Vicco y la Viccobebe
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Mensaje  mali07 Lun Dic 15, 2008 12:08 am

Very Happy Very Happy HOLAA NI/ASSSS KE KRENN JEJEJ AKI LES TRAIGO OTRO KAPI LARGITOO OK SORRY POR LA TARDANSAAA......MARIANITAA AKI ESTA EL KAPI NI/AA JEJEJE KELO DISFRUTESSS KUIDATE BYEEE...GRASIAS A TODAS POR SUS MENSAJITOSS KE WENO KE LES SIGA GUSTANDO LA NOBEE.........

KAPITULO 7

—Lucien.
—¿Sí? —El hombre se paró con la mano en el pomo de la puerta.
vicco se preparó.
—La he besado, ¿de acuerdo?
Lucien entornó los ojos.
—¿Qué?
—¡No sabía que era tu hermana! Ella se negó a decirme su nombre hasta después de que lo hice.
El ex espía sostuvo su mirada con seriedad.
—¿Por qué me dices esto?
—Demonios, ¿tú qué crees? Porque ibas a enterarte de todas formas. Y... porque quiero que sepas que no ha sido culpa de ella. Ha sido todo cosa mía
Esperó a recibir un puñetazo o tal vez una bala.
—¿Culpa tuya? —repitió Lucien, intentando formarse un juicio.
—Totalmente.
Los dos hombres sabían que era mentira, la mejor de las mentiras: una mentira caballerosa.
—¡Vaya —farfulló Lucien—, desde luego que ha sido culpa tuya!
—Así es, y pido disculpas. —vicco le dirigió una mirada deliberadarnente bovina.
Lucien lo examinó largo rato con su habitual agudeza.
—No intentes volver a verla, Garcia... al menos hasta que estés preparado para volver a la vida que abandonaste. Ella es hija de un duque.
—No tengo inguna intención de hacerlo —contestó él fríamente—, y me llamó Vicco.
—Como prefieras. Si eso es todo, te deseo buenas noches.
vicco le dedicó un insolente gesto con la cabeza.
—Una cosa más —añadió Lucien, deteniéndose en la puerta—. Siento lo de tu hermano.
vicco se limitó a mirarlo. Aquel hombre sabía demasiado sobre todo y sobre todos.
Tras dedicarle un gesto cordial con la cabeza, Lucien volvió a entrar en la casa y cerró la puerta con firmeza tras él. Mientras se alejaba, vicco oyó cómo diversos pestillos se deslizaban bruscamente y, pese a saber que no era aquella la intención, se sintió ofendido. Miró por encima del hombro con desprecio. «No te preocupes, lord Lucien. Si quisiera entrar en tu casa, lo haría en un santiamén.»
Malditos aristócratas. Malhumorado, subió al asiento del cochero de un salto y se sentó con Jimmy para emprender el viaje de vuelta a los suburbios. No necesitaba que lo paseasen por el centro como un condenado príncipe.
Mientras el coche serpenteaba por las calles oscuras y desiertas, miró pensativo sus manos ásperas y callosas posadas con suavidad sobre su regazo. Le temblaron de ira y vergüenza al recordar lo bajo que había caído en la vida, con la inquietud fría y ligeramente repugnante de un colegial que acaba de clavar las alas de una mariposa que ha atrapado inconscientemente con su red en un prado soleado.
Lo que menos deseaba era hacerle daño.


Mientras esperaba a su hermano en el oscuro salón de la parte delantera, myriam se paseó con agitación hasta que oyó que la puerta principal se cerraba. Echó a correr hacia el sofá, se sentó rápidamente y se alisó la falda. Alzó la barbilla y se puso derecha, preparándose para el combate. Lucien, el diplomático, era su hermano más tolerante e indulgente, pero aun así… myriam sabía que esta vez le esperaba una buena.
Un momento despues, él entró resueltamente y apoyó los puños en la cintura, mientras la señalaba con la cabeza.
—Te has metido en un buen lío, chica.
Ella apretó la mandíbula y apartó la vista.
—¿Te has vuelto completamente loca?
—Tengo mis motivos.
—Tenemos mucha curiosidad por oírlos, te lo aseguro. ¿Hay algo que quieras decir antes de que te lleve a Knight House para hablar con los demás?
Ella gimió ante la idea de una reunión familiar al completo.
—Lucien, por favor...
—No pienso cubrirte esta vez —dijo él de forma inexpresiva—. Maldita sea, ha sido una tontería. No sé qué le habrá pasado por la cabeza a un asesino como vicco para mostrar piedad, pero gracias a Dios lo ha hecho.
Ella resopló y se cruzó de brazos.
Lucien se acercó tranquilamente.
—¿Te ha hecho daño, te ha ofendido de alguna forma?
—Su arrogancia es de lo más ofensiva, sí.
—Ya sabes a qué me refiero —la reprendió él—. Ha reconocido haberte besado. Si ha hecho algo más, uno de nosotros va a tener que retarlo en duelo.
myriam lo miró rápidamente y se quedó pálida.
—¡No! ¡Santo Dios, nada de duelos! Él no ha hecho nada de eso. ¡Lucien, ha sido culpa mía!
—¿Culpa tuya?
—Totalmente. —Ella asintió con la cabeza impetuosamente al tiempo que sus mejillas se ruborizaban—. Yo... al principio me sentí atraída por él,
Él arqueó las cejas.
—Pero ahora lo detesto, claro. ¡Yo quería ir a Francia, y ese bruto insolente ha tenido que entrometerse!
Lucien se acarició la barbilla con expresión de sorpresa.
—¿Qué quería como recompensa por entregarme? —preguntó ella con un cinismo lleno de recelo.
—Nada. A lo mejor con tu beso tuvo suficiente —añadió él, encogiéndose de hombros con expresión sardónica.
—¿Le dirás a Robert y a los demás que me ha besado? Por favor, no lo hagas, Lucien, te lo ruego. Todo esto ya ha sido suficientemente humillante.
Él consideró la idea por un momento y luego suspiró con estoicismo.
—Has salido ilesa de tu aventura, pero estás en un buen aprieto. No hace falta echar más leña al fuego. Además, no serviría de nada que Damien o Alec corrieran a meterle un balazo. Ese canalla tiene su utilidad.
—¿Quién es realmente? —preguntó ella, inclinándose hacia su hermano en actitud confidencial.
—Oh —dijo Lucien con una sonrisa opaca—, el líder de los Halcones de Fuego. Vamos, ha llegado la hora de ajustar cuentas.


Eddie el Randa llevaba la vida de un gato callejero. Mientras la mayoría de niños de su edad estaban en sus camas durmiendo, él paseaba sin prisa en medio de la oscuridad previa al amanecer en dirección al mercado de Covent Garden, para ver qué podía sacar a los vendedores que pronto abrirían sus puestos. Los libertinos de alta cuna que todos los días salían tambaleándose de los burdeles de la plaza a primera hora de la mañana, indispuestos debido al exceso de alcohol de la noche anterior también eran unos excelentes objetivos para un nuchacho que quería robar un pañuelo de seda o un reloj de oro.
Mientras Eddie se aproximaba al cruce de dos estrechas calles situadas no muy lejos de la iglesia de St. Giles, pensando en las aventuras de la mañana que se avecinaba, alguien lo agarró repentinamente del hombro y notó que una mano enorme le tapaba la boca, tan grande que casi le cogía la cabeza de oreja a oreja. Entonces tiraron de él como si fuera un muñeco de trapo y lo arrastraron al otro lado de la esquina, donde alguien lo puso de espaldas contra el muro de ladrillo del callejón.
—¡Lo tengo, O’Dell! Aquí está el cabroncete.
Eddie alzó la vista aterrado, prácticamente incapaz de respirar a través de la gigantesca mano que le tapaba la boca, y se vio rodeado de varios miembros de la banda de los Chacales. Se dio cuenta de que eran los mismos hombres que habían hecho cosas horribles a Mary Murphy, quien tan solo tenía unos pocos años más que él.
Tyburn Tim era el que lo estaba sujetando, pero también se encontraban allí Bloody Fred, recién salido del manicomio de Bedlam y con aspecto rabioso; Flash, que lucía una llamativa pose de dandi apoyado contra el muro; y Baumer, que tenía una risa que parecía un terremoto y era grande como una casa. El corazón de Eddie empezó a golpear con fuerza contra sus costillas cuando los Chacales se separaron para dejar paso a su jefe, el hombre enjuto y fuerte de pelo castaño que respondía al nombre de Cullen O’Dell.
O’Dell salió de entre las sombras más oscuras del callejón y pasó junto a sus secuaces. Un niño normal y corriente habría gritado inmediatamente, pero el pequeño y valiente Eddie logró contenerse y tragó saliva cuando vio lo que le había pasado a la cara de O’Dell.
Hacía mucho tiempo que el líder de los Chacales se comportaba como un monstruo; ahora también lo parecía. El lado izquierdo de su cara parecía normal, pero el derecho era un amasijo hinchado e informe de color morado. Su párpado derecho era un bulto espeluznante que asemejaba un gran pegote tembloroso de mermelada de uva. Tenía la mejilla amoratada, llena de ronchas que avanzaban en diagonal. A Eddie aquellos cardenales le recordaban los eslabones de una cadena.
—Vaya, si es la mascota de vicco. —O’Dell se inclinó lentamente hasta ponerse a la altura de Eddie, y su ojo bueno, azul y con la mirada de un demente, recorrió la cara del muchacho con una intensidad febril—. Buenos días, hombrecito, No irás a gritar como una niña, ¿verdad?
Al ver que Eddie negaba con la cabeza, aterrado, O’Dell hizo una seña con la cabeza a Tyburn Tim, que apartó la mano de la boca del pequeño. Al niño le costaba respirar y le palpitaba el pecho.
—Bueno, señor Eddie. Sabes quiénes somos, ¿verdad?
—Sí, señor. Los Chacales.
—Así es. Y dentro de muy poco todo lo que ves a tu alrededor será nuestro territorio. ¿Por qué te juntas con un atajo de cobardes como los Halcones de Fuego, Eddie? Un ladrón valiente como tú puede aspirar a más. Creemos que deberías unirte a nosotros.
Eddie se quedó muy quieto. O’Dell empleaba un tono suave y pícaro, pero el brillo duro y feroz de su ojo azul le asustaba.
—Sí, estás oyendo bien. —O’Dell se metió la mano en el bolsillo, sacó un chelín y lo sostuvo delante de la cara de Eddie—. Voy a darte esto, señorito Eddie. —Metió la moneda en el bolsillo del abrigo del niño—. Si haces lo que te pido, ganarás muchas más como esta.
—¿Y si no lo hago? —preguntó él en tono desafiante, tratando de mostrarse tan valiente como vicco.
O’Dell se rió bruscamente y se volvió hacia sus compañeros.
—Os dije que tenía agallas.
Eddie lo miró con recelo.
O’Dell se volvió de nuevo hacia él con una sonrisa fría e indulgente.
—Si no, haré que Bloody Fred te desuelle vivo y me haré una cartera con tu pellejo.
Eddie se quedó boquiabierto y se echó hacia atrás contra el muro ante la horrible amenaza. Cuando alzó la vista hacia el ex interno de Bedlam, Fred levantó su puñal, le echó el aliento sonriendo y empezó a pulir la hoja con su sucia manga. Por un instante, le entraron ganas de vomitar. No le cabía la menor duda de que Bloody Fred lo despellejaría encantado y haría una cartera con su piel.
Según se decía en los barrios bajos, Bloody Fred asesinó a uno de sus caseros y sé lo comió.
—¿Qué quiere de mí? —gritó Eddie, volviéndose hacia O’Dell, quien sonrió, se acercó lentamente y bajó la voz.
—Quiero que te conviertas en mi espía, Eddie. Quiero saber dónde y cuándo piensa hacer el próximo robo vicco.
—¿Por qué? —dijo Eddie en voz queda, con los ojos muy abiertos.
—No hagas preguntas estúpidas, chaval. Y ni se te ocurra traicionarme, porque me enteraré y haré que Fred te coja. Haz lo que te pido o desearás no haber nacido. —Y tras decir aquellas palabras, O’Dell dejó que se fuera.
Eddie se liberó y huyó tan rápido como le permitieron sus piernas.
Recostado en su cama bajo los velos que la cubrían, con un puro colgando de los labios, Vicco miraba fijamente el lugar donde antes se hallaba el Canaletto. Ese mismo día había empeñado el cuadro con el fin de comprar armas para su guerra contra los Chacales. No era fácil colocar una obra de arte única en el mercado negro, pero sus conocidos en ese campo eran dignos de confianza y discretos. El halo de encanto que había conferido a su apagada habitación había desaparecido, dejándola como siempre había sido: humilde, austera y sin muebles. Las paredes estaban agrietadas, el techo manchado, y cada vez que llovía el tejado goteaba.
Soltando una bocanada de humo, apoyó el codo en su rodilla flexionada y levantó la mano para mirar el collar de diamantes que tenía enrollado alrededor del puño como una pequeña y reluciente cuerda de salvamento. Qué traviesa era aquella chica; dejarlo allí para que él lo encontrara...
Con la mirada perdida, estuvo dándole vueltas a qué debía hacer con el obsequio. ¿Qué significaba aquello? Su orgullo masculino estaba tocado; su cautela de superviviente le advertía de los cientos de peligros que corría; la esperanza parpadeaba de forma dolorosa como unas llamas temblorosas que torturasen su implacable voluntad. Por Dios, él no era ningún niño de la caridad. Su orgullo no permitía la compasión de ella. En su opinión, ella había dejado el collar para tenderle una trampa y poder acusarlo de haberlo robado. Sería una forma ingeniosa de vengarse por haber sido entregada a su familia y por el matrimonio no deseado que la aguardaba.
Pero tal vez, solo tal vez —le susurraba su vulnerable corazón—, ella lo había dejado porque había visto algo bueno en él. Algo digno de ser salvado. La posibilidad de que aquello fuera un regalo entregado libremente y que ella lo considerara respetable hacía que se estremeciera. Y mientras miraba fijamente las facetas relucientes del diamante, que brillaba con la luz del día que entraba oblicua por la ventana, su mente retrocedió a un día muy lejano en el tiempo, el día que descubrió que no valía nada en absoluto; eran recuerdos de Cornualles que casi nunca se atrevía a evocar, con el brillante resplandor del sol en el ancho mar azul...
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Mensaje  mali07 Lun Dic 15, 2008 12:11 am

