Dulce Tentación
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Dulce Tentación
Saludos procurare postear diario, si me ausento les prometo que les compensare con capis dobles.
Espero les guste y bueno...
Espero les guste y bueno...
empezamos.
Dulce Tentación
La libertad de prensa es el segundo privilegio más importante que posee el pueblo inglés y debería de ser defendido aún cuando los resultados nos parezcan alarmantes, ya que la alarma induce a la reforma, y la habilidad de reformar la sociedad es el primer y principal privilegio del pueblo inglés.
Algún mentecato estaba nuevamente difundiendo rumores infundados sobre su persona.
Víctor Alexander, el vizconde de Saint Clair, llegó a esa conclusión en el momento en que pisó el club de caballeros del que era socio y el portero lo recibió con un guiño de complicidad y murmuró: «Enhorabuena, milord», mientras cogía su abrigo.
Por el amor de dios, el portero sombrío del club Brooks le había guiñado el ojo. ¡Le había guiñado el ojo! Puesto que no esperaba ninguna felicitación, Víctor supuso lo peor. Miró con recelo a ambos lados mientras recorría el amplio pasillo con las paredes suntuosamente forradas de tela hasta la sala de lectura, donde había quedado con su amigo Robert, el conde de Blacktown. De repente se le ocurrió una idea que lo tranquilizó: quizá el portero había empinado el codo más de la cuenta y simplemente lo había confundido con otro miembro del club.
Pero en ese mismo instante, un grupo de caballeros a los que apenas conocía interrumpió su conversación para felicitarlo. Los comentarios: «¿Quién es la elegida?» y «Así que lo ha vuelto a hacer, ¿verdad? ¡Menudo bribón!» llegaron acompañados de más guiños de connivencia. No era posible que todos lo estuvieran confundiendo con otra persona.
Resopló con desgana. ¡Sólo Dios sabía qué cuento se habrían inventado esta vez acerca de él! Hasta ese momento había oído las historias más inverosímiles, aunque su favorita era la que lo ensalzaba a la altura de un héroe por rescatar a la hija del rey de España del escondite de unos piratas berberiscos a los que había derrotado él solito con una pasmosa facilidad, y el cuento concluía proclamando que su hazaña le había reportado una fabulosa mansión en Madrid a modo de recompensa. Por supuesto, el rey de España no tenía ninguna hija —ni legítima ni ilegítima—, e Víctor jamás se había topado con ningún pirata de Berbería. La única verdad en toda esa increíble patraña era que una vez Víctor había tenido el honor de ser presentado al rey de España y que la familia de su madre poseía una mansión en Madrid.
Pero los chismes, por su propia naturaleza, no requerían apoyarse en ninguna base verídica, así que negarlos carecía de sentido. ¿Por qué iba alguien a querer creerlo cuando la calumnia era mucho más fascinante que la realidad? Consecuentemente, en dichos casos Víctor se limitaba a ofrecer su típica respuesta: una afirmación ambigua y una mirada burlona cuyo objetivo era desembarazarse de los ilusos y de los curiosos.
Prácticamente ya había llegado a la sala de lectura cuando el duque de Miles lo asaltó a traición.
—Buenas noches, mi querido viejo amigo —lo saludó el orondo lord con un inusitado tono desenfadado. —Precisamente lo estaba buscando para invitarlo a una pequeña cena que voy a ofrecer mañana en mi casa; sólo se tratará de usted y de unos pocos caballeros más con sus enamoradas. Ah, y no olvide venir con su nueva querida; me muero de ganas de conocerla.
Víctor clavó la vista en los zapatos de ese aborrecible tipo.
—¿Mi nueva querida?
Miles le propinó un codazo amistoso.
—Ya no tiene sentido que intente ocultar la identidad de esa mujer, Saint Clair. El gato —¿o quizá debería decir «la gatita»?— se ha escapado del saco, y todo el mundo quiere conocerla para saber hasta qué punto lo tiene encandilado.
¿Una querida? ¿Ése era el rumor? ¡Vaya! ¡Qué decepción! ¡Por lo menos esta vez podrían haberlo encumbrado a la altura de un legendario salteador de caminos!
—Mire, lord Miles, le aseguro que cuando tenga una nueva querida aceptaré llevarla a una de sus cenas, pero hasta entonces me veo obligado a declinar la invitación. Y ahora, si me disculpa, tengo una cita.
Víctor dejó atrás al duque pasmado con la boca abierta y aceleró el paso hacia la sala de lectura. ¡Una querida! ¡Pero si ni tan sólo recordaba la última vez que había tenido una querida! Desde luego, eso había sido mucho antes de regresar a Inglaterra, antes de verse forzado a buscar esposa.
Aunque tampoco era que no pudiera conseguir una amante si se lo propusiera, pero prefería concentrar todas sus energías en el cortejo formal de una fémina sin tener que soportar los ataques de celos de la que sería su futura esposa. Probablemente Miles no era capaz de comprender esa reflexión, puesto que el principal objetivo de ese elemento en la vida era acostarse con tantas vírgenes como fuera posible. Ese tipo era un cerdo.
Entró en la sala de lectura y distinguió de inmediato el pelo cobrizo de Robert, que destacaba como una baliza sobre la butaca de tela adamascada oscura ubicada al lado de una consola de madera de caoba. Su amigo estaba sentado cómodamente, leyendo un periódico. Víctor se dejó caer en la silla que había frente a la butaca y eligió un puro de la cigarrera, con el único deseo de pasar una agradable velada, fumando y leyendo la prensa, y departiendo con su mejor amigo.
Mientras cortaba la punta del puro, Robert levantó la vista.
—¡Ah! ¡Por fin estás aquí! Me preguntaba qué era lo que te demoraba tanto. Tengo una terrible curiosidad por saber qué es lo que ha sucedido. Dime, ¿ha aceptado ella? ¿Debo felicitarte?
Por un segundo, Víctor pensó que Robert se refería a los rumores de su querida, pero entonces se acordó.
—¿Te refieres a Brianna?
—Claro, la hija de sir Thomas Morrison, ¿a quién pensabas que me refería? ¿Acaso te has declarado a alguna otra mujer en estos últimos días?
Víctor sonrió.
—No, sólo a Brianna. Con una basta, ¿no crees?
—¿Así que hay boda o no?
—Todavía no lo hemos concertado.
Robert achicó los ojos.
—Supongo que esa muchacha no habrá sido capaz de rechazarte.
—No exactamente. —Víctor encendió el puro con la llama de una vela próxima e inhaló con fuerza. —Ha recurrido a esa vieja táctica femenina de solicitarme un poco de tiempo para considerar mi propuesta, lo cual probablemente haya sido idea de lady Morrison. Esa mujer es un tiburón embutido en una falda; lo único que desea es conseguir un buen partido para su hija obligándola a actuar como una insufrible mojigata. Me dio pena ver a Brianna tartamudear, intentando decirme que tenía que considerar la propuesta.
—Perdona que te lo diga —lo interrumpió Robert— pero no comprendo qué es lo que le ves a esa muchacha. Es sosa a morir, aburrida y timorata. No fue capaz de dirigirme ni dos palabras seguidas cuando nos presentaron. Y es obvio que no te casas con ella por su insignificante fortuna, ni por sus amistades, puesto que su padre es un simple baronet.
Víctor ahogó una risotada.
—Ya veo por dónde vas, te refieres a si estoy enamorado, ¿no? Mira, no busco amor, sólo quiero una esposa. A pesar de tu experiencia inusual, normalmente estos dos conceptos no van unidos. Todo lo que busco es una esposa respetable y que sea buena persona.
Lo cierto era que lo último que Víctor necesitaba era una joven hermosa y fascinante, capaz de seducir a cualquier hombre. Ya le costaba mucho no despreciarse a sí mismo por verse obligado a arrastrar a una mujer hasta una situación familiar tan complicada.
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
nove nueva uyy se lee muy interesante
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Muchas gracias por la nueva novela, se lee muy padre.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Dulce Tentación
SE ME HACE QUE HAY ALGO MÁS DE LO QUE VÍCTOR CREE, DETRAS DE ESE GUIÑO DE OJO, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
gracias por la nueva nove
saludos
saludos
fresita- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
gracias por una nueva novelita
jai33sire- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Al menos se sentía reconfortado al pensar que quien se casara con él obtendría algo que no había tenido antes.
—Bueno, ya sabes que la señorita Morrison no te rechazará. Demostraría ser una verdadera idiota si se atreviera a hacerlo —remachó Robert mientras retomaba la lectura del diario que sostenía entre las manos.
—Sí —asintió Víctor , aunque casi deseaba que ella lo rechazara. No le apetecía en absoluto casarse.
«Tampoco se trata de si me apetece o no; esa chica encaja en mis propósitos y punto», se recordó a sí mismo.
Si al menos ella no se mostrara tan tímida cuando él la miraba... ni saltara como un conejito asustado cuando él hablaba. Víctor sabía por qué reaccionaba así; los rumores sobre su persona hacían que se sintiera comprensiblemente incómoda con él. Pero su descomunal cohibición lo sacaba de quicio. Bueno, seguramente cuando estuvieran casados y ella lo conociera mejor, se relajaría. Y con el paso del tiempo, él también aprendería a soportar su timidez.
De repente, Robert lanzó un bufido y acercó el diario a la cara para examinarlo con más detenimiento.
—Espero que la señorita Morrison no sea celosa, o quizá sí que finalmente se atreva a rechazarte.
—¿Por qué lo dices? —Víctor soltó una bocanada de humo.
—En esta columna afirman que hace más de un año que tienes una querida.
—¿Columna? ¿En el diario? Me estás gastando una broma, ¿no?
—De ningún modo; hablo en serio. —Robert alzó el periódico. —Mira, aparece aquí, en The ... Gazette.
—¡Santo cielo! ¿Pero de dónde sacan esas patrañas? —Los ojos de Víctor se achicaron como un par de rendijas. —Eso explica por qué algunos me han felicitado esta noche. A ver, déjame leerlo.
Robert le pasó el diario.
—Es la columna que lleva por título: «Secretos de sociedad», ya sabes, los cotilleos de la alta sociedad que escribe un tal Lord X.
—Nunca leo la columna de Lord X. —Víctor apenas tenía tiempo de leer las noticias cada día, así que menos aún para perder el rato leyendo los chismes que un sujeto anónimo escribía en un diario tan sensacionalista como The ... Gazette. Asió el periódico al tiempo que comentaba: —Me sorprende que tú leas esta bazofia.
Robert se encogió de hombros.
—Me divierte el sentido del humor que muestra ese periodista anónimo. Además, alguna gente a la que ataca se merece una buena crítica.
—Incluido yo, supongo —concluyó Víctor con sequedad mientras echaba una ojeada a la página.
—No, hombre; el periodista se limita a halagar el buen gusto que demuestras al elegir mujeres.
—Eso está por ver.
Hablar acerca de la vida privada de algunos personajes era un hábito normal en la prensa, pero se comentaba que Lord X era un adepto a esa práctica. No se le escapaba ningún chismorreo sobre la prensa rosa y el corazón; nada era demasiado privado para él. No sólo había basado su profesión en la exposición de las extravagancias de los miembros de la alta sociedad, sino que además parecía divertirse de lo lindo con ese trabajo. Pero claro, era fácil expresar lo que uno pensaba cuando lo hacía de un modo anónimo.
