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Dulce Tentación

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Mensaje  myrithalis Sáb Jun 05, 2010 10:04 pm

Gracias por el Cap. Aitana Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  mats310863 Dom Jun 06, 2010 8:14 pm

PARECE QUE LA PROMETIDA DE VÍCTOR DESIDIO TOMAR LAS RIENDAS DE SU VIDA, Y BUSCAR SU FELICIDAD, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Dulce Tentación - Página 3 Empty Re: Dulce Tentación

Mensaje  aitanalorence Lun Jun 07, 2010 12:53 am

que tengan un inicio de semana cargado de pilas y buena vibra celebrando nuestro 2do aniversario Dulce Tentación - Página 3 436355


Dulce Tentación - Página 3 Pepe
—De mi hija —declaró sir Thomas. Su esposa soltó agudo gemido, pero él se adelantó a cualquier otra muestra de protesta. —Tiene derecho a saber la verdad, Agnes. —Miró Víctor fijamente a los ojos. —Usted se había declarado a nuestra hija, pero ella no le había dado ninguna respuesta, ¿no es así?
Víctor notó una desapacible sensación en el estómago.
—Así es.
¿Había huido para no tener que volver a verlo? ¿Tanto había afectado la noticia de ese maldito artículo?
Sir Thomas se llevó el vaso de brandy a la boca, pero su es posa se lo apartó antes de que pudiera tomar un sorbo, porque él la miró con evidentes muestras de enfado. Luego volvió a fijar la vista en Víctor .
—Me temo, lord Saint Clair, que nuestra hija se ha escapado; se ha fugado... con otro hombre.
¿Fugado? ¿La tímida Brianna que se sobresaltaba cada vez que él intentaba hablar con ella? Víctor no pudo contener un acceso de ira.
¡No, no y mil veces no! ¡Maldición! ¡Otra vez no! Lo mismo le había pasado el año anterior con Sophie, la hija lord Nesfield, que se fugó con un abogado. ¿Pero qué les pasaba a las jóvenes esos días, que mostraban esa tendencia a huir para casarse en secreto con hombres sin el consentimiento de sus padres?
¡Seguramente, él tenía la peor suerte del mundo! A pesar de sus esfuerzos por elegir a mujeres sosas y razonables, únicamente encontraba a aquellas cuya naturaleza tranquila enmascaraba unas pasiones desenfrenadas. La pasión jamás había formado parte de sus declaraciones de amor, pero claro, él había supuesto que una mujer sensata no querría esa clase de emociones fugaces. Sin embargo, ahora se daba cuenta de que estaba totalmente equivocado. Maldición.
—¿Con quién se ha fugado? —preguntó Víctor .
Sir Thomas le arrebató el vaso de brandy a su esposa y vació su contenido de un solo trago. Se secó la boca con la palma de la mano antes de contestar.
—Con nuestro administrador, el señor Gerard.
Con el administrador de los Morrison. Brianna había huido con un hombre al que probablemente conocía desde hacía bastante tiempo. De repente Víctor tuvo una corazonada.
—¿Había tenido Brianna alguna aventura con su administrador, señor?
—Sí —contestó sir Thomas en el mismo momento en que se esposa exclamaba: —¡No!
—¿Sí o no? —inquirió él en un tono frígido.
Sir Thomas fulminó a su esposa con la mirada.
—¿Por qué no se lo cuentas, querida? No creo que te guste lo que yo tengo que decir al respecto.
Ella le lanzó una mirada furibunda, y acto seguido se encaró a Víctor dándose la vuelta con tanto ímpetu que el ruido de su falda de muselina resonó en toda la sala.
—Verá, lord Saint Clair, mi hija se enamoró del señor Gerard hace bastantes años. —Miró a su esposo enarcando una ceja. —Le dije a mi marido que despidiera a ese hombre, pero él alegó que no iba a pasar nada entre ellos dos. Cuando yo insistía, él solía contestar: «Sólo se trata de una fantasía infantil; Brianna no hará nunca nada malo. No quiero tener que sacrificar a un buen administrador por semejante tontería».
En otras circunstancias, Víctor se habría reído ante la inesperada habilidad por parte de lady Morrison para imitar a su esposo. Pero en esos momentos no estaba de humor.
—Siga.
—Thomas pensaba que ella lo superaría, pero no fue así. Entonces, el año pasado, ese sujeto tuvo la desfachatez de pedir su mano. Nuestra respuesta fue un no tajante, como podrá suponer, por unos motivos más que obvios: el señor Gerard no cumplía los requisitos necesarios ni de posición social ni de fortuna.
—Necesarios para ti —la corrigió su esposo.
Lady Morrison irguió la espalda.
—Mira, Thomas, no puedes recriminarme eso; sabes perfectamente que tenía razón al insistir en esas cuestiones. Y tú deberías haber despedido a ese tipo en el momento en que nos confesó sus sentimientos.
Su marido se apoyó en la mesita rinconera.
—Pensaba que era un hombre honrado. Además, temía que si lo despedía él decidiera fugarse con esa cabeza de chorlito por despecho y que, en cambio, si continuaba trabajando bajo mis órdenes, no se atrevería a arriesgar su posición. Tanto él como nuestra querida hija parecieron aceptar la situación —Miró a Víctor como si quisiera implorarle que lo creyera—Lord Saint Clair, cuando apareció y Brianna accedió a festejar formalmente con usted, supuse que había dejado atrás todas esas fantasías infantiles. —Sir Thomas centró la atención en su esposa por unos momentos. —No sabía que ella no estaba contenta con el cortejo.

Víctor no tuvo que preguntarle a ese hombre lo que quería decir. Por lo visto, había subestimado el temor que Brianna mostraba hacia él.
Su esposa alzó la mano y la movió ligeramente como si pretendiera borrar las palabras de su marido.

—Mi esposo no sabe lo que dice. Brianna estaba muy contenta hasta que...