—¡Viccoooooo!
—¡Mira esa,vicco !
—¡Estoy mirando!
Carcajadas. Voces juveniles.
El sol bajo emitía destellos dorados en el catalejo plegable de latón mientras vicco apoyaba el pie en la borda y estabilizaba su objetivo ante el cabeceo del esquife, con el pelo rubio revuelto por el viento salado. Llevaba un tirante caído, y su holgada camisa blanca ondeaba agitada por la brisa mientras miraba por el catalejo de su padre a las focas bigotudas y grises del Atlántico, que adoptaban distintas posturas y se llamaban entre ellas desde lo alto de las rocas de color negro verdoso. Antes de la época del rey Arturo, el gigante de Portreath arrojó allí cantos rodados para atrapar más fácilmente su cena en forma de barcos confiados. «Ya les he contado esa historia.» Cada centímetro de aquel rincón de Cornualles tenía una antigua leyenda o un extraño cuento relacionado con él. vicco se devanó los sesos en busca de otra historia con la que entretener a sus dos compañeros de clase, que habían acudido con él a su casa desde Eton para pasar las vacaciones de primavera.
Los tres chicos tenían trece años. Reg Bentínck, un muchacho de ojos oscuros y ligeramente anémico, estaba pescando entusiasmado a babor, mientras el pecoso Justin Church, con su mata de cabello pelirrojo, vigilaba los remos y arrojaba migas de pan de vez en cuando a las estridentes gaviotas que batían sus alas rápida e infatigablemente junto a ellos. Billy no quería que sus invitados se aburrieran. Nunca antes había tenido amigos en casa —no estaba seguro de que alguna vez se lo hubieran permitido—, pero ahora que era un orgulloso estudiante de Eton, su vida había cambiado por completo.
Muchos de los nuevos chicos habían tenido morriña durante la primera mitad del trimestre de otoño, pero él no. Para vicco, el colegio era lo único que necesitaba. Fuera del alcance de la oscura sombra de su padre, había empezado a florecer, En el intervalo de un breve trimestre, sus maestros de Eton ya habían empezado a fortalecer su coraje con auténtica confianza. Se había asombrado al percatarse de que, al contrario de lo que su padre afirmaba a menudo era bastante inteligente.
En casa lo trataban como a un perro rabioso de la calle, pero en el colegio se sorprendió al descubrir que era muy apreciado, incluso popular, gracias a su habilidad para el frontón, su buena disposición para impresionar a los demás chicos con sus temerarias proezas, su ocasional descaro con los profesores y la palabra «lord» que llevaba delante del nombre. Lord Victor Alejandro Garcia, para ser exactos, segundo hijo del marqués de Truro y St. Austell.
Esto último era lo que le había brindado la compañía de sus amigos durante las vacaciones de primavera. Reg y Justin eran miembros de la aristocracia rural y la baja nobleza; sus padres prácticamente los habían metido de cabeza en el carruaje después de enterarse de que sus vástagos habían sido invitados por el hijo pequeño de un marqués a pasar las vacaciones en el castillo de su señoría en Cornualles. Los tres chicos se habían puesto en camino entre numerosos vítores. Por supuesto, si los padres de Reg y Justin hubieran conocido realmente a su padre, meditó vicco con un cinismo impropio de su edad, habrían pensado de otra forma. En cualquier caso, lo único que le importaba ahora era pasar las vacaciones y volver al colegio sin que se produjeran incidentes.
Su joven rostro se endureció mientras apartaba lentamente el catalejo de su ojo. Jamás lo admitiría en voz alta, pero lo cierto era que no solo había llevado a Reg y a Justin a su casa para disfrutar de su alegre compañía, sino con la esperanza de mitigar los inevitables arrebatos de furia de su padre.
Afortunadamente, el viejo no iba a volver hasta dos días más tarde, pensó. Cerró el catalejo dándole un golpecito vengativo y se volvió hacia sus compañeros, con las mejillas sonrosadas por el sol y el viento y un brillo pícaro en los ojos.
—¿Queréis ver unas cuevas de contrabandistas?
—¿Contrabandistas de verdad? —gritó Justin, volviéndose hacia él, mientras e1 viento soplaba desenfrenadamente entre su cabello pelirrojo.
victor asintió con la cabeza en actitud fanfarrona.
—La costa está llena de ellas.
—¡Sí, capitán! —chilló Justin, pero Reg palideció y se aferró a la borda con fuerza, mientras la pequeña embarcación surcaba las olas azules por delante de los imponentes acantilados.
—Parece un poco... peligroso.
—Lo es.
vicco le dedicó una sonrisa intrépida, devolvió e1 catalejo a Reg y se situó con desenvoltura a los remos. Justin ocupó su lugar en la proa para recibir la espuma del mar en la cara, mientras vicco remaba con fuerza contra el furioso oleaje.
Era un chico robusto y más alto que los demás. Todo el mundo decía que iba a ser tan grande como su padre, pues ya era tan ancho de espaldas como su hermano de diecisiete años, Percy.
Bajo las inhóspitas ruinas de piedra de un antiguo fuerte situado en lo alto de las cumbres calcinadas, vicco remó por delante de la cueva de entrada redondeada donde se rumoreaba que había almacenada una fortuna en bienes del mercado negro. Todas las chicas de los alrededores estaban enamoradas de los románticos y apuestos contrabandistas. Adoptando una expresión engreída, preguntó a sus amigos si querían ir a echar un vistazo al interior de las cuevas, pero se sintió secretamente aliviado al ver que ambos negaban con la cabeza. Se alegraban de no haber divisado a la flota francesa ni a Bonaparte dirigiéndose a cumplir su antigua amenaza de invadir Inglaterra.
Finalmente, vicco los llevó de vuelta a la breve extensión de playa desde la que se habían hecho a la mar esa mañana. Mientras el sol se ponía hacia el oeste, detrás de ellos, él y Justin salieron de la embarcación de un salto, descalzos, con los pantalones arremangados, y arrastraron el esquife hasta la arena dorada. Estaban hambrientos. Subieron a la espectacular posición ventajosa que ofrecía el promontorio para tomar su comida campestre consistente en pastel de Cornualles y queso de West Country acompañados de una jarra de deliciosa sidra.
Se quedaron un rato sentados en silencio, contemplando cómo la puesta de sol iluminaba el mar; una mancha de oro líquido que se extendía. El cielo brillaba intensamente con ardientes tonos anaranjados y rosados veteados de púrpura, mientras un azul apacible se deslizaba lentamente por el este, encendiendo las pequeñas estrellas una a una. vicco se sentía arrullado por el rítmico sonido de las olas que azotaban las rocas que había debajo, como los latidos del corazón de una madre.
Poco a poco, el mar se volvió añil y el cielo negro, y el faro situado en el pequeño islote rocoso que había a una legua de la costa lanzó majestuosamente su haz de luz por encima del mar y las rocas donde la gaviotas se acurrucaban para pasar la noche. Los chicos recordaron entonces que la cocinera les había prometido nata cuajada con melaza cuando volvieran. Se pusieron en pie; recogieron sus espadas de pirata de juguete y sus cañas de pescar, el cubo con el besugo y el rape que habían pescado, las conchas y piedras interesantes que habían encontrado, y los trozos de serpentina y feldespato bien envueltos en un pañuelo con topos; y caminaron con pesadez en dirección a casa mientras anochecía.
Vicco se metió el catalejo en el bolsillo hondo de su chaqueta mientras avanzaba por un extraño y frío sendero. El frescor neblinoso rozaba sus mejillas como si fuera un fantasma que pasara flotando. Aquella sensación le erizó el vello de la nuca, pero entonces, a medida que los chicos se acercaban a la cumbre, aparecieron las torres de Torcarrow y luego el resto del edificio. Torcarrow constaba de una mansión solariega fortificada del siglo xiv adosada a un antiguo torreón con vistas al mar, pues los señores guerreros de Truro St. Austell habían protegido Cornualles de los invasores franceses durante casi trescientos años.
Pero cuando vicco miró hacia abajo por el prado inclinado en dirección a su casa, sintió que se le helaba la sangre.
El carruaje de su padre estaba allí.
De inmediato su corazón empezó a latir con fuerza. No esperaba el regreso de Truro el Terrible hasta al cabo de dos días, pero a la luz de las antorchas que ardían en el patio de la entrada este, vio el coche del marqués agazapado como un animal listo para saltar.
Victor tragó salíva e hizo todo lo posible por ocultar el miedo a sus amigos. De repente perdió el apetito por el postre de la cocinera y fue incapaz de pensar en otra cosa que en volver a guardar el catalejo de su padre en su caja de cristal del estudio antes de que lo echara en falta. Por desgracia, el polvoriento estudio con paneles de roble era el primer lugar al que solía acudir el marqués cuando volvía a casa, para ocuparse de cualquier asunto o negocio o de la correspondencia que había recibido durante su ausencia. Borracho o sobrio, lord Truro disfrutaba de las responsabilidades que aumentaban su poder y control en todos los asuntos concernientes a sus terrenos y posesiones, entre los que contaba a los miembros de su familia.
Los chicos tardaron otros veinte minutos en recorrer el serpenteante camino de entrada que los llevó hasta la sombra de Torcarrow. Victor llevó a Reg y a Justin a las cocinas para entregar los peces que habían pescado y decirle a la cocinera que ya estaban listos para el postre. Ansioso por devolver el catalejo antes de que su padre regresara a su estudio, se disculpó y dijo a sus amigos que volvería inmediatamente, pero hizo una pausa y miró a la señora Landry, la querida y vieja cocinera de la familia.
—¿Dónde está mi madre?
—Lo siento, victor —dijo la robusta anciana, lanzándole una sutil mirada de advertencia—. Su señoría acaba de retirarse a sus aposentos a descansar. Me temo que le dolía un poco la cabeza.
victor recibió la noticia con seriedad. Su madre tenía una especie de barómetro interno que siempre predecía las inminentes tormentas de Truro. Cuando sabía que se avecinaba una, se retiraba sabiamente a la seguridad de su habitación y no salía hasta que el dolor de cabeza había pasado. Nunca preguntaba a victor por sus cardenales.
Con el catalejo escondido en el bolsillo holgado de su chaqueta, recibiendo golpes en el costado que a cada paso le hacían sentirse más culpable, recorrió sigilosamente los pasillos hasta más allá de la gran escalera de caoba. Se fijó en que los criados se amontonaban aquí y allá, procurando apartarse del camino de su amo. Un silencio famIliar e inquietante había invadido la casa, pero mucho antes de que viera el estudio de su padre, oyó que el marqués gritaba a un lacayo. La reprimenda parecía más severa de lo habitual.
—Maldita sea —susurró victor para sí, al oír que su padre estaba acusando al lacayo de haber robado su catalejo y amenazándolo con entregarlo a alguacil.
—¡Padre, a lo mejor solo estaban limpiándolo! —oyó que decía su hermano mayor, Percy, dentro de la biblioteca.
Percy, el heredero de la familia, un altanero joven de diecisiete años que había terminado sus estudios en Oxford, era, aparte de su madre, la única persona en la casa que nunca recibía palizas. Era mejor así, pues se trataba de un muchacho delgado y lánguido que se resfriaba a la menor brisa. Si se hubiera enfrentado alguna vez con su padre, probablemente habría muerto. Sin embargo, victor era distinto. Él podía aguantar un puñetazo.
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Mensaje  mali07 Lun Dic 15, 2008 12:13 am

