Dulce Tentación
+6
jai33sire
fresita
mats310863
alma.fra
nayelive
aitanalorence
10 participantes
Página 2 de 3.
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Re: Dulce Tentación
ASÍ QUE PARECE QUE LORD X ES MYRIAM, ESTO SE ESTA PONIENDO MUY INTERESANTE, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Dulce Tentación
esto cada vez se pone mas interesante graciias niiña por el cap
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Dulce Tentación
gracias por el capi aitana jajaj si sera apenas sedio cuenta que el escritor es una linda mujer jaja
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
gracias
saludos
saludos
fresita- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1024
Edad : 43
Localización : colima, méxico
Fecha de inscripción : 31/07/2009
Re: Dulce Tentación
Cierta dama debería tener mucho cuidado con el idilio que su esposo —por cierto, el sujeto en cuestión es un caballero muy conocido— mantiene con una cantante de ópera afamada por aceptar regalos sin jamás entregar su corazón. Según los rumores, ese ruiseñor que tan bien canta desea entrar en el castillo, y no tiene ningún inconveniente en desalojar a la pava real con tal de conseguir su objetivo.
The ... Gazette, 8 de diciembre de 1820
Lord X
Myriam tachó una palabra, y acto seguido garabateó otra en el margen de la página.
—Siento la demora, pero es que he tenido una mañana bastante accidentada —se disculpó mientras seguía revisando la hoja en busca de más erratas.
Una voz masculina, suave y cálida como un buen brandy francés, contestó:
—No se preocupe, señorita, tómese todo el tiempo que necesite; estoy disfrutando con esta visión tan privilegiada.
En el instante en que su mente procesó la insolencia del individuo, Myriam se giró con brusquedad, preparada para arremeter contra el nuevo empleado del señor Jones con el mismo rapapolvo que había utilizado con el señor Morgan el primer día. Pero se quedó helada. Definitivamente, el hombre con esa mirada tan segura y confiada que se hallaba de pie en el umbral de la puerta no trabajaba en The Gazette.
Era el vizconde de Saint Clair en persona. Lo reconocería en cualquier sitio.
¡Maldición, maldición y mil veces maldición! ¿Qué hacía ese tipo allí? Sin lugar a dudas, la señora Box lo había confundido con el nuevo empleado del señor Jones y lo había invitado a subir. Pero eso no explicaba por qué un caballero de tan distinguida alcurnia deseaba visitarla.
Víctor sonrió, o más bien forzó una mueca desabrida en los labios. El resto de su cara, sin embargo, se mantenía inexpresiva, sin aportar ninguna pista de los motivos de la visita. Entró en el despacho con una sobriedad inquietante.
—Supongo que sabe quién soy.
Sí, Myriam lo sabía; aunque antes nunca lo había tenido tan cerca, se había fijado en él en los innumerables eventos sociales en los que ambos habían coincidido. ¿Quién no se fijaría en hombre como él, casi tan alto como dos de los trillizos juntos? Además, a pocos hombres de su edad les quedaba tan bien el abrigo y los pantalones. Y pocos hombres se podían jactar de unos ser dandis de los pies a la cabeza como él. Su cara, angulosa y con esas líneas tan duras, provocaba comentarios allá donde iba, especialmente a causa del color tostado de su piel que había heredado de su madre española.
Y era imposible no fijarse en esos ojos tan enigmaticos y peligrosos, con unas pupilas que parecían querer absorber a su víctima directamente hasta lo más profundo de su alma oscura. Por algo la gente los describía como «los ojos del diablo». Las mujeres o bien se amedrentaban ante esos dos luceros o se perdían en sus profundidades...
Myriam notó que un escalofrío le recorría la espalda, pero se dijo que no iba a perderse en esas profundidades. ¿Qué diantre pasaba?
Sí, lo conocía, y demasiado bien, tras haberlo seguido la semana anterior hasta Waltham Street. ¿Podía ser ése el motivo de su visita? ¿Porque lo había mencionado en una de sus columnas?
Pero él no podía saber que ella era Lord X: el señor Jones ocultaba celosamente su identidad. Ni tampoco lord Saint Clair podía albergar ninguna razón para quejarse de su artículo. A los hombres de su calaña les encantaba que los demás elogiaran a sus queridas.
Sin embargo, era más conveniente que él no descubriera la verdad. Escondió el artículo rápidamente debajo de algunos papeles detrás de ella, y a continuación se esforzó por esbozar una cándida sonrisa.
—Buenos días, lord Saint Clair. Disculpe mi sorpresa, pero no creo que nos hayan presentado antes.
—Tiene razón, señorita. —Víctor dio otro paso y cerró la puerta tras él, un movimiento que incrementó sustancialmente la incomodidad que Myriam sentía. Entonces la escrutó sin disimulo. —Pero yo sé quién es usted —declaró, como si él mismo estuviera sorprendido del descubrimiento. —La he visto en algunos bailes. Usted es la señorita Myriam Montemayor. Su padre era Montemayor, el arquitecto.
Así es. —Cielo santo, qué situación más extraña. ¿Había venido a visitarla y sin embargo no se había dado cuenta del quién era hasta ese momento?
—Me apenó mucho la noticia de la muerte de su padre el año pasado. —Sus palabras contenían un medido tono de pésame, pero su expresión seguía siendo insondable. —Vi su obra en Worthing Manor y en Somerset House. Definitivamente, era un hombre con un gran talento.
Myriam notó un nudo en la garganta.
—Sí, lo era.
Con talento, pero también un irresponsable. Su talento le había abierto las puertas hasta permitirle codearse con los hombres más destacados de la alta sociedad, y su irresponsabilidad y su carácter abierto no le habían permitido ver los peligros que conllevaba vivir por encima de sus posibilidades. Había muerto tal y como había vivido: de forma imprudente. Myriam no albergaba ninguna fantasía sobre ese padre al que tanto había adorado y que tantos disgustos le había causado. Ni tampoco deseaba mantener el contacto con sus amistades de las altas esferas. Endureció la voz al volver a dirigirse al intruso:
—Gracias por el pésame, lord Saint Clair, pero ahora, si me disculpa, tengo bastante trabajo y...
—Veo que él no era el único con talento en la familia —prosiguió el vizconde, como si ella hubiera estado hablando con la pared. Señaló hacia la mesa abarrotada de papeles. —Por lo que parece, usted también tiene talento con la pluma… Lord X.
A Myriam se le cortó la respiración. ¡Ese sujeto había descubierto su secreto mejor guardado!
O quizá no lo sabía, sino que sólo lo sospechaba. Por si acaso, era mejor andar con pies de plomo.
—¿Se refiere a ese tipo abominable que escribe artículos en el diario? Supongo que no creerá que yo tengo algo que ver con él...
Víctor avanzó hacia ella con el ímpetu de un ejército.
—Señorita Montemayor, no me tome por un cretino sólo porque se crea conocedora de todas mis andanzas.
Myriam notó cómo se incrementaba la agitación que sentía tan el pecho. Retrocedió, pero sólo para topar con la presencia no deseada de la robusta mesa del despacho.
—Sólo un chiflado creería que soy Lord X. Quienquiera que le haya facilitado ese dato, le ha informado mal.
Víctor se detuvo a escasos pasos de ella —demasiado cerca, en contra del protocolo de la buena conducta ante una dama—, y ella alzó la barbilla con aire afrentado. Cómo deseaba Myriam bajarle los humos a ese tipo tan arrogante y borrar de un plumazo esa sonrisa socarrona que coronaba su boca insolente, pero su frente quedaba a escasos centímetros de la barbilla del vizconde, y eso hacía imposible mirarlo con porte altivo sin que pareciera una niñita estúpida.
—Nadie me ha dado esa información. Yo mismo he realizado mis propias pesquisas —arguyó él. —Descubrí a Morgan, el secuaz de Jones, luego lo seguí hasta aquí, me inventé una excusa para desembarazarme de él y ocupé su puesto. —Con una absoluta desfachatez, se inclinó por encima de Myriam y empezó a revolver entre la pila de papeles que había sobre la mesa. Un penetrante aroma de bayrum la asaltó súbitamente. —El ama de llaves ha tenido la gentileza de invitarme a subir para que recoja personalmente el artículo. —De repente dejó de buscar y una sonrisa maliciosa se perfiló en sus labios. Sosteniendo en alto una hoja de papel, añadió con un tono triunfal: —Este artículo.
Ya no tenía sentido continuar fingiendo. Myriam alzó la barbilla con arrogancia y lo miró con ojos desafiantes.
—Muy bien, lo felicito; ha descubierto mi secreto.
—Así es.
Víctor la miró con impasibilidad, con unos ojos aún más inescrutables —si eso era posible —pero esta vez mucho más cerca de ella. Myriam pensó que sus ojos eran tan misteriosos como la noche... y terriblemente seductores.
Ella desvió la vista y la fijó en un punto distante por encima del fornido hombro izquierdo de su interlocutor.
—No comprendo por qué se ha tomado tantas molestias para encontrarme.
Víctor lanzó el papel sobre la mesa, pero no retrocedió ni un centímetro.
—Porque se ha dedicado a escribir mentiras acerca de mí, en la columna de la semana pasada, y no me gusta convertirme en el tema de comidilla a causa de unas falsas especulaciones.
Ella giró la cara rápidamente para volver a mirarlo a los ojos. ¡Pero si sólo había escrito unos simples comentarios acerca de su amante!
—Ésa es una acusación muy grave, lord Saint Clair —replicó con un tono burlón. —Me parece que tendré que retarlo a un duelo para defender mi honor.
Víctor enarcó una de sus cejas, tan negras como un tizón.
—La aviso, señorita Montemayor, perdería cualquier duelo conmigo. —Su mirada descendió por su nariz y sus mejillas hasta posarse en su boca. —Aunque estoy seguro de que resultaría un ejercicio muy gratificante hasta que la derrotara.
Maldito tenorio. Ese hombre era más peligroso de lo que ella se había figurado. Ahora comprendía por qué algunas mujeres lo encontraban fascinante. Y por qué su tímida amiga, Brianna Morrison, lo hallaba abominable.
The ... Gazette, 8 de diciembre de 1820
Lord X
Myriam tachó una palabra, y acto seguido garabateó otra en el margen de la página.
—Siento la demora, pero es que he tenido una mañana bastante accidentada —se disculpó mientras seguía revisando la hoja en busca de más erratas.
Una voz masculina, suave y cálida como un buen brandy francés, contestó:
—No se preocupe, señorita, tómese todo el tiempo que necesite; estoy disfrutando con esta visión tan privilegiada.
En el instante en que su mente procesó la insolencia del individuo, Myriam se giró con brusquedad, preparada para arremeter contra el nuevo empleado del señor Jones con el mismo rapapolvo que había utilizado con el señor Morgan el primer día. Pero se quedó helada. Definitivamente, el hombre con esa mirada tan segura y confiada que se hallaba de pie en el umbral de la puerta no trabajaba en The Gazette.
Era el vizconde de Saint Clair en persona. Lo reconocería en cualquier sitio.
¡Maldición, maldición y mil veces maldición! ¿Qué hacía ese tipo allí? Sin lugar a dudas, la señora Box lo había confundido con el nuevo empleado del señor Jones y lo había invitado a subir. Pero eso no explicaba por qué un caballero de tan distinguida alcurnia deseaba visitarla.
Víctor sonrió, o más bien forzó una mueca desabrida en los labios. El resto de su cara, sin embargo, se mantenía inexpresiva, sin aportar ninguna pista de los motivos de la visita. Entró en el despacho con una sobriedad inquietante.
—Supongo que sabe quién soy.
Sí, Myriam lo sabía; aunque antes nunca lo había tenido tan cerca, se había fijado en él en los innumerables eventos sociales en los que ambos habían coincidido. ¿Quién no se fijaría en hombre como él, casi tan alto como dos de los trillizos juntos? Además, a pocos hombres de su edad les quedaba tan bien el abrigo y los pantalones. Y pocos hombres se podían jactar de unos ser dandis de los pies a la cabeza como él. Su cara, angulosa y con esas líneas tan duras, provocaba comentarios allá donde iba, especialmente a causa del color tostado de su piel que había heredado de su madre española.
Y era imposible no fijarse en esos ojos tan enigmaticos y peligrosos, con unas pupilas que parecían querer absorber a su víctima directamente hasta lo más profundo de su alma oscura. Por algo la gente los describía como «los ojos del diablo». Las mujeres o bien se amedrentaban ante esos dos luceros o se perdían en sus profundidades...
Myriam notó que un escalofrío le recorría la espalda, pero se dijo que no iba a perderse en esas profundidades. ¿Qué diantre pasaba?
Sí, lo conocía, y demasiado bien, tras haberlo seguido la semana anterior hasta Waltham Street. ¿Podía ser ése el motivo de su visita? ¿Porque lo había mencionado en una de sus columnas?
Pero él no podía saber que ella era Lord X: el señor Jones ocultaba celosamente su identidad. Ni tampoco lord Saint Clair podía albergar ninguna razón para quejarse de su artículo. A los hombres de su calaña les encantaba que los demás elogiaran a sus queridas.
Sin embargo, era más conveniente que él no descubriera la verdad. Escondió el artículo rápidamente debajo de algunos papeles detrás de ella, y a continuación se esforzó por esbozar una cándida sonrisa.
—Buenos días, lord Saint Clair. Disculpe mi sorpresa, pero no creo que nos hayan presentado antes.
—Tiene razón, señorita. —Víctor dio otro paso y cerró la puerta tras él, un movimiento que incrementó sustancialmente la incomodidad que Myriam sentía. Entonces la escrutó sin disimulo. —Pero yo sé quién es usted —declaró, como si él mismo estuviera sorprendido del descubrimiento. —La he visto en algunos bailes. Usted es la señorita Myriam Montemayor. Su padre era Montemayor, el arquitecto.
Así es. —Cielo santo, qué situación más extraña. ¿Había venido a visitarla y sin embargo no se había dado cuenta del quién era hasta ese momento?
—Me apenó mucho la noticia de la muerte de su padre el año pasado. —Sus palabras contenían un medido tono de pésame, pero su expresión seguía siendo insondable. —Vi su obra en Worthing Manor y en Somerset House. Definitivamente, era un hombre con un gran talento.
Myriam notó un nudo en la garganta.
—Sí, lo era.