Lady Morrison hizo una pausa, Víctor notó una angustiante sensación de ahogo en el pecho. Empezaba a comprender la situación.
—Hasta que ese odioso artículo apareció publicado en diario —continuó la dama, mientras se le encendían las mejillas de pudor. —Ya sé que a los hombres jóvenes les gusta divertirse, pero de verdad, lord Saint Clair, ¿no podría haber sido un poco más discreto? Cuando el señor Gerard leyó la columna, no perdió ni un instante en venir a vernos y echarnos en cara que íbamos a casar a «su angelito» con un mujeriego ruin incapaz de apreciarla.
Víctor soltó un bufido. Sabía que ese artículo le traería únicamente problemas. ¡Maldita fuera esa embrolladora, la bruja de la señorita Montemayor!
Lady Morrison suspiró.
—Por supuesto, yo le dije que se ocupara de sus asuntos, y Thomas lo despidió —en mi opinión, demasiado tarde. —Pero todo fue en vano. Mi adorable niñita obediente se quedó impresionada ante su galantería. Huyó con él al día siguiente.
Víctor se la quedó mirando con la boca abierta.
—¿Hace tantos días? ¿Y no me han dicho nada hasta ahora? ¿Ni siquiera han tenido la cortesía de notificármelo por escrito? Una breve nota, no sé, algo como: «Apreciado lord Saint Clair: Nuestra hija se ha fugado con el administrador, lamentamos mucho todos los inconvenientes que esta noticia le pueda causar». ¡Con eso habría bastado!
Lady Morrison dio un respingo y abrió la boca con la intención de reprender al vizconde por su inesperada reacción furibunda, pero su esposo se apresuró a intervenir.
—Está en todo su derecho a sentirse enojado, Saint Clair, intenté decírselo en el momento en que sucedió, pero Agnes tenía la esperanza de que mi hombre de confian za encontrase a Brianna antes de que llegara a Escocia. Ahora he perdido la esperanza, puesto que mi asistente nos ha enviado una nota comunicándonos que ha perdido el rastro de la pareja. Me temo que mi hija y el señor Gerard se casarán antes de que volvamos a verlos.
En la sala reinaba ahora una sorda quietud, únicamente quebrada por el chisporroteo del fuego en la chimenea y el sordo traqueteo de los cascos de los caballos fuera en la calle.
—Entonces supongo que no hay nada más que hablar —concluyó Víctor .
—Así es. Le agradezco que se muestre tan comprensivo.
Víctor asintió con la cabeza. Lentamente, empezaba a digerir la idea de que se había quitado un enorme peso de encima, liberándose de la insípida Brianna. Una parte de él odiaba el hecho de que todos sus planes se hubieran venido abajo, pero otra parte se sentía aliviado de haber podido escapar de ese futuro tan gris que lo aguardaba al lado de esa muchacha.
—Me temo que no iremos a casa de los Worthing tal y como habíamos planeado —añadió sir Thomas. —Por favor, presénteles nuestras más sinceras disculpas.


—Por supuesto. —Víctor se quedó callado unos instantes, y después dijo con una absoluta honestidad: —les deseo lo mejor con su nuevo yerno. No les molestaré más con ningún asunto concerniente a su hija.
Esa era otra de las ventajas del desastre: Víctor no tendría que soportar la hipocresía de lady Morrison nunca más. Se dirigió hacia la puerta, pero lady Morrison intentó detenerlo.
—¡Un momento! Suponga por un instante que Thomas se equivoca, que logramos recuperar a nuestra hija, casta y pura. Quizá entonces...
—Lady Morrison —la interrumpió Víctor al tiempo que se daba la vuelta, sus pupilas clavándose en las de la dama. —No quiero una esposa que está enamorada de otro hombre, por más casta que sea.
Las mejillas de la dama volvieron a sonrojarse.
—¡Y, sin embargo, usted ha tenido la desfachatez de cortejar a mi hija mientras olía a la ramera de su amante!
—¡Agnes! —exclamó su marido consternado.
Víctor miró con hostilidad a la impúdica mujer.
—Si yo estuviera en su lugar, lady Morrison, tendría más cuidado a la hora de creer todo lo que escribe Lord X, especialmente dadas las circunstancias. Los españoles tienen un refrán que dice: «quien critica, intereses o envidia esconde», y es evidente que Lord X no muestra ningún respeto por nadie.

Acto seguido, y sin mediar ni una palabra más, abandonó la casa de los Morrison.

Se espera que una multitud asista al primer baile festivo de Navidad que el conde de Worthing y su esposa ofrecerán en el condado de Kent. Promete ser el evento más memorable de la temporada de fiestas, si la nieve lo permite y las carreteras están transitables. Además, será una buena ocasión para aquellas mentes curiosas que deseen contemplar el diseño póstumo que el fallecido señor Algernon Montemayor llevó a cabo en la casa solariega que el matrimonio Worthing adquirió hace escasamente un año.

The ... Gazette, 9 de diciembre de 1820
Lord X


Myriam alzó la vista cuando la señora Box entró en su cuarto, el pelo blanco coronando su cara sonrosada como una bola nata. El ama de llaves portaba un cuadro debajo de un brazo, con el otro sostenía unas enaguas dobladas recién planchadas.

—¡Gracias a Dios que se han secado! —exclamó Myriam, al tiempo que agarraba las enaguas.
—¡Cielo santo! ¡Pero si todavía no tiene preparado el equipaje! —La señora Box depositó el cuadro en el suelo y miró con cara de preocupación el arcón medio lleno emplazado a los pies de la cama de Myriam. —¡Ya debería estar en camino! Debería haberse marchado ayer por la noche. Es una descortesía llegar a la casa de los Worthing un día después del esperado.