Mientras se dirigía hacia el estudio, las palmas de sus manos se enfriaron y empezaron a sudar, pero logró armarse de valor. Incluso antes de entrar en la habitación y ver a su viejo, borracho y desaliñado con su abrigo de terciopelo arrugado, estampando al perplejo lacayo contra la pared, supo que cuando confesara lo que había hecho iba a recibi una buena.
Lo mejor sería que mostrase seguridad en sí mismo, pensó. No sabía que Reg y Justin lo habían seguido y estaban a punto de presenciar todo lo que iba a ocurrir.
Se enderezó y entró en la biblioteca resueltamente, al tiempo que sacaba el catalejo del bolsillo.
—Señor —Le enseñó el artilugio—. Yo tengo su catalejo. Nadie lo ha robado.Aquí está. —Se detuvo, sosteniendo el instrumento mientras su padre se giraba, con el pecho palpitante y la cara roja tras su diatriba—. Lo cogí prestado.
Truro miró a victor entornando sus ojos legañosos. Soltó con brusquedad al lacayo vestido con librea. El joven criado se marchó atropelladamente.
—Vaya —dijo el marqués—. Así que lo cogiste prestado.
victor se mantuvo firme. La rojez de los ojos de Truro, producto del alcohol, hacía que sus iris verdes parecieran todavía más brillantes y propios de un loco. Con su largo pelo castaño con mechones grises y su mandíbula, que necesitaba un afeitado con urgencia, el marqués tenía más aspecto de pirata del que victor podría aspirar a lucir jamás; pero a medida que su padre se acercaba, echándole el aliento a licor en la cara, lo único en lo que victor pensaba era en el gigante de Portreath.
—Padre —dijo Percy en tono de advertencia, mientras el marqués se aproximaba lentamente a su hijo pequeño.
victor sostuvo la mirada a su padre con la insolencia de quien había aprendído hacía mucho que no servía de nada arrastrarse.
—¡Padre —rogó Percy, desesperado—, por favor! Déjalo en paz...
El primer puñetazo mandó a victor volando contra la estantería más próxima. Se dio con el labio contra un estante y le cayó encima una lluvia de libros. Su padre avanzó a grandes zancadas entre el montón de volúmenes polvorientos que nadie había leído, lo agarró del brazo y lo levantó con el fin de obtener un ángulo mejor para darle un segundo puñetazo y luego un tercero. Por el rabillo del ojo, victor vio que su sangre salpicaba las páginas abiertas de Le morte d’Arthur, pero no había forma de escapar de la cascada de puñetazos y patadas de su padre. Truro incluso cogió un pesado díccionario y le golpeó con él en la cabeza.
—¿Cuántas veces te he dicho que no toques mis cosas? ¡Ladronzuelo! Creías que podrías volver a guardarlo sin que yo me enterara, ¿verdad? ¿Te crees muy listo?
victor farfulló una negativa y una sarta de disculpas que no le sirvieron de nada. Cuando su padre le agarró un mechón de pelo y le tiró de la cabeza hacia atrás, soltó un agudo grito de dolor.
Entonces se dio cuenta de que esta vez su padre iba a matarlo.
—¡Padre! —gritó Percy, corriendo hacia ellos, pero Truro lo apartó de un fuerte revés y lo echó al suelo.
—Nunca toques mis cosas. En ese colegio te están enseñando a darte aires, ¿verdad, victor? ¡A lo mejor lo que necesitas es quedarte aquí conmigo, donde pueda enseñarte modales!
Mientras sangraba por la nariz y por la comisura de la boca y notaba que su ojo izquierdo empezaba a cerrarse por la hinchazón, victor alzó la cabeza y miró a su padre a los ojos con una expresión de dolor silenciosa y suplicante. El marqués le estampó la cabeza contra los libros esparcidos y le propinó una patada en el estómago. Los siguiemtes minutos se hicieron eternos; victor sintió que perdía la conciencia. Sus oídos zumbaban tan fuerte que casi no podía ni oír los gritos.
—¡Basta! —gritó una voz aguda.
Milagrosamente, la orden surtió efecto, pero cuando victor recobró fuerzas para mirar hacia la puerta, vio a Justin y a Reg de pie, pálidos y aterrados, y su humillación fue absoluta. Su orgullo se vino abajo al ver que su terrible secreto quedaba al descubierto. En un instante, toda su vida se echó a perder. Sus nuevos amigos contarían a los demás chicos del colegio lo que habían visto; entonces todo el mundo sabría que no él no valía nada, que nadie lo quería. El refugio que había hallado en Eton desapareció entre la bruma como el reino perdido de Lyonesse, que, según la leyenda, se había hundido en el mar a la altura de la costa de Cornualles hacía siglos. Su padre se enderezó depacio y se quedó mirando a los intrusos durante tanto rato que victor temió que fuera a atacarlos a ellos también.
—¿Se... señor Truro? —tartamudeó Justin, estupefacto y horrorizado.
El marqués carraspeó, tiró de su abrigo y se alisó el largo pelo revuelto.
—Caballeros, mi hijo ha cometido una grave infracción de las normas de esta casa. Me temo que tendrán que regresar junto a sus familias inmediatamente. Las vacaciones han concluido.
—¿victor? —susurró Reg—. ¿Estás bien?
No se sentía con el valor suficiente para mirarlos, ni a él ni a Justin. Las lágrimas le escocían en los ojos, pero se negó a derramar ninguna.
—No se alarmen, muchachos. victor es muy fuerte. Moore, prepara el coche. Los jóvenes partirán esta noche.
—¿Esta noche? —gritó Percy—. Los caminos son peligrosos a estas horas...
—Si no te gusta la idea, acompáñalos tú —le espetó Truro.
—¡Lo haré! —contestó Percy, ofendido. Se volvió hacia los chicos—. Justin, Reg, iré en el coche con vosotros para asegurarme de que llegáis sin ningún percance.
—Te veremos en el colegio, vicco —declaró Reg tímidamente.
«Por favor, no se lo digáis a nadie», quería rogarles él, pero su orgullo le impedía solicitar favores a ninguna persona; desde que nació siempre había óbtenido un no por respuesta.
Truro ordenó que todos salieran del estudio, dejando a vicco medio enterrado bajo un montón de libros, aturdido y al borde de la inconsciencia. Una vez que Reg y Justin se fueron a recoger sus pertenencias, el marqués advirtió a los criados que no se entrometieran y que dejaran a su hijo en la soledad de su castigo.
El marqués lanzó una mirada hostil a la destrucción que había sembrado.
—Quiero esta habitación limpia antes de que te retires —gruñó a vicco, y acto seguido cerró la puerta tras él, dejando la habitación a oscuras.
Victor permaneció inmóvil un largo rato. Cerró los ojos, sumido en la tristeza mientras el dolor invadía su cuerpo. Incapaz de contener el llanto más tiempo, unas lágrimas cayeron por sus mejillas ante la pérdida de la breve felicidad que había vivido en el colegio. Se preguntó desesperado si alguien lo querría alguna vez. Pero entonces, mientras permanecía allí, destrozado en cuerpo y alma, un torbellino de furia empezó a agitarse en su interior, cobrando cada vez más fuerza. Miró obnubilado los libros que le habían ordenado que guardara y vio las manchas de sangre que salpicaban algunas páginas. Alargó la mano lentamente y empezó a recoger los libros, pero al levantar uno, la furia estalló dentro de él. Lanzando un grito de ira reprimida, agarró un puñado de páginas y las arrancó.
Hizo trizas un libro y luego otro, y tiró las cubiertas de piel al otro lado de la habitación, como un animal enloquecido. Ya le daba igual todo. Notaba que su cuerpo temblaba, pero estaba fuera de sí; el dolor dejó de importar. Había llegado al límite de lo que su orgullo y su alma podían soportar; la venganza resultaba maravillosa.
Agarró el catalejo de su padre y lo usó para romper su caja de cristal; el instrumento se dobló al hacerlo. Con el pecho palpitante, miró el escritorio del marqués con ojos de demente, se dirigió hacia él con paso airado y arrojó su contenido al suelo. Cogió el tintero y lo lanzó, salpicando de manchas negras azuladas el retrato de su padre realizado en su juventud. Una vez destruida irrevocablemente la imagen del joven lord Truro, la ira desapareció repentinamente.
Victor se quedó mirando el cuadro maltrecho en la habitación iluminada por la luna; la odiosa cara de su padre quedaba oculta por la mancha informe de tinta. A medida que entraba en razón lentamente y miraba con incredulidad lo que había hecho, empezó a sentir una oleada de terror.
El estudio de su padre estaba destruido. Las cartas de negocios, los libros mayores y los papeles con el estado de sus cuentas se encontraban esparcidos por la habitación, rotos, arrugados y desordenados.
«¿Qué he hecho? Ahora seguro que me matará. Tengo que largarme de aquí…»
«Tengo que largarme de aquí.»
A medida que el pasado y todo su dolor se alejaban tras el velo grisáceo del tiempo, victor se halló mirando una vez más el resplandeciente collar de diamantes.
Cerró la mano en torno a la cadena incrustada de joyas y respiró entrecortadamente, abrumado por la repentina y angustiosa necesidad que sentía de ver a la hermosa joven que le había hecho aquel inesperado obsequio. ¿De verdad había visto algo bueno en él? Aquella pregunta lo llenaba de un angustioso sentimiento de vulnerabilidad. Él, que nunca había necesitado a nadie, veía cómo su alma pedía a gritos la suave caricia de una chica a la que apenas conocía. Una chica que tenía motivos para despreciarlo. Buscó desesperadamente una excusa para volver a verla.
«Claro», pensó de repente.
Tenía que devolverle el collar.
No sabía qué haría aparte de devolverle la joya, pero por lo menos tenía que asegurarse de que ella se encontraba bien.
Su mano tembló ligeramente al apagar la colilla del puro en un cenicero situado cerca de él. Tras colocarse la pistolera por la cabeza, se abrochó el cinturón donde llevaba la funda del puñal, se puso la chaqueta de piel negra y echó un vistazo al reloj de la repisa de la chimenea. Las cinco en punto.
Incluso un delincuente como él sabía que solo había un lugar donde los ricos y las personas elegantes podían encontrarse a esa hora: Hyde Park.
Victor salió de su habitación y recorrió los pasillos, listo para hacer frente a cualquier problema con el que pudiera tropezar fuera de los límites de su fortaleza en los barrios bajos. Al fin y al cabo, aquella joven ingenua y refinada había tenido el valor de entrar en su mundo oscuro y sin ley.
Había llegado el momento de que él invadiera el de ella.


Llegó el día siguiente, y con él, la inevitable reunión familiar. La noche anterior, cuando Lucien la había llevado de vuelta a casa, todo el mundo ya se había retirado a sus aposentos, de modo que su castigo había sido aplazado para ese día. Se trataba, sin duda, de la experiencia más humillante de su vida.
—¿En qué estabas pensando?
—¿Cómo pudiste hacerlo, myriam?
Mientras los asustados sirvientes escuchaban desde el otro lado de la puerta de la biblioteca, myriam permanecía sentada en una silla de madera dura en pleno torbellino, profundamente abatida y avergonzada, sin saber qué decir para disculparse, al tiempo que sus indignados hermanos se culpaban a sí mismos, a la institutriz, al carácter impetuoso de las mujeres, a la sangre materna que corría por las venas de la joven y, sobre todo, a la propia myriam. Sus esposas, Bel y Alice, habían salido airadamente en defensa de ella, lo cual había dado lugar a numerosas discusiones matrimoniales.
Myriam se alegraba de que Damien y Miranda siguieran recluidos en su finca de Berkshire después del nacimiento de sus dos hijos gemelos, que había tenido lugar dos meses atrás; de lo contrario, habría tenido que vérselas con el más temible de sus hermanos, el coronel del ejército, además de con Lucien y Robert.
—Robert, no debería casarse con alguien con quien no quiere unirse —estaba diciendo Bel, en el tono más diplomático posible—. Debería poder escoger por sí misma, como hicimos nosotras.
myriam tenía la esperanza de contar con el apoyo moral del libertino lord Alec, su hermano favorito, el más joven de los cinco y el más próximo a ella en edad y temperamento, pero nadie lo había visto.
—¡Lo único que quiero es protegerla! —dijo Robert, prácticamente a voz en grito—. ¡Si no se casa pronto, terminará metida en algún escándalo! ¿Es eso lo que quieres?
—¡Por favor! Por favor, escúchenme todos... —no paraba de decir la pobre Lizzy, aunque nadie le hacía caso, Lizzie, la mejor amiga de myriam y su acompañante, se sentía culpable y trataba de explicar que ella tenía la culpa de todo por no haber cuidado mejor de myriam, mientras la señorita Hood, su institutriz, manifestaba repetidamente su resignación.
—Pueden enviarme lo que me deben a esta dirección —estaba diciendo la señorita Hood, al tiempo que tendía un trozo de papel a la elegante mujer de Robert—. En mi vida me había encontrado con una chica tan mala y testaruda...
—Señorita Hood, por favor —imploró Bel—. No puede marcharse sin ni siquiera darnos la oportunidad de entrevistar a otras institutrices...
Lucien intentó hacer de moderador, pero sus dotes para la diplomacia, tan útiles con los dignatarios extranjeros, no servían de nada con su propia fainilia. Trató en vano de calmar a los demás, pero no le quedó más remedio que cruzarse de brazos y mirar a myriam con el ceño fruncido en actitud acusadora. Sin embargo, cumplió su palabra y no reveló a los demás que su hermana había dejado que victor la besara.
Ella no sabía por qué aquel sinvergüenza había confesado. Debía de haber creído que myriam les contaría sus coqueteos a sus hermanos, tal como había amenazado a la ligera.
—¿Cuánto hacía exactamente que planeabas la escapada, jovencita? —inquirió Robert. El duque, un hombre alto y moreno que rondaba los cuarenta, con unas facciones marcadas y unos penetrantes ojos marrones, apoyó las manos en la supeficie pulida de su imponente escritorio y se inclinó hacia ella lanzándole una mirada amenazadora—. ¿O no lo tenías planeado? ¿Fue simplemente otro de tus caprichos?
myriam bajó la barbilla, retorciéndose las manos en su regazo.
—¿Te pasó por la cabeza en algún momento que estaríamos muertos de preocupación?
Y la cosa siguió. Cada vez que ella intentaba contestar una de las preguntas que le lanzaban, no le permitían hablar. Aquella era la suerte que le correspondía por ser la hermana pequeña de una familia gritona y bulliciosa, y la única mujer de la prole. Entonces la niñera trajo al pequeño Morley, el hijo de dos años de Robert. El pequeño heredero del ducado lloraba a lágrima viva, alterado por todo aquel griterío. Bel cogió al niño de manos de la niñera y dejó que Alice discutiera con la indignada institutriz.
myriam cerró los ojos, con el corazón palpitante. Justo cuando estaba segura de que aquel calvario no podía empeorar, llegó lord Griffith, para ultimar los detalles de su acuerdo matrimonial. Cuando el afable marqués se enteró de que su futura esposa había intentado huir de casa para no tomarlo como marido, myriam vio por primera vez su agradable rostro ensombrecido por la ira.