Con talento, pero también un irresponsable. Su talento le había abierto las puertas hasta permitirle codearse con los hombres más destacados de la alta sociedad, y su irresponsabilidad y su carácter abierto no le habían permitido ver los peligros que conllevaba vivir por encima de sus posibilidades. Había muerto tal y como había vivido: de forma imprudente. Myriam no albergaba ninguna fantasía sobre ese padre al que tanto había adorado y que tantos disgustos le había causado. Ni tampoco deseaba mantener el contacto con sus amistades de las altas esferas. Endureció la voz al volver a dirigirse al intruso:
—Gracias por el pésame, lord Saint Clair, pero ahora, si me disculpa, tengo bastante trabajo y...
—Veo que él no era el único con talento en la familia —prosiguió el vizconde, como si ella hubiera estado hablando con la pared. Señaló hacia la mesa abarrotada de papeles. —Por lo que parece, usted también tiene talento con la pluma… Lord X.
A Myriam se le cortó la respiración. ¡Ese sujeto había descubierto su secreto mejor guardado!
O quizá no lo sabía, sino que sólo lo sospechaba. Por si acaso, era mejor andar con pies de plomo.
—¿Se refiere a ese tipo abominable que escribe artículos en el diario? Supongo que no creerá que yo tengo algo que ver con él...
Víctor avanzó hacia ella con el ímpetu de un ejército.
—Señorita Montemayor, no me tome por un cretino sólo porque se crea conocedora de todas mis andanzas.
Myriam notó cómo se incrementaba la agitación que sentía tan el pecho. Retrocedió, pero sólo para topar con la presencia no deseada de la robusta mesa del despacho.
—Sólo un chiflado creería que soy Lord X. Quienquiera que le haya facilitado ese dato, le ha informado mal.
Víctor se detuvo a escasos pasos de ella —demasiado cerca, en contra del protocolo de la buena conducta ante una dama—, y ella alzó la barbilla con aire afrentado. Cómo deseaba Myriam bajarle los humos a ese tipo tan arrogante y borrar de un plumazo esa sonrisa socarrona que coronaba su boca insolente, pero su frente quedaba a escasos centímetros de la barbilla del vizconde, y eso hacía imposible mirarlo con porte altivo sin que pareciera una niñita estúpida.
—Nadie me ha dado esa información. Yo mismo he realizado mis propias pesquisas —arguyó él. —Descubrí a Morgan, el secuaz de Jones, luego lo seguí hasta aquí, me inventé una excusa para desembarazarme de él y ocupé su puesto. —Con una absoluta desfachatez, se inclinó por encima de Myriam y empezó a revolver entre la pila de papeles que había sobre la mesa. Un penetrante aroma de bayrum la asaltó súbitamente. —El ama de llaves ha tenido la gentileza de invitarme a subir para que recoja personalmente el artículo. —De repente dejó de buscar y una sonrisa maliciosa se perfiló en sus labios. Sosteniendo en alto una hoja de papel, añadió con un tono triunfal: —Este artículo.
Ya no tenía sentido continuar fingiendo. Myriam alzó la barbilla con arrogancia y lo miró con ojos desafiantes.
—Muy bien, lo felicito; ha descubierto mi secreto.
—Así es.
Víctor la miró con impasibilidad, con unos ojos aún más inescrutables —si eso era posible —pero esta vez mucho más cerca de ella. Myriam pensó que sus ojos eran tan misteriosos como la noche... y terriblemente seductores.
Ella desvió la vista y la fijó en un punto distante por encima del fornido hombro izquierdo de su interlocutor.
—No comprendo por qué se ha tomado tantas molestias para encontrarme.
Víctor lanzó el papel sobre la mesa, pero no retrocedió ni un centímetro.
—Porque se ha dedicado a escribir mentiras acerca de mí, en la columna de la semana pasada, y no me gusta convertirme en el tema de comidilla a causa de unas falsas especulaciones.
Ella giró la cara rápidamente para volver a mirarlo a los ojos. ¡Pero si sólo había escrito unos simples comentarios acerca de su amante!
—Ésa es una acusación muy grave, lord Saint Clair —replicó con un tono burlón. —Me parece que tendré que retarlo a un duelo para defender mi honor.
Víctor enarcó una de sus cejas, tan negras como un tizón.
—La aviso, señorita Montemayor, perdería cualquier duelo conmigo. —Su mirada descendió por su nariz y sus mejillas hasta posarse en su boca. —Aunque estoy seguro de que resultaría un ejercicio muy gratificante hasta que la derrotara.
Maldito tenorio. Ese hombre era más peligroso de lo que ella se había figurado. Ahora comprendía por qué algunas mujeres lo encontraban fascinante. Y por qué su tímida amiga, Brianna Morrison, lo hallaba abominable.
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Dulce Tentación
Muchas gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Dulce Tentación
uyy que buen capi aitana gracias
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
¿QUE TENDRA PENSADO VÍCTOR HACE CON MYRIAM, AHORA QUE DESCUBRIO QUE ES LORD "X"?
GRACIAS POR EL CAPÍTULO, SALUDOS
GRACIAS POR EL CAPÍTULO, SALUDOS
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Dulce Tentación
graciias x el cap ahora que es lo que va a ser viictor ahora que descubriio que lord X es myriiam saludos niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Dulce Tentación
—Ha dicho que ha venido aquí para hablar de mi columna —remarcó ella, enojada por el ritmo acelerado de los latidos de su corazón. —Le confieso que estoy confundida sobre qué es lo que dije para que se sienta tan ofendido.
—No juegue conmigo; ya sabe a qué me refiero: al comentario acerca de mí supuesta amante en Waltham Street.
—¿Ésa es precisamente la causa de su enojo? ¿Le importaría ser más concreto, por favor? Es que verá, debo de ser muy estúpida, porque no acierto a comprender dónde está la ofensa.
—En que no es verdad —alegó él, pronunciando cada palabra con una creciente impaciencia, como si estuviera hablando a un niño pequeño. —Ya se lo he dicho antes.
Víctor estaba tan cerca de ella que Myriam podía apreciar cada mechón de su pelo perfectamente acicalado, brillante como una tela de terciopelo de primera calidad. Su proximidad, aunada al irritante destello de absoluta confianza que emanaba de sus pupilas, empezaron a preocuparla. En momentos como ése, habría dado una fortuna por ser más alta y más fornida, y por poseer el don de saber pelear con los puños.
Había algo en ese individuo que la alteraba... un propósito oscuro bajo su civilizada apariencia, como un halcón con la cabeza encapuchada. De repente, sintió un incontenible deseo de estar cerca de una puerta por la que poder escapar antes de que le quitaran la capucha al halcón y emergiera el ave de presa, lista para atacar. Con unos movimientos sutiles, intentó apartarse de él y de la mesa, y empezó a avanzar disimuladamente hacia la puerta.
—No crea que voy a dejarla marchar antes de que hayamos acabado —la amenazó Víctor con una voz intransigente, al tiempo que se giraba para seguir sus movimientos.
Myriam se detuvo en seco.
—No... no pensaba marcharme.
Aunque eso era precisamente lo que ella deseaba. Hasta ese día, había tenido que lidiar con botarates, incluso había tenido que vérselas con algunos hombres furiosos, hombres que no eran más que unas versiones más altas de sus hermanos irascibles. Pero ese sujeto... con su inteligencia y su irritante calma, quedaba fuera del alcance de su experiencia. Ese hombre imponía obediencia únicamente con su porte y su mirada. No deseaba descubrir qué sucedería si se negaba a obedecerlo.
—Lo que escribí acerca de usted no era una falacia. —Myriam procuró mostrarse tan calmada como él. —Era una especulación que basé en diversos hechos.
—¿Qué hechos? —Sin apartar la vista de ella, Víctor apoyó la cadera en la mesa. Cuando cruzó los musculosos brazos por encima del pecho, a Myriam se le erizó el vello de los brazos. El hecho de estar sola con él en esa habitación le aportaba una perspectiva completamente nueva de ese individuo. Cuando lo había visto en público, rodeado por sus allegados, le había resultado fácil ignorar el aire de peligro que emanaba de él de una forma tan inherente, pero ahora que ese hombre había entrado en el viejo despacho de su padre, la situación no le parecía nada fácil.
—¿Y bien, señorita Montemayor? —la apremió él, sacándola de su ensimismamiento. —¿A qué hechos se refiere?
—Ah, sí. —Alzó la mano como para enunciarlos con los dedos. —Usted adquirió la casa en Waltham Street hace un año para la mujer que ahora reside allí. Ella es hermosa, bastante joven, y es evidente que está enamorada de usted. Y se llama señorita Blair.
Myriam decidió no exponer el segundo punto; quizá necesitaría recurrir a esa información más tarde, si se complicaba el asunto. No había necesidad de provocar a ese temible vizconde más de lo necesario.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos durante unos instantes, hasta que él se separó de la mesa y se puso completamente erguido, mostrando toda su imponente estatura.
—Efectivamente, esos son los hechos; bueno, al menos en la mayor parte. —Víctor hizo una pausa mientras se dedicaba a escrutarla con una incómoda minuciosidad, como si pretendiera descubrir los puntos débiles de su adversaria. —Acaba de lanzar una afirmación subjetiva: que ella está evidentemente enamorada de mí. ¿Qué le ha llevado a esa conclusión?
—Hablé con ella en persona. —Aunque eso divergía un poco de la verdad.
—¿En persona? —Un tono de rabia asomó tímidamente en su voz antes de que Víctor lograra recomponerse. —¿Y la señorita Blair le contó que está enamorada de mí?
Myriam notó cómo se extendía el rubor por sus mejillas.
—Bueno, no exactamente... Lo que quería decir era que... que... —Por un momento, un extraño impulso de mentir se apoderó de ella. Pero presentía que si lo hacía, él la descubriría inmediatamente. —Para serle sincera, ella se negó a hablar de usted. Me dijo su nombre y me confirmó que usted era el propietario de esa casa, nada más. —La muchacha había accedido a contarle tantas cosas porque Myriam la había asaltado por sorpresa en plena calle justo cuando salía de la casa, pero en el instante en que Myriam sacó a colación el nombre del vizconde, la mujer se azoró y regresó rápidamente a su santuario. Sin lugar a dudas, ese comportamiento delataba su condición.
—¿Y cómo llegó a la conclusión de que ella está enamorada de mí?
«Porque se azoró», pensó Myriam. No obstante, sabía que el vizconde no aceptaría ese alegato como una prueba irrefutable.
—Porque se mostró enigmática. Era evidente que ella intentaba protegerlo de...
—¿Cotilleos infundados? —La voz de Víctor resonó con un marcado tono sarcástico. —No puedo imaginar por qué ella querría hacer algo así.
Myriam lo miró sin pestañear.
—Si la relación entre esa mujer y usted no es licenciosa, entonces, ¿por qué iba ella a ocultar ninguna información?
—¿Quizá porque desea proteger su vida privada?
—O porque ella teme que usted se enfade. No me negará que no es consciente de que se ha ganado la fama de ser un hombre demasiado discreto, ya que no le cuenta a nadie, ni sirviera a sus mejores amigos, ni tan sólo a qué se dedica.
Víctor rodeó a Myriam, observándola con curiosidad al tiempo que se frotaba la barbilla con la mano derecha.
—Supongo que da crédito a todas las conjeturas acerca de mi persona; me refiero a las habladurías sobre mi pasado, cuando estaba fuera del país.
—Bueno... sí.
Gracias a su notoria reticencia, resultaba imposible descubrir ningún detalle acerca de él, salvo los rumores que circulaban. Lo único que se sabía de él era que había desaparecido de Inglaterra cuando tenía diecinueve años y que había regresado tras la muerte de su padre unos años antes. Nadie sabía dónde había estado ni qué había hecho. Existían innumerables historias acerca de él: que había sido un espía de los franceses y el amante de la esposa de un caballero español; incluso había quien aseguraba que había visto a lord Saint Clair mendigar por las calles de París.
La cuestión era que el vizconde se comportaba de un modo más insondable que un cura atento a una confesión. Y a Myriam le gustaban los secretos.
Los ojos de Víctor destellaron divertidos.
—Veamos, ¿qué rumores ha oído acerca de mí? ¿Que trabajé como asesino a sueldo? ¿Que seduje a Josefina después de su divorcio, y que por eso Napoleón me retó a un duelo?
Ella se mostró totalmente fascinada ante esas confesiones.
—No, eso no lo sabía. —Cielo santo, esa historia podría ser un filón de oro para la columna. Bueno, claro, si lograba convencerlo para que le confirmara el chisme, lo cual le parecía del todo improbable.
—Y supongo que se ha creído cada uno de esos rumores.
—No. Pero a falta de otra información... como la que usted mismo podría ofrecerme... ¿qué esperaba que hiciera?
Víctor se detuvo delante de ella.
—Preocuparse de sus propios asuntos en lugar de ir divulgando mentiras sobre mí en su columna.
—¡Yo no cuento mentiras en mi columna!
—Oh, sí, claro, lo olvidaba: realiza especulaciones basadas en determinados hechos.
—Hago lo que cualquier buen periodista hace —replicó Myriam con arrogancia.
Víctor esbozó una mueca de fastidio.
—No me haga reír. Los buenos periodistas escriben con profesionalidad y con rigor. Se ocupan de cuestiones que atañen a la nación. No creo que la señorita Blair se pueda considerar un asunto de vital importancia para nuestro país. —Cuando ella se dispuso a protestar, él alzó la mano para detenerla. —Así que vio a esa mujer, descubrió que yo le había dado cobijo en una de mis casas, y asumió que ella era mil amante, ¿no es así?
—Era una deducción lógica.
—Pero errónea.
Ya estaban de nuevo como al principio de la conversación.
—Si realmente me he equivocado al juzgar, no tendré ningún reparo en redactar un párrafo en mi próxima columna admitiendo el error. Pero hasta ahora usted no me ha aportado ningún dato que me demuestre que estoy equivocada.
—Y usted no me ha explicado por qué está tan interesada; en mis asuntos privados. —Víctor se dirigió con paso furioso hacia la mesa en cuya deslucida superficie de madera de roble se apilaban un montón de hojas redactadas por Myriam y se puso a hurgar entre sus notas.
—Dígame, ¿qué posible razón la ha movido a escribir algo sobre mí? ¿La he ofendido de alguna manera sin querer?
Myriam decidió ignorar las desagradables implicaciones de que la venganza motivaba los temas que elegía para comentar en su columna.
—Mire, señor Saint Clair, yo escribo sobre todo el mundo; su historia no es más que una entre un millón.