Sintiéndose preso de una terrible impaciencia, Víctor saltó los párrafos en los que Lord X se dedicaba a moralizar sobre la prensa, sus comentarios acerca del escándalo en la casa de lady Minnot y su crítica implacable sobre los excesos del conde de Bentley, cuya suntuosa nueva mansión suponía una «abominación en esa era en que las viudas de los soldados se morían de hambre». Entonces se fijó en su nombre:
A pesar de los numerosos rumores referentes a los seis años que el vizconde de Saint Clair ha permanecido ausente de Inglaterra, el caballero mantiene tan celosamente ocultos sus idilios amorosos que nadie sabe nada acerca de sus amantes. Por eso, vuestro fiel colaborador se quedó francamente sorprendido al ver al vizconde entrar en una casa en Waltham Street acompañado por una bella y misteriosa mujer. Tras realizar las investigaciones pertinentes, he descubierto que el dueño de la casa es el propio vizconde, y que esa dama reside allí desde hace prácticamente un año. Otros caballeros se jactarían de tal tesoro, en cambio lord Saint Clair oculta a su amante, lo cual sólo demuestra que la discreción es indudablemente una de sus mejores virtudes.
Víctor volvió a leer la noticia; las palabras le taladraban la cabeza. ¡Maldición! Waltham Street. Debería de haberse figurado que al hablar de su «amante» todos se referían en realidad a la señorita Blair.
¿Pero cómo había descubierto Lord X lo de esa mujer, y qué era lo que realmente sabía? ¿La había interrogado? Aunque probablemente ella no estuviera dispuesta a revelar nada, los periodistas de la calaña de Lord X podían ser muy persuasivos. Víctor tendría que hablar con ella inmediatamente para asegurarse de que tenía cuidado con lo que contaba a desconocidos.
Alzó la cara súbitamente y vio a Robert que lo miraba con una ostensible curiosidad.
—¿Y bien? ¿Quién es ella?
Lentamente, Víctor arrancó la página del periódico, la dobló por la mitad y se la guardó en el bolsillo.
—Te diré lo que no es: no es mi querida. Lord X se equivoca.
Pero Víctor no pensaba tolerar calumnias de ese tipo. Si Lord X sabía lo de Waltham Street, probablemente sabría otras cosas, y antes de que las revelara en su abominable columna, Víctor estaba dispuesto a detenerlo.
—¿Pero es verdad que posees una casa en Waltham Street? —inquirió Robert, intrigado.
Por un momento, Víctor sintió deseos de contestarle a su amigo que eso no era de su incumbencia, pero sabía que entonces lo único que conseguiría sería despertar más la curiosidad de Robert.
—Tengo una casa en Waltham Street, pero no para los fines que ese Lord X sugiere. Se la he dejado prestada a una amiga de la familia que está atravesando unos momentos muy difíciles, nada más.
—¿De verdad?
—De verdad —contestó sin parpadear. —Ese rumor es infundado.
Robert se volvió a recostar en la butaca y cruzó los brazos encima del pecho.
—Y esa amiga de la familia... ¿es tan bella como Lord X sostiene?
—¿Por qué lo preguntas? —espetó él, airado.
Un destello malicioso emanó de los ojos de Robert.
—Porque eso explicaría tu falta de interés por el atractivo físico de la señorita Morrison. Si tienes una bella amante oculta...
—¡Maldita sea, Robert! ¿Es que no me has oído?
—Lo siento, mi querido amigo, pero no me trago eso de que uno esté dispuesto a ayudar a una bella mujer que atraviesa una etapa difícil ofreciéndole cobijo en una de las casas que posee en el barrio más suntuoso de la ciudad.
—No espero que lo comprendas. —Víctor apagó el puro visiblemente irritado. —Te falta madera noble.
—Mi esposa disentiría contigo en esa aseveración —rebatió Robert, con una sonrisita maliciosa.
—¿Ah, sí? Pues si no recuerdo mal, casi echaste a perder su reputación durante las primeras semanas que la conociste, y pasaste por alto todas mis objeciones. Sólo cuando te diste cuenta de las tonterías que estabas cometiendo, decidiste casarte con ella.
Con una mirada fulminante, Robert abrió la boca para replicar, pero acto seguido la cerró y escrutó a Víctor .
—Oh, sí, claro, ya veo lo que pretendes: estás intentando desviar mi atención del tema que nos ocupa.
—No es verdad. —Eso era realmente lo que había intentado, y la táctica normalmente funcionaba con Robert, cuyo temperamento estallaba ante la más leve provocación. Robert jamás se había visto forzado a aprender de los peligros que se derivaban de un temperamento indomable, tal y como le había tocado hacer a Víctor . —Además, te lo repito: no es mi amante.
—Pues Lord X afirma que sí que lo es.
—Lord X es un botarate. Tendré que hablar con ese miserable para que deje de ultrajar a mi amiga públicamente. —Su voz adoptó un tono más duro. —Sé cómo tratar a los de su calaña.
—Eso si eres capaz de desenmascararlo. —Robert rebuscó en la cigarrera. —Nadie conoce su verdadera identidad.
—Alguien ha de saberlo. Normalmente suele haber un confidente, un criado o un familiar que puede aportar pistas. Y seguramente corren rumores...
—Siempre hay rumores. —Robert apartó un puro y eligió otro. —Se habla de Pollock, a pesar de que ambos sabemos que ese sujeto no tiene agallas para hacer algo así. Alguien ha sugerido a Walter Scott, pero no hay nadie que lo sepa a ciencia cierta. Lord X sabe cómo mantener el anonimato.
—De eso no me cabe la menor duda —remachó Víctor con sequedad. —Si no, uno de sus enemigos le podría cortar esa lengua tan afilada en un callejón oscuro cuando menos se lo esperase.
Robert lo miró fijamente a los ojos.
—¿Eso es lo que piensas hacer?
Víctor se echó a reír.
—¿Cortarle la lengua? ¿Y qué haría con ella después? Dudo que haya ningún carnicero dispuesto a pagar bien por una lengua tan chismosa. —Cuando la única reacción de Robert fue esbozar una leve sonrisa y dar una calada nerviosa al puro que acababa de encender, Víctor se lo quedó mirando atónito. —¡Por Dios! ¿Lo has preguntado en serio?
Desde que Víctor había regresado a Inglaterra, el abismo que lo separaba de su amigo de la infancia se iba expandiendo más y más cada día que pasaba. De repente, se sintió indignado.
—¿De veras piensas que sería capaz de cortarle la lengua sólo porque ha escrito esas tonterías sobre mí?
—Bueno, ya sabes que la señorita Morrison no te rechazará. Demostraría ser una verdadera idiota si se atreviera a hacerlo —remachó Robert mientras retomaba la lectura del diario que sostenía entre las manos.
—Sí —asintió Víctor , aunque casi deseaba que ella lo rechazara. No le apetecía en absoluto casarse.
«Tampoco se trata de si me apetece o no; esa chica encaja en mis propósitos y punto», se recordó a sí mismo.
Si al menos ella no se mostrara tan tímida cuando él la miraba... ni saltara como un conejito asustado cuando él hablaba. Víctor sabía por qué reaccionaba así; los rumores sobre su persona hacían que se sintiera comprensiblemente incómoda con él. Pero su descomunal cohibición lo sacaba de quicio. Bueno, seguramente cuando estuvieran casados y ella lo conociera mejor, se relajaría. Y con el paso del tiempo, él también aprendería a soportar su timidez.
De repente, Robert lanzó un bufido y acercó el diario a la cara para examinarlo con más detenimiento.
—Espero que la señorita Morrison no sea celosa, o quizá sí que finalmente se atreva a rechazarte.
—¿Por qué lo dices? —Víctor soltó una bocanada de humo.
—En esta columna afirman que hace más de un año que tienes una querida.
—¿Columna? ¿En el diario? Me estás gastando una broma, ¿no?
—De ningún modo; hablo en serio. —Robert alzó el periódico. —Mira, aparece aquí, en The ... Gazette.
—¡Santo cielo! ¿Pero de dónde sacan esas patrañas? —Los ojos de Víctor se achicaron como un par de rendijas. —Eso explica por qué algunos me han felicitado esta noche. A ver, déjame leerlo.
Robert le pasó el diario.
—Es la columna que lleva por título: «Secretos de sociedad», ya sabes, los cotilleos de la alta sociedad que escribe un tal Lord X.
—Nunca leo la columna de Lord X. —Víctor apenas tenía tiempo de leer las noticias cada día, así que menos aún para perder el rato leyendo los chismes que un sujeto anónimo escribía en un diario tan sensacionalista como The ... Gazette. Asió el periódico al tiempo que comentaba: —Me sorprende que tú leas esta bazofia.
Robert se encogió de hombros.
—Me divierte el sentido del humor que muestra ese periodista anónimo. Además, alguna gente a la que ataca se merece una buena crítica.
—Incluido yo, supongo —concluyó Víctor con sequedad mientras echaba una ojeada a la página.
—No, hombre; el periodista se limita a halagar el buen gusto que demuestras al elegir mujeres.
—Eso está por ver.
Hablar acerca de la vida privada de algunos personajes era un hábito normal en la prensa, pero se comentaba que Lord X era un adepto a esa práctica. No se le escapaba ningún chismorreo sobre la prensa rosa y el corazón; nada era demasiado privado para él. No sólo había basado su profesión en la exposición de las extravagancias de los miembros de la alta sociedad, sino que además parecía divertirse de lo lindo con ese trabajo. Pero claro, era fácil expresar lo que uno pensaba cuando lo hacía de un modo anónimo.
Sintiéndose preso de una terrible impaciencia, Víctor saltó los párrafos en los que Lord X se dedicaba a moralizar sobre la prensa, sus comentarios acerca del escándalo en la casa de lady Minnot y su crítica implacable sobre los excesos del conde de Bentley, cuya suntuosa nueva mansión suponía una «abominación en esa era en que las viudas de los soldados se morían de hambre». Entonces se fijó en su nombre:
A pesar de los numerosos rumores referentes a los seis años que el vizconde de Saint Clair ha permanecido ausente de Inglaterra, el caballero mantiene tan celosamente ocultos sus idilios amorosos que nadie sabe nada acerca de sus amantes. Por eso, vuestro fiel colaborador se quedó francamente sorprendido al ver al vizconde entrar en una casa en Waltham Street acompañado por una bella y misteriosa mujer. Tras realizar las investigaciones pertinentes, he descubierto que el dueño de la casa es el propio vizconde, y que esa dama reside allí desde hace prácticamente un año. Otros caballeros se jactarían de tal tesoro, en cambio lord Saint Clair oculta a su amante, lo cual sólo demuestra que la discreción es indudablemente una de sus mejores virtudes.
Víctor volvió a leer la noticia; las palabras le taladraban la cabeza. ¡Maldición! Waltham Street. Debería de haberse figurado que al hablar de su «amante» todos se referían en realidad a la señorita Blair.
¿Pero cómo había descubierto Lord X lo de esa mujer, y qué era lo que realmente sabía? ¿La había interrogado? Aunque probablemente ella no estuviera dispuesta a revelar nada, los periodistas de la calaña de Lord X podían ser muy persuasivos. Víctor tendría que hablar con ella inmediatamente para asegurarse de que tenía cuidado con lo que contaba a desconocidos.
Alzó la cara súbitamente y vio a Robert que lo miraba con una ostensible curiosidad.
—¿Y bien? ¿Quién es ella?
Lentamente, Víctor arrancó la página del periódico, la dobló por la mitad y se la guardó en el bolsillo.
—Te diré lo que no es: no es mi querida. Lord X se equivoca.
Pero Víctor no pensaba tolerar calumnias de ese tipo. Si Lord X sabía lo de Waltham Street, probablemente sabría otras cosas, y antes de que las revelara en su abominable columna, Víctor estaba dispuesto a detenerlo.
—¿Pero es verdad que posees una casa en Waltham Street? —inquirió Robert, intrigado.
Por un momento, Víctor sintió deseos de contestarle a su amigo que eso no era de su incumbencia, pero sabía que entonces lo único que conseguiría sería despertar más la curiosidad de Robert.