WENOO ESPERO LES GUSTEE ESTOS KAPISSS Y YAME BOY PORKE EL ASMA META MATANDOO Sad Sad YAMEDIO MASS KUIDENSEE Y EL MARTES LES PONGO MAS KAPISS OK BYEEEEE
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Mensaje  Chicana_415 Lun Dic 15, 2008 2:59 am

MILLLLLLLLLLL GRACIAS POR EL CAPIII! ME ENCANTOOOOOOO POR LO LARGO Very Happy

Pobre Vicco......Sad Espero que Pueda olvidarse de su pasado y dejarse querer!
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Mensaje  Marianita Lun Dic 15, 2008 11:02 am

¡Wow! Surprised Estos sí son capis largos!!! cheers Muchas gracias niña!! What a Face Pobre Vicco, sufrió mucho de niño, ya que se de cuenta que ama a Myriam para que sane sus heridas. Deseos Prohibidos - Página 3 4037 Esperamos el próximo capi mañana!!! Deseos Prohibidos - Página 3 146353 Y cuídate mucho niña, para que estés super fuerte!!!! Deseos Prohibidos - Página 3 95247
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Mensaje  jai33sire Lun Dic 15, 2008 11:16 am

muchas gracias por el capitulo...y esperamos el siguiente

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Mensaje  alma.fra Lun Dic 15, 2008 2:20 pm

Pobre Victor Sad sufrio mucho pero ojala ke Myri lo ayude a olvidar el pasado.

Muchas gracias por el capitulo.
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Mensaje  mats310863 Lun Dic 15, 2008 11:39 pm

QUE TERRIBLE PADRE EL DE VICTOR, PERO PRONTO TENDRA LA MEJOR RECOMPENSA EL AMOR.
GRACIAS POR EL CAPÍTULO

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Mensaje  cliostar Mar Dic 16, 2008 12:37 am

ASHHH MACHOS TENIAN QUE SER pff que coraje, pero que Desgraciado jio de la jijurria resulto el marquez como pegarle asi a su propio hijo pff pobresito conrazón huyo, y los Hermanos de Myriam tambien me estresan pobres mujeres de aquellos tiempos sin derechoa decidir lo que querian pff solo por eso ojala Vicco vuelva y se la lleve jum jaja Gracias por el supeeeer capitulo Lili me encanta tu nove siguele porfis =) Deseos Prohibidos - Página 3 400496
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Mensaje  mali07 Dom Dic 21, 2008 12:43 am

cheers cheers HOLAA NI/ASS KOMO TAN SORRY POR LA TARDANSAA LOKE PASA ESKE ESTADO MUCO KUPADA Y LUEGO EL CLIMA AKA ESTA MUCO FELLO SO NO TENIA INTER PERO PUES YAA ESTA POKIS MEJOR JEJEJE Embarassed PERO WENO AKI LES TRAIGOO EL KAPI DE TODAY ESPERO LES GUSTESS Y GRASIAS A TODAS POR SUS MESSAGE ............. lol! lol! lol!

KAPITULO 8


Ian frunció el entrecejo y se volvió hacia ella, mientras su postura regia traslucía un agravio digno de un león.
—Entiendo —dijo, con una expresión de disgusto y ofensa cada vez mayor.
myriam deseó que se la tragase la tierra. Con las mejillas sonrojadas, empezó a balbucir una retahíla de excusas que rápidamente acallaron Lucien y Robert, que se pusieron a hablar al unísono intentando disculpar la mala acción de su hermana. Entonces Alice y Bel se reincorporaron a la discusión, para defenderla. Entretanto, Ian la miraba con recelo y suspicacia, como si desde el principio hubiera esperado algo así. El niño comenzó a berrear de nuevo, y myriam sintió que su cabeza estaba a punto de explotar con todo aquel griterío.
«Haz que te escuchen —había dicho vicco—. Defiéndete.» Estaba fracasando; notaba cómo los últimos vestigios de su libertad se escapaban. lncluso alguien tan sereno como Lucien se estaba enfadando ahora. Comprendió que si no hacía algo rápidamente, acabaría siendo vigilada el resto de su vida.
Incapaz de soportar un segundo más aquella situacion, se puso en pie de un brinco.
—¡Basta! —gritó, con el rostro encendido por la ira—. ¡Por favor!
Todos guardaron silencio, sorprendidos por su arrebato. Incluso el niño se calmó y se sorbió la nariz fatigosamente, cansado de llorar.
Temblorosa, myriam miró en derredor a su querida y exasperante familia.
—Por favor, no os peleéis más por mí. Sé que todos intentáis protegerme, pero no puedo soportarlo. Ahora entiendo lo equivocada y lo estúpida que he sido y lamento todos los problemas que he causado.
Su institutriz resopló de forma remilgada.
myriam bajó la barbilla y le lanzó una mirada sumisa.
—Señoríta Hood, por favor, no dimita. Le pido disculpas por lo que he hecho e intentaré portarme mejor en el futuro. —Lágrimas de arrepentimiento y humillación afloraron rápidamente a sus ojos, pero se contuvo y se volvió hacia el atractivo marqués—. Lord Grifflth, merece una explicación, además de una disculpa. No crea que no lo aprecio. Es usted un gran hombre: honrado, amable y bueno. Solo que yo... yo no puedo casarme con usted si sigue enamorado de Catheríne...
—¡Myriam! —exclamó Robert, pasmado ante la mención de la difunta mujer del marqués.
—No pasa nada. Deja que hable —murmuró Ian, alzando la mano.
myriam tragó saliva.
—Voy a decirlo para que todos lo entendáis, y si después pensáis mal de mí al menos habré dicho la verdad claramente. Si tuviera que casarme con usted, Ian, sabiendo que en realidad no me quiere, o no de la forma que a mí me gustaría, temo que... Oh, perdone lo que voy a decir, pero un amigo leal merece la verdad. Me conozco lo bastante bien para no fiarme de mí plenamente. Usted se mostraría distante, y yo me sentiría rechazada y sería débil. Al fin y al cabo, soy hija de mi madre. Por eso debo declinar su generosa oferta. Usted ha sufrido mucho con la muerte de Catherine. Yo no querría contribuir a aumentar su dolor por nada del mundo —concluyó.
Un silencio absoluto reinó en la estancia tras su sorprendente revelación.
Sintiéndose desnuda y desprotegida, myriam aguardó desesperada a que alguien reaccionara.
—Tiene razón, Robert. —Ian alzó la vista del suelo y miró al duque—-. Quiero a myriam como a una hermana, y si ella cree que la única forma de superar el ejemplo de su madre es casándose por amor, será mejor que dejéis que espere hasta que lo encuentre.
—Maldita sea —murmuró Robert, dejándose caer en su sillón de cuero con un suspiro de derrota.
myriam cerró los ojos y agachó la cabeza con un silencioso alivio preguntándose si, a pesar de todo, algún día se arrepentiría de aquello, pues Ian era un hombre atento y sabio y habría cuidado muy bien de ella.
Entonces Robert solicitó hablar en privado con Ian y ordenó a todo el mundo que saliera de la biblioteca. Incluso myriam fue despachada de momento.
—Terminaremos esto más tarde —gruñó el duque con seriedad. La mirada de sus ojos oscuros auguraba que, tanto si Ian estaba furioso como si no,myriam iba a tener que pagar las consecuencias de los imprudentes actos de la noche anterior.
A decir verdad, comprendía perfectamente a Robert, quien sin duda ya no sabía qué hacer con ella. Afligida, salió al pasillo. Cuando reparó en el compasivo pero reprobatorio ceño fruncido de sus cuñadas, murmuró más disculpas vanas y luego escapó. Mientras se iba corriendo por el pasillo, rechazó incluso los intentos de Lizzy por expresar su solidaridad.
—¡Myri! ¿Adónde vas?
Cuando miró hacia atrás, su amiga había irrumpido en el pasillo. Lizzy era una joven de veinte años con la piel blanca, unos meditabundos ojos de color azul grisáceo y el cabello castaño claro recogido en un moño.
—¿Hay algo que yo pueda hacer?
—Por favor... Ahora mismo solo necesito estar sola. Dile a Robert que he ido a dar un paseo a caballo por Hyde Park, ¿quieres? Volveré pronto. Dile que no se preocupe —añadió, incapaz de reprimir la nota de amargo disgusto de su voz—. Llevaré a un mozo de cuadra conmigo para que me vigile en todo momento.
Sin esperar una respuesta, se fue corriendo a sus lujosos aposentos en la cuarta planta y ordenó a los criados que ensillaran su caballo castrado blanco mientras ella se ponía el traje de montar.


Mientras cabalgaba a medio galope por los prados ondulados del parque por fin sintió que podía volver a respirar. Disponía prácticamente para ella sola de la zona remota de Hyde Park donde se encontraba, pero no tardaría en llenarse, pues se acercaba la hora punta. La única persona conocida a la que veía en aquel momento era una especie de ídolo para ella: lady Campion, una mujer de treinta años lanzada, refinada y muy elegante, cortada por el mismo patron que su madre.
La familia de Eva Campion la había obligado a casarse a la edad de myriam con «un vejestorio», según palabras de vicco, pero su decrépito marido había fallecido pocos años después, por lo que lady Campion se quedó viuda a los veintipocos años. Desde entonces, la mujer había hecho lo que había querido y con quien había querido, disfrutando de total impunidad. Había cumplido con su deber, y ahora era libre; había jugado siguiendo las reglas de la alta sociedad y había ganado.
Cuando myriam la vislumbró cerca del Ring, la espléndida baronesa iba en su reluciente faetón amarillo acompañada de un atractivo oficial con bigote de la guardia de Dragones.
myriam suspiró con cierta envidia, pero apartó de su mente a lady Campion y a su amante más reciente, azuzando a su zancudo purasangre para que avanzara más rápido por el césped. El mozo vestido con la librea de los Hawkscliffe cabalgaba detrás de ella, aunque tenía problemas para mantener el ritmo a lomos de su rocín. myriam dejó atrás sus preocupaciones como el pañuelo vaporoso de color rosa intenso que llevaba atado alrededor de la copa de su sombrero de montar. El pañuelo se agitaba grácilmente detrás de ella con la brisa, y la larga falda de su traje ondeaba lo largo del flanco del caballo mientras ella cabalgaba con pericia sobre la silla de montar. Sin embargo, al rodear el Ring, adentrada en el parque, no pudo evitar sentirse como uno de los animales salvajes de la colección de fieras de Exeter Street, que se paseaban incesantemente a lo largo del perímetro de sus jaulas de cemento y metal en busca de una salida.
A medida que Hyde Park empezaba a llenarse de miembros de la alta sociedad, myriam se topó con un grupo de amigos y admiradores masculinos: el quisquilloso y destacado dandi Acer Loring, su compañero inseparable George Winthrop, y un grupo formado por otros jóvenes frívolos y elegantes montados a horcajadas sobre sus espléndidos purasangres. Con su divertido sarcasmo, su animación y sus bromas, Acer y su grupo consiguieron poner de buen humor a myriam gracias a sus halagos y sus chanzas.
Sin prisas por regresar a casa y enterarse de la sentencia que había recibido, myriam se dejó convencer por los jóvenes para hacer una carrera por Rotten Row. George Winthrop se enfurruñó porque ella le ganó, pese a la desventaja que suponía su silla de montar. Embravecido tras la victoria, el caballo de myriam se movía nerviosamente mientras el grupo de jóvenes se congregaba a su alrededor en el prado, lejos de las personas elegantes que avanzaba por el camino cercado. Acer, que fue el ganador de la carrera, refrenó a su magnífico caballo de caza marrón junto a ella. Era un joven alto y atractivo de pelo castaño, vestido con una chaqueta verde botella de exquisito corte, unos pantalones de color pardo claro y unas altas botas negras de montar perfectamente lustradas.
—No mires ahora, milady —dijo alargando las palabras, y sonrió de satisfacción al tiempo que lanzaba una mirada altanera en dirección a la baranda, dónde solían acudir espectadores a observar a los ricos y famosos—, pero creo que una de esas aburridas periodistas de moda de La Belle Assemblée está tomando notas sobre tu traje de montar.
—Tal vez debería pasar por delante de ella para que pudiera verme mejor —dijo ella con ironía.
—No te lo recomiendo, a menos que quieras que todas las mujeres de los tenderos de Londres lo lleven puesto la semana que viene.
—¿Dónde está?
—¡Yuju! ¡Lady myriam! ¡Señoría! ¡Aquí!
Acer hizo un gesto grácil e irónico en dirección al lugar del que procedía la voz aguda. A continuación frunció el ceño.
—Cielo santo, ¿qué está haciendo ese bárbaro aquí?
myriam se giró y vio a una mujer con un gran sombrero de paja que le hacía señas frenéticamente con la mano, pero su sonrisa de diversión desapareció de sus labios cuando posó sus ojos en el «bárbaro».
—Winthrop, mira a ese tipo del pelo largo —dijo Acer, divertido—. ¿Viene hacia aquí?
—Espero que no —dijo George bromeando—. Parece un asesino.
Se echaron a reír, pero myriam se quedó mirando, inmóvil y con el corazón en un puño. «Dios mío, ¿qué está haciendo él aquí?»
Myriam era incapaz de quitarle los ojos de encima. Apoyando una mano en la baranda, Victor Garcia saltó con agilidad y se situó en medio del tráfico que avanzaba por el camino; sus reflejos adquiridos en los suburbios apenas resultaban lo bastante rápidos para cruzar Rotten Row a pie sin percances, entre la nube de polvo que levantaban los carruajes que pasaban zumbando y los estruendosos cascos de los caballos. Varias personas echaron pestes de él, pero Blade no les hizo caso y siguió avanzando con una inquietante determinación.
—Diez libras a que lo aplastan antes de llegar al otro lado —dijo Acer.
—Hecho —contestó George.
myriam lo miraba petrificada, con una mezcla de asombro y temor hasta que victor llegó al otro lado del camino sano y salvo. El joven se agachó por debajo de la baranda y apareció en el apacible prado, limpiándose el polvo de su chaqueta.
—Caramba, por ahí va nuestra apuesta.
—A pagar, Loring. Dios mío, creo que ese rufián viene directo hacia nosotros.
—Se... seguro que te equivocas —interpuso ella al comprender de repente el desastre que se avecinaba si no se retiraba inmediatamente.
—No te asustes, milady. Nosotros te protegeremos —dijo Acer en tono de guasa.
Con los ojos muy abiertos, myriam miró al dandi que lideraba el grupo de jóvenes y luego al jefe de la banda. No era su seguridad lo que le preocupaba, sino la de victor. Sus irascibles amigos aristocráticos estarían dispuestos a escupirle si osaba acercarse a ella, y la violenta pelea que se desencadenaría terminaría no solo con sangre derramada, sino que también atraería a uno de los policías que patrullaban el parque. Ellos lo superaban en número y llevaban ventaja. Era totalmente imposible que él ganase. Tenía que pensar algo o él sería arrestado y, con la larga lista de crímenes que tenía a sus espaldas, también sería ahorcado. Con el corazón palpitante, se devanó los sesos en busca de una forma de interceptar a victor o de distraer a sus pretendientes.
—¿Qué demonios querrá?
—Sin duda viene o a pedirnos un chelín o a asesinarnos.
—Qué conjunto tan interesante —comentó Acer, recorriendo con su mirada altiva la polvorienta chaqueta negra de victor, sus pantalones de dril color canela y sus botas llenas de rozaduras. En lugar de corbata, llevaba un pañuelo azul descolorido con un nudo holgado—. Me pregunto si nos dirá quién es su sastre. ¿Barbazul, quizá?
—Oh, cállate, Acer —replicó myriam bruscamente—. Está claro que es pobre. Vámonos. Me aburro.
—¿Adónde quieres ir?
—Me da igual. Esto es aburridísimo.
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Mensaje  mali07 Dom Dic 21, 2008 12:44 am