—Ya, pero en este caso se trata de una frivolidad. —Víctor cogió un sobre, lo leyó, y volvió a dejarlo sobre la mesa. —Un hombre le ofrece su casa a una mujer con la que no está casado. Seguramente ese relato no debe de atraer la atención de sus lectores, puesto que eso es algo que suelen hacer todos los hombres.
La insensibilidad que Víctor profesaba respecto a esa cuestión moral disparó la indignación de Myriam.
—¡Por eso es precisamente ofensivo! ¡Todos los hombres son iguales! ¡Buscan una virgen para casarse y quieren que su esposa les sea fiel! ¡Sin embargo, no sienten ninguna clase de escrúpulo a la hora de divertirse escandalosamente con tantas mujeres como puedan seducir!
Víctor dejó de hurgar entre los papeles de la mesa para observarla con una mirada calculadora.
—Me parece que se olvida de un detalle importante: no estoy casado.
—No, pero tiene intención de casarse.
Víctor se quedó paralizado súbitamente, y Myriam se reprendió a sí misma por haber sido tan bocazas. Entonces se le ocurrió que probablemente él había estado intentando pincharla para que revelara los verdaderos motivos que la habían llevado a escribir ese artículo, y que al final ella había picado el anzuelo como una verdadera bobalicona.
Víctor avanzó hacia ella con paso ágil, como si el halcón sin capucha hubiera emprendido el vuelo.
—¿Qué quiere decir?
—Nada. Sólo me refería a que es usted un hombre soltero y que un día u otro se casará y...
Sin previo aviso, el halcón se precipitó sobre ella.
—Usted sabía que me había declarado a la señorita Morrison, ¿no es cierto?
Myriam tragó saliva, luego asintió con la cabeza.
—Supongo que lo descubrió de la misma forma que lo descubre todo: metiendo las narices en la vida privada de la gente.
—¡No! —Le dolía su insidiosa insistencia en acusarla de actuar siempre con prevaricación. —Lady Morrison me lo contó. Brianna es mi amiga. —Una buena amiga, dulce y leal, aunque tímida como un ratoncito. Ése era el problema. Brianna no tenía ni idea de cómo comportarse con hombres de la calaña de lord Saint Clair.
—Comprendo. —Su mandíbula se tensó visiblemente: —Así que ha decidido exponer mi comportamiento «execrable» en el diario para que su «amiga» desconfíe de mí y no se case conmigo.
Lord Saint Clair no iba desencaminado, aunque la verdadera intención de Myriam había sido inducir a los padres de Brianna a desconfiar de él. La pobre Brianna se había negado a romper el compromiso con el vizconde con tal de que sus padres —especialmente su madre— no se enfadaran. Incluso le había confesado a Myriam que si lady Morrison pudiera darse cuenta de que lord Saint Clair no era un buen hombre, aún albergaría la esperanza de poder rechazarlo.
Myriam había aconsejado a su amiga que se opusiera a la voluntad de su madre, pero Brianna no se atrevía. De todos modos, Myriam probablemente no habría interferido en los asuntos sentimentales de su amiga si no se hubiera enterado de que el vizconde tenía un pasado oscuro y misterioso y una amante. Sólo con pensar que su querida amiga se iba a casar con un ser tan detestable se le helaba la sangre. Había conocido a demasiadas «amiguitas ocasionales» de su padre como para no saber en qué tipo de maridos acababan convirtiéndose esa clase de hombres.
—No juegue conmigo; ya sabe a qué me refiero: al comentario acerca de mí supuesta amante en Waltham Street.
—¿Ésa es precisamente la causa de su enojo? ¿Le importaría ser más concreto, por favor? Es que verá, debo de ser muy estúpida, porque no acierto a comprender dónde está la ofensa.
—En que no es verdad —alegó él, pronunciando cada palabra con una creciente impaciencia, como si estuviera hablando a un niño pequeño. —Ya se lo he dicho antes.
Víctor estaba tan cerca de ella que Myriam podía apreciar cada mechón de su pelo perfectamente acicalado, brillante como una tela de terciopelo de primera calidad. Su proximidad, aunada al irritante destello de absoluta confianza que emanaba de sus pupilas, empezaron a preocuparla. En momentos como ése, habría dado una fortuna por ser más alta y más fornida, y por poseer el don de saber pelear con los puños.
Había algo en ese individuo que la alteraba... un propósito oscuro bajo su civilizada apariencia, como un halcón con la cabeza encapuchada. De repente, sintió un incontenible deseo de estar cerca de una puerta por la que poder escapar antes de que le quitaran la capucha al halcón y emergiera el ave de presa, lista para atacar. Con unos movimientos sutiles, intentó apartarse de él y de la mesa, y empezó a avanzar disimuladamente hacia la puerta.
—No crea que voy a dejarla marchar antes de que hayamos acabado —la amenazó Víctor con una voz intransigente, al tiempo que se giraba para seguir sus movimientos.
Myriam se detuvo en seco.
—No... no pensaba marcharme.
Aunque eso era precisamente lo que ella deseaba. Hasta ese día, había tenido que lidiar con botarates, incluso había tenido que vérselas con algunos hombres furiosos, hombres que no eran más que unas versiones más altas de sus hermanos irascibles. Pero ese sujeto... con su inteligencia y su irritante calma, quedaba fuera del alcance de su experiencia. Ese hombre imponía obediencia únicamente con su porte y su mirada. No deseaba descubrir qué sucedería si se negaba a obedecerlo.
—Lo que escribí acerca de usted no era una falacia. —Myriam procuró mostrarse tan calmada como él. —Era una especulación que basé en diversos hechos.
—¿Qué hechos? —Sin apartar la vista de ella, Víctor apoyó la cadera en la mesa. Cuando cruzó los musculosos brazos por encima del pecho, a Myriam se le erizó el vello de los brazos. El hecho de estar sola con él en esa habitación le aportaba una perspectiva completamente nueva de ese individuo. Cuando lo había visto en público, rodeado por sus allegados, le había resultado fácil ignorar el aire de peligro que emanaba de él de una forma tan inherente, pero ahora que ese hombre había entrado en el viejo despacho de su padre, la situación no le parecía nada fácil.
—¿Y bien, señorita Montemayor? —la apremió él, sacándola de su ensimismamiento. —¿A qué hechos se refiere?
—Ah, sí. —Alzó la mano como para enunciarlos con los dedos. —Usted adquirió la casa en Waltham Street hace un año para la mujer que ahora reside allí. Ella es hermosa, bastante joven, y es evidente que está enamorada de usted. Y se llama señorita Blair.
Myriam decidió no exponer el segundo punto; quizá necesitaría recurrir a esa información más tarde, si se complicaba el asunto. No había necesidad de provocar a ese temible vizconde más de lo necesario.
Un silencio incómodo se instaló entre ellos durante unos instantes, hasta que él se separó de la mesa y se puso completamente erguido, mostrando toda su imponente estatura.
—Efectivamente, esos son los hechos; bueno, al menos en la mayor parte. —Víctor hizo una pausa mientras se dedicaba a escrutarla con una incómoda minuciosidad, como si pretendiera descubrir los puntos débiles de su adversaria. —Acaba de lanzar una afirmación subjetiva: que ella está evidentemente enamorada de mí. ¿Qué le ha llevado a esa conclusión?
—Hablé con ella en persona. —Aunque eso divergía un poco de la verdad.
—¿En persona? —Un tono de rabia asomó tímidamente en su voz antes de que Víctor lograra recomponerse. —¿Y la señorita Blair le contó que está enamorada de mí?
Myriam notó cómo se extendía el rubor por sus mejillas.
—Bueno, no exactamente... Lo que quería decir era que... que... —Por un momento, un extraño impulso de mentir se apoderó de ella. Pero presentía que si lo hacía, él la descubriría inmediatamente. —Para serle sincera, ella se negó a hablar de usted. Me dijo su nombre y me confirmó que usted era el propietario de esa casa, nada más. —La muchacha había accedido a contarle tantas cosas porque Myriam la había asaltado por sorpresa en plena calle justo cuando salía de la casa, pero en el instante en que Myriam sacó a colación el nombre del vizconde, la mujer se azoró y regresó rápidamente a su santuario. Sin lugar a dudas, ese comportamiento delataba su condición.
—¿Y cómo llegó a la conclusión de que ella está enamorada de mí?
«Porque se azoró», pensó Myriam. No obstante, sabía que el vizconde no aceptaría ese alegato como una prueba irrefutable.
—Porque se mostró enigmática. Era evidente que ella intentaba protegerlo de...
—¿Cotilleos infundados? —La voz de Víctor resonó con un marcado tono sarcástico. —No puedo imaginar por qué ella querría hacer algo así.
Myriam lo miró sin pestañear.
—Si la relación entre esa mujer y usted no es licenciosa, entonces, ¿por qué iba ella a ocultar ninguna información?
—¿Quizá porque desea proteger su vida privada?
—O porque ella teme que usted se enfade. No me negará que no es consciente de que se ha ganado la fama de ser un hombre demasiado discreto, ya que no le cuenta a nadie, ni sirviera a sus mejores amigos, ni tan sólo a qué se dedica.
Víctor rodeó a Myriam, observándola con curiosidad al tiempo que se frotaba la barbilla con la mano derecha.
—Supongo que da crédito a todas las conjeturas acerca de mi persona; me refiero a las habladurías sobre mi pasado, cuando estaba fuera del país.
—Bueno... sí.
Gracias a su notoria reticencia, resultaba imposible descubrir ningún detalle acerca de él, salvo los rumores que circulaban. Lo único que se sabía de él era que había desaparecido de Inglaterra cuando tenía diecinueve años y que había regresado tras la muerte de su padre unos años antes. Nadie sabía dónde había estado ni qué había hecho. Existían innumerables historias acerca de él: que había sido un espía de los franceses y el amante de la esposa de un caballero español; incluso había quien aseguraba que había visto a lord Saint Clair mendigar por las calles de París.
La cuestión era que el vizconde se comportaba de un modo más insondable que un cura atento a una confesión. Y a Myriam le gustaban los secretos.
Los ojos de Víctor destellaron divertidos.
—Veamos, ¿qué rumores ha oído acerca de mí? ¿Que trabajé como asesino a sueldo? ¿Que seduje a Josefina después de su divorcio, y que por eso Napoleón me retó a un duelo?
Ella se mostró totalmente fascinada ante esas confesiones.
—No, eso no lo sabía. —Cielo santo, esa historia podría ser un filón de oro para la columna. Bueno, claro, si lograba convencerlo para que le confirmara el chisme, lo cual le parecía del todo improbable.
—Y supongo que se ha creído cada uno de esos rumores.
—No. Pero a falta de otra información... como la que usted mismo podría ofrecerme... ¿qué esperaba que hiciera?
Víctor se detuvo delante de ella.
—Preocuparse de sus propios asuntos en lugar de ir divulgando mentiras sobre mí en su columna.
—¡Yo no cuento mentiras en mi columna!
—Oh, sí, claro, lo olvidaba: realiza especulaciones basadas en determinados hechos.
—Hago lo que cualquier buen periodista hace —replicó Myriam con arrogancia.
Víctor esbozó una mueca de fastidio.
—No me haga reír. Los buenos periodistas escriben con profesionalidad y con rigor. Se ocupan de cuestiones que atañen a la nación. No creo que la señorita Blair se pueda considerar un asunto de vital importancia para nuestro país. —Cuando ella se dispuso a protestar, él alzó la mano para detenerla. —Así que vio a esa mujer, descubrió que yo le había dado cobijo en una de mis casas, y asumió que ella era mil amante, ¿no es así?
—Era una deducción lógica.
—Pero errónea.
Ya estaban de nuevo como al principio de la conversación.
—Si realmente me he equivocado al juzgar, no tendré ningún reparo en redactar un párrafo en mi próxima columna admitiendo el error. Pero hasta ahora usted no me ha aportado ningún dato que me demuestre que estoy equivocada.
—Y usted no me ha explicado por qué está tan interesada; en mis asuntos privados. —Víctor se dirigió con paso furioso hacia la mesa en cuya deslucida superficie de madera de roble se apilaban un montón de hojas redactadas por Myriam y se puso a hurgar entre sus notas.
—Dígame, ¿qué posible razón la ha movido a escribir algo sobre mí? ¿La he ofendido de alguna manera sin querer?
Myriam decidió ignorar las desagradables implicaciones de que la venganza motivaba los temas que elegía para comentar en su columna.
—Mire, señor Saint Clair, yo escribo sobre todo el mundo; su historia no es más que una entre un millón.
—Ya, pero en este caso se trata de una frivolidad. —Víctor cogió un sobre, lo leyó, y volvió a dejarlo sobre la mesa. —Un hombre le ofrece su casa a una mujer con la que no está casado. Seguramente ese relato no debe de atraer la atención de sus lectores, puesto que eso es algo que suelen hacer todos los hombres.
La insensibilidad que Víctor profesaba respecto a esa cuestión moral disparó la indignación de Myriam.
—¡Por eso es precisamente ofensivo! ¡Todos los hombres son iguales! ¡Buscan una virgen para casarse y quieren que su esposa les sea fiel! ¡Sin embargo, no sienten ninguna clase de escrúpulo a la hora de divertirse escandalosamente con tantas mujeres como puedan seducir!
Víctor dejó de hurgar entre los papeles de la mesa para observarla con una mirada calculadora.
—Me parece que se olvida de un detalle importante: no estoy casado.
—No, pero tiene intención de casarse.
Víctor se quedó paralizado súbitamente, y Myriam se reprendió a sí misma por haber sido tan bocazas. Entonces se le ocurrió que probablemente él había estado intentando pincharla para que revelara los verdaderos motivos que la habían llevado a escribir ese artículo, y que al final ella había picado el anzuelo como una verdadera bobalicona.
Víctor avanzó hacia ella con paso ágil, como si el halcón sin capucha hubiera emprendido el vuelo.
—¿Qué quiere decir?
—Nada. Sólo me refería a que es usted un hombre soltero y que un día u otro se casará y...
Sin previo aviso, el halcón se precipitó sobre ella.
—Usted sabía que me había declarado a la señorita Morrison, ¿no es cierto?
Myriam tragó saliva, luego asintió con la cabeza.
—Supongo que lo descubrió de la misma forma que lo descubre todo: metiendo las narices en la vida privada de la gente.