—Tengo una casa en Waltham Street, pero no para los fines que ese Lord X sugiere. Se la he dejado prestada a una amiga de la familia que está atravesando unos momentos muy difíciles, nada más.
—¿De verdad?
—De verdad —contestó sin parpadear. —Ese rumor es infundado.
Robert se volvió a recostar en la butaca y cruzó los brazos encima del pecho.
—Y esa amiga de la familia... ¿es tan bella como Lord X sostiene?
—¿Por qué lo preguntas? —espetó él, airado.
Un destello malicioso emanó de los ojos de Robert.
—Porque eso explicaría tu falta de interés por el atractivo físico de la señorita Morrison. Si tienes una bella amante oculta...
—¡Maldita sea, Robert! ¿Es que no me has oído?
—Lo siento, mi querido amigo, pero no me trago eso de que uno esté dispuesto a ayudar a una bella mujer que atraviesa una etapa difícil ofreciéndole cobijo en una de las casas que posee en el barrio más suntuoso de la ciudad.
—No espero que lo comprendas. —Víctor apagó el puro visiblemente irritado. —Te falta madera noble.
—Mi esposa disentiría contigo en esa aseveración —rebatió Robert, con una sonrisita maliciosa.
—¿Ah, sí? Pues si no recuerdo mal, casi echaste a perder su reputación durante las primeras semanas que la conociste, y pasaste por alto todas mis objeciones. Sólo cuando te diste cuenta de las tonterías que estabas cometiendo, decidiste casarte con ella.
Con una mirada fulminante, Robert abrió la boca para replicar, pero acto seguido la cerró y escrutó a Víctor .
—Oh, sí, claro, ya veo lo que pretendes: estás intentando desviar mi atención del tema que nos ocupa.
—No es verdad. —Eso era realmente lo que había intentado, y la táctica normalmente funcionaba con Robert, cuyo temperamento estallaba ante la más leve provocación. Robert jamás se había visto forzado a aprender de los peligros que se derivaban de un temperamento indomable, tal y como le había tocado hacer a Víctor . —Además, te lo repito: no es mi amante.
—Pues Lord X afirma que sí que lo es.
—Lord X es un botarate. Tendré que hablar con ese miserable para que deje de ultrajar a mi amiga públicamente. —Su voz adoptó un tono más duro. —Sé cómo tratar a los de su calaña.
—Eso si eres capaz de desenmascararlo. —Robert rebuscó en la cigarrera. —Nadie conoce su verdadera identidad.
—Alguien ha de saberlo. Normalmente suele haber un confidente, un criado o un familiar que puede aportar pistas. Y seguramente corren rumores...
—Siempre hay rumores. —Robert apartó un puro y eligió otro. —Se habla de Pollock, a pesar de que ambos sabemos que ese sujeto no tiene agallas para hacer algo así. Alguien ha sugerido a Walter Scott, pero no hay nadie que lo sepa a ciencia cierta. Lord X sabe cómo mantener el anonimato.
—De eso no me cabe la menor duda —remachó Víctor con sequedad. —Si no, uno de sus enemigos le podría cortar esa lengua tan afilada en un callejón oscuro cuando menos se lo esperase.
Robert lo miró fijamente a los ojos.
—¿Eso es lo que piensas hacer?
Víctor se echó a reír.
—¿Cortarle la lengua? ¿Y qué haría con ella después? Dudo que haya ningún carnicero dispuesto a pagar bien por una lengua tan chismosa. —Cuando la única reacción de Robert fue esbozar una leve sonrisa y dar una calada nerviosa al puro que acababa de encender, Víctor se lo quedó mirando atónito. —¡Por Dios! ¿Lo has preguntado en serio?
Desde que Víctor había regresado a Inglaterra, el abismo que lo separaba de su amigo de la infancia se iba expandiendo más y más cada día que pasaba. De repente, se sintió indignado.
—¿De veras piensas que sería capaz de cortarle la lengua sólo porque ha escrito esas tonterías sobre mí?
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
quien sera la mujer misteriosa la supuesta mante jaja gracias por el capi
seva poniendo buena.
seva poniendo buena.
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Gracias por el Cap Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Muchas gracias por el capitulo, su amiga se ma Myri???.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Dulce Tentación
Saludos!!!!
—No, claro que no. —Robert se encogió de hombros. —Lo siento; son todos esos estúpidos rumores que circulan sobre ti y tu pasado tan sanguinario... De verdad, lo siento, pero es que siempre olvido que únicamente se trata de sandeces...
—Sí, eso es: sandeces. —Al menos algunos de los comentarios. Pero no estaba dispuesto a hablar sobre «su pasado tan sanguinario» con su mejor amigo. Eso sí que realmente agrandaría el abismo entre ellos. —Mira, no deberías hacer caso de esas calumnias.
—Y tú no deberías provocar a nadie, actuando de esa forma que sólo incita rumores, ni animar a ese hombre a escribir más comentarios acerca de ti.
—No te preocupes, cuando haya acabado con él, no le quedarán más ganas de meterse ni conmigo ni con mis amigos —bufó Víctor . Cuando Robert enarcó una ceja, Víctor añadió: —Tranquilo, sólo quiero hablar con ese tipo. Estoy seguro de que lograré convencerlo con algún chantaje o con alguna manipulación o amenaza, especialmente a un sujeto tan cobarde como él, que necesita ocultarse detrás de un pseudónimo.
Robert se relajó un poco.
—¿Y cómo piensas dar con él?
—Si uno sabe cómo buscar, puede encontrar a cualquier persona en este mundo. —Víctor se levantó y miró tranquilamente a su amigo. —Primero hablaré con su jefe, el editor de The ... Gazette.
—¿Jack Jones? No te proporcionará ninguna información. Le encanta ese juego de ocultar la identidad de su corresponsal más popular.
Quizá era cierto, pero incluso Jack Jones tenía sus puntos débiles. Víctor era un maestro a la hora de usar las debilidades de un hombre con el fin de descubrir lo que quería.
—Entonces será mejor que me ponga a trabajar ahora mismo, ¿no te parece? —concluyó, girándose rápidamente hacia la puerta.
—Te veré la semana que viene, en el baile que ha organizado Ruby para inaugurar su nueva casa en el campo, ¿no? Anna tiene muchas ganas de ir, aunque no nos quedaremos a dormir. A Anna no le gusta ausentarse demasiado tiempo de casa, ahora que está tan ocupada con nuestro hijo recién nacido, pero nos pasaremos por allí un rato para disfrutar de la velada. Y a ver cuándo te acercas por casa a ver al bebé.
—Nos veremos en la fiesta. Prometí llevar a Brianna y a sus padres en mi carruaje.
Brianna. Quién sabía cómo iba a reaccionar ante ese chisme; le dolía que ella pudiera considerarlo tan vil como para mariposear con otras mujeres mientras la cortejaba.
Bueno, lo que estaba claro era que Lord X no se atrevería a mencionar Waltham Street en ninguna de sus columnas otra vez, Víctor se aseguraría de ello. Primero avisaría a la señorita Blair para que se pusiera en guardia ante preguntas insidiosas y luego acabaría con ese tal Lord X. Ese tipo se lamentaría del día en que decidió no centrarse únicamente en la actitud escandalosa de Bentley.
La condesa de Blacktown ha dado a luz recientemente a su primer vástago, así que su esposo puede respirar tranquilo: ya cuenta con un heredero. Tanto la madre como el bebé se encuentran en perfecto estado, por lo que sin duda no tardaremos en ver cómo lady Blacktown reanuda su magnífica labor benéfica con aquellos más necesitados. Dicha dedicación por parte de una persona tan destacada ha de ser necesariamente comentada, sobre todo por su singularidad.
The ... Gazette, 8 de diciembre de 1820
Lord X
El proyectil rojo que atravesó volando la ventana del estudio de la señorita Myriam Montemayor se asemejaba sin lugar a dudas a una pieza de fruta. Al oír el chirrido de las ruedas de un carruaje que se detenía en seco en la calle y los gritos de un cochero malhumorado que empezó a soltar una sarta de improperios, Myriam dio un brinco de la silla y salió al pasillo.
—¡Timothy, Gustav y Mathiew! ¡Venid aquí ahora mismo! —gritó por el hueco de la escalera, mirando hada el piso superior.
Un silencio sospechoso pendía en el aire. Entonces, uno a uno, los tres chiquillos de seis años con idéntico corte de pelo, asomaron la nariz por la barandilla y la miraron con una expresión de incuestionable culpabilidad.
Myriam frunció el ceño y contempló a sus hermanos trillizos.
—¡Que sea la última vez que bombardeáis un carruaje con fruta! ¿Me habéis oído? Y ahora decidme: ¿Quién de los tres ha lanzado la manzana? —Cuando los chiquillos balbucearon sus típicas frases de excusa, ella agregó: —Os quedaréis sin postre en la cena, hoy y todos los días, hasta que el culpable de esa fechoría decida confesar.
Dos cabecitas se giraron instantáneamente con aire acusador en dirección a una tercera. Por supuesto que era Gus.
La mueca delatora de sus hermanos consiguió que la carita de Gus se sonrojara.
—Yo no la he lanzado, Myri, de verdad. Me la estaba comiendo, y era tan jugosa que cuando me asomé a mirar por la ventana...
—¿Te asomaste por la ventana? Ya sabes que no debes hacer eso —lo reprendió ella. —Te lo he dicho un millón de veces, sólo los chiquillos sin una pizca de educación se asoman por la ventana y lanzan objetos a los pobres transeúntes desprevenidos.
—¡Yo no la he lanzado! ¡Ha resbalado! —protestó el pequeño.
—Ya, igual que ayer por la noche, cuando tu libro de gramática latina «resbaló» y casi perforó el techo de un carruaje, o como esta mañana, cuando esa bola de nieve «ha resbalado» de tus manos y le ha dado de lleno al vicario.
La cabecita de Gus se movía compulsivamente hada arriba y hada abajo.
—Exactamente, como esta mañana.
Ella lo miró con los ojos encendidos. Lamentablemente, fulminar a Gus con la mirada no ejercía ningún impacto en ese diablillo incorregible, ni en él ni en sus hermanos.
Nada amedrentaba a esos arrapiezos, aunque eso era comprensible. Los trillizos todavía no se habían recuperado de la repentina muerte de su padre el año anterior, ni ella tampoco. Nunca llegaron a conocer a su madre, que falleció unas horas después de dar a luz a los trillizos. Pero su padre lo era todo para ellos. Los chiquillos consideraban a su hermana como una pobre sustituta, puesto que las deudas que su padre había dejado a su muerte la mantenían demasiado ocupada como para poder dedicar el tiempo necesario a la labor de educar a sus hermanos.
Myriam emplazó ambas manos en las caderas y miró fijamente a Math, el más chismoso de los trillizos.
—¿Dónde está Oliver?
—Estoy aquí. —Su cuarto hermano apareció detrás de los otros, su apariencia desgarbada sobresalía por encima de las cabezas inclinadas de los trillizos.
—Pensé que los estabas vigilando —lo amonestó ella, visiblemente irritada.
Al instante, Myriam se arrepintió del tono tan severo que acababa de utilizar, ya que Oliver se puso colorado como un tomate.
—Lo siento, Myri. Estaba leyendo. Intento mantenerme al día con los estudios, hasta que pueda regresar a Islington Academy.
Islington Academy, su querido colegio que ya no podían pagar, igual que tampoco podían costearse los trajes caros ni las fornituras de plata que solían utilizar cuando su padre aún vivía.
—Está bien. Oliver, no te preocupes. Haces bien en estudiar.
Aunque sólo Dios sabía cuándo —si es que algún día eso era posible— el muchacho podría retomar sus estudios.