Los dandis accedieron, pero victor seguía avanzando, como si se considerara al mismo nivel que cualquiera de los jóvenes de alta cuna que la rodeaban. Casi estaba encima de ellos, con su intrépida mirada clavada en ella. Al cabo de unos segundos pronunciaría su nombre,y aquello seria catastrofico para ambos.
¿Qué estaba pensando aquel canalla? ¡Debería tener más juicio! Era un tonto si intentaba hablar con ella allí. Entonces myriam vio algo brillante alrededor de su mano: era su regalo. En ese momento supo que él no se detendría por nada. Lo miró sin saber qué hacer. No le dejaba alternativa. Lo miró con frialdad, como si no lo conociera, como si no existiera, y a continuación apartó la vista, haciéndole un desaire punzante como un estoque.
Aquel golpe hizo que él se parase en seco.
A myriam se le encogió el corazón al ver el dolor y la sorpresa que se reflejaban en su rostro, pero no quiso sentirse culpable. Era lo mínimo que él merecía después de no haber respetado su voluntad la noche anterior; pero por el rabillo del ojo, vio la asombrosa velocidad con la que la expresión de dolor y perplejidad del joven se tornaba en disgusto.
Una parte de su corazón se partió en aquel instante. No soportaba mirarlo. A pesar de que él no se acercó más, myriam se dio cuenta de que ya era demasiado tarde. Acer lo estaba mirando fijamente con los ojos entornados, como si victor fuera el primer zorro de la temporada de caza.
—Ese canalla está armado —murmuró despacio—. Y no me gusta la forma en que te está mirando.
—Vamos, Acer, Me aburro —repitió ella con nerviosismo, pero Acer no le hizo caso.
Sin previo aviso, el joven chasqueó con la lengua a su caballo y comenzó a dirigirse hacia victor.
—¡Acer! —dijo ella airadamente.
—¿Qué ocurre? —Él se volvió hacia myriam en su silla de montar.
—¡Se supone que tienes que prestarme atención! ¿Acaso no soy tu mejor recurso para poner celosa a Daphne?
Él frunció el ceño.
La forzada sonrisa de myriam se veía falsa.
—¡Te echo una carrera hasta el Long Water! —Y agitando suavemente el flanco del caballo con su fusta, emprendió el camino a un vertiginoso galope.


Victor se quedó mirando cómo ella se alejaba, mientras una furia mezclada con humillación corría por sus venas. Su pulso empezó a latir con un redoble primario al ver cómo ella cruzaba el parque a lomos de su magnífico caballo blanco con una experta elegancia; una cazadora de implacable belleza ataviada con una falda gris y un pañuelo rosa atado alrededor del sombrero ondeando al viento. Los petimetres con los que coqueteaba la seguían alegres. Todos menos uno.
La mirada de vicco topó con la del hombre arrogante de la chaqueta verde botella.
Tenía ganas de matarlo.
Después de obsesionarse con la chica durante las últimas dieciséis horas, le sorprendió encontrarla rodeada de pretendientes, pero había logrado contener su genio. Había advertido cómo, con una mirada de advertencia, ella le señalaba claramente que retrocediera, pero aun así se había acercado. No sabía si ella estaba intentando disuadirlo porque se avergonzaba de él o si simplemente trataba de protegerlo de la paliza que temía que le propinarían aquellos refinados caballeros. Como cualquiera de las dos posibilidades resultaba intolerable para su orgullo, había hecho caso omiso de su advertencia. Después de todo, tenía un asunto que tratar con ella: devolverle su collar de diamantes. Pero ella había dejado muy claros sus sentimientos; incluso un patán como él podía darse cuenta.
Bien, de acuerdo, había captado el mensaje. La señorita había terminado con él. El gélido desaire que le había dedicado lo hizo entrar en razón bruscamente; un recordatorio cortante de la imposibilidad de que hubiera cualquier tipo de relación entre ellos. Dios, qué tonto era. Ella no era más que una niña rica que había buscado emociones fuertes. vicco se sentía utilizado. Y pensar que se había comportado como un tierno pretendiente cuyo amor no era correspondido en vez de gozar de ella... sin preocuparse por sus hermanos. No le daban miedo.
Tenía ganas de golpear muy fuerte a alguien.
Quizá aquel dandi consentido y refinado había percibido la ira asesina que se ocultaba tras su mirada, pues después de avanzar unos pasos hacia él hizo dar la vuelta a su caballo marrón. Tras lanzar a victor una última mirada despectiva por encima del hombro, el dandi se marchó detrás de myriam. victor se preguntó si habría creado un monstruo con aquella chica. Ahora que él le había enseñado qué agradables podían resultar aquellos juegos, ¿probaría también con esos hombres? Bueno, ella le había advertido que su madre, la duquesa, había sido una auténtica fresca. Había que estar loco para amar a semejante mujer.
—¡Eh, tú!
victor lanzó una mirada siniestra y peligrosa hacia el lugar de donde procedía el grito y vio a un policía que lo observaba desde cierta distancia.
—¡Muévete!
Al pensar en su instinto de supervivencia y en las numerosas recompensas que se ofrecían por su cabeza, se giró y se alejó frunciendo el ceño de forma sombría.
Minutos más tarde, paró un desvencijado coche de alquiler y volvía a toda prisa a St. Giles. Otro lugar que no era el suyo, pensó con amargura. Apoyó el codo en el saliente de la ventanilla y se llevó los nudillos a la línea adusta de su boca, Cerró los ojos un instante con la furia y la persistente vergüenza que le inspiraba su persona: el rufián mezquino y grosero en el que se había convertido. O en el que había decidido convertirse.
«Olvídala.»
Sería fácil. Al diablo con ella y su cuerpo tierno y voluptuoso, sus amigos elegantes y su brillante matrimonio. No la necesitaba. No necesitaba a nadie.
Si las cosas hubieran sido distintas, ella podría haber sido suya. Podría haber hecho que se arrastrase por él, pero había elegido aquel camino hacía quince años. Ya no había vuelta al pasado. Se negaba a volver atrás, ni por ella ni por ninguna otra persona.
Su viejo no merecía salirse con la suya tan fácilmente. Una vez muerto su hermano mayor y sin más herederos, a victor le parecía que la extinción del linaje era un castigo muy apropiado para Truro el Terrible.
Sí, como dijo el poeta, más vale reinar en el infierno que servir en el cielo. Ahora él era victor, de los Halcones de Fuego. De perdidos, al río. A medida que el destartalado y chirriante coche entraba lentamente en los suburbios, pensó en las personas humildes que se habían convertido en su nueva familia. Ellos dependían de él y contaban con su protección en aquel lugar peligroso.
Miró por la ventanilla a los niños andrajosos que jugaban en el arroyo y, pronunciando un silencioso juramento, decidió redoblar sus esfuerzos y consagrarse a su vida criminal.

Tras haber evitado por los pelos el desastre en el parque, myriam atravesó las altas puertas negras de hierro forjado de su casa con su caballo, conmovida todavía por la mirada de dolor e ira que había visto en los ojos de victor tras rechazarlo. «¡Pero no me ha dado otra opción!» Desmontó ágilmente con las piernas temblorosas y entregó el caballo al mozo de cuadra.
Se acercó resueltamente a la porticada entrada blanca de la casa de los Montemayor y se preparó para oír su sentencia de boca de Robert, pero ahora su preocupación más acuciante era contarle a Lizzie lo ocurrido con victor. El mayordomo, el señor Walsh, le abrió la puerta en el preciso momento en que ella se acercaba a la casa.
—Buenos días, señor Walsh. ¿Sigue todavía aquí lord Griffith? —susurró.
—No, milady —contestó él con discreción.
—Gracias a Dios. ¿Dónde está la señorita Carlisle, por favor?
—En el salón.
—Gracias.
Se echó la larga cola de la falda del traje de montar por encima del antebrazo y subió apresuradamente la escalera de mármol, al tiempo que se quitaba los guantes.
Su querida, sabia y maternal Lizzy era un gran apoyo y siempre estaba dispuesta a escuchar y a ofrecer un hombro en el que llorar. Lizzie sabría qué hacer.
Al haberse criado juntas desde su más tierna infancia, ella era la mejor amiga de myriam y desde hacía mucho tiempo era como una hermana para la familia. El padre de Lizzie trabajó de administrador de la propiedad para Robert en Hawkscliffe Hall, como antes hizo su padre, y el padre de este. Pero el señor Carslisle falleció cuando Lizzie tenía tan solo cuatro años, y desde entonces la pequeña huérfana se convirtió en la pupila del duque. Se decidió que sería la acompañante de myriam, que entonces tenía tres años, y sobre todo la compañera de juegos de la aristocrática muchacha, también huérfana, que solo tenía hermanos mayores que ella. A medida que myriam llegaba a lo alto de la escalera, oyó el alboroto procedente del piso superior.
Al principio pensó que todavía seguía la discusión en torno a la «proeza» de la noche anterior. Asombrada y furiosa ante esa idea, subió corriendo el último tramo de escalera, pero, para su alivio, descubrió que su desventura no era el motivo del jaleo.
Era Alec.
Lord Alec Montemayor, el más joven de los cinco hermanos, era un adonis de cabello dorado y un libertino que solía valerse de su encanto para conseguir lo que se proponía, sobre todo si tenía que ver con el bello sexo. Las mujeres adoraban a Alec. Al parecer, no podían resistirse. myriam había visto a niñas de cinco años pedirle que se casara con ellas cuando crecieran y a viudas con título de edad provecta pellizcarle discretamente el trasero cuando pasaba por delante de su mesa de cartas.
Todos —y sobre todo Lizzie—, prodigaban mimos a Alec mientras él permanecía sentado con aspecto principesco en medio de la habitación, con un pie descalzo apoyado en un escabel. Uno de los mejores cirujanos de la zona estaba dándole golpecitos con cuidado en la pierna.
—¡Ay! Maldita sea, insensato —dijo Alec en tono arrogante—. ¡Te he dicho que duele!
—¡Alec, querido! ¿Qué ha pasado? ¿Estás bien?
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Mensaje  mali07 Dom Dic 21, 2008 12:46 am