—Peor habría quedado si hubiera recorrido a pie las carreteras cubiertas de nieve a media noche. —Myriam guardó las enaguas en el arcón. ¿Se las apañaría con sólo dos? Bueno, tendría que hacerlo, no le quedaba más remedio. Igual que se veía obligada a continuar despilfarrando el dinero que tanto le costaba ganar en trajes vistosos y en joyas de imitación. Las damas de la alta sociedad no la invitarían a esas maravillosas fiestas si ella no fuera «la adorable hija de» sino «la pobre señorita Montemayor, completamente arruinada». Entonces, ¿cómo se las apañaría para obtener el material con el que ilustraba sus artículos?
Sin embargo, sabía que el hecho de llegar tarde a una recepción tampoco le ayudaría a mejorar su reputación. Al recordar quién había sido el causante de que no hubiera podido partir la noche anterior se puso de mal humor.
—Si quiere echarle la culpa a alguien, desahóguese con ese detestable lord Saint Clair. Gracias a él, ayer por la noche tuve que desplazarme hasta la sede del diario para deslizar mi artículo por debajo de la puerta. Cuando regresé a casa, la capa de nieve en la calle era tan gruesa que no me atreví a viajar, especialmente sola en la oscuridad. Se lo aseguro, si alguna vez vuelvo a ver a ese hombre...
—Cuidado, querida; es posible que los Worthing también lo hayan invitado a la fiesta.
Myriam esbozó una mueca de fastidio.
—Por favor. Dios, no lo permitas, bajo ninguna circunstancia; no envíes a ese sujeto tan arrogante a la fiesta de los Worthing, o no respondo de mis acciones.
La señora Box ignoró la petición que Myriam acababa postular a Dios.
—Aún no me lo puedo creer. El vizconde de Saint Clair en persona, haciéndose pasar por un empleado de The Gazette ¡Y usted regañándolo como si fuera un niño pequeño! No creo que eso fuera una idea acertada, querida.
—¿Cómo que no? —exclamó Myriam. —¡Me importa bledo si ese tipo es vizconde o no! ¡Y aunque fuera un duque! Ese hombre se merecía un buen rapapolvo. Se comportó del modo más despótico y engañoso que uno pueda llegarse a imaginar. Ese hijo de...
—Y ahí tenemos otro problema: debería vigilar más ese lenguaje tan insolente; me parece que adquirió demasiados hábitos de su padre, que en paz descanse. Esas damas en la mansión de los Worthing no le dirigirán la palabra si ven que despotrica como una verdulera. —La criada la miró con ternura. —Además, a mí me gustó el vizconde, con su imponente figura, y esos ojos... Que Dios me perdone, pero por unos momentos deseé tener treinta años menos. El vizconde no se asemeja en absoluto a los caballeros que su padre solía traer a esta casa. Esos hombres no eran nada. En cambio, el vizconde es atractivo, incluso con esa tez morena.
—¡Atractivo! —exclamó Myriam, intentando no pensar en que ella también había pensado que esa mirada tan confiada y ese pelo oscuro le conferían un aspecto terriblemente seductor. Si a usted le gustan los hombres abusones y arrogantes, supongo que entonces tiene razón en encontrarlo atractivo. El vizconde me dejó claro que creía ser mejor que yo sólo porque ser una mujer. Por eso tuve que ponerlo a raya; estoy segura que no volverá a molestarme.

—¡Qué pena! No le haría daño a nadie que se casara con un vizconde.
—¡Pero qué tonterías dice! Sabe perfectamente bien que ese tipo jamás se casaría con una mujer de baja extracción. Y aunque lo hiciera, ¿debería yo aceptar a cualquier hombre razonablemente atractivo que osara poner sus pies en esta casa? ¡Tiene una amante, por el amor de Dios! ¡Jamás podría mantenerme impasible respecto a esa cuestión!
—No esté tan segura de que no podría hacerlo, tratándose un joven de tan buena posición social. Además es rico, ¿verdad?
—Seguramente sí, porque si no, no podría mantener a su amante. —Le pareció que su criada la miraba con escepticismo, y añadió tercamente: —No me importa si tiene una maldita fortuna o no. Lo que sí que tiene son muchos defectos.
La señora Box dobló un traje de baile y lo colocó en el arcón. Myriam lo sacó. La señora Box apretó los labios con desaprobación y volvió a depositar el traje en el arcón debajo de otras prendas de ropa.
—Querida, una fortuna puede contrarrestar un sinfín de defectos que un hombre pueda tener, especialmente cuando su cara y su cuerpo no tienen ni un solo defecto, si quiere saber mi opinión...
—No me interesa su opinión —espetó ella, aunque decidió dejar de pelearse con la señora Box en cuanto a la elección del vestido para el baile. Sabía que si lo sacaba del arcón, la anciana a volvería a colocarlo cuando ella le diera la espalda.
—Me limito a remarcar que pronto no tendremos más remedio que vender los escasos objetos de plata que quedan en la casa para poderles comprar pantalones a los niños. Y hablando de esa cuestión, creo que deberíamos vender esto.
El ama de llaves señaló el cuadro que había depositado en el suelo hacía un rato.
—No, ese cuadro no —terció Myriam, al ver el objeto.
—Pues me parece que podríamos conseguir bastante dinero —insistió la señora Box.
Probablemente la anciana a tenía razón, a pesar de que el pintor no fuera conocido. Sin embargo, Myriam no soportaba la idea de desprenderse del cuadro favorito de su padre. Entre unas gruesas pinceladas en las que predominaban los tonos dorados y escarlatas, se podía ver a un sultán en su harén. Su padre había alegado que la obra le gustaba por los colores y las líneas sinuosas, pero ella sospechaba que lo que realmente le atraía eran esas mujeres tan ligeras de ropa.
Aunque le costara mucho, Myriam tenía que admitir que también era su cuadro favorito. Odiaba admitirlo, pero le gustaba el sultán vestido con tan poca ropa. Era tan diferente a los hombres ingleses, moreno, bello y arrogante...
«¡Santo cielo! ¡Pero si es la viva imagen de lord Saint Clair!», —pensó Myriam al tiempo que soltaba un bufido. Ahora comprendía por qué había encontrado al vizconde tan fascinante el día anterior. Quizá sí que sería una buena idea vender ese cuadro...
—Consideraré su consejo —le contestó.
—Creo que tendrá que hacer algo más que eso. Esta mañana apenas le queda dinero, ni siquiera para las propinas que tendrá que darles a los criados de los Worthing.
Myriam apretó los dientes.
—No pienso darles nada. —Cuando la mueca de la señora Box expresó tanto el horror como su absoluta desaprobación, Myriam añadió: —No volveré a pisar esa casa jamás, así que ¿qué me importa si los criados me critican cuando me marche sin haberles dado ni un miserable céntimo?
La anciana a soltó un suspiro exasperado.
—Hijita, no puede seguir así. Si en casa de los Worthing se sintiera atraída por algún joven...
—Sí, claro, un caballero encantador con el que casarme. ¿Es ésa la única solución que me propone? Sabe que ya lo he intentado, pero ningún hombre con decoro aceptaría esposarse con una mujer que no tiene dinero y que además va acompañada de cuatro hermanos a los que hay que mantener, y los que no tienen decoro son... bueno... esos son inaceptables.
—Querrá decir que son inaceptables según su elevado grado de exigencia —remachó la señora Box alzando la barbilla con insolencia.
—¿Y cuál debería ser mi grado de exigencia? A mí me tocará vivir con ese tipo, acostarme con él... y no a usted ni a los niños. —Si se enamorase de alguien, quizá... Pero no, los hombres no se casaban con mujeres como ella por amor. Se desposaban con mujeres sorprendentemente bellas o con flores delicadas o con muñequitas de porcelana, no con una solterona con la lengua tan afilada como la suya.
«Tampoco es que quiera casarme», se dijo a sí misma malhumoradamente.
—Existen muy pocas cosas que no sacrificaría por mi familia, mi felicidad es una de ellas. Mientras el señor Jones continúe pagándome con regularidad y no se entrometa en la elección de mis artículos, seguiré escribiendo la columna para el periódico y ganando lo que pueda.
—¡Qué pena! Ese dinero apenas es suficiente para subsanar todas las deudas que había contraído su padre. Sus acreedores están empezando a dudar de mi palabra, cuando les aseguro que su padre le dejó una sustanciosa fortuna. ¿Cuánto tiempo cree que continuarán creyendo ese cuento chino? La señora Box se había inventado una mentira muy conveniente sobre la herencia del señor Montemayor después de que ella y su señora descubrieran que únicamente disponían de una precaria renta de cien libras anuales, un viejo carruaje, y una montaña de deudas. Por supuesto, puesto que Oliver era el primogénito, había heredado la casa y sería suya hasta que paRuby al su primogénito —si alguna vez tenía hijos. —Pero la casa estaba totalmente hipotecada. Hasta ese momento la mentira da la señora Box había mantenido a los acreedores a distancia, pero ¿hasta cuándo funcionaría? Aunque si la alternativa era casarse por dinero...

