por el capítulo
Gracias por el capítulo
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
jajaj MUY BUENA LA NOVELA GRAXIAS JAJA ESTABA MUY ATRASADO CON ELLA PERO YA AL CORRIENTE Y EN ESPERA DEL SIG. CAPITULO GRAXIAS
mariateressina- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 897
Localización : Campeche, Camp.
Fecha de inscripción : 28/11/2009
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
gracias por los capitulos me encanta...siguele por faaaa
jai33sire- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1207
Edad : 48
Localización : Mexico Distrito Federal
Fecha de inscripción : 23/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Gracias por los capitulo
no tardes esta buena
rodmina- VBB PLATA
- Cantidad de envíos : 433
Edad : 37
Fecha de inscripción : 28/05/2008
Re: "DULCE ENGAÑO" Cap Final
Hola chicas una disculpa pero este fin ya no pude poner mas capitulos... la razon es que fue mi cumple y estuve un poco ocupada.... pero aqui tienen el ultimo capitulo antes del final por la tarde se los pongo....
Capítulo 11
El orgullo fue el responsable de que Myriam no fuera al parque a encontrarse con Víctor, pero el perfume de las rosas era tan in¬tenso que cuando finalmente el sol salió y el cielo se despejó, desistió de intentar concentrarse, se le¬vantó y se fue en busca de Adam.
-Son solamente las doce y media y no estoy muy ocupada. ¿Puedo Antonioarme más tiempo de lo normal a la hora de comer? -le preguntó a Adam cuando lo encontró.
-¿Vas a ir al parque?
-Ni hablar, ya te lo he dicho. Simplemente nece¬sito un poco de aire fresco, creo que voy a ir a correr.
-Muy bien, luego te veo.
Myriam regresó a su despacho y se puso ropa de de¬porte, sus zapatillas de correr y un chubasquero por encima. Se metió en el coche y condujo hasta el si¬tio en el que siempre solía correr, a la orilla del río.
Mientras hacía ejercicio sonrió ligeramente al imaginarse a Víctor esperándola en vano en el par¬que, como un colegial esperando a su novia.
Sobre las dos y media regresó a la oficina para encontrarse a Adam esperándola como un león enjaulado.
-¿Dónde diablos has estado? -le preguntó fu¬rioso-. Estás empapada.
-Lo siento, se ha puesto a llover de nuevo, pero me ha sentado muy bien estirar un poco las pier¬nas. Si me das cinco minutos, me cambiaré y es¬taré lista para lo que sea -se lo quedó mirando-. ¿Qué sucede?
-Estaba preocupado -gritó para la sorpresa de Myriam.
-¿Porqué?
-García vino hace una hora, empapado y gritando. Exigía verte y hablar contigo.
-¿De verdad? -exclamó atónita.
-Sí, de verdad. Cuando le dije que te habías ido a correr a la orilla del río, se puso como loco. Los ojos de Myriam brillaron con intensidad. -¿Pero a él qué le importa si tú me das tiempo libre?
-No, a él lo que lo enfurecía era que te hubie¬ras ido sola, por si te pasaba algo. Yo le dije que siempre ibas a correr al mismo sitio, pero él me contestó que, me gustase o no, él siempre se preo¬cuparía por ti, entonces se marchó a buscarte. Cuando me quedé solo, yo también empecé a pre¬ocuparme. Ya me estaba imaginado que te habían atracado, asaltado o Dios sabe qué.
Myriam fue a cambiarse de ropa. Si Víctor aún se pre¬ocupaba por ella, sería mejor que se arreglara y se maquillara bien porque probablemente aparecería de nuevo en la oficina.
Adam sugirió que llamara a Víctor para hacerle saber que se encontraba sana y salva.
-Sí, tienes razón. Lo haré ahora -le dijo a su hermano.
Su teléfono móvil no estaba operativo. Enton¬ces Myriam llamó a Safehouse, pero allí le dijeron que se había Antonioado el día libre. No le quedó más re¬medio que llamar a su apartamento, pero cuando la voz de su contestador automático le dijo que dejara un mensaje, ella colgó el teléfono. Resig¬nada, volvió a su trabajo.
Para su decepción, Víctor no apareció por Montemayor en toda la tarde. Tampoco la estaba esperando en el aparcamiento. Al regresar a casa se animó un poco al ver a su madre y a sus sobrinos.