Myriam corrió junto a él frunciendo el ceño con preocupación. Le tranquilizó advertir que la armonía se había restablecido entre los dos matrimonios; el pequeño Morley sonreía en los brazos de su niñera, y la señorita Hook estaba cosiendo en un sillón junto a la pared, con la expresión avinagrada de siempre, pero apaciguada.
—Hola, myri. —Alec le dedicó una tímida sonrisa antes de hacer una mueca de dolor y mirar al cirujano con el entrecejo fruncido—. Amigo, te lo advierto...
El cirujano alzó la vista hacia Robert, que se hallaba cerca, cruzado de brazos y mirándole con desaliento.
—Excelencia, tiene el tobillo roto.
—Arréglelo —ordenó Robert.
—Sí, excelencia.
—¡Oh, Alec, zoquete! ¿Qué te has hecho? —myriam se inclinó y le dio un cariñoso beso en la mejilla—. ¿Qué travesura has cometido?
—Ninguna tan grave como la tuya, te lo aseguro —murmuró él, lanzándole una mirada cómplice de reojo—. Otra estúpida apuesta. —Se removió incómodo en su sillón.
—Tienes que contármelo...
—No creo que sea conveniente —la interrumpió Robert—. No le des ideas. Señor Walsh, asegúrese de que traigan a lord Alec todo lo que necesita de sus habitaciones del Albany, por favor.
—Muy bien, excelencia —dijo el mayordomo, haciendo una reverencia.
—¡Magnífica idea!
Alec se animó ante la propuesta de que pasara su convalecencia en casa, donde los leales criados de la familia y las mujeres de la casa podrían cuidar de él. Sin duda lo atenderían con más solicitud que los atareados empleados del elegante hotel situado junto a Curzon Street donde tenía su residencia de soltero.
Lizzie se encontraba cerca de Alec, inquieta por su lesión; él le cogió la mano, depositó un beso en ella con su estilo despreocupadamente galante y la acercó a su corazón.
—Bichito, ¿me traes un poco de vino?
—Claro, querido —murmuró Lizzie, sonriéndole con cariño al oír que la llamaba por su apodo favorito.
—Alec, pídeselo a uno de los criados —protestó myriam.
—Sabe mejor cuando lo trae Bichito —dijo él, lanzándole una de sus irresistibles sonrisas.
—No pasa nada... No me importa... Es un momento. —Con las mejillas arreboladas, Lizzy se liberó de la presión suave pero posesiva que Alec ejercía con su mano y se apresuró a cumplir su deseo.
myriam se cruzó de brazos; de repente se sintió algo molesta porque Alec y Lizzie estuvieran bajo el mismo techo, pero no dijo nada. Lizzie estaba enamorada de aquel sinvergüenza desde que tenía nueve años, aunque ella aseguraba que hacía mucho tiempo que había dejado atrás su encaprichamiento. myriam esperaba que así fuera, pues pese a lo mucho que quería al disoluto de su hermano, todo el mundo sabía que Alec coleccionaba los corazones de las mujeres de la misma forma que lord Petersham coleccionaba cajas de rapé. Aunque le habría encantado que Lizzie se convirtiera en su verdadera hermana por medio de ese matrimonio, sabía que Alec haría añicos su delicado corazón.
—myriam, quiero hablar contigo a solas —ordenó Robert.
—Claro —murmuró ella, y a continuación salió al pasillo detrás de él.
El duque cerró la puerta y se volvió hacia ella.
—Bel ha convencido a la señorita Hood para que no dimita... aunque estoy tentado de despedirla por no haber conseguido adivinar y evitar tu estúpido intento de abandonarnos. Mientras tanto, he resuelto el asunto de lord Griffith. La boda se ha cancelado.
—¿Está enfadado conmigo?
—No.
—¿Y tú, Robert?
Él se limitó a suspirar y a mirarla sacudiendo la cabeza.
—Lo siento. Lo siento de verdad.
—Lo sé. —Le dio un abrazo paternal—. Pero me preocupas, pequeña. Me preocupa la forma en que esclavizas a tus admiradores... ¿Cómo no voy a temer un desastre? Es como cuando salí al pasillo y vi a Morley tambaleándose en lo alto de la escalera. En mi vida me he movido más rápido...
—Ya no tengo dos años.
—Perdóname si una parte de mí desearía que los tuvieras. Era mucho más fácil seguirte entonces. En cualquier caso, y respondiendo a tu pregunta, no, no estoy enfadado contigo, sino terriblemente preocupado. —La agarró con delicadeza de los hombros y la sujetó con los brazos extendidos—. Te voy a mandar al campo...
—¡Robert, la temporada acaba de empezar!
—Tú te lo has buscado —la reprendió él—. Pasarás el resto del mes de abril en Hawkscliffe Hall, donde aprovecharás la paz y la tranquilidad del campo para recapacitar sobre lo equivocado de tus costumbres.
Ella refunfuñó.
—Podrás volver a la ciudad para el baile de Devonshire, la noche de la boda de la princesa Carlota. Sé que te hace mucha ilusión asistir.
—¿Al menos puedo llevarme a Lizzie conmigo? —preguntó ella, abatida, mientras él la acompañaba otra vez al salón.
—Sí, si a ella le apetece.
Pero minutos más tarde, cuando Jacinda pidió a su amiga que la acompañara al campo, Alec la interrumpió antes de que Lizzie pudiera contestar.
—Oh, no, no irás. Necesito que Lizzie esté aquí para cuidar de mí.
myriam se burló de él y cogió a su amiga del brazo.
—Alec, estoy segura de que Lizzie tiene mejores planes que ser tu enfermera.
—No, no los tiene —dijo Alec con desenfado—. ¿Verdad, Bichito?
Consternada, Lizzie se volvió hacia ella como si la idea de mimar a Alec durante las siguientes semanas le pareciera perfectamente aceptable.
—¡Lizzie! —gritó myriam al ver la indecisión de su amiga—. ¡Moriré de aburrimiento si estoy sola allí!
—Tonterías. Tendrás a la señorita Hood —dijo Alec con picardía—. Al fin y al cabo, es un castigo, myri, no unas vacaciones. Además, ¿no crees que estás siendo un poco egoísta? ¿Por qué tiene que perderse ella la temporada por culpa de tu estúpida hazaña?

LES PONI TRES KAPISS OK ESPERO LES GUSTEE NOS BEMOS EL MIERKOLES SALE WENO KUIDENSEE MUCHOTEE................ BYEEEE..... lol! lol! lol!
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Mensaje  Marianita Dom Dic 21, 2008 2:48 am

Jajaja, la Myris quiere llevar compañía al castigo!!! Deseos Prohibidos - Página 3 95247 Gracias por los tres capis niña, cuídate mucho y te esperamos el miércoles con más!!! lol!
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Mensaje  jai33sire Dom Dic 21, 2008 11:27 am

muchas gracias por los capitulos...me encanta la novela por fa sigueleeee

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Mensaje  mats310863 Lun Dic 22, 2008 10:18 am

ESPERO QUE ESOS DÍAS EN EL CAMPO TENGA A VICTOR DE COMPAÑIA, SALUDOS

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Mensaje  alma.fra Lun Dic 22, 2008 11:58 pm

Muchas gracias por los capitulos, no tardes con el proximo.
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Mensaje  Chicana_415 Mar Dic 23, 2008 1:34 am

Espero que victor no se de por vencidooo

Siguelee :]
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Mensaje  mali07 Dom Ene 04, 2009 6:13 pm

Embarassed Embarassed NI/ASS DISKULPENMEE DE BERDAD POR NO PODERLES PONER KAPI PERO YA MERO LES TRAIGO E KE SIGEE NOSE DESESPEREN SIIII.......... ESKE KOMO ME OPERARON DE MI OIDO Y PUESS MI MI ABUE SE ENTERA KE ANDO PORAKI ME KUELGAA Y ORASI NADA DE NADA DE KAPI JEJEJE Razz PERO WENO ESPERO PODERRR PONERLESS ESTA NOCHE AUNKESEA UNO SHIKISS SALEEEE........ WENO GRASIAS A TODASS POS SUS KOMENTARIOSS..............
TALISSSS NI/AA NO TENGO CELLL MI DAD TOOK IT AWAY Deseos Prohibidos - Página 3 4037 ASIKE NO TENGO MI CELL ASHHH Y MIS ASHH....... HOPO TO SEE U LATER OK I NEED TO TALK TO U......... WENO KUIDATEE BYEEEEE...
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Mensaje  Marianita Dom Ene 04, 2009 10:16 pm

Niña, tú no te preocupes, primero que nada cuídate super mega muchísimo!!!!!! flower Después que tengas un año genial lleno de mucha salud, pero de la buena ehh!! Deseos Prohibidos - Página 3 623361 Y por los capis nosotras esperamos pero cuídate mucho ok!!! afro
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Mensaje  Chicana_415 Lun Ene 05, 2009 4:10 pm

Nombre no te preocupes Very Happy Pirmero esta la salud! Cuidate y aqui te esperamos cuando estes mejor!
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Mensaje  mali07 Mar Ene 06, 2009 11:08 pm

cheers cheers YEYYYY KAPI KAPI JEJEE AKI LES DEJO EL KAPI KE SIGEEEE SORRY POR LA TARDANSEE NI/ASSS PERO AKI UN 3X1 SIPI UN 3X1 PAKE BEANNN OK ESPERO LES GUSTEEE .......... GRASIAS A TODAS POR SU MSG KE WENO KE SI LES ESTA GUSTANDO LA NOBELITA ESTA JEJEJEE WENOOO YAA AKI LES DEJO EL KAPII................

KAPITULO 9

—A Lizzie le da igual la temporada, y por lo que respecta a mi «estúpida hazaña», al menos yo no me he roto el tobillo por una ridícula apuesta. Tú solo quieres que se quede para que atienda a tus caprichos, como si fuera un perríto...
—¡Vaya con la pequeña diva! Tú solo quieres que vaya contigo para que te siga como si fuera tu público...
—¡Por favor, parad los dos! —exclamó Lizzie, mirando a uno y a otro—. No me apetece ir al campo ahora mismo. Debería quedarme aquí para ayudar a Alec...
—¿Lo estás escogiendo a él en vez de a mí? —inquirió myriam.
—¿No recuerdas cuánto me afecta mi alergia al polen en primavera? Lo último que quiero es tener que dar caminatas por el campo detrás de ti y tus perros de caza sin parar de estornudar.
—¡Así se habla, chica! —dijo Alec, regodeándose en su sillón junto a ella.
—Además —añadió Lizzie, con un tono rosado de ira en las mejillas poco habitual—, él tiene razón. Es tu castigo. No veo por qué debería ir para hacértelo más agradable. Después de todo, a ti no te molestó dejarme atrás cuando decidiste ir a Francia. Además, lord Alec me necesita. —Posó su mano en el hombro de él—. Su excelencia, la duquesa, y los criados no pueden cuidar de él solos.
Alec cerró su mano sobre la de Lizzíe.
myriam se los quedó mirando, sorprendida, y luego murmuró:
—Como desees.
Pero miró a su amiga a los ojos, transmitiéndole una silenciosa advertencia para que tuviera cuidado con él.
—Vamos, milady —dijo la señorita Hood, levantándose de su asiento. Se colgó con remilgo la cesta de la costura del antebrazo y cruzó la habitación en dirección a ella—. Debemos hacer el equipaje para ir al campo, Partiremos temprano.
En efecto, el carruaje y el séquito de criados que iban a acompañarla a Hawkscliffe Hall estaban listos para salir a las siete de la mañana del día siguiente. Lizzie no solo no había cambiado de parecer, sino que parecía mucho más decidida a aprovechar aquella oportunidad de pasar un tiempo a solas con el hombre de sus sueños. myriam se despidió de su familia.
El viaje de Londres hasta los remotos parajes de Cumberland que rodeaban Hawkscliffe Hall, el castillo solariego de la familia de myriam, duraba cuatro días, pero esta vez le pareció el doble de largo, encerrada en el carruaje de viaje con su ofendida institutriz. La señorita Hood se mostraba tan seca, brusca y poco caritativa con la joven que tenía a su cargo, que la doncella de myriam, Ann, terminó realizando gran parte del viaje en el asiento del techo con el fin de evitar la tensión que se respiraba en el coche. Sin embargo, el segundo día, a medida que transcurría el viaje, myriam se dio cuenta poco a poco del gran cambio que el encuentro con Victor Garcia había operado en ella.

Había realizado el trayecto de Londres a Great North Road en incontables ocasiones, pero solo esta vez le impresionó verdaderamente el sufrimiento y las duras condiciones que veía por toda la región. Era tal como él lo había descrito. Pasaron por delante de los edificios sin vida y medio quemados de las fábricas de algodón, sin actividad y sumidas en el silencio; héroes de la batalla de Waterloo, mutilados y borrachos, mendigaban en los pueblos. Cuando hicieron un alto para pasar la noche en York, oyó a un agitador que hablaba con vehemencia a la multitud en la plaza acerca de la destrucción de su sustento por parte de las nuevas máquinas que estaban quitando el trabajo a la gente. Ella quería escucharlo, pero la señorita Hood la hizo entrar enérgicamente en el hotel.
Por las noches descubrió que Victor no solo había despertado en ella una mayor conciencia del mundo. Se quedaba tumbada en la habitación del hotel ardiendo con el recuerdo de su boca sobre la de ella y sus manos sobre sus pechos. Cuando cerraba los ojos, todavía podía ver con todo detalle los fascinantes tatuajes de su piel, y en sus sueños recorría cada uno de ellos con los labios y las puntas de los dedos.
¡Oh! Debía esforzarse en recapacitar sobre lo equivocado de sus costumbres, pensó, luchando contra el deseo que sentía por aquel atrevido y maleducado pícaro. Lejos de la mirada de Robert, debía reconocer que no sabía qué sería de ella. Victor le había demostrado que la peligrosa lascivia de su madre corría por sus venas. Era una criatura débil, ansiosa por recibir las caricias de un hombre.
O tal vez solo Victor Garcia ejercía aquel efecto sobre ella. En cierto modo, aquella posibilidad era peor.
A medida que transcurría otra noche en medio de aquel anhelo insatisfecho, pensó con desesperación en la diferencia entre sus respectivas posiciones sociales y en la imposibilidad de llegar a poseerlo. Aunque él fuera un príncipe, y un buen partido, discutió Jacinda consigo misma, ya había demostrado que era tan dominante como sus hermanos, y aquello era exactamente lo que ella no deseaba. Aquella idea la ayudó a entrar en razón, junto con el recuerdo de la frialdad que había asomado a sus ojos cuando ella le asestó el golpe en Hyde Park.

«Olvídate de él.»
Fuera cual fuese el fino vínculo que había existido entre ellos aquella noche en su habitación, en su cama, ella lo había roto aquel día en el parque, y suponía que aquello sería positivo a la larga.