—Cuando esos tipos sin escrúpulos se den cuenta de que estamos sin un céntimo, sabe perfectamente bien que se nos echarán encima como hienas, y la obligarán a declararse en bancarrota —continuó la señora Box. —Su hermano perderá la casa que su pobre padre diseñó con tanto amor.
Cansada de escuchar esa vieja historia, Myriam cerró el arcón con una fuerza descomedida.
—Si eso sucede, los chicos y yo montaremos un circo.
—Hablo en serio, señorita. Debería empezar a pensar en el futuro.
¿Qué futuro? Ella no tenía futuro, y ambas lo sabían, a pesar de que Myriam no estuviera preparada para admitirlo.
—Se me ocurre una idea —dijo Myriam con la cara iluminada. —Según los rumores, lord Worthing había sido corsario. Mientras esté en su mansión, le pediré que redacte una carta de recomendación para sus amigos forajidos. Los chicos serian unos buenos piratas, ¿no cree? Pavoneándose con esos magníficos sables en la cintura y encaramándose al mástil con la agilidad de un mono y...
—Que Dios la perdone. La Marina inglesa seguramente no permitiría esa barbaridad. —La señora Box cruzó los brazos sobre su amplio pecho. —Lo que debería preguntarle a lord Worthing es si alguno de sus amigos necesita una esposa.
—¿Se refiere a sus amigos piratas? —Cuando la señora Box la reprendió con la mirada, Myriam añadió impíamente: —La verdad es que no me importaría casarme con un pirata, siempre y cuando se bañe con regularidad y mantenga su pata de palo tan brillante como los chorros del oro. O a lo mejor podría encontrar uno con un parche en el ojo...