—¡No! —Le dolía su insidiosa insistencia en acusarla de actuar siempre con prevaricación. —Lady Morrison me lo contó. Brianna es mi amiga. —Una buena amiga, dulce y leal, aunque tímida como un ratoncito. Ése era el problema. Brianna no tenía ni idea de cómo comportarse con hombres de la calaña de lord Saint Clair.
—Comprendo. —Su mandíbula se tensó visiblemente: —Así que ha decidido exponer mi comportamiento «execrable» en el diario para que su «amiga» desconfíe de mí y no se case conmigo.
Lord Saint Clair no iba desencaminado, aunque la verdadera intención de Myriam había sido inducir a los padres de Brianna a desconfiar de él. La pobre Brianna se había negado a romper el compromiso con el vizconde con tal de que sus padres —especialmente su madre— no se enfadaran. Incluso le había confesado a Myriam que si lady Morrison pudiera darse cuenta de que lord Saint Clair no era un buen hombre, aún albergaría la esperanza de poder rechazarlo.
Myriam había aconsejado a su amiga que se opusiera a la voluntad de su madre, pero Brianna no se atrevía. De todos modos, Myriam probablemente no habría interferido en los asuntos sentimentales de su amiga si no se hubiera enterado de que el vizconde tenía un pasado oscuro y misterioso y una amante. Sólo con pensar que su querida amiga se iba a casar con un ser tan detestable se le helaba la sangre. Había conocido a demasiadas «amiguitas ocasionales» de su padre como para no saber en qué tipo de maridos acababan convirtiéndose esa clase de hombres.
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Dulce Tentación
andale se va poniendo bueno jaja gracias por el capi aitana saludos
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
Gracias por el Cap. Aitana Saludos Atte: Iliana
myrithalis- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1132
Edad : 42
Localización : Monterrey, Nuevo Leon
Fecha de inscripción : 09/11/2008
Re: Dulce Tentación
Muchas gracias por el capitulo, haber como le hace Myri para kitarse de encima a Vic.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Dulce Tentación
graciias x el cap niiña
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Dulce Tentación
TODO ESTE ASUNTO POR QUERER SALVAR A LA AMIGA, DE UN MATRIMONIO NO DESEADO, GRACIAS POR EL CAPÍTULO
mats310863- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 983
Fecha de inscripción : 01/06/2008
Re: Dulce Tentación
Tras esa reflexión, se sintió más segura de su posición, y se atrevió a mirarlo con porte desafiante.
—Pensaba que Brianna y sus padres deberían saber dónde se metían.
Víctor la acribilló con unos ojos tan gélidos como dos trozos del mármol negro.
—Y no podía comentarles esos detalles en privado, no, claro, porque de haberlo hecho, habría revelado su detestable afición a meter las narices en la vida de los demás.
Myriam cruzó los brazos por encima del pecho. Ya había escuchado suficientes insultos y amonestaciones por parte de ese arrogante señorito.
—Mire, lord Saint Clair, yo no soy quien oculta a una amante mientras se declara a una dama decente...
—Se lo repetiré una última vez: la señorita Blair no es mi amante.
—Y supongo que el bebé que ella llevaba en brazos, ese niño que no tenía más de un año, tampoco es suyo.
Víctor se quedó helado ante la noticia. Su expresión se tornó taciturna primero, aunque luego adoptó un aire pensativo.
—Así que la vio con el bebé. Ahora entiendo lo que dedujo de esa escena.
—¿Acaso lo niega?
—¿Conseguiría algo con ello? Está totalmente convencida de que voy por ahí engañando a jóvenes mujeres y que tengo una lista de hijos bastardos; no me gustaría destruir sus obcecaciones respecto a mi persona con algo tan inútil como con hechos reales, y no especulaciones.
Myriam pestañeó ante ese insulto a su integridad.
—Adelante; veamos si puede demostrarme que mis deducciones son erróneas.
—De acuerdo. —Abruptamente, Víctor empezó a deambular por el despacho de un lado a otro, examinando todos los objetos como si estuviera llevando a cabo un inventario. Abrió una caja de plata que contenía rapé y se sentó en la esquina de una mesa delicada.
—¿Toma rapé, señorita Montemayor? —inquirió, como si fuera la pregunta más natural del mundo.
—¡Por supuesto que no! Era de mi padre.
—Así que este despacho era de su padre.
—Sí.
—Ya me lo figuraba. ¿Y la espada para ceñir que hay colgada en esa pared? ¿También era de su padre?
—¿Adonde quiere ir a parar? No, era de mi abuelo.
Víctor la contempló con atención.
—Ah, sí, el coronel Math Montemayor. Los muchachos en el regimiento solían hablar de Math el Yunque, que tenía una voluntad de hierro.
—¿En el regimiento? ¿Qué hacía usted en el regimiento?
Una sonrisa burlona coronó los labios de Víctor .
—Combatí en la Guerra de la Independencia Española.
Myriam lo miró con incredulidad. Le parecía inviable. Los hombres con título y fortuna, los primogénitos de una estirpe noble, no se alistaban en el ejército, porque si por desgracia morían en la batalla, romperían la línea sucesoria y la familia perdería el título nobiliario. Ningún padre lo permitiría. Ningún heredero osaría sugerir una posibilidad así. Todo el mundo sabía que el ejército estaba destinado a los hijos más jóvenes y a la pequeña aristocracia.
—¿Eso es lo que estuvo haciendo en Europa durante todos esos años? —preguntó ella, sin preocuparse por ocultar su escepticismo.
—¿Por qué? ¿Acaso también desea escribir un artículo acerca de mis experiencias en la guerra para publicarlo en la prensa?
La expresión desabrida de Víctor sólo consiguió incrementar el recelo que Myriam sentía hacia él.
—¿Puede darme alguna razón por la que no debería publicar dicha historia?
—Pensaba que usted estaba segura de que me había dedicado a otras actividades más frívolas —replicó él con una acida condescendencia.
Myriam lo fulminó con la mirada.
—Ya se lo he dicho: yo no invento patrañas, milord; simplemente me dedico a informar.
—O a especular.
—Cuando estoy relativamente segura de que los hechos confirman mis especulaciones, sí.
—Pues le aseguro que es importante tener en cuenta todos los factores, y no sólo los que le parezcan a usted más interesantes. —Víctor avanzó hasta la chimenea, cogió una figurita antigua de madera que descansaba sobre la repisa, una oveja toscamente esculpida, y la inspeccionó con curiosidad; luego volvió a depositarla en la repisa y se giró para mirar a Myriam.
—Su abuelo... ¿hizo amigos durante los años que estuvo en eI ejército, algún compañero por el que habría hecho cualquier cosa?
Y Myriam se quedó pensativa.
—Sí, solía cenar una vez a la semana con un hombre que también había sido soldado.
—Entonces estoy seguro de que comprenderá mi situación. La señorita Blair es la hermana de un hombre con el que luché en la batalla de Vitoria. Ese soldado murió entre mis brazos en esa misma batalla y, mientras agonizaba, me pidió que cuidara de su hermana. Le prometí que así lo haría. De modo que cuando un sinvergüenza la sedujo y tras dejarla embarazada la abandonó, ella vino a verme. Claro que acepté ayudarla. Por eso le di cobijo en una de mis casas, la que poseo en Waltham Street.
Al principio Myriam se sintió avergonzada por sus prematuras conjeturas. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto, haberlo juzgado tan equivocadamente? Una pobre mujer que se encuentra sola y embarazada y...
De repente se fijó en cómo él la observaba, con una mirada calculadora e indiscutiblemente deshonesta. Myriam alzó la vista y la clavó en la espada de su abuelo, y en ese momento se fijó en la medalla de oro del ejército que pendía debajo del arma y que tenía grabados tanto el nombre de su abuelo como su rango.
¡Menudo sinvergüenza! Lord Saint Clair había fingido conocer a su abuelo para consolidar sus mentiras, para conseguir que ella se sintiera avergonzada por haber caído en la trampa de creer a ciegas en las habladurías que corrían acerca de él y juzgarlo erróneamente. Le parecía muy extraño que ese tunante hubiera oído hablar de su abuelo, ¡y mucho menos que hubiera combatido con hombres que lo conocían! Probablemente, la única vez que lord Saint Clair había blandido una espada había sido en los duelos contra los esposos afrentados de las mujeres que había seducido.
¡Ya le enseñaría a ese bribón! ¡Ella no era ninguna pánfila! Le sonrió con hipocresía.
—¡Oh! ¡Qué delicadeza por su parte, ayudar a su amigo! ¡Siento tanto haberme equivocado con usted! Pero ahora mismo pienso enmendar el error. —Sin perder ni un segundo se dirigió a la mesa y asió la pluma y el artículo que acababa de redactar; acto seguido, garabateó algo sobre el papel. —Veamos, ¿qué tal suena esto?: «El motivo que movió a lord Saint Clair a alojar a una mujer en su casa de Waltham Street no era el que parecía. Después de haberle dado su palabra de que cuidaría de su hermana a su buen amigo, un valiente soldado qua murió entre sus brazos en el campo de batalla, el vizconde tuvo la gentileza de hospedarla en una de sus casas cuando un sinvergüenza la dejó embarazada y se negó a...»
—¡No puede escribir eso! —estalló él a su espalda.
Myriam fingió releer las palabras.
—Sí, supongo que tiene razón. —Lo miró con ojos desafiantes. —No podría escribir una patraña como ésa. Me convertiría en el hazmerreír de la ciudad.
Víctor enarcó las cejas.
—¿Y qué le hace pensar que es mentira?
—Si el hermano de la señorita Blair hubiera sido su amigo y usted se hubiera limitado a reaccionar con tanta generosidad para cumplir con la palabra que le dio antes de morir, la gratitud de la señorita Blair habría emergido inmediatamente cuando la emplacé a que me hablara de usted, pero no fue así. —Myriam tachó las palabras que acababa de escribir en el artículo, y luego lanzó la hoja bruscamente sobre la mesa —Además, los primogénitos nunca combaten en las guerras. ¿Para qué iban a hacerlo, cuando hay muchos jóvenes dispuestos a comprar comisiones porque nunca heredarán un título? No, estoy segura de que mientras estuvo por Europa se dedicó a hacer lo mismo que hace aquí: seducir a pobres mujeres inocentes.
Por primera vez esa tarde, el vizconde parecía realmente enfadado. Su mandíbula se tensó convulsivamente.
—¡Me importa un cacahuate lo que piense de mí, pero no voy a tolerar que escriba absurdas especulaciones sobre la señorita Blair en su maldita columna!
—¿Por qué no? Debería darme las gracias por fortalecer su reputación entre sus amigos. Estoy segura de que lo habrán felicitado por tener una amante tan bella.
—Así es —respondió Víctor sin muestras de avergonzarse. Pero no me preocupa mi reputación, sino la de la señorita Blair y la de su hijo. Ella no merece que usted arruine su vida con sus cotilleos.
—No sea ridículo. No he arruinado su vida; no publiqué ni su nombre ni la dirección de su casa. Ni siquiera mencioné al bebé. No sería tan cruel como para hacer algo así con una persona de mi mismo sexo. Además, es usted el que debería haberse preocupado de no arruinar su vida, y pensarlo dos veces antes de dejarla embarazada.
—¡Maldita sea! ¡Yo no soy el padre de esa criatura! —Víctor estalló con una rudeza muy poco propia de un caballero. —¡Muy bien, mire, piense lo que quiera, pero antes de escribir le aconsejo que tenga en cuenta a las personas que puede dañar con sus comentarios, como por ejemplo a Brianna, a quien usted describe como su amiga. Con su artículo ha conseguido humillarla públicamente.
—Esa no era mi intención.
Ciertamente, antes de dar un paso tan drástico, Myriam había sopesado los puntos positivos y los negativos. Si el único motivo que podría haberse interpuesto en la felicidad de Brianna hubiera sido su extrema timidez, Myriam no habría dicho nada, ya que un esposo respetuoso probablemente habría sabido sortear ese defecto. Pero lord Saint Clair no podía ser un esposo considerado ni respetuoso; eso era imposible, si tenía una amante.
Además, también estaba en juego el hombre al que Brianna aseguraba querer. Lady Morrison había obligado a su hija a rechazar a un hombre porque éste pertenecía a una familia de rango inferior a ella. Conociendo a lady Morrison, eso quería decir que él era el hijo pequeño de un caballero o de un mercader. Brianna no había revelado su nombre, pero era evidente que aún lo adoraba. Sin embargo, su amiga no sería capaz de contradecir la voluntad de su madre negándose a aceptar a un pretendiente como lord Saint Clair.
Por eso necesitaba ayuda. Un empujón público, claro y directo que tuviera por objetivo que su madre reaccionara. Y eso precisamente lo que Myriam había hecho.
—No me arrepiento de ninguna de mis acciones —añadió con petulancia. —Brianna y sus padres tenían que saber la clase de hombre es usted.
Víctor le lanzó una mirada incrédula.
—¿Ah, sí? ¿Y qué clase de hombre soy? ¿Un hombre rico que goza de una buena posición social, un hombre que posee todo lo que una mujer desearía para ser feliz en el matrimonio? Cielo santo, confieso que tiene usted unas nociones ciertamente desconcertantes. ¿De verdad cree que Brianna apreciará su intromisión? ¿Quiere que su amiga se quede sola y soltera el resto de su vida? ¿Quiere privarla de una oportunidad de tener su propia casa, sus propios hijos?
El comentario logró que Myriam recapacitara y pensara en su propia situación.
—Muchas gracias por destacar el lúgubre destino que me aguarda a mí y a los que están en mi situación.
—Usted todavía es muy joven para comprender lo que supone quedarse soltera para toda la vida.
—Y usted no es una mujer, así que no puede comprenderlo —espetó ella, indignada. —Además, no debería dejarse engañar por las apariencias, milord. Tengo veintitrés años.
—No me diga —replicó Víctor sarcásticamente, enarcando una ceja.
Era sorprendente cómo un simple movimiento como enarcar una ceja por parte de ese sujeto podía hacerla sentir como una niña de la misma edad que los trillizos. Myriam irguió la espalda para parecer más alta y notó una punzada de dolor en la parte baja de la columna.
—Posiblemente no sea «tan mayor» como usted, pero le aseguro que de algo me sirvió conocer a los aristocráticos amigotes de mi padre para ser más adulta. El matrimonio puede convertirse en un estado tan desagradable como quedarse toda la vida soltera, si una mujer tiene la desgracia de que su esposo sea un libertino despechado de mirada siniestra. Es posible que Brianna no me agradezca que la haya avisado públicamente ¡pero algún día lo hará!