Myriam soltó un suspiro de desolación. No debería de haberle pedido a su hermano de once años que vigilara a esos malandrines. Su aplicado hermano era tan poco diestro en la tarea de hacer de niñera de esos tres monitos traviesos como un cachorro expuesto a tres lobeznos. Pero ella no podía costearse los servicios de una niñera competente.
Con niñera o no, Gus necesitaba que alguien le metiera el miedo en el cuerpo antes de que sus otros dos hermanos empezaran a imitar sus técnicas.
—Bueno, Gus, supongo que tendremos que llamar al médico.
A Gus se le desencajó la mandíbula.
—¿Qué... qué quieres decir?
—Es obvio que tienes un problema con las manos, pues; que cuando intentas agarrar un objeto siempre se te acaba cayendo; quizá es que te tiemblan, así que será mejor que avise al doctor para que te examine.
—¡No necesito ningún médico, Myri! ¡De verdad, no necesito! —Alzó las manos y las mostró por encima de la randilla. —¿Lo ves? ¡A mis manos no les pasa nada!
Myriam se dio unos golpecitos en la barbilla con las ya de los dedos, fingiendo escepticismo.
—No sé... Quizá un médico pueda curarte esos temblores. Podría recomendarnos algún tratamiento, ya sabes, como comer ojos de rana triturados o algo parecido.
Gus se puso lívido.
—¿Ojos de... rana?
—O darte aceite de hígado de bacalao tres o cuatro veces al día.
Gus detestaba el aceite de hígado de bacalao.
—¡De verdad, Myri! ¡Te juro que no volverá a suceder! —estalló Gus. —La próxima vez que me asome por la ventana, tendré muchísimo cuidado... Quiero... quiero decir, la próxima vez que esté cerca de una ventana.
—Eso espero. —Myriam se fijó en las risitas burlonas de los otros dos y añadió: —Si alguno de vosotros cree que le tiemblan las manos, decídmelo. Estaré encantada de avisar al médico.
Su comentario surtió el efecto deseado, y los dos se pusieron serios de golpe.
—Ahora id a jugar. Pero sin causar problemas, ¿entendido?
Los trillizos no se movieron. Agarrado de la barandilla, Math la miró con carita de pena.
—Quizá podrías contarnos un cuento.
—Sí, ése del pavo real que se come al dragón —añadió Timmy esperanzado. Los pavos reales y las criaturas fantásticas eran una verdadera obsesión para Timmy.
—¡No, ése no! —se aventuró a decir Gus. —¡Cuéntanos el del caballero malvado que se cae del caballo en una ciénaga y empieza a resbalaaaaaaaarle la armadura!
Gracias por sus mensajes!!!
—No, claro que no. —Robert se encogió de hombros. —Lo siento; son todos esos estúpidos rumores que circulan sobre ti y tu pasado tan sanguinario... De verdad, lo siento, pero es que siempre olvido que únicamente se trata de sandeces...
—Sí, eso es: sandeces. —Al menos algunos de los comentarios. Pero no estaba dispuesto a hablar sobre «su pasado tan sanguinario» con su mejor amigo. Eso sí que realmente agrandaría el abismo entre ellos. —Mira, no deberías hacer caso de esas calumnias.
—Y tú no deberías provocar a nadie, actuando de esa forma que sólo incita rumores, ni animar a ese hombre a escribir más comentarios acerca de ti.
—No te preocupes, cuando haya acabado con él, no le quedarán más ganas de meterse ni conmigo ni con mis amigos —bufó Víctor . Cuando Robert enarcó una ceja, Víctor añadió: —Tranquilo, sólo quiero hablar con ese tipo. Estoy seguro de que lograré convencerlo con algún chantaje o con alguna manipulación o amenaza, especialmente a un sujeto tan cobarde como él, que necesita ocultarse detrás de un pseudónimo.
Robert se relajó un poco.
—¿Y cómo piensas dar con él?
—Si uno sabe cómo buscar, puede encontrar a cualquier persona en este mundo. —Víctor se levantó y miró tranquilamente a su amigo. —Primero hablaré con su jefe, el editor de The ... Gazette.
—¿Jack Jones? No te proporcionará ninguna información. Le encanta ese juego de ocultar la identidad de su corresponsal más popular.
Quizá era cierto, pero incluso Jack Jones tenía sus puntos débiles. Víctor era un maestro a la hora de usar las debilidades de un hombre con el fin de descubrir lo que quería.
—Entonces será mejor que me ponga a trabajar ahora mismo, ¿no te parece? —concluyó, girándose rápidamente hacia la puerta.
—Te veré la semana que viene, en el baile que ha organizado Ruby para inaugurar su nueva casa en el campo, ¿no? Anna tiene muchas ganas de ir, aunque no nos quedaremos a dormir. A Anna no le gusta ausentarse demasiado tiempo de casa, ahora que está tan ocupada con nuestro hijo recién nacido, pero nos pasaremos por allí un rato para disfrutar de la velada. Y a ver cuándo te acercas por casa a ver al bebé.
—Nos veremos en la fiesta. Prometí llevar a Brianna y a sus padres en mi carruaje.
Brianna. Quién sabía cómo iba a reaccionar ante ese chisme; le dolía que ella pudiera considerarlo tan vil como para mariposear con otras mujeres mientras la cortejaba.
Bueno, lo que estaba claro era que Lord X no se atrevería a mencionar Waltham Street en ninguna de sus columnas otra vez, Víctor se aseguraría de ello. Primero avisaría a la señorita Blair para que se pusiera en guardia ante preguntas insidiosas y luego acabaría con ese tal Lord X. Ese tipo se lamentaría del día en que decidió no centrarse únicamente en la actitud escandalosa de Bentley.
La condesa de Blacktown ha dado a luz recientemente a su primer vástago, así que su esposo puede respirar tranquilo: ya cuenta con un heredero. Tanto la madre como el bebé se encuentran en perfecto estado, por lo que sin duda no tardaremos en ver cómo lady Blacktown reanuda su magnífica labor benéfica con aquellos más necesitados. Dicha dedicación por parte de una persona tan destacada ha de ser necesariamente comentada, sobre todo por su singularidad.
The ... Gazette, 8 de diciembre de 1820
Lord X
El proyectil rojo que atravesó volando la ventana del estudio de la señorita Myriam Montemayor se asemejaba sin lugar a dudas a una pieza de fruta. Al oír el chirrido de las ruedas de un carruaje que se detenía en seco en la calle y los gritos de un cochero malhumorado que empezó a soltar una sarta de improperios, Myriam dio un brinco de la silla y salió al pasillo.
—¡Timothy, Gustav y Mathiew! ¡Venid aquí ahora mismo! —gritó por el hueco de la escalera, mirando hada el piso superior.
Un silencio sospechoso pendía en el aire. Entonces, uno a uno, los tres chiquillos de seis años con idéntico corte de pelo, asomaron la nariz por la barandilla y la miraron con una expresión de incuestionable culpabilidad.
Myriam frunció el ceño y contempló a sus hermanos trillizos.
—¡Que sea la última vez que bombardeáis un carruaje con fruta! ¿Me habéis oído? Y ahora decidme: ¿Quién de los tres ha lanzado la manzana? —Cuando los chiquillos balbucearon sus típicas frases de excusa, ella agregó: —Os quedaréis sin postre en la cena, hoy y todos los días, hasta que el culpable de esa fechoría decida confesar.
Dos cabecitas se giraron instantáneamente con aire acusador en dirección a una tercera. Por supuesto que era Gus.
La mueca delatora de sus hermanos consiguió que la carita de Gus se sonrojara.
—Yo no la he lanzado, Myri, de verdad. Me la estaba comiendo, y era tan jugosa que cuando me asomé a mirar por la ventana...
—¿Te asomaste por la ventana? Ya sabes que no debes hacer eso —lo reprendió ella. —Te lo he dicho un millón de veces, sólo los chiquillos sin una pizca de educación se asoman por la ventana y lanzan objetos a los pobres transeúntes desprevenidos.
—¡Yo no la he lanzado! ¡Ha resbalado! —protestó el pequeño.
—Ya, igual que ayer por la noche, cuando tu libro de gramática latina «resbaló» y casi perforó el techo de un carruaje, o como esta mañana, cuando esa bola de nieve «ha resbalado» de tus manos y le ha dado de lleno al vicario.
La cabecita de Gus se movía compulsivamente hada arriba y hada abajo.
—Exactamente, como esta mañana.
Ella lo miró con los ojos encendidos. Lamentablemente, fulminar a Gus con la mirada no ejercía ningún impacto en ese diablillo incorregible, ni en él ni en sus hermanos.
Nada amedrentaba a esos arrapiezos, aunque eso era comprensible. Los trillizos todavía no se habían recuperado de la repentina muerte de su padre el año anterior, ni ella tampoco. Nunca llegaron a conocer a su madre, que falleció unas horas después de dar a luz a los trillizos. Pero su padre lo era todo para ellos. Los chiquillos consideraban a su hermana como una pobre sustituta, puesto que las deudas que su padre había dejado a su muerte la mantenían demasiado ocupada como para poder dedicar el tiempo necesario a la labor de educar a sus hermanos.
Myriam emplazó ambas manos en las caderas y miró fijamente a Math, el más chismoso de los trillizos.
—¿Dónde está Oliver?
—Estoy aquí. —Su cuarto hermano apareció detrás de los otros, su apariencia desgarbada sobresalía por encima de las cabezas inclinadas de los trillizos.
—Pensé que los estabas vigilando —lo amonestó ella, visiblemente irritada.
Al instante, Myriam se arrepintió del tono tan severo que acababa de utilizar, ya que Oliver se puso colorado como un tomate.
—Lo siento, Myri. Estaba leyendo. Intento mantenerme al día con los estudios, hasta que pueda regresar a Islington Academy.
Islington Academy, su querido colegio que ya no podían pagar, igual que tampoco podían costearse los trajes caros ni las fornituras de plata que solían utilizar cuando su padre aún vivía.
—Está bien. Oliver, no te preocupes. Haces bien en estudiar.
Aunque sólo Dios sabía cuándo —si es que algún día eso era posible— el muchacho podría retomar sus estudios.
Myriam soltó un suspiro de desolación. No debería de haberle pedido a su hermano de once años que vigilara a esos malandrines. Su aplicado hermano era tan poco diestro en la tarea de hacer de niñera de esos tres monitos traviesos como un cachorro expuesto a tres lobeznos. Pero ella no podía costearse los servicios de una niñera competente.
Con niñera o no, Gus necesitaba que alguien le metiera el miedo en el cuerpo antes de que sus otros dos hermanos empezaran a imitar sus técnicas.
—Bueno, Gus, supongo que tendremos que llamar al médico.
A Gus se le desencajó la mandíbula.
—¿Qué... qué quieres decir?
—Es obvio que tienes un problema con las manos, pues; que cuando intentas agarrar un objeto siempre se te acaba cayendo; quizá es que te tiemblan, así que será mejor que avise al doctor para que te examine.
—¡No necesito ningún médico, Myri! ¡De verdad, no necesito! —Alzó las manos y las mostró por encima de la randilla. —¿Lo ves? ¡A mis manos no les pasa nada!
Myriam se dio unos golpecitos en la barbilla con las ya de los dedos, fingiendo escepticismo.
—No sé... Quizá un médico pueda curarte esos temblores. Podría recomendarnos algún tratamiento, ya sabes, como comer ojos de rana triturados o algo parecido.
Gus se puso lívido.
—¿Ojos de... rana?
—O darte aceite de hígado de bacalao tres o cuatro veces al día.
Gus detestaba el aceite de hígado de bacalao.
—¡De verdad, Myri! ¡Te juro que no volverá a suceder! —estalló Gus. —La próxima vez que me asome por la ventana, tendré muchísimo cuidado... Quiero... quiero decir, la próxima vez que esté cerca de una ventana.