—¡Ya he oído suficientes tonterías por hoy! —gruñó la señora Box. —Mire, lo único que digo es que si lord Worthing y su esposa la aprecian lo suficiente como para invitarla a una fiesta en su casa...
—Sólo me han invitado porque papá diseñó su casa, y quieren que la vea ahora que está terminada. La invitación la había pillado totalmente por sorpresa, ya que apenas conocía a lady Worthing, y no sabía nada de su esposo excepto los rumores que circulaban sobre él.
—Sigo insistiendo en que debería sacar el máximo partido de la ocasión.
—Oh, no se preocupe, lo haré, especialmente en el baile de esta noche. Estoy segura de que me enteraré de suficientes escándalos como para llenar muchas páginas. Ya lo verá, cuando escriba mi próxima columna...
—Usted y sus escándalos y cotilleos. Como si eso fuera suficiente para mantenerla hasta que envejezca. —La señora Box emitió un sonoro chasquido de desaprobación con la lengua, luego recogió el cuadro y abandonó el cuarto con aire indignado, no sin antes culminar su sermón con unas frases de reproche: —Muy bien, no haga caso de la anciana a que la ha cuidado toda la vida desde que nació, pero después no me venga llorando cuando se acabe el dinero. Ordenaré a Joseph que suba recoger el arcón. El carruaje «de alquiler» la está esperando delante de la puerta principal.
El ama de llaves desapareció agitando airosamente las faldas mientras murmuraba:
—Que Dios se apiade de todos nosotros, jamás imaginé que llegaría a ver el día en que la familia Montemayor tendría que alquilar un carruaje porque no puede mantener uno.
Myriam esbozó una mueca de fastidio. La señora Box sabía cómo conseguir que se sintiera mal. Pero al menos esa entrañable anciana a se había quedado con ellos, a pesar del irrisorio salario que recibía. Sólo cuatro criados se habían quedado en la casa: la señora Box, Joseph, una criada y la cocinera. Myriam había tenido que vender uno a uno los adorables cuadros de su padre, al igual que sus libros sobre arquitectura y los instrumentos que utilizaba para llevar a cabo sus proyectos. Incluso se había tenido que desprender de las joyas de su madre, excepto de las imitaciones que usaba cuando asistía a algún evento social.
Y a pesar de todos los esfuerzos, aún necesitaban dinero. Loa rapaces tenían un apetito voraz, y a ella le tocaba mantener las apariencias. Hacían todos los sacrificios posibles: preparaban sus propias velas de sebo y también elaboraban jabón, comían pollo en lugar de ternera, sólo encendían la chimenea cuando era absolutamente necesario, y racionaban el té. No disponían de ningún pariente que pudiera ayudarlos, y Myriam no podía aceptar un trabajo como institutriz porque tenía que encargarse de sus hermanos. Un día se le ocurrió la idea de ponerse a trabajar como maestra, pero esa profesión estaba peor pagada que la de redactora en el diario. Además, la mayoría de las escuelas le exigirían que viviera en el mismo edificio donde se impartían las clases, y entonces, ¿qué haría con los muchachos?
Así que se pasaba los días escribiendo columnas, haciendo inventario de los objetos que aún quedaban en cada habitación para saber qué podía vender, y rezando por poder mantener a los acreedores alejados de la familia hasta que los chicos fueran suficientemente mayores como para contribuir en los gastos familiares. El señor Jones le había comentado una vez que estaría dispuesto a publicar un libro escrito por ella si Myriam le proponía un tema que pudiera despertar una gran polémica, pero hasta ese momento, el editor había rechazado todas las sugerencias que ella le había presentado.
Joseph entró para recoger el arcón, y ella descendió las escaleras con porte abatido y arrastrando los pies detrás de él. La última vez que se había marchado para asistir a un evento similar había sido en compañía de su padre. El duque de Dorchester lo había invitado para que le diera su opinión respecto a una posible restauración en el ala oeste de su mansión ducal. Ella lo había acompañado para tomar notas, tal y como había hecho desde que tenía once años.
Durante la visita a la finca del duque, sin embargo, Myriam descubrió su habilidad para decir lo que pensaba de un modo que despertaba el interés de la gente. A veces la regañaban por sus opiniones tan osadas, pero siempre la escuchaban con atención e incluso ensalzaban su ingenio. En esos momentos le había parecido divertido, nada más. Ahora era la única forma que tenía para obtener ingresos. Por eso le pedía a Dios que nunca perdiera ese talento.
Repitió la oración una hora más tarde, después de soltar una retahíla de consejos a la señora Box sobre los chicos y de pasar por la odiosa despedida bañada de lágrimas y de besos húmedos.
La repitió de nuevo tres horas más tarde, cuando el carruaje entró en la finca de los Worthing por un sendero cubierto de nieve. En ese momento hubiera dado cualquier cosa por saber qué podía esperar de esa visita. Lady Worthing parecía una mujer muy afable, pero ¿quién podía estar segura con esas condesas? A menudo conseguían que se sintiera como una paloma en medio de un corro de pavos reales, incluso cuando se recordaba a sí misma que era más inteligente y astuta que todas ellas.
Sin embargo, no era la anfitriona la que más la preocupaba, sino el anfitrión, el hombre del que se rumoreaba que había sido pirata. Myriam casi deseaba que ese rumor no fuera cierto, ya que un ex pirata sería seguramente otro de esos tipos con las manos muy largas, como los patronos de su padre. Pero antes de que su padre falleciera, le había comentado que los Worthing se pasaban la mayor parte del tiempo en una isla o en el mar —lo cual era muy propio de un pirata. —Su padre había considerado las prolongadas ausencias de ese matrimonio como una bendición, puesto que eso significaba que no lo molestaban durante su trabajo. Desde luego, era cierto que estaban de viaje cuando el desafortunado arquitecto se ahogó en el Támesis.
De repente, el carruaje llegó a la parte más elevada del sendero y la casa emergió ante los ojos de Myriam. En ese instante todos los pensamientos sobre el anfitrión y la anfitriona se desvanecieron de su mente.
—Oh, papá —susurró, al tiempo que notaba un nudo en la garganta. Ahora comprendía por qué los Worthing se habían mostrado tan entusiasmados con el proyecto. Sin lugar a dudas, era la obra cumbre de su padre. Siempre había demostrado una verdadera maestría con el estilo gótico —las líneas curvas de las bóvedas de crucería ojival, los contrafuertes con sus arbotantes, y los arcos apuntados que enmarcaban las ventanas. —Los imponentes elementos estilísticos e irregulares reflejaban la forma de ser de su padre, un ser absolutamente esperpéntico y prodigioso.
Las lágrimas anegaron sus ojos. ¡Maldito fuera su padre por haber permitido que los excesos acabaran con su vida! Si no hubiera sido por su propensión a las juergas —algo que únicamente sus ricos y bien posicionados amigos podían permitirse—, probablemente habría dejado un legado tan prodigioso como el del brillante sir Christopher Wren. Más en lugar de eso, sólo había dejado una familia prácticamente sumida en la ruina y unos pocos edificios de indiscutible belleza. Había fallecido a los cincuenta años, una edad muy temprana, demasiado temprana para morir.
El carruaje llegó hasta la imponente entrada, y Myriam se aderezó el pelo y se secó las lágrimas que afeaban su rostro. Una vez más, tocaba comportarse como la hija del brillante Algernon, como la inteligente señorita Montemayor, la encomiable señorita Montemayor
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Dulce Tentación - Página 3 Empty Re: Dulce Tentación