«Cielos, ahora sí que me he pasado de la raya», pensó Myriam, cuando él se abalanzó sobre ella y la agarró por los hombros. El halcón había decidido atacar a su presa.
— ¡No sabe lo que hace! —bramó Víctor-¡Sus estupidos jueguitos del escritorcito barato me estan sacando de mis cabales!
El fallido intento de intimidarla no dio resultado, ya que el miedo momentáneo que asaltó a Myriam se transformó rápidamente en rabia. Myriam forcejeó para zafarse de Víctor y cuando lo consiguió corrió hacia la puerta.
—Pensaba que Brianna y sus padres deberían saber dónde se metían.
Víctor la acribilló con unos ojos tan gélidos como dos trozos del mármol negro.
—Y no podía comentarles esos detalles en privado, no, claro, porque de haberlo hecho, habría revelado su detestable afición a meter las narices en la vida de los demás.
Myriam cruzó los brazos por encima del pecho. Ya había escuchado suficientes insultos y amonestaciones por parte de ese arrogante señorito.
—Mire, lord Saint Clair, yo no soy quien oculta a una amante mientras se declara a una dama decente...
—Se lo repetiré una última vez: la señorita Blair no es mi amante.
—Y supongo que el bebé que ella llevaba en brazos, ese niño que no tenía más de un año, tampoco es suyo.
Víctor se quedó helado ante la noticia. Su expresión se tornó taciturna primero, aunque luego adoptó un aire pensativo.
—Así que la vio con el bebé. Ahora entiendo lo que dedujo de esa escena.
—¿Acaso lo niega?
—¿Conseguiría algo con ello? Está totalmente convencida de que voy por ahí engañando a jóvenes mujeres y que tengo una lista de hijos bastardos; no me gustaría destruir sus obcecaciones respecto a mi persona con algo tan inútil como con hechos reales, y no especulaciones.
Myriam pestañeó ante ese insulto a su integridad.
—Adelante; veamos si puede demostrarme que mis deducciones son erróneas.
—De acuerdo. —Abruptamente, Víctor empezó a deambular por el despacho de un lado a otro, examinando todos los objetos como si estuviera llevando a cabo un inventario. Abrió una caja de plata que contenía rapé y se sentó en la esquina de una mesa delicada.
—¿Toma rapé, señorita Montemayor? —inquirió, como si fuera la pregunta más natural del mundo.
—¡Por supuesto que no! Era de mi padre.
—Así que este despacho era de su padre.
—Sí.
—Ya me lo figuraba. ¿Y la espada para ceñir que hay colgada en esa pared? ¿También era de su padre?
—¿Adonde quiere ir a parar? No, era de mi abuelo.
Víctor la contempló con atención.
—Ah, sí, el coronel Math Montemayor. Los muchachos en el regimiento solían hablar de Math el Yunque, que tenía una voluntad de hierro.
—¿En el regimiento? ¿Qué hacía usted en el regimiento?
Una sonrisa burlona coronó los labios de Víctor .
—Combatí en la Guerra de la Independencia Española.
Myriam lo miró con incredulidad. Le parecía inviable. Los hombres con título y fortuna, los primogénitos de una estirpe noble, no se alistaban en el ejército, porque si por desgracia morían en la batalla, romperían la línea sucesoria y la familia perdería el título nobiliario. Ningún padre lo permitiría. Ningún heredero osaría sugerir una posibilidad así. Todo el mundo sabía que el ejército estaba destinado a los hijos más jóvenes y a la pequeña aristocracia.
—¿Eso es lo que estuvo haciendo en Europa durante todos esos años? —preguntó ella, sin preocuparse por ocultar su escepticismo.
—¿Por qué? ¿Acaso también desea escribir un artículo acerca de mis experiencias en la guerra para publicarlo en la prensa?
La expresión desabrida de Víctor sólo consiguió incrementar el recelo que Myriam sentía hacia él.
—¿Puede darme alguna razón por la que no debería publicar dicha historia?
—Pensaba que usted estaba segura de que me había dedicado a otras actividades más frívolas —replicó él con una acida condescendencia.
Myriam lo fulminó con la mirada.
—Ya se lo he dicho: yo no invento patrañas, milord; simplemente me dedico a informar.
—O a especular.
—Cuando estoy relativamente segura de que los hechos confirman mis especulaciones, sí.
—Pues le aseguro que es importante tener en cuenta todos los factores, y no sólo los que le parezcan a usted más interesantes. —Víctor avanzó hasta la chimenea, cogió una figurita antigua de madera que descansaba sobre la repisa, una oveja toscamente esculpida, y la inspeccionó con curiosidad; luego volvió a depositarla en la repisa y se giró para mirar a Myriam.
—Su abuelo... ¿hizo amigos durante los años que estuvo en eI ejército, algún compañero por el que habría hecho cualquier cosa?
Y Myriam se quedó pensativa.
—Sí, solía cenar una vez a la semana con un hombre que también había sido soldado.
—Entonces estoy seguro de que comprenderá mi situación. La señorita Blair es la hermana de un hombre con el que luché en la batalla de Vitoria. Ese soldado murió entre mis brazos en esa misma batalla y, mientras agonizaba, me pidió que cuidara de su hermana. Le prometí que así lo haría. De modo que cuando un sinvergüenza la sedujo y tras dejarla embarazada la abandonó, ella vino a verme. Claro que acepté ayudarla. Por eso le di cobijo en una de mis casas, la que poseo en Waltham Street.
Al principio Myriam se sintió avergonzada por sus prematuras conjeturas. ¿Cómo podía haberse equivocado tanto, haberlo juzgado tan equivocadamente? Una pobre mujer que se encuentra sola y embarazada y...
De repente se fijó en cómo él la observaba, con una mirada calculadora e indiscutiblemente deshonesta. Myriam alzó la vista y la clavó en la espada de su abuelo, y en ese momento se fijó en la medalla de oro del ejército que pendía debajo del arma y que tenía grabados tanto el nombre de su abuelo como su rango.
¡Menudo sinvergüenza! Lord Saint Clair había fingido conocer a su abuelo para consolidar sus mentiras, para conseguir que ella se sintiera avergonzada por haber caído en la trampa de creer a ciegas en las habladurías que corrían acerca de él y juzgarlo erróneamente. Le parecía muy extraño que ese tunante hubiera oído hablar de su abuelo, ¡y mucho menos que hubiera combatido con hombres que lo conocían! Probablemente, la única vez que lord Saint Clair había blandido una espada había sido en los duelos contra los esposos afrentados de las mujeres que había seducido.
¡Ya le enseñaría a ese bribón! ¡Ella no era ninguna pánfila! Le sonrió con hipocresía.
—¡Oh! ¡Qué delicadeza por su parte, ayudar a su amigo! ¡Siento tanto haberme equivocado con usted! Pero ahora mismo pienso enmendar el error. —Sin perder ni un segundo se dirigió a la mesa y asió la pluma y el artículo que acababa de redactar; acto seguido, garabateó algo sobre el papel. —Veamos, ¿qué tal suena esto?: «El motivo que movió a lord Saint Clair a alojar a una mujer en su casa de Waltham Street no era el que parecía. Después de haberle dado su palabra de que cuidaría de su hermana a su buen amigo, un valiente soldado qua murió entre sus brazos en el campo de batalla, el vizconde tuvo la gentileza de hospedarla en una de sus casas cuando un sinvergüenza la dejó embarazada y se negó a...»
—¡No puede escribir eso! —estalló él a su espalda.
Myriam fingió releer las palabras.
—Sí, supongo que tiene razón. —Lo miró con ojos desafiantes. —No podría escribir una patraña como ésa. Me convertiría en el hazmerreír de la ciudad.
Víctor enarcó las cejas.
—¿Y qué le hace pensar que es mentira?
—Si el hermano de la señorita Blair hubiera sido su amigo y usted se hubiera limitado a reaccionar con tanta generosidad para cumplir con la palabra que le dio antes de morir, la gratitud de la señorita Blair habría emergido inmediatamente cuando la emplacé a que me hablara de usted, pero no fue así. —Myriam tachó las palabras que acababa de escribir en el artículo, y luego lanzó la hoja bruscamente sobre la mesa —Además, los primogénitos nunca combaten en las guerras. ¿Para qué iban a hacerlo, cuando hay muchos jóvenes dispuestos a comprar comisiones porque nunca heredarán un título? No, estoy segura de que mientras estuvo por Europa se dedicó a hacer lo mismo que hace aquí: seducir a pobres mujeres inocentes.
Por primera vez esa tarde, el vizconde parecía realmente enfadado. Su mandíbula se tensó convulsivamente.
—¡Me importa un cacahuate lo que piense de mí, pero no voy a tolerar que escriba absurdas especulaciones sobre la señorita Blair en su maldita columna!
—¿Por qué no? Debería darme las gracias por fortalecer su reputación entre sus amigos. Estoy segura de que lo habrán felicitado por tener una amante tan bella.
—Así es —respondió Víctor sin muestras de avergonzarse. Pero no me preocupa mi reputación, sino la de la señorita Blair y la de su hijo. Ella no merece que usted arruine su vida con sus cotilleos.
—No sea ridículo. No he arruinado su vida; no publiqué ni su nombre ni la dirección de su casa. Ni siquiera mencioné al bebé. No sería tan cruel como para hacer algo así con una persona de mi mismo sexo. Además, es usted el que debería haberse preocupado de no arruinar su vida, y pensarlo dos veces antes de dejarla embarazada.
—¡Maldita sea! ¡Yo no soy el padre de esa criatura! —Víctor estalló con una rudeza muy poco propia de un caballero. —¡Muy bien, mire, piense lo que quiera, pero antes de escribir le aconsejo que tenga en cuenta a las personas que puede dañar con sus comentarios, como por ejemplo a Brianna, a quien usted describe como su amiga. Con su artículo ha conseguido humillarla públicamente.
—Esa no era mi intención.
Ciertamente, antes de dar un paso tan drástico, Myriam había sopesado los puntos positivos y los negativos. Si el único motivo que podría haberse interpuesto en la felicidad de Brianna hubiera sido su extrema timidez, Myriam no habría dicho nada, ya que un esposo respetuoso probablemente habría sabido sortear ese defecto. Pero lord Saint Clair no podía ser un esposo considerado ni respetuoso; eso era imposible, si tenía una amante.
Además, también estaba en juego el hombre al que Brianna aseguraba querer. Lady Morrison había obligado a su hija a rechazar a un hombre porque éste pertenecía a una familia de rango inferior a ella. Conociendo a lady Morrison, eso quería decir que él era el hijo pequeño de un caballero o de un mercader. Brianna no había revelado su nombre, pero era evidente que aún lo adoraba. Sin embargo, su amiga no sería capaz de contradecir la voluntad de su madre negándose a aceptar a un pretendiente como lord Saint Clair.
Por eso necesitaba ayuda. Un empujón público, claro y directo que tuviera por objetivo que su madre reaccionara. Y eso precisamente lo que Myriam había hecho.
—No me arrepiento de ninguna de mis acciones —añadió con petulancia. —Brianna y sus padres tenían que saber la clase de hombre es usted.
Víctor le lanzó una mirada incrédula.
—¿Ah, sí? ¿Y qué clase de hombre soy? ¿Un hombre rico que goza de una buena posición social, un hombre que posee todo lo que una mujer desearía para ser feliz en el matrimonio? Cielo santo, confieso que tiene usted unas nociones ciertamente desconcertantes. ¿De verdad cree que Brianna apreciará su intromisión? ¿Quiere que su amiga se quede sola y soltera el resto de su vida? ¿Quiere privarla de una oportunidad de tener su propia casa, sus propios hijos?
El comentario logró que Myriam recapacitara y pensara en su propia situación.
—Muchas gracias por destacar el lúgubre destino que me aguarda a mí y a los que están en mi situación.
—Usted todavía es muy joven para comprender lo que supone quedarse soltera para toda la vida.
—Y usted no es una mujer, así que no puede comprenderlo —espetó ella, indignada. —Además, no debería dejarse engañar por las apariencias, milord. Tengo veintitrés años.
—No me diga —replicó Víctor sarcásticamente, enarcando una ceja.
Era sorprendente cómo un simple movimiento como enarcar una ceja por parte de ese sujeto podía hacerla sentir como una niña de la misma edad que los trillizos. Myriam irguió la espalda para parecer más alta y notó una punzada de dolor en la parte baja de la columna.
—Posiblemente no sea «tan mayor» como usted, pero le aseguro que de algo me sirvió conocer a los aristocráticos amigotes de mi padre para ser más adulta. El matrimonio puede convertirse en un estado tan desagradable como quedarse toda la vida soltera, si una mujer tiene la desgracia de que su esposo sea un libertino despechado de mirada siniestra. Es posible que Brianna no me agradezca que la haya avisado públicamente ¡pero algún día lo hará!
«Cielos, ahora sí que me he pasado de la raya», pensó Myriam, cuando él se abalanzó sobre ella y la agarró por los hombros. El halcón había decidido atacar a su presa.
— ¡No sabe lo que hace! —bramó Víctor-¡Sus estupidos jueguitos del escritorcito barato me estan sacando de mis cabales!
El fallido intento de intimidarla no dio resultado, ya que el miedo momentáneo que asaltó a Myriam se transformó rápidamente en rabia. Myriam forcejeó para zafarse de Víctor y cuando lo consiguió corrió hacia la puerta.
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Dulce Tentación
gracias por el capi aitana sss el vic se enfurio
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
Andaleeeee, ya se enojo. Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Re: Dulce Tentación
graciias x el cap niiña hay creo que que viictor ya se enojo
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Dulce Tentación
—Sé exactamente lo que hago. A mi manera, plasmo la verdad en una columna. Quizá le cueste comprenderlo, puesto que usted recurre a la práctica del subterfugio, pero éste es mi trabajo, ¡e intento hacerlo con tanta honestidad como puedo! —Abrió la puerta con un ímpetu desmedido y teatral. —Y ahora adiós. Se acabó nuestra conversación.
Víctor achicó los ojos como un par de rendijas.
—Ni lo sueñe. —Enfiló hacia la mesa y agarró el artículo. —No pienso irme hasta que escriba que se equivocó en lo referente a que adquirí una casa en Waltham Street para una mujer.