—Eso espero. —Myriam se fijó en las risitas burlonas de los otros dos y añadió: —Si alguno de vosotros cree que le tiemblan las manos, decídmelo. Estaré encantada de avisar al médico.
Su comentario surtió el efecto deseado, y los dos se pusieron serios de golpe.
—Ahora id a jugar. Pero sin causar problemas, ¿entendido?
Los trillizos no se movieron. Agarrado de la barandilla, Math la miró con carita de pena.
—Quizá podrías contarnos un cuento.
—Sí, ése del pavo real que se come al dragón —añadió Timmy esperanzado. Los pavos reales y las criaturas fantásticas eran una verdadera obsesión para Timmy.
—¡No, ése no! —se aventuró a decir Gus. —¡Cuéntanos el del caballero malvado que se cae del caballo en una ciénaga y empieza a resbalaaaaaaaarle la armadura!
Gracias por sus mensajes!!!
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Ke hermanitos tan latosos tiene la pobre Myri jaja, Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Dulce Tentación
gracias por el capi
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
graciias x los cap niiña xfa no tardes con el siiguiiente saludos
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
ya volvi....
A Myriam se le hizo un nudo en la garganta al escuchar el desmedido entusiasmo del pequeño.
—Ahora no puedo, cielo. Lo siento, pero tengo que acabar este artículo. El señor Jones ha enviado al señor Morgan para que pase a recogerlo y no puedo tenerlo ahí obligándolo a esperar.
—No me gusta el señor Morgan —se quejó Math. —Cómo me gustaría que se cayera dentro de un pozo o una alcantarilla.
Mejor no decírselo, pero el señor Morgan le había servido de modelo cuando ella se había inventado ese cuento para sus hermanos.
—El señor Morgan huele mal y es muy, muy feo —añadió Gus. —Cuando te mira, me entran ganas de pegarle un puñetazo en la nariz. ¡Es tonto, eso es lo que es!
—¡Gus! —Myriam intentó mostrarse ofendida, pero le resultaba difícil, cuando la elección de las palabras de su hermano era tan acertada. —¡Vigila lo que dices, o tendré que lavarte la boca con aceite de hígado de bacalao! —Cuando él pestañeó perplejo, ella agregó: —Además, aunque no me guste nada el señor Morgan debemos comportarnos de una forma civilizada con él, si quiero mantener mi empleo en ese periódico.
—¡Pero lo odio! —gritó Gus. —Todos lo odiamos, ¿a que sí?
—Sí. Si estuviera aquí, le daría un fuerte puñetazo en la nariz —convino Math vehementemente.
—¡Y yo lo retaría a un duelo con una espada! —añadió Timmy, como si estuviera acostumbrado a desenvainar espadas a diario.
—Yo... yo... —Oliver dudó unos instantes, ya que carecía de los instintos sanguinarios de sus hermanos. —Bueno, yo también haría algo.
—No, no lo harías, porque yo no lo permitiría. —Myriam disimuló la sonrisa ante el mero pensamiento de sus hermanos pequeños actuando como soldaditos, maniatando al señor Morgan. —Hagamos un trato: si no os metéis en ningún lío mientras jugáis en vuestra habitación durante una hora, os contaré los dos cuentos, el del pavo real que se come al dragón y el del malvado caballero.
—¡Hurra! ¡El pavo real que se come al dragón y el malvado caballero! —corearon los trillizos mientras se marchaban corriendo a su habitación.
¡Qué tremendos que eran! Jamás iban andando a ningún sitio, siempre trotando.
Oliver la miró con el semblante avergonzado.
—Te prometo que esta vez los vigilaré mejor.
—Sé que lo harás, cielo. —Myriam le propinó una sonrisa maternal. —Eres un buen chico, y una gran ayuda. Y ahora ve con ellos.
Oliver sonrió satisfecho y salió disparado detrás de sus hermanos. Myriam se dijo a sí misma que debería esforzarse más por no regañarlo innecesariamente. El pobrecito tenía la sensibilidad de un poeta.
Aunque Oliver no se había mostrado ni la mitad de afectuoso con su padre.
Una poderosa sensación de rabia se adueñó de ella, e instintivamente alzó la vista hacia el cielo.
—¿Ves lo que has hecho, Dios? ¿Por qué permitiste que papá se cayera en el Támesis mientras estaba borracho? Podrías haber obrado uno de tus milagros, no sé, separar las aguas del río o algo así. Antes solías hacer bastantes milagros. Pero no, esta vez permitiste que papá se ahogara. Ojalá que él no te dé ni un segundo de tregua, allí arriba, jugando a cartas todo el día justo al lado de las puertas celestiales y bebiendo alcohol en las luminosas calles doradas del cielo. —Las lágrimas le anegaron los ojos. —Aunque papá era un buen arquitecto, espero que no te esté edificando todas tus mansiones al revés.
Al bajar la cabeza se encontró con la mirada pasmada de la criada. La muchacha apartó la vista súbitamente de su señora y empezó a barrer atropelladamente la mosqueta de nuevo.
«Maldición», pensó Myriam, notando un repentino azoramiento. Bah, daba igual; ya iba siendo hora de que los pocos empleados de la casa se acostumbraran a escuchar sus diarias diatribas contra Dios. ¡Como si una casa llena de unos mocosos traviesos no fuera suficiente como para inducir a una persona normal a maldecir a Dios! ¿Cómo iba a conseguir ningún objetivo en la vida, con sus hermanos a cuestas? Gracias a Dios que la señora Box se ocuparía de los cuatro niños durante los días en que ella estaría ausente. Necesitaba escapar de su ejército de soldaditos de hojalata, de los trillizos en particular.
Pero primero tenía que terminar el trabajo. Entró precipitadamente en el estudio que antes había sido de su padre, se sentó detrás de la mesa cerca de la ventana y examinó el folio emborronado de tinta.
Hummm... ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! «Y para acabar, unos breves consejos referentes a la moda, que se pueden deducir de esperpénticas opiniones que profesa el duque de Miles: Lo que las jóvenes señoritas necesitan para refrenar sus pasiones es hacer un buen uso de ese antiguo artilugio llamado cinturón de castidad. De ese modo, no nos veremos sometidos al alud de noticias sobre jovencitas que se fugan de casa».
Hundió la pluma en el tintero y tachó el plural de «esperpénticas opiniones». Sabía que toda esa parrafada requería un tono más burlón, pero le resultaba difícil concentrarse en esos instantes, así que decidió que cuando terminara de redactar la columna dedicaría unos minutos a rehacer ese párrafo.
¿Pasiones? ¡Ja! Eran las pasiones del duque lo que las jóvenes debían evitar, como ella tan bien sabía. Si a ese tipo lo inmovilizaran de medio cuerpo para abajo con un cinturón de castidad, más de una aplaudiría. Aunque para que el método realmente fuera efectivo, deberían atarle también esas manos tan sobonas y taparle con un vendaje esa boca tan repulsiva.
El pensamiento le resultó tan gratificante que se acomodó en la silla para regocijarse por unos instantes con la imagen de Miles maniatado e inofensivo por una vez en su vida. Después sólo habría que atar a ese degenerado a un carruaje en marcha y...
El sonido de las trepidantes ruedas de un carruaje le pareció tan real que Myriam dio un respingo y se incorporó de la silla. A través de la ventana, divisó un carruaje que se acercaba por la calle cubierta de nieve, con las ruedas rompiendo en mil pedazos la fina capa de agua helada que se había formado en la superficie de los charcos. Cuando se detuvo delante de su casa, Myriam dejó escapar un bufido muy impropio de una dama. El odioso señor Morgan acababa de llegar.
Volvió a concentrarse en el artículo. Maldición. No había tenido tiempo de revisarlo por si encontraba algún error, y aún le quedaba concentrarse en esa dificultosa frase en el segundo párrafo que deseaba cambiar...
En la calle, y fuera de la línea de visión de Myriam, Víctor permanecía oculto entre las sombras, observando al señor Morgan mientras éste hurgaba en sus bolsillos en busca de unas monedas con las que pagar al cochero. Rápidamente, Víctor apareció en escena y saludó al cochero al tiempo que sacaba unas monedas y pagaba lo que el señor Morgan debía. Sin esperar ni un segundo, empezó a hablar en un tono distendido:
—¿Puede esperar un momento, por favor? El caballero aún necesitará sus servicios. —A continuación le plantó al señor Morgan una sonrisa del tamaño de una carretera. —Jones se alegrará de que lo haya encontrado a tiempo.
Morgan lo miró desconcertado.
—¿Se puede saber quién diantre es usted?
—Soy el nuevo empleado que Jones ha contratado esta mañana. —Lo cierto era que Jones todavía estaba entrevistando a los candidatos que se habían presentado para ocupar el puesto vacante en el diario, pero Morgan desconocía ese detalle. —Me ha pedido que venga aquí a buscarlo y que le diga que necesita que vaya al mercado Haymarket inmediatamente. Me ha dicho que recoja yo mismo el artículo de Lord X —Cuando Morgan lo escrutó con suspicacia, Víctor añadió: —Se ha desatado una pelea cerca de Picadilly Circus, y Jones quiere que vaya a cubrir el reportaje ahora mismo.
—¿Una pelea? —El repentino brillo malicioso que apareció en las pupilas del individuo le confirmó a Víctor que había juzgado correctamente a su interlocutor. Morgan estaba literalmente lamiéndose los labios ante la idea de presenciar actos violentos en plena calle, en el centro de Londres. —Comprendo. Bueno, si es así... —Tras un fugaz golpe de cabeza de Víctor en señal de aprobación, el hombre se mostró satisfecho con el parco abrigo de lana y el sombrero de piel de castor que Víctor le acababa de entregar para ocultar su pinta de vizconde y parecer un simple trabajador. —Entonces de acuerdo. Sólo ha de llamar a la puerta y decirles que viene de parte de Jones.
Mientras el señor Morgan entraba en el carruaje de nueve y le ordenaba al cochero que emprendiera la marcha, Víctor sonrió para sí mismo. Tres días de sobornos a secretarias y de intenso seguimiento del señor Morgan habían dado finalmente resultado; las técnicas que Víctor había aprendido en la guerra resultaban siempre infalibles. Ahora ya no necesitaba averiguar el verdadero nombre de Lord X; había localizado la casa del individuo y eso le bastaba.
Subió con cautela los peldaños resbaladizos por el hielo hasta la entrada principal de la casa y se fijó en el diseño gótico de la puerta y en el curioso picaporte en forma de monstruo alado, éste último le resultaba familiar. ¿Dónde lo había visto antes? Ahora no se acordaba, así que se dijo que más tarde tendría que hacer un ejercicio de memoria. Acto seguido, se dedicó a examinar la fachada del edificio entre los copos de nieve que caían incansablemente del cielo. La casa era un ejemplo perfecto de estilo gótico, con ventanas acabadas en forma de arco puntiagudo y un excelente trabajo de tracería. Sin lugar a dudas era la casa de un caballero. Bueno, eso ya lo esperaba. La pluma ponzoñosa de Lord X era definitivamente aristocrática. Víctor había analizado detenidamente las columnas de ese escritor, y a pesar de que seguía considerando que sólo contenía cotilleos, ahora comprendía por qué las duquesas organizaban reuniones con la intención de comentar esas columnas, y por qué todas las sirvientas y los lacayos de Londres se gastaban esos peniques que tanto esfuerzo les costaba ganar en un ejemplar de The ... Gazette. Y por qué Jones protegía a su principal fuente de información con tanto celo.