Mensaje  aitanalorence Lun Jun 07, 2010 1:23 am

La arruinada señorita Montemayor. Con un suspiro, se preparó para aguantar las miradas condescendientes de los criados cuando se dieran cuenta de que viajaba en un carruaje alquilado. Pero se quedó sorprendida al constatar la genuina simpatía del mayordomo que supervisaba cómo descargaban su arcón.
—Los caballeros han salido a cazar faisanes, señorita, y las damas acaban de partir a su encuentro, para almorzar juntos.
—¿Con este frío?
—Han organizado un almuerzo en la casita de cazadores de la finca. Milady me pidió que le dijera que si usted llegaba tiempo y no se sentía demasiado cansada, estaría encantada de que se uniera al grupo.
Myriam no estaba cansada, pero le apetecía merodear rato sola por la casa. Sin embargo, consideró que lady Worthing seguramente preferiría mostrarle la casa en persona, Además, no se hallaba allí de vacaciones, sino por trabajo, y el momento más óptimo para enterarse de cotilleos era indudablemente cuando la gente estaba relajada.
—Creo que me uniré al grupo —declaró.
—Perfecto, señorita. El lacayo le mostrará el camino.
A pesar de las dentelladas del frío aire invernal, el paseo le pareció sumamente agradable, y le proporcionó la oportunidad de apreciar los campos que circundaban la casa solariega. Aunque el crudo invierno había despojado a casi todos los árboles de sus hojas y la hierba estaba seca, por el gran número de árboles y por las sinuosas formas de las colinas que flanqueaban la finca, Myriam supuso que debía de ser un lugar extraordinariamente bello en los meses estivales. Se quedó ensimismada con la graciosa arboleda que emergió a un lado, igual que con el pequeño estanque al otro lado, cuyas aguas congeladas brillaban como un zafiro, y también divisó una larga fila de robles centenarios que probablemente habrían hecho las delicias de su madre. A su padre siempre le había inspirado el ser humano, en cambio su madre prefería la fuerza y la magia de la naturaleza.
Unos minutos más tarde, Myriam avistó la casita de cazadores que el criado había descrito. ¿La había edificado también su padre? No, probablemente no. El odiaba todo lo que tuviera un aire rústico. Y una casita de madera con el techo de paja y con unos magníficos troncos que conformaban el marco de la puerta seguramente habrían herido su sensibilidad.
El lacayo la invitó a pasar a una escena impregnada de calidez y de energía. Tres hombres formaban un corro frente a la chispeante chimenea, departiendo acerca de las ventajas de sus escopetas, mientras lady Worthing y otra mujer parloteaban animadamente en una esquina, y los criados se afanaban por disponer la mesa con un suculento ágape compuesto por caldo escocés, canapés rellenos de perdiz, carne de venado estofada, y pan recién horneado.
Lady Worthing la vio y se acercó con la mano extendida.
—¡Ah! ¡Por fin ha llegado! Al ver que no venía ayer por la noche, pensé que quizá no tendríamos el placer de contar con su presencia por culpa de la fuerte nevada.
Apabullada por la cordial bienvenida, Myriam aceptó la mano que le tendía la anfitriona.
—Lo siento mucho, pero a última hora tuve que encargarme de unos asuntos en la ciudad, y después no me atreví a viajar de noche con tanta nieve. Sin embargo, al ver que esta mañana ya se había derretido prácticamente toda la nieve, he decidido aventurarme a venir. Ante el sonido de su voz, uno de los caballeros se dio la vuelta para mirarla. El vizconde de Saint Clair. Myriam se quedó helada, y su pulso la traicionó acelerándose de un modo desmedido mientras él la escudriñaba impúdicamente ¡Oh! ¿Por qué tenía que estar precisamente él allí? ¿Y por qué de repente se sentía invadida por una extraña sensación de miedo y de turbación a la vez?
Entre las cuatro paredes de la casita de cazadores, él parecía incluso más alto y más amenazador de cómo lo recordaba. A pesar de su indomable pelo y del color de sus mejillas que destacaban aún más su atractivo varonil, el rifle Flintlock que sostenía con una gran naturalidad no la ayudó a apaciguar sus temores. Ataviado con unos pantalones de piel ovina curtida y un abrigo largo de color verde oscuro, el vizconde era la viva imagen de un cazador listo para disparar a cualquier criatura inoportuna que se le pusiera a tiro, y a juzgar por la abultada bolsa de piel de gamo que reposaba a sus pies, era muy diestro con el arma.
Myriam notó que se le tensaban todos los músculos del cuerpo en señal de alarma, pero procuró relajarlos. Se estaba comportando como una verdadera pánfila.