Luego, por la noche, Myriam intentó volver a loca¬lizar a Víctor, pero obtuvo el mismo resultado que anteriormente. Un tanto desanimada se sentó con sus padres, antes de cenar, a ver las noticias de la televisión.
-Un hombre ha sido atacado, robado y abando¬nado inconsciente junto al río de Pennington en la mañana de hoy -dijo el presentador del teledia¬rio-. La víctima se trata de un hombre moreno, de unos treinta años, vestido con ropa muy cara. La policía ruega a cualquiera que pueda tener infor¬mación que llame al...
-¿Myriam? -exclamó Antonio Montemayor mientras su hija se ponía de pie-. ¿Qué pasa?
-Ahí es donde he estado corriendo esta mañana.
-Pues no vuelvas a ir, búscate un lugar más se¬guro.
-Tengo que llamar a la policía -dijo Myriam agoni¬zando de impaciencia-. Creo que puedo conocer a la víctima de la que han hablado.
Después de haber conseguido hablar con el en¬cargado del caso, Myriam dijo a sus padres lo que iba a hacer.
-La policía me ha dicho que tengo que ir al Hospital General a intentar identificarlo.
-Pero, ¿quién es? -preguntó su padre preocu¬pado.
-Alguien que he conocido hace poco, ustedes no saben quién es.
-Iré contigo -dijo Antonio levantándose.
-No hace falta, solamente iré al hospital y vol¬veré, además, quizá no sea el hombre que yo co¬nozco.
Antonio suspiró.
-Está bien -dijo.
Cinco minutos más tarde, Myriam llego al centro de Pennington.
-Todavía está inconsciente, señorita -le dijo el policía mientras se acercaban hasta el cubículo donde estaba la víctima-. Debo advertirle que la persona en cuestión no tiene muy buen aspecto.
Myriam tomó aire profundamente mientras el poli¬cía descorría la cortinilla que aislaba la cama de las demás. El hombre allí tumbado estaba pálido, con la cara llena de contusiones y de heridas con puntos de sutura, pero Myriam lo hubiera besado con alivio, porque no se trataba de Víctor García.
Se giró hacia el policía, negando con la cabeza.
-Lo siento, no he visto a este hombre en mi vida. ¿Qué tal está?
-Muy mal. Le robaron todo, por eso no sabe¬mos su nombre.
Cuando abandonó el hospital, Myriam llamó a su padre para informarlo de lo sucedido y para de¬cirle que iría a casa más tarde. Se metió en el co¬che y se dirigió al apartamento de Víctor. Suspiró aliviada cuando vio su coche aparcado en la puerta. Aparcó el suyo, se bajó y llamó a la puerta del portero automático. Cuando escuchó la voz familiar preguntando quién era, ella contestó.
-Soy Myriam, ¿puedo subir?
Se hizo un silencio hasta que la puerta se abrió. Ella entró en el portal y se quedó sin respira¬ción al ver a Víctor en lo alto de la escalera.
-¡Qué estupenda sorpresa! -dijo él con sar¬casmo-. ¿Pasabas por aquí, quizá?
-No -contestó ella mientras subía los escalo¬nes-. He estado en el centro y pensé venir a darte las gracias en persona por las flores.
-Ya veo -dijo cuando estuvieron dentro del apartamento-. ¿Quieres sentarte o tienes prisa?
-No, no tengo prisa.
-¿Algo de beber? -dijo educadamente.
-Café, gracias.
Víctor asintió y desapareció.
Myriam no esperaba que la fuese a recibir con los brazos abiertos, después de haberlo dejado solo bajo la lluvia; se había figurado que estaría furioso y enfadado, pero la indiferencia que había mostrado al verla dejó a Myriam un tanto confusa y desorientada.
Cuando Víctor regresó se mantuvo en silencio mientras colocaba el café junto a ella.
-Gracias -dijo Myriam en voz baja acomodándose en el sofá. Víctor se sentó frente a ella-. Adam me ha dicho que hoy has estado en las oficinas de Montemayor.
-Sí, después de esperar bajo la lluvia, estaba tan enfadado que fui a preguntarte por qué no ha¬bías tenido la cortesía de avisarme por teléfono que no irías al parque. Supongo que te has diver¬tido imaginando cómo me empapaba mientras te esperaba.