—¿Me está pidiendo que me retracte? —La idea le parecía disparatada. Myriam avanzó hasta la mesa y de un manotazo le arrebató la hoja de papel. Acto seguido la dobló por la mitad y se la guardó en el bolsillo del delantal. —¡No pienso hacerlo! Primero porque no reniego de mis conclusiones, y segundo porque decir que usted no compró esa casa sería mentir, y a pesar de lo que usted crea, yo jamás miento en mi columna.
Víctor sonrió inexorablemente—¿Y qué le parecería si hiciese pública la identidad de Lord X? ¿Qué pasaría entonces? ¿Seguiría siendo usted tan popular, si sus lectores descubrieran a la mujer con faldas que se oculta detrás de la fachada de un ingenioso caballero?
Eso era lo último que Myriam podía tolerar, que él la amenazara. Ignorando la punzada instintiva de miedo que sintió en el pecho, lo apuntó con un dedo acusador.
—¡Adelante, señor abusón! ¡Vamos, atrévase a desvelar mi entidad, y le aseguro que no dejaré de hurgar en su vida pea arruinar su reputación por completo! Antes de que usted consiga convencer a la gente de que yo soy Lord X, y le aseguro que no será una tarea fácil, haré correr ríos de tinta sobre usted.
Ante la mirada fulminante que le propinó el vizconde, ella bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Primero me plantaré delante de la puerta de Waltham Street donde vive su amante y no me moveré de allí hasta que esa mujer me cuente todas las confidencias inconfesables sobre la vida de lord Saint Clair. Luego buscaré información acerca de usted por los rincones más recónditos de Londres. De un modo u otro, le aseguro que no descansaré hasta descubrir exactamente por qué existen tantos sórdidos rumores vinculados a su persona. ¡Haré que no pueda casarse con nadie en esta ciudad!
Víctor no se inmutó ante tales amenazas, pero Myriam tuvo la certeza de que había conseguido algo, al menos en parte, porque si los ojos fueran armas de fuego, a esas alturas ella yacería muerta en el suelo con todo el cuerpo acribillado de balas.
—Así que ambos estamos en una encrucijada —concluyó Víctor con un tono gélido.
Myriam se estremeció. Quizá no había sido una buena idea combatir una amenaza con otra amenaza, especialmente cuando el hombre en cuestión la superaba con creces en poder y en riqueza. Tal y como su padre la había avisado más de una vez cuando ella deseaba rebelarse contra los patronos para los que él trabajaba: «Si quieres salvar la cabeza, no intentes combatir a bastonazos contra un cañón, hijita».
Deliberadamente, suavizó el tono al volver a hablar.
—Pues yo no lo considero una encrucijada; estoy segura de que las cosas seguirán como hasta ahora. Usted se olvidará enseguida de mi artículo, y yo olvidaré que hemos mantenido esta desagradable conversación. Me parece lo más justo.
—¿Le parece «justo» que usted haya aireado una historia escandalosa sobre mí sólo para influir en una de sus amigas la hora de elegir esposo? Mire, quizá a usted le parezca «justo» si con ello logra dormir con la conciencia tranquila, pero ambos sabemos que lo que ha hecho es una lamentable manipulación.
—Dada su reputación, estoy segura de que usted entiende más de manipulaciones que yo. En este caso, interpreto mí intervención como un servicio que he prestado al sexo femenino. Y ahora si me disculpa, tengo mucho trabajo por hacer, así que adiós.
Víctor irguió la espalda—Muy bien, señorita Montemayor, me marcho. —Enfiló hacia puerta, más al pasar a su lado se detuvo, se inclinó hacia ella bajó la voz hasta que ésta resonó como el temible gruñido de un lobo dispuesto a atacar. —Pero la aviso: como enemigo puedo ser muy peligroso. Si vuelvo a verla merodeando cerca de mi casa en Waltham Street, se arrepentirá del día en que cogió una pluma y decidió escribir injurias sobre mí.
Acto seguido, dio media vuelta y abandonó la habitación con paso airado.
Myriam no dijo nada, no se aventuró a soltar ningún comentario mordaz. Ahora que ese individuo se había ido, necesitó un buen rato para sobreponerse al miedo que se había apoderado de ella súbitamente. Porque a pesar de haberle plantado cara con tanta resolución, a pesar de su insistencia por auto convencerse de que ese hombre sólo estaba fanfarroneando, tenía que sus amenazas fueran ciertas.
Y lo último que necesitaba en esos momentos era un lord peligroso en su vida.
Víctor descendió la escalinata enmoquetada de la casa de la familia Montemayor con el ceño fruncido, sumido en sus pensamientos. Había llegado la hora de cambiar de estrategia. Porque si la señorita Montemayor pensaba que él había tirado la toalla, entonces no se trataba de una solterona con la lengua afilada y demasiado segura de sí misma, sino de una pobre loca.
El jamás dejaba ningún cabo por atar, y la mojigata señorita Montemayor era sin lugar a dudas uno de esos casos clínicos que exigía una actuación drástica. A juzgar por sus ridículos prejuicios contra los aristócratas, Víctor dudaba que estuviera dispuesta a mantenerse al margen ante su inamovible intención de casarse con Brianna, especialmente si su amiga ignoraba sus avisos y finalmente accedía a casarse con él. Entonces, ¿qué haría la despechada señorita Montemayor? ¿Acosar a la señorita Blair hasta que la mujer se lo contara todo? ¿O incluso se atrevería purgar en su pasado en Chesterley?
No, tenía que acabar con las inoportunas intromisiones de la muchacha. ¿Pero cómo lograría cambiar la forma de pensar de una mujer que alegaba que exponer a los «libertinos despechados de mirada siniestra» era una causa encomiable? Lamentablemente, ella era demasiado inteligente como para poderla manipular. Se lo había demostrado cuando él intentó hacerle creer ese cuento absurdo de que la señorita Blair hermana de un soldado moribundo. Y las amenazas tampoco funcionaban. Esa descarada había tenido la osadía incluso de amenazarlo. ¡A él! A un hombre que había fulminado a soldados tres veces más corpulentos que ella.
Maldición. Ahora no tenía tiempo para esa clase de problemas. No podía dedicarse a combatir contra mujeres como la señorita Montemayor. Se le acababa el tiempo: antes de dos años, tenía que casarse con una mujer y tener un hijo o perdería Chester por culpa de su detestable tío. Se negaba a permitir que eso ocurriera, por más sandeces que Lord X escribiera.
Llegó al vestíbulo y se sintió defraudado al ver que los hermanos revoltosos de la señorita Montemayor habían desaparecido. Otra conversación con esos chiquillos que demostraban tantas ganas de contar cosas podría haber sido muy fructífera para sus fines. Bueno, quizá en otra ocasión; seguramente resultaría difícil.
Recogió el abrigo y el sombrero, y se dio la vuelta justo en el momento en que la señora Box aparecía en el vestíbulo. Ante él tenía a una persona que posiblemente podría proporcionarle información muy valiosa. Además, ella no sabía quién era en realidad.
Al verlo, la anciana a no pudo evitar sonreír burlonamente. Él sabía el porqué. Su típica arrogancia masculina no le había dejado darse cuenta antes de que Lord X era una mujer, y sin embargo él debería de haberse fijado en el estilo de escritura femenino y la propensión a hablar sobre problemas de las mujeres en los contenidos de esas columnas. Ahora estaba pagando por su falta de visión.
—¿Ya ha hablado con el «señor»? —preguntó el ama de llaves, sus pupilas clavándose en las suyas.
—Ya sabe la respuesta, señora Box. —Víctor contestó con un tono tanto burlón como de reproche. —Usted me ha engañado con una gran maestría.
Las mejillas arrugadas de la mujer se sonrosaron.
—He sido un poco mala, lo admito. Pero le aseguro que la tarea de correr detrás de esos tres diablillos, los tremendos Montemayor, como yo los llamo, me ha convertido en una persona tan traviesa como ellos en mi vejez.
—¿Vejez? —repitió él lisonjeramente. —Pero si usted no puede tener más de cuarenta años.
Ella movió el dedo índice para reprenderlo.
—Vamos, lord Alexander, no me tome el pelo. Aunque de admitir que es usted un adulador como hay pocos.
—Sólo con las damas hermosas, llameme por mi nombre de pila,Víctor. ¿Y cómo podría resistirme, cuando esta casa está llena de ellas?
La sonrisa burlona se desvaneció de los labios de la señora Box.
—Espero que no se haya atrevido a adular a la señorita. Eso es algo que ella no soporta. Solía reprender al señor Morgan precisamente por eso, por las barbaridades que ese tipo soltaba.
—Ya lo suponía —dijo Víctor con sequedad. —Ya me he dado cuenta de que su especialidad consiste en reprender a los hombres.
—Pero siempre con razón, claro, con los hombres que intentan sobrepasarse con ella. —La anciana a lo miró con recelo. —No habrá hecho nada por el estilo, espero.
Víctor deseó que su expresión de ultraje resultara convincente.
—¡Señora Box! ¡Por el amor de Dios! ¿Por quién me toma? Soy un caballero. ¡Jamás trataría irrespetuosamente una dama!
Aunque eso era precisamente lo que deseaba. Oh, sí. Porque aunada a la casi irrefrenable necesidad de querer estrangular a la señorita Montemayor, también había sentido una atracción hacia ella casi igual de incontrolable. A pesar de todas sus ideas absurdas, esa fémina sabía cómo conseguir que un hombre la deseara sin mover ni un dedo. Sin lugar a dudas, era su melena despeinada, con ese aspecto como si acabara de hacer el amor. Y esos labios carnosos y vibrantes que parecían pedir a gritos que alguien los besara...
Maldición. Dadas las circunstancias, esos pensamientos no eran los más convenientes. Víctor se obligó a centrarse en su objetivo, y mientras se ponía el abrigo lentamente, se atrevió a preguntar:
—¿Alguna vez el señor Morgan se ha excedido verbalmente con ella?
—Esa alimaña hizo algo peor: un día la acorraló contra una pared e intentó manosearla.
Víctor sintió unas repentinas y poderosas ganas de agarrar al imbécil por el gaznate. Se dijo a sí mismo que estaba meramente reaccionando ante el desagradable pensamiento de imaginar a una joven acosada por un hombre en su propia casa. No tenía nada que ver con la señorita Montemayor en particular.
—¿Y cómo reaccionó ella?
—Oh, la señorita sabe cómo defenderse, se lo aseguro. Le propinó una buena patada allí donde más duele, y luego lo amenazó con que si volvía a intentarlo, lo arrastraría por las escaleras hasta echarlo de la casa a patadas. Desde entonces, jamás ha vuelto a hacer tonterías.
Víctor sonrió socarronamente. Debería haber imaginado que la señorita Montemayor no reaccionaría como la típica mujer. Desde el momento en que posó en él esos letales ojos y le mostró el lado más afilado de su lengua, él se dio cuenta de que esa muchacha no era como las demás.
—Así que a ella no le gusta el señor Morgan —rumió él en voz alta. —¿Tiene algún pretendiente? ¿O está prometida? —Eso sería ideal. Podría arruinar sus planes de boda de la misma forma que ella estaba intentando arruinar los suyos.
La señora Box lo miró con cara de complicidad.
—No, no está prometida, y tampoco tiene demasiados pretendientes, que digamos. Pero yo creo que eso es porque aún no ha encontrado al hombre adecuado, ¿comprende lo que quiero decir?
Cuando la anciana a sonrió con picardía y le guiñó el ojo, Víctor comprendió que ella había malinterpretado la intención de sus preguntas, y tuvo que contenerse para no echarse a reír. Aún podría sacar partido de esa confusión. Se inclinó hacia el ama de llaves con un aire de confidencialidad.
—Le contaré un secreto, señora Box. Estoy intrigado por su señora, aun cuando ella me odia.
La señora Box arrugó el labio superior y esgrimió una mueca de incredulidad.
—Eso no es posible. Ella no puede odiar a un tipo tan agradable como usted. Lo que ha de hacer es no desistir en el intento, ¿me ha oído? Ya sé que a veces ella parece tener un corazón de hielo, pero eso es porque...
El ruido seco de un portazo en el piso superior interrumpió las confesiones de la anciana a. Él y la señora Box alzaron la vista y descubrieron a la señorita Montemayor de pie, en la puerta del despacho, que los miraba con evidentes muestras de indignación.
—Señora Box, ¿puede subir un momento, por favor? Necesito hablar con usted. —La mirada fulminante que le lanzó al vizconde seguramente habría sido suficiente para derretir la nieve que caía en la calle—. ¡Y en cuanto a usted, lord Saint Clair si no se marcha de esta casa inmediatamente y deja de molestar a mis criados ahora mismo, haré que mi lacayo lo eche a patadas!
—Ya se lo dije, me odia —se lamentó él dirigiéndose a una boquiabierta señora Box. Acto seguido, le propinó a la señorita Montemayor una sonrisa maliciosa. —No veo qué daño puede causan que hable un poco con sus criados, después de que usted haya interrogado a mis amigos.
—¡Joseph! —vociferó ella, como dando a entender que pensaba cumplir su estúpida amenaza.
Aunque Víctor podría derribar a cualquiera de esos lacayos incluso con las manos atadas a la espalda, ya había dicho lo que quería. Ya interrogaría a la señora Box en otro momento más oportuno.
Se llevó la mano al sombrero y se inclinó en señal de saludo.
—No hace falta que moleste a su lacayo; ahora me marcho —Luego miró a la señora Box y agregó: —No se preocupe, y continuaremos con nuestra interesante conversación en otra ocasión.
El eco de la amenaza airada que le lanzó la señorita Montemayor que lo acribillaría a balazos si se atrevía a hablar con alguno de sus criados de nuevo lo persiguió hasta la puerta principal. Víctor sonrió burlonamente para sí mismo. Así que doña perfecta no era tan insensible a las amenazas como pretendía, ¿verdad? Bueno, esa pequeña bruja pronto descubriría las consecuencias de importunar al vizconde de Saint Clair. Todas las mujeres tenían sus puntos débiles y él pensaba averiguar cuáles eran los de la señorita Montemayor, aunque para ello tuviera que sobornar a todos sus criados.
Al ratito les escribo un poco más gracias por sus mensajitos que tengan excelente fin de semana!!!
Víctor achicó los ojos como un par de rendijas.
—Ni lo sueñe. —Enfiló hacia la mesa y agarró el artículo. —No pienso irme hasta que escriba que se equivocó en lo referente a que adquirí una casa en Waltham Street para una mujer.