Lord X era el sueño de cualquier editor: agudo e ingenioso, con un estilo sugestivo y una habilidad innata para descubrir los secretos mejor guardados. Repartía tanto halagos como críticas con un tono informal y ameno. Al igual que uno de los profesores de Víctor en el prestigioso colegio de Eton, era diestro en el sarcasmo más refinado, Lord X criticaba con una fineza digna de ser ponderada. Sus víctimas eran principalmente los miembros de la alta sociedad que ejemplificaban lo peor del ser humano: una desdeñosa indolencia ante las necesidades o los sentimientos de los demás, una arrogancia descomedida, y una propensión a la vida licenciosa. Sin duda por eso aparecía Víctor en la columna. Dadas las numerosas batallitas atribuidas al vizconde de Saint Clair, Lord X indudablemente lo consideraba el hijo del mismísimo diablo.
Víctor se estremeció con un escalofrío. Quizá ese periodista no estuviera tan desencaminado, pero aunque fuese o no verdad lo que contaba de él. Lord X tenía que aprender a ser más discreto con la vida de sus víctimas. Y la intención de Víctor era enseñarle esa lección en particular.
El golpe seco en el picaporte obtuvo una respuesta instantánea, aunque la ancVíctor a con el pelo cano que abrió la puerta pareció perpleja al verlo.
—¿Qué desea, señor?
Víctor se quitó el sombrero con un gesto rápido, y un montón de copos de nieve salieron despedidos en todas direcciones.
—Soy el señor Alexander del diario The Gazette. —Pensó que no pasaría nada por utilizar su verdadero apellido; Lord X probablemente sólo lo conocía por su título. —He venido a recoger el artículo.
La mujer se secó las manos mojadas y enrojecidas en la falda y luego se apartó para dejarlo pasar.
—Entre, por favor —mientras él aceptaba la invitación, ella añadió con un tono distendido. —Soy la señora Box, el ama de llaves. ¿Hoy no viene el señor Morgan?
—Ha tenido que ir a otro sitio, así que yo lo reemplazo.
—Ah, bueno, espere un momento; iré a buscar el artículo.
—De hecho —la interrumpió Víctor mientras ella empezaba a dirigirse hacia la imponente escalinata de roble que partía del mismo vestíbulo hacia el piso superior—, el señor Jones me ha pedido que hable con vuestro señor en persona.
—¿Mi señor? —Una expresión de desconcierto matizó más las profundas arrugas en la frente de la anciana. Entonces esta lió en una risotada. —Ese señor Jones... Siempre tan bromista. No se lo ha contado, ¿eh?
—¿Contarme el qué?
—Oh, nada. No pienso echar a perder la broma. Ahora mismo iré a avisar a «mi señor». —Se alzó la falda y empezó a subir las escaleras al tiempo que murmuraba entre risitas —Así que el señor, ¿eh?
Víctor se la quedó mirando boquiabierto. Qué criada más extraña. Ni siquiera le había cogido el abrigo y el sombrero. ¿Y acaso no había ningún mayordomo, ningún lacayo en la casa? ¡Qué excentricidad!
Atravesó el vestíbulo hasta el perchero de hierro forjado, colgó el abrigo y el sombrero, luego se dedicó a examinar la estancia revestida de mármol. Seis años trabajando como espía le habían enseñado a usar el método de la observación minuciosa para desenmascarar los secretos en cualquier situación, pero ese recibidor le resultaba tan enigmático como su dueño.
La estancia no pretendía ser ostentosa en absoluto. Estaba decorada con mobiliario de mala calidad, una moda absurda por la que algunos se decantaban en esa época. Sobre la pequeña consola arrimada a la pared, únicamente había una bandeja de plata para el correo. El amplio espejo emplazado encima de la sobria mesita estaba enmarcado con una delicada moldura curvilínea. Le pareció extraño que un hombre que escribía de forma tan despiadada contra la sociedad mostrara unos gustos tan refinados.
Quizá la esposa de ese tipo se había encargado de la decoración. Eso explicaría esos toques tan femeninos —unos bordados por aquí, una tela ribeteada por allá.... —Pero si en esa casa había una mujer, ¿cómo era posible que la mansión ofreciera aspecto tan descuidado? La barandilla de metal de la escalinata no estaba pulida, y a las moquetas les hacía falta una limpieza a fondo. ¿Dónde estaban los sirvientes a esas avanzadas horas del día en las que todo el mundo debería estar trabajando? El fuerte aroma de sebo era un indicio de que el dueño no podía costearse velas de cera de abeja, pero ese detalle no le pareció nada inusual.
A Myriam se le hizo un nudo en la garganta al escuchar el desmedido entusiasmo del pequeño.
—Ahora no puedo, cielo. Lo siento, pero tengo que acabar este artículo. El señor Jones ha enviado al señor Morgan para que pase a recogerlo y no puedo tenerlo ahí obligándolo a esperar.
—No me gusta el señor Morgan —se quejó Math. —Cómo me gustaría que se cayera dentro de un pozo o una alcantarilla.
Mejor no decírselo, pero el señor Morgan le había servido de modelo cuando ella se había inventado ese cuento para sus hermanos.
—El señor Morgan huele mal y es muy, muy feo —añadió Gus. —Cuando te mira, me entran ganas de pegarle un puñetazo en la nariz. ¡Es tonto, eso es lo que es!
—¡Gus! —Myriam intentó mostrarse ofendida, pero le resultaba difícil, cuando la elección de las palabras de su hermano era tan acertada. —¡Vigila lo que dices, o tendré que lavarte la boca con aceite de hígado de bacalao! —Cuando él pestañeó perplejo, ella agregó: —Además, aunque no me guste nada el señor Morgan debemos comportarnos de una forma civilizada con él, si quiero mantener mi empleo en ese periódico.
—¡Pero lo odio! —gritó Gus. —Todos lo odiamos, ¿a que sí?
—Sí. Si estuviera aquí, le daría un fuerte puñetazo en la nariz —convino Math vehementemente.
—¡Y yo lo retaría a un duelo con una espada! —añadió Timmy, como si estuviera acostumbrado a desenvainar espadas a diario.
—Yo... yo... —Oliver dudó unos instantes, ya que carecía de los instintos sanguinarios de sus hermanos. —Bueno, yo también haría algo.
—No, no lo harías, porque yo no lo permitiría. —Myriam disimuló la sonrisa ante el mero pensamiento de sus hermanos pequeños actuando como soldaditos, maniatando al señor Morgan. —Hagamos un trato: si no os metéis en ningún lío mientras jugáis en vuestra habitación durante una hora, os contaré los dos cuentos, el del pavo real que se come al dragón y el del malvado caballero.
—¡Hurra! ¡El pavo real que se come al dragón y el malvado caballero! —corearon los trillizos mientras se marchaban corriendo a su habitación.
¡Qué tremendos que eran! Jamás iban andando a ningún sitio, siempre trotando.
Oliver la miró con el semblante avergonzado.
—Te prometo que esta vez los vigilaré mejor.
—Sé que lo harás, cielo. —Myriam le propinó una sonrisa maternal. —Eres un buen chico, y una gran ayuda. Y ahora ve con ellos.
Oliver sonrió satisfecho y salió disparado detrás de sus hermanos. Myriam se dijo a sí misma que debería esforzarse más por no regañarlo innecesariamente. El pobrecito tenía la sensibilidad de un poeta.
Aunque Oliver no se había mostrado ni la mitad de afectuoso con su padre.
Una poderosa sensación de rabia se adueñó de ella, e instintivamente alzó la vista hacia el cielo.
—¿Ves lo que has hecho, Dios? ¿Por qué permitiste que papá se cayera en el Támesis mientras estaba borracho? Podrías haber obrado uno de tus milagros, no sé, separar las aguas del río o algo así. Antes solías hacer bastantes milagros. Pero no, esta vez permitiste que papá se ahogara. Ojalá que él no te dé ni un segundo de tregua, allí arriba, jugando a cartas todo el día justo al lado de las puertas celestiales y bebiendo alcohol en las luminosas calles doradas del cielo. —Las lágrimas le anegaron los ojos. —Aunque papá era un buen arquitecto, espero que no te esté edificando todas tus mansiones al revés.
Al bajar la cabeza se encontró con la mirada pasmada de la criada. La muchacha apartó la vista súbitamente de su señora y empezó a barrer atropelladamente la mosqueta de nuevo.
«Maldición», pensó Myriam, notando un repentino azoramiento. Bah, daba igual; ya iba siendo hora de que los pocos empleados de la casa se acostumbraran a escuchar sus diarias diatribas contra Dios. ¡Como si una casa llena de unos mocosos traviesos no fuera suficiente como para inducir a una persona normal a maldecir a Dios! ¿Cómo iba a conseguir ningún objetivo en la vida, con sus hermanos a cuestas? Gracias a Dios que la señora Box se ocuparía de los cuatro niños durante los días en que ella estaría ausente. Necesitaba escapar de su ejército de soldaditos de hojalata, de los trillizos en particular.
Pero primero tenía que terminar el trabajo. Entró precipitadamente en el estudio que antes había sido de su padre, se sentó detrás de la mesa cerca de la ventana y examinó el folio emborronado de tinta.
Hummm... ¿Por dónde iba? ¡Ah, sí! «Y para acabar, unos breves consejos referentes a la moda, que se pueden deducir de esperpénticas opiniones que profesa el duque de Miles: Lo que las jóvenes señoritas necesitan para refrenar sus pasiones es hacer un buen uso de ese antiguo artilugio llamado cinturón de castidad. De ese modo, no nos veremos sometidos al alud de noticias sobre jovencitas que se fugan de casa».
Hundió la pluma en el tintero y tachó el plural de «esperpénticas opiniones». Sabía que toda esa parrafada requería un tono más burlón, pero le resultaba difícil concentrarse en esos instantes, así que decidió que cuando terminara de redactar la columna dedicaría unos minutos a rehacer ese párrafo.
¿Pasiones? ¡Ja! Eran las pasiones del duque lo que las jóvenes debían evitar, como ella tan bien sabía. Si a ese tipo lo inmovilizaran de medio cuerpo para abajo con un cinturón de castidad, más de una aplaudiría. Aunque para que el método realmente fuera efectivo, deberían atarle también esas manos tan sobonas y taparle con un vendaje esa boca tan repulsiva.
El pensamiento le resultó tan gratificante que se acomodó en la silla para regocijarse por unos instantes con la imagen de Miles maniatado e inofensivo por una vez en su vida. Después sólo habría que atar a ese degenerado a un carruaje en marcha y...
El sonido de las trepidantes ruedas de un carruaje le pareció tan real que Myriam dio un respingo y se incorporó de la silla. A través de la ventana, divisó un carruaje que se acercaba por la calle cubierta de nieve, con las ruedas rompiendo en mil pedazos la fina capa de agua helada que se había formado en la superficie de los charcos. Cuando se detuvo delante de su casa, Myriam dejó escapar un bufido muy impropio de una dama. El odioso señor Morgan acababa de llegar.
Volvió a concentrarse en el artículo. Maldición. No había tenido tiempo de revisarlo por si encontraba algún error, y aún le quedaba concentrarse en esa dificultosa frase en el segundo párrafo que deseaba cambiar...
En la calle, y fuera de la línea de visión de Myriam, Víctor permanecía oculto entre las sombras, observando al señor Morgan mientras éste hurgaba en sus bolsillos en busca de unas monedas con las que pagar al cochero. Rápidamente, Víctor apareció en escena y saludó al cochero al tiempo que sacaba unas monedas y pagaba lo que el señor Morgan debía. Sin esperar ni un segundo, empezó a hablar en un tono distendido:
—¿Puede esperar un momento, por favor? El caballero aún necesitará sus servicios. —A continuación le plantó al señor Morgan una sonrisa del tamaño de una carretera. —Jones se alegrará de que lo haya encontrado a tiempo.
Morgan lo miró desconcertado.
—¿Se puede saber quién diantre es usted?