-Pues sí y mucho -admitió ella dando un sorbo a su café.
-Supongo que ya estás de nuevo arropada por el cariño de tu familia.
-Sí, cuando llegaron mis padres me disculpé como pude por mi comportamiento, pero como sigo siendo su hija, mimada, pero su hija, me quieren y me perdonaron.
-¿Me has mencionado?
-No.
-¿Porqué?
Myriam terminó su café y devolvió la taza a la ban¬deja.
-Me dejaste, ¿recuerdas? No me he molestado en contarles nuestra pequeña aventura.
La boca de Víctor se tensó.
-¿Es eso lo que piensas?
-Bueno, no pienso en ello en absoluto -mintió ella-. Gracias por el café, ahora debo irme.
Él sacudió la cabeza.
-No sin que antes me digas por qué has venido. Si solamente ha sido para agradecerme las flores, ¿por qué no lo has hecho por teléfono?
-Te he llamado, pero tenías el móvil desconec¬tado.
-Podías haberme llamado aquí.
-Pero no estabas.
-Podías haber dejado un mensaje.
-Ahora hubiera deseado haberlo hecho -le ase¬guró ella irritada-. Ya es tarde -añadió mirando el reloj.
-No son ni las nueve -apuntó Víctor-. ¿Has que¬dado con alguien?
-¿Así vestida? No.
Los ojos de Víctor recorrieron los pantalones va¬queros y la sudadera que Myriam llevaba puesta. -Entonces, ¿qué estabas haciendo en la calle a estas horas?
-He tenido que ir al hospital.
-¿Por qué? ¿Te encuentras bien?
Myriam le explicó lo que había visto en las noticias y su posterior visita al hospital.
-¿Tienes idea de lo preocupado que estaba cuando no he podido encontrarte al mediodía? Te estuve buscando bajo la lluvia como un loco, me mojé tanto que hasta se me empapó el móvil, que por cierto se ha roto, por eso no pudiste localizarme a través de él. Cuando volví a llamar a tu oficina y me dijeron que ya habías vuelto, me enfadé tanto que no quise hablar contigo y me fui a casa. Pero por el amor de Dios, Myriam, elige otro lugar para ir a correr, fíjate lo que le ha pasado a ese hombre.
-Tienes razón, mi padre también me lo ha pe¬dido. Se ha quedado muy preocupado con lo que ha pasado.
-¿Estás contenta de volver a vivir en casa?
-Sí y no -contestó ella suspirando-. No me malinterpretes, estoy feliz con ellos, pero me he acostumbrado a vivir sola. Ya les he contado mis intenciones de mudarme y lo han entendido, mis hermanas hicieron lo mismo en su día.
-¿Ya has pensado dónde quieres vivir? -Quiero comprarme un apartamento en el cen-tro. Mi madre biológica me dejó una suma muy interesante de dinero que recibiré el día de mi cumpleaños.
-Es decir, ya no eres una chica sola y pobre. ¿Quieres ver el cuadro que compré en Montemayor? -dijo cambiando de tema-. No te preocupes, no está en mi dormitorio y por cierto, mantengo lo que dije.
-¿Qué quieres decir?
-Me refiero a lo que escribí en la tarjeta que mandé con las rosas.
-¿Ordenándome que fuera al parque?
-Había algo escrito delante de eso.
-Lo sé, pero no lo entendí.
Víctor se acercó a ella.
-Te estaba contestando a lo que me dijiste el viernes, cuando nos despedimos después de comer en el parque, cuando me dijiste que lo nuestro sola¬mente había sido puro sexo y, ya te lo he dicho en la tarjeta, no lo era, al menos para mí. Si no me im-portases, ¿por qué habría estado buscándote hoy? Quiero proponerte una cosa -dijo sentándose a su lado en el sofá y tomándole la mano-. Durante es¬tos últimos días, no me he dejado de repetir que eras muy joven para mí, que no éramos compati¬bles, que eras una niña mimada y que era mejor si no volvía a verte, pero la verdad es -añadió tomándolo de los hombros y mirándola cara a cara- que te echo de menos, Myriam.
-Has dicho que me ibas a proponer algo -le re¬cordó ella.
-Sí -dijo suavemente-. Me divertí mucho co¬miendo en el parque, ¿y tú?