Por supuesto, el hecho de que él conociera su identidad resultaba igual de peligroso. ¿Sería capaz de desenmascararla en público? ¿O se había tomado en serio sus amenazas?
—Me alegro muchísimo de que haya hecho este gran esfuerzo para venir hasta aquí —dijo lady Worthing con un tono cordial mientras su mirada iba de Myriam a lord Saint Clair. —Ahora ya estamos todos.
Myriam apartó la vista del formidable vizconde. ¿Sólo seis invitados? ¿Y tan convenientemente —o inconvenientemente— emparejados? Oh, ahora no le cabía ninguna duda de que su estancia en esa casa iba a ser un verdadero desastre.
—Pero lady Worthing...
—Por favor, preferiría que me tuteara. Y si no le importa, yo también lo haré. ¡Si casi tenemos la misma edad! Y tengo la impresión de que eres tan encantadora como tu padre me había asegurado. Me parece que seremos muy buenas amigas, así que por favor, llámame Ruby.
Aturdida ante las muestras extremadamente hospitalarias por parte de la anfitriona, Myriam tartamudeó:
—Yo... yo... será un... un... un honor. Por favor, llámame Myriam. —Hizo una pausa. —Entonces, ¿ya han llegado todos los invitados?
—Sí. Esperamos unas cien personas en el baile de esta noche, pero nadie más se quedará a dormir en la casa. El señor y la señora Kinsley tenían que venir, pero se han visto obligados a cancelar la visita a causa de un contratiempo de última hora. Y los Morrison iban a venir con Víctor , pero cambiaron de planes en el último minuto. —Lady Worthing lanzó a lord Saint Clair una mirada indecisa, y acto seguido añadió: —¡Huy, perdón! ¡Todavía no he presentado a la recién llegada!
Myriam desvió la vista rápidamente hacia un hombre tan alto como lord Saint Clair al que Ruby presentó como su esposo, Gideon. Myriam murmuró un saludo mientras lo escudriñaba de arriba abajo. ¿Ese sujeto había sido un pirata? ¡Qué extraño! Con ese pelo tan corto y con un comportamiento intachable, parecía todo un caballero. Quizá el rumor no era cierto, después le todo. Tendría que averiguarlo mientras se hallaba en esa finca, aunque sólo fuera para saciar su propia curiosidad.
Ruby presentó a la pareja de más avanzada edad como el marqués y la marquesa de Dryden, los padres de Gideon. Con qué grupo más ilustre —e inusual— se había topado, gracias al talento de su padre. Serían una compañía interesante durante los próximos días, aunque lamentablemente no le proporcionarían demasiado material para su columna. A causa de su parentesco, resultaba imposible utilizar cualquier chisme que le contaran, ya que averiguarían que la única extraña en el grupo había sido la única persona capaz de difundir esos rumores. Además, jamás podría hablar mal de unas personas que se mostraban tan entrañables y con tan pocos aires de grandeza.
Maldición. Su estancia no sólo iba a resultar infructuosa, sino que además se vería obligada a convivir con ese fastidioso vizconde durante unos días.
Entonces se infundió ánimos. Por lo menos el baile de esa noche prometía estar lleno de rumores.
—El padre de Myriam diseñó Worthing Manor —le estaba explicando Ruby a su suegra. —Pensé que a Myriam le gustaría ver cómo había quedado, ahora que la rehabilitación ya está acabada. —El resto de los reunidos había empezado a expresar su admiración por la obra cuando Ruby añadió: —Oh, lo siento! me olvidaba de presentarte a Víctor .
—No te preocupes, la señorita Montemayor y yo ya nos conocemos —declaró lord Saint Clair.
Myriam lo acribilló con una mirada asesina. Había llegada el momento tan temido. Ahora seguramente él la desenmascararía delante de sus amigos. Como se atreviera a hacerlo, ella haría que se arrepintiera toda su vida. ¡Vaya si lo haría!
Las palabras de lord Saint Clair parecían haber intrigado Ruby, quien rápidamente preguntó:
—¿De veras? No lo sabía. ¿Dónde os conocisteis, Víctor ?
—Quizá debería permitir que la señorita Montemayor lo explicara —sugirió mientras miraba a Myriam con ojos provocad res y sonreía maliciosamente.
Ella apretó los dientes con rabia. ¿Qué se proponía eses dividuo? ¿Que fuera ella la que se delatara a sí misma? ¿O que mintiera, para que luego él pudiera acusarla una vez más de inventarse historias? Pues no pensaba hacer ni una cosa ni la otra:
—Nos conocimos en mi casa. —Cuando los otros los miraron con una patente curiosidad, ella añadió: —Lord Saint Clair vino a darme el pésame por la muerte de mi padre. —Era verdad. Él le había dado el pésame el día anterior, aunque se consideraba un escándalo apersonarse en casa de una mujer soltera a la que uno no había sido presentado formalmente.
La sonrisa se desvaneció de los labios del vizconde. Ahora era ella la que lo había puesto en evidencia. Si él deseaba desenmascararla, probablemente lo haría ahora sin perder ni un segundo. Quizá fuera lo más conveniente, acabar con esa historia de una vez por todas.
—Cuidado, señorita Montemayor; con esa clase de comentario podría dañar mi reputación de caballero. Me parece que se le ha olvidado de mencionar a mis acompañantes, los que nos presentaron en su casa.
Myriam notó cómo se le aceleraba el pulso. Era evidente que él no deseaba arriesgarse a hablar abiertamente de la columna en el diario delante de sus amigos. Esa certeza la envalentonó.
—Ah, sí, claro, sus acompañantes. Es que usted y yo ese día nos enzarzamos en una conversación tan absorbente que casi me había olvidado de ellos. Si no le importa, ¿puede recordarme quiénes eran?
Víctor enarcó una ceja y abrió la boca para replicar, y Myriam esbozó una sonrisa victoriosa incluso antes de oír la respuesta.
Entonces intervino Gideon.
—Siento interrumpir, pero ¿podríamos continuar con esta conversación mientras comemos? Salir a cazar con este tiempo tan desapacible me ha despertado un hambre voraz.
Ruby se echó a reír.
—Claro que sí, querido.
Agradecida por el hecho de haber salido airosa de esa comprometida situación con el vizconde, Myriam ocupó la silla más cercana al tiempo que lanzaba a lord Saint Clair una sonrisa insolente. A pesar de que Gideon y su padre la flanqueaban, Lord Saint Clair se sentó justo enfrente de ella, y su expresión decidida le dio a entender que no tenía ninguna intención de retirarse de la contienda.
Perfecto. Hoy estaba preparada para la lucha.
Tan pronto como todo el mundo estuvo sentado y los criados empezaron a servir los platos, Ruby se inclinó un poco hacia delante para captar la atención de Myriam.
—Disculpa la mala educación de mi marido, Myriam. La verdad es que nos pasamos gran parte del año en una isla remota, donde se estila más hablar directamente y con franqueza que aquí en Inglaterra.
—No te preocupes, no me importa que la gente hable con franqueza —repuso Myriam, lanzándole a lord Saint Clair una mirada perspicaz. —Prefiero eso a una actitud engañosa.
Víctor alzó la copa de vino y le plantó una sonrisa burlona.
—Ah, entonces supongo que usted jamás participa en esa aborrecible diversión femenina denominada «cotilleo».
Antes de que Myriam pudiera replicar a tal provocación, ira contestó:
—Típico comentario machista, Víctor . Seguramente crees que las mujeres nos gustan demasiado los chismes, y he de admitir que a veces esa práctica resulta adictiva. Pero incluso los cotilleos tienen su utilidad. El Comité de Señoritas se basa en la difusión de rumores o en la amenaza de hacerlo para convencer a los miembros más recalcitrantes del Parlamento para que secunden nuestras causas. —Ruby se sirvió un poco de carne y ciervo estofada de la bandeja que le ofrecía el criado situado de pie a su lado. —Y también tiene una utilidad social, al insistir en que los hombres y las mujeres actúen con más decoro y más discreción con el fin de evitar la censura pública. Con eso se consigue que algunas personas no se conviertan en una mala influencia para los más jóvenes, ¿no estás de acuerdo?
Myriam no había oído nunca una defensa más elocuente su profesión. Rápidamente añadió dos palabras más a la creciente lista de halagos para definir a la condesa: razonable e inteligente.
Lord Saint Clair desvió sus perturbadores ojos negro de Ruby a Myriam.
—Pero ¿y si el cotilleo no es cierto?
Myriam sonrió socarronamente.
—A menudo hay más chismes ciertos que falsos. ¿Acaso no ha oído el refrán: «Donde hay humo, hay fuego»?
La indirecta era clarísima, puesto que lord Saint Clair estaba siempre en el candelero.
—Ya, ¿pero quién es el culpable de haber provocado fuego? —Víctor tomó un largo sorbo de vino de Borgoña—Si usted prende fuego a mi casa y luego anuncia que hay fuego eso únicamente prueba que usted es capaz de provocar un fuego que inevitablemente desprenderá humo. En cambio, no es una prueba fidedigna de mis tendencias incendiarias.
—Yo no he provocado ningún fuego... —Myriam se calló al el instante en que se dio cuenta de que los demás la miraban con curiosidad. —Quiero decir, que las mujeres no provocamos incendios, lord Saint Clair. Los hombres intervienen en el inicio de tantos incendios que lo único que podemos hacer nosotras es mantenernos alejadas del humo para no asfixiarnos.
—Seguimos hablando de cotilleos, ¿verdad? —los interrumpió Gideon con sequedad mientras se llevaba a la boca al canapé de becada. —Empiezo a perder el hilo de la conversación, con tanto hablar de fuego.
Ruby lanzó a su esposo una mirada reprobadora.
—Eso es porque los hombres pensáis de una forma demasiado literal. Para vosotros todo es o blanco o negro. Los chismes son malos, la verdad es buena. Pero a veces los cotilleos pueden ser buenos y la verdad un antídoto absolutamente desagradable de la vanidad de determinadas personas. —Cuando Víctor se dispuso a replicar, ella añadió: —Además, Víctor sólo se queja de los cotilleos porque él ha sido víctima de un desafortunado ataque en The Gazette esta semana.
—¿De veras? —exclamó Myriam con cara de asombro. —Pues no recuerdo haber leído nada acerca del vizconde. Por favor, ¿puedes decirme de qué se trataba?
—Oh, era un chisme acerca de su última amante. —Los ajos de Ruby brillaron divertidos. —¿Cuántas has tenido, Víctor , desde que regresaste de Europa? ¿Quince? ¿Veinte? Y eso después de Josefina y de todas esas mujeres españolas. Si tenemos que dar crédito a los cotilleos, entonces supongo que te pasas casi todo el tiempo metido en la cama.
—Ya basta de hablar de esos rumores ridículos y rotundamente falsos —la atajó Víctor . —Además, estábamos hablando del magnífico trabajo que el señor Montemayor realizó en esta casa. Dime, Ruby, ¿fue idea tuya o de él, esa magnífica escalinata ovalada que preside el vestíbulo? Con esa simple pregunta, Víctor consiguió cambiar de tema con tanta facilidad —y eficiencia— que a Myriam no le quedó más remedio que admirarlo. Sólo lord Saint Clair era capaz de desviar la conversación con un tema tan interesante para ella.
Sintió rabia de que el vizconde se hubiera salido con la suya, más sin embargo enseguida se quedó extasiada con los comentarios de Ruby cuando la condesa empezó a relatar paso a paso el portentoso trabajo de rehabilitación que se había llevado a cabo en la magnífica casa solariega. Myriam pronto estuvo inmersa en conversación, con una viva curiosidad por averiguar más detalles acerca de las últimas semanas de vida de su padre. Al cabo un rato se percató de que lord Saint Clair la estaba mirando con tanta atención que se preguntó si se habría manchado la barbilla con mostaza, pero no pensaba darle la satisfacción de verla reaccionar airada. En lugar de eso, se limitó a ignorarlo.
Tan pronto como todos hubieron dado buena cuenta del charlotte de manzana, los caballeros reanudaron su afición deportiva. Myriam se relajó en el instante en que el abominable vizconde desapareció de su vista por la puerta con sus compañeros. Si fuera posible esquivarlo durante los próximos días…
Lady Dryden decidió regresar a pie a la casa para descansar un rato, pero Ruby invitó a Myriam a quedarse en la casita de cazadores y tomar una taza de té juntas. Hacía escasos minutos que hacía que los hombres se habían marchado, pero los criados ya habían despejado la mesa, colocado todos los platos en un carrito con ruedas y ordenado la estancia. Así pues, Myriam se sintió encantada de poderse quedar a solas con su anfitriona.
Ruby le ofreció una taza de té, y a continuación señaló un viejo pero cómodo sofá situado cerca de la chimenea. Cuando se sentaron, Ruby le sonrió.
—Qué sorpresa constatar que ya conocías a Víctor , pero supongo que no debería de sorprenderme; con su obsesión por hallar esposa, estoy segura de que asiste a tantos eventos sociales como tú. —Ruby se inclinó hacia delante y agregó: —Se os ve muy a gusto, los dos juntos. No sabía que os conocieras tan bien.
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Mensaje  alma.fra Lun Jun 07, 2010 2:02 am