—¿Me está pidiendo que me retracte? —La idea le parecía disparatada. Myriam avanzó hasta la mesa y de un manotazo le arrebató la hoja de papel. Acto seguido la dobló por la mitad y se la guardó en el bolsillo del delantal. —¡No pienso hacerlo! Primero porque no reniego de mis conclusiones, y segundo porque decir que usted no compró esa casa sería mentir, y a pesar de lo que usted crea, yo jamás miento en mi columna.
Víctor sonrió inexorablemente—¿Y qué le parecería si hiciese pública la identidad de Lord X? ¿Qué pasaría entonces? ¿Seguiría siendo usted tan popular, si sus lectores descubrieran a la mujer con faldas que se oculta detrás de la fachada de un ingenioso caballero?
Eso era lo último que Myriam podía tolerar, que él la amenazara. Ignorando la punzada instintiva de miedo que sintió en el pecho, lo apuntó con un dedo acusador.
—¡Adelante, señor abusón! ¡Vamos, atrévase a desvelar mi entidad, y le aseguro que no dejaré de hurgar en su vida pea arruinar su reputación por completo! Antes de que usted consiga convencer a la gente de que yo soy Lord X, y le aseguro que no será una tarea fácil, haré correr ríos de tinta sobre usted.
Ante la mirada fulminante que le propinó el vizconde, ella bajó la voz hasta convertirla en un susurro.
—Primero me plantaré delante de la puerta de Waltham Street donde vive su amante y no me moveré de allí hasta que esa mujer me cuente todas las confidencias inconfesables sobre la vida de lord Saint Clair. Luego buscaré información acerca de usted por los rincones más recónditos de Londres. De un modo u otro, le aseguro que no descansaré hasta descubrir exactamente por qué existen tantos sórdidos rumores vinculados a su persona. ¡Haré que no pueda casarse con nadie en esta ciudad!
Víctor no se inmutó ante tales amenazas, pero Myriam tuvo la certeza de que había conseguido algo, al menos en parte, porque si los ojos fueran armas de fuego, a esas alturas ella yacería muerta en el suelo con todo el cuerpo acribillado de balas.
—Así que ambos estamos en una encrucijada —concluyó Víctor con un tono gélido.
Myriam se estremeció. Quizá no había sido una buena idea combatir una amenaza con otra amenaza, especialmente cuando el hombre en cuestión la superaba con creces en poder y en riqueza. Tal y como su padre la había avisado más de una vez cuando ella deseaba rebelarse contra los patronos para los que él trabajaba: «Si quieres salvar la cabeza, no intentes combatir a bastonazos contra un cañón, hijita».
Deliberadamente, suavizó el tono al volver a hablar.
—Pues yo no lo considero una encrucijada; estoy segura de que las cosas seguirán como hasta ahora. Usted se olvidará enseguida de mi artículo, y yo olvidaré que hemos mantenido esta desagradable conversación. Me parece lo más justo.
—¿Le parece «justo» que usted haya aireado una historia escandalosa sobre mí sólo para influir en una de sus amigas la hora de elegir esposo? Mire, quizá a usted le parezca «justo» si con ello logra dormir con la conciencia tranquila, pero ambos sabemos que lo que ha hecho es una lamentable manipulación.
—Dada su reputación, estoy segura de que usted entiende más de manipulaciones que yo. En este caso, interpreto mí intervención como un servicio que he prestado al sexo femenino. Y ahora si me disculpa, tengo mucho trabajo por hacer, así que adiós.
Víctor irguió la espalda—Muy bien, señorita Montemayor, me marcho. —Enfiló hacia puerta, más al pasar a su lado se detuvo, se inclinó hacia ella bajó la voz hasta que ésta resonó como el temible gruñido de un lobo dispuesto a atacar. —Pero la aviso: como enemigo puedo ser muy peligroso. Si vuelvo a verla merodeando cerca de mi casa en Waltham Street, se arrepentirá del día en que cogió una pluma y decidió escribir injurias sobre mí.
Acto seguido, dio media vuelta y abandonó la habitación con paso airado.
Myriam no dijo nada, no se aventuró a soltar ningún comentario mordaz. Ahora que ese individuo se había ido, necesitó un buen rato para sobreponerse al miedo que se había apoderado de ella súbitamente. Porque a pesar de haberle plantado cara con tanta resolución, a pesar de su insistencia por auto convencerse de que ese hombre sólo estaba fanfarroneando, tenía que sus amenazas fueran ciertas.
Y lo último que necesitaba en esos momentos era un lord peligroso en su vida.
Víctor descendió la escalinata enmoquetada de la casa de la familia Montemayor con el ceño fruncido, sumido en sus pensamientos. Había llegado la hora de cambiar de estrategia. Porque si la señorita Montemayor pensaba que él había tirado la toalla, entonces no se trataba de una solterona con la lengua afilada y demasiado segura de sí misma, sino de una pobre loca.
El jamás dejaba ningún cabo por atar, y la mojigata señorita Montemayor era sin lugar a dudas uno de esos casos clínicos que exigía una actuación drástica. A juzgar por sus ridículos prejuicios contra los aristócratas, Víctor dudaba que estuviera dispuesta a mantenerse al margen ante su inamovible intención de casarse con Brianna, especialmente si su amiga ignoraba sus avisos y finalmente accedía a casarse con él. Entonces, ¿qué haría la despechada señorita Montemayor? ¿Acosar a la señorita Blair hasta que la mujer se lo contara todo? ¿O incluso se atrevería purgar en su pasado en Chesterley?
No, tenía que acabar con las inoportunas intromisiones de la muchacha. ¿Pero cómo lograría cambiar la forma de pensar de una mujer que alegaba que exponer a los «libertinos despechados de mirada siniestra» era una causa encomiable? Lamentablemente, ella era demasiado inteligente como para poderla manipular. Se lo había demostrado cuando él intentó hacerle creer ese cuento absurdo de que la señorita Blair hermana de un soldado moribundo. Y las amenazas tampoco funcionaban. Esa descarada había tenido la osadía incluso de amenazarlo. ¡A él! A un hombre que había fulminado a soldados tres veces más corpulentos que ella.
Maldición. Ahora no tenía tiempo para esa clase de problemas. No podía dedicarse a combatir contra mujeres como la señorita Montemayor. Se le acababa el tiempo: antes de dos años, tenía que casarse con una mujer y tener un hijo o perdería Chester por culpa de su detestable tío. Se negaba a permitir que eso ocurriera, por más sandeces que Lord X escribiera.
Llegó al vestíbulo y se sintió defraudado al ver que los hermanos revoltosos de la señorita Montemayor habían desaparecido. Otra conversación con esos chiquillos que demostraban tantas ganas de contar cosas podría haber sido muy fructífera para sus fines. Bueno, quizá en otra ocasión; seguramente resultaría difícil.
Recogió el abrigo y el sombrero, y se dio la vuelta justo en el momento en que la señora Box aparecía en el vestíbulo. Ante él tenía a una persona que posiblemente podría proporcionarle información muy valiosa. Además, ella no sabía quién era en realidad.
Al verlo, la anciana a no pudo evitar sonreír burlonamente. Él sabía el porqué. Su típica arrogancia masculina no le había dejado darse cuenta antes de que Lord X era una mujer, y sin embargo él debería de haberse fijado en el estilo de escritura femenino y la propensión a hablar sobre problemas de las mujeres en los contenidos de esas columnas. Ahora estaba pagando por su falta de visión.
—¿Ya ha hablado con el «señor»? —preguntó el ama de llaves, sus pupilas clavándose en las suyas.
—Ya sabe la respuesta, señora Box. —Víctor contestó con un tono tanto burlón como de reproche. —Usted me ha engañado con una gran maestría.
Las mejillas arrugadas de la mujer se sonrosaron.
—He sido un poco mala, lo admito. Pero le aseguro que la tarea de correr detrás de esos tres diablillos, los tremendos Montemayor, como yo los llamo, me ha convertido en una persona tan traviesa como ellos en mi vejez.
—¿Vejez? —repitió él lisonjeramente. —Pero si usted no puede tener más de cuarenta años.
Ella movió el dedo índice para reprenderlo.
—Vamos, lord Alexander, no me tome el pelo. Aunque de admitir que es usted un adulador como hay pocos.
—Sólo con las damas hermosas, llameme por mi nombre de pila,Víctor. ¿Y cómo podría resistirme, cuando esta casa está llena de ellas?
La sonrisa burlona se desvaneció de los labios de la señora Box.
—Espero que no se haya atrevido a adular a la señorita. Eso es algo que ella no soporta. Solía reprender al señor Morgan precisamente por eso, por las barbaridades que ese tipo soltaba.
—Ya lo suponía —dijo Víctor con sequedad. —Ya me he dado cuenta de que su especialidad consiste en reprender a los hombres.
—Pero siempre con razón, claro, con los hombres que intentan sobrepasarse con ella. —La anciana a lo miró con recelo. —No habrá hecho nada por el estilo, espero.
Víctor deseó que su expresión de ultraje resultara convincente.
—¡Señora Box! ¡Por el amor de Dios! ¿Por quién me toma? Soy un caballero. ¡Jamás trataría irrespetuosamente una dama!
Aunque eso era precisamente lo que deseaba. Oh, sí. Porque aunada a la casi irrefrenable necesidad de querer estrangular a la señorita Montemayor, también había sentido una atracción hacia ella casi igual de incontrolable. A pesar de todas sus ideas absurdas, esa fémina sabía cómo conseguir que un hombre la deseara sin mover ni un dedo. Sin lugar a dudas, era su melena despeinada, con ese aspecto como si acabara de hacer el amor. Y esos labios carnosos y vibrantes que parecían pedir a gritos que alguien los besara...
Maldición. Dadas las circunstancias, esos pensamientos no eran los más convenientes. Víctor se obligó a centrarse en su objetivo, y mientras se ponía el abrigo lentamente, se atrevió a preguntar:
—¿Alguna vez el señor Morgan se ha excedido verbalmente con ella?
—Esa alimaña hizo algo peor: un día la acorraló contra una pared e intentó manosearla.
Víctor sintió unas repentinas y poderosas ganas de agarrar al imbécil por el gaznate. Se dijo a sí mismo que estaba meramente reaccionando ante el desagradable pensamiento de imaginar a una joven acosada por un hombre en su propia casa. No tenía nada que ver con la señorita Montemayor en particular.
—¿Y cómo reaccionó ella?
—Oh, la señorita sabe cómo defenderse, se lo aseguro. Le propinó una buena patada allí donde más duele, y luego lo amenazó con que si volvía a intentarlo, lo arrastraría por las escaleras hasta echarlo de la casa a patadas. Desde entonces, jamás ha vuelto a hacer tonterías.
Víctor sonrió socarronamente. Debería haber imaginado que la señorita Montemayor no reaccionaría como la típica mujer. Desde el momento en que posó en él esos letales ojos y le mostró el lado más afilado de su lengua, él se dio cuenta de que esa muchacha no era como las demás.
—Así que a ella no le gusta el señor Morgan —rumió él en voz alta. —¿Tiene algún pretendiente? ¿O está prometida? —Eso sería ideal. Podría arruinar sus planes de boda de la misma forma que ella estaba intentando arruinar los suyos.
La señora Box lo miró con cara de complicidad.
—No, no está prometida, y tampoco tiene demasiados pretendientes, que digamos. Pero yo creo que eso es porque aún no ha encontrado al hombre adecuado, ¿comprende lo que quiero decir?
Cuando la anciana a sonrió con picardía y le guiñó el ojo, Víctor comprendió que ella había malinterpretado la intención de sus preguntas, y tuvo que contenerse para no echarse a reír. Aún podría sacar partido de esa confusión. Se inclinó hacia el ama de llaves con un aire de confidencialidad.
—Le contaré un secreto, señora Box. Estoy intrigado por su señora, aun cuando ella me odia.
La señora Box arrugó el labio superior y esgrimió una mueca de incredulidad.
—Eso no es posible. Ella no puede odiar a un tipo tan agradable como usted. Lo que ha de hacer es no desistir en el intento, ¿me ha oído? Ya sé que a veces ella parece tener un corazón de hielo, pero eso es porque...
El ruido seco de un portazo en el piso superior interrumpió las confesiones de la anciana a. Él y la señora Box alzaron la vista y descubrieron a la señorita Montemayor de pie, en la puerta del despacho, que los miraba con evidentes muestras de indignación.
—Señora Box, ¿puede subir un momento, por favor? Necesito hablar con usted. —La mirada fulminante que le lanzó al vizconde seguramente habría sido suficiente para derretir la nieve que caía en la calle—. ¡Y en cuanto a usted, lord Saint Clair si no se marcha de esta casa inmediatamente y deja de molestar a mis criados ahora mismo, haré que mi lacayo lo eche a patadas!
—Ya se lo dije, me odia —se lamentó él dirigiéndose a una boquiabierta señora Box. Acto seguido, le propinó a la señorita Montemayor una sonrisa maliciosa. —No veo qué daño puede causan que hable un poco con sus criados, después de que usted haya interrogado a mis amigos.
—¡Joseph! —vociferó ella, como dando a entender que pensaba cumplir su estúpida amenaza.
Aunque Víctor podría derribar a cualquiera de esos lacayos incluso con las manos atadas a la espalda, ya había dicho lo que quería. Ya interrogaría a la señora Box en otro momento más oportuno.
Se llevó la mano al sombrero y se inclinó en señal de saludo.
—No hace falta que moleste a su lacayo; ahora me marcho —Luego miró a la señora Box y agregó: —No se preocupe, y continuaremos con nuestra interesante conversación en otra ocasión.
El eco de la amenaza airada que le lanzó la señorita Montemayor que lo acribillaría a balazos si se atrevía a hablar con alguno de sus criados de nuevo lo persiguió hasta la puerta principal. Víctor sonrió burlonamente para sí mismo. Así que doña perfecta no era tan insensible a las amenazas como pretendía, ¿verdad? Bueno, esa pequeña bruja pronto descubriría las consecuencias de importunar al vizconde de Saint Clair. Todas las mujeres tenían sus puntos débiles y él pensaba averiguar cuáles eran los de la señorita Montemayor, aunque para ello tuviera que sobornar a todos sus criados.
Al ratito les escribo un poco más gracias por sus mensajitos que tengan excelente fin de semana!!!