-También, tengo que reconocerlo.
-He pensado que para convencerte de que lo que hay entre nosotros no es solamente sexo, se–orita Montemayor, voy a cortejar.
espero leer muchos comentarios... y gracias a todas por los que me escriben......
Capítulo 11
El orgullo fue el responsable de que Myriam no fuera al parque a encontrarse con Víctor, pero el perfume de las rosas era tan in¬tenso que cuando finalmente el sol salió y el cielo se despejó, desistió de intentar concentrarse, se le¬vantó y se fue en busca de Adam.
-Son solamente las doce y media y no estoy muy ocupada. ¿Puedo Antonioarme más tiempo de lo normal a la hora de comer? -le preguntó a Adam cuando lo encontró.
-¿Vas a ir al parque?
-Ni hablar, ya te lo he dicho. Simplemente nece¬sito un poco de aire fresco, creo que voy a ir a correr.
-Muy bien, luego te veo.
Myriam regresó a su despacho y se puso ropa de de¬porte, sus zapatillas de correr y un chubasquero por encima. Se metió en el coche y condujo hasta el si¬tio en el que siempre solía correr, a la orilla del río.
Mientras hacía ejercicio sonrió ligeramente al imaginarse a Víctor esperándola en vano en el par¬que, como un colegial esperando a su novia.
Sobre las dos y media regresó a la oficina para encontrarse a Adam esperándola como un león enjaulado.
-¿Dónde diablos has estado? -le preguntó fu¬rioso-. Estás empapada.
-Lo siento, se ha puesto a llover de nuevo, pero me ha sentado muy bien estirar un poco las pier¬nas. Si me das cinco minutos, me cambiaré y es¬taré lista para lo que sea -se lo quedó mirando-. ¿Qué sucede?
-Estaba preocupado -gritó para la sorpresa de Myriam.
-¿Porqué?
-García vino hace una hora, empapado y gritando. Exigía verte y hablar contigo.
-¿De verdad? -exclamó atónita.
-Sí, de verdad. Cuando le dije que te habías ido a correr a la orilla del río, se puso como loco. Los ojos de Myriam brillaron con intensidad. -¿Pero a él qué le importa si tú me das tiempo libre?
-No, a él lo que lo enfurecía era que te hubie¬ras ido sola, por si te pasaba algo. Yo le dije que siempre ibas a correr al mismo sitio, pero él me contestó que, me gustase o no, él siempre se preo¬cuparía por ti, entonces se marchó a buscarte. Cuando me quedé solo, yo también empecé a pre¬ocuparme. Ya me estaba imaginado que te habían atracado, asaltado o Dios sabe qué.
Myriam fue a cambiarse de ropa. Si Víctor aún se pre¬ocupaba por ella, sería mejor que se arreglara y se maquillara bien porque probablemente aparecería de nuevo en la oficina.
Adam sugirió que llamara a Víctor para hacerle saber que se encontraba sana y salva.
-Sí, tienes razón. Lo haré ahora -le dijo a su hermano.
Su teléfono móvil no estaba operativo. Enton¬ces Myriam llamó a Safehouse, pero allí le dijeron que se había Antonioado el día libre. No le quedó más re¬medio que llamar a su apartamento, pero cuando la voz de su contestador automático le dijo que dejara un mensaje, ella colgó el teléfono. Resig¬nada, volvió a su trabajo.
Para su decepción, Víctor no apareció por Montemayor en toda la tarde. Tampoco la estaba esperando en el aparcamiento. Al regresar a casa se animó un poco al ver a su madre y a sus sobrinos.
Luego, por la noche, Myriam intentó volver a loca¬lizar a Víctor, pero obtuvo el mismo resultado que anteriormente. Un tanto desanimada se sentó con sus padres, antes de cenar, a ver las noticias de la televisión.
-Un hombre ha sido atacado, robado y abando¬nado inconsciente junto al río de Pennington en la mañana de hoy -dijo el presentador del teledia¬rio-. La víctima se trata de un hombre moreno, de unos treinta años, vestido con ropa muy cara. La policía ruega a cualquiera que pueda tener infor¬mación que llame al...
-¿Myriam? -exclamó Antonio Montemayor mientras su hija se ponía de pie-. ¿Qué pasa?