—Soy el nuevo empleado que Jones ha contratado esta mañana. —Lo cierto era que Jones todavía estaba entrevistando a los candidatos que se habían presentado para ocupar el puesto vacante en el diario, pero Morgan desconocía ese detalle. —Me ha pedido que venga aquí a buscarlo y que le diga que necesita que vaya al mercado Haymarket inmediatamente. Me ha dicho que recoja yo mismo el artículo de Lord X —Cuando Morgan lo escrutó con suspicacia, Víctor añadió: —Se ha desatado una pelea cerca de Picadilly Circus, y Jones quiere que vaya a cubrir el reportaje ahora mismo.
—¿Una pelea? —El repentino brillo malicioso que apareció en las pupilas del individuo le confirmó a Víctor que había juzgado correctamente a su interlocutor. Morgan estaba literalmente lamiéndose los labios ante la idea de presenciar actos violentos en plena calle, en el centro de Londres. —Comprendo. Bueno, si es así... —Tras un fugaz golpe de cabeza de Víctor en señal de aprobación, el hombre se mostró satisfecho con el parco abrigo de lana y el sombrero de piel de castor que Víctor le acababa de entregar para ocultar su pinta de vizconde y parecer un simple trabajador. —Entonces de acuerdo. Sólo ha de llamar a la puerta y decirles que viene de parte de Jones.
Mientras el señor Morgan entraba en el carruaje de nueve y le ordenaba al cochero que emprendiera la marcha, Víctor sonrió para sí mismo. Tres días de sobornos a secretarias y de intenso seguimiento del señor Morgan habían dado finalmente resultado; las técnicas que Víctor había aprendido en la guerra resultaban siempre infalibles. Ahora ya no necesitaba averiguar el verdadero nombre de Lord X; había localizado la casa del individuo y eso le bastaba.
Subió con cautela los peldaños resbaladizos por el hielo hasta la entrada principal de la casa y se fijó en el diseño gótico de la puerta y en el curioso picaporte en forma de monstruo alado, éste último le resultaba familiar. ¿Dónde lo había visto antes? Ahora no se acordaba, así que se dijo que más tarde tendría que hacer un ejercicio de memoria. Acto seguido, se dedicó a examinar la fachada del edificio entre los copos de nieve que caían incansablemente del cielo. La casa era un ejemplo perfecto de estilo gótico, con ventanas acabadas en forma de arco puntiagudo y un excelente trabajo de tracería. Sin lugar a dudas era la casa de un caballero. Bueno, eso ya lo esperaba. La pluma ponzoñosa de Lord X era definitivamente aristocrática. Víctor había analizado detenidamente las columnas de ese escritor, y a pesar de que seguía considerando que sólo contenía cotilleos, ahora comprendía por qué las duquesas organizaban reuniones con la intención de comentar esas columnas, y por qué todas las sirvientas y los lacayos de Londres se gastaban esos peniques que tanto esfuerzo les costaba ganar en un ejemplar de The ... Gazette. Y por qué Jones protegía a su principal fuente de información con tanto celo.
Lord X era el sueño de cualquier editor: agudo e ingenioso, con un estilo sugestivo y una habilidad innata para descubrir los secretos mejor guardados. Repartía tanto halagos como críticas con un tono informal y ameno. Al igual que uno de los profesores de Víctor en el prestigioso colegio de Eton, era diestro en el sarcasmo más refinado, Lord X criticaba con una fineza digna de ser ponderada. Sus víctimas eran principalmente los miembros de la alta sociedad que ejemplificaban lo peor del ser humano: una desdeñosa indolencia ante las necesidades o los sentimientos de los demás, una arrogancia descomedida, y una propensión a la vida licenciosa. Sin duda por eso aparecía Víctor en la columna. Dadas las numerosas batallitas atribuidas al vizconde de Saint Clair, Lord X indudablemente lo consideraba el hijo del mismísimo diablo.
Víctor se estremeció con un escalofrío. Quizá ese periodista no estuviera tan desencaminado, pero aunque fuese o no verdad lo que contaba de él. Lord X tenía que aprender a ser más discreto con la vida de sus víctimas. Y la intención de Víctor era enseñarle esa lección en particular.
El golpe seco en el picaporte obtuvo una respuesta instantánea, aunque la ancVíctor a con el pelo cano que abrió la puerta pareció perpleja al verlo.
—¿Qué desea, señor?
Víctor se quitó el sombrero con un gesto rápido, y un montón de copos de nieve salieron despedidos en todas direcciones.
—Soy el señor Alexander del diario The Gazette. —Pensó que no pasaría nada por utilizar su verdadero apellido; Lord X probablemente sólo lo conocía por su título. —He venido a recoger el artículo.
La mujer se secó las manos mojadas y enrojecidas en la falda y luego se apartó para dejarlo pasar.
—Entre, por favor —mientras él aceptaba la invitación, ella añadió con un tono distendido. —Soy la señora Box, el ama de llaves. ¿Hoy no viene el señor Morgan?
—Ha tenido que ir a otro sitio, así que yo lo reemplazo.
—Ah, bueno, espere un momento; iré a buscar el artículo.
—De hecho —la interrumpió Víctor mientras ella empezaba a dirigirse hacia la imponente escalinata de roble que partía del mismo vestíbulo hacia el piso superior—, el señor Jones me ha pedido que hable con vuestro señor en persona.
—¿Mi señor? —Una expresión de desconcierto matizó más las profundas arrugas en la frente de la anciana. Entonces esta lió en una risotada. —Ese señor Jones... Siempre tan bromista. No se lo ha contado, ¿eh?
—¿Contarme el qué?
—Oh, nada. No pienso echar a perder la broma. Ahora mismo iré a avisar a «mi señor». —Se alzó la falda y empezó a subir las escaleras al tiempo que murmuraba entre risitas —Así que el señor, ¿eh?
Víctor se la quedó mirando boquiabierto. Qué criada más extraña. Ni siquiera le había cogido el abrigo y el sombrero. ¿Y acaso no había ningún mayordomo, ningún lacayo en la casa? ¡Qué excentricidad!
Atravesó el vestíbulo hasta el perchero de hierro forjado, colgó el abrigo y el sombrero, luego se dedicó a examinar la estancia revestida de mármol. Seis años trabajando como espía le habían enseñado a usar el método de la observación minuciosa para desenmascarar los secretos en cualquier situación, pero ese recibidor le resultaba tan enigmático como su dueño.
La estancia no pretendía ser ostentosa en absoluto. Estaba decorada con mobiliario de mala calidad, una moda absurda por la que algunos se decantaban en esa época. Sobre la pequeña consola arrimada a la pared, únicamente había una bandeja de plata para el correo. El amplio espejo emplazado encima de la sobria mesita estaba enmarcado con una delicada moldura curvilínea. Le pareció extraño que un hombre que escribía de forma tan despiadada contra la sociedad mostrara unos gustos tan refinados.
Quizá la esposa de ese tipo se había encargado de la decoración. Eso explicaría esos toques tan femeninos —unos bordados por aquí, una tela ribeteada por allá.... —Pero si en esa casa había una mujer, ¿cómo era posible que la mansión ofreciera aspecto tan descuidado? La barandilla de metal de la escalinata no estaba pulida, y a las moquetas les hacía falta una limpieza a fondo. ¿Dónde estaban los sirvientes a esas avanzadas horas del día en las que todo el mundo debería estar trabajando? El fuerte aroma de sebo era un indicio de que el dueño no podía costearse velas de cera de abeja, pero ese detalle no le pareció nada inusual.
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
gracias por el capi uyy la sorpre que se ba a dar cuanda vea y conozca a su escritor x jajaja
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
graciias x el cap niiña ya me imagiino la cara de viictor cuando conozca al señor de la casa jajaja
Dianitha- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Gracias por el Cap Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Los minutos pasaban, Víctor empezó a impacientarse. Quería acabar con ese asunto de una vez por todas, para ir a casa de Brianna y concretar los planes de la boda. Había estado retrasando el próximo encuentro con ella desde que se enteró de ese chisme sobre él en la columna, diciéndose a sí mismo que seguramente Brianna necesitaría tiempo para superar el daño que ese artículo le habría podido causar. La gente ya había empezado a murmurar a espaldas de la joven acerca de lo poco agraciada que era, de su excesiva timidez, de sus pocas posibilidades para encontrar esposo. Seguramente a Brianna le habría causado un enorme disgusto la desafortunada noticia publicada sobre la supuesta amante deslumbrante, así que Víctor pensó que con ir a verla únicamente empeoraría las cosas. Pero él no era más que un ruin mentiroso, y lo sabía. La verdad era que cuando estaba con Brianna anhelaba estar en cualquier otro sitio. Le molestaba la forma tan servil con que ella asentía para darle a entender que estaba de acuerdo con todo lo que él decía, mientras permanecía absolutamente callada. Y cuando Brianna se mostraba dispuesta a hablar, su ingenuidad también lo molestaba.
La mayoría de los hombres se habría sentido más que satisfecho con una esposa dócil e ingenua. Por eso precisamente la había elegido, para que no le causara ninguna clase de problemas, especialmente en el desagradable trance con su tío. Así que, ¿por qué le costaba tanto casarse con ella?
No, mejor no pensar en esa incomoda cuestión. Se casaría con ella y punto, por más que fuera lo opuesto a lo que sus impulsos egoístas le dictaban. Brianna encajaba en sus planes. Además, sabía que no era nada conveniente dejarse llevar por las emociones más primitivas, puesto que eso conducía inevitablemente a la desgracia. Era necesario pensar antes de actuar, y no hacer caso a sus instintos carnales. Había aprendido esa terrible lección diez años antes, y sus esfuerzos por alejar de su mente esa clase de tentaciones le habían permitido sobrevivir durante todos esos años. Por consiguiente, ahora no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer; pensaba ganar la batalla, no sólo con Lord X, sino también con su tío tan pérfido.
Víctor acabó por perder la paciencia y se encaminó hacia la escalinata con paso firme, pero al cabo de unos segundos se detuvo en seco y se dio la vuelta rápidamente a causa del estrepitoso ruido que oyó justo a sus espaldas. Aún tuvo tiempo de presenciar cómo un prominente trozo de yeso que debía de haberse desprendido del techo se hacía añicos en el suelo, justo a escasos pasos de donde él había permanecido inmóvil durante bastantes minutos, esperando.
Sus ojos se achicaron como un par de rendijas. No, no era yeso lo que acababa de estamparse contra el suelo. Propinó una suave patada al objeto en cuestión y una masa pegajosa se le enganchó a la bota; se quedó sorprendido al descubrir que lo que había tomado por un trozo de yeso no era más que una bola de nieve sucia, y mantuvo la vista fija en la bola mientras ésta empezaba a deshacerse sobre el suelo de mármol.
En ese instante, desde el hueco de la escalera le llegó el murmullo agitado de unas voces infantiles.
—¡Hemos metido la pata! ¡No es él! ¡Es otro señor! Víctor asomó la cabeza por el hueco de la escalera y miró hacia arriba. Entonces descubrió tres pares de ojos que lo observaban ateridos y con atención. Eran unos ojos idénticos, en unas caritas idénticas, que emergían por la barandilla del piso superior como si se tratara de unos arrapiezos en una farsa neutral. Parpadeó un par de veces seguidas, pero no, no estaba viendo visiones. Los tres pequeños diablillos en lo alto de la escalera eran idénticos. Y uno de ellos sostenía un cubo vacío en la mano.
—¿Normalmente soléis dar la bienvenida a vuestros huéspedes con tanta cordialidad?
Una nueva cara asomó por la barandilla, un mozalbete un poco mayor que los otros diablillos y con una expresión tan alarmada que contrastaba con las caritas curiosas de los otros niños.
—¡Oh, Gus! ¿Se puede saber qué has hecho esta vez? ¡Myri nos arrancará la piel!