Una semana más tarde, victor estaba terminando de fumar su puro mientras afilaba su puñal para el trabajo de aquella noche. La decisión que tomó aquel día al volver de Hyde Park había dado lugar a diversos actos criminales en los lujosos barrios de Mayfair y St. James. Al oír que alguien avanzaba por el pasillo, miró con recelo la puerta cerrada de su habitación y escondió rápidamente el collar de diamantes de myriam en su bota.
Todavía no había empeñado la joya, y tampoco se atrevía a esconderla allí, teniendo en cuenta que compartía la casa con una banda de ladrones consumados. Aunque se decía a sí mismo que podía guardarla para colocarla algún día en el adorable cuello de la joven, la triste verdad era que no quería entregársela porque constituía el único vínculo que lo unía a la myriam. ¿Quién sabía? A lo mejor le daba buena suerte.
Justo entonces llamaron a la puerta.
—Adelante —gritó.
La puerta se abrió, y Nate asomó su cabeza llena de rizos.
—Falta poco para la hora.
—¿Jimmy tiene listo el carruaje?
—Casi. —Nate entró sin prisa y cerró la puerta tras él. Se frotó las manos como para darse calor y luego hizo crujir los nudillos,
victor terminó de afilar su puñal favorito, con el puro colgando de la comisura de los labios.
—¿Has visto hoy al pequeño Eddie? —preguntó Nate, apoyándose en la ventana.
—No.
—Por lo visto nadie lo ha visto desde hace días.
—A lo mejor se ha caído por una alcantarilla —dijo victor en un tono cansino.
—¿No estás preocupado?
—Los golfillos tienen siete vidas. Es probable que siga enfadado conmigo porque le hice devolver el dinero que le robó a la chica rica. Volverá.
Nate se encogió de hombros y observó la pared un instante.
—¿Qué pasa? —preguntó victor,
Nate se volvió hacia él con el ceño fruncido y se rascó la cabeza.
—Estoy pensando que deberíamos cancelar el trabajito de esta noche.
—¿Cómo? ¿Por qué?
—No lo sé. Hay algo que me da mala espina.
victor se burló de él.
—Lo digo en serio —dijo Nate—. En cuatro noches hemos robado en seis casas. Nos estamos volviendo un poco imprudentes, ¿no crees? A lo mejor es demasiado.
—Oh, no vengas a quejarte a mí, Nate. Si necesitas una noche libre, ve a buscar a Andrews o a Mikey para que te sustituyan.
—¡No es eso! Puedo hacer mi parte como cualquier otro.
—¿Qué es, entonces?
—No lo sé. —Nate movió la cabeza con disgusto—. Hay algo en el ambiente, pero no sé exactamente qué.
victor resopló, se puso en pie y lanzó el puro consumido a la chimenea.
—¿No te extraña que O’Dell esté tan tranquilo últimamente? —insistió Nate.
—No me extraña. No puede ver. La última vez que coincidimos casi le saqué un ojo. —victor cargó las pistolas con sus manos con destreza, se puso su chaqueta de piel negra y le dio una palmadita a Nate en el hombro, al tiempo que lo llevaba afectuosamente hacia la puerta cogido por la nuca—. Ve a decirles a las damas que ha llegado la hora del baile.
—Eres un perfecto cabrón —murmuró. Se detuvo cuando estaba saliendo de la habitación—. Pero ellos te seguirían hasta el mismísimo infierno y yo también.
victor dejó de sonreír pícaramente y se puso serio.
—Lo sé. Gracias, Nate.
—Tú tráenos de vuelta vivos, ¿vale?
—Siempre lo hago —replicó él, mientras Nate se alejaba por el pasillo para buscar a los demás.
Poco después, en una calle lateral adoquinada que salía de la imponente Portman Square, cinco figuras vestidas de negro bajaban sigilosamente de un coche de alquiler y se deslizaban corriendo por la oscuridad, trepaban el muro del jardín y caían ágilmente sobre el esponjoso césped.
Avanzaron con experta eficiencia hacia la entrada trasera de la enorme y opulenta residencia, que se encontraba vacía; un par de hombres se adelantaron rápidamente y se situaron para cubrir a los dos siguientes, que pasaron por delante de ellos, acercándose cada vez más a la casa. Al llegar a la terraza enlosada, saltaron sin hacer ruido por encima de la balaustrada de piedra. El clima neblinoso y húmedo contribuía a que actuasen con cierto descuido, pero el sonido de la lluvia amortiguaba cualquier ruido que pudieran hacer.
victor y Nate se dirigieron hacia la puerta; Nate cubrió a victor mientras este sacaba las ganzúas del interior de su chaqueta, se agachaba y comenzaba con pulso firme la delicada tarea de forzar las tres cerraduras de la puerta. Mientras tanto, Sarge y Flaherty se dirigieron sigilosamente hacia las ventanas con Andrews, el más prometedor de los jóvenes. Los tres echaron un vistazo furtivo. Al no ver a nadie dentro, hicieron una seña a victor, que acababa de hacer saltar la última cerradura.
Su corazón palpitaba, agitado, pero no dejaba de respirar de forma regular y relajada bajo el pañuelo azul que llevaba atado alrededor de la parte inferior de la cara. Se levantó, posó una mano en la puerta y giró el pomo con delicadeza. Los demás esperaron, listos para entrar, mientras él abría la puerta poco a poco. Permaneció atento por si oía sonidos, pero no escuchó nada.
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Mensaje  mali07 Mar Ene 06, 2009 11:13 pm

Como siempre, su información era precisa. Sabía que la señorita Daphne Taylor había estado en casa de sus primos hasta entonces. Sus padres, el vizconde y la vizcondesa Erhard, se habían retrasado por culpa de sus hijos pequeños, que habían contraído la gripe, y no volverían a la ciudad hasta al cabo de dos semanas. Los criados debían empezar a preparar la residencia para su regreso esa misma semana, pero por el momento la imponente casa se encontraba vacía.
Victor hizo una señal con la cabeza a sus hombres y entraron sigilosamente. Como curtidos profesionales que eran, todos conocían de antemano la ruta de salida; cada hombre sabía el momento exacto en el que Jimmy pasaría por delante de la otra entrada en el mismo carruaje en el que los había llevado. Incluso tenían una ligera idea de la distribución de la casa, después de haber hecho aquello en incontables ocasiones. Esperaban entrar y salir en veinte minutos. No había necesidad de correr riesgos innecesarios quedándose más tiempo. Una vez en el umbral, empezaron a robar por la casa siguiendo el acostumbrado método furtivo.
Victor les había dicho previamente que su objetivo era la caja fuerte, pero mientras él y Nate registraban la casa, los otros cuatro rastrearon minuciosamente cada habitación en la que entraban; cogían todos los objetos de valor que encontraban y los metían en sus sacos: candelabros de plata, lujosas cajas de rapé y objetos de arte de las repisas de las chimeneas. Centrado en la búsqueda de la caja fuerte, victor los esperó en el pasillo. Sin embargo, mientras los observaba se sorprendió al ver el mueble cubierto con un tapete que se encontraba, como un fantasma, en cada habitación a oscuras.
«Dios —pensó—, esto parece una tumba.»
Se le erizó ligeramente el vello de la nuca en una ancestral señal de peligro, pero no veía ninguna amenaza. Miró detrás y delante de él en el pasillo, y de repente aquel golpe empezó a preocuparlo de veras. No sabía qué iba mal. Pero era demasiado sencillo.
—Vamos, chicos —murmuró.
Ellos lo siguieron al piso de arriba. victor se movía en silencio como de costumbre, pero los demás estaban empezando a confiarse demasiado y no prestaban atención a los escalones que crujían mientras subían al segundo piso, y luego al tercero. Se movieron por el pasillo formando una V prieta en busca de la habitación del dueño, donde era más probable que se hallara la caja fuerte.
Finalmente encontraron las habitaciones de su señoría en la esquina oeste del edificio principal. La puerta de la suite daba a un gran salón. La tenue luz de la luna brillaba a lo largo de la alta cómoda de estilo Sheraton e iluminaba un jarrón chino expuesto sobre un pedestal junto a la ventana. Sin perder tiempo Sarge y Flaherty empezaron a registrar el salón mientras Andrews entraba a hurtadillas en el dormitorio delante de victor. Colocado detrás de él, victor se detuvo en la puerta mirando la enorme cama de columnas cubierta con tela dorada. El colchón, digno de un rey, estaba situado a tanta altura por encima del suelo que para tumbarse en él había que subir cuatro escalones de madera pulida. Movió la cabeza con gesto de disgusto, pensando en los niños de su barrio que tenían que dormir en las aceras junto a las alcantarillas abiertas. Al menos gracias al trabajo de esa noche algunos de ellos podrían seguir con vida, pensó. De repente, Nate lo llamó con un tenso susurro desde el salón.
—¡La he encontrado!
Victor atravesó la estancia con paso majestuoso y se agachó un instante junto a los demás. Ante él se hallaba la caja fuerte, mal escondida dentro del escritorio de su señoría. Se trataba de un modelo sencillo: una simple caja de hierro de color apagado que medía casi un metro por un metro. victor deslizó la mano por la cerradura con una sonrisa astuta. Olvidada toda la inquietud anterior con la emoción de la inminente victoria, forzó la cerradura con las ganzúas y luego contuvo la respiración, expectante, mientras abría la puertecita. Metió una mano en el estante más pequeño y notó un metal frío.
Había una pequeña cadena. Algo redondo.
—¿Qué demonios es esto?
—¿Está vacía? —susurró Nate en un tono de urgencia.
—No, hay algo... —Cerró la mano en torno al extraño objeto y cogió algo más, algo áspero, como... una soga.
Andrews estaba junto a la ventana esperando a que llegara Jimmy con el carruaje, pero Sarge y Flaherty se acercaron a victor y a Nate y se inclinaron por encima de su hombro, aguardando con impaciencia para ver el botín. victor extrajo el contenido y sus ojos brillaron, de horror.
—¿Qué diablos es? —dijo Nate.
—Corred —dijo victor en voz baja, pero los cuatro hombres se quedaron paralizados una fracción de segundo mirando fijamente lo que les habían dejado en la caja fuerte: unas esposas y una soga con un nudo corredizo.
—¡Corred! —rugió victor. Se levantó de un salto y se giró para enfrentarse al enemigo, al mismo tiempo que los muebles cubiertos con tapetes cobraban vida.
Veinte agentes de Bow Street se quitaron de encima las telas que los tapaban y se abalanzaron sobre el

La extensión formada por los brezales bañados por el sol y los valles ondulados la envolvía creando un paisaje interminable, con las estribaciones azules de los Peninos a lo lejos. Un viento constante y tonificante, aunque no particularmente frío, arrastraba las altas nubes por el cielo cerúleo. La corriente agitaba la aulaga y el brezo copetudo de los páramos y ceñía la falda de lana del traje deportivo de color pardo de myriam alrededor de sus piernas mientras esperaba, con su mosquete para cazar aves apoyado contra el hombro, a qué su spaniel bretón levantara al par de urogallos escoceses que comían los brotes tiernos del brezo.
Los gruesos pájaros de plumas moradas alzaron el vuelo; inmediatamente, el perro de suave pelaje se sentó en cuclillas, agazapado y a la espera de la orden de cobrar la presa. myriam entornó los ojos mientras seguía con el arma el rastro veloz y cambiante de las aves de caza. Los primeros pájaros que se veían eran los de mayor edad, los más fuertes; como el urogallo se quedaba estéril después de una temporada de cría, aquellos ejemplares se podían cazar con moderación sin poner en peligro a la población en fase de cría.
¡Pum!
El disparo despidió una bocanada de humo y resonó en el valle. El pájaro más grande cayó. myriam hizo una señal con la cabeza al guardabosques, quien a su vez dio la orden al perro. El experto spaniel se deslizó grácilmente entre los arbustos y las hierbas, mientras el sol relucía en su largo pelaje marrón rojizo y blanco. Sin embargo el can más pequeño, una llamativa perra de muestra tricolor, todavía era un aprendiz en su oficio e iba de aquí para allá con una energía exuberante, ladrando nerviosamente ante la caza e irritando profundamente a su más experimentado compañero, que se tomaba sus obligaciones con la misma seriedad que cualquier criado de rango superior. El spaniel llevó el urogallo con delicadeza entre sus fauces al guardabosques. El señor McCullough aceptó el ave riéndose entre dientes y la colocó en el bolso; a continuación alzó la vista hacia la mujer, entrecerrando los ojos para protegerse del sol.
—Magnífico pájaro, milady.
Myriam sonrió y miró su presa dentro del morral de piel. Asintió con la cabeza en respuesta al cumplido del guardabosques y luego entregó el mosquete a su mozo, cuya función consistía en recargar el arma por ella.
Salvo por la soledad que sentía a causa de la ausencia de Lizzie, siempre le había resultado muy fácil adaptarse al ritmo pausado de la vida campestre.
—Un disparo admirable, milady —dijo una voz remilgada detrás de ella.
Se protegió los ojos del sol con la mano enfundada en un guante de piel y se volvió hacia su institutriz.
—Vaya, gracias, señorita Hood.
La mujer estaba empezando a mostrarse amable con ella.
La partida de caza prosiguió; caminaron contra el viento por el páramo descubierto formando una ancha fila. Los perros exploraban el terreno por delante del mosquete, olfateando a las presas entre el aromático tomillo silvestre y la cincoenrama amarilla. Detrás de myriam, los criados con la librea verde oscuro de los Hawkscliffe completaban el séquito; tres lacayos la seguían con las cestas de picnic y una gran sombrilla, y un par de mozos de cuadra llevaban los caballos de las damas. A medida que se aproximaban al límite de la propiedad de su familia, donde el bajo muro de piedra seguía la curva sinuosa del cerro, el guardabosques le hizo un gesto con la cabeza. El spaniel había localizado a otro urogallo.
myriam recibió el mosquete cargado de manos del mozo y lo amartilló; luego lo apoyó en su hombro, esperando a que el pájaro saliera de su escondrijo. El spaniel se abalanzó y espantó a la pareja de asustadas aves, que echaron a volar hacia el cielo. Ella siguió la trayectoria desenfrenada y zigzagueante del pájaro más grande.
¡Pum!
Falló. El pájaro se lanzó en picado y escapó milagrosamente hacia los árboles. Pasó volando por encima del muro, y myriam abrió los ojos desorbitadamente al ver que la perra salía corriendo detrás de él por el campo, agitando las orejas. Antes de que alguien pudiera detenerla, había subido los escalones del muro y había desaparecido entre los árboles, dejando tras de sí el eco de sus ladridos.
—Maldita sea —murmuró ella.
—Ve a por la perra, chico —ordenó McCullough al mozo, que hizo una reverencia y echó a correr detrás del animal.
—¿Es esa la finca de lord Griffith? —preguntó la señorita Hood, arqueando las cejas.
—No, señora —-contestó McCullough—. Los terrenos de lord Griffith lindan con los de su excelencia hacia el noroeste. Ahora estamos en dirección sudeste. Ese bosque forma parte del parque de Warflete Manor, el hogar del conde de Drummond.
—¿Lord Drummond, el político? —preguntó la señorita Hood, sorprendida.
Myriam asintió con la cabeza.
—El mismo. Supongo que ahora debe de ser muy mayor. No lo veo desde que era una cría. —Acarició la cabeza de su spaniel de impecable comportamiento—. Robert dice que es un cascarrabias. Claro que Robert dice que todos los tories lo son. Creo que lord Drummond es un consejero especial del Ministerio del Interior.
McCullough sonrió ampliamente.
—¿Se ha enterado de que ese caballero ha construido un campo de golf en su finca?
—¿De verdad? —dijo myriam con interés. Ese deporte escocés estaba haciendo furor.
De repente, se oyó que la perra ladraba desde el interior del lejano bosque. myriam respiró hondo al escuchar una voz airosa que gritaba al perro, y la voz aguda del mozo. Ella y McCullough se cruzaron una mirada de sorpresa.
—Yo me ocuparé —declaró McCullough, que ya había echado a correr en dirección a la finca de lord Drummond.
—¡Espéreme!
—¡Milady! —gritó la señorita Hood exasperada.
—¿Y si lord Drummond cree que el chico estaba cazando furtivamente? —replicó, y se puso a correr detrás del guardabosques, con el arma todavía en las manos. Al llegar al muro, se remangó la falda a la altura de los tobillos y subió ágilmente por la escalera de madera. Bajó de un salto y siguió corriendo, aproximadamente a un minuto de distancia del señor McCullough.
En el linde del bosque encontró un sendero de pisadas de ciervos entre dos altas y frondosas hileras de retama con hojas amarillas y se internó en el bosque moteado. Siguió el sonido de los ansiosos ladridos de la perra que llegaban por encima del tenue murmullo del viento entre los árboles. Los carpes, los fresnos y los robles se mecían suavemente, y de vez en cuando aparecía una morera negra aquí y allá, vieja e imponente. Los ruidos sonaban cada vez más fuerte. Podía oír a varios perros ladrando, al hombre pronunciando su violenta diatriba, al chico gritando y al señor McCullough intentando hacerse con el control de la situación.
Mientras espantaba a un mosquito, irrumpió en el claro a tiempo para ver como la perra corría en círculos con dos grandes pastores escoceses y luego se lanzaba de un salto al estanque a la caza de los patos que flotaban junto a la orilla. Los patos alzaron el vuelo graznando de pánico mientras la perra chapoteaba hacia un lado a otro intentando atrapar a uno.
El furioso dueño de los pastores escoceses se hallaba en la orilla, con una caña de pescar en la mano. Era un viejo deportista de rasgos duros y aspecto curtido, con botas altas y pantalones campestres de tweed. Gritaba en vano a la perra, que había revuelto el estanque hasta formar un remolino y sin duda había ahuyentado a los peces.
Tras esquivar los intentos del muchacho por atraparla, la perra saltó alegremente a la orilla para conocer al pescador, y al sacudirsle con regocijo el corto pelaje, le salpicó las gafas de montura metálica y lo empapó de agua embarrada.
—¡He dicho que te estés quieto, ridículo animal! —rugió el anciano.
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Mensaje  mali07 Mar Ene 06, 2009 11:16 pm