-Ahí es donde he estado corriendo esta mañana.
-Pues no vuelvas a ir, búscate un lugar más se¬guro.
-Tengo que llamar a la policía -dijo Myriam agoni¬zando de impaciencia-. Creo que puedo conocer a la víctima de la que han hablado.
Después de haber conseguido hablar con el en¬cargado del caso, Myriam dijo a sus padres lo que iba a hacer.
-La policía me ha dicho que tengo que ir al Hospital General a intentar identificarlo.
-Pero, ¿quién es? -preguntó su padre preocu¬pado.
-Alguien que he conocido hace poco, ustedes no saben quién es.
-Iré contigo -dijo Antonio levantándose.
-No hace falta, solamente iré al hospital y vol¬veré, además, quizá no sea el hombre que yo co¬nozco.
Antonio suspiró.
-Está bien -dijo.
Cinco minutos más tarde, Myriam llego al centro de Pennington.
-Todavía está inconsciente, señorita -le dijo el policía mientras se acercaban hasta el cubículo donde estaba la víctima-. Debo advertirle que la persona en cuestión no tiene muy buen aspecto.
Myriam tomó aire profundamente mientras el poli¬cía descorría la cortinilla que aislaba la cama de las demás. El hombre allí tumbado estaba pálido, con la cara llena de contusiones y de heridas con puntos de sutura, pero Myriam lo hubiera besado con alivio, porque no se trataba de Víctor García.
Se giró hacia el policía, negando con la cabeza.
-Lo siento, no he visto a este hombre en mi vida. ¿Qué tal está?
-Muy mal. Le robaron todo, por eso no sabe¬mos su nombre.
Cuando abandonó el hospital, Myriam llamó a su padre para informarlo de lo sucedido y para de¬cirle que iría a casa más tarde. Se metió en el co¬che y se dirigió al apartamento de Víctor. Suspiró aliviada cuando vio su coche aparcado en la puerta. Aparcó el suyo, se bajó y llamó a la puerta del portero automático. Cuando escuchó la voz familiar preguntando quién era, ella contestó.
-Soy Myriam, ¿puedo subir?
Se hizo un silencio hasta que la puerta se abrió. Ella entró en el portal y se quedó sin respira¬ción al ver a Víctor en lo alto de la escalera.
-¡Qué estupenda sorpresa! -dijo él con sar¬casmo-. ¿Pasabas por aquí, quizá?
-No -contestó ella mientras subía los escalo¬nes-. He estado en el centro y pensé venir a darte las gracias en persona por las flores.
-Ya veo -dijo cuando estuvieron dentro del apartamento-. ¿Quieres sentarte o tienes prisa?
-No, no tengo prisa.
-¿Algo de beber? -dijo educadamente.
-Café, gracias.
Víctor asintió y desapareció.
Myriam no esperaba que la fuese a recibir con los brazos abiertos, después de haberlo dejado solo bajo la lluvia; se había figurado que estaría furioso y enfadado, pero la indiferencia que había mostrado al verla dejó a Myriam un tanto confusa y desorientada.
Cuando Víctor regresó se mantuvo en silencio mientras colocaba el café junto a ella.
-Gracias -dijo Myriam en voz baja acomodándose en el sofá. Víctor se sentó frente a ella-. Adam me ha dicho que hoy has estado en las oficinas de Montemayor.
-Sí, después de esperar bajo la lluvia, estaba tan enfadado que fui a preguntarte por qué no ha¬bías tenido la cortesía de avisarme por teléfono que no irías al parque. Supongo que te has diver¬tido imaginando cómo me empapaba mientras te esperaba.
-Pues sí y mucho -admitió ella dando un sorbo a su café.
-Supongo que ya estás de nuevo arropada por el cariño de tu familia.
-Sí, cuando llegaron mis padres me disculpé como pude por mi comportamiento, pero como sigo siendo su hija, mimada, pero su hija, me quieren y me perdonaron.
-¿Me has mencionado?
-No.
-¿Porqué?
Myriam terminó su café y devolvió la taza a la ban¬deja.
-Me dejaste, ¿recuerdas? No me he molestado en contarles nuestra pequeña aventura.
La boca de Víctor se tensó.
-¿Es eso lo que piensas?
-Bueno, no pienso en ello en absoluto -mintió ella-. Gracias por el café, ahora debo irme.