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Dulce Tentación
esta muy buena doña perfecta jaja
gracias aitana por el capi
gracias aitana por el capi
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
Descendió las escaleras hasta la calle sintiéndose más animado. Hizo una señal a su cochero, quien se había quedado esperándolo con el carruaje un poco más abajo en esa misma calle, se detuvo unos instantes al final de las escaleras para aspirar el aire helado y desprenderse de la sofocante sensación que emanaba de la casa de los Montemayor y de su dueña y señora. La nieve confería un aspecto invernal a la calle anegada de barro. En esos momentos el suelo estaba prácticamente cubierto por un fino manto blanco, pero pronto la nieve se convertiría en una peligrosa capa de hielo que haría imposible que ningún hombre en su sano juicio se atreviera a deambular por la ciudad.
Al imaginar la transformación de la nieve en hielo pensó en la señorita Montemayor: pura, blanca e inocente a primera vista. Pero el hielo era hielo, tanto bajo la apariencia de unos copos de nieve ligeros como una pluma o en forma de una peligrosa capa sólida y prensada, y la única manera de deshacer esa capa era sometiéndola al calor de las llamas o sumergiéndola en el agua inofensiva. Pues bien, él deseaba someter a la señorita Montemayor al calor del fuego. Muy pronto la tendría garabateando una retracción por escrito.
Pero primero tenía asuntos más importantes que tratar. Empezaba a oscurecer y aumentaba el espesor de la capa de nieve. Víctor había sido invitado —junto con Brianna y sus padres— a pasar unos días en la casa de campo de la hermana de Robert. Habían acordado desplazarse hasta allí esa misma tarde en su carruaje y tenían que hacerlo antes de que las carreteras quedaran bloqueadas a causa de la nieve, por lo que lo más indicado era partir de inmediato. Apenas le quedaba tiempo para pasar por su casa, recoger el equipaje y cambiarse de ropa antes de ir a recoger a la familia Morrison.
Con sólo imaginar que tenía que pasar dos horas en un carruaje con esa familia se puso nuevamente de mal humor. Probablemente a esas alturas todos ellos habrían leído esa maldita columna. No podría hablar con Brianna en privado, y aunque pudiera, tampoco estaba seguro de qué le diría. Sin embargo, tenía que decirle algo, aunque sólo fuera para forzarla a tomar una decisión. Estaba harto de buscar esposa. Y sólo le quedaban dos años para tener un heredero. Su primer hijo quizá fuera una niña, o tal vez tendrían que pasar bastantes meses antes de que Brianna se quedara embarazada.
El cochero detuvo el carruaje delante de él, Víctor entró y le ordenó al cochero que se pusiera en marcha de inmediato. Mientras se alejaban de la casa de los Montemayor, él miró hacia la ventana del piso superior, la que correspondía al despacho de la señorita Montemayor, pero no vio ninguna señal de ella. Probablemente esa pequeña bruja se había marchado a encerar su escoba voladora y a añadir unos cuantos sapos más a la pócima que estaba preparando en un gran caldero.
Se la imaginó inclinada sobre un caldero humeante, con ese cuerpo tan atractivo capaz de conseguir que a cualquier hombre se le hiciera la boca agua, deseando acariciar esas suaves curvas...
¡Maldición! Ya estaba de nuevo con pensamientos lascivos respecto a esa mujer, como el libertino de poca monta que ella pensaba que era. Tendría que poner freno a esa clase de pensamientos. Esa fémina únicamente traía conflictos, simple y llanamente, y su atractivo físico sólo conseguía hacerla más conflictiva.
Lo más adecuado era concentrarse únicamente en su prometida, mil veces menos problemática; esa mujer a la que la señorita Montemayor parecía dispuesta a desalentar y a apartarla de su lado. Necesitaba inventar alguna explicación sobre el artículo con la que pudiera convencer a Brianna de su intención de serle absolutamente fiel.
Suspiró.
La ironía del caso era que eso era exactamente lo que se proponía. Jamás había estado a favor de la infidelidad. Su padre, aunque tenía un montón de defectos, jamás le fue infiel a su madre; Víctor admiraba esa virtud. A Víctor le molestaban caballeros que se jactaban de defender ideas «sofisticadas» en cuanto al matrimonio; los consideraba unos tipos deleznables, superficiales, y preocupados únicamente de sus propios placeres. Pero convencer a Brianna de ello le resultaría difícil.
¿Cómo iba a conseguir que ella creyera en su palabra, en vez de al famoso Lord X, cuando siempre se mostraba tan recatada con él?
Cuando llegó a la casa de los Morrison una hora más tarde, no había decidido qué le diría a Brianna, y eso lo irritó más. Así que cuando el mayordomo lo condujo hasta la sala, Víctor estaba de un pésimo humor. Después de que el criado anunciara su presencia, Víctor todavía aumentó su mal humor al presenciar la escena que se abría ante su vista.
En la salita decorada con una distinguida elegancia, la normalmente altiva lady Morrison se hallaba encaramada al apoyabrazos de un sillón de color lavanda como una ardilla sobre una rama, con la cabeza erecta y los ojos inquietos, mirando en todas direcciones, como si quisiera advertir el peligro que la acechaba. Sir Thomas, que apenas podía caminar, se había puesto de pie con un enorme esfuerzo y avanzaba por la exquisita alfombra Aubusson con la ayuda de un bastón hacia una mesita rinconera que exhibía una destacable selección de botellas de brandy.
¿Dónde estaba Brianna? ¿Por qué no formaba parte de extraña reunión familiar?
—¡Lord Saint Clair! —exclamó lady Morrison tan pronto como Víctor entró en la sala. —¡Adelante, pase! ¿Le apetece una taza de té? —Alzó una campanilla de plata y la hizo sonar repetidamente, hasta que el tintineo resonó en toda la salita como un estridente coro de ópera.
—¡Ya basta, Agnes! —le ordenó su esposo. —¡Por el amor Dios! ¿Quieres dejar de una vez esa maldita campana? ¡No es cuestión de ponernos a tomar el té en un momento como éste!
Lady Morrison esbozó una mueca de consternación al tiempo que con grandes aspavientos daba unas palmaditas en un asiento cercano con una energía nada normal en ella.
—¡Claro que tomaremos té! No le haga caso, lord Saint Clair, venga y siéntese aquí a mi lado.
Había algo que no marchaba bien; cualquiera se habría dado cuenta.
—¿Qué sucede? —preguntó Víctor a sir Thomas, sin hacer caso a su esposa.
—No pasa nada —proclamó lady Morrison mientras fulminaba a su marido con la mirada. —Ahora no es el momento de hablar de eso, Thomas.
—De nada sirve fingir —replicó su esposo al tiempo que llegaba a la mesita rinconera. —Mis hombres no han podido hallar ni rastro de ellos. Si no fuera por estas piernas, yo mismo habría ido, pero... —Hizo una pausa y se sirvió una generosa cantidad de brandy en un vaso.
—No deberías beber alcohol —lo amonestó ella al tiempo que se incorporaba y caminaba hacia su esposo.
El comportamiento de esa pareja estaba acabando con la paciencia de Víctor .
—¿Que no hay rastro de quién?
Al imaginar la transformación de la nieve en hielo pensó en la señorita Montemayor: pura, blanca e inocente a primera vista. Pero el hielo era hielo, tanto bajo la apariencia de unos copos de nieve ligeros como una pluma o en forma de una peligrosa capa sólida y prensada, y la única manera de deshacer esa capa era sometiéndola al calor de las llamas o sumergiéndola en el agua inofensiva. Pues bien, él deseaba someter a la señorita Montemayor al calor del fuego. Muy pronto la tendría garabateando una retracción por escrito.
Pero primero tenía asuntos más importantes que tratar. Empezaba a oscurecer y aumentaba el espesor de la capa de nieve. Víctor había sido invitado —junto con Brianna y sus padres— a pasar unos días en la casa de campo de la hermana de Robert. Habían acordado desplazarse hasta allí esa misma tarde en su carruaje y tenían que hacerlo antes de que las carreteras quedaran bloqueadas a causa de la nieve, por lo que lo más indicado era partir de inmediato. Apenas le quedaba tiempo para pasar por su casa, recoger el equipaje y cambiarse de ropa antes de ir a recoger a la familia Morrison.
Con sólo imaginar que tenía que pasar dos horas en un carruaje con esa familia se puso nuevamente de mal humor. Probablemente a esas alturas todos ellos habrían leído esa maldita columna. No podría hablar con Brianna en privado, y aunque pudiera, tampoco estaba seguro de qué le diría. Sin embargo, tenía que decirle algo, aunque sólo fuera para forzarla a tomar una decisión. Estaba harto de buscar esposa. Y sólo le quedaban dos años para tener un heredero. Su primer hijo quizá fuera una niña, o tal vez tendrían que pasar bastantes meses antes de que Brianna se quedara embarazada.
El cochero detuvo el carruaje delante de él, Víctor entró y le ordenó al cochero que se pusiera en marcha de inmediato. Mientras se alejaban de la casa de los Montemayor, él miró hacia la ventana del piso superior, la que correspondía al despacho de la señorita Montemayor, pero no vio ninguna señal de ella. Probablemente esa pequeña bruja se había marchado a encerar su escoba voladora y a añadir unos cuantos sapos más a la pócima que estaba preparando en un gran caldero.
Se la imaginó inclinada sobre un caldero humeante, con ese cuerpo tan atractivo capaz de conseguir que a cualquier hombre se le hiciera la boca agua, deseando acariciar esas suaves curvas...
¡Maldición! Ya estaba de nuevo con pensamientos lascivos respecto a esa mujer, como el libertino de poca monta que ella pensaba que era. Tendría que poner freno a esa clase de pensamientos. Esa fémina únicamente traía conflictos, simple y llanamente, y su atractivo físico sólo conseguía hacerla más conflictiva.
Lo más adecuado era concentrarse únicamente en su prometida, mil veces menos problemática; esa mujer a la que la señorita Montemayor parecía dispuesta a desalentar y a apartarla de su lado. Necesitaba inventar alguna explicación sobre el artículo con la que pudiera convencer a Brianna de su intención de serle absolutamente fiel.
Suspiró.
La ironía del caso era que eso era exactamente lo que se proponía. Jamás había estado a favor de la infidelidad. Su padre, aunque tenía un montón de defectos, jamás le fue infiel a su madre; Víctor admiraba esa virtud. A Víctor le molestaban caballeros que se jactaban de defender ideas «sofisticadas» en cuanto al matrimonio; los consideraba unos tipos deleznables, superficiales, y preocupados únicamente de sus propios placeres. Pero convencer a Brianna de ello le resultaría difícil.
¿Cómo iba a conseguir que ella creyera en su palabra, en vez de al famoso Lord X, cuando siempre se mostraba tan recatada con él?
Cuando llegó a la casa de los Morrison una hora más tarde, no había decidido qué le diría a Brianna, y eso lo irritó más. Así que cuando el mayordomo lo condujo hasta la sala, Víctor estaba de un pésimo humor. Después de que el criado anunciara su presencia, Víctor todavía aumentó su mal humor al presenciar la escena que se abría ante su vista.
En la salita decorada con una distinguida elegancia, la normalmente altiva lady Morrison se hallaba encaramada al apoyabrazos de un sillón de color lavanda como una ardilla sobre una rama, con la cabeza erecta y los ojos inquietos, mirando en todas direcciones, como si quisiera advertir el peligro que la acechaba. Sir Thomas, que apenas podía caminar, se había puesto de pie con un enorme esfuerzo y avanzaba por la exquisita alfombra Aubusson con la ayuda de un bastón hacia una mesita rinconera que exhibía una destacable selección de botellas de brandy.
¿Dónde estaba Brianna? ¿Por qué no formaba parte de extraña reunión familiar?
—¡Lord Saint Clair! —exclamó lady Morrison tan pronto como Víctor entró en la sala. —¡Adelante, pase! ¿Le apetece una taza de té? —Alzó una campanilla de plata y la hizo sonar repetidamente, hasta que el tintineo resonó en toda la salita como un estridente coro de ópera.
—¡Ya basta, Agnes! —le ordenó su esposo. —¡Por el amor Dios! ¿Quieres dejar de una vez esa maldita campana? ¡No es cuestión de ponernos a tomar el té en un momento como éste!
Lady Morrison esbozó una mueca de consternación al tiempo que con grandes aspavientos daba unas palmaditas en un asiento cercano con una energía nada normal en ella.
—¡Claro que tomaremos té! No le haga caso, lord Saint Clair, venga y siéntese aquí a mi lado.
Había algo que no marchaba bien; cualquiera se habría dado cuenta.
—¿Qué sucede? —preguntó Víctor a sir Thomas, sin hacer caso a su esposa.
—No pasa nada —proclamó lady Morrison mientras fulminaba a su marido con la mirada. —Ahora no es el momento de hablar de eso, Thomas.
—De nada sirve fingir —replicó su esposo al tiempo que llegaba a la mesita rinconera. —Mis hombres no han podido hallar ni rastro de ellos. Si no fuera por estas piernas, yo mismo habría ido, pero... —Hizo una pausa y se sirvió una generosa cantidad de brandy en un vaso.
—No deberías beber alcohol —lo amonestó ella al tiempo que se incorporaba y caminaba hacia su esposo.
El comportamiento de esa pareja estaba acabando con la paciencia de Víctor .
—¿Que no hay rastro de quién?
aitanalorence- VBB ORO
- Cantidad de envíos : 583
Edad : 42
Localización : España con mi family
Fecha de inscripción : 06/07/2009
Re: Dulce Tentación
graciias x los cap niiña creo que la futura esposa de viictor desapareciio que tengas un liindo fiin de semana saludos!!!
Dianitha- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1477
Localización : chihuahua
Fecha de inscripción : 22/07/2009
Re: Dulce Tentación
gracias por el capi aitana
nayelive- VBB PLATINO
- Cantidad de envíos : 1037
Localización : df
Fecha de inscripción : 07/01/2009
Re: Dulce Tentación
Ke bueno ke Myri no se deja jaja. Gracias por el capitulo.
alma.fra- VBB DIAMANTE
- Cantidad de envíos : 2190
Fecha de inscripción : 25/06/2008
Página 2 de 3. • 1, 2, 3
Temas similares
» = TENTACIÓN = Fiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiin
» Una Venganza Muy Dulce
» Fotos de Victor en Fresnillo
» ¡Feliz cumpleaños Dulce!
» ***DULCE FELIZ CUMPLE***
» Una Venganza Muy Dulce
» Fotos de Victor en Fresnillo
» ¡Feliz cumpleaños Dulce!
» ***DULCE FELIZ CUMPLE***
Página 2 de 3.
Permisos de este foro:
No puedes responder a temas en este foro.