El cachorro se sentó en cuclillas de inmediato y se encogió de miedo ante él; la viva imagen de la obediencia.
myriam hizo una mueca; no necesitaba ninguna presentación formal para saber que la imponente figura a la que habían molestado de forma tan grosera no era otro que el propio conde. El tono autoritario de su voz lo dejó claro al instante, pero si había alguna duda, quedó despejada por un médico pálido que, vestido de negro, se acercó al anciano con cautela.
—Milord, por favor, siéntese. Ese genio no es bueno para su corazón.
—Oh, lárgate, viejo cuervo —murmuró el conde, pero se frotó el pecho ligeramente.
La perra lanzó un gemido de arrepentimiento y ofreció su pata al conde.
—Llévese este estúpido animal de aquí antes de que le pegue un tiro. ¡Señor, está invadiendo mi propiedad! —declaró el intimidante conde, volviéndose para lanzar una mirada asesina a McCullough cuando este se apresuraba a coger a la perra—. ¿Qué está haciendo en mi terreno? Cazando furtivamente, ¿eh? ¿Robando un poco de mi caza? ¡No esperaba encontrarme en casa, supongo!
—Perdone, milord. La partida de caza de su señoría estaba atravesando los páramos cuando la perra se escapó. Le pedimos sinceras disculpas por el contratiempo...
—¿Qué señoría? ¿La mujer de Hawkscliffe? —preguntó él en tono mordaz—. Es demasiado fina para disparar. Maldita advenediza burguesa.
—No, señor. Pero yo sí disfruto disparando —dijo myriam, disimulando una sonrisa de desconcierto a medida que se dirigía hacia él.
El viejo cascarrabias la miró entornando los ojos y se limpió las gafas con el pañuelo.
—¿Qué hace usted con esa escopeta? —preguntó.
—Cazando urogallos, milord. Espero no asustarlo. Llévate a la perra —indicó al chico, que de inmediato puso un collar al animal.
—Bueno, mientras no sea una radical que quiere matarme por las leyes de los cereales —gruñó lord Drummond, y acto seguido volvió a ponerse sus gafas redondas—. ¡Santo Dios! —dijo repente—. ¡Es usted la viva imagen de Georgiana!
—Quizá sea porque soy su hija —contestó ella en tono irónico, ofreciéndole la mano.
El conde sostuvo sus dedos suavemente y se inclinó sobre su mano con gesto mecánico; luego volvió a mirarla entrecerrando los ojos con un inquisitivo asombro.
—¿La pequeña lady myriam?
—Sí, milord ¿Ocurre algo?
—Está tan... —El conde agitó su pañuelo, haciendo un gesto vago— ... crecida.
—Sí, señor. La temporada pasada hice mi presentación en sociedad.
—¿Por qué no está en la ciudad? —replicó él, al tiempo que volvía a meterse el pañuelo en el bolsillo del pecho. Alzó su barbilla cuadrada, inspeccionándola como haría un general con sus tropas—. Estamos a principio de la temporada, ¿no? ¿No debería estar buscando marido como el resto de jóvenes bobaliconas?
A myriam le desconcertó su franqueza, pero pensándolo mejor, la encontró refrescante después de oír siempre la hipocresía de la alta sociedad.
—Me han mandado al campo por mi mala conducta —contestó ella en tono prosaico.
Para gran sorpresa de ella, el viejo gruñón empezó a reír entre dientes con lentitud.
—Bueno, es lógico, ¿no? Después de todo, es usted la hija de Georgiana.
Ella escrutó su rostro con un interés cada vez más intenso.
—¿Conoció usted a mi madre, señor?
—Desde una distancia prudencial —dijo él, con un centelleo pícaro en sus ojos de un gris metálico—. Sí, tuve el privilegio de disfrutar de su amistad. Su madre tenía el corazón de una leona.
Myriam respiró hondo, casi incapaz de contener la alegría. ¡Alguien que había conocido de primera mano a la elegante extraña que había sido su madre!
—¿Por qué no viene con nosotros y nos acompaña en nuestro picnic, milord? Mi institutriz y yo no hemos tenido ninguna compañía agradable desde que nos marchamos de Londres.
—Yo nunca resulto agradable, pregúntele a cualquiera, pero... como una joven dama sin duda es mejor compañía que el doctor Cross... acepto. Encantado. —Sus perspicaces ojos grises centellearon tras sus gafas al tiempo que le ofrecía el brazo.
myriam le dedicó una radiante sonrisa y lo aceptó.
Magullado e inmóvil, victor se hallaba en una mazmorra en las entrañas de la prisión de Newgate, sobre un banco tallado en la piedra. Tenía la cabeza entre las manos y los codos apoyados en las rodillas. Un olor a humedad emanaba de la paja infecta que había esparcida por el suelo, y oía cómo las ratas correteaban por los rincones. Había una ventana estrecha con barrotes que se hallaba a demasiada altura para poder mirar por ella; a través de dicha ventana entraba una luz tenue y grisácea. Las paredes transpiraban, y desde algún lugar lejano podía oír el eco de los gritos de un prisionero sometido a una brutal paliza.
Iban a colgarlo. Y a Nate. Y a los demás.
Todo había acabado. Todo, todo... acabado.
Sus hombres estaban en una celda colectiva junto a otros compañeros delincuentes, pero como jefe de la banda, victor había sido encerrado en aquella mazmorra solitaria. Suponía que con aquello pretendían quebrantar su espíritu. No había estado en Newgate desde que tenía quince años. Por aquel entonces lo pillaron robando el pañuelo de seda de un anciano. Unas lágrimas de arrepentimiento le hicieron merecedor de la compasión del juez y de treinta días en la trena. Después de aquello, puso en práctica sus nuevas técnicas con impunidad, pues el mes en la celda colectiva sirvió para completar su educación en las artes criminales.
Esta vez los magistrados querían información y detalles sobre los tejemanejes del submundo criminal de Londres. De hecho, le habían ofrecido conmutarle la sentencia de muerte por una cadena perpetua de trabajos forzados en Nueva Gales del Sur. A cambio, él solo tenía que proporcionarles los nombres de los hombres que estaban detrás de ciertos negocios turbios que estaban investigando, así como el paradero de otros selectos criminales a los que llevaban mucho tiempo buscando. Victor rechazó el trato, pero ofreció su total cooperación a cambio de la liberación de sus amigos; sin embargo, los magistrados se mofaron de él. De modo que mantuvo la boca cerrada y recibió una paliza por su insolencia.
No quería ni pensar en lo que estaría ocurriendo en ese preciso momento en el cuartel general de los Halcones de Fuego en Bainbridge Street, ya que no le cabía ninguna duda de que O'Dell estaba a punto de hacerse con el control. Rogaba por que Carlotta hubiera sacado a las demás mujeres de allí.
Reclinó la cabeza contra la pared lanzando un suspiro tenue y se quedó mirando el rincón cubierto de telas de araña. «Me tienen cogido por los huevos.»
Justo entonces un ruido metálico seco resonó por el oscuro palillo de piedra. Miró bruscamente en aquella dirección. «Dios, ¿qué pasa ahora?» Se levantó del banco sigilosamente y atravesó la celda, preguntándose si el tribunal le habría asignado por fin algún abogado quijotesco para que lo defendiera.
—Diez minutos —ordenó secamente el carcelero a su visitante.
Pero entonces una voz aguda gritó en medio de la oscuridad.
—¡Vicco! ¡Vicco! —El sonido de unas suaves pisadas llegó hasta él al tiempo que una pequeña figura bajaba corriendo los gruesos escalones de piedra.
Victor abrió unos ojos como platos, con incredulidad.
—¿Eddie?
—¡Victor! —El muchacho saltó el escalón inferior y echó a correr en dirección a él, pero se detuvo en seco. Su rostro pálido adoptó una expresión seria y redujo la marcha al ver a su ídolo en una celda. victor se puso en actitud defensiva; no le gustaba que le viera en aquel estado.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? Este no es lugar para ti. ¿Cómo has conseguido que te dejen entrar?
—Les he dicho que eras mi padre. Ojalá... lo fueras.
victor hizo una mueca al oír las conmovedoras palabras del huérfano.
El niño recorrió con la mirada los barrotes de la celda.
—No os van a colgar ni a ti, ni a Nate, ni a Sarge ni a los demás, ¿verdad, victor?
La mirada dura de victor se suavizó, y se apoyó contra los barrotes lanzando un suspiro.
—Oh, Eddie. —Movió la cabeza con gesto de disgusto—. Me temo que las cosas no pintan muy bien.
—Pero... ¡no pueden hacerlo! —Tenía una expresión afligida. Aun así, vaciló—. ¡Tú nunca te dejas coger! ¡Se suponía que esto no tenía que pasar!
victor frunció el entrecejo.
—¿A qué te refieres, Eddie?
El muchacho no dijo nada, pero se lo quedó mirando, confundido.
—¿Eddie? ¿Has tenido algo que ver con esto?
Los ojos del niño se llenaron de lágrimas; entonces se vino abajo. victor se agachó y lo miró sombríamente a través de los barrotes.
—O'Dell me obligó a espiarte. ¡Dijo que si no le ayudaba se haría una cartera con mi piel! ¡Oh, victor, no pueden colgarte! —dijo con voz entrecortada, sin asomo de su fanfarronería de pícaro—. ¡Todo es culpa mía!
—No, no lo es —dijo él con seriedad, aunque era lo único que podía hacer para ocultar su sorpresa y su ira ante la despiadada traición de O´Dell—. Tú solo eres un niño, Eddie. Conozco a O'Dell. Te amenazó. No tenías opción. No ha sido culpa tuya, amigo.
El muchacho lo miró con desolación y a continuación lo abrazó a través de los barrotes.
victor intentó consolar al afligido huérfano lo mejor que pudo, pero la cabeza le daba vueltas.
—No te preocupes, chico —dijo con brusquedad, revolviendo el pelo de Eddie antes de ponerse en pie—. Sécate las lágrimas. Tu viejo amigo victor todavía se guarda un as en la manga.

ESPERO LES GUSTE EL KAPI .......... NO BEMOS ASTA EL JUEVES KON OTRO KAPIII NO OLVIDEN SUS MSG BYEEEEEEEEEE..................... lol! lol! lol!
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Mensaje  Marianita Miér Ene 07, 2009 1:35 am

Ayy Vico, ahora cómo te escaparás!!!!!!!! affraid Muchas gracias por los capítulos niña, esperamos el jueves otro trío!!! Deseos Prohibidos - Página 3 95247 Cuídate mucho ehhh!!!!!!! Deseos Prohibidos - Página 3 664467
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Mensaje  jai33sire Miér Ene 07, 2009 2:21 pm

muchas gracias por el capitulo y te esperamos el jueves Very Happy

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