Él sacudió la cabeza.
-No sin que antes me digas por qué has venido. Si solamente ha sido para agradecerme las flores, ¿por qué no lo has hecho por teléfono?
-Te he llamado, pero tenías el móvil desconec¬tado.
-Podías haberme llamado aquí.
-Pero no estabas.
-Podías haber dejado un mensaje.
-Ahora hubiera deseado haberlo hecho -le ase¬guró ella irritada-. Ya es tarde -añadió mirando el reloj.
-No son ni las nueve -apuntó Víctor-. ¿Has que¬dado con alguien?
-¿Así vestida? No.
Los ojos de Víctor recorrieron los pantalones va¬queros y la sudadera que Myriam llevaba puesta. -Entonces, ¿qué estabas haciendo en la calle a estas horas?
-He tenido que ir al hospital.
-¿Por qué? ¿Te encuentras bien?
Myriam le explicó lo que había visto en las noticias y su posterior visita al hospital.
-¿Tienes idea de lo preocupado que estaba cuando no he podido encontrarte al mediodía? Te estuve buscando bajo la lluvia como un loco, me mojé tanto que hasta se me empapó el móvil, que por cierto se ha roto, por eso no pudiste localizarme a través de él. Cuando volví a llamar a tu oficina y me dijeron que ya habías vuelto, me enfadé tanto que no quise hablar contigo y me fui a casa. Pero por el amor de Dios, Myriam, elige otro lugar para ir a correr, fíjate lo que le ha pasado a ese hombre.
-Tienes razón, mi padre también me lo ha pe¬dido. Se ha quedado muy preocupado con lo que ha pasado.
-¿Estás contenta de volver a vivir en casa?
-Sí y no -contestó ella suspirando-. No me malinterpretes, estoy feliz con ellos, pero me he acostumbrado a vivir sola. Ya les he contado mis intenciones de mudarme y lo han entendido, mis hermanas hicieron lo mismo en su día.
-¿Ya has pensado dónde quieres vivir? -Quiero comprarme un apartamento en el cen-tro. Mi madre biológica me dejó una suma muy interesante de dinero que recibiré el día de mi cumpleaños.
-Es decir, ya no eres una chica sola y pobre. ¿Quieres ver el cuadro que compré en Montemayor? -dijo cambiando de tema-. No te preocupes, no está en mi dormitorio y por cierto, mantengo lo que dije.
-¿Qué quieres decir?
-Me refiero a lo que escribí en la tarjeta que mandé con las rosas.
-¿Ordenándome que fuera al parque?
-Había algo escrito delante de eso.
-Lo sé, pero no lo entendí.
Víctor se acercó a ella.
-Te estaba contestando a lo que me dijiste el viernes, cuando nos despedimos después de comer en el parque, cuando me dijiste que lo nuestro sola¬mente había sido puro sexo y, ya te lo he dicho en la tarjeta, no lo era, al menos para mí. Si no me im-portases, ¿por qué habría estado buscándote hoy? Quiero proponerte una cosa -dijo sentándose a su lado en el sofá y tomándole la mano-. Durante es¬tos últimos días, no me he dejado de repetir que eras muy joven para mí, que no éramos compati¬bles, que eras una niña mimada y que era mejor si no volvía a verte, pero la verdad es -añadió tomándolo de los hombros y mirándola cara a cara- que te echo de menos, Myriam.
-Has dicho que me ibas a proponer algo -le re¬cordó ella.
-Sí -dijo suavemente-. Me divertí mucho co¬miendo en el parque, ¿y tú?
-También, tengo que reconocerlo.
-He pensado que para convencerte de que lo que hay entre nosotros no es solamente sexo, se–orita Montemayor, voy a cortejar.
espero leer muchos comentarios... y gracias a todas por los que me escriben......
laurayvictor- VBB CRISTAL
- Cantidad de envíos : 134
Fecha de inscripción : 10/01/2011
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Temas similares
» Falso Engaño
» Fotos de Victor en Fresnillo
» Una Venganza Muy Dulce
» Dulce Tentación
» No Me Olvides - Capitulo 12 FINAL
» Fotos de Victor en Fresnillo
» Una Venganza Muy Dulce
» Dulce Tentación
» No Me Olvides - Capitulo 12 FINAL
Página 2 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.