Ojala se encuentren en esa fiesta, gracias por el capitulo.
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Mensaje  nayelive Lun Jun 07, 2010 9:58 am

jajajjaja sobre todo eso de que se llevan y seven tambien juntos jaja gracias por el capi
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Mensaje  Dianitha Lun Jun 07, 2010 1:45 pm

jajaja Dulce Tentación - Página 3 95247 Dulce Tentación - Página 3 95247 Dulce Tentación - Página 3 95247 eso de que se ven muy biien juntos no tenemos la menor duda graciias x el cap niiña xfa no tardes con el siiguiiete sii Dulce Tentación - Página 3 146353 Dulce Tentación - Página 3 146353 Dulce Tentación - Página 3 146353 Dulce Tentación - Página 3 146353
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Mensaje  myrithalis Lun Jun 07, 2010 10:56 pm

Gracias por el Cap. Saludos Atte: Iliana
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Mensaje  alma.fra Lun Jun 07, 2010 11:03 pm

Jejeje no habia visto la segunda parte del capitulo, muchas gracias.
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Mensaje  mats310863 Mar Jun 08, 2010 8:32 am

COINCIDO CON RUBY, SE VEN MUY BIEN JUNTOS, GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  jai33sire Mar Jun 08, 2010 1:38 pm

Por fin me puse al corriente amiga...esta buenisima la novelita siguele por faaaaaa

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Mensaje  fresita Miér Jun 09, 2010 6:24 pm

GRAX MUY BUENA LA NOVELA


SALUDOS
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Mensaje  Marianita Mar Jun 15, 2010 2:53 am

Pero síguele Dulcinea, no nos dejes con el alma en un hilo anda!!!!!!!! Dulce Tentación - Página 3 64473 Dulce Tentación - Página 3 64473 Dulce Tentación - Página 3 64473 Dulce Tentación - Página 3 64473 Dulce Tentación - Página 3 64473
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Mensaje  fresita Vie Jun 18, 2010 6:04 pm

les digo onde estan los capis nononono no es fusto



saludos
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Mensaje  alma.fra Vie Jun 18, 2010 10:00 pm

Donde andas Aitana???? Todo bien??? Aki te estaremos esperando cuidate mucho y dale besoso a la Viccobebe mas pekeña jaja.
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Mensaje  mariateressina Lun Jun 21, 2010 9:59 am

Graxias x el capitulo muy buena tu novela.

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Mensaje  fresita Mar Jun 22, 2010 8:18 pm

niña ya aperecte please


saludos
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Mensaje  myrithalis Dom Sep 05, 2010 5:03 pm

Aitana Queremos Cap Por Fissssssss Saludos Atte: Iliana
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