¿Myri? ¿La institutriz, quizá? Porque esos chiquillos debían de ser los hijos de Lord X. Hummm... Unos trillizos idénticos, no era nada usual. Víctor añadió esa información a los detalles que ya había ido almacenando en la mente; en toda su vida no recordaba a ningún caballero que se hubiera jactado jamás de tener trillizos idénticos.
EI muchacho que no era uno de los trillizos bajó corriendo de la escalera, y los otros decidieron seguirlo. Cuando los tuvo a los cuatro más cerca, Víctor descubrió que el mayor también se parecía a los trillizos.
—Por favor, señor —le imploró el mozalbete mientras se detenía en seco delante de Víctor . —No lo han hecho con mala intención.
—¿Ah, no? —Inclinándose hacia delante, Víctor hurgó entre la nieve sucia. —Un pedazo de carbón, tres o cuatro piedras, y un trocito de hielo. —Recogió algo con una forma más o menos esférica y jugueteó con eso entre el dedo pulgar y el dedo índice. —¿El corazón de una manzana, quizá? Diría que sólo ésta pieza podría causarle un buen chichón a un hombre y, además le dejaría la ropa hecha un asco.
—No queríamos atacarlo a usted, señor —dijo uno de los trillizos con escasos ánimos. —Pensábamos que era el señor Morgan.
Con una enorme dificultad, Víctor ahogó una sonrisa.
—Ya entiendo. Ese tipo no os cae demasiado bien, ¿eh?
—Se hace el chulo delante de Myri —murmuró el chico mayor.
Víctor irguió la espalda y acto seguido sacó un pañuelo del bolsillo para limpiarse la mano.
—¿Quién es Myri?
—Nuestra hermana —anunció otro de los trillizos.
—Ya veo. —Cuatro hijos y una hija. Lord X tenía que mantener a una familia considerablemente numerosa. —Bueno, gracias a Dios no soy el señor Morgan, y también doy gracias a Dios de que hayáis fallado la puntería.
—Le pedimos perdón, señor, sinceramente —dijo el muchacho mayor con un tono suplicante. —No solemos comportarnos así. Pero es que esperábamos a ese hombre del periódico y…
—Yo he venido en su lugar —lo interrumpió él.
—Entonces, ¿es usted escritor, como Myri? —inquirió un de los trillizos.
—No exactamente. —Inexplicablemente, Víctor se recriminó a sí mismo por haber mentido a un niño. —¿Vuestra hermana es escritora?
—Oh, sí, escribe un poco de todo. —Continuó el trillizo con un orgullo más que evidente— pero...
—¡Calla! —lo amonestó su hermano mayor con firmeza Entonces alzó la cara con aire arrogante hacia Víctor . —Ya lo sabía que usted no era escritor.
—¿Ah, sí? ¿Y cómo lo sabías?
—Todos los escritores llevan los dedos manchados de tinta en cambio usted no.
Víctor examinó sus manos con una fingida solemnidad.
—Me parece que tienes razón.
—Myri tiene manchas de tinta en los dedos —continuó uno de los trillizos— porque escribe...
—Ya te he dicho que te calles, Gus —volvió a atajarlo su hermano mayor. —No debemos hablar de eso. Myri dice que no es un trabajo muy femenino, eso de escribir historias.
Víctor se esforzó por no sonreír. Podía imaginarse a su hermana como una muchachita de unos quince años a la que le gustaba imitar a su padre mientras se afanaba también por aprender a comportarse como una fina señorita.
El ama de llaves apareció súbitamente en lo alto de la escalera. Cuando vio a los niños, perdió la compostura y se puso a chillar.
—¡Niños! ¡No molestéis al caballero! Mientras bajaba precipitadamente la escalera, se fijó en el montoncito de nieve que se deshacía en el suelo que los chicos intentaban ocultar con sus cuerpecitos, como si fueran un grupito de médicos alrededor de un paciente en apuros.
Las cejas canosas de la anciana a se crisparon, y sin dudarlo ni un segundo, la mujer se llevó a los muchachos hacia una esquina del vestíbulo.
—Supongo que lo habéis sacado del balcón, ¿verdad? Os lo juro, los Reyes Magos sólo os traerán carbón este año, especialmente si vuestra hermana les cuenta lo mal que os portáis.
Las miradas de pánico en las caritas de los trillizos consiguieron despertar en Víctor su dormido instinto protector.
—Se equivoca. Uno de los lacayos entró en la casa y al quitarse el abrigo derramó toda esa cantidad de nieve —alegó, esperando que hubiera algún lacayo cerca. —Indudablemente habría resbalado si los muchachos no hubieran bajado corriendo la escalera para avisarme. —Cuando las caritas de preocupación se iluminaron de agradecimiento, Víctor procuró contrarrestar su repentino sentimentalismo con una mirada implacable. —Estoy seguro de que limpiarán toda esta porquería para que usted no tenga que hacerlo. Me parece que son unos chicos encomiables.
—Sí, lo haremos, ¿no es así, muchachos? —ordenó el mayor a sus hermanos.
—Sí, claro, queremos ayudar...
—Sí, queremos hacerlo...
—Ahora mismo lo haremos...
—Muy bien, muchachos —convino la señora Box, con las comisuras de los labios temblando ante la imperiosa necesidad de sonreír. —A ver si lo dejáis todo limpio. Oliver, ve a buscar la fregona. Gus, puedes usar ese cubo que tienes a mano.
A continuación, el ama de llaves miró a Víctor y esbozó una sonrisa.
—Le agradezco que sea tan considerado, señor. A veces son un poco traviesos, pero también pueden ser unos angelitos cuando se lo proponen.
Víctor intentó imaginar a los trillizos con caritas angelicales, pero no pudo.
—Me parece que no les gusta el señor Morgan.
—Para serle honesta, señor, a ninguno de nosotros nos gusta ese tipo. Y hablando de él, el artículo aún no está listo, pero si quiere puede subir a recogerlo usted mismo; supongo que no tendrá que esperar demasiado rato. —El ama de llaves echó un vistazo hacia los muchachos, que estaban esparciendo la nieve en lugar de recogerla. —¿Verdad que no le importa que no le acompañe? Si no los vigilo, son capaces de dejar el vestíbulo tan resbaladizo como una pista de patinaje sobre hielo.
—No se preocupe. —Quizá así tendría la oportunidad de observar a Lord X sin que éste se diera cuenta.
—Es la primera puerta a la izquierda. —La señora Box señaló hacia el piso superior. —Puede entrar. La puerta está abierta.
—Gracias —murmuró, y sin perder un segundo subió corriendo las escaleras.
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
Jejeje ya kiero ke se encuentre, Muchas gracias por el capitulo, no tardes con el siguiente.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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Re: Dulce Tentación
Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
gracias por el capi aitana
nayelive- VBB PLATINO
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Re: Dulce Tentación
Cuando encontró la habitación, se dispuso a entrar, pero se detuvo en seco en el umbral de la puerta. Al parecer no había entendido bien las indicaciones de la anciana puesto que en esa estancia sólo había una mujer joven y diminuta inclinada sobre una mesa.
Víctor estudió su perfil con interés: tenía una mandíbula angulosa y el tono de su tez era más bien aceitunado, en lugar del color alabastro rosado que tan de moda estaba entra las jóvenes en esa época.
Debía de ser Myri, la hermana de los muchachos.
A juzgar por su estatura, debía de ser muy joven; probablemente Víctor la doblaba en edad, pero sin embargo no podía apartar los ojos de ella. Su pelo era lo que más le llamaba la atención: una cascada de rizos de color canela desaliñadamente recogidos en un moño con la ayuda de dos agujas de tejer cruzadas en forma de X. Jamás había visto a una fémina tan despreocupada por su apariencia. Era evidente que el dobladillo de su vestido de color azul celeste estaba remendado, y a sus zapatos no les iría nada mal que un zapatero les diera un retoque.
Entonces ella se inclinó para abrir un cajón de la mesa, y a Víctor se le secó la boca. Por todos los santos, con esas dulces curvas perfectamente delineadas debajo de su traje de muselina fina.
Sabía que no debería mirarla de ese modo tan lascivo, ¿pero cómo iba a resistirse? Por más joven que fuera esa muchacha, ya poseía la figura perfectamente proporcionada de una cortesana.
No le extrañaba en absoluto que el señor Wilson se hiciera el gallito con ella.
Víctor necesitó realizar un enorme esfuerzo para apartar la mirada de esa visión tan fascinante e inspeccionar el pasillo en busca de otra puerta. Pero no había ninguna otra puerta.
Por un instante estuvo tentado de preguntarle a la joven dónde podía encontrar a su padre, y con tal propósito carraspeó para aclarar la garganta.
Justo en el momento en que se fijaba en que ella estaba escribiendo algo con esos dedos manchados de tinta que su hermano había descrito, la joven dijo sin darse la vuelta:
—Adelante, señor; sólo necesito hacer una pequeña corrección más y ya se podrá llevar el artículo.
Víctor se quedó perplejo por dos motivos: el primero, por su voz calmosa y segura, un indicador de que la mujer no era tan joven como había supuesto, y el segundo, porque era obvio que ella esperaba a alguien.
Al señor Morgan.
«¡Por todos los demonios! —pensó Víctor , reprendiéndose a sí mismo por haber tardado tanto en darse cuenta. —Lord X es una mujer.»
Víctor estudió su perfil con interés: tenía una mandíbula angulosa y el tono de su tez era más bien aceitunado, en lugar del color alabastro rosado que tan de moda estaba entra las jóvenes en esa época.
Debía de ser Myri, la hermana de los muchachos.
A juzgar por su estatura, debía de ser muy joven; probablemente Víctor la doblaba en edad, pero sin embargo no podía apartar los ojos de ella. Su pelo era lo que más le llamaba la atención: una cascada de rizos de color canela desaliñadamente recogidos en un moño con la ayuda de dos agujas de tejer cruzadas en forma de X. Jamás había visto a una fémina tan despreocupada por su apariencia. Era evidente que el dobladillo de su vestido de color azul celeste estaba remendado, y a sus zapatos no les iría nada mal que un zapatero les diera un retoque.
Entonces ella se inclinó para abrir un cajón de la mesa, y a Víctor se le secó la boca. Por todos los santos, con esas dulces curvas perfectamente delineadas debajo de su traje de muselina fina.
Sabía que no debería mirarla de ese modo tan lascivo, ¿pero cómo iba a resistirse? Por más joven que fuera esa muchacha, ya poseía la figura perfectamente proporcionada de una cortesana.
No le extrañaba en absoluto que el señor Wilson se hiciera el gallito con ella.
Víctor necesitó realizar un enorme esfuerzo para apartar la mirada de esa visión tan fascinante e inspeccionar el pasillo en busca de otra puerta. Pero no había ninguna otra puerta.
Por un instante estuvo tentado de preguntarle a la joven dónde podía encontrar a su padre, y con tal propósito carraspeó para aclarar la garganta.
Justo en el momento en que se fijaba en que ella estaba escribiendo algo con esos dedos manchados de tinta que su hermano había descrito, la joven dijo sin darse la vuelta:
—Adelante, señor; sólo necesito hacer una pequeña corrección más y ya se podrá llevar el artículo.
Víctor se quedó perplejo por dos motivos: el primero, por su voz calmosa y segura, un indicador de que la mujer no era tan joven como había supuesto, y el segundo, porque era obvio que ella esperaba a alguien.
Al señor Morgan.
«¡Por todos los demonios! —pensó Víctor , reprendiéndose a sí mismo por haber tardado tanto en darse cuenta. —Lord X es una mujer.»
aitanalorence- VBB ORO
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Re: Dulce Tentación
Muchas gracias por regresar y aki me tienes lee y lee mi mama empieza a preocuparse por mi vicio jaja.
Besos a la bebe.
Besos a la bebe.
alma.fra- VBB DIAMANTE
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